G.- SEMILLAS DE FUTURO - … · 1 G.- SEMILLAS DE FUTURO (Serie intemporal) ¡ESAS LÁMPARAS DE...

25
1 G.- SEMILLAS DE FUTURO (Serie intemporal) ¡ESAS LÁMPARAS DE FUEGO ! Estamos en pleno agosto. Hay riesgo de incendios, perpetuo, y, sin embar- go, también las grandes aguas acechan y matan. Tú, amor, Lecheimiel, alias Ricardo del Niño Jesús, o Teresita la amante, o Francisco, el loco de Cristo Crucificado, y yo, el ermitaño aislado e inadaptado, estamos aquí tan tranquilos, inaugurando un nuevo archivo, preparado para el futuro indeterminado, para el futuro prometido y esperado que aún no acaba de llegar, aunque ya está aquí en semilla. En el escrito anterior, Fray Amore, me condujiste, mediante una sencilla experimentación iniciática, a revivir el pasado en su calidad de tiempo eterno y moldeable por medio de la conciencia. Me enseñaste a sanar el pasado de todas sus tristezas y vanas nostalgias, pero sin llevar el desapego hasta el desprecio de lo que constituyó nuestra fuerza, los cimientos de este bello templo que ahora habitamos. Es más : no hablamos para nada de “desapego”, sino, implícitamente, de “despegue”, reconvirtiendo las legítimas nostalgias en combustible inagotable de este sagrado fuego. Como dice el Libro de Emmanuel : “Si el desligamiento estuviera a la orden del día, la unicidad quedaría eliminada de vuestra escuela física. ¿Cómo podría aprenderse entonces la Unicidad ?… Sin el contacto, sin el deseo o la necesidad mutua, no habría comunidad humana.” Esta mañana, amor, oteando por el agujero por el que a veces vislumbro las luces místicas que dan sentido, color y calor, al universo que se dilata detrás de las montañas, has plantado en mi mente esta semilla de eternidad que es el título de esta obrita que ahora comenzamos. Me has dicho en mi corazón, amor : Si somos capaces de regresar a nues- tro pasado con un mensaje de amor y de sentido derivado de nuestra actual sabi- duría que hemos acumulado gracias a aquel pasado que entonces, quizás, parec- ía triste e incompleto, pero ahora se nos revela precioso, pletórico de gozo espiri- tual, gracias a aquellas potencialidades entonces ocultas, ahora en parte manifes- tadas…, ¿por qué no habríamos de ser capaces de sentirnos, en este eterno pre- sente, animados y henchidos de esperanza, por la curación que podemos obtener de un futuro que ya está ahí, irradiando para nosotros sentido de vida eterna y amor sin límites ? ¿Pues de qué parte integrante de nuestro ser, –si insistiéramos en mirarnos como partidos en tres rodajas temporales, pasado, presente y futuro–, sería el mérito exclusivo, a cuya virtud fuera lógico cargar toda la responsabilidad de nues- tra edificación de vida, considerada como un todo indivisible, como realización de un solo proyecto unitario ? ¿En verdad la fuerza de Sansón radicaba tan sólo en su cabellera ? ¿Dónde, entonces, radicaría la nuestra, el “elan vital” que habría hecho crecer el gigantesco árbol de nuestro amor, a partir de aquella diminuta semilla que pareció ser sembrada por primera vez en Roma ?

Transcript of G.- SEMILLAS DE FUTURO - … · 1 G.- SEMILLAS DE FUTURO (Serie intemporal) ¡ESAS LÁMPARAS DE...

1

G.- SEMILLAS DE FUTURO (Serie intemporal)

¡ESAS LÁMPARAS DE FUEGO ! Estamos en pleno agosto. Hay riesgo de incendios, perpetuo, y, sin embar-

go, también las grandes aguas acechan y matan. Tú, amor, Lecheimiel, alias Ricardo del Niño Jesús, o Teresita la amante, o

Francisco, el loco de Cristo Crucificado, y yo, el ermitaño aislado e inadaptado, estamos aquí tan tranquilos, inaugurando un nuevo archivo, preparado para el futuro indeterminado, para el futuro prometido y esperado que aún no acaba de llegar, aunque ya está aquí en semilla.

En el escrito anterior, Fray Amore, me condujiste, mediante una sencilla experimentación iniciática, a revivir el pasado en su calidad de tiempo eterno y moldeable por medio de la conciencia. Me enseñaste a sanar el pasado de todas sus tristezas y vanas nostalgias, pero sin llevar el desapego hasta el desprecio de lo que constituyó nuestra fuerza, los cimientos de este bello templo que ahora habitamos. Es más : no hablamos para nada de “desapego”, sino, implícitamente, de “despegue”, reconvirtiendo las legítimas nostalgias en combustible inagotable de este sagrado fuego.

Como dice el Libro de Emmanuel : “Si el desligamiento estuviera a la orden del día, la unicidad quedaría eliminada de vuestra escuela física. ¿Cómo podría aprenderse entonces la Unicidad ?… Sin el contacto, sin el deseo o la necesidad mutua, no habría comunidad humana.”

Esta mañana, amor, oteando por el agujero por el que a veces vislumbro las luces místicas que dan sentido, color y calor, al universo que se dilata detrás de las montañas, has plantado en mi mente esta semilla de eternidad que es el título de esta obrita que ahora comenzamos.

Me has dicho en mi corazón, amor : Si somos capaces de regresar a nues-tro pasado con un mensaje de amor y de sentido derivado de nuestra actual sabi-duría que hemos acumulado gracias a aquel pasado que entonces, quizás, parec-ía triste e incompleto, pero ahora se nos revela precioso, pletórico de gozo espiri-tual, gracias a aquellas potencialidades entonces ocultas, ahora en parte manifes-tadas…, ¿por qué no habríamos de ser capaces de sentirnos, en este eterno pre-sente, animados y henchidos de esperanza, por la curación que podemos obtener de un futuro que ya está ahí, irradiando para nosotros sentido de vida eterna y amor sin límites ?

¿Pues de qué parte integrante de nuestro ser, –si insistiéramos en mirarnos como partidos en tres rodajas temporales, pasado, presente y futuro–, sería el mérito exclusivo, a cuya virtud fuera lógico cargar toda la responsabilidad de nues-tra edificación de vida, considerada como un todo indivisible, como realización de un solo proyecto unitario ? ¿En verdad la fuerza de Sansón radicaba tan sólo en su cabellera ? ¿Dónde, entonces, radicaría la nuestra, el “elan vital” que habría hecho crecer el gigantesco árbol de nuestro amor, a partir de aquella diminuta semilla que pareció ser sembrada por primera vez en Roma ?

