Guerras Civiles y Construccion Del Estado Colombiano

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    GUERRAS CIVILES Y CONSTRUCCIN DELESTADO EN EL SIGLO XIX COLOMBIANO:UNA PROPUESTA DE INTERPRETACIN

    SOBRE SU SENTIDO POLTICO*

    PORFERNN GONZLEZ G., S.J.

    Antes de entrar en materia, quiero reconocer los aportes de algunos histo-riadores que han renovado el inters por recuperar la dimensin poltica y

    social de nuestras guerras civiles, que haba estado un tanto relegada por elnfasis, en los aos recientes, de la investigacin histrica de los profesoresuniversitarios en la historia econmica y la llamada historia de las mentali-dades. En ese sentido, quiero mencionar que esta ponencia se ha beneficia-do de los trabajos previos de los grupos liderados por Gonzalo Snchez,Mara Teresa Uribe y Luis Javier Ortiz, lo mismo que de escritos inditos, deGustavo Bell Lemus y Mara Elena Saldarriaga, sobre la Guerra de los Su-premos en la Costa Atlntica y Antioquia, respectivamente, y, de un antece-dente ms lejano: el trabajo pionero de lvaro Tirado Meja sobre los AspectosSociales de las guerras civiles en Colombia1.

    Todos estos trabajos tienen algo en comn: la bsqueda de la superacinde la mirada estereotipada y la mala prensa que han tenido estas guerras,miradas como enfrentamientos absurdos de caudillos ambiciosos, que arras-traban a las masas populares a desangrarse en conflictos sin sentido, en posde las banderas rojas y azules de los partidos tradicionales. En esa mismalnea, estas pginas buscan recuperar el sentido poltico de estosenfrentamientos dentro del contexto de la configuracin poltica de Colom-bia partiendo del papel que juegan en ellas los partidos liberales y conserva-dor tanto como confederaciones contrapuestas de redes regionales,subregionales, locales y sublocales de poderes y contrapoderes como de ima-ginarios polticos que fragmentan la comunidad imaginadadel orden na-cional a la vez que expresan mltiples identidades y tensiones sociales dediferente mbito.

    * Trabajo con el cual ingres su autor en la Academia Colombiana de Historia el 1 de noviembrede 2005.

    1 lvaro Tirado Meja, 1976, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, Bogot,Instituto Colombiano de Cultura.

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    Esta tendencia a la recuperacin de la dimensin poltica y social de lasguerras civiles del siglo XIX es el resultado de un dilogo entre el anlisis delos acontecimientos de nuestra historia poltica y los aportes de otras cienciassociales como la Ciencia poltica, la Antropologa social y cultural y la So-ciologa histrica, junto con los avances de la historia econmica y cultural.En mi caso particular, mi profesor de Historia de Amrica Latina, TulioHalperin Donghi, opinaba que las preguntas que guiaban mis investigacio-nes no eran propiamente las de un historiador sino las de un cientfico polti-co que buscaba respuestas en la historia. De suyo, estudi ambas disciplinas,la historia y la ciencia poltica, y la mayora de mis obras se mueven en lafrontera entre ellas. Pero considero que este dilogo interdisciplinar ha sidoms una ventaja que un obstculo para mis anlisis.

    A ese dilogo de disciplinas contribuyeron muchos influjos intelectuales dediferentes tendencias, que se han venido decantando con el tiempo dejandoalgunas huellas e influencias, como las obras de Jaime Jaramillo Uribe, IndalecioLivano Aguirre, Antonio Garca, Gustavo Otero Muoz, Gustavo Arboleda,Horacio Rodrguez Plata y Luis Martnez Delgado. A ellos habra que aadirlos aportes de la historiografa anglosajona con trabajos como los de FrankSafford, J. Len Helguera, Helen Delpar, William Park, Anthony Mcfarlane,Charles Bergquist y Malcolm Deas. Y de algunos amigos y contemporneos,como Jorge Villegas y Germn Colmenares, que ya no estn entre nosotros.Adems de otros compaeros de generacin como lvaro Tirado Meja, JorgeOrlando Melo, Gonzalo Snchez y Marco Palacios, con los que emprendimosla apasionante aventura de la investigacin histrica.

    Adems, quiero destacar especialmente el influjo de la obra de FernandoGuilln Martnez, el pionero de los estudios de la Sociologa histrica enColombia, que nos abri el camino a la consideracin de las bases sociales,econmicas y culturales de la actividad poltica, al sealar las continuidadesde las estructuras sociales de la encomienda, el resguardo y la hacienda colo-nial y republicana con las adscripciones a los partidos tradicionales en elsiglo XIX y primera mitad del XX. En sus anlisis, Guilln combinaba losaportes tericos de Alexis de Tocqueville, Max Weber y Fernando Toenniespara aplicar los modelos de sociabilidad a la mejor historiografa disponibleen el momento en que l escriba, sin hacer dicotomas entre vieja y nue-va historia, que reforzaba con fuentes escritas de las pocas analizadas yalgunas consultas de archivo2. En pocas ms recientes, los estudios sobre

    2 Fernando Guilln Martnez, 1996, El poder poltico en Colombia, Bogot, Editorial PlanetaColombiano, 2 edicin. La primera edicin haba sido publicada en 1979 por la Editorial Puntade Lanza, de Bogot.

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    algunas guerras civiles del siglo XIX, la Violencia de los aos cincuenta y laviolencia poltica actual han mostrado la importancia de la consideracin delos procesos de poblamiento de zonas perifricas de colonizacin campesi-na, de la cohesin social de las respectivas poblaciones y de su articulacinpoltica y econmica al conjunto de la nacin. En ese sentido, quiero recono-cer los aportes de Fabio Zambrano sobre la historia general del poblamientodel pas y de Jos Jairo Gonzlez sobre el poblamiento de la Orinoquia y laAmazonia, y su relacin con la actual violencia poltica.

    Siguiendo el mismo estilo de acercamiento de Guilln, mi exposicin in-tenta establecer un dilogo entre los enfoques de Charles Tilly sobre la his-toria comparada de la formacin de los Estados en Occidente, de la sociologahistrica de Norbert Elias sobre el proceso de civilizacin occidental s, de la

    antropologa poltica de Ernest Gellner y del nfasis en la construccindiscursiva o imaginaria del Estado de Benedict Anderson, Philip Abrams yPierre Bourdieu, y la historiografa colombiana sobre las guerras civiles y laactividad poltica durante el siglo XIX. Esta propuesta de interpretacin re-presenta los avances de un proceso en curso, que intenta una sntesis compa-rativa de los conflictos armados de carcter nacional de ese siglo. Obviamente,esta comparacin est lejos de ser una obra acabada, lo que explica aunqueno excusa del todo las posibles omisiones de esta exposicin, pero muestraque en este campo son todava ms las preguntas que las respuestas quetenemos. Por otra parte, las limitaciones de tiempo obligan a hacer una pre-sentacin un tanto esquemtica, lo que aumenta an ms el riesgo de algunasomisiones y faltas de matices de ella, que espera poder ser completada por

    los aportes de ustedes y los de los investigadores interesados en estos temas.

    I. Los desafos de los procesos de construccin de los Estadosnacionales

    Segn los desarrollos tericos de los autores antes citados, el proceso deconstruccin del Estado Nacin en Occidente presenta diversas dimensio-nes: la integracin de territorios y de estratos sociales en un espacio delimi-tado y la consolidacin de instituciones impersonales que regulan lasinteracciones de la poblacin fijada, que se expresa en la tendencia a losmonopolios de la administracin de la justicia, de la recoleccin de tributosy de la coercin legtima, junto con los procesos por medio de los cualeslos pobladores se apropian de esas instituciones e integraciones3. Esta lti-

    3 Ernest Gellner, (1997), Antropologa y poltica. Revoluciones en el bosque sagrado,EdicionesGedisa, Madrid; y (1992), El arado, la espada y el libro. Estructura de la historia humana,FCE, Mxico; Norbert Elias, (1998), Los procesos de formacin del Estado y de construccinde la nacin, en Historia y Sociedad, No. 5, diciembre de 1998, pp. 115-116

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    ma dimensin tiene que ver con la construccin discursiva e imaginaria delEstado-nacin, o sea, con la manera como la poblacin siente y concibe laaccin de las instituciones estatales. Por eso, la consolidacin estatal vams all del desarrollo de instituciones y aparatos para enfatizar la dimen-sin subjetiva de la identidad con el territorio donde operan esos aparatos yde la aceptacin de la legitimidad de esas instituciones4. En ese sentido,Benedict Anderson ha definido a la Nacin como una comunidad imagina-da, caracterizada por la referencia a un pasado comn, real o imaginario, elsentido de compartir una patria (com-patriotidad) y la conciencia de unfuturo compartido5.

    Esta integracin horizontal del territorio y la mayor integracin vertical

    de los diversos estratos sociales en el conjunto de la nacin supone una me-nor distancia entre elites y sectores subordinados y una mayor participacinde stos en la vida poltica6. Por eso, Norbert Elias considera que la naturale-za y la organizacin de los partidos polticos constituyen un buen indicadordel grado de articulacin existente entre los diversos niveles de poder y deldesarrollo tanto de los procesos de integracin de las elites entre s como dela relacin entre ellas y los estratos sociales subalternos7.

    Estos procesos implican la actividad poltica centralizante de lderes ygobernantes pero requieren, adems, de una serie de condiciones previas,tales como la fijacin o el encerramiento de la poblacin en un territorio yadelimitado y el aumento de las interacciones sociales y econmica de lospobladores, que se expresa en el paso de una economa natural a unamonetarizada, el incremento del transporte y la mejora de las comunicacio-nes8. Estas actividades de integracin e interaccin no son necesariamentepacficas debido a la resistencia de los grupos locales y regionales de podercontra la penetracin de las instituciones administrativas del Estado central

    4 Philip Abrams, (1988): Notes on the difficulty of studying the state, en Journal of historicalsociology, vol 1, No 1, 1988, y Pierre Bourdieu, (1994): Espritus de estado. Gnesis yestructura del campo burocrtico, en Razones prcticas, Editorial Anagrama, p. 98.

    5 Benedict Anderson, (1983): Imagined Communities Reflections on the Origin and Spreadof nationalism, Verso editions, Londres Imagined Communities.

    6 Norbert Elias (1998): Los procesos de formacin del Estado y de construccin de la nacin,

    en Historia y Sociedad, No. 5, diciembre de 1998, pp. 115-116.7 Norbert Elias, (1998): Los procesos de formacin del Estado y de construccin de la nacin,en Historia y Sociedad, No. 5, diciembre de 1998, pp. 115-116.

    8 Ernest Gellner (1997): Antropologa y poltica. Revoluciones en el bosque sagrado, EdicionesGedisa, Madrid; 1992 y El arado, la espada y el libro. Estructura de la historia humana,FCE, Mxico.

