Fuera de Cámaras

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Fuera de Cámaras

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Otra distopía de Sci-Fi, pero con su algo diferente... Semejante a 1984, aunque a mi modo; con voces corales; con una lectura sencilla.

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Fuera de Cámaras

I

o puedo pensar; mejor dicho, no puedo centrarme en mis pensamientos. Tengo

que estar pendiente de esto, de lo mío.

Si no, las cámaras comprobarán que lo estoy haciendo mal y poco eficientemente… mi

trabajo, y se quejarán y darán aviso y me controlarán; luego, el despido; y, finalmente,

los de Servicios Sociales verán que hay un tipo sin ocupación, y me llevarán a un

Centro de Rehabilitación de Marginados, y entonces sí que ya será más difícil todo…

No me queda otra, me digo; resoplo.

Con el tiempo he conseguido hacerlo: pensar y hacer, pero ellos lo saben; saben porque

observan y no tienes tiempo, ni la oscura intimidad, para dejarte iluminar por otras

certezas que las del indudable Bienestar.

¿Bienestar? Es un trabalenguas. Es la manera para encubrir otras cosas. Es como uno de

esos enredos que se harían con las madejas de lana; pretenden… Mierda… Estoy…, ya,

ya, venga.

Corrijo el informe, me pongo a examinar los datos y compruebo si hay una

irregularidad. Sep, soy uno de ellos; soy uno más. Todos mis principios, todo lo que

apoyo, está aquí, y es lo que me convierte en un monstruo.

Mis ojos tiemblan: quien observe, uno de los idiotas de la Estabilidad y Mantenimiento

de la Seguridad, trabalenguas para hablar de la vigilancia civil, política, vigilancia en

general, uno de ellos, pensará que temo, que temo porque pienso algo que no debo

pensar, que me deben corregir. Primero, con unas palabras de aviso. Después,

encubiertamente me intentarán machacar. Todo oficial, todo amablemente. Pero si uno

es listo, no un loco paranoico, porque cualquier teoría paranoica ahora mismo se vuelve

hasta terriblemente realista, comprueba que es todo un juego, un macabro enrevesar, no

tan complicado como en las paranoias del XX, pero sí con un fin similar y unos

métodos solamente más livianos: no podemos “estresar a los individuos”, pero podemos

tocar sus puntos débiles. Podemos atacar su sueldo. Podemos atacar su situación vital:

pareja, derechos de paternidad, pensión… ¿Cómo van a hacer eso subterráneamente?

No se puede obligar a nadie, claro… No, no; eso sería demasiado poco discreto. Se hace

pensar a quien sea que no es conveniente de muchos modos. Es tan… Pero

principalmente económicamente. No es que seamos muy materialistas: ¿acaso Marx no

tenía razón con eso de que todo es materia, economía?

Mierda, me he quedado pensando esto mientras me grababan. Escribo, escribo; corrijo;

reescribo; reestructuro. Ya lo he hecho más de una vez, por eso sé que me vigilan; que

lo saben: saben que soy algo listo; pero ellos son más listos, tienen toda la capacidad

para serlo, no es que lo sean, es que ellos son más y por eso son más poderosos. Yo no

tengo tiempo para nada, ellos juntos tienen más tiempo… Ahora todo es eso: tiempo,

trabajo, puesto de trabajo e imagen. Yo tengo una imagen de tipo formal, aunque con

N

toques informarles, todo ello para no desencajar y parecer que me dejo llevar, por la

felicidad y todo eso…

Tengo que seguir… Llevo todo el día, no puedo más; pero sé que no hay otra, que si

descanso, debo irme con los imbéciles de Hurt, un australiano que no aguanto para

nada, y todos ésos y decir memeces. Sé, lo sé bien, que cuanto menos me dejan pensar,

más débil soy, pero que si lo pienso, aunque me haga esto saber de mi debilidad, me

hace más débil. Y no es una ironía.

Este tipo está jodido. Le han pillado dando “la vara”, en palabras de un lumpen, sobre

un tal Nichi: Friedrich Nietzsche… ¿Cuánto daño ha hecho el pobre Nichi…? Camellos,

camellos; sí, eso somos. Una sociedad con una moralidad corrupta, que ha dado la

vuelta al mensaje para interpretarlo como ha querido ella, arrastrando a todos.

No pienses, escribe, detalla, fusila, destruye; haz como que no te importa; que aunque

sabes que podías ser tú, que es un igual al que debieras proteger, le proteges enviándolo

a uno de esos lavadores de cerebros, cuyo tecnicismo es «Reinsertadores». Sabemos

bien qué reinsertan: les vuelven locos a base de comerles la cabeza. Les machacan

moralmente. No es lo que dicen, es la forma y la intención. Pretender que seas fiel a

ellos, porque atacas a la sociedad, a los demás, no pretenden un ego, sino una máquina

autómata que ayude un bien alto que ni Dios, es decir, el Estado, conoce en verdad;

dicen conocerlo, el Bienestar, la felicidad…, incluso la libertad y la igualdad. Es

como…

Sé que no puedo pensarlo mucho. Escribo y pienso que ahora mismo este hombre,

Javier Montero, debe de estar ya en algún Centro; y me lo imagino solo en una sala a

oscuras, porque ciudadano no significa ser díscolo, pensar “egoístamente”, sino

obedecer. Que sí, te dan la razón, es bueno pensar, dudar, opinar, pero hay unos

márgenes, todos ellos ocupados y… Eso me lo conozco: enviar una carta por Afrodita, y

decirme que los cauces legales son los que son y que la susodicha había cometido una

falta. Luego, otra carta, que la falta era grave… y… No quiero pensar. Quizás vaya a

llorar, y eso sí que es peligroso.

No seas débil. Que les den por culo. Alea iacta est.

Cámaras:

Todos son una colmena. Todos son observados. Se pueden ver a varios corregidores, a

varios terapeutas, a varios sicólogos. Uno de ellos, está parado, posiblemente

escaqueándose por mecanismos de evasión.

Alguien informa.

Son observados por cuatro supervisores (que yo controlo a su vez), que comentan, que

hablan y gritan; atacan al personal “sanitario-mental”, comecocos, más locos que los

cocos. Cobran menos, están enfadados y deben de tener envidia: es que si no es así,

acabarán en los Servicios Técnicos, es decir, limpiando la mierda de unos váteres,

porque quieren que odies al que está abajo, arriba, al lado…, y a la vez ames a un ser

metafórico que engloba a todos… Si no, eres un parásito social. Te han inculcado que

eres más que los demás; estás acabado.

Aunque haya más y menos, no hay que pensarlo: ése es el problema, pensarlo. Porque

pensarlo significa crear un mundo aparte, porque tú creas otra cosa diferente. Porque lo

cuestionas. Porque las cosas vienen porque sí, por razones más difíciles y complicadas

que no hacen más que complicar a la gente. Como en el Año de Tinieblas.

Pensar, ése es el problema. Es la herramienta del hombre, pero una espada de doble

filo. El hombre es un menor de edad en comparación a… Por favor, combinar toda la

ilustración en un mensaje de iluminismo más propio del fanatismo cristiano…

Le miro: no hace falta que me envíen otro aviso. Lo sé. Lo sé. Le llevo investigando

tiempo. Varios meses. Es diferente, y a la vez igual que cualquier otro valiente; pero

éste proviene de un contexto, digamos, peculiar, aunque no hay nadie peculiar; no debe

de haber nadie peculiar, pero los hay.

