Goethe El Hombre de Cincuenta Años

download Goethe El Hombre de Cincuenta Años

of 108

description

En 1807, a los cincuenta y ocho años, Goethe inicia la redacción de «El hombre de cincuenta años», un relato sobre la madurez y las perturbaciones que pueden llegar a sacudirla, pero, ante todo, un elogio de la renuncia.

Transcript of Goethe El Hombre de Cincuenta Años

  • EL HOMBRE DE CINCUENTA AOS

    JOHANN WOLFGANG GOETHE

    INDICE PRIMER ENCUENTRO EN MARIENBAD (1821) SEGUNDO ENCUENTRO EN MARIENBAD (1822) TERCER ENCUENTRO EN MARIENBAD (1823) El, PODER DE LA MSICA CRNICADEL ESCNDALO LA FAMILIA LA ELEGA DE MARIENBAD CODA NO SE PUEDE DECIR QUE NO HAYA SIDO UN AMOR EL HOMBRE DE CINCUENTA AOS A fin de complacer la costumbre del respetable pblico que desde hace ya cierto tiempo gusta de ser entretenido por entregas, en un principio se nos ocurri ofrecerle el siguiente relato dividido en varios apartados. Sin embargo, su cohesin interna, considerada en funcin de los sentimientos, propsitos y

  • acontecimientos que la constituyen, reclamaba una presentacin ininterrumpida. Ojal que sta alcance su objetivo y al mismo tiempo sepa hacer patente al final de qu modo los personajes de este suceso independiente estn ntimamente imbricados con aquellos otros a los que ya conocemos y apreciamos. El comandante estaba entrando en la heredad a lomos de su caballo cuando vio que Hilarie, su sobrina, ya se haba apostado a recibirlo en las escalinatas que conducen al palacio. A duras penas pudo reconocerla, pues, una vez ms, la hall ms alta y ms hermosa. Ella sali volando a su encuentro, l la apret paternalmente contra su pecho y los dos subieron a toda prisa para ver a la madre de la joven. A su hermana, la baronesa, la llegada del comandante le result igualmente bienvenida y, cuando poco despus Hilarie se fue a preparar el desayuno, el comandante le dijo animadamente: -Por esta vez puedo ser breve y decir que nuestro asunto est resuelto. Nuestro hermano, el mariscal mayor, ya se ha dado cuenta de que no consigue aparselas ni con arrendatarios ni con administradores. As pues, est dispuesto a legarnos en vida sus propiedades a nosotros y a nuestros hijos. Es verdad que los honorarios anuales que nos pide a cambio son elevados, pero siempre podremos pagrselos: al fin y al cabo, con esta transaccin ya estamos ganando mucho para el presente y todo para el futuro. Quiero que las nuevas instalaciones queden como es debido lo antes posible. Ahora que espero poder retirarme pronto vuelve a abrirse ante m la perspectiva de una vida activa que pueda sernos claramente beneficiosa tanto a nosotros como a los nuestros. As podremos asistir tranquilamente al crecimiento de nuestros hijos y ya slo depender de nosotros y de ellos que se acelere su enlace. -Todo eso estara muy bien si no fuera porque tengo que revelarte un secreto que yo misma acabo de averiguar -repuso la baronesa-. El corazn de Hilarte ya no est libre. Poca o ninguna esperanza le queda a tu hijo por esta parte.

  • -Qu dices? -exclam el barn-. Es posible? Mientras nosotros hacamos toda clase de esfuerzos para asegurarnos un futuro, ahora resulta que los afectos nos juegan una mala pasada semejante! Dime, querida, dmelo enseguida: quin es el que ha logrado atrapar el corazn de Hilarie? Por otra parte, seguro que ya es algo tan serio? No ser ms bien una impresin pasajera que todava estamos a tiempo de sofocar? -Antes tienes que reflexionar un poco y adivinar -objet la baronesa, incrementando as su impaciencia. sta ya se haba vuelto incontenible cuando Hilarie, entrando en la estancia junto con los criados que traan el desayuno, impidi cualquier solucin rpida al enigma. Ahora al comandante le pareci ver a la hermosa criatura con otros ojos. Casi se sen- ta celoso del afortunado cuya imagen haba logrado dejar su impronta en un alma tan bella. Por algn motivo el desayuno no acab de gustarle y no acert a darse cuenta de que todo haba sido dispuesto tal y como a l ms le gustaba y como sola desear y pedir en otras ocasiones. Aquel silencio y cohibimiento estuvieron a punto de conseguir que Hilarte perdiera su buen humor. La baronesa, incomodada, llev a su hija al piano. Pero el estilo sabio y lleno de sentimiento con el que tocaba la joven a duras penas consigui ganarse el aplauso del comandante, quien habra deseado que tanto la bella nia como el desayuno se alejaran de su vista lo antes posible, por lo que finalmente a la baronesa no le qued ms remedio que ponerse en pie y proponerle a su hermano un paseo por el jardn. Nada ms hallarse a solas con ella, el comandante repiti con apremio su pregunta anterior, a lo que, tras una pausa, su hermana respondi sonriente: -No vas a tener que ir muy lejos para encontrar al afortunado del que Hilarie est enamorada, pues lo tenemos aqu mismo: esa ti a quien ama! El comandante se detuvo, conmocionado, para exclamar acto seguido: -Me parecera una broma muy inoportuna que pretendieras convencerme de algo que,

  • sinceramente, me resultara tan incmodo como desafortunado, pues aunque todava necesito algn tiempo para recuperarme de mi sorpresa, ya me veo capaz de predecir de una sola vez hasta qu punto nuestra relacin se vera forzosamente perturbada por un acontecimiento tan inesperado. Lo nico que me consuela es mi conviccin de que esta clase de inclinaciones slo son aparentes, de que tras ellas siempre se oculta un autoengao y de que un alma autntica y buena suele salir enseguida de un error semejante por sus propios medios o, al menos, con un poco de ayuda procedente de personas ms razonables. -En cambio, yo no estoy de acuerdo contigo -dijo la baronesa-. A juzgar por todos los sntomas, el sentimiento que embarga a Hilarie es muy serio. -Nunca habra credo capaz de algo tan contrario a la naturaleza a una criatura tan natural como ella -sentenci el comandante. -No es tan antinatural -replic su hermana-. Todava recuerdo que en mi juventud yo misma sent una gran pasin por un hombre an mayor de lo que t eres. T acabas de cumplir los cincuenta. Eso no es demasiado para un alemn, por mucho que otras naciones ms llenas de vida puedan envejecer antes. -Pero en qu apoyas tu suposicin? - inquiri el comandante. -No es ninguna suposicin, sino una certeza! Ya te ir contando los detalles poco a poco. Hilarie se uni a ellos, y el comandante, aun en contra de su voluntad, volvi a sentirse transformado. La presencia de la joven se le antoj an ms preciada y valiosa que antes. Como tambin su comportamiento le pareci ms afectuoso que de costumbre, ya estaba empezando a dar crdito a las palabras de su hermana. Aquella nueva sensacin le resultaba grata en extremo, por mucho que an no quisiera admitrsela a s mismo ni tolerarla. Es verdad que Hilarie estaba de lo ms encantadora, en la medida en que su comportamiento aunaba ntimamente la delicada timidez que se siente en presencia del amado con la libre confianza que se tiene para con un to. Y es que es verdad que ella lo amaba sinceramente y con toda su alma. El

  • jardn mostraba todo el esplendor primaveral y el comandante, viendo brotar de nuevo tantos rboles aejos, empezaba a creer en el retorno de su propia primavera. Y quin no se habra dejado persuadir de ello en presencia de la ms cautivadora de las muchachas! As es como transcurri el da para los tres. Revivieron con el mayor agrado todas las pocas que haban pasado juntos en esa misma casa y, por la noche, despus de cenar, Hilarie se sent de nuevo al piano. El comandante la oy tocar con odos muy distintos a los de aquella misma maana. As, entre melodas que se enlazaban una con otra, la medianoche a duras penas consigui separar a aquella reducida sociedad. Cuando el comandante entr en su habita- cin lo encontr todo dispuesto a su gusto y como estaba acostumbrado desde siempre. Incluso vio que algunos grabados que gustaba de pasar largas horas contemplando haban sido descolgados de otras habitaciones y trados a la suya. Y ahora que estaba empezando a prestar atencin se dio cuenta de pronto de que lo haban atendido y halagado hasta en el ms nfimo detalle. Aquella noche le bastaron unas pocas horas de sueo, pues su aliento vital se excit muy temprano. Pero entonces constat de repente que el nuevo orden de cosas implicaba ciertas incomodidades. Haca aos que no le diriga ninguna palabra subida de tono a su viejo palafrenero, que tambin ejerca de criado y ayuda de cmara, pues todo transcurra siempre como de costumbre y segn un orden severo. Los caballos reciban los cuidados necesarios y el comandante encontraba limpias sus prendas de vestir en el momento oportuno. Sin embargo, esta vez el seor se haba levantado ms temprano que de costumbre y nada acababa de salir a su gusto. No tard en unirse otra circunstancia a la anterior a fin de incrementar la impaciencia y el indefinible mal humor del comandante. Hasta aquella maana todo lo relacionado con l y su criado le haba parecido bien. Sin embargo esta vez, al plantarse delante del espejo, no se vio tal y como le gustara ser. No poda negarse a s mismo la aparicin de algunos

  • cabellos grises, al tiempo que constataba que tambin algunas arrugas parecan haber hecho acto de presencia. Se lav y empolv ms de lo habitual, pero aun as al final no tuvo ms remedio que dejar las cosas como estaban. Tampoco con la ropa y su grado de limpieza estaba del todo satisfecho. A sus ojos segua habiendo pelusa en el abrigo y polvo en las botas. El viejo palafrenero no saba qu decir y no sala de su asombro al ver ante s a un seor tan transformado. A pesar de todos estos impedimentos, el comandante sali bastante temprano al jardn. Y efectivamente, Hilarie, a quien esperaba encontrar en l, apareci ante sus ojos. La muchacha fue a llevarle enseguida un ramo de flores y l no tuvo el valor de besarla y apretarla contra su pecho como sola hacer. Se sorprendi presa del azoramiento ms agradable del mundo y se dej llevar libremente por sus sentimientos, sin reparar en hacia dnde podan conducirlo. Tampoco la baronesa tard mucho en aparecer y, mientras le entregaba a su hermano una nota que acababa de traer un mensajero, exclam: -Seguro que no adivinas a quin nos anuncia este billete! -Pues en ese caso, dmelo de una vez! - replic el comandante. Y averigu que un viejo amigo suyo que se dedicaba al teatro estaba de paso no muy lejos de la heredad y tena la intencin de pasar a hacer una corta visita. -Siento curiosidad por volver a verlo - coment el comandante-. Aunque ya no es ningn jovencito, he odo decir que sigue interpretando los papeles de galn. -Tendr unos diez aos ms que t - aventur la baronesa. -S, sin duda, al menos por lo que yo recuerdo. No pas mucho tiempo hasta que apareci un hombre apuesto, alegre y bien formado para unirse a ellos. Los dos amigos vacilaron unos instantes en el momento de volver a verse, pero pronto se reconocieron y dejaron que toda clase de recuerdos animaran su conversacin. De ah pasaron a contarse cientos de cosas, a hacerse preguntas y a rendirse

