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JUSTO HERNÁNDEZ RUIZ

AÑO LITÚRGICO

Evangelización orgánica en tres ciclos de homilías

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OBRAS DEL AUTOR EN ESTA EDITORIAL

Evangelización en bodas, bautizos y exequias, 120 páginas.

Ante la zarza ardiendo ...todavía. ¿Sí o no a la religiosidad?, 246 páginas.

Año Litúrgico. Evangelización orgánica en tres ciclos de homilías (Ciclo A: Jesucristo, Monte Altísimo; ciclo B: Miseria y gran­deza del hombre; ciclo C: La vida como camino), 704 páginas.

JUSTO HERNÁNDEZ RUIZ

AÑO LITÚRGICO

EVANGELIZACIÓN ORGÁNICA EN TRES CICLOS DE HOMILÍAS

• Irradiación múltiple de Cristo que lle­ga hasta nuestro hoy.

• Hilos nuevos para un tendido homilé-tico distinto.

EDITORIAL. Covarrubias, 19. 29010 MADRID ®

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I.S.B.N.: 84-284-0422-4 Depósito legal: M. 34.519-1989 Imprenta FARESO, S. A. Paseo de la Dirección, 5 28039 Madrid

A don JOSÉ DIEGUEZ REBOREDO,

quien, siendo Obispo de Osma-Soria, me impulsó a terminar este trabajo de aportación pastoral al Año Litúrgico, con su reiterada manifestación de simpatía hacia mi actividad evangelizadora.

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ABREVIATURAS DE LOS LIBROS BÍBLICOS

(Orden alfabético)

Ab Ag Am Ap Ba ICo 2Co Col lCr 2Cr Ct Dn Dt Ecl Eclo Ef Esd Est Ex Ez Flm Flp Gá Gn Ha Hb Hch Is Jb le Jdt Jl Jn Un 2Jn 3Jn Jon

Abdías Ageo Amos Apocalipsis Baruc 1.a Corintios 2.a Corintios Colosenses 1.° Crónicas 2.° Crónicas Cantar de los Cantares Daniel Deuteronomio Eclesiastés (Qohélet) Eclesiástico (Sirácida) Efesios Esdras Ester Éxodo Ezequiel Filemón Filipenses Gálatas Génesis Habacuc Hebreos Hechos de los Apóstoles Isaías Job Jueces Judit Joel Juan 1.a Juan 2.a Juan 3.a Juan Jonás

Jos Jr Ju Le Lm Lv 1M 2M Me Miq Mal Mt Na Ne Nm Os 1P 2P Pr IR 2R Rm Rt ISm 2Sm Sal Sb So St Tb lTm 2Tm lTs 2Ts Tt Za

Josué Jeremías Judas Lucas Lamentaciones Levítico 1.° Macabeos 2° Macabeos Marcos Miqueas Malaquías Mateo Nahúm Nehemías Números Oseas 1.a Pedro 2.a Pedro Proverbios 1." Reyes 2." Reyes Romanos Rut 1.° Samuel 2.° Samuel Salmos Sabiduría Sofonías Santiago Tobías 1.a Timoteo 2.a Timoteo 1.a Tesalonicenses 2.a Tesalonicenses Tito Zacarías

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PROLOGO

En el libro Ante la zarza ardiendo ...todavía, publicado en esta misma Editorial, dediqué unos capítulos, los fundamentales, al Cris­tianismo óntico, al que San Juan nos dejó bosquejado "subiendo por entre la espesura —de su entorno neotestamentario— hasta donde mana el agua pura", la que brota del misterio intratrinitario.

En mi mente y en mis deseos lo anhelado es hacer llegar la presentación de dicho cristianismo a todos.

Para ello nada mejor que el Año Litúrgico, que según la Media-tor Dei (n. 4). "es el mismo Cristo que, de modo invisible, sigue peregrinando entre nosotros" y lo seguirá haciendo, de cara a todos, hasta el fin de los tiempos.

Los pilares del tendido homilético que propongo:

— Una fe antropológica firme, o fe en la razón, como primer dogma que el Creador nos manda aceptar a todos.

— La primacía óntica de Cristo sobre todo, como "principio de la Creación" que es, según el Apocalipsis.

— Nuestra vinculación con El, objetiva o por creación, y no por mera aceptación o decisión nuestra.

— Y la Redención, vista no como expiación de ofensa alguna, recibida por Dios del hombre, sino como una superiluminación nuestra por Cristo para que nos sea dado alargar la mano al que nos ofrece la Suya...

Se trata de una tarea ardua, pero gratificante, a la que invito a todo evangelizador.

La homilía y sus rasgos genuinos

a) En cuanto parte del Año Litúrgico, según el Vaticano II, deberá ser lo que él: algo orgánico, algo iniciado siempre con un "Decíamos ayer", y no desde cero. Algo tendente a brindar un cono­cimiento de la fe a quie no la tiene, o un mayor ahondamiento en ella al que ya la conoce, propiciando el auténtico encuentro con Cristo en la Eucaristía.

Lleva razón Greeley cuando dice: "Hoy los sacerdotes hablan de

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todo, pero no se les oye proclamar la Buena Noticia del Reino. Hablan de los conflictos raciales, de la contaminación, de la guerra; tenemos sacerdotes que actúan como consejeros, dirigentes comuni­tarios, organizadores de programas recreativos, candidatos a cargos públicos, jefes de equipo de acción, decoradores y hasta (¡el Cielo nos proteja!) sociólogos. Ninguna de estas funciones impide procla­mar el Reino, todas ellas pueden ser perfectamente conjugadas con la proclamación; pero ninguna de ellas puede adecuarse a la tarea de pasar invitaciones para el banquete nupcial ("El mito de Jesús").

b) En cuanto obra literaria.—La Homilía ha de poseer cohesión interna y orden en su desarrollo: proponer el tema del que se va a hablar para centrar la atención de los oyentes desde el principio. Dividir la materia en secciones, las necesarias para facilitar el esque­ma de exposición. Presentar cada parte equilibradamente, sin dete­nerse en una más que en otra, y con la máxima claridad. Acabar siempre haciendo una síntesis o resumen que proporcione una visión de conjunto que se sirve a modo de conclusión. Evitar insistencia y reiteraciones en la exhortación final para no dar la nota de pesadez de quien parece no saber terminar al despedirse.

La exhortación debe ser algo semejante al "anda y haz tú otro tanto", o el "anda y no peques más" de las parábolas evangélicas, que son los mejores modelos de homilías que tenemos.

c) De cara a los oyentes.—La Homilía no ha de perder de vista ninguna de estas tres áreas de interés para todo oyente adulto: la del Verum, la del Pulchrum y la del Bonum.

— Tener en cuenta la del Verum supone atender a la necesidad del oyente de ocupar la inteligencia, además del oído. Al que se le dice o se le recuerda una verdad de fe hay que hacerle ver que en nada contradice a la razón esa verdad, puesto que es algo posible y hasta probable. Esto quiere verlo el oyente, por lo que dice San Bernardo: que no hay placer intelectual mayor para el creyente que el de atisbar, a través de la razón, lo que por la fe ya de algún modo conoce. Cuando esto no se le brinda en la homilía al adulto, su inteligencia está en ella como convidado de piedra.

— Tener en cuenta lo del Pulchrum supone, en el que habla, advertir la necesidad de brindar, al que escucha, algo bien preparado o condimentado. No se puede invitar a nadie a pasar hambre o a participar, por enésima vez, de unos manjares mil veces recalentados. Si invitas a escuchar, debes prepararte; y callar cuando no estés preparado. Lo contrario es considerar al oyente como un hombre destituido de sentido estético.

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Al Artista Supremo ¿por qué no servirle nosotros con el arte más depurado posible, en el canto, en la proclamación de la Palabra, en el rezo del Canon, en todo sin excepción alguna?

— En cuanto a lo del Bonum, aquí el vicio suele ser por exceso. ¡Cuántas Homilías-Recetarios! Demasiados consejos fáciles, reite­rados de principio a fin y en el medio. Los consejos, pocos; uno tan solo y que brote, no de nosotros, sino del tema expuesto, ése será el mejor de todos, consejo que ninguno rehuimos, por duro que sea, cuando brota, o lo deducimos personalmente, de la verdad expues­ta.

Acordémonos del encargo de Cristo: "Hacedlo todo del modo más perfecto, como lo hace vuestro Padre del Cielo". Lo dicho tiene su dificultad, pero hay medios suficientes hoy para superarla. Basta dedicar a la preparación del tema un tiempo oportuno y poner en la homilía un pequeño empeño a la hora de predicarla, para conseguir hacerlo con dignidad, con atractivo y con fervor; la eficacia la irá poniendo el Señor, cuándo y cómo de El dependen. Un medio prác­tico es proporcionar esquema-cuestionario a los fieles sobre cada tema.

Permítaseme terminar con un ruego y sugerencia: nadie, impul­sado por su natural curiosidad, acrecentada tal vez por lo que dejo escrito —de un nuevo tendido homilético , se ponga a leer de un tirón este libro. Ideado para ser servido o escanciado a pequeñas dosis, debe ser ingerido del mismo modo: a pequeños y espaciados sorbos.

Los muy impacientes pueden optar por lo siguiente: leída la panorámica, que va al frente de cada ciclo, ojear tan solo la Moni­ción que precede a cada homilía, y con ello tendrán bastante y sobrante para ver lo que justamente desean: si este homiliario es lo que promete —algo orgánico— y si se adapta a ellos.

Nada más, amigos. Gracias por vuestra decisión, que espero sea la de aprovechar este medio que os brindo para una mejor evange-lización del pueblo de Dios.

JUSTO HERNÁNDEZ RUIZ (Soria, 1989)

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CICLO "A"

Jesucristo: "Monte Altísimo"

'Conságralos con la verdad". (SAN JUAN)

"El deseo de ser edificantes, an­tes que verídicos, es lo que más perjudica a predicadores y edu­cadores ".

(BERTRAND RUSSELL)

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Panorámica del Ciclo "A"

Dos preguntas, aun sin ser filósofos, nos hacemos todos: "¿Por qué existe algo en vez de nada?; y ¿qué ha podido mover a Dios a crear lo existente?

Haciéndose eco de estas dos preguntas, este primer Ciclo, el más fundamental o básico, empieza por presentarnos a Cristo como "Monte Altísimo" —como la criatura primera en aparecer en el horizonte de la Mente divina creadora—, y, con palabras del Nuevo Testamento, nos asegura que "todo ha sido hecho por El y para El, y nosotros también". De ahí la vinculación óntica, objetiva, que tiene todo lo creado, con Cristo, en su última raíz, la de la Mente divina.

Además de esta vinculación, a los seres libres se nos brinda otra más como posible: la subjetiva o libre.

El Adviento nos pone esta doble vinculación ante los ojos; y la Navidad aviva y estimula en nosotros la segunda...

La segunda parte del Ciclo —la dedicada a la vida pública de Cristo, de acuerdo con la primera, nos presenta a Este, en medio de sus conciudadanos, como un Ser singular y único que no se dejó llevar a ningún bando político ni religioso de su tiempo, como un altísimo y señero Obelisco. La Cuaresma, y sobre todo el Triduo Sacro, nos hacen ver lo que, por descollar de esta forma, le ocurrió: lo que a la espiga de distinto grano, que descuella en un campo, le suele pasar: que el dueño de éste —en el caso de Cristo, las autori­dades judías y romanas— se apresuraron a cortarla, a darle muerte.

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Pero, en Cristo, la espiga había ya granado y, al caer en el surco, ocurrió que del cuerpo suyo anterior —el que había tomado de la Virgen—, surgió otro superior o más perfecto, el que seguramente hubiera tomado al venir a este mundo si no viniera con la condición de, si era preciso, inmolarlo. Del cuerpo muerto de Cristo, por la resurrección que Dios le otorgó, surgió un cuerpo nuevo, infinita­mente más perfecto que su cuerpo anterior, un cuerpo ya inmortal y glorioso, un cuerpo que, como germen o semilla, ha dado origen a un mundo nuevo —el de los nuevos Cielos y Tierra, de que habla la Escritura— dentro del cual, en sus umbrales, ya estamos todos los adheridos vitalmente a Cristo por la fe, la caridad y la esperanza. Es lo que nos dicen, en esta última etapa de la segunda parte del Ciclo, los cincuenta días del tiempo de Pascua...

En la tercera y última del mismo, la segunda parte del Tiempo ordinario, cifra toda su ilusión en hacérnoslo ver como "el Tesoro escondido en el campo" de su parábola, como "la Perla preciosa por la que debe darse todo", como el auténtico y único Infinito al alcance nuestro por ahora... Tal será, pues, nuestro hito último en este Ciclo, el destinado a ponernos de relieve todo el ser de Cristo y nuestra doble vinculación con el Mismo...

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Adviento

Domingo I de Adviento (A)

(Is 2,1-5; Rm 13,11-14; Mt 24,37-44)

JESUCRISTO, "MONTE ALTÍSIMO"

Hermanos... Comenzamos hoy el primer Ciclo del Año litúrgico.

Este es un "Doble de Cristo ". Mejor dicho: es el mismo Cristo, que sigue entre nosotros haciendo presente ahora, de un modo más que escénico, cuasisacramental, su vida y sus misterios para que puedan servirnos de alimento.

Al ser éste el primer Ciclo es el más fundamental, el básico, el nuclear.

De ahí lo que vamos a hacer hoy: incoarlo con la mira puesta en Cristo como "Monte Altísimo", el primero en aparecer en el hori­zonte de la mente creadora.

Dispongámonos a escuchar las Lecturas, que van a ser "lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero"...

HOMILÍA

1. Sumario

El Ciclo primero del Año litúrgico empieza por presentarnos lo más hondo de Cristo —Dios y hombre— respecto de nosotros: el haber sido la causa motival nuestra y de todo lo existente.

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2. Preguntas que nos hacemos todos

Al venir a este mundo y encontrarnos con una Creación que, en cierto modo, nos estaba esperando, todos, aun los no filósofos, nos preguntamos: ¿Por qué este algo, en vez de nada, en torno nuestro? y ¿por qué existe cuanto existe?

Algunos, advirtiendo el aparente retorno de todas las cosas sobre sí mismas, tratan de contestar a lo que antecede así: "El Cosmos es algo eterno, una circunferencia sin principio ni fin; toda su razón de ser es él mismo y las leyes por las que se rige".

Pero la razón les sigue diciendo a éstos y nos dice a todos: Pase que el mundo sea eterno; pero, al no ser algo infinito ni cuantitati­vamente —porque nada de lo material puede serlo— ni cualitativa­mente (ya que lo más excelso de él en este sentido —el hombre y su inteligencia— son tan poca cosa), al ser el mundo, en ambos sentidos algo finito, ¿de dónde le viene ese ser si de él mismo no puede venirle? Decir que de otro ser finito anterior no resuelve nada; y decir que de la nada es absurdo. Luego tiene que venirle de alguien. ¿De quién? De un Infinito y el infinito no puede ser más que uno, al que todos damos el nombre de Dios.

En suma: que todo nos lleva a ver el Mundo como obra de Dios, obra grandiosa; pero obra nada más. No un ser divino o infinito...

¿Para qué esta Creación?, ¿qué ha podido proponerse Dios, má­xime no siendo la creación la más perfecta posible?

Con la sola razón —ya hemos visto lo limitada que es— no podemos ni averiguar, ni vislumbrar siquiera esto. Nos queda, pues, sólo un doble camino: o contentarnos con el no saber; o prestar oídos a lo que, de ello, la revelación bíblica nos dice.

¿En el Antiguo Testamento?: Aparece que Dios lo hizo todo con vistas a sí mismo. ¿En el Nuevo? Eso mismo se nos concreta más. En él se nos revela que Dios es un Ser Unitrino, un Ser Tripersonal, y se nos dice que lo hizo todo con vistas a su Hijo, que se hizo hombre en Jesucristo "todo ha sido hecho por El y para El; y nosotros, también". Y en el Apocalipsis: "El es el principio de la creación de Dios"...

Esto podemos verlo, insinuado al menos, en el anuncio que Isaías nos hace de Cristo como "Monte Altísimo", como la criatura germen o primera, en aparecer en el horizonte de la misma Mente creadora e infinita.

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3. Aplicaciones oportunas

Nuestra reflexión nos invita:

— A ver el Mundo, como una especie de Contorno de Dios, como la "shekinah" bíblica, como el resplandor visible de su rostro invisible.

— A ver a Cristo —al Hijo de Dios hecho hombre— como la justificación de todo lo creado, como el porqué y para qué de cuanto existe.

— Y a vernos a nosotros, no ya como una porción más o un adorno del manto rozagante que es para Cristo la Creación, sino como miembros personales del mismo.

a) Sin lo primero —admirar la inmensidad y belleza de la Crea­ción— sin hacer lo de San Francisco, al idear su canto a las criaturas; y lo del Salmista, con su "los cielos proclaman la gloria de Dios", la religiosidad es casi imposible. El que no para mientes en el contorno, en lo visible de Dios, ¿cómo va a preocuparse del Invisible lo más mínimo? No es fácil que lo haga.

b) Sin lo segundo —sin ver en Cristo al Hijo que lo ha motiva­do todo—, ¿cómo ver en el Creador un Ser, además de infinitamente sabio y poderoso, infinitamente bueno? Abundan los testimonios, entre los sabios, de lo difícil que a ellos mismos les resulta esto.

c) Y, sin sabernos, y a ser posible sentirnos miembros del Hijo, ¿cómo tener a Dios por nuestro Padre? Tampoco es esto posible...

4. Conclusión

Sólo nos resta agradecerle a Dios, sobre todo, lo que ha hecho al vincularnos ónticamente, por creación, a su Hijo, sin contar para esto con nosotros, como nos ha hecho asimismo seres racionales y libres sin pedirnos el consentimiento tampoco para ello.

Lo realizado por Dios podemos asemejarlo a lo que el apicultor moderno hace con sus colmenas, al poner en éstas unos cuadros de cera estampada que facilitan el trabajo de las abejas si éstas lo desean; o a lo de ciertos Estados, al no permitir que pierda la nacio­nalidad de origen el que ha nacido en ellos, aunque de los mismos se ausente.

Es un don grande de Dios: el habernos hecho por creación miem­bros de su Hijo, sin condicionar esto a que lo quisiéramos o no nosotros. Lo que, con orgullo, decía San Pablo de su ciudadanía romana —yo no la tengo comprada, me ha venido con el nacimien-

2.—Año Litúrgico... 17

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to— eso mismo podemos decir todos-de nuestro ser de miembros de Cristo, ser óntico y real, tan real que todo nuestro ser natural, de seres inteligentes, no viene a ser otra cosa que un puente o trampolín para auparnos hasta esto.

¡Que sea, pues, nuestro hito hoy agradecerle a Dios tan gran favor y nunca ni por nada prescindir, en nuestra vida, del mismo, o tenerlo, en nuestra colmena, inerte!

Aprovechemos este primer día del nuevo Año Litúrgico para afianzarnos en esto.

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Domingo II de Adviento (A)

(Is 11,1-10; Rm 13,4-9; Mt 3,1-12)

JESUCRISTO, MONTE VENERO O MANANTIAL DE TODOS LOS BIENES

Hermanos... El domingo anterior empezamos el Año litúrgico y en él se nos ponía ante los ojos lo más hondo de Cristo en relación con nosotros y la vinculación que con El nos une.

En este segundo domingo y con una nueva modalidad de la imagen de Cristo Monte —Monte Venero de toda clase de bienes para El y para nosotros— se nos va a poner de relieve las múltiples riquezas que, de la mencionada vinculación con El, dimanan hasta nosotros.

Dispongámonos a oír las Lecturas para reflexionar sobre esto.

HOMILÍA

1. Sumario

Las Lecturas nos ofrecen varias pistas; pero, si hemos de hacer algo formativo —sistemático— que enlace unas enseñanzas con otras, tenemos que ir, siempre, en pos del hijo rojo, que las ensam­ble.

¿El hilo rojo hoy? Lo tenemos en la imagen de Cristo Monte, que vuelve a ser retomada en las Lecturas. Hoy para dar un paso más y, después de haberle visto como Monte Altísimo, lo miramos ahora como Monte Venero de toda clase de bienes para Sí y para nosotros.

2. Significado de Monte-Manantial

Fray Luis de León, maestro insuperable, en los Nombres de Cristo, nos dice: La palabra Monte, en hebreo, equivale a "preñez" o "preñado"; y añade que con razón ve así la Escritura a los montes, que, por su altura o levantamiento, semejan el vientre de la Tierra, no vacío, sino lleno y rebosante de toda clase de bienes: agua, hier­bas, árboles, carbón, metales...

— Es aplicable a Cristo por lo que acabamos de oír en la 1.a

Lectura: "Sobre El descansará el Espíritu del Señor: espíritu de

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sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Dios".

— Aplicable a nostros, por lo que hemos oído al Precursor de Cristo, dirigiéndose al pueblo judío: "Arrepentios porque el Reino de los cielos está cerca", traducido así por San Marcos: "El tiempo se ha cumplido; ha llegado el Reino de Dios a vosotros".

La palabra "tiempo" ahí no se refiere al astronómico ni al mera­mente civil o humano. Equivale a "oportunidad" favorable para la salvación. Así pues, lo que San marcos nos viene a decir es que con el "hoy" permanente de la llegada de Cristo al mundo, la oportuni­dad de salvación queda abierta para todos. De ahí lo de San Pablo: "Ahora es el tiempo favorable, el día de la salvación", puesto que lo acaecido en Cristo no es algo que se nos notifica como pasado, sino como un acontecer permanente...

3. Hacia la utopía

Es posible construir la fraternidad en horizonte utópico. Recor­dad lo logrado por los misioneros en Paraguay en el siglo xvn: lo de las célebres "Reducciones". Los indios guaraníes andaban dispersos, cada uno por un lado; no había forma de aglutinarlos en comunida­des. De ahí el nombre de "reducciones" dado a la empresa llevada a cabo. Esta consistió en asignar a cada uno una porción de terreno que cultivar para el sustento suyo y de su familia, y designar otro, cultivado entre todos, para casos de emergencia, o necesidades de cualquier tipo. (Algo de ambas cosas ha sido habitual, al menos en muchos pueblos de Castilla.) En suma, no hay por qué considerar como utópico lo dicho.

Menos descabellado es aún lo indicado por el profeta si por utopía se entiende lo que dice Cassirer: "el abrir el horizonte de lo posible, frente a la pasiva aquiescencia de permanecer en lo mismo siempre". En este sentido, utópico viene a resultar una auténtica fuerza capaz de triunfar en nosotros de toda inercia.

La palabra de Jesús: "El Reino de Dios está cerca", debe ser un motivo de alegría y de entusiasmo para seguir caminando sin des­canso, seguros de que, aunque ahora no, llegará un momento en que reposarán sobre la luz de ese Reino nuestros pasos.

4. Resumen

— Hemos visto en qué sentido Cristo es también Monte, según Fray Luis de León: en el de plenitud o llenumbre de bienes para El y para nosotros.

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— Hemos visto lo feliz que sería nuestra existencia de ahora, sobre la tierra, si todos nos empeñáramos en hacer uso de esos bienes que Cristo pone a disposición nuestra...

Esto último es algo "utópico", no en el mal sentido (en el sentido de resultar algo fantástico tan sólo), sino en el buen sentido, en el de abrirnos al horizonte de lo posible...

5. Conclusión práctica de hoy

Puede y deber ser el de la 2.a Lectura: "Postrarnos ante el Dios de toda paciencia y consuelo", para dos cosas:

1.a "Darle gracias por esa paciencia" que ha tenido y sigue teniendo con nosotros.

2.a Pedirle que nos ayude a aprovechar mejor que hasta el presente el tiempo como oportunidad, como "kairós", como ocasión favorable para un constante mejoramiento o rejuvenecimiento.

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Domingo III de Adviento (A)

(Is 35,l-6a.l0; St 5,7-10; Mt 11,2-11)

EL FIN QUE SE PROPUSO EL HIJO CON LA ENCARNACIÓN

Hermanos... Hemos presentado a Cristo como Monte Altísimo y como manantial de toda clase de bienes para la Creación entera y sobre todo para nosotros.

En este tercer domingo se trata de descubrir por qué vino el Hijo de Dios al mundo en la Encarnación. Es el misterio que en este tiempo se reedita o conmemora en la Liturgia.

HOMILÍA

Sumario:

El nuevo paso que vamos a dar hoy es el de dejar, lo más claro posible, la finalidad o meta que el Hijo de Dios se propuso con su Encarnación...

1. Una doble finalidad en la Encarnación

Se suele decir, sin añadir más, que el Hijo de Dios se hizo hombre y vino al mundo a salvar o liberar a los hombres del pecado y de la muerte eterna.

Esto es cierto; pero ¿nada más que para eso fue su venida?

De no haber venido a algo más, parece que eso hubiera sido supeditar lo más a lo menos, algo, si no absurdo, poco razonable.

Tenemos que pensar, pues, en algo más alto que ocupara su mente.

San Juan, en su maravilloso Prólogo, nos dice que el Verbo, la 2.a Persona en el Dios Unitrino, estaba ante el Padre o cabe al Padre, como Dios que era, al par que El; pero que estaba no estático o inerte, sino en dirección hacia El, imantado hacia El dinámica­mente como hacia su Norte, "glorificándole" según el comentario de San Ireneo, venerándole de algún modo en cuanto Mayor que El por ser el Engendrador y El el Engendrado.

Pues bien, la Encarnación vino a ser, por parte del Hijo, de cara

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al Padre, lo siguiente: un idear convertirse de meramente "engendra­do" o sólo inferior a El relacionalmente, en cuanto hijo, en un hacerse "creado", es decir, hecho un ser infinitamente inferior al Ser divino para poder llegar hasta adorarle.

Vislumbrando algo de esto, el escritor del Antiguo Testamento nos lo describe, en este paso, como el "Siervo de Yavé" por excelen­cia; y, a través de la figura del antiguo patriarca José, convertido en Egipto en el "glorificador de su anciano padre Jacob y el salvador de sus hermanos", nos lo deja entrever como el supremo Glorificador de Dios Padre.

El mismo Jesucristo parece suscribir esto último cuando reitera­damente afirma en el Evangelio que El no busca su gloria, que busca la Gloria del Padre únicamente.

Este, en el horizonte de Cristo, fue el primer plano o hito de su venida. Conviene no olvidarlo nunca porque, si lo olvidamos, hace­mos de la Redención algo absurdo, y se nos queda sin justificación alguna su Encarnación o su venida...

La Redención obrada por El en favor nuestro es una consecuen­cia lógica de lo que El había pedido para sí: un cuerpo social o comunitario, que iba a estar constituido por todos los seres huma­nos, sin excepción, como miembros personales suyos; pero miembros que, por el momento, en cuanto seres libres, eran seres "defectibles", con la posibilidad de no aceptarle como Supercabeza suya, y, así, exponerse a caer ética o moralmente y frustrarse, convirtiéndose de rosas frescas en rosas mustias.

El Padre —Dios Creador—, sabemos, por San Juan que le im­puso al Hijo una voluntad o "mandato", una condición, más bien: la de que había de estar dispuesto a dar por dichos seres, aunque inferiores a El, su propia vida para superiluminarnos y salvarnos. El Hijo aceptó la condición; y de ahí que su Encarnación fuera en carne pasible y mortal, y no inmortal e impasible que era la que en cuanto Dios, e Inmortal por lo mismo, le pertenecía, la que ahora tiene para siempre de Resucitado.

De este modo, en su doble hito, hemos de enfocar la panorámica de la Encarnación para no convertir el misterio divino más admirable en un misterio absurdo o sin sentido.

Recordemos la figura bíblica de El en esto, la de José, en cuanto "glorificador de su padre y salvador de sus hermanos".

En lo alto, en lo sumo (en lo vertical o profundo, como se

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quiera), el Padre; en lo horizontal o a su nivel de hombre, nosotros sus hermanos.

2. El misterio en la Palabra de Dios

Lo tenemos, insinuado al menos, en la Creación ante la llegada de Cristo al mundo, fulgurante de resplandor divino, "Exultará el desierto y la tierra árida, pasando a ser la GLORIA de Yavé, la Magnificencia de Dios"; y añadiendo, de cara a nosotros los hom­bres: "Decid a los apocados de corazón: he ahí a vuestro Dios. Viene E\ mismo y os salvará".

El mismo Cristo subrayó esto al hablar un día a los enviados del Bautista, así: "Id y decid a Juan lo que estáis viendo y oyendo... y ¡Dichoso quien ante Mí no se sienta defraudado!"...

3. Resumen

— Hemos visto la doble meta que el Hijo de Dios se propuso al encarnarse: la glorificación del Padre Dios, meta suya intratrinitaria; y la salvación nuestra, de los hombres sus hermanos, según la carne.

— Hemos visto, a través de las Lecturas, el júbilo de la Creación entera por su venida.

— Y hemos visto, por fin, lo que a los hombres todos nos dice hoy Cristo: "¡Dichoso quien ante Mí no se sienta defraudado!".

Nuestro hito de hoy y de siempre es éste: que Cristo nos llene y nos colme; que ante El jamás nos sintamos "defraudados".

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Domingo IV de Adviento (A)

(Is 7,10-14; Rm 1,1-70; Mt 1,18-24)

CAMINO SINGULAR DEL HIJO DE DIOS AL ENCARNARSE

Hermanos... Después de haber visto al Hijo de Dios hecho hom­bre en Jesucristo, la doble meta o hito, que se propuso: \a glorifica­ción de su Padre Dios, y la salvación de nosotros los hombres, sus hermanos, en este cuarto domingo vamos a poner los ojos en el camino seguido por El en su venida, su camino, no hollado por nadie, el de una concepción virginal única.

HOMILÍA

Sumario:

El Vaticano II nos dice que, en el Año litúrgico, "se han de ir exponiendo, con el correr de dicho año, todos los misterios de la fe y las normas todas de vida cristiana"... Los misterios de la fe tam­bién. A ser posible de forma que resulten un gozo para la mente y no un "trágala", del que tenga que decir el creyente: "creo a ciegas"...

San Pedro nos dice que todo cristiano ha de estar presto a dar razón de su fe si se le pregunta por ella.

Vamos a fijarnos en el texto de San Mateo, con vistas a poner de relieve dos cosas de él: su acertada formulación y su contenido.

\. La fointul&ción d« San Mateo 3 «1 tontenWta dfcl texto

La formulación es singular y única. Porque su texto no es estric­tamente histórico, ni puramente teológico, ni menos únicamente mítico o ideado por él a base de conceptos tan solo. Es un algo intermedio entre lo histórico y lo no histórico, entre lo teológico y lo no puramente teológico. Es un relato con fondo histórico y bíblico.

San Mateo, para construir este relato, no se sirve, de lo que un escritor vulgar de su tiempo se hubiera servido para hablar de la concepción virginal de Cristo. Aludo con esto a las consabidas fábu­las de dioses (de las que hasta la Biblia echa mano a veces) unidos sexualmente con las hijas de los hombres, puro mito o fantasía.

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San Mateo no apunta tampoco a unos datos rigurosamente his­tóricos. ¿Quién iba a facilitárselos?

¿Qué se le ocurre? Conociendo, como conocía, unos rumores públicos y parcialmente ciertos —que Cristo era hijo de una soltera, es decir, prometida de José, pero no desposada con él aún— recurre al procedimiento bíblico de atribuirle a San José un sueño en el que se le da la explicación de lo ocurrido.

He aquí lo singular de la formulación del texto...

En el sueño, a San José se le dice lo siguiente: "No tengas reparo en llevarte contigo a María tu mujer (tu prometida) porque la cria­tura que lleva en su vientre (que no es tuya ni de hombre alguno) es obra del Espíritu Santo" o de Dios mismo, pues Dios quiere que lo hagas.

Es acierto del evangelista por partida doble: primero, por lo apuntado antes (por no hacerle intervenir a Dios sexualmente en dicha concepción); y, en segundo lugar, por atestiguar que ésta fue una obra divina de otro género, de un género semejante al de la intervención del Creador al formar la primera pareja.

Subrayemos la importancia de esto último: de no haber existido tal intervención de Dios, lo engendrado por María —nos lo dice la Genética— hubiera sido otra mujer y no un varón, porque cada ser engendra su semejante y no otro...

2. Cómo entender lo de los "hermanos de Jesús"

Esto nada tiene que ver con la concepción virginal de Jesucristo.

No tiene que ver nada tampoco con la Virgen, biológicamente.

El lenguaje hebreo era muy pobre; no contaba con la multitud de vocablos con que cuenta el nuestro para matizar el parentesco; y de ahí que, en la Biblia, se llame, a veces, hermanos a parientes más o menos próximos, que es lo que ahí sucede.

Hay diversos ejemplos bíblicos: el caso de Lot, a quien Abraham llama "hermano", cuando, en realidad, era un sobrino suyo... El del libro de las Crónicas, en el que se dice, de las hijas de Eleazar, que se casaron con sus hermanos, y a continuación se afirma ser éstos hijos de Cis, no de Eleazar...

En suma, que no hay motivos suficientes, ni partiendo de la Biblia ni de las Ciencias, para poner en tela de juicio la sobranatu-ralidad del nacimiento virginal de Cristo, ni para atribuir una segun­da maternidad a la Virgen María.

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3. Resumen y propósito

Lo importante hoy estriba en percatarnos de lo principal como principal y de lo secundario como secundario, pues no todas las verdades reveladas son iguales; hay una jerarquía en ellas.

— Lo principal, para nosotros hoy, es esto: Que Cristo no es un mero hombre, sino que, en el hombre Cristo, hubo desde el principio un Ser divino, preexistente al humano, el ser del Hijo de Dios hipos-táticamente unido al ser del hombre Cristo, que empezó con su concepción virginal en el seno de María.

— Lo secundario es el modo de su entrada en este mundo, que, según hemos oído decir a San Mateo, fue sin concurso sexual algu­no, de hombres ni de dioses, por una obra o actividad del Creador, unida a la de la cooperación de María, semejante a la que El ejerció en la creación de la primera pareja humana.

Acogido el misterio como lo hizo María, buscando más luz, pasemos a proclamarlo con gran gozo en el Credo.

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Navidad

Vigilia de Navidad (A)

(Is 62,1-5; Hch 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25)

LO IRREPETIBLE EN EL NACIMIENTO DE CRISTO Y SU ACTUALIZACIÓN

Hermanos... Terminado el Tiempo de Adviento —el encaminado a reeditar, para nosotros, la espera de Cristo, durante siglos, por el mundo— vamos a internarnos en el de Navidad, destinado a conme­morar su llegada.

Este tiempo de Navidad nos va a recordar que dicha vinculación, como seres libres que somos, debe ser subjetiva, aceptada por nos­otros...

HOMILÍA

1. Un triple tiempo

Para poder deducir de las Lecturas todo su fruto, conviene tener presente la existencia de un triple tiempo con respecto a Cristo: el anterior a El; el de su venida y estancia en este mundo; y el posterior: permanencia entre nosotros ahora de un modo invisible.

— El tiempo anterior a Cristo fue, para los judíos, pendientes de su venida, un tiempo de expectación. Los tenía desasosegados, in­quietos, sin posibilidad casi de guardar silencio. De ahí las palabras

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de Isaías, que nos ha recordado la 1.a Lectura: "Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación (quien lo va a ser para ella) flamee (ante todos) como una antorcha".

— El tiempo de la venida de Cristo a este mundo y de su estancia en él fue para cuantos creyeron en Cristo y le acogieron, un tiempo de plenitud; el tiempo de gustar y saborear el acontecimiento cum­bre. Un tiempo de bodas, al decir del mencionado profeta y del mismo Cristo; una continua luna de miel.

— El tiempo nuestro de hoy es un tiempo inferior al anterior; pero en el que, si queremos, podemos seguir todos gozando, si no de su presencia visible, sí de la invisible, no menos real, y de los bienes que con la primera El nos ha traído. De ahí el Salmo responsorial: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor"; y de ahí la nece­sidad de considerar, desde un doble ángulo opuesto de mira, el Nacimiento de Cristo: en cuanto hecho histórico y en cuanto misterio salvífico.

2. Lo vivo hoy y de siempre en el Nacimiento de Cristo

En cuanto hecho histórico nos lo atestigua el Evangelio leído y el testimonio de San Pablo. El misterio salvífico brotó él mismo como algo infinito, inagotable y, si queremos, puede llegar hasta nosotros mismos.

Un ejemplo: En Castilla no se dan los naranjos; pero los naran­jos, existentes en otras partes, siguen produciendo frutos, y éstos pueden llegar hasta nosotros.

Es lo que sucede con el Nacimiento de Cristo. Como hecho histórico es algo del pasado, algo irrepetible. Pero ese Nacimiento fue un hecho de salvación para todos los hombres (que por él que­damos invitados a aceptar a Cristo) y, por lo mismo, un hecho con capacidad para brindarnos todos los frutos y bienes que en él se dieron en favor, no de unos o de otros hombres, sino de todos.

3. Exhortación final

Abramos, pues, los ojos, y no dejemos de hacer lo que está al alcance nuestro.

Cristo ha puesto todo lo suyo, de una vez por todas, a disposición nuestra. Aprovechemos el don de Cristo y disfrutemos de los bienes de renovación y rejuvenecimiento que pone ya, al alcance nuestro, la Vigilia de este gran suceso.

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Navidad; 1.a - Misa de media noche (A) (Is 9,2-7; Tt 2,11-14; Le 2,1-14)

COMO VIVIR LA NAVIDAD

Hermanos... Avivemos nuestro espíritu.

La hora no es propicia; las circunstancias, menos.

Hagamos un esfuerzo, avivemos nuestro espíritu. Lo que vamos a celebrar esta noche bien lo merece.

Dispongámonos a conmemorar el Nacimiento de Cristo como por primera vez lo celebraron, en directo, no en diferido, San José, la Virgen, los ángeles y los pastores.

HOMILÍA

1. Contenido general de las Lecturas

Isaías ha traído a nuestra memoria el anuncio del hecho, en cuanto suceso por acontecer en la historia presente ya a los ojos del vidente. Nos ha dicho: "El pueblo, que caminaba en tinieblas, vio una gran luz", una luz que le llevaba a decir: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado".

El Evangelio nos ha constatado la realidad, que sucedió a dicho anuncio...

La Lectura segunda se ha fijado en lo que para nosostros debe ser lo principal, el lado práctico: "El favor de Dios se ha hecho visible trayendo salvación para todos los hombres". Es la venida postrera de Cristo, la encaminada a insertarnos en El, de modo pleno y definitivo.

Esto nos lleva a percatarnos de que lo importante aquí, más que lo pasado o histórico, capaz solamente de enriquecer nuestra mente, es el fruto de ello, lo permanente, la posibilidad de salvación y mejoramiento que nos brinda la nueva puesta en escena litúrgica de este gran misterio.

"Alegraos, pecadores, porque ha nacido vuestro Liberador y Redentor; alegraos, justos, porque ha nacido el que es la justicia misma; llénese de gozo la creación entera porque hoy es el día de Navidad", el del Nacimiento del Hijo de Dios, que ha querido ser

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hombre, y hacernos a los hombres miembros suyos, para que todos seamos lo que El: hijos de Dios, hijos a través del Hijo único del Mismo.

2. Alegría en esta Noche

Es el rasgo peculiar de la celebración en esta noche: alegría en el amor. Por eso ha de ser una alegría serena y reflexiva, no alocada o estrepitosa: la alegría del que, sintiéndose un ser desvalido, casi nada, un ser "desfondado", que ni en sí ni en cuanto le rodea en­cuentra dónde hacer pie, al fin descubre, al lado suyo, debajo de sus pies, una Roca firmísima donde posar seguro, una Roca que no es otra que el Hijo de Dios mismo, que nos asume como algo suyo por amor. Nuestra alegría puede y debe ser la del náufrago que, al fin, da con una tabla de salvación, tabla, no pequeña, sino que es un auténtico barco donde va incluso el Marinero más experto.

Nuestra alegría puede y debe ser la del que, soñando siempre con un mundo en el que impere la justicia para siempre, advierte que el estar cerca de Cristo es estar ya en los umbrales de ese mundo.

Nuestra alegría debe ser, en suma, una alegría inmensa, cósmica, que refleje la de la Creación entera, la que toda ella siente al notar los pies del Infante que hoy pone, por primera vez, sus divinas plantas sobre ella.

3. Exhortación final

Acerquémonos, hermanos, con esta alegría, a venerar y agasajar, esta Noche, al recién Nacido.

Acerquémonos con la sencillez y austeridad de los pastores; con el asombro de los ángeles a los que no les es dado, a la vez, guardar silencio; con la humildad de San José, y con el profundo anonada­miento de la Virgen sólo comparable al del mismo Verbo en esos estelares momentos. Porque es noche de paz, de alegría y de amor...

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Navidad: 2.a - Misa de aurora (A) (Is 62,11-12; Tt 3,4-7; Le 2,15-20)

EL LUMINOSO MISTERIO DE LA NAVIDAD

Hermanos... Con este misterio, del Nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne, la Iglesia hace lo que con ningún otro misterio: dedicarle no sólo una Vigilia, sino tres celebraciones distintas: la Misa de gallo, la Misa de aurora y la Misa del día...

La Misa de aurora nos invita a adentrarnos en el núcleo del misterio: a constatar lo oscuro y lo luminoso, al mismo tiempo, del mismo... Dispongámonos a oír las Lecturas.

HOMILÍA

1. Sumario

Las tres celebraciones del día de hoy son algo singular en la Liturgia, algo único: tres celebraciones, no idénticas, sino en des­arrollo progresivo.

Esta celebración nos exhorta a no quedarnos en los aledaños del misterio, sino a penetrar en él. Podemos advertir esto en lo que, de los pastores, se nos dice en la Lectura: Que se animaban unos a otros diciendo: "Vamos a Belén a ver eso que ha pasado", que nos ha sido notificado...

Intentar ver por dentro "eso que pasó" va a ser nuestro intento; porque, si creer equivale en algo a conocer, sólo se puede creer lo que se conoce.

2. Lo ocurrido en el Nacimiento de Cristo

Aparentemente, la cosa más vulgar: el nacimiento de una criatu­ra.

¿Lo ocurrido debajo de la apariencia? Algo único y singular: el nacimiento de un Niño "que llevaba a hombros el principado" más alto, como dice la Escritura, el divino; el nacimiento de un Niño, que, en el pequeño recinto de su cuerpo, encerraba al Infinito...

3.—Año Litúrgico... 33

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3. Lo oscuro de este misterio

— No está en lo que os acabo de apuntar: Que lo pequeño abarque a lo Inmenso.

— No está tampoco en que la generación humana de este Niño fuera sin concurso sexual alguno, ni humano ni divino, mediante una acción de Dios creador, como la que puso a Adán en la tierra.

— No está tampoco en los motivos que al Hijo de Dios le lleva­ron a hacerse niño sin temor a encerrarse y permanecer nueve meses en un claustro materno...

— No está en que asumiera un ser corporal-espiritual como el nuestro, con nuestras mismas flaquezas, excepto la del pecar.

Lo oscuro de este misterio, de tejas abajo se entiende, está en que, habiendo asumido Cristo todo lo nuestro; sin embargo en El no hay dos "Yo" ontológicos, sino uno sólo, el divino; eso sí, con dos vertientes psicológicas: la suya propia de Dios y la suya propia de hombre verdadero.

Gran misterio. En él podemos aceptar razonablemente la no necesidad de que haya en Cristo un yo óntico humano como algo distinto por fuerza del yo óntico divino. Lo mismo que no hay dos pupilas distintas en el que opta por unas gafas o lentillas oscuras. El misterio permanece... y lo creemos por la fe.

4. Lo luminoso de este misterio

Todos los misterios, nos decía el Vaticano II, han de verse entre­lazados, en conexión unos con otros.

Pues bien, como el de la Trinidad, el más oscuro, ilumina algo el de la Encarnación; así éste de la Encarnación es el que más luz nos da sobre un tercero: el del porqué de la Creación de este mundo. Como sin la Trinidad, la Encarnación no tendría sentido; así no lo tiene, sin la Encarnación, el mundo.

He ahí lo luminoso de este oscuro misterio.

No podemos pensar que Dios haya creado cuanto existe para irradiar su Bondad, ni para hacer un alarde de su Sabiduría (sería esto un crear por crear); ni podemos pensar que todo lo haya hecho para que el hombre lo vea y, advirtiendo la belleza y armonía de lo creado, se alce a la contemplación de una Belleza y Armonía, aún mayor, la que es de suponer en el Creador.

No podemos pensar que Dios lo haya hecho todo con vistas al

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hombre, criatura "defectible", criatura que, siendo racional, puede ir a dar en monstruosas irracionalidades.

En cambio, ¡qué acertado, qué motivado, lo que nos recuerda este misterio del día de hoy: que lo ha hecho todo con vistas a un Ser como El, con vistas a su Hijo, para los planes de éste, planes que no han de terminar en el mal ni en la frustración, sino en el bien y en el éxito más colosal: el de proporcionarle al Dios Creador "ser todo en sus criaturas, como lo es en la Trinidad!

5. Conclusión práctica

Con los pastores, en esta celebración, nos hemos acercado al Misterio del Nacimiento del Hijo de Dios.

Hemos visto lo oscuro pero también lo luminoso del mismo.

Pongamos los ojos en su luz y que nos acompañe siempre.

Ella nos impedirá ver el mundo como algo absurdo y sin sentido, con lo que lograremos tener siempre las suficientes fuerzas para no apartarnos del Creador.

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Navidad: 3.a - Misa del día (A) (Is 52,7-10; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18)

EL "SI" A CRISTO QUE EL NOS PIDE

Hermanos... La celebración festiva de la Navidad nos lleva a poner los ojos en los aledaños del misterio del Nacimiento de Cristo (en los pastores, en los ángeles, en la Virgen) para aprender de ellos, los más inmediatos a Cristo, el modo de comportarnos, frente al Misterio. En él no todo es oscuridad, sino que del mismo brota una claridad, la suficiente para que vislumbremos cómo este mundo tiene sentido, por ser fruto del querer del Hijo, que representa la Sabiduría.

También esta celebración nos enseña lo más práctico de todo: el "Sí" que debemos dar a Cristo, Ideador y Promotor nuestro, en cuanto seres libres e inteligentes.

HOMILÍA

1. Lo anunciado en las Lecturas

En orden a allanarnos el camino, que intentamos recorrer ahora, la 1.a Lectura nos ha dicho: "¡Qué hermosos, sobre los montes, los pies del mensajero que nos trae la Buena Noticia", la de que Cristo nos ha nacido!

En la 2.a leemos: "Cristo es el reflejo de la gloria de Dios, la impronta de su ser": el alfa y la omega de todo lo contingente.

Y la 3.a, por fin, nos ha colocado ante la meta de hoy, al decirnos: Cristo "da poder, capacidad, para ser hijos de Dios a todos cuantos a El, por la fe, se adhieren".

2. La fe y nuestro "Sí"

La fe viene a ser el "Sí" personal, individual, que necesitamos los hombres —los seres inteligentes hechos por Dios con vistas a su Hijo— para vincularnos a Este de modo total.

En esto último viene a centrarse la fe personal, en el "Sí" a Cristo.

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3. Cualidades o propiedades de este "Sí"

— Ha de ser más que un "Sí" de nuestros labios, un "Sí" que nos salga de lo más hondo, de lo que vulgarmente llamamos el corazón.

— Ha de ser un "Sí" que brote de nuestra libertad no sólo en cuanto actividad de ella, sino, ante todo y sobre todo, en cuanto facultad o capacidad para entregarse a sí misma, y no para hacer actos tan solo.

— Ha de ser un "Sí" por el que le entreguemos a Cristo, con nuestro "yo", la persona, y todos los actos de ésta sin "corbán" alguno, ni reserva...

Hasta la entrega de nuestra libertad misma o de nuestro yo, casi nunca llegamos en nada, en actividad alguna, ni de bien ni de mal. De ahí afortunadamente lo poco que tienen que resultar, ante Dios, nuestras acciones pecaminosas o irracionales; y de ahí, lamentable­mente, lo poco que tienen que ser, asimismo, nuestras acciones bue­nas. Recordemos, para ver aún más claro esto, lo de "corazones partidos yo no los quiero; cuando doy el mío lo doy entero". Esto es lo que el mencionado "Sí" nos exige.

Ratifica, o confirma cuanto venimos diciendo, la afirmación co­nocida de Cristo: "No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre que está en el cielo"; y esto otro, también del mismo Cristo: "El que quiera guardar su alma (su persona) para él, la perderá; y el que la entregue (el que la ponga por entero en mis manos) la salvará, la conducirá hasta la vida eterna...

4. Conclusión El que, con el mencionado "Sí" a Cristo, se lo entrega todo y sin

reservas tiene salvado todo; el que a esto no llega, lo tiene todo en peligro, porque, tenerlo en nuestras manos, es como tener agua en una cesta.

Tengamos muy en cuenta esto último. Atengámonos a ello en nuestro pensar, en nuestro querer y en nuestro obrar; y hasta con nuestros cabellos "que tiene Dios contados", en expresión de Cristo, pasaremos un día a la Gloria eterna.

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Domingo I, infraoctava, de Navidad

Sagrada Familia (A)

(Eclo 3,3-7.14-17; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23)

NUESTRO "SI" A CRISTO, A NIVEL FAMILIAR O COMUNITARIO

Hermanos... La última celebración del día de Navidad nos puso ante los ojos la necesidd de dar a Cristo un "Sí" individual o subje­tivo aun siendo ya todos, por creación, objetivamente, miembros del Mismo.

La fiesta de hoy —la de la Sagrada Familia— nos va a hacer ver la necesidad de que este "sí", además de individual, sea colectivo o comunitario, como miembros de sociedades o cumunidades que so­mos todos: archipiélagos y no islas.

Dispongámonos a contemplar el ser del Hogar de Nazaret.

HOMILÍA 1. Sumario

Hoy necesitamos poner en claro: la necesidad del hogar hoy más que nunca; la necesidad, en todo hogar, de una autoridad; y la necesidad de la religiosidad en todo hogar y en toda autoridad.

2. La necesidad, hoy, como nunca, del hogar y por qué

Cuando, como antaño, casi todos los seres humanos vivían en pequeños pueblos o ciudades, en los que todos eran conocidos de todos, el hogar era menos necesario que ahora. Porque entonces no existía el peligro de la despersonalización, que hoy amenaza a to­dos... El hogar es el lugar de refugio por excelencia. Todo hombre necesita, como el pan que come, que se reconozca su identidad; y esa identidad le es reconocida en ese pequeño recinto del hogar al menos por la esposa, por los hijos y por los amigos.

3. Necesidad de una autoridad en todo hogar

No es menos clara esta segunda necesidad... Donde hay dos personas, hay dos seres que necesitan ponerse de acuerdo para poder

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disfrutar de una convivencia grata. El uno no es lo que el otro. Tienen distintas cualidades; mejores, en un terreno; inferiores, en otro. El más dotado en cada uno de esos terrenos debe ser una autoridad natural para el otro. Lo contrario sería darle, al que ve más, como guía, un ciego.

Esta autoridad en el hogar debe ser una autoridad paterno-materna o materno-paterna, una autoridad bicéfala, animada o vi­vificada por el amor, que es lo más cohesivo que se conoce... Si el esposo y la esposa son "dos en una sola carne", ¿cómo la autoridad no va a ser, en el hogar, una autoridad compartida? Debe serlo. La razón y la fe exigen esto.

Los hijos siempre han de ser tenidos en cuenta, aun siendo pe­queños, porque son seres humanos, dotados de una personalidad, todo lo incipiente que se quiera, pero personalidad auténtica. No se puede decir a un niño "Cállate" sin más; hay que oírle, y, de tal modo, que él se percate de que es oído. De lo contrario no se le forma, se le destruye.

Por supuesto que este oírles es aún más forzoso en el caso de los hijos mayores, para no provocar en ellos reacciones violentas y opuestas.

Vivir en el hogar la autoridad así descrita, puede ser y es lo más eficaz en orden a prepararnos unos y otros para vivir a nivel nacional e internacional en convivencia pacífica, en la más ideal democra­cia...

4. Necesidad de la religiosidad para que todo marche bien

Por religiosidad entendemos aquí el "Sí", a Cristo, de padres e hijos. La auténtica religiosidad cristiana, en eso estriba no en otra cosa. Nada hacen, o muy poco, los padres que no animan a dar este "Sí" a sus hijos.

La obligación por la obligación a nadie convence ya.

De no brindarles algo más a los hijos mayores, no acudirán al templo. ¿A qué van a ir a un espectáculo que no les dice nada? Eso pasa porque nadie les ha hecho ver que, por creación, están objeti­vamente vinculados a Cristo, y que, como seres libres e inteligentes, están en el deber de dar ese "Sí" a dicha vinculación.

No es verdad del todo que "el ejemplo arrastra".

Para que arrastre tiene que estar motivado, tiene que basarse en algo; de lo contrario, aunque sea de los padres, no arrastra.

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No olvidemos, pues, el inculcar dicho "Sí" y sus motivos a nues­tros educandos. Sin él todo irá mal: en el hogar, en la iglesia, en todo. Con él a la vista, todo nos será más fácil y hacedero. ¿Se imagina alguien insubordinaciones, peleas, riñas, golpes, en el Hogar de Nazaret? Porque no puede haberlas donde el que lo preside todo es el Príncipe de la paz, que, por igual, ama a todos y de todos es conocido.

5. Exhortación final

Sembremos religiosidad cristiana sólida y no meras palabras.

Hagamos todos de nuestro "Sí" a Cristo lo que los componentes del hogar de Nazaret hicieron; y nuestros hogares, nuestros pueblos y ciudades estarán en camino hacia la auténtica creación de un mundo nuevo, más cristiano, más humano, más fraterno...

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Octava de Navidad

Santa María, Madre de Dios (A)

(Nm 6,22-27; Gá 4,4-7; Le 2,16-21)

EL "SI" DE MARÍA Y NUESTRO DOBLE "SI" A CRISTO

Hermanos... Cristo en la Navidad nos pide un "Sí" a nivel per­sonal y comunitario.

El mejor modelo para ambos nos lo va a poner ante los ojos la festividad de hoy: Santa María, Madre de Dios.

Dispongámonos a oír las Lecturas para descubrirlo y para ver en qué hemos de hacer consistir el Día de la Paz...

HOMILÍA

1. Sumario

En este día se nos ofrece el mejor modelo para nuestro "Sí" a Cristo: para nuestra aceptación de El, como cabeza divina nuestra (de todos) que sería necio y suicida rechazar porque sería decapitar­nos respecto de la vida más alta, la que, de Dios Padre a través de su Hijo encarnado, nos viene.

2. Contenido general de las Lecturas

La primera nos ha recordado la fórmula de bendición, con que quiso Dios que Moisés bendijera a los israelitas; en la segunda se nos afirma que la suprema Bendición de Dios, para todos, es Cristo; y la tercera nos habla del comportamiento observado por la Virgen a la realización de la Encarnación en ella.

3. El "Sí" de María a Dios y su voto de virginidad

Empecemos por esto último: ¿Tenía la Virgen voto de virginidad antes de la Encarnación? Hasta hace no mucho esto se creía. Pero no parece que fuera así. No porque, en el pueblo de Israel, todas las mujeres anhelaran emparentarse con el Mesías —que tampoco esto ha resultado ser exacto a partir de los descubrimientos de Qun-ram—, sino por algo mucho más hondo y lógico.

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De haber tenido la Virgen, antes de la Encarnación, hecho tal voto, su matrimonio con San José ¿qué sentido hubiera tenido? Apenas ninguno, ya que, según la misma Iglesia, la procreación no debe excluirse en ningún matrimonio.

En cambio, nada más natural y lógico que el hacerlo a partir de la Encarnación, aunque su matrimonio con San José subsistiera. La que había sido constituida madre del Hijo de Dios ¿cómo iba, ni a pensar, en la posibilidad de tener un nuevo hijo, procedente de un hombre?

El "Sí" de María fue el más total y omnímodo: un "Sí" que cambió todos los planes en la vida de la Virgen; un "Sí" con el que ella se puso por entero a disposición de Cristo, sin reserva alguna, que es a lo que debe aspirar el nuestro...

Si nuestro "Sí" fuera algo semejante a este "Sí" de María... Ya nos lo dejó dicho Cristo: moveríamos de su lugar las montañas; no existiría dificultad invencible alguna para nosotros en nada. Para el que tiene fe en algo —fe total, fe visceral y no sólo mental— nada es imposible.

4. El Día de la paz

Será algo real, algo logrado, no sólo un mero anhelo, cuando brote en nosotros de algo aún más íntimo que nosotros: de los deseos de Cristo de un mundo mejor que el presente, que deben ser también nuestros deseos.

La paz que quiere Cristo, ya nos lo dejó dicho El, no es la paz con que el mundo se contenta: una paz somera. Es la Paz fruto de la Justicia en todos los órdenes; de la Justicia que parte de Dios y en El desemboca...

Amemos esta Justicia, démonos por entero a ella, y por el Día de la paz llegaremos a la Paz verdadera, a la que resulta del orden a nivel universal.

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Domingo II de Navidad (A)

(Eclo 24,1-4.12-16; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18)

JESUCRISTO, EL "DIOS-CON-NOSOTROS" EN TODA SITUACIÓN NUESTRA

Hermanos... Estamos terminando el Tiempo de Navidad. En días, por tanto, de recolección de unos frutos, los procedentes de este tiempo litúrgico: Uno sobre todo; el consistente en advertir la presencia de Cristo (en cuanto Emmanuel o Dios-con-nosotros) al lado nuestro, en todo momento o situación.

Dispongámonos a oír las Lecturas con vistas a avivar en nosotros esta presencia.

HOMILÍA

1. Sumario

El Adviento —promesa y espera— desemboca en la presencia del Dios con nosotros, que toma la naturaleza humana en el seno de María. Motivo sobrado para dar las más rendidas gracias al Padre.

2. El don de la venida de Cristo para nosotros

La venida de Cristo supone una atención clara a nuestras nece­sidades. Padecemos necesidades de todo tipo, materiales y espiritua­les; necesidades permanentes o constantes, al comenzar nuestra pe­regrinación terrena, al vivirla y al acabarla.

— Nacemos desvalidos, desfondados, desprotegidos. De no ha­ber sido porque, al lado nuestro, hubo unas personas (madre y padre) que se ocuparon de nosotros, nuestra vida apenas hubiera durado unos momentos...

— De mayores, cuando gozamos de una mayor fundamentación, nos ocurre lo mismo... En lo mental, de lo que tanto nos enorgulle­cemos, continuamos día tras día así: en ese mismo desfondamiento, sin tener nada firme, nada nuestro, para apoyarnos que no sea la fe, el dar crédito a otros.

— Y en la vejez, no digamos. Casi volvemos al estado de indi­gencia del nacimiento.

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Page 23: hernandez, justo - año liturgico

De cara a todos estos pasos de nuestra existencia, con sus múl­tiples y acuciantes necesidades, ¿qué viene a ser, qué puede ser, qué es Jesucristo? nada menos que el "Dios-con-nosotros": que peregri­na, al lado nuestro, para consolarnos, como a los de Emmaús; para decirnos, como a Tomás, "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; para añadirnos, como a la Samaritana, "el que se acerque a beber de la fuente que hay en Mí llegará día en que no tendrá sed.

Conchín dejó escrito a propósito de esto: "Cristo está delante de nosotros los creyentes (no como el Dios lejano y distante de los filósofos), sino poniéndonos la mano sobre el hombro, durante el trabajo y el descanso, en la tribuna y en el despacho, en la mesa y en el lecho. Todo cristiano, consciente de lo que cree, vive en presencia y en compañía de Cristo".

3. Aplicación

Hay que ahondar en lo que creemos. Es preciso penetrar lo más que nos sea dado en ello, porque, de lo no conocido, ¿qué se cree? Lo desconocido, en orden a creer, es nada. Al no tener noticia de ello, para uno es como si no existiera. Un dogma ¿por qué ha de ser una pildora que se traga sin masticar y no un caramelo que despa­ciosamente se saborea?

No basta con ahondar en lo creído. Lo conocido, respecto de la fe —que es vida además de conocimiento—, hay que ponerlo en circulación, en actividad, dentro de nosotros; hay que hacer que sea como la sangre, que siempre está circulando.

Todo contenido de fe hay que convertirlo en vivencia, en algo que además de estar constantemente emitiendo resplandores en nues­tra mente esté despertando sin cesar impulsos en el corazón nuestro.

Esto, más que nada, debe ser para nosotros la verdad meditada hoy: la de la presencia constante de Cristo en torno nuestro como Emmanuel o Dios-con-nosotros en toda situación y evento.

4. Exhortación

Vivamos esta presencia, hermanos. No nos contentemos con co­nocerla. Echemos mano de ella cuantas veces lo necesitemos, es decir, siempre; y, estad seguros, si acertamos a hacer esto, la Navidad de este año habrá dejado en todos nosotros el mejor regalo.

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Epifanía del Señor (A)

(Is 60,1-6; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12)

SER LUZ COMO CRISTO

Hermanos... La fiesta de hoy es una consecuencia lógica de dos hechos o premisas: 1.a) El Hijo de Dios se ha encarnado; 2.a) El Hijo de Dios ha venido para ser Cabeza de todos.

A todos debe manifestarse para que le conozcan y, conocido, le acepten.

Esto es lo que etimológicamente nos indica el nombre de este día: Epifanía o manifestación del Señor.

HOMILÍA

1. Sumario y resumen

1.° Jesucristo es el alfa y omega, el comienzo de todo en la creación, la razón de nuestros existir y ser: el Monte más alto y primero en aparecer en el horizonte de la Mente creadora...

2.° Jesucristo es, además, un auténtico Monte Venero o ma­nantío de toda clase de bienes, más que para El, para nosotros...

3.° Su Encarnación redentora, es decir, en plan de asemejarse del todo a quienes viene a distribuir esos bienes, es el Gran medio o vehículo, elegido por El para hacerlos llegar, desde su mismo naci­miento, hasta nosotros...

4.° Su nacer de una Virgen nos indica cómo es y a qué se debe nuestro ser sobrenatural: a un nacimiento, según Dios o según el Espíritu; no según la carne...

5.° Todos podemos ser hijos de Dios a condición de querer pertenecer al Hijo, y aceptarle como Cabeza, porque miembros suyos ya somos por creación, por haberlo dispuesto Dios así, al darnos la existencia.

6.° A darle un "Sí" a Cristo, a vincularnos con El, nos han invitado la Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia y la de la Ma­ternidad virginal de María, diciéndonos cómo ha de ser ese "Sí" nuestro: un "Sí" a nivel individual y familiar o comunitario.

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La Epifanía, la fiesta de hoy, es la consecuencia de lo que ante­cede. Si Cristo ha venido para ser cabeza de todos, a todos ha de querer que llegue su conocimiento para poder aceptarle o no acep­tarle, pues ésta es una más de las grandezas de la fe: que no trata de imponerse a nadie...

2. Varios niveles en el conocimiento de Cristo

En la Liturgia de hoy se nos habla de cuatro niveles en el cono­cimiento de Cristo: el profético, el histórico, el de la fe y el de la visión beatífica.

La 1.a Lectura nos ha puesto de relieve el primero, en el que Isaías, contemplando a Cristo en lontananza, cuando estaba por venir aún, le ve como "luz de Israel y del mundo entero".

El segundo —el histórico— nos lo ha bosquejado la 3.a Lectura, echando mano de un relato, en parte mítico y en parte histórico: el de la llegada de unos reyes o sabios, desde Oriente a Belén, pregun­tando por el recién Nacido a quien venían a adorar y ofrecer unos presentes.

El tercero —el de la fe propiamente dicha— nos lo ha bosquejado la 2.a Lectura, al hablarnos de dicho recién Nacido como el Ideador y Promotor de esta creación, como el cabeza de todos los hombres o seres humanos, judíos y gentiles, destinados a formar con El un solo cuerpo, una sola persona mística.

Y el cuarto —el de la gloria o la visión beatífica— lo hemos podido vislumbrar en la primera oración de la Liturgia, en la colec­ta.

3. Nuestro nivel colectivo actúa]

Es el tercero, el de la fe, nivel mucho más alto —de mayor luminiscencia— que los dos anteriores: el profético y el histórico.

— Los profetas intuían —veían en lontananza—; pero lo visto en lontananza no puede aparecer nunca tan nítido como lo visto de cerca.

— Los contemporáneos de Cristo —los que le palparon y toca­ron— le conocieron también peor que nosotros. Prueba de esto es lo que decía San Pedro: que, de haberle conocido suficientemente, no le hubieran crucificado como terminaron haciéndole.

— Nosotros hoy estamos en lo de los Apóstoles a partir de la Resurrección, en lo de San Pablo a quien le hemos oído, en la 2.a

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Lectura, hablar de El, como el Verbo o Hijo de Dios, como principio y fin de cuanto ha sido hecho, como el alma o núcleo, a quien, por la fe, nosotros estamos subjetivamente adheridos, además de estarlo, por creación o designio de Dios, como el resto de los seres.

Cristo para nosotros es la raíz de nuestro existir y ser, el alfa de lo que somos y la omega de cuanto esperamos. Cristo para nosotros es el todo: el que nos ha sacado con su voluntad del pozo de la nada, el que, con hacernos algo de El —sus miembros personales— nos da derecho a no volver a ese pozo, y con su Resurrección y Ascensión o vuelta al Padre, nos catapulta hasta allí mismo, hasta la visión beatífica de la Gloria que, merced a El, sabemos que un día tendre­mos con El y con el Padre...

4. Aplicación concreta: extender la luz de Cristo

No todos los hombres están al mismo nivel de la fe... De ahí la preocupación misionera de la Iglesia, simbolizada en el día de hoy, llamado "Día de las Misiones de África".

¿Qué debemos hacer nosotros por esas Misiones y por todas? Lo que hicieron antaño los Magos, los primeros misioneros autóctonos: poner en manos de la Iglesia nuestros tesoros —los de nuestras economías en algo; los de nuestras oraciones, pidiéndole al Señor que envíe obreros a su viña; y los de nuestros sacrificios de todo tipo en favor de lo mismo (de la extensión del conocimiento de Cristo) para que con todo eso —lo material, lo psíquico y lo espiritual— la Iglesia pueda extender y confeccionar una red o tendido espiritual que lleve no nuestra luz, sino la de Cristo, al mundo entero, que es lo que El, con este día litúrgico, nos recuerda y quiere...

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Domingo después de Epifanía (I Tpo. ordinario)

Bautismo del Señor (A)

(Is 42,1-7; Hch 10,34-38; Mt 3,13-17)

JESUCRISTO, EN SU VIDA, ES COMO UN SOLITARIO Y ERGUIDO OBELISCO

Hermanos... La fiesta de la Epifanía, en unión de esta de hoy —la del Bautismo del Señor—, vienen a ser los dos extremos de un puente entre la vida oculta o privada del Señor y su vida pública.

En su vida histórica Cristo se mostró siempre como un solitario y elevado obelisco, sólo idéntico a Dios mismo.

HOMILÍA

1. Sumario e introducción a los escritos evangélicos

Lo que sabemos del acontecer de Cristo está escrito principal­mente en los Evangelios.

Alguno pensará tal vez que empezaron por escribir primero lo que en el Evangelio aparece al comienzo; pero no fue así. De lo que ellos se hicieron eco primeramente fue de su Muerte y Resurrección, por ser lo más notable en la vida de Cristo y lo de más actualidad en el momento histórico en el que a la sazón se hallaban al escribir ellos.

Como a quienes les notificaron esto les interesaba lo de antes, luego de los relatos de la Pasión y Resurrección pusieron por escrito lo referente a su vida pública y, por fin dos de ellos (San Mateo y San Lucas) se embarcaron en la empresa (ardua por la carencia de datos históricos) de transmitirnos sus orígenes temporales, sus an­cestros según la Tradición y la Escritura; y otro evangelista, San Juan, su preexistencia o su ascendencia divina.

Lo último que compusieron los evangelistas es lo que en nuestros Evangelios actuales aparece en primer lugar (en sus prólogos o pri­meros capítulos), y lo primero que escribieron se halla en lo último de los mismos ahora.

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2. Jesucristo, obelisco señero

Por muy superficialmente que se lea el Evangelio se advierte que Cristo no se sumó a grupo alguno de los existentes en su tiempo, ni político ni religioso; que se mantuvo a una enorme distancia de todos ellos.

— No se sumó, en primer lugar, al grupo político más alborota­dor y extremista que gozaba de la simpatía de la mayoría: el de los zelotas, ilusionados con liberar al pueblo judío del dominio de Roma...

— No se sumó tampoco (menos aún) a los satisfechos con dicho dominio, a los partidarios de Herodes, contentos con que éste deten­tara el poder supremo para conservar, para sí, ellos, otros menores...

— No se sumó tampoco al grupo de espirituales extremistas, al de los de Qunram, una especie de monjes que, "pasando" de todo, fueron a cobijarse en unas cuevas inhóspitas...

— Tampoco quiso sumarse al de los espirituales más moderados; los fariseos, que, para ser fermento, prefirieron quedarse en la masa o no distanciarse de ella...

— Ni se sumó tampoco al último y más señero grupo: el de los escribas y saduceos; detentadores a la sazón del poder teocrático o religioso...

— Donde Cristo hace acto de presencia es entre el grupo de los que acudían al Baustista; pero notemos la diversidad de miras del Bautista y las suyas:

a) El Bautista veía nuestra existencia sobre la tierra, como una prueba, a la que Dios nos tiene sometidos; y a Dios, como juez severo con el hacha en la mano (para cortar el árbol que no da fruto) o el bieldo, para apartar la paja del trigo y enviarla al fuego.

b) Cristo veía nuestra existencia como un proyecto, que Dios pone ante nuestros ojos para que lo realicemos; y a Dios le veía como Padre, no sólo de El, sino de todos, como un padre solícito, más que nada, por el bien nuestro y no por bien suyo, ni menos por el cumplimiento de ley alguna. "El sábado —decía El— es para el hombre y no el hombre para el sábado".

c) El Bautista predicaba un cambio ético o de conducta; Jesu­cristo, un cambio sobre todo de mentalidad, una fe más que una Etica.

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3. El Padre al lado de Cristo

Bien claro aparece esto en el Evangelio de hoy... El Bautista, en la casa de Dios sólo es un siervo; Jesucristo, en dicha casa, es el Hijo... La voz del Cielo, que en el Jordán se oye, no dice del Bautista, sino de Cristo: "Este es mi Hijo amado, en él tengo mis complacen­cias; escuchadle".

4. Los cristianos hoy

Unos, según la distinción introducida por Fernando Belo, optan por el cristianismo que llaman de la "mancha"; los otros, por el de la "deuda".

Ambos quieren, naturalmente, arrastrar a Cristo a su bando; pero tampoco está hoy Cristo en ninguno de esos bandos.

Xabier Pikaza aclara muy bien esto:

Cristo —nos dice— "no es un hombre ritualista y no pretende consagrar con ningún culto el orden de este mundo. Pero tampoco es un profeta que limite su actuación y su mensaje a la justicia. Jesús es ante todo un hombre religioso...

En el plano de la "mancha" (de la culpa y de la necesidad de lavarla), Jesús se ha esforzado por lograr que las relaciones del hombre con Dios puedan volverse totalmente transparentes; en el plano de la "deuda" (de la justicia) ha convertido la existencia de los hombres en don para los otros. Su nota peculiar está en el hecho de la unión de ambos sistemas: el encuentro con Dios se realiza a través del amor de Dios a los hombres; el amor a los hombres encuentra su raíz y su sentido en el encuentro con Dios que se revela" (Evangelio de Jesús y praxis marxista).

5. Conclusión — Veamos a Cristo del modo último; como integrador y no

como partisano.

Veámosle como un Obelisco tan alto y señero que, en su compa­ración, todos los más grandes hombres de la historia, y más influ­yentes en ella, vienen a ser lo que un pequeño montón de piedras sin argamasa o una insignificante duna...

— Veamos a Dios, en consecuencia, como El nos enseñó a verle; como Padre más que como Juez...

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— Veamos nuestra vida como un Proyecto que Dios nos ofrece más que como una prueba a la que nos somete; y, viendo así las cosas de Dios y las nuestras, lograremos la meta suprema: la de ser un día "semejantes a El" por verle tal cual es y poder gozar de su beatificadora presencia.

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Cuaresma

Miércoles de Ceniza (A) (Jl 2,12-18; 2Co 5,20-6.2; Mt 6,1-6.16-18)

NUESTRO PROGRAMA PARA LA CUARESMA

HOMILÍA

1. Nuestro punto de arranque Basamos la homilía en las expresiones de uno de los prefacios de

Cuaresma, que nos habla de lo que debe ser nuestra actitud en este tiempo; de cuáles han de ser en él nuestras principales tareas, cuál nuestra meta suprema o última y cuál el camino para llegar a ella: "Por El concedes a tus hijos anhelar año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedica­dos con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios"...

Cuatro cosas nos pone ante los ojos: nuestra actitud, nuestra doble tarea, nuestra meta última y el camino hacia la misma.

a) Nuestra actitud en este Tiempo Ha de ser una actitud tensa, enérgica, que, sacándonos del pre­

sente, nos empuje con fuerza hacia el futuro; una actitud que estribe

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en anhelar los frutos de la Redención, o de la Pascua, y en procurar hacerlos nuestros. ¿De qué sirve ganar todo el mundo, si se pierde la vida bienaventurada, la del más allá, la eterna o para siempre?

De ahí el que, por buenas que sean otras actitudes, en este Tiem­po, hayamos de desentendernos de ellas o no seguirlas a la sazón, para centrarnos en lo que se nos insinúa en éste. "Cada cosa tiene su tiempo", dice la Escritura. "Hay tiempo de hablar y tiempo de callar, tiempo de reír y de estar triste, tiempo de sembrar y tiempo de recoger la cosecha": tiempo de hacer otros Ejercicios espirituales y tiempo de atenernos a los de la Cuaresma, los litúrgicos, los mejores, sin duda, para este tiempo...

b) Nuestra tarea

Ha de ser doble: negativa y positiva.

La negativa tiene por meta alejarnos de toda culpa; la positiva, intensificar nuestro acercamiento a Dios y a los hermanos.

Para lo primero (el purificarnos de todo pecado) nada más eficaz que los sacramentos de este Tiempo: el Bautismo y la Penitencia, que vienen a ser un trasunto, en nosotros, del Misterio pascual o paso de Cristo de este mundo al Padre.

Para lo segundo (para intensificar nuestro amor a Dios y al prójimo) nada más a propósito que este otro sacramento, de éste y de todos los tiempos: la Eucaristía. Por la Eucaristía, al nutrirnos todos de un mismo pan, pasamos todos a ser Uno solo (el Cuerpo de Cristo) por aquello de que uno es lo que come. Y como lo que aquí comemos es Cristo, que se entrega a nosotros del todo a través de El, es como más nos acercamos al Padre y nos unimos entre nosotros...

c) La suprema meta

Estriba en "llegar a ser con plenitud hijos de Dios", es decir, hijos, no de cualquier modo, no de puro nombre, sino hijos en cuanto porción viva del Hijo, hijos "llenos de gracia y de verdad", de la Vida misma de Cristo.

d) El camino hacia tan alta meta.—"La celebración de los misterios que nos dieron nueva vida", los pertenecientes al Misterio Pascual, los de la Redención, actualizados por la Cuaresma, a la que debemos mirar, por esto, como algo por encima de todo otro ejercicio espiri­tual, como algo irreemplazable e insustituible.

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2. Conclusión

Pongámonos en camino hacia la Pascua, por el paso de la Cua­resma:

— anhelando nuestra Redención ante todo y sobre todo.

— entregados a la doble tarea, de extirpar en nosotros todo lo malo, y a la de fomentar cuanto a Dios y a nuestros hermanos nos acerque para ser "hijos" de Dios con plenitud que es lo que más ha de importarnos...

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Domingo I de Cuaresma (A)

LA SITUACIÓN SOBRENATURAL DEL PRIMER HOMBRE Y LA NUESTRA DE AHORA

Hermanos... Cuaresma es un tiempo como el del Adviento: de preparación.

El Adviento nos preparaba para celebrar la venida del Hijo de Dios al mundo. La Cuaresma, para celebrar dicha venida en cuanto redentora y disponernos para la Pascua.

Tratemos, pues, de vivirlo, oyendo día tras día lo que van a recordarnos las Lecturas y tratando de asimilar.

HOMILÍA

1. Sumario

Hemos dicho antes que la Cuaresma no es un fin en sí misma. Que el fin de la Cuaresma es poner de relieve el misterio ya celebra­do, de la Encarnación, en cuanto redentor, haciendo que el paso de Cristo, de este mundo al Padre, se plasme, como una auténtica realidad espiritual analógica, en nosotros mediante los sacramentos pascuales de Bautismo, Penitencia y Eucaristía.

Para lograr esto nos conviene empezar por observar o tener presente cuál es la situación actual nuestra (de la que tenemos que partir) y cuál la que nos legó el primer hombre. Las Lecturas se han hecho eco de ambas cosas.

2. La situación que Adán nos dejó y la nuestra de ahora

El primer hombre bíblico (que nada tiene que ver con el de las Ciencias que investigan sólo lo físico-psíquico o natural), aunque sin duda infradesarrollado, respecto de nosotros, no lo fue en lo sobre­natural.

A un hombre infradesarrollado puede hacerle Dios objeto de un don sobrenatural. ¿No se ha revelado Dios muchas veces a gentes humildes en este terreno, en vez de acudir para ello a los superdesa-rrollados o sabios?

De ese hombre, distante, lejano, nos dice la Biblia que no fue

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dejado por Dios en la selva, es decir, no al nivel de los animales, ni al de mero ser humano natural, sino que lo situó en un Paraíso, que le otorgó su amistad y con ésta mayores dones que los puramente naturales.

Expresando esto con otro lenguaje, la Teología nos dice que el primer hombre fue creado "en justicia y santidad", como ideado por quien lo creaba, no con vistas a él, sino con vistas a su Hijo que, con el tiempo, pensaba encarnarse (hacerse hombre también) y en cuanto tal —en cuanto Dios y Hombre— ofrecérsele por supercabeza suya que le aupara (queriéndolo él) hasta la categoría de hijo de Dios mismo.

Esta oferta no quiso aceptarla el primer hombre y por eso le vino la desgracia: queriendo ser solamente hombre (no girar más que en torno de sí mismo) se vino a tierra, como a ésta, a la Tierra, le pasaría si un día se decidiera a no querer girar en torno del sol y pudiera hacerlo.

El primer hombre se vino a tierra en lo mismo que sus herederos, nosotros, nos venimos a tierra muchas veces: en el obrar irracional, siendo personas racionales, por falta de vinculación con ese Sol (el Infinito al alcance nuestro: Cristo) del que nos desvinculamos en uso y abuso de la libertad que nos ha sido dada.

Como "los dones de Dios son sin arrepentimiento" el Hijo de Dios, al venir a este mundo, quiso revestirse no de un cuerpo inmor­tal como tiene ahora, sino de un cuerpo mortal y pasible, para poder así cumplir el "mandato" o condición que el Padre le había insinua­do, para decidirse a crear unos seres racionales pero "defectibles", como somos los hombres: el mandato o condición de que El, venido a este mundo, llegara hasta dar su vida, hasta quemar la casa de su cuerpo, para superiluminar a los hombres, a nosotros, y que así (llenos de la luz y el calor o energía de dicha superiluminación) pudiéramos salir de nuestra miseria, de la que Adán había elegido: de la de no querer ser más que hombres y sólo hombres.

3. Las tentaciones de Jesús

Esas tentaciones de Materialismo o Consumismo ("Di que estas piedras se conviertan en pan"); de Orgullo o de deseo vano de vivir de apariencias ("Échate de aquí abajo, que ya acudirán los ángeles en tu socorro"), y de Afán desmedido de librarnos de toda depen­dencia, incluso de la óntica o divina ("Todo cuanto ves pasará a ser tuyo si, postrado, me adoras") son los tres principales reductos desde los que nos sigue combatiendo hoy a nosotros nuestro sempiterno

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enemigo: el egoísmo, el que nos incita a olvidar lo que en la mente de Dios somos (una elipse) para empeñarnos en ser lo que no somos (una circunferencia) con un solo eje (nuestro yo o nuestra persona) que es de donde puede el mal volver a venirnos.

4. Conclusión

Vivir alerta. Esto es lo primero. Además, como sabemos lo poco que por nosotros mismos somos y podemos, acudir al que puede ayudarnos y para esto se ofrece, a Cristo que se ha hecho el Infinito al alcance nuestro.

Hagamos nuestra la súplica del Salmo responsorial de hoy: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme". Lograremos mantener la amistad de Dios y vivir la filiación divina.

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Viernes I de Cuaresma (A) (Ez 18,21-28; Mt 5,20-26)

LA REDENCIÓN ES REALIDAD DINÁMICA

HOMILÍA

1. Doble momento en la Redención

En el Misterio de la Redención hay dos facetas o momentos: uno que comienza en Cristo; y otro que, partiendo de Cristo, culmina en nosotros.

La Redención, por lo que hace a Cristo, es algo ya del todo acabado; por lo que hace a nosotros, algo que se está haciendo, algo que, como la flor precursora del fruto, puede malograrse.

Digámoslo de otro modo: la Redención en nosotros, más que una fortuna que se hereda sin hacer nada, es el descubrimiento de un tesoro del que se nos dice: "ahí lo tenéis; si queréis hacerlo vuestro, comprad el campo, primero, y luego maquinaria para explotarlo".

La Redención de cara a nosotros es una posibilidad más que una cosa, algo dinámico no estático...

Si la Redención, de cara a nosotros, fuera una herencia, algo estático, algo que nos viniera de arriba y a lo que no necesitáramos colaborar, estaríamos redimidos, hiciéramos lo que hiciéramos; pero, no es así, no puede serlo, porque, al ser seres conscientes y libres, no autómatas, Dios no puede redimirnos sin la cooperación nuestra. No hay salvación sin esfuerzo personal, al menos mínimo.

2. Doble tarea asignada a este esfuerzo nuestro

Es una tarea negativa y positiva. La primera estriba en alejarnos de todo mal lo más posible; la segunda, en no cesar de crecer en el bien. A esto último, sobre todo, nos quiere llevar Cristo con lo que le hemos oído en la 2.a Lectura: no contentarnos con una justicia legal, sino aspirar a la interior y más perfecta: a la del Padre celestial que lo hace bien todo. Para ello hemos de cambiar de motivaciones más que de actos. Expliquemos esto en relación al ayuno, la oración, la limosna.

— Uno puede ayunar, por ejemplo, por muy diversas motiva-

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ciones. Puede hacerlo para dar ejemplo de cumplimiento de una ley, y bien está; puede hacerlo para conseguir un mayor dominio de sus pasiones, que también está bien; y puede hacerlo incluso para com­placer al que se lo manda. No cabe duda: esta última motivación es la más perfecta.

— En cuanto a practicar la limosna cabe decir lo mismo. Esta se puede practicar interesadamente para huir de la propia condenación; y se puede practicar sin interés, para socorrer a un hermano nuestro, en necesidad, y miembro de Cristo.

— De la oración se puede decir otro tanto. Uno puede acudir a la Misa del domingo para cumplir un precepto; con esto se sitúa en el mínimum de la perfección, en lo estrictamente necesario para no

1 pecar. Y puede acudir por otras motivaciones: para formar asamblea 1 o comunidad con los hermanos en la fe; para oír la Palabra de Cristo colectivamente; para tener un encuentro íntimo con El, al llegar el momento de la Comunión.

3. Conclusión No perdamos de vista las motivaciones. Movámonos, en el eje­

cutar los actos peculiares de la Cuaresma y todos los otros, por las más perfectas, y lograremos acercarnos a la santidad del Padre ce­lestial y hacer nuestra la Redención de Cristo del modo más abun­dante.

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Domingo II de Cuaresma (A)

(Gn 12, l-4a; 2Tm l,8b-10; Mt 17,1-9)

NUESTRA PARTICIPACIÓN EN LA REDENCIÓN

Hermanos... En la Redención hay que distinguir dos momentos: uno primero, el de ella por lo que hace a Cristo; y otro segundo, el de ella de cara a nosotros.

Dispongámonos a ver por dónde encaminar nuestros pasos. Las Lecturas van a decírnoslo.

HOMILÍA

1. Sumario Nuestra situación actual sobrenatural, —después de la Bondad

de Dios que nos ha puesto de relieve el Hijo con su Encarnación redentora y su disposición de ahora de llevar esa Redención a su culminación—, es una situación similar a la del soldado que, después de una batalla decisiva, ganada por su ejército, tiene que seguir luchando porque aún quedan —pese a lo decisivo de esa batalla— ciertos reductos que conquistar.

Lo decisivo aquí es lo hecho por Cristo: la oferta reiterada por El de auparnos, o ayudarnos a auparnos mejor, hasta la categoría de hijos de Dios, hijos a través de El, con sólo aceptarle como Super-cabeza nuestra y ser luego consecuentes con esto.

Los reductos que nos quedan por conquistar son los propios nuestros en cuanto miembros, no dóciles del todo a El y, por lo mismo, capaces de volverle la espalda y pasarnos al enemigo...

2. Nuestra tarea

Sabido es lo que suele decirse: que "comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas", y que "el salir de la posada es la mayor jornada", por lo que cuesta o supone de esfuerzo todo comienzo.

Abraham vivía en Sumer, uno de los países de más alto nivel económico y cultural de su tiempo.

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La tierra que debía dejar es una tierra que debemos estar dis­puestos a dejar todos: la del propio "yo", la de nuestro egoísmo, la que más nos impide lo que a Adán se le ofreció y Cristo nos vuelve a ofrecer a nosotros, el aceptarle como Supercabeza nuestra. Prefe­rimos ser "cabeza de ratón a cola de león"; no queremos ser lo que Dios ha hecho de nosotros (miembros personales del Hijo); y el no acceder a esto, el no optar por el único "Indefectible" (el Infinito al alcance nuestro: Cristo), es lo que nos tiene perpetuamente expuestos a nuestro máximo mal o desgracia, a lo que San Juan denomina el pecado de muerte.

De este pecado, engendrado por el egoísmo, son ramificaciones más pequeñas todos los otros.

El egoísmo es lo que nos suele llevar al incumplimiento del pro­pio deber; el no acertar a salir de sí mismo, o no querer salir.

Lo más urgente, en el esfuerzo exigido a todos, es dejar el egoís­mo.

3. Un hito donde poner los ojos

El que nos ofrece hoy la Liturgia: el que puso un día Jesucristo, con su Transfiguración en el Tabor, a vista de aquellos tres discípulos para que, ante la Pasión y muerte de El, no desfallecieran definitiva­mente: el de la gloria que nos espera, si le somos fieles, una gloria similar a la de El en ese monte, mayor aún, la de su misma gloria de ahora.

San Pablo emplea este mismo procedimiento, como hemos visto en la 2.a Lectura, con vistas a ganar para el apostolado a Timoteo. Le presenta a Cristo como vencedor de la muerte y alumbrador de una vida inmortal para cuantos quieran seguirle.

4. Conclusión

— Hemos visto el peligro que conlleva el encerrarnos en nuestro "yo" y no querer salir de él como si pudiéramos ser, frente a lo sobrenatural, sobre todo, autosuficientes, como si con girar sobre nosotros mismos tuviéramos bastante para agradar al que nos hizo, que, como es sabido, no nos hizo con vistas a nosotros, sino con vistas a su Hijo.

— Como no es fácil dejar una cosa si no se tiene a la vista otra de más estima o valía, hemos visto lo que, con nosotros, hoy ha hecho la Liturgia: ponernos ante los ojos, para no vacilar en entre-

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garnos a Cristo, toda la gloria de El reflejada en su Transfiguración del Tabor...

En consecuencia, nuestro anhelo o hito de hoy bien podemos cifrarlo en hacer nuestro del todo lo del Salmo responsorial, dicién-dole a Cristo: "¡Que tu misericordia (redentora) venga, Señor, sobre nosotros como lo esperamos de Ti!"

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Viernes II de Cuaresma (A)

(Gn 37,3-4.12-13a.l7b; Mt 21,33-43.45-46)

LA DOBLE MIRA DE CRISTO REDENTOR: GLORIFICAR AL PADRE Y SALVAR A SUS HERMANOS

HOMILÍA

1. Visión inexacta del Misterio redentor

Antes de adentrarnos en las Lecturas vamos a recordar lo que, en tiempos anteriores a los nuestros, pensaron muchos acerca de la Redención.

Partiendo de la premisa inexacta de que el pecado, por razón del Ofendido que es Dios, tiene una malicia infinita, ciertos teólogos pensaron que la muerte de Cristo, era un acto de expiación de los pecados de sus miembros los hombres, un acto de absoluta necesidad para que Dios no se quedara, sin el debido honor o reparación.

Esta presentación de la Redención, por más que a algunos les parezca bien, hay que desecharla o abandonarla del todo: primero, porque hace de Dios un Padre mezquino y egoísta, preocupado, más por su gloria y honra, que por el bien de sus hijos, incluso del Hijo suyo por excelencia; y en segundo lugar, porque convierte lo que fue obra del amor de El y del Hijo en cosa jurídica y de meras palabras.

2. ¿Visión más exacta del misterio?

Es la que nos brinda, en la Escritura, el relato histórico, a la par que simbólico, que nos acaba de recordar la 1.a Lectura:

Todos conocemos bien los detalles significativos que nos trans­mite la Escritura sobre la historia de José en Egipto: llega como esclavo, vendido por sus hermanos. El Señor le ayuda a prosperar hasta poder ayudar a toda su familia.

Lo simbólico del caso aparece así: Jacob es la figura del Padre Dios que envía su Hijo al mundo, creado por El, para habitación o morada del Hijo hecho hombre, y de todos nosotros ideados por El para miembros suyos... José es el símbolo del Hijo, que "vino a los suyos y los de su casa no le recibieron". Los hermanos de José son el símbolo o figura de todos nosotros, los hombres, que, en Adán, no quisimos aceptarle como Cabeza.

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La 2.a Lectura nos viene a repetir, con palabras del mismo Cristo, la misma idea en imágenes similares: Amo de la viña, hijo, colonos...

La muerte de Cristo, bajo esta óptica, no fue evidentemente algo querido por el Padre Dios, ni algo buscado por el Hijo para resarcir al Padre de derecho alguno a El regateado; fue obra de hombres tan solo, cosa nuestra, algo que los hombres hicimos, y de lo que el Padre y el Hijo supieron sacar bienes mayores.

3. Conclusión Veamos la Redención así —a la luz de la Escritura, y no de

juridicismo alguno—; y ni nos formaremos una falsa idea de Dios, ni haremos humanamente increíble el misterio de la muerte redento­ra de Cristo, que fue redentora, sí, pero como fuente de superilumi-nación o de luz y calor o energía para nosotros los hombres —para ayudarnos a abrir los ojos y abandonar nuestros desaciertos y mal­dades—, no para restituirle honor alguno arrebatado a Dios, porque, en realidad, a Dios ¿le puede nadie ofender? Si el hombre, en uso de su libertad, pudiera ofenderle a Dios ¿le hubiera dado Dios libertad al hombre? ¿No sería esto un automasoquismo: un buscar Dios su propia ofensa?

Que esto nos impulse a mostrarle a Dios nuestra gratitud por habernos otorgado una visión razonable del misterio de la Reden­ción, por la iluminación de su Palabra.

5.—Año Litúrgico... 65

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Domingo III de Cuaresma (A)

(Ex 17,3-7; Rm 5,1-2.5-8; Jn 4,5-42)

LA SED DE TRES GRANDES SEDIENTOS Y LA NUESTRA

Hermanos... El nuevo paso que, en la Liturgia, va a pedírsenos hoy consiste, o se ha de cifrar, en avivar en nosotros el deseo de superar el egoísmo e ir a Dios.

Para ello la Liturgia nos va a hacer la presentación de tres se­dientos simbólicos: el pueblo judío, la Samaritana y Cristo sentado en el brocal del llamado pozo de Jacob.

HOMILÍA

1. Sumario

El simbolismo de los mencionados sedientos es claro y evidente:

— La sed del pueblo judío caminando por el desierto hacia la Tierra prometida era una sed doble: sed material, rabiosa a veces, que le empujaba a protestar y alzarse contra Moisés, pese a ver en éste su libertador, el que les había sacado de la esclavitud. Y era, además, una sed inmaterial o de algo no inmediato: la de llegar cuanto antes a la Tierra prometida...

— La sed de la Samaritana era algo similar: la de verse libre de tener que acarrear el agua, de tan lejos, para el consumo doméstico. Pero también la sed de felicidad y armonía en su vida.

— La sed de Jesús es idéntica a la que tuvo en la Cruz: sed de atraer a sí a aquella mujer y a los hombres todos, sed que le llevaba hasta a amenazar con un infierno a cuantos no quisieran tener, respecto de El, la misma sed que El tenía de todos...

2. Una lección para nosotros

Se comprende qué sed, en nosotros, hemos de avivar: una sed como la despertada por Cristo en la Samaritana, una sed de infini­tud, una sed que avive en nosotros la aptitud o capacidad que Dios ha puesto en nuestro ser para dicha infinitud.

Esto es posible si hacemos el mismo camino que recorrió, guiada por Cristo, la Samaritana: advirtiendo, primero, que todo lo de este

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mundo es nada para apagar esa sed; dando luego crédito a Cristo cuando habla de un agua distinta a la terrenal; y, por fin, creyendo, como la Samaritana, que el manantial o pozo de esa agua, que salta hasta la vida eterna y apaga toda sed, no es otro que El, que, según la certera expresión, en griego, de San Juan, "es lo que Dios": la misma Infinitud.

3. Una bella página de uno de nuestros clásicos

Echando mano de un pasaje de Jeremías que escribía antaño Fray Hernando de Santiago, veamos lo que se nos pide:

Llora mucho Jeremías (diciendo): 'Pasóse el Agosto, alzáronse las parvas, cogiéronse las mieses y no nos salvamos' —del hambre—. ¿Hay pena ni tristeza mayor que ésta? Que antes de agosto y de coger el pan, haya hambre, no es mucho; pero que, tras cosecha tan abundante como la del Calvario, no se harten los hombres, mucho es de llorar. Que en tiempos de sequía mueras de sed, no me espanto; pero que con las aguas a la boca estés sediento como Tántalo... Cristo sobre el pozo siguiéndote como el agua de la piedra (1 Cor 10,4) por todos tus caminos, hambriento por tu hartura, sediento por tu satisfacción, pobre por tu riqueza, cansado por tu descanso, rogándote con sus bienes; mucho será de llorar si te quedas en tus males".

4. Conclusión

La Liturgia nos ha puesto hoy ante los ojos tres sedientos —el pueblo judío, la Samaritana y Cristo—, cada uno portador de su propia sed...

— Hemos visto lo simbólico, amén de lo material, de la sed del pueblo judío: sed de llegar cuanto antes a la Tierra prometida.

— Hemos visto que esa Tierra, para nosotros y para todos, no es otra que la del Cielo, la tierra o el mundo nuevo donde habita Cristo resucitado inmortal y glorioso para siempre.

En el centro de esa vida está Cristo que por su Resurrección ha pasado a ser el núcleo de ese mundo nuevo; hemos de hacer lo que la Samaritana: abandonar nuestros cántaros, nuestras ilusiones va­cías, y llenarnos de El hasta rebosar, hasta contagiar a cuantos nos rodean. Tengamos gran deseo y pidámoslo al Señor...

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Viernes III de Cuaresma (A)

(Os 14,2-10; Me 12,28b-34)

NUESTRO HITO, NUESTRA META, NUESTRO CAMINO

HOMILÍA

1. Sumario

Hemos de tratar de un hito, de una meta y de un camino a seguir.

El hito imprescindible tiene que ser, por descontado, un premio, un galardón... Eso de que "aunque no hubiera cielo yo te amara" tiene muy poco de real o exacto; es casi etéreo.

Toda criatura es egoísta en cuanto criatura, por ser el ser que no es. Sólo el Creador, el que lo tiene todo, puede ser y es la generosidad misma. Quien corre en un estadio lo hace para llegar a la meta el primero y ganar un trofeo: una copa, una corona, lo que sea.

"En el estadio —dice San Pablo— todos corren para conseguir un premio". Y añade, después de haber echado mano de esta com­paración: "Corred vosotros de tal modo que lo consigáis", refirién­dose, es claro, no a otro que al de la vida eterna.

2. Doble meta: Dios y el prójimo

Siendo lo de más categoría, en nosotros, la persona, en ella habrá de estar situada esa meta. En concreto, en hacer que prevalez­ca y culmine en nosotros siempre lo personal, sin que ello obstaculice la buena convivencia con nuestros semejantes o iguales (los hombres) o con nuestro superior, el Ser, además de Supremo, único, que es Dios.

Por tanto, llegar al amor en la convivencia es el ideal o la meta que nos debemos proponer en todo. De ahí lo que hemos oído a la 2.a Lectura: "Toda la ley y los profetas se cifran en esto: en amar a Dios sobre todas las cosas (porque sobre todas está) y al prójimo (como a igual nuestro) como a nosotros mismos"...

Ama a Dios quien ama al prójimo si de veras y sin reservas ama a éste, porque todo hombre, toda persona humana, es un reflejo viviente de Dios.

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Ama al prójimo el que ama a Dios, si de veras ama a Dios, porque no se puede amar a la fuente y despreciar al río.

De ahí, sin duda el que, preguntado Cristo por el primer manda­miento, nos hable hoy de los dos como formando uno solo.

3. Camino hacia nuestra Salvación plena

La 1.a Lectura nos ha hablado de caminos rectos y tortuosos.

Los rectos son aquellos que nos acercan a la salvación: el cum­plimiento de los mandamientos y el dejarnos guiar por las Bienaven­turanzas.

Los torcidos o sinuosos son los de los pecados capitales que nos llevan a volverle la espalda a la meta, eligiendo lo opuesto.

Nuestro supremo mal está en no aceptar a Dios o a nuestros iguales, los hombres. Quizá no haya otro pecado mortal más que éste. San Juan nos dejó dicho que "hay un pecado que es de muerte"; luego no muchos, o tantos, como se dice, que podrán ser más o menos graves.

También nos acechan males grandes: son los apuntados en el resto de los Mandamientos porque retardan nuestra llegada a la perfección, y nuestro correr es contra reloj: No hay mil otoños para volver a sembrar, ni mil primaveras para que lo sembrado florezca, ni mil veranos para cosechar. Contamos con una sola vida: la pre­sente...

4. Conclusión

Como criaturas, nuestra generosidad, al ir en pos del bien o en busca de la felicidad, no puede ser la de Dios; que tiene que ser interesada, buscando el premio final, el de lograr el eterno vivir.

Como personas, nuestra meta o término último, es una buena convivencia en un doble sentido o a un doble nivel: con Dios y con el prójimo. Cristo hace un solo precepto de amar...

Nos hemos percatado de la existencia de dos suertes de camino que se abren ante nosotros: rectos, unos; torcidos, otros.

Elijamos los rectos. No nos hagamos los sordos. Escuchemos la voz del Señor que, desde la 1.a Lectura, nos ha dicho muy claro para que lo entendamos: "Vuelve, Israel, vuelve a Dios", tu fin supremo, tu meta última; al que fue tu principio...

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Domingo IV de Cuaresma (A)

(lSm 16,lb.6-7.10-13a; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41)

EL MISTERIO PASCUAL Y EL BAUTISMO

Hermanos... En este cuarto domingo de Cuaresma recordamos el Bautismo, que es una especie de irisación o fulgurar del Misterio redentor, por medio de la fe, dentro de cada uno de nosotros.

Dispongámonos a oír las Lecturas para que iluminen nuestro camino...

HOMILÍA

1. Sumario

La Pascua de Cristo —su paso de este mundo al Padre: de la vida terrena a la supraterrena— se plasma o reproduce ahora en cierto modo en nosotros, merced a la acción del primero de los sacramentos, el Bautismo. Por la fe pasamos de miembros de Cristo en raíz o por creación a miembros de El por propia decisión y elección.

2. Las Lecturas en su contenido

La victoria de David sobre Goliat nos ha proporcionado lo que podríamos llamar un anticipado bosquejo general de lo obrado en nosotros por Cristo.

David, en dicho momento de su vida, fue un buen símbolo de Cristo. Podemos advertirlo fácilmente. Para derrotar a Goliat, el enemigo número uno del pueblo de Dios, echó mano de su honda de pastor, escogió cinco guijarros lisos en el valle del terebinto; clavó, con la honda, uno de ellos en la frente del gigante y éste se vino a tierra: símbolo de la liberación que Cristo nos da venciendo el mal.

La tercera, con la curación del ciego de nacimiento, al que manda Cristo ir a lavarse en la piscina de Siloé y vuelve viendo, nos brinda un símbolo de la curación de nuestra ceguera sobrenatural por la fe en el acto bautismal.

Y la segunda afirma que "por el bautismo hemos sido sumergidos con Cristo en la muerte, para que, como El resucitó (o salió) de entre

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los muertos, así nosotros pasemos de la muerte (o necrosis sobrena­tural) a la vida", de la ceguera u oscuridad a poder ver la luz.

En suma: que en David, podemos ver a Cristo; en el ciego de nacimiento nos podemos ver a nosotros acercándonos a Cristo por la fe y por el bautismo; y en el ciego y en nosotros, por la curación obrada en ambos, podemos ver un reflejo, un refractarse del triunfo de Cristo o de su paso de esta vida terrena a la inmortal.

3. Aplicaciones

En el terreno, no ya simbólico o del conocimiento, sino de la práctica ha de llevarnos a un gran aprecio de la fe y del Bautismo.

El bautismo, desconectado de la fe, no es nada: una pura cere­monia sin contenido, una almendra sólo cascara o vacía.

No considerarlo sólo como una favorable ocasión para celebrar una fiesta de familia o de sociedad, sino como el medio, ideado por Cristo, para sensibilizar o visibilizar nuestra vinculación subjetiva con El por la fe.

Tras un bautizo hemos de concienciarnos todos —padres, padri­nos, comunidad parroquial— de la obligación que tenemos de con­tribuir a que la fe, sembrada en el bautizado, arraigue y se desarrolle hasta convertirse en un frondoso árbol. Una fe cada día más viva, sobre todo cuando en el creyente va acompañada de buenas obras.

4. Conclusión

La Liturgia de hoy nos ha llevado a ver en el primero de los sacramentos pascuales —el del Bautismo— una auténtica refracción del Misterio Pascual de Cristo, de su salto de la oscuridad del sepul­cro a la luz de la Gloria.

Nos ha hecho recordar, asimismo, la Liturgia de hoy lo que tuvo lugar en el ciego de nacimiento, al que insinuó Cristo que fuera a lavarse en la piscina de Siloé, lo que le bastó para retornar a El, ya no ciego, sino curado de su ceguera totalmente.

De la piscina de Siloé, o del Enviado (Cristo), San Pablo nos ha llevado a la pila bautismal; y, como consecuencia práctica de todo, nosotros hemos tomado nota de qué es apreciar el Bautismo de veras: vivir la fe y hacer que nuestra fe pueda resultar un auténtico arco iris para los aún no creyentes que viven en torno nuestro.

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Viernes IV de Cuaresma (A)

(Sb 2,la.-12-22; Jn 7,1-2.10.25-30)

SUPERAR, CON CRISTO, LAS SOMBRAS

HOMILÍA

1. Sumario

El ciego de nacimiento hubo de mantener, con esfuerzo, su adhe­sión a Cristo, que le había sacado de una doble ceguera: la del cuerpo y la del espíritu, la natural y sobrenatural...

Un esfuerzo semejante de fidelidad exige de nosotros el bautis­mo.

De la necesidad de este esfuerzo el evangelista San Juan hace una especie de enunciado general o temático en su prólogo-resumen al decir: "En Cristo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brillaba en las tinieblas, pero las tinieblas no querían dejarse iluminar por ella".

Acababa de obrar Jesús uno de sus grandes milagros-signo: el de la multiplicación de los panes. A continuación de este milagro Jesu­cristo insinuó su significación (su contenido espiritual): que El era el pan de vida, del que todos hemos de nutrirnos para mantener la vida de El en nosotros.

Forcejeo tras forcejeo los judíos sacan a relucir lo del maná. De aquí toma pie Jesucristo para decirles: el verdadero maná —el pan bajado del cielo— no fue el que Moisés os dio, soy Yo, el único bajado del cielo; y les añadió, por fin, esto otro: "Mi carne es verda­dera comida y mi sangre es verdadera bebida... Como Yo vivo por el Padre,así el que me come a Mí, vivirá por mí".

Al oír esto, unos se distancian de El, no queriendo seguirle más; otros, le persiguen a muerte.

2. Reacción de Cristo

Dejó Judea, donde se hallaba, y huyó a Galilea porque no había llegado todavía su hora —la elegida por El para ponerse en manos de sus enemigos—, la del momento en que se inmolaban aquel año

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en el templo los corderos para sustituir, con su inmolación volunta­ria, todos los sacrificios.

Jesús vuelve a Jerusalén y se muestra abiertamente. Muchos preguntaban: "¿No es Este el que intentan matar? Pues ¿cómo es que habla abiertamente y nada le dicen? ¿Será que los jefes se han con­vencido de que El es el Mesías?".

El resultado de cuanto antecede nos lo ha consignado el Evange­lio: "Intentaron detener a Jesús"; pero nadie se atrevió a echarle mano, por lo que antes decíamos: porque aún no había llegado su hora.

Nuestra reacción debe ser semejante a la de Cristo. Cristo encon­tró su mal fuera de sí; nosotros, dentro. Si Cristo luchó contra el mal que no le atañía, cuánto más nosotros hemos de esforzarnos en superarlo por sufrir su nefasto influjo.

3. Conclusión

Las Lecturas de hoy nos han puesto de relieve una de las muchas luchas que Cristo se vio obligado a sostener contra sus adversarios.

Estas luchas, recordando unas palabras del Prólogo del Evange­lio de San Juan, hemos podido verlas como unas luchas de la Luz contra las Tinieblas.

Semejantes a estas luchas de Cristo tendrán que ser nuestras luchas postbautismales, en el sentido de que el Bautismo es el Sacra­mento de la fe o de la iluminación por excelencia, y a esta luz o iluminación, surgida en nosotros, se le oponen y resisten una multi­tud de irracionalidades o de sombras que llevamos dentro.

Las cosas son así. No podemos olvidarlas ni desentendernos de ellas.

El ejemplo de Cristo nos invita a no cejar en la pelea. Hay un dicho que dice: "El pez vivo va agua arriba; el muerto, agua abajo".

Sea, pues, nuestra consigna como cristianos, "ir agua arriba; no agua abajo". Es lo que el Bautismo nos sugiere, y a lo que el ejemplo de Cristo hoy nos exhorta...

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Domingo V de Cuaresma (A) (Ex 37,12-14; Rm 8,8-11; Jn 11,1-45)

EL MISTERIO PASCUAL Y LA PENITENCIA

Hermanos... Después de haber visto, el pasado domingo, una irisación o reflejo del misterio pascual en el Bautismo, hoy vamos a descubrir otro similar en el sacramento de la Penitencia.

Dispongámonos a ello escuchando previamente las Lecturas...

HOMILÍA

1. Sumario

La 1.a Lectura nos ha hablado de la situación del pueblo judío durante la cautividad en Babilonia:

El pueblo se veía allí como "un campo de huesos secos", como un cementerio; pero Dios habla a Ezequiel y, tras sus palabras, el profeta advierte un agitarse de los huesos por él antes contemplados, y constata con gozo cómo los que habían ido al destierro, con lágrimas en los ojos, retornaban a su tierra con la boca llena de cantares y el rostro alegre.

El significado de este relato puede ser un preludio o presagio de la Resurrección de Cristo; pero lo es, aún más y sobre todo, de nuestra resurrección espiritual; a la que nos anima, por una conver­sión del corazón, porque Dios nos da su Redención copiosa.

San Pablo también abunda en ello por una doble alusión posible: a la Resurrección de Cristo, y a la ya operada en nosotros merced a la fe y a los Sacramentos; resurrección ésta "presagio", a su vez, de nuestra resurrección corporal futura...

La 3.a Lectura —la de la resurrección de Lázaro— nos matiza aún más lo referente a nuestra resurrección espiritual de ahora, la del Sacramento.

Lázaro resucitó "con las manos y los pies atados y con una venda en los ojos"... Nuestras ataduras y velos son nuestros inveterados hábitos. La Confesión borra en nosotros la culpa y nos da vigor y fuerza.

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2. Resumen

— Hemos empezado diciendo que el Sacramento de la Peniten­cia es, como el del Bautismo, una irradiación o un reflejo más del Misterio Pascual de Cristo: de su paso de la muerte a la vida.

— Hemos visto que una especie de anticipo de ese paso, en Cristo y en nosotros, fue el de la salida de los judíos cautivos en Babilonia y su retorno.

— Y, por fin, en el Lázaro, salido del sepulcro atado de pies y manos, nos hemos visto especialmente reflejados nosotros, ya que la Confesión nos da la vida, si la habíamos perdido, pero no nos da el movernos con más facilidad que antes. Esta facilidad la tenemos que conquistar nosotros a base de romper las ataduras de nuestros pro­pios malos hábitos y defectos.

3. Conclusión pastoral

¿Es la mencionada situación de Lázaro —la de una carencia total de vida— lo que en nosotros se da de ordinario? Los pecados, que denominamos graves, ¿son pecados de muerte?

San Juan habla de un solo pecado de muerte o para la muerte: el del rechazo de Cristo, su Enviado, conocido suficientemente y no aceptado por el que así le conoce.

Para el que no se siente reo de ese pecado, y aun sintiéndose reo de él, ¿es de obligación de precepto divino el acudir al Sacramento de la Penitencia, tal cual se administra hoy, yendo a postrarse ante un confesor?

— Parece que no, porque, según el Concilio de Trento, por la Eucaristía (en la que también se da un encuentro con Cristo) pueden perdonársenos todos los pecados, "hasta los más graves y mayores".

— ¿Por qué más? Porque "los dones de Dios son sin arrepenti­miento", uno de los cuales es el de la intimidad, de la que, por tanto, nadie en conciencia está obligado a prescindir nunca...

— Según esto, ¿cómo hemos de ver la Confesión auricular o privada? Si no es de precepto divino, si de los pecados "aun mayores" podemos obtener el perdón mediante la Eucaristía, según Trento, la Confesión auricular o privada podemos verla como algo de consejo solamente.

¿Lo esencial para el logro del perdón, lo que Dios nos exige?

Es el arrepentimiento o pesar de haber obrado el mal y, cuando

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este mal ha sido inferido a un prójimo, solicitar de éste el perdón, que ha sido el ofendido, ante todo, y resarcirle del mal padecido.

Esto y el no olvidar que en la Confesión, como en todo Sacra­mento, se da un encuentro con Cristo, sitúa nuestra balanza en el fiel, en orden a nuestro deber o comportamiento.

En concreto: Cuando, el encuentro con Cristo, la Confesión auricular nos lo haga muy difícil, dejémosla; cuando nos lo facilite, utilicémosla, aunque la forma actual de ser administrada no nos parezca, ni la mejor, ni siquiera conveniente. En la historia de la Iglesia hay Santos, como San Agustín, que no se confesaron nunca. Es de suponer que los estilitas y ermitaños tampoco. Y hay Santos que se confesaban cada día y hasta más veces. Ni lo uno ni lo otro se puede preceptuar a nadie, como hemos visto. Quien nos ha de decir qué debemos hacer es la propia conciencia.

¡Que el Señor ilumine ahora y siempre la de todos nosotros para acertar a comportarnos debidamente!

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Viernes V de Cuaresma (A) (Jr 20,10-13; Jn 10,31-42)

CON CRISTO, AL OTRO LADO DEL JORDÁN, TAMBIÉN NOSOTROS

HOMILÍA

1. Sumario

Estamos en el viernes anterior a la muerte de Cristo.

Las Lecturas de este viernes son un preludio o presagio de lo que nos ofrecerán las del próximo.

La primera nos ha hablado de Jeremías; pero, detrás de Jeremías, es fácil advertir la presencia de otro mayor que él, que es Cristo...

También a Cristo tratan de suprimirlo: "En aquel tiempo los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús"...

Cristo, con el poder de la inocencia, se enfrenta así a sus adver­sarios: "Muchas obras buenas tengo hechas entre vosotros por en­cargo de mi Padre; ¿por cuál de ellas queréis apedrearme?".

2. La hostilidad de los judíos contra Cristo

En parte, por el enfrentamiento de El a todo lo no recto, en lo que estaban hundidos, hasta el cuello, ellos. Y en parte también porque, al no estar al tanto de lo ocurrido en la Encarnación, tenían las reiteradas afirmaciones suyas de igualdad con el Padre, por una blasfemia.

La respuesta, dada por Cristo a este pensar y obrar de ellos, no podía ser más clara ni más contundente; pero se saca muy poco de proporcionar luz a quien no quiere abrir los ojos por tenerlos enfer­mos...

"Si la Ley —les decía Cristo—, si vuestra Ley llama dioses a aquellos sobre los que vino la Palabra de Dios una vez, ¿por qué decís que blasfema el que por Dios fue consagrado y enviado al mundo, porque afirme ser Hijo de El?"...

Atemperando la luz a sus ojos enfermos, les añadía: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero, si las hago, ya que no me

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creéis a mí, creed a mis obras para que comprendáis y veáis que el Padre está en mí y Yo en el Padre"...

Pero una vez más resultó inútil que la Luz luciera en las tinieblas, porque éstas no quisieron recibirla. Los judíos —prosigue el evange­lista— "intentaron de nuevo detenerle"; pero El se les escapó de entre las manos y partió al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había estado Juan bautizando. Hasta allí fueron con El mu­chos, y notad cómo termina el pasaje evangélico: "^//«'creyeron en El", al otro lado del Jordán...

3. Aplicación a nosotros

Lo importante se sitúa en el seguimiento de algunos tras de Cristo, al otro lado del Jordán, donde terminaron por creer o por aceptarle.

El Jordán en la Escritura es el río, por antonomasia, de la Penitencia, de nuestra curación espiritual.

Muchas veces no se cree —no se ve de modo suficiente— porque la enfermedad enturbia los ojos del vidente. Recordad el suceso histórico de aquel hombre que se presentó al Cura de Ars diciéndole que tenía sobre la fe ciertas dudas y que las quería ventilar con él. El Santo, sin dejarle proseguir, le dijo: vamos al confesonario. El hom­bre accedió, reconoció sus culpas y, al preguntarle a continuación el Cura de Ars por las dudas intelectuales que le aquejaban, le contestó: se me han disipado todas, ya no tengo ninguna y creo.

Nosotros no necesitamos la Confesión para eso, porque ya cree­mos; pero sí podemos necesitarla para llegar a la meta suprema de la fe que nos señalaba el Miércoles de Ceniza: para "llegar a ser con plenitud hijos de Dios".

4. Conclusión

Demos dicho paso, si nos es necesario y posible el darlo.

Que no finalice, hermanos, esta asamblea sin haber tomado esta resolución.

El haber dejado Cristo en la Iglesia el Sacramento de la miseri­cordia fue para algo... Cristo nos espera en él como el padre del hijo pródigo esperaba a éste, saliendo a nuestro encuentro. No nos que­demos parados. Demos también nosotros los pasos que nos corres­pondan.

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Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (A)

(Is 50,4-7; Flp 3,8-14; Mt 26,14-27,66)

DÍA DE CELEBRACIÓN PROCESIONAL CON JESÚS

Hermanos... Las celebraciones de estos días se atienen al más estricto orden cronológico de los hechos o sucesos.

Ayer leímos en el Evangelio: "Jesús se retiró a la ciudad de Efraín... Muchos de aquella región subían a Jerusalén y entre sí decían: ¿No subirá también a Jerusalén, en esta Pascua, Jesús?".

Pues bien, Jesús efectivamente subió y entró en Jerusalén; esta entrada es la que en la Liturgia de hoy vamos a conmemorar.

HOMILÍA

1. Sumario

La mejor reflexión es la que brota de la sola lectura total y reposada, sin cortes ni prisas, de la Pasión según San Mateo.

Pero la Iglesia quiere que no falte una breve homilía. Tres pun­tos:

1.° Lo singular de la ida última de Jesús a Jerusalén. 2.° La no menor singular acogida que el pueblo le dispensó, y 3.° Lo que nosotros debemos hacer.

2. La ida última de Jesús a Jerusalén

— Fue una ida consciente de lo que iba a ocurrirle. Se lo augu­raban o presagiaban los episodios precedentes, en los que los judíos quisieron darle muerte...

— Fue una ida voluntaria: nada ni nadie le forzaba a ella. Sólo el saber que había llegado su hora, la de su holocausto, la de su muerte en busca de la Glorificación del Padre y de la salvación de los hombres sus hermanos...

— Y fue una ida desinteresada y en extremo generosa, porque con ella Jesús no buscaba honra alguna, aunque le fue tributada. De haber callado en ese día el pueblo, hubieran hablado en loor de Cristo hasta las piedras.

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3. La acogida del pueblo

Fue algo inesperado, si sólo se tiene en cuenta lo que contra Cristo se estaba maquinando por aquellos días; pero algo lógico, dado lo que Cristo era y el pueblo sano intuía.

Decía San Agustín a este propósito: "¿Cómo no acompañar, con palmas y ramos, al que iba a la muerte, precisamente para librarnos de la muerte enseñándonos a vivir a todos?"...

4. Conclusión

Lo que hizo aquel pueblo, al margen de sus dirigentes: Convertir este Domingo —el único día en que la procesión es litúrgicamente obligatoria—, en el día por excelencia de dar rienda suelta a nuestro entusiasmo por Cristo, dejándole exteriorizarse, hacerse visible, en la procesión de los ramos y en todos los ámbitos en que hoy nos veamos.

Que acertemos, entre todos, a hacer de esta fiesta una ocasión de estrechar y vivir nuestra vinculación individual y comunitaria con Cristo.

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Pascua

Jueves Santo (A)

(Ex 12,1-8.11-14; 1 Co 11,23-26; Jn 13.1-15)

LA EUCARISTÍA, ANTICIPO DEL MISTERIO PASCUAL

Hermanos... Empezamos, con la celebración de esta tarde, la conmemoración del Misterio Pascual.

¿Qué fue la última Cena del Señor, de cara a la Cruz, para los Apóstoles? ¿ Qué es hoy esta Eucaristía, para nosotros, en relación con la Cruz?

Dispongámonos a reflexionar sobre esto con vistas a acercarnos a la Eucaristía hoy con amor más crecido e intenso.

HOMILÍA

1. Sumario

La 1.a Lectura nos ha hablado de la pascua judía; la 2.a, de la Pascua de Cristo, en la que El nos dejó, antes de su partida, la Eucaristía —su cuerpo y sangre inmolados en la Cruz por la salva­ción de todos—, y la 3.a, de cómo hemos de acercarnos a este Sacra­mento con la mayor limpieza que nos sea posible.

81 6.—Año Litúrgico...

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2. La Eucaristía, anticipo y recuerdo La primera Eucaristía —la del Cenáculo—, al igual que toda

Eucaristía, dice relación a la Cruz. Para los Apóstoles fue un anticipo de lo que había de suceder, de modo visible, al día siguiente: la inmolación, en la Cruz, de Cristo, un dársenos del todo y de modo definitivo o para siempre.

Las Eucaristías posteriores —como la nuestra de esta tarde— son un recuerdo sacramental, es decir, que actualiza —que hace presente— de modo invisible, pero real, entre nosotros, el anterior anticipo o entrega del primer Viernes Santo, el de la muerte de Cristo en la Cruz. Las representaciones sacramentales sobrepasan las escénicas: hace lo que significan o recuerdan. La Eucaristía re­produce, de algún modo, la entrega total de Cristo a nosotros. Es lo afirmado por San Pablo cuando dice: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis —es decir, hacéis que se torne acontecimiento salvador para vosotros— la muerte del Señor".

3. La Eucaristía, sacrificio y sacramento

Como sacrificio, más que algo tendente a desagraviar a Dios —Dios no puede ser agraviado por nada—, la Eucaristía es anuncio del sacrificio de la Cruz: un hacer Cristo, de cara a los Apóstoles aquella tarde y de cara a nosotros ahora, algo semejante a lo que haría el terrero o vigía de un faro que, además de tener encendido éste, en una noche de tormenta muy oscura, incendiara su propia casa para que así la luz llegara a todos y pudieran todos llegar a puerto.

Cristo murió, nos dejó dicho San Juan, "para reunir a los hijos de Dios que andaban dispersos". Un anticipo y recuerdo perpetuo de esto es la Eucaristía en cuanto sacrificio...

En el Antiguo Testamento se decía: "El sacerdote (que ofrezca un sacrificio de acción de gracias) tomará una parte del sacrificio para memorial, y la quemará sobre el altar; el resto —porción san­tísima de los manjares de Yavé— será para Aarón" en cuanto sacer­dote (Lv 2,9-10). La Eucaristía, en cuanto sacramento, viene a ser "la porción santísima" del sacrificio de la Cruz, extraída del mismo por Cristo en la noche de la Cena, para alimento de todo el pueblo cristiano que, como el de la antigua tribu de Aarón, es todo él "pueblo sacerdotal", según la expresión de San Pedro.

4. Conclusión Un antiguo comentario rabínico —la Mishna—, hablando a los

judíos de su Pascua, les decía: "En cada generación hemos de vernos

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nosotros mismos como salidos de Egipto. En consecuencia, hemos de dar gracias a Dios y alabar a Aquel que, sacando a nuestros padres de la esclavitud, de ella también nos sacó a nosotros, pues de no ser por El, en la esclavitud estaríamos todavía".

A otro tanto estamos obligados nosotros los cristianos como partícipes de una liberación mucho mas excelsa que aquélla.

Aprovechemos esta celebración de la tarde de hoy y la vela hasta la noche para darle todos a Cristo las más rendidas gracias...

Como sabemos, esto es precisamente lo que significa la misma palabra "Eucaristía", acción de gracias...

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Viernes Santo (A) (Is 52,13-53,12; Hb 4,14-16; 5,7-9; Jn 18 y 19)

LO OSCURO Y LO LUMINOSO DEL MISTERIO DE ESTE DÍA

Hermanos... Hemos llegado a lo que constituye el primer mo­mento del Misterio Pascual.

La tónica de él nos la dan las primeras palabras de la Liturgia, que nos dicen: "Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo ".

HOMILÍA

1. Sumario

El Misterio redentor, que hemos empezado a conmemorar esta tarde, es un misterio de tres hitos, tres acontecimientos sobresalien­tes:

El primero es la muerte de Cristo que se conmemora hoy.

El segundo, su enterramiento o sepultura, propio de mañana.

El tercero, el de su Resurrección o salida del sepulcro, es el de la Noche de la Vigilia Pascual, Domingo de Resurrección y tiempo de Pascua.

2. Todos los misterios son oscuros

La Encarnación del Hijo de Dios —ya lo dijimos en el Advien­to— no tuvo como primera y principal meta la Redención del hom­bre, sino otra de cara al Padre: el acentuar ante El su minoridad.

El medio para ello fue hacerse con un doble cuerpo: el físico o personal y el social o comunitario.

Respecto de este último surgió el misterio redentor, no en la primera fila u horizonte de su Encarnación, sino en un segundo plano.

La condición querida por el Padre y aceptada por Jesús, de cara a nosotros, fue la de tener que llegar, por nosotros, hasta aquí, hasta dar su vida, hasta sacrificarla por salvarnos.

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Lo que aparece en la Liturgia misma como noche oscura —"¡Para rescatar al esclavo, entregar al Hijo!"—, se torna ya en un amanecer de claridad.

Ved, pues, cómo este misterio que parecía tan oscuro tiene lo suyo también de luminoso, lo suficiente para que, aun siendo sobre­natural, no nos resulte increíble. Es creíble porque es razonable...

3. Lecciones que nos da este misterio

La Pasión, según San Juan, nos las ha puesto muy bien de manifiesto:

— Jesús pudo haberse evadido de las manos de sus perseguido­res, cuando, al oír éstos su pregunta "¿A quién buscáis?", cayeron en tierra; pero no lo hizo. Había llegado su hora, la elegida por El para cumplir el "mandato" del Padre.

— Jesús murió orando por los que le mataron, pidiendo perdón para éstos, disculpándolos ante Dios: Supremo signo de amor. ¿Per­donamos nosotros así, nos esforzamos en disculpar, en aminorar el mal que se nos hace, en vez de ponderarlo y agrandarlo? Lo que calificamos de mala voluntad en el otro, ¿por qué no ha de poder ser cortedad e ignorancia, incapacidad para obrar de distinto modo?...

— Jesús murió, una vez consumada su obra, poniendo en manos del Padre todo el ser con el que la había llevado a cabo...

4. Conclusión

Que nuestra meta sea llegar hasta ahí, hasta esto último que hizo Cristo: Entregarse por amor en debilidad.

No nos contentemos con pensar rectamente, de acuerdo con el pensar de Cristo cabeza. Hagamos lo que El.

"Le preguntaron cierta vez a Uwais, el Sufí: ¿Qué es lo que la gracia te ha dado? Y él respondió: Cuando me despierto por las mañanas, me siento como un hombre que no está seguro de vivir hasta la noche. Le volvieron a preguntar: Pero esto ¿no lo saben todos los hombres? Y replicó Uwais: Sí lo saben; pero no todos lo sienten" (Anthony de Mello, El canto del pájaro).

Aspiremos a esto, hermanos, y por el sentir y vivenciar en nos­otros la Pasión nos haremos también acreedores a un triunfo final con Cristo.

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Sábado Santo (A) (Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15.1; Mt 28,1-10)

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, CULMINACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL

Hermanos... Como el hombre no alcanzaba, con su estirarse, al mundo de lo divino, de ahí nuestra constante necesidad de echar mano de símbolos para acercarnos a ese mundo. En esta celebración son: La noche, el fuego de la hoguera, la luz —cirio— y el agua, en la Noche tenemos el símbolo de la Muerte de Cristo y de la situación que la motivó, la de nuestros pecados; en esta Hoguera —luz—, el símbolo de su Resurrección que nos disponemos a celebrar; el agua remite al Bautismo por el que recibimos la nueva vida.

HOMILÍA

1. Sumario

La primera Lectura nos ha puesto de relieve nuestro ser, el que, en el reparto general de la creación, nos ha tocado en suerte a nosotros: un ser, no meramente finito, como el de los demás, sino autotranscendente o con capacidad para asomarse, al menos, a lo Infinito.

La segunda, con el recuerdo-símbolo de Abraham (que no se arredró ni ante la entrega de su propio hijo a la muerte para agradar a Dios) nos ha facilitador ver, como en un espejo de adivinar que diría San Pablo, hasta dónde llegó el Padre-Dios, respecto de nos­otros, meras criaturas, con su Hijo: hasta exigirle a Este el llegar a la muerte para librarnos de nuestra defectibilidad y caducidad.

Y la tercera, con un nuevo suceso histórico y simbólico a la vez —el del paso, a pie enjuto, de los israelitas por el mar Rojo— nos ha dado a entender lo que el bautismo obró un día en nosotros. San Pablo nos lo ha aclarado en otra Lectura: "Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en la muerte" para salir luego a respirar una vida nueva, similar a la suya.

2. El encargo del Evangelio de hoy

Es doble. Se nos invita en él, primero, a deponer todo temor y a llevar esta Noticia a todos.

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En el hombre, ser único e indivisible, hay un exterior y un inte­rior. A lo interor lo llamamos alma o espíritu; a lo exterior, cuerpo.

Como lo exterior o visible (lo corpóreo), al sobrevenirnos la muerte, no acaba en la nada, sino en otra cosa distinta de lo que era; así no hay por qué pensar que nuestro interior acabe en la nada. Si en ella no acaba lo menos ¿por qué ha de ir a parar a la nada lo más, o lo principal?

Hasta aquí lo que nos dice la razón.

La fe nos dice: Que "el que resucitó un día a Jesús de entre los muertos hará que resucitemos también nosotros", que pasaremos, como El, a otra nueva vida superior a la presente, como miembros suyos personales que somos por designio de Dios mismo.

Del mundo físico inerte ¿no brotó un día la vida vegetativa; de ésta, otro día, la sensitiva o irracional; y de la irracional, la racional o humana, en expresión de Teilhard, como flor carente de pedúncu­lo?

Esta es la Gran Noticia que hemos de transmitir con gozo al mundo, como los Apóstoles la transmitieron a sus contemporáneos, ganando a muchos de ellos con su ejemplo de transformados y de resucitados por la misma.

3. Conclusión

Hemos de anunciar esa Gran Noticia de la resurrección física o corporal que esperamos, como resucitados ya moralmente y trans­formados en lo interior por ella.

¡Que las gentes vean la alegría de esa Gran Noticia en nuestros rostros! Será éste el mejor argumento para que, sin vacilar, también ellos la acepten.

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Domingo I de Pascua de Resurrección (A)

(Hch 10,34a.37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

CRISTO RESUCITADO, GERMEN DE UN MUNDO NUEVO

Hermanos... El cuerpo de Cristo, una vez resucitado, no es sólo un cuerpo superior a todos los otros, un cuerpo inmortal y glorioso, sino que es además el núcleo o germen de un mundo nuevo, dentro de cuyos umbrales ya estamos todos los que creemos en Cristo, todos cuantos nos adherimos a El vitalmente por la fe, por la caridad o el amor, y por la esperanza.

Dispongámonos a reflexionar sobre este gran hecho, a cuya con­memoración le va a dedicar cuarenta días la Liturgia...

HOMILÍA

1. Sumario de hechos

María Magdalena —nos ha dicho la 3.a Lectura—, transcurrido el sábado (en el que a los judíos les estaba vedado hasta el más mínimo trabajo u ocupación) se dirigió, al amanecer, entre dos luces, al sepulcro y, al encontrarse con que estaba descorrida la piedra que lo cerraba, sin pararse a averiguar más, corrió a decírselo a los Apóstoles, encerrados aún en el Cenáculo por miedo a los judíos... Al oír esto, Pedro y Juan salieron disparados; y vieron y comproba­ron que el cuerpo del Señor no estaba allí.

Advirtieron más: que el lienzo —no vendas— que había envuelto al cuerpo de Jesús estaba extendido, ocupando el mismo lugar en que había estado anteriormente el cuerpo, pero ya sin él, y que el pañolón —no velo— que había rodeado su cabeza, de alto en bajo, allí estaba también, en la misma forma, sin desatar, pero no rodean­do ya nada.

Todo esto fue para ellos algo sumamente extraño. A vista de ello, ¿qué pensaron? No lo que Magdalena (que el cuerpo del Señor había tenido un traslado); no lo de los judíos (que había sido roba­do); no lo que más tarde se les ocurrió pensar a otros (que un terremoto se lo había tragado), pues allí estaban los lienzos; no lo que, más recientemente ha querido airearse de nuevo (que el cuerpo, anteriormente sepultado, no se hallaba muerto del todo, que había

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revivido, y se había fugado). Pensaron lo que San Juan nos atestigua al decir que "vio y creyó"; es decir, que vio todo el escenario y, en consecuencia, creyó que lo ocurrido allí fue lo anunciado por Cristo: que la muerte no le retendría en el sepulcro, sino que a los tres días resucitaría.

En suma, que la vista de los lienzos y el pañolón trajo a su memoria el recuerdo de la Palabra del Señor en vida; esto último fue la causa inmediata de su fe, y lo otro una mera ocasión nada más.

2. Una fe ilustrada En lo anterior podemor ver cómo es cierto que, para asentir a

algo, en el terreno de la fe, es preciso ver algo, tener algo ante los ojos. ¿A qué asiente el que cree cuando se le brindan meras palabras o conceptos, o sin pararse a reflexionar él si tienen éstas contenido o no tienen? De ahí el poco valor de una fe, no inquisitiva, o, como decía San Anselmo, la que no se pone en busca de conocimiento. Sobre todo cuando se trata de personas cultas. Estas no pueden contentarse con la fe del carbonero...

3. Nuestro hito o meta última para hoy

El cuerpo de Cristo resucitado es el núcleo o germen de un mundo nuevo, dentro de cuyos umbrales, aunque sea todo lo provi­sionalmente que se quiera, ya estamos los adheridos vitalmente a El por la fe, por la caridad y por la esperanza. Nuestro hito de hoy no puede ser más que éste: el de afianzarnos cuanto nos sea posible, día tras día, dentro de esos umbrales.

Haciendo esto, el término de nuestra vida será no un ocaso, sino el amanecer a una existencia nueva, no según nuestra pobre condi­ción de ahora, sino según la condición actual de Cristo, ya inmortal y glorioso para siempre.

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Domingo II de Pascua (A)

(Hch 2,42-47; 1 Pe 1,3-9; Jn 20,19-31)

NUESTRA INCORPORACIÓN AL MUNDO NUEVO O DE LA FE

Hermanos... El cuerpo glorioso e inmortal de Cristo es el núcleo o germen de un mundo nuevo, dentro de cuyos umbrales estamos ya todos los adheridos a Cristo vitalmente por la fe, la esperanza y la caridad.

Al no ser esta adhesión nuestra de ahora —de la tierra— la definitiva, ¿cómo afianzarnos en ella, cómo lograr, pues la llevamos en vasijas de barro, que sea algo más que agua en una cesta? He aquí uno de los problemas permanentes de la vida religiosa o de fe.

HOMILÍA

1. Sumario

Tenemos necesidad de buscar los medios o procedimientos para afianzarnos dentro de los umbrales del mundo nuevo, en el que estamos ya con Cristo por nuestra vinculación vital a El por haberle aceptado como nuestro núcleo y cabeza.

Los medios o procedimientos apropiados nos los exponen la 1.a

y 3.a Lectura. Son la escucha atenta de la Palabra; la asistencia a la asamblea dominical; la recepción frecuente de la Eucaristía; la ora­ción, y el sacramento de la penitencia... Reflexionemos un poco sobre cada uno de ellos.

2. La atenta escucha de la Palabra divina

Sin palabras (en general) no hay ideas, como sin ideas no hay obras.

Del mismo modo: sin la Palabra, creadora, de Dios, en nosotros no hay fe, no hay pensamiento sobrenatural; y sin éste no hay obras sobrenaturales. La Palabra de Dios viene a ser lo que la nieve o la lluvia: algo que no retorna a Dios nunca vacío. Dicha Palabra, que creó en el principio el Cielo y la Tierra, en el hombre, que la recibe ahora, siempre produce algún efecto; como la semilla de la parábola

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evangélica: el 20, el 30, el 100 por uno, según el terreno que se le ofrece.

Primer recurso, pues, para mantenernos dentro de los umbrales del mundo nuevo o de la fe, oír la Palabra de Cristo a menudo, con docilidad y con gozo o apetito.

3. Acudir a la asamblea dominical

Se engañan quienes dicen: ¿Qué se saca de ir a Misa el domingo? Se saca el no perder el contacto con Cristo y los creyentes, contacto que nos enriquece y nos fortifica. Los primeros cristianos tenían esto por tan cierto que decían a un Emperador, que quiso prohibirles la Asamblea: "No podemos subsistir sin el domingo".

No hay hombre alguno, por vigoroso y recio que sea, cuya per­sonalidad no necesite del arrimo y abrigo de los demás para mante­nerse en pie mentalmente. Sobre todo cuando los ideales, que pro­clama y defiende él, se ven rodeados de un ambiente hostil o simple­mente de silencio.

Lo que no se ampara con alguna defensa, lo solitario, a la larga fenece... De ahí la necesidad de la asamblea, y de ahí —abriendo más la visión— la necesidad de una Iglesia-Comunidad y no mera doctrina.

4. La celebración fraterna de la Eucaristía

La asamblea nos da cohesión humana, natural; la Eucaristía, cohesión sobrenatural. "Como Yo vivo por el Padre —dice Cristo—, así el que me come a Mí vivirá por mí". Afirmación equivalente a esta otra: Quien no me coma a mí, difícilmente mantendrá en sí la vida mía porque nadie puede vivir mucho tiempo sin nutrirse de alimento adecuado.

5. La oración

No hay ser, consciente de su debilidad, que no ore. Y débiles somos todos...

Orar no es sólo pedir, y menos cosas materiales.

Orar es contemplar, con ilusión y avidez, algo. Orar es avivar el deseo de conseguir ese algo y, si ya se ha logrado, de conservarlo... El niño, que contempla primero los juguetes de un escaparate, y luego vuelve la mirada a su madre, sin decirle nada ya está orando, ya le está suplicando, porque le está manifestando su deseo... El adulto, que pone su vista en los nuevos cielos y la nueva tierra en los

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que Cristo habita, ya está orando con sólo sentir deseos de lograr esos cielos y esa tierra.

Orar es, en suma, elevarnos, con la consideración y el afecto, de lo corruptible a lo incorruptible. Cosa deleitosa, más que difícil, cosa al alcance de todos.

6. £1 Sacramento de la Confesión

¿Qué se saca de confesar —dirá alguno— si se vuelve a caer, como es de experiencia, no tardando, en lo mismo?

a) Se saca el tener un encuentro con Cristo que, cuando es algo más que un contacto ritual, cuando es un contacto de fe —como el de la hemorroisa— siempre es curativo.

b) Se saca agradar a Cristo que, si ha instituido este sacramen­to, no ha sido para que esté en la Iglesia de adorno, como un cuadro o una lámpara, sino para que nos preste un servicio, sin ser carga o algo obligado.

c) Se saca, por fin, el afianzarnos, no ciertamente en la virtud principal —que es la caridad— pero sí en la más básica, la humildad, que hasta las mismas cimas necesitan para serlo.

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Domingo III de Pascua (A) (Hch 2,14,22-28; 1 P 1,17-21; Le 24,13-35)

GOZAR LA PRESENCIA DE CRISTO

Hermanos... Estamos en pleno tiempo de Pascua, en su tercera etapa o Domingo.

Con la Resurrección de Cristo ha comenzado un mundo nuevo, un mundo del que el cuerpo resucitado de Cristo es su núcleo; el mundo en el que la justicia y el bien brillarán sin posible ocaso un día definitivamente o para siempre.

Dentro de este mundo, aunque de un modo provisorio y sólo en sus umbrales, ya nos hallamos todos los adheridos a Cristo vital­mente, por la fe, la esperanza y la caridad. Tenemos medios para ir posibilitando nuestra incorporación a la comunidad eclesial en Cris­to.

Hoy vamos a descubrir cómo conseguirlo eficazmente.

HOMILÍA

1. Sumario

En la 1.a Lectura, refiriéndose San Pedro a la Resurrección de Cristo, ha razonado ésta así: "No era posible que la muerte le retu­viera bajo su dominio". La razón la da el profeta David al decir: "Tengo siempre presente al Señor; con El a mi derecha no vacilaré". La presencia del Señor, en Cristo hombre, es lo que libró a Este del sepulcro.

Lo que libró a Pedro de su cobardía de la Pasión, y le llevó a dar valientemente testimonio de El y decir después: "Escuchadme, israe­litas, Dios ha resucitado a quien vosotros matasteis", es una presen­cia semejante, el recuerdo o brillar, en su mente, de esta promesa de Cristo: "Yo he de estar con vosotros hasta el fin de los siglos".

Esta.presencia y recuerdo, hecha sensación nuestra, es lo que nos da la fuerza.

2. Importancia de la presencia de Cristo

El sentir la presencia de Cristo —en su Palabra, en la Asamblea, en la Eucaristía, en la Oración, en la Confesión— es lo único que

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puede dar eficacia a los medios y recursos que tenemos para mante­nernos dentro de los umbrales del mundo nuevo o de la fe.

— Sin la presencia de Cristo en su Palabra, ésta se quedaría en mero verbalismo, en un lenguaje con sentido, sí, pero sin contenido o significación, como lo son muchos de nuestros lenguajes religiosos. Es preciso actualizar la presencia de Cristo al ponernos a la escucha de su Palabra. Sin esta condición indispensable su Palabra no es nada.

— De la Asamblea cabe decir otro tanto. Si se nos pasa por alto la presencia de Cristo en la misma, queda reducida a lo que otra asamblea cualquiera: a un foco de dispersión más que de cohesión en medio del natural pluralismo.

— Con la Eucaristía y la Penitencia nos pasará lo mismo. El mero contacto con los "signos" —sin la cosa significada por ellos, que es Cristo—, no es algo que pueda mejorarnos lo más mínimo. Quedó curada porque su contacto físico con Cristo fue algo más que un simple contacto de los que apretujaban a Cristo hasta no dejarle apenas moverse. Fue un contacto en la fe, con su Persona y no sólo con sus vestidos.

— Con la Oración. Cuando al orar no nos situamos en la pre­sencia de Cristo, nuestra oración viene a ser algo que podríamos confiar a un gramófono o a una cinta. El vivir la presencia de Cristo nos es tan necesario en lo espiritual como el oxígeno para poder respirar.

¿Por qué las dos apariciones del día mismo de Pascua, de las que nos ha hablado la 3.a Lectura? ¿Por qué el incesante o casi incesante relampagueo de la presencia del Señor entre los Apóstoles durante los días que siguieron a la Pascua? Sin duda para meterles, hasta por los ojos, la gran promesa que les tenía hecha: que El había de estar con ellos hasta el fin de los tiempos.

3. Conclusión Lo que para los Apóstoles fueron los cuarenta días siguientes a

la Resurrección, deben ser estos días de Pascua para todos. ¡Dicho­sos de nosotros si, al final de este tiempo, nos queda como algo definitivo y permanente, como algo ya espontáneo, la convicción (convertida en sensación, hecha carne en nosotros) de que no esta­mos solos en este mundo nuevo de la fe, del que Cristo es su núcleo y su germen en expansión!

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Domingo IV de Pascua (A)

(Hch 2,14a,36-41; 1 P 2,20b-25; Jn 10,1-10)

RECIBIMOS LA FUERZA DE LO ALTO

Hermanos... Es preciso un clima espiritual para activar en nos­otros la vida nueva.

Este clima estriba en no perder de vista la presencia de Cristo, siempre al lado nuestro, aunque invisible o imperceptible para nos­otros, en cuanto cuerpo resucitado. El Domingo presente nos descu­bre la fuerza que nos es necesaria para utilizar, dentro del clima mencionado, esos recursos, que no es otra que la de su mismo Espíritu, puesto por El para ser nuestro Auxiliador.

