Frenético sosiego

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Cyber LETRAS - Novelas Edición electrónica en: Cyber LETRAS Julio 2002 Madrid(España) http://www.cyberletras.net Registro Propiedad Intelectual - Nº 124.584 Roxana Heise Venthur Frenético sosiego Novela

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Novela de la escritora chilena Roxana Heise

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Cyber LETRAS - Novelas

Edición electrónica en: Cyber LETRAS Julio 2002 Madrid(España) http://www.cyberletras.net Registro Propiedad Intelectual - Nº 124.584

Roxana Heise Venthur

Frenético sosiego

Novela

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Yo, exiliado de mí mismo, clamo por amnistía al tribunal

supremo que procesa esta causa.

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La palabra mentira le zumbaba al oído perturbando sus pasos, desgranando sus letras sílaba tras sílaba, cuadra tras cuadra. Como un grito baldío en su interior o una huella chillona sobre el asfalto reseco, la palabra mentira era una forma de guarecerse ante la imagen de Bastián derrotado sobre aquel lecho; gélido y transparente como sus sueños.

Al principio pensó que era una broma macabra que acabaría con el

impulsivo beso que le propinó en la boca, el mismo que la dejó temblando en medio de una crisis nerviosa, mientras aquel cuerpo semidesnudo se doblegaba a las caricias de las sábanas de lino, que débilmente ondulaban al ritmo de la brisa que trampeaba la ventana.

Cerró el departamento casi sin percatarse. Bajó corriendo las

escaleras ante la demora del ascensor y evitó toda suerte de comentarios con el portero. Una vez en la calle caminó por Avenida Irarrázabal hacia el poniente, doblando en Vicuña Mackenna, para continuar a través de la Avenida Bernardo O´Higgins hasta llegar a Estación Central: calle Matucana 305 A, y un gesto de alivio le acarició el rostro.

Abrió torpemente la puerta de su habitación y una vez adentro;

semitendida en la cama pudo al fin llorar. Ya no reparaba en el altísimo y descolorido cielo raso, ni en las paredes desvencijadas, menos aún, en aquel destrozado póster de Julio Iglesias que la miraba con un dejo de burla. Se quitó los zapatos, para aliviar la contusa planta de los pies. Como pudo, cogió un derby ligth de la cajetilla que estaba en el suelo, indiferente a la rata que con paciencia la observaba desde un rincón.

Eran las 14 horas. A las 8 horas había tomado el microbús con

destino a Ñuñoa, con la refrescante alegría de una adolescente y aquel desenlace... sus sollozos ahogados parecían extinguirse entre bocanadas de humo que se esparcían como las premonitorias palabras de Andrés: Debes olvidarte de Bastián, nada te espera junto a él. Pero ya no tenía sentido dejar que la culpa le jalara las espaldas como un niño malcriado, por lo que decidió serenarse, mirar el calendario que descansaba sobre el anémico velador. Hacía justo un año había llegado a Santiago.

Fue el 15 de enero de 1995. Aurora Gutiérrez, inmutable como el

olvido, recibía instrucciones de Napomucema Pérez, la arrendadora del cité, mientras un séquito de chismosas la seguía desde las ventanas de sus habitaciones, que formaban en conjunto una especie de herradura en torno al patio común, lugar en el que la veterana solía recibir a los nuevos inquilinos, sin más formalidad que una instrucción verbal.

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- Este es el baño. Tiene ducha de agua fría. En caso de emergencia puede usar el pozo negro del patio trasero. Como pude ver: tenemos varios lavaderos de ropa; traiga su detergente y vigile la cuelga ¡ mire que hay gentes de malas costumbres! Otra cosa: por 800 pesos le doy almuerzo y desayuno. No será filete pero es buena comida.

- ¿Y el planchado?- preguntó Aurora con voz lívida. - En su pieza, no más. Usted verá como se las arregla. - Aquí tiene las llaves. Ojalá que se acostumbre. - Eso espero, señora. En su habitación, la joven trabajaba en algunas traducciones de

inglés, que le hacía llegar una pariente cercana por medio del conserje de su edificio.

La lluvia que afuera se hacía copiosa, comenzaba a gotear sobre su

percha tambaleante; mojando para siempre su abrigo Pierre Cardín y condenando a la vejez aquel traje comprado en J.C. Peney, en su anterior viaje a Santiago.

Algo desconcentrada; dejó los manuscritos y miró por la ventana

cubierta de nylon. Pudo divisar apenas la figura de Juana, una de sus vecinas, quien junto al Chicharrón (su conviviente), luchaban contra el anegamiento; clavando la techumbre de su hogar con piedras y martillos, agarrándose apenas, como dos gatos negros sobre las zarzas mojadas. La cabellera oscura de la mujer le cubría medio rostro y sus ropas húmedas, delineaban con rudeza su prominente barriga. El Chicharrón no lo hacía mejor, era tanto el esfuerzo para sostener las planchas de zinc entremezcladas con tablones y neumáticos, que su pantalón se reventó, dejando al descubierto sus enormes nalgas, convirtiendo aquel triste episodio en el show de la tarde. Al lugar concurrió gran parte de los arrendatarios, entre ellos Marina, una mujer de unos 45 años, quien al avistar la silueta solitaria se acercó a la recién llegada:

- Buenas tardes. Espero que su pieza no se esté goteando. - Estoy bien, no se preocupe- respondió parcamente la joven. - Le pregunto porque acá, cada cual se las arregla en lo suyo, ya que

la arrendadora no está ni ahí... figúrese usted que le dicen Madamme Miseria. Esto es para callao no más, pues delante suyo le decimos doña Napo.

Dicho comentario provocó la risa de Aurora quien la invitó a pasar, sin poner mayor atención a los siguientes comentarios de su vecina.

- Acá verá usted que pasa de todo. Debe estar preparada... Vivo acá hace quince años; en el C12 con el Lalo, mi marido. Así le digo yo, aunque no estemos casados por la ley.

- Entiendo. - En todo caso no vine a hablarle de mí, sino más bien, alertarla...

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- ¿Alertarme? - Sobre esos rumores que andan por ahí. - ¿Qué clase de rumores? - Imagínese: cuando alguien llega por estos laos, la gente comienza

a hablar... - Eso me tiene sin cuidado, señora. - Marina. Para servirla. - Señora Marina. Hay otras cosas de qué preocuparse, ¿no cree? - Tiene mucha razón. En todo caso; cualquier cosa que la molesten o

algo, hable conmigo o con el Lalo. - Muchas gracias. - Nada de gracias. Cuando se le ofrezca no más. Era preciso tener amigos en aquel lugar. Agradecer las atenciones de

Marina, quien solía llegar por las noches a su habitación, oliendo a pan amasado y té con canela. Ella y su pareja, vivían dignamente a diferencia del resto; su casa contaba con un par de habitaciones, cocina y baño con ducha incluida. La joven comenzó a frecuentarlos con un poco de timidez, que ellos mismos se encargaron de disipar, al extremo de solicitarles el baño durante las mañanas, para eludir la trifulca por ganarse un urinario.

El hecho de tener amigos pertenecientes a la alta jerarquía del cité,

la hacía merecedora del respeto de quienes tenían su propio modus operandi para conseguir justicia.

Las normas eran las normas y aunque ella no pensaba meterse con

nadie era preciso saber quienes vivían a su alrededor. Fue así como conoció al Gato; un tipo alto y rudo que lucía una cicatriz en su mejilla derecha, un aro en su oreja izquierda e impedía por su fama la entrada de la ley. El Gato era inseparable de su amigo el Chincol, quien pasaba silbando a la vida y haciendo vida social en compañía del Lalo, el Chicharrón y Nacho López, su vecino más próximo de cuyo temperamento se enteró una noche:

Estaba durmiendo, cuando la vibración del tabique contiguo a los

López la despertó. Al principio pensó que se trataba de un temblor, pero unos golpes de puño seguido de una quebradura de vasos escupidos por una ventana, le demostraron lo contrario. El hombre, que parecía estar poseído por el demonio, golpeaba a Eugenia, su mujer, quien chillaba como una loca. Como broche de oro los niños huyeron al patio pidiendo

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auxilio sin dejar de gritar: ¡ la quiere matar, la quiere matar!...La intervención oportuna del Lalo terminó la trifulca.

Todo transcurría con tanta rapidez que hasta parecía no haber

ocurrido. Algunos incidentes morían al empezar el día. Nacho López sabía de aquello -pensaba Aurora- mientras lo veía pasar románticamente acompañado de su esposa el día después.

La ventana de nylon le proporcionaba una nueva visión: los cuerpos

distorsionados parecían extraídos de un sueño. A juzgar por el embotamiento que sentía, aquel desconocido que conversaba con el Nacho, era como el producto de su propio desequilibrio.

Marina le servía café, mientras despejaba de papeles el improvisado

escritorio. - ¿Quién es el tipo de allá afuera? - ¿Lo dices por el mino que conversa con el Nacho? - Tiene un aire de policía de investigaciones o algo así. Marina se echó a reír:

- ¡Un tira por estos lados. Si aquí ni Dios se atreve a entrar! Además no me imagino a un tira en un Mercedes Benz último modelo.

- ¿Último modelo? - ¡No te digo! la Lucha (la mujer del Gato), me avisó en cuanto supo.

Ahora mismo debe estar diciéndole a las solteras vaya una a saber... - De todos modos me extraña que un hombre como mi vecino

comparta con un tipo así... - Lo que pasa es que el muy zorro quiere agarrar bueno. Resulta que

ese señor es un empresario millonario al que le sirve de júnior. Fíjate los aires que se da... el muy huevón pensará que se le va a pegar el espíritu santo. Pero olvídate de eso. Traje pan con paté. Has perdido peso desde que llegaste.

-¿ Gracias amiga? - Olvídalo, hija mía. Alcanza a mi casa si deseas ducharte. - Voy al tiro. Aurora se peinó ligeramente y cogió una muda de ropa. Cuando salió

de su habitación, notó que ambos hombres continuaban conversando. Nacho alardeaba de su visitante, dándole frecuentes palmaditas en la espalda. Cuando hubo sorteado la mitad del trayecto, fue interrumpida:

- ¡Sita Aurora, venga pa presentarle a un amigo! Ella intentó hacerse la desentendida ante la mirada sagaz del visitante.

- Mucho gusto- dijo Bastián- y besó su mejilla. ¿No sabía, Ignacio, que tuviera una vecina tan bonita?

- ¡Pa que vea don Bastián, aquí también tenimos calidad! Dicho comentario pareció no importunar a la recién llegada, quien se

despidió como si nada.

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Trabajaba arduamente. Poco se la veía durante el día. Un señor

mayor muy elegante, le llevaba altos de carpetas, que ella solía enviar de vuelta con el doble de páginas. Sobre una tarima relativamente ordenada que le servía de escritorio, compaginaba algunas hojas cuando llegó su amiga.

- ¡Aurorita, mija! ¿Adivina qué?- Marina llevaba las manos ocultas en su respetable espalda.

- ¡ Vamos mujer, no estoy para bromas! - ¡Mira qué flores tan lindas! - Ya se quién las envió. Llévatelas de aquí - ¿Pero por qué, chiquilla? - Simplemente no las quiero. - ¿Debe haber un motivo, supongo? - Nada personal. - ¿Entonces? - No quiero saber de hombres, mujer. - Estamos hablando de un medio mino, niña por Dios. - Pero un hombre al fin, Marina. - No se que chiflaura te agarró. Me llevo el ramo a mi casa; están

harto bonitas las flores. Bastián no se rindió ante las negativas de Aurora. Si bien , evitó

presentarse en el suburbio, siempre estuvo allí: en cada mensaje escrito relegado a cenizas, en las invitaciones al Teatro Municipal, en el auto que aguardaba en las afueras del cité...en cada palabra condenada al silencio.

- Nacho, por favor. Dígale que ya no insista. - ¿Por qué no le dice usté, sita. Yo estoy caureao de decirle. No

quiero quear mal con este caallero. Ahora mismo, le estoy haciéndole a los mandaos y quiere que le diga...el tipo tiene billete. Yo que usté no lo pensaría tanto.

- Está bien, no quiero perjudicar su trabajo...dígale que venga. - Escúcheme Bastián: lo cité aquí, para decirle personalmente que no

pierda su tiempo. - ¡Por favor, Aurora, déjame entrar y hablaremos con calma! - Le repito: pierde su tiempo. - No te haré daño, te lo prometo. - Mi respuesta es no. - Eres una mujer joven...¿estás viva o no?

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Un insondable silencio de respuesta, dejó que sólo el aroma a Polo Ralph Lauren lograra atravesar la puerta a medio cerrar, que ella sostenía firmemente entre los brazos, para evitar tal vez, que él conociera la infame pobreza de su habitación.

