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MEMORIA HISTORICA DE L.A. Edücacióií pública (1810 - iqoo) POR Guillermo Gopzálcz M- FAVORECIDA CON SEGUNDO PREMIO E N E L CERTAMEN LITERARIO 1913. Imprenta de Meza Hnos. SANTIAGO DE C H I L E 1913

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MEMORIA HISTORICA

D E L . A .

E d ü c a c i ó i í p ú b l i c a

(1810 - iqoo)

P O R

G u i l l e r m o G o p z á l c z M -

F A V O R E C I D A C O N S E G U N D O P R E M I O E N E L C E R T A M E N L I T E R A R I O

1 9 1 3 .

Impren ta de Meza Hnos. S A N T I A G O D E C H I L E

1913

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M E M O R I A H I S T O R I C A

DE LA

E d ü c a c i ó q p ú b l i c a

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MEMORIA HISTÓRICA

DE LA

g d i i c a c i o i j p ú b l i c a (1810-1900)

POR

G U I L L E R M O G O N Z A L E Z M-

(Favorecida con Segundo Premio en el Consejo Superior de Letras)

I M P R E N T A D E M E Z A HNOS.

SANTIAGO DE C H I L E

1913

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A través de la Historia Nacional el desarrollo de nuestra Educación Pública aparece fragmen-tado y en forma ocasional, y sus períodos más sobresalientes están marcados como atributos se-cundarios de diversas administraciones, sin que sea dado formarse con facilidad una idea de con-junto sobre este importante problema y el espí-ritu con que ha sido resuelto o combatido por las personalidades que han determinado los rum-bos de la actividad nacional.

Hacer esta obra de análisis primero y presen-tar después una síntesis armónica de las inspira-ciones y actos que se han sucedido desde la ini-

Nuestros

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dación de la Independencia hasta la conclusión del siglo XIX en materia de Educación, tal es la tarea que hoy nos proponemos.

Si nuestro trabajo hubiera de ser destinado a los Institutos Normales, en donde se le reclama urgentemente como complemento directo de la Historia General de la Pedagogía, al variar el propósito habria variado también el método de exposición y acaso habríamos intentado una va-riación correspondiente en la forma literaria. Pe-ro nuestra intención del momento no es sino pre sentar en forma de un códice completo hasta donde nos sea posible, el trabajo de los grandes educadores de la Patria y de sus grandes estadis-tas, con el fin de complementar el estudio de la Historia Nacional, interesando a todos los chile-nos en esta materia que a ninguno debe ser des-conocida.

Nuestra modesta contribución al estudio de la Historia .Nacional, está, pues, encuadrada no solo, en el mandato constitucional que eleva la Educa-ción a la categoría de atención preferente del Es tado, sino al criterio moderno que nos dice que la Educación es problema general, de todos y para todos, camino obligado hacia la vida repu-

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blicana y democrática, piedra angular de todas las reformas y único cimiento de instituciones que aspiren a perdurar.

Queda justificado el orden cronológico que se-guimos.

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É P O C A DE LA INDEPENDENCIA

DURANTE

L A P A T R I A V I E J A

I

Abatida la imaginación bajo el peso de anti-

quísimas preocupaciones, abandonada la existen

cia en el ocio continuo de la razón, los hijos de

esta tierra, tan llena de elementos de prosperidad,

tan rica en temas de investigación científica, tan

privilegiada en fuentes de inspiración literaria,

cruzaron la prolongada y melancólica noche de la

Colonia, extraños a esta luz vivísima que derrama

la Educación sobre los pueblos, a la noble satis-

facción de las inteligencias cultivadas, ajenos a

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IO

estos sentimientos que se fecundan en la Escue-

la, privados de la acción, que es la resultante mo-

triz de ideas y sentimientos, ignorantes, en fin, de

la gran misión que cumple desempeñar a cada

hombre y a cada pueblo en la evolución ilimitada

por donde va la humanidad realizando su progra-

ma de progreso, buscando el bienestar individual

y colectivo, y saciando su eterna aspiración ai

mas allá.

Fueron otras circunstancias felices—no la Es-

cuela—las que concurrieron al despertar de la

Nación y las que dieron al pueblo de Chile su

primera lección de civismo y libertad: las que

vinieron a hablarle por primera vez de sus dere-

chos a la vida, al gobierno y a la escuela, a le-

vantarle de la postración moral en que yacía, y a

fomentar aquella revolución que no solo debemos

interpretar como aspiración a la libertad política

sino también como el grito supremo a toda la li-

bertad de la conciencia.

Llegó la aurora de la República, y en el arco

de triunfo de 1810 los grandes hombres de la

epopeya nacional, tuvieron la tuición del porve-

nir.

Y al construir con sus brazos y con sus luces

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los cimientos de la felicidad pública, al derribar

el trono de la üraní.i, sostenido siempre por las

armas de la superstición y de ia ignorancia, al

proclamar la inviolabilidad de los derechos-, pen-

saron que la educación era la única fuerza que

podía hacer incontenible el movimiento revolucio-

nario y afianzar para siempre la libertad que sus

almas aspiraban.

El concepto educación se ha identificado mu-

chas veces con el de libertad. Grandes maestros

son los que nos han dicho que es necesario que

padres y maestros dejen las funciones espirituales

de los niños en sus libres y expontáneas manifes-

taciones, estimulándolas, dirigiéndolas, ayudán-

dolas si es necesario, no impidiéndolas jamás. La

moralidad de un hombre es lo consciente, no lo

servil: es el carácter puesto al servicio de los

principios.

Ahora bien, si esto puede decirse de la libertad

en el sentido individual, la lógica aconseja razo-

nar del mismo modo en sentido colectivo. La es-

cuela ha sido creada para iniciar al niño en la vi-

da real, preparándolo para someterse únicamente

a la voluntad colectiva, expresada en las leyes y

costumbres que rigen la sociedad: allí debe ad-

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quirir la convicción de que la mayor suma de bie-

nestar individual se encuentra siempre contenida

en la mayor suma de prosperidad colectiva. La

educación es así una fuerza creadora de la igual-

dad, de la fraternidad, de la solidaridad social, y

la que inspira al hombre el sentimiento y la ac-

ción de la libertad en el terreno de su propia

conciencia, para conocerse, respetarse y gober-

narse a sí mismo, y para que en el terreno social

el pueblo sea solidario de los actos de todos, res

pete el sentir de todos expresados en la ley, y

se gobierne a sí mismo.

«Hay que despertar el amor a la libertad, de-

cía Camilo Henriquez; hay que honrar a la Patria

empleando el tiempo en educar a los niños y a

los jóvenes, preparándolos en la ciencia y en la

verdadera moral para el servicio público v para

el ejercicio de profesiones útiles».

Al lado del problema de la libertad política,

se planteaba, pues, el de la educación pública,

cuya solución era imperativa para afianzar los

progresos que alcanzara la primera o para evitar

sus posibles fracasos.

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II

Vamos a indicar a continuación las medidas

que dieron realidad a esas nobles aspiraciones.

Es la primera la apertura de las primeras es-

cuelas públicas para hombres, mandadas abrir por

el Gobierno revolucionario como anexos obliga-

torios en los conventos de regulares.

Pertenece la segunda a las glorias del más au-

daz de los jefes de la gran revolución, el ilustre

patricio don José Miguel Carrera.

Dice así:

ESCUELAS DE NIÑAS

Santiago, 21 de Agosto de 1812.

La indiferencia con que miró al antiguo Go-

bierno la educación del bello sexo, si no pudo ser

un resultado del sistema depresivo, es el compro-

bante menos equívoco de la degradación con que

era mirado el americano: parecerá una paradoja

en el mundo culto, que la capital de Chile, po-

blada de más de 50,000 habitantes, no haya aún

conocido una escuela de mujeres; acaso podría

creerse a la distancia un comprobante de aquella

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máxima bárbara de que el americano no es sus

ceptible de enseñanza. Pero ya es preciso des-

mentir errores, y sobre todo dar ejercicio a los

claros talentos del sexo femenino, y para verifi-

carlo con la decencia, religiosidad y buen éxito

que se ha prometido el Gobierno, ordena que a

ejemplo de lo que se ha hecho en los conventos

de regulares, destine cada monasterio en su patio

de fuera o compases una salá capaz para situar

la enseñanza de niñas que deben aprender por

principios la religión, a leer, escribir y los demás

menesteres de una matrona, a cuyo estado debe

prepararlas la Patria; aplicando el ayuntamiento

de sus fondos los salarios de maestras que bajo

la dirección y clausura de cada monasterio, s£an

capaces de llenar tan loable como indispensable

objeto.

Trascríbase al Cabildo y monasterios e.imprí-

mase.—Carrera.—Prado.—Portales .— Vial, se-

cretario.

El padre del periodismo chileno, propagando

la excelencia de esas medidas, exclamaba:

«La felicidad y grandeza de los Estados es in-

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separable de las verdaderas virtudes, y estas son difíciles de practicarse sin el previo conocimiento de los hombres y de las cosas».

«No es el número de sus hombres lo que cons-tituye el poder de una nación, sino sus fuerzas bien arregladas, y estas provienen de la solidez y profundidad de sus entendimientos. Las escue-las son la cuna en donde nacen las opiniones pa-ra difundirse después en el pueblo. Es, pues, de necesidad que se arbitren medidas para asegurar la majestad de los derechos del pueblo y facili-tarle mayores destinos a fin de aumentar el nú-mero de escuelas y obligar a los padres de fami-lias pobres que destinen sus hijos primeramente a leer, escribir y contar. De este modo tendremos mejores artesanos, gente mejor dispuesta para el ejército y todos estaríamos mejor instruidos en nuestra sana moral», (i)

Aunque no se . expresen con la claridad que hcy exigimos los fines de la obra educacional, bien se deja ver que el padre del periodismo chi-leno, como los demás prohombres de su época, quisieron indicarnos para la educación el mismo

(1) Aurora de Chile, número 9.

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imperativo categórico de Spencer: « preparar

hombres para la vida completa», y que no sólo

entendieron la resolución del problema en sentido

individual «capacitar al hombre para bastarse a

sí mismo», sino también en el sentido social «pa-

ra hacerlo eficiente a la colectividad en que va a

actuar».

III

Con tales principios ayudaban los hombres in

teligentes a la obra emancipadora del Gobierno,

y fué así como en ese despertar glorioso de los

chilenos, los que mejor comprendían el valor de

la enseñanza ofrecieron su esfuerzo y su talento,

su dinero y sus virtudes al servicio de esta causa

redentora.

Ellos se sentían los directamente interesados,

y por eso fueron ellos los que sellaron con el se-

llo de la razón los deseos indefinibles de aquel

pueblo de guerreros que, si se hubiera sacrificado

por un principio que no comprendía, no habría

sido al fin mas que un pueblo libre de infelices y

de bárbaros

La propagación de las luces importaba, pues,

la salvación y el progreso de la Patria naciente.

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El Gobierno revolucionario no ignoraba que la

libertad abandonada a sí misma es, según la be-

lla expresión de Vicuña Mackenna, «como esas

plagas que asolan la tierra sin dejar tras de sí

mas que la destrucción y la muerte».

Los cuidados que incesantemente preocupaban

a la Junta Nacional, la formación de milicias, la

impulsión a la industria y al comercio, y otros

tantos problemas de imperiosa solución no bas-

taron para distraerla del que debia influir mas

segura y directamente en el bien público.

No satisfaciendo a aquel Gobierno la creación

y mantenimiento de esas escuelas públicas que

hubieran merecido execración bajo el reinado de

los Austrias y los Borbones, la Junta Nacional

insistía en una hermosa circular dirigida a los je-

fes de colegios, pidiéndoles todo su concurso y

patriotismo para desplegar mayor actividad por

el desarrollo de las escuelas, y en una proclama

dirigida al pueblo, verdadero monumento histó-

rico, trataba de interesar a todos los hombres de

buena voluntad en esta santa campaña de la re-

dención intelectual.

Memoria Histórica 3

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— i 8 —

IV.

La Jnnta Nacional de Gobierno, que formaban

don Francisco Antonio Pérez, don José Miguel

Infante y don Agustín Eyzaguirre, dictaba poco

después, 18 de Junio de 1813, el primer regla-

mento para las escuelas públicas del Estado.

Dignos de recuerdo son los considerandos de

aquel olvidado decreto y dignas de aplicación no

alcanzada todavía algunas de sus sabias disposi

ciones.

Decía:

«Santiago, 18 de Junio de 1813.

Un sistema metódico de opresión, y en donde

no se presentaba arbitrio de ruina, aniquilamicn

to y destrucción que no se adaptase para tratar

la América, hizo que esta hermosa porción de

tierra gimiese 300 años en la esclavitud y en in-

cultura.

El gabinete de Madrid expedia muy frecuente-

mente órdenes para que se suprimiesen escuelas,

se quitasen cátedras y se desterrase en América

toda clase de estudio útil. Interesada la dura Es-

paña en que los naturales de estos países no des-

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pertasen por un momento del letargo que les ha-cía no sentir las cadenas que les oprimían, no solamente se les dejaba sin industria, cultura, co-m e r c i o , sino que llegando su crueldad hasta el extremo de querer se ignorasen los primeros ru-dimentos de las ciencias, se tomaban medidas indirectas a fin de evitar la vergüenza y execra-ción que tal procedimiento podia ocasionar si aun todavía conservaba algún "rastro de pudor en es ta materia Los mismos decretos y reglamentos que se expedían en Madrid para el arreglo y bue-na disposición de las escuelas, ni tenían efecto, ni siquiera se circulaban en América. Para confir-mación de estas tristes verdades baste saber que en Chile, en un país extenso y proporcionalmente de los más poblados de América, no se contaban cuatro escuelas de primeras letras dotadas sufi-cientemente, y que apesar de las solicitudes del Ayuntamiento de Santiago, no se quiso permitir una imprenta, y se pidieron informes a los pre-sidentes para que expusiesen si convenía que la hubiese en este país.

Recuperada nuestra libertad, el primer cuidado del Gobierno ha sido la educación pública, que debe empezar a formar, porque nada halló prin-

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cipiado en el antiguo sistema; y convencido de

que el acierto en la elección de maestros para la

enseñanza de primeras letras pende el dar la me

jor instrucción a la infancia, formar buenas incli-

naciones y costumbres y hacer ciudadanos útiles

y virtuosos,

Decreta:

Las disposicioues mas importantes de aquel

decreto son las que a continuación copiamos:

«i .° En toda ciudad, toda villa y todo pueblo

que contenga cincuenta vecinos, habrá una es-

cuela costeada por los propios del lugar, que se

invertirán con preferencia a todo otro...

2.° En toda escuela habrá un fondo destinado

para costear libros, papel y demás utensilios de

que necesiten los educandos, de tal modo que

los padres de familia por ningún pretexto y bajo

ningún título, sean grabados con la más pequeña

contribución.

3.0 Se destinarán lugares cómodos y situados

en medio de la población para facilitar la concu-

rrencia a las escuelas,..

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9-° Por la importancia de su ministerio y por

el servicio que h icen a la Patria, los maestros

deben ser mirados con toda consideración y ho-

nor: por consiguiente, sus personas son de lo

más respetables; quedan exentos de todo servicio

militar y cargas co ipegües y el Gobierno los ten-

drá presentes para dispensarles particular protec-

ción.

13.0 Las maestras de niñas deben ser perso-

nas de una vid t la más calificada y virtuosa, y se

declara su destino. u;io de los más honrosos y dis-

tinguidos del Estado».

Aunque 110 es el anterior sino un ensayo de

legislación de enseñanza primaria, deja claramen-

te establecidos principios que son honra de aque-

lla época, y lo serían de cualquiera, como la pri-

macía de la educación en la inversión de los fon-

dos, y otros que son caracteres de la escuela

chilena, como la gratuidad en la enseñanza, o

que son todavía aspiraciones de la época actual,

como la correcta edificación escolar y la dignifi-

cación del magisterio.

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II

Entre tanto avanzaba la revolución, la propa-gación significaba el afianzamiento de la libertad.

El Gobierno habia fundado ya la prensa na cional y abierto con ella un anchuroso cauce al torrente revolucionario que, desde entonces, se deslizó majestuosamente sin temor de desbor darse, cuando antes, no reconociendo ley ni va-llas, se habría precipitado turbulento, devastán cjolo todo hacía un fin que no habría estimado ni comprendido siquiera. La razón sancionaba de ese modo la causa patriota, y desde ese momen-to la inteligencia y el corazón marcharon unidos en la prosecución del ideal.

Esa era la obra del presente; pero nuestros proceres pensaban también en el futuro, y por eso anhelaban, a la par-que la educación prima-ria, el levantamiento de un templo majestuoso en que se robusteciera el árbol de la ciencia.

He ahí por que persiguiendo ese fin el Gobier-no buscaba la manera de reunir las inteligencias de los pocos hombres ilustrados, a fin de que, concentrándolos, resplandeciese en su unión la sabiduría y se guiara a la juventud por el accir

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— 23 —

dentado terreno de la revolución.

Y fué de esta manera que mientras los márti-

res de la espada regaban el suelo de la Patria

con la sangre que convirtió en símbolo la franja

roja del baluarte nacional, otros hombres no me-

nos ilustres arrojaban en el surco de la concien

cia popular la semilla que debia fecundar esta

tierra y cultivaban la inteligencia destinada a her-

mosear la libertad con las dotes del saber.

Tan sentida como noble aspiración alcanzó su

realidad con la creación del Instituto Nacional,

cuna en que se meció la inteligencia virgen del

nuevo pueblo.

La historia ha conservado con veneración la

proclama del 18 de Junio de 1813, en que-la

Junta Nacional de Gobierno anunciaba al pueblo

la creación del Instituto.

«Chilenos, decía, los heroicos sacrificios que

habéis hecho en la presente invasión de los tira-

nos, exigían un premio que se extendiese a todas

las clases del Estado. ¿Y qué recompensa mas

digna podia presentarse a un pueblo que el pro-

porcionarle la industria y los conocimientos de

que carece? Un diputado ha partido para el ex-

tranjero llevando considerables auxilios para tra

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ernos sabios químicos, mineralogistas, libros, to-

da clase de instrumentos de arles y de ciencias,

un laboratorio químico y una colonia de fabrican-

tes y artesanos. No es esta, como la que nosotros

sufrimos, una de aquellas embajadas que llevan

la destrucción y el terror a los pueblos. Nó, ella

conduce la felicidad y la prosperidad a un país

que debe ser libre y virtuoso»

Apesar de las preocupaciones de la guerra, el

Gobierno miraba con interés el cumplimiento de

esta halagadora promesa y arreglaba los estatu-

tos que debian regir aquel nuevo plantel de edu-

cación.

El día que este se inauguró —: o de Agosto de

i 813—fué un día de triunfo, como el de Chaca-

buco, como el de Maipo, como el primero en que

apareció «La Aurora».

Desde la primera luz resonaban los cañones,

flameaban las banderas y las campanas vibraban

con las notas de aquel himno sublime que ellas

cantan en los grandes regocijos populares. Un

pueblo alegre se agolpaba a las puertas de la

Universidad. Desfilaban los magistrados en traje

de gala a presidir el. acto mas hermoso que haya

presenciado un pueblo naciente: «la consagración

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de su destino en el aula de un colegio» Se abria

en aquellos instantes el gran libro en que mas

tarde se iban a inscribir los nombres de lautas

inteligencias eminentes, de tanto ilustre guerrero,

de tanto hábil político, que daiian brillo a la pa-

tria en e1 terreno de la literatura y de las cien-

cias, laureles en el campo de honor, so'idez y bie-

nestar en el dominio de la política

El Instituto Nacional fué la obra mas bella y

benéfica de los padres de la Patria Vieja; en él

se rindió culto a la inteligencia y a la razón, se

cantaron en odas brillantes las victorias sobre el

antiguo régimen y se- plantó la semilla bendita

del árbol que no muere.

VI

Los Padres de la Patria intelectual chilena, cu-

yos nombres conserva la nación con cariñoso re-

cuerdo, fueron don Juan Martínez de Rozas, el

alma de la primera Junta Nacional, don José Mi-

guel Carrera, «autor de una minuciosa y exacta

traducción de un tratado completo de educación

infantil, que encontró al parecer en una enciclo-

pedia inglesa y que consta de treinta pliegos de

la medida y esmerada letra con que acostumbra-

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ba escribir (i). El 28 de Marzo de 1818 mandó

aquel recuerdo a su esposa, acompañado con es-

ta tierna y melancólica inscripción: «Es el único

obsequio que por la primera vez he hecho a mis

hijas» (2).

