Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paidós
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5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids
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PSICOANLISIS Y SALUD MENTAL
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Biboteca de PSICOLOGA PROFUNDA
2.
A. Freud Psicoa^isis del desarrollo
delnioy deladolescente
4.
A. Freud -Psicoanlisis del jardn de
infantes
y la
educacin
del nio
6. C. G. Jung
La
psicologa de la trans
ferencia
7. C. O. Jung -Smbolos de transform a
cin
8. A.^read-El
psicoanlisis y la crianza
del nio
9. A. Freud El psicoanlisis iirfanlil y la
clnica
12. C. G. Jung - La interpretacin de la
naturalezay la psique
13 .
W. R. Bion
Atencineinterpretacin
14. C. G. Jung Arquetaos einconsciente
colectivo
15.
A. Freud -Neurosis y sintomatologa
infarail
16.
CG.Z\m -Forrrmciones
de lo incons
ciente
17.
L. Grinberg -
Identidady cambio
20. A. Garma-Psicoanlisis de los sueos
21.
O. Fenichel -Teorapsicoanaltica de
las neurosis
22.
Mane Langer -
Maternidad
y sexo
24.
Hanna Segal -
Introduccina la obra
de M elanie Klein
25.
W. R. Bion -
Aprendiendode la expe
riencia
29. C.G. Jungi Psicologa ysimblicadel
arquetipo
30.
A. Ganna -
Nuevas aportaciones al
psicoanlisis de los sueos
3 1 . Anninda Aberastury -Aportaciones al
psicoanlisis de nios
32. A. Garnia - El psicoanlisis. Teora,
clnica y tcnica
33.
R. W. White-El yo y la realidadenla
teora psicoanaltica
35.
W. Reich -
Lafuncindel orgasmo
36. J. Bleger -Simbiosisyambigedad
3 7 .
J. Sandler, Ch. Dare y A. Holder -
E l
paciente y el anlisis
40 .
Anna Freud -
Normalidad y patologa
en la niez
42.
S. Leclaire y J.D.N asio-)sen/noca-
rar loreal.El objetoenpsicoanlisis
44 .
I. Berenstein -
F amilia y enfernwdad
mental
45.
I. Berenstein -
El complejo de Edipo.
Estructuraysignificacin
48.
J. Bowlby -Elvnculoafectivo
49.
I. Bowlby -L a separacin afectiva
50.
J.Bowlhy-Laprdidaqfectiva.Tris-
teia y depresin
5 1 .
E . H. Ro l la-fa mi / ia y perona/ i iad
56. I. Berenstein -Psicoanlisis y semi
tica de los
sueos
57.
Anna Freud -
Estudios psicoanalti-
cos
59. O.KemhtTg-La teora de las relacio
nes objtales y el psicoan lisis clnico
60.
M. Sami-Ali -
C^uerpo real
cuerpo
imaginario \
ai. W.R.Bion-Seminarios de psicoan
lisis
6 3 .
J. Chasseguet-Smirgel -Los caminos
del ani-Edipo
64. G.Groddeck.-Lasprimeras32confe
rencias psicoanalUicas para
enfer
mos
65.
M. A. Matloon -
El anlisis unguiano
de los sueos
66 .
D. Poulkes -
Gramticade lossueos
67 .
AtmaF icnd-El yo y los mecanism os
de defensa
68 .
Heinz Kohut
La restauracin
del s-
mismo
69 . R. Fliess (comp.), W . Reich y otros -
EscritospsicoanalOicosfudamenta-
les
70.
Georges Amado -
Del nio al adulto.
El psicoanlisis y el ser
7 1 .
Jean GuiUaumin-Los sueos y el yo.
Ruptura,continuidad creacin en la
vida psquica
72 . I. Berenstein -Psicoanlisis de la es
tructura familiar
73.
M. A. Mauas Paradojas
psicoanal-
ticas
74.
N. Yampey -Psicoanlisis de lacul
tura
75 .
C. M. Menegazzo -
Magia, mito y
psicodrama
76. L. Grinberg Psicoanlisis. Aspectos
tericos y clnicos
TI. D. J. eldfogel y A. B. Zimerman
(comps.) -Elpsiquismodel nio en
fermo orgnico
(contma
al final del libro
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5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids
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Emiliano Calende
PSICOANLISIS Y
SALUD MENTAL
Para una
crtica
de la
razn psiquitrica
Prlogo del Profesor
Valentn
Barenblit
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5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids
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la. edicin,
1990
Cubierta de Gustavo Macri
Impreso en la A rgentina - Printed in A rgentina
Queda hecho el depsito que previene la ley 11723
La reproduccin totaloparcial decsle
libro,
en cualquier fonna que sea, idnticaomodificada,
escrita
amquina,
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el
sistema "multigraph", mimegrafo, impreso,
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fotocopia, fotodupli-
cacin,etc.,no autoiizada porloseditores, viola derechos reservados. Cualquier utilizacin
debe ser previamente solicitada.
Copyright de todas las ediciones en castellano by
Editorial Paids SAICF
Defensa 599, Buenos Aires
Ediciones Paids Ibrica SA
Mariano Cub, 92, Barcelona
Editorial Paids Mexicana SA
Guanajuato 202, Mxico
ISBN 950 -12 - 4139 - 4
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NDICE
Prlogo por el
Prof.
Valentn Ba renb lit I
Introduccin 9
Santiago S. y la institucin psiqu itrica 25
1. EL PSICOAN LISIS Y LA SALUD MENTAL 3 5
El psicoan lisis en la cu ltura y la forma social 41
La verd ad y el poder: u n a poltica
del psicoanlisis 5 5
La neu tralidad del psicoanlisis 61
El psicoanlisis y la de m an da social 65
Las crticas a la funcin social del psicoanlisis 72
2.
EL SISTEMA DE LA SALUD MENTAL 79
Las formas histricas del dao m enta l 82
Las disciplinas 85
Te oras y saberes 88
Las prcticas terap uticas 102
Las instituciones 107
3 . HISTORIA CRITICA: DE LA PSIQUIATR A
POSITIVISTA
A
LAS POLTICA S
DE SALUD MENTAL 121
El nacim iento poltico de la ps iqu iatr a 1 23
Pinel y la figura m dica 13 0
La medicina m enta l y sus modelos 13 5
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4 . LOS MO VIMIENTOS DE PSIQUIATRA
INSTITUCIONAL 139
Las comu nidades teraputicas 143
La poltica del Sector 1 47
La poltica de desinstitucionalizacin en Italia 1 56
El incidente de Gorizia 15 8
El prog ram a de psiquia tra democrtica y
la ley de Salud M ental 16 1
Hacia dnde se avan za? Los resultados 1 65
La psiq uiatra com unitaria en Estados Unidos 16 8
La ley Ken nedy y los centros com unitarios
de Salud M ental 171
Las prop uestas de la psiquiatr a comu nitaria 176
Sedim entacin de las polticas com unitarias 180
5 . CON STITUCIN DE LAS POLTICAS
DE SALUD MENTAL 185
La nueva deman da 196
Hac ia u n a disciplina sociopoltica 1 98
El reorde nam iento terico 201
Las nuev as tcnicas 204
La construccin de u n a n ueva
imagen institucional 208
El sujeto de las polticas de Salud M ental 21 0
Esq uem a de u na poltica de Salud M ental 211
Estrate gias de atencin prim aria
y Salud M ental com unitar ia 216
I
6. LAS PRACTICAS DEL PSICOANLISIS EN
SALUD MENTAL 231
Freud y la Salud M ental 238
Psico an lisis, psicologa y m edicina
en Arg entina 244
Las intervenciones psicoanalticas 262
La instituci n p a ra el psicoanlisis y el
psicoa nlisis institucio nal 272
La intervenc in en crisis. Psicoanlisis y
prevencin prim aria 279
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PROLOGO
Desde hace ya varios lustros se observa en distintos pases
im po rtan tes desarrollos en relacin
con
los problem as vinculados
a la salud y la enfermedad mental . Estos desarrollos sui^en
constan teme nte en tom o a experiencias concretas que han gene
rado profundas transformaciones conceptuales, cuyo carcter
ms significativo es, a mi entender, aquel que promueve la
sustitucin de los principios y prcticas de la asisten cia psiqu i
trica tradicional y genera la fundacin del campo de la Salud
Mental .
El campo delim itado por la Salu d M ental es amplio, complejo
y, aunque requiera todava precisiones en relacin con sus
alcances y lmites, podemos afirmar que la Salud M ental debe
concebirsecomoinhe rente a la salud integral y al bien estar social
de los individuos, familias, grupos humanos, instituciones y
comunidad. En e sta dimensin de la Salud M ental se articulan el
estudio de los problem as de la salud y la enfermedad m en tal, la
investigacin de las necesidades psicosociales y la organizacin
de los recu rsos p ar a satisfacerlas.
Cabe sealar que desde esta aproximacin conceptual la
Atencin a la Sa lud M entalseim plem entar a t ravs de diversas
actividades fundadas en el saber de distintas disciplinas, que
tienen como objetivos primord iales y comunes los de fom entar,
promover, conservar, restablecer y rehab ilitar la S alud M ental
de la poblacin. As, este campo debe definirse como un a p roduc
cin interdisciplinaria porque ningn saber disciplinar podr
responder a su amplitud e intersectorial porque, si bien
inh ere nte al sector de la salud, los objetivos enu nciad os deb ern
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ser abordados a travs de las acciones conjuntas de distintos
sectores vinculados a los proyectos de bienestar social de la
poblacin.
El psicoanlisis como disciplina y los psicoanalistas como
profesionales no eludieron el desafo de estas propuestas. En
m ltiples proyectos, y de muy diversas m an eras ,sehan incluido
en programas e instituciones asistenciales y de atencin a la
Salud M ental. Sus aportaciones adq uieren relevancia histrica
en etapas destacadas de la cristalizacin de avances en los
desarrollos de la Salud Mental.
Como una expresin de estos hechos se pueden observar en
la produccin bibliogrfica aportaciones que reflejan las diver
sas tend encias y sus per tine nte s elaboraciones tericas y tcni
cas.