- Por favor, no insista. - Trata de comprender, esto es difícil para mí... - ¿Qué pasa señor?( se escuchó la voz de Juana) Hace rato que lo

veo acá afuera. Yo tengo bebida helaita si quiere pase por el C2. Allá las chiquillas se alegran cuando llegan visitas.

- No gracias, señora... - Aurora, por favor. - Qué puedo hacer para que comprenda... - Si sólo me dejaras explicarte... - Las explicaciones sobran... - No seas necia. - ¡Aurorita mija, ábrele al joven, que se está chamuscando al sol! - No tengo malas intenciones, te lo aseguro. - ¡Ábrele mujer por Dios, no te hagai de rogar tanto! - ¿Qué diablos pasa aquí? Es don Bastián, ¿Qué se creerá la Aurora?

Dejen de pelare viejas. Yo podría ayudare, si me dejan. ¡Vos vay a ayudar viejo inútil! Cállate mejor será, ¡Puchas, Lalo, que no dejai escuchar a la chiquilla! ¡No reempujen desgraciaos!

- ¡Déjenle este asunto al Gato! - Sita Aurora, soy yo; er Gato... No tenga mieo del hombre aquí

presente. Es gente de confianza. - Me siento absurdo, por favor... - Está bien. Pasa. ........................................................................ - Me has humillado, Aurora. - En cierta medida, usted se lo buscó. Lo dejé entrar, sólo para evitar

el alboroto de los vecinos. - ¿Sólo por eso? - No pensé que usted se empecinaría tanto. - Así soy, mujer. No acepto un no de respuesta. - Esta vez tendrá que aceptarlo. - Si no queda más remedio. En todo caso; toma mi tarjeta. Cuando

necesites hablar con alguien, llámame. Quedaron de juntarse en El Pigmaleón; un pequeño restorant

cercano al metro estación Providencia. Cuando Bastián llegó, todas las miradas fueron suyas. Él sonreía con naturalidad mientras algunos conocidos lo saludaban. Desde una mesa, su invitada, con la vista extraviada en el diseño del mantel, apenas reparaba en su presencia.

Señor Cerutti, por favor, tenga la bondad... Atendimos a la señorita

como ordenó, esperamos no haberlo decepcionado. - Eso está por verse.

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- ¿Me permite su ambo? - Tómalo y date prisa. Me traes cuanto antes la especialidad de la

casa. - Con su permiso señor.. - ¡Vaya cambio, mujer; pareces otra! - Lo mismo pienso de ti. - ¿Por qué lo dices? - No eres el mismo que me rogó en el cité. - Rogar no es la palabra...Además ¿estás conmigo no? - Necesitaba distraerme Bastián, salir de la rutina. - Ni lo digas. Sufro de stress crónico. Cosas de negocios. - ¿En qué trabajas que sufres tanto? - ¿Que no sabes? Es que no lo creo. Si todo Chile lo sabe.. ¡Hey

mozo! venga por favor. - Sí señor. - Dígale a esta bella extraterrestre quién soy: ¡presénteme, hombre! - Está bien señor. Señorita...señorita... - Aurora Gutiérrez, hombre: ¿acaso no la nombré por teléfono? - Disculpe, señor. - Nada de disculpe, que a la señorita no le gusta tu demora. Ve y

preséntame. - Señorita Aurora Gutiérrez: tengo el privilegio de presentarle a uno

de los empresarios más exitosos del país, fundador de Calzados Garbo, una de las mayores exportaciones ....

- Ya hombre, te perdono. Puedes retirarte. - ¿Qué sucede Aurorita; algo te molestó? - Sería mejor que no molestes al mozo... - Para eso están mujer, no repares en detalles.. Pediré un cabernet

sauvignon última cosecha. ¿Te gusta el vino? - En ocasiones. ........................................................................ - Un cigarrillo. - ¿De qué te ríes? - Nunca había tenido una cita así.. - Ni la vas a tener amor, Bastián Cerutti hay uno sólo. ........................................................................ - Eres un narciso. - Pero te gusto, no seas falsa, yo sé que te gusto. Sí... te estás

riendo, si hasta se te desprendió un arete, has reído como una loca. Apuesto que te gustó el chiste del borracho...¿O fue la del roto con plata?...Cuando yo cuento un chiste todos se ríen ¿verdad Aurorita? Pero ya, si sigues riendo revientas en cualquier momento, te lo digo por experiencia...y ni te cuento... Pero ¿siempre eres así? Hablas poco, eres tan seria. Bueno, eso pensé cuando te conocí en tu barrio, pero

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esta noche he descubierto que ríes con toda facilidad, aunque comes poco: algo de filete, algo de ensalada... En verdad eres una mujer curiosa. ¿Tienes frío? Mandaré revisar el aire acondicionado. ¿Conoces Avenida Ossa? Te la presento, pero deja de reír... Tanto que lamentaste lo del mozo. Apuesto que ahora mismo está abotagado con budín portugués. ¿Te subo el vidrio...no te entra viento? Tú linda, aún desconoces el verdadero espíritu del hombre...Te falta mundo...¿Qué pasa, te he molestado? Te quedaste en silencio, como si te hubieran matado la risa...Lo siento, no fue un buen chiste, era mejor el del roto con plata...Yo sabía, sabía que sonreirías. Eres hermosa cuando sonríes.

Gritos y más gritos, ya nadie se sorprende, una riña de mujeres en

el patio trasero. La voz pitosa y amenazante de Madamme Miseria, la respuesta incrédula de las odiosas que se miran como fieras, que adoptan posiciones selváticas y sacan las navajas como diciendo: ¡quieta, quieta que no juego...!

Más vale mantenerse al margen, evitar la turba humana amenazada por piedras, por histriónicas botellas quebrándose en el asfalto. Cuánto más seguro es encerrarse, frente a las voces de advertencia: ¡Que se alejen los niños! ¡Que se alejen los niños!

- Si pudiera llamar a la policía...¡Pero, qué estupidez digo! Mejor

llamo al Chincol. Me han contado que es bueno separando mujeres: cuando las cosas no resultan a la buena lo hace por la fuerza, caiga la que caiga. Es por el bien de la vecindad- dice. Luego se limpia la boca con la manga, mientras empuja a una de las derrotadas, con esos bototos con punta de fierro que no se saca ni para dormir. Finalmente, un escupo prepotente confirma su calidad de árbitro.

- Yo no me paso rollos por lo que hagan esas mujeres. El Lalo dice que soy un poco, como te dijera...

- Indiferente. - Algo así. Pero tú me vas a creer, Aurorita, que en algún momento

me dije a mí misma: Marina, si vas a quedarte aquí, no puedes sufrir por tanta huevá y ya está. Vivo mi metro cuadrado y punto.

- Quisiera decir lo mismo, pero esos gritos... - ¡Olvídalos! Mañana vas a ver a las mismas mujeres, conversando

en los lavaderos. A propósito; ¿sacaste tu ropa ayer? No me digas...estabas ocupadita con don Bastián. Apuesto que lo pasaste re bien anoche.

- Más o menos. - ¿A qué hora llegaste? - De madrugada. - ¿Y qué pasó? - Nada de lo que piensas. - Tú te lo pierdes niña. A tu edad y tan sola... - Prefiero la soledad, es lo único que tengo.

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- Yo, para serte franca; preferí quedarme con el Lalo. De repente, me da pena, porque es un poco bruto el pobre. Pero es triste despertar y que nadie te dé los buenos días...

- Sí, en realidad. Alcánzame el algodón. - ¿Cuál, el del bolso? - Ese mismo. - ¿Qué haces? echándote colonia en las picadas de pulga, hija por

Dios. - Me marcaron todo el cuello las muy desgraciadas. - Puchas la mala cueva. Parece que tienes peste. - Por favor, Marina. No me mires con lástima. - No chiquilla. No siento lástima por ti. Aunque a veces... - ¿A veces qué? - Cuando te encuentro en las mañanas, con esa fotito entre las

manos y me miras como si quisieras hablar, pero te aguantas... - Tal vez algún día te cuente. - Bueno, pero mientras tanto...¿seguirás saliendo con él? - Creo que sí. Tiene algo que me hace reír. La segunda vez que se reunieron fue en su departamento de soltero.

Le pareció tan atento, tan viril, sirviendo whisky...Tenía algo en el rostro, pero no era solamente en el rostro... Parecía perturbado... ¿Sería la luz? aquella lucecita tenue que centelleaba en el amplio salón, en donde nadaba su sonrisa casi infantil que provocaba en ella el deseo de abrazarlo...para protegerlo tal vez, de aquella soledad de los suburbios que también lo acompañaba.

Imaginó aquellas noches: cuando acudía al bar que ocultaba tras

los muros como a un fantasma; visualizó el resplandor impecable de las copas, aquellas que cogía suavemente por la cintura y luego besaba hasta quedar meditabundo sobre el sofá de cuero, cuando se quitaba el antifaz de hombre exitoso y aparecía él; en todo su esplendor...

- Es hermoso tu apartamento...enorme. - No es para tanto mujer, sólo tiene 400 metros cuadrados. - ¡Cuatrocientos! - Querida niña, tengo amigos que cuadruplican este lugar sólo por

satisfacer su ego. Yo en cambio soy bastante más modesto. - ¡Modesto...! - Por supuesto. Tú ves el piso de mármol , la cristalería, los muebles

de nogal y dices: ¡ por Dios, qué tipo tan presuntuoso! Pero cuando llegué a este lugar lo hice sólo por negocios. El trabajo te obliga, entiendes...la misma sociedad.

- Todo es tan... curioso. - Ven acá, te voy a mostrar curiosidades, sólo para que veas lo

importante que eres.

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La cogió de la mano con un aire señorial, para mostrarle todo lo que había a su paso: sillones en madera y cuero, un berger reclinable color verde oliva, unas pinturas de Omar Gatica en el pasillo principal, una escultura de madera de Matías Camus... Amplias habitaciones, unas puertas enormes con manillas de bronce, una moderna cocina comedor con piso de granito, una biblioteca de ocho mil ejemplares ordenados por alfabeto, una salita de estar con teléfono y citófono incluidos en donde brillaba una mesita de marfil , una hermosa licorera de cobre, cuadros de Goya en el salón principal que estaba tapizado de felpas y cueros. Teléfonos curiosos, computadores perdidos entre alacenas móviles. Aquel enorme halcón sobre la pared semi vacía, con ojos de marfil. Aquella arquitectura casi laberíntica, sumada al modo de solicitar comida; un par de teclas y ya está... La mucama que se marcha por orden del patrón vestido de un blanco albo, con aquel cinturón de cuerina gris, aquella cruz de oro reluciendo en el pecho y la discreta barriga amenazada a ratos por una leve inspiración... Alfombras y más alfombras, aquella colección de enormes búhos de ónix, sobre la mesa tallada con patas de león, una lámpara con pedestal enchapado en oro, aquel mueble de raulí con diarios y revistas, el mágico televisor de cién pulgadas...

- Bastián, estoy sorprendida: ¿ cómo un hombre de tu edad llega a

tener todo esto? - Fácil, querida: sólo visión comercial. Una vez recorrida gran parte de la propiedad, se detuvieron en una

pequeña sala cercana a la terraza, decorada con muebles rústicos. Su animada conversación fue interrumpida por el teléfono:

- Lo siento linda, tengo muchos compromisos. Ella comenzó a fumar, fingiendo no escuchar.

- Compadre, usted de nuevo: ya le dije que lo del envío se retrasaría. Por favor, espere al abuelo, él sabe bien qué hacer en estos casos. Me encuentro en lo mío. Bien, mañana hablamos y tranquilidad.

........................................................................ - Como te dije anteriormente, Aurora... las cosas llegan cuando

menos te lo esperas. Aún no terminaba la frase, cuando sonó el citófono.

- Un momento. Sí. Estoy acompañado, pero hágalo pasar, por favor. - ¿Qué pasa Bastián, alguien viene? - Es sólo un sujeto de la compañía, trae un recado y ya. - Por favor, deja retirarme a la biblioteca. No deseo ver a nadie. - Tranquila. Te noto algo nerviosa. - Por favor, Bastián. - Está bien, pasa por aquí. No verás a nadie más que a mí. Te lo

prometo.

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Tras media hora de permanecer en la biblioteca acompañada de un

libro de Truman Capotte, comprendió que era mejor dejar que Bastián atendiera sus llamadas el resto de la tarde.

El taxista la acompañó hasta la puerta del cité, por instrucciones expresas del empresario que no escatimó en propinas.

Apenas bajó del auto escuchó aquella música sound que acostumbraban a bailar sus vecinos.

