Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paidós

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    PSICOANLISIS Y SALUD MENTAL

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    Biboteca de PSICOLOGA PROFUNDA

    2.

    A. Freud Psicoa^isis del desarrollo

    delnioy deladolescente

    4.

    A. Freud -Psicoanlisis del jardn de

    infantes

    y la

    educacin

    del nio

    6. C. G. Jung

    La

    psicologa de la trans

    ferencia

    7. C. O. Jung -Smbolos de transform a

    cin

    8. A.^read-El

    psicoanlisis y la crianza

    del nio

    9. A. Freud El psicoanlisis iirfanlil y la

    clnica

    12. C. G. Jung - La interpretacin de la

    naturalezay la psique

    13 .

    W. R. Bion

    Atencineinterpretacin

    14. C. G. Jung Arquetaos einconsciente

    colectivo

    15.

    A. Freud -Neurosis y sintomatologa

    infarail

    16.

    CG.Z\m -Forrrmciones

    de lo incons

    ciente

    17.

    L. Grinberg -

    Identidady cambio

    20. A. Garma-Psicoanlisis de los sueos

    21.

    O. Fenichel -Teorapsicoanaltica de

    las neurosis

    22.

    Mane Langer -

    Maternidad

    y sexo

    24.

    Hanna Segal -

    Introduccina la obra

    de M elanie Klein

    25.

    W. R. Bion -

    Aprendiendode la expe

    riencia

    29. C.G. Jungi Psicologa ysimblicadel

    arquetipo

    30.

    A. Ganna -

    Nuevas aportaciones al

    psicoanlisis de los sueos

    3 1 . Anninda Aberastury -Aportaciones al

    psicoanlisis de nios

    32. A. Garnia - El psicoanlisis. Teora,

    clnica y tcnica

    33.

    R. W. White-El yo y la realidadenla

    teora psicoanaltica

    35.

    W. Reich -

    Lafuncindel orgasmo

    36. J. Bleger -Simbiosisyambigedad

    3 7 .

    J. Sandler, Ch. Dare y A. Holder -

    E l

    paciente y el anlisis

    40 .

    Anna Freud -

    Normalidad y patologa

    en la niez

    42.

    S. Leclaire y J.D.N asio-)sen/noca-

    rar loreal.El objetoenpsicoanlisis

    44 .

    I. Berenstein -

    F amilia y enfernwdad

    mental

    45.

    I. Berenstein -

    El complejo de Edipo.

    Estructuraysignificacin

    48.

    J. Bowlby -Elvnculoafectivo

    49.

    I. Bowlby -L a separacin afectiva

    50.

    J.Bowlhy-Laprdidaqfectiva.Tris-

    teia y depresin

    5 1 .

    E . H. Ro l la-fa mi / ia y perona/ i iad

    56. I. Berenstein -Psicoanlisis y semi

    tica de los

    sueos

    57.

    Anna Freud -

    Estudios psicoanalti-

    cos

    59. O.KemhtTg-La teora de las relacio

    nes objtales y el psicoan lisis clnico

    60.

    M. Sami-Ali -

    C^uerpo real

    cuerpo

    imaginario \

    ai. W.R.Bion-Seminarios de psicoan

    lisis

    6 3 .

    J. Chasseguet-Smirgel -Los caminos

    del ani-Edipo

    64. G.Groddeck.-Lasprimeras32confe

    rencias psicoanalUicas para

    enfer

    mos

    65.

    M. A. Matloon -

    El anlisis unguiano

    de los sueos

    66 .

    D. Poulkes -

    Gramticade lossueos

    67 .

    AtmaF icnd-El yo y los mecanism os

    de defensa

    68 .

    Heinz Kohut

    La restauracin

    del s-

    mismo

    69 . R. Fliess (comp.), W . Reich y otros -

    EscritospsicoanalOicosfudamenta-

    les

    70.

    Georges Amado -

    Del nio al adulto.

    El psicoanlisis y el ser

    7 1 .

    Jean GuiUaumin-Los sueos y el yo.

    Ruptura,continuidad creacin en la

    vida psquica

    72 . I. Berenstein -Psicoanlisis de la es

    tructura familiar

    73.

    M. A. Mauas Paradojas

    psicoanal-

    ticas

    74.

    N. Yampey -Psicoanlisis de lacul

    tura

    75 .

    C. M. Menegazzo -

    Magia, mito y

    psicodrama

    76. L. Grinberg Psicoanlisis. Aspectos

    tericos y clnicos

    TI. D. J. eldfogel y A. B. Zimerman

    (comps.) -Elpsiquismodel nio en

    fermo orgnico

    (contma

    al final del libro

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    Emiliano Calende

    PSICOANLISIS Y

    SALUD MENTAL

    Para una

    crtica

    de la

    razn psiquitrica

    Prlogo del Profesor

    Valentn

    Barenblit

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    la. edicin,

    1990

    Cubierta de Gustavo Macri

    Impreso en la A rgentina - Printed in A rgentina

    Queda hecho el depsito que previene la ley 11723

    La reproduccin totaloparcial decsle

    libro,

    en cualquier fonna que sea, idnticaomodificada,

    escrita

    amquina,

    por

    el

    sistema "multigraph", mimegrafo, impreso,

    por

    fotocopia, fotodupli-

    cacin,etc.,no autoiizada porloseditores, viola derechos reservados. Cualquier utilizacin

    debe ser previamente solicitada.

    Copyright de todas las ediciones en castellano by

    Editorial Paids SAICF

    Defensa 599, Buenos Aires

    Ediciones Paids Ibrica SA

    Mariano Cub, 92, Barcelona

    Editorial Paids Mexicana SA

    Guanajuato 202, Mxico

    ISBN 950 -12 - 4139 - 4

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    NDICE

    Prlogo por el

    Prof.

    Valentn Ba renb lit I

    Introduccin 9

    Santiago S. y la institucin psiqu itrica 25

    1. EL PSICOAN LISIS Y LA SALUD MENTAL 3 5

    El psicoan lisis en la cu ltura y la forma social 41

    La verd ad y el poder: u n a poltica

    del psicoanlisis 5 5

    La neu tralidad del psicoanlisis 61

    El psicoanlisis y la de m an da social 65

    Las crticas a la funcin social del psicoanlisis 72

    2.

    EL SISTEMA DE LA SALUD MENTAL 79

    Las formas histricas del dao m enta l 82

    Las disciplinas 85

    Te oras y saberes 88

    Las prcticas terap uticas 102

    Las instituciones 107

    3 . HISTORIA CRITICA: DE LA PSIQUIATR A

    POSITIVISTA

    A

    LAS POLTICA S

    DE SALUD MENTAL 121

    El nacim iento poltico de la ps iqu iatr a 1 23

    Pinel y la figura m dica 13 0

    La medicina m enta l y sus modelos 13 5

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    4 . LOS MO VIMIENTOS DE PSIQUIATRA

    INSTITUCIONAL 139

    Las comu nidades teraputicas 143

    La poltica del Sector 1 47

    La poltica de desinstitucionalizacin en Italia 1 56

    El incidente de Gorizia 15 8

    El prog ram a de psiquia tra democrtica y

    la ley de Salud M ental 16 1

    Hacia dnde se avan za? Los resultados 1 65

    La psiq uiatra com unitaria en Estados Unidos 16 8

    La ley Ken nedy y los centros com unitarios

    de Salud M ental 171

    Las prop uestas de la psiquiatr a comu nitaria 176

    Sedim entacin de las polticas com unitarias 180

    5 . CON STITUCIN DE LAS POLTICAS

    DE SALUD MENTAL 185

    La nueva deman da 196

    Hac ia u n a disciplina sociopoltica 1 98

    El reorde nam iento terico 201

    Las nuev as tcnicas 204

    La construccin de u n a n ueva

    imagen institucional 208

    El sujeto de las polticas de Salud M ental 21 0

    Esq uem a de u na poltica de Salud M ental 211

    Estrate gias de atencin prim aria

    y Salud M ental com unitar ia 216

    I

    6. LAS PRACTICAS DEL PSICOANLISIS EN

    SALUD MENTAL 231

    Freud y la Salud M ental 238

    Psico an lisis, psicologa y m edicina

    en Arg entina 244

    Las intervenciones psicoanalticas 262

    La instituci n p a ra el psicoanlisis y el

    psicoa nlisis institucio nal 272

    La intervenc in en crisis. Psicoanlisis y

    prevencin prim aria 279

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    PROLOGO

    Desde hace ya varios lustros se observa en distintos pases

    im po rtan tes desarrollos en relacin

    con

    los problem as vinculados

    a la salud y la enfermedad mental . Estos desarrollos sui^en

    constan teme nte en tom o a experiencias concretas que han gene

    rado profundas transformaciones conceptuales, cuyo carcter

    ms significativo es, a mi entender, aquel que promueve la

    sustitucin de los principios y prcticas de la asisten cia psiqu i

    trica tradicional y genera la fundacin del campo de la Salud

    Mental .

    El campo delim itado por la Salu d M ental es amplio, complejo

    y, aunque requiera todava precisiones en relacin con sus

    alcances y lmites, podemos afirmar que la Salud M ental debe

    concebirsecomoinhe rente a la salud integral y al bien estar social

    de los individuos, familias, grupos humanos, instituciones y

    comunidad. En e sta dimensin de la Salud M ental se articulan el

    estudio de los problem as de la salud y la enfermedad m en tal, la

    investigacin de las necesidades psicosociales y la organizacin

    de los recu rsos p ar a satisfacerlas.

    Cabe sealar que desde esta aproximacin conceptual la

    Atencin a la Sa lud M entalseim plem entar a t ravs de diversas

    actividades fundadas en el saber de distintas disciplinas, que

    tienen como objetivos primord iales y comunes los de fom entar,

    promover, conservar, restablecer y rehab ilitar la S alud M ental

    de la poblacin. As, este campo debe definirse como un a p roduc

    cin interdisciplinaria porque ningn saber disciplinar podr

    responder a su amplitud e intersectorial porque, si bien

    inh ere nte al sector de la salud, los objetivos enu nciad os deb ern

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    ser abordados a travs de las acciones conjuntas de distintos

    sectores vinculados a los proyectos de bienestar social de la

    poblacin.

    El psicoanlisis como disciplina y los psicoanalistas como

    profesionales no eludieron el desafo de estas propuestas. En

    m ltiples proyectos, y de muy diversas m an eras ,sehan incluido

    en programas e instituciones asistenciales y de atencin a la

    Salud M ental. Sus aportaciones adq uieren relevancia histrica

    en etapas destacadas de la cristalizacin de avances en los

    desarrollos de la Salud Mental.

    Como una expresin de estos hechos se pueden observar en

    la produccin bibliogrfica aportaciones que reflejan las diver

    sas tend encias y sus per tine nte s elaboraciones tericas y tcni

    cas.

