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TÍTULOS PUBLICADOS

LA QUINTA VEL DE ADVIENTOJosé Granados

NO HAGÁIS DAÑO A NINGUNO DE ESTOS PEQUEÑOS La voz de Pedro contra la pedofiliaPapa Francisco - Benedicto XVI

LOS SIETE DÍAS EN CRISTO: FÓRMULA DE LA CREACIÓNJosé Granados - Luis Granados

ANUNCIAR A CRISTO EN EL CAMBIO DE ÉPOCAAngelo Scola

CONCIENCIA Y PRUDENCIA La reconstrucción del sujeto moral cristianoLivio Melina

Didaskalos profamilia:

LA FAMILIA, ARCA DE LA MISERICORDIAJosé Granados

Didaskalos pedagogía:

EDUCAR A TRAVÉS DE LA MÚSICAJuan Antonio Granados - Felipe Carmena

EDUCACIÓN, ¿QUIÉN ES EL PROTAGONISTA?Inger Enkvist, Carlos Granados yJuan Antonio Granados

Didaskalos literatura:

LA AGONÍA DE JULIÁN BACAICOACristián Sahli

UN SEÑORITO NUEVO EN EL PUEBLOJosé Alberto Fernández

TRES DÍAS AL AZARSergio Belardinelli

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contra maesecerezaComentario teológico a“Las aventuras de Pinocho”

Giacomo Biffi

contra maesecerezaComentario teológico a“Las aventuras de Pinocho”

Giacomo Biffi

con

tra

mae

se c

erez

a

Un día no datado de mi juventud... creí descubrir que el relato de Pinocho contenía ciertamente un anuncio, pero no, como había pensado hasta ese momento, un ambiguo mensaje moralista y exhortativo: más que sugerir las reglas de comporta-miento, el libro desvelaba la verdadera naturaleza del universo; no me decía por sí mismo y en modo directo qué debía hacer, sino que narraba sin incertidumbres la historia del mundo y del hombre; no pretendía aconsejarme; más bien se ofrecía empá-ticamente a ayudarme a comprender. Bajo el velamen de la fá-bula, aparecía una doctrina nítida y definida, que los humildes han conocido y amado desde siempre. Más allá del encaje de los eventos narrados, y en apariencia perfectamente gratuitos, entre-veía la visión de las cosas más alta y más popular... que se haya ofrecido nunca a la mente del hombre. Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: he aquí la hipótesis que me iba persuadiendo poco a poco y me devolvía una lectura pacificada y gratificante de esta obra extraordinaria.

Biffi (1928-2015) nació en Milán y estudió en el Seminario de la mis-ma ciudad. Fue profesor de Teolo-gía dogmática en el Seminario de Milán y publicó numerosos traba-jos de teología, catequesis y medi-tación cristiana. Recibió un docto-rado en teología por la Facultad de Teología de Venegono en 1955. En 1993 recibió el Premio Inter-nacional a la Cultura Católica. Ha escrito diversos libros entre ellos El quinto evangelio de Editorial didaskalos.

ISBN 978-84-17185-39-8

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C O L E C C I Ó Nd i d a s k a l o s

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GIACOMO BIFFI

CONTRA MAESE CEREZA

Comentario teológico a “Las aventuras de Pinocho”

Traducción carlos Granados

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Traducción de: Contro Maestro Ciliegia. Commento teologico a «Le avventure di Pinocchio», Jaca Book.

