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1 Hacia una gestión de riesgos crı́tica en patrimonio cultural versión 2.5, revisión 5 3 de abril de 2018 · 23:05 David Barreiro y Rocío Varela-Pousa Palabras clave Riesgo, Gestión de riesgos, Evaluación, Prospectiva, Estudios Críticos de Patrimonio. Introducción El concepto de patrimonio cultural surge asociado al riesgo de pérdida o alteración de ciertas entidades producidas por los seres humanos a lo largo de su historia, amenazadas por los procesos de modernización: todo progreso implica cambio, todo cambio implica riesgo de pérdida o alteración, y ante ese riesgo surge el interés por conservar, bien como resistencia al cambio, bien con la intención de “encapsular” esas entidades para que no obstaculicen el progreso (Choay 2007). Por ello, el riesgo está en la base de todo proceso de patrimonialización. En consecuencia, hablar de “patrimonio en riesgo” es una redundancia; siendo estrictos, todo bien patrimonial debería formar parte de la Lista del patrimonio mundial en peligro, puesta en marcha por la Convención de París de 1972. Aun así, vamos a conceder que no todos los bienes patrimoniales están amenazados de la misma forma, ni la gravedad de la amenaza es la misma; y vamos a tomarnos en serio los profundos cambios por los que está atravesando la humanidad (ecológicos, demográficos, políticos y económicos), que hacen que los organismos internacionales y nacionales asuman cada vez más la necesidad de diseñar políticas de gestión del riesgo. Pongamos el foco en esto. Hace ya tiempo que UNESCO, ICCROM, ICOMOS, el Consejo de Europa… y otros organismos con competencias en el ámbito de la cultura y el patrimonio han incorporado el factor riesgo en sus directrices y guías de actuación 1 , acuñando conceptos y desarrollando metodologías que los estados han ido incluyendo paulatinamente en sus estrategias y planes de gestión patrimonial 2 . Todos ellos apuestan por un enfoque holístico y comprehensivo del proceso de gestión; para todos ellos, también, el valor del bien patrimonial es el núcleo del concepto de riesgo, entendido como una pérdida repentina o progresiva de aquél (ICCROM-CCI 2016: 10). Además, tras la publicación de la Carta de Burra y la Convención de Faro, y al hilo de las nuevas directrices europeas sobre gobernanza participativa y sostenibilidad (véase al respecto Jones and Leech 2015), las pautas y actualizaciones metodológicas realizadas en la última década por estos organismos muestran una tendencia creciente a considerar el contexto social en que 1 Algunos ejemplos son: Manual de Gestión del Patrimonio Mundial (2013), Manual para la Gestión del riesgo de desastres para el patrimonio mundial (2010) y Operational Guidelines for the Implementation of the World Heritage Convention (2013) de UNESCO; Guidance on Heritage Impact Assessments for Cultural World Heritage Properties (2001) de ICOMOS; o Guide to Risk Management of Cultural Heritage (2016) publicado por ICCROM y el Canadian Conservation Institute (CCI) en 2016. 2 El Plan Nacional de Emergencias y Gestión de Riesgos en Patrimonio Cultural (PNEGRPC; 2015) es ejemplo de ello en España. DRAFT

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Hacia una gestion de riesgos crıtica en patrimonio cultural versión 2.5, revisión 5 3 de abril de 2018 · 23:05

David Barreiro y Rocío Varela-Pousa

Palabras clave Riesgo, Gestión de riesgos, Evaluación, Prospectiva, Estudios Críticos de Patrimonio.

Introducción El concepto de patrimonio cultural surge asociado al riesgo de pérdida o alteración de ciertas entidades producidas por los seres humanos a lo largo de su historia, amenazadas por los procesos de modernización: todo progreso implica cambio, todo cambio implica riesgo de pérdida o alteración, y ante ese riesgo surge el interés por conservar, bien como resistencia al cambio, bien con la intención de “encapsular” esas entidades para que no obstaculicen el progreso (Choay 2007). Por ello, el riesgo está en la base de todo proceso de patrimonialización. En consecuencia, hablar de “patrimonio en riesgo” es una redundancia; siendo estrictos, todo bien patrimonial debería formar parte de la Lista del patrimonio mundial en peligro, puesta en marcha por la Convención de París de 1972. Aun así, vamos a conceder que no todos los bienes patrimoniales están amenazados de la misma forma, ni la gravedad de la amenaza es la misma; y vamos a tomarnos en serio los profundos cambios por los que está atravesando la humanidad (ecológicos, demográficos, políticos y económicos), que hacen que los organismos internacionales y nacionales asuman cada vez más la necesidad de diseñar políticas de gestión del riesgo. Pongamos el foco en esto.

