Hay Espacio Para Todos

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  • A todos mis hijos.

  • El mundo se acaba? El da de la muerte de su madre, Manuel sinti que el mundo se le vena encima. En poco tiempo su vida haba cambiado de cabo a rabo: como hermano mayor, tena que encargarse de la casa y de sus hermanas. Por ratos pensaba que no poda ser tan difcil, y por ratos que las cosas se haban puesto negras como el carbn. Los vecinos del barrio hicieron una colecta y los acompaaron durante el velorio. En la cabeza de Manuel resonaban las palabras

  • que le dijo su mam antes de morir: -T eres el mayor, tienes que cuidarlas. No poda derrumbarse: trece aos y tremendo lo! En el barrio nadie poda encargarse de tres muchachos solos: ya bastante les costaba atender y cuidar de sus hijos. Luego del entierro, todo el cansancio se le vino encima. Se ech en el catre y trat de dormir, pero Rosita todava estaba despierta y se mora de hambre.

  • Fue a buscar a Emilia, que era la encargada de cocinar cuando su mam no estaba, pero ya estaba dormida y no quiso despertarla. Para suerte de Rosita, en el rincn que les serva de cocina encontr restos de sopa del almuerzo anterior y un plato de fideos. Le provoc llorar, pero ah estaba Rosita. Calent la comida, y de golpe, se dio cuenta de todo lo que le haba cado sobre los hombros. Algo tengo que hacer, y ahorita, pens. Cuando Rosita se durmi, Manuel ya no tena sueo. Entonces sali a pasear un rato para despejar su

  • cabeza. No haba plata ni comida, el querosene no durara mucho y al da siguiente todos tendran hambre. Por un momento pens en robar algo o en pedir limosna a los vecinos, pero el recuerdo de su madre lo avergonz: ella, mal que bien, los haba criado con la venta de caramelos y chocolates. Manuel record la ltima vez que pele con su madre. Ella no quera vender cigarrillos sueltos por nada del mundo. Eso se vende un montn, le deca Manuel, Eres terca, t, por qu no quieres?. Da cncer, contestaba ella con acento provinciano. Me das

  • clera, t, acaso te va a dar cncer a ti? Qu te importan los dems? Ms debera importarte tus hijos!. Pero ella, porfiada, no quera. No hablaba mucho su madre. Ni siquiera se quejaba. Manuel no saba ni como se llamaba su padre. Sera el mismo de Emilia, el mismo de Rosita? Slo recordaba haber visto crecer la panza de su madre la ltima vez, pero hombres, nunca haba visto en su casa. Tal vez fuera mejor, porque conoca cada pap que le daba escalofros de slo imaginar que uno de ellos viviera en su casa.

  • En eso estaba, divagando, recordando la imagen de su madre por las maanas, con la bandeja llena de caramelos y chocolates que ellos slo podan mirar. Los domingos s le regalaba uno a cada hijo. Por eso le gustaban los domingos. Pensaba que eran sus das de suerte. Adems, era domingo el da que se encontr un monedero en la calle con cien soles. Cien soles! Qu alegra sinti. Pero despus esa alegra se borr, porque su mam pens que se lo haba robado y le dio unos buenos cocachos. Qu clera!

  • Pero as era ella y ahora ya no le importaba. Le hubiera perdonado hasta los cocachos que le dio si volva; le hubiera pedido que lo agarrara a cocachos si volva; le hubiera ofrecido su cabeza para que la llenara de cocachos si volva. Pero ya tena edad suficiente para saber que su mam no volvera, que nunca ms podra jurarle que no se haba robado el monedero y que no tena ni la menor idea de quin poda ser su dueo. Desde ese da era hurfano. Se sent en un murito y, ahora s, se puso a llorar.

  • As lo encontr Pablo. Pablo era un poco mayor que l y tambin estaba solo en el mundo, pero tena ms tiempo de soledad y mucha ms experiencia. A veces andaba por el barrio y era bueno jugando ftbol. Se las arreglaba para sobrevivir con una habilidad que a Manuel le haca falta, sobre todo ahora. A Pablo se le vea lustrando botas, lavando carros, limpiando lunas. Detrs de sus ojos brillantes siempre haba una idea nueva, Era como si estuviera lleno de energa y ganas de vivir. Por eso a Manuel le dio vergenza que lo viera llorando. Pero Pablo no se burl de l. Se sent a su

  • lado sin decir nada hasta que lo vio ms tranquilo. Entonces le dio una palmada en la espalda y le dijo: -No vayas a dejar que los metan al orfanato -l saba lo que deca, porque haba pasado algunos meses ah-. Es horrible. Cuando Manuel oy la palabra 'orfanato' se asust, porque nunca haba pensado en esa posibilidad. "Pero ah no nos faltara comida", pens.

  • -Ni se te ocurra -dijo Pablo, como si hubiera ledo su mente-. De verdad que es horrible. Manuel y Pablo se quedaron conversando un largo rato. Ahora, los dos estaban solos, y esa soledad los acercaba. Al despedirse le dijo: -Maana me caigo por tu casa con un poco de pan y t. Ah pensamos qu podemos hacer. Manuel ya se haba olvidado de que al da siguiente, en la maana, todos tendran hambre.

  • Esa noche, Manuel no so con su madre, ni con Pablo, ni con sus hermanas. So con una casa clara y ordenada, llena de muchacho correteando por todos lados y metiendo bulla. Despert con nuevos bros, y cuando se estaba lavando la cara, escuch llegar a Pablo. Los cuatro nios desayunaron en silencio. Cuando terminaron, Emilia se fue a enjuagar los tazones y Rosita la sigui. Los esperaba un largo da y haba que ingenirselas para comer.

  • - Vmonos los cuatro, a ver qu se nos ocurre dijo Pablo. Manuel acept al toque: todava necesitaba obedecer a alguien. Ese da no les fue muy bien que digamos, pero al menos no les falt que comer. Cuando las chicas se fueron a dormir, los amigos se sentaron en el catre de Manuel y Pablo sac un cigarrillo. - A medias- ofreci. Manuel le tena un poco de miedo al tabaco se acordaba de las discusiones con su madre-, pero

  • no quiso quedar como un pavo y se chup una pitada que lo dej mareado. - Fuma t noms. Da cncer- dijo, y se sorprendi al escucharse repitiendo las palabras de su madre, casi con el mismo acento. Cuando estaba por terminar de fumar, Pablo se puso solemne y le anunci que le iba a contar un gran secreto. Manuel, que se estaba cayendo de sueo, abri los ojos como dos platos y escucho con atencin las palabras de su amigo.

  • Una buena idea -Te acuerdas de Jos? -empez Pablo. -Ni en pelea de gatos. Lo conozco? -dijo Manuel. -Claro que s, lo he trado un par de veces a jugar pelota por mi equipo. Acurdate, hombre! Un negrito bien alegre, que se estiraba la camiseta y empezaba a bailotear cada vez que meta un gol y gritaba como si se hubiera ganado la copa.

  • -Ah, claro, ya me acuerdo, un chato medio flacuchento! Jugaba maldito ese causa, dejaba atrs a todo el mundo. -S, en serio, debera jugar por Alianza. Y t como defensa eres un lornaza: el negro te bailaba como quera. Pero escchame lo que voy a contarte. Jos viva all abajo, en el valle, con su madre. Era el nico hijo que quedaba en su casa, porque sus hermanas ya tienen marido y sus hermanos trabajan en las minas. La madre y l sembraban una tierrita que tenan, y as andaban. Todo iba bien hasta que, un buen da, un

  • hombre empez a rondar por su casa. A l no le caa bien el tipo, pero la mam estaba risuea y juguetona y se vea que se la pasaba esperando la hora de encontrarse con el sujeto ese. Total, el tipo empez a ir cada vez ms seguido, y sin darle tiempo de pitear, de un da a otro se instal en su casa. - Ya, pues, no la hagas larga que ahorita me duermo! Qu tenemos nosotros que ver con ese rollo? - Escucha, pues! Resulta que el tipo le tena bronca al negro. La madre pareca contenta, pero Jos

  • se senta cada vez peor. Apenas terminaba la faena, se iba con su perro a patear latas por el valle. Y aqu viene lo bueno. Manuel par las orejas. - Una tarde, antes de volver a su casa, el negro descubri una trocha medio perdida entre las matas y se puso a investigar. Dice que estaba asustado, porque en las casas del campo siempre hay perros guardianes que se te tiran encima si te huelen. Adems, por ah siembran esa ua de gato llena de espinas que sirve para

  • espantar animales y cuidar las chacras de los rateros. - Ah! La que cura el cncer? - Dale t con el cncer. Nada que ver, esa crece en la selva. Ac, noms, en el valle, una que es bien espinosa. Bueno, no importa, el hecho es que sigui andando por la trocha durante un rato, curioseando. De repente se top con una casa recontra solitaria. De hecho est abandonada, pens, y como se estaba haciendo de noche, decidi meterse ah y quedarse hasta el da siguiente. Total, su mam ni lo extraara. Y

  • si se preocupaba por l, mejor todava, para que sintiera remordimientos. Entonces se meti a la casa por una ventana. Entr con cuidado, como un ladrn, por si acaso viviera algn chiflado ah. -Y haba alguien? _ Esprate, pues! Despus de meterse a la casa, Jos le abri la puerta al perro y se qued quietecito, sin hacer ruido, esperando a ver qu pasaba. Nada. Pas un rato, y nada. Pas otro rato, y nada. Y ya se estaba aburriendo el negro, te imaginas?