Autor: © Giacomo Biffi

Impreso en España. Printed in SpainDepósito legal: M-3326-2020 ISBN: 978-84-17185-39-8

Maquetación: M.ª Teresa Millán Fernández

Impresión y encuadernación:Editorial DidaskalosValdesquí 16, Madrid 28023

Queda prohibida, salvo excepción, prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal)

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Ubi fides ibi libertas San Ambrosio

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Índice

Págs.

inTroducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

capíTulo preliminar .—Diatriba sobre quién “érase una vez” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

cap . 1 .º—Las sorpresas de un materialista . . . . . . . . . . . . . . 34

cap . 2 .º—la raíz eterna de nuestro ser . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

cap . 3 .º—El hacedor se convierte en padre y comienza a “su-frir” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

cap . 3 .º (cont.).—El poder mundano entre los hombres y Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

cap . 4 .º .—El misterio de la conciencia moral . . . . . . . . . . . . 62

cap . 5 .º .—La rebelión de las cosas contra el hombre rebelde . 69

cap . 6 .º .—El misterio del hombre “herido” . . . . . . . . . . . . . 74

cap . 7 .º .—El misterio del “deseo natural” de Dios . . . . . . . . 78

cap . 8 .º .—El misterio de las “túnicas de piel” . . . . . . . . . . . . 83

cap . 9 .º .—La nostalgia de la “naturaleza pura" . . . . . . . . . . 89

cap . 10 .—Entre el padre y el amo de los muñecos . . . . . . . . 93

cap . 11 .—De nuevo, sobre las marionetas y los amos de las marionetas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98

cap . 12 .—El mal exterior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

cap . 13 .—La persistencia de la conciencia extinguida . . . . . 108

cap . 14 .—El problema de la violencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

cap . 15 .—El misterio de la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

cap . 16 .—El “principio femenino” en la historia de la salva-ción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

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cap . 17 .—El “principio sacramental” en la historia de la sal-vación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

cap . 18 .—Los valores iniciales de la vida del espíritu . . . . . . 137

cap . 19 .—El misterio del juicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142

cap . 20 .—El misterioso mundo preternatural . . . . . . . . . . . . 147

cap . 21 .—Se perfila el tema de la conversión en animal . . . . 152

cap . 22 .—Prosigue el tema de la conversión en animal . . . . 157

cap . 23 .—Eclipse de la Iglesia y desesperación del hombre . 160

cap . 24 .—el misterio de la colaboración y del mérito . . . . . . 165

cap . 25 .—el misterio de la maternidad de la Iglesia . . . . . . . 171

cap . 26 .—Las dificultades de ser distinto . . . . . . . . . . . . . . . 177

cap . 27 .—los disgustos de la honestidad . . . . . . . . . . . . . . . 182

cap . 28 .—Las dos caras de la “naturaleza” . . . . . . . . . . . . . . 187

cap . 29 .—La organización eclesial de la penitencia. El ban-quete de los hijos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192

cap . 30 .—El misterio de la libertad herida . . . . . . . . . . . . . . 199

cap . 31 .—El demonio y su mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204

cap . 32 .—El misterio de la condenación . . . . . . . . . . . . . . . . 210

cap . 33 .—Otra vez sobre el misterio del envilecimiento . . . . 215

cap . 34 .—El misterio de la regeneración bautismal . . . . . . . 219

cap . 35 .—El signo de Jonás . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224

cap . 36 .—El misterio de la escatología . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

despedida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237

apéndice .—el caso de Pinocho y su autor . . . . . . . . . . . . . . 241

Págs.

10 LAS AVENTURAS DE PINOCHO

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ÍNDICE 11

Págs.

LAS AVENTURAS DE PINOCHO (C. Collodi)

cap . i .—De cómo el carpintero maese Cereza encontró un trozo de madera que lloraba y reía como un niño . . . . . . 259

cap . ii .—Maese Cereza regala el pedazo de tronco a su ami-go Gepeto, el cual lo acepta para construir un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262

cap . iii .—De vuelta maese Gepeto en su casa, comienza sin dilación a hacer el muñeco, y le pone por nombre Pino-cho. Primeras monerías del muñeco . . . . . . . . . . . . . . . . 266

cap . iV .—De lo que sucedió a Pinocho con el grillo-parlante, en lo cual se ve que los niños malos no se dejan guiar por quien sabe más que ellos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271

