GRUNDmagazine número 4 Mayo 2014

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GRUNDmagazine Número 4 primavera 2014. JOSÉ A. FLOR versus David Foster Wallace: Un puto ser humano (pág 10). A. NARDEN El retiro del soldado contrarrevolucionario (pág 24). LA CHINOISE La vie en rouge En la Fête L’Humanite -PARÍS- (pág 32). Revista de información cultural, social y política. Número 4. Año 2014.

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www.grundmagazine.net, EDITORIAL (Pág 3) TONI ESTEBAN (Págs 6-9): «Si España fuera un dónut, La Movida no existiría». JOSÉ A. FLOR (Págs 10-13) «Un puto ser humano». DANIEL BERNABÉ (Págs: 14-15) «El gran naufragio». SALVADOR .J. TAMAYO (Págs: 16-19) «Puede que hasta haya luz». F. DAVID RUÍZ (Págs: 20-23) «La felicidad de la apisonadora». ALEJANDRO NARDEN (Págs: 24-28) «El retiro del soldado contrarrevolucionario». AINIZE SALABERRI (Págs: 29-31) «Huesos en la memoria». LA CHINOISE (Págs: 32-34) «La vie en rouge». RAMÓN ESPINAR (Págs: 35-37) «Cancellara y el Gramond». MARK BERGFELD (Págs: 38-41) «¿Tras los hashtags?». NATALIA CASTRO (Págs: 42-43) «La conciencia clara». PABLO A. MENDIVIL (Págs: 44-51) Galería fotográfica. RAFAEL JIMÉNEZ (Págs: 52-55) Galería artística. JAVIER BOZALONGO (Págs: 56-58)Poesía. #SEDICEPOETA (Págs: 59-61) Entrevista a Sofía Castañón.

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GRUNDmagazineNúmero 4 primavera 2014.

JOSÉ A. FLORversus David Foster Wallace: Un puto ser humano (pág 10).

A. NARDENEl retiro del soldadocontrarrevolucionario(pág 24).

LA CHINOISELa vie en rougeEn la Fête L’Humanite-PARÍS- (pág 32).

Revista de información cultural, social y política. Número 4. Año 2014.

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Créditoswww.grundmagazine.net

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Salvador J. [email protected]

Contacto:[email protected]

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Portada:Kortatu.

Autor: Jon Iraundegui ©

Aparecen en este número:Toni Esteban

José FlorDaniel Bernabé

Salvador J. TamayoF.David Ruíz

Alejandro NardenAinize Salaberri

La ChinoiseRamón Espinar

Mark BergfeldNatalia Castro

Pablo A. MendivilRafael Jiménez

Javier BozalongoSofía Castañón

Ciudad: CádizFecha: Mayo de 2014

ISSN: 2340-6186

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M antener un proyecto como GRUNDmagazine, sin fondos y únicamente con medios que dependen de nuestro talento y nuestra formación, es una auténtica locura. De hecho

pensamos que por eso mismo seguimos adelante. En 2011 cuando nació el proyecto, muchos dijeron –con todo el veneno del mundo- que sería flor de una sola primavera y ahora sonreímos divertidos y pensamos: llevamos ya cuatro. Entre el número anterior y el presente han pasado infinidad de cosas: la aparición de nuevas e interesantes formaciones políticas, la publicación de obras literarias magníficas -algunas las tratamos en estas páginas- y hemos visto orgullosos como ha madurado y aumentado la proyección de muchos de nues-tros colaboradores. Incluso nosotros mismos hemos tenido cambios en la dirección de la revista.

Cambios sin perder la esencia, siempre con la intención de mejorar, dentro de nuestras posibilidades de publicación pequeña, de fanzine de barrio que trasciende las fronteras de las entrañas de Cádiz –donde se piensa y se forja cada número- y que llega a miles de lecto-res a través de las redes.

En este número contamos con grandes escritores como Daniel Bernabé, Ale Narden, Ainize Salaberri y F. David Ruíz cuyos textos nos hace tomar el pulso a un tipo de literatura de tanta calidad o más que la que cuenta con grandes medios de marketing y distribución, pero que se mantiene independiente y única gracias a ese carácter subterráneo que en GRUND tanto nos gusta. También recordamos los inéditos de Sofía Castañón, Cristina Peri Rossi, Nieves Vázquez Recio, Fruela Fernández, Ana Castro y sumamos a las lista a Javier Bozalongo en este número cuatro.

Siempre hemos tenido un ojo dentro del Estado y otro fuera de él, no vamos a perder ese carácter internacional e internacionalista que mantenemos desde el número 0 y desde el que hemos cubierto asuntos como el aumento de la extrema derecha en Europa, la guerra de Libia (número 1: capítulo entonces inédito del libro Misrata Callin, del enorme periodista Alberto Arce), los movimientos estudiantiles chilenos (número 2: textos de la politóloga Francisca Fernández), la intervención de la CIA en Laos durante la guerra de Vietnan (núme-ro 3: crónica de la periodista Alejandra Oseguera) y en esta ocasión Mark Bergfeld trata cómo se usaron las redes sociales en las revueltas de Gezi en Turquía en 2011 y Ale Narden escribe una crónica sobre un mercenario que luchó para Gadafi y que conoció en Túnez hace un par de meses.

Esto es sólo es principio de todo, no pararemos hasta que ten-gamos una redacción de diez pisos en Baker Street, y mientras tanto, disfruten de GRUNDmagazine.

GRUNDmagazine, mayo 2014

EDITORIAL

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ÍNDICETONI ESTEBAN Págs: 6-9Ensayista y articulista, miembro de La Chinoise.

Si España fuera un dónut, La Movi-da no existiría.

JOSÉ A. FLOR Págs: 10-13Filósofo y escritor.Un puto ser humano

DANIEL BERNABÉ Págs: 14-15Escritor, autor del libro De derrotas y victorias (Endymion, 2011)[email protected]

El gran naufragio

S.J. TAMAYO Págs: 16-19Escritor, autor del libro Salitre (Alum-bre, 2013) y director de [email protected]

Puede que hasta haya luz

F.D.RUÍZ Págs: 20-23Poeta. Licenciado en Filofogía Hispánica y Románica.@FdavidRuiz

La felicidad de la apisonadora

A. NARDEN Págs: 24-28Escritor y arabista. @AlejandroNarden

El retiro del soldado contrarrevolucionario

AINIZE SALABERRI Págs: 29-31Escritora y directora de la revista literaria Granite & Rainbow. @ainizestephenainizesalaberri.com

Huesos en la memoria

LA CHINOISE Págs: 32-34Colectivo vietnamita (Toni Este-ban y Dani Conil). @vietnamitaslachinoise.netLa vie en rouge

RAMÓN ESPINAR Págs: 35-37Investigador en CC. Políticas y activista social. Miembro de Juventud Sin Futuro. Colabora en medios como Público o La Marea.@ramonespinar

Cancellara y el Gramond

MARK BERGFELD Págs: 38-41United Kingdom. Activista social, ha co-laborado en medios britanicos e inter-nacionales: El País, Independent, The [email protected]

¿Tras los hashtags?

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NATALIA CASTRO Págs: 42-43Escritora, licenciada en Filolofía Hispáni-ca y activista social.

La conciencia clara

PABLO A. MENDIVIL Págs: 44-51Periodista y fotógrafo, ha publicado en medios como Eñe, Vía 52, El Mun-do o El País. Ha sido jefe de fotografos en [email protected]/pabloamendivil

Galería fotográfica

RAFAEL JIMÉNEZ Págs: 52-55Artista plástico. Organizador de Z: Jornadas de Arte contemporáneo en Montalbá[email protected]/

Galería artística.

JAVIER BOZALONGO Págs: 56-58Poeta, autor de numerosos poemarios: Hasta llegar aquí (Cuadernos del Vigía, 2005), Viaje improbable (Renacimien-to, 2008) por el que obtuvo el XI Premio Surcos de Poesía; y La casa a oscuras (Visor, 2009), al que le fue concedido un Accésit del Premio Jaime Gil de Biedma de la Diputación de Segovia. Es editor en Valparaíso Ediciones.

@jbozalongojavierbozalongo.comvalparaísoediciones.esPoesía

#SEDICEPOETA Págs: 59-61Película documental dirigida por la poeta Sofía Castañón y producida por Señor Paraguas.#sedicepoetasedicepoeta.es

Entrevista a Sofía Castañón

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Si España fuera un dónut, La Movida no existiría

TONI ESTEBAN

«libros y escenas musicales periféricas en los años ochenta»

Imagen: Jon Iraundegui ©

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Si España fuera un dónut, La Movida no existiría

«libros y escenas musicales periféricas en los años ochenta»

grundmagazine.netN4.

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Toni Esteban es articu-lista, ensayista y miem-bro de La Chinoise.

Como parte de cierta tendencia a la recu-peración cultural de la década de

los 80, hemos asistido estos últimos años a la publicación de varios libros concernientes a escenas musicales que, si bien influyentes en su geografía local, nunca fueron aceptadas por el discurso dominante. Frente al predo-minio histórico de la poliédrica y etiquetada como «Movida madrileña», en el imaginario se impone la progresiva reivindicación de otras realidades. En este caso me centraré en dos de esas escenas, que me influyeron per-sonalmente y en gran medida y de las que, sin embargo, hasta ahora no contábamos con gran documentación. Me refiero al Rock Radical Vasco y a la escena punk de Barcelona. Cuatro van a ser los libros que voy a reseñar y que, por su interés, son de lectura casi obligatoria para toda persona interesada en la historia musical reciente de la piel de toro.

Hertzainak –La confesión Radical

Era un libro clandestino. De mano en mano fueron circulando las 1000 copias de su prime-ra edición, editada en 1993 por Pedro Espino-sa y Elena López Aguirre, ambos ex miembros de la banda de reggae Potato. Los autores afirman que no pensaban en reeditarlo, pese a la gran cantidad de personas que demandaban un ejemplar y a que aparecía referenciado incluso en tesis doctorales estadounidenses sobre música vasca. No ha sido hasta 20 años después que la arriesgada y original editorial Pepitas de Calabaza se ha lanzado a la aventu-

ra de publicar una nueva edición, con el grafis-mo mejorado y textos corregidos y ampliados. ¿Qué podemos encontrar en La Confesión rad-ical? Sencillamente, uno de los mejores libros sobre música rock que he leído nunca. Puede uno tener interés cero por el rock en euskera o desconocer los discos de Hertzainak, pero la facilidad con la que se leen los textos lo con-

vierte en una obra de gran frescura. No deja de resultar curioso el uso del método narrati-vo, famoso por una referencia obligatoria del género, Please Kill me de Legs McNeil y Gillian McNail, a saber, el intercalar fragmentos de entrevistas a personajes variados que acaban conformando un relato único. De esta forma pasamos del mamotreto infumable con ínfulas de tesis doctoral a algo más parecido a una novela o una amena charla de bar. Así, por La Confesión Radical desfilan los miembros del grupo, pero también el director Juanma bajo Ulloa, el actor Karra Elejalde, músicos como Ruper Ordorika o Bingen Mendizábal, figuras de las radios libres así como personajes del ambiente de bares o, simplemente, amigos de toda la vida vinculados a los protagonistas del libro. El mapa de la vida cultural, política

y social de la Gasteiz de la época es tan su-mamente rico que por momentos se sobre-pone a la ya de por sí interesantísima obra de Hertzainak. Y ojo, que no es moco de pavo: unos amigos vinculados a la Liga Comunista Revolucionaria que por influencia británica deciden lanzarse a hacer música reivindicativa y en euskera. En épocas como la actual, en las que Berri Txarrak congregan a cientos de per-sonas por concierto, no suena extraño, pero entonces tanto la lengua empleada como la incomprensión de los ambientes euskaldunes (ya fueran del PNV o de la Izquierda Abertz-ale) dificultaban una apuesta como la suya, y en sus páginas veremos los tiras y aflojas con un mundo político-social del que, en cierta manera, dependía. Importante también son las entonces barreras para expandirse y poder to-car en territorios castellanoparlantes, algo con lo que los pioneros y casi coetáneos Zarama de Roberto Moso (autor de otro libro básico sobre esta materia Flores en la basura) también tuvieron que lidiar.

El Estado de las Cosas de Kortatu: lucha, fiesta y guerra sucia

Es, por su parte, una nueva referencia de la editorial Lengua de Trapo en su colección Cara B, dedicada a discos concretos de la música pop del Estado español que marcaron época y que son referencia. Es un libro escrito al alimón por Isidro López y Roberto Herreros, ambos originarios del colectivo La Dinamo, y que recoge abundantísimo material desco- nocido sobre una de las bandas más populares del denominado Rock Radical Vasco. Tengo constancia que el empeño de precisión de los autores, materializado en miles de llamadas telefónicas a horas intempestivas a Fermín Muguruza –líder natural de la banda, por sí no lo sabían todavía- llego a mosquear a este

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último, incidente superado y por el que –dado el caso- cualquiera de nosotros posiblemente hubiéramos acabado mordiéndonos los nu-dillos. De esta obsesión perfeccionista surge un texto bien contextualizado, casi al mismo nivel que del libro de Hertzainak, y del que se desprenden nítidamente fenómenos de los ochenta como el terrorismo de estado prac-ticado por los GAL, la excepción vasca –con permiso de Irlanda del Norte- de una lucha armada en la Europa occidental en plena dé-cada de revolución conservadora, la irrupción de la heroína y la lucha social que se oponía a la España gobernada por el régimen de la transición. Todos estos datos, así como las sor-prendentes afirmaciones sobre las opiniones políticas de Fermín Muguruza y su relación positivamente crítica con Herri Batasuna -pese ser uno de los músicos más vinculados con dicho movimiento político- le da valor y credibilidad al análisis de El Estado de las cosas que, analizado en frío, quizás sea un disco en algunos ambientes injustamente infravalorado –no para mí-. Si su lectura me provocó algo reseñable fue, además de un sano estímulo de las neuronas, el lanzarme de nuevo a pinchar un vinilo que hacía casi 10 años no escu- chaba y del que me sé hasta los acoples. Sólo criticaría algunos pasajes de Ángel Luis Lara «Ruso» (ex Hechos Contra el Decoro) que considero poco afortunados, así como ciertos fragmentos de corte-intelectual académico sobre una supuesta CT –Cultura de la Tran-sición, por si lo desconocían- euskalduna. Por todo lo demás, si tuvieron una adolescencia digna de tal nombre y perdieron la cabeza con el combo de los hermanos Muguruza, este libro no debería durarles más de 24 horas con páginas virginales por leer.

Que Pagui Pujol!

Una crónica punk de la Barcelona dels 80 Saltamos de periferia peninsular y nos vamos a Catalunya. Editado por el colectivo La Ciutat Invisible, Que Pagui Pujol! es un testi-monio cargado de vitalidad narrado por Joni Destruye, pionero y animador de la escena punk barcelonesa. Todo su relato está atrave-sado por vivencias en primerísima persona, que no pueden desligarse de su compromiso político con el anarcosindicalismo y sus ideas libertarias. De esa manera transitamos con gran ligereza las páginas y sin darnos cuenta pasan los episodios desde los inocentes inicios, marcados por la fascinación estética de ojear revistas como Star y el descubrimiento de un fantástico mundo secreto, hasta las luchas a favor de los centros sociales okupados o de la insumisión. En ese viaje en el tiempo no tan lejano Joni D. enumera una Barcelona que puede parecer extraña a los que la conocieron

después de los Juegos Olímpicos. Bares como el Café Volter o el Texas, tiendas como In-forme, emisoras libres como Radio P.I.C.A. o el programa Licuadora Punk de Radio Obrera, conciertos legendarios como Nicaragua Rock, Euskal Rock, el paso de los MDC o Toy Dolls por el Zeleste, o luchas como la de los mensa-jeros por su dignidad laboral o la campaña por la salida de España de la OTAN… el collage de situaciones y lugares que suenan a clan-destinos o secretos pero que habían sido muy reales alcanza unos niveles de fascinación que en ningún caso remite a la fría arqueología, sino a un pasado vibrante del que de alguna manera todavía somos herederos directos.

Que Pagui Pujol! es una foto fija tan fiel que hasta su nombre es representativo de la época al tomar el grito de guerra usado popu-larmente para las coladas en el metro, asimis-mo título de un disco de L’Odi Social. Es fácil leerlo del tirón y, pese a haber sido inicial-mente editado en catalán, puede encontrarse también en castellano para disfrute del resto del resto del estado español y Latinoamérica.

Harto de Todo: una historia oral del punk en la ciudad de Barcelona 1979-1987

Es una recolección de testimonios real-izada por Jordi Llansamà, joven punk ochen-tero y posterior fundador del sello barcelonés Bcore, que recoge todo lo que debería saberse sobre una escena clandestina, precaria de medios, pero a la vez cargada de entusiasmo y en constante creatividad. El formato narrativo es similar a la de los libros ya mencionados (Hertzainak: la confesión radical, Por favor mátame) y está dividido en capítulos dedica-dos a cada grupo, en los cuales se entrevista a los ex miembros de las banda en profundidad. Harto de Todo –título tomado de un latigazo sónico de poquísimos segundos firmado por Subterranean Kids- muestra una vocación casi enciclopédica, exhaustiva, que no se deja casi nada en el tintero y acaba dando a luz a uno los mejores libros sobre el género escritos en España. Salvo bandas primigenias como La Banda Trapera del Río o Desechables –estos últimos extensamente cubiertos por el reci-ente documental El Peor Dios, de visionado obligado- o los primitivos orígenes al entorno del Festival Punk en el Casino del Poblenou en 1977, el libro cubre el catálogo casi com-pleto de los grupos musicales que significaron algo durante aquellos días, así como su penas y glorias. Las situaciones son casi transver-sales a todos ellos: los precarios orígenes, las dificultades para obtener locales de ensayo e instrumentos, las carreras truncadas por culpa del servicio militar o la falta de profesionali-

dad en las grabaciones, con técnicos que eran literalmente incapaces de comprender otros estilos musicales más rompedores. Las hazañas bélicas de Attak, Frenopatikss, Sentido Co-mun, Odi Social, Ultimo Resorte, Antidogma-tiks, Decibelios, HHH, Saktalà, Subterranean Kids, GRB o Kangrena quedan perfectamente documentadas en un trabajo de recopilación ciclópeo, dada la dificultad de encontrar a más de un ex miembro de todas esas bandas. Tanto este libro como Que Pagui Pujol! sacan a la superficie una escena musical que quedaba oculta por el dominio asfixiante de los cantau-tores de la Nova Cançó i sus herederos, el Rock Laietà y el dominio mediático de la escena madrileña, que fabrica la ilusión de una Bar-celona sin pulso creativo musical. Tiempos en los que realmente era difícil salir a la calle e ir con botas militares, chupa claveteada y cresta de colores sin recibir miradas de desprecio en el mejor de los casos, o directamente pedradas y ostias por doquier por parte de los más into- lerantes.

