Genealogías de La Colombianidad

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Ponencia presentada al XI Congreso de Historia. Bogotá: agosto 22 al 25 de 2000. Universidad Nacional de Colombia GENEALOGÍAS DE LA COLOMBIANIDAD Imaginarios letrados y centralización del poder en el siglo XIX SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ Profesor asistente de la facultad de filosofía de la Universidad Javeriana Investigador titular del Instituto Pensar de la misma universidad En lo que sigue quiero referirme brevemente al modo en que se construyeron y se implementaron los imaginarios centralistas de la nacionalidad colombiana en el siglo XIX. Para ello me es preciso aclarar, en primer lugar, que cuando hablo de “nación” no me estoy refiriendo inicialmente a un objeto empírico que exista con independencia del discurso que lo genera, sino a un conjunto de representaciones que se localizan espacial y temporalmente, en la medida en que logran institucionalizarse. La “nación” es, entonces, un invento, o, como lo dijera Benedict Anderson, una “comunidad imaginada”. Ahora bien, que la nación sea una construcción discursiva no quiere decir que sea simplemente un producto artificial, o una mascarada falsa e inauténtica. Pues desde el punto de vista de la teoría social, lo que interesa no es la adecuación que tengan esas representaciones con un estado “real” de cosas, sino la función que cumplen al interior de un orden político. No haré referencia, entonces, a la nación como el conjunto de expresiones culturales de un pueblo, al estilo de Herder y Hegel, sino a la nación en tanto que construcción discursiva que cumple funciones legitimatorias. A la pregunta de quién o quiénes son los “sujetos” que inventan la nación responderé de la siguiente manera: en América Latina, la nación ha sido fundamentalmente un invento del Estado, o, para decirlo con mayor precisión, de aquellos grupos de poder que controlan el Estado. Entre nosotros, ha sido el Estado quien, haciendo uso de su capacidad de reclutamiento y de control social, ha intentado difundir en los habitantes de su jurisdicción un sentido de identidad corporativa y de lealtad cívica. Les hablaré, entonces, de los dispositivos creados por el Estado en el siglo XIX para inculcar en la población una serie de representaciones capaces de identificar a los miembros de una comunidad como parte integral de la “nación colombiana”. Y a este procedimiento crítico, que pretende mostrar el carácter violento y excluyente de las representaciones decimonónicas de la nacionalidad, le daré el nombre de “Genealogías de la colombianidad”. Hechas estas alcaraciones metodológicas, comenzaré diciendo que el siglo XIX puede caracterizarse en nuestro medio como el esfuerzo por parte de las élites políticas e intelectuales por insertar a Latinoamérica en la dinámica de la modernidad occidental. Una vez consolidada la independencia política frente a España, las oligarquías dirigentes se vieron ante la necesidad de reorganizar las antiguas sociedades coloniales de acuerdo al modelo de desarrollo ofrecido por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. La agenda de cambios incluía, en primer lugar, la construcción jurídico-política del Estado como eje alrededor del cual girarían los dos grandes proyectos modernizadores: el económico y el cultural. La modernización económica buscaba la incorporación de las jóvenes Repúblicas al mercado mundial con la esperanza de que tal apertura conllevaría, en virtud de su propia racionalidad interna, el progreso material y moral de la sociedad. La modernización cultural buscaba, en cambio, crear el perfil del ciudadano que debía sustentar es decir ser “sujeto” de – este progreso moral y material. A través de políticas culturales y educativas, el Estado debía modelar y “civilizar” los hábitos, ideas y sensibilidades de los ciudadanos, con el fin de que abandonasen la “barbarie” propia del mundo colonial.

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Para crear una identidad de nación, las elites políticas y gubernamentales del siglo XIX en Colombia procedieron a utilizar una serie de dispositivos sociales que buscaban crear un modelo hegemónico de ciudadano con unas características que reflejaran unas representaciones, imaginarios, costumbres y valores provenientes del mundo europeo.

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  • Ponencia presentada al XI Congreso de Historia. Bogot: agosto 22 al 25 de 2000.