Hace ya tiempo que UNESCO, ICCROM, ICOMOS, el Consejo de Europa… y otros organismos con competencias en el ámbito de la cultura y el patrimonio han incorporado el factor riesgo en sus directrices y guías de actuación1, acuñando conceptos y desarrollando metodologías que los estados han ido incluyendo paulatinamente en sus estrategias y planes de gestión patrimonial2. Todos ellos apuestan por un enfoque holístico y comprehensivo del proceso de gestión; para todos ellos, también, el valor del bien patrimonial es el núcleo del concepto de riesgo, entendido como una pérdida repentina o progresiva de aquél (ICCROM-CCI 2016: 10). Además, tras la publicación de la Carta de Burra y la Convención de Faro, y al hilo de las nuevas directrices europeas sobre gobernanza participativa y sostenibilidad (véase al respecto Jones and Leech 2015), las pautas y actualizaciones metodológicas realizadas en la última década por estos organismos muestran una tendencia creciente a considerar el contexto social en que

1 Algunos ejemplos son: Manual de Gestión del Patrimonio Mundial (2013), Manual para la Gestión del riesgo de desastres para el patrimonio mundial (2010) y Operational Guidelines for the Implementation of the World Heritage Convention (2013) de UNESCO; Guidance on Heritage Impact Assessments for Cultural World Heritage Properties (2001) de ICOMOS; o Guide to Risk Management of Cultural Heritage (2016) publicado por ICCROM y el Canadian Conservation Institute (CCI) en 2016. 2 El Plan Nacional de Emergencias y Gestión de Riesgos en Patrimonio Cultural (PNEGRPC; 2015) es ejemplo de ello en España.

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operan los factores de riesgo, y los efectos sociales asociados a los riesgos catastróficos que también afectan al patrimonio cultural.

Sin embargo, desde nuestro punto de vista, los modelos de gestión integral y participativa que plantean (véase una breve síntesis en Pastor y Canseco 2016: 197-200), son simplemente una estrategia de adaptación a las nuevas formas políticas y económicas del capitalismo tardío (Barreiro y Varela-Pousa 2017), pues, aun suponiendo un giro conceptual respecto a las viejas políticas patrimoniales, no implican un salto de paradigma (de ahí que éste ya esté siendo reemplazado por los paradigmas del “compartir” o del “open Access”: Cortés-Vázquez et al. 2017).

Hay que asumir que los procesos de patrimonialización generan conflictos y problemas que no sólo tienen consecuencias para la conservación de los bienes (el vandalismo o la degradación, por ejemplo), sino para la gente que vive los espacios y objetos patrimoniales. Por tanto, sería necesario, como algunas autoras sugieren y llevan a cabo (Pastor y Ruiz 2016), superar el paradigma anclado en la conservación material del patrimonio, para llegar a una reflexión sobre lo que la comunidad realmente necesita para su propio bienestar, en relación con los procesos patrimoniales; lo que Pastor y Ruiz denominan conservación social o comunitaria (Pastor 2016:261).

Esta contribución pretende ser una primera reflexión al respecto de esta inclusión de vectores críticos en el ámbito de la gestión de riesgos vinculada al patrimonio cultural, lo que esperamos que contribuya a un nuevo modo de existencia para el patrimonio más democrático y sostenible, y más orientado a un desarrollo social y cultural integral.

Lugares comunes El patrimonio no es (o, mejor dicho, no debería ser) una superficie de terreno delimitada y estática, o un objeto material, o un evento performativo aislado, sino un lugar, en el sentido que le confiere Doreen Massey (2005), que aglutinase todas esas dimensiones (la practica, la materialidad) en un entrecruzamiento de trayectorias espacio-temporales. Ése debe ser el objetivo de todo proceso de patrimonialización.

Los vínculos afectivos, emocionales y simbólicos, así como los meramente instrumentales, cognitivos y económicos hacen que la gente se vincule a un espacio. Cuando las personas asociamos ese espacio a una entidad abstracta (mediante dicho vínculo, del tipo que sea), deja de ser tal para convertirse en un lugar. Por tanto, tal y como lo conceptualiza Massey, un lugar es el resultado de un proceso de identificación, y no a la inversa; no es un a priori, sino que existe porque hay toda una red de relaciones que lo constituye.