Estos 4 libros son sólo unos pocos de todos los que están apareciendo recientemente sobre el tema, pero sin duda son los de lectu-ra más estimulante e interesante; además, no sólo leerlos es un placer, sino que adquirirlos es contribuir con su compra en la ayuda a las pequeñas editoriales que publican cotidi-anamente textos de gran valor que no tienen cabida ni en las estanterías de libros más vendidos en los grandes almacenes ni en los proyectos de la gran industria cultural. Si les pica un poco la curiosidad, háganse un favor y consigan cualquiera de los cuatro al azar.

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Teclea en Google su nombre y hazte la pregunta cuando aparezcan las fotografías: ¿quién era aquel tipo que recogía su pelo con una bandana y vestía como el batería de Pearl

Jam? Gafas metálicas, camisa de cuadros desabotonada, alto y buen jugador de tenis.

Ah, también se dedicó a esto de escribir. David Foster Wallace, así se llamaba.

Apúntalo. Yo lo hice.

UN PUTO SER HUMANO

JOSÉ A. FLOR

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L o escribí en el dorso de mi mano cuando encon-tré su nombre en Generación quemada (una an-tología de autores norteamericanos), de Siruela,

2005. Como ocurre con todas las recopilaciones literarias, Wallace no fue el único autor que me llamó la atención: Rick Moody, A. M. Homes, Dave Eggers o Jonahan Safran Foer son algunos de los que seguí desde entonces. A otros como Eugenides les he prestado una atención lateral, por la adaptación al cine de Las vírgenes suicidas. También olvidé a un puñado de ellos y no voy a gastar el tiempo en ir a la estantería y recuperar sus nombres, pero quizá lo haga al-gún día y comience otro sendero de lecturas que se bifur-caran en más y más libros. Todos esos cuentos tienen algo y para gustos, los autores. Elijo a Wallace por una cuestión de encuentros a lo largo del tiempo, por un empeño de algunas editoria-les españolas en recuperar su obra y, sobre todo, porque era muy bueno. El relato de Da-vid incluido en Generación que-mada se llamaba Encarnación de una generación quemada. No es su mejor relato, pero me llamó la atención que alguien aprove-chara la expresión para titular la colección de cuentos. Salvado el hecho meramente cronológico, todos los autores estaban en la misma franja de edad, no sabría decir que los une ni creo que ellos sean conscientes de formar parte de un contexto genera-cional determinado. Pero si podemos hablar de esa tristeza colectiva que parecía matizar David en estas palabras: «En este país disfrutamos de un estado de seguridad, confort y buena alimentación sin precedentes, con más y mejores lu-gares para divertirnos. Y aun así te preguntarán, “¿Es este un país feliz o infeliz?”, marcarías la casilla de “infeliz”. Vivi-mos un tiempo de pobreza emocional, lo cual es algo que los drogadictos muy enganchados perciben con la mayor de las intensidades». No sé si eso es suficiente para integrar una ge-neración literaria, pero si es un rasgo distintivo de Wallace. Después hurgué en la biblioteca pública, compré al-gunos libros y seguí la estela de otros autores estadouniden-ses que no estaban en la antología: Amy Hempel, Mary Ro-binson… crucé la frontera y entré en Canadá: Alice Munro. Desatendí a Wallace después de leer sus relatos, porque no sé puede estar en todas partes ni en todos los autores, pero pasaron pocos años hasta que volví a tener noticias suyas. Una mañana leí su nombre en la pantalla del ordenador. Los

escritores son noticias por la publicación de un nuevo libro, la concesión de un premio o por su muerte. Venía a ser pri-mera hora, la del torbellino de la cuchara en el café, ésa en la que no es tan evidente que las neuronas hayan salido de la estación. Era breve: David Foster Wallace se había suici-dado. En ese momento no conocía ni un solo detalle de su vida. No sabía si tenía una vida legendaria como Cormac McCarthy o era un obseso de la privacidad como Pynchon, del que sólo se conoce una foto de juventud. Tampoco sabía si podía tratarse de alguien como Carver o Cheever, en esa línea de escritor reconocido adicto al alcohol y a un males-tar imposible de resolver. La pregunta era por qué y ahora también era quién era David Foster Wallace. Esto ocurrió en septiembre de 2008. Entonces no pude comentarlo con nadie, porque nadie a mi alrededor conocía ni su nombre.

La siguiente noticia me llegó en 2012, desde Más afuera, el artículo que titula el libro de Jonathan Franzen en el que relata el viaje simbólico a la isla chilena Alejandro Selkirk (antiguamente lla-mada Mas afuera), en el Pacífico, donde depositó parte de las cenizas de Wallace. Es recuerdo, homenaje y espejismo a la vez de un amigo. En ese libro se recogen también las palabras de Franzen en su funeral. Es la visión cercana de alguien que le consoló, que compartió inquie-tudes literarias y admiración mutua.

En 2013 se publicó en España su biografía, Todas las historias de amor son historias de fantasmas (Ed. Debate), que firma un tal D.T. Max. Algo que haría feliz a David es que el biógrafo ha tratado temas tan dispares como la extin-ción de las cebras y los discursos de los presidentes estadou-nidenses (así reza en la cubierta). Alguien neutral también, un investigador que nunca conoció a Wallace. Como admite, lo más cerca que estuvo de él fue en la fiesta de presentación de un libro. Es algo anecdótico. El trabajo de documentación ha sido exhaustivo y Max recopiló los testimonios de todos los que le conocieron. Wallace se carteaba frecuentemente con sus amigos escritores y cuando se sumergió en la era digital, paso a los correos electrónicos sin apuro. El libro es apasionante porque cuenta la vida de alguien que se declara-ba sin biografía: un tipo que aspiraba a ser recordado dentro de cien años por sus habilidades literarias pero que soñaba con dar clases de literatura, pasear a sus perros y escribir, es-cribir y escribir. Supongo que el esfuerzo de los biógrafos ra-dica en interpretar la información de las cartas, las entrevis-tas y los testimonios de los que conocieron al protagonista,

Wallace era un es-critor para escri-tores, de los que

interesa leer para tener, aun-que sea superficialmente, algunos detalles de la crea-ción, de la literatura como

técnica”

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para dotar de coherencia un relato vital. La vida es un asunto narrativo, articulado sobre capítulos, giros, tramas y, cómo no, final: una estructura autorreferente a la organización de sus partes, sea cual sea el sentido que la anima. Cuántas ve-ces no me he preguntado si el biógrafo no trabaja como un dios pequeño y omnisciente que rellena los huecos que no pudo tapar con datos contrastados. Pero esto son impresio-nes muy personales que pueden descartarse. Esta biografía está bien construida, es elegante en el ejercicio de mostrar al personaje, de explicar sus motivos y desarrollar sus matices.

La primera lectura de la biografía refuerza la tesis de que Wallace era un escritor para escritores, de los que intere-sa leer para tener, aunque sea superficialmente, algunos deta-lles de la creación, de la literatura como técnica. Igual que los cocineros preguntan por la receta del plato que tienen en la mesa. Las biografías de los escritores son cremalleras que tra-ban dos partes: la literatura y lo «otro». En Wallace lo «otro» es la bipolaridad, la depresión atípica o la enfermedad mental con la que transitó el resto de su vida desde el primer año de universidad hasta el sufrimiento insoportable que precipitó el fin. Oliver Sacks o Thomas Bernhard han planteado alguna vez la figura de la enfermedad como un elemento determi-nante del yo, esa «circunstancia» que lo modela hasta el pun-to que el yo no puede reconocerse sin la enfermedad. La bio-grafía de Wallace zigzaguea entonces entre la depresión más salvaje de sofá, con un consumo masivo de televisión y gran-des dosis de maría y los viajes eléctricos en montaña rusa que le hacían escribir páginas y páginas sin levantarse de la silla. La trayectoria literaria desde La escoba del siste-ma, su tesis doctoral y primera novela, en definitiva, hasta la inacabada El rey pálido está jalonada de colecciones de relatos (La chica del pelo raro, Entrevistas breves con hom-bres repulsivos, Extinción), artículos para revistas (Algo su-puestamente divertido que nunca volveré a hacer, Hable-mos de langostas), ensayos de divulgación científica, etc.

Cuando alguien me pregunta cómo abordar a Walla-ce, pienso en el Everest. Si quieres puedes quedarte en casa y ver un documental de la montaña. Sería su versión más amable: los artículos de un tenista consumado admirador de Federer o el escritor de encargo que viaja en un crucero de lujo como un antropólogo examinaría un poblado alienígena en Marte. Si quieres pagar por una excursión con guía por el Himalaya, puedes intentarlo con sus ensayos de divulgación filosófica. Pero si vas a montar campamentos base y contratar sherpas, si quieres coronar la cima y tienes el presupuesto

de tiempo necesario y un cerebro bien despejado, deberías elegir la ruta que lleva de los cuentos hasta La broma infini-ta, la novela de mil páginas con cientos de notas intermina-bles. Y todavía podrías plantar la bandera en el El rey pálido, su novela inacabada, pero sólo para decir «yo estuve allí». Ahora es posible hacerlo, elegir cualquiera de las va-riables. Basta que un escritor muera para que podamos leer todo lo que ha escrito. Pero esto no debe sonar a crítica, es simplemente la constatación de un hecho. Y por desgracia, es bueno. En España destacaría la labor de la editorial mala-gueña Pálido fuego, que amplió el catálogo de Wallace dis-ponible en nuestro idioma con su primera novela, La escoba del sistema y un libro para fans, Conversaciones con David Foster Wallace, una colección de entrevistas muy intensas a las que no estamos acostumbrados por estos lares. Incluye un artículo de David Lipsky sobre los últimos días del es-critor. Es un libro indispensable que aporta claves sobre el proceso creativo y se complementa con la biografía de Max.

E n una de esas entrevistas, Wallace afirma que quería escribir «sobre asuntos que resultaran conmovedores. En lugar de que supongan una

liberación de lo que resulta conmovedor». Al final, como decía Wallace, se trata de «hacer clic» en el lector (La ex-presión la toma de Yeats, «el clic de una caja bien hecha»), ese momento en el que el lector está siendo partícipe de la experiencia estética, que otras veces define como el instan-te en que «leer cosas literarias puede darte algo que no se puede conseguir de otro modo». Este clic es tan subjetivo que responde sólo a la relación entre una obra y un lector concretos o la sintonía con un autor. Es algo indescifrable, necesario en la medida que sólo puede ser así y no de otro modo. Esa tensión entre el ejercicio difícil de descubrir algo que merece realmente la pena y el placer que proporciona ese descubrimiento. Wallace decía de sus alumnos de litera-tura que realmente no les gusta leer, «dicen que es aburrido, pero lo que en realidad quieren decir es que es demasiado duro, que el ratio de esfuerzo por placer es demasiado alto».

Es obvio que La broma infinita es la gran obra de Wallace. Es donde rebasa las formas realistas de la novela y lleva más lejos la herencia de Pynchon . El siglo XXI no puede contarse desde las estructuras narrativas clásicas. No es autobiográfica, pero su experiencia personal recorre el libro: ahí quedan el profundo conocimiento sobre el te-nis, las adicciones, la rehabilitación o la pulsión suicidad de Kate, el personaje femenino adicto a la marihuana. Al final,

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tenemos que escribir de lo que conocemos, porque el clic no se puede forzar. Y Wallace sabía de lo que estaba escribien-do: sabía lo que era ser puesto bajo vigilancia por riesgo de suicidio y ese sufrimiento insoportable que aparecía a veces y que sólo podía resolverse temporalmente con medicación hasta que al final, posiblemente por una habituación al tra-tamiento, ya no pudo ser mitigado. Esas últimas páginas de la biografía, en las que la tendencia autodestructiva no puede frenarse y la enfermedad se ha apoderado de todo responde a la pregunta que me planteé aquel día que supe de su muerte. David decía que un suicida es un tipo disciplinado que intenta por todos los medios cumplir con su propósito. Las últimas semanas mentía sobre su estado de ánimo y su mujer lo des-cubrió en alguna ocasión mientras preparaba su suicidio. Y un día por fin aprovechó que ella salió un momento después de muchos días encerrado con él, para bajar al garaje y terminar. En este punto, para concluir, las líneas paralelas se disfra-zan de curvas hasta encontrarse. La biografía escrita de Wa-llace con la peripecia vital de Wallace, su literatura con sus vaivenes y ese pesimismo que es el de nuestro tiempo y que nos emociona en la medida que hagamos el esfuerzo por dejarnos atrapar y ser golpeados por su talento. No es fácil, no es una literatura comercial escrita para adultos infantili-zados, que toman puré de letras y que ven la lectura como una forma de evasión atenuada, sólo por encima de la tele-visión, sino que exige la atención y el compromiso del que quiere explorar eso que significa ser «un puto ser humano».

G.

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Durante un tiempo he intentado aportar a este gran naufra-gio esperanza, esperanza en la propia esperanza, en que aún había una posibilidad, un resquicio, donde poder agarrar-nos. Lo he hecho haciendo lo único que sé hacer, escribir. No sé si ha valido para algo.

A veces pienso en que no debería ser tan difícil para un adulto medio saber distinguir cuáles son sus intereses, cuál es la mejor forma de luchar por ellos, separar lo accesorio de lo fundamental, discriminar lo terrible de lo razonable (ni siquiera excelso).

Recuerdo ser pequeño y estar con mi abuela, Pilar, una mujer de Jaén que vino a Madrid demasiado joven, pero con esa carga de realidad que da el haber visto a tus hermanos pasar hambre, el haber sentido el horror de la guerra, el haber sufrido la estúpida arrogancia del fascismo (tremenda aquella narración de cómo estuvieron a punto

de detenerla por no hacer el saludo romano mientras que recogía las migajas de la cartilla de racionamiento, apenas siendo una adolescente) y escuchar cómo me decía que eran unos embusteros, unos ladrones, que pasara lo que pasara, nunca me creyera lo que iban a contarme. Ella, con una letra escrita con mucho esfuerzo -y aún así bella-, con los rudimentos básicos de números para poder sacar adelante a su familia, sabía quién era y dónde estaba. Cosa que a nosotros, esas mentes bril-lantes, la-generación-más-preparada-de-la-historia-de-este-país, se nos olvidó por completo, o quizá nunca llegamos a saber.

No sé siquiera por qué ocurrió, en todo caso hoy no pienso hablar de ello; no al menos mientras mis ojeras crecen como crisante-mos cuando mis ojos ven una realidad turbia pudrirse a través de una ventana que recuerda a los barrotes de una cárcel, donde un parado, uno más, traza unos planes que le fallan, sobre un mapa mal dibujado, con una brújula rota. Hoy quiero hablar de sentimientos. Simplemente.

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EL GRAN NAUFRAGIODANIEL BERNABÉ

Ten-go trein-ta y tres años, y he visto a las mejores mentes de mi generación ser ninguneadas por un mundo estúpido, carente de humanidad, falto de toda aventura.

Daniel Bernabé es escritor. Autor del libroDe derrotas y Victorias (Endymion, 2011)

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Hace unas semanas vi La Grande Bellezza, la última película de Sorrentino. Un ejercicio, en apariencia, muy poco político. En ella, un periodista de éxito, en el último tercio de su vida, vagabundea por Roma envuelto en estupendos trajes, quema sus noches en fiestas excesivas, disfruta con mujeres pensadas por Eros, contempla el Coliseo, desde la terraza de su casa, en cada amanecer. Y sin embargo, en su culmen, apenas recuerda qué es la felicidad. Un amor, el primero, hurtado hace años por la vida, le sigue persiguiendo, recordándole, a cada precioso fotograma, que la gran belleza está donde pusimos el corazón con la sinceridad aún no arrebatada por la oscuridad del mundo, por el turbio brillo del triunfo, por la tenebrosa realidad de las cosas que se pueden comprar. Esta película, al final, además de ser un

metraje de los que hacen saltar las lágrimas con cada fotograma, nos recuerda, desde la óptica del que lo tiene todo, que hay cosas que estamos haciendo terriblemente mal, que los senderos por los que nos obligan a caminar, aunque alcancemos los primeros eso llamado meta, sólo valen para alejar-nos de nuestra primordial condición de criaturas que buscan el placer de vivir, ese sentimiento poderoso que nos aleja de la tiranía de la naturaleza.

¿Es tan difícil discriminar la bellezza de la gran fealdad?

Cuando dudo siempre recurro a una máxima que inventé en un momen-to en el que necesitaba agarrarme a algo (maderas que flotan, otra vez

el naufragio). Es más fácil saber qué es lo que se quiere ser por oposición que saber realmente qué es lo que se quiere ser. Quizá no todos tenemos que hablar de Gramsci, de empoderamiento (por favor, traduz-can de nuevo, qué horror de palabra), de posiciones o tácticas. Quizá debemos ser lo suficientemente honrados para admitir que tenemos muchas más preguntas que respuestas. Que si nos es difícil leer los le-treros de los caminos correctos quizá haya que descartar las indicaciones que sabemos desagradables.

Y en mi caso, que quizá sea el suyo, buscar por qué con treinta y tres años me siento un dinosaurio, una especie a extin-guir, un náufrago flotando a la deriva. De por qué, aunque mi vida, espero, trans-currirá en su mayor parte en el siglo XXI, sospecho que echaré de menos tantas cosas del XX.

No entiendo por qué llamamos democracia a un sistema que sólo es democrático cuando la democracia no se ejerce; donde los derechos sólo los tiene quien los puede pagar; donde la pleni-tud consiste es elegir entre cinco marcas

de pasta de dientes, champú anticaspa y porno online; donde la emoción parece hallarse en imágenes truculentas, noticias escalofriantes y series con giros sorpren-dentes; donde se garantiza la libertad de expresión para quien pueda poseer un medio de comunicación, condenándonos al resto a gritar a la tele del salón (casa, tele y electricidad not included); donde lo único que despierta pasiones es un sentimiento nacional envasado en banderas made in China; donde la educación no nos permite desentrañar el mundo en el que vivimos y, a lo sumo, nos capacita para apretar bot-ones ágilmente, cual monos amaestrados; donde se fomentan los prejuicios y los escombros mentales que nos dan la opor-tunidad de mofarnos del desgraciado in-mediatamente inferior a nosotros; donde se nos proporciona un montón de estereoti-pos absurdos con los que comparar nuestra grotesca fealdad; donde se nos ofrece una vida paralela a través de las redes sociales en la que redimir el fracaso profesional, la soledad y aparentar lozanía juvenil; donde la única forma de hacer más interesante el mundo que nos rodea es aplicar un filtro fotográfico; donde la sanidad acabará sien-do un lugar donde empeñar los órganos que aún nos funcionen después de probar sus venenos alimenticios; donde la forma de encarar nuestro odio sea a través de tertulias políticas que giran como tiovivos animadas por muñecos de trapo; donde la literatura, el cine o la música son tan sólo un producto escapista, autorreferencial y amable, con el que aparentar erudición delante de nuestras amistades; donde, al final, si necesitamos apoyo, lo buscaremos en ríos de alcohol y montañas de coca; donde, si acaso nos da por pensar, habrá un cuerpo de hombres armados que nos ponga en nuestro sitio en un periquete.