cap . V .—Pinocho tuvo hambre, y buscando encontró un hue-vo el cual pensaba preparar; pero cuando menos lo pensa-ba se encontró con que salió volando por la ventana . . . . 274

cap . Vi .—Pinocho se duerme junto al brasero y al despertar-se a la mañana siguiente se encuentra con los pies carbo-nizados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 277

cap . Vii .—Gepeto vuelve a su casa, y le da al muñeco el de-sayuno que el buen hombre tenía para sí . . . . . . . . . . . . . 279

cap . Viii .—Gepeto arregla los pies a Pinocho, y vende su chaqueta para comprarle una cartilla . . . . . . . . . . . . . . . 283

cap . iX .—pinocho vende su cartilla para ver una función en el teatro de muñecos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 286

cap . X .—Los muñecos del teatro reconocen a su hermano Pinocho y le reciben con las mayores demostraciones de alegría; pero en lo mejor de la fiesta aparece el amo de los muñecos, Tragalumbre, y Pinocho corre peligro de termi-nar sus aventuras de mala manera . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289

cap . Xi .—Tragalumbre estornuda y perdona a Pinocho, el cual después salva la vida de su amigo Arlequín . . . . . . . 292

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cap . Xii .—Tragalumbre regala a Pinocho cinco monedas de oro para que se las lleve a su padre Gepeto; pero Pinocho se deja engañar por la zorra y el gato y se marcha con ellos . 296

cap . Xiii .—La posada del Cangrejo Rojo . . . . . . . . . . . . . . . 302

cap . XiV .—Por no haber hecho caso a los consejos del grillo-parlante, se encuentra Pinocho con unos ladrones . . . . . 307

cap . XV .—Los ladrones continúan persiguiendo a Pinocho y cuando al fin consiguen darle alcance, le cuelgan de una encina grande . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311

cap . XVi .—La hermosa niña de los cabellos azules hace re-coger el muñeco; le mete en la cama, y manda llamar a tres médicos para saber si está vivo o muerto . . . . . . . . . 315

cap . XVii .—Pinocho se come el azúcar sin querer purgar-se; pero al ver que llegan los enterradores para llevárselo, bebe toda la purga. Después le crece la nariz por decir mentiras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319

cap . XViii .—Pinocho vuelve a encontrarse con la zorra y el gato, y se va con ellos a sembrar sus cuatro monedas en el Campo de los Milagros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325

cap . XiX .—Roban a Pinocho sus monedas de oro, y además le tienen cuatro meses en la cárcel . . . . . . . . . . . . . . . . . . 331

cap . XX .—Libre ya de la prisión, trata de volver a la casa del Hada; pero encuentra en el camino una terrible serpiente y después queda preso en un cepo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335

cap . XXi .—Cae Pinocho en poder de un labrador que le obli-ga a servir de perro para custodiar un gallinero . . . . . . . . 339

cap . XXii .—Pinocho descubre a los ladrones, y en recom-pensa de su fidelidad queda libre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 342

cap . XXiii .—Pinocho llora la muerte de la hermosa niña de los cabellos azules; después encuentra una paloma que lo lleva a la orilla del mar, y ahí se arroja al agua para ir a salvar a su papá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 346

12 LAS AVENTURAS DE PINOCHO

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cap . XXiV .—Arriba Pinocho a la isla de las abejas industrio-sas y encuentra al Hada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 352

cap . XXV .—Pinocho promete al Hada ser bueno y estudiar . 359

cap . XXVi .—Pinocho va con sus compañeros de escuela a la orilla del mar para ver al terrible dragón . . . . . . . . . . . . . 362

cap . XXVii .—Gran pelea entre Pinocho y sus compañeros. Uno de estos cae herido, y Pinocho es preso por la policía . 366

cap . XXViii .—Pinocho corre peligro de ser frito en una sartén como un pez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 373

cap . XXiX .—Vuelve Pinocho a casa del Hada. Gran merien-da de café con leche para solemnizar el éxito de Pinocho en sus exámenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379

