Halperin Donghi

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ANUARIO del IEHS 11, Tandil, 1996 MITRE Y LA FORMULACIÓN DE UNA HISTORIA NACIONAL PARA LA ARGENTINA Tulío Halperin Donghi* El general Bartolomé Mitre, quien -como primer presidente, en 1862-1868, de una Argentina finalmente reunificada luego del largo hiato abierto por la disolución del estado revolucionario en 1820- tiene quizá mejores títulos que nadie para ser reconocido en el papel de padre de la Argentina moderna, es más frecuentemente celebrado en cambio en el más modesto de fundador de una nueva historiografía argentina, caracterizada por una seriedad erudita y objetividad científica hasta enton- ces ausentes. Examinado más de cerca, el tránsito de la crónica facciosa a la historia rigurosa del que se hace mérito a Mitre aparece tributario de otro cambio no menos decisivo: la multiplicidad de sujetos individuales y colectivos que hasta entonces llenaban la escena histórica -desde las facciones demonizadas o celebradas en las toscas recons- trucciones inspiradas por la pasión política hasta las ideologías o los complejos socioculturales entre sí antagónicos evocados en las interpretaciones más ambiciosas de Echeverría o Sarmiento- es resueltamente dejada de lado en beneficio de una majestuosa presencia central: la nación es ahora elevada a protagonista única del pro- ceso histórico. Es precisamente la postulación de ese sujeto que subordina a todos los que pululaban hasta entonces en el escenario de la historia argentina la que permitirá a Mitre mantener frente a ellos la distancia a su juicio requerida para alcanzar una reconstrucción histórica dotada de validez científica. * Departamento de Historia. Universidad de California, Berkeley.

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- Mitre y La Formulacion de Una Historia Nacional Para La Argentina

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  • A N U A R I O d e l I E H S 1 1 , T a n d i l , 1 9 9 6

    M I T R E Y LA FORMULACIN DE UNA HISTORIA NACIONAL PARA LA ARGENTINA

    Tulo Halperin Donghi*

    El general Bartolom Mitre, quien -como primer presidente, en 1862-1868, de una Argentina finalmente reunificada luego del largo hiato abierto por la disolucin del estado revolucionario en 1820- tiene quiz mejores ttulos que nadie para ser reconocido en el papel de padre de la Argentina moderna, es ms frecuentemente celebrado en cambio en el ms modesto de fundador de una nueva historiografa argentina, caracterizada por una seriedad erudita y objetividad cientfica hasta enton-ces ausentes.

    Examinado ms de cerca, el trnsito de la crnica facciosa a la historia rigurosa del que se hace mrito a Mitre aparece tributario de otro cambio no menos decisivo: la multiplicidad de sujetos individuales y colectivos que hasta entonces llenaban la escena histrica -desde las facciones demonizadas o celebradas en las toscas recons-trucciones inspiradas por la pasin poltica hasta las ideologas o los complejos socioculturales entre s antagnicos evocados en las interpretaciones ms ambiciosas de Echeverra o Sarmiento- es resueltamente dejada de lado en beneficio de una majestuosa presencia central: la nacin es ahora elevada a protagonista nica del pro-ceso histrico. Es precisamente la postulacin de ese sujeto que subordina a todos los que pululaban hasta entonces en el escenario de la historia argentina la que permitir a Mitre mantener frente a ellos la distancia a su juicio requerida para alcanzar una reconstruccin histrica dotada de validez cientfica.

    * Departamento de Historia. Universidad de California, Berkeley.

  • El entrelazamiento entre la exigencia erudita y la ruptura del lazo con cualquie-ra de esos sujetos parciales est explcitamente declarado en la caracterizacin del proyecto histrico que Mitre opone al de su gran rival Vicente Fidel Lpez en la pol-mica que ha de enfrentarlos. En Lpez, la decisin de usar la memoria colectiva del patriciado porteo como fuente histrica privilegiada, de cuya perspectiva se hace eco, es solidaria del reconocimiento de ese grupo como el protagonista del proceso histrico: el resultado es una narracin que no alcanza a ocupar plenamente el marco nacional al que su autor aspira; antes que de la Repblica Argentina, su historia es la de esa que Lpez llama burguesa liberal portea; sin duda por esa razn Lpez nunca va a realizar su deseo de continuarla ms all de ese ao de 1829 en que el ascenso de Rosas consuma la bancarrota definitiva del grupo dirigente que ha guia-do la revolucin emancipadora para extraviar luego el rumbo "bajo el influjo de Rivadavia.

    La negativa a identificarse con los puntos de vista de cualquiera de los actores individuales y colectivos que dominaron la escena histrica no supone -Mitre ha de subrayarlo enrgicamente- la renuncia a estructurar la historia a partir de un punto de vista preciso. Cuando Lpez opone a la opcin erudita de Mitre su supuesta pre-ferencia por una historia filosfica, la dura respuesta de ste es que en la obra de su rival la carencia erudita se prolonga en carencia filosfica. A esa doble carencia Mitre opone el dominio que se jacta de haber ganado en ambos campos, gracias al auxilio del mtodo inductivo, que le permite alcanzar conclusiones generales a par-tir de la acumulacin de conocimientos empricos debidamente controlados. Si esa ltima reivindicacin es discutible (apenas se examina el modo de historiar de Mitre se hace evidente que sus supuestas conclusiones son muy poco merecedoras de ese nombre: son ms bien las premisas que guan su esfuerzo por estructurar en un todo coherente la congerie de datos por l reunidos) ello no impide que esas premisas dis-frazadas de conclusiones reemplacen con xito en la funcin de dar sentido a los hechos evocados a las convicciones facciosas de las que Lpez es an tributario o a las visiones fuertemente polarizadas de Echeverra o Sarmiento.