Madamme Miseria se encontraba en el hall, balanceándose en la mecedora que acompañaba sus momentos solemnes. Tenía un hálito a vino tinto que lo avinagraba todo y pronunciaba unos monosílabos imperceptibles, mientras se daba impulso apoyando los pies sobre un piso de madera. Cuando se incorporó a fin de solicitar dinero (como solía hacer cuando alguien llegaba tarde), perdió el equilibrio y cayó de espaldas, besando con la nuca el piso polvoriento. Aurora no rió esta vez. Se marchó indiferente al ¡sujétame, mierda! que pronunciaba la vieja, mientras un refajo de polleras multicolores le iba tapando la boca.

Unos pasillos vándalos le dieron la bienvenida, se sintió torpe y

cansada. La imagen de Bastián desaparecía entre las baldosas eternas. Unas ropas tendidas le cruzaron el cuerpo, como una gran telaraña con olor a jabón gringo. Desde el cielo una luna gigante parecía mirarla, como diciendo algo que no lograba escuchar. La música socarrona la había silenciado.

Había fiesta en casa del Chicharrón. Los cuerpos se apelotonaban en

las ventanas estoicas mientras un remezón sísmico se apoderaba del cité, en la medida que el baile al parecer muy efusivo, iba envalentonando poco a poco a los comensales.

Juana freía sopaipillas en el patio trasero mientras un Yo me

enamoré, de esa chica, me enamoré. provocaba los alaridos sollozantes de su marido, quien en franco estado de gracia salió del cuchitril con una damajuana de vino tinto en la mano, moviendo las caderas regordetas y sin dejar de cantar: Fui pal baile y me emborraché, miré una chica y me enamoré, era tan bella, era tan bella, la quería comer.

Poco a poco, las mujeres algo más alegres de la cuenta, salieron al

patio con sus fétidos perfumes y sus risas aparatosas. La Lucha, en ausencia del Gato, vestía una túnica negra y transparente que dejaba a la vista todo cuanto le sobraba. Juana lucía un vestido de algodón con un pronunciado escote, que concluía en una enorme flor amarilla sujeta fuertemente con ambos pechos. Sus piernas acojinadas y semidescubiertas provocaron los silbidos del Chincol quien la observaba desde un rincón con ojos hambrientos, entretanto el Chicharrón, con un aire casi místico continuaba bailando sin soltar la damajuana: esa colita que me enloqueció, esa colita me mató....

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Cuando Aurora se acercó a su habitación, el enorme trasero de

Eugenia le impidió la pasada. - ¿Por qué no viene a bailare con nosotros?- gritó el Chicharrón-

con las mejillas aceitosas de sudor. - No, gracias vecino. - ¡Claro como la muy pituca, no se mezcla con la chusma! - ¡Cállate Eugenia o te hago callar! - gritó Nacho enérgicamente,

intimidando a su mujer. Poco a poco Aurora fue ganando el espacio que le permitiría entrar a

su habitación, pero justo cuando introdujo la llave en la cerradura, Eugenia se volvió para decirle:

- Esto, desgraciá; lo vai a pagar bien caro. Veinte mil pesos. Sólo veinte mil pesos. ¿Qué será de mí? Unas

pocas traducciones; apenas para pagarle a la vieja su apestosa pensión, sus trapos sucios y sus cazuelas grasosas.

En la maleta sólo quedaba la nada. Cogió iracunda los envoltorios de

jabón. Tendría que comprarlo, además de confort y desodorante. Tal vez sería mejor, cambiar el desodorante por un poco de jabón en las axilas, como hacía Marina. Pensó en la importancia de oler bien en aquel cuchitril y llegó a la conclusión que no importaba . Recordó la supuesta depresión que había vivido el año anterior, aquella que los siquiatras trataron como un síndrome tensional, algunos tricalmas y ya está, de vez en cuando un diazepan... Depresión no tienes. Tú te bañas, te vistes, te maquillas. Los depresivos se olvidan por completo de si mismos. Por ende; tú no tienes depresión, sólo algunos trastornos ansiosos. Arrojó la maleta contra el borde de la cama. Un gesto agrio amenazó su rictus...¡Qué saben los siquiatras de depresión ! repitió en voz baja y continuó en lo suyo: Revisó su carnet de identidad y repitió en voz alta el número 9. 765.653- K . De un tiempo a esta parte le había dado por pensar en cosas que aparentemente no tenían sentido.

Cuando egresó de su carrera de intérprete y traducción de inglés sólo pensaba en el éxito: viajar, ser reconocida y aceptada por el mundo. Aquella gente influyente la aplaudiría, la haría sentir hermosa, rebosante de vida y juventud, pues lo único verdadero era la juventud.

Miró a su alrededor, las flores artificiales que Marina puso en aquel

rincón, empeoraban aún más el lugar. Pero cómo decirle a esa santa mujer, que sus flores eran vulgares.

Había visto por primera vez el alma de los que sufren. Ella jamás

conoció el sufrimiento y todo llegó de golpe, como una gran bofetada. La bofetada de la vida -pensó- con intenso mutismo. Miró el espejo manchado que estaba frente al velador, unas pequeñas arrugas le dibujaban los ojos. Se alejó bruscamente y se tendió sobre la cama.

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Sacó un sobre rugoso que estaba bajo el colchón: la fotito, aquella a la que se refería su amiga. Miraba extasiada aquella imagen como si fuera su único mundo...

Estaba tan ensimismada que tardó en percatarse que la música

había cesado del todo. Eran las 5 de la madrugada. Pensó en dormir cuando comenzó a reparar en su entorno. Oyó ruidos extraños; una repentina taquicardia la obligó a pararse de la cama. ¿De qué se trataría?...¿Con qué sórdido incidente habría concluido la fiestecita? Recordó las riñas y la agresividad característica del lugar. Pero esta vez, eran gritos ahogados, más bien gemidos..¿ un hombre agónico tal vez?...Dios mío, ¡La policía! Comenzó a temblar. Unas gotas de sudor le entumecieron la frente. Alguien estaba en el patio trasero. Unos ruidos de neumáticos rotos se agolparon sobre las tablas que servían de pasadizo. Si se tratara de un muerto, obviamente no se movería. A más de algún culpable, se le ocurriría sacar el cadáver. Hizo un esfuerzo por calmarse y decidió averiguar sin involucrarse; se acercó al tabique que estaba tras de sí y apoyó fuertemente el oído hasta escucharlo todo: una larga exhalación seguida de muchos suspiros placenteros, una voz femenina que pronunció: ¡Chincolito! al borde del éxtasis y un hombre que concluyó el incidente con un ruidoso gemido.

Aurora volvió a su cama con una sonrisa imprudente coloreándole el rostro .

- ¡Aurorita, mija. Abra la puerta. Soy yo: la Marina! - ¿Qué pasa?. Son las seis de la mañana. - ¡Por el amor de Dios, mija. Abre la puerta! - ¡Usted Chincol! ¿Qué hace...? - Perdona huachita. Este cabro es mi amigo y el Chicharrón lo busca

para matarlo. - ¿Y qué tengo que ver? - Este pobre infeliz se metió con la Juana . Algunos escucharon, por

aquí cerca. Por favor; tenís que decirle que erai tú la que estaba con él. - Sita yo...yo ya me... - ¡ Cállate, idiota, y métete a la cama mejor será! - ¿Pero que hago, Marina, si alguien viene? - Tú tranquila ahí no más. Si el Chicharrón viene, le decís que este

infeliz estaba contigo. - ¿Pero y qué pasa si...? - Tranquila, es re buen cabro. Me voy al tiro, mira que la Juana está

con el Lucho. Si te preguntan por ella, estaba en mi casa. - Perdone sita...Yo no quería... - Lo único que le digo Chincol: ¡ Conmigo no. Conmigo no ! - Schisst...ni se me ocurriría, sita - Está bien, cúbrase con la colcha. Voy a esperar al lado de la puerta.

¡Dios mío, a usted lo quieren matar!

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- Ni lo diga, sita: tenía el cuchillo del Gato en la mano. Paré que lo robó el muy desgracio.

- Después que usted le robó a su mujer. - ¡La Juana!; si es cómo las gallinas. Aquí toos se la han pescao. Yo

era el único que faltaba. - ¡Dios mío, la puerta! - ¡Me recondenara! - Desabróchese un poco... - ¿Qué me qué...? - ¡Chasconéese, hombre, suéltese la camis...! ........................................................................ - ¿Qué hace aquí, Chicharrón? - ¡ Tengo que entrar ahora mismo! - ¡ Pero no empuje tan fuerte, por favor...! - ¿Cómo es la huevá. El Chincol en su cama? - ¿Y qué hay con eso? - Cuando me dijeron, yo no creí. - ¿Y la Juana, entonces: dónde está la Juana? - Con la Marina supongo. - Chuta, discurpe... Fue el Gato Negro que me tomé. - Está bien, vecino. Vaya a dormir. - ¿Puedo decirle algo, mijita? - Sí , dígame. - ¡Putas que tiene mal gusto! Aquellas sábanas, no era fácil dormir entre ellas, a ese característico

olor a humedad, a la aspereza de su enmarañada motudez, se había sumado la presencia fétida del Chincol. Era como estar durmiendo con él, como adivinarle sus precarios pensamientos, como absorberle la vida sin lograr evadirse.

¿Cómo rechazar una situación así, cuando vive un montón de gente

nariz con nariz? ¿Cómo decirle que no a quien está en peligro de muerte?... ¿Y mi muerte qué? Mi muerte es tan evidente como estas ojeras que me han desfigurado. Yo he creado mi muerte, se dijo frente a un espejo que la distorsionaba aún más, porque ella no estaba fea ni envejecida, de no ser por ese gesto de profundo cansancio, se podría decir que estaba radiante: que sus ojos eran de un gris casi perfecto y su boca bien delineada, su nariz aunque algo larga poseía una armonía indescriptible, al igual que su cuerpo. Su pelo castaño, en cambio, era difícil de adivinar; en estos meses habría cambiado unas seis veces de color. Sus vecinas cuchicheaban cuando la veían pasar. Ella no quería cambiar hasta que despertaba y volvía a sentirse la misma, entonces ansiaba un cambio aún más radical: tal vez de barrio o de habitación, tal vez de vida...

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Arturo Prat 630. Sí, esta es la dirección, pensó frente al letrero que decía: Se arriendan piezas

- Sí. Dígame. - Vine por el aviso. Estoy buscando alojamiento. - Adelante, pase por aquí...Como puede ver: la pieza está impecable.

El baño tiene que compartirlo, con unas estudiantes de la U de Santiago.

- ¿Usted, trabaja? - Soy traductora de inglés. - Entonces; supongo que no tendrá problema en tomar esta pieza.

Está un poco chica pero limpia; sin bichos, ni nada parecido. - ¿Cuánto pide por ella? - Cuarenta mil mensual. - Y cuénteme señorita...¿usted pololea? - No. - Por que aquí no admitimos hombres. - Entiendo. - Se interesa entonces. - Sí, me agrada... - Bueno, usted me muestra su carnet de identidad, me da unos

datos y ya. Trato hecho. - ¿Mi carnet? - No es nada personal...es por precaución ¿entiende? - Ya lo creo, pero olvidé traerlo. Vuelvo durante la tarde. - Tiene que apurarse, mire que de repente salta la liebre. - Hasta la vista. - Adiós señorita. Blanco Encalada 935... Debo seguir buscando. Es preciso que lo

haga... Caminaba como una autómata, con el diario La tercera la mano y

algunas direcciones en su memoria prodigiosa. Cogió su bolso con fuerza después de mirar varias veces a su

alrededor. Al menos nadie la violentaría para quitarle sus joyas, pues ya no las tenía. Después de tres asaltos y algunos ayunos forzados fue mejor llevarlos a “La tía rica” y allí quedaron para siempre: aquel anillo de esmeralda, el antiguo prendedor de brillantes, sus cadenas de oro... Ahora sólo llevaba alhajas de plata, de esa plata ordinaria que tanto detestaba. Seguro que Bastián había reparado en eso. ¿Cómo convivir con él en igualdad de condiciones? si el nivel social lo llevaba en la sangre, le brillaba en los ojos, emanaba de sus poros hasta volverlo intocable, radiante; como aquella nuez de Adán que le acariciaba el cuello , como el anillo de jade en su anular derecho, como el Cartier que relucía sobre el manto sedoso de su muñeca. Él era todo estatus todo

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elegancia. Le provocaba vulnerarlo, romperlo; como quien rompe una nuez con la suela del zapato.