Escribo los eventos, los demás operadores me comentan, etc., etc., etc… ¡Ay!, ¡qué

tontos! Sí, lo que digo y escribo es muy soso, es por lo que soy: un tipo que ha de

controlar a todos esos tipos, que a su vez controlan, que a su vez… Todos controlamos:

hemos de tener todo bien atado, construido en una base que lo soporte, que no haya un

ladrillo que cojee y pueda desbarajustar el… equilibrio.

Lo importante, pues, es siempre el equilibrio… Pero a mí eso no me interesa, no per se,

no es mi base, sino mi arma, mi martillo.

Me hago el tonto, escribo simplón, les informo como un televisor. A veces, se me pega

y casi parezco una cámara. Otras, hago algo… diferente. Filmo mis pensamientos,

tienen algo de visuales también.

Sé que todos los que formamos parte de esta sociedad estamos preocupados del otro,

por nuestra propia cabeza; pero…, yo no. Yo disfruto viéndoles, qué sienten, qué

padecen. Tengo bastante de científico, tomo notas y analizo.

Ahora veo un espécimen de díscolo 2.1. Todos tienen algo interesante. Sé que cuando

coge ese libro de Sicología del trabajo, en realidad está leyendo otro libro, de los

«marcados», o simplemente hace que lee. Gracias a mi trabajo, he encubierto, en mis

análisis, mis deseos verdaderos, tras los de los demás.

Es… tan fácil tener a alguien de la mano, y gracias a ello, todo lo que quieres... Incluso

los jefes están domados, porque dependen de ti, de que tú elimines la mierda; tú puedes

tirar de ellos; para ello, hay que ser listo, estar en el lugar adecuado y urdir una buena

trampa de marinero: ¡peces, peces! Sólo hay que saber pescar. Tú les interesas, a ti te

interesa enredar, capturar, alimentarte…

Soy como un depredador; es mi oficio, no me corto; es como soy. Estoy hecho como

quieren, quiero ser como soy…

II

uando salgo, me despido de todos, sonrío, adiós, pasarlo bien, no os comáis el

cerebro, que ya veis cómo acaban esos vende-paraísos que se los han comido

como zombis, aquellos que en otro tiempo hubieran sido llamado anarcoides.

Me duele la cabeza, mis pensamientos salen como un volcán, no puedo evitarlo, se me

juntan, se me funden, y explotan y me ametrallan la cabeza.

La veo. En mitad de la calle, parada, como si estuviera perdida, pero me está esperando

a mí. Sigue siendo morena; no la han teñido. La cambian entera para quitarla la

identidad: ser igual que otro más pasa por ser otro que no eres; no ser tú, no, ser como

otro; no vale entender a esa persona siendo tú. Así, te confunden, así, te comen la

cabeza.

— Pasmao, ando apistráa, ¿me puedes decir donde un centro de ayuda social? —

suelta como una medio india.

— ¿Te has perdido? —me hago el tonto.

— Eres de los comecocos, ¿no?

— Sí; necesitas ayuda.

— Mucha —contesta dejando la jerga y de hacer de choni.

La llevo conmigo; sé que tengo una cámara grabándonos, pero su teatrillo es bueno;

pero quizás no sea suficiente… Estoy nervioso, aunque me controlo. Tengo mis

métodos. Tanto tiempo en esto me he hecho como una estatua griega, solamente un

poco manierista. Es triste, pero es así.

Soy feliz. Quisiera cogerla la mano, pero no puedo. Por dentro me imagino

mordiéndome los labios de rabia: pensar y hacer, desear y actuar, ésas son cosas muy

diferentes; a veces, tan deseadas, tan metidas, crees que pudieran ser verdad. Ya no

existen tus ojos, este mundo. Sólo existen estas palabras, estos deseos, una miradita

hacia ella, medio pensando en los días del pasado; sólo existe lo que yo quiero, o eso

quiero creer.

Pero alguien te ve por una camarita, y sabes que no. Ese verbo divino que crea todo lo

que te da la gana, no es más que una fantasía; son ellos, quienes se creen dioses. No

puedes decirlo: no hay más Dios e ídolo que uno mismo. E igualmente, es una fantasía;

a veces he pensado que es todo una fantasía, que me engaño, que todo es una mentira.

Es algo complicado de explicar. Decir eso te enviaría a un manicomio de la Seguridad.

— ¿Cuánto? —me susurra.

— Poco.

— ¿Cambiaste de casa?

— Sí; cuidado que nos graban.

— Lo sé, por eso me tapo.

— Por eso mismo; saben que ocultas: lo malo no es el mal, sino que eres consciente

de él y lo aceptas.

— Un rollo de los suyos, ¿no? ¿Qué se rularán esos cabrones?

— ¿Qué? —la pregunto.

— Es de lumpen.

— Lo sé, pero…

— Me he escondido, y me he adaptado.

Me preocupa, estoy preocupado… Sé que me muerdo ahora el labio, un poquito, pero se

nota; quien vea, lo verá. Ahora me muerdo el labio.

— Llamas la atención… No te muerdas. Son nervios. Lo saben.

— No puedo evitarlo.

— Autocontrol, cariño —me dice. Nunca me había llamado como cariño. Cuando

nos conocimos era de las típicas que iban a lo suyo, hacían su vida y qué

importaban los demás; yo, en cambio, entré por convicciones, cuando creía que

todo era del país de Alicia y sus Maravillas…

— Perdón.

— Tranquilo, no puedo… —y me mira a los ojos—. Finjamos. Ya sabes, no nos

conocemos; no somos más que dos desconocidos, dos tipos sin nombres, una

lumpen y un comecocos que se encuentran, y la primera busca ayuda sicológica.

— Vale; la ayudaré. Es mi trabajo —sonrío. Luego, después de dudar, también me

sonríe.

— Quizás después de la ayuda haya un polvo de gratitud —dice socarronamente;

sigue siendo igual que siempre, y me alegra.

— Un trabajador social no puede…

— Cállate —murmura—. Te pido ayuda, y seguro que harás todo lo que debas

hacer para conseguirlo…

— Cómo eres Afrodita…

— Al fin y al cabo, hay gentes y cosas que no cambian nunca.

— No seas platónica.

— Nos van a pillar.

— ¿Y qué más da? Sabía que estabas viva —la digo, con los ojos brillándome (lo

sé sin vérmelos).

— Por eso no da igual; hay que seguir.

— ¿Hacia dónde? —la pregunto cansado—. La resistencia está acabada, lo sabes; y

si queda algo, van a su rollo; no se puede hacer otra cosa..

Me mira, de nuevo, a los ojos cuando ya casi hemos llegados, y abro el portal.

— Estás cansado, pero ya verás que se puede; todo lo que he pasado no puede valer

para nada.

Entro dentro sin contestarla. Estoy contento porque ha vuelto, pero sus esperanzas son

un suicidio. Yo sólo tengo esperanzas porque se acabe, y no soy lo valiente para hacer

algo para que acabe todo…

Hasta en el ascensor nos vigilan. Ella finge congoja, lo hace bien, y yo hago como que

quiero que no sufra. Me cuenta una historia falsa de que su marido es un adicto a las

narcisas, una droga que se inventaron los de arriba para que no dijeran que no tienen la

capacidad de corromper como en esos mundos de Ciencia Ficción distópicos. Tengo

ganas de llegar arriba.

Ya dentro, la hago pasar hasta la sala del diván: a veces tengo consultorías privadas.