  • cuentas de su vida. Los dos fueron dando a conocer alternativamente sus respectivas circunstancias y pronto se sintieron como si nunca se hubieran separado. La historia secreta nos cuenta que, hace muchos aos, este hombre, cuando todava era un muchacho muy apuesto y agradable, tuvo la suerte o la desgracia de gustarle a una mujer distinguida. Y que esta circunstancia lo puso en una situacin muy embarazosa y de gran peligro, de la que el comandante lo sac felizmente justo en el instante en que ya penda sobre l la amenaza del ms terrible destino. Desde entonces les estaba eternamente agradecido a los dos, tanto al hermano como a la hermana, pues haba sido ella quien les haba incitado a tomar precauciones al advertirles a tiempo del peligro. Poco antes de la hora de comer las mujeres dejaron a los dos amigos a solas. No sin asombro, es ms, incluso con cierto anonadamiento, el comandante no cesaba de contemplar tanto en general como en particular el aspecto de su viejo amigo. No pareca haber cambiado nada en absoluto, por lo que no era de extraar que todava pudiera hacer de galn en el teatro. -Me miras con ms atencin de lo que es lcito -interpel finalmente al comandante-. Mucho me temo que me encuentras demasiado cambiado con respecto a los viejos tiempos. -De ninguna manera! -replic el aludido-. Al contrario, no salgo de mi sorpresa al ver que tu aspecto es ms fresco y juvenil que el mo. Despus de todo, s que t ya eras un hombre hecho y derecho cuando yo, con el atrevimiento de un mocoso temerario, te prest cierto apoyo en una situacin embarazosa. -La culpa es tuya -sentenci el otro-. Es la culpa de todos los que sois como t. Y aun- que no se os pueda censurar por ello, s merecis algn reproche. La gente slo piensa en lo necesario. Quiere ser y no parecer. Eso est muy bien mientras todava se es alguien, pero al final, cuando tanto el ser como el parecer empiezan a decirnos adis y el parecer resulta an ms fugaz que el ser, todo el mundo empieza a darse cuenta de que habra hecho bien de no haberse permitido el lujo de

  • descuidar el exterior en aras del interior. -Tienes razn -aprob el comandante, casi a punto de soltar un suspiro. -Por otra parte, quiz no la tenga del todo -aventur el aejo galn-, pues es verdad que, dada la naturaleza de mi oficio, habra sido totalmente imperdonable que no hubiera tratado de conservar mi aspecto lo mejor posible. En cambio, los dems tenis motivos para pensar en otras cosas ms significativas y perdurables. -Sin embargo -replic el comandante-, hay ocasiones en las que uno se siente muy fresco por dentro y dara algo por poder refrescar tambin lo de fuera. Como el recin llegado no estaba en situa- cin de intuir el verdadero estado de nimo del comandante, interpret esta observacin en el sentido militar y se extendi en comentar lo importante que era el aspecto fisico en el ejrcito y en cmo los oficiales, que tanto cuidado tenan que poner en su uniforme, tambin podran ponerlo un poco en la piel y la cabellera. -Por ejemplo -sigui diciendo-, es una verdadera irresponsabilidad que vuestras sienes ya estn grises, que os salgan arrugas aqu y all y que vuestra coronilla ya claree. Miradme a m, que soy un vejestorio! Ved cmo he conseguido conservarme! Y todo sin brujeras y con mucho menos esfuerzo y cuidado del que uno suele emplear a diario para daarse a s mismo o, cuando menos, para aburrirse. Demasiado oportuna le resultaba al comandante aquella conversacin casual para interrumpirla tan rpidamente. Con todo, prefiri obrar secretamente y con cautela incluso ante un viejo amigo como aqul. -Desafortunadamente, todo eso ya est perdido y es totalmente irrecuperable - exclam-. No me queda ms remedio que aceptarlo, sabiendo que no por eso vais a pensar peor de m. -Perdido no hay nada! -objet aqul-. Si vosotros, los caballeros respetables, no fuerais tan rgidos e inflexibles, si no calificarais enseguida de presumido a todo aquel que prestara atencin a su fsico y no os aguarais el placer de rodearos de una sociedad agradable

  • y de resultar igualmente agradables en ella... -Pero aunque no sea brujera lo que os permite manteneros tan joven -aventur el comandante con una sonrisa-, s ser un secreto o, al menos, formar parte de esos arcanos tantas veces ensalzados en los peridicos y de entre los cuales sabris escoger los mejores. -Ya me ests hablando en broma o en serio, el caso es que has dado en el blanco - admiti el amigo-. Entre las mltiples sustancias que se han puesto a prueba desde antiguo para nutrir un poco el exterior, que muchas veces flaquea antes que el interior, se encuentran algunos remedios verdaderamen- te inestimables que se emplean tanto por separado como en combinacin, cuyo empleo me ha sido transmitido por colegas del oficio a cambio de algn dinero en efectivo o por pura casualidad y cuya eficacia yo mismo he comprobado. A tales sustancias soy fiel y me atengo, aunque no por eso renuncie a seguir indagando. Por lo pronto puedo decirte una cosa, y no exagero: siempre llevo conmigo bajo cualquier circunstancia un estuche de tocador! Una cajita cuyos efectos de buen grado probara contigo si tuviramos ocasin de pasar quince das juntos. La mera idea de que algo semejante fuera posible y de que esta posibilidad se le estuviera ofreciendo justo en el momento ms oportuno y de una manera tan casual, anim la expresin del comandante de tal manera que realmente ya pareca verse ms fresco y alegre. As, animado por la expectativa de poder armonizar su cabeza y su rostro con su corazn y estimulado por la impaciencia de poder conocer pronto los medios necesarios para ello, durante la comida pareca otro hombre. Respondi confiadamente a las en- cantadoras atenciones de Hilarie y la contempl con una seguridad que esa misma maana an le habra resultado muy extraa. Y si gracias a varios recuerdos compartidos, a diversas ancdotas y a algunas afortunadas ocurrencias su teatral amigo haba sabido mantener, revivificar y aumentar el buen humor del comandante una vez despertado, tanto ms disgustado lo hizo sentirse cuando

  • despus de comer quiso despedirse enseguida y amenaz con seguir su camino. El comandante trat de facilitarle la estancia a su amigo por todos los medios posibles, al menos por una noche, prometindole insistentemente un tiro adicional y caballos de relevo para la maana siguiente. En definitiva: aquellos cosmticos redentores no deban salir de la casa hasta que l hubiera sido informado ms detalladamente sobre su contenido y forma de uso. El comandante se daba buena cuenta de que en este asunto no haba tiempo que perder, por lo que nada ms levantarse de la mesa busc la manera de hablar a solas con su antiguo protegido. Como le faltaba valor para ir directamente al grano, se aproxim al tema por medio de un rodeo, en la medida en que, retomando la conversacin anterior, le asegur que l personalmente de buen grado le dedicara una mayor atencin a su aspecto exterior si no fuera porque la gente enseguida tacha de presumido a todo aquel en quien perciba un afn semejante, restndole enseguida a su consideracin moral lo que no puede por menos de concederle a su consideracin fsica. -No me pongas de mal humor recordndome esas formas de hablar! -replic el amigo-. Porque se trata de expresiones a las que la sociedad se ha ido acostumbrando irreflexivamente, o, si nos ponemos ms severos, con las que manifiesta su naturaleza antiptica y malqueriente. Y es que, bien mirado, qu es eso que tantas veces nos sentimos inclinados a tachar de presuncin? Todo ser humano debera sentirse complacido consigo mismo y dichoso el que pueda estarlo! Pero, de ser as, cmo podr evitar que se le note un sentimiento tan agradable? Cmo ocultar en plena existencia que uno se siente complacido con ella? Si la buena sociedad (que al fin y al cabo es de la nica de la que aqu se trata) slo encontrara reprochables estas manifestaciones cuando se volvieran demasiado notorias, cuando la complacencia que una persona pueda sentir para consigo misma y para con su esencia impida a los dems que la tengan y la expresen a su vez, entonces no habra nada que objetar, aunque

  • supongo que debieron de ser precisamente esta clase de exageraciones las originarias de tales reproches. Sin embargo, qu poder puede tener una severidad tan extraamente negadora frente a lo inevitable? Por qu la gente se niega a considerar lcita y tolerable una manifestacin que cada cual se permite de vez en cuando a s mismo en mayor o menor medida? Es ms, sin la cual una buena sociedad ni siquiera podra existir, pues la complacencia con la propia persona y el afn por comunicarle esta autoestima a los dems nos hace ser ms agradables; la conciencia del propio encanto nos vuelve ms encantadores. Quiera Dios que todo el mundo sea presumido, siempre y cuando lo sea cons- cientemente, con mesura y en el sentido adecuado, pues entonces seramos los hombres ms felices del mundo civilizado. Las mujeres, segn dicen, son presumidas por naturaleza; sin embargo, les sienta bien y gracias a eso nos gustan mucho ms. Y cmo puede llegar a cultivarse un joven que no sea presumido? Si su naturaleza es vaca y hueca, as sabr procurarse al menos cierta buena apariencia externa, mientras que un hombre competente no tardar en dejar que esta formacin exterior revierta tambin en su interior. Por lo que a m respecta, tengo motivos para tenerme por el hombre ms feliz de la tierra porque mi oficio me legitima para ser presumido y porque, cuanto ms presumido soy, mayor es la diversin que la gente obtiene a travs de m. A m se me elogia all donde a los otros se les censura, y precisamente por este camino he adquirido el derecho y la suerte de seguir divirtiendo y cautivando a los dems, en una edad en la que otros no tienen ms remedio que abandonar el escenario o permanecer en l slo a costa de su escarnio. Al comandante no le gust escuchar el final de estas consideraciones. Al pronunciar la palabrita presumido no pretenda sino crear una transicin que le permitiera exponerle su deseo a su amigo con cierta habilidad. Sin embargo, empezaba a temer que si continuaba con aquella conversacin podra terminar an ms lejos de su objetivo, con lo que esta vez opt por ir directo al grano.

