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MEMORIA HISTORICA
D E L . A .
E d ü c a c i ó i í p ú b l i c a
(1810 - iqoo)
P O R
G u i l l e r m o G o p z á l c z M -
F A V O R E C I D A C O N S E G U N D O P R E M I O E N E L C E R T A M E N L I T E R A R I O
1 9 1 3 .
Impren ta de Meza Hnos. S A N T I A G O D E C H I L E
1913
M E M O R I A H I S T O R I C A
DE LA
E d ü c a c i ó q p ú b l i c a
MEMORIA HISTÓRICA
DE LA
g d i i c a c i o i j p ú b l i c a (1810-1900)
POR
G U I L L E R M O G O N Z A L E Z M-
(Favorecida con Segundo Premio en el Consejo Superior de Letras)
I M P R E N T A D E M E Z A HNOS.
SANTIAGO DE C H I L E
1913
A través de la Historia Nacional el desarrollo de nuestra Educación Pública aparece fragmen-tado y en forma ocasional, y sus períodos más sobresalientes están marcados como atributos se-cundarios de diversas administraciones, sin que sea dado formarse con facilidad una idea de con-junto sobre este importante problema y el espí-ritu con que ha sido resuelto o combatido por las personalidades que han determinado los rum-bos de la actividad nacional.
Hacer esta obra de análisis primero y presen-tar después una síntesis armónica de las inspira-ciones y actos que se han sucedido desde la ini-
Nuestros
— 6 —
dación de la Independencia hasta la conclusión del siglo XIX en materia de Educación, tal es la tarea que hoy nos proponemos.
Si nuestro trabajo hubiera de ser destinado a los Institutos Normales, en donde se le reclama urgentemente como complemento directo de la Historia General de la Pedagogía, al variar el propósito habria variado también el método de exposición y acaso habríamos intentado una va-riación correspondiente en la forma literaria. Pe-ro nuestra intención del momento no es sino pre sentar en forma de un códice completo hasta donde nos sea posible, el trabajo de los grandes educadores de la Patria y de sus grandes estadis-tas, con el fin de complementar el estudio de la Historia Nacional, interesando a todos los chile-nos en esta materia que a ninguno debe ser des-conocida.
Nuestra modesta contribución al estudio de la Historia .Nacional, está, pues, encuadrada no solo, en el mandato constitucional que eleva la Educa-ción a la categoría de atención preferente del Es tado, sino al criterio moderno que nos dice que la Educación es problema general, de todos y para todos, camino obligado hacia la vida repu-
blicana y democrática, piedra angular de todas las reformas y único cimiento de instituciones que aspiren a perdurar.
Queda justificado el orden cronológico que se-guimos.
É P O C A DE LA INDEPENDENCIA
DURANTE
L A P A T R I A V I E J A
I
Abatida la imaginación bajo el peso de anti-
quísimas preocupaciones, abandonada la existen
cia en el ocio continuo de la razón, los hijos de
esta tierra, tan llena de elementos de prosperidad,
tan rica en temas de investigación científica, tan
privilegiada en fuentes de inspiración literaria,
cruzaron la prolongada y melancólica noche de la
Colonia, extraños a esta luz vivísima que derrama
la Educación sobre los pueblos, a la noble satis-
facción de las inteligencias cultivadas, ajenos a
IO
estos sentimientos que se fecundan en la Escue-
la, privados de la acción, que es la resultante mo-
triz de ideas y sentimientos, ignorantes, en fin, de
la gran misión que cumple desempeñar a cada
hombre y a cada pueblo en la evolución ilimitada
por donde va la humanidad realizando su progra-
ma de progreso, buscando el bienestar individual
y colectivo, y saciando su eterna aspiración ai
mas allá.
Fueron otras circunstancias felices—no la Es-
cuela—las que concurrieron al despertar de la
Nación y las que dieron al pueblo de Chile su
primera lección de civismo y libertad: las que
vinieron a hablarle por primera vez de sus dere-
chos a la vida, al gobierno y a la escuela, a le-
vantarle de la postración moral en que yacía, y a
fomentar aquella revolución que no solo debemos
interpretar como aspiración a la libertad política
sino también como el grito supremo a toda la li-
bertad de la conciencia.
Llegó la aurora de la República, y en el arco
de triunfo de 1810 los grandes hombres de la
epopeya nacional, tuvieron la tuición del porve-
nir.
Y al construir con sus brazos y con sus luces
— II —
los cimientos de la felicidad pública, al derribar
el trono de la üraní.i, sostenido siempre por las
armas de la superstición y de ia ignorancia, al
proclamar la inviolabilidad de los derechos-, pen-
saron que la educación era la única fuerza que
podía hacer incontenible el movimiento revolucio-
nario y afianzar para siempre la libertad que sus
almas aspiraban.
El concepto educación se ha identificado mu-
chas veces con el de libertad. Grandes maestros
son los que nos han dicho que es necesario que
padres y maestros dejen las funciones espirituales
de los niños en sus libres y expontáneas manifes-
taciones, estimulándolas, dirigiéndolas, ayudán-
dolas si es necesario, no impidiéndolas jamás. La
moralidad de un hombre es lo consciente, no lo
servil: es el carácter puesto al servicio de los
principios.
Ahora bien, si esto puede decirse de la libertad
en el sentido individual, la lógica aconseja razo-
nar del mismo modo en sentido colectivo. La es-
cuela ha sido creada para iniciar al niño en la vi-
da real, preparándolo para someterse únicamente
a la voluntad colectiva, expresada en las leyes y
costumbres que rigen la sociedad: allí debe ad-
12
quirir la convicción de que la mayor suma de bie-
nestar individual se encuentra siempre contenida
en la mayor suma de prosperidad colectiva. La
educación es así una fuerza creadora de la igual-
dad, de la fraternidad, de la solidaridad social, y
la que inspira al hombre el sentimiento y la ac-
ción de la libertad en el terreno de su propia
conciencia, para conocerse, respetarse y gober-
narse a sí mismo, y para que en el terreno social
el pueblo sea solidario de los actos de todos, res
pete el sentir de todos expresados en la ley, y
se gobierne a sí mismo.
«Hay que despertar el amor a la libertad, de-
cía Camilo Henriquez; hay que honrar a la Patria
empleando el tiempo en educar a los niños y a
los jóvenes, preparándolos en la ciencia y en la
verdadera moral para el servicio público v para
el ejercicio de profesiones útiles».
Al lado del problema de la libertad política,
se planteaba, pues, el de la educación pública,
cuya solución era imperativa para afianzar los
progresos que alcanzara la primera o para evitar
sus posibles fracasos.
II
Vamos a indicar a continuación las medidas
que dieron realidad a esas nobles aspiraciones.
Es la primera la apertura de las primeras es-
cuelas públicas para hombres, mandadas abrir por
el Gobierno revolucionario como anexos obliga-
torios en los conventos de regulares.
Pertenece la segunda a las glorias del más au-
daz de los jefes de la gran revolución, el ilustre
patricio don José Miguel Carrera.
Dice así:
ESCUELAS DE NIÑAS
Santiago, 21 de Agosto de 1812.
La indiferencia con que miró al antiguo Go-
bierno la educación del bello sexo, si no pudo ser
un resultado del sistema depresivo, es el compro-
bante menos equívoco de la degradación con que
era mirado el americano: parecerá una paradoja
en el mundo culto, que la capital de Chile, po-
blada de más de 50,000 habitantes, no haya aún
conocido una escuela de mujeres; acaso podría
creerse a la distancia un comprobante de aquella
— 14 —
máxima bárbara de que el americano no es sus
ceptible de enseñanza. Pero ya es preciso des-
mentir errores, y sobre todo dar ejercicio a los
claros talentos del sexo femenino, y para verifi-
carlo con la decencia, religiosidad y buen éxito
que se ha prometido el Gobierno, ordena que a
ejemplo de lo que se ha hecho en los conventos
de regulares, destine cada monasterio en su patio
de fuera o compases una salá capaz para situar
la enseñanza de niñas que deben aprender por
principios la religión, a leer, escribir y los demás
menesteres de una matrona, a cuyo estado debe
prepararlas la Patria; aplicando el ayuntamiento
de sus fondos los salarios de maestras que bajo
la dirección y clausura de cada monasterio, s£an
capaces de llenar tan loable como indispensable
objeto.
Trascríbase al Cabildo y monasterios e.imprí-
mase.—Carrera.—Prado.—Portales .— Vial, se-
cretario.
El padre del periodismo chileno, propagando
la excelencia de esas medidas, exclamaba:
«La felicidad y grandeza de los Estados es in-
— —
separable de las verdaderas virtudes, y estas son difíciles de practicarse sin el previo conocimiento de los hombres y de las cosas».
«No es el número de sus hombres lo que cons-tituye el poder de una nación, sino sus fuerzas bien arregladas, y estas provienen de la solidez y profundidad de sus entendimientos. Las escue-las son la cuna en donde nacen las opiniones pa-ra difundirse después en el pueblo. Es, pues, de necesidad que se arbitren medidas para asegurar la majestad de los derechos del pueblo y facili-tarle mayores destinos a fin de aumentar el nú-mero de escuelas y obligar a los padres de fami-lias pobres que destinen sus hijos primeramente a leer, escribir y contar. De este modo tendremos mejores artesanos, gente mejor dispuesta para el ejército y todos estaríamos mejor instruidos en nuestra sana moral», (i)
Aunque no se . expresen con la claridad que hcy exigimos los fines de la obra educacional, bien se deja ver que el padre del periodismo chi-leno, como los demás prohombres de su época, quisieron indicarnos para la educación el mismo
(1) Aurora de Chile, número 9.
— i 6 —
imperativo categórico de Spencer: « preparar
hombres para la vida completa», y que no sólo
entendieron la resolución del problema en sentido
individual «capacitar al hombre para bastarse a
sí mismo», sino también en el sentido social «pa-
ra hacerlo eficiente a la colectividad en que va a
actuar».
III
Con tales principios ayudaban los hombres in
teligentes a la obra emancipadora del Gobierno,
y fué así como en ese despertar glorioso de los
chilenos, los que mejor comprendían el valor de
la enseñanza ofrecieron su esfuerzo y su talento,
su dinero y sus virtudes al servicio de esta causa
redentora.
Ellos se sentían los directamente interesados,
y por eso fueron ellos los que sellaron con el se-
llo de la razón los deseos indefinibles de aquel
pueblo de guerreros que, si se hubiera sacrificado
por un principio que no comprendía, no habría
sido al fin mas que un pueblo libre de infelices y
de bárbaros
La propagación de las luces importaba, pues,
la salvación y el progreso de la Patria naciente.
— i 7 —
El Gobierno revolucionario no ignoraba que la
libertad abandonada a sí misma es, según la be-
lla expresión de Vicuña Mackenna, «como esas
plagas que asolan la tierra sin dejar tras de sí
mas que la destrucción y la muerte».
Los cuidados que incesantemente preocupaban
a la Junta Nacional, la formación de milicias, la
impulsión a la industria y al comercio, y otros
tantos problemas de imperiosa solución no bas-
taron para distraerla del que debia influir mas
segura y directamente en el bien público.
No satisfaciendo a aquel Gobierno la creación
y mantenimiento de esas escuelas públicas que
hubieran merecido execración bajo el reinado de
los Austrias y los Borbones, la Junta Nacional
insistía en una hermosa circular dirigida a los je-
fes de colegios, pidiéndoles todo su concurso y
patriotismo para desplegar mayor actividad por
el desarrollo de las escuelas, y en una proclama
dirigida al pueblo, verdadero monumento histó-
rico, trataba de interesar a todos los hombres de
buena voluntad en esta santa campaña de la re-
dención intelectual.
Memoria Histórica 3
— i 8 —
IV.
La Jnnta Nacional de Gobierno, que formaban
don Francisco Antonio Pérez, don José Miguel
Infante y don Agustín Eyzaguirre, dictaba poco
después, 18 de Junio de 1813, el primer regla-
mento para las escuelas públicas del Estado.
Dignos de recuerdo son los considerandos de
aquel olvidado decreto y dignas de aplicación no
alcanzada todavía algunas de sus sabias disposi
ciones.
Decía:
«Santiago, 18 de Junio de 1813.
Un sistema metódico de opresión, y en donde
no se presentaba arbitrio de ruina, aniquilamicn
to y destrucción que no se adaptase para tratar
la América, hizo que esta hermosa porción de
tierra gimiese 300 años en la esclavitud y en in-
cultura.
El gabinete de Madrid expedia muy frecuente-
mente órdenes para que se suprimiesen escuelas,
se quitasen cátedras y se desterrase en América
toda clase de estudio útil. Interesada la dura Es-
paña en que los naturales de estos países no des-
— 19 —
pertasen por un momento del letargo que les ha-cía no sentir las cadenas que les oprimían, no solamente se les dejaba sin industria, cultura, co-m e r c i o , sino que llegando su crueldad hasta el extremo de querer se ignorasen los primeros ru-dimentos de las ciencias, se tomaban medidas indirectas a fin de evitar la vergüenza y execra-ción que tal procedimiento podia ocasionar si aun todavía conservaba algún "rastro de pudor en es ta materia Los mismos decretos y reglamentos que se expedían en Madrid para el arreglo y bue-na disposición de las escuelas, ni tenían efecto, ni siquiera se circulaban en América. Para confir-mación de estas tristes verdades baste saber que en Chile, en un país extenso y proporcionalmente de los más poblados de América, no se contaban cuatro escuelas de primeras letras dotadas sufi-cientemente, y que apesar de las solicitudes del Ayuntamiento de Santiago, no se quiso permitir una imprenta, y se pidieron informes a los pre-sidentes para que expusiesen si convenía que la hubiese en este país.
Recuperada nuestra libertad, el primer cuidado del Gobierno ha sido la educación pública, que debe empezar a formar, porque nada halló prin-
20
cipiado en el antiguo sistema; y convencido de
que el acierto en la elección de maestros para la
enseñanza de primeras letras pende el dar la me
jor instrucción a la infancia, formar buenas incli-
naciones y costumbres y hacer ciudadanos útiles
y virtuosos,
Decreta:
Las disposicioues mas importantes de aquel
decreto son las que a continuación copiamos:
«i .° En toda ciudad, toda villa y todo pueblo
que contenga cincuenta vecinos, habrá una es-
cuela costeada por los propios del lugar, que se
invertirán con preferencia a todo otro...
2.° En toda escuela habrá un fondo destinado
para costear libros, papel y demás utensilios de
que necesiten los educandos, de tal modo que
los padres de familia por ningún pretexto y bajo
ningún título, sean grabados con la más pequeña
contribución.
3.0 Se destinarán lugares cómodos y situados
en medio de la población para facilitar la concu-
rrencia a las escuelas,..
21
9-° Por la importancia de su ministerio y por
el servicio que h icen a la Patria, los maestros
deben ser mirados con toda consideración y ho-
nor: por consiguiente, sus personas son de lo
más respetables; quedan exentos de todo servicio
militar y cargas co ipegües y el Gobierno los ten-
drá presentes para dispensarles particular protec-
ción.
13.0 Las maestras de niñas deben ser perso-
nas de una vid t la más calificada y virtuosa, y se
declara su destino. u;io de los más honrosos y dis-
tinguidos del Estado».
Aunque 110 es el anterior sino un ensayo de
legislación de enseñanza primaria, deja claramen-
te establecidos principios que son honra de aque-
lla época, y lo serían de cualquiera, como la pri-
macía de la educación en la inversión de los fon-
dos, y otros que son caracteres de la escuela
chilena, como la gratuidad en la enseñanza, o
que son todavía aspiraciones de la época actual,
como la correcta edificación escolar y la dignifi-
cación del magisterio.
II
Entre tanto avanzaba la revolución, la propa-gación significaba el afianzamiento de la libertad.
El Gobierno habia fundado ya la prensa na cional y abierto con ella un anchuroso cauce al torrente revolucionario que, desde entonces, se deslizó majestuosamente sin temor de desbor darse, cuando antes, no reconociendo ley ni va-llas, se habría precipitado turbulento, devastán cjolo todo hacía un fin que no habría estimado ni comprendido siquiera. La razón sancionaba de ese modo la causa patriota, y desde ese momen-to la inteligencia y el corazón marcharon unidos en la prosecución del ideal.
Esa era la obra del presente; pero nuestros proceres pensaban también en el futuro, y por eso anhelaban, a la par-que la educación prima-ria, el levantamiento de un templo majestuoso en que se robusteciera el árbol de la ciencia.
He ahí por que persiguiendo ese fin el Gobier-no buscaba la manera de reunir las inteligencias de los pocos hombres ilustrados, a fin de que, concentrándolos, resplandeciese en su unión la sabiduría y se guiara a la juventud por el accir
— 23 —
dentado terreno de la revolución.
Y fué de esta manera que mientras los márti-
res de la espada regaban el suelo de la Patria
con la sangre que convirtió en símbolo la franja
roja del baluarte nacional, otros hombres no me-
nos ilustres arrojaban en el surco de la concien
cia popular la semilla que debia fecundar esta
tierra y cultivaban la inteligencia destinada a her-
mosear la libertad con las dotes del saber.
Tan sentida como noble aspiración alcanzó su
realidad con la creación del Instituto Nacional,
cuna en que se meció la inteligencia virgen del
nuevo pueblo.
La historia ha conservado con veneración la
proclama del 18 de Junio de 1813, en que-la
Junta Nacional de Gobierno anunciaba al pueblo
la creación del Instituto.
«Chilenos, decía, los heroicos sacrificios que
habéis hecho en la presente invasión de los tira-
nos, exigían un premio que se extendiese a todas
las clases del Estado. ¿Y qué recompensa mas
digna podia presentarse a un pueblo que el pro-
porcionarle la industria y los conocimientos de
que carece? Un diputado ha partido para el ex-
tranjero llevando considerables auxilios para tra
— 24 —
ernos sabios químicos, mineralogistas, libros, to-
da clase de instrumentos de arles y de ciencias,
un laboratorio químico y una colonia de fabrican-
tes y artesanos. No es esta, como la que nosotros
sufrimos, una de aquellas embajadas que llevan
la destrucción y el terror a los pueblos. Nó, ella
conduce la felicidad y la prosperidad a un país
que debe ser libre y virtuoso»
Apesar de las preocupaciones de la guerra, el
Gobierno miraba con interés el cumplimiento de
esta halagadora promesa y arreglaba los estatu-
tos que debian regir aquel nuevo plantel de edu-
cación.
El día que este se inauguró —: o de Agosto de
i 813—fué un día de triunfo, como el de Chaca-
buco, como el de Maipo, como el primero en que
apareció «La Aurora».
Desde la primera luz resonaban los cañones,
flameaban las banderas y las campanas vibraban
con las notas de aquel himno sublime que ellas
cantan en los grandes regocijos populares. Un
pueblo alegre se agolpaba a las puertas de la
Universidad. Desfilaban los magistrados en traje
de gala a presidir el. acto mas hermoso que haya
presenciado un pueblo naciente: «la consagración
25 —
de su destino en el aula de un colegio» Se abria
en aquellos instantes el gran libro en que mas
tarde se iban a inscribir los nombres de lautas
inteligencias eminentes, de tanto ilustre guerrero,
de tanto hábil político, que daiian brillo a la pa-
tria en e1 terreno de la literatura y de las cien-
cias, laureles en el campo de honor, so'idez y bie-
nestar en el dominio de la política
El Instituto Nacional fué la obra mas bella y
benéfica de los padres de la Patria Vieja; en él
se rindió culto a la inteligencia y a la razón, se
cantaron en odas brillantes las victorias sobre el
antiguo régimen y se- plantó la semilla bendita
del árbol que no muere.
VI
Los Padres de la Patria intelectual chilena, cu-
yos nombres conserva la nación con cariñoso re-
cuerdo, fueron don Juan Martínez de Rozas, el
alma de la primera Junta Nacional, don José Mi-
guel Carrera, «autor de una minuciosa y exacta
traducción de un tratado completo de educación
infantil, que encontró al parecer en una enciclo-
pedia inglesa y que consta de treinta pliegos de
la medida y esmerada letra con que acostumbra-
— 26 —
ba escribir (i). El 28 de Marzo de 1818 mandó
aquel recuerdo a su esposa, acompañado con es-
ta tierna y melancólica inscripción: «Es el único
obsequio que por la primera vez he hecho a mis
hijas» (2).
A continuación nombraremos a Camilo Hen-
riquez, don Juan Egaña, don José Francisco
Echáurren, primer Rector del Instituto Nacional
y al exclarecido filántropo y patrint 1 don Manuel
de Salas.