HOMILÍA

1. Sumario — El Domingo 1.° nos habla de la Resurrección de Cristo como

núcleo y germen de un mundo nuevo. El cuerpo de Cristo resucitado no es como el de antes, es ése mismo pero elevado al pleno desarrollo de sus posibilidades: un cuerpo que se transporta de un lugar a otro con la velocidad del pensamiento; un cuerpo al que no le ofrecen, como a las ondas hertzianas, resistencia alguna puertas ni paredes; un cuerpo sólo perceptible a voluntad de El.

— El Domingo 2.° nos decía: que dentro de los umbrales de ese mundo, en el que habita Cristo resucitado, ya estamos de algún modo cuantos, por la fe, la esperanza y la caridad, nos adherimos a El vitalmente, aunque de un modo provisorio. Para afianzarnos dentro de dichos umbrales tenemos multitud de recursos: la escucha de la Palabra, la asistencia a la asamblea litúrgica, la Eucaristía, la oración y la Penitencia...

— Y el 3 ° nos habló de la condición indispensable para la efi­cacia de esos recursos: el no perder de vista, al utilizarlos, la presen­cia activa, en ellos, de Cristo.

2. Recibir el Espíritu Santo

Hoy se nos invita a no quedarnos en lo abstracto o teórico, a pasar al terreno de la práctica, a sacar las consecuencias, y nos insinúa el supremo recurso para esto: ponernos en manos del Espí-

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i un con mayúscula, del Espíritu de Cristo, que, en nosotros, en manto miembros vivos de El, habita.

Advirtamos qué nos ha dicho sobre esto la 1.a Lectura: Nos ha recordado lo que San Pedro decía a quienes le pregunta­

ban qué debían hacer: "Convertios y bautizaos y recibiréis el Espíritu Santo, pues la promesa de Dios es para todos", el dar a todos su mismo Espíritu.

3. Cooperar con el Espíritu Santo — Puede ocurrimos que le ofrezcamos una tenaz resistencia,

que le neguemos el volante, que no le dejemos obrar en nosotros, pues, sin nuestro asentimiento y colaboración, El no hará en nos­otros nada porque respeta al máximo nuestra libertad.

— Puede ocurrimos, por dejadez y pereza, que no nos acorde­mos para nada del Espíritu, que le tengamos orillado o arrinconado, con lo que estaremos fuera de la sintonía y la ayuda del Espíritu.

— Por fin, afortunadamente, puede que, advirtiendo la riqueza de este Don— el sumo Don que puede poner Dios en nuestras manos—, nos decidamos a aprovecharlo... Aquí se aplica lo de aquel campesino, que tenía en una finca un gran salto de agua que para nada utilizaba. Fue un día a la ciudad; oyó que todas las industrias necesitaban fuerza eléctrica, que ésta en parte procedía de los saltos de agua como el que él tenía; se decidió a explotarlo, buscó un técnico, llevó a cabo lo que le dijo éste, y en cuatro días logró lo que en toda su vida no había logrado: pasar a ser rico...

Nosotros hemos sido, acaso, pobres sobrenaturalmente hasta hoy por no aprovechar la fuerza del Espíritu de Cristo existente en nuestro interior.

¡Hemos sido pobres, seguimos siendo míseros, nos vemos derro­tados mil veces por no utilizar el Espíritu de Cristo, puesto por Este a disposición nuestra!

4. Conclusión Abramos nuestra vida al Espíritu, siendo dóciles al ponernos a

disposición de El. Hagamos esto y lograremos nuestra meta de este Tiempo de Pascua: la de afincamos lo más definitivamente posible dentro de ese mundo nuevo, del que hoy la Liturgia nos ha dicho que "Cristo es la puerta".

Pidámoslo en la Oración Común o Universal, y luego, sobre todo en la Comunión, que para todos lo sea: puerta, no de cierre u obstáculo, sino de acceso o entrada, y nunca de salida.

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Domingo V de Pascua (A)

(Hch 6,1-7; 1 P 2,4-9; Jn 14,1-12)

IMPORTANCIA DE NO PERDER LA CALMA

Hermanos... Estamos en el Domingo 5." de Pascua, prolonga­ción, como todos, del 1.°: el de la Resurrección del Señor.

Se subraya lo básico o fundamental para la fe del hecho de la Resurrección: ser el comienzo de un mundo nuevo; y la afirmación de nuestra inserción en ese mundo, gracias a vivir la fe, la esperanza en Cristo y la caridad, cosas todas que "no defraudan", en frase de la Escritura.

HOMILÍA

1. Sumario Las Lecturas de hoy apoyan contenidos destacados en los días

anteriores: La importancia de la Palabra de Dios respecto de nos­otros, definidos por alguno como Oyentes de la misma (K. Rahner); la trascendencia de ponernos en manos del Espíritu que nos hace ser miembros vivos de Cristo; y la importancia de la asistencia puntual y constante, siempre a ser posible, a una misma asamblea.

Respecto de lo primero, nos ha hecho notar lo que hicieron un día los Apóstoles, acuciados por sus muchos deberes y actividades: poner la administración de los bienes de la comunidad en manos de un cuerpo auxiliar (el de los diáconos) para poderse entregar ellos, por entero, a la oración y al servicio de la Palabra.

Respecto de lo segundo, nos ha hecho notar a quién pusieron, y por qué, al frente de dicha institución: a Esteban, hombre de fe y "lleno de Espíritu Santo".

Y respecto de lo tercero —la necesidad de agruparnos semanal-mente en asamblea litúrgica—, la 2.a Lectura nos ha recordado que no somos monolitos aislados en medio de la plaza del mundo, sino "piedras vivas, destinadas a formar una única construcción: la mo­rada o templo del Espíritu", y de Cristo en esta tierra.

2. Lo que va de ayer a hoy De entrada nos conviene advertirlo por ser, en algunos, disonan­

te. Hoy hay muchos que piensan que no debe haber una plena

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dedicación, por parte del Apóstol, a la oración y al servicio de la Palabra. Para éstos el ideal es que el sacerdote tenga algún oficio con que ganarse el sustento para no depender de nadie; ni de la comunidad civil, ni de la eclesial siquiera.

¿No será esto algo desmedido, exagerado, fuera de lo convenien­te? ¿Por qué el dicho empeño de no depender de nadie? Las piedras vivas del templo del Espíritu ¿han de tener espíritu independentista? ¿No conviene a la Iglesia, a la Sociedad, a todos, que cada uno se ocupe de algo peculiar y específico...?

3. Importancia del "No perdáis la calma"

En todos los órdenes es de suma importancia tener calma: en lo zoológico, en lo racional o humano, y no digamos en lo sobrenatu­ral.

En el mundo animal, ¿quién es el rey de la especie? El individuo que está dotado de unos nervios templados y serenos.

¿En el mundo de lo humano o racional? Todos sabemos que, cuando estamos nerviosos y agitados, nada nos sale bien, ni aun aquellas cosas que, de ordinario, acertamos a hacer casi sin poner atención.

En cuanto a lo sobrenatural —que viene a ser la armonía suma de lo divino y lo humano en el hombre—, nada se puede esperar sin esa calma.

¿Por qué la calma, sobre todo en esto último? Cristo nos lo insinúa al añadir: "Creed en Dios y creed también en Mí".

La confianza en Dios todo lo puede y aguanta. Así lo significan los siguientes versos de un poeta:

El hombre, que espera en Dios, es parecido al diamante que raya todas las piedras, mas a él no lo raya nadie.

Podrá pisarle el que quiera, podrán romperle o quebrarle: aunque le hagan polvo, siempre será polvo de diamante. (Ram de Vin.)

4. Conclusión

Anclémonos en Dios y en su enviado Jesucristo, y lo que dice la leyenda de Santa Inés, que vivió en los primeros tiempos cristianos

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—que ni cinco yuntas de bueyes la pudieron arrastar a un lupanar—, se podrá decir de nosotros: que nada, ni nadie, ni lo presente, ni lo venidero, ni el ambiente de bienestar ni el de la miseria, podrán hacer que nuestra religiosidad, nuestra vinculación subjetiva y obje­tiva con Cristo, ni ahora ni nunca, se nos quiebre.

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Domingo VI de Pascua (A)

(Hch 8,5-8.14-17; 1 P 3,15-18; Jn 14,15-21)

ANUNCIADORES DE CRISTO

Hermanos... Hoy la Liturgia nos invita a dar un paso muy gran­de; a convertirnos, de oyentes de Cristo, en anunciadores de su Mensaje, de su Palabra y de su Persona.

HOMILÍA

1. Sumario

En la Iglesia de Jerusalén había surgido una persecución. Los Apóstoles permanecieron en la ciudad. Los diáconos se dispersaron por las ciudades circunvecinas. Felipe bajó a Samaría y allí se puso a anunciar, no lo que Cristo había enseñado, sino "a predicar a Cristo", a hacer el anuncio de su Persona.

El Cristianismo, más que una doctrina, es una Persona viviente entre nosotros; y nuestra máxima aspiración, por lo mismo, ha de ser conocerle cada día más para poder vivir mejor en simbiosis con El, la unión total con El lo es todo.

Uno puede ser buen confuciano, o buen mahometano o buen marxista sin importar gran cosa Marx, Mahoma o Confuncio, ate­niéndonos sólo a las enseñanzas de ellos y desentendiéndonos por completo del amor a los mismos; pero nadie puede llegar a ser un cristiano si se desentiende del amor a Jesucristo.

En el Cristianismo la Persona de Cristo es el todo; y la religiosi­dad cristiana, una simbiosis con El. En esta simbiosis, Cristo es el viviente principal; los secundarios, nosotros, que hemos de aspirar a poder decir todos con San Pablo: "Vivo yo, mas no soy yo, es Cristo quien vive en mí".

2. Anunciar a Cristo, como hizo el diácono Felipe

¿Cómo presentar, ante los no creyentes, el anuncio de Cristo?

Notificándoles a éstos lo que de El sabemos por la Escritura: que es el Hijo de Dios hombre; el porqué y para qué de todo; el "prin­cipio de la Creación de Dios", que nos dice el Apocalipsis; el Ideador y Promotor de cuanto existe; el que, en cuanto Sabiduría o Verbo (Logos) ha pedido, en la Trinidad, al Padre que creara para El y

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para nosotros, como miembros suyos, el mundo presente, todo este cosmos inmenso, el que vemos y el que no alcanzan a ver aún nuestros ojos auxiliados por los más potentes telescopios...

Esta es la mejor presentación que podemos hacer de Cristo, la más dinámica y atrayente, la que en la 2.a Lectura de hoy se nos pide al decirnos que hemos de estar dispuestos a dar razón de nuestra fe de modo que a todos les pueda parecer creíble.

Nuestro proceder ha de ser el de Cristo: cuidando de no apagar mecha alguna humeante, de no quebrar caña alguna pensadora, con la más sincera mansedumbre, y con el respeto más exquisito para con aquellos a quienes nos dirijimos.

3. Amar y conocer

Para que en todos —evangelizadores y evangelizados— prenda el amor de unos a otros y hacia Cristo en último término, si bien no hay querer sin previo conocer, también es cierto que sólo por la simpatía o el amor es como se llega al conocimiento, sobre todo, de las personas.

Dice Jesús: "Si de veras me amáis, guardaréis mis mandamien­tos", porque, para el amor, resulta fácil lo difícil; sin amor, hasta lo fácil se hace, a la larga, insufrible e imposible. También dice que, si le amamos a El y nos amamos entre nosotros, "el Padre también nos amará y vendrá a todos", con lo cual este mundo, el mundo ideado por el Hijo para que sea un trasunto de la Trinidad, lo llegará a ser efectivamente, y, siéndolo, será lo que debe ser: un mundo humano, un mundo racional, un mundo fraterno.

4. Conclusión

Nadie puede estar satisfecho con el mundo presente, tenemos que cambiar éste, para que de él pueda brotar el mundo nuevo, como sale del gusano la mariposa.

Dios lo quiere. Notad lo que nos dice el Apóstol: "Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios".

El encaminarlo todo a Cristo es situarlo donde debe estar para que no ande descoyuntado y doliente.

Qué gran servicio haríamos al mundo, y a todo hombre, si los cristianos logramos hacerles ver que es posible un mundo mejor y nos entregamos a la tarea de conseguirlo.

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Domingo VII de Pascua: Ascensión del Señor (A) (Hch 1,1-11; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20)

INTERROGANTES ANTE EL PROCEDER DE JESÚS

Hermanos... Está acabando en la Liturgia el Tiempo pascual, el de las apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles.

La fiesta de hoy nos recuerda la última de éstas.

¿Por qué tan prolongadas apariciones del Señor entonces? ¿Han sido después sustituidas con algo? ¿Cuáles fueron los sentimientos de los Apóstoles, tal día como hoy, en la última de ellas? He aquí las tres preguntas que van a ser objeto de nuestra reflexión en la homi­lía.

HOMILÍA

1. Sumario

Nos preguntamos el porqué tantas apariciones de Cristo, y lo que sintieron sus discípulos.

El Señor les había prometido reiteradamente que había de estar con ellos hasta el fin de los siglos... Como su cuerpo resucitado era un cuerpo, de suyo, invisible a nuestros ojos, de ahí que el Señor "reconvirtiera" la segunda condición de su cuerpo a la primera, de ahí el que lo visibilizara, lo coloreara de algún modo, para que su presencia entre los Apóstoles les resultara perceptible.

La frecuencia de las apariciones pretendía que a fuerza de ver este signo llegaran a no necesitar de él para estar convencidos de su presencia entre ellos.

2. Sigue entre nosotros la presencia de Cristo

De forma más concretizada y constante a través de lo que deno­minamos los Sacramentos; ellos vienen a ser lo que las luces de un semáforo respecto del que ordena en la ciudad el tráfico. Detrás de cada cambio está el técnico organizador.

Detrás de cada Sacramento está el Instituidor de ellos, que es Cristo, el que, mediante los mismos, regula todo el tráfico, toda la vida sobrenatural de la Ciudad de Dios, que es la Iglesia.

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Refiriéndose al primero de dichos Sacramentos, decía San Agus­tín: "Bautice Pedro o bautice Judas, quien, en último término, bau­tiza es Cristo", el que ha instituido ese signo con eficacia suficiente para que, a través de la fe, le pueda descubrir el creyente a El, presente allí de algún modo, y se beneficie de esa presencia.

Igual hay que decir de cada Sacramento. Cristo sigue estando en medio de nosotros, ahora como antes, siendo sólo diverso el medio empleado por El para recordarnos su estancia o su presencia: antes, las apariciones; ahora, los Sacramentos en cuanto signos del Mis­mo.

3. Nuestro sentir actual

— Un primer sentimiento, de alegría. Nada más propio y justi­ficado que ésta. Por un doble motivo: porque Cristo se encamina al Padre, no como salió de El en cuanto Verbo (solo), sino enriquecido o con algo más; con un cuerpo del que formamos parte nosotros, y, por lo tanto, dejándonos un derecho: el de sentarnos un día con El que es nuestra cabeza. "Si con El morimos, con El viviremos" y con Él gozaremos...

— Un segundo sentimiento, de vigilancia de cuanto nos rodea: si es malo, para alejarnos de ello; si bueno, para cultivarlo.

Por la fe, la esperanza y la caridad estamos ya vitalmente adhe­ridos a Cristo; pero esta vinculación con El tiene que pasar por la soldadura autógena de la muerte para convertirse en definitiva. De ahí, hasta esa hora, nuestra necesidad de parmenacer en un constante alerta...

— Un postrer sentimiento o anhelo, de esperanza cada día más viva... A medida que pasan los años, a menudo nos deprimimos, nos achicamos, se encoge en nosotros todo, nos resignamos al mismo no ser. Mas no debemos ceder a esto. Como el cisne guarda su mejor canto para la hora de la muerte, así nosotros debemos guardar para esa hora nuestra más viva esperanza, nuestra más viva fe, nuestro amor a Cristo más ardiente. Sería una insensatez que, cuando el árbol inclina sus ramas para poner a nuestro alcance sus frutos, se encogieran nuestros brazos privándonos de esos frutos.

; | 4. Conclusión '

Empapémonos, hasta rebosar, de estos sentimientos, como de ellos se llenaron un día, el de la Ascensión, los Apóstoles; y el triunfo de Cristo y de éstos será nuestro un día como definitivo.

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Vigilia de Pentecostés (A)

<;n 11,1-9; Rm 8,22-27; Jn 7,37-39)

VIGILIA-ANUNCIO

Hermanos... Cristo prometió a los Apóstoles que no los dejaría solos; que tan pronto como se hallara de nuevo junto al Padre, de regreso de su periplo por la tierra, les enviaría su mismo Espíritu —el Espíritu suyo y del Padre— para que, en cuanto miembros suyos, no estuvieran sin lo necesario e imprescindible.

En esta Vigilia vamos tan sólo a prepararnos, de un modo inme­diato, a conmemorarlo y a celebrarlo.

HOMILÍA

1. Sumario

Por tratarse, en esta Vigilia, no de una conmemoración anticipa­da, como ocurre en la de Pascua, sino de un mero anuncio, las Lecturas se limitan tan sólo a ello. Así la 1.a Lectura.

En ella, por el profeta Joel, nos dice Dios: "Derramaré mi Espí­ritu sobre toda carne... También sobre mis siervos derramaré mi Espíritu en aquellos días".

El profeta alude a los días que sucedieron al triunfo de Cristo, a los del envío del Espíritu a los Apóstoles: Espíritu suyo y del Padre, Espíritu que forma, con ambos, el Ser único trinitario.

Así lo decía San Pedro, en su primera alocución, a los judíos, que creían borrachos a los Apóstoles e interpretaban mal el suceso, presenciado por ellos.

2. La actuación del Espíritu según la Escritura

Por ser las actividades externas de la Divinidad, comunes a las tres Personas, El ha tomado parte naturalmente, con el Padre y el Hijo, en todas las grandes realizaciones naturales y sobrenaturales, que se han dado en nuestro suelo:

• estuvo presente en la creación del mundo; • habló por los profetas; • preparó a la humanidad para la recepción del Hijo; • vino sobre María para tornarla fecunda;

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• movió a Jesús a predicar el Reino de Dios; • le indujo a ir al desierto; • le iluminó y fortaleció allí contra el Maligno; • vino sobre los Apóstoles para constituir la Iglesia; • nos prepara a nosotros para oír convenientemente el mensaje salva­

dor del Evangelio (Cfr. O.G. de Cardedal, Jesús de Nazaret).

Otra cosa más se atribuye al Espíritu: La plena redención de nuestro cuerpo, nuestra resurrección, como nos ha recordado la 2.a

Lectura...

3. Tendremos vida por el Espíritu

Los teólogos antiguos solían afirmar que como el imán atrae y recoge las limaduras del hierro incorporándolas a él; así, un día, nuestro espíritu atraería todas las porciones corporales, que han pertenecido de un modo íntimo, personal, a él, se hallen donde se hallen, aunque hayan pasado a ser sucesivamente porción de otros seres, como ocurre ahora con los trasplantes de órganos.

Algunos modernos —Henri Bon, por ejemplo han querido mejorar lo anterior apelando a ciertas particularidades de los isóto­pos...

Lo único que podemos tener por cierto y seguro es esto, que nos ha recordado la 2.a Lectura: Que "si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que a El le resucitó, resucitará también nuestros cuerpos mortales por obra del Espíritu suyo, que habita en nosotros"; no por acción alguna de nuestro espíritu.

4. Conclusión

Abramos al Espíritu —el que brota de las entrañas de Cristo según la frase evangélica de hoy en la 3.a Lectura las puertas de nuestro espíritu siempre de par en par; nada hagamos que le lleve a ausentarse de nosotros; y así lograremos lo que acaba de prometer­nos Cristo: Ver calmada nuestra sed más honda, la sed de infinitud, que con nada puede ser saciada más que con el Infinito mismo.

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Pentecostés (A)

(Hch 2,1-H; 1 Co 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

EL GRAN DON DE CRISTO A LA IGLESIA

Hermanos... Terminan hoy los cincuenta días de Pascua.

La Liturgia ha desplegado ante nosotros el mundo nuevo donde mora Cristo y nos ha puesto ante los ojos unos cuantos recursos para afianzarnos dentro de sus umbrales en los que ya estamos.

Uno de éstos es el de ser dóciles al Espíritu de Cristo, que nos ha donado para que sea también nuestro Espíritu.

Hoy conmemoramos esta donación. Dispongámonos a recibirla, pues de nada le sirve a uno que la suerte llegue a su casa si no le abre la puerta...

HOMILÍA

Sumario

El itinerario de nuestra reflexión va a ser éste:

1) Una mirada hacia atrás o retrospectiva; 2) una mirada a nuestro entorno: a lo exterior y a lo interior de los textos leídos; 3) una mirada prospectiva o hacia adelante, y 4) consecuencia o hito de todo...

1. Una mirada retrospectiva

Hoy conmemoramos la donación a la Iglesia, por Cristo, de su Espíritu. Su donación máxima a ella. Algo que no ha podido realizar nadie en favor de los suyos: filósofos, políticos, estadistas. Si la Iglesia subsiste todavía, después de veinte siglos, no como una mo­mia, sino como un cuerpo lleno de energía, y "capaz de vivificar —como dice la Liturgia— a todos los hombres de buena voluntad que buscan el Reino de Cristo" en el mundo, se debe al Espíritu.

2. Contenido y explicación de las Lecturas

San Lucas, en la 1.a Lectura, sitúa el hecho cincuenta días des­pués de la Resurrección de Cristo; San Juan, en el mismo día. El primero nos dice que el Espíritu vino en medio de un viento recio

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que llenó la casa donde estaban reunidos los Apóstoles, y que se posó sobre cada uno de éstos en forma de llamarada o lengua de fuego; el segundo (San Juan) nos dice que el Señor exhaló su aliento sobre los Apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo", y no hubo más...

Esta doble presentación se debe a que San Lucas quiso escenifi­carla con vistas a una celebración anual litúrgica, que fuera en la Iglesia similar a la que celebraban los judíos para conmemorar la entrega de la Ley del Sinaí. No pensando en esto, San Juan se limitó al hecho desnudo.

En cuanto a lo interior o el meollo del suceso, reside en lo que en la 2.a Lectura nos ha afirmado San Pablo: "Nadie puede decir 'Jesús es el Señor' —es decir, hacer un acto de fe sobrenatural—, si no es bajo la acción del Espíritu Santo".

Lo principal, en el día de hoy, es captar la necesidad del Espíritu de Cristo para nuestro obrar sobrenatural, sin quedarnos sólo en lo externo: los ritos. La Iglesia, cuerpo comunitario de Cristo, no es nada sin el Espíritu de Jesús.

3. Nuestra mirada hacia adelante

Esta debe cifrarse, por lo mismo que acabamos de ver, en abrir nuestras puertas al Espíritu. Jacob Bóhme, un místico cristiano (ss.xvi-xvn ), se expresa así: "Igual que (en la naturaleza)... si el árbol da pocos frutos, y encima es pequeño, gusanoso y carcomido, la culpa no es de la voluntad del árbol —no es que el árbol quiera a propósito sacar malos frutos—, sino porque, a menudo, caen sobre él heladas, calores, plagas, larvas y pocos cuidados...

De igual manera surge, domina y hay mal y bien en el hombre... Si el hombre eleva su espíritu a la Divinidad, es el Espíritu Santo quien surge y se apodera de él; mas si deja que su espíritu se hunda en este mundo, en el deseo del mal, surge entonces y domina en él, el demonio y la savia infernal... El hombre puede echar mano del impulso que quiera, pues ambas cosas, mal y bien, están en él. De ahí el que diga Cristo que su Padre dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan, con el que podrán lo que ellos solos no pueden".

Por tanto, con la ayuda del Espíritu tenemos capacidad para hacer el bien y evitar el mal.

San Cirilo de Jerusalén, siglos antes, para ilustrar el tema em­pleaba este otro símil: "Como quien antes se movía en tinieblas, al contemplar y recibir la luz del Sol, en sus ojos corporales, es capaz

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de ver claramente lo que poco antes no podía ver (en plena oscuridad nocturna); así el que se ha hecho digno del don del Espíritu Santo, es iluminado en su alma, y, elevado sobrenaturalmente, llega a per­cibir lo que antes ignoraba".

4. Conclusión

Hace unos años apareció en Norteamérica un movimiento reli­gioso denominado "La Revolución de Jesús". Sus miembros se sa­ludaban con estas palabras: "Jesús te ama; sé dócil al Espíritu de Jesús, al Espíritu Santo".

He aquí un buen resumen y slogan para nosotros en el día de hoy. No olvidemos que Jesús nos ama hasta el punto de habernos dado su Espíritu. Seamos dóciles a Este, y donde Cristo-hombre, como Supercabeza nuestra, se halla ya instalado, nos veremos un día definitivamente instalados todos.

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Santísima Trinidad (A) (Ex 34,4b-6.8-9; 2 Co 13,11; Jn 3,16-18)

DIOS, LA CREACIÓN, Y NUESTRA RESPUESTA

Hermanos... Esta fiesta dominical nos recuerda que Dios es Pa­dre, Hijo y Espíritu, que en Dios hay tres Personas iguales en el ser, y sólo distintas por razón de la relación que media entre ellas, man­teniéndolas unidas en un solo Gran Todo. Se dice domingo de la Santísima Trinidad por estar dedicado a venerar y glorificar a las Tres Personas divinas —al Padre, al Hijo y al Espíritu— que cons­tituyen, para nosotros los cristianos, la auténtica y única Divinidad.

HOMILÍA

1. Sumario desde las Lecturas

La 1.a nos ha invitado a prosternarnos, como Moisés, en tierra al tratar de acercarnos hoy a lo más profundo de Dios; la 2.a, a formar una especie de "koinonía" o sociedad con la Trinidasd, y la 3.a, a ver este mundo como algo que vale la pena, como el mundo que el Hijo de Dios ha querido prepararse y el Padre se lo ha otorgado.

Nos centramos en tres puntos de nuestra fe: Sobre el Ser singular y único de Dios; sobre El en cuanto Creador, y sobre nuestra res­puesta, que nos sugiere la 1.a oración:

Profesar la fe verdadera; conocer la gloria de la Trinidad, y adorar su Unidad todopoderosa...

2. El Ser singular y único de Dios

Es muy poco lo que nuestra inteligencia alcanza a vislumbrar acerca del Dios verdadero, vivo y real: sólo que es el Ser infinito, omnipotente, sin principio ni fin, Ser necesario no procedente de otro.

Sabemos por Cristo lo que El explicó de pasada, no hacía teolo­gía, cuando ha de dar respuesta a la pregunta: "Tú, ¿quién eres?" Desvela por dentro el Ser de Dios, diciendo que en la Divinidad hay un Padre, fuente de todo, un Hijo del Padre, que es El, hecho hombre, y un tercero que es el Espíritu del Padre y del Hijo que se

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aman, es el Espíritu Santo. Los tres son consustanciales, Uno sólo en esencia. Tres Personas en un solo Dios.

Este misterio rebasa, Dios es inabarcable, todo nuestro pensar y nuestros cálculos humanos. Nuestra postura es aceptar, con humil­dad, lo que Jesús nos ha desvelado.

3. La Creación y nuestro puesto en ella

Desde la fe poseemos la respuesta al porqué y para qué de la Creación. El cómo se ha ido haciendo pertenece a la ciencia. Es aceptado por todos que el mundo es "creado"; que no viene de sí mismo, ni por sí mismo, ya que es limitado o finito en sus diversas partes, y, por tanto, en el todo. La humanidad debe al Cristianismo esta idea sobre el mundo.

Al estar Dios en el origen del mundo, fuera como fuera su inicio, nos preguntamos sobre la finalidad de la Creación, qué se propuso Dios... Ninguna respuesta es satisfactoria en el mero ámbito filosó­fico; la única que lo es, es Ja dada por el Nuevo Testamento, la que nos ha recordado la 3.a Lectura de hoy al decirnos: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único". Afirmación ésta perfec­tamente armonizable con esta otra del mismo San Juan: "Todo ha sido hecho con vista a El, y, sin tenerle en cuanta a El, nada ha sido hecho de cuanto ha sido creado o hecho".

En suma: Dios lo ha hecho todo con vistas al Hijo, deseoso de encarnarse, de ser creador y criatura juntamente, una especie de puente o de Nudo viviente y personal que ensamble lo finito y l 0

infinito en un solo Todo, en una gran Síntesis total.

Nuestro puesto en la Creación es el más cercano a Cristo: una porción de su cuerpo social o comunitario, miembros personales de El. Y nuestro destino resulta ser el mismo de Cristo y en unión con El: somos los ensanchadores o multiplicadores de la Paternidad divina. Dios Padre nos toma como hijos suyos a todos los miembros personales de su Hijo Cristo. Todos somos hijos por lo que tenemos de Cristo que es nuestra Cabeza; y todos somos distintos, numérica­mente otros, en cuanto dotados de personalidad propia.

4. Nuestra respuesta en la religiosidad

Nuestra vinculación a Cristo se expresa en términos de religiosi­dad pura y verdadera. Y hoy la religiosidad está en crisis, clara y palpable. Afecta a lo periférico de la fe que es la Iglesia-institución, y se extiende a numerosas verdades de la misma y a la práctica religiosa. Las estadísticas así lo muestran, referidas a jóvenes y ma-

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yores, a ambientes urbanos y ambientes rurales. Abunda el desen­tendimiento, el abandono y alejamiento e incluso el recelo, las sos­pechas y el rechazo frente a la religiosidad, aceptada antes con naturalidad por la mayoría.

Esta actitud reniega de algo eminentemente humano, que es lo religioso en sí, la vinculación serena y consciente respecto del Crea­dor, la aceptación gozosa de la relación personal con Cristo.

Hemos de atribuir al materialismo egoísta, al mal en diversas caras, la causa de que el hombre ignore su vinculación con Dios que es inevitable.

El mal es una abstracción como negación del bien posible y mejor. Lo realiza el hombre concreto que emplea su libertad para lo indebido; el ejercicio de ésta —la libertad— ya es un bien, pero se consuma el bien cuando el fin propuesto y los medios empleados están conforme a razón y dentro de la voluntad amplia de Dios.

La voluntad torcida o desviada del hombre puede ser enderaza-da, pues Cristo, "con vistas al cual todos hemos sido hechos", aceptó la condición de entregar hasta la propia vida para liberarnos del mal y evitar nuestra frustración. Así la defectibilidad, ocasión de caída, se nos ha cambiado en ocasión de encumbramiento. En Cristo se nos ofrece algo nuevo, exclusivamente nuestro, el dejarnos auxiliar y curar acudiendo a su poder. Esta acción, aunque mínima, hace posible nuestro acceso a sentarnos con el Redentor, al poner de nuestra parte lo que podemos.

5. Conclusión

Dios en su grandeza siempre está presente a nosotros en la Crea­ción y en el asociarnos a su Hijo, por el Espíritu Santo. Lo profundo de la Trinidad se hace accesible —dentro del misterio— por la pala­bra de Jesús.

Nuestra respuesta en la religiosidad es tratar de hacer nuestro el proceder de Cristo, que venció al mundo y nos ofreció compartir su victoria a poco que nos esforcemos.

Nuestro mayor tesoro es la luz que viene de Cristo; por pequeña que sea —nuestra fe— se nos convertirá un día en la eternidad, en un brillar como el sol, en un ver o conocer semejante al de Dios mismo.

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Corpus Christi (A) (Dt 8,2-3.14b-16a; 1 Co 10,16-17; Jn 3,16-18)

LA EUCARISTA REALIZA UNA DOBLE UNION

Hermanos... Celebramos hoy una fiesta muy similar a la del Jueves Santo, la del Corpus Christi.

Esta fiesta hemos de verla como el comienzo de la segunda parte del ciclo litúrgico, dedicada a los misterios de la vida de Cristo, no conmemorados a lo largo de la primera.

La Eucaristía, núcleo de la vida cristiana, es el manjar por exce­lencia destinado por Cristo para fortalecer en nosotros una doble unión.

HOMILÍA

1 • Sumario

d i n a r i o T s t í l í ™ HtÚrgÍ,C° t e n e m 0 S l o s l i n g o s del Tiempo or-en s e ^ S X t 8 . Y T ^ S,UCeS°S m e n o r e s ' s u c e s o s ^ < ^ a n misterio de] CuerDo d e r r f r l0S i m P ° r t a n t e s - ^ celebramos el nuestros templos ' e n t r e S a d o e n a l i™nto y presente en

nuestra ^ ^ ¿ n ^ J ^ ^ ^ / ^ d ^ la de estrechar mentamos de El. formVi " *Z°?, '' , a d e t o d o s ' l ^ n e s nos ali-^ t i c a » (Santo T o S S T v ía 1 "" S 0 ,° t 0 d ° ' " u n a s o l a P^sona «ostros, en c ^ S ^ ± . t v

t ^ m a f l l a z o ^ unión entre

Padre, ™,ZZ° '^^ZS'rT * H ? E l m ™ ° a ° ™ * t i ' m t « > a mí , 5 „ S . ° » 0 , i , ° Por 'I — * « . s e S ^ ; f-se „ £ & £ < £ * * » * es,e

El y circulando la savia de la Eucaristía, por nosotros, somos lo que el sarmiento vivo y lozano.

2. La Eucaristía es vínculo de unión mutua

Debe ser el manantial, la fuente, que riegue y alimente, en nos­otros, esta unión fraterna.

Recordemos lo oído hoy a San Pablo en la 2.a Lectura: "El cáliz de nuestra acción de gracias ¿no nos une en la sangre de Cristo?; y el pan que participamos, ¿nó nos une a todos en el cuerpo de Cristo? Como el pan es UNO; así nosotros debemos serlo aun siendo mu­chos..." En un bello canto litúrgico, eco de la Didajé, está esto expresado muy bien: "Reúne a tu pueblo, Señor, como se reúnen los granos de trigo, dispersos por el campo, para formar un solo pan..."

La unión entre nosotros, ¿hasta dónde llega? ¿Nos contentamos con compartir la fe y la esperanza, los bienes del más allá? ¿Ponemos en manos de los demás lo nuestro personal: nuestros conocimientos, nuestras aptitudes, nuestras capacidades; o nos reservamos todo esto avaramente?

3. Conclusión

— Hemos visto cómo encuadrar en la Liturgia esta fiesta del Corpus: no como la culminación de la primera Parte del Año litúr­gico, dedicada a los distintos misterios de la vida de Cristo, sino como el comienzo de la segunda, encaminada a recordarnos dichos misterios y otros menores de su vida.

— Hemos visto la doble finalidad de la Eucaristía, en torno a la cual gira este día, en la mente de Cristo: la de estrechar nuestra unión o simbiosis con El y la unión entre nosotros.

Posiblemente hemos descubierto la falta de unión fraterna y con Cristo.

Nos resta el decidirnos a avanzar en sentido contrario al que llevamos, fomentar en nosotros al menos un deseo de cambio, y llegar a la gozosa unión con todos en Cristo.

8.—Año Litúrgico... 113

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Domingo II del tiempo ordinario (A)

(Is 49,3.5-6; 1 Co 1,1-3; Jn 1,29-34)

JESUCRISTO, LUZ Y SALVACIÓN PARA TODOS

Hermanos... La liturgia de cada domingo pone de relieve la singularidad de Cristo en su Misterio Redentor, a nosotros se acerca con su Palabra de verdad y su poder.

Hoy vamos a recordar cómo llevó el encargo de ser "luz y salva­ción para todos", que le confió Dios Padre.

Dispongámonos a oír lo que las Lecturas van a decirnos.

HOMILÍA

1. Sumario

Lo primero que han hecho las Lecturas de hoy es recordarnos el encargo dado por el Padre a Cristo, en quien tenía El todas sus complacencias y del que lo esperaba todo. "Yo te he puesto —hemos oído decirle en la 1.a Lectura— para la luz de las gentes, para llevar mi salvación hasta los últimos confines de la tierra".

De dos cosas se nos habla aquí: de luz y de salvación. Lo primero puede ser el medio; lo segundo, el fin.

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2. I ii misión confiada por el Padre a Cristo

A) Jesucristo en cuanto luz: Tuvo contacto con aquellos que, preocupados más o menos por lo religioso, se quedaron entre los demás, entre el vulgo, como los fariseos y los sedúceos; lo tuvo, mayor aún, con la gente de la calle, más o menos influenciada y oprimida por los dos grupos anteriores; y lo tuvo, sobre todo y en grado máximo, con los propensos a seguirle...

B) En cuanto portador de salvación, Jesucristo llevó ésta a cabo, inicialmente ya, al realizar su tarea de aleccionador o ilumina­dor:

a) Se mostró Salvador, de cara a los detentadores del poder religioso, distanciándose de éstos, no como el Bautista o los esenios (poniendo tierra por medio), sino arguyéndoles y contradiciéndoles en directo constantemente. Hasta tal punto que, según San Juan, empezó su actividad salvadora con un primer intento de purificación del templo.

El templo, como sabemos, estaba siendo a la sazón no faro o candelero desde donde se irradiara la luz y el querer de Dios, sino un amortiguador de esa luz, un recinto de sombras y tinieblas, un lugar utilizado por los detentadores del poder religioso para mantener a la mayoría en el statu quo, la opresión injustia, mediante la ignorancia.

Y contra esto se alzó inmediatamente Cristo, como se habían alzado antes los profetas, como mil novecientos años después, tam­bién un no creyente (Marx) lo hizo ruidosamente, y tantos otros...

b) Respecto de los oprimidos. Externamente no fue mucho lo que hizo, quizá porque nada humanamente eficaz podía hacerse desde su punto de mira y de sus medios humanos de entonces; pero a ellos les dejó la afirmación más inaudita, la más consoladora y la más lógica. Esta: "Dichosos vosotros porque vuestro es (en presente, no en futuro) el reino de los cielos".

Al que se le tiene aherrojado, oprimido, al que con la miseria no se le deja ser libre (no se le deja ser hombre) al que se le mantiene en situación de infrahombre , ¿se le puede exigir, para salvarse, que cumpla sus deberes de hombre? ¿Hasta qué punto puede estar vinculada la salvación a lo heroico?

Jesucristo fue, no sólo condescendiente y misericordioso, sino a la vez muy lógico al afirmar que quienes están en una situación así (de infrahumanidad), no por gusto o pereza, sino por imposición de otros —porque no se les deja crecer, como no se les deja desarrollarse

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a las obreras en la colmena— éstos tienen ya derecho al reino de l> • cielos, pues Dios no pide a nadie más de lo que puede dur.

c) A los decididos a seguirle. Les dijo, o nos dijo, lo del Srinim. de la Montaña: Que no nos contentemos con ver, en la Ley de I >n>, (el Decálogo), un código civil como otro cualquiera, desliando ti regular la convivencia externa; que descubriéramos en dicha ley H querer de Dios que nos invita a no cesar en el camino ascensiomil hacia la perfección—, rebasando así, no sólo la exagerada venga n/¡i, sino la misma ley del talión, para llegar a desembocar en la del perdón más amplio, aun de nuestros mismos enemigos que se obs­tinen en seguir siéndolo.

3. Conclusión

¿Hemos llegado hasta este último compartimiento nosotros? La 2.a Lectura nos ha llamado "los consagrados por Jesús, los llamados a ser santos". Ya sabéis lo dicho un día, por un labriego, a San Francisco a quien ayudaba a montar en su borriquillo: "¿Tú eres ese Francisco de Asís del que se hacen lenguas todas las gentes? Pues procura comportarte de modo que nunca las defraudes..." Otro tanto nos pide a nosotros nuestra condición de cristianos, de seguidores de Cristo, de "llamados a ser santos".

No defraudemos a Cristo. Vivamos conforme a lo que El nos dice.

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cual si fuera lo definitivo y eterno. "Si no eres rico en amor —decía San Juan de Avila— deja la Política". Porque la Política debe ser servicio y no camino hacia el propio medro, y, por el camino del servicio, los que quieren de veras ir tienen que estar provistos de mucho amor.

5. Resumen

No perdamos de vista la necesidad de nuestro afianzamiento en Cristo, de corazón, en obras y palabras, por la conversión.

Huyamos, como nos dice San Pablo, de cismas, y de divisiones viscerales sobre todo (que son más nocivas que los cismas). Confie­mos porque lo que ha sido de la Cabeza, será de los miembros: lo que ha sido ya de Cristo y es, será un día de nosotros.

Impulsados por esta esperanza, avivemos una vez más nuestra fe con el rezo colectivo del Credo.

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Domingo IV del tiempo ordinario (A) (So 2,3;3,12-13; 1 Co 1,26-31; Mt 5,l-12a)

EL AUTORRETRATO DE CRISTO ES NUESTRO ESPEJO

Hermanos... Recordábamos el domingo anterior la palabra en que sintetizó Cristo todo su mensaje salvador: "Convertios", dejad de poner los ojos en vosotros mismos, para fijarlos en Mí... que soy vuestro origen y meta.

La Liturgia de hoy nos va a facilitar el autorretrato que Cristo hizo de sí para que podamos tenerlo siempre a nuestra vera como el mejor espejo.

HOMILÍA

1. Sumario

La palabra salvadora de Cristo, "Convertios" —retornad—, equi­vale a: Dejad vuestra mentalidad, dejad de ser como eí Narciso de la fábula, seres prendados de lo vuestro en exclusiva, y empezad a veros como lo que sois en lo más hondo: seres personales inacaba­dos, seres tendentes a quien os ha sido propuesto por el Creador como vuestra Cabeza, que es el Hijo "por quien y para quien todo ha sido hecho..."

Convertirnos, pues, en concreto, equivale a esto: a poner los ojos en Cristo, a hacer de El nuestro camino, verdad y vida, a tratar de copiar en nosotros sus rasgos, a convertir su autorretrato en nuestro único modelo.

2. El autorretrato de Cristo

Lo tenemos en las Bienaventuranzas que son las irisaciones de El, otros tantos destellos del Mismo.

Nos ponen de relieve lo que en Cristo fue el origen de todo: su voluntad de anonadamiento, "siendo de condición divina —lo que el Padre en cuanto Dios o en cuanto Verbo— se despojó de su rango" para resaltar con esto la frontal primacía del Padre.

Este proceder humilde de El es el que nos pone ante los ojos la primera Bienaventuranza al decir: "Bienaventurados los pobres-pobres", y los pobres "en el espíritu": cuantos eligen, en suma, el

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anonadamiento, o lo sufren con ánimo de ser imitadores suyos en cuanto a la pobreza.

Alguno tal vez pregunte: ¿Son un mal las riquezas? ¿Es la pobreza un bien?

Calvino veía en las riquezas una bendición de Dios porque, para la consecución de éstas y la conservación de las mismas, hacen falta ciertas cosas que son virtud: el trabajo y la sobriedad o el ahorro, por ejemplo... Séneca, asimismo, decía, oponiéndose a la pobreza con todas sus fuerzas: "En la pobreza no hay más que un género de virtud, el no abatirse ni dejarse oprimir; en las riquezas, la templan­za, la generosidad, el discernimiento, la organización, la magnani­midad tienen campo abierto".

Sócrates defiende la pobreza, cuando ésta no es miseria: "La pobreza no está sujeta a la envidia, nadie disputa por ella, se conser­va sin necesidad de guardianes". La pobreza, cuando no es miseria, fomenta y conserva la humildad; y ésta, aunque no sea la suprema virtud, es el sostén de todas las otras. Cristo abrazó la pobreza, que es humildad.

3. Los otros rasgos de Cristo

Los tenemos en las restantes Bienaventuranzas, que son prolon­gaciones de la primera.

— De la primera —bienaventurados los pobres: los que se saben nada— brota la segunda: "Bienaventurados los sufridos": los que, al encontrarse con la dificultad, no miran a Dios como responsable de su mal, ni se desesperan...

Cierto que el mundo está lleno de males o calamidades de orden físico: terremotos, inundaciones, tornados, gotas de agua fría, acci­dentes... Frente a esto, hay quien opta por culpar a Dios de esos males y escribir a todos los sabios del Universo, como hizo Voltaire, cuando el terremoto de Lisboa, para formalizar una protesta.

Pero, desde la sensatez y aceptación de la propia limitación, se puede, en vez de poner los ojos en las ruinas que deja la inundación, ponerlos en el Arco Iris majestuoso que se alza, victorioso, sobre todas ellas, y confiar en Dios y descansar en El como el pájaro en el nido en medio de la tormenta...

Frente al mal moral, pecado y culpa, nos queda mirar a Cristo que nos salva y cambia nuestro barro, de carbón oscuro, en diamante luminoso, al aceptarle a El como Luz, dejándonos penetrar y salvar activamente al aceptarle como Cabeza y Redentor.

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Desde la humildad brotan las demás Bienaventuranzas: "Dicho­sos los pacíficos..." "Dichosos los que tienen hambre y sed de ser justos", que es lo único que significa algo o es positivo en nosotros de veras.

"Dichosos los misericordiosos, los compasivos, lo que, como el buen samaritano, no pasan de largo ante el prójimo herido o nece­sitado de socorro.

"Dichosos los limpios de corazón" (los sinceros), los que no abandonan verdad alguna por pequeña que sea.

"Dichosos los que trabajan por la paz"; "Dichosos los persegui­dos por causa de la justicia", etc.

4. Conclusión

Tenemos bastante con lo que, de Cristo, se nos ha manifestado en esos ocho rasgos sustanciales suyos. No basta con tener el modelo delante, hay que llevarlo a nuestro lienzo. Tenemos que copiarlo.

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Domingo V del tiempo ordinario (A) (Is 58,7-10; 1 Co 2,1-5; Mt 5,13-16)

LOS CRISTIANOS, LUZ DEL MUNDO HOY

Hermanos... El domingo anterior comenzó la Liturgia a recor­darnos el Sermón de Cristo sobre las bienaventuranzas: el mejor autorretrato que de El nos ha quedado.

Prosiguiendo la lectura de dicho Sermón, la Liturgia nos viene a hacer esta pregunta: ¿Somos luz del mundo los cristianos hoy en lo económico?

Dispongámonos a oír las Lecturas y a reflexionar sobre esto...

HOMILÍA

1. Sumario

Nos ha dicho la 1.a: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al desnudo..." La 3.a nos define: "Vosotros sois (debéis ser) la luz del mundo". En todo, se entiende, y por lo mismo también en lo económico.

Ni de solo pan vive el hombre, ni sin pan puede vivir. Hay que unir ambas cosas: Moral y Economía. Ni una Moral sin Economía, como si fuéramos ángeles; ni una Economía sin Moral, como si hubiéramos de vivir como bestias en la jungla...

Visto el ideal, pasemos a observar la ralidad...

2. £1 mundo de hoy en lo económico

Atraviesa por una de sus mayores crisis; pero, como siempre, no alcanza ésta por igual a todos.

Lo de individuos pobres y ricos, del tiempo de Cristo, ha pasado a ser esto otro: pueblos en la opulencia y pueblos en la miseria.

Hoy, siendo posible lograr que ningún ser humano pase hambre, son muchos, muchísimos, incontables, los que mueren en el mundo a causa del hambre. Jamás la Geografía del hambre se ha extendido tanto como ahora. Esto, ¿a causa de qué? O porque lo que se podría destinar a producir los bienes necesarios, para el sustento de todos, se dedica a producir bienes superfluos al alcance de sólo unos pocos,

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o porque se dedica a fabricar armas con que mantener, por la fuerza, ese estado de injusticia en el que los más están sumidos.

Tan mal distribuidos están los bienes actuales que alguien (Julio Nyerere, Presidente de Tanzania) ha podido decir: "Del mismo modo que el agua de los terrenos áridos termina en definitiva por correr hasta el océano donde hay agua en abundancia; así la riqueza corre, desde las naciones y desde los individuos más pobres, a las naciones e individuos que menos las necesitan".

3. £1 porqué de este mal a nivel de principios

Estriba en lo que advertía Pablo VI en la Populorum Progressio: "En mala hora se ha estructurado un sistema en el que el provecho es considerado como el motor esencial del progreso económico; la concurrencia, como la ley suprema de la economía; y la propiedad privada de los medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales" (n. 26).

Hemos puesto las cosas por encima de las personas, lo singular —individual—, por encima de lo personal —comunitario—, y, de ahí, el mal en que nuestra economía está sumida.

Esperar que a base de la razón tan sólo, las naciones ricas acce­dan a lo de Pablo VI: destinar una parte considerable, no meramente simbólica, de sus fondos libres a la promoción y desarrollo de las naciones pobres, es querer levantar y sostener sobre arena el más alto de todos los rascacielos.

Hemos de apelar a motivaciones desde la fe en Cristo y desde el amor universal.

4. Conclusión

Dios no está de más en el mundo. Que, para poder vivir todos en él sin estorbarnos, no podemos portarnos como si Dios no existiera, porque, no existiendo Dios, no existe la fraternidad; y, sin fraterni­dad, no es posible una solución en amor y justicia.

Los cristianos ¿somos, a la sazón, luz del mundo en este terreno?

No lo somos; pero podemos serlo y no debemos cesar de inten­tarlo. En lo económico, ésta es la mayor colaboración, que podemos prestar a los demás, para arreglar, entre todos, lo mucho desarregla­do que existe en nuestro mundo. Cada uno ponga su grano de arena.

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Domingo VI del tiempo ordinario (A) (Eclo 15,16-21; 1 Co 2,6-10; Mt 5,17-37)

EL CAMINO DESDE EL LEGALISMO HASTA LA RELIGIOSIDAD

Hermanos... Llevamos dos domingos a los pies de Cristo escu­chándole el Sermón de las Bienaventuranzas.

Hoy vamos a hacer con Cristo un largo camino: desde la anomía al legalismo y desde ésta hasta la religiosidad o hasta la mística.

Dispongámonos a oír las Lecturas que nos van a servir de otros tantos hitos en este camino...

HOMILÍA

1. Sumario

El itinerario, que nos trazan las Lecturas, no puede ser hoy más recto o lógico:

La 1.a nos ha hablado de la posibilidad de guardar los Manda­mientos; la 2.a, con vistas a lograr la explicación de ellos más autén­tica, nos ha recordado que quien va a hacernos ésta es Cristo que es la Sabiduría infinita de Dios, la Sabiduría por excelencia; y la 3.a, exponiéndonos el contenido de algunos de esos Mandamientos o preceptos, nos ha invitado a dejar atrás el Legalismo y ascender a la religiosidad perfecta o a la mística.

2. Legalismo y Mística

Empecemos por establecer la diferencia entre ambos para adver­tir la supremacía de la segunda sobre el primero.

— Diferencia primera: El Legalismo se contenta con cumplir la ley externamente, más que para no incurrir en el mal, para evitar la sanción que éste suele llevar aneja; la religiosidad perfecta o la mís­tica se propone ilusionarnos con el bien hasta llegar al Bien sumo.

— Diferencia segunda: El Legalismo se fija en nuestros torcidos impulsos para frenarlos; la Mística, en nuestras energías o posibili­dades para el bien, con vistas a estimularlas y acrecentarlas.

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— Diferencia tercera: El Legalismo nos dice: "No hagas esto, no hagas lo otro"; la Mística "procura hacerlo todo como el Padre celestial, de modo perfecto...".

3. El itinerario hasta el Legalismo, y, desde él, hasta la Mística

Por cuatro grandes etapas pasa nuestra vida.

— Por una primera, llamada "anomía": la de no querer recono­cer sobre nosotros ley u obligación alguna. Es la del niño, que no sabe de más deber que su propio "querer", al que exige que se adapten los que le rodean, y llora y patalea hasta salirse con la suya, sin pensar en precepto ni ley alguna.

— Cuando el niño descubra que esto no le da resultado, porque ha crecido y las excesivas "contemplaciones" con él se han acabado, su conducta adopta una segunda fase —la de heteronomía— consis­tente en atenerse a lo que se le manda, más que para cumplir los mandatos de los padres, para seguir teniendo a éstos a disposición suya y que le mimen y no nieguen ninguno de sus caprichos.

— Al salir del hogar recorre una tercera etapa —la de la socio-nomía—: advierte que en el grupo, en el que quiere ingresar, hay unas leyes y el que no se atiene a ellas es excluido pronto o tarde del mismo, y, para no serlo él, se ciñe a dichas leyes, que sólo a medias acepta, por propia conveniencia.

— Al adquirir su pleno desarrollo, al llegar a la adultez moral, piensa en lo de Kant: en el deber por el deber, haciendo, de éste, algo no externo a él, sino interno. Es la etapa de la autonomía, del gobierno de uno por si mismo, según la razón y no según los capri­chos.

Pero aún no estamos en la cumbre de la Moral. El hombre, al ser una criatura —un ser creado—, no puede cifrar su moral en la autonomía, ni menos en una autarquía; tiene que cifrarla en la ontonomía, es decir, en una autonomía que sea teonomía o sumisión a Aquel de quien ha recibido su propio ser con la característica que tiene de ser limitado o subordinado al Ser infinito, Creador suyo, y Legislador suyo también, no sólo a través de lo que la razón le dice, sino además, de lo que, por una.nueva revelación o irradiación divina, Dios en cualquier momento pueda decirle a su razón.

Es decir, que la Moral auténtica no ha de contentarse con Lega­lismo alguno, sino que nos ha de tener siempre a la escucha de lo que Dios puede exigirnos —una perfección mayor que la de la Ley— en un momento dado. Tender a un bien cada vez mayor.

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4. Conclusión

Lo que Dios quiere es que, a través de una moral "ontónoma", lleguemos a la "teónoma", a la Moral con mayúscula —a la de una justicia mayor que la de los Códigos, que culmine en la mística. No podemos contentarnos con la moral laica o meramente cívica; ni siquiera con la del deber por el deber, desentendiéndonos de Dios, sino ir en pos de la única del todo perfecta, la consistente en hacer cuanto a Dios le agrade o pida de nosotros.

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Domingo VII del tiempo ordinario (A) (Lv 19,1-2.17-18; 1 Co 3,16-23; Mt 5,38-48)

NUESTRA POSTURA FRENTE AL MAL

Hermanos... Un día más, desde el hoy nuestro, vamos a oír a Cristo en el Sermón del Monte.

Primero nos hizo su autorretrato con el bosquejo de las Biena­venturanzas. Después nos exhortó a ser luz para todos. Y el domingo anterior nos inculcó la necesidad de pasar, en lo religioso, del Lega-lismo a la Mística: del deber por el deber, al deber para complacer a Dios.

En este cuarto día de nuestra asistencia a este Sermón, le vamos a oír cómo resistir al mal, y cuál ha de ser nuestra contribución de cristianos a la paz.

Dispongámonos a oír los ecos de su voz.

HOMILÍA

1. Sumario

Deberemos saber compaginar el "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" de la 1.a Lectura, con el "Pero Yo os digo", de Cristo en la 3.a Lectura. Lo que El dice ¿no fue lo que prescribió Moisés antes? ¿Por qué, pues, dicho "Pero"? Porque una cosa es el oír y otra el haber entendido lo oído. Los judíos oyeron a Moisés lo del amor al prójimo; pero, en tiempos de Cristo, uno de ellos preguntaba a Este: ¿Quién es mi prójimo?

2. La ley del talión y el ideal propuesto por Cristo

La ley del talión se dio para que el hombre no se desmadrara, y, al buscar la justicia, hiciera una injusticia, causando un daño de diez al que sólo le había inferido un daño de cinco.

Hoy, avanzando más, nos propone Cristo: el no inferir daño alguno al que nos lo ha causado. El mal hay que ahogarlo con la abundancia del bien; no de otro modo.

— Alguno tal vez piense: Esto puede ser apto para nuestro com­portamiento con los particulares, con los iguales a nosotros; pero

9.—Año Litúrgico... 129

Page 65: hernandez, justo - año liturgico

¿puede valer para el comportamiento de las colectividades, de los Estados?

También es posible. Ya sabemos que la violencia engendra más violencia y desemboca en una espiral que sólo termina con la muerte de uno de los bandos —el vencido— y con el descrédito, a la postre, del vencedor, del otro.

Con la violencia pasiva, no activa (con el no hacer: con la sola desobediencia, sin acudir a otra violencia), triunfó, en la India, Gand-hi contra Inglaterra. También luchó Lutero King contra el apartheid en Norteamérica y ganó la partida. Con esa violencia pasiva —la de los pacíficos— se pueden liberar los oprimidos.

Ningún Poder puede nada frente a un pueblo entero, decidido a resistir a la injusticia sólo pasivamente, sin utilizar procedimientos de violencia.

3. Conclusión

Lo necesario para derrocar y vencer toda clase de mal a nivel de naciones y de individuos está expresado en lo que dice San Juan: "La victoria que vence al mundo es nuestra fe".

Tengamos esta fe —la de que el mal hay que ahogarlo con la abundancia de bien— y nunca recurramos, en nuestras inevitables luchas, a otra cosa, a otros procedimientos que los del bien. El bien es lo positivo, aquello de lo que siempre queda algo.

¡Que el bien sea, pues, en todo, nuestro hito, nuestro blanco, nuestro punto de mira; y el mal, el lugar de donde alejarnos huyendo de la nada!

¡Mantengamos siempre en torno nuestro esta atmósfera, esta ilusión, estos pensamientos, que engendran vida! La Eucaristía, que vamos a recibir una vez más, nos dará fuerzas para ello. Cristo, en ella, es nuestra fuerza...

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Domingo VIH del tiempo ordinario (A)

(Is 49,14-15; 1 Co 4,1-5; Mt 6,24-34)

NUESTRA BÚSQUEDA Y TALANTE DE CRISTIANOS

Hermanos... Cristo, como ser viviente, sigue haciendo llegar has­ta nosotros su voz en diferido.

Hoy nos dice algo muy importante: lo que debe ser, de cara a Dios, en todo, nuestro talante: en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, en el callar y en el hablar, en la vida y en la muerte.

Dispongámonos a oírle, con gozo, en tema tan importante...

HOMILÍA

1. Sumario

La correcta actitud del cristiano la tenemos bosquejada en estas palabras de Cristo: "Buscad el reino de Dios y su justicia y lo demás (el qué comeremos y cómo nos vestiremos) se dará por añadidura".

Con vistas indudablemente a fundamentar esto, la 1.a Lectura nos ha recordado esta afirmación de Dios en el Antiguo Testamento: "Aunque una madre llegue a olvidarse del hijo salido de sus entrañas y a no quererle, Yo nunca, con ninguno de vosotros, los hombres, mis hijos, haré esto". Y la 2.a, dando un paso más, nos ha encargado que no formulemos juicio alguno interno desfavorable de nadie, ni menos de Dios, ya que El es el único Bueno.

2. Actitud de gozosa aceptación

Lo que se impone, de cara a Dios, en lo próspero y en lo adverso, en lo fácil y en lo difícil, a lo largo de nuestra vida y en el momento de nuestra muerte, es la actitud de un hijo bueno frente a su Padre Bueno. Una actitud de gozosa aceptación del Mismo, de amor más que de temor, de esperanza confiada en que, al fin, sean cuales sean nuestros avatares a lo largo de la vida, El ha de mirarnos como a hijos hasta lo último, y ha de hacer todo lo accesible a El —todo 1" que su Infinitud puede— para otorgarnos, a nivel natural: la peren­nidad en el ser, la inmortalidad en el bien, y la liberación de (oda mancha o pecado; y, en el sobrenatural, su misma gloria.

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Page 66: hernandez, justo - año liturgico

3. Todo con El y nuestro esfuerzo

Ha de ser cosa Suya y a la vez cosa nuestra. "Mirad las aves del cielo y los lirios del campo —nos ha dicho Cristo— no siembran ni siegan... no hilan ni tejen..."

No es que Dios las alimente a pico abierto y sin que tengan que ir ellas en busca de ese alimento a lugares donde acaso les acechan los depradadores y las serpientes.

— A los lirios no los viste en la quietud, ni en la holgazanería, sino ayudándoles en los terribles y continuos esfuerzos que necesitan para adentrar sus raicillas en el suelo duro, de donde han de extraer el alimento, y contribuyendo a que sus hojas trabajen de sol a sol, para asimilar energía con la luz.

Cristo no recomienda ociosidad, sino esfuerzo confiado en Dios. Valora el trabajo de cada uno del intelectual, del obrero, del técnico, del empresario como medio de realización personal y social. Todo trabajo humano, como obra de un ser autotrascendente, debe ir en busca de lo trascendente y no estancarse en otras metas; debe desembocar en Dios en último término, como Supremo Tras­cendente y última meta.

Esto exige de nosotros: un constante y denodado esfuerzo, no sólo para permanecer en el bien, sino además para crecer en él constantemente. Ninguno de los talentos, que Dios da, es para que se tengan inactivos o inertes. El talento de la religiosidad o de la piedad, lo mismo que otro cualquiera...

4. Conclusión

Al esfuerzo, en lo humano, está vinculado todo. Lo que Dios más premia es el esfuerzo. Los antiguos paganos decían: "Todo lo venden los dioses a cambio de la moneda del esfuerzo".

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Domingo IX del tiempo ordinario (A)

(Dt 11,18.26-28; Rm 3,21-25-28; Mt 7,21-27)

CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS Y DERECHO A LA GLORIA

Hermanos... Hoy se termina en la Liturgia la lectura del Sermón de la Montaña. Con el célebre pasaje que nos habla de edificar la casa sobre roca y no sobre arena.

¿Qué Roca ha de ser ésta? Estad atentos a la voz de San Pablo en las lecturas.

HOMILÍA

1. Sumario

La 1.a Lectura nos ha hablado de dos cosas muy entrelazadas o conexas (de la necesidad de no perder de vista los Mandamientos, y a la vez los motivos que han de inducirnos a cumplirlos); la 3.a nos ha recordado la necesidad de edificar la casa sobre roca, y la 2.a nos ha insinuado cuál puede ser esa Roca.

2. Importancia de los Mandamientos

Los Mandamientos, respecto del mundo moral (el de la salva­ción), vienen a ser lo que las leyes matemáticas en el mundo físico para que no cunda en éste el desconcierto.

La Sagrada Escritura nos dice que todo ha sido hecho por Dios "según número, peso y medida"; y a esto tiene que atenerse todo para subsistir y no ir a la ruina.

Nada más lógico que el tener siempre luciendo en los fanales de nuestra mente los Mandamientos por los que, en el orden moral, hemos de regirnos para lograr una buena convivencia con Dios y entre nosotros. Hemos de tenerlos siempre presentes en la mente.

De ahí que Moisés exhortara a los isrelitas a colocar dichos Mandamientos ante sus ojos: en las puertas de las casas, en las fim­brias de los vestidos, y en torno a las muñecas como pulseras..

n.i

Page 67: hernandez, justo - año liturgico

3. Importancia de los motivos para ser fíeles

No es de menos trascendencia que lo primero.

Psicólogos hay que, como Lindorski, dicen que toda la fuerza de la voluntad reside en los motivos: en tenerlos presentes o no presen­tes. Quizá sea esto mucho. De todos modos, si se tienen presentes, al suponer esto un impulso, la energía de la voluntad se acrecienta.

El mencionado psicólogo echa mano, para robustecer su tesis, del modo de obrar del jefe de estación que sale de su cuarto a verificar un cambio de agujas. Si olvida la ruta que debe dejar franca, la energía potencial de su voluntad no le sirve para nada; si la tiene en la mente, con un mínimo esfuerzo puede lograr lo que se propone...

Los motivos concretos para el cumplimiento de los Mandamien­tos, hemos de tener presente, los reduce a dos la 1.a Lectura: la bendición y la maldición, o espada de Damocles que pesa sobre el que obra mal, o corona de laurel para el vencedor.

4. £1 final, el logro último: la gloria

Cristo lo vincula al que edifica su casa sobre roca; pero ¿qué roca es ésta? San Pablo nos dice: Nuestra salvación o vida eterna no está vinculada a la Ley —al cumplimiento de los Mandamientos—, sino a la fe, a nuestra adhesión total —mental, afectiva y efectiva—, a Cristo. Porque el cumplimiento de los Mandamientos torna al hom­bre justo, bueno; pero de ahí, a que, por eso, Dios haya de darle una participación en su misma gloria, va un abismo. Este abismo no puede ser salvado por la Etica; sólo por la fe y la adhesión a Cristo se salva.

En suma, que la Roca, sobre la que ha de descansar nuestro edificio, es Cristo.

5. Conclusión

Tengamos presentes los motivos que a cumplir los Mandamien­tos han de ayudarnos; cumplamos éstos; y no olvidemos ponernos en manos de Cristo.

Esto último es lo más necesario para lograr edificar nuestra casa eterna sobre roca.

Cristo es la Roca. Sólo edificando sobre El, lo edificado perma­necerá para siempre.

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Domingo X del tiempo ordinario (A)

(Os 3b-6; Rm 4,18-25; Mt 9,9-13)

CRECER EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Hermanos... Decíamos el Día del Corpus que, a partir de él, comenzaba en la Liturgia una segunda etapa del Tiempo ordinario, tiempo destinado a conmemorar los hechos menores de la vida de Cristo, y sus enseñanzas.

Dispongámonos, en este día a ahondar en nuestro primer deber religioso: el de conocer cada día mejor a Dios o, al menos, intentar­lo.

HOMILÍA

1. Sumario

Este domingo se hace eco de un doble reproche, que se le hizo al Señor, y de cómo lo contestó. Primer reproche: que eligiera a un publicano para apóstol; segundo, que asistiera al banquete de despe­dida, dado por éste.

Ante todo defendió a los publícanos, que, de rechazo, quedaban malheridos u ofendidos. Y, luego, dirigió a los acusadores estas palabras: "Andad y aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio, el conocimiento de Dios al holocausto".

2. Conocer a Dios Salvador

Yavé significa "Dios Salvador", que no es otro más que Cristo, el Dios Salvador en persona.

Para nosotros equivale hoy a decir: "Apresurémonos a conocer a Cristo". Del mismo Cristo son estas palabras: "Esta es la vida eterna, en esto consiste: en que todos conozcan al Padre-Dios y a su Enviado-Jesucristo".

Para conocer a Dios o ver a Cristo que es la Faz de El, como Fray Luis de León nos dice, hay que esforzarse. La Creación misma nos exige este esfuerzo, y que no es insensible a Dios, como podría­mos pensar nosotros, sino que se halla de parto, al decir de San Pablo; es decir, anhelosa de entrever, a través de nosotros, al Crea­dor; pero no puede hacerlo, y por eso sufre como dolores de parto.

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cuando el hombre se hace sordo a ella y no le brinda, para conocer al Creador, sus ojos.

3. Un modelo para avivar nuestro esfuerzo

El que nos ha ofrecido la 2.a Lectura: Abraham, de quien dijo un día el mismo Cristo, que "ardió en deseos de ver su día —el día de la venida de Cristo—, que lo vio en lontananza y se llenó de gozo".

A llegar a esto es a lo que nos exhorta la frase, o las palabras, que ha puesto Dios hoy, en la Liturgia, en boca de Oseas que "le interesa más que nos esforcemos por conocerle y amarle", que en ofrecerle sacrificios, de los que nosotros no necesitamos y El menos.

4. Conclusión

— Hemos empezado diciendo que esta segunda parte del Año litúrgico, aunque de no tanta importancia como la primera, no ca­rece de encantos, que los tiene y grandes.

— Hemos parado mientes en lo que este Tiempo nos ha recor­dado hoy: la exhortación que nos hace Dios a conocerle a través de Cristo su Enviado principalmente.

— Hemos advertido lo de San Pablo: que la Creación entera está con dolores de parto, deseosa de que nosotros, que somos los ojos de ella, los abramos, y conociendo a Dios, le glorifiquemos en nombre de ella, cosa que, sin nosotros, no puede hacer.

— Y hemos visto, por fin, realizados en Abraham, según Cristo, esos anhelos...

Pongamos interés en aprovechar cada domingo para hacer lo que un día María, la hermana de Lázaro: ponernos a los pies de Jesús, oír lo que nos dice, y así poder crecer en el conocimiento de Dios.

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Domingo XI del tiempo ordinario (A) (Ex 19,2-6a; Rm 5,6-11; Mt 9,36-10.8)

EL DIOS VERDADERO DE LA REVELACIÓN

Hermanos... La Liturgia del domingo anterior nos decía: "Esfor­cémonos por conocer a Yavé ". Tal es el primer deber de la religio­sidad.

A esto podemos llegar escrutando la Creación, que es la obra de Dios, y prestando oídos a la Revelación e intervención suya en nuestra historia, sobre todo a través de Cristo.

HOMILÍA

1. Sumario

Dios no aparece en las Escrituras como un ser abstracto: como el Ser Necesario, o el Ente Realísimo de los filósofos, porque lo abstracto a nada conduce. Toda la realidad, de cualquier tipo que sea, está en lo concreto y especificado.

— Tampoco aparece como un ser lejano: como el Dios de los deístas que, descuidado del mundo y de los hombres —a eso nos acercamos ahora con la secularización convertida en Secularismo—, se limite a existir El o a pensar, como decía Aristóteles, su propio pensamiento.

— Tampoco se nos muestra, por más que crean muchos esto, como el Maestro que entrega una lección a sus alumnos, de suerte que hayan de ser las palabras de la Escritura algo así como un oráculo.

— Se nos muestra, más que nada, como un Iluminador de los acontecimientos, quizá oscuros, que nos rodean, y que, con su inter­vención, pasan a ser lo suficientemente claros, para saber a qué atenernos; sólo muy raras veces se muestra en directo a uno para hablarle, como a Abraham: "Sal de tu tierra"; o lo dicho a Moisés: "Anda, ve a liberar a mi pueblo".

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2. La imagen de Dios en las Lecturas

— La 1.a nos ha dicho: "El Señor llamó a Moisés y le dijo: Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los israelitas: ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí".

Se nos pone de relieve la cercanía de Dios a los judíos; el cuidado amoroso —de Padre— que tuvo con ellos, haciendo lo que el águila con sus polluelos, a los que ayuda a sobrevolar toda clase de dificul­tades...

— La 3.a Lectura nos ha llevado a poner los ojos en un cuadro semejante. Viendo Jesús a las gentes de su tiempo, cierto día, "exte­nuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor", dice a sus discípu­los: "La mies es mucha; y los trabajadores, pocos". Tras esto cons­tituye, a unos cuantos de sus seguidores, en Apóstoles enviados suyos y les dice: "Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca; curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios".

Se subraya el cuidado de Cristo por los hombres de su entorno, cuidado semejante al tenido por Dios con el pueblo de Israel ante­riormente...

Cristo no sigue haciendo esto último —curar enfermos corpora­les— por no ser preciso: porque esto podemos realizarlo los hom­bres, mediante la Medicina, por nosotros mismos.

Al Señor no tenemos que pedirle las curaciones aquellas. Como tampoco el superar con éxito un examen. Al que se ha pasado el verano, como la cigarra, cantando, no le va a regalar a Dios unas polainas para el invierno; ni le va a sacar las castañas del fuego, en el examen, al que ha pasado el curso holgando. Querer esto es tentar a Dios... Los antiguos ya decían que los dioses lo dan todo, pero a cambio de la moneda del trabajo.

Las dolencias y males, para los que hemos de acudir a Dios en demanda de ayuda, son los espirituales, que pueden acabar con nosotros del todo como insinuó Cristo en el Evangelio al decir: "No temáis a los que matan el cuerpo, etc."

Para ello, Cristo ha instituido los Sacramentos de cuya eficacia no podemos dudar, nos ha dicho el Apóstol: "Si cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con El por la muerte de su Hijo", ¿cómo no vamos a serlo ahora, ya reconciliados, por los Sacramentos que hacen llegar hasta nosotros la acción salvadora del Mismo?

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3. Conclusión

Sintámonos cerca de Dios, tratados cariñosamente por El, "He-vados sobre sus alas" más seguras que las del águila. Veámosle como Padre, y superaremos toda clase de dificultades que a nuestra reli­giosidad puedan salirle al paso.

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Domingo XII del tiempo ordinario (A) (Jr 20,10-13; Rm 5,12-15; Mt 10,26-33)

LA RELIGIOSIDAD DA CONFIANZA

Hermanos... Después de haber visto, en los días anteriores, la importancia del conocimiento de Dios, el esfuerzo que hemos de hacer para conseguirlo, y cómo se nos manifiesta El en la Escritura, como Padre; hoy vamos a considerar lo que debe ser nuestra religio­sidad: confianza más que temor.

HOMILÍA

1. Sumario

Tres cosas, bien trabadas, se advierten hoy en las Lecturas: un punto de arranque o de partida; una aspiración o meta; y el impulso que ha de llevarnos hasta ésta.

2. Punto de partida

En la 1.a Lectura tenemos el ejemplo de Jeremías a quien Dios le encarga un anuncio arriesgado; teme al pueblo; pero se decide a dar el anuncio que se le ha encomendado, apoyado en la confianza en el Señor.

La confianza en Dios es también el arranque para la religiosidad.

... No hemos sido arrojados al mundo por fuerzas ciegas: el azar y la necesidad. Hemos sido puestos en él por un Creador, que se proclama Padre nuestro, y lo es a través de su Hijo que ha aceptado ser Cabeza de todos para que así, de un modo, más que adoptivo,

i real, seamos todos hijos del Mismo, hijos menores, "hijitos" según la expresión de San Juan en sus Cartas.

Confianza es lo lógico, lo natural, lo obligado. No tenerla, sobre todo en ciertos momentos —los del peligro supremo: el de la muer­te— sería tener por no veraz a Dios que es Cristo, ofender a ambos: al Padre y al Hijo...

3. Nuestra aspiración o meta

La expresa así Cristo: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres, Yo también me pondré un día de parte de él ante mi Padre del cielo".

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Lograr que un día Cristo esté de nuestra parte, es la aspiración suprema, pues, contar con algo como esto, es tenerlo asegurado todo.

Hemos de estar dispuestos a dar testimonio de Cristo cuando esto sea necesario: siempre que nuestro silencio pueda equivaler a negarle, para que Cristo lo dé un día en favor nuestro.

4. £1 impulso para esta tarea

Podemos descubrirlo en lo que nos dice Cristo: "No temáis a los que pueden llegar hasta mataros" a quitaros esta vida, pero nada más.

Son muchos los ejemplos que nos ha dejado la historia de la Iglesia, en nuestros mártires y santos, de fidelidad esforzada. Los Apóstoles salían gozosos del Sanedrín, por haber merecido una persecución por el nombre de Jesús, diciendo a quienes les condena­ban: "No podemos obedeceros; hay que obedecer a Dios antes que a los hombres..." San Juan Crisóstomo decía, a su vez, a otros que le pedían lo mismo: "¡Poderosos de la tierra! ¿Seríais vosotros capa­ces de defenderme un día, ante el tribunal de Dios, por haber incu­rrido en silencio culpable? Dejadme hablar y callaos vosotros..."

5. Conclusión — Hemos empezado la primera Monición diciendo que la autén­

tica religiosidad ha de ser confianza en Dios más que temor.

— Hemos visto, a través de la 1.a Lectura, cómo esta confianza le dio fuerza a Jeremías para llevar a cabo una misión difícil: la de anunciar, de parte de Dios, al pueblo judío, algo que no quería éste oír.

— Hemos visto qué justifica o da pie, en nosotros, a la confian­za: el haber venido a este mundo, no lanzados a él por el azar y la necesidad de una materia ciega en evolución, sino por obra de un Creador amoroso que nos ha hecho con vistas a su Hijo para ser lo que Este: hijos suyos.

— Hemos oído lo que nos ha dicho el Hijo: que, si nosotros no le negamos a El ante los hombres, El nos reconocerá como suyos ante el Padre del cielo cuando nos llegue la hora de presentarnos ante El ajuicio...

Si en nuestra existencia, en medio de las luchas y dificultades que nos salgan al paso, nos mantenemos fieles a Cristo, lograremos lo que se dice del agave: que su florecer, al cabo de cien años, es tan bello que a cuantos lo presencian les deja extasiados...

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Page 71: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XIII del tiempo ordinario (A)

(2 R 4,8-11.14-16a; Rm 6,3-4.8-11; Mt 10,37-42)

PRIMER ENVIÓ DE LOS APOSTÓLES POR CRISTO

Hermanos... La Liturgia nos recuerda un primer envío, de los Apóstoles, por Cristo, a hacer el anuncio del Dios que hemos de conocer, el Dios de Jesús y su Reino. Dispongámonos a oír qué nos dicen las Lecturas.

HOMILÍA

Sumario

Las Lecturas nos invitan a reflexionar sobre tres puntos o cues­tiones, a propósito del envío, por Cristo, de los Apóstoles, a predicar el Reino de Dios:

1.° Acogida que se ha de prestar a los enviados. 2.° El porqué de dicha acogida. 3.° Recompensa con que Dios premiará a quien sepa recibirlos.

1. Acogida a los enviados

La respuesta a este primer punto nos la ha dado la 1.a Lectura con un bello relato: Elíseo es ayudado y acogido por una señora y su familia.

Puntos a notar: 1.° No espera a que el profeta se acerque a su casa y le pida un bocado de pan; se adelanta ella a dárselo y le invita a que entre en su casa y allí lo coma tranquilo; 2.° La mujer lo atiende cuantas veces va por allí Eliseo; 3.° Dándose cuenta de que el profeta ha recibido un mensaje de Dios para el pueblo y tiene que elaborar ese mensaje para que el pueblo más fácilmente lo capte, y advirtiendo que mal podrá hacer esto, si no se dispone de un peque­ño recinto donde recogerse a meditar, de acuerdo con su marido, le ofrece, en su propia casa, una habitación en exclusiva para él.

En todos estos detalles tenemos la respuesta a nuestra primera pregunta: "¿Cómo ha de ser nuestro comportamiento con los envia­dos de Dios?" El relato bíblico nos lo ha indicado.

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2. Recibimos al mismo Cristo

Por el siguiente razonamiento de Cristo, que se nos recuerda en la 3.a Lectura: "Quien recibe a mis enviados, me recibe a Mí, y quien a Mí me recibe, recibe al que me envió que es el Padre".

La razón es tan clara que sólo con haberla recordado basta.

3. La recompensa prometida

Dos Lecturas nos han hablado de ella: la 1.a y la 3.a

La 1.a, adoptando el camino llano y sin dificultades del ejemplo, nos ha puesto ante los ojos el beneficio, alcanzado por Eliseo, para su bienhechora. Una generosa recompensa a un previo buen obrar de la mujer...

En la 3.a Lectura, notad lo que nos ha dicho Cristo: "El que recibe a un profeta, porque es profeta, tendrá paga de profeta por haber colaborado con él, y el que recibe a un justo tendrá la paga de justo; y el que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de mis enviados, no se quedará sin recompensa".

La paga prometida no es la del simple heraldo o mensajero, sino la del mismo Cristo. Será una resurrección, "no según el modelo de nuestra condición humilde, sino según el modelo de la condición (actual) gloriosa del mismo Cristo", al decir de San Pablo...

4. Conclusión

Que no se ausente nunca de nosotros el cómo comportarnos con nuestros evangelizadores; el porqué de esto, y la recompensa que tendrá. Recordemos, en paralelo con la 2.a Lectura, lo de Cristo —lo de estar dispuestos a perder la vida o no aferramos demasiado a ella— y nuestra recompensa será, al final, la dicha: una resurrección como la de Cristo.

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Domingo XIV del tiempo ordinario (A) (Za 9.9-10; Rm 8,9-11-13; Me 11,25-30)

CRISTO COMPLETA LA LABOR DE SUS ENVIADOS

Hermanos... El domingo anterior nos hablaba de cómo compor­tarnos con los enviados por Cristo, a hacer el anuncio del Dios verdadero y de la religiosidad auténtica.

Hoy nos presenta a Cristo Maestro yendo en pos de sus enviados para completar la labor de ellos.

Dispongámonos a oír su palabra, ahora a nosotros, sobre el Reino de Dios y la entrada en el mismo.

HOMILÍA

1. Sumario

El capítulo II de San Mateo (del que está tomado el pasaje que acabamos de escuchar) comienza así: "Cuando Jesús terminó de instruir a sus doce discípulos pasó, desde donde se hallaba, a enseñar y predicar en las ciudades evangelizadas antes por ellos".

Jesús añade a la predicación de los Apóstoles que "el Reino de los cielos se hallaba en una tensión grande y sólo los esforzados lo arrebataban" o hacían suyo. Y dice más: "Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido esto bien".

2. Verdadera sabiduría y sencillez

Cristo no desautoriza a todos los sabios, ni canoniza la ignoran­cia.

— En primer lugar, porque, además de hablar ahí condicional-mente —"si las has escondido"— no de modo absoluto ("las has escondido"), una afirmación de tal tipo sería, si no falsa, al menos inexacta, pues no a todos los sabios y entendidos les ha ocultado Dios esas cosas.

— En segundo lugar, porque, de haber intentado Cristo decir lo anterior, hubiera incurrido en contradicción consigo mismo, pues El

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dice en otra ocasión: "La vida feliz y dichosa en esto consiste en que todos te conozcan a Ti, Padre, y conozcan a tu Enviado". Fijaos, "todos", no una clase sola, los sencillos solos.

— Y, en tercer lugar, porque, en tal caso, ¿cómo compaginar lo que acaba de decir sobre el esfuerzo, en todo necesario, para entrar en el Reino, si condenaba el esfuerzo de los sabios?

Desautoriza a los escribas, fariseos y saduceos, que, con su pre­tendida ciencia falsa o conocimiento de Dios y de sus cosas, lo que estaban haciendo era, ni entrar en ellos en el Reino, ni dejar entrar a quienes oían a Cristo dócilmente. No condena a todos los guías, sino a los guías voluntariamente ciegos.

Tengamos siempre presente que la primera revelación que ofrece Dios a todo hombre es utilizar la razón; y el primer precepto suyo es que nos atengamos a los dictados de la misma en todo hasta en enjuiciar la Biblia. Dios no manda creer lo irracional o lo absurdo. Toda revelación, auténticamente divina, es siempre de algo probable o al menos posible, aunque supere a la razón.

Testimonios significativos sobre la valoración de la inteligencia: San Agustín: "Dios valora la inteligencia sobremanera". Santo To­más: "Lo que más aprecia Dios en lo humano es la inteligencia". Pío XII: "Sabido es en cuánta estima tiene la Iglesia a la razón humana". Boros dice: "Sólo los tontos pueden pensar que Dios tiene predilec­ción por los tontos". Chesterton hace que el falso clérigo sea desen­mascarado porque en una discusión ataca a la razón... Se podrían multiplicar las citas.

3. Cristo pondera el esfuerzo y la humildad

Dos cosas son necesarias para ser de los que conquistan el Reino: la humildad y el esfuerzo.

Del esfuerzo, baste con lo que, en defensa de la razón, hemos dejado dicho anteriormente. Por lo que hace a la humildad, se puede condensar todo en una anécdota:

En cierta ocasión fue un turista a ver, en una iglesia de Copen­hague, una talla de Cristo crucificado muy famosa por su belleza. Habiéndola mirado, desde diversos ángulos, sin poder captar tal belleza, ya iba a marcharse malhumorado. Advirtió esto alguien que le observaba y le dijo: mírela de rodillas, desde ese reclinatorio que hay ante ella. Lo hizo y la encontró, efectivamente, maravillosa... I a anécdota se comenta sola...

10.—Año Litúrgico... 145

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4. Conclusión Cristo, al exclamar "Bendito seas, Padre, Señor del cielo...", no

pretendió condenar toda sabiduría, sino sólo la supuesta o falsa, la de aquellos que en Israel a la sazón la practicaban para no dejar entrar en el Reino a los demás, ni entrar ellos. La verdadera es uno de los dones de Dios más grandes que puede recibir un hombre...

Dos cosas, según Cristo, son necesarias para obtener ese don que Dios ofrece a todos: la humildad y el esfuerzo, juntamente con la docilidad, puesta de relieve en nuestra anécdota, dejarnos aconsejar y guiar también.

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Domingo XV del tiempo ordinario (A) (Is 15,10-11; R m 8,18-23; Mt 13,1-23)

LA PALABRA DE CRISTO HOY ENTRE NOSOTROS

Hermanos... La Liturgia del domingo anterior nos presentaba a Cristo yendo en pos de sus enviados para completar la misión con­

fiada a ellos.

La de hoy nos va a hacer ver: cómo la Palabra de Cristo sigue resonando en torno nuestro; el porqué de su vibrar incesante, siem­pre eficaz; a qué se debe el que muchos no se rindan a ella, y, por fin, nos va a hacer esta pregunta: ¿creéis de verdad vosotros?

HOMILÍA

1. Sumario

El resonar incesante de la Palabra de Cristo en todos los ámbitos se debe a que nosotros hicimos, de lo que debiera ser el supremo altavoz de Dios: la Creación, un amortiguador de su voz y hasta un suplantador de ella. Muchos hombres, atentos sólo a la Creación, se olvidan del Creador; para ellos la Creación es un muro opaco, en vez de cristal transparente.

El hablar de Dios, al modo humano, tuvo lugar, primero, por los profetas; luego, por su Hijo, y, por último, a través de la Iglesia...

— De la eficacia de su Palabra se ha hecho eco la 2.a Lectura al decir que es "como el agua o la nieve, que caen del cielo y no vuelven a él vacías o como cayeron, sino que empapan la tierra y hacen así posible la fecundidad de ésta".

La Palabra de Dios, al resonar, hace surgir en su entorno, como palabra "creadora" que es, o un acontecimiento salvador si se la acoge, o un motivo de condenación si se la rechaza a ciencia y conciencia de ser Palabra del Mismo.

El no creer como el creer, para ser meritorio o no meritorio, han de ser un creer o no creer conscientes de lo que se incluye en ello.

2. El campo de la increencia

El Señor habla en términos generales. Dice que el no creer el no fructificar la semilla— se debe a tener la mente no anula o

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preparada —ser como un camino—; a ofrecerle tierra de poco fondo que pronto el sol de cualquier tribulación deja sin jugos; o a ser parcela llena de zarzas y maleza, de vicios... Pero de esto no podemos pasar a deducir que cada uno, de los que no creen, deje de creer precisamente por una de estas tres cosas o por todas ellas cual si fueran excluyentes de otros motivos. Al no creyente no hay por qué tenerle, ni por duro de mollera o inculto, ni por inconstante o ligero de cascos, ni por vicioso. Puede ser sabio, ponderado e, incluso, hombre virtuoso. El Vaticano II reconoce que hay ateos en vías de salvación o gratos a Dios en su ateísmo, no por éste, sino por estar con sinceridad en el mismo.

3. Esencia de nuestra fe

Creer de verdad es realizar lo que se cree. Es poder decir, parcial­mente al menos, lo de San Pablo: "Vivo, no yo; Cristo es quien vive en mí".

La fe verdadera y auténtica viene a ser una simbiosis: dos en uno. En toda simbiosis hay un viviente principal y otro secundario. En la de la fe el principal es Cristo; los secundarios, nosotros. Nuestra fe será verdadera si no se cifra en mantener sólo nuestra adhesión mental a Cristo por la aceptación de su pensamiento: si del pensar pasa al amar, y del amar, al obrar de acuerdo con el amado...

4. Conclusión

La de San Pablo en la 2.a Lectura: "Suspiremos por la adopción —de verdaderos hijos de Dios—, por la rendención de nuestro cuer­po", por la incorporación total a Cristo de quien somos miembros.

El Espíritu de Jesús, que es a la vez nuestro Espíritu por habér­noslo dado El, está deseoso de venir en nuestra ayuda.

Dejémosle que se haga cargo de nuestras riendas y nuestra trave­sía presente, la de todos, será a la postre un éxito.

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Domingo XVI del tiempo ordinario (A) (Sb 12.13,16-19; Rm 8,26-27; Mt 13,24-43)

EL MAL Y NUESTRA RELIGIOSIDAD

Hermanos... La Liturgia de hoy va a abordar el máximo obstá­culo que encuentra nuestra religiosidad: la presencia del mal en el mundo del Dios bueno.

Dispongámonos a oír qué nos dicen las Lecturas sobre este oscu­ro problema, verdadero laberinto en el que la sola luz de la razón no logra hallar la salida.

HOMILÍA

1. Sumario

He aquí la cuestión que hoy no se esquiva en las Lecturas: la existencia e influencia del mal. Hay dos clases de mal: el mal físico del dolor, de la enfermedad, de la muerte; y el mal moral del pecado o de la sinrazón en nuestro obrar, perjudicándonos, bien a nosotros, bien a otros.

Estos males se deben, en términos generales, a nuestra finitud. El primero, a la poquedad ontológica, o de ser, que hay en nosotros... Estamos sujetos al dolor, a la enfermedad, a la muerte, porque no somos dioses sino criaturas salidas de la nada, relojes con cuerda sólo para algún tiempo y después viene el pararse, el no andar más el reloj. El segundo mal —el del pecado o la sinrazón nuestra: el perjudicarnos o perjudicar al prójimo— obedece a lo poco que es nuestra razón o porción consciente frente a nuestra porción instin­tiva: lo que en el iceberg es la parte del hielo que flota sobre el océano, en comparación de la inmensamente mayor que subyace en él.

Se debe, para hablar en directo, al débil poder de nuestra razón frente a nuestras pasiones; a que hemos sido hechos, como decía el poeta, "de barro vil, de barro quebradizo" (Tirso de Molina); a que hemos venido a la existencia, no como seres indefectibles como la Madre de Cristo, sino como miembros "defectibles".

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2. Una creación limitada

No se halla al alcance de nuestra razón, como la anterior. "El mundo —decía a Chabanis un grupo de intelectuales franceses— resulta impensable sin un pensamiento que lo piense, pero es inco­herente con una voluntad personal que lo haya creado por bondad".

El mundo no ha sido creado para poner de relieve ni la Bondad ni la Sabiduría de Dios. Pero el Antiguo Testamento nos decía que lo hizo con vistas a sí Mismo. ¿Con vistas a qué otro iba a crearlo cuando nada había? Hasta aquí también llega nuestra razón; pero de aquí, por sí sola, no puede pasar.

A nuestra razón le queda el recurso único de Magdalena: sentarse a los pies del Señor —de Cristo revelador del Padre Creador— para ver si El, Cristo, nos revela o ha revelado algo sobre esto.

3. Su Palabra de luz en el Nuevo Testamento

Nos dice que todo ha sido hecho por el Hijo, deseoso de encar­narse, y con vistas a El.

La "defectibilidad" humana la ha querido Cristo como rasgo normal, porque, de lo contrario, nos hubiera hecho indefectibles como hizo a su Madre.

Esta "defectibilidad" nuestra es la ocasión y marco propio para realizar el plan que se proponía: el de llegar hasta el "no va más" en su voluntario "anonadamiento" frente al Padre, "mayor que El" en frase suya, por ser El el arroyo y el Padre el manantial divino. Sin la defectibilidad del hombre, miembro suyo, no hubiera habido mal moral, no hubiera habido caída; y, sin la caída de sus miembros, la Cabeza divina no hubiera tenido ocasión de demostrarle al Padre Dios hasta dónde llegaba su anonadarse ante El: hasta aceptar, en parte, como algo de que hacerse responsable, el mal hecho por sus miembros: el posible pecado de éstos...

4. Eco en las Lecturas de hoy

Podemos vislumbrarlo al menos. Recordemos lo que les hemos oído:

— En la 1.a, que "Dios cuida de todos y de todo".

— En la 2.a, que "su mismo Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad, defectibilidad, orando por nosotros con gemidos inena­rrables y eficaces".

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— En la 3.a, que el mal, a la postre, no triunfará como no triunfa, en la parábola, contra el trigo, la cizaña...

5. Conclusión

Nada de acomplejarnos ante el mal, como la "Roca del ateísmo", o como el baluarte de la irreligiosidad. El mal no es algo absoluto ni carente de sentido.

Los andamios no embellecen un edificio en construcción; pero tienen su sentido. Las llagas y cardenales de Cristo en la Pasión se convierten en destellos de luz y gloria en su Cuerpo resucitado. Así pasará con nosotros, a quienes El ha prometido, no una resurrección según el modelo de nuestra condición humilde de ahora, sino según el modelo de su condición gloriosa.

Satisfechos con poder creer y esperar esto razonablemente, pon algún fundamento, acabemos nuestra reflexión de hoy proclamando nuestra fe.

1S!

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Domingo XVII del tiempo ordinario (A) (1 R 3,5.7-12; Rm 8,28-30; Mt 13,44-52)

JESUCRISTO, TESORO INFINITO A NUESTRO ALCANCE

Hermanos... El domingo anterior nos habló de la presencia del mal en el mundo del Dios bueno, máximo obstáculo para creer con el que nuestra fe y nuestra religiosidad tropiezan.

Hoy, dando un gran salto, la Liturgia nos va a presentar a Cristo como Bien sumo, como el único Infinito al alcance nuestro.

HOMILÍA

1. Sumario La Liturgia de hoy nos presenta a Cristo como nuestro Sumo

Bien, como el único Infinito a nuestro alcance.

Ei pensamiento más amplio, más abarcador, de la Escritura, en el Nuevo Testamento, nos dice:

"Que todo ha sido hecho por Cristo y para Cristo y nosotros también" (1 Co 8,6).

Así iluminada, la razón nos enseña: que con Cristo, lo sepamos o no y hasta lo queramos o lo rehusemos, todos estamos vinculados de un modo real, óntico, objetivo, por un acto del Dios creador que nunca puede quedar fallido, es decir, sin contenido.

Al ser las cosas de este modo, como a las criaturas libres, cual nosotros, no puede dárseles todo hecho, algo nos tiene que quedar.

Como criaturas libres nos corresponde parte en la tarea: el vin­cularnos a Cristo de un modo subjetivo, de un modo voluntario, querido y decidido por nosotros. La fe no es más que esto: el "Sí" que le damos a Cristo aceptándole como Cabeza nuestra. Así alcan­zamos a Cristo. Bien Infinito y podemos solicitar su ayuda.

2. Reflejo en las Lecturas

En la primera se nos ha dicho que Dios se apareció a Salomón en el sueño y le dijo: "Pídeme lo que quieras", y que Salomón pidió a Dios: "Que le diera, no riquezas y salud para disfrutarlas, sino sabiduría y acierto para gobernar a su pueblo".

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... Salomón —nos lo dijo el mismo Cristo— fue un símbolo de El, una figura suya, una figura de Cristo en cuanto Verbo o en cuanto la Sabiduría por excelencia.

Los vasallos de Salomón eran los que su padre David —un hombre según el corazón de Dios, al decir de la Escritura— le había dejado. Los de Cristo somos todos los seres humanos, creados por Dios Padre "con vistas al Hijo" en exclusiva, "predestinados —en frase de la 2.a Lectura de hoy— a ser conformes a la imagen de Cristo".

Así, Cristo viene a ser: el sumo Bien nuestro, el Infinito a nuestro alcance. Infinito por ser lo que es, "lo que Dios mismo", en expresión de San Juan; a nuestro alcance, por haberse hecho voluntariamente El nuestra cabeza y habernos dado unos derechos respecto de ésta como miembros personales de la misma...

3. Revisión de vida

La homilía es una reflexión sobre la Palabra en orden a la acción. Hemos de revisar nuestra conducta, siempre lejana al ideal.

Escribía Papini en sus Cartas del Papa Celestino VI a los hom­bres: "El Cristianismo, hasta ahora, ha sido más predicado que realizado". Y, antes, un célebre pastor protestante y filósofo —Kierkegaard— decía desde su iglesia luterana: "Lutero tenía 95 tesis; yo, solamente una: que el Cristianismo aún no está vigente". Osear Wilde decía que nuestra religiosidad cristiana es en gran parte una vacuna que nos ponemos para inmunizarnos contra el verdadero Cristianismo.

Recordemos esto para estimularnos, para sacar fuerzas de fla­queza al ver lo poco que del Cristianismo venimos utilizando, y lo mucho que de su fuerza nos queda por aprovechar.

4. Conclusión

Cristo es el único Infinito —por ser "lo que Dios"— y a nuestro alcance, por ser nuestro Cabeza.

San Pablo lo recalca al decirnos que "todo ha sido hecho por El y para El y nosotros también".

Al presentarse Cristo como la Sabiduría misma —la Sabiduría viviente y personal— hemos podido entrever cuál debe ser, para nosotros, "el tesoro escondido y la perla preciosa" del Evangelio de hoy: la Persona de Cristo precisamente.

15.1

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Nuestra postura ha de ser: pedirle a Dios, con la expresión de un teólogo —Urs von Balthasar—, "unos ojos iluminados, entusiastas, ojos ardientes y atentos como los del amigo, el confidente o el amante". Sólo a base de unos ojos así, ojos que se posen en la Persona de Cristo sobre todo, podremos lograr el llevar a la práctica el Cristianismo auténtico.

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Domingo XVIII del tiempo ordinario (A) (Is 55,1-3; Rm 8,35-37-39; Mt 14,13-21)

JESUCRISTO Y LOS ANHELOS DE INMORTALIDAD

Hermanos... El pasado domingo nos presentaba a Cristo como el único Infinito a nuestro alcance.

De cara a nuestro anhelo mayor en cuanto miembros suyos —lograr su inmortalidad misma—, la Liturgia nos presenta a Dios como origen de esos anhelos; y a Cristo como el manjar y acicate de los mismos.

HOMILÍA

1. Sumario

Dios aparece en las Lecturas como raíz y fuente de los anhelos de inmortalidad que la religiosidad hace surgir en nosotros.

En la 1.a Lectura el Señor nos dice por el profeta: "Sedientos todos, no dejéis vuestra sed. Vuestra sed es buena". Es como decir­nos: Igual que la sed natural es prueba de vuestra corporalidad, así la sed de inmortalidad es testimonio de vuestra pertenencia a Cristo. Se nos ofrece gratis porque esa es la voluntad de Dios.

La 2.a Lectura nos ha insinuado el porqué de esa conducta de Dios Padre, tan generosa ya en el Antiguo Testamento. Se debe a que Dios ve a todos con vistas a Cristo su Hijo, al que nos ha entregado por el amor que nos tiene.

En la 3.a Lectura, como quien saca la consecuencia de un silogis­mo, Cristo se nos ha mostrado alimentando a un grupo de ham­brientos con un pan maravilloso, multiplicado o creado por El, expresamente para ellos, pan del que nos dirá después, en el capítulo VI de San Juan, que no fue más que un símbolo del verdadero pan del cielo, que es su Cuerpo, el que en la Eucaristía El nos ha dejado a todos para que podamos mantener, sin desfallecimiento, la espe­ranza.

2. Inmortalidad en cuerpo y alma

Los cristianos, empujados por la fuerza y la belleza del pensar de ciertos filósofos como Platón, hemos venido enfocando nuestra in—

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mortalidad como una inmortalidad parcial, del alma tan sólo. "El cuerpo muere; al alma no se la entierra", le hace decir, a Sócrates, Platón en uno de sus más bellos diálogos.

Para Platón el hombre era un ser compuesto de dos piezas: alma y cuerpo; piezas no muy unidas por cierto. Unidas, decía él, con la unión existente entre caballo y jinete, entre barca y marinero. El caballo, la barca (el cuerpo) perecen en la muerte; el piloto, el jinete (el alma) sobreviven a dicho contratiempo.

La cosa de la inmortalidad resultaba así muy clara y muy asequi­ble, muy al alcance de todos; pero estaba dañada de falsedad en su raíz, en su mismo fundamento.

Porque el hombre —la misma Biblia nos lo decía— no es ese ser burdamente dualístico, de dos piezas, sino un ser unitario en el que la materia viene a ser lo exterior del espíritu y el espíritu el interior de la materia. Dice Rahner: "Lo que experimentamos como alma es lo interior de la totalidad, una y primigenia; lo que llamamos cuerpo es esta misma experimentada totalidad, una en su exterior".

El alma del hombre no es un espíritu puro, esto es, sin cuerpo; es un espíritu intrínsecamente ordenado a la materia, sin la cual no puede vivir, como el cuerpo no puede vivir sin dicho espíritu.

Nuestra inmortalidad entonces se cifra en la vuelta a la vida, por la resurrección, de todo nuestro ser; y, hasta que ésta no se dé, como en Cristo, no tenemos, de nuestra cosecha, inmortalidad alguna. La Escritura lo dice bien claramente: "Sólo Dios es el Inmortal".

3. Conclusión

— Hay en nosotros unos anhelos de inmortalidad, advertidos por todos, y aceptados por casi todos...

— El Antiguo y el Nuevo Testamento nos exhortan a cultivarlos como sembrados por Dios en nosotros.

— Nuestra futura inmortalidad no se cifra sólo en la del alma.

No hay alma separada del cuerpo. Cuerpo y alma son lo exterior e interior de una misma cosa, el hombre. Y el inmortal será el hombre; más que por lo que tiene de hombre, por lo que tiene de miembro de Cristo, lo que le valdrá una resurrección similar a la suya.

Esta es la auténtica razón de nuestra esperanza y alegría cristiana: Resucitaremos con Cristo como miembros suyos.

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Domingo XIX del tiempo ordinario (A) (1 R 19,9a,ll-13a; Rm 9,1-5; Mt 14,22-33)

NUESTRA ACTITUD RELIGIOSA FRENTE AL SECULARISMO DE HOY

Hermanos... Jesucristo es el único manatial o fuente de inmorta­lidad en nosotros. Nuestro ser espiritual, o de autottascendentes, nos da sólo una capacidad para la inmortalidad; pero de ahí no nos viene derecho estricto alguno a la misma; lo tenemos en cuanto miembros de Cristo.

La religiosidad canaliza esos anhelos nuestros de inmortalidad y los fomenta.

Un enemigo de ella, y de éstos, es el Secularismo moderno, para el que no existe nada ultraterreno.

HOMILÍA

1. Sumario

El episodio de Elias se sitúa en la persecución que padece por parte de la impía Jezabel. Es auxiliado por el Señor para que vaya al monte Horeb.

En el Horeb, de acuerdo con el tema de nuestras reflexiones de hoy, podemos ver simbolizada la cumbre de la religiosidad, o de la piedad, en cuanto acercamiento nuestro al Infinito; y en el pan, ofrecido por el ángel a Elias, tenemos el símbolo de la Eucaristía.

Elias, fortalecido por el pan, llegó al Horeb y se ocultó en una cueva... A la mañana siguiente Dios le insinuó que saliera de ella, es decir, que dejara de andar medroso; y se le mostró, no como un viento fuerte y huracanado, no como un volcán devorador o un terremoto, sino como un suave y blando céfiro, símbolo inequívoco de lo que es o debe ser la religiosidad auténtica: confianza en Dios, más que temor.

En la 3.a Lectura se refuerza la confianza con lo que Cristo, acercándose a la barca maltratada por las olas, les dice a los Após­toles: "¡Animo, soy Yo, no tengáis miedo!"

La verdadera religiosidad —la piedad auténtica (piedad viene de

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padre)— puede comenzar en el temor, viendo a Dios como un ser misterioso que nos sobrecoge y estremece; pero no puede, no debe, quedarse en el temor porque éste es algo "alienante", algo que aleja, que separa más que une, y la religiosidad, según una de las etimolo­gías de la misma, es religación o vinculación, no separación o distan-ciamiento. Es Eucaristía. Es comunión. Es simbiosis o vida en co­mún de dos seres...

2. Nuestra actitud frente al Secularismo

Ha de consistir en una doble fidelidad: a Cristo cabeza, y a quienes se alejan de El.

San Pablo dice: "Siento una gran pena y un dolor punzante e íntimo, pues, por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo un proscrito lejos de Cristo".

Porque la irreligiosidad es la máxima pérdida que le puede so­brevenir, objetivamente, al hombre. Si Dios aceptara esa postura del hombre frente a El, ¿en qué quedaría el hombre? En un ser, no tardando, próximo a quedarse sin sustancia ni realidad alguna. "La criatura sin el Creador se esfuma", nos ha dicho con frase verdade­ramente lapidaria el último Concilio. Recordemos, como ampliación de esto, lo de los árboles rebeldes de la parábola del danés Joergen-sen.

Por todo esto nuestra actitud frente al ateísmo, o frente a los ateos más bien, si es que éstos se dan, debe ser la mencionada: "De una gran pena y dolor..."

No hemos de sentirnos ante el ateo, acomplejados, como si él fuera superior a nosotros por parecer que adopta, ante la religiosi­dad, una actitud más crítica, más de adulto que la nuestra.

Sabemos cómo se sienten quienes son exigentes y críticos: Seres absurdos, sin porqué ni para qué, como algo vomitado y que da náuseas: Se nos pide una actitud respetuosa y comprensiva en dispo­sición de ayudar y servir la luz.

3. La base de nuestra seguridad

— Tenemos el sabernos y sentirnos hijos de Dios, hijos más que adoptivos en cuanto miembros del Hijo.

— Tenemos, en esperanza, un fruto cierto: el más valioso, el que nos da derecho, en cuanto tales hijos, a la gloria misma de Cristo.

— Tenemos una alianza —una especie de contrato— sellado y

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rubricado nada menos que con la sangre del Hijo, por el que Dios mismo se compromete a darnos un día la perennidad en el ser, la inmortalidad en el bien; y la liberación de toda mancha o maldad que nos puedan, como ahora, afear... y hasta su misma gloria.

4. Conclusión

El pan, con que Elias se alimentó y cobró fuerzas para llegar hasta el Horeb o monte de Dios, es un buen símbolo del que Cristo nos da en la Eucaristía, de no menor fuerza.

Respecto a la conducta que hemos de seguir con nuestros con­temporáneos adscritos a la irreligiosidad, el ejemplo lo tenemos en el actuar de San Pablo frente a sus conciudadanos, que no quisieron recibir el anuncio de Cristo. Su dolor, por esto, puede y debe ser el nuestro en el caso presente.

Nuestra actitud la expresamos con el Salmo responsorial de hoy: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos a todos, creyentes y no creyentes de buena fe, la salvación" "¡Que tu misericordia venga, Señor, sobre todos como nosotros lo esperamos de Ti!..."

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Domingo XX del tiempo ordinario (A)

(Is 56,1.6-7; Rm 11,13-15.29-32; Mt 15,21-28)

MOTIVOS PARA SEMBRAR CONFIANZA EN DIOS

Hermanos... Nuestras reflexiones del pasado domingo se centra­ban en el peligro que para la religiosidad es el Secularismo moderno, ateo o agnóstico; haciendo nuestros los anhelos del Apóstol, los que le llevaban a desear ser un proscrito por Cristo con vistas a atraer a El a sus hermanos de raza descreídos.

Dispongámonos a oír hoy, en las Lecturas, qué motivos tenía el Apóstol para sentir así y los que tenemos nosotros.

HOMILÍA

1. Sumario

Hoy las Lecturas nos ofrecen las razones para alimentar los anhelos de San Pablo. Razones que se reducen a estas dos: 1.a "Dios quiere la salvación de todos"; 2.a "Los dones de Dios son sin arre­pentimiento".

2. Dios quiere la salvación de todos

Para salvar a la humanidad caída El puso los ojos primeramente y, por lógica, sólo en un pueblo —porque de uno solo había de nacer el Salvador que nos enviaba—, sin embargo, esto no significaba que dejara al margen de la salvación a nadie, pues El —nos lo recuerda hoy San Pablo— "desea la salvación de todos".

Alguno tal vez piense, a este propósito, en esta otra frase del Apóstol: "La fe no es de todos". Cierto, así es: la fe no es de todos en cuanto hecho o realidad concreta; pero en cuanto anhelo de Dios, sí lo es, porque a todos, sin excepción, nos ha creado para miembros de su Hijo, y lo que Dios amó una vez con amor lo sigue amando siempre con ese mismo amor, pues "los dones de Dios son sin arre­pentimiento".

La conducta de Cristo, hoy, en el Evangelio no contradice a lo anterior lo más mínimo... Cristo, enviado por el Padre sólo a los de la nación judía, de momento se hizo el sordo a los ruegos de la mujer cananea; pero ¿cómo terminó todo? Interpretando sabiamente El

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dicho envío, y acogiendo también a aquella mujer, que acudía a El con confianza plena...

3. Siembra de inmortalidad

Hay, en torno nuestro, gentes apenadas, atormentadas, que, tras una vida, para ellas vacía, no piensan encontrarse más que o con un penar eterno o con un no existir en absoluto...

Podemos y debemos ayudar a estas gentes transmitiéndoles lo que las Lecturas nos acaban de recordar a nosotros: Que Dios nos ama a todos, como a miembros de su Hijo; que Este no dejará que perezca nada de cuanto el Padre le ha dado, sino que resucitará a todos en el último día. En suma: que viviremos eternamente.

Si la sed material es un testimonio fehaciente de la acuosidad de nuestro organismo, esta otra sed —la de inmortalidad—lo es de nuestra capacidad para dicha vida, la que Cristo nos promete. No les engaña el instinto a la cigüeña y a las aves viajeras que, al llegar el otoño, dejan nuestra tierra para ir en busca de otro clima más cálido, donde no se escondan bajo el suelo los insectos que han de servirles de alimento. Tampoco a nosotros nos pueden engañar nues­tros anhelos de inmortalidad. Y Dios nunca defrauda. Cuando Dios siembra una semilla es que de ella puede esperarse fundadamente una cosecha...

Seremos inmortales porque lo anhelamos, porque la semilla no procede de nosotros, mortales todos, sino del único Inmortal —Dios— que en nosotros la ha depositado y la mantiene...

4. Conclusión

No nos olvidemos en casa, en la calle, en el taller, en la oficina, donde sea, de cuanto hemos recordado o nos han recordado las Lecturas. Esparzamos esta semilla con la mayor fuerza de nuestro brazo y pidámosle a Dios que arraigue en todos como ha arraigado en nosotros.

11.—Año Litúrgico... 161

Page 81: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XXI del tiempo ordinario (A)

(Is 22,19-23; Rm 11,33-36; Mt 16,13-20)

AUTONOMÍA DEL HOMBRE Y RELIGIOSIDAD

Hermanos... El domingo anterior considerábamos la necesidad de sembrar esperanza de salvación en todos especialmente en quienes no creen, porque también ellos son miembros de Cristo como nos­otros y Dios quiere que crean y se salven obrando de distinta mane­ra, saliendo de la irreligiosidad.

Este domingo se nos presenta el prototipo del hombre arreligioso de hoy, el pagado de su autonomía y que aspira a una independencia total en todos los órdenes.

HOMILÍA

1. Sumario

Vamos a reflexionar hoy sobre una de las raíces de la irreligiosi­dad en el mundo actual, y que, para esto, las Lecturas nos ofrecen un tipo de hombre muy apropiado. Sobna, Eliacín, Pedro y nosotros somos hoy los protagonistas de las Lecturas.

La figura de Sobna, que decide edificarse un mausoleo en lo más alto de la ciudad, cual si quisiera seguir dominándola, con la mirada al menos, aun después de salir de este mundo, es la mejor imagen fotográfica del tipo de irreligiosidad que abunda en torno nuestro: la del hombre excesivamente preocupado por su autonomía y que teme perderla si acepta la sumisión a Dios.

Eliacín y Pedro son dos modelos de lo contrario.

Y nosotros, los espectadores activos, nos sentimos impulsados a reflexionar...

2. Causas que inducen a muchos a la irreligiosidad

Lo que llevó a Sobna a hacerse el mausoleo: el orgullo. "El temor a que, según el Vaticano II, de una vinculación demasiado estrecha entre la actividad humana y la religión le nazcan trabas a la autonomía (o independencia) del hombre, de la sociedad o de la ciencia."

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Considerar que autonomía y religiosidad son dos rivales que no pueden convivir en una misma persona, y optan por un bien: la autonomía, pasándose innecesariamente a un mal: el abandono u olvido de Dios que es el Dador de su autonomía, el que nos la concede, sólo como tiene que ser y puede ser: relativa, no absoluta.

Pretenden estos hombres lo que querían un día los árboles de la parábola de Joergensen: un imposible, pervivir a base de prescindir de la fuente misma de su vitalidad. En rebeldía frente al Sol termi­naron viendo marchitarse sus hojas antes de tiempo.

3. Los bienes de la religiosidad

La 1.a Lectura nos ha dicho que Yavé otorgó a Eliacín: "Vestir la túnica de Sobna, tener sus poderes, llevar sobre su hombro la llave del palacio de David, lograr que lo que él abriera nadie lo cerrara..."

"Todo lo mío es tuyo", dice Dios a quien le acepta, al que per­manece al lado suyo como el hijo mayor de la parábola... Como todo, por su culpa, lo pierde quien se aleja de la casa paterna.

En Aliacín, pues, podemos ver, no sólo un símbolo de Pedro por las llaves de uno y otro, sino incluso un símbolo nuestro por lo que afirma terminantemente Cristo: que todo el que cree tiene abiertas las puertas de la vida eterna, del vivir para siempre, como El.

4. Conclusión

La 2.a Lectura nos ha insinuado: No perder de vista nunca "el gran abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento que hay en Dios. ¿Quién conoció la mente del Señor, quién fue su con­sejero?" Teniendo en cuenta que en Dios está toda la sabiduría y que la ignorancia es nuestra parcela, jamás por orgullo, por autosufi­ciencia mental, debemos apartarnos de Dios, viviendo sin religiosi­dad.

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Page 82: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XXII del tiempo ordinario (A) (Jr 20,7-9; Rm 12,1-2; Mt 16,21-27)

LA CRUZ NO ES UNA META PERO PUEDE SER UN DEBER

Hermanos... Hoy vamos a enfrentarnos con un obstáculo, quizá no tan grave como en los mencionados domingos precedentes; pero más agudo y punzante en el orden práctico: el de tener que llevar la cruz.

Nos preguntamos si la cruz es una necesidad...

He aquí lo que va a ser hoy el tema de nuestra reflexión.

HOMILÍA

1. Sumario

Entre la 1.a y la 3.a Lecturas de hoy existe un paralelo de interés: Yavé —en este episodio— ha mandado a Jeremías anunciar a los habitantes de Jerusalén que, en castigo de sus maldades, van a pasar a ser prisioneros del rey de Babilonia. Por cumplirlo sufre persecu­ción.

Jeremías aguanta, y se desahoga diciendo: "Tú, oh Yavé, me sedujiste; eras más fuerte que yo y quedé vencido, no quedándome otro remedio que pasar por esto para obedecerte..."

En la 3.a Lectura nos encontramos con algo semejante: Cristo anuncia a sus discípulos que "tiene que ir a Jerusalén, padecer allí mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día". Y ha de corregir a Pedro que no acepta el plan de la Cruz.

2. El Cristianismo es fácil y difícil

Fácil, porque nada lo es tanto como prendarse de una persona como la de Cristo y querer seguirle. Cristo, por designio de Dios creador, ha sido constituido y es "cabeza de todo principado y po­testad", de toda criatura angélica o humana, inteligente y racional. Todo ser racional es, en lo más íntimo de su ser, en el "hondón" que decían los místicos, una energía tendente a Cristo por haber sido hecho por Dios "con vistas a El".

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De ahí que, en ciertas circunstancias y días, en los países cristia­nos, todos giren de algún modo en torno a Este, atemperándose a sus grandes fiestas y dejando constancia con esto, de un girar suyo, aunque profano, en torno a El...

Porque a Cristo, a veces, hay que seguirle con alguna cruz, la del propio deber. El Cristanismo no es sólo contemplación; es además acción.

3. En pos de la cruz

Si por cruz se entiende la búsqueda de sacrificios y mortificacio­nes voluntarias o que no se nos imponen desde ningún deber, no hay porqué buscar la cruz en sí. No está claro que la perfección esté en buscar el sufrimiento, en ir en pos de la cruz por la cruz únicamente.

Dios no hizo este mundo con vistas a que fuera para todos un paraíso, previo al supremo y definitivo Paraíso, el de la Gloria... Y Cristo no fue en busca de la Cruz: se la encontró y la aceptó; mas no entonó en loor de ella canto ninguno; en Getsemaní ora: "Pase de mí este cáliz", aunque lo aceptará.

Buscar, pues, la cruz por la cruz, no, porque esto parece maso­quismo más que virtud. Bien diferente es aceptar el dolor que viene y el dominar apetencias.

La cruz, en cuanto algo anejo a un deber, sí, porque es lo que hizo Cristo y lo que El nos aconseja: "Sacrificar la vida para no perderla", y lo que nos dice hoy, en la 2.a Lectura, su Apóstol: "Os suplico, hermanos, que ofrezcáis vuestra propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como vuestro culto auténtico".

4. Conclusión

Esforcémonos, hermanos, de acuerdo con la Liturgia de este día, en afianzar en nosotros el amor a Dios, haciendo más religiosa nuestra vida; acrecentemos el bien en nosotros (toda clase de bien), y conservémoslo con solicitud amorosa, como quiere el Señor.

Dediquemos unos momentos, antes del Credo, a reflexionar so­bre esto y a pedírselo al Señor.

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Page 83: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XXIII del tiempo ordinario (A)

(Ez 33,7-9; Rm 13,8-10; Mt 18,15-20)

LA DENUNCIA PROFÉTICA DEL MAL

Hermanos... Hablando el domingo anterior de una de las cosas que más dificultan la religiosidad en el mundo de hoy y de siempre, decíamos que era no el deber de la Cruz, sino la cruz del deber: Aceptar lo costoso.

A partir de ahora la Liturgia nos va a recordar algunos de esos deberes, que son cruz. Hoy, el deber de hacer denuncia profética del mal: deber, difícil de cumplir e incluso de exponer.

Dispongámonos a oír las lecturas para ver en qué se cifra ese deber.

HOMILÍA

1. Introducción

Las Lecturas hoy nos hablan no sólo del deber de evitar todo mal, sino incluso del deber de hacer denuncia profética de él.

Hoy pululan, por todas partes, grupos "contestatarios". Existen en la sociedad, y también en la Iglesia. Los hay en las Universidades y en las fábricas. En las naciones democráticas y en los países tota­litarios, donde la gente se halla amordazada y sólo al partido en el gobierno se le reconoce el derecho de pensar y hablar. Es de derecho común poder expresar acuerdo o desacuerdo denunciando el mal en justicia y sin demagogia.

2. Obligación de denunciar el mal

El ser racionales, o capaces de distinguir el bien del mal, a eso nos obliga: a ponernos de parte del bien, no sólo internamente o con el pensamiento, sino además externamente mediante la palabra y la acción.

A los cristianos nos compete tal deber por estar también vincu­lados a Cristo, sacerdote, profeta y rey.

Por ambos motivos, lo que Dios dice hoy al profeta Ezequiel, en la 1.a Lectura, podemos y debemos aplicárnoslo todos: "A ti, hijo de

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Adán, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches la palabra de mi boca transmitirás la alarma de mi parte". "Si yo digo al malvado: eres reo de muerte, y tú (profeta) no hablas, no pones en guardia al malvado, para que cambie de conducta, el mal­vado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre."

Porque el pecado que uno comete le afecta al otro, como el del otro afecta al primero, mermando ambos la vitalidad del cuerpo, que nos es común, del cuerpo místico o comunitario de Cristo.

3. Nuestra forma de denuncia o protesta A ser posible comunitaria: de todos y al mismo tiempo.

Porque a todos nos afecta ese mal, y porque, si lo que se busca es la eficacia, ésta no la da la protesta aislada, sino la comunitaria.

Ha de ser una protesta con amor, mirando, más que a interés alguno nuestro, al bien de que se priva quien al mal se entrega. "Hermanos —nos ha dicho el Apóstol en la 2.a Lectura— a nadie le debáis más que amor." Y ha añadido: "Uno, que ama a su prójimo, no le hace daño".

A la fuerza ño puede hacérsele a nadie cambiar de parecer o de pensamiento. Ni siquiera debe intentarse esto. Dios ha dispuesto que la conciencia de cada uno sea un recinto sagrado, tan sagrado que lo es hasta para Dios mismo, que jamás la violenta, y opta por pasarse las noches enteras a la puerta del alma que se le quiera voluntariamente abrir sin forzarla. Entrar en la conciencia de alguien para imponerse a éste, es una manipulación de la persona que Dios reprueba. Ni en nombre de Dios —abusivamente— sería legítimo.

El itinerario nos lo traza el mismo Jesucristo hoy en el Evangelio: Corrección fraterna a solas; luego ante algún testigo; posteriormente ante la comunidad... El Evangelio nos invita a dar un nuevo paso: que no nos olvidemos de orar, de pedir luz a Dios, para este herma­no...

4. Conclusión Hagamos así nuestra obra profética o de denuncia del mal, cuan­

do esto sea necesario.

Hagámoslo con amor, buscando, más que triunfar nosotros, que sea el bien el que triunfe en todos.

Hagámosla sin cansarnos, hasta llegar a importunar a Dios con nuestra oración por el que yerra... y cumpliremos con este arduo deber.

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Page 84: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XXIV del tiempo ordinario (A)

(Eclo 27,33-29,9; Rm 14,7-9; Mt 18,21-35)

EL DEBER DE PERDONAR

Hermanos... El domingo anterior nos recordó uno de nuestros grandes deberes: la denuncia profética como participantes en el ser de Cristo "sacerdote, profeta y rey". Denuncia del mal y corrección fraterna.

El de hoy nos va a recordar otro deber, no menos difícil de cumplir: el de perdonar a quien nos ofende.

HOMILÍA

1. Sumario Las Lecturas de hoy nos invitan a reflexionar en el tema del

perdón a los enemigos en tres puntos: 1.° La procedencia u origen de las enemistades que podemos sufrir. 2.° Cuál ha de ser nuestra acti­tud o talante ante toda suerte de ofensas. 3.° Lo que debe ser nuestro comportamiento, en consecuencia, o de acuerdo con ese talante.

2. El origen de las ofensas que se nos hacen

— Una de éstas puede ser el cumplir el deber de hacer denuncia profética.

El hablar claro (aunque sea con caridad y delicadeza) no es procedimiento bueno para ganar amigos, casi nunca. Aceptar la verdad, sin rencor ni antipatía alguna hacia el que nos la dice, supone una gran virtud y valentía. Padres y autoridades saben lo que supone el corregir a otro.

— Otra fuente, no menos abundosa de enemistades, puede ser lo que llama hoy la 1.a Lectura: "El rencor y la cólera". ... Sensibilidad y rencor, rencor y cólera no son vecinos que viven en una misma escalera; son casi dos hermanos gemelos. Rencor y cólera acomete­dora, causante de ofensas, vienen a ser algo tan simultáneo como el trueno y el relámpago...

— "La corrupción", apuntada también en la Lectura, el estar uno, más o menos anclado en un mal que no se quiere abandonares otra fuente más de conflictividades y de ofensas.

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3. Nuestra actitud o talante ante las ofensas

Nuestra actitud ante una ofensa debe ser de distensión, de tran­quilidad, de dominio de nuestros nervios, para no dejarnos llevar al terreno, que nos señala nuestro adversario, con su conducta.

"El que se venga será víctima de la venganza", nos ha dicho la 1 .a

Lectura muy oportunamente. Ceder al deseo de venganza, como a otra pasión cualquiera desordenada, es entrar en una espiral en crecimiento que nunca acaba, que cada vez acarrea males mayores... Los vencedores de todas las guerras terminan siendo siempre unos derrotados.

— ¿Por qué dicha actitud? Por lo que nos apunta la 2.a Lectura: "Que somos del Señor más que nuestros o autónomos"; y la actitud o postura del Señor esa fue y sigue siendo: la del perdón y no la de la venganza, ni la de la ley del talión siquiera. ¿Qué derecho tenemos a ser duros, a pedir justicia, sin misericordia, contra quien nos ofen­de, sabiendo que quien es nuestra Cabeza perdona a sus ofensores sin casi dejarles reconocerse culpables?

4. Conclusión

Esta es la voluntad de Dios: el que nos comportemos, con nues­tros ofensores, como El con nosotros. No cabe otro comportamien­to.

Elocuente, a este respecto, la parábola de Jesús hoy en el Evan­gelio: ¡Qué miserable aquel hombre que debía diez mil talentos (una millonada en aquel tiempo) y se mostraba exigente con otro que sólo le debía a él 100 denarios, unas contadas y míseras pesetas!...

Debe servirnos de lección el realismo y el dramatismo de esta parábola.

Seamos consecuentes con todo lo que llevamos recordado.

Démosles media vuelta a las alforjas, que llevamos sobre nuestros hombros. Pongamos adelante lo que solemos llevar atrás —nuestros defectos—, y atrás lo que de ordinario llevamos adelante —los de­fectos de nuestros prójimos y las ofensas que nos infieren—; y, con sólo esto, el perdonar nos resultará la cosa más hacedera.

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Page 85: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XXV del tiempo ordinario (A)

(Is 55,6-9; Flp l,20c-24,27a; Mt 20,l-16a)

UN DEBER QUE ES GOZO Y NO CRUZ: EL APOSTOLADO

Hermanos... Hoy la Liturgia nos va a hablar de un deber, que es gozo y no cruz en todos los sentidos: el de hacer apostolado, el de anunciar la Buena Nueva para que la fe se extienda y arraigue por todas partes, el de extender el bien.

Dispongámonos a oír lo que las Lecturas van a decirnos de este deber gozoso.

HOMILÍA

1. Sumario

Para ordenar nuestra reflexión sobre el deber de hacer apostola­do, que a todos nos incumbe, aunque no en el mismo grado, toman­do pie de la 1.a Lectura, vamos a ceñirnos a tres puntos: Nuestro hito o meta, nuestra actitud o talante y nuestra actividad o marcha.

La meta de nuestro apostolado nos la han puesto ante los ojos las tres primeras palabras de dicha Lectura: "Buscad a Dios".

Porque, aunque Dios no se halle distante de nosotros (ya que en El vivimos, nos movemos y existimos), está rodeado de oscuridad, o, mejor, de una Luz tan viva que, para nosotros, es oscurridad. Dios habita en la niebla, nos dice la Escritura. Es podríamos decir, el Rey del Salón Oscuro de Tagorc.Y, de ahí que quien no busque a Dios con ardor, no le hallará jamás, aun siendo Este su meta y la de todo ser inteligente.

— Nuestra actitud en orden a descubrir a Dios no puede ser la de Unamuno que grita: "¡Quiero creer, quiero creer, quiero creer!" —yo mismo y sin ayuda de nadie—. La existencia misma de Dios no es algo que se pueda lograr, de un modo totalmente claro, por procedimientos estrictamente lógicos, ni para nosotros, ni para trans­mitírselo a nadie. Es algo que creemos razonablemente. Es una fe más que un conocimiento; y la fe es un don que, como todo don, no brota de uno mismo, sino que hay que pedirlo, y luego aceptarlo.

A Dios se llega de rodillas, repitiendo, con humildad, lo del padre del lunático: "¡Señor, ayúdame a creer!"

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Humildad y esfuerzo, he ahí las dos alas de nuestra actitud o talante para llegar hasta Dios.

— Nuestro comportamiento lógico es hacer partícipes a los de­más del propio botín o hallazgo, con entusiasmo y generosidad.

Arquitas, un sabio antiguo, decía ya: "Si uno pudiera subir a la Luna y allí descubriera las mayores maravillas, no se sentiría feliz, si al volver a la Tierra, no pudiera contar a nadie lo visto, por una razón muy sencilla: porque el conocimiento es un bien y todo bien tiende, de suyo, a difundirse.

2. Entrega personal

Lo principal no es la hora en que uno asume la tarea. Es el ardor o entusiasmo con que se entrega a ella. Dicho de otro modo, más de acuerdo con el lenguaje parabólico del Evangelio: lo de menos es que uno emprenda la tarea del apostolado —la de sembrar el bien— al amanecer —en el comienzo de su existencia consciente—, o al medio día —al hallarse en la plenitud humana—, o a la puerta del sol —cuando empieza a declinar su carrera—; lo que importa es el esfuerzo una vez escuchada la llamada...

3. Un modelo de apostolado

San Pablo, como nos ha recordado la 2.a Lectura, llamado el último de los Apóstoles, realizó un esfuerzo mayor que el de todos ellos.

Traigamos, de nuevo, sus palabras a nuestra memoria:

"Para mí vrvir es Cristo y una ganancia el morir. Mas si vivir conlleva trabajar con fruto, ¿qué elegir? No lo sé. Las dos cosas tiran fuertemente de mí: deseo morirme para estar con Cristo, cosa que indudablemente es la mejor; pero permanecer más en este mundo lo encuentro más necesario en orden a vuestro bien..."

El Apóstol quiere recibir el jornal cuanto antes, ir al encuentro definitivo con Cristo; pero no rehuye, más bien apetece, el poder seguir haciendo horas extraordinarias, por haber sido llamado tarde a la tarea y atender al bien de sus hermanos.

4. Conclusión

Anhelemos todos con San Pablo el ir a estar con Cristo; mas no anhelemos menos esto otro: el trabajar en favor de su Reino y de los hermanos, en este mundo, lo más que podamos y durante el mayor tiempo que nos sea dado.

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En el apostolado, en la búsqueda de Dios y en el darlo a conocer, no debe haber jubilación alguna porque la viña es inmensa, los trabajadores en ella siempre pocos, y la fuerza para este trabajo viene de Dios, no de nosotros.

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Domingo XXVI del tiempo ordinario (A) (Ez 18,25-28; Flp 2,1-11; Mt 21,28-32)

AMISTAD Y VOLUNTAD DE DIOS

Hermanos... La Liturgia de hoy nos recomienda unos medios para poder cumplir a plena satisfacción los deberes importantes de todo cristiano.

HOMILÍA

1. Sumario

La Liturgia nos habla hoy de los medios necesarios para un buen cumplimiento de nuestros deberes cristianos. Son nuevas actitudes y elementos a adquirir por nosotros.

Fácilmente los podemos deducir y recibir de la escucha de las Lecturas: el cultivar la paz o la amistad con Dios; el buscar y hacer su voluntad, y el contar con un modelo o guía que nos anime y ayude.

2. Vivir la amistad de Dios

Rachmanova —una escritora rusa— habla, en uno de sus libros, de cierta señora que no admitía, como obreros, en sus campos a quienes no llevaran una cruz sobre el pecho.

Este hecho es, en sí, banal, intrascendente, y hasta es una cosa mal hecha por ser una discriminación. Pero, aparte de esto, es un hecho muy rico en contenido por su posible simbolismo. Podemos ver en él un gesto que significa la necesidad de buscar y hallar la amistad con Dios, si uno se ha de dedicar a hacer algo que sea meritorio para él y provechoso para otros.

Santa Teresa expresaba esto mismo con una alegoría muy bella: la del agua de una fuente sin contaminar y contaminada. Cuando está sin contaminar, no sólo es apta para que beban las personas, sino que, por todas partes por donde corre lleva la vida a plantas y animales; cuando está contaminada acaba con todo. Todas las obras que brotan del alma en gracia son agradables a Dios y beneficiosas para quien las hace y para aquel en favor de quien se hacen. I.n cambio,cuandoel alma incurre en lo que San Juan llama "el pecado

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Page 87: hernandez, justo - año liturgico

que es de muerte" el del radical y total alejamiento de Dios, todo lo que brota de ella es ponzoña y veneno.

Bernanos, en su Diario de un Cura rural expresa esto mismo con más crudeza. "Nuestras faltas ocultas —le dice el Cura de Ars a la condesa libertina de la novela— envenenan el aire que otros respiran, y el crimen, del que un miserable tiene el germen aun a su pesar, no germinaría sin ese principio de corrupción", de nuestros pecados ocultos, que vienen a ser, para él, un auténtico caldo de cultivo...

3. La meta a que aspiramos

Nos la ha puesto ante los ojos el Salmo responsorial, al darle a la 1.a Lectura, esta respuesta: "Señor, enséñame tus caminos, instru­yeme en tus sendas, haz que camine con lealtad" y según tu volun­tad.

Nuestra meta ha de ser buscar y hacer la voluntad de Dios en todo.

Quien admite la existencia de Dios y que el hombre es un ser creado por El, no debe extrañarse de lo dicho. Es lo más lógico. Si el hombre no es un ser totalmente autónomo, sino dependiente de Dios, su meta, su perfección, no puede estar en hacer grandes cosas, en lograr grandes éxitos al margen del querer divino y mucho menos en contra del mismo, sino en atenerse a sus órdenes o deseos.

La voluntad de Dios, respecto de nosotros, lo que Dios nos manda o quiere de todos, es, en frase de San Pablo: "Lo bueno, lo agradable y lo acabado o perfecto" (Rm 12,1).

Hay gentes que no buscan la perfección en nada: que, en su mismo oficio, "dan una en el clavo y ciento en la herradura". Estas gentes no obran como Dios quiere: no logran agradar a Dios.

Es fácil pensar en casos y ejemplos de mal y buen hacer en nuestra vida cotidiana.

4. Nuestro modelo y guía

Nuestro modelo o guía ha de ser sólo y el mismo Cristo, de acuerdo con la exhortación que nos ha hecho en la 2.a Lectura San Pablo; Cristo, que, desde que nació hasta que expiró —desde la cuna a la sepultura—, estuvo pendiente constantemente de buscar la voluntad de Dios para hacerla; y que, hasta después de muerto, terminó inclinando su cabeza como quien intentara hacer al Padre una postrera reverencia.

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5. Conclusión

Es necesario, para todo cristiano, estar en amistad con Dios y tratar de hacer, en todo, lo de su mayor agrado; no de cualquier modo, sino de modo perfecto atendiendo a quien servimos con nues­tro obrar; y tomando como modelo, no al hijo de la parábola que obedece al padre a regañadientes, sino a Cristo que, desde la cuna a la sepultura, lo realizó tan de modo acabado que, hasta después de expirar en la Cruz, con su inclinar la cabeza, parece estarle haciendo al Padre Dios una postrera reverencia...

Procuremos, hermanos, que nuestra vida se deslice así, como la de Cristo, para que el Padre un día también pueda premiarnos, como a El, con "un nombre sobre todo nombre".

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Domingo XXVII del tiempo ordinario (A)

<Is 5.1-7; Flp 4,6-9; Mt 21,35-43)

LA BASE DE NUESTRA FE EN LA REVELACIÓN

Hermanos... La Liturgia de hoy nos invita a dar un repaso a la Historia de nuestra fe y a su base en la Revelación.

Porque sin el conocimiento de las bases de nuestra fe, ésta no puede ser lo que debe ser, una fe adulta y crítica, una fe apta para poder dar razón de sí a quienes por ella nos pregunten.

HOMILÍA

1. El inicio de nuestra fe o de la religiosidad cristiana

Parte o arranca del mismo seno trinitario.

El Verbo, antes de encarnarse, ya se hallaba allí imantado reve­rentemente hacia el Padre, ya le estaba venerando y glorificando, como mayor que El en cuanto Padre, aunque igual en cuanto Dios.

Este es, en raíz, el origen de nuestra religiosidad cristiana o sobrenatural. (Ver Ante la zarza ardiendo... todavía, el cap XX.)

2. Aparición de la religiosidad en el tiempo

Estuvo vinculada a lo hecho por Dios, como preparación de la Encarnación o venida de su Hijo a este mundo.

—Al primer hombre —Adán—, Dios le ofreció, además de ser criatura racional, poder ser hijo de El adhiriéndose a su Hijo como miembro personal suyo voluntario; pero él —el Adán de la Biblia— no aceptó esto, que, desde luego, como a ser libre, no se le imponía, sino sólo se le proponía. De no aceptarlo, y optar por la soledad ("¡Ay del solo!", dice la Escritura), le vino su mal mortal posterior: la caída en la irracionalidad, muchas veces, en su obrar, y el quedarse sin más luz que la de criatura, la del ser racional, que, de cara a conocer a Dios, es muy poca luz

—Pasaron, tras esto, siglos y milenios... por lo que sabemos de las Ciencias y de la Historia; y, al final de ellos, para poner fin a la ignorancia sobre El, Dios se dirigió cierto día a un hombre babilonio, de Sumer, y le dijo: "Sal de tu tierra y de tu parentela" (deja de

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seguir haciendo lo que ves en torno tuyo, en el orden religioso, aquí), y parte hacia la tierra que yo te indicaré". Dicho hombre se llamaba Abrán; y Dios le añadió: desde ahora te llamarás Abraham porque vas a ser padre de muchas gentes, de innumerables gentes, de todos los creyentes que te han de suceder. La tierra, a la que se le mandaba, era la de Canaán.

— Abraham tuvo unos descendientes según la carne: los patriar­cas hebreos, Isaac, Jacob, José; este último, vendido por sus herma­nos a unos ismaelitas que iban a Egipto, donde éste fue bendecido por Dios, y en tiempo de hambre, pudo traer a toda la familia; ésta creció tanto que los egipcios los sometieron a esclavitud.

— Para librarles de ambas esclavitudes (la religiosa y la material) Dios se valió de un hombre, salido de entre ellos, Moisés, y éste, con una manifiesta ayuda de Dios que le llevó a prevalecer sobre el mismo Faraón (el rey de Egipto), los sacó de aquella tierra, los llevó al Sinaí; en el Sinaí, Dios hizo un pacto de amistad o de alianza con el pueblo, y le volvió a instalar en la tierra que habían dejado para ir Egipto, la de Canaán, desalojando a sus moradores con la clara protección de Dios.

— En Canaán no tardó en pasarles lo que suele acontecer a todos los vencedores: que terminan por hacerse de las mismas cos­tumbres que los vencidos, hasta tal punto que la Biblia nos dice que unieron el culto de Yavé con el de Baal y de Astarté (Jueces, 2,10-13).

— A la muerte de David el Reino se partió, primero, en dos: el del Norte y el del Sur. Vino la desaparición de ambos más tarde; y, por fin, la derrota del pueblo en cuanto pueblo independiente, que pasó a caer en una segunda cautividad, la de Babilonia, el país del que había sacado Yavé a Abraham.

Llegado el tiempo querido por Dios, Ciro fue su libertador, y en cuanto no perteneciente a dicho pueblo, el libertador persa es sím­bolo de Cristo que procede del Padre, no de Adán.

— Este —Cristo, el Mesías o Enviado, venido del seno del Pa­dre— llegó cuando el pueblo se hallaba, después de un tiempo de resistencia gloriosa (el de los macabeos), en lo que podríamos llamar su tercera cautividad, la de su pérdida definitiva de independencia con la ocupación por Roma. Y, a partir de Cristo, ocurrió, respecto de la religiosidad, lo que dice San Agustín: que "la verdadera reli­gión, que ya existía (aunque renqueando a veces en Israel) empezó a llamarse religión cristiana".

12.—Año Litúrgico... 177

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He aquí, en síntesis, la trayectoria histórica y orígenes de nuestra fe.

3. Conclusiones

— La primera podemos formularla, con palabras de San Pedro, así: "Nuestra fe no es un producto de artificiosas fábulas", ni una ideología como el budismo o el hinduísmo y tantas otras; es algo respaldado por una larga e inequívoca serie de manifestaciones o intervenciones de Dios.

— La segunda la pone a nuestro alcance San Pablo al decirnos hoy en la 2.a Lectura que vayamos en pos de todo lo "justo, noble, bueno y verdadero", que, si no ha brotado de nuestra fe, tiene al menos perfecta cabida en ella.

— La tercera es una consecuencia lógica de las dos anteriores. Consiste en llenarnos de entusiasmo por nuestra fe cristiana hasta rebosar, hasta contagiar con nuestro entusiasmo, a todos los que estén en torno nuestro.

Hagamos todo esto, hermanos, en la medida de nuestra fuerza para que a todos nos sea dado vivir en este mundo dentro del primer Paraíso terrestre, del que fue expulsado Adán, el de Cristo que es "la suprema Bendición" ofrecida a los hombres por Dios.

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Domingo XXVIII del tiempo ordinario (A) (Is 25,6-10a; Flp 4,12-14; Mt 22,1-14)

AÑO LITÚRGICO Y ASAMBLEA EUCARISTICA

Hermanos... Después de haber dado un repaso a nuestros deberes morales, hemos recordado los orígenes de la fe o la Historia de la salvación, que la Escritura hace girar en torno a dos polos o pala­bras: bendición y maldición.

La Liturgia de hoy nos trae a la memoria la bendición para hacernos ver, a continuación, cómo dicha bendición se nos sigue ofreciendo hoy y siempre; además podemos evitar la maldición.

HOMILÍA

1. Sumario Nuestro itinerario, de acuerdo con lo que hemos oído en las

Lecturas, va a ser éste: 1." Recordar y ver retrospectivamente lo del domingo anterior: lo referente a la bendición y maldición; 2.° Mirar a nuestro entorno, para hacernos una idea exacta de lo que es el Año litúrgico, y 3.° Advertir a qué meta o blanco nos debe llevar toda asamblea eucarística.

2. Mirada retrospectiva

Nos lleva a recordar que la Historia de la salvación o de la fe no parte de nosotros, de ningún esfuerzo o trabajo mental nuestro: que la fe —la bendición— es un don que Dios ofrece a todos, un don, como todos los de El, "sin arrepentimiento", como lo podemos ver a través de multitud de páginas de dicha Historia; y que la maldición, el querer ser "hijos de ira" y no amigos de Dios es cosa sólo nuestra, el mal mayor en que caemos buscando como buscamos el bien en todo.

La bendición nos la ha recordado la 1.a Lectura, al decirnos: "Preparará Y aré a todos los pueblos, en su Monte santo, un festín de manjares suculentos", etc. La 2.a Lectura, la maldición, de algún modo, ha hecho que lo recordemos la 3.a, al acabar así el relato del Rey, que preparábalas bodas de su Hijo: "Son más los llamados que los elegidos", más los invitados al banquete que los que a él UCIRILMI.

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3. Mirada a nuestro presente Se concreta en captar bien qué es el Año litúrgico y qué nos

ofrece.

Lo tenemos esto muy bien simbolizado en la parábola:

El Año litúrgico es el instrumento de que echa mano la Iglesia para la evangelización o anuncio de la fe y para preparar el encuen­tro con Cristo en la Eucaristía de cara a los ya evangelizados, o los que creemos.

Así la importancia del Año litúrgico es incalculable. Oigamos a Jungmann, uno de sus mejores conocedores e historiadores: "En los primeros siglos (del Cristianismo)... no había precepto alguno domi­nical, tan sólo podemos notar que los que el domingo acudían a la celebración de la Santa Misa eran todos, tanto los que vivían en la ciudad como los que se hallaban en el campo... No había otras instituciones que, a nuestro modo de ver, perteneciesen a una pasto­ral normal... No existía escuela cristiana alguna, ni elemental ni superior... No existía catequesis de niños, ni organización alguna eclesiástica para el trabajo con la juventud... No existía nada que pudiese asemejarse a una Acción Católica organizada. No existían tampoco instituciones misioneras para propagar el cristianismo entre los paganos, ni asociaciones, ni hermandades de Iglesia... Existía sólo el Domingo (la asamblea litúrgica) tan poderosa que ella sola bastó para suplir todo los demás".

