Fuenteovejuna -Lope de Vega

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Fuenteovejuna, Lope de vega COMENDADOR.– Tú, villana, ¿por qué huyes? ¿Es mejor un labrador que un hombre de mi valor? JACINTA.– ¡Harto bien me restituyes el honor que me han quitado en llevarme para ti! COMENDADOR.– ¿En quererte llevar? JACINTA.– Sí; porque tengo un padre honrado, que si en alto nacimiento no te iguala, en las costumbres te vence. COMENDADOR.– Las pesadumbres y el villano atrevimiento no tiemplan bien un airado. Tira por ahí. JACINTA.– ¿Con quién? COMENDADOR.– Conmigo. JACINTA.– Míralo bien. COMENDADOR.– Para tu mal lo he mirado.

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Fuenteovejuna, Lope de vega

COMENDADOR.– Tú, villana, ¿por qué huyes? ¿Es mejor un labrador que un hombre de mi valor?

JACINTA.– ¡Harto bien me restituyes el honor que me han quitado en llevarme para ti!

COMENDADOR.– ¿En quererte llevar?

JACINTA.– Sí; porque tengo un padre honrado, que si en alto nacimiento no te iguala, en las costumbres te vence.

COMENDADOR.– Las pesadumbres y el villano atrevimiento no tiemplan bien un airado. Tira por ahí.

JACINTA.– ¿Con quién?

COMENDADOR.– Conmigo.

JACINTA.– Míralo bien.

COMENDADOR.– Para tu mal lo he mirado. Ya no mía, del bagaje del ejército has de ser.

JACINTA.– No tiene el mundo poder para hacerme, viva, ultraje.

COMENDADOR.– ¡Ea, villana, camina!

JACINTA.– ¡Piedad, señor!

COMENDADOR.– No hay piedad.

JACINTA.– Apelo de tu crueldad a la justicia divina.

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Fuenteovejuna, Lope de vega

COMENDADOR.– Tú, villana, ¿por qué huyes? ¿Es mejor un labrador que un hombre de mi valor?

JACINTA.– ¡Harto bien me restituyes el honor que me han quitado en llevarme para ti!

COMENDADOR.– ¿En quererte llevar?

JACINTA.– Sí; porque tengo un padre honrado, que si en alto nacimiento no te iguala, en las costumbres te vence.

COMENDADOR.– Las pesadumbres y el villano atrevimiento no tiemplan bien un airado. Tira por ahí.

JACINTA.– ¿Con quién?

COMENDADOR.– Conmigo.

JACINTA.– Míralo bien.

COMENDADOR.– Para tu mal lo he mirado. Ya no mía, del bagaje del ejército has de ser.

JACINTA.– No tiene el mundo poder para hacerme, viva, ultraje.

COMENDADOR.– ¡Ea, villana, camina!

JACINTA.– ¡Piedad, señor!

COMENDADOR.– No hay piedad.

JACINTA.– Apelo de tu crueldad a la justicia divina.

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Entre villanos y señores, nacimiento y costumbres y hombre y Dios, accedemos en este fragmento de Fuenteovejuna a la compleja dialéctica expuesta en esta obra de Lope. Tomando como base el hecho histórico, Lope presenta los temas típicos de su teatro a través de la adaptación de la sublevación de los villanos Fuenteovejuna, pueblo de la provincia de Córdoba, que tuvo lugar en 1476 motivada por los abusos e injusticias llevados a cabo por el Comendador de la Orden de Calatrava, que se saldaron con la muerte de este y de otros catorce de sus sirvientes. La obra, fechada según el análisis de su métrica entre 1612 y 1614, trata la problemática de la justicia y el honor en las relaciones feudales entre la autoridad individual, representada por el Comendador de la Orden de Calatrava, y la colectividad de los habitantes de la villa; en este diálogo, el conflicto se materializa de forma individual, enfrentando al Comendador con Jacinta, siendo este uno de los varios atropellos de que los vecinos de Fuenteovejuna son objeto por parte del Comendador y que, por acumulación, alcanzando una trascendencia superior, acabarán por conformar el personaje colectivo que perpetrará el tiranicidio.