VII
Recuerdo que don Juan Egaña decía:
«La obra de Chile debe ser un gran colegio de
artes y de ciencias y sobre todo de una educación
civil y moral capaces de da nos costumbres y ca-
rácter. Allí debe haber talleres y maestros de las
artes principales, catedráticos y libros de todas
las ciencias ».
Muchos y eminentes fueron los servicios de es-
te gran ciudadano, tanto en el terreno de la or-
ganización política, de la judicatura y de las cien
cias cuanto en el desarrollo de la enseñanza po-
pular.
(1) Manuscritos de la Biblioteaa Nacional. (2) Vicuña Mackenna.—El Ostracismo de los Carreras.
— 27 —
Don Agustín Lizardi publicó en 1828 su labor
en un interesante folleto titulado «Los escritos y
servicios del ciudadano don juán Egaña».
VIII
Don Manuel de Salas, aquel hombre de cari-
ñosa memoria, de corazón tan puro como ningu-
no de nuestros estadistas, apellidado el Padre de
los Pobres y «el más firme sostén de la prospe
ridad de Chile», habia envejecido cuando lo sor-
prendió la revolución en el cuidado de los pobres
y de los enfermos; la idea de libertad encendió,
sin embargo, su corazón en llamaradas de patrió-
tico entusiasmo, y lo incitó en aquella segunda
época, la más brillante de su vida, en que su ca-
rácter apacible se hizo ardiente, en que hablaba
lleno de elocuencia en el primer Congreso en fa-
vor de las obras de beneficencia, del estableci-
miento de industrias nuevas,y sobre todo de la
importancia y necesidad de la educación pública.
Habia nacido en 1754.
La Universidad de San Marcos (Lima), le ha-
bia otorgado su diploma de bachiller y la Audien-
cia su título dé Abogado.
— 28 —
De vuelta de su viaje a España, dióse a cono
cer en Chile por su espíritu de filantropía y por
su espíritu de apóstol en el desarrollo intelectual
de sus conciudadanos.
Fundador de la Academia de San Luis (i 797)
en donde por muchos años se enseñaron las pri
meras letras, la gramática latina, las matemáticas
elementales, en vez de la teología, y demás asig
naturas de las escuelas conventuales, sus anhelos
iban directamente a la difusión de conocimientos
prácticos que hicieian hombres capaces de la in-
dustria, de la agricultura y del comercio.
Fué el primero que logró implantar en Chile
la enseñanza del castellano
En su Academia de San Luis logró formar un
pequeño gabinete de historia natural y reunir al-
gunos mapas geográficos, esferas y otros mate-
riales de enseñanza, cuando todo esto era deseo
nocido en los colegios nacionales. También echó
las bases de una pequeña biblioteca científica.
En 1810 el fundador de la Academia de San
Luis se convirtió en uno de los partidarios masar-
dientes del nuevo régimen y en uno de los propa-
gandistas mas fervorosos de la educación popu-
lar, dando formas a sus ideas en numerosas obras
— 29 —
y discursos, y, sobre todo, en una representación
a la Junta Gubernativa, exponiendo un nuevo
plan de enseñanza pública que, con otros trabajos
análogos, fueron el origen del Instituto Nacio-
nal. (i)
Después de la victoria de Maipo, miembro
de numerosas comisiones, individuo activo en la
restauración del Instituto Nacional, partidario del
sistema lancasterian o, todavía en su ancianidad
el ilustre filántropo y apóstol de la educación, vi-
sitaba con frecuencia las escuelas para detenerse
conmovido por el adelanto de los niños y para
ayudar paternalmente a los maestros con sus sa-
bias experiencias.
IX
Aquella figura pálida de Camilo Henriquez en-
cerraba un alma en que ardían con fuego inextin-
guible los mas santos ideales. Fué el soldado va-
leroso de la idea que corriera entre los primeros
a enrolarse en las filas de los más audaces inno-
vadores del régimen imperante y uno de los que
mas contribuyera al mismo tiempo a generalizar
(1) Sesiones de los Cuerpos Legislativos. Tomo I.
— S o -
la enseñanza. Cuantas veces no nos hemos dete-
nido en sus artículos de educación publicados en
«La Aurora» y no nos hemos admirado de que
ya en aquellos días hubiera hombres que miraran
las extensas proyecciones de este magno proble-
ma de la educación, y que con espíritu profundo
y sereno dieran las premisas de su resolución en
medidas que ni aún en nuestros días aplicamos.
En 1811 habia presentado al Congreso Nacio-
nal un plan de organización del Instituto Nacional
de Chile, «escue'a central y normal para la difu-
sión y adelantamiento de los conocimientos úti-
les •>.
Allí exponía que «el fin de la educación es dar
a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan,
la hagan florecer y le den honor».
Clasificaba los estudios en tres categorías: cien-
cias físicas y matemáticas, ciencias morales, e idio
mas y literatura.
En su plan aparecían asignaturas que nunca se
habían profesado en Chile, como la educación cí-
vica, la economía política y el inglés.
Abogaba valientemente porque la base de la
enseñanza fuese la lengua materna, no el latín,
— 3 i —
característica la mas pronunciada de la educación
colonial.
Luchó incansablemente por la creación de las
escuelas de artes y oficios y por la apertura de
u n m u s e o de historia natural: esto último pudo
verlo realizado en el Instituto Nacional.
Escribió una cartilla de educación cívica intitu-
lada Catecismo de los Pátriotas, la cual aunque
dedicada a las escuelas, no consiguió que se en-
señase. (i)
Fué uno de los más decididos partidarios del
sistema de enseñanza mutua, del cual mas tarde
nos ocuparemos con mayor detenimiento, propa-
gando en Santiago y en Buenos Aires la conve-
niencia de adoptarlo para sacar al pueblo con
mayor rapidez del estado de ignorancia en que
yacía.
Don Manuel Antonio Ponce termina los rasgos
biográficos de Camilo Henriquez con estas bellas
palabras:
«El fraile de la Buena Muerte queria la educa-,
ción primaria universal y gratuita: queria que el
(1) Monitor Araucano, niímero 99.
— 32 —
edificio de la República tuviera la escuela por ci-
miento ». (i)
X
La reconquista española apagó casi por com-
pleto aquella luz vivísima que encendió en la
prensa, en los colegios nacionales y en los cam-
pos del honor la Patria Vieja.
(1) Poirro.—Bibliografía Pudigógica Chilena, página 244.
Administración O'Higgins i
Asegurada ya la libertad, empezóse bajo la ad-ministración O'Higgins a organizarse definitiva-mente la República.
Repartió el Gobierno su actividad en los dis-tintos departamentos de la administración; pero no podia merecer su mayor preocupación sino el
A
gran problema de la forma de Gobierno que de-bía adoptarse para la Patria naciente. Sin embar-go, son glorias de la administración O'Higgins estas que pasamos a estudiar.
El 5 de Agosto de 1818 se creó la Biblioteca Memotia Histórica 3
- 34 —
Nacional, abriéndose con ella un templo para que
los ciudadanos continuaran su obra de perfeccio-
namiento y adquirieran por su esfuerzo personal,
aquella ilustración que ha formado tantos talentos
esclarecidos, la que puede suplir la falta de ense-
ñanza en la época oportuna, y la que satisface las
inclinaciones particulares del espíritu, haciendo a
los hombres mas libremente ilustrados.
Es obra de justicia recordar que la idea de
fundar definitivamente una Biblioteca Nacional
pertenece al ilustre general don José de San Mar-
tín.
No se apagaban todavía los ecos de la esplén-
dida victoria que obtuviera en Chacabuco, cuan-
do se desprendió generosamente de la suma de
dinero que el Cuerpo Municipal de Santiago ha-
bia puesto a su disposición para que atendiera a
sus gastos de regreso a Buenos Aires, y deposi-
tándola en manos de don Bernardo Vera y de
don José Ignacio ' Zenteno, les pedia con nobleza
y altruismo ejemplares, que se tomasen el traba-
jo de proceder a la erección de dicha Biblioteca
y abrirla «con toda la anticipación que demanda
el importante objeto de su creación».
Y les agregaba; «Amantes Uds, del progreso
— 35 —
de las letras y, dedicados desde la cuna al estudio
de los sagradqs derechos que forman la exención
de los hombres libres, espero que dejarán airosa
mi elección, con todo el esmero que quepa para
que no se fustre- un establecimiento en que ten-
drán tanto interés como yo, para que la Patria
les deba este servicio de tanta preferencia»
Una biblioteca pública es una fuerza producto-
ra de inteligencia. Es un taller en que incesante-
mente se fraguan ideales de progreso y se afir-
man el criterio y la moralidad del pueblo que la
frecuenta.
II
En sesión de 26 de Febrero de 1819 el Sena-
do aprobó el segundo Reglamento para las Es-
cuelas Publicas del Estadp.
Creemos de valor histórico y pedagógico ese
documento en el sentido de que fija un plan de
estudios y la dirección a que debe someterse el
maestro en la educación moral de sus alumnos.
Así dice:
Art. 5.0 En todas las escuelas se enseñará a
leer, escribir y contar, teniendo los maestros es-
pecial- cuidado en que aprendan los jóvenes la
gramática castellana, instruyéndoles en los fun-damentos de nuestra sagrada religión y la doctri-na cristiana por el catecismo de Astete, Fleurí y el compendio de Pouget, procurando ilustrarles en los rudimentos sobre el origen y objeto de la sociedad, derechos del hombre y sus deberes ha-cia ella y el Gobierno que la rige.
Art. 17. Procurarán los maestros, con su con-ducta y expresiones juiciosas, inspirar a los alum-nos el amor al orden, respeto a la religión, mo-deración y dulzura en el trato, sentimientos de honor, apego a la virtud y a la ciencia, hoiror al vicio, inclinación al trabajo, despego de intereses, desprecio de todo lo que diga profusión y lujo del comer, vestir y demás necesidades de la vidp., infundiéndoles un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, estimando mas la calidad de americano que de extranjero.
Art. 18. Habrá gran cuidado en que todos los jóvenes se presenten con aseo en su persona y vestido, sin permitirse que alguno use lujo, aun-que sus padres puedan y quieran costearlo.
Es finalmente digno de recordarse que solo hoy, en 1913, se vaya a cumplir por iniciativa de la Inspección General de Instrucción Primaria
— 37 —
la hermosa prescripción contenida en él art. 19
de este'reglamento:
Art. 19. A la puerta de cada una de las escue-
las se fijarán o grabarán las armas del Estado de
Chile.
III
En 1821 la administración O'Higgins creaba
el Liceo de la Serena sobre la base del Instituto
Nacional de Santiago y a la vez con carácter re-
gional porque sus estatutos prescribían' atención
especial a la mineralogía y a la química.
Existia ya en nuestros estadistas la intención
de organizar LUÍ sistema de educación nacional
que, respondiendo a las necesidades generales
del país, considerara también las condiciones y
necesidades especiales de las distintas zonas.
IV
En el mismo año una disposición suprema obli-
gaba a los maestros de primeras letras a concu-
rrir a la Escuela Normal de enseñanza mutua es-
tablecida en la Universidad con el objeto de que
se instruyeran en el nuevo sistema de énseñanza
— 3« —
mutua, o monitorial, que Bell y Lancaster habían
aplicado con éxito en Madras y en Inglaterra, que
permitía a un solo maestro ayudado de los mejo-
res discípulos, enseñar hasta un mil de alumnos
a la vez, y que encontró entre los libertadores de
América distinguidos protectores, como Bolívar
y O'Higgins.
Efectivamente, el Gobierno del Director Su-
premo expedía el i 7 de Enero el siguiente de-
creto:
«Siendo e1 medio probado y seguro de fijar la
felicidad en los pueblos el hacerlos ilustrados y
laboriosos, y habiendo llegado el término de los
obstáculos que sofocaban en Chile la aptitud de
los naturales para entrar al goce de los bienes
que con menos proporciones logran las naciones
que lo precedieron en la libertad de cultivar las
letras y las artes, es necesario hacer los últimos
esfuerzos para recuperar el tiempo del ocio y las
tinieblas, empezando por franquear a todos sin
excepción de calidad, fortuna, sexo o edad, la en-
trada a las luces.
El sistema de Lancaster o enseñanza mutua,
establecido en la mayor parte del mundo civiliza-
do y al cual deben muchos la mejoría de sus eos-
— 39 —
tumbres, ha empezado entre nosotros con aquella
aceptación que predice sus benéficos efectos y
exige su propagación, como el árbitro seguro de
extirpar radicalmente los principios de nuestra
decadencia.
El Gobierno se propone protejerlo con predi-
lección, y cree realizar sus deseos asociándose
las personas que junten a iguales sentimientos,
la actividad, celo e instrucción que demanda su
importancia. En todas partes prospera y se dilata
por ( sociedades, circunstancia que basta para se-
guir el ejemplo y que me decide a establecerla.
Me constituyo protector y primer individuo de
ella. Mi primer Ministro de Estado será su Presi-
dente y miembros natos el Procurador General de
la ciudad, el Protector de Escuelas que ella nom-
bre y el Rector del Instituto Nacional.
La institución es dilatar hacia todos los puntos
de Chile la enseñanza en todas sus clases, espe-
cialmente en la más numerosa e indigente, adqui-
rir los adelantamientos que se hagan en el méto-
do y abrir recursos con que adaptarlos a nuestras
necesidades y situación, en suma, erigirse y con-
— 4 o —
siderarse los instrumentos de un bien tan reco-mendable por su magnitud y eficacia, como por la inmensa extensión de que es susceptible.
O'Higgins.
Administración Freire i
«El trabajo de organización de la República,
emprendido por la administración del general
Freire, se dirigió con preferencia a la educación
pública», (i)
Para que el Instituto Nacional pudiera satisfa-
cer las necesidades del país, recibió del Senado
Consulto de Junio de 1823 una asignación cuan-
tiosa para ese tiempo, de 25,000 pesos. Se que-
ria que llenando los fines que se propusieron sus
fundadores, sirviera como norma en la enseñanza
pública y de modelo a todos los establecimientos
similares que se crearan.
(1) G-ay.—Historia de Chile.
— 42 —
Ya el Gobierno de O'Higgins habia decretado
el restablecimiento del Instituto Nacional en 1819.
Vino ahora su reorganización en el sentido de'
hacerlo un centro universitario, dividiéndolo, se-
gún leyes y reglamentos, en una sección de ins-
trucción científica, otra industrial, y en un museo
de instrumentos para las ciencias experimentales.
Nada se avanzó, sin embargo, en cuanto al
régimen interno, obra de don Juan Egaña, «que
dejaba al Instituto sometido a la santa tutela del
principio religioso». (1)
II
Del mismo año 1S23 es la creación de la Aca-
demia Chilena, principal sección del Instituto Na-
cional, dividida también en tres secciones: Cien-
cias Murales y Políticas, Ciencias Físicas y Mate-
máticas, y finalmente Literatura y Artes.
Impuestas imperiosamente la necesidad y la
conveniencia de organizar la administración de
justicia, en la cual luchaban en serios y diarios
conflictos las nuevas ideas con las antiguas leyes
coloniales; sobre la tabla de discusión obligada
los principios constitucionales que debian convul-
•(1) Lastarria.—Recuerdos literarios.
— 43 —
sionar durante largos años la nación, cuya suerte
habría de pasar del poder militar a los letrados,
el estudio de las leyes fué el predominante en el
Instituto Nacional, contrariándose de hecho la
universalidad que quisieron imprimirle sus leyes
y reglamentos.
Sin embargo, los estudios legales y los de fi-
losofía y gramática latina que les servían de fun-
damento necesario, no habian avanzado ni en
cuanto al fondo de las doctrinas ni en la forma
pedagógica en que se impartían durante la Colo-
nia, como si todos los generosos esfuerzos gasta-
dos por ellos hubieran merecido una injusta con-
denación. Mas extensos los conocimientos que se
impartían, no alcanzaban, sin embargo, a satisfa-
cer la generosa sed de los espíritus de la época.
Impregnaba todavía la escolástica con su ambien-
te pesado y mortificante las aulas escolares. Mas
que al cultivo de las disciplinas mentales y que
al estímulo de la individualidad y de su libre y
expontáneo vuelo, se atendía a las fórmulas abs-
tractas, vacías de sentido casi todas, y era la me-
morización la cúspide del sistema de enseñanza.
Por eso el Gobierno y la opinión pública an-
helaban una dirección mas científica para la edu-
— 4 4 —
cación, y una mejor armonía de ésta con las ne-
cesidades del país y con el progreso del espíritu
moderno.
He aquí el momento en que los poderes públi-
cos empiezan a preocuparse con mayor atención
de las influencias que podrían ser benéficas para
el desarrollo intelectual de la nación.
A partir de este momento, por largos años se
dejó sentir la influencia de la escuela francesa en
el desarro'lo de nuestras instituciones educaciona-
les, mediante la obra de eminentes profesores
que, como Lozier, Gay y Sazie, colaboraron efi-
cazmente en tal sentido.
1826 a 1831 i
Conforme al criterio expresado anteriormente, las miradas del Gobierno se detuvieron en el hombre que podia mas seguramente realizar esa reforma: Carlos Ambrosio Lozier.
Lozier habia recibido en 1823 la comisión de Gobierno de estudiar la historia natural del país y de levantar el mapa geográfico de Chile; pero en 1826 aún no habia realizado los estudios cien tíficos que esperaban prematuramente los hom-bres de Gobierno
He ahí por qué prefirieron utilizarlo en la re-forma de los estudios, abandonando la esperanza
— 4 6 —
del término de una comisión que no llegaría en
prolongados años, y lo llevaron al Instituto para
que sacara la enseñanza de la rutina peripatética
y ensanchara su esfera de acción, como antes se
habia pretendido, al darle el carácter de estable
cimiento normal de educación universal
El ilustre patricio don José Miguel Infante que,
con un espíritu innovador, habia procurado levan-
tar de su postración la enseñanza pública, fué
quien desde la suprema magistratura reorganizó
el Instituto en 1826 y entregó a Lozier su direc-
ción, autorizándole ampliamente para hacer una
reforma completa con nuevos métodos de ense-
ñanza y con nuevos sistemas de disciplina.
Las aptitudes de Lozier eran, garantías de éxito:
aspiraba dar a la educación un fundamento posi-
tivo, implantando un ciclo de ciencias matemáticas
y físicas, obligatorio aún para los que se dedica-
ran a las leyes; reformó en seguida el plan de las
humanidades y de los estudios de derecho, y se
adelantó hasta la reforma de los métodos. Fundó
una sociedad para, la propagación de los métodos
elementales de instrucción, cuya difusión impor-
taba el progreso de la educación en general. Em-
prendió con ese objeto la publicación de «El Re-
— 47 —
dactor de la Educación», instituyendo de ese mo-
do en Chile el periodismo pedagógico.
Pero su obra de franca oposición a prácticas
antiquísimas atrajo la desconfianza primero y la
burla después «de los partidarios de la rutina, es
decir, la generalidad de los hombres instruidos»,
y finalmente de sus propios alumnos, emancipa-
dos ya del látigo, que se levantaron en abierta
rebelión contra el eminente maestro innovador.
«Sus ideas respecto de la enseñanza, dice
Gay, chocaban de frente y demasiado contra los
usos inveterados, las costumbres, las tradiciones
y memorias que constituían las tan temibles preo-
cupaciones del país»,
Pero no todas las ideas, una vez sembradas,
perecen en el surco o en las zarzas del camino:
algunas caen en el buen terreno y germinan, flo-
recen y fructifican.
Y así fué como a raiz de la caída de Lozier,
ocurrida bajo el mismo gobierno de don José Mi-
guel Infante, los preparativos ya hechos facilita-
ron la reforma, y se abrieron nuevos cursos que
profesaron don José Miguel Varas, don Manuel
Camilo Vial, don Ventura Marín, don Andrés
Antonio Gorbea y don Pedro Fernández Garfias,
— 4 S -
el primero que enseñó latín en lengua castellana.
Y así fué también como las mismas ideas es-
bozadas sin orden ni armonía aparecieron al año
siguiente en forma sistematizada en el Plan de
Estudios del Liceo de Chile, que publicó don José
Joaquín de Mora.
II
Fueron los profesores del Instituto Nacional
que habian trabajado bajo la dirección de Lozier,
los que en una digna emulación ayudaron a la
implantación de los nuevos métodos y formas de
disciplinas en el Liceo de Chile, fundado por Mo-
ra en 1828, y los que en 1830 procuraron su
aplicación en el Colegio de Santiago, fundado por
franceses, para rivalizar con el Liceo de Chile.