Solzhenitsyn, hablando de lo que, por el contrario, ocurre hoy sn Rusia: las limitaciones que encuentra la Liturgia, en su célebre Carta al Patriarca Pimen, dice que es "único e irreemplazable" el valor de experiencia religiosa que proporciona la Liturgia a un fiel cualquiera, de ayer, de hoy y de siempre.

4. Nuestro blanco o meta en toda asamblea litúrgica

Es el captar y aprovecharnos de esas dos grandes prioridades, del Año litúrgico: la didascálica o docente, en orden a nuestro ahonda­miento en el conocimiento de la fe y de Cristo, y la conducente a nuestro encuentro con El en la Eucaristía.

Cristo no mira a si cumplimos o no un precepto —el que nos impone hoy la Iglesia—, mira a si lo que nos lleva a cumplir dicho precepto es la simpatía hacia su persona, el deseo de tener con El un encuentro personal y vivo dentro del marco colectivo o comunitario.

Si este deseo nos falta, el encuentro —que es cosa de dos— no se realiza, aunque recibamos la Eucaristía, que, en tal caso, se viene a

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quedar en un mero signo, en unos accidentes sin sustancia, porque falta nuestra auténtica presencia.

5. Conclusión

Tengamos presente esto último, sobre todo. No olvidemos que, sin un encuentro a nivel vivencial con Cristo (como el de la hemo-rroísa), el meramente contactal o de los ritos, por muy sagrados que los denominemos, es nada.

Estemos vivos y activos, así la asamblea será lo que fue para aquellos primeros cristianos de los que Jungmann nos ha hablado.

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Domingo XXIX del tiempo ordinario (A) (Is 45,1-4-6; 1 Ts l,l-5b; Mt 22,15-21)

EL ESPÍRITU, LA ÚNICA FUERZA DE LA IGLESIA

Hermanos... Los últimos domingos nos han recordado que nos­otros —los cristianos— somos el pueblo "heredero de la bendición o de la amistad de Dios, ofrecida reiteradamente por El a la huma­nidad"; también cómo hemos de comportarnos para no pasar a ser lo que todos los que han rehusado esa oferta: viña "desmantelada y abandonada".

Tenemos a dónde ir en demanda de luz y ayuda o de fuerza para evitar ser rechazados y disfrutar de la amistad de Dios. Contamos con energía especial, como nos lo exponen las Lecturas.

HOMILÍA

1. Sumario

Estamos en las postrimerías del Año litúrgico.

Este —como sabéis— es un "doble" de Cristo; más aún, según la "Mediator Dei" de Pío XII, "el mismo Cristo". De ahí lo que hemos visto en las Lecturas de hoy: ese hacerse eco el mismo de las últimas luchas que, en su peregrinar terreno, sostuvo Cristo con los hombres de su tiempo.

2. A Dios lo que es de Dios

Uno de los problemas que más preocupaban a los judíos era su situación política... Vivían sometidos a Roma; pero muchos no que­rían estarlo. Otros, sí: los simpatizantes —que nunca faltan— con el poder de turno, los aprovechados y oportunistas.

Pretenden comprometer a Cristo haciéndole quedar mal o con los herodianos o con el pueblo judío en su mayoría; así le plantean la pregunta: "¿Es lícito pagar el tributo al César o no?".

La respuesta de Cristo no fue la que esperaban. Para ellos el ( enfoque de la cuestión era Dios o el César. El enfoque de Cristo fue

este otro: Dios y el César. Y esto en un sentido no esperado por ninguno.

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Cristo reconoció que al César hay que darle lo que le pertenece, lo que es de él; pero añadió que a Dios hay que darle lo que es de Dios, y en lo que es de Dios entra también el César.

La 1.a Lectura nos lo ha puesto muy bien de manifiesto con el caso de Ciro, un Rey no del pueblo de Dios, del que Dios echa mano para sacar del cautiverio al pueblo judío. Porque la soberanía de Dios es universal.

No hay hombre alguno —sea quien sea, esté donde esté— que se halle exento del cumplimiento de las leyes de Dios; y nadie puede dar ley alguna contra lo ordenado por Dios. La antigua heroína griega —Antígona— da esta respuesta al tirano que pretende prohi­birle dar sepultura a su hermano: "Por encima de todas las leyes escritas hay una no escrita —la de la propia conciencia— a la que debemos atenernos todos".

3. Las relaciones Iglesia-Estado

Al ser ambos —Iglesia y Estado— mayorales o jefes, de un mismo AMO y tener a su cargo unos mismos encomendados, no debe reinar oposición entre ellos, sino colaboración y entendimien­to.

No una compenetración íntima y total, porque no todos los subditos del Estado son creyentes y, por tanto, no pueden ser gober­nados del mismo modo que si lo fueran; y porque lo natural y lo sobrenatural no son dos pisos, sobrepuestos, de un mismo edificio, que descansen el uno sobre el otro.

Ni el Estado debe servirse de la Iglesia para manipular más fácilmente a sus súbitos; ni la Iglesia debe echar mano del Estado, del brazo secular, como antes se decía, para lograr sus fines.

A esto último se refiere San Pablo cuando dice en la 2.a Lectura "Cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sóle palabras (medios humanos), sino además fuerza del Espíritu Santo". A esta fuerza tiene que recurrir la Iglesia para el cumplimiento de su misión en favor de los hombres.

4. Conclusión

A Dios tenemos que darle lo que es suyo: nuestra vida entera y nuestro ser de hombre; en ello va incluido el deber de respetar y acatar todo lo que constituye el ordenamiento social —leyes, auto­ridades, servicios...—.

La soberanía de Dios es universal. Está por encima de todo.

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La conciencia es regida directamente por la luz de Dios a cada uno. Ella está situada como arbitro supremo en cada caso.

Estado e Iglesia, en sus relaciones, han de evitar ambos extremos: ni estar en lucha ni estar tan unidos que se confundan. Respeto mutuo, colaboración y sano trabajar paralelo en bien de todos los hombres. Cada uno es autónomo en su terreno. El Estado, en cues­tiones que competen a la Iglesia, no debe interferir; tampoco ésta debe hacerlo, pero en aspectos relacionados con moralidad y bien común, la Iglesia tiene el deber de iluminar la acción del Estado, como conciencia crítica.

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Domingo XXX del tiempo ordinario (A)

(Ex 22,21-27; 1 Ts l,5c-10; Mt 22,34-40)

EL PRECEPTO MAYOR

Hermanos... Cristo, como sabéis, desde el primer día de su vida pública fue, a los ojos de todos, un Obelisco señero, con el que no pudo parangonarse ningún otro de su tiempo y contra el que ningu­no dejó de alzarse para tratar de derribarlo.

Estos domingos últimos del Año litúrgico nos recuerdan las vio­lentas luchas contra El que surgieron de todos los grupos de enton­ces: herodianos, saduceos, fariseos.

Hoy vamos a presenciar la muy solapada asechanza que urdie­ron, en el terreno intelectual, contra El los fariseos.

HOMILÍA

1. Sumario

Cristo se opuso a todo lo malo que halló a su paso; y de ahí la oposición y los ataques que le dirigen sus adversarios en el terreno intelectual, yaque en el moral no podían, pues era voz unánime que todo lo había hecho bien.

Tras los herodianos —tributo al César— y los saduceos que niegan la resurrección, aparecen hoy los fariseos presentándole la cuestión sobre el Mandamiento máximo, debatida entre ellos.

2. Cuestión del precepto mayor

No fue una simpleza ni algo traído por los pelos.

En el antiguo judaismo, al ser tantas las prescripciones de la ley judía, hubo desde siempre intentos de reducir esas prescripciones (248 positivas y 365 negativas) a unos pocos preceptos fundamenta­les.

Un gran rabino, Hillel, propuso como principio unificador la famosa regla de oro en forma negativa: "No hagas a los demás lo que no quieras para ti".

Más tarde el rabino Akiba resumía los mencionados preceptos en el amor al prójimo; y el rabino Simlay los cifraba en lu le.

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Page 93: hernandez, justo - año liturgico

En este ambiente se le hace a Cristo la pregunta; la responde haciendo de dos preceptos —el del amor a Dios y el del amor al prójimo— uno solo.

3. La respuesta completa

Bien, indudablmente, la de Hillel: no hacer daño a nadie, aunque mejor formulación hubiera sido la positiva: hacer a todos el máximo bien posible.

Bien la de Akiba: el amor al prójimo. Sólo la dimensión horizon­tal; Akiba hoy tendría partidarios a millares, pero queda incomple­ta.

La de Simlay: la fe. También está bien; pero ¿qué es la fe sin el amor? Fe sin obras es cosa, si no muerta, bastante aérea.

La mejor indudablemente es la de Cristo: amar a Dios amando al prójimo y amor al prójimo amando a Dios precisamente en cuanto nuestro Ser más próximo: "en El vivimos, nos movemos y existi­mos"...

Los fariseos advirtieron la superioridad de la respuesta de Cristo, porque así termina el texto evangélico: "A partir de aquel día ya no le hicieron más preguntas de éstas".

4. Aplicación a nosotros hoy

No importa tanto la cuestión teórica —a qué mandamiento se reducen todos— cuanto la práctica: cómo comportarnos en el amor a Dios y al prójimo.

A) Respecto al amor a Dios hemos de hacer lo que dice hoy el Apóstol en la 2.a Lectura: "dejar todos los ídolos, servir al Dios vivo y verdadero y permanecer a la espera de Cristo" con nuestras lám­paras encendidas.

— Dejar los ídolos equivale a no absolutizar cosa alguna, ni el poder, ni los honores, ni las riquezas. Absolutizar algo, por bueno que sea, es equipararlo a Dios.

— Servir al Dios vivo es hacer su voluntad, y no la nuestra.

— Vivir aguardando la vuelta o el retorno de Cristo es vivir, más que de lo presente, de lo esperado, de la vida futura. Sin la esperanza no hay religiosidad; habrá humanismo, filantropía, bon­dad, pero no religiosidad. La religiosidad en activo —la Religión— exige una esperanza viva en esa vida ulterior, un vivir de ella...

B) Respecto al amor al prójimo, el otro de los polos, señalado

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en el amor por Cristo, debe llevarnos a lo que la 1.a Lectura nos ha dicho: "A no oprimir ni vejar al extranjero (al inmigrante); a no explotar a viudas ni huérfanos (a ninguno de cuantos ponen el esfuerzo de sus manos o de su inteligencia a nuestro servicio); a no ser usureros" (a mirar más por las personas que por el florecimiento del negocio); a hacer, en suma, el máximo bien posible a todos...

5. Conclusión

Hemos de tratar de vivir, dejando toda clase de ídolos, sirviendo al Dios vivo y verdadero, esperando el retorno de Cristo, amándonos unos a otros; y, como los tesalonicenses, también nosotros pasare­mos a ser lo que San Pablo dice hoy de ellos: un modelo para todos los creyentes.

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Domingo XXXI del tiempo ordinario (A)

(Mal l,14b-2, 2b8-10; 1 Ts 2,7b-9, 13; Mt 23,1-12)

EL SERVICIO DE LA PALABRA

Hermanos... Hemos asistido a las postreras luchas del Señor con sus adversarios, dirigentes y autoridades religiosas... Terminadas esas luchas, el Señor se dirigió a la muchedumbre y a sus discípulos para decirles cómo habían de comportarse con ellos.

El tema de hoy, pues, nos afecta a los sacerdotes —a los que os dirigimos la palabra cada domingo— más que a vosotros.

HOMILÍA

1. Sumario

Durante todo el año los sacerdotes, en la asamblea litúrgica, tratamos de ayudaros, a los fieles, a descubrir las principales líneas de fuerza de la Palabra del Señor, que hace resonar para todos la Liturgia.

Hoy, ya lo habéis visto, esa Palabra se encara principalmente con los que habitualmente la proclamamos y comentamos. En la 1.a

Lectura acabamos de oír al Señor: "Yo soy el Rey soberano, y ahora os toca a vosotros, sacerdotes".

2. La tarea encomendada a los sacerdotes

El Señor mismo nos la describe, en términos generales, así: "obe­decer sus órdenes y darle gloria".

Tras esta breve frase vienen, en el original bíblico, unos cuantos versículos, omitidos en el Leccionario, pero que nos conviene recor­dar. En ellos se dice de Leví, el prototipo de todo sacerdote judío, que "tuvo en su boca doctrina de piedad siempre... y que apartó del mal a muchos"; luego, que "los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y que de su boca ha de salir la doctrina porque es un enviado de Yavé". Añade un aviso para que no se aparten del buen camino haciendo tropezar a muchos. Su responsabilidad es atender a la piedad, santificar con su ministerio sagrado y anunciar laPala-

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bra de Dios en forma atractiva y adecuada en la Eucaristía, lo cual exige estudio y meditación.

Hace no mucho una mujer (Rosario Boffil), en la revista El Ciervo, se lamentaba así: "Hay iglesias en las que vas a Misa y de las que sales reconfortada; y otras en las que hay cosas que te sobran, como la liturgia de la Palabra. ¿Por qué aguantar aquel sermón que te hacen?".

San Francisco de Sales decía, a este mismo propósito: "Si en Ginebra un día hizo tanto daño Calvino se debió, en gran parte, a que los sacerdotes anduvieron dormidos, limitándose a rezar el Bre­viario, y no pensaron para nada en acrecentar sus conocimientos para la instrucción de los fieles"...

3. Predicación de todos

Fundamentalmente lo que acaba de decirnos Malaquías, en el texto que estamos comentando: "¿No tenemos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo profanando la Alianza de nuestros padres?"...

No es la predicación de tipo social la que se precisa, no única y a diario. Pero si se hace, sea empezando siempre por lo esencial: por el recuerdo de que Dios es el Padre de todos. De no hacerlo así, de ir por otro camino —el de lo social exclusivamente, silenciando lo religioso—, haríamos sólo instrucción, mas no evangelizaríamos que es la misión nuestra específica, la que, a través de los Apóstoles, de Cristo hemos recibido los sacerdotes...

También los fieles oyentes tienen unos deberes. A ellos alude San Pablo cuando, después de haber dicho a los tesalonicenses —"os tratamos con delicadeza, como una madre cuida a sus hijos"— añade esto otro: "deseábamos entregaros hasta nuestras propias vidas por­que os habíais ganado nuestro amor". Ser oyentes atentos, dóciles, activos, participativos y agradecidos.

4. Conclusión

No es suficiente con que una de las partes obre como es debido, es preciso que la otra también lo haga. Sólo así se,puede esperar un resultado o logro perfecto, sea en lo que sea.

No es positivo enredarse en mutuas recriminaciones entre Cicles y pastores. Hay que comprenderse unos a otros.

Más que fijarnos en cómo cumple el otro o en si no cumple,

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fijémonos en cómo cumplimos nosotros. Y brindemos la mutua colaboración.

Sólo de este modo lograremos lo que más importa en este caso: que la Palabra de Dios no sea la siembra de una nuez vacía y seca, sino la semilla fecunda de la Palabra de Jesús que hacemos presente y fructifica.

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Domingo XXXII del tiempo ordinario (A) (Sb 6,13-17; 1 Ts 4,12-17; Mt 25,1-13)

ESPERANZA Y VIGILANCIA

Hermanos... La colaboración y buena acogida del anuncio puede hacer que la Palabra de Dios "permanezca operante por igual en todos los creyentes " según la expresión de San Pablo.

Esta Palabra "operante", eficaz, ¿hacia dónde nos empuja hoy?, ¿a qué nos exhorta ahora, al final del Año litúrgico, símbolo del acabarse de nuestra vida?

He aquí lo que vamos a tratar de descubrir en esta asamblea.

HOMILÍA

1. Sumario

Las Lecturas nos exhortan hoy a la esperanza y a la vigilancia —2.a y 3.a Lectura—, indicándonos — 1 . a Lectura- que ambas sur­gen de la Sabiduría, "radiante e inmarcesible que sale al encuentro de quienes la buscan". Sabiduría que es el mismo Cristo, el Hijo de Dios.

Y nos marcan el fin propuesto: "Vernos libres de los afanes perecederos —en expresión de la 1 .a Lectura—, para así poder con­sagrarnos a lo que debe ser nuestro supremo anhelo: el logro de una pervivencia feliz y eterna. —

2. El camino hacia la meta

Nos lo ha señalado la 2.a Lectura cuando, hablándonos de la esperanza, nos ha dicho: "¡Hermanos! No os aflijáis ante la muerte como los hombres sin esperanza, pues si creemos que Cristo ha muerto y ha resucitado también debemos creer que a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con El".

Este no aflijirnos ante la muerte ¿qué nos está insinuando? Que nuestra vida terrena es poco y es mucho a la vez. Es poco porque "al brillar de un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando mo­rimos; tan corto es el vivir" (Bécquer); y es mucho porque, con este corto vivir, podemos hacernos con un vivir eterno.

I«)l

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3. Una página de Addison

"Visitando el Gran Cairo —dice él— me encontré un manuscrito en el que se decía lo siguiente: Mirzah, un ciudadano de Bagdad, vivía triste y pesaroso... A él, como a tantos ateos de hoy, se le había metido en la cabeza que el hombre era un ser creado en vano, un ser sin porqué ni para qué.

Un día, andando sin rumbo, se encontró con un pastor. Enterado éste de sus preocupaciones, le hizo subir con él a lo alto de un monte. Allí le preguntó: ¿qué descubres desde aquí?

— Veo, contestó Mirzah, un gran valle y una corriente caudalo­sa.

Dicho valle —le aclaró el pastor— se llama el valle de la aflicción y del dolor. Es un símbolo de la vida humana, considerada por algunos como un 'valle de lágrimas' nada más. ¿Ves alguna otra cosa?

—Veo grandes bandadas de cuervos, buitres, harpías y otros animales de mal agüero.

—Estos, para mí —prosiguió el pastor— son un símbolo de las mil pasiones que se ciernen sobre nosotros y hacen nuestra vida a veces desgraciada o menos feliz al menos de lo que podría ser. ¿Ves algo más?

—Veo sobre el río un puente de cerca de cien metros, unos setenta en pie y los otros derruidos.

—En esos arcos podríamos ver, ¿no te parece?, los años de nues­tra vida.

Al llegar aquí Mirzah no pudo contenerse más y suspiró: '¿Cómo no pensar que el hombre es un ser creado en vano y que la vida no vale la pena de ser vivida?'.

El pastor filósofo le invitó entonces a que, alzando más su vista, mirara a lo lejos y le dijera qué veía en lontananza.

—Veo, le dijo, una gran cantidad de islas, en las que sus mora­dores, al parecer, celebran una gran fiesta de mucho regocijo colec­tivo.

El pastor entonces le argüyó así: Esas islas ¿no te parecen unas moradas dignas de que el hombre se afane por ellas? ¿Es miserable una vida que puede lograr tal recompensa? No creas, pues, lo que venías pensando: que el hombre es un ser creado en vano y que el vivir no vale la pena".

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4. Conclusión y resumen

La vida no está abocada a una frustración: Viene de Dios y a El va. La Sabiduría que "busca por todas partes a los que son dignos de ella les sale al encuentro en todos sus pensamientos", y es Cristo, que nos ha dicho en la 3.a Lectura cómo ha de ser nuestro caminar: con los ojos bien abiertos o vigilantes para evitar todo tropiezo; Cristo, que nos mira como algo suyo, como "algo que le ha dado el Padre" y que no permite que se pierda o que se frustre...

— Hemos escuchado hoy en las Lecturas la doble exhortación que nos ha sido hecha: a la esperanza y a la vigilancia.

— Hemos visto de quién parten dichas dos exhortaciones: de Cristo, que, además de ser la Sabiduría de Dios, es la cabeza de todos.

— Hemos visto que la vida presente es poco, por lo corta que es, y lo llena de incidencias desagradables, pero mucho porque con ella y la ayuda de Cristo podemos ganar una vida feliz y eterna...

Prestamos oído a la Sabiduría encarnada, que anda a nuestro lado; y teniendo en cuenta lo que ella nos pide —estar con las lámparas siempre bien abastecidas— seremos recompensados con el Reino en el que nuestra Cabeza habita y en el que a todos, como a algo suyo, con impaciencia nos espera...

13.—Año Litúrgico... 193

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Domingo XXXIII del tiempo ordinario (A) (Pr 31,1013; 19-20.30-31; 1 Ts 5,1-6; Mt 25,14-30)

EXHORTACIÓN AL ESFUERZO

Hermanos... Estamos en las ultimidades del Año litúrgico, sím­bolo de las ultimidades de nuestra vida y las de la vida de Cristo.

El tema del domingo anterior nos hacía dos exhortaciones: una a la esperanza y otra a la vigilancia. La esperanza es lo que más importa mantener hasta el fin, porque con la esperanza, unida a la vigilancia, todo se alcanza.

Hoy la Liturgia nos va a hacer una nueva exhortación: al esfuer­zo, al trabajo, para que nuestro esperar no se vea frustrado.

HOMILÍA

1. Sumario Advirtiendo San Pablo que los tesalonicenses, por la inmediata

venida del Señor, descuidaban lo demás, toma la pluma y les dice: primero, que no tengan por tan inmediata esa venida —que nadie sabe cuándo será—, y en segundo lugar: "que no se duerman", es decir, que trabajen, que dediquen su esfuerzo seriamente para mejo­rar todo.

2. Sentido de nuestro trabajo

A) Ámbitos de trabajo:

En primer lugar, naturalmente, en nuestro desarrollo o promo­ción.

— Todo hombre es lo que hace, lo que son sus obras, más que lo que recibe por nacimiento. El ser humano es historia, proyecto; no cosa hecha o naturaleza. Quien no trabaja o se esfuerza se queda sin realizarse, sin llegar a ser lo que podía haber sido... Hemos de trabajar, pues, en busca de nuestro propio desarrollo.

— Hemos de trabajar, además, en favor de los demás. Porque no somos meros individuos —guisantes que, aun dentro de una lata, permanecen aislados y sin influenciarse—, sino seres personales, esto es, comunitarios, miembros todos de un solo cuerpo, en el que

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el trabajo o la desidia de uno redundan en beneficio o en perjuicio de todos.

— Y hemos de trabajar con vistas a transformar el mundo, a mejorarlo, a humanizarlo y espiritualizarlo, pues el mundo puede ser mejorado, convertido de algo, no humano, en algo humaniza­do...

B) ¿Por qué hemos de trabajar?:

— Por ser ello un deber, la primera ley dada por Dios al hombre, al decirle: "comerás el pan con el sudor de tu frente"; "ahí tienes el paraíso para que lo cultives".

— Hemos de trabajar, en segundo lugar, todos, para imitar a Dios, de quien nos dice Jesús, y de Sí: "Mi Padre siempre está en actividad y Yo también".

— Y, por fin, por lo que el Concilio Vaticano II nos dice: que "quien, con perseverancia y humildad se esfuerza en penetrar en los secretos de la realidad, está siendo llevado —aun sin pensar en ello— por la mano de Dios" (GS, n. 36), que desea verle obrar así, como imagen suya, personal e inteligente, que es.

3. Estímulo y ejemplo para nuestro trabajo

La 1.a Lectura nos presenta a la mujer hacendosa; la 2.a Lectura, al buen administrador de los talentos. Como aleccionadora puede servir la siguiente historieta no narrada en los Evangelios:

"Iba el Señor cierto día caminando montaña arriba con Pedro y Juan precisamente. A la mitad de la subida, cuando estaban ya bastante fatigados, el Señor les dijo: coged una piedra cada uno para subirla a lo alto. Juan cogió la primera a su alcance: una piedra enorme. Pedro se buscó una más pequeña.

Viendo lo fatigado que iba Juan con su carga, Pedro le dijo socarronamente: El Señor nos ha dicho que cojamos una piedra, no un peñasco. Juan aguantó la sorna y siguió ascendiendo con fatiga. Llegados a la cumbre, el Señor hizo, en aquel monte, lo que en otro rehusó hacer para complacer al diablo: convertir en panes dichas piedras, con lo que vino a ocurrir que Juan tenía una hogaza enorme para él solo; y el pobre Pedro, que de él se había reído, apenas lo suficiente para entretener un diente".

La moraleja es clara. En el banquete del Reino eterno los bienes, que se nos den a cada uno, estarán en proporción a nuesl ro CNI'UCI /"• Él Reino de los cielos no será algo imprevisto o fortuito; nci'A »"•"

IV3

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prolongación o ampliación de nuestra vida presente. Es decir, que todos seremos herederos de nosotros mismos; nuestra gloria estará en proporción a nuestros actuales esfuerzos en el trabajo de conse­guirla.

4. Conclusión

Que esto nos estimule a no tener ocioso ningún talento, a hacer­los fructificar a todos para bien nuestro, del prójimo y del mundo entero.

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Domingo XXXIV del tiempo ordinario

Jesucristo, Rey del Universo (A) (Ez 34,11-12.15-17; 1 Co 15,20-26a.28; Mt 25,31-46)

JESUCRISTO NOS OFRECE EL PREMIO

Hermanos... Estamos en el último domingo del Año litúrgico, símbolo del acabarse de nuestra vida. La Iglesia sitúa en él la festi­vidad de Cristo Rey. ¡A esto debemos aspirar: a coronar nuestra peregrinación terrena con una fiesta, como la del triunfo de Cristo, en nosotros! El es el premio a nuestra esperanza y esfuerzo.

HOMILÍA

1. Sumario

Suele decirse que la circunferencia es la figura perfecta porque tan unidos están en ella, principio y fin que nadie puede decir dónde acaba el uno y donde comienza el otro.

Algo así podríamos decir de este primer Ciclo del Año litúrgico, el básico o fundamental. Su contextura como podemos ver aho­ra— es tal que principio y fin se unen y funden en un todo unitario. Cristo en el comienzo y al final —alfa y omega— de todo.

2. Las Lecturas de hoy

La primera nos ha insinuado el sentido de esta fiesta: Cristo Rey-Pastor. Hoy no se ve a los reyes así. Antiguamente, sí. Se les llamaba así porque en todo rey bueno se veía un cuidador de su pueblo, un pastor y guía del mismo constantemente y en todo.

Jesucristo dijo ser esto respecto de nosotros, como Ideador y Promotor que fue de nuestra existencia y también como Redentor nuestro.

Muchos ven al hombre como el caldero que un albañil, malhu­morado, empuja, desde lo alto de un andamio, diciendo: "Allá te estrelles". La fe nos dice que hemos de mirarnos, si se quiere, como ese caldero, no de gran valor en sí, pero al que el Padre ha vinculado al destino de su Hijo Cristo, quien proclama: "He bajado del cielo para hacer la voluntad del Padre, ésta: que nadie se pierda..."

La segunda ha puesto ante nuestros ojos su acción salvadora para conseguir que la frustración, el pecado, la muerte eterna, no

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reine sobre ninguno de nosotros: hacer de su propia vida un holo­causto, una hoguera, que encendida en medio de la fría noche, a todos nos proporcione luz y calor o energía para llegar al puerto.

Y la tercera nos ha recordado lo que El tiene proyectado como final o término de todo: distribuidor, entre quienes queremos ser miembros dóciles a El todos, absolutamente todos los bienes de su Reino...

3. En Cristo está nuestra fuerza

La figura de Cristo convence a quien, con honradez, se acerca a El, Redentor y Liberador. De El nos viene la fortaleza para perseve­rar en la fe y practicar el bien.

San Ambrosio lo expone así:

"Cristo es puede ser— todo para nosotros".

— "Porque, si tenemos heridas y queremos sanar de ellas, El es el mejor médico" (el único que da la curación para siempre).

— Porque, "si estamos abrasados por alguna clase de fiebre, El es el manantial por excelencia de toda agua viva" y medicinal.

— Porque, "si la injusticia nos oprime, El es la justicia misma".

— Porque, "si sentimos necesidad de ayuda, El es la fuerza".

— Porque, "si andamos amilanados ante la muerte, El es la vida".

— Porque, "si deseamos ir al Cielo, El es el camino. Y El es la luz, si queremos salir de nuestras sombras y lobregueces"...

En una página, no menos bella, nos ha dejado escrito Cabasilas: "Muchas son las cosas que precisamos para la vida: aire, luz, ali­mento, vestidos, facultades, miembros. De ninguna de ellas usamos en todas y en cada una de nuestras acciones. El vestido no nos alimenta: quien busque sustento, en otra parte ha de buscarlo. La luz no sirve para respirar y a su vez el aire no hace las veces de rayo luminoso. Ni podemos en todos los momentos usar de todas las potencias de los sentidos y de ios miembros, sino que ojos y manos deben estar ociosas cuando de oír se trata. Quien desea apoderarse de un objeto, sírvese de la mano, inútil para quien pretenda oler, oír o mirar, y la dejamos en paz cuando empleamos otros miembros o potencias".

"El Salvador, en cambio, está presente en todos cuantos viven en El, de tal manera que atiende a todas sus necesidades y es todo para

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ellos. No les deja volver a otra cosa su vista, ni buscar nada en parte alguna fuera de El. De nada necesitan los justos que no lo encuentren en El: los engendra, los hace crecer, los alimenta, les es luz y hálito que respiran. Es el ojo que en ellos contempla la luz con que miran y el objeto en la visión contemplada".

4. Conclusión

Si "se ha de dejar en los labios hasta con el néctar" (Gracián) alguna vez, ésta es una de ellas.

Cabasilas ha puesto el néctar en nuestros labios con sus pala­bras. Saboreémoslas cada uno, no ahora unos momentos, sino a lo largo del día y gocemos y regocijémonos de que Cristo quiera y pueda ser para nosotros lo que él dice: nuestro Todo y en todo.

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Santoral v otras fiestas

Día 8 de diciembre;

Inmaculada Concepción de María (A)

(Gn 3,9-15-20; Ef 1,3-6.11-12; Le 1,26-38)

Hermanos... Celebramos hoy la primera festividad litúrgica del año en honor de la Virgen: la de su Inmaculada Concepción. A María le compete, por designio de Dios, un puesto singular en la historia de Salvación y tiene una vinculación decisiva con Cristo y una función importante respecto a nosotros. De ahí los dones que Dios le otorgó.

HOMILÍA

1. Sumario

Como los días pasados hemos ido a buscar lo más recóndito del ser nuestro en la Mente divina, así hoy nos conviene hacer otro tanto respecto de la Virgen... De acuerdo con esto, los puntos para nuestra reflexión van a ser éstos: 1.°) Lugar o puesto de la Virgen en la Mente creadora respecto de Cristo; 2.°) puesto de la misma res­pecto de la humanidad, toda ella cuerpo de Cristo, y 3.°) su puesto respecto de nosotros.

20!

Page 101: hernandez, justo - año liturgico

2. El puesto de la Virgen en la Mente creadora respecto de Cristo

Tuvo que ser el de mayor proximidad al del Hijo de Dios, deseo­so de encarnarse. Porque madre e hijo son términos correlativos. No puede darse el uno sin el otro.

De ahí que, tan pronto como surgiera en el Hijo de Dios el propósito de hacerse con un ser creado, humano, en su Mente sur­giera la figura de la mujer que había de proporcionarle ese ser: la de María. Por eso la Liturgia aplica a la Virgen las palabras que, en el Antiguo Testamento, se dicen de la Sabiduría o del Hijo: "Antes de que existieran los montes y los ríos... existiera cosa alguna, tú estabas con Dios en su pensamiento, tú te hallabas en presencia suya" como el Hijo.

Un autor antiguo (Exiquio) expresaba así esto: "Si Cristo es la perla, María es el cofre; si Cristo es la flor, María es la planta y jardín donde la flor se abre".

En el desfile inmenso de seres, que es la Creación, María es una especie de palanquín, todo oro y pedrería, ideado y realizado por el Padre, para que, con él, el Hijo hiciera su entrada en el mundo... La imagen del palanquín dista mucho de ser buena, porque un palan­quín, por muy de oro que sea, es algo inerte o sin vida, y el seno de María no fue algo inactivo, sino cooperante, algo que hizo de ella, la Madre de Dios en cuanto engendradora de Cristo.

La imagen, empleada por la Liturgia, no es muy distinta de ésta. La Liturgia hoy nos ha hablado, en la primera oración o colecta, de "la morada digna" que Dios preparó con María a su Hijo.

En suma, que María es la criatura más cercana a Cristo y, por lo mismo, la que en la mente creadora de Dios ocupó el primer puesto después de Cristo.

3. El puesto de María respecto de la Iglesia y respecto de la Huma­nidad entera, cuerpo toda ella de Cristo

Viene a ser el que ocupa el hombre respecto del mundo.

Lo que del hombre se dice —que es un microcosmos, un mundo en pequeño—, eso se puede decir de la Virgen respecto de la huma­nidad y de la Iglesia: que es el microcuerpo místico de Cristo.

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4. Respecto de cada uno de nosotros, los creyentes

— En primer lugar, es nuestra madre sobrenatural, por ser ma­dre de nuestra Cabeza, Cristo, y Este la única fuente de la vida sobrenatural en la tierra.

— En segundo lugar, es nuestra corredentora, por haber estado unida a Cristo en el supremo momento redentor: Encarnación y al pie de la Cruz.

— Y, en tercer lugar, en cuanto madre y corredentora, es nuestra mejor Mediadora, la Gran Mediadora entre Cristo y nosotros.

5. Conclusión

Tengamos siempre presente que la Virgen es nuestra madre, nues­tra corredentora, nuestra mediadora mejor ante el Hijo, la criatura más cercana a Dios después de Cristo, una especie de reclamo, del que Dios se sirve para atraernos a El y a su Hijo, y el mejor espejo nuestro: modelo de mujer y creyente.

Todos hemos de sentirnos inclinados a: primero, dedicarle nues­tra simpatía y amor, como Dios la amó y se complació en ella, haciéndola "llena de gracia" y de toda clase de dones; y, en segundo lugar, seguir sus consejos, cifrados todos en éste: "el de oír a su Hijo" y serle dóciles.

Hagamos ambas cosas y así la Virgen resultará el mayor reclamo de Dios y el mejor espejo nuestro.

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Día 2 de febrero:

Presentación del Señor (Mal 3,1-4; Hb 2,14-18; Le 2,22-40)

LA MISIÓN REDENTORA DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

Hermanos... Tiene lugar en el día de hoy una de las fiestas de la Virgen que prevalece o desplaza al domingo: la de la Presentación del Señor en el tempo por María, su madre.

Las fiestas de la Virgen —como la Virgen misma— tienen todas una finalidad general: la de ponernos de relieve el misterio de Cristo que a la sazón se conmemora o revive en la Liturgia.

En vísperas de comenzar la actividad redentora del Señor cele­bramos con gozo esta fiesta de la Virgen, llamada también de la Luz o de las Candelas.

HOMILÍA

1. Cristo, "fuego de fundidor" y "Luz de las gentes

La 1.a Lectura nos ha presentado a Cristo como un "fuego de fundidor", dispuesto a "refinar el oro y la plata", lo que El más valora y estima, que somos los hombres, miembros suyos. El Evan­gelio nos ha añadido que viene a ser "Luz de las gentes", luz de todos...

Luz y Fuego quiere ser Cristo:

Luz para iluminar, para descubrir lo torcido o nefasto, lo malo en suma; y Fuego para quemarlo y acabar con ello, como quemaron un día los portugueses la isla de Madera, llena de sabandijas y bichos venenosos, para poder después habitarla sin riesgo.

2. La Iglesia como continuadora de Cristo

Debe aspirar a lo mismo: a iluminar y quemar:

A iluminar todo lo oscuro y lóbrego que es donde suele ocultarse el mal; una vez descubierto, tratar de eliminarlo con fuego purifica-dor.

Para ello es preciso ser coherentes y vivir en unidad:

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a) En cuanto a ser coherentes, nos exige defender la verdad en todas las áreas y no sólo en alguna de ellas.

Cristo es la Verdad total, no una verdad parcial tan sólo, y de El como "Luz de las gentes", hemos de dar testimonio no sólo de alguna porción de verdad, sino de toda, no sólo de alguna verdad, sino de todas.

Veamos, a modo de ejemplo:

Los cristianos hemos de condenar el aborto, porque la vida es un bien, un don de Dios, el mayor que nos da.

Pero no nos hemos de limitar a gritar sólo contra él como asesino de la vida; tenemos que hacer esto mismo contra el armamentismo, contra las guerras, contra el no ofrecer trabajo el que puede, para sacarle beneficios al dinero por otros medios, porque esto lleva al hambre, y la muerte viene después del hambre. Si no hacemos esto no somos dignos de crédito porque no reflejamos a Cristo, sino a nuestros intereses.

¿Por qué creéis —por poner otro ejemplo— que la Iglesia no quiere que se arrogue el nombre de cristiano ningún partido político? Por lo mismo precisamente: por la falta de coherencia de todos ellos en la presentación de la Verdad global que es Cristo y lo cristiano. El partido político, que mira por los necesitados, pero orienta a sus partidarios a vivir sin religión —como si Dios no existiera—, no es del todo cristiano porque se olvida o descuida aquello a que Cristo estuvo más atento: a que no se le regateara honor alguno al Padre. El partido político que, en cambio, opta por Dios como persona, mucho, pero se olvida de que todas las otras personas son algo de Dios, hijos suyos, ¿se puede llamar cristiano?, ¿es cristiano el Con­servadurismo: el dejar las cosas como están, el "Sálvese quien pue­da".

b) En cuanto a vivir la unidad: Cristo en la última cena pidió para los cristianos, al Padre, que fuéramos UNO, como El lo es con el Padre; como fruto y finalidad: para que todos pudieran creer y no quedarse en ateos o agnósticos.

Para que pueda darse dicha unión, habiendo entre nosotros tanta disparidad en ideas, conocimientos... hemos de aspirar todos a ser progresivos y hasta podría decir que "progresistas", porque el no progresismo, siendo progresiva la inteligencia, viene a ser un renun­ciar de hecho a la misma: un quedarnos, como el borracho, abraza­dos a la farola como si la luz de dicha farola fuera única y no una

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luz para llevarnos a otra luz mayor hasta dar con la Luz suprema, la de la Gloria postrera y definitiva.

3. Camino y modelo para nosotros

Lo tenemos en María, que es modelo en todo y nuestro camino hacia Cristo.

"Camino —dice un escritor antiguo— recto por la justicia, seguro por la verdad, limpio por la virginidad, lleno de frutos por la fecun­didad, accesible por la piedad. Camino abierto a todos por la cari­dad, fácil por la humildad, maravilloso por lo singular, amable por la paz, seguro porque lleva a la eternidad".

"Sigue a María... ella lleva en sus brazos a Cristo, que es el Rey de la gloria", nos ha dicho la Liturgia en esta fiesta.

El Vaticano II añade: Ella "es el prototipo y modelo destacadí­simo de la Iglesia en la fe y la caridad" (LG 53), "la imagen purísima de lo que la Iglesia, toda entera, ansia y espera ser" (SC 103).

4. Conclusión

Pongamos, pues, los ojos en la Virgen.

Veamos en ella el más puro y auténtico bosquejo de lo que fue Cristo, nacido de la misma, y de lo que le confió ser a la Iglesia, y a todos nosotros con ella: Luz y Fuego. Y, siguiendo a ambos, a Cristo y a María, lograremos al menos asemejarnos un poco a ellos.

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Día 19 de marzo:

San José (A)

(2 Sm 7,4-5a.l2-14a.l6; Rm 4,13.16-18.22; Mt l,16.18-21.24a)

LA HUMILDAD Y GRANDEZA DE SAN JOSÉ

Hermanos... Todos hemos de vivir, en cuanto miembros de Cris­to, los sentimientos que le llevaron a El, después de haberse despo­jado por la Encarnación de su condición divina, a despojarse tam­bién de su derecho a la inmortalidad en cuanto Redentor nuestro.

La fiesta, más relacionada con este doble anonadamiento del Hijo de Dios, es probablemente la del día de hoy —la de San José— el hombre más humilde de cuantos han existido y el de más auténtica grandeza interior por su proximidad a Cristo.

HOMILÍA

1. Sumario

La vida de San José, por su humildad y por su grandeza, fue la más semejante a la del Hijo de Dios en razón del doble anonada­miento de Este: el de la Encarnación y el de la Redención.

La Humildad de San José es un rasgo que siempre se ha desta­cado en él.

Ha trascendido hasta a la Liturgia. Si cae en domingo, cede a éste la celebración.

2. La grandeza de San José

Nos la ha insinuado el ángel cuando le dice: "Tu esposa dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús".

Entre San José y la Virgen mediaban sólo unos esponsales. Estos, entre los judíos, daban derecho a la intimidad plena.

En este tiempo de los esponsales, San José advirtió que su pro­metida iba a ser madre, y optó por abandonarla sin pedirle ni darle explicaciones. Seguramente porque no acertaba a ver en ello el fruto de hombre alguno, dada la opinión que tenía de su prometida. Si la denunciaba sería apedreada, según la ley. Optó por retirarse a tiempo

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de María para que, si su fruto era obra de Dios no pasara a ser ante la gente el hijo de un carpintero, de un hombre que no era nada...

Dios lo vería con agrado; pero no se lo dejó realizar. En sueños, según el evangelista, se manifestó a él y le dijo: "No tengas reparo en llevar a María a tu casa porque lo concebido por ella es obra del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús".

Esto de poner el nombre —entre los judíos, derecho exclusivo del padre— que el Cielo confió a San José es lo que le confiere a él su más singular y única grandeza, la de una paternidad, compartida con Dios mismo.

3. La paternidad de San José

Fue una paternidad, no meramente adoptiva o legal, como la que otorgan los códigos humanos, sino una paternidad mayor, como otorgada por Dios mismo, una paternidad en sintonía con la mater­nidad virginal de María.

Para aclarar esto último nada más a propósito que la conocida comparación de San Francisco de Sales. Supongamos una paloma que, en su vuelo por los aires, deja caer el dátil que lleva en el pico, sobre un huerto; del dátil nace luego una palmera. Esta, ¿de quién será, no habiendo sido sembrada por hombre alguno? Naturalmente que del dueño de dicho huerto.. Jesús es aquí la palmera, que ha surgido en el huerto virginal de la esposa de José, en el seno de María. Como la esposa, con todos sus bienes, pertenece al esposo, como el esposo a ella, de ahí el que la maternidad virginal de María origine en San José —incluso con la aceptación de Dios que confía a éste poner el nombre—, una paternidad similar a la de su mater­nidad virginal. San Agustín pudo decir con acierto: San José fue padre real de Cristo, "tanto más real cuanto más virginal".

4. En el día del seminario

De San José, a este respecto, ¿qué lecciones podemos y debemos aprender todos, los sacerdotes y los no sacerdotes?

Los sacerdotes, la de estar por completo al servicio de Cristo y de sus miembros en lo que éstos necesitan de Cristo y de la Iglesia, en exclusiva.

De San José deberéis aprender algo parecido a los sacerdotes ministeriales o presbíteros: a no regatear esfuerzo alguno para que si

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la comunidad necesita un guía —un sacerdote ministerial— podáis serlo vosotros o ayudar a que de vosotros salga.

Paremos, pues, cada uno mientes en lo que nos afecte y procu­remos de conseguir que sea el día de nuestra entrega al servicio de Cristo y de su Iglesia.

14.—Año Litúrgico... 209

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Día 1 de mayo:

San José Artesano

(Gn 1,26-2.3; Mt 13,54-58)

LA PROXIMIDAD DE SAN JOSÉ A NOSOTROS

Hermanos... Dos fiestas dedica la Iglesia a San José: la del 19 de marzo y ésta del 1 de mayo.

La del 19 de marzo nos invitaba afijarnos en la cercanía de San José a Cristo, en cuanto padre "virginal" de El. La de hoy nos invita aparar mientes en su cercanía a nosotros por su calidad de artesano.

HOMILÍA

1. San José, patrono de toda clase de trabajadores

Por su condición de "artesano", San José, podríamos decir, que es el patrono de toda clase de trabajadores de hoy.

De su tripe actividad laboral —la de carácter manual o de obrero, la de intelectual o artesano y la de trabajador espiritual o escultor de su alma—, sólo vamos a fijarnos en la primera: la manual, la más participada, la de la mayoría.

2. Valores aceptados en el trabajo

— El trabajo es lo más propio del ser humano. "El trabajo es la fiesta del hombre" (Goethe). Nada tan contrario a un hombre-hombre como la inactividad voluntaria, el no hacer nada. Nada tan grato a todos como el crear algo con nuestra mente o con nuestras manos. Aristóteles veía en la mano, por su aptitud para coger o aprehender las cosas, "el mejor símbolo de la mente" con la que se viene a hacer algo parecido en zona más elevada...

— Estamos de acuerdo todos también en que toda actividad nos asemeja a Dios, porque no hay actividad alguna en el hombre que no tenga algo de creadora.

— Estamos de acuerdo asimismo en que el trabajo —todo tra­bajo, sea el que sea— ahuyenta de nosotros los tres males mayores: "el hastío, el vicio y la necesidad" o la miseria (Voltaire).

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— Y estamos de acuerdo, por fin, en que el trabajo, al unir los esfuerzos de muchos para vencer una dificultad, junta primero las mentes —las hace ponerse de acuerdo—, luego las voluntades para tender a un mismo fin y, por último, auna a las personas, haciendo que nos sintamos más próximos, más solidarios, más hermanos...

3. El problema en el trabajo

El desacuerdo viene al enfocar el trabajo asalariado:

— Para los marxistas todo trabajo, en el que uno pone su es­fuerzo en manos de otro que lo compra, es un trabajo "alienante", impropio de una persona, porque —dicen— así el hombre se despoja de lo mejor que hay en 61 y viene a quedar reducido a un ser que se contenta con lo menos valioso: comer, reproducirse y adquirir lo imprescindible para reparar las fuerzas consumidas en el trabajo.

Si los marxistas fueran consecuentes —si no olvidaran lo que acerca de la solidaridad predican no podrían decir de ningún trabajo esto. Siendo el hombre un ser social, comunitario, no debe quedarse con nada, en exclusiva, para sí; debe estar todo él, y con todo lo suyo, al servicio de la colectividad con vistas incluso a su propio desarrollo personal. Si lodo nos lo hubiéramos de hacer cada uno, no habríamos salido aún del estado primitivo o salvaje...

— Los cristianos no condenamos, como "alienante", trabajo al­guno porque, con todos, hasta con el más bajo, podemos ennoble­cernos y enriquecernos espiritualmente además de corporalmente.

Los cristianos valoramos lo que Tagore escribió bellamente, ha­ciéndose eco de un principio esencial de Cristo: "Yo dormía y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida es servicio; y al servir he descubierto que la alegría mayor está en el servicio".

Cristo estableció que "el que quiera ser más entre vosotros que se haga el servidor de todos". Pues por eso nosotros, aun el trabajo asalariado, lo vemos de modo distinto que los marxistas.

4. Luz sobre el tema

Nos la proporciona lo que resulta de atenernos a una o a otra visión de la realidad.

— La visión marxista del trabajo hace del hombre un ser renco­roso, amargado. La cristiana, un ser amigo, fraterno.

— La primera dificulta el esfuerzo físico con la remora que conlleva todo rencor, ya que, en vez de suavizar esta visión, las

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heridas que causa el trabajo las acrecienta y encona. La segunda, con el amor, pone bálsamo en esas heridas inevitables.

— La primera, tras el olvido de la fraternidad humana, deja al hombre huérfano de la paternidad divina. La segunda, con esta filiación divina, contribuye a robustecer la fraternidad humana uni­versal.

5. Conclusión

Respetemos las opiniones de los demás; pero no nos dejemos pillar los dedos en puerta alguna. Para mejorar el mundo y las relaciones laborales, los cristianos no necesitamos del Marxismo y menos del Marxismo ateo. Todo lo bueno de él lo tenemos en el Evangelio.

En San José tenemos el modelo para valorar el trabajo y conver­tirlo en medio de perfección y acercamiento a Dios.

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Día 24 de junio:

San Juan Bautista (Is 49,1-6; Hch 13,22-26; Le 1,57-66.80)

LA MISIÓN DK JUAN EL BAUTISTA

Hermanos... En la vida de Cristo —nos dice el Evangelio— "hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan. No era él la luz; vino a dar testimonio de ella ".

Dispongámonos a poner los ojos en este hombre singular "el mayor de todos los nacidos de mujer " en palabras de Cristo, para ver, a través de su misión inicial, lo que debe ser nuestra actividad de ahora en orden al apostolado.

HOMILÍA

1. Una doble festividad en honor del Baustista

Dos festividades celebra la Iglesia en honor del Precursor de Cristo: la de su nacimiento y la de su muerte.

Celebra la primera —la de hoy— por haber sido santificado en el seno mismo de su madre —favor que no le ha cabido a hombre alguno—; y celebra la segunda —la de su muerte: el día 29 de agosto— por haber sido ésta también un "testimonio de la luz", algo en extremo honorable y destacado como el resto de su vida.

2. La misión que trajo al mundo el Bautista

Ya la indicábamos al principio: la de ser el anunciador de la Luz, el preparador de los hombres de su tiempo para que recibieran a Cristo como lo que Este era, como el Verbo hecho carne, como el Hijo de Dios que quiso constituirse en Cabeza de todos.

En cumplimiento de esta misión, el Bautista decía a sus contem­poráneos: "En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis. Es tan alto que yo no le llego ni a la suela del zapato. He venido al mundo antes que él; pero El existía antes que yo. El es el Hijo de Dios". Es "lo que Dios"...

Misión difícil la de persuadir a sus oyentes de esto. Juzgamos, con demasiada severidad, la incredulidad de los judíos. Si a nosotros

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se nos dijera hoy: Entre vosotros anda Uno que es el Hijo de Dios —el obrero de un taller, el dependiente, el jornalero, el maestro...— seguro que lo tomábamos a broma.

3. Nuestra misión como creyentes

Como Dios Padre encargó a Juan Bautista que preparara al pueblo de Israel para recibir a su Hijo, hecho hombre; así Cristo nos encarga, a todos los que constituimos la porción consciente de su cuerpo místico, que preparemos al resto de la humanidad para que todos le acepten a El como a Hijo de Dios y como Cabeza y Salvador de todos los hombres.

La dificultad para conseguir esto procede, en parte, del carácter mismo de la fe. La fe viene a ser lo que la noche: algo de muy poca luz y de grande oscuridad. Los creyentes nos atenemos a ese míni­mum de luz como a algo positivo; los no creyentes se aferran para no rendirse a la fe, a su oscuridad. Lo lógico —hemos de decirles— es ir en todo paulatinamente. Si no hubiera una alborada, un ama­necer, no llegaría el día. La fe es algo semejante a esa alborada, la luz que va preparando nuestros ojos para que la visión de la gloria no nos resulte deslumbradora...

Otra gran dificultad procede de nuestro mal comportamiento de creyentes que, muchas veces, no es lógico y coherente. Al no hacer lo que decimos ¿cómo van a creer lo que enseñamos?

Veamos el testimonio del Bautista: Era todo austeridad, eligió para morada el desierto, donde toda incomodidad tiene su asiento; nosotros, los cristianos actuales, vivimos en el llamado primer mun­do o el segundo, en el mundo del confort y de las comodidades. El 16 por 100 de la población acaparamos el 75 por 100 de los bienes que se producen.

Le resulta difícil al mundo pagano —el mundo subdesarrolla-do— aceptar nuestra fe, advirtiendo que nuestra conducta es la que no le deja a él salir del subdesarrollo, viendo que le esclavizamos, que le sacamos sus materias primas casi por nada y le vendemos luego a precios exorbitantes lo que hemos fabricado con sus propios bienes. ¿Dónde quedan los valores cristianos de solidaridad, frater­nidad, compartir, servicio, amor...?

4. Conclusión El dar testimonio de la Luz es algo obligado. Una verdad no deja

de ser verdad por no ser practicada. Cristo es la Gran Luz de la que

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hemos de dar testimonio. Nos lo manda El. Hemos de cumplir con nuestra misión de precursores, similar en esto a la del Bautista y hemos de tratar de hacerlo como él: Dando un testimonio de vida acorde con el Evangelio.

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Día 29 de junio:

San Pedro y San Pablo

(Hch 12,1-11; 2 Tm 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19)

NUESTROS DEBERES PARA CON LA IGLESIA

Hermanos... Celebramos hoy la festividad de los Apóstoles Pe­dro y Pablo.

El Año litúrgico, que acoge en su seno las festividades de los miembros excelsos del cuerpo de Cristo, no podía menos de acoger naturalmente las de quienes, como San Pedro y San Pablo, vivieron por completo volcados a su servicio.

Dispongámonos, pues, a celebrar esta fiesta con los ojos puestos en cumplir, como ellos, del mejor modo posible, nuestros deberes para con la Iglesia.

HOMILÍA

1. Sumario

La 1.a Lectura nos ha recordado el comportamiento de la Iglesia en sintonía con Pedro encarcelado; Dios oye los ruegos de la Iglesia en favor del mismo.

La segunda nos ha hablado de San Pablo "salvado de la boca del león" o de otra persecución similar.

Y la tercera nos ha traído a la memoria uno de los conjuntos doctrinales, de San Mateo, sobre el puesto de Pedro en la Iglesia...

2. El texto del Evangelio a examen

A partir del siglo XVI, con la aparición de los protestantes, viene a ser un texto controvertido.

— Empezaron éstos por afirmar que el texto: "Te daré las llaves del reino de los cielos"..., era interpolado, es decir, algo no salido de labios del Señor ni quizá del Evangelista, sino añadido al Evangelio, con vistas a favorecer los intereses de la Iglesia romana por algún copista.

Les llevaba a esto su oposición a la Iglesia de Roma y el no hallarse esas palabras en los textos paralelos de los evangelios sinóp-

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ticos. Mas pronto advirtieron que no era de creer tal interpolación, pues todas las metáforas de dicho texto son de origen judío y no de otro origen; que tampoco era ningún argumento sólido el que falta­ran en los textos de San Lucas y San Marcos, por tener cada evan­gelista un determinado propósito a la vista, al cual se acomodaban; y, por último, que lo de menos era que esas palabras de Cristo, sobre Pedro y la Iglesia, hubieran salido de su boca en una sola ocasión todas o en varias.

— Los protestantes posteriores —los de no hace mucho— han ideado algo más radical: Que lo prometido por Cristo a Pedro le fue prometido sólo a él; no a sus sucesores.

Pero hemos de replicar, con todo respeto, lo siguiente: En el texto mencionado, Cristo habla de edificar una Iglesia sobre Pedro en el futuro, no de momento. Si el primado de Pedro no pasa a sus sucesores, ¿en qué edifica Cristo su Iglesia del futuro? Aun otra cosa: Cristo prometió el Espíritu Santo a la Iglesia, y de hecho lo mandó para que la asistiera y le hiciera conocer todo cuanto El había enseñado. Si la Iglesia no hubiera atinado viendo a Pedro, en sus sucesores, a lo largo de quince siglos —hasta llegar al mundo los protestantes—, ¿cómo podría hablarse de una asistencia eficaz del Espíritu a la Iglesia durante tanto tiempo?

— Por fin, los protestantes de hoy se hallan dispuestos a aceptar un ministerio petrino en todas las Iglesias, un papado que sea un primado de servicio que acepte desempeñar la función pastoral de Pedro en toda la iglesia; pero no están de acuerdo con los católicos en que dicho primado sea de jurisdicción y dotado de infalibilidad en ningún caso.

Últimamente, en 1983, una Comisión conjunta (romano-católica y evangélico-luterana) ha redactado un documento en el que los luteranos están conformes en admitir el primado petrino del Papa "subordinado al primado del Evangelio" (Cfr. H. Fríes, Teología Fundamental, pág. 573).

Ha sido éste un gran paso hacia la unión, del que mucho cabe esperar y del que todos debemos alegrarnos.

Lo que promete Jesús a Pedro y sus sucesores en el primado es lo pedido por Cristo para él en otro momento, en que se le dice: "Pedro, yo he rogado por ti para que en la fe no desfallezcas" (Le 22,32); es decir, para que puedas, una vez convertido de tu cobardía, ser indefectible en conservar la verdad revelada y transmitirla a todos tal cual la recibes.

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Ya superadas las circunstancias que propiciaron la declaración como dogma —Vaticano I— de la infalibilidad, sería positivo dejar de lado tal palabra, de excesiva resonancia cognoscitiva, y adoptar la palabra "indefectibilidad", más concorde con el Evangelio que nos habla de la firmeza pedida por Cristo para Pedro en la fe; y con el Vaticano II que llama a las verdades reveladas "verdades para la salvación" (Dei Verbum, n. 11), que es cosa de todo el hombre, de su comportamiento más bien que de su penetración intelectual o de la mente.

3. Resumen y conclusión

— Hemos empezado recordando el comportamiento de la Iglesia primitiva, en oración, pidiendo a Dios la liberación de Pedro encar­celado; y viendo a San Pablo darle gracias por haberle librado a él mismo "de la boca del león" también, o de la muerte.

— Hemos pasado después a analizar el texto de San Mateo, en el que se contienen la misión y prerrogativas, otorgadas por el Señor a Pedro y sus sucesores para el gobierno de la Iglesia, haciéndonos eco de las controversias que han definido a la Iglesia, aclarando términos.

Nos queda por hacer lo que hicieron en su tiempo los primeros cristianos: orar hoy por el Papa para que acierte a utilizar su carisma del "primado", subordinado al "primado del Evangelio", de suerte que se llegue lo antes posible a la unión de todos los creyentes para que el mundo universo crea...

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Día 25 de julio:

Santiago Apóstol, Patrón de España (A)

(2 Co 4,7-15; Mt 20,20-28)

LA FIESTA DE NUESTRO EVANGELIZADOR

Hermanos... Celebramos hoy la festividad de Santiago, la prime­ra que aparece en nuestro calendario litúrgico nacional. Contenido y razón: la de haber sido Santiago nuestro evangelizador de origen.

Algunos —ya lo sabéis— se proclaman hoy "redimidos de Cris­to ". Miran la Redención, obrada por El en favor de todos como una opresión, como un aherrojamiento.

Nosotros, por sentirnos satisfechos con ésta, celebramos incluso una fiesta en honor de quien nos trajo la noticia de la misma.

HOMILÍA

1. Sumario La 1.a Lectura nos ha hecho el relato de la muerte de Santiago.

La segunda nos ha hablado de sus trabajos como evangelizador, semejantes a los de cualquier otro.

Y la tercera nos ha puesto de relieve tres cosas en las que, de un modo particular, vamos a detenernos: primera, los deseos de una madre que pide a Cristo los primeros puestos para sus hijos; segun­da, la pregunta que Cristo dirige a éstos, y tercera, la respuesta que ellos le dan, primero de palabra y después con los hechos...

2. Aspiración, pregunta-respuesta

a) La aspiración a un alto puesto —en la Iglesia, en la sociedad civil, en donde sea— es, de suyo, apetencia noble, algo bueno, por­que desde la cumbre casi siempre puede hacerse más que desde la base en favor de la base misma...

Pero, ¡qué fácilmente se puede viciar tal aspiración buena! Cuan­do el puesto se anhela por orgullo, por vanidad o por cobrar unos honorarios, que a veces ni a medias se ganan, ¿no está ya viciada esa apetencia?

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b) En cuanto a la pregunta que dirige Cristo a los hijos de aquella mujer, son de advertir varias cosas:

Una primera (apenas encubierta con la metáfora de "el mal tra­go") es ésta: Que todo cargo ha de ser una carga, oficio más que beneficio, servicio a la comunidad más que un camino hacia el propio medro.

El mismo Cristo es quien se encarga de proporcionarnos la mejor ampliación de esto: "Vosotros sabéis —dice— que los príncipes de las naciones las tiranizan y que los grandes les oprimen con su poderío. No será así entre vosotros. El que entre vosotros quiera ser grande (de veras) hágase servidor; y el que quiera ser entre vosotros el primero, hágase siervo vuestro. Como lo ha hecho el Hijo del hombre, que no ha venido a que le sirvan, sino a servir El a todos y a dar su vida en rescate por todos".

Tanta fue la importancia dada por Cristo a esto que, en la Noche de la Cena (el momento más solemne de su vida), volvió a repetir esto mismo, y lo respaldó con el gesto de lavarles los pies.

c) La respuesta posterior: Santiago y Juan captaron la anterior lección de un modo pleno y no tardaron en ponerla por obra del modo más heroico, dando, por el Maestro y por la fe, todo...

3. Revisión de vida Todo lo anterior es un espejo ante el cual nos preguntamos:

¿Han calado las anteriores palabras de Cristo en nosotros los cristia­nos, de un modo colectivo, en cuanto Iglesia? Lo que Cristo nos dejó dicho hace dos mil años sobre el mando y la autoridad, hasta el Vaticano II, no se ha tenido como un deber. Se ha mirado como un consejo y no de los más importantes. La autoridad ha reivindicado sus derechos y poderes como antes de Cristo, se ha revestido —también como antes— de distintivos y condecoraciones que nos recordaran esos derechos; pero casi sólo de palabra se ha hecho eco de lo del servicio.

La rebeldía de hoy, por todas partes y en todos los órdenes —¿por qué no ser "providencialista" en esto?—, ¿no la querrá el Señor en parte?, ¿no será por El permitida al menos para que abra­mos los ojos al fin y aprendamos los hombres sus lecciones?

4. Un posible peligro Hay un peligro: que la autoridad en el hogar, en el municipio, en

la nación, abdique, renuncie a ser autoridad para que no se tache de autoritarismo su ejercicio.

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Los pasajes evangélicos recordados no dan pie para esto. Ni el que manda ni el que obedece —según el Evangelio— han de moverse por el capricho suyo, sino por lo que quiere Cristo por el bien de todos.

Obrando, pues, de acuerdo con el Evangelio, ni habrá desorden ni reinará ningún capricho; lo que habrá será paz y respeto para los derechos de todos que es lo que Cristo quiere que haya entre nos­otros.

5. Conclusión Optemos por lo dicho todos, imitemos a Santiago con nuestra

conducta, y nuestra alegría, de redimidos POR Cristo, será una alegría perfecta.

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Día 6 de agosto:

Transfiguración del Señor (Dn 7,9-10.13-14; 2 P 1,16-19; Mt 17,1-9)

FORTALECER LA FE

Hermanos... Recordamos hoy un suceso extraordinario en la vida del Señor: el de su Transfiguración en el Tabor.

Dispongámonos a subir, con los tres discípulos predilectos de Cristo, al monte Tabor para que nuestra fe en El, como la de ellos, se pueda consolidar más.

HOMILÍA

1. El hecho o misterio Las Lecturas nos acaban de relatar el hecho o misterio de este

día: la Transfiguración del Señor en el Tabor.

Lo extraño no estriba en que ocurriera un día, sino más bien en que no ocurriera todos los días.

Jesucristo era el Hijo de Dios hecho hombre. En El había dos naturalezas: la humana y la divina. La divina era inmensamente superior a la humana; y, sin embargo, en vez de bloquear y ocultar aquélla a ésta, era ésta la que mantenía bloqueada y oculta a la divina.

Ocurría así porque el Señor no quería deslumhrar a los hombres que vivían en torno suyo, presentándose como Dios en todo mo­mento, ya que El vino a hacerse adorador del Padre y a pedir, a los llamados a ser miembros suyos, que se hicieran otros tantos adora­dores.

2. Motivos de la transfiguración

El Evangelio dice que ocurrió estando ya próxima la Pasión.

Esto solo nos lo aclara todo.

Jesucristo sabía lo que iba a acontecer a los Apóstoles: que "herido el pastor", se dispersarían ellos; y para que esto no pasara a ser algo definitivo se rodeó de esos tres Apóstoles —auténticas co­lumnas de la Iglesia— y se transfiguró a vista de ellos para fortalecer

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la fe de los mismos y así capacitarlos para ser los fortalecedores de la fe en el resto de los Apóstoles.

Respecto a la eficacia de esta inyección de fe, es clara; en el episodio descrito los Apóstoles quedan aturdidos por la gloria y el gozo. En el futuro será un punto de referencia valioso; testigos oculares del hecho apelan a él. Así, en la 2.a Lectura de hoy, San Pedro nos recuerda su experiencia.

3. Superación de obstáculos para la fe

Es positivo, sin duda, lo que Cristo hizo con aquellos tres discí­pulos: tratar de inmunizarnos contra la incredulidad, descubriendo los que pueden resultarnos enemigos de la fe, según Rahner:

— De entrada, menciona el vacío, la pérdida del sentido de la vida. Frente a ello, recordemos lo que ya decía Aristóteles: "¿Será verdad que el albañil y el zapatero tengan sus propias obras y oficios, y que el hombre no tenga meta alguna, como cosa ociosa, y que esté de más en este mundo?".

— Un segundo enemigo de la fe es "la fatiga metafísica". De un mundo en quietud hemos pasado a la concepción de un mundo en evolución permanente. Porque la vida sea movimiento ¿habremos de deducir que el ser humano no es algo real y permanente y Dios lo mismo?, ¿acaso no es una realidad permanente el río porque el agua sea lo que se desliza, la impermanencia, la corriente?

— Un tercer enemigo es "la impotencia del espíritu frente a la fuerza de la carne". Se empieza por gustar un solo goce, menospre­ciando los demás, y se termina por no estimar más que aquel goce negando que existan los restantes. Siempre hay tendencia a menos­preciar lo que se ignora.

— El cuarto enemigo de la fe es "la brutalidad aparentemente absurda de la historia". Ahora bien, porque la historia de uno o de dos, o de mil, desemboque en el absurdo, ¿vamos a afirmar que el barco de la historia no lo guía timonel alguno y que va a la deriva en sus singladuras?

Finalmente, "la no actualidad de las expresiones con que formu­lamos nuestra fe", he ahí otro enemigo de ésta. Pero una cosa es que hayamos de reformar la vestimenta de la fe y sacudir de ella múltiples adherencias que nada o muy poco tienen que ver con la revelación, y otra que tenga que ser abandonada. Bien que desechemos el vaso tosco y desportillado; pero no por eso vamos a tirar su contenido, que es bueno.

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4. Conclusión

Visto lo frágil y vulnerable de todos estos obstáculos que a nues­tra fe se oponen, no nos dejemos vencer por ellos. Recordemos a San Pedro —"nuestra fe no se basa en fábulas"—; atengámonos a esto, conservando la fe como un tesoro. Es el mayor tesoro. Por ninguno se nos dará lo que por ella un día: la Gloria eterna.

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Día 15 de agosto:

Asunción de la Virgen María (A)

(Ap 11,19a; 12,l-6a.l0ab; 1 Co 15,20-26; Le 1,39-56)

CULMINACIÓN DE LA VIDA DE MARÍA

Hermanos... Celebramos hoy la tercera gran fiesta litúrgica en honor de la Virgen; las otras fueron Inmaculada Concepción y Ma­ternidad divina de María. Esta de su Asunción a la Gloria celeste podemos decir que es la culminación de las dos primeras.

Dispongámonos a recordar, con ocasión de esta fiesta, cuáles fueron los sentimientos más arraigados en la Virgen a lo largo de su vida y en su muerte.

HOMILÍA

1. Sumario

En el hecho de la Concepción Inmaculada el Agente, casi único o exclusivo en lo sobrenatural, de la acción lograda —prepararle una digna morada en la tierra al Hijo— fue Dios; El solo, porque la Virgen, en lo de ser llena de gracia desde el principio, no pudo hacer nada.

La colaboración con Dios de María Madre de Dios —"de la Engendradora del Dios hecho hombre"— fue la máxima que puede prestarle al Cielo una criatura.

En la Asunción a la Gloria vemos el resultado o culminación de las dos primeras realidades en María. Sepamos cuáles fueron los principales sentimientos de María en vida y en muerte de acuerdo con lo singular de su destino, de la elección que Dios hizo de ella.

2. Contenido de las Lecturas

La primera nos ha ofrecido dos símbolos de María: el del Arca de la Antigua Alianza, y el de la mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, una corona de estrellas en torno de su cabeza, y próxima a dar a luz.

a) En cuanto al símbolo del Arca: es un símbolo claro de María porque es engendradora-portadora de Cristo, que se denominó a Sí

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mismo el único Maná venido de lo alto y se nos presentó tan Legis­lador divino como El de las Tablas de la Ley, guardadas en el Arca antigua, la del Viejo Testamento.

b) La mujer del Apocalipsis, que estaba para dar a luz: — Puede ser un símbolo de la Sinagoga, que preparó el naci­

miento de la Iglesia. — Puede simbolizar a la Iglesia que alumbra, como madre, a los

creyentes. — Y puede ser, por último, un símbolo de María por haber

dado a luz a Cristo, "el iniciador y consumador de la fe" en todos, el gran guía y cabeza de los creyentes...

c) Los dolores de parto, en este caso: — Bien pueden ser un reflejo de la vocación y el destino de

María: Madre del Redentor —del llamado por antonomasia "El Varón de dolores" en la Escritura—, y de los redimidos por el Mis­mo...

d) En el dragón, de siete cabezas y diez cuernos, que estaba al acecho de lo que iba a nacer de la mujer:

— Podemos ver simbolizado el mal, la defectibilidad que atenta contra nosotros, los redimidos, hasta el último momento de nuestro existir terreno: el de la muerte...

e) En el hijo, dado a luz por la mujer y destinado a "regir todas las naciones con cetro de hierro":

— Puede estar retratado Cristo resucitado, el supremo triunfa­dor del pecado y de la muerte...

f) Y en la aclamación: "Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios":

— Podemos ver el comienzo de un himno, cantado ya en el cielo en honor de Cristo y de María asunta a la gloria celeste, himno que continúa oyéndose, cada vez que uno de los redimidos por Cristo, deja victorioso no este "destierro", sino este primer país o nuestro suelo.

3. Los sentimientos de María en vida y en muerte Se reduce a uno: "He aquí la esclava del Señor". "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu

en Dios mi salvador, porque se ha fijado en su humilde esclava".

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La Virgen se sintió siempre "esclava"; nunca Reina. Reina la hemos proclamado nosotros, y bien está; pero la culminación de sus pensamientos y sus sentimientos, como los del Hijo, no tuvieron nunca por hito lo alto, sino lo bajo: el anonadamiento, el "buscar pasar inadvertido", en línea con los pobres de Yavé.

4. Conclusión Vamos a tratar de acercarnos a Cristo con María; para que

Cristo, como a miembros suyos, aunque menos insignes que la Vir­gen, nos lleve también un día a la Gloria celeste.

Tengamos esperanza, porque nuestra Madre ya nos ayuda desde la Gloria.

Imitemos las actitudes de la Virgen, que agradó plenamente a Dios en su vida.

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Día 14 de septiembre:

Exaltación de la Santa Cruz (Nm 21,4-9; Flp 2,6-11; Jn 3,13-17)

EL AUTENTICO SENTIDO DE ESTA FIESTA

Hermanos... Celebramos en este día la Exaltación de la Santa Cruz. Veamos el sentido hondo y verdadero de dicha exaltación.

Dispongámonos a captarlo recordando la historia de esta fies­ta...

HOMILÍA

1. Historia de esta fiesta

Al principio los fieles no se preocuparon para nada de la cruz como madero en el que había muerto Cristo. Nada más natural. En la cruz veían ellos lo que veía todo el mundo a la sazón: un instru­mento de suplicio. De ahí que no les preocupara conservar la Cruz.

— Santa Elena, madre del emperador Constantino, empezó a mirar las cosas de otro modo: vio, en la Cruz, el instrumento de que Cristo se había servido para redimirnos, y la Cruz pasó así a ser la reliquia insigne que ella buscó, encontró y honró...

— En una razia o invasión guerrera esta reliquia pasó a manos de Cosroes, rey de los persas, un infiel. Pero a los catorce años de esto último, un nuevo emperador cristiano —Heraclio— volvió a hacerse con ella. El mismo quiso llevarla, sobre sus hombros, al lugar que Santa Elena le había deparado. Ocurrió un suceso extraño, según la Tradición: el emperador quiso realizar el traslado, revestido de sus mejores galas; pero, al emprender así el camino, no pudo dar un solo paso. El Obispo de Jerusalén, le dijo: "¿No será que ese atuendo tuyo y tu actitud interna contradicen en todo a la humildad con que Cristo llevó esta misma Cruz?". El emperador dio oídos a la sugerencia del Obispo, dejó todas sus galas, se descalzó incluso y logró realizar sus deseos: llevar hasta la Basílica del Santo Sepulcro la Santa Cruz...

2. La lección que nos ofrece

Que esto sea rigurosamente histórico o no, es lo que menos nos interesa aquí y ahora.

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Lo que nos interesa es la lección del relato: cómo exaltar la Cruz.

— Desde luego no la hemos de cifrar en aparatosos actos colec­tivos de concentraciones y procesiones que hoy, religiosamente, ape­nas son símbolo de nada. "Dios es espíritu y en espíritu y verdad quiere ser adorado"; no con meras apariencias, que sólo contentan nuestros ojos.

— Tampoco la hemos de hacer estribar en ciertas exterioridades de tipo individual. Una mujer se pone al pecho un crucifijo de oro... Esto ¿qué puede ser? Puede ser una profesión de fe; y puede ser un mero boato, un adorno, una moda. Cuando es esto último, ¿dónde está la Exaltación de la Santa Cruz? Brillando por su ausencia. Cuando es lo primero, ¿no os parece que el oro le roba muchos quilates a la auténtica profesión de fe?

Nuestra Exaltación de la Santa Cruz consistirá: en no hacernos esclavos de cosa alguna; en no hacer, de nuestros caprichos, objeti­vos; en llevar una vida, hasta cierto punto, de austeridad y de priva­ción y llevarla por señorío, por imitar a Cristo, por propia voluntad, no por necesidad; en sufrirnos unos a otros, y en aguantarnos incluso a nosotros mismos.

Vivir una vida así, en medio de un mundo obsesionado por el confort, es hacer la más auténtica y eficaz Exaltación de la Santa Cruz, porque es vivir del Espíritu de quien murió y triunfó en ella.

3. Importancia de una Exaltación de la Cruz auténtica

Aceptar y vivir cada cruz es el camino más seguro hacia la salva­ción. Recordemos el encuentro del cardenal Pier Leoni con Urbano II. Se llegó al Papa a pedirle justicia y protección contra sus enemi­gos políticos, y el Papa le dijo: "¿Justicia? En el cielo está la miseri­cordia, en el infierno la justicia, y en la tierra la cruz". Al Cardenal no debió dejarle muy satisfecho esto, y el Papa se lo explicó: En el cielo está la misericordia porque allí nadie tiene derecho a entrar por sus propios méritos, sino por los de Cristo; en el infierno reside la justicia porque allí es donde se le da a cada uno lo estrictamente merecido y ganado por sí mismo; y en la tierra está la cruz, porque la tierra es campo de prueba, campo de sembrar, no de cosechar. "La Iglesia —concluyó el Papa— está no para suprimir la cruz, sino para bendecir a cuantos la llevan. ¡Feliz tú, Pier Leoni, porque llevas la cruz de nuestro Señor"...

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4. Conclusión

Recordemos siempre el valor de la Cruz, de cada cruz que nos viene como al Cardenal Pier Leoni le decía Urbano II; y, por la exaltación de la santa Cruz, nos será dado llegar un día a nuestra auténtica exaltación: la que de nosotros, como de Cristo, realizará Dios Padre por su misericordia.

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Día 12 de octubre:

Nuestra Señora la Virgen del Pilar

(1 Co 15,3-4.15-16; Hch 1,12-14; Le 11,27-28)

LA VIRGEN ES COLUMNA QUE APOYA Y GUIA NUESTRA FE

Hermanos... La fiesta mañana que celebramos hoy se llama Fies­ta de Nuestra Señora del Pilar o de la Columna.

Lo del "pilar"apenas nos dice nada. Lo de la "columna" tal vez os recuerde a muchos otra "columna", la que un día sirvió a los israelitas de guía, proporcionándoles luz en la noche, durante su caminar por el desierto, y sombra de día.

Algo de esto último quiere insinuarnos este título, de Nuestra Señora del Pilar o de la Columna, que damos los españoles, y con nosotros los otros pueblos componentes de la Hispanidad, a la Vir­gen.

HOMILÍA

La Virgen como columna que se nos ha dado por guía

1. Introducción

Todas las grandes realidades cristianas han sido:

— Primero, una semilla diminuta en el Antiguo Testamento;

— Luego, un árbol frondoso en el Nuevo;

— Y, por fin, han pasado a constituir un bosque en la Iglesia.

Esto es, ni más ni menos, como vamos a ver un poco más por extenso lo que ha pasado con la Virgen, en la que se ha cumplido lo que ella dijo: "Que la aclamarían todas las generaciones"

2. La Virgen, como semilla en el Antiguo Testamento

Dos figuras o símbolos podrían ser denominados "semilla de la Virgen" en el Antiguo Testamento: el de la Columna de fuego, que acompañaba día y noche a los israelitas en su peregrinación por el desierto hacia la Tierra prometida, y el de la Sabiduría, preexistente a toda otra criatura.

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El primero —la columna o pilar— hace referencia a lo que fue la Virgen María para Santiago, nuestro primer evangelizador: apoyo y energía en el desaliento.

El segundo —la Sabiduría preexistente a toda criatura, aplicado a la Virgen— nos adentra en el ser mismo de ésta: la Virgen, en la mente divina creadora, es la primera criatura en aparecer después de Cristo, una criatura simultánea con El, porque Madre e Hijo son términos correlativos; no puede existir el uno sin el otro, y donde el uno se da tiene que darse el otro a la vez.

3. La Virgen, como árbol frondoso en el Nuevo Testamento

Nos muestra así a la Virgen la 2.a Lectura de hoy —la del Nuevo Testamento— al relatarnos que estaba el Señor anunciando su men­saje salvador a los hombres; sus adversarios no cesaban de ponerle objeciones y dudas; el Señor las iba superando todas; y, en esto, una mujer no puede contener su entusiasmo por el Maestro y grita: "Bienaventurado el seno que te engendró y los pechos que te ama­mantaron".

He aquí a la Virgen, surgiendo como árbol frondoso, hecho y derecho, en su tiempo, en el de su vida histórica...

4. María, como bosque

La podemos ver así, en el tiempo nuestro, en lo de las múltiples advocaciones que hoy, en su honor, se extienden por el mundo entero.

En España y en toda la Hispanidad es Nuestra Señora del Pilar; en Méjico, Nuestra Señora de Guadalupe; en Roma, la"Salus populi romani"; en Francia, Nuestra Señora de las Victorias; en Polonia, Nuestra Señora de Czestochowa; en suma, un árbol en cada ciudad o pueblo; y, como resultado, un inmenso bosque. Lo que ella previo y anunció al decir: "Todas las generaciones me llamarán bienaven­turada".

5. La fiesta de hoy en este momento del Año litúrgico

Aquellas gentes de Palestina que vieron descollar la figura de Cristo por encima de todos sus contradictores, como un sólido y muy enhiesto Obelisco, no sólo le admiraron y acogieron a El; aco­gieron, con no menor entusiasmo, a la que le había traído al mundo.

Nosotros, que a lo largo del Año litúrgico, venimos contemplan-

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do esa misma Figura de Cristo —como Ser que descuella entre todos los que han pasado por la historia, como el cedro entre las mimbres—, nos resulta normal que ahora, cuando está para terminar este Año, volvamos los ojos al árbol que nos ha dado este Fruto y aclamemos con igual entusiasmo al fruto y al árbol: a Cristo y a su Madre, en Nuestra Señora del Pilar o de la Columna.

6. Conclusión

Hagamos, pues, esto último. Hagámoslo con toda el alma, segu­ros, bien seguros, de no disgustar al Hijo cuando agasajamos con entusiasmo a la Madre.

Nadie la agasajó tanto como El, pues aun en aquella ocasión, que nos ha recordado hoy el Evangelio, al cerrado aplauso de aquella mujer, en honor de la Virgen, El le añadió un "plus" al continuar el elogio así: Ciertamente bienaventurada esa mujer que, además de haberme llevado en su seno nueve meses, incesantemente lleva mi palabra dentro de ella y la cumple o pone por obra asiduamente.

Imitemos, hermanos, sobre todo a la Virgen en esto. Esto es lo que hoy, de nosotros, Cristo y la Virgen esperan. ¡No les defraude­mos, ni a El ni a Ella!

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Día 1 de noviembre:

Todos los Santos (A) (Ap 7,2-4; 1 Jn 3,1-3; Mt 5,M2a)

EL CIELO SUPERA NUESTRAS EXPECTATIVAS

¡Hermanos! Celebramos hoy la festividad no sólo de los Santos canonizados por la Iglesia, sino la de todos aquellos a quienes el mismo Cristo canonizó al decir: "Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen ".

Con tan fausto motivo la Liturgia nos pasa a todos hoy cuatro grandes invitaciones: a la alegría, a la confianza, al esfuerzo y a vaciarnos lo más posible de todo.

HOMILÍA

1. Sumario

Cuatro grandes invitaciones en el día de la felicidad de los San­tos:

— La invitación a la alegría la tenemos en el Introito de la Misa, que dice así: "Alegrémonos todos en el Señor al celebrar la fiesta de este día en honor de Todos los Santos".

La alegría no es el resultado de cosa alguna terrena: de los pla­ceres, de las riquezas, de los honores... Uno puede hallarse rodeado de todo eso y estar triste. La alegría es el resultado, la consecuencia no del tener, sino del ser: de sentirse uno feliz. Pero feliz ¿quién puede sentirse? Sólo quien se sabe razonablemente en amistad con Dios, única fuente de plenitud en el ser y por lo mismo de felicidad...

— La invitación a la confianza se nos ha hecho en la primera oración de la Misa. El porqué de la misma es claro: si los Santos son hermanos nuestros, miembros ya triunfantes del cuerpo de Cristo al que todos pertenecemos, nada tan natural como poder esperar la intercesión de ellos en favor nuestro; y nada tan lógico como que, al ser muchos, nuestra confianza en la eficacia de su intercesión se acreciente.

— La invitación al esfuerzo nos la ha hecho el Apocalipsis... Este libro —el último del Nuevo Testamento— lo ideó San Juan, a

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lo que parece, para alentar a los cristianos de su tiempo, sometidos a la dura persecución del emperador Domiciano.

En el pasaje tomado, San Juan nos destaca tres cosas: el número de los triunfadores, su atuendo y su ocupación:

a) Del número, nos dice que, por lo que toca al pueblo judío, era de 144.000. Este número ya se entiende— es simbólico, no matemático. No iban a ser 12.000, ni uno más ni uno menos, por cada tribu. Y por lo que hace a los otros pueblos, nos dice que se trataba de una multitud tan grande que rebasaba todo cálculo o numeración.

b) En cuanto al atuendo, que iban vestidos de blanco —símbolo de limpieza— y con palmas en las manos —símbolo de la victoria—, por ellos obtenida sobre sus enemigos internos y externos.

c) Y en cuanto a su ocupación, que era el incesante cantar y gritar jubilosos: "Amén, aleluya"; Bendito sea Cristo que nos ha conseguido bien tan grande como el de la Bienaventuranza.

El entender esto último exige un esfuerzo, incluso mental; no vale la fantasía barata y vacía. Debe guiarnos la razón. Vamos a pensar cómo puede tener lugar y ser el éxtasis celeste en quien lo posee.

La experiencia nos atestigua la existencia de un extraño fenóme­no humano en todos los órdenes: el de nuestra insaciabilidad. Nadie está satisfecho con lo que ya sabe, ni con lo que tiene, ni con los honores que recibe, ni con los goces de que disfruta. Pero suponga­mos un momento de plenitud, en el que todo estuviera a nuestro alcance, ¿qué haríamos en ese momento? ¿Qué diríamos o cómo nos expresaríamos en él? ¿No diríamos lo de los binaventurados en el Apocalipsis? Un libro alemán muy célebre —el Fausto, de Goethe— así es cómo le hace hablar a su héroe en momentos de plenitud. Dice en él éste, dirigiéndose a ese momento: "Detente, instante deleitoso, ¡eres tan bello!"... Con razón, pues, la pintura de la bienaventuranza que nos hace el libro del Apocalipsis...

Dice también San Gregorio de Nisa: "La suprema bienaventu­ranza, sea lo que fuere de lo que vaya acompañada en su visión beatificante y en su conocimiento de Dios, no puede en verdad ser nunca completa, porque Dios es infinito y jamás se le puede conocer del todo. Por tanto, nuestra felicidad nunca podrá consistir en un gozo pleno donde ya no queda nada que desear, sino en un continuo progreso hacia nuevos gozos y nuevas perfecciones".

d) La invitación a vaciarnos de todo y de nosotros mismos nos

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la ha hecho el Evangelio. Nos llega del Sermón de las Bienaventu­ranzas, que son eso: una insinuación a que nos vaciemos de todo lo inferior o igual a nosotros para poder llenarnos de lo superior o divino. Vaciamiento que no es empobrecimiento, sino enriqueci­miento.

2. Conclusión

Recordemos siempre las cuatro invitaciones de la fiesta de hoy: a la alegría, a la confianza, al esfuerzo y al desasimiento de todo, y lograremos un día lo que no alcanzamos a ver ni a desear siquiera ahora de veras: la felicidad de los Santos, la que quiere que al menos vislumbremos, como en lontananza, esta Festividad.

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Día 2 de noviembre: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (Lecturas 7.a, 9.a y 13.a)

NUESTRA AYUDA A LOS QUE PARTIERON

Hermanos... Después de la fiesta de ayer en honor de Todos los Santos, de cuantos, habiendo muerto adheridos a Cristo, gozan de su triunfo, la Iglesia pone hoy, ante nuestros ojos, un nuevo grupo de hombres que han partido de este mundo, también adheridos a Cristo, pero no de modo aún pleno para que la luz de Cristo pueda reverberar en ellos.

¿Qué sentido tiene el recordar a éstos? ¿Podemos hacer algo por ellos nosotros? He aquí las dos preguntas que todos nos hacemos.

HOMILÍA

1. ¿Muere el hombre del todo? ¿En qué sentido?

Respecto de lo primero, oigamos lo que decía el Editorial del número 60 de la revista internacional de Teología "Concilium": "Para muchísimos cristianos la vida de después de la muerte ha sido una cosa evidente. La evidencia era fomentada por una antropología dualista. Que el hombre posea un alma inmortal era para muchos un hecho que alimentaba su vida de la fe".

"Actualmente, por multitud de razones, ya no es tan clara, lo cual hace que este tipo de vivencia de la fe se haga casi imposible".

"Algunos buscan, tanteando, una realidad de fe, en la que la inmortalidad del alma no sea ya un presupuesto necesario. Otros son presa del pánico porque no ven qué sentido pueda tener el creer, si el alma no es inmortal".

"Que en la Escritura se hable del sentido de la vida y de la muerte sin mentar —salvo raras excepciones— la inmortalidad, puede ofre­cer cierta liberación".

Un caso o ejemplo de este modo de hablar de la Escritura lo tenemos en la 2.a Lectura, que nos ha dicho: "Esto corruptible —nuestro ser humano corporal-espiritual, no el sobrenatural o de miembros de Cristo, que es de Este más que nuestro—, tiene que

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vestirse de incorrupción... de inmortalidad". Si ha de revestirse de inmortalidad es que ni la tiene de suyo ni tiene derecho a ella por porción alguna de su ser.

Lo que ha de otorgarnos la inmortalidad o revestirnos de ella es el ser de miembros de Cristo, que late en lo más hondo de todos los hombres, en cuanto ideados y hechos por Dios.

El hombre, por tanto, podría ser definido como "una energía tendente a Cristo", puesto que, como nos atestigua la Ciencia de hoy incluso, todos los seres, más que materia, son energía: energías de distintos órdenes.

A partir de esta definición "sobrenatural" del hombre, ¿qué nos viene a ocurrir en la muerte? Lo que le ocurriría a un cosmonauta que, al llegar a la Luna, se encontrara sin posibilidad alguna de regresar a la Tierra; pero contando con que en la Luna podía insta­larse y vivir en forma inmensamente mejor que lo que había vivido en la Tierra.

Ese hombre no echaría de menos lo pasado sin duda. Igual nos ocurrirá a nosotros —salvando la comparación— al vernos revesti­dos para siempre de incorruptibilidad e inmortalidad, merced al abrazo definitivo de Cristo, transformados, renovados, potenciados en todo por Cristo; en lo natural y sobrenatural, a la enésima poten­cia o posibilidad.

2. Sentido de nuestra oración y recuerdo

Tiene sentido este recuerdo porque esos difuntos lo son sólo en nuestro "habitat" en el que han dejado de existir; pero no son "di­funtos" en el "habitat" de Cristo, donde residen para siempre ya inmortales como El...

Podemos hacer algo por ellos como la 1.a Lectura de hoy nos ha afirmado. Debemos y podemos pedir a Dios que se apiade de los mismos para que, purificados de toda herrumbre, la luz de Dios pueda reflejarse en ellos de forma total y definitiva. Podemos hacerlo porque, con Cristo vivo y con ellos revestidos de inmortalidad, for­mamos todos un cuerpo vivo, y en un cuerpo vivo y sano todos los miembros pueden ayudarse; deben ayudarse...

3. Conclusión

Con esto a la vista, dispongámonos, hermanos, a ofrecer por los difuntos lo mejor que Cristo, en la Tierra, nos ha dejado para ello: el Santo Sacrificio de la Misa.

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Día 9 de noviembre:

Dedicación de la Basílica de Letrán

Ü UN HUECO EN LA LITURGIA PARA EL TEMPLO ¡tí'

Hermanos... Este día vamos a celebrar algo, a primera vista insólito: la consagración o dedicación al culto de la primera iglesia cristiana: la Basílica de Letrán, construida, según se cree, hacia el año 330, por el emperador Constantino.

Veamos qué sentido tiene una celebración como ésta.

HOMILÍA

1. Ante dos extremos igualmente viciosos A propósito de lo que nos proponemos averiguar el sentido de

la consagración o dedicación de un lugar determinado para el cul­to— pueden darse dos extremos igualmente viciosos: el de suprava-lorar los espacios o lugares (templos, ermitas, etc.) y los tiempos (Adviento, Cuaresma, etc.); y el hacer tabla rasa de todo esto, so pretexto de lo dicho por Cristo: "Llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en ver­dad", ni en Jerusalén, ni en Garizín, ni en ningún otro sitio en exclusiva, sino en cualquiera.

Entre los dos extremos cabe un justo medio: Reconocer que el lugar, donde Cristo se alberga hoy, como antaño en la casa de Zaqueo (el templo), es un lugar distinto a todo otro lugar, un lugar "de oración" como dijo también el mismo Cristo, el lugar para nuestro encuentro colectivo con El como comunidad y no meros individuos.

De haberse instalado definitivamente Cristo en casa de Zaqueo, aquella casa hubiera adquirido unas características singulares a los ojos de todos; así también debe tenerlas para nosotros todo lugar o templo donde Cristo se hace encontradizo con los hombres en la celebración comunitaria del culto, en la oración...

2. La conducta de Zaqueo y la nuestra Tras haber visto en la casa de Zaqueo un símbolo de nuestros

templos, no estará de más que pongamos en parangón la conducta de Zaqueo y la nuestra.

Dos lecciones, a cual más interesantes, nos da hoy Zaqueo:

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— La primera lección de él la tenemos en aquel ardiente anhelo suyo, que le llevó a un sicómoro, para, desde allí, ver mejor a Cristo. Deberíamos tener un anhelo así por conocer más y mejor a Cristo.

¿En qué empleamos el día de fiesta? Este no es sólo para dejar de trabajar y divertirnos. Es para cesar en una actividad y entregarnos a otra. Debe ser para nosotros, no un tiempo profano como el de los otros días, sino un tiempo hasta cierto punto sagrado como el tem­plo.

Podríamos emplear buena parte del día festivo, ya oída la Misa, en hacer una prolongación de ella en el bar, en la calle, en casa... Conversando y hablando sobre lo oído en las Lecturas y lo reflexio­nado en la homilía. Deberíamos emplear una gran parte del día festivo en el estudio de la Escritura y de algún otro libro, de Cristo-logia por ejemplo, que nos facilite crecer en el conocimiento de Cristo a ejemplo de Zaqueo.

A Cristo le agradaron los anhelos de Zaqueo por conocerle. La prueba de ello está en lo que le dijo: "Baja del árbol que hoy quiero alojarme en tu casa".

— La otra lección de Zaqueo la tenemos en el brindis que él mismo hizo al final de aquel banquete. Reconociendo que, como "recaudador" se había hecho rico y, habiéndole oído a Cristo tal vez que ricos y pobres debíamos de tratar de igualarnos o acortar dis­tancias al menos, se apresuró a decir en primer lugar: "La mitad de mis bienes, desde ahora, para los pobres". Si a alguien, en el desem­peño de mi oficio, le he defraudado algo, le devolveré el cuadruplo".

Un cristianismo y aceptación de lo cristiano de altos quilates. A ello nos invita el ejemplo de Zaqueo, a salir transformados al con­tacto con Cristo.

En la Liturgia de hoy se nos recuerda que los cristianos debemos ser "piedras vivas del templo del Espíritu"... ¿Somos piedras bien encajadas nosotros, o somos piedras que se va cada una por un lado, edificio agrietado por todas partes? Como no querríamos permane­cer en un edificio material así, porque podría venirse abajo y pillar­nos, no queramos vivir en una iglesia de este tipo, de cariz individua­lista, de dispersión y falta de espíritu de familia.

3. Conclusión Aspiremos a formar una comunidad auténtica, una comunidad

de fe y de amor, una comunidad fraterna en la que todo puede ser de todos. Sólo de este modo mereceremos comunitariamente un elogio de Cristo semejante al que hizo de Zaqueo.

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U D " CICLO "B

Miseria y grandeza del hombre

16.—Año Litúrgico...

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Panorámica del Ciclo "B"

En la primera Parte del Ciclo, partiendo de nuestra miseria y de nuestra grandeza —con Cristo en el horizonte, como Debelador de la primera e Iniciador y Consumador de la segunda—, empezaremos por prestar oído a lo que dicen: "¿Por qué preocuparnos de Dios y de la religiosidad, cuando El tan poco se ha precupado de nosotros, al colocarnos en un mundo tan inhóspito?"

Veremos, a continuación, qué piensan éstos de El y de la religio­sidad (cómo la explican), e indicaremos luego lo que de Dios y de la religiosidad la razón y la fe nos dicen... La Navidad, al acercar hasta nosotros al Hijo de Dios hecho Hombre en Jesucristo, y presentár­noslo como el Siervo de Yavé y el Hombre por excelencia, nos hará recordar lo del Concilio: "El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre", así nuestra decisión por la religiosidad se confirmará más.

En la segunda Parte del Ciclo —la del comienzo de la vida pública de Cristo— veremos a Este sumarse a un grupo de peninten-tes, quizá para darles ánimos; y con El nosotros en la Cuaresma, haremos un doble recorrido: los Viernes, por los campos desolados de nuestras múltiples miserias, sobre todo morales, de las que nos habló el Adviento, y los Domingos, por los de la vida de Cristo, de cuya eximia Figura las Lecturas nos irán dejando un reguero de bellos símbolos o imágenes que nos animarán a proseguir en su seguimiento.

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Su triunfo sobre la muerte, al final del Triduo sacro, nos llevará a pensar y confiar en quien nos espera, en cuanto miembros de El, si le somos fieles...

Y en la tercera Parte del Ciclo, después de unos Domingos —dedicados a hacer un repaso de nuestro pasado, presente y futuro sobrenatural—, nos encontraremos con algo muy singular en este Ciclo: con unos Ejercicios de cinco semanas que nos dará el mismo Cristo.

Lo último del Ciclo pondrá ante nuestra vista el Monte de la Perfección, integrado por la conjunción de la Bondad y la Sabiduría, monte al que hemos de aspirar a subir todos, siguiendo a Cristo; y, por fin, la Liturgia nos presentará a Este como Rey nuestro con el premio en las manos para dárnoslo por habernos acogido a El.

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Adviento

Domingo I de Adviento (B)

(Is 63,16b-17; 64,l-3b-8; 1 Co 1,3-9; Me 13,33-37)

MISERIA Y GRANDEZA DEL HOMBRE ANTE DIOS

Hermanos... El Domingo anterior clausurábamos el primer Ciclo del Año Litúrgico; hoy comenzamos el segundo.

En el primero partíamos de Cristo, Hijo de Dios, como Ideador y Promotor de todo lo contingente, subrayando la vinculación óntica que, por lo mismo, con El tenemos.

En este segundo, nuestro punto de partida va a ser el hombre —nuestra miseria y nuestra grandeza— viendo a Cristo como el Debelador de la primera y el Sustentador o Afianzador de la segunda en nosotros.

HOMILÍA

1. Introducción

Antes de adentrarnos en el tema del que nos han hablado las Lecturas —el de nuestra miseria y nuestra grandeza— nos conviene refrescar unas ideas en torno a la Asamblea y el Año Litúrgico.

La Asamblea no es sólo para orar; es, además, para instruirnos en la fe. Jesucristo, que dijo ser "la Luz del mundo", quiere que nos

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hagamos luminosos a base de conocerle y conocer sus deseos. Esto trata de facilitarnos el Año Litúrgico que, es el Curso de formación por excelencia.

Para que en nosotros tenga éxito, todos hemos de poner algo: vosotros, vuestro interés por crecer en el conocimiento de Cristo, de sus misterios, y de nuestras relaciones con El; nosotros, los sacerdo­tes, nuestro afán por enseñar, por evangelizar, por comunicarnos dicho conocimiento.

2. Nuestra miseria

— El hombre es un ser mísero en lo corporal, por venir al mun­do, como viene: antes de tiempo en primer lugar. Para hacer su entrada en él, en condiciones no inferiores a las de cualquier animal, debería, según los biólogos, haber permanecido doce meses más en el vientre materno. No os suene a chanza esto; es exacto. Un corde­rino, a la media hora de nacer, ya se pone en pie y anda; un niño no logra hacer otro tanto hasta casi doce meses de haber nacido. Igual­mente se pone de relieve este hecho por lo desprotegido o sin defen­sas con que viene al mundo de cara al medio ambiente. Ni frente al frío, ni frente al calor, ni frente a la lluvia, ni frente al viento, tiene nada con qué protegerse, sin mencionar alimentación, enfermedades y enemigos externos.

— En lo psíquico o anímico aún somos más míseros, si cabe, y esto de por vida, pues, desde el nacimiento hasta la muerte, estamos en peligro —en cuanto seres "defectibles"— de querer el bien y no hacerlo, de detestar el mal y realizarlo, pese a todo lo que la razón nos dicta...

Esta sola consideración podría llevarnos —ha llevado a mu­chos— al pesimismo, al aborrecimiento de la vida, al suicidio, a profesar el ateísmo...

Si Dios es el Autor de la Naturaleza y ésta nos trata como madrastra más que como madre... si tan poco se preocupa Dios de nosotros, ¿por qué preocuparnos nosotros de El?

Así piensan, hablan, y obran muchos, por tener sólo a la vista nuestra miseria, y por ceñir su mirada al presente, donde a diario tantos males y desgracias —hay que reconocerlo— caen sobre la Humanidad.

Nietzsche llegó a decir: "Considerar a la Naturaleza como si fuera una prueba de la bondad y de la tutela de un dios... interpretar las propias vivencias como las han interpretado los hombres piado-

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sos, como si todo fuese disposición y designio, como si todo fuese pensado y ordenado para la salvación del alma: todo esto, desde ahora se ha acabado, eso subleva la conciencia; eso parece indecente y deshonesto a todas las conciencias finas".

Desde ahí, pasaba a considerar como irreal o absurdo todo lo referente a la religiosidad.

¿Es lógico? No lo es. Porque una cosa es que hayamos de aban­donar como caducos los conceptos de "providencia", de "interven­ción constante de Dios en nuestra historia" —en lo temporal—, y los llamados "designios de Dios" en ese sentido; y otra muy distinta que Dios sea el ser caduco de nuestros pensamientos, el "muerto" que proclamaba él.

El Salmista también lamentaba nuestra situación. Decía a Dios: "¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados?" (Salmo 73); pero no por eso dejaba de invocarle e ir a refugiarse en El, como el pájaro a su nido en los momentos de tormenta.

El mismo Cristo, el Hijo de Dios, se sintió en la Cruz abandona­do por el Padre; pero esto le llevó a dirigirse a El, en su postrer momento, así: "¡Padre!, a tus manos encomiendo mi espíritu".

La ayuda de Dios la hemos de esperar, ya para el presente, en vistas a disponer el futuro intemporal o eterno. El hombre, todo hombre, es un ser autotrascendente. Un ser dotado, a semejanza e imagen de Dios, de eternidad. Y lo que debe interesarnos no es una mayor o menor permanencia o afincamiento en el tiempo, en lo pasajero, sino en el logro de lo eterno.

3. Nuestra grandeza — A nivel natural o de pura razón es algo claro, y tan excelso

que supera la grandeza del Universo entero. El Mundo —el Cos­mos—, decía Pascal, no necesita armarse para destruir y aniquilar al hombre; puede hacer esto con apenas nada; con un soplo de aire frío o algo semejante. Pero el Universo no es capaz de advertir su fuerza, y el hombre, en cambio, sí su debilidad. A causa de esto el hombre está por encima del Universo, porque todo ser consciente lo está sobre lo puramente material.

— A nivel sobrenatural, nuestra superioridad es aún más nota­ble. El Mundo, aunque también creado para Cristo, es sólo lugar de estancia pasajera; no una porción animada del Mismo como somos nosotros. Somos seres divinos —decía San Agustín— porque "tene­mos una Cabeza divina".

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4. Conclusión

Ahondemos día tras día cuanto nos sea dado en la consideración de nuestra miseria para que al edificio de la religiosidad no le falten en nosotros cimientos suficientes, cimientos sólidos; mas no nos quedemos en la oscuridad de los cimientos. Alcemos la vista al Cielo, hasta el que queremos elevar la cúpula del edificio; y, en la Comunión, sobre todo, pidámosle a Cristo su inspiración y ayuda para realizar todo esto.

¡Que, a lo largo de toda la semana, hasta la próxima Asamblea, nuestros continuos pensamientos y deseos sean estos!

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Domingo II de Adviento (B)

(Is 40,1-5.9-11; 2 P 3,8-14; Me 1,1-8)

SEGUIR A CRISTO NUESTRO RESTAURADOR

Hermanos... Hablábamos el pasado Domingo de nuestra miseria y de nuestra grandeza, teniendo ante la vista, como horizonte, a Cristo, Debelador de la primera e Iniciador y Sustentador de la segunda.

Este aludido horizonte, va a ser el terreno en el que pongamos los pies hoy.

Dispongámonos a hacerlo oyendo las Lecturas previamente....

HOMILÍA

1. Sumario

Para fijarnos en Cristo Debelador de nuestras miserias, con vistas a superarlas, yendo en pos de El, necesitamos empezar por ver con claridad a qué se deben en nostros las mencionadas miserias, morales sobre todo; luego, qué ha hecho Cristo con su venida para remediar­las; y, por fin, qué habremos de hacer nosotros.

2. El origen de nuestras miserias morales

Lo corriente es pensar: que Dios impuso un precepto al primer hombre; que el hombre no se atuvo a ese precepto; y de ahí le vinieron sus desgracias morales a él y nos vinieron a los que de él descendemos.

Aparte de que la descendencia de toda la raza humana de una sola pareja no está del todo clara, ni mucho menos, aún es menos claro que Dios impusiera al primer hombre un precepto de mera obediencia, un precepto, al margen de su constitución óntica.

Dios, al ser que hace libre, no le impone un mandato de ese tipo, sino que le insinúa o brinda un proyecto para que se atenga a él, si quiere; y, si no, a las consecuencias.

El hombre, como criatura salida de la nada, era un ser defectible en lo moral o en lo racional. Ahora bien, en el hombre, por su racionalidad o su capacidad para el bien universal y para la verdad, había una cierta capacidad o predisposición para la indefectibilidad,

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puesta por Dios. Esta se ve potenciada y robustecida según el Nuevo Testamento: por haber sido ideados y hechos "con vistas al Hijo de Dios" que quería hacerse criatura, hombre como nosotros, y que nos destinaba a ser miembros suyos.

En suma: Dios brindó a Adán ser más que hombre; hacerse indefectible a base de aceptar ser miembro de su Hijo y tenerle por Cabeza. El hombre no aceptó oferta tan generosa. De tal error cometido, le vino el pasar, como los demás seres, de su "defectibili­dad", a la nada, a la irracionalidad, a su desgracia temporal y eterna, puesto que, al logro de la "indefectibilidad", estaba vinculada su inmortalidad o vida para siempre.

3. La acción del Hijo de Dios en su Encarnación Cristo adopta como cuerpo, no una carne ya inmortal como la

que le fue dado tener a partir de su Resurrección, sino la carne "flor de heno" de la que nos ha hablado hoy Isaías, una carne, como la nuestra actual, pasible y mortal.

Dios nos ideó como seres defectibles para miembros suyos, y no como seres indefectibles, como de hecho hizo desde el primer mo­mento a su Madre; Cristológicamente accedió a someterse a lo que llama San Juan el "Mandato" de su Padre-Dios: el de llegar a dar su misma vida por nosotros.

De ahí —para cumplir dicho mandato— que El aceptara en su Encarnación una carne "defectible" en lo biológico, una carne mortal y pasible como la nuestra, la que de Adán hemos heredado, que, para tornarse "indefectible" —inmortal—, ha de pasar por el esfuer­zo y el trabajo propio o personal ahora, en la situación presente.

4. El sintonizar con Cristo, ¿qué nos exige?

La Liturgia nos lo ha dicho muy clara y bellamente: "Allanar los montes, rellenar los valles y enderezar los caminos torcidos".

— Lo de enderezar lo torcido apunta a nuestro blanco: lo recto; lo demás está en lo referente al camino...

Lo recto, lo moralmente bueno, lo de acuerdo con nuestro ser, en cuanto personal se refiere a la convivencia, una buena conviven­cia: en el hogar, en la familia, en la calle, en la sociedad, donde quiera que dos o tres nos juntemos...

Lo malo, lo torcido o no recto es todo lo que hace imposible la convivencia o la hace difícil...

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— "Allanar los montes", equivale a reconocer en toda clase de orgullo, sea el que sea —el de la riqueza, el del poder o el del saber— un obstáculo, una zancadilla a la convivencia, que exige igualdad para poder darse, o al menos solidaridad y no culto a la personali­dad...

— "Rellenar los valles" equivale a tratar de zanjar las innecesa­rias desigualdades —las sociales, las de clase—, no las brotadas de la naturaleza o las personales, pues éstas, al no ser algo creado viciosamente por nosotros, no hay por qué extinguirlo o sofocarlo, sino sólo encauzarlo debidamente, es decir, ponerlo al servicio de la convivencia...

5. Conclusión

Procuremos cultivar la convivencia fraternal en la calle, en el hogar, en la sociedad, en todos nuestros lugares de relación.

Hagamos de ésta, a nivel vertical y horizontal —de cara a Dios y a los hombres—, nuestra tarea y nuestra meta suprema; por el camimo recto que Cristo, como Debelador del mal, nos marca, con su Encarnación, llegaremos a la cumbre en la que San Pedro nos ha hecho hoy poner los ojos: la de una vida "santa y religiosa".

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Domingo III de Adviento (B)

(Is 61,l-2a.l0-ll; 1 Ts 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28)

NUESTRO SER RELIGIOSO

Hermanos... En la Liturgia de los dos anteriores Domingos ha estado latente el problema de la religiosidad. Hagamos memoria de esto para centrar este Domingo.

En el primero de ellos oíamos a algunos decir: "¿Por qué he de preocuparme yo de Dios cuando El me ha proporcionado un mundo tan huraño y tan inhóspito?" Y en el segundo, como meta, oíamos la exhortación de San Pedro a vivir una vida "santa y religiosa ".

En este tercero se nos va a decir el porqué de recomedarnos ser religiosos.

HOMILÍA

1. Sumario

Isaías nos ha hecho el anuncio de Cristo como el hombre más lleno de Dios o más religioso que ha existido.

— La tercera nos ha recordado, hablando también de Cristo, la confesión del Bautista: que él no era la Luz, sino sólo el que venía a dar testimonio de la llegada de esa Luz.

— Y la segunda o intermedia nos ha brindado la consecuencia al inculcarnos lo de San Pablo: "Orad constantemente; dad gracias a Dios en toda circunstancia porque esto es lo que El quiere de voso­tros..."

En suma, que en las Lecturas tenemos una exhortación a la imitación de Cristo: como el Modelo de religiosidad por excelen­cia...

2. El deber de ser religiosos

Debemos serlo, más que por proceder de Dios, más que por nuestra radical finitud o indigencia —que es algo negativo—, por lo más positivo que hay en nosotros: nuestro ser personal sociable o referido a los demás.

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Este nuestro peculiar ser personal entraña la necesidad de estar en relación con alguien. Sin un "Tú" no hay un "Yo" propiamente; como sin padre no hay hijo, ni hijo sin padre. Un hombre, que se aislara por completo de todo otro ser personal, incluido el Ser Su-prapersonal absoluto (Dios), en vez de ir en pos de su mejoramiento o perfección, iría a dar en su autodestrucción, ya que, aislado de todos, dejaría de ser persona para convertirse —como una piedra, o una planta o un animal— en un mero ser cerrado en él, incomuni­cado y sin trato relacional con nadie.

Hay un doble "tú" en relación con nosotros: el humano y el divino. Del humano se podría prescindir, como hacían los anacoretas cristianos antiguos y los estilistas; pero a base de hacer lo que ellos: dedicarse por entero a la relación con el "Tú" infinito.

Contentarnos, pues, para nuestras relaciones, como quieren los modernos ateos a partir de Fuerbach, con el "tú" humano, es empe­queñecer nuestra personalidad, achicar su ámbito, reducirlo al míni­mum.

Es claro, por tanto, que el hombre debe ser religioso: se lo exige su misma esencia o naturaleza, lo más positivo que hay en él, su ser personal característico.

Si, además de hombre, se siente cristiano, debe serlo por una nueva razón: "Porque el que sigue a Cristo, Hombre perfecto —el hombre ideal—, se hace a sí mismo más hombre", al pasar a aceptar ser miembro personal del Mismo.

3. Un texto de Santo Tomás

"El no prestar atención a Dios —dice el Santo— no constituye por sí mismo un pecado."

Reconociendo esto, dice la Gaudium et Spes: "Somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la justicia" (n. 55).

Mas veamos cómo termina Santo Tomás: "El no prestar atención a Dios sí es fuente de pecado (o desorden), y se convierte en pecado (en desorden), cuando es consentido, mantenido por la libertad, y, sobre todo, cuando se toman decisiones y se actúa dentro de esa no atención a Dios"; es decir, cuando se vive y obra como si Dios no existiese o a El no le debiera el hombre nada.

"La religiosidad es la Moral para con Dios" (Kant). Vivir en la arreligiosidad o sin religión es faltar a nuestro deber primario ético,

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el de concienciarnos de nuestra vinculación objetiva con el Creador y aceptarla gustosamente...

4. Conclusión

Nuestro ser personal o adalterum no sólo es tendente a la comu­nicación —al diálogo—, sino que necesita incluso de esa actividad, pues, sin ella, el hombre no llega a realizarse como persona.

Renunciar a una comunicación con la Suprema Persona (la de Dios) supone en nosotros un infradesarrollo de la personaldiad, no dejarle llegar hasta donde puede.

Esto, ¿a qué debe llevarnos? A afianzar en nosotros la religiosi­dad, como vinculación subjetiva y amorosa con Dios, que le es grata a El y a nosotros necesaria.

En la película "Jesucristo Superstar", la Magdalena, enamorada de Cristo, dice de El: "No sé cómo amarle". Es lo que a nosotros nos pasa, respecto de Dios, por ser el "totalmente Otro", en nada del todo semejante a nosotros. No sabemos cómo amarle; pero sabemos que debemos amarle y Cristo, nuestro camino, nos lo irá mostrando.

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Domingo IV de Adviento (B)

(2 Sm 7,l-5.8b-11.16; Rm 16,25-27; Le 1,26-38)

LO QUE PIENSAN DEL HECHO RELIGIOSO LOS NO CREYENTES

Hermanos... Hoy vamos a prestar oído a los no creyentes, para saber qué piensan del porqué de la religiosidad. Vendrá a ser el mejor modo de clausurar o redondear lo que hemos venido conside­rando en los tres anteriores Domingos.

Dispongámonos a oír las Lecturas que, en este caso, nos van a servir de contraste...

HOMILÍA

1. El hecho religioso en Feuerbach y en sus herederos intelectuales: freudianos y marxistas

"Los ateos han hecho poca filosofía; todos los grandes filósofos —ha reconocido Sartre— son más o menos creyentes", escribió Si-mone de Beauvoir.

El primero de ellos, en enfocar este tema desde la filosofía, o con seriedad, fue Feuerbach, que consagró toda su vida al estudio de lo religioso. Su aportación se reduce a lo siguiente: "El hombre no sólo cree en los dioses porque tiene fantasía y sentimientos, sino además porque posee el impulso de ser feliz. Cree en una esencia bienaven­turada, además de porque posee una idea de la bienaventuranza, además desea ser feliz, cree en una esencia (o Ser) perfecto, porque él mismo desea ser perfecto; cree en una esencia inmortal porque él mismo no desea ser mortal. Lo que él no es, pero desea ser, lo atribuye a los dioses; los dioses, pensados como reales, son los deseos de los hombres transformados en esencias reales".

Sartre se expresa mejor: "Dios es una imagen prefabricada del hombre, el hombre multiplicado por el infinito (que), enfrentado con ella, tendrá que trabajar para satisfacerla".

Según estos filósofos, Dios no es más que el deseo, la sed de infinitud que tiene el hombre.

Garaudy dice: "La sed no es prueba de que la fuente exista..." Pero la sed sí es una prueba de la acuosidad de nuestro cuerpo,

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como un arroyo reseco y sediento es una prueba de que por él corrió un día un manantial...

La sed o capacidad para lo infinito en nosotros remite a la existencia de tal Infinito real. El mismo Sartre, reconoce que, "aun, si no se cree en Dios, hay elementos de la idea de Dios que perma­necen en nosotros y que nos hacen ver el mundo con aspectos divi­nos...", "no se sentía como una partícula que apareció en el mundo (por casualidad), sino como un ser esperado, provocado, prefigura­do. En resumen, como un ser que no parece provenir más que de un creador".

Freudianos y marxistas, advirtiendo las múltiples frustraciones a que está sometido el hombre: de orden físico (carencia de bienes económicos); de orden social y moral (enfermedades, falta de éxito en los negocios, culpabilidad, etc.), afirman: que dichas frustraciones empujan al hombre a la angustia; que, tras ésta, surge en él un anhelo de liberación, un deseo o suspiro de un mundo o realidad mejor; y que la proyección de este deseo al exterior es lo que origina la religiosidad.

— A los marxistas —a los que acentúan la miseria económica como la fuente de la religiosidad— cabe decirles: si las cosas fueran así, ningún rico sería religioso, y religiosos serían todos los pobres, y, cuanto más pobres e indigentes, más religiosos... Que esto no es así lo vemos todos...

— A los freudianos —a los que apelan a otra clase de frustracio­nes más psíquicas que materiales— cabe recordarles lo de C. G. Jung: Que "entre sus pacientes de más de treinta y cinco años (de toda Europa y América) no encontró uno solo, cuyo problema no consistiera... en haber caído enfermo (de frustración se entiende) por haber perdido lo que las religiones vivas, siempre y en todas las épocas, ofrecen a sus seguidores, pasando a verse curados con sólo volver a ganar su perspectiva religiosa".

Resulta, pues, que, lejos de ser la angustia el principio de la religiosidad, es la falta de ésta una de las posibles causas de la angustia.

2. La raíz auténtica del hecho religioso

— No es el sentimiento vivo de la dependencia de Dios, que a veces experimenta el hombre (Scheleiermacher).

— No es el anhelo de inmortalidad, puesto que la religiosidad se da en el hombre antes de que el hombre piense o tenga este deseo.

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— No es el percatarnos de nuestra radical indigencia o finitud que también experimentan los ateos sin salir por eso de su ateísmo.

— No es nada de lo negativo en nosotros; es algo que arranca de lo más positivo que tenemos: de nuestro ser personal, ser tendente a la comunicación con el que nos ha creado o traído a este mundo, y que nos lleva a experimentar y decir con San Agustín: "No podemos, Señor, menos de alabarte porque nos hiciste para Ti, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en Ti".

Jeremías decía: "Eras más fuerte que yo, Señor, y me sedujiste, no quedándome otro remedio que ir en pos de Ti".

3. Mensaje de las Lecturas

En David, por ejemplo, no daba la talla, aparentemente, para ser ungido como Rey de Israel, ni mucho menos el símbolo del Mesías Rey. Ni el padre de David, ni Samuel, vieron en él madera alguna de rey; la vio Dios sólo, el que le dijo a Samuel que le ungiera por rey.

En la Virgen —de la que nos ha hablado la 3.a Lectura tenemos otro tanto. ¿Cuándo, ni por la mente de ella, pasó la idea de llegar a ser Madre del Hijo de Dios hecho hombre? Ella, a la sazón, ni sabía que en Dios hubiera un Hijo, que Dios fuera una Trinidad...

El Cristianismo, como Revelación, es presencia gratuita, una irrupción de Dios en nuestra historia; no invento humano, ni fruto de frustración alguna, ni proyección subjetiva artificial de ningún anhelo...

4. Conclusión

Hemos visto qué se le puede decir a Feuerbach y a los freudianos y marxistas... A vista de la poca solidez de los argumentos que esgrimen todos ellos, valoremos, hermanos, la religiosidad. Fomen­témosla, por todos los medios, en nosotros y en los demás. Con vistas a esto concluyamos haciendo nuestra la oración que a San Pablo le hemos oído en la Lectura de hoy:

"Al que puede fortalecernos, al Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos."

17.—Año Litúrgico... 257

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Navidad

Vigilia de Navidad (B) (Is 62,1-5; Hch 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25)

UN DÍA DE JUBILO, DE PARABIÉN Y REFLEXIÓN

Hermanos... El Adviento, a la par que nos ha servido para per­catarnos de nuestra "miseria"y nuestra poquedad, nos ha llevado a poner los ojos en Cristo como el Ser Indefectible, al que nos es dado poder incorporarnos, como creados "con vistas a El"para miembros suyos, y así poder triunfar de nuestra defectibilidad.

El camino es afianzarnos en la religiosidad, o, lo que es igual, en la vinculación con El.

Hoy, día anterior a la celebración de su venida a la Tierra, la Liturgia quiere que hagamos de él un día de júbilo, de parabienes o enhorabuenas, y de reflexión.

HOMILÍA

1. Hoy, un día de júbilo

— Porque hemos superado los obstáculos que nos han ido sa­liendo al paso, al tratar de prepáranos a la celebración del Naci­miento de Cristo en nuestra carne: los obstáculos de la irreligiosidad y el secularismo. Valoraremos lo que dice Pascal: "Hay dos suertes

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de personas que merecen llamarse racionales: las que sirven a Dios de todo corazón porque le conocen; y las que le buscan de todo corazón por no conocerle aún..."

— Debe ser para nosotros este día un día de alegría porque estamos en vísperas de que se cumpla, un año más, de la venida al mundo del máximo Revelador de Dios, que es su Hijo hecho hombre, es decir, la suprema Luminosidad divina para todos.

En la 1.a Lectura, dice el profeta Isaías: "Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación flamee como una antorcha".

Cristo es la antorcha y la aurora más clara, la más luminosa, la más reveladora de Dios que ha amanecido en nuestro mundo. "Aun­que hubiera mil estrellas en el firmamento de la Religión, como en el de la naturaleza —decía Lacordaire— la vista no descubriría en él más que un astro soberano (Cristo)".

2. Este día, un día de parabienes y enhorabuenas

En primer lugar, al árbol que nos ha proporcionado el excelso fruto, que es Cristo: a la Santa Madre de Dios, a la engendradora de El en cuanto Dios hecho hombre, a la Virgen.

De ella podemos decir lo del profeta Sofonías: que fue "la hija de Sión" por excelencia, la que más de veras tuvo a Dios "en medio de sí", la única que le albergó en su vientre nueve meses. Y de ahí que la 1.a Lectura de hoy la llame "la favorita del Señor".

Y luego, a toda la Creación que se ve enaltecida por tal fruto; a la Iglesia y a todo cristiano, beneficiarios de tal acontecimiento.

3. Un día de reflexión

Dejar pasar este hecho sin reflexionar sobre el mismo —confesándonos cristianos sobre todo— sería tanto como vivirlo al estilo de los brutos, a los que se les debe llenar más el pesebre en la Noche de Navidad, como decía San Francisco, el amigo del hermano lobo y los demás animales.

"Conoce el buey el establo de su amo" (Isaías), y el perro le hace mil demostraciones de júbilo, al verle llegar a casa después de un viaje, como leemos en el libro de Tobías; y nosotros, ¿vamos a celebrar la Navidad como puede hacerlo cualquier increyente, sin reflexionar en su contenido apenas?

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4. Conclusión Hagamos, pues, de este día, no sólo un día de júbilo, y de para­

bienes, sino además de reflexión. Un día que nos lleve a aceptar a Cristo con el pensamiento, palabra y obra, a aceptarlo de veras como Núcleo y Cabeza nuestra.

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Navidad: 1.a - Misa de media noche (B) (ls 9.2-7; Tt 2,11-14; Le 2,1-14)

CRISTO, RAÍZ Y META DE TODO

Hermanos... Estamos en uno de los momentos estelares de la Liturgia: el de la venida del Hijo de Dios al mundo.

Cristo es el alfa y la omega de todo, como nos dice la Escritura, el pimpollo más alto del rosal, y a la vez la raíz misma del rosal entero. Porque su Encarnación da razón de nuestro existir y de la Creación.

No puede ser de más trascendencia, por tanto, lo que esta noche conmemoramos. De ahí el que quisiera San Francisco que hasta a la muía y al buey se les echara doble ración esta Noche.

HOMILÍA

1. Mensaje de las Lecturas

"El pueblo que caminaba en las tinieblas —nos ha dicho la 1.a

Lectura— vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló."

"Había —nos ha dicho la 3.a— en la región de Belén unos pas­tores, que pasaban la noche al aire libre, velando por turnos sus rebaños. Un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los bañó de claridad y se llenaron de temor."

Uno y otro —el profeta y el evangelista— enmarcan en un mismo entorno (el de la oscuridad) el suceso al que aluden: el del nacimiento de Cristo. El profeta nos pone delante un pueblo "que caminaba en tinieblas"; el evangelista, unos pastores "que velaban en la noche".

Ambos también —profeta y evangelista— coinciden en el resul­tado del suceso, en lo que podríamos llamar los frutos del mismo.

El profeta nos habla de "una bota, que oprimía, pisando con estrépito, y que va a ser arrojada al fuego porque un niño nos ha nacido"; el evangelista, de un recién nacido también, "que trae la salvación de todo el pueblo".

Dicho en directo y sin metáforas: Cristo es la luz que viene a disipar en nosotros tinieblas como éstas: "¿Qué es el hombre?, ¿de

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dónde viene?, ¿a dónde va?, ¿qué camino debe tomar para no extra­viarse?".

Es, además, nuestro Libertador: nos ha creado para la libertad, no para ser esclavos de nosotros ni de nadie. Por eso nos dice: no sólo que el que va en pos de El no camina en tinieblas, sino además que "verá la luz de la vida", que se encontrará con ésta para siem­pre...

2. Entrega actual en la Eucaristía

Esto fue algo que Cristo ideó, al final de su peregrinación terrena, con vistas a quedarse entre nosotros al mismo tiempo que partía.

Ahí, ¿qué nos dejó? No un retrato suyo, el de la sábana de Turín. No unos bienes materiales, que El nunca poseyó. Nos dejó lo mejor de sí mismo, su ser entero, su vida de entrega a todos, simbolizada en el darse como alimento y éste al alcance de todos: un pedazo de pan y un poco de vino, su Eucaristía.

3. Conclusión Valoremos y vivamos la trascendencia del misterio que conme­

moramos, el que dio origen a la Creación entera; y cómo es Cristo alimento nuestro a través de su Palabra y de la Eucaristía.

Es noche de contemplación, de gratitud y alegría porque nace el Niño Dios.

Nuestra vida ha de ser lo que a San Pablo le hemos oído: "Una vida sobria, honrada y religiosa, una vida que nos capacite para poder aguardar la dicha que esperamos": la de la perennidad en el ser, la inmortalidad en el bien, y la liberación de todo mal o de toda frustración o abochornamiento, que pueda venir sobre nosotros por nuestro pasado, o por el porvenir que nos resta, y que no sabemos cómo será o cómo lo haremos.

Que este momento litúrgico, que esta Noche tan singular —en la que lo divino y lo humano tan íntimamente y para siempre se unen en Cristo— haga que un día (el de nuestra muerte) se realice defini­tivamente esto mismo en nosotros: la vinculación con Cristo cabeza para siempre.

He ahí el mejor regalo navideño que podemos pedir al Señor, el de mayor trascendencia para nosotros...

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Page 132: hernandez, justo - año liturgico

Navidad: 2.a - Misa de aurora (B)

(Is 62.11-12; Tt 3,4-7; Le 2,15-20)

CONTEMPLACIÓN DEL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO

Hermanos... La Liturgia de esta mañana supone un nuevo avance sobre la de anoche.

La de anoche se hacía sólo eco del Nacimiento de Cristo. La de esta mañana nos invita a sumarnos a los primeros exploradores y contempladores de este misterio.

HOMILÍA

1. "Vamos a Belén"

La Liturgia nos invita a sumarnos a los primeros investigadores del misterio de Cristo, a la gente que acudió a contemplar, con admiración y alegría, al Niño anunciado. Lo que sí hemos de resaltar es que los primeros fueran gente elemental, pobre y sencilla.

"Vamos a Belén" —se decían, unos a otros, los pastores—."A ver eso que ha pasado": lo que el Señor nos acaba de comunicar, de modo extraordinario, por ministerio de unos ángeles: el Nacimiento de su Hijo a nuestra carne.

2. Los pastores y nosotros

A ese ver y palpar de los pastores podemos y debemos aspirar todos. Nuestra fe no debe ser nunca la del carbonero, sino la fe siempre deseosa de conocer más y más lo que cree, porque, ¿qué otra cosa es la bienaventuranza, hacia la que nos encaminamos, sino el conocimiento gozoso y pleno de los que ahora creemos?

Ese gozoso ver y contemplar fue positivo en los pastores que "volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído..." Lo fue, aun más plenamente, en la Virgen, de quien nos dice el Evangelio que "conservaba en su corazón (para repensarlo) cuanto había visto y oído..." y lo fue, por último, en los Apóstoles, uno de los cuales se llegó a expresar del siguiente modo: "Lo que era desde el principio, lo que hemos tocado y palpado del Verbo de la vida, os lo anunciamos a vosotros para que tengáis noticia de ello,

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y, creyendo, os asociéis a nosotros, y sea nuestra comunión —la de todos— una comunión o asociación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu..."

3. Nuestra experiencia

No es posible una experiencia similar a las de los coetáneos de Cristo; pero sí un hacer presentes y eficaces los hechos de Cristo. En ellos hay siempre algo actual, algo que permanece, y que ahí está, al alcance nuestro: la virtud salvadora, que emana de cada uno de los misterios, y que puede ser experimentada por nosotros cuando a ellos sabemos debidamente acercarnos mediante la reflexión y los Sacramentos.

En la 2.a Lectura a esto ha aludido San Pablo al hablarnos de "la renovación", del nuevo nacimiento, causado en nosotros por el Na­cimiento de Cristo "a través del baño del agua y del Espíritu", o sea, por el sacramento del Bautismo.

En suma, que algo causa el Nacimiento de Cristo en nosotros, que puede ser internamente palpado.

4. Conclusión

— Hemos dicho al principio que la triple celebración distinta, que dedica la Liturgia a este día, es una clara invitación a adentrar­nos más y más en el conocimiento de Cristo.

— Hemos visto cómo hicieron esto los pastores; cómo lo hizo más aún la Virgen, y lo hicieron los escritores sagrados asimismo.

— Y hemos visto, por fin, lo que podemos "palpar y experimen­tar" nosotros, según la expresión acertada de los pastores: la fuerza renovadora de la Liturgia y los Sacramentos.

Nuestro hito final puede ser éste: aprovechar las múltiples cele­braciones navideñas para que en nosotros sea una auténtica realidad renovadora la celebración del Nacimiento de Cristo.

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Navidad: 3.a - Misa del día (B) (Is 52,7-10; Hb 1,1-6; In 1,1-18)

PROFUNDIZAR EN EL MISTERIO DEL NACIMIENTO DE CRISTO

Hermanos... La Misa primera de este día —la de anoche— se hacía eco tan sólo del misterio del Nacimiento.

La segunda nos ha invitado a ir en pos de los primeros explora­dores del mismo, que fueron los pastores.

Esta tercera va a recordarnos la investigación más honda que de él se ha hecho: la llevada a cabo por San Juan, el discípulo amado.

Dispongámonos a acercarnos a la misma con los ojos del evan­gelista.

HOMILÍA

1. Quién es el Niño de Belén t

Jesucristo —nos dice la fe (la Revelación de Dios)— no es sólo un hombre real y verdadero, ni sólo el hombre más excelso que ha existido. Es el Hijo de Dios, la Sabiduría divina personal, el Ideador y Promotor de todo lo contingente. Es "el que ha creado los mun­dos", en expresión de la 2.a Lectura de hoy. Es "el reflejo de la gloria del Padre, la impronta de su ser", según esa misma Lectura.

"En el principio (antes de que hubiera cosa alguna creada) —nos ha dicho San Juan en la 3.a Lectura— ya existía el Verbo (el Hijo de Dios) y ese Hijo (o Verbo) era lo que Dios."

En este evangelio tenemos lo más hondo y nuclear que hay en Cristo, lo que de El por la fe, por la revelación, sabemos.

2. Cristo ser finito e infinito al mismo tiempo

Si Cristo es en cuanto Verbo una Persona divina, Dios verdade­ro, un Ser ilimitado, infinito, ¿cómo al mismo tiempo puede ser hombre: algo finito, algo limitado, una brizna en medio de este Universo? Dios y hombre, ¿no son dos conceptos que pugnan entre sí y se anulan como lo limitado y lo sin límites?

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Una cosa es aquí clara: Optar por un planteamiento así es optar por un callejón sin salida. Luego, tal planteamiento no es bueno.

No podemos renunciar a la razón; le desagradaría a Dios que nos ha hecho racionales y en todo quiere que lo seamos.

Tampoco a la fe, por lo que nos dice Cristo: "Si creéis a los hombres, ¿por qué no vais a creer a Dios?"

La solución de la aparente dificultad, que el doble ser de Cristo nos crea, quizá pueda esclarecerla algo lo siguiente: ¿No está Dios en todas las cosas, siendo El y, al mismo tiempo, siendo las cosas lo que son, pero rebasando el ser de éstas desde dentro de ellas, sin que el ser divino se dualice o multiplique? ¿Por qué, pues, en el hombre Cristo no ha de poder estar el Hijo de Dios y ser Dios y hombre sin que lo uno impida lo otro?

Aún no queda del todo resuelto el enigma; no se torna evidente; pero, tratándose de lo divino —de lo Infinito o totalmente otro -por fuerza tienen que quedar sin atar muchos cabos. Lo prudente, lo razonable no puede ser meterlo, dentro de nuestra mente, todo.

Porque se nos ha revelado lo indispensable, lo que necesitamos para nuestro comportamiento en la vida de ahora; no se nos ha revelado todo porque la comprensión del todo —la bienaventuran­za— no es de este mundo sino del otro.

3. Conclusión

A Isaías le hemos oído en la 1.a Lectura: "¡Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva", que siembra la fe en torno nuestro!

De esta semilla de la fe saldrá un día nuestra bienaventuranza eterna. Cuidemos la semilla, conservemos la fe, vivámosla con gozo, y lograremos un día la bienaventuranza eterna.

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Page 134: hernandez, justo - año liturgico

Domingo I, infraoctava, de Navidad:

Sagrada Familia (B) (Eclo 3,3-7,14-17a; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23)

EL HOGAR QUE SE NOS PRESENTA HOY COMO MODELO

Hermanos... Después de haber contemplado, en las últimas cele­braciones, la Figura por excelencia de este tiempo —la del Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a tomar posesión de esta Crea­ción realizada para El por la Trinidad—, hoy vamos aponer los ojos en el lugar donde por más tiempo habitó: el hogar de Nazaret, para ver cómo deben ser nuestros hogares: por dentro, en lo exterior, y de cara a lo Alto.

HOMILÍA

1. Introducción

Como introducción al tema del hogar en sus tres dimensiones —en su interior, en su exterior , y de cara a lo Alto— nos conviene empezar por constatar el porqué de la necesidad del hogar: Lo que más estimamos todos es nuestra propia personalidad, nuestro yo, nuestra identidad. Queremos que se nos reconozca y que se nos llame por nuestro nombre. No queremos ser el número de un carnet de identidad.

Esto, viviendo en grandes agrupaciones urbanas, es casi imposi­ble lograrlo en la calle, donde nadie conoce a nadie ni es reconocido apenas por nadie.

Un lugar de refugio, frente a esta despersonalización masiva y universal, es el hogar, centro de acogida esencial, escuela de valores y de la afectividad.

2. El hogar en su primera dimensión o por dentro

Para que pueda cumplir la misión que acabamos de decir —la de defender la identidad— ha de ser una especie de recinto sagrado, donde se rinda, por todos, culto al amor, a la fidelidad, a la espon­taneidad, a la libertad, y al reconocimiento y respeto a la persona­lidad de cada uno de los componentes del mismo.

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La autoridad es una necesidad en toda comunidad chica o gran­de, y por lo mismo también en la familiar, pero a fin de que no sea agobiante, se ha de fundar "en la voluntad de aquellos a quienes obliga; ha de ser una relación de confianza".

Debe ser así toda autoridad. Si ésta es la docente, debe ser una relación de confianza, entre el que enseña y el que aprende, que se merece más que por un nombramiento o título, por la habilidad con que ejerce dicha autoridad magisterial, dejando hablar a la verdad misma, es decir, a la realidad.

Hasta en la Iglesia, "para las declaraciones auténticas del magis­terio —como nota el gran teólogo Rahner— hace falta un consenso relativamente grande con la conciencia religiosa de la Iglesia y con la Teología".

En suma, todo se refleja en lo que escribe Goffi: "La función del responsable de la comunidad no consiste tanto en dar normas per­sonales cuanto en armonizar las propuestas acertadas que sugieren los miembros del grupo".

3. El hogar en su segunda dimensión o al exterior

Del hogar como recinto amurallado donde defender la singula­ridad o la propia identidad, pasamos al hogar abierto porque el hombre es un ser social, un ser comunitario, un ser personal relacio-nal a nivel universal.

Cerrarse, limitarse a las cuatro paredes del hogar, sería automu-tilarse, querer realizarse sólo a medias.

El hombre, para lograrsu pleno desarrollo —el que su persona­lidad le pide— tiene que abrirse a cuantos más horizontes pueda, mejor, porque abrirse a ellos es, de algún modo, hacerlos suyos, conquistarlos para él.

Este deseo es noble, acorde con la naturaleza supraindividual del hombre, y no hay razón alguna para ponerle trabas o impedir su realización, según las normas evidentes que rigen la convivencia, señaladas por San Pablo en la 2.a Lectura.

4. El hogar en su tercera dimensión o de cara a Dios

Debe ser lo que fue el Hogar de Nazaret, en este punto aún más luminoso: un hogar donde esté todo lleno, hasta rebosar, de religio­sidad.

Los padres, deseosos de que sus hijos sean religiosos, procuren desde el primer momento (desde antes de nacer los niños) que su

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hogar esté impregnado de genuina y sentida religiosidad. El niño capta, desde que nace, el ambiente que le rodea, que se le adentra en los alvéolos de su espíritu, y, lo mismo que quedará herido para siempre en lo humano, si es recibido a disgusto o con desamor, quedará también impregnado de religiosidad o de irreligiosidad, según el ambiente que en los primeros momentos empiece a respirar, ambiente muy difícil de extraer, o de transformar a fuerza de racio­nalidad, pues, en el inconsciente no puede penetrar, o muy difícil­mente, lo racional y mental...

5. Conclusión

— Hemos visto la necesidad del hogar, hoy más que nunca, ya que todo tiende a masificar y despersonalizar al hombre, sobre todo en las grandes aglomeraciones urbanas.

— Hemos visto qué debe ser el hogar por dentro: un recinto en el que se rinda culto al amor y a la fidelidad, y donde reine la máxima armonía en las relaciones de unos con otros.

— Hemos visto qué debe ser al exterior: una morada acogedora, no cerrada sobre sí misma como si los demás fueran enemigos de los que en ella moran.

— Y hemos visto qué debe ser de cara a lo Alto o a Dios: un recinto de viva religiosidad.

No olvidemos nada de esto. Hagamos de nuestros hogares algo parecido al de Nazaret, e iremos todos creciendo en perfección.

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1 de enero: Octava de Navidad;

Santa María, Madre de Dios (B) (Nm 6,22-27; Gá 4,4-7; Le 2,16-21)

LA MATERNIDAD DE MARÍA

Hermanos... Después de haber ¡tuesto los ojos en la persona del Verbo encarnado estos días, y luego en el Hogar donde pasó la mayor parte de su vida, vamos a ponerlos hoy en la mujer que le trajo al mundo...

Dispongámonos a considerar lo beneficioso que fue para ella esto y para nosotros y, en consecuencia, lo acertado que es el hacer, de este día, el D\a por antonomasia de la Paz.

HOMILÍA

1. La Maternidad divina, la gran Bendición

Para María, su divina Maternidad constituyó la mayor bendición y beneficio.

Las Lecturas nos lo dan a entender, aunque de modo un tanto distante o lejano, al recordarnos la fórmula de bendición, usada entre los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja; ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz..."

La Virgen María fue una israelita singular. "La hija de Sión" por antonomasia, la única israelita de la que cabe decir lo anunciado por el profeta Sofonías que "tuvo a Dios dentro de sí", en su mismo "centro" o seno.

Esa bendición, punto por punto, se aplica y cumple en María, elegida de Dios por su fe.

Se da toda una serie de coincidencias entre lo prometido a los israelitas, en la Fórmula de bendición mandada por Dios a Moisés, y lo que, en la mejor de los israelitas, María, tuvo merced a la Encarnación en ella del Hijo de Dios, que es su suprema Bendición.

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2. La maternidad de María, bendición para nosotros

Por lo que nos ha recordado la 2.a Lectura: "Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer". No para honrar a dicha mujer (aunque elevada a la máxima honra posible quedó), sino "para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser de hijos por adopción", hijos a través del Hijo, hijos en realidad, aunque en grado inferior a El.

Como San Pablo ve, en toda paternidad humana, un resplandor de la divina Paternidad; ¿no sería bueno que en toda maternidad viéramos un trasunto o símbolo de la maternidad de María? Sabría­mos valorar y venerar el fenómeno de la fecundidad y la maternidad desde el amor, "concillando, sin bajezas, el espíritu y la carne" (Mar­garita Yourcenar).

Los cristianos, en vez de protestar, lo que debemos hacer es aprovechar el misterio de la divina maternidad de María, para sem­brar respeto hacia la fecundidad humana, que no es algo puramente animal, instintivo tan sólo, sino algo racional, semidivino, y así conciliar los derechos de la carne y el espíritu. ¿Quién ha encumbra­do más la carne que el Hijo de Dios al tomar un cuerpo no distinto del nuestro?

3. El Día de la Paz

Será una "bendición" más del día de la maternidad de la Virgen, si los hombres dejamos de movernos a impulsos de los meros instin­tos, y, en vez de echar mano del brazo o de la fuerza, echamos mano de la razón y de la fe para implantar en el mundo la convivencia, que es nuestro principal deber.

Lo hemos subrayado ya otras veces: la convivencia es el precepto más radical o fundamental que Dios ha dado al hombre. Se lo dio al hacerle ser personal con alteridad. A él se ordenan todos los preceptos del Decálogo. Incluso el del amor, que nos inculca el Nuevo Testamento, no es otra cosa que un ideal —no siempre posi­ble— de vivir en convivencia fraterna.

Tratemos de afianzarnos en ésta. Sólo así nuestra contribución al Día de la Paz, nuestra aportación a él desde lo religioso, será algo más que meras palabras; será una aportación eficaz y verdadera.

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Domingo II de Navidad (B) (Eclo 24,1-4.12-16; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18)

GRANDES MISTERIOS QUE RECORDAMOS

Hermanos... Estamos terminando el primer trimestre del Curso de la fe, que eso quiere la Iglesia que sea el Año Litúrgico: un ir hilvanando unos conocimientos con otros, en orden al logro de nuestra propia formación, en clima de oración

Para esto nos conviene, de vez en cuando, volver la vista atrás, a lo contemplado, con el fin de ir tejiendo agrupaciones o conjuntos interconexionados.

La Liturgia de este Domingo, que podríamos llamar "volante" porque no siempre tiene cabida en ella, parece desear que hagamos esto.

HOMILÍA

1. El contenido de las Lecturas

Nos hablan de Cristo como Sabiduría, Logos, Palabra de Dios.

Estas expresiones las tomaron sus autores muy posiblemente del ambiente helénico que respiraban los redactores de las mismas: de Platón y de los Herméticos.

Sobre el contenido de la palabra "Verbo" o "Logos" esto es lo que suelen decir los estudios de la Biblia y los teólogos:

Trasladando a la mente de Dios lo que ocurre en la nuestra, dicen: Todo el que piensa, concibe o engendra dentro de sí una idea. Dios, al pensarse a sí mismo, concibe una especie de idea subsistente de Sí, y eso es el Hijo, llamado Verbo o Logos por eso, por ser su Idea, que abarca todo su ser, y ser, además, subsistente y personal como El.

2. El porqué de hacerse hombre el Hijo de Dios

No parece probable lo que suele decirse: que Dios tuviera primero en su mente la idea de crear al hombre y elevarlo al orden sobrenatural; y, luego, vista su caída, decidiera enviar al mundo su Hijo para que lo redimiera.

273 IH /i ñn T itúrvim

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La Escritura dice del Verbo encarnado que es "el principio de la Creación de Dios" (Ap 3,14), lo que es tanto como afirmar que, en la Mente creadora, antes de Cristo nada hubo... Y la razón nos asegura no tener sentido ordenar lo mayor a lo menor, lo principal a lo secundario.