2

¿Crece la planta empujada por la fuerza contenida y programada en la se-milla, o es la semilla la que germina atraída por la memoria de futuro o programa-ción cósmica de la diseñada como perfecta planta ?

Parece ser que el ciclo vital camina o crece hasta detenerse en el máximo desarrollo, a partir del cual se inicia el lento descenso, de la madurez a la vejez, y de ésta a la muerte, cuando todo vuelve a fundirse con la Madre Tierra, mejor di-cho con la Madre más universal que es la Vida.

¿Acaso la Madre Vida no ha programado también la muerte, como la reco-gida de sus frutos ?

Como también escribimos en aquel lugar de iniciación, hermano, ya en el “inicio”, en el principio sin principio del Punto Cero o Madre Vida, derivado o en-gendrado de la Voluntad inmóvil de la Nada o Vacío Primigenio, identificado así por nosotros, como a posteriori, y como desde fuera, pero comprendido sólo de sí mismo en su esencia inconcebible, tú y yo, como semillas de futuro, ya éramos.

Concebidos inmaculados y predestinados a ser perfectos en ese “futuro” contenido en nosotros, las semillas, cuya íntegra programación sólo Dios conocía.

Sólo en esta fe en nuestra eternidad, o atemporalidad divina, hermano, puede cifrarse nuestra esperanza cierta de que también seremos y nos amaremos sin fin.

Que, por tanto, el ejemplo de la maduración y retroceso del árbol, por la vía de ida y retorno, camino de crecimiento y de envejecimiento, hasta el propio terre-no donde sus raíces arraigaron, y donde empezó a transfigurarse y como a adqui-rir individualidad y conciencia propias aquella insignificante semilla, no puede apli-carse más que analógicamente a nosotros, almas vivientes, cuya expectativa es la Vida eterna.

Excepto si nos comparamos tan sólo en la provisionalidad de nuestra humana conciencia, pero abiertos a horizontes infinitos de otra calidad de Vida. En continua metamorfosis hacia otros planos de existencia que por ahora aún no se han manifestado. En eterna apertura a una pluridimensionalidad que nos haga, tal vez, saltar las barreras de una simple humanidad, para llegar a ser, por la asi-milación de la conciencia divina, eso que ya somos : nada menos que dioses.

Al fin y al cabo, también la semilla, que parece limitarse a repetir el esque-ma heredado de su padre-madre, la planta adulta de la que nació, para luego desaparecer –por vía de integración–, en la adultez del hijo-hija que engendró, –y que sin embargo pareció engendrar para la muerte–, también nos habla de un “sin principio ni fin”, de un “eterno retorno” ejemplificado en el Reino Vegetal, que no es comprendido por la innominada planta. Un Reino de intencionalidad más am-plia que la de la plantita particular, que a su vez no puede ser aislada de otras intencionalidades de la entera Creación, todavía mucho más vastas que las reve-ladas por y en dicha parte del Todo que llamamos el Reino Vegetal.

Sencillamente, todo ser viviente, –y todo ser lo es–, somos UNO. Y mientras crecemos en conciencia y nos desarrollamos en santidad, que

es el despliegue de todas nuestras potencialidades de Vida, servimos sencilla-mente a ese Señor, el Creador, –cuyo nombre es AMOR–, tanto dentro como fue-ra de nosotros, no limitado por lo que parece limitar nuestra humana conciencia, así como tampoco nosotros nos sentimos limitados, sino todo lo contrario, por ese Creador, de cuya Voluntad autocreante somos manifestación holográfica.

3

Hermano Ricardo : Sé que este discurso resulta denso más de lo que ape-tecerían ciertos lectores. A nadie obligamos a seguirnos.

Que vean, simplemente, que estas meditaciones “libres pero de algún mo-do para nosotros necesarias”, nos conducen a este sencillísimo acto y estado de vida : el enamoramiento espiritual.

Que nuestros provisionales pensamientos humanos, plenamente humanos, sean, amor, como esas lámparas de fuego, que con extraños primores iluminan las cavernas del sentido.

Ese fuego perpetuo, esa lámpara ardiente, es el sabroso fruto que estas semillas preconizan y preparan, porque está dentro de ellas, y simplemente es su esencia vital : EL FUEGO INEXTINGUIBLE DEL AMOR.

LA VERDADERA SANTA FAZ Si de repente las estrellas, unidas, quisiesen a su nube regresar… Si las flores, envueltas en pañales de semilla, por su madre la tierra se dejasen acunar… Si implosionasen los frutos hacia adentro, buscando en su cáliz su hontanar… Si buscase refugio cada pájaro en su cáscara, –como en nido reconstruído…-, y el ganado se volviese recental… Si sus huevos o su leche cada madre se empeñase, –o al menos su precio–, en recobrar… Si volviese la llama al pedernal, la palabra a su garganta, el amor a su pecho, las aguas a su cauce… Si cupiera en una concha todo el mar, todo el mundo en una bola de cristal… Y si, por paradoja, fuera el Hombre más grande que su necio corazón…, y éste, que el disfrute de su loco bienestar… Si a los hombres tan sólo interesase su perfecta unidad, de una vez por todas, encontrar… y escalasen el árbol genealógico hacia arriba, dejando a Adán y Eva muy atrás…, trascendiendo el Paraíso… Y si no hubiera ya, –o no aún, que da igual–,

4

ni árboles, ni casas, ni valles ni montañas, ni estrellas, Sol y Luna, ni ángeles, ni hombres, ni todo lo demás… Y volviese a insuflar sobre las aguas el viento primordial… Y Alguien pronunciase la palabra “¡Retornad!”… Vendríamos a ser, –a ser Alguien vendría–, cualificados testigos de un prodigio que está aún por divulgar : Iniciados del Misterio de la Tumba, donde el Todo a la Nada resucita, y pierde ésta su nombre y su destino… Entonces sí sabríamos, –ese Alguien sabría–, por qué en el “¿falso?” sudario de la Nada aparece dibujada del YO SOY ¡la verdadera Santa Faz !