Desgraciadamente, la consolidación del régimen
político conservador trajo como consecuencia la
caída de esos institutos y la vuelta a los antiguos
sistemas imperantes.
La revolución intelectual de este período tiene,
pues, como adalid al ilustre literato y maestro
español don José Joaquín de Mora, a quien aún
no se hace entera justicia en la historia de nues-
tro desenvolvimiento intelectual, tratando de obs-
— 49 —
curecer su gloria en beneficio de la del ilustre
venezolano que desde 1833, con sus lecciones en
latín y de memoria, inició una contra revolución
haciéndolos retroceder a los antiguos planes, tex-
tos y disciplinas. (1)
La emigración argentina se espantó del retro-
ceso de nuestras letras y de nuestra educación,
siendo no solo los discípulos de Bello los que vin-
dicaron el honor nacional, sino muy principalmen-
te los de Mora y los del Instituto Nacional, que
habian sentido, de cerca la influencia bienhechora
de Lozier.
En el plan de estudios del Liceo de Chile apa-
recen por primera vez en Chile los estudios de
humanidades divididos en cinco años, basados en
las asignaturas científicas que dirigía Gorbea; se-
guidos de la enseñanza de la gramática latina,
cursada no por la del viejo Antonio de Nebrija
(1492), el francés, la geografía, la historia, la li-
teratura española y la francesa, la gramática y la
literatura, la aritmética y la astronomía, la física
y la química. Textos especialmente elaborados
(1) Lastarria.—-Carta a don Benjamín Vicuña Mackenna. El Ferrocarril: 15 de Febrero de 1871.
Memoria Histórica 4
— 5 o —
por Mora daban la norma en la enseñanza de la
literatura y de la elocuencia, de la gramática y de
la geografía, dejando a la histoiia los vestigios
perniciosos de la rutinaria didáctica española.
Pero apagada casi en su cuna la benéfica refor-
ma, y olvidado injustamente el trabajo de Mora,
la contra-revolución intelectual siguió triunfante
encabezada por Bello, siendo muy pocos—Lasta-
rria entre ellos—como él mismo lo asegura, los
que escaparon a su influencia desgraciada.
Administración Prieto
LA EDUCACIÓN PÚBLICA ÉN LA
CONSTITUCIÓN DEL ESTADO
I
Terminado con la exaltación del general Prieto el turbulento período que siguió a la abdicación de O'Higgins, y acallada en los campos de Lir-cay la voz del liberalismo, la República entró a una época de equilibrio cuyo régimen es bastan-te conocido.
La obra mas fecunda de la revolución triunfan-te fué la dictación de la Constitución Política de Chile el 25 de Mayo de 1833.
— 52 —
Señalamos esta fecha en nuestros apuntes por-
que ella significa la consagración de un principio
de nuestra política educacional, en el alcance que
los constituyentes quisieron dar a esta actividad
al declararla atención preferente del Estado.
Continuaban, pues, las inspiraciones de los pa-
dres de la patria en una reviviscencia creadora que
se manifestó aún en aquella administración, seña-
lada como ninguna de anti-democrática.
Camilo Henriquez vivia todavía en el alma de
sus conciudadanos y dictaba leyes como versícu-
los sagrados destinados a escribirse en páginas
de oro.
El habia recordado desde las columnas de la
Aurora que entre los ántiguos espartanos, uno
de los pueblos que mas amplia e intensamente ha
satisfecho los fines que se propuso, ei tratado de
educación abarcaba dos tercios de las leyes de
Licurgo.
«Fecundo y hermoso campo, decía, ofrece la
educación a un código sabio. En ella se concentra
la parte mas esencial de una legislación que de
nada sirve si se dirige a gobernar seres débiles,
desarreglados, ignorantes y de malas costum-
bres ».
— 53 —
La Constitución Política de la República ins-
cribe entre sus preceptos estos dos que hacen su
gloria y que inspiran hacia los que la dictaron
una muy profunda gratitud en el alma de todos
los chilenos:
«Art 153 (hoy 144). La educación pública es
una atención preferente del Gobierno. El Con-
greso formará un plan general de educación y el
Ministro del despacho respectivo le dará cuenta
anualmente del estado de ella en toda la Repú-
blica.
Art. 154 (145). Habrá una superintendencia
de educación pública, a cuyo cargo estará la ins-
pección de la enseñanza nacional, y su dirección
bajo la autoridad del Gobierno.
Demasiado reconocida ha sido ya la primera
parte del artículo 153. La segunda, sin embargo,
no se ha realizado todavía: el Congreso no ha
formado un plan general de educación; leyes or-
gánicas de diversas legislaturas han prescrito lo
que debe hacerse en educación primaria, secun-
daria y superior: ningún Congreso ha considera-
do todavía el problema en su completa y amplia
magnitud.
Como fragmentos sin coordinación han sido
— 54 —
consideradas las diversas secciones de nuestra
educación por un ilustre maestro extranjero que,
movido por anhelos de perfeccionamiento, ha ex-
presado su propósito de la manera siguiente: «La
falta de unidad en la educación debe ser abolida,
haciendo de toda la educación dada en Chile un
solo sistema, eslabonado de tal manera que quien
haya de recibir educación superior o profesional,
pase forzosamente por las escuelas primarias, de
estas a las secundarias, y finalmente a las supe^
riores».
«La educación del hombre desde su iniciación
hasta su completo desarrollo debe ser, pues, un
proceso continuo, no interrumpido por línea al-
guna de división imaginaria, como no lo es su
crecimiento», ( i )
Dividida la educación en general y especial,
cumple a la primera preparar y perfeccionar a los
ciudadanos, y a la segunda habilitarlos para el
ejercicio de todos los oficios y profesiones que
constituyen el progreso nacional. La enseñanza
general es, de ese modo, el verdadero tronco de
un sistema dividido en tres grados: primario, se-
cundario y superior; de él se desprenden, como
(1) A. de E. N.— Declaración de Principios.
— 55 —
diferentes ramas, los tres grados de la enseñanza
profesional, al término de los cuales la educación
ofrece a la República, como sazonados, frutos los
ideales convertidos en acción.
Es, pues, necesario el cumplimiento del pre-
cepto constitucional, sometiendo a una sola direc-
ción todos los establecimientos de educación pú-
blica, excepto los de régimen militar: esta direc-
ción debe ser la Superintendencia de educación
pública.
II
En 1837 empezóse a dar cumplimiento a una
de las prescripciones constitucionales con la crea-
ción del Ministerio de Instrucción Pública.
Mucho mas tarde, en la administración Balma-
ceda, se reorganizó este Ministerio adicionándose
a la cartera de Relaciones Exteriores el Ministe-
rio del Culto, que antes estaba unido al de Ins-
trucción.
Hoy solo nos falta conseguir que el Secretario
de Estado que tenga a su cargo la educación
nacional pueda dedicar a ella toda su actividad y
su tiempo, segregando de esta Cartera la de Jus-
ticia, a la cual se encuentra unida todavia.
Administración Bulnes
SARMIENTO
Fué en el mismo año de i 83 i , en que los Tri-
bunales de Justicia condenaban a un ladrón por
espacio de tres años, a servir de maestro de es-
cuela, en Copiapó, cuando un joven militar argen-
tino, emigrado de su patria, vino a formar en las
filas del magisterio chileno, triste y miserable ma-
gisterio, sin consideración ninguna entre las cla-
ses sociales y falto en absoluto en orientación
científica.
Y desde el humilde puesto de una escuela pri-
maria de los Andes inició una carrera ascendente,
— 58 —
demostrando a los Poderes Públicos v al pueblo
la nobilísima función de la enseñanza.
El análisis de aquella personalidad, que vivien-
do algunos años en la obscuridad y la pobreza,
surgió de pronto majestuosamente en una vida
señalada como pocas en grandes hechos, hace
considerarlo con justicia entre los prohombres de
la América Latina, y lo llevan a un lugar de ho-
nor en la historia del continente, haciendo recor-
dar, como justo simil, a esas cumbres eminentes
que de distancia en distancia se levantan en la
cordillera andina en elocuente y eterna aspiración
al infinito.
Y deja ese análisis en e! ánimo una huella tan
profunda como imborrable, una estupefacción
singular por aquella actividad que 110 reposó un
instante, y un impulso educativo que nos inspira
fe para seguir trabajando en la realización de sus
ideales.
Fué su espíritu formado al acaso sobre felices
disposiciones nativas, en una humilde escuela de
San Juan, y mas tarde bajo la tutela cariñosa de
un pariente, lo que hizo mover a aquel muchacho
de quince años todavía, guerrero, patriota y ma-
estro, pero sobre todo maestro, hasta hacerlo
— 59 —
concebir, entre los desmantelados muros de una
escuela, que la obra educativa debia seguir en
evolución histórica aquella brillante campaña de
la libertad americana, para hacer que las conquis-
tas del alma inteligencia, sellaran para siempre
las epopeyas de la espada e hicieran cruzar a es-
tos pueblos, al recuerdo de aquellos días de lau-
reles de sus campos de batalla, bajo el arco de
triunfo en donde alcanzan los pueblos por la ilus-
tración y la virtud, la concepción altísima de todos
sus deberes y el ejercicio pleno de todos sus de-
rechos.
No queremos recordar lo que aquel paladín de
las ideas abogara en la prensa y la tribuna, lle-
vando como bandera la redención de la ignoran-
cia, por un sistema de edificación escolar en sal-
vaguardia de la salud del niño y del maestro; las
veces que levantó su voz para significar el valor
de ]as condiciones materiales del edificio en la
educación física, artística y moral; cuantas veces
pidió la creación de rentas propias para la edu-
cación primaria, la educación de los adultos anal-
fabetos, los cursos de perfeccionamientos para
maestros y su elevación social por remuneración
correspondiente a su labor, el mejoramiento del
— 6o —
mobiliario y útiles escolares, la apertura de mu-
seos y bibliotecas, y cuanto problema nos agita
hasta el presente y sobre los cuales él abrió la
discusión
Queremos solamente poner de relieve los tres
puntos a que consagró sus mas desinteresados
anhelos y a los cuales dedicó sus horas de vigilia
en sus largas peregrinaciones de estudio por
América y Europa
Ellos son la institución de la carrera pedagógi-
ca, la educación de la mujer y el establecimiento
de la escuela primaria común.
I
Dentro de aquella concepción grandiosa que
en la mente de Sarmiento habia de afianzar y
completar la emancipación del espíritu americano,
era natural que pensara en el agente con que es
preciso contar ante todo tratándose de la escue-
la, y que el maestro de primera enseñanza fuera
una de sus mas acentuadas preocupaciones.
Nadie puede intentar la fundación de un siste-
ma de educación popular cuya acción sea intensa
dentro y fuera de la escuela, sin tener buenos
— 6 i —
maestros o sin buscar antes la manera adecuada
de formarlos.
No basta la vocación; la inspiración que feliz
mente revelan algunos individuos en la labor edu-
cativa tampoco es suficiente:
Son pocos por un lado los que demuestran
esas aptitudes injénitas, y aún tratándose de las
más sobresalientes, es necesario que sean dirigi-
das en el estudio por un aprendizaje teórico y
práctico a la vez, que dé las nociones científicas
en que se basa el proceso educativo, y de otro
lado desarrolle la habilidad técnica para que pue
dan los maestros hacer una obra mas fácil y efi-
ciente.
Es preciso formar a los que aspiran a ser edu-
cadores. No es posible soportar impasiblemente
que al acaso los hombres y mujeres de buena
voluntad adquieran la ciencia de educar en forma
fragmentaria y el arte de la enseñanza después de
ensayos sin dirección y de fracasos sin responsa-
bilidades.
A satisfacer estas necesidades tienden las ins-
tituciones pedagógicas, y a pedir su creación de-
dicó Sarmiento sus esfuerzos.
Sus artículos relativos a este punto ilustraron
— 62 —
las columnas de El Mercurio y El Monitor, insi-nuando y haciendo sentir la necesidad de tener buenos maestros.
Veia justificado el interés que las escuelas nor-males merecen en los países mas cultos; veia que aquellos que las poseen en mayor número y me-jor organizadas, poseen también las mejores es-cuelas; veia que de ellas sale la corriente de cul-tura mas intensificada y fecunda, a derramarse en los colegios y en el pueblo, cuando forman los maestros no solo dándoles preparación científica y práctica para ejercer su ministerio, sino estimu-lando su perfeccionamiento después de formados, sosteniéndolos y dirigiéndolos en el avance de los estudios relativos a su carrera, dándoles nuevas orientaciones y abriéndoles nuevos campos de investigación, desarrollando su espíritu de análi-sis, imponiéndolos de los nuevos adelantos peda gógicos, verificando continuamente a su vista los ensayos y comunicándoles las aplicaciones.
Conocido el alcance que daba su genio a estas instituciones, era natural que aquel joven minis-tro que, como él, surgía de la humildad sobre el pedestal de su talento y su virtud, mirara en el maestro argentino al hombre que debia realizar
- 6 3 —
la idea que por primera vez insinuara en Chile el
sabio venezolano, y que fuera Sarmiento comisio-
nado por el Gobierno Supremo para dirigir la
primera Escuela. Normal solo dos años después
que los Estados Unidos creaban en Massachus-
setts el primer instituto de esta clase. Instituyóse,
pues, la carrera pedagógica con la apertura de la
Escuela Normal de Preceptores en ei viejo Portal
de Sierra-Bella, y abrióse en Junio de 1842
aquel templo de donde debian salir los maestros
de la República a decir a las gentes el evangelio
de la verdad, y a preparar los ciudadanos de un
país más fuerte, más inteligente, más laborioso y
más bueno
La nueva profesión encontró su fuente de ins-
piración en la cátedra de pedagogía, que el maes-
tro ilustró con numerosas obras para la enseñan-
za normal y primaria; de estas últimas es su
silabario en que Chile aprendió a leer por espacio
de medio siglo.
II
Hácia la época de que hablamos, la educación
de la mujer estaba en miserable situación. La fal-
ta de preceptoras habia impedido la multiplica-
— 6 4 —
ción de las escuelas de niñas. Tampoco podia
desterrarse aún, a pesar de aquella brillante
emancipación del intelecto chileno en los años
que siguieron a 1840, la absurda creencia de que
los conocimientos eran perjudiciales a la morali-
dad de la mujer, que sentía de ese modo agovia-
da su naturaleza espiritual bajo el peso de preocu-
paciones coloniales.
Contra este prejuicio, Sarmiento solicitaba un
rayo de misericordia para esta noble mitad del
género humano: pedia conducirla prontamente al
conocimiento de sus deberes, de sus intereses,
de su noble misión en el hogar y en las activida-
des sociales, de su importante papel en la época
moderna: pedia que brillara también su libertad
sobre el cielo de la libertad americana, y que la
legislación reparara su olvido, trabajando por el
bien de la mujer en el fecundo terreno de su edu-
cación. Y todo esto lo pedia cuando nada o casi
nada se habia hecho ni intentado, cuando se creia
intempestivo y hasta indigno del Gobierno el ren-
tar o subvencionar colegios para mejorar la con-
dición intelectual ele la mujer.
Al abogar Sarmiento por mejorar el espíritu
de la mujer ¿se perdería su voz en el vacío o so-
- 6 5 —
los esfuerzos aislados responderían a ella?
La evolución del pensamiento científico nunca
ha sido uniforme. Si los progresos de las disci-
plinas históricas, los fenómenos sociales y los
educacionales comprendidos en ellos, no han co-
rrido a parejas con el desenvolvimiento físico y
biológico del hombre, dentro del desarrollo del
espíritu humano, la evolución del espíritu femeni-
no tampoco ha sido coexistente, sino que a, través
del tiempo ha marchado en distancia considerable
del espíritu del hombre.
Olvidados casi todos los maestros de la peda-
gogía y olvidados casi todos los gobiernos de la
educación de la mujer, se levantó en Chile aque-
lla voz magistral pidiendo que se le prestara la
misma atención que a la del hombre, toda vez
que «de la educación de las mujeres depende la
suerte de los estados», y que «la civilización se
detiene a la puerta del hogar doméstico cuando
ellas no están preparadas para recibirla ni para
cooperar a su natural desenvolvimiento».
Si la mujer en su carácter de esposa, de ma-
dre o de sirviente, destruye con su ignorancia la
educación que reciben los niños en las escuelas,
Memoria Histórica 5
— . 6 6 —
es natural que las preocupaciones y las costum-
bres se perpetúen por ella, y que no pueda alte-
rarse jamás en sentido benéfico el modo de ser
de un pueblo, si no se trata de cambiar primero
los hábitos e ideas de la mujer.
Es necesario entonces educarla: educarla cono-
ciendo ante todo su naturaleza y las inclinaciones
de su ser, «adaptando esa educación a la nobilí-
sima función biológica, intelectual y moral que
está llamada a desempeñar en la educación ma-.
terna, para la conservación y perfeccionamiento
de la raza y para la formación de los hijos de la
República».
De aquí la necesidad imperiosa, dentro de
cualquier estado social, de que todas las facilida-
des educativas qúe desde Sarmiento hasta hoy
ha venido obteniendo la mujer, loda la amplitud
en su educación física, intelectual y moral, prác-
tica y económica, 'y aún su misma enseñanza pro-
fesional, -deban mirar y converger principalmente
a la misión de la maternidad educadora.
Nadie puede ignorar que la conservación y
perfeccionamiento de la raza humana, dependen
antes que de cualquier otro elemento, de la ac-
tuación de la mujer en el hogar y que si repeti-
— III —
mos con Rousseau «los hombres serán siempre
lo que quieran las mujeres, y el que desee a los
hombres grandes y virtuosos, que eduque a las
mujeres en la grandeza y en la virtud», se impone
la educación completa y armoniosa de la madre
de familia.
Antes, sin embargo, que viva la mujer su vida
de esposa y madre, haciendo la felicidad de otros
seres y trabajando por el porvenir de la sociedad,
ella debe ser un individuo perfecto en sí mismo,
vivir para sí misma y bastarse a sí misma.
He ahí su necesidad de adquirir indispensable-
mente una educación general completa y una en-
señanza especial que la haga útil en algupa acti-
vidad correspondiente a su sexo
Ella debe sentir— si no lo siente es necesario
que la educación se lo infunda—el anhelo de ayu-
dar o reemplazar al hombre, pero no de suplan-
tarlo en una competencia que muchas veces la
perjudica y desvirtúa siempre su noble persona-
lidad.
Habilitada así para levantar su propio peso en
la sociedad, no aspiraría la mujer el cambio de
su estado civil por interés: constituiríanse los ho-
gares sobre bases afectivas, y la sólida y comple-
— III —
ta educación de la mujer sería desde luego la
mejor garantía de su felicidad y eficiencia educa-
dora.
Inicióse, pues, la educación de la mujer, a in-
sinuaciones de Sarmiento, por un camino acepta-
ble con la creación de la Escuela Normal de
Preceptoras (1854) creada a su consejo poco des-
pués de la publicación del valioso monumento
que levantó con su obra Educación Popular; el
primero en lengua castellana sobre este asunto,
en que expone observaciones de sus viajes por
Europa, libro el más estimado por el autor, en
el cual, según su propio decir, «cada página es el
fruto de una diligencia, recorriendo incesantemen-
te ciudades, hablando con hombres profesionales,
reuniendo datos,, consultando libros, estados y
folletos, mirando y escuchando». Fué el fruto sa-
zonado de aquella semilla que en su niñez asomó
en la Escuela de San Francisco del Monte, en la
campiña semi-bárbara de San Luis. Desde allá
venía caminando en la enseñanza de escuela en es-
cuela, hasta llegar a Versalles, y a los Seminarios
de Prusia, que son el pináculo de la humilde ca-
rrera del maestro.
«La ciencia y el arte de la educación primaria
— III —
me la he inventado yo, y a despecho de la indi-
ferencia general, he traído a la América del Sur
el programa entero de la educación popular».
De este programa forma parte esencial la edu-
cación de la mujer, no solo en lo que a ella mis-
ma se refiere en su carácter social, sino también
sobre la consideración pedagógica de que ella
posee aptitudes de carácter y de moral, que la
hacen superior al hombre para la educación de la
infancia.