  • -Por lo que a m respecta, no me importara demasiado militar en tu bando -dijo-, dado que an no crees que sea demasiado tarde para m y piensas que todava podra recuperar en algo lo perdido. Psame una parte de tus tinturas, pomadas y blsamos y har un intento! -Eso es ms difcil de lo que parece - respondi el amigo-. Pues no se trata slo de trasvasar una parte del contenido de mis frascos o de dejarte la mitad de los mejores ingredientes de mi tocador: lo ms difcil es aplicarlos. Uno no puede hacerse en un momento con toda una tradicin. Para saber cmo se adecua esto y aquello y bajo qu circunstancias y en qu orden hay que emplear las sustancias hace falta prctica y reflexin. Y ni siquiera stas acaban de dar su fruto si no se dispone tambin de un talento natural para el tema que nos ocupa. -Parece que ahora quieres batirte en retirada protest el comandante-. Me ests poniendo dificultades a fin de poner a buen recaudo tus afirmaciones, que ciertamente suenan algo fabulosas. No tienes ganas de procurarme una ocasin, una oportunidad para comprobar en la prctica tus palabras. -Con estas indirectas, amigo mo, no conseguiras convencerme para que respondiera a tus deseos si no fuera porque mis sentimientos por ti son tan positivos que yo mismo te lo he ofrecido ya nada ms llegar - objet el otro-. Por otra parte, ten en cuenta, amigo mo, que al ser humano lo mueve un afn muy singular de hacer proselitismo, de promover que tambin se manifieste fuera de s mismo y en otros lo que valora en su propia persona, de hacerles disfrutar de lo que l ya disfruta y de reencontrarse y reflejarse en los dems. Desde luego, si esto es un egosmo, debe de ser el ms digno de estima y de elogio de todos, el que nos ha hecho hombres y nos conserva como tales. Y es este afn, junto con la amistad que siento por ti, los que me inducen a desear hacer de ti mi discpulo en el arte del rejuvenecimiento. Pero como es lcito esperar que un maestro no formar a chapuceros, me incomoda la cuestin de cmo vamos a empezar. Ya te lo he dicho: no basta con las sustancias ni con una indicacin

  • cualquiera. La aplicacin correcta no se puede ensear con generalizaciones. Por amor a ti y por el deseo de propagar mis enseanzas estoy dispuesto a cualquier sacrificio, as que voy a ofrecerte enseguida el que de momento constituye el mayor de todos: voy a dejar contigo a mi criado, una especie de ayuda de cmara y de hombre para todo que, aunque no sabe prepararlo todo ni est iniciado en todos los secretos, s tiene bastante idea del tratamiento en general y te va a ser de gran utilidad para empezar, hasta que t mismo te hayas familiarizado lo suficiente con toda esta cuestin que al final yo pueda venir a revelarte los misterios ms elevados. -Cmo! -exclam el comandante-. Tam- bin cuentas con escalas y grados en tu arte del rejuvenecimiento? Y tienes misterios para los iniciados? -Por supuesto! -respondi aqul-. Muy mal arte sera si fuera posible aprehenderlo de una sola vez y si su conocimiento ltimo pudiera ser vislumbrado por quien acaba de entrar en l. Ya no debatieron mucho ms: el ayuda de cmara le fue asignado al comandante, quien prometi cuidarlo bien. La baronesa tuvo que sacar cajitas, pequeos estuches y frascos sin saber con qu fin. Despus se efectu la particin oportuna y la reunin prosigui alegre y llena de ingenio hasta la noche. A la tarda salida de la luna el husped se fue, prometiendo volver muy pronto. El comandante lleg bastante cansado a su habitacin. Se haba levantado temprano, no se haba cuidado especialmente durante el da y crey que podra meterse enseguida en la cama... Si no fuera porque, en vez de un criado, se encontr a dos. El viejo palafrenero lo desvisti presurosamente a la manera de siempre. Sin embargo, esta vez se adelant el nuevo con la observacin de que la hora propiamente dicha para la aplicacin de los productos de rejuvenecimiento y de embellecimiento era en realidad la noche, a fin de que, con el sueo tranquilo, su efectividad fuera an mayor. As pues, el comandante tuvo que tolerar que su cabeza fuera embadurnada con pomada, su rostro untado, sus cejas ungidas con un pincel y sus labios aceitados

  • con unos toques de algodn. Adems, an se le exigi que tomara parte en toda una serie de ceremonias. Ni siquiera el gorro de dormir le pudo ser aplicado directamente en la cabeza, pues haba que cubrirla previamente con una redecilla e incluso con un fino gorro de piel. El comandante se acost sumido en una extraa sensacin desagradable que, sin embargo, no tuvo tiempo de identificar, pues se durmi enseguida. Pero puestos a escudriarle el alma, diremos que se senta un poco como una momia, a medio camino entre un enfermo y un embalsamado. Slo la dulce imagen de Hilarie, rodeada de las ms dichosas expectativas, lo arrastr pronto hacia un sueo reparador. Por la maana, a la hora debida, el comandante ya tena a mano a su palafrenero. Todas las prendas de su atuendo estaban preparadas sobre las sillas en su orden habitual, y ya se estaba levantando de la cama cuando entr el nuevo ayuda de cmara y se deshizo en vivas protestas ante semejante precipitacin. Haba que descansar, haba que tener paciencia si se quera lograr el propsito, si se esperaba obtener alguna alegra a cambio de tanto esfuerzo y dedicacin. El seor averigu entonces que no deba levantarse hasta dentro de un rato, disfrutar entonces de un frugal desayuno y, a continuacin, tomar un bao que ya tena preparado. No haba modo alguno de eludir aquellas instrucciones, que haba que seguir a toda costa, con lo que transcurrieron varias horas entre tantas redujo el perodo de descanso despus del bao y crey se podra vestir en un santiamn, ya que era expeditivo por naturaleza y, adems, deseaba encontrarse lo antes posible con Hilarie. Pero tam- bin esta vez le sali al encuentro su nuevo criado, hacindole comprender que haba que perder como fuera la costumbre de querer terminar enseguida con las cosas. Que todo lo que uno hace tiene que ejecutarse con lentitud y delectacin, pero que, por encima de todo, el momento de vestirse tena que ser considerado como una hora de agradable comunicacin con uno mismo.

  • Y, desde luego, el criado lo trat de un modo plenamente acorde con sus palabras. A cambio, efectivamente, el comandante se crey mejor vestido que nunca al plantarse frente al espejo y verse de lo ms lindamente ataviado. Sin haberle consultado gran cosa, el ayuda de cmara incluso haba tomado la decisin de recomponerle el uniforme dndole un corte ms moderno, transformacin que le haba llevado toda la noche. Un rejuvenecimiento tan fulminante puso al comandante de un humor especialmente alegre y lo hizo sentirse renovado por dentro y por fuera. Con ansiosa impaciencia fue corriendo a encontrarse con los suyos. Hall a su hermana de pie frente al rbol genealgico que haba ordenado colgar, ya que la noche anterior haban estado hablando, de ciertos parientes lejanos que, siendo algunos solteros y otros residentes en pases lejanos o incluso desaparecidos, les permitan concebir esperanzas en mayor o menor medida a los dos hermanos o a sus hijos de poder recibir algn da alguna rica herencia. Se quedaron un rato charlando sobre esto, aunque no mencionaron el detalle de que hasta entonces todas sus preocupaciones y esfuerzos familiares nicamente haban estado enfocados en sus hijos respectivos. Es verdad que la inesperada inclinacin de Hilarie haba provocado el cambio de rumbo de todas sus perspectivas. Sin embargo, ni al comandante ni a su hermana les apeteca pensar en ello en ese momento. La baronesa se fue y dej al comandante a solas frente a aquel lacnico retrato familiar. Hilarie se acerc a l, arrimndose contra su hombro como una nia, contempl la tabla y le pregunt a quin de entre todos aquellos parientes haba llegado a conocer y cul de ellos poda ser que siguiera con vida. El comandante empez hablndole de los de mayor edad, de quienes ya slo conservaba un confuso recuerdo de la infancia. Despus continu describiendo el carcter de varios padres y el parecido o la diferencia que guardaban sus hijos con respecto a ellos. Hizo la observacin de que muchas veces el abuelo reapareca en la figura del nieto. Habl ocasionalmente de la

  • influencia de las mujeres que, emparentndose polticamente con la familia, podan llegar a transformar el carcter de linajes enteros. Elogi las virtudes de algunos antepasados o familiares lejanos aunque sin ocultar tampoco sus defectos. Pas calladamente por alto a aquellos que haban dado motivos para avergonzarse. Y, finalmente, lleg a las filas inferiores. Ah estaban, por fin, su hermano el mariscal mayor, l y la baronesa y, debajo de los dos, su propio hijo con -Estos dos observ el comandante, aunque sin aadir lo que se le acababa de venir a la cabeza. Despus de una pausa, Hilarte repuso humildemente, a media voz y casi con un suspiro: -Y, aun as, nunca se le va a poder reprochar a nadie que mire a las alturas! Al decir esto, elev hacia l sus grandes ojos que expresaban todo lo que estaba sintiendo. -Te he comprendido bien? -dijo el comandante, volvindose hacia ella. -No puedo decirle nada que usted no sepa -respondi Hilarie con una sonrisa. -Me haces el hombre ms feliz de la tierra! -exclam, cayendo a sus pies-. Quieres ser ma? -Por el amor de Dios, levntese! Voy a ser tuya para siempre. En ese mismo instante entr la baronesa. Titube un momento, aunque sin sorprenderse. -Si fuera una desgracia, hermana ma, tuya sera la culpa! Pero como felicidad que es, vamos a agradecrtelo eternamente. Desde su juventud, la propia baronesa haba querido a su hermano hasta el punto de preferirlo a todos los dems hombres, y puede que la inclinacin de Hilarie, si es que no haba llegado a brotar directamente de esta preferencia materna, s poda haberse alimentado al menos de ella. Ahora los tres se unieron por fin en un solo amor, en un solo bienestar, y as transcurrieron para ellos las horas ms felices. Con todo, finalmente volvieron a adquirir conciencia del mundo a su alrededor, que tan raras veces armoniza con esta clase de sentimientos. Yes que entonces volvieron a pensar en el hijo. A l era a quien haban prometido la

  • mano de Hilarte, como l saba muy bien. Inicialmente estaba previsto que, nada ms terminar las negociaciones con el mariscal, el comandante fuera a ver a su hijo al cuartel, discutiera con l los detalles y llevara este asunto a un final feliz. Sin embargo, aquel acontecimiento inesperado haba desequilibrado toda la situacin. Las circunstancias, que hasta entonces se haban amoldado benignamente unas a otras, parecan haberse enemistado, por lo que ahora resultaba difcil prever el giro que iban a tomar y el nimo que poda apoderarse de los comandante tena que decidirse a ir pronto al encuentro de su hijo, pues su visita ya le haba sido anunciada. Tras algunas vacilaciones se puso en camino no sin renuencia, extraos presentimientos y el dolor por el hecho de tener que abandonar a Hilarie aunque slo fuera por poco tiempo. Dej atrs al palafrenero y a sus caballos y, en compaa de su criado rejuvenecedor, del que ya no poda prescindir, parti hacia la ciudad en la que se hallaba acuartelado su hijo. Despus de tanto tiempo, los dos se saludaron y abrazaron con la mayor cordialidad. Tenan muchas cosas que contarse, por lo que no se desahogaron de entrada de lo que llevaban en el corazn. El hijo se explay sobre sus expectativas de lograr un prximo ascenso, mientras que el padre le dio detallada noticia de lo que se haba negociado y estipulado entre los miembros mayores de la familia sobre el patrimonio en general, as como sobre cada uno de las distintas propiedades en particular y otros asuntos relacionados. La conversacin ya empezaba a estancarse cuando el hijo hizo acopio de valor y le dijo a su padre con una sonrisa: -Me est usted tratando con mucha delicadeza, querido padre, y se lo agradezco. Me est hablando de propiedades y de fortunas, pero no menciona la condicin por medio de la cual, al menos en parte, han de hacerse mas. Est usted reteniendo el nombre de Hilarte y espera que sea yo quien lo pronuncie, dndole a reconocer mi deseo de verme pronto unido a la encantadora nia.