  • l, que siempre est movindose como un ratn, de un lado a otro. -S, ese no va a quedarse quieto ni en el cajn -dijo Manuel, y sinti un dolor agudo en el pecho, porque al hablar de muerte se acord de su madre. -Ya, escucha -dijo Pablo-. Despus de un rato, Jos decidi seguir investigando. Pero como estaba oscuro, mientras exploraba tratando de no hacer ruido se tropez con una silla que chill como gato. -Y?

  • -Bueno, se encontr como tres o cuatro cuartos, y en ninguno haba nadie. En una haba una cama tendida. Los otros estaban vacos. Adems, vio un mueble con un poco de ropa de mujer. En la cocina no haba nada de comer. Pobre! Y encima se mora de hambre! Pero no haba telaraas. Eso le pareci muy raro, porque en una casa vaca siempre hay telaraas. Bueno, as estaba, investigando, y de repente sinti un ruido. Qu tal susto se peg! Alguien abra la puerta, de hecho. "Y ahora qu diablos hago? Me fregu!", pens. No tena tiempo ni

  • de salir disparado. Se meti corriendo al cuarto de los muebles para esconderse en el armario, pero apenas puso un pie adentro, la madera del piso cruji. En ese mismo momento, una muchacha joven, morena y bien bonita, que vena con unos paquetes en la mano, abri la puerta, y se encontraron cara a cara. Los dos gritaron. Cuando les pas el susto, Jos le explic a la duea de la casa cmo haba llegado, conversaron un rato, y ella, que se llamaba Mara, le dijo que no se preocupara, que le crea y que mejor se quedara a dormir

  • esa noche en la sala. Despus se lo llev a la cocina y se quedaron hablando hasta tarde. - Que buena gente, caray! Si se mete un tipo a mi casa, yo salgo disparado para avisarle a la polica. - Pero por all no hay policas, pues, el puesto est lejsimos, por la plaza. La cosa es que se hicieron amigos. Mara era muy joven. Viva sola y se dedicaba a encuestar a los campesinos de todo el valle desde la madrugada hasta la tarde. Trabajaba para no s qu sitio: un misterio o algo as.

  • Nunca coma en su casa, por eso no haba nada en la cocina. Pero ese da, por suerte, la mujer de un campesino le haba regalado un tamal y Mara lo calent para Jos. - Que lechero. - S, ese negro ha nacido parado. Fjate que hasta se hicieron patas. Al da siguiente Jos volvi a su casa de lo ms feliz, pero el marido de su madre lo esperaba con un chicote y le dio de alma. - Y su madre?

  • -Ella nada, ni lo defendi. Jos se qued todo adolorido y se resinti horrible con su mam, que no haba dicho ni po mientras le pegaban a su hijo. Manuel pens que su madre siempre lo hubiera defendido. Ella era la nica que poda darle de cocachos, pero ay del que se atreviera a tocarlo! La vez que don Digenes, su profesor de Matemtica, lo jal de las patillas porque no saba eso de los catetos y la hipotenusa (tambin tanto cuadrado para medir un tringulo confunde a cualquiera), ella fue a su colegio para encararse con el

  • pegaln. Nunca en su vida la haba visto tan furiosa. Claro que desde ah el profesor casi le agarra clera y l decidi estudiar el doble que los dems y portarse el doble de bien para que no lo castigara. Felizmente que don Digenes no era tan mala gente, en realidad. "Verdad, no? Ya no vamos a poder ni ir al colegio", pens. _ Oye, no me ests escuchando! -grit Pablo de repente. -Qu? S, caray, disculpa, me distraje. Me acord de una vez que

  • mi mam me defendi de un profesor. -A Jos no lo defendieron. Y encima, su mam no le quera ni hablar porque estaba molesta con l. Claro, con los chismes que el marido usara para calentarle las orejas! El negro se sinti muy triste y pens que tal vez podra volver donde Mara, conversar un poco ms con ella, contarle todo. Esa tarde le dijo a su mam que iba a volver tarde a la casa. Ella no le contest, porque estaba con la cara larga, Y Jos se fue a buscar a Mara.

  • -Qu, sigui rondando por ah despus de todo? ,- -S. Empez a ir donde Mara todas las tardes, despus de la faena. Se acostumbr a volver a su casa de noche, a evitar los lugares donde haba perros para que Chivillo no corriera y a esquivar las uas de gato. -Quin es Chivillo? -El perro, pues, no seas mango! Bueno, el hecho es que Jos dice que nunca haba hablado con nadie como Mara, que ella pareca entenderlo todo. Dice que

  • hasta su perro se encari con ella. Aunque era tan joven y estaba tan sola, siempre andaba canturreando, de buen humor, bromeando, siempre tena la palabra justa para consolarlo o para calmarlo o para hacer que no sintiera tanta rabia. Jos estaba un poco templado, creo, pero ella era como diez aos mayor. -Y despus qu pas? -No s, ni siquiera Jos lo sabe. Pero un da, hace como dos meses, l fue a verla como todas las tardes, pero ella no apareci jams. Todos los das, durante un

  • montn de tiempo, el negro regres a su casa, pero nunca ms la vio. Y ni siquiera saba dnde buscarla. -Seguro que se fue de viaje a algn sitio. -Nada que ver. Cmo se va a ir de un da a otro sin dejarle ni una nota? Acurdate: se vean todos los das. Jos dice que ella lo quera mucho, que jams se hubiera ido sin avisarle. Para m que se muri en algn camino, que la mataron los ladrones o algo as. Jos tambin cree que le pas algo malo.

  • - Pucha, que pia. Pero eso qu tiene que ver con tu secreto? - No es exactamente un secreto, es ms bien una idea. Se me ha ocurrido que podramos irnos todos a vivir a la casa de Mara. - Oye, t ests loco? El valle queda lejos, como a una hora de camino, y en micro. Adems, qu vamos a hacer ah nosotros solos? - Y qu vamos a hacer aqu nosotros solos? Alucina, Manuel, en el fondo no es tan loco. Yo lo hubiera hecho hace tiempo, pero

  • solo no es lo mismo. Con ustedes podramos hacer algo. En el valle hay espacio para todos. - Y qu vamos a comer? Y cmo vamos a cargar con Rosita todo el camino? Slo tiene seis aos, se va a cansar. Si ni siquiera podamos llevarla al centro cuando haba fiesta porque se quedaba dormida en los brazos de mi vieja. - T no sabes nada, lo ltimo que nos va a faltar es comida: hay fruta a

  • montones, no sabes, cuelgan de todos los rboles: en la plaza, en las chacras, en las callecitas del pueblo, en cada pedacito ves los pacaes y los pltanos. Yo he estado por all con Jos, yo s lo que te digo, creme. Hay tierra de sobra tambin, podramos sembrar verduras. Y si necesitamos otras cosas, hay varios sitios cerca, y bodeguitas. De repente hasta chamba hay para nosotros. Adems no est tan lejos de aqu y Jos est cerca, nos puede ayudar. Si no funciona nos podemos regresar, pero si no lo hacemos rpido, cualquier da vienen los tombos y los encierran

  • a ti y a tus hermanas en el orfanato. Y ah s que te friegas. Ni siquiera podras verlas, seguro. Las mujeres y los hombres siempre estn separados. Y en una de esas adoptan a la Rosita, que todava est chiquita, y chau hermana. Podemos encargamos de ella durante el viaje: con Emilia, somos tres. Pinsalo, no seas monse. Maana vuelvo y conversamos. -No s, hermano dijo Manuel-. Pero no te vayas, yo me duermo en la cama de mi mam y t qudate aqu: hay espacio para todos.

  • Pablo no esperaba ms: se tir en el catre y en un segundo se qued seco. Manuel, en cambio, no poda dormir. Pensndolo bien, la idea no era tan loca. Y de verdad cualquier da alguien se daba cuenta de que estaban solos, llegaban a su casa y los metan al orfanato. Su madre le haba encargado cuidar a sus hermanas a l, no al orfanato. No poda fallarle. Pero de todos modos se mora de miedo. Pablo saba manejarse en la calle, pero l... Ese da no haba logrado mucho, era Pablo el que les meta letra a las personas, las haca rer y no

  • paraba hasta que lo dejaban lavar las lunas del carro y le daban cincuenta cntimos y hasta un sol. A l le daba vergenza, nunca haba hecho nada as. Pero claro, si Pablo los acompaaba, tal vez no fuera tan difcil. Adems, algo tena que hacer para cuidar a sus hermanas. Tampoco puedo quedarme a esperar que la comida llueva, pens. Se qued despierto pensando, rebuscando en su mente recuerdos que parecan perdidos. Cuando l era chiquito, su madre trabajaba en las chacras del valle, de ese mismo valle. Se acordaba

  • de esa poca con cario. Emilia apenas saba hablar y Rosita todava no haba nacido. l tena como cuatro o cinco aos y le gustaba el olor de la tierra cuando llova o cuando los campesinos la regaban. Pero lo nico que recordaba es que las plantas se sembraban en filas derechitas y para cada una tena su poca para nacer y para crecer: a veces eran las fresas, a veces el algodn, a veces esas flores anaranjadas las que ms le gustaban- que se llamaba algo as como marigold y que contagiaban con su color anaranjado brillante toditito el campo. Pero cundo tocaba

  • sembrar cada una? Cundo era el tiempo de cosecha? De dnde sacaran las semillas? Sin embargo, pensndolo bien tal vez los agricultores los ayudaran: la gente del campo es muy generosa. Total, estaban a menos de un da de camino, y probando no iban a perder ms de lo que ya haban perdido. As pensando y pensando, Manuel se qued dormido. En su sueo volvi a aparecer la casa de la primera noche que pas sin su madre, y se despert seguro de que la casa soada era la de Mara.

