Galardón Corazón de León. Discurso de Alberto Galarza a Fernando Del Paso

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Discurso del presidente de la FEU Alberto Galarza a Fernando del Paso.

Transcript of Galardón Corazón de León. Discurso de Alberto Galarza a Fernando Del Paso

Discurso del presidentede la FEU Alberto Galarza a

Fernando del Paso.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.

Permítanme iniciar citando a don Fernando del Paso: “A los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas.... ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!”.

Nueve meses pasaron ya desde el día en que reinó la brutalidad de policías matando y desapareciendo estudiantes, de cinismo, de pedirnos superarlo, de una búsqueda que a su paso abrió fosas llenas de muerte y mentiras, de desesperanza. Nueve meses sin respuesta, llenados cuidadosa y sigilosamente de un silencio injusto que se logró imponer por la falta de sensibilidad y por nuestra corta memoria. Hace nueve meses que el número 43 se convirtió en un símbolo de dolor y de impotencia.

El velo silencioso que ahora está posado sobre Ayotzinapa, sobre Iguala, sobre los 43 desaparecidos, sobre Tatlaya y todos los nombres que duele aprender hasta ahora, ese mismo velo amenaza con consolidarse como olvido sobre otros pueblos y otras endebles memorias. Corremos vertiginosamente en un mundo en el que todo circula tan rápido que las causas parecen modas, temporalidades descartables a corto plazo para las masas, mientras se instalan dolores imperecederos en quienes sufren en su carne y en su ausencia las vidas perdidas, los rostros extraviados, los sueños mutilados. Los muertos son números, los nombres de los pueblos consignas carentes de fondo y todo se despersonaliza.

Y esa extenuación de la memoria, ese avance del olvido y de la degradación, se propaga sin freno a lo largo y ancho del planeta, sumiéndose en crisis que se hacen consecutivas, en bienes intangibles administrados por manos invisibles que determinan donde hay riqueza y dónde no, con muestras cotidianas de odio, con separatismos pretextados por colores o preferencias, guerras por credos. Reina todavía la intolerancia entre los hombres, reina el concepto individual del éxito que pondera la acumulación de bienes sobre el enriquecimiento del ser.

El desprecio del conocimiento y de las humanidades nos han trasladado poco a poco a un terreno en el que los contenidos importan más por su cantidad e inmediatez, por su carácter práctico que por la razón y la solidaridad. Atrapados en guerras de ismos, nos hemos olvidado que lo importante de las posturas es encontrar las coincidencias y los matices que hacen que la vida de los hombres sea la primera y la última de nues-tras preocupaciones. Las plataformas que hoy nos conectan, también nos dividen y nos banalizan, se llenan de un odio que debería encontrarse extinto, pero que vive a través de pulgadas de leds que se conectan en tiempo real.

Vivimos en un mundo en el que el avance precipitado de la tecnología nos lleva a cosas que hace no tanto tiempo parecían impensables, y a pesar de eso no hemos sido capaces de mitigar el hambre y la sed de poblaciones enteras, que se han instalado en la desesperación de una vida amenazada.