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    en sus espacios de poder9. Y la distinta correlacin de fuerzas de estosenfrentamientos hace que no se pueda hablar de un proceso homogneo deconstruccin del Estado sino de diversos desarrollos segn sea la situacinresultante de la interaccin de poderes centrales, regionales y locales: en al-gunas ocasiones, las instituciones del Estado central logran conquistar losterritorios, en otras consiguen cooptar a los poderes regionales o locales,pero a veces deben negociar constantemente con ellos10.

    De ah la importancia del anlisis de las guerras civiles, que expresa lainteraccin entre centro y periferia, como concluye Stathis Kalyvas de suanlisis comparado de muchos conflictos internos en diferentes lugares ytiempos. Para l, los actores locales aprovechan la guerra nacional para diri-

    mir conflictos locales y privados a veces sin ninguna relacin con las causasgenerales de la guerra, mientras que los actores que buscan el poder centralutilizan recursos y smbolos para conseguir alianzas con los actores locales yregionales, y proyectar as su influencia en el territorio nacional. Se produceas una convergencia entre motivos locales y supralocales11.

    Para el caso colombiano, el anlisis de los conflictos internos del sigloXIX y los regmenes polticos de ellos resultantes ilustran tanto la maneracomo interactan el centro y la periferia como el estilo de la relacin entre laselites y los grupos sociales subordinados. Para este anlisis, puede ser tilagrupar los ocho conflictos de carcter nacional en tres grupos para estudiarla manera cmo se manifiestan en ellos las relaciones entre centro y periferia,los mutuos impactos entre problemas polticos de orden nacional, regional,subregional y local, lo mismo que la relacin de las elites de esos mbitoscon los respectivos grupos sociales subordinados.

    El primer grupo, formado por las tres primeras guerras del siglo XIX, secaracteriza por las luchas en torno a la definicin del sujeto poltico: la Gue-rra de los Supremos (1839-1841) est centrada en la lucha para distinguir alos verdaderos patriotas, con derecho pleno a la ciudadana y a la partici-pacin burocrtica, de los godos o santuaristas, antiguos partidarios de

    9 Norbert Elias (1987): El proceso de la civilizacin. Investigaciones sociogenticas yPsicogenticas, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, pp. 333- 446.

    10 Charles Tilly, (1993): Cambio social y revolucin en Europa, 1492-1992, en Revista Historia

    Social, No. 15, Invierno 1993, y (1992): Coercin, capital y los Estados europeos, 900-1900, Alianza editorial, pp. 152-153.

    11 Stathis Kalyvas, (2004): La ontologa de la violencia poltica: accin e identidad en las guerrasciviles, en Anlisis Poltico, Bogot, Instituto de Estudios Polticos y RelacionesInternacionales, IEPRI, Universidad Nacional de Colombia, No. 52, septiembre-diciembre2004.

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    las dictaduras de Bolvar y Urdaneta. En cambio, las guerras de 1851 y 1854se centran en el conflicto sobre el alcance y estilo de la inclusin de las clasessubordinadas en la vida poltica y en el papel de la Iglesia en la sociedad,aunque este ltimo punto ser recurrente en la mayor parte de los conflictosy polmicas del siglo XIX.

    El segundo grupo de guerras, las de 1861, 1876 y 1885, gira en torno altipo de rgimen poltico que se debe adoptar, el federalismo o el centralismo,y, consiguientemente, cul es el tipo de relacin que se establece entre Esta-do central, regiones, subregiones y localidades. Y tambin aparece entoncesel tema recurrente en la historia colombiana del siglo XIX y primera mitaddel XX: el peso de la Iglesia catlica en la sociedad. El perodo se caracteriza

    por el auge, la crisis y la disolucin del rgimen federal en Colombia: eltriunfo de los Estados-regiones en la guerra de 1861 lleva al rgimenultrafederalista de la Constitucin de Rionegro de 1863; la reforma educati-va de 1870 lleva de nuevo a un conflicto con la jerarqua catlica en torno alcarcter, laico o catlico, de la educacin pblica, que desemboca en la gue-rra de 1876, que tambin manifiesta las desigualdades regionales ocultas bajolos regmenes radicales; finalmente, la guerra de 1885 refleja la crisis delrgimen federal, cuyo desenlace lleva a su sustitucin por el rgimen centra-lista y la restauracin catlica de la Constitucin de 1886, reforzada por elConcordato de 1887.

    Y el tercer grupo, compuesto por las guerras de 1895 y la de los Mil das(1899-1901), ilustra las dificultades para desarrollar un rgimen centralistafrente a las condiciones financieras del Estado de entonces y los lmites im-puestos por la estructura del poder realmente existente en regiones, subregionesy localidades, caracterizado por relaciones gamonalicias y clientelistas. Enesas guerras se manifiesta la exacerbacin de la reaccin de los jvenescaudillos liberales contra la exclusin del liberalismo de la representacinpoltica y el autoritarismo de los sectores ms intransigentes del conservatismoy de la Iglesia catlica. En cierto sentido, las luchas polticas del siglo XIX seabren y cierran con la lucha en torno a la definicin del sujeto poltico: quintiene derecho a participar plena y autnomamente de la vida poltica?

    II. Las guerras en torno a la definicin del sujeto poltico

    La Guerra de los Supremos (1839-1841) constituye un buen ejemplo dela manera como se anudan conflictos locales, regionales y nacionales: el con-flicto se inicia con un incidente local, aparentemente sin importancia, la pro-testa popular contra la supresin de unos conventillos o conventos menoresen Pasto. Pero este incidente sirvi de factor detonante de una serie de ten-

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    siones existentes en el nivel nacional, como las posiciones contradictorias entorno al derecho a participar en la vida poltica de los antiguos partidarios delas dictaduras de Bolvar y Urdaneta: los santanderistas se consideraban a smismos como los verdaderos patriotas en contra de los llamados servi-les, que haban contemporizado o colaborado con las dictaduras12. En elfondo, la discusin se centraba en la pertenencia a la patria y la condicin deciudadano: a quin se incluye o excluye, y con qu bases.

    A este enfrentamiento en el nivel nacional, hay que aadir la lucha por elpoder regional entre oligarqua tradicional y oligarqua emergente en el Cauca(Obando contra el clan Mosquera), que se complicaba an ms por los pro-blemas familiares entre Obando y Mosquera. Obando era inicialmente un

    caudillo local, que se transforma en poltico regional por su papel como go-bernante del Sur y su intermediacin con el gobierno central en manos deSantander13. Y, luego en poltico nacional por la lucha contra la dictadura deUrdaneta, que cre sus nexos de amistad con los jefes militares de otras re-giones y profundiz su alineamiento con el grupo santanderista. Esas co-nexiones de Obando con el grupo santanderista hacen que este grupo tomeel asunto de Pasto como tema aprovechable para su oposicin al gobierno deMrquez. Y sus relaciones con otros caudillos regionales hacen que el con-flicto se generalice en el nivel nacional cuando Obando es acusado por elasesinato del mariscal Sucre.

    Pero estas alianzas en torno a Obando no bastaron para coordinar losesfuerzos de los ejrcitos de las diferentes regiones, que se movan en dife-rentes lgicas regionales y subregionales, segn las distintas coyunturas: elcoronel Salvador Crdova y sus amigos de Rionegro se enfrentan a la con-solidacin de la llave Juan de Dios Aranzazu-Mariano Ospina Rodrguez,que quiere eliminarlos de la escena poltica regional14. En la costa atlntica,Carmona expresa los sentimientos separatistas y los resentimientos contra laspolticas del centro al lado de las rivalidades tradicionales entre Santa Martay Cartagena, Mompox y Cartagena, Santa Marta-Cinaga-Riohacha-Chiriguan-Valledupar, junto con la emergencia de Sabanilla-Barranquilla15.

    12 Fernn E. Gonzlez, (1997): Sociabilidades polticas en los comienzos de la vida republicana.El comienzo de la intolerancia y la guerra de los Supremos (indito, policopiado).

    13 Francisco Zuluaga, (1985): Jos Mara Obando: de soldado realista a caudillo republicano,Banco Popular, Bogot, pp. 108-109.14 Mara Elena Saldarriaga, La Guerra de los Supremos en Antioquia, tesis de maestra en

    Historia, Universidad Nacional, sede Medelln.15 Gustavo Bell, Los estados soberanos de la Costa y la guerra de los Supremos, 1840-1842,

    manuscrito indito.

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    Y en El Socorro, los cambios burocrticos de nivel regional y local produci-dos por el gobierno de Mrquez amenazaban el predominio de la familiaAzuero Plata, muy cercanos a Santander y a sus amigos, lo que terminainvolucrando en la contienda al coronel Manuel Gonzlez, jefe supremo dela provincia.

    Pero en el conflicto se manifiestan tambin rivalidades intrarregionales ytensiones entre poblaciones vecinas, algunas con races en el perodo colo-nial, y otras desarrolladas en el perodo republicano. As, en esta guerra y enlas siguientes pueden verse enfrentamientos entre Cali y Popayn, Rionegroy Marinilla, Socorro y San Gil, Santander de Quilichao y Caloto, lo mismoque algunos conflictos en la zona fronteriza entre Cauca y Antioquia. Ade-

    ms, la Guerra recoge tambin tensiones tnicas y sociales en comunidadesindgenas organizadas como las de Tierradentro y los alrededores de LaCocha y en regiones como el valle del Cauca donde todava la esclavitud esimportante: all se movilizan esclavos y libertos16. A ello se suma tambin elreclutamiento de guerrillas de indios en las vecindades de Cinaga y de lapoblacin negra y mulata de Getseman.

    La combinacin de estas diferentes lgicas regionales explica las rivalida-des entre algunos de estos jefes y las dificultades para coordinarse en el nivelsuprarregional17, que contrasta con el ejrcito del gobierno, al mando de losgenerales Herrn y Mosquera, antiguos bolivarianos, que, apoyado por lastropas ecuatorianas de Juan Jos Flores, se desplaza por todo el pas y vaderrotando uno a uno a los caudillos regionales. Este movimiento muestra elcarcter suprarregional que adquiere la guerra, que es tambin muy visibleen los enfrentamientos en las zonas fronterizas entre Cauca y Antioquia y enlas luchas por los corredores estratgicos que comunicaban las regiones en-tre s (luchas por el control de los pasos del Quindo y Guanacas en la cordi-llera central y por el sector medio del ro Magdalena, en torno a los ejesMompox-Ocaa y Nare-Honda).

    Por eso, el resultado paradjico de esta guerra, sealada por su carctercentrfugo, fue tanto la definicin de hegemonas regionales y locales comola articulacin de stas entre s, al lado de la comunicacin de regiones antesaisladas en torno a coaliciones del orden nacional, lo que signific un proce-

    16 J. Len Helguera, (1972): Ensayo sobre el general Mosquera y los aos 1827 a 1842 en lahistoria neogranadina, Introduccin al Archivo epistolar del general Mosquera, tomo I;Correspondencia con Herrn, edicin dirigida por Helguera y Robert Davis, Ed. Kelly, Bogot.

