Grimal, Pierre - El Mundo Mediterráneo en La Edad Antigua III La Formación Del Imperio Romano

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HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI la formación del imperio romano el mundo mediterráneo en la edad antigua III. PIERRE GRIMAL siglo veintiuno méxico españa argentina

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PIERRE GRIMAL LA FORMACION DEL IMPERIO ROMANOEl mundo mediterráneo en la edad antigua IIIEsta HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI, preparada y editada inicialmente por Fischer Verlag (Alemania), sigue un nuevo concepto: exponer la totalidad de los acontecimientos del mundo, dar todo su valor a la historia de los países y pueblos de Asia, Africa y América.Resalta la cultura y la economía como fuerzas que condicionan la historia. Saca a la luz el despertar de la humanidad a su propia conciencia.Pierre Grimal. El autor y compilador de este volumen nació en 1912. Fue profesor en la Escuela Francesa de Roma (1935-37) y en las Universidades de Caen y de Burdeos (19411952). Es profesor de literatura latina y cultura romana en la Sorbona. Como autor es conocido por sus obras: Le siècle des Scipions (1935), La civilisation romaine (1960), A la recherche de l’Italie antique (1961). Obras traducidas al castellano: Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Labor, 1965. Las ciudades romanas, Barcelona, Vergara, 1956.Indice1. LA EPOCA DE LAS GRANDES CONQUISTAS DE ROMA (202129 a. de C.) I. ROMA AL FINALIZAR LA SEGUNDA GUERRA PUNICAa) La literatura nacionalα) Nevioβ) Ennio y Terenciob) La crisis religiosac) Organización del Estadoα) La nueva aristocraciaβ) Los poderes del pueblo; los Comiciosγ) Las Magistraturasδ) El SenadoII. los ASUNTOS de ORIENTEa) La situación de los reinosb) La segunda guerra de Macedonia,α) Sus causasβ) La intervención romana,γ)) La Grecia librec) La guerra contra Antíoco IIIα) El poderío de Antíocoβ) Las intrigas de los etoliosγ) Las hostilidadesd) La paz romana en OrienteIII. EVOLUCION INTERIOR DE ROMA A LO LARGO DEL SIGLO IIa) El helenismo en Romaα) Su fuerzaβ) Catónb) El Imperio de Roma,α) Su definición jurídicaβ) La evolución dentro de ItaliaIV. EVOLUCION DE LAS FUERZAS EN ORIENTEa) El problema griegob) La situación en Oriente después de Apameac) La tercera guerra de Macedoniad) El nuevo equilibrioα) El apogeo de Delos y la economía mediterráneaβ) Grecia hasta la destrucción de Corintoγ) La suerte de los reinos§ 1. Pérgamo§ 2. Egipto§ 3. El reino de los SeléucidasV. LA CONQUISTA del OCCIDENTE,a) La pacificación de la Italia del Norteb) Los asuntos de Españaα) España antes, de los romanos§ 1. El reino de Tarteso§ 2.Los iberos§ 3. Los celtas§ 4. Los celtíberosβ) Las luchas contra Roma2. LA AGONIA DE LA REPUBLICA ( 13349 a. de C.) I. LOS FACTORES DE LA CRISISa) Importancia del dinero en la sooiedad romanab) Las transformaciones materiales de la Urbsc) La vida intelectuald) La evolución del DerechoII. LA CRISIS DE LOS GRACOSa) Tiberio Gracoα) El hombre y la doctrina políticaβ) El tribunado de Tiberioγ) De Tiberio a Cayob) Cayo Gracoα) Los asuntos de Asiaβ) La política de CayoIII. DE LOS GRACOS A SILAa) La guerra de Yugurtab) Primacía y fracaso de C. Marioc) La guerra de los aliadosa) La guerra civilα) Los datos del problemaβ) Mitrídates y la crisis de Ornenteγ) Sila marcha sobre Romaδ) La vuelta de Sila y la dictadura; las reformasε)) El final de la dictaduraIV. LA REPÚBLICA EMPLAZADAa) Lépido y Sertoriob) Las guerras contra Mitrídatesc) Los problemas interioresα) Sertorioβ) Espartacoγ) El proceso de Verresδ) La rogatio de Gabinioε) El asunto de Catilinaζ) La vuelta de Pompeyoη)Εl primer triunviratod) La conquista de la Galiaα) La Galia en el momento de la conquistaβ) Los factores de unidadγ) Estado político y socialδ) Las campañas de César§ 1. La guerra de los helvecios§ 2. Las campañas del 57 al 52§ 3. La rebelión del 52V. HACIA LA GUERRA CIVILDE LA DICTADURA AL PRINCIPADO (49 a. de C.14 d. de C.) I. EL TRIUNFO DE CESARa) La eliminación de Pompeyob) César, dueño del mundoc) La oposición a CésarII. ROMA A LA MUERTE DE CESARa) La vida literariaα) Desarrollo de la prosaβ)

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  • HISTORIA U N IV ER S A L SIGLO XXI

    la formacin del imperio romanoel mundo mediterrneo en la edad antigua III.PIERRE GRIMAL

    siglo veintiuno

    mxico espaa argentina

  • Esta HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI, preparada y editada inicialmente por Fischer Verlag (Alemania), sigue un nuevo concepto: exponer la totalidad de los acontecimientos del mundo, dar todo su valor a la historia de los pases y pueblos de Asia, Africa y Amrica.

    Resalta la cultura y la economa como fuerzas que condicionan la historia.

    Saca a la luz el despertar de la humanidad a su propia conciencia.

    En la HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXIhan contribuido ochenta destacados especialistasde todo el mundo.

    Consta de 36 volmenes, cada uno de ellos independiente, y abarca desde la prehistoria hasta la actualidad.

    HISTORIA UNIVERSAL SIGLO III

    i mui mu mu m u mu mu mu un mi

    ArmauirumqueArmauirumque

  • VOLUMEN COMPILADO POR

    Pierre Grimai

    El autor y compilador de este volumen naci en 1912. Fue

    profesor en la Escuela Francesa de Roma (1935-37) y en lasUniversidades de Caen y de Burdeos (1941-1952). Es profesor

    de literatura latina y cultura romana en la Sorbona. Como autor

    es conocido por sus obras: Le sicle des Scipions (1935), La

    civilisation romaine (1960), A la recherche de lItalie antique

    (1961). Obras traducidas al castellano: Diccionario de mitologa

    griega y romana, Barcelona, Labor, 1965. Las ciudades romanas,

    Barcelona, Vergara, 1956.

  • Historia Universal

    Siglo veintiunoVolumen 7

    LA FORMACION

    DEL IMPERIO ROMANO

    El mundo mediterrneo en la Edad Antigua, III

    Compilado por

    Pierre Grimai

    Mxico 0 histor. . M universal

    Argentina y . un mundo que, sin ella, estara conde

    nado a la anarqua y a las matanzas perpetuas: todo esto pudo

    haber contribuido a su decisin. Jurdicamente, aquel testa

    mento era vlido y conforme con el carcter de la realeza he

    lenstica 23S. El rey es el mayor propietario privado del Reino;

    como tal, puede disponer de sus bienes, y Atalo leg al pue

    blo romano lo que le petteneca. En cuanto a las ciudades, el

    testamento prevea que se convertiran en libres, como las

    otras ciudades que, en Grecia y en Asia, gozaban de tal esta

    tuto J3S. Atalo pareca prever que las monarquas tradiciona

    les salidas de la desmembracin del Imperio de Alejandro es

    taban condenadas y deban ser sustituidas por una forma de

    federacin ms flexible y ms estable: precisamente, la que

    Roma comenzaba a aportar al mundo. En este sentido qui

    z por azar, quiz conseientemente , el testamento de Atalo

    se anticipa a la historia y prepara el porvenir.

    S 2. Egipto. De tal descomposicin de los reinos, Atalo

    poda encontrar un ejemplo en Egipto. Tras la guerra victo

    riosa llevada a cabo por Antoco, dos hermanos se repartan

    all el poder237 : Ptolomeo Filomtor y su hermano menor,

    Ptolomeo Evrgetes ( el Bienhechor, pero llamado por sus

    sbditos Physcon, el Gordo), Esto no haba durado mu

    cho tiempo. En el 164, una sublevacin haba arrojado de

    Alejandra a Filomtor. El arbitraje de Roma impuso enton

    ces otra forma de reparto: Filomtor recibi Egipto y Chipre,

    y Evrgetes, la Cirenaica. Dos aos despus, Chipre fue aa

    dida a la parte de Evrgetes. Filomtor no acept aquella de

    cisin, se opuso a ella con las armas y lleg incluso a hacer

    prisionero a Evrgetes, perdonndole la vida y dejndole tam

    bin la Cirenaica.

    56

  • Fig. 2. El Oriente Prximo

  • En Roma, cada rey tena sus partidarios. Catn defenda

    a Filomto; es difcil creer que lo hiciese por dinero. No

    ocurra lo mismo con los partidarios de Evrgetes, que era

    un tirano aborrecido y despreciado. Tenemos el testamento

    que redact en el 153, mediante el cual aejaba a Roma la

    Cirenaiea s imora sin descendencia 25, pero tal testamento

    no se aplic jams. En su flecha, poco tiempo antes de la

    tercera guerra pnic1, no careca de significacin, y, en todo

    caso, probablemente sirvi de modelo al de Atalo I I I , 20 aos

    despus.

    Filomtor, en el 147, aprovech los trastornos que desga

    rraban el reino de los Selucidas para invadir Siria y recupe

    rar las provincias perdidas. Se nos dice que habra podido

    ceir la corona en Antioqua y reunir los dos reinos, si no

    hubiera temido la clera de Roma. No tard en morir, herido

    durante un combate, lo que puso fin a la conquista de la Ce-

    lesiria. Evrgetes, convertido en nico rey, se apoder de

    Alejandra y rein en ella hasta el ao 116, en que muri.

    Reinado perturbado por las mil vicisitudes, revueltas y atro

    cidades cometidas por el rey en su propia familia. En un mo

    mento, incluso, expulsado por su propia mujer, Cleopatra I I ,

    l se refugi en Chipre, pero, en el 129, estaba de nuevo en

    Alejandra.

    3. El Reino de los Selucidas. La suerte de los Seluci

    das no era ms envidiable que la de los Ptolomeos. Tras la

    muerte de Antoco IV , en el 164, el Reino fue adjudicado a

    su hij Antoco V Euptor, de nueve aos de edad. Roma, in

    quieta por las violaciones de las clusulas del tratado de Apa

    mea cometidas por el rey anterior, envi una misin de tres

    senadores como tutores del joven prncipe: unos tutores muy

    singulares, que comenzaron por hacer retirar los elefantes de

    guerra y por destruir las armas y los navios reunidos por An*

    toco. Se produjo una insurreccin, y el jefe de la delegacin,

    Gn. Octavio, fue asesinado (162 a. de C.). Lisias, que ostentaba

    el ttulo de regente, envi muchas excusas a Roma, y el Senado

    las acept, pero mientras tanto, como por azar, Demetrio, el hijo

    de Seleuco IV Filoptor, que viva como rehn en Roma, se

    evadi y se present reivindicando la herencia de su padre. Aque

    lla evasin, facilitada por algunos senadores, ayudada por Poli

    bio259, era la respuesta de Roma al asesinato de Octavio.