  • Peligro As, luego de un tremendo esfuerzo de Manuel y Pablo, lograron convencer a Emilia de que la idea que se les haba ocurrido era no slo la mejor sino la nica posible. No fue una tarea fcil, pero Pablo dijo: -Ya, pues, Emilita, qu te cuesta hacer la prueba? Te juro que si no te gusta, nos regresamos al toque. En realidad, ms que el argumento la convenci el 'Emilita', que a Manuel no le gust para nada. Emilia recin iba a

  • cumplir doce aos y Pablo ya andaba casi por los quince, caray. Que no se pusiera sapo, noms. Pero el susto pas al toque, porque Pablo ya estaba con nuevos argumentos: cada segundo uno nuevo. El hecho es que compraron un poco de pan con las moneditas que haban sobrado del da anterior Y salieron a limpiar todas las lunas que estaban sucias, a cuidar todos los carros que vieron estacionados, a llevar los paquetes de todas las seoras que volvan del mercado y a hacer absolutamente todo lo que

  • pueden hacer tres chicos de su edad (Rosita no contaba: lo nico que haca era mirar cmo trabajaban los grandes escondida detrs de las faldas de Emilia). Y qu sera: la energa que pusieron, las ganas que sentan o, simplemente, las buenas vibras, resulta que en una maana consiguieron lo que Pablo demoraba un da y medio en recolectar. Entonces compraron algo para almorzar y se fueron a cocinar con el ltimo poquito de querosene que quedaba en la casa de Manuel.

  • Pero cuando estaban llegando, vieron desde la esquina a tres desconocidos que conversaban con la seora Clarita, la vecina. No haba duda: la seora sealaba la puerta de la casa de Manuel y las otras personas dos mujeres y un hombre- tocaban insistentemente. -Uy, te fregaste, Manuel, ya vinieron por ti. Y si te agarran, yo caigo de pasadita. Vmonos corriendo. - Esprate un poco, Pablo. Vamos a quedarnos aqu escondidos. Cuando vean que no hay nadie se van a ir.

  • - S, pero van a volver, pues. - De todos modos, nos da tiempo para sacar nuestras cosas, aunque sea. Manuel tena razn. Los tres intrusos esperaron unos minutos y luego, al ver que la casa estaba vaca, volvieron a tocar la puerta de la seora Clarita, anotaron algo en una libreta y le dejaron un papel. - seguro que van a llamarla ms tarde dijo Pablo.

  • - Pero la seora Clarita es bien buena, no nos va a acusar dijo Emilia. No seas tonta, ella es buena, pero los grandes creen que los chicos no deben estar solos. No lo va a hacer por maldad, pero creyendo que es por nuestro bien segurito que nos acusa -dijo Manuel. -Yo tengo hambre -dijo Rosita. Para colmo de males, los pandilleros del barrio empezaban a fastidiarlos, y con esos patas las cosas no eran cuestin de broma. Manuel le cont a Pablo que un

  • da, en plena bronca, se agarraron a cuchillazos con otra pandilla. -Hasta heridos hubo: el flaco Revlver, que era una lacra, casi se muere. Despus se volvi evanglico y ahora se pasea por todo el barrio con su biblia. Pero cada vez que ve a sus antiguos amigos sale disparado. Qu les conocer, pues. Pablo slo coment que era urgente pensar en algo. Entonces Emilia tuvo una idea. _Ustedes qudense bien escondiditos aqu y psenme la

  • bolsa de comida. Ya s lo que voy a hacer. Los chicos vieron caminar a Emilia por el medio de la pista de tierra. "Est loca, ahorita la ve la seora Clarita", pens Manuel, pero confiaba en su hermana: aunque no lo pareca, porque era calladita como su madre, siempre fue la ms inteligente de los tres. -Oye, Manuel, tu hermana se ray, mira lo que est haciendo -dijo Pablo. Y, realmente, pareca que Emilia se haba vuelto loca. En lugar de entrar a escondidas en su casa,

  • como todos pensaban... toc la puerta de la seora Clarita! La vecina le abri, conversaron un ratito, y poco despus, Emilia se dirigi a su casa con la bolsa de comida y un paquetito. Luego de unos veinte minutos -que a los muchachos les parecieron eternos- sali cargando algunos bultos, y al pasar por la esquina donde los chicos estaban escondidos, les hizo una sea para que la alcanzaran lejos de la vista de toda la calle, y sobre todo de la pandilla. Los chicos, asustadsimos, tomaron de las manos a Rosita y, hacindola volar entre los dos, corrieron hasta

  • alcanzar a Emilia. Cuando llegaron a una cancha de tierra cercana, ya fuera del alcance de los pandilleros -muy entretenidos en asustar a seoras indefensas-, se sentaron detrs de unos arbustos. Emilia sac de uno de los bultos la comida que haba preparado. -Pucha, nos fundimos -le dijo Pablo mientras probaba con desconfianza pero muerto de hambre los atroces fideos verdes que su amiga haba preparado-. Cmo sabes que la seora no te va a acusar?

  • -Y t crees que soy tonta? Claro que me va a acusar, pero dentro de un rato. Le dije que mis hermanos y yo nos habamos ido al centro para pedir limosna, porque no tenamos nada de comer, y que con la poquita plata que habamos conseguido yo iba a preparar algo para llevarles. Hasta le ped que me prestara un poco de sal. Adems, le hice creer que por la tarde bamos a regresar todos juntos a la casa. Ahorita debe estar llamando a los otros seores para que vayan a buscarnos ms tarde, pero ya tenemos tiempo de escaparnos.

  • -Qu mosca eres! reconoci Pablo, y Manuel se sinti muy orgullosos de su hermana. Cuando terminaron de comer, los cuatro se echaron a andar. -Vmonos bordeando la playa dijo Pablo-. Ese es el mejor camino. Y entonces empezaron la larga caminata.

  • Martn y el mar Los chicos empezaron a andar hacia el oeste, por donde se pone el sol. La tarde apenas estaba empezando y haca un calor de los mil diablos. Al poco rato llegaron a la playa y enrumbaron hacia el norte, con direccin al valle. Se sentan animados y felices, pero caminaban en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos y Rosita distrada con cada nuevo descubrimiento: una conchita, una piedra, un erizo de mar. Por ratos se cansaba; entonces, los chicos se turnaban para cargarla. Cada vez se topaban

  • con algn obstculo, como una saliente de piedra, deban dar un gran rodeo, no sin antes examinar los cangrejos, los muymuyes, los huequitos que dejaban en la arena las araitas de mar. De vez en cuando se mojaban los pies hinchados y seguan camino hacia el valle. Haca calor, pero los chicos se haban olvidado de la sed, del cansancio. Lo nico que queran era llegar a la tierra prometida. Pero las cosas no resultaban tan fciles como las haban imaginado. El tiempo se haca largo. Pasar algunas horas andando por un

  • camino desconocido es muy distinto que pasar una hora en una casa, en un barrio, incluso en un colegio. Por eso, de vez en cuando se sentaban a descansar mientras les sacaban las espinas a los erizos de mar secos, para contemplar los extraos dibujos que aparecan en sus redondos caparazones. En uno de esos momentos de descanso, Manuel le pregunt a Pablo: -Sabes la direccin de Jos?

  • -En realidad, no contest su amigo. -Y cmo lo vamos a encontrar, entonces? -No te preocupes, ya veremos. Al escucharlo, Emilia por un momento sinti miedo, pero la seguridad con la que Pablo hablaba le devolvi la confianza, En un momento sintieron mucho calor y decidieron baarse en el mar. Qu rico! El mar, friecito, decidi jugar con ellos, que empezaron a saltar y corretear sin

  • darse cuenta de que el tiempo segua pasando. Luego empez la lucha con bolas de arena, y despus otro bao. Y cuando reanudaron la caminata, empapados de pies a cabeza, el sol ya no quemaba tanto y empezaba a correr el viento. De todos modos, luego de un rato la ropa ya se haba secado. Sentan hambre, miedo y sed, pero ya no podan retroceder. Ni modo, siguieron andando. Mientras tanto la tarde, implacable, segua su curso: el sol bajaba cada vez ms y el valle no tena cundo aparecer. A lo lejos

  • vieron un promontorio ms gran de que los anteriores, y sobre l, la figura solitaria de un pescador. -No haba pensado en eso -dijo Pablo. -En qu? -pregunt Manuel, distrado en la contemplacin de una enorme bandada de gaviotas que chillaban, libres, sobre sus cabezas. -Tambin podramos pescar. El valle est muy cerca del mar. Ven, hazme la taba, vamos a hablar con ese tipo, a ver si nos puede dar alguna idea.