A continuación nombraremos a Camilo Hen-

riquez, don Juan Egaña, don José Francisco

Echáurren, primer Rector del Instituto Nacional

y al exclarecido filántropo y patrint 1 don Manuel

de Salas.

VII

Recuerdo que don Juan Egaña decía:

«La obra de Chile debe ser un gran colegio de

artes y de ciencias y sobre todo de una educación

civil y moral capaces de da nos costumbres y ca-

rácter. Allí debe haber talleres y maestros de las

artes principales, catedráticos y libros de todas

las ciencias ».

Muchos y eminentes fueron los servicios de es-

te gran ciudadano, tanto en el terreno de la or-

ganización política, de la judicatura y de las cien

cias cuanto en el desarrollo de la enseñanza po-

pular.

(1) Manuscritos de la Biblioteaa Nacional. (2) Vicuña Mackenna.—El Ostracismo de los Carreras.

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Don Agustín Lizardi publicó en 1828 su labor

en un interesante folleto titulado «Los escritos y

servicios del ciudadano don juán Egaña».

VIII

Don Manuel de Salas, aquel hombre de cari-

ñosa memoria, de corazón tan puro como ningu-

no de nuestros estadistas, apellidado el Padre de

los Pobres y «el más firme sostén de la prospe

ridad de Chile», habia envejecido cuando lo sor-

prendió la revolución en el cuidado de los pobres

y de los enfermos; la idea de libertad encendió,

sin embargo, su corazón en llamaradas de patrió-

tico entusiasmo, y lo incitó en aquella segunda

época, la más brillante de su vida, en que su ca-

rácter apacible se hizo ardiente, en que hablaba

lleno de elocuencia en el primer Congreso en fa-

vor de las obras de beneficencia, del estableci-

miento de industrias nuevas,y sobre todo de la

importancia y necesidad de la educación pública.

Habia nacido en 1754.

La Universidad de San Marcos (Lima), le ha-

bia otorgado su diploma de bachiller y la Audien-

cia su título dé Abogado.

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De vuelta de su viaje a España, dióse a cono

cer en Chile por su espíritu de filantropía y por

su espíritu de apóstol en el desarrollo intelectual

de sus conciudadanos.

Fundador de la Academia de San Luis (i 797)

en donde por muchos años se enseñaron las pri

meras letras, la gramática latina, las matemáticas

elementales, en vez de la teología, y demás asig

naturas de las escuelas conventuales, sus anhelos

iban directamente a la difusión de conocimientos

prácticos que hicieian hombres capaces de la in-

dustria, de la agricultura y del comercio.

Fué el primero que logró implantar en Chile

la enseñanza del castellano

En su Academia de San Luis logró formar un

pequeño gabinete de historia natural y reunir al-

gunos mapas geográficos, esferas y otros mate-

riales de enseñanza, cuando todo esto era deseo

nocido en los colegios nacionales. También echó

las bases de una pequeña biblioteca científica.

En 1810 el fundador de la Academia de San

Luis se convirtió en uno de los partidarios masar-

dientes del nuevo régimen y en uno de los propa-

gandistas mas fervorosos de la educación popu-

lar, dando formas a sus ideas en numerosas obras

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y discursos, y, sobre todo, en una representación

a la Junta Gubernativa, exponiendo un nuevo

plan de enseñanza pública que, con otros trabajos

análogos, fueron el origen del Instituto Nacio-

nal. (i)

Después de la victoria de Maipo, miembro

de numerosas comisiones, individuo activo en la

restauración del Instituto Nacional, partidario del

sistema lancasterian o, todavía en su ancianidad

el ilustre filántropo y apóstol de la educación, vi-

sitaba con frecuencia las escuelas para detenerse

conmovido por el adelanto de los niños y para

ayudar paternalmente a los maestros con sus sa-

bias experiencias.

IX

Aquella figura pálida de Camilo Henriquez en-

cerraba un alma en que ardían con fuego inextin-

guible los mas santos ideales. Fué el soldado va-

leroso de la idea que corriera entre los primeros

a enrolarse en las filas de los más audaces inno-

vadores del régimen imperante y uno de los que

mas contribuyera al mismo tiempo a generalizar

(1) Sesiones de los Cuerpos Legislativos. Tomo I.

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— S o -

la enseñanza. Cuantas veces no nos hemos dete-

nido en sus artículos de educación publicados en

«La Aurora» y no nos hemos admirado de que

ya en aquellos días hubiera hombres que miraran

las extensas proyecciones de este magno proble-

ma de la educación, y que con espíritu profundo

y sereno dieran las premisas de su resolución en

medidas que ni aún en nuestros días aplicamos.

En 1811 habia presentado al Congreso Nacio-

nal un plan de organización del Instituto Nacional

de Chile, «escue'a central y normal para la difu-

sión y adelantamiento de los conocimientos úti-

les •>.

Allí exponía que «el fin de la educación es dar

a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan,

la hagan florecer y le den honor».

Clasificaba los estudios en tres categorías: cien-

cias físicas y matemáticas, ciencias morales, e idio

mas y literatura.

En su plan aparecían asignaturas que nunca se

habían profesado en Chile, como la educación cí-

vica, la economía política y el inglés.

Abogaba valientemente porque la base de la

enseñanza fuese la lengua materna, no el latín,

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— 3 i —

característica la mas pronunciada de la educación

colonial.

Luchó incansablemente por la creación de las

escuelas de artes y oficios y por la apertura de

u n m u s e o de historia natural: esto último pudo

verlo realizado en el Instituto Nacional.

Escribió una cartilla de educación cívica intitu-

lada Catecismo de los Pátriotas, la cual aunque

dedicada a las escuelas, no consiguió que se en-

señase. (i)

Fué uno de los más decididos partidarios del

sistema de enseñanza mutua, del cual mas tarde

nos ocuparemos con mayor detenimiento, propa-

gando en Santiago y en Buenos Aires la conve-

niencia de adoptarlo para sacar al pueblo con

mayor rapidez del estado de ignorancia en que

yacía.

Don Manuel Antonio Ponce termina los rasgos

biográficos de Camilo Henriquez con estas bellas

palabras:

«El fraile de la Buena Muerte queria la educa-,

ción primaria universal y gratuita: queria que el

(1) Monitor Araucano, niímero 99.

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— 32 —

edificio de la República tuviera la escuela por ci-

miento ». (i)

X

La reconquista española apagó casi por com-

pleto aquella luz vivísima que encendió en la

prensa, en los colegios nacionales y en los cam-

pos del honor la Patria Vieja.

(1) Poirro.—Bibliografía Pudigógica Chilena, página 244.

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Administración O'Higgins i

Asegurada ya la libertad, empezóse bajo la ad-ministración O'Higgins a organizarse definitiva-mente la República.

Repartió el Gobierno su actividad en los dis-tintos departamentos de la administración; pero no podia merecer su mayor preocupación sino el

A

gran problema de la forma de Gobierno que de-bía adoptarse para la Patria naciente. Sin embar-go, son glorias de la administración O'Higgins estas que pasamos a estudiar.

El 5 de Agosto de 1818 se creó la Biblioteca Memotia Histórica 3

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- 34 —

Nacional, abriéndose con ella un templo para que

los ciudadanos continuaran su obra de perfeccio-

namiento y adquirieran por su esfuerzo personal,

aquella ilustración que ha formado tantos talentos

esclarecidos, la que puede suplir la falta de ense-

ñanza en la época oportuna, y la que satisface las

inclinaciones particulares del espíritu, haciendo a

los hombres mas libremente ilustrados.

Es obra de justicia recordar que la idea de

fundar definitivamente una Biblioteca Nacional

pertenece al ilustre general don José de San Mar-

tín.

No se apagaban todavía los ecos de la esplén-

dida victoria que obtuviera en Chacabuco, cuan-

do se desprendió generosamente de la suma de

dinero que el Cuerpo Municipal de Santiago ha-

bia puesto a su disposición para que atendiera a

sus gastos de regreso a Buenos Aires, y deposi-

tándola en manos de don Bernardo Vera y de

don José Ignacio ' Zenteno, les pedia con nobleza

y altruismo ejemplares, que se tomasen el traba-

jo de proceder a la erección de dicha Biblioteca

y abrirla «con toda la anticipación que demanda

el importante objeto de su creación».

Y les agregaba; «Amantes Uds, del progreso

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— 35 —

de las letras y, dedicados desde la cuna al estudio

de los sagradqs derechos que forman la exención

de los hombres libres, espero que dejarán airosa

mi elección, con todo el esmero que quepa para

que no se fustre- un establecimiento en que ten-

drán tanto interés como yo, para que la Patria

les deba este servicio de tanta preferencia»

Una biblioteca pública es una fuerza producto-

ra de inteligencia. Es un taller en que incesante-

mente se fraguan ideales de progreso y se afir-

man el criterio y la moralidad del pueblo que la

frecuenta.

II

En sesión de 26 de Febrero de 1819 el Sena-

do aprobó el segundo Reglamento para las Es-

cuelas Publicas del Estadp.

Creemos de valor histórico y pedagógico ese

documento en el sentido de que fija un plan de

estudios y la dirección a que debe someterse el

maestro en la educación moral de sus alumnos.

Así dice:

Art. 5.0 En todas las escuelas se enseñará a

leer, escribir y contar, teniendo los maestros es-

pecial- cuidado en que aprendan los jóvenes la

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gramática castellana, instruyéndoles en los fun-damentos de nuestra sagrada religión y la doctri-na cristiana por el catecismo de Astete, Fleurí y el compendio de Pouget, procurando ilustrarles en los rudimentos sobre el origen y objeto de la sociedad, derechos del hombre y sus deberes ha-cia ella y el Gobierno que la rige.

Art. 17. Procurarán los maestros, con su con-ducta y expresiones juiciosas, inspirar a los alum-nos el amor al orden, respeto a la religión, mo-deración y dulzura en el trato, sentimientos de honor, apego a la virtud y a la ciencia, hoiror al vicio, inclinación al trabajo, despego de intereses, desprecio de todo lo que diga profusión y lujo del comer, vestir y demás necesidades de la vidp., infundiéndoles un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, estimando mas la calidad de americano que de extranjero.

Art. 18. Habrá gran cuidado en que todos los jóvenes se presenten con aseo en su persona y vestido, sin permitirse que alguno use lujo, aun-que sus padres puedan y quieran costearlo.

Es finalmente digno de recordarse que solo hoy, en 1913, se vaya a cumplir por iniciativa de la Inspección General de Instrucción Primaria

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— 37 —

la hermosa prescripción contenida en él art. 19

de este'reglamento:

Art. 19. A la puerta de cada una de las escue-

las se fijarán o grabarán las armas del Estado de

Chile.

III

En 1821 la administración O'Higgins creaba

el Liceo de la Serena sobre la base del Instituto

Nacional de Santiago y a la vez con carácter re-

gional porque sus estatutos prescribían' atención

especial a la mineralogía y a la química.

Existia ya en nuestros estadistas la intención

de organizar LUÍ sistema de educación nacional

que, respondiendo a las necesidades generales

del país, considerara también las condiciones y

necesidades especiales de las distintas zonas.

IV

En el mismo año una disposición suprema obli-

gaba a los maestros de primeras letras a concu-

rrir a la Escuela Normal de enseñanza mutua es-

tablecida en la Universidad con el objeto de que

se instruyeran en el nuevo sistema de énseñanza

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— 3« —

mutua, o monitorial, que Bell y Lancaster habían

aplicado con éxito en Madras y en Inglaterra, que

permitía a un solo maestro ayudado de los mejo-

res discípulos, enseñar hasta un mil de alumnos

a la vez, y que encontró entre los libertadores de

América distinguidos protectores, como Bolívar

y O'Higgins.

Efectivamente, el Gobierno del Director Su-

premo expedía el i 7 de Enero el siguiente de-

creto:

«Siendo e1 medio probado y seguro de fijar la

felicidad en los pueblos el hacerlos ilustrados y

laboriosos, y habiendo llegado el término de los

obstáculos que sofocaban en Chile la aptitud de

los naturales para entrar al goce de los bienes

que con menos proporciones logran las naciones

que lo precedieron en la libertad de cultivar las

letras y las artes, es necesario hacer los últimos

esfuerzos para recuperar el tiempo del ocio y las

tinieblas, empezando por franquear a todos sin

excepción de calidad, fortuna, sexo o edad, la en-

trada a las luces.

El sistema de Lancaster o enseñanza mutua,

establecido en la mayor parte del mundo civiliza-

do y al cual deben muchos la mejoría de sus eos-

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— 39 —

tumbres, ha empezado entre nosotros con aquella

aceptación que predice sus benéficos efectos y

exige su propagación, como el árbitro seguro de

extirpar radicalmente los principios de nuestra

decadencia.

El Gobierno se propone protejerlo con predi-

lección, y cree realizar sus deseos asociándose

las personas que junten a iguales sentimientos,

la actividad, celo e instrucción que demanda su

importancia. En todas partes prospera y se dilata

por ( sociedades, circunstancia que basta para se-

guir el ejemplo y que me decide a establecerla.

Me constituyo protector y primer individuo de

ella. Mi primer Ministro de Estado será su Presi-

dente y miembros natos el Procurador General de

la ciudad, el Protector de Escuelas que ella nom-

bre y el Rector del Instituto Nacional.

La institución es dilatar hacia todos los puntos

de Chile la enseñanza en todas sus clases, espe-

cialmente en la más numerosa e indigente, adqui-

rir los adelantamientos que se hagan en el méto-

do y abrir recursos con que adaptarlos a nuestras

necesidades y situación, en suma, erigirse y con-

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— 4 o —

siderarse los instrumentos de un bien tan reco-mendable por su magnitud y eficacia, como por la inmensa extensión de que es susceptible.

O'Higgins.

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Administración Freire i

«El trabajo de organización de la República,

emprendido por la administración del general

Freire, se dirigió con preferencia a la educación

pública», (i)

Para que el Instituto Nacional pudiera satisfa-

cer las necesidades del país, recibió del Senado

Consulto de Junio de 1823 una asignación cuan-

tiosa para ese tiempo, de 25,000 pesos. Se que-

ria que llenando los fines que se propusieron sus

fundadores, sirviera como norma en la enseñanza

pública y de modelo a todos los establecimientos

similares que se crearan.

(1) G-ay.—Historia de Chile.

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— 42 —

Ya el Gobierno de O'Higgins habia decretado

el restablecimiento del Instituto Nacional en 1819.

Vino ahora su reorganización en el sentido de'

hacerlo un centro universitario, dividiéndolo, se-

gún leyes y reglamentos, en una sección de ins-

trucción científica, otra industrial, y en un museo

de instrumentos para las ciencias experimentales.

Nada se avanzó, sin embargo, en cuanto al

régimen interno, obra de don Juan Egaña, «que

dejaba al Instituto sometido a la santa tutela del

principio religioso». (1)

II

Del mismo año 1S23 es la creación de la Aca-

demia Chilena, principal sección del Instituto Na-

cional, dividida también en tres secciones: Cien-

cias Murales y Políticas, Ciencias Físicas y Mate-

máticas, y finalmente Literatura y Artes.

Impuestas imperiosamente la necesidad y la

conveniencia de organizar la administración de

justicia, en la cual luchaban en serios y diarios

conflictos las nuevas ideas con las antiguas leyes

coloniales; sobre la tabla de discusión obligada

los principios constitucionales que debian convul-

•(1) Lastarria.—Recuerdos literarios.

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— 43 —

sionar durante largos años la nación, cuya suerte

habría de pasar del poder militar a los letrados,

el estudio de las leyes fué el predominante en el

Instituto Nacional, contrariándose de hecho la

universalidad que quisieron imprimirle sus leyes

y reglamentos.

Sin embargo, los estudios legales y los de fi-

losofía y gramática latina que les servían de fun-

damento necesario, no habian avanzado ni en

cuanto al fondo de las doctrinas ni en la forma

pedagógica en que se impartían durante la Colo-

nia, como si todos los generosos esfuerzos gasta-

dos por ellos hubieran merecido una injusta con-

denación. Mas extensos los conocimientos que se

impartían, no alcanzaban, sin embargo, a satisfa-

cer la generosa sed de los espíritus de la época.

Impregnaba todavía la escolástica con su ambien-

te pesado y mortificante las aulas escolares. Mas

que al cultivo de las disciplinas mentales y que

al estímulo de la individualidad y de su libre y

expontáneo vuelo, se atendía a las fórmulas abs-

tractas, vacías de sentido casi todas, y era la me-

morización la cúspide del sistema de enseñanza.

Por eso el Gobierno y la opinión pública an-

helaban una dirección mas científica para la edu-

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— 4 4 —

cación, y una mejor armonía de ésta con las ne-

cesidades del país y con el progreso del espíritu

moderno.

He aquí el momento en que los poderes públi-

cos empiezan a preocuparse con mayor atención

de las influencias que podrían ser benéficas para

el desarrollo intelectual de la nación.

A partir de este momento, por largos años se

dejó sentir la influencia de la escuela francesa en

el desarro'lo de nuestras instituciones educaciona-

les, mediante la obra de eminentes profesores

que, como Lozier, Gay y Sazie, colaboraron efi-

cazmente en tal sentido.

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1826 a 1831 i

Conforme al criterio expresado anteriormente, las miradas del Gobierno se detuvieron en el hombre que podia mas seguramente realizar esa reforma: Carlos Ambrosio Lozier.

Lozier habia recibido en 1823 la comisión de Gobierno de estudiar la historia natural del país y de levantar el mapa geográfico de Chile; pero en 1826 aún no habia realizado los estudios cien tíficos que esperaban prematuramente los hom-bres de Gobierno

He ahí por qué prefirieron utilizarlo en la re-forma de los estudios, abandonando la esperanza

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— 4 6 —

del término de una comisión que no llegaría en

prolongados años, y lo llevaron al Instituto para

que sacara la enseñanza de la rutina peripatética

y ensanchara su esfera de acción, como antes se

habia pretendido, al darle el carácter de estable

cimiento normal de educación universal

El ilustre patricio don José Miguel Infante que,

con un espíritu innovador, habia procurado levan-

tar de su postración la enseñanza pública, fué

quien desde la suprema magistratura reorganizó

el Instituto en 1826 y entregó a Lozier su direc-

ción, autorizándole ampliamente para hacer una

reforma completa con nuevos métodos de ense-

ñanza y con nuevos sistemas de disciplina.

Las aptitudes de Lozier eran, garantías de éxito:

aspiraba dar a la educación un fundamento posi-

tivo, implantando un ciclo de ciencias matemáticas

y físicas, obligatorio aún para los que se dedica-

ran a las leyes; reformó en seguida el plan de las

humanidades y de los estudios de derecho, y se

adelantó hasta la reforma de los métodos. Fundó

una sociedad para, la propagación de los métodos

elementales de instrucción, cuya difusión impor-

taba el progreso de la educación en general. Em-

prendió con ese objeto la publicación de «El Re-

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— 47 —

dactor de la Educación», instituyendo de ese mo-

do en Chile el periodismo pedagógico.

Pero su obra de franca oposición a prácticas

antiquísimas atrajo la desconfianza primero y la

burla después «de los partidarios de la rutina, es

decir, la generalidad de los hombres instruidos»,

y finalmente de sus propios alumnos, emancipa-

dos ya del látigo, que se levantaron en abierta

rebelión contra el eminente maestro innovador.

«Sus ideas respecto de la enseñanza, dice

Gay, chocaban de frente y demasiado contra los

usos inveterados, las costumbres, las tradiciones

y memorias que constituían las tan temibles preo-

cupaciones del país»,

Pero no todas las ideas, una vez sembradas,

perecen en el surco o en las zarzas del camino:

algunas caen en el buen terreno y germinan, flo-

recen y fructifican.

Y así fué como a raiz de la caída de Lozier,

ocurrida bajo el mismo gobierno de don José Mi-

guel Infante, los preparativos ya hechos facilita-

ron la reforma, y se abrieron nuevos cursos que

profesaron don José Miguel Varas, don Manuel

Camilo Vial, don Ventura Marín, don Andrés

Antonio Gorbea y don Pedro Fernández Garfias,

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— 4 S -

el primero que enseñó latín en lengua castellana.

Y así fué también como las mismas ideas es-

bozadas sin orden ni armonía aparecieron al año

siguiente en forma sistematizada en el Plan de

Estudios del Liceo de Chile, que publicó don José

Joaquín de Mora.