    Demetrio fue bien acogido por los sirios; el ejrcito se uni

    a l. Lisias y el joven Antoco V fueron muertos, pero las otras

    provincias resistieron, especialmente Babilonia que, bajo la di

    58

  • reccin de Tmatco (hermano de Heraclides, el ministro de Antoco IV ), se sublev. Adems, el problema judo volva a

    plantearse con acritud. Roma reconoci a Timarco y concert un

    tratado de amistad con el Estado judo, el cual, aunque sometido

    a los Selucidas, trataba de hacerse independiente Demetrio

    no se preocup por aquellas decisiones romanas, pues saba que

    no iran ms all del terreno diplomtico; restableci el orden en

    Jerusaln y sofoc la rebelin de Timarco. Los romanos acepta

    ron y reconocieron a Demetrio, que tom el sobrenombre de S- ter (160 a. de C .)241.

    Pero los xitos de Demetrio suscitaron contra l las intrigas

    de Prgamo y las de Egipto. Atalo I I lanz contra l al rey de

    Capadocia, Ariarates IV 242, mientras el populacho de Antioqua

    trabajado, quiz, por agentes extranjeros se haca cada vez

    ms hostil a Demetrio, que, por su parte, se encerraba en la so

    ledad, se (rodeaba de filsofos y se entregaba a sangrientas re

    presiones contra sus adversarios24>. Por ltimo, Atalo I I levan

    t contra l a un pretendiente, un tal Balas, notable por su pare

    cido con Antoco IV 244. Heraclides,, que viva en Asia Menor,

    se declar a favor de Balas y le llev a Roma, donde el Senado

    reconoci oficiamente al joven impostor con el nombre de Ale

    jandro (finales del ao 153) 245. Pocos meses despus, Balas, de

    regreso en Siria, reuna a su alrededor a Palestina, y Ptolomeo

    Filomtor pona a su disposicin un cuerpo expedicionario. Una

    sublevacin en Antioqua acab de derrocar a Demetrio, que pe

    reci combatiendo, en el verano del 150!44. Alejandro Balas ci

    la corona de los Selucidas.

    Balas, hechura de Atalo y de Ptolomeo, se cas, a fines del

    150, con Cleopatra Thea, hija de Filomtor, y comen/ un re-

    nado de molicie y libertinaje. Pero, a principios del 147, un hijo

    de Demetrio Ster, llamado tambin Demetrio, desembarc en

    Siria con mercenarios cretenses y amenaz a Antioqua. Balas

    acudi en socorro de la ciudad, mientras Filomtor penetraba en

    Siria, con el pretexto de ayudarle; pero, de pronto, tras haber

    ocupado las ciudades, Filomtor se declar en contra de Balas,

    reconoci a Demetrio I I y le dio la mano de Cleopatra, que

    estaba con l. La batalla decisiva dio la victoria a Demetrio y a

    Filomtor, pero ste muri, a consecuencia de las heridas recibi

    das, a comienzos del verano del 145 2 . Una vez ms Egipto

    tuvo que evacuar la Celesiria.

    Demetrio, aunque reuni de nuevo la herencia de los Selu

    cidas (durante algunos meses), no supo ganarse el afecto de los

    sirios, que se sublevaron y, dirigidos por un soldado llamado

    Didoto, oriundo de Apamea, reconocieron como rey a un hijo

    59

  • de Alejandro Balas con el nombre de Antoco VI. Didoto fue

    regente del joven prncipe (con el nombre de Tritn), y, en el

    142, le hizo asesinar y ci la corona. El pas estaba dividido en

    dos. Y, como los partos, aprovechndose de la situacin, haban

    invadido Babilonia y ocupado la Seleucia del Tigris, Demetrio,

    despus de haber rechazado al invasor, fue hecho prisionero du

    rante la persecucin por el rey Mitrdates I Pareca que Tri

    tn reunifcara el Reino, pero el hermano de Demetrio, Antoco,

    entr en Siria, y, con el nombre de Antoco V II Evrgetes (lla

    mado Sidetes), puso fin a su usurpacin y comenz a ' reducir

    el separatismo judo, que haba hecho muy grandes progresos

    (Judea se haba hecho oficialmente independiente bajo Demetrio

    I I ) . Fue necesario un ao de asedio para tomar Jerusaln; des

    pus, el rey se dirigi hacia Mesopotamia, pero, en el 129, muri

    all en el curso de un choque contra los partos2W. Era, prctica

    mente, el final de la dinasta. Demetrio I I fue entonces libe

    rado por los partos, ciertamente, pero se mostr incapaz de pro

    seguir e incluso de mantener la obra de su hermano. Las ciuda

    des, las poblaciones, se hicieron independientes de la autoridad

    real; por casi todas partes surgieron pretendientes; el helenismo

    est en retirada en toda aquella parte de Oriente. En el momento

    en que, con la transformacin del Reino de Prgamo en la pro

    vincia de Asia, Roma se instala en el Asia Menor, est, perfec

    tamente claro que muy pronto tendr que intervenir en lo que

    haba sido dominio de los Selucidas.

    Cabe preguntarse si, durante aquel perodo, Roma tuvo res

    pecto al mundo oriental una poltica coherente. Pero hay que

    sealar, inmediatamente, que aquella poltica, si existi, fue ela

    borada en el Senado; el pueblo romano no intervino para nada

    en ella. Los tratados de amistad (como los que en varias oca

    siones se concertaron con el joven Estado judo) no comprome

    ten al pueblo; dependen de las disposiciones, a veces pasajeras,

    acordadas por el Senado en un momento dado. El sistema de las

    embajadas, de las misiones de informacin, es empleado normal1-

    mente, y los senadores que forman parte de ellas suelen imponer

    sus soluciones. Por esta razn se elige a los de mayor influencia

    y a los ms (prudentes. La idea predominante parece ser la preocu

    pacin de asegurar la paz, la de evitar el retorno de las coalicio

    nes del pasado. Los Padres parecen consejeros. Intervienen dis

    cretamente cerca de los reyes y de las ciudades (a! menos, muy

    frecuentemente), pero su intervencin es decisiva, sin que. ten

    gan que hacer uso de la fuerzaK0. Las medidas de detalle

    adoptadas en este marco, bastante impreciso, de las legaciones

    no siempre son claras. Trataron los legati de favorecer el comer-

    60

  • cio de los itali, o intentaron establecer relaciones con las pobla

    ciones marginales o mal sometidas del interior de los reinos (co

    mo los glatas y los judos)? Quiz lo hayan hecho algunos

    comisarios, pero con propsitos simplemente personales. En todo

    caso, en aquellos enviados senatoriales se advierte la tendencia a

    hablar directamente a las ciudades y a las poblaciones, marginan

    do a los reyes, pues consideraban la monarqua como una forma

    poltica inferior, transitoria, peligrosa para la libertad y la segu

    ridad de los ipueblos. As preparan, pero en la realidad, y por

    una especie de instinto poltico, ms que en virtud de un cl

    culo consciente, la futura integracin de los pueblos en el impe

    rium romanum. Al mismo tiempo, se realizan las condiciones que

    permitirn la transformacin de los reinos en provincias, Los ms

    altos personajes de la Repblica adquieren, durante aquellas le

    gaciones, el conocimiento de los recursos y de la geografa de

    los pases lejanos. Sus ambiciones se despiertan, y los conseje

    ros, ms o menos discretos, de hoy se convertirn maana en

    los omnipotentes gobernadores, que sustituirn a los reyes.

    V. LA CONQUISTA DEL OCCIDENTE

    Mientras- se prepara as la dominacin de Roma sobre los

    viejos reinos de Oriente, en Occidente prosiguen activamente los

    avances de la romanizacin. El mismo perodo est caracterizado

    por la creacin de varias provincias: primero, las de Espaa, y

    despus, tras el fin de Cartago, la de Africa. Como en Oriente,

    tambin aqu es difcil hablar de un imperialismo consciente.

    Ms bien, parece que el origen de los progresos realizados en

    cada momento haya sido el deseo de asegurar las ventajas adqui

    ridas. Los intereses materiales desempearon, sin duda, su papel:

    si Espaa no hubiera sido tan rica en minas y en canteras, y

    si la agricultura, en Cartago, no hubiese sido tan prspera, tal

    vez Roma no habra puesto tanto inters en pacificar la pennsula

    ibrica y Africa, pero el inters mercantil no fue el mvil prin

    cipal de los romanos en esta doble aventura. Roma no es, como

    Cartago, una repblica de mercaderes. Los negotiatores preceden

    y acompaan a las legiones, son los auxiliares de la conquista,

    pero no son, en la mayora de las ocasiones, ms que aliados,

    no romanos, y si mantienen relaciones con algunos senadores,

    61

  • buen nmero d Padres se opone a que la conquista se reduzca

    a una explotacin econmica del mundo. En el asunto de Rodas,

    Catn haba acabado venciendo2*1.

    a) La pacificacin de la Italia del Norte

    Tras la derrota de Anbal en Zama, la situacin poltica crea

    da en Occidente era bastante confusa. Roma tiene la preemi

    nencia, pero su autoridad est Jejos de ser reconocida en to

    das parces, incluso en el territorio italiano. Especialmente, los

    galos y los ligures (establecidos, los primeros, en la llanura

    de Po, y los segundos, en la vertiente tirrena de los Apeninos,

    entre la base de los Alpes y los confines del pas etrusco) tu

    vieron que ser reducidos a costa de largas campaas.

    Las operaciones contra los celtas duraron unos veinte aos.

    En ellas intervinieron ejrcitos consulares o pretorianos, a partir

    de las colonias latinas fundadas en vsperas de la guerra pnica,

    que haba interrumpido los esfuerzos de pacificacin: Cremona,

    en el 218, en la orilla izquierda del Po (cerca de la confluencia

    del Adua), y Placencia, en el 219, en la orilla derecha, en la

    confluencia del Trebia. La base lejana sigue siendo Ariminum

    (Rmini), instalada por Roma en la cspide del tringulo que

    forma la llanura del Po, entre los Apeninos y el mar252. Poco

    a poco, las funoiones se multiplican y aseguran ms slidamente

    la ocupacin del pas. En el 189, Flesina, la capital de los galos

    boyos, donde los elementos celtas se haban superpuesto a los vi-

    lanovianos etrusquizados 255, se converta en colonia romana, con

    el nombre de Bononia (hoy Bolonia), y nuevas aportaciones de

    colonos acrecentaban las fuerzas de Cremona y de Placencia,

    mientras que, algunos aos despus, en el 183, se fundaban Mu

    tina (Mdena) y Parma254. Aquellas ciudades eran otros tantos

    jalones a lo largo de la Via Aemilia, la ruta estratgica estable

    cida en el 187 por el cnsul M. Emilio Lpido, una ancha cal

    zada rectilnea que una a Armino con Placencia y que lue

    go se prolongara hasta Mediolanum Insubrium (Miln) y Como,

    donde los ejrcitos romanos haban penetrado por primera vez

    en el 190.