En este contexto de abundantes referencias bibliogrficas
surg e este libro que nos ofrece Em iliano Galen deconun a calidad
singu lar y
que,
sin du da, ocupar u n lug ar m s que destacado en
los mbitos psicoanalticos y de la Salud Mental. Una slida
experiencia en su praxis como psicoanalista y como experto
profesional de la Salud M ental re spald a este trabajo donde el
au tor tra ns m ite el producto de un a profunda y sostenida refle
xin conceptual que evidencia en cada captulo su exigencia
terica, su rigor epistemolgico y su compromiso ideolgico y
social.
Emiliano Galende sostiene, desde la obra de Freud, su
pensamiento como psicoanalista. Basndose en este marco
terico, pone nfasis y recupera de la teora freudiana una
perspectiva frecuentem ente olvidada, la de un p ensador que no
vacil en extender sus conclusiones tericas fundadas en la
investigacin clnica p&ra abo rda relestudioeinterpretacin de
la cu ltur a y la sociedad como m bitos de la subjetividad hu m a
na.
Emiliano Galende no se satisface con resoluciones fciles ni
se acomoda en la obturacin del conocimiento; por el contrario,
en la lectura de su texto se pone en evidencia la bsqueda
co nsta nte , la problem atizacin c reativ a y la interrogacin acer
ca de la articulacin entre PsicoanlisisySalu d Men tal. Sujeto
y medio social, ideologa y poltica, fantasa inconsciente y
realidad, teora y praxis, son estudiados como eslabones que
componen complejas es tru ctu ras donde se promueveny definen
la sa lud y la enferm edad , el placer y el sufrimiento, la cura
o
la
11
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cronificacin; en definitiva la vida y la muerte en su conij^^
proceso de intrincadas y azarosas relaciones.
Es de destacar que desde esta perspectiva de la S alud M enta l
y a travs de un minucioso anlisis, encuentran su lugar y
definen sus interac cion es dialc ticas los fenmenos polticos, los
valores sociocu lturales, la s relaciones histrico-sociales, la s vici
situdes de
los
conjuntos hu m ano s
y los
efectos que ge ne ran en las
formas de vida los enfren tam ientos por el poder.
En el contexto de estas problemticas ha br n de com prender
se entonces las teo ras y las tcnicas psico analticas, los modos d e
relacin entre psicoanalistas
y
sus formas de participac in inte r
disciplinaria en la atencin a la Salud Mental.
Fiel al legado freudiano, Em iliano G alende produce un pe nsa
m iento crtico. Es ta configuracin de su pe nsa m ien to, su deseo de
develar la verdad, producir conocimiento y sus propuestas de
transformacin social, da n especial sentido a su labor. Como l
mismo afirma: "Me gua la intencin de que mi intervencin
ayu de a la recuperacin de un pe nsam iento crtico en este sector
de problemticas hu m an as , dom inado, debo reconocerlo, por las
actitudes pragmticas y tecnicistas de los planificadores y los
repliegues teoricistas de mu chos psicoanalistas". Pero su crtica
se redefine en sus fundamentos y objetivos: "Estoy convencido
que toda crtica, pa ra ser m ate rial ista , debe servir a la con struc
cin de una alte rna tiva , a riesgo de convertirse en un in ti l juego
de la razn".
Desde esta posicin, Em iliano G alende e nimc ia s us confron
taciones polmicas con distintas corrientes y pensadores del
campo psicoanaltico y de otra s disciplinas. Su discu rso se dirige
a la precisin conceptual, a la formulacin terica, reconoce su
valorticoyloexplcita atento a su propia adv erten cia de que "en
las teoras cuyo objeto es un sector cualquiera de la realidad
humana la teora no es ajena a la realidad que enuncia y no es
posible teorizar sin transformar en algn sentido esa realidad".
Una perspectiva que adquiere particular relieve en este tra
bajo,
nos muestra al autor en su calidad de historiador. En el
texto se evidencia la importancia de la referencia histrica
enu ncia da con un a cua lidad espec ial. El lector recibe un a elabo
rad a informacin acerca de la evolucin de las id ea s y los modos
de accin en los camp os del Psicoa nlisis y la Sa lud M en tal, pero
el au tor no se lim ita a la descripcin, sino que an aliz a sistem ti
camente los contenidos de esta historia desde vma perspectiva
111
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epistemo lgica. Configura a s un a lec tura crtica
de
la inve stiga
cin histrica que se orienta al develamiento de las estru ctu ras
en los contextos histricos donde se desa rrollan la produccin de
la s ideas como tamb in los modos de accin que ge ne ran .
Sobre las prem isas ha sta aqu enunciadas se estructura el
texto de esta ob ra que brinda, as, excelente resp ue sta a sus dos
objetivos bsicos: el anlisis de los problemas actuales en las
polticas y pro gram as de atencin a la Salud M ental y, por otra
pa rte , el estudio de las formas de participacin del P sicoanlisis
y los psicoanalistas en el campo de la Salud M ental.
Este libro repre sen ta un aporte de inapreciable valor pa ra la
reflexin, el cuestionamiento y la produccin de conocimiento.
Los anlisis, conceptualizaciones y propu estas que se ab ordan
en
los
distinto s captulos, exam inan los fenmenos psicosociales
que inciden en
el
campo dla subjet ividadhuman ay
se
expresan
en los com portamientos individuales, grup ales, institucionales
y co m unitarios .
Es te enfoque perm ite discrim inar y articu lar los elementos
que intervienen en la compleja estructura social donde se
dete rm inan los valores y destinos de la salud y ta enfermedad
mental .
Podemos espe rar que el mensaje de Em iliano Calende gene
rar importantes adhesiones y tambin est imulantes polmi
cas.Desde estos efectos ser, seg ura m en te, un marco de referen
cia de alto nivel pa ra psico ana listas y profesionales de la S alud
M ental. Al mismo tiemp o, posibilitar el esclarecimiento pa ra
quienes, desde la labor poltica y tcnica, orientan mediante la
planificacin y la gestin administrativa los lincamientos y
modos de accin de las organizaciones de la Salud M enta l.
Valentn Barenblit
Barce lona, o ctubre de 1989
IV
-
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INTRODUCCIN
Introdu cir a un libro suele req ue rir que el au tor justifiqu e las
razones que lo llevaron a escribirlo. De modo explcito hay
razones de orden terico, ideolgico y prctico que me han
conducido a pensar en dar forma de libro a una intervencin
concreta en el deba te actua l en Salud M enta l desde mi condicin
de psicoanalista. Me gua la intencin de que mi intervencin
ajoide a la recuperacin de un pe nsa m iento crtico en este sector
de
problemticas hu m an as , dominado, debo reconocerlo, por la s
actitudes pragmticas y tecnicistas de los planificadores y los
repliegues teoricistas de muchos psicoanalistas. Son viejas
formas, avmque reno vad as, del apoliticismo, que prefieren igno
rar la complejidad de lo que tratan, empobreciendo as el
carc ter de las respu est as que ofrecen. El modo crtico que m e
propongo pa ra a bo rdar esta s cuestiones no consiste en politizar
o
ideologizar la comprensin
o
las resp ue stas , error frecuente en
el que (tam bin debo reconocerlo) camos mu chos en l a dca da
del setenta. Se trata ms bien de problematizar, es decir,
recuperar en toda su amplitud el conjunto de factores que
determinan los modos en que se plantean los problemas de
Salud M ental, las m an era s de comprenderlos y las resp ue stas
polticas que se efectan, a fin
de
dejar plan tead as las diferentes
soluciones posibles. En sntesis, se tr a ta de potenciar el an lisis
crtico pa ra m ejorar las resp ue stas prcticas.
Pero ha y tam bin otr as razon es en la concrecin de este libro.
Las cuestiones tericas
e
ideolgicas, los problem as epistemol
gicos,
las orientaciones polticas que d ebatim os, no deben dejar
nos olvidar que estam os frente a u n sufrimiento hu m an o concre-
9
-
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to y que me atrevo a llamar inmenso. Comenc mi profesin
viviendo como mdico interno en un Hospital Psiquitrico, del
qu e luego fui jefe de un a peq ue a seccin, m ien tra s realizab a m i
formacin como psic oanalis ta. M s tar d e, como Sec retario Grene-
raldela Federacin Arg entinadePsiquiatras , recorr junto a m is
compaeros de Comisin la casi totalidad de las Colonias y
Hospitales Psiquitricos del interior del pas . Tam bin alguno s
ho gare s de me no res y crceles. E s difcil olvidar nu es tra respon
sabilidad con los ho m bres y m ujeres que all viven. Uno de cad a
mil ciudada nos est interna do en un establecimiento p siquitri
co,
sometido a la prdida diaria de su dignidad humana, en
condiciones de m iseria y an iquilac in reflejada en los olores y los
rostros que estos hom bres nos mu es tran . C ada vez es m s difcil
dar razones valederas para mantener esta "solucin" de los
manicomios. Por
lo
tanto, tambin p ara desentendernos
de lo
que
all sucede. Y sabem os que este rostro c ruel de la psiq uia tra no
encierra la totalidad de los que sufren por trasto rno s m en tales .
Debo entonces hace r dos introduc ciones: u n a refererida a los
modos de an lisis terico en que creo pue den fun darse pr ctica s
ms racionales en Salud Mental, y otra, de constatacin y
documento de los problemas que enfrentamos, a travs de la
breve his toria de un paciente que hab r de relata r .
Es difcil cuantificar
los
problem as de salud men tal, ya que los
lmites en tre
lo
que consideramos en fermed ad y sa lud son borro
sos,perm eables. Las cifras re sulta n as datos indirectos y parcia
les.Se considera que, ade m s de Ips internacione s psiqu itricas
en establecimientos especiales, un 20% de las cama s de ho spital
de los pases desarrollados estn ocupadas por pacientes con
trasto rno s psquicos. En EE . UU . se expenden m s de doscientos
millones de recetas de psicofrmacos al ao. En las grandes
ciudades de Occidente se calcula que u no de cada diez ha bita nte s
consulta alguna vez en su vida a un especialista "psi". Algunos
dato s epidemiolgicos ha bla n de un
25 %
de la poblacin ur b an a
con trastornos neurticos, psicosomticos o problemas de adic-
cin a dro gas. C erca de un2%de la poblacin padece t ras tor no s
o
tiene cond uctas de orden psictico. No voy a ap or tar m s cifras,
cuyo valor me es relativo, ya que los problemas de Salud M ental
no son slo cuantitativos sino fundamentalmente cualitativos,
tienen que ver con la calidad de vida. Pero los gobiernos y los
tcnicos planificadores, qu e s se gu an po r cifras, h an cm pren
l o
-
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dido que es necesario actuar en este terreno. La consigna de
Salu d M ental es hoy prioritaria en las polticas de Salud , sobre
todo en los pases occidentales.