  • A estas palabras de su hijo, el comandante se sinti profundamente cohibido. Pero como en parte su naturaleza y en parte una vieja costumbre le dictaban escudriar primero las intenciones de la otra parte negociante, guard silencio y mir a su hijo con una sonrisa ambigua. -No adivinar usted lo que tengo que decirle, padre -sigui diciendo el teniente-, y quiero confesrselo rpidamente y de una vez por todas. Puedo confiar en su bondad, pues, dadas todas las molestias que se ha tomado por mi causa, seguro lo ha hecho pensando en mi verdadera felicidad. Tarde o temprano tena que llegar el momento de decrselo, as que sea!: Hilarie no puede hacerme feliz! Pienso en Hilarie como en una encantadora pariente ma con la que me gustara pasar el resto de mi vida en una relacin de sincera amistad. Pero hay otra mujer que ha desatado mi pasin y cautivado mi afecto. Se trata de una inclinacin irresistible. Y s que usted no va a querer hacerme desgraciado. Slo con grandes esfuerzos pudo contener el comandante la alegra que amenazaba con asomar a su rostro y le pregunt a su hijo con dulce severidad quin era esa persona que hasta tal punto se haba apoderado de su ser. -Tiene usted que ver a esa criatura, padre! Pues es tan indescriptible como incomprensible. Tan slo temo que tambin usted acabe arrebatado por ella, como cualquiera que se le acerque. Santo Dios! Soy yo quien lo est viviendo y, sin embargo, veo en usted al rival de su propio hijo. -Pero cmo es ella? -inquiri el comandante-. Si no eres capaz de describir su personalidad, hblame al menos de sus circuns- tancias externas: supongo que stas s que vas a saber contrmelas. -Desde luego, padre! Y, sin embargo, tambin esas circunstancias seran distintas en cualquier otra mujer y ejerceran sobre ella un efecto distinto. Es una joven viuda, heredera de un hombre mayor que ella, rico y recientemente fallecido; es independiente y altamente merecedora de serlo, rodeada de muchos, amada por otros tantos y pretendida por todos ellos. No obstante, o mucho me estoy

  • engaando, o su corazn me pertenece slo a m. Sintindose aliviado, ya que el padre guardaba silencio y no manifestaba ningn signo de desaprobacin, el hijo continu contando el comportamiento de la bella viuda para con l, elogiando una tras otra aquella gracia irresistible, aquellas exquisitas muestras de su favor, en las que el padre, ciertamente, no vea ms que amabilidades intrascendentes propias de una mujer muy solicitada que de vez en cuando opta por preferir a uno entre muchos, aunque sin terminar de decidirse por l. Bajo cualquier otra circunstancia habra tratado sin duda de alertar a su hijo o incluso a cualquier amigo de la posibilidad de autoengao que muy probablemente poda imperar en una situacin como aqulla. Sin embargo, esta vez era tan grande su propio inters en que su hijo no fuera vctima de un espejismo, la viuda lo amara de verdad y se decidiera lo antes posible en su favor que, o bien no lleg a desarrollar ningn reparo, o bien rechaz -o guard para s- esta clase de dudas. -Me pones en una situacin muy embarazosa -empez a decir el padre despus de una pausa-. Todos los acuerdos adoptados entre los miembros supervivientes de nuestra familia se asientan sobre la premisa de que t te cases con Hilarie. Si ella se casara con un hombre extrao, toda la esplndida y esforzada anexin de un patrimonio considerable quedar nuevamente en suspenso y sobre todo t saldras bastante mal parado. Aunque es verdad que todava nos quedara una solucin que, sin embargo, puede resultar un poco extrao y que tampoco hara que t salieras ganando demasiado: yo, a mi avanzada edad, an tendra que casarme con Hilarie, accin que difcilmente podra causarte un gran placer. -El mayor del mundo! -espet el teniente- . Pues quin puede sentir una inclinacin sincera, quin puede disfrutar o esperar la dicha del amor sin considerar igualmente merecedor de esta felicidad suprema a cualquier amigo o quien sea digno de ella? Usted no es viejo, padre. Por otra parte, qu encantadora es Hilarte! La mera idea de pensar en ofrecerle

  • su mano ya acredita en usted un corazn juvenil y una fresca osada. Permita que analicemos y desarrollemos ms a fondo esta ocurrencia, esta propuesta improvisada, pues yo slo puedo ser verdaderamente feliz de saberlo igualmente feliz a usted. Slo entonces me alegrara sinceramente de que usted se viera tan bella y altamente recompensado por el esmero con el que ha estado urdiendo mi destino. Pero antes voy a llevarle con valor y confianza y con el corazn en la mano ante la presencia de mi amada. Usted sabr aprobar mis sentimientos, ya que tambin usted los tiene, y no pondr ningn obstculo en la felicidad de su hijo en la medida en que est yendo en pos de la suya propia. Con estas y otras palabras insistentes el hijo ya no dio ms cuerda a su padre, que todava buscaba sembrar alguna que otra objecin, sino que parti con l a toda prisa a visitar a la bella viuda, a la que encontraron en una casa grande y bien decorada, rodeada de una sociedad selecta, aunque poco numerosa, y sumida en divertidas distracciones. Era una de esas criaturas femeninas a las que no se escapa ningn hombre. Con increble habilidad supo hacer del comandante el hroe de la velada. Los dems presentes parecan ser de la familia y el comandante, el nico invitado. Aunque ella conoca muy bien sus circunstancias, saba preguntarle por ellas como si quisiera averiguarlo todo con mayor precisin de sus propios labios, de modo que a los dems presentes no les qued ms remedio que interesarse igualmente en mayor o menor grado por el recin llegado. Uno deca conocer a su hermano, el otro, sus fincas, y el tercero, cualquier otra cosa suya, de manera que el comandante, inmerso en una animada conversacin, se sinti en todo momento el centro de la fiesta. Al principio tambin le fue dado sentarse junto a la bella dama, quien tena los ojos prendidos en l y le dedicaba todas sus sonrisas. En definitiva, se sinti tan a gusto que casi olvid la causa que le haba movido a acudir. Ella apenas si le dirigi la palabra a su hijo, a pesar de que el joven participaba vivamente en todo lo que se deca. Para ella era como si el muchacho, al igual que todos los dems, aquel da nicamente

  • estuvieran presentes en honor del padre. A veces, las labores femeninas que se hacen durante las reuniones sociales y se prolongan con aparente indiferencia adquieren significado gracias a la inteligencia y a la gracia de quien las ejecuta. Elaborados de forma aplicada y desinhibida, estos esfuerzos de una mujer bella producen en su entorno la impresin de que est siendo totalmente desatendido, suscitando cierto secreto desagrado. Pero de pronto, casi como si hubiera despertado de un sueo, una palabra o una mirada vuelve a situar a la ausente en pleno centro de la reunin, y entonces es como si les diera la bienvenida a los visitantes por segunda vez. Pero si deja la labor inerte en el regazo y demuestra prestarle atencin a una ancdota o a una de esas disertaciones instructivas en las que tanto gustan de explayarse los hombres, su reaccin resultar especialmente halagadora a aqul a quien haya decidido privilegiar de esta manera. Nuestra bella viuda se encontraba trabajando de esta guisa en una suntuosa cartera de gusto exquisito que, adems, se caracterizaba por tener un formato superior al habitual. Esta labor fue examinada por todos los presentes, quienes se la fueron pasando unos a otros entre grandes elogios mientras su artfice prefera discutir de asuntos ms serios con el comandante. Un viejo amigo de la casa alab aquella labor ya prcticamente terminada con gran exageracin; sin embargo, cuando la prenda lleg a manos del comandante, ella pareci querer apartarla de l como si se tratara de un objeto indigno de su atencin, a lo que l respondi sabiendo reconocer los mritos del trabajo con gran cor- tesa, mientras el amigo de la casa afirmaba ver en ella la obra titubeante de una Penlope. Los presentes iban y venan por la habitacin y se reunan en pequeos grupos al azar. El teniente se aproxim a la bella y le pregunt: -Qu me dice de mi padre? Sonriente, la interpelada repuso: -Se me antoja que usted bien podra tomarlo como modelo. Vea lo bien vestido que va! No ser que se mantiene y se conserva mejor que su muy querido hijo?

  • De este modo continu aludiendo y alabando al padre a costa del hijo, suscitando una confusa mezcolanza de satisfaccin y celos en el corazn del muchacho. No mucho despus el hijo se acerc a su padre y se lo cont todo minuciosamente. Entonces el padre se comport con tanta mayor amabilidad con la viuda, que ya empezaba a emplear con l un tono ms animado y de mayor confianza. En definitiva, bien se puede decir que, cuando lleg la hora de despedirse, el comandante ya se le haba rendido a ella y a su crculo tanto como lo haban hecho todos los dems. Un fuerte aguacero impidi que la sociedad regresara a casa del mismo modo en que haba venido. Delante de la puerta pararon algunos carruajes para llevar a casa a quienes haban acudido a pie. Slo el teniente, con el pretexto de que los pasajeros ya iban demasiado apretados, dej que su padre se adelantara y se qued atrs. Al entrar en su habitacin, el comandante se sinti invadido por una especie de embriaguez y de falta de seguridad en s mismo, como les sucede a quienes pasan muy rpidamente de un estado a su contrario: el suelo parece moverse para el que se apea de un barco y la luz todava centellea en los ojos de quien penetra de repente en la oscuridad. Del mismo modo, el comandante todava se senta en presencia de la hermosa criatura. Deseaba poder verla y escucharla todava, o bien verla y escucharla una vez ms. As pues, tras algunos instantes de reflexin, no pudo por menos de perdonar a su hijo; es ms, lo consider dichoso por estar en situa- cin de pretender la posesin de tantas cualidades unidas en una sola mujer. De tales sensaciones lo arranc bruscamente su hijo, quien en ese mismo instante se precipit extasiado por la puerta, abraz a su padre y exclam: -Soy el hombre ms feliz del mundo! Tras estas y otras exclamaciones parecidas, por fin los dos consiguieron explicarse. El padre formul su observacin de que la hermosa mujer no haba mencionado a su hijo con una sola palabra durante toda la conversacin que haba mantenido con l.