El lugar del anuncio era tan pobre como su actual domicilio, por lo

cual decidió posponer la búsqueda para otro día. - Supe que anduviste buscando pensión, huacha. - ¿Cómo te enteraste, mujer? - Aquí todo se sabe. - En todo caso, no encontré nada bueno... - Que raro; conociendo esta huevá, cualquier cosa es mejor. - ¿Fue por lo del sábado, cierto? - Es mi alma gitana. - Debí pedirte disculpas por lo del Chincol. Puchas... - Olvídalo. Supongo que ustedes son muy solidarios siempre. - Casi siempre, mija. Casi siempre. - Si alguna vez yo necesitara, supongo que ustedes... - Ni lo dudes. A propósito de necesidad, quisiera preguntarte... - ¿Qué cosa? - ¿Qué hace una mujer tan elegante como tú, pasando miseria? - Eso es asunto mío, ¿no te parece? - Es que ahora se ha convertío en el chisme del año. - No me interesa lo que se diga, mientras me dejen vivir... - Por mí te quedaras con nosotros. Eso sí, más feliz - Voy a intentarlo. Lo prometo. - Si te arrimaras un poco más a don Bastián, las cosas cambiarían. - Salgo con él. Me relajo un rato y punto. - ¿No me digas que todavía no pasa? - Nada de lo que piensas. - Me cuesta creerlo... - Somos amigos...pero más allá. - Más allá están las puertas del cielo, hija mía. Piénsalo. Le parecía absurdo pensar en el amor. El amor era un asunto

destinado a quienes tenían sus vidas resueltas. Ella en cambio sólo pensaba en sobrevivir. Sin embargo el tedio de aquella tarde la traicionó, aceptando la nueva invitación de Bastián.

Algo había en él que lo delataba, era una actitud distraída, como

fuera de sí. Tenía el cabello recién lavado cayendo ligeramente sobre la nuca, unos pantalones de lino gris y una camisa entreabierta que permitía descubrir el vello castaño de su pecho. Aurora llevaba el pelo rubio tomado en un moño. Su traje era largo como esa mirada suya que a ratos se extraviaba en la pequeña inmensidad del salón, en aquel compact disc de los Beatles , en aquella canción llamada Yesterday:

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Yesterday all my troubles seemed so far away Now it looks as though they’re here to stay Oh believe in yesterday. Él no sabía claramente qué decir: su imponente presencia se

subyugó al silencio de sus propias palabras, al compás de su corazón, a sus ojos danzarines que dibujaban las formas ocultas de aquella mujer. Sirvió el champagne con dificultad procurando no demostrar su turbación, en tanto ella, no cesaba de contemplar esa silueta, que se reconvertía en el armónico sonido de sus pensamientos...

Ambos se sentaron sobre un cómodo sofá... conversaron apenas,

para luego dedicarse a escuchar el burbujeo de un brindis inacabable... Al principio, las palabras se negaban a escapar de las bocas trémulas y sedientas, dificultando aquel ¡Salud! que a ella le pareció esta vez, una estúpida convención social...Ansiaba contarle su vida a aquel hombre, vaciar sobre esa piel luminosa la lúgubre oscuridad de sus vivencias, pero a cambio prefirió la sonrisa, aquella muletilla que estaba siempre a mano, que permitía mostrar una existencia distinta...

Él tampoco quería hablar, pero ella insistió, rompiendo la magia de

las sonrisas que parecían coludirse como en un sueño. - Soy separado, si eso quieres saber. - Creo que te molestó la pregunta, Bastián. No debí... - Tranquila. ¿Un cigarrillo? - ¿Sufriste mucho? - Un resto. Verás; tengo una hija de cuatro años que vive con su

madre. - Debes extrañarla. - ¡Muchísimo!...aunque la veo de vez en cuando. - ¿De vez en cuando? - Mi ex mujer se ha encargado de ponerla en mi contra. La

aborrezco, pero en fin. - Lo siento. No pensé que fuera un tema tan doloroso. - No es para tanto, mujer. No soy el único hombre separado en este

mundo. Además, de las necesidades de mi hija me hago cargo. Algún día me lo va a agradecer.

........................................................................ - ¿Y tú Aurorita. Qué cuentas de tu vida? - Mi vida se va entre trabajo y trabajo... - A propósito de trabajo. Me parece absurdo que una traductora de

inglés, con título universitario, trabaje en semejante lugar. - La vida es absurda, Bastián. - ¿Por qué no me dejas ayudarte? Tengo amigos que podrían

ubicarte muy bien.

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- No necesito de tus amigos. - Tal vez tengas razón, mujer. Tus influencias en aquel barrio son

mejores que las mías. - Dicho comentario hizo que Aurora comenzara a beber

compulsivamente. Él se disculpó de inmediato, pidiéndole que sólo pensara en el momento, en aquel brindis, en aquella música, en fin, en todo lo que los unía...La cogió de los brazos tan lentamente que algo de licor se derramó sobre su falda. Aquella canción se desvaneció en el aire, prendado de ellos, como si nada más en el mundo tuviera espacio.

Poco a poco, el vibrato de su voz viril tomó la forma de murmullo y

comenzó a transportarla como en una enorme burbuja de jabón. La noche se hizo cómplice de un deseo mudo que comenzó a fluir, como briznas luminosas entre océanos blancos y tortuosos que cobraban sentido en medio de la penumbra...

- Decidí visitarte, Marta. Tenía que agradecerte el envío de las

traducciones. Don Guillermo es muy puntual. - Es cierto. Las funciones laborales de un conserje no incluyen esa

molestia. - Pero él jamás ha expresado un disgusto. - ¡Cómo no, hija mía. La propina corre por mi cuenta! - Veo que estás molesta conmigo, Marta. - De ninguna manera, linda. Viniste a mi. Mi deber es ayudarte. - Ahora, me preocupa que vivas en aquel lugar. El conserje se

sorprendió cuando fue por primera vez.. - Tendrías que verlo, prima: el cuarto es pequeño. Un par de vigas

cruzadas enmarcan las ventanas, clavadas apenas por los bordes y en lugar de vidrio están forradas en nylon. Las paredes exteriores son de internit, tres ó cuatro paneles, reforzados con cartón prensado. En el techo hay neumáticos rotos sosteniendo las planchas de zinc . Al interior se filtra algo de lluvia, hay una veta de humedad estampada en las paredes.

- ¡Pobre criatura! - ¡Por Dios Marta, tengo 32 años! - ¡Pero no reconsideras tu postura. Vuelve a tu vida! - ¿Y qué me espera? - Nada puede ser peor que esto. - Siempre puede ser peor. - ¡Pero mírate: de tu antigua elegancia va quedando poco! Por

cierto...¿dónde compraste esas ropas? - En el Persa Estación. - ¿Y de tu antiguo guardarropas? - Lo robaron todo. - Ves, ese es el problema de convivir con la chusma. - ¿Y qué propones Marta?

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- Bueno, tú sabes que estas cosas no dependen de mí... Claudio Andrés es tan complicado que dificulto...

- Ya comprendo. No hay nada que explicar. - Mira, querida; mañana no voy a estar, pero dejaré con mis

empleadas algo de mi ropa para que te la quedes y luzcas algo acorde a tu nivel.

- No es necesario que te molestes. - No es molestia, al contrario. Hacer el bien, es prioridad número uno

de un buen cristiano. Piensa tú que yo suelo organizar los té de beneficencia y las cenas con distinguidos prelados...

- Bueno. Entonces será mejor que no te siga interrumpiendo. Adiós. - ¿Pero linda, no te sirves un café? - Adiós. - El lunes te envía.... - Adiós, Marta. Deseaba llamar a alguien mientras tendía su cama, mientras

ordenaba sus trabajos dispuestos en aquella repisa desgarbada. Deseaba llamar a alguien. Pese a que sabía muy bien que no había teléfono. ¿Y si lo hubiere? ¿A quién podría llamar si lo hubiere? A su familia, a su pasado, a un destino que quería evitar con otro destino quizás peor.

Bastián; no existían epítetos para calificarlo. Después de disfrutar

juntos algunas noches en distintos lugares de Santiago, amándose hasta la saciedad, había optada por dejarla plantada una y otra vez.. Su actitud mostraba con claridad aquel maldito narciso que lo habitaba. Callada; imaginaba cuanto tendría que decirle a fin de vaciar su rabia. Pero era inútil, él no se dejaría abofetear. Ahora su recuerdo era como una braza candente capaz de quemarle los ojos.

Cuando caminaba entre pasadizos, sólo respiraba el rumor de las

vecinas que parecían mirarla con desdén. Su paso seguro, se convertía poco a poco en un recuerdo que no se dejaba ver...como Bastián, que ahora estaba absorto en su trabajo de acuerdo a lo referido por Nacho, quien le aconsejaba:

- Llámelo sita. Él me pregunta siempre por usté. - ¿Y si pregunta, Nacho. Por qué no viene? - Son cosas...como ser...cosas que pasan. - ¿Otras mujeres, supongo? - Trabajo no más. - ¿Pero alguien lo presionará, supongo? - Juera del compaire, nadien más. - ¿Y ese compadre que usted dice...quién es? - Es un tipo vacán. Tiene comprao medio Santiago. - ¿Pero qué monos pinta ese tipo? - Son socios...y amigos.

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- ¿Amigos dice? - Siempre los encuentro tomándose unos copetes. Cosas así... - Ya veo, Nacho. Ya veo. Cerró la cortina del cuartucho y se envolvió con la colcha percudida

como si fuera una momia. Pensar en Bastián resultaba infructuoso. Centrarse en todo aquello que la hizo sentir, era un acto en extremo infantil. Aunque estar así, retozando entre las mantas como una guagua trémula, también lo era.

El alto de traducciones comenzaba a mermar. Seguro su prima

estaba indignada después de aquella conversación. Un gesto extraño traspasó su mirada como una pequeña sombra. Miró a su alrededor y sintió cierta angustia al recordar aquel calefactor comprado hace dos días y robado al día siguiente. En fin, había que conformarse. Un suspiro ahogado la sacó de su letargo. El mejor remedio para sobrevivir era no pensar. Se concentró en el frío de la habitación. Un viento solapado comenzaba a levantarse, provocando la hinchazón de la ventana de nylon, que parecía dispuesta a todos los embates del tiempo.

Ella estaba tendida en todo su largo como dejándose ser a través de

las horas. Apenas pestañeaba, apenas escuchaba el constante ajetreo a su alrededor. Esto no es la soledad- pensó- mientras un grito inaudible apenas rozaba su tímpano. La soledad es una estupidez inventada por alguien demasiado dependiente. Sus conclusiones pálidas como ella, comenzaban a envolverla en un sueño que tenía de verdad, la inercia misma de la vida. Los pies a ratos buscaban el calor de la frazada inferior, aquella que cubría las múltiples imperfecciones de su cama. Si cambiara el colchón, murmuraba una y otra vez, hasta que el sueño calló sobre sus párpados.

El estar de Marina relucía por su limpieza. Un televisor de veinte

pulgada ocupaba el centro de la habitación, que contaba con un escaso mobiliario de mimbre y paredes atestadas con estampitas de Santa Teresa, pósteres de Luis Miguel y de Miriam Hernández.

Marina estaba limpiando la mesita de centro, cuando llegó Aurora... - ¡Dios. Qué cara, hija mía! - Ya estoy bien, Marina. Sólo necesito un vaso de agua. - ¿No me digas que te asaltaron? - Algo así. - Espera. Te voy a traer agua con azúcar. ........................................................................ - Ahora cuéntame, huachita: ¿qué pasó? - Fue la Eugenia... Yo venía caminando como siempre, por Matucana,

cuando sentí unos pasos tras de mí. Comencé a sudar; de ese sudor

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helado que te pone el cuello rígido y parece que no pudieras voltear la cabeza .

- ¡Pero habla luego, niña, que estoy metía! - Creí que alguien me asaltaría, tomé fuertemente mi cartera y

pensé en Dios. - ¿Y? - Cuando llegué a Tattersal, cerca del quiosco de don Nano... en ese

lugar medio escondido, no sé si recuerdas, que tiene unos muros muy altos y forma una especie de ángulo invertido...

- ¡Habla mujer, que me vai a matar! - Alguien me tomó del pelo y me tiró la nuca hacia atrás. Era la

Eugenia. Puso una cuchilla en mi mejilla y me amenazó... - ¿Qué te dijo esa perra? - Que me iba a... - Tranquila huachita, si necesitas un trago o algo, tengo una botella

de pisco escondía del Lucho. - Me aseguró que me iba a cortar la cara hasta desfigurarme. - ¡Que el diablo se la lleve! Dame tu mano. Estás temblando. - Ya estoy mejor... - ¿Y cómo es que no te pasó nada? - Cuando me tenía así...ella tenía los ojos brillantes, como de odio.

Justo en ese momento llegó el Chincol, quien le quitó el cuchillo y la sujetó por el cuello:

- Mira hueona. Yo voy a ser bueno con vos y no te voy a rajar la cara, pero sí la cabeza. Dime donde te queda mejor la partiura: al lado, al medio o si querís lo hacimos atravesá!