— Tampoco parece probable lo de Teilhard, Fray Luis y los Escotistas: que el Hijo de Dios viniera al mundo en plan de comple­tarlo, de ser "el pimpollo de la creación" que dice Fray Luis, la clave de todo el edificio, el punto Omega teilhardiano... Por lo de antes: porque lo más no puede lógicamente ordenarse a lo menos.

El Hijo, como Sabiduría de Dios, antes y por encima de todo lo dicho, es el Ideador y promotor de cuanto existe, de acuerdo con la citada frase del Apocalipsis y otras análogas que se leen en la Biblia. Así que la Creación fue sólo la consecuencia anticipada del querer hacerse hombre el Hijo de Dios.

3. Qué pretendió el Hijo al hacerse hombre

Veladamente, parece insinuarnos la Escritura:

Un primer porqué de la Encarnación pudo ser el deseo, por parte del Hijo, de llevar lo característico suyo en la Trinidad —la Filialidad o minoridad suya relativa de cara al Padre— hasta el no va más.

Con la encarnación o asunción personal de un cuerpo, el Hijo pasó, de "Engendrado, no creado", a ser creado además de engen­drado, a lo que denomina San Pablo su "anonadamiento" o su máxima minoridad ante el Padre Dios, aun continuando ser lo que era, Dios.

— Un segundo porqué de la Encarnación pudo ser, por parte del Hijo —que asumió a todos los hombres como miembros perso­nales suyos— el proporcionar al Padre un ensanchamiento de su Paternidad.

El Padre, que sólo tenía un Hijo antes de la Encarnación, con Esta, precedida de la creación de unos seres inteligentes, pasó a ser Padre de innumerables hijos, tantos cuantos son los hombres, miem­bros todos personales del cuerpo de Cristo, no miembros físicos.

— Y un tercer porqué del hacerse hombre el Hijo de Dios pudo ser el deseo, natural en El, como en cualquier otro hijo, de asemejar­se al Padre en lo más propios de Este: el ser fuente u origen de toda la Trinidad. El Hijo pasó a ser algo semejante, al ser El el origen de esta Creación, debida sólo a su voluntad o deseo.

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4. Conclusión

Sabemos en qué sentido hay que tomar el término Verbo de Dios y la relación existente entre Creación y Encarnación. Hemos tratado de captar qué pudo ser lo que al Hijo le llevó, de cara al Padre, a desear y pedirle la Encarnación en cuanto creación de un cuerpo para El.

El fruto de nuestra reflexión lo ha puesto a nuestro alcance San Pablo al decirnos: "Demos gracias al Dios Padre, que nos ha bende­cido en Cristo con toda clase de bendiciones, que nos ha elegido en El antes de la creación del mundo, y nos ha hecho hijos adoptivos suyos".

Aprovechemos el resto de la celebración para manifestar a ambos —al Padre y al Hijo— nuestra gratitud.

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Epifanía del Señor (B)

(Is 60,1-6; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12)

LA MANIFESTACIÓN DE CRISTO AL MUNDO GENTIL

Hermanos... Esta fiesta de la Epifanía nos invita a ver, a través de la estrella de los Magos, la similiar llamada a la fe, que Dios un día nos hizo a nosotros, y darle gracias por la misma como los Magos.

Dispongámonos a ver así este día y a vivirlo...

HOMILÍA

1. El porqué del suceso de los Magos

De un modo o de otro el suceso de la Epifanía o de la automa-nifestación de Cristo al mundo gentil, tenía que ocurrir.

Porque si el Hijo de Dios, al encarnarse, se había hecho Cabeza de todos los hombres sin excepción, una vez hecha su manifestación al pueblo en que nació, lo natural, lo obligado incluso, era que se manifestara a los pueblos gentiles, no judíos, para que, teniendo noticia adecuada de El, pudiéramos todos aceptarle como seres li­bres, y así pasar a ser miembros personales suyos.

2. El suceso en el Evangelio

Anunciado proféticamente por Isaías, el hecho nos lo relata hoy san Mateo. Sólo en parte quiso ser historiador del mismo; porque, si el Evangelio entero no ha de ser mirado como una obra rigurosa­mente histórica, naturalmente menos ha de intentar verse así un suceso como el de los Magos.

Con la vista puesta en los datos que el Antiguo Testamento le ofrecía (los de la Luz de Isaías, y los de la estrella, que se vería en Judea), San Mateo tejió el relato que hemos oído haciendo constar, al final de él, lo que los Magos ofrecieron al Niño: oro, incieso y mirra. Oro, como a rey; incienso, como a Dios, y mirra, como a hombre real y verdadero.

El considerar los Magos a Cristo como Dios, pese a lo que en él contemplaban externamente, es lo fundamental, lo único que trata de atestiguarnos San Mateo. Lo de la estrella, lo de Belén mismo...

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todos son recursos bíblico-místicos de que se vale para indicarnos Ij| esencial: la fe en el Cristo recién nacido de unos gentiles.

3. Nosotros y los Magos

Nosotros, dentro del mundo actual que postula, en muchos secto­res, vivir sin religión, cual si Dios no existiera, o teniéndole a la vista y reconociéndole, pero sin preocuparnos de El para nada, hoy pode­mos vernos como una prolongación de los Magos por nuestro pro­pósito de querer vivir religiosamente, aceptando a Cristo como Ca­beza nuestra y como Dios o como Ideador y promotor de cuanto existe...

4. Propuesta que hoy nos hace la Iglesia

Se cifra en calcar la conducta de los Magos en punto a generosi­dad. Nos propone la ayuda o colaboración a las Misiones, en con­creto hoy a unas determinadas, las de África.

Digamos al respecto: No se trata de ir a robarle nada a nadie: su cultura, su lengua, sus tradiciones. No se trata de apagar una luz para encender otra. Se trata de llevar más luz —la máxima Luz— para que, al resplandor de Esta, puedan estar todos menos en tinie­blas.

Cristo es esta Luz.

Al constituirse, por la Encarnación, en cabeza de todos, quiere que todos puedan disfrutar de ella. Brindemos a la Iglesia —con el oro de nuestras economías, con el incienso de nuestra oración, y con la mirra de nuestros sacrificios— los medios para que ella pueda hacer llegar la Luz hasta donde aún no luce con plenitud...

Hagamos esto, hermanos, de un modo especial hoy en que con­memoramos nuestro llamamiento por Cristo a la fe. Querer a Cristo es contribuir a lo que El más desea: ser aceptado por todos como Cabeza.

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Domingo después de Epifanía

(1.° del tiempo ordinario). Bautismo del Señor (B)

(Is 42,1-4.6-7; Hch 10,34-38; Me 1,7-11)

PRESENCIA DE JESÚS EN EL JORDÁN

Hermanos... Celebramos hoy una festividad similar a la Epifanía: la del Bautismo de Cristo en el Jordán, donde se oyó esta voz del Cielo: "Este es mi Hijo, el amado, en el que Yo me complazco; escuchadle ".

Con esto la manifestación, o desvelación de Cristo, llegó a su cénit.

Podríamos repetir aquí: Callen todos los negadores de la divini­dad de Cristo —a los que Machado llamaba "pigmeos"—, pues ha hablado Dios en favor de su Hijo.

Comenzaremos a rememorar, revivir, la vida pública de Cristo: su vida de apostolado o de cara a nosotros.

HOMILÍA

1. Sumario Un hecho es un hecho. Conocerlo ya es algo, pero poco. Sobre

todo cuando se pretende sacar de él alguna lección o adoctrinamien­to.

Nos conviene reflexionar sobre dos cosas: Primera, el porqué de la presencia de Cristo en el Jordán, a donde acudían los que se sentían pecadores, y, segunda, la posible relación entre esta presencia de Cristo ahí y su parábola del hijo pródigo...

1. El porqué de la ¡da de Cristo al Jordán

Administrándose allí, según el evangelista, un bautismo de peni­tencia para expiación de los pecados, y no teniendo Cristo pecado alguno, ni posibilidad de tenerlos, ¿qué pudo empujarle a ir a tal lugar?

Ni por curiosidad, ni para dar el "Visto Bueno" puesto que el Bautista presentaba a Dios como Juez, más que como Padre —"con el bieldo en la mano para aventar la parva, y con el hacha a la raíz

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del árbol para cortarlo"—, cosas ambas de las que Jesús, en su predicación, se alejó presentando a Dios, no sólo como Padre, sino como "Abbá" o papaíto, expresión propia de los niños cuando se dirigen a sus padres con cariño.

Acudió, sin duda, no como pecador, sino como cabeza de unos pecadores a los que veía como miembros personales suyos, para ponerse al frente de ellos en su momento de arrepentimiento y de retorno.

2. Cristo en el Jordán y su parábola del hijo pródigo

La mayoría de los exégetas de hoy están de acuerdo en que lo buscado, en primer término, por el Señor con sus parábolas, era hacer su propia presentación de un modo discreto, no del todo deslumbrador; no pretendía enseñar religión ni moral, porque no hay una moral o religión específicamente cristiana. La Religión y Moral para todos es la natural. A ambas el Cristanismo añade nuevas motivaciones o incentivaciones, pero ningún cambio en lo sustancial.

Lo específico del Cristianismo es la aceptación de Cristo como cabeza nuestra.

El sentido, al menos parcial, de la parábola lo podemos vislum­brar desde los primeros momentos: el hijo que pide al padre su herencia es el hijo menor de Dios —el hombre miembro de Cristo que renuncia a ser miembro personal del Hijo de Dios, con "vistas al Cual ha sido hecho", ya que Dios deja a su arbitrio aceptar o no.

Con no aceptarlo se busca su propia ruina, y va a dar, no tardan­do, en la miseria material y moral de la parábola. Al levantarse y volver al abrazo del Padre, éste se alegra y le da su fuerza.

Esto es lo que quiso Cristo significar con su ir al Jordán a ponerse al frente de un grupo de penintentes, de retornadores a la casa paterna, aceptándole a El como cabeza. La 1.a Lectura expresa la función de Cristo.

3. Recapitulación

— Hemos visto que no llevó a Cristo al Jordán la curiosidad, ni fue para aprobar la predicación del Bautista del todo.

— Y hemos deducido que fue allí para ponerse al frente de unos miembros suyos personales, que sentían haberse alejado de El y del Padre Dios, y trataban de desandar su camino con la conversión.

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Nuestro propósito de hoy lo ciframos en hacer nosotros, cuantas veces lo necesitemos, lo que dichos penitentes. A ello nos ayuda el recuerdo del Señor al ponerse al frente de los penitentes del Jordán.

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Cuaresma

Miércoles de Ceniza (B)

(Jl 2,12-18; 2 Co 5,20-26,2; Mt 6,16.16-18)

EL MISTERIO REDENTOR QUE CONMEMORAMOS

Hermanos... Nos disponemos a acompañar a Cristo que nos redime de nuestras miserias con el hito final de la Encarnación y con su voluntario dar la vida por nosotros en la Cruz.

Esto segundo es lo que, a partir de ahora, nos preparamos, ya de un modo inmediato, a celebrar o conmemorar.

HOMILÍA

1. Sumario

Cristo se hizo cargo de nosotros, seres "defectibles" y víctimas del mal, heridos por éste como el maltratado del camino de Jericó de la parábola: Nos aceptó, en cuanto hechos para El, como a miem­bros suyos. Mediante su muerte en Cruz, en su actividad, llegó a olvidarse de Sí del todo, e inmoló su misma vida para que, al res­plandor y al calor de la hoguera gigantesca que esto fue, todos viéramos nuestra situación, y, como el herido de Jericó, cobráramos fuerzas para aceptar la mano redentora que El nos ofrecía.

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2. Razón de la entrega de Cristo

La Escritura nos dice que la asumió en cumplimiento de un "Mandato" recibido del Padre.

No pudo ser un mandato absoluto. A El —en cuanto Dios-Hijo— el Padre-Dios no le podía imponer mandato alguno y menos con vistas a unos seres infinitamente inferiores a El, como somos nosotros los hombres. Hemos de pensar, pues, que fue un mandato de acuerdo con el querer del Hijo.

El Padre vio, como el Hijo también, que los hombres, sus miem­bros, aunque vinculados ya objetivamente o en sí a El por creación, en cuanto libres, podían no aceptar su pian y llegar a ser como los pétalos de una rosa que con el tiempo se marchitan; y, para que eso no ocurriera, el Padre le indicó al Hijo que debía estar dispuesto a dar por ellos su propia vida para repristinarlos y salvarlos. El Hijo aceptó la propuesta, y de ahí ese "Mandato" que El mismo nos dijo haber recibido del Padre.

3. Luces para el Misterio Ya no resulta extraño ni que el Padre se decidiera a crear unos

seres defectibles, aun a sabiendas de que iban a ser pétalos marchitos de una rosa, ni el que a Cristo le impusiera el Padre ese mandato.

La Encarnación no puede parecemos una veledidad en el Hijo, un mero querer, sin comprometerse a nada, ni frente al Padre, ni frente a nosotros, sino que se nos presenta como lo más heroico y por lo mismo digno de ser acometido por el Hijo...

El misterio de la Creación no se nos queda en sombras, sino que aparece fuertemente iluminado por el de la Encarnación y el de la Redención, sin que así quede cabo alguno suelto.

Hasta nosotros resultamos beneficiados por nuestra condición de seres racionales, pero "defectibles", pues, al tener ocasión de acoger al Redentor ahora, no desde lo recibido tan sólo, sino desde lo nuestro negativo (la culpa), adquirimos cierto título a sentarnos con El en la gloria, no gratis del todo, sino en parte merced a un pequeño esfuerzo exclusivamente nuestro...

4. Conclusión

Vamos a tratar de celebrar unos misterios —los de. la Pasión, Muerte de Cristo y Resurrección, y de la relación que tienen con nosotros—; pero ¿puede darse una celebración entrañable y amorosa

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allí donde al amor o a la voluntad no les descubre la inteligencia el resplandor de la belleza?

Con vistas a enamorarnos de Cristo más y más pondremos los ojos en los múltiples rasgos, a cual más bellos, de su figura, que irán las Lecturas poniendo a nuestro alcance; y los Viernes, fijarlos en nuestra pobre y afeada figura, para aceptar con gozo la Mano re­dentora que va a ofrecérsenos.

Conseguiremos agrandar la Ciudad de Dios o del bien en nos­otros, y achicar la del mal o de nuestras miserias morales. Lograre­mos "llegar a ser hijos de Dios en plenitud" que es lo que Cristo viene a ofrecernos en este Tiempo.

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Domingo I de Cuaresma (B)

(Gn 9,8-15; 1 P 3,18-22; Me 1,12-15)

ADÁN Y NOE, FIGURAS DE CRISTO

Hermanos... Vimos ya el Miércoles de Ceniza qué iba a hacer la Liturgia en estos Domingos, presentarnos los más bellos rasgos de la Figura de Cristo, echando mano para ello de unas cuantas imágenes bíblicas, para que más y más podamos enamorarnos de El.

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

Las Lecturas de hoy nos hablan de Adán, de Noé y de Cristo.

Adán y Noé son dos símbolos o figuras de una doble primacía de Cristo: la que compete por ser el primero, en la mente divina, de todos los seres, y la que le corresponde por ser el primero de los resucitados a una nueva vida.

De Noé se ha ocupado expresamente la 1.a Lectura al presentár­noslo como segundo padre de la raza humana; de Adán, indirecta­mente, al decirnos que Noé fue el segundo padre, no el primero.

2. Primacía de Cristo por la Creación

De ella se nos habla en el Antiguo y en el Nuevo Testamento de modo más que suficiente:

— En el Antiguo, al decirnos, por ejemplo, que Dios hizo al hombre "a su imagen y semejanza". Esta imagen, total y perfecta de Dios, no es otra que el Hijo, como sabemos por San Pablo.

En ese pasaje tenemos ya una alusión a Cristo, como primero de todos los seres en la mente divina.

— Adán fue un esbozo o boceto "del hombre por venir", añade San Pablo. Cosa que, en el Nuevo Testamento se nos repite de varios modos. "Cristo, dice la Carta a los Colosenses, es el primogénito de todas las criaturas... Por El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles e invisibles. Todo fue creado por El y para El"(Col 1,15-16), "y nosotros, también"(l Co 8,6). "El es el principio de la creación de Dios", leemos en el Apocalipsis (3,14), la raíz y núcleo de todo lo contingente...

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3. Primacía de Cristo por Resurrección

Le compete por su condición de primer resucitado, o de "primicia . de los que surgen del sueño". Los textos, en confirmación de esto, son muy abundantes; como la 2.a Lectura de hoy.

Dijo Dios a Noé después del diluvio: "Mira ese arco; cuantas veces aparezca en la tierra, será para ti y para Mí un recuerdo del pacto que hoy hago contigo: el de perdonar a los hombres no casti­gándoles más con otro diluvio".

El "arco iris" era símbolo, en expresión de nuestro poeta (Calde­rón), de la Cruz, "verdadero iris de paz que se puso entre las iras del Cielo y los delitos del mundo".

En suma, Noé es símbolo de la primacía que a Cristo le compete por ser Redentor nuestro con la iluminación que nos trajo, no con expiación alguna de ofensas que de nosotros Dios reciba, que esto no puede creerse.

4. Conclusión

Cristo es el primero de todos los seres en un doble sentido: primacía por Creación y por Resurrección. Nos corresponde a sus miembros: 1.° Llenarnos de simpatía hacia El de sed de El—. 2." Entregarnos por entero a su seguimiento. 3." Preferir perder la me­moria antes que olvidarle.

Tratemos de afianzar todo esto en nosotros y lograremos lo que la Cuaresma de este segundo Ciclo litúrgico nos propone: agrandar en nosotros la Ciudad de Dios y achicar la del mal o del pecado.

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Viernes I de Cuaresma (B)

(Ez 18,21-28; Mt 5,20-26)

CAUSAS DE NUESTRO EMPEQUEÑECIMIENTO

HOMILÍA

1. Sumario

Nuestro tema de hoy —en este primer Viernes de Cuaresma— lo vamos a centrar en tratar de advertir lo que empequeñece nuestra ya, de suyo, pequeña figura, por contraposición a la de Cristo.

Vamos a hacerlo, primero, para advertir lo que son, en realidad esas miserias nuestras y no formarnos ideas o conceptos erróneos; y, en segundo lugar, para ver dónde está su remedio.

2. Culpa moral, ¿igual a pecado?

Pecado, estrictamente, es la acción con que un hombre trata de ofender a Dios o de atropellar su Ley.

Al obrar de modo irracional o contra conciencia, ¿trata el hom­bre de ofender a Dios o de contrariar la voluntad de El? El 99,5 por 100 de las veces, no. De lo que se deduce que, aunque estamos a todas horas hablando de pecado y de ofensas que a Dios se le hacen, lo que hacemos es hablar de cosas imaginarias, pues ni se puede sentir El ofendido por esas acciones irracionales nuestras, ni éstas propiamente son, en la intención nuestra, ofensas dirigidas a El. Son actos, en nosotros, de fragilidad, de debilidad, no de maldad, la mayoría, por no decir la totalidad, de las cosas que llamamos peca­

do. De ahí que Cristo le hablara a Pedro, no de perdonar siete veces, sino setenta veces siete, incluso al hermano ofensor, que es el único ofendido casi siempre.

San Agustín decía: "Dios no se aparta del hombre más de lo que éste se aleja o quiere alejarse de El". El que no pretende abandonar a Dios, no tiene que pensar que Dios le haya abandonado a él.

3. Clases de pecados

En las Lecturas de este Viernes se nos ponen de relieve dos clases de pecado: unos, de los que sólo es responsable el individuo en cuanto individuo; otros, de los que es responsable en cuanto compo-

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nente de un grupo al que se deben unas estructuras pecaminosas o engrendadoras de desorden.

La tendencia de hoy es a dar importancia al pecado social, lo que es un avance, si no se niega el pecado individual y no se intenta diluir lo personal en lo colectivo, para rehuir la propia responsabilidad personal.

Frente a tal desviación moral es claro y tajante lo de Ezequiel hoy: "El alma que pecare, ésa morirá". Y claro y tajante también el hablar de Cristo: su hablar, no sólo de pecados externos, sino ade­más internos, que no pueden ser más que los individuales o persona­les.

4. Conclusión

Es pecado propiamente: la acción con que uno pretende ofender­le a Dios, aunque a El, naturalmente, la ofensa no le llegue; y es culpa moral tan sólo nuestra irracionalidad.

— Hemos visto, respecto de dos clases de pecado —los indivi­duales y los estructurales— qué nos ha dicho F/.equiel en la 1.a

Lectura, y el mismo Cristo en la 2.a...

Convencidos de la maldad de toda acción irracional —sea ofensa de Dios en algún caso o en ninguno—, nos queda acogernos a la bondad de Dios que nos promete el perdón, y corregir lo mal hecho. Intentémoslo desde ahora "para no morir", como a Ezequiel hemos oído... teniendo siempre los ojos en lo elevado, en lo que nos conduce al vivir eterno.

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Domingo II de Cuaresma (B) (Gn 22,l-2.9a.l0-13.15-18; Rm 8,31t>-34; Me 9,1-9)

ISAAC, NUEVO ESBOZO DE LA FIGURA DE CRISTO

Hermanos... La Liturgia del Domingo anterior nos habló, en la primera oración, de pedirle a Dios que aumentara en nosotros el conocimiento de Cristo; y en la última, de la necesidad de sentir hambre de El. Nos propuso dos figuras de Cristo: Adán y Noé.

Con vistas a fomentar en nosotros el hambre de Cristo y saciarla con su consentimiento, hoy se nos presenta una nueva figura, ésta más difícil de entender, la de Isaac, a cuyo padre Abraham le insinuó Dios que se lo sacrificara en el monte Moría.

HOMILÍA

1. Isaac, camino del Moría, figura de Cristo Redentor

La figura de Cristo hoy es la de Isaac, cuyo sacrificio pide Dios a su padre Abraham. Sacrificio que, sin duda, tuvo San Juan a la vista al escribir: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que todo el que cree en El, no parezca sino que alcance la vida eterna".

2. La encrucijada de Abraham

El problema que se le planteó, en lo cordial y en lo mental, a Abraham es de grandes proporciones... Y se traslada a nosotros a nivel de ideas. Dios había mandado sustituir el sacrificio del primo­génito por un animal que era ofrecido, ¿cómo ahora manda a Abra­ham sacrificar a su hijo?

Los teólogos han buscado salidas: Escoto propone que sólo los tres primeros Mandamientos son de necesidad intrínseca, los otros sólo por estar mandados y podrían, en casos, dejar de mandarse. Los nominalistas acentúan lo anterior. Kierkegaard habla de "una suspensión de lo ético" por expresa voluntad de Dios para explicar el episodio de Isaac.

La solución sólo está en situarse en el tiempo de Abraham y la mentalidad reinante que había aceptado como cosa extraordinaria, pero lógica, el sacrificio humano a la divinidad. Los fieles al único

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Dios estaban superando esa etapa, cuando Dios sugiere tal sacrificio, como prueba máxima de fidelidad; pero ofrece en seguida una salida y una lección al futuro, al mostrarle el carnero que ha de sacrificar y no su hijo.

La enseñanza es que Dios quiere que el hombre obre conforme a su conciencia y ésta se sitúe en continuo mejoramiento y desarro­llo.

3. El misterio de la muerte de Cristo

Hay aceptación de la muerte por fines éticos —Sócrates por fidelidad a sus principios— y por fines religiosos, además de los éticos, como fue la de Cristo. El aceptó la condición puesta por el Padre de comprometerse a dar por los hombres defectibles hasta su vida de Dios-Hombre. Por eso muere cumpliendo su compromiso y consiguiendo un doble fin: glorificar al Padre con su obediencia, e iluminar con su ejemplo nuestro camino a El.

4. La muerte de Cristo en clave de luz

Es frecuente interpretar la muerte de Cristo, de cara a Dios, como un acto de reparación por las ofensas a El inferidas, de cara a nosotros como un rescate mediante el pago de su sangre. Desde la clave de la expiación se expresaría con el símil de la función cloro­fílica —las plantas recogen los rayos del sol y los transforman en energía asimilable para los seres vivos— por cuanto Dios quedaba supercompensado y nosotros amnistiados, al reconvertir el rayo mor­tífero del sol en beneficio. Pero no es aceptable un Dios que hay que contentar, ni una Redención concreta, a la fuerza aceptada por seres libres.

Se trata, más bien, de un compromiso cumplido ante el mandato aceptado con anterioridad por Cristo, con el que honra a su Padre; de cara a nosotros de una iluminación que se ofrece y un camino a seguir libremente; para que se acepte, se da toda la luz imaginable. Acudiendo a otro símil: el torrero de un faro, que además de encen­der las luces, apela a prender fuego a su propia casa para enviar mayor iluminación a quien la necesita. La Redención de Cristo consiste en incendiar la propia casa para convertirse en hoguera luminosa. De cara a nosotros nos toca aceptar a Cristo como Luz y Cabeza de todos, para andar iluminados y orientados por la vida.

5. Conclusión

Isaac es figura de Cristo Redentor.

19.—Año Litúrgico... 289

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Hablando del misterio de la muerte de Cristo, hemos recordado dos clases de muerte heroica en lo moral: la muerte ética y la muerte religiosa; y, para iluminar el misterio —la de Cristo—, hemos echado mano de un doble símil: el de las plantas con su clorofila poniendo la energía del sol a disposición de todos los seres vivos; y la del torrero de un faro que pega fuego a su propia casa para que puedan ver todos el puerto hasta los más lejanos y llegar hasta él sanos y salvos.

Estos dos símiles pueden ser válidos para ilustrar la verdad que haga crecer en nosotros el hambre de Cristo, y, con esta hambre, nuestro conocimiento de El; esto es lo que busca la Palabra de Dios en nosotros.

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Viernes II de Cuaresma (B)

(Gn 37,3-4.12-13a.l7b-28; Mt 21,33-43.45-46)

NUESTRO PORVENIR, EN PELIGRO

HOMILÍA

1. La historia y la parábola

Las Lecturas de este Viernes, a diferencia de las del anterior, se han ocupado por igual de la Figura de Cristo y de la nuestra. La de Cristo hemos podido entreverla en José y en el hijo, enviado por el padre, a los viñadores. La nuestra, en la conducta de los hermanos de José y en la de los viñadores.

Empecemos, con la mirada puesta en la 1.a Lectura:

Al ver, a lo lejos, a José, hablaban sus hermanos así: "Allá asoma el soñador, matémosle, y digamos luego a nuestro padre, que una fiera le ha devorado, llevándole el manto ensangrentado". He ahí la historia...

Los viñadores de la parábola evangélica, al ver al hijo del dueño, murmuraban entre sí de modo semejante: "Ahí llega el heredero, démosle muerte como a los que le han precedido, y la viña pasará a ser nuestra".

Ambas son la expresión de hasta dónde le pueden empujar a un hombre su perversidad y los bajos fondos agazapados en su interior. Nos pueden llevar al rechazo total y definitivo de Cristo: a optar contra el mismo Infinito, nuestra meta, Dios.

2. El pecado "de muerte"

Tal vez no sea otro que éste: el del rechazo, a ciencia y conciencia, de Dios, Bien infinito.

Se duda mucho que, a ciencia y conciencia, pueda cometerse un tal pecado porque, si se ve a Dios como lo que es —como el Sumo e Infinito Bien para sí y para nosotros— no es posible rechazarle; y, si no se le ve así —si uno es corto de vista o ciego—, estará también exento, más o menos, de culpabilidad.

De todos modos, ése es indudablemente el pecado mayor en que puede incurrir un hombre: el abismo al que pueden hacerle descender sus bajos fondos, los que le impulsan al mal y le alejan del Bien.

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Tanto y más que un rechazo de Dios y de Cristo, es una abdica­ción de nuestro propio ser, llamado o formar un todo con Cristo.

Lo que sería una insumisión o rebeldía de nuestra lengua contra nuestra mente, o de nuestros pies o nuestras manos contra nuestra cabeza o nuestra voluntad, ése viene a ser el rechazo de Cristo en un ser consciente de pertenecerle, de haber sido ideado y hecho con vistas a El y para El: un ir en contra del dinamisno propio más hondo, un suicidio sobrenatural, una autodecapacitación.

La Escritura nos describe con exactitud lo que, tras esto, se pasa a ser: "Arboles desarraigados, nubes sin agua, astros errantes fuera de su órbita, destinados a ir a dar para siempre en la oscuridad tenebrosa" (Ju 1,13).

3. Conclusión

Ante el peligro de perder el propio ser en Cristo y la amistad de Dios, hemos de hacer tres cosas:

1 .a Abrir bien los ojos, reflexionar, no una vez sola y de pasada, sino muchas y despaciosamente, sobre este gran peligro.

2.a Hacer nuestro lo del Salmista: "Desde lo hondo a ti grito, Señor: Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica".

3.a Asirnos a Cristo lo más fuertemente que nos sea posible por el "triple vínculo" —el de la fe, la esperanza y la caridad— que difícilmente se rompe cuando forman una sola cuerda, un solo todo...

Hagamos esto y nos será dado lo que al poeta de la Divina Comedia: Abandonados nuestros bajos fondos —superada nuestra condición presente—, llegará a gozar un día de la vista de las estre­llas, en el cielo nuevo y la tierra nueva, habitadas ya por nuestro Cabeza y guía.

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Domingo III de Cuaresma (B) (Ex 20,1-17; 1 Co 1,22-25; Jn 2,13-25)

NUEVOS RASGOS DE LA FIGURA DE CRISTO

Hermanos... Ya sabéis lo que venimos haciendo los Domingos de Cuaresma en este Ciclo: fijar los ojos en las múltiples y bellas facetas del rostro de Cristo, que ponen ante nosotros las Lecturas.

Dispongámonos a ver tres más de ellas en este tercer Domingo...

HOMILÍA

1. Sumario y preámbulo

Nuestra tarea es reflexionar sobre las tres imágenes o figuras bíblicas de Cristo, que han puesto ante nuestros ojos las Lecturas.

En las Lecturas, como en las oraciones litúrgicas, hay siempre algo circunstancial, algo de tiempos pasados, que ya no es de éstos, y de lo que hay que prescindir", por ejemplo, el situar a la mujer entre las propiedades del varón, como una más de ellas, como el buey, el asno o la casa.

El preámbulo: El Cristianismo es una cosmovisión, o visión glo­bal, que lo abarca todo: a Dios, al mundo y al hombre; pero no es eso sólo, ni lo principal.

Más que una doctrina, que se enseña y se aprende, el Cristianis­mo es una forma de vida. Es una vida de interrelación del hombre con Dios a través de Cristo.

Es una agrupación religiosa en la que los creyentes, o adheridos a Cristo, no formamos un archipiélago, una multitud de islas despa­rramadas o sueltas, sino un inmenso Continente, que viene a ser una Barriada de la Trinidad en la Tierra...

2. Tres facetas de Cristo en las Lecturas de hoy

— En la 1.a Lectura tenemos la de Yavé, que equivale a Dios Salvador.

Lo hecho por Yavé con los israelitas en Egipto, donde se hallaban esclavizados, es lo que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, rmpe/ó a hacer con nosotros, ofreciéndonos lo que a Adán le litibiu ofrecido borrosamente, desde la lejanía, a nosotros más de cerní, cu niimlo

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encarnado o hecho hombre ya: el poder ser hijos de Dios, su Padre, con sólo quererlo, con sólo aceptar nuestra vinculación óntica con El, la que tenemos por creación o designio de Dios.

— Otra faceta del rostro de Cristo, que nos ha proporcionado la 2.a Lectura de hoy, es llamarle "Sabiduría y Fuerza de Dios", puestas a disposición nuestra... Cristo es un maestro especial: un maestro que, además de enseñarnos el camino, nos da fuerza para recorrerlo como Cabeza que es, y también nuestro Camino...

En la 3.a Lectura, El mismo se nos ha presentado con una nueva imagen: la de Templo. Cristo es el templo más grande y más peque­ño. El más grande porque es el único que acota o encierra toda la inmensidad de Dios en sí, y el más pequeño en dimensiones porque es un cuerpo como el nuestro.

Dios está en todas partes, y más donde hay más realidad. En nosotros, más que en el cielo material o firmamento sin vida. Y, más que en nosotros, en Cristo: Dios y Hombre al mismo tiempo. De ahí que el mismo Cristo nos dijera: Cuando quieras ponerte en comuni­cación con Dios, entra en tu recinto, en tu interior, donde está Dios más que en parte alguna, y ora o comunícate con El ahí...

3. Resumen y conclusión

— Hemos visto qué es el Cristianismo (una vida en simbiosis con Cristo) y qué somos nosotros: una entidad sobrenatural, una especie de Barriada o suburbio de la gran metrópolis que es la Trinidad.

— En el rostro de Cristo hemos descubierto: su faceta de Yavé o Dios Salvador; su faceta de "Sabiduría y Fuerza de Dios" puestas a disposición nuestra; y su faceta de "Templo", el único que acota la inmensidad de Dios en su pequeño recinto...

Nuestro propósito de hoy: Asimilar estas realidades salvadoras y tenerlas siempre luciendo en los fanales de nuestra memoria, con lo cual nunca andaremos en tinieblas, ni faltos de fuerza y energía para querer pertenecerle y ser de El.

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Viernes III de Cuaresma (B) (Ex 17.3-7; Jn 4,5-42)

LA SED QUE MAS FALTA NOS HACE

HOMILÍA

1. Una triple sed idéntica

— La 1.a Lectura nos ha recordado la sed terrible que padecieron un día los israelitas, en su caminar, por el desierto, hacia la Tierra de promisión.

Enloquecidos por la sed hubo momentos en que a Moisés le gri­taron: "¿Por qué nos has sacado de Egipto?, ¿no estábamos allí mejor que aquí...?"

— La 2.a Lectura nos ha hablado de dos sedientos particulares o concretos: Jesús y la Samaritana:

Jesús tenía una sed como la anterior, provocada en El por los senderos polvorientos que acababa de dejar.

La Samaritana quizá no tuviera esta sed; pero sabía que habría de temerla y ha ido al pozo en busca de agua.

2. En Jesús y en la Samaritana, aún otra sed

En Jesús había otra sed, aún más acuciante que la material: la de infundir en la Samaritana y en todos su propia sed: la sed, previa en El a la de la Cruz...

A la Samaritana le dice: "El que beba del agua de este pozo volverá a tener sed".

Con esto ya le está indicando algo de gran interés: la capacidad existente en ella para algo más elevado que lo puramente humano o natural. La sed que yo tengo de ti —le viene a decir con lo anterior— la puedes tú tener de Dios o de Mí, como capaz que eres de cierta infinitud.

"El que beba del agua que yo te digo —sigue Cristo- no volverá a tener sed." Vislumbrando algo, la Samaritana le ruega: "Dame de esa agua para que no tenga que venir aquí".

Cristo descubre que es más que simple hombre: " Míen dices; cinco has tenido, y el de ahora no es tu marido..."

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Ante esto, la mujer, advertida suficientemente ya de quién le habla, le dice: "Veo que eres un profeta... Sé que va a venir el Mesías". El Mesías —le dice ahora Cristo— "soy yo, el que está hablando contigo". Ella marchó a proclamar su descubrimiento.

Este fue el modo con que Cristo despertó en la Samaritana la sed más propia de todo hombre, la sed del Infinito, la sed de Dios.

3. Conclusión

Debemos aspirar a que, también en nosotros, despierte o se avive esta sed. Como nadie bebe sin sed, así nadie puede llegar a Dios sin antes despertar en sí la sed de El.

Para despertarla, un primer paso será advertir que todo lo de este mundo, como finito, nos deja con sed.

En segundo lugar, si la sed es de todos, tenemos que pensar que es cosa de nuestra naturaleza, algo no ajeno a ella, algo de lo que no hemos de prescindir.

Y en tercer lugar, como la Naturaleza es obra de Dios, a El hemos de recurrir como a fuente última que apague nuestra sed, aun no comprendiendo ahora cómo esto un día se realizará...

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Domingo IV de Cuaresma (B)

(2 Cr 36,14-16.19-23; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21)

DOS NUEVOS BOCETOS DE CRISTO

Hermanos... Estamos a mitad de la Cuaresma.

Al hacer un recorrido, de la clase que sea —descubrimiento de un paisaje, lectura de un libro— a todos nos gusta volver la vista atrás, de vez en cuando, para abarcar con una sola mirada todo lo parcialmente visto o contemplado, y luego, proseguir con nuevos bríos.

Es lo que la Liturgia nos propone hoy, respecto de nuestro cami­nar o girar en torno de Cristo, utilizando dos nuevas figuras bíblicas del Mismo.

HOMILÍA

1. Nuestra mirada retrospectiva

En Domingos anteriores le pedíamos a Dios que aumentara en nosotros "la inteligencia del misterio de Cristo", y nos hiciera sentir "hambre de El", para poder llegar a ser, al final de la Cuaresma, "hijos de Dios en plenitud", hijos como el mismo Cristo, en expre­sión del Prefacio de la Misa...

La Liturgia nos ha ido presentando varias figuras bíblicas de Cristo para que, enamorados de El, no vacilemos en entregarnos a El del todo: Adán, Noé, Isaac...

2. La Liturgia de este Domingo

Viene a ser una especie de concha marina que, recogiendo los ruidos anteriores, los amplía aún más.

La 1.a Lectura nos ha presentado a Ciro, liberador del pueblo judío y reconstructor del templo de Jerusalén.

Como Ciro, pese a no ser judío, se aprestó a lo que Dios quiso de él, que fuera el libertador del pueblo, cautivo en Babilonia; así Cristo, pese a no ser, en principio, por su origen o preexistencia, de la condición nuestra, sino de condición divina, se avino a sacarnos de nuestra postración o cautiverio (el del mal) en que habíamos caído precisamente por no aceptarle a El como cabe/.a nuestra,

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cabeza indefectible que nos hubiera evitado nuestro fracaso de no haberle rechazado.

La faceta de reconstructor del templo de Jerusalén también nos refleja el rostro de Cristo.

Cristo, como Ciro, es el reconstructor de un templo: el que somos todos. Dios, dice el filósofo Hegel, se halla dormido en los minerales; está vegetando, en expresión de San Ignacio, en las plantas, sintiendo en los animales, y conociendo y amando en los hombres, en las criaturas racionales... Somos, pues, templos de Dios, aunque semi-derruidos por nuestro mal obrar. Lo somos por creación: por haber­lo querido así Dios. Y Cristo es el reconstructor, en nosotros, de este templo de Dios.

Nuevo símbolo o figura de Cristo en la Liturgia de hoy:

El de la serpiente de bronce, que mandó Dios hacer a Moisés para que los isrealitas, con sólo mirarla, quedaran curados.

Cristo, levantado en la Cruz —nos ha dicho El mismo en la 3.a

Lectura— es la realidad subyacente a dicha figura, el que puede curar y cura todas las heridas que, en nuestro caminar de cada día, recibimos nosotros de las serpientes de todo tipo que nos acechan y acometen: la envidia, que come y no engorda; el celo que tan fácil­mente se convierte en celos; la ira, siempre sorda a toda clase de razones; la lujuria que, como decían los antiguos, no tiene ojos; la avaricia que sólo los tiene para mirar por el beneficio propio...

La medicina curativa eficaz: la de volver los ojos a Cristo, injus­tamente crucificado.

3. Conclusión — Hemos empezado recordando las figuras bíblicas de Cristo

de los Domingos anteriores: Adán, Noé, Isaac, Yavé, Sabiduría, Fuerza de Dios, y Templo.

— Hemos parado mientes, después, en las de hoy: Ciro (liberta­dor del pueblo judío cautivo en Babilonia y Reconstructor del tem­plo), y la Serpiente de bronce, mandada por Dios hacer a Moisés...

Nuestra resolución: ver a Cristo hoy como la Medicina nuestra por excelencia, la única capaz de curarnos radicalmente de las mor­deduras todas de la envidia, de la soberbia, de todos los pecados capitales o raíces de otros.

Miremos a Cristo así. Dejémosle ser nuestro Médico y al acabar este Tiempo, habremos logrado un rostro como el suyo.

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Viernes IV de Cuaresma (B)

(Miq 7,7-9; Jn 9,1-41)

UN GRAVE MAL: LA CEGUERA VOLUNTARIA

HOMILÍA

1. Las Lecturas de hoy y la ceguera

De dos clases de ceguera se han hecho eco las Lecturas: de una ceguera material, de nacimiento, en la que no tiene arte ni parte el que la padece, de una ceguera inculpable: la del ciego del Evangelio de hoy; y de otra culpable o voluntaria: la de los fariseos.

2. La ceguera por las pasiones

Puede ser el ambiente en que uno se ha desarrollado y pueden ser las pasiones.

Estas, en sí, son algo bueno: un motor que necesitamos; pero pueden perjudicarnos. De hecho, nos perjudican siempre que, en vez de ir en pos de la razón sirviéndola, se adelantan a la misma, se enfrentan con ella y no sólo la desobedecen, sino que incluso la oscurecen, y violentan.

Las pasiones en tal situación —erguidas frente a la razón— son las que hacen ciegos e irracionales a los hombres, las que nos llevan a hacer lo que hicieron con Cristo los fariseos, que le pedían mila­gros, para creer; los hizo, y terminaron diciendo que sus milagros eran cosa de brujería: algo que El hacía, de acuerdo con Belcebú, para engañar a la gente.

3. Los milagros de Cristo

Hoy no faltan quienes tratan de desvirtuar los milagros de Cristo, no en esa dirección atribuyéndolos a pactos secretos con el demo­nio—, sino de un modo más sutil: ilutando de equipararlos a sucesos extraordinarios de la vida de un Apolonio de liana, de un Esculapio, de Mahoma...

No seamos fáciles en admitir lo que no puede concederse sin una importante matización al menos:

En la vida de Cristo no sólo hubo sucesos extraordinarios y maravillosos, sino que todos sus milagros fueron milagros-signo,

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hechos de acuerdo con Dios con vistas a la confirmación de alguna enseñanza suya. Por ejemplo, cuando enfrentándose con sus adver­sarios, de cara al paralítico, les dice: "Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados, a ti te digo, paralí­tico, levántale, toma tu camilla y vete a tu casa". Y el enfermo se levantó y se fue a la vista de todos. "Dios no oye a los pecadores", les decía muy bien el ciego de nacimiento a los empeñados en desvir­tuar la curación obrada en él por Cristo. Jamás ha habido, en la historia de las religiones, hecho alguno milagroso o extraordinario, así, invocado como signo de que Dios estaba de parte de lo que enseñaba el taumaturgo.

4. Cómo vencer la ceguera voluntaría

Con reflexiones sólo, difícilmente, porque, al ser esa ceguera cosa voluntaria, podría ocurrimos lo que al niño empeñado en sacar de su escondrijo, con una pajita, al grillo: que cuanto más le urga en su agujero, él más adentro se mete.

Sólo se alcanza tratando de curar su voluntad si se la ve inclinada al mal o enferma. En suma: acudiendo a Cristo, Luz del mundo; y pidiéndole día tras día, como Santa Mónica en favor de su hijo Agustín, que cure a ese ser querido...

5. Conclusión

— Hemos visto, cuando la ceguera es voluntaria, qué puede causarla: el ambiente, las pasiones, la huida de la luz, en suma.

— Hemos visto que esto último ocurrió a los fariseos respecto de Cristo, al que le pedían milagros-signo, y cuando se los dio, trataron de desenfocarlos.

— Y hemos visto cómo sacar de la ceguera a uno, al que singu­larmente queremos: pidiéndole a Cristo luz para él, más que urgán-dole los ojos de la mente con punzantes raciocinios...

Debemos estar prestos a hacer, en todo momento, lo del ciego de nacimiento: al punto cayó de rodillas ante El y se puso a su dispo­sición.

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Domingo V de Cuaresma (B)

(Jr 31,31-34; Hb 5,7-9; Jn 12,20-33)

CRISTO, EL GRANO DE TRIGO QUE CAE EN TIERRA Y MUERE

Hermanos... Estamos ya casi en la cima de nuestro peregrinar cuaresmal.

Durante este Tiempo, ¿ha aumentado en nosotros el conoci­miento de Cristo y el amor a El? ¿Ha decrecido el amor desordenado a nosotros mismos? De lo que tengamos que contestar a estas dos preguntas podremos deducir qué está siendo para nosotros esta Cua­resma.

HOMILÍA

1. Sumario Lo que hoy vamos a considerar es lo siguiente: 1.° El contenido

general de las Lecturas; 2.° El comportamiento de Cristo, para con nosotros; 3.° Cuál debe ser nuestro comportamiento para con El, y 4.° La señalización del camino que nos puede llevar a la perfección.

2. El contenido general de las Lecturas

La primera nos ha hablado de los deseos que Dios tiene de ser conocido.

La tercera, del anhelo de unos griegos, que dijeron a San Felipe: "Queremos ver a Jesucristo".

Y la segunda, de lo que ha sido el comportamiento de Cristo para con nosotros, y de lo que debe ser el nuestro para con El.

3. El comportamiento de Cristo para con nosotros

Lo tenemos bellamente expresado en el símil que El emplea hoy para presentársenos:

Cristo —el Hijo de Dios— fue el grano de trigo que, encamán­dose, se sembró en nosotros, se sumergió en nuestra tierra; murien­do, destruyó nuestra muerte, es decir, con el incendio de lu VHNH vlc su propio cuerpo, ahuyentó de nosotros las tinieblas puní que vicia­mos el puerto; resucitando, puso, a disposición nuesliii, MI piopm

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vida; y, con su Ascensión o vuelta al Padre, nos marcó el camino hacia su Reino.

4. Nuestro comportamiento con Cristo

Nos enseña la Sagrada Escritura: "Si con nosotros —por la san­gre de Cristo— Dios ha hecho una alianza nueva, no como la del Sinaí, de temor, sino de amor, nosotros, más que a ley alguna, debemos atenernos al amor".

Lo válido o perfecto es el amor. El mero cumplimiento de la ley —que puede hacerse sin amor— le hace a uno no ser reo, no ser malo, por fuera: pero, por dentro (ante Dios) le deja como está. Si está sin amor, vacío; si está con odio al prójimo, como homicida aunque no lo mate, pues todo el que odia a otro es un homicida, como nos dice San Juan.

Ante Dios nada somos sin el amor, por más puntuales cumplido­res que de la ley seamos. Higueras sin fruto alguno; nueces vacías o sólo cascara.

5. Camino para llegar a la perfección del amor

Nada, quizá, mejor para señalizarlo que la siguiente anécdota:

Cierto día se llegó, a un asceta indio, un joven que trataba de experimentar el hambre y sed de Dios, de que hablaba el asceta, y no sabía cómo. El asceta le invitó a entrar con él en el Ganges, y, cuando estaban ya en el río, le agarró por el cuello y le sumergió en el agua... Al sacarle, después de unos momentos, le preguntó: "Cuando estabas debajo del agua, ¿qué anhelabas más?" "Respirar", le contestó el joven; a lo que el asceta repuso: "Un anhelo así has de tener de la perfección si quieres llegar a hallar a Dios".

Quizá esto, nada más, sea lo que Dios —que conoce nuestra defectibilidad o nuestro barro— espera de nosotros.

6. Resumen y conclusión

— Las Lecturas nos han puesto de relieve el deseo de Dios de ser conocido y el deseo de unos griegos de conocer a Jesucristo, deseos ambos que son los que quiere sembrar en nosotros la Cuaresma.

Hemos visto el símil o símbolo, elegido por el mismo Cristo, para presentársenos este Domingo: el del grano de trigo, que cae a la tierra y muere, y pasa así a ser espiga o manojo de espigas que lo multiplican...

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De ahí —de ese comportamiento de Cristo para con nosotros (de haberse hecho la Salvación y Redención nuestra), hemos deducido lo que debe ser nuestro comportamiento para con El, un comporta­miento que hemos cifrado en el amor, en tener, al menos, un anhelo grande de conocerle y formar con El la simbiosis más íntima, un anhelo como el del discípulo de la anécdota que nos haga suspirar por encontrarnos plenamente con Dios.

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Viernes V de Cuaresma (B)

(2 Re 4,18b-21.32-37; Jn 11,1-43)

LÁZARO VENDADO Y NOSOTROS

HOMILÍA

1. Enlace y sumario

Dios puso en la materia un puñado de energías que han ido, en la misma, poco a poco desarrollándose. Del Sol, una masa incandes­cente y sin vida, se desprendió un día un trozo de materia también inerte: la Tierra. Esta se fue moldeando y redondeando merced a su doble movimiento de rotación y de translación, y se fue enfriando. Ya enfriada, llegó un momento en que ciertos elementos de ella, al juntarse, dieron lugar a unos primeros vegetales. Estos, absorbiendo la energía solar, prepararon la entrada en la Tierra de los animales; y los animales, por fin, la del hombre: ser corporal-espiritual. Tam­poco fuimos el hito del Dios Creador, sinosólo un puente para que el Hijo de Dios se hiciera hombre. Y Este, el Hijo de Dios hecho hombre o hito de la Creación, resulta ser un Nudo viviente que une lo finito con lo Infinito, lo creado con el Creador.

Todo son conexiones en la Naturaleza, en la obra de Dios.

— En la Ciencia —la obra de los hombres— ocurre lo mismo. Hasta que no se llega a interconectar un conocimiento con otro, todo son curiosidades o noticias solamente; la Ciencia está constitui­da cuando hay interconexiones entre los conocimientos que se van adquiriendo...

— El hombre mismo, a diferencia de los animales, posee una inteligencia capaz de reflexión, porque el número de sus intercone­xiones cerebrales es mucho mayor que el de cualquier otro animal...

Aterrizando ya en lo nuestro —en lo propiamente espiritual o del terreno de la piedad— nos encontramos con otro tanto: no hay formación espiritual propiamente dicha donde faltan las conexiones de unos conocimientos con otros, cuando todo son noticias o cono­cimientos asistemáticos o de cosas sueltas. Veamos nuestro recorri­do:

— El primer Viernes nos enfrentó con nuestra pequenez o defec­tibilidad, con lo que llamábamos nuestros "bajos fondos", de los que

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orotan nuestros desórdenes, nuestros actos irracionales, que pueden ser colectivos, individuales, externos y meramente internos.

— El segundo nos llevó a asomarnos al abismo más hondo en que podemos caer: el del rechazo de Dios y de Cristo, el del pecado, que San Juan llama "de muerte o para la muerte".

— El tercero nos puso de relieve lo que más se necesita para salir de tal estado: el despertar o avivar en nosotros la sed del Infinito, la sed de Dios que nos ha hecho capaces de El y quiere que lo seamos.

— Y el cuarto nos hizo ver lo que más puede perjudicarnos: la ceguera voluntaria, el resignarnos a lo cotidiano y con ello confor­marnos...

2. Conversión a la vida en la confesión La confesión que hemos hecho o que estamos para hacer. Con­

fesión necesaria si hemos caído en el "pecado de muerte"; o de conveniencia, si no.

Respecto de esto, ¿en qué relación están las Lecturas de hoy?

La primera nos ha narrado la resurrección del hijo de la Sunami-ta por Eliseo, y la segunda, la resurrección de Lázaro por Cristo.

Dos resurrecciones que nos proporcionan algo de gran interés en orden a la Confesión:

La primera nos ofrece un símbolo de lo hecho por Cristo para resucitarnos, o redimirnos, a nosotros: achicarse, encogerse, anona­darse en la Encarnación primero; y luego, en la Cruz, hacer lo contrario: expansionarse, crecer, elevarse; convertirse, de grano de trigo, en espiga pletórica o de múltiples granos, que somos nosotros los redimidos.

La segunda —la que nos ha pintado a Lá/.aro, saliendo del sepul­cro atado de pies y manos nos ha hecho ver, a través de él como símbolo, lo que hacen en nosotros los Sacramentos: nos infunden la vida de Cristo, si estamos sin ella, pero no nos quitan nuestra miopía ni nuestros malos hábitos, simbolizados, una y otros, en las vendas y en las ataduras de Lázaro...

La Confesión, como la le sin la nuil todo Sacramento es nada— no nos lo va a otorgar todo Habremos de seguir luchando contra el mal. Y esto, de por vida.

A través de los Sacramentos ( i islo nos infundí- su energía; pero, como los siervos, que recibieron los talentos, es preciso que nosotros negociemos con lo recibido para quitarnos la venda o las cataratas,

305 20.—Año Litúrgico...

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y para acabar con nuestras ataduras, de pies y manos, los malos hábitos...

3. Conclusión

Descubierta la tarea, vamos a asumirla con ánimo y esfuerzo, para poder decir a la postre, como quiere Cristo, que la victoria ha sido suya y nuestra.

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Domingo de Ramos (B) (Is 50,4-7; Flp 2,6-11; Me 14,1-15.47)

JESUCRISTO, ESPEJO NUESTRO

Hermanos... La Liturgia llama al día de hoy "Domingo de Ra­mos en la Pasión del Señor".

Con esto nos insinúa la doble faz de este día: una de júbilo y otra de dolor. La de júbilo se plasma en la procesión de los ramos, única preceptuada por la Liturgia en estos días de procesiones múltiples. La del dolor la vamos a ver plasmada en el relato que leeremos de la Pasión.

HOMILÍA

1. Sentido de la procesión de Ramos

A lo largo de toda esta Cuaresma hemos tenido puestos los ojos en las figuras o símbolos de Cristo más bellos que nos han ofrecido las Lecturas:

— el de Adán y Noé, símbolos de su doble primacía;

— el de Isaac, símbolo de su actividad redentora;

— los de Yavé, Sabiduría y Fuerza de Dios, y como templo;

— el de Ciro por un doble motivo, como libertador de los judíos, cautivos en Babilonia, y como reconstructor del templo de Jerusa-lén;

— y el del grano de trigo que cae en tierra y, muriendo, se multiplica.

A vista de estos rasgos de la figura de Cristo, nuestro amor a El, no cabe duda, habrá crecido. Pues bien, la procesión de Ramos es ocasión de exteriorizarlo.

Cuando en muchos se suscita un ardor o entusiasmo por alguien, estando todos reunidos, lo lógico, lo natural, es planear algo en honor de él y llevarlo a cabo. I'ues eso es la procesión de Ramos para nosotros hoy: un acto casi forzoso, un acto colectivo, encami­nado a sar salida, al exterior, a nuestro interior entusiasmo por Cristo.

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2. El sentido de la Pasión en el Señor También ésta fue algo muy lógico en El:

Cuando uno ha preparado con cariño una parcela de tierra y la ha sembrado con su mejor grano, lo lógico es que no la descuide, que la riegue cuando sea necesario.

La Pasión de Cristo vino a ser el riego de la parcela, adquirida con su Encarnación, un riego hecho por El nada menos que con su propia sangre.

Llegó a tanto porque lo exigía el campo y sobre todo la semilla a él confiada. Cristo había predicado al mundo la infinita soberanía o señorío del Padre, juntamente con el deber que a todos nos incum­be de mirar por este señorío. Y, por mantener todo esto y no contra­decirlo con su vida aceptó morir en la Cruz.

3. Conclusión

Cristo no vaciló en aceptar una cruz, que en modo alguno tenía merecida por su obrar. La aceptó para cumplir la voluntad del Padre, que era la de El: el ofrecer a todos una gran luz para que nadie, por falta de ésta, permanezca sin poder llegar al puerto de salvación, a la meta que Dios nos propone a todos... Vamos a intentar asemejarnos a Cristo, acercarnos a El por la humildad, espíritu de entrega y amor.

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Pascua

Jueves Santo (B)

(Ex 12,1-8.11-14; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15)

LA GRAN VÍSPERA DEL MISTERIO PASCUAL

Hermanos... Esta tarde del Jueves Santo viene a ser la Vigilia preparatoria de la triple celebración subsiguiente: Cristo crucificado, Cristo muerto y sepultado, y Cristo resucitado.

Durante ella se nos invita a poner los ojos: en la Cena última del Señor con los Apóstoles; en el lavatorio de los pies; en la institución de la Eucaristía, y en el Día del amor fraterno.

HOMILÍA

1. Ultima Cena del Señor con los Apóstoles

Fue lo principal de aquella tarde y en torno de esto giró todo.

De no contar con más fuentes que las de los Sinópticos —san Mateo, San Marcos y San Lucas— se podría pensar que fue el día en que celebraban la Pascua los Judíos; pero San Juan nos ha dejado constancia de que fue antes, puesto que no le da a esta Pascua el nombre que da a todas las otras Pascuas —de los judíos—, sino que la llama Pascual a secas.

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¿Esta Cena o Pascua? Fue el jueves anterior al día en que iban a celebrar los judíos la suya, y que, por incidir ese año en sábado, se llamó "el. gran Sábado". En él, por estar vedado todo trabajo, el sacrificio de los corderos pascuales se anticipó al día anterior (el de la muerte de Cristo) que fue, según todos los evangelistas, un vier­nes.

A alguno quizá le parezca esto de poca importancia para deter-nernos en ello. No lo juzgó así San Juan por el interesante simbolis­mo que él descubrió en ello: la coincidencia, en ese año, del símbolo y el Significado, de la muerte de los corderos y la de Cristo.

Jesucristo, con su muerte, fue el "Cordero pascual auténtico", el que quitó el pecado del mundo", enseñándonos a borrar los de nuestra vida.

La primera nos ha recordado lo prescrito por Dios a los israelitas acerca del cordero-símbolo: que marcaran, con la sangre de él, en la noche en que iban a salir de Egipto, todas las puertas de sus casas para que, al pasar el ángel exterminador, las respetara y no entrara a realizar exterminio alguno en ellas.

(A propósito de esto dice San Juan Crisóstomo: la Eucaristía nos proporciona a nosotros algo parecido. Sellando nuestros labios con la sangre de Cristo, nos libra de la muerte más de temer: la muerte eterna.)

San Marcos dice de dicha sangre que fue la que dio valor defini­tivo a la Alianza primera, la establecida por Dios con los hombres del Antiguo Testamento. Y los otros dos sinópticos y San Pablo, que incoó una Alianza nueva y más acabada: la anunciada por los profetas.

Por fin, el autor de la Carta a los Hebreos dice: "Con dicha sangre, el Sumo Sacerdote (Cristo) hizo su entrada, de una vez para siempre, en el Sancta Sanctorum de la Gloria, y allí se halla vivo para no cesar de interceder por nosotros" (Hb 9,11-12).

2. La Institución de la Eucaristía

Fue el acto con el que el Señor anticipó, de algún modo, todo lo que iba a terminar de realizar, en favor nuestro, con su muerte.

La 2.a Lectura nos ha recordado el texto más antiguo que tene­mos sobre esto.

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3. El lavatorio de los pies

Fue un acto, además de real o en directo, un acto preparatorio de algo superior a lo externo.

Muchos ven en él un acto de humildad de Cristo. Pero el acto por excelencia de humildad en El no fue éste, sino el de asumir un cuerpo o ser inferior al suyo, de cara al Padre; y, de cara a nosotros, el querer que ese cuerpo fuera como el nuestro, pasible y mortal.

La lección que daba el Señor a San Pedro y a los demás que iban a recibir la Eucaristía, una vez abandonado el salón por Judas, el no "bañado" en gracia, era enseñarles con aquel gesto y ejemplo suyo a preparar ellos después a cuantos se acercaran a la misma; a descubrir el valor del servicio, la entrega, el amor y la unión.

4. El Día del amor fraterno

Además de recordarnos que la convivencia es el precepto funda­mental nuestro, de todos los hombres, en cuanto seres personales, que, sin la intercomunicación, no pueden plenamente desarrollarse, en este Día —de la institución de la Eucaristía- nos viene a decir: "Si el pan de que os nutrís es uno", ¿cómo será posible que este pan, si es debidamente comido, no produzca más convivencia?

La entrega de Jesús del todo a nosotros, una entrega que El comparó a la del pan que llega hasta dejarse destruir por los creyen­tes, nos exige una entrega semejante: la de ser, como el mismo Cristo, los unos para los otros, y sin reserva...

5. Conclusión

La Eucaristía fue el anticipo de lo llevado a cabo por Cristo: el entregarse a la muerte por todos, "Para congregar a los hijos de Dios (a sus miembros) que andaban dispersos", como San Juan nos dice. Lo que el Día del amor fraterno nos ha recordado acerca de la convivencia, es el centro de atención y meta de nuestro actuar.

No olvidemos, sobre todo, esto último: "La acción es la sombra de la contemplación" (Plotino). De poco o nada nos serviría el ejemplo maravilloso de Cristo si nos contentáramos con verlo, con recordarlo, con contemplarlo; pero no lo lleváramos a la práctica viviéndolo o realizándolo en nosotros.

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Viernes Santo (B) (Monición previa —suple a la homilía—)

AYER Y HOY DE CRISTO EN LA LITURGIA

¡Bien venidos seáis, hermanos! La homilía de hoy vamos a cam­biarla por una Monición que va a servirnos como preparación para todo el acto litúrgico, que discurrirá luego sin interrupción.

1. El ayer de la Liturgia respecto de Cristo y de nosotros

A lo largo de la Cuaresma hemos hecho un doble recorrido: los Viernes, con los ojos puestos en nuestras miserias morales; y los Domingos contemplando a Cristo: en su grandeza y en su misericor­dia.

• Respecto de Cristo el ayer de la Liturgia, desemboca en el momento de ahora, en la reactualización de lo hecho por Cristo en su momento supremo, el de cumplir el "mandato" recibido del Padre, honrarle con esto a El y salvarnos a nosotros; salvarnos en el sentido de proporcionarnos el summum de Luz para que, al resplandor de su sacrificio y al calor de su fuerza acertemos todos a incorporarnos a El como suprema Cabeza nuestra.

• Respecto de nosotros, el ayer de la Liturgia, avivó nuestro deseo de formar con Cristo —y entre todos— un solo Uno, como El lo forma con el Padre y con Espíritu. A esto se encaminó la Euca­ristía del Jueves Santo, precedida del lavatorio de los pies, como rito simbólico, que indicaba a los Apóstoles y a cuantos en el ministerio sacerdotal habían de seguir sus pasos, la trascendencia que tiene el acércanos a la Eucaristía con la preparación máxima. Santa Teresa decía a sus religiosas: "Pienso que si nos llegáramos al Santísimo Sacramento con fe y amor de una vez bastase para dejarnos ricas...". "No suele su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospe­daje".

2. El hoy de Cristo en la Liturgia

Es la culminación de su máxima humillación: la de su Encarna­ción llevada a cabo, no a base de adquirir el cuerpo que le corres­pondía —inmortal y glorioso, como el que tiene ahora—, sino un

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Cuerpo pasible y mortal, y en todo como el nuestro después del pecado.

"El Hijo de Dios —nos dice San Pablo— se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz". "Aprendió lo que era obedecer" (cumplir el "mandato" recibido del Padre), llegando al extremo de dar la vida por nosotros con gran sufrimien­to...

3. El hoy de la Liturgia para nosotros

Es una exhortación al esfuerzo, como el de ayer lo fue a la purificación.

Rechazar la cruz del deber, hermanos, no lo dudemos, es rechazar la salvación porque es un no querer caminar, como lo hizo Cristo, cuando le llegó el momento.

Decía uno de nuestros clásicos: "Quien, en la calamidad, se queja de que alguno le niegue, de que alguno le venda, de que otro le dude, de que los suyos le dejen, de que muchos se den prisa a serle ingratos; o loco, presume que sus beneficios merecen mejor correspondencia que los de Dios; o sacrilego, se afrenta de parecerse en las persecu­ciones a Cristo en algo" (Quevedo).

4. Conclusión

Que esta Monición, supletoria de la homilía, nos sirva de prelu­dio para extraer todos, de esta celebración del Viernes Santo, el particular fruto de hoy, al que acabamos de apuntar como nuestra meta.

Pasemos ya a la celebración; cuyo rico contenido se nos ofrece en tres partes bien diferenciadas:

1.a Liturgia de la Palabra, destacando la Lectura de la Pasión; se cierra con la oración universal.

2.a Presentación y adoración de la Cruz que presidirá austera­mente hasta la Resurrección.

3.a La sagrada Comunión; recibimos el Pan eucarístico ayer consagrado y que se reservó para hoy.

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Sábado Santo: Vigilia Pascual (B)

(Gn 1,1-2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15.1; Rm 6,3;11; Me 16,1-8)

LA CULMINACIÓN DEL TRIDUO SACRO

Hermanos... Hemos llegado a la última fase del Triduo Sacro: la de Cristo resucitado, que vamos a conmemorar en esta Noche.

Grande era la simpatía, en nosotros, hacia Cristo, al ir contem­plado los bocetos de El que nos fue ofreciendo la Cuaresma. Esta deberá aumentarse o acrecentarse junto al gozo y la gratitud al verle en esta Noche, como el Vencedor de la muerte en favor de todos.

HOMILÍA

1. £1 porqué de un encargo El "Calendario litúrgico pastoral" nos dice que "se han de leer

(esta noche) por lo menos tres de las Lecturas del Antiguo Testa­mento y que nunca se ha de omitir la tercera", en la que se nos narra el paso de los israelitas, a pie enjuto por el Mar Rojo, huyendo de los egipcios.

La importancia de este suceso es doble: histórica y simbólica.

— No puede ponerse en duda —razonablemente se entiende—. Este fue un suceso real, aunque relatado, eso sí, a base de unas categorías muy distintas de las que hoy se estilan para escribir la historia. Forma épica y contenido real.

La historia se escribía así entonces y no se puede pedir otra cosa al que nos transmitió este relato.

Lo simbólico del suceso es fácil descubrirlo:

Aquel pequeño grupo de israelitas, que acaudillados por Moisés, lograron evadirse de la esclavitud del Faraón, es un trasunto de los liberados por Cristo de una esclavitud mayor: la esclavitud a lo irracional, a la culpa. Y los egipcios son un símbolo de los pecados y miserias morales, hundidos para siempre también bajo otro Mar Rojo aún más profundo, el de la sangre redentora de Cristo.

No es esto una mera acomodación piadosa. Es algo bíblico. Recordemos la alusión a ello de San Pablo hoy en la 1.a Lectura del Nuevo Testamento: "Por el bautismo hemos sido sepultados con

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Cristo en la muerte, a fin de que, como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así a nosotros nos sea dado comen­zar una vida nueva".

2. La Redención es Foco de Luz La Redención no es una cosa, objeto —un botín—, ni algo moral

—un mérito que uno adquiere y se lo cede a otro—; es , por parte de Cristo Redentor, la creación de un gran Foco de luz con la hoguera de su propio cuerpo; y, por lo que respecta a nosotros, el golpe de luz y calor o energía, que recibimos del Foco, para ver y comprender lo peligroso de nuestra situación, alejados de Cristo y poder optar, con esa energía, a la decisión de adherirnos a El y aceptarle por Supercabeza nuestra. La Redención es de todos por razón de su luminosidad.

La trayectoria de la Redención puede resumirse del siguiente modo:

Dios, al crearnos "con vistas al Hijo", puso (tuvo que poner) algo de Este en nosotros. En virtud de ese algo, somos todos, por creación, una energía tendente al Hijo, similar a la que El es respecto del Padre.

El hombre no aceptó hacer uso de esa energía; pero Dios la dejó en él, como deja el apicultor en la colmena el cuadro de cera estam­pada aunque de momento no quieran utilizarlo las abejas.

El Hijo de Dios, que en su Encarnación, asumió un cuerpo mortal y pasible, lo inmoló, lo quemó en la Cruz, para que a la luz y el calor de esta hoguera cobraran fuerzas nuestros ojos y energía nuestra voluntad, y se avivara y desentumeciera así nuestra capacidad de ser hijos de Dios, ínsita en nosotros desde el principio, con lo cual la Redención se nos muestra como obra, sobre todo, de Cristo, y nuestra también al aceptar lo que Adán recusó.

3. Conclusión

La Pascua de Cristo nos redime. Sabemos ya cómo ver mejor este Misterio: considerando la Muerte de Cristo como una hoguera, hecha por El, de su propia vida para, con la luz y el calor de ésta, iluminarnos a todos y desentumecer con esta energía la dormida capacidad nuestra, la que, respecto a adherirnos a El tenemos como miembros, ya por creación, de su propio cuerpo.

Vivamos la alegría pascual y el optimismo, Con el arco tenso, hagamos nuestros, totalmente nuestros, los sentimientos del Salmo responsorial de hoy:

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"No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor", lo que ha hecho en favor nuestro.

"La piedra, que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular." No nos cansemos de edificar sobre esta piedra, y, donde Cristo resucitado mora, habrá también un día moradas para nos­otros.

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Domingo I de Resurrección (B) (Hch 10,34a-37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

PEDRO Y JUAN VIERON Y CREYERON

Hermanos... La Liturgia de anoche nos introdujo en una nueva etapa de la vida de Cristo: en su vida de resucitado, no algo soñado, sino real.

Ningún tema, para la fe, de más trascendencia que éste. "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe —decía San Pablo— y vana también nuestra esperanza."

HOMILÍA

1. Sumario

Cristo, no sólo resucitó, sino que a partir de ese momento pasó a tener una vida distinta de la que había poseído hasta entonces.

En Cristo resucitado no ocurrió lo mismo que en Lázaro, o en el hijo de la viuda de Naim, o en la hija de Jairo, quienes por la resurrección o restitución de la vida volvieron a tener el mismo cuerpo de antes. Lo ocurrido en Cristo fue que adquirió, sí, de nuevo el cuerpo de antes, pero elevado a un grado de total perfec­ción; lo tenía antes sólo en germen, como en todos nuestros cuerpos que, en expresión de la Biblia, somos un "ya" y a la vez un "todavía no", seres en evolución o desarrollo,aún no llegados a la perfección y culminación.

2. Una resurrección para nosotros

Para que nuestra resurrección, y la de Cristo, pueda ser para nosotros una verdad revelada o de fe, ha de aparecer ante nuestra razón como algo probable o al menos posible, que no repugne al sentido común.

La resurrección o vida tras la muerte es posible porque no repug­na, no es algo contradictorio el salto de una vida a otra superior: de crisálida agusano y luego a mariposa... Es probable porque sabemos con suficientes datos lo que ha pasado en el cosmos y en el universo desde hace millares y millares de milenios, todo era sólo materia muerta, materia inerte. No sabemos cómo, en lo inerle ¡ipureció lo

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vivo, surgieron los vegetales; éstos, atrapando la energía solar, hicie­ron que los animales pudieran darse en la tierra, hasta aparecer el hombre primitivo...

Por estar todo en continuo crecimiento, es posible un salto cua­litativo nuevo, en la línea de más conciencia y de aspiración al bien, un salto que, de lo universal, nos conceda pasar a la Infinitud. Esto es lo acontecido en Cristo resucitado, según la fe, y esto es lo que, en cuanto miembros de El, la fe nos hace esperar a nosotros.

3. Nuestra creencia en que Cristo resucitó

No se basa en el hallazgo, a los tres días, de un sepulcro vacío. Está basada en el porqué, a vista de éste, creyeron los Apóstoles que había resucitado, y no en lo de que su cuerpo hubiera sido robado o trasladado a otra parte: lo creyeron porque lo contemplado por ellos les hizo recordar su anuncio —que había de resucitar— y esta explicación, una resurrección, les pareció la única exacta, la mejor de todas...

Un motivo más para creer es la misma resurrección moral de los Apóstoles: resurrección repentina, pero que duró en ellos de por vida, hasta entregar esa misma vida por Cristo, y por su resurrección que anunciaron al mundo...Uno puede, de momento, entusiasmarse por algo hasta enloquecer; pero permanecer en esta situación de entusiasmo, en medio de mil dificultades, hasta la muerte, eso es sobrehumano, eso roza con lo divino. Esto debe ser, para nosotros, un motivo más para la creencia en la Resurrección de Cristo.

4. Conclusión

Esta reflexión nos puede y debe servir para lo que nos ha apun­tado San Pablo al decirnos: "Si os tenéis por resucitados ya en esperanzas, vivid, no tanto de lo presente, cuanto de lo futuro..."

— Nos puede y debe servir para no entristecernos, ni menos apocarnos, ante nuestra caducidad, puesta muy de relieve por la enfermedad y por la ancianidad. Si lo que esperamos es mejor, ¿por qué sentir tanto nuestra decadencia?

— Nos puede y debe servir para un examen serio, de conciencia, sobre nuestra fe. ¿Creemos de veras en la vida del más allá o sólo de palabra y en apariencia? Que, como la Resurrección de Cristo trans­formó un día a los Apóstoles, nos transforme ahora a nosotros.

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Domingo II de Pascua (B)

(Hch 4,32-35; 1 Jn 5,1-6; Jn 20,19-31)

EL SEÑOR APUNTALA LA FE DEL APÓSTOL TOMAS

Hermanos... De no ser una realidad posible y probable, no hu­biera podido tener lugar la Resurrección de Cristo, ni menos tendría lugar la nuestra futura, mera consecuencia de la suya.

En este Domingo y en el siguiente vamos afijarnos en el empeño que puso Cristo en llevar a cabo lo necesario para que el Apóstol Tomás pudiera creer el hecho de su Resurrección y podamos creerlo nosotros.

HOMILÍA

1. Sumario Es evidente la importancia dada por Cristo al hecho de su Resu­

rrección, y su deseo de que todos lo aceptemos, no como algo de tipo histórico (a base de pruebas científicas), sino como algo sobrenatural, pero evidentemente posible y hasta probable.

El desarrollo de la homilía se centra en la importancia que a la Resurrección da el mismo Cristo, los Apóstoles y la que tiene para nosotros.

2. Importancia dada por Cristo a su Resurrección

— En su vida mortal, cuando se le instaba a que adujera una prueba clara y contundente de ser el Mesías o Enviado de Dios, El siempre apeló al hecho futuro de su Resurrección:

Dijo una vez: "El Hijo del hombre tiene que ir a Jerusalén y ser crucificado, para luego salir triunfante del sepulcro al tercer día". "Destruid el templo de mi cuerpo —dijo otra vez— y yo en tres días lo reedificaré". Y así otros pasajes...

En la misma mañana de Pascua se aparece a Magdalena en figura de hortelano; ese mismo día a dos discípulos que iban, al atardecer, camino de Emaús, como un caminante; y, por fin, a todos los Apóstoles que, con excepción de Tomás, se hallaban esa tarde en el Cenáculo.

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No creyendo Tomás, cuando se lo relataron, a los ocho días volvió a aparecérseles, presente esta vez Tomás, al cual dijo: "Acér­cate; mete tu dedo en las hendiduras que han dejado en mí los clavos y toda tu mano en mi herida del costado, y no quieras ser incrédulo sino creyente..." Cristo mostró la importancia de su Resurrección.

3. Importancia dada por los Apóstoles escritores del Nuevo Testamento

La Resurrección de Cristo es el hecho del que se ocuparon antes los Apóstoles, y el primero en ser relatado por los evangelistas.

El Evangelio empezó por lo que hoy va al final de nuestros Evangelios: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo; luego se añadió lo referente a la vida pública del Señor; y, por fin, dos de los evangelistas —San Mateo y San Lucas— nos relataron lo referente a su vida oculta terrena. Y San Juan su vida aún más oculta, en el seno del Padre.

La importancia que también éste dio a la Resurrección, lo pode­mos advertir en lo que, en la 3.a Lectura, a él mismo le hemos oído: "Todo esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y, para que creyendo, tengáis vida en su nombre".

4. Importancia de aceptar la Resurrección para la fe

En términos generales, por lo oído en la 2.a Lectura: porque creer "es vencer al mundo", rebasar todo lo creado, hacernos con el pensar de Dios e incorporarnos al querer de El, sus dos supremas actividades. Creer es convertirnos de miembros de Cristo, en poten­cia, por creación, en miembros de El en acto, en miembros vivos, cosa que, como a seres libres, Dios ha dejado a nuestro arbitrio: podemos contentarnos con ser sólo hombres (criaturas), o ser hijos de El, a través de su Hijo, que nos brinda el ser miembros suyos...

5. Conclusión Ha de ser valorar la fe, como el conocimiento y vivencia más

enriquecedores; como lo único que, a nivel natural, puede propor­cionarnos lo que más deseamos todos: la perennidad en el ser, la inmortalidad en el bien, y la liberación de todo mal o frustración; y, a nivel sobrenatural, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni fantasía alguna ha podido imaginar: la felicidad y dicha del mismo Dios.

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Domingo III de Pascua (B) (Hch 3,13-15.18-19; 1 Jn 2,l-5a; Le 24,35-48)

CRISTO RESUCITADO, GARANTÍA DE VIDA

Hermanos... Hemos visto el empeño que puso Cristo en que el hecho de la Resurrección, acaecido en El, lo creyeran los Apóstoles y lo creamos todos. Ello es garantía para la fe e invitación a entrar en el ámbito de la vida de Dios.

Hoy la Liturgia va a insistir en esto último.

HOMILÍA

1. Ante la vida del Más Allá

— Hay algunos —muchos— a quienes el Más Allá les inquieta y desazona...

— Hay otros —pocos— en posesión de una mentalidad, sosega­da, respecto de lo que será la vida del Más Allá.

— Y hay unos cuantos —poquísimos— empeñados en lo impo­sible: en querer saber acerca de esa vida, lo que, de ella, desde aquí, sólo puede aceptarse por fe, mas no verse.

Frente a esto, en el Breviario, hemos pedido al Señor: "Haznos, Señor, capaces de anunciar la victoria de Cristo resucitado". Para que todos puedan comprenderla del mejor modo posible y así acep­tarla.

2. Hay respuesta al ser del hombre

Nuestro ser es un ser doble, actual y potencial, o dicho con palabras, tomadas de la Escritura, que es un "ya" y un "todavía no". Un "todavía no", que, aquí en este mundo presente, nunca encuentra el pleno desarrollo...

Uno, a vista de esto, se pregunta: ¿Para qué este último ser nuestro si, ni aquí, ni en parte alguna, hubiera de poder tener nunca el pleno desarrollo? La humanidad sería una monstruidad si a todos los seres humanos, a la postre, nos acaeciera el no poder lograr la plenitud de ese ser potencial, existente en todos. Esto no podría ser la obra de Dios porque es absurdo, porque es impensable...

21.—Año Litúrgico... 321

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Se dan saltos cualitativos, en todas las zonas o áreas del ser: de lo inerte, a lo vegetativo; de lo vegetativo, a lo sensitivo o puramente animal; y, de lo animal o prerreflexivo, a lo consciente.

A base de esto último uno no puede menos de preguntarse: si, de lo inerte, pudo brotar —por la acción del Creador, desde luego— lo vegetalmente vivo, y de esto lo sensitivo o animal, y luego, "sin pedúnculo alguno" —como decía Teilhard— lo racional o conscien­te, ¿por qué, de lo ya universal consciente, en nosotros, no ha de poder brotar una capacitación para lo ilimitado? Más en concreto: ¿por qué en el hecho de la Resurrección de Cristo, de tan sólidas garantías de realidad, no ver un presagio, un vislumbrar nuestra resurrección futura, ya que en la misma Escritura se nos dice que, como resucitó Cristo, resucitaremos nosotros merced al Espíritu suyo que, por la fe y por el amor, mora en el nuestro...?

3. Cristo comió en presencia de los discípulos

Esto, atribuido al Señor cuarenta o cincuenta años después de la Resurrección, no es de creer que lo dijera El, pues el Señor, hablando de la resurrección había dejado dicho que en el cielo "no habrá bodas ni banquetes" porque los cuerpos resucitados serán "como los ángeles de Dios", que no necesitarán comer, ni beber, ni reproducir­se.

No hay que tomar al pie la letra, como realmente dicho por Dios, todo lo que, en nombre de El, dicen los autores bíblicos. Aunque ellos lo digan en nombre de El, El no ha confirmado eso jamás diciendo: "La palabra esa es la Palabra mía".

La Palabra de Dios, como El, es inabarcable; no puede encerrar­se del todo en palabra alguna humana. Hasta las más bíblicas e inspiradas son sólo meras irisaciones de la Misma, mas no Ella.

El evangelista, aunque parece subrayar el comer de Jesús, lo que resalta de verdad es la Resurrección y la Aparición real del Señor a ellos; lo del palpar y el comer son meras circunstancias, que, a los cuarenta o cincuenta años, pudieron parecerle aptas, a él, para co­municar el hecho a quienes se lo comunicaba, imbuidos por la idea de la realidad de los "fantasmas", pero que no tenemos por qué tomar en consideración hoy nosotros.

4. Conclusión

Nuestro pensar respecto del Más Allá no tiene por qué ser un pensar atormentado, puesto que la fe nos dice, respecto de él, lo que San Pedro hoy al cojo de la 1.a Lectura: Podéis esperar ese Más Allá

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"en nombre de Jesús resucitado", que os lo dará, porque El ya lo tiene y os lo promete.

— Ese Más Allá, que esperamos, será, en expresión de San Pablo, algo que ni el ojo vio, ni el oído ha oído, ni fantasía alguna ha sido capaz de soñar. Será lo que la felicidad de Dios mismo, hecha felicidad nuestra para siempre. "Seremos semejantes a El por­que le veremos tal cual es..."

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Domingo IV de Pascua (B)

(Hch 4,8-12; 1 Jn 3,1-2; Jn 10,11-18)

MISTERIO PASCUAL Y SEGUIMIENTO A CRISTO

Hermanos... Los Domingos anteriores hemos visto el misterio pascual de Cristo, desde nosotros: como base y sostén de nuestra creencia en el más allá y de nuestra esperanza.

Hoy —Día de las vocaciones o del seguimiento de Cristo— lo vamos a tratar de contemplar desde el Padre, desde lo alto, para, a la luz que de ahí brota, sepamos a qué aspirar siguiendo a Cristo.

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

La 1.a nos ha recordado que Cristo es la piedra angular de toda construcción sólida.

La 2.a nos ha hablado del amor del Padre hacia nosotros.

La 3.a nos ha puesto de relieve ese amor del Padre al imponerle al Hijo, deseoso de crearnos y asumirnos como miembros suyos, el "mandato" de llegar, en defensa nuestra, hasta la muerte, hasta dar su vida, como buen pastor, por las ovejas...

2. El misterio pascual desde el Padre

Para lograr verlo así tenemos que empezar por situarnos en lo de Cristo Ideador y Promotor de nuestra existencia, piedra angular, no sólo de toda construcción sobrenatural, como nos dice hoy la 1.a

Lectura, sino de todo lo que existe.

Creado el hombre como ser defectible por su propia condición, el Padre y el Hijo tienen previsto el plan de salvación que comporta la entrega de Cristo a morir por todos. El Hijo accedió a esto y de ahí lo que, en el Evangelio, hemos oído hoy a San Juan: "El man­dato" que El Hijo recibió del Padre.

Algunos exégetas dicen que no se trató de un mandato estricto, sino sólo de un consejo, pues el Padre nada puede imponerle al Hijo que no fluya de la esencia de Este, y menos el llegar a dar la vida por unos seres infinitamente inferiores al Mismo.

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No se puede optar por esta exégesis porque no se trata de un texto como el anterior tan sólo. En el libro de Los Hechos, San Pedro se expresa así: "Ya sabéis cómo, en esta ciudad de Jerusalén, Herodes y Pilatos se juntaron con los gentiles y con el pueblo de Israel para ejecutar cuanto la mano y el consejo (de Dios) habían decretado (sobre Cristo)"(4,27). Se trata de un decreto, no absoluto, sino condicionado a la aquiescencia del Hijo.

3. Nuestro ser y nuestro comportamiento

Para el Padre Creador y para el Hijo Ideador nuestro y Reden­tor, ¿qué somos los hombres? Porque, indudablemente, lo que en realidad somos es lo que Ambos tienen en su mente; no lo que en la nuestra podamos tener nosotros.

Los existencialistas ateos han pensado que el hombre es un ser "vomitado" (Sartre); un ser arrojado a la vida sin porqué ni para qué; el caldero que el obrero malhumorado tira desde lo alto de un andamio caiga como cayere.

Para el Padre y el Hijo podremos ser ese mismo caldero que cae de lo Alto; pero atado a una soga viviente (Cristo) que se expresa así: "Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, y la voluntad de El es ésta: que nada de lo que se me ha confiado se pierda, sino que resucite en el último día".

Este es nuestro ser, esta nuestra realidad auténtica: la atestiguada por quien nos ha ideado y nos ha hecho. Esta nuestra nobleza y dignidad, en potencia, es decir, dejada a elección nuestra.

Nuestro comportamiento deberá estar en consonancia con el plan de Dios.

Si el Padre ha puesto, con tanto amor, los ojos en nosotros, y el Hijo ha hecho cosa semejante; queriendo llegar nosotros por el Hijo al Padre —meta suprema nuestra y de todo—, nuestro comporta­miento tiene que estribar en el seguimiento de Cristo al máximum. A esto estamos obligados todos, sin necesidad de hacer voto alguno como los Religiosos. ¿Para qué más voto de perfección que la exigida por la propia naturaleza?

4. Conclusión

Que esta luz del Misterio pascual, visto desde lo Alto (desde el Padre), nos haga anhelar más cada día el seguimiento a fin de que

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esta Pascua, que la Liturgia prolonga tanto, nos sirva de vehículo, de estímulo, de provocación constante, para conquistar, para lograr otra, más prolongada aún, la de la Gloria eterna.

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Domingo V de Pascua (B)

(Hch 9,26-31; 1 Jn 3,18-24; Jn 15,1-8)

NUESTRA VINCULACIÓN CON CRISTO RESUCITADO

Hermanos... El Domingo anterior contemplábamos el Misterio redentor como un verdadero "mandato" condicionado, dado por el Padre al Hijo; y, a la luz de esto, atisbábamos qué somos por nuestra vinculación óntica con Cristo los hombres todos, y cuál debe ser nuestro comportamiento para con El: el de un seguimiento suyo al máximum, al menos con el deseo.

Con relación a esto, la Liturgia nos invita a considerar hoy: los diversos grados posibles de nuestra vinculación con Cristo; el porqué de la conveniencia de la máxima vinculación con El, y cómo llevar a cabo ésta.

HOMILÍA

1. Sumario

Lo de ayer lo hemos recordado al principio. Fue contemplar el Misterio de la muerte de Cristo como un "mandato" dado por el Padre al Hijo y aceptado gustosamente por Este con vistas a que, de todo cuanto le iba a ser dado por la Encarnación, nada se perdiera o se frustrara. De esto sacábamos lo mucho que podemos y debemos valorarnos los hombres en cuanto miembros de Cristo sobre todo, y el deber que nos incumbe de un seguimiento suyo el más perfecto posible...

La Liturgia de hoy nos invita a advertir los diversos grados de vinculación que puede tener un hombre con Cristo; la conveniencia de optar por el máximo de todos; y cómo hacer esto.

2. Grados de nuestra vinculación con Cristo

Podemos vislumbrarlos tomando pie de la triple clase de sar­mientos en una vid cualquiera, a la que Jesús hoy se compara: Sarmientos unidos a ella y con savia; sarmientos unidos, pero sin savia, y sarmientos secos, cortados o separados de ella...

Los primeros —los adheridos a la vid y con savia— representan a los hombre miembros de Cristo por creación o designio de Dios y que se adhieren a El, por propia decisión, con entusiasmo. Los

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segundos (los adheridos a la vid, pero sin savia) representan a los hombres que, conociendo suficientemente a Cristo, no aceptan pasar a ser miembros de El. Y los terceros (los sarmientos amputados o separados ya de la vid) representan a aquellos otros hombres que, no habiendo querido aceptar a Cristo en vida, al sobrevenirles la muerte, se quedan así, separados de El, del todo, sin el ser de Cristo, que en ellos había, para siempre...

3. La importancia de afianzarnos en Cristo y permanecer en £1

Es grande, por varias razones:

— Porque la separación de El, en el tiempo, puede llevarnos a la separación eterna: a cesar de ser miembros suyos del todo y despo­seídos de sus bienes para siempre.

— Porque, como nos dice San Pedro, no se nos ha dado otro nombre en el que podamos salvarnos.

— Porque, según el mismo Cristo, "sólo el que permanece en El da fruto abundante".

— Y, finalmente, porque, como el mismo Cristo también nos ha dicho, sólo nos oirá el Padre, cuando oremos, si a El estamos vincu­lados.

4. La vinculación con Cristo en nosotros

Nos afianzamos en El como se conserva toda vida (la vegetativa, la sensitiva, la racional): defendiéndola de todos los peligros o ase­chanzas, y alimentándola como es debido. En nuestro caso; con la escucha de la Palabra de Dios; con la reflexión sobre ella como hacía, sabemos, la Virgen; con la oración individual y la comunitaria; con el culto y la recepción de los Sacramentos...

5. Conclusión

Lo más excelso que hay en nosotros es nuestro ser de miembros de Cristo, una especie de energía, tendente a El, si no la frenamos.

Hemos visto hoy los distintos grados de vinculación con El que, en nosotros, pueden darse.

De todo esto debemos asimilar que el ser de Cristo, que hay en nosotros por la acción creadora de Dios, si no lo hacemos nuestro como seres libres aceptándolo a tiempo, como todo lo creado o temporal, acabará en nosotros un día con la muerte, y, en vez de tener lo que con él hubiéramos logrado —la inmortalidad en el

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bien— nos quedará para siempre lo exclusivo nuestro —la inmorta­lidad, pero en la frustración o en el mal—. Hagamos que prevalezca la unión con Cristo.

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Domingo VI de Pascua (B)

(Hch 10,25-26.34-35.44-48; 1 Jn 4,7-10; Jn 15,9-17)

EL ANHELO DE CRISTO HACIA EL QUE NO CREE

Hermanos... Recordemos el comienzo de la Homilía del pasado Domingo: Toda asamblea tiene dos partes: la de las Lecturas para nuestro progresivo avance en el conocimiento de la fe y la de la Eucaristía para nuestro encuentro con el Señor.

Nada tan apto para vincularnos con Cristo, que dijo ser la "Luz del mundo ", como bañarnos en su luz o hacernos conocedores del Mismo. Intentemos esto último una vez más.

HOMILÍA

1. Sumario

Las lecturas nos ofrecen lo siguiente: Los deseos de Cristo res­pecto de los aún no creyentes; lo llevado a cabo por El para que empezaran a germinar en la Iglesia esos deseos; y lo que nosotros debemos hacer a este mismo respecto.

2. Los deseos de Cristo respecto de los no creyentes

Son los que nos decía el otro día el Evangelio: que no haya sarmientos sin savia; que no haya miembros, adheridos a su Cuerpo místico, sólo de un modo inconsciente; que todos sepan que son, por designio del Padre, miembros de El y lo acepten; y, como hoy se nos ha dicho, que queramos permanecer en el amor al Mismo para siempre.

3. La acción de Cristo florece en su Iglesia Lo tenemos bien de relieve, en lo que nos relata el libro de Los

Hechos, del que está tomada hoy la 1.a Lectura.

En lo anterior a ella se nos dice quién era Cornelio: un centurión pagano, temeroso de Dios, y con grandes deseos de saber qué debía hacer para salvarse. A este hombre, el Señor le dice que vaya a estar con Pedro, que está orando en Jaffa...

Al acabar su oración, Pedro siente hambre; el Señor le muestra un gran lienzo, suspendido, por los dos lados, del cielo, lleno de toda

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clase de animales, —puros e inmundos según la manera de hablar judía—, y le dice: "Mata y come de lo que quieras". Pedro se apre­sura a decir que no va a caer en la tentación; que no comerá nada impuro. Y el Señor le advierte: "Lo que yo he hecho, no lo llames tú impuro", ni nadie; todo es puro en las cosas y en las personas; lo impuro, si acaso, está en el interior de éstas...

Pedro va a casa de Cornelio y ve cómo el Espíritu Santo se derrama sobre sus moradores, como un día, en el Cenáculo, sobre los Apóstoles; y, naturalmente no vacila en bautizarlos e incorporar­los al cuerpo de Cristo, a todos sin más requisitos...

Tal fue el segundo paso, dado por Cristo, para realizar sus deseos de que todos —judíos y gentiles— entraran en la Iglesia.

4. Nuestros deberes respecto de Cristo

El primero de todos, alegrarnos de que sean muchos los que quieran pertenecer a la Iglesia o porción consciente del Cuerpo de Cristo. Notemos lo que el Salmo responsorial nos ha dicho: "El Señor revela a todas las naciones su justicia".

El segundo deber nuestro es ser luz para todos y evitar cuanto pueda ser obstáculo para la incorporación de alguien a Cristo...

El tercer deber es el que rezuma de todo el Evangelio de hoy: el de acoger a todos los ya incorporados a Cristo con el más sincero afecto, vengan de donde vengan y hayan salido de donde sea.

5. Conclusión Compartamos el deseo de Cristo de que todos lleguen a la fe en

El. Llevémonos a nuestras casas este pensamiento, esta verdad, este hecho, para meditarlo primero allí más hondamente y hablar de esto con las personas que tratamos.

Todo hombre tiene deseos de saber. Hablemos con todos de nuestro Cristianismo, y nuestro Cristianismo consiste, en su base, en saber que todos, por creación, somos algo de Cristo, y que debemos aceptar voluntariamente serlo, porque en eso estribará el logro o no logro déla salvación eterna: "Al que tiene se le dará más y abundará; al que no tiene, por no haber querido tener, hasta lo que tiene (a la fuerza), le será arrebatado".

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Domingo VII de Pascua: Ascensión del Señor (B)

(Hch 1,1-11; Ef 1,17-23; Me 16,15-20)

LA ASCENSIÓN, SÍNTESIS DE LAS MANIFESTACIONES DE CRISTO

Hermanos... Decíamos el pasado Domingo que nuestra simpatía por la fe, o por nuestra vinculación con Cristo, debe llevarnos a hablar de ésta a todos porque a todos les afecta, y porque, a través de nosotros, es como pueden aprender los aún no creyentes que también ellos son, por designio de Dios creador, miembros de Cris­to.

Como el día de hoy —día de la Ascensión del Señor— ésta (su última aparición a los apóstoles) parece ser en su mente un compen­dio o resumen de todas sus anteriores apariciones, lo más fructuoso para nosotros, en la celebración presente, será hacer un resumen semejante de todo lo reflexionado, con ocasión de la gran fiesta de la Pascua, a lo largo de los Domingos anteriores.

HOMILÍA

1. Cristo resucitó

a) La realidad de la Resurrección

Pedro y Juan ^vieron y creyeron" al encontrarse con el sepulcro vacío, como les había dicho la Magdalena. La vida de Cristo resu­citado fue una vida real, superior a la presente, no fue un puro fantasear de los Apóstoles; esos testigos lo transmiten como algo real, aunque no al alcance de los sentidos; algo ocurrido en el tiempo y en la historia, pero por encima de éstos, como el misterio de la Encarnación.

La legitimación se encuentra en la palabra de Cristo: "A los tres días resucitaré".

Una ayuda para ver que es posible, nos la proporciona lo que sabemos, por la Ciencia, que ha ocurrido en otros órdenes: que hubo un día, cuando menos se esperaba, que de la materia inerte o sin vida brotó la vida vegetativa; que luego, en otro, surgió, del seno de la anterior, la animal o sensitiva; y por fin, en medio de ésta, otro día, la intelectiva o consciente, la nuestra. Si estos saltos se han

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dado, también es posible y hasta prcoable, este otro salto: el de una vida humana ya consciente a otra de adquisición de la máxima conciencia, como ocurrió en el cuerpo de Cristo resucitado.

b) Importancia de la Resurrección

A vista de lo que hizo Cristo para que creyera Tomás, paramos mientes en el empeño suyo grande para lograrlo. Y, con este motivo, pusimos de relieve la importancia dada por Cristo al hecho de su Resurrección y la que le dieron luego los evangelistas. El, anuncián­dolo reiteradamente; ellos, comenzando los relatos de la vida de Cristo, por el mismo.

c) Frente al Más Allá

El llegar Cristo a ponerse a comer en presencia de sus discípulos a fin de que no creyeran que se trataba de un fantasma, nos dio pie para advertir tres clases de hombres frente a la vida del más allá: los desasosegados e inquietos, como Unamuno: los malentendedores de dicha vida, como los mahometanos, y los afanosos de pruebas impo­sibles.

d) Dar la vida de Cristo

Al contemplar el misterio pascual desde lo Alto, desde el Padre (como un "mandato" que Este le había dado y El cumplido puntual­mente, —el de dar la vida por nosotros—) no pudimos menos de poner de relieve lo desacertados que andan todos los menosprecia-dores del hombre.

e) Vinculación a Cristo

A partir de la alegoría de la Vid y los sarmientos (de un cuerpo y sus miembros) vimos las tres clases de vinculación que podemos tener con Cristo, y lo mucho que nos importa no perder la subjetiva o elegida por nosotros para no quedarnos hasta sin la objetiva para siempre.

f) Oferta a todos

Lo hecho por Cristo para que el conocimiento de su obra, en que estriba la salvación, empezara a conocerse entre los paganos —Cornelio—, nos descubre que Dios ofrece a todos su Salvación.

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2. El fruto de su Ascensión

La Liturgia nos expone lo obtenido por Cristo, para sí en cuanto hombre, y para nosotros, en cuanto miembros personales suyos, con su Ascensión:

— Para sí obtuvo sentar su ser corporal-espiritual (su ser creado) a la derecha del Padre como una porción suya más en cuanto Hijo.

- Para nosotros, cosa semejante: el que, como miembros de El, podamos gozar un día de eso mismo de que ya goza su humana naturaleza, la que tomó de la Virgen, similar a la nuestra en todo.

Un himno litúrgico nos dice: "El Cielo ha comenzado, vosotros sois mi cosecha. El Padre ya os ha sentado conmigo a su derecha..."

3. Conclusión

No perdamos de vista esto último. Añadámoslo a lo de los días pasados, y de este modo clausuraremos con el máximo provecho esta gran jornada, que incoamos en la Noche de la Vigilia Pascual, y que hoy culmina en la Ascensión del Señor a los cielos.

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Vigilia de Pentecostés (B)

(Gn 11,1-9; Rm 8,22-27; Jn 7,37-39)

HECHO TRASCENDENTAL EN LA IGLESIA

Hermanos... Mañana vamos a conmemorar el hecho de más importancia para nosotros, después de la Encarnación, seguida de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios: el del envío, por el Padre y el Hijo, de su Espíritu a este mundo de Cristo y nuestro.

La Iglesia quiere que nos preparemos a conmemorarlo con esta Vigilia.

HOMILÍA

1. La existencia del Espíritu Lo primero que nos conviene advertir y dejar bien sentado, como

preparación a la fiesta de mañana, es la existencia del Espíritu con mayúscula, del Espíritu enviado, por el Padre y el Hijo resucitado, al mundo, para continuar y perpetuar en él su obra.

Conocemos la existencia del Espíritu, no por experiencia nuestra que podría engañarnos, sino por habernos hablado de El el mismo Cristo:

— "No os dejaré huérfanos. Rogaré al Padre y El os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre."

— "El Espíritu Santo, que el Padre os enviará en mi nombre, os lo enseñará todo", os hará comprenderlo todo.

— "No salgáis de Jerusalén; esperad la Promesa del Padre."

2. La misión del Espíritu

La misión del Espíritu es una misión muy semejante a la de nuestro propio espíritu individual o particular, el que tenemos cada uno.

Lo que éste realiza en nuestro organismo: vivificar nuestros miem­bros, coordinarlos y hacerles ir en pos de una meta común; eso es lo que, respecto del cuerpo social de Cristo, sobre todo en su porción consciente —la de los creyentes—, hace el Espíritu.

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Lo que sería nuestro cuerpo individual o personal si en él faltara nuestro espíritu o le impidiéramos el obrar nosotros, eso es lo que ha pasado y pasa, en la humanidad, cuando al Espíritu con mayúsculas no se le ha dejado o no se le deja actuar en la misma.

3. Consecuencias de rechazar al Espíritu

— Una, muy singular, fue la de Babel, a la que ha hecho referen­cia la 1.a Lectura: la de la confusión de lenguas, ocurrida allí como castigo dado por Dios a los hombres deseosos de alzarse contra El y vivir sólo y exclusivamente de su propio espíritu.

— Otro mal notable, causado por rechazar al Espíritu, fue el del cautiverio sufrido en Babilonia, por el pueblo judío, en castigo de sus pecados.

Así lo vieron los profetas; y así lo ve en general la Escritura cuando por ejemplo nos dice: "La justicia eleva a los pueblos; el pecado los hace míseros"-. "¿Quién resistió al Espíritu del Señor y tuvo paz?..."

Hoy, las mil guerras y terrorismos que pululan por todas partes son efecto de rechazar al Espíritu. Los hombres, al querer indepen­dizarnos del Espíritu general, del Espíritu universal —enviado por Dios para coordinar el cuerpo de Cristo—, caemos en la atomización y disgregación (en el egoismo) y, como consecuencia, en el antago­nismo: en la lucha de unos contra otros o de todos contra todos...

4. Conclusión

Advertidos los males que puede traernos, que nos está trayendo, el no poner las riendas de nuestro espíritu en manos del Espíritu con mayúscula —el del Padre y el Hijo—, cesemos en nuestra actitud. No nos hagamos sordos a la voz de Cristo que hoy, desde el Evan­gelio, nos grita: "El que tenga sed, venga a mí y beba". Del agua que mana de lo hondo de sus entrañas ya glorificadas, que es ese Espíritu, el que, en unión con el Padre, ha enviado, a este mundo suyo y nuestro, Jesucristo.

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Pentecostés (B) (Hch 2,1-11; 1 Co 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

NUESTRAS RELACIONES CON EL ESPÍRITU

Hermanos... A lo largo de los Domingos de Pascua hemos para­do mientes en el misterio de Cristo muerto y resucitado, base de nuestra fe. Pero no nos basta esto para creer.

La fe necesita un aliento superior al nuestro.

Cristo nos ha dejado ese Aliento con mayúscula en su Espíritu: que es nada menos que el suyo y del Padre, una de las tres Personas divinas.

Hoy conmemoramos en la Liturgia la venida del Espíritu a la Iglesia.

HOMILÍA

1. La acción positiva del Espíritu

Si el Espíritu está ausente de nosotros, sabemos los males que sobrevienen.

Su asistencia y acción, por el contrario, son decisivas para el bien. La presencia primera del Espíritu tuvo lugar en el comienzo de la Creación.

¿Qué era, en el principio, el Mundo antes de que sobre él se cerniera el Espíritu, y, como nos dice el Génesis, lo fecundara? Algo "confuso y vacío", algo sin vida, ni hermosura... Vino sobre él el Espíritu, y pasó a ser este "Cosmos", este Mundo lleno de vida y de belleza.

En este vasto y hermoso Universo tenemos un primer fruto de la intervención del Espíritu en el mundo...

— Otra de sus intervenciones más notables la tenemos en la Encarnación del Hijo.

¿Qué era la Virgen, pese a lo singular de ella, antes de la Encar­nación respecto de ésta? Una mera mujer, una criatura incapaz de producir, por sí, el fruto que produjo: Cristo. Pero vino sobre ella el Espíritu, la cubrió con su sombra, como dice el Evangelio, y de la Virgen brotó lo más inesperado: el Hijo de Dios hecho hombre.

22.— Año Litúrgico... 337

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Hoy celebramos otra notoria intervención del Espíritu: Pente­costés.

Antes de Pentecostés, ¿qué eran los Apóstoles? Unos hombres cobardes e ignorantes, que no osaban dar la cara por su Maestro. Mas, tan pronto se derramó sobre ellos el Espíritu, sabido es qué hicieron: "Llenar a Jerusalen con su doctrina", y después, al mundo entero, según frase de sus mismos enemigos...

2. El Espíritu hoy en nosotros

Está dispuesto a seguir haciendo lo mismos que hizo un día, en el mundo, en la Virgen, en los Apóstoles.

Tomando pie de la frase de Cristo, que compara el obrar de este Espíritu, al soplar del viento físico, los creyentes podríamos decir que nos asemejamos a un barco que puede ser movido echando mano de un motor, de unos remos y de unas velas.

El motor en el barco es la gracia —la energía de Cristo— que nos lega a través de la oración y de los Sacramentos.

Los remos, nuestras potencias en el orden sobrenatural: la fe, la esperanza y la caridad.

Y las velas, los dones del Espíritu, dones que, como el viento al barco, nos permiten bogar sin apenas trabajo o esfuerzo en medio de las dificultades...

Los cuatro primeros dones —el de sabiduría, el de consejo, el de entendimiento y el de ciencia— tienen un cometido, que podríamos llamar intelectual: el de facilitarnos el creer, el adherirnos a Cristo. Porque la fe no es de cosas evidentes, sino de cosas a veces demasia­do oscuras. Para creer hace falta un Aliento superior al humano.

Los otros tres —los referentes a la voluntad: el don de piedad, el don de fortaleza y el don de temor de Dios, se encaminan: el primero, a facilitarnos las relaciones con Dios y con nuestros semejantes; el segundo,a hacer que no se apoderen de nosotros las dificultades, a que no nos intimide lo arduo, lo difícil, y el tercero, a que no nos ganen la carne, el demonio y el mundo con sus halagos.

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3. Conclusión

Aún estamos a tiempo de hacer valer la ley del Espíritu.

La ignorancia o la apatía nos ha hecho vivir en la indigencia, en la pobreza, en la miseria moral.

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Podemos ser ricos con sólo utilizar las fuerzas que a disposición nuestra tenemos.

Pongámonos en manos del Espíritu. Dejémonos guiar por El —por sus siete dones— y el Espíritu hará en nosotros algo, al menos, de lo que hizo: primero en la Creación; luego, en la Virgen, y, por fin, en los Apóstoles.

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Santísima Trinidad (B)

(Dt 4.32-34.39-40; Rm 8,14-17; Mt 28,16-20)

EL DIOS DE NUESTRA FE: DIOS UNO Y TRINO

Hermanos... Después de haber recorrido, en la Liturgia, toda la vida de Cristo, desde su salida del seno del Padre hasta su regreso a El por la Ascensión, y haberle agradecido el pasado Domingo el don del Espíritu, puesto a nuestra disposición por Ambos —por el Padre y el Hijo—, la Iglesia nos invita a poner los ojos hoy en el Dios Uno y Trino.

HOMILÍA

1. Sumario

Tenemos que descubrir al Dios que nos presenta la Escritura:

— Un Dios que quiere ser conocido, así nos dice: "Buscad mi rostro"; "prefiero que tengáis conocimiento de mí a que me ofrezcáis holocaustos".

— Un Dios que se revela, nos dice: "Yo soy el que seré" (el que veréis si no cerráis los ojos a mi luz), y que, por lo mismo, no tolera ateos, ni idólatras o negadores suyos...

— Un Dios que a los creyentes nos exige ser irradiadores de su luz o anunciadores suyos...

2. Dios quiere ser reconocido Hay muchos que tratan de justificar su inapetencia mental di­

ciendo: "Lo que Dios quiere del hombre es el bien obrar", hay que decirles: En ese bien obrar, ¿no debe entrar también el afán de conocer a Dios? ¿No dice Cristo: "Esta es la vida eterna que todos me conozcan a mí y conozcan al Padre"?

Razón tenía Hegel al decir: "Dios no quiere espíritus estrechos, ni cabezas vacías en sus hijos; exige que se le conozca; quiere tener hijos cuyo espíritu sea pobre en sí, pero rico en el conocimiento de El".

A ciertos sacerdotes (del Antiguo Testamento) el Señor les dejó dicho: "Por haber infravalorado el conocimiento de Mí, yo os recha-

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zo: no os quiero para sacerdotes míos". ¿Cómo vais a ser mis anuiu ciadores si no os interesa el conocerme?

3. Un Dios que se revela

Se nos revela en la Creación y en la Biblia como el Poseedor del ser en plenitud; como el Ser cuyo centro o realidad se halla en todas partes (allí donde haya algo de ser por mínimo que sea) y su c i r cu í ferencia o limitación, en ninguna; como un ser ultrapersonal: como el Ser Uno y Trino.

Esto lo ha entendido la fe de la Iglesia de dos modos: o bien partiendo de la Unicidad del Ser divino, o bien a partir de la Trini, dad de Personas en El.

Los latinos hemos partido de lo primero (de la unicidad de la esencia divina), acentuando tanto su Unicidad que casi resulta ser ésta una cuarta Persona en Dios.

Los griegos han partido de la Trinidad de Personas o, mejor dicho, de la Persona del Padre, de quien procede el Hijo (como de la fuente el arroyo), y el Espíritu o la tercera Persona (como el remanso de la fuente y del arroyo), con lo que se llega a esto: que "la unidad y la mismidad de la esencia divina son conceptualmente la consecuencia de que el Padre comunique toda su esencia" (K. Rahner).

Dios, al mostrarse a nosotros, quiere ser aceptado como único Dios. Hay ateos... Pero hay muchos más idólatras. Quizá lo seamos nosotros mismos, los que estamos tomando parte en esta asamblea. Hace pensar esto lo que expresaba el autor de la película de Los diez Mandamientos: "Nosotros no nos arrodillamos ante un pájaro gi­gante de granito, o ante ídolos de madera con ojos de piedra; pero tenemos otros dioses que compiten con Dios. Nunca, quizá, nos habremos humillado ante el Becerro de oro, pero es muy posible que adoremos el dios Oro. Acaso jamás nos hayamos postrado ante la imagen del ídolo Hator, pero nos inclinamos ante la imagen grabada en la moneda. ¿Existe un hombre o una mujer que puedan afirmar honradamente que nunca han opuesto su ambición o su vanidad al amor de Dios?, ¿que no adoran más a la carne que a Dios?"

"Cuanto el hombre antepone a Dios —decía San Cipriano— lo convierte en su dios; todo vicio en el corazón es un ídolo en el altar."

4. Dios pide que seamos sus pregoneros

Debemos anunciar o irradiar lo que se nos ha dicho en la I a

Lectura: "¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación

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entre otras por medio de pruebas, signos, prodigios... como todo lo que el Señor Dios vuestro hizo en Egipto con vosotros, y después su Hijo en favor de todos?".

A todos les debemos decir también lo de la 2.a Lectura: Que "por Cristo somos todos hijos de Dios" sin distinción de credos ni razas.

A todos les debemos decir esto otro de San Juan: Que todos, ya desde ahora, podemos y debemos formar una Sociedad o Comuni­dad con ese mismo Dios, con su Hijo y con su Espíritu.

5. Conclusión

Que la celebración de hoy en honor de la Santísima Trinidad sea para nosotros algo que nos llene de alegría y de júbilo, y que nos dé fuerza para acrecentar y expandir por la Tierra esta Sociedad o "koinonía", que, merced a la fe, la esperanza y la caridad, nos une a los creyentes con el Padre Dios, con su Hijo y con su Espíritu.

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Corpus Christi (B)

(Ex 24,3-8; Hb 9,11-15; Me 14,12-16.22-26)

JESUCRISTO PRESIDE DESDE LA EUCARISTÍA

Hermanos... Celebramos hoy la fiesta del Corpus. De no muy lejana creación, más que como culminación de la vida terrena del Señor, debemos verla como el comienzo de su modo de estar, des­pués de su Ascensión, entre nosotros.

Esta fiesta viene a ser, en la Liturgia, la plasmación de aquella afirmación de Cristo: "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos ".

HOMILÍA

1. Sumario

De cuatro puntos va a constar la homilía o reflexión nuestra de hoy sobre esta fiesta:

— El puesto de este día en la Liturgia.

— Los antecedentes o piedras del gran puente, entre Cristo y nosotros, que es la Eucaristía.

— Cómo está Cristo en la Eucaristía.

— Y finalidad principal que hemos de tener siempre presente al acercarnos a ella...

2. El puesto de este día en la Liturgia Es ésta una fiesta relativamente reciente en la Liturgia.

Las de Pascua de Resurrección y Navidad fueron las primeras en aparecer en ella. Esta empezó a celebrarse, con gran solemnidad, en el siglo XIII, y viene a ser una prolongación de otra ya existente: la del Jueves Santo. Las Lecturas nos han hablado, como las del Jueves Santo, de dos alianzas —la mosaica y la cristiana— y de una doble sangre con que fueron selladas: la de un cordero-símbolo, sin man­cha ni defecto, y la de Cristo, el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo.

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3. Antecedentes de la institución de la Eucaristía

Fueron antecedentes de dos clases: inmediatos unos y otros leja­nos.

Los primeros los tenemos en la 3.a Lectura...

Los otros aparecen, principalmente, en el episodio de la multipli­cación de los panes y en el discurso del Pan de vida, ante el cual tienen lugar las diversas reacciones de los oyentes; unos lo rechazan, otros lo aceptan porque sólo Cristo tiene palabras de vida eterna...

4. £1 modo de estar Cristo en la Eucaristía

Cristo no nos lo aclaró. ¿Era una necesidad el hacerlo? La Iglesia griega no ha tenido esta preocupación. La latina, sí, por razón de sus luchas o discusiones con los protestantes.

Esta ha definido, en el Concilio de Trento (dieciséis siglos después de la institución de la Eucaristía), que Cristo está en ella "verdadera, real y sustancialmente". Con los dos primeros adverbios ha querido decir que no está sólo en apariencia, ni sólo de modo virtual, como el Sol por sus rayos en la Tierra, sino de modo real.

Con lo de estar "sustancialmente", quiso decir que está en lo más hondo de El —con lo que, en lenguaje aristotélico, se llamaba sus­tancia— y que hoy llamamos el "yo" o la persona.

Lo de "sustancia" ha dado pie, en la Liturgia, a expresiones como éstas: "Festividad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo", "Festividad de la preciosísima Sangre", "Festividad del Sagrado Corazón de Jesús"... Pero si la Eucaristía, en expresión de Cristo, es su "Cuerpo" —su Persona, pues para un judío decir cuerpo equivalía a decir persona— que se entrega por nosotros; y el cuerpo actual suyo —el que tiene ahora— es un cuerpo, no ya como el de antaño (de carne y sangre), sino el resucitado o espiritualizado, tenemos que darnos cuenta de lo anacrónico, que, como el vocablo "sustancia", resultan las denominaciones de las mencionadas festividades. Lo importante es la Persona total.

El antiguo Catecismo expresaba esto muy bien cuando, respecto de la adoración de la- Cruz, decía: "Cuando adoráis la Cruz: Adorá­rnoste, Cristo, y bendecírnoste que, por tu santa Cruz, redimiste al mundo". La Cruz no es el hito de nuestra adoración; el hito es Cristo. La Cruz, como objeto material, no es nada de cara a lo religioso. Como símbolo, sí, pues nos pone de relieve hasta dónde llegó "la entrega de Jesús": hasta dar su propia vida por nos-

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otros... Valoremos la Persona, no el traje, lo significado, no tanto el signo.

5. Finalidad de la Eucaristía Es el alimento o Pan de vida, prometido por Cristo, que hace

presente, hoy, su entrega por medio del pan y del vino. Ha logrado que su cuerpo nuevo que tiene y tendrá para siempre, su cuerpo resucitado, espiritualizado, nos prepare a los creyentes para la entre­ga como hizo El, sacrificándonos unos por otros, y para un mañana, como el suyo, el de una ventura eterna...

Nos corresponde vivir nuestra vida del presente, como El vivió su vida mortal, para poder con ello adquirir un día un cuerpo o ser como el de El, un cuerpo revestido del summum de sus posibilidades, capaz de vivir definitivamente y para siempre.

Acerquémonos hoy y siempre a la Eucaristía, y celebraremos cada día mejor esta gran fiesta del Corpus, recuerdo, como hemos dicho, de la entrega total de Cristo a nosotros.

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Tiempo ordinario

Domingo II del tiempo ordinario (B)

(Sm 3,30-10.19; 1 Co 6,13c-15a.l7-20; Jn 1,35-42)

JESÚS SE RODEA DE SEGUIDORES

Hermanos... En este Domingo comenzamos a recordar, o a revi­vir en la Liturgia, la vida pública del Señor.

Todo parte del momento en que Cristo fue aponerse al frente de un grupo de penitentes con el Bautismo en el Jordán.

Posteriormente El comienza su tarea rodeándose de discípulos y oyentes.

HOMILÍA

1. Los sinópticos y San Juan

Los Evangelios llamados "sinópticos" —el de San Mateo, el de San Marcos y el de San Lucas—, a continuación del bautismo del Señor en el Jordán, ponen su ida al monte de la Cuarentena... San Juan, que nos habla de este retiro del Señor, nos narra unos cuantos sucesos; entre ellos, el que acabamos de oír: el de invitar a seguirle a unos discípulos de Juan, que han oído a éste presentarlo como "cordero de Dios".

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Ellos se echaron a andar en pos de El, y, advirtiéndolo el Señor, se volvió y les dijo: "¿Qué buscáis?". Por no permanecer mudos del todo le dijeron: "Maestro, ¿dónde moras?". El les tomó la palabra y añadió: "Venid y vedlo"; y permanecieron con El todo aquel día.

2. Importancia de este hecho La importancia, dada por San Juan, a este hecho es manifiesta.

Ya sabéis lo que dice él: "Si se fuera a escribir todo lo que dijo e hizo Jesús no cabrían en el mundo los libros".

Fundamentalmente porque el Cristianismo no es una religión nueva ni una nueva moral, distinta de las demás —Religión y Moral son algo idéntico para todos, puesto que Dios y sus preceptos para todos los hombres son los mismos—; el Cristianismo es la adhesión mental, afectiva y efectiva de los creyentes, a Cristo, de cuantos se reconocen como hechos por Dios "con vistas a su Hijo" y quieren vivir en consonancia con esto.

Aceptar a Cristo como cabeza es lo esencial del cristiano, lo específico nuestro, en lo referente a Religión y Moral. Y es lo que, de alguna manera, nos pone Cristo de relieve hoy al incoar su vida pública del modo que hemos visto: rodeándose de simpatizantes, que eso fueron tan sólo al principio los Apóstoles.

3. El suceso y nosotros

La insinuación hecha por Jesús a Juan y Andrés es la que se nos hace a cuantos nos llega la noticia de la misma. Por la razón antes apuntada: porque todos, por creación o designio de Dios, estamos destinados a agruparnos en torno a El como Cabeza...

Sin reflexión y silencio es difícil oír la llamada de Dios, ni aun a través de Cristo. Hay que estar dentro de nosotros, y permanecer solos para oír esta llamada... El pasaje de la 1.a Lectura de hoy, a este propósito es oportuno: Samuel oye la voz de Dios en el silencio de la noche, en la soledad, en pleno retiro.

Nuestro silencio ha de ser interno además, un silencio consistente en lo que llama San Juan de la Cruz "tener la casa sosegada", porque ruidos son también, y más perturbadores que los externos, los internos, los de las pasiones extralimitadas en sus derechos o fuera de quicio. El espíritu no debe avasallar a la carne; pero menos aún la carne al espíritu. Todo puede y debe compaginarse para que no haya atropello de nadie...

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4. Conclusión

Cristo, a través de su invitación a aquellos dos discípulos del Bautista, nos invita a situarnos en torno a El a todos... Su invitación o llamada sigue resonando. El oírla o no, depende de si queremos evitar ruidos perturbadores, externos e internos... No contentos con oírla, secundémosla.

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Domingo III del tiempo ordinario (B) (Jon 3,1-5.10; 1 Co 7,29-31; Me 1,14-20)

EL MENSAJE DE CRISTO AL MUNDO

Hermanos... Hoy vamos a asistir, en la Liturgia, a lo que podría denominarse el Mensaje de El al mundo: su mensaje salvador.

Con este motivo vamos a parar mientes en el triple momento de toda celebración litúrgica respecto de la salvación.

HOMILÍA

1. El triple anuncio

En toda celebración litúrgica —conviene recordar esto de cuando en cuando— tienen lugar tres cosas, unas veces más claras, y otras menos claras:

1.a El anuncio general de la salvación; 2.a La salvación hecha realidad para todos en Cristo, y 3.a La salvación llegando hasta el hoy nuestro.

2. El anuncio de la salvación para todos

Quizá como nunca aparece hoy en la 1.a Lectura: Jonás es un personaje raro, no porque fuera un ser de carne y hueso, que pasara por todo lo que nos dice el autor de su libro (novela más que relato histórico), sino porque, dentro del pensamiento judío, viene a ser la planta más exótica.

Los judíos creían que Yavé —el Dios que les había sacado de Egipto— era sólo el Dios de ellos, y que, si ponía alguna vez los ojos en otros pueblos, era para darles castigos.

En un pueblo así —el menos universalista—, ¿cómo pudo surgir la figura literaria de Jonás?

La Escritura es obra de dos autores: Dios y el hombre. Dios que sugiere, que ilumina, que impulsa a escribir al hombre; y éste que se deja guiar o conducir por la inspiración de Dios.

Sólo, merced a esto, pudo darse, en el antiguo pueblo de Israel, una figura como la de Jonás, pregonera de la salvación universal o para todos.

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En el recuerdo, que de esta figura hoy nos hace la Liturgia, tenemos: el anuncio general de la salvación, que, de un modo u otro, aparece en toda celebración litúrgica.

3. La salvación hecha realidad en Cristo

Jonás es una figura y signo. Lo aclara el mismo Cristo, que de sí dijo ser más que Jonás; y en otra ocasión afirmó: "Como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de un cecáteo, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el sepulcro", del que saldrá victorioso, como el Anuncio viviente, hecho carne, de la sal­vación universal, constituida por Dios en El a favor de todos.

4. La salvación y nosotros

Este tercer punto nos lo señaliza hoy Cristo al decirnos: "Con­vertios y creed la Buena Noticia".

— "Convertirnos" equivale a cambiar de pensamiento en primer lugar. Aristóteles advirtió ya que un cambio de mentalidad no puede hacerse sin derramamiento de sangre; y esto se acentúa cuando dicho cambio conlleva lo que pedía San Remigio a C'lodoveo: que­mar lo adorado, y adorar lo antes quemado.

Convertirse es volver la espada a lo que antes colocábamos como principal ante nuestros ojos, y poner ante éstos lo que antes teníamos postergado o a la espalda. Es no estar anclados en el presente, como si fuera lo definitivo y único, sino flechados hacia el futuro, hacia donde está ya Cristo esperándonos, con el premio en las manos para dárnoslo.

— "Creer". Kierkegaard decía: "Creer no es una empresa como otra cualquiera, un calificativo más que se aplica al mismo individuo. Cuando uno se arriesga a creer se convierte en otro". No es sólo un añadido: es cambio total.

Creer es pasar, de simple miembro de Cristo por creación, a serlo además por propia aceptación o decisión; es pasar, de lo recibido o inerte, a lo asimilado o vitalizante, de lo que se poseía sin explotar a hacerlo riqueza propia.

5. Conclusión

La llamada a la salvación es una llamada a convertirnos y a creer.

Convertirnos es adoptar la forma de vida que nos corresponde llevar como miembros de Cristo, y empezar a ser otros; pasar, de

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miembros de El por creación, a miembros suyos por propia elección o aceptación, es algo nuevo que Dios deja a nuestro arbitrio.

Nuestro propósito de hoy es asimilar esa realidad, y realizarla con entereza y en plenitud.

Procuremos esto y, a la postre, la Salvación, anunciada a todos y realizada ya en Cristo, será un día la Salvación nuestra, la de todos.

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Domingo IV del tiempo ordinario (B) (Dt 18,15-20; 1 Co 7,32-35; Me 1,21-28)

AUTOPRESENTACION DE CRISTO COMO SALVADOR

Hermanos... Decíamos el otro día que, en toda celebración litúr­gica, son de advertir tres aspectos: el anuncio general de la salvación, universal para todos; la salvación, hecha realidad en Cristo; y la salvación llegando hasta nosotros, y llamando a nuestras puertas.

En la de hoy también podemos advertir fácilmente esto.

HOMILÍA

1. El anuncio general de la salvación

Lo tenemos en lo oído por Moisés a Dios, de la 1.a Lectura: "Yo 'Yavé', tu Dios, suscitaré en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él le oirás... Pondré en su boca mis palabras y les comunicará (a todos) cuanto yo le mande".

Este profeta, como Yavé, en cuanto Yavé, es decir, comunicador de la Salvación universal, es Jesús, de quien nos dice el Nuevo Testamento que se le impuso el nombre de Jesús "porque El iba a salvar al mundo de sus pecados".

2. Anuncio de salvación en Cristo

Que Cristo sea "Yavé" —Dios en cuanto Salvador— o la Salva­ción en su origen, y como manando de El, podemos captarlo advir­tiendo lo que en la 3.a Lectura dicen los de Cafarnaún: "¿Quién es Este que así habla, no como los escribas, sino como quien tiene la autoridad del mismo Yavé?". También en lo dicho a continuación por aquel poseso: "Te conozco, oh Jesús, sé quién eres: el Santo de Dios".

El mismo Jesús nos lo aclara más al expresarse, en el sermón de la Montaña, así: "Oísteis lo que se dijo a los antiguos sobre el homicidio, sobre el adulterio, sobre el juramento, sobre la ven^nn/n, sobre el amor al prójimo...; pero Yo, a mi vez, os digo..."

El que así habla, poniéndole contrapunto nada mcno.s que a lu misma Ley dada por Dios, ¿qué está haciendo? Dccliiniisc iy.u»l II El. De ahí el que apelaran después los judíos, para pnlii MI inurilr,

\S\

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a que se había hecho igual a Dios... Se hacía porque lo era y el mismo Yavé lo había atestiguado en el Jordán.

Es clara la personificación de la Salvación de Cristo. Cristo es el anunciado "Yavé" del Antiguo Testamento, el Salvador universal.

3. La salvación llegando hasta nosotros

Se hace eco de esto San Pablo en la 2.a Lectura; pero, es preciso aclarar la comparación que emplea: la del casado "que tiene el cora­zón dividido". Dividido lo podemos tener también los célibes; pero no se puede decir que el casado, por necesidad, lo tenga así. De poderse decir, habría que afirmar que el matrimonio no es un medio de perfección (un Sacramento), sino un obstáculo para ella o una remora.

El hombre, por ser un ser personal relacional, tiene que buscar su perfeccionamiento en la convivencia, en la vida de relación o de interrelación en dirección horizontal y vertical. El matrimonio, que hace de dos uno, cuando las cosas son lo que deben ser en él, se enriquecen mutuamente, pueden tener dos corazones, en vez de uno solo, para poder amar a Dios. Por tanto, es bien claro que no se puede —que no se debe— para ser exacto, hablar del corazón divi­dido en tal estado en cuanto tal. Igual aplicación para todo lo refe­rente a la mujer y su puesto en la Iglesia que aborda San Pablo.

Nadie se extrañe, reflejan la mentalidad y el grado de progreso concreto, plasmado en la Revelación. Todo lo referente al mundo, a la moral, al hombre, es y será siempre relativo. Sólo lo que dice relación a Dios mismo —a su Ser y a sus actividades esenciales— es absoluto, de una vez por siempre.

Lo absoluto revelado es lo referente al Ser de Dios (la Trinidad de personas, y la Encarnación de una de Estas, el Hijo); lo demás hay que enfocarlo o verlo todo a través del prisma de la evolución en marcha o en desarrollo incesante.

Por muy extraño que a alguno le parezca esto, así hay que acercarse a la Biblia —libro de hace tres mil años— para no autoen-gañarse y fanatizarse aferrándose a lo concreto y literal.

En suma: no basta coger la Biblia y leerla con fe cual Palabra de Dios. La fe debe ser racional, ha de estar guiada por el conocimiento, y éste no lo da la Biblia; lo da el saber mirar la Biblia como es debido: respeto, clarividencia y amor.

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4. Conclusión

Haber advertido, en la asamblea, el anuncio general de la salva­ción, es un primer paso, aún insuficiente.

Habernos dado cuenta de la realización o pleno cumplimiento del anuncio en Cristo, es también otro paso necesario.

Pero es preciso hacer que llegue esa salvación a nosotros. Con­vertirla en vida propia nuestra, abriéndole a la verdad, a la realidad de Cristo, el Salvador, las puertas de nuestra mente, de nuestro corazón, y de todo nuestro ser físico-psíquico, y el sobrenatural, que en nosotros puso Dios al crearnos.

Procuremos hacer esto y la Salvación, ya desde ahora mismo, será algo nuestro, de todos.

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Domingo V del tiempo ordinario (B) (Jb 7,1-4.6-7; 1 Co 9,16-19.22-23; Me 1,29-39)

CRISTO, MODELO DE ACTIVIDAD

Hermanos... Jesús comenzó a proclamar su mensaje por excelen­cia, el de "Convertios y creed la Buena Noticia", hecho por El con una autoridad paralela a la de Dios mismo.

Hoy lo vamos a contemplar en plena actividad salvadora: ofre­ciéndonos, con ello, un modelo para nuestra actividad.

HOMILÍA

1. Sumario

Las Lecturas de hoy son claras y coherentes:

La primera, con palabras de Job, nos ha insinuado que nuestra vida debe ser un heteroservicio, porque "los días del hombre, sobre la Tierra, son como los del jornalero", o del trabajador asalariado. La segunda nos ha puesto ante los ojos cómo se entregó San Pablo: con toda su alma y sin querer recompensa alguna, pese a tener derecho a ésta. Y la tercera nos ha relatado: lo que hizo la suegra de San Pedro, una vez desaparecida su fiebre: ponerse al servicio de Cristo, el que le había curado, y de los que le acompañaban; y lo que a Pedro le dijo el Señor, reparadas las fuerzas: "Vamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí, que para eso he venido".

Los puntos de nuestra reflexión van a ser éstos: 1.° Nuestra vida, como trabajo o actividad incesante; 2.° La meta de nuestro trabajo o esfuerzo, no tan sólo el beneficio personal o individual, sino el social o de todos, y 3.° Valoración de las profesiones.

2. La vida como actividad incesante

Así debemos verla y vivirla.

Del trabajo no hemos de prescindir nunca.

Es lo que perfecciona o abrillanta nuestra vida. Lo que al hierro, que si no se usa, se oxida y estropea, así le sucede a todo hombre que no trabaja en algo. Como el ave ha nacido para el vuelo, así el hombre para una actividad incesante.

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3. La meta y motor de nuestra actividad

No ha de ser sólo el lucro o beneficio personal, porque "no nos pertenecemos", porque somos todos miembros de un cuerpo único: en lo social o político, de la Nación o de la Patria; y, en lo sobrena­tural, del cuerpo místico de Cristo.

Trabajar, pues, para subsistir, sí; pero sin olvidarnos del subsistir de los demás. Así es como trabajan todos los miembros de nuestro propio cuerpo. No hay, en éste, ninguno que se desentienda de los demás.

Hoy y siempre, ¡cuántos a nuestro lado que no pueden valerse a sí mismos, que necesitan de alguien que les eche una mano, genero­samente, porque pagar ese servicio no pueden! Y esto, en el pueblo de la fraternidad, en el pueblo que se sabe y se siente y se gloría de ser "el cuerpo místico" o comunitario de Cristo...

Aquí se inscribe la cuestión del paro laboral. Igual que todos debemos prestar un servicio al necesitado que puede pagar, así cuan­tos tienen la posibilidad de dar trabajo deben darlo, aunque no necesiten esto con vistas a ellos. Porque "no nos pertenecemos", porque todos formamos un cuerpo general, en varios sentidos, y el mal de un miembro no tarda en convertirse en mal de todos, como en tantas áreas lo estamos viendo.

4. Valoración de las profesiones Toda profesión o trabajo merece consideración y respeto, cuando

significa un modo de realización personal digna y medio honroso de ganar el pan; digna es de encomio la del agricultor que nos propor­ciona el pan de cada día; y la del albañil que, junto con el arquitecto, nos facilitan una vivienda a quienes no sabemos construirla, ni tene­mos medios para ello. A la par el arquitecto y albañil porque es un error intolerable —una demagogia antisocial— el presentar como trabajador al sólo trabajador manual. ¡Como si las manos sirvieran para mucho si la inteligencia les falta! Obrero y arquitecto ambos son los que construyen, y ambos merecen el agradecimiento de quie­nes no hacemos ese trabajo, pero necesitamos de su servicio.

5. Conclusión

— Nuestra vida debe ser un trabajo o actividad incesante, mien­tras podamos hacer algo, para lograr una realización personal a todos los niveles.

— Debe ser un trabajo hecho, no sólo con vistus a ganar para nosotros algo, sino con vistas además a prestar un servicio a nuestros

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semejantes, miembros de una misma sociedad civil y de un cuerpo místico, el de Cristo.

— Y, en proporción de la importancia de ese servicio, han de ser valoradas las distintas profesiones, dentro del más sincero y exqui­sito respeto para todas, porque lo que importa es sobre todo cómo son ejercitadas, con qué ánimo o intención de servicio...

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Domingo VI del tiempo ordinario (B)

(Lv 13,1-2.44-46; 1 Co 10,31.11,1; Me 1,40-45)

LA CREACIÓN, BASE DE DESARROLLO

Hermanos... Hemos oído reiteradamente la invitación de Cristo: "Convertios y creed la Buena Noticia". Nuestra condición humana ha de asumir el hecho de sus fallos respecto de los deberes y compro­misos contraídos, respecto a motivaciones en el obrar, en la tarea de vivir con amor...

¿Por qué el pecado o mal moral, por qué nuestro obrar no de acuerdo con la razón siendo seres racionales? Esto, ¿puede ser supe­rado? ¿A qué acudir para lograrlo? He aquí algunos de los interro­gantes que se hace, a este respecto, todo el que piensa.

HOMILÍA

1. Las Lecturas

La 1.a y 2.a Lecturas de hoy vienen a ser dos círculos concéntri­cos. Ambas nos han hablado de lo mismo: de la lepra y de las prescripciones judías en torno a ella.

Como la lepra, entre los judíos, era el símbolo por excelencia del pecado o del mal moral, de ahí que las dos Lecturas nos impulsen, en último término: a reflexionar sobre este obrar irracional, que, cuando es hecho con intención de ofender a Dios o de atropellar su Ley, se llama "pecado".

2. El hecho del mal moral o de nuestro obrar irracional

Es un hecho innegable, algo que nos está constantemente acae­ciendo. Todos, sin excepción, buscamos el bien, la felicidad, la dicha; y, sin embargo, todos nos vamos en pos del mal muchas veces. Es evidente.

Si lo atribuimos a la defectibilidad, propia de toda criatura - a que, como el destino del mineral es a la postre desintegrarse, por duro que sea; el de la belleza de la flor, marchitarse; el del animal, morir; y el de la mente caer en las tinieblas, como el de la voluntad terminar rindiéndose ante la tentación si es persistente—, llegamos al fatalismo en el obrar mal.

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Serían correlativos la "finitud y culpabilidad" (Paul Ricoeur). Á tener que decir, como A. Camus, Dostoievski y tantos otros, que la Creación de Dios no es una creación suficientemente buena.

Como es absurdo pensar esto, de ahí la importancia y el aprecio que hemos de hacer de la Revelación, sobre todo del Nuevo Testa­mento, que nos proporciona la suficiente luz para no andar del todo a oscuras.

El Hombre no es el punto Omega de la Creación, ni el ser en que culmina todo lo sacado por Dios de la Nada... Es un ser ordenado a Otro superior a él, al Hijo de Dios que, en su decisión de hacerse hombre, incluyó la de ofrecérsele al hombre, —ser "defectible"— como Supercabeza en orden a que, con esto, tuviera resuelto el problema de su defectibilidad a nivel humano o de simple criatura.

Siendo todo esto, al parecer, lo proyectado por el Hijo de Dios, es de suponer que, de un modo o de otro, se lo hiciera vislumbrar al hombre primero, a la primera pareja humana, para que como ser libre, lo aceptara o no. El hombre no dio su consentimiento, no lo aceptó. Y en esto no pecó porque se trataba, no de un precepto o exigencia de su sei de "criatura", sino de una oferta: pero, de ahí, de no haberlo aceptado le vino su ruina o su caída en el mal moral, en el obrar irracional. Se le ofrecía engancharse a una red de corriente eléctrica continua, y él prefirió ser candil de aceite con combustible para un tiempo corto.

Esta es la mejor explicación del porqué del mal moral en la criatura humana o racional, que temporal y accidentalmente a todos nos sacude y nos vence ahora tantas veces, hasta tanto que Cristo pueda Ser para siempre y del todo, definitivamente, nuestra Cabe­za...

3. Conclusión

La conclusión para hoy surge de lo que al final nos ha dicho el Evangelio: Que Cristo "tenía que vivir en descampado y aún así todos acudían a El", poniéndole en peligro, porque sus enemigos —las autoridades religiosas de entonces— no podían tolerar que se presentase como Dios con sus signos y prodigios y querían eliminarlo precipitando el día por El elegido, el de dar su vida por todos...

El descampado entre nosotros hoy es de muy distinto signo. Se trata de la ignorancia y desconocimiento de Cristo por muchos, y, como consecuencia, el desconocimiento de sí mismos.

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Desterremos esa doble ignorancia y proporcionemos al mundo el doble conocimiento; contribuiremos del mejor modo a que los hombres de hoy —pese a todos los males existentes— se sientan a gusto en este mundo y le agradezcan a Dios el haberlo hecho para su hijo y para nosotros.

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Domingo VII del tiempo ordinario (B)

(Is 43,18-19.21-22.24b-25; 2 C o 1,18-122; M e 2,1-12)

DIOS Y SU PROCEDER CON NOSOTROS

Hermanos... Estamos acabando de pasar el puente que une la vida privada del Señor con su vida pública.

Al pasar este puente, la Liturgia nos ha ido poniendo ante los ojos muchos arcos, de otro similar —el de nuestra vida— arcos que hemos derribado, con nuestro obrar irracional, nosotros.

Ante este proceder nuestro, ¿qué ha hecho Dios siempre?, ¿qué viene haciendo?

HOMILÍA

1. Sumario

Después de haber introducido los hombres el mal en el mundo, más que por un defecto de nuestro ser óntico, por no haber querido aceptar lo que, como un bien mayor, se nos brindaba: ser miembros de un Ser superior a nosotros e Indefectible, ¿qué hizo Dios?, ¿qué sigue haciendo?

A estas preguntas nuestras de ahora les da una clara respuesta la Escritura: "Los dones de Dios son sin arrepentimiento". Lo que Dios otorga una vez, nunca lo retira... Sepamos el proceder de Dios con nosotros.

2. Prehistoria, protohistoria bíblica e historia

Después de haber dejado Dios, siglos y siglos —los de la prehis­toria, no bíblica y la protohistoria bíblica—, vagar a los hombres a su antojo, vueltos de espaldas a El los más, pese a estar favorecién­doles continuamente con el sucederse de las estaciones, y de ofrecer­les, a través de éstas, los mil beneficios necesarios para subsistir

viendo que este prodigio cotidiano nada les decía en orden al regreso a la Casa paterna, que habían abandonado— El mismo salió en busca de los pródigos: eligiendo a Noé, primero, como a un segundo Adán; de entre sus descendientes poniendo más tarde sus ojos en Abraham, a quien otorgó su amistad, y a quien hizo heredero de la "bendición" rehusada por Adán, para sí y para todos sus descendientes.

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Los descendientes de su hijo Isaac, y los de su nieto Jacob torna­ron a volverle la espalda: pero ¿los tuvo en olvido El? Recordemos lo que, en la 1.a Lectura, Dios, por uno de sus profetas, les decía: "Tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel; Yo, empero, borraba vuestros crímenes" para no tener que verlos.

He aquí, en síntesis, la conducta de Dios con los hombres de la protohistoria bíblica, y de esta historia...

3. Conducta de Cristo El paralítico —símbolo del pecador— cae en el mal (en la pará­

lisis moral); pero esto ¿le lleva a Cristo a dejarle en tal estado? Lo que hace es curarle, como hemos visto en el Evangelio de este día.

De ahí lo de San Pablo en la 2.a Lectura: "Cuantas promesas hizo Dios a su pueblo fueron un sí en Jesucristo".

4. Conducta de Dios con nosotros

Sigue siendo idéntica.

• Nos lo certifica o avala el mismo Cristo al dirigirse, el día de su Resurrección, a los Apóstoles, o enviados suyos a nosotros, en estos términos: "Recibid el Espíritu Santo. A aquellos, a quienes les per­donareis los pecados, les serán perdonados".

Es claro lo que, con San Pablo, afirmábamos al principio: que "los dones de Dios son sin arrepentimiento", que no tienen vuelta de hoja, que no son hoy un sí y mañana un no, que son dones para siempre a disposición nuestra.

5. Resumen y conclusión A pesar de rechazar sus propuestas, Dios no abandonó al hom­

bre, brindándole mil oportunidades para que recapacitara y volviera sobre sus pasos, desandando el mal camino. No contento con hablar por otros, envió al mundo su Hijo —la suprema Bendición de Dios— a salvarnos; al reiterarnos la misma oferta hecha al hombre primero y a sus descendientes, prosiguió la oferta de Dios. Acabó su periplo por la Tierra, dejando a los Apóstoles, como regalo de pascua, el poder de perdonar los pecados a cuantos de ellos se arrepienten.

Hemos de regocijarnos por la bondad divina y agradecerle a Dios esa bondad, como los que presenciaron "atónitos" la doble curación del paralítico —la corporal y la espiritual— obradas en él por Cristo.

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Es lo que, en el momento cumbre de la celebración, nos exhor­tará a hacer hoy la Liturgia con la antífona de Comunión: "Procla­mo, oh Dios, todas tus maravillas, me alegro y canto contigo, y toco en tu honor, oh Altísimo".

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Domingo VIH del tiempo ordinario (B) (Os l,14b-15b.l9-20; 2 Co 3,lb-6; Me 2,18-22)

UN SÍMBOLO DEL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES

Hermanos... El Domingo anterior nos puso ante los ojos el com­portamiento de Dios con los hombres de todos los tiempos: un comportamiento de suma bondad y generosidad.

Dispongámonos a ver reflejado tal comportamiento a través de un símbolo que van a ofrecernos las Lecturas de hoy, el del matri­monio mandado por Dios a Oseas...

HOMILÍA

1. El símbolo del amor que Dios nos tiene

En el paralítico del último Domingo, o mejor en su parálisis, veíamos un signo o símbolo de nuestra situación moral.

En el matrimonio de Oseas, del que nos habla la 1." Lectura de hoy, tenemos un nuevo símbolo; no nuestro en exclusiva, sino ade­más de Dios.

La mujer de Oseas es aquí símbolo de toda la humanidad; y Oseas, el símbolo de Dios mismo. Lo que a Oseas le pasó reiterada­mente con su mujer describe lo que acontece a Dios con la humani­dad, con todos nosotros; y lo que hizo Oseas con su esposa, es lo que sigue haciendo Dios con nosotros, pese a nuestra conducta. En la conducta de Oseas aparece un símbolo del amor de Dios a nosotros.