  • -S, pero sa es precisamente su manera delicada, callada, medio silenciosa y medio alusiva de expresarse, con la que uno adquiere la certeza de cules son sus deseos, aunque sin poderse liberar nunca por completo de la duda. As es como se ha mostrado conmigo hasta ahora. Sin embargo, la presencia de usted, padre, ha obrado milagros. No me importa confesar que me qued rezagado a fin de poder verla un instante ms. La sorprend recorriendo de un lado a otro sus habitaciones iluminadas, pues s bien que, una vez sus invitados se han ido, tiene por costumbre no permitir que se apague ni una sola luz. Entonces camina a solas de un lado a otro por sus cautivadores salones, tras haberse despedido de los espectros que previamente haba invocado. Dej pasar la excusa bajo cuya proteccin regres y me habl amablemente, aunque de cosas sin trascendencia. Recorrimos una y otra vez toda la hilera de estancias a travs de las puertas abiertas de par en par. Ya habamos llegado varias veces al final, hasta un pequeo gabinete iluminado nicamente por una turbia lmpara, y si ya era bella mientras se desplazaba por debajo de las lucernas, an lo era infinitamente ms iluminada por el tenue reflejo de aquella luz. Habamos regresado nuevamente hasta aquel extremo y, cuando nos disponamos a dar media vuelta, nos detuvimos un instante. No s qu fue lo que me indujo a cometer semejante temeridad ni s cmo, en medio de una conversacin trivial, pude osar tomarle de pronto la mano, besarle aquella extremidad tan delicada y apretarla contra mi corazn. Ella no la retir. Criatura celestial, exclam, no sigas escondindote de m. Si en este hermoso corazn reside algn afecto por el joven dichoso que tienes ante ti, no lo ocultes ms! Revlalo! Confisalo! ste es el mejor momento, ha llegado la hora! Destirrame o acgeme en tus brazos! No s cuantas cosas ms le dije ni cmo me comport. Ella no se alej, no se resisti y no respondi. Os tomarla entre mis brazos y preguntarle si quera ser ma. Entonces la bes apasionadamente y en ese momento me apart. Murmur "s, bien, s!" o algo

  • parecido, como si estuviera muy confusa. Yo me alej y exclam: "Le enviar a mi padre. l hablar por m! ". "Ni una palabra a l de todo esto!, replic ella, mientras me segua algunos pasos. "Vyase y olvide lo que ha pasado." No vamos a desarrollar ahora aqu lo que se le pas por la cabeza al comandante. Sin embargo, a su hijo le dijo: -Y qu crees que debemos hacer? A m se me antoja que, aunque improvisadamente, el asunto ya ha quedado lo bastante bien en- cauzado para que podamos ponernos manos a la obra con mayor formalidad. Creo que lo ms decoroso sera que maana me anunciara all y le pidiera su mano en tu nombre. -Por el amor de Dios, padre! -espet-. Eso supondra estropearlo todo. Su comportamiento, su tono, se resiste a ser perturbado o desafinado a travs de una formalidad. Ya hay bastante, padre, con que la presencia de usted haya acelerado esta unin sin necesidad de haber pronunciado una sola palabra. S, es a usted a quien debo mi felicidad! El respeto que le profesa mi amada ha vencido toda vacilacin, y el hijo nunca habra dado con un instante tan oportuno si el padre no le hubiera preparado, declaraciones similares los entretuvieron hasta altas horas de la noche, durante la cual se pusieron de acuerdo sobre sus planes respectivos. El comandante quera hacerle a la viuda una visita de despedida, aunque slo fuera por cuidar las formas, y, a continuacin, iniciar los preparativos para su enlace con Hilarie. El hijo, por su parte, se ocupara de promover y acelerar el suyo pro- pio como le fuera posible. A la bella viuda nuestro comandante le hizo una visita matutina para despedirse y, en la medida de lo posible, para promover diplomticamente el propsito de su hijo. La hall ataviada con un exquisito vestido de maana en compaa de una dama de cierta edad que supo cautivarlo enseguida gracias a su personalidad cordial y distinguida. El encanto de la ms joven y el decoro de la mayor situaron a aquella pareja femenina en un equilibrio de lo ms deseable. Tambin el trato que se dispensaban pareca hablar

  • decididamente en favor de su ntima amistad. Al parecer, la ms joven acababa de ter- minar la cartera meticulosamente elaborada que ya conocemos del da anterior, pues, tras los habituales saludos de bienvenida y las palabras amables propias de una visita inesperada pero nada importuna, se dirigi a su amiga y le entreg aquella artstica labor como si retomara una conversacin interrumpida: -As pues, ya ve que finalmente he terminado, por mucho que ciertas vacilaciones y demoras no permitieran presagiarlo. -Llega usted en un momento muy oportuno, seor comandante -dijo la mayor-. As podr usted dirimir nuestra discusin o, al menos, tomar partido por una u otra parte. Yo afirmo que una mujer no da comienzo a una labor tan compleja sin tener presente a una persona a la que le est siendo destinada, ni tampoco la acaba sin pensar en dicha persona. Vea usted mismo esta obra de arte, pues as me parece lcito llamarla, y dgame si cree que es posible emprender algo as sin finalidad alguna. Ciertamente, nuestro comandante no pudo por menos de dedicarle todos los elogios a aquella esplndida labor. En parte trenzada y en parte bordada, adems de provocar una viva admiracin tambin despertaba la curiosidad de saber cmo haba sido realizada. Aunque predominaba la seda de colores, tampoco se haba desdeado el oro en su ejecucin. En definitiva, uno no saba qu admirar ms, si su suntuosidad o su buen gusto. -An quedan por terminar algunos detalles -repuso la bella, mientras abra el lazo de la cinta que la envolva y contemplaba su interior-. No es mi intencin discutir, pero s quisiera contarles cmo me siento al realizar una labor como sta: cuando somos muy jvenes a las mujeres se nos acostumbra a hacer filigranas con los dedos y a divagar con los pensamientos. Ambas cosas perduran en nosotras a medida que vamos aprendiendo a hacer las labores ms difciles y delicadas, y no voy a negar que cada vez que he realizado una labor de este tipo siempre he tenido algo presente en mi cabeza, ya sea una persona, alguna circunstancia o algn momento de

  • alegra o de dolor. De este modo, lo que co- mienzo gana en valor, mientras que, una vez terminado, obtengo algo que bien puedo calificar de inestimable. As puedo tener por algo de cierta validez incluso lo ms insignificante; hasta la labor ms sencilla adquiere alguna vala, mientras que la ms difcil lo hace slo en la medida en que para realizarla los recuerdos han tenido que ser ms ricos y completos. Por eso siempre me ha parecido que bien puedo ofrecrselas tanto a amigos o a amados como a personas respetables y de alcurnia. Y as siempre lo han reconocido todos, conscientes de que les estaba haciendo entrega de una porcin de mi yo ms ntimo, que, mltiple e inexpresable como es, termina por cristalizar en un grato obsequio que siempre es recibido con benevolencia, como si de un saludo amistoso se tratara. Desde luego, difcilmente se poda replicar nada a tan encantadora confesin. Aun as, la amiga de la bella supo aadir algn comentario bien expresado. El comandante, en cambio, acostumbrado desde siempre a valorar la cautivadora sabidura de los escritores y poetas romanos y a guardar en la memoria sus luminosas expresiones, record algunos versos que respondan muy bien a aquella situacin, si bien, con tal de no pasar por pedante, se guard muy bien de recitarlos o de mencionarlos siquiera. De todos modos, con tal de no parecer tampoco mudo y falto de ingenio, trat de improvisar una parfrasis en prosa que, sin embargo, no acab de salirle bien, a lo que estuvo a punto de provocar un embarazoso silencio. Para evitarlo, la dama de mayor edad retom un libro que a la llegada del amigo haba dejado a un lado. Era una antologa de poemas que unos momentos antes haba mantenido ocupada la atencin de las dos amigas, lo que dio pie a hablar de la poesa en general. No obstante, la conversacin no permaneci mucho tiempo anclada en generalidades, sino que las dos mujeres no tardaron en reconocer con franqueza que estaban informadas del talento potico del comandante. Su hijo, que tampoco ocultaba sus intenciones de merecer algn da el ttulo honorfico de poeta, les haba hablado de los poemas

  • de su padre e incluso haba llegado a recitar- les algunos. En el fondo, lo haba hecho sobre todo con la intencin de ufanarse de descender de un poeta y, tal como suele hacer la juventud, para poder drselas modestamente de muchacho adelantado que era bien capaz de superar las habilidades de su padre. El comandante, en cambio, prefiri batirse en retirada, ya que nicamente aspiraba a pasar por aficionado a las letras, pero como no le dejaron escapatoria, trat de capear la situacin lo mejor que pudo intentando que la modalidad potica en la que se haba ejercitado ocasionalmente fuera tenida por subalterna y casi por espuria. Con todo, no poda negar que en aquel gnero que suele considerarse descriptivo y, hasta cierto punto, instructivo, haba emprendido algn que otro tanteo. Las damas, especialmente la ms joven, pasaron enseguida a defender ese gnero potico, y la joven viuda dijo: -Si uno quiere vivir en paz y de manera juiciosa, algo que en ltima instancia no deja de ser el deseo y la intencin de todo el mundo, a qu vienen esas personalidades enardecidas que nos estimulan arbitrariamente sin darnos nada, que nos desasosiegan para al final volver a dejarnos abocados a nosotros mismos? Pero como me resultara difcil renunciar por completo a la poesa, me es infinitamente ms grata aquella que me lleva a lugares alegres en los que creo poder reconocerme, la que sumerge mi nimo en los valores esenciales de la vida rural y sencilla, la que me conduce al bosque a travs de tupidas arboledas o, sin darme cuenta, me lleva hasta lo alto de una cima para contemplar un lago, o bien me arrastra hacia unas colinas recin sembradas para despus llevarme a escalar cimas boscosas y contemplar al final unas montaas azules que terminan configurando un cuadro satisfactorio. Si todo esto se me ofrece expresado en ritmos y rimas claras, agradezco desde mi sof que el poeta haya desarrollado en mi fantasa una imagen en la que me puedo complacer ms tranquilamente que si, tras una excursin fatigosa y tal vez en otras circunstancias poco favorables, llegara a tenerla realmente ante mi vista.

  • El comandante, que en realidad slo vea aquella conversacin como un medio para promover sus propios objetivos, trat de desviar nuevamente la atencin hacia la poesa lrica, en la que es verdad que su hijo haba logrado algn que otro resultado digno de elogio. Aunque nadie lleg al extremo de llevarle la contraria, s intentaron apartarlo entre bromas del rumbo que haba tomado, sobre todo dado que pareca estar aludiendo a aquellos poemas apasionados en los que el hijo haba tratado de expresarle, no sin vigor y habilidad, la decidida inclinacin de su corazn a aquella dama incomparable. -Las canciones de los enamorados no me gustan ni recitadas, ni cantadas -sentenci la hermosa mujer-. Antes de darse cuenta si- quiera, una ya se sorprende a s misma envidiando a los que aman felizmente, mientras que los amantes desgraciados no generan ms que aburrimiento. Dicho esto la dama mayor, dirigindose a su cautivadora amiga, tom la palabra y dijo: -Por qu estamos dando tales rodeos y perdiendo el tiempo con prolijidades ante un hombre al que admiramos y apreciamos? No deberamos confiarle que ya hemos tenido el placer de conocer al menos en parte ese encantador poema suyo en el que expone con todo detalle la gallarda pasin de la caza y pedirle ahora que no nos escatime tampoco la obra completa? Su hijo nos ha recitado apasionadamente algunos pasajes del poema, lo que ha despertado en nosotras la curiosidad de conocer su contexto. Pero cuando el padre trat de volver nuevamente sobre los talentos del hijo y quiso destacarlos una vez ms, las damas ya no se lo toleraron, tachando sus palabras de evidente pretexto para eludir el cumplimiento de sus deseos. No logr salir del aprieto hasta que les hubo prometido sin rodeos que iba a enviarles pronto el poema. No obstante, tambin inmediatamente despus de esta promesa la conversacin adquiri un rumbo que le impidi por completo seguir alegando cosas en favor de su hijo, especialmente teniendo en cuenta que ste le haba desaconsejado toda insistencia. Como pareca llegado el momento de