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«No entiendo por qué llamamos democracia a un sistema que sólo es democrático cuando

la democracia no se ejerce; donde los dere-chos sólo los tiene quien los puede pagar»

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PUEDE QUE

HASTA HAYA

LUZSALVADOR J. TAMAYO

Breves notas sobre La habitación oscura de Isaac Rosa.

La habitación oscura,Isaac Rosa

Salvador J. Tamayo es escritor, autor del libro de relatos Salitre (Alumbre 2013) y

director de GRUNDmagazine.

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C ada palabra es política. Todas las novelas son políticas ya que se refleja la relación directa del escritor con sus personajes y con su propia área de influencia. Las palabras

son políticas, ningún termino o decisión a la hora de afrontarlas, de ningún modo debe ser casual o azaroso, menos aún si de lo que se trata es de hacer literatura. De la idea inicial se suele pasar a la elección del narrador y la estructura. Isaac Rosa escoge la primera persona del plural para hacer que toda una generación se mire al espejo mientras sostiene una foto de otros tiempos en su mano derecha; con la izquierda no sólo nos acaricia- mos el cabello para notar que tenemos menos pelo, o estiramos la piel que cuelga de nuestro cuello o las bolsas bajo los ojos, la cerramos y nos clavamos las uñas en la palma de las manos hasta hacernos daño. Envejecer no es malo salvo cuando se pierde, cuando nos engañan, cuando nos damos cuenta de que lo que se defendió como la supremacía del «yo» dejar de tener sentido y nos damos cuenta de que todo pasa por un «nosotros». Por eso, aunque no queramos reconocerlo, los protagonistas de esta novela somos nosotros, al menos la gran ma- yoría de nosotros. La habitación oscura empieza como una catedral donde los cuerpos se confunden con las risas, con el alcohol y el sudor y finalmente se convierte en el último refugio. La habitación cambia con los pro-

tagonistas, se transforma a través de los años. Aunque la historia transcurre en varias horas, Rosa nos obliga a observar esa foto que sostenemos en la mano, mientras nos miramos al espejo. Esa foto en la que somos quince años más jóvenes y aún estábamos en la Universidad, en casa de nuestros padres o viviendo con compañeros de piso. Lo terrible es que ahora estamos incluso peor que antes. La novela madura a medida en la que lo hacen los personajes; mujeres y hombres que usaban el espa-cio para follar entre ellos sin más control ni límites de los que pudiesen aceptar y terminan ocupándolo para esconderse, para pensar, para huir del desastre en el que se ha convertido nuestra vida o, para conspirar, sin llegar a atentar, realmente.

La habitación oscura se presenta como un espacio de seguridad franqueado en dos ocasiones, la primera por la Policía Nacional y la segunda por un elemento ajeno al grupo. Demasiadas coincidencias. Tradicional-mente se ha culpado de la incursión del Estado en la vida privada de los ciudadanos a formas de gobierno socialis-tas, tradicionalmente se nos ha impuesto un «yo» libre y autónomo –más bien autómata- frente a un «nosotros», y tal y como nos muestra esta novela, nos lo creímos, bueno, se lo creyó quien quiso. Isaac Rosa trata de re-cuperarnos, de hacer que nos acostumbremos de nuevo

Quizás esa sea la razón de que la historia comience en un lugar

en el que liberar el «yo» para que comience a ser un «nosotros».

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Imagen de Isaac Rosa.

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a la luz fuera de la habitación, nos describe y nos obliga a hacer autocrítica, sin ese tono paternalista y mesiánico que aconseja o inmpone: «lo que hay que hacer». Han troceado y vendido el país, nos han estafado y nos han puesto de rodillas ante nuestra propia inacción. Lo que venga después depende de nosotros. De hecho, inteligen-temente nos hace pensar en los límites, los propios y los ajenos. Plantea, sin dejar clara su postura, si no es necesa-rio o incluso moralmente lícito dar un paso más, canalizar esa rabia hacia algo más que buenas intenciones y gritos de democracia tal y como se planteó en el 15M. Una sociedad politizada es una sociedad despierta, muchos despertaron en Sol y ahora simplemente esperan. Si hace años, autores como Bret Easton Ellis, Zadie Smith, Foster Wallace o el «vulgar» de Chuck Palathniuk hacían a sus personajes echar espuma por la boca, rabiosos ante las es-túpida promesas de que nos convertiríamos en estrellas de rock o de un absurdo consumismo desmedido que ofrecía diminutas dosis de felicidad a 99,90$ - 72€ al cambio-, en España reímos con tristeza al sentir en carne propia lo que el propio Rosa describe en sus páginas, que vivir como lo hiciera la generación inmediatamente anterior a la nuestra va a ser la mayor de la utopías y nos tendremos que resignar a tomar como un regalo lo que nos corre-sponde por legítimo derecho.

1.

En su magnífica novela anterior La mano invisible, nos hizo repensar en la forma en la que nos relacionamos con el mundo laboral, con la manera en la que usamos nuestra fuerza de trabajo como medio de producción y cómo ésta, carecía de sentido en aquella nave donde se trabajaba de forma aislada para entretenimiento de unos pocos sen-tados en gradas, observando cómo algunos trabajadores se empeñaban en alzar muros en lugar sin sentidos –para disfrute de Marc Augé-, trocear reses, contestar al teléfono o limpiar con esmero todo el espacio en el que la cuarta pared se rompe y deja expuesto cualquier atisbo de cohe- rencia. La mejor forma de apreciar la realidad es ver cómo la subvierten en nuestras narices. En La habitación oscu-ra, sin embargo reduce el espacio, lo intimiza, y recurre a la descripción laboral para entender la situación de los personajes y hasta qué punto están dispuestos a pasar qué límites, sin que ello deje de ser, por otro lado, una excu-sa más. Nos prometieron que todo sería más y mejor, se aprovecharon de nuestra mala memoria, nula en algunos casos, de nuestra falta de referentes de lucha y cuando nos dimos cuenta estábamos en el mismo lugar que hace diez, quince años, solo que más viejos y más cansados. Si éramos jóvenes, bellos y precarios borrachos de vida, ahora esa precariedad llega hasta la manera en la que nos relacionamos con nosotros mismos y con nuestra propia cotidianidad. A pesar de todo, La habitación oscura no es un relato derrotista, sino descriptivo, en el que la metáfo-ra lo es todo, el espacio lo es todo, del mismo modo que lo es la situación que nos hace empatizar con él.

«Elegís ser inofensivos, protestar pero sin rom- per nada, moviendo las manitas al aire y bailan-do en las sucursales bancarias, porque creéis que romper algo pondría en riesgo ese día en que todo vuelva a ser como antes».

1.Notas 1 y 2: Fragmentos de La habitación oscura, Seix Barral 2013.

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2.

Como apuntaba antes, por tradición se ha acusado al socialismo de imponer un férreo control sobre la vida privada del individuo y esto ha sido repetido como una mantra por neocons y liberales que sin embargo, excusán-dose en la seguridad, y en el derecho del empresario a evitar ser estafado por sus corruptos y vulgares peones, defienden y promueven en privado la monitorización de aquellos elementos que pueden constituir una amena-za. De hecho ya a nadie sorprenden las grabaciones y el aumento en las tablas de Excel de nombres considerados como «Personas de Interés» tanto por las fuerzas de se-guridad del Estado como por empresas privadas que han dejado de tratarnos como números para pasar a hacer-lo como un número y varias palabras clave. Salvador J. Tamayo #00777: relatos de Hemingway, cocina mexicana tradicional, House of Cards Kevin Spacey, horarios de cercanías Cádiz. Somos lo que tecleamos en nuestra más

profunda intimidad, lo que hacemos delante de la pantalla del ordenador, siempre expuestos ante esa mirilla descu-bierta que es la webcam de la parte superior de la pantalla –tapada desde hace tiempo con un Post-it, por supuesto, más aún después de la novela de Rosa-. Sin embargo en La habitación oscura se plantea el espionaje a la inversa, a peces gordos –con traición incluida- con la intención de desenmascarar, de buscar una prueba, quizás una excusa, alguien a quien culpar para, repito, quizás postergar el momento de cruzar los límites aunque el propio acto de espiar haya cruzado algunas líneas. Las escenas de espio-naje activista son usadas como un recurso estructural del escritor que sirven como punto de intriga y balones de oxígeno repartidos inteligentemente a lo largo de las más de doscientas cuarenta páginas. La habitación oscura nos obliga a mirarnos desde la extrañeza, la propia y la ajena. Nada es suficiente para poner al lector ante el constante y tan necesario conflicto. No es una novela cómoda, por su-erte no es una novela cómoda, pero quién puede sentirse cómodo G.

«Asumió que el vendaval la desplazada varias casillas atrás en el tablero, volvía a los veinte años pero sin tenerlos, tocaba otra vez hacer refuerzos en catering, servir desayunos en hoteles y congresos y agarrarse a lo que surgiese. Ahora todo era más difícil, porque además ella no tenía veinte años pero sus nuevas compañeras sí: camareras que traba-jaban duro, que no se quejaban sin encarga-do les metían prisa, que sentían afortunadas cuando el final del servicio podría sentarse a la mesa y comer de lo que había sobrado en el bufé».

2.

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C ada vez que leo un libro me gusta pasar por él como una apisonadora, dejan-do un rastro por el que poder volver con cierta confianza alguna vez. Digo

apisonadora como podría decir, salvadas sean las distancias, una suerte de Quijote armado de grafito, sin más afán que el de retener el texto, retomando entonces lo que soy en ese momento: lo vivido, lo ya leído, aquello que no debemos perdonar cuando anotamos en un margen. Recuerdo una frase de un profesor en la Facultad de Letras de Granada que afirmaba: Filología es el arte de subrayar y anotar un libro, (me perdonen el despiste de no poder recordar la boca cierta). Efectivamente, el amor a las palabras se traduce para mí en una profunda afición por tomar el libro y exprimirlo para también volcar en él, como en un ejercicio de reciprocidad absoluta, todo lo que de cualquier manera podría perderse en una mala memoria como la mía. En una era en la que ya no hace falta tener capacidad de retentiva (para eso ahora tenemos al cada vez más gigante Google), todavía me siguen siendo útiles las palabras ano-

tadas al margen. Al cabo de un tiempo uno puede sorprenderse a sí mismo con una ingenuidad desme-dida o todo lo contrario. El caso es pasar por el libro como una apisonadora, tejiendo redes en la bibliote-ca que uno ya ha leído. Podría parecer quizá muestra de una vanidad superflua pero, lejos de eso, prefiero valorarlo como un esfuerzo enseñado que me re-cuerda la utilidad de lo que una vez estudié porque quise y la manera en que solo puede servirme a mí. Y ese esfuerzo, esa mínima demostración íntima de haber estado ahí, me parece justa porque marca la diferencia. Me explico: leer un texto literario, inde-pendientemente del lector, requiere un esfuerzo, algo más que un simple paseo por las letras (como por cierto define el DRAE la palabra leer en su primera acepción). La clave educativa que puede aportarnos esta diferencia (¡necesitamos lectores activos!) tan modesta en su facción primera, es en lo que esta-mos fallando al enseñar cualquier cosa. No hablo de lecturas subjetivas desde prismas diferentes, que también, sino de leer hasta entender y aportar re-flexionando desde una posición que va ganando con

La felicidad de la apisonadoraF.DAVID RUÍZ

NOTAS:

1. Ordine, Niccio, La utilidad de lo inútil, Acantilado, Barcelona, 2013. 2. Millás, Juan José, “Profesores”, diario El Páis, 9/9/11. 3. El Cultural, diario El Mundo, 10-16 de enero de 2014. 4. Entrevista de Miguel Mora en el diario El País, 15/12/13.

«Lo útil es solo lo que puede mejorar al hombre».

Henri Poincaré

F.David Ruíz, licenciado en Filología hispánia y románica.Es poeta.

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el tiempo y las lecturas. En este mo-mento, los intentos de desarrollar en nuestros alumnos el espíritu crítico del que tanto hablan competencias básicas languidecen en tanto que el sistema educativo «parece orientarse, como en casi todos los países europeos, hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes su-peren los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio) de resolver el problema de los que pierden el curso». Éstas últimas, son palabras del profesor de la Universidad de Calabria, Nuccio Ordine (Diamante, 1958). Aparecen reflejadas en su nuevo libro, La utilidad de lo inútil1 un ensayo al que a modo de subtítulo lo acompaña la palabra Manifiesto de la que el autor da cuen-ta en la introducción. Sin pretender establecerse como un texto orgánico, el Virgilio-Ordine nos toma de la mano desde la Introducción y nos conduce a través de galerías y galerías de perso-najes históricos que han coincidido en la misma idea que él defiende: «en el invierno de la conciencia que estamos viviendo, a los saberes humanísticos y a la investigación científica sin utilita-rismo alguno, a todos estos lujos con-siderados inútiles, les corresponde cada

vez más la tarea de alimentar la espe-ranza, de transformar su inutilidad en un utilísimo instrumento de oposición a la barbarie del presente, en un inmen-so granero en el que puedan preser-varse la memoria y los acontecimientos injustamente destinados al olvido».

No lo está, pero pudiera estar el libro dividido en siete círculos en los que el autor que nos acompaña lo hace apenas sin comentarios propios, cediéndole el espacio y la palabra a los grandes autores. Y una vez dentro, uno se reencuentra con la realidad, como traspasadas las puertas de un cierto infierno del utilitarismo. Realmente, sus tres partes son muy aclaratorias: 1. La inútil utilidad de la literatura; 2. La Universidad-Empresa y los estudi-antes-clientes; y 3. Poseer mata: Digni-tas Hominis, amor, verdad. Pero Ordine no viene solo, se hace acompañar de un magnífico ensayo del pedagogo es-tadounidense Abraham Flexner (1866 – 1959) que remata el libro de una forma más que acertada, contundente en la parte más científica (son muy opor-tunos, por ejemplo, sus comentarios al final sobre el estudio de las matemáti-cas). Ciertamente, no me interesaría

extenderme demasiado en la reseña del mismo sino en lo que del discurso del autor se desprende, en lo que queda al cabo de su lectura, en lo que perdura en el lector: el móvil hedonista y ab-solutamente incitador, terriblemente convincente: «es el gozar, no el po-seer lo que nos hace felices» que diría Montaigne. Gozar, evidentemente, el conocimiento de saberes humanísticos y de los científicos, sin entrar en con-traposiciones perjuiciosas, y el proceso de adquisición del mismo en la parte en que nos sirve para hacernos felices.

En realidad y en contra de lo que pudiera parecer, el axioma de Ordine no podría estar más lejos de ser llama-do optimista. Aunque su libro quiera establecerse en el terreno confuso de lo ideal, está llamado a ser un texto base para enseñanzas medias. Porque lo cierto es que, antes que el italiano, fueron cientos de autores los que de-fendieron la misma idea evidenciándo-la en sus escritos desde tiempos aris-totélicos. Por eso el italiano los recoge y nos los presenta uno tras otro, sin más orden que el provocado por sus propias palabras. Pero como dirá Juan José Millás en un impecable artículo de

Stephen King. Jonathan Franzen.

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2011 en El País2: «lo lógico es que el cojo sea partidario de las muletas, el miope de las gafas y el dispéptico del Almax. ¿Quién no intenta mitigar sus carencias? Solo el ignorante contumaz se revuelca feliz en su pocilga». Evidentemente, la felicidad a la que se refiere Millás no tiene absolutamente nada que ver con la que a cada capítulo nos llama Ordine. No, él habla de otra más humana y común: el aurea me-diocritas, la dorada mediocridad, versificada tan bien por Horacio. Este tópico proviene del hedonismo epicureista y nos propone un término medio entre las pasiones: vivir con lo estrictamente necesario, ya que de esta manera no seremos llamados a las preocupaciones del exceso ni de la virtud. Algo así como aceptar como regalo de navidad el libro de cierta colaboradora de Telecinco. Libro, por cier-to, que ha alcanzado tal nivel de ventas que ha tenido que aparecer repetidamente en las publicaciones culturales de nuestros periódicos más serios. No digo que la autora en cuestión y su libro no lo sean, seguramente tenga mucho trago amargo que vender. Lo que me hace plantearme este hecho, además de cuántos de esos libros habrán em-paquetado estas navidades mis colegas filólogos contrata-dos para envolver en grandes superficies, es si la autora se ha planteado realmente hacer literatura, llamarlo así. Y ahí, casi puedo apostar a que no, porque ella no será escrito-ra, pero desde luego tampoco lo pretende, como tampoco lo pretenden nuestros políticos al publicar sus memorias. Son vendedores de libros, como podrían serlo de cremas o perfumes. Aun así, y aunque el debate debería quedarse aquí, por la tendencia redundante que la problemática plantea, me gustaría señalar que hace unas semanas que el suplemento cultural del periódico El Mundo3 publicaba las opiniones de varios escritores, críticos y editores sobre la conciencia de alta o baja literatura. Estaban hablando de best-seller, de una manera u otra. Unos con algunas reticencias y otros aceptando el hecho de que son, pese a quien pese, los consumidores de libros y los grandes grupos editoriales quienes marcan el canon (aunque por supuesto cabe la diferenciación de la que se hace eco Jorge Herralde: literary fiction y commercial fiction, añadiendo después que también cabe la posibilidad de una postura intermedia). De alguna forma, otros intentaban citar como modelo literario a El Quijote y a Góngora, a los cuales va a perseguir siem-pre la sombra del descubrimiento tardío. Y, al final, todos acababan por evitar el tema: quien más ha vendido de unos meses a esta parte ha sido Belén Esteban (100.000 ejem-plares a final de diciembre), seguida de cerca por María Dueñas, (que debe su repunte a la serie de televisión hecha sobre su libro). Pero si he de quedarme con una opinión sobre literaturas varias de las que hayan aparecido en la prensa escrita últimamente, me disculpen los entendidos, he de quedarme con la que da el señor Stephen King (sí, el escritor de El Resplandor): «La popularidad no siempre significa que algo sea malo. Cuando leo una crítica muy

negativa, me callo la boca para que el crítico no sepa que lloriqueo. Pero siempre las leo porque quiero aprender, y cuando una crítica está bien hecha, te ayuda a saber lo que hiciste mal. Si todos dicen que algo no funciona, te puedes fiar»4. Con esto es evidente que se podrían justificar mu-chas «doradas mediocridades literarias» como las citadas arriba, pero prefiero leerlo de una manera mucho más sim-ple: como escritor, King pretende seguir creciendo (aunque solo él conozca la dirección), no estancarse en un dorado punto medio, justo en este momento cuando es, según la crítica estadounidense, una de las influencias literarias que más ha aportado a la cultura nacional de su país. No ob-stante, continúa: «Somerset Maugham fue muy popular en su día. Ahora nadie lo lee. Escribió grandes novelas. Algui-en le preguntó por su legado, y dijo: “Estaré en la primera fila del segundo rango”. Dirán eso de mí. (…) Cuando estás dentro del negocio, sabes bien cuál es tu nivel de talento. Cuando lees a un escritor bueno, piensas: «Si yo pudiera escribir así», notas mucho la diferencia entre lo que haces y lo que escribe gente como Philip Roth, Cormac McCarthy, Jonathan Franzen o Anne Tyler». La noción de su propia posición, más o menos acertada, y el conocimiento de donde nace su obra, de cómo nace y en favor de quienes, lo hace desde mi punto de vista un escritor grande. Sus obras dirán de él más adelante, cuando los estigmas que la crítica y que uno arrastra consigo desaparezcan. Lo literario se dirá, aunque sea tarde. Pero nadie podrá haber evitado el «desastre» de los miles de libros vendidos, eso no, ni el disfrute de varios miles de lectores que lo buscaban en las estanterías. Porque al final, la literatura solo sirve si nos ayuda a encontrar un atisbo de felicidad, si nos acerca de alguna manera a ser mejores, sin mayor utilidad cierta. Pero cuidado con el bisturí de cuatro filos: Ordine, en La utilidad de lo inútil, nos presenta las palabras de Alexis Tocqueville en su ensayo La democracia en América (1835-1840): en un contexto utilitarista, los hombres acaban amando las «bellezas fáciles» que, según él, no requieren esfuerzos, ni excesivas pérdidas de tiempo: «Les gustan los libros que se consiguen con facilidad, que se leen deprisa, que no exigen un detenido estudio para ser comprendi-dos».