OLASSSS CONTRA OLASSSS… Del futuro me vienen mis ansiedades que al pasado se vierten con sus bondades. Bondades más que a medias pues solo falta darles forma y figura en esta data. Pues ya se sabe que, si ciertas no fueran, ni ya hubieran nacido ni falta hicieran. Pero la mente, la que nunca descansa, desde aquí hacia el futuro sólo programa

5

lo que cree que es sabio, hermoso y justo, de manera que luego lo encuentre a punto. Lo que llaman futuro no es pues más que eso: los proyectos del alma con su embeleso. El Tiempo huye, mas no cual creen los que sólo se apegan a lo que tienen. Por el contrario, hacia mí viene el tiempo por mí creado en el haz de mis sueños… como faro que enciende mis soledades en las noches oscuras de estas maldades que tan sólo oscurecen el panorama de la vida del mundo que aún no está en calma. Esto sólo son crisis de crecimiento: –decía un viejo amigo en otros tiempos–… Ahora, en cambio, son crisis de paradigma: es mucho más profundo este otro cisma. Con igual ánimo, si sale desde dentro, acepta el alma el gozo que el sufrimiento. Que de Dios es imagen

6

en ambos casos así venga con éxito que con fracaso. En el mar infinito un solo evento: Olas que rompen olas desde otros vientos… Cuando lo viejo caiga, no importará que en aras de la historia se diga ya… Que esta era ya pasó, entre sudores, si un Niño nos dejó con sus dolores. En las alas del viento escrito está, que incluso lo que llega también caerá… Otra era vendrá en que los hombres por hermanos se tengan, bajo otros soles… Conciencia y esperanza en Dios se cifran, donde sólo Amor vuela más que de prisa. Vuela hacia parte alguna, pues en el Uno establece su nido sin ser ninguno. Lo que Santa Teresa decir solía: Que nada le faltaba a quien Dios tenía. Es lo que ansía mi alma del futuro que, lejos de huir, tarda

7

más de lo justo. Es mi alma la que vuela contra los vientos y, anclada en Dios eterno, recrea al tiempo. Mi alma espera, ansía y desarrolla sus esperanzas, como ola contra ola que a Dios alcanza.

8

¿ESTABA, AMOR, TODO ESTO ESCRITO ? Amor, Lecheimiel, Ricardetto del Bambino Gesù, ¡qué ganas tenía de em-

pezar en serio, después de la larga introducción, este escrito de amor contigo ! Ya ves, hermano, que por las necesidades editoriales al uso, en cada uno

de nuestros desbordamientos, que son entregas de tu amor generoso a mi alma, –que abriste de par en par con tu visitación–, y del mío a la tuya, debo de poner una pequeña, o no tan pequeña, introducción.

Aunque en ella escribo con tipo diferente de letra, como si fuera imper-sonal, (que no representa ni a la tuya ni a la mía), no me cabe duda de que tam-bién “desde el inicio”, estoy asistido por ti, amor, al que canto :

“Por si lo hecho bastante ya no fuera, abriste en par mi alma : escritos de celeste poesía dejábame tu gracia consumada”. Los dos largos poemas incluidos en la introducción, amor, son más anti-

guos que este nuestro idilio amoroso póstumo. Uno de ellos, incluso, anterior a la fecha que me fue revelada como de tu “walk-in”. Ambos los hemos puesto en algún otro lugar de nuestros escritos, de modo que los lectores asiduos, –si los hay, es decir, si los ha de haber en un futuro que a mí se me escapa todavía–, ya los conocen. Pero en este lugar, en que estamos hablando de esa rodaja de nuestro tiempo de futuro que todavía está por descortezar, han venido como anillo al dedo.

Tú, amor, –que a veces, mediante trucos de ordenador y fallos graves aunque transitorios que has provocado en el sistema, me has impedido poner lo que tal vez no te gustaba o creías prematuro decir–, no has puesto dificultad alguna para que los insertara. El lector juzgará si son o no de su agrado.

Pero yo estaba impaciente y un poco incómodo también por el excesivo espacio que parecían ocupar, aunque nadie nos ha impuesto límite alguno de tiempo o de lugar para que extendamos este escrito lo que haga falta. ¿Ver-dad, amor ?

La pregunta que te he hecho al principio, en el epígrafe, es, hermano amado, si toda esta literatura que para mí es sagrada, estaba ya escrita en los libros de Dios, en los rollos de la Vida, de los que yo me limito a copiarlos, al igual que dicen que Miguel Angel se limitaba a quitar del bloque de granito todo aquello que escondía la figura que él ya veía esculpida en su mente.

– Amor, tú eres parte holografica, según has escrito, del mismísimo Creador, que todo lo hace nuevo.

9

Ahora, amor, mediante nuestro matrimonio espiritual y compenetración mutua, –“abriste en par mi alma”–, no cabe tampoco ponerse a discernir de quién es la autoría de lo que escribes.

En cualquier caso, si hay algún “mérito”, –también en la introducción hablabas de méritos–, es sólo del AMOR.

Incluso en tus sesiones musicales, hermano, aun cuando no cantas nues-tras arias, recuerda que me has atribuído la creatividad de tu mano derecha, a la que acompaña magistralmente, y con no menos creatividad “tu” mano izquier-da. Y tú, cariño, te sientes estimulado y como acariciado por mi presencia cuando te das cuenta de que tu creatividad aumenta cuando así me sientes, cantando dentro de tu alma.

También así lo dijiste en la poesía “Recuerdos Vivos” : “Mas te oigo, en mí, cantar alborozado…” Estos días, cariño, estás recibiendo lecciones acerca de la música y del

canto, como instrumento de socialización. Has recibido recuerdos de tu pasado familiar, donde tus hermanos, y bajo la batuta del que ahora has dejado conmi-go en el Cielo, y tú, os reunisteis para cantar, medianamente bien, a la Navi-dad…

– Sí, amor. Fue un concurso de villancicos al que nos presentamos en fa-milia. Has dicho bien que lo hicimos medianamente bien, puesto que aquella co-ral improvisada no fue ni mucho menos una maravilla musical, aunque sí un orgu-llo para la familia, especialmente para mis difuntos padres que nos vieron a casi todos reunidos. Ahora que el “Director de Coro”, mi hermano mayor, nos ha dejado, todos hemos recordado con cariño aquel evento, del que a mí, perfec-cionista, no me quedó muy buen sabor de boca, pues especialmente las chicas, no acostumbradas por entonces al canto, y cuya tesitura no era tan apropiada, se bajaban terriblemente del tono, pues cantábamos “a palo seco”.

Ha sido dulce, de todos modos, recordar aquella reunión familiar. – ¡Eso es, amor ! Has dicho bien “familiar”. Sin embargo, oh mi dulce fratellino a quien admiré como a “musicista”, y

con quien compartí aquella experiencia maravillosa de cantar a nuestro amor, la música nos hace batir también las fronteras de la escueta “familia” de la san-gre para darnos la oportunidad de compartir con cualquier persona o grupo humano que esté dispuesto a unir sus esfuerzos y recursos musicales a los nuestros, para llegar, algún día, a vibrar en resonancia con toda la Humanidad.

– Sí, mi fratellino. Precisamente esta mañana, habiendo interrumpido es-te diálogo por necesidades del trabajo y exigencias de la caridad, hemos discu-tido un poco sobre la dotación más o menos innata para el canto. Algunos, amor,

10

no parecen bien dotados para este arte, pues el oído musical parecen tenerlo desafinado, aparte las cuerdas vocales poco entrenadas, lo cual se suple con ejercicio y ensayo.