  • despedirse y el amigo realiz algunos ademanes en este sentido, la bella habl con una especie de cohibimiento que no haca sino volverla an ms hermosa, al tiempo que atusaba cuidadosamente con la punta de los dedos el lazo recin anudado; hace ya mucho tiempo que los poetas y aficionados se han ganado la fama de que no conviene fiarse demasiado de sus aseveraciones y promesas. Por eso espero que no me lo tome a mal si oso poner en duda la palabra de un hombre de honor y por eso, en lugar de reclamarle una prenda o una garanta, soy yo misma quien se la da. Tome esta cartera: en algo se parece a su poema sobre la caza, pues hay muchos recuerdos vinculados a ella y trans- curri bastante tiempo mientras la realizaba. Ahora, por fin, la he terminado. Tmela como un mensajero que pronto nos har llegar su cautivador trabajo. Ante un ofrecimiento semejante el comandante se sinti verdaderamente conmovido. El delicado esplendor de este obsequio guardaba tan escasa proporcin con su entorno habitual, con los objetos de los que acostumbraba a servirse, que, aun habindole sido ofrecida, a duras penas pudo atribursela. Con todo, se contuvo y, como ninguna mxima avalada por la tradicin escapaba nunca a su memoria, enseguida le vino una cita clsica a la cabeza. Aunque recitarla habra resultado pedante, el alegre pensamiento que suscit en l lo puso en situacin de improvisar una aplicada parfrasis que le permiti responder con un agradecimiento cordial y un delicado cumplido. De este modo, la escena pudo concluir de manera satisfactoria para todos finalmente, y no sin cierta incomodidad, se sorprendi a s mismo atrapado en un agradable vnculo. Haba hecho la promesa de enviar algo y de escribir: as pues, haba contrado un compromiso y, si bien la ocasin que lo haba motivado no le resultaba del todo grata, no poda dejar de considerar una suerte poder seguir relacionado de manera tan agradable con aquella mujer que, con todas sus enormes cualidades, pronto iba a serle tan prxima. De este modo se despidi no sin cierta satisfaccin

  • ntima, pues de qu otra manera poda percibir un poeta semejante una manifestacin de aliento dedicada a un trabajo meticuloso y leal que haba tenido tanto tiempo desatendido y que, de forma totalmente inesperada, reciba de repente tan afectuosa atencin? Nada ms regresar al cuartel, el comandante se sent a escribir para informar de todo a su querida hermana, y nada pareca ms natural que en su relato destacara la exaltacin que l mismo estaba sintiendo, pero que an se vea incrementada por las numerosas intervenciones de su hijo, esa esta carta le caus impresiones muy encontradas, pues si bien por una parte la circunstancia que favoreca y aceleraba la unin de su hermano con Hilarte era apropiada para satisfacerla por completo, no terminaba de gustarle aquella bella viuda, aunque no se le pas por la cabeza la idea de rendirse cuentas a s misma por ello. A nosotros, en cambio, la ocasin nos invita a formular la siguiente observacin: El entusiasmo por una mujer nunca hay que confirselo a otra. Las mujeres se conocen demasiado para considerar a una de ellas digna de una admiracin tan exclusiva. Para las mujeres, los hombres son como los clientes de una tienda, en la que el comerciante, al conocer muy bien sus mercancas, siempre les lleva ventaja, pudiendo aprovechar la ocasin para presentar sus productos bajo la luz que les sea ms favorable. El comprador, en cambio, siempre entrar en la tienda con una especie de inocencia: necesita la mercanca, la quiere, la desea, y raramente sabe contemplarla con ojos de experto. As pues, el primero sabe muy bien qu es lo que da, pero el segundo no siempre sabe lo que reci- be. No obstante, esto es algo que en la vida y en las relaciones humanas no podemos evitar. Es ms, resulta tan loable como necesario, pues en ello se basa todo deseo y todo cortejo, toda compra y todo intercambio. Ms como consecuencia de esta sensacin que de esta reflexin, la baronesa no acababa de estar del todo satisfecha ni con la pasin del hijo, ni con la descripcin tan positiva que haca el padre. Aunque le sorprendi el giro favorable de los acontecimientos, no acertaba a apartar de su mente cierta premonicin relativa

  • a aquel doble desequilibrio de la edad. Hilarie era demasiado joven para el hermano, mientras que la viuda no lo era lo suficiente para el hijo de ste. Con todo, aparentemente las circunstancias haban tomado su curso y no pareca haber manera de refrenarlo. El piadoso deseo de que todo acabara bien escap de sus labios en forma de suspiro silencioso. A fin de aliviar su corazn, tom la pluma y escribi una carta a aquella amiga suya que tan bien conoca el gnero humano y, tras haberla introducido a la historia, prosigui del siguiente modo: La manera de ser de esta viuda joven y seductora no me es del todo desconocida. Al parecer rechaza el trato con otras mujeres y nicamente tolera a una sola en su compaa: una dama que no la perjudica, la halaga y, por si sus cualidades silenciosas no se manifestaran ya con suficiente claridad, todava sabe destacrselas por medio de las palabras y de un hbil dominio de la atencin de los dems. Los espectadores y participantes en semejante actuacin tienen que ser forzosamente hombres, y de ah surge la necesidad de atraerlos y retenerlos. No es que piense nada malo de esta hermosa mujer, que pare- ce estar dotada de decencia y de cautela suficientes, pero una vanidad sensual como la suya bien sacrificar algo a las circunstancias y, lo que an me parece peor: no todo lo que hace ha sido previamente meditado y obedece a unos principios claros, sino que parece guiarla y protegerla cierta despreocupacin de carcter, y nada hay ms peligroso en una coqueta innata como ella que la temeridad surgida de la inocencia. El comandante, una vez llegado a sus propiedades, dedic cada da y cada hora a examinarlas y evaluarlas. Se vio en el caso de constatar que, en el momento de pasar a la ejecucin, lo que inicialmente era un principio correcto y bien trazado acaba vindose sometido a obstculos tan diversos y al cruce de tantos frutos del azar que el primer concepto casi termina por desaparecer y a veces incluso amenaza con sucumbir por completo, hasta que en medio de toda la confusin se le vuelve a presentar a la mente la posibilidad de un acierto cuando vemos cmo el tiempo,

  • como a su mejor aliada, le da la mano a una indomable tenacidad. Y as, tambin en este caso la enojosa contemplacin de unas propiedades hermosas y extensas tan descuidadas e infrautilizadas habra provocado desconsuelo si al mismo tiempo, gracias a las juiciosas observaciones de un administrador experimentado, no se hubiera previsto que una serie de aos, aprovechados con honestidad y buen juicio, seran suficientes para reavivar lo marchito y reactivar lo paralizado a fin de, finalmente, alcanzar su objetivo por medio de la actividad y el orden. Haba llegado ya el indolente mariscal mayor, y lo hizo en compaa de un severo abogado, aunque este ltimo le caus menos quebraderos de cabeza al comandante que el primero, que era uno de esos hombres que carecen por completo de toda ambicin o que, si la tienen, rechazan los medios necesarios para satisfacerla. El bienestar a todas horas y en todo momento constitua la nica necesidad ineludible de su vida. Tras prolongadas vacilaciones se haba tomado por fin en serio la posibilidad de deshacerse de sus acreedores, quitarse de encima la carga de sus propiedades, arreglar el desorden de su administracin domstica y disfrutar sin preocupaciones de unos ingresos considerables y seguros, aunque sin renunciar a cambio a ninguna de sus costumbres anteriores. En general el mariscal acept todas las condiciones por las que ceder a sus hermanos la posesin inalterada de todas sus propiedades, especialmente de la finca principal. Sin embargo, se negaba a renunciar por completo a sus derechos sobre cierto pabelln cercano al que para su aniversario tena por costumbre invitar todos los aos tanto a sus viejos amigos como a sus conocidos ms recientes, as como tampoco al jardn de recreo que lindaba con l y que lo una al edificio principal. Todos los muebles deban permanecer en el pabelln y haba que garantizarle la posesin de los grabados de las paredes, as como la fruta de los espaldares. Era preciso suministrarle sin falta melocotones y fresas de las variedades ms selectas, as como peras y manzanas grandes y gustosas, pero sobre

  • todo cierta clase de manzanas grises y pequeas que haca aos que tena por costumbre regalar a la soberana viuda. Y a stas an se unieron otras condiciones ms, poco significativas, pero tremendamente enojosas tanto para el nuevo seor de la casa como para los arrendatarios, administradores y jardineros. Por lo dems, aquel da el mariscal mayor estaba de un humor excelente, pues como no dejaba de pensar que por fin todo acabara segn sus deseos, tal y como se lo haba hecho creer la ligereza de su temperamento, se ocup de que fuera servida una mesa abundante, se procur unas horas de ejercicio moderado en una partida de caza que no reclamaba grandes esfuerzos, cont ancdota tras ancdota y mostr en todo momento su cara ms alegre. Tambin se despidi del mismo modo: le agradeci efusivamente al comandante que hubiera procedido de un modo tan fraternal, le pidi todava un poco ms de dinero, hizo envolver cuidadosamente las manzanas que haba en existencias y que aquel ao haban salido especialmente sabrosas y, provisto de este tesoro que pensaba ofrecer a modo de agradecido homenaje a la soberana, se dirigi a la residencia de viudedad de sta, donde fue recibido con indulgencia y cortesa. El comandante, por su parte, se qued en la casa vctima de sentimientos encontrados. Casi se habra desesperado ante los numerosos obstculos que tena por delante, de no haber acudido en su ayuda ese sentimiento que levanta alegremente la moral de un hombre activo cuando cuenta con la esperanza de ser capaz de deshacer lo enmaraado y poder verlo algn da debidamente desenredado. Afortunadamente, el abogado era un hombre honrado que, como tena otras muchas cosas que hacer, resolvi este asunto enseguida. Igual de oportunamente se uni a l un ayuda de cmara del mariscal mayor que, a cambio de unas condiciones moderadas, prometi prestar su ayuda en la administracin, lo que permita presagiar un final provechoso para aquella empresa. Pero por grato que esto le pudiera resultar, los vaivenes de aquel asunto le ensearon al comandante,

  • como hombre de bien que era, que en la vida, si se quiere poner algo en limpio, hay que recurrir a ms de una inmundicia. En una pausa de sus obligaciones que le concedi cierta libertad se dirigi presurosamente hasta su propia finca, donde, recordando la promesa que le haba hecho a la bella viuda y que en ningn momento haba dejado de tener presente, busc sus poemas, que tena ordenadamente guardados. Mientras los buscaba cay en sus manos algn que otro cuaderno de notas o lbum de recuerdos con citas de escritores antiguos o modernos que haba ido anotando durante sus lecturas. Dada la predileccin que senta por Horacio y los poetas romanos, las citas procedan en su mayor parte de all; le llam la atencin que muchos de aquellos pasajes aludieran a la aoranza de tiempos pasados y de circunstancias y sentimientos ya superados. A modo de ejemplo intercalaremos aqu este nico pasaje que dice: Heu! Quae mens est hodie, cur eadem non puero fuit? Vel cur his animis incolumes non redeunt genae! Cmo me siento en este da? Tan despierto y alborozado! Y eso que de nio todava Viva tan confuso y obcecado. Mas cuando los aos me molestan, Por muy contento que me sienta, Recuerdo aquellas mejillas frescas Y querra que a m volvieran. Despus de que nuestro amigo encontrara muy pronto el poema dedicado a la caza entre sus bien ordenados papeles, se regode en contemplar la cuidadosa letra con la que aos atrs, con tipos latinos y en octavo mayor, lo haba pasado a limpio. La exquisita cartera, de considerable tamao, acogi holgadamente la obra, y pocas veces un autor se haba visto tan suntuosamente encuadernado. Resultaba imperativo acompaarlo de algunas lneas. Sin embargo, habra sido difcilmente tolerable escribirlas en prosa. Entonces record de nuevo aquel pasaje de Ovidio y crey que, del mismo modo que su parfrasis

