Guillermo Boido-Eduardo H. Flichman - Dos corrientes en la tradición mecanicista

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Dos corrientes en la tradición mecanicista: la tentación del anacronismo y el caso de Newton

Guillermo Boido* y Eduardo H. Flichman**

* Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires** Universidad Nacional de General Sarmiento y Universidad de Buenos Aires

1. IntroducciónEn el presente trabajo nos planteamos la necesidad de captar el juego de lenguaje del mecanicismo. Deseamos comprender dicha tradición, acompañándola en su recorrido histórico desde mucho antes de que adquiriera su denominación actual. Con ese fin, veremos cómo se modifican y se superponen parcialmente sus notas características según la época y según el filósofo o la escuela filosófica de que se trate, a pesar de lo cual todas ellas mantienen un “aire de familia”: comparten, siempre parcialmente, calidad teórica, actividad práctica o metodológica y receptividad emocional, que convierten al mecanicismo en lo que a nuestro modo entendemos como una “forma de vida”, una especie de integración de lo cognitivo racional, lo metodológico y lo emocional. Todo ello hace que quienes las estudiamos reconozcamos a sus seguidores como pertenecientes a lo que podríamos llamar, metafóricamente, una misma fraternidad.

En trabajos anteriores hemos abordado el problema de identificar lo que genéricamente podemos llamar tradición mecanicista o simplemente mecanicismo desde la posición historiográfica anti-antiwhig. Ésta consiste en elaborar categorías historiográficas a partir de una "recuperación del pasado" que se interna en él, pero sin que el historiador deba abandonar sus conocimientos y valores presentes, munido de conceptos que tal vez no estaban perfectamente visualizados en determinados agentes históricos, pero que, gracias a tales conceptos actuales, puede descubrir en germen en documentos y otros testimonios (Boido & Flichman 2003, p. 41). Esta manera de elaborar categorías historiográficas permite iluminar tradiciones en sentido general pero también comprender el punto de vista individual de los agentes históricos. Pero es claro que, al practicar esta "recuperación del pasado", el historiador descubrirá en distintos agentes históricos, en diferentes épocas, o aun en la misma época, pero en relación con distintas corrientes científico-filosóficas, la existencia de lo que podemos llamar subtradiciones o corrientes cuyas características son tales que se las puede vincular con una tradición más vasta que las abarca, en este caso el mecanicismo. Nos ocuparemos en particular de dos de ellas: la corriente mecanicista reduccionista y la corriente mecanicista clásica.

Una vez desarrolladas brevemente estas caracterizaciones, analizaremos si es posible subsumir el pensamiento de Newton en alguna de éstas corrientes mecanicistas y a partir de allí tratar de contestar la pregunta acerca de si Newton fue o no mecanicista.

2. Acción por contacto y acción a distanciaDesde la antigüedad se presentó la necesidad de discriminar entre dos tipos de interacciones entre cuerpos: aquéllas que se realizan por contacto directo y aquéllas en las que no hay un vínculo material entre los cuerpos en cuestión. Las primeras, las acciones por contacto, parecían no problemáticas por su carácter aparentemente trivial, por lo familiar, por la

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manera en que observamos la interacción entre cuerpos macroscópicos; las segundas, las interacciones a distancia, por el contrario, presentaron siempre un carácter “misterioso”. De hecho, las interacciones de esta naturaleza constituyeron en el Renacimiento un tema crucial para la magia natural. Pero es extremadamente curioso que muchos filósofos-científicos de los siglos XVIII y XIX, al igual que la mayoría de los más importantes científicos, historiadores y filósofos de la ciencia contemporáneos, no consideraran (ni consideren) la acción por contacto tan "misteriosa" como la acción a distancia. Carlos Solís Santos expone esta misma tesitura en su importante trabajo “La fuerza de Dios y el éter de Cristo” (Solís Santos 1978, p. 51).