cap . XXX .—Pinocho, se escapa con su amigo Espárrago al país de los juguetes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 387

cap . XXXi .—Después de cinco meses de vagancia, Pinocho nota con gran asombro que le ha salido un magnífico par de orejas de asno, y acaba por convertirse en un burrito, con cola y todo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 393

cap . XXXii .—Le nacen a Pinocho orejas de burro, después se convierte en verdadero burrito y empieza a rebuznar . 400

cap . XXXiii .—Convertido Pinocho en un burrito verdade-ro, es llevado al mercado de animales y comprado por el director de una compañía de titiriteros para enseñarle a bailar y a saltar por el aro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 407

cap . XXXiV .—Pinocho, es arrojado al mar y devorado por los peces. Vuelve a su primitivo estado de muñeco; pero mientras nada para salvarse, se lo traga el terrible dragón marino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415

cap . XXXV .—Pinocho encuentra en el cuerpo del dragón... ¿A quién encuentra? Cuando leas este capítulo y lo sabrás . . . 423

cap . XXXVi .—Por fin Pinocho deja de ser un muñeco y se transforma en un muchacho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 429

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COMENTARIO TEOLÓGICO

A “LAS AVENTURAS DE PINOCHO”

Giacomo Biffi

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INTRODUCCIÓN EN LA QUE SE INFORMA

AL AMABLE LECTOR SOBRE EL ORIGEN Y SOBRE LA IDEA INSPIRADORA

DE ESTE COMENTARIO Y SE RECLAMA SU MISERICORDIA CRISTIANA

De mi primer encuentro con Pinocho recuerdo perfecta-mente la fecha: 7 de diciembre de 1935.

La Italia que treinta años después habría descubierto en sí una antiquísima y universal vocación a la “resistencia”, tomaba concordemente en aquellos meses lúcida y orgullosa conciencia de los destinos imperiales de su pueblo.

Pero mi padre prefería las glorias caseras –y más aplaudi-das por el tiempo– y, como todos los años, ese día me llevó a San Ambrosio. Me veo caminando bajo el atrio de Ansperto, feliz en aquella mañana gélida y helada, mi mano en su mano grande y fuerte. Un breve homenaje al obispo que, en primer lugar, se había atrevido a asignar un cierto límite a la autoridad del em-perador y luego el placer de mezclarse con la multitud entre los puestos multicolores y vociferantes.

Aquella vez, aparte de un par de figurillas para rellenar mi belén, como hacía todos los años, mi padre me compró el

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primer libro de mi vida, casi reconociendo de forma, por así decirlo, oficial mi capacidad para leer, adquirida recientemen-te. Era una edición económica de Las aventuras de Pinocho, pre-cisamente.

Fue así como la fatal marioneta entró en mi vida, y se quedó.

Mis relaciones con Pinocho, durante mis años de infancia y de adolescencia, fueron desiguales y difíciles.

No podía negar la fascinación: la vivacidad de la trama, la exuberancia de la fantasía, la simplicidad elegante de la na-rración, obraban como un encantamiento que, sin convencerme por dentro, me atraía y me vinculaba.

Pero había en el libro también un no se qué de fastidioso, que todavía hoy no me es fácil definir. Quizás fuera la sobrie-dad toscana del lenguaje, que a nosotros nos es concedido ad-mirar, pero no amar, desde el momento en que no encontramos esa abundancia de humores y de sabores ni las “muchas ideas sobrentendidas” que dan gusto y sustancia, para nosotros, al “periodo extendido por un hombre con garbo”. Quizás fuera la ligera ironía, desapegada, festiva, con la que Collodi rodea no solo el asunto que narra y a su pobre marioneta, sino también al incauto lector; ironía que apreciamos, pero que –para un pala-dar lombardo– no está suficientemente empapada de esa piedad sin la cual nos parece imposible el verdadero humor. Aunque sabemos bien que el humor es un arte extraño y debe saber com-poner, en una sola actitud del espíritu, distanciamiento y partici-pación, objetivación e implicación, trascendencia e inmanencia; lo cual solo le sale bien a Dios.

