Globalización

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A FONDO E l premio Nobel Joseph Stiglitz denun- cia en un largo vídeo en YouTube que el sentimiento en torno a la globaliza- ción es hoy muy distinto al que había en la década de los 90. Entonces suscitaba un gran apoyo entre mucha gente; ahora la multitud se congrega en contra de ella. El fenómeno que iba a servir para reducir la distancia entre ricos y pobres se ha traducido en lo contrario. ¿De verdad hay que demonizar tanto la globaliza- ción? La teoría económica dice que, a mayor co- mercio, mayor ganancia mutua. Muchos países en vías de desarrollo han crecido en las últimas décadas. El problema es cómo se distribuyen las ganancias y las pérdidas. Siempre hay unos ga- nadores y unos perdedores. Eso genera tensiones sociales, y hay que compensar a los que han per- dido. La Unión Europea es un buen ejemplo. Con la llegada del mercado único, los fondos de co- hesión han tratado de proteger a los ganaderos y a los agricultores. “La realidad es que la pobre- za en el mundo se ha reducido mucho en los últimos treinta años. Pero esa disminución se ha debido sobre todo a China. Allí ha habido 600 millones de personas que han salido de la pobre- za. Si se excluyera a China, los datos no serían tan buenos. Estamos más o menos igual que hace treinta años”, señala Miguel Otero, investi- gador principal del Real Instituto Elcano. Los ganadores de la globalización han sido los países emergentes: China, Brasil… Se han reducido las diferencias entre países, pero no entre los ricos y los pobres de los diferentes paí- ses. Es lo que han denunciado economistas como el francés Thomas Piketty: la desigualdad. Aun- que muchos otros colegas suyos ya lo habían visto antes. Para los que notan la globalización en térmi- nos positivos, los efectos son mejores salarios, más nivel de vida, poder viajar fuera, enviar los hijos fuera, distribuir los productos por el mun- do. Estos serían los ganadores. Los perdedores estarían en la clase obrera: los que tienen poca formación. “En Estados Unidos, los salarios de la clase obrera en términos reales no han crecido desde los años 70. El poder del consumo en los países desarrollados se ha mantenido a través de la deuda. Es lo que se llama la privatización key- nesiana, que ha apoyado y fomentado el consu- mo privado. España es un buen ejemplo de esto. Aumentar la deuda para mantener el nivel de vida”, explica Otero. A nivel general, la globalización está mostran- do resultados buenos y malos. “En el plano po- sitivo, hay empresas que invierten en otros países y contribuyen a su desarrollo poniendo en mar- cha infraestructuras. La tecnología ha permitido que países de África se salten fases en su desa- rrollo: las comunicaciones móviles son más ba- ratas que las de cable, y están siendo una herra- mienta importante para la mejora del bienestar de estos países ”, resalta Javier García-Verdugo, profesor titular del Departamento de Economía Aplicada de la UNED. “En cuanto a los inconve- nientes, tan solo hay que ver cómo ha caído en Detroit la industria del automóvil tras abrirla a los japoneses y permitir la llegada de Toyota, o cómo los astilleros coreanos arrollaron a los españoles. Hay que valorar, sin populismos, si el beneficio ex- cede a los costes. Para eso están los estudios de sustitución de pro- ductos. Dos paí- ses se benefi- cian más en su comercio si no com- piten en todo, si son com- plementa- rios”, aña- de. A ello hay que unir el llamado dumping laboral o ecológico. Si paí- ses como Pakistán o la India reclaman la rebaja de los aranceles pero no cumplen con los estándares de trabajo (te- niendo a niños en las fábricas, por ejemplo), eso es compe- tencia desleal. Si la normati- va de China es distinta a la europea en términos de medio ambiente, se Ganadores y perdedores de la globalización eran de un 85-90% de la renta. Si cobrabas un millón de dólares, Hacienda se llevaba 900.000. Era la doctrina keynesiana, heredada de Breton Woods, que establecía el control de capitales, y que la riqueza del país fluyera de las clases supe- riores a las inferiores”, explica Otero. Posteriormente se pensó que ese fluir se po- día hacer a nivel privado, a través de la filantro- pía. Los ricos ejercerían la función del Estado por medio de donaciones y obra social. ¿Ha sido positivo este cambio? “Yo voy bastante a Estados Unidos, y, aplicando esta doctrina, los aeropuer- tos, las infraestructuras, los hospitales y las es- cuelas están como están”, indica Otero. La literatura económica no llega a acuerdos. Hay quien dice que no se reparte bien; otros, que no se ha repartido suficiente, pero se va a repar- tir; otros que no se distribuye bien porque el Estado no lo hace bien, y lo que hay que hacer es quitar al Estado del medio para que el mercado reparta la riqueza. Aquí ya entramos en distintas teorías económicas: keynesiana, austriaca… Como en el crack del 29. Piketty, o los Nobel Stiglitz y Krugman están llamando mucho la atención sobre la desigualdad. Es un fenómeno que puede servir de incentivo a la clase obrera para salir de su situación. Pero, si se lleva dema- siado lejos, crea tensión social. “Los más pesi- mistas hablan de que en los PIB de los