II

Fueron los profesores del Instituto Nacional

que habian trabajado bajo la dirección de Lozier,

los que en una digna emulación ayudaron a la

implantación de los nuevos métodos y formas de

disciplinas en el Liceo de Chile, fundado por Mo-

ra en 1828, y los que en 1830 procuraron su

aplicación en el Colegio de Santiago, fundado por

franceses, para rivalizar con el Liceo de Chile.

Desgraciadamente, la consolidación del régimen

político conservador trajo como consecuencia la

caída de esos institutos y la vuelta a los antiguos

sistemas imperantes.

La revolución intelectual de este período tiene,

pues, como adalid al ilustre literato y maestro

español don José Joaquín de Mora, a quien aún

no se hace entera justicia en la historia de nues-

tro desenvolvimiento intelectual, tratando de obs-

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— 49 —

curecer su gloria en beneficio de la del ilustre

venezolano que desde 1833, con sus lecciones en

latín y de memoria, inició una contra revolución

haciéndolos retroceder a los antiguos planes, tex-

tos y disciplinas. (1)

La emigración argentina se espantó del retro-

ceso de nuestras letras y de nuestra educación,

siendo no solo los discípulos de Bello los que vin-

dicaron el honor nacional, sino muy principalmen-

te los de Mora y los del Instituto Nacional, que

habian sentido, de cerca la influencia bienhechora

de Lozier.

En el plan de estudios del Liceo de Chile apa-

recen por primera vez en Chile los estudios de

humanidades divididos en cinco años, basados en

las asignaturas científicas que dirigía Gorbea; se-

guidos de la enseñanza de la gramática latina,

cursada no por la del viejo Antonio de Nebrija

(1492), el francés, la geografía, la historia, la li-

teratura española y la francesa, la gramática y la

literatura, la aritmética y la astronomía, la física

y la química. Textos especialmente elaborados

(1) Lastarria.—-Carta a don Benjamín Vicuña Mackenna. El Ferrocarril: 15 de Febrero de 1871.

Memoria Histórica 4

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— 5 o —

por Mora daban la norma en la enseñanza de la

literatura y de la elocuencia, de la gramática y de

la geografía, dejando a la histoiia los vestigios

perniciosos de la rutinaria didáctica española.

Pero apagada casi en su cuna la benéfica refor-

ma, y olvidado injustamente el trabajo de Mora,

la contra-revolución intelectual siguió triunfante

encabezada por Bello, siendo muy pocos—Lasta-

rria entre ellos—como él mismo lo asegura, los

que escaparon a su influencia desgraciada.

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Administración Prieto

LA EDUCACIÓN PÚBLICA ÉN LA

CONSTITUCIÓN DEL ESTADO

I

Terminado con la exaltación del general Prieto el turbulento período que siguió a la abdicación de O'Higgins, y acallada en los campos de Lir-cay la voz del liberalismo, la República entró a una época de equilibrio cuyo régimen es bastan-te conocido.

La obra mas fecunda de la revolución triunfan-te fué la dictación de la Constitución Política de Chile el 25 de Mayo de 1833.

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— 52 —

Señalamos esta fecha en nuestros apuntes por-

que ella significa la consagración de un principio

de nuestra política educacional, en el alcance que

los constituyentes quisieron dar a esta actividad

al declararla atención preferente del Estado.

Continuaban, pues, las inspiraciones de los pa-

dres de la patria en una reviviscencia creadora que

se manifestó aún en aquella administración, seña-

lada como ninguna de anti-democrática.

Camilo Henriquez vivia todavía en el alma de

sus conciudadanos y dictaba leyes como versícu-

los sagrados destinados a escribirse en páginas

de oro.

El habia recordado desde las columnas de la

Aurora que entre los ántiguos espartanos, uno

de los pueblos que mas amplia e intensamente ha

satisfecho los fines que se propuso, ei tratado de

educación abarcaba dos tercios de las leyes de

Licurgo.

«Fecundo y hermoso campo, decía, ofrece la

educación a un código sabio. En ella se concentra

la parte mas esencial de una legislación que de

nada sirve si se dirige a gobernar seres débiles,

desarreglados, ignorantes y de malas costum-

bres ».

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— 53 —

La Constitución Política de la República ins-

cribe entre sus preceptos estos dos que hacen su

gloria y que inspiran hacia los que la dictaron

una muy profunda gratitud en el alma de todos

los chilenos:

«Art 153 (hoy 144). La educación pública es

una atención preferente del Gobierno. El Con-

greso formará un plan general de educación y el

Ministro del despacho respectivo le dará cuenta

anualmente del estado de ella en toda la Repú-

blica.

Art. 154 (145). Habrá una superintendencia

de educación pública, a cuyo cargo estará la ins-

pección de la enseñanza nacional, y su dirección

bajo la autoridad del Gobierno.

Demasiado reconocida ha sido ya la primera

parte del artículo 153. La segunda, sin embargo,

no se ha realizado todavía: el Congreso no ha

formado un plan general de educación; leyes or-

gánicas de diversas legislaturas han prescrito lo

que debe hacerse en educación primaria, secun-

daria y superior: ningún Congreso ha considera-

do todavía el problema en su completa y amplia

magnitud.

Como fragmentos sin coordinación han sido

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— 54 —

consideradas las diversas secciones de nuestra

educación por un ilustre maestro extranjero que,

movido por anhelos de perfeccionamiento, ha ex-

presado su propósito de la manera siguiente: «La

falta de unidad en la educación debe ser abolida,

haciendo de toda la educación dada en Chile un

solo sistema, eslabonado de tal manera que quien

haya de recibir educación superior o profesional,

pase forzosamente por las escuelas primarias, de

estas a las secundarias, y finalmente a las supe^

riores».

«La educación del hombre desde su iniciación

hasta su completo desarrollo debe ser, pues, un

proceso continuo, no interrumpido por línea al-

guna de división imaginaria, como no lo es su

crecimiento», ( i )

Dividida la educación en general y especial,

cumple a la primera preparar y perfeccionar a los

ciudadanos, y a la segunda habilitarlos para el

ejercicio de todos los oficios y profesiones que

constituyen el progreso nacional. La enseñanza

general es, de ese modo, el verdadero tronco de

un sistema dividido en tres grados: primario, se-

cundario y superior; de él se desprenden, como

(1) A. de E. N.— Declaración de Principios.

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— 55 —

diferentes ramas, los tres grados de la enseñanza

profesional, al término de los cuales la educación

ofrece a la República, como sazonados, frutos los

ideales convertidos en acción.

Es, pues, necesario el cumplimiento del pre-

cepto constitucional, sometiendo a una sola direc-

ción todos los establecimientos de educación pú-

blica, excepto los de régimen militar: esta direc-

ción debe ser la Superintendencia de educación

pública.

II

En 1837 empezóse a dar cumplimiento a una

de las prescripciones constitucionales con la crea-

ción del Ministerio de Instrucción Pública.

Mucho mas tarde, en la administración Balma-

ceda, se reorganizó este Ministerio adicionándose

a la cartera de Relaciones Exteriores el Ministe-

rio del Culto, que antes estaba unido al de Ins-

trucción.

Hoy solo nos falta conseguir que el Secretario

de Estado que tenga a su cargo la educación

nacional pueda dedicar a ella toda su actividad y

su tiempo, segregando de esta Cartera la de Jus-

ticia, a la cual se encuentra unida todavia.

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Administración Bulnes

SARMIENTO

Fué en el mismo año de i 83 i , en que los Tri-

bunales de Justicia condenaban a un ladrón por

espacio de tres años, a servir de maestro de es-

cuela, en Copiapó, cuando un joven militar argen-

tino, emigrado de su patria, vino a formar en las

filas del magisterio chileno, triste y miserable ma-

gisterio, sin consideración ninguna entre las cla-

ses sociales y falto en absoluto en orientación

científica.

Y desde el humilde puesto de una escuela pri-

maria de los Andes inició una carrera ascendente,

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— 58 —

demostrando a los Poderes Públicos v al pueblo

la nobilísima función de la enseñanza.

El análisis de aquella personalidad, que vivien-

do algunos años en la obscuridad y la pobreza,

surgió de pronto majestuosamente en una vida

señalada como pocas en grandes hechos, hace

considerarlo con justicia entre los prohombres de

la América Latina, y lo llevan a un lugar de ho-

nor en la historia del continente, haciendo recor-

dar, como justo simil, a esas cumbres eminentes

que de distancia en distancia se levantan en la

cordillera andina en elocuente y eterna aspiración

al infinito.

Y deja ese análisis en e! ánimo una huella tan

profunda como imborrable, una estupefacción

singular por aquella actividad que 110 reposó un

instante, y un impulso educativo que nos inspira

fe para seguir trabajando en la realización de sus

ideales.

Fué su espíritu formado al acaso sobre felices

disposiciones nativas, en una humilde escuela de

San Juan, y mas tarde bajo la tutela cariñosa de

un pariente, lo que hizo mover a aquel muchacho

de quince años todavía, guerrero, patriota y ma-

estro, pero sobre todo maestro, hasta hacerlo

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— 59 —

concebir, entre los desmantelados muros de una

escuela, que la obra educativa debia seguir en

evolución histórica aquella brillante campaña de

la libertad americana, para hacer que las conquis-

tas del alma inteligencia, sellaran para siempre

las epopeyas de la espada e hicieran cruzar a es-

tos pueblos, al recuerdo de aquellos días de lau-

reles de sus campos de batalla, bajo el arco de

triunfo en donde alcanzan los pueblos por la ilus-

tración y la virtud, la concepción altísima de todos

sus deberes y el ejercicio pleno de todos sus de-

rechos.

No queremos recordar lo que aquel paladín de

las ideas abogara en la prensa y la tribuna, lle-

vando como bandera la redención de la ignoran-

cia, por un sistema de edificación escolar en sal-

vaguardia de la salud del niño y del maestro; las

veces que levantó su voz para significar el valor

de ]as condiciones materiales del edificio en la

educación física, artística y moral; cuantas veces

pidió la creación de rentas propias para la edu-

cación primaria, la educación de los adultos anal-

fabetos, los cursos de perfeccionamientos para

maestros y su elevación social por remuneración

correspondiente a su labor, el mejoramiento del

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— 6o —

mobiliario y útiles escolares, la apertura de mu-

seos y bibliotecas, y cuanto problema nos agita

hasta el presente y sobre los cuales él abrió la

discusión

Queremos solamente poner de relieve los tres

puntos a que consagró sus mas desinteresados

anhelos y a los cuales dedicó sus horas de vigilia

en sus largas peregrinaciones de estudio por

América y Europa

Ellos son la institución de la carrera pedagógi-

ca, la educación de la mujer y el establecimiento

de la escuela primaria común.

I

Dentro de aquella concepción grandiosa que

en la mente de Sarmiento habia de afianzar y

completar la emancipación del espíritu americano,

era natural que pensara en el agente con que es

preciso contar ante todo tratándose de la escue-

la, y que el maestro de primera enseñanza fuera

una de sus mas acentuadas preocupaciones.

Nadie puede intentar la fundación de un siste-

ma de educación popular cuya acción sea intensa

dentro y fuera de la escuela, sin tener buenos

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— 6 i —

maestros o sin buscar antes la manera adecuada

de formarlos.

No basta la vocación; la inspiración que feliz

mente revelan algunos individuos en la labor edu-

cativa tampoco es suficiente:

Son pocos por un lado los que demuestran

esas aptitudes injénitas, y aún tratándose de las

más sobresalientes, es necesario que sean dirigi-

das en el estudio por un aprendizaje teórico y

práctico a la vez, que dé las nociones científicas

en que se basa el proceso educativo, y de otro

lado desarrolle la habilidad técnica para que pue

dan los maestros hacer una obra mas fácil y efi-

ciente.

Es preciso formar a los que aspiran a ser edu-

cadores. No es posible soportar impasiblemente

que al acaso los hombres y mujeres de buena

voluntad adquieran la ciencia de educar en forma

fragmentaria y el arte de la enseñanza después de

ensayos sin dirección y de fracasos sin responsa-

bilidades.

A satisfacer estas necesidades tienden las ins-

tituciones pedagógicas, y a pedir su creación de-

dicó Sarmiento sus esfuerzos.

Sus artículos relativos a este punto ilustraron

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las columnas de El Mercurio y El Monitor, insi-nuando y haciendo sentir la necesidad de tener buenos maestros.

Veia justificado el interés que las escuelas nor-males merecen en los países mas cultos; veia que aquellos que las poseen en mayor número y me-jor organizadas, poseen también las mejores es-cuelas; veia que de ellas sale la corriente de cul-tura mas intensificada y fecunda, a derramarse en los colegios y en el pueblo, cuando forman los maestros no solo dándoles preparación científica y práctica para ejercer su ministerio, sino estimu-lando su perfeccionamiento después de formados, sosteniéndolos y dirigiéndolos en el avance de los estudios relativos a su carrera, dándoles nuevas orientaciones y abriéndoles nuevos campos de investigación, desarrollando su espíritu de análi-sis, imponiéndolos de los nuevos adelantos peda gógicos, verificando continuamente a su vista los ensayos y comunicándoles las aplicaciones.

Conocido el alcance que daba su genio a estas instituciones, era natural que aquel joven minis-tro que, como él, surgía de la humildad sobre el pedestal de su talento y su virtud, mirara en el maestro argentino al hombre que debia realizar

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- 6 3 —

la idea que por primera vez insinuara en Chile el

sabio venezolano, y que fuera Sarmiento comisio-

nado por el Gobierno Supremo para dirigir la

primera Escuela. Normal solo dos años después

que los Estados Unidos creaban en Massachus-

setts el primer instituto de esta clase. Instituyóse,

pues, la carrera pedagógica con la apertura de la

Escuela Normal de Preceptores en ei viejo Portal

de Sierra-Bella, y abrióse en Junio de 1842

aquel templo de donde debian salir los maestros

de la República a decir a las gentes el evangelio

de la verdad, y a preparar los ciudadanos de un

país más fuerte, más inteligente, más laborioso y

más bueno

La nueva profesión encontró su fuente de ins-

piración en la cátedra de pedagogía, que el maes-

tro ilustró con numerosas obras para la enseñan-

za normal y primaria; de estas últimas es su

silabario en que Chile aprendió a leer por espacio

de medio siglo.

II

Hácia la época de que hablamos, la educación

de la mujer estaba en miserable situación. La fal-

ta de preceptoras habia impedido la multiplica-

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— 6 4 —

ción de las escuelas de niñas. Tampoco podia

desterrarse aún, a pesar de aquella brillante

emancipación del intelecto chileno en los años

que siguieron a 1840, la absurda creencia de que

los conocimientos eran perjudiciales a la morali-

dad de la mujer, que sentía de ese modo agovia-

da su naturaleza espiritual bajo el peso de preocu-

paciones coloniales.

Contra este prejuicio, Sarmiento solicitaba un

rayo de misericordia para esta noble mitad del

género humano: pedia conducirla prontamente al

conocimiento de sus deberes, de sus intereses,

de su noble misión en el hogar y en las activida-

des sociales, de su importante papel en la época

moderna: pedia que brillara también su libertad

sobre el cielo de la libertad americana, y que la

legislación reparara su olvido, trabajando por el

bien de la mujer en el fecundo terreno de su edu-

cación. Y todo esto lo pedia cuando nada o casi

nada se habia hecho ni intentado, cuando se creia

intempestivo y hasta indigno del Gobierno el ren-

tar o subvencionar colegios para mejorar la con-

dición intelectual ele la mujer.

Al abogar Sarmiento por mejorar el espíritu

de la mujer ¿se perdería su voz en el vacío o so-

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- 6 5 —

los esfuerzos aislados responderían a ella?

La evolución del pensamiento científico nunca

ha sido uniforme. Si los progresos de las disci-

plinas históricas, los fenómenos sociales y los

educacionales comprendidos en ellos, no han co-

rrido a parejas con el desenvolvimiento físico y

biológico del hombre, dentro del desarrollo del

espíritu humano, la evolución del espíritu femeni-

no tampoco ha sido coexistente, sino que a, través

del tiempo ha marchado en distancia considerable

del espíritu del hombre.

Olvidados casi todos los maestros de la peda-

gogía y olvidados casi todos los gobiernos de la

educación de la mujer, se levantó en Chile aque-

lla voz magistral pidiendo que se le prestara la

misma atención que a la del hombre, toda vez

que «de la educación de las mujeres depende la

suerte de los estados», y que «la civilización se

detiene a la puerta del hogar doméstico cuando

ellas no están preparadas para recibirla ni para

cooperar a su natural desenvolvimiento».

Si la mujer en su carácter de esposa, de ma-

dre o de sirviente, destruye con su ignorancia la

educación que reciben los niños en las escuelas,

Memoria Histórica 5

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— . 6 6 —

es natural que las preocupaciones y las costum-

bres se perpetúen por ella, y que no pueda alte-

rarse jamás en sentido benéfico el modo de ser

de un pueblo, si no se trata de cambiar primero

los hábitos e ideas de la mujer.

Es necesario entonces educarla: educarla cono-

ciendo ante todo su naturaleza y las inclinaciones

de su ser, «adaptando esa educación a la nobilí-

sima función biológica, intelectual y moral que

está llamada a desempeñar en la educación ma-.

terna, para la conservación y perfeccionamiento

de la raza y para la formación de los hijos de la

República».

De aquí la necesidad imperiosa, dentro de

cualquier estado social, de que todas las facilida-

des educativas qúe desde Sarmiento hasta hoy

ha venido obteniendo la mujer, loda la amplitud

en su educación física, intelectual y moral, prác-

tica y económica, 'y aún su misma enseñanza pro-

fesional, -deban mirar y converger principalmente

a la misión de la maternidad educadora.

Nadie puede ignorar que la conservación y

perfeccionamiento de la raza humana, dependen

antes que de cualquier otro elemento, de la ac-

tuación de la mujer en el hogar y que si repeti-

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— III —

mos con Rousseau «los hombres serán siempre

lo que quieran las mujeres, y el que desee a los

hombres grandes y virtuosos, que eduque a las

mujeres en la grandeza y en la virtud», se impone

la educación completa y armoniosa de la madre

de familia.

Antes, sin embargo, que viva la mujer su vida

de esposa y madre, haciendo la felicidad de otros

seres y trabajando por el porvenir de la sociedad,

ella debe ser un individuo perfecto en sí mismo,

vivir para sí misma y bastarse a sí misma.

He ahí su necesidad de adquirir indispensable-

mente una educación general completa y una en-

señanza especial que la haga útil en algupa acti-

vidad correspondiente a su sexo

Ella debe sentir— si no lo siente es necesario

que la educación se lo infunda—el anhelo de ayu-

dar o reemplazar al hombre, pero no de suplan-

tarlo en una competencia que muchas veces la

perjudica y desvirtúa siempre su noble persona-

lidad.

Habilitada así para levantar su propio peso en

la sociedad, no aspiraría la mujer el cambio de

su estado civil por interés: constituiríanse los ho-

gares sobre bases afectivas, y la sólida y comple-

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— III —

ta educación de la mujer sería desde luego la

mejor garantía de su felicidad y eficiencia educa-

dora.

Inicióse, pues, la educación de la mujer, a in-

sinuaciones de Sarmiento, por un camino acepta-

ble con la creación de la Escuela Normal de

Preceptoras (1854) creada a su consejo poco des-

pués de la publicación del valioso monumento

que levantó con su obra Educación Popular; el

primero en lengua castellana sobre este asunto,

en que expone observaciones de sus viajes por

Europa, libro el más estimado por el autor, en

el cual, según su propio decir, «cada página es el

fruto de una diligencia, recorriendo incesantemen-

te ciudades, hablando con hombres profesionales,

reuniendo datos,, consultando libros, estados y

folletos, mirando y escuchando». Fué el fruto sa-

zonado de aquella semilla que en su niñez asomó

en la Escuela de San Francisco del Monte, en la

campiña semi-bárbara de San Luis. Desde allá

venía caminando en la enseñanza de escuela en es-

cuela, hasta llegar a Versalles, y a los Seminarios

de Prusia, que son el pináculo de la humilde ca-

rrera del maestro.

«La ciencia y el arte de la educación primaria

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— III —

me la he inventado yo, y a despecho de la indi-

ferencia general, he traído a la América del Sur

el programa entero de la educación popular».

De este programa forma parte esencial la edu-

cación de la mujer, no solo en lo que a ella mis-

ma se refiere en su carácter social, sino también

sobre la consideración pedagógica de que ella

posee aptitudes de carácter y de moral, que la

hacen superior al hombre para la educación de la

infancia.