Por tanto, leer no sirve para nada si no se acaba disfrutando, pero en medio de todo el revuelo utilitaris-ta que acaba convirtiendo al objeto-libro en un objeto de consumo más, solo el lector avezado en el uso del lápiz, el llamado «lector active», será quien tenga acceso a la Li- teratura con mayúsculas. Y esto se enseña, no se engañen. No es la falta de lectores de lo que se duele la Literatura, de hecho podría ser que este fuera un buen momento para encontrarlos, es la falta de una buena educación literaria lo que hace que la gente no busque a Goethe o a Flaubert en la librería. Al igual, por supuesto, que tampoco contamos

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con una buena educación artística, que nos permita leer la pintura más allá de Velázquez. Esta es una afirmación que muchos escritores y artistas comparten pero que Miguel Ángel Moreno (Cór-doba, 1980), artista plástico, creador y director de Scarpia: jornadas de inter-vención artística en el espacio natural en El Carpio (Córdoba), conoce bien. En una conversación a propósito de este tema con el artista Rafael Jiménez (Córdoba, 1989), el carpeño afirmaba que efectivamente «el problema de las clases medias y el arte está en que la educación está en la tele, y otros me-dios. Entonces, cuando a Ronaldo le pasa algo yo me entero. Pero no suelo enterarme del artista que expone en Nueva York ni porqué. En algunos canales le dedican un tiempo, por ejemplo, al teatro y eso influye en que se conozca qué se está haciendo y de qué maneras. Pero si lo anulas para hablar del esguince de un futbolista, no te lo planteas. No te planteas el teatro ni el arte, porque no está cerca. La clave está en la educación y la información». Ante la pregunta sobre si el arte con-temporáneo es para todos, Moreno responde que «actualmente no es para todos pero debería serlo. Yo lo entiendo así. Tener acceso a entenderlo es lo im-portante. Ahora que hay más medios es mucho más fácil. (...) Lo contemporá-neo se relaciona con lo raro pero no es tanto así. Interesa que esté alejado, desde luego porque el alejamiento crea una élite. Cuanto más raro, más exclu-sivo y se convierte en carne de cañón de esa élite. Nosotros, los artistas, tenemos mucha culpa de eso».

Por su parte Rafael Jiménez, codirector de las Jornadas Z de arte contemporáneo en Montalbán de Córdo-ba, conforma las palabras de su cole-ga, y añade respecto a la financiación que lo contemporáneo recibe que «sin embargo, esta es la mejor época para dedicarse al arte. En otro momento de la historia yo no podría haberme desar-rollado. Aún así, lo que permanecerá y lo que se subvenciona es otra cosa y está relacionado directamente con el poder y el sistema socioeconómico, eso es cierto. Pero hay modelos nuevos que, como Scarpia, contribuyen en lo social y repercuten directamente en el biene-star, acercando el arte contemporáneo a todos sin excepción». A esto Moreno, añade la idea de Rogelio López Cuenca y afirma que «el artista no debe reme-diar problemas públicos o urbanísticos. La solidaridad se confunde con la cari-dad y es un problema».

Estas calderadas cocidas en otras casas son extrapolables, naturalmente también a campos como la música, y por citar un ejemplo, recordaré la anécdota a la que el pianista, director y Premio Príncipe de Asturias, Daniel Baremboim se refirió en una entre-vista actual 5. Cuenta Baremboim que se le acercó para hablarle uno de los padres de los chicos que participan de su proyecto West-Eastern Divan, del que es cofundador junto al escritor estadounidense Edward Said, y con el que pretenden reunir cada verano en un taller a chicos con talento musi-cal de Israel y otros países de Oriente Medio a los que acompañan músicos

españoles. El padre quiso darle las gra-cias y, afirma, le dijo unas palabras que nunca olvidaría: «Gracias, señor, por traer la música a nuestros hijos. Cuan-do el mundo se acuerda de nosotros siempre envía alimentos y medicinas, igual que para los animales. Lo que usted ha traído nos dice que somos hu-manos». Sin embargo, el director define el West-Eastern Divan de otra forma: «Este proyecto no es un proyecto de paz sino contra la ignorancia». Es así como el puro placer de lo inútil del que habla Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil adquiere matices que lo hacen admirable, completamente inevitable para el ser humano.

El infierno de los vivos, como sostiene Umberto Eco, existe aquí y es ahora, pero hay dos maneras de no sufrirlo: la primera es aceptarlo y de-cidir que no hay nada que hacer, hay que vivir el infierno tal y como es; la segunda, en cambio, es «peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio». Porque el lector se hace y se forma leyendo y descartando para, al final de tanto camino, encontrarse con los mismos personajes que citará Ordine un día. Entonces comprende y acierta que sin destrozar el texto, como lo haría una apisonadora, a uno solo le queda pasear tímidamente por las letras. Y para eso siempre nos quedará la ficción de Belén Esteban o Jose María Aznar G.

“ De alguna forma, otros in-tentaban citar como modelo literario al Quijote y a Gón-

gora, a los cuales va a perseguir siempre la sombra del descu-

brimiento tardío”.

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El retiro del soldado

ALEJANDRO NARDENTúnez, a tres días del tercer aniversario de la Revolución.

Fotografía: RUI ROSADO ©

CONTRARREVOLUCIONARIO

Alejandro Narden es escritor y cronista.

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D elante del supermercado Marche Meriem hay una carretera recta que no podría llegar a ninguna parte. Sigue el trazado de la línea de costa que va desde la ciudad de Susa hasta el

puerto de Kantaoui con sus hoteles, sus rusos en mangas de tirante, sus campos vacíos de golf, y luego continúa por la displicente Chott Meriem y hasta el pueblecito pesquero de Hergla y quién sabe qué más, después. No podría llegar a ninguna parte, decía, porque, aunque transiten los puntos que une –del trabajo a casa, ir a la farmacia y volver, caminar hasta el café y regresar–, no sirve para nadie de camino. Ni para los tunecinos que viven aquí ni, menos aún, para los cada vez más escasos turistas extranjeros. No ofrece salida, nunca abandonan la carretera recta. Se desplazan, deambulan por la planicie para mitigar la sensación de horizonte intercambiable, para escapar de la conciencia de estar en medio de ninguna parte. Pero en este segmento entre rotondas conocido como Tantana es precisamente lo ordinario del paisaje sin fluctuaciones, la tranquilidad intrascendente que en él se asienta, lo que lo torna cir-cunstancia singular.

Ya se ha puesto el sol y delante del supermercado hay bombonas de gas vacías, los restos de las cajas que descargó un camión por la maña-na, invernaderos, olivos, ovejas que cruzan a ciegas, que alternan las dos orillas para pastar entre escombros y desperdicios, esta carretera recta y Ammar charlando con Escorpio.

–Si eres capaz de repetir lo que hace él, te doy diez dinares, te damos diez dinares cada uno, wallah– me jura Ammar besán-dose los dedos.

Escorpio baja hasta el suelo sostenido en una sola pierna, despa-cio, con los brazos en cruz, y luego sube manteniendo en todo momento la otra pierna paralela a la acera. Como un cosaco de rasgos bereberes, de surcos profundos en las comisuras de ojos y labios que se apuran para demostrarme que puede hacerlo y sonreírme al tiempo. Yo lo inten-to, llego hasta abajo; a consecuencia de mi lesión crónica en la rodilla

derecha el muslo contrario está más desarrollado, creo que puedo. Pero al intentar levantarme la musculatura se queja, debiera estar irguiéndome pero sólo aleteo hasta caerme. Se desternillan de la risa; Ammar devuelve al bolsillo el billete que asomaba por el filo, Escorpio intenta hablarme en inglés, decirme que no soy lo suficientemente fuerte. Golpea sus propios cuádriceps y gruñe. Acojona, más allá de lo que sé de él. O quizás por lo que sé. «Este tío era militar», me había dicho Ammar, «¿te acuerdas de la revolución contra Gadafi?, este tío estuvo allí cargándose muyahidines». No lo dijo así, exactamente; Ammar habla con soltura y una propensión poco plausible a injertar un fuck delante de cada palabra. Su frase estaba repleta de ellos.

–Enséñale las marcas –le pide al libio.–De verdad que yo no lo noté. Fue un compañero quien me

avisó y yo…Revive la escena de su extraña respuesta automática, del instinto que

le obligó –estúpidamente– a detener su huida. Se acerca a un poste de luz y rasca contra él la espalda, se sacude basculando los hombros hacia ambos lados. Gesticula y grita imitando un timbre de voz más agudo que quebrado por un susto, femenino –creería seguro él, aunque sonara animal–. Repite la comedia de lo que hizo entonces y yo todavía no sé si debo reírme tal como se ríe Ammar o cuál espera que sea mi reacción: conozco la historia, sí, pero aún no la oí tantas veces como para consider-arla inocua ni acierto a saber, tampoco, si él toleraría que lo tratase como una broma común, entre ¿amigos? No sé si para mí puede serlo.

Escorpio dice que buscó librarse del escozor, al frotarse contra el tronco de una palmera; como el de una picadura de abeja, dice. A con-tinuación se estira el cuello de la camiseta hasta dejarme ver la cicatriz y me pide que palpe en la espalda el orificio de salida.

–Aprieta fuerte. En la corva de la pierna derecha tiene otro idéntico. Escorpio, hasta aquella noche delante del supermercado Marche Meriem, había sobrevivido al menos a dos disparos.

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E l paso fronterizo de Ras Ajdir es el punto más septen-trional de Libia y el lugar de confluencia de los que se agolpan para salir y los que desesperan por entrar. Se encuentra a unos 175 km de Trípoli, la capital, en

las inmediaciones de la localidad tunecina de Ben Gardane –una suerte de duty free repleto de establecimientos de cambio de divisa, tiendas de ropa, surtidores y contrabandistas–, y en parecida la- titud que Tataouine, de lomas de arena del Sáhara y casas de adobe rojo.

Es una frontera permeable, de las que ofrece reticencias más que impedimentos, aunque como todo límite entre dos reali-dades se muestra susceptible a las oscilaciones sociales, económi-cas o políticas que se produzcan de cada lado, y varía en base a ellas la intensidad de los vejámenes a que pueden llegar a someter a los que cruzan. Para conocer más detalles acudo al testimonio de Fahmi, un muchacho tunecino de veintitantos con diploma superior criado en el seno de una familia religiosa de Qairuán y recién retornado de Libia.

–He estado tres veces: una antes de la revolución, otra durante la revolución y otra ahora.

Habla desordenadamente porque pretende justo lo contrario: quiere escoger las anécdotas oportunas para ilustrar de manera precisa cómo fue su experiencia, pero narra sin fluidez, entre silencios. No ha logrado todavía asimilar ni las vivencias per se ni las consecuencias derivadas. Me cuenta que invariable-mente, en todos sus ingresos, tuvo que esperar durante horas en la aduana en colas de más de mil vehículos.

–Es más difícil para los jóvenes.–¿Pasar? ¿Por qué?–Por Sicilia y Siria. Hay menos controles; todos sa-

ben que desde los puertos libios es más fácil embarcarse a Sicilia o ir a combatir con los rebeldes a Siria. Han muerto muchísimos tunecinos de mi generación allí.

Me describe un lugar contradictorio, absurdo, una cria-tura híbrida de avenidas amplias salpicadas de rascacielos donde, mientras paseas, no puedes alzar la voz o bromear sin que ello te ocasione problemas; donde el hijab es para las mujeres una im-posición, los egipcios son la mano de obra eficiente a la que estafar y los subsaharianos los que sacan brillo a la carrocería de berlinas de lujo importadas de Alemania, Italia y España.

–¿Qué buscáis ahí de veras? ¿Por qué viajáis a Libia?–Dinero. Tienen mucho dinero y es fácil ganarlo.–¿Estraperlo?–Algunos compran oro o ropa, sí, y luego lo venden

mucho más caro en Túnez. Pero no sólo eso. Tienen mucho dinero pero no médicos para sus hospitales, obreros para construir sus edificios; no tienen universi-dades.

–Me has hablado del trato que, en general, dispensan a los egipcios y los africanos, como decís vosotros; pero, ¿qué hay de los tunecinos?

–En general les gustábamos; vienen aquí de vaca-

ciones y a hacer las cosas que allí no pueden: beber, mujeres… Pero ahora nos culpan del contagio de la revolución. Por esa misma razón puedes ganarte alguna simpatía o…

–¿O?–Se volvió más difícil la situación mientras estaban

en guerra. Mi hermano y yo nos topamos con ado-lescentes de 16 ó 17 años empuñando pistolas. Antes ya era común ir armado, pero gente tan joven… Para protegernos, nos compramos entre los dos un Kalash-nikov. Cuando comenzaron los bombardeos franceses yo decidí que era hora de regresar, pero mi hermano no se resignó. Alcanzó Zauiya, una ciudad marítima adónde Gadafi envió a muchos fieles gratuitamente para ponerlos a salvo, se coló entre ellos y desde allí tomó una zodiac hasta Italia.

Por esa frontera de Ras Ajdir, tal vez mientras fue el infierno de refugiados que obligó a intervenir a ACNUR durante 2011 o tal vez más tarde, en las postrimerías de 2012; solo o quién sabe si amparado por otros soldados adeptos al dictador –otrora amigo extravagante de gobernantes europeos–, cruzó Escorpio.No. No nos habla de esos días, no sabemos cuándo llegó ni por qué dio a parar a la provincia de Susa; se resiste a concedernos

alguna explicación de eso que podríamos llamar el principio de su nuevo presente –la carretera recta–. Entró en Túnez, eso es seguro, con un visado de turista que ya expiró; Escorpio es en este país, desde hace demasiado, un inmigrante ilegal. Sobrevive con como-didad gracias al dinero que recibe pero deniega aclaraciones sobre la procedencia, por más que sondeemos.

–Zigi-zigi–sonríe mostrando cómo culebrea su mano izquierda mientras la derecha se lleva el cigarro a la boca.

–Le llegan más de mil dinares todos los meses –me dice Ammar–.

Yo estoy empeñado en que haga algo, que monte un negocio, ¡es bastante pasta!, pero lo gasta casi todo, casi siempre en bebida. Y lo que no, en traer a invitados libios a casa que luego no sabe cómo echar. No le gustan. Nunca le gustan.Ammar no lo entiende, ¿cómo podría? Vive bien rodeado por todos sus parientes. Es la soledad del exiliado. Un vacío irrepara-ble: no está en su lugar. Que íntimamente desee atizar ese vínculo latente con su tierra y recobrar la sensación de pertenencia me-

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Por Sicilia y Siria. Hay menos con-troles; todos saben que desde los puertos libios es más fácil embar-

carse a Sicilia o ir a combatir con los rebeldes a Siria. Han muerto muchísi-mos tunecinos de mi generación allí .”

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diante un placebo es un artificio común entre quienes perdieron la noción de hogar. Entre los que no saben si volverán a tenerlo. Acoge en este momento, en dos sofás-cama con bajera blanca y manta, a dos hombres más jóvenes que él. Cuenta que uno, con apenas 21 años, posee una compañía de camiones que le reporta beneficios sustancio-sos que, sin embargo, no emplea en sufragar las juergas con su an-fitrión –la botella de un whisky corriente cuesta unos 35 euros; toman vodkas insípidos hasta que abrasan en la garganta o la marca local de cerveza–. Hace algunas noches, después de beber en casa, sólo Escor-pio recuperó la verticalidad y dejó durmiendo a los visitantes. Deam-bulando por la carretera recta que no lleva a ninguna parte un control policial lo detuvo e interrogó.

–¿Qué haces fuera tan tarde?–Deambular.–¿De dónde eres?

En cuanto pronunció letra a letra su nacionalidad le pidieron que sub-iera al coche. «Soy libio», imagino que diría con orgullo, con la misma altivez que le lleva a mantener como salvapantallas del teléfono móvil una foto de Gadafi. Se marchó detenido y, por lo que supimos, com-probaron su situación legal y le abofetearon. A él, un tipo duro como un desierto, un cosaco norteafricano que sobrevivió a dos disparos. Tuvo que sobornarles, para salir libre. Menos alcohol este mes.

