Guillermo Vasquez Franco - Francisco Berra _ La Historia Prohibida

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GUILLERMO VZQUEZ FRANCO

FRANCISCO BERRA, LA HISTORIA PROHIBIDAFrente al planteo y desarrollo del tema, espero el aspaviento intelectual de algunos, la sonrisa desdeosa de otros y la curiosidad progresiva de los ms (Efrain Bischoff) ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Agradezco a los olvidados historiadores y pensadores que cito en esta pgina por el respaldo y el apoyo que de ellos recibo y por el estmulo que me proporcionan. G.V.F.La gravedad de la historia nos ha de hacer decir verdades que amargarn a los hombres de partido [] que quieran cohonestar desmanes y atrocidades que mejor fueran no hubieran presenciado nuestros padres y cuyos resultados nos aquejan todava; empero el historiador debe ser imparcial. Y a fuer de ello presentar glorias y borrones, herosmos y mezquindades. (Diodoro De Pascual) Qu objeto tienen estas burdas mistificaciones que perturban y extravan el criterio de la juventud con un concepto errneo de la patria? (Aldao) [] el mrito del que escribe historia consiste principalmente, no en halagar sentimientos patrioteros ni en fomentar vanas idolatras histricas (tarea fcil en estos tiempos) sino en decir sencillamente lo que crea verdadero, por muy ruda que la verdad sea [].. S que al combatir preocupaciones no gano simpatas de mucha gente pero s tambin que ningn progreso moral se funda sobre la mentira. El fin prctico de la historia no es satisfacer la curiosidad, ni aun exaltar sentimientos patriticos []. Ningn inters legtimo est reido con la verdad ni con la justicia (Francisco Berra). Los escritores que con la exposicin de la verdad temen herir susceptibilidades de sus contemporneos, deben utilizar el recurso de la filosofa de la historia [] (Emilio Corbire) . Es ms fcil, es ms cmodo, es a veces tambin ms provechoso seguir la corriente y el impulso de las pasiones dominantes que contrarrestarlas y ponrseles de frente para combatirlas con energa. Se repite lo que otros ya dijeron: y con material ajeno y estilo altisonante [], se fabrica un libro declamatorio cuyo editor es fcil encontrar y la bullanga sigue y el papel impreso aumenta sin que d un paso la verdad histrica (Luis Melian Lafinur) No he esperado nunca, ni espero hoy mismo el aplauso, porque yo s bien que nadie quiere en el mundo indisponerse con la mentira, y por consiguiente honrar y aplaudir al que noble y ventajosamente la combate. Nadie tuvo nunca ms aduladores que el sofisma triunfante. El filsofo-estadista no debe ver sino hechos, realidades descarnadas: sus anlisis deben ser fros y severos, aun cuando ello le conduzca a sntesis desconsoladoras. (Angel Floro Costa, bastardillas en el original) Presentaremos a nuestros contemporneos como lo que han sido cuando sediciosos como anarquistas, cuando caudillos como tales. Cuando hombres de orden sostenedores del principio social, como buenos ciudadanos. Qu idea puede tener una generacin de su pasado si al dirigir la vista a l encuentra tinieblas o figuras deformes []? (Antonio Daz) Hay dos modos de escribir la historia: o segn la tradicin y la leyenda popular, que es de ordinario la historia forjada por la vanidad, una especie de mitologa poltica con base histrica; o segn los documentos, que es la verdadera historia, pero que pocos se atreven a escribir, de miedo de lastimar la vanidad del pas con la verdad. Falsificad el sentido de la historia y perverts por el hecho toda la poltica (Alberdi, bastardillas en el original) "La historia hecha e intocable disfrut de la proteccin oficial y de la simpata popular [...] A juicio de muchos historiadores nuestra historia debera ser conservada en sus leyendas eruditas y en sus errores ideolgicos y de concepto. Nosotros combatimos esta manera de pensar y de ensear. (Enrique De Ganda) "Y escribir la historia con sinceridad nos har bien a todos" (Carlos Quijano) . No voy a nombrar a nadie con esta cita de Julin Maras: Siempre que se dice una gran estupidez se puede estar seguro que se repetir automticamente y sin la menor crtica.

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PRLOGOEl ttulo que escog para este libro, parte de un hecho cierto, concreto, perfectamente ubicable en el tiempo y en el espacio; de un hecho objetivo, dira con mucha propiedad, si no tuviera tanta prevencin contra esa expresin tan distorsionada por el uso abusivo que de ella se ha hecho, usndola como pantalla de cualquier divagacin. La historia prohibida no resulta de una interpretacin personal, por analoga o por extensin, sobre la cual se puedan oponer discrepancias. Yo no lo infiero, no lo deduzco. Es absolutamente cierto que el 13 de setiembre de 1883, el doctor Carlos de Castro, Gran Maestre de la Masonera uruguaya, en su condicin de ministro de Fomento de Mximo Santos, curs al Director Nacional de Enseanza Primaria, que lo era Jacobo Varela, hermano del Reformador, un oficio ordenndole principio de autoridad mediante- que el Bosquejo histrico de la Repblica Oriental del Uruguay, que en 1881 se publicaba en tercera edicin con la firma de Francisco Berra, no fuera consultado con pretexto alguno, fundndose en argumentos ideolgicos que, en trminos generales, aun hoy se siguen compartiendo y acatando cumplidamente en todos los niveles de la educacin. (doc. I). Carlos de Castro no saba porque todava no se haba empezado a escarbar en los archivos- que esa orden a su subordinado, tena un valioso antecedente que le hubiera dado lustre y legitimacin a su mandato: el mimsimo Artigas, en persona, por oficio de 19 de octubre de 1815 (solo sesenta y ocho aos de diferencia entre uno y otro) le ordenaba lo siguiente al mismsimo Cabildo de Montevideo: En virtud del informe que ha rubricado V.S., sobre la representacin del maestro de escuela don Manuel Pagola, no solamente no le juzgo acreedor a la escuela pblica, sino que se le debe prohibir mantenga escuela privada. Parece muy claro que en esta poltica de esterilizacin de la enseanza, Mximo Santos y Carlos de Castro no estn solos. Artigas tampoco. Se da as en estos casos, la paradoja de que la misma Escuela que ensea a leer, prohibe leer a su vez. All mismo donde se entrega ese maravilloso instrumento, se quita, al tiempo, la libertad de utilizarlo. Te enseo a leer, pero no podrs leer conforme con tu libertad sino conforme con mi autorizacin, dice el Estado, (aun el protoestado caudillesco) erigido en polica de las ideas, omnipotente productor monoplico de la verdad. Pero slo la verdad matemtica es indeleble dos ms dos son cuatro y as ser por siempre y para todos- pero no la verdad histrica. Yo no localic el original del documento de de Castro (tampoco, obviamente el oficio de Artigas que tomo de Maeso III, 391), pero la versin impresa la recoge Orestes Arajo que, en este aspecto de la cuestin, es confiable me parece- al margen de las serias observaciones que en algn aspecto se le puedan oponer a sus aportes (vase, sin ir ms lejos, la nota 43). De tal documento, tanto como del oficio de Artigas, se ha conservado vigente la filosofa dogmtica que lo inspira, aunque se haya perdido el rastro de su origen. Lo que no ha cambiado es la intolerante actitud poltica . Del permanente sometimiento intelectual a aquellas pautas (las de Artigas y las de de Castro) que ya tienen un siglo largo de impartidas, dice un reciente informe de 26 de julio de 1995, elevado a conocimiento y resolucin del Consejo de Enseanza Secundaria, por el Director de uno de los liceos de Montevideo. En tal informe se le formulan a uno de los docentes de esa Casa de Estudios, algunas observaciones, la cuarta de las cuales dice textualmente: d) y lo que es ms grave, [el profesor emite] juicios que afectan la estatura moral de nuestro mximo Hroe Don Jos G. Artigas. 1 Comprese con el estilo y el animus de la orden impartida por el1

Fte.: Consejo de Educacin Secundaria. Dpto. de Trmite Mesa de Entrada, exp. Nro. l0.283, fo.7. La consulta de este expediente la debo y agradezco al prof. Marcelo Marchese.

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ministro santista (y de su antecedente). Es cierto que en los trmites ulteriores recados en el expediente, no se hizo caudal expresamente de este literal de la denuncia, por lo menos, mientras no hubo resolucin de la autoridad. Pero tambin es cierto que ningn jerarca, ni siquiera desde esa mquina de control del status y de vigilancia y acechanza que son las enervantes inspecciones, se observ a un funcionario que, desde la jefatura de un liceo (el primer filtro), atentaba con la libertad de ctedra y contra la libertad de expresin del pensamiento (es decir, contra la libertad, vase Bustamante, 354); estas son categoras culturales bsicas de la teora y de la praxis democrtica, que estn inermes ante la pujante ideologa del establishment (o sea, del control social) que, democrticamente hablando, deja bastante que desear. Para que nos entendamos con el lector (las palabras tienen que ser lo ms precisas posible tanto para el emisor como para el receptor), como el trmino ideologa tiene varias acepciones, en este pasaje, le atribuyo el alcance con que Marx lo manej: forma de enmascaramiento de la realidad A manera de ficha tcnica, aclaro que el texto de de Castro que, a travs de Arajo aqu manejo, lo encontr el doctor Juan Manuel Casal en el curso de una investigacin que independientemente vena realizando y, sabiendo que yo lo estaba buscando, me lo alcanz inmediatamente. Es la manera como nosotros entendemos y practicamos la solidaridad y hasta, si se quiere, el trabajo en equipo. Por mi parte, la nica referencia, muy indirecta que o tena de ese fulminante kase ministerial, la haba obtenido de un ejemplar que encontr en una librera de viejo, en cuya portadilla (del ejemplar, no de la librera), a lpiz, sin fecha y sin firma, luca esta amedrentadora advertencia que hubiera hecho las delicias de Torquemada: Prohibido por decreto [sic] de 13 de setiembre de 1883. No debe leerse. Es el Poder amenazante que se apropia de la historiografa para ponerla a disposicin del patriotismo, que es una forma solapada de la poltica y tambin una forma de trivializacin de la Historia Tanto es as que el solcito, por no decir obsecuente advertidor, por su cuenta, eleva a la jerarqua de decreto lo que, tcnicamente, no pas de una simple pero imperativa orden de servicio. --------------------------------En la historiografa uruguaya, -que en general padece de un escaso caudal terico, ocultando o tergiversando los hechos o los datos, a veces minimizndolos, a veces magnificndolos- por un convencionalismo sobreentendido la utopa patritica- gestado insensiblemente en lo que va de este siglo, se practica, por un lado, el juego del silencio y el juego de la aquiescencia; una especie de trueque: callate que me callo y, por otro lado, el juego de la excepcionalidad. Vase: En la Banda Oriental se asisti al fenmeno poltico-social ms singular e inesperado de todo el movimiento revolucionario del Ro de la Plata [...] (Beraza 2. pg. 221, infra pg. 90) Es aplicable al caso, lo que dice Alberdi de la Historia de Belgrano: una verdadera revolucin de la historia de las ilusiones recibidas contra la historia de los hechos (pg. 81. Mitre tambin puede darse por aludido). El asunto es no levantar mucho el vuelo ni el velo y no violar las reglas, tcitas pero inflexibles por obra del tiempo y de un amable consentimiento. Anulado o disminuido el espritu crtico, todo es apologa balad. Hay paz y sosiego pero al precio de cerrar toda posibilidad para reabrir un debate franco, abierto, desinhibido y sobre todo profundo sobre el pasado; el pasado ha pasado en autoridad de cosa juzgada; es el dominio de las mentalidades adocenadas. No puede volverse a pensar -y a expresar- tal como lo hizo con tanta vehemencia, la generacin del 80 en el siglo anterior, tanto en Buenos Aires como en Montevideo. Limitarse a discrepar discretamente y con liviandad, en la conversacin informal, en voz baja; slo as podra haber cierta tolerancia y hasta cierta aceptacin y aun pocas veces- apoyo. Pero expresarlas oficialmente, introducindose irritativamente en el sistema, entonces provoca la reaccin negativa que puede ser, incluso airada y hasta desencadenar formas de amedrentamiento mediante procedimientos polticos y