Estas relaciones de co-constitución entre la gente y el lugar son fluidas y diversas, se expanden espacialmente y se suceden y superponen en el tiempo. Un lugar, por tanto, es una red en el espacio y en el tiempo (un ensamblaje de actores-red, si acudimos a la teoría de B. Latour 2005), en constante transformación (bien desde un punto de vista más dialéctico –Lefebvre 1974, la propia Massey 2005- bien desde una perspectiva que incorpore conceptos propios del pensamiento chino –Jullien 2010-) y de límites difusos. Así, aunque la red se puede anclar en una referencia geográfica concreta, no se circunscribe a ella: viaja con las personas para las cuales existe (incluso aunque nunca hayan estado allí físicamente) y viaja, en su materialidad extendida, allá a dónde van los productos y los objetos vinculados a dicho lugar (en esto consisten, en esencia, los suvenires).

Aplicado al ámbito patrimonial: un objeto, un espacio, una práctica cultural… se constituyen como lugares patrimoniales mediante procesos de valorización (que se dan cuando ese objeto, espacio o práctica se encuentra en riesgo, aunque éste se perciba de forma muy tenue y

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difusa), que muchas veces se concretizan en torno a pervivencias: indicios, huellas, ruinas… rastros de otros actores que constituyeron la red y ya no están, y en los que se ponen en juego unos valores concretos (que, según la crítica de Alonso 2017b, son los propios del patrimonio en tanto categoría de la modernidad capitalista).

Asumiendo este planteamiento de que los lugares son procesos de valorización que nos constituyen, entendemos que dichos procesos tienen efectos sobre nosotros, y nuestra acción e interacción contribuye a la transformación de los mismos (y, por tanto, de nosotros mismos).

En consecuencia, lo que nos tiene que preocupar es cómo se produce esa transformación de los lugares a través de nuestra acción, y qué efectos sociales tiene.

En este sentido, diversas disciplinas (la sociología, la antropología, la geografía o la arqueología) vienen estudiando cómo los espacios propios del capitalismo contribuyen a la reproducción social de un cierto tipo de subjetividad (la lista de autores y autoras sería muy larga: Benjamin, Foucault, Lefebvre, Ross, Hayden…). Los lugares que se convierten en lugares patrimoniales no tienen por qué ser una excepción, como así lo demuestra el campo de los estudios críticos de patrimonio (por ejemplo, Smith 2006).

En la medida en que nuestra acción en el campo de lo patrimonial contribuya a la generación de procesos de valorización capitalista asociados a lo patrimonial estaremos contribuyendo a una reproducción sistémica. Pero, en la medida en que seamos capaces de introducir vectores de transformación en las dinámicas propias de la patrimonialización, pudiera ser que nuestra acción tuviese efectos más emancipadores que de dominio, más enriquecedores que alienantes. Compartimos, en este sentido, la crítica al (etnocéntrico) discurso del desarrollo social y los derechos humanos, en el que entraría el patrimonio como derecho y como recurso: pero entre la negación del problema y la deconstrucción de dicho discurso hay margen para una acción de “reconstrucción reflexiva” en la que consideramos que se encuadra nuestra propuesta (Rodríguez 2014:11).

Nuestra propuesta apunta a la necesidad de considerar la crítica de la patrimonialización como parte de los procesos de gestión patrimonial. En concreto, nuestra propuesta de gestión de riesgos crítica en patrimonio cultural pone el foco en la necesidad de considerar los riesgos sociales que entrañan los procesos de patrimonialización (y, por tanto, los lugares patrimoniales), y cómo podemos gestionarlos en favor de un desarrollo social y cultural más amplio e integral, lo que incluye la socialización (la puesta en común) de ciertos saberes y prácticas patrimoniales críticos. Es decir, la conversión de los lugares patrimoniales, apropiados (o expropiados) y mercantilizados por los procesos de valorización capitalista, en lugares donde se pueda producir una sociabilidad diferente y alternativa, democrática y sostenible, en lugares comunes.

Teniendo en cuenta lo expuesto, desde nuestro punto de vista, no sólo se deben gestionar los riesgos que afectan a la materialidad del patrimonio y a la vida de las comunidades vinculadas a ese patrimonio (eso ya se está haciendo en mayor o menor medida, como vimos en la introducción); se trata de gestionar, además, los riesgos vinculados al propio proceso de conversión de esos espacios en lugares patrimoniales y, muy especialmente, en lugares del Patrimonio Mundial.

Hacia una gestión reflexiva y situada de los sitios Patrimonio Mundial y sus riesgos Todas nuestras decisiones tienen efectos (los lugares se crean y recrean a través de nuestra acción); y esos efectos pueden ser no deseados, imprevisibles o incluso incontrolables. Por ello, la gestión de riesgos no puede ser meramente tecnocrática; es necesario realizar una

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prospectiva reflexiva acerca de las consecuencias que nuestras acciones ocasionarán en el futuro, intentando prever los nuevos modos de existencia de estos espacios patrimoniales para actuar en consecuencia. Siguiendo esta lógica, la reflexividad debería acompañar siempre la monitorización de la evolución del lugar (no centrándose tan sólo en el proceso de elaboración de una candidatura a Patrimonio de la Humanidad, por ejemplo). Esto implica mantener permanentemente una visión crítica del proceso de patrimonialización, sin perder de vista (a un tiempo) que, como profesionales del sector del patrimonio, somos parte de la red.