Naturalmente el crecimiento del sector Salud Mental en los
ltimos tre int a ao s es notorio. Aum entaron los tcnicos de lo
mental, aument la difusin de los problemas psquicos en la
poblacin, creci el deb ate ideolgico y poltico en los plan ifica-
dores encargados de las respue stas a sistenciales, se increm en
taron en el campo de la cultura los interrogantes sobre el
fenmeno subjetivo en las sociedades desa rrolla da s. Desde los
organismos gub ern am en tales se estudi cmo com patibilizar la
necesidad de un crecimiento de las res pu est as s an ita ria s con los
gastos que ocasionan.
Este crecimiento
de los
problemas m entale s focaliz tam bin
los inte rrog an tes sobre las condiciones de la vida social. H ab a
consenso para la consigna de Salud Mental, pero algunos se
preguntaron: el sujeto adaptado a las exigencias de la vida
social urbana actual, es decir, el nuevo sujeto que produce la
sociedad capitalista desa rrollada , pued e ser considerado psqu i
camente sano?, si el enfermo mental es el individuo, debe
considerarse a la sociedad siem pre como san a?,noha y socieda
des que, en las formas de relacin humana que promueven,
deben ser con siderada s
como
patolgicas
y
por
lo
mismo patge
na s par a su s miembros? Estos interrog ante s complejizaron en
todos los niveles la construccin de resp ue stas en Salu d M en tal.
La idea que sustent la psiquiatra, de considerar a los
trastornos psicolgicos como a las dems enfermedades que
tr a ta el mdico, fue m ostrando su insuficiencia, su incap acida d
de dar resp ue stas a los nuevos problemas que se pla ntea ron , y
ha debido ir dejando lugar a nuev as perspectivas. La p siqu iatra
pud o "natu rali za r" ciertos conflictos, aplicando un conocim iento
positivo, objetivista, a
los
comportamientos hu m an os considera
dos patolgicos, trat nd olo s como el mdico tr a ta a las cosas del
cuerpo, en tanto ope raba con sujetos prev iam ente diferenciados
y excluidos (psicosis, dem encias, parlisis gen eral prog resiva,
etc.). Pero extender estos criterios a los conflictos relacinales
contenidos en un a neu rosis, la adiccin a drog as, las dep resiones
o los problemas de familia, no poda sino mostrarse como unamedicalizacin abusiva. Paulatinamente se fue introduciendo
un a visin ms racionalyadecu ada , que volva a com prend er los
fenmenos me nta les como estrec ham ente ligados a las cosas de
11
-
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16/301
la vida. Desde esta n uev a perspectiva se pudo comprender mejor
las caractersticas represivas del dispositivo psiquitrico, y los
efectos de encub rimiento que la m edicina m en tal ha ba p roduci
do sobre la verd ade ra n atur alez a de las enferm edades que t ra ta .
El hab er resituado
los
problemas
de
las enfermedades m enta
les m s prxim os a la s form as de vida de los sujetos (proceso en
m archa pero no resuelto) permite fundar un a intervencin m s
am plia sobre las condiciones de vida, de carc ter m s preven tivo
que asistencia , y aten de r a las fragilidades subj etiva s por las que
hacen su aparicin 4as enfermedades. Se h a podido com prender
as, y ya h a logrado consenso en tre los tcnicos de Sa lud M en tal,
que son formas de vida social, es decir, son relacion es h u m a n as
concretas que genera la sociedad ind ustrializa da actual, respon
sables del crecimiento de poblaciones en ma yor riesgo de fracasar
en la vidaoenfermar.Los
nios,
en relacinconlos prob lem as del
desamparo,losviejos excluidos de la vida p roductiv aysoc ial, los
desocupados crnicos, las poblaciones que m igran a las c iudad es
con prdid a de valores c ultur ales, los jven es que no acceden a
u na inclusin prod uctiva en la vida social,etc.Tam bin aqu ellos
que, incluidos en el sistem a productivo, est n en riesgo may or de
enfermar por el sometimiento a ritmos de trabajo, a exigencias
desmedidas y prolongadas, a ruptu rasdevncu los con la fam ilia,
a procesos intensos de aculturacin. Es necesario comprender
que son stas las problemticas hu m an as , sociales, que progre
sivamen te van poblando el campo de la Salud M ental.
Si biei) en gran parte se han supefado las concepciones
psiq uitric as que consideraban como enferm edad es a los padeci
m ientos psquicos, no por ello hem os dejado de diferenciar a las
pers on as que padecen y enferman por sus dificultades en la vida
de aquellas otras que enfrentan sus infortunios y act an sobre
sus causa s. Hay una existencia concreta de personas que necesi
ta n ayu da psicolgica
y
que mo tivan la necesidad de ima re spues
ta tcnico-profesional para aliviar sus padecimientos. Se trata
entoncesdeevaluar las respu estas m s convenientes. Dura nte la
dcada del sesenta las respue stas se hab an po larizado en tre un a
psiquiatra que medicaliza y encubre los problemas del sufri
m iento subjetivo y aq uella s posiciones que, surg idas d e la crtica
al dispositivo poltico de la psiq ui at ra , disolvan la especificidad
de los problemas de Salud Mental o negaban simplemente la
existencia de enfermedades m en tales . Com partimos las posicio
ne s que, frente a esta dicotoma, se pla ntea ron dialectizar el pro-
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ble m a, es decir, as um ir las dim ensiones polticas, sociales, (fMs
cuestiones englobadas en Salud Mental y a la vez procura*
intervenciones m s correctas p ar a atend er a los que enferm an
o pue den enfermar. E sto gene ra undoblecompromiso: reconocer
la existencia real de la enfermedad m ental y las distinta s formas
en que la sociedad actua l ha potenciado en grande s sectores de
poblacin las fragilidades subjetivas, poniendo en situacin
crtica la s llam ad as poblaciones
de
riesgo; segundo, la n eces idad
de apo rtar colectivamente al ensancham iento de un camino de
mayor racionalidad para el t ratamiento de estos problemas,
asum iend o la obligacin pa ra con los sujetos qu e fracasan oen
ferman.
En la dcada del sesenta nuestro compromiso con la Salud
Mental nos haba llevado a visualizar a la sociedad capitalista
dependiente, con sus injusticias, sus desigualdades, su despre
cio por la vida y la felicidad de gra nd es sectores de la poblacin,
como la producto ra de los m ayo res d aos a la salud psqu ica y a
la realizacin personal de los individuos. Escribimos entonces
Psiquiatra ysociedad,un libro en el que tratam os de m ost rar
cmo la m edicina m en tal, atribuy ndo se los valores de la cien
cia, se constitua en un poder represivo sobre los enfermos,
funcionalizndose con los valores y la ideologa de la sociedad
dividida en clases. Sigo creyendo qu e criticar la hegem ona del
modelo mdico objetivista y cuestion ar la p reten dida cientifici-
da d del positivismo psiqu itrico era , y es an hoy, la base p ar a
proceder al desmontaje de su poder y hacer as viable una
poltica de Salud M ental m s racionalyhum ana . Pero entonces
pensbamos que se aproximaba un cambio social profundo, y
que era steelque iba a posib ilitar la construccin de u n h om bre
nuevo en una sociedad ms justa, de la que esperbamos la
realizacin ms plena y acabada de los valores de la Salud
Mental. Esto no ha dejado de ser cierto para nosotros, pero
hemos aprendido que ninguna transformacin social ha sido
suficiente p ar a a seg ur ar la felicidad subjetiva de los individuos
y que las mejores condiciones que crea el cambio social para
asu m ir en profundidad los valores de Salud M ental, pueden ser
desaprovechadas si no se cuenta con los recursos tericos y
tcnicos adecuados para enfrentar estos problemas. Por otra
parte, como es obvio, no es posible esperar los cambios en la
sociedad para comenzar a pensar e implementar las acciones
correctas. Es necesario aportar conocimientos y esfuerzos en
beneficio de las poblaciones afectadas.
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Cierto fracaso de los idea les polticos de los aos sese nta h a
permitido rea brir interro gan tes sobre la imp ortancia crucial de
los problem as subjetivos y, au nq ue no se abandon e la exp ectati
va de que son las acciones colectivas la clave de los procesos de
transform acin social, el at en de r a las fragilidades de los sujetos
ha sido revalorizado. El nfasis puesto por entonces en las
condiciones objetivas de las con tradicciones sociales como fac tor
casi exclusivo delosprocesos de transform acin, debe co m partir
se hoy con es ta revalorizacin de lo subjetivo. El cuidado de los
individuos, los derechos hu m an os , la desigu aldad de la mu jer, el
problema de los nios, de los ancianos, de los marginados del
proceso social, de los que sufren
o
enferman psquicam ente, etc.,
requiere ser atendido sin demoras, contemplando su especifici
dad. En esta v uelta a la preocupacin y al int er s por los sujetos
reale s y actuale s, el psicoa nlisis, como el mtodo m s riguroso
de exploracin de la subjetivida d, y
como
uno de
los
ins t rumen tos
crticos m s profundos de la sociedad y la cu ltura , h a cobrado u n a
nueva importancia. Lam entablem ente, para muchos ana lis tas el
psicoan lisis funciona
como
un int rprete absoluto. Para otros la
neu tralida d del mtodo analtico los lleva a im agina rse al m ar
gen
de
los procesos que inte rpre tan .
Los
primero s desconocen que
no hay ning n cdigo completo, que s atu re todo, que rec ub ra la
tota lida d del fenmeno subjetivo, socialocultu ral . Los segundos
ignoran que la interpretacin de un fenmeno histrico, au n en
un sujeto, comp romete al inte rpr ete . La produccin inconsciente
no tiene u n cdigo unvoco. Por n ue str a p ar te el psicoan lisis nos
ha ayudado de manera central en el anlisis histrico, tanto
respecto de la configuracin de la Salud M ental como se ve r en
el texto, como tambin respecto de nuestra propia historia en
relacin con estos te m as . Pienso que la histo ria qu e recorda m os
no es la m isma h isto ria q ue los conflictos y las tension es ac tua les
nos hac en record ar. Esta m os en este sentido satisfechosdehabe r
persistido, en un contexto psicoanaltico que tendi a cerrarse
sobre s m ismo, en los esfuerzos de abrirlo a las prob lem ticas de
la cu ltura y la sociedad, especialmente en cuanto a Salud M ental.