Tienen una cámara, así que ella se acerca, susurra y finge contarme sus penas;

hablamos, me cuenta lo que la ha pasado, y creo que llora de verdad y yo no puedo

evitar también hacerlo. La digo: «Te quiero». No sé si me han visto, porque me he

relajado; pero, ¡coño!, ¡qué bien… estoy! Alea iacta est.

Porno codificado:

Vaya… Dos rebeldes enamorados… Qué preciosidad, y qué gilipollez. Yo lo he visto,

pero ya digo que no me interesa informar de eso; me interesa otra cosa.

Los veo comiéndose la oreja, el uno al otro. Es muy cursi. Esto parece un film

pornográfico, y hace mucho que tampoco eso me interesa, porque es perder el tiempo.

¿Saben que les graban? Parecen unos principiantes. ¿Acaso son primerizos en esto de

ser unos revolucionarios? Ay, el deseo los supera; deberían leer más a los clásicos y

saber que los impulsos, la hybris, son lo peor para todo hombre, ideal y lo que sea.

Me hace gracia; es ésta una de las razones por lo que hago lo que hago: estas cosas

humanas. En parte, eso de mover los hilos, como si controlases a los hombres, es

emocionante; alguno lo llamaría simular, como en un videojuego: sí, sí, eso es. Es

divertido, jugar como Dios y sus palabras. En este caso, es mi mudez, y ésta tiene no un

poder lumínico sino como un oscurantismo; y no tengo ningún tipo de culpa, esa basura

cristiana exterminada, gracias a los hados —me río por dentro con estas palabras

contradictorias, religiosas, paganas, católicas y científicas— de la Ciencia.

Él se va del diván, se va a su habitación. ¿Qué busca? Ahí sólo tengo la televisión, que

también, claro está, tiene una cámara web: se les obliga a poner una para tenerle

siempre localizado, y está muy claro qué significa. Pero él, buen revolucionario, ha

colocado la cámara bien para que no les vean en todos los ángulos. Ah, y ahora ella se

mueve hacia él: entiendo el por qué. Intimidad. ¿No será…? Ja, ¿podrá ser? ¡Qué

cabrones…!

Está moviendo la televisión. Ya casi no veo nada. Alguien tapa con un paño negro la

cámara. Es muy… peligroso lo que han hecho. Veo un poco: puedo verle a él

acariciándola, diciéndola algo. «Tranquila, así no nos verán.» Ella luego le dice: «No lo

creo, pero saldré pitando…» «¿Y a mí qué me pasaría?» «Si vienen, te vendrías

conmigo. Pero si no, tienes que quedarte, tenemos que joderlos desde dentro.»

Revolucionarios…

¡Ah, pornografía codificada! Ja, ja, ja… Todos tenemos nuestras debilidades, lo

reconozco, pero yo sé controlarme y un hombre debe aprender a hacerlo; si no, acabará

redimido a éstos. No soy de esos lumpens que están atontados con la industria de pechos

y esa locura de producción, cuyos efectos especiales ya son como las de las “gran

taquilla”. Todo está inventado para la satisfacción del cliente —me digo mientras me

sonrío a mí mismo—. De joven, quizás, si no hubiera habido cámaras… Cuando incluso

pensaba en chicas y tenía hambre de ascender, y al final me di cuenta de la realidad y

me conformé con ser un oficial de la Inquisición. Ya digo, pasiones, malas. Mujeres,

tentación insana.

III

a volví a ver después; nadie avisó de nuestro encuentro: eso me huele mal, pero

no lo pienso mucho; estoy hipnotizado, me da a mí. Volverla a ver es como

quitarme un peso de encima, la culpa de lo que hice, o mejor dicho, lo que no

hice; pero, también, el motivo más fuerte, es porque Afrodita tiene esa atracción, que

siempre me ha llevado hasta aquí, a seguirla. A pesar de mi fama de seriedad y pocos

romances, en mi interior podría decirse que soy un romántico.

Caminando para volver a casa, allí estaba, con un aspecto un poco diferente: ¿quiere que

piensen que cada día me viene una lumpen, la consuelo y me la trajino? ¿Será mejor ser

un tipo que se aprovecha de su oficio para beneficiarse de mujeres, o ser uno de los

sombríos? A esos sombríos, que no existen y no se los creen casi nadie, los pintan como

si fueran de una secta mitad de comunistas y de masones: los enemigos, como cuando el

tipo ése, Franco, que puso en esta provincia una dictadura y se ponía en ese plan. —Lo

leí en un libro.

Yo la sigo, sin preguntar. ¿Qué pretende? ¡Nos graban! Siento el puntero rojo sobre mi

nuca, como un fusil de un francotirador. Sería tan fácil… Y a la tumba.

Me mete en el barrio lumpen: el barrio de los lumpens de Madrid se erigió sobre la zona

de Vallecas, Carabanchel y alrededores, aunque no están muy bien separadas de la de

funcionarios, de los magnates y el resto. Aquí es muy fácil, incluso para el más alto de

la administración, hablar un poco como ellos. Creo que tiene que ver también con los

españoles, que eran un pueblo muy faltón; ahora nos hemos convertido en otra

extravagancia de la multitud de pueblos y sociedades bajo la Unión. Los lumpens siguen

siendo conservando algunos un tanto de eso, incluso se ha castigado a más de un

separatista con banderas de España, de Iberia o de Castilla. Personalmente, me parece

una locura idéntica a la de los libertarios de Afrodita.

Esto es un laberinto de callejuelas, abarrotada de carteles de anuncios, contaminación de

los enormes edificios (las megatorres, las llaman) y un bullicio de gente impresionante,

a pesar de que vamos andando. Por encima de nuestras cabezas se oyen los coches

volando: una maraña de ellos, pequeños, autosuficientes, que no contaminen más de lo

que ya se ha contaminado —porque un planeta que ya estuvo a punto de llegar al

colapso ecológico ha de preocuparse por esas memeces, ¿no?—. Pienso en lo que ha

costado llegar hasta aquí, no sólo al hombre en general, sino a la tierra misma; ha tenido

que haber no sé cuántas civilizaciones, entre otras la “independiente”, a la que dicen que

tanta “independencia” les provocó llegar a la Edad Oscura, un concepto muy

medievalista por cierto. Ven a esas gentes como a gente atrasada, mientras ellos

machacan a todo el que va contra el statu quo. Son unos hipócritas; todos somos unos

hipócrita, se contagia como una peste; es porque todos nosotros estamos encadenados

unos a otros, y al final es como esas cadenas de montaje, que si algo sale mal, todo

saldrá mal. Como la Ley de Murphy.

Se me revuelve el estómago: no sé si por la vergüenza ¿ajena, propia, colectiva?, porque

me estoy metiendo donde uno como yo es visto con malos ojos, o porque sé que nos

vigilan. Puede que todo. Cada vez que doy un paso, es como si me agitaran.

De entre todas las callejuelas, nos metemos a una especie como de tasca, más bien una

taberna, y por dentro veo que es un local con aspecto algo punk, ciberpunk y del

mundillo lumpen-rockero. Para mí, gente rarísima… Ella entra como tal, fácilmente. Me

miran extraño; el ruido de la tasca me come el cerebro, se me mete hasta dentro y parece

un bombardero machacándome las neuronas; el aire está además corrompido, por lo que

parece tabaco, el cual, técnicamente, está prohibido desde hace como cien años…, pero,

como todo, aquí está permitido, son chusma y no pasa nada.