- ¡Por favor...Chincolito, te rejuro que no vuelvo a...! - Te perdono esta vez, pero cacha la onda: si volvís a tocarla, entre

el Gato y yo te desaparecimos. ¿ Entendiste? - Sí, sí , sí...te lo juro. - Ya, ándate rápido mierda, antes que me arrepienta. ........................................................................ - De la que te salvaste, Aurorita. - Me salvaron. Deguelta e mano- dijo el Chincol - cuando se

despidió. - Aquí mijita, quien no tiene amigos está jodío. - Yo estoy jodía de todos modos, Marina. - Lo dices por ese hijo de put...de don Bastián. - No hables así, mujer. No es para tanto. - ¿Y cómo quieres que lo trate? Te tomó como mujer y ahora te

larga. - Eso no tenía futuro. Lo que ahora me preocupa es el poco trabajo

que tengo. - Deja de preocuparte. El Lalo y yo somos tu familia. - Les debo tanto. - Nada de eso. Tómese el agüita, que ya cambiarán las cosas.

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Marina y Lalo idiotizados frente al televisor, apenas reparan en el

rostro de Aurora que parece haberse marchado a la ciudad de Puerto Varas; navegando en las aguas del lago Llanquihue, con la piel fragante de oxígeno, húmeda de lluvias. Su actitud meditabunda parece un grito de auxilio reprimido entre los dientes.

- Mira vieja... - ¿Qué cosa viejo? - La Aurorita: anda como ida, no sé. - Vos hablái puras burrás, Lalo. - ¿Más harina tostá, mija? - No, gracias - respondió la joven- mientras rascaba su pierna

envuelta en un gastado pantalón de cotelé. La camisa escocesa que le ceñía el talle estaba algo sucia en las mangas.

- Aurorita: ¿Quieres que te lave la ropa? - Gracias, pero no tengo como pagarte el trabajo. - De vez en cuando me compras un jabón o un desodorante. ¿Qué

dices? - Te respondo otro día. - Otro día, otro día ....y ahora. - Es verdad, sita. Hay que vivir el momento tamién. Yo supe de eso, Lalo. Supe vivir el momento y disfrutar de la vida.

Pude renovar mi mobiliario, mi guardarropa, cambiar aquel Suzuki miserable por un BMW. Todo con mis clases en la universidad y mis particulares. Eso causaba buena impresión en la gente que acudía a mi casa. Que no se trataba de cualquiera; sino de gente de importancia, como siempre.

- Gente de importancia, como siempre... - ¿Qué dices chiquilla? - Nada... Estaba pensando en voz alta. - Mira la tele, Lalo. No terminamos julio y ya estamos con el agua

hasta el cogote. - Pura curpa e las autoridaes. - Es la miseria viejo. - ¡ Mira a ese gallo con el agua hasta la rodilla. Pobres cabros

chicos...! - No te riai ná vieja, que si sigue lloviendo; mañana los van a

hospedare en arguna escuela. - A propósito sita; ¿qué opina usté, del rebalsamiento este del agua? - Es simple. Simple estupidez. - ¡Qué diablos pasa afuera! - ¡Escuchen!: arrímense a la ventana. - El Gato y el Chincol están peleando con Madamme Miseria. - ¡Ya se me acabó la paciencia desgraciaos. Todas las noches lo

mismo: corriendo por los techos pa arrancar de los pacos. Después se tiran por la muralla de atrás que me la tienen toa desastillá y manchá con sangre y ná que la arreglan. Estoy esperando hace meses la paga

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extra que prometieron por la gauchá con los tiras y el Gato roba que te roba y yo sin agarrar ni uno. Así que tendrán que decidire, si no hay plata tendrán que darme la chaqueta de cuero o las gargantillas!

- ¡Chutas que está enojá la eñora! - El Gato va a tener que aflojar pus Lucho, esta vieja es cosa seria. - Ni tanto. - ¿Te sirvo un agüita perra, Aurorita? - No gracias. - Doña Napo...no sea mala leche, mire: mañana sin farta nos

ponimos al día. - ¡Más te vale que sea ahora infeliz! - ¡ La vieja está armá, compadre! - Mira, Lucho, ahora los dos están cuchicheando. - Algo trama ese parcito... - Pásame la quisca, Chincol... - No se eche a la vieja, compadre. - ¡Paren el hueveo y aflojen ahora! - Está bien...tranquila Doña. - ¡Mira lo que le entrega viejo...! - ¡No corrái tanto la cortina pus Marina, que te va a caer la rocha! - Puras joyas : ¡ cacha el medio reloj!.......el Chincol, se hace el

leso....mira donde guarda las joyas...¡ la embarró! - Espérate que esta vieja es capaz de empelotarlos. - Me voy a mi pieza, Marina. - Ahora no mija, está mala la cosa allá fuera. - ¡Y qué puede pasarme, a ver! - ¡Chitas que estai chora! No vaya a ser cosa, que esta vida te

cambie demasiado. - ¿ A mi? ¡Déjate de bromas! - Ojalá, chiquilla. Ojalá fueran bromas. - ¡Aurora, cariño. Qué sorpresa verte! - ¿Cómo estás, Bastián? - No tan mal como tú. A juzgar por ese aspecto mujer. Pareces venir

de la guerra . - Mi pieza se inundó. Lo primero que pensé, fue venir a molestarte... - No hables de molestarme, ¿somos amigos no? - Supongo que sí. - Conversaremos luego. Mandaré pedir el té y alguna ropa seca. - No es necesario que te molestes. - ¿Cómo no, mujer? Vas a agarrar una neumonía.

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........................................................................ - Ten... ¿Ahora estás mejor? - Sí. - Estás tosiendo mucho. Voy a llamar a mi médico. - No, por Dios. Mañana todo volverá a la normalidad. - ¿A qué llamas normalidad? - Es mi vida Bastián, deja los sermones. Aparte que no te sienta. - Es que has cambiado tanto, amor. - ¿Lo dices por mi ropa? - No sólo eso. Realmente da lástima verte. Si hasta la mirada se te

ha endurecido. - Tú en cambio, no lo reflejas en la mirada. - ¿Qué quieres decir? - Eres más rudo que yo, pero disimulas bien. - ¿Fue mi ausencia, verdad? ¿Te hizo daño? - Tú y yo no tenemos compromisos. Es mejor así. - Si supieras, linda. - ¿Si supiera qué? - Lo ocupado que he estado. - No vine a discutir eso. ¿Puedo quedarme en la habitación de

servicio por hoy? - Mejor en el cuarto de huéspedes. Mandaré preparar todo. - Espera un momento: el maldito teléfono. Compadre. Sí, todo listo. Esta misma noche nos vemos las caras.

¿Qué le parece en Las Vegas? Bien, ahí estaré. “Qué extraño. Será un Nigth Club Las Vegas” - Aurorita, tendré que ausentarme, pero mañana vuelvo sin falta. Te

dejo en compañía de Cata, mi nana... se encargará de todo, tus necesidades, en fin. Ella responderá mis recados y contestará el teléfono. Tú pide lo que quieras y quedas en tu casa. O.K.

- O.K. - Te agradezco, Bastián. - Nada de gratitud. Me honra tu presencia. Este no es mi hogar y jamás lo será Mi hogar está tan lejos como la

punta de mi nariz Aquella que se inmiscuye en casa ajena sólo porque las circunstancias lo vuelven a uno impertinente Debiste escucharme antes de marcharte Bastián Tenía tantas cosas qué contarte Aquellos plazos de los que me habló el abogado Los barrotes fríos de una celda lejana que me tienen perpleja Si pudieras ayudarme y devolverme la tranquilidad que mencionó aquel abogado que poco sabe de sufrimientos de soledad de usureros que te roban la noche y gran parte de tu vida Porque yo no estoy loca exactamente aunque desearía estarlo y así tener una clara distorsión de la realidad como dijo el psiquiatra explicándome mi caso mientras mi madre esperaba afuera con cara de asco como si yo fuera un error en su vida Comprendo

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madre comprendo y es mejor así Voy a alejarme de ustedes por un tiempo Nadie sabrá de mi existencia Nadie podrá recriminarme Sé exactamente cuál es el lugar en donde debo estar Tal vez allí encuentre algo de sosiego Sí Sosiego No es posible hablar de paz en ciertas circunstancias Verdad Bastián que no es posible hablar de paz cuando uno va por la vida en medio de esta penumbra que en realidad son nubes que pasan y no me permiten apreciar el contorno de los ojos de aquel niño que me mira con amor de hijo a través de sus felices juegos infantiles que me han hecho pensar que Dios existe a pesar de todo A pesar de los plazos que mencionó el abogado que me pedía sensatez frente a mis decisiones Traductora de inglés La niña al fin se tituló Ahora tendrá una vida apacible Una vida plena de sosiego me digo a mí misma mientras el peso de la conciencia me pisotea Ahora sólo tengo una carrera de segundos sobre la giba de mi espalda que pronto se hará notoria y todos verán tu carga Todos verán que estás sufriendo hija Debes disimular Eres una mujer de familia no cualquier niñita con segundo medio. Tienes la obligación de mantener tu imagen Tienes una familia a quién responder Debes hacerlo por ti Por quienes serán tus hijos a través de los años De todos los años...

Bastián ¿A qué hora llegarás?....Cuando tú llegues sólo quedará mi ausencia....No debí venir....Últimamente he hecho cosas que no logro comprender...que ni Dios comprendería...como estar soñando una pesadilla que se niega a abandonarme...

- ¡ Maldita sea. Aquella mañana tenía la ilusión de verte y cuando

llegué al departamento ya no estabas. Desapareciste simplemente...como una ladrona!

- ¿Perdiste alguna de tus cosas, Bastián? - Por favor, no seas cínica. Lo cierto es que acudiste a mi, querías

verme... - No era eso precisamente. - ¿Entonces qué? - La necesidad: ¿no has escuchado que tiene cara de hereje? - No he tenido el gusto de verle la cara. - Gracias a Dios. - Pero me buscaste. - Busqué refugio en tu casa, que es algo muy distinto. - ¿Quieres decir que no te intereso? - Fui yo quién dejó de interesarte primero, Bastián. - Aquello de los plantones...puedo explicarte. - Explicarme qué: que me botaste como una mercancía vieja,

pidiéndome una y otra vez que acudiera aquí y allá para luego no presentarte. Sin duda fui la peor imbécil que hayas conocido.

- Sé que es difícil comprender, pero tuve motivos para fallar... - ¿Tu famoso compadre? - ¿Qué diablos quieres decir? - No he dicho nada. Tal vez tú tengas algo que decirme...

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- ¿Estás pensando que soy maricón? - Lunático diría yo...Debes pensar que en la variedad está el gusto. - ¿Y eso...? - Aquellas fotografías de mujeres repartidas por todas partes, las

llamadas telefónicas, la extraña actitud de Cata, en fin, daba qué pensar.

- Por favor escúchame: ni maricón ni mujeriego. Aquellas mujeres que viste en las fotos son sólo amigas.

- ¿Amigas? - Son modelos. Tengo un conocido que tiene una Agencia. - ¿Tienes muchos conocidos? - Si tú supieras: en el espectáculo, en los tribunales, en el

parlamento, la policía, la televisión, en fin. - Pero no eres del tipo dicharachero precisamente... - No es necesario, soy un hombre de mundo. - Y también un desgraciado. - Desde que te conozco Aurora: tal vez lo sea. - Está bien Bastián: dejemos esto aquí. Lamento haberme

hospedado en tu casa. Fue un desatino. Puedes olvidarlo todo. - ¡Tú estás enferma. De seguro, debes estar mal de la cabeza para

vivir entre chusma...! - Recuerde mi distinguido empresario que fue aquí, en este preciso

lugar, en donde nos conocimos. - ¡Ya basta, Aurora! Sé que te hice daño, pero quisiera enmendar

mis fallas... - ¿En qué hotel de Santiago me plantarás esta vez. Dime? - Sin plantones. Lo prometo. - ¿Y que tal si tu compadre interrumpe la cita? - Baja la voz Aurora. - ¿Qué sucede señor, no quiere que la chusma se entere de su vida? - No corresponde. - Para que sepas: el Nacho conoce muy bien tu intimidad. - Voy a hablar con ese huevón. - Tendrá que ser otro día. Mira que lo vi en un estado deplorable. - ¿Deplorable? - Drogado. Últimamente pasa drogado, y no es con marihuana

precisamente, tampoco Neoprén. Acá conocemos bien la diferencia...No entiendo cómo tú lo tienes de júnior...¡francamente!.