Para llevar a cabo ese estudio prospectivo que planteamos, no basta con identificar los factores de riesgo (UNESCO 2010: 25-35) y diseñar las medidas de prevención correspondientes (UNESCO 2010: 36-46); necesitamos una metodología de trabajo que haga emerger los rasgos específicos y únicos que definen ese espacio como lugar (en concreto, como lugar patrimonial). Y, a nuestro entender, sólo incorporando un trabajo antropológico intensivo podremos lograr ese objetivo.

Lo anterior implica que nuestra propuesta metodológica ha de ser suficientemente abstracta y flexible para adaptarse a las características propias de cada lugar. Apostamos por una metodología situada y artesanal, que se vaya perfilando conforme avanza la investigación antropológica. Dicho esto, es cierto que nuestro conocimiento del entorno estará condicionado por la disponibilidad de recursos; pero consideramos que una candidatura para una declaración de patrimonio mundial, o la elaboración de un plan director o de gestión integral de una entidad patrimonial, debe incorporar una labor previa de caracterización social mucho más profunda de lo que se acostumbra. Por otra parte, somos conscientes de que poner el acento en la necesidad de métodos específicos dificulta la estandarización y, por lo tanto, la aplicación de criterios universales por parte de los organismos de decisión. Pero también creemos que atender a las peculiaridades de cada lugar, a su especificidad irreductible, es la base de una estrategia concreta realmente sostenible.

Un primer esbozo metodológico A grandes rasgos, nuestra propuesta sigue la estructura del que, en nuestra opinión, es uno de los instrumentos de gestión patrimonial del riesgo más completos: A Guide to Risk Management of Cultural Heritage (ICCROM 2016). Ahora bien, invertimos los términos de análisis: no se trata de evaluar los efectos de las personas sobre el patrimonio, sino los del patrimonio sobre las personas; y hacemos una lectura dialéctica del mismo: no se trata sólo de invertir la dirección de la relación causa-efecto, sino de entender que esta relación es un proceso en el que ambos (personas y patrimonio) se retroalimentan, porque son parte de una misma red social.

Contextualización

El primer paso es caracterizar el entorno social del bien patrimonial; tanto los aspectos sistémicos (la estructura y dinámica social) como los subjetivos (es decir, la percepción y propia vivencia de los agentes que constituyen la red).

Mapa de actores

La primera tarea es, por tanto, realizar un mapa de actores exhaustivo y relevante. Con “exhaustivo y relevante” queremos decir que no basta con identificar a los actores principales de la red, ubicarlos en una escala geográfica abstracta (local, regional, nacional….) y definir su vínculo con la entidad patrimonial (emocional, económico, profesional….). Idealmente, y acorde con la definición de lugar que manejamos, nuestro mapa de actores debe reflejar las percepciones, sentimientos, vivencias y anhelos de los actores identificados; y debe configurarse como una red en la que los vínculos entre actores tienen una espacialidad plástica

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y variable en el tiempo, específica (además) de cada uno de los actores que forman parte del proceso patrimonial.

La base de este mapeo es el trabajo artesanal y situado: podemos recurrir a estándares o modelos abstractos orientativos, pero cada proceso patrimonial va a exigir su propio abordaje, retroalimentado con las propias singularidades del objeto de estudio. En todo caso, el mapeo puede ser diseñado y guiado desde la antropología y la sociología (desde el conocimiento que proporcionan estas disciplinas, queremos decir), y completado por el conocimiento de otras disciplinas, importantes para identificar otros actores de la red (la materialidad, a través de la arqueología; la espacialidad, a través de la geografía, etc…), pero será mucho más rico y completo si en su construcción interviene una muestra significativa de los propios actores del proceso, desde sus propios conocimientos situados y no académicos (del tipo que sean), en un proceso de aprendizaje y construcción colaborativos.

Análisis de los condicionantes sistémicos

Un mapa de actores así concebido adquiere toda su relevancia epistemológica al analizar las condiciones de contexto (también históricamente) en los que dichos actores emergen y se constituyen como tales. Hay que caracterizar las estructuras sociales (grupos de población, instituciones y asociaciones) que son puestas en contacto por un determinado proceso (independientemente de la escala) así como sus dinámicas y flujos, teniendo en cuenta que nuestra propuesta se basa en una concepción dialéctica de la realidad social, en la que actor y estructura se condicionan mutuamente. Esto implica que debemos recurrir a técnicas de análisis multidisciplinares y fuentes de datos objetivas y subjetivas.