    Esas premisas son las de la historiografa liberal-nacionalista floreciente en la Europa de la Restauracin y del contrastado resurgimiento liberal que hubo de seguirle; Mitre reconoce de buen grado su deuda Con ese modelo ultramarino. Pero hay aqu algo ms que la adopcin de un modelo prestigioso: en esa tradicin histo-riogrfica encuentra el cauce adecuado para volcar sus intuiciones esenciales acerca de qu ocurre en la historia que se propone evocar.

    Qu lleva a Mitre a proponer una historia argentina que es por primera vez plenamente la de una nacin? En primer lugar la conviccin de que -desde el comienzo mismo de la conquista espaola- el Ro de la Plata ha sido teatro del nacimiento y consolidacin de una sociedad cuyos rasgos peculiares pueden reco-nocerse ya en embrin en el punto de partida, y que nace dotada de un admirable vigor expansivo que le permitir doblegar, en su poderoso impulso hacia adelan-te, los obstculos hallados en su camino. En segundo trmino la conviccin de que

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  • ese sujeto colectivo slo ha de alcanzar su plena realizacin histrica bajo la figu-ra de la nacin, y a travs del esfuerzo por constituirse en el marco institucional del estado liberal. Ello hace que -pese a la atencin muy viva que Mitre conserva para las transformaciones econmicas y culturales que jalonan el. proceso histri-co argentino- su historia sea sobre todo poltica, en cuanto ha de centrarse en los problemas de la constitucin y progresiva institucionalizacin del estado, a la vez que del surgimiento y consolidacin de formas de autoridad especficamente pol-ticas.

    Ambas convicciones apartan por igual a Mitre de las perspectivas dominantes en los anlisis de la realidad argentina que hacen autoridad en el momento en que comienza a reflexionar sobre sta. Los de Sarmiento y Alberdi, contrapuestos en muchos aspectos, coinciden sin embargo en negar que la Argentina est predestina-da a un rumbo histrico constantemente ascendente, rastreable ya, pese a engaado-ras apariencias, en sus poco brillantes primeros tramos. Ambos coinciden por lo con-trario en alertar contra un peligro de ilustracin total que slo podra esquivarse si los argentinos se decidiesen a abandonar el cauce histrico hasta entonces recorrido para ingresar en el que cada uno de ellos les propone. Y -aunque ambos consideran que en el futuro ms inmediato todo depende del desenlace de un combate exquisi-tamente poltico, en el que lo que est en disputa es el control del poder estatal-ambos reconocen a la esfera de la poltica y del estado un valor slo instrumental, al servicio de objetivos de transformacin sociocultural en Sarmiento, socioeconmica en Alberdi.

    A esa visin obsesionada por el riesgo del fracaso que es la de sus grandes pre-decesores, Mitre sustituye la de un proceso histrico en que el pasado contiene ya la promesa cierta de un brillante futuro. En esa imagen, que se desplegar en sus gran-des obras histricas, vemos reflejarse el mismo optimismo en cuanto a lo fundamen-tal que permite al Mitre poltico afrontar serenamente casi todos los reveses y alla-narse sin ningn sentimiento de derrota a las ms graves transacciones; ese optimis-mo, que constituye el rasgo bsico tanto de la personalidad intelectual como de la figura pblica de Mitre, no podra ser ms raigalmente suyo. Pero si l termin por ganar el asentimiento de sus compatriotas fue porque reflejaba la experiencia de los sectores cada vez ms amplios que dentro de la sociedad argentina participaban de ese movimiento ascendente cuya presencia secreta Mitre haba sido capaz de detec-tar por debajo tanto del estancamiento colonial como del caos sangriento que Sarmiento haba evocado poderosamente en Facundo.

    Esa historia en continuo avance hacia nuevas cumbres, que Mitre presenta como la de la nacin que a travs de ella surge a la vida, y que es finalmente compartida por todos los que cuentan dentro de ese marco colonial as creado, ha comenzado por reflejar una visin arraigada en una experiencia ms regional que nacional: es la his-toria tal como puede verse desde Buenos Aires, que ha sido la gran beneficiaria de la apertura hacia el Atlntico consagrada por la creacin del Virreinato del Ro de la Plata y ampliada en sus consecuencias por la liberalizacin comercial que -decreta-

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  • da por el ltimo virrey- iba a permanecer en la base misma del orden post-revolu-cionario, tanto en medio de las convulsiones de la guerra civil como bajo el frreo dominio de Rosas. En las dcadas que siguieron a la emancipacin un formidable proceso expansivo ha permitido a Buenos Aires reunir un tercio de la poblacin de las provincias argentinas y ms de dos tercios de sus riquezas. Mientras, tal como nos recuerda ese texto elegiaco que son los Recuerdos de Provincia de Sarmiento, para la San Juan donde ste ha nacido el nuevo orden no ha trado sino calamidades, y aun para la Tucumn de Alberdi ha aportado innovaciones menos catastrficas pero casi todas negativas, la trayectoria de la provincia pottea en esas mismas dcadas inspi-ra ms ufana que alarma.