2. Por qué el amor de Dios a nosotros

El hombre no es una mera criatura de tantas, sacada por Dios del hoyo de la nada. Es un ser abierto a El, capaz de interrelacionarse con El, un ser en uno de cuyos componentes se encarnó o hizo hombre el Hijo del Creador,con vistas a ser, en lo sucesivo, Dios y Hombre simultáneamente y para siempre.

La creación —la del hombre, sobre todo— está presidida y orde­nada a ese gran suceso: la Encarnación; y, de ahí, el inmenso e infinito amor de Dios a la criatura-hombre, que ha llegado a ser, en Cristo, un hijo suyo más a través de El, o, como dice San Juan, su "hijito", el Benjamín de su Casa.

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II Evangelio de hoy nos llama a todos "amigos del esposo" (Cristo), nos mira como una porción de El, y afirma que no debemos ¡lyunar o andar entristecidos mientras le tengamos realmente entre nosotros visible o invisiblemente...

En suma: lo que hoy se nos recalca en la Liturgia es el amor de Dios al mundo y a nosotros, y el porqué de éste. Lo que hizo Cristo por todos fue cumplir el "mandato", no absoluto desde luego, pero sí condicionado, que le dio o impuso el Padre, mandato aceptado por El, y que consistió en comprometerse a dar su propia vida por nosotros...

3. Resumen y conclusión

— Hemos tenido ante los ojos una figura, o símbolo de Dios, en el comportamiento de Oseas, aceptando como esposa a una prosti­tuta y aguantándola luego como adúltera.

— Hemos visto el porqué de esa conducta o talante de Dios con nosotros: por ser más que meras criaturas, por ser hijos suyos a través de su Dios, que nos ha aceptado como miembros.

— Hemos oído cómo nos mira y considera a los creyentes el mismo Cristo y cómo nos llama: "Los amigos del Esposo" en sus bodas o desposorio con la naturaleza humana, que se consuma por la total entrega de Cristo a nosotros, sacrificando hasta su propia vida en favor nuestro. Lo que nos queda es tratar de aprovecharnos al máximum de esa entrega y que ella sea para nosotros el comienzo de nuestra victoria definitiva: el paso, de una adhesión inicial e imperfecta a Cristo, al de la adhesión plena y perfecta a El.

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Domingo IX del tiempo ordinario (B)

(Dt 5,12-15; 2 Co 4,6-11; Me 2,23-3,6)

UNA LUZ EN NUESTRO CAMINAR

Hermanos... Hemos hablado del trabajo como un heteroservicio, "porque no nos pertenecemos", decíamos, porque somos, o debemos ser, los unos para los otros.

Por no pertenecemos, desde una raíz aún más honda: por ser de Dios más que nuestros, debemos pensar en el culto al que está consagrado el día festivo principalmente.

HOMILÍA

1. "Guarda el sábado para santificarlo"

Las Lecturas nos recuerdan hoy la obligación de santificar el día festivo.

Esta obligación entraña dos cosas: la abstención, por una parte, del trabajo; y la dedicación de una parte del día al culto divino.

2. Grandeza y miseria de) trabajo

Todo trabajo, sin excluir el material o manual, es bueno. El trabajo es una de las fuentes más abundosas de nuestro perfecciona­miento. Como un instrumento que no se usa, termina por oxidarse; así el hombre, que no se ejercita en algo, acaba por no servir para nada.

El trabajo aleja del hombre los tres males mayores: el hastío, la necesidad o la miseria, y el vicio" (Voltaire).

Lo primero que Dios mandó al hombre, aun situándole al prin­cipio en un Paraíso, fue que lo cultivara y cuidara para hacerlo cada día más bello, más paraíso.

En todo lo que antecede estriba la grandeza del trabajo. Pero el trabajo tiene su miseria también, su posible rostro feo.

Cuando el hombre no levanta la cabeza para mirar al ciclo, cuando día tras día vive inclinado a la tierra sin otra mira que la de arrancar nuevos tesoros, hay peligro de que le ocurra lo que, se dice, haberles ocurrido a ciertos animales. "He leído —dice Tihamer

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Page 184: hernandez, justo - año liturgico

Toht— no sé de qué mina de Transilvania que los mulos que hacen el transporte de carbón, después del trabajo diario no suben, sino que allá abajo, en el seno de la Tierra, se les han construido establos y allí se quedan. Pero un día, pasado ya mucho tiempo, los sacaron a la luz del sol y notaron que, debido a la vida subterránea, todos se habían vuelto ciegos." (Los diez Mandamientos, t. I, c. 18.)

Para que no se crea esto cosa sólo de un creyente, recordemos lo de Gorki: "La materia inerte sale ennoblecida de la fábrica, mientras allí los hombres se envilecen". Se envilecen cuando se dedican sólo al trabajo material.

3. Sentido de guardar fiesta

Los judíos supervaloraron tanto este precepto que llegaron a hacer de él el primero de todos, y a considerar como prohibidas las cosas más insignificantes.

En la 3.a Lectura acusaban a los discípulos de Jesús de haber cogido unas espigas, al pasar por un sembrado; no porque esto fuera robar, puesto que la Ley se lo permitía, sino por haber realizado en sábado el cortarlas y desgranarlas.

No caemos hoy en estos excesos de cara a la abstención del trabajo; pero caemos en otros mayores, de cara a lo espiritual, al mirar la religiosidad como cosa secundaria de poca monta. Ello entraña, de entrada, el dejar sin cultivo en nosotros la parcela más fértil.

Si el adquirir unos bienes materiales de consumo, unos bienes de cultura, tiene gran importancia, porque, sin los primeros, apenas se puede vivir, y sin los segundo sólo se vive a medias, ¿de cuánta mayor importancia no será el capacitarnos más y más, mediante la asistencia a la asamblea litúrgica, para avivar nuestras relaciones con Dios, y mejorarlas...?

4. Conclusión

En la 2.a Lectura nos ha dicho el Apóstol: "El Dios que dijo 'brille la luz del seno de las tinieblas', la ha encendido en nuestros corazones, haciendo resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo".

Esta luz —la de la necesidad de afianzarnos en la religiosidad, que es vinculación con Dios y con Cristo— ha iluminado hoy fuer­temente nuestros rostros. Pero no podemos contentarnos con eso; no es sólo para nosotros. La luz es para iluminar. No nos quedemos con ella. Tratemos de que llegue a todos.

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Domingo X del tiempo ordinario (B) (Gn 3,9-15; 2 Co 4,13.5,1; M e 3,20-35)

NUESTRO SER SOBRENATURAL

Hermanos... En este tiempo ordinario la Liturgia se ocupa de recordar alguno de los misterios de Cristo ya celebrados, o bien de traer a nuestra mente alguno dé sus dichos o hechos que no tuvieron cabida en el Tiempo anterior.

Resulta oportuno lo que van a hacer hoy las Lecturas: ponernos ante los ojos el horizonte sobrenatural: el pasado, el presente y el futuro.

HOMILÍA

1. Nuestro pasado moral o sobrenatural

La preocupación por nuestro pasado —por nuestros orígenes morales— arranca naturalmente de nuestro presente, inexplicable sin él.

... Una experiencia de todos es que vemos el bien y lo aprobamos, pero que a menudo nos vamos tras del mal.

¿A qué se debe esto? Algo extraño ha debido pasarle a nuestra naturaleza racional cuando nos ocurre esto. Como algo raro le ocu­rre al ave que, teniendo alas, no las utiliza y se arrastra por la tierra; o al pez cuando se sale del agua. Podemos indagar a partir de tres estados o situaciones:

— El teológico o mítico empezó por hablarnos del descenso o caída en el mal de una primera pareja: la originaria y originante de todo el género humano. A ella se atribuye, en el Génesis, la tal caída, viéndola, más que como un hecho concreto o real, como algo etio-lógico, es decir, como un posible modo de explicar el hecho que el hombre, deseando siempre el bien, se vaya en pos del mal tantas veces.

San Pablo —es de notar a este propósito— así enfoca el pasaje genesíaco: como punto de comparación para hablar de la universa­lidad de la Redención.

— Desde el terreno filosófico: Paul Ricoeur titula uno de sus libros así Finitud y culpabilidad. Por ser finita, ¿tiene una criatura

24.—Año Litúrgico... 369

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racional que terminar, a la larga, en lo irracional? Puede terminar así, pero no creo que sea esto una necesidad. Finita era la Virgen, que, según todos, no incurrió en pecado alguno; y finitos siguen siendo los bienaventurados, y no han de pecar jamás.

— La explicación científica o positiva: Dando por buena la hi­pótesis de la Evolución, aplicada al hombre, en el supuesto de que nuestro inmediato origen fuera una materia organizada, procedente de un antropoide (de un ser no racional aún), ¿no podría ocurrir que esas caídas nuestras en lo irracional, a veces, se debieran, a algún peso o tara, a algo, no debidamente asimilado o superado por la porción nuestra racional? Tampoco parece que se deban a esto, porque, donde tiene asiento el mal moral, no es en la parte de nuestro cerebro, sino en la propia y exclusivamente nuestra, en la del neocortex, encargada de lo racional...

En suma: nuestro pasado es algo misterioso, algo casi del todo impenetrable...

2. Nuestro presente sobrenatural Este es más claro, desde la fe. El hombre, según el Nuevo Testa­

mento, no es un ser meramente caído en el mal, sino extraído ya de éste por Cristo Redentor, por Cristo Derrocador del Fuerte armado de su parábola de hoy, que ha hecho además lo del Buen Samarita-no: cargar con el herido, llevarlo, en su cabalgadura, a la posada o Casa de socorro (la Iglesia), y confiárselo a ésta para que cuide de él hasta su total restablecimiento o curación...

Tal es nuestro presente, mucho más risueño que el pasado.

3. Nuestro futuro

Nos lo bosqueja hoy el Apóstol así: "El que resucitó a Cristo Jesús, también, como a El, nos resucitará a nosotros; por lo cual no desmayamos, sino que, mientras nuestro hombre exterior se co­rrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día, sabiendo que, tras una tribulación pasajera y liviana, nos espera un inmenso e incalculable tesoro de gloria..."

4. Conclusión

El Apóstol nos ofrece las ideas que cierran esta reflexión:

"No nos fijemos, hermanos, en lo que se ve (en lo presente, en lo que hace en nosotros el envejecimiento y en lo que terminará por hacer o realizar la muerte, fin de lo presente); fijémonos en lo que no

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se ve (pero que, a través de la fe, podemos intuir: en el futuro que nos espera, según la promesa del Señor que resucitó a Jesús, de la que todos somos herederos como miembros de Este). Lo que se ve —todo eso que hemos dicho— es transitorio; lo que no se ve —lo que nos espera— es eterno": no acabará.

Como con gozo espera el centinela la aurora, esperemos nosotros nuestra ida a la casa paterna, "la no construida por hombres".

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Domingo XI del tiempo ordinario (B)

(Ez 17,22-24; 2 Co 5,6-11; Me 4,26-34)

LA VITALIDAD INTERNA Y EXTERNA DE LA FE

Hermanos... La Liturgia, en el último día nos hizo ver que, merced a la Redención de Cristo, obrada en favor de todos, el hombre actual ya no es el del camino de Jericó —el hombre molido a palos y semimuerto—, sino el socorrido, redimido y trasladado por Cristo a la Iglesia, donde tiene —tenemos todos— lo necesario para nuestro completo o total restablecimiento.

De la Iglesia o de la fe —pues no hay Iglesia donde no hay fe— nos van a hablar las Lecturas de hoy.

HOMILÍA

1. La vitalidad interna de la Iglesia

Nos la ha puesto de relieve Cristo al comparar la fe o la Iglesia con un hombre "que echa simiente en la tierra, y, mientras él duerme, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo".

Lo que pasa con una semilla así —que nace, crece y produce ella sola— eso es lo que viene a pasar con la fe o el anuncio del Evangelio en cada alma o en cada oyente. La Iglesia introduce en éste la Palabra de Cristo: ésta hace brotar la fe en él, —en su mente—; de la mente el creer baja al corazón; y, al calor de la mente y del corazón, producido por los rayos solares de la gracia, la fe, plena­mente arraigada y desarrollada, se convierte en árbol que da fruto, o en espiga cuajada de granos... Tal es, en síntesis, el proceso de la vitalidad interna de la fe.

2. La vitalidad externa de la Iglesia La Iglesia —ha proseguido Cristo— "se parece al grano de mos­

taza..."

Se nos pone de relieve con esto la fuerza expansiva de la fe, al exterior. La Iglesia ha crecido como ninguna otra sociedad...

Las aves de la parábola son un símbolo de las mentes humanas de todo tipo, cultas o menos cultas, de vuelos más o menos altos, que, en el correr de los tiempos, han optado por la Iglesia, como

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lugar para su reposo y para su nido. Karl Rahner ha podido decir con razón: "Todo cuanto de verdadero existe, o es algo que tiene tranquilamente sitio en la anchura de la existencia cristiana, aunque tal vez no haya sido cultivado por los cristianos de hecho, o es algo que se reconoce como momento de un cristianismo auténtico con sólo explorar éste más exactamente, más valerosamente, más pene­trantemente." Apliqúese a la liberación de toda opresión, a la justi­cia, al sentido de la sexualidad.

3. La tarea de la Iglesia en su historia

No faltan quienes dicen que la Iglesia ha fracasado, puesto que en sus casi dos mil años de existencia, no ha logrado transformar al mundo...

No es momento de enumerar sus evidentes logros. Sí, reconocer las limitaciones específicas:

Ya que la misión de la Iglesia, o del Cristianismo, no es cambiar a nadie a la fuerza, sino anunciar a todos la necesidad del cambio, dejando a cada uno, como ser libre y responsable de sus actos, el hacerlo o no.

Un cambio, impuesto a la fuerza, como el de los Estados totali­tarios, aunque parezca un mejoramiento cuando es hacia el bien, no lo es porque en él no se le facilita al hombre el obrar como ser libre.

La Iglesia se ocupa del hombre real, del hombre concreto: y éste es siempre, no el del fenotipo —el hombre mejorado— sino el del genotipo, con el que pasa lo del grano de trigo que, aun sembrado sin paja, siempre nace con ella, pues lo moral no se hereda, no se transmite. En suma, que la Iglesia tiene que empezar con todos casi desde cero. Sus dos mil años de existencia se reducen al momento presente.

Cuenta la responsabilidad personal, pues "de extirpar cada año un solo vicio pronto seríamos perfectos" (Kempis). Si tanto nos cuesta a todos el propio mejoramiento, ¿por qué olvidar esto al hablar del conjunto de hombres que se ponen en manos de la Igle­sia?

Se necesita ser dóciles a lo que predica o anuncia la Iglesia, de ahí que sólo unos pocos, los más heroicos, los que llamamos Santos, recibirán todo el posible influjo de ella. El resto, la inmensa mayoría, sólo a medias viviremos el cristianismo, siendo como el guijarro, siempre en el río, pero impenetrable al agua del mismo por culpa suya que no del agua.

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"En nuestras manos está el acelerar el día del Señor" (2 P 3,12). En la medida en que los hombres queramos ser dóciles a la fe,' seremos más moldeables; y en la medida en que seamos moldeables,1

podrá verse en nosotros la tarea de la fe realizada.

4. Resumen y conclusión

— Hemos hablado hoy de la vitalidad interna y externa de la fe y de la Iglesia, de la capacidad de ambas para mejorar y transformar a los hombres, a condición de que los hombres queramos mejorar­nos. La transformación del mundo depende de cada uno.

El propósito para el día de hoy nos lo ha brindado, desde el principio, la 1.a Lectura al decirnos: "Cortemos ramas del alto Ce­dro" —Cristo—, el iniciador de la fe; injertemos esas ramas en nosotros y en otros, en muchos, en cuantos nos sea factible; y así contribuiremos a ver poblado de "nobles cedros" —de auténticos cristianos— el mundo entero; éste quedaría transformado.

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Domingo XII del tiempo ordinario (B) (Jb 38,1.8-11; 2 Co 5,14-17; Me 4,35-40)

JESUCRISTO "INICIADOR DE LA FE"

Hermanos... La Liturgia del domingo anterior nos habló de la fuerza interna, y externa o expansiva de la fe; y de por qué ésta no nos transforma más a los creyentes: a causa de las resistencias que a ella le ofrecemos.

Este Domingo nos invita a poner los ojos en Cristo, además de "Iniciador y Consumador de la fe", Defensor de la misma en nos­otros.

HOMILÍA

1. Las lecturas de hoy

Vienen a empalmar los interrogantes de Dios a Job, en la 1.a

Lectura, que podrían parecemos un exabrupto:

"¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: hasta aquí llegarás y de aquí no pasaras...?"

Aparte de advertir lo lógico del empalme, admiremos su primor: ¡Qué imagen más bella, sobre todo, la del mar envuelto en niebla, como un niño entre pañales!

Paralela a ésta es la que nos ofrece la 3.a Lectura: la del mar, primero embravecido y poniendo espanto en el corazón de los Após­toles, y luego tendido a los pies de Cristo, obediente a su voz.

Lo que podemos deducir del episodio: no sólo que Cristo es el Poder viviente y personal de Dios, la Omnipotencia divina concen­trada y personificada, "el iniciador de la fe y el que la llevará un día a su consumación", sino que es además el Sustentador y Defensor de ella en los creyentes, en los que con El navegan, en tormentas simi­lares a la del Tiberíades.

2. Tres situaciones análogas en la navegación

La de los Apóstoles en el Tiberíades, la de las persecuciones romanas por las que estaban pasando los destinatarios del Evangelio

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de San Marcos, y la actual que atraviesa la fe sacudida violentamente por la posreligiosidad y el secularismo moderno.

Las dos primeras situaciones las tiene a la vista, indudablemente, el evangelista:

San Marcos, que como amanuense de San Pedro, dirigía su Evangelio a los que Pedro y Pablo estaban evangelizando, persegui­dos, ve en la escena histórica de la tempestad de Tiberíades un símbolo de la persecución por la que estaban atravesando los roma­nos. De ahí que a ambos grupos hace que el Señor les dirija idénticas palabras: "¿Por qué andáis tímidos?" Venía esto a ser tanto como decir a los romanos: Lo que Cristo, en carne mortal y pasible aún, pudo hacer en favor de los del Tiberíades, ¿no podrá hacerlo ahora, inmortal y glorioso, en favor de todos vosotros los de Roma...?

En cuanto a nosotros:

Como el Año litúrgico es una reiteración —una puesta de nuevo en escena de los dichos y hechos de Cristo con vistas al presente— se nos invita a pensar que, frente a la posreligiosidad y secularismo del mundo actual, Cristo nos dice a nosotros lo mismo: "No seáis tímidos".

Cristo quiere ayudarnos en el sostenimiento de la fe y de la religiosidad. La fe "es el comienzo y la raíz de la justificación", dice el Tridentino. "Sin la fe no se puede agradar a Dios", nos dice San Pablo; y Cristo quiere que todos sus miembros agrademos a Dios, que seamos, como El, religiosos, frente a toda clase de posmoderni­dades y secularismos. La religiosidad pertenece a la entraña del hombre, y perderla, o no cultivarla, es pasar a ser menos de lo que Dios espera de nosotros. Quien da una capacidad o aptitud para algo, quiere que se ponga en marcha. Acordaos de la parábola de los talentos...

3. Resumen y conclusión

— Decíamos al principio que la Liturgia nos invita hoy a poner los ojos en Cristo, no sólo como Iniciador y Consumador de la fe, sino como Sustentado'r y defensor además de la misma en nosotros.

— Hemos visto cómo San Marcos aplicó lo del Tiberíades a la situación de los cristianos perseguidos de Roma; también nosotros podemos aplicárnoslo, viendo, en Cristo, el Triunfador seguro de la posreligiosidad y del secularismo ateo...

Nuestro propósito principal de hoy, ¿cuál deberá ser? En confor­midad con lo que antecede, el de avivar nuestra confianza en Cristo.

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Pongámosla del todo en El y no sucumbiremos ante nuestro máximo peligro sobrenatural hoy: el de quedarnos sin religiosidad y sin fe.

La Eucaristía de hoy nos ayudará, una vez más, a afianzar en nosotros la confianza en Cristo.

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Domingo XIII del tiempo ordinario (B)

(Sb 1,13-15:2,23-25; 2 Co 8,7.9.13-15; Me 5,21-43)

POR EL MILAGRO A LA ADMIRACIÓN Y A LA FE

Hermanos... La Liturgia de los dos días anteriores nos ha habla­do: de la fuerza interna y externa o expansiva, de la fe; y de Cristo, no sólo Iniciador y consumador de la misma en nosotros, sino ade­más su Defensor o Consolidador.

La de hoy nos va aponer ante la vista cómo suscitó Cristo cierto día la fe en unos contemporáneos suyos: echando mano del milagro para causar en ellos admiración, y, desde ésta, impulsarles hasta la aceptación de El, o hasta la fe.

1. Sumario

Enunciemos el triple recorrido que haremos hoy todos: El porqué de la muerte en nosotros; el posible simbolismo de esa niña, muerta en el alborear de la vida en ella, y devuelta a la vida por Cristo; y si está a nuestro alcance el imitar la generosidad mostrada por Cristo, y cómo.

2. Razón de ser de la muerte en nosotros

— En nuestro ser, a nivel natural, descubriremos todos algo al exterior y algo en el interior. A lo primero lo denominamos cuerpo; a lo segundo, alma o espíritu.

Se diferencian en que el cuerpo es extenso, visible, compuesto de partes, y, por lo mismo, desintegrable o sujeto a la muerte...

El espíritu o alma es inextenso, no consta de partes, es invisible, capta —además de lo presente— el pasado, del que tiene un recuer­do, aunque el objeto que produjo ese impacto en él, haya desapare­cido, e incluso vislumbra un porvenir y se guía por él... Lo que lleva a cabo en nosotros estas últimas actividades, ¿es mortal; es inmortal? Por lo menos hay que reconocer que es algo que rebasa el tiempo, que se sitúa por encima de él, que tiene cierto aspecto de supratem-poral o de extratemporal al menos. ¿De eterno o para siempre? Respecto de esto no nos es dado afirmar nada con seguridad, por­que, una cosa es tener capacidad para la inmortalidad, y cosa distinta poseer, de derecho, ésta ya. Pero Dios, que nos ha dotado de espí­ritu, podemos pensar razonablemente que no ha querido nuestra

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muerte. Y de ahí el que hayamos oído a la 1.a Lectura que "Dios no hizo la muerte" para el hombre.

Por el Nuevo Testamento sabemos que el designio de Dios —lo que hizo, no sólo lo que proyectó— fue destinarnos a ser miembros de su hijo, que proyectaba hacerse hombre en Jesús de Nazaret, y que, llegado el momento, así lo realizó. En lo sobrenatural, por tanto, eso somos: lo que Dios ha querido que seamos, miembros de su Hijo, seres hechos con vistas a El y para El.

La consecuencia es lógica. Si Cristo, cabeza, resucitó y vive para siempre, ¿qué otro destino puede ser el nuestro más que una resu­rrección similar a la de El? Si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos como una porción que somos de El. Esto es lo que se desprende de nuestra fe, y esto nos dice la fe.

Razón y fe andan concordes al postular para nosotros la inmor­talidad o la superación de la muerte a través, según la fe, de una resurrección.

3. La niña muerta y resucitada por Cristo

Parece ser un doble símbolo de lo anteriormente dicho. Por la pujanza de vida en ella, se muestra como un símbolo de nuestro ser espiritual apto para la inmortalidad; y por la resurrección, obrada por Cristo en ella, un símbolo de esa misma inicial capacidad para la inmortalidad, elevada a realidad por la obra llevada a cabo en su favor por Cristo, mediante una resurrección de tipo corporal.

4. Imitar la generosidad de Cristo No puede consistir en hacer nosotros otro tanto: pero sí en hacer

algo similar:

— El alejar la miseria material o física de uno —la falta de techo y de alimento— es una generosidad que se constituye en un deber real para todos.

— El sacar a uno de la ignorancia, enseñándole gratuitamente, si se sabe más que él, es una generosidad que es un deber.

— El advertirle a otro, con discreción, que, por la pasión o por lo que sea, anda ciego ante un inminente peligro moral, es una generosidad que también, aunque costoso a veces, es un deber.

En variadas ocasiones nos es dado hacer lo que dice San Pablo: imitar la generosidad de Jesús.

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5. Conclusión

A nivel natural, vemos nuestro ser en una doble vertiente: exte­rior e interior; el ser o la naturaleza de esta segunda vertiente nuestra —la anterior— es de orden al menos extratemporal e, incluso, su-pratemporal o inmortal.

Según el Nuevo Testamento, por creación o designio de Dios, hemos sido elevados a un nivel sobrenatural, al haber sido ideados y hechos por El "con vistas a su Hijo" hecho hombre en Jesucristo, y por habernos aceptado Este como miembros personales suyos.

Hemos podido constatar cómo nos es dado imitar la generosidad de Cristo en la resurrrección de aquella niña: salvando a cuantos podamos de la miseria material, de la intelectual, y de la moral.

Tomemos la decisión de ayudar a los demás en serio, y el que fue generoso con aquella jovencita, muerta en el alborear de su existen­cia, lo será con nosotros cuando la nuestra, salvado su cénit y su ocaso, vaya a encontrarse con El, "el Iniciador y Consumador de nuestra fe".

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Domingo XIV del tiempo ordinario (B) (Ez 2,2-5; 2 Co 12,7-10; Me 6,1-6)

LA RESISTENCIA A CREER

Hermanos... Los Domingos anteriores nos han hablado: uno, de la vitalidad interna y externa o expansiva de la fe; otro, de Cristo como protector o defensor de la misma en nosotros; y el último, del camino hacia la fe: por el milagro, a la admiración, y, desde ésta, a la fe o aceptación del taumaturgo.

¿Tras esto? Hoy vamos a toparnos con lo más inesperado: la resistencia a creer en los hombres de todos los tiempos, y con la insistencia de Dios en hacer llegar su Palabra a todos los ámbitos...

HOMILÍA

1. Sumario

Las Lecturas nos hablan de la resistencia a creer de los hombres anteriores a Cristo; de esa misma resistencia en sus contemporáneos; y de la encontrada por el Apóstol, en los posteriores a Cristo.

2. Raíz de la resistencia a creer

Se atribuye a dos motivos: uno, mental o intelectual; y otro, moral o afectivo. A la escasez de luz en la fe, y a los sacrificios que el creer impone.

Lo primero es fácil de superar; lo segundo, más difícil.

Creer que Dios es una Trinidad y no una Persona única cuesta menos que creer que todos formamos una sola familia con la Trini­dad, un solo cuerpo con Cristo. Porque lo primero nos exige un mínimo sacrificio del entendimiento; en cambio, lo segundo, en se­guida se vislumbra que lleva consigo la necesidad de un magno esfuerzo, en la práctica sobre todo, pues supone renunciar a nuestros egoísmos para ponernos al servicio permanente de todos. Y ¿quién está dispuesto a servir y menos a todos? Si servir a dos señores, según el Evangelio, es imposible, ¿cuánta más dificultad no conlle­vará el servicio universal?

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3. La responsabilidad en la increencia

No hay que ir a buscarla sólo en el interior de los que no creen, en su entendimiento y voluntad, porque puede ser culpa de ellos solos; puede ser nuestra; y puede ser de ellos y de nosotros.

— El no creer puede ser culpa de ellos, y lo es, cuando, para no creer, se refugia en argumentos como el que apuntábamos —el de la escasa luz que proyecta la fe—; cuando, como uno de nuestros más conocidos agnósticos, se dice: "Yo estoy dispuesto a aceptar una Trascendencia —es decir, la existencia de Dios—, siempre que ésta se me pruebe sin ningún lugar a dudas" (Tierno Galván).

Que sea todo evidente y sin lugar a dudas no se da en ninguna ciencia, ni en la filosofía, ni en ninguna parte, ¿por qué exigirlo para creer?

Si el creer fuera sólo para ver, cabría pensar y obrar así; pero la fe es para la acción, para no tropezar al andar, y para esto es suficiente, no la luz a medio día, ni la auroral siquiera, basta la de la luna en la media noche. No es precisa la evidencia siempre y en toda materia.

— El no creer de otros puede ser por culpa nuestra. Si a los no creyentes en vez de ofrecerles el testimonio de una fe razonable, les hacemos ver que creemos cosas bobas o infantiles, ¿no les empuja­remos a dejar de creer? El Vaticano II denomina "velar" —oscurecer la fe— en vez de desvelarla, cuando no la vivimos y exponemos bien. Hemos de tener, pues, esto muy presente los creyentes a fin de que nuestra fe no sea un obstáculo para los que a la fe no han llegado aún en su carrera...

El no creer, de ateos y de agnósticos, puede ser por culpa de ellos y de nosotros, conjuntamente. Y este caso, que es sin duda el más frecuente, nos indica que es preciso un esfuerzo mutuo de compren­sión y respeto, de ayuda y disposición al diálogo abierto, sin apresu­radas descalificaciones y sin dogmatismos.

4. Conclusión

Tarea urgente nuestra es la de abrillantar nuestra fe intelectual y moralmente, el presentarla a los demás, con palabras y obras, de modo que todos puedan exclamar: ¿Por qué no voy yo a creer, a aceptar, lo que han creído tantos y tantos hombres, ilustres, por su virtud y por su talento, en todos los órdenes?

Animémonos a esto para que nuestro mundo se mejore, y puedan creer todos, que es lo que Cristo desea.

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Domingo XV del tiempo ordinario (B) (Ara 7,12-15; Ef 1,3-14; Me 6,7-13)

EMPEÑO DE DIOS EN HACERSE OÍR

Hermanos... La Liturgia del Domingo anterior nos puso de relie­ve la tendencia humana a la incredulidad, y la persistencia o el empeño de Dios en hacer que su Palabra resuene en todos los ám­bitos.

Nuestra reflexión de hoy versará sobre ese empeño de Dios en manifestarse a toda la Humanidad.

HOMILÍA

1. La enseñanza reiterada de la Liturgia

Se da un estrecho paralelismo entre las Lecturas de hoy y las del pasado Domingo; especialmente en las respectivas I." y 3." Los textos abundan en las mismas ideas aunque con personajes diferentes y en situaciones distintas —caso del Evangelio correspondiente. Lo que aparece es, de un lado, una incredulidad humana persistente; de otro, el empeño constante del Señor en hacer llegar a todos su Palabra.

Estas repeticiones —en plan de recapitulación— tienen una fina­lidad pedagógica: ayudar a retener lo importante. Nuestra retentiva necesita estímulos y medios para grabar más firmemente lo oído o aprendido. La repetición es el medio más elemental y primario y también el más eficaz. Según estudios científicos, la cantidad mayor de datos aprendidos se van de la memoria al poco tiempo de memo-rizarlos. Es preciso recopilar y repetir.

2. Empeño de Dios en que su Palabra resuene en todos los ámbitos

Siempre tenemos que hablar al modo humano; así decimos que siendo el hombre un ser libre o que ha de autodeterminarse él mismo, y tanta su lentitud en captar las cosas del espíritu —las que no le llegan a través de los sentidos—, Dios, como buen pedagogo, licué que armarse de paciencia con nosotros y no cansarse, como no se cansa una madre de enseñarle a andar a su pequeño hijilo.

Tan necesario como pueda ser el andar en lo humano, es lu le de cara a lo divino. "Sin la fe no se puede agradar a I )ios", nos dice San

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Pablo. Y el Tridentino añadió que la fe "es la raíz de la justificación" y el fundamento de toda edificación espiritual en nosotros.

La Palabra de Dios respecto de la fe —Dios nos lo dice en el Antiguo Testamento—, es como la lluvia o la nieve, que bajan de lo alto y no tornan allí vacías, como descendieron, sino que producen siempre algún fruto donde han caído.

En el caso de una resistencia humana obstinada a esa Palabra sigue siendo cierto lo anterior, puesto que, aunque no produce la salvación del oyente, éste no puede menos de reconocer el porqué: a causa de su falta de colaboración...

Un apoyo y confirmación de todo esto es lo que nos dice hoy San Pablo en la 2.a Lectura: que "todos, en Cristo, hemos sido elegidos por Dios, antes de la creación del mundo, para hijos suyos".

El que al propio Hijo, igual a El, le exigió, para crearnos, que había de llegar por nosotros hasta dar su propia vida, si un día desfallecíamos, está, con mayor razón, dispuesto a insistir en llamar­nos e invitarnos para que encontremos el camino hacia El

3. Conclusión

Todo lo podemos cifrar en prorrumpir en la exclamación oída a San Pablo: "¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que no se cansa de bendecirnos, en la persona de Cristo, con toda clase de bendiciones espirituales y corporales!"

Consagremos el resto de la celebración, y de este día, a impreg­narnos, hasta rebosar, de estos sentimientos del Apóstol y a obrar en consecuencia no queriendo ser sordos a las tan reiteradas llamadas divinas.

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Domingo XVI del tiempo ordinario (B) (Jr 23,1-6; Ef 2,13-18; Me 6,30-34)

EL COMPORTAMIENTO DE DIOS CON LOS ANUNCIADO­RES DE SU MENSAJE

Hermanos... Hemos visto los pasados días el empeño puesto por Dios —de antes y de ahora— constante, en orden a lograr que su Palabra resuene en todos los ámbitos.

Dando un paso más, en esta misma dirección o sentido, la Litur­gia de hoy nos invita a ver cómo se comporta Dios con sus anuncia­dores, que debemos serlo todos: sacerdotes ministeriales y no minis­teriales.

HOMILÍA

1. Un marco y un díptico

Las Lecturas de hoy nos presentan un marco o telón de fondo —la 2.a— y un díptico o cuadro en dos tablas la I." y 3.a

El telón de fondo es la situación actual del género humano des­pués de Cristo: ya no hay judíos y gentiles; se ha derribado el muro; todos somos pueblo de Dios igualmente...

El díptico lo constituye la conducta, observada por Dios, con quienes se esmeran en el anuncio de su Palabra, y con quienes no ponen ningún interés o muy escaso en esto.

2. Conducta de Dios con sus anunciadores

Es de notar las expresiones tan duras que dirige a los portadores de su mensaje que no toman a pecho esta tarea, o la realizan de cualquier modo: "¡ Ay de los pastores —dice— que dispersan y dejan perecer las ovejas! Yo os tomaré cuentas por la maldad de vuestras acciones!".

En cambio, notemos qué mimo, qué ternura, los empleados por El, de cara a los que ponen el mayor empeño en realizar bien esto: "Venid —les dice— a un lugar apartado y tranquilo donde podáis reposar un poco..."

El pecado mayor de un sacerdote es el poco esmero en el servicio de la Palabra en el anuncio del Mensaje, porque, con falta de esmero,

25.—Año Lilúreico... 385

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no sólo se hace mal a sí mismo, sino que se lo hace a todos aquellos a quienes llega la Palabra sin el impulso y calor humano con que debiera llegar... Si no es buena la Política o forma de gobierno que deja a los gobernados en el subdesarrollo mental, para mejor mane­jarlos y manipularlos, ¿cómo va a ser buena una Pastoral que no trate de sacar a los fieles del infantilismo en lo religioso, o bien por no molestarse el pastor en adoctrinarles, o lo que sería más grave, y casi inconcebible en él, para mejor explotar una religiosidad tabuís-tica e ignorante? Tan malo e innoble sería el proceder de este pastor como el del político que no pensara en el mejoramiento del pueblo, sino sólo en asegurarse su voto.

3. La historia y una anécdota

La historia es conocida de todos:

Los Apóstoles se descargaron de toda clase de ocupaciones y asuntos, desde el principio, para volcarse por entero al servicio de la Palabra y a la Oración. Y San Pablo le dio tanta importancia a la extensión del mensaje que, viendo que sus conciudadanos no lo valoraban, fue el primero en dejarlos y dirigirse a los gentiles por lo que le hemos oído hoy: que "había quedado derruido el muro" y el mensaje era para todos...

Una anécdota pequeña, pero de interés y oportunidad sin entrar a juzgarla...

Un feligrés me contó que cuantas veces oía a su párroco anunciar la Palabra de Dios en la Homilía, siempre veía detrás de él una gran Figura, la de Cristo. Me dijo: "No he hablado de ello con nadie, ni con mi mujer ni con mis hijos, porque me dirían que soy un visiona­rio; pero tengo que añadirle que he hecho multitud de pruebas, situándome en distintos puntos de la iglesia para detectar mi posible ilusión óptica; mas, desde todos, veo lo mismo".

No sé si su visión óptica será o no real u objetiva —si la imagen de Cristo allí se hará o no presente—, pero sí refleja y pone de manifiesto una realidad auténtica: que Cristo va en pos de sus envia­dos para otorgar impulso al mensaje esparcido por ellos y para hacer que se consolide.

Porque a quien trabaja Dios le ayuda, y más en este trabajo naturalmente, en el que nada es el que siembra ni el que riega, y que le ayuda tanto más cuanto mayor es el esfuerzo y esmero de aquel que siembra y riega.

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4. Conclusión

Dios se muestra interesado en la tarea de los anunciadores de su Palabra, anunciadores que debemos serlo todos; también Cristo apoyó y animó a los que un día envió en nombre suyo a predicar.

El significado, nítido y claro, del respaldo que Cristo da a sus colaboradores nos urge a cuidar la exposición de la Palabra de Dios y a escucharla.

— El Apóstol nos dice: "La Palabra de Dios es viva y eficaz, penetrante más que una espada de doble filo". Debemos introducirla dentro de nosotros para acabar con nuestros enemigos interiores, que son, sin duda, los más peligrosos.

— "La Palabra de Dios es una semilla, capaz de dar el ciento por uno", nos dice el Evangelio. Hemos de intentar extenderla para que a todos pueda proporcionarles beneficio tan grande, una cosecha del ciento por uno.

— "Bienaventurados los que oyen mi Palabra y la cumplen", nos dice Cristo. Nuestro supremo empeño debe ser éste: no obstacu­lizar en nostros su acción salvadora.

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Page 194: hernandez, justo - año liturgico

Domingo XVII del tiempo ordinario (B)

(2 R 4,42-44; Ef 4,1-6; Jn 6,1-15)

NUESTRA VINCULACIÓN CON CRISTO

Hermanos... La Liturgia, a partir de hoy, nos brinda la oportu­nidad de hacer unos Ejercicios espirituales largos con Cristo, sin salir de nuestro territorio, ni dejar nuestras ocupaciones diarias.

Dispongámonos a ver esto a través de las Lecturas, y a entrar "con gran ánimo y generosidad" en esos ejercicios.

HOMILÍA

1. Sumario La elección de la 1.a y 3.a Lecturas, con su rico paralelismo, son

un acierto.

En la 1.a se nos ha hablado de un hombre que llevaba en su alforja 20 panes de cebada y grano reciente... En la 3.a, de un mucha­cho que portaba cinco panes de cebada y dos peces. Así cada detalle guarda un exacto paralelismo.

Este paralelismo, tan extenso, y tan logrado por la Liturgia podrá recordarnos o acentuarnos que Cristo es el coronamiento de todas las esperanzas sembradas por Dios en el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento era la alborada; el Nuevo, el pleno día...

— Lo único, en lo anterior, sin parangón alguno es el gesto de Cristo, que no accede a lo que la muchedumbre deseaba —hacerle rey— y huye al monte El solo.

2. El rechazo de Cristo a ser proclamado rey

Porque era sólo una proclamación de "estómagos agradecidos", no de verdaderos creyentes: de admiradores de su humanidad, pero desconocedores de su Divinidad.

En algo, muy cercano a esto, tienen peligro de ir a dar los que hoy tratan de hacer, de la Cristología, una Jesuología, un tratado del Hombre-dios y no del Dios-hombre.

— A los que optan por ello se les queda en el aire, o sin enlazar con el resto, el primero de los misterios divinos, el de la Creación. Si

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Dios pensó en la Creación antes de la Encarnación, ¿qué razón de ser tiene la Creación? ¿Para qué un palacio, tan colosal, tan regio, para el hombre en cuanto mera criatura "defectible"?

— Se les queda a éstos en el olvido, lo más claro e importante de la revelación del Nuevo Testamento: que "todo ha sido hecho para el Logos, o Hijo de Dios hecho hombre, y nosotros también, y que, sin la vista puesta en El, Dios no ha hecho nada de cuanto ha hecho".

— En su forma de enfocar las cosas, la Creación les resulta, por necesidad, a éstos, una actividad divina hasta cierto punto frustrada, ya que viene a ser como el agua de una altísima montaña que, por falta de canalización, no puede ascender o volver hasta la altura de donde partió.

3. ¿El Jesús hombre o el Jesús de Nazaret?

Indudablemente que nos interesa o debe interesarnos a los cris­tianos. Es de interés para todos los hombres en general. Nadie tan hombre como El. Se puede decir con el Concilio: que "el que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace él a sí mismo más hombre". Pero ¿qué lograríamos con esto solo? Convertiros, a lo sumo, en unos Superhombres; pero, con ello no pasaríamos de meras criaturas defectibles; y el propósito del Hijo, hecho hombre, al olrccerse como Supercabeza nuestra, es auparnos, elevarnos hasta lo propio de II, hasta ser hijos de Dios.

En la 2.a Lectura se lo hemos oído a San Pablo: "Esta es la altura de la vocación a la que hemos sido llamados". De esto, principal­mente, hemos de percatarnos hoy.

4. Resumen

Para terminar hagamos lo del Evangelio: recojamos todos nues­tros fragmentos para que ninguno perezca:

— Hemos visto el porqué de un tan largo y acertado paralelismo como el de la 1.a y 3.a Lecturas: para darnos a entender que el Antiguo Testamento fue un amanecer y el Nuevo el Sol en su pleni­tud, es decir, Cristo eje y centro de todo.

— Y hemos visto por qué no quiso el que aquella gente le pro­clamara Rey, porque, al no ver en El más que un puro hombre, no le comprendían ni se comprendían ellos a sí mismos, pues se conten­taban con no ser más que hombres y El quería que advirtieran que, a través de El, podían ser hijos de Dios.

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Nuestra meta o hito de hoy es el que ha izado ante nuestros ojos, San Pablo, al hablarnos en la 2.a Lectura dé "altura de la vocación a la que hemos sido llamados".

Con Cristo podemos formar un solo cuerpo, una sola persona mística. Recordemos esto, asimilémoslo. Con ello nos será dado lograr lo que, en la primera oración, al Señor le hemos suplicado: el poder usar los bienes pasajeros y adherirnos al mismo tiempo a los eternos.

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Domingo XVIII del tiempo ordinario (B) (Ex 16,2-4.12; Ef 4,17-.20-24; Jn 6,24-35)

LO QUE DE NOSOTROS ESPERA EL PADRE

Hermanos... El Domingo anterior nos fijábamos en la invitación que Cristo nos hacía a sentirnos miembros suyos y coherederos con El en todo; y poníamos nuestro hito en advertir la altura de la vocación a la que hemos sido llamados.

Hoy vamos a hablar de lo que de nosotros espera el Padre: que creamos a su Enviado; de lo arduo o difícil de esta tarea; y de si hay relación entre fe y bienestar y entre fe e indigencia.

HOMILÍA

1. El trabajo de creer

¿Quién llama al creer "trabajo'? Lo acabamos de oír en el Evan­gelio: Cristo, que primero dice a los que le seguían ese día, "Me buscáis, no por los signos que en Mí habéis visto, sino por el pan y los peces de que os saciasteis". Y que, a continuación, añade: "Tra­bajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura y proporciona el vivir eterno".

¿A qué trabajo aludía El con esto? Lo hemos oído de sus labios: "El trabajo, que de vosotros espera el Padre, es que creáis en Mí".

— Pascal dejó dicho con tristeza, porque él era un auténtico cristiano: "El Cristianismo es una reunión de gentes que, mediante algunos Sacramentos, se sustraen al deber de amar a Dios".

— Chésterton, más cerca ya de nosotros, formulaba así esto mismo: "El fallo del Cristianismo se debe al hecho de que aún no se ha puesto en práctica".

— Solovieff decía a su vez: "La humanidad ha creído que, pro­fesando la divinidad de Cristo, se hallaba dispensada de tomar en serio sus palabras".

— Y Papini ponía en boca del supuesto Papa Celestino VI lo siguiente: "El Cristianismo hasta ahora ha sido más predicado que realizado: nombre más que sustancia; fachada más que edificio; enseña más que victoria".

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2. La dificultad de creer

El hombre, según la Antropología, es un ser de deseos, un ser hambriento de felicidad, de la que el placer constituye una parte tan importante, que Aristóteles llegó a decir: "Una vida sin placer es imposible", y Santa Teresa, al P. Jerónimo Gracián: "Déjeme tener este desaguadero (el de su afecto hacia él), que, por más que me diga, no pienso mudar el estilo que con él llevo".

Cuando irracionalmente al hombre se le predica una fe enemiga del placer: el hombre o se aparta de esa fe —contraria a lo más hondo de su ser y de sus tendencias ónticas— o, a lo sumo, se calla ante lo que oye, pero no lo toma en cuenta.

Margarita Yourcenar denuncia la mogigatería en lo sexual, car­gado de trasfondo grosero, en la mentalidad eclesiástica, cuando la sexualidad debe ser "una vida de acceso a Dios". Si todo Sacramento es un encuentro con Cristo, decir que el Matrimonio es un Sacra­mento, ¿a qué equivale si no a decir que la sexualidad es una de las vías más singulares para ese encuentro?

En síntesis: el hombre es constitutivamente un ser libidinal —tendente a la felicidad, de la que el placer constituye una parte notable—, un ser capaz de alzarse, como un todo o conjunto que es, de lo libidinal, por lo racional, a lo teologal o divino a relacionarse con Dios; pero ocurre que desconfía con razón de lo divino cuando se le presenta como no razonable, lo mismo que desconfía también de la misma razón, cuando ésta no asume en sí lo libidinal o instin­tivo. Porque en el todo, en el conjunto, está la verdad que es la realidad, no en las partes que son sólo partes.

En resumen: que una fe, que nos presente a Dios como enemigo del placer, es una fe que está buscando para sí no ser creída. No puede ser Dios un Ser que, con una mano nos ofrece algo, y en la otra tiene el castigo, por si lo cogemos.

Lo que nos pide y exige Dios respecto de todo placer es lo que nos pide respecto de cualquier otro bien: que no absoluticemos ninguno porque absolutizar uno solo es divinizarlo, parangonarlo con El, caer en una idolatría o suprema falsedad.

3. Relación entre bienestar y fe, y entre fe e indigencia

¿Es cierto lo de "Pan y Catecismo"? ¿Dónde reside el valor de la Teología de la liberación, de hoy?

— En el Evangelio tenemos una buena lupa para enjuiciar lo primero: Jesucristo dio de comer a aquellos hombres y se alejaron

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de El. No es, pues, del todo exacto lo de "Pan y Catecismo". El creer no está vinculado necesariamente al bienestar. Se puede creer en la riqueza y en la pobreza. Entre los que creyeron en Cristo, durante su apostolado, había pobres y ricos...

— ¿Lo acertado de la Teología de la liberación, de hoy? Se centra más que nada, en su anhelo de proporcionar pan a todos, prescidiendo de si van luego a creer o no los que no creen aún. La fe —en su núcleo más íntimo: la adhesión a Cristo— no tiene nada que ver con el tener o no tener. Uno puede no tener nada, hallarse en la suprema pobreza y decirle a Cristo, precisamente por eso, "eres mi Dios y mi todo", como San Francisco de Asís; o como Santa Teresa: "Tú solo me bastas..."

4. Resumen Respecto de Cristo, de nosotros espera el Padre: que creamos en

El. Esto es difícil porque, pensando contra razón y contra toda

lógica, nos hemos metido en la mente que Dios y el placer son dos polos opuestos e irreconciliables, cuando, en la unión de ambos, está la verdad y la luz.

Respecto de fe y bienestar, y de fe e indigencia, oslamos obligados a sumarnos en esto a la Teología de la liberación, es decir, a (acuitar a todos el comer, aunque, después de haber comido, muchos no vayan a la fe. Cuando multiplicó Cristo los panes y los peces, tam­poco tuvo esto en consideración El...

Nuestro anhelo último de hoy sea éste: repetirle al Señor lo que, conjuntamente, le hemos venido suplicando a lo largo de toda la pasada semana en la primera oración de la Liturgia: que nos conceda "servirnos de todos los bienes pasajeros de tal modo que nos sea dado, a la vez, adherirnos a los eternos".

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Domingo XIX del tiempo ordinario (B)

(1 R 19,4-8; Ef 4,30.5,2; Jn 6,41-52)

LOGRAR UNA FE PLENA

Hermanos... El Domingo anterior expuso el trabajo de creer o de adherirnos a Cristo totalmente que nos exige el Padre.

El de hoy nos va a decir qué es lo que necesitamos para lograr esto último: la perfecta fe o adhesión total a Cristo.

HOMILÍA

1. El necesario impulso del Padre

Cristo mismo es el que nos atestigua la necesidad de este impulso. "Nadie —dice— puede acercarse a mí si el Padre no le trae hacia mi .

Un doble caso, negativo y positivo, en que aparece esto. Caso negativo, el del Werther de Goethe que confesaba no sentirse atraído hacia Cristo, sino más bien repelido o rechazado por El; caso posi­tivo, el de Pedro, a quien dice el Señor, tras reconocerle como el Cristo: "No ha sido la carne y sangre lo que te ha hecho verme así, sino la revelación del Padre que está en el Cielo..."

Exacto, pues, que, como al Padre no se llega sino por el Hijo, a Este tampoco puede llegarse sin el impulso del Padre. Querer llegar por las propias fuerzas es exponernos a dar en lo de Unamuno, que se pasó la vida repitiendo "Quiero creer, quiero creer" (por mi propia cuenta), y, a la postre, no sabemos si acabó o no siendo creyente.

Para tener éxito es mejor repetirle al Señor, con insistencia: "Creo, Señor; pero ayúdame a superar mi incredulidad", esta incre­dulidad que, en todos, sigue a la fe un poco, como la sombra al cuerpo.

La fe es un don de Dios: para adquirirla hay que desearla y pedirla; para conservarla hay que protegerla, y para protegerla hay que contar con la ayuda de Aquél, de quien nos ha venido, que es el Padre que nos lleva hasta el Hijo...

2. La Eucaristía, vehículo para nuestra simbiosis con Cristo

El desarrollo de esto nos lo facilita la 2.a Lectura:

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Elias —hemos oído en ella— huyendo de Jezabel (símbolo de la incredulidad en su tiempo) iba a refugiarse en el Horeb..., cayó rendido a la sombra de una retama y no tardó en dormirse. Un ángel le dice: "Levántate, come y lograrás llegar al Horeb, al monte de Dios hacia el que caminas". Lo hizo, comió y logró su propósito...

En el pan, con que se alimentó y recobró fuerza Elias, podemos ver un símbolo del pan eucarístico, declarado como "manjar de los fuertes" por Cristo a San Agustín.

La entrega total de Cristo a nosotros, en la Eucaristía —entrega comparada por El: a la del pan que se deja consumir para que nos alimentemos—, nos pide a nosotros otra entrega semejante: la de nuestro ser a El sin reserva alguna.

Cuando se realiza esto por parte nuestra es cuando prende el injerto, cuando se logra de veras la simbiosis.

3. Nuestra colaboración con el injerto

Realizar lo de la 2.a Lectura: "Desterrar de nosotros la amargura (todo pesimismo enervante, como el que aquejaba a Elias persegui­do), la ira, los enfados, toda maldad". Cuanto de irracional o vicioso, podamos hallar en nosotros, hay que anularlo a fondo.

El olvidarnos de esto, al acercarnos a Cristo, es lo que hace ineficaz, en nosotros, la Eucaristía, lo que anula el injerto.

Antes se comulgaba poco porque la gente no se consideraba preparada para ello. Desde Pío X se aconsejó la Comunión frecuen­te; a ser posible, diaria, porque haciendo las cosas es como mejor se aprende a hacerlas. Hoy se faculta a hacerlo más de una vez al día, pero sacramentalización sin reflexión no conduce a nada. Hay que unir ambas cosas: reflexionar y comulgar porque ambas son un deseo de Cristo.

Prepararnos para, por encima de los ritos o sacramentos, llegar hasta el mismo Cristo, hasta su Persona, es lo que inlcnla facilitarnos la Liturgia con las Lecturas y la Homilía.

4. Resumen

Tres cosas son positivamente necesarias en orden a una fe o total adhesión a Cristo: Ser dóciles a la acción del Pudre que nos impulsa suavemente hacia su Hijo; aceptar la simbiosis o nuestro injerto en El, de la Eucaristía; y prepararnos lo posible para ésta a fin de que el injerto prenda.

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Hagamos, hermanos, estas tres cosas de hoy y conseguiremos que, en nosotros al menos no sea cierto que el Cristianismo "es nombre más que sustancia, fachada más que edificio, enseña más que victoria" (Papini).

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Domingo XX del tiempo ordinario (B) (Pr 9,1-6; Ef 5,15-20; Jn 6,51-59)

NECESIDAD DE TOMAR EL CUERPO DE CRISTO

Hermanos... El día pasado vimos que aceptar a Cristo es: no resistir el suave impulso del Padre en nosotros hacia El; entregarnos al mismo del todo, como El lo hace a nosotros en la Eucaristía, y acercarnos a ésta del modo más consciente o reflexivo posible.

La Liturgia nos vuelve a recordar hoy la entrega total de Cristo a nosotros.

HOMILÍA

1. El "cuándo" de la institución de la Eucaristía

Es sabido que Cristo la instituyó cuando estaba para partir de este mundo, el día antes de su Pasión y muerte. Escoge tal ocasión porque en la mente de El venía a ser su máximo alter ego, la única "representación de Cristo", la más exacta prolongación de lo que El había sido, viviendo en la tierra: "el hombre al servicio de todos".

Al Papa, obispos y sacerdotes se les dice representantes o vicarios de Cristo en sentido impropio; dice San Agustín: "Bautice Pedro o bautice Judas, quien bautiza es Cristo..." Actuando Cristo mismo, no precisa un representante, sólo un servidor ministerial. El Espíritu sí hace las veces de Cristo, sólo El.

A la Eucaristía se le daba el nombre que ahora se le da a la Iglesia: el de "cuerpo místico de Cristo". Místico quiere decir miste­rioso, enigmático, incomprensible. Esto, respecto de la Eucaristía es algo misterioso, algo que escapa a la penetración de los sentidos y de nuestra mente... La Iglesia, en cuanto conjunto de hombres que aceptan como Supercabeza a Cristo, ¿es acaso algo tan misterioso? ¿No se compara cualquier sociedad a un cuerpo?

2. El "cómo" de la total entrega de Cristo por la Eucaristía

Lo primero de notar sobre esto es que Cristo, pese a ser interro­gado, no quiso contestarlo nunca.

— Lo de la "transustanciación" de Lrento, ¿a quién le satisface hoy? Al que cierra los ojos y no quiere oír a la razón siendo el oírla el primer deber que Dios nos impone.

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— Con lo de la "transignificación" y la "transfinalización", de los modernos, nos ocurre lo mismo.

El Cristo de la Eucaristía es el Cristo actual, el Cristo resucitado, y, con el ser de Este, nada tiene que ver lo pasado, ya no existente en El, su cuerpo anterior y su sangre, de las que carece como resu­citado. Por ello nos ha de bastar con saber que está de modo perso­nal, con su Yo de ahora y de siempre, y todo lo demás sobra. Es claro que "no es una mala actitud la de la Iglesia ortodoxa, que, aunque cree firmemente, como nosotros, en la presencia de Cristo en la Eucaristía, no ha sentido nunca la necesidad de explicar cómo ocurre esto" (L. G. Carvajal)

3. Finalidad buscada por Cristo con la Eucaristía

Avivar en nosotros lo que somos, por creación: una energía tendente a El; hacer consciente y activa u operante, respecto de El, esa energía.

Puesto que somos, no uno, sino muchos, todos los integrados, por creación o designio de Dios, en El, otra finalidad de la Eucaris­tía, secundaria ciertamente, pero no menos importante, es la de estrechar nuestra vinculación de unos con otros como miembros de un mismo cuerpo...

4. Conclusión

Nada mejor, para el acostumbrado resumen, que volver los ojos a la 1.a Lectura. Nos ha dicho ésta: "La Sabiduría se ha edificado una casa; ha preparado una mesa o banquete, y a éste nos invita a todos a comer en él su pan y a beber su vino".

La Sabiduría es el Hijo de Dios. La casa, que para sí se ha hecho, es el cuerpo físico que tomó de la Virgen, elevado a su enésima potencia o posibilidad, en cuanto cuerpo, por la transformación que en él operó la Resurrección. Y el banquete, que a todos nos ofrece, es el de la Eucaristía en el que se nos entrega, en grado máximo.

Dichosos nosotros si captamos esta "entrega" y nos dejamos influenciar por ella. Nos haremos semejantes a Cristo en lo de ser, como El, "para todos".

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Domingo XXI del tiempo ordinario (B)

(Jos 24,l-2a.l5-17.18b; Ef 5,21-32; Jn 6,61-70)

CRISTO, MODELO DE MODELOS

Hermanos... La Liturgia, después de habernos trazado el camino hacia la perfección con palabras de Cristo, en las cuatro semanas anteriores, hoy va a ponernos ante los ojos unos cuantos ejemplos que nos estimulen a recorrer ese camino.

HOMILÍA

l. Triple modelo de fidelidad

Josué, el caudillo que después de Moisés se hizo cargo de la dirección del pueblo de Dios para conducirlo a la tierra prometida, reúne —nos ha dicho la 1.a Lectura— un día, en Siquén, a las doce tribus, a los ancianos, a los jueces y magistrados y les dice:

"Si no os parece bien servir al Señor, escoged ¡i quién servir: a los dioses, a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Eufrates, o a los dioses de los Amorreos en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor".

La propuesta es lógica. El hombre, de cara al Infinito a Dios, el Bien Sumo—, está forzado en cuanto inteligente, a elegir, a poner­se de su parte o en contra.

El no elegir, en un caso de obligatoriedad ya es una forma de decisión: una elección tácita de rechazo, Era, pues, muy lógica la propuesta hecha al pueblo por Josué.

Jesús, viendo que muchos de sus oyentes se alejaban de El, por haberles dicho que iba a darnos a comer su cuerpo, se dirige primero a éstos, con vistas a retenerlos, y les dice: No se trata de un comer material antropófago..., el Espíritu es quien da vida, la carne no sirve para nada: las palabras, que acabo de deciros, son espíritu y vida" (se han de entender espiritualmente, no a la letra). Y, luego, si-dirige a sus Apóstoles —representantes del nuevo pueblo de Dios y les dice: "¿También vosotros queréis abandonarme?" A esto Pedro contesta: "¡Señor!, si te dejamos a Ti, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna". Y todos, con él, optan por se^uii con Cristo, les cueste lo que les cueste, porque más que todo filo viile ln vida eterna, vinculada a este seguimiento...

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El tercer ejemplo es el propuesto por San Pablo, pero rectificán­dolo en algo: "El de la Iglesia, sometida a Cristo, como la mujer sometida a su marido en todo".

Una pequeña aclaración, obligada por la mentalidad propia de su tiempo, porque San Pablo ahí, en este ejemplo, no nos transmite revelación alguna de parte de Dios. Lo que hace es servirse de un ejemplo de vida que, en su tiempo, él y todos daban por normal.

Aunque la mujer no tiene que estar sometida al marido en todo, ni en nada, por ser ambos iguales como las dos ruedas de un vehí­culo, la Iglesia sí ha de estar sometida a Cristo en todo porque Cristo excede a la Iglesia infinitamente...

2. Nuestra sumisión a la Iglesia y a su Jerarquía

Es claro que no puede parangonarse con la sumisión a Dios o a Cristo porque la Jerarquía no es toda la Iglesia (que es la infalible), sino una porción magisterial a la que le incumbe el deber u oficio de enseñar; pero la Jerarquía puede errar, puede pecar, puede ir en un momento dado desacertada. Lo ha ido bastantes veces (aunque no haya sido hablando ex cathedra) apoyando lo que no debía y reprobando lo que luego ha aprobado. Y, en este caso, habrá que hacer lo que los hijos (aun no siendo autoridad en el hogar) tienen que hacer con sus padres cuando yerran: no callar, sino advertírselo respetuosamente...

No tenemos que escandalizarnos cuando un teólogo, un místico, un científico, un creyente cualquiera, más o menos cualificado, di­siente en algo de la Jerarquía. Puede llevar razón él. Ha ocurrido esto muchas veces. Recordemos el caso de Galileo frente a San Roberto Belarmino, el de Rosmini, el del P. Teilhard de Chardin y el de tantos.

Nos dice San Juan: que "El Espíritu sopla desde donde quiere" y nadie, y menos la Jerarquía, debe tratar de apagar su soplo. "Ser de la Iglesia y pertenecer a ella, en lo que concierne a la fe, no debe debilitar la voz de la conciencia" (Paul Chauchard).

3. Conclusión: Buscar nuestra meta

Cristo y sólo Cristo de modo absoluto y en todo. El y sólo El es "el camino, la verdad y la vida". Sólo El puede decir: "Nadie va al Padre si no es por mí".

Obremos en consecuencia.

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Seamos fieles a Cristo en todo de acuerdo con los modelos que hoy la Liturgia nos ha propuesto; el de Josué y las Doce Tribus; el de Pedro y los Apóstoles; el de la mujer antigua en todo sometida al esposo, y lograremos que esta convivencia, nuestro encuentro con Cristo de ahora, pase a ser un día una convivencia con el Mismo feliz y eterna.

401 26.—Año Litúrgico...

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Domingo XXII del tiempo ordinario (B) (Dt 4,1-2.6-8; St l,17-18,21b-22-27; Me 7,-l-8a.l4-15,21-23)

LA RELIGIOSIDAD EN PLENITUD

Hermanos... El Domingo anterior terminó lo que quiso ser un eco de aquellos otros días que los Apóstoles pasaron con Cristo, después de su primera misión, "en un lugar retirado y tranquilo".

Debemos avivar nosotros la religiosidad auténtica, de la que va a hablarnos hoy la 2.a Lectura, y que vamos a pedir en la primera oración de la Misa.

HOMILÍA

1. Cristo encuentra siempre oposición

Nos lo insinuó el pasado Domingo al hablarnos de aquellos que decían: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Y nos lo ha vuelto a poner ante los ojos el Evangelio de San Marcos hoy con algo semejante. La oposición a Cristo es una constante en su vida.

2. El porqué de la oposición a Cristo

Situemos este porqué en su entorno, primeramente:

Los judíos tenían una Ley admirable. "¿Qué nación {le hace decir a Moisés —dirigiéndose a sus contemporáneos— el redactor del Deuteronomio) tiene unos mandamientos y decretos tan justos...?".

"Le hace decir"porque, evidentemente, Moisés no hubiera podi­do hablar así, sabiendo que cinco de dichos preceptos estaban ya catalogados en el libro egipcio de Los Muertos en el que uno de éstos pretende defenderse en el juicio de Dios diciendo: "No he matado, no he robado, mi corazón no ha devorado (o codiciado), no he mentido, no he adulterado". Sabía además Moisés que el primero de los Mandamientos —el referente a la unicidad del Ser divino—, había tratado de implantarlo, en su país, Akenaton, uno de los reyes de Egipto.

No es, pues, exacto que se le pueda aplicar a Moisés lo dicho.

Dejando lo periférico; vayamos al meollo del texto, a lo que, a propósito del mismo, Cristo les echó en cara a sus contradictores:

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Que recubrían esta gran Ley, con leyes menores y añadidos, que la desvirtuaban y dejaban sin efecto.

Uno de esos "añadidos", recordado hoy por San Marcos es el de no comer sin antes lavarse escrupulosamente y a fondo las manos, que se refleja en lo que le objetan a Cristo: "¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los mayores?", ¿por qué antes de comer no se lavan las manos?

Ya lo hemos visto. Cristo lamentó, primero la poca honradez o ética de ellos, recordándoles lo de Isaías: "Este pueblo me honra con los labios; pero su corazón está lejos de mí". Censuraba su carencia total de actitud religiosa auténtica. A continuación les dijo que de­bían dejarse de triquiñuelas como la del "corbán", para eludir el cumplimiento del "Honrar padre y madre" y, por fin, descendió al no lavarse a fondo las manos, antes de comer y, con la vista puesta en lo que es la auténtica actitud religiosa, les dijo: "Lo que mancha al hombre no es lo de fuera; es lo de dentro".

3. En torno a la religiosidad auténtica

"Si alguno se considera religioso por no quedarse corto en pala­bras (porque el nombre de Dios no se le cae de los labios, porque lo emplea para todo), ese tal se engaña porque practica una religiosidad vacía". Son palabras clarificadoras de Santiago 2." Lectura.

La religiosidad no vacía es la que estriba en una actitud reveren­cial de cara a Dios, y sobre todo de servicio al prójimo.

"La religión pura y sin mancha —así termina Santiago— estriba en mirar por los huérfanos y las viudas, y no dejarnos contaminar por el mal en nada", es decir, por la injusticia de cara a los hombres.

En esto Santiago no hace más que hacerse eco de lo dicho por Dios a través de los profetas. Recordemos algunos de esos pasajes:

Amos pone en boca de Yavé estas palabras: "Yo aborrezco y desecho vuestras festividades... Cuando vosotros me presentáis vues­tros holocaustos y dones, aparto de ellos mi vista. Lejos de mí vuestros himnos y canciones" (5,21-24).

En Isaías leemos; "Cuando levantéis vuestras manos, yo apartaré mi vista de vosotros; y cuantas más oraciones me hiciereis, menos os escucharé. Lavaos, purificaos, cesad de obrar mal..., buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda" (Is 1,15-17).

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Y Miqueas nos dice: "¡Hombre! Lo que el Señor aguarda de ti es sencillamente esto: que obres el derecho, ames la bondad y fidelidad, y camines en temor reverencial ante tu Dios" (6,8).

De glorificarle, como es debido, a Dios, se encarga por nosotros su Hijo, que ha querido ser el Cabeza de todos; lo nuestro, lo pro­piamente nuestro, lo que a nosotros se nos confía es lo que acabamos de oír: el mirar por el prójimo y no exclusivamente por nosotros. En esto hemos de cifrar sobre todo nuestra religiosidad.

4. Resumen y conclusión

— Hemos visto que no le faltaron contradictores a Cristo y por qué.

— Hemos visto en qué cifraban muchas veces los judíos su reli­giosidad: en atenerse a tradiciones, carentes de espíritu, y hasta contrarias a la Ley.

— Y hemos visto, por fin, en qué ha de estribar nuestra religio­sidad auténtica: en una actitud reverencial de cara a Dios, y en un estar dispuestos a practicar la justicia y amparar los derechos de todos.

Fomentemos esta religiosidad en nosotros, y, a nuestra reiterada pregunta de hoy en el Salmo responsorial —"¡Señor! ¿Quién puede hospedarse en tu tienda?"—, a Cristo le oiremos responder un día así: "Venid, benditos de mi Padre", a instalaros en esa tienda que habéis anhelado y buscado con esfuerzo.

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Domingo XXIII del tiempo ordinario (B)

(Is 35,4-7a; St 2,1-5; Me 7,31-37)

SUPERAR INDIVIDUALISMOS Y SUBJETIVISMOS

Hermanos... El Domingo anterior nos habló de la verdadera piedad o religiosidad: de la religiosidad no hueca ni "vacía"...

El de hoy, después de ponernos de relieve lo singular de la Per­sona de Cristo —anunciada antes de hacer su entrada en este mun­do— y lo no menos singular de sus obras, nos va a insinuar el simbolismo de los que fueron objeto de su actividad y de la meta a la que todo esto debe llevarnos.

HOMILÍA

I. Lo singular de la Persona de Cristo y sus actividades Preámbulo: Los Evangelios, más que una rigurosa historia de

Cristo, de corte moderno, vienen a ser unas Florecillas, similares a las que nos cuentan la vida de San Francisco...

Estas Florecillas de Cristo —los Evangelios— son unas Floreci­llas singularísimas. Nos describen la Figura del Señor y sus activida­des, no sólo después de la aparición de El en el mundo, sino incluso antes de su llegada al mismo...

Que los Evangelios tengan mucho de "Florecillas" podemos verlo en su saltar de un tema a otro, a veces sin conexión alguna, y de un lugar geográfico a otro.

De ahí que, el pasado Domingo, en el Evangelio de San Marcos, nos encontráramos con Jesús en el mar de Galilea; luego, en Tiro; y hoy —dentro del mismo capítulo— en Galilea, a la que ha ido, atravesando la Decápolis, sin decírsenos cómo.

Unos saltos tan rápidos, o sin apenas nexo visible, nos insinúan que los Evangelios, que tienen efectivamente un fondo histórico, son a la vez unas Florecillas...

Que estas Florecillas sean singulares y únicas podemos advertirlo en su hacerse eco, no sólo de la vida de Cristo a partir de su naci­miento, sino antes de su llegada a él, pues fueron anunciadas, y, a veces con gran detalle, por los profetas y escritores del Antiguo Testamento.

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Anunciando lo que iba a hacer Cristo, la primera (la del Antiguo Testamento) nos ha dicho: "Se despegarán (llegado El) los ojos del ciego: los oídos del sordo se abrirán; saltará como un ciervo el cojo; la lengua del mudo cantará". Y la tercera —la de las Florecillas de Cristo— nos narra cómo Jesús curó a un sordomudo. Y así a otros enfermos...

Queda bien de manifiesto lo singular de la Persona de Cristo y sus actividades que nos esboza el Evangelio, libro literario con fondo histórico y profético.

2. El simbolismo del sordomudo sanado por Cristo.

Ese hombre es un símbolo de cuantos, frente a Dios, se compor­tan como sordos y mudos. Sordos respecto de su voz que nos llega del entorno —el cielo estrellado en la noche- y de nuestro interior, de la voz de nuestra conciencia. No siempre son culpables ante Dios...

Los creyentes, ateniéndonos, al hecho que goza de mejor proba­bilidad —ser fruto de un Creador amoroso—, nos sentimos obliga­dos a agradecerle lo que vemos dentro de nosotros, en torno nuestro, y lo que, en pos de esto, vislumbramos en el horizonte que es mucho mayor y por tanto más de agradecer.

Santo Tomás escribió muy bien: "El no prestar atención a Dios no constituye, de suyo, pecado; pero sí es fuente de pecado, cuando es consentido, mantenido por la libertad, y, sobre todo, cuando se toman decisiones y se actúa dentro de esa no atención a Dios".

3. Resumen y conclusión

— Hemos visto, a propósito de la Persona de Cristo y de sus actividades, lo singular de la misma y lo simbólico de éstas. Ya que, antes de haber sido realizadas por El, estuvieron anunciadas en el Antiguo Testamento. Y porque, además de realizarse en un sujeto material y concreto —el sordomudo— apuntan a otros muchos más, no menos reales y concretos: a los sordomudos espirituales o frente a Dios, necesitados de curación, que podrían dejar de serlo con sólo acercarse confiados a Cristo.

— Y hemos oído a Santo Tomás lo siguiente: Que el no prestar atención a Dios, en todo momento, no constituye desorden ni enfer­medad moral alguna; pero que puede constituirla cuando se hace habitual, cotidiano, y uno se decide a vivir la vida como si Dios no existiera. Cuando se renuncia a girar en torno de Dios o del Infinito, se termina por girar y caer en la Nada.

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Podemos concluir en concreto:

— Imitar a Cristo "que no hace acepción de personas", para ayudar, como El, a cuantos podamos en lo corporal y en lo espiri­tual.

— Imitar al sordomudo también, puesto que todos en algo lo somos, para no vacilar en llegarnos a Cristo y pedirle que nos cure de este gran mal de la sordera y de la mudez, que frente a Dios todos padecemos.

Vivamos en esta disposición, con este talante siempre, y lograre­mos una vida en plenitud en lo religioso.

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Domingo XXIV del tiempo ordinario (B)

(Is 50,5-9a; St 2,14-18; Me 8,27-35)

CONOCER Y SENTIR DE CARA A LA FE

Hermanos... Decíamos el Domingo anterior que el Año Litúrgi­co, como el Evangelio —del que es una reiteración—, vienen a ser, respecto de la vida de Cristo, unas Florecillas, como las de San Francisco, más que una biografía de corte moderno.

Unas Florecillas, leídas una o dos veces, nada nuevo ofrecen a nuestra inteligencia; pero siempre pueden brindar algo a nuestra capacidad de sentir, a nuestra sensibilidad.

HOMILÍA

1. Conocer y sentir

Conocer y sentir, o "el sentir humano y la intelección, no son dos actos numéricamente distintos, cada uno completo en su orden, sino que constituyen dos momentos de un solo acto de aprehensión sen-tiente de lo real" (Xavier Zubiri).

El "sentir", lo que llama él la aprehensión de los estímulos que parten de las cosas, presentes ante nosotros, es lo propio del animal, lo único que éste puede alcanzar. El captar, juntamente con esos estímulos, lo real de los mismos es lo propio de la inteligencia huma­na en cuanto inteligencia sentiente.

Conocer viene a ser (puesto que conocer viene de cognoscere y cognoscere de cogo: coger) atrapar una cosa con la mente y apretarla para sacarle el jugo. Un doble jugo, o doble luz, encerrada en ella: una mera luz (luz de Luna, sin calor), y una luz como la del Sol llena de calor y de energía, de estímulos.

El solo conocer en cuanto luz no nos satisface. Aspiramos a sentir, a palpar, a contactar con las cosas, para hacer nuestro todo el ser de ellas, todos los "estímulos", encerrados por el Creador en las mismas.

Lo emocional o sensitivo, sí nos interesa hacerlo, no una, sino mil veces, porque estas reiteraciones siempre pueden ofrecernos algo nuevo. De ahí el no cansarse los amantes, mientras perdura el amor en ellos, de estar juntos, aunque sea para decirse las mismas cosas...

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2. El fruto e interés en las Lecturas

No cabe duda que se habla en el terreno del sentimiento; no en el del conocimiento.

Lo que de Cristo hemos oído en la 1.a Lectura: que "no ocultó su rostro a los insultos y salivazos, y que ofreció su espalda a los que le golpeaban...", ofrece pistas al sentimiento. Sólo recordar, o pen­sar, que "con sus cardenales y heridas hemos sanado todos", no es suficiente; nos invita a "sentir".

Otro tanto pasa con la 3.a Lectura: "El que quiera venirse conmi­go —y ser de los míos— que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".

En el terreno del conocer, poco o nada nos aporta recordar una vez más lo que antecede. Si la fe no fuerza más que conocimiento no valdría la pena haberlo reerrdado, puesto que la mera repetición suele producir desinterés y hastío.

Pero en la fe puede y debe haber un sentimiento, una captación de estímulos. Con ello ante la vista, nuestra cruz de hoy —la misma de ayer tal vez— ¿no puede ser llevada con más ilusión, con más ánimo, con más ganas de parecemos a Cristo?

También, por tanto, el servicio de Dios y del prójimo, o nuestro caminar hacia la inmortalidad anhelada, podrá hacerse con más alegría, con menos pesadumbre, más esforzadamente.

3. La lección de hoy

Debe llevarnos a hacer de la fe algo dinámico más que estático, algo vital y no puramente nocional o cognoscitivo.

Bien claramente nos lo ha insinuado la 2.a Lectura al decirnos: "Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si ésta es una adhesión puramente mental a Cristo, pero no afectiva? Y, si no es afectiva, ¿cómo va a tornarse eficaz en las obras?"

4. Conclusión

Hagamos lo posible para que la fe sea: vivencia, estímulo, impul­so, "fuerza de Dios en nosotros".

Sólo así nos será dado vernos libres del mal último, precursor de la muerte, del "hastío de la vida", que, a partir de cierta edad, nos acecha a todos: yendo, en alas de la fe, a refugiarnos, como el pájaro en su nido, en las manos de Dios.

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Domingo XXV del tiempo ordinario (B)

(Sb 2,17-20; St 3,16-4,3; Me 9,29-36)

"POR LA CRUZ A LA LUZ"

Hermanos... Hablábamos el pasado Domingo de la diferencia que hay entre el entender y el sentir, aun suponiendo que sean un solo acto de nuestra inteligencia. De ahí que, lecturas que nada nuevo ofrecen a nuestra mente por conocer ya su contenido, pueden ofrecérselo, en cuanto fuente de nuevos estímulos, a la piedad y la religiosidad en concreto....

La Liturgia de hoy, coincidiendo con la necesidad de no rehuir la cruz cuando va aneja a un deber, nos va aponer de manifiesto tres posibles reacciones ante la cruz.

HOMILÍA

1. Introducción

Hay datos o aspectos de la fe que, en cuanto fuente de luz, pueden no interesarnos ya, pero sí en cuanto fuente de estímulos para la piedad o para la religiosidad: para nuestro caminar con nuevos bríos.

Lo que interesa es, en el orden intelectual, enmarcar lo oído en un cuadro más amplio, aumentar las conexiones. Y en el orden religioso o del sentimiento, el extraer de lo mental (de la luz), toda su energía impulsora.

2. Reacciones frente a la cruz

Ir en busca de la cruz por la cruz misma carece de sentido, eso resultaría un masoquismo; pero hay que aceptar el deber que es cruz.

Frente a este deber, que es cruz, las Lecturas de hoy nos presen­tan tres reacciones distintas: la de los incrédulos; la de los Apóstoles, y la de Cristo...

— De la 1.a —la de los incrédulos— se ha hecho eco la 1.a

Lectura al recordarnos el modo de hablar de ellos en el libro de La Sabiduría: "Acechemos al Justo que nos resulta incómodo (por esa su proclamación de que, cuando el deber es una cruz, hay que llevar

410

la cruz), sometámosle a la prueba de la afrenta y de la tortura para comprobar su moderación y apreciar su paciencia" y sinceridad.

Esta reacción supone una actitud despechada, brutal, desafiante, una actitud pésima. Actitud lógica tan sólo para quien dice como Voltaire: "El placer es todo; quien lo logra no tiene que esperar más...".

— De la 2.a reacción —la de los discípulos de Cristo— se ha hecho eco el Evangelio, al decirnos qué hicieron ante el anuncio, por Cristo, de su Pasión: "Ponerse a hablar entre ellos de quién era, en el grupo, el más importante".

Esta reacción no es de rechazo como la primera, pero puede ser más fatal. Les llevó a desplazar, del foco de su atención, lo que acababa de decirles Cristo, para ponerse ellos en el centro del mismo. Esta reacción es la del que no se declara "anti" o enemigo de la cruz y del deber; pero sí tan olvidadizo de todo eso que le vuelve la espalda, que ni quiere pensar en ello.

— La tercera reacción es la de Cristo. Fijémonos bien en qué consistió: Primero, en aceptar la propia humillación —la que le inferían indirectamente los suyos al desplazarle del foco de su aten­ción para ponerse en él ellos mismos , limitándose a insinuarles: "El que quiera ser entre vosotros primero, llágase el servidor de todos". Luego, en adoptar un gesto sumamente pedagógico; el de tomar un niño en sus brazos y añadirles: "El que acoge a un niño como éste me acoge a mí"; después, en un auténtico "no va más", concluyó así "y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado", al Padre.

De este modo, quien quedaba en el foco o centro de la atención era el Padre ante las miradas de todos y Cristo mismo se retiraba discretamente a un lado.

3. La medida de nuestro compromiso

Nosotros quizá no hayamos adoptado frente a la cruz nunca la postura de los incrédulos, la de la 1.a Lectura. Nosotros no renega­mos del deber o de la cruz, poique sabemos que en el cumplimiento del deber, en llevar la cruz que el mismo nos impone, está la salva­ción nuestra: "Por la Cruz a la Luz".

Pero, posiblemente, con los Apóstoles, rehuimos el deber lo más posible.

Se explica en lo que nos ha apuntado la 2.a Lectura: porque en nosotros imperan las concupiscencias y los egoísmos y no el senti-

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miento o deseo de atenernos, en la vida y en el obrar, a lo racional, a los Mandamientos.

4. Conclusión

Como final nos sirve la oración del poeta que todos deberíamos hacer nuestra en cuanto actitud frente al deber:

Hazme una cruz sencilla, carpintero, sin añadidos ni ornamentos... que se vean desnudos los maderos, desnudos y decididamente rectos: los brazos, en abrazo hacia la tierra, el mástil, disparándose a los cielos; que no haya un solo adorno que destruya este gesto, este equilibrio humano de los diez Mandamientos (León Felipe).

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Domingo XXVI del tiempo ordinario (B) (Nm 11,25-29; St 5,1-6; Me 9,37-42,44,46-47)

EL AMOR ELIMINA LAS RIVALIDADES

Hermanos... El Domingo anterior nos hablaba de tres actitudes diversas frente a la cruz: la de los incrédulos, la de los Apóstoles y la de Cristo; y advertimos cómo los Apóstoles quisieron desenten­derse de lo que a Cristo le habían oído sobre la Cruz, poniéndose a discutir quién de entre ellos sería el mayor en el Reino de Dios.

De esto último —de la rivalidad— van a ocuparse las Lecturas de hoy.

HOMILÍA

1. El tema elegido y por qué

Ante el variado panorama, que nos ofrecen las Lecturas, se im­pone hacer una razonable selección para que la homilía sea el cami­nar hacia una meta y no un circular sin rumbo predeterminado y claro.

La última Lectura nos ha puesto muy de relieve el deber de evitar todas las ocasiones de pecado; por supuesto, la rivalidad es una más de éstas como impulsora de la agresividad.

2. El tema de la rivalidad en las Lecturas

— Se da, primero, entre los jefes y sus seguidores: Junto a Moi­sés, en la 1 ,a Lectura, aparecen los 70 ancianos, herederos del espíritu del gran legislador; junto a Jesús, en la 3.a, sus discípulos.

— Se da luego ese mismo paralelismo, en el mal que aqueja a los seguidores de ambos: el de una desmedida rivalidad; pretenden poder y privilegios en exclusiva.

Josué —personaje destacado del grupo de Moisés, "ayudante de él desde joven"— se queja de que dos de los 70 ancianos (Eldad y Medad) que no han estado con los demás en la tienda, en el momen­to de recibir el espíritu de profecía, profeticen, y pide a Moisés que se lo prohiba.

Juan —el discípulo predilecto de Jesús y más joven de los Após­toles— ve hacer milagros, en nombre de Cristo, a uno que no iba con ellos y solicita de Cristo lo mismo: que no se lo autorice.

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— Se da, por fin, otro paralelismo en la reacción de ambos jefes:

A Josué le dice Moisés: "¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu de El!".

A Juan, también celoso de que el otro echara demonios, le dice Cristo: "No se lo impidáis, porque uno, que hace milagros en mi nombre, no puede hablar luego mal de mí; el que no está contra nosotros, está a favor nuestro..."

3. La rivalidad no construye Unos cuantos ejemplos para concretar ese mal de la rivalidad,

para no caer en él:

— En lo religioso, ¡qué mala táctica la de ponernos zancadillas o diques unos a otros! Hay que aceptar al máximum, todo lo posible. ¿Es todo malo, acaso, en los anglicanos, en los protestantes, en los testigos de Jehová? Luego no rechacemos en bloque todo lo de ellos. Rechacemos lo malo, pero destacando o resaltando lo bueno. A través de esto último iremos a la unión.

El Espíritu no sólo sopla dentro de la Iglesia; sopla o inspira también fuera. De ahí el que debamos estar atentos a todo lo bueno del mundo profano, no es tan profano como se le llama, para no quedarnos privados, por nuestra cerrazón, de bienes inmensos...

— En lo pedagógico o cultural: Las competiciones escolares, las rivalidades entre Escuelas y Colegios, ¿son buenas?, ¿son formativas? Quizá sólo a medias. Son buenas las competiciones escolares, entre los alumnos de una misma clase, porque favorecen, con el estímulo del conocer, el desarrollo de la inteligencia; pero ¿no queda herida la voluntad, la sensibilidad del niño, muchas veces y quizá para siem­pre, con esas competiciones? Luego pedagógicamente no son buenas. Lo mismo las rivalidades, entre Escuelas privadas y Escuelas del Estado, que, si sirven para algo, es para alejarnos unos de otros, desde la infancia.

— Abriendo aún más el abanico de nuestras miradas y fijándo­nos en lo que es más acuciante —lo económico—, ¿quién no ve aquí un mal social, el mal que a toda la sociedad le alcanza, mal prove­niente de la contraposición o rivalidad de clases? La solidaridad necesaria se puede retardar mucho con ese acentuar la diversidad de grupos y estamentos sociales.

4. Conclusión Vigilemos todo lo que sea espíritu competitivo, rivalidad, exce­

sivo afán de singularidad en todos los órdenes.

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Que nuestra aspiración se cifre siempre en lo que le hemos pedido al Señor:

"Preserva, Señor, a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré limpio e inocente del gran pecado", pecado que no es otro que el atentar contra la convivencia, el máximo de los Mandamientos.

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Domingo XXVII del tiempo ordinario (B) (Gn 2,18-24; Hb 2,9-11; Me 2,10-16)

RIVALIDAD Y DIVORCIO

Hermanos... El Domingo último nos hablaba de las rivalidades que un día aquejaron a los seguidores de Moisés, y a los discípulos de Jesús.

Hoy nos vamos a encontrar con una nueva clase de rivalidad: la que da lugar, muchas veces, en el matrimonio, al divorcio o separa­ción.

HOMILÍA

1. Concatenación perfecta de las Lecturas

La 1.a Lectura nos ha hablado del origen divino del matrimonio; la 3.a, de una posibilidad de divorcio (la denominada porneia: con­cubinato o incesto, que las dos cosas puede esto, según los expertos, significar), y la 2.a o intermedia, del recurso ideal, para este caso, que en seguida puntualizaremos cuál es.

Prescindiendo de lo primero —el origen divino del matrimonio— por no ofrecer problema alguno esto, vamos a centrar nuestra refle­xión en el divorcio y su solución.

2. El divorcio a tres niveles

— El divorcio a nivel ontológico no tiene razón alguna de ser. Dios ha hecho al hombre ser bisexual. Los sexos están llamados a complementarse; pero, siendo ambos inteligentes y libres, Dios ha dejado el complementarse, el buscar el compañero a cada uno para que sea obra de él.

Así las cosas, cualquiera lo ve: no tiene sentido, a nivel ontoló­gico, el divorcio porque lo que es lazo no puede ser a la vez ruptura, ni lo que es encuentro, separación.

— El divorcio a nivel sociológico o civil sigue no teniendo, en sí, sentido, por lo mismo; porque "no hay cosa peor —como decía Wittgenstein— que tener que atropellarse uno mismo", que desde­cirse de lo que acaba de hacer.

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Pero las cosas pueden ir en el matrimonio muy mal. Los esposos pueden llegar a no poder convivir, a ir en pos de otras uniones, con perjuicio, no sólo de ambos, sino además de los hijos; y en este caso —aunque el divorcio sea un mal— los no partidarios de él no deben oponerse a que el Estado dé leyes que regulen esa situación no ideal, pero sí auténticamente real. Esas leyes no tienen por meta justificar tal determinación de los particulares, sino sólo encauzarla o regular­la; y a esto, como algo bueno, nadie debe oponerse.

— El divorcio a nivel eclesial o de fe no puede pasar a ser nunca la norma, lo general o lo racional, por lo que hemos dicho del mismo a nivel ontológico y a nivel sociológico o civil.

Para condenar todo divorcio —o toda posibilidad de una nueva unión— suelen aducirse las palabras de Cristo: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"; pero podría preguntarse: ¿Qué es lo auténticamente unido por Dios: una unión motivada sólo por la pasión; una unión, como muchas de las antiguas, buscada y deci­dida por los padres; una unión en la que interviene todo en el hombre menos lo personal o lo interpersonal?

Uniones de éstas no se puede decir que son uniones queridas por Dios. De ahí que es claro: la frase de Cristo no debe aducirse para dar como válidos matrimonios así.

El mismo Cristo dice sobre el divorcio en el pasaje de San Mateo, paralelo al de San Marcos: "No es lícito el divorcio, excepta forni-cationis causa " o porneia.

¿Qué se entiende por esta porneia ofornicatio? De acuerdo con otras prohibiciones semejantes, que se citan en "Hechos, 15,29", parece que se trata de una unión incestuosa.

De ahí, según el mismo Cristo, una causa justificante de divorcio a nivel eclesial...

Otra, también admitida por todos, es la del llamado privilegio paulino, es decir, de uno que, casado anteriormente, siendo pagano, al convertirse a la fe, advierte que es un peligro grave para su con­ciencia el seguir viviendo matrimonialmente con aquella persona. San Pablo justifica esta ruptura matrimonial así: "Dios nos ha lla­mado a la libertad, no a vivir en la servidumbre".

¿Podrán darse otros casos justificativos de lo mismo? La Historia de la Iglesia nos proporciona un dato de gran interés a este propó­sito. Consultado el Papa Gregorio II, por un obispo, sobre qué debería hacer un esposo ante una enfermedad grave de la esposa, le contestó (no sin añadir que ponía en su respuesta "toda su autoridad

27.—Año Litúrgico... 417

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apostólica"): que "lo mejor sería que se apartase de ella y viviera en continencia... (Mas) —dado que esto sólo es posible tratándose de individuos de altos ideales— lo mejor para él, de no ser capaz de permanecer continente, sería que se casase con otra..., manteniendo a la esposa enferma, a menos que ésta hubiere contraído la enferme­dad por culpa suya".

O sea, que, como hay un privilegio paulino, podría darse otro petrino, pues "el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado" o para las leyes. Las leyes deben merecernos el máximo respeto; pero, más aún que las leyes, las personas a cuyo bien deben estar ordenadas siempre las leyes.

3. Con la razón hacia el ideal

La razón no se opone a algunas posibilidades de divorcio:

Hay individuos esquizofrénicos, con quienes es imposible convi­vir; hay situaciones, como la de la desaparición de un cónyuge o su condena a cadena perpetua, que no tienen por qué afectar al otro cónyuge.

Todo lo anterior es importante. Conviene estar al tanto de ello para no condenar a nadie con demasiada facilidad. Pero lo principal —la intención de la Liturgia hoy— va hacia otra meta. Quiere que los esposos en dificultad, en situación extrema, pongan los ojos en Jesús "coronado de gloria y honor por su Pasión".

Esta solución tiene un grave inconveniente: su dureza, que exige sacrificio, esfuerzo, vencimiento propio a raudales; pero es la mejor, no sólo a la larga o de tejas arriba, sino incluso a la corta o de tejas abajo. La mejor porque endurece, da personalidad, cosa que no da nunca la excesiva facilidad.

¿Por qué son únicos los violines de Anzi? Por estar fabricados, no de madera blanda —la que crece junto a los ríos o en los parques bien cuidados de las ciudades—, sino con la de árboles de las mon­tañas, en torno de los cuales todo son dificultades.

4. Conclusión

Una pequeña anécdota para teiminar: Había fallecido en Alema­nia la mujer más rica de aquel país, y su esposo —a quien se lo había dejado todo—, se había suicidado por no poder soportar su ausen­cia.

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No es deseable llegar a ese extremo, pero sí la presencia de tal amor en los hogares y en cada matrimonio. Marc Twain sitúa sobre la tumba de Eva la frase esculpida por Adán: "Donde estaba ella, estaba el Paraíso".

41'

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Domingo XXVIII del tiempo ordinario (B)

(Sb 7,7-11; Hb 4,12-13; Me 10,17-30)

LA PERFECCIÓN ARMONIZA SABIDURÍA Y BONDAD

Hermanos... Hemos ido reflexionando en lo que dificulta la con­vivencia y el Amor. La Liturgia nos presenta una línea abierta a nuevos horizontes.

Hoy nos es dado lo que a veces sólo se logra con mucho esfuerzo: el descubrir la línea recta de las Lecturas.

Nada más claro y recto que el itinerario que nos han trazado: Una cumbre; el camino de tres etapas para llegar a ella, y el lugar donde "repostar" o tomar fuerzas para no desfallecer.

HOMILÍA

1. La cumbre que nos llama

Es la cumbre de la Perfección a la que todos, como buenos alpinistas, hemos de sentir ansias de llegar.

La perfección de la que nos han hablado dos de las Lecturas —la 1.a y la 3.a— se cifra en la conjunción, y en la culminación de: sabiduría y bondad, distintas en el arranque, pero coincidentes en el vértice o en la cúspide.

Aunque los escaladores salgan de puntos diferentes y sigan rutas distintas, acaban por situarse en un mismo punto, el más alto del pico que tratan de escalar... Pues algo así es la perfección humana: la conjunción, la culminación, de sabiduría y bondad.

Lo podemos ver en la 1.a Lectura aludiendo a la Sabiduría: "Invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría... Todos los bienes me vinieron juntamente con ella". En la 3.a, Jesús dice: "Nadie es bueno sino sólo Dios", porque sólo en Dios la bon­dad no se queda en las laderas de la montaña, sino que llega a la cúspide.

2. Camino y etapas a la cumbre

Es un camino, como se desprende de la 3.a Lectura, y consta de estas etapas: Cumplimiento de los Mandamientos; desasimiento de todo y de nosotros mismos, y seguimiento de Cristo.

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Como la más dificultosa o ardua aparece la 2.a: desprendimiento de las cosas y de nosotros mismos. Caso de aquel joven, que, al parecer, tenía la mejor buena voluntad de llegar a la perfección: Ante la invitación de Cristo a desprenderse de todo, se puso triste y se fue, sin pensar ya en más "porque tenía mucha hacienda" y no la quería dejar.

Querer conjuntar, mezclar, fusionar Evangelio y riquezas equi­vale a querer fusionar agua y aceite. El aceite siempre flota sobre el agua; la perfección cristiana no se identifica con el tener y el afán de riquezas, porque nadie puede servir a dos señores opuestos.

Como Cristo quiere a todos por igual, por eso la perfección reside en el desprendimiento, no en el afán de posesión olvidándonos de los demás.

De ahí la frase de Cristo: "¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!", en el reino de la Perfección. Es algo tan difícil esto, que Cristo, no sólo lo compara al pasar de un camello por el ojo de una aguja, sino que añade que es del todo imposible.

Llenos de materia: no hay sitio para Dios. La sabiduría, la bon­dad que culminan en la Perfección, son lo que hemos de ansiar para ir a Dios.

3. Fuerza para llegar a la cumbre

Tampoco de esto se han olvidado las Lecturas. Ha de dárnosla el trato con Dios. A él está aludiendo veladamente Cristo, en el Evangelio, cuando, después de ponderarnos lo difícil, lo imposible que es conjuntar riquezas y perfección cristiana, ante la pregunta que le hacen los discípulos —"Entonces, ¿quién puede salvarse?" , añade: "Lo que es imposible para los hombres, no lo es para Dios".

4. Resumen y conclusión

Hemos visto lo ordenado y lógico de la Liturgia de hoy: una cumbre, un camino, y una l'ucr/.u, para recorrerlo, a nuestra dispo­sición.

— La cumbre es la de la Perfección o conjunción de estas dos cosas máximas: sabiduría y bondad.

— El camino, un recorrido de tres etapas: cumplimiento de los Mandamientos; desprendimiento de todo y de nosotros mismos, y seguimiento de Cristo, el Alpinista que es nuestro guía.

— La fuerza a nuestra disposición para recorrer ese camino, la oración o el acercarnos lo más posible a Dios.

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No olvidemos, sobre todo, la comunicación personal con Dios y lograremos que nuestra vida al fin culmine en la cumbre: la de la Sabiduría y de la Bondad, que la Liturgia nos ha invitado a escalar.

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Domingo XXIX del tiempo ordinario (B)

(Is 53,10-11; Hb 4,14-16; Me 10,35-45)

JESUCRISTO, GUIA Y MAESTRO DE PERFECCIÓN

Hermanos... La Liturgia del pasado Domingo nos hablaba: de la cumbre de la Perfección —Dios—, en quien se juntan Sabiduría y Bondad; del camino para acercarnosa esa Cumbre y de lo necesario para recorrerlo, que es implorar la ayuda de Dios en la oración.

La Liturgia de hoy nos va hablar de Cristo como Maestro y guía de los que quieren coronar esa cumbre.

HOMILÍA

1. Cristo, nuestro guía

— Un primer rasgo de Cristo-guía es el de "Siervo de Yavé", expresión que emplea Isaías, para hablar de El, y que luego, al paiecw, z\ mismo CrisVo utilw.ó para su auloptcseritatióri.

Lo de "al parecer" porque son muy pocas "las mismísimas pala­bras de Cristo" que nos han conservado los evangelistas. La prueba de esto está en la no coincidencia de las expresiones usadas por ellos en las ocasiones de más rigor o trascendencia, como la oración del Padrenuestro, la fórmula de la Consagración, y las últimas palabras del Señor en la Cruz.

"Siervo de Yavé", creen los críticos que es una de esas poquísimas palabras suyas, que nos han transmitido sin cambio alguno los Evan­gelios.

Su contenido es muy denso. En tres palabras está encerrado el misterio de la Encarnación, junto con su porqué: el deseo del Hijo de llevar la honra y el servicio del Padre, por El, hasta el "no va más", hasta el máximo de los anonadamientos de una persona ante otra: la de hacerse su siervo, su esclavo.

— Un segundo rasgo de Cristo-guía que nos trata de preparar para la gran escalada del monte de la perfección es el que nos da la 2.a Lectura; al describirlo como el más abnegado servidor nuestro, dice: "No tenemos un sumo Pontífice incapaz de socorrernos, sino uno que ha pasado por todas nuestras debilidades", excepto por el pecado, y en todo nos quiere ayudar...

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2. Lo que Cristo espera de nosotros

Lo podemos colegir de lo que les dijo a Santiago y Juan que aspiraban a los primeros puestos en su Reino, o a las más altas cimas del monte de la perfección: ¿Podéis hacer lo que he hecho yo: venir a servir, no a ser servido?

En nosotros y en torno nuestro vemos cómo rehuimos el servir, y el mandar se apetece más de lo debido. No queremos nadie ni abdicar del propio yo, ni colocarlo siquiera en su sitio.

Esto llevado al extremo, en lo religioso nos puede conducir al mayor de los pecados: a la negación de Dios para autodivinizarnos.

En lo político suele desembocar en los consabidos autoritarismos y tiranías. ¿Qué hace quien manda, cuando no piensa en servir a sus subordinados? Oprimirlos o tratar de mantenerse astutamente sobre ellos.

Las ventajas y frutos sociales de aceptar el servir como Cristo:

— Sólo los mejores, en todos los órdenes, se pondrían al frente de las cosas o entidades, no como pasa ahora que hacen esto los más osados, los más amigos del propio medro.

— Como consecuencia de lo anterior, no quedaría en el mundo tirano alguno: ni en las naciones, ni en los municipios, ni en las empresas, ni en los hogares. La voluntad propia impositiva quedaría relegada a lo individual, como lo más opuesto a un auténtico servicio comunitario. El que sirve no tiene voluntad propia a la que mirar; está atento sólo a la de aquellos que han de ser servidos.

— Se seguiría que, al ver a la autoridad dar así ejemplo de servicio en el liderazgo, no de avasallamiento y dominio, nadie pen­saría en imponerse a nadie mediante el dinero, ni mediante el saber, ni mediante las influencias, ni de ningún otro modo...

—'• Habría una mayor igualdad entre los hombre, con la desapa­rición de lo que llamamos clases sociales, que es algo artificioso o creado por nosotros, y que nos hace incomunicables, por lo que la colaboración que todos debemos aportar, cada uno en la medida de sus fuerzas, resulta poco menos que impracticable.

3. Conclusión

Nos la ha brindado la 2.a Lectura al decirnos primero: "Manten­gamos la confesión de nuestra fe"; no arriemos la bandera; no abdi­quemos del ideal... "Tenemos un Pontífice, Cristo el Hijo de Dios,

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que ha penetrado en el Cielo, conocedor de nuestras debilidades y que se apresta a socorrernos en todo momento". Acudamos a Cristo para que nos ayude a "servir" como El.

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Domingo XXX del tiempo ordinario (B) (Jr 31,7-9; Hb 5,1-6; Me 10,46-52)

NUESTRO GLORIOSO FINAL

Hermanos... La Liturgia de los días pasados nos ha hablado de la alta cumbre de la Perfección e indicado el guía para llegar: Cristo Jesús

Tras esto, suponiéndonos ya en la cumbre, nada más lógico que dirigir una mirada hacia nuestro porvenir, contemplado desde esa cumbre como panorama estimulante.

HOMILÍA

1. Mirada a nuestro futuro

Las postrimerías del Año Litúrgico evocan y preparan las nues­tras propias; nos presentan nuestro futuro en la otra orilla de la vida.

Frente a ese futuro caben dos actitudes extremas: la de Sócrates que veía en la muerte sólo una ganancia, no un riesgo, y la del que ve sólo el riesgo —el peligro de condenación—, pero no la posible ganancia, es decir, la esperanza del premio, esperanza que se apoya, ante todo, en el triunfo de Cristo sobre la muerte para Sí y para todos cuantos aceptan ser sus miembros.

La Liturgia antigua se atenía sobre todo a lo del riesgo. De ahí el tono temeroso y penitencial, lo de los ornamentos sacerdotales negros en las misas de difuntos, los responsos, el luto indefinido...

La moderna, a partir del Vaticano II, se fija en la esperanza irradiada por Cristo vencedor del mal y cabeza de todos. De ahí el júbilo hoy en la Liturgia, al decirnos: "El Señor cambiará nuestra suerte como los torrentes del Negueb. Los que sembraron con lágri­mas, cosecharán entre cantares..."

2. Signos de un futuro feliz

Una imagen o signo de esperanza nos la ofrece la 1.a Lectura: la del regreso del pueblo judío de su cautividad babilónica.

Los gritos jubilosos del profeta, que anunciaban ese regreso, vienen a ser un símbolo de otro grito, de mayor júbilo aún, el que

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lanzará Cristo, al repetir de cara a los que se salvan: "Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que El os tiene preparado desde la creación del mundo"; y la densa lista que proclama en las Bienaven­turanzas...

Otra significativa imagen es el ciego curado por el Señor —3. a

Lectura.

Lo que pasó en aquel ciego, pasará un día en nosotros. De incapacitados, como estamos ahora, para ver lo sobrenatural, pasa­remos a estar en disposición de "ver a Dios"; así dice San Juan: "Seremos semejantes a Dios porque le veremos tal cual es" y como El se ve. Que viene a ser lo que el viejo libro indio de los Upanishadas decía ocho siglos antes de Cristo: "Quien conoce a Dios se convierte en Dios". Sobre todo quien le conoce, según el modo de conocerse El: intuitivamente, directamente, sin intermedio de lupa ni espejo.

3. La Palabra de Dios es nuestra garantía

Este es el razonamiento de San Pablo en la 2.a Lectura: Como el sumo sacerdote, en la Ley antigua, no podía arrogarse el honor de ofrecer sacrificio por sí y por el pueblo, sino que era elegido por Dios como Aarón; "así Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote (la de Redentor y Glorificador nuestro), sino que la recibió de Aquél que le dijo: Tú eres mi Hijo, tú eres sacerdote para siempre"; Tú eres mi Palabra, mi Voz.

Por ello —por haber sido revestido Cristo por el Padre con tal mediación— pudo "con una sola oblación", la de la Cruz, constituir­se en fuente de iluminación y salvación para todos.

4. Conclusión

Alegrémonos ante nuestro futuro, como los judíos al dejar su cautiverio. Alegrémonos, como es de suponer que se alegraría el ciego, al verse curado por Cristo de su ceguera.

Con Cristo hemos resucitado todos y con El, ya glorificado, nos veremos un día todos.

Contentos, no sólo con el júblio a que se nos exhorta en la Liturgia, sino con la seguridad que da la Palabra de Dios, y añada­mos al júbilo el esfuerzo, con ello conseguiremos el feliz futuro, que sólo inicialmente es nuestro o en potencia ahora.

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Domingo XXXI del tiempo ordinario (B)

(Dt 6,2-6; Hb 7,23-28; Me 12,28b-34)

I,A CONVIVENCIA, BASE DEL EXAMEN

Hermanos... El Domingo anterior, al enfrentarnos con el más allá, hablábamos del futuro como ganancia, no como riesgo.

La nueva Liturgia ha acentuado la esperanza, pero no quiere que olvidemos lo de San Pablo: "De nada me siento culpable, pero quien ha de juzgarnos es el Señor ".

Al acabarse el Año Litúrgico, en cuanto símbolo del acabarse de nuestra vida, a todos nos está diciendo que el juicio definitivo no está lejano —que lo tenemos a las puertas—; de ahí que la Liturgia nos invita hoy a dar un repaso a lo principal, al tema de la conviven­cia o de nuestras relaciones con Dios y con los hombres.

HOMILÍA

1. El amor es lo primero

La convivencia es el máximo de nuestros deberes.

Tan es así que hoy no faltan moralistas que tienen por bueno todo lo que la facilita o beneficia, y por malo todo lo que la impo­sibilita o dificulta.

Porque, en cuanto personas o seres sociales y comunitarios, la convivencia y la comunicación no sólo nos es algo conveniente, sino incluso estrictamente necesario... Nadie es persona él solo; necesita de otro para serlo. Un "yo", sin un "tú" al que abrirse o comunicarse, es un yo incompleto. Apertura al Tú Supremo y al tú humano.

El mejor modo de ordenar la convivencia consiste en el amor con sus múltiples ramificaciones o irradiaciones: Amor a Dios y a las personas.

2. El contenido de las Lecturas 1.a y 3.a

Nos dan la enunciación del principal Mandamiento. Jesús une el amar a Dios y al prójimo como componentes del único deber. Ya que, por ser el hombre, en cuanto ser, sujeto de una doble relación o convivencia —con el Ser Supremo o Suprapersonal, y con todo ser simplemente personal—, la principal obligación de todo hombre

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es esta doble convivencia: a nivel divino, con el ser suprapersonal; y a nivel humano, con sus semejantes todos, sean quienes sean, porque, en cuanto seres personales, todos están en el nivel del amor.

Los demás preceptos no señalan una meta nueva o distinta de la anterior. Se hacen eco tan sólo de los posibles desvíos en la convi­vencia y respeto que hemos de tener a nivel humano. El cuarto, por ejemplo, el de "Honrar padre y madre", nos manda tener buenas relaciones, las mejores posibles, con nuestros seres más cercanos, con aquellos con quienes convivimos diariamente. El quinto, "No matar": Que empleemos nuestra fuerza, nuestros brazos, no para destruirnos, sino para abrazarnos y ayudarnos.

El sexto: Que no nos interpongamos en la convivencia íntima, conyugal, de otros. El séptimo: Que respetemos los bienes que los otros han conseguido con su trabajo y su ahorro, y que les son necesarios para el propio desarrollo y de los suyos más cercanos. El octavo, "No mentir": Que no hagamos de la sociedad una Babel en la que no podamos entendernos, y el noveno y décimo, que seamos moderados en nuestras apetencias...

En suma, que todos los Mandamientos tienen una única meta: la de la convivencia, la de procurarnos unas buenas relaciones con Dios y entre nosotros...

3. La 2.a Lectura

Ha completado maravillosamente el tema de hoy al brindarnos en la figura de Cristo el mejor modelo de ese doble amor: Dios y el prójimo.

Cristo murió para reunir en un solo hogar el del Padre celestial a todos los hijos de Este que, por el pecado, andaban y andamos dispersos...

4. Resumen

Recordemos cuanto hemos dicho, en orden a preparar nuestro examen final: el que Dios, no tardando, ha de hacer de todos nos­otros:

Por ser seres personales o ad alterum, nuestro deber máximo y principal es el de la convivencia, el de tener unas buenas relaciones siempre con Dios y con los hombres.

El amor es el lubricante mejor para esa convivencia, y el odio, la arena en las ruedas, que hace imposible la marcha.

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El ejemplo que acaba de brindarnos la Liturgia: el de Cristo que dio su sangre para reunir en un solo hogar, el del Padre celestial, a todos. Y coopera para ayudarnos en la tarea de amar a Dios y a todos.

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Domingo XXXII del tiempo ordinario (B) (1 R 17,10-16; Hb 9,24-18; Me 12,38-44)

CONFIANZA Y CULTO A DIOS

Hermanos... Decíamos el pasado día que toda Moral se centra en un solo deber: el de la convivencia o el de unas buenas relaciones con Dios y con el prójimo.

Dentro del marco o entorno en que estamos —el de nuestra preparación para el examen final, que Dios ha de hacer pronto o tarde de cada uno de nosotros—, la Liturgia hoy nos invita a refle­xionar sobre una doble vertiente de nuestra relación con Dios: la de la confianza en El como Padre, y la de la veneración y el culto que le debemos como a Creador y Señor nuestro.

HOMILÍA

1. La confianza en Dios

Los no creyentes preguntan: ¿Confianza en Dios o confianza en el hombre?

Para ciertos asuntos, confianza en nosotros —en la técnica, en el progreso humano, en el propio esfuerzo—. Para otros, confianza en Dios.

Hasta hace bien poco, lo frecuente era, ante una necesidad gene­ral como la lluvia, pensar en unas rogativas. Los cristianos hoy no debemos seguir haciendo esto, para que no se nos tome por unos niños. Ni frente a necesidades generales, ni frente a las necesidades nuestras individuales: el salir bien en unos exámenes, el superar una enfermedad, etc.

La lluvia, la salud, el éxito temporal, nos lo liemos de procurar, no con oraciones, sino con medios técnicos; y esto porque Dios asi lo quiere:

Dios tiene dadas unas leyes al universo, y, poniendo en movi­miento esas leyes —las fuerzas encendidas en la naturalc/a , el hombre tiene o puede tener a su alcance avuda de Dios, la que para lo puramente material le hace falta.

El recurrir a El es quererle manipulai consciente o inconsciente­mente: querer convertirle en monaguillo nuestro...

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A muchos no les convencerá. En cierta ocasión decía un señor, no inculto: "Yo tengo experiencia de lo contrario: de que Dios oye esas oraciones y socorre al que las hace". Aclaremos: "No se niega que pueda ocurrir esto alguna vez, que Dios lo haga; pero, en térmi­nos generales, no se puede obrar así. Supóngase usted dos hermanos que tienen dos fincas contiguas, una dedicada al cultivo de hortalizas y otra convertida en una tejera. Si el uno le pide a Dios agua para sus hortalizas y el otro sol para que se oreen sus tejas, ¿qué tendrá que hacer Dios para complacer a ambos: extender un paraguas sobre las tejas y verter la lluvia sobre las hortalizas? Pedir a Dios esos favores es no obrar, en cristiano, cuerdamente".

Otra postura que se ha de abandonar es la de los creyentes tímidos; la de los que creen que a Dios le molesta el que no acudamos a El, como si esto fuera hacerle de menos. Dios no siente celos del hombre, de que no le necesitemos para los asuntos materiales. Se alegra más bien de esto, como se alegra todo buen padre de que su hijo adulto se baste ya a sí mismo con lo que de él ha recibido; que ejerza su autonomía y cuente con El, en otras dimensiones.

La confianza y el recurso a Dios se han de ejercer en las cosas que nos son necesarias y que no podemos lograr, ni solos ni todos unidos: para cosas tales como la comprensión mutua, la generosidad, la puesta en común de los mismos bienes materiales, la fraternidad, la paz, vivencia sobrenatural, que han de venirnos de lo Alto.

Porque la técnica —los recursos meramente humanos— no tie­nen apenas fuerza para vencer nuestros egoísmos y alcanzar los bienes de arriba. La necesidad y la eficacia, incluso, de acudir a Dios nos la ha puesto muy bien de manifiesto la 1 .a Lectura con el ejemplo vivo de Elias huyendo de Jezabel, y hambriento; y el de la viuda que accede a su petición de preparar un pan para él y luego para ella y su hijo.

Confianza, pues, en Dios para lo espiritual y anímico, y para aquello, de tipo material o económico, que, sin lo espiritual, no puede resolverse.

Confianza en Dios, sobre todo, frente a la muerte, trance que sólo, mediante la confianza en Dios, puede ser superado sin angustia ni desfallecimiento.

2. Veneración y culto a Dios

Ante una demostración tan viva, tan existencial, que la 1.a Lec­tura nos ha brindado —de que Dios mantiene su fidelidad (lo pro­metido) defendiendo al injustamente perseguido (Elias), y de cómo,

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merced a la confianza de éste en El, hace que haya pan en casa de una indigente en grado extremo, para él, para ella y para el hijo de ésta—. La Liturgia nos ha llevado a prorrumpir con el Salmo res-ponsorial: "¡Alaba, alma mía, al Señor que mantiene su fidelidad perpetuamente!".

En la alabanza a Dios, en el reconocimiento de su grandeza por parte nuestra, está lo fundamental o nuclear del culto...

La generosa ofrenda, de la que se ha hecho eco la 3.a Lectura es una mera consecuencia de lo primero.

El que alaba a Dios de veras, si puede, no quiere contentarse con hacer esto con el corazón y con los labios; quiere manifestarlo, incluso, con lo externo. De ahí su ofrenda, que Dios ciertamente no necesita; pero que sí necesitamos nosotros, no sólo para mostrar al exterior el agradecimiento, sino también para otras necesidades nues­tras en el culto, como la de un lugar especial, sentido de la fiesta, de la reunión y del compartir, exteriorizar el sentir religioso, apoyarse en la fe común.

3. Conclusión

Armonizar la plena confianza en Dios y nuestra autonomía hu­mana. Dios apoya nuestro esfuerzo, no está para suplir nuestra pereza.

El culto a Dios se deriva y se hace necesario a partir de nuestra vinculación a El. Hace posible una relación personal y colectiva con el Ser Supremo participando en los medios que nos da para la vida sobrenatural.

28.—Año Litúrgico... 433

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Domingo XXXIII del tiempo ordinario (B)

(Dn 12,1-3; Hb 10,11-14.18; Me 13,24-32)

EL SEÑOR REUNIRÁ A LOS ELEGIDOS

Hermanos... Tras recordar el acabarse de nuestra vida, simboli­zado en el acabarse del Año Litúrgico que termina estos días, hemos visto que vendrá el Juicio que Dios hará de cada uno de nosotros:

"El Señor —nos dice hoy la Liturgia— mandará a los ángeles que reúnan a sus elegidos de los cuatro vientos ", y los introducirá en su Reino eterno.

HOMILÍA

1. Sumario

Todo, en la Liturgia, nos habla hoy del más allá: La primera oración, que nos ha exhortado a vivir en el goce de Dios, esperando su recompensa; el Salmo responsorial y las Lecturas, que nos han hablado del retorno de Cristo para recoger a sus elegidos de los cuatro vientos, y conducirlos a su definitivo y eterno Reino.

Con ocasión de esto en la homilía vamos a desarrollar estos tres puntos: 1.° La Revelación muestra nuestro futuro, 2.° Qué hace a la sazón Cristo resucitado, como Cabeza de todos, y 3.° Qué debemos hacer nosotros.

2. Nuestro futuro en la Revelación bíblica

Veamos cómo la Revelación se fue manifestando a nuestros an­tepasados en la fe —los judíos— progresivamente, como una luz que se intensifica poco a poco.

— Primero les dio a entender que, puesto que somos seres libres, deberá haber para nosotros, por parte de Dios, premios y castigos.

— Les hizo pensar luego, a vista de sucesos como los de Egipto y Babilonia, que, al formar todos un pueblo, esos premios y castigos tenían que ser algo colectivo.

— A través de los profetas les advirtió, más tarde, que esto no podía ser lo definitivo, al no ser todos iguales en una colectividad o pueblo.

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— Con el libro de Job —libro no histórico sino literario o nove­lado— aprendieron una lección importantísima: la de que era ri­dículo el enfrentarse con Dios, como Job —el Prometeo de la Bi­blia—, para pedirle cuentas del gobierno del mundo.

— Y, por fin, les suministró lo que podía ser para ellos la ilumi­nación máxima con lo dicho por Daniel, y que hoy hemos oído en la 1.a Lectura: "En el tiempo postrero se levantará Miguel, el arcán­gel que se ocupa de tu pueblo... Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro. Los que duermen en el polvo resucitarán; unos, para vida perpetua; otros, para ignominia eterna..."

— Tras esto, en el Nuevo Testamento, los Apóstoles recogieron la predicación de Cristo en defensa de la resurrección; y, lo que es infinitamente más aún, el hecho máximo de su Resurrección misma y nos la transmitieron...

Tal ha sido, a grandes rasgos, la trayectoria, seguida por el Sol de la Revelación bíblica hasta desvelarnos, casi del todo, el misterio del más allá, que justamente a todos nos inquieta como el de más importancia para nosotros...

3. El hacer de Cristo en nuestro hoy

La 2.a Lectura nos lo ha dicho: "Sentado a la derecha del Padre esperando lo que resta hasta que sean puestos sus enemigos como estrado de sus pies".

Dicen a veces algunos: ¿por qué tolera Dios ciertos males, ciertos sucesos humanos o cósmicos, habiéndolo creado todo para su Hijo y para el hombre miembro de Este?

Empequeñecemos a Dios al trasladar a El nuestros limitados pensamientos. Hemos de pensar de El lo que acabamos de oír de Cristo resucitado y que está a su derecha: que espera, sin impacien­cia, por ser eterno, a que termine de realizarse lo que un día puso en marcha; y, cuando esto ocurra, "reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos..."

No es preciso discurrir mucho para dar con ello: Hemos de hacernos todos lo que dice el Evangelio, "amigos del Esposo". ¿A quién no le llena de espanto ser por El rechazado por no ser amigo suyo?

4. Conclusión y resumen aplicado

Como el Evangelio indica, el Señor "nos reunirá desde los cuatro vientos": espera confiada.

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— En la primera oración hemos pedido "vivir siempre alegres en el servicio del Señor porque sólo en servirle a El consiste el gozo pleno y verdadero", el inicial, el propio de la tierra.

— A través de las Lecturas hemos llegado a ver cuál será el supremo y definitivo: una gloria eterna, un gozo como el del mismo Cristo.

— Hemos visto cómo paulatinamente, al modo de iluminar la tierra el Sol, les fue Dios anunciando el premio a nuestros antepa­sados en la fe: a los del pueblo judío.

— Y hemos visto, por fin, qué hace nuestro cabeza Cristo: sen­tado junto al Padre, espera a que termine nuestro tiempo de la tierra para darnos ese premio si lo merecemos.

Hemos de aceptar el ser sus miembros dóciles —los amigos del Esposo, que dice El en el Evangelio— en el tiempo de vida que nos reste.

Conseguiremos buen premio: el de un vivir feliz y eterno.

Domingo XXXIV del tiempo ordinario

Jesucristo, Rey del Universo (B) (Dn 7,13-14; Ap 1,5-8; Jn 18,36b-37)

"Y SU REINO NO TENDRÁ FIN"

Hermanos... Nos hallamos en el último Domingo del Año Litúr­gico.

En el anterior todo nos evocaba nuestras postrimerías o ultimi-dades. Hablábamos de lo que ha sido, para los creyentes, la Revela­ción bíblica del Más Allá, y terminábamos recordando estas palabras del Evangelio: Una vez acabada nuestra existencia, y realizado el Juicio de Dios sobre todos los hombres, "El Señor reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos ", y los introducirá en su Reino.

Este día de Cristo Rey nos invita a profundizar en la expresión que rezamos en el Credo: " Y su Reino no tendrá fin ".

HOMILÍA

1. La Realeza de Cristo

La visión de Daniel que hemos oído en la 1.a Lectura: "vi venir una especie de hombre (o hijo de hombre) entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable (el Padre), y llegó a su presencia. A El se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su Reino no tendrá fin".

Se refiere, sin duda, a Cristo y a su Reino, porque El citó este pasaje para autopresentarse como "Hijo del hombre" con frecuencia, y, en el momento solemne de su comparecencia ante Pilato, para atestiguar que era Rey, pero no de este mundo.

— La realeza de Cristo:

• Es una realeza no basada en plebiscitos ni herencias que suelen acabar en nada: hoy, rey; mañana, un desterrado.

• Es una realeza que tiene por fundamento la primacía universal y absoluta de Cristo sobre todos los seres, pues todos "han sido hechos —como dice San Pablo— con vistas a El y nosotros tam­bién".

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• Es una realeza, tan segura de sí misma, que, el aceptarla o no, Cristo lo deja a la voluntad de cada uno, sin miedo a que por eso se reduzca a la nada o se esfume.

• Es una realeza que no tiene por meta bien alguno para el Rey o para Cristo, sino que sólo tiene nuestro bien por meta. "Cristo —decía San Agustín— es Rey, no para imponer tributos a sus sub­ditos, ni para imponer cargas en favor suyo, sino para hacernos a todos partícipes de sus bienes y posesiones..."

2. Relación entre Reino de los Cielos e Iglesia

A principios de siglo, con frase ingeniosa y un tanto maligna, escribió Loisy, que Cristo había anunciado el Reino de los cielos y lo que apareció en el mundo fue la Iglesia.

Esto puede tener un auténtico sentido real o verdadero, además del histórico y aparente. El sentido puede ser éste:

El pueblo judío, en el que el Hijo de Dios se encarnó, no quiso recibirle en su mayoría. De haberle recibido, el pueblo gentil es de suponer que hubiera abierto los ojos, se hubiera unido a él, y la Iglesia no hubiera sido necesaria. Como no le recibió, vino la Iglesia —la instituyó Cristo al otorgarle su Espíritu— para que fuera ella, como prolongación suya, la que a todos nos facilitara el acceso a su Reino.

Hay vinculación entre Iglesia y Reino de los cielos con base teológica.

La Iglesia no es el Reino en su plenitud; pero sí su auténtico comienzo ya en la tierra. La Iglesia es el puente, que Cristo Pontífice eterno, nos ha dejado para que podamos ir por ella a El, y al Padre desde El.

¿Se puede decir que "Fuera de la Iglesia no hay salvación'?

Ni se puede decir, ni se debe pensar. La Iglesia es, en el Reino de Dios, la porción consciente del cuerpo de Cristo; pero el cuerpo total de El es la humanidad entera con la que puede ocurrir, lo que con un árbol que está fuera de las tapias de un huerto pero que tiene parte de sus raíces dentro del mismo. De más importancia que las ramas estén dentro del huerto, es que estén, como hemos supuesto, sus raíces; y están las de todos aquellos que "hacen el bien y practican la justicia sean de la nación o de la religión que sean", como decía ya San Pedro.

De los de fuera, nos dejó dicho el mismo Cristo: "El que no está contra nosotros, está con nosotros". De los de dentro, para freno

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nuestro o de los creyentes, esto otro: "Son más los llamados que los escogidos..."

3. Implicaciones derivadas para nosotros 1.a Que, respecto de la pertenencia al Reino, lo de menos es el

lugar donde se está y se respira, o la fe sociológica.

2.a Para que el Bautismo signifique algo, el bautizado en la infancia ha de hacer suya, propia y personal, la opción que sus padres un día por él hicieron.

3.a No basta incluso hacer esta opción personal, sino que hay que crecer de continuo en ella, hay que mantenerla viva.

4.a La fe personal hay que hacerla eficaz - además de adulta y crítica— con obras, pues la fe es para la acción, no para contentarnos con el puro pensamiento o las palabras...

4. Conclusión

Cierto que son muchas y difíciles las cosas necesarias para una pertenencia ideal o total al Reino de Cristo; pero no olvidemos lo de San Agustín: Cristo es Rey nuestro, más para darnos que para pedirnos, más para favorecernos que para exigirnos.

Además, por un Reino, "que no ha de tener fin", vale la pena luchar unos pocos días sin regatear trabajo ni esfuerzo.

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Santoral -i ¡

Día 8 de diciembre:

Inmaculada Concepción de María (B)

(Gn 3,9-15.20; Ef 1,3-6.11-12; Le 1,26-38)

LA VIRGEN, EN LA MENTE DIVINA, VINCULADA A CRISTO

Hermanos... Nos sale hoy al paso una primera fiesta de la Virgen: la de su Concepción Inmaculada, o la de su venida a este mundo en gracia.

Dentro del marco del nuevo Ciclo litúrgico, ¿cómo ver a María en su concepción o en sus orígenes de cara a Cristo y a nosotros?, ¿cómo verla en la mente creadora?, ¿cómo comportarnos, en conse­cuencia, nosotros con la Virgen?

Dispongámonos a reflexionar hoy sobre estos tres puntos.

HOMILÍA

1. María en la mente de Dios

Aunque las Lecturas bíblicas, para esta fiesta, son, en este segun­do Ciclo litúrgico, las mismas que en el primero, nuestra visión de la Virgen, a través de ellas, no va a ser idéntica a la del Cielo anterior. Por una razón muy sencilla: por no ser el mismo nuestro punto de

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partida de este año. En el anterior partíamos de Cristo "Monte altísimo" y considerábamos, por eso, a su Madre como el medio, como el palanquín que emplea el Padre, para introducir a su Hijo en el mundo. En éste, hemos partido de nuestra miseria y de nuestra grandeza, con Cristo, ante nuestra vista, como Debelador de la primera y Sustentador y Consumador de la segunda.

A la Virgen, desde este nuevo punto de vista, la vemos como estuvo en la mente creadora: emparentada, no con nuestras miserias —con la culpa de Adán—, sino con las riquezas de Cristo: llena de gracia y sin pecado desde el principio.

En la mente divina, anterior a la creación de Adán, ya estaba la Virgen. Lo estuvo desde el deseo o propósito, en el Verbo, de encar­narse, porque madre e hijo son términos correlativos; y de ahí este privilegio suyo: el de ser "hija de su Hijo", como decía Dante, más que hija o descendiente de Adán y Eva; y, por lo tanto, debido a esa vinculación principal o primera, en gracia desde el primer momento.

Como superan, en esplendor y belleza —decía Dante— por la mañana, las nubes del oriente a las del ocaso; así y más supera la belleza sobrenatural de la Virgen a la de cualquier otra criatura, por su proximidad a Cristo, en la mente divina, y luego, por el descender de Cristo precisamente a su seno, siendo la Engendradora del ser humano de Cristo, engendradora única, pues Cristo, en cuanto hom­bre, nació sólo ella, sin padre alguno.

2. La Eva de la 1.a Lectura

Es una figura o símbolo de la Virgen por haber salido de las manos creadoras de Dios como María, en gracia o en posesión de la vida sobrenatural, que manaba hasta ella, desde el Hijo de Dios, que quiso hacer de ella, y de Adán, los primeros miembros terrenos suyos, miembros vinculados ya por nacimiento a la Cabeza y por lo mismo poseedores de los bienes de ésta.

Y es figura también de la Virgen por su maternidad universal biológica, símbolo de la maternidad sobrenatural de María. Por la primera maternidad somos hijos de Eva; por la segunda lo somos de María en cuanto madre de Cristo, madre también de todo el cuerpo místico de Este, formado por la humanidad entera, que no tiene, en la mente divina, otro destino que el de ser cuerpo de Cristo.

3. Nuestro comportamiento con la Virgen

El propio de todo buen hijo:

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— Como buenos hijos debemos alegrarnos de sus glorias y pre­rrogativas únicas: De que haya sido llena de gracia desde el principio, no como Eva, sino con la plenitud total de la misma; y de que, como madre de Cristo, sea madre de todos nosotros, miembros del Mis­mo.

— Como buenos hijos debemos recurrir con confianza a ella en nuestros apuros espirituales, recordando lo solícita que ella, en vida, se mostró para que su Hijo socorriera hasta los materiales, que aquejaban a los hombres de su entorno.

— Y, como buenos hijos, debemos no cansarnos de honrarla y agasajarla. De María nunquam satis: Si Dios la ha agasajado tanto, ¿por qué ser cicateros con ella nosotros?

4. Conclusión

Que la Virgen sea para nosotros una especie de "reclamo" de Dios que nos lleve a Cristo, el Hijo de ambos; y que Cristo haga que, en nosotros, nada perezca de cuanto le ha sido a El dado, a través de Maria, por el Padre.

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Día 19 de marzo:

San José (B) (2 Sm 7,4-5a,12-14a.l6; Rm 4,13.16-18; Mt l,16-18-21.24a)

SAN JOSÉ, PRIMER PRESENTADOR DE CRISTO

Hermanos... Celebramos hoy la festividad de San José y el día del Seminario...

Dentro del marco de este Ciclo que, en este tiempo de Cuaresma nos viene presentando los rasgos más interesantes de la Figura de Cristo, nada más lógico que advertir en San José una faceta especial suya: la de haber sido el primer anunciador de Cristo como Salvador al mundo.

HOMILÍA

1. Las Lecturas

En lo inmediatamente anterior a la 1.a de ellas, el texto bíblico nos dice que Dios no quiso dejar a David que le edificara un templo.

Esto quizá a alguno le parezca extraño. Sobre todo a los parti­darios, anacrónicos hoy, de hacer grandes templos y llenarlos de cosas costosas. Si no tienes bienes suficientes para socorrer al men­digo que llama a tu puerta, ¿cómo eres tan presentuoso que quieres edificar para Dios un palacio digno de El? Un lugar humilde donde reunimos basta; no hay por qué pensar en grandes templos hoy...

La 2.a Lectura, con el ejemplo de Abraham, nos ha puesto ante los ojos que la justificación nos viene de la fe, no de nuestras obras.

Cristo Salvador es el único iluminador, la única causa eficiente de nuestra iluminación o salvación, no nuestras buenas obras que no pasan de ser mera condición para lograr la iluminación o salvación.

Presentador de Cristo, en cuanto único Iluminador o Salvador: "El nombre que le impondrás —le dice a José el ángel— es el de JESÚS porque El salvará al mundo de sus pecados".

Esta es la faceta que más cabe destacar en San José: El fue el primero en tenerle por Salvador, al oír al ángel que le impusiera el nombre de JESÚS...

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También podemos ver en San José como el rector del primer seminario, el de Nazaret, donde se formó Jesús, el único sacerdote, de cuyo sacerdocio, todos participamos en lo más hondo —en lo óntico— aunque no en lo ministerial.

2. El día del Seminario

Ocasión para responsabilizarnos con algo de todo el pueblo de Dios: El Seminario. Es el centro de formación de sacerdotes, para que santifiquen y guíen a los fieles.

Cristo —cabeza y núcleo de la Iglesia— tiene muchos modos de hacerse presente en medio de los creyentes, es decir, allí donde hay una cristiandad o unos fieles. Han subsistido cristiandades, como las dejadas por San Francisco Javier en Japón y China, durante más de tres siglos, sin sacerdote. Pero sigue siendo necesario el sacerdote.

Esto lo afirman teólogos tan notables como Rahner y Schille-beeckx. Dice este último: "La comunidad (toda comunidad) posee un derecho a tener ministros y a celebrar la Eucaristía. Este derecho apostólico está por encima de los criterios, que la Iglesia puede y debe establecer para admitir a sus miembros (sacerdotes)... La Iglesia oficial no puede derogar el derecho apostólico (1 Tm 1,13) de las comunidades cristianas; ella misma está ligada a ese derecho apos­tólico. Por ello, si, en unas circunstancias históricas concretas, existe el peligro de que una comunidad se quede sin ministros, cosa que está ocurriendo actualmente de forma progresiva, aquellas exigen­cias de admisión al ministerio, que no nazcan de su propia esencia y que sean en realidad una de las causas de esa escasez de sacerdotes, deben ceder ante el derecho de las comunidades a tener dirigentes, un derecho que es primario y que se funda en el Nuevo Testamento" (El ministerio eclesial, pág. 75).

Rahner afirma asimismo: "En la medida en que la Iglesia, en una situación concreta, no puede contar con un número suficiente de sacerdotes (como pasa ahora en multitud de países), sin renunciar a la obligación del celibato, es evidente, y no es objeto de discusiones teológicas, que debe renunciar a tal obligación" (Concilium, núm. 153, pág. 380).

De ser absoluta la necesidad del sacerdocio ministerial en la Iglesia, la argumentación de estos teólogos no tendría vuelta de-hoja; pero, del persistir de la Iglesia hoy en mantener tal obligatorie­dad, se desprende la no necesidad absoluta.

Dejando ya el terreno de lo absoluto y pasando al de lo relativo, se puede decir que el sacerdocio ministerial sigue siendo necesario en

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la Iglesia en la actual situación. Buena prueba de esto es la insistencia constante de la Iglesia en buscar vocaciones y preparar, del modo más conveniente, a los que escuchan su llamada y desean ser sacer­dotes.

Respecto del celibato obligatorio... No cabe duda que es un tope o un dique. Tema arriesgado que precisa moderación y reflexión teológica.

3. Resumen y conclusión

La 1.a y 2.a Lecturas nos han llevado a ver a San José como primer Presentador de Cristo, Salvador, al mundo, y, después como rector del primer Seminario...

Hemos visto hasta dónde llega, en una cristiandad, la necesidad del sacerdocio. Es una necesidad grande, pero no absoluta, una necesidad relativa.

Sabiendo que el celibato hoy es una de las causas de que a muchas cristiandades les falten sacerdotes; y que causa, mayor aún, de ello es el descuido de la religiosidad hoy reinante por todas partes, hemos de poner en práctica lo del "a Dios rogando y con el mazo dando". Hemos de tratar de pulverizar la irreligiosidad sobre todo. Si los jóvenes ven, como no pueden menos de ver, que la religiosidad está en crisis en nuestro mundo, ¿cómo se van a animar a ser sacerdotes? Nadie quiere hacerse cargo, de una embarcación en peligro... La vocación es cosa de unos pocos; el ambiente, para que esa vocación pueda darse, es de todos. Tenemos que crearlo nosotros los creyentes.

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Día 25 de julio:

Santiago, Patrón de España (B)

(Hch 4,33;5,12.27-33;12,1; 2 Co 4,7-15; Mt 20,20-28)

EL PRIMER SEMBRADOR DE LA FE EN ESPAÑA

Hermanos... Celebramos hoy la festividad de Santiago, primer evangelizador o sembrador de la fe en España.

Al margen de las Lecturas, por ser idénticas en los tres ciclos, hoy vamos a reflexionar: sobre la fe que Santiago nos trajo; cómo es esa fe para muchos, en España, y lo que debe ser para todos, y el deber de hacernos propagandistas de ella.

HOMILÍA

1. Fe sociológica y fe opcional

Los españoles, afortunadamente, tenemos fe "sociológica". Me­jor es un ambiente de cristiandad, de fe, que un ambiente de increen-cia y de paganismo.

— La fe sociológica es una fe ambiental, que está en el aire que uno respira, y que puede estar, también en el aire de quien la tiene, por estar en él como el agua en una cesta.

— La fe sociológica es una fe por tradición más que por propia elección.

— La fe sociológica es una fe que puede llevar y lleva a oír Misa los domingos, a confesar y comulgar por pascua florida, a bautizar los hijos no tardando, a casar a éstos por la Iglesia, y a llamar al sacerdote cuando uno de la casa se halla en peligro de muerte.

Pero esto no es suficiente, porque todo eso puede ser mera rutina y no hacer vibrar de entusiasmo por Cristo, y a esto hay que llegar sobre todo. Lo deseable es la fe opcional o teologal. La que lleva al creyente a optar, más que por unas afirmaciones nocionales o creen­cias, por la Persona de Cristo y optar con todo su ser, interno y externo, poniendo por entero cuanto es en manos de Cristo, sin recorte alguno ni reserva.

La fe teológica u opcional es un adherirnos a Cristo con una triple adhesión: mental, afectiva y efectiva. Mental, aceptando con

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el entendimiento todo lo que dice Cristo o enseña. Afectiva, no regateándole afecto alguno de nuestro corazón, aunque tengamos que decir, como la Magdalena del Jesucristo Superstar que "no sabemos cómo amarle". Y efectiva, haciendo que nuestra vida ad­quiera un especial contenido por un obrar, en todo, semejante al suyo, al que El nos inculca.

2. Una revisión de vida

¿Es esta última la fe de los españoles? La de muchos, sí. La de todos, no... ¿La nuestra, la de los que acudimos al templo? Ojalá fuera ésta, que es la única verdadera del todo, por ser la única que es fe plena y no a medias: la que pone en manos de Cristo, no sólo la mente o la cabeza, ni sólo el corazón o el afecto, sino incluso las manos, nuestro obrar.

Porque sólo de ésta se puede decir lo que dijo Cristo: "El que cree tiene la vida eterna". La tiene en germen, en embrión, como en la bellota está el roble; aunque haya que añadir que la tiene en vasija quebradiza, como el agua en una cesta, sobre todo si no cuida mucho de ella.

3. Afianzamiento de la fe

Se logra igual que se asegura la posesión de una luz: propagán­dola. La luz es para alumbrar. Y quien no procura esparcirla está expuesto a que se le pierda o que su luz se extinga, y, si no la ha propagado, de ella no queda nada. Hay que propagar la fe como hay que propagar la luz para obviar el peligro de vernos a oscuras.

La fe se propaga como se extienden los bacilos: por comunica­ción y contagio sobre todo. Para ello hay que poseer el bacilo; no basta conocerlo y saber su modo de propagarse. Por muy bien que uno conozca el bacilo de Koch, por ejemplo, si no lo tiene a dispo­sición suya, si no es portador de él de algún modo, no lo comunica­rá.

La comparación no es apropiada puesto que se trata de conteni­do positivo al contagiar la fe, negativa es la acción del bacilo que priva de la salud. Nos sirve mejor la imagen de la levadura. San Juan Crisóstomo decía: "Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino?... Si un perfume no esparce olor, no lo podemos considerar un aroma". Pues lo mismo cabe decir de la fe: cuando no es contangiante, cuando no esparce el buen olor de Cristo, quien la ostenta no tiene la fe verdadera.

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4. Resumen y conclusión

Hemos hablado de dos clases de fe: la sociológica y la opcional o personal. Hemos visto que son un bien ambas; pero sobre todo la segunda, ya que sólo ésta es una auténtica adhesión total a Cristo. Y hemos visto qué deberemos hacer para que, en nosotros, lo sea...

Supliquémosle hoy a Santiago, como hito final nuestro, que nos obtenga, del Señor, esta fe: la que él vino a traer y sembró en nuestra tierra.

29.—Año Litúrgico... 449

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Día 15 de agosto:

Asunción de la Virgen (B) (Ap ll,19a;12.1-6al-ab; 1 Co 15,20-26; Le 1,39-56)

MARÍA, SÍMBOLO DE LO QUE ANHELA Y ESPERA LA IGLESIA

Hermanos... Celebramos hoy la fiesta máxima de la Virgen, el día de su vinculación, definitiva y para siempre, con Cristo.

Esta fiesta viene a ser, para nosotros, un oasis desde el que Cristo nos grita: "Yo soy la resurrección y la vida. El que tenga sed (de eternidad, de no acabar nunca), que venga a mí y beba...".

HOMILÍA

1. El paso a la otra vida

De la muerte de la Virgen y de lo que acaeciera después, no se ocupa la Escritura. Pero indirectamente nos indica o sugiere lo su­ficiente para nuestras reflexiones en torno al morir o paso a la otra vida.

De la muerte, ahora nos interesa, no la cuestión biológica, sino la moral o de cara al más allá.

Como ni la experiencia, ni la razón pueden proporcionarnos luz a este respecto, de ahí que nos veamos en esta alternativa: o elegir el quedarnos a oscuras del todo, sin luz alguna, a propósito de este asunto o problema —el problema máximo— que es lo que hacen los no creyentes; o aceptar la Revelación y fiarnos de ella...

En el Nuevo Testamento, Cristo compara la muerte al sueño. Del sueño de la muerte no nos despertaremos nosotros; nos desper­tará el Señor, según la Escritura: "El que resucitó a Jesús de entre los muertos resucitará un día vuestros cuerpos mortales mediante el Espíritu Santo que habita en vosotros".

• La Escritura nos proporciona, entre otros, los siguientes da­tos:

— A ningún justo le ha dejado Dios en su tribulación más de tres días... Esos fueron los que le costó a Abraham llegar al monte Moria donde se le dijo que sacrificara a su hijo... Esos fueron los que

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se tardó en demostrar que los hijos de Jacob, que habían ido a Egipto en busca de alimentos, no eran espías... Esos, los que Jonás estuvo en el vientre de un cetáceo, símbolo literario, no histórico, de los que había de estar Cristo, según El mismo, en el sepulcro...

— El anhelo de San Pablo de morir cuanto antes para ir al encuentro del Señor... Si hasta el fin del mundo no hubiéramos de resucitar, en vano sería ese anhelo y ese morir cuanto antes.

— Otro tanto cabe decir del "Hoy estarás conmigo en el Paraí­so", que al buen ladrón le dijo Cristo...

• La razón. Sólo a través de metáforas nos permite ver algo: Si a las aves migratorias no les engaña su institno —el que les hace suponer que hay otras tierras, con más luz y calor, donde en invierno no se esconden bajo el suelo los insectos que han de servirle de alimento—, ¿por qué creer que, con nosotros, juegue y se burle la naturaleza, infundiéndonos unos anhelos de vivir para siempre, que no van a ser satisfechos nunca?

Si del grano de trigo que perece en el surco, sale una espiga que lo multiplica, ¿por qué no ha de ocurrir otro tanto con nuestro ser corporal-espiritual, al que Dios le ha otorgado el anhelo de un vivir eterno? La razón no se opone a nuestra resurrección; más bien la ve posible y hasta probable, y que esa posibilidad y probabilidad haya de ser, con el tiempo, realidad, nos los atestigua la fe, a la que razonablemente nos podemos atener.

2. Sentimientos de la Virgen al morir

Bien pudieron ser los que cree la Liturgia, y nos ha recordado hoy en la 3.a Lectura, los del Canto del Magníficat: "Mi alma pro­clama la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Creador por haber mirado la poquedad de su sierva". Se sintió ensalzada hasta la cumbre de la (íloria, como un día fue elevada a otra semejante, a la semiinfinita dignidad de verdadera Madre del Salvador.

3. Sentimientos ante la propia muerte Deben ser unos sentimientos semejantes, porque debemos estar

persuadidos de que nuestra muerte, como la de Cristo y la de la Virgen, no va a ser un acabamiento, sino una culminación; una consumación, y no una consunción.

La muerte desfigura el ser del hombre, pero no para acabar con todo lo que hay en él, con nuestro ser de miembros de Cristo, al que

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la muerte temporal no tiene acceso, sino para adaptar a nuestro ser inmortal lo no inmortal, lo puramente nuestro o terreno y que en exclusiva nos pertenece a nosotros.