    Universidad Nacional de Colombia

    GENEALOGAS DE LA COLOMBIANIDAD Imaginarios letrados y centralizacin del poder en el siglo XIX

    SANTIAGO CASTRO-GMEZ Profesor asistente de la facultad de filosofa de la Universidad Javeriana Investigador titular del Instituto Pensar de la misma universidad

    En lo que sigue quiero referirme brevemente al modo en que se construyeron y se implementaron los imaginarios centralistas de la nacionalidad colombiana en el siglo XIX. Para ello me es preciso aclarar, en primer lugar, que cuando hablo de nacin no me estoy refiriendo inicialmente a un objeto emprico que exista con independencia del discurso que lo genera, sino a un conjunto de representaciones que se localizan espacial y temporalmente, en la medida en que logran institucionalizarse. La nacin es, entonces, un invento, o, como lo dijera Benedict Anderson, una comunidad imaginada. Ahora bien, que la nacin sea una construccin discursiva no quiere decir que sea simplemente un producto artificial, o una mascarada falsa e inautntica. Pues desde el punto de vista de la teora social, lo que interesa no es la adecuacin que tengan esas representaciones con un estado real de cosas, sino la funcin que cumplen al interior de un orden poltico. No har referencia, entonces, a la nacin como el conjunto de expresiones culturales de un pueblo, al estilo de Herder y Hegel, sino a la nacin en tanto que construccin discursiva que cumple funciones legitimatorias.

    A la pregunta de quin o quines son los sujetos que inventan la nacin responder de la siguiente manera: en Amrica Latina, la nacin ha sido fundamentalmente un invento del Estado, o, para decirlo con mayor precisin, de aquellos grupos de poder que controlan el Estado. Entre nosotros, ha sido el Estado quien, haciendo uso de su capacidad de reclutamiento y de control social, ha intentado difundir en los habitantes de su jurisdiccin un sentido de identidad corporativa y de lealtad cvica. Les hablar, entonces, de los dispositivos creados por el Estado en el siglo XIX para inculcar en la poblacin una serie de representaciones capaces de identificar a los miembros de una comunidad como parte integral de la nacin colombiana. Y a este procedimiento crtico, que pretende mostrar el carcter violento y excluyente de las representaciones decimonnicas de la nacionalidad, le dar el nombre de Genealogas de la colombianidad.

    Hechas estas alcaraciones metodolgicas, comenzar diciendo que el siglo XIX puede caracterizarse en nuestro medio como el esfuerzo por parte de las lites polticas e intelectuales por insertar a Latinoamrica en la dinmica de la modernidad occidental. Una vez consolidada la independencia poltica frente a Espaa, las oligarquas dirigentes se vieron ante la necesidad de reorganizar las antiguas sociedades coloniales de acuerdo al modelo de desarrollo ofrecido por Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. La agenda de cambios inclua, en primer lugar, la construccin jurdico-poltica del Estado como eje alrededor del cual giraran los dos grandes proyectos modernizadores: el econmico y el cultural. La modernizacin econmica buscaba la incorporacin de las jvenes Repblicas al mercado mundial con la esperanza de que tal apertura conllevara, en virtud de su propia racionalidad interna, el progreso material y moral de la sociedad. La modernizacin cultural buscaba, en cambio, crear el perfil del ciudadano que deba sustentar es decir ser sujeto de este progreso moral y material. A travs de polticas culturales y educativas, el Estado deba modelar y civilizar los hbitos, ideas y sensibilidades de los ciudadanos, con el fin de que abandonasen la barbarie propia del mundo colonial.

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  • Si algo caracteriza, entonces, al proyecto de la modernidad en Latinoamrica es que sus sociedades han sido generadas por Estados controlados por lites intelectuales y/o militares que lograron centralizar territorialmente la soberana y poner en marcha desde all los procesos de modernizacin econmica y cultural. Aqu, ms que en Europa, es el Estado quien ha modelado la sociedad a su imagen y semejanza, instaurando una visin juridicista y formalista de la vida pblica. Claro est, no se trataba, como en Europa, de estados bismarkianos como el alemn, o de estados coloniales como Francia e Inglaterra, sino de estados poltica y econmicamente dependientes de las metrpolis dominantes. Pero esta debilidad estructural no fue un obstculo para que en Latinoamrica se instaurase una cultura poltica en la que el Estado aparece como lugar clave del cambio. Todava hoy, el Estado centralista opera en el imaginario cultural latinoamericano como el locus institucional de la sntesis social; como el momento simblico de la unidad nacional; como el vehculo privilegiado que puede develar los intereses de la sociedad e introyectarlos como sus verdaderos intereses.