Me molestaba sobre todo la recurrente moralidad que, aun-que se redimía, en cierto modo, por el tono desenfadado, hacía

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que todo el relato se me presentase pastoso como las prédicas de Pepito Grillo y las recomendaciones de mi señora maestra.

Si dejaba el libro y lo sepultaba en un largo olvido, me ve-nía una especie de nostalgia, que en ciertos momentos asumía incluso coloración de remordimiento. Si lo retomaba, volvía a sentir la irritación y la desazón de quien se ve obligado a sorber discursos demasiado abiertamente edificantes de un educador poco experimentado. Además, no tenía ni siquiera la certidum-bre de que el educador estuviera hablando en serio y no se to-mara en broma a sus alumnos e incluso sus mismas enseñanzas.

Pensamientos de adolescente: más adelante conocería otros más descontrolados, por parte de algunos que habían su-perado ya con mucho la edad del desarrollo y que empezaron a acusar al libro de Collodi, no solo de moralismo, sino de conni-vencia con los esquemas autoritarios y represivos de la sociedad burguesa, de pedagogía intimidatoria e incluso de sadismo; o, inversamente, comenzaron a descubrir en él mensajes sociales, críticas al “sistema” e incluso materialismo dialéctico; o incluso se llegó, con los métodos del psicoanálisis, a reconocer una te-mática de clara naturaleza erótica.

Pensamientos de adolescente: pero eran los míos, por ello me ha parecido necesario registrarlos en esto que, sin querer, se está convirtiendo en una especie de crónica del espíritu.

Un día no datado de mi juventud vi repentinamente la luz. Creí descubrir que el relato contenía ciertamente un anuncio, pero no, como había pensado hasta ese momento, un ambiguo mensaje moralista y exhortativo: más que sugerir las reglas de comportamiento, el libro desvelaba la verdadera naturaleza del universo; no me decía por sí mismo y en modo directo qué debía

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hacer, sino que narraba sin incertidumbres la historia del mundo y del hombre; no pretendía aconsejarme; más bien se ofrecía empáticamente a ayudarme a comprender.

Bajo el velamen de la fábula, aparecía una doctrina nítida y definida, que los humildes han conocido y amado desde siem-pre. Más allá del encaje de los eventos narrados, y en apariencia perfectamente gratuitos, entreveía la visión de las cosas más alta y más popular, más sugestiva y más satisfactoria, más rica y más simple, más extraña y más lógica que se haya ofrecido nunca a la mente del hombre.

Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: he aquí la hipó-tesis que me iba persuadiendo poco a poco y me devolvía una lectura pacificada y gratificante de esta obra extraordinaria.

A ella debo una original intuición sobre la incapacidad del hombre caído, que me permitió doctorarme en teología con una tesis doctoral que no fue, a mi entender, leída por nadie, pero que fue apreciada por todos. Es justo que después de tantos años confiese mi dependencia: todo lo que se decía de novedoso en mi publicación estaba tomado de Las aventuras de Pinocho. Mi mérito, o mejor, mi trabajo, fue traducir los conceptos de la en-cantadora prosa de Collodi a un lenguaje difícil y trabajoso, que atrajera eventualmente a algún teólogo a la lectura y lo ayudase a la comprensión.

Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: esta era mi idea, pero, ¿qué habría pensado Collodi?

En la juventud hay siempre un poco de autosuficiencia: en aquellos tiempos la pregunta me parecía totalmente irrelevan-te. ¿Qué podía importarme la opinión de otro? Si Collodi no había sabido contemplar hasta el fondo la profundidad de su

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relato, esta anomalía, en todo caso, hacía aun más manifiesta la urgencia de que alguno viniera a abrir el significado del libro y resolver, finalmente, el enigma de la magia que había ejercido en el corazón de los hombres.

