Hasta Que La Muerte Los Separe

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“Hasta que la muerte los separe” Hace unos meses atrás sucedió uno de los acontecimientos más felices de mi historia: Mi mejor amigo había contraído matrimonio con una muy buena chica. Ella, su mejor amiga. Fue bastante emotivo verlos juntos frente al altar, cuya misa fue presidida por el Rvdo. P. Luis Fernando Intriago Páez, quien en tiempos pretéritos fue nuestro formador, pero que no ha dejado de ser nuestro amigo. Estuvimos allí amigos de él, de la esposa, familiares. Todos sus más allegados nos habíamos reunidos para un evento grande y hermoso, tanto para los ojos de Dios, como para cada uno de los invitados. Recuerdo uno que otro diálogo con mi mejor amigo acerca del tema de tener enamorada, tener una esposa –no más de una, por favor – tener hijos, formar una familia. Verlo a él hablar de este tema, escucharlo era –aún sigue siendo – algo genial. Como yo soy unos años menor y además como tenía otras cosas en mi mente, no podía apropiarme de su sentir con respecto al tema, pero sí acompañarle como amigo. Y hoy ya tienen algunos meses de casados y ella está en estado. Una bendición más para su matrimonio que la han recibido con mucha alegría y también con cierto temor, pues esto es una gran responsabilidad, no solo el hecho de ser padres y esposos, sino por un hecho que es la raíz de todo: AMAR Este escrito inicia con una introducción bastante dulce, el inicio del matrimonio, pero pareciera que el título del mismo, no ayuda. Sin embargo me adentraré en otro aspecto del matrimonio, cuando la muerte asoma a uno de los cónyuges, aunque es algo triste, es algo que sucede y sucede en cualquier momento como ha acontecido hace unas pocas horas de este día miércoles en casa de unos vecinos. ¿Quiénes son los vecinos de los que hablo? Un par de ancianos, ellos conocieron a mi madre cuando ella me portaba en su vientre. Cuando tenía menos de diez años me regaló un familiar una bicicleta y empecé a andar por los al rededores de la cuadra de mi casa y por esos momentos, me hice amigo del nieto de aquellos ancianos, se llama José. Los dos andábamos en

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Acerca del envejecimiento con la pareja de toda tu vida

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“Hasta que la muerte los separe”

Hace unos meses atrás sucedió uno de los acontecimientos más felices de mi historia: Mi mejor amigo había contraído matrimonio con una muy buena chica. Ella, su mejor amiga. Fue bastante emotivo verlos juntos frente al altar, cuya misa fue presidida por el Rvdo. P. Luis Fernando Intriago Páez, quien en tiempos pretéritos fue nuestro formador, pero que no ha dejado de ser nuestro amigo. Estuvimos allí amigos de él, de la esposa, familiares. Todos sus más allegados nos habíamos reunidos para un evento grande y hermoso, tanto para los ojos de Dios, como para cada uno de los invitados.

Recuerdo uno que otro diálogo con mi mejor amigo acerca del tema de tener enamorada, tener una esposa –no más de una, por favor – tener hijos, formar una familia. Verlo a él hablar de este tema, escucharlo era –aún sigue siendo – algo genial. Como yo soy unos años menor y además como tenía otras cosas en mi mente, no podía apropiarme de su sentir con respecto al tema, pero sí acompañarle como amigo. Y hoy ya tienen algunos meses de casados y ella está en estado. Una bendición más para su matrimonio que la han recibido con mucha alegría y también con cierto temor, pues esto es una gran responsabilidad, no solo el hecho de ser padres y esposos, sino por un hecho que es la raíz de todo: AMAR

Este escrito inicia con una introducción bastante dulce, el inicio del matrimonio, pero pareciera que el título del mismo, no ayuda. Sin embargo me adentraré en otro aspecto del matrimonio, cuando la muerte asoma a uno de los cónyuges, aunque es algo triste, es algo que sucede y sucede en cualquier momento como ha acontecido hace unas pocas horas de este día miércoles en casa de unos vecinos.