  • El sol, mientras tanto, iba avanzando mucho ms rpidamente de lo que haban imaginado, llevndose poco a poco la luz. Rosita estaba aburrida y Emilia se empezaba a asustar de verdad. Cuando llegaron a los pies del promontorio, Pablo trep por las piedras con sus pies desnudos. Manuel no pudo seguirle el ritmo, y Emilia vea admirada como Pablo esquivaba cangrejos y erizos, cmo se las arreglaba para aprovechar cualquier saliente y seguir trepando, cmo empezaba

  • a conversar con el pescador y los sealaba a ellos, a los tres hermanos hambrientos cuya mirada iba del mar a Pablo, de Pablo al mar. Despus de un buen rato, Pablo baj para darles el encuentro. -Esta noche dormimos en casa de Martn -les dijo. -Oye, pero tenamos que estar en el valle hoy mismo -protest Manuel. -S, pero en realidad para llegar falta como media hora, y si queremos encontrar a Jos,

  • necesitamos un poco de tiempo, no? Manuel pens que esta vez, de nuevo, Pablo tena razn. Result que Martn era un tipo solitario. Cuando Pablo lleg a su lado, el pescador se puso en guardia y trat de evitar la conversacin. Pero eso s que era difcil: Pablo tena una forma muy particular de acercarse a la gente y siempre lograba lo que se propona. Primero lleg calladito y se sent al lado del pescador sin decir ni una sola palabra. Martn se mova sobre su roca, incmodo

  • con la inesperada presencia, y finalmente fue el primero en hablar. Eso era precisamente lo que Pablo quera. -Qu haces aqu? -le pregunt. -Yo? Estoy de paso -dijo Pablo, y se qued callado. -Y esos que se han quedado all abajo? -Son mis amigos. Son hurfanos y estn conmigo. Por instinto o por experiencia, Pablo saba que las desgracias

  • ajenas inspiran mucha curiosidad en la gente. As, logr que fuera el pescador quien preguntara. Pablo responda con la verdad, pero sin dar mayores detalles, y Martn, el pescador, siempre quera saber ms. Despus de un largo interrogatorio, Martn no tuvo nada ms que preguntar. Slo atin a ofrecer algo de lo poco que tena. Y Pablo, como quien se deja convencer, acept la oferta. En realidad, no poda ser mejor: a esa hora, los chicos no hubieran podido seguir andando sin correr peligro. Martn viva cerca de la playa -como todo pescador- y

  • felizmente era un buen tipo. Viva solo, en una cabaa que, segn les cont, haba construido con sus propias manos. No tena familia, y cuatro nios abandonados eran una buena posibilidad de conectarse con el mundo y de hacer por la gente algo ms que vender pescado. A los chicos, Martn les cay bien desde el principio. El pescador no tena muchos amigos -deca que a veces los amigos son peores que los enemigos-, pero al verlos tan desprotegidos pens que hubiera sido una maldad dejados solos a esa hora, sobre todo porque

  • llevaban con ellos a Rosita. Adems, de todos modos al da siguiente se iran: no iban a cambiarle la vida, tampoco. Por eso se los llev a su casa, y con un poco de lea prepar un pescado que qued delicioso. "Por qu no se comer ms pescado en la ciudad?, pens Manuel mientras se chupaba los dedos. "Es rico y no cuesta nada, porque sale del mar". Despus de comer, Rosita se durmi temprano sobre una frazada, pero los dems se quedaron conversando un buen rato. Algo que los tranquiliz

  • mucho fue que, segn Martn, la idea de Pablo no era mala, porque los muchachos ya estaban lo suficientemente grandes como para aprender a pescar, y el valle realmente era muy frtil. Deca que en la ciudad la gente se desespera por conseguir cosas que no necesita, y les cont una historia graciossima: -En mi pueblo dicen que una vez vino un gringo y vio a un tipo como yo, pescando. Cuando el pescador sac del mar lo suficiente para comer, se prepar un rico pescado, comi y se fue a descansar tranquilamente,

  • tumbado al sol con su sombrero cubrindole la cara. "Por qu te echas a descansar?", le pregunt el gringo. "Acaso ya no hay ms pescado?. Entonces el pescador le dijo: "En este mar siempre hay pescado". "Y entonces por qu no sigues pescando?". "Y para qu?". "Para tener ms pescado". "Y para qu?". "Para venderlo". "Y para qu?". "Para tener plata". "Y para qu?". "Para comprar refrigeradoras". "Y para qu?". "Para almacenar el pescado que sobre y que no se te malogre". "Y para qu?". "Para venderlo al da siguiente y tener ms plata". "Y para qu?". "Para comprarte un

  • montn de cosas, hasta tener una fbrica, y seguir vendiendo cada vez ms, y hacer mucha plata", "Y para qu?". "Para que, luego de los aos, con toda esa plata, puedas descansar tranquilamente". Y el pescador le dijo: "Pero si eso es lo que estoy haciendo!". Los chicos se rieron mucho con esa historia. Pero adems de hacerlos rer, el pescador les ense a reconocer por el color del agua y la hora del da los sitios donde podan encontrar buenos peces; les cont que los muymuyes sirven para atraerlos; les advirti que no podan

  • guardarlos mucho tiempo, porque los peces tampoco son idiotas y no comen cadveres muy pasados, y hasta les regal un poco de cordel y un anzuelo y les ense cmo ensartar la carnada Adems, los invit a buscarlo si tenan algn problema. Al da siguiente, de madrugada, los chicos se fueron, despus de haber desayunado pescado cocido en limn y sal. Martn les regal otro pescado para el almuerzo, adems de un par de sombreros de paja.

  • -Cudense del sol, que puede ser amigo o enemigo. Recuerden que sombrero viene de sombra -les dijo-. Y protejan el pescado del calor para que llegue al medioda. Buena suerte. Los chicos se fueron felices porque haban encontrado dos amigos nuevos: Martn y el mar.

  • El encuentro

    Cuando los nios se despidieron

    de Martn, el sol recin empezaba

    a despuntar. Ahora s el valle

    estaba cerca y los chicos, con el

    estmago lleno, se sentan

    optimistas.

    -Ya ves, compadre? -deca Pablo,

    feliz-. Te dije que no sera tan

    difcil. Adems de lo que

    saquemos de los rboles y de lo

    que sembremos, podemos pescar.

    Y encima, tenemos un poquito de

  • plata por si necesitamos algo en el

    camino.

    -Todava no es tan grave. Slo

    falta encontrar a Jos. El valle es

    grande, yo cre que sabas dnde

    buscado. Si no hay Jos, no hay

    casa.

    -No te hagas paltas, vas a ver que

    lo encontramos al toque.

    En realidad, Pablo tena un

    optimismo gigante y las seales

  • de suerte eran abundantes:

    haban conseguido muchas

    moneditas el ltimo da que

    estuvieron en la ciudad; llegaron a

    su casa justo un ratito antes que

    las personas que los andaban

    buscando; Emilia haba tenido esa

    idea brillante; se escaparon de los

    pandilleros; se baaron como

    patos, y en el camino encontraron

    a Martn Realmente, estaban

    como velero con el viento a favor,

    como deca Martn.

  • De hecho, tampoco fue difcil

    hallar la casa de Jos. Pablo

    encontr a algunos campesinos

    que estaban en plena cosecha, les

    meti letra, les describi a su

    amigo con pelos y seales, y poco

    despus del medioda, ya estaban

    tocando la puerta de una casita

    del color del barro. Abri un

    hombre sin camisa que pareca

    muy malgeniado. Les dijo que

    volvieran en la noche porque Jos

    estaba trabajando, y tir un

    portazo.

  • -Ese debe ser el tipo que le peg a

    Jos -dijo Pablo-. Mejor vamos a

    hacer tiempo por ah.

    Luego de pasear un rato y de jugar

    en la plaza del pueblito con un

    grupo de chicos que se

    encontraron, llegaron hasta una

    bodeguita, donde compraron una

    gaseosa para tomar entre todos.

    Pablo, como siempre, se hizo

    amigo de la duea. "Qu bestia,

    qu tal floro!", pens Manuel. La

    seora, que se llamaba Chabuca,

    acept que Emilia cocinara el

  • pescado para el almuerzo bajo su

    vigilancia. Y cuando Pablo dijo:

    -Felizmente ayud a Emilia,

    seora. Usted no ha probado los

    fideos verdes que nos prepar

    ayer.

    -Mucho peor es quedarse con la

    barriga vaca, no? -le contest

    Chabuca.

    Fue la nica vez que los chicos

    vieron a Pablo ponerse rojo,

  • Y as, entre palabritas y

    palabrotas, sentados a la sombra,

    los chicos le dieron tiempo al sol.

    La esperanza se encarg de hacer

    ms corto el da, y al caer la tarde,

    Manuel y Pablo dejaron a las

    chicas con la seora Chabuca y se

    fueron a buscar a Jos. Felizmente

    no tu vieron que tocar la puerta de

    nuevo, porque antes de llegar

    encontraron al moreno, que luego

    de terminar su faena se preparaba

    para una nueva expedicin por el

    valle con Chivillo.

  • Apenas vio a Pablo, Jos fue a

    darle el encuentro y a preguntarle

    qu haca por esos lares. Jos

    tendra la misma edad que Pablo.

    Uno tostado y el otro criollo,

    siempre se haban cado bien.

    Desde que se vieron por primera

    vez supieron que seran amigos.

    Por eso, Pablo le cont sus planes

    sin prdida de tiempo. Al

    principio a Jos no le hizo mucha

    gracia la idea, pero luego de sufrir

    durante varios minutos la labia de

    Pablo se resign: no haba nada

  • que hacer. De hecho, Manuel y sus

    hermanas no podan regresar al

    pueblo, l no tena dnde

    alojarlos, y por ltimo, la casa de

    Mara estaba vaca. El caso es que

    acept servir de gua hasta la casa

    soada.

    Tras los pasos de Jos y de Chivillo

    -que resultaron ser los mejores

    guas del valle- los chicos

    empezaron a caminar en fila india.

    Pablo le mostr a Manuel un largo

    y espinoso cerco vivo, dicindole:

  • -Ah est: esa es la ua de gato que

    no cura el cncer.

    Qu cantidad de espinas tena! Y

    eran enormes: ms largas que un

    dedo pulgar! Por eso los

    campesinos de la regin la usaban

    para proteger sus chacras.

    -Ni una rata pasara por aqu -dijo

    Manuel, mientras tocaba la afilada

    punta de una de ellas.

