Geografía de La División Religiosa en El Siglo Xvii

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GEOGRAFÍA DE LA DIVISIÓN RELIGIOSA El siglo XVII recibe de la centuria precedente una Europa definitivamente dividida y enfrentada en lo religioso. Sin embargo, el componente confesional —con ser importante— irá viendo reducido su peso en los conflictos armados del siglo. El ejemplo de la intervención francesa en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) ofrece un caso muy significativo a este respecto. Por lo que respecta a las Iglesias, el siglo comienza, merced al apoyo habsbúrgico y a la actuación de órdenes religiosas como la Compañía de Jesús, con una contraofensiva católica que asegura o restablece en determinados territorios el catolicismo surgido de Trento (1545-1563) —zonas meridionales de los Países Bajos y el Imperio, Polonia...—. Los reformados, a causa de sus divisiones internas, no llegaron a oponer un frente unido, pero el éxito del empeño católico distó de ser total, y, en realidad, el mapa religioso europeo permaneció esencialmente estable. Así, junto al exclusivo dominio católico en los Estados italianos y en la Monarquía Hispánica, ocurre lo propio en Suecia y Dinamarca luteranos— o las Provincias Unidas calvinismo—. En otros países la situación presenta amplios matices. El cuadro más problemático y conflictivo se produce en el Imperio, donde a partir de la expansión calvinista del último Quinientos y de la reacción católica, desde comienzos del Seiscientos comienzan a formarse uniones religioso-políticas enfrentadas Unión Evangélica, 1608; Liga Santa, 1609—, que preparan los posteriores enfrentamientos armados. Los intentos de tolerancia en algunos territorios particulares (Carta de Majestad en Bohemia, 1609) dieron frutos limitados. También Francia, con predominio católico, presenta una situación peculiar por lo que se refiere a los grupos protestantes. Con el Edicto de Nantes (1598), promulgado ante la imperiosa necesidad de pacificar el reino, los hugonotes hallan reconocida —aunque

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GEOGRAFÍA DE LA DIVISIÓN RELIGIOSA

El siglo XVII recibe de la centuria precedente una Europa definitivamente dividida y enfrentada en lo religioso. Sin embargo, el componente confesional —con ser importante— irá viendo reducido su peso en los conflictos armados del siglo. El ejemplo de la intervención francesa en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) ofrece un caso muy significativo a este respecto.

Por lo que respecta a las Iglesias, el siglo comienza, merced al apoyo habsbúrgico y a la actuación de órdenes religiosas como la Compañía de Jesús, con una contraofensiva católica que asegura o restablece en determinados territorios el catolicismo surgido de Trento (1545-1563) —zonas meridionales de los Países Bajos y el Imperio, Polonia...—. Los reformados, a causa de sus divisiones internas, no llegaron a oponer un frente unido, pero el éxito del empeño católico distó de ser total, y, en realidad, el mapa religioso europeo permaneció esencialmente estable.

Así, junto al exclusivo dominio católico en los Estados italianos y en la Monarquía Hispánica, ocurre lo propio en Suecia y Dinamarca —luteranos— o las Provincias Unidas —calvinismo—.

En otros países la situación presenta amplios matices. El cuadro más problemático y conflictivo se produce en el Imperio, donde a partir de la expansión calvinista del último Quinientos y de la reacción católica, desde comienzos del Seiscientos comienzan a formarse uniones religioso-políticas enfrentadas —Unión Evangélica, 1608; Liga Santa, 1609—, que preparan los posteriores enfrentamientos armados.

Los intentos de tolerancia en algunos territorios particulares (Carta de Majestad en Bohemia, 1609) dieron frutos limitados.

También Francia, con predominio católico, presenta una situación peculiar por lo que se refiere a los grupos protestantes. Con el Edicto de Nantes (1598), promulgado ante la imperiosa necesidad de pacificar el reino, los hugonotes hallan reconocida —aunque con notables restricciones— la libertad de culto. Igualmente razones de política estatal, más que la personal actitud religiosa de Luis XIV, fueron las que llevaron a la revocación en 1685 del citado edicto, y el subsiguiente y masivo exilio de los hugonotes franceses.

Por su parte, determinados países protestantes no escapan tampoco a situaciones muy complejas. En Inglaterra, se parte del descontento que produce el anglicanismo oficial tanto para los aún numerosos católicos como para los puritanos, que desean implantar el modelo presbiteriano existente en Escocia. Más adelante, sobre todo en torno a los años de la guerra civil, la República y el Protectorado de Cromwell, asistimos a una

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extraordinaria floración de nuevas tendencias e ideas religiosas: junto a los principales grupos puritanos —independientes y presbiterianos—, más próxi-mos al poder, nos encontramos con un conjunto de grupos de mayor o menor importancia, que aspiran, por lo general y desde argumentos profunda-mente religiosos, a reformas sociales o políticas radicales: levellers o nivela-dores, diggers o cavadores, cuáqueros...

Finalmente, el grado de libertad y de tolerancia religiosa fue incluso mayor en la República de Holanda.

Si el mantenimiento del clima de enfrentamiento religioso implicaba la necesidad de cubrir las retaguardias cerrando filas ideológicamente, el esfuerzo más activo —frente a la atomización protestante— lo ofrece la Iglesia católica. A este hecho corresponde en buena medida el desarrollo —plenamente intencionado— de una religiosidad basada en los resortes de captación de masas: culto de santos y reliquias, protagonismo de las órdenes religiosas, predominio del sentimiento y lo exterior sobre la interiorización razonada… En ello no debe verse únicamente una reacción antiprotestante, sino un esfuerzo positivo de cristianización, que se extiende tanto en el interior como más allá de las fronteras europeas, a través de la continuación del trabajo misionero en Asia o el inicio de las reducciones del Paraguay. De nuevo, la Compañía de Jesús será en estos trabajos la orden protagonista durante el siglo.