- ¿Qué pasa Bastián: enmudeciste.? - Mira Aurora, cuándo necesites algo, búscame. De verdad búscame. Pero no esperes que venga...Por favor.

Los dolorosos pasos de Bastián ya habían desaparecido cuando

apareció el niño...tal vez había estado toda una vida en el patio común del cité, pero sólo ahora reparaba en su presencia juguetona, en el pequeño cuerpecito rodeándose a sí mismo, escondiendo sin querer los botines andrajosos, la nariz mocosa y la panza distendida. Un mendrugo

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de carpa le servía de techo, sujeta al tendedero por unas calcetas estoicas.

- ¡Juancho, anda onde on Nano y me traís azúcar! La voz de la madre era imperceptible, las bolitas danzaban entre sus

piernas en una jugarreta de estrellas fugaces. - ¿Qué te dije cabro? La voz de la madre nuevamente a la carga y el

niño continuaba rodeándose a si mismo en su universo diminuto. - ¡Si no obedecís, te las vai a ver...! - Una que sube y sube...por ahí... - Parece que andai buscando rosca cabrito. - ¡Toma la plata! - Una que va... - ¡Recibe la plata mierda! - Tovía no.... - ¡Cómo que no infeliz, que no respetai a tu maire...Ya vai a ver! - ¡No, mamá.....no, mamita! - ¡La correa no...la correa no! - ¡Por favor, no me peguís....! - ¡Acaso no soy tu madre, desgraciao! - ¡Suelte al niño! - ¡Usté que se mete! - ¡Deje al niño o llamo a los pacos! - Atrévete a meterte pituca e mierda y vái a ver quién soy yo. Aurora , al ver como la desconocida se negaba a escucharla, en una

acción poco común a su compostura tiró fuertemente la correa hasta quitársela y arrojó tres latigazos sobre la espalda de la mujer.

- ¡Maldita perra....Siente como duele, como le duele al niño! El niño intentó quitarle la correa en defensa de su madre, pero

Aurora continuó en lo suyo con el rostro inyectado de ira, hasta que consiguió el Perdón que tanto quería escuchar.

Estaba irreconocible: con las pantyes corridas por el esfuerzo, la delgada chaleca a punto de abandonarle los brazos, mientras un notorio surco de rimel negro dividía sus mejillas. Sólo entonces se percató de la presencia del público habitual.

Marina la observaba con ojos desorbitados, como si la viera por primera vez.

¿Qué pasará con la Aurora, viejo? Ha cambiado tanto desde que

llegó. Se ha vuelto chora, amatoná. Es como si de a poco fuera perdiendo la vergüenza. Imagínate que anoche; cuando le llevé las cosas ni siquiera me vio. Podría haber entrado cualquiera, le daba lo mismo. Se estaba peinando como una dama antigua que vive en palacio, pero ¡con una ropa! que daba pena . Le dije- huachita, querís ir a ver tele con nosotros- y apenas respondió. Me miró de reojo como para alejarme. Y siguió peinándose con esos aires que no le conocía. Es como si tuviera doble personalidad. Será que tanta soledad, la está enfermando a la pobre. En todo este tiempo, aparte de don Bastián

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que la tiene pa la patá y el combo, no se la ha visto con nadie. Cuando viene ese caballero a dejarle trabajo, ella lo mira como pidiendo perdón. ¿Será que su vida es una total complicación? ¿O estará volviéndose loca como dicen las vecinas? Mira que obsesionarse por teñirse el pelo y andar pensando en voz alta. Siento pena por ella; sobretodo cuando vuelve del centro. Las pocas veces que sale de día, llega tan alterada que ni saluda ¿Será el ajetreo, digo yo? Ahora; la que agarró de salir de noche, Las vecinas hablan como víboras diciendo lo peor...

- Pinta de patín no tiene, vieja. - ¡Claro que no, pus Lalo! Además si así fuera, no estaría aquí... es

tan bonita. - ¿Y qué creís tú que hace en la noche? - El Chincol dice que camina y camina de aquí para allá. Fuera de eso

no sé. - Harto rara tu amiga, vieja, harto rara... Santiago es un demente que corre sin sosiego. El centro es un gran

nicho de cemento, profanado por el smog y el tráfico infernal de autos y microbuses que transgreden la velocidad máxima permitida, compitiendo por pasajeros. Las calles atestadas de gente son testigo mudo de la ausencia de alegría, de las almas carcomidas por la nada...Todo rápido, agitado. Un hombre manco toca la flauta con la ayuda de un improvisado atril; su añeja balada, cabalga sobre unas cumbias encabritantes interpretada por unos jóvenes que parecen disfrutarlas. Más allá; una mujer de unos cuarenta pide limosna con un niño prestado entre los brazos. Un tango ofendido por un acordeón, presencia el tambaleo de un borracho, el caminar agitado de muchos oficinistas que parecen uniformados con sus trajecitos y sus sonrisas moribundas, como la de aquel obrero, como la de aquellos vendedores de intangibles que se sientan sudorosos en una banqueta a degustar su misérrima colación, mientras observan impasibles a un degenerado manoseando a una jovencita de minifalda azul. Un tipo de terno y corbata, ensordece su celular para jactarse públicamente de sus negocios. En un rincón; una pareja de ancianos se abrazan apenas. En Moneda con Ahumada; un minusválido lleva mucho tiempo esperando que alguien lo ayude a subir la escalera. Un ciego camina junto a su bastón, temeroso de las patadas y codazos que propinan algunos a la salida de las grandes tiendas. Un grupo de vendedores ambulantes huye de carabineros por no tener patente municipal, mientras una potente voz anuncia en nombre de Dios: “De verdad os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos”... en tanto, la eterna muchedumbre continúa su paseo, vestida de negro , gris, azul y blanco.

La soledad de siempre los acompaña; nos acompaña a todos: junto al grito de auxilio tras un asalto, el robo de una cartera, la cadena de oro cortada en el acto por la mano entrenada del punga...La impotencia llega y parece irse al instante, al igual que la viejecita que sube al

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microbús, luchando contra el temblor de sus manos que la sostienen de la barandilla, mientras los demás pasajeros la ignoran...Es que Santiago es un narciso incompasivo que juega a vender felicidad, con aquellos anuncios fraudulentos que se publican en los periódicos, ofreciendo grandes sueldos a vendedores de imposibles y a prostitutas disfrazadas de azafatas o modelos de Nigth Club International.

Seis millones de habitantes en Santiago, casi tres cuartos de Chile entre el bamboleo de un tumulto que se extingue bajo la luna, para liberar el paso de quienes concurren al Paseo Ahumada, engalanado de travestis, traficantes y prostitutas que aparece mágicamente como un zoológico humano que brilla bajo los faroles. Es el momento de ellos: los burlados, los burladores, los marginados de Dios y de los hombres.

Aurora camina durante horas por el centro de Santiago después de la medianoche. El Chincol y el Gato son sus mejores aliados. Ella detesta el ajetreo bajo el sol, la irritación hidrocarbúrica de sus ojos cuando el smog la invade como un cáncer. Ella prefiere la desnudez de las avenidas, la complicidad distante de quien no la conoce, el grito de alguna estrella perdida tras el ozono, justificando una existencia falsa.

- Debes cuidarte huachita. Esos paseos nocturnos, me están

preocupando. Yo te puedo prestar al Lalo para que te acompañe... - No es necesario mujer. Lo único que quiero es caminar. - ¿Y porqué de noche? - Prefiero la oscuridad. - ¿De qué estai escapando, huachita? - De mí misma, supongo. - Escúchame bien: te he visto amanecer con los ojos hinchados y sin

ganas de comer. Algo grave te pasa y no quieres contarlo. No puedes seguir así, tragándote la vida...

- La policía me busca... - ¿Por qué, mija? - Giro doloso de cheques. - ¿Y eso que diablo es? - Se trata de los plazos esos... - ¿Qué plazos? - ¿No has escuchado aquello? - ¿Qué cosa? - Los plazos... - Aurorita, tienes mala cara. Si quieres seguimos conversando

después. - Debo ser razonable. No lo he sido, no he sido razonable. Vine a

este basurero buscando un escondite... Ningún policía me buscaría acá...nadie sospecharía...

- Debes calmarte o vas a parar al manicomio. - El psiquiatra me habló de neurosis de angustia. - O sea que estás enferma. - Las deudas me tienen enferma.

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- Quisiera ayudarte. - Me has ayudado, mucho más que mi familia. - ¿Tienes familia? - En Puerto Varas. - ¿Eres casada ? - Separada de hecho. - ¡Ave María purísima! - Mi madre y una hermana soltera se fueron a vivir conmigo, para

ayudarme a criar a mi hijo. Yo no estaba en condiciones. Los usureros comenzaron a perseguirme y tuve que renunciar al trabajo, en fin. Mi hermana se encargó del pequeño...

- ¿Qué edad tiene tu hijo? - Dos años. - ¿El de la fotito? -Sí- respondió apenas y calló por muchas horas. El infierno, la serpiente... Adán y Eva, El Creador...Buscaba culpables

como poseída por una extraña afección. ¿Seré yo misma?... A ratos ansiaba serenarse como el mejor de los yogis, pero algo le decía que todos sus malditos chacras, debían confinarse a la pasión más desatada para al fin encontrar un fulminante desenlace... Quería morir y vivir a la vez, y esa contradicción le envenenaba la sangre como la serpiente al paraíso... Creer en Dios y esperar milagrosamente que no se cumplan los plazos era algo muy estúpido...Volver a casa, pedir perdón a todos y esperar serenamente que hable la justicia de los hombres, era tal vez lo más sensato... Pero ¿cómo enfrentar la situación con sensatez, cuando el pavor al encierro simplemente la paralizaba? Pensó en su hijo...en su ex marido bailando animadamente con su nueva amante, pensó en su padre muerto, en su madre, incluso en los amigos de sus padres, pensó en su hermana y una hebra de compasión le hilvanó el pensamiento que estaba a punto de cortarse y caer al precipicio... Debí saberlo, debí sospecharlo: cada compra que hice, cada invitación, cada cena suntuosa, cada esfuerzo por presumir un nivel que no poseía, una situación que no me pertenecía , constituyó la lucha de toda una vida...

Todo este tiempo huyendo sólo por deudas... ¿Puedes entenderlo,

Bastián? Es realmente estúpido... Pero ya sé, no soy la única y hay quienes lo han enfrentado de mejor forma... Es más, alguien podría burlarse de mi situación: ¿Verdad Bastián, que alguien podría burlarse de mí?... Pero ¿Qué pasa amorcito? es la primera que vez que extraño tu elocuencia... ¿Qué no sea cínica?... ¿Quién ha sido cínico en realidad?... ¿Qué te perdone?... ¿Tú crees que se trata de perdonar?.

Después que Marina supo lo mío, me aconsejó que acudiera a tu

despacho y te lo contara todo. ¿Recuerdas? - Un momento por favor, el señor Cerutti se encuentra en reunión.

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- Por favor, dígale que es urgente. ¿Lo recuerdas verdad? ¿Qué te ocurre? ¿Estás arrepentido? No pensé

que en tu corazón hubiera lugar para el arrepentimiento...¿Qué me calme dices ? pero amor, jamás he estado más calmada en mi vida. Es tan nítido aquel momento que me parece ahora...¿Que te perdone dices?... Recuérdalo nuevamente:

- Perdón por interrumpirte, Bastián. Se trata de algo urgente. - Espero que así sea, pues despaché a mis clientes. -Estoy arruinada. -¿Cuánto debes...? - Cuarenta millones. - ¡Pero mujer por Dios. Qué son cuarenta millones! ........................................................................ - ¡Por favor, Bastián, deja de reír !... ¡deja de reír!... - Oye, no te enojes, linda. No es para tanto ¿Qué deseas olvidarlo?...

¿Qué te arrepientes de haberte burlado?... ¡Sí. es cierto, me ofreciste ayuda; pagarme la deuda y seguir riendo a mis expensas!... ¿Que no me comprendes?, ¿Que nadie me comprende?... ¿Y la dignidad qué? es todo lo que tengo...¿Que me case contigo? ¡Vaya solución!, con un proceso de nulidad pendiente... ¡Pero claro!: tus abogados pueden arreglarlo todo... ¿Que sea tu conviviente? Y lo pides así, sabiendo que estoy hipotecada... ¿Que lo solucionas? es decir, me prostituyo y punto... ¡Claro, todos dicen que no importa. Después que tienes la plata nadie te pregunta de donde la sacaste!... pero sabes, si he logrado sobrevivir sin ti, seguro puedo hacerlo el resto de mi vida.

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Se llama Nataly López, hija de Juana y el Chicharrón, acostumbra a

lucir sus quince años con jeans y poleras ceñidas. Por momentos parece vampiresa caminando entre pabellones, otras veces se la encuentra lavando ropa en el patio central, mientras cuida a sus hermanos menores.