    Ahora bien, lo que me interesa mostrar es que la creacin del perfil del ciudadano, del homo economicus que deba convertirse en sujeto del proyecto modernizador, conllev una serie de medidas disciplinarias y restrictivas. Los imaginarios de la nacionalidad, manejados, ante todo, por las lites letradas de Bogot, contemplaban la domesticacin de lo que era considerado como barbarie: gestualidad corporal, desenfrenos pasionales, gritera, ocio, suciedad ... Estamos, pues, frente a una serie de mecanismos de poder que fueron aplicados sobre los cuerpos de aquellos individuos que, ya desde los tiempos de la colonia, y ahora desde la perspectiva de las burguesas bogotanas, eran vistos simplemente como salvajes y brbaros: mujeres, negros, indios, pardos, esclavos, disidentes, locos, excntricos, cimarrones, ebrios, homosexuales y desocupados. Tales individuos habitaban, sobre todo, en la selva, en las provincias, en la periferia urbana, en el campo o en zonas clidas como la costa atlntica, que favorecan la expresin incontrolada de las pasiones tropicales. El proyecto fundador de la nacionalidad colombiana contemplaba, entonces, la paulatina civilizacin de estas personas. De lo que se trataba era de convertirlos, a travs de mecanismos disciplinarios, en ciudadanos colombianos, en miembros activos de la nacin. Una nacin que, en realidad, no era otra cosa que la proyeccin de imaginarios eminentemente letrados, humanistas y eurocntricos, correspondientes a una pequea minora bogotana.

    Quisiera concentrarme ahora en los dispositivos generados por el Estado para la creacin de la nacin. Ms que en Foucault y Derrida me estoy apoyando, sobre todo, en las ideas del crtico uruguayo Angel Rama y de la terica venezolana Beatriz Gonzlez Stephan para defender la siguiente tesis: la escritura jug un papel fundamental en la confeccin de las taxonomas disciplinarias que deban modelar al ciudadano colombiano. Utilizo aqu el concepto de taxonoma para referirme a una serie de mecanismos de poder orientados a clasificar, ordenar, jerarquizar, distribuir, regular, vigilar y castigar el comportamiento de los candidatos a la nacionalidad. Pero hablar, adems, de taxonomas letradas, porque se trataba de mecanismos fundados en el poder representacional de la escritura, controlado, naturalmente, por unos pocos. Sera bajo la autoridad letrada de catecismos, leyes, libros, gramticas y manuales, introyectada en las escuelas, que las personas deban aprender a dulcificar las costumbres y convertirse en ciudadanos modernos. Por eso el proyecto de modernizacin cultural del Estado colombiano en el siglo XIX tena en la educacin uno de sus pilares fundamentales. Y por eso tambin se invirtieron muchos recursos en la creacin de instituciones destinadas a encerrar, castigar y terapizar a todos aquellos que se rebelaran contra el orden y el progreso anunciado por el proyecto modernizador: hospicios, crceles, escuelas correccionales, manicomios.

    Distinguir, por el momento, tres tipos de taxonomas letradas que operaron como tecnologas generadoras de la nacionalidad: las constituciones polticas, las gramticas de la lengua y los manuales de conducta. Las constituciones polticas son el documento fundacional por excelencia de las nacionalidades latinoamericanas. Ellas delinean los marcos legales al interior de los cuales un individuo puede ser reconocido como sujeto de derecho, es decir, como miembro de la nacin. Para hablar en trminos kantianos, las constituciones son el a priori de la nacionalidad, pues operan como

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  • condiciones trascendentales de posibilidad del reconocimiento legal de un individuo en tanto que agente del proyecto nacional. Son, en este sentido, taxonomas letradas, pues desde la escritura trazan las fronteras entre los que estn adentro y los que estn afuera de la comunidad imaginada. Recordemos que una de las funciones de las taxonomas es distinguir, mediante la aplicacin de cdigos binarios, el bien del mal, la civilizacin de la barbarie, lo racional de lo irracional, la modernidad de la tradicin. La pregunta es, entonces, quin queda dentro del espacio simblico de la civilizacin y la modernidad? Pues, en ltimas, aquella persona que cumpla los requisitos del imaginario letrado y centralista de nacionalidad: varn, catlico, propietario, casado, blanco y heterosexual. Pero esto no es todo. Las constituciones no solo mapean a las personas sino tambin a los territorios: definen una territorialidad especfica sobre la que el Estado ejerce soberana y la subdivididen arbitrariamente en jurisdicciones menores, sujetas a la modelacin disciplinaria de una ratio monoltica y universal operada desde la capital de la repblica. Desde el panptico central se definirn more geometrico una serie de polticas orientadas a impulsar el desarrollo de las regiones, se destinarn recursos para obras de infraestructura, se administrarn sus riquezas naturales, se decidir quines son sus representantes polticos y se elaborarn los planes de estudio que se aplicarn en sus escuelas. De lo que se trataba era de integrar a todas las regiones en una red formal de reglas, leyes y normas supuestamente vlidas para todos, segn lo proclamaban los ideales de la ilustracin.