La acción por contacto se produce en el ámbito de las entidades corpóreas y, si no existiese, no habría choques ni rebotes ni ninguna configuración explicable por algún tipo de "enganche" entre los cuerpos. Todos los cuerpos atravesarían a los demás, como fantasmas. Tendríamos, si tampoco hubiese acciones a distancia, sólo cuerpos en reposo o movimiento (absoluto o relativo), o sea, una típica cinemática, vacía de interacciones mecánicas. El “misterio” de la impenetrabilidad, que permite la acción por contacto, no es ni mayor ni menor que el “misterio” de la acción a distancia. Sin embargo, la familiaridad con la interacción por contacto ha hecho históricamente difícil advertir dicha equivalencia en materia de "misterios”. De allí los intentos históricos de reducir la acción a distancia a acciones por contacto. Estas tentativas se remontan a la obra de atomistas y estoicos, y no cesaron hasta la época de Maxwell, Hertz o Lorentz, quienes formularon teorías del éter electromagnético, medio que también es corpóreo e implica acciones por contacto. Como señalara Hobbes en el siglo XVII, "no puede haber causa de movimiento en un cuerpo, a excepción de un cuerpo en contacto y movido".

Cabe destacar, sin embargo, que en el siglo XVIII fueron presentadas teorías cosmológicas como la del filósofo dálmata Roger Boscovich (1711-1787), en las cuales la acción por contacto se deriva de la acción a distancia, posición inversa a la de quienes intentaban reducir la acción a distancia a acciones por contacto1. En proximidades de una partícula, supuso Boscovich, existen fuerzas repulsivas que impiden a otras acercarse más allá de ciertos límites; pero, en estas condiciones, ¿qué necesidad tenemos de que tales partículas sean realmente extensas? Basta suponer que el universo es un conjunto de puntos de los cuales emanan fuerzas (que actúan instantáneamente a distancia) atractivas o repulsivas según la distancia. Boscovich intentaba así explicar, por ejemplo, la gravedad (fuerzas atractivas), la resistencia a la penetración (fuerzas repulsivas) o la formación de enlaces químicos (fuerzas nuevamente atractivas, que vuelven a ser otra vez repulsivas a pequeñas distancias y tienden a infinito a medida que la distancia disminuye, con lo cual se explica la impenetrabilidad de la materia.) Esta concepción dinamicista no requiere aceptar la existencia de un radio finito (inferior) para las partículas materiales, a la vez que explica la gravedad o la impenetrabilidad con el sencillo supuesto de la inversión del sentido de la fuerza. Escribe Boscovich:

1 Desde el punto de vista histórico, la teoría de Boscovich es de primordial importancia por la influencia que ejerció sobre el joven Michael Faraday, quien halló en ella una guía heurística para el desarrollo de su teoría electromagnética de campos de fuerzas.

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[...] que la materia es inmutable y consta de puntos que son perfectamente simples, indivisibles, de ninguna extensión y separados unos de otros; que cada uno de estos puntos tiene una propiedad de inercia y, además, una fuerza activa mutua que depende de la distancia, de tal manera que, si la distancia está dada, están dadas tanto la magnitud como la dirección de esta fuerza [...]. Los elementos primarios de la materia son, en mi opinión, puntos perfectamente indivisibles y no extensos que están desparramados en un inmenso vacío (vacuum) de tal manera que dos cualesquiera de ellos están separados uno del otro por un intervalo definido. Este intervalo puede aumentarse o disminuirse indefinidamente, pero nunca puede desvanecerse del todo sin que haya una compenetración de los puntos mismos, pues no admito como posible ningún contacto inmediato entre ellos. Por el contrario, considero que es cierto que si la distancia entre dos puntos de materia se hiciese absolutamente nada, entonces el mismo punto indivisible de espacio, conforme a la idea usual de éste, deben ocuparlo, conjuntamente, ambos [puntos de materia] y tenemos una compenetración verdadera en todo sentido. Por tanto, en efecto, no admito la idea del vacío (vacuum) desparramado entre la materia, sino que considero que la materia está desparramada en un vacío y flota en él. (Citado por Robles, 2003.)2

En síntesis, en el caso de los átomos puntuales de Boscovich, la acción por contacto se convierte en acciones a distancia. La acción por contacto simplemente desaparece y junto con ella la noción de impenetrabilidad. Ello se debe a que si dos partículas puntuales (átomos de Boscovich) se tocaran, serían una sola partícula. No habría distinción posible entre ambas.