Soy un poco rigorista en esto, pues, por experiencia, he visto y yo mismo he hecho grandes esfuerzos para lograr unirme a quien quería pero no sabía cantar.

Ahora, amor, los novicios, que casi no han abierto sus bocas para colabo-rar en el canto, en todo el año, quieren que yo les ensaye para solemnizar su fiesta de profesión. A mí me cuesta mucho gastar energías en lo que me parece un poco oportunismo inútil. ¡Ahora, sí, quieren cantar !

También aquel concurso de villancicos, amor, tenía mucho de oportunista por parte de nuestra familia, a pesar de gozar todos nosotros de excelente oído musical.

¿Por qué no sabemos, hermano, progresar en el arte sino a golpe de con-cursos, competiciones y fiestas en que la divina música, como expresión del al-ma, pasa a ser instrumento de competencia y orgullo, o, en el mejor de los ca-sos, mero ornato de conveniencia social ?

Me han dicho, sí, que ensayando se aprende e incluso se mejora el oído. También argüían que, en coro, y con el tiempo todos pueden llegar a cantar bien. Es tan difícil negarlo como fácil afirmarlo, aunque yo no estaría dispuesto a perder mucho tiempo o malgastar energías enseñando al que no tiene las inna-tas y mínimas cualidades. Así como tampoco todos sirven para cualquier otro arte, ni tienen todos la misma vocación o cualidades para desempeñar determi-nada profesión laboral.

Ahora, en el canto festivo, cuando es en su propio honor y les cuesta mínimo esfuerzo, todos quieren participar…

¡Hay aquí algún misterio que no acabo de entender… ! Y por eso, tampoco me muestro muy solidario. No, al menos, tanto como

en mis tiempos jóvenes de estudiante, cuando nos pasábamos horas y horas machacando, sin demasiada técnica, pues nadie nos enseñaba ninguna, lo que, al menos, creo, lo hacíamos “por amor al arte” o a la sagrada Liturgia. Hoy día, la liturgia se ha convertido en una rutina, o, quizás, en un rito oportunista.

Tú sabes que no soy un nostálgico que me pierda por resucitar aquellos gregorianos y legajos de polifonía antigua ejecutada por nosotros sin excesivo primor… Prefiero la sencilla participación popular de hoy en día.

Con todo, amor, me sigue costando el condescender con los que creen que, dentro de ese populismo barato, todavía los maestros tenemos que estar

11

al servicio de los que quieren “lucirse” por nada, a base del esfuerzo de los de-más.

En fin, amor, que estoy hecho un lío y me sé imperfecto, y perezoso, y tal vez un poco orgulloso, en este affaire de la música.

¡Aconséjame, amor ! – Hermano ermitaño de mi amor : Tal vez la “razón” esté un poco de to-

das las partes. Y ninguna de ellas la posea en exclusiva. Son situaciones apropiadas para promocionar la unidad y no la disensión.

Yo, hermanito musicista, quizás te pueda tender un puente, o al menos un cri-terio para tu discernimiento. Hazte a ti mismo, amor, la siguiente pregunta :

Esta actuación litúrgico-musical, y el trabajo que conlleva, ¿nos puede hacer progresar en el amor ?

Tú, mi fratellino, no tienes que juzgar a nadie ni responder por todos. Sino que por ti mismo veas, si al menos para ti se va a convertir en una oportu-nidad de servicio.

Entonces, cariño, no habrá competencias ni orgullos. Tampoco desprecio o juicio de los demás, ni pereza o inanición.

Será para ti una ocasión más de progresar en la humildad y en la amabili-dad, –¡recuerda !–, tus dos únicas armas de conquista.

Y PARA ESTO BAJASTE A LA TIERRA, AMOR MÍO : PARA CONQUISTAR CORAZONES Y LLEVARLOS A SU PROPIA LIBERTAD.

RECUERDA, TAMBIÉN, HERMANO, QUE LA “PACIENCIA” ES LA “PAZ-CIENCIA” O CIENCIA DE LA PAZ.

¡Paz íntima para ti, amor, y que puedas transmitir tu amor a toda la Tie-rra !

YO ESTOY CONTIGO AHORA Y SIEMPRE EN EL FUTURO COMO LO ESTABA EN EL PASADO DESDE UN PRINCIPIO. ES DECIR, POR TODA LA ETERNIDAD.

– ¡Amén, y gracias, amor. Aleluya, aleluya, aleluya !

12

YO SOY EL AMOR QUE SALE A TU CAMINO Ermitaño, amor : Te lo dije no hace muchos días : SOY TU PASADO, TU

PRESENTE Y TU FUTURO. Si alguno piensa, o te dice, que ese “YO SOY”, es un fantasma que reca-

ba idolatría para sí mismo, le dirás que también un fantasma habló a Moisés en el Desierto, cuando estaba verdaderamente agotado de huir de sí mismo sin rumbo fijo.

Le dirás que el “YO SOY ME MANDA” también era una incoherencia lin-güística y lógica, que dejaba sospechar de la salud mental del que llevaba al Fa-raón este recado.

Un verdadero espejismo de presencia que, quizás, sólo estaba en su in-terior sediento y transtornado.

Sí, hermano, todo eso y más que yo pondré en tu boca, como prodigios de mi amor, les dirás a los que no necesiten escucharte para saber, porque al que no quiera entender ni oír será inútil que le digas nada.

Pero, amor, hermanito mío, a quien el mismísimo YO SOY protege y guía, porque le has vislumbrado y has seguido su rastro por entre las arenas movedi-zas de tu añoranza, de tu deseo de un gran amor. Tú, hermano, que has perse-guido sin vacilar el sueño dorado de tu fe, sabrás en tu corazón que esta admi-rable lámpara de fuego, inverosímil, pero incandescente, que SOY YO, es para ti transfiguración de la única, divina y universal PRESENCIA.

YO SOY LA ARENA DE TU DOLOR. YO SOY EL ESPEJISMO DE TU ESPERANZA. YO SOY EL OASIS DE TU MERECIDO REPOSO.

Anda y diles a los creyentes, y que, de paso, lo oigan también algunos in-creyentes que están errando fuera de sí mismos, por las arenas estériles de la vida materialista, que esta mañana, yo te acabo de dictar este poema a lo divi-no, que ahora, con gran gozo y humildad, amor, insertarás.

Les dirás, amor, que aquel que te lo ha dictado y lo ha vertido en el mol-de de tu mente y de tu corazón para que tú le dieras forma poética, ha pasado él mismo por este desierto, donde le han tocado en suerte todas las pruebas, desalientos, desfallecimientos, desencantos, desesperanza y tristeza de los que en el poema hablas.