    Por su parte, las gramticas de la lengua, como la elaborada por Caro y Cuervo, cumplan tambin una funcin taxonmica: ellas definan una serie de reglas orientadas a normativizar y unificar el uso del idioma espaol, en tanto que idioma oficial de la nacin. Todos los ciudadanos deban no solo hablar el mismo idioma, sino que deban hablarlo correctamente para evitar esos barbarismos propios de las gentes incultas que habitaban las provincias. No sobra decir que el modo correcto de hablar el castellano, de acuerdo a la taxonoma de Caro y Cuervo, se ajusta sospechosamente a los usos idiomticos de las clases altas santafereas, convertidos ahora en norma vlida para toda la nacin. De la misma manera que se necesitaba la unificacin del territorio a travs de ferrocarriles y carreteras que comunicaban a todas las regiones con la capital, tambin se haca necesario unificar la lengua de todas las personas, para que el Estado pudiera ejercer un control eficaz sobre la administracin de los recursos y para la ejecucin de las leyes. La norma gramatical tiene, pues, la funcin de vigilar el buen decir de los ciudadanos, con el objetivo de organizar el espacio de las res publica bajo los imperativos de la racionalizacin.

    Finalmente, los manuales de conducta, como el muy famoso de Carreo, buscaban modelar el carcter del buen ciudadano a travs de la disciplina del cuerpo, la higiene y los modales correctos. Era preciso distinguir taxonmicamente aquellas costumbres que distinguan al hombre urbano y civilizado, de los indios y campesinos brbaros que vivan en las provincias. Por eso, el lenguaje de los manuales se estructura sobre la base de la prohibicin. Haba que someter el cuerpo a un estricto control racional, el mismo que deba ser aplicado a la organizacin de los recursos naturales del territorio. Pues slo los individuos que aprenden a dominar sus pasiones y a domesticar sus costumbres podrn ser verdaderos sujetos y realizar as el perfil del ciudadano productivo que necesita la nacin. Es necesario, entonces, controlar lo que hacemos con las manos, los dedos, las piernas, los ojos y, sobre todo, con el pensamiento. El manual de urbanidad se comporta, de este modo, como un dispositivo encargado de expurgar todo resquicio de impureza, suciedad y contaminacin. La identidad colombiana, tal como la imaginaban los letrados, tena que ser una identidad pura, segn lo anunciaba tambin el lema de la Academia Colombiana de la Lengua: Limpia, brilla y da esplendor. Todo lo dems, sudores, olores, mugre, trashumancias, hibridaciones, es decir, todo aquello que ensucia el lenguaje y las buenas costumbres, tena que ser relegado en el mbito de la otredad. Despus de todo, el proyecto de la modernidad, escenificado por el Estado colombiano, prometa que al desarrollo tcnico-instrumental de la sociedad corresponda el desarrollo prctico-moral del ciudadano, lo cual requera una buena dosis de limpieza y asepsia. No es casualidad que nuestros intelectuales y letrados fueran siempre defensores de una esttica de lo

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  • bello, que exaltaba valores tales como la armona, la reconciliacin, el orden, la simetra, la dialctica y el consenso.

    Quisiera finalizar con la siguiente reflexin: las taxonomas de la nacionalidad jugaron como dispositivos de nivelacin al interior de un Estado colombiano que quera representarse en y con la modernidad. La neutralizacin de las diferencias regionales, la homogeneizacin de la lengua y las costumbres, la igualacin de los tiempos y las lgicas, obedeca a la necesidad que tena el Estado de ejercer un control absoluto sobre lo social con el fin de impulsar la modernizacin. Pero en este proyecto de ingeniera social jug un papel fundamental el concepto de raza. Este concepto es producto de lo que Enrique Dussel ha llamado la modernidad primera, que corresponde a la hegemona poltica de Espaa y Portugal en el sistema-mundo moderno. Naci en el siglo XVI al calor de los debates que se dieron en Espaa sobre la necesidad de someter a los indios americanos al dominio del orbis cristiano, y tom cuerpo en instituciones coloniales como la mita y el resguardo.