3. Mecánica y mecanicismo: las “explicaciones más profundas”A lo largo del siglo XVII, muchos físicos-filósofos, con resabios de la magia natural renacentista, se vieron obligados a introducir “espíritus activos”, “principios activos” o "acciones divinas" para justificar las interacciones entre cuerpos, y así ofrecer lo que podríamos llamar "explicaciones más profundas", no mecánicas, de las mismas. Sólo en el siglo XVIII se produce la "depuración" de dichas entidades, ya que, al abandonarse la búsqueda de tales "explicaciones más profundas", los físicos se ocupan estrictamente de la disciplina hoy llamada mecánica, tal como se lo hace en la actualidad, como fundamento explicativo y no como hechos (interacciones entre cuerpos) a ser a su vez explicados.

Para evitar anacronismos, nos parece más adecuado emplear la palabra "mecánica" de tal modo que respete el punto de vista historiográfico anti-antiwhig del que hablábamos al comienzo. Nuestra acepción de "mecánica" deberá tener un sentido amplio y flexible, que permita abarcar diferentes períodos históricos, independientemente de que en algunos de ellos se emplease o no dicho término. Sean cuáles fueren las explicaciones "más profundas" invocadas por Newton y otros científicos-filósofos del siglo XVII, nuestro modo de entender la noción de mecánica – que, creemos, no violenta el uso presente de ese término – no sólo evita anacronismos sino que nos provee de inmunidad frente al problema de las "explicaciones más profundas". Veamos, entonces, qué entendemos por "mecánica".

2 Los textos han sido extraidos de Boscovich, R., Philosophiæ Naturalis Theoria Reducta ad Unicam Legem Virium in Natura Existentium [Una teoría de la filosofía natural reducida a la única ley de las fuerzas existentes en la naturaleza], Venecia, 1763. Los autores agradecen al Dr. José Antonio Robles el haberles facilitado copia de su trabajo inédito, mencionado en la bibliografía, del cual hemos reproducido estas citas de Boscovich.

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Mecánica Diremos que la mecánica es la disciplina destinada a investigar la evolución espaciotemporal cualitativa o cuantitativa de los cuerpos cuando otros cuerpos ejercen (o no) acciones sobre ellos, es decir, cómo se mueven, cómo cambia su movimiento, cómo se deforman, cómo se rompen, cómo se disgregan, cómo se recomponen, cómo se equilibran.

En el seno de esta disciplina se elaboran teorías mecánicas, cambiantes con el tiempo, sea que se apliquen a cuerpos de tamaño macroscópico humano, sea que se extiendan a cuerpos astronómicos y también a cuerpos no observables por su pequeñez.

Mecanicismo o tradición mecanicista Por su parte, la noción de mecanicismo o tradición mecanicista estará condicionada en parte por la noción previa de mecánica. La tradición mecanicista se extiende a lo largo de un extenso período histórico que abarca desde los primeros atomistas (Leucipo, Demócrito) hasta la actualidad (pues los biólogos, en particular, todavía suelen referirse al "mecanicismo" como contrapartida del "vitalismo"). Sin embargo, a los efectos de este trabajo, como ya hemos señalado, nos interesaremos solamente por dos corrientes mecanicistas, el mecanicismo reduccionista y el mecanicismo clásico. No nos ocuparemos aquí de otras corrientes mecanicistas.

Mecanicismo reduccionista Su nota distintiva es la siguiente:

Todo lo empíricamente observable, en primera instancia (si bien no necesariamente en última instancia), se explica a partir de ( o se reduce a) alguna teoría mecánica.

Durante el extenso período histórico en el que encontramos mecanicistas reduccionistas en Occidente (desde el atomismo griego), se altera en muchas oportunidades la teoría mecánica. Desde el punto de vista formal, se conserva la relación recién indicada entre mecanicismo y mecánica, mas ante cada cambio de la teoría mecánica se trata de explicar todo lo que se observa a partir de una teoría mecánica diferente. El mecanicismo basado estrictamente en esta nota característica resultó ser incompatible con la física del siglo XX y, de hecho (aunque sólo se aceptó definitivamente la dificultad a principios de dicho siglo), con la física de la segunda mitad del siglo XIX. La teoría de campos, no reducible a la mecánica, pasó a ser base de reducción con igual derecho que la mecánica.