    En este contexto de abundantes referencias bibliogrficas

    surg e este libro que nos ofrece Em iliano Galen deconun a calidad

    singu lar y

    que,

    sin du da, ocupar u n lug ar m s que destacado en

    los mbitos psicoanalticos y de la Salud Mental. Una slida

    experiencia en su praxis como psicoanalista y como experto

    profesional de la Salud M ental re spald a este trabajo donde el

    au tor tra ns m ite el producto de un a profunda y sostenida refle

    xin conceptual que evidencia en cada captulo su exigencia

    terica, su rigor epistemolgico y su compromiso ideolgico y

    social.

    Emiliano Galende sostiene, desde la obra de Freud, su

    pensamiento como psicoanalista. Basndose en este marco

    terico, pone nfasis y recupera de la teora freudiana una

    perspectiva frecuentem ente olvidada, la de un p ensador que no

    vacil en extender sus conclusiones tericas fundadas en la

    investigacin clnica p&ra abo rda relestudioeinterpretacin de

    la cu ltur a y la sociedad como m bitos de la subjetividad hu m a

    na.

    Emiliano Galende no se satisface con resoluciones fciles ni

    se acomoda en la obturacin del conocimiento; por el contrario,

    en la lectura de su texto se pone en evidencia la bsqueda

    co nsta nte , la problem atizacin c reativ a y la interrogacin acer

    ca de la articulacin entre PsicoanlisisySalu d Men tal. Sujeto

    y medio social, ideologa y poltica, fantasa inconsciente y

    realidad, teora y praxis, son estudiados como eslabones que

    componen complejas es tru ctu ras donde se promueveny definen

    la sa lud y la enferm edad , el placer y el sufrimiento, la cura

    o

    la

    11

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    cronificacin; en definitiva la vida y la muerte en su conij^^

    proceso de intrincadas y azarosas relaciones.

    Es de destacar que desde esta perspectiva de la S alud M enta l

    y a travs de un minucioso anlisis, encuentran su lugar y

    definen sus interac cion es dialc ticas los fenmenos polticos, los

    valores sociocu lturales, la s relaciones histrico-sociales, la s vici

    situdes de

    los

    conjuntos hu m ano s

    y los

    efectos que ge ne ran en las

    formas de vida los enfren tam ientos por el poder.

    En el contexto de estas problemticas ha br n de com prender

    se entonces las teo ras y las tcnicas psico analticas, los modos d e

    relacin entre psicoanalistas

    y

    sus formas de participac in inte r

    disciplinaria en la atencin a la Salud Mental.

    Fiel al legado freudiano, Em iliano G alende produce un pe nsa

    m iento crtico. Es ta configuracin de su pe nsa m ien to, su deseo de

    develar la verdad, producir conocimiento y sus propuestas de

    transformacin social, da n especial sentido a su labor. Como l

    mismo afirma: "Me gua la intencin de que mi intervencin

    ayu de a la recuperacin de un pe nsam iento crtico en este sector

    de problemticas hu m an as , dom inado, debo reconocerlo, por las

    actitudes pragmticas y tecnicistas de los planificadores y los

    repliegues teoricistas de mu chos psicoanalistas". Pero su crtica

    se redefine en sus fundamentos y objetivos: "Estoy convencido

    que toda crtica, pa ra ser m ate rial ista , debe servir a la con struc

    cin de una alte rna tiva , a riesgo de convertirse en un in ti l juego

    de la razn".

    Desde esta posicin, Em iliano G alende e nimc ia s us confron

    taciones polmicas con distintas corrientes y pensadores del

    campo psicoanaltico y de otra s disciplinas. Su discu rso se dirige

    a la precisin conceptual, a la formulacin terica, reconoce su

    valorticoyloexplcita atento a su propia adv erten cia de que "en

    las teoras cuyo objeto es un sector cualquiera de la realidad

    humana la teora no es ajena a la realidad que enuncia y no es

    posible teorizar sin transformar en algn sentido esa realidad".

    Una perspectiva que adquiere particular relieve en este tra

    bajo,

    nos muestra al autor en su calidad de historiador. En el

    texto se evidencia la importancia de la referencia histrica

    enu ncia da con un a cua lidad espec ial. El lector recibe un a elabo

    rad a informacin acerca de la evolucin de las id ea s y los modos

    de accin en los camp os del Psicoa nlisis y la Sa lud M en tal, pero

    el au tor no se lim ita a la descripcin, sino que an aliz a sistem ti

    camente los contenidos de esta historia desde vma perspectiva

    111

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    epistemo lgica. Configura a s un a lec tura crtica

    de

    la inve stiga

    cin histrica que se orienta al develamiento de las estru ctu ras

    en los contextos histricos donde se desa rrollan la produccin de

    la s ideas como tamb in los modos de accin que ge ne ran .

    Sobre las prem isas ha sta aqu enunciadas se estructura el

    texto de esta ob ra que brinda, as, excelente resp ue sta a sus dos

    objetivos bsicos: el anlisis de los problemas actuales en las

    polticas y pro gram as de atencin a la Salud M ental y, por otra

    pa rte , el estudio de las formas de participacin del P sicoanlisis

    y los psicoanalistas en el campo de la Salud M ental.

    Este libro repre sen ta un aporte de inapreciable valor pa ra la

    reflexin, el cuestionamiento y la produccin de conocimiento.

    Los anlisis, conceptualizaciones y propu estas que se ab ordan

    en

    los

    distinto s captulos, exam inan los fenmenos psicosociales

    que inciden en

    el

    campo dla subjet ividadhuman ay

    se

    expresan

    en los com portamientos individuales, grup ales, institucionales

    y co m unitarios .

    Es te enfoque perm ite discrim inar y articu lar los elementos

    que intervienen en la compleja estructura social donde se

    dete rm inan los valores y destinos de la salud y ta enfermedad

    mental .

    Podemos espe rar que el mensaje de Em iliano Calende gene

    rar importantes adhesiones y tambin est imulantes polmi

    cas.Desde estos efectos ser, seg ura m en te, un marco de referen

    cia de alto nivel pa ra psico ana listas y profesionales de la S alud

    M ental. Al mismo tiemp o, posibilitar el esclarecimiento pa ra

    quienes, desde la labor poltica y tcnica, orientan mediante la

    planificacin y la gestin administrativa los lincamientos y

    modos de accin de las organizaciones de la Salud M enta l.

    Valentn Barenblit

    Barce lona, o ctubre de 1989

    IV

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    INTRODUCCIN

    Introdu cir a un libro suele req ue rir que el au tor justifiqu e las

    razones que lo llevaron a escribirlo. De modo explcito hay

    razones de orden terico, ideolgico y prctico que me han

    conducido a pensar en dar forma de libro a una intervencin

    concreta en el deba te actua l en Salud M enta l desde mi condicin

    de psicoanalista. Me gua la intencin de que mi intervencin

    ajoide a la recuperacin de un pe nsa m iento crtico en este sector

    de

    problemticas hu m an as , dominado, debo reconocerlo, por la s

    actitudes pragmticas y tecnicistas de los planificadores y los

    repliegues teoricistas de muchos psicoanalistas. Son viejas

    formas, avmque reno vad as, del apoliticismo, que prefieren igno

    rar la complejidad de lo que tratan, empobreciendo as el

    carc ter de las respu est as que ofrecen. El modo crtico que m e

    propongo pa ra a bo rdar esta s cuestiones no consiste en politizar

    o

    ideologizar la comprensin

    o

    las resp ue stas , error frecuente en

    el que (tam bin debo reconocerlo) camos mu chos en l a dca da

    del setenta. Se trata ms bien de problematizar, es decir,

    recuperar en toda su amplitud el conjunto de factores que

    determinan los modos en que se plantean los problemas de

    Salud M ental, las m an era s de comprenderlos y las resp ue stas

    polticas que se efectan, a fin

    de

    dejar plan tead as las diferentes

    soluciones posibles. En sntesis, se tr a ta de potenciar el an lisis

    crtico pa ra m ejorar las resp ue stas prcticas.

    Pero ha y tam bin otr as razon es en la concrecin de este libro.

    Las cuestiones tericas

    e

    ideolgicas, los problem as epistemol

    gicos,

    las orientaciones polticas que d ebatim os, no deben dejar

    nos olvidar que estam os frente a u n sufrimiento hu m an o concre-

    9

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    to y que me atrevo a llamar inmenso. Comenc mi profesin

    viviendo como mdico interno en un Hospital Psiquitrico, del

    qu e luego fui jefe de un a peq ue a seccin, m ien tra s realizab a m i

    formacin como psic oanalis ta. M s tar d e, como Sec retario Grene-

    raldela Federacin Arg entinadePsiquiatras , recorr junto a m is

    compaeros de Comisin la casi totalidad de las Colonias y

    Hospitales Psiquitricos del interior del pas . Tam bin alguno s

    ho gare s de me no res y crceles. E s difcil olvidar nu es tra respon

    sabilidad con los ho m bres y m ujeres que all viven. Uno de cad a

    mil ciudada nos est interna do en un establecimiento p siquitri

    co,

    sometido a la prdida diaria de su dignidad humana, en

    condiciones de m iseria y an iquilac in reflejada en los olores y los

    rostros que estos hom bres nos mu es tran . C ada vez es m s difcil

    dar razones valederas para mantener esta "solucin" de los

    manicomios. Por

    lo

    tanto, tambin p ara desentendernos

    de lo

    que

    all sucede. Y sabem os que este rostro c ruel de la psiq uia tra no

    encierra la totalidad de los que sufren por trasto rno s m en tales .

    Debo entonces hace r dos introduc ciones: u n a refererida a los

    modos de an lisis terico en que creo pue den fun darse pr ctica s

    ms racionales en Salud Mental, y otra, de constatacin y

    documento de los problemas que enfrentamos, a travs de la

    breve his toria de un paciente que hab r de relata r .

    Es difcil cuantificar

    los

    problem as de salud men tal, ya que los

    lmites en tre

    lo

    que consideramos en fermed ad y sa lud son borro

    sos,perm eables. Las cifras re sulta n as datos indirectos y parcia

    les.Se considera que, ade m s de Ips internacione s psiqu itricas

    en establecimientos especiales, un 20% de las cama s de ho spital

    de los pases desarrollados estn ocupadas por pacientes con

    trasto rno s psquicos. En EE . UU . se expenden m s de doscientos

    millones de recetas de psicofrmacos al ao. En las grandes

    ciudades de Occidente se calcula que u no de cada diez ha bita nte s

    consulta alguna vez en su vida a un especialista "psi". Algunos

    dato s epidemiolgicos ha bla n de un

    25 %

    de la poblacin ur b an a

    con trastornos neurticos, psicosomticos o problemas de adic-

    cin a dro gas. C erca de un2%de la poblacin padece t ras tor no s

    o

    tiene cond uctas de orden psictico. No voy a ap or tar m s cifras,

    cuyo valor me es relativo, ya que los problemas de Salud M ental

    no son slo cuantitativos sino fundamentalmente cualitativos,

    tienen que ver con la calidad de vida. Pero los gobiernos y los

    tcnicos planificadores, qu e s se gu an po r cifras, h an cm pren

    l o

  • 5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids

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    dido que es necesario actuar en este terreno. La consigna de

    Salu d M ental es hoy prioritaria en las polticas de Salud , sobre

    todo en los pases occidentales.