Yo, que tomaba partido por la marioneta, me persuadía de que se trataba casi de una reivindicación: Pinocho, consiguien-do decir algo más y mejor que lo que su autor había previsto y querido, volteaba impíamente la ironía a su irónico creador.

Las impertinencias de los jóvenes –ya se sabe– no deben tomarse en plan trágico. Del joven se pueden tolerar con indul-gencia –hasta un cierto punto– incluso afirmaciones arriesgadas y extravagantes; tanto más porque a menudo, como en este caso, es posible que encierren alguna parte de verdad.

Con la intención de reclamar y apoyar esta actitud de mise-ricordia, probaré a exponer sucintamente los lejanos presupues-tos de esta joven lectura mía de Pinocho.

Cuando “La historia de la marioneta” comienza a apare-cer en fragmentos en el “Periódico para niños” de Ferdinando Martini, nuestra península ha alcanzado hace poco casi por entero la añorada unidad política. Todo ha sucedido prodigio-samente en el breve plazo de once años, sobre todo por el mé-rito del conde de Cavour, al cual va la admiración que siempre merece quien se fija alcanzar una meta y lo consigue, dejando para otra sede mi valoración sobre la bondad de los fines y los medios.

“El único gran diplomático… –escribía Dostoevskij en 1877, pero su voz no llegaba entonces a nosotros– ha sido Ca-vour… El pueblo italiano se siente depositario de una idea uni-versal y quien no lo sabe, lo intuye. La ciencia, el arte italiano

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están llenos de esa idea grande. Y bien, ¿qué ha obtenido el con-de Cavour? Un pequeño reino de segundo orden, que no tiene importancia mundial, sin ambiciones, aburguesado”.

En realidad, del asalto del Risorgimento (al que las gentes de Italia han asistido con el interés que han demostrado siempre por las aventuras de los “señores”) ha nacido, ciertamente, un estado unitario, pero no ha surgido una nación consciente de sí misma y concorde en sus valores que dan sentido a la vida. Las revueltas del ochocientos –inspiradas prevalentemente en ideologías extrañas a los sentimientos y convicciones de nuestro pueblo– han mortificado, de hecho, de todos los modos posibles, la ortodoxia católica, que era la única concepción de la realidad reconocida como propia por todas las gentes de Italia.

Y la ortodoxia católica, deformada en la presentaciones co-rrientes, despreciada como retrógrada, desdeñada por la “cultu-ra” dominante, desde entonces se ha arrinconado –me decía– en el fondo de las conciencias, a la espera de tiempos mejores.

De este modo, el proceso de unificación ha corrido el riesgo de hacer inoperante en la vida social de los italianos el único elemento –además de la difusa predilección por la pasta como alimento– que, desde los Alpes hasta Sicilia, nos unifica de al-gún modo.

Como imagen visible para todos de la violencia que se hizo a nuestra más antigua tradición, están las plazas de nuestras ciu-dades –en las que se pueden admirar la grandeza y la genialidad del tardo medioevo, del Renacimiento, de la Reforma católica–, que padecieron en aquellos años la erección de monumentos que representaban sonados y barbudos personajes frecuentemente a caballo; monumentos que hoy asumen, más que nada, la fun-

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ción –pensaba con irreverente inquina– de recordar a las genera-ciones las bondades memorables de la especie equina frente a la promoción humana.

La Italia de la segunda mitad del siglo dieciocho ha recom-puesto, por tanto, su propia unidad política a coste de su propia alma. Me preguntaba entonces cómo era posible que, desde la unificación del país, no se hubiera alzado ninguna voz entre no-sotros que tuviera algo eterno que decir a los hombres y supiera hacerse escuchar en todo el mundo, al margen de la voz de Pi-nocho.

Collodi tenía un corazón más grande que sus persuasio-nes, un carisma profético más alto que su militancia política. Así pudo pudo entrar en comunión, quizás ignorada, con la fe de sus padres y con la verdadera filosofía de su pueblo.