países desarrollados se ve que la relación entre renta y capital está en unos números similares a los de los años 20, que propiciaron el crack del 29, y luego vino lo que vino”, apunta Miguel Otero. Parece haber señales para intentar salir de esta situación. La presión de EEUU sobre Suiza y los paraísos fiscales es un ejemplo. Levantar los secretos bancarios, el descubri- miento de Luxleaks -evasión de impuestos por parte de multinacionales-… Da la impre- sión de que la clase política ve que la desigual- dad está llegando a unos límites preocupantes y que hay que volver a los instrumentos de siempre: tasar a los que más tienen para dár- selo a los que menos tienen. Más que de países ganadores, habría que ha- blar de estratos sociales vencedores en la globa- Solo países como China han notado realmente mejoras por este fenómeno Los efectos positivos de un mundo interconectado aún no se dejan sentir en todos los rincones del planeta. Muchos países crecen, pero la desigualdad entre ricos y pobres aumenta. Jordi Benítez produce una desventaja injusta en costes que han de afrontar los países que sí se preocupan por estos temas, y además hay un daño para el planeta. La globalización ha hecho también crecer los argumentos en favor del control de capitales. “Que no haya entradas y salidas repentinas que hundan un país. Ralentizar las entradas y salidas de capitales a corto o incentivar más la inversión a largo plazo”, señala García-Verdugo. También en lo que se refiere a las multinacionales: “Apple vende en toda Europa, pero consigue declarar la mayor parte de sus beneficios en Irlanda, don- de tiene menor presión fiscal”, lamenta el pro- fesor de la UNED. La crisis global ha aumentado la tensión. En Europa del sur, en Estados Unidos. La desigual- dad ha crecido mucho en el país norteamerica- no. Hay mucha gente que ha visto poco de la globalización. Para algunos se reduce a tener un móvil inteligente o poder ver el fútbol en casa. ¿Llegarán poco a poco a todos los efectos positivos? No está claro. “Es lo que en inglés se llama Trickle Down Effect: la filtra- ción hacia abajo. Que de las par- tes superiores de la renta, vaya descendiendo. Mar- garet Thatcher decía que, cuando la ma- rea sube, todos los barcos suben. Da igual que sean grandes o pe- queños. Hay muchos que dicen que es- to no es ver- dad. Los ricos se hacen más ricos, y los po- bres más po- bres”, señala Otero. ¿Deberían los Es- tados hacer algo más? Su tarea había sido histórica- mente redistribuir la ri- queza. Pero, según este experto de Elcano, la glo- balización ha traído más paraísos fiscales y menos impuestos. “En los años 70- 80, los impuestos para los tramos superiores en los países desarrollados lización. El ganador es el bien formado: por de- cirlo llanamente, el que no sabe inglés ni domina el Office es un analfabeto funcional. El trabajo intelectual era el que no podía enviarse hasta ahora, pero también está globalizándose. Hay indios explicando matemáticas a americanos a través de Internet. Muchas naciones no están muy abiertas. En China se podría hacer mucho más en el sector servicios. Está muy encapsulada, muy cerrada. Estados Unidos y Europa son muy proteccionis- tas en el sector agrícola. Habría que liberalizar más el comercio. “A los países en desarrollo les favorecería mucho más la ausencia de restric- ciones comerciales que la recepción de ayudas procedentes de países desarrollados”, señala García-Verdugo. “El problema es que el sector primario europeo no puede, en general, compe- tir con los costes de producción agrícola de los países en desarrollo”, añade. Los contratos públicos están también muy protegidos. Benefician a las empresas nacionales. “La Ronda de Doha aún no se ha llevado a cabo. Una agenda multilateral sería mejor que la bila- teral, que es más exclusivista”, dice Otero. “Hay poca competencia en las eléctricas europeas. La banca es también bastante local”, afirma Javier Díaz-Giménez, profesor del IESE. Las ventajas de una mayor apertura podrían ser muchas. A Europa le vendría bien un tratado de libre comercio con Estados Unidos para cier- tos sectores: la educación; las telecomunicacio- nes, que son muy caras en España. Hay empresas americanas como Whole Foods que no pueden venir a Europa por no cumplir las reglas en el terreno de los transgénicos o de los impuestos. Sus productos ecológicos podrían ser interesan- tes. La fibra óptica es más lenta en Europa que en Estados Unidos. En China, los productos de los supermercados que no son de su país, son mucho más caros. El tren de alta velocidad no existe en Estados Unidos. Si lo hubiera, se bene- ficiarían las empresas europeas y los usuarios americanos. La oferta de Amazon en España es escasa. Netflix no entra en nuestro país porque los derechos los tiene Canal +. La apertura puede estar muy bien en un pla- no teórico, pero luego no es tan fácil llevarla a cabo a nivel político. El economista de Harvard Dani Rodrik habla de un trilema. Los países tie- ne que elegir entre tres opciones incompatibles: globalización, Estado-Nación y democracia po- lítica. “Los países solo pueden quedarse con dos. China puede decir que está a favor de la integra- ción económica y de un Estado fuerte, pero 30 31