Dado que, según esta nota distintiva, todo lo observable se explica por alguna teoría mecánica, y ya que la mecánica, a su vez, se ocupa de lo que le ocurre a los cuerpos cuando otros cuerpos ejercen acciones sobre ellos, el mecanicista reduccionista se siente inclinado a presuponer una ontología que sólo admite en el espaciotiempo la existencia de cuerpos, y de hecho sostiene dicha presuposición. Podrá admitir, en algunos casos, la existencia de algún otro tipo de entidades, pero entonces éstas no serán espaciotemporales, y por lo tanto, no serán empíricamente observables, como por ejemplo las entidades anímicas. La inferencia es sencilla. Por un lado aceptamos que todo lo observable se explica a partir de una teoría mecánica. Por otra parte, una teoría mecánica sólo se ocupa de cuerpos que interaccionan en el espaciotiempo. En consecuencia, aceptar la existencia en el espaciotiempo de algo más que cuerpos sería redundante, pues no explicaría ningún

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fenómeno. La navaja de Occam se aplica en ese caso. Resultado: el espaciotiempo sólo contiene cuerpos que interaccionan según la teoría mecánica de que se trate.

Mecanicismo clásico Su nota distintiva es la siguiente:

Todo lo empíricamente observable, en primera instancia (si bien no necesariamente en última instancia), se explica a partir del orden causal, matematizado, de la naturaleza espaciotemporal, con leyes reversibles y deterministas (y, obviamente, circunstancias concretas).

El mecanicismo clásico se desarrolla a partir de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII como una ampliación del mecanicismo reduccionista. Su máximo florecimiento ocurre en el siglo XVIII y comienzos del XIX, pero continúa, sólo parcialmente vigente y cada vez con mayores dificultades, hasta la actualidad.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el mecanicismo clásico resiste, cada vez con mayor dificultad, los embates de las novedades científicas, mientras que el mecanicismo reduccionista desaparece, prácticamente sin retorno, con el surgimiento de la física relativista. Es, en cambio, la aparición de la física cuántica la que genera las dificultades para el mecanicismo clásico. De modo que el solapamiento temporal de ambas corrientes desaparece sólo al comenzar el siglo XX.

Reiteramos que, como ya hemos advertido, no son éstas las únicas corrientes del mecanicismo. Por ejemplo, hay otra corriente – el mecanicismo antivitalista – que subsiste hasta la actualidad y que subyace permanentemente a las dos que tratamos aquí, dándoles un soporte común mientras aquéllas perduran. La nota característica de dicha corriente antivitalista es la negación de causas finales, de factores teleológicos. Pero no nos ocuparemos aquí de ella ni de otras, tema que abordaremos en un futuro trabajo.

Creemos que ha quedado claro por qué dos corrientes caracterizadas de manera diferente, reduccionista y clásica, comparten la gran tradición mecanicista y conforman un "juego de lenguaje" aun cuando hayan existido períodos históricos en los que sólo una de ellas era aceptada. Analicemos ahora si en el caso de Newton se aplica alguna de nuestras caracterizaciones de "mecanicismo".

4. Newton yendo de un éter a otro: una síntesis Los historiadores de las últimas décadas han analizado las distintas concepciones del éter que Newton propuso a lo largo de su vida, han señalado sus ambiguas y/o contradictorias posiciones y también las razones por las cuales abandonó unas y propuso otras. En este punto, es necesario tener en cuenta no sólo las obras publicadas por Newton sino también, y muy especialmente, las especulaciones que expone en cartas privadas y notas manuscritas, ya que lo que interesa es trazar cronológicamente la evolución de su pensamiento. (De hecho, ciertas declaraciones de Newton que hallamos en sus escritos publicados no se corresponden con sus convicciones privadas.) De hacerlo así, distinguimos tres fases o etapas en el tratamiento newtoniano de las interacciones. En su juventud y hasta comienzos de la década de los ochenta del siglo XVII (primera etapa), Newton, con dudas y

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vacilaciones, acepta la operación de un éter material de carácter cartesiano (y atomista) que actúa por contacto, del cual ofrece varios modelos. Lo sabemos hoy por el conocimiento de su manuscrito Questiones quædam philosophicæ, redactado entre 1664 y 1665, e incluido en el ahora llamado “Cuaderno de Trinity”, en el que Newton escribe durante el período 1661- 1665, pero también por cartas privadas dirigidas a sus colegas Oldenburg (1676) y Boyle (1678-1679). Sin embargo, al margen de las dificultades explicativas que presentaban sus modelos, Newton parece haber abandonado el dualismo cartesiano no sólo por la influencia de sus estudios alquímicos, iniciados hacia 1668-1669, sino también por la lectura de los escritos de los neoplatónicos R. Cudworth y sobre todo Henry More (quien ya aparece citado en muchas páginas de las Questiones), que lo convencieron de que el cartesianismo era conducente al ateísmo, amenaza que Newton advertía particularmente en la obra de Hobbes. Al parecer, era necesario de que Dios, de algún modo u otro, debía estar presente en la naturaleza.