    Antes de volcarse en la versin de la historia argentina que Mitre iba a articu-lar, esa imagen de la experiencia argentina inspiraba ya la negativa de los interlocu-tores porteos de Sarmiento a aceptar la visin pica y trgica que haca de esa his-toria la del conflicto entre civilizacin urbana y barbarie pastora. Las reticencias frente a esa otra versin que amenazaba hacerse cannica se exhiban y ocultaban a la vez en las notas que Valentn Alsina puso a Facundo; tras de otorgarle un asenti-miento de pura cortesa (creo que hay algo de exacto en el fondo de esta idea, sin que en mi humilde opinin, lo sea en todo1) Alsina se apresuraba a socavarlo mediante lo que presentaba como un esfuerzo amistoso por eliminar errores de infor-macin, y era en rigor una tentativa de explicar los mismos hechos que Sarmiento interpretaba en esa clave prescindiendo de ella. Es particularmente reveladora la nota 20, que ostensiblemente se limita a corregir el error de presentar a Rosas entran-do en Buenos Aires al frente del cuerpo de Colorados de las Conchas; se trataba en verdad recuerda Alsina del quinto regimiento de milicias, que tambin vesta de rojo, pero ese color era entonces indiferente y accidental, sin significado alguno y usado por otros. Los Colorados de las Conchas era otro cuerpo muy distinto [ ] Desde muchos aos antes de 1820, vestan de colorado. Fue el mejor y ms valien-te cuerpo de milicias que tuvo Buenos Aires el nico de milicias que hiciese la campaa del Brasil: de ah la gran amistad de Lavalle con su coronel, y que ste fuera tambin de los del [golpe militar unitario] Io de diciembre. Su coronel era Vilela, el que fue sorprendido despus en San Cal, y asesinado por Oribe en Tucumn con Avellaneda y otros2.

    Lo que parece una correccin de detalle lleva implcita una recusacin tanto del mtodo como de las conclusiones de Facundo. En la hermenutica sarmientina la barbarie es una coherente totalidad de sentido, en la que nada hay librado al azar; al sugerir que la adopcin del rojo como color emblemtico de esa barbarie pudo ser lo bastante accidental para que coincidiese en ella un abanderado y mrtir de la civi-

    1 Valentn Alsina, "Notas al libro Civilizacin y Barbarie", en Domingo F. Sarmiento, Facundo, ed. Roberto Yahni, Madrid, Ctedra, 1990, n,2, p. 380.

    2 Loe, cit. p. 399,

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  • lizacin, Alsina deja sobriamente de lado los supuestos bsicos sobre los cuales se ha construido Facundo. Contra la frrea legalidad que gobierna el universo sarmienti-no, Alsina prefera subrayar el papel del error humano, y aun del azar: son las insu-ficiencias de Rivadavia, de Dorrego, de Lavalle, las que -anticipndose a la acci-dental captura del general Paz, el formidable jefe militar e indomable adversario de Rosas- han preparado el triunfo de ningn modo necesario de ste. El rechazo de los sistemas que parten de una idea jefe y buscan en la historia slo ejemplos que la justifiquen se hace necesario a Alsina para recusar la imagen de Rosas como la esfinge que guarda el secreto del destino argentino con que se abre Facundo; lejos de ser una figura clave, el hombre cuyo poder mantiene en el destierro a Sarmiento y Alsina no es sino el fruto contingente de un accidente histrico.

    Pero el rechazo porteo de la visin sarmientina no surge tan solo del deseo de reivindicar lo que la marcha de la historia tiene de contingente, por parte de quienes advierten mejor que Sarmiento que su apocalptico retrato de un pas dividido en dos hemisferios en lucha deja muy poco espacio a la esperanza: Buenos Aires, cuya bri-llante civilizacin urbana, expresada polticamente en el gobierno que tuvo por ins-pirador a Rivadavia, y que Sarmiento no se cansa de celebrar, ha sido hecha posible por la expansin vertiginosa de su economa pastoral, se niega a reconocerse en el retrato de la barbarie pastora que le propone Sarmiento. Y con buenos motivos: los rasgos que Sarmiento ha dibujado con horrorizada admiracin como definitorios del hemisferio de sombras que es la barbarie son cultivados sin recato por los corifeos de esa generacin portea de 1837 bajo cuyo influjo el sanjuanino se abri al mundo de las ideas; Echeverra, que trajo de Pars las novedades literarias e ideolgicas de las que esa generacin iba a nutrirse, se enorgulleca de su destreza con la guitarra, que en manos del gaucho cantor era presentada en Facundo como el instrumento artstico por excelencia del mundo brbaro; por su parte, la plida poesa del ms exquisito letrado de esa generacin, Juan Mara Gutirrez, alcanzaba su nota ms vigorosa al cantar a su caballo, con quien parecan ligarlo (como a los brbaros evocados por Sarmiento) sentimientos ms efusivos que los reflejados en las evocaciones de ama-das excesivamente fantasmales3; aun ms ilustrativo es el contraste entre el pasaje horrorizado de Facundo que rastrea en los entretenimientos gauchos los rasgos infini-tamente repulsivos de la barbarie y el poema juvenil4 en que Mitre celebra en el juego del pato el deporte en que se despliegan las virtudes de una raza librrima y viril.