Nos sentamos en unos sillones que se sitúan en una esquina sin apenas gente: ahí estoy

a gusto, solos, con intimidad. Hay varias cámaras pero ella me hace ponerme en el

ángulo que no nos graba. Hacía mucho que no me sentía tan bien… Ahora la entiendo:

esta libertad es impagable…

La miro, me mira. Me acaricia la pierna, dulcemente. No me ha olvidado, eso fue una de

las cosas que pensé cuando se fue, después de que lo hiciéramos… Hacía mucho que no

mantenía relaciones sexuales. Pero estuvo bastante bien. Si alguien nos grabó, debió de

montarse un buen video porno —me río diciéndomelo. ¡Que se jodan! Me viene algo de

lumpen… Debo ser español. Un castellano, que decían que eran los más brutos, por eso

de que bajaron a Al-Andalus, la llanura andalusí, de las Asturias, en sus monasterios-

casas montañosas.

Me empieza a hablar de revolución y toda esa jerga lumpen-roja. No creo en ella; antes

peleaba sin convención por ella, ahora no, estoy desilusionado del todo, debe ser. Lo

que quiero es poder estar con ella, lo que quede de tiempo, lo que quede…

De repente empieza a sonar Out of time de los Rolling. Esta canción me encantaba. Por

alguna razón me recordaba a Afrodita, aunque no me haya puesto los cuernos ni nada de

eso, como se insinúa en ella. Baby, baby, baby, you`re out of time. Hay una vez, en este

estribillo, en que se nota que Mick Jagger la canta con una lírica que parece que su voz

se vaya a romper, como si se tratase de un cristal; incluso la música de fondo, a son con

su voz, se estremece igual. Cuando llega a ese punto, creo que llego a una simbiosis con

la canción. En un momento, esto me recuerda a Un Mundo Feliz. Los lumpen viven en

él, y daría lo que fuera por vivir en él. Pero soy lo que soy: el que controla a las ovejas,

los cerebros de esas ovejas, y las dirige hacia un barranco, no como el guardián sobre el

centeno que debería ser.

— Esta canción te encanta —me dice, sorprendiéndome.

— Sí. Hacía mucho que no la escuchaba. Hacía mucho de todo esto… —contesto

con nostalgia. Parezco un llorica, entre tanto tipo duro. Después de todo, ya dije,

soy un romanticón.

— Es preciosa. Este sitio me mola, me anclaría para siempre si no fuera que esos

cabrones lo manejan todo, chaval.

— Ya hablas en su jerga.

— Perdona, comecocos.

— Vale, joder… —la pido disculpas a mi modo. Giro la cabeza, reprochándolo.

— Ha pasado el tiempo, sí… Ahora soy un poco lumpen, quizás una de ellas. —

Mira hacia una joven que tiene un tatuaje con una mariposa cerca del ombligo,

el cual muestra como si deseara que la tocaran tal parte del cuerpo—. ¿Sabes lo

que significa para ellos ese tatu?

— Tatu… ¿Tatuaje?

— Sep —me contesta con un poco de sarcasmo lumpen. Creo que me da asco esa

actitud, pero como es ella…: claro, si es ella, mi corazón hace como no pasó

nada, aunque le duela.

— ¿Y qué significa?

— Puta. Ser un poco putilla —se ríe diciéndomelo.

— Ah…

— Me molaría ponerme uno de ellos.

— ¡¿Por qué?! —la gritó.

— Porque sí.

— ¿Es que…?

— No quiero ser una puta, pero quedaría sepsi. Eres un poco carcamal, cariño; el

estar de comecocos oficial te ha licuado la sangre y la vida. Los hombres lumpen

quieren que seamos, o parezcamos más bien, un poco promiscuas, pero que

seamos para ella; y además, porque eso significa mucha potencia —y se echa a

reír—. Como la noche del otro día, cariño. Aunque antes no me hubiera gustado:

muy machista. Debe ser que me he convertido en una adolescente rebelde, a

pesar de que ya fuera un poco de eso. Es que… antes era más o menos como tú,

seria, puritana en el fondo… Eso no es vida, cariño. Quiero vivir, quiero sentir,

quiero follar, hacer el amor y no sentir que me van a matar unos tipos de negro y

tal y tal. ¿Sabes lo que te digo, comecocos?

— Lo entiendo: es una especie de ataque a los preceptos a los que estábamos

anclados, pero…

— ¿Pero qué? Deja de analizar. La sicología sólo es una forma de control.

— ¿Qué no es una forma de control? El cerebro es un mecanismo de ordenamiento:

hasta las neuronas están regidas por un alto mandatario.

— ¿Ya no crees? —me pregunta triste.

— Ya no creo como antes… —la contesto. Baja la cabeza y la pone casi entre las

piernas. Está decepcionada. La he cagado, como dicen los lumpen.

Entonces, un silencio, un silencio incómodo. De esos que se te hacen la sangre hiel y

quieres romperlo.

Cuando empezamos a tener una relación o lo que fuera, recuerdo uno, tomando unas

colas combinadas con vino, en el que la miraba fijamente; ya entonces, creo, me atraía,

aunque era diferente. Un deseo diferente. ¿Cómo alguien podría hacer un análisis

empírico, síquico, de los tipos de deseos? Creo que sería tan difícilmente… Quizás con

un poco de sicoanálisis, pero el sicoanálisis sólo está vedado para inspectores, los que te

machacan con él. Nosotros lo tenemos prohibido por poco “científico”, es decir, porque

lo “científico”, lo “racional”, es lo que te mandan como en una lista de la compra.

Me sonríe, me coge de la mano y me lleva fuera. Se despide y me dice:

— Nos veremos. Pronto nos veremos. Iré a ti.

— Vale —la contesto.

Y se me va por la calle, mientras yo me quedo viéndola cómo se aleja; luego, yo hago lo

mismo por la mía, hacia mi casa, en un barrio de privilegiados sociales. Alea iacta est.

Pasarelas, alcohol y otras drogas:

Les veo: a ella y a él. Ella, me he informado de ella hace tiempo, se llama Afrodita. Es

una fugada y la buscan por un atentado, el cual es un nombre genérico con el que los de

arriba pretenden acongojar a los buenos conciudadanos; pero un atentado, simplemente,

puede ser “alborotar el orden público” con unas palabras mal afortunadas. Ella,

seguramente, ha hecho una cosa de ésas, y es un peligro. Ya están casi todos esos

“alborotadores” aniquilados, machados, aunque de vez en cuanto sale uno, o dos como

mucho, y se da miedo al buen público, no el bien público; bien me digo: el buen

público… Él, es un heroecillo cagón: una vergüenza para la hagiografía revolucionaria.

Las cámaras les ven ir hacia un bar de lumpens punks, de esos que se han puesto de

moda entre ellos, en muchos casos, la mayoría, ¿cómo no?, para dárselas de

revolucionarios, seudorevolucionarios. A los de arriba éstos no dan miedo. Dan más

miedo éstos, como Afrodita, que creen. La palabra creer es como la idea de los

anarquistas; hacen algunas analogías del cristianismo primitivo y no sé qué otras

fantasmadas revolucionarias y de todo tipo de pensamiento de rojelio.