E scorpio, obviamente, no se llama Escorpio. Su nombre real no importa –o tal vez sí que importe, y sea esa la razón de ocultarlo–; en cualquier caso, todos lo cono-

cemos por ese sobrenombre, Escorpio, por el tatuaje de líneas trémulas que luce en el brazo. Se remanga los puños de la camisa y atisbo la curvatura del aguijón: un dibujo sintético, art brut, para identificar al hombre que no podrá situarse sino a los márgenes de donde habite. Un hombre tranquilo cuyo presente se extiende como este horizonte invariable.

Son las nueve de una noche que comenzó demasiado pronto, diciembre; el frío se hace notar en el cambio de estación, se manifiesta el invierno. Estamos sentados, envueltos en humo, en un café de es-píritu literal: No Stress, se llama. E4. Escorpio, que juega con blancas, abre la partida moviendo dos casillas el peón del rey. En mi lateral del tablero hay escrita una frase que –o él o Ammar– han dedicado a Kamel, el dueño del supermercado y también de mi apartamento de alquiler: «Don’t be sad». La leo una y otra vez y repaso la disposición de las piezas. Hace muchos años que no juego al ajedrez, desde que era un crío –desde que mi antiguo maestro muriera de cáncer de pul-món, creo recordar–. Pienso mucho cada turno y él se impacienta.

–Yo he buscado trucos en internet pero siempre me gana– prorrumpe Ammar.

–Come on, come on, bitch –dice Escorpio, y aplaude.

Hace ruidos, se mueve continuamente. Acostumbra a ganar porque suda menos que el rival cuando logra un clima tenso. Intimida con su cuerpo y su sonrisa, no con sus jugadas. Propone un intercambio de golpes, sacrifica a su reina por acabar con la mía, aunque eso le vaya a ahogar pronto. Le costará la partida.

–¿Jugabas mucho en el ejército? Un día tienes que con-tarme cómo fue aquello.

No me atrevo a concretar qué significa «aquello» –la revolución, servir a Gadafi, matar– y me doy cuenta de que, en el instante en que le dirigía al libio esas palabras, esquivaba su rostro surcado y miraba a Ammar, para sentirme cómodo y ser capaz de terminar la frase. Escorpio no pretendía ganar: aspiraba a comerse todas las piezas, su victoria había de producirse por aniquilación. Pero una torre cerca en la banda a su rey y un peón está a dos casillas de llegar al fondo: recupero la dama, jaque mate.

–Me debes una revancha –deduzco del tropel de sus palabras mestizas.

Ammar le increpa por su mal inglés, se queja de la frustración que le produce enseñarle. Fuck. Escorpio pliega el tablero, paga la ron-da –té con almendras, yo; café, Ammar; coca cola, él– y desaparece por la recta orilla de la carretera. Yo paro en el supermercado Marche Meriem para comprar la cena.

***

–¿No le incomodará?–No. Abre el cuaderno y toma notas. Apunta, que yo traduz-

co al inglés lo que no entiendas.

Habían cambiado el mobiliario desde la última vez que estuve en el café No Stress. Las mesas, ahora, estaban amuralladas con sillones naranjas sin reposabrazos, de color semejante al entelado de las paredes y con las mismas manchas de polvo y pisadas. Le esperaba inquieto. Durante un par de semanas Escorpio apareció a mi espal-da cuando volvía de trabajar o del gimnasio, en cuanto ponía un pie fuera del taxi, con el tablero de ajedrez en la mano. Mi excusa era siempre cierta: estaba muy ocupado; él persistía, más crispado en cada intentona, y yo rechazaba, con menos convicción cada vez. Al despedirnos le decía que pronto, en cuanto tuviera un respiro, le avi-saría; y él aceptaba resignado sólo a cambio de palmearme con fuerza, cobrándose golpe a golpe la venganza. Cuando llamé para preguntarle en qué momento estaría libre respondió: ahora.

Ammar le explicó que las noticias, en mi país, habían sido parciales; que la cobertura informativa había logrado homogeneizar lo que die-ron en llamar Primaveras Árabes hasta hacerlas parecer indistin-guibles entre sí. Que quería su historia.

–Pero él estuvo del otro lado, ¿entiendes lo que significa?–Sí.

Las redes sociales tuvieron un papel destacado, fueron el canal ac-cesible, de dominio general y ajenas al control externo –gubernamen-tal o de quien fuere–, todavía, que posibilitó una movilización ágil. ¿Viste lo que hicieron otros? ¿Por qué no nosotros? Escorpio imita con desprecio el gesto de teclear. En Túnez, como en Egipto, detrás de esos mensajes en cadena, de esas maniobras de protesta orquestadas en muros de facebook, estuvieron o bien jóvenes urbanitas o bien, como denominación más genérica, la clase media (educada y con ingresos regulares). Pero en Libia su aportación no debe magnificarse: aunque, por supuesto, existe un libio de a pie –con conexión a inter-net– y una porción de la juventud formada y desocupada, buena parte de los trabajadores son originarios de países extranjeros y demasiados niños y adolescentes cambiaron la escuela por réditos más inmedi-atos. En Libia los factores decisivos fueron otros; Escorpio los men-

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cionará después en un breve lapso. Comenzó su relato por aquí por ser más cómodo, supongo, revisitar lo que se tornó lugar común en todos los discursos que pedazos de tu propia memoria enfangada.

–Los culpables fueron los mismos de siempre: Las qabila (tribus) opues-tas a Gadafi. Fue una cuestión de poder. Les engañó en 1992, ¿sabes lo que pasó? En mi país todo el mundo tiene armas, recibimos una instruc-ción, pero muchas son viejas. Gadafi anunció en el 1992 una campaña de recogida de armamento desfasado y prometió entregar, a cambio del que poseyeras, pistolas y rifles más nuevos. Mejores. ¿Sabes lo que hizo? En Bir Ghanam. Con tanques –y hace el gesto con la mano–. Pasó por encima de ellas, inutilizó todas las armas con tanques. Los Awlad Ali, los Tarhun, muchas tribus han estado siempre contra el régimen.

No sé a cuál pertenece él, Escorpio, ni si creía en los valores de la Jama-hiriya, del estado de las masas. Parece que el único consenso posible dic-taría que, en realidad, ni la colonización italiana, ni la inde-pendencia de 1951, ni la monarquía ni el posterior golpe de Gadafi con su retórica socialista y de democracia directa, consiguieron resquebrajar ese sustrato, esa infraestructura tribal que, con su infinidad de subdivisiones, articuló las sociedades libias. La población actual es de unos 6,2 mi-llones de habitantes y se cuentan más de 140 tribus.

–La guerra empezó en Chwarf el-Qaria. ¿Sabes lo que es un arsenal? En puntos de todo el país el gobierno mantenía varios custodiados por milicias ligadas a Gadafi, éste era uno. Estaban cerrados, eran estancos, pero algunos defen-sores se aliaron con los insurgentes. Recibieron un ataque y se rindieron. Así fue como consiguieron las armas. Primero en ese arsenal de Chwarf el-Qaria y luego en los de Zitan, Zuara, Zauiya…

La conversación a partir de aquí desfila entre re-codos que no logro seguir, se embrolla. Escorpio describe cómo eran los lugares donde se produjo la confrontación, las maniobras, quién claudicó antes. Explica que los re-beldes mantuvieron activos los arsenales de esa red que fuera oficial para suministro propio y redistribuyeron a través de ellos las armas para la resistencia. «Zitan reparte a Zuara y Tajaira y Souk el-Jomaa», enumera contando con los dedos. Se complica en digresiones sobre los intereses particulares que rigieron el conflicto, en listas larguí-simas –balances que parecía haber aprendido a recitar– que ni yo com-prendo en árabe ni Ammar sabe traducir. Discuten, tratando de aclararse. ¿Por dónde se extendió antes? ¿Misurata? ¿Bengasi? Por el este, acuerdan. «Aquí atacaron al ejército de Gadafi», dice haciéndose ajeno en principio; «envió a Bengasi unidades de infantería, mercenarios, blindados y carros de combate que la OTAN interceptó; se abalanzaron sobre nosotros desde la playa, nos atacaron por la espalda y tuvimos que huir». Nos atacaron. Huimos.

–Pero, ¿tú estabas ahí? –le pregunta Ammar, y Escorpio no contesta.

La camarera se acerca a nuestra mesa y Ammar le ofrece un cigarro, que ésta rechaza. Tras ella, un colega de ambos al que he visto en otras oca-siones pero no conozco se sienta a mi lado y otra chica más –treinta años, de piel oscura y pelo teñido de rubio, pantalones vaqueros ceñidos– pasa a saludar a Escorpio. La interrupción distiende el ambiente.

–¿Hoy no vas a querer?–No money. No money, no funny –responde el libio alzando

las palmas, chascando la lengua, y yo me acuerdo del soborno imprevisto.

Luego continúa su relato a petición mía pero ya sin mirarnos. Coge el móvil, le quita el sonido y empieza una partida. La columna de soldados huida tomó posición en Brega, a sabiendas de que allí estarían a salvo. Intuían que, en Libia, el ejército interviniente respetaría las priori-dades que en casos análogos habían demostrado los gobiernos occiden-tales. ¿Cuál, en concreto? El petróleo. No atacarían directamente la zona de Brega cuyo oleoducto y pozos abastecen a la mayor parte del país. No, si supusiera ponerlos en riesgo, y la frialdad de Escorpio narrando in-sinúa que habrían estado dispuestos a todo.

–¿Tú estabas ahí? –insiste Ammar.–No –contesta nervioso, juraría que por levantar la vista

y verme escribir– Yo transportaba munición desde Trípoli a Misurata. Era conductor, sólo eso. Muchos en mi compañía combatieron. Muchos resultaron ser infiltrados y nos tra-icionaron, los muy perros. Muchos, también, desertaron.

–¿Tú? Tú te largaste. ¿Qué haces sino en Túnez? –le agui-jonea de repente el desconocido de mi lado y, antes de darle tiempo a responder o de que se enzarcen, les interrumpo.

–¿Qué diferencias ves con lo que sucedió en Túnez, Am-mar?

–Que ellos tenían armas y nosotros no –escupe sin pensar y se corrige luego vacilante–. No, no es eso. Nosotros no nos enteramos de mucho hasta el final. Los canales nacionales habían censurado la noticia y la información nos llegaba por Al Jazeera o por internet. Partieron de las zonas más pobres del país, que hoy lo siguen siendo, y sólo cuando ya habían tomado Qairuán, Sfax, Nabeul… cuando alcanzaron la capi-tal y sólo unos días después se exilió Ben Ali a Arabia Saudí, tomamos más conciencia. El país quedó jodido.

–¿Nostalgia del dictador?–¡No! Antes no podíamos hablar ni de política ni de re-

ligión. Ahora, si le confieso a alguien que no creo en Dios se escandaliza, solamente; pero todos nos quejamos de lo jodido que está el país después de la revolución.

Escorpio se había vertido en la pantalla, había logrado aprovechar ese hueco que le brindé por querer evitar la pelea que

venía –o que podría haber llegado– para abstraerse de los que estábamos allí. Zigi-Zigi, diría él. Me mantuve en silencio, observándole. ¿Qué pre-guntas me quedaban en realidad? ¿A cuáles esperaba que fuera a responder? Lo seguiría viendo a diario, hablaríamos aún de muchas co-sas. De nada importante, con toda probabilidad. ¿Qué querría haber oído de sus labios? o, mejor, ¿en qué manera creía que eso podría ayudarme a comprender quién había sido antes, en otro lugar, en su contexto, y quién es hoy, en su largo presente?Levantó la mirada, entornada, sin ofrecernos un contacto visual comple-to, y giró el teléfono para enseñarnos las 64 casillas blancas y negras.

–Yes, I win –anuncia apretando los dientes. Me marcho ya a casa. ¿Seguimos otro día?

No jugamos la revancha. Lo veo alejarse con una mano en el bolsillo y, la otra, portando el tablero. Pienso, en ese instante, que tengo la única respuesta que necesito: Escorpio es un hombre cansado que no quiere sino esto: aprender inglés y conocer a los vecinos, pagar rondas, mujeres cómodas, el humo del café No Stress, el ajedrez; su retiro. La car-retera recta que no pretende llegar a ninguna parte G.

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A la literatura le pido que me extenúe, que no me deje indiferente. Que me arrase, que me queme, que me haga temblar. Que me conquiste territorios aún no explorados por nadie más, ni tan siquiera por mí misma, y que me haga revivir batallas, guerras. Que me incite a crear trincheras en mi cuerpo, en mi piel, donde refugiarme y no, a donde

huir y no, donde pedir rescate y no. A la literatura le pido una cicatriz, un estremecimiento tan bru-tal, tan sádico, que cree ríos de sangre con los que contaminarme. Mi cuerpo, mi piel y mi sangre son mi veneno. La literatura es mi veneno. Por eso le pido que me enamore en cada libro, que me deje por los suelos, que me deje gritando, rogando por más. A la literatura le pido un orgasmo improvisa-do que me ahogue de repente. Le pido una sacudida que me deje tiritando. No le pido más ni menos de lo que le pido a mi amante, a mi amor. A la literatura, como al sexo, le pido que me cree una nue-va piel; una piel que me proteja de mi cuerpo y de su memoria. Porque, como dijo Manuel Arranz en Pornografía: «el cuerpo tiene memoria, pero a diferencia de nosotros, él nunca olvida.» Necesito, por tanto, que me aleje de la piel venenosa que me invade esos días en los que no te tengo pero estás y me hile una nueva.

Jeanette Winterson sabe de piel, sabe de qué habla el cuerpo cuando mil lenguas salen de él y la amenazan. Sabe de cicatrices que llevan nombres esculpidos, sabe que no hay forma de amar que no sea intensa y arrebatadora. Sabe que cuando se queman las naves se quema todo un sistema inmunológico: nunca volvemos a ser los mismos. Nos quedamos anclados en un punto, siempre de una triste historia, porque, como dijo Mathias Enard en El alcohol y la nostalgia, hay manos que no somos capaces de soltar jamás. Y que la literatura se crea, precisamente, en esos dramas, cuando esas manos no son más que huesos en la memoria. Y el cuerpo lo sabe y grita, y busca, y se encadena a tierras que no le pertenecen, a extenuaciones de las que no reci-birá placer ni satisfacción. Porque hay falanges que nos retienen en un mun-do que apenas dura un segundo, pero qué segundo.

UESOS EN LA MEMORIA

AINIZE SALABERRI

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Llevar el cuerpo y la piel al límite, hasta la suciedad, hasta algo similar a la violencia, sentirlo todo (...) El cuerpo es literatura.

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Ainize Salaberri es escritora y directora de la revista literaria Granite & Rainbow.

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La literatura habla de tuétanos lastimados, de he-ridas abiertas, de sangre escupida. La literatura habla de esos límites a los que llevamos a nuestro propio cuerpo para intentar olvidar, para intentar seguir adelante, para intentar luchar, batallar, arruinar otras vidas. Para inten-tar renacer. Para vencer la melancolía, la nostalgia de los pliegos de una piel en juego con los pliegos de otra, para vencer a quien creó un mapa con nuestros lunares, con nuestras llagas. Y escribimos sobre ese dolor que nos ar-ruina la vida. Escribimos sobre esos crujidos que suenan a todo volumen en nuestro interior. Escribimos para des-cargarnos de besos y caricias, de sudores, de labios, de pechos. Escribimos para alcanzar el límite, la meta, el fin, y poder respirar sin que suponga una carrera de fondo. Escribimos para que aquellas promesas, aque-llos para siempre, no sean la lava que nos sepulte. Lee-mos a quienes escriben sobre pieles quemadas y arrasa-das porque no podemos seguir haciéndole el amor a la tristeza. Es la literatura el cuerpo donde tenemos que quemar los fantasmas, los miedos, los recuerdos. Es una jungla, en mitad de la nada, que arde. La literatura es el lugar donde la amenaza toma cuerpo. Pero saltamos, nos lanzamos de cabeza creyendo que siempre habrá agua.

La mejor literatura, en cambio, aquella que ha de arrasarnos la vida es, precisamente, aquella en la que no sabemos si el salto nos hundirá en el agua o nos abrirá la cabeza con la piedras del fondo. A veces, la mejor litera-tura es una piscina vacía. Sólo así, me digo, pode-mos rellenar nuestra vida con cosas nuevas; no vamos a encontrar paz en lo que ya existe.

Y son precisamente los fragmentos que se nos quedan anclados a los huesos, los que tiran y tiran tan constantemente, aquellos a los que volvemos una y otra vez en busca de consuelo, de algún tipo de salvación, de refugio, los que crean un mapa sobre nuestra piel hasta dar con eso que llaman cuerpo. Pero, en realidad, no son las piernas las que nos permiten caminar, ni son los brazos los que nos permiten abrazar, ni son los ojos los que nos permiten ver. Pero eso sólo se entiende cuando se ha leído, cuando se ha sentido, cuando nos hemos olvidado de nuestro propio caparazón y hemos inspi-rado y expirado a través de otro. Sólo a través de otro cuerpo es posible que el nuestro exista. Siempre. Y esos fragmentos, que permanecen en nuestra carne y que a veces duelen, nos definen, dejan a los demás que veamos quiénes somos, cómo pisamos por la vida, qué carencias tenemos, qué ansiamos, qué echamos de menos. ¿Qué dicen de mí los siguientes fragmentos?:

Jean-Philippe Toussaint, Hacer el amor: «¿A quién no le gusta prolongar ese momento delicioso que precede al primer beso, cuando dos personas que sienten cierta inclinación amorosa la una hacia la otra ya han decidido tácitamente que van a besarse (sus ojos ya lo saben, sus sonrisas lo intuyen, sus labios y sus manos lo presienten) pero difieren aún el momento de rozar con ternura sus bocas por primera vez?»

Jeanette Winterson, Escrito en el cuerpo: «Me dijiste: me voy a marchar. Y pensé: por supuesto que lo vas a hacer. Vuelves a casa. Dijiste: voy a dejar a mi marido porque mi amor por ti convierte cualquier otra vida en una mentira. He escondido esas palabras en el forro de mi abrigo y las saco, como un ladrón de joyas, cuando nadie está mirando. No se han desvanecido. Nada que tenga que ver contigo se ha desvanecido. Aún eres el color de mi sangre. Tú eres mi sangre.»

Jeanette Winterson, La pasión: «Yo no busco nada, he descubierto lo que quiero y no puedo tenerlo. Si me quedara, no sería por esperanza sino por miedo. Por miedo a es-tar solo, a separarme de la mujer que con su simple presencia ensombrece el resto de mi vida. Digo que estoy enamorado de ella. ¿Qué significa? Significa que veo mi futuro y mi pasado a la luz de este sentimiento. Es como si escribiera en una lengua extranjera que, por arte de magia, de pronto fuera capaz de comprender. Sin palabras, ella me revela mi propio ser. Igual que los genios, ignora lo que hace.»