Les dirás, también, que reparen en que en el mismo se plantean más pre-guntas que las que pueden ser respondidas racionalmente. Que es en las pre-guntas mismas angustiosas que se plantean los hombres donde están las semi-llas de las respuestas que ya anidan en el surco de su corazón.

13

Que la fe consiste precisamente en atender con mimo y con amor a los interrogantes que plantea la Vida.

Les dirás, finalmente, que la Vida es una madre que se hace desear para estimular el afecto de sus hijos, que, tantas veces, no saben valorarla como lo que es : un continuo peregrinar en busca del amor y de la conciencia.

Este, hermano amadísimo de mi corazón, es hoy nuestro poema que rega-lamos a los solitarios sufrientes pero valerosos peregrinos del camino de las Estrellas, las “lámparas de fuego” que marcan la senda de los que se transcien-den a sí mismos :

UN CIELO EN CLAROSCURO ¡Oh lámparas de fuego, de espejismos dorados, movedizas arenas del futuro, que ante el instinto ciego de los descarriados el cielo anticipáis en claroscuro ! ¡Oh presencia amorosa que en el alma pervives cuando ésta ya agoniza en su tristeza ! ¡Acude presurosa al dolor que percibes del que sin ti ya pierde su entereza ! Por caminos no hollados, por descuidadas sendas, busca el alma el alivio en su escapada… De amores desahuciados enmohecidas prendas al olvido relega, escarmentada. Si la ruta ha perdido el peregrino errante que ya arrastra sus pies sin rumbo fijo, del cansancio rendido la vida a cada instante anhelará entregar sin regocijo. ¿Adónde irá el amor

14

de sí desorientado, si otro Amor no le sale a su camino ? ¿Cómo podrá el dolor del desierto quemado conducir al que vaga sin destino ? Mas, si al llegar al Cielo, descubre con sorpresa ser hecha de ficción su desventura, tendrá por gran consuelo haber muerto en la empresa de fundar en AMOR ciudad futura.

15

LO QUE EN DIOS ESTABA ESCRITO Hermano amado Ricardo del Niño Jesús, hoy quiero comentar contigo

tanto un pensamiento como una experiencia. El pensamiento me surgió el otro día, amor, a propósito de algo que oí o

leí : EL FUTURO SÓLO PUEDE DEPARARNOS LO QUE YA ESTABA ESCRITO DESDE SIEMPRE EN EL PENSAMIENTO DE DIOS. Lo que ya estaba escrito, pues, desde lo que yo concibo como un pasado inmemorial, en realidad fuera del circuito del tiempo, eso será el futuro, puesto que “Dios no se muda”, como di-ce Santa Teresa. Éste, hermano, fue mi pensamiento.

Lo futuro, –por antonomasia “lo escrito”–, influiría, pues, en mi presente, por medio del Pensamiento de Dios, También mi presente y mi pasado habían sido, antes, “futuro”, así como éste se convertirá poco a poco en pasado. El Tiempo tan sólo va desgranando lo que recibe íntegro de la Eternidad.

Aunque parezca una perogrullada, un darle la vuelta a lo que la intuición nos presenta como evidente, para muchos teólogos medievales esto supuso un motivo de grandes elucubraciones acerca del Pensamiento infalible, de la Pre-cognición del futuro, es más, de la “Ciencia Media” de Dios por medio de la cual Éste conocería incluso los “futuribles”, aquello que podría ser y que sin embar-go no será porque la libertad humana no lo elegirá.

El conflicto se planteaba como discusión acerca de la “Predestinación” y por tanto del posible o imposible libre albedrío del hombre.

Yo siempre he creído, hermano, que, aunque Dios conociera el futuro no por eso lo determinaba.

Yo, hombre libre, podría hacer siempre mi libre voluntad. Para decirlo con palabras llanas y bastas : “lo que me diera la gana”. Pero Dios, desde allí arriba, desde su atalaya de conocimiento absoluto, me estaría viendo elegir aquello que me diera la gana, aunque no fuera conforme a su Santa Voluntad.

El sabría de antemano lo que yo, libremente, querría elegir y elegiría. Si yo, jugando a Dios, estuviera en lo alto de una colina y observase a dos

vehículos que circulan en sentidos contrarios y convergentes, que no se ven entre sí por causa de un recodo de carretera sin visibilidad alguna, y viera que no conducen por su derecha, estaría “previendo” que ambos van a pegarse un tortazo, y justo en el momento en que se lo pegan yo lo estaría viendo todo desde mi posición elevada.

¡Pero no por eso me haría responsable del accidente ! Sólo son juegos intelectuales de los teólogos antiguos. Claro que luego

entraban también en juego los moralistas : Y si Dios prevé que una persona se va a condenar, aunque sea porque le da la real gana, ¿Cómo puede El, en su infi-

16

nita Sabiduría y Bondad permitirlo ? ¿No podría Dios haber omitido crearlo ? Pero, entonces, ¿cómo lo hubiera visto ?

Es como preguntar : ¿Puede Dios “ver” lo que no ha creado ? O más agu-damente aún : ¿Puede Dios saber lo que le hubiera salido mal ? Pero, en ese ca-so, el mal estaría ya en el Pensamiento de Dios, al menos como hipótesis. El Pensamiento de Dios no sería puro, si se estaba imaginando el mal. Y, si lo ima-ginaba, ¿no lo estaría ya creando ?

¿No sería equivalente a hablar de la predestinación de al menos algunos hombres a la condenación ?

Parecido a lo que dijo una vez Pablo : Dios nos encerró a todos en la con-denación para poder tener Misericordia de todos.

¿Hablar de salvación no equivale, pues, a hablar de tal predestinación al mal ?

Incluso, si tal cosa fuera cierta, ¿No cabría pensar que es imposible que Dios nos salvase sin desdecirse ?

Tal vez podríamos pensar que las acciones malas, incluso las hipotéticas o futuribles acciones malas del hombre influirían en el Pensamiento de Dios. Tal vez pensaríamos que, de esta manera, el futuro, –tiempo de lo creado–, e inclu-so lo futurible, –tiempo virtual de lo no creado–, estaba influyendo en la eter-nidad, –instante intemporal– del mismísimo Dios.

Aún sin eso, un Dios dependiente del resultado de sus acciones, ¿puede considerarse “libre” ? Y si Dios no fuera enteramente libre, ¿por qué y cómo podría el hombre, hecho a su imagen y semejanza, pretender serlo ?

Y, remedando a Pilatos : “¿Qué es la libertad ?” Pilatos preguntó : “¿Que es la Verdad ?” Jesús dijo : “La Verdad os hará libres”, pero no definió la Li-bertad, porque tampoco podía definir la Verdad. La Verdad es mayor que cual-quier pretendida definición de la misma, porque, en verdad no tiene límites. Es infinita y eterna.