Y de hab er p ersistido tam bin en a lgun as certezas respecto de lo
social, en un ambiente en el que el terror hizo incrdulos a
m uchos. Todo actor social, es decir, inte rp ret an te de su rea lidad ,
slopue de definirse e n relacinconotros interp retan tes . T raspa
sar el cerco psicoanaltico requiere abrirse a la pertinencia de
cada enfoque, a un a aceptacin de las diferencias, a un tra sp as ar
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los interro ga ntes puestos por el mismo psicoanlisis p ar a abor
dar en plenitud la complejidad del campo connotado por Salud
M ental, en el que las pre gu nta s de otras disciplinas enriquecen
la construccin de resp ue stas.
Los interrogantes planteados
En los ltimos trein ta aos asistim os a una transformacin
profunda del campo hegemonizado ha sta entonces por la medi
cina mental y que ha dado lugar a la nueva denominacin de
Salud M ental. E sta no es de ning n modo una renovacinom o
dernizacin de la psiq uia tra; por el con trario, es un repla nteo
en profundidad de los problemas de la salud y la enfermedad
m en tal que est d ando lug ar a un a recomposicin de todos su s
aspec tos: la com prensin del dao psquico, en relacin con las
fragilidade s subjetivas y con los factores de riesgo; la constitu
cin de un m bito disciplinario nu evo, deno m inado polticas de
Salu d M ental; la reformulacin de las teoras, con ap ert ur a a
conceptu alizacion es sociolgicas, antrop olg icas, polticas, etc.;
la organizacin de nue vas prcticas con prepon derancia de las
tcnicas psicosociolgicas, para intervenir en mbitos comuni
tarios y en funcin preventiva; la abolicin progresiva de la
institucionalizacin psiquitrica y sus establecimientos mani-
comiales, para ser reemplazados por Centros Perifricos y
equipos com unitarios.
Es te proceso h a p erm itido u n rep lan teo global de las cuestio
ne s im plicadas, a)Seha podido volver a inte rrog ar sobre qu son
las enfermedades mentales, rompiendo con el esquematismo
me dicalizante de las respu esta s psiquitricas, b) Es t en recon
sideracin toda la cuestinde losprofesionales ha bilitados pa ra
tratar estas enfermedades y la realizacin de las acciones
preve ntivas, perdiendo heg em ona la figura del mdico psiquia
tra , c) Las ma ne ras psiq uitricas de tra ta r los problemas m en
tales han dejado lugar a otras posibilidades de abordaje ms
racionales y hu m an as . E stas tre s cuestiones (qu son las enfer
medades mentales , quines deben tratar las y de qu manera)
tienen hoy un carcter interroga tivo, problemtico, y estn por
lo mismo abie rtas a distinta s soluciones.
Dos de las caractersticas esenciales en la configuracin
actual en Salud Mental son: la cada de la psiquiatra como
disciplina totalizado ra, con la multiplicacin de res pu est as pre-
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ventivo-asistenciales
y
un a reformulacin de las relacion es con la
m edicina, su s valore s, su organizacinysus modelosdeatencin.
Respectode loprim ero, el pan ora m a de Salud M ental en casi todo
elm undo occidental se caracteriza por la coexistenciadediversas
concepciones del trastorno mental (psiquitricas, psicoanalti-
cas,com un itarista s, sociolgicas, antropolgicas, y las v ar ian tes
que cada uiia comprende), mu ltiplicidad de tratam ien tos sum a
mente heterogneos (psicofarmacolgicos, psicoterpicos, insti
tucion ales, fsicos, biolgicos, etc.) sin la ne ces aria funda m enta-
cin terica, y tam bi n la configuracin m ixt a
de
modelos
de
asis
tencia (coexistencia de modelos asilares clsicos con comunita
rios,preventivos,etc.).Notab lem ente cada im a de las concepcio
nes,
con sus tra tam ien tos y m odelos de asistencia, nosereconoce
como enfoque o tratamiento parcial de los problemas de Salud
Mental; tienden ms bien a configurarse como totalizantes,
abarcativas, por lo que la coexistencia con otras concepciones
m antien e abie rtas las polmicas y las luchas por cierta hegemo
na . No se tra ta de u n estado catico sino por el contrario de la
impregna cin de este sector por lo que cara cteriza los procesos
sociales, ya que cada concepcin refleja de algn modo \ina
manera de pensar al hombre y su relacin social. Este es a mi
en ten de r u no de los logros ma yores del pasaje a las polticas de
Salud Me ntal, ya qu eh a permitido sensibilizar, perm eabilizar,
1
dispositivo au torita rio y autosuficientede lopsiquitrico aloque
sucede en la vida social. Nin gu na otra disciplina m ue stra , como
Salud M enta l, tal capacidad ce e m brag ue con lo social y nivel de
crtica de las funciones que promu eve. E sto mismo nos ad vierte
de las ventajas de ma nten er abie rta esta situacin polmica ya
que no es posible hacer coherente, homogeneizar, el campo de
Salud Me ntal sin aten der aloque caracteriza la sociedad real en
la que su s prcticas
se
desarrollan. Por
el
con trario , la imposicin
de un a concepcin no puede sino reflejar un modo au torita rio y
excluyente de cierre de los problemas de Salud Mental a su
relacin con la vida social. H ay ejemplos en el m und o que deben
ser aprovechados. Algunos pases socialistas que impusieron
para Salud Mental la hegemona de modelos comunitarios de
asistencia, no encontraron obstculos para la participacin
com un itaria q ue era corriente como valor en otros aspectos de la
vida social. Las polticas de psiquiatra comunitaria que se
impulsaron en EE. UU. fi-acasaron, en gran parte porque no
reflejaban valores de la sociedad rea l, y porque en su pre tensin
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totaliz ado ra no gene r un a poltica de convivencia con la s o tra s
prcticas vigentes en Salud Mental. La psiquiatra democrti
ca en Ital ia se desarroll en el seno mismo de las polticas de los
pa rtido s de izqu ierda, los que facilitaron su penetrac in y des
pliegue en la sociedad. La poltica del sector, en Francia, tuvo
finalmente que ac ep tar la presen ciade losmodelos psiqu itricos
y psicoanalticos, m s cercanos al individualismo bu rgu s que
caracteriza a su sociedad. En este mismo sentido hem os adver
tido en repetidas opo rtunidad es sobre el error de algu nos psico
an alis tas de im agin ar al psicoanlisis en un a funcin de reem
plazo de la totalizacin psiquitrica, desechando lo que nos
parece m s valioso p ar a un psicoanalista, cual es la posibilidad
de comprender e interpretar la produccin de sntomas que
estas diferencias provocan en los sujetos actores en Salud
M ental . La respu esta mdico-psiquitr ica al m ale star cultura l
y social no puede suplirse con una respuesta psicoanaHtica,
igualmente reductora e ilusoria.
Respecto de la relacin con la medicina, rota la funcin de
recubrimiento mdico que ejerci la psiquiatra, los problemas
se han planteado de otra manera. Desde Salud Mental , en la
coherentizacindeun a poltica pa ra el bie ne star hu m an o (fsico,
psquico y social), se tiende a reforzar las posiciones de los
enfoques sociales de la medicina. Esto produce una alianza
estratgica de Salud M ental con la medicina social, ba sad a en
una identidad de objetivos, y sin medicalizar los problemas
m enta les considerndolos como enfermedades. El nfasis pue s
to en la salud an tes q ue en la enfermedad perm ite la realizacin
de acciones conjuntas en la comun idad. Hemos de ocuparnos en
el texto de la participacin del psicoanlisis en e sta recon sidera
cin de la enfermed ad, tan to en m edicina como en Salu d M ental.Curiosamente la psiquiatra biologista, en retirada hace cin
cuenta aos por el desarrollo de las polticas de Salud Mental,
hace un retorno de su ideologa positivista por va de los
psicofrmacos. T ra s el xito que iniciara L abo rit con su descu
brimiento de la clorpromacina, del tratamiento de los estados
afectivos de alg un as psicosis y depresione s, se h a "descubierto"
que er a reditua ble la aplicacin de droga s a
los
estado s afectivos
de la s pe rson as, con indep end enc ia de su valoracin p atolgica.
Un artificio ms se agreg a la vida en la actual sociedad
desarrollada. Millones de personas atenan sus ansiedades,
provocan su sueo, alejan sus angustias, ingiriendo distintos
psicofrmacos.
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El plan del libro
Se propone bsicamente dos objetivos: un anlisis de las
resp ue stas actu ales a los problemas de Salud M ental y la inter
vencin del psicoanlisis en estas respuestas. Quiero hacer
algunas puntuaciones que entiendo pueden ayudar a la lectura.
Los distin tos m odos histricos en que se configuran las re s
puestas asistenciales en Salud Mental no son comprensibles
como desarrollos inte rno s de esta disciplina. Por el con trario, en
el conjunto de determ inacion es que provocan sus reorde nam ien
tos peridicos, los factores histrico-sociales, polticos, son esen
ciales, aunque no exclusivos. Para comprender su constitucin
actu al tuvim os qu e desech ar las nociones de progreso y de sarro
llo, de los conocimientos en primer lugar, pero tambin de las
prcticas te rap u ticas y los modelos de asistencia. Hemos em
pren dido a s un a crtica histrica de los sucesivos reord ena m ien
tosdelas resp ue stas disciplinarias a las enfermedades m enta les,
lo que nos perm iti acceder a un a visin m s compleja de la red
de determ inacio nes en qu e se deciden las orientaciones. A naliza
mos as el modelo desplegado por Pinel, su desemboque en la
configuracin positivista mdica de Kraepelin, los reordena
m iento s que se efectan por la fenomenologaylos m ovimientos
de Higiene M en tal, h a st a la configuracin de las actu ale s polti
casdeSalud M ental. En este recorrido nos ha resultado claro que
el mtodo d e crtica histrica es a la vez la ve rda de ra epistemo
loga de la ps iqu iatra , ya que la comprensin de la co nstitucin
de sus conceptos yelfuncionamiento de sus teo rasslo esposible
con referen cia a los procesos histrico-sociales. Lo mismo h em os
visualizado respecto del rostro ms denigrado de la psiqu iatra
asilar: la exclusin/segregacin del loco y su custodia en los
manicomios. La psiquiatr a se hace repres entan te y asume a su
cargo fuerzas de exclusin del loco que an ida n en los sujetos, en
la sociedad y en los pod eres del Estado. N os re su lta claro que la
ideologa asilar, la que segrega, encierra y custodia al enfermo
mental, no es slo la del psiquiatra alienista, forma parte de la
conciencia y el compo rtamiento social, y requie re p ar a su aboli
cin definitiva ac tu ar sobre los conjuntos hu m an os y la s configu
racion es de poder. Esto es clave ya que cu alquier poltica en Sa
lud Mental que
se
proponga a lterna tivas a la institucin manico-
mial, debe actuar simultneamente sobre el aparato estatal, la
conciencia social espo nt nea
y
su produccin im ag ina ria, y
el
dis
positivo psiquitrico-profesional.