¿Quiénes son los vecinos de los que hablo? Un par de ancianos, ellos conocieron a mi madre cuando ella me portaba en su vientre. Cuando tenía menos de diez años me regaló un familiar una bicicleta y empecé a andar por los al rededores de la cuadra de mi casa y por esos momentos, me hice amigo del nieto de aquellos ancianos, se llama José. Los dos andábamos en bicicleta por la cuadra y ya sea mi abuelo, o el abuelo de él nos observaba, nos cuidaba. Los abuelos de José lo criaron a él, por decirlo de una manera, sus abuelitos fueron como sus padres.

Me atrevo a creer que cuando esta parejita de ancianos se casó, cuando aún eran muy jóvenes, su corazón se llenó de dicha, quizá igual o más que la dicha que vi de mi amigo con su esposa. Y ¿Cómo me atrevo a pensar esto si jamás estuve en la boda de mis vecinos? Pues sencillamente porque ellos pasan los 80 años y siguieron juntos, porque obedecieron a Dios, no fue la mano humana quién los separó, tampoco me atrevo a decir que fue Dios, como si Dios fuese un sanguinario y sádico que le gusta ver a sus hijos sufrir, sino que la naturaleza corpórea ya había cumplido su ciclo de vida y se advenía la muerte. Ellos cumplieron lo que dice el sacerdote en la liturgia de matrimonio: HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE. Y la muerte que muchas veces es ajena a nosotros y nos solemos olvidar de ella, ya sea consciente o inconscientemente, y quizá de alguna manera consentimos el hecho que no vamos a morir nunca.

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Debo admitir que esta parejita de ancianos siempre fue un ejemplo para mi, verlo andar por la cuadra al señor con la señora en silla de ruedas porque ella ya no se podía valer tan autónomamente, sus fuerzas la estaban abandonando de a poco; sin embargo, aunque sus fuerzas la traicionaban, estaba con su esposo que con su libertad, él se convertía en las fuerzas que a ella le faltaban, de las que carecía, pues a su cuerpo envejecido se le agotaba el tiempo.

Era hermoso verlos, que aunque sean personas distintas y autónomas –en cierta manera– él estaba allí para ella y por ella, en este caso, en la enfermedad y en la ancianidad. Una amistad conyugal que se fue alimentando en los años por ser responsables el uno con el otro, ser co responsable de la felicidad del otro. Saber que uno no puede ser feliz a solas, sino que necesita compartir la felicidad propia con otra persona, y que esa persona necesita compartir la suya, y ¿Para qué? Para ser feliz tanto en singular como en plural. Ser feliz en singular, es decir, ser feliz un yo porque causa de un tú. En plural, es ser feliz en pronombre de nosotros. Y vuelvo al singular, ser feliz porque ya no se es un tú y un yo aislado, es más que un nosotros. Sino que se es uno. Uno en muchos aspectos que el sacramento del matrimonio deja a los esposos ser UNO. Pero aquí resalto el hecho de acompañar y dejarse acompañar por aquella persona que escogiste amar, pese a ti, pese a él.

Ahora, tantos años juntos y de pronto aparece la muerte y se precipita el adiós, el adiós que se le dirá a la persona que Dios ha puesto para que te santifiques en el amor en el caminar. Adviene la separación por algo sumo, el descanso en Dios. Algo que no comprendemos al 100%, al menos no en esta vida. Y aunque se pueda ser Cristiano y estemos en paz con nosotros mismos, los demás y Dios, sabemos que después de esta vida hay otra mejor, no deja de entristecernos la partida de un ser amado porque ya no lo veremos jamás en esta temporalidad. Se vive muy humanamente este tránsito de la muerte, aunque con esperanzas, también con dolor y ¿Por qué no? En cierta manera con algo de angustia o miedo, pues no hemos sido para la muerte, sino para la vida, hemos sido hecho para ser uno con otro, y no para separarnos de los que amamos. Pues cuando se ama y llega el momento de separarse, no deja de ser una experiencia dolorosa.

Pero sabemos que esta vida no es el fin de todo, pues sí, el sacerdote dice esta frase que puede sonar y resonar muchas veces en nuestro interior: “Hasta que la muerte los separe”. A mi parecer, sin ganas de ser herético -y quizá sí, pecando de romántico- me digo que esta frase, aunque es real, es incompleta. Es verdad porque la muerte existe, pero también es verdad que después de esta vida nos reuniremos con aquellas personas que amamos de una manera particular. Sería hermoso escuchar: “Hasta que la muerte los separe, y hasta que la resurrección los vuelva a unir como hermanos...”