  • Encontrar el camino que conduca

    a la casa de Mara no fue tan fcil

    como esperaban. Aunque Jos

    conoca el valle ms que nadie,

    haca casi un mes que no iba por

    all, y las plantas crecan con

    rapidez en primavera. Entonces,

    siguiendo las indicaciones de Jos,

    los tres muchachos se dedicaron a

    investigar la zona. Pero cuando

    ms concentrados estaban

    explorando todos los caminos

    sospechosos, escucharon gritar a

    las nias y fueron disparados a

    ver qu pasaba. Encontraron a

    Rosita soltando lgrimas en

  • cantidades navegables y prendida

    de Emilia, tambin aterrada, y a

    Chivillo hecho una fiera, peleando

    con un perro mucho ms grande

    que l. Con piedras y ramas

    espantaron al animal enemigo, y

    luego se dedicaron a calmar a

    Rosita, que no paraba de llorar.

    Cuando finalmente lograron

    encontrar la casa de Mara, el

    panorama no era tan alentador

    como lo haba pintado Pablo.

    Despus de algunas semanas, la

    casa pareca realmente

  • abandonada. Ahora s haba

    telaraas y, adems, un par de

    gatos poco amistosos que se

    haban adueado del lugar y que

    se erizaron como leones cuando

    vieron a Chivillo. Armados con

    unos cuantos palos, y protegidos

    de cerca por el perro, los tres

    pequeos hombres pudieron

    espantar a los gatos salvajes. Al fin

    tenan un lugar donde dormir.

  • Las nias se instalaron en el

    cuarto de Mara. Emilia se prob

    la ropa que encontr en el

    armario -le quedaba horrible- y

    Rosita, cansada, pronto se qued

    dormida, como siempre. Luego de

    curar a Chivillo, que sangraba por

    las orejas, los chicos trasladaron a

    una de las habitaciones los cojines

    descoloridos que encontraron en

    los sillones de la sala y se las

    ingeniaron para convertirlos en

    camitas que, con todo, eran ms

    cmodas que el catre de Manuel y

    mucho ms clidas que las bancas

    donde sola dormir Pablo. Por su

  • parte, Jos pidi unirse al grupo.

    Obviamente fue bienvenido:

    adems de ser un buen pata y

    venir acompaado de Chivillo,

    conoca la zona y poda ayudarlos

    mucho.

    Los nios conversaron hasta

    tarde. Cuando dejaron de

    distinguir sus caras, empezaron a

    reconocerse por la voz. Emilia -

    siempre tan sensata- aconsej a

    Jos volver esa noche a su casa.

  • -Desde maana puedes quedarte -

    le dijo-. Pero ahora, piensa en

    nosotros. Si desapareces sin ms

    ni ms, van a buscarte y, tarde o

    temprano, nos vamos a meter

    todos en un lo, no slo t.

    Jos pens que Emilia era

    demasiado chiquita para ser tan

    mosca, pero se dio cuenta de que

    tena razn. Por eso decidi

    hacerle caso. Dej a Chivillo con

    sus amigos para que ellos lo

    cuidaran -no quera arriesgarlo a

    nuevos pleitos por esa noche- y se

  • fue decidido a inventar cualquier

    cosa que le permitiera volver lo

    ms pronto posible a ese lugar en

    el que siempre se haba sentido a

    gusto.

    Al da siguiente, temprano, el

    moreno apareci en casa de Mara

    con algo de comer para el

    desayuno. Le dijo a su madre que

    le haban ofrecido un empleo en el

    pueblo, y ella, sin ms trmite, le

    dio algo de plata y le dese suerte.

    Ahora s las cosas se haran un

    poco ms fciles. Manuel y Pablo

  • aprenderan a conocer el mar y

    Jos se encargara de ensearle a

    Emilia los secretos de la tierra.

    Mientras tanto, aprovecharan la

    generosidad del valle.

    El azar y el trabajo permitieron al

    grupo vivir tranquilamente

    durante varios das. El agua la

    sacaban de una acequia cercana y

    la lea sobraba en el lugar.

    Manuel y Pablo descubrieron un

    pen solitario donde podan

    pescar a su gusto y conversar sin

    interferencias de ningn tipo, y la

  • tierra no se cansaba de dar frutos.

    Jos, por su parte, haba hecho un

    trato ventajoso con el panadero

    del pueblo: se ofreci como

    repartidor a cambio de diez panes

    diarios y algunas monedas que el

    grupo administraba y cuidaba

    como su mayor tesoro.

    Muy pronto Pablo, el ms sociable

    de los cinco chicos, se hizo amigo

    de una seora del pueblo. Ella se

    llamaba Malena y se dedicaba a

    vender la leche que obtena de

    tres vacas famlicas. Como viva

  • sola y no tena hijos, se encari

    pronto con Pablo y con la historia

    que l le cont como su gran

    secreto.

    -Por el desayuno no se preocupen

    -le dijo Malena a Pablo-. Un litro

    de leche diario no me va a hacer ni

    ms pobre ni ms rica.

    Claro que a veces tenan

    problemas. Si las cosas se ponan

    realmente duras, Pablo y Manuel

    buscaban a Martn. Aunque si no

    haba problemas, a veces tambin

  • lo visitaban. En todo caso, cada

    vez que iban regresaban con

    algunos pescados, un par de

    sombreros y un montn de

    historias. En cambio las chicas

    preferan ir a la bodega del primer

    da. Al principio Rosita le tena un

    poco de miedo a Chabuca, porque

    tena un vozarrn ronco y una

    risotada tremenda. Adems, le

    deca: "Y t de dnde saliste tan

    bonita si tu hermana es tan fea?".

    Emilia se rea, pero Rosa no

    entenda por qu, y no le gustaba

    para nada que le dijeran fea a su

    hermana. A Rosita le gustaba ms

  • visitar a Malena, porque les daba

    leche con cocoa. Y Jos, en sus

    ratos libres, iba a la plaza del

    pueblo para jugar ftbol un rato o

    a algn sitio con televisin para

    ver los partidos ms importantes.

    Tena mucha fama en el valle, o

    sea que jams haca de rbitro.

    As, con la ayuda de Martn,

    Chabuca y Malena, con el pescado,

    la leche y el pan, y con las

    verduras que Emilia compraba en

    la bodega, los nios aseguraron el

    alimento diario.

  • Manuel y Pablo, que madrugaban

    todos los das, se hacan ms

    amigos cada vez: las largas horas

    de conversacin al arrullo de las

    olas los haban unido de tal

    manera que llegaron a sentir que

    se conocan desde antes de nacer.

    La vida se haba encargado de

    convertir en hermanos a dos

    muchachos sin madre ni padre, y

    si no fuera por Chivillo, sin perrito

    que les ladre.

  • Un nuevo amigo

    Un da que Manuel y Pablo

    despertaron ms tarde de lo

    acostumbrado, se dieron con una

    sorpresa francamente

    desagradable: encontraron su

    pen ocupado. Recortada en el

    horizonte, divisaron la figura de

    un hombre joven que fumaba

    mirando el mar. Obviamente, la

    intromisin no les hizo gracia. Ese

    era 'su' pen, y aunque el intruso

    no lo supiera, haba invadido un

  • espacio que les perteneca desde

    haca casi un mes.

    -Si dejamos que se acostumbre,

    nos fregamos. Mejor lo paramos al

    toque y sin anestesia -dijo Pablo.

    Manuel pens que, en realidad, el

    tipo tena derecho de sentarse

    donde le diera la gana, pero

    acostumbrado a seguir a su amigo,

    acept tirar la primera piedra. Los

    nios treparon al pen, como

    todos los das, y se enfrentaron al

    forastero.

  • Pablo inici el ataque.

    -Oiga usted, seor, mi amigo y yo

    somos los dueos de este sitio.

    Pero el enemigo, en lugar de

    oponer resistencia, levant la

    cara, estudi el gesto desconfiado

    de sus adversarios durante

    algunos segundos, y dirigindose

    al principal atacante dijo:

    -Si el lugar es tuyo, te lo devuelvo.

    Yo slo estoy de paso y me gusta

    mirar el mar.

  • Pablo no se inmut:

    -El lugar es nuestro -dijo-. Pero si

    slo quiere mirar el mar, puede

    quedarse mientras nosotros

    pescamos.

    El extrao apag su cigarrillo

    entre las piedras y dijo:

    -Gracias.

  • Luego se qued callado y sigui

    contemplando el mar. Los chicos

    s desconcertaron, pero ya no

    podan retroceder porque saban

    que lo prometido es deuda.

    Al principio, y aunque el intruso

    no deca una palabra, su presencia

    los cohibi. Se hubieran sentido

    ms tranquilos si el tipo coga su

    mochila y se mandaba mudar por

    el mismo sitio por el que haba

    venido. Pero cuando pareca que,

    por fin, iba a emprender la

    retirada, slo sacaba otro

  • cigarrillo, lo prenda protegiendo

    el fuego del viento y se volva a

    acomodar. Qu fastidio. Ni

    conversar tranquilamente podan.

    Luego de un rato, con dos

    pescados al lado, Pablo empez a

    conversar con su amigo, como

    para demostrarle al forastero que

    su presencia le era

    completamente indiferente.

    -Si la Rosita sigue mal va a haber

    que llevarla a la posta del pueblo -

    dijo.

  • Y sin que nadie se lo hubiera

    pedido, el forastero intervino:

    -Y qu tiene la Rosita?

    Pablo iba a mandarlo al caracho,

    pero Manuel, que era de genio

    ms dulce, le respondi:

    -Hace como tres das que hace la

    caca suelta, parece agua. Adems,

    vomita a cada rato. Ah! Y tiene

    fiebre.