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Tam bin hem os observado que las determ inaciones histri
cas sobre la configuracin de lo m en tal no se hac e de modo ho
mogneo sobre todo el dispositivo psiquitrico. C iertos d esa rro
llos tericos, por ejemplo,sehacen m s sensibles a las dom inan
cias de la ideologa cientfca, se ace leran en el proceso hist rico ,
a la vez que se hacen m s regresivas las prcticas o las in stitu
ciones.T al sucede con la fenomenologa por ejemplo. Igu alm en te
algunos movimientos de reforma transforman los dispositivos
instituc ion ales, pero dejan en pie las teora s
y
prctica s que,
o
se
m antien en co nstituyndose en un a fuerza conservadora, regre
siva, o tom an rum bo s diferentes de los que propone la reforma
instituc ion al. Algo as ocurri con los m ovim ientos de Higiene
Mental de comienzos de siglo. Hemos entonces procedido a
diferenciar, en el interior de la disciplina de lo mental, cinco
elementos que nos parece mantienen una autonoma relat iva
en tre s, tal como se observa en los sucesivos reo rde na m ien tos
histricos. Estos son: la produccin de fragilidades subje tivas,
configuracin hiet rica de poblaciones de riesgo, y existen cia de
enfermos mentales; disciplinas encargadas de organizar los
dispositivos sociales de respuesta a estas problemticas; los
saberes que tra ta n de inteligir el dao m en tal y la construccin
de teoras; las prc ticas tera pu ticas; las instituciones. E l con
junto de estos aspectos permite comprender lo que llamo el
Sistema de la Salud M ental, y posibilita desarro llar un modelo
de an lis is pa ra la s distin tas configuraciones de las polticas de
Salud Mental, en diversos momentos histricos. Es con este
modelo de anlisis que abordamos los tres desarrollos ms
importantes en las polticas de Salud Mental de este siglo: el
sector en Francia, la psiquiatra comunitaria en EE. UU. y la
desinstitucionalizacin en Italia.
En el captulo 5 me propongo desarrollar el anlisis de las
polticas actuales en S alud M ental, lo cual m e era esencial p ar a
ubicar los lugares precisos de intervencin de las prcticas
psicoanalticas. Paso revista a lo que entiendo ha sido y sigue
siendo el factor ms importante en la determinacin del actual
reordenamiento de Salud Mental, cual es la emergencia de
nu eva s dem and as de atencin surgid as en el seno de un a crisis
muy profunda en la configuracin de las actuales relaciones
sociales y su im pacto en la subjetividad. La prd ida de lazos de
solida ridad , la fra ctu ra en los vnculos sociales, la s m odificacio
nes enlosorde nam ientos simblicosdelafam ilia, los cambios en
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los procesos de socializacin de los nios y en los modos de
crianza, los profundos trastrocamientos de las relaciones de los
sujetos con su cultura que imponen las migraciones internas y
exte rnas, etc. , ha n gen erado u n n uevo tipo de subjetividad, qu e
ser an alizad o en el texto como "sujeto paranoide ".
Es necesario ade ntra rse en estas cuestiones pa ra com prender
que ya no se tra ta del individuo pu esto en el lug ar de un objeto
natural por su condicin de enfermo, como hizo la psiquiatra
positivista.
Las nu ev as polticas de Salu d M en tal definen al objeto de su
intervencin
como
un "sujeto poltico", y esto, au n en su s comien
zos,h a de im plicar un a transformacin muy profunda de lo que
h as ta h ace poco se pen sab a como problem as de salud y enferme
dad.
Es te captulo deb a desemboc ar en el an lisis de las po lticas
de Salud Mental en Argentina, tarea que inici y en la que
espe raba hac er surg ir m s ntidam ente la fecundidad del mtodo
crtico como herramienta de construccin de respuestas ms
racionales y eficaces a los problemas que enfrentamos. Estoy
convencido de que tod a crtica, p a ra s er ma teria lista , debe servir
a la construccin de un a alt ern ativ a, a riesgo de conv ertirse en un
intil juego de la razn. E l anlisis de la situacin arge ntina se
hace dem asiado extenso pa ra ser incluido en este
libro,
po rloque
resign su tratamiento, esperando concretarlo en un prximo
libro.
En cuanto al psicoanlisis hemos sealado su autonoma
relativ a respecto de la configuracin del campo de Salu d M en tal,
pero a la vez su perten en cia social a las prc ticas de la
cura.
Es ta
auto nom a e st reflejada en el ttulo m ismo del libro. Desde e sta
posicin, y siguiendo un camino que creemos inaug ur F reu dcon
sus interpreta cione s sobre la cultura
y
la sociedad, trata rem os de
fund am entar la pertine ncia de establecer im pensam iento psico-
analtico sobreelconjuntodelos problem as hu m an os englobados
en Salud Mental y las respuestas que la sociedad ha ofrecido y
ofrece. Ya he dicho que el psicoa nlisis no recubre con su inte r
vencin la totalidad de problem as de Salud M ental, ynodebe s er
visto
como
una resp ue sta tota lizante que supla a la de la psiquia
tra. Analizamos esa intervencin en tres niveles: en primer
lugar en lo que el psicoanlisis aport desde siempre como
intrprete actuante del fenmeno cultural y social, campo en el
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que se definen
los
problemas
del
bienestar hum ano y la enferme
dad; segundo, como herramienta crtica fundamental para el
an lisis in terno del dispositivo terico y prctico de la psiq uia
tra y de las nue vas polticas de Salud Men tal; en terc er luga r,las prcticas de los psicoana listas en la s institucione s de e ste
sector, y su contribucin a un nuevo tipo de lazo social.
Lo primero nos llev a replantearnos las tesis freudianas
sobre la cu ltura y la forma social, pa ra p roba r su vigencia en las
nuevas configuraciones sociales. Visualizamos al respecto que
los anlisis reudianos sobre las cuestiones de la verdad, su
relacin con la histo ria y la concepcin del poder, se constitu yen
en una herramienta terica fundamental para analizar las
dem andas actuales que tra ta la Salud M ental . Pa ra a van zar en
esta direccin hay que superar, y eso intento en el texto, los
obstculos que interp one n
los
defensores
de
un a neu tral idad del
psicoanlisis, supuesta exigencia de la ciencia, que no es ms
que un a poltica de neutralizacin de sus enunc iado s; y la crti
ca, sta de izquierda, que apuntando a una supuesta funcin
ideolgica del psico an lisis enelcampo social, t iend e a ap art arl o
de toda funcin transformadora en su interpretacin del fen
meno hum ano . Dedico a am bas posiciones un ap arta do especial
del primer captulo.
Respecto de
lo
segundo, el psicoanlisis perm ite com prender
las implicancias que para los sujetos y la sociedad tienen las
resp ue stas p siquitricas y pedaggicas en Salud M ental. Ana li
zo, siguiendo el sealamiento freudiano de las tres tareas no
resolutivas (curar, educar, gobernar) las demandas en salud
mental; la norma pedaggica y las demandas escolares; la
demanda del Estado de estabilizar el tejido social por las
respuestas disciplinarias. En cuanto a las polticas comunita
rias, en tiendo que abre n u n espacio nuevo en el que la inte rp re
tacin psic oan altica del lazo social y la produccin de sn tom as
perm ite fundar con rigor prcticas pre ve ntiv as y de promocin
en Salud Mental. Baste recordar, como ejemplo, que la teora
segn la cual la apertura al dilogo con los otros, es decir, a la
palabra,
de los
conflictos del sujeto, idea bas e de la s interv enc io
nes com unitarias, es en su origen un a teora psicoanaltica de la
resolucin del sntoma.
En c uan to al terce r nivel, el de las pr ctica s psico ana lticas,
es tem a del ltimo captulo. Cre necesario recu pe rar la m emo
ria histric a sobre la participacin de los psic oa nalis tas en los
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tratamientos en Salud Mental, hechos que parecen haber sido
olvidados por muchos. Reseo as la creacin de la Policlnica
Psicoanaltica de Berln, imp ulsada p or Freud m ismo. El respa l
do de Freu d al grupo de Zurich que trabaja ba psicoanalticam en-
te en la Clnica Psiquitrica de Burgholzli, sobre todo en las
persona s de Max Eitingon, Han s Sachs, Karl Ab raha m , y otros.
Igualm ente el trabajo de Sandor Ferenczi en la Ca sa de Salud de
Bu dape st, y las luch as q ue, jun to a Hollos, Rag y Levy, desarro
llaron desde el psicoanlisis por la abolicin de los hospitales
psiquitricos d ura nte el gobierno de Bela Kun . A trav s de e sta s
referencias y de las manifestaciones explcitas de Freud, es
posible reconstruir algunas lneas de las primeras intervencio
nes del psicoanlisis en los problem as de la salud m en tal .
En la misma direccin recuerdo las intervenciones de los
psicoana listas a rgen tinos, sobre todo de Enriqu e Pichn Riviere.
A pa rt ir de esta his toria se t ra ta de fundar m s coherentem ente
lo que llamo una poltica del psicoanlisis en Salud Mental,
ex pre sad a de hecho en las diferentes inte rven cion es de los psico
an alista s en este sector: trata m ien tos analticos en las institucio
ne s psiquitricas, psicoanlisis de las institucion es y psicoanli
sis instituc iona l, e intervencin en los ga bin ete s escolares, en el
diseo de polticas y planificacin en S alud M en tal, en pre ven
cin.