Hacia estos puntos llamaba la atención en la
prensa y la tribuna, al Gobierno como a los maes-
tros y pensadores de aquella época fecunda, re-
presentando una y cien veces que donde quiera
que no es vana y sin sentido la palabra cultura,
se reconoce y pronuncia que la civilización no
continuará su camino ascendente, o lo hará con
paso lento, sin que reciban los pueblos su pro-
vechoso fruto, mientras los hombres de buena
voluntad no se decidan a impulsar con brazo po-
deroso y a dirigir por el camino que señala la
sicología moderna, la educación de la mujer, lla-
mada por tanto título a ejercer una influencia de-
cisiva en el desarrollo de los destinos humanos.
— 7o —
IV
Pero la obra mas gigante de Sarmiento es su
aspiración a la Escuela Primaria Común, aquella
patriótica aspiración mil veces noble, mil veces
sentida todavía después de sesenta años, de su
acción sobre nuestro sistema educacional, con la
cual quería acomodar nuestra enseñanza a nues-
tro modo de ser republicano, al espíritu y a las
necesidades de este pueblo, que debía ser grande
no solo por el esfuerzo de sus ingenios esclareci-
dos sino por el establecimiento de una alta de-
mocracia, en que absolutamente todos los chile-
nos, sintiéndose ciudadanos iguales en derechos
educacionales y políticos, y sin otras distinciones
que las-que merecen la virtud y el talento, llega-
rían a hacer de Chile una gran familia ilustrada,
progresista y feliz.
Fué por decreto supremo de Julio de 1853 que
el Gobierno, llamando a certámen a los miembros
del magisterio para premiar la mejor obra que
sobre educación primaria expresara mejor la in-
fluencia de la instrucción primaria en las costum-
bres, en la moral pública, en las industrias y en
desarrollo general de la prosperidad nacional, y
sobre la mejor organización que convendría dar
— 71 —
a las escuelas, atendidas las circunstancias del país, fué, repetimos, por la feliz oportunidad de una disposición gubernativa, que el maestro ar-gentino escribió su libro «Educación Común», aquella grande y hermosa obra en que expresó sus anhelos de estadista americano y de maestro de corazón y de verdad, y organizó sus experien-cias de la escuela chilena en armonía con la de sus maestros y amigos de la escuela norte-ame-ricana».
Los rasgos de vigorosa elocuencia de esta obra de Sarmiento, rica en hechos importantes de la vida escolar y política de un pueblo que empieza su vida libre y ha de marchar hacia un republicanismo democrático, dejan en el ánimo del lector una profunda e imborrable impresión.
«Su autor ha recogido y comparado, dice el informe del jurado, que presidía don Andrés Be-llo, todos los datos de Chile y Estados Unidos que estaban a su alcance; ha analizado las venta-tajas e inconvenientes de los diversos sistemas de educación primaria; ha fijado con maestría la extensión que debe tener en nuestro país y el carácter' de práctica utilidad que debiera dársele para hacer sin demora sensible su beneficio. La
— 7 2 —
obra abunda en ideas grandes, de aplicación mas
o menos inmediata a las necesidades de Chile,
presentadas de una manera nueva, que no deja-
rá de interesar hasta a las personas menos ins-
truidas y aún a las indiferentes a la causa de la
civilización».
El principio fundamental sostenido en esta obra
de Sarmiento puede sintetizarse así: «La igualdad
política consagrada en nuestra Constitución sólo
puede generarse en la escuela común».
O como mas tarde decía Amunátegui:
«La enseñanza común, dada sin distinciones de
clases ni personas, es el medio mas eficaz de que
el Gobierno de todos y para todos eche nume-
rosas y sólidas raíces en nuestro suelo».
Naturalmente esta educación igualitaria supo-
ne de hecho la necesidad de la enseñanza de ma-
nera tal que sus partes todas constituyan un sis-
tema único y armónico.
Y es aquí donde aparece el carácter forzoso
de la escuela primaria, la continuidad del proceso
educativo, el encadenamiento natural de las di-
versas ramas de la enseñanza, cuya base es la
escuela primaria, abolida en ella toda especie de
— III —
clasificación, la escuela primaria única, la escuela común.
Lo dice al terminar este capítulo de su obra: «Yo llego a la conclusión de que toda división de la escuela primaria debe ser abolida, haciendo de toda la instrucción dada en Chile un solo sis-tema, de manera que quien haya de recibir edu-cación superior o profesional pase forzosamente por las escuelas primarias, de estas a las secun-darias y de las secundarias a los cursos superio-res».
Este sistema de educación igualitaria se inspira en el deber fundamental de toda organización so-cial civilizada de proporcionar las mismas facili-dades educacionales a todos los individuos que la componen, sin exclusiones ni privilegios, sin dis-tinciones basadas en la fortuna o en órdenes de ideas políticas o religiosas. Porque tal es el mas imperioso deber de una organización democrática que buscando el Gobierno del pueblo por el pue-blo, no puede tomar otro camino para el progre-so y bienestar sociales que proporcionar a los que han de cumplir los mismos deberes y ejerci-tar iguales derechos, las mismas probabilidades de adquirir una educación que les de una indivi-
— III —
dualidad y los haga factores conscientes y orga-
nizados en el desarrollo y manejo de los negocios
sociales y políticos.
Este es el fundamento social y político de lo
que la Pedagogía llama la escuela común, ardien-
te anhelo que el insigne maestro pudo contemplar
realizado durante largos años en su patria adop-
tiva, en la provincia de Buenos Aires desde 1875,
poco después de su ex-primera magistratura, y en
la Dirección General de Escuelas de la misma
provincia.
Pero en nuestro país un decreto de 16 de Sep-
tiembre de 1 866 instituyó la escuela preparatoria
del Instituto Nacional, y otro de Noviembre de
1880 las demás de los liceos de la República,
dividiendo la acción de la educación primaria en
dos actividades, atacando su carácter igualitario
y consagrando de ese modo una que se ha llama-
do irritante división social.
Tal fué la suerte de aquella institución de la
escuela primaria común, en que cifraba Sarmien-
to sus mas elevados anhelos de estadista ameri-
cano y por la cual desplegó en cuatro países sus
mayores energías de apóstol y de maestro.
En lugar de continuar nosotros en la creación
— III —
de grandes escuelas, en que se concentraran las
miradas y la acción gubernativa, en que los maes-
tros sintieran la satisfacción de ser los educadores
de la nación entera y no de clases determinadas,
y en las cuales el pueblo contemplara en la co-
munidad de una misma educación la consagración
de la igualdad y armonía de los futuros ciudada-
nos; en lugar de esta escuela, sólido fundamento
de una política educacional, se han desarrollado
las escuelas preparatorias, a las cuales acuden por
diversidad de causas que 110 es momento de es-
tudiar pero que son de dominio genera', solamen-
te los niños ricos y los acomodados, que miran
desdeñosamente la escuela primaria por creerla
destinada únicamente a gente menesterosa.
Por el contrario, la escuela común, en cuyos
bancos, a! decir de un ilustre maestro chileno,
«se codean el pobre con el rico y en donde solo
se premian la aplicación y la virtud, es la escuela
de la verdadera democracia y la que conviene a
los países americanos. Solo una escuela frecuen-
tada por todos los hijos de la República merece-
ría entre nosotros la alta consideración que ha
alcanzado en los países verdaderamente democrá-
ticos ».
_ 7 6 —
La escuela común sustentada por Sarmiento y perfeccionada con la institución de la carrera pedagógjca, era la base racional en.que podia re-posar el sistema de educación nacional prescrito en el artículo 154 de la Carta Fundamental
Levantándose a su lado la escuela preparato ría, cabe preguntar cuál de las dos será el prin-cipio de ese sistema constitucional. Indudable-mente la escuela primaria, porque es la única establecida por la ley orgánica de 1860, que en su artículo 3.0 no reconoce otra clasificación que las escuelas superiores y elementales, dependien-tes de la Inspección General de Iustrucción Pri-maria.
Pensemos si conviene reaccionar y volver a los días y a los propósitos del maestro argentino.
La educación tiene la obligación de responder a las necesidades del pueblo y de la época y ha-ce tiempo que este pueblo atraviesa por una in-tensa crisis moral y cívica, con su cortejo de anarquía política, de dolorosas rivalidades socia-les, de hondas inquietudes en el orden económico y de profunda indiferencia por la suerte de la pa-tria.
En un período de crisis semejante, Fichte el
— III —
patriota, el filósofo, el profeta y el santo, reco-mendaba a la nación alemana una educación co-mún que uniera sus elementos dispersos y anar-quizados, para conquistar y asegurar la indepen-dencia contra el genio de la conquista que surgie-ra en Francia a raiz de la gran revolución.
No queremos significar que en Chile la recon-quista de la escuela común pudiera producir por sí sola el levantamiento de una democracia aus-tera y consciente, capacitada para librar a la Re-pública de los males que la aquejan y evitar las consecuencias fatales que el actual orden de co sas necesariamente tendrá que producir.
No querernos significar eso, porque sabemos que la educación es un proceso que requiere un medio social que no destruya su fuerza sino que la favorezca y ayude.
Tienen los individuos en la vida de las plantas dos maneras de asociarse en existencia común: unos, los parásitos, sustraen la savia al árbol que los alimenta, sin cederle de su parte nada que pudiera serle útil; matan la vitalidad del genero-so protector y ellos mismos perecen en el robus-to tronco que les servia de dosel. Los otros, en estado de simbiosis, se hermanan, se ayudan y
- 7 8 -
compenetran en sus funciones orgánicas, trans
formando en vida, como pasa en el liquen, con
sorcio de hongo y de alga, la luz del cielo y la
savia fecunda de la tierra.
Como las últimas anhelamos que sean las ac-
tividades de un pueblo para que puedan ayudarse
mutuamente en pro de una mayor eficiencia so-
cial, y no para destruirse en una lucha en que la
una o la otra hace el oficio de parásito y termi-
nan por destruir mutuamente su vitalidad.
La educación, como actividad esencial de un
pueblo, necesita compenetrarse con las demás
funciones del organismo nacional; pero es nece-
sario también que estas últimas respondan a ella
con la armoniosa solidaridad con que concurren
simultáneamente nuestros órganos en el desarro-
llo de la actividad vital.
Así la República exige una escuela que la edu-
que, que enseñe a conocer y a respetar sus leyes
y sus instituciones, haciendo caminar del respeto
a una voluntad mas educada al respeto cons-
ciente y elevado de los principios, de la persona
a la ley. de la obediencia honrosa al padre o al
maestro, al libre ejercicio de los derechos del
hombre, en el círculo cada vez mas dilatado de la
— III —
familia, de la Patria y de la humanidad. Pero así
también la escuela necesita que la República mire
en ella el hogar de todos sus hijos, en el cual se
eleva la columna en que reposa todo el edificio
de su progreso. «La educación no ha fundado la
República, pero la República no puede vivir sin
la educación». (Rooselvet).
V
De aquella generación de maestros que educó
Sarmiento, fué el último en rendir su tributo a la
naturaleza, el benemérito maestro don José Ber-
nardo Suarez, que durante 59 años sobresalió en
el servicio de la educación primaria dando leccio-
nes, escribiendo textos, organizando escuelas e
inspeccionándolas para someterlas a un régimen
que respondiera a las necesidades del país.
VI
Mas tarde la educación primaria, sin llegar to-
davía al desarrollo que le imprimió la influencia
alemana en los últimos años del siglo XIX, tuvo
entusiastas propagandistas. Preceptores eminen-
tes, cuyos nombres la modestia ha silenciado, de-
— 8 o —
sarrollaron su acción en nuestras escuelas prima-
rias, enseñando muchas virtudes que escasamente
encontramos hoy. Al hacer el elogio de sus vidas,
muchas veces se ha dicho que algún día vendrá
la historia a señalar justicieramente la obra de
grandeza que ellos construyeron silenciosamente
sobre el banco de la escuela. Por eso, aunque
estos apuntes sean breves, no podemos dejar de
recordar en ellos, después de don José Bernardo
Suarez, ilustre maestro de Prat, al distinguido
educacionista don José Mercedes Mesías, cuyos
discípulos se distinguieron por el acendrado afec-
to que le profesaban; don Avelino Ramírez, fa-
llecido hace poco, que se distinguió por su celo
inquebrantable en el cumplimiento del deber, y
que en una hermosa carrera abarcó desde el mas
humilde hasta el mas elevado puesto en el servi-
cio de la educación primaria; doña Rita Letelier,
sabia preceptora durante medio siglo de la ciudad
de Talca; doña Edelmira Ríos, por sus virtudes
el modelo mas puro de una educadora de la ni-
ñez; doña Natalia Carvacho, distinguida en todas
las asignaturas, y hoy, por desgracia, retirada del
servicio activo de la educación pública; y tantos
otros maestros que con sus obras, con su ense-
ñanza y con su ejemplo contribuyeron en otro
— 8 I —
tiempo a hacer de Chile un pueblo de hombres
fuertes .y de ciudadanos probos.
B E L L O
Por Jos mismos años en que Sarmiento desa-
rrollaba sus ideas sobre educación primaria, el
eminente venezolano don Andrés Bello encabe-
zaba la mayor evolución en la enseñanza secun-
daria y superior.
Habia prestado grandes servicios a su patria
e iba a desplegar en Chile una actividad prodigio-
sa en bien de la educación y la judicatura.
Como el de Sarmiento, su espíritu superior
comprendía los destinos de la América. Como él
sabía que no era el número de sus hombres, ni el
poder de sus armas, ni su inagotable riqueza, lo
que haría la grandeza y felicidad de los estados
independientes, las cuales solo son la resultante
de la solidez en la educación que se imparte a los
ciudadanos, cuando se piensa que la vida del Es-
tado es inseparable de las verdaderas virtudes, y
que estas son difíciles de practicarse sin el previo
conocimiento de los hombres y de las cosas.
Memoria Histórica 6
— III —
I
Un decreto de 1839 habia clausurado la Uni-
versidad de San Felipe, el templo que nos erigie-
ra en Santiago Felipe V, cuya corona fué la úni-
ca que extendió los rayos de su luz por el vasto
continente de la América española.
Pero la Universidad de Felipe V no satisfacía
ya las aspiraciones del país. Sus estudios, cuyos
programas ocupaban casi por entero la Teología
y la Filosofía escolástica, se hacían en latín. Se
conservaba en ella, como en los colegios conven-
tuales, aquellos estudios perjudiciales e inútiles,
aquel bárbaro ejercicio de la memoria, aquella
ridicula aficción a las sutilezas y a las vanas in-
vestigaciones, como si los estudios que debían
dirigirse a perfeccionar el intelecto, se hubieian
establecido para disertar y discutir con refina-
miento sobre creaciones abstractas.
Clausurada la Universidad de San Felipe, el
Ministro d e Instrucción Pública d o n Manuel
Montt, uno de los hombres a quienes debe mas
Chile su progreso intelectual, se preocupó en
1841 de fundar una corporación que, con arreglo
al precepto constitucional del 33, tuviera la su-
— 8 3 —
pervigilancia y la dirección de la instrucción na-
cional.
En desempeño de una comisión de Gobierno,
Bello presentó el proyecto de una nueva Univer-
sidad, el que fué informado favorablemente por
una comisión compuesta por don Miguel de la
Barra y don José Gabriel Palma, y convertido en
ley de la República el 19 de Septiembre de
1842.
El 21 de Julio de 1843 Ministerio de Ins-
trucción Pública expedía el siguiente decreto:
«Desde esta fecha cesará completamente en
sus funciones la Universidad de San Felipe, y el
rector de esta corporación hará que se entreguen
por el correspondiente inventario al secretario
general de la Universidad de Chile, los libros,
papeles, archivos y demás cosas que le pertene-
cieron ».
De este modo desaparecía la Universidad de
San F'elipe sin dejar huella alguna de progreso.
Sus doctores sobrevivientes fueron incorporados
a las facultades de Leyes y Teología de la nueva
Universidad, y desde ese momento se dedicaron
a esta todas las aspiraciones del desenvolvimiento
científico.
— III —
El plan que fija la creación de la Universidad
de Chile, descontadas las reformas que la expe-
riencia ha aconsejado en el trascurso de los años,
y especialmente la reforma del 9 de Enero de
1879, dió su actual organización, a la Universi-
dad, haciéndola, al mismo tiempo, un Instituto
docente, una corporación académica y una auto-
ridad administrativa.
En conformidad a una de las prescripciones de
su Estatuto Orgánico, el Claustro Pleno de 2 1
de Julio de 1843 se reunió para elegir al primer
rector. Cupo a Bello la justicia honrosa de ser
elegido casi por unanimidad, y bajo sus auspicios
se inauguró solemnemente la Universidad de Chi-
le el 17 de Septiembre de 1843.
La minoría del Claustro Pleno sostuvo en aque
lia ocasión, en contra de la candidatura de Bello,
la de don Juan Francisco Meneses, canónigo chi-
leno, último rector de la Universidad de San Fe-
lipe, de larga actuación en el profesorado, repre-
sentante en la enseñanza de los antiguos sistemas,
y en la política, activo cooperador de la reacción
ultra-conservadora; pero el Gobierno no oyó esta
vez sino los dictados de la justicia, y sin distin-
guir ideas políticas ni nacionalidades, designó só-
- 8 5 -
lo a aquellos hombres cuya sabiduría auguraba el
florecimiento de la nueva institución.
El decreto que designó a Bello primer rector,
contenía además los siguientes nombramientos:
secretario general, don Salvador Sanfuentes; Fa-
cultad de Teología, decano don Rafael Valentín
Valdivieso; secreta:io don Justo Donoso; Facul-
tad de Leyes, decano don Mariano Egaña, secre-
tario don Miguel María Güemes; Facultad de
Medicina, decano don Lorenzo Sazie, secretario
don Francisco Javier Tocornal; Facultad de Cien-
cias Físicas y Matemáticas, decano don Andrés
Gorbea, secretario don Ignacio Domeyko; Facul-
tad de Humanidades, decano don Miguel de la
Barra, secretario don Antonio García Reyes.
Don Diego Barros Arana relata de este modo
la solemne apertura de la nueva corporación:
«El día 17 de Septiembre fué señalado para
la instalación de la Universidad de Chile. Debía
celebrarse esta ceremonia en el salón de honor
de la antigua Universidad, que desde años atrás
servia de sala de sesiones de la Cámara de Dipu-
tados, y que siguió prestando este servicio hasta
fines de 1852. A las doce del día se agolpaba en
la plaza principal de la ciudad una masa coinpac-
— III —
ta de gente de todas condiciones para ver pasar
al Presidente de la República y a su numerosa
comitiva, en marcha de la casa de gobierno (hoy
intendencia de Santiago) a la Universidad, donde
hoy se levanta el Teatro Municipal. La comitiva,
en ordenada formación de a dos en dos indivi
dúos, ocupaba cerca de tres cuadras. El Presiden
te de la República, rodeado de sus ministros,
cerraba la columna. Precedíanlo en el orden que
sigue, las corporaciones o personas que pasamos
a enumerar: una diputación de cada una de las
cámaras, el cabildo eclesiástico, los prelados de
las órdenes regulares, los dos tribunales de justi-
cia, los generales y militares francos, así vetera-
nos como cívicos, la municipalidad de Santiago,
todo el cuerpo universitario agrupado en cinco
secciones, entre las cuales ocupaba el puesto de
honor la facultad de teología, los profesores del
Instituto Nacional, los del seminario, una diputa-
ción de la academia dé práctica forense, la socie-
dad de agricultura, y por último, los alumnos del
Instituto. La banda de músicos de la escolta pre-
sidencial acompañaba a la comitiva:
«La ceremonia de la instalación de la Univer-
sidad fué revestida de solemne aparato. Cuando
- 8 ; -
toda la concurrencia hubo ocupado los lugares
que le estaban asignados, el ministro de instruc-
ción pública se adelantó en el estrado que ocu-
paba el Presidente de la República y después de
declarar a nombre de éste instalada la Universi-
dad de Chile, y de pronunciar un corto discurso
para señalar el objeto de esta corporación, dió
lectura a la lista de los miembros que debian
componerla. Leyó entonces don Andrés Bello el
notable discurso de apertura de las tareas univer-
sitarias que la prensa ha reproducido en numero-
sas ocasiones Señalando en sus rasgos generales
las funciones que los cuerpos de esa clase están
llamados a desempeñar en las sociedades moder-
nas, Bello trazaba magistralmente, aunque solo
con unas cuantas plumadas, el programa de tra-
bajos de cada una de las facultades, programa
que solo ha sido desempeñado en parte. Por úl-
timo, el secretario general don Salvador Sanfuen-
tes dió a conocer los temas que proponía cada fa-
cultad para los certámenes literarios del año si-
guiente. Una salva de veintiún cañonazos, dispa-
rada en el cerro de Santa Lucía, anunció a
Santiago que quedaba instalada la Universidad
de Chile», (i)
(1) Barras Arana.—Un decenio de la Historia de Chile (1841 1851) Tomo T.