    Naturalmente el crecimiento del sector Salud Mental en los

    ltimos tre int a ao s es notorio. Aum entaron los tcnicos de lo

    mental, aument la difusin de los problemas psquicos en la

    poblacin, creci el deb ate ideolgico y poltico en los plan ifica-

    dores encargados de las respue stas a sistenciales, se increm en

    taron en el campo de la cultura los interrogantes sobre el

    fenmeno subjetivo en las sociedades desa rrolla da s. Desde los

    organismos gub ern am en tales se estudi cmo com patibilizar la

    necesidad de un crecimiento de las res pu est as s an ita ria s con los

    gastos que ocasionan.

    Este crecimiento

    de los

    problemas m entale s focaliz tam bin

    los inte rrog an tes sobre las condiciones de la vida social. H ab a

    consenso para la consigna de Salud Mental, pero algunos se

    preguntaron: el sujeto adaptado a las exigencias de la vida

    social urbana actual, es decir, el nuevo sujeto que produce la

    sociedad capitalista desa rrollada , pued e ser considerado psqu i

    camente sano?, si el enfermo mental es el individuo, debe

    considerarse a la sociedad siem pre como san a?,noha y socieda

    des que, en las formas de relacin humana que promueven,

    deben ser con siderada s

    como

    patolgicas

    y

    por

    lo

    mismo patge

    na s par a su s miembros? Estos interrog ante s complejizaron en

    todos los niveles la construccin de resp ue stas en Salu d M en tal.

    La idea que sustent la psiquiatra, de considerar a los

    trastornos psicolgicos como a las dems enfermedades que

    tr a ta el mdico, fue m ostrando su insuficiencia, su incap acida d

    de dar resp ue stas a los nuevos problemas que se pla ntea ron , y

    ha debido ir dejando lugar a nuev as perspectivas. La p siqu iatra

    pud o "natu rali za r" ciertos conflictos, aplicando un conocim iento

    positivo, objetivista, a

    los

    comportamientos hu m an os considera

    dos patolgicos, trat nd olo s como el mdico tr a ta a las cosas del

    cuerpo, en tanto ope raba con sujetos prev iam ente diferenciados

    y excluidos (psicosis, dem encias, parlisis gen eral prog resiva,

    etc.). Pero extender estos criterios a los conflictos relacinales

    contenidos en un a neu rosis, la adiccin a drog as, las dep resiones

    o los problemas de familia, no poda sino mostrarse como unamedicalizacin abusiva. Paulatinamente se fue introduciendo

    un a visin ms racionalyadecu ada , que volva a com prend er los

    fenmenos me nta les como estrec ham ente ligados a las cosas de

    11

  • 5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids

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    la vida. Desde esta n uev a perspectiva se pudo comprender mejor

    las caractersticas represivas del dispositivo psiquitrico, y los

    efectos de encub rimiento que la m edicina m en tal ha ba p roduci

    do sobre la verd ade ra n atur alez a de las enferm edades que t ra ta .

    El hab er resituado

    los

    problemas

    de

    las enfermedades m enta

    les m s prxim os a la s form as de vida de los sujetos (proceso en

    m archa pero no resuelto) permite fundar un a intervencin m s

    am plia sobre las condiciones de vida, de carc ter m s preven tivo

    que asistencia , y aten de r a las fragilidades subj etiva s por las que

    hacen su aparicin 4as enfermedades. Se h a podido com prender

    as, y ya h a logrado consenso en tre los tcnicos de Sa lud M en tal,

    que son formas de vida social, es decir, son relacion es h u m a n as

    concretas que genera la sociedad ind ustrializa da actual, respon

    sables del crecimiento de poblaciones en ma yor riesgo de fracasar

    en la vidaoenfermar.Los

    nios,

    en relacinconlos prob lem as del

    desamparo,losviejos excluidos de la vida p roductiv aysoc ial, los

    desocupados crnicos, las poblaciones que m igran a las c iudad es

    con prdid a de valores c ultur ales, los jven es que no acceden a

    u na inclusin prod uctiva en la vida social,etc.Tam bin aqu ellos

    que, incluidos en el sistem a productivo, est n en riesgo may or de

    enfermar por el sometimiento a ritmos de trabajo, a exigencias

    desmedidas y prolongadas, a ruptu rasdevncu los con la fam ilia,

    a procesos intensos de aculturacin. Es necesario comprender

    que son stas las problemticas hu m an as , sociales, que progre

    sivamen te van poblando el campo de la Salud M ental.

    Si biei) en gran parte se han supefado las concepciones

    psiq uitric as que consideraban como enferm edad es a los padeci

    m ientos psquicos, no por ello hem os dejado de diferenciar a las

    pers on as que padecen y enferman por sus dificultades en la vida

    de aquellas otras que enfrentan sus infortunios y act an sobre

    sus causa s. Hay una existencia concreta de personas que necesi

    ta n ayu da psicolgica

    y

    que mo tivan la necesidad de ima re spues

    ta tcnico-profesional para aliviar sus padecimientos. Se trata

    entoncesdeevaluar las respu estas m s convenientes. Dura nte la

    dcada del sesenta las respue stas se hab an po larizado en tre un a

    psiquiatra que medicaliza y encubre los problemas del sufri

    m iento subjetivo y aq uella s posiciones que, surg idas d e la crtica

    al dispositivo poltico de la psiq ui at ra , disolvan la especificidad

    de los problemas de Salud Mental o negaban simplemente la

    existencia de enfermedades m en tales . Com partimos las posicio

    ne s que, frente a esta dicotoma, se pla ntea ron dialectizar el pro-

    1 2

  • 5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids

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    ble m a, es decir, as um ir las dim ensiones polticas, sociales, (fMs

    cuestiones englobadas en Salud Mental y a la vez procura*

    intervenciones m s correctas p ar a atend er a los que enferm an

    o pue den enfermar. E sto gene ra undoblecompromiso: reconocer

    la existencia real de la enfermedad m ental y las distinta s formas

    en que la sociedad actua l ha potenciado en grande s sectores de

    poblacin las fragilidades subjetivas, poniendo en situacin

    crtica la s llam ad as poblaciones

    de

    riesgo; segundo, la n eces idad

    de apo rtar colectivamente al ensancham iento de un camino de

    mayor racionalidad para el t ratamiento de estos problemas,

    asum iend o la obligacin pa ra con los sujetos qu e fracasan oen

    ferman.

    En la dcada del sesenta nuestro compromiso con la Salud

    Mental nos haba llevado a visualizar a la sociedad capitalista

    dependiente, con sus injusticias, sus desigualdades, su despre

    cio por la vida y la felicidad de gra nd es sectores de la poblacin,

    como la producto ra de los m ayo res d aos a la salud psqu ica y a

    la realizacin personal de los individuos. Escribimos entonces

    Psiquiatra ysociedad,un libro en el que tratam os de m ost rar

    cmo la m edicina m en tal, atribuy ndo se los valores de la cien

    cia, se constitua en un poder represivo sobre los enfermos,

    funcionalizndose con los valores y la ideologa de la sociedad

    dividida en clases. Sigo creyendo qu e criticar la hegem ona del

    modelo mdico objetivista y cuestion ar la p reten dida cientifici-

    da d del positivismo psiqu itrico era , y es an hoy, la base p ar a

    proceder al desmontaje de su poder y hacer as viable una

    poltica de Salud M ental m s racionalyhum ana . Pero entonces

    pensbamos que se aproximaba un cambio social profundo, y

    que era steelque iba a posib ilitar la construccin de u n h om bre

    nuevo en una sociedad ms justa, de la que esperbamos la

    realizacin ms plena y acabada de los valores de la Salud

    Mental. Esto no ha dejado de ser cierto para nosotros, pero

    hemos aprendido que ninguna transformacin social ha sido

    suficiente p ar a a seg ur ar la felicidad subjetiva de los individuos

    y que las mejores condiciones que crea el cambio social para

    asu m ir en profundidad los valores de Salud M ental, pueden ser

    desaprovechadas si no se cuenta con los recursos tericos y

    tcnicos adecuados para enfrentar estos problemas. Por otra

    parte, como es obvio, no es posible esperar los cambios en la

    sociedad para comenzar a pensar e implementar las acciones

    correctas. Es necesario aportar conocimientos y esfuerzos en

    beneficio de las poblaciones afectadas.

    1 3

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    Cierto fracaso de los idea les polticos de los aos sese nta h a

    permitido rea brir interro gan tes sobre la imp ortancia crucial de

    los problem as subjetivos y, au nq ue no se abandon e la exp ectati

    va de que son las acciones colectivas la clave de los procesos de

    transform acin social, el at en de r a las fragilidades de los sujetos

    ha sido revalorizado. El nfasis puesto por entonces en las

    condiciones objetivas de las con tradicciones sociales como fac tor

    casi exclusivo delosprocesos de transform acin, debe co m partir

    se hoy con es ta revalorizacin de lo subjetivo. El cuidado de los

    individuos, los derechos hu m an os , la desigu aldad de la mu jer, el

    problema de los nios, de los ancianos, de los marginados del

    proceso social, de los que sufren

    o

    enferman psquicam ente, etc.,

    requiere ser atendido sin demoras, contemplando su especifici

    dad. En esta v uelta a la preocupacin y al int er s por los sujetos

    reale s y actuale s, el psicoa nlisis, como el mtodo m s riguroso

    de exploracin de la subjetivida d, y

    como

    uno de

    los

    ins t rumen tos

    crticos m s profundos de la sociedad y la cu ltura , h a cobrado u n a

    nueva importancia. Lam entablem ente, para muchos ana lis tas el

    psicoan lisis funciona

    como

    un int rprete absoluto. Para otros la

    neu tralida d del mtodo analtico los lleva a im agina rse al m ar

    gen

    de

    los procesos que inte rpre tan .