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a fondo

El premio Nobel Joseph Stiglitz denun-cia en un largo vídeo en YouTube que el sentimiento en torno a la globaliza-ción es hoy muy distinto al que había

en la década de los 90. Entonces suscitaba un gran apoyo entre mucha gente; ahora la multitud se congrega en contra de ella. El fenómeno que iba a servir para reducir la distancia entre ricos y pobres se ha traducido en lo contrario. ¿De verdad hay que demonizar tanto la globaliza-ción?

La teoría económica dice que, a mayor co-mercio, mayor ganancia mutua. Muchos países en vías de desarrollo han crecido en las últimas décadas. El problema es cómo se distribuyen las ganancias y las pérdidas. Siempre hay unos ga-nadores y unos perdedores. Eso genera tensiones sociales, y hay que compensar a los que han per-dido.

La Unión Europea es un buen ejemplo. Con la llegada del mercado único, los fondos de co-hesión han tratado de proteger a los ganaderos y a los agricultores. “La realidad es que la pobre-za en el mundo se ha reducido mucho en los últimos treinta años. Pero esa disminución se ha debido sobre todo a China. Allí ha habido 600 millones de personas que han salido de la pobre-za. Si se excluyera a China, los datos no serían tan buenos. Estamos más o menos igual que hace treinta años”, señala Miguel Otero, investi-gador principal del Real Instituto Elcano.

Los ganadores de la globalización han sido los países emergentes: China, Brasil… Se han

reducido las diferencias entre países, pero no entre los ricos y los pobres de los diferentes paí-ses. Es lo que han denunciado economistas como el francés Thomas Piketty: la desigualdad. Aun-que muchos otros colegas suyos ya lo habían visto antes.

Para los que notan la globalización en térmi-nos positivos, los efectos son mejores salarios, más nivel de vida, poder viajar fuera, enviar los hijos fuera, distribuir los productos por el mun-do. Estos serían los ganadores. Los perdedores estarían en la clase obrera: los que tienen poca formación. “En Estados Unidos, los salarios de la clase obrera en términos reales no han crecido desde los años 70. El poder del consumo en los países desarrollados se ha mantenido a través de la deuda. Es lo que se llama la privatización key-nesiana, que ha apoyado y fomentado el consu-mo privado. España es un buen ejemplo de esto. Aumentar la deuda para mantener el nivel de vida”, explica Otero.