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Sándor Márai, La mujer justa: «Yo, amigo mío, esperaba un milagro. ¿Qué mi-lagro? Sencillamente, que el amor fuese eterno, que rompiera la soledad con su fuer-za sobrehumana y misteriosa, que disolviera la distancia entre dos seres humanos y derribase todas las barreras artificiales que habían levantado la sociedad, la educación, el patrimonio, el pasado y los recuerdos. Quien corre peligro de muerte mira alrededor en busca de una mano tendida que le haga saber que aún hay compasión y solidaridad, que aún viven seres humanos en algún lugar.»

Álvaro de la Rica, La tercera persona: «Ahora que lo pienso, al escribirte esto último, me gustaría preguntarte algo que me ha rondado siempre por la cabeza, una duda que quisiera despejar de un modo definitivo: si es así, si tienes tanto de lo que preocuparte, si no ibas a poder tenderme del todo la mano, abrazarme en lo más ínti-mo, ¿por qué has estado siempre ahí?, ¿por qué nunca me has dicho basta?, ¿por qué has mantenido conmigo conversaciones de horas, interminables mensajes cruzados, una presencia constante a mi lado?, ¿por qué no me has rechazado si tampoco has querido amarme hasta el final?»

Princesa Inca, Crujido: «olvidé besarte el cuerpo cuando llovía»

Carlos Castán, La mala luz: «Y sobre todo habría que saber por qué nunca apren-de el malherido, por qué vuelve a por más tras tanta guerra.»

Virginia Woolf, Las olas: «Pero si un día no vienes después del desayuno, si un día te veo a través de cualquier espejo buscando, quizás, a otro, si el teléfono suena y suena en tu habitación vacía, entonces, después de indecibles angustias, entonces —porque la locura del corazón humano no tiene límites— buscaré y encontraré un tú como el tuyo. Entretanto, borremos de un golpe el tic-tac del reloj del tiempo. Acércate más.»

Quizás estos fragmentos, elegidos en un mo-mento en el que finjo que nada me importa ya, que sólo vivo para y por la literatura, elegidos, decía, en un momento en el que coloco mis órganos para disimular una revolución, digan de mí que estoy aún viviendo en el pasado; puede, incluso, que revelen que he ama-do, que he sufrido, que he batallado; quizás, y puedo aceptarlo, hablen de una trinchera que he cavado con mis propias manos; quizás hablen de un vuelo perdi-do, de un estómago dado la vuelta, de una necesidad que no encuentra amparo. Acepto que lo que leo son vísceras de otro cuerpo que me provocan placer. Yo también tengo vísceras pero están desordenadas. Bus-co, por tanto, que la literatura me ordene, me ponga firme y me diga: pese a que te cueste, esto que ves, esto que sientes, esto que te araña es lo que eres. Que me hable, la literatura, y me diga que el miedo es para los cobardes y que, de golpe y porrazo, como si la magia realmente existiera fuera de los libros, todo el dolor, todos los recuerdos traicioneros, todo el sudor conver-tido en sangre, desaparecieran, y quedase mi cuerpo, limpio, para volver a empezar el destrozo. Porque, mal

que nos pese a los letraheridos, sólo lo que nos ahoga y socava y agujerea tiene sentido. Sólo esa literatura, la que nos cambia, nos transforma, nos moldea, nos en-seña, nos grita, nos hiere, nos vomita, nos sana, puede dar razón de ser a esta vida. Y, si no me creéis, pensad en una vida sin literatura. Os lo digo: yo me suicidaría. Porque la literatura es pasión, pasión por todo, pasión por la vida, por sentir, por llorar, por sufrir. Como dijo Jeanette Winterson, a quien recurro más veces de las que debería, «a mí me gusta la pasión, me gusta estar entre los desesperados.» Llevar el cuerpo y la piel al límite, hasta la suciedad, hasta algo similar a la vio-lencia, sentirlo todo y que, cuando muramos, nuestro cuerpo cuente las mil y una batallas, perdidas y gana-das, en las que hemos confirmado que la vida merece ser vivida sólo por la historia que nuestro cuerpo, pre-cisamente, terminará contando al mundo. El cuerpo es literatura G.

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LA VIE EN ROUGEla chinoise

Fiesta de la Fête de l’Humanité, organizada por el periódico de mismo nombre y afín al Partido Comunista Francés (PCF).

@vietnamitaslachinoise.net

“Sobre el terrorífico capítulo de la Independen-cia argelina, desgraciadamente, no hemos po-dido indagar demasiado, sólo acudir a esta-

ciones de metro tristemente famosas por haber sido lugar de matanzas por parte de la policía y pasar junto a partes del Sena donde activistas in-dependentistas fueron arrojados a principios de los ‘60. Apuntado queda para la próxima vez”.

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A h, París, la ciudad del amor, de la luz, de las barricadas comuneras ataviadas de glamour y

guillotinas, donde decenas de argeli-nos son detenidos mientras Louise Michel enarbola por primera vez la bandera negra del anarquismo. París, que más que ciudad es libro de Historia, se convierte a mediados de septiembre en lugar de peregrinación para estos/as vietnamitas coincidien-do con la Fête de l’Humanité, macro-evento organizado por el periódico de mismo nombre y afín al Partido Comunista Francés (PCF).

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Antes de acudir al encuen-tro, el turismo político es asignatura obligatoria por las calles parisinas donde el metro es nuestro gran aliado, sólo con ver las paradas de «Frente Popular», «Stalingrad», «Coronel Fabien» (Pierre George, organizó la liberación de París contra los nazis), o la citada anteriormente «Louise Michel» en el mapa augura-mos citas con la realidad que nos ha ido moldeando. Así a botepronto, el hecho de visitar las calles que son nombradas en los documentos de la Comuna de París crean una compli-cidad con aquel ejemplo de intento de emancipación, o también visitar el teatro Olympia y comprobar que el

pasillo de la entrada sigue decorada con carteles de aquellos recitales en los que Paco Ibáñez o Lluís Llach cantaban contra el fascismo español a migrantes y descendencia republi-cana. Valedores de la palabra cantada y la poesía prohibida, la resistencia republicana en la Guerra Civil y la posterior represión por la dictadura de Francisco Franco, París acoge en muchas de sus esquinas placas con-memorativas a personajes ilustres o momentos concretos de aquella muestra solidaria e internacionalista que aún emocionan. Incluso si su-bimos de la Plaza Coronel Fabien, donde se ubica la modernista sede del PCF, hacia la kilométrica avenida Simón Bolívar, podemos encontrar otras placas recordando a niños saca-dos a la fuerza de un colegio judío y que fueron conducidos a los campos de concentración. Ya lo decíamos, París es un libro de Historia y un choque con la realidad. Sobre la sede del PCF, declarada patrimonio ar-quitectónico y realizada por el arqui-tecto brasileño y comunista Óscar Niemeyer, que en 2012 cumplía 103 años, tuvimos la suerte de visitarla y comprobar las virtudes y defectos de una organización representados en un collage donde se apreciaban a Pablo Picasso, Ho Chi Minh o man-ifestaciones a favor de la liberación de Angela Davis. Desde su azotea,

una sexta planta, teníamos la suerte de ver, a simple vista, gran parte de los edificios característicos de París como el Pabellón de los inválidos o Notre-Dame. Aún quedaba lo me-jor, tomar la línea 2 de metro y ba-jarse en Père Lachaise para visitar el cementerio de mismo nombre. Recomendamos tomar aire antes de entrar, relajarse, ir sin prisas y de-jarse llevar. Es muy difícil referirnos a todas las celebridades que están allí enterradas, pero nos gustaría destacar algunas como Jim Morrison, al que ya teníamos el gusto de conocer de visitas anteriores, Edith Piaf, el escri-tor irlandés Oscar Wilde o Auguste Blanqui, insurrecionalista e insti-gador de la Comuna de París. Todo son anécdotas y canturreos hasta que, subiendo por la «Avenue Circulaire» frente a la manzana 97, llegamos a un espacio que, muy probablemente, el fascismo español nunca haya visitado. Los recuerdos a los asesina-dos en campos de concentración, a los partisanos, guerrilleras, brigadas internacionales, ideólogos, pensado-ras o músicos como Eugène Pottier, creador de La Internacional hacen que comencemos a absorber e inte-riorizar todas las historias que aque- llas lápidas nos cuentan. Observar la S en un triángulo rojo invertido en multitud de placas como símbolo de «preso republicano español» propio

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de los campos de concentración nacional-socialistas, una F dentro de un símbolo igual en azul o la preciosa palabra «partisano» en una tumba anulan cualquier discurso faccioso rindiéndoles tributo como mejor se merecen, en silencio y aprendiendo lo que unas pocas palabras de sus familiares hayan podido dedi-carles. Frente a los monumentos, algunos realizados con piedras traídas del propio Auschwitz, se encuen-tra otro compromiso, el muro de los Federados, el de la Comuna, donde miles de libertadores/as en 1871 fueron asesinados/as por «Versalles» (el gobierno oficioso) después de días de resistencia y dignidad*. La primera vez que visitamos el cementerio, el muro estaba decorado con flores rojas fruto de una reciente ofrenda, con lo que la impresión fue aún mayor. «Aux mortes de la Commune, 21-28 Mai 1871», escrito en letras doradas sobre una placa de mármol. El epicen-tro de nuestra historia, el terremoto que sacudió el movimiento popular delante de nuestras narices por su emancipación y libertad.

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Abandonada la capital francesa, nos apresur-amos a tomar una navette (bus lanzadera) hacia la Fête, situado en La Corneuve. Llama la atención que las dos avenidas que cruzamos hasta llegar al recinto son «la división Leclerc», compuesta por guerrilleros republicanos que abrieron camino al París liberado en tanquetas llamadas «Cervantes», «Teruel» o «Guada-lajara» hasta que cambia al nombre de «Jean Jaures», fundador del periódico l’Humanité y asesinado en 1914 por declararse contra la «Gran Guerra», poste-riormente denominada la «I Guerra Mundial». «Me-

moria histórica» lo llaman.La Fête de l’Humanité es un parque temático político y cultural en el que un repaso a la juventud luchadora deja paso a un acto por las manifestaciones indepen-dentistas en las colonias africanas de Francia mientras una cerveza libanesa acompaña a un plato vietnamita a la hora de comer.

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Sobre los conciertos, descubrimos a grandes grupos y solistas que se han convertido en muy es-cuchados/as a este lado del Mekong y apuntamos para contar a nuestra descendencia que vimos a mitos vivi-entes como Patti Smith o Joan Baez, imprescindibles en la música del vientre de la bestia imperialista. El restaurante del Frente Polisario, una conversación con una delegación de la Marcha Patriótica colom-biana, participar en un juego de memoria con mili-tantes del Partido del Trabajo Belga, conocer a «niños de la guerra» que fueron llevados, en su mayoría, a Moscú o comprar El capital de Karl Marx en cómic manga hacen de esta Fête una experiencia recomend-able para quien desee un viaje atípico cantando La Marsellesa como colofón al periplo socio-político en la ciudad de la luz, las barricadas y la Sorbona.

G.

*Para conocer más detalles de la Comuna, recomendamos el cómic El grito de un pueblo (Le cri du peuple, Tardi et Vautrin).

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Cancellara y el Gramond: Dos aproximaciones a la belleza

RAMÓN ESPINAR

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Ramón Espinar, investigador en Ciencia Política y activista social.

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D ice una de las teorías más divulgadas de la neurociencia que el cerebro hu-mano se divide en dos hemisferios con diferentes funciones. Según Jerre Levy,

el hemisferio derecho tiene la función de sintetizar en el espacio lo que el hemisferio izquierdo analiza en el tiempo. Como siempre que los profanos nos acercamos a cuestiones científicas que no podemos comprender por carecer de competencias y conocimiento desde aquel leja-no invierno en que empezamos a subir a clase de Biología con los ojillos rojos y la risa fácil, el rigor ha derivado en mito. Lo que dice el mito pseudoneurocientífico es que el hemisferio izquierdo es analítico, calculador y sintético, relacionándose con lo racional y el pensamiento metódico, mientras que el derecho sintetiza la información de forma relacional y se asocia con la creatividad, la inspiración y al-gunos otros atributos de los que este texto carece por com-pleto. Los aficionados al deporte del pedal – nos referimos estrictamente a los que se plantan ante el televisor en las tórridas tardes de verano mientras su familia duerme la siesta al grito de «el ciclismo y llevar un bar, lo más duro que hay» y no a los aficionados a la ingesta masiva de licores y su resultado posterior - se dividen en dos grandes grupos relacionados con los dos hemisferios del mito: los que ado-ran la épica, los grandes momentos y los artículos de gen-tes como Martí Perarnau y Guille Ortiz y quienes devoran estadísticas, números y datos, crecidos desde que La Sexta retransmite partidos de fútbol en los que ha llegado a medir los kilómetros recorridos por un entrenador en el área técni-ca. Mientras unos devoran en Youtube vídeos de Jalabert en Mende, Pantani reventando a un Ullrich con los mofletes más rojos que la Pasionaria en el Galibier o a Floyd Landis resucitar con los milagros de la ciencia médica después de un pajarón de campeonato; otros añoran los tiempos del récord de la hora de Induráin, Boardman y Rominger, es-tudian las altimetrías y libros de ruta de cada carrera e insis-ten, contra la evidencia de un culo como una plaza de toros, en que la aerodinámica de Olano en las contrarreloj no ha tenido jamás parangón.

Si alguien sigue leyendo, le propongo viajar por un momento al 4 de abril de 2010, cuando se celebró el Tour de Flandes, con el hemisferio izquierdo del cerebro a máximo rendimiento. En ese año estuvo muy en boga en la prensa deportiva la cuestión de los vatios que los ciclistas desarro-llan en sus pedaladas en relación con su peso. Esa fórmula

de vatios partidos por kilogramos es la madre del cordero del ciclismo: cuanto mayor sea el resultado de la división, mayor rendimiento deportivo alcanza el ciclista. Ese año, tras 262 kilómetros recorridos a una media de 40 kilóme-tros por hora y con un desnivel acumulado de algo más de 2000 metros, Fabian Cancellara afrontó un repecho de 473 metros de longitud, 93 de desnivel, una pendiente media del 9,3% y máximas de hasta el 19,8% produciendo un pico de rendimiento de 1450 vatios –para hacerse una idea, algunas vespas generan 1500-. El destrozo de las leyes de la física y de lo que un cuerpo humano puede en buena lógica hacer es tal, que se provocó un bombardeo en toda la prensa depor-tiva mundial sobre la posibilidad de que hubiera utilizado un pequeño motor, instalado en el cuadro de su bicicleta, para llevar a cabo semejante despliegue. Sus compañeros de pelotón no le llaman «La Bestia» por nada: Cancellara, con un peso de 80 kilos - una barbaridad para un ciclista profe-sional al lado de los 60 de Contador o de los 70 en los que se ha quedado un Wiggins que mide 1,91 metros –, mostró un rendimiento deportivo extraordinario en una de las rampas más duras del calendario ciclista. Admirable.

Ahora viajemos al mismo lugar, en idéntica fecha, po-niendo el énfasis en el hemisferio izquierdo del cerebro. Si en España los mitos ciclistas se templan en julio con un carajillo en la mano y el sudor corporal concentrándose en la zona de recepción de la colleja, viendo las curvas de Alp D´Huez o el Tourmalet, en Bélgica y Holanda se forjan en el mes de abril, en la cuneta de estrechas y bacheadas carreteras secundarias de rampas imposibles. A ser posible, bajo la llu-via. Suele ser posible.

“Al Muro se llega

en el Tour de Flan-des con las piernas

completamente destrozadas después de 250 kilómetros de paliza por carreteras en las que las ruedas

no deslizan”

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En mitad de una frondosa planicie de miles de hectáreas Dios, azaroso, decidió colocar unas cuantas cuestas que los flamencos, hideputas según repite Ala-triste cada dos o tres páginas, llenaron de adoquines en lugar de asfaltar con unos fondos FEDER. En mi-tad de todos ellos, coronado por una capilla y adorado por un siglo de gestas ciclistas, se yergue el majestuoso Gramond. Lo que un flamenquito de la piel de toro, con pereza solo de mirarlo, hubiera bautizado como Despeñaperros, Asustabueyes o Escornacabres, lo bau-tizaron los flamencos rubios como The Muur, el Muro. El puto muro. Cuando un ciclista del norte de Europa tiene un sueño húmedo, lo ha coronado en cabeza y va a ganar el Tour de Flandes. Cuando Sísifo tiene pesa-dillas, tiene que subirlo en bicicleta.

Durante generaciones de ciclistas, los mejores clasicómanos se han coronado allí: Merckx, De Vlae-minck, Museeuw, Andrei Tchmil o el mejor ciclista de la última generación e ídolo de cualquiera que no haya crecido con el tormento de la radiodifusión española, Tom Boonen, al que, por poner en perspectiva lo que significa el personaje, diremos que apodan «el León de Flandes» siendo él de Flandes, de Flandes la carrera de la que hablamos y un león el símbolo del lugar.

Al Muro se llega en el Tour de Flandes con las piernas completamente destrozadas después de 250 kilómetros de paliza por carreteras en las que las ruedas no deslizan, polvo hecho barro por el sudor y la lluvia en cada recoveco del cuerpo y magulladuras provoca-das por las caídas y los codazos para entrar en cabeza. Porque entrar en cabeza en cada repecho es una de las claves para poder ganar la carrera más dura del calen-dario ciclista. Duele hasta verlo por la tele. Si la palabra épica tuvo sentido alguna vez, fue el 4 de abril de 2010, cuando Fabian Cancellara, Espartaco, llegó al Muro en cabeza con Tom Boonen para dar el mayor recital que ha dado nadie en el ciclismo en los últimos años. Sentado, agarrado a la parte superior del manillar, subió los 493 me-tros de tortura como quien distraídamente se rasca una oreja, destrozando, uno por uno, a un pelotón de profesionales que recorren entre 25.000 y 35.000 kilómetros al año en bicicleta. En particular, al segundo, un Boonen desencajado que veía cómo un culo de 80 kilos embutido en el maillot de campeón de Suiza se pasaba las leyes de la física por el arco del triunfo para alejarse hacia la capilla que corona el Gramond congelan-do el tiempo a 40 kilómetros por hora.