  • en prosa le haba ayudado a capear aquella situacin, una parfrasis en verso sera la mejor manera de salir del paso de sta. Deca as: Nec factors solum vestes spectare juvabat, Tum quo que dum fierent; tantus decor adfuit arti. En alemn: La vi tomada por manos expertas, Un tiempo que me gusta recordar! Ora se forma, despus se completa En un esplendor que no tiene igual. Aunque esta prenda es ahora ma, No puedo por menos de confesar: Ojal no lo fuera todava! Tan hermoso era vrsela bordar. A nuestro amigo no le dur mucho la satisfaccin por esta versin suya. Se reprochaba haber transformado el bonito verbo reflexivo dum fierent en un triste sustantivo abstracto y le enojaba que, por mucho que reflexionara, no fuera capaz de mejorar el verso. De pronto sinti renacer en l su viejo amor por las lenguas clsicas, mientras que el esplendor del parnaso alemn, al que a pesar de todo aspiraba secretamente a ascender algn da, pareca oscurecrsele. Cuando finalmente le pareci que este festivo cumplido, siempre y cuando no fuera comparado con el original, todava era lo bastante galante para que una mujer pudiera recibirlo favorablemente, surgi en l esta segunda objecin: que, como cuando uno se expresa en verso no puede ser galante sin que al mismo tiempo parezca que est enamorado, resultaba estar desempeando un papel muy singular en su calidad de futuro suegro. Lo peor de todo, no obstante, se le ocurri al final: aquellos versos de Ovidio los recita Aracnea, una tejedora tan hbil como bella y delicada. Pero como acaba siendo convertida en araa por la envidiosa Minerva, resultaba peligroso concebir a una mujer hermosa que, habiendo sido comparada siquiera indirectamente con una araa, se est balanceando en el centro de su extendida tela. Despus de todo, bien caba imaginar que en el ingenioso crculo que rodeaba a nuestra dama pudiera haber algn erudito capaz de

  • rastrear la analoga. Ni siquiera nosotros sabemos de qu manera logr finalmente salir nuestro amigo de este apuro, por lo que no tenemos ms remedio que contar este caso entre tantos otros sobre los que las musas se permiten la travesura de correr un tupido velo. El caso es que, finalmente, el poema a la caza fue enviado. Sin embargo, an nos gustara aadir unas palabras sobre l: El lector de este poema se complace al asistir a una aficin tan decidida por la caza y por todo lo que pueda favorecerla. Resulta agradable contemplar el cambio de estaciones que la evoca y estimula. Las peculiaridades de todas las criaturas a las que se persigue y a las que se pretende matar, las distintas personalidades de los cazadores que se entregan a este placer y a este esfuerzo, las casualidades que los favorecen o perjudican: todo, y en especial lo referido a las aves, haba sido descrito con el mejor humor y tratado con gran originalidad. Desde el celo del urogallo hasta el segundo paso de las chochas, pasando por el anidamiento de los cuervos, el poeta no se haba saltado nada. Todo haba sido bien observado, claramente registrado, seguido con apasionamiento y descrito en un tono ligero y burlesco, muchas veces irnico. Sin embargo, aquel antiguo tema elegaco resonaba por todo el conjunto, concebido ms bien como una despedida de esas mismas alegras de la vida que est describiendo, lo cual, si bien le procuraba al poema un rastro lleno de sentimiento de lo que ha sido experimentado con gozo profundo y autntico -rastro que ejerca un efecto muy benfico en el lector-, finalmente, al igual que aquellos aforismos, despus de haberlo ledo dejaba tras de s cierta sensacin de vaco. Ya fuera el simple hecho de haber revisado aquellas hojas o ya se tratara de cualquier otro fugaz malestar, el caso es que el comandante no estaba contento. En la disyuntiva en la que ahora se encontraba era como si, de pronto, sintiera vivamente el hecho de que los aos, que al principio ofrecen un don tras otro, al final acaban por volverlos a arrebatar todos de uno en uno. Aquel viaje a un balneario que no lleg a emprender, un verano transcurrido

  • sin placeres, la falta del ejercicio constante al que estaba acostumbrado...; todo eso haca que sintiera ciertas molestias fsicas que lleg a tomar por autnticas dolencias, demostrando con ello una impaciencia mayor de la que sera lcito esperar en l. Pero al igual que a las mujeres les resulta extremadamente embarazoso el instante en que su belleza, hasta entonces indiscutible, empieza a volverse dudosa, a cierta edad tambin a los hombres, aunque se hallen todava en pleno vigor, la ms leve sensacin de que les empieza a flaquear alguna de sus fuerzas les resulta desagradable en extremo. Es ms, de alguna manera incluso les asusta. No obstante, otra circunstancia que se dio en ese mismo momento y que en realidad debera haberle inquietado contribuy a ponerle de un humor excelente. Ya haca algn tiempo que su ayuda de cmara especializado en cuestiones de cosmtica, que tampoco lo haba abandonado en aquella finca rural, pareca estar enfilando un nuevo camino en su tratamiento, algo a lo que pareca verse obligado debido a los continuos madrugones del comandante, sus salidas diarias a caballo y su constante ir y venir, as como a las visitas tanto de varios empleados como de otros muchos que no haban contado con ningn empleo en tiempos del mariscal mayor. Desde haca cierto tiempo dispensaba al comandante de todas esas menudencias nicamente justificadas para los cuidados de un actor, aunque se atena tanto ms severamente a ciertos puntos bsicos que hasta entonces haban quedado disimulados por el menor grado de malabarismos que solan acompaarlos. El criado le inculc todo lo que no slo pretendiera dar una apariencia de salud, sino tambin conservarla, pero especialmente la mesura en todas las cosas y la mayor variedad posible en las actividades diarias, as como el cuidado de la piel, del pelo, de las cejas y de los dientes, adems de las manos y uas, que aquel experto ya haca tiempo que se haba preocupado de mantener recortadas de la manera ms exquisita y con la longitud ms elegante. A todo esto, y tras recomendarle encarecidamente una y otra vez que guardara moderacin en todo aquello que

  • suele desequilibrar al hombre, este maestro de conservacin de la belleza solicit que se le dejara partir, dado que ya no poda serle de ninguna utilidad a su seor. No obstante, tambin cabe la posibilidad de que deseara volver con su anterior patrn a fin de poder seguir entregndose a los mltiples placeres de la vida teatral. Ciertamente, al comandante le sent muy bien volver a ser dueo de s mismo. A los hombres juiciosos les basta con moderarse para ser tambin felices. El comandante quera volver a dedicarse libremente a su prctica habitual de la equitacin, de la caza y de todo lo relacionado con ella. En tales momentos de soledad le volva alegremente a la memoria la figura de Hilarie y se abandonaba al estado caracterstico de los novios, tal vez el ms cautivador que nos es dado vivir dentro del mbito de una vida decente. Haban transcurrido ya algunos meses sin que los distintos miembros de la familia hubieran recibido noticias unos de otros. El comandante estaba ocupado negociando en palacio ciertas concesiones y confirmaciones finales del traspaso de propiedades. La baronesa y Hilarie, por su parte, centraban sus actividades en la elaboracin de la dote ms suntuosa y bella que se pueda imaginar. El hijo, que serva fielmente a su dama, pareca haber perdido de vista todo lo dems. Haba llegado el invierno, que pronto sumergi todas las residencias rurales en enojosos chaparrones y oscuridades prematuras. Quien en una oscura noche de noviembre se hubiera perdido en las cercanas del palacio y, a la dbil luz de una luna tapada por las nubes, hubiera vislumbrado en la oscuridad los campos, prados, arboledas, colinas y matorrales que se extendan ante su vista y, sin embargo, al doblar rpidamente un recodo, viera de repente la larga hilera de ventanas iluminadas de un largo edificio, habra credo sin lugar a dudas que ste estaba siendo ocupado por una sociedad vestida de gala que celebraba una fiesta. No obstante, cul no habra sido su sorpresa si, una vez acompaado al piso superior a travs de unas escaleras nicamente alumbradas

  • por un par de criados, no viera ms que a tres mujeres, la baronesa, Hilarie y la doncella, acomodadas en habitaciones luminosas de paredes claras, clidas y confortables y rodeadas de un agradable mobiliario. Pero ya que creemos haber podido sorprender a la baronesa en una situacin festiva, se hace preciso observar que no hay que considerar esta esplndida iluminacin como un gesto extraordinario, sino que forma parte de las peculiaridades que la dama haba conservado de su modo de vida anterior. Como hija de una primera dama de honor y educada en la corte, estaba acostumbrada a preferir el invierno a cualquier otra estacin del ao y a hacer de una suntuosa iluminacin el fundamento de todos sus placeres. Aunque nunca faltaban las velas de cera, uno de sus criados ms viejos hallaba tal placer en los pequeos artificios que difcilmente se inventaba un nuevo tipo de lmpara sin que l se esforzara por incorporarla a algn lugar del palacio, a lo que, si bien a veces la iluminacin ganaba mucho con ello, tambin poda detectarse algn que otro rincn oculto en la penumbra. La baronesa, movida por la inclinacin y el buen juicio, haba cambiado su cargo de dama de honor por un enlace con un importante terrateniente y agricultor y, como ella al principio no acababa de sentirse a gusto en un entorno rural, el que sera su marido, previa conformidad de sus vecinos y siguiendo las normativas del gobierno, haba hecho mejorar los caminos a varias millas a la redonda hasta el punto de que no se conoca ningn otro lugar en el que las carreteras locales se hallaran en tan buen estado. En realidad, la intencin principal de esta loable medida era permitir que su dama, sobre todo durante el buen tiempo, pudiera desplazarse en carruaje a donde quisiera y, a cambio, en invierno gustara de quedarse en casa con l, quien adems supo convertirle la noche en da por medio de la iluminacin. A la muerte del esposo, la preocupacin apasionada por su hija le proporcion suficiente ocupacin, mientras que las frecuentes visitas de su hermano le daban la diversin que necesitaba y la habitual claridad del entorno, un bienestar que se