    17 Gustavo Bell Lemus,Los estados soberanos de la Costa y la guerra de los Supremos, 1840-1842, manuscrito indito.

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    so de integracin horizontal de regiones y territorios y una ciertainstitucionalizacin de canales informales de articulacin, al lado de la iden-tificacin de la poblacin con imaginarios contrapuestos que preludian laadhesin a los partidos tradicionales.

    Por eso, las pertenencias partidistas de la mayor parte de los protagonistasde la historia del siglo XIX se van a definir por la participacin en estaguerra: prcticamente todos los personajes de la vida poltica colombiana delsiglo XIX son actores protagonistas o de reparto en esta guerra18. Adems deestas solidaridades, otro resultado de esta guerra fue el surgimiento y conso-lidacin de los imaginarios polticos, contrapuestos en un juego de imgenesy contraimgenes, que servan tanto para la identificacin de los amigos como

    para la estigmatizacin del enemigo. As, la figura de Obando es vista comohroe perseguido y trgico, o como villano faccioso, segn las dos narracio-nes paradigmticas de la guerra: para unos, Obando se rebela contra el go-bierno para evadir la justicia frente a la acusacin del asesinato de Sucre 19,mientras para otros, es la vctima de una intriga palaciega y criminal, que localumnia para eliminarlo de la competencia poltica. Como contraparte, lafigura de Mariano Ospina Rodrguez es presentada como el villano inspira-dor de las medidas represivas del rgimen ministerial de los doce aos, en-carnacin del mal, sofista, reaccionario y tartufo, representante de lastradiciones del pasado, que buscaba apoyo en las clases privilegiadas y egos-tas, cuyo ideal era la sombra figura del inquisidor y del jesuita20, que seatrevi a traer al suelo de la patria ese nefando apostolado de la abyeccin y

    del delirio, de la impiedad y la mentira, del espionaje y de la delacin, (...)esa epidemia viviente del cristianismo, escondida bajo la sotana de Loyola21.

    Esta contraposicin de imaginarios ilustra la manera como los partidosliberal y conservador expresaban, ya a mediados del siglo XIX, una suertede comunidad imaginada escindida, donde el patriotismo no se identificacon la pertenencia a la nacin sino a una faccin partidista, que excluye a losadversarios de la comunidad de los verdaderos patriotas. Se tratara as de

    18 Fernn E. Gonzlez. (1997), o. c., tomo II, p. 85.19 Joaqun Posada Gutirrez, (1971): Memorias histrico-polticas, Editorial Bedout, Medelln,

    p. 115.

    20 Jos Mara Samper, (1853) Apuntamientos para la historia de la Nueva Granada. Desde1810 hasta la administracin del 7 de marzo, Imprenta del Neogranadino, Bogot, pp. 241,247, 252, 344, 352-353. Reproducido en versin facsimilar por Editorial Incunables, Bogot.Analizado en detalle por Mara Teresa Uribe y otros, Las Guerras de los Supremos, 1839-1842, antes citada.

    21 Jos Mara Samper, (1853), o. c., p. 376.

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    una comunidad, no de compatriotas sino de copartidarios, como seala TulioHalperin Donghi para el caso de la Argentina en el tiempo de Rosas22.

    En esta contraposicin de lecturas, aparece un tema que ser muy impor-tante para la diferenciacin de los partidos liberal y conservador: el papel delos jesuitas, de la jerarqua catlica y del bajo clero en la sociedad y la polti-ca del pas23. Y las crticas del liberalismo al rgimen ministerial de los doceaos se centraban, en buena parte, en el uso poltico de la religin catlicapor parte del gobierno y la entrega de la educacin pblica a manos de losjesuitas. As, segn Jos Mara Samper, los jesuitas fueron tomados comobandera poltica y centro de la controversia poltica: los calificativos deantijesuita y projesuita diferenciaban ms las adhesiones polticas que los de

    progresista y reaccionario24

    . Estas polmicas llevaran a que Ezequiel Rojas,en un artculo de 1848 considerado luego el primer programa del partidoliberal, exigiera que no se adoptara la religin como medio para gobernar yse respetara la diferencia entre los mbitos poltico y religioso. Por eso, con-sideraba la presencia de la Compaa de Jess como un inminente peligropara las libertades pblicas y la soberana25.

    Adems de lo relativo a la Iglesia y la Compaa de Jess, otras quejas delnaciente partido liberal tenan que ver con la lucha contra el fortalecimiento yarbitrariedades del poder ejecutivo en contra de la independencia de los po-deres legislativo y judicial, la facultad dictatorial para remover a los emplea-dos, la seleccin de funcionarios pblicos por motivaciones electorales o enrecompensa por servicios personales y el manejo poltico y arbitrario delgasto pblico26.

    Estas polmicas estuvieron acompaadas por una intensa movilizacinpopular en beneficio del partido liberal. Los escritores liberales leen losdoce aos de los gobiernos ministeriales o protoconservadores desde el

    22 Tulio Halperin Donghi, (2003): Argentine counterpoint: rise of the nation, rise of the state,en Sara Castro-Klarn y John Charles Chasteen, Beyond imagined communities. Readingand writing the nation in nineteenth-century Latin America, Woodrow Wilson CenterPress, Washington, John Hopkins University Press, Baltimore.

    23 Cfr. Fernn E. Gonzlez, (1977): Partidos polticos y poder eclesistico. Resea histrica1810- 1930, CINEP, Bogot, y (1997): Poderes enfrentados. Iglesia y estado en Colombia,

    CINEP, Bogot.24 Jos Mara Samper, (sin fecha), Historia de un alma, Editorial Bedout, Medelln, pp. 181-182, 189, 233-234. Memorias escritas en 1881.

    25 Gerardo Molina, 1970, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Universidad Nacionalde Colombia, Bogot, pp. 23-24.

    26 Gerardo Molina, 1970, o. c., pp. 20-23.

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    anticristianas, francmasones y enciclopedistas32. As, para Jos Eusebio Caro,las sociedades democrticas organizadas por los liberales rojos no eran sinouna tosca miniatura del club de los jacobinos despus de la Gironda, tras-formados en fuerza de choque del liberalismo en las ciudades33. Para MarianoOspina Rodrguez, los miembros del partido rojo profesaban las ideas delantiguo jacobinismo francs, que buscaba imponer la barbarie de los brutosen sustitucin de la sociedad civilizada.

    La lectura conservadora de la presencia de las masas populares en la vidapoltica se centr en las metforas de los puales del 7 de marzo y del zu-rriago, para sealar el ascenso del liberalismo al poder como fruto del tumultoy la violencia y despertar el temor a la irrupcin del pueblo en la poltica comoalgo peligroso y anrquico34 difundiendo la idea, entre las gentes de casaca,de que los de ruana eran peligrosos. Por eso, era riesgoso incluirlos en elcuerpo de la Nacin antes de que pasaran por el tamiz de la civilizacin. yeducacin de acuerdo a los valores morales del cristianismo. La posicin fren-te a la presencia de las clases subalternas en la vida social y poltica se convierteas en uno de los puntos de disenso entre los partidos de entonces: para losconservadores, es una amenaza de desorden social; para los liberales, es elinstrumento que legitima su poder y permite concretar la revolucin anticolonial.Esto indicara que la diferenciacin entre los partidos tiene ms que ver con elascenso social y poltico de masas que con las ideas del liberalismo propiamen-te tal: el problema tiene que ver no tanto con las posiciones liberales del libre-cambio, la concepcin leseferista del Estado y liberacin de esclavos, que noeran diferentes de las conservadoras, cuanto con el problema de la organiza-

    cin y movilizacin polticas y sociales de las clases subalternas.Sin embargo, estas metforas no lograron ni una movilizacin poltica

    amplia ni un levantamiento armado organizado en 1851 sino una serie deincidentes descoordinados, con escasos recursos militares, liderado por civi-les sin experiencia militar. Adems, en estos momentos se vislumbraba ya laincipiente toma de distancia de Mosquera frente al partido conservador, quese manifestara aos despus35. Este contraste entre una intensa polarizacin

    32 Javier Herrero, (1988): Los orgenes del pensamiento reaccionario espaol, Alianza editorial,Madrid, especialmente las pginas 217-218.

    33 Jos Eusebio Caro, (1849 y 1850): El 7 de marzo de 1849, en La Civilizacin, Nos. 19-27,

    entre el 13 de diciembre de 1849 al 7 de febrero de 1850, reproducido en Simn Aljure, (1981):Escritos histricos de Jos Eusebio Caro, Fondo Cultural Cafetero, Bogot.34 Mara Teresa Uribe. (2002): La Guerra del 7 de marzo, Universidad de Antioquia, Medelln,

    pp.113-147.35 Jay Robert Grusin, (1978): The revolution of 1848 in Colombia,disertacin doctoral indita,

    University of Arizona, pp. 60-64, 66-71.

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    poltica y escasez de confrontaciones armadas de alguna envergadura se haceevidente en la poca duracin y escasa cobertura regional de la guerra civil de1851: el grueso de las acciones blicas se redujo a tres meses, entre julio yoctubre de 1851 y dos rebeliones regionales, con motivaciones muy distintas,en Antioquia y en el Cauca, acompaadas de una serie de disturbios locales,bastante insignificantes y carentes de peligrosidad. La falta de resonancia delclima nacional de polarizacin en regiones y localidades hizo que la guerraslo tuviera alguna importancia donde las medidas del gobierno central encon-traban reacciones en las situaciones particulares de las regiones: los problemasrelacionados con la manumisin, la reaccin antiesclavista y el miedo a losdisturbios sociales en el Cauca36 son muy distintos de los problemas en Antioquia,ms preocupada por el proyecto de divisin de la provincia, que modificaba el

    balance electoral y fracturaba las redes clientelares37.En cambio, el ascenso de los militares draconianos, los miembros de las

    sociedades democrticas y los artesanos al poder con el golpe de estado delgeneral Jos Mara Melo iba a suscitar el compromiso de los grandes jefesmilitares de ambos partidos, que depondran sus rivalidades para enfrentarloconjuntamente. Fue evidente la presteza con que Herrn y Mosquera se su-maron a la guerra contra Melo en 1854, en la que comprometen incluso supatrimonio personal38. A ellos se juntaron tambin los grandes generales delpartido liberal, como Toms Herrera, Jos Hilario Lpez, Manuel Mara Fran-co y Juan Jos Reyes Patria, junto con otros jefes conservadores como JulioArboleda, Braulio Henao, Joaqun Posada Gutirrez y Joaqun Pars39. Por

    esto, Maria Teresa Uribe y sus colaboradores proponen superar la visin deesta guerra como un mero enfrentamiento entre facciones del partido liberal,entre glgotas y draconianos, como pretende la historiografa tradicional,para caracterizarlo como un conflicto en torno a la insercin de los sectoressubalternos en la vida poltica40. En ese sentido, la revolucin de 1854 mues-

    36 Alonso Valencia Llano, (1998), La Guerra de 1851 en el Cauca, en Las guerras civiles desde1830 y su proyeccin en el siglo XX, Memorias de la II Ctedra anual de Historia ErnestoRestrepo Tirado, Museo Nacional de Colombia, Bogot, p. 39.