No solo desarrolló uno de los rendimientos de-portivos más asombrosos que se han registrado jamás en la carrera más dura que existe, sino que lo hizo escribi-endo la palabra gloria en el libro de oro de la historia del ciclismo. Ganó al mejor, en la mejor carrera y atacando en el lugar más improbable, en el puto Muro, mientras los hemisferios antagónicos de los cerebros de todos los espectadores se decían unos a otros: qué bonito es el ci-clismo G.

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Tras los Hashtags?

Gezi y el poder de los AKP Media.

MARK BERGFELD

C uando un grupo de activistas ecologistas lucharon por defender una de las únicas zonas verdes en la zona baja de Estambul, que iba a ser transfor-mada en un centro commercial, el 30 de mayo de 2013, sabían que sus protestas desembocarían en

una espiral que traería el levantamiento social más importante de la historia contemporánea turca. Los activistas usaron redes sociales como Facebook, Twitter y Tumblr ya que los medios de comunicación tradicionales no informaron sobre sus acciones ni sobre la violenta brutalidad policial. Los activistas y sus seguidores usaron los hashtags como forma de diffusion, así como dinamitar el AKP de Erdoğan y crear alternativas más radicales desde abajo. En Turquía, provocaron la imaginación del pueblo y las siguientes acciones que llevaron a cabo tuvieron un apoyo masivo. Para los que lo vemos desde fuera nos debe servir para reflexionar sobre el uso que los activistas podemos darle a las redes sociales.

¿La revolución será tuiteada?

Durante el bloqueo mediatico de los primeros días, los activistas y los seguidores del floreciente movimiento de Gezi giraron la cabe-za hacia redes sociales como Twitter para encontrar noticias

sobre lo que sucedía. Twitter, Tumblr y Facebook llegaron a ser herramientas muy prácticas para los activistas, gracias a ellas coordinaron mejor sus acciones y la represión policial se hizo por fin visible para el resto del mundo, generando nuevos simpati-zantes y seguidores de lo que allí se vivía.

Algunos días después de las revueltas de Gezi, el departa-mento de Redes Sociales y Participación de la Universidad de Nueva York lanzó un informe titulado: A Breakout Role for Twitter? The Role of Social Media in the Turkish Protests, donde se muestra que durante los primeros dos días, el 90% de los Tweets registrados en Gezi llegaron de Turquía, el 50% de Estambul. El hashtag #Occu-pyGezi fue mencionado más de 160.000 veces el primer día de los hechos.

En los días posteriores, la Universidad de New York realizó un mapa de los más de dos millones de tweets que contuvieron el hashtag #OccupyGezi. La cantidad de tweets analizados presen-taron una escala sin precedentes. De cualquier modo, el conjunto de los tweets no nos daban información sobre la manera en la que activistas individuales y movimientos sociales usaron tecnologías como Twitter; o cómo las nuevas formas de acción colectivas se

Traducción del inglés: Salvador J. Tamayo

Mark Bergfeld (United Kingdom), es activista social, realiza du docto-rado sobre: Networked Movements and the Challenge for Left Parties. Ha colaborado en medios británicos e internacionales: El País, Indepen-dent, The Guardian y aparecido en medios como: BBC News, Al-Jazeera English, CNN, PressTv y Russia To-day.

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desarrollaron a través de Twitter u otras redes sociales. De hecho, el studio refuerza el prejuicio orientalista de que los movimientos sociales en tierras lejanas solo pueden tener éxito si hacen uso de las tecnologías occiden-tales.

Paolo Gerbaudo, en su libro Tweets and the Streets: Social Media and Contempo-rary Activism, argumenta que los indignados españoles y los activistas estadounidenses del Occupy, usaron Twitter en un principio con la intención de establecer una «coordinación interna» entre activistas, y sin embargo Face-book funcionó como una «plataforma de reclutamiento» donde los activistas podían integrar en su causa a «contactos no políti-cos» como amigos y familiares. Las investi-gadoras en comunicación: Miriyam Aouragh y Anne Alexander, defienden que los activis-tas egipcios durante la Revolución de Febre-ro en 2011 usaron Twitter y Facebook como «herramientas de movilización» y «espacios de disidencia». Esas teorías otorgan posibles explicaciones a la manera en la que los ac-tivistas podían haber utilizado internet y las redes sociales durante las protestas de Gezi. Por desgracia caen en la misma trampa que el estudio mencionado anteriormente, ya que se limita al análisis de las redes sociales, sin tener en cuenta el entorno nacional de los medios en los que los activistas están inmer-sos.

Tweets and the Streets: Redes sociales y activismo

contemporáneo

Tomamos como ejemplo un video de YouTube de un tripulante de cabina, en huelga, de Turkish Airlines. El video subraya la manera en la que los activistas, conscien-temente, se representan a sí mismos ante di-versas audiencias para construír coaliciones y lazos de solidaridad. Ocultan sus rostros detrás de una máscara de Guy Fawkes/Anonymous -el símbolo de la nueva ola de las protestas anticapitalistas desde Occupy- bailando delante del cuartel general de Tur-kish Airlines en Galata. En lugar de bailar de forma aleatoria, las huelguistas subvierten el anuncio de seguridad habitual llevado a cabo al comienzo de cada vuelo. Condenan a los medios de comunicación por no cubrir su enfrentamiento y exponen una lista de que-jas y agravios antes de abrocharse el cinturón de seguridad entorno a sus cuellos formando una soga para ahorcarse. Esta es la resisten-cia hegemónica en su máxima expresión,

que viene de un grupo de trabajadores que tradicionalmente votan al AKP de Erdoğan.Según mis observaciones sobre el terreno, tras incontables horas frente a Youtube y distintas conversaciones con activistas que participaron en las protestas de Gezi, sostengo que #OccupyGezi, debe recon-figurar nuestro pensamiento sobre cómo los activistas utilizan las redes sociales. Los activistas de la comuna Gezi utiliza-ron diferentes tácticas y estrategias para fortalecer su movimiento y contrarrestar los apagones de internet por parte del go-bierno. Le dieron la vuelta a las denuncias del primer ministro Erdoğan, que hablaba de ellos como saqueadores (çapulcu) y las convirtieron en una identidad colectiva mediante la integración del neologis-mo inglés, chapuller, en sus nombres de Facebook y Twitter, de forma que per-sonas como Noam Chomsky se llegaron a declararse a sí mismas, chapuller, para mostrar su solidaridad con el movimiento.

El conocido y particular humor de la revista satírica Penguen se convirtió en un amplificador del movimiento ya que en sus páginas publicaron caricaturas antigu-bernamentales. Penguen también destaca hasta que punto lo online y lo offline están relacionados en los movimientos sociales contemporaneos. Las famosas Twitpics de la «chica del vestido rojo» y la mujer con los brazos abiertos recibiendo chorros de agua de los cañones, aparecieron en forma de viñetas en las primeras páginas de la revista. Mientras tanto, el movimiento siguió avanzando en las calles de forma progresiva adoptando el pingüino como el símbolo de la resistencia después de que

la CNN de Turquía airease información difamatoria. Tras una noche rastreando internet, a través de la confederación de sindicatos portugueses (CGTP) llegué a un video en el que un grupo de pingüinos actúan juntos para vencer a una orca asesi-na que llegó a ser viral dentro del contexto turco.

Mientras los manifestantes adoptaron el humor, la sátira y la desobe-diencia, el Primer Ministro Erdoğan siguió con su discurso de confrontación, tanto en forma como en contenido. Una imagen que circulaba en Facebook mostró a un ejército de pingüinos con el texto: «Tayyip - Se acerca el invierno» Una vez más, Pen-guen la convirtió en portada. Esta referen-cia a Juego de Tronos se produjo después de que Erdoğan dijera: «Ya tenemos un primavera en Turquía... pero hay quien quiere convertir esta primavera en invier-no... mantengan la calma, todo pasa.»

Los discursos televisados de Er-doğan y sus mítines personales no podían competir con las formas de comunicación antisistémicas que el movimiento adoptó desde el primer día. Así, las amenazas de cerrar Hayat TV y multar a Halk y Ulusal TV por realizar streaming en directo de las protestas, mostraban desesperación ante un movimiento que cada vez tomaba más fuerza en las calles. Después que el presidente Abdullah Gül hubiera elogiado el papel de las redes sociales durante la primavera árabe, Tayyip Erdoğan llamó a Twitter y a las propias redes: «la mayor amenaza para la sociedad», a pesar de que él mismo tiene dos millones de seguidores en Twitter. Respondió cerrando el Colec-

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tivo RedHack después de que tumbasen la página web de la policía, de igual modo el destrozo de las furgonetas de NTV calaron en el imaginario colectivo. Los gases lacrimógenos sustituían el oxígeno en las calles y en la television, como si no sucediese nada, retrans-mitían programas de cocina, espectáculos de danza y telenovelas. Mientras que para nuestras hermanas y hermanos turcos, el mundo había cambiado totalmente durante los tres primeros días de las protestas de Gezi, los principales medios de comunicación conti-nuaron haciendo lo de siempre. Por ejemplo, el periódico Sabah no narró las protestas en un primer momento en sus páginas princi-pales. En lugar de eso, se mostró el presidente Abdullah Gül subido a un caballo en una visita a Turmekistán.

Con el fin de entender la relación entre la negación infor-mativa de los medios de comunicación tradicionales (favorables a Erdoğan) y lo que los activistas narraban por las redes sociales, hay que mirar el giro neoliberal de Turquía y cómo el poder mediático se concentró en pocas manos mientras, al mismo tiempo se deteri-oraba la calidad de la democracia turca. El giro neoliberal de Turquía precedió a la subida del AKP al poder, sin embargo, están estrechamente vinculados. En la década de los noventa, las elecciones generales se ganaban o se perdían en las páginas de Hurriyet y Sabah, que se posicionaban a favor de los dos principales partidos políticos, el CHP y el predecesor del AKP , el partido ANAP. Una vez elegido para el gobierno en 2002, el AKP trató de consolidar su poder en un país fragmentado. El yerno de Tayyip Erdoğan, CEO de Calik Holding, compró el periódico Sabah. Otros empresarios convertidos a magnates de los medios de comu-nicación siguieron su ejemplo. Se convirtieron en amigos o ene-migos en la Turquía de Erdoğan.En 2008 , el Primer Ministro hizo un llamamiento al boicot de el grupo Doğan, que controla Hurriyet; enfrentamientos que contin-uaron durante las protestas Gezi. Bajo condiciones de polarización política y el aumento de la presión económica que dificultaba la

producción de ingresos para el accionariado, canales como NTV del Grupo de Doğuş, se acercaron al AKP en años siguientes . Otros empre-sarios capitalistas, como el Grupo Demirören , que controlaba el 15% del mercado del petróleo y el gas doméstico , diversificaron su negocio con la compra del periódico Milliyet en 2012. Fue sólo durante los apagones, que las clases populares empezaron a comprender que los medios de co-municación tradicionales solo sirven a sus propios interes y comenzaron a recurrir a las redes sociales y otras vías alternatuvas para difundir su versión y comunicar su mensaje.

Una consecuencia de esta concentración de poder mediático es la fama que han adquirido las telenovelas turcas en Europa y el Medio Oriente. Incluso en el país vecino en crisis, Grecia, han ganado populari-dad y audiencia y, esta demostración de poder se utiliza en exclusiva para mejorar la imagen de Turquía en el extranjero. En el frente interno, el pueblo turco tiene que aprender por las malas, lo que significa la hege-monía de Erdoğan y, en la práctica, una ecología mediática neoliberal. Antes del proceso de paz de los kurdos turcos, el AKP de Erdoğan hizo un uso desmedido de las leyes antiterroristas para encarcelar a periodis-tas y sancionar especialmente a los relacionados con la causa kurda. Hoy en día muchos siguen en prisión. De acuerdo con informes independi-entes, hay más periodistas encarcelados en Turquía que en países como China o Bielorrusia.

Antes de que las protestas de Gezi sacudieran Turquía, Erdoğan había aprendido cómo pasar de pedir el consentimineto a la coerción para mantener su hegemonía y ampliar el proyecto neoliberal a nuevas áreas de la vida social. Uno se imagina que el castillo de naipes se vino rápidamente abajo cuando varios ambientalistas y activistas conectaron inesperadamente con millones de personas corrientes. La respuesta de los medios reflejó la experiencia de millones de kurdos cuyas protestas nunca habían sido abordadas por los medios de comunicación.En los días posteriors, incluso periodistas respetables que habían jugado bajo las reglas tradicionales, fueron atacados, como Can Dündar, que

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encontró su columna fuera de Milliyet. Yavuz Baydar fue despedido de su cargo editorial en el periódico Sabah por su línea «crítica» en las protestas de Gezi. # OccupyGezi expone los vínculos entre el gobierno de Erdoğan y los magnates de los medios, pero el triunfante neoliberalismo del AKP tiene aún más miga.

Del movimiento al cambio

Muchos de mis contactos en Turquía me han dicho que en estos días las cosas han vuelto a la normalidad. Incluso podría argumentarse que Erdoğan emergió fortalecido de la sublevación. Sin embargo, las grietas en la clase alta de la sociedad turca se ven pronunciadas por el descontento generalizado de los de abajo. El hecho de que las feministas socialistas, los musulmanes anti-capitalistas, CHP (kemalistas), el BDP, grupos ambientalistas y Ultras de fútbol se manifes-tasen y lucharan juntos en las barricadas, no tiene precedentes. Puede que Gezi no haya tenido poder de destronar a Erdoğan y el AKP, pero lo que sí es cierto es que los de medios de comunicación capitalistas, mientras duraron las protestas de Gezi, cambiaron sus prácticas así como se pusieron en jaque, mientras duró, los parámetros sobre los que había jugado hasta el momento la política turca. Uno podría creer que una coalición de este tipo sería suficiente para romper un gobierno. De cualquier modo, precisamente, porque los activistas de diferentes procedencias políticas, ideológicas y religiosas se vieron juntos por primera vez, tienen mucho que aprender aún. Estas lecciones no serán en vano. Las prácticas alternativas establecidas durante los días de las revueltas de Gezi se han arraigado en la conciencia colectiva de los que participaron en las protestas. Así pues, el levantamiento puede cambiar los parámetros de una vez por todas. Asambleas de barrio y canales de televisión en Internet, como ChapulTV pueden convertir esta amplia coalición en un movimiento real que no sólo obtendrá como resultado que Servicio Mundial de la BBC ponga fin a su colaboración con NTV, sino que también servirá para crear instituciones propias de poder popular.

Estoy en deuda con un gran número de amigos por estar siempre ahí cuando he teni-do dudas acerca de la cuestión turca en los últimos años. Aunque podríamos estar en desacuerdo sobre algunos aspectos, mis escritos y la investigación sobre Turquía

se han beneficiado enormemente de nuestros debates y discusiones online como offline. En particular, me gustaría dar las gracias a D. Ipek, Nese K., Defne K., Ca-vidan S., Taylan H., Ege, Seda A. y A. Irem. Este artículo está dedicado a vosotros.

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#OCCUPYGEZI

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Corría el 2012 y un Madrid que parecía haber despertado meses atrás volvía a dormirse lentamente en la desidia y el pesimismo. Una compañera de militancia que acudía periódicamente a las asambleas de La Osera, Centro So-cial Okupado en Usera desde hacía diez meses, me pidió

que organizara un taller literario para no recuerdo qué jornadas. Nunca me lo había planteado de esa manera pero era cierto que había un tema que hacía tiempo estaba comiéndome poco a poco terreno mental. No me sentía capacitada para sentar nin-guna cátedra sobre el aquello, pero sí me parecía emocionante la posibilidad de abrir el debate. Se trataba de una querella que, aunque estaba terriblemente trillada, se había vuelto a abrir entre algunos poetas conocidos como una herida vieja y mal curada: ¿Debe o no el autor comprometerse con su época y, concreta-mente, en los conflictos sociales que le son contemporáneos?

La idea partía, cómo no, de ese libro maravilloso que pu-blicó Jean Paul Sartre en 1948 y lleva el ambicioso título de ¿Qué es la literatura? Libro que acababa de leer y me había dejado muy consternada, pues al poco de realizar una disertación incendiaria llamando a los escritores a mancharse las manos, Sartre exime a los poetas de este mismo deber.

«El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también […] Ya que actuamos sobre nuestro tiempo por nuestra misma existencia, queremos que esta acción sea voluntaria».

Y, sin embargo:

«No se pintan ni se traducen los significados. ¿Quién se atre-vería, en estas condiciones, a pedir al pintor y al músico que se comprometan?»

«Por el contrario, el escritor trabaja con significados. Y todavía hay que distinguir: el imperio de los signos es la prosa; la poesía está en el lado de la pintura, la escultura y la música. […] Los poetas son hombres que se niegan a utilizar el lenguaje».

Estuve un par de días planteando diatribas, ejemplos y contraejemplos. Buscando textos que pudieran motivar a mi audi-torio. Todo mi plan era cocinar una receta que consiguiera sol-tarles la lengua y echar a andar la discusión. El día en que el taller estaba programado, desperté con la noticia de que, esa misma mañana, 16 furgones de antidisturbios habían llegado al edificio con la orden de desalojo. Aquello se veía venir y no es más que otra mancha negra en el historial de espacios que una vez fueron liberados por los vecinos de Madrid y más tarde arrebatados por el mismo puñado de canallas de siempre y sus sicarios unifor-mados. En fin, íbamos a hablar de compromiso, pero hubo a la fuerza que comprometerse.Hoy retomo este mismo debate que desde hace ya años no me abandona. Releo las páginas de Sartre, una mitad de admiración, otra de incomprensión. Sigo pensando que el grandísimo Jean Paul se equivocaba.

Quizás no estoy siendo del todo justa, podría ser que el problema estribara en que estaba Sartre demasiado embebido en su época. Él mismo se delata.

«Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es su única opor-tunidad; su época está hecha para él y él está hecho para ella»

No sorprende que la mayor parte de los ejemplos que utilice para salvar al poeta son de corte simbolista. Estos, que pensaron el poema nunca como instrumento, sino siempre como un pro-ducto, perdón por el término, puramente místico, casi sacro y,

NATALIA CASTRO

la concienciaCLARA

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Natalia Castro es escritora y activista social.

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por ende, inmaculado. Otro ejemplo similar sería el del poeta peruano César Vallejo. En un contexto muy diferente, dentro de una corriente latinoamericana a la que no se le caían los anillos a la hora de entrometerse en política desde las plataformas públicas y, por supuesto, desde la propia obra (con tal éxito que no hace falta siquiera reseñarlo), Vallejo defiende a ultranza la independencia entre obra e ideología. Mantiene que el único com-promiso del poeta es escribir buenos poemas e incluso reprende a algunos otros por lo que él entiende como un dogmatismo desmedi-do que va en detrimento de la obra artística. Esto afirmaba, a propósito de Diego Rivera:

«La historia del arte no ofrece ningún ejemplo de artista que, partiendo de consignas o cuestionarios políticos, propios o extraños, haya logrado realizar una gran obra».