    Ya en los siglos XVII y XVIII, una vez transladada la hegemona del sistema-mundo desde Espaa hacia Francia y Holanda, el concepto de raza qued incorporado a un registro terico ilustrado denominado filosofa de la historia. Aqu las diferencias jerrquicas entre unos pueblos y otros y, concomitantemente, el lugar que les corresponde en la divisin social del trabajo eran justificadas de acuerdo a su nivel de desarrollo, medido en una escala temporal-evolutiva. Los pueblos que en esta escala aparecen como ms adelantados pueden, en consecuencia, ocupar legtimamente el territorio de los ms atrasados y llevarles, sin reparos de conciencia, los beneficios de la civilizacin. En el siglo XIX, y coincidiendo con la consolidacin de la hegemona inglesa, el concepto de raza se desprende finalmente de la filosofa de la historia y queda cientifizado, es decir, incorporado a la metodologa de las ciencias positivas y de las nacientes ciencias sociales. La superioridad de unas razas sobre otras era vista como resultado inevitable de la evolucin de las especies; como una ley inexorable de la naturaleza susceptible de ser verificada empricamente.

    Lo que quiero decir es lo siguiente: todas las taxonomas de la nacionalidad colombiana estudiadas anteriormente, las constituciones polticas, las gramticas de la lengua y los manuales de conducta, establecan criterios de diferenciacin social que se encuentran atravesados por una lgica colonial. La idea de raza, que en siglos anteriores haba servido como criterio de diferenciacin social entre los colonizadores blancos y los colonizados pardos o mestizos, es ahora reproducida para establecer una separacin entre la minora criolla y el resto de la poblacin, vista como inferior por causa de su color y proveniencia social. Los indios, los negros y los mestizos deban ser disciplinados porque comparten una serie de valores, creencias y formas de conocimiento que les impide llegar, por s mismos, a disfrutar de los beneficios de la civilizacin. Hay algo en su cultura, y quizs hasta en su biologa, que les coloca en conflicto con los valores universalistas compartidos por el hombre blanco.

    Desde este punto de vista, la modernizacin cultural promovida por el Estado colombiano en el siglo XIX se encontraba fundada en relaciones coloniales de poder. As por ejemplo, la ciudadana no era restringida nicamente a los varones casados, alfabetos, heterosexuales y propietarios, sino que adems tenan que ser blancos. A su vez, los individuos que quedaban por fuera del espacio ciudadano no eran nicamente los homosexuales, enfermos mentales, prisioneros y disidentes polticos de los que habla Michel Foucault, sino tambin, y muy especialmente, aquellos que contribuan a la degeneracin de la raza colombiana: los negros, los indios, los mestizos y los judos.

    Trazar las genealogas de la colombianidad implica entonces tener en cuenta que cualquier recuento de la modernidad que no tenga en cuenta el impacto de la experiencia colonial en la formacin de las relaciones propiamente modernas de poder resulta no solo incompleto sino tambin ideolgico. Pues fue precisamente a partir del colonialismo que se gener ese tipo de poder disciplinario que, segn Foucault, caracteriza a las sociedades y a las instituciones modernas. Si como hemos visto, el

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  • Estado-nacin colombiano operaba como una maquinaria generadora de otredades que deban ser disciplinadas, esto se debe a que el surgimiento de los estados latinoamericanos se da en el marco de lo que Walter Mignolo ha llamado el sistema-mundo moderno/colonial. Aqu, las relaciones macroestructurales de poder operan como un dispositivo taxonmico que genera identidades opuestas en base a criterios raciales. Anbal Quijano ha denominado a este dispositivo la colonialidad del poder. Este concepto ampla y corrige el concepto foucaultiano de poder disciplinario, al mostrar que los dispositivos panpticos erigidos por el Estado moderno se inscriben en una estructura ms amplia, de carcter mundial, configurada por la relacin colonial entre centros y periferias a raz de la expansin europea. Las genealogas de la colombianidad son, entonces, una excusa para pensar la modernidad perifrica de Amrica Latina y para pensar, en ltimas, los orgenes del proceso de globalizacin en el cual todos nos hallamos involucrados.

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