    37 Luis Javier Ortiz, (1987): Aspectos del federalismo en Antioquia 1850-1880, UniversidadNacional de Colombia, Medelln, pp. 14-18.

    38 Eduardo Posada y Pedro Ibez, (1903): Vida de Herrn, Biblioteca de Historia Nacional,

    volumen III, Imprenta Nacional, Bogot, pp. 127-144.39 Toms Cipriano de Mosquera, (1855): Resumen de los acontecimientos que han tenidolugar en la repblica. Memorias de la guerra civil de 1854, Imprenta del Neogranadino,Bogot, edicin facsimilar de Editorial Incunables, Bogot, 1982.

    40 Mara Teresa Uribe y otros, (2002): Guerra artesano militar, Universidad de Antioquia,Medelln, pp. 1, 147-160, 177-179.

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    tra las contradicciones y consecuencias inesperadas de la movilizacin ins-trumental del pueblo, que llevan ahora tanto a liberales como a conservado-res a la conclusin de que el pueblo no est preparado para la democracia.

    Pero las diferencias entre glgotas y conservadores y las rivalidadesentre sus jefes haran hara efmera la alianza constitucionalista: para 1855se ha producido el acercamiento de glgotas-radicales a obandistas y melistaspara ir juntos a elecciones en 1856, a favor de la candidatura de MurilloToro en contra de Ospina Rodrguez. El resultado de la guerra fue el retor-no a la normalidad poltica, con la prdida de espacio poltico para losmilitares, la vuelta a la invisibilidad del movimiento plebeyo y a laintermediacin de los partidos tradicionales41. Esta intermediacin de los

    partidos se vera marcada, desde entonces, por una actitud reticente frentea los intentos de organizacin y movilizacin polticas, de carcter autno-mo, de los sectores populares y subalternos. Este miedo al pueblo, quehaba caracterizado inicialmente solo al partido conservador, aparece aho-ra tambin en el liberal, como se evidencia en la respuesta del liberal radi-cal, Felipe Prez, a la propuesta del general Julin Trujillo de revitalizar lasorganizaciones populares del partido liberal: ese tipo de ncleos polticoscondujo al 17 de abril de 1853 y produjo desavenencias intestinas y alar-mas terribles en nuestra vida poltica, que degeneraron en escndalossangrientose hicieron imposible la quietud y la armona. Para mantener launidad y la fuerza del partido liberal, concluye Prez, solo necesitamosuna fe ciega en los principios42.

    Este rechazo liberal a la movilizacin autnoma de los sectores popula-res evidencia el consenso de los dos partidos sobre el estilo de inclusinsubordinada de la movilizacin popular a travs de mecanismos de tipoclientelista, que va a caracterizar la historia poltica del pas hasta tiemposrecientes. As, los jvenes liberales radicales terminaron por optar por unaciudadana ms restringida, condicionada al alfabetismo y la propiedad, yaceptar el argumento conservador de la necesidad de educar primero alpueblo antes de movilizarlo polticamente. De ah el nfasis en la necesi-dad de una educacin laica como requisito para la ciudadana plena en lareforma educativa de los radicales en 1870. Esto introdujo un nuevo moti-vo de controversia entre liberales, conservadores y jerarqua catlica: para

    los conservadores y la Iglesia catlica, la presencia de las masas populares41 Mara Teresa Uribe, (2002): o. c., pp. 205.42 Citado por Fabio Zambrano, (1987): Documentos sobre sociabilidad poltica en la Nueva

    Granadas a mediados del siglo XIX, en Anuario Colombiano de Historia Social y de laCultura, No. 15.

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    en la vida pblica era considerada peligrosa si no pasaba antes por el tamizde los valores del cristianismo transmitidos por medio de una educacincontrolada por la Iglesia.

    Esas controversias significaron una profundizacin de lo que hemos ca-racterizado como ciudadana escindida entre comunidades imaginadas decopartidarios. Sin embargo, esas comunidades distaron mucho de ser inter-namente homogneas, como se hizo evidente en las posiciones frente alfederalismo, la educacin pblica y el papel de la Iglesia catlica en la socie-dad: en esos campos, habra diferentes posiciones entre draconianos y glgotasdentro del partido liberal y entre conciliadores e intransigentes en el partidoconservador y en la jerarqua eclesistica.

    III. Las guerras en torno a la definicin del sistema poltico y elcarcter de la educacin

    Las confrontaciones de la segunda mitad del siglo XIX se centran entorno a la pugna en torno al federalismo y centralismo como formas de orga-nizacin estatal, y sus implicaciones para los alcances del poder ejecutivonacional, las relaciones entre las diversas regiones, pero sin dejar de lado elpapel de la jerarqua y el clero catlicos en la sociedad, que se expresa en ladiscusin sobre el carcter laico o religioso de la educacin pblica. Por otraparte, los conflictos muestran, igualmente, la heterogeneidad interna de esospartidos y de la propia Iglesia, que se manifiesta en la diversidad de posicio-nes frente al federalismo y a la reforma educativa impulsada por los liberalesradicales. Estas posiciones desembocan en la guerra civil de 1876, cuyo ca-rcter religioso-poltico producir una profundizacin de la polarizacin en-tre los partidos y la Iglesia y una mayor diferenciacin de las identidadescontrapuestas de la nacin dividida. Pero esos conflictos mostrarn la crisisinterna del rgimen federal, al manifestar las desigualdades regionales queocultaba; finalmente, la guerra de 1885 refleja la crisis del rgimen federal ylleva a su sustitucin por el rgimen centralista y la restauracin catlica de laConstitucin de 1886, reforzada por el Concordato de 1887.

    Este segundo grupo de guerras se inicia con el triunfo de la rebelin de losEstados-regiones, liderada por Mosquera en 1861, el nico caso de acceso alpoder por las armas, que produce, como reaccin, la consagracin del extre-

    mo federalismo y del debilitamiento del poder ejecutivo en la Constitucinde Rionegro de 1863, que muestran la manera como los partidos logran neu-tralizar el caudillismo de Mosquera. En el inicio de esa guerra se conjuganlas ambigedades del consenso de los dos partidos sobre la adopcin delsistema federal con el resentimiento del general Toms Cipriano de Mosquera

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    contra buena parte del conservatismo, de la jerarqua y del clero catlicos,incluidos los jesuitas por su apoyo a la candidatura conservadora de MarianoOspina Rodrguez en las elecciones de 1856. Mosquera intentaba crear untercer partido, el Nacional, que reuna elementos progresistas de ambos par-tidos pero con mayor cercana al sector draconiano del partido liberal. Eseresentimiento de Mosquera explicara sus medidas posteriores en 1861, comola expulsin del nuncio Ledochowsqui y los jesuitas. Especialmente resintiel hecho de que algunos de sus antiguos colegas conservadores y clrigosusaran contra l el argumento religioso43, sobre todo, para bloquear la candi-datura del general Herrn, hermano del arzobispo y yerno de Mosquera,como sucesor de Ospina y reemplazarla por la de Julio Arboleda, tambin

    pariente pero enemigo acrrimo de Mosquera44

    .Estos problemas electorales se enmarcan en un cambio institucional deimportancia: la transicin gradual del pas hacia el establecimiento del sis-tema federal, que modificara la relacin entre los partidos, las regiones y lanacin. En esos aos se fue llegando a un consenso de los dos partidossobre la conveniencia del sistema federal, pero por razones diferentes: paraMariano Ospina, el federalismo permitira experimentar las reformas enunas regiones, sin afectar las otras. As, Ospina sostena que la nueva cons-titucin de 1858 buscaba crear un espacio de experimentacin para com-parar los resultados de instituciones y escuelas polticas antagnicas. Ymientras ms antagnicas fueran esas instituciones, mejores seran los re-

    sultados para el progreso moral, intelectual y material de la poblacin

    45

    . Engeneral, para los conservadores, el federalismo garantizaba que las refor-mas de los liberales se redujeran a los estados que ellos controlaban, y losconservadores antioqueos eran fervorosamente federalistas porque elfederalismo permita mantener los intereses de su estado al abrigo de lasvicisitudes de la poltica del resto del pas. En cambio, los liberales lo asu-man como la oportunidad para continuar las reformas de mediados de si-glo en los estados donde eran mayora.

    43 Mario Germn Romero, (1985), Las diabluras del arcediano (Vida del Padre Antonio Josde Sucre), Caracas, Academia Nacional de la Historia.

    44 Fernn E. Gonzlez, (1985), Iglesia y Estado en los comienzos de la Repblica de Colombia(1820-1860), Bogot, CINEP, reproducido en (1997) como captulo del libro Poderesenfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogot, CINEP, pp. 164-165.

    45 Robert Louis Gilmore, (1995), El federalismo en Colombia, Coedicin de la Sociedadsantanderista de Colombia y la Universidad Externado de Colombia, Bogot, tomo II, pp.88-92.

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    Estas diferentes motivaciones y expectativas, ocultas bajo el aparente con-senso en torno al federalismo, no demoraron en manifestar su potencial con-flictivo: el presidente Ospina se mostraba preocupado por las consecuenciasdel libre comercio de armas, que permita a las pandillas organizarse paraderribar gobiernos46. Estas preocupaciones llevaron a Ospina a adoptar me-didas encaminadas a establecer ciertos controles del estado central sobre losestados, que eran vistas como maniobras encaminadas a aumentar la mayo-ra conservadora en el Congreso y a facilitar la intervencin en la fuerzapblica de los estados. La resistencia frente a las medidas centralizantes deOspina produjo la coalicin de sus opositores, reforzados ahora por el triun-fo de los rebeldes liberales en Bolvar, al mando de Juan Jos Nieto, el con-trol liberal se extendi a tres estados, a los que se una el gobierno del Cauca,

    en manos de Mosquera. Otras medidas del gobierno central fueron interpre-tadas por Mosquera como una agresin del gobierno central y una abiertaviolacin de la Constitucin por parte del ejecutivo y legislativo. Despus dela fcil derrota de los partidarios del gobierno central en el Cauca, Mosqueradeclar que el Cauca reasuma su soberana y se separaba de la Confedera-cin. Su ejemplo fue seguido pronto por los estados de Magdalena, Bolvary Santander, que se confederaron bajo el nombre de Estados Unidos de Co-lombia. Esta confederacin significaba una coalicin de las dos vertientesdel liberalismo, radicales y draconianos, con el mosquerismo. A esta coali-cin se sumaran luego las fuerzas de Neiva y Mariquita, al mando de JosHilario Lpez.