Entiendo que el psicoanlisis existe en los psicoanalistas, y
que stos intervienen en Salud Mental bajo diferentes formas,
desde siempre. Se tr a ta de asu m ir en profundidad el sentido de
esa intervencin, posibilitando doblemente pensar lo que estas
interven cione s supon en p ar a el destino social del psicoa nlisis y
el diseo de un a e strateg ia m s cohe rente y racional de accin en
Sa lud M enta l desde el psicoan lisis. Sostengo la idea de que la s
polticasdeSalud M ental y las de psicoanlisis noseproponen los
mismos objetivos. Entiendo por polticas en cuanto a esto los
modos orgnicos en que se responde desde una disciplina a un
requ erim iento social, en su comp rensin co nceptualyen los actos
concretos que se promueven para abordarlo. Mientras todo el
dispositivo de Salud Mental est dispuesto para responder y
estabilizar las demandas de la sociedad y el Estado respecto del
sufrimiento psicolgico, el psicoan lisis tiend e a re ab rir inte rro
gantes sobre estas demandas, a enriquecer un pensamiento
sobre
ellas,
a devolver al sujeto su prop ia pal ab ra, su propio sa be r
sobre el deseo y el dolor. Este es el modo en que el psico ana lista
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se
com prom ete con el sujeto en su padecim iento
o
en su riesgo de
enfermar, y constituye en sus valores la tica que orienta su
prctica.Noes por cierto ajeno a es ta ticaelensancharelplano
dela curahaciend odelpsicoa nlisisuna em presa liberado ra del
hom bre, tal como su fundador lo an he lara.
Finalm ente quis iera agradecer a quienes de dis t intas m ane
ra s ha n contribuido a las ideas de este libro. En prim er lu ga r, a
m is pa cien tes, especialmen te a los del Hospital Psiquitrico de
Rosario, quienes ad em s de sostener el ejercicio de mi pr ctica
y la adquisicin de mi experiencia, mucho me ens e aro n sobre
la vida. Los m ltiples dilogos con ellos estn reflejados en la s
reflexiones del texto.
A mis amigos del Foro Psicoanaltico, con quienes hemos
debatido y comp artido va rios de los tem as de este libro: Be atriz
Grunfeld, L uis H orste in, Ju lio M aro tta, Aldo M elillo, Grervasio
Pa z, Rafael P az, Dora Rom anos y Gilberto Simoe s. Tam bin a
Ricardo Avemburg, Gilberte Gilou de Garca R eynoso, F e m an
doUlloa, Silvia Bleichm ar, cuyas
ideas,
en dilogos del
Foro,
m e
ha n sido de gran valor pa ra pen sar estos tem as.
Por ltim o, amiamigo Va lentn Ba renblit, cuya se nsibilidadpara el sufrimiento humano, su ingeniosidad para la accin
prctica y su rico pensam iento, estim ulan desde hace a o s mi
reflexin sobre los problem as de Salu d M ental y psicoa nlisis,
temas estrechamente ligados a su nombre.
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SANTIAGO S. Y LA INSTITUCIN PSIQUITRICA
Santiago est internado en el Hospital Psiquitrico R. por
orden judicial. F ue llevado por la polica, que lo m an ten a dete
nido desde hac a un as sem anas. H aba agredido con un m artillo
de albailera a un compaero de trabajo, provocndole una
lesin no grave. En este ataqu e no hab an m ediado circu nstan
cias prev ias que lo justificaran. San tiago, sereno de u n a ob ra en
construccin, se abalanz sobre su compaero cuando ste
ing resa ba a l trabajo, insultndo lo y golpendolo. Fu e contenido
por otros compaeros, que no se explicaban la excitacin de
Santiago ni comprendan las acusaciones e insultos que les
diriga. Fin alm ente llamaron a la polica. Cuando veo a San tia
go,
hab an transc urrid o tre s meses de este episodioym s de dos
de su intern aci n. E n la historia clnica, realiz ad a a su ingreso ,
se relataba este episodio y lo que el paciente haba construido
por entoncescomorazones de su proceder. Acusaba a l compae
ro de ser el cabecilla de un grupo qu e lo ased iaba con eptetos de
"cornudo" y "maricn", proferidos verb alm ente du ra nt e
el
t raba
jo (alucinaciones verbales) y tambin en inscripciones en las
paredesdela ob ray otra s seales que slol,sereno de la m isma,
poda ver
de
noche cuando todos se retirab an y que desaparecan
al llegar el da. En la historia se se ala a su ingreso "un estado
catatonoide, con negativismo relativo", ya que aceptaba las
indicaciones que se le realizaron durante las entrevistas de
admisin. Ya en la sala, toma la medicacin y no rechaza al
mdico que lo visita. Consta un diagnstico de "esquizofrenia
paranoide", y se le ha ban practicado, adem s de tranq uilizan
tes e hipnticos que sigue tomando, seis electrochoques, el
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ltimo hace ya m s de un m es al mom ento de mi encuentro con
l. Durante nuestra primera entrevis ta se mostr como una
persona am able , bien disp ues ta a recibirme , aun qu e no fue fcil
en tra r en dilogo con
l ,
ya que gua rd ab a largos silencios. En ese
tiempo colaboraba en la distribucin de la comida a los otros
internos, en algunas tareas de la sala y tena permiso para
salidas, que en general eran breves y poco frecuentes. Pareca
evidente que no deseaba m arch arse del hosp ital,
slo
hab laba de
su salida pa ra realiza r algn corto paseo a com prar
cigarrillos.
Se
poda dialogar c ordialm ente de la s cosas de su vida en el hosp ital,
pero gua rda ba silencio cuando le pre gu ntab a sobre su futuro o
sus proyectos m s cercanos. En otros m om entos, al pre gu ntarle
sobre las razones de su internacin, me deca que ya lo haba
contado, que la polica sab a, y sola lev an tar se e irse dan do po r
terminad a la entrevis ta . Vi a Santiago d ura nte nueve m eses, en
general dos o tres veces por seman a d ura nte t re int a a cu aren ta
minutos . Las entrevis tas
se
hicieron m s frecuentes en el ltimo
mes,
con m s tiempo de duracin, poca en la que tom algu nas
no tas sobre el trata m ien to. H an p asado ya m s de diecisis aos
de estas en trevista s, dej
de
verlo en1972 .Es con esas n otas, que
conservo, que construyo este re lato.
Santiago naci en Entre Ros, en una estancia. Su madre
trabajaba all de cocinera. Su pad re, deca su m ad re, era un pen
con quien ella vivi durante algunos aos en ese lugar. Pero l
siempre pens que era un capataz, viejo muy carioso con l
cuandochicoy de quien su ma dre habl siem pre con ternu ra. El
paciente se lo haba preguntado a su madre, pero sta slo
responda
con
reprensiones; nun ca
lo
neg. Su s recuerdos
de
este
hom bre son tiern os, sala con l a caballo, alg un a vez lo llev al
pueblo en la cha ta. Cu enta que fue la m ue rte de este hom bre lo
que motiv que abandonara con su madre la estancia cuando
ten a ocho aos. Pas a vivir entonces con u n a t a y su esposo en
un a ciudad del interior. Su m ad re se emple de domstica y l
a3rudaba a suto.Slo recue rda de ese tiempo que e xtra ab a a su
m adre y el campo, y que sola du da r de la m ue rte del capataz,
imaginando que retom aba n a la estancia.
"Bueno.. . yo saba que ha ba m ue rto, hub o un v elatorio en el
pueblo. . . no me llevaron, estaban todos tristes. . . pero no s. . .
pen saba que me poda ha be r equivocado.. . y. . . en u na de esas lo
encontraba. . . era bueno. . ."
Cuando Santiago ten a diez aos su m ad re qued em baraz ada
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y fueron a vivir
con el
compaero
de
su madre, un hombre mayo r,
viudo, polica, de mal carcter. Nunca se llev bien con l.
C ue nta que sola em bo rrach arse y exigirle a l que
lo
a ten diera ,
que fuera a com prarle bebida.Loodiaba y le tena inten so miedo.
Cua ndo naci su he rm an a las cosas empeoraron. Sola pegarle
a su m adre "por cualquier
cosa",
y a l tambin: "me pegab a pa ra
mandarme, porque s . . ." En ese tiempo pas a cuidar de su
he rm an a, que a n no cam inaba, l levndola siempre con l, por
miedo tambin a que llo rara cuando estaba "el viudo" porque se
enojaba y le pegab a a la m ad re. La s llegadas de este hom bre a
la casa eran especialmente temidas. Santiago lo esperaba pre
parad o p ar a hu ir si l legaba borracho, en general con su h erm a-
ni ta , a casa de la ta con la que hab an vivido.Norecuerda n ad a
de la s reacciones de su m ad re frente a estas escena s; la t a sola
decir que era ella la culpable por agua ntarlo.
Desde los doceotrece a os Santiago comenz a escap arse de
la casa. Deambulaba por la ciudad, haca algunos trabajos de
cadete. Por entonces su mad reloanot en una escuela no cturn a
pa ra que apre nd iera a leer y escribir . Nunca hab a ido an te s a
una escuela, aunque dice que haba aprendido solo a leer
"algu nas cosas". D ur an te el ao que fue a la escuela de noche y
t rabajabadeda,comenz a im agin arcmoescapardeesta c asa,
l levndose a su he rm an a.
No
recuerda por qu circunstancias se
produjo u na p elea
con
su p ad ras tro , ste le dijo que
lo
iba a poner
preso, y Santiago decidi entonces irse a la Cap ital. Lleg a sta
a los quince a os, con la direccin d e un amigo con quien ha b a
trabajad o an tes . Desde entonce s no volvi a ver a su ma dr e ni a
su he rm an a. Cu enta que un a t a, herm ana de su madre, vive en
esta ciudad y l ten a a no tad a u na direccin cuando lleg, pero
nunca logr encontrarla. No tiene recuerdos muy precisos de
cmo vivi su adolescencia en n ue str a ciudad. Fue apre nd iend o
el oficio de a lba il con un h om bre , mayor que l, al qu e conoci
en un a pensin, quien era de un pueblo cercano a la esta nc ia en
que Santiago naci. Esta coincidencia lo llev a una amistad
muy qu erida por l. Dura nte el t iempo de nu estra s entrevis tas
iba a visitarlo al hospital con frecuencia, y se interesaba en la
curacin de Santiago. Posteriormente nos ayud a buscarle
trabajo cuando tratamos que se extemara.