Bueno, tocará hacer un seguimiento…

Lo bueno de ser un inquisidor es que tengo mis artes para camuflarme. Tengo todo un

armario de disfraces, y como sé que me pueden localizar por las pupilas de los ojos,

pues me pongo lentillas: un truquillo. ¿Que por qué me escondo si mi trabajo es

perseguirlos como un perro rabioso? Porque, como ya digo, esto es una “misión

especial”. Soy como en esos viejos comics de antes, de Mortadelo y Filemón, que hace

mucho tiempo llegué a leer de un archivo de nuestras requisas. Me río imaginándomelos

haciendo esto.

Vamos con esos criptojudíos, a ver qué sucede…

Cuando llego, nadie nota mi presencia: tengo esa gran facultad. Desde pequeño, fue así.

Aunque de pequeño siempre tuve que recibir la bazofia de la vida lumpen, recuerdo

cómo se reían por querer no ser uno de ellos, educarme, por destacar… Pero podía

hacer, más o menos, mi vida mientras pasara de esos idiotas. Sí, tengo aún mucha rabia,

pero eso se acabó. Creo que de ahí proviene toda mi misantropía; ya lo era con doce

años, posiblemente. Algunos tienen suerte, como yo; otros no la tienen, como ese otro y

su revolucionaria… Vamos “decidiendo” toda la vida, y al final uno empieza a creer,

con el paso del tiempo, que no ha decidido nada… No sé, es como irónico. Yo me he

labrado este lugar, pero sé que quizás con en el mismo esfuerzo, podría haberme

quedado como un maldito lumpen, podría no haber sido nadie… (¿Es que soy alguien?)

Filosofía barata.

Esto está aturullado, y eso me asquea. Me cuesta verlos desde donde estoy. Me he

puesto en la otra punta, pero justo donde puedo verles. Aun así, la gente se pasea, se

pasea; alguna se contonea, sobre todo una que lleva una mariposilla (que dicen es un

signo de lascivia entre ellos); se nota cómo se une un ambiente de seudorevolucionario

y el los viejos impulsos más viejos, ésos que tienen tanto poderosos como estos

enrabietados que desconocen el poder de ellos: en verdad, no saben bien qué poder

llegan a tener. Nadie lo sabe; nadie lo sabemos, ni yo incluso. (Ahora empiezo a

ponerme nervioso, pero pronto me pongo bien: mi subconsciente me ha querido decir

algo, aunque no le hago caso. Estoy seguro de que no va a pasar nada. El que tiene el

control soy yo: me encanta.) Dejemos de memeces y concentremos en el estudio.

Ahora soy un naturalista. El ambiente es otra pasarela, tanto como las de las niñas

guapas que se aparejan los magnates, que por mucho que les obliguen a llevar una “vida

seria” por su condición socio-laboral, una moral liberal-marxista (¡ironías de la vida!:

juntar agua con aceite, o eso creemos…), ellos siguen con sus más viles deseos de

jóvenes aproxenetadas, bajo vestidos que admiran sus mujeres, hijas y todo el puterio

voyeur y pijo de las familias de los magnates. Ahora ya no pueden ser multimillonarios,

porque en la neomoral de esta sociedad eso sería inmoral, pero supieron, en su tiempo,

arrimarse a lado ganador, hacérselo ganar con su neoliberalismo, que era imposible pero

supieron usar para ponerse en un lugar primogenitor; pero, sí, son algo más débiles, y

decidieron rebajarse para seguir arriba, o por lo menos en un lugar importante, pues son

una parte más de la “burrocracia”.

Si la pasarela es la de los magnates, el “calimocho”, el ácido y las nuevas drogas como

los narcisos o las nubecitas (con las que más de uno se le fue la cabeza de tal manera

que ni siquiera los de arriba consiguieron “reprogramarlo”: un tonto más para la

Seguridad Social; ésos, sinceramente, sí que no me dan pena), junto al odio lumpen,

necesario para el orden y la lucha falsa de clases ya inexistente pero necesaria para

ellos, todo eso es lo que conforma la electricidad que crea estas tormentas de lumperio.

Hasta quienes regentan estos garitos tienen amigos de arriba, magnates, de la burocracia

estatal, e incluso con los movimientos que piensan éstos que son revolucionarios, todos

ellos en el mismo chiringuito, y eso me hace pensar en su poca inteligencia. Que sólo

hay que dar al pueblo fe, pan y fiesta; no hace falta más. Hasta yo creí de alguna manera

sus proclamas, anuncios como los de los grandes consorcios del Estado, que necesitan

vender para seguir produciendo, siga la cadena y no se vaya todo, nos vayamos todos, a

la puta mierda. Y además, no permitir que nos reproduzcamos en demasía, usemos

condones, dius, etc., que follemos con autocontrol, así como en los matrimonios,

aunque como ahora el casarse no significa casi nada, ni siquiera fidelidad…; que

consumamos pero tampoco demasiado, que seamos ahorradores y gastemos, que no

hagamos daño a la Madre Tierra (que hace mucho que la pobre sabe que la vemos como

una putita cabrona y como la tratamos mal, ella nos trata mal, nosotros la tratamos

peor…, y eso de los hippies se acabó); que, vamos, no nos escurrimos por el retrete de

la suciedad de la humanidad de puro milagro, porque tentamos todos los días, como

buenos deseadores, amantes de la vida… Sí, ay…, sale mi misantropía.

Mientras estoy aquí diciéndome chorradas, ellos parecen que se “abren”, y yo me abro

sobre esa masa de puercos, hasta la salida donde consigo respirar. ¿Qué voy a decir? No

soy un romántico, aborrezco eso del amor. Alguna vez, cuando me he relacionado con

gente, me he mostrado “muy humano”, gracioso y muy “fogoso” vitalmente hablando,

pero es una careta: la cruz de la moneda que tiene una cara para engañar.

Se alejan, parece que se despiden: ¡qué potico!, como diría una lumpen. Leo en sus

labios un «Nos veremos pronto». Creo que va a ser que no; no me habéis demostrado

que merecíais la pena…

Ya me están cansando. Es hora de poner las cosas en marcha, a ver qué hace este

pelma… Cojo mi teléfono móvil y llamo a los de Seguridad Ciudadana, les informo y

ya está.

IV

s otro día de trabajo cansado, aburrido, mortal para mi espíritu, y para más

inri sólo pienso en Afrodita, porque no sé nada de ella desde hace varios

días. Creo que no le gustó lo que la dije; estoy agotado; me he llegado a

plantear si al final sería bueno su plan de fingir mi suicidio, algo que se vería

muy normal…: aunque parezca raro, hay muchos casos de suicidio entre los sicólogos

del sistema. Afrodita dice tener un amigo en los sanitarios que, además, sabría llevarnos

a una de esas comunas, que deben de estar mal parapetadas, pues están todo el día

hostigándolas; allí está toda la oposición, desde los cristianos primitivistas,

neocristianas, católicos y nacionalistas rancios, separatistas, libertarios… y el rosario de

la Aurora (como decían antes). No sé, no me va. Pero… Me dejo llevar; no sabría qué

hacer; me siento movido por hilos invisible, pero, vamos, sé que es ella quien me mueve

realmente y lo amo que lo haga ella. Incluso esta vida enclaustrada me da menos miedo

que la otra. Me he vuelto en un comecocos sin sangre.

Me echo sobre el sofá, cual largo soy, y con la mano en el pecho. Siento mi respiración.