Primero de todo, hay que destacar el ritmo acelerado de los versos, cuya tensión acarrean las omnipresentes nasales que, de la mano de múltiples encabalgamientos, marcan un tempo trepidante y transmiten al lector/espectador la sensación de acoso que la escena merece, sin darle casi cuartel para reflexionar sobre lo que está ocurriendo. Comienza el texto con la intervención del Comendador, interpelando a Jacinta de forma abrupta y sonora, con un “Tú” que introducirá el fonema dental sordo cuyo uso, junto con el de la nasal bilabial en pronombres y determinantes (“tú”, “tu”, “ti”, “te”, “mi”, “me” y “mía”), articulará un entramado de referencias personales entorno al que se estructurará el diálogo en una alternancia simétrica. Tras la interpelación inicial, la acción se detiene en “es”, y el Comendador, mediante una altiva pregunta, plantea su perspectiva del conflicto, dejando entrever más que claramente el carácter altivo y despótico que lo caracteriza. En su exposición, el Comendador esboza el haz semántico del status par justificar su conducta, apoyándose en la sonoridad de bilabial presente en términos como “villana” y “labrador”, dejándo muy clara su posición al terminar con una vanidosa referencia a su propio “valor” mediante posesivo “mi”. Comenzando lo que será un reivindicativo torrente de dentales, tanto sordas como sonoras, Jacinta toma la palabra, recuperando esa nasal bilabial del posesivo y apropiándose de ella, en un desafiante afán de defender su libertad mediante una doble referencia a su persona a través del pronombre “me” (acusativo del ego latino), con la que enfrenta el problema del status y la autoridad del Comendador desde la perspectiva de la honra valiéndose de la utilización del campo semántico de la posesión (“restituyes”, “han quitado”, “llevarme” -aún con más énfasis gracias al -me-). Tras su réplica, Jacinta recupera la dental al final del verso para devolver la palabra a su interlocutor cerrando así el cruce simétrico de referencias personales (tú, mi / me, ti) que estructura las dos primeras intervenciones. En el siguiente verso se recoge toda la tensión sonora acumulada previamente mediante la utilización de nasales, oclusivas y vibrantes, además de desplegarse un nuevo haz de relación personal mediante el pronombre clítico en “quererte”; al tiempo se reitera la intención del Comendador en “llevar” y se nos conduce, gracias a ese “Sí” final en boca de Jacinta, a la primera persona de “tengo”, cuya dental parece descaradamente robada de los labios del Comendador en el verso previo, y a la referencia a su “padre honrado”, devolviéndonos mediante la vibrante múltiple a “restituyes”, llegando al final de la segunda redondilla y llevándonos al conflicto de fondo de la escena, el honor.

En la tercera redondilla comienza la argumentación a través de la que cada uno de los personajes trata de imponer su voluntad, comenzando por el planteamiento de lo

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que G. Correa dio en llamar “el doble aspecto de la honra”1. Este doble aspecto se refiere a los dos posibles orígenes del honor: uno vertical, reflejo directo del orden divino, inherente a la posición del individuo en la sociedad e inmanente, recibido en virtud del nacimiento; y otro horizontal, equiparable a la “fama” o “reputación” de los miembros de una comunidad, y proveniente de la opinión de los demás sobre uno, que no depende sino del buen comportamiento y la conducta. Estas son, respectivamente, las formas de honor que poseen el Comendador y Jacinta, y en base a las que realizan sus argumentaciones y se desarrollan los eventos de la escena. En el noveno verso, Jacinta, orgullosa e hiriente, sobrepone al honor de nacimiento del pérfido calatravo el suyo, el de las “costumbres”, que le es debido a su padre y a su conducta y que supera al de su ofensor debido a la traición que este hace de sus supuestos deberes como noble. Cortante e imponente, la sonoridad de las dentales sordas sigue predominando en el discurso de Jacinta, quien tanto directa como indirectamente, se sobrepone mediante la sonoridad al Comendador, en cuyas intervenciones predominan las suaves bilabiales fricativas, y también mediante el número, cerrando el haz de referencias personales abierto en el verso séptimo con “quererte” mediante el doble uso del pronombre personal a medida que acomete contra el honor de su oponente con “iguala” hasta, en una avasalladora apropiación de la sonoridad propia del Comendador, acaba con él dándole la vuelta a la bilabial arrastrada de “llevar” en “vence”. Inmediatamente, el Comendador replica, despreocupado y ofensivo, los agravios de Jacinta, devolviendo al verso la serenidad propia de las bilabiales y volviéndolas en contra de la “villana” (<”vencer”), recordándola su posición y recriminándole, al tiempo que su tono se vuelve más grave y autoritario incluyendo alguna dental, su “atrevimiento”, para, ya en la siguiente estrofa, completar su amenaza y, mediante el imperativo, atosigar a la labradora, incrementando la tensión del discurso mediante la acumulación de nasales en posición inicial en “tiemplan” y “Tira”. Con esta última frase del Comendador comienzan dos versos en que el ritmo se acelera debido a la rápida alternancia del diálogo, en un enfrentamiento casi directo de los personajes en que el Comendador, “airado” ya, hace uso de su autoridad y ordena a Jacinta que camine, tratando de imponerse con la sonoridad de la dental, para encontrarse solo con la réplica burlesca de la campesina que, lejos de amedrentarse, tras haber reafirmado el noble su autoridad en un paralelismo sonoro claro (“¿Con quién?/ Conmigo”), acomete con una desafiante amenaza avalada por la sonoridad de la rima (-en/[…]/-en) que desacredita las ordenes del Comendador y acaba con su paciencia, llevándole trocar el hasta ahora suave tono de las oclusivas sonoras por la sonoridad más grave, casi cruel, de las sordas con “Para”, y a recuperar la omnipresente dental en el posesivo “tu” que abrirá el último haz relacional del fragmento. Así se da fin a la estrofa: con un tono autoritario que recuerda casi a los fallos legales, el Comendador impone su voluntad a la de Jacinta, dictando sentencia y condenando a la atrevida labradora.