— III —
Don Miguel Luis Amunátegui ha señalado,
con la precisión característica de su estilo clásico,
lo que el. sabio rector auguraba a la Universidad
del Estado: «Aplicar la ciencia europea a las pe-
culiaridades de la naturaleza y de la sociedad
chilenas».
Se imponía de ese modo a la Universidad el
estudió de la historia y la preparación de los fu-
turos adelantos materiales y morales; se le impo-
nía el conocimiento de la geología del país, su
flora y su fauna y todos sus accidentes físicos;
quedaba ligada a la cooperación en el desenvol-
vimiento de la industria y del comercio, a la ob-
servación de las enfermedades propias de nuestro
clima y sus preservativos: en una palabra, el pa-
pel de la Universidad estaba en atender a la uti-
lidad práctica, a los resultados positivos y a las
mejoras sociales.
II
En su plan de trabajos literarios y científicos,
Bello decía cinco años después:
«Nuestra ley orgánica, inspirada en las mas
sanas y liberales ideas, ha encargado a la Univer-
sidad no solo la enseñanza sino el cultivo de la
— III —
literatura y de las ciencias, ha querido que fuese
a un tiempo Universidad y Academia, que contri-
buyese al aumento y desarrollo de los conoci-
mientos científicos; que no fuese un instrumento
pasivo destinado únicamente a la trasmisión de
conocimientos adquiridos en naciones mas adelan-
tadas, sino que trabajase como los institutos de
otros pueblos en aumentar el caudal común Este
propósito aparece a cada paso en la ley orgánica
y hace honor al Gobierno y a la legislatura que
la dictaron ¿Hay en él algo de presuntuoso, de
inoportuno, de superior a nuestras fuerzas, como
han supuesto algunos? Estaremos condenados to-
davía a repetir servilmente las lecciones de las
ciencias europeas sin atrevernos a descubrirlas, a
ilustrarlas con aplicaciones locales, a darles el se-
llo de nuestra nacionalidad? Si así lo hiciéramos,
seríamos infieles al espíritu de esa misma ciencia
y le tributaríamos un culto supersticioso que ella
misma condena».
Efectivamente, el espíritu ha prescrito el exá-
men de las verdades antes de su aceptación, la
observación atenta y detallada, la discusión, la
convicción de principios por la propia experimen-
tación.
— 9 0 —
No hay imposiciones que amengüen la inteli-
gencia humana sino en la enseñanza escolástica,
cuyo rastro profundo medioeval, aún se marca en
instituciones arcaicas que tendrán que evolucio-
nar ante el imperio incontenible del progreso.
Rechacemos los métodos y los sistemas que
dejan inactivas algunas de las fuerzas de! alumno.
Que no haya estados pasivos para él. Que se vea
todo su esfuerzo personal. Que una dificultad
vencida, le estimule a soñar un nuevo triunfo.
Que el maestro proceda como quiere Wickers-
sham: «que cree el interés por el estudio, solicite
la curiosidad, provoque la investigación, despier-
te la iniciativa, evite la preponderancia o tiranía
de una función sobre las otras,-especialmente de
la memoria, que conduce a la mecanización funes-
ta de la enseñanza, que inspire la confianza en sí
mismo, sugiera analogías y mueva en fin el ensa-
yo de las fuerzas y la prueba de su habilidad».
La educación ha recibido, pues, el soplo bené-
fico del espíritu filosófico moderno, aceptando el
análisis y aplicando a la enseñanza el proceso ex-
perimental.
Y este espíritu ordena la modificación de los
principios en presencia de las circunstancias de la
— 91 —
raza, del clima y del medio social en que se apli-can.
Por eso cada Universidad, como el verdadero cerebro de su pueblo, ha de vivir en incesante experimentar, en incansable aspiración de hallar a las leyes científicas una útil aplicación y de ilus-trarlas con las observaciones de los fenómenos que se operan bajo el radio de su mirada.
Si para corroborar este acertó buscamos un ejemplo en la medicina, 110 nos sería posible en-contrar la higiene y la patología chilenas en los libros europeos; somos nosotros quienes debemos estudiar hasta qué punto se modifica el organis-mo humano bajo los accidentes de nuestro clima y de nuestras costumbres. Y entonces es induda-ble que esto debe hacerse en los laboratorios chilenos y en la amplia observación de los hom-bres y las cosas que hay en Chile. Este modo de razonar ha de abrir a la medicina un extenso te-rreno de acción, en cuyo cultivo se consideran la educación física, el servicio sanitario, y, por lo tanto, el incremento de la población de la Repú-blica.
Lo dicho sobre la medicina, podria expresarse sobre cualquiera de las asignaturas del saber,
— 92 —
para asegurar con aquel sabio maestro la necesi-
dad de la investigación, para hacer útiles los es-
tudios, para estimular el desarrollo de la intelec-
tualidad chilena.
Son ideas que podrían contemplarse en la po-
lítica, en la moral, en la poesía misma, si se quiere
que la primera haga un pueblo progresista, que
la segunda le otorgue la felicidad, que la tercera
cree su propia literatura en la inspiración de la
naturaleza chilena, tan llena de augustas hermo-
su as, y de esta raza tan rica de glorias y de an-
helos.
A pesar de estas nobles aspiraciones y del pro-
greso educacional alcanzado desde Bello hasta
nuestros días, uno de los defectos capitales en
todos los órdenes de,nuestra enseñanza es su ca-
rácter académico y teórico, su esflorescenda y su
lujo.
«No todos nuestros maestros y profesores se
han esforzado por formar inteligencias para la lu-
cha diaria de la vida», de instruir a la juventud
para los fines verdaderamente prácticos en cosas
relativas a la industria, en el aprovechamiento de
las fuerzas vivas, sino en ejercitar las memorias,
para formar teóricos y políticos.
— III —
III
Quedó, pues, bajo la administración del gene-
ral Bulnes definitivamente instalada la Universi-
dad del Estado. - En virtud de la ley orgánica, la
educación superior y profesional que se ofrece en
sus diversos departamentos, es costeada por el
Estado, facilidad de que no disfrutan la mayoría
de las naciones, en que la enseñanza universitaria
se sostiene con emolumentos de los alumnos.
En virtud de la misma ley, que no sufrió mo-
dificaciones en este punto en la ley de 9 de Ene-
ro del 79, la educación costeada por el Estado y
todo lo relativo a la concesión de grados y títulos
profesionales, se encuentra en manos de una co-
misión superior, el Consejo de Instrucción Públi-
ca, formado por el Rector de la Universidad, el
secretario general, los decanos de las cinco Fa-
cultades, tres miembros nombrados por el Presi-
dente de la República y dos elegidos por el Claus-
tro Pleno.
Las atribuciones del Consejo son amplias y
esencialmente liberales; se refieren especialmente
a la dictación de los planes de estudio y reglamen-
tos internos de los establecimientos fiscales de
— III —
enseñanza secundaria y superior; a la determina-
ción de las pruebas finales para obtener los gra-
dos universitarios; a la proposición de aumentos
o suspensiones de cursos en los colegios del Es-
tado; a la determinación de las pruebas a que
deben someterse los profesores contratados; a la
designación del profesorado secundario y supe-
rior; a la resolución de las cuestiones que se sus-
citen sobre la.validez y dispensa de grados; a la
inspección de la enseñanza en todos los estable-
cimientos de educación secundaria y superior, y
de los privados de la misma categoría en lo que
se refiere a la higiene, moralidad y seguridad de
los alumnos y empleados, y finalmente, a la co
rrespondencia con las Universidades y demás
corporaciones científicas extranjeras.
La amplitud de estas atribuciones hace del
Consejo un cuerpo respetable, obligado a impri-
mir a la educación un rumbo que nunca pueda
impugnarse de sectario, y a mantenerse dentro
de una atmósfera serena, que no perturben ni las
pasiones personales, ni las controversias religio-
sas o políticas.
— III —
L A S T A R R I A
En el mismo año en que se inauguraba bajo
tan felices auspicios la Universidad de Chile, el
eminente sociólogo, literato, político y maestro
don José Victorino Lastarria presentaba a la Cá-
mara de Diputados el primer proyecto de una
ley orgánica para la difusión y mejoramiento de
la educación primaria.
En el discurso que precede a dicho proyecto
se afirma que «el Gobierno tiene el pensamiento
de aprovecharse de la corporación de la Univer-
sidad para hacer, el arreglo de la instrucción pri-
maria en la República y formar un plan de ascen-
sos y recompensas para los maestros de primeras
letras que se distingan por su contracción y buen
desempeño de sus funciones, (i)
El proyecto promovió un largo e interesante
debate.
El Mercurio de Valparaíso hizo el estudio mas
completo del proyecto, de las objeciones que se
le hicieron y de los interesantes problemas que
con oportunidad de aquella moción dilucidó la
Cámara.
(1) Lastarria.—Discursos parlamentarios.
— III —
«Es decir, una verdadera novedad si nó preci-
samente por el celo y las luces que arguye el te-
nor de la moción en el diputado que la presenta,
sino porque este paso parece ser el primero que
se da en nuestro país hacia el grande objetivo de
sistemar y regularizar la enseñanza.
«Hasta aquí se han visto, en verdad, muchos
esfuerzos patrióticos ya por parte de los Congre-
sos, ya por parte de los Gobiernos, para fomen-
tar la instrucción primaria; así es que en este
sentido no es una cosa nueva la moción del señor
Lastarria; pero aún no había asomado el propó
sito de reglamentar las escuelas y de darles una
forma idéntica en toda la República sobre bases
fijas y tan amplias cual requiere el estado de
nuestra civilización y de las urgentes necesidades
del país.
:< La instrucción primaria no está regularizada
en Chile, y en blanco se halla todavía la página de
nuestras instituciones sobre el ramo de nuestra
enseñanza, aguardando a que la llenen nuestros
ilustrados sistemadores. Hay materiales dispersos
y buenos deseos por do quiera; mas no existe el
lazo que debe unirlos y darles una tendencia con-
céntrica, ni hay una declaración legal que pueda
servir de regla al Gobierno y mostrar al pueblo
sus responsabilidades. Abusos y vacíos se sienten
en todas partes y estamos cansados de los reme-
dios y de las necesidades mezquinas».
A la satisfacción de esjas necesidades intensa-
mente sentidas todavía, estaba encaminada la
obra de Lastarria.
Las ideas culminantes de su moción son las si-
guientes:
«Clasificación de la enseñanza primaria en ele-
mental y superior.
Obligación de las Municipalidades de mantener
escuelas primarias gratuitas de ambos sexos en
la proporción que sus fondos les permitan.
Obligación de todos los conventos y monaste-
rios de mantener escuelas públicas elementales
gratuitas.
Validez e importancia para servir en las escue-
las públicas, del título de normalista otorgado por
la Escuela Normal del Estado.
Inhabilidad para desempeñar las funciones de
maestros, de los individuos procesados o conde-
nados por delitos que merezcan pena infamante
o aflictiva. t
Memoria Histórica 7
— 123 —
Fijación de los sueldos del preceptorado; pre-
mios.
Juntas directivas departamentales.
Ingerencia de la Universidad del Estado y es-
pecialmente de la Facultad de Humanidades en
la dirección de la enseñanza primaria.
Tras ej primer debate que esta moción originó
en la Cámara, su autor la retiró para llevarla a
la Universidad, con el objeto de que la ilustración
y el patriotismo de los consejeros pudieran dar
mayores ]uces al país y a la Cámara sobre este
trascendental problema. La prensa, sin embargo,
lo recogió desde luego y suscitó las diversas con-
troversia^ que desde entonces han traido el cri-
terio nacional dividido en distintas corrientes de
opinión.
La Universidad lo estudió con detención en la
Facultad y en el Consejo, y don Antonio García
Reyes, recogiéndolo nuevamente, lo presentó a la
legislatura de 1848 con el apoyo de su autor.
Al finalizarse el debate y después de numero-
sas objeciones, se suscitó la discusión mas entu-
siasta sobre el problema de los fondos que debian
destinarse al fomento de la enseñanza primaria.
Si el tesoro público destinaría la totalidad de
— III —
los fondos que se invirtieran en el ramo, o si co-
rrespondía mas directamente a las municipali-
dades esta atención preferente, lo que indica que
ella se efectuaría con fondos de la localidad, o si,
finalmente, como cuestión ^nte todo de interés in-
dividual, ella debía sostenerse con el producto de
una nueva contribución dedicada a este solo y
exclusivo objeto: he aquí planteado en el difícil
aspecto económico aquel gran problema educa-
cional.
¿Debía crearse un fondo especial para el sos-
tenimiento de las escuelas primarias? El señor Las-
tarria contestó negativamente en la Cámara; del
mismo modo opinaba la Facultad de Humanidades.
La edución primaria ¿correspondía, pues, al
Estado o a la localidad? El señor Lastarria con-
testaba: ;<Para mí no cabe duda que al Estadó,
en países nuevos como el nuestro».
i Mientras la civilización no se desarrolle sufi-
cientemente para emancipar la esfera de las cien-
cias y de la educación dándole una vida propia
que haga inútil la intervención del Estado, es im-
posible dejar la educación al cuidado de la loca-
lidad; se nos cita el ejemplo de Norte América,
también lo tuve presente. Pero ¡qué diferenciál
IOI
En Norte América es un negocio de la familia,
porque cada padre atiende a ello como a su pro-
pio asunto, a causa sin duda de ese espíritu naci-
do de la civilización y la riqueza. Cada padre de
familia concurre allí con su cuota al fomento de
la instrucción y lo hace expontáneamente porque
cree que el hacerlo es un deber social. ¿Podría
conseguirse igual cosa en Chile por mas que se
le impusiese esta obligación por cuantas leyes se
dictaran? Podría siquiera conseguirse en Santiago
y en Valparaíso, que son los pueblos mas adelan-
tados de Ja República? No estamos viendo lo que
cuesta ahpra recaudar unos cuantos reales por la
contribución de sereno y alumbrado público? ¿Qué
no costaría la de cuatro reales más que se impu-
siera por la educación? No exagero si digo que
estó podría ser causa de una revolución La edu-
cación primaria en Chile tiene por enemigos la
pobreza, }a incuria de las familias y lo diseminado
de la población. Talvez esto último es lo que im-
pone maypres dificultades, hasta el extremo de no
corresponder el provecho de las escuelas existen-
tes a las sumas que en ellas se invierten», (i)
(1) LasUrrá—Discursos parlamentarios, primer» serie.
IOI
I I
Aplazóse la discusión de ese proyecto, y rea-
bierta 1111 mes después, don Manuel Montt pre-
sentó por encargo de la Cámara una nueva forma
de la moción Lastarria, recogiendo las ideas ver-
tidas por la Cámara y la prensa, y agregando al-
gunas de su propio haber.
Nombróse entonces una nueva comisión para
que refundiese los dos proyectos en urío solo, el
cual debía presentar alguna fórmula para resol-
ver o para evitar los inconvenientes que ofrecía
una nueva contribución para ese objeto.
Brillante fué el discurso de Lastarria defendien-
do el proyecto primitivo, cuyas cláusulas esencia-
les conocemos.
«Mucho se pondera en el proyecto del señor
Montt, exclamaba, la necesidad que tiene la Re-
pública de proveer a la instrucción primaria y de
propagarla. ¿A qué fin? ¿Quién no está convenido
con esto? ¿Quién puede formar cuestión sobre el
particular? Un tomo entero que se escribiera so-
bre esto, podría reducirse a estas palabras. «La
República tiene por primera necesidad la de pro-
pagar la instrucción primaria». Esto está en el
corazón, en la conciencia de todos»,
102
«Se quiere hacer entender que el segundo pro-
yecto provee mejor a esta necesidad, y yo creo
que nó: la difenencia que hay entre ambos es que
uno es realizable y el otro no lo es; y yo creo que
cuando la Cámara da una ley, debe dar una que
sea practicable: ha de tener presente que debe
hacer una ley antes que una ilusión».
III
La comisión nombrada por la Cámara, com-
puesta por don Salvador Sanfuentes, don Manuel
Ramón Infante y don Juan Bello, formuló su opi-
nión, apoyada por el señor Lastarria, pronuncián-
dose en contra de una nueva contribución y for-
mando los fondos de la educación primaria con
la cantidad que anualmente le asigna el tesoro
público, con la qué las municipalidades destinan
al mismo objeto y con «las erogaciones que cada
municipal podría cobrar a los padres pudientes,
cuyos hijos se educaran en las escuelas del de
partamento o en escuelas sostenidas con fondos
fiscales o municipales».
IV
De las obras didácticas de Lastarria, podríariios
citar numerosas en estas líneas. Bástenos recor-
— ic>3 —
dar sus «Lecciones de Geografía moderna»,
(1838), la primera nacional de este ramo, escrita
para los alumnos del célebre colegio del presbíte-
ro don Juan de Dios Romo, fundado en 1836 y
en el cual el autor inició a los 20 años su carrera
pedagógica; sus «Recuerdos Literarios» en cuya
primera parte se exponen las ideas pedagógicas
dominantes en la época de Bello; su obra «Ob-
jeto de la Educación Social», dedicada a la So-
ciedad de Instrucción Pública; «El Libro de Oro
de las Escuelas», aprobado como texto de lectu-
ra por el Consejo Universitario, en que trata de
propagar la moral independiente; y la traducción
del Compendio de Moral Racional de Courcelle
Seneuil.
Al lado de esta labor literaria, recordemos al
terminar estas líneas su trabajo práctico, incan-
sablemente ejemplarizador en bien de, la educa-
ción primaria, que se manifestó en 1844, a p e .
tición del Ministro de Instrucción Pública, por
visitas a las escuelas de la capital para tomar co-
nocimiento de sus deficiencias mas sensibles y
para proponer medidas que tendieran a remediar"
las; en 1 849 por la cooperación que prestó a las
comisiones visitadoras de las escuelas; y finalmen-
— ic>4 —
te por la elaboración de los programas de Geo-
grafía y Gramática Castellana.
La obra vastísima de este insigne maestro de
Chile, esbozada aquí tan a la ligera, ha sido ex-
puesta en el admirable libro «Lastarria y su tiem-
po», de don Alejandro Fuenzalida Grandón.
GORBEA
En el tomo XVIII de los Anales de la Univer-
sidad, correspondiente al primer semestre de
1861, aparece en relieve la obra del eminente
profesor español don Andrés Antonio de Gorbea,
debido a la pluma de don Manuel Salustio Fer-
nández, miembro de la Universidad de Chile en
la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
Había venido a-Chile en 1823 contratado para
profesar las Ciencias Matemáticas en el Instituto
Nacional, y contribuir, como eficazmente lo hizo,
a la reforma que ideaba el Gobierno.
Su gran contribución al desarrollo de la ense-
ñanza secundaria, superior y especial, le han he-
cho acreedor al reconocimiento público.
«Consagrado-incesantemente a las nobles ta-
reas del magisterio, su vida no era sino la vida
del profesor y del sabio. Estudiaba diariamente,
— i o s —
porque era máxima suya que el tiempo bien em-
pleado le aprovechaba al discípulo».
En i 843 interrumpió su enseñanza con verda-
dero pesar para ejercer el cargo de director del
Cuerpo de Ingenieros Civiles. Ese mismo año fué
uno de los miembros fundadores y primer decano
de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas
de la Universidad.
En 1850 volvió a su cátedra del Instituto a dar
lecciones de mecánica racional aplicada. «Compo-
níase su numeroso auditorio de los jóvenes mas
adelantados en matemáticas y aún de profesores
del ramo, que asistían gustosos a escuchar su
elocuente .palabra, revestida del prestigio que le
daban la antigüedad de sus títulos y su afamada
nombradía». (¡)
D O M E Y K O
Es otro de los grandes colaboradores de la en -
señanza secundaria y superior.
Habia nacido en Polonia en 1802, cursado hu-
manidades en un colegio de escolapios, ciencias
físicas y matemáticas en la Universidad de Vilna,
y mineralogía en Paris.
(1) Ponce.—Bibliggrafía pedagógica, página 214.
— l o ó —
Vino a Chile en 1838, contratado para desem-
peñar las clases de Física, Química y Mineralogía
en el colegio de Coquimbo o sea en el actual Li-
ceo de la Serena, donde trabajó cinco años, re-
velando sus altas condiciones de profesor ilustra-
do y laborioso.