La muerte nos despoja de un vestido —temporal— y nos da otro de fiesta e inmortal. La muerte nos depoja de un vestido —el de faena, el del tiempo, el de trabajo (roto y sucio)—, pero nos vestirá a continuación de otro: el de fiesta, el de alegría: el de la gloria para siempre, y del eterno júbilo, que, con la fe, a la sazón nos estamos ya tejiendo...

4. Conclusión

Nada más de acuerdo con esta fiesta que fomentar en nosotros pensamientos de serena confianza, júbilo y alegría.

Pío XII, al proclamar como dogma este misterio de la Virgen, dijo que lo definía, no sólo "para gloria de Dios Padre omnipotente, para gloria de Cristo, Hijo de María, y para gloria de ésta", sino además para que en nosotros se afiance y robustezca la fe y la esperanza en la vida del más allá, en la vida eterna.

Tratemos de ver en María Asunta al cielo lo que dice el Vaticano II: "La imagen purísima de lo que la Iglesia toda ansia ser" (SC, núm. 103).

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Día 1 de noviembre:

Todos los Santos (B) (Ap 7,2-4.9-14; 1 Jn 3,1-3; Mt 5,l-12a)

EL HORIZONTE DE LOS SANTOS

Hermanos... Son varios los Jatos que nos exhortan a hacer un balance o examen de nuestra vida estos días: el terminarse del Año Litúrgico, símbolo del acabarse de nuestra vida; el caer de las hojas en los árboles, símbolo del sucedcrse de las generaciones humanas según el viejo poeta Homero; y a ellos se añade el celebrar litúrgica­mente la Festividad de Todos los Santos, seguida de la Conmemo­ración de todos los fieles difuntos.

HOMILÍA

1. Un retrato de Cristo

El horizonte, y la meta de los Santos consistió en asemejarse a Cristo lo más posible. Seguir sus pasos y asimiliar sus actitudes y rasgos.

De Cristo no tenemos ningún retrato de cuerpo entero de su exterior físico; pero sí lo tenemos de su interior.

Nos lo ha puesto hoy la Liturgia ante los ojos con el sermón de las Bienaventuranzas.

Cristo es el Bienaventurado o Dichoso en el que se concentran éstas, y el Sermón constituye su mejor autorretrato.

2. Bienaventuranzas: autorretrato de Cristo y espejo nuestro

— "Dichosos los que eligen ser pobres..."

Esta Bienaventuranza nos presenta la primera gran faceta de Cristo: la del Verbo que, en la Encarnación, opta por ser pobre siendo rico, la que le llevó a olvidar su condición esencial divina o de igual al Padre, para prolongar al máximo la de su condición filial trinitaria o de menos que El en cuanto Hijo, haciéndose, además de esto, por la Encarnación, criatura.

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A propósito de esta Bienaventuranza, lo que nosotros más debe­mos anhelar, para parecemos a Cristo, estriba en la humildad, en no ceder al afán de aparentar y presumir que hoy lo invade todo.

— "Dichosos los afligidos, los que lloran, los sufridos...".

El segundo paso dado por El, en su humillación o anonadamien­to: el aceptar, como suyos, unos miembros personales, no meramente defectibles —como los que El había ideado—, sino caídos en el mal, como la realidad se los deparó, y de los que El no quiso prescindir.

Esto nos invita a todos frente a nuestras propias faltas, a recono­cerlas cuanto antes, no defenderlas, sino enmendarlas. "Que no se ponga el sol sobre vuestra ira".

— "Dichosos los no violentos".

Nos recuerda la presentación que Dios hizo de su Hijo antes de aparecer Este en el mundo. Nos lo presentó como el "Príncipe de la paz", como el que venía, no a quebrar la caña cascada o apagar la mecha humeante, sino a avivarlas y a vigorizarlas.

Para parecemos nosotros a Cristo hemos de repartir el bien, aun con sacrificio.

— "Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia...".

Nos hace entrever a Cristo como el Justo por excelencia, como el que acertó a realizar lo más opuesto: el salir por los derechos de Dios haciéndose su Gorificador y a la vez defendernos a nosotros —los ofensores— convirtiéndose en Redentor o liberador de sus hermanos.

— "Dichosos los misericordiosos..."

Nos realza aún más su actitud de entrega, su sacrificio por los más necesitados, su actitud compasiva e indulgente con los pescado­res siempre, aunque de tenaz intransigencia a la vez con el vicio o la culpa.

— "Dichosos los limpios de corazón" —los sinceros y claros, sin segundas intenciones.

Hace referencia a la adhesión total de Cristo a la verdad, a toda clase de verdad, sin ceder en esto ni una sola tilde. El es quien dijo "Yo soy la verdad" y la hizo vida propia.

"Cooperadores de la verdad", he aquí cómo nos llama San Juan a los creyentes. Y esto debemos ser si queremos parecemos a Cristo y poder vivir un día de la Verdad absoluta.

— "Dichosos los que trabajan por la paz..."

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Nos trae a la memoria lo hecho por El para implantar la paz auténtica en todos. "Murió para congregar a los hijos de Dios que andábamos dispersos".

— "Dichosos los perseguidos por la fidelidad a El".

Nos recuerda lo que fue su muerte: un no cejar ante el mal hasta el último momento, hasta el acabarse de su existencia terrena.

3. Conclusión

Jesucristo, que eligió ser pobre siendo infinitamente rico, o po­seedor de la Divinidad; Jesucristo, sufrido o sufriente por nosotros; Jesucristo, no apagador de la más insignificante mecha humeante; Jesucristo, siempre hambriento de justicia; Jesucristo, compasivo y misericordioso; Jesucristo, limpio de corazón o amante de toda ver­dad aun la más mínima; Jesucristo, siempre en busca de pacificarlo todo..., he ahí nuestro espejo, nuestro Modelo.

No apartemos la vista de este espejo. Utilicemos su imagen refle­jada para percibir nuestros fallos y corregirlos; para intentar pare­cemos a Cristo. Dios premiará, en nosotros, si no unas buenas obras como en los Santos, sí, al menos, unos deseos sanos, sinceros, hon-Tados, humildes, de agiadaile.

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W/~199 CICLO "C

La vida, como camino

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Panorámica del ciclo C

Nuestro punto de partida en este Ciclo será el mirar la vida como camino. El recorrido que haremos, éste:

En la primera parte del Ciclo, el Adviento empezará por marcar­nos las tres etapas generales de nuestro caminar: la de la opción fundamental por Cristo —el único Infinito a nuestro alcance: Infini­to, por ser lo que Dios, y al alcance, por ser nuestro Cabeza—; la de apartarnos de todo mal, como contrario a El y a nosotros; y la de continuar, sin hacer alto definitivo en bien temporal alguno, en nuestra marcha, hasta dar con el Bien último o supremo...

— La primera jornada se encargará de concretárnosla luego la Navidad, al invitarnos a "compartir" la vida de Cristo.

— El interesarnos en la segunda la de huir de todo mal o culpa— nos lo facilitará la primera parte del Tiempo ordinario, al presentarnos a Cristo como Luz del mundo, o luz en nuestro sende­ro.

— La tercera nos la facilitará la Cuaresma, invitándonos a hacer un viaje delicioso e interesante: por poder hacerlo en compañía de Cristo, en contacto singular con El como Salvador, y por estar encaminado a nuestro rejuvenecimiento interno, el que más debe preocuparnos; viaje que culminará, en el Domingo de Pascua, con nuestro "centrarnos" del todo en Cristo, y afianzará con lo del Tiem­po pascual, de Pentecostés y la fiesta de la Santísima Trinidad.

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Realizadas así las tres jornadas, dedicaremos la segunda parte del Tiempo ordinario a contemplar los paisajes menores de la vida del Señor, que se nos quedaron sin explorar a lo largo de ellas, y a admirar y disfrutar de la vista de esos paisajes...

Esto haremos, a lo largo de este Ciclo, que, en términos genera­les, estará ordenado preferentemente a la Moral, como el primero lo estuvo a la Fe, y el segundo a la Religiosidad.

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Adviento

Domingo I de Adviento (C) (Jr 33,14-16; I Ts 3,12.4,2; Le 21,25-28.34-36)

LA VIDA COMO CAMINO

Hermanos... Comenzamos hoy el tercer Ciclo litúrgico.

En él van a desfilar ante nuestra consideración los misterios de la vida de Cristo, pero los vamos a contemplar desde un nuevo punto de mira: desde nuestra vida, vista como un peregrinar hacia Cristo, con el que vamos a encontrarnos ahora, en esos tiempos litúrgicos, y directamente o cara a cara al final de nuestra peregrinación terre­na.

HOMILÍA

1. Espiral, no noria

Para contemplar los mismos misterios de Cristo, desde un punto de vista distinto, y, a ser posible, más alto, nos puede servir un símil: el de la espiral y la noria... En la noria todo se mueve siempre en el mismo plano; todo está siempre a flor de tierra. En la espiral cada vuelta supone un crecimiento, una elevación, un estar situados a nivel más alto.

No hemos de ir a buscar la altura en el Ciclo, en el objetivo; está en lo subjetivo. Se la debemos proporcionar nosotros.

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2. Nuestra vida, como un caminar o peregrinar

Ver la vida como un caminar equivale a lo significado en 13 espiral. Equivale, empleando otra metáfora, a verla no como un estanque o embalse, sino como un río en perpetua e ininterrumpida fluencia. No hacia donde decía el poeta, hacia el mar que es el morir, sino hacia un doble encuentro con Cristo: el del fin del Adviento ahora, en Navidad; y luego, más tarde, no sabemos cuándo, pero no tardando, el de nuestro pasar a la inmortalidad.

La 1.a Lectura nos ha recordado un anuncio profético de Jere­mías: que Cristo vendría a implantar la justicia y el derecho en el mundo... La tercera nos ha recordado que, tras esa venida, habrá otra del Mismo al final de los tiempos, para tomarnos a todos cuenta de qué hicimos con nuestra existencia. La Lectura intermedia —la segunda—, recordándonos los anhelos de San Pablo, nos ha insinuado cuáles deben ser los nuestros: poder presentarnos sin tacha al acabar nuestro caminar hacia Cristo en su doble venida.

3. Vida-peregrinaje en el pensar humano

— En la literatura nada tan frecuente como ver la vida así:

Los versos de Jorge Manrique: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar..."

Antes que él, en los albores de nuestra lengua, escribía Gonzalo de Berceo: "Cuando aquí vivimos, en ajeno moramos: / la ficanza durable suso (allá arriba) la esperamos; / la nostra romería entonces la acabamos, / cuando al paraíso las almas enviamos."

Y otro poeta, éste de nuestros días, ha añadido: "Al brillar de un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos; tan corto es el vivir" (Bécquer).

Así los bienes son cosa risible: bienes efímeros, bienes de cuatro días, bienes que, por lo mismo, apenas son bienes porque lo no permanente apenas es nada.

Los males son algo más, no porque en sí sean algo positivo, como decía Schopenhauer, sino por el daño que pueden causarnos; pero, al fin, también son poca cosa: "La picadura de un mosquito", como decía San Juan Crisóstomo.

Sócrates, con su famosa ofrenda de un gallo a Esculapio —el dios de la salud—, ¿qué venia a decirnos? Que la vida es una enfer­medad, y el remedio de ésta es la muerte. De aquí el júbilo indecible, experimentado por él ante ella.

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Para ascetas y místicos la vida "es una noche de mala posada" (Santa Teresa), quien dice también: "Todo se pasa tan presto que más habríamos de traer el pensamiento en cómo morir que en cómo vivir".

En suma, lo que decían los antiguos filósofos: que la verdadera filosofía es no perder de vista la muerte.

4. Equiparnos para el futuro Tenemos el peligro de anclarnos en el presente, convertir el cami­

no en morada fija, renunciando al futuro. La asamblea dominical es imprescindible.

Los tiempos de "cristiandad" han pasado. El ambiente sociológi­co ya no es cristiano, ni siquiera religioso. Al quedar nuestra fe sin lo que llaman los sociólogos "plausibilidad externa", es decir, sin el apoyo que recibía del ambiente anterior, le pasa lo que a la hiedra cuando se corta el árbol.

La asamblea es un gran remedio. Porque varios hilos destrenza­dos los rompe la mano de un niño; en cambio, bien trenzados, no los rompe ni la mano del hombre más fucile. De ahí lo de los primeros cristianos a un emperador que quería prohibirles la asamblea: "No podemos subsistir sin el Domingo". Nuestra unión nos fortalece a todos.

Además, al ponernos en contacto con Cristo por la Eucaristía, nos acerca al imán más fuerte, a un imán del que nadie ni nada puede sustraernos o apartarnos si nosotros no queremos. Por fuerte que sea el pluralismo interno, como lo que liga es la voluntad, si ésta está cautiva de Cristo de todos por igual—, es claro que nada hay que temer del pluralismo.

5. Resumen

— Hemos empezado viendo qué debe ser para todos nosotros cada nuevo Ciclo litúrgico: una espiral más que una noria.

— Hemos visto la vida como un camino o como un río, no que va a dar a la mar que es el morir, sino que va a desembocar en Cristo, en encontrarnos con El, y con la inmortalidad.

— Qué son los bienes y los males de esta vida, y cuál el peligro mayor que en ella corremos: el de olvidarnos que vamos en camino.

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— Y hemos visto por fin cómo obviar este mal (el del secularis-mo, el de la falta de un ambiente de religiosidad o de cristiandad, y cómo hacer frente también a los peligros del legítimo pluralismo interno): mediante la asistencia consciente a la Asamblea litúrgica y no rutinaria.

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Domingo II de Adviento (C) (Ba 5,1-9; FIp 1,4-6.8-11; Le 3,1-6)

ETAPAS EN NUESTRO CAMINAR HACIA CRISTO

Hermanos... Nos hallamos en los comienzos del tercer Ciclo litúrgico. Lo comenzamos el Domingo anterior partiendo de nuestra vida como peregrinación o "romería", que ha de ser sin reposo, hacia Cristo.

Este caminar consta de unas etapas y tiene unos medios para llegar a Cristo.

HOMILÍA

1. El contenido de las Lecturas

En la primera hemos oído al profeta Isaías dirigirse a Jerusalén —símbolo de la meta de todo caminante hacia Cristo— para ani­marla y consolarla. En la segunda hemos oído qué desea San Pablo a todos los creyentes caminantes: que "crezcamos más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores": el de la amistad de Cristo sobre todos los otros... Y en la tercera se nos ha hablado del "bautismo de conversión, que el Bautista predicaba como puente hacia Cristo...

2. Las tres etapas de nuestro caminar hacia Cristo

— La primera la tenemos señalizada en lo que Isaías nos ha dicho con lo de dejar el vestido de luto o de muerte, y ponernos el de fiesta y de alegría.

Consiste esta jornada en optar fundamentalmente por Cristo, que es nuestra Cabeza, en lo sobrenatural sobre todo, viéndole así, en nuestro caminar hacia la Navidad ahora.

— La segunda se cifra en San Pablo: lo de capacitarnos para apreciar los valores, para estimar la vinculación y amistad con El.

— Y la tercera viene a consistir en lo del "bautismo de conver­sión" que presupone: abandonar el mal, optar por el bien, y no pararnos en bien alguno hasta llegar al absoluto —el de la unión con Dios—, meta suprema de nuestra incipiente amistad con Cristo de ahora.

30.—Año Litúrgico... 465

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De las tres etapas o jornadas, la primera —a la luz de la fe—, para nosotros los cristianos, no ofrece duda alguna. Se cifra en optar por Cristo el único Infinito.

La segunda es evidente a la luz de la razón. El alejarnos del mal —de todo mal— es el primer paso para poder llegar al bien. La Escritura nos lo recuerda: "Apártate del mal y haz el bien"; consti­tuye el primer precepto de la ley natural, la más umversalmente divina que existe.

La tercera, la de la necesidad de que nuestra actividad no se limite a bien alguno, nos la pone de relieve, en lo teorético y práctico, a nivel natural, la obra literaria: El Fausto de Goethe:

El héroe, en esta obra, recorre primero todos los campos del saber. Luego, pasando de este terreno al de la práctica, se entrega a él con tal ardor que llega hasta reformar el versículo de San Juan —"en el principio era el Verbo"— y lo traduce así: "En el principio era la Acción", a la que se consagra de modo total. Y, por fin, a última hora de su vida, ya a las puertas de la muerte, afirma: "Si pudiera contemplar (desarrollados todos los proyectos que dejo es­bozados), diría a ese momento "Suspende tu vuelo, instante deleito­so"; pero no le es dado lograr esto, y queda, por ello, flechado de algún modo a la Infinitud, a no cesar en la actividad.

3. Medios a nuestra disposición

De dos principalmente: De la vida litúrgica y de los Sacramentos.

— Decir "vida litúrgica" equivale a decir vida que sigue el curso del Año Litúrgico, que es el mismo Cristo que se hace compañero nuestro de camino ahora, como en el día de Pascua se hizo compa­ñero de aquellos dos discípulos que iban a Emaús, a los que les hizo la homilía, la explicación de las Escrituras, y, ya en el mesón, antes de dejarles, les consagró el pan y el vino celebrando con ellos la Eucaristía.

— Lo de los Sacramentos necesita menos aclaración. Todos sabemos que son otros tantos encuentros o posibilidades de encuen­tro con Cristo, para poner a nuestra disposición todo lo suyo, toda la energía que emana de su naturaleza divina, de la que, por su vinculación con nosotros, a todos se nos ha hecho partícipes...

Los hechos hístórico-salvíficos, llamados "kairós" por la Escritu­ra, ocurridos de una vez por todas, sin repetirse en cuanto hechos, permanecen de continuo siendo siempre una "oportunidad" —una oferta que se nos brinda a todos— en orden a nuestro aprovecha-

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miento o rejuvenecimiento. Ellos son auténtico manantial de Reden­ción continuada.

4. Resumen y conclusión

Las Lecturas nos han hablado de tres etapas de nuestro caminar hacia Cristo: la de la opción fundamental por El; la de apreciar su amistad sobre toda otra; y la de no pararnos en amistad ni bien alguno, por grande que sea, como si fuera o pudiera ser para nos­otros el bien sumo o absoluto.

Hemos visto también los medios o vehículos para hacer ese triple recorrido con éxito: la vida litúrgica y los Sacramentos.

Atengámonos a lo que todo esto nos sugiere y lograremos, un día, el Bien supremo o definitivo.

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Domingo III de Adviento (C) (So 3,14-18a; Flp 4,4-7; Le 3,3-18)

LA ALEGRÍA, CLIMA MORAL DE LA CONVERSIÓN

Hermanos... La Liturgia nos hablaba el pasado Domingo de un camino de tres etapas sobre nuestra opción fundamental o trascen­dental por Cristo.

Este Domingo, retomando el tema último —el de la conversión— nos invita a pasar de lo general a lo particular, de lo abstracto a lo concreto, y elegir, para esto, como clima moral favorable, el de la alegría.

HOMILÍA

1. ¿Qué es la alegría y de dónde viene?

— No proviene de la salud. Uno puede tener ésta y estar triste o apesadumbrado... Tampoco viene del tener: uno puede estar nadan­do en bienes materiales y aun espirituales, y faltarle la alegría... No la engendra, desde luego, el ruido ensordecedor de ciertos actos: uno puede hallarse en medio de éstos y ser víctima de la más inmensa y mortal tristeza...

— Viene del poseer los bienes o satisfacciones que exige su na­turaleza (el ser corporal-espiritual que Dios le ha dado) de encontra­se uno en paz y a gusto con Dios, con el entorno social, y consigo mismo, de no tener que ver la vida como algo inútil y absurdo...

Esto no puede proporcionárnoslo: una moral como la kantiana (del deber por el deber) que huele a crueldad, como decía Nietzsche, ni la de quienes nos hablan del espíritu como de "un ave carnívora, que nunca deja de tener hambre, que devora la carne, que la hace desaparecer asimilándosela" (Kazantzakis, La última tentación); ni una moral heroica, pues lo heroico, como bien dice Santo Tomás, "es de pocos..."

Nos lo proporciona la Moral que no regatea sus derechos ni al alma ni al cuerpo, la que nos invita a "vivir las realidades temporales como primicias de las realidades eternas", que dice la Liturgia.

De acuerdo con esto último se ha podido escribir: "Nada se hace bien sin placer; no hay mérito en el que sirve a Dios de manera

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obediente pero no gustosa, porque a Dios le agrada que se le sirva con alegría" (P. O. Kristeller). Y esto, refiriéndose a San Francisco de Asís: "Sólo quien tenía propensión a gozar de todo lo creado pudo escribir el Canto de las criaturas en alabanza al Señor" (Carlos Fisac).

2. El paso, en la conversión, a lo concreto

Queda reflejado en las respuestas que daba el Bautista a la gente, a la masa, a los indiferenciados, que le preguntaban "¿Qué hace­mos?", contestaba él: "Quien tenga dos túnicas, dé una al que no tenga ninguna", y lo mismo en cuanto a la comida...

Esto es algo hacedero, y que llena de alegría, incluso, al que lo practica.

Tiene aplicación a nosotros en diversos aspectos: hay gente entre nosotros sin trabajo y con ganas de trabajar. El que pueda propor­cionárselo lo debe hacer. Todos debemos contribuir a crear un fondo para parados, prescindiendo en nuestras casas de todo lo que sean superfluidades. Ninguna de éstas, ante Dios, está justificada cuando a nuestro lado hay gentes en necesidad grave...

— A los publícanos que le decían al Bautista, "¿qué hacemos?", éste les decía lo que diría hoy a trabajadores y empresarios: "No exijáis más de lo establecido"; contentaos con algo del producto, o de lo proveniente del capital y el trabajo, pero no hagáis de la ganancia el motor supremo de vuestra actividad laboral y empresa­rial.

— A los soldados —en los que podemos vernos reflejados todos por aquello de que la vida es "una continua milicia"— que pregun­taban: "¿Qué hacemos nosotros?", el Bautista respondía: "No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga".

Siendo la vida, milicia —un estar hoy aquí y mañana en la sepultura—, ¿por qué pensamos tanto en almacenar, en enriquecer­nos, en cargar con exceso nuestras mochilas? La mochila hay que llevarla con algo; pero ha de ser lo imprescindible.

Nadie piensa en levantar una vivienda sobre el puente del río que atraviesa.

San Pablo, cuando dice: "Teniendo qué comer y con qué vestir, nada más anhelo...", expresa el ideal de vida sencilla y desprendida.

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3. Conclusión

Hagamos nuestro el ideal de San Pablo y del Bautista. ¿Vivimos la vida como ellos, o andamos desalados en pos de ganar más para gastar más y así lucir más?

Eso nada tiene de racional y menos de cristiano.

Aspiremos a la sobriedad, que nos aconsejan las Bienaventuran­zas en las que está la raíz de la alegría, de la que nos habla la Liturgia hoy.

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Domingo IV de Adviento (C)

(Miq 5,2-5a; Hb 10,5-10; Le 1,39-45)

EL ADVIENTO, SÍMBOLO DE NUESTRA VIDA

Hermanos... Con vistas al paso de lo abstracto a lo concreto, en el tema de la "conversión", hablábamos el Domingo anterior del clima moral que para esa "conversión"necesitamos.

Hoy la Liturgia nos presenta este tiempo del Adviento como un símbolo de nuestra vida por ser un tiempo de alegría y de esperanza.

HOMILÍA

1. La necesidad de la Moral

Justificábamos, el Domingo anterior, la conveniencia y necesidad de una Moral de la alegría, con vistas a algo arduo, como es la "conversión", que exige de nosotros toda moral. Y hablábamos tam­bién de la amplitud y universalidad de una moral.

Hoy, es un triste hecho a la vista de todos, la Moral está en crisis. Muchos hasta piensan que lo más moral es olvidar toda moral, desentendernos de todas sus normas u orientaciones.

Es esto un gran error que conviene desenmascarar:

La Moral, dice el filósofo italiano Nicola Abbagnano muy bien, "es el arte de ser hombres, de vivir y convivir humanamente; un arte que no hace otra cosa que sugerir al hombre la manera de salvaguar­dar su vida y la de sus semejantes, mediante un código más riguroso que cualquier otro, puesto que es sancionado por un Poder trascen­dente y soberano —el de Dios...—. La Moral es un arte que puede sufrir, de una época a otra, cambios para mejor o peor, olvido y obscurantismos parciales o renacimiento e iluminaciones, pero, si fuese totalmente olvidado o dejado de lado, se produciría inevitable­mente la destrucción del género humano. Por lo tanto, no es un arte que empobrezca o deprima la riqueza de las posibilidades humanas, los impulsos, los sentimientos, las aspiraciones que constituyen las energías espontáneas de esta vida, sino que permite a dichas energías crear y expresar de manera óptima, impidiéndoles acabar en la nada" (La sabiduría de la vida).

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Esto último, sobre todo lo de la moral, en cuanto que permite a las energías de la vida "crear y expresarse de manera óptima", con­cuerda con lo de la "perfecta alegría".

2. £1 Adviento, símbolo de nuestra vida

Por ser tiempo de moderación o de Moral, y de esperanza.

— De moderación o de Moral, porque ve el presente como provisional, no definitivo; y, por eso, ni le niega a la vida presente sus derechos, ni le hace prescindir de otros aún no a la vista.

— De esperanza, porque a dos pasos de este tiempo está la Navidad, lo que este tiempo anuncia, y, tras este anuncio suyo y su cumplimiento, vienen otros que igualmente se realizarán en la Litur­gia como los de Cristo se han realizado en la historia ya.

3. £1 modelo de esperanza de este 4.° Domingo

Nos lo ha bosquejado la 3.a Lectura. Es Isabel que, ante la presencia invisible de Cristo en el seno de María, prorrumpe en este grito de júbilo: "¿De dónde a mí tanto favor que venga a visitarme la madre de mi Señor?...".

4. Resumen, revisión, conclusión

Nosotros creemos que Cristo, aunque invisible también, está cerca de nosotros de mil modos: en la Eucaristía, en laAsamblea, en los pobres y necesitados, en todo hombre, por el mero hecho de serlo, en cuanto miembro suyo; pero ¿vivimos todo esto con el júbilo y entusiasmo con que lo vivió Isabel? Quizá reducimos la religiosidad a un cumplimiento supersticioso, más que religioso, dé unos signos o ritos...

San Pablo habla de "la fragancia del conocimiento de Cristo".

¿Hemos llegado nosotros a sentir esa fragancia? La causa de no sentirla quizá sea nuestra falta de hondura en el pensar en El. El Evangelio dice: "¿Qué mujer, si se le pierde una joya y la encuentra, no manifiesta regocijo? ¿Qué pastor, si se le extravía una oveja y da con ella, no se alegra y da a otros la noticia?...".

El Adviento es símbolo de nuestra vida y las actitudes a que nos invita este tiempo son las que hemos de cultivar en nuestra vida.

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Navidad

Vigilia de Navidad (C) (Is 62,1-5; Hch 13,16-17.22-25; Mt 1,1-25)

ANTE EL (ÍRAN JUBILO

Hermanos... Tras los días de Adviento, o del inicio de nuestro caminar hacia Cristo, vienen los de Navidad, que nos invita a algo más íntimo que los anteriores. No ya a pensar y a hablar de El con hondura, sino a vivir en simbiosis con El, a "compartir su vida", como reiteradamente le vamos a oír estos días a la Liturgia.

HOMILÍA

1. La Vigilia de Navidad, una vigilia símbolo de otra

Porque siendo, en la mente divina, lo primero la Encarnación del Hijo "con vistas al Cual se ha hecho todo", es claro que la Creación fue una primera Vigilia de este magno suceso, y que ésta de la Liturgia no pasa de ser una segunda, una auténtica Vigilia-Símbolo de aquélla...

Lo característico de esta segunda Vigilia es lo que no pudo haber en la primera: nuestro estusiasmo, un entusiasmo grande y desbor­dante, que nos lo ha inculcado la 1.a Lectura: Isaías, dirigiéndose a Jerusalén —símbolo de todos nosotros, los creyentes—, dice: "Por amor de Sión no callaré, y por Jerusalén no pararé..."

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2. Justificación de nuestro júbilo

Habiendo sido hecho todo por Dios, como nos dice la Escritura, con vistas a su Hijo, deseoso de encarnarse —de rodearse de un mundo de criaturas inteligentes con las que girar en torno del Padre y otorgarle así infinitos hijos— y siendo esas criaturas nosotros los seres humanos, ¿cómo no sentirnos ante su llegada, esperada, "con dolores de parto" por la Creación entera? Para un ser inteligente, ¿puede haber motivo de más júbilo que el saberse y sentirse miembro personal del Hijo de Dios mismo? ¿Se puede aspirar a más que a conseguir tener, como cabeza, una Cabeza divina?...

En un hecho real en cuanto acaecido en el tiempo y en el espacio en que nos movemos... Recordemos lo oído a San Pablo, dirigién­dose a los de Antioquía de Pisidia, a este propósito:

"El Dios de este pueblo eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo... De su descendencia, según lo prometido, sacó un Salva­dor... Jesús. Juan, antes de que llegara....estando ya para acabar su vida, decía de El: no soy digno ni de desatarle las sandalias..."

En suma: no se trata de algo mítico, perdido en el origen de los tiempos, sino de algo ocurrido en "la plenitud de éstos", en pleno tiempo histórico.

3. £1 inicio se sitúa en la concepción de Cristo

Fue algo parecido, en parte, a la aparición del primer hombre sobre la Tierra, según el Génesis.

Fue un comienzo virginal, sin concurso de varón alguno, ni terreno ni celeste, en el que la actividad de Dios, en la Virgen, fue una actividad de rostro creador, no de engendrador.

Así nos lo ha dicho la 2.a Lectura, y así era de suponer que lo fuera. Porque si venía a asumir a todos los hombres como miembros, madre no es extraño que tuviera para entroncarse de veras con nuestra raza.

A algunos hoy el relato de la concepción virginal de Cristo les parece un mero género literario, y tratan de buscar al mismo una explicación distinta en lo histórico-biológico.

Se piensa así porque se discurre de un modo parcial o analítico, y no, como en toda cosa compleja debe hacerse, de un modo abar-cador, comprensivo del conjunto..

F.s este un procedimiento parecido al de querer enjuiciar una obra de arte exclusivamente desde el arte, como si el autor no fuera

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un ser humano que debe atenerse, en el arte y en todo, a su ser de hombre al producir la obra de arte. Recordemos lo que dice Hegel: "En el todo está la verdad". Sólo a base de contemplar o tener en cuenta al todo, su realidad puede ver bien enfocada y enjuiciada.

4. Conclusión

Lo que a San José le dijo un día el ángel: "No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene de Dios directamente", nos lo viene a decir a nosotros la Liturgia.

Machado, el gran poeta, decía que es de pigmeos el querer reba­jar a Cristo a nuestro nivel.

Enjuiciemos todo lo de Cristo de modo abarcador o comprensi­vo, teniendo en cuenta no sólo lo humano, que en El hay, sino además lo divino e infinito. Sólo de este modo acertaremos.

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Page 238: hernandez, justo - año liturgico

Navidad; 1.a - Misa de media noche (C) (Is 9,2-7; Tt 2,11-14; Le 2,1-14)

NUESTRA SIMBIOSIS CON CRISTO

Hermanos... La Creación entera y nosotros, somos la primera consecuencia del gran suceso que nos congrega; somos un mero anticipo del haber querido hacerse hombre el Hijo de Dios.

Participemos en este suceso único y procuremos asistir a la re­presentación litúrgica llenos de júbilo, y, como María, con una gran reverencia y un gran afecto.

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

La Voz de Dios sigue resonando para nosotros ahora en las Lecturas litúrgico-bíblicas.

— La primera nos ha recordado lo que fue el anuncio de la venida de Cristo Mesías para el pueblo, que le estaba esperando, según Isaías: una ocasión del máximo júbilo. "El pueblo, que cami­naba en las tinieblas vio una Luz grande".

Tras vislumbrar esa Luz vino al pueblo un gozo inmenso. "Acre­ciste la alegría, aumentaste el gozo", ha proseguido diciéndonos.

Por fin, nos ha tratado de explicar cómo fue aquel gozo: el gozo o regocijo de los que recogen una abundante cosecha o se reparten un botín muy pingüe.

Nos ha presentado el itinerario de este suceso como luz, alegría, gozo, cosecha abundante y botín pingüe. No cabe más en tan poco...

— La tercera se ha limitado a constatarnos el cumplimiento del anuncio.

En ella hemos oído al ángel decir a los pastores: "Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: que hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor".

— Y la segunda nos ha brindado la mejor aclaración c comen­tario de todo lo anterior al recordarnos esta frase del Apóstol, tan breve pero tan llena de contenido: "Ha aparecido la gracia de Dios".

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2. El favor de Dios en el Misterio de Belén

La gracia, el favor, que constituyen el máximo Don o Entrega, hechos por el Padre a los hombres: es el de su propio Hijo, conver­tido por la Encarnación, en Cabeza real nuestra, en una Fuente de vida sobrenatural y divina, alumbrada en medio del mundo, y puesta a disposición de todos.

La Liturgia de este tiempo nos recuerda ese Don con frecuencia, y nos invita a "compartir" su propia vida de Hombre-Dios, a vivir en simbiosis con El, en la que El será el principal poseedor de la vida, y nosotros, los secundarios, pero auténticos poseedores no potenciales o meros herederos, pasado algún tiempo.

Somos invitados —en las palabras de San Pablo— a esperar la gloria de Jesucristo, que nos otorgará, al final de nuestras vidas, lo perenne y duradero, lo definitivo y eterno, lo que estamos todos anhelando constantemente ya que lo presente no podrá nunca satis­facernos del todo.

3. Conclusión

Nada más puesto en razón que no perder nunca de vista lo que antecede: esa dicha perenne y definitiva, que podemos lograr, pero que aún no tenemos, ni tendremos, mientras vivamos en el tiempo.

Vayamos en pos de esa dicha siempre y sin descanso, y, de este modo, nuestra inicial simbiosis de ahora con Cristo pasará a ser un día lo que la de El con el Padre: una simbiosis definitiva y para siempre.

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Navidad: 2.a - Misa de aurora (C) (Is 62,11-12; Tt 3,4-7; Le 2,15-20)

LO NECESARIO EN UNA VIDA CON CRISTO

Hermanos... Tras la jornada del Adviento, que incoamos par­tiendo de nuestra vida, vista como un caminar hacia Cristo, nos ha llegado la jornada de Navidad, que lógicamente nos invita a algo más íntimo que el esperar: a vivir en simbiosis con El, a "compartir su vida ". Veamos lo que es necesario para vivir en Cristo.

HOMILÍA

1. El ejemplo de los pastores

La Navidad nos invita a dar un paso más en nuestra marcha: a "compartir la vida de Cristo", a vivir en simbiosis con El del modo más íntimo posible, ahora en la Navidad y siempre.

Lo que es necesario para ello nos lo han insinuado los pastores con su conducta. "Tan pronto como oyeron a los ángeles, empezaron a decirse unos a otros: "Vamos a Belén, a ver quá ha pasado allí, y qué nos quiere dar a entender el Señor con lo ocurrido".

Lo ejemplar y modélico estriba en su anhelo grande de averiguar lo ocurrido, de ver, con sus propios ojos, al que había nacido.

Un afán así, por conocer a Cristo de cerca y lo más posible, es lo primero que nos hace falta a todos para llegar a compartir su vida. Lo que no se conoce, no se ama. A mayor conocimiento de la persona de Cristo, mayor posibilidad de simpatía hacia El, y de compenetración o simbiosis con el Mismo.

2. El ejemplo de la Virgen

En el obrar de la Virgen tenemos otro ejemplo de afán grande por conocer más y más a Cristo:

— Empezó por archivar, en su corazón, cuanto sobre Cristo les acaba de oír a los pastores.

— Archivó y guardó asimismo después lo que oyó decir de El a Simeón y a Ana, la profetisa.

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— Archivó y guardó más adelante —para meditarlo y rumiar­lo— lo que le oyó al mismo Cristo cuando escuchó de sus labios, a los doce años, que El debía ocuparse "en las cosas de su Padre".

— Y continuó haciendo esto mismo, a todo lo largo y ancho de la vida privada y pública de Cristo, respecto de cuanto en El fue viendo y observando. Su actitud de escucha, reflexión y aceptación es modelo para nosotros.

Cristo es el eje y núcleo nuestro. Descuidar el conocimiento de Cristo equivale a tener en descuido el más importante de los cono­cimientos y el más agradable; dice San Bernardo: que nada hay tan grato, en el orden intelectual, como llegar a descubrir con la razón aquello que, primero, sólo mediante la le se conoció.

3. Sabroso conocimiento

San Pablo, en la 2.a Lectura, no ha dicho: "La bondad de Dios y su amor al hombre", que resplandecen, como en ninguna parte, en la faz de Cristo.

Jesucristo es esa misma Bondad y Amor divino derramándose sobre nosotros.

Un primer rayo de luz lo tenemos en nuestra existencia misma, tan conectada con la de su Hijo. Existimos porque Este ha querido tener unos miembros inteligentes y dotados de personalidad que somos nosotros, los únicos seres capaces de conocerle y amarle.

Un segundo rayo fue la decisión, tomada por el Hijo, al encar­narse: la de asumir un cuerpo capaz de sufrir en favor nuestro.

Un tercer rayo el de, no contento con habernos redimido "justi­ficándonos con su gracia, hacernos coherederos suyos del Reino de Dios mismo..."

4. Conclusión

Hemos de hacer, en orden a vivir la Navidad, lo que hicieron los pastores y la Virgen: acercarnos, por el conocimiento, a Cristo, y que surja en nosotros el amor como estrella polar. No hay modo mejor de afianzar en nosotros la simbiosis con El según pretende la Liturgia de estos días.

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Navidad: 3.a - Misa del día (C) (Is 52,7-10; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18)

VIVIR CON CRISTO LA NAVIDAD

Hermanos... A "compartir" la vida de Cristo, según nos invita este tiempo, y a afanarnos por conocerle profundamente, somos llamados con insistencia.

Ahora es una exhortación jubilosa a vivir con Cristo su gozo.

HOMILÍA

1. Lo jubiloso del Misterio

La Misa última de hoy es una exhortación jubilosa a no cansar­nos de ahondar en el gran misterio que es Cristo: "¡Qué hermosos, sobre los montes —nos ha dicho la 1.a Lectura—, los pies del men­sajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia!".

"Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén", ha proseguido esa Lectura, dirigiéndose a nosotros, los redimidos por el que ha venido...

Los antiguos vigías de Israel —los profetas— se regocijaban, al vislumbrar en lontananza la venida del Mesías; con mayor motivo habremos de regocijarnos nosotros que celebramos su realización y presencia.

2. El Misterio de Cristo en las lecturas

Las dos últimas Lecturas nos proporcionan lo que bien podría­mos denominar la radiografía interior, más amplia y completa, del ser de Cristo.

"Cristo —nos ha dicho en la 2.a Lectura San Pablo— es el reflejo de la gloria del Padre, la impronta de su ser, el sustentador del Universo, el purificador y consumidor de todo pecado, el que está sentado ya para siempre a la derecha de la Majestad en las alturas, el que tiene un nombre sin igual", como sin igual es El mismo...

La 3.a Lectura nos hace una triple presentación de Cristo: respec­to del Padre, respecto del mundo, y respecto de nosotros.

— Situándose en el primer plano nos dice San Juan: "Al princi­pio (cuando aún no había nada) existía el Verbo, y el Verbo se

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hallaba cabe a Dios (en tenso movimiento vital y dinámico hacia El) y el Verbo era lo que Dios": un solo ser con El.

— Situándose luego en el segundo plano, añade: "Por El ha sido hecho todo y sin El nada se ha hecho de cuanto ha sido hecho". Lo que equivale a decir que, de no haberse querido encarnar, salir del seno de Dios el Verbo, todo este Universo no existiría como algo que sólo en relación con El ha sido llamado a la existencia.

— Por fin desciende a un tercer plano el evangelista y, desde él, nos habla así de Cristo: "En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres..., brilló en la tiniebla y la tiniebla no la recibió; pero a cuantos le recibieron les otorgó el poder de ser hijos de Dios si creen en su nombre".

— Lo que se desprende de esta cosmovisión del evangelista Juan es que nada se halla desligado y suelto en la naturaleza, que todos son eslabones unidos, y que forman una cadena, un solo todo.

Nosotros advertíamos que el mundo inorgánico está ordenado al mundo vegetal, éste al animal y el animal al hombre, pero no sabía­mos pasar de ahí.

El hombre no es la cima de la creación, ni mucho menos el Nudo que enlaza la Creación con Dios.

El hombre es un ser ordenado a Otro Ser superior: a Cristo, del que es un mero integrante o miembro, y Cristo, sí.

3. Conclusión

San Agustín decía que el pasaje de San Juan, que hemos comen­tado ligeramente, debiera estar grabado con letras de oro en los frontispicios de los templos y en los dinteles de todas las casas cristianas, ricas y pobres.

Grabémoslo todos en nuestra mente y lograremos lo que este tiempo de Navidad, que nos lo recuerda, quiere: que nuestra vida sea cada día una más perfecta simbiosis con Cristo.

481 II —Añrt f iiúrvirn...

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Domingo I de Navidad (C)

(Eclo 3,3-7.14-17a; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23)

LA VIDA DE CRISTO A NIVEL COMUNITARIO FAMILIAR

Hermanos... La Liturgia de estos días nos viene invitando a vivir en simbiosis con Cristo, a "compartir" la vida del Dios hecho hom­bre, como miembros personales de El que somos todos.

Hoy, con la fiesta de la Sagrada Familia, nos anima a hacerlo a nivel comunitario y familiar.

HOMILÍA

1. El amor de los esposos

Este amor, que empieza siendo una búsqueda de complementa-ción física, sexual (Dios hizo, al ser humano, bisexual: hombre y mujer, dejando a la elección de cada uno su otra mitad o comple­mento), no se puede quedar en una mera complementación sexual; debe pasar a ser "eros": búsqueda de una segunda complementación, la que exige nuestro ser en cuanto personal. El "yo", sin el "tú", no es una persona; es un individuo tan sólo, puesto que la personalidad es relación.

— Basado el hogar en este segundo amor —el personal— no tiene por qué llegar a perderse; ya que la persona no es flor de un día, flor que se seque y se marchite. La persona puede y debe estar siempre creciendo en belleza y en virtud en cuanto persona.

En el amor humano se puede pasar del "eros" al "ágape": al amor cristiano o sobrenatural. Dante lo expresaba al decir: "Beatriz miraba a lo Alto; yo ponía los ojos en ella; y la luz divina, atrapada por los suyos, llegaba así hasta los míos, y ambos quedábamos abrasados por el Dios que es Amor, y que impulsa hasta esta Cima".

Cuando el amor, en el matrimonio, llega hasta aquí —cuando en Dios llegan a quedar unidos los esposos— no hay hogar que se venga abajo como nunca se vendrá abajo el mismo Dios...

2. El respeto mutuo entre padres e hijos

Tampoco este debe faltar, para que sea algo firme el hogar.

Los jóvenes de hoy quizá no entiendan, ni atiendan a lo de la 1.a

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Lectura: "Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole".

Los hijos, a nivel biológico, podrán poseer, sobre todo a cierta edad, más vitalidad que los padres, mejores dotes físicas y psíqui­cas... Podrán estar, en lo sociológico, a más altura que ellos, por saber más, por tener más... E incluso podrán estar a una mayor altura en el terreno moral o de la virtud... Pero están por debajo, de ellos, en algo que sólo los padres ostentan, que es la representación de Dios.

El episodio de Jesús en el templo y su respuesta fue un darle a entender a su madre que, por ser el Hijo de Dios además de ser hijo de ella, tenía algo que superaba lo puramente "representacional", que rayaba en lo real. No obstante bajó con sus padres a Nazaret, donde estuvo sujeto a ellos mientras vivió en el hogar...

3. Vinculación de padres e hijos con Dios por la religiosidad

San Pablo nos ha hecho una explicación y un canto al decir: "Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado..., cantad a Dios, dadle gracias de corazón".

— Hoy se habla de que estamos, no ya en una era poscristiana, sino incluso posreligiosa; y que, por eso hemos de vivir —de acuerdo con nuestra era— como si Dios no existiera.

Podrá y hasta habrá que hacerlo en algún nivel de nuestra acti­vidad. Por ejemplo, a nivel político o social, donde no hay por qué hacer exhibición alguna de lo religioso...

— También se dice que Dios no necesita de nuestras alabanzas o reconocimientos.

Esto es verdad; pero ¿es menos verdad que nosotros sí necesita­mos tributárselos porque, como seres conscientes y racionales, he­mos de ser agradecidos a quien nos ha distinguido, entre todas sus criaturas, con este ser miembros de su Hijo?

De resignarnos a vivir "como si Dios no existiera", o nada tuvié­ramos que ver con El, ¿seríamos los hombres más, o seríamos me­nos? ¿Viviríamos la vida con más plenitud o con menos plenitud?

Es indudable que desperdicia una dimensión esencial suya. Un símbolo: la estación telegráfica de Pang Kiang en medio del desierto de Gobi. Después de llevar más de seis años edificada y abierta al público, cuando pasó por allí el príncipe Borghese, en 1907, aún no había salido de ella ni un solo telegrama. Habían pasado junto a ella centenares y centenares de beduinos y nómadas; pero ninguno había

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sentido la necesidad de utilizarla para ponerse en comunicación con el mundo civilizado. El hombre mudo ante Dios no es el ideal de hombre.

4. Conclusión

— En orden a compartir la vida de Cristo —a vivir en simbiosis con El— vamos a poner los ojos en el Hogar luminoso de Nazaret, el de la Sagrada Familia, que recordamos hoy.

— En orden al Hogar ideal para todos, hemos de afianzarnos sobre los tres pilares básicos: amor, respeto mutuo y religiosidad. Es la clave para ser más felices.

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Octava de Navidad:

Santa María, Madre de Dios (C)

(Nm 6,22-27; Gá 4,4-7; Le 2,16-21)

LA VIRGEN, MODELO DE UNION TOTAL CON CRISTO

Hermanos... La Liturgia de estos días nos ha exhortado a "com­partir" la vida de Cristo, a vivir en simbiosis con El a nivel individual, y a nivel familiar o comunitario.

La de hoy, de contenido múltiple: la maternidad divina de María; primer día del Año civil; y día de la paz, nos impulsa a tratar de hacer lo mismo a nivel más amplio: universal o internacional.

HOMILÍA

1. El día primero del Año civil

Nuestro primer saludo hoy, aun entre los menos amigos de ritua­lismos y rutinas, suele ser éste: "¡Feliz año nuevo!".

Por haber tenido, quizá, esto presente, la Liturgia, nos ha recor­dado, en la 1.a Lectura, algo análogo: La forma de bendición, dada por Dios a Moisés, para bendecir a los israelitas: "El Señor te ben­diga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz".

Nuestro "¡Feliz año nuevo!" debe ser un anhelar la bendición de Dios sobre aquel a quien nos dirigimos. Sabemos bien el poder y eficacia de Dios...

2. La maternidad divina de María

La bendición divina donde ha causado efecto mayor ha sido en la Virgen, "la mujer de la que nació Cristo", como nos ha recordado la 2.a Lectura.

— Hubo un tiempo —el anterior al Vaticano II— en que los católicos quizá nos desmedimos algo en el puesto de honor que asignábamos a la Virgen María.

El Concilio ha colocado, en esto, las cosas en su punto:

Ya nadie piensa en lo de Calderón: en hacer de la Virgen la

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Page 243: hernandez, justo - año liturgico

cuarta persona —"si en la Trinidad persona cuarta hubiera"—. Pero tenemos que evitar el ir a dar en el extremo opuesto, igual de vicioso: el de ver en María una mujer cualquiera.

Desde que en ella se encarnó el Hijo de Dios, es una criatura singular y única, "la bendita entre todas las mujeres", la criatura que acapara y encierra en sí la Suprema Bendición de Dios que es su Hijo, e hijo también, por su maternidad virginal, de ella sola.

No es sólo una bendición para la Virgen, es, igualmente de todos, la suprema bendición nuestra. Todos, por El, somos verdaderos hijos de Dios al ser algo del Hijo, y, en cuanto hijos, herederos universales con El, de Dios mismo.

3. £1 día de la paz

Jesucristo —suprema Bendición para la Virgen y para nosotros— fue anunciado al pueblo judío como el "Príncipe de la Paz". En su nacimiento, los ángeles cantaron el inicio de esa paz. San Pablo nos dijo después que, con su venida, quedó derribado el muro que sepa­raba a judíos y gentiles. Y el evangelista San Juan nos dice que murió para recoger a los hijos de Dios —a todos los seres humanos— que andaban, antes de su venida, dispersos y desunidos, que es lo que le pasa a nuestro mundo.

— ¿Qué nos resta, pues?, ¿qué nos queda por hacer a los hom­bres de hoy frente a la Paz como fruto, en raíz, traído por Cristo?

— Obrar como miembros de Este, advertir lo necio y vano que sería intentar adorar o servir a la Cabeza y no amarnos y ayudarnos los unos a los otros como partes de un solo todo.

Hagamos todo lo que nos sea dado para que cuantos viven a nuestro lado, en nuestro entorno, piensen y sientan así de la convi­vencia. Del "compartir" todos la vida de Cristo —de nuestra simbio­sis con El— brotará para el mundo la paz perpetua, la paz anhelada por todos, la que sólo Cristo puede instaurar en el mundo.

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Domingo II de Navidad (C)

(Eclo 24,1-4.12-16; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18)

EL CONSTANTE CRECIMIENTO

Hermanos... Estamos terminando una jornada litúrgica.

La primera —la del Adviento— nos preparó para la venida del Señor. Esta segunda —la de Navidad— nos ha invitado a "compar­tir" su vida a nivel individual y familiar, y, por fin, a nivel universal o ecuménico con lo del Día de la Paz.

Este Domingo "volante " —porque no siempre tiene cabida en la Liturgia— nos presenta un resumen o recapitulación de las dos jornadas anteriores, y nos indica el camino hacia una inacabada juventud o un perpetuo crecimiento.

HOMILÍA

1. Un resumen del Adviento

Nos lo ha hecho la 1.a Lectura, al hablar de Cristo como la Sabiduría, no ya en el seno del Padre, sino encarnada, "que habitó en Jacob, que tuvo su morada en Sión, y en Jerusalén tuvo la sede de su imperio, y estableció su tienda en Israel", alusiones todas, claras, al Nacimiento o venida del Hijo de Dios al mundo...

2. La culminación de la Navidad

Hemos podido verla en lo que San Juan nos ha dicho, en la 3.a

Lectura, al presentarnos a Cristo, no sólo como Hijo de Dios, "por quien todo fue hecho y para quien es todo lo hecho, y que cuantos le reciben, por solo creer en El o adherirse a El del todo (mental, afectiva y efectivamente), pueden pasar a ser verdaderos hijos de Dios, y a formar con El un solo Cuerpo, una sola Persona mística...

3. Nuestro perpetuo crecimiento

Estriba en sacar la consecuencia de las dos realidades anteriores.

San Pablo nos abre el camino hacia esto, al decir en la 2.a Lec­tura: "Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre que posee la gloria, os dé un saber y una revelación interior con profundo conocimiento de El".

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Volvemos sobre el amor esponsal... Este amor, por ser un amor a la persona en toda dimensión de entrega, ha de ser amor que nunca se enfríe ni apague, un amor en constante crecimiento, como puede y debe serlo la persona, objeto del mismo. El árbol, bello a la salida del invierno, cuando en él brotan las hojas —bello en lo que podríamos llamar su pubertad—; aún es más bello en la primavera, cuando se cubre de flores, y más todavía en el otoño, cuando las flores pasan a ser frutos maduros y abundantes, que coronan el árbol. Pues bien, eso puede ser toda persona, a eso debemos aspirar todos...

En el mundo físico, aunque pueda parecemos lo contrario, todo está en movimiento: lo está la Tierra, lo está el mismo Sol, que los primeros descubridores del movimiento de la Tierra, lo creían fijo y quieto en un punto del cielo. Lo están todos los soles y todas las galaxias, con sus millares y millares de astros. Todo está en movi­miento en el mundo físico... y otro tanto debe ocurrir en nuestro universo, el humano. "Las bendiciones con que Dios nos colma", como hemos oído al Apóstol, tratan de impulsarnos a un incesante crecimiento, signo inequívoco de juventud. Es joven todo el que aún no ha terminado de crecer en lo que sea. O sea: se es joven mientras se está creciendo.

Este crecimiento en nosotros debe ser en doble sentido, porque doble es nuestro ser: natural y sobrenatural.

El natural debe llevarnos, no a querer tener cada día más, sino a ser cada día más: más inteligentes, más artistas, más fraternos, más solidarios. En una palabra: a "compartir", con los demás, lo intelec­tual, lo económico, lo moral, todo lo referente a nuestra zona de seres naturales.

La actividad sobrenatural nos impulsa a "compartir" la vida de Cristo, a vivir cada día en más perfecta simbiosis con El, y, a través de El, con todos...

4. Conclusión

Vivamos en perpetuo crecimiento, y, aun de cara a los hombres (no digamos de cara a Dios) mantendremos en nosotros una perpe­tua juventud que hará que nadie nos rehuya ni se canse de estar a nuestro lado al poder estar recibiendo de nosotros algo, como de todo árbol: primero sombra; luego flores; y por fin, lo mejor, frutos al acabarse el año o la estación postrera de nuestra existencia terres­tre.

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Epifanía del Señor (C)

(Is 60,1-6; Ef 3,2-3a.5-6; Mt 2,1-12)

LA OBLIGADA MANIFESTACIÓN DE CRISTO A TODOS

Hermanos... La Encarnación del Hijo de Dios ha sido el princi­pio u hontanar de cuanto existe.

Este Hijo de Dios, Ideador y Promotor de cuanto existe, nacido de una sola mujer, y en un pueblo determinado, queriendo hacerse elegir por todos los hombres como Cabeza, al ser los hombres seres libres, a todos desde antiguo tuvo que manifestarse: a Adán, el primer hombre, brindándole ese proyecto desde la lejanía y así a sus inmediatos descendientes; a los judíos antiguos, mediante los profe­tas; a los de su tiempo, a través de los ángeles y de los pastores, y a los gentiles, por medio de la estrella de los Magos.

Esta última manifestación ha sido la de El a nosotros.

HOMILÍA

1. El plan de Dios • La Encarnación fue anterior, en la mente divina, a la Creación,

aunque posterior en el tiempoo de hecho. Como, en lo humano, cuando un padre planea hacer una vivienda para un hijo, lo primero, en su mente, es el hijo y como consecuencia la vivienda.

• Al haber sido ideados todos los hombres para miembros per­sonales del Hijo de Dios, deseoso de encarnarse, como seres inteli­gentes y libres que somos, no nos puede bastar el ser miembros de El por creación, sino que tenemos que serlo además por propia elección; de lo contrario, nuestra vinculación con El no sería la personal, la de un ser inteligente y libre, sino la de un ser cualquiera.

• Se deduce esta conclusión o consecuencia: El Hijo de Dios, hecho hombre, que quiere que seamos miembros personales suyos, tiene, casi por necesidad, que manifestársenos, de algún modo, a todos para que podamos aceptarle...

Hoy la Liturgia nos recuerda la manifestación de Cristo a los Magos o gentiles (a los no judíos), manifestación en la que podemos ver un trasunto de la que se nos ha hecho a nosotros, los que, por la gracia de El, ya somos creyentes...

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2. Tres niveles en la manifestación de Cristo

Del primero —el del hecho de la Encarnación aún no realizado— se ha hecho cargo la 1 .a Lectura, en la que hemos oído a Isaías decir a sus contemporáneos, los judíos anteriores a Cristo: "Levántate, Jerusalén que llega tu Luz...".

Del segundo —de ese hecho ya realizado— nos ha hablado San Mateo con datos bíblico-místícos.

Y por fin, a nivel más hondo aún que el histórico, es un nivel no accesible ni a los ojos ni a la mente, San Pablo, en la 2.a Lectura, nos ha dicho: "A mí se me ha dado a conocer por revelación el misterio", que se oculta en todo esto. Y es el siguiente: que todos, judíos y no judíos, estamos llamados a formar un solo cuerpo con el Hijo de Dios como cabeza, una sola persona mística, y que esto hay que hacérselo saber a todos los hombres porque el Hijo de Dios así lo quiere y nos lo pide a todos...

3. El puente y vía hasta nosotros

• El puente o vía, para llegar a Cristo, ha sido la fe, que, cuando es plena, supone una triple vinculación con El: mental, afectiva y efectiva.

Por la fe, vinculación o adhesión mental, nos unimos a Cristo con el pensamiento, aceptando su pensar como motor o guía del nuestro.

Por la fe, adhesión afectiva, nos vinculamos a El por la simpatía y el cariño, haciendo nuestro su querer.

Por la fe, adhesión efectiva, nos vinculamos a El por las obras, haciendo de su obrar el ideal del nuestro.

• Esta triple adhesión es importante; a ella, y sólo a ella, está vinculado nuestro derecho a la salvación, o dicho de modo más concreto, el logro de nuestro triple anhelo supremo: el de conseguir un día la perennidad en el ser y en el existir; la inmortalidad en el bien, no en el dolor o el sufrimiento; y la liberación de cuanto hay en nosotros —en todos algo— de bajo y vergonzoso que nos haría vivir siempre en la humillación...

4. Conclusión y propósito

Bien podría ser la frase de una cinta cinematográfica de la vida de Cristo.

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En ella expresaban así los actores, respecto de Cristo, sus deseos: "Conocerle y verle más claramente, amarle más intensamente, y seguirle más de cerca". Esto vale también para todos nosotros, como regalo al Señor.

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Domingo después de Epifanía (I Tpo. ordinario):

Bautismo del Señor (C) (Is 42,1-4.6-7; Hch 10,34-38; Le 3,21-22)

EL TESTIMONIO DE LA VOZ DE LO ALTO

Hermanos... Terminábamos la fiesta de la Epifanía ofreciéndole al Señor, a ejemplo de los Magos, un triple obsequio o propósito: el de esforzarnos por verle con más claridad, amarle más intensamente, y seguirle con más denuedo.

Dispongámonos a ver cómo la fiesta de hoy —el Bautismo de Jesús— nos ayuda eficazmente a lograr esto.

HOMILÍA

1. Situación de Palestina, en los tiempos de Cristo

San Lucas nos describe la situación de un modo casi telegráfico, al decir: "El pueblo judío estaba en vilo preguntándose si seria, Juan Bautista, el Mesías".

Porque el Antiguo Testamento les había dicho: "No caerá el cetro (la soberanía) de las manos de Judá, hasta que venga el que ha de venir". El cetro le había sido arrebatado a Israel por Roma; luego, era claro, según las Escrituras, que estaban en los días del Mesías. Y el Bautista gozaba de gran prestigio entre el pueblo.

Esta sería la situación de Palestina cuando Cristo se presentó en el Jordán a ser bautizado por el Bautista.

2. El testimonio de lo Alto en favor de Cristo

"Se dice frecuentemente que todas las religiones son iguales por­que son rivales los fundadores de religiones, porque todos luchan por la misma corona de estrellas" (Chesterton, El hombre eterno).

No es cierto que Jesús quisiera ser el fundador de una nueva religión. Religión verdadera no hay más que una: la que vincula al hombre con Dios por el conocimiento y el amor aun en la vida presente. Cristo vino a incentivar esta Religión o religiosidad, no a traer otra distinta.

Tampoco es exacto lo de la corona de estrellas; "La pretensión de tal corona —dice Chesterton— es un caso único. Mahoma no se

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proclamó de esencia divina, ni Micah, ni Malachi, ni Confuncio, ni Platón, ni Marco Aurelio. Buda nunca dijo que él fuera Brahma. Zoroastro tampoco dijo que él fuera Ormuz ni Arimán" (Ib.).

Sólo Cristo, al tener que contestar a quienes le preguntaban "¿Por quién te tienes?", lo hizo, indirectamente, al afirmar: "El bau­tismo de Juan, ¿fue cosa de los hombres o fue cosa de Dios aquella Voz de lo Alto oída por todos?".

• Esta actitud singular y única de Cristo —al invocar la Voz de lo Alto que testimoniaba ser El el Hijo de Dios por antonomasia e igual a Dios mismo— nos pone a todos ante el siguiente trilema: o admitir que Cristo es Dios, como El insinúa ahí; o tenerle por loco o demente; o por un impostor o engañador.

Demente no puede ser el que ideó el Sermón de la Montaña y la parábola del hijo pródigo.

Impostor no es el único que ha podido decir a sus adversarios: "¿Quién de vosotros me puede acusar de algún pecado o acción no recta?" Nos queda aceptar a Cristo como Hijo de Dios y Salvador.

• Se dice también a veces que, entre los fundadores de religiones, no ha sido sólo Jesucristo un hacedor de milagros o taumaturgo. Aquí hay que distinguir entre simples hechos extraordinarios en favor de uno u otro, y hechos extraordinarios o milagros hechos en confirmación de una doctrina o de un personaje como enviado de Dios.

Lo primero, ciertamente, no es sólo de Jesús. La historia nos cuenta hechos extraordinarios, llevados a cabo por Apolonio de Tiana, Esculapio y otros. A realizar esos hechos bien pudo colaborar el Cielo con una ayuda especial, llamésmole "milagro" entre comi­llas, porque con eso ninguna falsedad se apoyaba, y se favorecía a alguien, al receptor de la obra realizada por el taumaturgo.

Con milagros en confirmación de la misión divina del taumatur­go, sólo ha colaborado Dios refrendando las afirmaciones de Cristo.

3. Seguir a Cristo en su proceder

El proceder de Cristo lo describen las Lecturas... Modelo de nuestro apostolado:

— Ha de ser un apostolado humilde —de no gritar ni vocear—, de exponer y no tratar de imponer, ni menos imponer a Cristo, que, si hizo algún milagro para que se pudiera ver quién era El, no hizo ninguno jamás para subyugar a nadie, para forzarle a creer, porque una fe forzada, de un modo o de otro, ya no es fe, ya no es un acto

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de puro querer como debe ser la fe: una opción razonable, pero no demostrable o evidente para poder obligar.

— Ha de ser, el nuestro, además de un apostolado humilde, un apostolado hecho incluso con pudor, y hasta con cierta vergüenza. ¿No necesitaremos la salvación nosotros más que aquellos a quienes tratamos de llevarla?

— Debe ser un apostolado que potencie todo lo bueno, esté donde esté y hágalo quien lo haga.

— Un apostolado, en suma, de conchas que se llenan y rebosan; no de meros canales: de vasos comunicantes, dando siempre sin vaciarse.

4. Resumen y conclusión

— Hemos empezado recordando lo que esta segunda parte del Año Litúrgico vamos a tratar de hacer: esforzarnos por conocer a Cristo con más claridad para amarle más intensamente y seguirle con más denuedo.

— Hemos dirigido nuestra mirada al entorno de Cristo, cuando empezó su vida pública: a la Palestina en vilo de su tiempo y por qué este estar en vilo: por haberse cumplido los días de la llegada del Mesías según las Escrituras.

— Hemos oído el testimonio del Padre en favor de El y el uso que El hizo posteriormente de este testimonio, de donde hemos deducido que El es el Hijo de Dios.

Nuestra conclusión: Afianzarnos en aceptarle y seguirle, en su periplo de Redentor y Evangelizador.

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Cuaresma

Miércoles de Ceniza (C)

(Jl 2,12-18; 2 Co 5,20-6.2; Mt 6,1-6.16-18)

LA CUARESMA, CERCANÍA Y ENCUENTRO CON CRISTO

Hermanos... En este tercer Ciclo del Año Litúrgico, partimos, en el Adviento, de nuestra vida, como peregrinación, como un camino que trata de llevarnos al encuentro con Cristo sin velos en el final de nuestra existencia terrena.

En sintonía con esto, la Liturgia nos invita a hacer ahora, de esta Cuaresma, una jornada de constante cercanía a Cristo que posibilite nuestro mejoramiento.

HOMILÍA

1. El tiempo propicio de salvación

Así es calificado este tiempo de Cuaresma en la Liturgia. Hay modos diversos de esterilizar este tiempo:

— Uno primero, el dejarlo correr inútilmente sin preocuparnos de extraer de él ningún fruto, como si fuera otro cualquiera.

— Otro modo de no aprovecharlo debidamente o al máximum por lo menos es el de optar por hacer, dentro de él, unos Ejercicios

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Espirituales de cuatro o seis días, al principio, al medio o al fin de la Cuaresma; y, con esto, desentenderse ya de ella.

Un engaño grande se esconde aquí. Primero, porque no es esto lo que espera evidentemente la Iglesia de la Cuaresma, y, en segundo lugar, porque, siendo la renovación interior de un algo tan lento, que necesita mucho tiempo, querer hacerlo todo en cuatro días es arrebatar la cosecha... San Agustín decía que la transformación de un pecador en justo es obra incomparablemente mayor y más difícil que la de crear el Cielo y la Tierra.

Si los cuarenta días de la Cuaresma apenas son nada para una transformación, ¿qué van a ser los cuatro días de unos Ejercicios? Con esos sustitutivos lo que se hace, de ordinario, es torpedear, con la mejor buena fe, el Año Litúrgico.

2. Nuestra actitud personal en la Cuaresma

El talante con el que hemos de hacer la Cuaresma y acompañar a Cristo ya la 1.a Lectura nos lo ha bosquejado. Ha de ser un talante de deseos sinceros de cambio, de conversión, de renovación o mejo­ramiento...

Recibir la ceniza poco o nada hará en nosotros sin ese talante de conversión. Sin lo interior, todo eso puede degenerar en ritualismo, en magia.

El Modelo que en todo habremos de tener a lo largo de esta jornada hasta la culminación en la Pascua, no es otro que el mismo Cristo que, por ser cabeza de unos miembros personales (y por lo mismo responsables sólo nosotros del pecado), llegó a asumir, no obstante, El la responsabilidad colectiva, de todos, y a quemar su vida, convertida así en Faro supremo para todos...

3. Conclusión

Decidámonos a emprender la Cuaresma así, no tristes y caria­contecidos, como los farsantes de que nos ha hablado Cristo en el Evangelio, sino "lavados y perfumados", como quien se dispone a ir a una fiesta; y eso resultará para nosotros esta Cuaresma: una fiesta, la jornada de acercamiento e intimidad con Cristo.

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Domingo I de Cuaresma (C) (Dt 26, 4-10; Rm 10,8-13; Le 4,1-13)

NUESTRA VIDA COMO ACTIVIDAD

Hermanos... Hemos comenzado la Cuaresma, tiempo "fuerte" en la Liturgia. En éste, el mismo Cristo nos decía el Miércoles de Ceniza que quería vernos bien lavados y ungidos en señal de fiesta y de alegría.

Por una razón muy profunda: porque este tiempo va a ser para nosotros, o puede serlo, un viaje hacia nuestro rejuvenecimiento interior, el que más monta; y porque vamos a hacerlo en compañía de Cristo en cuanto Salvador, que es quien más puede facilitarnos el rejuvenecimiento.

HOMILÍA

1. Adviento y Cuaresma en sintonía La primera sintonía, en ambos, es la de la alegría.

Una segunda es esta otra: el Adviento nos presentaba la vida humana como un caminar o peregrinar; la Cuaresma nos invita a ver, como meta de nuestro caminar, la actividad, no el simple placer de pasarlo bien.

2. La actividad, meta de la vida humana El placer —todo placer— es algo procedente de Dios, no del

demonio. El demonio no ha creado placer alguno; los ha creado todos Dios, y en abundancia por lo que respecta al hombre. Basta recordar lo que la Neuroanatomía ha descubierto en el cerebro sobre zonas sensibles o no al dolor y placer.

Se puede decir que genéticamente estamos preparados, o como programados, para buscar lo que ha de causarnos placer y evitar lo que al dolor puede llevarnos.

Para el Cristianismo, ¿es aceptable esto? San Agustín decía que la "insensibilidad al placer no es santa", y Santo Tomás añadía que "ni es humana siquiera".

No quiere decir esto que el placer sea el único fin de la vida, porque todo placer, aun el de la bienaventuranza, es algo concomi-

32.—Año Litúrgico... 497

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tante, y en la Tierra, algo pasajero, algo llamado a cesar o a extin­guirse, y el fin o meta de la vida tiene que ser, como todo fin, algo estable y permanente.

El fin último nuestro tiene que cifrarse en alguna actividad, por­que, si la vida es un caminar o peregrinar, no puede darse el caminar sin actividad. En suma, que la actividad es la fiesta del hombre. Lo es hasta para Dios mismo, cuya actividad es incesante como nos dejó dicho el mismo Cristo.

Podemos verlo en la 1.a Lectura que nos ha hablado del pueblo judío, nómada, siempre errante, durante cuarenta años peregrinando por un desierto hacia una Tierra a la que podría haber llegado en cuatro días; y en lo que hemos oído, de Cristo, en la 3.a Lectura: que estuvo en otro desierto, en actividad interna incesante, durante cua­renta días.

3. Posibles desviaciones de nuestra actividad

Nos las ponen de relieve las tentaciones que atribuyen los Sinóp­ticos al Demonio, tomando pie seguramente de insinuaciones seme­jantes hechas a Cristo por sus contemporáneos; tentaciones tan bien ideadas que Dostoyevski ha llegado a decir que "toda la sabiduría de la tierra reunida no hubiera podido discurrir algo semejante en fuer­za y hondura, ya que en ellas aparece pronosticada y compendiada toda la historia humana anterior y posterior a las mismas (Los hermanos Karamazof).

• La primera —convertir las piedras en pan— equivale a querer encerrar al hombre en lo económico, a no querer ver en él, al estilo marxista, más que al "productor", al "homo faber", como si el an­ciano y el niño —que no producen— dejaran por eso de ser hombres, o fuéramos todos sólo un tubo digestivo.

• La segunda —oferta de poderío universal— es la que lleva a algunos, en la política, a servirse de los demás para crecer ellos, la manipulación de otros en propio provecho achacado al capitalismo. No es menor la manipulación del hombre, que se da, al utilizarlo sin provecho alguno suyo, que la que se da o puede darse en utilizar al obrero con vistas a aumentar el negocio.

• La tercera —"tírate que Dios cuidará de tí"- viene a ser la que al hombre, en la cúspide de la actividad —en lo religioso— le lleva a no hacer nada o a pedírselo a Dios todo por haberse puesto a su servicio. Es tentar a Dios, abusando de su poder.

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— En el creer no podemos contentarnos con lo que llamaba Santo Tomás el enunciado de los dogmas o verdades de la fe, sin apenas ahondar.

Lo que hacía, según Graham Greene, el párroco de su novela Monseñor Quijote: "Yo no comprendía muchas cosas que era mi misión enseñar en El Toboso. No pensaba dos veces en ellas. La Santísima Trinidad. La Ley natural. El pecado mortal. Enseñaba palabras sacadas de los libros de texto. Nunca me preguntaba si yo mismo creía en esas cosas".

— En el orar puede ocurrimos algo parecido. Que, preocupados por hacer nuestra voluntad tan sólo, nunca pongamos al frente de todo la divina, la única de la que estuvo pendiente Cristo...

— En el obrar, podemos ser no consecuentes, o movernos por motivaciones poco o nada elevadas...

— Y en el recibir, tenemos el peligro de llegarnos a los Sacra­mentos como a cosas, como a algo en sí, cuando lo que son es "signos" para una cita o encuentro con Cristo. Siempre que en un sacramento, el que sea, no se da tal encuentro, no se recibe nada porque nada, de suyo, es el mero signo. No basta quedarse en el puente, hay que dar el paso a donde conduce el puente.

4. Conclusión

Nuestra vida debe ser actividad, no quietud. Actividad cifrada, no sólo en lo productivo y lo social; actividad que culmine siempre en lo religioso como en su cúspide, porque hasta ahí puede llegar todo, hasta hacernos contactar con Dios. Lo contrario no es agradar a Dios aunque se trate de un acto religioso. Puede ser tentarle, como hoy hemos oído a Cristo decirle al diablo.

Tengamos el propósito de crecer e ir con Cristo, y nuestra jorna­da cuaresmal terminará siendo para nosotros una auténtica Pascua, nuestro mejor rejuvenecimiento: el interno.

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Viernes I de Cuaresma (C)

(Ez 18,21-28; Mt 5,20-26)

LA INMORTALIDAD EN EL BIEN, NUESTRA META

HOMILÍA

1. Nuestra meta

Después de haber visto el Domingo anterior que la vida humana es esencialmente actividad, no placer, nos preguntamos hoy lógica­mente cuál ha de ser la meta suprema de toda actividad nuestra.

Como acabamos de oír en la 1.a Lectura es el pervivir o masvivir en todos los órdenes, incluso al pecador se ofrece si se convierte.

2. El vivir para la eternidad

— No es un pervivir en la especie o biológicamente, ni en la historia en la mente de los hombres—; sino en nosotros mismos, con el propio yo que ahora tenemos o que somos.

El que engendra un hijo pervive ciertamente porque sigue vivien­do algo de él en éste; pero no le podría hacer feliz, si ya no existe en su yo.

El que escribe un libro o esculpe una estatua pervive en el recuer­do de los hombres mientras se sigue leyendo ese libro o contemplan­do esa estatua; pero no le sirve de nada a él sin ser consciente.

— Es claro que la pervivencia, la que únicamente vale la pena es la que anhelamos todos, con nuestro deseo de pervivir personal, es decir, de pervivir con nuestro propio yo. Y no sólo así; no es sufi­ciente una pervivencia sujeta al mal —no habría felicidad total—, sino que aspiramos a "la inmortalidad en el bien".

3. Vía para la inmortalidad en el bien

Alejándonos día tras día lo más posible de todo lo que sea mal en sí o conduzca a él; y, yendo en pos de todo cuanto sea bueno, sin hacer alto definitivo en bien alguno limitado, pues esto equivaldría a convertir lo relativo en absoluto, a caer sencillamente en idolatría.

— Respecto de lo primero, advirtamos lo oído a Cristo hoy en el Evangelio en torno a todo lo que sea mal, hecho al prójimo o a

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nosotros: "Deja allí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano".

— Respecto de lo segundo, recordemos: "Si vuestra justicia no fuere mayor (más honda) que la de los escribas y fariseos —justicia puramente legal o del cumplimiento de unos preceptos, cosa que puede hacerse sin amor alguno al legislador—, esto no os capacitará para entrar en el Reino de los cielos", porque para poder entrar en éste, no basta estar en posesión de algún bien, es preciso estar —dentro del bien que sea, por ser éste limitado— en tensión hacia el Bien supremo del que la felicidad, o la inmortalidad en el bien, depende.

4. Resumen

— Hemos empezando recordando que el punto de partida o de despegue, en nuestro caminar cuaresmal hacia la renovación o el rejuvenecimiento interior nuestro, ha de consistir en ver la vida como fuente de actividad, no de placer, porque el placer es cosa efímera, no permanente.

— Hemos visto que la meta o blanco de esa actividad nuestra permanente o sin descanso ha de ser el hacernos con una vida eterna o para siempre. Y que eso no depende de obras que hayamos hecho.

— Hemos visto cómo ha de ser nuestro caminar por la vida: apartándonos de todo lo que sea mal y no poniendo nuestro descan­so en bien alguno, porque "sólo quien siempre, incansable, se esfuer­za" (Goethe) y pone a su actividad como meta el Infinito, se hace acreedor a que Dios, el único Infinito, perdone sus extravíos.

Terminamos haciendo nuestro el Salmo responsorial, diciéndole al Señor: "¡Señor, escucha mi voz!"; otórgame tu ayuda para propo­nerme, como meta de mi actividad, siempre la Infinitud, y para no desviar de ésta nunca mis anhelos.

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Domingo II de Cuaresma (C)

(Gn 15,5-12.17-18; FIp 3,17-4,1; Le 9,28b-36)

¿TENEMOS DERECHO A LA PER VIVENCIA ETERNA?

Hermanos... Decíamos, al comienzo de este tiempo, que la Cua­resma de este año iba a ser para nosotros un viaje hacia nuestro rejuvenecimiento interno, encaminado éste a asegurar en nosotros el porvenir eterno, el supremo rejuvenecimiento, "la inmortalidad en el bien " con que Platón soñaba.

Respecto de esta inmortalidad, ¿contamos con algún derecho? ¿En qué puede estribar éste, caso de tenerlo?; ¿a qué se debe?

He aquí las preguntas que nos van a salir al paso hoy en las Lecturas.

HOMILÍA

1. La ruta que nos han trazado las Lecturas La primera nos ha recordado lo dicho a Abraham por Dios un

día: "Mira las estrellas del cielo; así será tu descendencia"; la segunda nos ha recordado lo de San Pablo: "Somos ciudadanos del Cielo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo"; y la tercera ha puesto ante nuestros ojos la Transfiguración de Cristo como anticipo de su Resurrección; dice San Pablo: que la Resurrección de Cristo es una "primicia", un anticipo o avance de lo que será un día la nuestra, como una porción más de El, que, por creación o designio de Dios, somos todos.

2. Origen, aspiración y base de nuestros anhelos

— Su origen, al hallarse en todos, no podemos hacerlo cosa de la fantasía. No podemos pensar que sean tampoco una mera proyec­ción, sin fundamento alguno en la realidad, de nuestra mente. Siendo algo natural, o que se da en todos, tenemos que pensar que son obra del Autor de la Naturaleza en nosotros. Tenemos esos anhelos por­que son un constitutivo nuestro, porque así hemos sido hechos, para tenerlos como tenemos el pulmón para respirar y los pies para mo­vernos.

— La pervivencia anhelada no es la pervivenciá meramente ma­terial o biológica, la que se consigue, por la generación carnal, a

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través de la especie; ni la espiritual o histórica que puede darnos y nos da el legar a nuestros descendientes o a la posterioridad, más bien, una obra cualquiera notable y bien hecha. Es la personal, la del propio yo, y a base de la persistencia viva de éste...

— Respecto a la base y causa de nuestra pervivencia es tema de fe, porque la luz de la razón no nos basta. Con ella sola tendríamos que decir: "No lo sabemos". Pero, en ayuda de nuestra razón, viene una vez más la Revelación bíblica y nos dice: F.sos anhelos de inmor­talidad se deben a que el Hijo de Dios os ha ideado para miembros suyos, para constituir una porción de El, porción consciente, y, merced a eso, a formar, por creación, una parte de su cuerpo, tene­mos todos esos anhelos, sembrados en nosotros por el Creador...

3. De cara a la práctica

Mejor que echarnos en brazos de la increcncia o del ateísmo es echarnos en brazos de la esperanza y confiar en Dios. ¿Quien estará en mejores condiciones para lograr algún fruto en el próximo verano: el labrador que se queda con la semilla en el granero porque "vale más pájaro en mano que ciento volando", porque son muchas las cosas que ponen en peligro la cosecha, o el que, pese a todo eso, lanza la semilla a la tierra? Indudablemente que éste.

4. Resumen

La finalidad de la vida está en la acción, en la actividad, no en la quietud. Tal actividad, ¿con vistas a qué? Con vistas al logro de una inmortalidad, no genérica, no en la especie, sino en nosotros mismos, en nuestro propio yo. Es lo que piden nuestros anhelos, que no cesan ni aun ante la muerte misma.

Esos anhelos no son algo caprichoso en nosotros —una mera proyección de nuestra mente o fantasía—, sino que son obra de Dios en nosotros, que, al crearnos para Cristo, para su Hijo, nos los ha puesto en todos como una auténtica semilla de inmortalidad...

Nuestro hito de hoy sea el de conservar y avivar en nosotros esos anhelos imitando al labrador que, aunque el año sea malo, no r ^ nuncia a sembrar.

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Viernes II de Cuaresma (C)

(Gn 37,3-4.12-13a.l7b-28; Mt 21,33-43.45-46)

EL PECADO, OBSTÁCULO A LA PERVIVENCIA FELIZ

HOMILÍA

1. Contenido general de las Lecturas

Escuchadas las Lecturas, vemos qué puede dejar sin efecto en nosotros el derecho que, en cuanto miembros de Cristo, tenemos a una pervivencia como la de El: personal y eterna.

Puede hacer esto en nosotros cuanto nos separa de Cristo o de su cuerpo: el rechazo del hermano (comiembro nuestro), o el rechazo aún más grave e incalificable de Cristo cabeza.

Sobre todo, en cuanto actitud. Porque el pecado, en cuanto acto, si bien deja en nosotros el rastro de una culpa o de un demérito, pasa a ser algo inoperante en cuanto fenecido o acabado. La actitud, en cambio, es algo permanente, algo en continuidad que sigue influyen­do en nosotros en bien o en mal constantemente.

2. El rechazar al hermano

Para advertir la gravedad inherente al rechazo del hermano, en cuanto actitud, volvamos sobre la 1.a Lectura.

Jacob amaba con predilección a José, como a hijo que Dios le había dado en su ancianidad.

Sus otros hijos no veían bien tal predilección y terminaron por odiar a José, a lo que contribuía éste también con los relatos de sus sueños. Deciden matarlo, aunque terminaron vendiéndolo como es­clavo a mercaderes que iban a Egipto.

La maldad de estos hermanos —su pecado— frente al hermano, aparece muy distinta según la distinta actitud de cada uno:

— Aparece como gravísima en el grupo, puesto que querían nada menos que darle muerte.

— Se presenta como menos grave en Rubén, que se contentaba con meterle en un pozo sin agua.

— Y aparece como menos mala todavía en Judá, que propone venderle y no hacerle otro daño.

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Un acto puede ser levísimo en cuanto acto, pero gravísimo por la actitud que lo pone en marcha. Uno puede dañarle al hermano en una cosa insignificante, y, sin embargo ser, a causa de su actitud o deseo de eliminarlo, un homicida.

Importa mucho cuidar de la actitud tanto y más que de los actos. Los actos, sin la actitud, apenas nos perjudican, aun perjudicando al prójimo; la actitud, aun sin los actos, puede ser respecto de nosotros mortífera; aunque respecto del prójimo no lo sea o no se manifieste.

Tratar de eliminar al prójimo, silenciándole sistemáticamente, orillándole lo más posible, alejándole de los otros más o menos solapadamente, es mantener frente a él una actitud gravemente pe­caminosa.

3. El rechazar a Cristo

El otro pecado, capaz de hacer que se frustre en nosotros el derecho a la pervivencia personal y eterna, es el que cometieron los judíos al no aceptar a Cristo como Mesías y llevarle a la n ú / . II lo bosquejó aun antes de que lo perpetraran, cuando les dijo la pará­bola de los malos viñadores.

Su pecado en cuanto fruto de una actitud inconsciente no lúe grave. La prueba está en lo que dijo Cristo desde la Cru/: "Perdó­nalos, Padre; no saben lo que hacen"; y en lo que después añadió San Pedro: "Por ignorancia hicieron vuestros padres lo que hicieron. De haber conocido al Señor de la gloria, nunca le hubieran crucifi­cado".

De haber tenido alguno de ellos una actitud consciente de lo que hacían, este pecado hubiera sido gravísimo, ya que fue: un no aceptar a Cristo que a todos se nos ha dado por Cabeza.

4. Conclusión

Vigilemos, sobre todo, nuestras actitudes.

Jamás optemos por el rechazo del hermano; menos aún por el rechazo de Cristo cabeza, y el derecho a la pervivencia feliz y eterna será un derecho vigente en nosotros.

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Domingo III de Cuaresma (C) (Ex 3,l-8a.l3-15; 1 Co 10,1-6.10-12; Le 13,1-9)

LA PENITENCIA Y CONVERSIÓN

Hermanos... Estamos en plena Cuaresma. La de este año, decía­mos al principio de ella, va a ser un viaje hacia nuestro rejuveneci­miento interno o sobrenatural, que tiene, como meta la consecución de nuestra pervivencia eterna.

De esta meta, nos puede apartar el mal obrar; la actitud mala.

HOMILÍA

1. Síntesis de las Lecturas

Todo lo que acabamos de oír podría sintentizarse en estas tres frases:

1.a "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto". El pecado es opresión.

2.a "Todo lo que les sucedía (a los israelitas) fue un ejemplo escrito para escarmiento nuestro". Nos invita a la conversión.

3.a "Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera", Amenaza el castigo.

2. Los pecados no son todos iguales

Como en las enfermedades corporales, en las espirituales hay pecados leves y graves, y sólo "un pecado que es de muerte o para la muerte", según San Juan.

— Este pecado parece ser el de desamor, pues reiteradamente dice la Escritura: que "la plenitud de la ley es el amor"; que "en el amor se incluye toda la ley y los profetas"; y que "quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4,16).

— Puede ser un desamor a Cristo cabeza, y puede ser un des­amor o falta de amor para con sus miembros, que son todos los hombres.

Se comprende que este doble desamor tenga tan fatales conse­cuencias y que ningún otro pecado sea un pecado de muerte más que él:

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Si nuestra meta final es el Infinito, y el único infinito a nuestro alcance es Cristo, volver la espalda a Cristo o a sus miembros, es rechazar la meta, no aceptar el ir a ella, condenarnos a la muerte eterna. De ahí que San Juan no vacile en afirmar: "El que no ama permanece en la muerte...".

— Los otros pecados, aun los más graves. Se comprende que no sean llamados "pecados de muerte o para la muerte", porque, con ninguno de ellos, le vuelve el hombre la espalda al Infinito. Nos interesa sobre todo el no caer en el pecado de muerte; y, si caemos un día en él —cosa no fácil desde luego— apartarnos del mismo cuanto antes. Mediante una doble conversión o vuelta a enderezar los ojos y los pies hacia la meta: conversión individual, y social o comunitaria.

3. Necesidad de una doble conversión La primera —la individual— nos la exige nuestra condición de

seres, no idénticos, no repetidos, sino distintos o personales.

La segunda —la social o comunitaria— nos la exige nuestra condición de seres agrupados en torno de un mismo núcleo, sobre­natural y natural: el cuerpo de Cristo y la sociedad civil.

Las dos son necesarias. Un ejemplo: Supongamos un estanque con el agua contaminada y los peces enfermos. Habrá que cambiar o renovar el agua; pero si no desintoxicamos o curamos los peces, éstos volverán a contaminar el agua.

La conversión nos pide dos cosas: reformar la sociedad y refor­marnos a la vez nosotros. Sin ambas reformas, una sola no es sufi­ciente de tejas abajo.

De tejas arriba la sola reforma individual puede bastar, porque, al que hace lo que está de su parte, Dios no le pide más para que pueda lograr la vida eterna o salvarse.

4. Conclusión

Que este tiempo de Cuaresma nos sirva para reflexionar en estos temas, y para incoar esa doble conversión o transformación que se exige de nosotros.

Sin reflexión poco o nada se hace bien casi nunca.

Quedarnos en la reflexión y no pasar a la acción sería quedarnos en la teoría; y la teoría, sin la práctica, es sólo la mitad del camino que ha de recorrerse.

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Viernes III de Cuaresma (C) (Os 14, 2-10; Me 12,28b-34;)

DOBLE ETAPA EN EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN

HOMILÍA

1. Las Lectura

La conversión individual supone un doble cambio: a veces, de mentalidad; siempre de comportamiento.

No basta advertir la viga o la mota en el propio ojo —cambio de mentalidad—; para poder ver es preciso quitarla —cambio de com­portamiento.

Cambios que han de ir como la soga y el caldero, uno en pos de otro, para que sean, en realidad, de algún provecho.

— Apuntando al primer cambio, el de mentalidad, nos ha dicho la 1.a Lectura: "Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad". Y la segunda nos ha añadido: "El Señor, nuestro Dios, es el único Señor..."

— Apuntando al cambio de proceder, hemos oído, a la 1.a Lec­tura: "No montaremos a caballo, no volveremos a llamar a la obra de nuestras manos", es decir, no insistiremos en lo mismo; y a la 3.a: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... y al prójimo como a ti mismo".

2. El cambio de mentalidad necesario

— Cuando la escala de valores no convence: hay quien tiene puesto, en lo más bajo de la tabla de valores, lo religioso, lo trascen­dente, lo divino; por encima de esto, lo bello; sobre lo bello, lo vital, y por encima de lo vital, en la cúspide de todo, lo útil. Es claro que tiene que cambiar de mentalidad porque, de obrar en consecuencia, eliminará a cuantos no piensen como él por ser, para él, la utilidad, la suprema norma valorativa, la que lo regula todo o lo atropella.

— Otro ejemplo de escala de valores: lo útil en la base, luego, lo santo o trascendente; más arriba, lo bello, y por fin, en la cúspide, lo vital.

Un cristiano no puede aceptar esta escala de valores, pues está en oposición clara con lo que Cristo nos dice: El que pone su vida por

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encima de todo, a la postre se quedará sin ella; y el que la arriesga y pospone a Mí y al Evangelio la salvará". Lo vital, desligado de lo trascendente, no es nada o bien poca cosa.

Ejemplo de dos escalas de valores, que no precisan cambio de mentalidad: el de Dante y el de Santo Tomás.

Estos ponen, en la cúspide, ambos, el valor de lo santo, de lo trascendente o divino; y en lo único en que divergen es que en Dante pone lo vital sobre lo bello; y Santo Tomás coloca lo bello por encima de lo vital.

Los que tengan una cualquiera de estas dos escalas de valores no tienen que pensar en un cambio de mentalidad en orden a lo religioso o moral.

3. El cambio de proceder Lo necesitamos todos, por una razón muy sencilla: porque una

cosa es alabar las disciplinas, y otra darse con ellas. En concreto: ¿Es posible averiguar lo de la 2.a Lectura: si "amamos a Dios sobre todas las cosas?".

Hasta cierto punto sí es posible. Porque el amor a Dios y el amor al prójimo no son dos amores distintos sino uno solo con una doble proyección. No hay amor a Dios cuando no se ama al prójimo, como no se puede decir que haya viento alguno cuando ni la veleta en la torre se mueve ni en el árbol se estremecen las hojas. No se puede creer que ama a Dios uno, cuando, pudiendo, a su hermano en necesidad no le socorre. San Juan lo afirma categóricamente; "Si no amas a tu hermano a quien ves; a Dios, a quien no ves, ¿cómo vas a amarle?".

4. Conclusión

En suma, se puede saber, si andamos por el camino de la conver­sión, o no, en lo fundamental: en lo que se refiere al amor en su doble objeto: Dios y el prójimo. No ama a Dios muchos el que al prójimo le ama poco. No ama a Dios nada el que no cesa de causarle molestias a su prójimo.

No olvidemos lo referente al doble cambio de mentalidad y de proceder que necesitamos. Hagamos que el amor a Dios y al prójimo vayan en nosotros siempre unidos; y de cada uno de nosotros, podrá decir Cristo como de aquel joven: "No estás lejos del Reino de Dios".

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Domingo IV de Cuaresma (C)

(Jos 5.9a-10-12; 2 Co 5,17-21; Le 15,1-3.11-12)

NUESTRA CONVERSIÓN AGRADA A DIOS

Hermanos... Venimos hablando estos días del camino con Cristo, hacia nuestro rejuvenecimiento interior.

El pecado es la interrupción del camino. Sobre todo cuando se trata del pecado que llama San Juan "de muerte o para la muerte". El medio o procedimiento para reparar el fallo, en nuestro itinerario, es la "conversión". Pasamos hoy a un tercer punto:

Dios acepta nuestra conversión y se complace en nuestro esfuerzo renovador.

HOMILÍA

1. El término "conversión" y su contenido

Lo que llamamos "conversión" podría llamarse "reconversión", porque la conversión —nuestro vivir de cara a Dios— fue nuestra primera situación o estado. En cuanto ideados y hechos por Dios "con vistas a su Hijo" para miembros suyos, todos nacemos con capacidad o posibilidad objetiva para serlo.

El verdadero pecado estriba en volverle a Dios la espalda —cosa no frecuente porque, no conociendo a Dios, lo que rechaza el ateo, y con razón, es la falsa idea de El que se ha formado—; o en volverle la espalda al prójimo, en optar por lo del hijo mayor de la parábola: no querer convivir con el hermano pródigo, recibido con júbilo por el padre.

De cara a Dios, la conversión supone hacer lo que el hijo menor dice: "Me levantaré y volveré a mi padre".

De cara al prójimo supone el desistir de la postura del mayor, que rehusa entrar en la casa paterna porque el padre ha admitido al menor en ella. Esto último nos remite a otros dos hermanos: Caín y Abel. El prototipo del pecador, en el Génesis, es el hermano mayor (Caín) que mata al hermano menor (Abel): en el Evangelio nos encontramos con lo mismo...

La conversión o "reconversión" estriba en un cambio de actitud, en reconocer nuestro mal obrar, llorarlo y repararlo.

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Lo difícil de la conversión es el cambio de actitud interna, no meramente externa, porque la puramente externa ante Dios nada vale.

2. A Dios le agrada la actitud de conversión

La parábola nos lo ha recordado. Nos lo está recordando. Ella es la traducción, más extensa, hecha por el mismo Cristo, de unas palabras suyas. Aquellas en las que El dice: "Dichosos los que lloran —los que se arrepienten de sus pecados—, porque ellos serán conso­lados..." "En el Cielo hay más alegría por un pecador que se convier­te...". Esta parábola así lo significa:

"En la rebelión de los ángeles hubo uno que no quiso ponerse de parte de Dios ni del Diablo hasta ver qué pasaba. Posteriormente, Dios le dijo que no entraría en el Cielo hasta que le llavara lo más hermoso de la Tierra. El ángel desterrado empezó inmediatamente su exploración, para poder ser admitido en el Cielo cuanto antes. Lo primero que se le ocurrió fue llevar a la presencia de Dios una gran piedra preciosa; pero Dios no le dio importancia... Siguió buscando y encontró un joven, que se había ahogado por salvar a otro; le tomó el corazón y se fue con él al Cielo; mas Dios no le abrió tampoco ante esto las puertas del mismo... Volvió de nuevo a la Tierra y encontró en ella un penitente, solitario, que, en pleno de­sierto, lloraba sus pecados. Sus lágrimas quedaban, como gotas de rocío, sobre la hierba. Recogió, con cuidado, estas lágrimas; se fue de nuevo al Cielo, y Dios entonces le abrió las puertas del Paraíso..."

A Dios le agrada la actitud de conversión por una razón muy sencilla y a la vez muy profunda, que hemos oído en la 2.a Lectura: porque el que se convierte y deja su actitud pecadora, pasa con ello a ser "una criatura nueva", no de esta creación sucia o manchada por la culpa, sino limpia y hermosa como la que salió al principio de las manos creadoras.

3. Resumen y conclusión

Tres han sido los puntos en torno a los que ha girad© nuestra reflexión de hoy: qué supone la conversión en sí, que podría llamarse "reconversión" o vuelta a la primera situación en que Dios puso al hombre. Lo que supone ante Dios y ante el prójimo el desandar un camino como el hijo pródigo. Cómo ve Dios la actitud de conversión y lo que le agrada.

El Señor que es "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad", como lo describe la Escritura, ofrece siempre su perdón y se alegra cuando volvemos a sus brazos de Padre.

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Viernes IV de Cuaresma (C) (Sb 2,la.l2-22; Jn 7,1-2.10.25-30)

NUESTRA HORA HA SONADO

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

En el Año Litúrgico, como en la vida de Cristo de la que El es sólo un "doble", nos encontramos a veces con inesperados contras­tes.

De la parábola del hijo pródigo pasamos a una situación en la que se pide la muerte del que la había ideado y pronunciado... Siendo ella algo tan maravilloso, tan enriquecedor, que ni todos los hombres juntos lograríamos llegar a imaginarla y agradecer a Cristo el favor que nos ha dispensado con ella.

El perdonar y poder liberar de la culpa es uno de los dones más valiosos. A este respecto es significativo lo de aquella mujer india: Cierto día los misioneros de Mariknoll llegaron a su tierra. Oyó en el mercado que anunciaban, entre otras cosas, que contaban con un poder para perdonar toda clase de pecados, y, sin pensárselo más, se fue a pedirles el ingreso en su religión. Supo valorar una religión donde es posible siempre obtener perdón y empezar de nuevo.

La parábola del hijo pródigo la oyeron los judíos... Ved la con­ducta observada por ellos con Cristo: le rechazan y piden hasta su muerte. Fue una conducta incalificable y del todo insólita.

2. El Justo, Cristo, ante la prueba

Un libro del Antiguo Testamento anunciaba lo que había de ocurrirle al Mesías, el Justo: Nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos sorprende nuestra educación errada, declara que conoce a Dios, se da el nom­bre de Hijo del Señor, es un reproche para nuestras ideas, lleva una vida distinta de los demás, nos considera de mala ley, se aparta de nuestras sendas como si fueran impías y se gloría de tener por padre a Dios.

"Veamos —prosiguen diciendo sus enemigos— si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es justo,

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hijo de Dios, Este le auxiliará y le librará del poder de sus enemigos. Le someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura..., lo condena­remos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él".

Textos referidos a Cristo, que El conocía y sabía se aplicaban a su Persona y Misión. Por eso en el Evangelio se nos ha dicho que Jesús, por aquellos días, "no quería andar por Judea y se había retirado a Galilea porque los judíos trataban de matarle...". Aunque, llegada la fiesta de los Campamentos, Jesús subió a Jerusalén priva­damente o sin manifestarse...

Jesús da este testimonio de sí: "A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no le conocéis... y él me ha enviado...".

El evangelista termina así: "Entonces intentaban agarrarle; pero nadie le pudo echar mano porque todavía no había llegado su hora...".

3. La hora de Cristo y la nuestra La hora de Cristo llegó en el momento dispuesto por el Padre.

El entregó su vida y llevó hasta su culminación el plan de Dios. Nuestra hora actual nos interpela: después de haber visto qué es el pecado, sobre todo, en cuanto actitud: un rechazo de Cristo cabeza o del prójimo comiembro nuestro; después de haber visto sus conse­cuencias: un hacernos perder el derecho a la pervivencia feliz y eterna, y haber visto que el remedio de ese mal es la penitencia, que supone un doble cambio: de mentalidad y de proceder, que Dios acepta... sólo puede quedarnos ya por hacer el imitar al hijo pródigo: echarnos en los brazos del Padre perdonador que nos espera en el Sacramento de la Penitencia.

33.—Año Lilúreico... 513

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Domingo V de Cuaresma (C)

(Is 43,16-21; Flp 3,8-14; Jn 8,1-H)

ENCARGO DE CRISTO A CUANTOS PERDONA

Hermanos... El pasado Domingo vimos el valor que da Dios a la Conversión, cuando se trata de un cambio de actitud, porque lo que importa es lo permanente, la actitud, más que los actos que pueden hacerse, contrariando la propia norma y actitud habitual.

HOMILÍA

1. Conexión con el Domingo anterior

El Domingo anterior, con la parábola del hijo pródigo, Cristo nos ponía de relieve la gran bondad del Padre-Dios, que no sólo se llena de alegría El, al regreso del hijo menor a la casa paterna, sino que además quiere que experimente esa misma alegría el mayor, que no ve así dicho regreso.

En este Domingo, Cristo hace con la pecadora, llevada a su presencia, lo que El atribuyó al Padre en su parábola.

El hacer de Cristo con quienes, sin misericordia, acusaban a aquella mujer: empezó por no hacerles caso, poniéndose a escribir en la arena. Viendo que, con esto, no se alertaban, alzó el rostro y les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, tírele la primera piedra". Hasta aquí el paralelismo entre uno y otro Domingo.

2. Lo nuevo de este día

Estriba en lo dicho por Jesús a esta mujer: "Anda y no peques más", equivalente a decirle y decirnos a todos: no pongáis en peligro, con malos actos, vuestra actual actitud buena de convertidos.

Ante las palabras de Cristo, recordamos las pronunciadas por un Papa: "En la Iglesia se pueden perdonar toda suerte de pecados, aun los que vosotros decís imperdonables: la apostasía, el adulterio y el homicidio".

Porque cuando ha tenido lugar el arrepentimiento del pecador, un cambio en él de actitud, lo que hace el perdón es robustecer una buena actitud, no dar pie al nacimiento de la contraria, ya inexistente o superada... Cuando uno es noble, cuando de veras detesta algo, no

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piensa en lo que dejó o abandonó; piensa en seguir avanzando por el nuevo camino emprendido hasta llegar a la meta definitiva...

No es honrado decir que la moral prohibe todo lo agradable. Por encima del gusto está la razón:

— La venganza tiene una vertiente agradable. Los antiguos de­cían que hasta para los dioses era el plato más sabroso; pero conduce a lo que todas las guerras en general, a la destrucción de ambos bandos contendientes.

— La envidia —el dejarnos llevar por el pesar, frente al bien ajeno, en vez de alegrarnos de éste como bien propio nuestro— conduce a nuestro mal, más que al mal del otro. Por ser envidiado nadie deja de ser envidiable. La envidia, decían asimismo los anti­guos, anda siempre flaca porque nada asimila de lo que come o muerde.

— Respecto del comer o del beber, y de lo sexual, pasa otro tanto: cuando dichas funciones corporales, todas ellas en sí buenas, se evaden o saltan por encima de lo racional, desequilibran al sujeto y terminan, si no lo aniquilan, por convertirlo en un guiñapo... La vida cotidiana nos pone hoy de relieve esto.

3. Resumen y conclusión

Recordamos la actitud de Jesús con los que querían apedrear a la adúltera y lo dicho por El en la parábola del hijo pródigo, opo­niéndose al hijo mayor, que llevaba a mal que el padre se alegrara de la vuelta al hogar del menor.

Hemos visto cómo toda clase de acciones que se evaden o inde­pendizan de la razón, no nos ocasionan, a la corta, más que perjui­cios y desventuras, y, la larga, el que muera, en nosotros, hasta la buena actitud.

Nuestro cuidado sea vigilar en nosotros lo instintivo para que no se nos desmande. Todo lo que Dios ha puesto en nosotros es bueno; pero, de todo ello, la razón es lo mejor. Lo instintivo en nosotros son los cimientos; la razón, el techo protector del edificio y de los cimientos. Mantengamos cada cosa en su lugar, y, como corona­miento de todo, estemos dispuestos, como miembros de Cristo, con San Pablo: "A mirarlo todo como basura", frente a lo que es más precioso: nuestra "incorporación a Cristo", como actitud.

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Viernes V de Cuaresma (C)

(Jr 20,10-13; Jn 10,31-42)

DE NUEVO ANTE NUESTRA HORA

HOMILÍA

1. Deseos de Cristo, deseos de sus enemigos

A través de ambas Lecturas descubrimos una doble impaciencia: la de los judíos y la de Cristo.

Si ellos deseaban mucho que llegara esta hora, más El. Podemos estar seguros.

— ¿Por qué la deseaba tanto El? Por dos razones: porque con ella o en ella se iba a realizar la suprema glorificación de Dios, su Padre, y en ella iba a culminar.

— El motivo de esperarla con ansia sus enemigos Tesidía en su anhelo de quitárselo de en medio, de acabar con El, porque les estaba resultando molesto.

Jeremías, pintando a éstos, antes de que sucediera, decía lo refe­rido en la 1.a Lectura: "Oigo el cuchicheo de la gente. Delatadle; vamos a delatarle... Le cogeremos y nos vengaremos de El...".

2. La hora elegida espera

"Agarraron —nos ha dicho el Evangelio— piedras para ape­drearle"; pero "el Señor estuvo con El, como soldado fuerte", y nada pudieron los que maquinaban apedrearle.

Ocurrió más esta vez. Cristo les lanzó un triple reto, ante el que se quedaron paralizados, "avergonzados, y con el sonrojo de no poder responderle":

— Reto primero: "Os he hecho ver muchas buenas obras por encargo de mi Padre; ¿por cuál de ellas tratáis de apedrearme?".

— Reto segundo: "¿No está escrito en vuestra ley: 'Yo os digo sois dioses'. Luego, si la Escritura llama dioses a aquellos sobre quienes vino la Palabra de Dios —y no puede faltar la Escritura—, el que el Padre consagró y envió al mundo como decís vosotros que blasfema porque dice ser el Hijo de Dios?".

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— Reto tercero: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero, si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre".

Incapaces de responder, los enemigos de Cristo —prosigue el evangelista— "intentaron detenerle (por la fuerza, ya que no podían hacerle frente con la palabra); pero se les escabulló de las manos, yendo de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde había bau­tizado Juan".

Muchos acudieron allí, a donde había ido a refugiarse Jesús, porque su hora no había llegado, y decían: "Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de Este era verdad. Y muchos creyeron en él allí", en el Jordán precisamente.

3. Lo referente a nosotros

El Jordán es el símbolo de la Penitencia. Si queremos lograr nuestro rejuvenecimiento interior —librarnos del pecado, que enve­jece nuestro espíritu— hemos de llegar hasta el encuentro con Cristo en la Confesión, caso de sernos necesaria por haber caído en lo que llama San Juan "el pecado de muerte", y de contar, como puntua­lizan los moralistas, con confesor "idóneo...". Si pudiendo tener este encuentro con Cristo, lo descuidamos, tenemos peligro de quedarnos en una mera abstracción con nuestro arrepentimiento...

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Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (C)

(Proc: Le 19,28-40. Misa: Is 50,4-7; Flp 2,6-11; Le 22,14-23.56)

LA SUBIDA DE CRISTO A JERUSALEN

Hermanos... La Liturgia ha ido poniendo de relieve los planes e intenciones de los judíos para eliminar a Jesús. Este asume la situa­ción y desea que llegue la hora dispuesta por Dios Padre.

La Liturgia de este día nos va hacer notar la coincidencia entre el subir de Cristo a Jerusalén donde va a tener lugar, en la cruz, su primera exaltación y el culminar de nuestro peregrinar de este tiempo en busca de nuestro rejuvenecimiento interno.

HOMILÍA

1. Las dos facetas de este día

Dos facetas o vertientes tiene la festividad de hoy, denominada, por esto, en la Liturgia, "Domingo de Ramos en la Pasión del Señor": por una parte, los Ramos; por otra, la Pasión.

De la Pasión nos ocuparemos el Viernes Santo.

Cuatro puntos de coincidencia se dan entre el subir de Cristo a Jerusalén y nuestro caminar Cuaresmal:

A) Primer punto de coincidencia: lo arduo de ambas marchas o subidas. Jesús conocía perfectamente la peligrosidad de la suya. Se la recordaron incluso sus discípulos: Hace cuatro días los de Jerusa­lén querían matarte, y piensas volver allí...". Lo arduo de nuestra jornada nos lo ha puesto de relieve el Evangelio: supone un cambio de mentalidad, del que decía Aristóteles que no se hace sin derrama­miento de sangre, y además un cambio aún más costoso, el del comportamiento...

La fe supone una cosmovisión. No puede darse al margen de ella. Una cosmovisión —o visión de Dios, del mundo y del hombre— puede tener muchos cambios, a causa de ciertos datos de la misma fe. Pero cambiar todo un enfoque —cosmovisión— cuesta mucho...

— En cuanto al otro cambio —el de conducta— lo que éste cuesta lo experimentamos todos. Kempis llegó a decir que "si cada año estirpáramos un vicio —uno sólo—, pronto seríamos perfec­tos...".

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B) Segundo punto de coincidencia: se sitúa en el paralelismo que hay entre lo de los ramos y palmas de este Domingo, y las alegrías anejas a nuestro ir en pos de Cristo, con vistas a nuestro rejuvenecimiento. Esto cuesta; pero alegra, como alegra todo lo que sea legar a la posteridad algo personal y valioso: un hijo, una obra...

C) Un tercer paralelo lo tenemos en la visión que nos da San Juan de la muerte de Cristo:

Los otros evangelistas, y los autores del Nuevo Testamento en general, ven la muerte de Cristo como un sacrificio de expiación por los pecados del mundo. Como San Juan no conoce otro pecado de muerte que el de no recibir al Enviado de Dios en cuanto Luz del mundo, de ahí que nos presente la elevación de Cristo a la Cruz como el izar en alto una bandera, o el encender una llama grande en lo alto de un faro para que todos puedan ver la luz, y enamorarse de ella.

Esta visión de la muerte de Cristo conlleva cambios mentales:

• Se presenta más razonable, comprensible y lógica. • Ofrece mayores riquezas ybienes para la credibilidad y el apro­

vechamiento religioso.

D) El cuarto paralelo está en la transformación que obró en Jesús la Resurrección que siguió a su muerte en Cruz, y la que obrará en nosotros una resurrección que, dice el Apóstol, no será según el modelo de la condición gloriosa de Cristo resucitado...

2. Conclusión

• Estamos ante un doble acto de coraje: el de Cristo y el nuestro.

• En ambos casos se trata dzsubir, de ir hacia un auténtico más arriba: hacia un encubrimiento.

• En ambos casos lo flanquea y acompaña una gran alegría: la de saber que es está recorriendo el camino que Dios quiere.

• Y por fin de lo que se trata es de lograr un éxito tan fuera de serie, que, de él, uno lo gustó —no sabía si en cuerpo aún, o fuera de él— pudo decir: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó", ni el corazón o la fantasía del más grande soñador puede hacerse una idea aproximada de lo que Dios tiene preparado para los que caminan y llegan hasta El.

Hagamos que nada de lo recordado se esfume en nuestra mente; así es como mejor nos será dado llegar, sin desfallecimiento, hasta nuestro término.

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Pascua

Jueves Santo: La Cena del Señor (C)

(Ex 12,1-8-11-14; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15)

LA VIGILIA DEL TRIDUO SACRO

Hermanos... Estamos en lo que podríamos llamar la Vigilia del Triduo Sacro: Jesús se puso en manos de sus enemigos, no a la

fuerza, sino porque quiso, para cumplir el "mandato " que el Padre le tenía dado y El aceptado desde antes de la creación del mundo. Fue a la muerte, aunque con repugnancia, con entera decisión por­que El y el Padre así lo tenían convenido. Recibió el premio a su sacrificio: el nombre sobre todo nombre que el Padre le otorgó al resucitarlo.

HOMILÍA

1. La 1.a Lectura

En la Biblia, no hemos de ver la Palabra misma de Dios, sino un eco o resplandor de ella, tendente a adoctrinar, casi siempre, a los hombres de una determinada época o de un entorno.

Esto es válido hasta cuando Dios habla de sí mismo:

"El dios exterminador de hombres y animales", de la 1.a Lectura, resulta ser el que podían captar los hombres de su entorno: un dios

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tribal más, más poderoso y fuerte que el resto de los dioses tribales; pero, en cuanto "exterminador", ese dios no era imagen del ser de Dios; puesto que la misma Escritura nos dice que "nada odia Dios de cuanto tiene hecho".

No se debe leer la Escritura prescindiendo de la luz que la propia razón nos proporciona, luz, como la de la Biblia, procedente de Dios mismo. A la obligación de creer ha de acompañar la credibili­dad, ser creíble a la razón.

Jaspers dice: "Yo no digo que Dios haya de justificarse; pero lo que sí tiene que justificarse es todo aquello que se manifiesta en el mundo pretendiendo ser palabra de Dios, obra de Dios o revelación de Dios...". "Se acepta la Revelación porque, tras someterla a todas las pruebas, conquista la obediencia de la razón y de la conciencia" (J. Macquarrie).

2. £1 tono del evangelista y suceso narrado

Observamos que se emplea un tono supersolemne con el que el evangelista va amontonando gerundio sobre gerundio, cumbre sobre cumbre, como quien tiene en el pensamiento alzar sobre la última un "zigurat" o santuario, lo más próximo al cielo.

Se trata de un suceso impresionante: el de Cristo, que se levanta de la mesa, se ciñe una toalla, y, con el consiguiente pasmo de todos, se pone a lavar los pies a los discípulos.

En este suceso "críptico" y misterioso, un gran comentarista —Charles Harold Dodd— ve una especie de "frontispicio", sólo en parte apto para la Pasión de Cristo. Apto sólo en parte, porque la narración, "en sí misma, no se adapta bien a lo que el evangelista pretende al utilizarlo", y porque, "si quitamos el comentario teoló­gico" del evangelista, con lo que nos encontramos es con "una narra­ción sencilla sobre Jesús, que confirma, con su ejemplo, una lección de humildad y servicio" (La tradición histórica del IV Evangelio).

En suma, también aquí, una cosa es el hecho en sí y en la mente de Cristo, y otra puede ser lo visto, a través de él, por quien nos lo relata y lo pone a nuestro alcance.

3. Nosotros ante el hecho

Puesto que la Liturgia nos lo recuerda en el Día de la institución de la Eucaristía, podemos verlo de un modo nuevo: como una lec­ción, dada por el Señor a los Apóstoles y a los discípulos de todos los tiempos, sobre cómo han de ser preparados cuantos quieran

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acercarse a la Eucaristía: del modo más esmerado posible, logrando la máxima limpieza interna, simbolizada por el lavatorio de los pies; pero sin olvidar la actitud de Jesús, servidor y como esclavo.

4. Conclusión

"El lavatorio de los pies fue una acción al servicio de los demás y simbolizó el servicio que Jesús rendiría al entregar su vida por todos. De ahí lo que El afirmó: que el lavatorio de los pies era algo necesario para que a sus discípulos les sea dado tener parte en su herencia" (Raymond E. Brown, /;'/ Evangelio según San Juan).

Para que este servicio mere/.ca la herencia con Cristo, ha de ir animado por el amor fraterno porque, sin este amor, tal servicio sería un servicio externo mas no interno, un mero servicio incomple­to.

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Viernes Santo: Celebración de la Pasión del Señor (C)

(Is 52,13-12; Hb 4,14-16;5,7-9; Jn 1,19,1-19,42)

LA CRUZ DE CRISTO, NUESTRA GLORIA

Hermanos... Las Lecturas del Domingo de Ramos fueron el anuncio general o lejano de este Viernes. El día de ayer fue su anuncio cercano o inmediato al recordarnos estas palabras de San Pablo: "Por lo que a mí toca, Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo ha quedado crucificado para mí y yo muerto para el mundo...".

HOMILÍA

1. El dolor es un medio no la meta

No tiene sentido el buscar el dolor en sí y por él, porque el dolor en sí es un mal y el mal no puede ser querido por nadie. A lo sumo, por un masoquista, que es un hombre psíquicamente enfermo. Santo Tomás tiene razón al preguntar: "¿Puede la sana naturaleza invitarte a ser bueno con los demás y cruel y despiadado contigo mismo?" (Utopía).

El dolor no es medio apto para alcanzar una expiación al con­vertirnos, ya que Dios en lo que se fija es en si persiste una actitud y de qué tipo es, y ésta podría ser mala, aun viéndose el hombre víctima del supremo dolor: el del infierno.

— Atribuirle a Dios una justicia vindicativa, encaminada al do­lor, al castigo, equivale a decir de El que no es el verdadero Dios, sino un monstruo.

El dolor no se puede proponer como meta ni como medio siquie­ra, en el terreno moral o conducente a la perfección, en el plan de Dios.

2. Pasión y muerte de Cristo en la Cruz En cuanto algo doloroso no fue proyecto del Padre ni del Hijo,

sino de los enemigos de Este que le llevaron a ella, no con gozo sino con inmenso dolor por parte de El.

Lo que el Padre exigió del Hijo —para acceder, como Creador, a sus deseos de formar para El unos seres, miembros personales,

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"defectibles"— fue que, para salvarlos de una previsible y prevista frustración, estuviera dispuesto a todo por ellos o en favor de los mismos. Cosa esta que ya tiene algún sentido, pues ahí no se pone el sufrimiento como meta, ni como medio, sino como condición, en caso de necesidad, para proporcionar a otros la salvación. Es como el que para salvar a otro de ahogarse perece en el empeño.

Cristo no buscó el morir, sino, como nos dijo San Juan desde su mismo Prólogo, el proporcionarnos, como a seres libres e inteligen­tes, la ayuda más apta, una luz más que suficiente para advertir el peligro de nuestra "defectibilidad" y acogernos, como a puerto segu­ro, a la adhesión o vinculación con El.

3. Nuestro máximo timbre de gloria: la Cruz Ante un Cristo, inmortal y glorioso desde el principio al fin de

sus días sobre la Tierra, el hombre, en la desgracia y en la lucha, ¿qué atracción hubiera podido experimentar? Ante el Crucificado, lleno de dolores, se siente ayuda y consuelo de inmediato.

Ante la cruz de Jesús hemos de experimentar asombro y total gratitud. Cuenta Suetonio, historiador romano, que a César —hombre muy generoso, sobre todo con sus soldados— se le acercó cierto día uno, que había militado en su ejército, a pedirle que le acompañara ante un tribunal... César le dijo: "Mandaré a uno que me represente". Al soldado le pareció muy poco y le dijo: "Cuando una lanza iba a traspasarte de lado a lado, yo no envié a nadie que me sustituyera; yo ofrecí mi pecho para salvar el tuyo; aquí tienes la prueba, mi cicatriz...".

Un ejemplo más: el de una actriz japonesa que vio un día a las puertas de su jardín los cadáveres de media docena de pretendientes que se habían peleado y dado muerte por ella, deseosos de conquistar su mano...

Para nosotros, no un soldado, no media docena de hombres, sino Jesucristo —el Hijo de Dios— ha aceptado el morir. Lo ha dado todo.

Esto es para estarle agradecidos, para cifrar nuestro máximo timbre de gloria en su Cruz y en nuestra vinculación con El, nos cueste lo que nos cueste y a costa de lo que sea.

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Sábado Santo: Vigilia Pascual (C)

(Gn 1,1-2.2; Gn 22,1-18; Ex 14,15.1; Le 24,1-12)

LA NOCHE DE LA LUZ

Hermanos... En el día de hoy hemos estado viviendo la segunda fase del Misterio pascual: la estancia de Cristo en el sepulcro.

Hemos empezado a vivir la tercera: la de Cristo resucitado o vuelto a la vida; no a una vida como la suya anterior, sino infinita­mente más elevada y perfecta: a su vida definitiva de plenitud aun en cuanto hombre.

Lo característico de esta noche —la Noche de la Luz— es el hecho de la Resurrección de Cristo, ocurrido en la historia, pero no histórico, no demostrable, por ser transhistórico y que está por encima de la historia misma, como el de la Encarnación o cualquier otro misterio.

HOMILÍA

1. El más alto regalo

Toda fiesta es, decía Platón, un regalo, que los dioses hacen a los hombres para que no pierdan de vista el sentido de la vida y de la dirección que han de imprimirle.

Para nosotros el regalo de esta fiesta de Cristo resucitado, que vamos a estar celebrando cincuenta días seguidos en la Liturgia, estriba en la luminosidad, que ponen ante nuestros ojos dos símbo­los: el del cirio, símbolo de Cristo resucitado, y el de nuestras velas encendidas a partir del cirio, indicadoras de nuestra resurrección futura.

Para que los dos símbolos nos sirvan de algo —el dar razón de nuestra esperanza, al que nos pregunte, como dice San Pedro; y para poder afianzarnos en ella— necesitamos ahondar en su signifi­cado y en su contenido, como necesitamos romper la cascara de la almendra si hemos de nutrirnos con su fruto.

— Para dar con el contenido de estos símbolos, y no quedarnos en su cascara, hemos de enfrentarnos con unas preguntas serias y contestarlas.

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2. El hombre, ¿un "ser-para-la-muerte"?

En lo corporal —en lo externo— eso somos, puesto que el morir es algo tan consustancial a nosotros como el vivir.

Vivir en lo material equivale a morir, puesto que sólo se vive en tanto que se muere, a costa de ir muriendo, de estarse uno gastando y consumiendo...

— Hay en el hombre, en todo hombre, algo interno, además de lo externo, algo que recuerda el pasado y piensa en el futuro aún no existente, algo que se sustrae al tiempo.

— Este algo existente en nosotros es una auténtica energía real y verdadera. ¿Cómo negarlo cuando la propia experiencia nos lo está atestiguando?

— La sola razón no puede proporcionarnos la explicación de esto. Necesitaría el hombre haber salido de sí mismo para hallar en él la total explicación de su ser. Como hemos salido de un Creador, sólo de él podemos esperar la total explicación de nuestro ser.

— Este Creador, a través de la le nos dice que hemos sido hechos todos con vistas a su Hijo, deseoso de formar con los seres inteligentes, ideados por El para miembros personales suyos, una única gran comunidad humana, a semejanza de la Trinidad divina, formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu; y de ahí, del formar esa Comunidad con el Hijo, nos vienen a todos esos anhelos de infinitud y la energía de la que brotan procedente de la suya divina y tendente a Dios.

Así es como únicamente podemos advertir la luminosidad de esta Noche y de sus símbolos. Y la consecuencia queda patente: No somos un ser-para-la muerte, siendo miembros de Cristo por crea­ción de Dios —porque Dios así lo ha dispuesto— y siendo Cristo, por su resurrección, que ahora conmemoramos, "primicia de los que mueren y resucitan". La muerte, por nuestra vinculación con Cristo, será para todos lo que fue para El: un renacer vigoroso o una vida inmortal.

La muerte es un breve túnel que, de la oscuridad y noche de esta vida, nos conduce a las playas de la luz eterna, de un vivir definitivo y para siempre, como el de Cristo.

3. Conclusión

Ante un hecho tan luminoso hemos de fclicilai nos y llenarnos de alegría.

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Agradezcamos al Señor el regalo de estas fiestas y de este hecho.

Aprovechémonos de la luz, que brota del mismo, y nuestra vida será ya desde ahora, aun siguiendo en este mundo y esperando la muerte, una vida en la alegría por ser una vida con la esperanza más grande, y mejor apoyada: en Cristo Resucitado.

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Domingo I de Pascua de Resurrección (C) (Hch 10,34a-37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

RESUCITADOS CON CRISTO

Hermanos... La Liturgia de la Vigilia pascual nos llevó a poner los ojos en el gran regalo que esa noche, con su hoguera y sus luces, nos traía: una iluminación de lo que para todos es lo más oscuro, lo que después de la muerte nos espera.

Logrado lo que antecede, bueno será que volvamos a centrarnos en el gran acontecimiento —el de la Resurrección de Cristo— y lo que, si no nos lo certifica, nos lo hace creíble al menos.

HOMILÍA

1. Lo específico y singular de la Resurrección

El ser un hecho, aunque reiteradamente anunciado por el Señor en vida, que no pudo ser visto, como no pudo ser visto el de la Encarnación.

De ahí que a nada condujera el poner una guardia, como se hizo, en el sepulcro; como tampoco hubiera conducido a nada el haber tenido enclaustrada, desde antes de la Encarnación, y rigurosamente vigilada, a la Virgen. Hay un misterio que llama a la fe: se acepta o no...

2. Motivos que tuvieron para creer este hecho los Apóstoles

En primer lugar, el anuncio reiterado que a Cristo le habían oído, anuncio del que trajo un nuevo y fuerte eco, al alborear del día de Pascua, la Magdalena, que había ido al sepulcro y lo había encontrado vacío.

Y, en segundo lugar, lo que, llegados al sepulcro, Juan y Pedro encontraron en él: unos lienzos alargados y vacíos, en la misma posición en que había estado el cuerpo de Cristo, pero sin él.

Pedro y Juan, a vista de los lienzos y lo anunciado por el Maestro ("Resucitaré a los tres días"), pensaron sencillamente en esto último como la explicación más lógica y obvia de todo, y esto nos transmi­tieron. Al recordar la palabra de Cristo y, viéndola cumplida, creye­ron.

34.—Año Liíúrsico... 529

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— Luego vinieron las reiteradas apariciones del Señor a todos, en ocasiones varias; con un cuerpo singular, visible, sólo para los que El quería dejarse ver; y ante lo visto por Pedro y Juan, y lo presenciado por los demás (las apariciones), terminaron por aceptar el hecho todos, hasta los más reacios a admitirlo, como el Tomás incrédulo que exigió, no sólo ver, sino incluso tocar las llagas de Cristo.

3. Lo razonable de la Resurrección

— En primer lugar, porque el juicio hecho de la misma por los Apóstoles, es el más razonable de cuantos de la desaparición del cuerpo de Cristo se han dado, algo que se basa además en lo más firme: la palabra de Cristo.

— En segundo lugar, porque el testimonio de los Apóstoles acerca de la Resurrección, no fue algo pasajero en ellos, no cosa fácil que no les ocasionara perjuicio alguno. Por dar su testimonio y no volverse atrás, murieron todos mártires. A testigos, que se dejan degollar, ¿quién no les cree, como decía Pascal?

— En tercer lugar, porque nada hay de absurdo en que tal resu­rrección ocurriera. Basta mencionar la aparición de las distintas y progresivas formas de vida en este mundo. El poder de Dios se manifiesta.

4. Resumen y conclusión — Hemos advertido lo específico del hecho de la Resurrección:

el ser algo sobrenatural o no asequible en directo ni a los sentidos ni a la mente misma.

— Hemos recordado luego las explicaciones y el juicio que hi­cieron los Apóstoles, a base de lo oído por ellos antes a Cristo, y a base de sus apariciones posteriores.

— Y, por fin, hemos visto lo que a nosotros puede facilitarnos , el creerlo: lo mismo que dio pie a los Apóstoles para que lo creyeran.

Nuestra tarea: la que a San Pablo, en la 2.a Lectura, le hemos escuchado: "Vivir centrados"en los bienes de arriba más que en los de abajo. Así el final de nuestras vidas será, como el de la vida de, Cristo: un paso a una nueva vida, aún más alta que la presente.

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Domingo II de Pascua (C)

(Hch 5,12-16; Ap 9,lla-12-13.17.19; Jn 20,19-31)

LA PRIMAVERA DE LA FE

Hermanos... Tres cosas nos puso de relieve el Domingo anterior sobre la Resurrección de Cristo: lo sobrenatural de este hecho; en qué se fundaron los Apóstoles para admitirlo como acaecido en Cristo (el habérselo anunciado Este y lo de sus apariciones posterio­res), y lo que puede hacérnoslo, además de lo dicho, creíble a nos­otros.

La Liturgia de este Domingo 2." nos va a poner de relieve la primavera de fe, que el anuncio de este hecho trajo al mundo judío, primavera en la que tuvo lugar el nacimiento de la Iglesia.

HOMILÍA

1. El anuncio de Cristo resucitado y el nacimiento de la Iglesia

Jesucristo, en su vida pública, empezó por decir: "Se ha cumplido el plazo; el Reino de Dios está cerca; enmendaos y aceptad la Buena Noticia", y, en torno de esto, giró su predicación entera...

Los Apóstoles, durante la vida del Señor, estuvieron esperando un Reino terreno o material porque creían que éste y no otro era el Reino mesiánico de que hablaban las Escrituras, y el que venía a implantar en la tierra Cristo Mesías; pero la muerte ignominiosa de Este, en la Cruz, les hizo no pensar más en ese Reino material, e intuyendo, en la elevación de Cristo a la Cruz, como San Juan, una exaltación (algo espiritual más que material), empezaron a anunciar al mundo tres cosas:

1.a Que Cristo había resucitado y estaba para siempre vivo en el seno del Padre de donde había descendido.

2.a Que había sido constituido, por Dios Padre, Juez de vivos y muertos.

3.a Que cuantos creen en El obtienen el perdón de sus pecados.

Este triple anuncio trajo al mundo una primavera de fe y en ella surgió la Iglesia, no de los Apóstoles, sino del Grano de trigo, caído en tierra y muerto, es decir, de Cristo, que dio así lugar a su naci­miento.

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La acogida de la Iglesia, surgida así de Cristo muerto y resucita­do, fue una acogida entusiasta, como la 1.a Lectura nos ha recorda­do.

2. La Iglesia hoy Cree y proclama fundamentalmente lo que predicaron o anun­

ciaron al mundo judío los Apóstoles; pero las gentes de hoy no parecen tener el entusiasmo que sintieron los primeros oidores del anuncio.

Sin acudir a estadísticas concretas, todos sabemos que se produce un abandono masivo respecto de las prácticas religiosas habituales...

• Para explicar este abandono de la Iglesia resulta muy cómodo decir que es a causa del materialismo reinante por todas partes. Pero este materialismo puede ser porque el espiritualismo, que se les ofrece, no es convincente, porque en él la moral y la religiosidad aparecen como enemigas de la vida.

• Fe convincente: en la fe, como en todo, andan muchas veces mezclados paja y grano. En la fe, al ser algo que es en parte cosa "histórica", hay que andar muy alerta para advertir lo caduco, lo que no es grano puro, y dejarlo.

La Iglesia, que se da cuenta de que debe vivir en una constante reforma moral, debe advertir que también debe vivir en una reforma mental incesante. Por no realizar esta reforma son muchos los hom­bres que la Iglesia pierde actualmente.

• Otra causa más particular de este abandono de la Iglesia pode­mos ser —lo somos— nosotros mismos, los creyentes y los anuncia­dores de la fe. Cuando no practicamos lo que creemos, o hablamos de la fe sin calor ni entusiasmo alguno. Damos ocasión a los incre-yentes para que digan: "¿Vale la pena asumir una fe, por la que muestran tan poco interés quienes nos la anuncian y quienes la profesan? Es lo del hacha y el mango. Si no fuera por la madera, que al hierro le brinda el árbol, no habría hacha alguna que tirara por tierra al árbol.

3. Resumen

— Hemos visto cómo fue el nacimiento de la Iglesia, qué entu­siasmo despertó en el pueblo judío al principio por el triple anuncio que hicieron los Apóstoles: que Cristo había resucitado; que Dios le había hecho Juez de vivos y muertos, y que, en su nombre, podían conseguir todos el perdón de sus pecados.

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— Hemos visto, por contraste, la frialdada con que acoge el mundo de hoy a la Iglesia: en parte, por la insistencia de algunos de presentar una Moral, en muchos puntos atávica, que no sin razón es tachada.de "enemiga de la vida", y porque los creyentes y docentes mostramos poco entusiasmo por lo que anunciamos y rutinariamen­te practicamos.

Atendamos el encargo dado por Cristo a las siete iglesias del Apocalipsis en la 2.a Lectura: "Que nos reformemos y volvamos al fervor primero, porque, de lo contrario, se apagarán nuestras lám­paras y Cristo se buscará y pondrá otras en torno a sí".

Sin metáforas, lo que se nos dice es que no nos contentemos con conocer la doble reforma mental y moral que necesitamos, sino que las llevamos a la práctica.

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Domingo III de Pascua (C) (Hch 5,27b-32.4-b-41; Ap 5,11-14; Jn 21,1-19)

OTRA PRIMAVERA HOY EN LA LITURGIA

Hermanos... El Domingo anterior hablábamos de la primavera de fe que trajo al mundo judío el anuncio de la Resurrección de Cristo, primavera en la que nació la Iglesia. Fue muy breve; en seguida se tornó borrascosa. Quienes al principio se hacían "lenguas de los creyentes", no tardaron en pasar a ser sus perseguidores.

La Liturgia de hoy nos habla también de otra primavera que carecerá de contratiempos: la de la Gloria.

HOMILÍA

1. La fe en la persecución y en la bonanza

— De cara a la fe, nada consigue la persecución; ante la fe la fuerza física es cosa vana, como el tratar de reducir a la mínima expresión, a fuerza de oprimirla, a una esponja. La mano se cansa de apretar, y la esponja —el concepto, la idea— adquieren al punto el mismo volumen que al principio tenían.

— El Cristianismo, atrozmente perseguido en los tres primeros siglos de su existencia, fue algo lleno de vitalidad. Con Constantino la persecución cesó. La religión cristiana llegó incluso a ser la religión oficial del Estado. Lejos de hacerse más vigorosa con ello, se entibió, se contagió de las costumbres y lacras del Estado, y pasó a ser víctima de lo conquistado. La Iglesia se aseglaró, se romanizó, se apropió o incrustó en sí el modo de vida del Imperio, y, de la paz, vino para ella la ruina; como de la lucha le había venido antes la resistencia y la fuerza de los siglos primeros...

A nuestra Iglesia de España le ha ocurrido otro tanto con su nacionalcatolicismo. Logró que la mayoría de los ciudadanos acep­tasen lo externo de ella —los ritos y sacramentos.

Abunda en ella la sacramentalización —lo externo, los ritos—, pero pocos son los que tienen interés por la evangelización. Las ideas no les interesan a esas gentes "piadosas", y son las ideas-fuerza, no los meros ritos repetidos una y otra vez, las que significan algo en orden al vigor de una auténtica piedad.

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2. La primavera de la gloria Si nos atenemos a la 2.a Lectura de hoy, consistirá en algo seme­

jante a una explosión de júbilo permanente, que no nos agotará ni fastidiará porque, al no existir en la eternidad, el tiempo, el fastidio o cansancio será algo del todo inexistente e irreal.

Para poder atisbar al cielo como una explosión de júbilo beati­ficante, sólo contamos con descripciones aproximativas de asombro en la Escritura —"ni ojo vio, ni oído oyó..."—. Es alcanzar plenitud de premio al pisar la meta.

Eso ocurrirá a todo bienaventurado al oírle decir a Cristo, diri­giéndose a él, al final de su peregrinación terrena: "¡Ea, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!", en el gozo o disfrute de la Gloria que has merecido por haberme aceptado como Supercabeza tuya, y haberme seguido.

3. Camino para llegar al término feliz

Lo tenemos simbolizado en el amor, pedido por Cristo a Pedro antes de encomendarle la custodia de todos sus miembros terrenos, de todos los fieles.

El amor es ese camino, no hay otro; ya que se trata de llegar al seno mismo de la Divinidad, a la que, a través de Cristo, en cuanto segunda Persona de la misma, estamos llamados a tener acceso:

Dios, nos dice la Escritura, "es Amor". La Trinidad es un fruto de ese Amor. Por él, Dios Padre, vierte, como fuente, el ser entero divino en el Hijo; como arroyo o canal Este lo recibe y se lo comu­nica, coloreado por su personalidad también, al Espíritu, y Padre, Hijo y Espíritu, por el amor no constituyen un "Yo, Tú, El", sino un NOSOTROS: la Divinidad tripersonal, única e infinita, porque el Amor funde cuanto toca y lo hace Uno.

Nuestro amor no puede ser egoísta y cerrado, sino de comunica­ción y benevolencia que goce más en dar que en recibir; un amor que nos lleve a abrirnos y darnos del todo y sin reservas, como en la Trinidad.

Vivir una primavera de amor así es el puente o camino más seguro hacia la Primavera eterna.

4. Resumen

— Hemos visto lo poco o nada que es toda persecución, toda fuerza física, para sofocar una idea.

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— Hemos visto, de cara a los Apóstoles, qué fue la persecución: un anticipo o puente para llegar antes al premio de la Gloria.

— Y hemos visto cuál es nuestro camino hacia la misma: el del amor de unos a otros, que no nos deje andar en disensiones y envi­dias viles, y llegue a hacer en nosotros lo que hace en la divinidad: de Padre, Hijo y Espíritu, un Dios Uno y Único.

Hagamos lo posible por conseguir ese amor y vivirlo aquí en la Tierra, en una feliz primavera sobrenatural, y lograremos que se nos torne en una primavera eterna, la de la Gloria.

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Domingo IV de Pascua (C)

(Hch 13,14.43-52; Ap 7,9.14b-17; Jn 10,27-30)

LA CASTIDAD POR EL REINO

Hermanos... La Liturgia de los días pasados nos ha hablado de dos primaveras: la de la fe, a la que dio lugar el anuncio hecho por los Apóstoles de la Resurrección de Cristo, y la de la Gloria, a la que pasaron, por el martirio, los heraldos del anuncio.

Dentro de este doble clima, la Iglesia hace surgir hoy en la Liturgia el Día de las vocaciones religiosas, el día de la opción, por Cristo, ya desde ahora.

Dispongámonos a reflexionar para ver qué entraña o significa la vocación y los justificantes o motivos que dan pie a nuestra esperan­za de que un día conseguiremos que Dios sea, por la Gloria, "todo en todos"nosotros.

HOMILÍA

1. El Bien y otros bienes

Dios ahora no quiere ser el bien único del hombre. Nos ofrece muchos otros bienes de los que poder disfrutar, según nuestra actual condición terrena, con la única condición de que en ninguno de éstos nos estanquemos.

— Dentro de este "hecho-clave" nos planteamos la opción por la vida en castidad, vida consagrada en celibato.

— Caben tres virginidades, como nos dejó dicho Cristo en un célebre pasaje, que, no sabiendo dónde colocarlo, y no queriendo silenciarlo, los evangelistas anexionaron a la cuestión sobre el matri­monio y el divorcio.

Las frases de ese pasaje, según los exégetas, parecen haber surgi­do en un contexto polémico.

En esa ocasión, algunos le preguntan a Jesús: "¿Dónde está tu padre?" —queriendo aludir con ello a que era hijo de padre desco­nocido—, y en otra ocasión otros le echaron en cara el no casarse, llegada la edad de esto y superada ampliamente, tachándole quizá de impotente o "eunuco" por eso...

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Ni Jesucristo recusó lo anterior como una afrenta, ni creyeron oportuno silenciarlo los evangelistas. Indicio indudable de la impor­tancia que tenía para ellos tal afrenta. Haciéndola suya, con gusto, Jesucristo contesto así: "Hay eunucos o impotentes para el matri­monio que así nacieron; los hay por haberlos hecho otros; y los hay, por fin, por haber querido ellos mismos serlo por el Reino de los Cielos". De estos últimos El quiso ser el primero y supremo...

2. Formas de virginidad

— La primera virginidad o castidad, la puramente material:

De cara al Reino de los Cielos o a la virtud no significa nada. En el Evangelio se habla de cinco vírgenes necias y cinco prudentes, lo que quiere decir que la pura y escueta virginidad fisiológica no excluye la llamada "fatuidad" evangélica. Tal castidad puede ser algo y puede ser nada.

— La segunda virginidad, la vivida por necesidad, porque la sociedad o las circunstancias le impiden casarse:

De cara a la virtud tampoco significa nada porque puede ser una mera resignación, una virginidad como la de la hija de Jefté que lamentaba y lloraba tal estado.

Una virginidad así no es emblema o símbolo de la vida perfecta del futuro porque no se da la libertad. San Pablo dice: "Donde reina el Espíritu de Dios allí tiene asiento la libertad", y donde ésta falta, no hay espíritu que valga.

— La tercera virginidad, la buscada por uno mismo y aceptada sin imposición de ley ni de nadie:

Era la aconsejada por San Pablo, al decir que "sobre esto no conocía precepto alguno del Señor", ni de nadie, por haberla dejado Dios a la voluntad de cada uno.

— Muy superior a ésta aun fue la que abrazó Cristo, no por falta de virilidad u hombría, sino por haberse volcado del todo y por entero al servicio del Reino, lo que le hacía ser y aparecer liberado respecto del matrimonio.

Algo semejante, a ejemplo de Cristo y con su ayuda, asumen y abrazan todos aquellos, religiosos y religiosas, que hacen voto libre y espontáneo de castidad total o de continencia absoluta. Y es de mucha importancia que éstos no falten en la Iglesia porque, con su heroísmo, hacen que la vida del futuro esté más cerca de cada uno de nosotros.

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3. Dios será todo en todos

Hoy Jesucristo nos pone ante los ojos, en el Evangelio, los mo­tivos de esperanza: "Quienes escuchen mi voz y me sigan serán mis ovejas (serán miembros míos personales, del todo, al serlo por propia aceptación además de serlo por creación), y éstos no perecerán por­que nadie se los arrebatará a la mano, que hasta Mí los ha condu­cido, que es la de mi Padre..."

Aquí tenemos condensados todos los motivos, que podemos de­sear, para la firmeza de nuestra esperanza. El Padre y el Hijo están a favor nuestro para que podamos alcanzar lo que esperamos.

4. Resumen

Con motivo del Día de las vocaciones religiosas, después de haber hecho constar que Dios no exige en este mundo ser el bien único del hombre, hemos hablado de tres clases de virginidad.

— Hemos visto el gran don, de cara a todos, que es el que haya personas con el carisma de la virginidad opcional total, porque, con esa elección, están manteniendo ante nuestros ojos lo que no debe­mos echar al olvido: que nuestro vivir definitivo será el del Más Allá, donde seremos todos como los ángeles de Dios, en frase de Cristo, sin bodas, nacimientos, ni muertes. Por ello hemos de dar gracias a Dios y aportar nuestro apoyo y colaboración.

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Domingo V de Pascua (C)

(Hch 14,20b-26; Ap 21,l-5a; Jn 13,31-33a.34-35)

LA FE COMO ÁRBOL COMPLETO

Hermanos... El Domingo anterior hablábamos de la continencia perfecta por el Reino de los Cielos, y de ese Reino en el que será Dios: "Todo en todos".

La Liturgia de hoy nos traza el camino hacia ese Reino: el de la perseverancia en la fe. La fe viene a ser un árbol con raíz, fibra, corteza, savia y frutos; uno de los cuales es el logro de la vida del Más Allá y para siempre.

HOMILÍA

1. La raíz del árbol

La raíz del árbol de la fe es Cristo en un doble sentido: en cuanto Ideador y Promotor de cuanto existe y en cuanto "Iniciador y Con­sumador de nuestra fe", como es llamado en la Escritura. Sin adhe­sión a Cristo, no hay fe.

2. La fibra del árbol

Somos los hombres, creyentes e increyentes, puesto que todos hemos sido hechos por Dios con vistas a Cristo, su Hijo, y somos, según Este, "sarmientos" de una única Vid, que es El mismo.

Los creyentes somos la porción consciente de su cuerpo, los sabedores de pertenecerle. Los aún no creyentes, su porción incons­ciente, la que desconoce esta realidad.

Pasa con el cuerpo "social" de Cristo, lo que en el nuestro psico-físico. Como la porción consciente de nuestro "yo" es una porción mínima en comparación con la magnitud de nuestra porción incons­ciente —que también pertenece al yo—, así ocurre en el cuerpo de Cristo. Una imagen de esto es el "iceberg" en el que lo que flota sobre el océano apenas es nada en comparación de la masa enorme que se esconde en el fondo.

El deber de la porción consciente en el cuerpo de Cristo es hacer lo posible para que la otra deje de ser inconsciente, pues la voluntad de Cristo es que ninguno de los hombres le ignore, para que todos puedan aceptarle como Cabeza...

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3. La corteza del árbol

Podemos verla simbolizada en la Jerarqía —en el Papa, los Obis­pos y sus colaboradores— a los que, en el Nuevo Testamento, se les llama "servidores " de los creyentes.

Se halla esto reflejado en la 1.a Lectura: Que Pablo y Bernabé "volviendo por Listra, Iconio y Antioquía —ciudades que antes habían evangelizado— animaban, a los que se habían hecho discípu­los, a perseverar en la fe, y, previa la oración y el ayuno, consagraron en cada una de esas iglesias presbíteros", para que éstos siguieran prestando a los fieles los mismos servicios que antes les habían prestado ellos...