Luego, me levanto y pongo en el ordenador central a Chopin y sus nocturnos, que me

son muy gratos en estos momentos: me sacan todos esos sentimientos de entre las

oscuras entrañas y siento el dolor y puedo comprobar que estoy vivo y no muerto. El

que me encanta es su clásico donde los haya, su si bemol menor. Es como estar

levitando en una noche que replica repleta de sueños, acuosos, que tocas con las manos

y sientes y te diluyen en ella, y se te escapan, vuelan y tú vas con ellos y mueres pero no

lo haces…

Mi sensiblería…

Al poco siento el sueño en las pupilas; me pesan los párpados y siento cómo bajan y

cierran mis ojos; no lo puedo evitar; me traspongo un poco; después, me despierto con

un poco de dolor de cabeza y me voy a la cama. Me duele todo, sobre todo la espalda,

quizás por el maldito sofá. En mi interior, sin lugar a dudas, no me importaría dormirme

y no despertar; en otra parte de ese mismo interior, se desea que esté soñando siempre

en ese dormitar, porque en los sueños todo puede ocurrir, porque es de las pocas vías de

escape que tengo, y que debemos de tener todos. La cama en estos tiempos es como la

hora de la oración de algunas beatas del s. XIX o más antiguo…

Me echo en la cama y las sábanas están frías, lo cual, en un día helado como hoy, es

como meterse en un iglú. Con lo dicho anteriormente, esto podría como un símbolo: un

templo de hielo…

Estoy alucinando. Es que no consigo dormir y empiezo a desvariar: la falta de sueño, el

desasosiego, el aburrimiento… A veces me pasa, es como una voz que no calla, y es la

mía, una que sale de dentro y va torturándome. Me barrunta, barrunta con pensamientos.

A veces pienso que me baten los pensamientos; incluso llego a imaginar que lo hacen

ellos, que lo hacen para que sepa que eso de pensar es malo y que si sigo así me volveré

un loco, uno que va asesinando por ahí como en un relatillo que leí hace tiempo de un

escritor de segunda del s. XXI, el cual relataba un mundo similar a éste y me dejó

helado la piel. Ese relato, cuando lo leí, pensé que hasta los más oscuros y desvariados

sueños, o mejor dicho pesadillas, pueden salir de la oscuridad, la trastienda de una

alcoba, para hacerse realidad.

Mi corazón late a mil. Sigo sin dormir. Me duele más la cabeza y los pensamientos

oscuros continúan; en realidad lo que me preocupa es lo que está claro que me

preocupa… Es una manera subconsciente que tengo de hacerme tortura: cada persona

tiene su manera de fustigarse, su manera de que su moral le castigue. Claro, algunos que

no tienen ética, está muy claro que no… Como el de ese relato: un sicópata. El ser

humano, siempre he pensado, tiene como un lado siniestro y oscuro detrás de la piel que

le puede volver loco, pero sólo algo que lo hace alejarse, que le pone orden, lo para. Los

cristianos tienen esa moral tan neurótica, y no sé por qué, en esta sociedad tan poco

religiosa, creo tener algo de ello: me torturo por mis pecados.

Mis primeros años de vida me cuidó mi abuela, una mujer muy religiosa, pero, la

verdad, era muy cariñosa a pesar de todo lo que dicen ahora: el cristianismo tiene su

lado blanco y negro, como el hombre, como todo...

Creo que nunca estuve tan feliz como con ella. Aún recuerdo que odiaba cómo había

cambiado todo, pero su estoicismo la hacía no rebelarse, sobrevivir… Lo que no la hizo

sobrevivir del Alzheimer.

A pesar de su aislamiento la gente la solía querer mucho, la respetaba; en esa época, la

mayoría de las personas con edad les tocaba acatar, callar, porque después de lo que

había pasado, aquello era “lo mejor”. No había más.

Siento un remolinillo… Lo mejor… No lo sé si es así…, pero el cansancio hace que uno

se resigne. Como yo ahora.

Mi adolescencia fue un centro para chicos sin tutor, y no me cuidaron mal pero allí te

intentaban inculcar la neomoral, que no soportaba bien, no la digería bien después de

mis años con mi abuela. No lo pasé mal, pero… Intento no recordarlo, porque esa frase

de los comecocos que nos enseñaron decía: «¡Nunca mires al pasado, sino al futuro;

entiérralo con los antepasados; siempre hay que construir el presente!». ¿Por qué les

hago caso…? ¿Por qué estoy aquí pensando chorradas? ¿Por qué en uno de mis pocos

momentos de descanso estoy comiéndome la cabeza, intentando hacer una de esas

torturas de viejos comecocos, una especie de lobotomía mental…?

Creo que…

(…)

Me levanto y observo cómo la luz del nuevo día ilumina lívidamente mi habitación; es

ya otro día aburrido y repetitivo. Levanto los ojos en enfrentamiento contra mí mismo,

una parte de mí no quiere levantarme, pero mi raciocinio la obliga a ceder. Me ducho,

desayuno, me visto y todo lo que suelo hacer por la mañana; luego, salgo de casa, cojo

el metro y, después de un viajecito con gente parloteando y gritando, llego a la oficina;

allí me pongo a examinar a trabajadores de no sé dónde.

Al salir, de nuevo siento como si el mundo entero pesara sobre mis hombros. Camino

hacia mi casa: para volver, como siempre…, me gusta volver caminando; quizás,

porque puedo darle a la cabeza más tiempo, muy sadomasoquistamente.

Durante este mi paseo de siempre, oigo las sirenas de las ambulancias, y cuando llego

casi a casa, encuentro una escenita: gente rodeando a una ambulancia que atiende a

alguien. También observo que está la policía.

Me intento meter al círculo, pero como si temiera que… Cuando veo que es ella, me la

quedo mirando su cara: parece viva. No sé qué pensar. Me quedo paralizado. Su cara me

come, me come con su imagen la cabeza.

Pero me meto y uno de camilleros me para.

— Está muerta. Vete de aquí, o quizás seas el próximo —me susurra al oído,

mientras que yo me lo quedo mirando.

— Quiero verla.

— Ya da igual. Se la ha jugado viniendo a verte, así que calla y vete a casa. —Me

mira con desprecio; se nota que le duele. Creo que ella estaba liada con él, no

sería de extrañar. Bajo la cabeza y me alejo. Como un cobarde.

Alea iacta est.

V

ún no me lo creo. No consigo dormir y he pasado todos estos días como

ido. No soy yo, soy un autómata, ya ni siquiera me paso el día haciendo

mi peculiar sadomasoquismo mental. Creo que eso último, eso que creía

como parte de mi desarrollo personal, lo he dejado porque era una forma de reafirme

frente a este mundo, frente a esta puta mierda…

Digo que no me afecta delante de mis gilipollas de compañeros, del narcisista de Won,

el chino-hispano que habla de sus pacientes moral y síquicamente con una superioridad

que a cualquiera le helaría la sangre, de ese hijoputa de Treyan, el “coordinador”, que

no sabría coordinarse ni la polla, que la debe de tener hecha un lío…; de, en fin, toda

esa panda de sujetos que comparto trabajo y oficio, aunque en realidad ellos no lo tienen

de oficio: para mí alguien con oficio, es alguien que lo hace bien, y ellos son matarifes.

Sólo oírles hablar de Afrodita, que la llaman como ésa, la roja (palabra muy española,

que a pesar de ser un grupo bastante multiétnico, usan con mucha constancia y

obstinación y en castellano), la terrorista…

Al final, en una de las veces, exploté y le dije al soplapollas del australiano que él no

sabía qué cojones le había pasado a Afrodita para hablar de ella como hablaba, porque

había sido, para más inri, una compañera: «un poquito de respeto, digo yo», le solté.