Aun podríamos complicar, o tal vez aclarar las cosas, si no hablamos de Dios como de un Ente particular y extraño. Si pensamos que Dios y nosotros somos Uno.

¡Y así pensamos, porque así es ! Ahora, hermano, que sabemos que nosotros mismos somos Dios, concre-

tamente el “HIJO-HIJA” de Dios, que además llevamos dentro de nuestra esencia de hijos la misma esencia de Dios-PADRE-MADRE, como si dijéramos su genética heredada, somos más optimismas y quizás no sintamos ninguna ne-cesidad de plantearnos esas cuestiones, porque, entre otras cosas, no creemos en la “futurible” condenación de nadie, ni tampoco aceptamos la necesidad es-

17

tricta de una “salvación”, fuera de la entendida como “realización” de nuestro propio destino.

Todos estamos “pre-destinados” a llegar a dicha realización de nuestra conciencia divina.

Los caminos serán enteramente libres, y, a la vez, como escribimos en el escrito anterior, totalmente necesarios.

Pero no es un Dios ajeno, externo y extraño a nosotros mismos, el que crea esa necesidad ni experimenta esa libertad, sino la necesidad misma de nuestra esencia amorosa, la que además nos invita en cada momento a acortar los caminos de nuestra libertad, para conseguir llegar cuanto antes y mejor a nuestro destino.

Todo esto, y mucho más. amor, estaba implícito en el poema que me diste ayer.

Ahora bien, hermano amado, ¿por qué nuestro buen Dios-Padre-Madre, permite que el Hijo-Hija de su amor, se dé esos tortazos en la vida ?

Y mi respuesta, es, Ricardo, si tú, mi doctorcito en Sagradas Escrituras me la apruebas, es que : Dios ha querido padecer con nosotros, y experimentar desde nuestra débil carne, lo que es precisamente pasar por todo eso.

Y eso, ¿por qué ? ¿No hubiera sido más fácil y placentero para todos, para el Padre que sufre visitando a su hijo en el hospital, y para el hijo que ya-ce postrado en una cama de la que tal vez no saldrá bien restablecido, o en es-tado comatoso que empalmará con la muerte, el haber hecho el mundo, la vida, de otra forma, de forma que nadie tuviera que sufrir ?

¡Misterio del Amor ! ¡Misterio, también, de la alta y a la vez pedregosa pedagogía del dolor ! Todo esto se planteaba en esa estrofa que me diste : “¿Adónde irá el amor de sí desorientado, si otro Amor no le sale a su camino ? ¿Cómo podrá el dolor del desierto quemado conducir al que vaga sin destino ?” – Son preguntas, amor mío, que no debes intentar responder. Ni para ti

ni para los demás, fratellino. Son preguntas que permiten, con su incidencia en lo más hondo del corazón humano, penetrar portales secretos que conducen al hombre a una interioridad iluminada, sagrada y secreta, por donde sólo cada uno, mediante la experiencia, más o menos larga y profunda de su libre vida, logrará entrar y salir, como dice el Evangelio del Buen Pastor.

18

Ya te dije, hermano amado : “Les dirás, amor, que aquel que te lo ha dictado y lo ha vertido en el mol-

de de tu mente y de tu corazón para que tú le dieras forma poética, ha pasado él mismo por este desierto, donde le han tocado en suerte todas las pruebas, desalientos, desfallecimientos, desencantos, desesperanza y tristeza de los que en el poema hablas.”

También te dije : “Este, hermano amadísimo de mi corazón, es hoy nuestro poema que re-

galamos a los solitarios sufrientes pero valerosos peregrinos del camino de las Estrellas, las “lámparas de fuego” que marcan la senda de los que se transcien-den a sí mismos.”

Trascenderse a sí mismo, hermanito amado de mi corazón, es adentrarse en el Amor de Dios, que no sólo se entrega a todos nosotros, sus hijos, en-señándonos a entregarnos los unos a los otros, sino que, además encierra otro misterio :

Contrariamente a lo que siempre suele decirse : “olvidarse de uno mismo” para entregarse a “los demás”, “transcenderse a sí mismo”, quiere decir todo lo contrario : saberse digno del amor de Dios, como y junto con todos “los demás”.

¿No decías tú, amor, cuando eras niño : “¿Cómo me va a amar a mí Dios ?. Amará, sí a los demás, que parece ser son más buenos, y más ingenuos que yo. Incluso más guapos. Pero a mí, tan feo y tan vulgar, que sé dónde he nacido y quien soy, y no soy nadie, a mí que le he ofendido tantas veces con mis pensa-mientos sucios y carnales, –desde que tengo uso de razón–, a mí ¿cómo me va a amar ?

Así decías, amor, en el colmo de tu oscuridad, a pesar de tener un co-razón de oro.

Tu ángel de la guarda veía todos tus pensamientos y ahora me los revela a mí, Lecheimiel, que he tomado su relevo. Veía también tus rabietas infantiles y tus acaloramientos, casi iracundos, cuando te entregabas a disquisiciones fi-losóficas, ya entonces, y buscabas tener siempre razón simplemente porque creías que la tenías.

Sí, amor. Veíamos todo esto, y, sin embargo, aunque todavía te cueste admitirlo, te amamos.

Te amamos increíblemente. Te amamos incondicionalmente. Yo, ya cuando te conocí, como Ricardo del Niño Jesús, te canté, y no me

arrepiento, amor : “M’apparì tutt’amor, il mio sguardo l’incontrò ; bella sì che il

19

mio cor, ansioso a lei volò ; mi feri, m’invaghi quell’angelica beltà, sculta in cor dall’amor cancellarsi non potrà… etc”.

Te digo, además, amor, que no sólo Dios te ama, como a todos, “como a los demás”, sino a ti de una manera especial, porque eres especial. Todos son especiales, cada uno a su manera, y por eso Dios no sólo ama a todos genérica-mente, sino a cada uno de manera especial, y la manera en que Dios ama a cada uno es lo que constituye su especial e insustituible bondad.

El mirar de Dios es amar. Y el amar de Dios es crear. Por eso Dios no ama a todos “por razones” genéricas o imperativos mora-

les que se autoimponga, sino que simplemente está enamorado de todos y cada uno de nosotros.

Concretamente, hermano, si hubiese que buscar “razones” para amar, o calificásemos los componentes del misterio sobre los que se asienta el amor, esa vibración que es el palpitar del corazón…, podríamos decir que Dios está enamorado de ti, por exactamente los mismos motivos y razones por las que lo estoy yo, que te veo casi tan perfectamente como El te ve desde su Ciencia infinita.