    Los

    primero s desconocen que

    no hay ning n cdigo completo, que s atu re todo, que rec ub ra la

    tota lida d del fenmeno subjetivo, socialocultu ral . Los segundos

    ignoran que la interpretacin de un fenmeno histrico, au n en

    un sujeto, comp romete al inte rpr ete . La produccin inconsciente

    no tiene u n cdigo unvoco. Por n ue str a p ar te el psicoan lisis nos

    ha ayudado de manera central en el anlisis histrico, tanto

    respecto de la configuracin de la Salud M ental como se ve r en

    el texto, como tambin respecto de nuestra propia historia en

    relacin con estos te m as . Pienso que la histo ria qu e recorda m os

    no es la m isma h isto ria q ue los conflictos y las tension es ac tua les

    nos hac en record ar. Esta m os en este sentido satisfechosdehabe r

    persistido, en un contexto psicoanaltico que tendi a cerrarse

    sobre s m ismo, en los esfuerzos de abrirlo a las prob lem ticas de

    la cu ltura y la sociedad, especialmente en cuanto a Salud M ental.

    Y de hab er p ersistido tam bin en a lgun as certezas respecto de lo

    social, en un ambiente en el que el terror hizo incrdulos a

    m uchos. Todo actor social, es decir, inte rp ret an te de su rea lidad ,

    slopue de definirse e n relacinconotros interp retan tes . T raspa

    sar el cerco psicoanaltico requiere abrirse a la pertinencia de

    cada enfoque, a un a aceptacin de las diferencias, a un tra sp as ar

    1 4

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    los interro ga ntes puestos por el mismo psicoanlisis p ar a abor

    dar en plenitud la complejidad del campo connotado por Salud

    M ental, en el que las pre gu nta s de otras disciplinas enriquecen

    la construccin de resp ue stas.

    Los interrogantes planteados

    En los ltimos trein ta aos asistim os a una transformacin

    profunda del campo hegemonizado ha sta entonces por la medi

    cina mental y que ha dado lugar a la nueva denominacin de

    Salud M ental. E sta no es de ning n modo una renovacinom o

    dernizacin de la psiq uia tra; por el con trario, es un repla nteo

    en profundidad de los problemas de la salud y la enfermedad

    m en tal que est d ando lug ar a un a recomposicin de todos su s

    aspec tos: la com prensin del dao psquico, en relacin con las

    fragilidade s subjetivas y con los factores de riesgo; la constitu

    cin de un m bito disciplinario nu evo, deno m inado polticas de

    Salu d M ental; la reformulacin de las teoras, con ap ert ur a a

    conceptu alizacion es sociolgicas, antrop olg icas, polticas, etc.;

    la organizacin de nue vas prcticas con prepon derancia de las

    tcnicas psicosociolgicas, para intervenir en mbitos comuni

    tarios y en funcin preventiva; la abolicin progresiva de la

    institucionalizacin psiquitrica y sus establecimientos mani-

    comiales, para ser reemplazados por Centros Perifricos y

    equipos com unitarios.

    Es te proceso h a p erm itido u n rep lan teo global de las cuestio

    ne s im plicadas, a)Seha podido volver a inte rrog ar sobre qu son

    las enfermedades mentales, rompiendo con el esquematismo

    me dicalizante de las respu esta s psiquitricas, b) Es t en recon

    sideracin toda la cuestinde losprofesionales ha bilitados pa ra

    tratar estas enfermedades y la realizacin de las acciones

    preve ntivas, perdiendo heg em ona la figura del mdico psiquia

    tra , c) Las ma ne ras psiq uitricas de tra ta r los problemas m en

    tales han dejado lugar a otras posibilidades de abordaje ms

    racionales y hu m an as . E stas tre s cuestiones (qu son las enfer

    medades mentales , quines deben tratar las y de qu manera)

    tienen hoy un carcter interroga tivo, problemtico, y estn por

    lo mismo abie rtas a distinta s soluciones.

    Dos de las caractersticas esenciales en la configuracin

    actual en Salud Mental son: la cada de la psiquiatra como

    disciplina totalizado ra, con la multiplicacin de res pu est as pre-

    1 5

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    ventivo-asistenciales

    y

    un a reformulacin de las relacion es con la

    m edicina, su s valore s, su organizacinysus modelosdeatencin.

    Respectode loprim ero, el pan ora m a de Salud M ental en casi todo

    elm undo occidental se caracteriza por la coexistenciadediversas

    concepciones del trastorno mental (psiquitricas, psicoanalti-

    cas,com un itarista s, sociolgicas, antropolgicas, y las v ar ian tes

    que cada uiia comprende), mu ltiplicidad de tratam ien tos sum a

    mente heterogneos (psicofarmacolgicos, psicoterpicos, insti

    tucion ales, fsicos, biolgicos, etc.) sin la ne ces aria funda m enta-

    cin terica, y tam bi n la configuracin m ixt a

    de

    modelos

    de

    asis

    tencia (coexistencia de modelos asilares clsicos con comunita

    rios,preventivos,etc.).Notab lem ente cada im a de las concepcio

    nes,

    con sus tra tam ien tos y m odelos de asistencia, nosereconoce

    como enfoque o tratamiento parcial de los problemas de Salud

    Mental; tienden ms bien a configurarse como totalizantes,

    abarcativas, por lo que la coexistencia con otras concepciones

    m antien e abie rtas las polmicas y las luchas por cierta hegemo

    na . No se tra ta de u n estado catico sino por el contrario de la

    impregna cin de este sector por lo que cara cteriza los procesos

    sociales, ya que cada concepcin refleja de algn modo \ina

    manera de pensar al hombre y su relacin social. Este es a mi

    en ten de r u no de los logros ma yores del pasaje a las polticas de

    Salud Me ntal, ya qu eh a permitido sensibilizar, perm eabilizar,

    1

    dispositivo au torita rio y autosuficientede lopsiquitrico aloque

    sucede en la vida social. Nin gu na otra disciplina m ue stra , como

    Salud M enta l, tal capacidad ce e m brag ue con lo social y nivel de

    crtica de las funciones que promu eve. E sto mismo nos ad vierte

    de las ventajas de ma nten er abie rta esta situacin polmica ya

    que no es posible hacer coherente, homogeneizar, el campo de

    Salud Me ntal sin aten der aloque caracteriza la sociedad real en

    la que su s prcticas

    se

    desarrollan. Por

    el

    con trario , la imposicin

    de un a concepcin no puede sino reflejar un modo au torita rio y

    excluyente de cierre de los problemas de Salud Mental a su

    relacin con la vida social. H ay ejemplos en el m und o que deben

    ser aprovechados. Algunos pases socialistas que impusieron

    para Salud Mental la hegemona de modelos comunitarios de

    asistencia, no encontraron obstculos para la participacin

    com un itaria q ue era corriente como valor en otros aspectos de la

    vida social. Las polticas de psiquiatra comunitaria que se

    impulsaron en EE. UU. fi-acasaron, en gran parte porque no

    reflejaban valores de la sociedad rea l, y porque en su pre tensin

    16

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    totaliz ado ra no gene r un a poltica de convivencia con la s o tra s

    prcticas vigentes en Salud Mental. La psiquiatra democrti

    ca en Ital ia se desarroll en el seno mismo de las polticas de los

    pa rtido s de izqu ierda, los que facilitaron su penetrac in y des

    pliegue en la sociedad. La poltica del sector, en Francia, tuvo

    finalmente que ac ep tar la presen ciade losmodelos psiqu itricos

    y psicoanalticos, m s cercanos al individualismo bu rgu s que

    caracteriza a su sociedad. En este mismo sentido hem os adver

    tido en repetidas opo rtunidad es sobre el error de algu nos psico

    an alis tas de im agin ar al psicoanlisis en un a funcin de reem

    plazo de la totalizacin psiquitrica, desechando lo que nos

    parece m s valioso p ar a un psicoanalista, cual es la posibilidad

    de comprender e interpretar la produccin de sntomas que

    estas diferencias provocan en los sujetos actores en Salud

    M ental . La respu esta mdico-psiquitr ica al m ale star cultura l

    y social no puede suplirse con una respuesta psicoanaHtica,

    igualmente reductora e ilusoria.

    Respecto de la relacin con la medicina, rota la funcin de

    recubrimiento mdico que ejerci la psiquiatra, los problemas

    se han planteado de otra manera. Desde Salud Mental , en la

    coherentizacindeun a poltica pa ra el bie ne star hu m an o (fsico,

    psquico y social), se tiende a reforzar las posiciones de los

    enfoques sociales de la medicina. Esto produce una alianza

    estratgica de Salud M ental con la medicina social, ba sad a en

    una identidad de objetivos, y sin medicalizar los problemas

    m enta les considerndolos como enfermedades. El nfasis pue s

    to en la salud an tes q ue en la enfermedad perm ite la realizacin

    de acciones conjuntas en la comun idad. Hemos de ocuparnos en

    el texto de la participacin del psicoanlisis en e sta recon sidera

    cin de la enfermed ad, tan to en m edicina como en Salu d M ental.Curiosamente la psiquiatra biologista, en retirada hace cin

    cuenta aos por el desarrollo de las polticas de Salud Mental,

    hace un retorno de su ideologa positivista por va de los

    psicofrmacos. T ra s el xito que iniciara L abo rit con su descu

    brimiento de la clorpromacina, del tratamiento de los estados

    afectivos de alg un as psicosis y depresione s, se h a "descubierto"

    que er a reditua ble la aplicacin de droga s a

    los

    estado s afectivos

    de la s pe rson as, con indep end enc ia de su valoracin p atolgica.

    Un artificio ms se agreg a la vida en la actual sociedad

    desarrollada. Millones de personas atenan sus ansiedades,

    provocan su sueo, alejan sus angustias, ingiriendo distintos

    psicofrmacos.

    17

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    El plan del libro

    Se propone bsicamente dos objetivos: un anlisis de las

    resp ue stas actu ales a los problemas de Salud M ental y la inter

    vencin del psicoanlisis en estas respuestas. Quiero hacer

    algunas puntuaciones que entiendo pueden ayudar a la lectura.