    Por otra parte, el avance de la rebelin de Mosquera se vea facilitadopor la divisin del conservatismo y del clero: los conservadores antioqueossimpatizaban con el federalismo y queran evitar que la guerra penetrara ensus fronteras, mientras que el grupo conservador del general Pedro AlcntaraHerrn, yerno de Mosquera, y sus apoyos en el ejrcito y el clero, eranpartidarios de posturas conciliatorias frente a Mosquera. La desconfianzadel grupo conservador de Ospina y del sector afn del clero frente a losmilitares herranistas llevaron a reemplazar la candidatura de Herrn por lade Julio Arboleda, enemigo acrrimo de Mosquera. Ospina se fue distan-ciando polticamente de sus propios generales, lo que condujo a la desmo-ralizacin de las fuerzas del gobierno. Adems, su mando disperso y laambigedad de algunos generales frente a Mosquera, muchos de los cualeseran o haban sido cercanos a ste, contrastaban con el mando nico delgeneral caucano. La captura de Mariano y Pastor Ospina, la toma de Bo-

    46 Eugenio Gutirrez, (2004), 1860: Guerra de secesin en Colombia, Bogot, manuscritoindito, pp. 4-5.

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    got en julio de 1861 y la derrota posterior de las contrarrevoluciones con-servadoras de Leonardo Canal, en Santander y Boyac, y de Julio Arbole-da en el Cauca, junto con la de las fuerzas conservadoras de Antioquia,signific el ascenso al poder de Mosquera.

    Sin embargo, pronto se manifestaron las tendencias contradictorias queexistan entre las fuerzas que apoyaban la revolucin, ya que los radicalesbuscaron debilitar el poder del caudillo caucano por medio de la restriccinde las funciones del poder ejecutivo central As, la Constitucin de Rionegroredujo el perodo presidencial a dos aos, convirti al ejecutivo en mero agentedel Congreso, representante de los Estados-regiones, a la vez que descentra-lizaba la ciudadana y la legislacin electoral. Las consecuencias de este r-

    gimen fueron, segn Jos Mara Samper, en el nivel regional y local, lalegitimacin del poder de los caciques y gamonales, seores feudales dehecho 47. Analistas ms recientes de esta constitucin, como Sandra Morelli,han sealado el gran contraste entre el federalismo que consagra formalmen-te en el nivel nacional con la organizacin interna de los estados federados,que siguen adoptando trazos del modelo napolenico de corte centralista, encontra de un mayor grado de autonoma y democracia para las administra-ciones municipales48.

    En materia religiosa, el resentimiento personal de Mosquera contra secto-res del clero profundizara la tendencia a asumir la bandera religiosa comofrontera entre los partidos. El hecho de que las guerrillas de Guasca, cuyosjefes provenan de grupos terratenientes de la sabana de Bogot, hubieranadoptado los nombres de Santa Teresa de Jess y San Ignacio de Loyolacomo nombres de sus batallones ilustra la mezcla de religin y poltica que semova contra Mosquera. La expulsin de los jesuitas en 1861 era justificadapor Mosquera porque tenan tendencias contrarias a la paz pblica, habanvenido constituidos en sociedad y adquirido bienes sin contar con las leyes;no estaban cubiertos por los derechos individuales, que segn l, no se apli-caban a corporaciones no autorizadas; adems, carecan de libertad por estarsujetos a la obediencia pasiva que poda ponerlos en contradiccin con laobediencia a las autoridades y haban tomado parte en la guerra civil pormedio de exhortaciones a los soldados del partido centralista para sostenerel poder de los usurpadores; en ella, haban negado la absolucin a un

    47 Jos Mara Samper, (1951), Derecho pblico interno, Bogot, Fondo de Cultura, BancoPopular, tomo I, pp. 320-321 y 368-369.

    48 Sandra Morelli, (1997), La gida del centralismo en Colombia. Dos ejemplos histricos, enEl federalismo en Colombia. Pasado y perspectivas, Bogot, Universidad Externado deColombia, pp. 116-128.

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    comandante mosquerista herido por considerarlo excomulgado por defenderla causa federalista49.

    A la expulsin de los jesuitas y del representante del Papa, se sumaron losdecretos de desamortizacin de bienes de manos muertas, que no contabacon el apoyo de algunos radicales como Miguel Samper, Ezequiel Rojas yFelipe Prez, que la consideraban una expropiacin. En cambio, la medidaobtuvo el apoyo entusiasta de Salvador Camacho Roldn y de Rafael Nez,encargado de su ejecucin como secretario del tesoro, que la justificabancomo medidas encaminadas a la dinamizacin de la economa y la democra-tizacin de la propiedad rural50. Mucho ms controvertidas fueron las leyesde tuicin, que evidenciaban tanto la herencia del Patronato espaol, reivin-

    dicada por el sector draconiano del liberalismo como las tendenciascesaropapistas del propio Mosquera: la tuicin otorgaba al gobierno el con-trol de las actividades del clero, exiga autorizacin del gobierno para el ejer-cicio de cualquier ministerio eclesistico y para divulgar cualquier documentopapal, no se admita la presencia de un delegado papal y restringa el nom-bramiento de obispos a los nacionales colombianos51.

    Este tema era uno de los puntos de disenso entre draconianos y glgotas:Obando y los draconianos siempre haban considerado un error la separa-cin entre Iglesia y Estado como polticamente peligrosa, por entregar elclero liberal al control de los obispos y la Santa Sede, dejar desamparada ala Iglesia granadina y otorgar libertad para la actividad poltica del clero yjerarqua a favor del partido conservador. En cambio, los idelogos del libe-ralismo radical, como Manuel Murillo Toro y Florentino Gonzlez preconi-zaban la idea de una iglesia libre en un estado libre52. Los radicales sostenanque las medidas de tuicin solo se justificaban en tiempo de guerra pero, entiempos de paz, constituan una violacin de la libertad religiosa. Esa posi-cin qued consignada en el informe de la Comisin de asuntos eclesisticosde la Convencin de Rionegro, que present un anlisis muy crtico del pa-

    49 Fernn E. Gonzlez, (1977), Partidos polticos y poder eclesistico. Resea histrica 1810-1930, Bogot, CINEP, pp. 108-109.

    50 Jorge Villegas, (1981), Colombia. Enfrentamiento iglesia-estado 1819-1887, Medelln,Editorial La Carreta y Fernando Daz Daz (1977), La desamortizacin de bienes eclesisticosen Boyac, , Tunja, Universidad Pedaggica y Tecnolgica de Colombia y (1978): Estado,

    Iglesia y desamortizacin en (1978), Manual de Historia de Colombia, tomo II, Bogot,Colcultura.51 Fernn E. Gonzlez, (1977), Partidos polticos y poder eclesistico. Resea histrica 1810-

    1930, Bogot, CINEP; pp. 124-129.52 Fernn E. Gonzlez, (1997), Iglesia y Estado en los comienzos de la repblica (1820-1860)

    en Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogot, CINEP.

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    pel poltico de la Iglesia a travs de la historia, cuyo inmenso poder la hallevado a rechazar la igualdad de todos ante la ley y la libertad de culto ypensamiento. Sin embargo, la Comisin afirma que no cree que el catolicis-mo sea incompatible con la libertad; por eso, propuso reducir la tuicin aunas exigencias mnimas: el juramento de obediencia de los clrigos a laconstitucin, las leyes y las autoridades civiles, bajo pena de destierro y laincapacidad de los ministros para elegir y ser elegidos53.

    El debate de la Convencin sobre el informe fue encarnizado: el propioMosquera intervino para contraponer los verdaderos discpulos de Cristo alos sectarios del romanismo, una secta poltico-religiosa dedicada a la usur-pacin del poder temporal. El ms acrrimo contradictor fue Jos Mara Ro-

    jas Garrido, que parta de la identificacin de la mayora de los obispos yclero con el partido conservador, para negar a los clrigos el derecho a laciudadana: son soldados de Roma, que se sirven de la religin como ins-trumento de poder y lucro. La preocupacin central de Rojas era el influjosocial y poltico de la Iglesia en la repblica, ya que el partido liberal nopoda competir electoralmente con el poder del confesionario. A pesar de ladureza de la posicin de los mosqueristas, la Convencin se opuso a lasmedidas extremas de represin, que quedaron reducidas al juramento de losclrigos, la incapacidad pare elegir y ser elegidos, la exencin de cargos yservicios pblicos y la prohibicin de comunidades regulares. Sin embargo,la obligacin del juramento de lealtad produjo muchos problemas hasta quese lleg a la frmula de juramento condicional, que exceptuaba lo que se

    opusiera a las leyes eclesisticas. Pero, incluso este compromiso fue rechaza-do por los sectores intransigentes del clero y del partido conservador, quequeran utilizar el problema religioso para derrocar al gobierno por medio deuna revuelta popular54.

    Las contradicciones entre Mosquera y los radicales se agravaron duran-te el tercer perodo presidencial del caudillo caucano (1866-1867), debidoa sus nuevas medidas contra la jerarqua catlica y sus continuosenfrentamientos con el Congreso. Pero la situacin cambi cuandoMosquera fue depuesto en 1867 por militares y lderes del radicalismo. Encontraste con la actitud represiva de Mosquera, el gobierno anterior deMurillo Toro haba significado una cierta mejora relativa de las relaciones

    entre el gobierno y la jerarqua eclesistica. Por su parte, el arzobispo53 Fernn E. Gonzlez, (1997), Iglesia y Estado desde la Convencin de Rionegro hasta el

    Olimpo Radical, 1863-1878, en Poderes enfrentados. Iglesia estado en Colombia, Bogot,CINEP, pp. 177-181.

    54 Fernn R. Gonzlez, (1997), o. c., pp. 181-191.

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    Arbelez adopt una poltica de acercamiento a los ms importantes lde-res del radicalismo y trat de mantener a la Iglesia por encima de losenfrentamientos partidistas, lo que produjo la reaccin contraria de algu-nos conservadores y clrigos, que lo vean como una traicin o una falta deconocimiento de la realidad nacional55.

    La divisin interna de la Iglesia se profundiz an ms a propsito de lareforma educativa de los radicales en 1870, que supona una cierta rupturacon el no-intervencionismo del estado en materia educativa que haba carac-terizado la concepcin poltica de los radicales56. Bajo las presidencias deSantos Acosta (1868-1870) y Eustorgio Salgar (1870-1872), se adopt unaposicin ms intervencionista en materia educativa, que pensaba que el obs-

    tculo principal para el progreso del pas se encontraba en el analfabetismo,la ignorancia y el fanatismo religioso, que constituan la causa del atraso delpueblo y del dominio del clero sobre la conciencia popular. Por eso, la edu-cacin era la base del desarrollo econmico de los pueblos y las ideas eranms importantes que las vas de comunicacin. Por eso, la creacin de laUniversidad Nacional de 1867 y la reforma educativa de 1870 tenan unobjetivo poltico y cultural para barrer del suelo colombiano las telaraas ysabandijas de la colonia goda57.