    La pacificacin de Liguria iba a la par con la de la Galia Ci

    salpina. Los ligures, brbaros expertos en las emboscadas, que

    habitaban un pas de montaas con refugios inaccesibles, pobla

    ciones saqueadoras y miserables, amenazaban con sus incursiones

    las ricas ciudades romanizadas de Etruria, y, ahora, las colonias

    de la Cisalpina. Pero all el terreno no se prestaba tan fcilmen

    62

  • te como en la llanura del Po a la ocupacin militar y al estable

    cimiento de rutas estratgicas. Pareca que la lucha no tendra

    fin. As, hubo que recurrir a medidas extremas y proceder a

    traslados de la poblacin5!. Entonces fue posible fundar las

    colonias de Luca (en el 180, la ltima cronolgicamente de

    las colonias de derecho latino) y de Luna (177). Por ltimo, una

    ruta establecida en el 154, a travs de los Apeninos, desde G

    nova a Placencia, la ms septentrional de las transversales, ma

    terializa una importante etapa de la pacificacin. Esta ruta, lle

    vada hasta Aquilea, la colonia fundada, en el 181, en las fuentes

    del Timavo, en la cspide nordeste del tringulo formado por

    la llanura del Po, simbolizaba, dentro de la paz romana, la uni

    dad introducida en una .pennsula sepa/rada por la espina dorsal

    de los Apeninos. Durante siglos, y todava en tiempos de Augus

    to, Aquilea estaba destinada a constituir la centinela avanzada

    de Italia, cerrojo puesto al desfiladero de los valles alpestres,

    en la regin en que el imperium romanum limitaba con los br

    baros ilirios .y con todos los que vivan en las fronteras del

    mundo helnico.

    b) Los asuntos de Espaa

    Si la pacificacin de Italia hasta los lmites naturales de la

    pennsula estaba impuesta por las necesidades de la geografa,

    la conquista de Espaa fue una consecuencia directa de !a segun

    da guerra pnica. El Senado haba llevado all la guerra para gol

    pear en su propia base el podero brcida 25\ All fue donde

    Escipin haba alcanzado las primeras grandes victorias de la gue

    rra. Y, tras aquellos xitos, que haban preparado la liberacin

    de Italia, el Senado nunca haba pensado en evacuar lo que ocu

    paba. Despus de Hipa, los cartagineses haban sido prctica

    mente expulsados de Espaa, pero el pas recibi gobernadores

    romanos!7, que dispusieron de un ejrcito en el que los ele

    mentos legionarios fueron siendo progresivamente reforzados y,

    a veces, casi totalmente sustituidos por auxiliares indgenas. Pe

    ro, como seala Tito Livio, Espaa, ms an que Italia y que

    ningn otro pas del mundo, se prestaba a sostener la guerra,

    tanto ipor la naturaleza del terreno como por la de los indgenas.

    As, aquella Espaa, la primera de las provincias de tierra firme

    en que entraron los romanos, fue tambin la ltima en ser pa

    cificada, bajo el mando y los auspicios de Csar Augusto25S.

    Cules eran, pues, los pueblos de Espaa que resistieron frente

    a Roma durante casi dos siglos, y que despus acogieron tan vi-

    63

  • Fig. 3. La pennsula ibrica

  • damente la civilizacin romana, hasta el punto de que tal vez

    slo la Galia ha sufrido su impronta de un modo comparable? 2 .

    a) Espaa antes de los romanos

    Los problemas planteados por el primer poblamiento de la

    pennsula ibrica no pertenecen a la historia, sino a la prehisto

    ria, y las sombras de sta se extienden casi hasta la vspera de

    la colonizacin

    1. El reino de 'Tarteso. Espaa estuvo siempre abierta

    por todas partes a las corrientes de poblamiento (no nos atre

    vemos a decir a las migraciones, pues se desplazaban lentamen

    te) que llegaban, unas, desde Africa, a travs del estrecho de

    Gibraltar; otras, a travs de los Pirineos; otras que llegaban del

    Oeste o del Norte y desembarcaban en las costas atlnticas, y

    otras, en fin, procedentes del Mediterrneo oriental o de pases

    ms prximos, que penetraban ipor ks costas del Levante. Las

    primeras informaciones que las fuentes escritas nos dan acerca

    de las poblaciones espaolas hablan de un Reino maravilloso,

    el pas de Tarteso, que parece haber impresionado vivamente

    la imaginacin de los viajeros. Este Reino se extenda por

    el territorio de la actual Andaluca 26. Su capital estaba

    situada en las mismas bocas del ro Guadalquivir 2, y

    all fue a donde los navios tirios, franqueando el estrecho de

    Gibraltar, llegaron a buscar los metales preciosos por encargo del

    rey Salomn263. Quines eran aquellos tartesios, establecidos

    en aquella regin a finales del segundo milenio a. de C.? Unos

    invasores llegados del Este, o una poblacin indgena madurada

    desde la prehistoria? Estrabn asegura que posean crnicas de

    6.000 aos de antigedad 264, poemas y un cdigo da leyes redac

    tadas en verso. Naturalmente, con este reino se relacionaban las

    tradiciones mticas referentes a Heracles. Gerin, de cuyos reba

    os tuvo que apoderarse el hroe, haba sido un rey de Tarte

    so265 Se dice que aquel reino fue dominado por los tirios tras

    una batalla naval de la que nos habla Estrabn 266. Una profeca

    de Isaas (realmente muy oscura) 267 permite suponer que la do

    minacin tiria sobre Tarteso experiment, un eclipse a finales del siglo V II. Tarteso vivi entonces su perodo ms prspero,

    y fue con sus reyes con quienes entraron en relacin los nave

    gantes griegos que se haban apoderado de las rutas que haban

    quedado libres por la decadencia de Tiro268. Pero a finales del

    mismo siglo, los cartagineses, que haban sustituido a los hele

    nos en los mares del Occidente, pusieron fin al podero del Reino.

    65

  • Probablemente es arriesgado identificar a Tarteso con uno

    de los aspectos culturales comprobados en la Espan prehistrica,

    por ejemplo el que se define por los vasos campaniformes y (al

    mismo tiempo?) por los megalitos, En fin de cuentas, la

    solucin ms verosmil consiste en considerar el reino de Tarte

    so como el representante, privilegiado en el aspecto histrico

    por haber tenido como testigos a los navegantes orientales, de

    la civilizacin tpicamente hispnica que surge a comienzos de la

    Edad del Bronce y que no se limita, en absoluto, a las bocas del

    Guadalquivir, sino que se encuentra, con variantes, en todas las

    regiones de la pennsula.

    2. Los iberos. Se puede suponer que esta civilizacin de

    Tarteso es una ramificacin de lo que los antiguos llaman

    el mundo de los iberos. Los historiadores griegos,:/u dan, desde el

    siglo VI, este nombre a las poblaciones indgenas establecidas

    en la costa mediterrnea de Espaa. Durante mucho tiempo,

    los modernos han considerado que se trataba de una raza afro-

    mediterrnea, extendida en una poca muy antigua por toda la

    cuenca occidental del Mediterrneo2,1. Hoy, los historiadores de

    Espaa se indinan a pensar que la civilizacin ibrica se form

    en la misma Espaa, en el seno de diversos elementos raciales,

    procedentes un poco de todas partes, a lo largo de milenios 272.

    Una vez admitida esta hiptesis, se atribuir al mundo ibrico

    la civilizacin descubierta por las investigaciones arqueolgicas

    en el sur y en el este de la pennsula, civilizacin que parece

    probar claramente una constante evolucin desde la Edad del

    Bronce hasta la conquista romana, segn iban incorporndose

    las influencias exteriores: colonizacin griega y fcense, coloni

    zacin cartaginesa, aportes clticos procedentes del Norte y de

    la meseta que ocupa el centro d3 Espaa.

    El tono propiamente ibrico se sita en el valle del Gua

    dalquivir y en la llanura costera oriental, desde Gibraltar a los

    Pirineos, y aun ms all, hasta el Roselln. Fuera de esta zona,

    y especialmente en el alto valle del Ebro, la presencia ibrica es

    difcil de percibir, porque los aportes clticos tendieron a ocul

    tarla, superponindose a ella. Pero lo cierto es que, entre el mun

    do ibrico, exista una regin de civilizacin mixta, donde el flujo

    y reflujo de las influencias cre una situacin extremadamente

    compleja. Ah es donde encontraremos las poblaciones que los

    antiguos llamaron celtiberas.

    Entre los pueblos iberos nombrados por nuestras fuentes y

    que existan en el momento de la conquista romana se distin

    guen: los turdetanos y sus vecinos y prximos parientes, los tr-

    66

  • dulos, en la cuenca media e inferior del Guadalquivir; en la costa

    meridional, entre el estrecho de Gibraltar y Alicante, se sitan los

    mastienos, a menudo identificados (con razn o sin ella?) con

    los bastitanos, cuyo nombre no aparece hasta despus. En la costa

    oriental estn los gimnesii (o gimnetes), entre el Segura y el J-

    car, y tambin en la isla de Ibiza. Al norte del Joar, los edetanos,

    que parecen haber ocupado, en la poca histrica, un vasto terri

    torio que se extenda hasta el Ebro, quiz sobrepasndolo, y, en

    el interior, hasta Zaragoza. A l norte del ro, la situacin es me

    nos clara. Dos grandes pueblos desempean un importante papel

    en esta regin en el momento de la segunda guerra pnica: los

    ilergetes del interior y los indicetes, que fueron, durante mucho

    tiempo, los vecinos de los colonos griegos de Empuriae (Ampu-

    rias). Segn se penetra en el interior, las unidades polticas se

    multiplican cada vez ms y se adelgazan, de modo que cada valle

    de los Pirineos sola estar ocupado por un pueblo solo.

    No sabemos con exactitud cul era la organizacin social de

    los iberos. No se percibe huella alguna de instituciones federales.

    En el Sur, parece haber persistido, durante mucho tiempo, la

    monarqua, continuando las tradiciones de Tarteso. Es posible

    que los cartagineses contribuyeran a mantener aquel rgimen, que

    resultaba ms prctico para el ocupante extranjero. Pero nosotros

    comprobamos tambin, y cada vez ms, a medida que se sube ha

    cia el Norte, una tendencia a sustituir el poder real por el de senados locales.

    Los iberos del Sur fueron los primeros en tener ciudades

    dignas de este nombre. Los del Este y los del Norte se conten

    taban con lugares de refugio, donde el habitat regular era ex

    cepcional. De aquellas ciudades quedan todava numerosos recin

    tos fortificados, construidos con enormes piedras, tan pronto uti

    lizadas en masas regulares' como en disposiciones ciclpeas

    irregulares, sin que pueda saberse si existe una relacin cronol

    gica constante entre las dos tcnicas. Al tipo ciclpeo pertenecen

    los recintos de Tarragona, de Gerona, de Sagunto, etc. Entreds

    recintos de masas regulares conviene citar el de Olrdola (provincia de Barcelona).

    En algunos sitios aparece la disposicin interior de la ciudad.

    Es extremadamente primitiva. Las casas no son ms que cabaas

    rectagulares, que probablemente estaban recubiertas de paja o de

    juncos, y las calles siguen los movimientos del terreno, adoptando,

    por lo general, la lnea de irfayor pendiente. La cumbre de la

    colina, allanada de %n modo basto, queda libre de construccio

    nes y en ella se sita el eje del habitat2 . Todas aquellas ciudades se levantan sobre alturas.

    67

  • Otro rasgo caracterstico del paisaje en las regiones ibricas

    era el gran nmero de torres, como sealan los historiadores roma

    nos274. En la poca de que tenemos noticia (desde el siglo I I I

    a. de C.), sirven para proteger las ricas campias costeras contra

    las incursiones de los bandidos que bajaban de la montaa. A

    veces, un pueblo se apia al abrigo de esta pequea fortaleza, tal

    como vemos en la Turris Luscutana (cerca de Cdiz), que una

    inscripcin de Emilio Paulo nos permite conocer 275.