  • -Y cuntos aos tiene?

    -Cumple siete el mes que viene -

    dijo Manuel.

    -Y tu mam no le ha dado algn

    remedio?

    Pablo trat de hacerle una sea a

    su amigo para que no hablara ms

    de la cuenta, pero Manuel ya haba

    metido la pata:

  • -No tenemos mam. Estamos

    solos -le contest.

    -Si me dejan, de repente yo puedo

    ayudarlos. Me llamo Augusto -dijo

    el sujeto, y les tendi la mano.

    A Pablo no le gust mucho la idea

    de aceptar la propuesta del

    entrometido, pero Manuel estaba

    un poco preocupado por su

    hermana. Augusto les habl de la

    zanahoria rallada, de la sal, del

    agua hervida, y a Manuel le

    pareci que era un tipo de fiar. Y

  • como ese da los pescados

    parecan esconderse y Pablo se

    senta un poco ms confiado,

    finalmente decidieron llevar a

    Augusto a su refugio.

    Camino a casa, Augusto fue el

    primero en contar su historia,

    como para ganarse la confianza de

    los chicos.

    Les dijo que haba estudiado

    agronoma, y como los chicos no

    saban qu era eso, les explic en

  • pocas palabras en qu consista su

    carrera.

    -Y dnde est tu chacra? -

    pregunt Pablo, iniciando un

    tuteo que sali de su boca sin que

    l mismo lo notara.

    -Yo no tengo chacra, no tengo

    familia, no tengo casa. Yo no tengo

    nada -contest Augusto, con la

    mirada triste.

  • Manuel, que cada vez se senta

    ms tranquilo en su compaa, le

    dijo:

    -Nosotros s tenemos chacra: Jos

    se est encargando de ella. Y

    tenemos casa, tambin. Y familia.

    Luego, de su boca empezaron a

    salir otras palabras. Habl de su

    madre y de sus hermanas, de su

    casa abandonada en el barrio, de

    su tristeza. Increblemente, Pablo

    tambin le cont a Augusto sobre

    su soledad, sus meses en el

  • orfanato, su huida, los peligros

    que haba enfrentado. Cuando

    llegaron a casa de Mara, ya se

    haban hecho amigos.

    Emilia los estaba esperando en la

    puerta, pero al verlos con ese

    extrao tan guapo de ojos tristes

    se intimid, y despus de saludar,

    tom a su hermano de la mano y

    se lo llev aparte para someterlo a

    un minucioso interrogatorio.

    Manuel la tranquiliz y le

    pregunt cmo segua Rosita, slo

    para enterarse de que su hermana

  • menor estaba 'hasta las patas'.

    Pero cuando volvieron, Augusto

    ya estaba al lado de la nia, con

    una mano en su frente y

    bromeando con ella como si la

    conociera de toda la vida.

    En pocos minutos, Augusto ya se

    haba adueado de la situacin y

    empezaba a dar rdenes que los

    chicos obedecan sin chistar. A

    grandes trancos, y con Manuel al

    lado, se dirigi hacia la bodega

    que alberg a los nios el primer

    da y regres con zanahorias, t,

  • una bolsa de sal, querosene y

    algunas hierbas desconocidas

    para los muchachos. En la

    pequea cocina puso a hervir

    agua, y con una navaja llena de

    accesorios que sac de su bolsillo

    y que los chicos contemplaron

    alelados, pel y rall la zanahoria.

    Luego, al mismo tiempo que

    responda las interminables

    preguntas del grupo, fue

    cocinando un extrao preparado

    que dio de beber a Rosita

    mientras le contaba un cuento que

    los dems escucharon

    interesadsimos.

  • Cuando Jos y Chivillo llegaron, ya

    de noche, encontraron a los nios

    en animada conversacin con el

    nuevo amigo.

  • Las cosas empiezan a mejorar La insistencia de los nios logr que Augusto se quedara a dormir esa noche en la casa. En realidad, el forastero no opuso demasiada resistencia: quera asegurarse de que Rosita estuviera completamente curada antes de emprender la retirada. A la maana siguiente, cuando Jos y su perro volvieron de la panadera, encontraron a Augusto cuidando la fiebre de Rosita. Mientras remojaba un pao viejo dentro de un tazn con vinagre o algo as, iba distrayendo a las

  • nias con bromas y cuentos. En ese momento les estaba contando uno que hizo rer a todos. Trataba sobre una nia tan, pero tan horriblemente buena, que las autoridades de su pueblo le haban regalado tres medallas que chocaban entre s y sonaban como campanitas. Ella, muy orgullosa, siempre se paseaba con sus tres medallas delante de los dems nios, sin mirarlos. Un da, mientras jugaba en el jardn de un prncipe (donde la haban in- vitado por ser horriblemente buena), la nia vio aparecer un lobo feroz. Muerta de miedo, se escondi entre unos arbustos,

  • pero temblaba tanto, que las medallas que le haban regalado por ser tan horriblemente buena empezaron a sonar como campanitas, y el lobo la des- cubri y... se la comi. Los chicos soltaron la carcajada. Adems de caerles antipticos los chicos horriblemente buenos, la cara de Augusto hubiera hecho rer a las mismas piedras. Despus, Augusto se fue con Jos -y su inseparable Chivillo- a conocer la famosa chacra de los chicos. En realidad, la 'chacra' era un pequeo terreno abandonado,

  • pero Jos ya haba pensado sembrar en ella muchas cebollas para venderlas en el mercado. -Y por qu cebollas? -pregunt Augusto. -Porque las cebollas se necesitan para todo: para el cebiche, para el escabeche, para los guisos, para las salsas... todo el mundo necesita cebollas -dijo Jos. -Y sabes cunto tiempo se demoran en crecer? -contest Augusto.

  • -Bueno, algn tiempo, como todas las plantas. -Si no me equivoco, la primera cosecha saldra ms o menos en ocho meses. Y a cmo est el kilo de cebollas? -pregunt Augusto distradamente, mientras observaba el terreno. Jos no era idiota, tampoco, y Augusto le estaba diciendo con sus preguntas que, con el espacio que tena, por ms cebollas que cosechara, su ganancia sera ridcula en comparacin con el trabajo y el tiempo que habra invertido. Se senta tan rabioso

  • que ya iba a mandar al diablo al visitante, cuando este le dijo: - Tu idea sera excelente si tuvieras ms tierra, pero no crees que tu terreno es demasiado chico como para hacer ese negocio? Te propongo un trato: si t me dejas dormir un mes en tu casa, yo te ayudo a organizar una huerta que va a servirles ms que tus cebollas. En realidad, Augusto hubiera preferido seguir vagabundeando, pero le preocupaba dejar solos a los chicos. En ese momento, pensaba que podra dejarles la

  • vida un poco ms ordenada. Busc las palabras precisas para que Jos se sintiera dueo de la situacin: 'tu idea', 'tu terreno', 'si t me dejas...'. Sin embargo, el moreno respondi: -No puedo contestarte mientras no consulte con los otros. Augusto acept la decisin y volvi a la casa para seguir haciendo rer a las nias. Cuando Manuel y Pablo volvieron, Jos los llev aparte con Emilia y les cont la conversacin con el forastero. Los nios no lo

  • pensaron mucho: saltaron de alegra y se fueron disparados a aceptar la propuesta, con el secreto temor de que, si demoraban mucho, Augusto se arrepintiera de su oferta. Rosita era una nia fuerte, y gracias a los cuidados de Augusto y de Emilia, muy pronto volvi a corretear por toda la casa, con su pelo completamente enredado. Pareca una rastita. Augusto, por su lado, cumpli su promesa y todos los das se levantaba muy temprano para trabajar en la chacra distribuyendo espacios, arrancando hierba mala,

  • removiendo la tierra, preparando almcigos, sembrando brotes. Adems, dedicaba parte de su tiempo a una actividad que a los nios les daba mucha curiosidad: con un lpiz recin estrenado trazaba en un papel lneas, cuadrados y flechas y escriba nmeros que obtena luego de realizar misteriosas operaciones con una calculadora. Finalmente, un da se fue solo al

    pueblo y volvi con una bolsa

    llena de herramientas y de llaves.

    A la maana siguiente, con un

    poco de cal, marc el terreno, y

  • con un pico, una pala, algunos

    elementos totalmente

    desconocidos y la ayuda de Jos,

    dedic ms de una semana a la

    construccin de lo que llamaba

    con orgullo un 'sistema de

    irrigacin'. Los chicos siguieron

    todo el proceso con curiosidad y

    un poquito de desconfianza, pero

    finalmente, Augusto logr lo que

    quera: que el agua de la acequia

    llegara a la chacra cada vez que lo

    necesitaba.

  • El ms asombrado con los avances

    de la chacra era Jos. l, que era el

    nico que haba trabajado

    siempre en el campo, no

    recordaba haber visto nunca que

    la naturaleza obedeciera tan

    dcilmente las decisiones del

    hombre. Es cierto que su abuelo

    Prspero haba sido uno de los

    mejores agricultores del valle en

    su juventud, pero sus mtodos no

    se parecan en nada a los de

    Augusto: don Prspero era muy

    imaginativo, pero las cosas no

    siempre le salan bien. En

    realidad, lo bueno que tena era su

  • forma de resolver los problemas

    en los que l mismo se meta.

    A Jos le encantaba conversar con

    su abuelo. A don Prspero

    siempre le gust cantar y tocar la

    guitarra. De l aprendi ese vals

    que sola silbar mientras reparta

    el pan: "As como he vivido, al

    azar, al azar quiero irme a otras

    playas mecido en la hamaca de la

    mar". Pero don Prspero ahora

    estaba bajo tierra, con su

    imaginacin, sus valses y su

    sonrisa de viejo sin edad. La

  • ltima vez que lo vio, ya enfermo

    y pocas horas antes de su muerte,

    le dijo:

    -Cudate mucho, abuelito.