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administrativos de control (control externo) en sus ms altos niveles, hasta lo que en un tiempo fue curiosidades de la folclrica Constitucin de 1951- el Consejo Nacional de Gobierno (vase documento II). La burocracia vigilante se pone en movimiento. El cuestionamiento no tiene mayores efectos en la esfera privada, si slo se expresa en la mesa de caf, pero se convierte en un problema, casi un agravio colectivo cuando de desplaza de la privacidad al mbito pblico. Entonces es la sociedad organizada que se abroquela impidiendo y desaconsejando los comportamientos desviacionistas, mediante distintas modalidades de presin o encerrndolos en una opaca burbuja de silencio. El grupo se protege a travs de los dirigentes de sus aparatos ya constitudos (los partidos, las academias e institutos, la burocracia, los gremios, la prensa, los organismos polticos, administrativos y docentes, los intelectuales, las iglesias, las organizaciones sociales lato sensu y hasta algn tipo de empresas comerciales como las editoriales, por ejemplo) porque se pueden alterar las pautas y el esquema de referencia recibidos desde las alturas que son las intocables pautas y referencias del juego admitido. No puede correrse el riesgo de desestructurar la dogmtica Historia Oficial. Cuando el sentido crtico se institucionaliza, deja de ser crtico. Es difcil la crtica desde las instituciones porque la institucionalidad ahoga la crtica; congela el statu quo. Hago la salvedad de que me refiero a la crtica en tanto anlisis, no necesariamente censura o ponderacin. S digo que de la crtica, o sea del anlisis, pueden resultar, legtimamente, apoyos o discrepancias pero es difcil ejercerla en libertad, fuera de las instituciones, de las asociaciones, de las academias y, permtaseme decirlo, tambin fuera de las roscas (valga el bolivianismo). De todos modos, la libertad a la intemperie, aun con sus inconvenientes, con sus silencios y hasta con sus riesgos, es siempre gratificante. Me consta. Qu idea puede tener una generacin de su pasado, si al dirigir la vista a l encuentra tinieblas impenetrables o figuras deformes?, se preguntaba, no sin razn Antonio Diaz (I-39). Yo tambin me hago la misma pregunta y, aunque en minora, seguramente no somos los nicos. Y cuando las explicaciones ms repetidas y trilladas, avaladas por el magisterio, por los hombres sabios y por la literatura oficial (u oficialista) son contradictorias o excluyentes, generalmente absurdas respecto de los hechos ms objetivos y documentados, esas explicaciones, digo, que, lejos de despejar las tinieblas, al contrario, ms las aumentan y ms deforman las figuras, qu idea pueden darle a una generacin respecto de su pasado?. Cul ser la reaccin de esa generacin si, superando el embrujo sutil de las palabras, se detiene un momento a analizar por s misma ese, su pasado? . La historia de Hispanoamrica, la del Ro de la Plata y, por arrastre, la del Uruguay, est plagada de reticencias, de medias palabras, de elusiones y desviaciones, por lo que los hispanoamericanos, los rioplatenses y, por arrastre, los uruguayos, no hemos llegado aun a tener conciencia de nosotros mismos (me refiero a una conciencia histrica), y ese faltante lo cubrimos con una fuerte ideologizacin (recurdese la acepcin marxiana), que sustituye a la conciencia, y una desbordante y, dira, asfixiante retrica escrita y oral2 , por lo dems, un mal de este conglomerado amorfo y desprolijo que llamamos Amrica Latina, tierra con abundancia de libertadores, que son algo as como conos aglutinantes, alguno, como Cuautemoc, tomado en prstamo al mundo precolombino, pero escasa de libertades.. Cada repblica, o cosa ms o2 Con una historia infinitamente menos extensa [que la europea] pero plagada de una notoria inmadurez

mental, la historiografa hispanoamericana y en particular argentina todava quiere ver a sus prceres como personajes inaccesibles [] (Alonso Pieiro, 30). Va de suyo que esta ajustada apreciacin comprende tambin a la historiografa uruguaya en tanto hispanoamericana y le alcanzara tambin en tanto argentina si no se interpusiera el estorbo de la Convencin de Paz. Sobre la retrica latinoamericana -gentilicio prostibulario si lo hay, como otras veces he dicho- comenta Baptista Gumucio: La retrica es, a mi modo de ver, uno de nuestros vicios continentales (pg. 363) .

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menos parecida, ha realizado el sueo del libertador propio y la pesadilla de los dictadores; hay uno a la vuelta de cada esquina. Habida cuenta que no hay ninguna sociedad de la cual pueda decirse absolutamente que carece de historia (Cazeneuve, Varios 7, II-503), muchas veces me he preguntado, y no sin angustia me pregunto todava, si esta desolada muchedumbre iberocriolla tiene aptitud para la Historia; si es capaz de vivir histricamente; si hace la Historia o si contribuye a hacerla; si alguna vez la hizo, si la har alguna vez en el curso de la Historia por hacer, o slo la padece pasivamente, como una desamparada amalgama, sin otra perspectiva que una insondable apora por destino 3 .(Sea dicho descontando desde ya, las reacciones de contenida iracundia que seguramente despertarn estas reflexiones o la desdeosa tambin calculada- indiferencia de otros) La obra cultural del bonaerense Francisco Berra, abarca un amplio espectro. Fue un estrecho colaborador de Jos Pedro Varela, activo pedagogo, fundador y presidente en su momento de la Sociedad de Amigos de la Educacin Popular a cuya Comisin Directiva presenta, junto con Carlos Mara Ramrez y Carlos Ma. De Pena, un extenso Informe acerca del Congreso pedaggico internacional americano de Buenos Aires - 1882.4 Abogado desde 1874; polemista; a los veintin aos publica la primera edicin del Bosquejo (1866) a la que seguirn una segunda y una tercera en 1881. Esta fue la edicin que precipit la tajante reaccin del ministro de Castro, al tiempo que Carlos Mara Ramrez abra la polmica publicando en 1882, pero en Buenos Aires, el no por correcto y respetuoso, menos exigente Juicio crtico del Bosquejo Histrico de la Repblica Oriental del Uruguay que habilit la inmediata rplica de Berra con sus Estudios Histricos acerca de la Repblica Oriental del Uruguay editado en Montevideo, levantando los cargos de carencia de documentacin que le formulara su contradictor. Digamos, a manera de parntesis, que ni el kase ministerial ni los comentarios del Juicio critico alcanzaron para impedir que la obra de Berra tuviera, todava, una cuarta edicin, ampliada en 1895. (Puede consultarse Pivel Devoto 3, donde proporciona una engorrosa pero muy erudita informacin) Fue una polmica entre dos hombres jvenes (treinta y cuatro aos tena Ramrez y apenas cuatro ms Berra); ambos -abogados montevideanos de profesin y amigos entre s- asumieron, adems, la mproba tarea de historiadores; Berra por vocacin, Ramrez por casualidad;(3) La historiografa latinoamericana no tiene, no ya un lenguaje propio; no tiene ni siquiera palabras para designar

sus propias realidades. La incapacidad de Amrica Latina para la integracin de su poblacin en nacionalidades razonablemente coherentes y cohesivas, de donde est, si no ausente, por lo menos mitigada la marginalidad social y econmica. La notoria falta de estabilidad de las formas de gobierno latinoamericano, salvo las fundadas en el caudillismo y la represin. La ausencia de contribuciones latinoamericanas notables en las ciencias, las letras o las artes (por ms que se pueden citar excepciones que no son sino eso). El no sentirse Latinoamrica indispensable, o ni siquiera demasiado necesaria, de manera que en momentos de depresin (o de sinceridad) llegamos a creer que si se llegara a hundir en el ocano sin dejar rastro, el resto del mundo no sera ms que marginalmente afectado (Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario, cit. por Baptista Gumucio, 29). Amrica Latina es el furgn de cola de la Historia (Enrique Iglesias, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, en reportaje radial por CX8 Radio Sarand de Montevideo, el 28 de mayo de 1994).. Una frase ms autocomplaciente que ingeniosa el Sur tambin existe- ha hecho camino entre la permisiva intelectualidad, sin preguntarse cunto hay en ello de presumido voluntarismo, invirtiendo la realidad tal cual es: el Sur no existe. Digamos que el sur no est referido a la lnea ecuatorial. Mxico, por ejemplo, tambin es sur, Australia no (sea dicho con perdn de los mexicanos). Ser famoso en Amrica del Sur, no es dejar de ser un desconocido. (Jorge Luis Borges) 4 Anales del Ateneo.