En este punto sería conveniente señalar que las lecturas de Newton de tratados alquímicos lo puso en contacto con una visión del mundo en que la naturaleza es concebida como un organismo, al modo hermético, más bien que como una máquina, y que en ese organismo hallaba interacciones animadas, simpatías y antipatías, afinidades y aversiones. La alquimia admite la existencia de “principios activos” en la naturaleza como agentes responsables de los fenómenos, y estos supuestos fueron los que ocuparon particularmente a Newton. Richard Westfall, su más eminente biógrafo, ha remarcado en diversas oportunidades que Newton nunca se alejó de los experimentos, y que los aspectos más ambiciosos de la alquimia (como la obtención de la piedra filosofal o la panacea) nunca fueron de su interés, como sí lo fueron para la gran mayoría de los alquimistas. En este sentido, Newton se sumerge en la alquimia exclusivamente en busca de tales “principios activos”.

La tesis de la presencia divina en la naturaleza se expresa ya con vacilaciones a partir de los años setenta. En un manuscrito de 1670, menciona que el espacio es un atributo de Dios, y que las interacciones entre los cuerpos son manifestaciones de un “Dios extenso”. Luego, en 1675, en su manuscrito De Aere et Aethere, (con reminiscencias alquímicas) menciona cierta “naturaleza incorpórea”, creada por Dios, para explicar la repulsión de los cuerpos. A fines de los años setenta y comienzos de los ochenta, Newton adopta en privado la tesis de que las interacciones resultan de la intervención directa de Dios en la naturaleza (segunda etapa). Sin embargo, en la primera edición en latín de los Principia (1687), Newton, prudentemente, no se compromete con explicaciones "más profundas" de la atracción gravitatoria, aunque critica la cosmología de Descartes: la Parte II de su libro incluye algunas demostraciones destinadas a refutar el mundo cartesiano de los torbellinos, en particular a mostrar su incompatibilidad con las leyes de Kepler y la inestabilidad de un universo así concebido3. Newton escribe en su libro: “Uso aquí la palabra atracción en general para referirme a una tendencia cualquiera a acercarse mutuamente, sea que dicha

3 Adviértase que la teoría cartesiana de los torbellinos no se compromete (aunque ello sí ocurra en otras partes de la obra de Descartes) con explicaciones “más profundas”, ya que los torbellinos operan de manera típicamente mecánica y por contacto. El “no compromiso” de Newton en este caso se refiere a hipótesis explicativas de la acción a distancia, sean ellas mecánicas por contacto o sean "más profundas", como el recurso a “cualidades ocultas”.

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tendencia […] se deba a la acción de un éter o del aire o de cualquier medio corpóreo o incorpóreo que de algún modo impulse mutuamente a los cuerpos inmersos en él” (subrayado nuestro). Lo que dice aquí es que no niega la existencia de agentes responsables de la interacción gravitatoria, sólo que él no ha logrado hallar una respuesta. En una célebre carta (1703) dirigida al obispo Richard Bentley, quien fuera su colega en Cambridge, califica de “absurdo filosófico” suponer que la materia actúe sobre otra materia sin contacto mutuo. Sin embargo, esta declaración privada, escrita cinco años después de publicada la primera edición de los Principia, no se expresaba en su magna obra, y despertaba la crítica de continentales como Huygens y Leibniz, quienes le atribuían la reintroducción de “cualidades ocultas” a propósito de la gravitación.

Una actitud similar a la de los Principia (es decir, no buscar hipótesis explicativas de leyes ópticas, sea la explicación mecánica por contacto, sea una explicación "más profunda") adoptó públicamente Newton en la primera edición en inglés de la Óptica (1704). En esta obra señalaba al lector que solamente se proponía exponer las propiedades de la luz “mediante razones y experimentos”. Aquí Newton no menciona al éter. Pero no deja de señalar, en las Cuestiones con las que finaliza la obra, la necesidad de un “programa de investigación” (que deja a cargo de otros) que incluiría en particular resolver el problema de la causa de la gravitación. Sin embargo, en un documento de fines de 1705, David Gregory expone el resultado de sus conversaciones con Newton, afirmando que éste “cree que Dios está omnipresente [en la naturaleza] en sentido literal”.