Aurora la observa compasivamente desde la ventana, sin reparar en la profunda envidia que la joven le tiene, sino más bien pensando en su antigua vida, cuando aquellos sentimientos la asediaban continuamente. Por eso, cuando Bastián se marchó la última vez y Nataly López se paseó delante suyo, ofrendándole el trasero en la danza ondulante de sus nalgas, para obtener de respuesta un simple “buenas tardes”, Aurora sintió gran compasión... compasión que venció las barreras de los muros para adentrarse en los rayados que solían cubrirlos y luego dejarse caer sobre el asfalto ligoso de los pasadizos, unidos entre sí por canaletas oxidadas que suelen confluir en los resumideros comunes, en donde la mierda se baña desnuda, vomitando su podredumbre en el corazón mismo de la pobreza... de toda la pobreza ; la ajena y la propia, aquella que Aurora fugazmente olvidó para contemplar a la joven y reparar en sus manos amoratadas, fregando la suciedad de los suyos con el desvelo inmaculado de una madre; una madre sin hijos, como ella, que sólo se limita a observar por la ventana...

- Hola ricurita: ¿Por qué no deja la fregaura pa otro día y me

acompaña a una cervecita? - Por qué no mejor, Chincol, invitái a Madamme Miseria. - ¡Schisst. Tanto que te hacís de rogar. Vos creís que acá adentro vai

a encontrare argo gueno pa casarte. No pus, vai a tenerte que conformar con uno de los otros. Además ningún jetón de guena familia se casa con mujeres como vos.

- ¿Por qué no. Tengo segundo medio? - ¿Y eso qué. Acaso uno puede negare de donde viene? - Tú siempre insistís en lo mismo. - Si yo te quiero pus huachita. Te puedo ofrecer argo gueno. - Algo robao será. - Hay otros que roban de otra manera, lo mío es más real. - Real será andar too el día arrancando de los pacos. - ¿Pero y? ¿Me la gano o no? Si tú querís te regalo una chaqueta de

cuero o arguna otra cosita. - ¿Por qué no te virai? - ¿Y si no quiero, Ah? ........................................................................ - ¡Deja de molestare a la Nataly o te las vai a vértelas conmigo,

Chincol ! - ¡Schisst, mansa hueá...si fui yo mismo el que te leyó la cartilla! - ¡Andate, Eugenia o el Chincol te va a...!- Interrumpió Nataly-

nerviosamente.

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- ¿A mí no me tendrá respeto pero y al Nacho? - ¿Qué me va a hacerme el Nacho, a ver? - Acuérdate que él tiene contactos. - Será por las movías que tiene con don Bastián. - Más bien por los contactos. - No te dije Nataly. En este mundo hay gente mala que pasa botá. - ¿ A quien Te referís Chincol, al Nacho o a don Bastián? - Hablo de Tarzán no de los monos. - ¡Cállate pus Chincol, no vaya a escuchar la Aurora! - Vos empezaste pus Eugenia, así que callao el loro y no se hable

más. Ella estaba pensativa. No podía creer que Bastián fuera un mal tipo.

Si bien era inestable en el amor, era sin duda un hombre de trabajo. Aquellos comentarios eran producto de la envidia característica del lugar. Tal vez Bastián tenía razón; era preciso olvidar todos los malos entendidos y formar juntos un nuevo hogar. Así enterraría para siempre el pasado, en la bóveda de su memoria. Pero entonces sería inmoral, más inmoral que hasta ahora: ¿Podría despertar por las mañanas junto a ese hombre y olvidar el olor de su ex marido, la sonrisa transparente de su hijo, la palabra mamá?

Pensó en Puerto Varas, recordó los escasos momentos en que la

lucidez parecía habitarla, la dicha que sentía antes de ser acosada por aquellos cuestionamientos, que la hacían odiar su hogar de clase media, sus botas de cuero gastadas, el sonido mecánico de su auto viejo e incluso aquellas amistades que le preguntaban : ¿ el vestido de esta noche es el mismo de navidad? ...aquello era un agravio para quién sentía que su destino era brillar. Al fin y al cabo, su madre la preparó para eso desde pequeña. Por tal motivo, casarse con un simple maestro de escuela fue una decisión repudiada por su familia : ¿Por qué no mejor con un ingeniero, un médico o un empresario? No. tenía que ser con un simple maestro de escuela, de apellido García y sin más ambición que enseñar a leer a un niño...

Si no les hubiera escuchado, se gritaba en silencio tragándose las

sílabas. Si no les hubiera escuchado no estaría aquí, pero fui débil...tan débil.

No podría explicarte claramente, Marina, cómo llegué a esta

situación, pero recuerdo muy bien cómo empezó: en algún momento viví con cierto relajo, comencé a gastar y gastar. Salía mucho, al extremo que las fiestas e invitaciones se convirtieron en rutina.

Poco a poco este modo de vida me fue sobrepasando, ante la

imposibilidad de crédito bancario confié en los usureros...Mis deudas crecieron tanto y no pude controlarlas, con las ganancias en el casino...

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- ¿Te metiste en el juego, Aurorita? - Empezó como una entretención, después se convirtió en un vicio. - Debe ser difícil no tentarse con plata en la mano. - Una vez que ganas, quieres más. Juras que la próxima te salvará

los intereses, pero no es así...te hundes más y más. - ¿Y tu ex marido, qué decía? - Mientras estaba en casa, discutíamos mucho. - ¿Mientras estaba en casa? - Se fue con otra: una amiga que nos visitaba. - ¡ Ave María! - Lo enloqueció, con aquellos escotes y esas caricias bajo la mesa... - ¡Pero si los hombres hijita por Dios, tienen el cerebro entremedio e

las piernas! - Yo lo tuve en el bolsillo. - Pero deja de darle y darle, que vas a morir. - Ya lo estoy. - ¡Por qué dices eso! - Estoy desaparecida...Para muchas personas dejé de existir.. - ¿Pero tienes un nombre y un apellido? - Que no es el mío. - ¿Y, cómo te llamas? - Por ahora, prefiero no decirlo... El llanto de Eugenia rompió el silencio de los pasadizos refractarios a

la luz. Fue casi un aullido de lobo que sacó a todos de su letargo, mientras el Lalo, consolaba a la desesperada...

Que el Nacho se ausentara tres días, no era cosa rara ...pero que vinieran así; con cuentos, a decirle que lo habían visto reventáo, peleando con unos pandilleros que se lo querían echar...eso era otra cosa.

Mire que tanto decirle y decirle; que cuidara el trabajo con don Bastián, que los estaba ayudando a salir de la miseria, para venir a caer tan bajo.

Ahora, seguro no estaba haciéndole a los mandaos y ese don Bastián, que no se anda con rodeos, lo va a poner de patitas en la calle...¿Qué va a ser de mi y de mis hijos. Dígame Lalito...? - preguntaba Eugenia- para reanudar el llanto escandaloso, que empezaba a reunir espectadores.

Esta vez el Nacho había llegado más lejos que otras veces...No había nada en la casa para comer...Los cabros chicos estaban con la Lucha y del perla ni señas...Alguien tenía que hacer algo.

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En la búsqueda del Nacho participaron todos los vecinos, incluso Aurora, quien dejó sus datos en el negocio de don Nano para recibir llamadas de Bastián, en caso de alguna novedad.

Finalmente el Gato dio con él. Se aprontaba a perpetrar un asalto en

el barrio Bellavista, cuando lo vio acompañado por un grupo de conocidos narcos, quienes lo socorrían, para evitar que cayera desplomado en la vía pública. Fue entonces cuando lo auxilió y con el dinero que había obtenido aquella noche, consiguió un taxi para llevarlo hasta el cité.

Eugenia pensó, que aquella noche sería la última vez que vería con

vida a su conviviente. Por otra parte Bastián, enfadado por la situación, lo privó de su

ayuda, quedando el matrimonio y los niños en la miseria más absoluta. A fin de cooperar, los vecinos repartieron a los niños entre si y

Eugenia consiguió trabajo de empleada doméstica en una casa particular. Inútiles fueron los ruegos de Aurora para conseguir que el empresario revocara la situación.

Con el tiempo, Ignacio entró en estados de profunda depresión,

alternado por otros de agitación y confusión mental que lo fueron empujando a una tormentosa soledad.

Cuesta acostumbrarse a que el Nacho haiga muerto. Y de esa

manera...Es como si el Diablo se lo hubiera llevao... Era buen gallo en er fondo, siempre andaba pasando plata. Mire, si lo único malo que tenía eran esas trifulcas con la Eugenia, que agarraron vuelo después que se metió con don Bastián...¿Y qué tiene que vere don Bastián en eso?....tranquilos cabros, el Gato va a contarles too... Ese negocio era pura pantalla no más...¿Cómo que pantalla, si yo misma lo vi allá en el centro, dice; Calzados Garbo?...¡Lavao de dólares!... ¡Pa qué cresta van a lavar los dólares, mojaos no sirven pa ná!...¡ Vos siempre tan aturdía, Lucha!...La cosa es que este gil, tenía que ire por ahí a sus movías y ofrecere la mercancía. Recibía cualquier billete...pero el muy jetón se volaba y después reponía la plata...¿Pero él debió de decile al jefe pa que lo ayudara?...¿Don Cerutti, ayudarlo? ¡Olvídate, si es muy re desgraciao!...Er Nacho pocos días antes de morire, me dijo que estaba amenazao...¿Pero a él lo mató la droga pus Gato, si el mismo dostor lo dijo?...¿Y quién conoce al Dr?...¿Y eso que tiene de raro?...Ustedes que son caídos del catre. Si esta custión jué bien hecha. Antes de morire se lo llevaron, dijeron que pa ayudarlo. ¿De cuándo acá que la ambulancia está listita cuando se necesita?... Lo que sí les digo, cabros: don Bastián se está poniendo porfiao y si no ayuda a la viuda, esta se va a ir con too el carrete y va a quedar la cagá...¡ Ave María!...En too caso, hablar de

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él no lo va a resucital. Así que mejor orvidarlo...aunque cuesta hacerse la idea que haiga muerto er Nacho.

La muerte del Nacho era un asunto predecible, que a ella le costó

asumir. Tal vez por tantas intervenciones frustradas que realizó a favor del infeliz. Necesitaba creer en Bastián más que nunca y este se había mostrado frío como un iceberg.

Aquella visita a su lujoso departamento sólo para insultarlo, la tenía

fuera de sí. Es que jamás pensó ser tan vulgar. Aunque él no se quedó atrás. Se encolerizó frente a las preguntas referidas a su presunto júnior:

- Ya te lo dije: sólo me servía del Nacho para asuntos domésticos. - ¿Asuntos doméstico llamas a la droga? - El se mezcló con unos amigos, que lo metieron en el negocio; ¡el

muy huevón tenía que volverse adicto! - ¿Y tú, desgraciado, también estabas en el negocio? - No pienso dar explicaciones a una pobre ramera... - ¿Ramera dices. Tú, me llamas ramera? - Viviendo en aquel lugar no puedes ser otra cosa. - ¿Tú sí eres hombre decente, por la forma cómo vives, cierto? - ¿Qué quieres decir? - No eres de los trigos limpios precisamente... - ¿Y tú Aurora. Así es cómo debo llamarte...? - ¡No sabrás mi nombre, hijo de put...! - ¡Ya basta, mujer. Por el amor de Dios....! ........................................................................ - No tuve nada que ver en la muerte del Nacho. - ¿Puedes jurarlo? - Lo juro. - Pues entonces: que así sea. A eso de las trece horas, sin deseos de almorzar; acostumbraba

observarse frente al espejo. Sus ojeras habían oscurecido, seguro era el insomnio que solía acompañarla por las noches.

Sobre su cama ; el nuevo testamento estaba abierto en Juan capítulo

15 versículo 3. Marina leyó poco antes de marcharse: Ustedes ya están limpios; la palabra que les he dirigido los ha purificado. Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes.

Aquella necesidad de creer la había conmocionado. Ansiaba tener fe,

pero no lo conseguía. Escarbó nuevamente entre sus documentos para sacar aquel carnet de identidad. La pequeña foto la mostraba radiante, casi estúpida; toda una jovencita llena de sueños. Ahora los sueños la

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habían abandonado. Se fueron en algún momento de descuido, tal vez cuando tomó la decisión de vivir en el cité....

Recordó al pequeño de dos años con quien estaba en deuda. Una

deuda que adquirió intereses, que seguro no tienen paga -murmuró- mientras cogía el cepillo a fin de peinarse. La verdad es que todo aquel tiempo no lograba cobrar sentido...tampoco su amor por Bastián, que no era amor en verdad, sino algo parecido...¿Para qué pensar en el amor que él pudiera sentir por ella? De seguro no existía en el mundo un ser parecido a él.