    Los descubrimientos arqueolgicos nos han facilitado, en lo que

    se refiere al sector ibero, un gran nmero de obras de arte que

    prueban la existencia, sobre todo en la escultura y en la cer

    mica, de tradiciones indgenas especialmente vivas21i. La escul

    tura est representada por exvotos de bronce, de piedra y de

    terracota. La mayora de los bronces proceden de la provincia de

    Jan y de la regin de Murcia. Son estatuillas fundidas a cera

    perdida que no suelen exceder de uno o dos decmetros. Algu

    nas no son ms que esbozos, muy sumarios, de una figura huma

    na, pero merecen, desde luego, el nombre de obras de arte. En

    ellas encontramos hoy como una galera de los tipos humanos in

    dgenas: guerreros a pie o a caballo, con sus armas (casco, escudo

    redondo, la castra, la espada, la lanza) y su equipo, especialmente

    el sagum, que se enrollaba formando con l un embutido dis

    puesto en aspa sobre el hombro derecho. Pero hay tambin tipos

    corrientes, vestidos con su tnica corta o, a veces, con un manto

    que protege las espaldas y baja hasta medio cuerpo. Las figuras

    femeninas son extremadamente numerosas. Al igual que los figuri

    nes masculinos, estn presentadas en posicin orante, tan pron

    to totalmente desnudas como, (ms frecuentemente) vestidas con

    una pieza de tela que rodea el cuerpo en toda su longitud y cae

    hasta los tobillos. Algunas tienen la cabeza cubierta por un velo,

    verdadera mantilla que cie la frente como una diadema y cae

    detrs del cuello y luego sobre las espaldas. Pero existen tambin

    otros vestidos, ms complicados, como esas piezas con la espalda

    y el escote en punta, con medias-mangas, que proceden de

    Santa Elena, o esas grandes capas ribeteadas por una banda de

    tela adornada, que envuelven, a la vez, la cabeza y el cuerpo

    entero.

    Las estatuas de terracota y de piedra proceden de sitios donde

    los yacimientos naturales no ofrecan el cobre en abundancia. Al

    gunas de estas estatuas son muy clebres, como las procedentes

    del Cerro de los Santos (Albacete), zona especialmente rica en

    estatuillas femeninas, algunas de las cuales se hallan curiosamen

    te envueltas por un ancho manto y la cabeza coronada por un ca

    puchn cnico de aspecto monacal. Estas series nos encaminan

    68

  • progresivamente hacia la famosa Dama de Elche, busto de una

    princesa de complejo tocado, con rasgos de una gran elegancia,

    de expresin hiertica, que sobresale entre otras estatuas proce

    dentes del mismo sitio. Pero en estas obras se retlejan, mucho

    ms evidentemente que en los bronces, que por su factura popu

    lar conservan un carcter arcaico, las influencias de los modelos

    extranjeros, griegos y quiz romanos m. La cronologa de este arte

    se halla envuelta todava en la mayor oscuridad, pero es indu

    dable que las tradiciones de las cuales ha surgido se remontan a

    una poca muy anterior a la conquista romana e incluso a la ocu

    pacin cartaginesa.

    Las cosas no estn mucho ms claras en lo que se refiere a la

    cermica, muy original tambin y rica en escenas y decoraciones

    muy vivas y variadasm. Esta cermica, cuyos orgenes tienen sus

    races en plena prehistoria, ofrece series en las que se puede se

    guir la evolucin del decorado desde un estilo puramente geom

    trico, pintado o grabado, hasta composiciones ms amplias, de in

    tencin narrativa, consagradas a escenas de guerra, de fiesta, de

    caza o de recoleccin. En ellas se encuentra tambin la primera

    representacin de una corrida de toros. Las imgenes de animales

    aparecen desde muy temprano (en la medida en que puede asig

    narse una cronologa cualquiera a estas obras salidas de los talle

    res donde se perpetuaban las tradiciones ancestrales): pjaros, ani

    males a los que se caza (jabales, crvidos), o a los que se domes

    tica (caballos y toros). El estilo de los personajes evoca a menudo

    los del arte cretense o del micnico, pero tambin las siluetas

    de las pinturas saharianas sin que haya de sacarse de tales

    coincidencias la idea de filiaciones imposibles en el tiempo y

    en el espacio .

    Con bastante frecuencia, en algunas de estas cermicas (en

    las que se descubre la influencia de obras griegas o de la Cam

    pania, incluso etruscas) se leen inscripciones en lengua ibera.

    El alfabeto de estas inscripciones puede hoy descifrarse bastante

    bien2, sobre todo con la ayuda de las monedas iberas, nu

    merosas y bien clasificadas, y tambin gracias a las aportaciones

    de algunos descubrimientos preciosos, como el de trozos de plo

    mo inscritos, pero desgraciadamente no por eso es menos im

    posible de comprender la o las lenguas para cuya escritura se

    utilizaba. Este alfabeto, muy complejo, presenta caracteres arcai

    cos y parece, desde luego, que sus orgenes son mltiples. Une,

    en efecto, signos silbicos con otros que representan simples so

    nidos. Adems, este alfabeto ha evolucionado y se presenta di

    ferenciado, segn las regiones.

    69

  • En cuanto-a la lengua a que corresponden estas inscripciones,

    no puede todava precisarse su naturaleza ni el grupo lingstico

    a que pertenece. Desde luego, es tentador relacionar este pro

    blema con el de la lengua vasca, pero tambin aqu es inde

    fendible cualquier hiptesis simplista. Es posible que el vasco

    tenga algn parentesco con las lenguas y dialectos iberos, pero

    cmo determinar la parte, a priori, de las influencias y de

    las innumerables aportaciones que han podido venir a enmas

    carar este parentesco?

    3. Los celtas. Mientras la civilizacin de los iberos se ha

    desarrollado en el sur y en el este de la pennsula, el norte, el

    centro y el oeste han sido, desde muy pronto, celtizados, sin

    que estn totalmente claras las condiciones en que se produ

    jeron las invasiones de los pueblos celtas. Es posihle seguir su

    progresin, de un modo aproximado, gracias a los vestigios ar

    queolgicos, pero la interpretacin de estos datos es muy deli

    cada. Se puede admitir que, desde finales de la Edad del Bron

    ce, se produjeron infiltraciones procedentes del Norte. Despus,

    se sucedieron varias olas de invasin, a medida que la presin

    de los germanos obligaba a las tribus celtas instaladas en las

    regiones renanas a buscar otra patria. Despus de los proto

    celtas, que habran hecho su aparicin a comienzos del I mi

    lenio, habra llegado, en el curso del siglo V II, un primer

    grupo representado principalmente por los pelendones a los

    que luego se encuentra en zona celtibera, en el alto valle del

    Duero280. Con ellos, habran entrado los cempsi, los cimbrios,

    los eburones. Y hacia finales del siglo llegan los turones, los

    lemovices y los sefes de los que otras ramas se instalaron en la

    Galia. El ltimo aporte cltico fue el de los belgas, nervienses

    y tongrienses 2SI. Finalmente, toda la parte norte, noroeste, oeste

    y la meseta central de la pennsula se encontraron celtizadas.

    La vida social de estas poblaciones, a las que la conquista

    romana encontr en fase de expansin, parece haber sido bastan

    te similar a la que conocemos en otras partes del mundo celta,

    entre los galos, por ejemplo. As, conocan la clientela28J, que

    tan importante papel desempe en la Galia. En la poca en que

    nosotros las encontramos, aquellas poblaciones han renunciado a

    la monarqua. Al parecer, el poder pertenece a unas asambleas

    populares, por lo menos en las circunstancias graves. Es posible

    que en tiempos normales los asuntos fuesen tratados por un

    consejo de ancianos. Pero en el caso de lina crisis, se recurra

    a unos jefes elegidos con carcter temporal. Puede deducirse

    (aunque no muy claramente, desde luego, y los historiadores

    70

  • modernos tienden a rechazar estos hechos como leyendas) que

    los mujeres conservan algn vestigio del papel poltico que pa

    rece haberles correspondido en las ms antiguas sociedades cel

    tas antes de las grandes migraciones 283.

    Estas tribus celtas, agrupadas en entidades polticas para

    nosotros bastante vagas, pero que parecen, desde luego, haber

    sobrepasado el simple marco gentilicio, vivan, en la mayora

    de los casos, de la cra del ganado, tal como se practica todava

    en los pueblos espaoles de la montaa. El cultivo de los cereales

    se haba desarrollado en todos los casos en que las condiciones

    dl sol y del clima lo permitan. El hecho de que las migra

    ciones clticas se produjesen en el tiempo en que floreca la

    civilizacin de Hallstatt2'4 y no pudieran bnficites de la evo

    lucin que se realiza durante el perodo de La Tne explica el

    carcter arcaico conservado por estas poblaciones en el arte y

    tambin quizs en la sociedad, as como la tendencia muy clara

    a la diferenciacin que se registra segn las regiones de la penn

    sula. Esto explica tambin que el substrato indgena encon

    trado por los inmigrantes celtas haya podido ejetceir sobre ellos

    una innegable influencia, contribuyendo tambin a exagerar el

    carcter regionalista de las civilizaciones resultantes. Recurdense

    los castros de Galicia y de Portugal, esos pueblos fortificados,

    establecidos en la cumbre de las montaas, en los que un re

    cinto bastante informe (sigue la configuracin del terreno) pro

    tege unas cabaas redondas o, en algunas zonas, rectangulares,

    hacinadas sin plan alguno25. Estos oppida estuvieron ocupados

    por elementos celtas, como se demuestra por diversos descubri

    mientos, pero siguen tambin, sin duda, tradiciones muy ante

    riores a la llegada de los celtas. En todo caso, fueron estas po

    blaciones de la montaa las que prosiguieron hasta los ltimos

    lmites de sus fuerzas la lucha contra los romanos as, los cn

    tabros, que fueron reducidos por el propio Augusto a lo largo de

    interminables campaas2'6.

    4. Los celtiberos. Sin duda, los celtiberos, que libraron

    los ms terribles combates contra Roma en el curso del s. I I , no

    son ms que el producto de ese mestizaje cultural entre las po

    blaciones indgenas de tradicin ibrica y los inmigrantes celtas. Su

    nombre no aparece, por primera vez, hasta un texto de Tito Li

    vio relatando acontecimientos del 218m. El territorio que se

    les asign sigue siendo, en detalle, bastante impreciso. Estaba

    situado en la cuenca superior del Tajo y del Anas (Guadiana)

    o el Suero (Jcar). El nombre de celtibero parece haber desig

    nado un conjunto de tribus, entre ellas los ms antiguos inmi

    71

  • grantes celtas de la pennsula, los pelendones, luego los arvacos,

    los usones, los belli y los tittos2Ii. Los lazos existentes entre es

    tos pueblos parecen haber sido bastante vagos. Unos eran clien

    tes de los otros, como los belli en relacin con los arvacos. Pue

    de pensarse, pues, en una confederacin cuyos distintos miem

    bros no se hallaban en el plano de igualdad.

    El lugar excepcional ocupado por los celtberos en la histo

    ria de Espaa prerromana procede de su encarnizada lucha con

    tra el invasor, lucha que culmin en el cerco de Numancia. Pero

    este papel heroico no habra sido posible, ciertamente, si los

    celtiberos no hubieran gozado de una cierta prosperidad eco

    nmica. Vastas zonas montaosas permitan la trashumancia

    de los rebaos; en los valles, unas tierras buenas les abastecan de

    cereales; los bosques, entonces numerosos, influan favorable

    mente en el clima y alimentaban la caza mayor a la que los cel

    tiberos 'gustaban dedicarse. Pas de cazadores, de pastores,

    de jinetes (la cra de caballos era all un honor), la Celtiberia

    era famosa por sus guerreros, y los jvenes tenan la costumbre

    de expatriarse para servir como mercenarios lo que recuerda

    las costumbres de los glatas, en el otro extremo del mundo me

    diterrneo.