Huelga decir que no com-parto la condena inopinada a los poetas que no se acercan a las temáticas políticas, como na-die sería capaz de condenar a un panadero marxista por no coro-nar sus mendrugos con hoces y martillos (aunque, si se diera el caso, lo aplaudiría). Con todo, es difícil entender estas palabras si tenemos en cuenta que son de la misma persona que escribió:España, aparta de mí este cáliz, tan hermoso como lleno de ideología y compromiso políti-co. Y, haciendo por cerrar un su-puesto círculo, ¿la Guerra Civil Española, no fue, entre otras muchas cosas más o menos negras, un revul-sivo para la poesía comprometida? ¿Y, estos poemas, no se utilizaron como herramienta ideológica, más allá de su valor como obra de arte atemporal? Como digo, es esta una dis-cusión vieja como el tiempo, y su naturaleza es mucho más honda que la política. Se trata de cómo entendemos la poesía y su materi-alización concreta, el poema. El rizoma del debate se enterraría al punto de plantearnos si el poema es palabra más allá de la palabra como vehículo de comunicación, escindida de su valor informativo y convertido en obra misma, en acción creativa, no el medio, sino el fin. Algo así defendía Sartre. Yo, en este caso, prefiero acudir a Octavio Paz, que diciendo algo muy parecido da una visión diferente. En El arco y la lira:

«Y todas las obras desembocan en la significación; lo que el hombre roza, se tiñe de intencionalidad: es un ir hacia… El mundo del hombre es el mundo del sentido.»

Paz defiende que el poema es, por supuesto, algo más que palabras, pero que también es precisamente la palabra en su representación más limpia y salvaje, más natural. De ahí su valor. Quizá la palabra, sin abandonar su sentido, acuda en el imaginario del público a un lugar mucho más arraigado que el que ocupa la razón, la palabra en el poema se vuelve sugestiva, y eso la convierte, desde mi punto de vista, en un arma mucho más fuerte que la palabra como herramienta de la prosa analítica (trátese de ensayo o de ficción). De nuevo Octavio Paz:

«Pero, la palabra poética se pasa de la autoridad divina. La imagen se suste-nta en sí misma sin que sea necesario recurrir ni a la demostración racional ni a la instancia de un poder sobrenatural: es la revelación de sí mismo que el hombre se hace a sí mismo».

Cierto es que, hasta el 2011, lo que se ha dado en llamar «poesía de la conciencia» no vivía su mejor momento. Los poetas más o menos canónicos actuales (en su mayoría de la experiencia o herméticos) despreciaban esta vertiente gremial que quedaba reducida a unos pocos espacios, los poetas políticos eran considerados un residuo marginal de pesimistas, nostálgicos y, por sobre todo, irrealistas, teniendo en cuenta la hegemonía del hoy extinto Estado de Bienestar. Que la situación ha cambiado puede demostrarse echando un vistazo a revistas, blogs y foros. Por poner un ejemplo: el poeta Gsus Bonilla de apenas proyección en las instituciones oficiales (ateneos, círculos, jurados, etc.) fue en 2011 finalista al Premio Nacional de Poesía por su poemario Ovejas esquiladas que temblaban de frío, que rezuma criticismo. De alguna forma, la poesía de la conciencia vuelve a gustar.

Pero prefiero no entrar en ese otro debate largo como el capitalismo, sobre la apropiación por parte del Sistema de todo aquello que parezca susceptible de ser con-vertido en un producto de consumo, lo que los situacionistas llamaron recuperación, (Valle-Inclán teniendo que comer de la redacción eslóganes publicitarios, para qué más); me interesa el efecto en las bases, esto es, en la gente. Me atrevo a decir, a pesar de que las estadísticas de venta corran a qui-tarme la razón, que la gente está volviendo a la poesía. Y lo digo basándome en datos a pie de calle, como que los chicos que orga-nizan el Poetry Slam de Madrid han llenado durante meses salas de teatros y conciertos (¡incluso cobrando entrada!); por no dejar de decirlo: el campeón europeo de Poetry Slam es madrileño y aborda muy a menudo temas sociales. O que los organizadores del Voces del Extremo jornadas poéticas en Moguer, uno de los carozos actuales de la poesía

social, organizaron este 2013 en la capital unas jorna-das con el título Voces del Extremo, poesía y resistencia. El evento incluía innumera-bles recitales en bares y cen-tros sociales, y tuvo un éxito arrollador (con gran presen-cia en prensa, por cierto). Y, por esto último entre otras cosas, también me aventuro a asegurar que una de las grandes razones de que el género poético vuelva a estar en boga va precisamente de la mano, concretamente, con la poesía de la conciencia. Es esta la que ha vuelto, y

ha ocupado ese espacio del pensamiento que antes del 15M parecía desahuciado y tapiado como tantos edificios vacíos en todo el Esta-do. Como la Osera de Madrid. Edificios que cada vez en mayor número son liberados por la gente y convertidas en otra cosa, en algo más vivo, como la poesía, en un instrumento si no para la lucha, cuanto menos, para la supervivencia.

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«La historia del arte no ofrece ningún ejemplo de artista que, partiendo de consignas o cuestionari-os políticos, propios o ex-traños, haya logrado re-

alizar una gran obra»

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Pablo A. Mendivil

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Nace en 1986. Con curiosidad y admi-ración por la fotografía desde bien pequeño, es en la actualidad fotógrafo y periodista. Comenzó a trabajar como fotógrafo en el 2004 captando momentos sobre todo en eventos de información cultural. Ha retratado a escritores, políticos, artistas, directores de cine... llegando a colaborar con las revistas digitales: Cultura-mas, ARN, Vía52, OtroLunes y para los periódi-cos El País y El Mundo. Parte de su trabajo está publicado en: http://500px.com/pabloamen-divil y www.pabloamendivil.com

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1. Ana María Matute.

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2. Maruja Torres.G.46

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3. Elia Barceló.

4. Borja Cobeaga.

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5. Miguel Ángel Solá.

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6. Miguel del Arco.

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7. Borja Cobeaga.

8. Elvira Lindo.

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9. Pasqueale Caprile.

10. Juan José Millás.

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RAFAEL JIMÉNEZGALERÍA DE ARTE

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Nace en Córdoba en 1989. Licenciado en Bellas Artes en la especialidad de grabado y diseño por la Universidad de Sevilla en 2012. Inicia su trayectoria en el mundo del graffiti y el arte urbano realizando murales y participando en numerosos eventos en todo el terreno nacional, explo-rando diferentes lenguajes expresivos en torno a la pintura y el espacio urbano. Un viaje a Nueva York y una estancia con el equipo arqueológico Cuevas de Nerja en 2009 le sir-ven como punto de inflexión para abandonar el graffiti y dedicarse a la obra plástica multidisciplinar a través de acciones, pinturas, videos y proyectos, teniendo el tiempo, la historia y la memoria como ejes de trabajo. Desde en-tonces ha expuesto su trabajo en distintas ciudades como Sevilla, Bilbao, Gijón, Ávila, Madrid, Granada, Málaga, Va-lencia, Lima o Berlín en muestras individuales y colectivas. Ha sido becado por la Fundación para jóvenes creadores Antonio Gala, la muestra de arte contemporáneo: D-Mencia y la X semana de arte contemporáneo de Asturias: AlNorte , entre otros premios y selecciones. Desde 2012 es uno de los coordinadores de Z, Jornadas de arte contemporáneo de Montalbán de Córdoba, espacio de reflexión e interacción artística donde comisaria diferentes proyectos expositivos e intervenciones.

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Serie Cráneos.

Plastilina sobre papel (22 piezas).Desde 20x20cm hasta 25x30cm.

2012-2013.

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Sin título (Construcciones).Plastilina sobre cartón.Díptico, 29x42cm cada pieza.2013.

Sin título (Torcal).Plastilina sobre madera.Díptico, 50x50cm.2013.

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Sin título (Venus).Plastilina sobre papel.29x42cm.2013.

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JAVIER BOZALONGO

“ A nadie le ha entregado

usted su vida,a nada ha

consagrado tantos años”

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JAVIER BOZALONGO

“ A nadie le ha entregado

usted su vida,a nada ha

consagrado tantos años” N ace en Tarragona, 1961. Ha publicado los poemarios Líquida

nostalgia (2001), Hasta llegar aquí (Cuadernos del Vigía, 2005), Viaje improbable (Renacimiento, 2008) por el que obtuvo el XI

Premio Surcos de Poesía; y La casa a oscuras (Visor, 2009), al que le fue concedido un Accésit del Premio Jaime Gil de Biedma de la Diputación de Segovia. Su primer relato publicado, El último tren, obtuvo un Ac-césit en los Premios del Tren 2011. En 2012, el Festival de poesía de Costa Rica publicó la antología Nunca el silencio. Es asesor del Festi-val Internacional de Poesía de Granada desde su primera edición en 2004 (www.fipgranada.com). Ha colaborado en revistas como Cuad-ernos Hispanoamericanos o El Maquinista de la Generación, del C.Cul-tural Generación del 27 de Málaga. Poemas suyos han sido traducidos al rumano, portugués, italiano y griego. Desde septiembre de 2009 co-ordina el Ciclo Poesía en el Palacio, que se celebra mensualmente en Granada (www.hospes-poesiaenelpalacio.com). Dirige la colección de poesía de Valparaíso Ediciones (www.valparaisoediciones.es). Su pá-gina web es www.javierbozalongo.com.

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Notas del poeta a los poemas:

Último parte de guerra: Ahora que por fin TSJA, sin posibilidad de recurso, obliga a retirar la escultura dedicada a José Antonio que aún per-manece en el centro de Granada, es bueno recordar este poema incluido en el libro Un árbol en lugar de una estatua que se publicó hace algún tiempo en Granada para reclamar, precisamente, la retirada de ese monumento.

Cita a ciegas: ¿Qué sería de la poesía si los poetas dejaran de escribir poemas de amor?

Sabrina: La poeta Claribel Alegría, una de las voces más singulares y destacadas de la poesía centroamericana, cumple en mayo de dos mil catorce nada menos que 90 años llenos de luz y poesía. Este es el homenaje que me gustaría rendirle desde Granada, su otra casa, donde hasta una habitación de hotel lleva su nombre y recuerda tanto a sus dos patrias, Nicaragua y El Salvador.

POESÍA

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POESÍA

ÚLTIMO PARTE DE GUERRA

En el día de hoy, por fin desalentadas las palomas, las tropas del recuerdo han alcanzado el último objetivo.

La infamia ha terminado.

En Granada, setenta años después ¿de paz? ¿o de silencio?

CITA A CIEGAS(Poema de amor) Me gusta la ginebra con tónica, contigo. Sobre el hielo unas gotas de limón exprimido complican tu reflejo en el fondo del vaso. La escasa luz y el humo pueden hacer el resto: qué más nos dan mi nombre o tu teléfono.

Soñar es peligroso.

París está muy lejos y mi casa, aquí al lado.

SABRINA¿Me quiere?

¿No me quiere?Misteriosa es mi gata

y jamás lo sabré.

Claribel Alegría

Es difícil ser gata y quedarse a vivir en las palabras.

La libertad que ofrecen los tejados, el amor sin cadenas del resto de habitantes de la noche, el azul casi negro de la ciudad muy poco iluminada no pueden compararse con los versos, por hermosos que sean.

Pero también hay días en que me gusta oír como resbala mi nombre por tu voz, sabiéndome a resguardo de cualquier infortunio, descansando feliz en un poema.

UN HOMBRE SIN PASADO

Entrégueme las llaves.

No nos debemos nada el uno al otro.Compré con su salario su tiempo y mis ganancias.A cambio de su esfuerzo yo negocié sus deudasy las alimenté con la ilusiónque usted tuvo una vez, creyéndolas saldadas.

Su ímpetu juvenilnaufragó en la moqueta de un despacho.No se sienta culpable si al retirar las fotosalguna le reprocha sentirse abandonada,puede culparme a mí, que no soy nadie.

A nadie le ha entregado usted su vida,a nada ha consagrado tantos años.De ahora en adelante va a saber lo que esconvertirse en un hombre sin pasado.

Entrégueme las llaves.

Si algo hemos compartido usted y yofue el vacío del aire:ni siquiera al tocarle dejé huella.

Puede pensar que ha sido un espejismo,pero el despertador desocupado,las mañanas sin prisa y las corbatas tristesvendrán a recordarle lo que es.

Lo que pudo haber sido lo doy por bien pagado.

Entrégueme las llaves, salga sin hacer ruido.

Recoja las monedas que sellan el adiós.

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#Se dice

poetaUn largometraje documental de Sofía Castañón y producido por Señor Paraguas.

Carmen Camacho Erika Martínez Isabel García Mellado Sonia San Román Carmen Beltrán Martha Asunción Alonso Miriam Reyes

Laia López Manrique Luci Romero Teresa Soto Vanesa Pérez-Sauquillo Elena Medel Estíbaliz Espinosa María Couceiro

Yolanda Castaño Sara Herrera Peralta Laura CasiellesAna Gorría Sara R. Gallardo Vanessa GutiérrezAlba González Sanz

facebook.com/sedicepoetatwitter.com/#sedicepoetasedicepoeta.es

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Sobre el rodaje:

Más que anécdotas (te podría hablar de coches de alquiler que se estropean en pleno centro de Coruña, de kilómetros y kilómetros de carretera, de un rodaje que parece una road movie, pero creo que a la hora de la ver-dad no tiene mucho interés más que para quienes lo vivi-mos) sí veo interesante hablar del proceso de realización del documental como contenido en sí. En lo que a reflex-ión sobre el asunto se refiere. He aprendido mucho, estoy aprendido mucho. Comencé este trabajo con ese objeti-vo, el de intentar entender una serie de cosas, ponerlo en conversación con compañeras, preguntarles qué pensa-ban.

Y el asunto es que han surgido más preguntas nue-vas que certezas (aunque también certezas, y entiendo que en el hecho de surgir preguntas que antes no estaban, alguna certeza implícita va por el camino).

Puedo decir que, aunque no dudé en que las en-trevistadas fueran quienes son (¡y por algo lo eran!), me ha sorprendido el mimo, el cuidado, el respeto y la re-sponsabilidad con la que se han enfrentado al cuestion-ario que les proponía. Me decía Erika Martínez, fuera de cámara compartiendo una cerveza, que esto (este asunto) le importaba mucho. Y un comentario que podría ser sencillo a mí me acompaña desde entonces con la grave-dad que creo que es necesaria para abordar ciertas cues-tiones.

Imágenes del rodaje

#Sedicepoeta

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Salvador J. Tamayo charla con Sofía Castañón:Y no sólo las poetas entrevistadas. Las otras voces del documental: Raúl Quin-to, Lucas Ramada, Carles Mercader, David Eloy Rodríguez y Jose María Valero (entre otros), han tenido la más dedicación, respeto, preocupación. Algo que notas que va más allá del “cómo voy a quedar diciendo tal cosa en tal sitio”. Ves que el asunto les importa. Y desde luego lo mismo con mis compañeros: Alejandro López Riesgo (que trabaja en cine y ha dirigido varios cortos y un documental), Aníbal Menchaca (que es un músico y poeta) y Juan Tizón (com-pañero en tanto, director de fotografía, narrador incansable).

Y otro asunto que veo bonito y necesario resaltar es la condición de anfitriones que todas las poetas entrev-istadas y el resto de entrevistados, en mayor o menor medida, han tenido. Cuando por motivos de trabajo estás fuera tantos días, que te hagan sentir como en casa no es sólo una frase hecha y resultona.

¿Cómo surge Se dice poeta? Surge de varios puntos, de pequeñas historias con las que me tropezaba, de enredaderas a modo de conversación sobre el lenguaje, sobre si debía querer un término u otro para hablar de mí misma como poeta. Surge de muchas veces fruncir el ceño por no entender algunas cosas. De esa necesi-dad, la búsqueda de una puesta en común con poetas a las que leo, respeto y admiro (por lo que escriben y por lo que piensan).

¿Cuál es la intención de Se dice poeta?

La intención es la de lograr un clic en quien aún no se ha preguntado nada de esto. ¿Por qué esa diferencia-

ción entre la poesía y la poesía escrita por mujeres? ¿Por qué molesta el térmi-no poetisa? ¿O por qué existe el término poetisa, si poeta abarca ambos géneros? ¿Por qué no hay apenas nombres de mujeres en los libros de literatura de secundaria o dentro de las antologías que, a día de hoy, proponen y pretenden establecer el canon de este tiempo? La intención es llevar al espectador, a la espectadora a hacerse esas preguntas.

El proyecto que tenéis entre manos va a ser uno de los mejores reflejos para en-tender en el futuro cómo está la poesía escrita por mujeres en este momento. Tiene un valor documental tremendo ya que no sólo muestra el tra-bajo de las poetas actuales sino que muestra un momen-to concreto de la literatura española. ¿Cómo fue la selec-ción de las participantes?

El documental se compone de los pun-tos de vista de 21 poetas nacidas entre el 74 y el 89. La selección de esas poetas no deja de ser algo personal, irremedi-ablemente subjetivo. Por su obra, por lo que su obra aporta y por lo que su punto de vista aporta es por lo que son ellas. El corte generacional busca acotar temas, hacer viable el discurso en el formato de documental. Aunque ellas no son las únicas entrevistadas. Tam-bién están los puntos de vista de otros compañeros poetas, editores, gente del mundo de la docencia y de otras disci-plinas artísticas. Hombres y mujeres.

¿En qué fase se encuentra el proyecto?

Actualmente estamos acabando la fase de rodaje.

¿Cuándo podremos verlo? Ya hay algunas fechas, aunque es-tán por confirmar. A partir de septiem-bre esperamos que pueda verse dentro del circuito de festivales.

Por qué es necesario un proyecto como Se dice poeta, quiero decir, hasta qué pun-to la mujer es ninguneada en el mundo literario como para tener que ofrecerle un espacio reservado únicamente a ellas en este proyecto. Es necesario porque no creo que como sociedad podamos permitirnos la desigualdad en ningún campo. Habla-mos de género, pero podríamos hablar de color de piel, de lengua... Cuando además la herramienta con la que se trabaja es el lenguaje, esto no sólo de-forma lo que se dice del mundo en el que se vive sino que construye el mun-do en el que se vivirá. G.

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ISSN: 2340-6186

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