Finalmente, en una de las Cuestiones agregadas a la edición en latín de la Óptica (1706), Newton expone sus convicciones públicamente y señala que Dios, presente en el espacio, mueve los cuerpos a su propia voluntad, una tesis ya desarrollada en privado veinte años atrás. Sin la intervención de Dios, a través de principios activos, escribe Newton en la célebre Cuestión 31, “los cuerpos de la Tierra, los planetas, los cometas, el Sol, y todas las cosas en ellos se volverían frías y se congelarían, convirtiéndose en masas inactivas; y toda la putrefacción, la generación, la vegetación y la vida cesarían, y los planetas y cometas no permanecerían ya en sus órbitas”. Sin embargo, Newton, poniéndose a resguardo de posibles críticas, niega que tales principios sean “cualidades ocultas”. Pero, ¿cómo se manifiesta Dios en el mundo, cómo actúa permanentemente Dios en él? Newton lo explica de este modo: “¿No se sigue de los fenómenos que hay un ser incorpóreo, viviente, inteligente, omnipresente, que ve íntimamente las cosas en el espacio infinito, como si fuera su sensorio, percibiéndolas plenamente y comprendiéndolas totalmente por su presencia inmediata en él?”. El espacio es el sensorio de Dios, y como Clarke, alter ego de Newton, habrá de explicar luego pacientemente a Leibniz, el sensorio no es un órgano de Dios (que no los tiene), sino el lugar de la sensación. El Dios de Newton no es una inteligencia mundana ni supramundana, sino una inteligencia que está en todas partes, en el mundo y fuera de él. Al estar en todas partes, Dios mueve con su voluntad los cuerpos que se hallan en su sensorio, formando y reformando las partes del universo. Claramente, como lo expresa Newton, Dios permanece en el mundo creado luego de la Creación y es la fuente de la actividad del mundo, no atribuible a la materia. Tenemos aquí al “Dios relojero” que a juicio del sarcástico Leibniz ha concebido Newton, y que, por haber construido un reloj imperfecto, requiere de la acción constante de su creador para que marche adecuadamente: “Según su doctrina [la de Newton]”, escribe Leibniz a la Princesa de Gales en 1715, “Dios Todopoderoso necesita dar cuerda a su Reloj de vez en cuando, pues de lo contrario dejaría

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de moverse. No ha tenido, al parecer, la previsión suficiente para hacer que se mueva perpetuamente”.

En el "Escolio general" de la segunda edición de los Principia (1713), Newton se muestra contradictorio. Insiste en que “el bellísmo sistema que componen el Sol, los planetas y los comentas tan sólo pueden provenir del consejo y la maestría de un ser inteligente y poderoso”, Dios, a la vez que declara con prudencia que “no hará hipótesis” acerca de las causas de la gravitación, adoptando seguidamente un punto de vista inductivista celebrado luego por el positivismo4. Sin embargo, en el párrafo siguiente, vuelve a especular acerca de un espíritu sutilísimo para explicar diversas interacciones, tales como las de cohesión y las originadas en fenómenos electrostáticos. Posteriormente, para sorpresa de sus seguidores, en las nuevas Cuestiones de la segunda edición en inglés de la Óptica (1717) Newton reintroduce un medio etéreo sutil y universal que poco tiene que ver con el éter cartesiano al que había adherido en su juventud, con lo cual ingresamos a la tercera etapa del pensamiento newtoniano a propósito del persistente problema que lo agobiaba. Cautamente, Newton afirma que no considera a la gravitación como una propiedad esencial de la materia, pero que ha agregado una cuestión referida a la posible causa de ella de modo tentativo, “porque aún no estoy satisfecho con ella por falta de experimentos”. El nuevo éter, de carácter divino, habría de ser según Newton el sostén de las fuerzas a distancia pero a la vez un mediador entre Dios y la naturaleza. Ello se articulaba con su arrianismo, la antigua creencia del siglo IV que negaba la divinidad de Cristo, relegándolo a la condición de mero profeta humano. Dios requiere de un hombre, Jesucristo, para redimir al género humano, y a la vez de un medio, el éter, para actuar sobre la naturaleza. Como señala Solís Santos, la correspondencia entre Cristo y el éter no era una idea desatinada para la época: Henry More y otros neoplatónicos recurrían a distintos agentes como intermediarios de Dios para impulsar la materia, y el tema de la mediación entre espíritu y materia era moneda corriente entre los herméticos renacentistas (Solís Santos, 72-74). Por otra parte, como nos dice Mary Jo Dobbs, la gran estudiosa del papel de la alquimia en el pensamiento de Newton, la búsqueda de mediadores se encuentra también en los escritos alquímicos de éste.