    -Cudate t ms, que te quedas en

    el mundo de los vivos -contest

    don Prspero.

    Jos recordaba mucho a su abuelo

    mientras trabajaba en la chacra.

    Para su entierro, la ta Olga quiso

    contratar a la banda de msicos

  • del pueblo, la que tocaba en la

    plaza todos los domingos. Los

    artistas aceptaron, pero no

    quisieron cobrar. Todos queran a

    don Prspero. Despus del

    velorio, lo llevaron al cementerio

    en andas. Luego, siguieron

    cantando durante horas. A pesar

    de lo triste del asunto, Jos logr

    despedir a su abuelo con alegra.

    El tiempo que el moreno pasaba

    con Augusto no slo le permita

    aprender nuevos secretos: en

    muchas ocasiones las ideas y

  • consejos que hered de su abuelo

    eran muy bien acogidos y llevados

    a la prctica por un adulto cada

    vez ms entusiasta y alegre.

    Un da que Jos lleg de la

    panadera dispuesto a iniciar el

    trabajo con la tierra, encontr una

    nota de Augusto que deca:

    "Tengo que irme, pero voy a

    volver. Esprenme". Toda su

    alegra se esfum. Cuando fue a

    buscar a las nias, las encontr

    llorando.

  • -Le pedimos que se quedara, pero

    l no quiso. Nos abraz y nos dijo

    que lo esperramos.

    Jos, acostumbrado a sentir el

    abandono en carne propia,

    contest:

    -No vamos a esperar.

    Cuando Manuel y Pablo volvieron

    con pescados y monedas,

    encontraron a las nias con los

    ojos hinchados, a Chivillo con las

  • orejas cadas y a Jos removiendo

    la tierra con furia.

  • Una llegada inesperada Los nios empezaron a extraar a Augusto desde el primer da. Sentan que se haban quedado solos una vez ms. En las noches, recordaban los cuentos que el amigo sola representar y que los hacan rer, llorar o, con ms frecuencia, morirse de miedo. No comprendan qu poda haber pasado: siempre lo haban tratado bien, siempre le haban obedecido, siempre lo haban admirado. Emilia era la nica que se atreva a decir que estaba segura de que regresara, tal como prometi. Pero los dems

  • pensaban que, aburrido de quedarse en un solo lugar, seguira su camino para nunca ms volver. Una tarde, pocos das despus, los nios encendieron una fogata a la entrada de la casa para preparar la comida del da. Rosita, que estaba sentada en la tierra haciendo dibujos con sus dedos, fue la primera en dar la voz de alarma. -Chivillo se escap! -dijo. Los chicos miraron con sorpresa la loca y alegre figura del perro

  • que corra moviendo el rabo al encuentro de una mujer que se acercaba por el camino. De pronto, a Jos se le ilumin la cara y tambin ech a correr. -Debe ser su mam -dijo Manuel. -No seas tonto, es muy joven -le contest Pablo. -Qu bonita es -coment Emilia-. Quin puede ser? Muy pronto salieron de dudas, porque Jos volvi corriendo con la increble noticia:

  • -Es Mara! -grit encantado, adelantndose por poquito a la llegada de la duea de casa. Los tres chicos mayores quedaron conmocionados. Por un lado, la felicidad de su amigo era contagiante. Por otro, sintieron miedo. Si Mara haba vuelto, la casa haba dejado de ser un refugio para ellos. Qu haran ahora? Despus del anuncio, Jos haba vuelto al lado de Mara, y ambos parecan luchar por la libertad de expresin. Cuando llegaron al lado de los nios, el mundo volvi a su lugar. Mara dijo sonriente:

  • -T eres Emilia, y t Rosita. Y ustedes... djenme pensar. T eres Manuel y t eres Pablo. Rosita, jugando con sus rulos enredados, le dijo: -Y t eres... adivina? -No, inteligente -dijo Mara hacindole muecas. Los chicos se rieron, un poco menos asustados. Mara estaba de buen humor, se integr al toque y no pareca molesta por la invasin. Realmente era tan linda y buena como la describi Jos.

  • Esa noche, al calor del fuego, Mara les cont a los nios por qu no haba podido volver a casa durante todo ese tiempo, y ellos, despus de cortar el pescado para compartirlo con la verdadera duea de la casa, la escucharon con inters. Resulta que ella trabajaba haciendo encuestas a los campesinos de la zona para una organizacin de la ciudad. Todos los meses, llevaba los resultados de sus investigaciones para entregarlos y recoger su sueldo. Pero un da que demor ms de la

  • cuenta, lleg un poco tarde a la estacin. Al ver que su mnibus estaba a punto de salir, cruz la pista a toda carrera y un automvil la atropell. Ella slo recordaba haber despertado en un hospital. Las enfermeras le contaron que haba estado inconsciente y que ya haban pasado varias semanas del accidente. Felizmente, los responsables del atropello la haban llevado inmediatamente al hospital. -Has tenido suerte -le dijeron-. Cuando estas cosas pasan, la gente

  • se escapa para no tener problemas. Mara pregunt cunto tiempo haba pasado. -Casi dos meses -le contestaron. -Tanto tiempo? -se admir Rosita, que con la novedad se haba quedado despierta y no tena nada de sueo. -S, porque cuando uno se golpea muy fuerte le viene algo as como una enfermedad que los mdicos llaman 'estado de coma'. Estar en

  • coma es como estar dormido, pero sin despertar al da siguiente. Rosita pens que deba ser bien rico dormir as, pero no dijo nada porque Mara, que segua contndoles su historia, justo estaba diciendo que cuando se despert se senta mareada, que no saba ni qu haba pasado ni cunto tiempo haba estado dormida, y que se sinti dbil durante mucho tiempo. Tambin les cont que, apenas despert, haba querido levantarse para regresar a su casa, pero que los mdicos no haban querido darle de alta. Rosita volvi a preguntar

  • qu era eso, y Mara le explic que cuando alguien est muy grave, los mdicos prefieren que se quede en cama hasta que sane completamente. -Ah! Por eso Augusto no dej que me levantara cuando estaba enferma -dijo Rosita. Era la primera vez que Mara oa mencionar a Augusto, y les pregunt a los nios si faltaba alguien en el grupo. Entonces, Jos le dijo: -Maana por la maana te presento a Augusto.

  • Los chicos pensaron que el moreno estaba loco, porque ninguno crea que Augusto volviera al da siguiente, pero como haban empezado a bostezar, Mara propuso que todos se fueran a descansar. -Y por favor, no se preocupen por nada: en la casa hay espacio para todos. En realidad, no result difcil acomodarse, porque Mara se instal sin problemas en el rincn donde Augusto sola dormir. Ella era la persona indicada para llenar ese vaco. Luego de

  • conversar un rato, los nios se durmieron tranquilos, con la seguridad de que Mara los aceptaba, y que pronto los amara. Al da siguiente, Jos le ense a Mara todo lo que haba hecho con Augusto. Ella estaba feliz: su casa era otra, senta que no estara sola nunca ms, y la pequea chacra empezaba a dar sus primeros frutos. De pronto, la voz de Jos se llen de amargura y le dijo: -No entiendo por qu nos dej.

  • Mara, con esa voz que pareca una msica dulce, con esa calidez que cautiv a Jos desde que la conoci, con esas palabras que siempre parecan ser las ms precisas para el momento, le dijo: -Hace algunos meses yo estuve a punto de morir. Ahora estoy viva gracias a que una persona decidi no dejarme tirada en medio de la calle para evitarse problemas. La misma persona que casi me mata fue la que me devolvi la vida. No creo que vuelva a verlo, pero siempre vaya agradecer lo que hizo por m. Augusto los ayud cuando ustedes estaban solos.

  • Aunque no lo veas nunca ms, recurdalo con cario. Adems, ahora estoy yo con ustedes. Las palabras de Mara tranquilizaron a Jos, y desde ese da fue ella quien anim las veladas de los nios. Ya no sala de madrugada para encuestar campesinos, porque luego de tanto tiempo de ausencia su lugar haba sido ocupado. Ahora llenaba sus das contando a los nios todo lo que saba, convirtiendo las historias que haba vivido en largas aventuras que iba narrando por captulos noche tras noche, trabajando en la chacra

  • organizada por Augusto, cocinando, remendando, adaptando la ropa que los mayores iban dejando, ad- ministrando los escasos ingresos de los nios y haciendo la vida de todos cada vez ms feliz.

  • Sorpresa

  • -Ven ese bote azul que avanza en

    el mar? -les pregunt-. Miren al

    pescador. Est solo.

    Los chicos lo vean perfectamente.

    -Cuando yo los conoc -les dijo-

    acababa de dejar la ciudad y me

    senta como si fuera un pescador

    en un bote solitario y sin remos.

    Era como si estuviera siempre a la

    deriva, como si en todo momento

    mi barco estuviera a punto de

    naufragar. Cuando llegaron

    ustedes, cinco personas ms se

  • subieron a mi barco. Pero en lugar

    de hacerlo ms pesado, lo

    volvieron ms ligero y le dieron

    rumbo. A m siempre me haba

    gustado la soledad. Ustedes me

    ensearon a no ocuparme

    nicamente de mis propios

    pensamientos, y quiero quedarme

    con ustedes, que dieron sentido a

    mi vida. Pero antes tena que

    terminar con todo lo que haba

    dejado atrs, me entienden? He

    vuelto para quedarme.