    La recusacin de esas visiones problemticas del curso de la historia argentina, que en Alsina haba invocado el papel decisivo del azar, en Mitre va a desembocar

    3 En "A mi caballo"; en "Endecha del gaucho" asumiendo una mscara que Sarmiento hubiera rechazado para s, Gutirrez va ms lejos, al ofrecer al indio que se ha apoderado de su moro el trueque con su querida que es luciente como el oro. Ambas poesas en Horacio Jorge Becco, Antologa de la poesa gauchesca, Madrid, Aguilar, 1972, pp. 1635 y 1640.

    4 "El pato. Cuadro de costumbres", en Becco. op.cit., p. 1652.

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  • en cambio en la postulacin de otro curso histrico opuesto, que desde los humildes orgenes rioplatenses no se ha desviado nunca de una lnea ascendente destinada a continuarse indefinidamente hacia el porvenir.

    La conviccin de que la Argentina tiene alianza hecha con el futuro, que sub-tiende la construccin histrica de Mitre, es tambin ella el resultado de ver a la Argentina desde Buenos Aires, ahora desde el Buenos Aires post-rosista, que acele-ra an ms el ritmo de su expansin econmica mientras hace de su derrota en los campos de Caseros la promesa pronto cumplida de su triunfo final.

    Es el Buenos Aires que deslumhr a Sarmiento en 1855, cuando -tres aos des-pus del derrocamiento de Rosas- vino a radicarse en la ciudad que de lejos haba imaginado devastada por un cuarto de siglo de ser oprimida por un rgimen enemi-go de todo progreso. En la que fue capital de la tirana, y lo es ahora de una provin-cia en secesin, cuyo gobierno ninguna potencia se decide a reconocer, y cuyo futu-ro poltico no podra ser ms incierto, descubre en cambio una sociedad dinmica y vibrante, en que la prosperidad de las lites, que llenan teatros enteros con sus des-lumbrantes atavos, se complementa con la para Sarmiento ms importante de sus masas populares (no he encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos el traje es el mismo para todas las clases, o ms propiamente no hay clases). Mientras para la imaginada Buenos Aires de Facundo el nico modo de evitar una ruina irrevocable era la instauracin de un orden nuevo desde las races, en esa. Buenos Aires tan dis-tinta que sus ojos por fin revelan a Sarmiento esa ruina es simplemente imposible: con la guerra, la paz, la unin o la dislocacin este pas marcha, marchar5.

    La visin histrica de Mitre ha de nutrirse de esa fe colectiva, a la que ofrece a la vez formulacin precisa. Esta se despliega por primera vez en 1868, en la evoca-cin de los orgenes que abre la segunda edicin de la Historia de Belgrano, en la que la biografa incluida en 1857 en la Galera de Celebridades Argentinas y publi-cada en volumen separado al ao siguiente ofrece el esqueleto para un libro que quiere ser al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una poca, y que no sufrir transformaciones esenciales al ser republicano en versin definitiva en 1887.

    Esa evocacin de los orgenes argentinos es a la vez una vindicacin de la excep-cionalidad argentina en el marco de una Hispanoamrica surgida bajo el signo del feudalismo, que alcanza su perfil ms definido en Mxico y el Per. All el poder espaol, implantado en un imperio conquistado y explotando el trabajo de una raza dominada, se impona como el feudalismo europeo, distribua entre los conquistado-res el territorio y sus habitantes, teniendo exclusivamente en mira la explotacin de los metales preciosos.6

    5 "Carta a Mariano de Sarratea, Buenos Aires, 29 de mayo de 1855", en Domingo F. Sarmiento, Obras Completas, tomo XXIV, p. 283, Buenos Aires, Luz del Da, 1951.

    6 Bartolom Mitre, Historia de Belgrano y de a. Independencia Argentina, Quinta edicin, Buenos Aires,

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  • Nada de eso en la colonia del Ro de la Plata; bautizada con un nombre engaa-dor [ ] todo su capital se compona de llanuras cubiertas de malezas [ ] y una agri-cultura primitiva que apenas bastaba a las premiosas necesidades de los indgenas. As naci y creci la colonizacin argentina en medio del hambre y la miseria [ ] ofreciendo en Sudamrica el nico ejemplo de una sociabilidad hija del trabajo repro-ductor. La penuria fue as una secreta bendicin en cuanto salv a las comarcas rio-platenses del sino de Mxico y Per, vstagos ambos de una semicivilizacin org-nicamente dbil en cuyo tronco podrido los conquistadores injertaron una versin ya arcaica de la civilizacin europea. Frente a un Per escindido entre una mayora indgena que sobrevive sin asimilarse a los conquistadores, en el Ro de la Plata los mestizos eran considerados como espaoles de raza pura y constituan el nervio de la colonia [ ] con ellos se fundaban las nuevas ciudades [ ] ellos tomaban paite en las agitaciones de la vida publica inoculando a la sociedad un espritu nuevo. De su seno nacan los historiadores de la colonia, los gobernantes destinados a regirla, los ciudadanos del embrionario municipio, y una individualidad marcada con un cierto sello de independencia selvtica, que presagiaba el tipo de un pueblo nuevo, con todos sus defectos y calidades. En lugar de una sociedad dividida horizontalmente por fronteras tnicas entre conquistadores y conquistados, una precozmente unifica-da en tomo a una nueva raza destinada a ser la dominadora en el pas; una socie-dad en la que por aadidura la universal pobreza atenuaba las desigualdades econ-micas: como en realidad no haba pobres ni ricos, siendo todos ms o menos pobres, resultaba de todo esto una suerte de igualdad o equilibrio social, que entraaba desde muy temprano los grmenes de una sociedad libre, en el sentido de la espontaneidad humana.7