  • asemejaba en mucho a una autntica satisfaccin. No obstante, en el da de hoy semejante iluminacin resulta especialmente oportuna, pues en una de las habitaciones podemos ver una especie de surtido de regalos de Navidad que saltan a la vista por su resplandor. La avispada doncella haba movido al ayuda de cmara a que intensificara la iluminacin y haba agrupado y extendido todo lo que se haba elaborado hasta ese momento para la dote de Hilarie, en realidad ms con la aviesa intencin de destacar lo que todava faltaba que para resaltar lo ya hecho. All haba todo lo necesario, elaborado con las telas ms finas y decorado con los trabajos manuales ms delicados, aunque tampoco faltaban algunos objetos caprichosos. Aun as, Ananette todava supo hacer visible alguna que otra laguna all donde bien podra haberse visto la ms bella correlacin. Si toda la ropa blanca, suntuosamente expuesta, deslumbraba la vista, mientras el lino, la muselina y como se llamen los tejidos ms delicados ya reflejaban luz harto suficiente, todava faltaban todas las prendas de seda de colores, cuya compra se estaba demorando sabiamente ya que, en vista de las fluctuaciones de la moda, se quera coronar el ajuar con los vestidos ms novedosos. Tras esta gozosa contemplacin, todas las mujeres regresaron a sus habituales, aunque variadas, ocupaciones vespertinas. La baronesa, que saba muy bien lo que haca que una mujer joven de buena apariencia, inde- pendientemente de los derroteros por los que pudiera llevarla el destino, resultara igualmente cautivadora por dentro y que su presencia fuera deseable, haba sabido introducir en esta vida rural tantas y tan variadas e instructivas distracciones que, aun con toda su juventud, Hilarie ya pareca estar familiarizada con todo, no se senta extraa en ninguna conversacin y, aun as, se comportaba segn corresponda a sus aos. Nos llevara demasiado lejos exponer aqu cmo se puede lograr y desarrollar algo semejante. Baste decir que aquella noche constitua una muestra de todo lo que haba sido su vida anterior. Una lectura provechosa, una graciosa interpretacin al piano o un canto cautivador iban desgranando el paso de las horas, y aunque

  • lo hacan con la regularidad y complacencia de siempre, ahora contaban con un significado mayor, pues en todo momento se tena presente a un tercero, a un hombre amado y respetado para el que ejercitar estas y otras cosas a fin de procurarle el ms cordial de los recibimientos. Era un sentimiento de anticipacin nupcial que no slo animaba a Hilarie con las ms dulces sensaciones, pues tambin su madre participaba discretamente de l, e incluso Ananette, habitualmente una muchacha siempre ingeniosa y activa, se vea inducida a entregarse a ciertas lejanas esperanzas que le hacan recordar a un amigo ausente como si hubiera regresado y estuviera de nuevo con ella. De este modo los sentimientos de estas tres mujeres, cada una de ellas encantadora a su manera, armonizaban perfectamente con la claridad que las rodeaba, con una calidez benefactora y con el ms agradable de los estados. De pronto, unos vehementes golpes y llamadas en el portal exterior, un intercambio de voces amenazadoras y exigentes y el resplandor de unas antorchas en el patio interrumpieron el dulce canto, aunque el estrpito lleg amortiguado antes de que se pudiera averiguar su origen. Con todo, no por eso se hizo el silencio: en la escalera se oyeron ruidos y una vivaz discusin entre hombres que suban. Para espanto de las mujeres, la puerta se abri de golpe sin previo aviso. Flavio se precipit en la habitacin con un aspecto aterrador, la cabeza desaliada cubierta de mechones rgidos como pas o que colgaban deformes empapados por la lluvia. El traje desgarrado como de quien se ha abierto paso precipitadamente entre matorrales y zarzas y tan sucio como si hubiera atravesado lodazales y pantanos. -Mi padre! -exclam el intruso-. Dnde est mi padre? Las mujeres seguan de pie, conmocionadas. El viejo cazador que haba entrado con l, su criado ms antiguo y cuidador ms afectuoso, le espet: -Su padre no est aqu, clmese! Aqu slo estn su ta y su sobrina, vea! -No est aqu? Entonces dejadme salir a buscarlo. Slo l ha de orlo, y despus podr

  • morir. Dejadme huir de estas luces! Dejadme escapar del da que me deslumbra, me aniquila... En ese momento entr el mdico de la familia, quien le cogi de la mano y le busc cuidadosamente el pulso. Varios criados les rodeaban temerosos. -Qu estoy haciendo sobre estas alfombras? Voy a estropearlas para siempre! Mi desgracia gotea sobre ellas y mi abyecta suerte las contamina! El joven pugn entonces por dirigirse hacia la puerta, esfuerzo que fue aprovechado para sacarlo de all y conducirlo hacia la alejada habitacin de invitados en la que sola residir su padre. Madre e hija seguan en el mismo lugar, petrificadas. Haban visto a Orestes perseguido por las furias, pero no sublimado por el arte, sino en toda su espantosa y repugnante crudeza que, en contraste con la luminosidad del resplandor de las velas, se les antojaba tanto ms terrible. Ofuscadas, las dos mujeres se miraron y cada una de ellas crey ver en los ojos de la otra la terrible imagen que tan profundamente se haba grabado en los suyos propios. Despus, recuperada slo a medias de la impresin, la baronesa fue enviando a un criado tras otro a que acudieran a informarse. Averiguaron con cierto alivio que se estaba procediendo a desvestir al joven, a secarlo y asistirlo, y que ste, entre consciente y atur- dido, les dejaba hacer. Una nueva consulta tuvo por respuesta que tuvieran paciencia. Al fin las dos atemorizadas mujeres infirieron que se le haba practicado una sangra al muchacho, adems de habrsele administrado toda clase de calmantes. Haban conseguido apaciguarlo y ahora se confiaba en que pudiera dormir. Cay la medianoche. La baronesa exigi que, si el joven estaba dormido, se le permitiera ir a verlo. El mdico se resisti, pero acab cediendo. Hilarie se col en la habitacin con su madre. La estancia estaba oscura. Tan slo una vela oculta por una pantalla verde emita cierto resplandor. Apenas se poda vislumbrar algo y no se oa nada. La madre se acerc a la cama mientras Hilarie, ansiosa, tom la luz y alumbr al durmiente.

  • Tena la cabeza vuelta hacia el otro lado, pero bajo aquellos rizos que ya volvan a ensortijarse asomaba graciosamente una oreja de encanto exquisito y una mejilla prominente, ahora empalidecida; la mirada inquieta era atrada por una mano en reposo, de dedos largos, fuertes y delicados. Hilarie, respirando silenciosamente, crey poder escuchar a su vez una respiracin pausada y, como Psique, acerc la vela todava ms al durmiente, aun a riesgo de perturbar el sosiego mas saludable. Entonces el mdico le quit la vela y alumbr a las mujeres de regreso a sus habitaciones. De qu manera pasaron la noche estas buenas personas, merecedoras de toda nuestra compasin, siempre ser un secreto para nosotros. Sin embargo, s sabemos que a la maana siguiente las dos mostraron una enorme impaciencia desde hora muy temprana. Las preguntas no tenan fin, mientras que el deseo de ver al enfermo era discreto, aun- que imperioso. No fue hasta el medioda cuando el mdico les permiti hacerle una breve visita. La baronesa entr en la habitacin y Flavio le tendi la mano. -Perdneme, queridsima ta. Tenga un poco de paciencia; tal vez no sea por mucho tiempo. Entonces entr Hilarie. Tambin a ella le tendi la mano derecha. -Salud, querida hermana. A la muchacha estas palabras le llegaron al corazn. l no le soltaba la mano y los dos se miraron: una pareja esplndida que contrastaba bellamente. Los ojos negros y centelleantes del muchacho armonizaban con sus rizos oscuros y despeinados. Ella, por el contrario, pareca sumida en una paz celestial, cuando, en realidad, a aquel suceso perturbador vena a unrsele ahora un presente preado de presagios. Que l la llamara hermana provoc que lo ms profundo de su interior latiera agitadamente. -Cmo te encuentras, querido sobrino? - dijo entonces la baronesa. -Bastante bien... Aunque aqu me estn tratando mal. -Por qu? -Me han hecho una sangra, lo cual es espantoso;

  • luego se han deshecho de la sangre, y eso es una insolencia; al fin y al cabo, no me pertenece a m, sino que es toda suya, slo suya... Con estas palabras pareci transfigurarse, aunque ocult su rostro cubierto de ardientes lgrimas en la almohada. La cara de Hilarie le mostr a su madre una expresin terrible. Era como si aquella querida muchacha tuviera abiertas ante s las puertas del infierno y viera algo monstruoso por primera vez y para siempre. La joven atraves la gran sala rpida y apasionadamente y se arroj al sof de la ltima de sus estancias mientras su madre la segua y le preguntaba lo que, desafortunadamente, ya haba acertado a comprender. Hilarie, , pero ella no la merece! Pobre infeliz! Pobrecita criatura...! Tras decir esto, el ms amargo caudal de lgrimas alivi su afligido corazn. Quin acometera la empresa de desvelar las circunstancias que se desarrollaron a partir de lo hasta aqu descrito? Quin querra sacar a la luz la ntima desgracia que aquej a estas mujeres despus de este primer reencuentro? ste tambin le result extremadamente perjudicial al enfermo, o as al menos lo afirm el mdico, quien, aunque acuda con harto frecuencia a informar y a consolar a las seoras de la casa, se sinti en la obligacin de prohibirles cualquier nuevo acercamiento. Es verdad que su imposicin fue recibida con voluntariosa transigencia, pues la hija no se atreva a reclamar lo que la madre no habra tolerado, y as se opt por obedecer la orden de aquel hombre juicioso. ste, por su parte, les trajo la tranquilizadora noticia de que Flavio haba solicitado material para escribir e incluso haba llegado a utilizarlo alguna vez, aunque escondiendo enseguida lo escrito a un lado de la cama. As es como vino a unirse la curiosidad a la inquietud e impaciencia, generando horas de verdadero tormento. Al cabo de algn tiempo, sin embargo, el mdico trajo una hojita escrita precipitadamente, aunque con letra bonita y gil. Contena los siguientes versos: Como una maravilla el hombre ha nacido,

  • Y entre maravillas, loco, se ha perdido. En pos de qu portal oculto y sombro Tantean sin rumbo unos pasos inciertos? Y luego, en pleno esplendor del paraso, Percibo la noche, la muerte y el infierno. Aqu el noble arte de la poesa supo demostrar una vez ms sus poderes curativos. ntimamente fusionada con la msica, la poesa cura a fondo todos los males del alma, en la medida en que los estimula, los provoca y luego los volatiliza violentamente en un dolor que termina por desvanecerse. El mdico ya estaba convencido de que el muchacho se restablecera muy pronto. Fsicamente sano como estaba, no tardara en recuperar la alegra en cuanto pudiera superar o aliviar la pasin que lastraba su nimo. Hilarie pens en componerle una respuesta, por lo que pas largos ratos sentada al piano intentando acompaar con una meloda los versos del enfermo. Pero no lo consigui, pues no haba nada en su alma capaz de hacer resonar un dolor tan profundo. Aun as, mientras lo intentaba, el ritmo y la rima engatusaron de tal modo sus sentimientos que emple la alegra aliviadora para salir al encuentro de aquella poesa y se tom su tiempo para formar y perfeccionar la siguiente estrofa: Aunque en hondo dolor te creas perdido, Es para gustar la juventud que has nacid