  • Manuel y Pablo no pudieron

    pescar ese da. Se quedaron

    conversando con Augusto,

    contndole todo lo que haba

    pasado en las semanas en que l

    estuvo ausente. Le hablaron de la

    rabia de Jos, de las lgrimas de

    Emilia y de Rosita, de los

    progresos de la chacra... pero de

    Mara no dijeron ni una palabra.

    Ambos teman que la nueva

    situacin alejara a Augusto para

    siempre o que la duea de casa se

    opusiera a la presencia de otro

    adulto, y se esmeraron en retrasar

    la hora de volver a casa. Pero

  • cuando Augusto dijo: "Vamos ya,

    que me muero de ganas de ver a

    los dems", los nios se dieron

    cuenta de que no podran

    prolongar eternamente ese

    momento, y en silencio, empren-

    dieron la vuelta a casa. Augusto se

    dio cuenta de que algo raro estaba

    pasando, pero pens que se deba

    al desconcierto que causaba en los

    nios su inesperado retorno y a la

    franqueza con la que les haba

    hablado.

  • Sin embargo, apenas divis la

    casa, Augusto se dio cuenta de

    que, realmente, algo haba

    sucedido en su ausencia: las

    solitarias rejas de las ventanas

    estaban ahora adornadas con

    cortinitas floreadas, helechos

    recin nacidos empezaban a

    asomar en las macetas y en el

    camino se vean brotes de esas

    flores amarillas que crecen como

    hierba mala. Rosita, que jugaba

    con Chivillo, se vea linda. Qu

    tena de raro? Despus de pensar

    mucho se dio cuenta de que

    estaba limpiecita y que tena el

  • pelo amarrado detrs de la

    cabeza. Cuando ella lo vio se le

    tir a los brazos, feliz.

    Al escuchar el barullo, Emilia se

    asom por la ventana. Ella

    tambin estaba muy bonita, con

    dos ganchitos en el pelo y un

    vestido que no le conoca. Al verlo,

    su cara se ilumin, pero antes de

    salir a recibirlo, volte a anunciar

    la buena nueva... a Jos? A esa

    hora, Jos todava no habra

    regresado de la panadera. Tal vez

    no haba ido a trabajar. Estara

  • enfermo? Augusto no tuvo tiempo

    de hacerse ms preguntas, porque

    detrs de Emilia apareci Mara,

    mirndolo con curiosidad.

    Los nios se encargaron de

    presentarlos y de contarle a

    Augusto quin era ella, porque

    Mara ya haba odo hablar mucho

    de l. Y fue Emilia quien propuso -

    o ms bien impuso- ir en grupo a

    la panadera para comunicar a

    Jos la buena noticia. Contuvo las

    protestas de los chicos -que se

    moran por quedarse a conversar

  • un rato con Augusto-, tom a

    Rosita de la mano y dej solos a

    los grandes para que conversaran

    tranquilamente. Cuando volvieron

    los encontraron en el mismo sitio

    donde los haban dejado,

    hablando muertos de risa.

    En la noche, Augusto y los chicos

    se encargaron de prender una

    enorme fogata y Mara prepar

    una comida especial con lo que

    haba. Mientras Emilia enseaba

    los dientes y jugaba con el recin

    llegado, Augusto se dedicaba a

  • bromear con Mara, que luego de

    acostar a Rosita y alegre como

    nunca, entonaba con linda voz, y a

    coro con Jos, el vals preferido de

    don Prspero. Despus de un

    buen rato, Emilia renunci a su

    intento de acaparar la atencin de

    Augusto, se dedic a conversar

    con Pablo hasta que los ojos se le

    empezaron a cerrar de sueo y se

    despidi de los mayores. Los

    chicos, que no eran tontos,

    siguieron su ejemplo.

  • Mara y Augusto se quedaron

    solos al calor del fuego y

    reanudaron la conversacin

    interrumpida por la llegada de los

    nios. Hablaron de Manuel, de

    Emilia, de Rosita, de Pablo, de

    Jos, de la soledad, de la pobreza.

    Las horas pasaron sin que

    ninguno de los dos se diera

    cuenta. Cuando escucharon el

    canto de los primeros pjaros,

    descubrieron que ya era hora de

    descansar. Augusto tendi su

    bolsa de dormir al lado del fuego y

    Mara entr a la casa, pero

    ninguno de los dos pudo dormir.

  • Un final que es un principio

    Cuando Mara le preguntaba a

    Rosita: "Dnde est el

    hermanito?", la nia, en lugar de

    sealar el vientre redondo de

    Mara, sealaba su propia

    barriguita. Y cuando Augusto, ms

    moreno que nunca, volva de la

    pequea chacra acompaado de

    Jos y de Chivillo, lo primero que

    haca era acariciar a su mujer y

    preguntarle a Rosita si el beb

    haba 'saltado mucho' en su

  • ausencia. Ella contestaba: "Todo el

    tiempo salta".

    Pero todos se asustaron el da en

    que Mara, luego de tender la ropa

    recin lavada, se dobl de dolor

    abrazando su vientre con las dos

    manos, muy plida pero tratando

    de mantener la calma. Emilia, que

    la estaba ayudando, corri a la

    chacrita en busca de auxilio.

    Augusto, que era el ms sereno

    del grupo, se puso muy nervioso.

    A grandes trancos lleg hasta

    donde Mara haca todos los

  • esfuerzos por parecer tranquila

    ante los nios, que la rodeaban

    aterrados sin saber qu hacer. Con

    sus manos, todava llenas de

    tierra, Augusto carg a su mujer,

    la llev con cuidado hasta su

    cuarto y cerr la puerta, sordo a

    las protestas de los chicos. Los

    futuros hombres se mordan las

    uas intentando adivinar cmo

    vendra lo que vendra, mientras

    hacan grandes esfuerzos por

    distraer a Rosita, que estaba ms

    preguntona que nunca, y Emilia

    herva agua en una gran olla a

    pedido de Augusto.

  • Luego de una eternidad, Augusto

    abri la puerta de su cuarto,

    cansado pero risueo. Extendi

    los brazos a sus asustados hijos y

    dej que entraran a ver a Mara,

    que arropaba a la nueva

    hermanita.

    -Les gusta mi nueva hijita? -

    pregunt.

    Los nios contemplaron

    maravillados a la recin nacida.

    Slo faltaba Rosita, que se haba

    refugiado en su cuarto y estaba

  • llorando porque, segn cont

    Manuel, pensaba que ya no la iban

    a querer.

    -Acompaen un ratito a Mara, yo

    regreso en un segundo -dijo

    Augusto.

    Augusto fue a buscar a Rosita, que

    lloraba a mares, y se sent al

    borde de su cama.

  • -No llores, Rosita. Esta noche

    estoy tan feliz como el da que te

    conoc.

    Pero Rosita, nada. Segua soltando

    ros de lgrimas.

    -T eres una rosita, o sea que tu

    hermana va a ser una flor. Ese va a

    ser su nombre, porque queremos

    que sea tan linda como t -dijo

    Augusto-. Ahora nuestra casa est

    completa.

  • Rosita empez a escucharlo, pero

    an no deca nada.

    -Has visto cmo cuidamos las

    plantas Jos y yo? -djo Augusto-.

    Ustedes son como plantitas para

    nosotros. Pero la planta ms

    chiquita es Flor, tu hermanita. Por

    eso tenemos que cuidada un poco

    ms durante un tiempo. Pero ven

    conmigo, no quieres conocerla?

    Rosita acept la mano de Augusto

    y se fueron al cuarto en el que

    estaba Flor, prendida del pecho de

  • su madre, mientras Rosita se

    acordaba de las flores y las abejas.

    Al verlos, Mara los recibi con

    una enorme sonrisa.

    -Miren quin est aqu, pues. En

    estos das, Emilia y t van a tener

    que ayudarme mucho. Los

    hombres no saben nada de estas

    cosas.

    -Y qu puedo hacer yo? -

    pregunt Rosita-. Emilia te ayuda

    a cocinar, Manuel y Pablo cogen

    los pescaditos del mar, Jos vende

  • pan y cultiva cosas, y yo no sirvo

    para nada.

    -Para nada? No me hagas rer.

    Puedes hacer muchsimas cosas.

    Por ejemplo, los bebitos necesitan

    agua hervida. Cuando veas que

    Emilia hierve el agua, tienes qu

    vigilar que slo la apague cuando

    eche burbujas y nunca antes.

    Emilia estuvo a punto de protestar

    -ella jams sacaba el agua antes de

    que echara burbujas-, pero

  • Augusto la tranquiliz con una

    mirada.

    -Adems, mientras le cambio los

    paales puedes echarle chuo en

    el potito para que no se irrite. Y no

    debes darle juguetes muy

    chiquitos, porque si se los mete a

    la boca se podra ahogar. Cuando

    crezca un poquito, puede caerse

    de la cama. Pero si t la cuidas,

    eso no va a pasar nunca. Cuando

    empiece a gatear, tienes que

    protegerla de Chivillo, porque los

    perros, por ms inteligentes que

  • sean, pueden hacerles dao a los

    nios muy chiquitos.

    Augusto, que tena en brazos a

    Rosita para que pudiera ver a su

    nueva hermana, aprovech para

    decirle:

    -Mara y yo vamos a decirte todos

    los das lo que puedes hacer para

    ayudamos a cuidar a la bebita.

    -Pero me van a seguir queriendo

    como antes?

  • -pregunt la nia.

    Y entonces los padres recin

    estrenados, abrazando a los nios,

    dijeron casi al mismo tiempo:

    -Claro que s. En esta familia hay

    espacio para todos.

    Fin