    En este pas, los pueblos eran muy numerosos, y los restos

    que de ellos quedan permiten suponer que el urbanismo estaba

    ms desarrollado que en el resto de ios pases celtzados. La

    ms clebre de estas ciudades, la excavada con el mayor cuidado,

    es Numanciam. Numancia se extiende sobre una colina de me

    diana elevacin, sobre , la orilla izquierda del Duero (Durius).

    Las primeras huellas de ocupacin del suelo se remontan a la

    poca neoltica, y las ms recientes datan de la poca romana,

    porque, tras la destruccin de la ciudad, en el 133 a. de C., se

    instal all una colonia de Augusto. Pero bajo el trazado de las

    calles romanas hay que buscar los vestigios de la ciudad cel

    tibera. Esta ocupaba una elipse alargada, cuyas calles formaban

    una red orientada segn el eje pequeo y el grande. Adems,

    dos calles concntricas a la muralla acaban de dividir el suelo

    en verdaderas insulae, bastante regulares, cuyo aspecto permite

    suponer que en Numancia hubo influencia del urbanismo griego.

    Como poda esperarse de aquel pueblo guerrero, en las ne

    crpolis se ha encontrado gran cantidad de armas de todas clases,

    desde la espada espaola corta, que los romanos tomaron de los

    celtiberos, hasta innumerables puntas de lanza y puales. Los

    escudos (caetra) eran pequeos y redondos. Los guerreros cel

    tberos utilizaban unas curiosas trompas de barro cocido, curvas

    y parecidas a las de caza.

    72

  • El Senado, desde el 197, consideraba que Roma posea en

    ]a pennsula ibrica dos zonas de influencia distintas: el valle del

    Ebro, que forma la Hispania Citerior, y el del betis (Guadal

    quivir), que era la Hispania Ulterior (o Btica), y asignaba un

    gobernador a cada una. Esta divisin en dos provincias se explica

    por las condiciones de la ocupacin, en la que Roma suceda a

    Cartago y recoga los cuadros de la colonizacin cartaginesa; era

    natural tambin, en la medida en que subsistan y seguan sien

    do sensibles las diferencias entre las poblacions no celtiza-

    das del Sur y las otras. De todos modos, la divisin entre las

    dos Espaas durara, toda la antigedad, a pesar de la evidente

    unidad geogrfica de la pennsula.

    El prestigio personal de Escipin haba contribuido mucho

    a implantar la influencia de Roma en Espaa. Despus de l co-

    menzaron las rebeliones. La primera fue en la Btica, hacia el

    ao 200, la del rey 1 Cuica i '90; y, algunos aos despus,

    el movimiento alcanz a la Espaa Citerior191. El peligro lleg a

    ser considerado tan grande que, en el 195, se encarg al cnsul

    del ao, M. Porcio Catn, que restableciese la situacin 252. Ca

    tn parti de Ampurias, donde los griegos vivan al lado de los

    indgenas en una paz armada y vigilante y acogieron gustosamen

    te a las fuerzas romanas. A finales del verano, Catn lleg a

    librar contra los rebeldes una batalla decisiva, mientras algunos

    triunfos conseguidos en la Btica restablecan la calma en aque

    lla provincia. Pero en aquel momento, el principal peligro

    eran los celtiberos que, llamados por los otros pueblos, actua

    ban en calidad de mercenarios. Catn trat de atrarselos, pero

    las negociaciones no llegaron a su trmino y, aunque la pacifi

    cacin alcanzada al final de aquella campaa permiti al cnsul

    organizar la explotacin de las minas de plata y de hierro3,

    no poda ser duradera mientras el interior siguiese en manos de

    pueblos belicosos y celosos de su independencia. Durante toda

    la primera mitad del siglo I I se asiste hasta donde el estado

    de nuestras fuentes nos permite colegir a toda una serie de

    operaciones militares, en las que las victorias romanas siguen

    siendo ineficaces. Slo una poltica de asimilacin y de civili

    zacin sistemtica poda dar sus frutos, y esto fue lo que interi

    to el pretor T. Sempronio Graco, que fund una ciudad en el

    alto valle del Ebro (Gracchuris *) y trat de fijar las poblacio

    nes nmadas, cuyo principal recurso era el pillaje. A l mismo

    ) Las luchas contra Roma.

    * Hoy, Corella.N. del T.

    73

  • tiempo, se escuchaba a los indgenas en sus quejas contra loe

    gobernadores codiciosos o crueles. Pudieron confiar el cuidado

    de defenderles a cuatro patronos, senadores eminentes cuya

    influencia era una garanta4.

    Estas medidas, as como la creciente atraccin ejercida sobre

    los espaoles por la civilizacin romana, no impidieron que en el

    pas celtibero comenzase una jiueva guerra, hacia mediados de

    siglo, en el 154 Sera demasiado largo narrar sus peripecias.

    Durara veinte aos y terminara con un episodio dramtico y

    grandioso, que ha dejado un imborrable recuerdo: el cerco de

    Numancia. Pero antes de enfrentarse con los celtiberos en su

    ltimo reducto, los romanos haban tenido que luchar contra

    un pastor lusitano, Viriato, quien, por un momento, encarn

    el espritu de libertad y el nacionalismo indgena. Durante aque

    lla guerra, el honor estuvo frecuentemente del lado de los ven

    cidos, y la traicin y la infamia, del lado de Roma o, por lo

    menos, de algunos de sus magistrados, como el pretor Sr. Sul

    picio Galba, que, despreciando la palabra dada, hizo una ma

    tanza entre los lusitanos y vendi como esclavos a los supervi

    vientes254. Las protestas de Catn nada pudieron contra Galba,

    cuyo crimen contribuy, sin embargo, a retrasar el momento de

    la reconciliacin entre Roma y los espaoles. Viriato haba sido

    uno de los supervivientes de la matanza, y veng a los que ha

    ban perecido, haciendo insostenible para Roma todo el oeste

    de Espaa durante cerca de siete aos. Muri asesinado por

    tres de sus amigos que se haban vendido a los romanos 257.

    La guerra de Numancia fue el ltimo episodio de aquella

    larga revuelta. Desde el 143, los generales romanos se sucedan

    en sus expediciones contra los celtiberos y, especialmente, contra

    su ciudad de Numancia. Todas aquellas expediciones haban

    terminado en fracasos, algunos de ellos deshonrosos 253. Por lti

    mo, hubo que recurrir al ms grande vencedor, Escipin Emilia

    no, el que haba destruido Cartago unos diez aos antes. Fue

    aqulla una expedicin de prestigio: el nombre de Escipin atra

    jo voluntarios y refuerzos procedentes de todas partes. El mun

    do entero se una contra los montaeses de Numancia. Lenta

    mente Escipin comenz el cerco de la ciudad. El bloqueo fue

    total, y Numancia sucumbi a causa del hambre y tambin de la

    epidemia que en ella se declar. La mayora de los jefes mata

    ron a los suyos y se suicidaron. Los supervivientes, que no ha

    ban tenido el valor delimitarles, fueron vendidos como esclavos,

    y la ciudad, enteramente destruida. Despus de aquella salvaje

    ejecucin, Espaa 'permaneci en paz hasta el final del siglo.

    74

  • c) La tercera gera pnica.

    La destruccin de Numancia (en el 133) es posterior en

    trece aos a la de Cartago, que haba coincidido, a su vez, con

    la conquista y el saqueo de Corinto. Roma terminaba la con

    quista del mundo por atedio del terror, y aquellos tres ejem

    plos no podan ser considerados como simples accidentes, pues

    no eran ms que la manifestacin, en tres ocasiones, de la mis

    ma poltica: el deseo de poner fin, de una vez para siempre y

    mediante los procedimientos ms brutales, a lo que empezaba a

    corisiderarse como una interminable sucesin de guerras. La

    guerra que debe ser la ltima. Roma est cansada de un esfuer

    zo militar que dura desde la invasin de Anbal. Algunos hom

    bres de Estado, sin embargo, consideran que la paz no es un

    bien sin mezcla. Su posicin, personificada para nosotros por

    Escipin Nasica, ha sido frecuentemente recordada por los his

    toriadores antiguos, y se resume en un debate (real, pero que

    ha llegado a ser simblico) entre Nasica y Catn . El segundo

    trataba, con todas sus fuerzas, de provocar un conflicto entre

    Roma y Cartago que permitiese aniquilar definitivamente a la

    vieja enemiga. Cada vez que tomaba la palabra en el Senado,

    despus d dar su opinin acerca del asunto de que se tratase,

    aada: Y creo tambin que hay que destruir Cartago. El

    primero, cuyo crdito no era menor entre los Padres, res

    ponda que los romanos, desaparecido el peligro cartagins, se

    abandonaran al lujo y a la molicie, y perderan las cualidades

    que haban hecho su grandeza. Hacia la misma poca, Nasica

    impeda la construccin en Roma de un teatro con gradas, a la

    moda helnica; quera que el pueblo asistiese de pie a los juegos.

    Es curioso registrar que Catn, en su vejez, fuese superado en

    austeridad y en rigor moral.

    A veces se ha afirmado que la hostilidad da Catn respecto

    a Cartago tena unas motivaciones econmicas, pues la fertilidad

    del territorio cartagins, cultivado como un jardn, era una ame

    naza de competencia para la agricultura italiana, orientada cada

    vez ms a la produccin de aceite y de vino. Pero nada es me

    nos verosmil. Entre Cartago y Roma la rivalidad comercial ya

    no exista. Los mercados de Occidente pertenecan a Roma y

    a sus aliados griegos. Otra razn que a veces se ha aventurado

    sera el deseo de los romanos de establecerse en Africa, donde

    empezaba a crecer el podero de Masinisa, el rey nmida al que

    Roma haba encargado vigilar a Cartago. Las usurpaciones

    de Masinisa eran innumerables. Las misiones romanas enviadas

    para los conflictos que de ellas resultaban entre el rey y los

    75

  • cartagineses (a quienes el tratado con Roma prohiba expresa

    mente entablar ningn conflicto armado con nadie) decidan,

    en la mayora de los casos, a favor del nmida, pero, al menos

    una vez, ante la flagrante injusticia de su causa, una de ellas

    haba dado la razn a Cartago 30. El brbaro era, desde luego,

    un aliado que no dejaba de despertar ciertas sospechas, y el

    Senado no quera abandonarle Cartago. La razn 'es verosmil

    y pudo haber contribuido a decidir a los romanos, pero les bas

    taba, como a Catn, pensar que Cartago se recuperaba dema

    siado rpidamente y que cada vez se resignaba menos a su posi

    cin humillada. LTn da u otro buscara su desquite, y todo un

    partido en el Senado estaba totalmente decidido a adelantrsele.