En síntesis, los modelos cartesianos del éter de la primera etapa del pensamiento de Newton eran inaceptables desde el punto de vista teológico, mientras que la negación del éter, en la segunda fase, obligaba a Dios a realizar una tarea directa, persistente e incansable, y exponía a Newton a la acusación de panteísmo. La solución que aportaba en la tercera etapa era la de un éter mediador entre la Divinidad y la materia, solución de compromiso que intentaba a la vez satisfacer sus creencias religiosas y responder a las críticas suscitadas por la teoría de la gravitación expuesta en los Principia. Esta solución de compromiso entre un Dios ausente de la naturaleza y un Dios que se identifica con ella lo convierten, desde un

4 A nuestro juicio, la interpretación de que Newton habría practicado un "positivismo avant la lettre" es infundada. Su declaración es más bien un intento de no despertar polémicas. Afirmar que no ofrece hipótesis “más profundas” no es equivalente a decir que no tenga sentido hacerlo, expresión esta última que satisfaría a un positivista. De hecho, al mismo tiempo que declara su intención de “no hacer hipótesis”, en privado adhiere a la tesis de que las fuerzas de interacción son manifestaciones directas de la acción divina. Para la época, ¿no es acaso ésta una hipótesis?

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punto de vista teológico, en un trascendentalista moderado. Pero los problemas matemáticos y empíricos que generaba el nuevo éter se volvieron insuperables, en particular porque fracasaba a la hora de explicar las interacciones magnéticas, eléctricas y de cohesión. El anciano Newton, impotente ante la diversidad de los fenómenos puestos en evidencia por nuevos resultados experimentales, particularmente los de Francis Hauksbee y Jean Desaguliers en la Royal Society, acabó su brillante carrera sin haber logrado la comprensión final de la naturaleza incesantemente buscada. Colmado de honores, convertido en vida en el Supremo Pontífice de la física del siglo XVIII, el gran personaje público debió cargar sobre sus espaldas, como Einstein, la frustración personal de no haber podido resolver un problema crucial que lo había perseguido desde su juventud.

5. ¿Era Newton mecanicista? La tentación del anacronismoSean cuáles fueren los agentes invocados por Newton, las caracterizaciones de las dos corrientes del mecanicismo discutidas en este trabajo, reduccionista y clásica, así como nuestro intento de aclaración de la noción de mecánica, nos provee de inmunidad frente al problema de las explicaciones "más profundas", solicitadas u ofrecidas por él y por muchos otros científicos-filósofos del siglo XVII. La mecánica, cuya caracterización hemos planteado más arriba, sólo trata de la necesidad de investigar qué les ocurre a los cuerpos cuando otros cuerpos ejercen acciones sobre ellos. Y el mecanicismo (en las dos corrientes que aquí estudiamos) no deja de serlo por el hecho de que los fenómenos mecánicos tengan (o puedan tener) explicaciones "más profundas" en términos de "espíritus" o de "acciones divinas". Este tema ya ha sido presentado y será nuevamente analizado más abajo. En la época de Newton se retenía el nombre “mecánica”, por obvias razones históricas, sólo para las acciones por contacto5. Con lo cual, cuando se requería una explicación "mecánica" de un fenómeno, se estaba pidiendo una reducción a la mecánica de contacto. El mismo Newton usa esa nomenclatura ("mecánica" sólo para fuerzas de contacto), lo cual ha influido sobre muchos filósofos e historiadores en cuanto a considerar que Newton no era mecanicista. Pero ello no parece ser así, porque las corrientes del mecanicismo que hemos tratado en este trabajo, tanto la reduccionista como la clásica, no dejan de ser mecanicistas por el hecho de que al mismo tiempo se pretenda hallar explicaciones "más profundas" de los fenómenos, de segundo nivel, ya sean espiritualistas, teístas o materialistas. De lo cual concluimos que Newton era mecanicista, como justificaremos a continuación.