Este ser corteza protectora del árbol de la fe es la primera y máxima misión a que debe consagrarse todo sacerdote. Si llegáramos a ser menos de los que la comunidad necesita o descuidáramos este deber, la fe de los creyentes pronto se vería, en su vitalidad, muy mermada, como ve amenzada su vitalidad todo árbol privado en parte o del todo de la corteza...

4. La savia del árbol

Un árbol, sin corteza, enferma; sin savia, está muerto.

La savia del árbol de la fe, según vemos en la 3.a Lectura: es la caridad, el amor de unos a otros. "En esto conocerá el mundo —nos ha dicho Cristo— que sois discípulos míos: en que os amáis los unos a los otros", en que os comportáis de modo fraterno, como miem­bros de un mismo Cuerpo...

5. Los frutos del árbol de la fe

Podemos verlos concentrados en el llegar a ser, por nuestro comportamiento, una comunidad de la que Dios pueda decir con la 2.a Lectura de hoy: "Esta es mi morada entre los hombres". Esta es la comunidad de fe y de amor, que hemos de formar los creyentes.

Esto nos exige dos cosas que hemos de tratar de llevar a la perfección: el amor a Dios y al prójimo.

6. Resumen y conclusión

— Cuidemos el árbol de la fe, cuya raíz es Cristo en un doble sentido: en el de nuestro existir natural y en el sobrenatural.

— Colaboremos a su crecimiento sintiéndonos todos fibra del mismo.

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— Seamos, para él, corteza protectora o que le defienda.

— Hagamos que su savia —la caridad, el amor— circule por entre nosotros, sin que se lo entorpezca injusticia alguna.

— Y el árbol no cesará de brindarnos frutos sazonados...

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Domingo VI de Pascua (C) (Hch 15,1-2.22-29; Ap 21,10-14.22-23; Jn 14,23-29)

LOS BIENES DEL PLURALISMO

Hermanos... Vimos el último Domingo cuál es, en el árbol de la fe, su raíz, fibra, corteza, savia, y su último y mejor fruto.

La Liturgia nos invita a considerar hoy qué pueden ser los vientos y tempestades, que, a veces, sacuden con violencia nuestro árbol de la fe.

HOMILÍA

1. El buen aire y el viento

Es conocida la parábola del agricultor metido a regir el tiempo para conseguir mejores cosechas. Ante sus quejas, el Señor le había concedido poder disponer a su gusto del tiempo de sol o de lluvia para sus cereales. Estos crecieron siempre en bonanza, desarrollando tanta paja que la raíz, poco asentada al faltarle el frío invernal y la lucha contra el viento, no podía con los tallos, cuyas espigas estaban vacías de grano por la escasez de alimento que aportaban las men­guadas raicillas... El labrador había olvidado poner en dificultades a sus sembrados, helada, viento, tempestad, para que se fortalecieran en la prueba.

Comparada la fe a un árbol, éste sale fortalecido de la prueba y del combate con el viento que le zarandea y ventila. Así ocurrió y sucede aún en la vida de la Iglesia. Hoy leemos un episodio aleccio­nador relativo a las primeras comunidades cristianas: "Unos de Ju-dea bajaron a Antioquía y se pusieron a enseñar a aquellos recién convertidos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse".

Esto provocó en aquella comunidad una contrariedad enorme, y tuvieron que subir Bernabé y Pablo a Jerusalén a consultar a los Apóstoles qué debía hacerse.

...De no haber sido por dicha contrariedad —por este viento adverso—, quizá no hubieran quedado en claro las cosas, ni se hubiera hecho tan patente que la salvación brota únicamente de la fe en Cristo y no de la circuncisión. Es decir, que, con tal contrarie­dad, la fe salió ganando y el que salió perdiendo fue el error.

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2. Los bienes del actual pluralismo

En nuestros ambientes hemos vivido, hasta hace poco, un cristia­nismo sin pluralismo y sin contradictores.

Uno de los grandes escritores políticos —Ganivet— decía, hace ya tiempo, que a nuestro catolicismo le vendría muy bien el impor­tar, aunque fuera de contrabando, unos cuantos herejes que avivaran nuestro pensar.

Ya no hace falta importarlos. Hoy ya convivimos con testigos de Jehová, protestantes, anglicanos, mormones... Nuestra fe, con esto, está sometida a contradicción, se ve zarandeada por vientos fuertes.

Esto nos hace un bien a los creyentes porque nos obliga a ahon­dar en lo que creemos, a hacer que nuestra fe se convierta, de infantil, en adulta y crítica, que es lo que debe ser la fe de todo hombre llegado a la mayoría de edad en su desarrollo...

3. El pluralismo interno en la Iglesia

También es bueno porque una cosa, como mejor se ve, es con­templándola desde puntos de vista diversos. Lo peligroso sería con­vertir el pluralismo en fuente de rencillas y enemistades.

Se ha de evitar la ruptura, según lo que nos ha dicho la 3.a

Lectura de hoy mediante un crecimiento de nuestro amor a Cristo, que propicia el respeto y diálogo y salva la unión.

Si en todos creciera éste, aunque el pluralismo creciera también, nunca pasaría nada: nunca habría dispersión o disgregación en la Iglesia, porque la fuerza centrípeta en ella —el amor a Cristo— compensaría siempre con creces la fuerza centrífuga, la del distan-ciamiento especulativo entre unos y otros.

4. Conclusión

No perdamos de vista lo bueno y lo malo del pluralismo, tanto exerno como interno.

Quedémonos con lo bueno de ambos, y de nuestra Iglesia se podrá decir lo que a la 2.a Lectura le hemos oído decir en loor de la ciudad futura: que "no necesita de sol que la alumbre, ni menos de lámpara alguna, porque la Gloria de Dios la ilumina" y, de este modo, "brilla como piedra preciosa, como jaspe traslúcido".

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Domingo VII de Pascua: Ascensión del Señor (C)

(Hch 1,1-11; Ef 1,17-23; Le 24,46-53)

EL SUCESO Y SU HUELLA EN LOS APOSTÓLES

Hermanos... Estamos terminando el tiempo pascual: acabando de contemplar los ricos y variados panoramas que, a lo largo de cuarenta días, este Tiempo litúrgico nos ha ofrecido.

Hoy es el séptimo y último Domingo dedicado a este tiempo y en él la solemnidad de la Ascensión.

A propósito de la misma vamos a fijarnos en los sentimientos que este suceso despertó un día en los Apóstoles, para poner al unísono con ellos nuestros sentimientos y actitudes.

HOMILÍA

1. El hecho de la Ascensión y su certidumbre

Simone de Beauvoir abandonó su creencia cristiana y cierta mi-litancia, por sentirse atraída más por el placer que por Dios, según propia confesión, pero además en un libro muy difundido expone: "Cristo y cantidad de santos habían manifestado sobre la Tierra lo sobrenatural; (pero) yo me daba cuenta de que la Biblia, los Evan­gelios, los milagros, las visiones, sólo estaban garantizadas por la autoridad de la Iglesia" (Memorias de una joven formal).

Nos conviene tomar nota de esto hoy —día de la Ascensión— para ahondar más en ello, y, de paso, afianzar así nuestra fe.

Veamos el hecho y verificación de la Ascensión que ha llegado a nosotros.

¿Es seguro que la Ascensión fuera un hecho? ¿Es aplicable a este hecho lo que dice la autora: que "sólo está garantizado por la auto­ridad de la Iglesia"?

La intervención de la Iglesia en este caso no ha sido el de crear o idear el hecho; no ha sido siquiera el de relatárnoslo a su modo y manera. Ha consistido sólo en transmitírnoslo, sin interrupción al­guna a lo largo de dos mil años, ateniéndose al testimonio de quienes lo presenciaron y lo vieron: los Apóstoles, y más de quinientos de sus comtemporáneos.

545 1S —Arín Iitúrvim...

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— Tratándose de un hecho no cabe exigir otra cosa, para poder aceptarlo, como realmente acaecido, y creerlo, porque ninguna clase de hechos del pasado, y por tanto irrepetibles, pueden estar someti­dos a otra comprobación o examen.

— Es más: ¿desde cuándo unos hombres, que dan su vida por mantener lo que atestiguan, no merecen crédito?

Simone de Beauvoir debió haber aquilatado más su decisión antes de abandonar la fe, máxime estando convencida, como lo estaba, de que "no había para ella cataclismo mayor que el de perder la fe" y que, perdida ésta, "la faz del universo cambiaba para ella", pues, con ella, "se sentía en el centro de un cuadro vivo, cuyos colores y luces Dios mismo había elegido" (O. c).

2. Huella en los Apóstoles

— Un sentimiento, primero, de admiración profunda, intensa. Obligado casi. Quienes, viéndole un día, obedecido por el mar, se preguntaban: "¿Quién será éste?", ¿qué no pensarían, de lo Excelso de El, con más motivo, viéndole ascender a lo Alto?

— El segundo sentimiento en ellos fue, sin duda, una gran satis­facción y regocijo. No se habían agrupado en torno a un hombre vulgar, ni menos en torno de un fanático. Al que habían seguido y estaban siguiendo era un Hombre que había aparecido milagrosa­mente un día en medio de ellos, y ahora, aún más maravillosamente, desaparecía de su lado, prometiéndoles el estar siempre a su vera con su Espíritu.

— Un tercer sentimiento de gratitud, que les llevaba —nos ha dicho el libro de Los Hechos— a pasarse la mayor parte del día alabando a Dios en el templo.

3. Nuestro sentir hoy

Debe ser como el de los Apóstoles, pues el Año Litúrgico es un volver Cristo, mediante la Liturgia, a representar, a hacer presente de nuevo, su vida y sus misterios entre nosotros, no en cuanto hechos históricos, sino en cuanto al contenido de ellos: las riquezas espirituales que nos siguen brindando a todos sus conmemoracio­nes.

— Primero, que supliquemos a Dios que nos dé un saber y una revelación interior, que nos proporcione un conocimiento profundo de El y de nosotros.

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— Segundo, que le pidamos que "ilumine los ojos de nuestro corazón —de lo más íntimo nuestro— para llegar a captar suficien­temente cuál es el blanco de nuestra esperanza": la obtención un día de un cuerpo resucitado y transfigurado como el de Cristo.

— Tercero, que seamos conscientes "de la extraordinaria poten­cia de Dios" frente a cuya acción o actividad no cabe reacción negativa, y nos proporcionará el ir a posesionarnos de una de las "moradas" que Cristo nos atestigua hoy que ha ido a prepararnos, junto al Padre, con El en el Cielo...

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Vigilia de Pentecostés (C)

(Gn 11,1-9-; Rm 8,22-22; Jn 7,37-39)

A LA ESPERA DEL ESPÍRITU

Hermanos... Decíamos que en la Ascensión podríamos ver el último día del Año Litúrgico por ser éste la reedición o representa­ción cuasisacramental de la vida terrena del Señor, su vivir histórico, producido para nosotros, como misterio de salvación por la Litur­gia.

El día de la Ascensión, el Señor dio a los Apóstoles un encargo ("No os alejéis de Jerusalén "), acompañado de esta promesa: "Hasta que seáis revestidos de la virtud de lo Alto", del Espíritu que, en unión con el Padre, os enviaré.

HOMILÍA

1. Sin vacilaciones en la espera

Un buen símbolo de ésta puede ser lo que en la 1.a Lectura nos ha dicho de los deportados a Babilonia. Abatidos por su cautiverio, decían: "Nuestros huesos se han secado, ha fallado nuestra esperan­za, estamos perdidos".

Acaso pensamos nosotros esto mismo con frecuencia:

— Pese a lo de la 2.a Lectura: "el Espíritu da testimonio a nues­tro espíritu de que somos hijos de Dios...", por estar injertados vitalmente en Cristo.

— Pese a saber que "en la esperanza el fruto es cierto", porque "la esperanza no defrauda...", la que se pone en Dios.

— Pese a saber que la savia, refugiada ahora en lo escondido del árbol —en nuestro ser sobrenatural tan sólo—, pasado el invierno de nuestra existencia terrena, vivificará, según la promesa de Cristo, todo nuestro cuerpo, que "ha de resucitar, no según nuestra condi­ción humilde, sino según el modelo de la condición ya gloriosa del suyo..."

2. Lo firme y fundado de nuestra esperanza

Está en que no se cifra en promesas humanas, que siempre son cosa movediza, contingentes e inseguras.

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Nuestra esperanza se basa en lo más firme, que puede haber, para ella: la Palabra de Dios mismo.

El que dio esperanza al pueblo de Israel cautivo en Babilonia, es quien nos dice, a través de San Pablo, a nosotros: "Si el Espíritu de Aquél, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros —si le admitimos y aceptamos como guía y conductor de nuestro espíritu—, también a nuestros cuerpos mortales, como al de Cristo, nos traerá El, al fin la vida, la imperecedera y para siempre".

No es, pues, vana una esperanza que cuenta con tales promesas. El que nos ha creado y nos ha proporcionado el árbol hará que sus ramas se inclinen para que los frutos lleguen un día a estar al alcance de nuestras manos.

3. Conclusión

Regocijémonos redordando lo que Cristo nos dice: "El que tenga sed —de inmortalidad en el bien—, que venga a Mí y beba. La Escritura dice: 'De su entraña manarán ríos de agua viva'...".

Impulsados por esto volvamos a rogarle al Señor: "Concédenos, Dios todopoderoso, conservar siempre, en nuestra vida y en nuestras costumbres, la alegría de estas fiestas de Pascua".

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Pentecostés (C)

(Hch 2,1-11; 1 Co 12.3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

NECESIDAD DEL ESPÍRITU

Hermanos... La fiesta de la Ascensión nos recordaba este encargo del Señor a los Apóstoles: "No os alejéis de Jerusalén hasta que seáis revestidos de la fuerza del Espíritu, que el Padre ha de enviarnos en mi nombre".

Hoy conmemoramos el envío del Espíritu.

Vamos a recordar la posible actividad del Espíritu, dentro y fuera de nosotros.

HOMILÍA

1. El hecho narrado en las Lecturas

— San Juan, el redactor de la 3.a Lectura, no pensaba más que en darnos a conocer el hecho. De ahí el que se exprese así, del modo más escueto: "El Señor exhaló su aliento sobre los Apóstoles y les dijo: recibid el Espíritu Santo".

— San Lucas trató de situarlo en un marco visible, como para una liturgia, y, en consonancia con esto, nos lo presenta a través de un antiguo suceso-símbolo —el de la entrega, por Yavé, de las tablas de la Ley de Moisés en el Sinaí—. De ahí, en su redacción, la presencia del viento impetuoso, del trueno y el fuego...

Lo singular, lo hecho por Cristo en este último paso de su vida terrena, fue lo que no ha podido hacer maestro, ni filósofo alguno, ni creador de secta: trasvasar su Espíritu a la Iglesia en sus discípulos. Y esto, que es lo que hemos de tener a la vista en este día, nos lo podría estorbar un símbolo o un signo altisonante.

2. Necesidad que tenemos del Espíritu y de su acción

— San Pablo nos dice: "Nadie puede decir —Jesús es el Señor, en lo sobrenatural o con fe en El—, sin la ayuda del Espíritu". Como en lo natural nada puede hacer nuestro cuerpo sin lo que llamamos alma o ser psíquico; así, en lo sobrenatural —en lo que atañe al cuerpo místico de Cristo— nada podemos hacer los miembros de este cuerpo sin el Espíritu.

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San Hilario razonaba así: "Como en el organismo humano, si cesan los estímulos de los sentidos —luz, sonidos, aromas—, los sentidos nuestros permanecen inactivos; así el alma humana, si no tiene por la fe el don del Espíritu, por más que posea una naturaleza capaz de conocer a Dios, permanece sin conocerle".

— En cuanto a lo que hace el Espíritu cuando se le deja, fijemos la atención en tres puntos: la Iglesia, la Liturgia, Jesús mismo:

De no ser por la obra del Espíritu, la Iglesia-Institución sería como un canal imperial, todo lo inmenso y lleno de acequias que se quiera, pero sin agua: algo inhábil por tanto para vivificarnos.

La Liturgia sería una mera evocación escénica del pasado sin fuerza para revitalizarlo y ponerlo a nuestro alcance. La teología griega llega a afirmar que la presencia de Cristo en la Eucaristía no está tanto vinculada a las palabras de la consagración cuanto a la "epiclesis" —invocación al Espíritu...

— La obra del Espíritu respecto del mismo Cristo es de tal trascedencia que, de no ser por el Espíritu, Cristo sería hoy un mero personaje del pasado, como Platón, Homero o Aristóteles, sin que su recuerdo pusiera en vibración nuestros corazones: admirado a lo sumo, pero no querido y seguido como Salvador.

3. La obra del Espíritu en torno nuestro

Hace unos años se celebró el Concilio Vaticano II. A él acudieron hombres de los cinco continentes y de las más diversas ideologías. A lo largo de él hubo momentos de gran tensión. Sin embargo, las votaciones terminaron siempre siendo casi unánimes.

No tiene otra explicación que la que San Pablo nos ha dado al decir que, en la Iglesia "hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu" que reparte esos dones y hace que se compaginen. Los asistentes al Concilio llegaron a coincidir porque un mismo Espíritu "moraba con ellos y estaba en ellos", según la expresión de Jesús hoy en el Evangelio.

4. Conclusión

Sabemos lo realizado por el Espíritu fuera de nosotros y lo que puede realizar también dentro de nosotros. Nos corresponde dejarle actuar en la doble modalidad con que se nos manifiesta hoy en las Lecturas: como viento y como fuego.

Dejémosle ser viento, que ahueque, llene e impulse en nosotros todas las velas del barco de lo bueno; y fuego, que queme, consuma y purifique en nosotros la escoria de nuestro pasado y del mal.

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Santísima Trinidad (C)

(Pr 8,22-31; Rm 5,1-5; Jn 16,12-15)

NÚCLEO Y MANATIAL DE LA FE

Hermanos... Después de haber vivido los grandes misterios de la vida de Cristo y su prolongación inicial, el envío a nosotros de su Espíritu, nada más lógico que elevar nuestra vista a las tres Personas —a la Trinidad o Divinidad— de la que todo ha partido.

HOMILÍA

1. Noticia y conocimiento del Misterio trinitario

El Misterio de la Trinidad se desvela progresivamente, igual que aparece el sol hasta su cénit. Aparece ya desde la primera página del Génesis, en la que Dios dice de sí: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza..." Ese "Hagamos", ¿es un plural mayestético, o una primera persona del plural? Puede ser lo primero, y puede ser lo último: un indicador de la subsistencia de Dios en tres personas.

La Sabiduría, preexistente a la Creación, ¿es una mera propie­dad, un atributo más de Dios, o es algo viviente y personal, existente dentro del Mismo? Para los judíos no podía menos de ser entera­mente enigmático lo que, de esa Sabiduría, se le decía: Que "estaba junto a Dios, que era su encanto cotidiano, que jugaba con la bola de la tierra, que gozaba con los hijos de los hombres". Para nosotros oír lo dicho y no pensar en el Hijo de Dios Padre, que se ha hecho hombre en Jesucristo, es poco menos que imposible.

Mostrándose el misterio en su cénit lo tenemos en las múltiples manifestaciones de Cristo a los judíos; en su presentarse ante ellos como el Hijo de Dios; y en la promesa de enviar a los Apóstoles su Espíritu y del Padre para que, en lo sucesivo, pueda ser, si lo quere­mos, también el nuestro, de todos sus miembros...

2. Nuestra comprensión del misterio

Nuestra inteligencia es, ciertamente, la facultad de lo real, como la vista lo es de los colores y el oído de los sonidos. Pero es sólo la facultad captadora de lo real creado, de lo real como ella, no de lo increado a lo que no tiene acceso.

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Le pasa a nuestra inteligencia con el Ser divino lo que a Shudar-sana le pasaba con su esposo, el Rey del Salón oscuro, de Tagore: El no poder verle, no es por falta de luminosidad en El, sino por falta de capacidad visiva, para verle en nosotros.

Esto supuesto, casi nada, o bien poco, nos es dado intuir del misterio trinitario.

Los Padres latinos, para aclarar esto, parten de la unidad en Dios y de ahí van a la Trinidad de Personas. Algo así como si en Dios existiera una especie de trasfondo neutro y de éste brotaran las personas, con lo cual la Trinidad pasaría a ser Cuaternidad realmen­te.

Los Padres orientales parten de las Personas, como de lo esencial en el Ser divino, y deducen la unidad de este Ser, de la concordia o armonía de las personas. Parece esto lo más acertado e incluso lo más bíblico, pues la Escritura nos dice que Dios es Amor y lo propio del amor es darse. El Padre, dándose, engendra al Hijo, e Hijo y Padre, haciendo otro tanto, dan lugar a la existencia de la tercera persona que es el Espíritu. Algo semejante a lo que en un circuito cerrado le pasa al agua: que, brotando de la fuente, pasa toda ella al arroyo, y, recogiéndola el estanque, la hace volver sin merma ni aumento a la fuente.

Todo esto son puras metáforas; algo muy imperfecto; meros balbuceos: lo único de que es capaz, frente a lo divino, nuestra inteligencia.

3. El Misterio en relación a nosotros

Es de una importancia incalculable. Podemos ver ésta con sólo recordar lo que San Juan nos apunta, cuando invita a creer a los aún no creyentes, para formar con los creyentes una sociedad, que, a la vez, lo sea con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu, es decir, con la Trinidad misma.

La Trinidad hemos de verla como una gran metrópoli, y el mun­do o nuestra actual sociedad —las sociedades que formamos los hombres— como otras tantas barriadas o suburbios de esa inmensa metrópoli...

Si nos viéramos así, si nuestras sociedades se propusieran ser un transunto de la Sociedad Trinitaria, habríamos eliminado todo mal y egoísmo; reinaría la fraternidad...

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4. Conclusión A ello nos invita esta fiesta y eso es ei día de hoy para nosotros

los creyentes: ocasión para consolidar la fe y llenarnos del ideal de sociedad y de vida que la fe nos propone, para luego insinuárselo a todos, y, con nuestro comportamiento, fortalecerlo a la faz del uni­verso.

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Corpus Christi (C) (Gn 14,18-20; 1 Co 11,23-26; Le 9,llb-17 )

REALIDAD Y SÍMBOLO DEL AMOR

Hermanos... Celebramos hoy el día del Corpus.

Esta festividad, precedida por la de Pentecostés y la de la Santí­sima Trinidad, no puede ser una culminación en la Liturgia. Es, más bien, el comienzo —un inmejorable comienzo— para centrarnos en el Tiempo ordinario, porque es el día por excelencia de la presencia de Cristo en la Eucaristía, en torno a la que nos reunimos todos los domingos.

HOMILÍA

1. Melquisedec, figura-símbolo de Cristo sacerdote

Por ser él, como Cristo: "Rey de justicia y de paz"; por su caren­cia de geneaiog/a terrena "sin padre ni madre, ni principio de Jos días", nos dice la Escritura; por la naturaleza de su sacerdocio, no temporal como el de Aarón, sino perpetuo y para siempre; y, en último término, por los dones que ofreció al Dios Altísimo —pan y vino— los mismos de que se sirvió Cristo para dársenos en la Euca­ristía.

2. El primer relato de la institución de la Eucaristía

Es el de la Carta de San Pablo a los corintios:

— Relato valiosísimo por la proximidad del mismo al suceso narrado, y por lo que esto supone. Destaquemos más ambas cosas, pues vale la pena hacerlo:

— Entre la narración y el suceso narrado apenas mediaron vein­ticinco años. Para nosotros hoy veinticinco años son muchos años, por la rapidez con que se suceden ahora los acontecimientos distan­ciándose apenas unos de otros; en el tiempo de Cristo y de San Pablo, veinticinco años no eran nada.

De esta proximidad se deduce que la Escritura no está en el plano de lo mitificado, algo perdido en la noche del tiempo, algo que nadie sabe dónde surgió ni con qué ocasión; sino algo que tiene una fecha exacta y un lugar determinado: la Palestina de veinticinco años antes de escribir San Pablo su relato.

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San Pablo apela también a una tradición anterior a él, a una tradición intermedia; luego, antes de esos veinticinco años, el suceso ya andaba, al menos, de boca en boca, según el testimonio del Apóstol...

— Relato de alto interés: tiene gran trascendencia porque en él San Pablo se hace eco, no sólo de lo hecho por Cristo, sino además de lo que El preceptúa a los Apóstoles: que siguieran también ha­ciendo lo que El había hecho. Inauguración de lo que hoy aún permanece.

— Relato significativo y aleccionador, por haber quedado, en­gastada en él, esta acotación de San Pablo: "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa proclamamos la muerte del Señor hasta que El vuelva...". La Eucaristía, como las Lecturas, supone una proclamación tendente a que la muerte del Señor en favor nuestro no desaparezca de nuestra mente, sino que en ella esté siempre.

3. La Eucaristía, simbolizada en el pan material

San Lucas no ha aludido en su narración al sentido simbólico del pan repartido, pero sí San Juan, haciéndose eco del pensar y del hablar de Cristo, con ocasión de la multiplicación semejante de otro día. Es el Pan de vida para todos.

4. Nuestro hito o propósito de hoy

Un hito múltiple, tendente:

a avivar nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía;

a fomentar nuestra unión íntima con El como Supercabeza nues­tra (no con el mero "Signo eucarístico" que, aun conteniendo lo que significa, está por debajo del Significado, no a su nivel;

a fomentar una unión semejante entre nosotros;

a no infravalorar a nadie ni infravalorarnos nosotros nunca.

El Breviario expresa muy bien esto último al decirnos hoy: "Para que no viváis separados, comed el que es vuestro vínculo de unión; para que no os estiméis en poco, bebed vuestro precio...".

Tengamos todo esto en nuestra mente de continuo, dejándonos influenciar por ello; así la fiesta de hoy será para nosotros el mejor punto de arranque para caminar con Jesús.

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Tiempo ordinario

Domingo II del Tiempo ordinario (C)

(Is 62,1-5; 1 Co 12,4-11; Jn 2,1-12)

LA FE SE AFIANZA EN JESÚS

Hermanos... Decíamos que, habiéndose encarnado el Hijo de Dios en una sola mujer y en medio de un determinado pueblo, queriendo hacerse cabeza de todos los hombres, y serlo, además de por creación o designio de Dios, por voluntad expresa nuestra, se imponía o derivaba la necesidad de manifestársenos a todos de un modo o de otro, suficientemente para que pudiéramos aceptarle viendo quién es.

Hoy vamos a asistir a la primera automanifestación de Cristo en su vida pública o de apostolado, la que tuvo lugar en las bodas de Cana.

HOMILÍA

1. Manifestaciones de Jesús

Antes de adentrarnos en la reflexión sobre el contenido, o signi­ficado, de la automanifestación de Cristo hoy, bueno será que haga­mos un breve recuento de las anteriores y de la reacción que en nosotros han causado:

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La primera —a los pastores— nos llevó a desear lo que éstos: "Ver qué había pasado en Belén": lo extraño del suceso: que el Hijo de Dios quisiera ser hombre finito y mortal.

La segunda —a los Magos— suscitó en nosotros el deseo de ofrecer al recién nacido un triple regalo o propósito: el de tratar de conocerle más claramente, amarle más intensamente, y seguirle cada día más de cerca.

La tercera —la que tuvo lugar en el Jordán, con ocasión de su Bautismo, en la que oímos la Voz de lo Alto— nos hizo verle como alguien más que hombre, como el Hijo de Dios, no con minúscula como somos todos, sino como su Hijo único y de su misma natura­leza.

Esta 4.a manifestación —o primera automanifestación personal— nos debe llevar, según San Juan, a la que llevó a sus discípulos: "A creer, a adherirnos más a El...".

2. Lo extraño y simbólico en Cana

— Extraño fue que los novios invitaran, no sólo a Cristo, sino también a sus discípulos. Cuando se invita a un profesor se le invita a él y, a lo sumo, a su familia; pero no a todos los alumnos. El ser invitados, con Cristo, todos sus discípulos nos da una idea de lo que veían en el grupo: algo singular, algo fuera de serie, algo tan com­pacto que no se podía invitar a Uno y excluir al resto, como no se le invita a nadie a ir a un banquete para que esté en él sólo viendo y oyendo.

Tras advertir lo extraño, pasemos a advertir lo "simbólico":

— Lo simbólico: sabiendo que el único en hacerse eco de aquel suceso fue San Juan, el llamado evangelista de los signos; y que, según él, fueron tantos los hechos de Cristo, que, si se fueran a escribir todos, no cabrían en el mundo los libros, ¿qué pudo ver él en este suceso? ¿De qué pudo ser un signo? De algo similar a aquella boda: de la boda que el Hijo de Dios quiso contraer con la humani­dad entera, esposa suya, salida de un sueño de El estando aún junto al Padre, como del sueño de Adán salió Eva... Lo que Eva respecto de Adán, eso es la humanidad respecto de Cristo: su complemento, el cuerpo del que El es, más que esposo, la Cabeza.

Si tuvo esto en cuenta también Cristo en aquella boda... Bien podemos ceer que sí, puesto que, aun no habiendo llegado la "hora" de su divinidad —la de su manifestación a todos desde la Cruz como "Salvador de su cuerpo"—, quiso liberar a aquellos novios del gran

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contratiempo y bochorno de la falta del vino en su propia boda. Este socorrerle a ellos fue el símbolo de su socorrernos a todos con su exaltación a la Cruz.

Tal parece haber sido, a los ojos de San Juan y de Cristo, el contenido de aquel "milagro-signo", con el que Jesús manifestó, por primera vez su gloria —su Divinidad— y sus discípulos creyeron más en El.

3. Resumen

— Hemos empezado recordando las anteriores presentaciones de Cristo, hechas por Dios, y lo que nos han sugerido a nosotros.

— Hemos visto lo singular de esta primera automanifestación del mismo Cristo. Y nos hemos detenido más en lo simbólico: vien­do, en aquellas bodas, otras similares y más altas: las del Hijo de Dios con la naturaleza humana, aceptada toda ella por El como esposa suya al encarnarse; y, en el socorrer a aquellos esposos, anticipando su "hora" redentora, hemos visto la realidad futura: la de nuestra liberación por El de nuestra máxima frustración, la de una muerte eterna o para siempre, mediante el logro un día de una resurrección como la suya.

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Domingo III del Tiempo ordinario (C)

(Ne 8,l-4a.5b.8-10; 1 Co 12,12-30; Le 1,1-4,14-20)

VALOR DE LA ESCRITURA

Hermanos... En estrecha relación con el conocer más a Cristo está el tema del Domingo de hoy: nos habla de la Escritura, utilizada por El para darse a conocer a los de Nazaret.

Dejamos esta manifestación suya, una más, y ponemos los ojos en el instrumento utilizado para hacerla que fue la Escritura. Trata­remos de concretar cuál es el alcance de ésta y el uso que nosotros debemos hacer de ella.

HOMILÍA

1. La Escritura: su alcance y valor

Al final de cada Lectura, el que la ha proclamado, dice: "¡Palabra de Dios, o del Señor!...".

Con esto no se quiere decir que la Escritura sea la Palabra misma de Dios, la expresión definitiva del pensar divino sobre algo. Porque, hablando estrictamente, todos los autores bíblicos tendrían que ha­cer suya la frase del gran teólogo Karl Barth: "Cuanto yo digo de Dios, no es Dios, es un hombre quien lo dice".

De ahí parte, lo que hoy nos han puesto de relieve las Lecturas: la revisión de los libros, traídos por los judíos, a su vuelta del cau­tiverio babilónico, a Jerusalén, para aquí depurarlos de todo posible error que se hubiera infiltrado en ellos; y de ahí el trabajo que se impuso San Lucas para recoger y transmitirnos, con la mayor pre­cisión o pureza, todo lo referente a la vida y la doctrina de Cristo, que quiso transmitirnos con su Evangelio, que es uno más de los Evangelios; no la mismísima Palabra de Cristo.

— Por ver en la Biblia la Palabra de Dios definitiva y última, se explica el error de tantos cristianos obstinados muchas veces en la defensa de un orden establecido, desorden más que orden, pese a su establecimiento y al aparente apoyo que de él hizo la Biblia, en un determinado momento.

— Por ver, en algunas afirmaciones de la Biblia, afirmaciones definitivas de Dios sobre sí o su providencia, la equivocación de

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muchas personas y su tortura mental y moral al no poder, en dicho supuesto, cohonestar lo que les dice su razón con lo que leen en la Biblia.

La Sagrada Escritura es un adoctrinamiento con el que Dios ha ido, poco a poco, guiando a los hombres, más que para que le conocieran a El, para que se conocieran mejor a sí mismos. Esto quiere Dios que sea la Escritura para nosotros: algo que nos ayude a no tropezar, no la Tierra prometida de la verdad que hay que conquistar con la ayuda de su luz y no descuidando la de nuestra propia razón, que también es luz que Dios nos ha dado.

2. Nuestro uso de la Escritura

Un uso para conocernos a nosotros, más que para conocer a Dios, pues ni Dios habla en ella de Sí, ni menos se deja captar por mente alguna cual si fuera el objeto de ella. Recordemos lo del viejo Maimónides, en su Guía de los perplejos: "Cuantas veces atribuimos afirmativamente algo a Dios, le asemejamos a las criaturas con lo que nos distanciamos de su realidad", misteriosa e inalcanzable.

— Uso de la Escritura: El que hace todo caminante, en la noche, de su lamparilla eléctrica o del farol. Un uso que ha de consistir en no renunciar a los propios ojos, que son la primera y principal ayuda de Dios para nuestro acertado caminar en todo: para cono­cernos y conocerle.

— Lo prudente y acertado en la práctica es tener muy en cuenta lo que un autor del pasado siglo, a este respecto, nos advierte: "La tendencia al dogmatismo, enemigo mortal de la investigación cien­tífica, lo ha sido igualmente del espíritu religioso en sus más altas formas, mientras que el amor a la verdad por la verdad misma, que ha sido la fuente de la inspiración de toda labor científica fructífera, sólo ha reportado ventajas a la verdadera religión... El único efecto del dogmatismo ha sido debilitar el legítimo arraigo de la religión en los hombres de ciencia" (Andrés D. White, La lucha entre el dogma­tismo y la ciencia).

3. Conclusión

No podemos abdicar de la razón, ni de la Escritura.

La Escritura es luz añadida; no luz que apague la de la razón... En la Escritura, Dios se atiene a nuestras "entendederas". Lo que dijo a hombres de hace más de dos mil años, no hay por qué tenerlo, todo ello, como dicho también a nosotros. El deseo de Dios, al estar todo en evolución o progreso por voluntad de El, no puede ser que

36.—Año Litúrgico... 561

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nos estanquemos. Los ojos de la cara nos invitan a mirar de continuo hacia adelante, pues igual los de la mente.

Recemos y sintamos con el Salmo responsorial: "¡Tus palabras, Señor, son espíritu y vida!...", dejándonos influir por el Espíritu, que es el que "vivifica".

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Domingo IV del Tiempo ordinario (C)

(Jr 1,4-5.17-19; 1 Co 12,31 y 13,13; Le 4,21-30)

EL ECUMENISMO DE DIOS

Hermanos... El Domingo anterior, viendo a Cristo emplear la Escritura para manifestarse a sus conciudadanos, hablábamos de hasta qué punto es Palabra de Dios la Escritura y hasta qué punto no, y del aprecio y uso que nosotros debemos hacer de ella.

Hoy vamos a caer en la cuenta de lo que es el Universalismo o Ecumenismo de Dios en todos los órdenes, y de lo raquíticos que resultan siempre los Partidismos y Exclusivismos nuestros.

HOMILÍA

1. Introducción

La Palabra de Dios hoy nos habla del Universalismo, propugna­do constantemente por Dios, y de ios exclusivismos frecuentes en nosotros.

Es tema no sólo actual, por el Octavario para la unión de los cristianos; sino porque es de interés permanente, ya que todo va hoy en busca de un universalismo: la política, la economía, la tecnolo­gía...

Ahora no vamos a hacer objeto de nuestra reflexión estos ecu-menismos o universalismos a nivel planetario. Vamos a fijarnos sólo en el Universalismo, propugnado por Dios, primero, y luego por Cristo, en lo religioso, y en nuestros constantes exclusivismos por contraste.

2. Ecumenismo de Yavé y exclusivismo judío

Nos lo ha puesto muy bien de relieve la 1.a Lectura: en tiempos del rey Josías, Dios le dice al profeta Jeremías: Di lo que yo te mando a los de ese pueblo: "Que te he nombrado profeta de los gentiles". Y le añade: "Lucharán contra ti (por decirles esto); pero no te podrán porque Yo estoy contigo para librarte".

Nos indica la oposición del pueblo judío al profeta por tener que decirles, en nombre de Dios, que la salvación es para todos y no para los judíos sólo.

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3. Ecumenismo de Cristo y exclusivismo de los judíos

Jesús retorna un día a su ciudad, a Nazaret.

Los de ésta le reciben con gozo al principio; al oírle que las palabras de Isaías se acababan de cumplir en El, en cuanto "enviado por Dios para evengalizar a los pobres, para libertar a los cautivos, para predicar el año de gracia del Señor...", cambiaron la actitud; porque, al citar al profeta Isaías, no quiso citar, por estimarlas inconvenientes, estas otras palabras del mismo, las del "día del des­quite o de la venganza del Señor". Y esto, en Galilea, región abun­dante en celotas —o partidarios de ese "desquite"— les llevó a sacarle de la sinagoga, llevarle a la cumbre del monte y querer despeñarle desde allí...

Hay ocasiones en que la Escritura no refleja la Palabra de Dios. Esta vez el que nos lo apunta, muy pedagógicamente, es Cristo con el silenciamiento de tal expresión, atribuida a Dios por Isaías; pero, según Cristo, no es de Dios.

Los del tiempo de Cristo intentaron contra El lo que intentaron los coetáneos de Jeremías y por idéntico motivo: por haber defendi­do el Ecumenismo de Dios, oponiéndose a sus exclusivismos.

Incluso los esenios de Qunram eran exclusivistas. Sabemos, por sus manuscritos del Mar Muerto, que, pese a ser una comunidad religiosa más perfecta, tampoco pensaron en ecumenismo alguno...

La idea de una comunidad religiosa abierta a todos, sólo ha sido de Yavé y de Cristo en la historia, y no como algo pasajero, sino constante y permanente...

4. Resumen y conclusión

Nos hemos centrado en la enseñanza clara de hoy: el Ecumenis­mo del Señor y los Exclusivismos nuestros de los tiempos de Jere­mías, de Cristo, y los de Qunram.

— Nosotros hemos celebrado estos días el Octavario por la unión de las Iglesias: pero no podemos menos de recordar que hasta el Vaticano II nuestra Iglesia ha estado opiniéndose al Ecumenismo, por creerlo un movimiento confuso y disgregador; pero, gracias a Dios, ya hemos rectificado.

— El buen propósito para hoy nos lo ha puesto ante los ojos San Pablo: al exhortarnos a "ambicionar los carismas mejores"; a dejarnos invadir por un amor "comprensivo, servicial, desinteresado y sin envidia, Universal y no egoísta".

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Domingo V del Tiempo ordinario (C)

(Is 6,l-2a.3-8; 1 Co 15,1-11; Le 5,11-11)

NATURALEZA, REVELACIÓN, CONCIENCIA

Hermanos... Después de haber visto, en uno de los domingos anteriores, en qué sentido es Palabra de Dios la Sagrada Escritura y en qué otro no, el pasado Domingo, a la luz de la misma, vimos lo que es el Ecumenismo de Dios y nuestros raquíticos exclusivis­mos.

Hoy la Palabra de Dios va a hablarnos de su grandeza; del comunicarse con nosotros para que le conozcamos; y de los medios o recursos que ha empleado y emplea para esto.

HOMILÍA

1. La grandeza de Dios San Juan nos dice que "a Dios no le ha visto nadie". Hasta tal

punto es así que, aunque el Vaticano I nos dijo que "Dios puede ser conocido y por lo mismo demostrado", ni su misma existencia puede ser objeto de una demostración rigurosamente científica.

Intuimos de El que es un ser inmenso, que no cabe en la Creación aun siendo ésta tan ilimitada; que es infinitamente mayor de cuanto pueda sospechar nuestra capacidad de fantasear; que es el Trascen­dente de la Creación rebasándola desde dentro, el Ser supremo y único, eso sí, conteniendo en sí el ser de todos los seres.

2. La automanifestación de Dios

Lo tenemos en las Lecturas, que nos han recordado: su Creación; su Revelación a través de la historia, y su manifestación a cada uno a través de la conciencia.

Toda obra de arte, buena o mala, es una revelación del que la ha realizado. La Creación es una obra inmensa, inabarcable.

De ahí que nos surgiera la idea de un Ser trascendente y único.

No contento Dios con la automanifestación a través de su Obra, se ha servido de la Palabra humana. Nos ha hablado por los profetas y por su Hijo hecho hombre.

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Más aún, porque sus enviados los profetas y su mismo Hijo pueden no ser conocidos por todos, anteriormente, ha puesto la conciencia de la que el filósofo Kant decía: "Hay dos cosas que me llenan de admiración y asombro (y me hacen descubrir a Dios): el cielo estrellado sobre mi cabeza en la noche y la Ley moral a todas horas en mi conciencia".

La conciencia —nuestro "yo" más íntimo y esencial— es el res­ponsable de sus actos; le corresponde "responder" y cargar con las consecuencias. Pero no ante una institución —Iglesia, sociedad— que no pueden introducirse en el "yo"; ni tan sólo ante sí mismo —juez en propia causa—, sino ante Alguien que puede comprenderlo todo. Ese es Dios, que ha dotado de autonomía a nuestra conciencia frente a nuestros iguales, los hombres todos. Dios, que a ninguno le permite adentrarse en nuestro "yo" para manipularnos; pero que no tolera que frente a El, nos podamos sentir autónomos, autárquicos o irresponsables; Dios que, desde dentro de nosotros y sin voz alguna más que la nuestra, a todos nos dice lo que debemos obrar y no nos deja desobedecerle de modo impune...

3. Aplicaciones y conclusión

a) Respecto a la Creación en relación con Dios, Chateaubriand decía: "No son mudos los astros sino sordos los ateos"; y Antony de Mello afirma que el agnóstico y el ateo se parecen al pez, que, "estando en medio del mar, pregunta por la existencia de éste".

Necesitamos tener abiertos los ojos del corazón, los de la buena voluntad, los del querer ser dóciles al amor de Dios, porque la Revelación nos habla de un Padre, no de un mero Creador...

b) Respecto de la Revelación, es guía gratuita para todos: un don de Dios.

c) Respecto de la conciencia que el yo es algo personal, algo singular, algo exclusivo de cada uno.

Manda la conciencia, no autoridad alguna, a la que se ha de oír, pero con sentido crítico, sin renunciar a lo que la propia razón a uno le diga. Hacer lo contrario es ser un niño, no un adulto.

Cuando un sentimiento no se puede justificar a la luz de la razón, no hay por qué atenernos a él, lo aconseje quien lo aconseje, y menos debemos prestarnos a ser atormentados.

Dios nos juzgará de acuerdo con nuestra conciencia, guiada por la razón, no por el mero sentimiento.

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d) Acertada la primera oración, que la Liturgia de hoy ha pues­to en nuestros labios: "Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia, protégela y defiéndela siempre ya que sólo en Ti ha puesto su esperanza".

Hemos de cifrar nuestro principal crecimiento o empeño en as­pirar al aumento en nosotros de lo que Dios más quiere: la fe, la esperanza y el amor.

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Domingo VI del Tiempo ordinario (C)

(Jr 17,5-8; 1 C o 15,12.16-20; Le 6,17.20-26)

FRUTOS DE BUEN OBRAR

Hermanos... El Domingo anterior nos hablaba de la grandeza de Dios y de los medios con que El se nos revela. Uno de éstos, el más cercano a nosotros, es la voz de nuestra conciencia, que nos hace responsables ante El, de cuanto hagamos.

Hemos de concederle atención preferente a lo positivo, el amor, para poder seguir avanzando hacia el bien, que es lo que más nos interesa, no el mal pasado.

A propósito de esto es lo que hoy nos van a decir las Lecturas en orden a no ser como "cardo en la estepa", sino árbol con frutos.

HOMILÍA

1. Sentido propio de la Palabra de Cristo

Escena y discurso de Jesús en el Evangelio que poseen profundo sentido. Para dar con él, y no falsearlo con la mejor buena voluntad, lo primero que necesitamos es advertir el modo distinto de hablar nuestro y el utilizado por los hombres del tiempo de Cristo, y por El naturalmente.

Nosotros, herederos de los griegos y romanos en lo cultural, nos expresamos con vocablos abstractos, gustamos de generalizar. Es lo propio de todo pueblo culto o desarrollado.

Los pueblos primitivos no proceden así. Su modo de hablar es el de la concreción: este gorrión, esta paloma... No emplean la palabra pájaro o ave, que son de tipo abstracto.

Cristo se acomodó, naturalmente, al lenguaje incipiente de ellos. Por eso no habla de la bienaventuranza ni de riqueza o pobreza (cosas abstractas); habla de seres concretos: de pobres y ricos...

Llama bienaventurados a los pobres, no porque estén sin dinero, sino porque el no tener nada, impide en ellos la soberbia y fomenta la humildad: el no querer tenerse en más de lo que son, que es el origen de todo mal.

Más que ensalzar la pobreza y denigrar la riqueza en sí, lo que Cristo trata de ensalzar es la humildad voluntaria y el ser libre frente

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a lo que se tiene, sin poner la confianza en valores terrenos; sólo en el Señor.

Esto es lo que nos recalca la 1.a Lectura: "Maldito quien confía en el hombre / y en la carne busca su fuerza, / apartando su corazón del Señor. / Será como un cardo en la estepa...".

2. Los cristianos que Cristo quiere

No son los pobres ni los ricos; son los humildes, sus seguidores, los que pueden decir con el Apóstol: "Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia, sé vivir con estrechez y sé tener abundancia: ninguna situación tiene secretos para mí" (Flp 4,11-12); los que tienen puestos sus ojos, sobre todo, en el Más Allá, de suerte que ni la riqueza ni la pobreza del presente se lo impidan ver y estimar.

Verdaderos cristianos, según Cristo, son los que no se contentan con lo humano, por noble y grande que sea, sino que, como El, tienen sed de inmensidad, sed de infinitud, la sed propia de quienes se sienten "capaces de Dios" (San Agustín) por haber sido hechos por Dios así...

3. Resumen y conclusión

Interesa más, en orden a nuestro progreso y avance espiritual, poner los ojos en lo positivo, en el amor que nos tiene y nos mani­fiesta Dios, llamándonos a El de mil modos.

Hemos visto qué significa "pobres y ricos" respecto del segui­miento de Cristo, o lo que El anatematiza y canoniza. Anatematiza lo que de Dios más nos aleja, en la riqueza, que es la autocompla-cencia o la soberbia; canoniza, en la "pobreza", no la miseria, sino lo que ésta favorece: la actitud humilde, el sentirnos vinculados a Dios, necesitados de El y libres para amarle.

Para no ser como cardos en la estepa, sino árboles plantados junto a la corriente con posibilidad de dar siempre fruto sintámonos a gusto en la inmensidad de Dios, viviendo el anhelo de la Infinitud de la que, por Dios, hemos sido hechos "capaces" de vertebrarnos a su mismo Hijo como miembros de Este.

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Domingo VII del Tiempo ordinario (C)

(1 Sm 26,2.7-9.12-13.22-23; 1 Co 15,45-49; Le 6,27-28)

LA CUMBRE QUE NOS LLAMA

Hermanos... La Liturgia del último Domingo nos puso ante los ojos qué debemos hacer, según Cristo Maestro, para ser árboles llenos de verdor y de frutos de vida eterna: hacer lo que El; vivir en la humildad, pero con anhelos al mismo tiempo de infinitud, en cuanto seres autotrascendentes y miembros suyos.

La Liturgia de hoy nos va a situar frente a una de las cotas más difíciles con que nos podemos tropezar en este recorrido: la del perdón de los enemigos.

HOMILÍA

1. Una única página

Las Lecturas de hoy, aunque tomadas de distintos libros de la Escritura, tan bien ensambladas están que vienen a formar lo que los hebraístas llaman un "constructo intimísimo", una única página.

Son tan claras que casi no necesitan explicación alguna.

La primera —la que nos ha hablado de la conducta de David para con Saúl— viene a ser un anticipo de la segunda, que nos ha hablado del hombre terreno y el hombre celestial (de Adán y de Cristo), y esta segunda es, a su vez, un paso o puente para adentrar­nos en la tercera, que nos ha hablado de cómo conducirnos nosotros, los que anhelamos seguir a Cristo, con los demás.

2. Conducta de David frente a Saúl

David puede eliminar a Saúl con su propia lanza. Pero no cede ante la venganza posible. Coge la lanza y se la lleva, y, una vez cruzado el valle, y ya en lo alto de la montaña, grita a Saúl: "¡Rey!, aquí está tu lanza, manda a uno de tus criados a recogerla. El Señor recompensará a cada uno su justicia y su lealtad. El te puso hoy en mis manos, pero no he querido atentar contra el ungido del Se­ñor...".

Proceder noble y bello. Más que una página del Antiguo Testa­mento parece una florecilla arrancada de las del Nuevo. No en vano llama la Escritura a David "hombre según el corazón de Dios...".

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3. Adán y Cristo En la 2.a Lectura hemos oído a San Pablo: "El primer hombre

(Adán) se convirtió en ser vivo. El último (Cristo), en Espíritu que da vida".

Saúl, el perseguidor, el que se deja llevar de la carne y sangre —de sus impulsos pasionales contra David— es una reproducción del Adán pecador: David, el que refrena esos impulsos y los somete al espíritu, es un anticipo de Cristo, una figura de Este.

De ahí que el Apóstol nos diga a continuación: "Igual que el terreno (Adán) son los hombres terrenos: los que, como Saúl, se guían por la carne y sangre, que no conoce a Dios; igual que el celestial (que Cristo) son los espirituales", los que como David pro­ceden.

4. La 3.a Lectura Trata de llevarnos a nosotros a la cumbre en que se situó David,

rehuyendo dar muerte a Saúl, como le proponía su acompañante.

Dice Jesús: "A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian y calumnian".

San Pablo, recordando estas palabras del Señor, nos dice por su cuenta: "No volváis mal por mal; sofocad el mal con la abundancia del bien...".

5. Aplicación a nuestra vida Posiblemente la insinúa, mejor que nadie, un humorista (Cortés),

al hacerle hablar, en el Cielo, a San Juan, dirigiéndose a su hermano Santiago, así: "¿Te acuerdas de cuando allá abajo nos dividíamos en derechas e izquierdas?", en buenos y malos, en amigos y enemigos.

Profundamente ha calado este humorista en las enseñanzas de este Domingo. Es difícil superar divisiones, rencores, enemistades... Es casi imposible para el hombre terreno.

Pero nosotros, si nos revestimos de Cristo, podemos ser hombres celestiales como David, como Cristo.

Para eso nos ha dejado Este su Palabra como Luz y su Cuerpo como alimento. Alimentémonos de Cristo, el "León de Judá" como le llama la Escritura, y lograremos ser aún más invulnerables que Aquiles, del que se dice haber logrado su casi total invulnerabilidad por haberse alimentado en su juventud con médula de leones...

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Domingo VIH del Tiempo ordinario (C) (Eclo 27,5-8; 1 Co 15,54-58; Le 6,39-45)

MIRADA A NUESTRO MUNDO ACTUAL

Hermanos... Hemos asistido los dos últimos días a uno de los momentos más estelares de la vida de Cristo: el de la proclamación del mensaje salvador que el Padre le confió hacer "en su nombre ".

Hemos oído a Cristo quiénes están en camino hacia la bienaven­turanza y quiénes no, y el modo de comportarnos si queremos llegar a ser de los primeros.

Nos queda por hacer, en compañía de Cristo, un examen exis-tencial, una revisión de vida, de nosotros y de nuestro entorno ac­tual.

HOMILÍA

1. Mirad bien de quién os vais a fiar

Estamos en la tercera y última parte del sermón de Cristo sobre las Bienaventuran/as que la Liturgia, recordando el texto de San Lucas, ha vuelto a poner en vibración para nosotros.

Después de haber proclamado el Señor, de un modo solemne, quiénes son los bienaventurados y desventurados más reales, y de habernos dicho cómo hemos de comportarnos aun con los que se declaran enemigos nuestros, descendiendo a lo existencial y concre­to, el Señor prosigue así: "¿Acaso puede un ciego guiar a otro cie­go?...". Equivale a decir: en terreno de tanta trascendencia, como el de la felicidad o infelicidad eterna, no os dejéis guiar por ciegos, que pretendan erigirse en maestros:

— Ciego es todo el que anda atento sólo al interés propio, por­que toda persona no sólo ha de tener ojos para verse a sí mismo, como individuo, sino además para ver a los demás como parte de un conjunto.

— Ciego el que, por comodidad, no mira a si las cosas son justas o injustas, porque la inteligencia ama la verdad y no puede renunciar a ella e igualar lo falso y lo verdadero...

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— Ciego el que quiere modificar un desorden social para im­plantar otro semejante, el suyo propio, porque con dos líneas torci­das no se hace nunca una derecha.

— Y ciego es también el que va en busca de un orden social más justo pero por caminos injustos, pues el "fin no justifica los medios"-

lo que hace a lo sumo es aminorar el mal de ellos...

2. Conductores, de quienes podemos guiarnos

— Entre éstos hay uno por excelencia o con mayúscula que es Cristo, ya que, aun en el terreno de lo puramente humano, no hay hombre alguno que le supere en nada. Cristo está tan por encima de todos como los cedros sobre las mimbres. Seguir a hombre alguno, dejando a Cristo, es lo más desacertado que existe...

— Otros conductores de quienes podemos fiarnos son cuantos, a semejanza de Cristo, han quemado su vida poniéndola al servicio del prójimo desinteresadamente...

— En cuanto a los que siembran, pero no riegan lo sembrado con su ejemplo, como la verdad cristiana o religiosa es un verdad para la acción, no para la contemplación solamente, para ser prac­ticada y no sólo predicada, a éstos habremos de oírles, pero tomarles por guías sólo a medias...

3. Aviso de Cristo hoy

Entre otros, éste, que nos afecta indudablemente por igual a todos: "¿Por qué te fijas en la mota, que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?..."

— Los a veces tan descontentos de todo y de todos, ¿por qué no estarlo tanto y más de nosotros mismos?

— Los que queremos reformarlo todo, ¿no encontramos nada que reformar en nosotros mismos?

— ¿Por qué tanto empeño en hacer el bien a los demás y no aceptar ese bien nosotros?

Lección provechosa que nos da Cristo y que recuerda las senten­cias sabias de la 1.a Lectura:

"Se agita la criba y queda el desecho, así el desperdicio del hombre cuando es examinado..."

4. Resumen y conclusión A vista de quiénes tendrán derecho a la bienaventuranza eterna

y quiénes no, hemos advertido dos clases de guías en torno nuestro:

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unos ciegos y otros con ojos. Nuestro Guía por antonomasia debe ser Cristo, y quienes, de acuerdo con El, proceden en todo desinte­resadamente. Hemos de proceder honradamente para no ser de los que advierten la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio...

Nos resta proponer el propósito de hoy: sea el del Apóstol en la 2.a Lectura: "Trabajar sin reservas" hasta lograr, en lo posible, que "esto corruptible nuestro (lo tendente al mal) se vista de incorrup­ción, y esto mortal, de inmortalidad".

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Domingo IX del Tiempo ordinario (C) (1 R 8,41-43; Gá 1,1-2.6-10; Le 7,1-10)

SOLO EL APLAUSO DE CRISTO

Hermanos... El Domingo anterior nos aconsejaba no dejarnos guiar por ciegos y veíamos a qué ciegos se refería.

El de hoy, entre otras cosas, va a decirnos a qué aplauso hemos de aspirar en todo y siempre.

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

Entre la 1.a y la 3.a Lecturas hay una contraposición y una coin­cidencia, y en la 2.a, unos cuantos avisos eclesiales de gran valor.

• Lo contrapuesto es lo referente al templo de Salomón y a Cristo "templo":

Dios no le dejó a David edificarlo; pero no se opuso a que Salomón se lo edificara, aun no siendo de su agrado. Porque todo lugar acotado para El, como todo nombre que le demos, resulta ser un intento de atraparle, como si fuera un objeto. Es un reducirle o achicarle.

— En Cristo-Templo, no se da porque Cristo, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre, encierra en su pequenez toda la inmensidad de Dios sin dejar nada de Este al margen o fuera, ya que todo el Padre está en el Hijo...

• Lo coincidente en las Lecturas 1.a y 3.a es lo referente a los extranjeros que acuden a uno y otro templos:

Salomón esperaba que al extranjero, que acudiera al templo edificado por él, Dios le oiría; al que acudió a Cristo ya hemos visto cómo le acogió Este, haciendo de él este gran elogio: "fe tan grande no he encontrado en todo Israel...".

2. Avisos con trascendencia eclesial

Nos fijaremos en dos: en lo referente al sacerdote, delegado o no, de la comunidad; y en lo referente a verticalismo y horizontalismo.

• El sacerdote no es sólo delegado de la comunidad.

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San Pablo nos lo dice claramente al presentarse a los Gálatas, "no como enviado de hombre o por hombres, sino por Jesucristo y Dios-Padre".

Una cosa es que, en lo fundamental, en lo óntico, todos, por ser miembros de Cristo sacerdote, seamos sacerdotes, y otra distinta, que a todos nos incumba el ejercer el ministerio pastoral en la comu­nidad sacerdotal, que, al no constituir ella la Cabeza —es Cristo—, debe esperar de Este la determinación sobre quién ejerce un servicio ministerial en nombre suyo.

• En cuanto a lo de verticalismo y horizontalismo.

Ni lo uno solo, ni lo otro solo. El verdadero Cristianismo es ambas cosas: horizontalismo, porque arranca del hombre y de sus múltiples problemas que no puede desatender, y verticalismo, por­que, de quedarse sólo en lo temporal y horizontal, el Cristianismo olvidaría su meta suprema, que es lo divino, al alcance de todo hombre, en cuanto miembro de Cristo.

El Cristianismo, para no quedarse en pura Etica, tiene que ser un Ultrapersonalismo o Supernaturalismo.

Silenciar esto hoy es poner la vela debajo del celemín, traicionar el Evangelio claramente, achicarlo, como decíamos de Dios, al pen­sar en un templo para El, de meras piedras inertes...

3. Aplicaciones y propuestas

— En el Antiguo Testamento, Dios no quiso para El templo alguno, como tampoco el que se le diera ningún nombre: para evitar que el hombre pretendiera convertirle en un objeto más de tantos, a su alcance más o menos. Dios es el Trascendente, el Sujeto o Persona frente al Cual las personas son criaturas.

— Cristo es digno templo de Dios: porque, como decía Unamu-no, en El Cristo de Velázquez, traduciendo a San Pablo, "toda la inmensidad de Dios se acota en el cerrado recinto de su cuerpo". En este "templo" —Cristo— mejor aún que en el de Salomón, nadie es extranjero para Dios, sino que en él a todos se oye...

— Aunque el sacerdocio principal es el óntico —el que tenemos todos en cuanto miembros de Cristo sacerdote—, el sacerdote minis­terial —el que ha de presidir la comunidad— no ha de ser un mero delegado de ésta, sino de Cristo, cabeza de toda la comunidad.

— La tarea de todos: ni sólo una tarea horizontalista, ni solo verticalista, sino ambas a la vez. Ha de ser horizontalista, porque en cuanto cristianos, no dejamos de ser hombres, seres terrenos; y ver-

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ticalista, porque en lo terreno no se agotan nuestras posibilidades, y, sobre todo, porque, en cuanto miembros de Cristo y poseedores de una energía tendente a El, lo lógico es que no tengamos inactiva a ésta, sino que le proporcionemos unas alas, las mejores y más ágiles que podamos...

— Hagamos un examen de vida que nos lleve a preguntarnos con San Pablo hoy: "¿Busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Trato de agradar a los hombres? Si todavía tratara de con­tentar a los hombres, no podría estar al servicio de Cristo".

El aplauso de los hombres, que hoy son y mañana ya no, vale poco. Lo que importa, lo decisivo, es merecer el aplauso de Cristo, como lo mereció el Centurión del Evangelio de hoy, como lo mere­cen todos los que se mantienen fieles y tratan de vivir su Evangelio con honradez.

37.—Año Litúrgico...

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Domingo X del Tiempo ordinario (C) (1 R 17,17-24; Gá 1,11-19; Le 7,11-17)

EN NAIM CON EL SEÑOR

Hermanos... El Tiempo ordinario en la Liturgia tiene sentido dentro de cada ciclo: viene a ser un repaso del actuar de Cristo y pone la vista en acontecimientos menores de no tanta importancia como los celebrados y recordados en los tiempos fuertes.

Por eso hoy vamos a hacer una excursión a Tierra Santa, sin salir de nuestra tierra; hoy vamos a tener en Naim, con el Señor, un encuentro. Veremos cómo actuaba Cristo en favor de quien sufre.

HOMILÍA

1. Las resurrecciones de Sarepta y de Naim

Empecemos por ambientar la de Sarepta:

— Lo primero que hemos de notar es que Elias es una de las grandes figuras de Cristo, como Melquisedec. Sin tener esto en cuenta no podríamos advertir la trabazón de las Lecturas.

— El Señor le encarga a Elias que vaya a anunciar al impío Ajab que, por sus impiedades, "no va a caer la lluvia ni rocío sobre Galaad, hasta que El lo diga".

Elias, cumplida esta corta pero peligrosa misión, se marcha del país de Galaad, y va a instalarse junto al arroyo Querit en el Jordán.

Aquí unos cuervos le proporcionan pan y carne y el arroyo, agua. Llega un momento en que el arroyo se seca. Deja este lugar y se dirige a Sarepta de Sidón, donde una pobre viuda le da hospedaje. En favor de ella, y de un hijo de la misma, el profeta hace el prodigio de que no disminuya, en aquella casa, en el costal la harina, ni el aceite en la alcuza... Enferma el hijo de la viuda y muere. La mujer, piensa si sería la muerte de su hijo un castigo de Dios por no haber atendido bien al profeta. Pero éste deja patente que, al contrario, por el poder y bondad de Dios se va a ver favorecida con el prodigio de su hijo devuelto a la vida.

— Respecto de la otra resurrección en Naim, también corporal o física, el paralelismo es claro y significativo.

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2. Paralelismo entre Elias y Cristo

— Elias fue enviado por Dios a favorecer a aquella viuda, no del pueblo de Dios; Cristo, enviado por el Padre a salvar a todos los hombres y no sólo a los judíos.

— Elias curó a aquel niño orando por él y poniéndose en con­tacto físico con el mismo; Cristo nos redimió asumiendo nuestra misma naturaleza, no como un vestido, sino haciéndose uno de nosotros, el Cabeza de todos.

Los milagros de Sarepta y el de Naim vienen a ser dos símbolos, una doble manifestación externa del Misterio Redentor.

3. La resurrección moral de San Pablo

Es la aplicación, a un determinado hombre, de esa redención o revitalización puesta por Cristo a nuestro alcance para que todos podamos salvarnos, es decir, vivir en amistad con Dios.

La aplicación a nosotros, los hombres de hoy: en la Iglesia —como en Sarepta, como en Naim, como en el camino de Damas­co— nunca falta lo necesario para resucitar, si perdemos la vida espiritual por el pecado, que llama San Juan "de muerte o para la muerte".

Los Sacramentos, por medio de la fe, ponen esa vida a nuestra disposición.

4. Conclusión

"Tañamos para el Señor, fieles suyos —según dice el Salmo— demos gracias a su santo nombre, porque su cólera dura un instante, y su bondad, de por vida".

Para hacerlo del modo más eficiente —de modo que llegue a oídos de Dios nuestro Padre— nada mejor que utilizar la Voz en diferido del mismo Hijo: la que le sigue glorificando y dando gracias por nosotros desde la Eucaristía.

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Domingo XI del Tiempo ordinario (C) (2 Sm 12,7-10.33; Gá 2,16.19-21; Le 7,36-8.3)

LA CONVERSIÓN, PASO PREVIO A LA RESURRECCIÓN MORAL

Hermanos... Nuestro encuentro con Cristo, del Domingo ante­rior, fue en Naim. El de hoy va a ser en casa de un fariseo que le ha invitado a comer.

Toda resurrección de tipo espiritual supone siempre una "con­versión "previa, un retorno o paso del pecador desde el mal al bien.

HOMILÍA

1. El tema de la conversión Desde el comienzo de su vida pública lo planteó el Señor. Diri­

giéndose a todos decía: "Convertios y aceptad la Buena Noticia": la de ver en El al Redentor que, desde los días del Paraíso, Dios tenía prometido.

En Adviento y en Cuaresma, la Iglesia nos hizo a nosotros este mismo encargo.

A propósito de él la Liturgia nos pone ante los ojos hoy lo que podríamos llamar un triple momento en la conversión, un tríptico, en una de cuyas tablas vemos a David —un pecador en el amodorra­miento—; en otra, a una mujer saliendo de él, y en la tercera, a San Pablo escalando las alturas de la conversión y del bien.

2. La situación del pecador adormecido en el mal

Es una situación de atolondramiento: se refleja en David y en el episodio que motiva las palabras del profeta Natán. Abusando de su poder toma a Betsabé para sí, después de hacer eliminar a su esposo Urías; de ella ya esperaba un hijo estando Urías en la guerra.

El atolondramiento de David llegó a tal punto que sólo cuando el profeta Natán puso ante sus ojos el mal ejemplo del rico, que teniendo infinidad de ovejas, le roba la única suya al vecino pobre para obsequiar a un visitante, se dio cuenta de su mal obrar.

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3. El pecador en la segunda etapa de conversión

Lo tenemos bosquejado en la 3.a Lectura:

Una mujer —cuyo nombre silencia el Evangelio—, hastiada de su pecado, tiene noticia de que ha llegado Cristo a su ciudad. Com­pra el más caro pomo de perfume, y, saltando por encima de todos los obstáculos que ante ella amontona el respeto humano, se llega hasta donde está Cristo, se postra a los pies del Mismo, y después de humedecérselos con sus lágrimas y secárselos con su cabello rompe el pomo de perfume y con éste —símbolo de su amor— le unge al Señor los pies.

Podemos notar la diferencia y contraposición entre ambas pos­turas:

— A David —el pecador amodorrado— Dios le sacude y fustiga violentamente con el apólogo de Natán: "Tú eres ese rico vil que le ha robado su oveja al pobre". David se arrepiente al verse descubier­to...

— A la pecadora, hastiada ya de su pecado, Cristo la defiende contra su anfitrión, poniéndole de relieve a éste, y a nosotros, algo muy importante: el no haberse entregado aquella mujer nunca al pecado del todo, el haber mantenido siempre en su corazón un rescoldo de amor a Dios o al Infinito. Esta mujer acude a Jesús y llora espontáneamente...

4. La tercera etapa de la conversión

En esta etapa, ¿hasta qué altura puede elevar la conversión al penintente? Le puede llevar hasta lo que le llevó a San Pablo, que llegó a decir: "Con Cristo estoy crucificado; vivo, no yo, es Cristo quien vive, más bien, en mí". De la conversión hasta la cumbre más alta de la unión con Cristo.

5. Conclusión

Tras haber reflexionado en las tres etapas que puede recorrer un pecador —antes, en y después de su conversión— examinémonos:

— Podemos estar nosotros en la primera situación, en la del amodorramiento, el despiste y la obcecación.

— De haber salido de ella y pasado a la segunda, que nuestra decisión y nuestro amor a Cristo sean como el de la mujer valiente del Evangelio de hoy.

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— Procuremos avanzar por este camino y nos será dado coronar la tercera etapa, la de San Pablo, de suerte que nuestro vivir sobre­natural llegue a ser una simbiosis con Cristo, perfecta y total.

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Domingo XII del Tiempo ordinario (C)

(Za 12,10-11; Gá 3,26-29; Le 9,18-24)

ACEPTACIÓN DE CRISTO Y DE SU CRUZ

Hermanos... El pasado Domingo nos recordaba uno de los más importantes encargos de Cristo a los hombres de todos los tiempos: el de la conversión.

Nuestro encuentro de hoy, con El, va a tener lugar en un descam­pado, donde acaba de hacer su oración el Señor.

En clima de oración reflexionamos sobre la doble aceptación, que supone toda verdadera conversión: la de la Persona de Cristo y la de la Cruz, cuando ésta responde a un deber.

HOMILÍA

1. La aceptación plena de Cristo

Supone, en primer lugar, como es lógico, una aceptación de su persona, y, en segundo lugar, un no rehuir la Cruz que puede estar aneja a un deber.

— A la primera aceptación trata de llevar Cristo a sus Apóstoles, cuando les pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?". "Y vosotros, ¿quién decís que soy?". Al contestar, en nombre de todos, Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo" —para darle sentido porque, sin El, no lo tendría—, expresa y lleva a cabo Pedro la aceptación que pide el Señor.

Sin esta aceptación de la Persona de Cristo como Hijo de Dios, como cabeza nuestra, un hombre podrá ser religioso, incluso piado­so, pero cristiano no lo es.

El Cristianismo, fundamentalmente, no es una dogmática, ni una moral, ni siquiera una religión. Ante todo y sobre todo es una fe que supone la aceptación de la Persona de Cristo por el creyente, como base de todo lo demás.

Es así por creación, por designio de Dios —al que nada se le queda a medias—, ya que todos somos miembros de Cristo, como ideados y hechos con vistas a El. Pero siendo seres inteligentes y libres, nuestro ser de miembros de El, por creación, no basta; hemos

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de serlo además por propia elección o decisión. De ahí la necesidad de la aceptación de Cristo...

— La aceptación de la Cruz cuando resulte ser un deber, es algo muy evangélico. Es lo que viene terminantemente afirmado por Cris­to, en el Evangelio de hoy: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo...".

2. Aceptar, no el deber de la cruz, sino la cruz del deber

— Es aceptar el amar a los demás, no en general, no en abstrac­to, sino en concreto, en particular: a éste, a ése, a aquél, a pesar de todos los "peros" que puedan tener. Como Dios no pone a nadie "peros" no los debemos poner nosotros para amar...

— Es aceptar el perdonar, como en el calvario Cristo, a los enemigos que uno tiene delante o al lado de sí, y no sólo a los lejanos que apenas pueden molestarnos.

— Es aceptar el privarnos de nuestros caprichos para que a otros no les falte lo necesario y algo más.

— Es aceptar el revestirnos de Cristo, no por fuera, nos ha dicho la 2.a Lectura, como quien se cubre con un manto, sino por dentro: haciendo nuestros los sentimientos de Cristo y su modo de obrar, no sólo de pensar.

— Es aceptar el sufrimiento inevitable, las contrariedades y la misma muerte, no con despecho o de modo estoico, sino con forta­leza y resignación al menos, cuando no podamos con gozo, con vistas —nos ha dicho el Apóstol— a suplir lo que falta a la Pasión de Cristo en nuestra carne personal, en nuestro ser individual de pecadores.

3. Resumen

El mayor peligro que acecha hoy a nuestra fe. No pensemos que sea el Secularismo en cuanto infravaloración de lo religioso, lo cul­tual y lo sacramental. Es el de siempre: el de querer ir en pos de Cristo descargados de toda obligación que sea cruz.

Visto el camino y sus dificultades, dispongámonos a superar éstas con la mejor y más eficaz ayuda, la que puede venirnos, si lo queremos nosotros, de vivir la Eucaristía plenamente y en fraterni­dad.

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Domingo XIII del Tiempo ordinario (C)

(1 R 19,16b.l9-21; Gá 4,31b-5.1.13-18; Le 9,51-62)

EL SEGUIMIENTO DE CRISTO

Hermanos... La Liturgia del Domingo anterior nos recordaba el primer gran encargo de Cristo: el de la necesidad de la conversión, que supone dos cosas, la aceptación de su Persona y la de seguirle con la cruz del propio deber.

Este seguimiento qué presupone, qué lleva consigo, qué acarrea en pos de sí. He aquí las tres cuestiones de que nos vamos a ocupar hoy.

HOMILÍA

1. El seguimiento de Cristo presupone entusiasmo

A esto nos ha contestado, de un modo indirecto, la 1.a Lectura: El episodio de la llamada de Eliseo, a que sea profeta sucesor de Elias...

¿Qué tiene que ver esto con el seguimiento de Cristo? Nos pone de manifiesto la presteza, el ánimo y el entusiasmo grande que nece­sitamos para ir en pos de El si se trata de tener que ir con la cruz.

Sin un gran entusiasmo no se puede. En cambio, todo es fácil para el que ama, para el que anda enamorado de alguien; pero se hace cuesta arriba el llevar una cruz sin amor.

2. El seguimiento de Cristo entraña unas actitudes

Podemos descubrir esto a través de esos diversos cuadros o he­chos de vida, de que se ha hecho eco el Evangelio:

— Entraña una gran paciencia y serenidad de ánimo cuando la mayoría de nuestro entorno rechaza a Cristo o no le hace caso.

Jamás se nos ocurra decir lo de aquellos dos discípulos: "¿Quieres que baje fuego del Cielo y los abrase?". El Señor reprobó tal actitud. El que hoy es un perseguidor, mañana puede ser, como Saulo, el Apóstol más entusiasta. A nadie se le puede juzgar acertadamente desde fuera y, desde dentro, sólo Dios puede hacerlo. De ahí el que debamos callar para no quedar juzgados al juzgar a otro, pues nues-

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tros juicios son siempre más una fotografía de nosotros que de aquellos a los que queremos retratar con nuestros juicios...

— Este seguimiento de Cristo entraña un desasimiento grande, por parte nuestra, de todo lo material:

El seguidor de Cristo no ha de ir en pos de ganancia alguna terrena. De aspirar a enriquecerse con el apostolado en algo, habrá de ser en lo intelectual y moral, que naturalmente crece en nosotros al acumularse para llegar a los demás. "Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".

— Entraña ese seguimiento un desprendimiento incluso de lo familiar:

El primero en haber hecho esto fue el mismo Cristo. Cuando a los doce años se quedó en el templo sin previa notificación a sus padres, hasta su misma madre se sintió herida; "¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?". El que prefiere otro a Cristo no es digno de El...

3. Metas del seguimiento

— Primera: intentar asemejarnos a El cuanto podamos. "No es posible —decía Platón— dejar de imitar, en algo, a aquel con quien se anda de continuo y al que además se admira".

— Segunda: ponernos al servicio constante de Cristo y de los demás. No nos pertenecemos, no somos nuestros; somos miembros del cuerpo de Cristo y los miembros deben estar al servicio sobre todo de la cabeza y pensando en el bien del conjunto más que en el propio. La 2.a Lectura ha abundado en todo esto. La mejor síntesis la hallamos, quizá en las palabras de Tagore: "Yo dormía y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida es servicio; y, al servir, he descubierto que la alegría mayor está en servir precisamente", en servir con amor sin buscar nada a cambio.

4. Conclusión Llenémonos hasta rebosar de un gran entusiasmo por Cristo;

seamos comprensivos con aquellos que, en torno nuestro, vemos que no le siguen; no busquemos, con nuestro ir en pos de El, ventaja material alguna, y, desasiéndonos de todo y de nosotros, este segui­miento nos hará en todo semejantes a Cristo...

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Domingo XIV del Tiempo ordinario (C)

(Is 66,10-14c; Gá 6,14-18; Le 10,1-12)

LA FUERZA DE LA ESPERANZA

Hermanos... El pasado Domingo vimos qué presupone el segui­miento de Cristo (un gran entusiasmo por su Persona); qué lleva consigo (un desasimiento de todo y de nosotros mismos), y a dónde debe conducirnos (a ser esclavos, por amor, unos de otros y de Dios, sobre todo).

Vamos a ver hoy las muchas dificultades que se oponen al segui­miento, el modo de superarlas, qué espera Dios de nosotros a este respecto, y lo que ha de servirnos de motor para llegar a feliz térmi­no: la esperanza.

HOMILÍA

1. Dificultades ante el seguimiento de Cristo

De las dificultades anejas al seguimiento de Cristo se ha hecho eco la 3.a Lectura:

Notemos lo que en ella dice Cristo incluso a quienes han de anunciar ese seguimiento: "Os envío como corderos en medio de lobos... No penséis en bolsa ni alforja...". Es decir: no contéis con seguridades de ninguna clase, ni de que os veréis aceptados, ni de que nada habrá de faltaros por ir en nombre mío... A nadie saludéis por el camino". Es decir: Salid con presteza, id a lo que vais, y dejaos de entretenimientos y distracciones. No se trata de ganar amistades. La amistad, para el anuncio que vais a hacer —el de la conversión— puede ser un obstáculo más que una ayuda. Recorde­mos lo de las relaciones demasiado estrechas de Iglesia-Estado: son perjudiciales para la verdad, para el Evangelio. Como lo es la dema­siada amistad, cuando, lo que hay que decir a uno, es que deje el camino fácil y llano que lleva, y tome otro empinado y arduo.

2. Superación de las dificultades

Más que poniendo la vista en nosotros, poniéndola en lo que se nos dice y a qué nos exhorta:

— Se nos dice: "La mies es mucha". Hay trabajo para todos cu

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un campo así. Todos somos necesarios y es competencia de sacerdo­tes y seglares...

— Se nos exhorta: "A rogar al Señor de la mies...". Equivale a insinuarnos que no se trata de algo que podamos llevar a cabo nosotros solos, sino que supone nada menos que "el auxilio del Señor que hizo el Cielo y la Tierra". Decía San Agustín, a este propósito: "La conversión o transformación de un pecador en justo, es obra de mayor envergadura que la de crear el Cielo y la Tierra...".

3. Lo que espera Dios de nosotros

El esfuerzo más que el éxito:

Séneca decía: "No es deshonor el no alcanzar una cosa; deshonor es el no poner los medios para lograrla", y San Gregorio Magno añadía: "Al bañero se le paga por llevar al negro al baño, no por si blanquea o no al salir de él...".

La nuestra será una recompensa cierta y segura, fuera de toda eventualidad o duda, de toda quiebra de la empresa. "Festejad a Jerusalén —nos ha dicho la 1.a Lectura— gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto... Os saciaréis de sus consuelos... Se alegrará vuestro corazón y vues­tros huesos florecerán como hierbas de un prado...".

Nuestra recompensa estará por encima de todo cuanto se puede esperar y aun soñar. "Será algo que ni el ojo vio —decía San Pablo— ni el oído oyó, ni el corazón del mayor soñador ha podido aun imaginar."

Apuntando a esta recompensa dijo un día Cristo a los Apóstoles lo que a nosotros nos ha repetido hoy la 3.a Lectura: "Alegrarás, no porque se os sometan los demonios, sino porque vuestros nombres están inscritos en el Cielo...".

4. Fuerza y motor en el empeño

Es la esperanza, a la que se nos invita al decirnos que nos alegre­mos, porque nuestros nombres están ya inscritos en el Cielo...

"Todos vivimos en el cieno —decía Osear Wilde—, pero el que espera tiene puestos los ojos en las estrellas". "La esperanza —añadía Helio— es la fuerza que vuelve posibles todas las cosas, como la voluntad las vuelve reales."

"Cristiano —dice hoy uno de nuestros teólogos— es aquel que,

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después de haber seguido hasta el fin la vocación humanizadora y revolucionaria de la ciencia, de la técnica, de la producción, del derecho, de la política, del arte y, en suma, de la cultura, conserva todavía aliento para invocar sobre el mundo humano la gracia de Dios" (Fierro).

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Domingo XV del Tiempo ordinario (C)

(Dt 30,10-14; Col 1,15-20; Le 10,25-37)

AMOR A DIOS Y AL HERMANO

Hermanos... La Liturgia de los días anteriores nos ha recordado uno de los encargos más constantes de Cristo: el de la necesidad de una conversión permanente, que supone: la doble aceptación de su Persona y de la Cruz, cuando ésta es un deber insoslayable.

Todo ello para lograr un amor a Dios y al prójimo, semejante al de Cristo. Reflexionamos sobre los motivos que apoyan ese amor y sobre la conveniencia de que éstos estén siempre en nuestra mente.

HOMILÍA

1. Sentirse motivados

Según los psicólogos —Lindorsky, por ejemplo—, para la ejecu­ción o puesta en práctica de un propósito cualquiera, no importa nada o importa muy poco, el haber hecho ese propósito con mucha intensidad o con poca; lo que importa es que el mismo permanezca consciente en nosotros y que no dejen de estar presentes en nuestra mente los motivos que nos han de llevar a realizarlo. (Elpoder de la voluntad).

Esto, que es acertado para una acción cualquiera, mecánica o material, lo es aún más respecto de toda acción moral. Lo primero, para no errar en ésta, es tener presente lo que se trata de hacer y el por qué, o los motivos que nos suministran ánimo y energías.

De alguna manera podemos ver esto, sugerido al menos, en la 1.a

Lectura, que nos ha hablado de lo "cercanos que están a nosotros los preceptos de Dios", tan cercanos que se hallan instalados dentro de nuestra propia conciencia sin que tengamos que ir a buscarlos fuera...

2. Motivación para el amor a Dios y al prójimo

— La primera podemos cifrarla en la naturaleza, puesto que dice la Escritura que hemos sido hechos "a su imagen y semejanza".

Dios, en sí, ¿qué es?: la Biblia nos dice que "Dios es Amor".

Según la Teología, de acuerdo con el Nuevo Testamento, la

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Divinidad o el Ser Divino es un Padre que vuelca todo su ser, sin reservarse nada, en un Hijo, como vierte la fuente toda su agua en el arroyo, y éste, mediante un circuito cerrado, la eleva a un depósito, situado a la misma altura de la fuente...

Utilizando este símil podemos decir que, en la Trinidad, el Padre es la Fuente; el Hijo, el arroyo, y el Espíritu, el depósito, situado a la misma altura que la fuente.

En suma, que Dios "es Amor", y que, al ser éste unitivo, la Divinidad resulta ser, en la Trinidad: Comunidad de tres Personas en Uno.

Esto supuesto, si a imagen de Dios Trino y Uno —del Dios que "es Amor"— hemos sido hechos, debemos amarnos para no negar nuestro parecido con Dios precisamente. De ahí que diga San Juan, en forma negativa primero, condenando el pecado de omisión: "El que no ama permanece en la muerte", y luego, en forma positiva: "El que ama es nacido de Dios y a Dios conoce".

Hasta tal punto son las cosas así que, en opinión de los moralistas modernos, la única acción intrínsecamente mala, absolutamente mala, es el odio. Las otras, aun las peores, nunca son del todo malas porque algo de lo que con ellas se hace es bueno o no malo...

— Un segundo motivo para amar es el ser miembros de Cristo "imagen de Dios invisible", el cual lo dio todo, hasta la vida, por nosotros...

— Un tercer motivo es el que Cristo nos puso ante los ojos, estrujando por así decirlo, su corazón y su mente, con la parábola del buen samaritano de la 3.a Lectura.

3. Conclusión — No olvidemos la importancia de tener siempre en nuestra

mente, no arriconados, sino presentes y en la primera fila, los moti­vos que deben llevarnos al amor de Dios y del prójimo, amor que el seguimiento de Cristo, para ser perfecto, nos exige.

— Hagamos que la fuerza de estos motivos no se quede en nuestra mente, sino que descienda hasta nuestro corazón y llegue hasta nuestras manos, pues la acción ha de ser el resultado de la contemplación.

La contemplación no ha sido exhaustiva, no es del todo perfecta y acabada, hasta que se plasma en obras lo pensado.

Seamos el buen samaritano, dispuesto a ayudar y comprometerse en obras de amor al hermano.

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Domingo XVI del Tiempo ordinario (C)

(Gn 18,l-10a; Col 1,24-28; Le 10,38-42)

META DE NUESTRO AMOR AL PRÓJIMO

Hermanos... El pasado Domingo hablábamos de los motivos para nuestro amor a Dios y al prójimo y de la conveniencia de tener siempre luciendo en nuestra mente esos motivos en orden al impulso y a la obra.

La Liturgia hoy va a poner ante nuestros ojos el triple objetivo o meta de nuestro amor al prójimo, con tres bellos ejemplos.

HOMILÍA

1. Amor al prójimo en concreto

Las Lecturas exponen casos y formas de expresar el amor:

— En dar pan al hambriento, en proporcionarle lo material, lo básico, para la subsistencia;

— En darle lo espiritual, en acercarle a Cristo;

— Y en ponernos con él no sólo a la escucha de Cristo, sino además al servicio de El y de sus miembros...

Se nos proponen tres ejemplos referentes a esto: el de Abraham, el de San Pablo, y los de Marta y María.

2. El ejemplo de Abraham

Abraham, fatigado, un día de calor, por el trabajo del campo, al llegar a su tienda, se sienta a la sombra del árbol que tiene ante su casa. Estando así, sentado y con la cabeza baja, oye un pequeño ruido, y, alzando la vista, ve venir hacia él tres desconocidos. Se levanta, les sale al encuentro y les ruega que no pasen de largo ante su morada.

A continuación, como hemos oído en la 1.a Lectura, les ofrece, primero, agua para que se laven los pies y se refresquen; y, mientras ellos hacen esto, va a donde se halla Sara, su esposa, y dice a ésta: "¡Aprisa! Amasa tres cuartillos de flor de harina y haz unos paneci­llos". Luego corre a la vacada, escoge el ternero más rollizo, manda sacrificarlo y guisarlo, y él mismo se encarga de servir la comida a sus huéspedes...

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Podemos evocar que las dos terceras partes de la humanidad —representada por aquellos tres desconocidos qxie visitan a Abra­ham— pasa hambre y que son innumerables los que viven penosas circunstancias: refugiados, emigrantes, presos...

Esta calamidad puede ser superada hoy —nos dicen los estadis­tas— dedicando al problema de la nutrición lo que se dedica a mil otras cosas que no son necesarias o tan necesarias como aplacar el hambre.

Nuestro deber es urgir, con todos los medios a nuestro alcance, a los poderes públicos, nacionales e internacionales, para que impri­man un nuevo sesgo a la producción, para que dejen de fabricar armas para matar a los hermanos, y pasen a prestarles ayuda para escapar del hambre y de toda otra situación de pobreza y discrimi­nación.

3. El ejemplo de San Pablo

Debe llevarnos a algo de no menos interés: a proporcionar a todos los hombres lo espiritual, a "contribuir —como él— con todos los recursos de sabiduría que podamos tener a que el prójimo llegue, en su vida cristiana, a la madurez", a la plenitud, al máximo del conocimiento de Cristo.

4. El ejemplo de Marta y de María

El de María, sobre todo, nos invita a buscar el pleno conoci­miento de Cristo, no contentándonos con exterioridades, a ir, por el estudio, al conocimiento de su Persona. Ni nada se ama, si antes no se conoce; ni nada se llega a conocer bien, si antes no se empieza por simpatizar con ello, por amarlo.

Por el conocimiento de Cristo el amor a El, y por el amor a El a un conocimiento del Mismo siempre en creciente. He aquí cuál es y cómo se presenta nuestro ideal.

5. Conclusión

Se nos ofrece para caminar una triple senda del amor al prójimo: proporcionándole, como Abraham, lo material; como San Pablo, lo espiritual, y como Marta y María, ambas cosas, y nuestra recom­pensa final será la de ellos.

IR —Aña Litúreico... 593

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Domingo XVII del Tiempo ordinario (C) (Gn 18,20-32; Col 2,12-14; Le 11,1-13)

LA MORAL CRISTIANA

Hermanos... Después de habernos recordado la Liturgia los mo­tivos que han de llevarnos al amor a Dios y al prójimo, y habernos hecho ver el triple objetivo de este amor con varios ejemplos, en este Domingo se nos va a hablar de los medios, recursos, ayudas, de que hemos de echar mano para lograr llegar a la cumbre del amor a Dios y al prójimo.

HOMILÍA

1. Contenido de las Lecturas

En términos generales, las Lecturas de hoy intentan ponernos ante los ojos una imagen de Dios, más bondadoso que justiciero, la imagen de un Dios Padre, siempre dispuesto a perdonar, a ayudar­nos a salir del mal, si en él hemos caído.

La primera, con todo ese pintoresquismo de la conversación de Abraham con Dios, nos ha dado a entender que Dios pone los ojos en las cumbres, más que en los valles u hondonadas, al juzgar a la humanidad: en los justos más que en los pecadores; en Cristo su Hijo, "Monte altísimo" merecedor de todo premio, más que en los pobres seres humanos, dignos más que nada de compasión.

La segunda nos ha hablado del bautismo, como configuración o asimilación nuestra a Cristo, "muerto por nuestros pecados y resu­citado para nuestra justificación" o logro del perdón, porque al Cielo van los perdonados, no sólo los justos...

La tercera nos ha exhortado a orar, a implorar de Dios ese perdón.

2. Levantar el corazón a Dios

Se nos invita a alzar la vista a Dios, de quien ha de venirnos el bien mayor, la bienaventuranza definitiva si no la recusamos nos­otros; y a pedirle su ayuda para hacer el debido uso de la libertad para el bien, no para mal alguno, pues no hay facultad que tenga por meta el mal, como no hay ojos cuyo destino sean las tinieblas.

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Respecto de la oración no cabe objeción justificable, porque todo el que se siente sin fuerzas para algo, que necesita realizar, pide ayuda, acude a la oración. Si de los hombres se puede solicitar ayuda, más aún de Dios. Nada más natural en un hombre, consciente de su poquedad frente al logro de su meta decirle: "No nos dejes caer en la tentación", o, si ha caído, "Líbranos del mal". La comunicación y diálogo con Dios —a nivel personal y comunitario— también es actividad humana reconfortante.

El tener a la vista el premio y el castigo final también es algo lógico. Si lo hacemos en todo, en algo de tanta trascendencia como es lo referente a nuestra realización suprema y definitiva, con mayor motivo.

3. Ante la moral cristiana surgirá tal vez esta pregunta:

La Moral cristiana podría aparecer como una moral interesada y egoísta... En parte sí, y en parte no.

No es una moral egoísta porque una cosa son los motivos por los que se obra —que son los que cualifican toda moral, de veras— y otra cosa muy distinta son los recursos, aun de color egoísta, de que es lícito echar mano para ayudar a subsistir a los motivos y que triunfen.

Los motivos de nuestro obrar en el amor a Dios y al prójimo, no tienen por qué ser interesados; no son egoístas, no terminan en la búsqueda de bien alguno para nosotros. Se cifran en no querer disonar de Dios, que "es amor", a cuya imagen y semejanza hemos sido hechos, y en querer obrar de acuerdo con nuestra condición existencial de seres miembros de Cristo. P.n estos dos motivos no hay el menor resquicio de egoísmo.

Si en los recursos, para sacar adelante los anteriores motivos, apelamos a nuestro interés es comprensible y natural. No puede prescindir de todo interés la criatura humana. Sólo Dios, el Creador, el Ser "a se", el que todo lo tiene, puede obrar desinteresadamente del todo.

4. Resumen y conclusión

— Dios mira más a los montes que a los valles al contemplar su obra y las nuestras. Pone más sus ojos en Cristo que en nuestra defectibilidad.

— El Hijo nos invita a acercarnos con El al Padre e implorar su ayuda para que la defectibilidad no se apodere de nosotros. Y la

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Iglesia nos recuerda que, con el Bautismo hemos quedado configu­rados con Cristo, para poder, como El, un día acabar en su Gloria.

— Respiremos este ambiente, vivamos de él, así nuestra "finitud y culpabilidad", se quedarán aquí, y lograremos, con Cristo Cabeza, la Indefectibilidad que, para nosotros, Dios desea.

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Domingo XVIII del Tiempo ordinario (C)

(Ecl 1,2.2,21-23; Col 3,1-5.9-11; Le 12,13-21)

NECESIDAD DE LA MORAL

Hermanos... La Liturgia de pasados días —recordándonos el encargo de Cristo sobre la necesidad de una "conversión"perma­nente— nos hizo ver en qué consiste esa conversión así y a qué debe llevarnos la conversión: a amar a Dios y al prójimo.

La Liturgia de hoy nos va a poner ante los ojos la necesidad de una Moral auténtica para el buen ordenamiento de lo económico.

HOMILÍA

1. Referencia en las Lecturas

— La primera — ya lo hemos oído— nos ha dicho: "Vaciedad de vaciedades, eso es todo... ¿Qué le queda al hombre de todo su afanarse y fatigarse, si no procede en esto rectamente?".

— En la segunda, de acuerdo con lo anterior, se nos ha dicho esto otro: "Buscad las cosas de arriba; despojaos del hombre viejo".

— Y en el mismo sentido o dirección nos ha dicho Cristo en la tercera: "Guardaos de toda avaricia...".

2. Mundo económico en tiempos de Cristo

Era un mundo en el que estaba vigente el sistema de la propiedad individual privada, pero con ciertas restricciones. En él las tierras —principal y único de los medios de producción de entonces—, cada cincuenta años pasaban a su antiguo poseedor, aunque el actual las hubiera adquirido legalmente. O sea, que en aquel mundo la propiedad de la tierra era una propiedad para el uso temporal, una propiedad provisional.

Constituía esto, como es claro, un dique muy fuerte para evitar el avasallamiento perpetuo o definitivo de nadie en lo económico...

3. El mundo actual nuestro

En los países comunistas subsiste la propiedad individual o pri­vada de los bienes particulares; pero no la de los medios de produc-

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ción que pasa a ser del Estado a perpetuidad y no por un tiempo limitado.

En los países capitalistas la propiedad de los medios de produc­ción, como la del resto de los bienes, es exclusiva de los particulares y a perpetuidad, aunque con cargas sociales impuestas a esos bienes por el Estado. No obstante esto, en estos países, los ricos suelen pasar a ser más ricos cada día, cosa que no pueden lograr los pobres que, a su vez, cada día se ven más empobrecidos, al menos en comparación con esos ricos. Esto, no sólo a nivel de individuos, sino también a nivel de países. Los países ricos se enriquecen y malgastan. Mueren de hartos, y los pobres, de hambre.

4. Situación de las personas

Los seres humanos se hallan violentados y por lo mismo necesa­riamente descontentos:

Descontentos en el mundo comunista, poseedor el Estado de los medios de producción —porque ven coartados sus derechos y su libertad más de lo debido, porque no se les deja desarrollarse a ellos, para que el Estado crezca y se arme más cada día...

Descontentos también todos interiormente en el mundo capita­lista, porque este sistema ni al patrono ni al obrero le deja ser hombre, persona, ser social para trocarle en competidor y adversario del otro por lo menos. El patrono no puede, aunque quiera, ser o mostrarse fraterno con el obrero porque entonces su negocio se acabaría en cuatro días y quedaría sin subsistencia. Y el obrero, por mucho que quiera cerrar sus ojos, viendo que, en este sistema, él no es mirado como persona o como hombre, sino como trabajador o productor de bienes, no puede mirar con simpatía y menos con amor a quien le da trabajo, pero siente que le explota. Conflicto permanente entre prestación y salario.

5. Aplicaciones y conclusión

Es necesaria e imprescindible una Moral auténtica, o de la frater­nidad, para el ordenamiento de lo económico, la apuntada por Cris­to al decirnos: "¡Guardaos de la avaricia!".

Si algún género de propiedad es imprescindible y las dos formas de propiedad —la comunista y la capitalista— no son satisfactorias, habrá que pensar en una tercera, que, sin matar el estímulo ni mer­mar la producción, no deje a nadie desamparado ni le lleve al odio.

Podría ser la comunitaria restringida o no estatal —la de familias

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o grupos afines— en la que a cada uno se le exigiera según sus posibilidades y se le atendiera según sus necesidades.

Es algo difícil, pero no imposible. Los componentes de las Orde­nes religiosas son millares y millares y se atienen a ella viviendo fraternalmente. Todo está en que queramos atenernos a lo que nos ha dicho Cristo: "Guardaos de toda avaricia", y lo de su Apóstol: "Buscad las cosas de arriba; despojaos del hombre viejo...".

No olvidemos que la base de la convivencia es el amor. La "lucha de clases" no puede vencer al amor; pero el amor sí puede acabar con todas las guerras. La Moral nos lleva al amor; la sola economía, a la guerra. Guiémonos por la Moral.

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Domingo XIX del Tiempo ordinario (C) (Sb 18,6-9; Hb 11,1.8-19; Le 12,32-48)

LA HERENCIA PROMETIDA

Hermanos... El Domingo anterior reflexionamos sobre el papel de la Moral en el ordenamiento económico. En él Cristo nos dijo que no vino a repartir herencias terrenas, sino a predicar un ideal de vida, una utopia, y que lo terreno lo dejaba para la Técnica.

La Liturgia de hoy va a hablarnos de lo que debe ser nuestra aspiración por excelencia: una aspiración, no a la felicidad terrena sólo, sino a la denominada por Cristo "herencia prometida"; nuestra herencia eterna.

HOMILÍA

1. La Moral en su función

Antaño se hablaba siempre de la Moral como deber. Hoy es corriente hablar de Moral de felicidad o de la moral eudemonística. Rafael Larrañeta ha escrito un libro titulado así: Una moral de felicidad. En él afirma:

"El hombre es un ser de deseos."

"La Moral erró en su objetivo máximo por desconocer práctica­mente la estructura eudemonística del hombre."

"La Moral debe producir satisfacción vital; su ejercicio debe ser gratificante por sí mismo para el hombre, debe colmar las ansias de plenitud que el deseo humano exige... Lo primario, por tanto, no ha de ser el cumplimiento de un deber, ya sea un deber dictado por alguien desde fuera, ya sea un deber escuchado en una fría conclu­sión, sino que lo primario ha de ser la llamada a la plenitud y el cumplimiento de los deseos últimos."

Si la Moral es "una expansión del deseo, reglamentada", pero al fin y al cabo expansión, se puede deducir que el deber de la Moral es —en esto— no impedir la felicidad, y el otorgarla o proporcionár­sela al hombre, es propio de las Ciencias que se ocupan de lo mate­rial, y de la Técnica. Lo de la Moral es el enseñarnos "a servirnos de los bienes temporales de tal modo que podamos adherirnos a los eternos", como pedíamos al Señor en la Liturgia.

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La Liturgia de hoy nos ha hablado: en la primera oración de la Misa, de la "herencia prometida" del futuro, y, en el Evangelio, de no poner los ojos en los bienes "que roe el orín y la polilla" —en felicidades transitorias—, sino en el logro de la felicidad eterna, que es a la que la Moral trata de llevarnos.

2. Fiador de la herencia prometida

— Nos lo atestigua de algún modo la razón misma. No engaña el instinto a las cigüeñas, y golondrinas que emigran a tierras aún desconocidas, donde esperan poder subsistir por no ocultarse en éstas los insectos que les sirven de alimento, y ¿nos habrá de engañar a los hombres la razón al hacernos anhelar y esperar ese Futuro mejor que nuestro Presente?

— Nos lo atestigua Dios mismo, que se proclama en la Escritura incapaz de engañarse ni engañarnos, y que se autodefine como fiel cumplidor de lo que nos prometen El y la Naturaleza.

La 1.a Lectura nos ha recordado a nivel colectivo "la liberación de los inocentes y la perdición de los culpables", ocurrida con unos y otros, con judíos y egipcios, en el Mar Rojo.

A nivel individual, San Pablo nos ha recordado en la 2.a Lectura a Abraham, a Sara y a otros con quienes Dios cumplió.

Abraham se fio de Dios, cuyas promesas se hicieron realidad; su memoria perdura. De Sumer no queda hoy más que, si acaso, algún resto arqueológico, lo imprescindible para que los hombres de hoy sepamos que Abraham no fue un mito; su recuerdo se halla fresco y vivo por todas partes, como el día en que Dios le habló.

— En Sara tenemos otro ejemplo semejante. Dios le prometió a su esposo una descendencia como las arenas del mar y las estrellas del cielo, y, pese a ser ella estéril, y él entrado en años, ahí está su descendencia: el pueblo judío, y el heredero de éste, el constituido hoy por todos los creyentes en Cristo.

— Ejemplos de lo mismo son, según San Pablo, todos esos hombres y mujeres, nombrados por él, que, "confesándose huéspedes y peregrinos en esta Tierra, y, anhelando una patria mejor, la del Cielo", hoy ya la poseen, encabezados por Cristo, "primicia de los que duermen".

3. Resumen y conclusión

— Hemos visto que todo placer "natural", de suyo, es bueno; que lo malo "en" él es el pararnos nosotros en cualquiera de ellos

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como si constituyeran nuestra meta definitiva, la posada y no el camino...

— Hemos visto lo firme de nuestra herencia eterna, por ser Dios mismo el que sale fiador de ella, ya que no puede engañarse ni engañarnos; el único fiel total en cumplir sus promesas.

— Y hemos visto un gran número de casos en los que, hombres como nosotros, han obtenido ya, según la Escritura, esa herencia eterna.

En este tema, tengamos como meta el "usar de tal modo los bienes temporales que no nos impidan adherirnos a los eternos".

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Domingo XX del Tiempo ordinario (C)

(Jr 18,4-6.8-10; Hb 12,1-4; Le 12,49-53)

NUESTRAS DISENSIONES Y LA HERENCIA ETERNA

Hermanos... La Liturgia del Domingo anterior nos habló de nuestra gran Herencia —que es Dios mismo— y de los motivos que tenemos para poder creer que no es un mito esa herencia.

Tampoco es un mito el que podamos perderla. El completo olvi­do de ella, el aplazar indefinidamente el trabajo para asegurárnosla, las disensiones de unos con otros, el rencor, el odio..., he ahí algunos de los obstáculos que pueden dejarnos sin esa herencia. Nos centra­mos en las disensiones.

HOMILÍA

1. Liturgistas y pastoralistas

Entre liturgistas y pastoralistas se discute, a veces, de dónde se ha de partir en la Homilía: si de la vida o de las Lecturas.

Muchos piensan que se ha de partir de la vida por ser lo inme­diato, lo que nos rodea y tal vez hasta nos acosa; y que las Lecturas han de ser el foco que ilumine esos problemas en los que nos halla­mos inmersos...

Si no hubiera otra oportunidad, para iluminar esos poblemas, así habría que obrar, afrontando cada Domingo uno de esos acu­ciantes e insoslayables problemas. No siempre hay esos problemas. Además perderíamos el poder revivir los misterios y hechos de Cris­to, con su fuerza constructiva, ya que es el mejor instrumento para la evangelización y la formación permanente de todos.

Para estudiar y comentar, a la luz de la Revelación, los sucesos que ocurren de tanto en tanto, se puede echar mano de celebraciones al margen de los domingos, como ocurre en las bodas, bautizos, funerales...

2. Evangelio y vida coincidentes hoy

Sin embargo, puede ocurrir también que, en un domingo deter­minado, vida y Lecturas sean coincidentes. Es lo que se nos ofrece hoy. Cristo nos ha dicho en el Evangelio: "¿Pensáis que he venido a

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traer paz al mundo? He venido a sembrar en él una múltiple gue­rra...".

La prensa, los periódicos, la vida... hoy, como ayer, como casi todos los días, se hacen eco de disensiones en todos los órdenes, disensiones que llegan a veces hasta la violencia, hasta el exterminio de unos por otros.

3. La luz de la Revelación

Las disensiones, cuando son meras discrepancias de parecer —divergencias en lo mental, no en lo cordial—, son algo bueno porque nos enriquecen:

"Lo que se opone, coopera —decía el viejo Heráclito—, y de la lucha de los contrarios procede la más bella armonía". "De la discu­sión sale la luz", solemos decir nosotros. Y así suele ser.

El mal no está en el pluralismo mental —en ver uno las cosas de modo distinto—, sino en el no aceptar la luz que la captación del otro nos brinda, y, sin aceptar ésta, quererle meter a él por los ojos la nuestra.

Todo esto se halla patente en el Evangelio. Aparece también claro en la 1.a Lectura. Jeremías indica al rey Sedecías que debe salir de Jerusalén para facilitar con ello la entrada en la misma a sus sitiadores. Los príncipes (los que tenían algo que perder) no ven así las cosas; pero, no les basta mostrar su distinto modo de pensar; van a palacio y tratan de recabar del rey la muerte del profeta.

Jeremías no murió, porque afortunadamente hubo alguien (Ebe-melek) que dio la cara por él y le libró del atropello que tramaban los príncipes...

En el disentir no existía mal alguno. El mal estaba en lo cordial, en la muerte que, contra Jeremías, por disentir de ellos maquinaban los príncipes, al pensar, más que en el bien de la ciudad, en el bienestar de ellos mismos.

4. Conclusión '

Imitemos a Ebemelek en la defensa de Jeremías y no a los prín­cipes enemigos cordiales de éste; imitemos a Cristo que aún hizo más: no vaciló en abrazarse con la misma ignominia por nosotros, y, siguiendo ese camino, el que nos ha marcado el Apóstol en la 2.a

Lectura —el de la caridad—, evitaremos lo que atenta contra la paz personal y la colectiva; sembraremos armonía y concordia, dispo­niéndonos, ya desde ahora, a gozar de la Paz imperecedera.

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Domingo XXI del Tiempo ordinario (C)

(Is 66,18-21; Hb 12,5-7.11-13; Le 13,22-30)

SUPERAR INDOLENCIA Y APATÍA

Hermanos... La Liturgia de los pasados días, para evitarnos caer en la avaricia —raíz de todos los males—, nos ha invitado a poner los ojos en la herencia eterna que Cristo nos ha prometido; y nos ha recordado algunos de los obstáculos que nos pueden dejar sin ella.

Otro de esos obstáculos puede ser nuestra indolencia o apatía: el aplazar sirte die el empleo de los medios apropiados para alcanzarla.

HOMILÍA

1. El número de los salvados

La pregunta a Cristo es una cuestión de alguna importancia por una serie de razones:

1 .a En la Teología antigua —más preocupada que la de hoy por la salvación individual o personal— había una tesis sobre "El peque­ño o el gran número de los elegidos".

2.a En la historia de la Predicación es celebérrimo el sermón de la "Pequeña Cuaresma" de Massillón sobre el pequeño número de éstos; sermón tan impresionante, dice La Harpe, que fue acogido, por los oyentes de París, con lágrimas y gritos. Según éste, los elegidos serían, como las pocas aceitunas que quedan en el olvido, después de ser apaleado; como las espigas que se dejan en el campo los segadores...

3.a Preocupante también la visión de Santa Teresa, a quien le pareció ver que las almas caían en el Infierno, como los copos de nieve sobre la tierra en un día de invierno.

Esto sólo es indicio del interés que, en sí, tiene la pregunta hecha a Cristo. Pero aparece como "no seria", en quien la hacía, porque no se ve en él turbación alguna. Pregunta por decir algo nada más; pero lo que dice no le inquieta.

A Cristo también debió parecerle esto mismo, pues notemos que no contesta como lo hizo, en ocasión semejante, a Pedro: "Lo impo­sible para los hombres, para Dios no es imposible", sino que hace una invitación a reflexionar, a tomar en serio lo que se ha pregun­tado. Le dice a su interlocutor y nos dice a todos: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha...".

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2. La "puerta estrecha"

"Agranda la puerta, Padre...", pide poéticamente Unamuno, fue­ra de sintonía con el sentir de Cristo.

Dice el Concilio Vaticano II: "Los Apóstoles, adoctrinados por la palabra y el ejemplo de Cristo... se esforzaron en convertir a los hombres a la fe... no con acciones coercitivas o artificios indignos del Evangelio, sino... anunciando el designio de Dios Salvador, que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad", siendo ellos respetuosos con los débiles, aunque estu­viesen equivocados; con lo que manifestaban o expresaban, que cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo, y que debe, según eso, seguir la voz de su conciencia" (Gs,l 1). Esto sí armoniza mejor con el sentir de Cristo.

En la puerta estrecha —del Evangelio de hoy— debemos ver un símbolo de lo que debe ser la norma de nuestro obrar; la propia conciencia ante todo. De acuerdo con ella nos juzgará Dios un día a cada uno individualmente, no de modo universal y genérico, con­forme a un baremo único. De ahí lo de Santo Tomás: "Contra el que se atiene a su conciencia —en favor o en contra de sí— ni Dios mismo puede, ya que lo que nos manda es atenernos, en el pensar y obrar, a la propia conciencia". Responsabilidad personal y libertad en el bien.

3. ¿Especial iluminación en el momento de la muerte?

Eso creen hoy muchos teólogos y pastoralistas por pensar que el hombre, libre ya de las pasiones en ese momento y con la balanza de la libertad en su fiel, es cuando puede hacer una opción por el Infinito, o por Cristo con plenas garantías, y decisiva.

Pero en ese momento, ¿qué es el hombre? Menos que a lo largo de toda su vida: un ser disminuido en lo físico y en lo mental, y por lo tanto también en su libertad y voluntad. San Agustín decía que "la penitencia del enfermo es penitencia enferma...".

Sin demora hagamos todos nuestra elección por Cristo desde ahora, en plena luminosidad de conciencia, hagámosla por amor, no por temor; hagámosla con todo el corazón y con toda el alma, y habremos empezado ya a pasar con éxito por la puerta estrecha, que es la de nuestra conciencia individual o personal, la que Dios quiere vernos buscar, y, encontrada, no dejarla, porque ella es la que, para cada uno de nosotros, desemboca en el acceso a la "herencia prome­tida", a nuestra herencia eterna.

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Domingo XXII del Tiempo ordinario (C)

(Eclo 3,19-21.30-31; Hb 12,18-19.22-24a; Le 14,1.7-14)

LA HUMILDAD Y LA HERENCIA ETERNA

Hermanos... El pasado día hablamos del entrar por la puerta estrecha: consistente en escrutar nuestra conciencia, que, por ser algo singular o individual, no tiene por qué renunciar a lo propio para asemejarse a nadie.

De acuerdo con la nuestra sincera, acertada o errónea, nos ha de juzgar Dios, y no por la de otros.

Atenernos a otra, sin convencimiento propio, es abdicar de nues­tra dignidad de personas y de un deber que a todos Dios nos impo­ne.

El Domingo de hoy damos un paso más, una vez dejada atrás la puerta ya, y nos va a decir cómo comportarnos en la sala del ban­quete de la fe y de la vida presente para lograr el definitivo o de la herencia eterna.

1. Aceptar la "corrección"

Nos cuesta aceptar la corrección en gran parte por algo teórico o especulativo: por tomar lo de nuestra personalidad con exceso.

Nietzsche decía: "Lo que no es personal no tiene valor alguno en el Cielo ni en la Tierra".

— De cara a otros hombres, todos somos personas; no hay razón para que uno abdique de su conciencia y se atenga a la de otro. Dios no quiere de nadie eso.

— De cara al "Ideador y Consumador de nuestra fe" —de cara a Cristo que nos ha hecho para miembros suyos— somos sólo miem­bros personales porque, en lo sobrenatural, la única Cabeza es El.

Con sólo no perder de vista esto, que la fe nos enseña, ¡cuánto se nos facilitaría la aceptación de "la corrección", que a todos es nece­saria!

La 1.a Lectura de hoy, empalmando con la del día anterior, nos

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ha dicho: "Cuanto más grande seas, humíllate más". El vaso de barro cuanto más alto está, más expuesto a hacerse pezados si cae...

2. Saber situarse

Con vistas a cómo comportarnos, una vez dentro de la sala de la fe ahora, para poder pasar un día, desde ella, a la sala del festín eterno.

Dos graves errores:

— El uno nos lo pone muy de relieve el Evangelio: "Cuando te inviten a una boda, o a lo que sea, no vayas imprudentemente a colocarte en el primer lugar" porque hayas llegado el primero; está atento a tu condición y a la de los otros convidados, para que no te tenga que decir el convidante: mira, déjale ese lugar a este otro.

— Error aún más grande sería el de olvidar nuestra condición de criaturas frente a Dios —de miembros personales de cara a Cristo—, intentar asumir su condición, y querer colocarnos por encima de quienes a este banquete de la vida y de la fe, nos han invitado.

Resulta muy negativo no saber situarse, dejándonos llevar por el engreimiento, el culto a la personalidad, el creer que, frente a Dios y frente a su Hijo, nuestro Ideador, somos autosuficientes e indepen­dientes del todo.

— El remedio para evitar ambos extremos, igualmente viciosos es vernos como somos: seres doblemente referidos a otro.

A nivel humano, como no personas completas, si nos falta el otro, que constituye la mitad de nosotros. Y, a nivel cristiano, en cuanto miembros personales tan sólo del cuerpo de Cristo, no como otras tantas personas o cabezas.

Lo personal situado en su justo medio es lo formulado así por San Pablo: "El varón —en unión con la mujer, u otra mitad—, la cabeza de la Creación; Cristo, la cabeza del varón y de la mujer; y Dios Padre, el cabeza de Cristo...".

3. Resumen y conclusión

Hemos visto la necesidad de la corrección; hemos visto qué la dificulta: un inexacto concepto de lo que es la persona humana.

Ignorar el puesto propio o no situarnos en él acarrea actitudes negativas.

Hemos de proceder en consecuencia: no engreírnos frente a na-

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die, ni menos aún intentar desplazar del banquete de la vida a quien a él nos ha traído: Cristo.

Vivamos gozosa y constantemente sumisos a El y, "haciendo más religiosa nuestra vida", que es lo que en la primera oración hemos pedido, nos será otorgado por El, un día el ingreso en el Banquete eterno.

39.—Año Litúrgico... 609

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Domingo XXIII del Tiempo ordinario (C) (Sb 9,13-19; Flm 9b,10.12-17; Le 14,25-33)

CON LO CREADO HACIA CRISTO

Hermanos... El Domingo último nos hablaba de la humildad como supremo recurso o procedimiento para el logro de la herencia eterna.

La Liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre tres cosas, también necesarias: ver las criaturas como medios; descubrir en todo ser humano una persona, a la que no hay que tratar nunca de convertir en medio al servicio nuestro; y, por fin, seguir a Cristo, lo más cerca posible, en todo.

HOMILÍA

1. Las criaturas, sólo medios

La 1.a Lectura nos acaba de decir: "Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano...".

Conocer lo que está a mano, lo inmediato, lo útil, de las cosas creadas, le ha costado mucho al hombre. Por las Ciencias y gracias a la Tecnología, hoy, afortunadamente, podemos decir que está al alcance de casi todos entre nosotros.

Pero saber lo útil de las cosas no es saber el todo de ellas, aun en lo físico o natural; es sólo conocer su corteza, su exterior. Nos hace falta saber también que ni la más alta tiene, respecto de nosotros, razón de fin: que para nosotros han de ser todas medios y no fines. Verlas y utilizarlas como fines —que es lo que muchas veces se hace— es distorsionarlas, violentarlas, no "rastrear" lo que, en la 1.a

Lectura, se dice que es "el designio de Dios sobre las mismas".

Cuantas veces hacemos, de una criatura, un fin nuestro, incurri­mos en una especie de idolatría que nos priva del derecho a la herencia eterna.

2. Las personas, sujetos de dignidad

Así hemos de ver todas las personas, por inferiores a nosotros que puedan ser en algún sentido, para no manipularlas, ni querer utili­zarlas como medios.

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Nos ha puesto la 2.a Lectura muy bien de relieve esto con un doble ejemplo: el de San Pablo, respetando él, primero, la libertad de su discípulo Filemón; y exhortando a éste a hacer él algo seme­jante, a no querer tener más, como esclavo, al fugitivo Onésimo.

Dios, que ha hecho de todo hombre un ser libre, un ser personal, que respeta al máximum nuestra libertad y nunca la coacciona, quiere vernos obrar así a nosotros, no quiere vernos avasallar a nadie, ni con la fuerza física, ni con la moral del saber, de la auto­ridad política o religiosa.

Quien renuncia a manipularnos no puede querer que, en nombre suyo, se nos manipule.

3. £1 seguimiento de Cristo

Lo mejor que podemos hacer es ponernos a oír a Cristo y a seguirle lo más de cerca posible hasta en la renuncia a nosotros mismos.

Por lo que somos, en último término: miembros suyos de tipo personal que no físico.

Por eso llega a decir que tenemos que renunciar a padre y madre, esposa, esposo —a lo más preciado y caro para nosotros de cuanto sea puramente terreno— e incluso a nosotros mismos para seguirle, cuando el apego a ellos se llegue a convertir en obstáculo.

De poco nos serviría el haber acertado en el uso de las criaturas y en el profundo respeto a las personas, si fracasáramos en esto. No lograríamos la herencia eterna, pudiendo, por ello, decirse de nos­otros lo de la parábola de hoy: "He ahí un hombre que empezó a edificar una torre, pero no fue capaz de darle al edificio una cúpula".

4. Resumen y conclusión

Saber emplear las criaturas como medios; no manipular con nada a las personas, y seguir a Cristo, renunciando hasta lo más íntimo nuestro cuando a El le contradiga, porque somos una porción suya, miembros "personales" de su cuerpo.

Pidámosle al Señor, con el Salmo responsorial que "El sea nuestro refugio de generación en generación", pues, sabido es que "si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles": no verán nunca coronado del todo el edificio.

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Domingo XXIV del Tiempo ordinario (C) (Ex 32,7-11.13-14; 1 Tm 1,12-17; Le 15,1-32)

EL DIOS QUE SIEMPRE PERDONA

Hermanos... Los pasados días hemos ido viendo las actitudes necesarias: humildad, aceptación de la corrección, uso debido de las criaturas, no manipular a las personas, para que, al final de nuestra vida, no se pueda decir de nosotros: "Este hombre empezó a edificar, pero no fue capaz de terminar"; este hombre llegó hasta la puerta de la Gloria pero no pudo pasar por ella.

La Liturgia de hoy no va a hablarnos de la situación en que quedará el que toma un camino equivocado, sino de la actitud que adopta Dios frente al que vuelve la espalda a la herencia eterna.

HOMILÍA

1. La actitud de Dios frente al pecador

Lo primero que se advierte en las Lecturas de hoy es el diverso modo de describir la actitud de Dios frente al pecador, hecha por Moisés y Cristo.

— Moisés nos pinta a Dios irritado, diciéndole a él: "Veo que ese pueblo es un pueblo de dura cerviz; por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos".

— Jesucristo, en cambio, nos bosqueja a Dios como Padre amo­roso, que, al hijo, que no quería recibir al hermano pródigo, le dice: "Hijo, deberías alegrarte, como Yo, de su venida; este hermano tuyo se nos había perdido y lo hemos encontrado, había muerto (para nosotros), y ha revivido...".

No es que Dios tenga dos caras —como Jano—. Simplemente que Moisés ve a Dios con ojos de miope, como un puro hombre aunque de gran talla, con ojos de esclavo, como nos insinúa la Carta a los hebreos; y, al ver a Dios así, con temor y temblor —desde el ángulo del esclavo—, le aplica esos atributos de ira y de furor, como si de su temblor fueran ellos la causa, y no su propio miedo.

Jesucristo, en cambio, ve a Dios con ojos de hijo, y, al descubrir con éstos que "Dios es Amor", nos lo pinta como Padre de todos, incluso del pródigo, que no quiso ser hijo suyo en algún tiempo.

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2. Dios no queda indiferente

¿Le dará a Dios igual vernos obrar de un modo que de otro?, ¿carecerá, ante El, de importancia nuestra conducta?

No podemos pensar así, ni poniendo los ojos en Dios, ni fijándo­los en nosotros.

— Poniéndolos en Dios, no, porque, de ser así, carecerían de sentido los deseos del padre de la parábola de ver regresar al hijo cuanto antes y las muestras de alegría por el regreso. No se explica un retorno, acogido con gozo, donde no ha existido antes un verda­dero y real alejamiento doloroso.

No cabe, pues pensar que, para Dios, carezca de importancia nuestro comportamiento.

— Poniendo los ojos en nosotros, tampoco podemos pensar que sea igual un comportamiento que otro.

Dios que, en el Génesis, va diciendo a medida que crea, de todo lo salido de su mano, que es bueno, nada dice del nombre, porque, al hacerle libre, al dejarle optar por el mal o el bien, lo lógico es esperar a ver la elección que hace; pero, una vez realizada ésta y sellada por la muerte, casi podemos decir que a Dios no le queda más remedio que emitir un juicio sobre nosotros, como lo emitió, en el Génesis, sobre el resto de los seres.

3. El juicio de Dios sobre nosotros

Podemos y debemos esperar que será un juicio de misericordia, más que de fría justicia. Así nos lo dice la Escritura en muchas partes. Y así nos lo dice Cristo, su Enviado, en la parábola que acabamos de escuchar, llamada, de ordinario, la parábola del hijo pródigo, pero que tal vez fuera más exacto llamarla del padre per-donador y regocijado por la vuelta del pródigo.

A la luz de la razón: porque el Dios, que ha de juzgarnos, es el Dios Creador, el Dios que sabe muy bien el barro quebradizo, del que hemos sido hechos.

A la luz de la Revelación en general: porque, al haber sido ideados y hechos "con vistas a su Hijo", que no a nosotros, Dios mirará, al juzgarnos, más al Rostro de El que siempre le agrada, que a nuestro rostro y a nuestras obras.

De ahí el testimonio o juicio que formula hoy San Pablo de sí mismo: "Yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento;

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pero Dios tuvo compasión de mí porque, al no ser creyente —al no sentirme miembro de Cristo—, no sabía lo que hacía...".

4. Resumen y conclusión

— Hemos visto la actitud de Dios frente al pecador, según Moi­sés y según Cristo. Moisés mira a Dios con ojos de esclavo; Jesús, con ojos de hijo. La actitud benévola de El, frente al pecador, que nos la ha descrito Cristo: no es que El sea indiferente al mal o al bien, sino que tiene en cuenta nuestra defectibilidad, el barro de que estamos hechos; y, sobre todo, a quién le pertenecemos, a su mismo Hijo que ha querido hacernos miembros suyos...

Nos corresponde afianzarnos más y más en nuestra vinculación con Cristo... La Eucaristía, que hoy como siempre pone fin a nuestra asamblea, será indudablemente la mejor cima y el mejor hito.

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Domingo XXV del Tiempo ordinario (C)

(Am 8,4-7; Tm 2,1-8; Le 16, 1-13)

DIOS VALORA LA INTENCIÓN

Hermanos... La Liturgia del Domingo anterior nos puso de relie­ve con varias parábolas —la del hijo pródigo entre ellas— la actitud de Dios frente al que le vuelve la espalda: actitud de Padre, actitud de constante espera a que el hijo, sea quien sea, vuelva, porque de todos es Padre y a todos ama.

La de hoy nos va a hacer ver, en la misma línea, cómo a todos asimismo nos recrimina cuando nuestra conducta no es buena.

HOMILÍA

1. Dios frente al pobre y al rico

Dios no mira lo que se deja, sino por qué se deja y, si se deja todo, y del todo.

El rico y el pobre tienen unos deberes, unas obligaciones. En el no cumplir éstas se encuentra —y es su origen— el posible mal de unos y otros.

Un pintor ideó un cuadro simbólico; en uno de sus extremos puso un Papa, revestido de ornamentos pontificales, y, debajo de él, esta inscripción: "Yo os enseño a todos". En otro de los ángulos puso a un emperador con la espada en la mano y la corona en las sienes, y esta inscripción: "Yo os defiendo a todos". Bosquejó des­pués, en otro ángulo, a un labriego, y al pie de éste puso: "Yo os alimento a todos". Por fin pintó en el cuarto ángulo al diablo, y en boca de éste puso lo siguiente: "si no cumplís lo que decís, yo me encargo de todos...".

A lo que mira Dios es a si cumplimos o no cada uno con nuestros deberes.

2. £1 contenido de las Lecturas

En la primera hemos oído a Oseas: "Escuchad los que oprimís al pobre, disminuyendo la medida: No olvidará Dios vuestras accio­nes". Y en la tercera hemos visto que Cristo da por bien despedido al administrador injusto, al empleado que no llevó la adminislilición de los bienes del amo, como era debido...

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Dios no hace acepción de personas, que a todos nos juzga por igual, partiendo, no de cuál sea la situación social, sino de si cumpli­mos o no con nuestras respectivas obligaciones.

Cristo alabó la sagacidad del mal administrador. Cierto; pero una cosa es alabar la sagacidad y otra, muy distinta, alabar todo lo que con la sagacidad pueda hacerse.

La sagacidad, que alabó el Señor en aquel mal administrador, no es la que le llevó, en el pasado, a malversar los bienes del amo, sino la que le llevó a procurarse un porvenir a base de lo poco que le quedaba a él: los derechos que, por la gestión, le correspondían.

Es decir, que lo que últimamente hizo ese administrador, según los exégetas, no fue seguir hurtándole al rico, sino desprenderse de lo que a él le correspondía por administración: un 50 por 100, un 20, lo que fuera...

3. Resumen y conclusión

— Hemos visto en qué pone Dios los ojos al valorar nuestro "dejarlo todo", y al juzgar los puestos humildes y altos; mira a ver por qué se deja lo que se deja, y cómo cumple cada uno sus obliga­ciones.

— Y hemos diferenciado qué sagacidad alabó Jesús en el mal administrador: no la del pasado, la que le llevó a robar al amo, sino la que le hizo dejar parte de lo poco que le quedaba o del presente con vistas al futuro.

Tres aplicaciones concretas para nuestro comportamiento:

1.a En vez de desgañitarnos en exigir derechos, poner nuestro principal empeño en cumplir nuestros deberes.

2.a Más que en el presente tener puesta la vista en el futuro siempre.

3.a Mirando al futuro, dejarnos de "iras y disensiones" que en él no podrán entrar, y fomentar lo quepuede a él llevarnos: el amor y la convivencia.

Empleamos el resto de la celebración para pedirle al Señor esto. Su Palabra, oída y secundada así, es como producirá ahora ya en nosotros el ciento por uno, y nos dará después la vida eterna...

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Domingo XXVI del Tiempo ordinario (C)

(Am 6,la.4-7; 1 Tm 6,11-16; Le 16,19-31)

EL GRAN AVISO CAUTELAR DE DIOS AL HOMBRE

Hermanos... Dios, que se compadece de todos, cuando nos ale­jamos de El insensatamente como el pródigo, porque nos mira con amor de padre a todos por igual, nos recuerda nuestros deberes a todos, pobres y ricos, como pudimos advertir el pasado Domingo en la Liturgia.

La Liturgia de hoy va a recordarnos una amenaza divina: de un infierno eterno o alejamiento perpetuo de El.

HOMILÍA

1. Las Lecturas Nos acaban de poner de relieve que, no contento Dios con amo­

nestarnos sobre nuestros deberes a todos, nos presenta a las claras la situación penosa a que nos abocamos por no cumplirlos...

En la 1.a Lectura se trata de un castigo temporal: el de la depor­tación a Babilonia, que sufrió el pueblo judío por no haber hecho caso, a tiempo, de lo que El le decía por los profetas.

En la tercera, de algo más grave: de un posible infortunio defini­tivo, el de la separación eterna y enemistad permanente con El que llamamos: Infierno.

2. Realidad bíblica y pedagogía

1.a Las amenazas de Dios, en la Escritura, ¿no serán, más que de Dios, amenazas del autor humano?

Cabe pensar esto porque hay veces en las que, evidentemente, lo que afirma el autor sagrado es cosa de él, no de Dios al que él se lo atribuye. Por ejemplo, cuando, hablando de la corrupción moral de los hombres antediluvianos, dice que Dios "se arrepintió de haber hecho al hombre". Evidentemente esto es una proyección suya; no una traducción del pensar de Dios. Dios, infinito en poder, en bon­dad, en sabiduría... no puede arrepentirse de nada de lo que hace.

2.a No pudiendo Dios menos de reprobar el mal por una parte, y habiendo hecho libre al hombre por otra, el anuncio que Cristo

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nos hace, con su parábola del Epulón, de un Infierno eterno, ¿sefi el anuncio de una realidad futura que ha de acaecer un día, o una amenaza puramente pedagógica?...

Puede ser las dos cosas, pero es de creer que se trate más bien de una amenaza "pedagógica":

• Jesús idea una parábola; no narra una historia. Una parábola, para apartar a los hombres del mal —del olvido del hermano hasta extremos inconcebibles, hasta hacer con él lo que ni con los perros—; no para hablar de dos individuos, concretos y reales, del presente o del futuro.

• Toda amenaza, que acaba en castigo, es una amenaza débil o de poca fuerza interna. Las de Dios no pueden ser así. Serían enton­ces vanas; amenazas inútiles, y a Dios no le faltan recursos para conquistar la voluntad humana sin violentarla lo más mínimo, acu­diendo al aviso cautelar y a la amenaza pedagógica, acomodada a la mentalidad vigente.

• Porque la libertad tiene por meta el bien, no el mal, y no es violentarla impulsarla hacia el bien cuando lo que se hace es robus­tecer su auténtica tendencia a la dicha: hacia el bien, hacia su meta y desde dentro de ella.

• Además, porque, para Dios, el hombre no es una mera cria­tura, sino un ser racional, ideado por El con vistas a su Hijo, para miembro personal de Este, y, dejarle que se pierda, es privar a su Hijo de parte, al menos, de lo que El asumió.

3. Lo que llamamos infierno

No será cosa de Dios; será cosa nuestra.

Dios "no ha hecho ningún mal, ni se goza en la perdición de nadie", nos dice la Escritura.

— El Infierno, como posibilidad, tiene que existir, puesto que el hombre es libre y puede elegir el vivir su eternidad de un modo o de otro: en unión amorosa con Cristo cabeza y con sus hermanos los hombres, o desconectado de ambos y solo.

El Infierno, ¿a causa del rechazo de Dios o de Cristo? No es fácil que ocurra en ninguno. Porque el que rechaza a Dios o a Cristo, si no tiene una idea o concepto adecuado de Dios, ¿a quién rechaza? Solamente a algo falso; y, si tiene esa idea adecuada, ¿cómo va a rechazarlo de no estar loco? Y, si loco está, no es responsable de lo que haga. El Infierno, de cara al rechazo de Dios, es poco menos que imposible.

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No son así las cosas, respecto del rechazo del prójimo. En el rechazo de esta segunda "convivencia", preceptuada como la primera en el primer Mandamiento, el hombre puede llegar a extremos inve­rosímiles, como el del Epulón, como el de las cámaras de gas, como el de los terroristas...

Un hombre como el Epulón, que no está dispuesto a hacer nada por nadie y que hace todo cuanto está en su mano para destruir la "convivencia" —siendo ésta la tendencia máxima en el ser humano en cuanto personal y referido al otro— resulta que se busca en vida, y en muerte —si persevera así hasta la muerte—, sólo el acabar en el aislamiento más omnímodo. Esto viene a ser el estar en el infierno: sufrir el total y definitivo aislamiento porque, en vida, rechazó la convivencia: su máxima tendencia.

Dante, poeta y teólogo, así describe la situación: a los bienaven­turados los vio en torno de Cristo como pétalos de una rosa, y a los condenados, todos aislados, encerrados cada uno en un sepulcro. No acertó al añadir castigos... En su tiempo cabía pensar en una justicia "vindicativa" —para castigo—; hoy, no se puede aceptar tal justicia convertida en un débil y odioso ensañamiento. De ahí que no se pueda relacionar con Dios, de ningún modo, un infierno-castigo.

El mal del condenado será uno sólo: el verse privado de la con­vivencia con Dios y con sus semejantes para siempre por haberlo elegido él y haberlo mantenido hasta el final.

No es menos horrible este Infierno que el pensado por los hom­bres de otros tiempos: el de la justicia vindicativa.

Pero es más aceptable porque no deja a Dios en mal lugar —en la condición de un Vengativo—, ni hace de la religión cuestión de temor, sino la vía regia por excelencia hacia el Amor, hacia la Con­vivencia.

4. Conclusión

No olvidemos que todo lo que nos empuja o nos lleva a la convivencia es bueno; todo lo que a ésta la obstaculiza es camino de Infierno.

Vivamos de acuerdo con la ley del amor, que así las amenazas divinas, en sí, serán avisos "pedagógicos" y amorosos que nos ayu­darán cautelarmente a caminar rectamente.

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Domingo XXVII del Tiempo ordinario (C) (Ha l,2-3;2,2-4; 2 Tm 1,6-8.13-14; Le 17,5-10)

VIA PERMANENTE A DIOS

Hermanos... Reflexionando el Domingo anterior llegábamos a la conclusión de que las amenazas "pedagógicas", para nosotros pueden quedar sólo en eso, si de ellas queremos aprovecharnos a tiempo.

Para lograr que así sea dos cosas necesitamos hacer: optar en todo por el bien y mantenernos en tensión constante hacia el Bien Sumo, que es Dios, mantener vía abierta hacia Dios.

HOMILÍA

1. La vida es proyecto, no una prueba

El hombre es esencialmente libertad. Tan esencialmente que Sar-tre ha podido decir con razón que estamos condenados a ser libres, a tener que elegir nosotros, sin que nadie pueda hacerlo en nuestro nombre.

De cara a Dios no podemos entender la vida como un período de prueba. Porque al que se le hace libre hay que dejarle que lo sea; y someterle a una prueba sería ponerle la espada de Damocles sobre la cabeza, no dejarle ser libre.

El someternos a una prueba es indigno de Dios incluso: un padre que ama al hijo, lejos de someterle a prueba o riesgo, lo que hace es evitárselo. En nuestro caso, con más razón aún, porque el hombre ha sido hecho por El con vistas a su propio Hijo, como miembro de Este, y exponernos a una prueba equivaldría a exponer a su propio Hijo a quedarse sin unos miembros que le son queridos.

Hemos de vernos, de cara a Dios, como seres a quienes se les brinda un "proyecto" para que, si quieren, puedan tomar parte en él.

El proyecto puede ser el poner ante nuestra vista al Infinito, para que no nos contentemos con menos, y puede ser algo más concreto: el ponernos ante los ojos al Hijo de Dios hecho hombre, del que, si queremos, podemos ser miembros.

Este es el Gran Proyecto que se nos brinda: ser gota de agua en

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el mar o fuera de él. La gota de agua fuera del mar tiene cierta independencia; pero tendrá menos posibilidades y unos bienes mu­cho menores que los que tendría de incorporarse al océano en el que hay tantos bienes o riquezas.

2. El camino que presentan las Lecturas

Un camino de tres etapas o jornadas: 1.a Fe o adhesión interna a Cristo; 2.a Confesión externa de esa fe siempre que el no proclamarla sea negarla, y 3.a Acoplamiento de nuestro obrar a la fe: fidelidad a las creencias en la conducta.

• La primera jornada nos la dibuja el Señor cuando dice a los Apóstoles: "si tuvierais una fe como un grano de mostaza...".

• La segunda la traza así, en la 2.a Lectura, San Pablo a Timo­teo: "No te avergüences de dar testimonio de Cristo".

• La tercera aparece bosquejada en la 1.a Lectura: "Sucumbe el que no tiene alma recta; el justo, por su fidelidad a la fe, vivirá":

a) La fe —la adhesión mental, afectiva y efectiva a Cristo— nos es del todo necesaria para mantenernos en la tensión hacia Dios, porque sin esa adhesión venimos a ser miembros paralíticos, sar­mientos secos en la cepa.

b) El dar testimonio de nuestra fe y adhesión a Cristo también puede sernos a veces necesario. El mismo Cristo nos lo dijo: "Lo que oís^en los sótanos pregonadlo desde los áticos...". La fe —decía el compositor Haydn a un discípulo que le presentaba el Credo de una Misa en pianísimo— hay que confesarla fuerte y por todo lo alto..." "Yo no me avergüenzo del Evangelio", decía San Pablo. Confiamos plenamente en Cristo, el más cercano a Dios... El fiarnos de Cristo en este terreno, antes que de otro cualquiera o de nosotros mismos, es lo más lógico, lo más cuerdo...

c) Necesitamos ser consecuentes con la fe o adhesión mental a Cristo, que nos habla, como nadie, de Dios, porque, sin un obrar consecuente, la fe apenas tiene sentido de tejas abajo; porque la fe, aquí, más que la misión de elevar nuestro conocimiento de Dios al súmum, lo que intenta es facilitarnos el obrar y a eso se encamina, de tejas abajo, principalmente.

Lo que es ponerla luz bajo el celemín, según la frase evangélica, eso viene a ser el creer y no obrar: lo que aprender a leer para no leer, o a nadar para no saltar nunca al agua.

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3. En conclusión

Tengamos una fe firme —adhesión fuerte a Cristo cabeza—; de­mos testimonio externo de esa fe o adhesión cuantas veces sea pre­ciso; obremos en todo de acuerdo con ella, y nos hallaremos siempre, no sólo en el bien, sino además en tensión constante hacia el Bien Supremo de toda criatura inteligente: Dios mismo.

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Domingo XXVIII del Tiempo ordinario (C)

(2 R 5,14-17; 2 Tm 2,8-13; Le 17,11-19)

NUESTRA COHERENCIA EN LA FE

Hermanos... Cuando las cosas son de suma importancia y se explican sólo de palabra, es muy conveniente repetirlas. "Enseñar es repetir", decía Unamuno, y añadía: "A un auditorio no hay que darle más de una idea por cada cuarto de hora...".

Lo que vamos a ver en la Liturgia hoy, es como un repaso de lo reflexionado los dos últimos domingos.

El de hoy va a ofrecernos dos ejemplos en apoyo de la fe cohe­rente.

HOMILÍA

1. Recopilación de ideas

Hemos reflexionado sobre las "amenazas" de Dios en la Escritu­ra: de ser cosa de Dios, tienen que ser principalmente amenazas "pedagógicas", no el anuncio de justicia "vindicativa", en Dios no cabe por no ser buena justicia; amenazas que está en nuestra mano el hacer que sean sólo pedagógicas. Sobre la posibilidad del Infierno —no cosa de Dios, sino cosa nuestra— surge más que de ofensas inferidas a Dios por nosotros, de obstáculos puestos obstinadamente por nosotros a la convivencia, que es nuestro principal deber por ser nuestra más honda e irresistible tendencia.

— En el segundo Domingo se nos marcaba una meta y se nos trazaba un camino para conseguir el Cielo o la Bienaventuranza última. La meta era vivir siempre, no sólo en el bien, y alejados del mal, sino además en tensión constante hacia otro bien más alto hasta alcanzar el Bien Supremo, Dios. El camino abarca: 1.° Fe o adhesión interna a Cristo; 2.° confesión externa de esa fe siempre que sea necesario; 3.° fidelidad a la misma o ser consecuentes, en nuestro obrar, con ella.

2. La Liturgia de hoy

Teniendo presente que "las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran", nos presenta dos ejemplos para que advirtamos la nece-

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sidad de ser consecuentes: el de Naamán y el del leproso agradecido de los nueve curados por Cristo.

Naamán era un general del ejército del rey de Siria (un no judío). Por una sirvienta suya, israelita, tuvo noticia de que en Palestina había un hombre que curaba su enfermedad: la lepra. A él se presen­tó y logró la curación al someterse a bañarse siete veces en el Jordán, pese a resistirse en principio a tan simple condición.

Volvió a visitar al profeta Elíseo, con el deseo de pagarle sus honorarios, o de hacerle algún obsequio. Al no permitírselo Elíseo, le rogó que le dejara tomar una carga de tierra del país de Israel y llevarla al suyo, como reliquia o recuerdo del bien recibido. Aquí se encuadra el ser consecuente: obsequio y gratitud.

— El segundo ejemplo también es de un pagano; nos lo ha relatado el Evangelio y viene a incidir en lo mismo: en el agradeci­miento que debe ser cosa de todos siempre.

Diez leprosos al ir, como les había encargado Cristo, a presen­tarse a los sacerdotes para obtener un certificado de curación de la lepra, quedaron libres de ella. Nueve siguieron su camino. Uno sólo se volvió a darle a Cristo las gracias.

Jesús quedó complacido de la conducta de éste, y lamentó que no hubiera sido ésa la misma la de los otros nueve: una conducta consecuente con el deber del agradecimiento...

3. Conclusión

La coherencia entre pensar y obrar es la clave de todo. Tenemos necesidad, si queremos terminar en el Bien Sumo, de estar en tensión siempre hacia El, no volviéndole nunca la espalda, porque es preciso vivir en adhesión a Cristo y dar testimonio de la fe con la palabra y las obras.

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Domingo XXIX del Tiempo ordinario (C)

(Ex 17,8-13; 2 Tm 3,14-4,2; Le 18,1-8)

LA FE QUE MAS IMPORTA

Hermanos... La Liturgia de los pasados días, al hablarnos de la fe, nos ha indicado la necesidad de ser consecuentes con ella, para permanecer en el bien y estar en constante tensión o camino hacia el Sumo Bien que es nuestra meta última.

En la Liturgia de hoy le vamos a oír al Señor esta pregunta: "Cuando venga de nuevo el Hijo del hombre, ¿hallará esa fe en la Tierra?".

Dispongámonos a ver qué clase de fe es la que más importa, y de qué medios servirnos para conservarla.

HOMILÍA

1. Una fe sociológica Es una fe que podríamos llamar ambiental, atmosférica; una fe

que se recibe por osmosis, a presión en cierto modo, como cualquier otra cosa que se nos filtra o adentra desde el entorno, y casi sin que nosotros lo notemos, ni hagamos nada para adquirirla.

Viene a ser una luz incapaz de hacer de la noche día aunque proporcione alguna claridad; un rayo de luna que no puede ser fuente de vida por la ausencia en él de calor.

El ambiente de cristiandad —fe sociológica— no es en sí malo; es mejor que el del agnosticismo y el de la incredulidad, como es mejor que lo puramente negativo lo positivo... Reconocen esto hasta los no creyentes:

— Goethe decía: "Todas las épocas, en las que la fe predomina, son épocas de gloria que elevan las almas y producen ubérrimos frutos para el presente y el porvenir. Por el contrario, las épocas, en las que ha prevalecido la incredulidad, no dejan en pos de sí más que un resplandor pasajero, que se desvanece a los ojos de la posteridad prontamente, pues nadie quiere consagrarse al estudio de cosas es­tériles".

— Thiers, el político francés, decía: "Si yo tuviera en mis manos el don de la fe, lo derramaría sobre mi patria".

— Cajal, a su vez, confesaba que a nadie debe arrancársele la fe si no puede dársela en compensación algo mejor; y, consecuente con

40.—Año Litúrgico... 625

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esto, él —que no era creyente— facilitó a sus hijos la enseñanza católica, y a su esposa un sacerdote para que en el lecho de muerte le administrara los Sacramentos.

La fe sociológica no es lo ideal; pero es mejor que un ambiente de secularismo y agnosticismo.