    La reforma educativa despert una profunda polmica con sectores delconservatismo y de la jerarqua y el clero catlicos, pero las crticas partande enfoques diferentes: algunos consideraban que el gobierno se extralimita-ba en sus funciones, violaba la constitucin federal y las libertades indivi-duales de padres de familia, nios y maestros. Pero el aspecto que despertabamayor oposicin dentro de algunos sectores de la jerarqua y del conservatismoera el carcter laico de la educacin, que la consideraban como parte de uncomplot masnico encaminado a eliminar la enseanza religiosa de las au-las.. Obviamente, era claro el inters de algunos liberales para usar la educa-cin pblica en beneficio de su partido58. Sin embargo, la oposicinconservadora distaba de ser unnime, como se deduce del nombramiento del

    55 Fernn E. Gonzlez, (1997), o. c., pp. 201-205.56 Eugenio Gutirrez Cely, (2000), La poltica instruccionista de los radicales: intento fallido

    de modernizacin de Colombia en el siglo XIX (1870-1878), Neiva, Editorial FONCULTURA,

    pp. 44-48.57 Eugenio Gutirrez Cely, (2000), o. c., pp. 51-54. Las citas estn tomadas del Diario deCundinamarca, vocero del radicalismo, 30 de diciembre de 1873, 5 de mayo de 1870 y 23 deagosto de 1877.

    58 Jane M. Rausch, (1993), La educacin durante el federalismo. La reforma escolar de 1870,Bogot, Instituto Caro y Cuervo, Universidad Pedaggica Nacional, pp. 84-105.

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    conservador Manuel Mara Mallarino como el primer director de instruccinpblica, pero su muerte en 1872 redujo las posibilidades de consensobipartidista en esta materia. Por eso, como muestra Jane Rausch, no todos losconservadores podran ser catalogados como ignorantistas ya que muchosdefendan el papel civilizador de la educacin y recordaban los logros delPlan de educacin de Mariano Ospina y los avances educativos de Antioquiabajo la presidencia conservadora de Berro

    Tampoco la jerarqua se opona de manera unnime a la reforma educati-va: el arzobispo de Bogot, Vicente Arbelez, estaba de acuerdo con ladifusin de la educacin primaria dentro de las clases menos favorecidas,pero condenaba la prescindencia de la enseanza religiosa consagrada por la

    Constitucin de Rionegro. Pero logr compromisos con Manuel Anczar,director de instruccin pblica de Bogot, y el presidente y los encargadosde la educacin en Boyac, para garantizar en las escuelas pblicas un tiem-po para que los curas pudieran impartir instruccin religiosa a los nios. Peroesta posicin del arzobispo de Bogot era considerada como dbil ycontemporizadora por Canuto Restrepo, obispo de Pasto, y Carlos Bermdez,obispo de Popayn, que afirmaban que el sistema escolar liberal haca partedel complot universal de los gobiernos masnicos del mundo que pretendala destruccin de la Iglesia catlica y que, consiguientemente, estaba com-prendido en las condenas papales del Syllabus59. Con ellos estaban de acuer-do varios los jefes del conservatismo: para Manuel Briceo, generalconservador, el arreglo entre Arbelez y Anczar era el lazo que se tenda a

    la honradez y buena fe, para disfrazar la corrupcin moral y poltica que seesconda tras la campaa instruccionista del gobierno radical60.

    A pesar de esos matices, la lucha contra la reforma educativa llev a laconfluencia de las diferentes facciones del conservatismo en contra del go-bierno radical: al lado de los intransigentes como Miguel Antonio Caro,Jos Manuel Groot y Jos Joaqun Ortiz, que eran partidarios de la forma-cin de un partido catlico para reunificar la Iglesia y el Estado, se encon-traban los moderados liderados por Carlos Holgun, ms pragmtico ypartidario de una alianza con los mosqueristas y nuistas contra el partidoradical. Y una lnea intermedia, seguidora de Jos Joaqun Borda, resaltabala alianza tradicional entre la Iglesia y el partido conservador, pero era par-

    59 Fernn E. Gonzlez, (1997), Iglesia y Estado desde la Convencin de Rionegro hasta elOlimpo Radical, en Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogot, CINEP;pp. 207-209.

    60 Manuel Briceo, (1947), La revolucin 1876-1877. Recuerdos para la historia, Bogot,Imprenta Nacional, tomo I, p. 8.

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    tidaria de la lucha poltica pacfica61. A estas tendencias, habra que aadirel conservatismo tradicional, un tanto aristocrtico del Cauca, cuyo jefe eraSergio Arboleda, y la faccin belicista de los generales Manuel Briceo,Leonardo Canal, Marceliano Vlez y Joaqun Mara Crdoba, que queranaprovechar el conflicto para extender el influjo conservador. A esta ten-dencia, habra que contraponer el conservatismo antioqueo, pragmtico ycatlico, reacio a proyectarse en el nivel nacional, por lo menos, mientrasestuvo en manos de Pedro Justo Berro62. Sin embargo, los problemas fron-terizos con el vecino Cauca llevaron a los vecinos de Manizales a asumiruna postura ms belicista, mientras que Mariano Ospina Rodrguez tam-bin escriba a favor de la guerra.

    La situacin del partido conservador explica las presiones de varios jefesconservadores para que el arzobispo Arbelez abandonara su posicin con-ciliadora, que era vista como el principal obstculo para que todos los gruposse unificaran en el apoyo a la rebelin. Las reiteradas negativas del arzobisposon atestiguadas por uno de sus colaboradores ms cercanos, el futuro arzo-bispo Bernardo Herrera Restrepo, que menciona que el poeta Jos JoaqunOrtiz le propuso al arzobispo, por intermedio del padre Federico Aguilar,que se pusiera a la cabeza de la guerrilla de Guasca63. A pesar de los esfuer-zos del arzobispo, la guerra de 1876 tom en muchas ocasiones el carcterde cruzada religiosa, como aparece en el reclamo de Briceo contra el usodel argumento religioso de los liberales nuistas en contra suya, como meropretexto para no darles el apoyo prometido64.

    Miguel Antonio Caro desminti esas versiones en una carta al futuro ar-zobispo Jos Telsforo Pal, que muestra la manera como este autor conce-ba la poltica como lucha entre el bien y el mal, representado en elenfrentamiento entre los dos partidos. Para Caro, es claro que el clero nipromovi ni foment la guerra pero confiesa que, al menos en Cundina-marca, el sentimiento religioso fue el principal motivo del alzamiento. Y

    61 Jane Rausch, (1993), La educacin durante el federalismo. La reforma escolar de 1870,Bogot, Instituto Caro y Cuervo, Universidad Pedaggica Nacional, pp. 123-131.

    62 Luis Javier Ortiz, (2004), La guerra de 1876-1877 en los Estados Unidos de Colombia. De lafe defendida a la guerra incendiada (indita, policopiado). Y - Fernn E. Gonzlez, (1997),Problemas polticos y regionales durante los gobiernos del Olimpo Radical, en Para leer la

    Poltica. Ensayos de historia poltica colombiana, Bogot, CINEP; pp. 194-195.63 Estanislao Gmez Barrientos, (1924), El Ilustrsimo Sr. D. Bernardo Herrera Restrepo yalgunos acontecimientos de su episcopado, en Flores selectas, serie 9, No. 104, Bogot,Imprenta del Sagrado Corazn, pp. 255-256.

    64 Manuel Briceo, (1947), La revolucin (1876-1877) Recuerdos para la historia, Bogot,Imprenta Nacional, p. 183.

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    considera explicable la simpata de muchos sacerdotes con la revolucin: esimposible la indiferencia entre el amigo abnegado hasta el sacrificio y elrencoroso y fiero enemigo. Sin embargo, opina que esas simpatas fuerongeneralmente tmidas y estriles: solo cuatro sacerdotes acompaaron, comocapellanes, al ejrcito del norte, cuyos voluntarios eran todos catlicos. Poreso, critica la tesis de la prescindencia del clero en poltica y se preguntacmo puede el clero colombiano ser indiferente frente a la suerte de un par-tido poltico que se ha acarreado las iras y persecuciones del liberalismoimpo por su adhesin a la Iglesia y su defensa de los intereses catlicos. Nocomprende cmo puede un sacerdote catlico mirar con indiferencia apti-ca la lucha tremenda entre el bien y el mal, representados por dos partidosbeligerantes65.

    En cambio, el argumento de la rebelin como amenaza de imposicin deun rgimen teocrtico funcion como elemento cohesionador de las diferen-tes facciones nacionales y regionales del partido liberal: el respaldo de losEstados liberales, tanto radicales como independientes, al gobierno liberaldel Cauca, amenazado por la revuelta conservadora. produjo una correla-cin de fuerzas adversas al conservatismo. Pero influy ms en la derrotaconservadora la falta de un mando cohesionado y organizado, que contrasta-ba con el liderazgo poltico de Csar Conto y Toms Cipriano de Mosqueraen el Cauca, y el mando militar del mismo Mosquera, junto con los genera-les nuistas Julin Trujillo y Eliseo Payn. El fin de la guerra se inici con elcerco de las tropas del gobierno sobre el Estado de Antioquia, que culmin

    con la rendicin de las fuerzas conservadores al general Julin Trujillo, des-pus de la batalla de Manizales, en los lmites entre el Cauca y Antioquia (5de abril de 1877).

    Esta victoria terminara siendo prrica, al servir de detonante de la crisisdel rgimen radical, que preparara el advenimiento de la llamada Regenera-cin, presentada como una refundacin de la sociedad dentro de un ordenconservador y catlico, en contraste con el modelo liberal laico que se impo-na en el resto del continente y del mundo occidental66. Para aprovechar ladivisin del liberalismo, Carlos Holgun, apoyado por Mariano Ospina Ro-drguez, sugiri a los conservadores antioqueos rendirse al general JulinTrujillo, liberal independiente, y no a los generales Daniel Delgado o Santos

    65 Miguel Antonio Caro, (1878), en Epistolario del arzobispo Pal, Archivo Biblioteca Luisngel Arango, carta del 10 de julio de 1878.

    66 Luis Javier Ortiz, (2002),La iglesia catlica antioquea, 1870-1877y la guerra civil 1876-1877. Informe de investigacin, manuscrito indito.

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    Acosta, ms cercanos al radicalismo. El triunfo de Trujillo en Manizales lollevara luego a la presidencia de la repblica y preparara la llegada de Ra-fael Nez al poder67.

    El ascenso de Trujillo y Nez al poder se inserta en la crisis interna delrgimen radical, que ocultaba desigualdades regionales muy profundas. Enese sentido, Helen Delpar, en su anlisis del estilo poltico y los orgenes socia-les, econmicos y regionales de los miembros del grupo radical, muestra que lamayora de los gobernantes radicales provena del centrooriente del pas, conla alianza implcita de los conservadores de Antioquia y Tolima. Esto margina-ba del poder a los dirigentes del Cauca y de la Costa atlntica, donde surgieronel trujillismo, sucesor del mosquerismo y el nuismo (en la Costa habra que

    exceptuar al Magdalena, cercano al grupo radical, con algunas regionesnuistas). Este desequilibrio regional se manifest en el bloqueo de los radica-les, con medios fraudulentos o violentos, a las candidaturas independientes,primero, de Julin Trujillo primero y, luego, de Rafael Nez68.