Creo que sospechan de mí, o quizás creen que sigo enamorado de ella: alguno de ellos, a

veces, se ríen de mí por ello; no es Un Mundo Feliz sin amor, el cual, según ese mundo

o algunos sujetos de éste, te crea mucha inestabilidad, pero ni siquiera Afrodita cuando

nos conocimos lo apreciaba y… Estoy desvariando. No puedo evitarlo, ¡de pura rabia!

Estoy afectado, y quienes vigilan lo saben. Pensarán que puedo estar implicado, me

estarán investigando, y me da igual. Creo que en gran medida, ya todo me da igual.

Durante mucho tiempo he pensado esto, incluso antes de los de Afrodita, pero… Ahora

es más jodido —digo palabrotas cuando estoy tenso, lo sé— que nunca… ¿Por qué

no…? Sería todo más fácil; sería paz.

Al llegar al portal de mi casa, me paro un momento, y sé que es lo mejor. Cuando ya

entro en casa, lo tengo claro. Ya estoy harto de fingir; quizás estaría mejor en otro

lugar…

Alea iacta est.

Sangre por sangre:

El rojillo anda triste… ¡Pobrecillo! Me río. No duran nada. Les matas a la amante y se

apagan. Otros, en otros tiempos, te hubieran matado en un ritual sangriento; éstos, los

de ahora, no son guerreros: Atila, César, Gengis Khan, Augusto, Robespierre,

Cromwell…, son unos sinvergüenzas sangrientos y tal… Pero cambiaron todo. ¿No

tuvieron escrúpulos? Sí, porque no había que tenerlo para hacer lo que debían, o

querían, más bien querían, hacer, hacerlo, hacer lo que se tenía que hacer; éste no ve que

le he dado el argumento, el arma, la rabia para…

Patético. Le damos lo que necesitaba, y… Vamos… Lo que yo decía, no vale. Una

pena. El cerebro mata al músculo; tanta electricidad muscular, mata, mata, como lo hace

lo contrario. Punto medio, punto medio. Y aurea mediocritas. Salvo cuando toca hacer

lo que se debe; entonces, cuando hay que hacerlo, uno ha de arriesgarlo todo… Si no,

¿de qué vale ser un patético inquisidor de una sociedad de imbéciles y…? Ja, yo tengo

moral de superhombre.

¿Qué hará en la cocina? Oh… Ya sé: entiendo esa mirada sobre el cuchillo. Hace como

que corta algo para comer y como que lo guarda; sé que ha guardado el cuchillo en el

pantalón. Se va al baño: ¡ay dioses…! Un suicida.

Tardo en llamar a emergencias. Sí…, sí. Tardo. Y tardaré. Ahora. ¿Sí? Creemos que hay

un intento de suicidio en…

Cuelgo.

Ya se ha debido de desangrar. Ja, ahora estará… No, ahora está con el polvo: polvo

eres, en polvo te convertirás.

Este experimento también falló. ¿Dónde estarán esos héroes épicos de los relatos? Ay,

no es tiempo de héroes… Es hora de volver a casa, que tengo ya sueño y aburrido.

Quizás el siguiente sujeto que use sea una mujer, a ver si entre las hembras hay

valientes. O quizás es que necesite “contacto femenino”. Me río. Habrá sido aquella

revolucionaria… ¿Cómo se llamaba? Bah, ya está muerta. Ya es polvo, ya es asfalto, ya

no es nada. Al fin y al cabo, todo acaba así, ¿qué importa pues, su nombre o no? ¿A

quién coño le interesará? Sólo gente como yo puede ser recordada: quien sabe mirar

más allá. Ellos sólo miraban poco más que para encontrarse en su casa y tener un polvo

de despedida, y por ello todo acabó.

Sí, bueno, yo tuve algo que ver. Es que, ya no merecía la pena; si pensaran como yo,

habrían hecho lo mismo.

Me voy a casa. Me siento malhumorado, pero no sé por qué. ¿Estoy defraudado? Si ya

sabía cómo acabaría… A veces me pongo a sentir idioteces… La verdad es que para un

relato de ésos, ellos habrían sido muy buenos protagonistas; pero, también hay que

decirlo, el amor está sobrevalorado, y como ha acabado, la moraleja es que no sirve de

nada, o no para las balas de la secreta.

Ahora que lo pienso: al igual que los escritores llevan a sus personajes hasta donde su

imaginación les dice, yo he hecho lo mismo con estos dos… ¿Y los escritores son unos

sicópatas? No. Ergo, soy un artista.

Me río con la idea. Cojo el diario y calco todo esto. Pongo día, hora, etc., y firmo: me

encanta fírmalo, porque es como decir: esto lo he hecho yo, ¡mirar, qué orgullo! Debe

ser verdad eso que decían: el poeta es un asesino. Con poeta quiero decir escritor con

belleza; yo soy el que convierte un pensamiento en imágenes de realidad. Como cuando

la computadora lee ceros y unos: pasa del binario al alfabeto.

Epílogo

The Dog of War : A momentary lapse of reason, Pink Floyd.

s un día de lluvia, todo el cielo anda esbozado de negro, gris o azul oscuro, y

Nueva York parece esa ciudad triste que se puede ver en algunas postales

antiguas. Allí está la sede de Control. Lo han llamado para una revisión; está

nervioso, pero seguro y todavía pensando que saldrá indemne.

Vuela en un coche, sobrevolando la capital del mundo, aunque oficialmente sean

Washington D. C, Bruselas y Roma, Pekín y Pretoria. Fuera de cámaras, esa inmensa

ciudad, con sus megatorres y áreas inmensas en los cielos, porque en tierra hay más

contaminación incluso que zonas de arriba, es el bastión de la actual humanidad. Da

miedo observarla. Una reliquia: tan benigna como un terror por poseer ese aire sacro.

Cuando llega, están en una especie de promontorio artificial, como una atalaya. Es la

cúpula de la torre, donde una parte de ésta forma como un globo donde se puede ver la

ciudad. Casi parece que las nubes salgan de la torre, de lo alta que está; el observarlo

provoca miedo en el espectador. Él nunca había visto en Iberia nada parecido: allí

suelen ser más pequeñas; no tienen esa enorme altura. Ahora piensa en todos esos libros

de ciencia ficción, que leía de chico al igual que lo hacía aquel suicida al que denunció a

su querida amante y luego se cortó las venas sin impedirlo… Piensa que tendrá algo que

ver; le suspenderán algunos días simplemente, por incompetente, pero es raro que se lo

digan en NY, la gran ciudad… Su instinto le dice, como al espía de los best sellers, que

algo malo pasa; debería echar por patas. No puede, se dice; pero un miedo que hasta

entonces no había sentido le recorre el cuerpo.

Un hombre alto y trajeado de gris mira al cielo. Se lo queda mirando. Luego mira hacia

donde él está mirando. Ve cómo se extiende un conglomerado de edificios, invadidos y

pugnando sus estructuras contras miles de gotas de aguas, tan grandes como una pelota

de golf. Parece casi el pedrizo que cayó en los tiempos que prefiere, tiene pocas ganas

de recordar.

Recuerda que Nueva York es una de las pocas ciudades del mundo, junto a Pekín, las

más populosas además, que la contaminación de aquellos tiempos, enorme, había sido

imposible de eliminar: era imposible, aunque se intentaba y por eso que el suelo fuera

impracticable para la vida. Piensa que ese último sujeto con el que experimentó no

podría dar sus queridos paseos; antes se moriría, se ahogaría, como pasó cierto año...