Hacia estos puntos llamaba la atención en la

prensa y la tribuna, al Gobierno como a los maes-

tros y pensadores de aquella época fecunda, re-

presentando una y cien veces que donde quiera

que no es vana y sin sentido la palabra cultura,

se reconoce y pronuncia que la civilización no

continuará su camino ascendente, o lo hará con

paso lento, sin que reciban los pueblos su pro-

vechoso fruto, mientras los hombres de buena

voluntad no se decidan a impulsar con brazo po-

deroso y a dirigir por el camino que señala la

sicología moderna, la educación de la mujer, lla-

mada por tanto título a ejercer una influencia de-

cisiva en el desarrollo de los destinos humanos.

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— 7o —

IV

Pero la obra mas gigante de Sarmiento es su

aspiración a la Escuela Primaria Común, aquella

patriótica aspiración mil veces noble, mil veces

sentida todavía después de sesenta años, de su

acción sobre nuestro sistema educacional, con la

cual quería acomodar nuestra enseñanza a nues-

tro modo de ser republicano, al espíritu y a las

necesidades de este pueblo, que debía ser grande

no solo por el esfuerzo de sus ingenios esclareci-

dos sino por el establecimiento de una alta de-

mocracia, en que absolutamente todos los chile-

nos, sintiéndose ciudadanos iguales en derechos

educacionales y políticos, y sin otras distinciones

que las-que merecen la virtud y el talento, llega-

rían a hacer de Chile una gran familia ilustrada,

progresista y feliz.

Fué por decreto supremo de Julio de 1853 que

el Gobierno, llamando a certámen a los miembros

del magisterio para premiar la mejor obra que

sobre educación primaria expresara mejor la in-

fluencia de la instrucción primaria en las costum-

bres, en la moral pública, en las industrias y en

desarrollo general de la prosperidad nacional, y

sobre la mejor organización que convendría dar

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— 71 —

a las escuelas, atendidas las circunstancias del país, fué, repetimos, por la feliz oportunidad de una disposición gubernativa, que el maestro ar-gentino escribió su libro «Educación Común», aquella grande y hermosa obra en que expresó sus anhelos de estadista americano y de maestro de corazón y de verdad, y organizó sus experien-cias de la escuela chilena en armonía con la de sus maestros y amigos de la escuela norte-ame-ricana».

Los rasgos de vigorosa elocuencia de esta obra de Sarmiento, rica en hechos importantes de la vida escolar y política de un pueblo que empieza su vida libre y ha de marchar hacia un republicanismo democrático, dejan en el ánimo del lector una profunda e imborrable impresión.

«Su autor ha recogido y comparado, dice el informe del jurado, que presidía don Andrés Be-llo, todos los datos de Chile y Estados Unidos que estaban a su alcance; ha analizado las venta-tajas e inconvenientes de los diversos sistemas de educación primaria; ha fijado con maestría la extensión que debe tener en nuestro país y el carácter' de práctica utilidad que debiera dársele para hacer sin demora sensible su beneficio. La

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— 7 2 —

obra abunda en ideas grandes, de aplicación mas

o menos inmediata a las necesidades de Chile,

presentadas de una manera nueva, que no deja-

rá de interesar hasta a las personas menos ins-

truidas y aún a las indiferentes a la causa de la

civilización».

El principio fundamental sostenido en esta obra

de Sarmiento puede sintetizarse así: «La igualdad

política consagrada en nuestra Constitución sólo

puede generarse en la escuela común».

O como mas tarde decía Amunátegui:

«La enseñanza común, dada sin distinciones de

clases ni personas, es el medio mas eficaz de que

el Gobierno de todos y para todos eche nume-

rosas y sólidas raíces en nuestro suelo».

Naturalmente esta educación igualitaria supo-

ne de hecho la necesidad de la enseñanza de ma-

nera tal que sus partes todas constituyan un sis-

tema único y armónico.

Y es aquí donde aparece el carácter forzoso

de la escuela primaria, la continuidad del proceso

educativo, el encadenamiento natural de las di-

versas ramas de la enseñanza, cuya base es la

escuela primaria, abolida en ella toda especie de

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— III —

clasificación, la escuela primaria única, la escuela común.

Lo dice al terminar este capítulo de su obra: «Yo llego a la conclusión de que toda división de la escuela primaria debe ser abolida, haciendo de toda la instrucción dada en Chile un solo sis-tema, de manera que quien haya de recibir edu-cación superior o profesional pase forzosamente por las escuelas primarias, de estas a las secun-darias y de las secundarias a los cursos superio-res».

Este sistema de educación igualitaria se inspira en el deber fundamental de toda organización so-cial civilizada de proporcionar las mismas facili-dades educacionales a todos los individuos que la componen, sin exclusiones ni privilegios, sin dis-tinciones basadas en la fortuna o en órdenes de ideas políticas o religiosas. Porque tal es el mas imperioso deber de una organización democrática que buscando el Gobierno del pueblo por el pue-blo, no puede tomar otro camino para el progre-so y bienestar sociales que proporcionar a los que han de cumplir los mismos deberes y ejerci-tar iguales derechos, las mismas probabilidades de adquirir una educación que les de una indivi-

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— III —

dualidad y los haga factores conscientes y orga-

nizados en el desarrollo y manejo de los negocios

sociales y políticos.

Este es el fundamento social y político de lo

que la Pedagogía llama la escuela común, ardien-

te anhelo que el insigne maestro pudo contemplar

realizado durante largos años en su patria adop-

tiva, en la provincia de Buenos Aires desde 1875,

poco después de su ex-primera magistratura, y en

la Dirección General de Escuelas de la misma

provincia.

Pero en nuestro país un decreto de 16 de Sep-

tiembre de 1 866 instituyó la escuela preparatoria

del Instituto Nacional, y otro de Noviembre de

1880 las demás de los liceos de la República,

dividiendo la acción de la educación primaria en

dos actividades, atacando su carácter igualitario

y consagrando de ese modo una que se ha llama-

do irritante división social.

Tal fué la suerte de aquella institución de la

escuela primaria común, en que cifraba Sarmien-

to sus mas elevados anhelos de estadista ameri-

cano y por la cual desplegó en cuatro países sus

mayores energías de apóstol y de maestro.

En lugar de continuar nosotros en la creación

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— III —

de grandes escuelas, en que se concentraran las

miradas y la acción gubernativa, en que los maes-

tros sintieran la satisfacción de ser los educadores

de la nación entera y no de clases determinadas,

y en las cuales el pueblo contemplara en la co-

munidad de una misma educación la consagración

de la igualdad y armonía de los futuros ciudada-

nos; en lugar de esta escuela, sólido fundamento

de una política educacional, se han desarrollado

las escuelas preparatorias, a las cuales acuden por

diversidad de causas que 110 es momento de es-

tudiar pero que son de dominio genera', solamen-

te los niños ricos y los acomodados, que miran

desdeñosamente la escuela primaria por creerla

destinada únicamente a gente menesterosa.

Por el contrario, la escuela común, en cuyos

bancos, a! decir de un ilustre maestro chileno,

«se codean el pobre con el rico y en donde solo

se premian la aplicación y la virtud, es la escuela

de la verdadera democracia y la que conviene a

los países americanos. Solo una escuela frecuen-

tada por todos los hijos de la República merece-

ría entre nosotros la alta consideración que ha

alcanzado en los países verdaderamente democrá-

ticos ».

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_ 7 6 —

La escuela común sustentada por Sarmiento y perfeccionada con la institución de la carrera pedagógjca, era la base racional en.que podia re-posar el sistema de educación nacional prescrito en el artículo 154 de la Carta Fundamental

Levantándose a su lado la escuela preparato ría, cabe preguntar cuál de las dos será el prin-cipio de ese sistema constitucional. Indudable-mente la escuela primaria, porque es la única establecida por la ley orgánica de 1860, que en su artículo 3.0 no reconoce otra clasificación que las escuelas superiores y elementales, dependien-tes de la Inspección General de Iustrucción Pri-maria.

Pensemos si conviene reaccionar y volver a los días y a los propósitos del maestro argentino.

La educación tiene la obligación de responder a las necesidades del pueblo y de la época y ha-ce tiempo que este pueblo atraviesa por una in-tensa crisis moral y cívica, con su cortejo de anarquía política, de dolorosas rivalidades socia-les, de hondas inquietudes en el orden económico y de profunda indiferencia por la suerte de la pa-tria.

En un período de crisis semejante, Fichte el

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— III —

patriota, el filósofo, el profeta y el santo, reco-mendaba a la nación alemana una educación co-mún que uniera sus elementos dispersos y anar-quizados, para conquistar y asegurar la indepen-dencia contra el genio de la conquista que surgie-ra en Francia a raiz de la gran revolución.

No queremos significar que en Chile la recon-quista de la escuela común pudiera producir por sí sola el levantamiento de una democracia aus-tera y consciente, capacitada para librar a la Re-pública de los males que la aquejan y evitar las consecuencias fatales que el actual orden de co sas necesariamente tendrá que producir.

No querernos significar eso, porque sabemos que la educación es un proceso que requiere un medio social que no destruya su fuerza sino que la favorezca y ayude.

Tienen los individuos en la vida de las plantas dos maneras de asociarse en existencia común: unos, los parásitos, sustraen la savia al árbol que los alimenta, sin cederle de su parte nada que pudiera serle útil; matan la vitalidad del genero-so protector y ellos mismos perecen en el robus-to tronco que les servia de dosel. Los otros, en estado de simbiosis, se hermanan, se ayudan y

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- 7 8 -

compenetran en sus funciones orgánicas, trans

formando en vida, como pasa en el liquen, con

sorcio de hongo y de alga, la luz del cielo y la

savia fecunda de la tierra.

Como las últimas anhelamos que sean las ac-

tividades de un pueblo para que puedan ayudarse

mutuamente en pro de una mayor eficiencia so-

cial, y no para destruirse en una lucha en que la

una o la otra hace el oficio de parásito y termi-

nan por destruir mutuamente su vitalidad.

La educación, como actividad esencial de un

pueblo, necesita compenetrarse con las demás

funciones del organismo nacional; pero es nece-

sario también que estas últimas respondan a ella

con la armoniosa solidaridad con que concurren

simultáneamente nuestros órganos en el desarro-

llo de la actividad vital.

Así la República exige una escuela que la edu-

que, que enseñe a conocer y a respetar sus leyes

y sus instituciones, haciendo caminar del respeto

a una voluntad mas educada al respeto cons-

ciente y elevado de los principios, de la persona

a la ley. de la obediencia honrosa al padre o al

maestro, al libre ejercicio de los derechos del

hombre, en el círculo cada vez mas dilatado de la

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— III —

familia, de la Patria y de la humanidad. Pero así

también la escuela necesita que la República mire

en ella el hogar de todos sus hijos, en el cual se

eleva la columna en que reposa todo el edificio

de su progreso. «La educación no ha fundado la

República, pero la República no puede vivir sin

la educación». (Rooselvet).

V

De aquella generación de maestros que educó

Sarmiento, fué el último en rendir su tributo a la

naturaleza, el benemérito maestro don José Ber-

nardo Suarez, que durante 59 años sobresalió en

el servicio de la educación primaria dando leccio-

nes, escribiendo textos, organizando escuelas e

inspeccionándolas para someterlas a un régimen

que respondiera a las necesidades del país.

VI

Mas tarde la educación primaria, sin llegar to-

davía al desarrollo que le imprimió la influencia

alemana en los últimos años del siglo XIX, tuvo

entusiastas propagandistas. Preceptores eminen-

tes, cuyos nombres la modestia ha silenciado, de-

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— 8 o —

sarrollaron su acción en nuestras escuelas prima-

rias, enseñando muchas virtudes que escasamente

encontramos hoy. Al hacer el elogio de sus vidas,

muchas veces se ha dicho que algún día vendrá

la historia a señalar justicieramente la obra de

grandeza que ellos construyeron silenciosamente

sobre el banco de la escuela. Por eso, aunque

estos apuntes sean breves, no podemos dejar de

recordar en ellos, después de don José Bernardo

Suarez, ilustre maestro de Prat, al distinguido

educacionista don José Mercedes Mesías, cuyos

discípulos se distinguieron por el acendrado afec-

to que le profesaban; don Avelino Ramírez, fa-

llecido hace poco, que se distinguió por su celo

inquebrantable en el cumplimiento del deber, y

que en una hermosa carrera abarcó desde el mas

humilde hasta el mas elevado puesto en el servi-

cio de la educación primaria; doña Rita Letelier,

sabia preceptora durante medio siglo de la ciudad

de Talca; doña Edelmira Ríos, por sus virtudes

el modelo mas puro de una educadora de la ni-

ñez; doña Natalia Carvacho, distinguida en todas

las asignaturas, y hoy, por desgracia, retirada del

servicio activo de la educación pública; y tantos

otros maestros que con sus obras, con su ense-

ñanza y con su ejemplo contribuyeron en otro

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— 8 I —

tiempo a hacer de Chile un pueblo de hombres

fuertes .y de ciudadanos probos.

B E L L O

Por Jos mismos años en que Sarmiento desa-

rrollaba sus ideas sobre educación primaria, el

eminente venezolano don Andrés Bello encabe-

zaba la mayor evolución en la enseñanza secun-

daria y superior.

Habia prestado grandes servicios a su patria

e iba a desplegar en Chile una actividad prodigio-

sa en bien de la educación y la judicatura.

Como el de Sarmiento, su espíritu superior

comprendía los destinos de la América. Como él

sabía que no era el número de sus hombres, ni el

poder de sus armas, ni su inagotable riqueza, lo

que haría la grandeza y felicidad de los estados

independientes, las cuales solo son la resultante

de la solidez en la educación que se imparte a los

ciudadanos, cuando se piensa que la vida del Es-

tado es inseparable de las verdaderas virtudes, y

que estas son difíciles de practicarse sin el previo

conocimiento de los hombres y de las cosas.

Memoria Histórica 6

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— III —

I

Un decreto de 1839 habia clausurado la Uni-

versidad de San Felipe, el templo que nos erigie-

ra en Santiago Felipe V, cuya corona fué la úni-

ca que extendió los rayos de su luz por el vasto

continente de la América española.

Pero la Universidad de Felipe V no satisfacía

ya las aspiraciones del país. Sus estudios, cuyos

programas ocupaban casi por entero la Teología

y la Filosofía escolástica, se hacían en latín. Se

conservaba en ella, como en los colegios conven-

tuales, aquellos estudios perjudiciales e inútiles,

aquel bárbaro ejercicio de la memoria, aquella

ridicula aficción a las sutilezas y a las vanas in-

vestigaciones, como si los estudios que debían

dirigirse a perfeccionar el intelecto, se hubieian

establecido para disertar y discutir con refina-

miento sobre creaciones abstractas.

Clausurada la Universidad de San Felipe, el

Ministro d e Instrucción Pública d o n Manuel

Montt, uno de los hombres a quienes debe mas

Chile su progreso intelectual, se preocupó en

1841 de fundar una corporación que, con arreglo

al precepto constitucional del 33, tuviera la su-

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— 8 3 —

pervigilancia y la dirección de la instrucción na-

cional.

En desempeño de una comisión de Gobierno,

Bello presentó el proyecto de una nueva Univer-

sidad, el que fué informado favorablemente por

una comisión compuesta por don Miguel de la

Barra y don José Gabriel Palma, y convertido en

ley de la República el 19 de Septiembre de

1842.

El 21 de Julio de 1843 Ministerio de Ins-

trucción Pública expedía el siguiente decreto:

«Desde esta fecha cesará completamente en

sus funciones la Universidad de San Felipe, y el

rector de esta corporación hará que se entreguen

por el correspondiente inventario al secretario

general de la Universidad de Chile, los libros,

papeles, archivos y demás cosas que le pertene-

cieron ».

De este modo desaparecía la Universidad de

San F'elipe sin dejar huella alguna de progreso.

Sus doctores sobrevivientes fueron incorporados

a las facultades de Leyes y Teología de la nueva

Universidad, y desde ese momento se dedicaron

a esta todas las aspiraciones del desenvolvimiento

científico.

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— III —

El plan que fija la creación de la Universidad

de Chile, descontadas las reformas que la expe-

riencia ha aconsejado en el trascurso de los años,

y especialmente la reforma del 9 de Enero de

1879, dió su actual organización, a la Universi-

dad, haciéndola, al mismo tiempo, un Instituto

docente, una corporación académica y una auto-

ridad administrativa.

En conformidad a una de las prescripciones de

su Estatuto Orgánico, el Claustro Pleno de 2 1

de Julio de 1843 se reunió para elegir al primer

rector. Cupo a Bello la justicia honrosa de ser

elegido casi por unanimidad, y bajo sus auspicios

se inauguró solemnemente la Universidad de Chi-

le el 17 de Septiembre de 1843.

La minoría del Claustro Pleno sostuvo en aque

lia ocasión, en contra de la candidatura de Bello,

la de don Juan Francisco Meneses, canónigo chi-

leno, último rector de la Universidad de San Fe-

lipe, de larga actuación en el profesorado, repre-

sentante en la enseñanza de los antiguos sistemas,

y en la política, activo cooperador de la reacción

ultra-conservadora; pero el Gobierno no oyó esta

vez sino los dictados de la justicia, y sin distin-

guir ideas políticas ni nacionalidades, designó só-

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- 8 5 -

lo a aquellos hombres cuya sabiduría auguraba el

florecimiento de la nueva institución.

El decreto que designó a Bello primer rector,

contenía además los siguientes nombramientos:

secretario general, don Salvador Sanfuentes; Fa-

cultad de Teología, decano don Rafael Valentín

Valdivieso; secreta:io don Justo Donoso; Facul-

tad de Leyes, decano don Mariano Egaña, secre-

tario don Miguel María Güemes; Facultad de

Medicina, decano don Lorenzo Sazie, secretario

don Francisco Javier Tocornal; Facultad de Cien-

cias Físicas y Matemáticas, decano don Andrés

Gorbea, secretario don Ignacio Domeyko; Facul-

tad de Humanidades, decano don Miguel de la

Barra, secretario don Antonio García Reyes.

Don Diego Barros Arana relata de este modo

la solemne apertura de la nueva corporación:

«El día 17 de Septiembre fué señalado para

la instalación de la Universidad de Chile. Debía

celebrarse esta ceremonia en el salón de honor

de la antigua Universidad, que desde años atrás

servia de sala de sesiones de la Cámara de Dipu-

tados, y que siguió prestando este servicio hasta

fines de 1852. A las doce del día se agolpaba en

la plaza principal de la ciudad una masa coinpac-

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— III —

ta de gente de todas condiciones para ver pasar

al Presidente de la República y a su numerosa

comitiva, en marcha de la casa de gobierno (hoy

intendencia de Santiago) a la Universidad, donde

hoy se levanta el Teatro Municipal. La comitiva,

en ordenada formación de a dos en dos indivi

dúos, ocupaba cerca de tres cuadras. El Presiden

te de la República, rodeado de sus ministros,

cerraba la columna. Precedíanlo en el orden que

sigue, las corporaciones o personas que pasamos

a enumerar: una diputación de cada una de las

cámaras, el cabildo eclesiástico, los prelados de

las órdenes regulares, los dos tribunales de justi-

cia, los generales y militares francos, así vetera-

nos como cívicos, la municipalidad de Santiago,

todo el cuerpo universitario agrupado en cinco

secciones, entre las cuales ocupaba el puesto de

honor la facultad de teología, los profesores del

Instituto Nacional, los del seminario, una diputa-

ción de la academia dé práctica forense, la socie-

dad de agricultura, y por último, los alumnos del

Instituto. La banda de músicos de la escolta pre-

sidencial acompañaba a la comitiva:

«La ceremonia de la instalación de la Univer-

sidad fué revestida de solemne aparato. Cuando

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- 8 ; -

toda la concurrencia hubo ocupado los lugares

que le estaban asignados, el ministro de instruc-

ción pública se adelantó en el estrado que ocu-

paba el Presidente de la República y después de

declarar a nombre de éste instalada la Universi-

dad de Chile, y de pronunciar un corto discurso

para señalar el objeto de esta corporación, dió

lectura a la lista de los miembros que debian

componerla. Leyó entonces don Andrés Bello el

notable discurso de apertura de las tareas univer-

sitarias que la prensa ha reproducido en numero-

sas ocasiones Señalando en sus rasgos generales

las funciones que los cuerpos de esa clase están

llamados a desempeñar en las sociedades moder-

nas, Bello trazaba magistralmente, aunque solo

con unas cuantas plumadas, el programa de tra-

bajos de cada una de las facultades, programa

que solo ha sido desempeñado en parte. Por úl-

timo, el secretario general don Salvador Sanfuen-

tes dió a conocer los temas que proponía cada fa-

cultad para los certámenes literarios del año si-

guiente. Una salva de veintiún cañonazos, dispa-

rada en el cerro de Santa Lucía, anunció a

Santiago que quedaba instalada la Universidad

de Chile», (i)

(1) Barras Arana.—Un decenio de la Historia de Chile (1841 1851) Tomo T.