«Don Ignacio Domeyko tomó parte principal
en las reformas realizadas en el Instituto Nacio-
nal durante el rectorado de don Antonio Varas.
En su memoria sobre el modo mas conveniente
de reformar la instrucción pública en Chile, pu-
blicada en los números 26 y 27 de 29 de Diciem-
bre de 1842 y 5 de Enero de 1843 del Semana-
rio de Santiago, define la finalidad de la instruc-
ción y propone un plan de estudio general, sin
atender a la profesión 11 ocupación futura de los
alumnos y en conformidad al sistema denomina-
do concéntrico; la creación de visitaciones'de li-
ceos; el establecimiento de una escuela normal de
profesores y la fundación de una academia de
pintura y otra de música.
Al organizarse la Universidad de Chile en
1843, Domeyko fué designado uno de los miem-
bros fundadores de la Facultad de Ciencias Físi-
cas y Matemáticas.
— ic>7 —
En 1850 habia publicado ya numerosos estu-
dios, folletos y libros, con los cuales habia cimen-
tado dentro y fuera del país su reputación de
sabio naturalista y escritor científico y ameno.
En 1852 fué nombrado para el cargo de dele-
gado universitario, o sea jefe de la sección supe-
rior del Instituto Nacional. Son innumerables sus
servicios en el desempeño de este destino, pres-
tados 110 solo a los cursos científicos sino a las
escuelas de pintura, escultura y arquitectura,
anexas a dicha sección.
En 1867, en vista de la terna formada por el
Claustro Pleno de la Universidad, el Gobierno le
designó para las funciones de rector de esa cor-
poración, sucediendo a don Andrés Bello y a don
Manuel Antonio Tocornal.
Su «Reseña de los trabajos de la Universidad
desde 1855 hasta 1872», es una pieza acabada.
Forma un cuadro completo y animado de la
instrucción y de la literatura en Chile durante el
período referido.
Los historiadores de nuestro tiempo no pueden
menos de leerla y consultarla para sus investiga-
ciones».
El venerable sabio se retiró de la enseñanza
— ic>8 —
en 1883 después de servirla 46 años continuos.
Emprendió entonces un viaje a su tierra nativa y
volvió a morir a su segunda, patria. (1)
(1) Ponue—Bibliografía Pedagógici Chilena.
Administración Montt i
La administración de don Manuel Montt, cuya candidatura representaba el espíritu civil en la primera: magistratura y dentro de su mismo parti-do el principio de autoridad en contra de los mo-vimientos populares que promovieron los princi-pios liberales, pudo, a pesar del agitadísimo pe-ríodo en que se inició, continuar la benéfica obra educacional que el ilustre Presidente habia hecho como rector del Instituto Nacional y como Minis-tro de Instrucción de don Manuel Quines.
Asegurada la paz con la derroca del general Cruz, y sofocada con el ostracismo la revolución, el Gobierno se consagró a las tareas administra-
1 1 0
tivas, reorganizando la Hacienda Pública, tendien-do ferrocarriles, dando base al crédito agrícola, poniendo en vigencia los códigos. Pero su obra imperecedera es, sin duda, la obediencia al man-dato constitucional en orden a educación.
El corazón de aquel hombre superior parecía latir con el de Horacio Mann: «En nuestro país y en nuestros días, nadie es digno del título hon-roso de hombre de Estado, si la educación del pueblo no ocupa el primer lugar en su programa de administración. Un hombre puede ser elocuen-te, conocer a fondo la historia, la diplomacia, la jurisprudencia, y esto sería suficiente caudal en otros países para que pretendiera el concepto de que hablamos; pero si sus palabras, sus proyec-tos y sus esfuerzos no se consagran en todo mo-mento a la educación, no es ni debe ser un hom-bre de Estado americano».
Por eso aquel hombre que se, sentía y era en realidad un verdadero hombre de Estado, pasó por la administración pública dejando un reguero de luz.
Suya es la gratitud que debe la República al fundador de la Universidad y de la Escuela Nor-mal de Preceptores, en el Gobierno anterior; suya
— I I I —
la que le debe por la creación del Taller de Di-bujo en el Curso de Ingeniería, por la creación del Instituto de Sordo-Mudos, de la Escuela de Minería, de la primera Normal de Preceptoras, del Liceo de Chillan; por el plan de esludios de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, por la organización de la Sección de Bellas Artes, por el contingente de sabios que atrajo a nuestros centros intelectuales, y finalmente por la promul-gación de la Ley Orgánica de Instrucción Prima-ria.
A pesar del impulso que la obra de Sarmiento imprimió a la educación primaria y de la solicitud con que la administración del general Bulnes con-tinuó su desarrollo, fundando numerosas escuelas primarias, este servicio no era tpdavia sino un conjunto heterogéneo, sin unidad administrativa, sin clasificación de las diversas categorías de es-tablecimientos primarios, sin un sistema de op-ción a empleos y ascensos, sin determinación de planes y de programas y sin comunión de aspira-ciones en el magisterio.
Antes, sin embargo, de que concluyera aquella administración tan agitada por las pasiones poli ticas, pero tan gloriosa por el movimiento educa-
— 112 —
cional, la firma del ilustre mandatario debía pro-
mulgar la Ley Orgánica de Instrucción Primaria,
refrendada por don Rafael Sotomayor, el 24 de
Noviembre de 1 860.
En ella desarrolla el eminente estadista un plan
armonioso y completo de educación primaria, in-
dicando qué sentencias se debian seguir, qué
ciencias y qué artes enseñar, marcando rumbo
determinado al desarrollo de las escuelas para
convertirlas en verdaderos centros de cultura po-
pular, a fin de que los padres y los vecinos, ob-
servando en ellas un principio de felicidad y una
garantía de orden y de progreso, tuvieran fijas
en ellas sus miradas con paternal solicitud.
«En países regidos por instituciones republica-
nas, decía en su moción a la Cámara de Diputa-
dos en 1 848, en donde todos los miembros de la
sociedad son llamados a trabajar por el bien co-
mún, y a tomar parte mas o menos importante
en los negocios públicos, el primer deber de los
encargados de regirlos es preparar a los ciudada-
nos para que llenen sus funciones, ilustrando su
inteligencia y desarrollando en su corazón los
principios de moralidad y de virtud. Aun cuando
se prescindiera de esa consideración poderosa,
— » í 3 —
bastaría, reflexionar que el mayor bien social pa-
ra el mayor número de individuos no puede lo-
grarse sin una instrucción primaria competente,
que, al mismo tiempo que ilustre y perfeccione
el juicio, despierte la actividad y habilite para
sacar partido de los recursos personales y para
mejorar nuestra condición con un trabajo inteli-
gente »•
La Ley Orgánica de Instrucción Primaria de
1860 (1) reconoce en su artículo i.° el derecho
a la educación de todos los habitantes del Esta-
do, derecho correlativo a los deberes que impone
la sociedad, y que capacita a la vez para ejercitar
los derechos del ciudadano, que solo se hacen in-
violables cuando los gobiernos ven en sus pueblos
colectividades—no rebaños—de hombres ilustra-
dos y conscientes.
«El derecho a la instrucción competente repo-
sa en los mismos fundamentos que el que tiene
el ciudadano para que se le proteja en su perso-
na y propiedad, para que se le administre justicia
en sus contiendas, para que se le asegure la libre
publicación de sus pensamientos, y al lado de ellos
(1.) Ponce.—Prontuario de Legislación Escolar.
Memoria Histórica 8
— H 4 —
ha sido consignado en las cartas constitucionales
de algunos pueblos de Europa. Reconozcámoslo
nosotros y habremos consignado en la ley un
principio fecundo en bienes para la República.
Seguidamente , la Ley Orgánica reconoce a la
mujer igual educación que al hombre, dicta la cla-
sificación de las eseuelas en elementales y supe-
riores, cor} cuatro y seis años de estudios respecti-
vamente, fija el número de asignaturas, determina
la proporción de las escuelas con respecto a la po-
blación (una de niños y otra de niñas por cada
dos mil habitantes que contuviere la población),
instituye las escuelas temporales para las aldeas
y los campos, en que la escasez de la población
no exige escuelas permanentes, organiza las es-
cuelas normales, crea la Inspección General de
Instrucción Primaria para dirigir el servicio en to-
da la República, y ordena, lo que hasta hoy no
se ha hecho, la creación de rentas propias para la
educación primaria.
Un Reglamento General para las Escuelas Pri-
marias, up Reglamento Interno para el régimen
de las mismas, y Reglamentos Generales y Es-
peciales para Escuelas Normales, han completado
posteriormente la Ley Orgánica, de modo que
— M5 —
han satisfecho las necesidades del servicio, aun-
que a la fecha reclaman su reforma como la mis-
ma Ley.
I I
M E R C E D E S MARÍN D E L SOLAR
La educación de la mujer, nula en la Colonia,
rutinaria en la época de Sarmiento, no se reducía
al empezar la segunda mitad del siglo, en aque-
llas que tenian la suerte de recibirla, a otra cosa
que a la enseñanza primaria y al aprendizaje de
las labores propias de su sexo.
Cuando el maestro argentino abogaba en la
prensa y en la cátedra por libertar el espíritu fe-
menino, su acento se perdía en el vacío o solo
esfuerzos aislados respondían a él.
La creación de la Escuela Normal de Precep-
toras, en 1854, marca, sin embargo, un paso ha-
cia el progreso, a lo menos por entonces, en el
terreno de la educación primaria femenina.
Si en la administración Montt la enseñanza
primaria era suministrada en la capital en propor-
ción de 1 porcada 17 individuos, mayor asombro
sentimos al saber que por cada 7 hombres solo
— i r 6 —
concurría a la escuela una mujer.
Ambos sexos merecen, sin embargo, una igual
atención, porque un mismo derecho les asiste.
«La preferencia que se ha dado a los hombres, si
en la práctica ha debido disculparse por la ma-
yor dificultad con que se tropieza para crear es-
cuelas de mujeres, sería en la ley una injusticia
que privaría a la mitad de los habitantes del Es-
tado las ventajas de la instrucción, y precisamen-
te a la mitad que tiene a su cargo la formación
del corazón y de la inteligencia en la época de la
vida en que mas se graban los errores o verda-
des que se inculcan, para decidir con frecuencia
de la suerte de los hombres s>.
Una mujer, que es gloria de la república de
las letras, brillaba en la época que diseñamos, y
con cultura superior, singular para su tiempo,
abría el camino intelectual de la mujer.
No desconocía la señora' Marín del .Solar que
la función social de mayor importancia en la mu-
jer se realiza en el cumplimiento de sus deberes
en el seno del hogar, en cuya serenidad brilla sin
ostentacióp pero con luz purísima la chispa de su
ingenio; por eso mismo anhelaba el perfecciona-
miento de su cultura, su desarrollo en el cultivo
— i i 7 —
de las letras, su iniciación en el santuario de las
ciencias y las artes, y su mayor influencia en el
desenvolvimiento moral de la sociedad.
Aparte de su ejemplo nobilísimo en el trabajo
de su propia educación dado a las jóvenes de su
época, es justo consignar en esta memoria algu-
nos de sus esfuerzos intencionados en pro de la
educación de la mujer.
Su posesión del francés, que acaso alcanzó an-
tes que ninguna chilena, recreó continuamente su
espíritu en las Cartas de Educación de Mdme.
Genlis y en otras obras de la época, que dieron a
su estilo la gracia, flexibilidad y dulce sencillez que
lo distingue, e inspiraron su criterio pedagógico
haciéndole ver claramente el camino señalado a
la mujer.
La Alborada Poética de don Miguel Luis Amu-
nátegui, nos ofrece la copia de un plan de estu-
dios en el cual la ilustre chilena expresó lo que
sus felices disposiciones la habian hecho por sí
misma practicar.
Ese plan es, pues, ante todo un bosquejo de
su propia vida; y en segundo lugar, la explicación
de sus ideas en orden a educación.
Ver.dad que aquel plan es incompleto, acaso
— 118 —
por la anterioridad con que fuera redactado, y
que un desequilibrio entre la importancia capital
que asigna a la educación religiosa, y la secunda-
ria que da a las demás fases de la educación in-
tegral, hacen de él un programa impracticable en
nuestros días. Con todo, es el primer plan de
educación femenina elaborado en Chile y su au-
tora merece el reconocimiento de la Patria.
Ella da por base de la educación el principio
religioso, sin supersticiones ni prejuicios. La reli-
gión es en su espíritu un conjunto de altísimas
verdades y la práctica constante de todas las vir
tudes. ¡Hermosa concepción que no siempre ha
inspirado a la mujer en nuestra tierra!
Insistía en la necesidad de desenvolver progre-
sivamente la inteligencia de la niña, para lo cual
recomendaba el aprendizaje del francés. Pero lo
que ha. llamado más' la atención de sus biógrafos
es el hecho de que la señora Marín del Solar, no
obstante sús felices inclinaciones hacia la Litera-
tura, recomendara insistentemente que la mujer
adquiriera a ló menos los rudimentos de las cien-
cias y lá práctica de las tareas domésticas, para
que con su ilustración y sentido práctico pudiera
ser a la vez la providencia y el encanto del hogar.
— H 9 —
De un discurso pronunciado por la señora Ma-
rín en la distribución de premios de un colegio de
niñas, tomamos el siguiente párrafo, para engala-
nar el afectuoso recuerdo que aquí hacemos de
su obra educadora:
«Vosotras tornaréis algún dia al hogar pater-
no, y, empezando a dejar de ser niñas, haréis al
lado de vuestras madres el aprendizaje de las
virtudes domésticas, tanto mas necesarias cuanto
ellas son la herencia de la mujer y están de acuer-
do con su naturaleza y con su posición. Solo el
desorden de las costumbres, el trastorno de to-
dos los principios, pueden hacer que se miren en
una sociedad como bajos y despreciables los cui-
dados caseros. Ellos nos recuerdan los cuadros
mas interesantes de la Biblia, aquella sencillez
primitiva tan eocantadora en la pluma de los es-
critores antiguos; las nobles castellanas de la
Edad Media, cuyo modesto decoro templaba por
su dulzura el carácter agreste de aquellos siglos
de hierro y la índole demasiado belicosa de sus
esposos y de sus padres. Creedme: nunca es mas
interesante una mujer que, cuando retirada en el
interior de su familia, regla las ocupaciones, cuida
de la economía, entabla el orden en todo y aplica
120
sus dedos industriosos a la'costura y al bordado.
Los griegos divinizaron este arte y lo asociaron
a la sabiduría en la imagen de Minerva; y las
princesas mas elevadas de todos los tiempos lo
han practicado en medio del esplendor de sus cor-
tes. No es en el tumulto de los saráos, rodeadas
del oropel del lujo donde vuestras gracias apare-
cerán mas seductoras, ni donde inspiraréis afec-
ciones mas fuertes y profundas. En el hogar do-
méstico, os lo aseguro, no faltarán ojos penetran-
tes que se fijen en todo ese conjunto de prendas
que prometen una felicidad duradera. Pero cuan
tos hechizos podéis aún añadir al mérito sólido,
si desenvolviéndose en vosotras el sentimiento de
lo bello, quereis cultivar los talentos agradables
y adornaros con ese lujo del arte y de la natura-
leza que tanto realza al ser humano'. Entonces
vuestro imperio será mucho mayor, no lo dudéis,
y jamás el fastidio vendrá a perseguiros en las
horas de vuestro descanso. ¡Qué de veces he vis-
to yo correr dulces lágrimas por el rostro de un
padre a quien acosaban las penas, al oir la voz
melodiosa de su hija, ya entonando un aire ex-
presivo, ya vertiendo sus pensamientos en una
conversación sazonada por la finura, la discreción
121
y el ingenio! Las madres ven desaparecer con
indiferencia al lado de tales hijas los atractivos de
su propia belleza, y no temen para la vejez el
menosprecio y el olvido, pues saben que serán
indemnizadas de sus desvelos por aquellos mis-
mos seres inocentes a quienes los han consagra-
do, y que con el tiempo se tornan en verdaderas
madres y protectoras de las que les dieron el ser.
Aspirad, niñas, a una felicidad tan pura», (i)
III
S A Z I E
El sabio filántropo francés don Lorenzo Sazie
había venido a Chile bajo la administración de
don José Joaquín Prieto, pero su actividad se des-
plegó mas intensamente después de la fundación
de la Universidad, bajo los gobiernos de Bulnes,
de Montt y de Pérez.
Por espacio de 30 años numerosos discípulos
escucharon sus enseñanzas: del eminente sabio
puede decirse con justicia que es uno de los fun-
dadores en Chile de la carrera médica.
(1) M. L. Amunátegui.—Alborada Poética.
122
Sazie era un hombre y un maestro extraordi
nario. A su talento preclaro, a su laboriosidad
singular, al espíritu filantrópico con que abrazó
su profesión,.unía la suerte de haber sido en Pa-
rís discípulo de los eminentes profesores de la
época: Cuvier, Orfila y Gay-Lussac, entre otros.
«Bruossais decíaj hablando de él, -¿que estaba
dotado de sólida intuición y que tenía todas las
cualidades necesarias para ser un excelente pro
fesor»; Velperan: « que era apto para llenar las
mas altas exigencias de la cirugía y la medicina»;
M Emery: «que habia dado pruebas de alta ca-
pacidad médica y quirúrgica, y que durante el
tiempo que habia estado como interno en su ser
vicio, habia desempeñado sus funciones con celo
y talento dignos de los más grandes elogios»; el
barón Dublois: «que el celo y abnegación del joven
Sazie solo podían compararse con la solidez de
sus conocimientos»; Jober: ««que él en su servicio
se habia distinguido por su talento, no solo como
médico práctico, sino como hombre erudito y sa-
bio»; M. Maury: «que estaba a la altura de todas
las misiones que se le confiaran y que era digno
de todo el interés que por él se tuviera». He aquí
las razones que nos autorizan para llamarle un
— III —
hombre eminente; he ahí las razones que deter-minaron a Orfila a recomendarle, al Gobierno de Chile como la persona mas a propósito para lle-nar sus exigencias Rarísimo es encontrar reuni-das en un solo individuo las cualidades que ador-naban al doctor Sazie; el hombre que las posee es un hombre extraordinario». (i)
El día en que el país perdió a aquel eminente sabio, que la Representación Nacional habia hon-rado expontáneamente con la ciudadanía chilena, la Facultad de Medicina perdió a uno de sus mas activos profesores, los infelices a uno de los mas abnegados filántropos y el cuerpo médico chileno al mas ilustre de todos sus fundadores.
(1) Adolfo Valderrama.—Biblioteca de Escritores de Chile.— Obras escogidas.
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Administraciones Pérez, Erráznriz y Pinto.
i
P H I L I P P I
El sabio naturalista don Rudulfo Armando Phi-lippi, que tanta influencia ejerció durante medio siglo en el desarrollo científico de la nacionalidad chilena, habia sido educado por el mas eminente educador de los tiempos modernos, el profundo y tierno Pestalozzi, en el célebre Instituto de Iverdon.
Doctor en medicina titulado en Berlín, director de la Escuela Politécnica de Hesse-Castel, ya era
I 20
su nombre conocido en el campo de la ciencia
cuando vino a Chile, por feliz oportunidad de fa-
milia, y empezó a servir en la causa intelectual
de la nación.
Miembro corresponsal de la Universidad de
Chile en 1852, rector al año siguiente del Liceo
de Valdivia, profesor de Botánica y Zoología, y
director del Museo Nacional poco después, pro-
fesor de Geografía Física y de Historia Natural
del Instituto Nacional en 1868, miembro del
Consejo de Instrucción Pública dos años después
y en 1872 miembro honorario de la Facultad de
Medicina, su carrera luminosa no solo es notable
por sus ascensos en el escalafón de la educación
pública sino por innumerables memorias, infor-
mes, comisiones y obras científicas, entre las cua-
les recordamos sus Elementos de Historia Natu-
ral y sus Elementos de Botánica.
Recordaremos siempre como la apoteosis en
vida de aquel ilustre maestro—de uno siquiera
—aquel que rindió la Universidad en el nonagé-
simo aniversario de su nacimiento (1898) al últi-
mo sobreviviente de los discípulos de Pestalozzi,
al sabio de reputación universal.
— III —
11
Pasaron muchos años antes que el Gobierno
cumpliera los anhelos de doña Mercedes Marín
del Solar, organizara la enseñanza femenina y le
diera la clasificación gradual y completa que ha
alcanzado en nuestros días.