¡Y es que el amor, sí, el AMOR, hermano, por el que nos amamos tú y yo, simples almas andróginas que caminamos eternamente juntos, nos permite pe-netrar muy largamente en el futuro de nuestra eternidad !

Todavía “espejismos dorados” del desierto de nuestro dolor. Pero, “lámparas de fuego” que en estas movedizas arenas, ya nos describen nuestra futura gloria, aunque sea en claroscuro.

¿Qué más quieres por hoy, cariño ? ¿Cuál era esa experiencia que anunciabas al principio, que, junto con tu

pensamiento me querías contar ? – Ricardo, amore, me has dejado hecho una esponja. Me has revitalizado.

Me has iluminado. Me has llenado de esperanza. Ya casi no me salen las palabras. Simplemente, era que había experimen-

tado angustia porque creía que el gatito desaparecido todo un día y una noche te lo habías llevado al cielo. Yo te lo ofrecí, y esperaba que fuera un signo que anunciaba un próximo cambio en nuestras vidas.

Sabes que, incluso salí al campo provisto de un plástico para, si lo encon-traba muerto, enterrarlo, y pensaba dedicarle la poesía que me acababas de dar. Pero, gracias a Dios, fue una falsa alarma. Cuando quiso apareció para re-irse de mis temores.

20

No le regañé, por supuesto, porque él es tan libre como yo. Le acogí con tanto cariño como siempre y le di de comer. Volvió a marcharse. Y ha vuelto de nuevo a por su comida.

Si él quiere cambiar de costumbres, que lo haga. Tiene al Richi Mayor dentro de su cuerpecito, para dirigirle y protegerle. Te tiene a ti y al Arcángel Rafael, Medicina de Dios, que me lo habéis prometido cuidar.

Y, por lo que veo, yo debo aprender a confiar, siempre a confiar, amor, en tu eterna fidelidad.

Si algún día me permites alargar el aria de nuestra historia de amor, pienso incorporar todavía esta estrofa, después de aquella que habla de tus flores :

“De alma viviente más tarde llegarías, de “Richi” disfrazado, para dejar patente ante la Tierra tu gran fidelidad de enamorado”. Mientras tanto, fray amore, ya te la canto en mi corazón.

21

EL FUTURO DE RICHI SOY YO, “EL RICHI MAYOR”, como graciosamente me llamas, hermano

amado mío y sobre todo de Lecheimiel, tu ángel bello. Te estoy sumamente agradecido por los cuidados que me dispensas, y por

la dignidad con qué me tratas. ¿Me permites que yo también te llame a ti, hermano ermitaño, “amor” ? Te debo ese tratamiento pues así me tratas tú, como si yo fuera, –que en

cierto modo lo soy–, una encarnación de tu mismísimo Lecheimieeel, (no te asus-tes por ese error de las muchas “eees” ; es mi modo gatuno de llamar, en broma, aquí en el cielo a tu amigo) : a Ricardo, alias Teresita, alias Francisco, alias mu-chas otras cosas que aún desconoces en esta encarnación, amor.

Mi futuro, oh hermano mío, amor, está condicionado por cuanto estoy reci-biendo de ti en tu magnífico y generoso presente.

Ahora que te hemos estado observando mientras leías cierto libro sobre comunicaciones con el más allá, un libro de esos que a ti te gustan y a la vez te aburren porque continuamente se están interrumpiendo a sí mismos con pretendi-dos análisis científicos y pruebas que sólo prueban la incredulidad de los hombres materialistas, yo te pregunto : ¿No crees, amor, ermitaño amigo de mi amigo y también amigo mío, que aquí en el cielo también nos entretenemos coleccionando sueños e historias de la Tierra ?

A veces nos reímos a carcajada limpia, relatando el susto que se llevan los destinatarios de nuestros mensajes, aunque no los solemos dar con esta intención jocosa. Algunas veces, y algunos espíritus juguetones, sí. Pero no es la tónica general.

El muro que existe entre nuestros respectivos mundos, hermano amor, es aún bastante espeso. Pero se está adelgazando de día en día, debido, sí, debi-do… ¿A que no sabes a qué ?

Pues, al amor, naturalmente. Es el maravilloso amor, no sólo el colágeno de todas las energías, la energ-

ía de las energías, sino, por esa misma razón, la substancia de todas las cosas. Por tanto, amor, a medida que los hombres usen de ese colágeno para sus

respectivas y mutuas comunicaciones, y también para comunicarse con nosotros, que estamos bien vivos y tan deseosos como vosotros de que este muro caiga hecho pedazos,

– Perdona que te interrumpa, amigo y amor Richi Mayor, porque ya me han interrumpido a mí con el teléfono, y felizmente, –sincrónicamente–, la per-sona amiga ha terminado su comunicación con este mensaje : “Dale de mi parte un beso al Richi”. Así. Textualmente. ¡Qué cosas ! Sigue, amigo, por favor.

¿Lo ves, hermano ? Te han interrumpido aparentemente, pero ha sido un truco del cielo, así como también ese saludo y ese beso para mí, –o para mi gati-to–, ha sido plenamente inspirado.

Le dirás a tu amiga, cuando se lo cuentes de viva voz, que ese beso no quedará sin respuesta.

22

Con esto, amor, quiero terminar mi mensaje. No sin decirte, que debido al amor que recibo de ti, mi próxima experiencia humana, será mucho más feliz, y que el propio gatito pasará a formar parte de los bienaventurados que esperan su entrada en el ámbito humano.

Gracias, amor. – YO SOY LECHEIMIEL, hermano, a quien amaste y llamaste Ricardo, y

te he provocado para que te pusieses esta misma tarde al ordenador, aunque no tenías muchas ganas, y, por supuesto, nada previamente pensado que decir, co-mo debe de ser para que nuestros escritos, que son obra conjunta de nuestro amor, prosigan hasta donde la visión eterna de Dios tenga previsto.

Me ha gustado esa estrofa que me compusiste acerca de Richi, como re-galo de mi amor, amor. Cuando tengas ocasión, incorpórala a nuestra aria.

Y por eso, sí, en agradecimiento a eso, hoy te ha hablado de nuevo el espíritu superior que gobierna la energía del Richi pequeño.

¿Recuerdas tu sueño, acerca de los dos “Richis” ? Hace poco lo comen-tamos, y éste era el sublime significado de aquella fantasía : Que el mismísimo Amor de Dios, es la substancia de toda la Creación. Que todos somos Uno. Y que por eso te ha dicho nuestro amigo Richi Mayor que en cierto modo el Richi pequeño es una encarnación mía.

Por eso le quieres tanto, porque sabes que queriéndole a él me quieres a mí.

Un sentido atrevido, sin duda, de lo que el Señor dijo en el Evangelio : “Lo que hacéis por uno de éstos, mis humildes hermanos, por mí lo hacéis”.