Un tema concreto: la enseñanza religiosa en la escuela. Tener en cuenta que se trata de una escuela para niños. En orden a aclararnos valga una comparación: Dejar la tierna hiedra (los niños) a merced de una elección para la que no están aún capacitados, ¿es mejor que poner al lado de esa hiedra (de esos niños) un árbol (Cristo) al que, para crecer y estar seguros, puedan abrazarse? El pluralismo es bueno para cuando el hombre ha madurado ya y necesita raciona­lizar o hacer crítica su fe.

2. La fe opcional

Es la fe, a la que se refiere Cristo con su pregunta de hoy. La fe que elige uno mismo, fe que parte de Dios, es un don suyo que nos hace gratos a El, más gratos que la incredulidad y nos impulsa hacia El, siguiendo su voz: "Buscad mi rostro".

La 1.a y 3.a Lecturas nos han puesto de relieve y recomendado un esfuerzo por ahondar en las raíces o motivos de la fe, cada día, y la oración.

Porque, para conservar una cosa —y más en tiempos en que, como hoy la fe, se halla no apreciada—, hay que valorarla, y para valorarla hay que conocerla y estudiarla.

La fe teologal u opcional, más que un hallazgo del hombre, es un don de Dios, una dádiva que de El nos viene. Si Dios no se nos hubiera manifestado no podríamos tener la fe que tenemos. Por tanto, nada más natural que, para conservar este don, recurramos a El con asiduidad e insistencia, como la mujer de la parábola de Cristo que el Evangelio de hoy nos ha recordado. Para ello está la oración.

3. Conclusión

Que nuestro esfuerzo por conservar la fe, de que nos habla hoy Cristo, sea un esfuerzo permanente como el de Moisés y Josué, y que nuestra oración a Dios sea con insistencia como la de la viuda.

Obrando siempre así, viviendo anclados en la fe y en el bien, nos encontraremos siempre en tensión o en disposición para recibir, de Dios, como recompensa, el Supremo Bien que no es otro que El.

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Domingo XXX del Tiempo ordinario (C)

(Eclo 35,15b-17,20-22a; 2 Tm 4,6-8,16-18; Le 18,9-14)

ORAR PARA PERSEVERAR

Hermanos... La fe —decíamos el Domingo anterior—puede ser meramente ambiental o sociológica, y teologal u opcional.

Esta última es un gran don de Dios; pero es un don que llevamos en vasijas de barro muy quebradizo.

Necesitamos reforzar esas vasijas con los aros de nuestro esfuer­zo, y del recurso a Dios en la oración. La cual ha de ser siempre insistente, confiada y, sobre todo, humilde.

HOMILÍA

1. Nuestra oración auténtica

La 1.a Lectura nos ha hablado de la oración del pobre "que traspasa las nubes" y la tercera nos ha dado la mejor explicación con la parábola del fariseo y el publicano, parábola —dice el evangelis­ta— ideada por Cristo para poner luz en la mente de algunos que "teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos— en orden a la salvación— y despreciaban a los demás".

Nuestra oración ha de ser, ante todo y sobre todo, una oración humilde, hecha con humildad: la oración de un menesteroso autén­tico, que se tiene, más que por indigente, por la indigencia misma.

El que se cree algo, el que juzga que él se basta a sí mismo, no puede orar; y, si ora, no lo puede hacer bien. Así la oración del fariseo resulta un gesto de soberbia, una ofensa al prójimo y una pretensión de engañar a Dios.

Desemboca, incluso, en un sinsentido o absurdo, porque si no te crees necesitado de salvación, ¿para qué te pones a suplicar tenién­dolo todo, como crees tenerlo? De ahí la frase de Cristo: el fariseo volvió a su casa como había salido de ella, sin merecimiento alguno por falta de humildad. En cambio volvió a ella "justificado" el pu­blicano que, de tan pecador como se sentía, no osaba ni levantar los ojos al Cielo...

Lo único que espera Dios de nosotros, las más de las veces, es esto sólo: el suspiro de nuestra impotencia, el reconocimiento, por

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parte nuestra de que sólo del Cielo —de Dios— nos puede venir la salvación, es decir, la perseverancia en el bien y la tensión hacia el Sumo Bien.

En suma, que es una necesidad el que nuestra oración sea una oración humilde —de pobres, de menesterosos, de auténticos y sin­ceros indigentes— si queremos que sea una oración que llegue a Dios.

2. Dios ama la virtud

Al advertir la energía crítica que, en la parábola, hace Cristo, de la conducta del fariseo, y el elogio que hace del publicano, a alguien quizá le haya venido a la mente un pensamiento: la conducta es indiferente para Cristo...

De la censura al fariseo y del elogio al publicano no se deduce que, ante Dios, dé igual pecado que virtud. Lo que censura Cristo en el fariseo no es su cumplimiento de la ley —su religiosidad—, sino su mal modo de entenderla y proceder en su oración. Como lo que alaba en el publicano no es su vida mala, sino su acertado obrar al tratar de llegarse, con la oración, a Dios.

Por tanto, lo que de la parábola se desprende no es el menospre­cio de virtud alguna, sino la defensa de todas; y lo que se condena en ella son todos los vicios, incluidos los que en la misma oración pueden darse y se dan.

3. Nuestro modelo hoy

No puede ser el fariseo orgulloso, por soberbio; ni el publicano humilde, pero pecador. Deberá ser un hombre humilde y a la vez no pecador: el que nos ha puesto ante los ojos la 2.a Lectura, San Pablo, que, como no-pecador (como hombre justo), dice de sí: "Es­toy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inmi­nente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta. He mantenido la fe"; pero que añade con humildad: "El Señor me ayudó y me dio fuerzas —a El se lo debo todo—. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal y me llevará a su Reino del Cielo..."

Imitemos a este gran hombre —no fantástico, no parabólico, sino de carne y hueso— y, como él, también nosotros nos podremos librar "de la boca del león" y alcanzar la gloria con Cristo.

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Domingo XXXI del Tiempo ordinario (C) (Sb 11,23-12,2; 2 Ts 1,11-2,2; Le 19,1-10)

NUESTRO ESFUERZO Y ANHELO DE SALVACIÓN

Hermanos... Hemos hablado los pasados días de un doble recur­so para mantenernos en la fidelidad a la fe y en la perseverancia en el bien: la oración y el propio esfuerzo.

De cómo debe ser la oración nos habló el domingo anterior. Este nos va a decir en qué ha de cifrarse nuestro esfuerzo, qué tarea y actitudes nos asigna la fe, respondiendo a lo que quiere Dios.

HOMILÍA

1. Anhelos y actitud de Dios con nosotros

No basta recordar la parábola del Padre perdonador, llamada también parábola del hijo pródigo.

Los anhelos de Dios son que permanezcamos con El, y, si alguna vez nos alejamos, que no tardemos en volver a su lado.

Esta actitud de Dios con nosotros, incluso durante nuestros des­víos, se explica al decirnos la 1.a Lectura de hoy que, no ya nosotros y nuestras acciones, sino incluso el mundo entero con su grandiosi­dad no es, al lado de El, más que un grano de polvo que cae encima de una ingente balanza, o sea, igual que una gota de rocío al lado del inmenso océano.

Porque Dios ama a todos los seres no con un amor como el nuestro, sino con un amor creador y conservador de cuanto ha creado.

Si Dios no amara así a sus criaturas —incluso al pecador— todos caeríamos muy pronto en el "no ser", como cae al suelo la lámpara suspendida del techo si se corta la cuerda que la sostiene.

2. Nuestros anhelos y actitud

Aparecen plasmados en la figura de Zaqueo, del que la 3.a Lec­tura se ha ocupado:

Se hari de cifrar, en primer lugar, en conocer cada día más y

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mejor a Jesucristo. Lo que apenas se conoce, apenas se ama; lo que se conoce exhaustivamente se ama de modo semejante. Recordemos lo de Cristo: "Este es el comienzo de la vida eterna, que todos conozcan al Padre y a su Enviado, Jesucristo...", para que, cono­ciéndole, le amemos y le sigamos.

Sólo por Cristo nos es dado tener una cierta seguridad acerca de nuestro origen y de nuestro destino —las dos cosas que más deben interesarnos— y vislumbrar si vamos mal o bien hacia nuestra meta final.

De ahí la importancia de esta tarea primera: la de procurar conocer el pensamiento de Cristo cada día más y mejor...

Nuestra segunda tarea, a semejanza de Zaqueo es desprendernos, en lo económico, de todo lo injusto o indebidamente poseído, y de algo más.

Tenemos cosas en exceso, hasta los menos ricos, y esas cosas no son realmente nuestras, aunque legalmente lo sean, habiendo tantos hoy en el mundo sin nada, en la más espantosa indigencia.

Las estadísticas dan datos escalofriantes: un 20 por 100 de la población mundial —en el que estamos nosotros— acapara el 80 por 100 de la producción total o de los bienes, y con el 20 por 100 que queda vive el 80 por 100 de la población. Lo que significa que un 20 por 100 vivimos en la holgura, y algunos en sangrante despil­farro, y un 80 por 100 malvive en la miseria. Para nuestra sociedad el problema es la calidad y exquisitez, para disfrutar sin deterioro de la salud y sin perder "la línea"; el problema para la gran mayoría en el Tercer Mundo es saciar el hambre de cada día...

Impresiona el número de niños que mueren de hambre...

Frente a esto no podemos hacer mucho colectivamente, pero sí colaborar en campañas...; a nivel individual hemos de comprome­ternos más.

Podemos hacer lo que hizo Zaqueo. El no se lo plantea así: Nada adelanto con cambiar yo, si no cambian las estructuras —si Roma sigue oprimiendo con sus impuestos al pueblo judío—. Independien­temente de que Roma cambiara o no, empezó por cambiar él.

Esto mismo, en lo económico, debemos hacer nosotros.

He aquí ya nuestra doble tarea, de cara a Cristo y de cara a nuestros hermanos, a ejemplo de Zaqueo.

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3. Conclusión

Hagamos nuestra esta doble tarea.

Con ello no lograremos cambiar el Mundo de golpe; pero sí preparar al menos nuestro interior para que en él pueda resonar la Voz que oyó Zaqueo: "Hoy ha entrado la salvación en esta casa".

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Domingo XXXII del Tiempo ordinario (C) (2 M 7,1-2.9-14; 2 Ts 2,15-3,5; Le 20,27-38)

DE CARA AL MAS ALLÁ

Hermanos... El Año Litúrgico se está acabando.

Este acabarse, justamente con lo que la naturaleza nos ofrece estos días: el caerse de las hojas, símbolo del sucederse de las gene­raciones humanas, y las pasadas festividades litúrgicas de Todos los Santos y de los Difuntos... nos invita a alzar la vista del suelo y del tiempo, y dirigirla al más Allá, a la eternidad.

HOMILÍA

1. Todos "creyentes"

Respecto del problema del más allá, todos somos "creyentes" al optar por el sí, y otros por el no.

Porque todos nos movemos, no en terreno de evidencia alguna, sino en el de la mera creencia, con más o menos probabilidades de acertar.

Como los sentidos corporales no pueden captar lo inmmaterial; así tampoco la razón —que es la facultad captadora sólo de lo real intratemporal— puede por sí sola llegar a lo real extratemporal. Es lo que Abraham decía al Epulón, que le gritaba que enviara a Lázaro a notificar su situación desesperada a sus hermanos, para que no fueran también ellos a caer en aquel lugar de tormentos: "Entre tiempo y eternidad hay un abismo insondable..."

Aun sin evidencia acerca de la existencia del "más allá", hay que proclamar que, en favor de la fe de los creyentes, está no sólo la misma posibilidad, sino una mayor probabilidad.

Si no les engaña a las golondrinas el instinto al emigrar... tampo­co nos engañan a nosotros nuestros anhelos de pervivencia eterna que jamás nos abandonan ni aun en el momento mismo de palpar nuestro acabar corporal.

Y estos anhelos no pueden ser sólo una proyección de nuestra propia mente, porque ella es una proyección o hechura de Dios.

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2. Enseñanzas de las Lecturas Como para la Escritura el hombre no es un ser dualístico —alma

y cuerpo, caballo y jinete, barca y marinero—, sino un ser unitario y de una sola pieza (un ser corporal-espiritual o espiritual-corporal), de ahí que nada tan lógico como lo que hacen los hermanos Maca-beos para fundamentar su creencia en el más allá: acudir al concepto de resurrección. "Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero el Rey del universo nos resucitará". "Vale la pena morir cuando se espera que Dios nos ha de resucitar".

He aquí lo que creían ya los judíos, anteriores a Cristo, aleccio­nados por otras páginas del Antiguo Testamento.

3. Enseñanzas de Cristo

Recordemos lo que le objetaban los increyentes de su tiempo —los saduceos— mencionando el hipotético caso de la mujer que tuvo siete maridos, decían a Cristo: si resucitan los muertos, ¿de quién será esposa, en el futuro, esa mujer?

Jesús desbarató la argumentación con sólo dos palabras: es vano vuestro supuesto: en la otra vida, al no darse ya muerte, el matrimo­nio no existiría. Y, en cuanto a lo de la resurrección, vosotros, que aceptáis como inspirados los cinco libros de Moisés, ¿no habéis advertido lo de la zarza? En ese pasaje dice Dios: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob...". Señor de vivos es Dios, no un señor de muertos o de seres inexistentes... Abraham, Isaac y Jacob no han quedado aniquilados del todo y para siempre; han dejado de vivir en el tiempo, pero perviven en el más allá intemporal.

4. El lado práctico del problema

Por lo que hace al lado práctico del problema, lo que importa es conseguir que nuestra resurrección sea como la de los Macabeos, una resurrección para la dicha.

Las Lecturas no nos dicen directamente nada. Indirectamente, lo suficiente: que acudamos a Cristo y a Dios Padre "en busca de consuelo (frente a la muerte), y en busca de fuerza, para toda clase de palabras y obras buenas" (que nos hagan acreedores a la resurrec­ción de la gloria); que le roguemos "nos libre de los hombres perver­sos y malvados, y que le supliquemos constantemente que "dirija nuestro corazón para amar a Dios y esperar en Cristo" resucitado, el más firme puntal de nuestra esperanza...

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Domingo XXXIII del Tiempo ordinario (C) (Mal 4,l-2a; 2 T 3,7-12; Le 21,5-19)

EL DÍA DEL SEÑOR, "HORNO Y SOL"

Hermanos... Estamos en las postrimerías del tercer Ciclo litúrgi­co.

Podemos ver en esto un símbolo de nuestra vida, que es doble: la temporal o de ahora y la intemporal o de después.

Entre ambas, como un puente entre dos orillas, se alza lo que llama la Escritura: el Día del Señor. Veamos su significado para nosotros.

HOMILÍA

1. Preliminares del Día del Señor

Nuestras reflexiones han girado en torno al significado de los "avisos" que el Señor nos hace en la Escritura, con vistas a que no volvamos nunca del todo la espalda a nuestra meta última, la de la vida eterna:

— Son "avisos" de amenazas "pedagógicas", tendentes, más que a darnos noticia anticipada de un futuro castigo ya decidido o pre­parado, a indicarnos cuál deber ser nuestro proceder para que no tenga que pasar a realidad ese anuncio.

— Porque el plan de Dios no consiste en someternos a una "prueba" —El es Padre, no un tirano—, y de lo que se trata es de ponernos ante los ojos un "proyecto", para que nosotros libremente lo realicemos. Porque Dios cuenta con infinitos medios, en su Sabi­duría, para hacer que elijamos el bien y evitemos volverle a El la espalda, sin violentar nuestra libertad.

El Cielo lo cifrábamos en el aplauso de Dios a la criatura libre. En el Infierno veíamos un pasar de El, ante ésta, en silencio absoluto. Ninguna Gloria mayor que el aplauso de Dios a su criatu­ra' ningún Infierno peor que el pasar Dios junto a ella sin decirle nada, ya que el alejamiento y no amistad con Dios, elegidos para siempre por el hombre, impiden la comunicación de modo irrevoca­ble.

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— Todo ello, hablando y expresado al uso humano, parece su­poner un Juicio, y a este juicio es a lo que llama la 1.a Lectura de hoy "el Día del Señor".

2. El Día del Señor En frase de la Escritura —como acabamos de oír a la 1.a Lectu­

ra— será "horno y sol".

Horno, porque quemará, es decir, purificará todo lo malo, que en nosotros haya quedado, de nuestro arrastrarnos por aquí; todo lo no encaminado al bien; todo lo que es cizaña en el campo sembrado de buen trigo de la parábola, toda la herrumbre, escoria y "paja atrapada por el oro" según una expresión de San Pablo.

Y será "sol" además, sol radiante, sin ocaso alguno: la luz que, según San Juan, baña por fuera y por dentro la Ciudad de Dios, descrita por él en el Apocalipsis...

3. El mundo material

Más que quedar destruido —hasta no quedar piedra sobre piedra de él, como del templo de Jerusalén nos ha dicho hoy la 3.a Lectu­ra—, será transformado.

Dios —dice la Escritura— "no odia nada de cuanto ha hecho". Por esto no es de creer que tenga el propósito de reducir a la nada cuanto sacó de ella. En suma: todo subsistirá definitivamente y para siempre. Habrá un Cielo nuevo y una Tierra nueva "en los que habitará la justicia". Eso será todo, y esos Cielo y Tierra renovados constituirán nuestra morada definitiva, nuestro "habitat" perpetuo o para siempre.

4. Nuestro ser resucitado

No será el exterior, el corporal-espiritual que nos circunda ahora, que cada siete años se renueva del todo. No puede ser éste el que resucite, porque, de ser él, estaríamos en lo de la historia saducea de la mujer que tuvo siete maridos, y con razón habríamos de pregun­tarnos cuál de esos diversos cuerpos sería el nuestro definitivo.

Como la serpiente va dejando sucesivas pieles a lo largo de sus años de existencia, así dejaremos nosotros en el sepulcro el último ser nuestro transitorio que volverá al polvo como salido del mismo.

El ser nuestro que resucitará será el interior más que el exterior último, el que vamos creando dentro de nosotros, no tan "invisible" que nos resulte ahora desconocido, pues hay multitud de casos en

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los que, a través de un cuerpo feo, aparece ya un alma bella: en lo que dice, en lo que hace, en lo que escribe...

De Santa Liduvina se cuenta que veía su vida o su existencia como un rosal en flor, y que el ángel de la guarda le dijo: cuando ese rosal haya florecido del todo pasarás a otra vida.

Todos y cada uno somos otros tantos rosales. En medio de nuestro ser, en constante mutación ahora, está surgiendo algo per­manente: el carácter, el yo que nos vamos formando, con tales mu­taciones corporales-espirituales, a lo largo o corto de nuestra exis­tencia. Acabada ésta, lo corporal-espiritual, logrado por nosotros con ella, será lo que resucitará, lo que tendremos por nuestro, como adquirido por nosotros, definitivamente y para siempre ya.

5. Conclusión

Fijémonos en el modelo de vida que la Liturgia nos ha ofrecido en la 2.a Lectura: el del Apóstol San Pablo, caminante infatigable hacia el bien y la gloria de Dios.

Como San Pablo caminemos siempre hacia el bien y el Día del Señor, que hemos oído a la 1.a Lectura que será "horno y sol", vendrá a ser crisol que depurará en nosotros lo que aún no brilla del todo ahora, y sol que hará resplandecer para siempre a todo lo purificado y salido del crisol...

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Domingo XXXIV del Tiempo ordinario

Jesucristo, Rey del Universo (C)

(2 Sm 5,1-3; Col 1,12-20; Le 23,35-43)

REALEZA DE CRISTO Y SECULARISMO

Hermanos... Estamos en la última semana del Ciclo tercero y último del Año Litúrgico.

Partimos en este Ciclo —lo recordaréis— de la vida nuestra como camino o peregrinación.

La meta inmediata de todo caminar o peregrinar humano es un bien, y la meta última del mismo, naturalmente, el Bien sumo, al que llamamos Dios, de quien parten todos los otros y en el que confluyen todos como en el mar los ríos.

El camino elegido para nuestro caminar ha sido Cristo, que se llamó a Sí mismo "camino, verdad y vida", y en la fiesta de hoy —Día de Cristo Rey— encuentra su culminación nuestro camino.

HOMILÍA 1. Introducción

Tenemos, en bosquejo, el itinerario general que nos ha traído hasta la fiesta de hoy; pero lo general es insuficiente, no nos basta, para situarnos del todo en la fiesta de este día.

Esta fiesta es una de las últimas que han surgido en la Liturgia. El haberla instituido Pío XI, en el primer tercio del siglo actual, fue por una finalidad muy de entonces: la de tratar de poner un dique al Laicismo que quería asolarlo todo y desterrar de la sociedad hasta el nombre de Dios.

El Laicismo hoy ha tomado otro nombre, menos combativo, el de "Secularismo", pero los fines perseguidos pueden ser los mismos.

Estamos ante una fiesta muy del día, ante una fiesta que a todos los creyentes nos interesa entender bien: no se trata de realeza al estilo humano-temporal.

2. Las Lecturas

Nos han ofrecido: una figura bíblica de Cristo Rey; nos han recordado dos négadores antiguos de su realeza; nos ha hablado de un reconocedor antiguo de ella, y de un cantor de la misma.

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— David es la figura antigua de Cristo Rey, puesto que de Cristo podemos decir todos, con verdad, lo que de David decían los israelitas al acabar de consagrarle REY: "Hueso y carne tuya so­mos...". Hasta tal punto podemos decir esto que, sin Cristo —sin haberse querido hacer criatura el Hijo de Dios—, ninguno de nos­otros existiríamos...

Como David libró al antiguo pueblo de Dios de la opresión filistea, venciendo al gigante Goliat, así Cristo nos ha librado de la opresión del Mal a nosotros. David dio muerte a Goliat con su honda y cinco guijarros del valle del Terebinto; Cristo superó, con su Cruz y sus cinco llagas, a nuestro enemigo.

Como David renunció a vengarse siempre de su enemigo —el rey Saúl—, así Cristo, lejos de querer acabar con sus enemigos, por todos ellos pidió perdón a su Padre Dios, desde la Cruz.

— Los negadores primeros de la realeza de Cristo fueron los judíos, que rehusaron ver en El al Mesías, aun esperando a éste, y el mal ladrón que, incluso estando en el suplicio, le seguía insultando.

En cambio, el buen ladrón le reconoció el primero, rogándole que le tuviera presente al entrar en su Reino.

— El cantor de la realeza de Cristo es San Pablo, que todo quiso conducirlo a El como a la meta última; y es quien nos dice en la 2.a

Lectura de hoy: "Jesucristo es la imagen del Dios invisible, el primo­génito de toda criatura, todo ha sido hecho por El y para El, y, sólo merced a El, todo subsiste...". San Pablo vivió, después de su con­versión, veinticinco años ocupado por entero en cantarle y en ena­morar de El a todos con su canto.

3. Conclusión

Tratemos de imitar a San Pablo, diciéndole a Cristo, mientras seguimos nuestro caminar litúrgico, con el salmo: "Antes que olvi­darnos, oh Cristo, de ti, que se nos paralice la mano derecha; que se nos pegue la lengua al paladar antes que ofender tu nombre y tu memoria.

Quien ha sido el Ideador y Promotor de cuanto existe fuera del seno de Dios, la raíz de nuestro existir y ser, es natural que sea nuestro Rey, el Rey único y supremo, el Rey de todo el universo, como hoy lo proclama regocijada la Liturgia.

Con gozo participamos en el Reino de Cristo, que no es de este mundo, pero sí puede transformarlo porque es Reino de justicia, verdad, paz, vida y amor.

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Santoral

Día 8 de diciembre:

Inmaculada Concepción de María (C)

(Gn 3,9-15.20; Ef 1,3-6.11-12; Le 1,26-38)

LA VIRGEN MARÍA, CAMINO HACIA CRISTO

Hermanos... La fiesta de hoy es la primera de las fiestas de la Virgen: la de su Concepción Inmaculada o en gracia, poseedora de vida divina desde el primer momento de su existencia.

De acuerdo con nuestro punto de arranque en este tercer Ciclo litúrgico —el ver la vida como un peregrinar hacia Cristo, que se llamó El mismo "Camino hacia el Padre"— intentaremos ver a la Virgen como el camino, de venida de Cristo a nuestra tierra, de ida hacia Cristo para nosotros.

HOMILÍA

1. La Virgen, camino singular

— Un camino sin baches ni tropiezos, porque en ella no se dio pecado alguno, ni el original siquiera —si es que a éste se le puede dar el nombre de pecado—. En ella, tal vez, ni la posibilidad de pecar se dio, por haber estado, desde su misma Concepción o mo­mento primero, "llena de gracia", como nos dice hoy el Fv.mgclio, y confirmada en gracia.

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— La Virgen fue además un camino sembrado de toda clase de virtudes:

• En primer lugar, la humildad más sincera y honda. A base de esta virtud se autodefinió la Virgen. Se llamó "la esclava del Señor"; como su Hijo, el Verbo encarnado, se llamó, a su vez, "el Siervo de Yavé" por antonomasia, que es lo que quiso ser al encarnarse y hacerse hombre, Criatura racional, aunque Hijo de Dios.

• Otra virtud característica de la Virgen fue su fe, la fe más firme que haya habido en criatura alguna. "Bienaventuranza tú por­que has creído", le dijo Isabel, su prima, al recibir la visita de María que acude a atenderla y servirla.

La Virgen fue capaz de creer lo más inverosímil, lo que jamás había pasado por mente de criatura femenina alguna: que el Hijo de Dios iba a descender a su seno para pasar a ser, no sólo Hijo de Dios, sino además hijo suyo...

• Virtud singular en ella fue una esperanza también sin par. La Virgen, en este sentido, fue una especie de concentrado de la espe­ranza latente en Israel y en el mundo entero, que esperaba desde los tiempos del Paraíso, un Redentor, un Mesías.

• Floreció en ella la caridad, no sólo hacia Dios, sino también hacia el prójimo. Tan pronto como supo que su prima Isabel —ya mayor—, se hallaba encinta, dejó su propia casa y corrió a prestarle toda la ayuda posible.

• Una nueva virtud, siempre a su vera, fue la pureza en sentido positivo, no negativo.

2. Entrega total de María a su Hijo

La pureza "negativa" es la únicamente biológica o material, la de la integridad corporal, que, por más que muchos crean lo contrario, apenas tiene que ver con lo espiritual, ni con lo racional siquiera y no digamos con lo sobrenatural y cristiano. Esta pureza, en orden a la virtud, puede no significar nada por ser inapetencia o anorexia; y significa menos aún si es mera represión, por más sublimada que esté y que puede estarlo por mil motivos diversos. Esta pureza nega­tiva es la de la hija de Jefté, que ella lloraba sin aceptarla ni amarla, y con razón, porque una pureza así no puede amarla nadie. Lo negativo no se ama.

La Virgen jamás pensó en pureza alguna de tipo negativo, ni de tipo moral, como la que en sus tiempos practicaban los esenios.

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De ahí lo que creen hoy la mayoría de los exégetas: que la Virgen no tenía hecho voto alguno de virginidad antes de la Encarnación o de la Anunciación. El voto surgió a partir de ésta por lógica natural, porque quien había sido elegida por Dios, para llevar en su seno al Hijo único de El, ¿cómo podía pensar en otros hijos que compartie­ran esta madre con El?

La pureza y virginidad de María hemos de pensar que fue algo similar al "celibato" de Cristo, que si no pensó en matrimonio algu­no, no fue por minusvaloración de éste, ni por superaprecio del celibato en sí, sino por la ocupación que había sumido y le absorbía del todo: la de su entrega al Reino de los Cielos.

Lo que el Reino fue, respecto del celibato de Cristo, eso y más aún fue Cristo, respecto de la pureza o virginidad de María: el Centro que en ella lo acaparó todo de por vida, su entrega fue total.

3. Conclusión

Fomentemos en nosotros este gozo grande de disponer de María como modelo.

Alegrémonos de que la madre de Cristo y madre nuestra, por serlo de nuestra Cabeza, fuera agraciada con todo don: de que fuera camino llano, abierto y bien dispuesto para Cristo; de que en ella florecieran y crecieran toda clase de virtudes, y esforcémonos todos por tener algo de ese camino que fue la Virgen.

Que la llena de gracia desde el primer momento y mediadora de todas las gracias, nos ayude e interceda por nosotros hasta llevarnos a Cristo.

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Día 19 de marzo:

San José (C)

(2 Sm 7,4-5a.l2-14a.l6; Rm 4,13.16-18.22; Mt l,16.18-21-24a)

SAN JOSÉ, MODELO EN NUESTRO PEREGRINAR

Hermanos... Venimos hablando estos días de un viaje con Cristo hacia nuestro rejuvenecimiento interno; del punto de partida: ver la vida como fuente de actividad, y de un medio para arreglar el posible desvío: la conversión, que nos pide Cristo con su parábola del hijo pródigo o del padre perdonador.

En este momento de nuestro viaje nos llega, en la Liturgia, la muy oportuna festividad de San José. En él podemos descubrir lo que debe ser siempre, y en todo, nuestro talante: el de la humildad, plasmada en una gozosa sumisión a Dios.

HOMILÍA

1. San José es modelo de humildad

"Ante Dios de rodillas es como se muestra grande un hombre." Frase célebre que nos recuerda cuál debe ser nuestra actitud y talante para avanzar en el camino de la auténtica religiosidad.

San José es el Santo de la humildad. El Santo que pasó toda su vida en el oscurecimiento y en el silencio. Es un buen modelo para nosotros. Aun en lo externo litúrgico ahora: de haber caído su festividad, este año, en domingo —en el Día del Señor—, la Liturgia la hubiera trasladado a otro día, muy de acuerdo o en conformidad con los deseos del Santo...

2. Importancia de la humildad

La virtud máxima no es la humildad; es la caridad. Pero el fundamento y base de la caridad, como de toda otra virtud, es la humildad.

— Nos lo enseñó así Cristo al presentarnos esa virtud en el comienzo o arranque de todos los caminos, que van hacia la biena­venturanza: "Bienaventurados los que se saben pobres y aceptan serlo", los humildes, los que se tienen frente a Dios por nada, por un vaso de agua derramada...

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— Los mismos paganos intuyeron esto. Plinio, el Joven, al hacer el panegírico del emperador Trajano, escribió: "al que nada le queda, para aumentar su grandeza, puede mejorar ésta de un sólo modo: humillándose ante los demás, seguro de sí mismo. Ningún peligro menor, para la fortuna de los príncipes, que la humildad". Esto mismo puede decirse de las otras grandezas: la del talento, la de la santidad, la de la bondad, la de toda buena cualidad. Ningún peligro menor para cualquier grandeza auténtica que la humildad.

No sólo no es peligro la humildad, sino que es ventaja. La humil­dad viene a ser el brillo de toda virtud.

De Francisco Suárez —nuestro gran metafísico y teólogo— se cuenta que, habiéndosele preguntado: Entre el rey investido de la majestad y de la suprema autoridad, y usted, a quien Dios le ha dado las llaves de la sabiduría y de la ciencia, ¿quién ha recibido mayor beneficio? El contestó: el que haya recibido una mayor hu­mildad, ése ha recibido el beneficio mayor...

De San José podría decirse cabalmente esto: el fue el Santo de la humildad y por eso el más cercano a Cristo, no sólo en lo corporal, sino más aún en lo espiritual, con su ir en pos del "anonadamiento" nada más.

3. La humildad en nuestro mundo

Es cosa que apenas se valora. De ahí que ande el mundo tan sin religiosidad, es decir, tan sin amor al prójimo y tan alejado de Dios.

— El conductor no permite que otro le adelante... La mujer no aguanta que la vecina vista mejor que ella... El hombre no tolera que alguien le haga sombra... Las naciones y regiones montan guardia permanente para ver si surge peligro alguno de que otra les aventaje en algo...

En suma, que la humildad anda ausente del mundo cuando de­biéramos ver en ella todos nuestra máxima fuente de encumbra­miento y seguridad. "Vasito de barro, ¿por qué te quieres poner tan alto?, ¿no ves que te quiebras? ¿No sabes que el aroma de tus flores se percibe mejor si estás abajo? (Gar-Mar, Sugerencias).

4. Resumen y conclusión

— Hemos visto, en San José, un modelo humano eximio de humildad, porque supo situarse "de rodillas" ante Dios. La humildad aun no siendo la primera de las virtudes, es la raíz y fundamento de todas ellas.

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— Y hemos visto cómo anda nuestro mundo y cómo andamos, respecto de la humildad, nosotros; nos es necesario cultivarla.

Nuestro propósito hoy consiste en aprender la lección que se desprende de contemplar la figura de San José en su fiesta.

Estamos en Cuarema, en tiempo de penitencia, en el de gestionar con Dios nuestro perdón... Tengamos humildad y pronto o tarde, como galanamente decía Santa Teresa, "vendrá el Cirujano y nos sanará".

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Día 25 de julio:

Santiago, Patrón de España (C)

(2 Co 4,7-15; Mt 20,20-28)

SANTIAGO, PRIMER APÓSTOL MÁRTIR

Hermanos... Celebramos hoy la festividad de Santiago.

Varias facetas de él nos van a descubrir las Lecturas: su grandeza de espíritu, en apetecer los primeros puestos —de entrega y servi­cio—, en el Reino de Cristo; su esfuerzo evangelizador, que le hace venir hasta España, hasta los confines del mundo conocido en su tiempo, y ser el primero de los Apóstoles en dar su vida por la fe.

HOMILÍA

1. Santiago, testigo de la fe con su vida

Santiago fue el primer mártir de entre los Apóstoles, el primero en dar su vida por la fe que predicaba. Así nos lo dicen las Lecturas.

"Mártir" equivale a testigo. Todo mártir es un testigo cualificado, el testigo, podríamos decir, por excelencia. "Creo a testigos que se dejan degollar", decía Pascal. ¿Por qué se puede creer a estos testi­gos? Porque, para llegar a dar la vida por algo o por alguien, es preciso, tener mucha certidumbre de la verdad y de la realidad que se asegura, y porque además, necesita uno verse ayudado por una fuerza sobrehumana, por una energía que supere las de uno mismo, para llegar a la aceptación del martirio.

Galileo sabemos que se mantuvo firme y terco con su "y sin embargo se mueve....", pero no llegó a dar su vida por defender que la Tierra era la que se movía y no el Sol.

El morir por una verdad o por Alguien no se puede hacer más que estando detrás ese Alguien poderoso: Dios, que le sostenga y comunique fortaleza suficiente para aceptar la muerte.

Por eso, entre las pruebas de la verdad de una religión, se ha incluido siempre la del martirio: signo de fidelidad hasta el fin que apoya Dios.

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2. Martirio entre no cristianos

Una cosa es que haya habido personas que han muerto por ser de una raza o confesión religiosa —judíos por los nazis— y otra que quisieran morir por fidelidad a sus creencias...

No hay constancia de que hombre alguno haya dado su vida por el Mahometismo o por el Hinduísmo, ni por ninguna religión no cristiana en su conjunto, o en general.

Los pocos, que han sido mártires en religiones conocidas lo han sido en defensa de una verdad concreta y determinada, es decir, aislada del conjunto de su religión. De modo que lo que se atestigua­ba era esa verdad. Para esto sí ha dado su apoyo, en el martirio, Dios, y ¿por qué no si toda verdad es digna de una muerte para defenderla? Pero no ha dado ese apoyo nunca Dios para una defen­sa, en general, de ninguna religión más que la cristiana, porque ninguna, en su conjunto, es verdadera o digna de tal apoyo global.

De ahí que sólo el Cristianismo tiene mártires, que han dado su vida por alguna de las verdades predicadas por ella; pero, de cara al conjunto, al no ser éste verdadero, no han contado ni cuentan con mártires.

3. El proceder de Santiago como mártir

No se trata del actuar de un "fanático" que cierra los ojos y arremete. Simplemente destaca en su tarea de ser testigo y anunciar la fe.

Santiago sabía por quién moría. Había convivido largo tiempo con Cristo; había sido testigo de la muerte y resurrección de Este, y lo que tenía a El oído: "Quien quiera salvar su vida, la perderá, y el que, por Mí y por el Evangelio la exponga, la salvará"; fue lo que le llevó, primero, a decirle al Señor en vida: "Estoy dispuesto a beber tu cáliz", y, después, a beberlo cuando le llegó su hora, la de cumplir lo prometido.

4. El ejemplo de Santiago para nosotros

Sigue siendo válido. Porque, aunque la fe no tenga hoy persegui­dores externos, ejecutores de martirios, cuenta con innumerables perseguidores de otro tipo.

Hoy se dan martirios incruentos, forzados por las circunstancias ambientales, familiares... para conservar la fe. Recordad lo oído al Apóstol: "Llevamos nuestro mayor tesoro —el de la fe o la opción por Cristo— en vasijas de barro... Nos aprietan por todos lados...

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nos vemos apurados... acosados... paseamos en nuestro cuerpo, el suplicio de Jesús..."

Para superar todo obstáculo en la fe es preciso tener claro lo que tuvo Santiago, lo que han tenido todos los mártires: que el sufri­miento, sea físico sea psíquico, es algo pasajero, y los premios y castigos serán eternos. Nuestra fidelidad será coronada al final por el Señor que nos sostiene.

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Día 15 de agosto:

Asunción de la Virgen María (C)

(Ap 11,19a; 12,l-6ab; 1 Co 15,20-26; Le 1,39-56)

LA VIRGEN, CAMINO ABIERTO A LA GLORIA

Hermanos... Hoy celebramos el día máximo de la Virgen: el de su entrada en la gloria del Reino de su Hijo.

Dispongámonos a hacer esto pidiéndole a la Virgen ser algo de lo que en vida fue ella: no camino cerrado, sino camino que desem­boque, como el de ella, en la bienaventuranza eterna.

HOMILÍA

1. Esta fiesta en el tercer Ciclo

El Año Litúrgico es una representación cuasisacramental, es de­cir, más que escénica, de la vida de Cristo y de sus misterios.

Las fiestas de la Virgen y de los Santos son parte del Año Litúr­gico.

De ahí que, en cada Ciclo, según el tema o idea que preside, puedan y deban ser consideradas, de modo singular o diverso.

— En este tercer Ciclo, cuyo punto de partida era la vida como camino y del vivir como peregrinar, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, veíamos a la Virgen como un camino sembrado de virtudes, y lo lógico es que ahora terminemos viéndola, en esta fiesta, como ese mismo camino, en cuanto no cerrado, sino abierto a la Gloria, camino que termina en lo más "cobdiciadero", que decía Gonzalo de Berceo, en la bienaventuranza eterna.

2. Contenido de las Lecturas

"Se abrió —hemos oído decir a San Juan en el Apocalipsis— el Santuario de Dios y en él apareció el Arca de la Alianza".

Esta Arca de la que habla el Apocalipsis no puede ser la del Antiguo Testamento, porque no estamos ya en lo de entonces, que además era todo símbolo de lo venidero, como dice San Pablo.

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Esta Arca no es otra que María, que, por haber llevado durante nueve meses en su seno a Cristo, estaba prefigurada en aquella arca antigua que guardó un día un símbolo de Este —el maná— y tam­bién las tablas de la Ley, símbolo de la voluntad divina.

Lo que guarda mayor relación y referencia de la Alianza, que —tras una peregrinación de cuarenta años por el desierto— terminó siendo depositada, con gran solemnidad, en tiempos de Salomón, en el templo construido por éste en Jerusalén; así María, que llevó al Hijo de Dios durante nueve meses en su vientre, acabó siendo insta­lada, a petición de Este, en el supremo santuario de la Jerusalén celeste, donde mora feliz para siempre...

3. Los merecimientos de María

No hemos de pensar que se debiera a mérito en sí de María. No hay, para tanto, mérito alguno. Nadie, que no sea el Hijo o el Espíritu —un Ser igual al Padre— tiene derecho a lo que es de Dios únicamente.

La Virgen obtuvo ese éxito, como todos los que lo han obtenido, por haber ido delante de ellos, allanándoles el camino y facilitándoles la entrada, Cristo, que es la "Puerta", como El dijo de sí mismo, el "Iniciador y Consumador", el Ideador, Salvador y Glorificador de todos.

"Cristo —dice San Pablo en la 2.a Lectura— es "el primer fruto (la primicia) de los que han dejado para siempre el sueño de la muerte" y han logrado la última etapa de su potencialidad y desarro­llo.

En pos de El —el único Resucitado por virtud propia— tuvo lugar, nos dice, la resurrección de su Madre, como la criatura con más "derechos" a ello, y, en pos de la resurrección de la Virgen, como creen hoy los teólogos y exégetas, irán teniendo lugar todas las resurrecciones de los más o menos adheridos a Cristo, que acaben en esta sitaución hasta el fin de los siglos.

4. Conclusión

Para prepararnos a dicha tan grande —para lograr convertir nuestras vidas en lo que fue la de María: camino abierto a la Vida más vida que existe, la divina— tenemos que hacer nuestras las actitudes de María en casa de su parienta Isabel:

— Prestar un auxilio a cuantos, de un modo o de otro, veamos necesitados en torno nuestro.

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— Hacer cuanto nos sea dado para el mejoramiento espiritual de aquellos a quienes pueda llegar nuestra influencia, a ejemplo de la Virgen portadora de la gracia que al Bautista le santificó en el seno de Isabel.

— Y convertir nuestra vida en un continuo "Magníficat" o canto de alabanza a Dios, similar al de María.

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Día 1 de noviembre:

Todos los Santos ((') (Ap 7,2-4.9-14; 1 Jn 3,1-3; MI S7-I2a)

CAMINO DE LA BIENAVENTURANZA ANHELADA

Hermanos... Nos reúne hoy, en torno a Cristo invisible pero presente en medio de nosotros, la festividad de Todos los Santos, de todos sus miembros —cristianos y no cristianos, canonizados o no canonizados— que gozan de la bienaventuranza eterna.

Nuestro itinerario en la primera parte de la Liturgia va a ser reflexionar, a la luz de la razón, en qué puede consistir la bienaven­turanza; ver los mejores caminos para llegar a ella y el modo más fácil de recorrer éstos.

HOMILÍA

1. La sed de felicidad

No hay hombre alguno que renuncie a ser feliz. Se puede renun­ciar a muchas cosas, a todas, a la vida incluso; pero no a querer ser feliz...

No ha habido nadie en el mundo que haya logrado la dicha completa que llamamos felicidad, en el presente.

En consecuencia: si, ni en esta vida, ni en otra posterior, pudiera lograr el hombre la felicidad que anhela —que no puede menos de anhelar—, habría que decir lo de Sartre —que el hombre "es una pasión inútil", o lo de Hallier, en el Evangelio del loco, que "la fe es una mentira de Dios para ayudarnos a soportar la vida".

Como lo dicho es absurdo, únicamente es lógico aceptar lo que la fe nos dice —que somos miembros de Cristo—, capaces, por ello, de una vida inmortal como la de El.

2. Nuestra meta de felicidad

— A la luz de la razón no puede ser más que ésta: lograr la perennidad en el ser o en el existir, como base de todo; conseguir la inmortalidad en el bien, porque, ¿para qué una pervivencia o inmor­talidad desgraciada?, y alcanzar, por último, la superación de todo

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sentimiento de inferioridad o culpabilidad que nos pueda mantener avergonzados para siempre ante nosotros y ante Dios.

Sin estas tres cosas, a los ojos de la razón, no es posible ninguna dicha o bienaventuranza completa...

— El camino para llegar a ésta, según la razón, no puede ser otro que el de la virtud o del bien obrar, consistente, no sólo en no abrazarnos con mal alguno,ni estancarnos o pararnos en ningún bien finito, sino mantenernos en tensión siempre hacia el bien último y definitivo, el Infinito.

— El camino para ello, según la fe, es el de las Bienaventuranzas: el del desasimiento, a ser posible, de todo lo finito; el del arrepenti­miento y enmienda de lo mal hecho; el de la no violencia, como contraria ésta a la meta suprema de toda moral que no es otra que la convivencia; el del hambre y sed de justicia; el de la limpieza de corazón, que canoniza, no la castidad, sino la sinseridad y la trans­parencia nuestra total —el no engañarnos unos a otros—, y el de buscar la paz por todos los medios a nuestro alcance y siempre...

El mejor camino es poner los ojos en Cristo y no apartarlos de El; calcar, en nosotros, su autorretrato de las Bienaventuranzas, que, en su vida, calcaron los Santos.

3. Resumen y conclusión

— Hemos visto que todo hombre quiere ser feliz y que aquí ninguno logra esto del todo; deduciendo, en consecuencia, que, sien­do este anhelo cosa de todos, —propio de nuestra naturaleza—, en algún sitio podremos un día satisfacerlo: en la bienaventuranza eter­na...

— Como conclusión de todo: Sabemos cuál tiene que ser nuestra meta según la razón y cuál es, según la fe: la felicidad con Dios. El camino para llegar a ella y el modo de recorrer con éxito este camino es el de las Bienaventuranzas, el que recorrieron los Santos...

Nos queda decirle al Señor, desde ahora ya:

"A través de las realidades temporales, como primi­cias de las realidades eternas, hemos buscado constante­mente la felicidad, Señor. Tú sabes lo que ha pasado. El impulso venía de Ti; pero éstas sólo a medias y en muy escasos momentos, han podido satisfacer el tonel de nues­tros deseos. Como éstos venían de Ti, y nunca te hemos tenido en el olvido ni te hemos negado, no nos olvides, Señor, y condúcenos con tu mano fuerte y amiga."

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Epílogo

Lo tan reiteradamente aconsejado a lo largo de estas páginas (volver, de vez en cuando, la vista atrás para contemplar el camino recorrido), es lo que yo voy a hacer ahora respecto de todo el libro para poner de relieve, no lo panorámico de él o a la vista, sino lo soterrado o en profundidad del mismo, su raíz oculta.

I

Dos grandes metas u objetivos son los de este libro:

Utilizar el AÑO LITÚRGICO, en cuanto "reguero de luz múlti­ple", para poner de relieve la presentación del Cristianismo que nos legó San Juan en su Evangelio (del que dice Charles H. Dold: "No hay libro, en el Nuevo Testamento o fuera de él, que pueda compa­rársele", Interpretación del cuarto Evangelio), presentación que yace, como tesoro abajo tierra, en dicho Año; y, para, a base de éste, hacer unas homilías didascálicas, más que puramente parenéticas o exhortativas, en las que "todas las verdades de la fe y normas de vida cristiana aparezcan conectadas entre sí y en relación con el fin último del hombre", de acuerdo con el Vaticano II y los deseos del Vatica­no I, con lo cual se lograría lo del papa Pío XI: que el Año litúrgico resultara ser "la gran Didascalía de la Iglesia"...

II

1. En orden al primer objetivo, partiendo —como no podía ser de otro modo— del ser humano, hemos empezado poniendo de relieve dos cosas: nuestra finitud y un claro anhelo de cierta infinitud en todos.

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Este dato de razón, innegable, nos ha metido por los ojos nuestra contingencia o posibilidad de no haber existido, y la necesaria existencia de un Creador, del que no es más que un halo todo lo que existe, su contorno externo, la "shekinah" que dice la Biblia.

Tras este claro dato de razón —a la razón le hemos dado una gran preponderancia siempre— naturalmente nos hemos preguntado qué ha podido mover a Dios (al Infinito, al no carente de nada) a crear algo; y, como la razón aquí no podía decirnos nada, ávidos de ver algo más aún entre sombras, no hemos vacilado en aceptar la gran revelación, sobre esto, que parte de San Juan (el evangelista que tuvo reposada su cabeza, la noche de la Cena, en el pecho de Cristo), y, merced a él, tenemos noticias de que Dios lo ha hecho todo con vistas a su Hijo: lo inerte, para que sea un halo de luz y sombras en torno a su Figura; y a los seres humanos, "defectibles", para que nos sea dado ser algo íntimo de El: miembros "personales" o inteligentes de su mismo Cuerpo, con sólo querer aceptarle como Supercabeza nuestra. O sea, que no ha sido El ("que estaba ya en el mundo", en expresión de San Juan) el que ha venido "propter nos", sino nosotros los que "propter Ipsum" hemos brotado de la nada al ser, arrastrados por El y hacia El.

2. De acuerdo con esta vinculación nuestra con El (también esto nos lo ha revelado San Juan), en todos nosotros hay, juntamen­te con lo natural, algo semidivino o sobrenatural, por obra del Dios Creador, como ideados y hechos por El "con vistas a Cristo y para Este".

Merced a este "ser" óntico o real, que Dios ha puesto en nosotros, como pone el apicultor moderno el cuadro de cera estampada en sus colmenas para que las abejas puedan hacer de él el uso que quieran (utilizarlo o no), pueden llevar a cabo en nosotros su obra los Sacra­mentos, pues, sin este "consorcio con la naturaleza divina", que en todos advertía San Pedro, ¿cuál podría ser la obra, por ejemplo, del Bautismo, que es sólo medio —todo lo eficaz que se quiera— pero que no rebasa la categoría de medio? ¿Dónde se sustentaría la gracia "cualidad" de los teólogos, no contando con dicha realidad previa? ¿Para qué, sin ella, lo de una gracia "elevante"? ¿Para qué lo de la "potencia obediencial", o el "existencial sobrenatural" rahneriano? Los dones de Dios "son sin arrepentimientos", y por eso El, ni es zapatero remendón, ni necesita de éstos.

3. De acuerdo con lo que antecede o para no entrar más bien en contradicción con ello, nos ha estado vedado pensar que la En­carnación, o venida del Hijo de Dios al mundo, no tuviera otro objeto que el de la Redención nuestra por varias razones:

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• De haber sido esa venida sólo de cara a nosotros, pensando en el hombre,

— ¿Qué sentido tendrían los 30 años que Cristo se pasó en silencio?

— ¿Qué explicación, razonable, se podría dar de que sólo a una pequeña porción de la humanidad haya hecho El llegar, después de dos mil años, el hecho y significado de su venida?...

Admitido, en cambio, esto olio —que la Encarnación fue algo, por parte del Verbo, más de cara a Dios Padre que de cara a los hombres—, todo lo anterior queda sin mordiente alguno (aun que­dando en la penumbra), lo que en sí ya no es poco...

• La Encarnación o venida del Verbo, de cara a El fue lo que dice San Juan: un llegarse a tomar posesión de lo suyo ("in propia venit"), para desde aquí, desde la inferioridad real de su ser "creado" amén del "enger.darado", poder prostrarse ante el Padre con su silencio ("Tibí silentium laus") y, a la vez, con su misma voz, poder decirnos a los hombres, de cerca, desde la semejanza, lo que, desde la lejanía o desemejanza, le había insinuado al hombre primero y a todos los anteriores a su venida, pues a ninguno nunca ha tenido en el olvido: que podían, y podemos, ser hijos de í)ios, además de criaturas suyas, con sólo no renunciar al Infinito, a l'l en suma.

4. En pos de esto y, a base de ello, y de ver la vida, no como una "prueba", a la que Dios nos somete, sino como un altísimo "proyecto" que El nos brinda (el de poder ser hijos suyos adhirién­donos a Cristo), en vez de mirar nuestra existencia sobre la tierra, al estilo homérico de la Ilíada, como una lucha o combate (puesto que cuerpo y alma no son dos individuos sino uno solo), hemos preferido verla, según el estilo de la Odisea, como un peregrinar de todos hacia El, a través de Cristo, nuestro universal camino...

5. ¿En Moral?

— Como la meta de toda vida auténticamente humana o racio­nal es el obrar que no el reposo (la actividad, que no el placer), nuestra Moral, con vistas a la actividad, ha sido la de la alegría del Adviento y la Resurrección, la de la "perfecta alegría" de San Fran­cisco de Asís, que difícilmente brota (en esto nos hemos separado de las "Florecillas ") del verse uno víctima de las inclemencias del tiem­po, molido a golpes por los congéneres y llevar ambas cosas con paciencia; y sí, en cambio, de modo natural o espontáneo, de estar uno en paz, o del sentirse a gusto, consigo mismo, con Dios, visto como amigo, no como espía, y con cuantos a uno le rodean.

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— Relacionando luego, en pos de esto, evagelización y sacra-mentalización, nuestra preferencia ha estado por la primera en cuan­to meta y no por la segunda, que puede quedarse y de hecho se queda tantas veces en el rito en cuanto rito o en el medio en cuanto medio, puesto que los medios sin los fines no son nada.

El tener a la vista los fines —efecto, en directo, de la evangeliza-ción— puede bastarnos para el logro de lo apetecido: la plena vin­culación o adhesión mental, afectiva y efectiva a Cristo; con sola la sacramentalización (en el caso de darse esto, caso nada infrecuente) lo que consigue es nada.

Por haber advertido esto, quizá, no habla San Juan de los sacra­mentos (sólo de pasada del Bautismo y de la Eucaristía) y, en cam­bio, sí y ampliamente de varios discursos del Señor que ilustra pre­cisamente con un número de "milagros-signo", igual al de los Sacra­mentos...

6. De cara a la Iglesia, Comunidad más que Institución, en vez de insistir en la docilidad o sumisión a ella (por estimar que, de docilidad, no andamos faltos los cristianos en este terreno, y sí sobrados de gregarismo o infantilismo culpable), mi invitación ha sido la kantiana, la del "Sapere aude" de los antiguos, la de hacer algo más uso de la razón del que entre nosotros de ordinario se hace, porque lo contrario —el contentarse con un solo libro: el del "Nihil obstat", o el que sea—, en el terreno intelectual es cercenarse o autolimitarse, ya que toda realidad, por ser amplísima, exige ser contemplada desde diversos puntos; y, en el terreno social o moral, algo pernicioso porque las convicciones del que así en lo intelectual procede no sólo son prisiones para él sino que suelen además llevarle a querer ser carcelero de los demás, y a tratar de encerrarlos en su fanatismo e intransigencia, que son los peores enemigos con que la fe se encuentra.

"Timeo hominem unius libri", decían los antiguos. Ciertamente que es temible un hombre así; y más cuando, en la sociedad o en la Iglesia, ocupa un puesto de relevancia. El servidor se convierte en esclavizador de todos en este caso...

7. Lo últimamente dicho ¿aplicable a la Biblia en cuanto libro? En mi opinión, sí: 1.° por no ser ésta la "mismísima" Palabra de Dios, sino sólo un resplandor suyo en un momento determinado del fluir del tiempo o del progreso incesante de la conciencia humana; en 2.° lugar, por no querer El que sea nuestro único guía esa Palabra; y en 3.° lugar, porque, al lado de ella, y antes de dárnoslas, nos ha dado a todos la propia razón que también es un destello de su Luz,

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y destello además vivo o en perpetuo crecimiento, no como, el de la palabra escrita.

De estas tres cosas ¿qué se deduce? Que, siendo la razón la Voz de Dios más cercana a nosotros, al encontrarnos en la Escritura —cosa no infrecuente— con algo para nuestra razón hoy superado (no me refiero a cuestiones científicas o astronómicas, de las que es claro que no trata de emitir juicio alguno la Biblia por no querer ella enseñar ciencia alguna de éstas), sino con cuestiones morales, de comportamiento, o relativas a ciertas cuestiones especulativas como el modo de estar Cristo en la Eucaristía, expresiones que pudieron parecer un día acertadas o definitivas (la de la palabra "transustan-ciación" por ejemplo) no hayamos de quebrar una lanza para man­tenerlas hoy, pues sería algo semejante a querer declarar seres vivos unos molinos de viento.

De lo "in fieri" (como es una multitud de cosas humanas), en la Escritura, Dios no ha querido hablar "semel pro semper", de un modo definitivo; se ha atenido pedagógicamente a las entendederas de aquellos que le escuchaban en tal momento, pues, obrar de otra manera, hubiera sido hablar para que quienes le escuchaban no le entendieran. Y, si Dios no le dio a ese alborear de su Revelación un destino definitivo, ¿por qué hemos de dárselo nosotros? ¿Por qué prescindir de nuestros ojos cuando la Revelación sólo nos fue dada para ayudarles y favorecerles a éstos?

De ahí lo del solidarizarme con lo de Caffarena: "Por paradójico que resulte, sólo cree de verdad quien está dispuesto a dejar de creer si ve que debe hacerlo" (Ante la zarza ardiendo... todavía, pág. 8); y con lo de P. Chauchard: "Ser de la Iglesia y pertenecer a ella, en lo que concierne a la fe, no debe debilitar la voz de la conciencia" (Por un cristianismo sin mitos, pág. 212); por lo que según una tradición, no recogida en el Evangelio, pero de acuerdo con éste, dijo el Señor a un judío al verle trabajar en sábado: "Si sabes lo que haces, la alegría puede permanecer en ti (pues obras de acuerdo con tu con­ciencia); si no lo sabes y otras contra la Ley, eres un maldito por no atenerte a ésta".

Aparece esto mismo, con más claridad aún, en la parábola de los talentos en la que el prestamista condena al que, sabiendo que él es tan avaro, se limita a poder devolverle lo suyo según ley, sin hacer, por su parte, otro esfuerzo.

En suma: que el no dar validez universal a la razón en todo, y para todo utilizarla, se lo podemos dejar en exclusiva a los amora-

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listas que, con tal de no tener que ni vislumbrar a Dios a través de ella, optan, como Edipo, por sacarse los propios ojos.

En síntesis o con más concisión aún:

a) Frente a una Teología que pone dos hitos o actividades mentales en Dios (la Creación y la Encarnación), otra que, más razonable, hace de la 1.a una mera "conditio sine qua non" para la 2.a, y de ésta el único hito del Dios creador.

b) Frente a una Cristología (la ascendente de San Pablo y San Marcos, hoy en uso), la descendente, la de San Juan que no deja sin aclarar la base de todo: el porqué y para qué del acto creador.

c) Frente a una Soteriología, en la que Cristo trata de desagra­viar a Dios, como si éste pudiera sentirse ofendido, otra que hace de Cristo (el Ideador del hombre en cuanto ser "defectible"), un Foco de luz y calor, que proporciona al hombre fuerza para incorporarse a El y así pasar a ser, como El, indefectible.

d) Frente a una Moral de preceptos o leyes positivas, que de hecho también divide a Dios en Creador y Legislador, otra que no ve en El más Legislador que el Creador, que a la criatura racional y libre no le dicta otras leyes que las de su código genético o estructura, las que brotan de su ser "ad alterum" en un doble sentido: de cara a El y a los iguales al hombre.

e) Y, en fin, frente a una constante exhortación a la sumisión a la Revelación y a la Iglesia, guardiana de la misma, una no menos insistente exhortación a la escucha de la conciencia y a atenerse a la misma como 1.a Voz de Dios resonando de continuo en él. Exhor­tación esta especialísima, y sin excepción alguna, porque dice muy bien J. Locke: "donde la proposición, que se supone revelada, con­tradice a nuestro conocimiento o razón, la proposición poseerá siem­pre esta objeción: que no podemos concebir que proceda de Dios bondadoso, autor de nuestro ser, pues, si es recibida como verdade­ra, echará por tierra todos los principios y fundamentos de conoci-mento que Dios nos ha dado" (Ensayo sobre el entendimiento hu­mano, págs. 198-199).

Tal ha sido, en síntesis mi primer objetivo reconocido.

III

1. Respecto del 2.°:

Unos dirán que, en las Lecturas no aparece línea alguna que pida

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el ir concatenando unas homilías con otras, y, por lo mismo, que la mente de la Iglesia no parece ir por donde digo yo.

Otros insinúan lo de Guardini, que "las intenciones pedagógicas y formativas no constituyen el objeto preferente de la Liturgia" (El espíritu de la Liturgia, pág. 147)...

— A los primeros me permito insinuarles esto: el que las Lectu­ras nos brinden multitud de ideas o senderos, ¿puede ser para que los recorramos todos? ¿No será para que, de esa multitud, elijamos uno, el que mejor conecte con la jornada que traíamos y la que en pos de ésta venga? Sabido es que "quien sigue dos liebres, no coge ninguna". Esa variedad de senderos hace posible incluso el no tener uno que repetirse nunca aun reiterándose los Ciclos...

— A quienes invocan a Guardini, les recuerdo lo de él mismo: que dichas "intenciones pueden aparecer (en la Liturgia) como con­comitantes" (ib.); y esto otro: Si, según el Vaticano II, "han de exponerse a los fieles per anni liturgici cursum todas las verdades de la fe y todas las normas de vida cristiana", y esto, según el Vatica­no I, ha de hacerse relacionando todo ello entre sí y con el fin último del nombre, ¿se pueden lograr ambas cosas con unas homilías sin principio, medio, ni fin (sin indicar primero de qué se va a tratar, aclarar luego lo anunciado, y por fin hacer un resumen de lo dicho). Prescindir de esto es caer en un "bla, bla, bla" de lo más molesto para el que oye, tratado sin consideración alguna, y que deja al que así procede a "la altura del barro", y aún más abajo, cuando, en vez de razonar, grita y declama. Afirmar sin razonar no conduce a nada.

Ni se me diga que esto último es más bien cosa de clases, de círculos de estudio, o catequesis.

La inmensa mayoría de los fieles no disponen, para su formación espiritual, más que de la media hora o tres cuartos de hora que dedican a la asamblea los domingos. No aprovechar la 1.a parte de ella para lo dicho es condenarles a vivir, en lo religioso, en un perpetuo infantilismo. De aprovecharla, en cambio, ¡qué de ventajas! Si sacerdotes y fieles pusiéramos un poco de empeño en ello, pronto el sector que acude los domingos a la iglesia pasaría a ser, de todos los sectores de la sociedad —incluidos los pertenecientes a Sindicatos y Partidos políticos—, el más preparado y culto en lo fundamental­mente humano que es lo ético...

Creo que la defensa de unas homilías del tipo dicho queda hecha, y que lo único que se puede aducir, frente a lo que antecede, es que, para llevarlo a cabo, los sacerdotes necesitaríamos leer un poco más de lo que leemos.

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Hablando Gordon Thomas, de dos grupos de cristianos de los Estados Unidos —de las monjas y de los obispos— dice que allí, hoy día, el 60 por 100 de las monjas son licenciadas y el 25 por 100 doctoras; y que, entre los obispos, solo el 24 por 100 son licenciados y doctores sólo el 10 por 100.

A dicho nivel, entre nosotros, no sé nada; pero sí poseo un dato bastante significtivo a este mismo propósito: que, en la biblioteca pública de la ciudad en que vivo, en multitud de libros serios (que llevan el número de los lectores adosados a su 1.a página), no está por desgracia el de casi ninguno de los sacerdotes. ¿Por falta de tiempo y muchedumbre de ocupaciones? En algunos quizás. ¿En otros, los más? Por falta de curiosidad o de "libido sciendi". Y una cosa es cierta: que, por ahora, todo está en los libros, y que hace mal papel el que, no leyendo, habla desde el ambón a los que leen...

2. En cuanto a lo más personal de este apartado —mi sueño de hacer unas homilías que, ya que no unas filigranas más en el Monu­mental Conjunto Artístico que es el Año Litúrgico, resultaran ser en él unos "primores de lo vulgar" al menos— con sinceridad y sin restricción mental alguna lo confieso: se me ha quedado, casi todo, en puro sueño. Eran muchas las casi 250 piezas de esta gran taracea para dejarlas todas brillantes o pulidas y además bien conjuntadas.

"No he vencido reyes moros"; pero habré dejado al menos un camino abierto por el que vendrán otros que los venzan. ¿Cómo no esperar esto, sabiendo todos lo del viejo Talmud (que "quien conoce la Ley y no la enseña viene a ser como un arrayán en medio del desierto"), y esto otro, no menos viejo, de los antiguos romanos, que a nosotros —los del clero cristiano célibe— nos viene como anillo al dedo: "Aut liberi aut libri"? ¿A quién no le apetece dejar en pos de sí, algo que recuerde a su paso por la tierra y sobre todo por la Iglesia? Ni ¿qué mejor regalo u obsequio a ésta que un libro ilusio­nado con llegar a ser un retrato "nuevo" de los múltiples perfiles o facetas de ésta?

No he vencido, pues, reyes moros; pero... me doy por satisfecho con poder esperar confiadamente que muchos de mis seguidores han de hacerlo.

Como broche o resumen de lo último de este Epílogo, Galeato o de autodefensa, ahí van unas palabras del Concilio, en apoyo y refuerzo de las mías anteriores: "De poco servirán las ceremonias, por bellas que sean, y las mismas asociaciones, por florecientes que estén, si no se ordenan a preparar a los fieles para que consigan la

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madurez cristiana" (P O, núm. 6); y estas otras de la Liturgia en la fiesta de San Isidoro, día en que termino de pergeñar este Epílogo:

"De la boca del sacerdote se espera instrucción: en sus labios se busca enseñanza"...

¡Qué insinuación ésta, tan delicada, y a la vez qué acuciante!

Soria, 26 de abril de 1989

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Apéndices

1.° En torno a Escritura, Teología y Evangelización

Hemos de aclarar puntos importantes sobre la Biblia como "Pa­labra de Dios", del presentar la teología como filosofía u ontología y de cómo realizar una evangelización que promueva la fe:

1. Biblia y Palabra de Dios no se identifican. En la 1.a hay mil cosas —casi todas las que no se refieren a Dios mismo en su activi­dad "ad extra" de la Creación y la Encarnación— que, al versar sobre cosas "in fieri" o en desarrollo (la moral, la conciencia misma) no han de tenerse por algo definitivo:

— El mandarle Dios a Abraham sacrificar a su hijo; lo practica­do, de acuerdo con El, por Rebeca para engañar a su esposo ciego; lo insinuado a los israelitas de pedir prestado a los egipcios para no devolverlo, son unas cuantas cosas de éstas.

— Lo del Salmo —"El hirió a los primogénitos de Egipto, desde los hombres hasta los animales; hirió de muerte a pueblos numero­sos; mató a reyes poderosos", ¿dirá nadie que es apto para añadir a renglón seguido hoy: "Casa de Israel bendice al Señor; fieles del Señor, bendecid al Señor" ¿Quién puede atribuir hoy a Dios esto? Sólo quien desoiga a su razón. Luego, ya se ve cómo no es obrar de acuerdo con la voluntad de Dios el no distinguir, en la Biblia, lo relativo de lo absoluto, lo de una época y las posteriores, que no tienen por qué verse incluidas en la primera.

No advirtió lo anterior Nietzsche al decir: "Se ve lo que en definitiva ha triunfado sobre el Cristianismo: la propia moralidad cristiana, el concepto cada vez más estricto de veracidad" (La gaya ciencia). El Dios de la Biblia sigue siendo el Dios verdadero; lo que no lo es, es que todo lo que, en la Biblia, se pone en boca de El, sea Palabra suya, y menos la última y definitiva sobre lo que es mudable

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de suyo o está "in fieri". No hay otro medio para compaginar razón y escritura. Por no partir de esto, igual que a Nietzsche, le ha pasado a Freixedo, que dice: "El Yavé revelador parece que, o no previo bien las dificultades que iba a encontrar para hacer que la humani­dad se enterase eficazmente de lo que El iba a decir; o lo planeó así, y entonces no acaba uno de ver por qué dejó a la mayor parte de los hombres fuera del alcance de su mensaje" (¿Por qué agoniza el Cristianismo?).

He aquí en qué puede desembocar el repetir tanto, sin aclaración alguna, ¡"Palabra de Dios, Palabra de Dios!" Lo de "El Cielo y la Tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará", y lo de creer que lo puesto en boca de Dios o de Cristo, en la Escritura, son las mismí­simas Palabras de ellos afirmando algo "semel pro semper", para todo tiempo, lugar y evento, que no es así. No puede ser así al tratarse, como llevamos dicho, de algo "in fieri"o en desarrollo, como lo es todo lo temporal, sin excluir parte de lo moral.

Si lo que, a través de la razón ya desarrollada, nos dice Dios a los hombres de hoy, no hubiera servido —por no estar al alcance suyo— a los hombres primitivos, ¿cómo lo que les dijo a éstos lo vamos a tener que tomar, por entero, como dicho por El a nosotros?

En suma: que la Palabra de la Biblia no es la Palabra misma de Dios, sino, a lo sumo, un eco o resplandor de ésta, que ilumina lo temporal en un momento dado de su desarrollo.

2. ¿En cuanto a la Teología? No podemos verla por lo mismo, ni como Ciencia ni como Filosofía, ni como la "Sacra Doctrina", que decía, en su tiempo, Santo Tomás, dando por bueno que en la Biblia se encerraba el mismo pensar de Dios, un pensar que avalaba los raciocinios teológicos como, según sus palabras, avala la Mate­mática a la Música...

¿Lo del positivismo teológico acerca del "dato revelado"? Casi viene a ser lo que las afirmaciones bíblicas respecto de la Astronomía o las Ciencias naturales, o lo de la antigua multiplicidad de sentidos en la Escritura...

En suma: que no hay que confundir aquí tamboco la Luz con su resplandor, la Palabra misma de Dios con la voz de un hombre, que emplea la suya para traducirla.

3. Al no poder echar mano de una Teología como Ciencia ni Ontología, por estar la Realidad divina por encima de toda clase de realidades materiales e inmateriales —tan por encima que la "analo­gía entis" es sólo conceptualmente válida o en abstracto, pero no en

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concreto—, como hablar de Dios es obligado, para que sea un hablar razonable, apelamos a algo que está al alcance de todos. Esto puede ser nuestra finitud por una parte, y nuestro anhelo de infinitud por otra. Blondel decía muy bien a este propósito: "Es imposible no reconocer lo insatisfactorio de todo el ordenamiento natural y jun­tamente una necesidad ulterior, incapaz ésta de ser satisfecha con algo terrenal. Se trata de algo, en nosotros, necesario e impractica­ble. Tal es la características del ser humano".

¿En consecuencia? Lo de Kries: "O hay que decidirse por lo finito excluyendo de manera consciente lo infinito, o hay que abrirse al Infinito y caminar en la espera de que lo Infinito colme de una forma nueva la suprema orientación de nuestro querer fundamental" (Teología fundamental).

— ¿Los enunciados de fe, respecto del hombre, según esto? "Ca­bría considerarlos (presentarlos) no como proposiciones completa­mente elucidables en sí mismas, sino como palabras que dan sentido a nuestras comunes experiencias de contingencia, de caducidad, de culpabilidad, y que adquieren sentido para nosotros precisamente por ese camino" (Henri Bouillard, en Exégesis y Hermenéutica) con lo que la Revelación resultaría ser una iluminación, proyectada por Dios sobre nosotros, en orden a facilitarnos la aclaración de nuestro ser y de nuestros anhelos.

— ¿Respecto de Cristo? Nos encontramos, en el Nuevo Testa­mento, con dos presentaciones, sobre todo, no idénticas ni superpo-nibles, como enseguida lo vamos a comprobar: la de San Pablo y la de San Juan:

San Pablo, escribiendo a los gálatas, podía decir que no había otro Evangelio diferente del su­yo, escribiendo a los romanos, presentaba a Cristo como el Hijo de Dios "a partir de su Resurrec­ción de entre los muertos".

San Pablo nos empuja a ver­nos como enemigos de Dios, hi­jos de ira, y muertos todos por el pecado.

San Pablo dice que Dios "en­cerró a todos en pecado para po­der compadecerse de todos".

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San Juan que escribió poste­riormente otro Evangelio, en él ve a Cristo de este otro modo: como el Hijo de Dios preexis­tente a la Creación, hecha con vistas a El antes de encarnarse.

San Juan nos dice que, aun­que la conciencia nos condene, Dios está por encima de ese sen­timiento nuestro viéndonos con amor como hijos suyos.

San Juan no conoce tal "en­cierro" y menos con vistas a la misericordia.

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San Pablo dice que Dios "no San Juan dice que "tanto amó perdonó a su propio Hijo, sino Dios al mundo que le dio su Hijo que lo entregó a la muerte por único para que todo el que crea nosotros". en El tenga vida eterna".

San Pablo dice que Cristo mu- San Juan dice que murió rió "por los culpables", muertos "para reunir a los hijos de Dios a la vida eterna. que andaban dispersos", no

muertos.

San Pablo advierte que su pre- San Juan presenta la llegada sentación, de Cristo crucificado, de Cristo al mundo como Luz a los cultos les parece una "estul- que ilumina a cuantos a El se ticia", que de El los aleja. acercan y los salva atrayéndoles.

San Pablo, pese a haberse San Juan, a este propósito, dado cuenta de lo anterior, no parece hallar un símbolo en lo da marcha atrás, y, en vez de pen- del ciego de nacimiento, al que sar en otra presentación de Cris- primero cura Cristo, y, luego, to, termina diciendo algo extra- cuando ya ve, se presenta a él ño: que "placuit Deo per stulti- diciéndole si le acepta o no, a lo tiam praedicationis salvos faceré que el curado responde arrodi-credentes". liándose ante El y adorándole.

A decir esto último, a San Pablo ¿no le impulsaría su fracaso con los del Areópago y el complejo, reconocido por él, de su "praesentia infirma et sermo contemptibilis?" "Cada escritor bíblico tiene su propia teología, condicionada por su temperamento, su medio y su época" (Bouillard, obra cit. pág. 216).

— ¿Las consecuencias del enfoque de San Pablo, o su resultado en la historia por lo que respecta al nombre? Una visión totemista de la religión, un exacerbado sentimiento de culpabilidad, un sentirse muchos, enemigos de Dios, sin saber por qué ni quererlo; y, en ciertos predicadores, tipo Massillón con su pequeño número de los elegidos, o Nieremberg con su hablar de las penas del infierno, un dar pie a que alguno le haya llegado a decir al predicador: "Sr. Cura, si hay que ir al Infierno, se va; pero no nos 'acó —mplej —e'"...

— ¿Respecto de Cristo? El Presentarle los teólogos, predicadores y artistas: como un "cubrevergüenzas nuestro" (Lutero); como un "estropajo recojedorde nuestras suciedades" (P. Granada); como un "detergente" que "diluit probrosa mundi crimina" (Breviario); como "iris de paz que se puso entre las iras del Cielo y los delitos del mundo" (Calderón); como un ser con sus espaldas cubriendo la tierra para que Dios no pueda verla (Dalí); como el gigantesco "pecado", en suma de que hablaba San Pablo...

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Todo esto que, en Pastoral, se viene aceptando sin repugnancia alguna, si se piensa despacio y con la mente atenta, no puede acep­tarse como de fe, porque una Redención, como la que esto supone, resulta absurda, tanto por lo que respecta a Dios (el supuesto Ofen­dido que la exige), pues se queda sin reparación por parte del ofen­dido, si éste, de su supuesto empeño, no desiste; como, por lo que respecta al hombre redimido, con el que se cuenta sólo "a posteriori", si éste no quiere hacer suya la redención de Cristo.

De ahí que muchos, con razón sobrada, no acepten una Reden­ción expiatoria. A éstos les vendría bien poder ver el misterio reden­tor de otra manera.

El pensamiento de San Juan se puede presentar de este modo:

En la Trinidad de Personas divinas —"formas distintas de sub­sistencia" (Rahner) del Dios uno— una de ellas, la 2.a, pidió para sí, en particular, la creación actual, integrada en su cumbre más alta por seres morales pero defectibles. Para crear unos seres así, expues­tos de suyo a la frustración, se le exigió estar dispuesto a dar por estos seres, en cuanto miembros suyos, hasta su propia vida humano-divina o teándrica; lo aceptó y de ahí lo que San Juan llama "el mandato" dado por el Padre al Hijo de llegar hasta su inmolación, como supercabeza, para salvar a sus miembros los hombres. Cosa que El realizó, dejándose alzar en la Cruz, no para la expiación de pecado alguno u ofensa recibida por Dios de los que había hecho libres, sino para abrirnos los ojos para que quisiéramos adherirnos a El y así tornarnos, de "defectibles", en "indefectibles", en parte, por nosotros mismos, al no rechazar la ayuda que se nos ofrecía o "volvía" a sernos ofrecida, pues la 1 .a le fue hecha ya al hombre de la caída...

— No se me diga que, con esto, queda como falso lo de San Pablo.

— Lo que pasa es esto otro: que San Pablo, atento a su entorno, habló para quienes estaban imbuidos de ese tipo de redención, de acuerdo con ellos o con sus creencias; y San Juan, al margen de ese entorno, vio, intuyó, que no tenía sentido en sí el que Dios viniera a purgar los errores fatales del hombre (sus culpas o pecados), y nos legó, más o menos lo apuntado...

En suma, y como conclusión de esta 3.a parte del Excursus, hay que decir que la suprema prueba o indicio de que Cristo es el verda­dero Dios, hecho hombre sin dejar de ser Dios, es lo de Bouillard: que, sólo a travos de El, en cuanto tal, "adquieren sentido'" estas dos cosas: el porqué, en Dios, de un acto creador, y el porqué del brotar,

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en nuestra finitud, unos anhelos de semiinfinitud. Está en esto la intuición "a posteriori" de Hegel: el Absoluto, saliendo de sí mismo (la Creación) y retornando, con todo lo creado, como pleroma suyo, de nuevo a El...

Aceptamos, pues, a Cristo, como el ciego de nacimiento: porque nos ha abierto los ojos, otorgándonos el comprendernos a nosotros y a cuanto nos rodea, y comprenderle en parte a El.

¿Puede ser este el mejor procedimiento para facilitar a otros el creer? Sí, tratándose de amantes del conocer. Y ¿quién, como dice Isaías (32,6), carece de esa hambre y de esta sed?

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2.° En torno a Moral y valoración de la Asamblea en lo doctrinal

I. La Moral milentu «mente humana o de validez universal

El hombre, según las Ciencias antropológicas y la Teología, es: un ser libidinal (tendente por propia constitución al placer o a la felicidad); capaz de al/uise. de lo libidinal o instintivo, a lo racional; y, de esto, a lo sobrehumano o lo teologal, en cuanto miembro de Cristo que es, en su uil/ úlliinii, o pin creación. Sólo merced a esto último, resulta objetiva In luí ti» iitgunienl ación de Sartre cuando dice: que "la moral es el siMeum» ilr lo* I mes; que debe actuar, con el fin de ella misma, la realúiil IIIIHIMMM", v que "un fin sólo puede ser planteado por un ser que eN HUÍ pnipln* pomhilidades, es decir, que se proyecta a esas posibilidad^» etl fl lulic ••, dicho con palabras de Heidegger, que es un ser de la* lunliimn " (('mías al Castor).

Este ser, como soterrado que Minia pin hombre, iil no haber sido su autocreador él, no puede el IIUMI mtmln, ni rehusarlo, por lo que dice el mismo Sartre: "put< IMI llbeilad no puede existir sino para un ser que en mi r • • ' mentó, es decir, responsable de su facticidad" (prijj '" no» lleva a esta conclusión: que, de no fiarnos de la !(• humo nbscondi-tus", paralelo al "Deus abscondiiun", , el "inconsciente freudiano", no podremos saber que en y nuil, pul tilllu, lu podremos utilizar.

De acuerdo con lo anterior, todo xei humano i|tie piense, tiene que desconfiar, tanto de lo teologal que no lengit en t nenia lo racio­nal, como de lo racional que no incotpoie n ni lo instintivo o libidi­nal, y de lo libidinal que rehuya lo racional

Con razón, decía Platón, en el lilebo: "¿(^uien de vosotros que­rría vivir poseyendo toda la sabiduría, toda la inteligencia, toda la ciencia y toda la memoria que es posible tener, u condición de no experimentar placer alguno, ni chico ni grande?"...

Lo cristiano está más cerca del Epicureismo que del Estoicismo y del Kantismo. Lo que marca la separación entre Epicureismo y Cristianismo no está en lo que respecta al placer, que ambos recono­cen que ha de ser regulado por la razón (dice Epicuro: No es posible "cum volluptate vivere nisi juste, températe, prudenterque vivatur"), sino en que, para Epicuro, el placer o la "voluptas" es el "summum bonum", la meta de la vida; y, en cambio, para el Cristianismo, la

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meta de ésta, aun en el Cielo, es la actividad, y el placer algo conco­mitante.

Una vida sin placer haría dificultosísimo lo religioso y más si esa vida nos viniera impuesta por una moral, imposible de ser tenida, ni como ontónoma (por lo dicho acerca del ser estructural del hombre), ni como teónoma (por no verse en ella un obrar consecuente, en tal caso, por parte de Dios) que no ha podido multiplicar en el hombre las fuentes del placer para luego prohibirle el llegarse a ellas.

Los que tanto hablan de "sublimación", de no bajar "el listón", de no confiar en engañosas "rebajas espirituales", invocando el "Sed perfectos como el Padre celestial es perfecto", ¿no se han enterado aún de que el sentido del mencionado texto no es ése, sino este otro: "Hacedlo todo, como el Padre celestial, de un modo perfecto"?; Apañados estaríamos si el "listón" fuera lo primero! En cuanto a dichas "sublimaciones" ¡cuántas hay más puramente verbales que reales!

Lo único que Dios exige a cada uno es que sea "auténtico" o no hipócrita (que esto ante los hombres vale muy poco, y ante El, nada), y que no sea holgazán, que no deje de hacer uso de todo lo que de El tiene recibido, buen uso, se entiende, y en orden a aumen­tar siempre el caudal inicial.

San Francisco de Sales, no tan rigorista como esos del "listón", y no menos santo que ellos, escribía en su Introducción a la vida devota: "En la creación del mundo, Dios mandó a cada planta que produjera fruto según su especie, e igualmente a los cristianos, que son las plantas vivas de su Iglesia, les ordena que cada uno produzca fruto de acuerdo con sus cualidades, estado y vocación". Y, si nos fijamos en la conducta de Cristo, lo que advertimos en el Evangelio son dos cosas: exigencia y condescendencia. Exigencia, para no arriar nunca el ideal de hacerlo todo del mejor modo posible; y condescendencia, para no exigir, desde nosotros, al otro más de lo que Dios a él le exige...

II. Una mayor valoración de la Asamblea en lo doctrinal

Si los cristianos supiéramos y quisiéramos aprovechar lo que llamaba el gran Pío XI "La Gran Didascalía de la Iglesia" (la asam­blea litúrgica) seríamos, a no dudarlo, el colectivo más culto o mejor formado en lo más fundamentalmente humano que es lo ético. Por­que ¿dónde hay colectivo alguno que, en cuanto colectivo, dedique media hora semanal a la formación de sus componentes?

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Por esto ¡qué responsabilidad la nuestra —la de fieles y sacerdo­tes— si una coyuntura así o "kairos" lo dejamos sin aprovechar!... De vez en cuando conviene que los pastores recordemos esto para tenerlo muy presente siempre y evitar que nuestras celebraciones no sean celebraciones a medias, pura celebración o rutina, ritos sin reflexión o carentes, en nosotros, de contenido...

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3.° En torno a las tentaciones de Cristo

No hay seguridad histórica alguna de que Cristo pasara, ni por las tres que dicen los evangelistas sinópticos, ni por la cuarta que ideó Kazantzakis y que ha llevado a la pantalla Scorsese.

Respecto de las primeras ¿cómo pudieron conocerlas los evange­listas? Tuvo que ser o por una revelación de Dios a ellos, o porque Cristo se las relatara. Ninguno de estos dos extremos aparecen en el Evangelio.

Respecto de la cuarta... Según Kazantzakis fue una tentación-sueño. Luego estamos en lo mismo: en el terreno de lo no real o no histórico. No se trata de tentaciones que afectaran a Cristo. No las tuvo.

Para entrar en el terreno de lo posible con algún fundamento, hay que partir del todo y no de las partes porque en el todo está la verdad o la realidad, no en las partes separadas que no las constitu­yen ni abarcan.

Cristo, por lo que San Juan con toda claridad nos dice, no fue en ningún momento de su existencia sólo hombre. Antes del hombre-Jesús, fue el Hijo de Dios que ideó hacerse hombre, y realizó esto en él.

— Primera consecuencia de esto: Aunque en Jesús hubiera dos "yos" psicológicos o dos niveles de conciencia —el humano y el di­vino— al no haber en él más que un Yo ontológico o responsable moral, de ahí que las dichas tres tentaciones primeras, aún más que la cuarta, resultaran imposibles en El, pues en ésta, al fin, se parte de algo natural o no malo, de algo que es normal o no inmoral (el apetito genésico); y, en las otras, de algo vicioso o contrario a la razón: cual es el utilizar ésta para lo irracional, o para algo tan inadecuado como es la palabra para la producción de alimentos; o el anhelar un poderío, no menos contrario a lo debido, para el avasallamiento de otros; o el hacer de Dios el colaborador de un payaso de feria.

— Nuevas consecuencias no menos absurdas: Si el Hijo de Dios, hecho hombre en Jesucristo, vino al mundo, no'para ser y obrar —engendrando nuevos hombres— un hombre más sino, como dice San Juan, para recoger a los hijos de Dios que andaban dispersos, ¿qué sentido tiene lo de Kazantzakis y Scorsese? Ninguno evidente­mente. Y, si vino, de acuerdo con esto último, a sacar a los hombres

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del mal o de lo irracional, sabiendo y reconociendo el diablo que era el Hijo de Dios, ¿cómo iba a ser tan tonto que quisiera probarle con lo menos arraigado en él, con el mal moral de las 3 tentaciones primeras?

Como se ve, ni a base de lo histórico, ni apelando a lo posible, se pueden tener como reales o sufridas por Cristo, ni las tres primeras de los sinópticos, ni la 4.a de Scorsese. Según Raymond E. Brown (El Evangelio de San Juan), las tres primeras tal vez fueran una presentación "en forma dramática" de lo que, según San Juan, que­rían unos (hacerle rey); otros (que les diera un pan del cielo; y sus parientes (que se exhibiera ante el mundo). Todo esto Cristo lo oyó; pero no causó otro impacto en II que el que causa en nosotros la lluvia estando en lugar seguro hasta donde la lluvia no llega.

No creo que lo acertado se» pciiNiu otra cosa. Por lo dicho: porque la verdad, como la realidad, cuta en el todo. Donde reine, en concreto, la coherencia.

Tal vez por lo apuntado, San Juan no hace mención alguna de la "supuesta" lucha interior que en (¡elsemaní, atribuyen a Cristo los sinópticos, ni le presenta en la Cruz ionio víctima de desamparo alguno interior por parte del Padre.

De ahí que no nos deje del todo satisfechos lo que, hablando de la simpatía mutua entre Cristo y María de Magdala, cscíihr Martín Descalzo. Dice lo siguiente él:

"No me detendré ni un segundo en descalificar las intci prefacio­nes que, ...ven turbiedades en estas relaciones. La turbiedad está en los ojos de cuantos no logran entender hasta qué punto en un hom­bre adulto y maduro puede haber, respecto a una mujer, un hondí­simo afecto que nada tenga que ver con la carne. Jesús es profunda y radicalmente hombre. Una ausencia total de esta limpia afectividad le convertiría en un reprimido o en un ser espiritualmente mutilado" (Vida y misterio de Jesús de Nazaret, tomo II, pág. 22)

Tal argumentación, no aparece convincente porque, si Jesús fue "un hombre, en todo semejante a nosotros menos en el pecado", y en la sexualidad no lo hay, lo lógico sería admitir en El la posibilidad de una sexualidad en acto o en ejercicio. Y recurrir a esto otro —de que "en un hombre adulto y maduro puede haber, respecto a una mujer, un hondísimo afecto (el subrayado es mío) que nada tenga que ver con la carne", añadiendo que "la ausencia total de esta limpia afectividad le convertiría a Jesús en un reprimido o en un ser espiritualmente mutilado"— me convence aún menos, porque ¿es cierto eso de que pueda darse tal afecto hondísimo? ¿Es "hondísimo"

4"̂ — Aña fitúrvim .. 673

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un amor puramente platónico en un hombre de carne y hueso? ¿Donde está la carne y hueso del hombre que ama así solamente?

¿Por qué, entonces, faltó en Cristo, sin ser "reprimido ni mutila­do", el amor sexual? Pienso que por lo dicho: porque el auténtico hombre, en Cristo, no era el hombre sólo; era el Hombre-Dios, que no venía, o no vino, a engendrar una nueva raza humana (de hijos de Dios), sino a reunir, y a llevar al hogar de Este, a los que ya lo éramos por la creación que al Padre le había pedido El, y que con su llegada, en cuanto Luz que dice San Juan, venía a hacernos ver esto aún más claramente que se lo hiciera ver, de lejos, a Adán.

En suma: la razón de su no sexualidad es su Totalidad: su ser hombre-Dios, y no sólo hombre perfecto y cabal.

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4.° En torno al pecado y conversión-penitencia

En su libro "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" (Ensayos sobre la sociología de la religión) dice Max Weber que "casi todas las ciencias deben algo a los diletantes; muchas veces, valiosos puntos de vista". Y sabido es también lo que se dice de un zapatero remendón (Jacobo Bohme) que ni sabía hablar correcta­mente el alemán: y fue quien le sugirió importantes ideas a Hegel. Ofrecemos, así, unas ideas en torno a pecado, conversión y Confe­sión.

I. £1 pecado

El profesor Andrés Tornos escribía en SAL TERRAE (octubre 1983): "Uno no sabe concretar bien ante sí mismo lo que le hace reconocerse pecador de una manera auténticamente personal".

De acuerdo y no de acuerdo con esto:

Si por pecado se entiende una ofensa del hombre a Dios, que llega hasta El, no se puede hablar de pecado, y menos con la fre­cuencia con que en la Iglesia se habla, porque, ni hay acción alguna con la que pueda el hombre herir a Dios, ni existe hombre alguno cuerdo al que se le ocurra hacerlo, pues equivaldría a escupir a lo alto o a disparar flechas contra el Sol.

En este sentido, todo hablar de pecado es hablar de una abstrac­ción o irrealidad.

De ahí, dicho sea de paso, lo dudoso del sentido de una Reden­ción objetiva del hombre por parte de Cristo, como reparación de una ofensa, y lo más procedente Redención iluminativa que se pro­pugna en este libro. Dice Santo Tomás: "Non enim Deus a nobis offenditur nisi ex eo quod contra bonum nostrum agitur" (C G,III,122).

— ¿El pecado entonces no existe?

Existe una realidad a la que le daría este otro nombre: una acción irracional del hombre, en contra de su conciencia, que es la Ley divina por antonomasia, el obrar que Dios quiere y espera de nosotros, no por Ley o Mandamiento alguno posterior, sino en virtud de lo que de El hemos recibido por creación, con nuestro ser de hombres.

El hombre es un ser, además de racional, personal o "ad alte-rum", y no "a se" sino "ab alio".

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— Al no ser "a se" sino "ab alio", el hombre ya no puede pensar en una libertad absoluta, como si en él "la existencia precediera a la esencia" (Sartre), y ésta hubiera de modelársela a su gusto él. La tiene recibida con la existencia, como la criatura real y concreta que, en el reparto del ser, le ha tocado ser.

Esto, por lo que hace a su ser "ab alio" y además racional o capaz de conocerse y, al menos, vislumbrar al Creador.

— Por lo que hace a ese mismo ser suyo, en cuanto personal o "ad alterum", también en su misma esencia o estructura se encuentra con unos deberes el hombre: para consigo mismo, y para con todos aquellos que de un modo u otro —a nivel personal, o a nivel real— están con él en relación.

Si el hombre, en cuanto ser "ad alterum" o personal no es sólo un yo individual, sino que es un yo social o comunitario, su obliga­ción es aceptar y cumplir unos nuevos deberes, los que tiene para con los otros en cuanto hombre, y, en cuanto cristiano, para con esos mismos hombres en cuanto miembros de Cristo, el Supercabeza de todos.

No querer atenerse a los primeros en el terreno social es obrar mal, irracionalmente, o contra lo que le exige su razón.

No querer atenerse a los segundos (a reconocer a Cristo como Cabeza suya sobre todo, habiendo sido creado por Dios con vistas a El), equivale a incurrir en lo que llama San Juan "el único pecado de muerte" porque equivale (si lo hace conscientemente y conociendo a Cristo lo suficiente) a un suicidio sobrenatural, a la pérdida de todo derecho a la inmortalidad.

— ¿Otros deberes más del hombre, a causa de su propia consti­tución? El de no abusar de su derecho a servirse de lo que está para su uso justo no para su capricho, y menos para su crueldad; y el de cuidar y no estropear la misma naturaleza inerte que han de necesitar otros seres como él.

He aquí, pues, una serie de deberes que sólo obrando irracional­mente puede el hombre dejar de cumplir y a los que viene obligado por la propia constitución suya o recibida de Dios, para no caer en el mal.

Como síntesis de todo lo que antecede, esto de San Pablo: "Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios"...

Correlativos a estos deberes son unos derechos: los de disfrutar, sin más restricciones que las que le impone su ser racional y "ad

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alterum", de todo lo bueno, de todo lo agradable, de todo lo perfec­tamente realizado en su línea, de todos los placeres que Dios ha creado para él y que nadie le ha de cercenar invocando "continencia" alguna, que no viene a ser más que una pura y odiosa represión. De nuevo aquí, como síntesis, esto de San Pablo: "Hagáis lo que hagáis, comer, beber, o lo que sea, hacedlo todo en honor de Dios" (sin estancaros en cosa alguna como algo definitivo y último) y con tal de que no sea en perjuicio de nadie" (ICo 10,31).

II. ¿Conversión o reconversión?

Habiendo sido el hombre hecho por Dios con vistas a Cristo para miembro personal de El, según el Nuevo Testamento, y siendo ya lo dicho objetiva u ónticamente por creación, al hombre, ser libre, que ha recusado o recusa esto, ¿qué le queda por hacer para su salvación? Una conversión, no, porque ya la ha intentado al no querer ser lo que realmente es; luego lo que le queda es hacer una reconversión o vuelta a no querer dejar de ser lo que por creación ya es.

III. La confesión

En cuanto al sacramento, la Confesión se encamina a proporcio­narnos un encuentro con Cristo en clima de misericordia y de per­dón, a través del sacerdote, como una especie de semáforo viviente de El.

Tenemos aquí un fin y unos medios:

El fin o la meta, Cristo Redentor o perdonador.

Los medios, uno inerte: el sacramento; y el otro, vivo: el sacer­dote.

— El actual modo de administrarse el perdón ¿le facilita al pe­nitente respirar un clima de misericordia? ¿Está de acuerdo con lo que en vida hizo Cristo y dejó indudablemente como norma?

En su parábola del hijo pródigo, el padre le tapa la boca a éste cuando se dispone a decirle: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti"; a nosotros en cuanto nos dice: Tribunal de misericordia o lugar de curación espiritual, bajo ambos aspectos, el Sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Precisamente por esto el Sacra-

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mentó implica, por parte del penitente, la acusación sincera y com­pleta de los pecados, que tiene por tanto una razón de ser inspirada, no sólo por objetivos ascéticos (como el ejercicio de la humildad y de la mortificación), sino inherentes a la naturaleza misma del Sa­cramento" (Juan Pablo II, Exhortación, etc., pág. 101).

El primero de los aspectos, de que habla ahí el Papa, subrayado aquí —tribunal de misericordia— ¿no es un contrasentido? La mise­ricordia es todo menos un juicio o tribunal... Del otro pasaje subra­yado: "lugar de curación espiritual"— ¿por qué ha de estar desterra­do todo cloroformo, toda evitación de dolor, todo derecho a la propia intimidad, cuando el que perdona no es el Confesor, sino Cristo a través de él? ¿Qué necesidad tiene éste "de la acusación sincera y completa de los pecados" si de lo que se trata, más que nada, es de si el pecador está o no dispuesto a no querer volver a cometerlos? Si esto, que es lo más importante, ni el penitente puede asegurárselo al confesor, ¿para qué quiere éste esas otras garantías, que no llegan a tanto?. "La naturaleza del Sacramento " (cosa de la Institución), ¿puede anular, en el penitente, los derechos de la perso­na, el derecho a la intimidad que hemos dicho? ("Non eripit mortalia qui regna dat coelestia") ¿Por qué querer desposeer a nadie de ese derecho, en la Confesión, obligadamente? ¿No estará más en la línea de Dios y de Cristo el aconsejar esa forma de Confesión tan sólo?

Quien haya leído lo que en MORALIA (núm. 25, vol. Vi l /1 , 1985, págs. 76-77) escribía el P. A. Hortelano, dirá: Que "la obliga­ción de confesar los pecados mortales por lo menos una vez al año (impuesta por el Concilio IV de Letrán y después confirmada con el Concilio de Trento) es una ley puramente eclesiástica": que, "respec­to de la necesidad de confesar los pecados mortales antes de comul­gar, el Concilio de Trento parece indicar que no es de derecho divino en sentido estricto, sino una costumbre eclesiástica, siempre que haya abundancia de confesores idóneos": y que, "en realidad la Eucaristía, según el mencionado Concilio, otorga el perdón de los pecados mortales (crimina et peccata ingenua)"...

A este propósito, preguntemos: ¿hemos notificado a los usuarios de la Confesión los párrocos esto? ¿Por qué tanto insistir (algunos grupos) en lo de la Confesión y tan poco en hacer la presentación de ésta sin silenciar nada? Se educa así, no cabe duda, para la sumisión; pero ¿para qué sumisión? Para la del que opta por dejarse guiar por la voz o la conciencia ajena como si él careciera de una propia. Cristianos, así sumisos, ¿son los que desea Dios, deseoso del des­arrollo de todos?...

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En el reciente Código de Derecho canónico se han suprimido las palabras del anterior, que imponían al penitente la obligación de manifestar al confesor todas las circunstancias que "speciem peccati mutant" pero ¿basta eso? En toda Confesión, cuando, por ser ésta frecuente, el confesor conoce al que se confiesa, con el conocimiento de las culpas de éste, tiene noticia —por mucho que se extreme el cuidado— de algún otro culpable. ¿Por qué ha de quedar éste difa­mado ante él?...

A vista de tantos inconvenientes como tiene la confesión indivi­dual, y no pareciendo de derecho divino, ¿por qué presentarla como eclesialmente obligatoria? ¿por qué no lo que antes decía: limitarnos, si acaso, a aconsejarla, cuando nadie quede humillado ante nadie con la acusación del que se confiesa?

En el número 454 de /•-'/ Ciervo, de diciembre de 1988, escribía Joaquín Gomis: "Los párrocos, que han querido restaurar la confe­sión individual, suprimiendo las celebraciones comunitarias de la penitencia, se han quedado sin unas y sin otras"...

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5.» En torno a la presencia de Cristo en la Eucaristía

La Eucaristía es el sacramento o signo de Cristo, la "representado Christi" por excelencia, su cuerpo "místico"; pero no su cuerpo físico, por lo que enseguida diremos. De ahí que, no sea acertado el decir, en el momento de la comunión: "Este es Jesucristo, el corde­ro"... porque hablar así es no medir el alcance de las palabras, o no saber lo que uno dice, y exponer la fe al ridículo...

— El que, en el momento de la consagración, ha dicho "Esto es mi cuerpo", en vez de "Este es mi cuerpo", y a continuación, como traducción del "Unde et memores" latino, ha añadido "Este" es el sacramento de nuestra fe, no puede luego decir "Este es Jesucristo" porque esto equivale (habiendo hablado de Camino, de Vid, de Puerta o de Luz) a decir del Camino, "Este es Jesucristo", o Esta vid es Cristo, o esta Puerta o esta Luz, con lo cual lo que se hace es crearle dificultades a la fe sin necesidad alguna en vez de facilitar el creer, a los fieles.

— El decir Cristo en el Evangelio "Yo soy el pan de vida", más que una iniciativa suya en exclusiva, fue una obligada respuesta o contrarréplica, en el sentido dicho, a lo que le objetaban sus oyentes judíos: "Moisés nos dio un día pan del cielo". No es acertado el invitatorio que dice: "Venid adoremos al Pan de vida, Cristo el Señor", cuando debiera decir: "Venid adoremos a Cristo, Pan de vida". Lo dicho es sacar las cosas de quicio, poner los tejados de cimiento y los cimientos de tejado.

— ¿Lo que, en San Juan, a continuación de lo comentado, viene: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida? Pa­rece, en opinión de ciertos exégetas, no haber sido dicho por el Señor en esta ocasión, sino en la Noche de la Cena, de la que, al no hablar San Juan, lo traslada aquí para completar lo anterior y decir­nos que, como el maná fue signo anticipado de Cristo, así la Euca­ristía es un signo posterior que El, en pos de sí, a nosotros, los de hoy, nos deja.

— Pero ¿y las palabras de Cristo, respecto de la Eucaristía, en los Sinópticos: "Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre que se derrama por vosotros"? Es claro que nos sitúan, no ante una sola cosa, sino ante dos: el "Esto" y mi Cuerpo; la "Copa" y la Nueva Alianza sellada con su sangre. Por lo que no se puede pensar en un "es" para nosotros o de cara a nosotros tan sólo. Así parece indicárnoslo incluso el mismo Canon de la Misa, que, en el momento de la Epíclesis, equivalente al de la Consagración para los griegos, dice:

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"Te pedimos, Señor, que santifiques estos dones de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo, que nos mandó celebrar estos misterios". Misterio equivalente a "signo", todo lo eficaz que se quiera pero sólo signo...

— A los que decían: "¿Cómo puede éste darnos a comer su cuerpo y a beber su sangre?", Cristo, según San Juan, les contestó, así: "Mis palabras son espíritu y vida", y con esto les tapó la boca.

A los que hoy se hacen eco, probablemente sin saberlo, de ellos, diciendo de los que comulgamos, que "nos comemos a Dios", creo que la única forma adecuada de taparles también la boca, es la que acabamos de indicar, la equivalente a las mencionadas palabras de Cristo, la de indicarles a estos nuevos cafarnatitas que nuestro comer y beber, en la Eucaristía, se refieren al pan y al vino como signos, no al mismo Cristo, que, en cuanto persona y ser humano espiritualiza­do por la Resurrección, es sólo sujeto del conocer y del amar (de la mente y la voluntad) no del estómago y los dientes.

En suma: que la presencia de Cristo en la Eucaristía, mejor que real, convendría llamarla personal, porque, si en la Eucaristía está el "mismo" Cristo, ¿qué sentido tiene silenciar lo principal en él —su Yo, su Persona— para destacar lo que ha cesado en El: su cuerpo y su sangre de antaño?

Hasta aquí lo referente al modo de presencia de Cristo en la Eucaristía y la forma mejor, de presentar dicho misterio a los fieles. Más sobre esto en "Ante la zarza ardiendo... todavía", cap. XXII, y en los domingos 19,20 y 21 del Tiempo ordinario, Ciclo B).

Por lo que hace a la fiesta del Corpus, como la del Sagrado Corazón de Jesús, la de su Preciosísima Sangre y hasta la de Cristo Sumo y eterno Sacerdote desdicen del Conjunto artístico que es el Año litúrgico. Decir lo de San Pablo antaño: "Nunquid divisus est Christus?" Se mata o se desluce al menos la belleza del Año litúrgico con tales taraceas o divisiones y subdivisiones de Cristo. Son árboles que no dejan ver el bosque. Puras modalidades, fuera de lugar y del tiempo de las celebraciones del Jueves y Viernes Santo. Darles rele­vancia, en la Liturgia, es hacer que ésta se contradiga. Ningún buen literato admitiría tales doblajes o sosias en su obra. Vienen a ser, en este sentido, lo que las novelas cortas, que Cervantes inserta en el Quijote. La belleza hay que cuidarla en todo. Sin ella la bondad y la verdad se encuentran sin atractivo; también la piedad, en el Año litúrgico.

Optemos aquí por la "sustancia", por la Persona y dejémonos de tantos y tantos "accidentes".

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6." En torno al celibato opcional u obligatorio

Visión o presentación del tema desde un triple ángulo:

a) Desde el ángulo del Evangelio:

No siendo limpio jugar con dos barajas, es claro que, si se echa mano del Evangelio para excluir del sacerdocio a la mujer, deberá hacerse constar lo hecho por Cristo con los varones: no excluir del mismo a los casados.

b) Desde el ángulo de la Iglesia:

También es claro esto otro: que, como nada impuso Cristo a la Iglesia (pasado aquel tiempo) haya podido parecerle mejor lo obli­gatorio, y de ahí que, a partir de la Edad media, haya impuesto, para recibir el sacerdocio, el voto de castidad a los sacerdotes.

Esto tiene sus ventajas y también sus inconvenientes para la Institución misma y para los fieles.

¿Ventajas para unos y otros? La de poder estar, en teoría, más libre el sacerdote para el servicio de ambos, por aquello de San Pablo: lo del corazón no dividido.

¿Los inconvenientes? No son menos de cara a los mismos. No es lo mismo ir a un trabajo —el que sea— con alegría, sintiéndose uno feliz o no echando nada de lo natural de menos, que ir a él un tanto violento por tener que estar constantemente vigilando el enemigo que lleva dentro y que, con la cadena al cuello, se torna más exigente y más violento...

c) Desde el celibato mismo:

Si Cristo no impuso nada en este terreno; si, a la Iglesia-Institución (no ya a los fieles), el celibato, cuando no va precedido o seguido inmediatamente por el carisma (cosa esta última que nadie tiene asegurada) le puede perjudicar tanto y más que beneficiar, (porque ningún incumplimiento de las leyes favorece al que las da y las mantiene), ¿por qué hoy un "sí" en vez de un "no" al celibato obligatorio? Porque no todos los párrocos seamos licenciados o doctores en Teología, ¿pasa algo malo en la Iglesia? Si no exige ésta lo posible, a nivel humano, ¿por qué exigir, a nivel sobrenatural, lo que en las manos de Dios está tan sólo?

No tuerza nadie el ceño porque lo que voy a añadir venga de Lutero : "Dirás... que hay que pedir a Dios la gracia, la cual a nadie

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niega. Lindamente dicho. ¿Por qué no aconsejaste también a San Pedro que pidiese a Dios el no ser aprisionado por Herodes? ¿Se puede juzgar así en cosas tan serias? ¿Y si Dios no quiere que se le pida? ¿O si se le pide y no quiere oir? De este modo nos enseñarás a todos a votar el celibato y después a orar que no sea imposible, y así forzarás a Dios a revocar aquella ley divina impuesta a la natu­raleza: 'Creced y multiplicaos', modificando su palabra creadora". "Cuando el célibe —continúa Lutero— hace voto de castidad ¿qué otra cosa promete sino algo que no está, ni puede estar absoluta­mente en sus manos, siendo ello un don sólo de Dios, que el hombre puede recibir, más no ofrecer?... Imagina un loco que hiciera este voto: 'Hago voto, Señor, de formar nuevas estrellas y de trasladar montes'. ¿Qué juzgarías de ese voto? Pues nada se diferencia del voto de castidad"... "Masculus et femina sumus. Deus ad propaga-tionem dedit carnem, sanguinem et semen; non possunt quae Dei sunt servari nisi in matrimonio" (Textos tomados de R. G. Villosla-da, LUTERO, vol. II, págs. 51, 52 y 110, BAC, 1973). Lortz última­mente ha dicho que Lutero era un "homo religiosus".

De sus escritos, dice el P. R. G. Villoslada: "Es innegable que éstos, sencillos, fuertes, rebosantes de vida, abogando por una reli­giosidad más auténtica, sin formalidades y ceremonias, ni preceptos eclesiásticos, fundada en la sola palabra de Dios o en lo que se estimaba tal, presentaron de un modo fascinador a millares y milla­res de personas la imagen de un cristianismo más atrayente que el que venían predicando desde antiguo los curas con sus prácticas rutinarias, los frailes con su ascetismo difícil, los teólogos escolásti­cos con sus agudas disquisiciones, y los Papas con sus leyes y pre­ceptos" (obra, cit. pág. 110).

Hoy sabido es que, desde el Vaticano II, Lutero está siendo rehabilitado desde la misma Roma.

Permítaseme añadir: Si los que optan por el no, al celibato op­cional, no pueden decir que lo hacen con miras al bien de la Iglesia-Institución, ni al de los fieles, como hemos visto, ¿qué resta? Que lo harán por otro motivo bueno. Este puede ser el ver robustecida su opción celibataria con la aceptación de la misma por muchos. Pero, si la fe —que es don mayor— no puede ni debe a nadie imponérsele, ¿por qué esto otro? Si tanto estiman su carisma éstos ¿cómo es que no hacen lo que el Evangelio nos dice respecto del "tesoro escondido" y de la "perla preciosa"? ¿No sería esto en ellos lo más natural, y lo más convincente de cara a todos? No parece estar muy convencido de la esquisitez de una cosa el que quiere sacarla al mercado y ponerla en manos de todos a la fuerza.

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Cabe preguntar aún más: ¿se respeta ahí lo del Vaticano II que indica que "en toda elección se ha de actuar, de acuerdo con la propia conciencia, guiada por la convicción interna, personal, o sin coacción alguna, ni interna ni externa"? (Gaudium et Spes, núm. 17) ¿Para qué exigir el voto previo de castidad para el sacerdocio, que no tiene por qué ser celibatario, al que opta por él por convicción interna? Y, si por ésta no se mueve, ¿qué viene a ser ese voto sino, además de una coacción interna y externa, una coacción innecesaria de pecados constantes, sobre todo internos o de deseo? ¿Se puede querer esto, dando valor a lo de Cristo: "El que viere a una mujer para desearla ya ha adulterado en su corazón"?

"El orden social y su progresivo desarrollo —prosigue la misna Gaudium et Spes en el núm. 26— deben en todo momento subordi­narse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario".

Un comentario a lo anterior, podrían ser estas palabras de Péguy: "Jesús vino a traernos una nueva ley. Vino para coronar el orden de la naturaleza con el orden de la gracia, pero no con la humillación del orden natural. Mal le entenderíamos, y mal le serviríamos que­riendo fundar su reino en la destrucción del primer fundamento" (Conf. Hans Urs von Balthasar, GLORIA, vol. 3, pág. 419).

Más natural y más sobrenatural, por más humano, que lo del voto de castidad, parece esto otro que la Carta de San Bernabé, a todos, sin distinción, nos dice: "Por el bien de tu alma sé casto en el grado que te sea posible" (Breviario, Miércoles de la semana 18.° del Tiempo ordinario, Lectura 2.a).

"Son muchas las Conferencias episcopales —dice Schillebeeckx en el citado libro— que piden que el celibato sea facultativo; un 50 por 100, si no más de los Obispos esparcidos por todo el mundo, es más liberal y pastoralmente más progresista que el Sínodo de 1971, en el que tampoco faltaron voces pidiendo lo mismo" (págs. 195, 198, 202 y 204).

En suma que "al menos la mitad de la Jerarquía de la Iglesia desea tomar un rumbo diferente del que fue sancionado en el Síno­do" (pág. 210).

Como final de este Excursus: Si Juan XXIII pudo, al final de sus días (y ¿quién sabe si no siempre?), andar angustiado por el problema del celibato sacerdotal —él, que tan buen conocedor era de la histo­ria y de los hombres—, ¿por qué no sentir esa preocupación nosotros todos, desde los más jóvenes a los más viejos?

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Este Excursus obedece a esto.

Debido a lo expuesto; a que la Iglesia somos todos; y a que, en ella, no debe faltar la opinión pública o de todos, me he decidido yo a dejar constancia ele la mía sobre el celibato en este Excursus, sugerido por una ordenación sacerdotal y por el día del Seminario.

Si el carisma del celibato lo pudiera garantizar la Iglesia a los sacerdotes, el celibato sería lo ideal para el servicio de la Iglesia. Al no asegurárnoslo su ley, ¿contribuye ésta en algo al bien espiritual del sacerdote y de la iglesia? Ahí queda mi pregunta sin casi espera de respuesta, porque una ley así, ante Dios, ¿a qué obliga?

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7.° En torno a Evangelización, Año Litúrgico y Homilía

(Fiesta de San Juan de Avila)

1. En busca de un comienzo

Un libro español muy célebre empieza así: "Sabia máxima fue siempre, aunque no por todos practicada en fuerza de ser trivial, la de comenzar por el principio".

A propósito de esto, hay una página chestertoniana en que se describe a un grupo de ingleses, discutiendo acaloradamente, pese a su flema, sobre si quitar una farola que les está iluminando en la noche, o sustituirla por otra. Acierta a pasar por allí un fraile y le piden su parecer. Este, de corte medieval aún, empieza por querer plantear la cuestión, more scolastico, así: "Ante todo veamos si la luz es un bien". A ellos esto les parece una cosa sin utilidad alguna y le despiden... Solos ya, uno le da un bastonazo a la farola y se quedan a oscuras; y en la oscuridad se propinan leña a mansalva unos a otros...

¿No nos ocurriría a nosotros lo mismo si, dejándonos llevar de lo inmediato, empezáramos, sin más, a hablar de unas bodas de célibes, de unas bodas sacerdotales? Lo mejor, para no caer en un "enuntia-bile sine re", en un lenguaje carente de significación concreta y de contenido, ¿no será lo del fraile chestertoniano: preguntarnos, antes de nada, cuál es o puede ser a este propósito la posible Dama o "Señora Elegida" nuestra; cuál nuestra posible luna de miel con ella, y la duración de ésta; y cuál el momento cumbre —moroso y amo­roso— de entregarnos a dicha Dama o "Señora Elegida", de que San Juan nos habla?

2. "La Señora Elegida" nuestra

Ni que decir tiene que, tratándose, no de nuestros hermanos los sacerdotes ortodoxos griegos, sino de nosotros los sacerdotes de la Iglesia romana —sacerdotes célibes— tiene que ser una Dama, como la "analogia entis", sólo en parte verdadera, no en sentido pleno.

Nuestra Dama en este sentido: Para unos, como el P. Francisca­no de nuestra litúrgica convivencia de ahora, dirán seguramente que es la Pobreza; otros, como los concelebrantes Cistercienses, quizá

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que el Trabajo y el Silencio; otros, como el Carmelita, que la Oración mística; alguno de los Diocesanos (casi se lo acabo de oír así a un amigo al venir a esta celebración) que el Breviario, llamado antaño "la Suegra" por otros.

Como no puedo inhibirme, tengo que deciros que para mí la Dama o Señora Elegida no es ninguna de ésas.

No hago asco alguno: de la Pobreza, en la que vivo, sin quejum­bres ni lamentos, como una extensión más de mi finitud; ni del Trabajo y del Silencio, que ocupan la mayor parte de mi vida; ni del Breviario, del que ningún día me olvido, pero del que tengo que añadir lo que un antiguo feligrés mío, al ensalzar a su suegra, repetía constantemente: "Y conste que yo no estoy enamorado de mi sue­gra". El Breviario no es tampoco mi gozo...

Lo que a mí me enamora, lo que para mí es la auténtica Dama espiritual y hasta carnal, mi Señora Elegida, en este sentido, es la Tarea, apostólico-literaria de la Evangelización, del anuncio de Cris­to, con los mejores medios a mi alcance.

Un sacerdote, sin algún grado de vocación o actividad literaria, para mí es inconcebible, porque, ¿cómo puede anunciar a Cristo —su deber principal— con la palabra, quien carece de toda vocación literaria?...

Visto, pues, lo de la Dama y sus adornos, pasemos a lo segundo: a lo de la Luna de miel con ella:

—La Luna de miel, para mí, es el Año Litúrgico, que, como dice la "Mediator Dei", n. 4, "es el mismo Cristo" que sigue peregrinando entre nosotros como antaño por las tierras de Palestina, y sirviéndose de nuestras lenguas como de otros tantos altavoces que hagan oír su voz entre las gentes de hoy y de nuestro entorno.

¿La duración de esta Luna de miel para mí? Ya os lo podéis figurar, siendo esta Luna el Año Litúrgico. Es de un año entero, el de la duración del Ciclo litúrgico.

—Vamos a lo que he denominado "el momento cumbre —moro­so y amoroso—":

Como os lo supondréis también, es el de la Homilía, vista como tarea apostólica y a la vez literaria, formando estos dos adjetivos un constructo intimísimo.

¿El poiqué de este constructo? Mi razonamiento con un escueto silogismo:

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El Año litúrgico es, según todos, un Monumental Conjunto ar­tístico;

La Homilía, según el Vaticano II, es una parte o porción de él;

Luego la Homilía, para no desentonar de ese Conjunto, debe ser una obra de arte, al menos en pequeño.

No hay más remedio que intentar esto. El que lo descuide que­dará, ante Dios, mal con El, mal consigo mismo, y mal con los oyentes. Esta es, sinceramente y sin tapujos, mi creencia.

3. El capítulo de las dificultades

También lo tiene la Homilía; pero no hay por qué asustarnos ante él. En Jean Guitton he leído estos días: "No me extraña el que no me hayan enseñado nunca los comienzos. En todo, la idea de emprender algo favorece la angustia, después la pereza, por último el orgullo y la desesperación" (El trabajo intelectual), el arrojarlo todo por la borda. Pereza, al comenzar; angustia, al no saber por dónde hacerlo; orgullo, herido uno por su impotencia, y la desespe­ración como resultado último, o lo de dejar el bolígrafo, romper el papel y decidirse a lo de "salga lo que saliere".

Todo esto no tiene por qué ocurrimos a nosotros, porque, con atenernos al Año Litúrgico como algo orgánico, y empezar la Homi­lía siempre con un "Decíamos ayer" (con recordar lo del día pasado para anudarlo con lo del presente), la dificultad mayor, la que cons­tituye la causante de las otras, la tenemos resuelta.

Se acabaron las angustias, las perezas, los orgullos, las desespe­raciones (de tipo literario) con sólo enfocar así el Año litúrgico y la Homilía.

Tiene Umbral un libro llamado "Las giganteas", en el que hace la historia del Valladolid de sus tiempos mozos, utilizando los veri­cuetos y cosas que, en el Pisuerga, se encontraban, a su paso por Valladolid, esos años... Otro tanto, pienso yo, que debemos hacer nosotros para lograr lo del Vaticano II: el brindar a los fieles "todas las verdades de la fe y todas las normas de vida cristiana", per anni liturgici cursum, aprovechando el curso, el discurrir, el correr, del Año litúrgico.

A unas homilías que sean algo orgánico, hay que ir porque, de lo contrario, nos pasará que apenas lograremos con nuestra predica­ción nada por falta de interconexión de unas cosas con otras. Con

688

sólo los materiiilm reunidos para una catedral, no tenemos catedral ninguna. Con uilquírir madejas y madejas, sin hacer tejido alguno, no tenemos un jrmey. Un montón de perlas, por costosas que sean, no forman un colliti. Un poeta no logra hacer una auténtica poesía con sólo amontoiinr imágenes bellas que pueden quedarse en eso, en imágenes aislada» o lipios, si no forman conjunto alguno literario o poético...

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Page 345: hernandez, justo - año liturgico

8.° En torno al hito de la Evangelización y cómo presentar a Cristo

(Ejercicios espirituales en la fiesta de San Bernardo)

La Liturgia nos trae a nuestra celebración de hoy la figura de un gran Pastor (San Bernardo) que con su predicación iluminó a mul­titud de fieles y adoctrinó al mismo Papa de entonces —Euge­nio III— con su libro "De consideratione".

Con esto a la vista dispongámonos a reflexionar sobre lo que la Palabra de Dios nos dice: (Lecturas de la XX semana, ciclo C).

1. La nada del aplauso

Lo inesperado de estas Lecturas nos habrá impactado.

"¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!", primera advertencia grave que Dios, por Ezequiel, nos hace.

¿Qué es apacentarnos a nosotros mismos? Buscar en el ministerio (en el de la Palabra sobre todo) el aplauso, la gloria.

¿A quién no le halaga la fama? Recordaréis lo que leíamos de Cicerón cuando en el latín dábamos nuestros primeros pasos. La fama enloquece, hace andar desalados y de cabeza a los hombres todos...

Pero nosotros, ¿podemos ir en busca de ella cuando anunciamos el mensaje de Cristo a nuestros feligreses? ¡Qué pobres hombres seremos, qué engañados andaremos, si en esto pensamos! Para nues­tros feligreses (que poco o nada entienden de bellezas retóricas o literarias) nuestros posibles aciertos son la cosa más natural del mundo: algo que a ellos no les causa impacto alguno como no les extraña el que un ave de sus campos vuele con garbo o una rosa de sus huertos exhale un grato perfume.

Aunque lo advirtieran, ¿es que puede importarnos algo el aplauso de unos hombres como ellos? Él aplauso que se busca —que buscan los hombres-hombres— (los que son algo), es el de "las mareas suavísimas de Apolo", como decía Gracián, el aplauso de los que están en las alturas; no el de quienes andan a ras del suelo y apenas de éste se elevan nada.

690

¡Pobres de nosotros, pues, si.en pos del aplauso vamos! "¡Ay de los pastores que se alimentan a sí mismos!"; y, lo que es peor, como el camaleón, ¡de aire!...

2. ¿Algo peor aún?

Pues sí, lo que sigue diciendo Ezequiel: el no pastorear, el no apacentar a nuestros encomendados: el obligarles a vivir de aire en otro sentido, de nada. "¡ Ay de los pastores que se comen la enjundia de sus ovejas y no las apacientan", no les dan, en cambioo, nada!

"El justo (el fiel) vive de la fe": del pensamiento y del querer divinos, que llegan hasta él a través de la Palabra, puesta en vibra­ción para ellos por nuestra garganta. Pero, si no les hablamos —si no les transmitimos ese pensamiento y ese querer de Dios—, ¿de qué van a vivir? De lo dicho, de lo del camaleón imaginario que no real: de puro aire, de nada...

3. ¿Cómo apacentar nuestras ovejas?

La Liturgia de las Horas nos ha hablado de San Bernardo "cuya alma, iluminada con los resplandores del Verbo eterno, irradió luz a toda la Iglesia".

Los resplandores del Verbo, ¿los hemos captado nosotros? Ayer nos hablaba el Director de Ejercicios de la gran dificultad que, para la aceptación de la fe entraña la presencia del mal en el mundo. Hay que aclarar la presencia de ese mal. El mal no es el que ha hecho venir al mundo al Verbo. El Verbo y su venida, en la menta creadora, son anteriores al mal. Cristo nos redimió porque éramos miembros suyos, porque fuimos ideados y hechos para El y con vistas a El. En suma: que Cristo es "el principio de la Creación de Dios", como dice el Apocalipsis, y no sólo su meta. "Todo ha sido hecho por El y para El y nosotros también", dice San Pablo.

Tenemos que anunciar esto, tenemos que empezar por esta pre­sentación de Cristo, si queremos que el conjunto de nuestros dogmas sea un conjunto de verdades vivas y orgánicas, y no un cillero de "trágalas" o de conceptos muertos y no bien olientes.

Yo estoy seguro de que si presentáramos a Cristo así —como el Núcleo de la Creación, con el que estamos intrínsecamente vincula­dos todos y en lo más hondo— la mayoría de los que nos oyeran y

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entendieran, aceptarían la fe, se adherirían a Cristo, al menos mental y afectivamente (mente et corde) y lo de "opere etiam", que es más costoso, también vendría porque toda idea y todo sentimiento, ¿no son una auténtica fuerza?

La razón misma nos dice que hay que pensar en una presentación de Cristo y de la Creación así... El blanco de una actividad infinita, como es la actividad creadora, no puede ser el hombre, no pueden ser las cosas; tiene que ser un Infinito, y, cabe al Padre creador, no hay más Infinitos que el Hijo y el Espíritu.

A base de una presentación así de la fe armonizaremos los mis­terios sin que dejen de ser misterios. Sin esto no tendremos —permí­taseme repetirlo— más que "trágalas" a las que, con razón, se resis­ten las inteligencias.

4. Que una presentación de Cristo así —en intima trabazón con Dios, con el mundo y con nosotros—, ¿supone un gran esfuerzo?

Es verdad: pero, ¿no dice el Vaticano I que los misterios cristia­nos hay que presentarlos concatenados entre sí y formando un todo "cum fine ultimo hominis"? Luego es preciso hacer este esfuerzo y salir de pastorales trilladas y rutinarias, de pastorales que olvidan lo más dinámico y de más garra que la fe nuestra tiene. Lo que decía, con satisfacción, el pintor de un cuadro: "Me ha costado media hora en hacerlo, y la vida entera en concebirlo". ¿Por qué no asumirlo, y también con gozo, nosotros, respecto de la tarea que os digo? ¿Es que no vale la pena el triple denario, con que nos pagará un día el Amo —el denario de nuestra perennidad en el ser, de nuestra inmor­talidad en el bien, y el de nuestra liberación para siempre de toda mancha que nos pueda afear y molestar?

Animémonos a un trabajo así en la viña —en la evangelización de nuestras gentes— desde la mañana hasta la noche, desde el co­mienzo de los primeros pasos (los que en ellos estáis), hasta la terminación de los últimos, en los que ya estamos otros...

Que San Bernardo, "lámpara ardiente y luminosa", iluminado un día con los resplandores del Verto eterno, nos ayude a recibir la luz total de Cristo.

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ÍNDICE

Págs.

Abreviaturas de los libros bíblicos 6 Prólogo 7

CICLO "A"

Panorámica del Ciclo "A" 13

ADVIENTO

I domingo: Jesucristo "Monte altísimo" 15 II domingo: Jesucristo "Monte Venero" o manantial de todos

los bienes 19 III domingo: El fin que se propuso el Hijo con la Encarna­

ción 22 IV domingo: Camino singular del Hijo de Dios al encar­

narse 25

NAVIDAD

Vigilia de Navidad: Lo irrepetible en el nacimiento de Cristo y su actualización 29

Navidad: 1.a misa, de media noche: Cómo vivir la Navidad. 31 2.a misa, de aurora: El luminoso misterio de la Navidad 3 , 3.a misa, del día: El "sí" a Cristo que El nos pide.. 3*-

I domingo, infraoctava de Navidad: Sagrada Familia: Nues­tro "sí" a Cristo, a nivel familiar o comunitario l 0

693

Page 347: hernandez, justo - año liturgico

Págs.

Octava de Navidad: Santa María, Madre de Dios: El "sí" de María y nuestro doble "sí" a Cristo 41

II domingo de Navidad: Jesucristo, el Dios con nosotros en toda situación nuestra 43

Epifanía del Señor: Ser luz como Cristo 45 Domingo después de Epifanía: (I tpo. ordinario): Bautismo

del Señor: Jesucristo, en su vida es como un solitario y herguido obelisco 48

CUARESMA

Miércoles de Ceniza: Nuestro programa para la Cuaresma. 53 I domingo: La situación sobrenatural del primer hombre y la

nuestra de ahora 56 Viernes I: La redención es realidad dinámica 59

II domingo: Nuestra participación en la redención 61 Viernes II: La doble mira de Cristo Redentor: Glorificar al Padre y salvar a sus hermanos 64

III domingo: La sed de tres grandes sedientos y la nuestra... 66 Viernes III: Nuestro hito, nuestra meta, nuestro camino .. 68

IV domingo: El misterio pascual y el bautismo 70 Viernes IV: Las luchas de Cristo con los fariseos y nuestras luchas postbautismales 72

V domingo: El misterio pascual y la penitencia 74 Viernes V: Con Cristo, al otro lado del Jordán, también nosotros 77

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: Día de celebra­ción procesional con Jesús 79

PASCUA

Jueves Santo: La Eucaristía, anticipo del Misterio Pascual.. 81 Viernes Santo: Lo oscuro y lo luminoso del Misterio de este

día 84 Sábado Santo: La Resurrección de Cristo, culminación del

Misterio Pascual 86 I domingo de Resurrección: Cristo resucitado, germen de un

mundo nuevo 88 II domingo: Nuestra incorporación al mundo nuevo o de la

fe 90 III domingo: Gozar la presencia de Cristo 93

694

Págs.

IV domingo: Recibimos la fuerza de lo alto 95 V domingo: Importancia de no perder la calma 97 VI domingo: Anunciadores de Cristo 100 VII domingo: Ascensión del Señor: Interrogantes ante el

proceder de Jesús 102 Vigilia de Pentecostés: Vigilia-anuncio 104 Pentecostés: El gran don de Cristo a la Iglesia 106 Santísima Trinidad: Dios, la Creación, y nuestra respuesta . 109 Corpus Christi: La Eucaristía realiza una doble unión 112

TIEMPO ORDINARIO

I domingo: (Cfr. Tiempo de Navidad: Bautismo del Señor). II domingo: Jesucristo, luz y salvación para todos 115 III domingo: Cristo hace la síntesis de su actividad magiste­

rial .118 IV domingo: El autorretrato de Cristo es nuestro espejo 121 V domingo: Los cristianos, luz del mundo de hoy 124 VI domingo: El camino desde el legalismo hasta la religiosi­

dad 126 VII domingo: Nuestra postura frente al mal 129 VIII domingo: Nuestra búsqueda y talante de cristianos 131 IX domingo: Cumplir los mandamientos y derecho a la Glo­

ria 133 X domingo: Crecer en el conocimiento de Dios 135 XI domingo: El Dios verdadero de la revelación 137 XII domingo: La religiosidad da confianza 140 XIII domingo: Primer envío de los apóstoles por Cristo 142 XIV domingo: Cristo completa la labor de sus enviados 144 XV domingo: La palabra de Cristo hoy entre nosotros 147 XVI domingo: El mal y nuestra religiosidad 149 XVII domingo: Jesucristo, tesoro infinito a nuestro alcance. 152 XVIII domingo: Jesucristo y los anhelos de inmortalidad.... 155 XIX domingo: Nuestra actitud religiosa frente al secularismo

de hoy 157 XX domingo: Motivos para sembrar confianza en Dios 160 XXI domingo: Autonomía del hombre y religiosidad 162 XXII domingo: La cruz no es una meta, pero puede ser un

deber 164 XXIII domingo: La denuncia profética del mal 166 XXIV domingo: El deber de perdonar 168

Page 348: hernandez, justo - año liturgico

Págs.

XXV domingo: Un deber que es gozo y no cruz: el aposto­lado 170

XXVI domingo: Amistad y voluntad de Dios 173 XXVII domingo: La base de nuestra fe en la revelación 176 XXVIII domingo: Año litúrgico y Asamblea Eucarística 178 XXIX domingo: El Espíritu, la única fuerza de la Iglesia 182 XXX domingo: El precepto mayor 185 XXXI domingo: El servicio de la Palabra 188 XXXII domingo: Esperanza y vigilancia 191 XXXIII domingo: Exhortación al esfuerzo 194 XXXIV domingo: Jesucristo nos ofrece el premio 197

SANTORAL Y OTRAS FIESTAS

Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre): Puesto de María en la historia de salvación 201

Presentación del Señor (2 de febrero): La misión redentora de Cristo y de la Iglesia 204

San José (19 de marzo): La humildad y grandeza de San José 207

San José Artesano (1 de mayo): La proximidad de San José a nosotros 210

San Juan Bautista (24 de junio): La misión de Juan el Bau­tista 213

San Pedro y San Pablo (29 de junio): Nuestros deberes para con la Iglesia 216

Santiago Apóstol, Patrón de España (25 de julio): La fiesta de nuestro Evangelizador 219

Transfiguración del Señor (6 de agosto): Fortalecer la fe 222 Asunción de la Virgen María (15 de agosto): Culminación de

la vida de María 225 Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre): El auténtico

sentido de esta fiesta 228 Nuestra Señora, la Virgen del Pilar (12 de octubre): La Vir­

gen es columna que apoya y guía nuestra fe 231 Todos los Santos (1 de noviembre): El cielo supera nuestras

expectativas 234 Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviem­

bre): Nuestra ayuda a los que partieron 237 Dedicación de la Basílica de Letrán (9 de noviembre): Un

hueco en la Liturgia para el templo 239

696

Págs.

CICLO "B"

Panorámica del Ciclo "B" 243

ADVIENTO

I domingo: Miseria y grandeza del hombre ante Dios 245 II domingo: Seguir a Cristo nuestro Restaurador 249 III domingo: Nuestro ser religioso 252 IV domingo: Lo que piensan del hecho religioso los no cre­

yentes 255

NAVIDAD

Vigilia de Navidad: Un día de júbilo, de parabienes y refle­xión 259

Navidad: 1.a misa, de media noche: Cristo, raíz y meta de todo 262 2.a misa, de aurora: Contemplación del misterio del Verbo Encarnado 264 3.a misa, del día: Profundizar en el misterio del nacimiento de Cristo 266

I domingo, infraoctava de Navidad: El hogar que se nos presenta hoy como modelo 268

Octava de Navidad: Santa María Madre de Dios: La Mater­nidad de María 271

II domingo de Navidad: Grandes misterios que recordamos. 273 Epifanía del Señor: La manifestación de Cristo al mundo

gentil 276 Domingo después de Epifanía: (I tpo. ordinario): Bautismo

del Señor: Presencia de Jesús en el Jordán 278

CUARESMA

Miércoles de Ceniza: El misterio redentor que conmemo­ramos 281

I domingo de Cuaresma: Adán y Noé, figuras de Cristo 284 Viernes I: Causas de nuestro empequeñecimiento 286

II domingo: Isaac, nuevo esbozo de la figura de Cristo 288 Viernes II: Nuestro porvenir en peligro 291

III domingo: Nuevos rasgos de la figura de Cristo „. 293

697

Page 349: hernandez, justo - año liturgico

Págs^

Viernes III: La sed que más falta nos hace 295 IV domingo: Dos nuevos bocetos de Cristo 297

Viernes IV: Un grave mal: la ceguera voluntaria 299 V domingo: Cristo, el grano de trigo que cae en tierra y

muere 301 Viernes V: Lázaro vendado y nosotros 304

Domingo de Ramos: Jesucristo, espejo nuestro 307

PASCUA

Jueves Santo: La gran víspera del Misterio Pascual 309 Viernes Santo: Ayer y hoy de Cristo en la liturgia 312 Sábado Santo: Vigilia Pascual: La culminación del triduo

sacro 314 I domingo de Resurrección: Pedro y Juan vieron y creyeron. 317 II domingo: El Señor apuntala la fe del apóstol Tomás 321 III domingo: Cristo resucitado, garantía de vida 321 IV domingo: Misterio pascual y seguimiento a Cristo 324 V domingo: Nuestra vinculación con Cristo resucitado 327 VI domingo: El anhelo de Cristo hacia el que no cree 330 VII domingo: Ascensión del Señor: la Ascensión, síntesis de

las manifestaciones de Cristo 332 Vigilia de Pentecostés: Hecho trascendental en la Iglesia 335 Pentecostés: Nuestras relaciones con el Espíritu 337 Santísima Trinidad: El Dios de nuestra fe: Dios Uno y Trino. 340 Corpus Christi: Jesucristo preside desde la Eucaristía 343

TIEMPO ORDINARIO

I domingo: (Cfr. Tiempo de Navidad: Bautismo del Señor). II domingo: Jesús se rodea de seguidores 347 III domingo: El mensaje de Cristo al mundo 350 IV domingo: Autopresentación de Cristo como Salvador .... 353 V domingo: Cristo, modelo de actividad 356 VI domingo: La Creación, base de desarrollo 359 VII domingo: Dios y su proceder con nosotros 362 VIII domingo: Un símbolo del amor de Dios a los hombres. 365 IX domingo: Una luz en nuestro caminar 367 X domingo: Nuestro ser sobrenatural 369 XI domingo: La vitalidad interna y externa de la fe 372 XII domingo: Jesucristo "Iniciador de la fe" 375

698

Págs.

XIII domingo: Por el milagro a la admiración y a la fe 378 XIV domingo: La resistencia a creer 381 XV domingo: Empeño de Dios en hacerse oír 383 XVI domingo: El comportamiento de Dios con los anuncia­

dores de su mensaje 385 XVII domingo: Nuestra vinculación con Cristo 388 XVIII domingo: Lo que de nosotros espera el Padre 391 XIX domingo: Lograr una fe plena 394 XX domingo: Necesidad de nutrirnos con el cuerpo de Cris­

to 397 XXI domingo: Cristo, modelo de modelos 398 XXII domingo: La religiosidad en plenitud 402 XXIII domingo: Superar individualismos y subjetivismos ... 405 XXIV domingo: Conocer y sentir de cara a la fe 408 XXV domingo: "Por la cruz a la luz" 410 XXVI domingo: El amor elimina las rivalidades 413 XXVII domingo: Rivalidad y divorcio 416 XXVIII domingo: La perfección armoniza sabiduría y bon­

dad 420 XXIX domingo: Jesucristo, guía y Maestro de perfección ... 423 XXX domingo: Nuestro glorioso final 426 XXXI domingo: La convivencia, base del examen 428 XXXII domingo: Confianza y culto a Dios 431 XXXIII domingo: El Señor reunirá a los elegidos 434 XXXIV domingo: "Y su Reino no tendrá fin" 437

SANTORAL

Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre): La Vir­gen, en la mente divina, vinculada a Cristo 441

San José (19 de marzo): San José, primer presentador de Cristo 444

Santiago, Patrón de España (25 de julio): El primer sembra­dor de la fe en España 447

Asunción de la Virgen María (15 de agosto): María, símbolo de lo que anhela y espera la Iglesia 450

Todos los Santos (1 de noviembre): El horizonte de los San­tos 453

(Otras fiestas, cfr. Ciclo "A")

Page 350: hernandez, justo - año liturgico

Págs.

CICLO "C"

Panorámica del Ciclo "C" 459

ADVIENTO

I domingo: La vida como camino 461 II domingo: Etapas en nuestro caminar hacia Cristo 465 III domingo: La alegría, clima moral de la conversión 468 IV domingo: El Adviento, símbolo de nuestra vida 471

NAVIDAD

Vigilia de Navidad: Ante el gran júbilo 473 Navidad: 1.a misa, de media noche: Nuestra simbiosis con

Cristo 476 2.a misa, de aurora: Lo necesario en una vida con Cristo 478 3.a misa, del día: Vivir con Cristo la Navidad 480

I domingo, infraoctava de Navidad: La vida de Cristo a nivel comunitario-familiar 482

Octava de Navidad: Santa María, Madre de Dios: La Virgen, modelo de unión total con Cristo 485

II domingo de Navidad: El constante crecimiento 487 Epifanía del Señor: La obligada manifestación de Cristo a

todos 489 Domingo después de Epifanía: (I tpo. ordinario): Bautismo

del Señor: El testimonio de la voz de lo Alto 492

CUARESMA

Miércoles de Ceniza: La Cuaresma, cercanía y encuentro con Cristo 495

I domingo: Nuestra vida como actividad 497 Viernes I: La inmortalidad en el Bien, nuestra meta 500

II domingo: ¿Tenemos algún derecho a la pervivencia eter­na? 502 Viernes II: El pecado, obstáculo a la pervivencia feliz 504

III domingo: La penitencia y conversión 506 Viernes III: Doble etapa en el camino de la conversión .... 508

IV domingo: Nuestra conversión agrada a Dios 510 Viernes IV: Nuestra hora ha sonado 512

700

Págs.

V domingo: Encargo de Cristo a cuantos perdona 514 Viernes V: De nuevo ante nuestra hora 516

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: La subida de Cristo a Jerusalén 518

PASCUA

Jueves Santo: La vigilia del Triduo Sacro 521 Viernes Santo: La Cruz de Cristo, nuestra gloria 524 Sábado Santo: La Noche de la Luz 526 I domingo de Resurrección: Resucitados con Cristo 529 II domingo: La primavera de la fe 531 III domingo: Otra primavera, hoy, en la Liturgia 534 IV domingo: La castidad por el Reino 537 V domingo: La fe como árbol completo 540 VI domingo: Los bienes del pluralismo 543 VII domingo: Ascensión del Señor: El suceso y su huella en

los Apóstoles 545 Vigilia de Pentecostés: A la espera del Espíritu 548 Pentecostés: Necesidad del Espíritu 550 Santísima Trinidad: Núcleo y manantial de la fe 552 Corpus Christi: Realidad y símbolo del amor 555

TIEMPO ORDINARIO

I domingo: (Cfr. Tiempo de Navidad: Bautismo del Señor). II domingo: La fe se afianza en Jesús 557 III domingo: Valor de la Escritura 560 IV domingo: El Ecumenismo de Dios 563 V domingo: Naturaleza, revelación, conciencia 565 VI domingo: Frutos de buen obrar 568 VII domingo: La cumbre que nos llama 570 VIII domingo: Mirada a nuestro mundo actual 572 IX domingo: Sólo el aplauso de Cristo 575 X domingo: En Naim con el Señor 578 XI domingo: La conversión, paso previo a la resurrección

moral 580 XII domingo: Aceptación de Cristo y de su Cruz 583 XIII domingo: El seguimiento de Cristo 585 XIV domingo: La fuerza de la esperanza 587 XV domingo: Amor a Dios y al hermano 590

701

Page 351: hernandez, justo - año liturgico

Págs.

XVI domingo: Meta de nuestro amor al prójimo 592 XVII domingo: La moral cristiana 594 XVIII domingo: Necesidad de la moral 597 XIX domingo: La herencia prometida 600 XX domingo: Nuestras disensiones y la herencia eterna 603 XXI domingo: Superar indolencia y apatía 605 XXII domingo: La humildad y la herencia eterna 607 XXIII domingo: Con lo creado hacia Cristo 610 XXIV domingo: El Dios que siempre perdona 612 XXV domingo: Dios valora la intención 615 XXVI domingo: El gran aviso cautelar de Dios al hombre .. 617 XXVII domingo: Vía permanente a Dios 620 XXVIII domingo: Nuestra coherencia en la fe 623 XXIX domingo: La fe que más importa 625 XXX domingo: Orar para perseverar 627 XXXI domingo: Nuestro esfuerzo y anhelo de Salvación 629 XXXII domingo: De cara al más allá 632 XXXIII domingo: El Día del Señor, "Horno y Sol" 634 XXXIV domingo: Cristo Rey: Realeza de Cristo y secula-

rismo 637

SANTORAL

Inmaculada Concepción de María (8 de diciembre): La Vir­gen María, camino hacia Cristo 639

San José (19 de marzo): San José, modelo en nuestro pere­grinar 642

Santiago, Patrón de España (25 de julio): Santiago, primer Apóstol mártir 645

Asunción de la Virgen María (15 de agosto): La Virgen, camino abierto a la Gloria 648

Todos los Santos (1 de noviembre): Camino de la Bienaven­turanza anhelada 651

(Otras fiestas, cfr. Ciclo "A")

EPILOGO

APÉNDICES TEOLOGICO-PASTORALES

1.° En torno a la Escritura, Teología y Evangelización 663 2.° En torno a la Moral y valoración de la asamblea en lo

doctrinal 669

702

Págs.

3.° En torno a las tentaciones de Cristo 672 4.° En torno al pecado y conversión-penitencia 675 5.° En torno a la presencia de Cristo en la Eucaristía 680 6.° En torno al celibato opcional u obligatorio 682 7.° En torno a Evangelización. Año litúrgico y Homilía 686 8.° En torno al hito de la Evangelización y cómo presentar a

Cristo 690