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riograndense uno (tambin por casualidad) por lo cual reclam con vehemencia la nacionalidad uruguaya y porteo por destino el otro, que inexplicablemente (al menos para m), termin sus das burocrticamente en Buenos Aires. Estos dos intelectuales cruzaron guantes (es una manera de decir) sobre el caudillo oriental que ninguno de los dos conoci. Ramrez es un apologista; Berra un analista. Berra viola el monopolio de la libertad; Ramrez lo protege. En esa diferencia descansa el eje de la polmica que, sin ninguna justificacin, nunca fue reeditada. Ya insistir en ello. El libro de Berra por lo menos en esta tercera edicin- llega, precisamente, en un momento poltico adverso a sus interpretaciones por solventes y fundadas que ellas fueran; largo momento, por cierto, como que ya lleva un siglo holgadamente cumplido. En efecto, la nueva publicacin de su Bosquejo (me estoy refiriendo a la de 1881) coincide con la iniciacin de lo que en la historiografa montevideana se conoce como la rehabilitacin de Artigas que es una reaccin de fanticos desesperadamente necesitados del auxilio y del apoyo de algn hroe que ayude a perfeccionar el Estado en precipitada gestacin. Sin proponrselo, Berra resulta ser, as, el provocador circunstancial de la reaccin. Empieza entonces a desarrollarse aceleradamente, una especie de leyenda negra pero al revs o invertida, esto es, una leyenda blanca el color que a una y a otra le atribuyamos no es importante porque no cambia la cosamucho ms inverosmil y agresiva que la anterior. cuyo lugar viene a ocupar, como quien dice, a codazos. El monopolio de la verdad al que ya me refer, se desplaz de un color a otro, lo que estaba arriba pas a estar abajo, lo que estaba delante pas a estar detrs, todo viceversa, siempre con la misma soberbia, siempre con la misma intolerancia. Nada pues. ms inconveniente y contraproducente a los propsitos de esa impetuosa corriente que se desencadena sin retorno en la que, casi como patrocinante, se inscribe el autoritario Poder Ejecutivo, que un trabajo que propona una visin del pasado oriental distinta de la que oficialmente quiero decir, con aprobacin del poder poltico, de ah el patrocinio- empezaba a imponerse (a institucionalizarse, como digo ms arriba) sin admitir prueba en contrario ni disidencias. El hecho cierto de que las interpretaciones de Berra pudieran discutirse como lo demuestra Ramrez, no fue suficiente; porque no es un asunto tcnico ni, mucho menos, cientfico. Es un asunto poltico. Casi (o sin casi), un asunto de Estado. [...]el libro de Berra, spalo V., ha envenenado muchsimas conciencias (Carta de Carlos Ma. Ramrez a Clemente Fregeiro, de 8 de octubre de 1884. Rebela, 144) Ha pasado a ser, tambin un tema emocional: A Artigas se le siente, no se lo explica, dir Papini (Varios autores l, pg. 133) y al cabo de las dcadas transcurridas, Artigas, tan inmaculado en su esplendor, ha dejado ya de ser un asunto de historiadores para convertirse en una materia de telogos. La interpretacin de la historia que formula Berra, ser as, en cierta manera, el smbolo de lo que no se puede pensar o, en todo caso, de lo que no se puede decir o no se puede publicar. Cuando otros dogmas se vayan incorporando, la lista de afirmaciones intocables y vinculatorias se ir ampliando en progresin geomtrica, hasta que en nuestros das -fines del mileniotenemos establecida una inamovible historia poltica oficial, cuidadosamente organizada, custodiada y exclusiva, sin disensos ms all de los mrgenes que esa misma historia oficial admite, esto es, los mrgenes de hecho institucionalizados, tanto como para demostrar que hay libertad. Es el precio que cobra la hipocresa. La literatura al respecto y la que versa especficamente sobre Artigas mucho ms- a fuerza de solemnidad, se ha vuelto montona; no tiene humor ni bohemia; es convencional, repetida; siempre con polainas, corbata y bastn. Est en las antpodas de la transgresin. La libertad se practica slo dentro de un marco bastante estrecho, sin ponerlo en entredicho. La libertad acotada no es libertad. Cuando digo: Berra, la historia prohibida, no slo le estoy dando nombre exacto a un hecho expresado en un acto administrativo, que eso es el instructivo de de Castro (aunque, por su contundencia y acatamiento, ms se parece a una disposicin con rango constitucional), sino

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que tambin estoy designando una situacin ms o menos larvada, pero cierta y permanente de esta pretendida (tambin pretensiosa, por no decir infatuada, tambin chovinista) cultura uruguaya, un tanto pusilnime y otro tanto aniada. Aunque en una primera impresin parezca contradictorio y para algunos resulte hasta desdeoso, digo que la democracia es altamente elitista. No sirve para cualquiera ni en cualquier momento ni en cualquier lugar. No es un producto exportable ni transferible de un mercado a otro (de una sociedad a otra) si faltan las condiciones culturales rigurosas de receptividad. 5 . En la totalidad del libro que Ud. va a leer espero que as sea- (*) el caso puntual de la obra de Berra (ambos, obra y autor, tan olvidados que ni una calle les recuerda en Montevideo ni en Buenos Aires, de nomenclaturas tan condescendientes y permisivas), ocupar un espacio proporcionalmente menor que, por ello mismo, no justificara darlo al ttulo. Sin embargo lo adopto sin dudar porque es la representacin emblemtica de la mezquindad ensaada en un librepensador a quien, por temor a la discusin, se le ignora. El hombre que ha infringido un tab se hace tab, a su vez, porque posee la facultad peligrosa de incitar a los dems a seguir su ejemplo. Resulta pues, realmente contagioso, por cuanto dicho ejemplo impulsa a la imitacin y, por lo tanto, debe ser evitado a su vez (Freud, 48, bastardillas en el original). Por esto (y con el mayor respeto, salvando las debidas distancias y diferencias, me siento comprendido) Berra, un inoportuno destabuizador (permtaseme el neologismo que termino de inventar), al introducirse en el sistema y cuestionarlo, se vuelve tab l mismo y tiene que quedar sepultado; de otra manera, se corre el riesgo que un precario e inestable castillo de naipes, tan laboriosamente elaborado en el correr de un siglo, se venga al suelo por la va, siempre posible, del contagio. . Por estas razones, tomarlo como encabezamiento de este estudio, (ensayo, alegato, panfleto, libelo o tratado, segn cada cual) tiene el sentido de una reivindicacin solidaria (tambin solitaria) con un intelectual agredido con el arma ms perversa: el silencio. Pero, adems, mientras a la historiografa uruguaya (mejor sera decir, rioplatense) no le llegue la hora de un profundo sinceramiento, es una protesta vehemente por el ataque del Poder a la Libertad.

VEAMOS EL PANORAMA ES PRIMERO UN ALBOR Argentinos orientales: Las Provincias hermanas slo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran Nacin Argentina de que sois parte, tiene gran inters en que seais libres y el Congreso que rige sus destinos no trepidar en asegurar los vuestros. As, filindose en la ms genuina tradicin oriental, tuvo principio un da de Abril de 1825, un movimiento reivindicativo que, visto en su momento

(*) En este trabajo recurro a veces, a versos de poemas muy conocidos u otras expresiones o frases hechas, muy divulgados y no cito la fuente; me limito a sealarlos en cursiva, en algunos casos, tambin entre comillas, para indicar que no me pertenecen con lo cual creo salvar cualquier sospecha de plagio 5 Dice el constitucionalista argentino profesor Gregorio Badeni que La democracia no se establece en un ao ni en cinco ni en diez; no depende de un acto de voluntad, sino que requiere de una verdadera recepcin cultural por parte del pueblo y eso puede llevar una o dos generaciones (cit. en Bsqueda No. 954 de 16-22 de julio de 1998, pg. 35). A juzgar por el espectculo que hoy mismo ofrece Iberoamrica, el plazo que propone Badeni es por dems optimista. Los regmenes polticos no pueden separarse del conjunto social de que forman parte (Varios 7 -Duverger, 10)

8 inicial, luce realmente descabellado (Quijotesca empresa, dice delicadamente Busaniche) 6 ; no cambia la cosa el hecho de que tuviera un slido respaldo financiero (vase de Salterain, 197) y una relativamente influyente organizacin semiclandestina a retaguardia. 7 En la playa de la Agraciada (ver nota 39) no hay nada ms que una partida de treinta o cuarenta jinetes, muchos de ellos reclutados a las apuradas y sin mayores exigencias polticas ni ideolgicas, casi al barrer (vase Barrios Pintos), no todos orientales ni todos blancos aunque s todos argentinos, sea por nacimiento, sea por adopcin y entre quienes apenas si se reconoce algn veterano artiguista. Era el msculo robusto, visible y espectacular de un aparato en la sombra, que podemos suponer bastante complejo, con sus races y su cerebro en la vereda de enfrente. Tal improvisada hueste vena mandada por Juan Antonio Lavalleja y una plana mayor en la que sera una temeridad si dijera (porque no me consta), que la masonera haba colocado a dos de sus hombres (Oribe y Zufriategui) que no haca mucho tiempo haban denostado, exponiendo sus razones y motivos, la personalidad y la conducta del titulado Protector de los Pueblos Libres 8 . En un primer momento, al pisar tierra, aquellos arriesgados expedicionarios (muchos de ellos no tenan nada para perder ni tampoco nada que ganar) la mayora jvenes 9 que paradjicamente, ni de caballos disponan, con el ro indiferente a sus espaldas y el campo inmenso por delante, se encontraron invadiendo ldicamente, a las rdenes de un estupendo6) Para una mejor composicin de lugar, consltese tambin a Ramn de Cceres, pag. 425, nota al pie y otros

pasajes de su interesante Memoria. Lavalleja no entr en la Cruzada a tontas y a locas porque no era ni loco ni tonto. S tena muy claro los riesgos que corra y que la empresa que mandaba no sera fcil pero s posible para un hombre de su temple- Vase en el Apndice doc. IV-A, la interesante carta que le enva al portesimo Manuel Jos Garca y que en lo personal, debo a la atencin del Ing. Juan Carlos Nicolau. 7 Recuerdo -escribe Rosas en 1868- al fijarme en los sucesos de la Banda Oriental, la parte que tuve en la empresa de los Treinta y Tres Orientales [] proced en todo de acuerdo con el ilustre general don Juan Antonio Lavalleja y fui yo quien facilit una gran parte del dinero necesario para la empresa de los Treinta y Tres (Saldas, cit. por Rosa, III-431, n. 8) El grupo de estancieros que tena a Toms Manuel de Anchorena de mentor y a Rosas de brazo ejecutor, se puso de acuerdo con Lavalleja para empezar la insurreccin. Rosas, como hombre no sospechado por los brasileos, haba estado en Santa Fe y Entre Ros interesando a Estanislao Lpez y a Len Sol. Con cartas de Lavalleja a los hermanos Oribe, cruz la campaa Oriental con el pretexto de adquirir campos en la zona de Bequel, pero en realidad para establecer las bases de la insurreccin. (J.L. Busaniche, Santa Fe y el Uruguay; Rosas en la historia de Santa Fe, cit. por Rosa, III-420 y 430, n. 7). Se prepar cuidadosamente la expedicin. Rosas entreg gran parte del dinero; circularon listas secretas de donativos para comprar armas (se sabe que Toms de Anchorena se anot con 300 pesos y las cuotas menores fueron de 200) (Rosa, III-431). Lavalleja corrobora el estado de situacin. Al darle cuenta de lo actuado al Gobierno Provisorio de la Provincia, le dice: [] He dado provisoriamente algunas patentes de corso para que tengan su efecto en el Ro de la Plata y Uruguay; y, por fin, contamos hoy con recursos de alguna consideracin en armamento, municiones y elementos de guerra, adquiridos por mi crdito y relaciones particulares en Buenos Aires. Una Comisin fue nombrada all para recolectar, aprontar y hacer conducir todo cuanto se negociase y fuese til a nuestros intereses y no puedo menos que recomendar al Gobierno los distinguidos servicios que ha prestado.Por una relacin ms pormenorizada donde figuran donaciones de mayor porte y detalle de los contribuyentes, puede consultarse a de Salterain, I-121. 8 Ya en otra oportunidad he dicho que tal ttulo, discernido por obsecuentes turiferarios y del cual ttulo se congratulan los modernos capitulares, encierra una flagrante contradiccin. Porque si los pueblos son realmente libres, no necesitan protectores. La libertad alcanza para protegerse a s misma. Cualquier aditamento la molesta y la limita. Yo dira, hasta la ensucia. 9 Con informacin sobre veinticinco de los cruzados que aporta Barrios Pintos y datos biogrficos de otras fuentes, se puede estimar en treinta aos el promedio de edad de los expedicionarios. Gregorio Sanabria, el mayor de todos, tena 48 aos y Juan Rojas, el ms joven, era todava un adolescente de 15 aos. Lavalleja tena cuarenta y un aos y Manuel Oribe no ms de treinta y tres. Nada se sabe del origen y del pasado de muchos de ellos, tampoco de su destino, ni dnde ni cundo ni cmo terminaron sus vidas perdidas en el silencio del tiempo. Solo un da el 19 de Abril- alcanz para grabar sus nombres en la pequea historia de la comarca. Solo un da, nada ms.