Aferrados a una idea de supremacía que nuestra propia inventiva nos ha dado, consu-mimos sin control ni visión de futuro, aplastamos formas de vida en función de lo que consideramos progreso y comprometemos severamente el propio porvenir. Hoy quedan pocos lugares donde el aire y el agua, no estén contaminados, donde las especies no estén amenazadas de desaparecer. Nos estamos acabando el mundo, las señales son alarmantes y visibles y a pesar de eso, nuestros esfuerzos siguen encaminados en otras rutas, porque para la manera en la que estamos acostumbrados a vivir, importa más lo que agrega valor material, que lo que garantiza nuestra continuidad.Con todo, se suma el riesgo de que, bajo la tentación de la modernidad y el avance de una cultura hegemónica, se sigan hundiendo silenciosamente las culturas madres de nuestro planeta, con sus aportes y su importancia. Y es que a pesar de respetar el desarrollo del individuo, seguimos teniendo una deuda histórica con las expresiones culturales que no encajan con lo que la modernidad nos ha venido dictando. Y aunque todo pudiera sonar lejano o intangible, en nuestra cotidianidad se encuen-tran muestras de lo que sucede. En nuestras caminatas nocturnas por la ciudad nos acompaña la sombra de un posible asalto, la indigencia y la enorme brecha social son visibles, el agua nos inunda las calles, se desperdicia y deja de alimentar al campo, acabamos con bosques para extender ciudades, respiramos enfermedades y la lista sigue y sigue. Y mientras tanto, quienes gobiernan se discuten a sí mismos, sus preocu-paciones son por intentar mantener el poder, por manchar a la competencia sin importar cómo, en lugar de limpiar el entorno, ejecutan acciones para ganar electores, realizan obras manchadas por la corrupción, caminan solos sin escuchar a los otros, caminan solos amenazando a las voces discordantes, a los que intentamos dar nuestro aporte y dejan los temas del porvenir en un segundo plano. (Saludos a todos mis amigos, miembros del Observatorio, que, con su valentía y entereza, seguimos levantando la voz exigiendo un transporte digno, seguro y eficiente en este Estado).

Ese es el mundo que heredamos y construimos, ese es el mundo en el que nuestra generación, independientemente de si la adquirió por sí misma o no, tiene una gran deuda para con el presente y los años venideros. Aquí es entonces cuando cabe la pregunta de qué tendremos que hacer para revertir la descomposición individual y colectiva, a la que se enfrenta el hombre de nuestros tiempos.

Los primeros pasos serán sin duda decisivos y sobre todo deben de estar sustentados en una idea a perseguir y en suficiente contenido. Debemos por un momento desace-lerar el ritmo en el que recibimos y emitimos datos sin procesar, la reflexión nunca

será una pérdida de tiempo. Hoy ha quedado demostrado que los grandes cambios necesitan fondo, necesitan que el conocimiento acompañe a la protesta, que la inconstancia no nos lleve a abandonar las causas con la misma facilidad que las tomamos como propias. Acostumbrados por generaciones a confundir la democracia por el acto de votar por gobernantes, incapacitados para auditar y dar seguimiento a la vida pública, sin haber ejercitado la organización desde las células más pequeñas para trabajar por el bien común, enfrentamos un escenario desastroso; pero también es verdad que el hartazgo y la necesidad de virar se hace cada vez más patente. Es ahora cuando, a través del cono-cimiento, debemos salir a convencer a todos de perseguir la idea de un mejor futuro. Es con la idea de organizar y trabajar juntos para abrir otros caminos, que hace 24 años nació la Federación de Estudiantes Universitarios. Agrupar entonces a los estu-diantes significaba comenzar por dar un giro a muchas cosas que no estaban bien; y posteriormente entender que había en nosotros y en los cambios que entonces vivían, un trayecto prometedor.

Hoy podemos hablar con seguridad de que la FEU es un punto de apoyo para la universidad y que se puede considerar como un factor indispensable en la vida públi-ca del Estado, que a través de acciones concretas hemos logrado conectar a los estu-diantes de todo Jalisco y proyectamos una idea de lucha que ha trascendido nuestras propias fronteras. Sin embargo, la realidad del lugar que habitamos no permite tener un discurso para vanagloriarse, si realmente queremos aportar algo, debemos comenzar por entender en dónde estamos y reconocer de frente todas aquellas asignaturas pendientes y retos, que tenemos por delante. En estos 24 años podemos hablar sin duda de la erradicación de la violencia en la organización estudiantil, sin embargo, los estudiantes seguimos viviendo la brutalidad en las calles, la inseguridad de perder nuestras posesiones en cualquier momento a expensas de ser extorsionados o lastimados. Si bien no podemos salir a pelear a puño limpio con los promotores de la violencia, a través de las herramientas de la propia universidad y de nuestra organización, podemos trazar las líneas de una sociedad que se aleje de la barbarie a la que ahora estamos acostumbrados. La atención y el acom-pañamiento a las víctimas, la prevención del delito, pero, sobre todo, la reconstrucción de una idea de bienestar social a través de las ciencias y la participación de todos, es sin duda un eje en el que aún nos resta mucho por hacer. (Señor vicerrector, la Unidad de atención a víctimas es indispensable para que esta universidad arrope a los suyos y a todas las víctimas del Estado de Jalisco. Urge echar andar esta propuesta que Javier Sicilia, el Movimiento por la Paz y la FEU construyeron para esta casa de estudios y este Estado. Le pido haga extensivas estas palabras a nuestro Rector General.)