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— III —

Don Miguel Luis Amunátegui ha señalado,

con la precisión característica de su estilo clásico,

lo que el. sabio rector auguraba a la Universidad

del Estado: «Aplicar la ciencia europea a las pe-

culiaridades de la naturaleza y de la sociedad

chilenas».

Se imponía de ese modo a la Universidad el

estudió de la historia y la preparación de los fu-

turos adelantos materiales y morales; se le impo-

nía el conocimiento de la geología del país, su

flora y su fauna y todos sus accidentes físicos;

quedaba ligada a la cooperación en el desenvol-

vimiento de la industria y del comercio, a la ob-

servación de las enfermedades propias de nuestro

clima y sus preservativos: en una palabra, el pa-

pel de la Universidad estaba en atender a la uti-

lidad práctica, a los resultados positivos y a las

mejoras sociales.

II

En su plan de trabajos literarios y científicos,

Bello decía cinco años después:

«Nuestra ley orgánica, inspirada en las mas

sanas y liberales ideas, ha encargado a la Univer-

sidad no solo la enseñanza sino el cultivo de la

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— III —

literatura y de las ciencias, ha querido que fuese

a un tiempo Universidad y Academia, que contri-

buyese al aumento y desarrollo de los conoci-

mientos científicos; que no fuese un instrumento

pasivo destinado únicamente a la trasmisión de

conocimientos adquiridos en naciones mas adelan-

tadas, sino que trabajase como los institutos de

otros pueblos en aumentar el caudal común Este

propósito aparece a cada paso en la ley orgánica

y hace honor al Gobierno y a la legislatura que

la dictaron ¿Hay en él algo de presuntuoso, de

inoportuno, de superior a nuestras fuerzas, como

han supuesto algunos? Estaremos condenados to-

davía a repetir servilmente las lecciones de las

ciencias europeas sin atrevernos a descubrirlas, a

ilustrarlas con aplicaciones locales, a darles el se-

llo de nuestra nacionalidad? Si así lo hiciéramos,

seríamos infieles al espíritu de esa misma ciencia

y le tributaríamos un culto supersticioso que ella

misma condena».

Efectivamente, el espíritu ha prescrito el exá-

men de las verdades antes de su aceptación, la

observación atenta y detallada, la discusión, la

convicción de principios por la propia experimen-

tación.

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— 9 0 —

No hay imposiciones que amengüen la inteli-

gencia humana sino en la enseñanza escolástica,

cuyo rastro profundo medioeval, aún se marca en

instituciones arcaicas que tendrán que evolucio-

nar ante el imperio incontenible del progreso.

Rechacemos los métodos y los sistemas que

dejan inactivas algunas de las fuerzas de! alumno.

Que no haya estados pasivos para él. Que se vea

todo su esfuerzo personal. Que una dificultad

vencida, le estimule a soñar un nuevo triunfo.

Que el maestro proceda como quiere Wickers-

sham: «que cree el interés por el estudio, solicite

la curiosidad, provoque la investigación, despier-

te la iniciativa, evite la preponderancia o tiranía

de una función sobre las otras,-especialmente de

la memoria, que conduce a la mecanización funes-

ta de la enseñanza, que inspire la confianza en sí

mismo, sugiera analogías y mueva en fin el ensa-

yo de las fuerzas y la prueba de su habilidad».

La educación ha recibido, pues, el soplo bené-

fico del espíritu filosófico moderno, aceptando el

análisis y aplicando a la enseñanza el proceso ex-

perimental.

Y este espíritu ordena la modificación de los

principios en presencia de las circunstancias de la

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— 91 —

raza, del clima y del medio social en que se apli-can.

Por eso cada Universidad, como el verdadero cerebro de su pueblo, ha de vivir en incesante experimentar, en incansable aspiración de hallar a las leyes científicas una útil aplicación y de ilus-trarlas con las observaciones de los fenómenos que se operan bajo el radio de su mirada.

Si para corroborar este acertó buscamos un ejemplo en la medicina, 110 nos sería posible en-contrar la higiene y la patología chilenas en los libros europeos; somos nosotros quienes debemos estudiar hasta qué punto se modifica el organis-mo humano bajo los accidentes de nuestro clima y de nuestras costumbres. Y entonces es induda-ble que esto debe hacerse en los laboratorios chilenos y en la amplia observación de los hom-bres y las cosas que hay en Chile. Este modo de razonar ha de abrir a la medicina un extenso te-rreno de acción, en cuyo cultivo se consideran la educación física, el servicio sanitario, y, por lo tanto, el incremento de la población de la Repú-blica.

Lo dicho sobre la medicina, podria expresarse sobre cualquiera de las asignaturas del saber,

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— 92 —

para asegurar con aquel sabio maestro la necesi-

dad de la investigación, para hacer útiles los es-

tudios, para estimular el desarrollo de la intelec-

tualidad chilena.

Son ideas que podrían contemplarse en la po-

lítica, en la moral, en la poesía misma, si se quiere

que la primera haga un pueblo progresista, que

la segunda le otorgue la felicidad, que la tercera

cree su propia literatura en la inspiración de la

naturaleza chilena, tan llena de augustas hermo-

su as, y de esta raza tan rica de glorias y de an-

helos.

A pesar de estas nobles aspiraciones y del pro-

greso educacional alcanzado desde Bello hasta

nuestros días, uno de los defectos capitales en

todos los órdenes de,nuestra enseñanza es su ca-

rácter académico y teórico, su esflorescenda y su

lujo.

«No todos nuestros maestros y profesores se

han esforzado por formar inteligencias para la lu-

cha diaria de la vida», de instruir a la juventud

para los fines verdaderamente prácticos en cosas

relativas a la industria, en el aprovechamiento de

las fuerzas vivas, sino en ejercitar las memorias,

para formar teóricos y políticos.

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— III —

III

Quedó, pues, bajo la administración del gene-

ral Bulnes definitivamente instalada la Universi-

dad del Estado. - En virtud de la ley orgánica, la

educación superior y profesional que se ofrece en

sus diversos departamentos, es costeada por el

Estado, facilidad de que no disfrutan la mayoría

de las naciones, en que la enseñanza universitaria

se sostiene con emolumentos de los alumnos.

En virtud de la misma ley, que no sufrió mo-

dificaciones en este punto en la ley de 9 de Ene-

ro del 79, la educación costeada por el Estado y

todo lo relativo a la concesión de grados y títulos

profesionales, se encuentra en manos de una co-

misión superior, el Consejo de Instrucción Públi-

ca, formado por el Rector de la Universidad, el

secretario general, los decanos de las cinco Fa-

cultades, tres miembros nombrados por el Presi-

dente de la República y dos elegidos por el Claus-

tro Pleno.

Las atribuciones del Consejo son amplias y

esencialmente liberales; se refieren especialmente

a la dictación de los planes de estudio y reglamen-

tos internos de los establecimientos fiscales de

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— III —

enseñanza secundaria y superior; a la determina-

ción de las pruebas finales para obtener los gra-

dos universitarios; a la proposición de aumentos

o suspensiones de cursos en los colegios del Es-

tado; a la determinación de las pruebas a que

deben someterse los profesores contratados; a la

designación del profesorado secundario y supe-

rior; a la resolución de las cuestiones que se sus-

citen sobre la.validez y dispensa de grados; a la

inspección de la enseñanza en todos los estable-

cimientos de educación secundaria y superior, y

de los privados de la misma categoría en lo que

se refiere a la higiene, moralidad y seguridad de

los alumnos y empleados, y finalmente, a la co

rrespondencia con las Universidades y demás

corporaciones científicas extranjeras.

La amplitud de estas atribuciones hace del

Consejo un cuerpo respetable, obligado a impri-

mir a la educación un rumbo que nunca pueda

impugnarse de sectario, y a mantenerse dentro

de una atmósfera serena, que no perturben ni las

pasiones personales, ni las controversias religio-

sas o políticas.

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— III —

L A S T A R R I A

En el mismo año en que se inauguraba bajo

tan felices auspicios la Universidad de Chile, el

eminente sociólogo, literato, político y maestro

don José Victorino Lastarria presentaba a la Cá-

mara de Diputados el primer proyecto de una

ley orgánica para la difusión y mejoramiento de

la educación primaria.

En el discurso que precede a dicho proyecto

se afirma que «el Gobierno tiene el pensamiento

de aprovecharse de la corporación de la Univer-

sidad para hacer, el arreglo de la instrucción pri-

maria en la República y formar un plan de ascen-

sos y recompensas para los maestros de primeras

letras que se distingan por su contracción y buen

desempeño de sus funciones, (i)

El proyecto promovió un largo e interesante

debate.

El Mercurio de Valparaíso hizo el estudio mas

completo del proyecto, de las objeciones que se

le hicieron y de los interesantes problemas que

con oportunidad de aquella moción dilucidó la

Cámara.

(1) Lastarria.—Discursos parlamentarios.

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— III —

«Es decir, una verdadera novedad si nó preci-

samente por el celo y las luces que arguye el te-

nor de la moción en el diputado que la presenta,

sino porque este paso parece ser el primero que

se da en nuestro país hacia el grande objetivo de

sistemar y regularizar la enseñanza.

«Hasta aquí se han visto, en verdad, muchos

esfuerzos patrióticos ya por parte de los Congre-

sos, ya por parte de los Gobiernos, para fomen-

tar la instrucción primaria; así es que en este

sentido no es una cosa nueva la moción del señor

Lastarria; pero aún no había asomado el propó

sito de reglamentar las escuelas y de darles una

forma idéntica en toda la República sobre bases

fijas y tan amplias cual requiere el estado de

nuestra civilización y de las urgentes necesidades

del país.

:< La instrucción primaria no está regularizada

en Chile, y en blanco se halla todavía la página de

nuestras instituciones sobre el ramo de nuestra

enseñanza, aguardando a que la llenen nuestros

ilustrados sistemadores. Hay materiales dispersos

y buenos deseos por do quiera; mas no existe el

lazo que debe unirlos y darles una tendencia con-

céntrica, ni hay una declaración legal que pueda

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servir de regla al Gobierno y mostrar al pueblo

sus responsabilidades. Abusos y vacíos se sienten

en todas partes y estamos cansados de los reme-

dios y de las necesidades mezquinas».

A la satisfacción de esjas necesidades intensa-

mente sentidas todavía, estaba encaminada la

obra de Lastarria.

Las ideas culminantes de su moción son las si-

guientes:

«Clasificación de la enseñanza primaria en ele-

mental y superior.

Obligación de las Municipalidades de mantener

escuelas primarias gratuitas de ambos sexos en

la proporción que sus fondos les permitan.

Obligación de todos los conventos y monaste-

rios de mantener escuelas públicas elementales

gratuitas.

Validez e importancia para servir en las escue-

las públicas, del título de normalista otorgado por

la Escuela Normal del Estado.

Inhabilidad para desempeñar las funciones de

maestros, de los individuos procesados o conde-

nados por delitos que merezcan pena infamante

o aflictiva. t

Memoria Histórica 7

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— 123 —

Fijación de los sueldos del preceptorado; pre-

mios.

Juntas directivas departamentales.

Ingerencia de la Universidad del Estado y es-

pecialmente de la Facultad de Humanidades en

la dirección de la enseñanza primaria.

Tras ej primer debate que esta moción originó

en la Cámara, su autor la retiró para llevarla a

la Universidad, con el objeto de que la ilustración

y el patriotismo de los consejeros pudieran dar

mayores ]uces al país y a la Cámara sobre este

trascendental problema. La prensa, sin embargo,

lo recogió desde luego y suscitó las diversas con-

troversia^ que desde entonces han traido el cri-

terio nacional dividido en distintas corrientes de

opinión.

La Universidad lo estudió con detención en la

Facultad y en el Consejo, y don Antonio García

Reyes, recogiéndolo nuevamente, lo presentó a la

legislatura de 1848 con el apoyo de su autor.

Al finalizarse el debate y después de numero-

sas objeciones, se suscitó la discusión mas entu-

siasta sobre el problema de los fondos que debian

destinarse al fomento de la enseñanza primaria.

Si el tesoro público destinaría la totalidad de

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— III —

los fondos que se invirtieran en el ramo, o si co-

rrespondía mas directamente a las municipali-

dades esta atención preferente, lo que indica que

ella se efectuaría con fondos de la localidad, o si,

finalmente, como cuestión ^nte todo de interés in-

dividual, ella debía sostenerse con el producto de

una nueva contribución dedicada a este solo y

exclusivo objeto: he aquí planteado en el difícil

aspecto económico aquel gran problema educa-

cional.

¿Debía crearse un fondo especial para el sos-

tenimiento de las escuelas primarias? El señor Las-

tarria contestó negativamente en la Cámara; del

mismo modo opinaba la Facultad de Humanidades.

La edución primaria ¿correspondía, pues, al

Estado o a la localidad? El señor Lastarria con-

testaba: ;<Para mí no cabe duda que al Estadó,

en países nuevos como el nuestro».

i Mientras la civilización no se desarrolle sufi-

cientemente para emancipar la esfera de las cien-

cias y de la educación dándole una vida propia

que haga inútil la intervención del Estado, es im-

posible dejar la educación al cuidado de la loca-

lidad; se nos cita el ejemplo de Norte América,

también lo tuve presente. Pero ¡qué diferenciál

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IOI

En Norte América es un negocio de la familia,

porque cada padre atiende a ello como a su pro-

pio asunto, a causa sin duda de ese espíritu naci-

do de la civilización y la riqueza. Cada padre de

familia concurre allí con su cuota al fomento de

la instrucción y lo hace expontáneamente porque

cree que el hacerlo es un deber social. ¿Podría

conseguirse igual cosa en Chile por mas que se

le impusiese esta obligación por cuantas leyes se

dictaran? Podría siquiera conseguirse en Santiago

y en Valparaíso, que son los pueblos mas adelan-

tados de Ja República? No estamos viendo lo que

cuesta ahpra recaudar unos cuantos reales por la

contribución de sereno y alumbrado público? ¿Qué

no costaría la de cuatro reales más que se impu-

siera por la educación? No exagero si digo que

estó podría ser causa de una revolución La edu-

cación primaria en Chile tiene por enemigos la

pobreza, }a incuria de las familias y lo diseminado

de la población. Talvez esto último es lo que im-

pone maypres dificultades, hasta el extremo de no

corresponder el provecho de las escuelas existen-

tes a las sumas que en ellas se invierten», (i)

(1) LasUrrá—Discursos parlamentarios, primer» serie.

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IOI

I I

Aplazóse la discusión de ese proyecto, y rea-

bierta 1111 mes después, don Manuel Montt pre-

sentó por encargo de la Cámara una nueva forma

de la moción Lastarria, recogiendo las ideas ver-

tidas por la Cámara y la prensa, y agregando al-

gunas de su propio haber.

Nombróse entonces una nueva comisión para

que refundiese los dos proyectos en urío solo, el

cual debía presentar alguna fórmula para resol-

ver o para evitar los inconvenientes que ofrecía

una nueva contribución para ese objeto.

Brillante fué el discurso de Lastarria defendien-

do el proyecto primitivo, cuyas cláusulas esencia-

les conocemos.

«Mucho se pondera en el proyecto del señor

Montt, exclamaba, la necesidad que tiene la Re-

pública de proveer a la instrucción primaria y de

propagarla. ¿A qué fin? ¿Quién no está convenido

con esto? ¿Quién puede formar cuestión sobre el

particular? Un tomo entero que se escribiera so-

bre esto, podría reducirse a estas palabras. «La

República tiene por primera necesidad la de pro-

pagar la instrucción primaria». Esto está en el

corazón, en la conciencia de todos»,

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102

«Se quiere hacer entender que el segundo pro-

yecto provee mejor a esta necesidad, y yo creo

que nó: la difenencia que hay entre ambos es que

uno es realizable y el otro no lo es; y yo creo que

cuando la Cámara da una ley, debe dar una que

sea practicable: ha de tener presente que debe

hacer una ley antes que una ilusión».

III

La comisión nombrada por la Cámara, com-

puesta por don Salvador Sanfuentes, don Manuel

Ramón Infante y don Juan Bello, formuló su opi-

nión, apoyada por el señor Lastarria, pronuncián-

dose en contra de una nueva contribución y for-

mando los fondos de la educación primaria con

la cantidad que anualmente le asigna el tesoro

público, con la qué las municipalidades destinan

al mismo objeto y con «las erogaciones que cada

municipal podría cobrar a los padres pudientes,

cuyos hijos se educaran en las escuelas del de

partamento o en escuelas sostenidas con fondos

fiscales o municipales».

IV

De las obras didácticas de Lastarria, podríariios

citar numerosas en estas líneas. Bástenos recor-

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— ic>3 —

dar sus «Lecciones de Geografía moderna»,

(1838), la primera nacional de este ramo, escrita

para los alumnos del célebre colegio del presbíte-

ro don Juan de Dios Romo, fundado en 1836 y

en el cual el autor inició a los 20 años su carrera

pedagógica; sus «Recuerdos Literarios» en cuya

primera parte se exponen las ideas pedagógicas

dominantes en la época de Bello; su obra «Ob-

jeto de la Educación Social», dedicada a la So-

ciedad de Instrucción Pública; «El Libro de Oro

de las Escuelas», aprobado como texto de lectu-

ra por el Consejo Universitario, en que trata de

propagar la moral independiente; y la traducción

del Compendio de Moral Racional de Courcelle

Seneuil.

Al lado de esta labor literaria, recordemos al

terminar estas líneas su trabajo práctico, incan-

sablemente ejemplarizador en bien de, la educa-

ción primaria, que se manifestó en 1844, a p e .

tición del Ministro de Instrucción Pública, por

visitas a las escuelas de la capital para tomar co-

nocimiento de sus deficiencias mas sensibles y

para proponer medidas que tendieran a remediar"

las; en 1 849 por la cooperación que prestó a las

comisiones visitadoras de las escuelas; y finalmen-

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— ic>4 —

te por la elaboración de los programas de Geo-

grafía y Gramática Castellana.

La obra vastísima de este insigne maestro de

Chile, esbozada aquí tan a la ligera, ha sido ex-

puesta en el admirable libro «Lastarria y su tiem-

po», de don Alejandro Fuenzalida Grandón.

GORBEA

En el tomo XVIII de los Anales de la Univer-

sidad, correspondiente al primer semestre de

1861, aparece en relieve la obra del eminente

profesor español don Andrés Antonio de Gorbea,

debido a la pluma de don Manuel Salustio Fer-

nández, miembro de la Universidad de Chile en

la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.

Había venido a-Chile en 1823 contratado para

profesar las Ciencias Matemáticas en el Instituto

Nacional, y contribuir, como eficazmente lo hizo,

a la reforma que ideaba el Gobierno.

Su gran contribución al desarrollo de la ense-

ñanza secundaria, superior y especial, le han he-

cho acreedor al reconocimiento público.

«Consagrado-incesantemente a las nobles ta-

reas del magisterio, su vida no era sino la vida

del profesor y del sabio. Estudiaba diariamente,

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— i o s —

porque era máxima suya que el tiempo bien em-

pleado le aprovechaba al discípulo».

En i 843 interrumpió su enseñanza con verda-

dero pesar para ejercer el cargo de director del

Cuerpo de Ingenieros Civiles. Ese mismo año fué

uno de los miembros fundadores y primer decano

de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas

de la Universidad.

En 1850 volvió a su cátedra del Instituto a dar

lecciones de mecánica racional aplicada. «Compo-

níase su numeroso auditorio de los jóvenes mas

adelantados en matemáticas y aún de profesores

del ramo, que asistían gustosos a escuchar su

elocuente .palabra, revestida del prestigio que le

daban la antigüedad de sus títulos y su afamada

nombradía». (¡)

D O M E Y K O

Es otro de los grandes colaboradores de la en -

señanza secundaria y superior.

Habia nacido en Polonia en 1802, cursado hu-

manidades en un colegio de escolapios, ciencias

físicas y matemáticas en la Universidad de Vilna,

y mineralogía en Paris.

(1) Ponce.—Bibliggrafía pedagógica, página 214.