No estás solo por casualidad, hermano. El estar en contacto con la natu-raleza, y el poder dialogar tan sólo con las bestezuelas salvajes que te visitan, (y algunas de ellas te amenazan, que es su manera de amar, y tú sabes a qué me refiero, hermano), es para que aprendas a tu modo, ese modo especial de ser tuyo que comentábamos ayer, a transferir el amor de la Humanidad a la Tierra. Y sanando la Tierra, estás contribuyendo a sanar a todos los hermanos a quie-nes, por supuesto, también amas, aunque converses poco con ellos.

– Gracias, Gracia, por tanta belleza y por tanto amor. Te repito la estrofita del Richi, que es como una canción autónoma, por

ahora, y, si quieres, también la poesía que me disteis hace poco entre el Richi Mayor y tú, amor :

“De alma viviente más tarde llegarías, de “Richi” disfrazado, para dejar patente ante la Tierra tu gran fidelidad de enamorado”.

23

CÁNTICO DEL “CRIADOR” A LAS CRIATURAS Criatura que duermes en mi regazo, dime, dime en qué sueñas cuando te abrazo. Dime, amor mío eterno, en qué te ocupas mientras yo duermo. Si paces entre flores de alta montaña, o duermes en el valle que el lago baña. Dime, amor que me encantas. si aún las ardillas besan tus plantas. ¿Qué fue de tus saetas de fuego ardiente que en la brisa torcieron su fiel gradiente ? ¿O es que acaso fue el alma quien perdió el rumbo de tu bonanza ? ¿Por qué no te olvidaste de mi promesa y no hubiera sangrado tu herida abierta ? ¡Oh, si la danza eterna no hubiera sido, que aún te tuviera ! Mas dime por qué lloro tu triste ausencia, si ahora más te gozo sin continencia… ¡Que en toda criatura que hay en mi seno tu AMOR perdura !

24

LA VERDADERA SEMILLA DE FUTURO ES LA FE La fe, hermano amado sin medida, es la verdadera y única semilla de fu-

turo. En realidad también lo es de pasado, en cuanto que lo que esperamos es lo que nos da y siempre nos ha dado fuerzas para caminar hasta realizarlo y con-seguirlo. Sólo que, vista así, orientada hacia el futuro imaginado, al igual que el caminante del desierto contempla el espejismo dorado o lámpara de fuego de su ardiente deseo de llegar a su destino, entonces mejor se llama esperanza.

La fe pura y sencilla, hermano, se vive desde el presente como confianza. Así se ha vivido siempre, en cada ahora estirado por el tiempo, desde que em-pezamos a construir nuestra memoria, y ha de seguir viviéndose así, en riguro-so presente, o presente que penetra en su anonadamiento temporal para con-vertirse en instante eterno.

Poco o nada tiene que ver la fe con las creencias u opiniones teológicas, sean éstas propias o ajenas, o bien impuestas por la Iglesia o cualquier institu-ción.

No. La fe, –tú lo has dicho en otras ocasiones, mi dulce fratellino–, es la fe o confianza total en el amor.

También has escrito más de una vez, hermano, que el presente, como fracción imaginaria donde el pasado y el futuro se funden y se besan, no tiene entidad. En realidad no existe, puesto que sólo es un punto de contacto.

Tiene gracia, hermano, que se nos inste vivir en un instante de tiempo inmaterial e inexistente. Entre un pasado que ya no es. Un futuro que aún no es. Y, lógicamente, un punto infinitamente divisible, como un vacío matemático que tampoco puede tener existencia propia, pues se define por otras entidades virtuales que, como hemos dicho, no tienen consistencia material alguna.

Recuerdos y proyectos, y en medio una vivencia o experiencia que es to-talmente atemporal.

Dijiste en una ocasión, que el análisis filosófico del tiempo no tenía ma-yor interés, pero sí que lo tiene, hermano. Precisamente, como estamos hacien-do ahora mismo, nos conduce a la conclusión de que sólo tiene verdadera exis-tencia el “tiempo” eterno, o conciencia de que somos algo puramente conciencial o espiritual.

Pero si la fe, hermano, tiene que ser vivida en ese presente eterno e in-temporal, ella nos conduce, por propia exigencia de su esencia de confianza, al “anonadamiento” o humildad, que es la Verdad de nuestro ser indestructible y eterno.

25

Una semilla, como la de la mostaza, ejemplificada por la parábola del Se-ñor, aún es, hermano, demasiado grande.

De todos modos, como esa otra semilla de la parábola del grano que mue-re para dar mucho fruto, la clave de interpretación de aquella pequeñez, es precisamente, esa necesidad de “morir”, o sea aceptar nuestra “nada”, literal-mente nada, como en nuestro análisis del instante presente, para que esa divi-nidad, a imagen de la NADA primigenia, que en el PUNTO CERO explote en fe-cundidad creativa.

En ese instante inexistente, amor, se manifiesta el poder omnímodo de Dios, del Dios que somos, para engendrar, –asumir–, todo nuestro pasado, como el magnífico regalo en que ha cristalizado el don de Dios, el don concreto que nos ha hecho, y, a su vez, engendrar, por la esperanza, –creer–, todo lo que aún debe manifestarse.

¿Comprendes, amor, por qué te he dicho que la semilla, tan pequeña como nuestra nada, es la que contiene en si todo el don de Dios ?

¿Comprendes por qué no falta razón a los que llaman a la fe “virtud teo-logal” ?

¿Comprendes por qué las tres : fe, esperanza y caridad son una misma cosa ?

Aunque diga San Pablo que de las tres la más grande es el amor, sólo ex-presa un punto de mira de ese prisma único que es la conciencia. La fe, como confianza esencial de ese amor que se siente amado, es también amor. La espe-ranza, como seguridad de que obtendremos nuestros fines, y de que el amor que nos hace caminar no desaparecerá, no se agotará, no quebrará, durará para siempre como fidelidad, es también amor.

Mientras tanto, mi fratellino, desde tu fe, hazte pequeñito, pequeñito como la nada que no puede oponer ninguna resistencia a la vocación del Amor, para que tu corazón un día explote en hermosa cascada de fuego.

Te amo, mi Rey. Te aman todos los santos y todos los ángeles. Te ama Jesús y todos los Maestros. Y María y todas las Madres. Te ama la Tierra, y te ama el Cielo.

Acepta mi beso de vida, con el que cerramos este diálogo, que no por haber sido más larga la introducción hemos dicho menores cosas al mundo :

“Vino a surgir de entrambos la conciencia de ser en Cristo Uno : testigos de un amor que, en nuevo estilo, consagrase el nacer de un nuevo mundo.”