Todas las puertas que siguen cerradas para los que quieren continuar con su educa-ción, representan una parte significativa del problema que atravesamos como país. Nuestra lucha, de la mano con la Universidad para extender la matrícula, diversificar la oferta educativa y seguir aportando a la formación de ciudadanos que convivan mejor con el concepto de polis, lamentablemente no han sido suficientes. Aquí habrá que entender que, a pesar de que lo que sucede es el reflejo de una muy pobre inver-sión en educación, ciencia y tecnología, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es necesaria una lucha constante, cotidiana y articulada que abarque a todos los jóvenes del país. Se la debemos a todos los que no tienen la oportunidad de prepararse con nosotros, y hoy, estamos dispuestos a darla. (Y desde esta tribuna hago un llamado al gobierno federal y a los diputados electos del congreso de la Unión para que no se les ocurra castigar el presupuesto en educación superior. Si lo hacen, créanos, nos tendrán a los universitarios de todo el país de frente, retumbando las calles con nuestros pasos).

En lo que respecta a quienes ya forman o formaron parte de la Universidad, hay que ser claros. Entendamos y aceptemos abiertamente que hay estudiantes que no se sien-ten representados por esta organización, que no encuentran las vías democráticas para concretar sus proyectos o simplemente para depositar sus intereses en esta orga-nización. Nuestro papel no deberá ser nunca el considerarlos enemigos o separarlos, sino trabajar con ellos para construir de esta una organización más abierta a la plura-lidad, con plataformas abiertas en las que las voces críticas tengan el peso necesario, en la que sea el diálogo y el contraste, lo que nos lleven a tener una mejor organiza-ción. A nuestro alrededor se han ido dando fenómenos políticos que nos hablan de un mayor involucramiento y crítica a las organizaciones representativas, ello plantea un reto interesante y rico para adaptarnos y seguir estando vigentes, no en una lógica de poder, sino para construir ese espacio en el que todos quepan y donde podamos hacer convergentes a las voces discordantes. Esta FEU tiene el reto de permanecer como desde hace 24 años se planteó en sus principios ideológicos: ni es ni será de cualquier partido político. La FEU nos tiene que seguir representando a todos, sin importar origen, colores, filias y fobias. Aquí caben los anarquistas, los independientes, los analistas, incluso los que no creen en la organización. Esto es importante porque no debemos considerarnos una organización cerrada en sí misma, que viva adulando sus logros y obviando sus carencias. Si nos logramos engañar a nosotros mismos con la idea de perfección, entonces será cuestión natural dejar de encontrar en la Universidad los problemas que nos dieron origen y que siguen vigentes. La misma realidad desigual que se vive en el mundo se refleja en nuestra casa; tenemos una deuda grande con los planteles regionales, que en sus condiciones de servicios y de infraestructura siguen sin ser óptimos para la edu-cación de los universitarios. Todavía tenemos que trabajar en casi todos los planteles

para tener a los maestros todos los días puntuales dando sus clases, tener suficientes lugares para sentarse, higiene y dignidad en todas las instalaciones.

Es la FEU a partir de la organización estudiantil en todos sus planteles, la que debe empujar a la universidad a saldar esas deudas en un plan solidario que nos permita conseguir mayores recursos para realizarlo. Somos nosotros los que debemos ir hacia los nuevos modelos de enseñanza, a traer la tecnología a nuestra universidad para estar a la vanguardia con los nuevos esquemas educativos e incluso para los procesos administrativos. Todavía tenemos mucho, mucho por delante. Y por eso hay que aprovechar días como estos, porque la FEU no puede caer en la trampa sencilla de la autocomplacencia, porque cuando nos dejamos de ver en nuestras limitaciones, nos debilitamos frente a la voracidad con la que la realidad nos enfrenta todos los días. La tarea está ahí, de frente a nosotros y para hacerla debemos abrazarnos de todos los elementos que la cultura provee, una lucha con ideas que tenga futuro, debe sin duda, pasar por la sensibilización de las personas, por acercarlos a las expresio-nes más altas de humanidad que nos permitan encontrar los matices necesarios para sobrellevar una vida en común. Una de las grandes deudas de nuestra generación es el distanciamiento que hemos permitido con la trascendencia del arte y el conocimiento.