    La ocasin se present en el curso del ao 150, cuando Call

    tago, cansada de las provocaciones de Masinisa, le declar la

    guerra, violando el tratado de Zama. Aquella guerra fue obra

    del partido democrtico, y estuvo precedida por una verdadera

    revolucin, durante la cual fueron arrojados de la ciudad los je

    fes de la aristocracia, que se refugiaron junto al rey30'. El

    ejrcito cartagins fue aplastado, en presencia de Escipin Emi

    liano, que, casualmente, se encontraba en misin en los estados

    de Masinisa para procurarse elefantes. -Cartago, vencida, tuvo

    que prometer a Masinisa una indemnizacin de guerra y

    llamar a los desterrados, segn la tradicin de las guerras hele

    nsticas. Pero la consecuencia ms grave fue que el Senado te

    na, al fin, su pretexto. Los dirigentes cartagineses lo compren

    dieron con tal claridad que trataron de adelantarse e hicieron

    condenar a muerte a los generales del ejrcito que haba comba

    tido a Masinisa y tanto ms gustosamente cuanto que se tra

    taba de sus adversarios, los jefes del partido popular. Una

    embajada fue a anunciar aquella condena a Roma. El Senado

    no se dej impresionar. Los cnsules recibieron la orden de

    reunir los medios necesarios para una expedicin contra Car

    tago. Pero, de momento, se mantuvo en secreto la verdadera

    finalidad de aquellos preparativos. Las gentes de Utica, influi

    das tal vez por los agentes romanos que abundaban en la ciudad

    (donde prosperaba una numerosa colonia de mercaderes italia

    nos), tomaron la iniciativa de entregarse a la discrecin de los

    romanos. Aprovechando la ocasin, los Padres dieron a los cn

    sules la orden de desembarcar inmediatamente en el territorio

    de Utica. Los cartagineses, ante aquella demostracin de fuerza,

    ofrecieron todas las satisfacciones que el Senado desease. Los

    cnsules, actuando segn las rdenes recibidas, comenzaron por

    hacerse entregar todo el material de guerra que se encontraba

    76

  • en Cartago; despus, cuando creyeron que la ciudad era ya in

    capaz de defenderse, revelaron las condiciones romanas: Cartago

    deba ser evacuada por todos sus habitantes; para acogerles, po

    dra formarse una nueva aglomeracin, pero sin murallas y, pol

    lo menos, a diez millas del mar. Con bastante imprudencia, los

    cnsules haban concedido una tregua de treinta das para dar

    a los cartagineses tiempo de preparar su respuesta. Los habitan

    tes lo emplearon para poner la ciudad en estado de defensa.

    Las armas que haban sido entregadas fueron sustituidas apre

    suradamente, y, como ya no haba camo para trenzar las cuer

    das necesarias para las catapultas, las mujeres sacrificaron sus

    cabelleras. Y comenz el sitio de Cartago.

    La ciudad contaba con un nmero no despreciable de fuer

    zas. El ejrcito vencido por Masinisa el ao anterior se mante

    na an en campaa. El abastecimiento se presentaba difcil, y

    el clima someta a duras pruebas a la tropa, hasta el punto de

    que, a mediados del verano del .148, los cnsules tuvieron que

    interrumpir el asedio. As, la guerra preventiva, que muchos

    senadores haban deseado porque imaginaban que sera corta y

    que la ganaran foilmente, se prolongaba. Adems, la diploma

    cia de Cartago entraba de nuevo en actividad y alzaba, contra

    Roma a los enemigos de siempre. Era el momento en que, en

    Macedonia, arda la guerra contra Andrisco mJ y la vieja pe

    sadilla renaca para los romanos. Haba que tomar medidas

    enrgicas. Y como Escipin Emiliano, que coijibata en Africa

    en el ejrcito de los cnsules como tribuno militar, haba lla

    mado la atencin de todos por su valor y por su habilidad di

    plomtica, hasta el punto de que la opinin popular empezaba

    a convencerse de que haca falta un Escipin para tomar Car

    tago, el pueblo impuso su eleccin para el consulado del ao

    147303. En los comicios del 148, Escipin slo era candidato a

    edil, nica magistratura que su edad le permitira30*. Pero el

    pueblo, por la voz de sus tribunos, respondi a las objeciones

    de los cnsules que presidan los comicios, diciendo que era

    necesario dejar dormir la ley.

    La eleccin de un Escipin, hijo de un ilustre vencedor,

    Emilio Paulo, entrado por adopcin en la familia del primer

    Africano30S, no era en s misma ilegal, pues las leyes emana

    das de las asambleas populares podan ser suspendidas, en al

    guno o algunos de sus efectos, por una decisin de aquellas

    mismas asambleas. Pero era inquietante observar que el pueblo

    repeta, en favor de Emiliano, lo que haba hecho a favor del

    77

  • primer Africano y ms an cuando tal similitud no era for

    tuita, pues la opinin haba visto en la primera designacin un

    precedente que autorizaba la segunda. Caba preguntarse si

    no era peligroso para la libertad admitir tan fcilmente que la

    victoria pareciese ligada a una gens, que as se converta en

    fatal. Aquel privilegio de los Cornelii sera reivindicado por

    los lulii, dos o tres generaciones despus, con las consecuencias

    conocidas. Desde ahora, se esbozan los primeros perfiles de lo

    que ser el principado.

    En cuanto hubo llegado ante Cartago, Escipin reanud el

    bloqueo de la plaza. Entre ambas partes, se mantuvo una in

    creble lucha de ingenio y de obstinacin. Las operaciones alre

    dedor de la ciudad se completaron con las que Escipin entabl

    contra las tropas del interior del pas, y, en la primavera del

    146, se produjo el asalto final. Slo el incendio acab con la

    resistencia de los habitantes. E l Senado decidi que fuese arra

    sada la ciudad, cuyos ltimos defensores se haban rendido. Una

    comisin de diez senadores fue encargada de velar por la ejecu

    cin de la sentencia y de decidir la suerte de los territorios afri

    canos. Se pronunciaron maldiciones solemnes contra cualquiera

    que intentase reconstruir la ciudad, y los supervivientes fueron

    vendidos como esclavos. Adems, incluso los dioses de los car

    tagineses fueron llevados a Roma: Juno Saelestis fue instalada

    sobre el Capitolio3*. Cartago ya no exista ni para los hom

    bres ni para los dioses.

    Durante la guerra, Masinisa haba muerto a los noventa aos

    de edad. Escipin esto ocurra antes de su eleccin como cn

    sul dispuso su sucesin repartiendo entre los cuatro hijos leg

    timos del rey, no el territorio, sino las atribuciones. El rey ti

    tular fue Micipsa. Pero el territorio de Cartago fue convertido

    en provincia romana.

    Se asegura que Escipin, sobre las ruinas de Cartago, derra

    m lgrimas, citando un verso de la litada: Llegar tambin un

    da en que perecer Troya, la santa.... Polibio, que se encon

    traba presente, a su lado, nos ha contado la escena37. No era

    tanto por la ciudad odiada, como por temor ante las vicisitudes de

    la fortuna. Las palabras y la actitud sugieren que Escipin se acor

    daba de Herdoto y de la historia de Creso, por lo menos en la

    misma medida que de las lecciones de Polibio. La ancdota revela,

    sobre todo, hasta qu punto un general romano poda mostrarse

    impregnado de espritu helnico, pensar y sentir a la manera

    helena. En cuanto a los propios griegos, discutieron mucho pa-

    78

  • ra saber si Roma haba hecho bien o no en destruir Cartago.

    Unos vieron en aquella decisin un acto de prudencia y de po

    ltica profunda; otros se ingeniaron para demostrar que Roma,

    al lanzarse as a una poltica de terror, se haba mostrado infiel

    a sus propios principios de benignidad y de pietasm. A l pare

    cer, nadie consider que Roma, con aquellos actos de crueldad,

    imitaba la conducta de los reyes helensticos y segua con dema

    siada fidelidad los ejemplos que el mundo griego haba dado

    desde haca varios siglos.

  • 2. La agona de la Repblica (133-49 a. de G.)

    I . LOS FACTORES DE LA CRISIS

    Cuando Cicern escriba su libro Sobre la Repblica, a me

    diados del siglo I a. de C., evocar con nostalgia el tiempo en

    que Escipin Emiliano, vencedor de Cartago y de Numancia,

    era el primer ciudadano de Roma. Para l, aquel perodo, ya

    lejano, aunque slo separado por la duracin de una vida hu

    mana, era como la edad de oro de la Repblica, un estado de

    equilibrio que haba que esforzarse en recuperar, dndole nueva

    vida. Los historiadores modernos son menos optimistas: a sus

    ojos, los nuevos trastornos que surgieron con el tribunado de

    los Gracos no fueron el resultado de una accin subversiva

    emprendida gratuitamente por algunos ciudadanos facciosos, sino

    el efecto ineluctable de causas profundas, de un malestar social

    y espiritual, que, a su vez, brotaba de las contradicciones po

    lticas de la ciudad.

    As como las horas dramticas de la segunda guerra pnica

    haban estrechado la solidaridad de los romanos, agrupados en

    torno al Senado, as las conquistas incesantes de Roma en el

    curso de los setenta primeros aos del siglo haban tenido como

    consecuencia la aparicin, en el seno de la sociedad, de ciertas

    fuerzas que tendan a disociarla. Ya hemos dicho1 que la in

    fluencia del helenismo daba ms importancia al papel de la per

    sonalidad, en detrimento de la colectividad. Escipin Emiliano,

    ante Cartago, tuvo que desempear un papel en el aue nadie

    habra podido reemplazarle. E l propio Catn, en sus ltimos

    das, se ve obligado a rendir homenaje al carisma del joven

    jefe2. Pero no se detiene, ah la transformacin del espritu ro

    mano, una transformacin irresistible, pues ni el propio Catn

    fue indemne a ella, cuando tanto haba combatido las mismas

    tendencias en el primer Africano.

    80

  • Los romanos tendan a hacer responsable del cambio de

    sus costumbres al desarrollo de la riqueza, y los historiadores

    rftodernos, aunque suelen considerar como un simple lugar co

    mn las diatribas de los moralistas antiguos acerca de este tema,

    se ven obligados a registrar, a pesar de todo, que la evolucin

    de Roma est determinada, en buena parte, por las transfor

    maciones de su economa. Roma, durante el siglo II , se enri

    queci prodigiosamente, y este enriquecimiento, al estar des

    igualmente repartido y tambin al no poder menos que modificar

    las formas de vida tradicional, tena que ejercer una accin pro

    funda, provocando la discordia y revelando la caducidad de las

    antiguas disciplinas. Nosotros no nos sentimos inclinados a atri

    buir a la riqueza directamente un poder deletreo sobre los

    espritus. Acaso veamos mejor el mecanismo que ella viene a

    trastornar. Pero, en resumen, y con una mayor claridad en el

    anlisis, las conclusiones a las que hoy podemos llegar no des

    mienten, en absoluto, la opinin de los antiguos.

    Roma es una colectividad: sus asuntos constituyen una res

    publica, y, en derecho, cada ciudadano participa igualmente de

    las cargas y de los beneficios del Estado. As, el beneficio de

    las conquistas debe, en teora, ser compartido de un modo

    igual por todos. Las ganancias procedentes de los pases con

    quistados pertenecen a la colectividad, al populus. Mientras

    Roma no posey ms que territorios mediocres, estas ganancias

    no llegaban para cubrir los gastos del Estado, que se comple

    taban por medio de impuestos, de los que los ms importantes

    eran: un impuesto indirecto sobre las manumisiones (5 % del

    i valor atribuido por estimacin al esclavo manumiso), y un

    puesto directo, el tributo (tribulum), calculado segn la renta

    de cada uno. El tributum estaba considerado como una contri

    bucin extraordinaria, aun cuando se recaudaba regularmente.

    Fue suprimido, cuando, en el 167, el producto de la victoria

    en Maoedonia asegur al tesoro los recursos suficientes. En las

    provincias, el tributo continu siendo percibido: segn una

    doctrina que tena su origen en el Oriente helenstico, era la

    seal de la servidumbre o, si se prefiere, el estigma de la

    conquistada \ pero significaba tambin el precio con que los

    habitantes de las provincias, exentos de servicio militar, paga

    ban la proteccin armada de su vencedor. Adems, el Estado

    , conservaba, en el momento de la conquista, una parte (a nudo, importante) de las tierras pertenecientes al vencido, y lasI integraba en el campo del pueblo (ager publicus). Este campo

    a) Importancia del dinero en la sociedad romana.