    La excepcionalidad rioplatense tena races europeas a la vez que americanas. A diferencia de Corts y Pizarro, meros hombres de accin a la cabeza de aventu-reros intrpidos, vidos y rapaces consagrados a una empresa de sojuzgamiento y explotacin de los pueblos vencidos, los espaoles arribados al Plata fueron, antes que conquistadores, verdaderos inmigrantes, reclutados en las clases y en los luga-res ms adelantados de la Espaa..."nacidos y criados en comarcas laboriosas, en puertos de mar... en ciudades... traan en su mente otras nociones prcticas y otras luces que faltaban a los habitantes... de Extremadura, de Galicia o de Castilla la Vieja, que dieron su contingente a la colonizacin del Per, en la que su ms grande caudillo no saba ni escribir su nombre.8

    Una sucesin de toques nada sutiles traza as el perfil de una sociedad ms moderna y genricamente europea que neofeudal y especficamente espaola. Pero esas virtudes de origen no bastaban para asegurar a ese vstago de Europa implanta-

    Biblioteca de La Nacin, 1902,1, 6.

    7 B, Mitre, op.cit., I, 9.

    8 B. Mitre, op.cit,, I, 11.

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  • do en el Ro de la Plata el gran destino al que ellas le daban derecho. A ellas deba sumarse el influjo, que se hara sentir con intensidad creciente a partir de ese humil-de punto de partida, de la constitucin geogrfica de la comarca, cuyas llanuras cubiertas de malezas ocultaban una de las ms ricas praderas del planeta: La pampa inmensa y continua daba su unidad al territorio. El estuario del Plata centra-lizaba todas sus comunicaciones. Los prados naturales convidaban a sus habitantes a la industria pastoril. Su vasto litoral lo pona en contacto con el resto del mundo por medio de la navegacin fluvial y martima. Su clima salubre y templado, haca ms grata la vida y ms reproductivo el trabajo. Era, pues, un territorio preparado para la ganadera, constituido para prosperar por el comercio, y predestinado a poblarse por la aclimatacin de todas las razas de la tierra.9

    Aunque Mitre no deja de mencionar entre las bendiciones naturales que conva-lidan esa promesa de un gran destino los prados naturales [que] convidaban a sus habitantes a la industria pastoril, la reivindicacin de un papel positivo para la ganadera relegada por Sarmiento al hemisferio de la barbarie era apenas sugerida al pasar. Ella es sin embargo esencial a su argumento, y casi contemporneamente con la publicacin de esta segunda edicin de la Historia de Belgrano Mitre la pre-senta del modo ms explcito en el discurso que pronuncia en Chivilcoy, donde Sarmiento, ya elegido para sucederlo en la presidencia, ha prometido tres semanas antes rehacer a toda la llanura pampeana sobre el modelo de esa casi nica colonia agrcola en la campaa portea. Para justificar su escepticismo frente a esta pro-puesta en que se refleja la dogmtica condena que contra el pas plasmado por tres siglos de historia formulan quienes se creen sabios, Mitre invoca la instintiva sabi-dura del pueblo, a la que ofrece los argumentos que sta es incapaz de articular: a saber, que no slo debe la provincia su existencia, an ms que a los hombres, a las vacas que se adelantaron a aqullos en el avance sobre la pampa desierta, sino que en el presente la ganadera hace posible la consolidacin a orillas del Plata de un sociedad ms prspera, menos desigual y -para decirlo todo- ms civilizada que la del Chile agrcola.10

    No ha de sorprender entonces que los avances a partir de esos modestos orge-nes no supongan ninguna ruptura de continuidad frente a stos, sino por lo contrario prosigan en la huella originalmente trazada. La experiencia argentina entra en una nueva y decisiva etapa cuando el ritmo de expansin de esa sociedad en continuo cre-cimiento amenaza verse frenado por el opresivo pacto colonial, que le veda esa aper-tura hacia el mundo que necesita para poder proseguir su marcha ascendente. Comienza entonces el proceso que ha de culminar en la guerra emancipadora, en la

    9 B. Mitre, op.cit., I, 9.

    10 ".Discurso pronunciado el 25 de octubre de 1868 en el banquete popular que le ofreci el pueblo de Chivilcoy con motivo de la feliz terminacin de su presidencia constitucional", en B. Mitre, Arengas, Buenos Aires, Casavalle, 1889.