Identificación de los factores de riesgo

El segundo paso es la identificación de los factores que generan el riesgo. Es en esta fase cuando la inversión de la estrategia convencional de gestión de riesgos se hace evidente: aquí, la patrimonialización es el riesgo, y los efectos se encarnan en los actores; aunque, dialécticamente, esto genere igualmente efectos sobre las entidades patrimoniales, mediados por los propios actores que los encarnan.

En todo caso, es muy difícil establecer previamente una tipología de riesgos. Para facilitar el análisis, podemos apuntar diferentes dimensiones concernidas por los procesos de patrimonialización, señalando que una identificación de riesgos completa debe considerar factores asociados a esas dimensiones, desgranándolas de forma artesanal y situada. Pero no podemos perder de vista que, aunque conceptualmente hagamos esa distinción, los procesos de patrimonialización son una concatenación (y no una simple suma) de procesos de valorización que se producen en relación con estas dimensiones.

Tomamos como referencia, de forma muy general, las dimensiones valorativas que utilizamos en su momento para analizar el valor social de la Cueva de Altamira (Incipit 2014, Barreiro 2015, Téllez y Parga-Dans 2015).

Dimensiones ambientales y vivenciales

Estas dimensiones se vinculan a la experiencia vital de los actores del proceso. Moviliza instancias básicas como la memoria, la identidad, el sentido del lugar y/o las creencias, en la medida en que son instancias incorporadas en el sujeto que vive un espacio (Incipit 2014: 25).

Incluye el vínculo que se establece cuando el espacio patrimonial es un espacio de uso habitacional o vital para el actor. Y también la “desvinculación emocional” que se puede dar cuando las restricciones de uso o de gestión del espacio patrimonial provocan un alejamiento de las vivencias de los actores (como sucede, por ejemplo, en Altamira; Téllez y Parga-Dans 2015; Barreiro 2015 y Barreiro y Criado-Boado 2015).

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Dimensiones sensoriales y estéticas

En este grupo consideramos aquellos procesos valorativos relacionados con la percepción, que también es una forma de uso de los bienes patrimoniales. Esta dimensión es fundamental porque está en la base del hecho patrimonial (e incluso en la base del hecho social que dio origen al proceso de formación del lugar ahora patrimonializado, como ha indicado Hamilakis 2015). En todo caso, lo que a nosotros nos preocupa, en el marco de esta propuesta, no son los riesgos de alteración de las cualidades estéticas de los lugares patrimoniales, sino los efectos sociales que esto tiene. Una forma peculiar de esta disonancia tendría que ver, por ejemplo, con el fachadismo, pero no tanto por lo que implica para las estructuras de los edificios históricos, sino a nivel de demanda turística: la conversión del patrimonio en espectáculo (su estetización) genera, muchas veces, una contradicción de intereses: “En el escenario del espectáculo unificado de la economía de la abundancia, se plantean afirmaciones irreconciliables; asimismo, diferentes mercancías-estrella sostienen simultáneamente sus proyectos contradictorios de organización de la sociedad: el espectáculo de los automóviles exige una circulación perfecta que destruya las viejas ciudades, mientras que el espectáculo de la propia ciudad necesita barrios-museo” (Debord 1999: 68-9).

Dimensiones cognitivas

Durante mucho tiempo, lo que guiaba la declaración de lugares patrimoniales fue el valor documental que éstos albergaban. Esto es lo que explica la hegemonía del conocimiento científico y experto (y de aquéllos que lo producen y gestionan) en los procesos de patrimonialización (como ya se puede apreciar en el pionero trabajo de clasificación de valores patrimoniales realizado por Aloïs Riegl), y debemos contemplarlo como factor de riesgo en nuestra prospectiva, en tanto excluye del proceso a otros actores, que no son parte de la práctica discursiva académica. Necesitamos una ciencia que, sin perder su especificidad, actúe como motor de una construcción colaborativa (intersubjetiva) de conocimiento. Pero, para ir realmente más allá de las experiencias que ya conocemos, es necesario que se dé una intersubjetivación real, no circunscrita a las redes académicas. Lo que casi siempre se ha dado ha sido un discurso que disocia “razón” de “emoción”, poniendo el foco en los rasgos culturales propios de nuestra ontología moderna occidental (el cambio tecnológico y la individualidad subjetiva propiciada por una relación de poder pero, al mismo tiempo, emocionalmente dependiente; Hernando 2012:140). Esta evidencia hace tiempo que está intentado ser paliada o evitada por las diversas manifestaciones de los paradigmas de ciencia pública y/o comunitaria. Nuestra propuesta se incardina en esta tendencia, pero también apunta a la necesidad de ir más allá de este paradigma comunitario, integrando en el plano cognitivo esas otras epistemologías subalternas que no forman parte del saber científico hegemónico (varios ejemplos de esto pueden ser encontrados en Gianotti et al. 2016).