    81

  • se administraba a la manera del buen padre de familia. Por

    ejemplo (parece que sta fue la ms antigua forma de explota

    cin), se arrendaba a unos particulares el derecho de pastos

    (scriptura) ; cuando la tierra era cultivada, el arrendatario deba

    un diezmo. Adems, los bosques, las minas, las pesqueras, las

    salinas eran objeto de una explotacin sistemtica en nombre

    del Estado. Su producto s arrendaba a unos publcanos, de

    acuerdo con un sistema semejante al que haba funcionado en

    Oriente1, y, ms cerca de Roma, en Sicilia, desde la terminacin

    de la primera guerra pnica5. A partir del comienzo del siglo I I

    por lo menos6, se haban establecido unos derechos sobre la

    circulacin de las mercancas (portoria) tal vez se tratase, al

    principio, de derechos de arbitrios propios de las ciudades (que

    tenan tambin necesidad de recursos fiscales) y, en ciertos ca

    sos, confiscados o generalizados por Roma. La censura del 179

    !os multiplic .

    En el cuadro del Estado romano que Polibio traza a media

    dos del siglo I I , escribe que los censores haban establecido un

    gran nmero de contratos en toda Italia para la ejecucin de

    trabajos, mantenimiento, restauracin y equipo de edificios p

    blicos; muchos ros, puertos, jardines, minas, tierras cultivables,

    en resumen, todo lo que cae bajo el poder de los romanos es

    administrado por cuenta del pueblo, y todo el mundo, o poco

    menos, est interesado en esos contratos y en los beneficios

    que producen; porque unas personas firman los contratos con

    los censores, otras forman sociedad con ellos para su ejecucin,

    otras facilitan las fianzas, y otras confan su fortuna al Estado

    para aquellos negocios8. Se ve que el sistema de los publca

    nos no se refiere ms que a la percapcin de impuestos, pero

    recuerda, en ciertos aspectos, los arrendamientos de explotacin

    caractersticos del Estado lgida .

    En el tiempo de la guerra de Anbal, este gnero de acti

    vidad se hallaba tan extendido que se sinti la necesidad de

    prohibrselo a los senadores mediante una ley Aproximada

    mente hacia la misma poca, encontramos por primera vez la

    mencin de sociedades formadas para la ejecucin de contratos

    con el Estado 11. A medida que el Imperio se extenda, aumen

    taba tambin el volumen de los negocios contratados, as como

    el beneficio de los arrendatarios. Una parte cada vez mayor de

    las ganancias del pueblo romano dejaba de llegar al Estado y

    era interceptada por una categora de particulares, que no eran

    aristcratas ni pertenecan al Senado, pero que, por sus rique

    zas, se distinguan del resto de la comunidad. Desde el 178

    aproximadamente, las minas de Espaa estaban arrendadas a los

    82

  • publicanos12. Despus del 148, cuando Macedonia fue trans

    formada en provincia, se arrendaron las antiguas rentas reales.

    En las nuevas provincias, el Senado, sin duda, sustraa a los

    publicano* una parte notable de los ingresos fiscales, pero lo

    que quedaba era suficiente, con mucho, para enriquecer a todos

    los romanos que tenan legalmente el derecho de participar en

    las sociedades de arriendos.

    Los contratos pblicos no eran las nicas fuentes de enri

    quecimiento. El comercio italiano se haba desarrollado consi

    derablemente a lo largo del siglo. La desaparicin sucesiva de

    Corinto y de Cartago lo haba favorecido. El gran depsito, el

    centro de las lneas mediterrneas est entonces en Dlos, donde

    millares de negotiatores italianos (a menudo, de la Campania)

    trabajan para canalizar las riquezas del Oriente. Roma percibe

    una parte importante de los beneficios producidos en sus pro

    vincias, y la deja ya en pago de sus importaciones. Porque los

    romanos, y, ms generalmente, los italianos (sobre todo, los de

    la Campania) andan vidos de lujo. Y los objetos de lujo vienen

    del Oriente: muebles preciosos, telas ligeras, de lino, y en se

    guida de seda, teidas de prpura o fabricadas en los talleres

    sirios, joyas, perfumes, esclavos en nmero cada vez mayor. En

    Pompeya encontramos los vestigios de aquel tiempo, en las ca

    sas ms antiguas, algunas de las cuales figuran entre los de

    mayor magnificencia de la ciudad, como la Casa del Fauno y

    la de Pansa. Es el gran perodo helenstico de la ciudadl3.

    El estilo decorativo para nosotros tpico de Dlos, con las pin

    turas representando incrustaciones de mrmol , aparece en

    aquellas mansiones de mercaderes enriquecidos, que tienen all

    una lujosa residencia, mientras sus agentes recorren ios mares.

    b) Las transformaciones materiales de la Urbs

    Al hacer de Roma la capital efectiva del mundo mediterr

    neo, la conquista haba tenido como efecto el de otorgar a una

    ciudad que, en muchos sentidos, se haba hecho arcaica, un

    prestigio poltico no respaldado por su aspecto material. El

    retraso sufrido por el urbanismo romano durants la segunda

    guerra pnica haba sido cubierto, slo en parte, pof la febril

    actividad que los censores. desplegaron en el 179. No se trataba

    tanto de rivalizar con las grandes ciudades helenstkas como

    de dar a Roma linas comodidades de las que no carecan en

    Pompeya ni en las ciudades de la Campania. Roma no tena

    teatro. El censor Lpido hizo construir uno, cerca del templo

    :83

  • de Apolo, en el Campo, de MarteJi. Como el viejo templo de

    Jpiter Capitolino pareca muy anticuado y sobrecargado, con

    sus exvotos colgados de las columnas, Lpido lo hizo limpiar,

    pulir y blanquear las columnas, quitar las estatuas superfluas,

    las armas y las insignias militares que, en el pasado, se haban

    ofrecido al dios protector de los imperatores. Fulvio, por su

    parte, se .consagraha a grandes obras de utilidad pblica: l fue

    quien empez la baslica llamada despus Aemilia, en el Foro,

    en la parte nordeste de la plaza. No era el primer edificio de

    aquella clase, pues Catn, durante su censura, haba hecho

    construir la baslica Porcia, de la que nada queda hoy, mientras

    que la baslica Aemilia, gracias a varias restauraciones (especial

    mente, en la poca de Augusto), ha dejado, por lo menos, unas

    ruinas. Las baslicas, cuyo nombre significa prtico real, vie

    nen de Oriente; son grandes salas hipstilas de prticos cubier

    tos, destinados a acoger a los grupos de mercaderes, de arma

    dores, de hombres de negocios que, tradicionalmente, frecuen

    taban las agorai. Ahora que en Roma se imponan las mismas

    costumbres, haba que importar los mismos edificios. Y se puede

    seguir el aumento del volumen de los negocios, observando que,

    nueve aos despus de la baslica Aemilia, se construy la ba

    slica Sempronia (a la que se superpuso, en el tiempo de Csar,

    la baslica Julia, en la parte suroeste del Foro). La cronologa

    de las baslicas confirma la que las fuentes escritas sugieren con

    relacin al desarrollo del comercio, de la banca, y, en general,

    a la creciente importancia de la riqueza mobiliaria.

    Sin embargo, lo que ofrece ms inters todava es la apa

    ricin, tmida an, pero evidente, de un plan de urbanismo. No

    se construye ya donde se quiere ni cuando se quiere, segn la

    voluntad de los censores que se suceden a intervalos regulares

    y que no se preocupan de continuar la obra de sus predecesoi-

    res. El Foro, a comienzos del siglo I I , es todava un espacio

    irregular, cuya arbitraria forma est dictada por el propio te

    rreno. Con las dos grandes baslicas (Aemilia y Sempronia), es

    evidente que se trata de imponer una alineacin, una fachada

    a los dos lados largos de la plaza. Y para ello se tena en cuenta

    el ms monumental de los templos levantados en las inmedia

    ciones, el de Cstor. Los censores imitaban, visiblemente, las

    grandes agorai helensticas, o, ms bien, adaptan su principio a

    las necesidades y a la historia de Roma. Las excavaciones re

    cientemente llevadas a cabo alrededor del Foro confirman lo

    que los textos nos dicen: para implantar ias baslicas, fue nece

    sario comprar casas particulares, cuyos vestigios se encuentran

    bajo los cimientos. Y aquellas casas tenan distintas orientacio-

    84

  • nes; creat un espacio ms amplio, modelarlo, tratar de dar a

    la vida pblica un marco majestuoso, o, por lo menos, ms

    digno que el de las filas de tiendas que hasta entonces bordea

    ban la plaza; stas son las preocupaciones de los romanos en

    el momento en que los reyes y las ciudades de Oriente envan

    a las orillas del Tiber frecuentsimas embajadas.

    La actividad de los censores del .179 es tambin instructiva

    en otro aspecto. Para sustituir el terreno utilizado para la am

    pliacin del nuevo Foro, creaion, ms al Norte, un nuevo mer

    cado de pescado y, en el resto de la ciudad, multiplicaron las

    plazas pblicas 16, especialmente alrededor de los templos. Con el

    pretexto de despejar los accesos de los santuarios y de prote

    gerlos contra las usurpaciones de los particulares, se sealan

    unos lemene 'semejantes a los de las ciudades helensticas.

    Pero esto implica que el cuadro de la vida social ya no es slo

    el Foro, y que una especie de ocio (todo lo que no es el nego

    tium) puede integrarse ya, legtimamente, a la vida urbana.

    Lpido y Fulvio haban comenzado tambin la realizacin de

    un nuevo acueducto. La ciudad an no tena ms que dos con

    ducciones de agua: la Appia, obra del censor del 312, Apio

    Claudio, y la Anio Vetus, construida en el 272 por Mani Curio Dentatu y L. Papirio Cursor, con el botn tomado a

    Pirrou. Los censores del 179 quisieron establecer una tercera,

    pero su proyecto fue obstaculizado por la oposicin de M. Li

    cinio Craso, que no dej atravesar sus posesiones Hubo que

    esperar al ao 144 para que la Marcia, el primer acueducto mo

    derno de Roma, suministrase a la ciudad un agua menos es

    casa y ms sana.

    La modernizacin de Roma se manifiesta, a todo lo largo del

    siglo, en la multiplicacin de los 'prticos una forma arqui

    tectnica tomada de Oriente, que encuentra en Italia terreno

    propicio. Durante la censura del 179, se haban edificado tres

    simultneamente: uno detrs de los navalia (el astillero de cons

    truccin naval instalado a orillas del Tiber), y dos en la parte

    sur del Campo de Marte (uno, cerca del mercado de legum

    bres, el Forum Olitorium, y otro no lejos del teatro nuevo, y

    situado.post Spei, detrs del templo de la Esperanza). De estos

    arreglos, se benefician entonces los barrios cosmopolitas prxi

    mos al ro. A lo largo de los aos siguientes, encontramos, por

    orden cronolgico, la mencin del Prtico de Octavio, que con

    memoraba una victoria naval sobre Perseo, en el 168, y, des

    pus, un prtico alrededor del Area Capitolina, el espacio sa

    grado que se extenda ante el templo de Jpiter Optimo M

    ximo. Por ltimo, en el 147, Q. Cecilio Macednico rode

    85

  • con un prtico los templos de Jupiter Stator y de Juno, para

    conmemorar su triunfo. Estos dos templos y el prtico de sus

    temene, prximos al Circo Flaminio, eran clebres por las

    . obras de arte que encerraban. Metelo, que acababa de reducir a

    provincia a Macedonia, haba reunido en su prtico las estatuas

    ecuestres, obras de Lisipo, que representaban a los generales

    de Alejandro. La antigua gloria del conquistador se encontraba

    as como cautiva al pie del Capitolio. Aquellos templos eran

    totalmente de mrmol, lo que jams se haba visto en Roma. Un

    arquitecto griego, Hermodoro de Salamina, haba dirigido, segn

    se dice, la construccin del templo de Jpiter Vitruvio nos

    informa de que este templo era perptero (totalmente rodeado

    de columnas) y tena seis columnas de fachada y once en los

    lados largos. Estaba, corno los templos itlicos, soportado por

    un podium? Lo ignoramos, pero es probable, si se considera que

    esta forma arquitectnica responde a una concepcin religiosa t

    picamente itlica: la superrelevacin del santuario estaba ligada

    a la idea del poder y de la eficacia divinos. De todos modos, en

    el curso del siglo I I a. de C. es cuando se forma el estilo repu

    blicano de edificios religiosos, un estilo que nosotros conoce

    mos bastante mal y en el que se funden (hasta donde podemos

    vislumbrar) las tradiciones italianas y las formas helensticas,

    a su vez evolucionadas a partir del helenismo clsico.