La siguiente parte comienza en la quinta redondilla, aún dentro de la intervención del Comendador, quien lejos de restituir el honor de la pobre Jacinta planea reducirla a un objeto de su propiedad, perfilando así la primera mitad del último haz de referencias personales del fragmento, y, mediante la velar fricativa, cosificarla totalmente en “bagaje” y convertirla, finalmente, en un bien colectivo, “del ejército” mediante lo que parece una sentencia, reafirmando así su autoridad jurídica como dueño y señor del lugar mediante “has de ser”. Aún animosa, interviene Jacinta para defenderse de su condena, desafiando la voluntad del Comendador y desproveyéndole de autoridad para castigarla recuperando el verbo del verso octavo esta vez en tercera persona, pero con el mismo sentido, el de reafirmación del valor propio. Si antes ella tenía honor, ahora tiene libertad, todo ante la manifiesta negligencia del Comendador

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para con sus deberes, anulando así su potestad, su “poder”, sobre ella. Seguido, Jacinta recupera su dignidad personal mediante el pronombre personal de primera persona “me” contraponiéndose al posesivo anterior, y tras eso desarrolla la idea esbozada en el verso anterior recuperando el uso de las bilabiales para apelar a su condición libre mediante “viva”, que se contrapone al tan usado “villana” por el Comendador y, apropiándose de la misma velar fricativa con que ha sido vilipendiada, llevando al límite su determinación de no dejarse subyugar por el mezquino calatravo, concluye la estrofa henchida de orgullo en un último intento por sobreponerse a la injusticia. En la última estrofa el Comendador, lejos de retractarse de su decisión, la reafirma con tono despectivo, aludiendo, de nuevo mediante las bilabiales, a la villanía de la mujer, y conminándola a caminar mediante una acuciante exclamación que consigue quebrantar la voluntad de Jacinta, quien impotente implora “¡Piedad, señor!”, suplicando a su recóndita nobleza, solo para encontrarse, mediante la epanadiplosis de “piedad”, con la negación de ésta. Finalmente, en su última intervención, Jacinta, desde una firme primera persona, alude a la del comendador mediante un posesivo que cerrará una serie de referencias personales que han ido estructurando el discurso entorno a la primera y segunda persona gramaticales, primero cruzándose, en los versos 1 (“Tú”), 3 (“mi”), 4, 5, 6 (“me”) y, de nuevo, 6 (“ti”), luego discurriendo paralelas en el 7 (“quererte”) y en el 10 (“te”), y, finalmente, cruzándose de nuevo, en el verso 16 (“tu”), 17 (“mía”), 20 (“hacerme”) y 23 (“tu”). En esta última referencia a la segunda persona, los agravios del Comendador y sus desprecios (Tú, villana”, “tu mal”) son condenados por Jacinta apelando al único y verdadero “señor”, anticipando la brutal ejecución del Comendador y amparándola bajo el peso de esa “justicia divina”.