A nivel general, la globalización está mostran-do resultados buenos y malos. “En el plano po-sitivo, hay empresas que invierten en otros países y contribuyen a su desarrollo poniendo en mar-cha infraestructuras. La tecnología ha permitido que países de África se salten fases en su desa-rrollo: las comunicaciones móviles son más ba-ratas que las de cable, y están siendo una herra-mienta importante para la mejora del bienestar de estos países ”, resalta Javier García-Verdugo, profesor titular del Departamento de Economía Aplicada de la UNED. “En cuanto a los inconve-nientes, tan solo hay que ver cómo ha caído en

Detroit la industria del automóvil tras abrirla a los japoneses y permitir la llegada de Toyota, o cómo los astilleros coreanos arrollaron a los españoles. Hay que valorar, sin populismos, si el beneficio ex-cede a los costes. Para eso están los estudios de sustitución de pro-ductos. Dos paí-ses se benefi-cian más en su comercio si no com-piten en t o d o, s i son com-plementa-rios”, aña-de.

A e l l o hay que unir e l l l a m a d o dumping laboral o ecológico. Si paí-ses como Pakistán o la India reclaman la rebaja de los aranceles pero no cumplen con los estándares de trabajo (te-niendo a niños en las fábricas, por ejemplo), eso es compe-tencia desleal. Si la normati-va de China es distinta a la europea en términos de medio ambiente, se

Ganadores y perdedores de la globalización

eran de un 85-90% de la renta. Si cobrabas un millón de dólares, Hacienda se llevaba 900.000. Era la doctrina keynesiana, heredada de Breton Woods, que establecía el control de capitales, y que la riqueza del país fluyera de las clases supe-riores a las inferiores”, explica Otero.

Posteriormente se pensó que ese fluir se po-día hacer a nivel privado, a través de la filantro-pía. Los ricos ejercerían la función del Estado por medio de donaciones y obra social. ¿Ha sido positivo este cambio? “Yo voy bastante a Estados Unidos, y, aplicando esta doctrina, los aeropuer-tos, las infraestructuras, los hospitales y las es-cuelas están como están”, indica Otero.

La literatura económica no llega a acuerdos. Hay quien dice que no se reparte bien; otros, que no se ha repartido suficiente, pero se va a repar-tir; otros que no se distribuye bien porque el Estado no lo hace bien, y lo que hay que hacer es quitar al Estado del medio para que el mercado reparta la riqueza. Aquí ya entramos en distintas teorías económicas: keynesiana, austriaca…

Como en el crack del 29. Piketty, o los Nobel Stiglitz y Krugman están llamando mucho la atención sobre la desigualdad. Es un fenómeno que puede servir de incentivo a la clase obrera para salir de su situación. Pero, si se lleva dema-siado lejos, crea tensión social. “Los más pesi-mistas hablan de que en los PIB de los países desarrollados se ve que la relación entre renta y capital está en unos números similares a los de los años 20, que propiciaron el crack del 29, y luego vino lo que vino”, apunta Miguel Otero.

Parece haber señales para intentar salir de esta situación. La presión de EEUU sobre Suiza y los paraísos fiscales es un ejemplo. Levantar los secretos bancarios, el descubri-miento de Luxleaks -evasión de impuestos por parte de multinacionales-… Da la impre-sión de que la clase política ve que la desigual-dad está llegando a unos límites preocupantes y que hay que volver a los instrumentos de siempre: tasar a los que más tienen para dár-selo a los que menos tienen.

Más que de países ganadores, habría que ha-blar de estratos sociales vencedores en la globa-

Solo países como China han notado realmente mejoras por este fenómeno

Los efectos positivos de un mundo interconectado aún no se dejan sentir en todos los rincones del planeta. Muchos países crecen, pero la desigualdad entre ricos y pobres aumenta.

Jordi Benítez

produce una desventaja injusta en costes que han de afrontar los países que sí se preocupan por estos temas, y además hay un daño para el planeta.