La ortodoxia, que no habría podido convencer con sus pro-pios argumentos a los errados censores de la dictadura cultural de la época y de la misma conciencia explícita del escritor, re-surgió, vestida de fábula, desde el fondo del espíritu, y resonó abiertamente. En esa fábula, los italianos con instinto reconocie-ron su canción de siempre y los hombres de todos los países ad-virtieron inconscientemente la presencia cifrada de un mensaje universal.

Presiento que después de estas explicaciones mi necesidad de comprensión y de perdón serán probablemente más grandes. Ya se sabe que los jóvenes aman las posiciones definidas, incluso cuando son excesivas e irritantes, y no son muy dados a los matices.

Había, sin embargo, todavía dos argumentos –totalmente desiguales entre sí– que, según mi juicio de entonces, habrían podido avalar esta tesis singular.

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En primer lugar, como confirmación de esta insólita lectu-ra, que tiene algo de romántico y psicoanalítico a la vez, me pa-recía poder indicar el género literario del relato: es una especie de sueño –soñado con los ojos abiertos por un profeta para toda la comunidad nacional– en el que los elementos realistas y los surrealistas, como en todos los sueños, se entrelazan y conviven sin ser forzados; en el que las mismas dimensiones físicas de los hombres, de los animales, de las cosas y de las proporciones recí-procas varían de continuo, como en los sueños, sin que nadie lo considere sorprendente; en el que los personajes más importan-tes –Pinocho, el Hada, el Grillo que habla– pueden incluso mo-rir, pero no por ello dejan de reaparecer, obsesivamente, como una pesadilla.

Un sueño, por tanto, que ha liberado del subconsciente del autor y de nuestro pueblo esa misma visión de la vida –relegada arbitrariamente a dicho subconsciente por una extraña filosofía– que habían tenido Francisco de Asís, Tomás de Aquino, Dante Alighieri; o, por llegar hasta tiempos más cercanos, Ludovico Antonio Muratori, Giambattista Vico, Antonio Rosmini, Ales-sandro Manzoni, es decir, los italianos de fama, las personas más serias.

Precisamente a causa de esta naturaleza de sueño, el relato es sorprendente en la estructura y en la significación y asume, de cuando en cuando, la índole de la parábola (que, tomada en su totalidad expresa una idea, sin que los elementos singulares de la composición estén necesariamente cargados de un mensaje) o de la alegoría (en la que todos los particulares tienen algo que decir) o de la pura construcción fantástica (en la que no se puede extraer otro sentido que no sea el puro placer de la invención).

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La segunda confirmación me llegaba por la analogía con la obra maestra de Ariosto, que es la ascendencia literaria o popu-lar más persuasiva de las que se han querido atribuir a nuestro relato (desde Los novios hasta el teatro de Stenterello). Esta obra de arte soporta admirablemente todas las comparaciones y to-das las interpretaciones, y revela así un espesor y una potencia de escritura que a primera vista no parecería.

Las dos obras se asimilan por la feliz arbitrariedad de los acontecimientos, por el gusto de abandonarse a una fantasía in-terminable y sorprendente, por la sonrisa irónica dirigida a los personajes, los cuales –también en el Orlando Furioso– más que criaturas de carne y sangre parecen precisamente marionetas que actúan y hablan solo para la diversión del público y, más aun, del poeta.

Sobre esta notable semejanza se hace todavía más punzan-te una notable diferencia. El poema de Ariosto no tiene un prin-cipio necesario ni un fin obligado. El telón podría levantarse o caer en cualquier momento de la comedia sin que la economía de la obra se deshiciera verdaderamente por ello. El motivo es la concepción de fondo, que es la misma, en realidad, que tiene la cultura griega precristiana: la historia es una tela interminable como la de Penélope, un hilo que puede siempre recomenzar desde el principio. Al contrario, la obra de Collodi tiene un ini-cio, que es la premisa y la fuente de todo el desarrollo (creación y huida de las manos del creador); un desarrollo fuertemente dramático, en el cual se determina la libre decisión entre los di-versos destinos; un desenlace escatológico (retorno al padre y trasnaturalización). Pero esta concepción es, más allá de cual-quier duda razonable, la inconfundible e irreducible concepción

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de la historia que nuestra cultura ha derivado de la Revelación cristiana.