    Los distin tos m odos histricos en que se configuran las re s

    puestas asistenciales en Salud Mental no son comprensibles

    como desarrollos inte rno s de esta disciplina. Por el con trario, en

    el conjunto de determ inacion es que provocan sus reorde nam ien

    tos peridicos, los factores histrico-sociales, polticos, son esen

    ciales, aunque no exclusivos. Para comprender su constitucin

    actu al tuvim os qu e desech ar las nociones de progreso y de sarro

    llo, de los conocimientos en primer lugar, pero tambin de las

    prcticas te rap u ticas y los modelos de asistencia. Hemos em

    pren dido a s un a crtica histrica de los sucesivos reord ena m ien

    tosdelas resp ue stas disciplinarias a las enfermedades m enta les,

    lo que nos perm iti acceder a un a visin m s compleja de la red

    de determ inacio nes en qu e se deciden las orientaciones. A naliza

    mos as el modelo desplegado por Pinel, su desemboque en la

    configuracin positivista mdica de Kraepelin, los reordena

    m iento s que se efectan por la fenomenologaylos m ovimientos

    de Higiene M en tal, h a st a la configuracin de las actu ale s polti

    casdeSalud M ental. En este recorrido nos ha resultado claro que

    el mtodo d e crtica histrica es a la vez la ve rda de ra epistemo

    loga de la ps iqu iatra , ya que la comprensin de la co nstitucin

    de sus conceptos yelfuncionamiento de sus teo rasslo esposible

    con referen cia a los procesos histrico-sociales. Lo mismo h em os

    visualizado respecto del rostro ms denigrado de la psiqu iatra

    asilar: la exclusin/segregacin del loco y su custodia en los

    manicomios. La psiquiatr a se hace repres entan te y asume a su

    cargo fuerzas de exclusin del loco que an ida n en los sujetos, en

    la sociedad y en los pod eres del Estado. N os re su lta claro que la

    ideologa asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo

    mental, no es slo la del psiquiatra alienista, forma parte de la

    conciencia y el compo rtamiento social, y requie re p ar a su aboli

    cin definitiva ac tu ar sobre los conjuntos hu m an os y la s configu

    racion es de poder. Esto es clave ya que cu alquier poltica en Sa

    lud Mental que

    se

    proponga a lterna tivas a la institucin manico-

    mial, debe actuar simultneamente sobre el aparato estatal, la

    conciencia social espo nt nea

    y

    su produccin im ag ina ria, y

    el

    dis

    positivo psiquitrico-profesional.

    1 8

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    23/301

    Tam bin hem os observado que las determ inaciones histri

    cas sobre la configuracin de lo m en tal no se hac e de modo ho

    mogneo sobre todo el dispositivo psiquitrico. C iertos d esa rro

    llos tericos, por ejemplo,sehacen m s sensibles a las dom inan

    cias de la ideologa cientfca, se ace leran en el proceso hist rico ,

    a la vez que se hacen m s regresivas las prcticas o las in stitu

    ciones.T al sucede con la fenomenologa por ejemplo. Igu alm en te

    algunos movimientos de reforma transforman los dispositivos

    instituc ion ales, pero dejan en pie las teora s

    y

    prctica s que,

    o

    se

    m antien en co nstituyndose en un a fuerza conservadora, regre

    siva, o tom an rum bo s diferentes de los que propone la reforma

    instituc ion al. Algo as ocurri con los m ovim ientos de Higiene

    Mental de comienzos de siglo. Hemos entonces procedido a

    diferenciar, en el interior de la disciplina de lo mental, cinco

    elementos que nos parece mantienen una autonoma relat iva

    en tre s, tal como se observa en los sucesivos reo rde na m ien tos

    histricos. Estos son: la produccin de fragilidades subje tivas,

    configuracin hiet rica de poblaciones de riesgo, y existen cia de

    enfermos mentales; disciplinas encargadas de organizar los

    dispositivos sociales de respuesta a estas problemticas; los

    saberes que tra ta n de inteligir el dao m en tal y la construccin

    de teoras; las prc ticas tera pu ticas; las instituciones. E l con

    junto de estos aspectos permite comprender lo que llamo el

    Sistema de la Salud M ental, y posibilita desarro llar un modelo

    de an lis is pa ra la s distin tas configuraciones de las polticas de

    Salud Mental, en diversos momentos histricos. Es con este

    modelo de anlisis que abordamos los tres desarrollos ms

    importantes en las polticas de Salud Mental de este siglo: el

    sector en Francia, la psiquiatra comunitaria en EE. UU. y la

    desinstitucionalizacin en Italia.

    En el captulo 5 me propongo desarrollar el anlisis de las

    polticas actuales en S alud M ental, lo cual m e era esencial p ar a

    ubicar los lugares precisos de intervencin de las prcticas

    psicoanalticas. Paso revista a lo que entiendo ha sido y sigue

    siendo el factor ms importante en la determinacin del actual

    reordenamiento de Salud Mental, cual es la emergencia de

    nu eva s dem and as de atencin surgid as en el seno de un a crisis

    muy profunda en la configuracin de las actuales relaciones

    sociales y su im pacto en la subjetividad. La prd ida de lazos de

    solida ridad , la fra ctu ra en los vnculos sociales, la s m odificacio

    nes enlosorde nam ientos simblicosdelafam ilia, los cambios en

    19

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    los procesos de socializacin de los nios y en los modos de

    crianza, los profundos trastrocamientos de las relaciones de los

    sujetos con su cultura que imponen las migraciones internas y

    exte rnas, etc. , ha n gen erado u n n uevo tipo de subjetividad, qu e

    ser an alizad o en el texto como "sujeto paranoide ".

    Es necesario ade ntra rse en estas cuestiones pa ra com prender

    que ya no se tra ta del individuo pu esto en el lug ar de un objeto

    natural por su condicin de enfermo, como hizo la psiquiatra

    positivista.

    Las nu ev as polticas de Salu d M en tal definen al objeto de su

    intervencin

    como

    un "sujeto poltico", y esto, au n en su s comien

    zos,h a de im plicar un a transformacin muy profunda de lo que

    h as ta h ace poco se pen sab a como problem as de salud y enferme

    dad.

    Es te captulo deb a desemboc ar en el an lisis de las po lticas

    de Salud Mental en Argentina, tarea que inici y en la que

    espe raba hac er surg ir m s ntidam ente la fecundidad del mtodo

    crtico como herramienta de construccin de respuestas ms

    racionales y eficaces a los problemas que enfrentamos. Estoy

    convencido de que tod a crtica, p a ra s er ma teria lista , debe servir

    a la construccin de un a alt ern ativ a, a riesgo de conv ertirse en un

    intil juego de la razn. E l anlisis de la situacin arge ntina se

    hace dem asiado extenso pa ra ser incluido en este

    libro,

    po rloque

    resign su tratamiento, esperando concretarlo en un prximo

    libro.

    En cuanto al psicoanlisis hemos sealado su autonoma

    relativ a respecto de la configuracin del campo de Salu d M en tal,

    pero a la vez su perten en cia social a las prc ticas de la

    cura.

    Es ta

    auto nom a e st reflejada en el ttulo m ismo del libro. Desde e sta

    posicin, y siguiendo un camino que creemos inaug ur F reu dcon

    sus interpreta cione s sobre la cultura

    y

    la sociedad, trata rem os de

    fund am entar la pertine ncia de establecer im pensam iento psico-

    analtico sobreelconjuntodelos problem as hu m an os englobados

    en Salud Mental y las respuestas que la sociedad ha ofrecido y

    ofrece. Ya he dicho que el psicoa nlisis no recubre con su inte r

    vencin la totalidad de problem as de Salud M ental, ynodebe s er

    visto

    como

    una resp ue sta tota lizante que supla a la de la psiquia

    tra. Analizamos esa intervencin en tres niveles: en primer

    lugar en lo que el psicoanlisis aport desde siempre como

    intrprete actuante del fenmeno cultural y social, campo en el

    2

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    que se definen

    los

    problemas

    del

    bienestar hum ano y la enferme

    dad; segundo, como herramienta crtica fundamental para el

    an lisis in terno del dispositivo terico y prctico de la psiq uia

    tra y de las nue vas polticas de Salud Men tal; en terc er luga r,las prcticas de los psicoana listas en la s institucione s de e ste

    sector, y su contribucin a un nuevo tipo de lazo social.

    Lo primero nos llev a replantearnos las tesis freudianas

    sobre la cu ltura y la forma social, pa ra p roba r su vigencia en las

    nuevas configuraciones sociales. Visualizamos al respecto que

    los anlisis reudianos sobre las cuestiones de la verdad, su

    relacin con la histo ria y la concepcin del poder, se constitu yen

    en una herramienta terica fundamental para analizar las

    dem andas actuales que tra ta la Salud M ental . Pa ra a van zar en

    esta direccin hay que superar, y eso intento en el texto, los

    obstculos que interp one n

    los

    defensores

    de

    un a neu tral idad del

    psicoanlisis, supuesta exigencia de la ciencia, que no es ms

    que un a poltica de neutralizacin de sus enunc iado s; y la crti

    ca, sta de izquierda, que apuntando a una supuesta funcin

    ideolgica del psico an lisis enelcampo social, t iend e a ap art arl o

    de toda funcin transformadora en su interpretacin del fen

    meno hum ano . Dedico a am bas posiciones un ap arta do especial

    del primer captulo.

    Respecto de

    lo

    segundo, el psicoanlisis perm ite com prender

    las implicancias que para los sujetos y la sociedad tienen las

    resp ue stas p siquitricas y pedaggicas en Salud M ental. Ana li

    zo, siguiendo el sealamiento freudiano de las tres tareas no

    resolutivas (curar, educar, gobernar) las demandas en salud

    mental; la norma pedaggica y las demandas escolares; la

    demanda del Estado de estabilizar el tejido social por las

    respuestas disciplinarias. En cuanto a las polticas comunita

    rias, en tiendo que abre n u n espacio nuevo en el que la inte rp re

    tacin psic oan altica del lazo social y la produccin de sn tom as

    perm ite fundar con rigor prcticas pre ve ntiv as y de promocin

    en Salud Mental. Baste recordar, como ejemplo, que la teora

    segn la cual la apertura al dilogo con los otros, es decir, a la

    palabra,

    de los

    conflictos del sujeto, idea bas e de la s interv enc io

    nes com unitarias, es en su origen un a teora psicoanaltica de la

    resolucin del sntoma.

    En c uan to al terce r nivel, el de las pr ctica s psico ana lticas,

    es tem a del ltimo captulo. Cre necesario recu pe rar la m emo

    ria histric a sobre la participacin de los psic oa nalis tas en los

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    tratamientos en Salud Mental, hechos que parecen haber sido

    olvidados por muchos. Reseo as la creacin de la Policlnica

    Psicoanaltica de Berln, imp ulsada p or Freud m ismo. El respa l

    do de Freu d al grupo de Zurich que trabaja ba psicoanalticam en-

    te en la Clnica Psiquitrica de Burgholzli, sobre todo en las

    persona s de Max Eitingon, Han s Sachs, Karl Ab raha m , y otros.

    Igualm ente el trabajo de Sandor Ferenczi en la Ca sa de Salud de

    Bu dape st, y las luch as q ue, jun to a Hollos, Rag y Levy, desarro

    llaron desde el psicoanlisis por la abolicin de los hospitales

    psiquitricos d ura nte el gobierno de Bela Kun . A trav s de e sta s

    referencias y de las manifestaciones explcitas de Freud, es

    posible reconstruir algunas lneas de las primeras intervencio

    nes del psicoanlisis en los problem as de la salud m en tal .

    En la misma direccin recuerdo las intervenciones de los

    psicoana listas a rgen tinos, sobre todo de Enriqu e Pichn Riviere.