9 caudillo montonero 10 , un territorio que haca casi diez aos, estaba controlado en el plano militar, poltico, social, econmico, financiero y jurdico, por una potencia europea bien organizada que, aunque de rango menor, era comparativamente poderosa a escala rioplatense. Pero, a la vista est, aquella dominacin, que result ser, a pesar de toda su apariencia, sumamente endeble y voltil, no haba conseguido echar races: se aguantaba slo por inercia; no caa mientras no se la probara. Otro era el centro de poder y otro el principio de autoridad. Al cabo de muy poco tiempo no ms de dos meses- sin que mediaran acciones militares de importancia, la situacin, desnivelada al adherir pacficamente Frutos Rivera a la causa que encabezaba su compadre (no entremos en el corral de ramas del abrazo del Monzn), la situacin, deca, se le haba escapado de las manos al experimentado comandante militar y jefe poltico de la ocupacin. El nuevo cambio de bando por parte de Rivera supuso un doble efecto: no slo engrosar con su incorporacin, las filas patriotas, (adjetivo tan caro a los textos escolares) sino tambin, por contrapartida, con su desercin, debilitar y mucho- las filas de los invasores extranjeros, ms, a manera de un efecto secundario, las consecuencias psicolgicas en la poblacin rural. Lo que en Abril no pasaba de una pequea banda mal armada, muchos de sus integrantes muchachos annimos con animus iocandi y todos fuera de la ley, galopando a campo traviesa por el litoral, es decir, un simple caso policial, escapado a la vigilancia de las patrullas imperiales, en Junio, ya volcado el tornadizo Pardejn, con su fuerte capacidad de convocatoria y su popularidad, y al organizarse, medio a las apuradas, un gobierno civil para llenar las formalidades y cumplir con las apariencias, adaptado, en lo posible, a las nuevas circunstancias, el desvalido Desembarco haba derivado en un hecho poltico en vas de consolidacin, sin sospechar jams que, empujados por Inglaterra, enfilaban derecho a precipitarse por el despeadero de la Convencin Preliminar de Paz. Lavalleja recordaba, tal vez, que el influyente Rivadavia, en 1823, haba sealado al coronel Iriarte, delegado del Cabildo de Montevideo, que el Gobierno argentino no poda asumir la responsabilidad de un paso como el que se le peda [aceptar la reunificacin de la Provincia] mientras los orientales no instituyeran una autoridad con poderes bastantes para proponer y acordar la reincorporacin (Berra, 498) 11 . Con este mensaje del influyente Ministro/Secretario de Gobierno, presente Lavalleja en Buenos Aires, como que l mismo haba sido uno de los adherentes al pronunciamiento capitular, tom rpidas providencias para legitimar el alzamiento matrero que encabezaba. Ello le era una condicin indispensable estaba visto- para inclinar en su apoyo al Gobierno Nacional (mal llamado Gobierno de Buenos Aires), mucho ms cuanto que el peso poltico de Rivadavia haba aumentado de manera considerable, tanto que se autopresidencializaba. Pero, sobre todo, se necesitaba esta organizacin, por elemental que ella fuera, para decidir a su favor al Congreso Constituyente reunido en la antigua capital10

En los prolegmenos de Ituzaing, sin entender mucho las maniobras y fintas dispuestas por Alvear, Lavalleja, que no diriga una batalla con un catalejo (en clara alusin al Comandante en Jefe, que acus el golpe), "vociferaba que todas esas estrategias eran farsas, y que para ganar una batalla no se necesitaba sino pararse frente al enemigo, ir derecho a l, atropellarlo con denuedo y vencer o morir", reclamando, como triunfador en Sarand que era, que se le diera el centro del ejrcito "para cargar y batirse". (Lpez, X-78, citado tambin por Baldrich, 231) En este trance, donde me parece ver algo de una escena portentosa, se cruzan dos culturas encarnadas en los protagonistas: Alvear era un militar, Lavalleja era un montonero. Alvear est ms cerca de un general napolenico; Lavalleja est ms cerca de un guerrero visigodo. Aunque, claro est, ninguno de los dos era lo uno ni lo otro.. 11 Parecera que para Rivadavia y, sobre todo, para el remiso unitario Martn Rodrguez, lo que faltaba no era una declaracin sino un aparato poltico y, principalmente resultados militares positivos antes de tomar decisiones trascendentales. Porque, si de declaraciones se trata, la del Cabildo haba sido categrica: [] esta Provincia Oriental del Uruguay no pertenece ni debe, ni quiere pertenecer a otro poder, estado o nacin que la del Ro de la Plata de que ha sido y es una parte, habiendo tenido sus diputados en la Soberana Asamblea Constituyente desde el ao 1814 (parte final del acta labrada por el Cabildo de Montevideo el 20 de octubre de 1823).

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del Virreinato. Unos y otros, que estaban a la espera de seales ms concretas y positivas, mantenan formalmente, una prudente distancia y un formal silencio y aun ofrecan garantas de neutralidad (doc. IV-B) DE UN CAUDILLO A OTRO Con pragmatismo, con conciencia clara del lugar que ocupaba la provincia en el concierto nacional y con real sentido integrador (por algo es argentino oriental, tal como si fuera del caso, con igual propiedad, se dira argentino cordobs, argentino entrerriano), el Jefe de los Treinta y Tres manej la rebelin en su globalidad, no s si con mayor patriotismo o inteligencia pero s, seguramente, con mayor sentido poltico de lo que lo haba hecho el inflexible Artigas en su momento, aunque el resultado final de una y otra gestin sea la Cisplatina o, en su forma empeorada, la independencia- haya sido igualmente nefasto, a juzgar por lo que aquellos caudillos se propusieron. En efecto, ninguno de los dos sorpresivos, s que contundentes desenlaces ltimos, figura, ni remotamente, como hiptesis poltica ni programtica, en la Proclama de Mercedes (1811) ni en la Proclama del Desembarco (1825) que, todo indica, haban tenido, cada una en su momento, un amplio consenso social. La comparacin entre estos dos jefes rurales argentinos es insoslayable (aunque, pudorosamente, la historiografa la esquiva). A diferencia de lo sucedido en la dcada anterior (yo la llamara la dcada negativa) en que el caudillo de turno entonces, sin perjuicio de invocar reiteradamente la libertad y la voluntad general, apost a su carisma y mand autocrticamente en la provincia, sin otro apoyo para su ilimitada discrecionalidad, que la precipitada designacin sine die- como Jefe de los Orientales recibida en una reunin de comandantes divisionarios de muy cuestionable representatividad (23 de octubre de 1811) 12 , en12

Demicheli, coincidiendo con Fregeiro a quien, sin embargo, no cita, dice (pg. 222) que Artigas fue Jefe de los Orientales por aclamacin unnime de su primera asamblea popular, aunque no aporta ninguna prueba en apoyo de su afirmacin referida a la aclamacin ni, mucho menos, que aquella asamblea haya sido popular. Unnime, puede ser; no creo que nadie se atreviera a disentir. dada la fama que el coquito de la campaa haba acumulado como cabecilla gavillero primero y como capitn de Blandengues despus. No obstante, si la descripcin de Demicheli fuera correcta, estariamos ante un procedimiento electoral semejante al practicado por los visigodos de la Alta Edad Media, hasta el ultimo tercio del siglo VI, cuando, por aclamacion, los hombres libres ungian a sus reyes. En La Paraguaya, lo habran sido los paisanos de posicin.. Dos observaciones: La primera. Artigas no es jefe porque lo designan, sino que lo designan porque ya es jefe; la asamblea, pues, en puridad, no elige, porque para elegir, debe haber, por lo menos dos entre quienes optar. Y no es ese el caso: en esa reunin no hay otro que Artigas. Por eso slo corrobora; est ante un hecho preconstitudo que no puede modificar. Dentro de los mecanismos de poder caudillesco, de naturaleza carismtica, ese pronunciamiento fue accesorio y escasamente necesario y, en cuanto a la naturaleza de la estructura, tambin fue prescindible. La tcita jefatura (que es lo que realmente cuenta) pas a ser tambin, accesoriamente, expresa. Nada ms. (conf. Romero, 116) La segunda: Tal designacin -considerada con estricta formalidad- tuvo slo un carcter militar sin contenido poltico porque, si le damos a las palabras, como debe ser, el alcance y la acepcin que en la poca tenan, para atribuirle una funcin tambin poltica, en la misma asamblea se le debi haber nombrado, adems, gobernador como era de pacfico recibo en el Derecho, en la literatura administrativa y para los usos y costumbres de entonces. Favaro, (Varios 6, pg. 74), no advierte esta diferencia. Cuando el constituyente de 1830 quiso que los jefes de los departamentos no fueran cargos militares, debi agregarle un adjetivo: poltico; en la Quinta de la Paraguaya ese adjetivo, que hubiera deslindado (y acumulado) las funciones, no fue agregado. A Lavalleja, el Gobierno Provisorio le atribuye expresamente el doble cometido mediante una doble designacin en un solo acto. Artigas, sin embargo, no repar en estos matices y porque era un caudillo -slo por eso y alcanza- por s y ante s, globaliz la nominada jefatura (militar) atribuyndose (o apropindose) facultades (polticas) que estrictamente no habra tenido de acuerdo al nombramiento. En rigor, excedan notoriamente el mbito militar. De hecho, Artigas toma la autoridad total que cree que recibe, no por va de delegacin sino por va de transferencia. Haya sido o no sa la intencin o la voluntad de los asistentes a la Quinta de la Paraguaya, as fueron las cosas

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esta otra oportunidad la de 1825- el nuevo caudillo en ascenso, procurando reconstruir un capital poltico yacente desde haca un lustro y algo ms, encauz rpidamente el alzamiento hacia algo parecido a lo que llamaramos un estado de derecho con un rudimentario aparato estatal que bajo Artigas no existi nunca; es muy claro el cambio de formato si lo referimos a su ms inmediato antecedente. Por eso Lavalleja, urgentemente, busc con xito confirmar su posicin poltica deponiendo, pro forma, su autoridad de hecho y lo hizo con elegancia y hasta con cierta espectacularidad- ante el rgano colegiado (Gobierno Provisorio) por l mismo institudo 13 , valindose de los cabildos que presion (la conminacin que luce en la nota 13 al pie es la mejor prueba) en ejercicio de lo que podramos considerar, conforme con la doctrina moderna, facultades implcitas, inherentes a la esencia del sistema: el mando carismtico. El caudillo es l mismo, un rgano constituyente 14 .(Cfr. Arcos Ferrand: Con fecha 27 de mayo [de 1825, obviamente] Lavalleja ordena a los Cabildos que se proceda a la eleccin de un ciudadano por cada Departamento para constituir el Gobierno Provisorio de la Provincia, pg. 153. Bastardillas me pertenecen). Distinguindose de los efmeros y espordicos congresos convocados bajo la tutora de Artigas, que no eran ms que simples y dciles apndices circunstanciales dentro de una rgida estructura caudillocntrica y, por lo tanto, no tenan vida propia ni, va de suyo, tampoco iniciativa ni voluntad propias ni otra funcin o cometido que el de homologar pasivamente disposiciones que ya venan dadas, es decir, no se comportaron nunca como rganos de control intragubernamentales 15 (lo mismo podra decirse del muy realista Congreso Cisplatino) ste queA propsito de estas cuestiones, dice Tocqueville: "La voluntad nacional es una de las palabras de las que los intrigantes de todos los tiempos y los dspotas de todas las pocas, han abusado ms" (Tomo I - pg. 54). 13 El Cabildo de Guadalupe, por intermedio de Joaqun Surez, su Alcalde Propietario, es renuente a reconocer el Gobierno Provisorio, argumentando que ya haba jurado fidelidad al Imperio, por lo cual, de acceder al requerimiento, se expondran sus vecinos a severas represalias y sanciones. Entonces fue conminado a hacerlo y Arranque V.S. del Registro Municipal las negras pginas que la componen [la negativa al reconocimiento] para no dejar en oprobio suyo tal escndalo a la posteridad. (Actas de la Sala de Representantes de la Provincia Oriental, publicadas por la Cmara de Representantes. Montevideo, 1961 pginas 16 y 17. Ortografa actualizada).14 En la villa de la Florida, Departamento de San Jos de la Provincia Oriental, a 24 de Junio de 1825, reunidos en consecuencia de la convocatoria expedida el 27 del prximo pasado Mayo, por el Jefe interino D. Juan Antonio Lavalleja, en la sala destinada al efecto, los seores nombrados, miembros del Gobierno Provisorio, a saber: [luego de citar por su nombre y representacin a los cinco miembros presentes], el Presidente del Cuerpo Manuel Calleros- perfecciona el acto: Seores: El Gobierno Provisorio de la Provincia Oriental del Ro de la Plata est instalado legtimamente (Antonio Das, pgs. 8 y 9)15