Dimensiones políticas

A pesar de la histórica hegemonía que ha tenido el saber experto en los procesos de patrimonialización, el patrimonio es una cuestión principalmente política, que nace como expresión de una identidad compartida, convirtiéndose en un espacio o evento de memoria colectiva y agregación, al mismo tiempo que adquiere una connotación simbólica; esto es, en un lugar con una carga política explícita. Así es como el patrimonio también se identifica con el concepto de “bien” cultural y colectivo. Y, en tanto bien, requiere una gestión (protección, cuidado, fomento). Son las instituciones las que se ocupan principalmente de esas tareas de gestión, pero esto no debe ocultar el hecho esencial de que la gestión es responsabilidad, a priori, de toda la comunidad.

La tecnocratización, burocratización e incomunicación entre expertos y agentes sociales son factores de riesgo evidentes y, al igual que ocurría con el conocimiento, también en la aplicación de las políticas patrimoniales hay un alto riesgo de exclusión de actores sociales

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desempoderados y subalternos. Otro peligro posible es la manipulación política que, a su vez, genera riesgos para la integridad de los bienes y lugares patrimoniales (lo que incluye a los actores que forman parte de los procesos de patrimonialización asociados a ellos), como es apreciable en los sucesos que vienen dándose en Oriente Medio desde hace años.

Dimensiones económicas

Más allá de las diferencias antagónicas entre posiciones más tibias o más radicales en relación con la valorización capitalista, lo que es innegable es que cada vez más y más segmentos de la realidad se están transformando en mercancía, como ya había sido diagnosticado en su momento por Marx. Para algunos autores (véase la reciente aportación de Alonso 2017b), el propio proceso de patrimonialización es una forma de valorización capitalista. En ciertos casos, estos mismos lugares que tratamos de socializar, sus propios nombres, se transforman en marcas comerciales (por ejemplo, el caso analizado recientemente por Jiménez-Esquinas y Sánchez-Carretero 2017).

Aun así, mantenemos que hay procesos de valorización que no son, necesariamente, acordes con la lógica capitalista y que, por tanto, aún es posible evitar (o minimizar los efectos de) su mercantilización. Pero la realidad es que las emociones, la memoria y el saber, si no se convierten en mercancía, en espectáculo, no dan de comer. Y éste es el gran dilema y el gran riesgo de cualquier proceso patrimonial crítico y reflexivo: no alcanzar el objetivo de hacer de los lugares patrimoniales lugares realmente comunes. Obviar las dimensiones económicas de la patrimonialización no es una solución; hay que pensar en cambiar las condiciones económicas globales y en cómo los procesos de patrimonialización pueden ser un medio para ello (volveremos sobre este punto al esbozar nuestras estrategias).

Evaluación de los factores de riesgo

En la evaluación de los riesgos identificados hay dos parámetros a tener en cuenta: la gravedad y la probabilidad de ocurrencia (ICCROM 2016:62).

Cuando nos referimos a la gravedad de una afección sobre el patrimonio, ésta siempre se asocia con una pérdida de valor. A nosotros, en el marco de esta propuesta, nos preocupa que se produzca una desvalorización (una mezquita que se destruye, por ejemplo) porque implica una pérdida para las personas, en cualquiera de las dimensiones de valor identificadas. Nos preocupa que una revalorización no se traduzca en un incremento generalizado y proporcionado del poder adquisitivo de todas las personas, sino sólo de unas pocas, por ejemplo. O que no se den procesos de valorización subjetiva asociados a la patrimonialización (es decir, un incremento en el capital cultural y relacional de los actores), o que sólo se genere una capitalización para ciertos sectores, o que se produzcan nuevas dinámicas de exclusión de actores subalternos. O todo a la vez.

Por lo que respecta a la probabilidad, nuevamente nos encontramos ante una casuística sumamente compleja. Nuestra propuesta no es una evaluación sobre objetos concretos, espacialmente localizables y delimitables. Ni se trata de prever los efectos puntuales de un evento que pueda suceder en un marco temporal predecible. La patrimonialización es un proceso continuo que tiene efectos constantes en la totalidad del cuerpo social, transformándola al mismo tiempo que dicho proceso es transformado por los actores que participan en él. Esto dificulta la aplicación de un método de análisis como el de escalas ABC que se propone en ICCROM 2016:60-89; no es incompatible con nuestra propuesta, pero sí insuficiente. Y dado que nuestra propuesta se basa en la especificidad de los procesos patrimoniales, el método de evaluación tendrá que diseñarse in situ, jugando un papel importante, por no decir fundamental, los propios actores del proceso.