En la pensin en dond e viva, Sa ntiag o conoci a Elsa , quien
trabajaba all de mucama. El tena unos veinte aos y ella
diecisiete. Elsa haba llegado a la ciudad desde un pueblo de
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Santiago del Estero, donde an viva su familia, y tena dos
primas que haban llegado con ella y trabajaban tambin en
servicio domstico. Los domingos solan salir los cua tro jun to s.
Enpocotiemp o Elsa y Santiag o fueron a vivir jun to s, en un a casa
que Sa ntiago arm en u na villa de emergencia en la que vivan
dos com paeros de trabajo. Los dos conservaban sus trabajos y
pudieron co m pra run te rren o en las afueras de la ciudad, enelque
com enzaron a co nstruir im a casita en los fines de sem an a. Sola
ayu darlo s "el com padre", un com paero de trabajo de San tiago ,
mayor quel ,y que saba m sdeconstrucciones. C ue nta q ue esos
fines de sem ana era n pa ra l m uy alegres. Se ju nta ba n con la s
prim as de Elsa y "el compadre" en el terren ito, trabaja ban en la
casa, y hacan im asado para todos. Por entonces Elsa qued
em bara zad a y naci una ni a, a quien Santiagolepusoelnom bre
de su he rm an a. Como Elsa tuvo que dejar un tiempo su trabajo,
ya no podan con tinuar la obra y los fines de sem ana Santiago
comenz a tom ar, vino o gine bra, en a bim danc ia. D ice l que la
bebida lo pona tonto, lo haca poner agresivo con Elsa y el
com padre. "Alguna vez llegu a peg arle, pero era la bebid a.. ." L as
pr imas yanoiban a verlos y tamb in el com padresefue alejando.
Cu ando su hija ten a seis m eses se enferm con dia rre a y mu ri
a los cuatro das, a pocas ho ras de ser intern ad a en el hosp ital . A
par t i rdeentonces beba con m sfi*ecuenciaeintens ida d. Dej de
interesarle la construccin de su casa, comenz a faltar a su
trabajo p ara queda rse tomando en la villa. Tuvo problemas con
la polica por peleas con vecinos, cuando to m aba m ucho.
Haban transcurrido tres meses desde la muerte de la nia
cuando Santiago sufri un accidente. Se cay de un andamio de
la obra, desde ocho metros, y qued inconsciente, no recuerda
cu nto tiempo pero cree que varios
das.
Tam bin se produjo u n a
frac tura en el fmur y otra en la mu eca, por lo que perm aneci
en cama y enyesado mucho tiempo. La muerte de su hija y el
accidente marcan un giro importante en la vida de nuestro
paciente.
Su mujer trabajaba durante el da y retomaba a la noche.
Santiago, que no poda movilizarse, la esperaba con ansiedad,
alcoholizado. "Era la bebida, no s si era cierto, pero yo pe nsa ba
que me enga aba , que ten a otro
t ipo. . .
yo no serva pa ra na da . . .est ab a a ton tad o. .." Pa rece que los celos, en el comienzo, surgie
ron porque ella "se arreglaba especialmente", o porque un da
regresaba tardeydesarreglad a. Se desprende de su relato que le
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haca escenas violentas, que la acu sab a de enga arlo y de ha be r
dejado m orir a la ne na. Creo que San tiago viva aterrorizado de
que Elsa no volviera, que lo aba nd on ara , y es probable q ue algo
de estos sentimientos se realiz aran en las escenas en las que la
acusaba de la muerte de la hija. Finalmente, un da Elsa no
retorn, como Santiago tema, y esp eraba haca tiemp o. Algn
vecino de la villa fue a decirle que Elsa ped a que le m an da ra n
su ropa, que no quera verlo m s. Son un tan to borrosos, a veces
contradictorios, sus relatos de esta poca. En alg n m om ento m e
cuen ta q ue l le dej la ca sa con todo. Otr as veces que le ma nd
su ropa,
y el
sigui viviendo all solo. R ecu erda que
el
com padre"
vena a verlo algu na s veces, y que le comen taba que hab a visto
a Elsayque sta iba a volversil volva a ser el de ante s. Cu and o
se repuso de su pierna este amigo le consigui un trabajo de
sereno en u na obra, en la que l era cap ataz . All vivi los m eses
anteriores a su ingreso al hospital.
Fu e en ese empleo que comenz a incu barse
lo
que provoc su
internacin. Dice que recordaba m ucho a su m adr e y a su he r
m an a, a quien con frecuencia confunda con su hija m ue rta. Por
mom entos crea que tambin su he rm an a haba m uerto. Deam
bu laba por la obra, insom ne, du ra nt e la s noches, y slo dorm a
demad rugada . El compadre queloha b a llevado all, dej un da
su empleo y no lo volvi a ver. Al principio le extra que no se
hu bier a despedido de l, que le hu bie ra m and ado decir por otro
compaero que cambiaba de trabajo. M s tard e, no pudo expli
carme cmo,
dice
hab erse entera do de que el compadre viva con
Elsa, su ex mujer. Nada haba hecho para confirmar esta
situacin, pero se mostraba convencido de que era cierta. Se
senta enga ado y comenzaba a reco nstruir recuerdos de esce
na s vividas con Elsa y el compadre en la s que hallab a un nuevo
sentido y descubra que "seguramente" lo haban engaado
desde antes. Tambin comenz a pensar que podan haber
tramado juntos la muerte de su hi ja, aunque cuando me lo
cuenta se averg enza de pensarlo y rpid am ente dice que era n
"ton teras" que se le ocu rran, culpando a la beb ida. Sin e m bar
go,repite con frecuencia que ellos ha n "m uerto p ar a m ", que no
quiere verlos m s, con lo cual la mu er teloman tiene atado a esta
historia de prdidas en la que la hija y su hermana ocupan el
centro.
En las noches que deam bulaba por la obra
dice
que encontra
ba se as del comp adre,otram pa s pa ra que se cayera, porloque
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pensaba, an sigue creyndolo, que el compadre segua estando
en la obra a un qu e l no lo viera. Las s e as, dice, eran inscripcio
ne s en las pa red es, qu e lo aludan en su condicin de "cornudo" o
"maricn". Otras se trataba de tirantes cruzados de determinada m an er a, o ladrillos pue stos en luga res que podan provocarle
un a cada en la noche. Sin embargo, no pensaba que el compadre
quisiera m atar lo, sino slo bu rlarse del .An te la pregun ta de por
qu poda que rer bu rlarse , sola decirme que "alomejor" era p ar a
que no fuera m s tonto , p ar a que su piera ser m s desconfiado y
"apren diera a ver"cmoes la gente. La misma razn tendra pa ra
contarle alosdem s com paeros de la obra del robo de su esposa,
pa ra hum illarlo y ensearle. P ara ense arle a no "perder m s con
una mujer" (expresin popular entrerriana para nombrar la
separacin). Otras veces me dice que el compadre lo someta a
"prue bas ter rible s" dejndole e sas cosas que podan provocar su
cada al vaco, y que cada noche era para l un desafo. En el
ltimo tiempo antes de su internacin estas ideas se fueron
extend iendo a los de m s com paeros de la obra. Perciba que le
hacan determinadas seas de "cornudo" o se burlaban comen
tan do e n tre ellos sobre alguien "maricn". El no traba jaba en la
construccin, fuera de su pu esto
de
sereno, ya que an
no
se haba
repuesto de las fracturas, pero pre pa rab a las cosas de la comida
al medioda p a ra los obreros, hac a la s com pras, etc., con lo que
se sen ta m s ex puesto a la burla y al escarnio. Fue tmo de estos
com paeros, al que sab a amigo del comp adre, al que atac con un
martillo pensando que era el "cabecilla" de las humillaciones y
bu rlas. No da m s razone s. Piensa que los celos lo enfermaron
jun to a la beb ida, "como a cualqu iera a qu ien el comp adre en ga a
con su m ujer". A veces dice que con la bebida estab a aton tado y
que muchos recuerdo s no sabe si ocurrieron realm ente.
Dej de ver a San tiago en
1972.
Por entonces evalubam os en
la sala, que estaba en condiciones de dejar el hospital. Pero la
externacin se presentaba difcil: no tena familiares, el nico
amigo que conocamos colaboraba en la bsq ued a
de
trabajo, pero
no poda ayudarlo con su alojamiento y manutencin. No te na
familia, ni vivienda , ni trabajo, pero ade m s se m ostrab a preocu-
pantemente adaptado al hospital y lleg a acusarme de que yo
tam bin qu era a ban don arlo cuand o l no se senta del todo bien,
refirindose a su pier na fracturada . Desech va rias pro pue stas
de trabajo que le hicimos, aun con la posibilidad de que poda ir
a dorm ir al hosp ital por las no ches, ya que,, sea laba , no iba a
3
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decir a otros que l viva en "el loquero". A veces nos deca qu e
no nos preoc up ram os m s , que l se iba a ir solo en cu alqu ier
mo mento. Estb am os en cierto
modo
a t rapados : nos asus ta ba su
desamparo ylosriesgos psquicos de un a exposicin dire cta a su
real idad en la vida, pero tambin nos inquietaba su perm an en
cia en el hospital por otras razones. No podra decir, an hoy,
cunto perdu raba de su enfermedad. No m ostrab a por entonc es
ning un a seal de sus ideas delirantes, y hab a podido elab orar
ba stan te del encadenam iento de prdidas que era su his toria .
Toda la situacin en aquel momento estaba dominada entera
m ente por su intenso d esam paro. En estas condiciones dej de
verlo y saber de l.
Recobr la historia de Santiago hace poco tiempo, quince
aos despus. Me haban invitado a una s Jo m ad as sobre psico
sis en un a C oloniadelinterio r delpas .All es t intern ado aho ra
Santiago . Me sent confundido, en p arte avergonzado, en p ar te
culpable de verlo all. Nunca fue extemado desde el tiempo de
nuestras entrevis tas; en un reordenamiento del Hospital Psi
quitrico en el que esta ba , y considerndolo enferm o crnico y
sin familia, lo haban trasladado a esta Colonia, seguramente
pa ra s iempre. Ten a24aos cuando ingres, ahora tiene
40.