El Congreso de Abril, el ms cabal de los cuatro o cinco que convoc Artigas en el curso de su carrera (por lo menos, el ms comentado y el ms venerado) que la literatura montevideana considera el paradigma de la Democracia Universal, es un clarsimo ejemplo de transitoriedad e intrascendencia institucional de estos decorativos cnclaves; nunca un rgano constitucional, como dice Miranda (I-51), desfigurando sus resultados tanto como su contenido. (Tengo presente la creacin de un gobierno del cual Artigas ser un enigmtico sin ejemplar presidente.) Adems, queda de manifiesto el divorcio entre el discurso, cargado de demagogia, al que ya me refer, y la praxis poltica de destacado cuo autoritario y voluntarista donde el Caudillo demuestra que no tiene la menor nocin de las proporciones ni de la correlacin de fuerzas. Digamos tambin que, aunque es cierto que Artigas, en un ejercicio arbitrario de su propio poder caudillesco, decide por s y ante s, dnde est la fuente de su autoridad, en cambio, esa misma fuente porque no es una matriz jurdica ni poltica- no le marca lmites ni le seala rganos de control en el ejercicio de su gestin, ante los cuales sea responsable. Los historiadores y juristas que se han detenido en el estudio del Congreso de Abril y en la frase que ellos mismos hicieron famosa, no han reparado inexcusable descuido- que no es la fuente sino la limitacin del poder lo que impide a ste ser arbitrario, segn lo observ von Hayek a quien cit. Cfr. Foucault: Las reglas de derecho delimitan formalmente el poder. (pg. 147). En resumen, estos colegios (llmeseles asambleas o congresos o gobiernos provisorios, el nombre no interesa porque la naturaleza del asunto es siempre la misma), no son ms que epgonos emanados directamente del poder carismtico de un caudillo. al que no controlan ni limitan. Son corporaciones anodinas que no guardan archivos o registros ni tienen recursos financieros, es decir, un presupuesto de funcionamiento, ni una burocracia subordinada, ni siquiera un secretariado

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instala Lavalleja en Florida, s ser (si hacemos una comparacin) un gestor poltico independiente (o relativamente independiente dentro de aquella peculiar cultura sin experiencia de representatividad). En efecto, ese gestor adquiere inmediatamente su dinmica y su capacidad de decisin al margen y aun por encima del propio caudillo, y hasta hacindole oposicin, relacin sta impensable bajo la frula de Artigas, diez aos atrs apenas. Recin ahora, y no antes, podramos atisbar, el origen remoto, embrionario y discontinuo, de la sociedad poltica, que no lleg a sentar precedente. Cuando se entra a analizar en sus detalles o en sus matices, el status de uno y otro cabecilla, se advierten caractersticas que los diferencian dentro de una comn vocacin de poder- si no en cuanto a la sustancia del instituto (el fundamento carismtico y ejercicio monoplico), s por el estilo de insertarse en el aparato paralelo y, en cierta manera, competitivo que, en el caso de Artigas, el prototipo, segn Alberdi (pg. 200), se le haba sometido. La naturaleza del poder caudillesco -es decir, la indivisibilidad- no cambia; lo que cambia es el mecanismo, o sea el modo de articularse con otro trmino del poder, sin perder por eso su natural condicin monocrtica. Artigas, que practic la concentracin en su mayor intensidad por algo es un paradigma- est por encima de la estructura, en cierta manera, es anterior a ella. Lavalleja est dentro de ella, en cierta manera, la genera; esto le suceder tambin a Fructuoso Rivera cuando a su turno, se presidencialice. En el caso de don Frutos, la estructura la encuentra preconstituda, aunque no la entienda. Por eso es que Artigas nunca tuvo que dar un golpe de estado a la manera como vino a hacerlo Lavalleja en 1827. En Capilla Maciel, se limit a desautorizar y a desinvestir a los diputados all reunidos que haban escapado a su control. Este congreso, que, por lo dems, como cualquier otro de su rango, no estaba institucionalizado, continu en funciones por su lado y Artigas por el suyo, actuando cada cual como si el otro no existiera, crendose una situacin ambigua, en cierta manera tragicmica. 16 Tampoco el Protector necesit sublevarse llegado el momento de disputar el poder dentro del mbito de su provincia. Es el caso opuesto al que resolvi Rivera levantndose contra Oribe -caudillo contra presidente, dos institutos paralelos y antagnicos, autntico aqul, impostado ste- cuando la provincia ya haba sido transformada en repblica,. Situaciones polticas de esta anomala no fueron anda excepcionales, por cierto, en todas las dems provincias. La sociedad rioplatense, al trmino de la administracin espaola, es bastante caricaturesca porque se presenta como desdoblada; es una sociedad dual y asimtrica, acaso desvertebrada y hasta grotesca (ah est la caricatura). Por un lado, una oligarqua urbana con un puerto, que es la clave de bveda del sistema (Buenos Aires principalmente, que, para algunos observadores Andrs Lamas, por ejemplo- significaba la mitad del Virreinato y poda imponerse a las otras provincias, pero tambin, en menor escala, Montevideo. Crdoba, tal vez, con su aduana seca) concentrando el poder econmico, financiero, administrativo y demogrfico y hasta cierto punto, tambin poltico; por otro lado, un territorio disputndoselo en el largo plazo con desventaja- por la va de los insumisos caudillos cada cual con un natural status mon-rquico dentro de sus respectivos territorios. Y en todos los casos, una formidable inexperiencia poltica. Por no decir, una formidable torpeza poltica de parte de todos los actores17 , que enpermanente que los asista. Carecen de toda estructura, tanto formal como jurdica. Incluso dependen de citaciones que emanen del Caudillo. Ninguno de ellos proclam su capacidad de autoconvocatoria ni hubo nada parecido al Juramento del Juego de Pelota. (Ver n. 29) 16 [] hubo de parte de Artigas una ceguera indisculpable al negarse a toda transaccin con el Congreso, cuando ste quiso subsanar las omisiones producidas, abrindole sus puertas [] (Bauz, VI-83). Puede consultarse tambin Pivel Devoto 3.41. Esta ceguera que observa Bauz es el resultado de la notoria inmadurez poltica de Artigas. 17) Del atraso en que yacen algunas naciones americanas, quizs debera hacerse responsables a los hombres que se hicieron cargo de su administracin despus de la independencia (Arcila Faras, 33). Suscribo esta apreciacin, pero me pregunto a mi vez, sin nimo de perdonavidas, si esos hombres no estaban limitados por un horizonte cultural muy estrecho y por firmes tradiciones que los condicionaban. No estaban, en cierta manera,

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medio de turbulencias, de asonadas, de fraudes, de pequeas intrigas y rencillas, se van sucediendo desordenadamente en el curso de los aos, muchos de ellos (Alvarez Thomas, los Rodrguez Pea, Daz Vlez, lzaga, Herrera, los Araoz, Manuel Jos Garca, Chiclana, Alvear, Paso, Rivadavia, los Garca de Ziga, Sarratea, Obes, los Riglos) maniobreros ambiciosos, conspiradores, tramoyistas, especuladores, motineros, no todos con mando de tropas, algunos con buena cultura personal, como el polglota Victorio Garca de Ziga, y todos inestables personajes, entre quienes, muchas veces, la lealtad era moneda escasa, hostilizndose unos a otros como facciosos por ruines cuotas de poder personal, jugndose la vida, la fortuna o el destierro (Dorrego, Moreno, Artigas, Saavedra, Gemes, San Martn, el ms desinteresado tal vez, Monterroso, cito a lzaga otra vez, Pueyrredn, Lavalleja, su compadre Rivera, Rosas y Lavalle, hermanos de leche, luego, Quiroga, Larrea que termina sus das con un horripilante suicidio y otros peores que luego vendrn).(18) La ciencia de gobernar no se improvisa, comenta al respecto Diodoro de Pascual, exceptuando, tal vez, digo yo, al pragmtico Rosas, que saba cmo hacerlo, aunque tambin pag su precio en fortuna, exilio y fama (dejo constancia que, en lo que me es personal, el destino ingls de su destierro me desorienta).No hubo pensadores capaces de elevar la especulacin poltica por encima de las tradiciones o de modelos importados, ponindola, con originalidad, a la altura de la dimensin del nuevo dilema que se les planteaba. Y cuando digo esto, tengo muy en cuenta a Moreno, a Vieytes y a Belgrano, intelectualmente dependientes de la produccin francesa, que, me parece, no entendan muy bien, recibida en el caso de Vieytes es muy claro- a travs de Jovellanos que era algo as como el mentor intelectual de estos jvenes criollos . Con la salvedad de que el planteo me parece un poco tnue, puedo reproducir aqu un prrafo de Romero: En efecto, respecto al problema poltico, el frente criollo no estaba constituido. Ante todo porque el grupo hispnico posea la enorme fuerza de la legalidad; luego porque lo subversivo de toda idea renovadora al respecto, impeda que se expresara con libertad el pensamiento de muchos; en fin porque solo el sentimiento de la patria era comn a todos los grupos criollos, en tanto que las formas del pensamiento liberal slo haban alcanzado a arraigar en la minora culta de algunas ciudades y eran, puede afirmarse, inadmisibles para los grupos rurales. Todo ello haca que el sistema de ideas polticas se estructurara con reticencias en el seno de la reflexin individual o en pequesimos cenculos. De aqu la inexperiencia que ha sido sealada como caracterstica de los primeros actos del gobierno independiente. (pg.63) No hubo ninguna efervescencia intelectual, no hubo confrontacin creativa: Todo se reduca a cartas, proclamas o planes y hasta constituciones, a cul ms inconsistente (por no decir, ms incoherente), donde opinaban ingleses, portugueses y hasta un italiano, que iban y venan; alpredeterminados para la ineficiencia, para la insuficiencia y hasta para la mediocridad?. Cmo podran evadirse y elevarse por encima de un enrarecido sistema secular que slo supersticiones les haba inculcado?. Cito en mi apoyo: "Podra dar otros frutos la colonizacin espaola?, pregunta Jos Pedro Ramrez. Y agrega: "[] como sabe, [el Dr. Bustamante con quien est polemizando] nacieron y crecieron estas colonias de la Amrica Espaola bajo la influencia de aquella civilizacin de supersticiones y de tinieblas que extendi por toda Europa el despotismo sangriento y tenebroso de Felipe II".(Anales del Ateneo. Ao I, t. II, Nro. 7 - 5 de marzo de 1882). En un prolijo recuento, Corbire (pgs. 173 a 179), registra ms de treinta golpes de mano, motines y asonadas que hubo en Buenos Aires entre 1810 y 1828, ms o menos sangrientos como los alocados fusilamientos de Cabeza de Tigre, otros que orden Castelli, o las ejecuciones de julio de 1812, con la responsabilidad de Rivadavia -40 hombres colgados en la plaza, empezando por lzaga- o la estpida ejecucin que le cost la vida a Dorrego y otros vendrn en el devenir de aquel aquelarre que llamamos revolucin.18) Despus de escribir estos juicios tan desolados a los que llegu por mi propia reflexin, encuentro en Maeso T. III, p. 295 - lo siguiente "[...] ese laberinto de intrigas, de ambiciones personales y de venganzas, en ese rebullir de mezquinos crculos impulsados por mezquinas aspiraciones, en cuya fermentacin febril se olvidaba toda nocin de patria [...] el observador podra muy bien descubrir algn indicio de cobarde claudicacin, algn repugnante acomodamiento, hasta alguna ignominiosa defeccin"