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— l o ó —

Vino a Chile en 1838, contratado para desem-

peñar las clases de Física, Química y Mineralogía

en el colegio de Coquimbo o sea en el actual Li-

ceo de la Serena, donde trabajó cinco años, re-

velando sus altas condiciones de profesor ilustra-

do y laborioso.

«Don Ignacio Domeyko tomó parte principal

en las reformas realizadas en el Instituto Nacio-

nal durante el rectorado de don Antonio Varas.

En su memoria sobre el modo mas conveniente

de reformar la instrucción pública en Chile, pu-

blicada en los números 26 y 27 de 29 de Diciem-

bre de 1842 y 5 de Enero de 1843 del Semana-

rio de Santiago, define la finalidad de la instruc-

ción y propone un plan de estudio general, sin

atender a la profesión 11 ocupación futura de los

alumnos y en conformidad al sistema denomina-

do concéntrico; la creación de visitaciones'de li-

ceos; el establecimiento de una escuela normal de

profesores y la fundación de una academia de

pintura y otra de música.

Al organizarse la Universidad de Chile en

1843, Domeyko fué designado uno de los miem-

bros fundadores de la Facultad de Ciencias Físi-

cas y Matemáticas.

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— ic>7 —

En 1850 habia publicado ya numerosos estu-

dios, folletos y libros, con los cuales habia cimen-

tado dentro y fuera del país su reputación de

sabio naturalista y escritor científico y ameno.

En 1852 fué nombrado para el cargo de dele-

gado universitario, o sea jefe de la sección supe-

rior del Instituto Nacional. Son innumerables sus

servicios en el desempeño de este destino, pres-

tados 110 solo a los cursos científicos sino a las

escuelas de pintura, escultura y arquitectura,

anexas a dicha sección.

En 1867, en vista de la terna formada por el

Claustro Pleno de la Universidad, el Gobierno le

designó para las funciones de rector de esa cor-

poración, sucediendo a don Andrés Bello y a don

Manuel Antonio Tocornal.

Su «Reseña de los trabajos de la Universidad

desde 1855 hasta 1872», es una pieza acabada.

Forma un cuadro completo y animado de la

instrucción y de la literatura en Chile durante el

período referido.

Los historiadores de nuestro tiempo no pueden

menos de leerla y consultarla para sus investiga-

ciones».

El venerable sabio se retiró de la enseñanza

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— ic>8 —

en 1883 después de servirla 46 años continuos.

Emprendió entonces un viaje a su tierra nativa y

volvió a morir a su segunda, patria. (1)

(1) Ponue—Bibliografía Pedagógici Chilena.

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Administración Montt i

La administración de don Manuel Montt, cuya candidatura representaba el espíritu civil en la primera: magistratura y dentro de su mismo parti-do el principio de autoridad en contra de los mo-vimientos populares que promovieron los princi-pios liberales, pudo, a pesar del agitadísimo pe-ríodo en que se inició, continuar la benéfica obra educacional que el ilustre Presidente habia hecho como rector del Instituto Nacional y como Minis-tro de Instrucción de don Manuel Quines.

Asegurada la paz con la derroca del general Cruz, y sofocada con el ostracismo la revolución, el Gobierno se consagró a las tareas administra-

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1 1 0

tivas, reorganizando la Hacienda Pública, tendien-do ferrocarriles, dando base al crédito agrícola, poniendo en vigencia los códigos. Pero su obra imperecedera es, sin duda, la obediencia al man-dato constitucional en orden a educación.

El corazón de aquel hombre superior parecía latir con el de Horacio Mann: «En nuestro país y en nuestros días, nadie es digno del título hon-roso de hombre de Estado, si la educación del pueblo no ocupa el primer lugar en su programa de administración. Un hombre puede ser elocuen-te, conocer a fondo la historia, la diplomacia, la jurisprudencia, y esto sería suficiente caudal en otros países para que pretendiera el concepto de que hablamos; pero si sus palabras, sus proyec-tos y sus esfuerzos no se consagran en todo mo-mento a la educación, no es ni debe ser un hom-bre de Estado americano».

Por eso aquel hombre que se, sentía y era en realidad un verdadero hombre de Estado, pasó por la administración pública dejando un reguero de luz.

Suya es la gratitud que debe la República al fundador de la Universidad y de la Escuela Nor-mal de Preceptores, en el Gobierno anterior; suya

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— I I I —

la que le debe por la creación del Taller de Di-bujo en el Curso de Ingeniería, por la creación del Instituto de Sordo-Mudos, de la Escuela de Minería, de la primera Normal de Preceptoras, del Liceo de Chillan; por el plan de esludios de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, por la organización de la Sección de Bellas Artes, por el contingente de sabios que atrajo a nuestros centros intelectuales, y finalmente por la promul-gación de la Ley Orgánica de Instrucción Prima-ria.

A pesar del impulso que la obra de Sarmiento imprimió a la educación primaria y de la solicitud con que la administración del general Bulnes con-tinuó su desarrollo, fundando numerosas escuelas primarias, este servicio no era tpdavia sino un conjunto heterogéneo, sin unidad administrativa, sin clasificación de las diversas categorías de es-tablecimientos primarios, sin un sistema de op-ción a empleos y ascensos, sin determinación de planes y de programas y sin comunión de aspira-ciones en el magisterio.

Antes, sin embargo, de que concluyera aquella administración tan agitada por las pasiones poli ticas, pero tan gloriosa por el movimiento educa-

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— 112 —

cional, la firma del ilustre mandatario debía pro-

mulgar la Ley Orgánica de Instrucción Primaria,

refrendada por don Rafael Sotomayor, el 24 de

Noviembre de 1 860.

En ella desarrolla el eminente estadista un plan

armonioso y completo de educación primaria, in-

dicando qué sentencias se debian seguir, qué

ciencias y qué artes enseñar, marcando rumbo

determinado al desarrollo de las escuelas para

convertirlas en verdaderos centros de cultura po-

pular, a fin de que los padres y los vecinos, ob-

servando en ellas un principio de felicidad y una

garantía de orden y de progreso, tuvieran fijas

en ellas sus miradas con paternal solicitud.

«En países regidos por instituciones republica-

nas, decía en su moción a la Cámara de Diputa-

dos en 1 848, en donde todos los miembros de la

sociedad son llamados a trabajar por el bien co-

mún, y a tomar parte mas o menos importante

en los negocios públicos, el primer deber de los

encargados de regirlos es preparar a los ciudada-

nos para que llenen sus funciones, ilustrando su

inteligencia y desarrollando en su corazón los

principios de moralidad y de virtud. Aun cuando

se prescindiera de esa consideración poderosa,

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— » í 3 —

bastaría, reflexionar que el mayor bien social pa-

ra el mayor número de individuos no puede lo-

grarse sin una instrucción primaria competente,

que, al mismo tiempo que ilustre y perfeccione

el juicio, despierte la actividad y habilite para

sacar partido de los recursos personales y para

mejorar nuestra condición con un trabajo inteli-

gente »•

La Ley Orgánica de Instrucción Primaria de

1860 (1) reconoce en su artículo i.° el derecho

a la educación de todos los habitantes del Esta-

do, derecho correlativo a los deberes que impone

la sociedad, y que capacita a la vez para ejercitar

los derechos del ciudadano, que solo se hacen in-

violables cuando los gobiernos ven en sus pueblos

colectividades—no rebaños—de hombres ilustra-

dos y conscientes.

«El derecho a la instrucción competente repo-

sa en los mismos fundamentos que el que tiene

el ciudadano para que se le proteja en su perso-

na y propiedad, para que se le administre justicia

en sus contiendas, para que se le asegure la libre

publicación de sus pensamientos, y al lado de ellos

(1.) Ponce.—Prontuario de Legislación Escolar.

Memoria Histórica 8

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— H 4 —

ha sido consignado en las cartas constitucionales

de algunos pueblos de Europa. Reconozcámoslo

nosotros y habremos consignado en la ley un

principio fecundo en bienes para la República.

Seguidamente , la Ley Orgánica reconoce a la

mujer igual educación que al hombre, dicta la cla-

sificación de las eseuelas en elementales y supe-

riores, cor} cuatro y seis años de estudios respecti-

vamente, fija el número de asignaturas, determina

la proporción de las escuelas con respecto a la po-

blación (una de niños y otra de niñas por cada

dos mil habitantes que contuviere la población),

instituye las escuelas temporales para las aldeas

y los campos, en que la escasez de la población

no exige escuelas permanentes, organiza las es-

cuelas normales, crea la Inspección General de

Instrucción Primaria para dirigir el servicio en to-

da la República, y ordena, lo que hasta hoy no

se ha hecho, la creación de rentas propias para la

educación primaria.

Un Reglamento General para las Escuelas Pri-

marias, up Reglamento Interno para el régimen

de las mismas, y Reglamentos Generales y Es-

peciales para Escuelas Normales, han completado

posteriormente la Ley Orgánica, de modo que

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— M5 —

han satisfecho las necesidades del servicio, aun-

que a la fecha reclaman su reforma como la mis-

ma Ley.

I I

M E R C E D E S MARÍN D E L SOLAR

La educación de la mujer, nula en la Colonia,

rutinaria en la época de Sarmiento, no se reducía

al empezar la segunda mitad del siglo, en aque-

llas que tenian la suerte de recibirla, a otra cosa

que a la enseñanza primaria y al aprendizaje de

las labores propias de su sexo.

Cuando el maestro argentino abogaba en la

prensa y en la cátedra por libertar el espíritu fe-

menino, su acento se perdía en el vacío o solo

esfuerzos aislados respondían a él.

La creación de la Escuela Normal de Precep-

toras, en 1854, marca, sin embargo, un paso ha-

cia el progreso, a lo menos por entonces, en el

terreno de la educación primaria femenina.

Si en la administración Montt la enseñanza

primaria era suministrada en la capital en propor-

ción de 1 porcada 17 individuos, mayor asombro

sentimos al saber que por cada 7 hombres solo

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— i r 6 —

concurría a la escuela una mujer.

Ambos sexos merecen, sin embargo, una igual

atención, porque un mismo derecho les asiste.

«La preferencia que se ha dado a los hombres, si

en la práctica ha debido disculparse por la ma-

yor dificultad con que se tropieza para crear es-

cuelas de mujeres, sería en la ley una injusticia

que privaría a la mitad de los habitantes del Es-

tado las ventajas de la instrucción, y precisamen-

te a la mitad que tiene a su cargo la formación

del corazón y de la inteligencia en la época de la

vida en que mas se graban los errores o verda-

des que se inculcan, para decidir con frecuencia

de la suerte de los hombres s>.

Una mujer, que es gloria de la república de

las letras, brillaba en la época que diseñamos, y

con cultura superior, singular para su tiempo,

abría el camino intelectual de la mujer.

No desconocía la señora' Marín del .Solar que

la función social de mayor importancia en la mu-

jer se realiza en el cumplimiento de sus deberes

en el seno del hogar, en cuya serenidad brilla sin

ostentacióp pero con luz purísima la chispa de su

ingenio; por eso mismo anhelaba el perfecciona-

miento de su cultura, su desarrollo en el cultivo

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— i i 7 —

de las letras, su iniciación en el santuario de las

ciencias y las artes, y su mayor influencia en el

desenvolvimiento moral de la sociedad.

Aparte de su ejemplo nobilísimo en el trabajo

de su propia educación dado a las jóvenes de su

época, es justo consignar en esta memoria algu-

nos de sus esfuerzos intencionados en pro de la

educación de la mujer.

Su posesión del francés, que acaso alcanzó an-

tes que ninguna chilena, recreó continuamente su

espíritu en las Cartas de Educación de Mdme.

Genlis y en otras obras de la época, que dieron a

su estilo la gracia, flexibilidad y dulce sencillez que

lo distingue, e inspiraron su criterio pedagógico

haciéndole ver claramente el camino señalado a

la mujer.

La Alborada Poética de don Miguel Luis Amu-

nátegui, nos ofrece la copia de un plan de estu-

dios en el cual la ilustre chilena expresó lo que

sus felices disposiciones la habian hecho por sí

misma practicar.

Ese plan es, pues, ante todo un bosquejo de

su propia vida; y en segundo lugar, la explicación

de sus ideas en orden a educación.

Ver.dad que aquel plan es incompleto, acaso

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— 118 —

por la anterioridad con que fuera redactado, y

que un desequilibrio entre la importancia capital

que asigna a la educación religiosa, y la secunda-

ria que da a las demás fases de la educación in-

tegral, hacen de él un programa impracticable en

nuestros días. Con todo, es el primer plan de

educación femenina elaborado en Chile y su au-

tora merece el reconocimiento de la Patria.

Ella da por base de la educación el principio

religioso, sin supersticiones ni prejuicios. La reli-

gión es en su espíritu un conjunto de altísimas

verdades y la práctica constante de todas las vir

tudes. ¡Hermosa concepción que no siempre ha

inspirado a la mujer en nuestra tierra!

Insistía en la necesidad de desenvolver progre-

sivamente la inteligencia de la niña, para lo cual

recomendaba el aprendizaje del francés. Pero lo

que ha. llamado más' la atención de sus biógrafos

es el hecho de que la señora Marín del Solar, no

obstante sús felices inclinaciones hacia la Litera-

tura, recomendara insistentemente que la mujer

adquiriera a ló menos los rudimentos de las cien-

cias y lá práctica de las tareas domésticas, para

que con su ilustración y sentido práctico pudiera

ser a la vez la providencia y el encanto del hogar.

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— H 9 —

De un discurso pronunciado por la señora Ma-

rín en la distribución de premios de un colegio de

niñas, tomamos el siguiente párrafo, para engala-

nar el afectuoso recuerdo que aquí hacemos de

su obra educadora:

«Vosotras tornaréis algún dia al hogar pater-

no, y, empezando a dejar de ser niñas, haréis al

lado de vuestras madres el aprendizaje de las

virtudes domésticas, tanto mas necesarias cuanto

ellas son la herencia de la mujer y están de acuer-

do con su naturaleza y con su posición. Solo el

desorden de las costumbres, el trastorno de to-

dos los principios, pueden hacer que se miren en

una sociedad como bajos y despreciables los cui-

dados caseros. Ellos nos recuerdan los cuadros

mas interesantes de la Biblia, aquella sencillez

primitiva tan eocantadora en la pluma de los es-

critores antiguos; las nobles castellanas de la

Edad Media, cuyo modesto decoro templaba por

su dulzura el carácter agreste de aquellos siglos

de hierro y la índole demasiado belicosa de sus

esposos y de sus padres. Creedme: nunca es mas

interesante una mujer que, cuando retirada en el

interior de su familia, regla las ocupaciones, cuida

de la economía, entabla el orden en todo y aplica

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120

sus dedos industriosos a la'costura y al bordado.

Los griegos divinizaron este arte y lo asociaron

a la sabiduría en la imagen de Minerva; y las

princesas mas elevadas de todos los tiempos lo

han practicado en medio del esplendor de sus cor-

tes. No es en el tumulto de los saráos, rodeadas

del oropel del lujo donde vuestras gracias apare-

cerán mas seductoras, ni donde inspiraréis afec-

ciones mas fuertes y profundas. En el hogar do-

méstico, os lo aseguro, no faltarán ojos penetran-

tes que se fijen en todo ese conjunto de prendas

que prometen una felicidad duradera. Pero cuan

tos hechizos podéis aún añadir al mérito sólido,

si desenvolviéndose en vosotras el sentimiento de

lo bello, quereis cultivar los talentos agradables

y adornaros con ese lujo del arte y de la natura-

leza que tanto realza al ser humano'. Entonces

vuestro imperio será mucho mayor, no lo dudéis,

y jamás el fastidio vendrá a perseguiros en las

horas de vuestro descanso. ¡Qué de veces he vis-

to yo correr dulces lágrimas por el rostro de un

padre a quien acosaban las penas, al oir la voz

melodiosa de su hija, ya entonando un aire ex-

presivo, ya vertiendo sus pensamientos en una

conversación sazonada por la finura, la discreción

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121

y el ingenio! Las madres ven desaparecer con

indiferencia al lado de tales hijas los atractivos de

su propia belleza, y no temen para la vejez el

menosprecio y el olvido, pues saben que serán

indemnizadas de sus desvelos por aquellos mis-

mos seres inocentes a quienes los han consagra-

do, y que con el tiempo se tornan en verdaderas

madres y protectoras de las que les dieron el ser.

Aspirad, niñas, a una felicidad tan pura», (i)

III

S A Z I E

El sabio filántropo francés don Lorenzo Sazie

había venido a Chile bajo la administración de

don José Joaquín Prieto, pero su actividad se des-

plegó mas intensamente después de la fundación

de la Universidad, bajo los gobiernos de Bulnes,

de Montt y de Pérez.

Por espacio de 30 años numerosos discípulos

escucharon sus enseñanzas: del eminente sabio

puede decirse con justicia que es uno de los fun-

dadores en Chile de la carrera médica.

(1) M. L. Amunátegui.—Alborada Poética.

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122

Sazie era un hombre y un maestro extraordi

nario. A su talento preclaro, a su laboriosidad

singular, al espíritu filantrópico con que abrazó

su profesión,.unía la suerte de haber sido en Pa-

rís discípulo de los eminentes profesores de la

época: Cuvier, Orfila y Gay-Lussac, entre otros.

«Bruossais decíaj hablando de él, -¿que estaba

dotado de sólida intuición y que tenía todas las

cualidades necesarias para ser un excelente pro

fesor»; Velperan: « que era apto para llenar las

mas altas exigencias de la cirugía y la medicina»;

M Emery: «que habia dado pruebas de alta ca-

pacidad médica y quirúrgica, y que durante el

tiempo que habia estado como interno en su ser

vicio, habia desempeñado sus funciones con celo

y talento dignos de los más grandes elogios»; el

barón Dublois: «que el celo y abnegación del joven

Sazie solo podían compararse con la solidez de

sus conocimientos»; Jober: ««que él en su servicio

se habia distinguido por su talento, no solo como

médico práctico, sino como hombre erudito y sa-

bio»; M. Maury: «que estaba a la altura de todas

las misiones que se le confiaran y que era digno

de todo el interés que por él se tuviera». He aquí

las razones que nos autorizan para llamarle un

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— III —

hombre eminente; he ahí las razones que deter-minaron a Orfila a recomendarle, al Gobierno de Chile como la persona mas a propósito para lle-nar sus exigencias Rarísimo es encontrar reuni-das en un solo individuo las cualidades que ador-naban al doctor Sazie; el hombre que las posee es un hombre extraordinario». (i)

El día en que el país perdió a aquel eminente sabio, que la Representación Nacional habia hon-rado expontáneamente con la ciudadanía chilena, la Facultad de Medicina perdió a uno de sus mas activos profesores, los infelices a uno de los mas abnegados filántropos y el cuerpo médico chileno al mas ilustre de todos sus fundadores.

(1) Adolfo Valderrama.—Biblioteca de Escritores de Chile.— Obras escogidas.

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Administraciones Pérez, Erráznriz y Pinto.

i

P H I L I P P I

El sabio naturalista don Rudulfo Armando Phi-lippi, que tanta influencia ejerció durante medio siglo en el desarrollo científico de la nacionalidad chilena, habia sido educado por el mas eminente educador de los tiempos modernos, el profundo y tierno Pestalozzi, en el célebre Instituto de Iverdon.

Doctor en medicina titulado en Berlín, director de la Escuela Politécnica de Hesse-Castel, ya era

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I 20

su nombre conocido en el campo de la ciencia

cuando vino a Chile, por feliz oportunidad de fa-

milia, y empezó a servir en la causa intelectual

de la nación.

Miembro corresponsal de la Universidad de

Chile en 1852, rector al año siguiente del Liceo

de Valdivia, profesor de Botánica y Zoología, y

director del Museo Nacional poco después, pro-

fesor de Geografía Física y de Historia Natural

del Instituto Nacional en 1868, miembro del

Consejo de Instrucción Pública dos años después

y en 1872 miembro honorario de la Facultad de

Medicina, su carrera luminosa no solo es notable

por sus ascensos en el escalafón de la educación

pública sino por innumerables memorias, infor-

mes, comisiones y obras científicas, entre las cua-

les recordamos sus Elementos de Historia Natu-

ral y sus Elementos de Botánica.

Recordaremos siempre como la apoteosis en

vida de aquel ilustre maestro—de uno siquiera

—aquel que rindió la Universidad en el nonagé-

simo aniversario de su nacimiento (1898) al últi-

mo sobreviviente de los discípulos de Pestalozzi,

al sabio de reputación universal.