    A pa rt ir de esta his toria se t ra ta de fundar m s coherentem ente

    lo que llamo una poltica del psicoanlisis en Salud Mental,

    ex pre sad a de hecho en las diferentes inte rven cion es de los psico

    an alista s en este sector: trata m ien tos analticos en las institucio

    ne s psiquitricas, psicoanlisis de las institucion es y psicoanli

    sis instituc iona l, e intervencin en los ga bin ete s escolares, en el

    diseo de polticas y planificacin en S alud M en tal, en pre ven

    cin.

    Entiendo que el psicoanlisis existe en los psicoanalistas, y

    que stos intervienen en Salud Mental bajo diferentes formas,

    desde siempre. Se tr a ta de asu m ir en profundidad el sentido de

    esa intervencin, posibilitando doblemente pensar lo que estas

    interven cione s supon en p ar a el destino social del psicoa nlisis y

    el diseo de un a e strateg ia m s cohe rente y racional de accin en

    Sa lud M enta l desde el psicoan lisis. Sostengo la idea de que la s

    polticasdeSalud M ental y las de psicoanlisis noseproponen los

    mismos objetivos. Entiendo por polticas en cuanto a esto los

    modos orgnicos en que se responde desde una disciplina a un

    requ erim iento social, en su comp rensin co nceptualyen los actos

    concretos que se promueven para abordarlo. Mientras todo el

    dispositivo de Salud Mental est dispuesto para responder y

    estabilizar las demandas de la sociedad y el Estado respecto del

    sufrimiento psicolgico, el psicoan lisis tiend e a re ab rir inte rro

    gantes sobre estas demandas, a enriquecer un pensamiento

    sobre

    ellas,

    a devolver al sujeto su prop ia pal ab ra, su propio sa be r

    sobre el deseo y el dolor. Este es el modo en que el psico ana lista

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    se

    com prom ete con el sujeto en su padecim iento

    o

    en su riesgo de

    enfermar, y constituye en sus valores la tica que orienta su

    prctica.Noes por cierto ajeno a es ta ticaelensancharelplano

    dela curahaciend odelpsicoa nlisisuna em presa liberado ra del

    hom bre, tal como su fundador lo an he lara.

    Finalm ente quis iera agradecer a quienes de dis t intas m ane

    ra s ha n contribuido a las ideas de este libro. En prim er lu ga r, a

    m is pa cien tes, especialmen te a los del Hospital Psiquitrico de

    Rosario, quienes ad em s de sostener el ejercicio de mi pr ctica

    y la adquisicin de mi experiencia, mucho me ens e aro n sobre

    la vida. Los m ltiples dilogos con ellos estn reflejados en la s

    reflexiones del texto.

    A mis amigos del Foro Psicoanaltico, con quienes hemos

    debatido y comp artido va rios de los tem as de este libro: Be atriz

    Grunfeld, L uis H orste in, Ju lio M aro tta, Aldo M elillo, Grervasio

    Pa z, Rafael P az, Dora Rom anos y Gilberto Simoe s. Tam bin a

    Ricardo Avemburg, Gilberte Gilou de Garca R eynoso, F e m an

    doUlloa, Silvia Bleichm ar, cuyas

    ideas,

    en dilogos del

    Foro,

    m e

    ha n sido de gran valor pa ra pen sar estos tem as.

    Por ltim o, amiamigo Va lentn Ba renblit, cuya se nsibilidadpara el sufrimiento humano, su ingeniosidad para la accin

    prctica y su rico pensam iento, estim ulan desde hace a o s mi

    reflexin sobre los problem as de Salu d M ental y psicoa nlisis,

    temas estrechamente ligados a su nombre.

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    SANTIAGO S. Y LA INSTITUCIN PSIQUITRICA

    Santiago est internado en el Hospital Psiquitrico R. por

    orden judicial. F ue llevado por la polica, que lo m an ten a dete

    nido desde hac a un as sem anas. H aba agredido con un m artillo

    de albailera a un compaero de trabajo, provocndole una

    lesin no grave. En este ataqu e no hab an m ediado circu nstan

    cias prev ias que lo justificaran. San tiago, sereno de u n a ob ra en

    construccin, se abalanz sobre su compaero cuando ste

    ing resa ba a l trabajo, insultndo lo y golpendolo. Fu e contenido

    por otros compaeros, que no se explicaban la excitacin de

    Santiago ni comprendan las acusaciones e insultos que les

    diriga. Fin alm ente llamaron a la polica. Cuando veo a San tia

    go,

    hab an transc urrid o tre s meses de este episodioym s de dos

    de su intern aci n. E n la historia clnica, realiz ad a a su ingreso ,

    se relataba este episodio y lo que el paciente haba construido

    por entoncescomorazones de su proceder. Acusaba a l compae

    ro de ser el cabecilla de un grupo qu e lo ased iaba con eptetos de

    "cornudo" y "maricn", proferidos verb alm ente du ra nt e

    el

    t raba

    jo (alucinaciones verbales) y tambin en inscripciones en las

    paredesdela ob ray otra s seales que slol,sereno de la m isma,

    poda ver

    de

    noche cuando todos se retirab an y que desaparecan

    al llegar el da. En la historia se se ala a su ingreso "un estado

    catatonoide, con negativismo relativo", ya que aceptaba las

    indicaciones que se le realizaron durante las entrevistas de

    admisin. Ya en la sala, toma la medicacin y no rechaza al

    mdico que lo visita. Consta un diagnstico de "esquizofrenia

    paranoide", y se le ha ban practicado, adem s de tranq uilizan

    tes e hipnticos que sigue tomando, seis electrochoques, el

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    ltimo hace ya m s de un m es al mom ento de mi encuentro con

    l. Durante nuestra primera entrevis ta se mostr como una

    persona am able , bien disp ues ta a recibirme , aun qu e no fue fcil

    en tra r en dilogo con

    l ,

    ya que gua rd ab a largos silencios. En ese

    tiempo colaboraba en la distribucin de la comida a los otros

    internos, en algunas tareas de la sala y tena permiso para

    salidas, que en general eran breves y poco frecuentes. Pareca

    evidente que no deseaba m arch arse del hosp ital,

    slo

    hab laba de

    su salida pa ra realiza r algn corto paseo a com prar

    cigarrillos.

    Se

    poda dialogar c ordialm ente de la s cosas de su vida en el hosp ital,

    pero gua rda ba silencio cuando le pre gu ntab a sobre su futuro o

    sus proyectos m s cercanos. En otros m om entos, al pre gu ntarle

    sobre las razones de su internacin, me deca que ya lo haba

    contado, que la polica sab a, y sola lev an tar se e irse dan do po r

    terminad a la entrevis ta . Vi a Santiago d ura nte nueve m eses, en

    general dos o tres veces por seman a d ura nte t re int a a cu aren ta

    minutos . Las entrevis tas

    se

    hicieron m s frecuentes en el ltimo

    mes,

    con m s tiempo de duracin, poca en la que tom algu nas

    no tas sobre el trata m ien to. H an p asado ya m s de diecisis aos

    de estas en trevista s, dej

    de

    verlo en1972 .Es con esas n otas, que

    conservo, que construyo este re lato.

    Santiago naci en Entre Ros, en una estancia. Su madre

    trabajaba all de cocinera. Su pad re, deca su m ad re, era un pen

    con quien ella vivi durante algunos aos en ese lugar. Pero l

    siempre pens que era un capataz, viejo muy carioso con l

    cuandochicoy de quien su ma dre habl siem pre con ternu ra. El

    paciente se lo haba preguntado a su madre, pero sta slo

    responda

    con

    reprensiones; nun ca

    lo

    neg. Su s recuerdos

    de

    este

    hom bre son tiern os, sala con l a caballo, alg un a vez lo llev al

    pueblo en la cha ta. Cu enta que fue la m ue rte de este hom bre lo

    que motiv que abandonara con su madre la estancia cuando

    ten a ocho aos. Pas a vivir entonces con u n a t a y su esposo en

    un a ciudad del interior. Su m ad re se emple de domstica y l

    a3rudaba a suto.Slo recue rda de ese tiempo que e xtra ab a a su

    m adre y el campo, y que sola du da r de la m ue rte del capataz,

    imaginando que retom aba n a la estancia.

    "Bueno.. . yo saba que ha ba m ue rto, hub o un v elatorio en el

    pueblo. . . no me llevaron, estaban todos tristes. . . pero no s. . .

    pen saba que me poda ha be r equivocado.. . y. . . en u na de esas lo

    encontraba. . . era bueno. . ."

    Cuando Santiago ten a diez aos su m ad re qued em baraz ada

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    y fueron a vivir

    con el

    compaero

    de

    su madre, un hombre mayo r,

    viudo, polica, de mal carcter. Nunca se llev bien con l.

    C ue nta que sola em bo rrach arse y exigirle a l que

    lo

    a ten diera ,

    que fuera a com prarle bebida.Loodiaba y le tena inten so miedo.

    Cua ndo naci su he rm an a las cosas empeoraron. Sola pegarle

    a su m adre "por cualquier

    cosa",

    y a l tambin: "me pegab a pa ra

    mandarme, porque s . . ." En ese tiempo pas a cuidar de su

    he rm an a, que a n no cam inaba, l levndola siempre con l, por

    miedo tambin a que llo rara cuando estaba "el viudo" porque se

    enojaba y le pegab a a la m ad re. La s llegadas de este hom bre a

    la casa eran especialmente temidas. Santiago lo esperaba pre

    parad o p ar a hu ir si l legaba borracho, en general con su h erm a-

    ni ta , a casa de la ta con la que hab an vivido.Norecuerda n ad a

    de la s reacciones de su m ad re frente a estas escena s; la t a sola

    decir que era ella la culpable por agua ntarlo.

    Desde los doceotrece a os Santiago comenz a escap arse de

    la casa. Deambulaba por la ciudad, haca algunos trabajos de

    cadete. Por entonces su mad reloanot en una escuela no cturn a

    pa ra que apre nd iera a leer y escribir . Nunca hab a ido an te s a

    una escuela, aunque dice que haba aprendido solo a leer

    "algu nas cosas". D ur an te el ao que fue a la escuela de noche y

    t rabajabadeda,comenz a im agin arcmoescapardeesta c asa,

    l levndose a su he rm an a.

    No

    recuerda por qu circunstancias se

    produjo u na p elea

    con

    su p ad ras tro , ste le dijo que

    lo

    iba a poner

    preso, y Santiago decidi entonces irse a la Cap ital. Lleg a sta

    a los quince a os, con la direccin d e un amigo con quien ha b a

    trabajad o an tes . Desde entonce s no volvi a ver a su ma dr e ni a

    su he rm an a. Cu enta que un a t a, herm ana de su madre, vive en

    esta ciudad y l ten a a no tad a u na direccin cuando lleg, pero

    nunca logr encontrarla. No tiene recuerdos muy precisos de

    cmo vivi su adolescencia en n ue str a ciudad. Fue apre nd iend o

    el oficio de a lba il con un h om bre , mayor que l, al qu e conoci

    en un a pensin, quien era de un pueblo cercano a la esta nc ia en

    que Santiago naci. Esta coincidencia lo llev a una amistad

    muy qu erida por l. Dura nte el t iempo de nu estra s entrevis tas

    iba a visitarlo al hospital con frecuencia, y se interesaba en la

    curacin de Santiago. Posteriormente nos ayud a buscarle

    trabajo cuando tratamos que se extemara.