La globalización ha hecho también crecer los argumentos en favor del control de capitales. “Que no haya entradas y salidas repentinas que hundan un país. Ralentizar las entradas y salidas de capitales a corto o incentivar más la inversión a largo plazo”, señala García-Verdugo. También en lo que se refiere a las multinacionales: “Apple vende en toda Europa, pero consigue declarar la mayor parte de sus beneficios en Irlanda, don-de tiene menor presión fiscal”, lamenta el pro-fesor de la UNED.

La crisis global ha aumentado la tensión. En Europa del sur, en Estados Unidos. La desigual-dad ha crecido mucho en el país norteamerica-no. Hay mucha gente que ha visto poco de la globalización. Para algunos se reduce a tener un móvil inteligente o poder ver el fútbol en casa.

¿Llegarán poco a poco a todos los efectos positivos? No está claro. “Es lo que en inglés

se llama Trickle Down Effect: la filtra-ción hacia abajo. Que de las par-

tes superiores de la renta, vaya descendiendo. Mar-

garet Thatcher decía que, cuando la ma-

rea sube, todos los barcos suben. Da

igual que sean grandes o pe-queños. Hay muchos que dicen que es-to no es ver-dad. Los ricos se hacen más

ricos, y los po-bres más po-

bres”, señala Otero.

¿Deberían los Es-tados hacer algo más? Su

tarea había sido histórica-mente redistribuir la ri-queza. Pero, según este experto de Elcano, la glo-balización ha traído más paraísos fiscales y menos impuestos. “En los años 70-80, los impuestos para los

tramos superiores en los países desarrollados

lización. El ganador es el bien formado: por de-cirlo llanamente, el que no sabe inglés ni domina el Office es un analfabeto funcional. El trabajo intelectual era el que no podía enviarse hasta ahora, pero también está globalizándose. Hay indios explicando matemáticas a americanos a través de Internet.

Muchas naciones no están muy abiertas. En China se podría hacer mucho más en el sector servicios. Está muy encapsulada, muy cerrada. Estados Unidos y Europa son muy proteccionis-tas en el sector agrícola. Habría que liberalizar más el comercio. “A los países en desarrollo les favorecería mucho más la ausencia de restric-ciones comerciales que la recepción de ayudas procedentes de países desarrollados”, señala García-Verdugo. “El problema es que el sector primario europeo no puede, en general, compe-tir con los costes de producción agrícola de los países en desarrollo”, añade.

Los contratos públicos están también muy protegidos. Benefician a las empresas nacionales. “La Ronda de Doha aún no se ha llevado a cabo. Una agenda multilateral sería mejor que la bila-teral, que es más exclusivista”, dice Otero. “Hay poca competencia en las eléctricas europeas. La banca es también bastante local”, afirma Javier Díaz-Giménez, profesor del IESE.

Las ventajas de una mayor apertura podrían ser muchas. A Europa le vendría bien un tratado de libre comercio con Estados Unidos para cier-tos sectores: la educación; las telecomunicacio-nes, que son muy caras en España. Hay empresas americanas como Whole Foods que no pueden venir a Europa por no cumplir las reglas en el terreno de los transgénicos o de los impuestos. Sus productos ecológicos podrían ser interesan-tes. La fibra óptica es más lenta en Europa que en Estados Unidos. En China, los productos de los supermercados que no son de su país, son mucho más caros. El tren de alta velocidad no existe en Estados Unidos. Si lo hubiera, se bene-ficiarían las empresas europeas y los usuarios americanos. La oferta de Amazon en España es escasa. Netflix no entra en nuestro país porque los derechos los tiene Canal +.

La apertura puede estar muy bien en un pla-no teórico, pero luego no es tan fácil llevarla a cabo a nivel político. El economista de Harvard Dani Rodrik habla de un trilema. Los países tie-ne que elegir entre tres opciones incompatibles: globalización, Estado-Nación y democracia po-lítica. “Los países solo pueden quedarse con dos. China puede decir que está a favor de la integra-ción económica y de un Estado fuerte, pero

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no de la democracia. España puede querer integración económica, democracia y Estado nacional, pero solo puede optar a dos. Esa es la tensión de la globalización”, señala Otero.