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— III —

11

Pasaron muchos años antes que el Gobierno

cumpliera los anhelos de doña Mercedes Marín

del Solar, organizara la enseñanza femenina y le

diera la clasificación gradual y completa que ha

alcanzado en nuestros días.

Mientras se desenvolvía la educación de la mu-

jer con el benéfico resultado de la Escuela Nor-

mal de Preceptoras, y con la Ley Orgánica de

1860, algunas congregaciones religiosas intenta-

ban una educación mas esmerada para la alta cla-

se social. Nada por cierto era aquello de lo que

es hoy la educación secundaria femenina; pero

ese fué, y debemos declararlo con justicia, su

principio entre nosotros.

Vino en seguida la apertura de los liceos

particulares no congregacionistas, en donde han

prestado eminentes servicios la señora Manue-

la Cabezón en Valparaíso, y en Santiago las

señoras Josefa Cabezón, Antonia Tarrago, Isa-

bel Le-Brun de Pinochet y Mercedes Turenne.

Estos liceos merecieron de aquellas adminis-

traciones en que se fundaron, la confianza y ayuda

pecuniarias que necesitaban para surgir en un

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— 123 —

medio que todavía no era propicio a un vasto

desarrollo de la cultura femenina.

Es de particular importancia el decreto de 6

de Febrero de 1877, que declara que las mujeres

pueden dar exámenes para obtener títulos profe-

sionales, sujetándose a las mismas reglas que los

hombres.

Lleva la firma del Presidente Pinto y de su

Ministro don Miguel Luis Amunátegui.

Dice así:

«Considerando:

i.° Que conviene estimular a las mujeres a que

hagan estudios serios y sólidos;

2.0 Que ellas pueden ejercer con ventaja algu-

nas de las profesiones denominadas científicas; y

3.0 Que importa facilitar los medios de que

puedan ganar la subsistencia por sí mismas,

Decreto:

Se declara que las mujeres deben ser admitidas

a rendir exámenes válidos para obtener títulos

profesionales con tal que ellas se sometan para

ello a las mismas pruebas a que están sujetos los

hombres».

Nueve años después, el 27 de Diciembre de

1886, doña Eloísa Díaz obtenía el primer título

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129

universitario. El Rector don Jorge Huneeus, al

licenciarla en Medicina y Farmacia, le presentaba

las felicitaciones del Consejo y las suyas perso-

nales, por haber sido la primera persona de su

sexo que habia obtenido este grado en la Univer-

sidad de Chile.

Era también la primera doctora de la América

del Sur.

Finalmente, se abren los liceos fiscales de ni-

ñas, que marcan un enorme progreso en las ideas

pedagógicas, y habilitan a la mujer para el estu-

dio de las profesiones liberales.

De estos liceos, cuyo desarrollo es felizmente

acentuado, solo el Superior, anexo al Instituto

Pedagógico, está sometido al Estatuto Universi-

tario, como lo ordena la ley para todos; los demás

dependen directamente del Ministerio.

III

Es de importancia para la educación la pro-

mulgación del Código Civil, 14 de Diciembre de

1855, y la del Código Penal, 12 de Noviembre

de 1874, que vamos a considerar conjuntamente.

El Código Civil establece en su Art. 222 que

Memoria Histórica 9

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125

«incumbe al padre o madre que ha reconoci-

do al hijo natural los gastos de su crianza y edu-

ción». Se incluirá en esta, por lo menos, la ense-

ñanza primaria y el aprendizaje de una profesión

u oficio; en el Art. 434 establece «que la conti-

nuada negligencia del tutor en proveer a la cón-

grua- sustentación y educación del pupilo es mo-

tivo suficiente para removerle de la tutela», en el

Art. 241 dice: «la obligación de alimentar y edu-

car al hijo que carece de bienes pasa, por falta

o insuficiencia de los padres, a los abuelos legíti-

mos; por una y otra línea conjuntamente, y por

último, en el Art. 323, al hablar de. los alimentos

que se deben por la ley a ciertas personas, esta-

blece que «los alimentos sean congruos o nece-

sarios, comprenden la obligación de proporcionar

al. alimentario menor de 25 años, la. enseñanza

primaria y la de alguna profesión u oficio».

El niño chileno tiene, pues, el derecho de ser

criado y educado.

El Código Penal, por su parte, afianza ese de-

recho en su Art. 494, N.° 15, diciendo: «sufrirán

la pena de prisión en sus grados medio a máximo,

o multa de 10 a 100 pesos, los padres de familia o.

los que legalmente hagan sus veces, que abando-

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— i 3 i —

nen a sus hijos, no procurándoles la educación que permitan y requieran su clase o facultades».

Existe, pues, en Chile la Educación Obligatoria establecida en los códigos, es decir, existe implí-citamente la educación primaria obligatoria: falta solo que una ley especial determine la manera de cumplir ese sagrado deber, y que establezca las causas que eximen de esa responsabilidad.

IV

La Ley Orgánica de la Universidad de Chile, de Noviembre de 1842, había venido completán-dose con una serie de disposiciones y modificán-dose en lo que tenían de inadecuados sus Esta-tutos.

Entre los vacíos que se llenaron hasta organi-zar las reformas en la nueva ley de 9 de Enero de 1879, figuran el reglamento del Consejo de la Universidad y el reglamento para la concesión de grados en las diversas Facultades (1844), las formalidades que deben observarse para el nom-bramiento de miembros honorarios y correspon-sales (1848), el reconocimiento de las universida-des extranjeras (1866), la reparación del Institu-to Nacional, el establecimiento de la Delegación

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— 132 —

Universitaria, el plan de estudios médicos y lega-

les (1868), los de la Facultad de Ciencias Físi-

cas y Matemáticas (1853), el establecimiento de

la sección de Bellas Artes (1858), el plan de exá-

menes secundarios y superiores (1867), el plan

de estudios para el Instituto Nacional y los liceos

provinciales (1872), las condiciones de los textos

de enseñanza, la oposición a las cátedras, los re-

glamentos especiales de los liceos, y otras dispo-

siciones. Al reorganizar el servicio de educación

secundaría y superior, los legisladores aseguraron

una vez el carácter gratuito de la enseñanza, el

derecho de toda persona, natural o jurídica, a

quien la ley no se lo prohiba, de fundar estable-

cimientos de instrucción secundaria superior y en-

señar pública o privadamente cualquiera ciencia o

arte, sin sujeción a métodos ni a textos especia-

les, la excención del servicio militar obligatorio

de los empleados y alumnos de los establecimien-

tos secundarios y superiores, la constitución del

Consejo de Instrucción Pública y de las diversas

Facultades, la clasificación de los establecimientos

secundarios en dos categorías; el plan que decre-

ta el aumento de cursos especiales, la reglamen-

tación de los exámenes que confieren grados y

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— 133 —

títulos, y finalmente la colación de grados, qiie

tantas controversias suscitó.

Muchas veces se ha hecho una observación ge-

neral a nuestros estudios universitarios en lo que

se relaciona con su larga extensión. Ello hace

que el alumno viva lo mejor de su juventud con-

sagrado casi completamente a la teoría; por esa

misma prolongación los estudios son gravosos a

la juventud, privando a la nación del talento de

muchos jóvenes pobres que no se atreven a em-

prenderlos, o haciendo que los que a ello se deci-

den, tengan que empeñarse a la vez en trabajos

extraños al estudio para libertar a la famila de

gastos onerosos.

Para terminar estos rasgos de nuestra educa-

ción universitaria, vamos a repetir aquí las inspi-

radas palabras dichas por el eminente Rector don

Manuel Barros Borgoño en el Congreso Pedagó-

gico de 1902, quien, al terminar su brillante con-

ferencia sobre la reorganización de la'Universidad

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— 134 —

y después de abogar valientemente por la dero-

gación de las incompatibilidades parlamentarias y

judiciales, por la autonomía universitaria en ma-

teria económica, por acentuar las tendencias in-

vestigadoras en la enzeñanza, concluía haciendo

votos porque el Gobierno y el pueblo de Chile

ensancharan los horizontes de esa institución.

«La'Universidad no sería, dijo, un recinto cerra-

do y estrecho, cuyo único fin es formar profesio-

nales, sino un templo abierto al culto de las cien-

cias y de las letras, en donde toda idea encontra-

ría eco, toda aspiración cobraría estímulo, todo

calor tendría hogar: sería lo que debe ser una

Universidad, lo que nuestros padres desearon

que fuera; no la pálida sacerdotisa que en la so-

ledad del santuario conserva el fuego sagrado,

sino la diosa augusta que lanza de su frente rau-

•dales de ciencia y luz».

V

Desde la fundación del Instituto Nacional- has-

ta la creación de la Universidad de Chile el Go-

bierno se había preocupado solo accidentalmente

de la educación secundaria; pero dióle al fin una

forma definitiva en la Ley Orgánica, forma que so-

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— III —

lo vino a reformarse en la ley del 79. Se compren-

de que la correlación de este grado de la ense-

ñanza, con la primaria en su punto inicial y con la

superior a su término, debía ser una exigencia

primordial, si obedeciendo a un precepto de la

Constitución, se había de hacer de toda la ense-

ñanza un sistema armónico de educación nacional.

No investiguemos las causas que se han opues-

to a realizar esas miras. La división profunda que

marcan en las clases sociales de la nación el Li-

ceo y la Escuela Primaria, la institución de las

preparatorias y la relegación en las escuelas de

los hijos del pueblo, son hechos que han contra-

riado la armonía del sistema y merecido distintas

y enojosas apreciaciones.

Los establecimientos de educación secundaria,

de primera y segunda clase, internos, externos y

de medio pupilaje, han venido desarrollándose

desde el ministerio de don Manuel Montt, con es-

píritu de libertad para el profesor en la designa-

ción de los textos, y en lo que se refiere a la en-

señanza religiosa, con la cláusula de conciencia,

que deja al padre la facultad de eximir a su hijo

de la enseñanza católica.

El Instituto Pedagógico, fundado en el ministq-

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— III —

rio Bañados Espinosa de la Administración Bal-

maceda, acrecentó enormemente el mejoramiento

de los liceos, empezando a formar el personal

idóneo para la enseñanza secundaria y preparan-

do profesores para las humanidades superiores.

De los 36 liceos fiscales de hombres que exis-

ten en el país, figura en primera línea el Instituto

Nacional, cuya separación de la Universidad se

decretó en 1847; Internado Barros Arana, que

funciona en un grande edificio construido bajo la

administración Balmaceda; el liceo de Aplicación

anexo al Instituto Pedagógico, en donde hacen

su práctica profesional los que se preparan para

el profesorado secundario, y algunos liceos de

provincias, entre los cuales sobresale en primer

lugar, el de Concepción, fundado en 5838, bajo

el ministerio de don Mariano Egaña y con la pa-

triótica ayuda del Obispo de esa diócesis, de cu-

yo patriotismo habla el decreto de fundación, y

que sucedió al Instituto Literario Provincial de

Concepción.

El decreto que estableció en él el Curso de

Leyes, germen de lo que será algún día nuestra

segunda Universidad, lleva las firmas del Presi-

dente don José Joaquín Pérez y de su ministro

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— 137 —

don Federico Errázuriz Zañartu.

Estos mismos estadistas dictaron en 1866 el

reglamento interno que lo rige.

VI

Obra de alto reconocimiento cívico es la del re-

cuerdo cariñoso que debe conservar la conciencia

chilena de los propulsores de la enseñanza secun-

daria.

Bello y Montt, Lastarria y los Amunátegui,

don Sandalio Letelier, don Gonzalo Cruz, don

José Alejo Fernández y el ilustre historiador don

Diego Barros Arana son, entre otros ya nombra-

dos o que no mencionamos en razón de la ex-

tensión d e . e s t a reseña, acreedores por su tra-

bajo en bien de las luces a la gratitud de este

pueblo que paga tarde, pero que paga al .fin a los

que se sacrifican por su bien, a los que lo enalte-

cen con sus virtudes y lo dignifican con el ejem-

plo de su dedicación al trabajo y su consagración

al apostolado de la enseñanza.

V I I

AMUNÁTEGUI

Es difícil diseñar la obra inmensa de este ilus-

tre estadista. A través de los Anales Parlamen-

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- 138 -

tarios, de los Anales de la Universidad, de la

prensa y de la tribuna, su obra incansable, ins-

pirada en el mas puro patriotismo, aparece dise-

ñando con enérgicos rasgos su figura.

Profesor y estadista, la preocupación constante

de su espíritu fué la educación pública, cuyos re-

sultados, decía, «son,los mas decisivos en la suer-

te futura de un pueblo», y con profusión podrían-

se indicar sus numerosos discursos, sus estudios

didácticos e históricos, sus trabajos prácticos des-

de la Universidad, desde su asiento en las Cáma-

ras, desde el Ministerio de Instrucción Pública.

Jefe de sección del Ministerio de Instrucción

Pública, creó en 1853 la estadística completa de

este ramo. Sus estudios de Instrucción Pública

«contienen las memorias anuales del mismo Mi-

nisterio en los años 1877 y 1878, cuando él de-

sempeñaba esa cátedra. Se diferencian esas dos

memorias de todas las anteriores en que encie-

rran numerosas y acertadas observaciones peda-

gógicas, expuestas con un arte literario que le

era característico. Su personalidad eminente ha

abarcado en su carrera de escritor, secundado

hábilmente por su hermano Gregorio Víctor

Amunátegui, todos los ramos desde el de histo-

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— 139 —

riador hasta el de periodista. Sus obras todas «se

distinguen por su. lenguaje puro y correcto, por

la claridad de las ideas, por la lógica de racioci-

nio, por los principios luminosos que propagan,

y por el orden y método que sabe dar a la expo-

sición». (i)

De la «Recopilación de sus Discursos Parla-

mentarios », tomamos algunos párrafos de un dis-

curso sobre el estado y el fomento de la ense-

ñanza pública, la intervención del Estado en la

resolución del problema educacional.

« ¿Debe el Estado, decía, dirigir la enseñanza

pública?

¿Debe esforzarse por instruir, para que mayor

número de ciudadanos que sea posible, adquiera

una cierta copia de conocimientos?

Todos, al parecer, estamos de acuerdo en que

el Estado debe fomentar la enseñanza de aquellos

ramos que, según la clasificación admitida entre

nosotros, constituyen lo que se llama la enseñan-

za primaria.

¿Semejante mínimum de instrucción sería sufi-

ciente para una sociedad que'aspira a ser com-

(1) Cortés.—Diccionario Biográfico Americano.

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— III —

prendida entre las que merecen el dictado de cul-

tas?

Pudiera ser muy bien que algunos lo creyesen

así en el secreto del alma; pudiera ser quizá que

hubiese algunos que creyeren esa instrucción ex-

cesiva; pero dudo que haya alguien que ose de-

clararlo en alta voz.

Todos dirán probablemente que las naciones

deben saber mucho mas que todo eso.

¡Sea, en hora buena!

Pero ¿quiénes se lo harán enseñar? Esta es la

importante cuestión que debe resolverse antes

que todas las demás.

El 'honorable señor diputado que acaba de ha-

blar, rechaza toda intervención del Estado en la

dirección y fomento de la instrucción pública.

No admite otra excepción sobre el particular

que la instrucción primaria.

El Estado, según su Señoría, da una inversión

ilícita al producto de las contribuciones, aplicando

una parte de él al sostenimiento de colegios en

que se enseña algo más que los simples rudimen-

tos escolares.

Según Su Señoría, los particulares solo son

los que deben suministrar la instrucción.

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— i 4 i —

En general, los individuos que tengan esta ca-

ridad, si los. hay, deben procurar a sus prógimos

el alimento de la ciencia; y en especial, los padres

de familia deben procurarlo a sus hijos.

La existencia del Instituto Nacional y de Ips

liceos provinciales es, más que anomalía, una ver-

dadera monstruosidad.

Es un recuerdo de la Edad Media; es un ab-

surdo; es una muestra palpitante de que aún no

se tiene una noción clara de de las facultades que

en la administración de un país corresponden al

Gobierno y de aquellas que corresponden a los

particulares.

Ningún hombre de ciencia sostendría que entre

las atribuciones y obligaciones de un Gobierno

está la de dar instrucción secundaria y superior.

Esto es lo que afirma el señor Diputado, y es-

to es lo que yo le niego.

Tengo la desgracia de creer que los hombres

de ciencia no pueden enseñar que para una so-

ciedad o un Estado importe lo mismo que sus

ciudadanos sean semejantes a los hotentotes o a

los araucanos, o que lleven con honor el título de

hombres ilustrados; y por lo tanto me parece que

la sociedad o el Estado no puede dejar completa-

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— III —

mente abandonado a la iniciativa individual el cui-dado de instruir a los ciudadanos en aquellos ra-mos que son más indispensables en la práctica de la vida. Indudablemente el conocimiento de la lectura, de la caligrafía y del cálculo son instru-mentos muy valiosos que habilitan al hombre pa-ra cultivar y perfeccionar su inteligencia, pero si no se ejercitan, son más o menos estériles.

Sucede con ellos lo que con los sentidos cor-porales, lo que con la vista, con el oído, con el gusto, con el olfato, con el tacto.

El individuo a quien le falta uno o más de es-tos sentidos es un ser incompleto que no puede adelantar como el que los tiene todos; pero la posesión simple e iniciativa de estos sentidos no forman al observador ' aprovechado, al verdadero sabio.

Así como el Estado o la sociedad tiene interés en que sus miembros no sean sordo - mudos, así también lo tiene en que todos ellos o el mayor número que sea posible, sepan leer, escribir y calcular.

Pero la posesión de estos rudimentos no basta, del mismo modo que no es suficiente que el indi-viduo tenga sanos y expeditos sus cinco sentidos

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— 143 —

y los órganos correspondientes.

Es además indispensable que adquiera ciertas

nociones de distinto género que le sirvan para

adiestrar la inteligencia y para saber gobernar

con acierto en los negocios de la vida.

Este es un asunto de la mayor importancia

que afecta no solo a los individuos, sino también

a la sociedad entera.

Creería agraviar a los señores que me oyen si

me detuviera a demostrar una verdad tan obvia.

Y, sin embargo, siendo así, se pretende que el

Estado desatienda completamente un punto de

tan vital trascendencia y que lo abandone del to-

do a la acción de los particulares.

Supongamos (lo que es una hipótesis por des-

gracia harto posible) que estos carezcan de la vo-

luntad o de los recursos necesarios para satisfa-

cer una necesidad tan imprescindible.

¿Qué hace entonces el Estado?

Se quiere que se cruce de brazos y deje se-

guir a las cosas su curso natural, esto es, se

quiere que acate el triunfo de la ignorancia más

supina y vergonzosa.

Por lo que a mí respecta, antes de conformar-

me con una condición social semejante, preferiría

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— 144 —

volver a la Edad Media, si es cierto que en

aquella época ya remota,-los gobiernos se empe-

ñaban porque los hombres no fuesen muy pareci-

dos a las bestias.

V I I I

B A R R O S ARANA

Es una de las glorias más brillantes de la edu-

cación secundaria.

A los 20 años ya publicaba en Santiago el pri-

mer fruto de sus felices inclinaciones a la investi-

gación histórica y de su constante revisión de li-

bros y documentos, con sus Estudios Históricos

sobre Vicente Benavides y las campañas del Sur

(1850). A partir desde entonces y por espacio de

medio siglo, casi no hubo diario o periódico lite-

rario a que no contribuyera con artículos biográ-

ficos, históricos, críticos o científicos. La Galería

Nacional de Chilenós Célebres lo contó en el nú-

mero de sus más laboriosos colaboradores. Los

Anales de la Universidad se engalanaron con nu-

merosos trabajos debidos a su pluma. La prensa,

a la cual lo llevaron sus ideas liberales, publicó

sus artículos llenos de franqueza, de profundidad

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— 145 —

y de corrección en el lenguaje. La Bibliografía

Pedagógica Chilena registra, numerosos textos

dedicados a la enseñanza secundaria; por sus lec-

ciones de Historia de América, por sus Elemen-

tos de Literatura, por sus Elementos de Historia

Literaria, por Manual de Composición Literaria,

por sus Lecciones de Geografía Física, muchas

generaciones han hecho sus estudios; en ellas mu-

chos han aprendido la disciplina de su inteligen-

cia y la expresión de sus ideas con corrección y

sencillez.

El monumento a la República levantado con

su Historia de Chile, es imperecedero en los fas-

tos de la nación, en los de la literatura castella-

na, en los de la didáctica chilena, que lo cuenta

con orgullo entre sus hijos más preclaros.