Estas eran en aquella época mis reflexiones sobre estos asuntos, sobre los que hoy he invocado repetidamente los ate-nuantes de la inexperiencia debida a la edad.

Que sean o no objetivamente sostenibles no me parece ya hoy una cuestión de gran importancia: el hecho de comportar-me como si lo fueran, me ha permitido volver algunas veces a mi meditación cotidiana sobre las Aventuras de Pinocho, en vez de sobre los escritos de ascética y de mística. Y no es una ventaja pequeña.

Así, día a día, nació este modesto comentario.

Sé que no soy el primero que hace una lectura teológica del libro de Collodi y espero no ser el último. La compañía de perso-nas de mérito es siempre confortante cuando se recorre una vía que puede ser rechazada y que ha sido poco frecuentada.

Alguno podría objetar que para una exégesis teológica sería más apropiada la elección de un libro de la Sagrada Escritura o de los Santos Padres. Y la objeción sería ciertamente acogida.

Pero es necesario observar que en estos tiempos de especia-lización intransigente la heterogeneidad entre el comentario y el texto comentado tiene el mérito de la prudencia: ni los teólogos, ni los biblistas de profesión, ni tampoco los literatos tendrán que sentirse interesados en intervenir. Y así espero que estas páginas se salven de la acusación de incompetencia y de superficialidad; se salven, no por defecto de culpa, sino por falta de acusadores interesados.

O quizás acabarán siendo despreciadas por todos ellos; y este será el justo castigo de quien quiere pasarse de listo.

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Advertencia

La lectura –o relectura– de Las aventuras de Pinocho es reco-mendable para todos, y especialmente para los hombres de cul-tura. Con todo, uno puede leer este comentario también como una obra del todo autónoma.

El cursivo notifica las citas literales del texto de Collodi.

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contra maesecerezaComentario teológico a“Las aventuras de Pinocho”

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Un día no datado de mi juventud... creí descubrir que el relato de Pinocho contenía ciertamente un anuncio, pero no, como había pensado hasta ese momento, un ambiguo mensaje moralista y exhortativo: más que sugerir las reglas de comporta-miento, el libro desvelaba la verdadera naturaleza del universo; no me decía por sí mismo y en modo directo qué debía hacer, sino que narraba sin incertidumbres la historia del mundo y del hombre; no pretendía aconsejarme; más bien se ofrecía empá-ticamente a ayudarme a comprender. Bajo el velamen de la fá-bula, aparecía una doctrina nítida y definida, que los humildes han conocido y amado desde siempre. Más allá del encaje de los eventos narrados, y en apariencia perfectamente gratuitos, entre-veía la visión de las cosas más alta y más popular... que se haya ofrecido nunca a la mente del hombre. Pinocho trata sobre la ortodoxia católica: he aquí la hipótesis que me iba persuadiendo poco a poco y me devolvía una lectura pacificada y gratificante de esta obra extraordinaria.

Biffi (1928-2015) nació en Milán y estudió en el Seminario de la mis-ma ciudad. Fue profesor de Teolo-gía dogmática en el Seminario de Milán y publicó numerosos traba-jos de teología, catequesis y medi-tación cristiana. Recibió un docto-rado en teología por la Facultad de Teología de Venegono en 1955. En 1993 recibió el Premio Inter-nacional a la Cultura Católica. Ha escrito diversos libros entre ellos El quinto evangelio de Editorial didaskalos.

ISBN 978-84-17185-39-8

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