    Por eso, el dominio del radicalismo se encontraba amenazado por tresfuerzas: el liberalismo draconiano-mosquerista-trujillista, de carcter autori-tario e intervencionista, algo populista, menos reticente frente a la moviliza-cin y organizacin de las masas populares y partidario del control estatalsobre la jerarqua y el clero catlicos, que dominaba el Cauca pero que tenasimpatizantes en Cundinamarca, Bolvar, Panam; Tolima y Boyac; elconservatismo liderado por Carlos Holgun, que trataba de recuperar el po-der por medio de la articulacin de los distintos matices regionales e ideol-gicos que se ocultaban bajo el rtulo conservador y las alianzas con gruposdisidentes del partido liberal. Y, el nuismo, o independentismo, que se con-vertira luego en una sntesis de los dos anteriores bajo la denominacin dePartido Nacional69.

    El surgimiento de este grupo en torno a la aparicin Rafael Nez comocandidato de la periferia radical, con fuertes lazos polticos, familiares y so-ciales en Bolvar y Panam, haca evidentes estos desequilibrios regionales.

    67 Antonio Prez Aguirre, (1959),25 aos de historia colombina 1853 a 1878. Del centralismoa la federacin, Bogot, Editorial Sucre, pp. 409-437.

    68 Helen Delpar, (1981), Red against blue. The Liberal Party in Colombian Politics, 1863-1899, Alabama University Press. Publicado en espaol en 1994 bajo el ttulo Rojos contraazules: el partido liberal en la poltica colombiana, 1863-1899, Bogot, Procultura.

    69 Fernn E. Gonzlez, (1997), Problemas polticos y regionales durante los gobiernos delOlimpo radical, en Para leer la Poltica. Ensayos de historia poltica colombiana, Bogot,CINEP, pp. 190-191.

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    Adems, el Cauca mosquerista y trujillista mantena siempre una fuerte mi-nora conservadora en el altiplano del Sur, contrapesada por el influjo liberalde las zonas de Tumaco y Barbacoas, en el actual Nario. Tampoco Santanderera polticamente homogneo: el bastin radical se concentraba en lassubregiones del Socorro y Vlez, pero afrontaba la oposicin de un fuertegrupo conservador en el norte (Ccuta, Pamplona, Ocaa), liderado por elgeneral Leonardo Canal y el ascenso poltico del general Soln Wilches, encontradiccin con el grupo radical cercano a Parra y Prez70.

    Adems, los resentimientos de las regiones y subregiones por la concen-tracin de los gobernantes en las regiones del centrooriente se veanprofundizados por la creciente intervencin federal en la financiacin de obras

    pblicas, cuyas prioridades eran definidas por el ejecutivo federal en benefi-cio de las regiones de donde eran originarios sus dirigentes.. A esta mayorintervencin econmica se sumaban intervenciones cada vez ms frecuentesen los conflictos internos para imponer en ellos gobiernos favorables a losamigos del gobierno federal en manos del radicalismo y bloquear otras can-didaturas como las de Julin Trujillo en 1873 y Rafael Nez en 1875.

    Estos problemas internos del radicalismo hicieron que el regreso de Ra-fael Nez al pas convocara en torno suyo un movimiento de opinin alre-dedor de sus escritos periodsticos: en ese grupo confluan todos losdescontentos del rgimen radical, lo que lo haca muy heterogneo. En laparecan muchos antiguos mosqueristas, algunos radicales que buscabancambios en la administracin, algunos polticos rechazados por el grupo do-minante, jvenes entusiasmados por la obra periodstica de Nez y caudi-llos militares de regiones, que eran rechazados por los civilistas radicales 71.Y esta heterogeneidad de fuerzas tan dismiles, a las que solo unificaba elrechazo a los polticos radicales, explica el desarrollo posterior de los suce-sos: la desarticulacin progresiva del grupo independiente y la consiguientealianza de Nez con el partido conservador.

    La heterogeneidad interna del nuismo se hizo manifiesta con el retirode varios liberales independientes durante el primer gobierno de Nez(1880-1882), y las desavenencias entre los independientes en torno a lasucesin presidencial y a contradicciones internas por los liderazgos regio-

    70 William J. Park, (1975), Rafael Nez and the Politics of Colombian Regionalism, 1875-1885, Kansas University Press.

    71 Gustavo Otero Muoz, (1951), La vida azarosa de Rafael Nez. Un hombre y una poca,Bogot, Biblioteca de Historia Nacional, pp. 57-59, 71-72.

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    nales en Santander, Boyac y Cundinamarca72. Esta heterogeneidad facili-taba las maniobras de la reorganizada oposicin radical para indisponer aNez con su sucesor, Francisco Javier Zalda. Lo mismo que para pro-mover luego la candidatura del general Soln Wilches, independiente peroque haba tenido contradicciones con Nez, para evitar un segundo man-dato de ste. Sin embargo, el voto de los conservadores logr neutralizar lamaniobra de los radicales de modo que Nez fue elegido, en 1883, poruna abrumadora mayora en Boyac, Cundinamarca, Cauca, Bolvar, Mag-dalena y Panam. Incluso, se hubiera impuesto tambin en Antioquia yTolima, bajo control radical, si los conservadores hubieran tenido all ga-rantas para votar libremente73.

    Despus de varios intentos radicales para bloquear la posesin de Nez,ste asume la presidencia: la conciencia de su dbil situacin poltica explicasus intentos de acercamiento al radicalismo, al que ofreca incluso retirarseinmediatamente de la presidencia, a cambio de la reforma de la Constitucin.Pero estos intentos se frustraron por la desconfianza que despertaba el presi-dente en la mayora de los radicales, los ataques de algunos de ellos a la vidaprivada de Nez y de su segunda esposa74 y la intransigencia de otros: enesto se mezclaban las antipatas y resentimientos personales de Santiago Prezy Aquileo Parra contra Nez, con las diferencias ideolgicas en torno alpapel de la Iglesia y del Estado y los intereses regionales y particulares. Encambio, algunos radicales como el gobernador de Antioquia, Pedro RestrepoUribe, eran partidarios de un compromiso con Nez, para evitar que se

    aliara con los conservadores para adelantar las reformas75.Este clima de polarizacin tena que desembocar, lgicamente, en la gue-

    rra civil, a pesar de la oposicin de sus principales dirigentes y jefes militares,que consideraban que no exista preparacin para la guerra76. En cambio, larebelin reflejaba los anhelos de la joven generacin radical acalorada ylevantisca que formaba la base del partido. Para colmo de la irona, seala

    72 Indalecio Livano Aguirre,(2002), Rafael Nez, Bogot, Intermedio editores, pp. 163-189;Gustavo Otero Muoz, (1951), o. c., pp.126-130.

    73 Gustavo Otero Muoz, (1951), o. c., pp. 168, e Indalecio Livano Aguirre, (2002), RafaelNez, Bogot, Intermedio editores, pp. 191-210.

    74 Indalecio Livano Aguirre, (2002) , o. c., pp. 214-221.75 Jorge Orlando Melo, (1986), Nez y la Constitucin de 1886: triunfo y fracaso de unreformador, en Varios, (1986), Nez y Caro 1886, Documentos del Simposio Nez-Caro.,Cartagena, mayo de 1886, pp. 139-140.

    76 Gonzalo Espaa, (1985), La guerra civil de 1885. Nez y la derrota del radicalismo,Bogot, El ncora editores, pp. 99-109.

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    Gonzalo Espaa, los belicosos jvenes escogieron como primer objetivo elgobierno de Soln Wilches, uno de los jefes a quien Nez ms tema yhaba intentado despojar del poder77. Y como segundo objetivo, al generalDaniel Aldana, presidente de Cundinamarca, contra el cual se levant el jo-ven general Ricardo Gaitn Obeso en Mosquera. Nez desconfiaba deambos, a los que consideraba golpistas en potencia, los reyes magos, cu-yos poderes se basaban en crculos de redes personales, que no dependan del. Pero ambos haban tenido conflictos con los radicales: Aldana haba ex-purgado de radicales la administracin, la asamblea legislativa, el poder judi-cial y los jurados electorales y haba sido vctima de un atentado contra suvida, perpretado por la Sociedad de Salud Pblica, de un sector del radicalis-mo. Y Wilches tena enfrentamientos profundos con varios jefes radicales

    como Santiago Prez, Aquileo Parra y Fortunato Bernal: haba sido depues-to del comando de la guardia nacional por el presidente Prez, cuando stetrataba de bloquear el ascenso de Nez; adems, haba tenido diferenciascon Bernal por los problemas entre Geo Lengerke y Manuel Cortissoz entorno a la concesin de explotacin quinera. Y sus diferencias con Parra seoriginaban, segn Parra, por algunas alusiones desobligantes del discursoque le daba posesin a Wilches como presidente del Estado78.

    Por eso, Nez aprovech el fraude electoral de Wilches a favor de lacandidatura de su amigo Francisco Ordez y la consiguiente rebelin radi-cal en su contra para intervenir militarmente en ese estado y logr un arreglopacfico all y en Cundinamarca. Pero el conflicto se reanud cuando la Con-

    vencin de Socorro, donde los radicales haban obtenido abrumadora mayo-ra, se declar soberana y eligi como presidente al general Sergio Camargo,militar profesional, en vez de Eustorgio Salgar, anciano y enfermo. La elec-cin fue desconocida por los nuistas, que la interpretaron como una prepa-racin para la guerra, pues haca evidente la estrategia radical de ir acumulandolos estados bajo su control para preparar el golpe final, que Nez buscabacontrarrestar.

    Los recelos de los radicales frente a Wilches y Aldana les impeda unificara las diversas fuerzas liberales en torno suyo e hicieron posible la alianza deAldana y Wilches con Nez, y el acercamiento de Aldana con el

    77 Gonzalo Espaa, (1985), o. c., pp. 81-82.78 Gustavo Otero Muoz, (1936), Wilches y su poca, Bucaramanga, Biblioteca Santander,Imprenta del departamento, pp. 150-166, 191-206; y Aquileo Parra, (1912), Memorias (1825-1875). Bogot, Imprenta La Luz, pp. 562-567. Tambin Ral Pacheco Blanco, (2002), ElLen del Norte. El general Soln Wilches y el constitucionalismo radical, Bucaramanga,Editorial SIC, pp, 135-147, 176-186.