Esa presión debería estar moderada por instituciones independientes. “La Organi-zación Mundial del Comercio (OMC) es la institución que más ha hecho por la globa-lización. Es la más legítima y democrática. Cada nación tiene un voto, mientras que el Banco Mundial o el FMI funcionan por cuo-tas. La OMC es la que más ha hecho en los últimos cincuenta años por gobernar los aranceles o arbitrar los conflictos, y los paí-ses han respetado las resoluciones de los tribunales”, señala Otero. “El papel del FMI ha sido muy criticado al abordar las crisis financieras de los últimos veinte años. Al funcionar por cuotas de países, sus medidas están condicionadas por los que mandan. Como EEUU y otros países desarrollados tienen una influencia dominante, en ocasio-nes las recomendaciones del FMI han ser-vido para que los activos empresariales de los países en crisis fueran adquiridos por inversores o grandes empresas extranjeras a precio de saldo”, afirma García-Verdugo.

Los grandes países occidentales que impul-saron estas organizaciones son cada vez menos influyentes. Los pequeños se rebelan. Quieren que Estados Unidos y Europa levanten sus aran-celes agrícolas e imponer sus visiones y condi-ciones. Se ha visto en la ronda de Doha. Pero estas instituciones son necesarias. Un mercado sin reglas no funciona.

Estados Unidos ha cogido de nuevo el lide-razgo en los acuerdos de última generación, con el objetivo de aumentar el comercio y las inver-siones globales. Cada vez es más difícil. La teoría de las relaciones internacionales se mueve en un gran debate: ¿es mejor tener una gran potencia que imponga las normas, que proteja las rutas marítimas y comerciales, o que haya un escena-rio multipolar, con varias potencias que se repar-ten la tarta? Si hay varias, se produce un contra-peso. La competencia entre las potencias puede mejorar el orden mundial.

EEUU dejará de ser el policía mundial. EEUU es aún una gran potencia militar , pero “cada vez tiene menos recursos y voluntad de ser el policía mundial. Otros, como China y Rusia, buscan crecer en su espacio”, señala Otero. Hay que ver si consiguen una transición suave o con tensión. La segunda parece más probable, como se ha visto en Rusia con Ucrania o en China con Ja-pón. “China quiere desplazar a Estados Unidos, pero los americanos no van a dejar que eso su-ceda de una manera suave”, afirma Otero.

Aunque se produzca esta tensión, no hay problema en trabajar juntos cuando interesa a todos. “En África funciona una coalición de fuer-

zas frente a la piratería. Chinos, americanos y europeos cooperan multilateralmente de modo efectivo. El tráfico opera sin problemas”, señala Otero. Cada vez hay más problemas transnacio-nales que requieren la colaboración entre países: terrorismo, cambio climático, epidemias… Nin-guna nación es una súper potencia que pueda resolver sola estos problemas. Hay que cooperar y entenderse, pero, cuanta más gente haya, más difícil será. Estados Unidos lo tenía fácil con el G-8. Con el G-20 es más complicado.

Aunque tenga sus matices, está claro que la globalización es inevitable y, en principio, posi-tiva. “Es difícil encontrar a alguien a quien le haya ido mejor con la autarquía. A Corea del Norte no le ha ido mejor que a Corea del Sur; a Cuba no le ha ido mejor que a Puerto Rico”, afir-ma Javier Díaz-Giménez. En opinión de este profesor del IESE, la globalización es mejor que su alternativa, que él ve en morirse en el mundo agrícola: “El problema es que no hay suficiente globalización. Que los agricultores no quieren globalizarse. Si se acabara con los subsidios, los salarios de los agricultores del tercer mundo mejorarían”.

Queda pues mucho por hacer. La eliminación de barreras, si se produjera, traería el intercam-bio de ideas y el florecimiento de negocios y productos en todos los terrenos, y con ello, me-jores servicios para los ciudadanos. También la competencia con personas de todo el mundo. Para sobrevivir en este paisaje, habrá que estar bien preparado y contar con unas instituciones globales que velen para que se trabaje en unas condiciones justas.

distintas reglas laborales o de medio ambiente perjudican la competencia

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Tendencia (1990-2008)

Las exportaciones crecen por la apertura de los mercadosFuente: Organización Mundial del

Comercio (OMC).

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