Por alguna razón, teme que lo tiren al vacío: según dicen, la caída es peor porque aparte

de la torta de la caída te vas ahogando mientras caes… Se le pone la piel helada: ¡qué

muerte más horrible! Ahora tiene miedo… de sus pecados.

¿Pecados? No, no, él no tiene; no tiene remordimiento; él ha hecho lo que había que

hacer: ¿o no? Quizás haya hecho algo mal…

— Gracias por venir —dice el hombre en castellano—. Este sitio es impresionante,

¿no? —continúa en inglés. Él habla, claro está, inglés, porque es el idioma

oficial. En España se suele utilizar aún el castellano, o incluso las otras lenguas

ibéricas, pero el inglés es la universal por imposición de los yanques al unirse a

la Unión después de la presión de la UE y China, que aunque estaban agotadas

(y no por una guerra, lo cual hubiera sido lo lógico, sino por aquel tiempo que

nadie quería recordar) el viejo Imperio americano había sufrido la peor parte

después de haber intervenido, además, en los enfrentamientos civiles tanto

internos como externos de cualquier sitio.

— Sí. ¿Es usted…?

— Sí. El jefe, sí. Aunque tampoco. A mí también me controlan. Al igual que este

hermoso país, antigua capital del globo, hay gentes que me paran los pies: en eso

se basa este statuo quo necesario para todos.

— Sí, lo sé, entiendo las reglas…

— ¿Ah, sí? ¿Y podría hablarme del caso último que tomó?

— El de…

— Sí… Ése… Ese caso, señor.

— Bueno, descubrí que las anomalías que realizaba ese hombre, debido a sus

antecedentes con la señorita A. —remarcó con una letra, ya que para

deshumanizar a los díscolos usan la técnica kafkiana—, podían estar…

relacionadas con ésta, y le investigué. Así fue. Y entonces llamé para informar

—concluyó con una seriedad profesional, que le hizo reírse al otro hombre; éste

pensaba que eran bastante parecidos, pero no tan estúpido él para dejarse

engañar...

— Uhm… ¿Y no notó nada en sus vigilancias? Hubo alertas y sus informes…,

digamos que eran escuetos y así se le informó al resto de sus compañeros. Es

extraño. ¿Acaso se guardaba esa información por alguna razón?

— No, no estaba seguro y me gusta ser profesional.

— Sí…, claro. ¿Seguro?

— ¿Por qué, señor? —Se le quedó mirando, con un tembleque que aquel hombre,

experto, podía ver y el otro no conseguía observar: no había cámaras para

observarse… Aquel hombre puso una sonrisa de lado a lado, y mirando por

aquella ventana a la Nueva York inmensa, tan alta y tan llena de

contaminación…, le dijo:

— Cuando llamaron para avisarnos, nos puso en aviso. ¿Sabe?, aunque usted esté

en un lugar privilegiado, también le controlan; todos, hasta el mayor de los

magnates, sus hijas tontas y su mujer, o el lumpen más idiotizado por la bazofia

de educación que reciben, estamos a juicio de todos los demás. ¿Y eso por qué?

—le preguntó retóricamente mirándole a los ojos—. Porque cualquier acto

puede ser terrible para el equilibrio, puede derribar este edificio, esta sociedad,

esta civilización, la humanidad entera y sus más de 10.000 años de búsqueda y

construcción. ¿Conoce el relato de la Torre de Babel? —le pregunta volviéndose

hacia aquella imagen de nuevo.

— Sí; claro que lo conozco.

— ¿Cómo no?, usted es un hombre ilustrado… Hoy casi llegamos a los cielos y

tenemos la esperanza de poder incluso alcanzar otros planetas. Para otras

civilizaciones anteriores esto, como habría pensado un historiador de la talla de

Febvre, sería un shock. Y aun así…, lo que ha costado y lo delicado que es —

dice y se vuelve a él de nuevo—. Porque miramos muy alto, a lo que hemos

alcanzado, pero… aquello que ve abajo fue un día un lugar donde millones de

personas caminaban. Hoy nadie podría, moriría al instante. Es su tumba. No

podemos mirar al pasado, como no podemos pensar, desde arriba, que no

alcanzamos a ver esas nimiedades de abajo, aquel ambiente corrupto, que es tan

fácil… ¿Sabe por dónde voy?

— No lo sé, señor —Traga saliva: sí que sabe. Se hace el tonto.

— Jugar con el poder es como jugar con el dios de los hebreos. Sufrirá su terrible

condena —insinuó con una forma que dejó al otro horriblemente nervioso y

tenso.

— Yo, señor…

— No diga nada, no hace falta. ¿Sabe que a veces murmura lo que piensa? —le

suelta con pitorreo. Ha sido muy divertido verle en los videos cómo sus labios

comentaban todas sus ideas. Es la falta de costumbre…, ¿no? Pensar que nadie

le ve, y el no tener contacto humano. Por lo menos uno normal, natural. Aparte,

lo más divertido ha sido encontrar sus cuadernos, que lo han dicho todo muy

claro. ¿No dice nada? Ah, está con, ¿cómo lo dicen ustedes los hispanos?, la

lengua comida por el gato… —refranea eso último en un castellano con acento

anglosajón muy marcado—. Es muy inteligente; incluso, en un razonamiento

frío…, le admiraría por cómo sabe interpretar el mundo. Pero ése no es ni su

cometido ni está bien cómo pretende ver el mundo. El mundo no es así —le

espeta ahora, con rabia. El que antes se sentía un gran hombre, ahora es un

pequeñajo, y se piensa: «No se puede pensar, no se puede…». Cierra los ojos,

como imaginándose caer por la torre, ahogándose, y finalmente… Espachurrado

como un puzle de carne, ya sin vida, dividido en trocitos de carne, que ya no

significan nada de nada…—. Usted está enfermo, y por su propio bien se le

llevará arreglar su situación mental. No lo haga difícil y déjese ayudar. Sé que

con su inteligencia, esos hombres de bata blanca, color de la pureza, de la

corrección antiséptica, le parecerán… Pero, como digo, es por su bien; hacen lo

que su sociedad les pide: gente como usted es tan peligrosa como esos “rojelios”

que llama usted.

Se queda parado, mientras aquellos hombres se le acercan lentamente. Se imagina lo

que sucederá: la Torre de Babel, la Torre de Babel. Todo lo que fue, todo lo que pensó,

todo lo que sintió; todas las personas con que trató, esas pocas con que trató; con

aquellos que experimentó… Sonrío: esto es como aquella película… Conocía las

técnicas para que cualquiera acabado transformado por otro. Es la peor manera que se

podría imaginar, muy a pesar de que lo que a primera vista parezca.

Mediante el sueño. Te condicionan en sueños. Te quitan tu personalidad tiñéndote,

cambiándote hábitos, ropa, con cirugía estética… Ellos te empiezan con videos

relacionados con un terror muy fuerte, para que temas dormir, y luego te obligan a

dormir a la fuerza, ahora con imágenes ambivalente, y finalmente… confunden tu mente

totalmente, caóticamente. No sabes dónde estás, si soñando o despierto. Sí, había una

muerte más terrible que caer por la Torre de Babel que era aquélla, sino ser uno de sus

experimentos.

Jugar con los dioses, como Prometeo, es peligroso. Alea iacta est.