La investigación, el reconocimiento social, la presencia territorial, el valor cultural e histó-rico, pero, sobre todo, el capital humano de esta Universidad, constituyen sin duda una oportunidad invaluable de iniciar un proceso de transformación basado en la democra-cia, la ciencia y el humanismo, que no hemos aprovechado de la manera más adecuada.

Tampoco hemos logrado crear un modelo suficientemente exitoso para aprovechar el talento de todos los que conformamos esta familia. En cada una de las disciplinas y áreas contamos con personas comprometidas y dedicadas, que, con las condiciones adecuadas, pueden ser agentes de transformación y de trabajo. Estoy convencido que aquí están los mejores. Esa sin duda, es una tarea a la que habrá que enfocar nuestras energías, debemos ir decididamente a convencer a todos, de compartir una visión conjunta en la que los talentos de cada uno nos lleven a poner un ejemplo de cómo se hacen las cosas. Estos 24 años nos han permitido realizar cosas importantes, abanderar luchas indis-pensables, trabajar por la paz con justicia y dignidad, encontrar a las nuevas plumas del continente, marchar por lo que consideramos justo, reconocer a los que tienen corazón de león, detener los abusos del gobierno, reclamar nuestras vidas y tratar de mejorar la movilidad de una ciudad paralizada; sí, todo eso lo podemos contar junto con muchas otras cosas entre nuestro devenir, pero quizá lo principal entre nuestra lista de incompletos es regresarle a esta Universidad y a los que nos formamos en ella, el alto sentido social que la distinguió por tantos años.

El avance del mercantilismo y la visión profesionalizante de la formación, nos han separado inconvenientemente de los sectores sociales que más necesitan de nosotros, y con quienes estamos obligados. Sin ir muy lejos, en esta misma ciudad existen toda-vía comunidades que no cuentan con los recursos ni servicios suficientes para llevar una vida digna, en el silencio de lo que no alcanza las modas de las redes sociales, la desesperación sigue llenando los techos en los que a veces no llega un bocado o la mínima atención médica, en los que todavía los abusos siguen siendo cotidianidad para quienes no tienen mecanismos de defensa. Ahí es donde también debemos de marchar, de vaciar lo aprendido en bancas y pintarrones, ahí es donde nos necesitan a los universitarios, plantando oxígeno que se respirará en los años venideros, defendien-do nuestros recursos con todas nuestras fuerzas, diseñando políticas de inclusión, traba-jando con las comunidades, retribuyendo lo que la sociedad hoy nos permite tener.

Por eso hoy, al cumplir 24 años de historia, entendiendo que vivimos en el país en el que fueron brutalizados estudiantes en el 68’ y que 47 años después parece que no aprendimos nada, en este espacio no basta con enumerar y celebrar logros que sin duda no desconocemos y nos forman como una organización importante. Es indis-pensable reconocernos con todas nuestras carencias. Nuestra generación tiene que apuntar a la organización, a la horizontalidad, al conocimiento, a luchar juntos y con ideas, a trazar rutas de acción en las que todos podamos trabajar juntos. Esta organi-zación, la FEU, puede ser un ejemplo a sus 24 años de edad, de lo que pueden ser capaces de hacer más de 250 mil jóvenes unidos tras la idea de que este mundo aún tiene una cara brillante que mostrar, que nuestro trabajo es significativo y que los jóvenes de esta organización, junto con todos los que compartimos nuestra época, entendemos nuestro rol y asumimos nuestra responsabilidad, de frente a la historia.