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alzamiento le falt el impulso de una masa critica que lo elevara al nivel de una revolucin. Todos aquellos hombrecillos que actuaron antes y despus de 1810, que figuran en los recetarios de nuestros textos, algunos con estatuas y nombres de calles que los recuerdan, no eran ms que annimas figuritas para los intrigantes de alta escuela que tenan su sede en Londres y, a manera de sucursal, en Ro de Janeiro. (Castlereagh, Canning -canciller y luego primer ministro- Carlota y Juan, su marido ms o menos nominal, Casa Irujo, Sidney Smith, partidario -y se dice que algo ms- de la Infanta, Felipe Contucci que ser cuado y luego suegro de Manuel Oribe, Strangford, Miranda, el conde de Linhares y otras de tono bajo y transitorio como Gordon, el comodoro Bowels, Possidonio da Costa, David Curtis De Forest, Paroissien, Antonio Ezquerrenea, James Burke). EL OSCURO DERRUMBE IMPERIAL Vayamos al principio. Todos estos trastornos y esta desorganizacin e improvisacin en todos los planos del quehacer pblico, sobre lo que pueden ilustrar esas extraas invasiones inglesas, contrastan con la relativa placidez anterior al 25 de Mayo. Yo dira -a pesar de las muy vlidas objeciones que se puedan oponer y pidiendo por ello tolerancia al lector- que estamos ante una sociedad armnica, derivada del equilibrio poltico que, por inercia, descansaba en la aparentemente slida pero, en la realidad, enclenque y hasta tambaleante estructura de la monarqua, sin importar la persona del titular. Por debajo, "la Amrica en muchos aos ha tenido que sufrir jefes corrompidos y dspotas, ministros ignorantes y prostituidos, militares inexpertos y corruptos" (Williams, 13). Un detalle indicativo: bajo la administracin de Liniers, a veces los ascensos entre la oficialidad, adems del nepotismo y otras influencias, dependan de los recursos de que dispusieran los candidatos a la promocin para costearse el nuevo uniforme correspondiente al grado al que accederan. (Pueyrredn, 258) El Trono espaol, en tanto institucin gestionada por un valido de baja estofa o "depravado favorito", segn lzaga, es lo mismo, estaba desquiciado. Bast que Napolen lo volteara con un chasquido de dedos para que todo el andamiaje no slo poltico- entrara en un caos, tanto en la pennsula metropolitana como en sus desinformadas (o mal informadas) colonias americanas, perdindose, en el trmino de muy pocos meses del ao 1810, todas las coordenadas de referencia tradicionales. A partir de ese momento, nadie sintoniza con nadie ni con nada. Sin advertirlo, los mismos protagonistas eran, a su vez, testigos de la descomposicin de todo el ordenamiento jurdico-administrativo, sin tener un mnimo diseo para sustituirlo. Por lo que hoy llamamos el efecto domin, bajo la capa secular del idioma castellano, un imperio polglota de dimensin tricontinental, se desintegraba entre dos solsticios. En efecto, la invasin del Emperador de los franceses a los endebles dominios de Carlos IV, puso de manifiesto todo lo dbil que era el decadente orden sobre el cual reinaba ese pobre diablo ("monarca decrpito" lo considera lzaga, es lo mismo). Las colonias, brutalmente organizadas en el siglo XVI, bajo el signo del absolutismo de derecho divino y de la evangelizacin a sangre y fuego (el reformismo del siglo XVIII no modific las races de la estructura) se desarticularon de manera desordenada y precipitada, culminando la serie de conatos y amagues, incluso agrias desavenencias personales entre los jerarcas, que haban empezado antes de setiembre de 1808, sin entender nunca ni saber a ciencia cierta, de qu se trataba. La asonada del lo. de enero de 1809, me parece que es un ejemplo de ello. Varios de los antagonistas en ese momento, integrarn luego la Junta de Mayo. lzaga y Saavedra pugnaron entre s y se apoyaron en sus respectivos regimientos que se haban constituido con motivo de las invasiones inglesas: los tercios espaoles -catalanes, gallegos y vizcanos- con don Martn y

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don Cornelio con los Patricios; stos sosteniendo a Liniers, aqullos por deponerlo. Se trata de odios personales que eran a muerte -los hechos as lo demuestran- pero tambin de antagonismos donde se mezclan peninsulares y criollos -los nombres de los cuerpos son muy descriptivos- destacndose, en ambas vertientes, algunos nombres del procerato nacional (Vieytes, Moreno, Nicols Rodrguez Pea, Larrea, Castelli). Lo cierto es que, dentro de la propia rea urbana estaba planteada una sorda (tambin srdida) guerra civil que abort cuando la solidaridad de la ciudad debi enfrentar al territorio caudillesco. El 25 de Mayo por un lado, confirm lo que ya era evidente: que el poder formal dependa del Cuerpo de Patricios obediente a Saavedra. Tanto es as que, como en 1809 haba aguantado a Liniers contra lzaga, un ao y pico despus, con el apoyo del mismo lzaga, volte a Cisneros y con l al virreinato. Lo que habra que dilucidar era cunto poder tendran los Patricios y su jefe Saavedra apenas sus opositores (que los haba y cmo!) empezaran a mover sus propias piezas. Por otro lado, lo que result muchsimo ms importante, ese mismo 25 de Mayo fue un impacto poltico no slo conmovedor sino que fue el primer hecho realmente trascendente en gran escala, en la historia tricentenaria de Hispanoamrica. En comparacin, cualquier otro episodio registrable en el mundo hispanoamericano, despus de la fenomenal revulsin provocada por los rudos capitanes depredadores del perodo de la conquista, resulta simplemente anecdtico. Mayo, inesperadamente, result un acontecimiento sin retorno que modific la ingeniera colonial. No alcanz el rango de revolucin porque, por falta de contenidos sustanciales, en mi opinin, para revolucin no le daba la alzada, como ya dije observando la ausencia de una vigorosa masa crtica, pero cabe sealarlo de todos modos como un trastorno raigal, bastante ms complejo que el simple derrocamiento de autoridades. Fue el colapso del poder, sin saber qu construir en su lugar. La indita situacin que sobrevino. inmediatamente adquiri su propia dinmica, escapando al control de los mismos sublevados. Los juntistas, sinceramente monrquicos por su formacin no podan ser otra cosa- y con algunas ideas muy confusas, resultaron superados porque los hechos, que eran ms rpidos, enseguida generaban nuevos hechos. Reducir el asunto a un vulgar golpe de estado, es quedarse muy corto en la apreciacin del fenmeno.(*) Una prematura ruptura de amarras con un sistema burocrtico rutinario, que no haba tenido nunca entrenamiento poltico ni haba desarrollado liderazgos poderosos ni hombres de Estado de fuste que ordenaran un caudillaje dscolo y distorsionante, si lo referimos a la prolongada experiencia administrativa espaola y al proyecto centralizador de la Capital que pretende continuarla, esa ruptura, digo, provoc un desconcierto generalizado. En la intransigente militancia del catolicismo filipino, una cultura muy estrecha, donde la masonera pugnaba por hacerse espacios, haba generado ms bien rivalidades de campanario, (la actitud envidiosa de Montevideo o de Asuncin, por ejemplo) frente a las cuales, Buenos Aires y su hinterland, con mucho el polo ms fuerte y de mayor desarrollo relativo, no slo dentro de la cuenca ganadera, como ya se dijo, funcion como todo lo opuesto al liderazgo, despertando un sentimiento de malquerencia surgido entre [esa ciudad] y las provincias por la superioridad de que se jactaban los porteos (Aldao, pg. 4, infra n. 108). Lo que con voz engolada llamamos Revolucin de Mayo pudo s tener un objetivo concreto, tanto como lo tuvo todo el movimiento juntista, a partir de 1808 dentro del cual se inscribe y del que sera su culminacin El objetivo de sustituir las autoridades tradicionales est de manifiesto en la consigna juntas como en Espaa o en la consulta que se le hizo a los doscientos tantos asistentes al Cabildo Abierto de Buenos Aires el 25 de Mayo: si se ha de subrogar la autoridad del Virrey y en quin. Pero lo que esa revolucin no tuvo, sin embargo, fueron grandes planes transformadores. Nadie pregunt nunca: juntas para qu? O bien, si se decida la sustitucin del Virrey, qu hara su subrogante?. Ms all de la tmida abolicin del Virreinato, cul fue el proyecto?; convocar a asamblea de la gente decente (*)Advierto que, por razones de comodidad, en el curso de este trabajo, refirindome a este episodio. yo mismo le llame as:

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acaso?, una constitucin como lo reclamaban Moreno y Monteagudo ms tarde?, sanear la administracin? (Moreno 400, y cit. de Williams, 112) La imagen del desconcierto y hasta de la disociacin del da siguiente, la podemos ver sintetizada en el rspido binomio Moreno/Saavedra. (disc. Piero, XLV) Hablando con categoras marxistas, podra decirse que no hubo en el Ro de la Plata una clase social homognea, fuerte, adulta y lcida (una burguesa, recurdese que estoy manejando la jerga marxista) capaz de darle al alzamiento una unidad de accin y de intereses muy generales pero tambin muy slidos, muy definidos y superiores, como s la hubo en las colonias inglesas donde un conjunto de hombres representativos, algunos con gran talento, no slo poltico, procedentes de todas las regiones revolucionadas, en nombre de grandes coincidencias con el modelo de estructura que les ofreca su propia metrpoli y con imaginacin y creatividad, fue capaz de ensamblar los macroplanteos por encima de sus discrepancias y aun de sus antagonismos, que hubieron de quedar resueltos en funcin del fin supremo. Este grupo que la historia reconoce como los Padres Fundadores, en el cual no hubo es importante sealarlo- hombres de armas dominantes, y s, en cambio, hombres de pensamiento, salv la unidad con grandeza relase el fundamento de voto afirmativo de Benjamn Franklin- y con ella el proyecto, ese s revolucionario, de los Estados Unidos de Amrica que es el ejemplo seductor que tantos de nuestros candorosos prceres Artigas entre ellos- quisieron imitar 18 a sin darse cuenta que antes de la revolucin el capitalismo norteamericano haba procurado un desarrollo y prosperidad generales en el orden econmico y en el comercio internacional al mismo tiempo que entre las distintas regiones de las colonias se incrementaba el intercambio cultural, de lo que puede dar una ideal cabal, el hecho de que, al estallar la revolucin, se publicaban treinta y siete peridicos, muchos entre otros, el Almanaque, editado por Franklin- con muy amplia circulacin. (Pulliam y Dorros, 55, 56), cuando apenas tres peridicos, en forma irregular y con difusin restringida, empezaron a salir en Buenos Aires, recin en los ltimos aos del siglo XVIII. En Hispanoamrica, donde siempre falt perspectiva, todo fue, disparidad, forcejeo pequeo. Se haba desencadenado lo que sera una prolongada guerra civil cargada de incertidumbres y de desconfianzas. Si al Ro de la Plata me refiero, la dirigencia capitalina se qued limitada a sus muelles. No cambia la apreciacin el hecho de que algunos de sus integrantes Saavedra, por ejemplo- no fueran oriundos de Buenos Aires. Ni en la Argentina ni en el resto de los pases hispanoamericanos ha florecido un pensamiento terico original y vigoroso en materia poltica, ni era verosmil que floreciese (Romero, 9) Entre los caudillos, Artigas, que es quien esboz un plan poltico con ciertas pretensiones, ms voluntarista que realizable, nunca un pensamiento terico original y vigoroso (incluyo en esta opinin la utopa de la federacin, a la que me referir ms ampliamente) marc su poder en la Banda Oriental y solo su influencia en la cuenca ganadera, (Sartori, 220-221) organizndose, de manera muy efmera y superficial, esa conexin caudillesca de provincias que llamamos Liga Federal, donde Crdoba, la ltima en incorporarse y la primera en separarse, seal el lmite occidental del prestigio del jefe oriental y tambin el lmite temporal. Quiero decir que geogrficamente, la propuesta de Artigas no pas del meridiano de Crdoba y en el tiempo, con su incorporacin a la rbita del Caudillo,

golpe de estado y, a veces, tambin "revolucin", pero tngase presente que lo hago con la reserva que consigno en esta aclaracin, sabiendo que, con ello, le hago una concesin al rigor que debe observarse en esta disciplina18

a [ ...] muchos pases sudamericanos iniciaron su vida independiente con constituciones copiadas del modelo norteamericano, como si la imitacin del texto hubiese bastado para contar tambin con instituciones estables o una vida poltica libre de sobresaltos (Baptista Gumucio, 31). Nadie advirti entonces, ni lo advierten hoy los modernos comentaristas, que en una estructura poltica a escala, la federacin segn el modelo de Estados Unidos, no poda jams ser una solucin adecuada para la organizacin de las colonias hispanoamericanas.

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marca la mayor expansin de su ascendiente tanto como, al retirarse, indica el principio de su declinacin. Esta Liga, muy nominal, basada en frgiles alianzas personales de corte brbaro 19 , fue muy laxa y precaria, sin ninguna capacidad negociadora con la arrogante oligarqua portea. (para usar el lxico tan caro a la maniquea historiografa montevideana) Entre las partes no hubo nunca ningn mbito donde dilucidar civilizadamente las diferencias (nada equivalente a los Congresos Continentales). "La rpida transicin del estado colonial al perodo revolucionario hizo que los pueblos del virreinato del Ro de la Plata se encontrasen, dentro del vasto territorio que ocupaban, sin cohesin social ni tradicin de gobierno poltico". (Larrain, VIII). En una sociedad as configurada bajo el signo de la heterogeneidad y de la dispersin, no hubo dilogo inteligente, creativo, verdaderamente revolucionario, capaz de resolver positivamente la tensin entre la Capital y el territorio gestionado por los caudillos Y tengo presente los cuerpos deliberantes que se instalaron desde la Asamblea del Ao XIII hasta el Congreso de Tucumn y posteriores, alrededor de los cuales siempre hubo generales merodeando. Todo qued en la esfera de las desconfianzas, el trapicheo y las rencillas personales, dentro y fuera de la Logia Lautaro, o librado a continuas luchas intestinas, unas provincias contra otras y todas contra Buenos Aires, sin ningn contenido programtico, llevadas a veces con ferocidad. Ya no hubo paz en las provincias platenses durante el resto del siglo XIX. Sin contar las patriadas de los orientales, recuerdo ahora, a manera de dato ilustrativo, que Bartolom Mitre, comandante en jefe de las fuerzas aliadas de tierra en la guerra contra el Paraguay, debi resignar sus nfulas de legionario romano, obligado a abandonar diecisiete veces el teatro de operaciones para atender otros tantos levantamientos armados en las provincias que no daban tregua. La ruptura de Mayo, a cargo de una nfima minora ms o menos ilustrada y ms o menos liberal, provoc instantneamente la acefala del poder virreinal y liquid la pax hispanica en Indias, con la consiguiente modificacin repentina de las conductas humanas. Hombres que no saban vivir fuera del orden burocrtico y autoritario que siempre haba venido impuesto desde arriba, los motineros del famoso Cabildo Abierto, apoyndose en el terror de las patotas (vase Corbire, 126) y en una mentalidad obsoleta y una tipologa poltica que se remontaba al siglo XVI 20 ms una pizca de moderna teora liberal mal asimilada, no pudieron superar los viejos cdigos de la administracin espaola que haban volteado, ni un cierto ascendiente psicolgico, difcil de sustituir rpidamente. Vase que el primer aniversario de la revolucin, esto es, el 25 de mayo de 1811, se celebr, al mejor estilo tradicional, en la Plaza Mayor de Buenos Aires con una procesin encabezada por el Estandarte Real. Esta ancdota, lejos de ser una trivialidad, parece indicativa de que los fantasmas del pasado seguan merodeando. El19

. Aclaro que al adjetivo brbaro, cuando lo uso, no tiene el sentido de extranjero que viene de la etimologa greco-romana ni mucho menos una intencin despectiva. Le doy s, el alcance con que Morgan propone las grandes etapas de la evolucin cultural de la Humanidad, haciendo, obviamente, la debida adaptacin al mundo cimarrn. Nada tiene que ver pues este adjetivo, con el peyorativo Sarmiento. Los grandes caudillos regionales, varios entroncados con el patriciado (y hasta con la nobleza) y algunos de ellos hombres cultos por ejemplo, el doctor Alejandro Heredia- debieron mimetizarse en el ambiente brbaro que acaudillaban. El astuto Rosas se lo dice francamente a Santiago Vzquez: Sepa Ud. seor Vzquez que para ser lo que soy tuve que ser como ellos [...]. Tuve de agaucharme. El Ilustre Restaurador la tena clara. Artigas, sin proponrselo y, seguramente sin advertirlo, tambin se agauch sin dejar de ser, por eso, un paisano. Por lo dems, si de barbaridades se trata (ya que no de barbarie), la pregunta surge sola: quin puede tirar la primera piedra? Sarmiento?. Vase el consejo que el sanjuanino le da a al mismsimo Bartolom Mitre: No trate de ahorrar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer til al pas. La sangre es lo nico que tienen de seres humanos (Buenos Aires, 20 de septiembre de 1861 en Archivo Mitre, Tomo IX, pg. 360) 20 Mariano Moreno, a fines del siglo XVIII, en la Academia Carolina de La Plata, desarrolla su tesis para optar al ttulo de doctor en Derecho analizando la ley 14 de Toro, un corpus juri que data del ao 1502 con la firma de los Reyes Catlicos, en virtud de la cual, el marido o la mujer que pasaba a ulteriores nupcias, no tena obligacin de reservar a los hijos el primer matrimonio, la propiedad de los bienes adquiridos durante l (Piero, XI-XII) .

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recurso ms simple fue granjearse las simpatas extranjeras, comprndolas sin mucho decoro: Nuestra conducta con Inglaterra y Portugal deber ser benfica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones [...] los bienes de la Inglaterra y Portugal que giran en nuestras provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior de las provincias, pagando los derechos como nacionales [...] debemos atraernos y ganar las voluntades de los ministros de las cortes extranjeras y de aquellos principales resortes de los gabinetes, aunque sea a costa del oro y de la plata, que es quien [sic] todo lo facilita (Moreno, Plan de Operaciones, pgs. 508-510. Sobre la autenticidad de este documento, vase Chumbita, pg. 52-54 y pg. 271-n.2). Al perderse el paradigma, no saban dnde estaban parados; se haba cado en un punto muerto. En su orfandad sin elegancia, slo se buscaba el vergonzante auxilio del cohecho. La revolucin se resolva en los bolsillos de los coimeros. Nihil novus sob sole. Nada luego qued en pie desde aquella lluviosa maana, para poder aglutinar y, menos todava, para controlar el desgarramiento poltico pero tambin social y encauzar el enjambre de caudillos indisciplinados e inestables y sus veleidades localistas que inmediatamente emergi, tal como si hubiera estado esperando esta oportunidad. El poder caudillesco surge y se afirma; es el que realmente cubre el vaco dejado por la administracin espaola en la inmensidad del campo. No s si es ms autntico y ms orgnico que el poder urbano, pero s, seguramente, es un poder competitivo y est ms prximo a lo que yo llamara un estado de naturaleza. El dualismo ciudad-campo emergente, latente desde antiguo hasta Cisneros, se haba instalado activamente dira agresivamente- en el Ro de la Plata a partir de regiones o provincias no muy bien definidas y apenas pobladas y de esa especie de submltiplo que fueron los pagos; esos son los asientos territoriales de los caudillos y caudillejos que van a recortar sus siluetas ecuestres sobre el horizonte silente de las pampas. Artigas, el ms popular y poderoso de estos jefes alzados, segn Robertson, como caudillo un brillante de primera agua, segn Melin es, tal vez, el mejor ejemplo pero no ciertamente, el nico de los que, con igual rapidez y sorpresa, brotaron por doquier para llenar la inesperada vacante, moviendo cada cual su propia improvisada mesnada. La concepcin porteocntrica, con cierto sentido estructural, fue desbordada y entr espontneamente en conflicto con el ejercicio personalista del poder dispersado en tantos centros como caudillos se daban. Quiero decir que, para superar la crisis, el poder no se resocializ a travs de instituciones jurdicas, como hubiera querido hacerlo la concepcin portea, (en realidad, el proyecto de la Logia Lautaro) sino a travs de la personalizacin de los jefes rurales. La propuesta federal tiende, justamente a consolidar, no la libertad y mucho menos la democracia como tantos comentaristas ligeramente lo proponen Alberdi y Ugarte, nada menos, entre ellos- sino la autonoma de los mbitos de poder propio de los caudillos. La propuesta unitaria, por su parte -tan prepotente como la de los mismos caudillos- tiende a consolidar, no la unidad sino el centralismo en torno a la antigua capital. La sntesis de este antagonismo est en la clusula 19 de las Instrucciones: Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires donde resida el gobierno de las Provincias Unidas. En resumidas cuentas, unitarismo y federacin no significaron doctrinas polticas enfrentadas en amplia escala que dieran lugar a fermentables debates tericos, sino dos formas de concebir la distribucin del poder en los espacios. Voluntarismo puro. Como se ve, no se trataba de persuadir sino de imponer. El poder no se debilita, slo se dispersa ante la incomprensin (tambin la desesperacin) de la elite portea. La oposicin activa entre ambas soluciones, fue el signo histrico del turbulento siglo XIX que desmembr el Ro de la Plata -la derrota de 1828 es pattica- aun despus de sancionada la Constitucin de 1853. Pero, hasta los primeros meses de 1810, en contraste con la Pennsula, el mundo hispanoamericano y el Ro de la Plata en particular, estaban tranquilos, casi indiferentes (Piero, IX) ante las escasas e imprecisas noticias que llegaban allende el Atlntico, hasta que