Mientras se desenvolvía la educación de la mu-
jer con el benéfico resultado de la Escuela Nor-
mal de Preceptoras, y con la Ley Orgánica de
1860, algunas congregaciones religiosas intenta-
ban una educación mas esmerada para la alta cla-
se social. Nada por cierto era aquello de lo que
es hoy la educación secundaria femenina; pero
ese fué, y debemos declararlo con justicia, su
principio entre nosotros.
Vino en seguida la apertura de los liceos
particulares no congregacionistas, en donde han
prestado eminentes servicios la señora Manue-
la Cabezón en Valparaíso, y en Santiago las
señoras Josefa Cabezón, Antonia Tarrago, Isa-
bel Le-Brun de Pinochet y Mercedes Turenne.
Estos liceos merecieron de aquellas adminis-
traciones en que se fundaron, la confianza y ayuda
pecuniarias que necesitaban para surgir en un
— 123 —
medio que todavía no era propicio a un vasto
desarrollo de la cultura femenina.
Es de particular importancia el decreto de 6
de Febrero de 1877, que declara que las mujeres
pueden dar exámenes para obtener títulos profe-
sionales, sujetándose a las mismas reglas que los
hombres.
Lleva la firma del Presidente Pinto y de su
Ministro don Miguel Luis Amunátegui.
Dice así:
«Considerando:
i.° Que conviene estimular a las mujeres a que
hagan estudios serios y sólidos;
2.0 Que ellas pueden ejercer con ventaja algu-
nas de las profesiones denominadas científicas; y
3.0 Que importa facilitar los medios de que
puedan ganar la subsistencia por sí mismas,
Decreto:
Se declara que las mujeres deben ser admitidas
a rendir exámenes válidos para obtener títulos
profesionales con tal que ellas se sometan para
ello a las mismas pruebas a que están sujetos los
hombres».
Nueve años después, el 27 de Diciembre de
1886, doña Eloísa Díaz obtenía el primer título
129
universitario. El Rector don Jorge Huneeus, al
licenciarla en Medicina y Farmacia, le presentaba
las felicitaciones del Consejo y las suyas perso-
nales, por haber sido la primera persona de su
sexo que habia obtenido este grado en la Univer-
sidad de Chile.
Era también la primera doctora de la América
del Sur.
Finalmente, se abren los liceos fiscales de ni-
ñas, que marcan un enorme progreso en las ideas
pedagógicas, y habilitan a la mujer para el estu-
dio de las profesiones liberales.
De estos liceos, cuyo desarrollo es felizmente
acentuado, solo el Superior, anexo al Instituto
Pedagógico, está sometido al Estatuto Universi-
tario, como lo ordena la ley para todos; los demás
dependen directamente del Ministerio.
III
Es de importancia para la educación la pro-
mulgación del Código Civil, 14 de Diciembre de
1855, y la del Código Penal, 12 de Noviembre
de 1874, que vamos a considerar conjuntamente.
El Código Civil establece en su Art. 222 que
Memoria Histórica 9
125
«incumbe al padre o madre que ha reconoci-
do al hijo natural los gastos de su crianza y edu-
ción». Se incluirá en esta, por lo menos, la ense-
ñanza primaria y el aprendizaje de una profesión
u oficio; en el Art. 434 establece «que la conti-
nuada negligencia del tutor en proveer a la cón-
grua- sustentación y educación del pupilo es mo-
tivo suficiente para removerle de la tutela», en el
Art. 241 dice: «la obligación de alimentar y edu-
car al hijo que carece de bienes pasa, por falta
o insuficiencia de los padres, a los abuelos legíti-
mos; por una y otra línea conjuntamente, y por
último, en el Art. 323, al hablar de. los alimentos
que se deben por la ley a ciertas personas, esta-
blece que «los alimentos sean congruos o nece-
sarios, comprenden la obligación de proporcionar
al. alimentario menor de 25 años, la. enseñanza
primaria y la de alguna profesión u oficio».
El niño chileno tiene, pues, el derecho de ser
criado y educado.
El Código Penal, por su parte, afianza ese de-
recho en su Art. 494, N.° 15, diciendo: «sufrirán
la pena de prisión en sus grados medio a máximo,
o multa de 10 a 100 pesos, los padres de familia o.
los que legalmente hagan sus veces, que abando-
— i 3 i —
nen a sus hijos, no procurándoles la educación que permitan y requieran su clase o facultades».
Existe, pues, en Chile la Educación Obligatoria establecida en los códigos, es decir, existe implí-citamente la educación primaria obligatoria: falta solo que una ley especial determine la manera de cumplir ese sagrado deber, y que establezca las causas que eximen de esa responsabilidad.
IV
La Ley Orgánica de la Universidad de Chile, de Noviembre de 1842, había venido completán-dose con una serie de disposiciones y modificán-dose en lo que tenían de inadecuados sus Esta-tutos.
Entre los vacíos que se llenaron hasta organi-zar las reformas en la nueva ley de 9 de Enero de 1879, figuran el reglamento del Consejo de la Universidad y el reglamento para la concesión de grados en las diversas Facultades (1844), las formalidades que deben observarse para el nom-bramiento de miembros honorarios y correspon-sales (1848), el reconocimiento de las universida-des extranjeras (1866), la reparación del Institu-to Nacional, el establecimiento de la Delegación
— 132 —
Universitaria, el plan de estudios médicos y lega-
les (1868), los de la Facultad de Ciencias Físi-
cas y Matemáticas (1853), el establecimiento de
la sección de Bellas Artes (1858), el plan de exá-
menes secundarios y superiores (1867), el plan
de estudios para el Instituto Nacional y los liceos
provinciales (1872), las condiciones de los textos
de enseñanza, la oposición a las cátedras, los re-
glamentos especiales de los liceos, y otras dispo-
siciones. Al reorganizar el servicio de educación
secundaría y superior, los legisladores aseguraron
una vez el carácter gratuito de la enseñanza, el
derecho de toda persona, natural o jurídica, a
quien la ley no se lo prohiba, de fundar estable-
cimientos de instrucción secundaria superior y en-
señar pública o privadamente cualquiera ciencia o
arte, sin sujeción a métodos ni a textos especia-
les, la excención del servicio militar obligatorio
de los empleados y alumnos de los establecimien-
tos secundarios y superiores, la constitución del
Consejo de Instrucción Pública y de las diversas
Facultades, la clasificación de los establecimientos
secundarios en dos categorías; el plan que decre-
ta el aumento de cursos especiales, la reglamen-
tación de los exámenes que confieren grados y
— 133 —
títulos, y finalmente la colación de grados, qiie
tantas controversias suscitó.
Muchas veces se ha hecho una observación ge-
neral a nuestros estudios universitarios en lo que
se relaciona con su larga extensión. Ello hace
que el alumno viva lo mejor de su juventud con-
sagrado casi completamente a la teoría; por esa
misma prolongación los estudios son gravosos a
la juventud, privando a la nación del talento de
muchos jóvenes pobres que no se atreven a em-
prenderlos, o haciendo que los que a ello se deci-
den, tengan que empeñarse a la vez en trabajos
extraños al estudio para libertar a la famila de
gastos onerosos.
Para terminar estos rasgos de nuestra educa-
ción universitaria, vamos a repetir aquí las inspi-
radas palabras dichas por el eminente Rector don
Manuel Barros Borgoño en el Congreso Pedagó-
gico de 1902, quien, al terminar su brillante con-
ferencia sobre la reorganización de la'Universidad
— 134 —
y después de abogar valientemente por la dero-
gación de las incompatibilidades parlamentarias y
judiciales, por la autonomía universitaria en ma-
teria económica, por acentuar las tendencias in-
vestigadoras en la enzeñanza, concluía haciendo
votos porque el Gobierno y el pueblo de Chile
ensancharan los horizontes de esa institución.
«La'Universidad no sería, dijo, un recinto cerra-
do y estrecho, cuyo único fin es formar profesio-
nales, sino un templo abierto al culto de las cien-
cias y de las letras, en donde toda idea encontra-
ría eco, toda aspiración cobraría estímulo, todo
calor tendría hogar: sería lo que debe ser una
Universidad, lo que nuestros padres desearon
que fuera; no la pálida sacerdotisa que en la so-
ledad del santuario conserva el fuego sagrado,
sino la diosa augusta que lanza de su frente rau-
•dales de ciencia y luz».
V
Desde la fundación del Instituto Nacional- has-
ta la creación de la Universidad de Chile el Go-
bierno se había preocupado solo accidentalmente
de la educación secundaria; pero dióle al fin una
forma definitiva en la Ley Orgánica, forma que so-
— III —
lo vino a reformarse en la ley del 79. Se compren-
de que la correlación de este grado de la ense-
ñanza, con la primaria en su punto inicial y con la
superior a su término, debía ser una exigencia
primordial, si obedeciendo a un precepto de la
Constitución, se había de hacer de toda la ense-
ñanza un sistema armónico de educación nacional.
No investiguemos las causas que se han opues-
to a realizar esas miras. La división profunda que
marcan en las clases sociales de la nación el Li-
ceo y la Escuela Primaria, la institución de las
preparatorias y la relegación en las escuelas de
los hijos del pueblo, son hechos que han contra-
riado la armonía del sistema y merecido distintas
y enojosas apreciaciones.
Los establecimientos de educación secundaria,
de primera y segunda clase, internos, externos y
de medio pupilaje, han venido desarrollándose
desde el ministerio de don Manuel Montt, con es-
píritu de libertad para el profesor en la designa-
ción de los textos, y en lo que se refiere a la en-
señanza religiosa, con la cláusula de conciencia,
que deja al padre la facultad de eximir a su hijo
de la enseñanza católica.
El Instituto Pedagógico, fundado en el ministq-
— III —
rio Bañados Espinosa de la Administración Bal-
maceda, acrecentó enormemente el mejoramiento
de los liceos, empezando a formar el personal
idóneo para la enseñanza secundaria y preparan-
do profesores para las humanidades superiores.
De los 36 liceos fiscales de hombres que exis-
ten en el país, figura en primera línea el Instituto
Nacional, cuya separación de la Universidad se
decretó en 1847; Internado Barros Arana, que
funciona en un grande edificio construido bajo la
administración Balmaceda; el liceo de Aplicación
anexo al Instituto Pedagógico, en donde hacen
su práctica profesional los que se preparan para
el profesorado secundario, y algunos liceos de
provincias, entre los cuales sobresale en primer
lugar, el de Concepción, fundado en 5838, bajo
el ministerio de don Mariano Egaña y con la pa-
triótica ayuda del Obispo de esa diócesis, de cu-
yo patriotismo habla el decreto de fundación, y
que sucedió al Instituto Literario Provincial de
Concepción.
El decreto que estableció en él el Curso de
Leyes, germen de lo que será algún día nuestra
segunda Universidad, lleva las firmas del Presi-
dente don José Joaquín Pérez y de su ministro
— 137 —
don Federico Errázuriz Zañartu.
Estos mismos estadistas dictaron en 1866 el
reglamento interno que lo rige.
VI
Obra de alto reconocimiento cívico es la del re-
cuerdo cariñoso que debe conservar la conciencia
chilena de los propulsores de la enseñanza secun-
daria.
Bello y Montt, Lastarria y los Amunátegui,
don Sandalio Letelier, don Gonzalo Cruz, don
José Alejo Fernández y el ilustre historiador don
Diego Barros Arana son, entre otros ya nombra-
dos o que no mencionamos en razón de la ex-
tensión d e . e s t a reseña, acreedores por su tra-
bajo en bien de las luces a la gratitud de este
pueblo que paga tarde, pero que paga al .fin a los
que se sacrifican por su bien, a los que lo enalte-
cen con sus virtudes y lo dignifican con el ejem-
plo de su dedicación al trabajo y su consagración
al apostolado de la enseñanza.
V I I
AMUNÁTEGUI
Es difícil diseñar la obra inmensa de este ilus-
tre estadista. A través de los Anales Parlamen-
- 138 -
tarios, de los Anales de la Universidad, de la
prensa y de la tribuna, su obra incansable, ins-
pirada en el mas puro patriotismo, aparece dise-
ñando con enérgicos rasgos su figura.
Profesor y estadista, la preocupación constante
de su espíritu fué la educación pública, cuyos re-
sultados, decía, «son,los mas decisivos en la suer-
te futura de un pueblo», y con profusión podrían-
se indicar sus numerosos discursos, sus estudios
didácticos e históricos, sus trabajos prácticos des-
de la Universidad, desde su asiento en las Cáma-
ras, desde el Ministerio de Instrucción Pública.
Jefe de sección del Ministerio de Instrucción
Pública, creó en 1853 la estadística completa de
este ramo. Sus estudios de Instrucción Pública
«contienen las memorias anuales del mismo Mi-
nisterio en los años 1877 y 1878, cuando él de-
sempeñaba esa cátedra. Se diferencian esas dos
memorias de todas las anteriores en que encie-
rran numerosas y acertadas observaciones peda-
gógicas, expuestas con un arte literario que le
era característico. Su personalidad eminente ha
abarcado en su carrera de escritor, secundado
hábilmente por su hermano Gregorio Víctor
Amunátegui, todos los ramos desde el de histo-
— 139 —
riador hasta el de periodista. Sus obras todas «se
distinguen por su. lenguaje puro y correcto, por
la claridad de las ideas, por la lógica de racioci-
nio, por los principios luminosos que propagan,
y por el orden y método que sabe dar a la expo-
sición». (i)
De la «Recopilación de sus Discursos Parla-
mentarios », tomamos algunos párrafos de un dis-
curso sobre el estado y el fomento de la ense-
ñanza pública, la intervención del Estado en la
resolución del problema educacional.
« ¿Debe el Estado, decía, dirigir la enseñanza
pública?
¿Debe esforzarse por instruir, para que mayor
número de ciudadanos que sea posible, adquiera
una cierta copia de conocimientos?
Todos, al parecer, estamos de acuerdo en que
el Estado debe fomentar la enseñanza de aquellos
ramos que, según la clasificación admitida entre
nosotros, constituyen lo que se llama la enseñan-
za primaria.
¿Semejante mínimum de instrucción sería sufi-
ciente para una sociedad que'aspira a ser com-
(1) Cortés.—Diccionario Biográfico Americano.
— III —
prendida entre las que merecen el dictado de cul-
tas?
Pudiera ser muy bien que algunos lo creyesen
así en el secreto del alma; pudiera ser quizá que
hubiese algunos que creyeren esa instrucción ex-
cesiva; pero dudo que haya alguien que ose de-
clararlo en alta voz.
Todos dirán probablemente que las naciones
deben saber mucho mas que todo eso.
¡Sea, en hora buena!
Pero ¿quiénes se lo harán enseñar? Esta es la
importante cuestión que debe resolverse antes
que todas las demás.
El 'honorable señor diputado que acaba de ha-
blar, rechaza toda intervención del Estado en la
dirección y fomento de la instrucción pública.
No admite otra excepción sobre el particular
que la instrucción primaria.
El Estado, según su Señoría, da una inversión
ilícita al producto de las contribuciones, aplicando
una parte de él al sostenimiento de colegios en
que se enseña algo más que los simples rudimen-
tos escolares.
Según Su Señoría, los particulares solo son
los que deben suministrar la instrucción.
— i 4 i —
En general, los individuos que tengan esta ca-
ridad, si los. hay, deben procurar a sus prógimos
el alimento de la ciencia; y en especial, los padres
de familia deben procurarlo a sus hijos.
La existencia del Instituto Nacional y de Ips
liceos provinciales es, más que anomalía, una ver-
dadera monstruosidad.
Es un recuerdo de la Edad Media; es un ab-
surdo; es una muestra palpitante de que aún no
se tiene una noción clara de de las facultades que
en la administración de un país corresponden al
Gobierno y de aquellas que corresponden a los
particulares.
Ningún hombre de ciencia sostendría que entre
las atribuciones y obligaciones de un Gobierno
está la de dar instrucción secundaria y superior.
Esto es lo que afirma el señor Diputado, y es-
to es lo que yo le niego.
Tengo la desgracia de creer que los hombres
de ciencia no pueden enseñar que para una so-
ciedad o un Estado importe lo mismo que sus
ciudadanos sean semejantes a los hotentotes o a
los araucanos, o que lleven con honor el título de
hombres ilustrados; y por lo tanto me parece que
la sociedad o el Estado no puede dejar completa-
— III —
mente abandonado a la iniciativa individual el cui-dado de instruir a los ciudadanos en aquellos ra-mos que son más indispensables en la práctica de la vida. Indudablemente el conocimiento de la lectura, de la caligrafía y del cálculo son instru-mentos muy valiosos que habilitan al hombre pa-ra cultivar y perfeccionar su inteligencia, pero si no se ejercitan, son más o menos estériles.
Sucede con ellos lo que con los sentidos cor-porales, lo que con la vista, con el oído, con el gusto, con el olfato, con el tacto.
El individuo a quien le falta uno o más de es-tos sentidos es un ser incompleto que no puede adelantar como el que los tiene todos; pero la posesión simple e iniciativa de estos sentidos no forman al observador ' aprovechado, al verdadero sabio.
Así como el Estado o la sociedad tiene interés en que sus miembros no sean sordo - mudos, así también lo tiene en que todos ellos o el mayor número que sea posible, sepan leer, escribir y calcular.
Pero la posesión de estos rudimentos no basta, del mismo modo que no es suficiente que el indi-viduo tenga sanos y expeditos sus cinco sentidos
— 143 —
y los órganos correspondientes.
Es además indispensable que adquiera ciertas
nociones de distinto género que le sirvan para
adiestrar la inteligencia y para saber gobernar
con acierto en los negocios de la vida.
Este es un asunto de la mayor importancia
que afecta no solo a los individuos, sino también
a la sociedad entera.
Creería agraviar a los señores que me oyen si
me detuviera a demostrar una verdad tan obvia.
Y, sin embargo, siendo así, se pretende que el
Estado desatienda completamente un punto de
tan vital trascendencia y que lo abandone del to-
do a la acción de los particulares.
Supongamos (lo que es una hipótesis por des-
gracia harto posible) que estos carezcan de la vo-
luntad o de los recursos necesarios para satisfa-
cer una necesidad tan imprescindible.
¿Qué hace entonces el Estado?
Se quiere que se cruce de brazos y deje se-
guir a las cosas su curso natural, esto es, se
quiere que acate el triunfo de la ignorancia más
supina y vergonzosa.
Por lo que a mí respecta, antes de conformar-
me con una condición social semejante, preferiría
— 144 —
volver a la Edad Media, si es cierto que en
aquella época ya remota,-los gobiernos se empe-
ñaban porque los hombres no fuesen muy pareci-
dos a las bestias.
V I I I
B A R R O S ARANA
Es una de las glorias más brillantes de la edu-
cación secundaria.
A los 20 años ya publicaba en Santiago el pri-
mer fruto de sus felices inclinaciones a la investi-
gación histórica y de su constante revisión de li-
bros y documentos, con sus Estudios Históricos
sobre Vicente Benavides y las campañas del Sur
(1850). A partir desde entonces y por espacio de
medio siglo, casi no hubo diario o periódico lite-
rario a que no contribuyera con artículos biográ-
ficos, históricos, críticos o científicos. La Galería
Nacional de Chilenós Célebres lo contó en el nú-
mero de sus más laboriosos colaboradores. Los
Anales de la Universidad se engalanaron con nu-
merosos trabajos debidos a su pluma. La prensa,
a la cual lo llevaron sus ideas liberales, publicó
sus artículos llenos de franqueza, de profundidad
— 145 —
y de corrección en el lenguaje. La Bibliografía
Pedagógica Chilena registra, numerosos textos
dedicados a la enseñanza secundaria; por sus lec-
ciones de Historia de América, por sus Elemen-
tos de Literatura, por sus Elementos de Historia
Literaria, por Manual de Composición Literaria,
por sus Lecciones de Geografía Física, muchas
generaciones han hecho sus estudios; en ellas mu-
chos han aprendido la disciplina de su inteligen-
cia y la expresión de sus ideas con corrección y
sencillez.
El monumento a la República levantado con
su Historia de Chile, es imperecedero en los fas-
tos de la nación, en los de la literatura castella-
na, en los de la didáctica chilena, que lo cuenta
con orgullo entre sus hijos más preclaros.
Nombrado Rector del Instituto Nacional en
1863, dedicóse incansablemente a la reforma de
este plantel de educación, introduciendo notables
reformas en los planes de estudio y en el régi-
men disciplinario, y mostrando profundos conoci-
mientos, pedagógicos y una suma de virtudes di-
fícilmente superada por los demás educadores de
la Patria.