    En la pensin en dond e viva, Sa ntiag o conoci a Elsa , quien

    trabajaba all de mucama. El tena unos veinte aos y ella

    diecisiete. Elsa haba llegado a la ciudad desde un pueblo de

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    Santiago del Estero, donde an viva su familia, y tena dos

    primas que haban llegado con ella y trabajaban tambin en

    servicio domstico. Los domingos solan salir los cua tro jun to s.

    Enpocotiemp o Elsa y Santiag o fueron a vivir jun to s, en un a casa

    que Sa ntiago arm en u na villa de emergencia en la que vivan

    dos com paeros de trabajo. Los dos conservaban sus trabajos y

    pudieron co m pra run te rren o en las afueras de la ciudad, enelque

    com enzaron a co nstruir im a casita en los fines de sem an a. Sola

    ayu darlo s "el com padre", un com paero de trabajo de San tiago ,

    mayor quel ,y que saba m sdeconstrucciones. C ue nta q ue esos

    fines de sem ana era n pa ra l m uy alegres. Se ju nta ba n con la s

    prim as de Elsa y "el compadre" en el terren ito, trabaja ban en la

    casa, y hacan im asado para todos. Por entonces Elsa qued

    em bara zad a y naci una ni a, a quien Santiagolepusoelnom bre

    de su he rm an a. Como Elsa tuvo que dejar un tiempo su trabajo,

    ya no podan con tinuar la obra y los fines de sem ana Santiago

    comenz a tom ar, vino o gine bra, en a bim danc ia. D ice l que la

    bebida lo pona tonto, lo haca poner agresivo con Elsa y el

    com padre. "Alguna vez llegu a peg arle, pero era la bebid a.. ." L as

    pr imas yanoiban a verlos y tamb in el com padresefue alejando.

    Cu ando su hija ten a seis m eses se enferm con dia rre a y mu ri

    a los cuatro das, a pocas ho ras de ser intern ad a en el hosp ital . A

    par t i rdeentonces beba con m sfi*ecuenciaeintens ida d. Dej de

    interesarle la construccin de su casa, comenz a faltar a su

    trabajo p ara queda rse tomando en la villa. Tuvo problemas con

    la polica por peleas con vecinos, cuando to m aba m ucho.

    Haban transcurrido tres meses desde la muerte de la nia

    cuando Santiago sufri un accidente. Se cay de un andamio de

    la obra, desde ocho metros, y qued inconsciente, no recuerda

    cu nto tiempo pero cree que varios

    das.

    Tam bin se produjo u n a

    frac tura en el fmur y otra en la mu eca, por lo que perm aneci

    en cama y enyesado mucho tiempo. La muerte de su hija y el

    accidente marcan un giro importante en la vida de nuestro

    paciente.

    Su mujer trabajaba durante el da y retomaba a la noche.

    Santiago, que no poda movilizarse, la esperaba con ansiedad,

    alcoholizado. "Era la bebida, no s si era cierto, pero yo pe nsa ba

    que me enga aba , que ten a otro

    t ipo. . .

    yo no serva pa ra na da . . .est ab a a ton tad o. .." Pa rece que los celos, en el comienzo, surgie

    ron porque ella "se arreglaba especialmente", o porque un da

    regresaba tardeydesarreglad a. Se desprende de su relato que le

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    haca escenas violentas, que la acu sab a de enga arlo y de ha be r

    dejado m orir a la ne na. Creo que San tiago viva aterrorizado de

    que Elsa no volviera, que lo aba nd on ara , y es probable q ue algo

    de estos sentimientos se realiz aran en las escenas en las que la

    acusaba de la muerte de la hija. Finalmente, un da Elsa no

    retorn, como Santiago tema, y esp eraba haca tiemp o. Algn

    vecino de la villa fue a decirle que Elsa ped a que le m an da ra n

    su ropa, que no quera verlo m s. Son un tan to borrosos, a veces

    contradictorios, sus relatos de esta poca. En alg n m om ento m e

    cuen ta q ue l le dej la ca sa con todo. Otr as veces que le ma nd

    su ropa,

    y el

    sigui viviendo all solo. R ecu erda que

    el

    com padre"

    vena a verlo algu na s veces, y que le comen taba que hab a visto

    a Elsayque sta iba a volversil volva a ser el de ante s. Cu and o

    se repuso de su pierna este amigo le consigui un trabajo de

    sereno en u na obra, en la que l era cap ataz . All vivi los m eses

    anteriores a su ingreso al hospital.

    Fu e en ese empleo que comenz a incu barse

    lo

    que provoc su

    internacin. Dice que recordaba m ucho a su m adr e y a su he r

    m an a, a quien con frecuencia confunda con su hija m ue rta. Por

    mom entos crea que tambin su he rm an a haba m uerto. Deam

    bu laba por la obra, insom ne, du ra nt e la s noches, y slo dorm a

    demad rugada . El compadre queloha b a llevado all, dej un da

    su empleo y no lo volvi a ver. Al principio le extra que no se

    hu bier a despedido de l, que le hu bie ra m and ado decir por otro

    compaero que cambiaba de trabajo. M s tard e, no pudo expli

    carme cmo,

    dice

    hab erse entera do de que el compadre viva con

    Elsa, su ex mujer. Nada haba hecho para confirmar esta

    situacin, pero se mostraba convencido de que era cierta. Se

    senta enga ado y comenzaba a reco nstruir recuerdos de esce

    na s vividas con Elsa y el compadre en la s que hallab a un nuevo

    sentido y descubra que "seguramente" lo haban engaado

    desde antes. Tambin comenz a pensar que podan haber

    tramado juntos la muerte de su hi ja, aunque cuando me lo

    cuenta se averg enza de pensarlo y rpid am ente dice que era n

    "ton teras" que se le ocu rran, culpando a la beb ida. Sin e m bar

    go,repite con frecuencia que ellos ha n "m uerto p ar a m ", que no

    quiere verlos m s, con lo cual la mu er teloman tiene atado a esta

    historia de prdidas en la que la hija y su hermana ocupan el

    centro.

    En las noches que deam bulaba por la obra

    dice

    que encontra

    ba se as del comp adre,otram pa s pa ra que se cayera, porloque

    29

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    pensaba, an sigue creyndolo, que el compadre segua estando

    en la obra a un qu e l no lo viera. Las s e as, dice, eran inscripcio

    ne s en las pa red es, qu e lo aludan en su condicin de "cornudo" o

    "maricn". Otras se trataba de tirantes cruzados de determinada m an er a, o ladrillos pue stos en luga res que podan provocarle

    un a cada en la noche. Sin embargo, no pensaba que el compadre

    quisiera m atar lo, sino slo bu rlarse del .An te la pregun ta de por

    qu poda que rer bu rlarse , sola decirme que "alomejor" era p ar a

    que no fuera m s tonto , p ar a que su piera ser m s desconfiado y

    "apren diera a ver"cmoes la gente. La misma razn tendra pa ra

    contarle alosdem s com paeros de la obra del robo de su esposa,

    pa ra hum illarlo y ensearle. P ara ense arle a no "perder m s con

    una mujer" (expresin popular entrerriana para nombrar la

    separacin). Otras veces me dice que el compadre lo someta a

    "prue bas ter rible s" dejndole e sas cosas que podan provocar su

    cada al vaco, y que cada noche era para l un desafo. En el

    ltimo tiempo antes de su internacin estas ideas se fueron

    extend iendo a los de m s com paeros de la obra. Perciba que le

    hacan determinadas seas de "cornudo" o se burlaban comen

    tan do e n tre ellos sobre alguien "maricn". El no traba jaba en la

    construccin, fuera de su pu esto

    de

    sereno, ya que an

    no

    se haba

    repuesto de las fracturas, pero pre pa rab a las cosas de la comida

    al medioda p a ra los obreros, hac a la s com pras, etc., con lo que

    se sen ta m s ex puesto a la burla y al escarnio. Fue tmo de estos

    com paeros, al que sab a amigo del comp adre, al que atac con un

    martillo pensando que era el "cabecilla" de las humillaciones y

    bu rlas. No da m s razone s. Piensa que los celos lo enfermaron

    jun to a la beb ida, "como a cualqu iera a qu ien el comp adre en ga a

    con su m ujer". A veces dice que con la bebida estab a aton tado y

    que muchos recuerdo s no sabe si ocurrieron realm ente.

    Dej de ver a San tiago en

    1972.

    Por entonces evalubam os en

    la sala, que estaba en condiciones de dejar el hospital. Pero la

    externacin se presentaba difcil: no tena familiares, el nico

    amigo que conocamos colaboraba en la bsq ued a

    de

    trabajo, pero

    no poda ayudarlo con su alojamiento y manutencin. No te na

    familia, ni vivienda , ni trabajo, pero ade m s se m ostrab a preocu-

    pantemente adaptado al hospital y lleg a acusarme de que yo

    tam bin qu era a ban don arlo cuand o l no se senta del todo bien,

    refirindose a su pier na fracturada . Desech va rias pro pue stas

    de trabajo que le hicimos, aun con la posibilidad de que poda ir

    a dorm ir al hosp ital por las no ches, ya que,, sea laba , no iba a

    3

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    decir a otros que l viva en "el loquero". A veces nos deca qu e

    no nos preoc up ram os m s , que l se iba a ir solo en cu alqu ier

    mo mento. Estb am os en cierto

    modo

    a t rapados : nos asus ta ba su

    desamparo ylosriesgos psquicos de un a exposicin dire cta a su

    real idad en la vida, pero tambin nos inquietaba su perm an en

    cia en el hospital por otras razones. No podra decir, an hoy,

    cunto perdu raba de su enfermedad. No m ostrab a por entonc es

    ning un a seal de sus ideas delirantes, y hab a podido elab orar

    ba stan te del encadenam iento de prdidas que era su his toria .

    Toda la situacin en aquel momento estaba dominada entera

    m ente por su intenso d esam paro. En estas condiciones dej de

    verlo y saber de l.

    Recobr la historia de Santiago hace poco tiempo, quince

    aos despus. Me haban invitado a una s Jo m ad as sobre psico

    sis en un a C oloniadelinterio r delpas .All es t intern ado aho ra

    Santiago . Me sent confundido, en p arte avergonzado, en p ar te

    culpable de verlo all. Nunca fue extemado desde el tiempo de

    nuestras entrevis tas; en un reordenamiento del Hospital Psi

    quitrico en el que esta ba , y considerndolo enferm o crnico y

    sin familia, lo haban trasladado a esta Colonia, seguramente

    pa ra s iempre. Ten a24aos cuando ingres, ahora tiene

    40.