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Análisis de riesgos

En esta fase de nuestra propuesta metodológica, el objetivo es anticipar los efectos sociales que pueden derivarse, directa o indirectamente, de los riesgos identificados. Para ello, contamos con todo el andamiaje teórico-metodológico que nos proporcionan disciplinas como la antropología, la sociología, la psicología, la geografía de la percepción o la historia oral, aplicadas al estudio de los comportamientos cotidianos en relación con los espacios, objetos y prácticas patrimoniales, identificando los procesos por los que personas y espacios patrimoniales interactúan y se transforman recíprocamente (un ejemplo centrado en el uso del patrimonio arqueológico de Barcelona lo podemos encontrar en Pastor 2016 y en Pastor y Ruiz 2016).

Estas disciplinas nos permitirán anticipar efectos sociales relacionados con procesos de desvalorización ligados a la subjetividad (como pérdida de sentido, inseguridad, pérdida de vínculos con la tradición, crisis de orientación, anomia o alienación). Pero también con procesos de valorización, como el incremento de la sensación de pertenencia a una comunidad, socialización, enriquecimiento identitario o compromiso social.

A través de otras disciplinas como la economía, las ciencias políticas, la geografía humana, el derecho, la historia, la arqueología o la comunicación social, obtendremos un amplio elenco de indicadores objetivos. Estas técnicas nos permitirán anticipar efectos sistémicos o estructurales relacionados con los factores de riesgo identificados, como procesos de empobrecimiento y/o enriquecimiento, subalternización y/o empoderamiento, abusos, exclusiones, conculcación de derechos, cohesión y/o falta de cohesión social, conflictos identitarios, incremento o declive de tendencias ideológicas, mercantilización del acceso a espacios y eventos, privatizaciones, confinamientos, barreras urbanísticas, sistemas de vigilancia, etc… (Low 2014).

En todo caso, todas estas técnicas tienen que enfocarse prospectivamente. El análisis debe proyectarse hacia el futuro, intentando apreciar y dimensionar el rol que desempeña el proceso patrimonializador en dicha proyección. Dicho de otro modo, debemos preguntarnos: ¿cómo podría evolucionar este contexto social con y sin proceso patrimonial?

Diseño de las estrategias de gestión

El último paso es el diseño de las estrategias para gestionar los riesgos detectados y analizados. Las diferencias respecto a la metodología que propone ICCROM son, una vez más, notables. ICCROM diseña una estrategia estándar articulada en torno a seis capas del objeto patrimonial: el envoltorio, el soporte, la dependencia, el edificio, el sitio y el área geográfica (ICCROM 2016:49). En coherencia con nuestro planteamiento, nosotros apostamos por un diseño situado; pero además, tal y como se deriva de los expuesto hasta el momento, en nuestra propuesta el componente espacial no es simplemente el contexto en el que se ubican los actores, sino que es parte de la condición de actor mismo: el espacio los constituye al mismo tiempo que es constituido por ellos, de forma que el espacio también es un actor a considerar.

Nuestra estrategia parte de una premisa crítica fundamental: que los procesos de patrimonialización generan efectos sociales. Por lo tanto, debería enfocarse a optimizar los efectos benéficos y a minimizar o erradicar los efectos nocivos. Y aquí nos encontramos con la diferencia radical entre una propuesta crítica y reflexiva como la que hacemos y una propuesta pragmática e instrumental como, por ejemplo, la de ICCROM. ¿Por qué se asume de forma mayoritaria que el patrimonio cultural es algo intrínsecamente valioso? Porque la concepción hegemónica comparte una determinada noción del estado, hegemónica, donde éste es la expresión de la voluntad colectiva y el interés común. En cambio, si entendemos que todo el campo social es una lucha histórica en términos de poder y de relaciones de producción, y que

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el entramado administrativo es la forma en que el sistema la encubre y minimiza, el patrimonio cultural no puede dejar de ser considerado la expresión de este encubrimiento, tanto de las contradicciones que se encuentran en el origen de lo patrimonializado (todo documento de cultura es al tiempo un documento de barbarie, como decía Benjamin) como de las que se dan en el propio proceso de patrimonialización.