Memoria Histórica 10
— III —
Como Decano de la Facultad de Humanidades
desde 1867, continuó exparciendo en el seno del
Consejo luz de sus ideas, representando la ne-
cesidad de mejorar nuestros métodos y el uso de
textos adecuados, de la propagación de los cole-
gios y de la conveniencia de facilitar a la juventud
estudiosa,,hacia la cual sentía cariñosa inclinación,
los medios más seguros de llevar a término feliz
el esfuerzo de sus estudios.
Administraciones Santa María y Balmaceda
i
Bajo las administraciones de don Domingo
Santa María y de don José Manuel Balmaceda,
operóse un cambio trascendental en el dominio
de la enseñanza pública.
Se reveló el espíritu contra aquellos métodos
inadecuados, atentatorios contra el libre desenvol-
vimiento de las actividades del individuo, contra
aquel desequilibrio exigido a las fuerzas menta-
les, en que se daba preferencia a la fijación y re-
tención mecánica, olvidando casi por completo la
— III —
tarea que cumple a la educación integral en el
desarrollo del cuerpo, en la educación de las ap-
titudes elaborativas, en la de los sentimientos, en
la de la habilidad práctica, en la de la expresión
y finalmente en la del carácter.
La evolución dominó en el campo de la ense-
ñanza primaria y secundaria.
Distinguidos y numerosos maestros alemanes
vinieron a nuestro suelo a ilustrar las cátedras de
las escuelas normales y liceos. Schneider, Berg
ter, Rossig, Yenschke, Wieghardt, Kzriswan,
Langer, Heidrich y Molí son nombres conocidos
de distinguidos maestros que han enseñado en
las Escuelas Normales la metodología alemana,
cuyos fundamentos es la sicología del niño, base
racional, base única1 para una enseñanza que
quiere proporcionar los conocimientos necesarios
para la lucha por la vida, y desarrollar tam-
bién una inteligencia disciplinada en los métodos
de investigación, a cuya cúspide no puede alcan-
zarse sin haber seguido en los distintos períodos
el desarrollo progresivo de las aptitudes en los
períodos de la vida mental.
Don José Tadeo Sepúlveda, distinguido maes-
tro graduado en el Real Seminario de Dresde,
— 1 4 9 —
don Juan Madrid y don José María Muñoz, des-
pués de brillantes estudios en Alemania, conti-
nuaron la reforma en las Escuelas Normales de
Santiago, de Chillán y de Valdivia.
Al mismo tiempo las profesoras María Weigle,
Isabel Bering, María Maluska, Verónica Schae-
fer, Isolina Bongard y otras tantas distinguidas
alemanas, hacían la reforma de la educación fe-
menina desde las escuelas normales de precep-
toras.
La mayoría de estos profesores ilustraron la
tribuna pedagógica en el primer Congreso Peda-
gógico Chileno, celebrado en 1889 bajo los aus-
picios del Ministerij del ardoroso propagandista
de la educación pública don Julio Bañados Espi-
nosa.
Examinadas las ideas principales de esta refor-
ma, es justo reconocer que ella ha sido una de
las mas poderosas propulsoras de la enseñanza
pública.
«Era aquel un período de entusiasmo, de emu-
lación y de trabajo. El profesorado trabajaba,
confiado en que las autoridades superiores, así
como los hombres de gobierno, reconocían la im-
portancia de la dedicación del magisterio.
— i 5 o —
«Sostenidos por el Gobierno, apoyados por un
elemento social ávido de progreso, los reforma-
dores ganaron un contingente selecto de hom-
bres influyentes, que de convertidos pasaron a ser
cooperadores y propagandistas», (i).
El verbo de la reforma alemana era la implan-
tación del sistema concéntrico, la aplicación de
métodos racionales y el régimen de disciplina que
manda al profesor el uso de los medios persuasi-
vos para mejorar la moralidad de sus alumnos.
El personal docente, el mobiliario escolar, el
material de enseñanza, la construcción de escue-
las, la dirección consultiva, los métodos, los tex-
tos y los programas, en una palabra todos los
aspectos de educación pública fueron abordados y
solucionados satisfactoriamente para el país por
aquella benéfica reforma de cuyos frutos es la ac-
tual generación el más legítimo exponente.
El Certamen Pedagógico de 1893 completó
más tarde los propósitos de la reforma con nu-
merosas metodologías, que propagaron las nue-
vas ideas de la enseñanza y facilitaron la prepara-
ción profesional de los maestros.
( I ) Rev. de Instrucción Primaria, J . M. Muñoz. Frutos de la
Reforma Pedagógica, año XXIY, núms. 9 y 10.
— 15* —
II
N Ú Ñ E Z
El alma de esta reforma y su incansable pro-
pagandista fué 'el distinguido hombrp público,
Inspector General de Instrucción Prityiaria, don
José Abelardo Núñez. La República le debe los
desvelos de su existencia entera consagrada a la
educación de la niñéz y a la dignificación del ma-
gisterio, el fruto de su talento y la experiencia de
sus viajes, expresados en numerosos informes y
obras didácticas ofrecidas al Gobierno y al pue-
blo en esa época brillante de la pedagogía patria
que informó la reforma alemana.
En el hermoso y fecundo camino de su vida,
dos sentimientos encendieron sin apagarse nunca
su corazón de apóstol y su cerebro de sabio.
Dos sentimientos que fueron las fuerzas que lo
impulsaron a desarrollar los elevados ideales de
su inteligencia: su amor a la niñez y su amor
al magisterio.
La niñez era para él la esperanza sonriente de
la patria, de una patria mejor y progresista, a de-
sarrollar la cual debía moverse diariamente en
busca de la escuela y del maestro.
— 152 —
Era la luz vivísima que iluminaba el porvenir
con irradiaciones de aurora sobre un pueblo in-
culto y desgraciado todavía, pero lleno de ele-
mentos de vitalidad, de impulsos hacia arriba y
heredero de un pasado de gloria.
Era el libro sin mancha todavía en que el
maestro de corazón y de verdad debería escribir
la fórmula sublime del progreso y la ventura.
A la niñez consagró hasta sus últimos años las
energías de su vida. Las páginas del «Lector
Americano»—como las estrofas de un himno que
todos hemos entonado cuando niños—se inspira-
ron en aquella feliz inclinación a la niñez, que
hacía recordar en él a uno de sus pedagogos fa-
voritos.
Su amor al magisterio desde su elevado pues-
to de la administración pública, se manifestó mil
veces en aquella rectitud paternal, en aquel ince-
sante anhelar el perfeccionamiento de la carrera
del maestro, en aquellas obras con que ilustró la
pedagogía chilena, en aquellos viajes de maestro,
ávido de mejoramiento para los otros; y en aque-
lla su justicia proverbial con que siempre premia-
ba la virtud.
Muchas generaciones de maestros entregó a la
— i 5 3 —
Patria para que llevaran la buena nueva a las mas
apartadas regiones del país.
Muchas generaciones se desarrollaron al calor
de sus doctrinas generosas y se fortificaron con
la seriedad de sus métodos, con el régimen que
implantó en el servicio de la educación primaria
y con el estímulo con que siempre distinguía el
talento, la perseverancia y la virtud. La reforma
alemana prestó alas a su espíritu organizador y
su amplia mirada paternal, protegiendo a la vez
las iniciativas nacionales y las innovaciones ex-
tranjeras, armonizó la luz que venía del exterior,
con esta otra luz nacional que nos obliga a adap-
tar los sistemas a nuestro ambiente y a nuestra
raza.
Comprendía, velando solícitamente por el me-
joramiento de las escuelas normales, la elevada
misión del magisterio en el seno de una nación
democrática; la comprendía y la desarrollaba con
tesón, sin pensar si el terreno era inculto todavía
o si las vicisitudes del camino le impedirían con-
templar el final de la jornada.
El maestro era para él el modesto sembrador
que deposita en el corazón de la niñez una semi-
lla de luz y bendición; la fuerza silenciosa que
— III —
mueve incesantemente el carro del progreso; el
labio cariñoso que no sellan los vientos abraza-
dores del desierto al ir predicando a las gentes el
evangelio de la luz y del amor; el brazo que ele-
va un monumento de felicidad pública en los ban-
cos de la escuela, el cerebro en que germinan las
aspiraciones de la Patria y el corazón en que vi-
ven y palpitan sus gloriosas tradiciones.
I I I
La reforma alemana dominó también en el
campo de la educación secundaria. Bajo la admi-
nistración Balmaceda y a iniciativa del hábil Mi-
nistro don Julio Bañados Espinosa, tuvo lugar la
creación del Instituto Pedagógico, única sección
docente de enseñanza general superior que posee
la Facultad de Humanidades.
El primero en su género de Sud-América y
hasta hoy el único, este Instituto que honra a la
América y que (han servido sabios de gran repu-
tación como los doctores Hansen, Scheneider,
Johow, Lenz, Mann y Ziegler, ha venido a ilus-
trar nuestro sistema de educación, influyendo po-
derosamente en el desarrollo de los establecí-
— 155 —
mientos secundarios. Desempeña entre nosotros
el papel que cumple en Europa y Estados Uni-
dos a los Cursos de Ciencias, Artes y Letras de
las Humanidades Superiores, unien lo al espíritu
científico de las universidades francesas, la prepa-
ración pedagógica que se imparte en los Semina-
rios de Pedagogía de Alemania o en el colegio
de profesores de la Universidad de Columbia de
Nueva-York .
La gran obra del Instituto Pedagógico ha sido
la abolición del conocido sistema antiguo y la ins-
titución del concéntrico en los liceos.
El Ministro de Instrucción Pública, señor Julio
Bañados Espinosa, explicaba en una circular diri-
gida a los rectores de liceos, la significación del
método concéntrico, expresándoles como es más
científico el método que presenta al niño por pri-
mera vez un objeto de estudio en su forma más
simple, en nuevas fases en los años siguientes,
y al fin profundizando completamente la constitu-
ción de ese objeto.
IV
B A L M A C E D A
La grande y bella obra que la reforma alema-
na operó en el dominio de la enseñanza pública,
— 156 —
tuvo su más eficaz apoyo en la administración de
don José Manuel Balmaceda, eminente servidor
de la nación.
Hojas de una inmarcesible córona de laurel,
que hoy y siempre se ostentará sobre su frente de
mártir y patriota, son sus numerosas inspiracio-
nes y actos en el desenvolvimiento de la educa-
ción pública.
Recordaremos aquí, entre otros de sus servi-
cios, la creación de Escuelas Prácticas de Agri-
cultura en Concepción, Chillan, Talca, San Fer-
nando y Elqui (1886); la creación del Consejo de
Enseñanza Agrícola e Industrial (1887); la crea-
ción de la Escuela Práctica de Minería de la Sere-
na (1887); la creación del Liceo de Angol (1887);
la institución de las Escuelas Profesionales de Ni-
ñas (í 888); la creación del Instituto Pedagógico
(1889) para llevar la reforma a la educación se-
cundaria, conjuntamente con la implantación del
sistema concéntrico; la creación del Museo Mine-
ralógico (1889); Ia reorganización del Instituto de
Sordo-Mudos (1889); la obligación a la educa-
ción física en todas las escuelas primarias, norma-
les y liceos (1889); Ia creación de la Escuela Nor-
mal de la Serena (1890); la reorganización del
— 157 —
Conservatorio Nacional de Música y su nuevo
plan de estudios (1890); la creación del Consejo
de Bellas Artes (1891); y la construcción de los
primeros edificios modelos para escuelas prima-
rias, que hoy todavía con su fecha de inaugura-
ción, 1891, recuerdan al pueblo el amor que a la
educación popular profesaba el egregio ciuda-
dano.
Si de sus numerosos discursos y proyectos so-
bre educación, queremos presentar alguno que
refleje sinceramente el modo de opinar de este
ilustre estadista, escojamos su moción sobre la
reforma de la Ley Orgánica, presentada a la Cá-
mara en Agosto de '1887 y publicada en el Dia-
rio Oficial el 18 del mismo mes.
La redacción de este proyecto había sido enco-
mendada al Inspector General de Instrucción Pri-
maria don José Abelardo Núñez, y su presenta-
ción a la Cámara fué suscrita por el Ministro de
Instrucción Pública don Pedro Lucio Cuadra.
A pesar del interés del Presidente, el proyecto
de reforma no llegó a aprobarse. Oigamos hablar
de él a don Manuel Antonio Ponce:
«Tiende en general a dar nuevo impulso a la
instrucción primaria, en armonía con la funda-
- I 5 8 -
mental reforma realizada pocos años antes en las
escuelas normales, con la activa cooperación del
mismo señor Núñez.
«Al efecto, establece una superintendencia, un
consejo o comisión de instrucción primaria y vein-
te plazas de inspectores de escuelas, en lugar de
la Inspección General que hoy existe; imprime al
preceptorado el carácter de una profesión titular,
mediante pruebas que ofrezcan garantías de equi-
dad y justicia; crea la escuela graduada en reem-
plazo de las elementales y superiores, con 6 años
de enseñanza; funda los distritos escolares para
asegurar la permanencia del niño en una misma
escuela y estimular la asistencia; organiza una
junta para atender a la administración e inversión
de los fondos extraordinarios del ramo, prove-
nientes de asignaciones o donaciones para su fo-
mento.
«Más todavía: el proyecto, como la ley de ins-
trucción secundaria y superior, prescribe que los
maestros eximan de la enseñanza religiosa a los
alumnos cuyos padres o guardadores signifiquen
expresamente esta voluntad; y no reconoce a los
curas el derecho que les confiere la ley vigente
para inspeccionar y dirigir la enseñanza del cate-
cismo en las escuelas».
— 159 —
Por estos motivos, el proyecto ha quedado en
la Cámara, obstruido por los conservadores».
V.
BAÑADOS ESPINOSA
Ilustre colaborador de la obra de Balmaceda,
don Julio Bañados Espinosa, profesor del Institu-
to Nacional y de la Universidad del Estado, di-
putado y ministro de Instrucción Pública, nos ha
legado un nombre que vive en obras políticas, en
trabajos literarios y en textos de enseñanza, pero
que vive y vivirá sobre todo por haber sido un
reformador ilustrado y un entusiasta propagan-
dista de la educación popular.
Su nombre, asociado al de Balmaceda, queda
ligado a la colocación de la primera piedra de nu-
merosas escuelas, a la difusión de la enseñanza
secundaria, a la reorganización de la Revista de
Instrucción Primaria, a la dictación de programas
y a la traducción de textos, y sobre todo a aquel
hermoso movimiento educacional que despertó el
primer Congreso Pedagógico celebrado bajo sus
auspicios en 1889.
Crezca sobre su tumba la flor de la gratitud,
y su nombre ocupe siempre una página brillante
en la historia del desenvolvimiento intelectual de
la Nación.
Conclusión
He aquí diseñada a grandes rasgos en la for-
ma más ordenada que nos ha sido posible, la his-
toria de la educación pública • desde los primeros
días de la revolución de la Independencia hasta la
terminación del siglo XIX.
Hemos concluido nuestros apuntes con la Ad-
ministración Balmaceda, porque las dos siguien-
tes tuvieron por principal misión la de levantar la
República de la postración dolorosa en que yacía
después de la desgraciada Revolución del 91, y
poco podía exigir el pueblo y ejecutar el Gobier-
no en materia de educación en medio de una cri-
Memoria Histórica 11
I 6 2
sis moral y económica tan intensa como la Nación
no la había sentido todavía.
Salvo el Certámen Pedagógico de 1893, q1!6
proveyó de ob^as metodológicas a las escuelas
normales, y la brillante exposición escolar cele-
brada durante 1894, que completaron la refor-
ma alemana, no recordamos de los últimos años
del siglo XIX en materia de educación pública
hechos dignos de anotarse, sino aquella brillante
polémica que promovió en la prensa contra ]a
reforma alemana, el distinguido profesor don
Eduardo de la Barra.
Intencionalmente hemos omitido, sin embargo,
los nombres de distinguidos profesores que ya ^ I *
desde ese tiernpo sobresalían en diversas ramas
de la enseñanza pública; pero que actuando toda-
vía en la enseñanza, ov viviendo para el país por
suerte todavía, hacen que esas circunstancias nos
imposibiliten para pronunciarnos sobre ellos en
el delicado terreno de la historia.
En el curso de esta exposición hemos creído
ser justos, y si con frecuencia apoyamos nuestros
juicios en los de escritores y maestros eminentes,
es en homenaje al criterio de serena imparciali-
dad y justicia que debe presidir la confección de
obras históricas.
— i ó 3 —
Hemos creído así dejar a cada cual lo que le
pertenece y hacer un bien a la Patria, repitiendo
en nuestra conciencia el pensamiento de Tácito:
«Es una antigua usanza trasmitir a la posteridad
los hechos y virtudes de los varones ilustres».
De estos varones ilustres anhelamos que rio se
olvide, al buscaren la educación de la niñez y de
la juventud, los modelos permanentes que mejo-
ren y fertilicen la inteligencia y el - corazón del
pueblo, que no se olvide nunca por el bien de
nosotros y por la patria de nuestros hijos, más
grande que la nuestra, a estos hombres ilustres,
magistrados, maestros y escritores, que en vi-
da impulsaron la obra de la escuela, que le con-
sagraron sus más puros y patrióticos anhelos,
que la iluminaron con su palabra y'la enaltecieron
con su ejemplo, que aspiraron a hacer de Chile
una sociedad de hombres y mujeres más fuertes,
más ilustrados y buenos, y después de muertos,
desde el panteón de las glorias nacionales, conti-
núan velando a la República, y haciéndonos sen-
tir como ellos las sintieron las palabras inmorta-
les que hace más de 2,000 años Anaxágoras ex-
clamara ante los griegos:
«La semilla del rosal guarda la gloria de la ro-
sa: en su corazón reside la fragancia del verano y
el matiz suave y sonrosado de cada pétalo, hasta
que Naturaleza ordene a la Primavera nos reve-
le sus encantos».
«El corazón y el cerebro del tierno niño con-
tienen el poder que, andando el tiempo, conmove-
rá al mundo hasta provocar sus sonrisas o sus
lágrimas, y son la vida en potencia que se desa-
rrolla en el trascurso del tiempo».
Í N D I C E 1'iígS.
Nuestros propósitos 5 Epoca de la Independencia 9 Durante la Patria Vieja 9 Las primeras escuelas 13 La Aurora de Chile 14 El Primer Reglamento para las escuelas
públicas del Estado 18 El Instituto Nacional 22 Los Padres de la Patria intelectual 25 Don Manuel de Salas 27 Camilo Henríquez 29 Administración O'Higgins 33 La Biblioteca Nacional 33 Segundo Reglamento para las escuelas pú-
blicas del Estado 35 Liceo de la Serena 37 Escuela Normal de enseñanza mutua 37
— ic>66 —
Págs
Administración Freire 41 Academia Chilena 42 1826 a I8JI 4 5
Don Carlos Ambrosio Lozier 45 Don José Joaquín de Mora 48 Administración Prieto 51 La educación pública en la Constitución del
Estado 51 El Ministerio de Instrucción Pública 55 Administración Bulnes 57 Don Domingo Faustino Sarmiento 57 Institución de la carrera pedagógica 60 Educación de la mujer 63 La Escuela Primaria Común 70 Preceptores notables 79* Don Andrés Bello 81 La Universidad de Chile 82 El Consejo de Instrucción Pública 93 Don José Victorino Lastarria 95 Don Andrés Antonio Gorbea . 0 4 Don Ignacio Domeyko 105 Administración Montt .. 109 Ley Orgánica de Instrucción Primaria 1 1 1 Doña Mercedes Marín del Solar 115 Don Lorenzo Sazie 121 Administraciones Pérez, Erráztiriz y Pinto 1 25 Don Rodulfo Armando Philippi 125 Los primeros liceos de niñas 127 Concesión de títulos profesionales a la mu-
jer 128
— III —
Págs.
La educación en los Códigos Civil y Penal. 129 La Ley de 9 de Enero de 1879 131 Educación secundaria ¡34 Don Miguel Luis Amunátegui 137 Don Diego Barros Arana 144 Administraciones Santa María y Balma-
ceda 147 La reforma alemana 147 Don José Abelardo Núñez 151 El Instituto Pedagógico 154 La obra de Balmaceda 155 Don Julio Bañados Espinosa 159 Conclusión r 61
F I N