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  • que ha de forjarse la nacionalidad. Esa transformacin de una sociedad en nacin ser en rigor el tema de la Historia de Belgrano, para cuyo hroe no reivindica Mitre un papel constantemente protagnico en el proceso. Lo que lo hace ms adecuado que ninguna otra figura entre las de sus coetneos para ocupar el lugar central en la narra-cin es su condicin -en verdad excepcional en el conjunto de la lite portea que asumir la direccin del proceso revolucionario- de participante significativo en las dos etapas sucesivas de ese proceso: primero como servidor de la monarqua ilustra-da e introductor en el Ro de la Plata de esa nueva ciencia que es la economa polti-ca, papel en que se lo vio promover la toma de conciencia de la regin a partir del conflicto de intereses que iba a llevar ineluctablemente al choque con el rgimen colonial, y luego como servidor ms abnegado que afortunado de la causa revolu-cionaria en el campo poltico y militar.

    Al internarse en la etapa revolucionaria vuelve Mitre a la problemtica especfi-camente poltica que le ha interesado desde comienzo mismo de su carrera intelec-tual. Ella se centraba en dos temas sin duda ntimamente ligados, pero an as dis-tintos: un proceso -que l ve como ya coetneo del nacimiento de la poltica como rea autnoma de experiencia colectiva- a travs del cual se consolida el liderazgo personal de algunos individuos, y otro ms lento y contrastado gracias ai cual ese liderazgo primero rompe el marco institucional que la revolucin no ha alcanzado a renovar tan radicalmente como hubiese sido necesario, y por fin -a travs de inter-minables vicisitudes a menudo sangrientas- concluye por ser mediado y absorbido por el imperio impersonal de otras instituciones ms capaces de expresar las aspira-ciones colectivas que han desencadenado el proceso revolucionario.

    El primero de esos tpicos ha sido ya encarado por la generacin de 1837, de la que tambin Mitre es tributario, a partir de las reflexiones de Cousin sobre el papel de los hombres representativos, recogidas por Echeverra en el Credo de la Joven Generacin Argentina, de 1838, e invocadas en ese mismo 1838 por Alberdi como argumento legitimador del poder de Rosas en su Fragmento preliminar al estudio del Derecho, para escndalo de algunos de sus futuros camaradas en la lucha antirrosis-ta. A los hombres del 37, como ahora a Mitre, les preocupaba menos entender y legi-timar el fenmeno del liderazgo poltico que darse una razn para el hecho decep-cionante de que en el Ro de la Plata ese liderazgo slo efmeramente recaa en quie-nes estaban mejor preparados para ejercerlo, y sin embargo se vean bien pronto rechazados en sus pretensiones de desempear un papel dirigente. Se trataba en suma de entender las races de lo que se llamaba ya el caudillismo, y Mitre dedic su pri-mer ensayo historiogrfico a explorarlas a travs de la figura de Jos Artigas, el jefe de la revolucin de la Banda Oriental que en 1815 se erigi en cabeza de un sistema poltico rival del ms maduramente institucionalizado que desde 1810 lideraba Buenos Aires.

    Mitre tena muy buenas razones para interesarse en Artigas; no slo haba segui-do a su padre en su destierro a la antigua Banda, ahora Repblica Oriental del Uruguay, sino en ella su propio abuelo, como el padre de su biografiado, haba sobre-

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  • salido como jefe de una de las familias fundadoras de Montevideo. Aunque el esca-so xito de ese abuelo como empresario rural contribuy a que su hijo -y padre del futuro hombre pblico- siguiese una carrera administrativa que lo devolvi a Buenos Aires, la ciudad donde en primer Mitre se haba establecido en el siglo XVII (y Bartolom iba a nacer en 1821), desde comienzos de la dcada de 1830 el triunfo de Rosas lo devolvi a su nativa Montevideo, donde entr al servicio de la reciente-mente creada repblica independiente. Y el suegro de Mitre es el general Vedia, des-cendiente de un linaje de oficiales peninsulares arraigado en el Plata en el siglo XVIII, que ha venido sirviendo en la Banda Oriental primero al rey, luego a Buenos Aires y ahora a Montevideo, y que ai servicio de la segunda tuvo ocasin para entre-vistas y tratos con Artigas que le dejaron vivsima impresin.

    Aunque ignoramos la fecha exacta de composicin de esa biografa -destinada a permanecer indita por un siglo- ella es anterior a 184311. Por entonces la imagen cerradamente negativa de la etapa artiguista en la que haban coincidido luego de 1820 todas las facciones rioplatenses haba perdido sin duda algo de su virulencia, pero no haba sido aun recusada. Podra esperarse entonces sobre todo de la pluma de un joven proscripto en Montevideo por otro caudillo un retrato en que predomi-nasen los colores sombros, y conclusiones que subrayasen los efectos desoladores de la accin de Artigas.

    Muy poco de eso ha de encontrarse, sin embargo, en el escrito de Mitre. Sin duda ello se debe en parte a que entre sus motivaciones la de dilucidar un problema hist-rico parece haber pesado menos que de adiestrarse en la narracin histrica: el Artigas parece ser ante todo el ejercicio de un aprendiz de historiador que en su Diario se muestra muy alerta a los problemas que plantea la escritura de la historia.