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hizo crisis el Trono; les haban cambiado el rey. Y aqu estoy englobando hechos y episodios de anloga naturaleza, acaecidos en el curso de algo ms de dos aos La sumisin pasiva y acrtica a una autoridad aceptada por generaciones como legtima, a la cual obedecer incondicionalmente y bajo juramento, se haba descompuesto. Fue la prdida de la referencia por antonomasia. Recin entonces, los criollos se sintieron y se encontraron solos; se abra la tierra bajo sus pies. En un momento dado no supieron de quin eran sbditos porque, descartado por impostor Jos Bonaparte, las improvisadas juntas espaolas, incluida la Suprema Gubernativa del Reino- no encajaban en la mentalidad monrquica de los colonos que con razn no conceban una monarqua colegiada. La crisis poltica, de golpe y porrazo, puso en entredicho un conformismo generalizado en todos los rdenes. Nadie, ni persona, ni grupo, ni institucin, estaba preparado para asumir la nueva situacin y conducirla, si no con un consenso, por lo menos con una aquiescencia aceptable. Entre todas sus incertidumbres, sus titubeos, sus humanas debilidades, debe haberles asaltado entonces la pregunta ms obvia ante la perplejidad: qu hacer?. Los actores, por aquellos aos de desconcierto, jams hubieran podido sospechar lo que nosotros, con la ventaja de una perspectiva histrica a nuestro favor, podramos distinguir. Los hombres de Mayo y los que les siguieron, dentro y fuera de Buenos Aires, hasta Pavn y aun despus, en realidad se debatan entre, por lo menos, dos grandes temas que Bobbio individualizara ciento cincuenta aos ms tarde, a saber: la bsqueda de la mejor forma de gobierno y de la repblica ideal ("repblica" en sentido originario o sea res publicae) y la bsqueda del fundamento del Estado y justificacin del compromiso poltico. (cit. por Sartori, 230). Esto se ve muy claro no slo en las Instrucciones del Ao XIII sino en toda la documentacin pertinente desprendida, entre otras fuentes, de las asambleas y congresos celebrados hasta 1853. Que esa bsqueda haya estado mal orientada y peor resuelta y que Artigas y todas las figuras ms o menos relevantes que transitaron en el curso del medio siglo, no hayan tenido la menor idea que estaban recorriendo ese camino con soluciones imposibles, no cambia por eso la intencin de resolver el dilema . Gracias a sus inagotables reservas, a una relativa diversificacin del comercio (no hay que exagerar demasiado los efectos de la Pragmtica de Libre Comercio) y al contrabando generalizado, naturalmente integrado a la vida cotidiana (casi congnito), los cuatro virreinatos, dentro de una forma de produccin precapitalista, gozaban de cierta prosperidad econmica y tambin financiera, sin perjuicio de los dficits presupuestales, que los haba. ("el Erario se encontraba exhausto y agotado", Piero, XXXI) ). 21 An cuando no tengamos datos ni cifras seriados para una evaluacin confiable, y aceptando desde ya que la situacin no fue totalmente homognea, podemos admitir que en el conjunto de las regiones, se haba alcanzado un pasable producto bruto, para lo que poda esperarse dentro de una tecnologa preindustrial apoyada en una mano de obra esclava (me tomo la libertad de incluir en esta categora a la mita y al yanaconazgo), tanto como una muy fuerte concentracin de la renta. La sociedad haba aceptado, como parte de su cultura, con el aval de la Iglesia, una estructura altamente polarizada, donde -en unas regiones ms, en otras no tanto- una minora disfrutaba sus privilegios con exultante arrogancia y una mayora soportaba sus agobiantes miserias con mansa resignacin, sin perjuicio de los espordicos conatos de rebelda, algunos de envergadura, pero fuera de coordenadas, desestacionados, como el de Tupac Amaru y la21

Lo dicho no es incompatible con la opinin de Piero, pg. xxix y sgts.: Las comarcas que formaban el Virreinato de Buenos Aires se encontraban en una situacin deplorable en los primeros aos del siglo. [...] El sistema mercantil de monopolio, [...] labr lentamente la ruina econmica de la colonia o, ms bien dicho, asegur en ella el predominio del atraso, del estado primitivo y de la ignorancia; impidi el desarrollo del cultivo y de la produccin e hizo imposible el comercio internacional Sobre esta realidad, la situacin a principios del siglo XIX, bajo la presin del comercio ingls, era comparativamente algo ms favorable.

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espeluznante represalia a que dio lugar. Algo as como, en tiempos romanos, sucedi con la rebelin esclava conducida por Espartaco o la reaccin de los Comuneros en el curso del absolutista y aristocrtico siglo XVI espaol (sobre los efectos o las consecuencias de la rebelin de Tupac Amaru, discorde Lewin). Otras manifestaciones que se ubican a fines del siglo XVIII, en las costas baadas por el mar Caribe, como, por ejemplo, las tentativas de Nario, Gual y Espejo o las tilingueras de Francisco Miranda u otras por el estilo, todas bajo el signo de una mendicante anglofilia, que la literatura agrupa bajo el rubro los precursores, no pasaron, en realidad, de ancdotas sin trascendencia. Nunca fueron revoluciones sino, simplemente, explosiones en algunos casos y maquinaciones en otros. Va de suyo que tambin el programa de Aranda tendiente a dividir en varias monarquas vinculadas a una corona comn la totalidad de las colonias, qued propiamente, en agua de borrajas. "Hay que terminar de una vez con esas teoras que buscan orgenes lejanos" como dice De Ganda (pg. 341) Fue justamente en el cuarto y ltimo de los virreinatos, en la opaca cuenca ganadera del Ro de la Plata y al sur, en una ciudad secundaria, "de costumbres sosegadas y discreto bienestar", no obstante su singular posicin estratgica, ms joven que Asuncin, ms inculta que Crdoba, ms pobre que "la opulenta Lima", ms dbil que Mxico, que exhiba los contrastes sociales comparativamente, menos acentuados, donde, un da cualquiera, entre noticias polticas ms o menos alarmantes procedentes de la Pennsula y tiranteces personales, salt la primera chispa (vase De Gandia, pgs. 148 y conc.). En cierta manera, si no se me toma por un agrandado al hacer la referencia, y s que estoy incurriendo en una simplificacin muy vulnerable -despus de todo tambin los ornitlogos pueden cotejar un guila con una torcaza- era aquella, la del viejo imperio al morir, una situacin comparable a la de la Roma de Occidente al entrar en el siglo V. En medio de una situacin de paz y de cierta prosperidad, tal cual era, en sus grandes rasgos tambin la situacin hispanoamericana, especialmente la ganadera rioplatense -la analoga no va ms all- Roma se desplom. (Koenigsberger, l; disc. Bentancur, Piero, XXIX, Varios 6, pg. 20) SIN PISTAS Y SIN REFERENCIAS Una de las varias puntas descontroladas dentro de este colapso generalizado al que ya hice mencin (San Martn insubordinado en Mendoza, Gemes al norte, la Junta Paraguaya por un lado, la portea por otro y la indiada omnipresente) est en la Banda Oriental que, en el desconcierto, dio rienda suelta a sus resquemores con el impulso del ms completo de esos inquietos caudillos, que no era, a pesar de todo, lo suficientemente fuerte como para imponerse, sea en el plano poltico, militar o econmico, ni lo suficientemente dbil como para doblegarse ante la altanera capital que, sin entender los cambios que se precipitaban, sigui considerndose la sede central del poder. De hecho se plantearon dos lgicas revolucionarias: la de los caudillos que supone la dispersin y la de la capital que supone la concentracin; aqullos sern los federales, sta el unitarismo.. Se trata, como se ve, de un problema de tipo estructural -mejor sera decir desestructural- que el Virreinato dej a ttulo de herencia (o de venganza) sin que nadie ni nada hubiera con capacidad para resolverlo. El eje de las diversas situaciones, pasaba tanto por la naturaleza de las cosas, como por el carcter o el temperamento de las personas luchando ferozmente por dbiles cuotas de poder. . Sin estatura para otear a la distancia y sin la necesaria acuidad que facilitara su gestin, Artigas, el arquetipo de los caudillos, al decir de Aldao, en un primer momento, al ofrecer sus servicios a la Junta, fue, si no una solucin, por lo menos fue s un oportuno auxilio que, a bajo costo, aliviaba la presin y el riesgo que amenazaba por un flanco al incipiente gobierno de la Capital, porque gracias a su prestigio entre los estancieros y su carisma entre el gauchaje, arrastraba consigo a toda la Banda Oriental, aislando a Montevideo como penltimo baluarte

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espaol, con solo haber librado la batalla de Las Piedras. Quiero decir que, cumplida la tarea de soliviantar, con una mnima inversin, el territorio allende el Plata (febrero a mayo de 1811), la funcin de Artigas, que ya no tiene otra cosa para aportar, pierde importancia. A esa altura, en la consideracin de la desdeosa dirigencia bonaerense, pas a constituirse en un elemento prescindible, por decir lo menos. Pero no era esa, precisamente, la opinin que el oriental tena de s mismo ni la opinin que tena de su relacin con los hombres de Buenos Aires. (Aldao, pg. 4) Da la impresin que los liberales (o semiliberales) de Mayo no tenan, intuitivamente, mucha confianza en un rudo caudillo rural que presagiaba el autoritarismo tradicional de la colonia. Tal como si barruntaran que ese simple capitn de blandengues, otrora al mando de matreros, no era uno de los suyos, por precaucin, no lo integraron al grupo Si tenan tales presentimientos, no se equivocaron: Artigas, nunca ms volvi a Buenos Aires. Indicando acaso que l tampoco se integraba, enseguida se convirti en un problema para la misma Junta Provisional Gubernativa que, pese a la recomendacin de Mariano Moreno, lo haba recibido con los brazos no muy abiertos. Tal parece que los miembros de ese Cuerpo eran ms sagaces que su Secretario. Yo dira que entre Artigas -en general, entre los caudillos barbarizados- y los gobiernos de corte europeizante de Buenos Aires, nunca se dio una relacin consensuada estable. En efecto, el recin llegado, nombrado solamente teniente coronel -no ms- auxiliado con unos pocos hombres y escaso dinero, sometido de mala gana al mando