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    conservatismo de Cundinamarca79. La participacin de Aldana en la rebe-lin hubiera decidido el resultado de la guerra, pues los 3000 milicianos deCundinamarca, acantonados en las afueras de Bogot, podran abrirle el ca-mino a los rebeldes. Sin embargo, al parecer, Nez logr ilusionarlo conuna eventual sucesin presidencial y puso a su lado al general Antonio B.Cuervo, conservador y amigo de Aldana. En cambio, el radical Focin Sotono pudo convencerlo de sumarse a la revolucin, a pesar de que le ofreci elmando de las fuerzas rebeldes, el reconocimiento de su gobierno en Cundi-namarca, la posibilidad de nombrar sucesor y el apoyo a su candidatura parapresidente de la nacin. Segn Otero Muoz, los radicales tambin le habanofrecido a Wilches que encabezara la rebelin80. Por supuesto, las conversa-ciones de Soto con Aldana no hicieron sino acentuar la desconfianza de Nez

    y sus seguidores contra ste, que terminara por poner fin a su carrera polti-ca. Tambin Wilches se retirara a la vida privada despus de la guerra.

    La intransigencia de los lderes radicales contrastaba con la actitud prag-mtica de la dirigencia conservadora de Carlos Holgun, a pesar de las reti-cencias del sector ms radical, liderado por los generales Manuel Briceo yLeonardo Canal, que no le perdonaban a Nez el no haberlos apoyado enla guerra anterior. La combinacin de las dos actitudes pona al nuevamenteelegido presidente en manos de los conservadores y de los caudillos militarescomo Aldana en Cundinamarca, Wilches en Santander y SantodomingoVila en Panam81. A ellos se sumaban otros jefes regionales como Jos Ma-ra Campo Serrano en el Magdalena, Eliseo Payn en el Cauca, Aristides

    Caldern en Boyac y Juan Eleuterio Ulloa en el valle del Cauca.El apoyo conservador, con jefes como Manuel Briceo, Marceliano Vlez,

    Rafael Reyes, Guillermo Quintero Caldern y Buenaventura Reinales fueimportante, aunque no era fcil a veces la accin conjunta entre liberales yconservadores: subsistan los resquemores entre los oficiales y soldados dela guardia nacional, de filiacin liberal, y las tropas conservadoras, especial-mente su jefe, el general Manuel Briceo, cuya severa disciplina y senti-mientos rabiosamente antirradicales sonaban como provocacin a losveteranos liberales82. Tambin se presentaron tensiones raciales y regionalesen la frontera sur de la colonizacin antioquea: en la persecucin de losrebeldes antioqueos vencidos en Cartago se hizo manifiesta la fobia tradi-

    79 Gonzalo Espaa, (1985), La guerra civil de 1885. Nez y la derrota del radicalismo,Bogot, El ncora editores, pp. 77-78.

    80 Gustavo Otero Muoz, (1936), o. c., p. 402.81 Gonzalo Espaa, (1985), o. c., pp. 77-81.82 Gonzalo Espaa, (1985), o. c., pp. 155-164.

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    cional de los caucanos contra sus vecinos antioqueos, algunos de cuyosheridos fueron rematados por los indgenas paeces de Tierradentro, coman-dados por su tradicional cacique, el general Francisco Geins, que siemprehaba peleado con los liberales contra los currucos o conservadores, ahoraa las rdenes de Payn.

    El miedo al odio ancestral de las fuerzas caucanas frente a los colonizado-res antioqueos de la frontera hizo que las fuerzas antioqueas prefirieranrendirse a las tropas de Juan Nepomuceno Mateus, compuestas por indepen-dientes y conservadores, que haban triunfado en Salamina y avanzaban ha-cia Manizales. Mateus otorg indulto a los rebeldes, a los que se permitillevarse a casa sus espadas y cabalgaduras y dej un piquete militar en la

    Aldea de Mara, a orillas del ro Chinchin, para impedir que los caucanosprosiguieran hacia Antioquia.

    De todos modos, la ventaja del gobierno era disponer de un mando cen-tralizado, que reaccionaba rpidamente, con una visin de conjunto y comu-nicacin telegrfica con los diversos contingentes, mientras que los rebeldesactuaban descoordinadamente, sin informacin adecuada sobre el conjuntode la guerra. A esto se aadan las desavenencias entre sus jefes como losgenerales Pedro J. Sarmiento y Sergio Camargo, que se presentaron despusde su derrota en Boyac y los contrastes entre sus respectivas tropas: lossantandereanos queran salir rpidamente de Boyac y regresar a Santander,a lo que se oponan los boyacenses83.

    Las derrotas del interior dejaron reducida la guerra a la costa atlntica,donde el ejrcito de Gaitn Obeso sitiaba a Cartagena, donde se habanconcentrado las tropas costeas leales a Nez en Bolvar y Magdalena. Ensu auxilio acudieron primero el presidente de Panam, Ramn SantodomingoVila, y, luego, desde Antioquia, dos cuerpos del ejrcito al mando de Juan N.Mateus y Manuel Briceo, respectivamente. Estos ejrcitos afrontaron enor-mes dificultades por la insolacin, las trifulcas internas y la fiebre, que acab,ms adelante, con la vida de Briceo84. Pero el envo de fuerzas a Cartagenahaba dejado desguarnecida a Panam, adonde se extendi entonces la rebe-lin, que produjo la intervencin de fuerzas norteamericanas. En losenfrentamientos Coln qued reducido a cenizas. Rafael Reyes fue enviadodesde el Cauca por Payn a someter a los rebeldes, con el apoyo norteameri-

    cano. Reyes organiz una campaa de represin contra los negros jamaiquinosy otros trabajadores del canal que se haban amotinado e hizo ahorcar a dos

    83 Gonzalo Espaa, (1985), o. c. pp. 146-150.84 Gonzalo Espaa, (1985), o. c., pp. 164-165.

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    prisioneros, capturados por los norteamericanos a las tropas rebeldes: JorgeDavis (Coccobolo) y Antonio Pautriccelli85.

    El lder ms destacado de la revolucin fue el joven general Ricardo GaitnObeso, que haba tomado el control de las tierras calientes de Cundinamarca yluego del ro Magdalena, lo que le permiti apoderarse de los recursos delpuerto de Honda y de los barcos que conectaban el interior con la costa86. EnBarranquilla Gaitn recibi apoyo financiero de los comerciantes y los libera-les y se apoder de los recursos de la aduana, con los que pudo aumentar susfuerzas. Pero Gaitn era consciente de que no podra reclutar un gran ejrcitoen la costa: a pesar de contar con el apoyo de la opinin de casi todaBarranquilla, bastantes recursos y ms de cuarenta generales, el reclutamien-

    to encontraba varios obstculos, como la poblacin escasa y dispersa, pocobelicosa, el poco descontento popular y las rivalidades entre Barranquilla yCartagena. A eso se sumaban otros hechos: Nez era cartagenero, los radica-les solo gozaban de apoyo poltico importante en el distrito de la Cinaga yalgo menos en Santa Marta. Adems, Gaitn Obeso era prcticamente desco-nocido en la regin87: por ello, prefiri establecer contactos con los rebeldesdel interior, pero stos fueron rpidamente derrotados.

    A Gaitn se le sumaron muchos voluntarios de Santander, Cundinamar-ca, Tolima y Antioquia, un importante armamento llegado del exterior y 800sobrevivientes de los ejrcitos de Santander y Boyac, al mando del generalGabriel Vargas Santos, a quien Gaitn Obeso entreg el mando. Pero estallegada no hizo sino complicar la situacin de las fuerzas rebeldes: los jefesrecin llegados, como Sergio Camargo, Daniel Hernndez, Fortunato Bernaly Gabriel Vargas Santos, no haban logrado antes una estrategia efectiva ycoordinada en el interior; ni se esperaba que lo lograran ahora. Gaitn Obesoqued reducido a ser un jefe ms de uno contingente entre varios, quedesconfiaban los unos de los otros y cuyos jefes rivalizaban entre s por mo-tivos de vanidad o personalidad. La discordia entre los santandereanos, queprovenan de un ejrcito hambriento, y los hombres de Gaitn, que se dabanuna buena vida con los abundantes recursos de que disponan, aumentabacada da. Por todas estas razones, era obvio que el ejrcito de la costa no erauna fuerza unificada y cohesionada capaz de tomarse a Cartagena 88.

    85 Gonzalo Espaa, (1985), o. c., pp. 168-175.86 Malcolm Deas, (s.f. ): Pobreza, guerra civil y poltica. Ricardo Gaitn Obeso y su campaaen el ro Magdalena en Colombia, 1885. Bogot, Fedesarrollo, p. 18.

    87 Malcolm Deas (s.f) Pobreza, guerra civil y poltica. Ricardo Gaitn Obeso y su campaa enel ro Magdalena en Colombia, 1885. Bogot, Fedesarrollo, pp. 19-20.

    88 Malcolm Deas, o. c., pp. 21-24.

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    BOLETN DE HISTORIA Y ANTIGEDADES VOL. XCIII No. 832 MARZO 200662

    Ante la amenaza de verse cercado por los diferentes ejrcitos del gobiernoque confluan hacia Cartagena, y la presencia de tres fragatas norteamericanasen la baha, los rebeldes intentaron un desastroso ataque suicida contraCartagena, que dej el pie de las murallas convertido en un campo santo89.Despus de este fracaso, los generales rebeldes se retiraron al interior del pasmientras se enzarzaban en fuertes disputas sobre el camino a seguir y el mane-jo de los recursos: Vargas Santos renunci entonces al mando supremo, en sureemplazo fue nombrado Sergio Camargo, que fue inicialmente acogido confrenes, pero que, despus de muchas dudas sobre las posibilidades de los re-beldes y acusaciones mutuas entre sus diferentes tendencias, decidi negociarcon el gobierno, al cual termin pidiendo salvoconducto90. Mientras tanto, lasdeserciones aumentaban, no haba un mando efectivo y los rebeldes estaban

    divididos. Se resolvi entonces remontar el Magdalena, mientras las tropas delgobierno avanzaban sobre Calamar. En la ladera de La Humareda, en El Hobo,distrito de Tamalameque, cerca de Mompox, en un recodo del ro, terminaronlas esperanzas de los rebeldes: lograron dominar la margen del ro, contra lasfuerzas atrincheradas del general Quintero Caldern, pero a costa de prdidasenormes, incluidos varios de sus generales y la mayora de sus barcos, incluidoel Once de Noviembre, que transportaba el armamento y el polvorn91.

    Las noticias de Cartagena y La Humareda llevaron a Nez a anunciar quela Constitucin de Rionegro haba dejado de existir: era necesario redactar unanueva constitucin que pusiera remedio a los trastornos y anarqua resultantesde la descentralizacin federal. En la exposicin de Nez al Consejo Nacio-

    nal de Delegatarios es notoria su insistencia en la necesidad del fomento de launidad nacional, la comunicacin entre el litoral y el interior del pas, el comer-cio interregional y los perjuicios que las guerras civiles han ocasionado a laagricultura, industria y comercio. Adems, insiste en la necesidad de mantener,durante algn tiempo, un fuerte ejrcito de carcter nacional que aclimate lapaz92. Y era important