    An as, puede rastrearse en el Artigas una visin precisa de las races del cau-dillismo; una visin que tiene mucho en comn con la que propondr Facundo, pero que se niega a adoptar el tono sombro del texto sarmientino. Sin duda, algunos de esos elementos comunes se deben a que Sarmiento y Mitre son ambos tributarios de la visin del caudillo alimentada por el despecho de sus derrotados rivales de la lite letrada: as cuando uno y otro rastrean en la precoz rebelin contra la autoridad pater-na, nutrida en el rechazo de toda disciplina, la primera manifestacin de las tenden-cias que luego han de desplegarse en la vida pblica tanto de Artigas como de Quiroga. Ya aqu se percibe, a la vez que una diferencia (el juicio psicolgico-moral sobre esos episodios tempranos, cerradamente negativo en Sarmiento, lo es mucho menos en Mitre), una semejanza quiz ms significativa: an Sarmiento ve en esa indisciplina la expresin de ambiciones que en un marco histrico ms propicio hubieran podido conquistar para Quiroga una gloria ms autntica que la derivada de sus deplorables hazaas; si hubiese nacido en Francia y no en un remoto rincn colo-

    En notacin de su diario con fecha 27 de septiembre de 1843, Mitre seala la similitud entre el mtodo expositivo adoptado por Villemain en su Histoire de Cromwell y el modo que adopt para escribir la biografa de Artigas (El diario de a juventud de Mitre, Buenos Aires, Institucin Mitre, 1936, p. 16).

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  • nial asediado por la barbarie, Facundo hubiera podido convertirse en uno de los ms bizarros mariscales napolenicos...

    As como su adscripcin al hemisferio de la barbarie cierra para Quiroga ese camino alternativo, es el primitivismo del contexto en que se desenvuelve la carrera de Artigas el que contamina y desvaloriza las hazaas que la jalonan. Esa semejanza oculta de nuevo, sin embargo, una diferencia an ms esencial entre la perspectiva de Mitre y la de Sarmiento: el primitivismo del estilo de liderazgo de Artigas pro-viene de su ubicacin en la etapa inicial de una marcha ascendente, en que la demo-cracia se presenta an pura y sin abstracciones, representada por la fuerza muscu-lar12. Esa mencin fugaz refleja en ese escrito juvenil la gravitacin de la imagen del proceso histrico que se desplegar plenamente un cuarto de siglo ms tarde tanto en la Historia de Belgrano como en el discurso de Chivilcoy: en este ltimo, en expresin chistosa que da voz a una conviccin muy seria, redefine eso que Sarmiento llamaba barbarie como la civilizacin pastoril marchando en cuatro patas.

    Aunque algunas de las formulaciones incluidas en Facundo podan haber ofre-cido el vehculo para una visin anloga a la de Mitre (as la presentacin del con-flicto que devora a la Argentina como el resultado inevitable de la yuxtaposicin de campaas que viven an en el siglo XII y ciudades que participan de la civilizacin del XIX13), la barbarie no es para Sarmiento la primera etapa en la marcha ascen-dente de la civilizacin, sino su anttesis. Pero lo que define la visin de Mitre no es tan slo una genrica confianza en la vocacin de progreso que caracteriza al proce-so histrico argentino; ese progreso se da para l ante todo en el plano poltico, y se mide por los avances de la institucionalizacin del poder.

    En esta conviccin puede acaso verse la huella de otro de los resortes que ase-guraron el xito histrico de Buenos Aires, que suele ser menos complacidamente subrayado que los dones de una naturaleza prdiga: es la creacin por voluntad regia de un gran centro administrativo y militar en el nuevo marco brindado por la reorga-nizacin imperial del tardo setecientos. En su Rosas y su tiempo14, Jos Mara Ramos Meja haba buscado la clave de la personalidad de Rosas en una doble heren-cia psicolgica: al linaje materno de los Lpez de Osornio deba ella los rasgos pro-pios de la de un gran propietario pampeano, seor de hombres, tierras y ganados; al paterno de los Ortiz de Rosas la forma ments acuada en el crisol de la tradicin burocrtica espaola. Como sola, el agudo siquiatra y criminlogo, creyendo ofre-cer claves psicolgicas, las ofreca muy valiosas para la historia: ms que una heren-

    '2 El texto de Mitre fue publicado por Mariano de Vedia y Mitre, El manuscrito de Mitre sobre Artigas, Buenos Aires, La Facultad, 1937; la cita es de la p. 61.

    D. F. Sarmiento, Facundo, p. 91.

    14 Jos Mara Ramos Meja, Rosas y su tiempo, Buenos Aires, OCESA, 195?. [1907], cap. II, "De dnde pro-cede el tirano", I, pp. 65-93.

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  • cia gentica, la que Ramos Meja descubre es la de la experiencia colectiva de su ciu-dad y su regin nativa.

    Esa experiencia debe tambin haber gravitado sobre Mitre: ya su padre haba desenvuelto su vida en ese marco burocrtico, y l mismo parece haberse prepara-do desde su adolescencia para el servicio del estado; a los catorce aos ingresaba, sin dudas con vistas a una carrera en las oficinas de hacienda, en la escuela mer-cantil del Consulado de Montevideo; al ao siguiente su padre perda su cargo de tesorero general de la Repblica y en 1837 Mitre ingresaba en la escuela de arti-llera de la Academia Militar de Montevideo, de la que egres como alfrez en 1839. A diferencia de Sarmiento, arrastrado a la milicia por la vorgine de la gue-rra civil, para Mitre sta abra desde el comienzo una carrera profesional, en todos los sentidos del trmino: no slo ella supona la adscripcin con vocacin de per-manencia a una estructura institucional bien consolidada, sino la adquisicin de una especfica competencia por va de aprendizaje formal (en 1844, mientras serva en las fuerzas que defendan a Montevideo sitiado, iba a redactar una Instruccin prc-tica de artillera, para el uso de los seores oficiales de artillera de la lnea de for-tificacin15).