    Slo

    convers con l un rato, de su vida en estos aos, de algn

    recuerdo de su historia , de su hija m ue rta. Salvo el aton tam ien

    to , del que sigue hablando, no encontr nada en l que me

    perm ita decir que est enfermo. S u enfermedad es la hospitali

    zacin misma.

    Uno de cada mil ha bita nte s del pas est intern ad o en algn

    establecimiento psiquitrico. L a mita ddeellos son considerad os

    crnicos. Las historias singu lares de estas person as segu ram en

    te repre senta n tam bin , como en San tiago, algn d ram a de sus

    vidas.

    Es posible vincula r los pade cim ientos de es ta s pers on as con

    sus fragilidades psqu icas, pero esto no recu bre el problem a que

    tenemos planteado con el internamiento. Santiago tiene un

    vnculo frgil con el m un do ; el repliegue sobre s mismo , que fue

    nombrado "catatonoide" en los comienzos de su enfermedad,

    perd ura en

    vin

    des inte rs manifiesto por todo

    lo

    qu e

    lo

    rodea. No

    obstante record mi nom bre y vino a mi en cuen tro. Padece sinduda de un dao en su pensamiento en tanto es con el pensa

    miento que se vincula con su historia. El hab la de "atontam ien

    to", nos lo advierte para que no sigamos indagando en sus

    3 1

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    he rida s. El ap are nte o real sometimiento a las condiciones del

    Hospicio, que parecen expresar una adaptacin francamente

    patolgica, la desconfianza a todo ofrecimiento de interlocucin

    o vnculo que rea bra sus problemas de desam paro, m ue stran un

    abandono de toda lucha por ha bi tar otro mundo que no sea se,

    y parecen explicar su prolongado intemamiento. Sin duda,

    muestra una resignacin para aceptar su situacin que nos

    asom bra. No dudam os de que Santiago , en tanto sujeto psiquia-

    trizado, ya no puede de spren der los problemas qu e lo aquejaron,

    o siguen aquejndolo, de su condicin de institucionalizado . S u

    vida pasa da y a no es separable de la institucin psiquitrica y

    sta es a lavezla que configura la tota lidad del sentido de su ser.

    No creemos que el conjunto de vicisitude s peno sas de su vida y el

    estallido de su psicosis expliquen su psiquiatrizacin actua l. Si

    en todo caso aceptam os llam ar enfermedad a sus padecimientos,

    la relacin institucio nal que propone la psiq uia tra e st lejos de

    perm it ir su

    curacin.

    En todo

    caso

    la solucin psiqu itrica m isma

    es patolgica.

    La psicosis de Sa ntiag o, creemos, tampoco es sepa rable de las

    condiciones de vida previas a su emergencia. Sin embargo, la

    solucin psiqu itrica co nsiste en sep ara rlas siem pre. Esto perm i

    te a la sociedad ocu ltar la cualidad pat gen a de ciertos aspectos

    de la vida social y neg ar en un mismo plan o que no hay lugar en

    ella pa ra los que fracasan o se m arg ina n. Se siente a s aliviada

    por lo que exp ulsa y seg rega bajo el rtulo de enfermo.

    El dispositivo ac tua l de Salud M enta l significa u n cambio de

    poltica respecto de la psiquiatra, aunque deba comprenderse

    hoy como un proceso de transicin. Se trata de devolver a cada

    uno de los protag onistas su propia responsabilidad: al Estado en

    su funcin de prese rvar las formas m s hu m an as de solidaridad

    social; a la sociedad a travs de los grupos comunitarios para

    hacer efectivo el compromiso solidario con los que fracasan o

    enferman; a la familia como elemento esencial productor de

    seguridad psquica o enfermedad; al individuo para la asuncin

    respo nsab le de su destino . Esto requ iere de un cambio profundo

    en las formas de pensamiento de todos y cada uno de estos

    protag onistas sobre la salud y la enfermedad m en tal .

    Fina lm ente , Santiago mismo h a en contrado en su condicin

    de loco institucionalizado una identidad que lo exime de un

    tormento que ya no soportaba. Su solucin es patolgica, sin

    dudas. Este Ubro pretende desentraar la patologa de las res-

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    puestas que la sociedad, y especialmente la psiquiatra, han

    producido, pa ra inte nta r pens ar un camino alternativo de ate n

    cin colectiva de los problemas mentales que no resigne las

    exigencias ticas de libertad y solidaridad. Encontramos en el

    psicoanlisis referencias clave para orientarnos en esta direc

    cin.

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    1. EL PSICOANLISIS Y LA SALUD MENTA L

    "El concepto de desce ntram iento , en su rigor terico, po rta a

    la

    vez

    la me tfora m ate riali sta de la imposibilidad de un centro,

    y el hueco sin fn sobre el que las ideologas hacen su investi

    miento".^ De este modo E. Roudinesco adv ierte sobre la tend en

    cia, inhere nte a la subjetividad h um an a, a recha zar toda teo ra

    que descentre la conciencia. Freu d lo advirti tem pr an am en te,

    y encon tr en ello u n a de las ma yores resisten cias al psicoanlisis. De las tres heridas narcissticas infligidas al hombre^

    (respecto de la relacin con la naturaleza, con la especie y con

    sigo mism o), es es ta ltim a la que ha abierto, y sigue p roducien

    do, las sucesivas distorsiones del psicoanlisis. El descentra

    miento del sujeto respecto de s mismo indica el lugar del

    inconsciente, abriendo a la pa lab ra hu m an a "la otra escena", en

    la que la fantasa enc uen tra su lugar.

    Todava ha y resistencia s al psicoanlisis? C onsiderand o su

    presen cia en toda s las manifestaciones de la cu ltura , el trabajo

    intelectual y hasta el lenguaje cotidiano de grandes sectores

    sociales, parece desm entirse esa

    idea.

    Con frecuencia sur ge otro

    modo de ver las cosas: la resistencia est en esa misma exten

    sin, se la neutraliza absorbindola en lo establecido. Ambas

    posiciones tienden a ver al psicoanlisis como un producto

    exterior a la cultura y a la sociedad, y encuentran en esta

    extraterritorialidad las ga ran tas de preservacin de su poten-

    1 .

    Elizabeth Roudinesco, Pour une politique de la psychanalyse, Pars,

    Maspero, 1977.

    2.

    S. Freud, "Una dificultad del psicoanlisis", O.C., Biblioteca Nueva,

    Madrid, 1 967, t . II .

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    cialidad crtica. Se espera as del psicoanlisis que aquello que

    enuncia tenga la cualidad de una denuncia, de un enfrentar

    sorpresivo a

    los

    otros"

    con

    aquello q ue

    los

    afecta

    y no

    quieren ver.

    Las sealesdeesta s resistencias parecen indicarnos que estamos

    en el buen camino, que no nos ha n rodeado, que no nos hem os

    confundido con "ellos".

    Es necesario mirar desde otra perspectiva. Creemos que los

    pensamientos crticos, y el psicoanlisis es uno de ellos, se

    producen en el seno mismo de lo que vienen a transformar. El

    psicoanlisis es un producto de la c ultura y Freu d u n hom bre de

    su tiempo . Pero un pen sam iento crtico no es esttico, no se agota

    en la denuncia, opera en tanto las condiciones que dieron lugar

    a su surgimiento se mantienen. Para el psicoanlisis el sujeto y

    la sociedad que constituye son esenc ialme nte e str uc tu ra s dividi

    da s de conflicto, en ese sentido irredu ctibles a toda adap tacin o

    equilibrio. Se tr a ta de establecer los modos, las po sibilidades, de

    que en el seno de una estructura as concebida se produzcan

    valores individuales y sociales de bienestar, de felicidad, de

    atenuacin del sufrimiento.

    La sociedad actu al ya

    no

    es com prensible como totalida d. Hay

    un a fragm entacin creciente en todos losplanos:en la vida social

    misma, tal como es vivida por los conjuntos humanos; en las

    teoras que deben definir objetos especficos; en las disciplinas

    (no puede hab larse m s de

    una

    sociologa);en las prctica s. No

    vacilamos en situar a la Salud Mental como una disciplina del

    campo socio-poltico. Esto modifica la referencia a la medicina

    como ciencia objetiva. La problematiza, ya que se requiere del

    ad itam ento "social" pa ra qu e la m edicina se as um a en su funcin

    de poltica sobre el hom bre y su bie ne star. Con este ad itam en to,

    la Salud Mental forma parte de las polticas de Salud. Una

    intervencin en Salud Mental, en la direccin que nos plantea

    mos,

    requiere de un a comprensin de los procesos sociales y su

    regulacin, pa ra enten der a n ue stra disciplina como uno de sus

    aspectos. Es en relacin con este anlisis de lo social como

    t ra ta remos

    de

    visualiza r la intervencin del psicoa nlisis, que no

    podra comprenderse por la comparacin de las teoras o las

    tcnicas solamente.

    Loque enelplano social se ocu ltay se disimu la es la existencia

    de la dominacin (de un a p ar te de la sociedad sobre otra , de un

    individuo sobre otro) y de poder (sus formas de ejercicio y

    distribucin). Fre ud nos m ue str a a la cu ltur a, en su forma social,

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    como co ntrato

    y

    regulacin de es tas dim ensiones de dom inacin

    y poder, desde la perspectiva del sentimiento inconsciente de

    culp abilidad y la ag resivida d. E l pode r en el campo social, como

    la sex ualidad en lo psquico, es lo reprimido -que-est-en-toda s-

    pa rte s. La creciente fragmentacin de la vida socialyel pap el de

    las disciplinas como fundadoras de consenso, no ha n hecho m s

    que acentuar el ocultamiento de las relaciones de poder en el

    tejido social.

    U na disciplina como Salud M ental, que encu en tra sus cono

    cimientos en la doble vertiente de la sociologa y la psicologa

    (incluyo al psicoanlisis), se encuentra de inmediato con el

    problem a de los lm ites. Lo social ylopsicolgico ju st am en te no

    se prestan con facilidad a la fragmentacin, ya que recubren

    todos los aspectos de la vida humana.^ De all la tentativa de

    expandir los lmites a todos los planos de subjetivacin o su

    contrario, limitar a lo considerado psquicamente patolgico,

    diferenciado. En segundo lugar, se habla en Salud Mental de

    "una sociedad", "una comunidad", como si se tratara de algo

    homogneo, sin tener en cuenta su constitucin dividida en

    clas es sociales, en conflictos de generacin (padres-hijos), en la s

    cu ltura s, etc. En tercer lugar, hay u na diferenciacin de caracterstica s poblacionales: sociedad urban a/rura l, m argina l/esta

    ble, etc. Estos tres niveles (impregnacin