Slo
convers con l un rato, de su vida en estos aos, de algn
recuerdo de su historia , de su hija m ue rta. Salvo el aton tam ien
to , del que sigue hablando, no encontr nada en l que me
perm ita decir que est enfermo. S u enfermedad es la hospitali
zacin misma.
Uno de cada mil ha bita nte s del pas est intern ad o en algn
establecimiento psiquitrico. L a mita ddeellos son considerad os
crnicos. Las historias singu lares de estas person as segu ram en
te repre senta n tam bin , como en San tiago, algn d ram a de sus
vidas.
Es posible vincula r los pade cim ientos de es ta s pers on as con
sus fragilidades psqu icas, pero esto no recu bre el problem a que
tenemos planteado con el internamiento. Santiago tiene un
vnculo frgil con el m un do ; el repliegue sobre s mismo , que fue
nombrado "catatonoide" en los comienzos de su enfermedad,
perd ura en
vin
des inte rs manifiesto por todo
lo
qu e
lo
rodea. No
obstante record mi nom bre y vino a mi en cuen tro. Padece sinduda de un dao en su pensamiento en tanto es con el pensa
miento que se vincula con su historia. El hab la de "atontam ien
to", nos lo advierte para que no sigamos indagando en sus
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he rida s. El ap are nte o real sometimiento a las condiciones del
Hospicio, que parecen expresar una adaptacin francamente
patolgica, la desconfianza a todo ofrecimiento de interlocucin
o vnculo que rea bra sus problemas de desam paro, m ue stran un
abandono de toda lucha por ha bi tar otro mundo que no sea se,
y parecen explicar su prolongado intemamiento. Sin duda,
muestra una resignacin para aceptar su situacin que nos
asom bra. No dudam os de que Santiago , en tanto sujeto psiquia-
trizado, ya no puede de spren der los problemas qu e lo aquejaron,
o siguen aquejndolo, de su condicin de institucionalizado . S u
vida pasa da y a no es separable de la institucin psiquitrica y
sta es a lavezla que configura la tota lidad del sentido de su ser.
No creemos que el conjunto de vicisitude s peno sas de su vida y el
estallido de su psicosis expliquen su psiquiatrizacin actua l. Si
en todo caso aceptam os llam ar enfermedad a sus padecimientos,
la relacin institucio nal que propone la psiq uia tra e st lejos de
perm it ir su
curacin.
En todo
caso
la solucin psiqu itrica m isma
es patolgica.
La psicosis de Sa ntiag o, creemos, tampoco es sepa rable de las
condiciones de vida previas a su emergencia. Sin embargo, la
solucin psiqu itrica co nsiste en sep ara rlas siem pre. Esto perm i
te a la sociedad ocu ltar la cualidad pat gen a de ciertos aspectos
de la vida social y neg ar en un mismo plan o que no hay lugar en
ella pa ra los que fracasan o se m arg ina n. Se siente a s aliviada
por lo que exp ulsa y seg rega bajo el rtulo de enfermo.
El dispositivo ac tua l de Salud M enta l significa u n cambio de
poltica respecto de la psiquiatra, aunque deba comprenderse
hoy como un proceso de transicin. Se trata de devolver a cada
uno de los protag onistas su propia responsabilidad: al Estado en
su funcin de prese rvar las formas m s hu m an as de solidaridad
social; a la sociedad a travs de los grupos comunitarios para
hacer efectivo el compromiso solidario con los que fracasan o
enferman; a la familia como elemento esencial productor de
seguridad psquica o enfermedad; al individuo para la asuncin
respo nsab le de su destino . Esto requ iere de un cambio profundo
en las formas de pensamiento de todos y cada uno de estos
protag onistas sobre la salud y la enfermedad m en tal .
Fina lm ente , Santiago mismo h a en contrado en su condicin
de loco institucionalizado una identidad que lo exime de un
tormento que ya no soportaba. Su solucin es patolgica, sin
dudas. Este Ubro pretende desentraar la patologa de las res-
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puestas que la sociedad, y especialmente la psiquiatra, han
producido, pa ra inte nta r pens ar un camino alternativo de ate n
cin colectiva de los problemas mentales que no resigne las
exigencias ticas de libertad y solidaridad. Encontramos en el
psicoanlisis referencias clave para orientarnos en esta direc
cin.
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1. EL PSICOANLISIS Y LA SALUD MENTA L
"El concepto de desce ntram iento , en su rigor terico, po rta a
la
vez
la me tfora m ate riali sta de la imposibilidad de un centro,
y el hueco sin fn sobre el que las ideologas hacen su investi
miento".^ De este modo E. Roudinesco adv ierte sobre la tend en
cia, inhere nte a la subjetividad h um an a, a recha zar toda teo ra
que descentre la conciencia. Freu d lo advirti tem pr an am en te,
y encon tr en ello u n a de las ma yores resisten cias al psicoanlisis. De las tres heridas narcissticas infligidas al hombre^
(respecto de la relacin con la naturaleza, con la especie y con
sigo mism o), es es ta ltim a la que ha abierto, y sigue p roducien
do, las sucesivas distorsiones del psicoanlisis. El descentra
miento del sujeto respecto de s mismo indica el lugar del
inconsciente, abriendo a la pa lab ra hu m an a "la otra escena", en
la que la fantasa enc uen tra su lugar.
Todava ha y resistencia s al psicoanlisis? C onsiderand o su
presen cia en toda s las manifestaciones de la cu ltura , el trabajo
intelectual y hasta el lenguaje cotidiano de grandes sectores
sociales, parece desm entirse esa
idea.
Con frecuencia sur ge otro
modo de ver las cosas: la resistencia est en esa misma exten
sin, se la neutraliza absorbindola en lo establecido. Ambas
posiciones tienden a ver al psicoanlisis como un producto
exterior a la cultura y a la sociedad, y encuentran en esta
extraterritorialidad las ga ran tas de preservacin de su poten-
1 .
Elizabeth Roudinesco, Pour une politique de la psychanalyse, Pars,
Maspero, 1977.
2.
S. Freud, "Una dificultad del psicoanlisis", O.C., Biblioteca Nueva,
Madrid, 1 967, t . II .
35
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cialidad crtica. Se espera as del psicoanlisis que aquello que
enuncia tenga la cualidad de una denuncia, de un enfrentar
sorpresivo a
los
otros"
con
aquello q ue
los
afecta
y no
quieren ver.
Las sealesdeesta s resistencias parecen indicarnos que estamos
en el buen camino, que no nos ha n rodeado, que no nos hem os
confundido con "ellos".
Es necesario mirar desde otra perspectiva. Creemos que los
pensamientos crticos, y el psicoanlisis es uno de ellos, se
producen en el seno mismo de lo que vienen a transformar. El
psicoanlisis es un producto de la c ultura y Freu d u n hom bre de
su tiempo . Pero un pen sam iento crtico no es esttico, no se agota
en la denuncia, opera en tanto las condiciones que dieron lugar
a su surgimiento se mantienen. Para el psicoanlisis el sujeto y
la sociedad que constituye son esenc ialme nte e str uc tu ra s dividi
da s de conflicto, en ese sentido irredu ctibles a toda adap tacin o
equilibrio. Se tr a ta de establecer los modos, las po sibilidades, de
que en el seno de una estructura as concebida se produzcan
valores individuales y sociales de bienestar, de felicidad, de
atenuacin del sufrimiento.
La sociedad actu al ya
no
es com prensible como totalida d. Hay
un a fragm entacin creciente en todos losplanos:en la vida social
misma, tal como es vivida por los conjuntos humanos; en las
teoras que deben definir objetos especficos; en las disciplinas
(no puede hab larse m s de
una
sociologa);en las prctica s. No
vacilamos en situar a la Salud Mental como una disciplina del
campo socio-poltico. Esto modifica la referencia a la medicina
como ciencia objetiva. La problematiza, ya que se requiere del
ad itam ento "social" pa ra qu e la m edicina se as um a en su funcin
de poltica sobre el hom bre y su bie ne star. Con este ad itam en to,
la Salud Mental forma parte de las polticas de Salud. Una
intervencin en Salud Mental, en la direccin que nos plantea
mos,
requiere de un a comprensin de los procesos sociales y su
regulacin, pa ra enten der a n ue stra disciplina como uno de sus
aspectos. Es en relacin con este anlisis de lo social como
t ra ta remos
de
visualiza r la intervencin del psicoa nlisis, que no
podra comprenderse por la comparacin de las teoras o las
tcnicas solamente.
Loque enelplano social se ocu ltay se disimu la es la existencia
de la dominacin (de un a p ar te de la sociedad sobre otra , de un
individuo sobre otro) y de poder (sus formas de ejercicio y
distribucin). Fre ud nos m ue str a a la cu ltur a, en su forma social,
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5/20/2018 Galende, Emiliano - Psicoanalisis y Salud Mental - Ed. Paids
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como co ntrato
y
regulacin de es tas dim ensiones de dom inacin
y poder, desde la perspectiva del sentimiento inconsciente de
culp abilidad y la ag resivida d. E l pode r en el campo social, como
la sex ualidad en lo psquico, es lo reprimido -que-est-en-toda s-
pa rte s. La creciente fragmentacin de la vida socialyel pap el de
las disciplinas como fundadoras de consenso, no ha n hecho m s
que acentuar el ocultamiento de las relaciones de poder en el
tejido social.
U na disciplina como Salud M ental, que encu en tra sus cono
cimientos en la doble vertiente de la sociologa y la psicologa
(incluyo al psicoanlisis), se encuentra de inmediato con el
problem a de los lm ites. Lo social ylopsicolgico ju st am en te no
se prestan con facilidad a la fragmentacin, ya que recubren
todos los aspectos de la vida humana.^ De all la tentativa de
expandir los lmites a todos los planos de subjetivacin o su
contrario, limitar a lo considerado psquicamente patolgico,
diferenciado. En segundo lugar, se habla en Salud Mental de
"una sociedad", "una comunidad", como si se tratara de algo
homogneo, sin tener en cuenta su constitucin dividida en
clas es sociales, en conflictos de generacin (padres-hijos), en la s
cu ltura s, etc. En tercer lugar, hay u na diferenciacin de caracterstica s poblacionales: sociedad urban a/rura l, m argina l/esta
ble, etc. Estos tres niveles (impregnacin