    En el marco militar ambos aspectos necesidad de competencia tcnica especfi-ca y de una institucionalizacin rigurosa aparecen quiz ms estrechamente ligados que en cualquier otro. Mitre subrayar por igual a ambos en dos artculos periodsti-cos de febrero de 1846, "La montonera y la guerra regular" y "Necesidad de disci-plina en las repblicas"16. Aqu de nuevo, como Alsina, afirma contra Sarmiento que la victoria de los ejrcitos regulares contra las montoneras reclutadas por los caudi-llos ofrece un desenlace ms frecuente que el opuesto a los conflictos entre ambos. Pero, ms all de esa conclusin solidaria con la optimista visin portea del futuro argentino, esos textos constituyen un alegato en favor de la profesionalizacin e ins-titucionalizacin como fines vlidos en s mismos, y no slo como instrumentos de victoria, en el que vemos ya desplegarse un motivo que ha de ser central a la visin histrica de Mitre.

    Pero esa institucionalizacin no puede seguir las lneas de la implantada en el Plata por la monarqua ilustrada: tambin en este punto Mitre se aparta de Lpez, para quien Buenos Aires nunca ha vuelto a ser tan bien gobernada como en los tiem-pos felices de don Carlos III. La revolucin ha deshecho para siempre la coraza monrquica e imperial que amenazaba sofocar el crecimiento de esa sociedad instin-tivamente igualitaria y marcada desde sus orgenes por una democracia genial que es la del Ro de la Plata. Y esa revolucin alcanza su momento culminante no en 1810 sino en 1820, cuando los caudillos destruyen el estado heredero de la tradicin

    55 Jos C. Campobassi, Mitre y su poca, Buenos Aires, Eudeba, 1980, pp. 17 y 22-23; Juan Angel Farini, Cronologa de Mitre, 1821-1906, Buenos Aires, Institucin Mitre, 1970.

    16 Farini, op.cit., p. 23.

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  • virreinal que desde Buenos Aires ha dirigido durante diez aos la lucha emancipa-dora; sio entonces, asegura Mitre, la revolucin poltica se torna revolucin social, encarna finalmente en la sociedad, y gracias a ello la Argentina asume de modo irrevocable esa vocacin democrtica que sin que lo supiera ha sido ya la suya desde los orgenes. De este modo lo que para Lpez apareca como catstrofe irre-parable, de la que culpaba a San Martn por haberse negado a abandonar la empresa de liberacin del Per para combatir a los caudillos rioplatenses, constitua para Mitre la consumacin de la revolucin emancipadora17.

    Pero esa democracia sigue siendo inorgnica; la tarea que queda por cumplir es la de organizara, y ese debe ser precisamente el programa para la Argentina pos-trosista. Esa organizacin tiene una sola forma posible: es la de la repblica democr-tica, pero sta no es -contra lo que crey Bello y creen todava Sarmiento y Alberdi-un injerto extico que slo puede arraigar en el inhspito suelo hispanoamericano tras de una penosa etapa de penetracin ideolgica y transformacin social; al adop-tarla la Argentina no har sino envolverse en el ropaje institucional hacia el cual su vocacin la ha guiado desde sus remotos orgenes. Todava en 1878, contra quienes denuncian despectivamente el primitivismo semiindgena de la provincia de Corrientes, al que atribuyen la tenaz fidelidad de algunos de sus caudillos polticos a la faccin liberal mitrista, Mitre responde con un escrito al que desafiantemente titu-la en guaran, la lengua indgena todava umversalmente hablada en esa provincia (Ayherec- Quah Cat, una provincia guaran). Si todava ahora la recusacin a la visin polarizada que contrapone civilizacin y barbarie permanece implcita, con el paso del tiempo slo parece haber ganado en vehemencia.

    En cuanto la historia que propone Mitre presenta la trayectoria de la Argentina no slo como el surgimiento paulatino de una conciencia de s por paite de la socie-dad rioplatense, sino el afirmarse de sta bajo la figura de la nacin y dentro del marco institucional del constitucionalismo liberal y democrtico al que la destinaba su vocacin originaria, ella ofrece la caucin ms slida para el patriotismo de esta-do; se entiende bien por qu un monumento historiogrfico marcado por una audaz originalidad de ideas pudo terminar ofreciendo las nociones bsicas para la visin del pasado y del destino argentino difundida por la escuela elemental, instrumento de un esfuerzo muy deliberado por improvisar una conciencia nacional para un pas deshe-cho y rehecho por un alud inmigratorio sin paralelo en la historia universal.

    17 Ver sobre este punto, Natalio R. Botana, La libertad poltica y su historia, Buenos Aires, Sudamericana-Instituto T. Di Telia, 1991, cap. VII, "El debate sobre la guerra social", pp. 107-122.

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