Por tanto, llegamos al punto en el que nuestra propuesta se distancia más de los discursos patrimoniales hegemónicos y se alinea con las visiones críticas: queremos trabajar con el patrimonio para transformar el mundo, no para interpretarlo ni para reproducirlo. Pero, paradójicamente, en este punto es donde nuestra propuesta pretende salvar la distancia que se da entre la crítica y la práctica de la gestión patrimonial. Queremos trabajar en el patrimonio porque para transformar el mundo hay que actuar en él. Los procesos patrimoniales, si mantenemos una visión dialéctica, contienen en sí esas contradicciones que no podemos ni queremos ocultar. La cuestión estriba en cómo hacer un uso crítico y reflexivo del registro (de objetos, espacios y prácticas; de lugares, en suma) que constituye el patrimonio dentro del modelo de gestión patrimonial actual, permitiendo un modelo que incorpore a la subalternidad en el discurso patrimonial (sin que esto suponga su integración ni su conversión en espectáculo) tanto como en la práctica patrimonial (intentando que los actores desempeñen un rol emancipatorio y no reproductor del sistema).

Desde nuestro punto de vista, sin menoscabo de otras opciones más radicales, desde lo institucional es factible introducir vectores que conduzcan a escenarios alternativos, no a un retorno a sistemas públicos asociados con una socialización más o menos ecuánime de las plusvalías, sino a un sistema público donde la plusvalía deje de ser la condición necesaria para el desarrollo humano, y el valor abstracto la forma exclusiva del intercambio del trabajo socialmente necesario para mantener una vida colectiva digna y pacífica. Esto es lo que puede garantizar que los lugares patrimoniales sean realmente lugares comunes.

Por lo tanto, nuestra estrategia de gestión de riesgos vinculados a los procesos de patrimonialización ha devenido en un programa para la acción, entendiendo la práctica discursiva patrimonial como un escenario propicio para la acción transformadora.

Esta acción transformadora es la estrategia de gestión de riesgos más profunda y de mayor alcance. Teniendo en cuenta los grandes factores de riesgo esbozados más arriba, podríamos apuntar los principales tipos de estrategias, que, siguiendo nuestro argumento general, tendrán que concretarse en acciones específicas diseñadas y aplicables como nodos de una red social, dirigidas a evitar, mitigar o revertir los riesgos específicos detectados en la fase de evaluación, y a implementar de forma permanente como parte de una valorización enfocada a los actores (socialización):

• Estrategias de recuperación y/o fortalecimiento de vínculos existenciales y emocionales de los actores con los lugares patrimoniales. Trabajo con historias de vida, memorias, cartografías emocionales y prácticas colectivas de significación.

• Estrategias de fomento de la sensorialidad y la creatividad. Trabajo con talleres de creación artesanal y artística, con creadores aficionados y profesionales, y fomento de métodos sinestésicos y cinestésicos.

• Estrategias de fomento del conocimiento crítico e incorporación de otras epistemologías y saberes, así como de valores éticos y estéticos al discurso patrimonial.

• Estrategias de fomento de la participación multivocal en labores de estudio, gestión y socialización, enfatizando los componentes existencial, emocional y crítico en la elaboración de narrativas y en el diseño de las acciones de gestión.

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• Estrategias de incorporación activa de actores a tareas de protección y conservación preventiva de lugares patrimoniales, fomentando el acceso libre y responsable a los diferentes instrumentos de gestión.

• Estrategias de contextualización de los valores simbólicos de los lugares patrimoniales, y de fomento de la comprensión de la diversidad cultural y la diferencia como valor social de transformación.

• Estrategias de reducción, disminución y freno de los factores competitivos en todos los ámbitos del patrimonio (profesional, comercial) y fomento de actividades económicas sociales alternativas en torno a la singularidad y especificidad de los lugares patrimoniales.

Conclusión Como venimos viendo, nuestra propuesta asume una premisa fundamental: no hay soluciones estándar para evaluar los impactos sociales que un proceso de patrimonialización puede llegar a generar. Una prospectiva de riesgos crítica debe rebajar las ansias de universalidad implícitas en todo procedimiento estandarizado para adoptar acciones concretas y específicas adaptadas a cada momento y lugar, para lo cual es imprescindible fundamentar nuestra acción en un conocimiento situado. En nuestra opinión, esto es más coherente de lo que pueda parecer a primera vista con el espíritu que está detrás de los Oustanding Universal Values: lo que hace que un lugar pueda ser considerado único sólo puede ser apreciado, en puridad, si empezamos por dejar que el lugar nos hable por sí mismo, a través de las gentes concernidas por ese lugar (no sólo las comunidades locales; nosotros mismos somos parte de esas gentes concernidas) y a través de su propia materialidad. Y sólo sabiendo lo que el lugar nos cuenta, cuáles son sus deseos y aspiraciones, podremos ayudar, o contribuir, a que su ulterior desarrollo y evolución no se alejen demasiado de estos anhelos.

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