Nombrado Rector del Instituto Nacional en

1863, dedicóse incansablemente a la reforma de

este plantel de educación, introduciendo notables

reformas en los planes de estudio y en el régi-

men disciplinario, y mostrando profundos conoci-

mientos, pedagógicos y una suma de virtudes di-

fícilmente superada por los demás educadores de

la Patria.

Memoria Histórica 10

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— III —

Como Decano de la Facultad de Humanidades

desde 1867, continuó exparciendo en el seno del

Consejo luz de sus ideas, representando la ne-

cesidad de mejorar nuestros métodos y el uso de

textos adecuados, de la propagación de los cole-

gios y de la conveniencia de facilitar a la juventud

estudiosa,,hacia la cual sentía cariñosa inclinación,

los medios más seguros de llevar a término feliz

el esfuerzo de sus estudios.

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Administraciones Santa María y Balmaceda

i

Bajo las administraciones de don Domingo

Santa María y de don José Manuel Balmaceda,

operóse un cambio trascendental en el dominio

de la enseñanza pública.

Se reveló el espíritu contra aquellos métodos

inadecuados, atentatorios contra el libre desenvol-

vimiento de las actividades del individuo, contra

aquel desequilibrio exigido a las fuerzas menta-

les, en que se daba preferencia a la fijación y re-

tención mecánica, olvidando casi por completo la

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— III —

tarea que cumple a la educación integral en el

desarrollo del cuerpo, en la educación de las ap-

titudes elaborativas, en la de los sentimientos, en

la de la habilidad práctica, en la de la expresión

y finalmente en la del carácter.

La evolución dominó en el campo de la ense-

ñanza primaria y secundaria.

Distinguidos y numerosos maestros alemanes

vinieron a nuestro suelo a ilustrar las cátedras de

las escuelas normales y liceos. Schneider, Berg

ter, Rossig, Yenschke, Wieghardt, Kzriswan,

Langer, Heidrich y Molí son nombres conocidos

de distinguidos maestros que han enseñado en

las Escuelas Normales la metodología alemana,

cuyos fundamentos es la sicología del niño, base

racional, base única1 para una enseñanza que

quiere proporcionar los conocimientos necesarios

para la lucha por la vida, y desarrollar tam-

bién una inteligencia disciplinada en los métodos

de investigación, a cuya cúspide no puede alcan-

zarse sin haber seguido en los distintos períodos

el desarrollo progresivo de las aptitudes en los

períodos de la vida mental.

Don José Tadeo Sepúlveda, distinguido maes-

tro graduado en el Real Seminario de Dresde,

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— 1 4 9 —

don Juan Madrid y don José María Muñoz, des-

pués de brillantes estudios en Alemania, conti-

nuaron la reforma en las Escuelas Normales de

Santiago, de Chillán y de Valdivia.

Al mismo tiempo las profesoras María Weigle,

Isabel Bering, María Maluska, Verónica Schae-

fer, Isolina Bongard y otras tantas distinguidas

alemanas, hacían la reforma de la educación fe-

menina desde las escuelas normales de precep-

toras.

La mayoría de estos profesores ilustraron la

tribuna pedagógica en el primer Congreso Peda-

gógico Chileno, celebrado en 1889 bajo los aus-

picios del Ministerij del ardoroso propagandista

de la educación pública don Julio Bañados Espi-

nosa.

Examinadas las ideas principales de esta refor-

ma, es justo reconocer que ella ha sido una de

las mas poderosas propulsoras de la enseñanza

pública.

«Era aquel un período de entusiasmo, de emu-

lación y de trabajo. El profesorado trabajaba,

confiado en que las autoridades superiores, así

como los hombres de gobierno, reconocían la im-

portancia de la dedicación del magisterio.

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— i 5 o —

«Sostenidos por el Gobierno, apoyados por un

elemento social ávido de progreso, los reforma-

dores ganaron un contingente selecto de hom-

bres influyentes, que de convertidos pasaron a ser

cooperadores y propagandistas», (i).

El verbo de la reforma alemana era la implan-

tación del sistema concéntrico, la aplicación de

métodos racionales y el régimen de disciplina que

manda al profesor el uso de los medios persuasi-

vos para mejorar la moralidad de sus alumnos.

El personal docente, el mobiliario escolar, el

material de enseñanza, la construcción de escue-

las, la dirección consultiva, los métodos, los tex-

tos y los programas, en una palabra todos los

aspectos de educación pública fueron abordados y

solucionados satisfactoriamente para el país por

aquella benéfica reforma de cuyos frutos es la ac-

tual generación el más legítimo exponente.

El Certamen Pedagógico de 1893 completó

más tarde los propósitos de la reforma con nu-

merosas metodologías, que propagaron las nue-

vas ideas de la enseñanza y facilitaron la prepara-

ción profesional de los maestros.

( I ) Rev. de Instrucción Primaria, J . M. Muñoz. Frutos de la

Reforma Pedagógica, año XXIY, núms. 9 y 10.

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— 15* —

II

N Ú Ñ E Z

El alma de esta reforma y su incansable pro-

pagandista fué 'el distinguido hombrp público,

Inspector General de Instrucción Prityiaria, don

José Abelardo Núñez. La República le debe los

desvelos de su existencia entera consagrada a la

educación de la niñéz y a la dignificación del ma-

gisterio, el fruto de su talento y la experiencia de

sus viajes, expresados en numerosos informes y

obras didácticas ofrecidas al Gobierno y al pue-

blo en esa época brillante de la pedagogía patria

que informó la reforma alemana.

En el hermoso y fecundo camino de su vida,

dos sentimientos encendieron sin apagarse nunca

su corazón de apóstol y su cerebro de sabio.

Dos sentimientos que fueron las fuerzas que lo

impulsaron a desarrollar los elevados ideales de

su inteligencia: su amor a la niñez y su amor

al magisterio.

La niñez era para él la esperanza sonriente de

la patria, de una patria mejor y progresista, a de-

sarrollar la cual debía moverse diariamente en

busca de la escuela y del maestro.

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— 152 —

Era la luz vivísima que iluminaba el porvenir

con irradiaciones de aurora sobre un pueblo in-

culto y desgraciado todavía, pero lleno de ele-

mentos de vitalidad, de impulsos hacia arriba y

heredero de un pasado de gloria.

Era el libro sin mancha todavía en que el

maestro de corazón y de verdad debería escribir

la fórmula sublime del progreso y la ventura.

A la niñez consagró hasta sus últimos años las

energías de su vida. Las páginas del «Lector

Americano»—como las estrofas de un himno que

todos hemos entonado cuando niños—se inspira-

ron en aquella feliz inclinación a la niñez, que

hacía recordar en él a uno de sus pedagogos fa-

voritos.

Su amor al magisterio desde su elevado pues-

to de la administración pública, se manifestó mil

veces en aquella rectitud paternal, en aquel ince-

sante anhelar el perfeccionamiento de la carrera

del maestro, en aquellas obras con que ilustró la

pedagogía chilena, en aquellos viajes de maestro,

ávido de mejoramiento para los otros; y en aque-

lla su justicia proverbial con que siempre premia-

ba la virtud.

Muchas generaciones de maestros entregó a la

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— i 5 3 —

Patria para que llevaran la buena nueva a las mas

apartadas regiones del país.

Muchas generaciones se desarrollaron al calor

de sus doctrinas generosas y se fortificaron con

la seriedad de sus métodos, con el régimen que

implantó en el servicio de la educación primaria

y con el estímulo con que siempre distinguía el

talento, la perseverancia y la virtud. La reforma

alemana prestó alas a su espíritu organizador y

su amplia mirada paternal, protegiendo a la vez

las iniciativas nacionales y las innovaciones ex-

tranjeras, armonizó la luz que venía del exterior,

con esta otra luz nacional que nos obliga a adap-

tar los sistemas a nuestro ambiente y a nuestra

raza.

Comprendía, velando solícitamente por el me-

joramiento de las escuelas normales, la elevada

misión del magisterio en el seno de una nación

democrática; la comprendía y la desarrollaba con

tesón, sin pensar si el terreno era inculto todavía

o si las vicisitudes del camino le impedirían con-

templar el final de la jornada.

El maestro era para él el modesto sembrador

que deposita en el corazón de la niñez una semi-

lla de luz y bendición; la fuerza silenciosa que

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— III —

mueve incesantemente el carro del progreso; el

labio cariñoso que no sellan los vientos abraza-

dores del desierto al ir predicando a las gentes el

evangelio de la luz y del amor; el brazo que ele-

va un monumento de felicidad pública en los ban-

cos de la escuela, el cerebro en que germinan las

aspiraciones de la Patria y el corazón en que vi-

ven y palpitan sus gloriosas tradiciones.

I I I

La reforma alemana dominó también en el

campo de la educación secundaria. Bajo la admi-

nistración Balmaceda y a iniciativa del hábil Mi-

nistro don Julio Bañados Espinosa, tuvo lugar la

creación del Instituto Pedagógico, única sección

docente de enseñanza general superior que posee

la Facultad de Humanidades.

El primero en su género de Sud-América y

hasta hoy el único, este Instituto que honra a la

América y que (han servido sabios de gran repu-

tación como los doctores Hansen, Scheneider,

Johow, Lenz, Mann y Ziegler, ha venido a ilus-

trar nuestro sistema de educación, influyendo po-

derosamente en el desarrollo de los establecí-

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— 155 —

mientos secundarios. Desempeña entre nosotros

el papel que cumple en Europa y Estados Uni-

dos a los Cursos de Ciencias, Artes y Letras de

las Humanidades Superiores, unien lo al espíritu

científico de las universidades francesas, la prepa-

ración pedagógica que se imparte en los Semina-

rios de Pedagogía de Alemania o en el colegio

de profesores de la Universidad de Columbia de

Nueva-York .

La gran obra del Instituto Pedagógico ha sido

la abolición del conocido sistema antiguo y la ins-

titución del concéntrico en los liceos.

El Ministro de Instrucción Pública, señor Julio

Bañados Espinosa, explicaba en una circular diri-

gida a los rectores de liceos, la significación del

método concéntrico, expresándoles como es más

científico el método que presenta al niño por pri-

mera vez un objeto de estudio en su forma más

simple, en nuevas fases en los años siguientes,

y al fin profundizando completamente la constitu-

ción de ese objeto.

IV

B A L M A C E D A

La grande y bella obra que la reforma alema-

na operó en el dominio de la enseñanza pública,

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tuvo su más eficaz apoyo en la administración de

don José Manuel Balmaceda, eminente servidor

de la nación.

Hojas de una inmarcesible córona de laurel,

que hoy y siempre se ostentará sobre su frente de

mártir y patriota, son sus numerosas inspiracio-

nes y actos en el desenvolvimiento de la educa-

ción pública.

Recordaremos aquí, entre otros de sus servi-

cios, la creación de Escuelas Prácticas de Agri-

cultura en Concepción, Chillan, Talca, San Fer-

nando y Elqui (1886); la creación del Consejo de

Enseñanza Agrícola e Industrial (1887); la crea-

ción de la Escuela Práctica de Minería de la Sere-

na (1887); la creación del Liceo de Angol (1887);

la institución de las Escuelas Profesionales de Ni-

ñas (í 888); la creación del Instituto Pedagógico

(1889) para llevar la reforma a la educación se-

cundaria, conjuntamente con la implantación del

sistema concéntrico; la creación del Museo Mine-

ralógico (1889); Ia reorganización del Instituto de

Sordo-Mudos (1889); la obligación a la educa-

ción física en todas las escuelas primarias, norma-

les y liceos (1889); Ia creación de la Escuela Nor-

mal de la Serena (1890); la reorganización del

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Conservatorio Nacional de Música y su nuevo

plan de estudios (1890); la creación del Consejo

de Bellas Artes (1891); y la construcción de los

primeros edificios modelos para escuelas prima-

rias, que hoy todavía con su fecha de inaugura-

ción, 1891, recuerdan al pueblo el amor que a la

educación popular profesaba el egregio ciuda-

dano.

Si de sus numerosos discursos y proyectos so-

bre educación, queremos presentar alguno que

refleje sinceramente el modo de opinar de este

ilustre estadista, escojamos su moción sobre la

reforma de la Ley Orgánica, presentada a la Cá-

mara en Agosto de '1887 y publicada en el Dia-

rio Oficial el 18 del mismo mes.

La redacción de este proyecto había sido enco-

mendada al Inspector General de Instrucción Pri-

maria don José Abelardo Núñez, y su presenta-

ción a la Cámara fué suscrita por el Ministro de

Instrucción Pública don Pedro Lucio Cuadra.

A pesar del interés del Presidente, el proyecto

de reforma no llegó a aprobarse. Oigamos hablar

de él a don Manuel Antonio Ponce:

«Tiende en general a dar nuevo impulso a la

instrucción primaria, en armonía con la funda-

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- I 5 8 -

mental reforma realizada pocos años antes en las

escuelas normales, con la activa cooperación del

mismo señor Núñez.

«Al efecto, establece una superintendencia, un

consejo o comisión de instrucción primaria y vein-

te plazas de inspectores de escuelas, en lugar de

la Inspección General que hoy existe; imprime al

preceptorado el carácter de una profesión titular,

mediante pruebas que ofrezcan garantías de equi-

dad y justicia; crea la escuela graduada en reem-

plazo de las elementales y superiores, con 6 años

de enseñanza; funda los distritos escolares para

asegurar la permanencia del niño en una misma

escuela y estimular la asistencia; organiza una

junta para atender a la administración e inversión

de los fondos extraordinarios del ramo, prove-

nientes de asignaciones o donaciones para su fo-

mento.

«Más todavía: el proyecto, como la ley de ins-

trucción secundaria y superior, prescribe que los

maestros eximan de la enseñanza religiosa a los

alumnos cuyos padres o guardadores signifiquen

expresamente esta voluntad; y no reconoce a los

curas el derecho que les confiere la ley vigente

para inspeccionar y dirigir la enseñanza del cate-

cismo en las escuelas».

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Por estos motivos, el proyecto ha quedado en

la Cámara, obstruido por los conservadores».

V.

BAÑADOS ESPINOSA

Ilustre colaborador de la obra de Balmaceda,

don Julio Bañados Espinosa, profesor del Institu-

to Nacional y de la Universidad del Estado, di-

putado y ministro de Instrucción Pública, nos ha

legado un nombre que vive en obras políticas, en

trabajos literarios y en textos de enseñanza, pero

que vive y vivirá sobre todo por haber sido un

reformador ilustrado y un entusiasta propagan-

dista de la educación popular.

Su nombre, asociado al de Balmaceda, queda

ligado a la colocación de la primera piedra de nu-

merosas escuelas, a la difusión de la enseñanza

secundaria, a la reorganización de la Revista de

Instrucción Primaria, a la dictación de programas

y a la traducción de textos, y sobre todo a aquel

hermoso movimiento educacional que despertó el

primer Congreso Pedagógico celebrado bajo sus

auspicios en 1889.

Crezca sobre su tumba la flor de la gratitud,

y su nombre ocupe siempre una página brillante

en la historia del desenvolvimiento intelectual de

la Nación.

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Conclusión

He aquí diseñada a grandes rasgos en la for-

ma más ordenada que nos ha sido posible, la his-

toria de la educación pública • desde los primeros

días de la revolución de la Independencia hasta la

terminación del siglo XIX.

Hemos concluido nuestros apuntes con la Ad-

ministración Balmaceda, porque las dos siguien-

tes tuvieron por principal misión la de levantar la

República de la postración dolorosa en que yacía

después de la desgraciada Revolución del 91, y

poco podía exigir el pueblo y ejecutar el Gobier-

no en materia de educación en medio de una cri-

Memoria Histórica 11

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I 6 2

sis moral y económica tan intensa como la Nación

no la había sentido todavía.

Salvo el Certámen Pedagógico de 1893, q1!6

proveyó de ob^as metodológicas a las escuelas

normales, y la brillante exposición escolar cele-

brada durante 1894, que completaron la refor-

ma alemana, no recordamos de los últimos años

del siglo XIX en materia de educación pública

hechos dignos de anotarse, sino aquella brillante

polémica que promovió en la prensa contra ]a

reforma alemana, el distinguido profesor don

Eduardo de la Barra.

Intencionalmente hemos omitido, sin embargo,

los nombres de distinguidos profesores que ya ^ I *

desde ese tiernpo sobresalían en diversas ramas

de la enseñanza pública; pero que actuando toda-

vía en la enseñanza, ov viviendo para el país por

suerte todavía, hacen que esas circunstancias nos

imposibiliten para pronunciarnos sobre ellos en

el delicado terreno de la historia.

En el curso de esta exposición hemos creído

ser justos, y si con frecuencia apoyamos nuestros

juicios en los de escritores y maestros eminentes,

es en homenaje al criterio de serena imparciali-

dad y justicia que debe presidir la confección de

obras históricas.

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— i ó 3 —

Hemos creído así dejar a cada cual lo que le

pertenece y hacer un bien a la Patria, repitiendo

en nuestra conciencia el pensamiento de Tácito:

«Es una antigua usanza trasmitir a la posteridad

los hechos y virtudes de los varones ilustres».

De estos varones ilustres anhelamos que rio se

olvide, al buscaren la educación de la niñez y de

la juventud, los modelos permanentes que mejo-

ren y fertilicen la inteligencia y el - corazón del

pueblo, que no se olvide nunca por el bien de

nosotros y por la patria de nuestros hijos, más

grande que la nuestra, a estos hombres ilustres,

magistrados, maestros y escritores, que en vi-

da impulsaron la obra de la escuela, que le con-

sagraron sus más puros y patrióticos anhelos,

que la iluminaron con su palabra y'la enaltecieron

con su ejemplo, que aspiraron a hacer de Chile

una sociedad de hombres y mujeres más fuertes,

más ilustrados y buenos, y después de muertos,

desde el panteón de las glorias nacionales, conti-

núan velando a la República, y haciéndonos sen-

tir como ellos las sintieron las palabras inmorta-

les que hace más de 2,000 años Anaxágoras ex-

clamara ante los griegos:

«La semilla del rosal guarda la gloria de la ro-

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sa: en su corazón reside la fragancia del verano y

el matiz suave y sonrosado de cada pétalo, hasta

que Naturaleza ordene a la Primavera nos reve-

le sus encantos».

«El corazón y el cerebro del tierno niño con-

tienen el poder que, andando el tiempo, conmove-

rá al mundo hasta provocar sus sonrisas o sus

lágrimas, y son la vida en potencia que se desa-

rrolla en el trascurso del tiempo».

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Í N D I C E 1'iígS.

Nuestros propósitos 5 Epoca de la Independencia 9 Durante la Patria Vieja 9 Las primeras escuelas 13 La Aurora de Chile 14 El Primer Reglamento para las escuelas

públicas del Estado 18 El Instituto Nacional 22 Los Padres de la Patria intelectual 25 Don Manuel de Salas 27 Camilo Henríquez 29 Administración O'Higgins 33 La Biblioteca Nacional 33 Segundo Reglamento para las escuelas pú-

blicas del Estado 35 Liceo de la Serena 37 Escuela Normal de enseñanza mutua 37

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— ic>66 —

Págs

Administración Freire 41 Academia Chilena 42 1826 a I8JI 4 5

Don Carlos Ambrosio Lozier 45 Don José Joaquín de Mora 48 Administración Prieto 51 La educación pública en la Constitución del

Estado 51 El Ministerio de Instrucción Pública 55 Administración Bulnes 57 Don Domingo Faustino Sarmiento 57 Institución de la carrera pedagógica 60 Educación de la mujer 63 La Escuela Primaria Común 70 Preceptores notables 79* Don Andrés Bello 81 La Universidad de Chile 82 El Consejo de Instrucción Pública 93 Don José Victorino Lastarria 95 Don Andrés Antonio Gorbea . 0 4 Don Ignacio Domeyko 105 Administración Montt .. 109 Ley Orgánica de Instrucción Primaria 1 1 1 Doña Mercedes Marín del Solar 115 Don Lorenzo Sazie 121 Administraciones Pérez, Erráztiriz y Pinto 1 25 Don Rodulfo Armando Philippi 125 Los primeros liceos de niñas 127 Concesión de títulos profesionales a la mu-

jer 128

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— III —

Págs.

La educación en los Códigos Civil y Penal. 129 La Ley de 9 de Enero de 1879 131 Educación secundaria ¡34 Don Miguel Luis Amunátegui 137 Don Diego Barros Arana 144 Administraciones Santa María y Balma-

ceda 147 La reforma alemana 147 Don José Abelardo Núñez 151 El Instituto Pedagógico 154 La obra de Balmaceda 155 Don Julio Bañados Espinosa 159 Conclusión r 61

F I N