Las afirmaciones en contrario son anacrónicas, pues provienen de la circunstancia de que Newton, al no lograr explicar la interacción gravitatoria “a distancia” a partir de acciones por contacto, pretendió hacerlo mediante “explicaciones más profundas”, ligadas a factores anímicos o divinos. Pero en tal caso deberíamos decir que Descartes tampoco fue mecanicista, porque aceptaba la acción de "espíritus", “tendencias” o "apetitos" (que, por otra parte, nada tenían que ver con la sustancia espiritual o alma). Lo mismo podría ser afirmado de muchos otros filósofos-científicos del siglo XVII típicamente denominados mecanicistas o seguidores de la filosofía mecánica (por ejemplo, Boyle), con la posible excepción de Galileo. Porque, para concebir la mecánica (y el mecanicismo) libres de 5 Sólo el “newtonianismo”, posterior al propio Newton, acepta las acciones a distancia como “intrínsecas”, con lo cual se genera una nueva mecánica (y como consecuencia, un nuevo mecanicismo reduccionista), que las incluye.

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“impurezas”, habría que eliminar toda noción de "acción de espíritus" o de "acción divina". Así procedieron los físicos del siglo XVIII, como se puede advertir ya en la afirmación de Roger Cotes (en su prólogo a la segunda edición de los Principia, de 1713) de que la acción a distancia puede ser entendida a pleno derecho como una propiedad de la materia, como lo son la extensión, la movilidad o la impenetrabilidad. En todo caso, no hay nada ilegítimo en afirmar que Newton no era mecanicista si la mecánica se concibe al modo en que la entendían los físicos de los siglos XVIII y XIX (con su purificación o eliminación de lo divino, lo anímico, lo espiritual, etc. y su aceptación de cualquier tipo de acciones, aunque no fuesen por contacto); pero sería necesario destacar el anacronismo que ello involucra: no estaríamos hablando de un "mecanicista de la época", sino del producto de una posterior reconstrucción racional. No nos referiríamos a un personaje histórico arraigado en su época, su cultura, su visión del mundo. Si algún autor es considerado “mecanicista”, él es Descartes (o Boyle y su "filosofía mecánica"). Pero ellos no “purificaron” la mecánica de “explicaciones más profundas”.

6. ConclusionesDe acuerdo con el modo en que hemos presentado las dos corrientes mecanicistas, consideramos que el pensamiento de Newton fue claramente mecanicista, y con respecto a ambas. La teoría newtoniana explicaba todo lo empíricamente observable por medio de leyes matemáticas y deterministas (sus tres leyes dinámicas y la ley de gravitación universal), según nuestra caracterización del "mecanicismo clásico", y por otra parte todo lo observable era explicable en principio a partir de interacciones entre cuerpos (lo era incluso su propia teoría de la gravitación, aunque él requiriera "explicaciones más profundas"), por lo que fue también un "mecanicista reduccionista". Además, hemos mostrado que sería altamente anacrónico suponer que el mecanicismo comienza en el siglo XVIII, purificado de toda "explicación más profunda", con lo cual dejaríamos fuera de consideración no sólo a Newton sino también a Descartes y Boyle, a quienes se considera como los más distinguidos exponentes de dicha tradición.-------------------------------------------------------------------------------------------

Bibliografía citada

Boido, G. y Flichman, E. H., “Categorías historiográficas y biografías científicas: ¿una tensión inevitable?, en L. Benitez, Z. Monroy y J. A. Robles (eds.), Filosofía natural y filosofía moral en la Modernidad, Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, 2003, pp. 37-50.

Robles, J. A., “Newton y Berkeley: atomistas epicúreos”, ponencia presentada al XII Congreso Nacional de Filosofía, 3 al 6 de diciembre de 2003, Neuquén, Argentina. Inédito.

Solís Santos, C., “La fuerza de Dios y el éter de Cristo. La explicación de la interacción a través del espacio en la filosofía de la naturaleza de Newton”, Sylva Clius. Revista de Historia de la Ciencia, a. 1, n. 2, octubre 1978, pp. 51-80.

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