    La mayora de los monumentos construidos por aquel tiempo

    templos y prticos se sita al sur del Campo de Marte.

    Esto se explica por el hecho de que los arquitectos disponan

    all de terrenos pertenecientes al Estado, generalmente desocu

    pados, mientras que el espacio comprendido en el interior del

    recinto serviano empieza a resultar demasiado estrecho para la

    poblacin urbana. Acerca de la cifra de sta no poseemos datos

    directos, y tenemos que limitarnos a las hiptesis y a las posibi

    lidades 20. Lo cierto es que las condiciones generales a lo largo

    del siglo favorecieron el crecimiento de la poblacin, pero, lo que

    es ms importante, las incesantes guerras (poco costosas en

    hombres, y cuya carga soportaban, en gran parte, los aliados)

    tenan como consecuencia la canalizacin hacia la ciudad de

    una inmensa poblacin servil. Los textos mencionan cifras extre

    madamente elevadas: 150.000 esclavos vendidos por Emilio Paulo,

    en el 167; 50.000 por Escipin Emiliano despus de la toma de

    Car:ago. Cada campaa, incluso las apenas mencionadas por nues

    tras fuentes, aumentaba el nmero de esclavos vendidos en Ita

    lia21. Naturalmente, no toda aquella muchedumbre se quedaba

    en Roma; un gran nmero se reparta en los municipios y viva

    en los dominios rurales, pero cada ciudadano, cada familia, ad-

    86

  • quifa la costumbre de reunir en su servicio a un nmero de

    personas cada vez mayor, !o que (tena como consecuencia

    ]a de multiplicar sensiblemente el crecimiento natural del n

    mero de ciudadanos. Evidentemente, Roma no es todava la ciudad

    superpoblada que llegar a ser a comienzos del siglo I a. de C ,

    pero empieza a sentir la necesidad de saltar un cinturn de

    murallas que cien o ciento cincuenta aos antes era dotava

    demasiado amplio.

    Adems de los ciudadanos y de los esclavos, afluan a Roma

    viajeros procedentes de todas las partes del mundo. El desarrollo

    del comercio y, en general, de la circulacin martima, el n

    mero cada vez mayor de asuntos polticos relativos a ciudades

    lejanas dan origen a la presencia en la ciudad de una poblacin

    flotante cuyo nmero importa quiz menos que su naturaleza.

    Todos aqullos son los extranjeros, a cuyo contacto las cos

    tumbres antiguas parecen ms caducas que nunca. Hay las em

    bajadas de los reyes, que llegan con un fausto calculado y, al

    estrechar lazos personales con los ciudadanos principales, difun

    den ampliamente regalos de los que no se puede decir si no

    son ms que testimonios de amistad y de gratitud personal o

    medios de corrupcin. Igualmente desmoralizadora es la multipli

    cacin de mercaderes de esclavos que importan cada vez ms

    muchachas, msicos y bailarinas, sin otro mrito que su docili

    dad. Estas muchachas son, para los jvenes, una tentacin ince

    sante, en la que a veces derrochan sus patrimonios. La vida

    griega tan temida por los Padres en los tiempos de Plauto, una

    vida de placeres y de facilidad, est a punto de sustituir, para

    muchos, a las severas costumbres de antao. Pero no aporta slo

    placeres vulgares. La llegada de artistas griegos y, ms an, la

    incesante afluencia de obras de arte, que constituyen gran parte

    del botn, despus de la conquista, transforman profundamente

    el aspecto de la vida cotidiana. La belleza aparece como la con

    secuencia y el complemento necesario de la gloria. Los dioses

    ya no son los nicos beneficiarios del arte. Al principio, las

    estatuas y los valiosos cuadros procedentes de los pases orien

    tales haban sido exvotos que decoraban los templos como

    los juegos escnicos, en el siglo anterior, tenan como especta

    dores a las estatuas divinas instaladas en el pulvinar. Despus,

    toda aquella belleza se hace laica, se integra en la existencia

    de cada uno y, durante mucho tiempo, por un fenmeno cuya

    importancia no podra ser exagerada, los grandes personajes, los

    conquistadores, los triunfadores, no tuvieron el monopolio de

    los botines de guerra que sus victorias haban arrancado a los

    pases griegos. El principal beneficiario de aquellos tesoros que

    87

  • se acumulan en los santuarios, en las iplazas, an:e los templos,

    bajo los prticos, es el pueblo en su conjunto. La poca de los

    grandes coleccionistas no ha llegado an.

    c) La vida intelectual

    A medida que las costumbres antiguas se degradan y que

    nuevas aspiraciones surgen en la misma masa del pueblo,

    que fue siempre la ms inmediatamente helenizada, era inevitable

    que la lite, al menos, sin contentarse con ceder a las fci

    les tentaciones llegadas de Oriente, se preocupase de justificar

    aquellas transformaciones que ella saba fatales. As, el siglo I I

    antes de Cristo es, por excelencia, el tiempo de los filsofos.

    Sera demasiado simple creer que Roma tard tanto en co

    nocer la filosofa a causa del relativo aislamiento en que haba

    permanecido, al margen del mundo helenstico, y que debi su

    inclinacin a algunos misioneros, especialmente a los tres em

    bajadores de Atenas llegados en el 155' para defender ante el

    Senado la causa de su ciudad. Sin duda, aquellos tres filsofos,

    que representaban a las tres escuelas principales Digenes a

    los estoicos, Critolao a los peripatticos, Carnades a la Aca

    demia hicieron (sobre todo, Carnades) una exhibicin de

    sus talentos ante los romanos, jugando con las ideas, invocando,

    en favor de los contrarios, los argumentos ms seductores y ms

    convincentes; pero no eran los primeros en llevar a la ciudad

    los ecos de los debates que se prolongaban, en Grecia, desde

    haca ms de cuatro siglos. El pensamiento de los filsofos ha

    ba entrado con el teatro. Haba seguido tambin su camino has

    ta Roma desde la pitagrica Tarento. Parece evidente que, en un

    pasado menos lejano, filsofos profesionales llegaron a probar

    fortuna entre el pblico de Roma, hasta el punto de que se

    haba considerado necesario expulsarles. As fue como, an el 161,

    un senatus-consultum prohiba la residencia en la ciudad a los

    retricos y a los filsofos de lengua latina22. Si, ya en aquella

    fecha, se encontraban filsofos para ensear en latn, parece

    evidente que exista un pblico capaz de entendedles, y se creer

    ms fcilmente que los dos epicreos, Alcio y Filisco, de los

    que Ateneo nos dioe que fueron expulsados de Roma bajo el

    consulado de L. Postumio haban ido a difundir la doc

    trina de su maestro una generacin antes24. Pero no era indis

    pensable la presencia de filsofos en Roma pata que el pensa'-

    miento filosfico fuese conocido all. Ciertamente, las ciudades

    griegas o profundamente helenizadas de la Campania, y desde

  • luego aples, no dejaban de estar informadas, desde haca mu

    cho tiempo, de una actividad que ocupaba un lugar tan im

    portante en la vida intelectual de los helenos. La embajada del

    155, por el escndalo que caus, y la reaccin de Catn (que

    consigui la rpida salida de los tres filsofos, culpables de ha

    ber dado pruebas de una excesiva desenvoltura en relacin con

    los valores morales tradicionales; de haber demostrado, por ejem

    plo, que la justicia era, sin duda, la mayor de las virtudes, pero

    poda ser considerada tambin, especialmente por los conquis

    tadores, como la mayor de las tonteras) son significativas, sobre

    todo porque obligaron al Senado a adoptar una posicin oficial

    respecto a un problema que es, por excelencia, el del siglo.

    Se puede considerar que las dificultades espirituales en que

    se debati la adolescencia de Escipin Emiliano, entre las cos

    tumbres tradicionales y el ideal nuevo que l visumbra gracias

    a su compaero y a su maestro, el griego Polibio T\ fueron las

    de todo aquel perodo. El problema de su conciliacin no se

    resolvera hasta dos o tres generaciones despus, en virtud del

    esfuerzo de un Cicern.

    Sin embargo, tal conciliacin comienza a entreverse en aque

    lla poca gracias al estoicismo, que aparece como susceptible de

    responder a los imperativos ms esenciales de la conciencia ro

    mana. El estoicismo insista, por ejemplo, sobre la necesidad de

    la ascesis para resistir a las tendencias que llevan a todos los

    seres hacia el placer; entre las virtudes cardinales, situaba el var

    lor (especialmente honrado por los romanos, para quienes el

    servici del soldado es el ms alto en dignidad, dentro del Es

    tado), la justicia (todo magistrado romano es, desde luego, un

    juez) y el dominio de s mismo. Sin duda, en esta relacin fi

    guraba tambin la sabidura, que era conocimiento del bien

    y, por consiguiente, supona la conquista previa de un mtodo

    susceptible de conducir a la verdad. Pero los primeros estoicos

    que se dirigieron a un pblico romano y, sobre todo, el ms

    grande de ellos, Panecio, un rodio, tuvieron buen cuidado de'

    subrayar la interdependencia de las cuatro virtudes fundamen

    tales: quien poseyese ' deca una de ellas, las posea todas.

    Y mientras en el espritu del antiguo Prtico la ciencia de la

    verdad constitua una condicin primera de toda virtud, desde

    entonces se admiti que la prctica ^poda bastar para elevarse

    hasta la perfeccin moral, es decir, que una accin recta posee,

    en s misma, un valor semejante al de un pensamiento verdade

    ro26. A l mismo tiempo, Panecio quitaba al estoicismo algunas

    de sus ms sorprententes paradojas, las que repugnaban al buen

    sentido romano. Enseaba que el sabio debe disponer de un

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  • mnimo de ventajas materiales, que su virtud es compatible con

    la salud y con unos recursos razonables, y que tal virtud tiene

    necesidad, incluso, de un cierto vigor fsico para no debilitar

    se Ms an: el antiguo Prtico reservaba al sabio perfecto

    la posesin de la virtud, aadiendo que nadie, excepto el sabio,

    poda ser considerado como poseedor del menor valor el res

    to de los hombres no constitua, a sus ojos, ms que un vil

    rebao. Panecio explic a sus oyentes romanos que aquella

    doctrina no deba ser tomada al pie de la letra. Sin duda, la

    accin perfecta supone una virtud total, pero sera absurdo

    negar que, en la conquista de sta, poda haber grados. A la

    accin