Después de la muerte de su empleado, comenzó a actuar a la

defensiva. Fue un error tan grave haberlo insultado que él cobró su venganza. Pero no era una venganza cualquiera. Era de esas que duelen...

Tras meses de acaloradas riñas, Bastián le envió flores para congraciarse. Ella lo estaba pensando, pues parecía ser su única opción de vida. Esta vez no saldrían por ahí como tantas veces. Se trataría de algo más íntimo, como aquella vez.

Se maquilló prolijamente y le pidió a Marina le hiciera ese peinado que tanto la favorecía. Las llaves del departamento, entregadas de manos de Cata por orden del empresario, facilitarían el encuentro...

No se equivocó al pensar en lo inolvidable que aquello sería: Él no aguardaba en el vestíbulo como solía hacerlo, tampoco en el

salón. No había música como pensó. El compact disc de los Beatles estaba muy bien guardado y sólo atinó a caminar por el luminoso corredor en dirección a los dormitorios.

Una botella de vodka a medio llenar le dio la bienvenida desde un rincón del cuarto. Bastián aún no aparecía cuando vio a la joven...La sorpresa fue inmediata: quedó sin habla. La rubia que salía del baño estaba húmeda aún como una esponja marina y sobre su cuerpo sólo llevaba una toalla. Bastián salió un segundo después a medio vestir...la miró angustiosamente, mientras ella intentaba coger la botella a fin de arrojarla sobre ellos...pero no fue capaz, las fuerzas la abandonaron antes de que él gritara su nombre...Ella le arrojó las llaves y se marchó sin decir palabra.

Miró el espejo nuevamente y una irónica sonrisa asomó a sus ojos.

La malicia de aquella escena era digna de una sátira. Pensar que se había hecho mil ilusiones con aquel miserable...hasta que llegó esa mujer a romper la telaraña de su unión. Cogió nuevamente el carnet y sonrió: era joven y bella entonces, tanto así, que jamás llegó a pensarse despechada.

El reloj anunciaba las trece y treinta. Marina la habían invitado a almorzar, pero no tenía apetito. Una mueca de dolor le oprimió el vientre...Aún sentía aquel mafioso anudándole las entrañas. Tiró el cepillo y el carnet sobre la cama. Cerró la Biblia y permaneció sentada.

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- Está bien Cata, dígale que mañana por la tarde se digne a

visitarme, de lo contrario me las va a pagar. - ¿A qué se refiere señorita? - Dígale que la muerte de Nacho corre por su cuenta y que las

ofensas a mi persona están dando intereses. - Señorita, por favor... - ¿Qué pasa Cata? No me diga: ¿pensó que yo no sabía de los

fantásticos negocios de su patrón? - Usted está yendo demasiado lejos. - Sabe una cosa: no tengo nada que perder. Conversé con una de las

modelos que se acuesta con él y estamos de acuerdo en denunciar, aquello de los zapatos con cocaína.

- ¡Pero usted se ha vuelto loca! - ¡Son una maravilla. Sus altos terraplenes van atestados de droga!

¡Sólo a su patrón podría ocurrírsele! - Por favor, cállese. - ¿Sabe lo que me hizo ese desgraciado, Cata? - Estoy segura que no fue con intensión.... - ¡¿No fue con intensión. No fue con intensión?! - ¡Por favor, contrólese! - El estaba todo sudoroso, agitado...con la bata a medio

poner...estaba con la maldita esa...¡Quise matarlo! - La entiendo, pero: déjeme traerle un vaso de agua azucarada. - Tranquila, por ahora no he venido a matarlo, pero dígale de mi

parte: que el odio tiene tanto poder como el dinero. ¿Se lo dirá? - Por el amor de Dios ¡tenga piedad! - ¡Por la mierda, Cata! ¿Quién cresta se apiada de mí? ¿Quién se apiada de mí? ¿Quién se apiada?... La noche caía sobre

ella como mil noches de tormenta, alborotándole el pensamiento hasta llegar a atolondrarla. En vano buscaba respuestas en las chequeras rasgadas que llevaba en la cartera a todos lados, como amenaza de muerte. Inútiles eran ahora los esfuerzos para teñirse y recortarse el cabello, pues ella estaba cambiando por dentro hasta casi desintegrarse. Fumaba un cigarrillo tras otro volviendo irrespirable el olor de su cuartucho...Al menos acá se decía, nadie me pone normas ni me exige nada. Tenía el pelo oxidado de un fuerte color naranja que parecía no molestarle. Su indiferencia hacia el mundo se reflejaba en sus ojos, surcados por el delineador negro que llevaba más de una semana. Ella estaba toda desmembrada, sucia y dolida hasta la enajenación. Tenía que actuar, vengarse tal vez, hacerle ver a ese hombre lo equivocado que estaba al creerla vulnerable. Respiró profundo y sonrió. Después de todo- pensó- nada es tan malo como parece.

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Estaba diluida en la imagen de la fotito. A ratos parecía a punto de soltar una lágrima, pero llorar no era conveniente. Más aún, sabiendo que en cualquier momento llegaba Marina con su eterna obsesión por el tema, o Madamme Miseria, quien solía aprovecharse de la depresión de sus inquilinos, para solicitarles dinero a fin de conseguir algún adolescente para el fin de semana. Vieja asquerosa -pensó- ella sí merece la cárcel. Luego la imagen estrafalaria de la arrendadora junto a un quinceañero de camisa brillante, la hizo sonreír.

Prendió la foto del pequeño sobre el calendario y flexiono sus rodillas

hasta replegarse sobre el suelo como un enorme caracol. Por un instante quiso creer, que el olor mohíno de sus recuerdos no

la tenía al borde de la locura, que estar allí, existiendo en aquel lugar era sólo una gran pesadilla. Quiso creer que nada había cambiado, que jamás llegó a Santiago y que su Dicom estaba impecable. Quiso creer tantas cosas: que los gritos nocturnos, las borracheras de los vecinos, los mendigos en las calles, las prostitutas, los niños aspirando neoprén tampoco existían...

Cerró los ojos como pidiendo perdón por existir. Por haber acudido

aquella tarde a casa de Marta, sin lograr desprenderse de aquella conversación...

- Te digo, mija linda, que la policía te busca: acabo de recibir una

llamada de tu hermana quien te pide encarecidamente que depongas tu actitud: que la llames, que enfrentes la situación.

- ¿Acaso ella entiende mi situación, Marta? - Por supuesto que te entiende. Te entendemos todos. Piensa que el

peor castigo es vivir escapando. - ¡ Veo, querida prima, que te gusta filosofar! - Deja los sarcasmos mujer y hazme caso...Además si hubieses

seguido los consejos de tu madre y te hubieras casado con un hombre de tu nivel, no estarías en estas.

- El matrimonio en esos términos es sólo prostitución legalizada. Yo seré algo ilusa, pero escúchame bien; no me prostituyo.

- ¡ Pero por Dios, qué mentalidad más ambivalente! Eres una mujer hecha y derecha y aún no te adaptas al mundo de hoy!

- Aún no me adapto como tú, en esos términos. - ¡Me estás insultando. Claudio Andrés y yo, nos casamos como

obliga la Santa Iglesia! - ¿Pero no te importa que los demás tengan otras motivaciones,

verdad? - ¡ Mira niña boba; bien pudiste enamorarte de un millonario y

punto. De lo contrario tendrías que haberte preparado para vivir a lo pobre y asunto arreglado!

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- Puede que tengas razón. Lamento haberle dado tanta importancia al dinero. Y lo peor de todo, haber perdido a mi hijo.

- No lo has perdido; él siempre pregunta por ti. - ¿Quién te lo dijo? - Tu madre, que por cierto, te envió un mensaje. - Dime. - Que vayas a la brigada de delitos económicos. Tu orden de

detención fue traspasada a Santiago, sólo falta tu dirección. - ¿Eso es todo, Martita querida? - Piénsalo bien, no más tienes alternativa... Entregarme en Santiago, para que no se enteren los amigos ¡Qué

ridiculez!...Al fin y al cabo faltan menos de cinco años para que mi situación caduque. Voy a un abogado para que limpie mis antecedentes y ¡aquí no ha pasado nada! Estaré en la ruina y sin familia para entonces, pero empezaré a vivir; como si todo este tiempo no existiera...Me levantaré de mi tumba y caminaré como un zombie al encuentro de mi vida. De una vida que no será mejor que esta... Tal vez mi madre tenga razón; ella ha sido constantemente molestada por los usureros.

- Voy a pedirte el baño, Marina. Después de un buen aseo y de

arreglarme un poco, voy donde los ratis. No hay más alternativa: el giro doloso de cheques no se perdona. Un ladrón podrá librarse, pero no una ilusa como yo...

Es sencillo: comprobarán mis datos y supongo que informarán a mi

familia. Menos al niño: él no está preparado aún, para entender que los grandes cometemos estupideces...Así que dame ese labial. El rojo me sienta mejor. Me hace ver más alegre: ¡excitante!, ¿no crees?...Algo de delineador en los ojos, un poco de rubor...¡Ah, debo agradecerte por última vez! no sé que habría hecho sin tu ayuda.

- ¡Nada de gratitud. Tú no puedes hacer esto, mija! - ¿Por qué no? - ¿ Y el esfuerzo qué: el esfuerzo para librarte de la cárcel? - A veces amiga las guerras se hacen en vano. Recibe este dinero; se

lo das a Madamme Miseria. - ¿Qué pasa Marina. Soy yo la que se entrega? - Tú no vas a ninguna parte. Mandé llamar a don Bastián. Ordenó

que te sujetara...y eso haré. - ¡Ese rufián!: ¿No me digas que te pagó para que me retuvieras? - Te perdono las ofensas, sólo porque estás sufriendo... - ¿Sufriendo, dices? - Piensa mejor tu situación. A veces, hija mía, el orgullo es amigo del

hambre.

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Aquella tarde Bastián, llegaste atolondradamente. Caminabas tan rápido que casi corrías, corrías a mi encuentro como cheque protestado. Llevabas un traje negro, lucías tan elegante como cansado y me trataste como si fuera una niña. Me indigné, intenté abofetearte pero me retuviste, tus brazos eran tan fuertes que no pude con ellos.

Apenas me percaté de la violencia con que jalaste mi muñeca y me

sacaste del cité, previamente le dijiste algo a Marina que jamás supe y me llevaste en el auto muy lejos de allí...Intentaste conversarme varias veces en el camino pero yo estaba confundida. Una que otra vez te dije un par de garabatos y te reproché por engañarme con mujeres, a lo que tú respondiste que lo sentías, que lamentablemente no podemos deshacer los errores y entonces logré comprenderte a través de mi rencor. Quien mejor que yo entendería que frente a los errores no existe marcha atrás: sólo perdón y odio, sólo olvido.

La cabaña del Cajón del Maipo era distinta a tu apartamento: rústica

y pequeña, sin pretensiones. Se ubicaba frente a un roquerío colindante al río Maipo y estaba rodeada de grandes árboles, que la hacían invisible a lo lejos.

Después de acomodarnos, encendiste la chimenea y preparaste

café. Al ver que no tenía intensión alguna de conversar, me guiaste hasta la habitación y acomodaste mi cabeza sobre la almohada

Sólo hablamos al día siguiente. - ¿Olvidaste esa idea de entregarte? - Hoy simplemente no pienso, Bastián. - Deberías hacerlo: pensar en el pago de tu deuda. - ¡ Con fondos del narcotráfico. Estás loco! - ¿Acaso la gente en las calles, se pregunta de dónde llegó el dinero

que tiene en sus billeteras? - Eso es distinto. - No lo creo. Simplemente no lo creo. - Ese es tu problema, hombre: te excusas siempre a costa de la

sociedad. - Y tengo razón. Te pongo como ejemplo tu situación: querías vivir

como te enseñaron, ser lo que soñaste: la sociedad te dio las facilidades, los bancos te dieron crédito, también las casas comerciales, las financieras. Todos esos condenados te convirtieron en deudora ¿Y luego qué? Luego siguieron los usureros con sus intereses...Finalmente la sociedad, esa yegua esquizofrénica, te castiga ahora por endeudarte. ¿No te parece absurdo?

- En parte si. - ¿Por eso te convertirte en traficante? - No me lo recuerdes.

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- ¿Por qué no? - Se trata de mi vida... - No sólo de la tuya, sino de otros, como el Nacho por

ejemplo...traficantes menores, burreros, mujeres que aceptan el asunto para darle el pan a sus hijos, para obtener alguna de las cosas que tú y yo hemos soñado, para finalmente convertirse en víctimas de un sistema diabólico...

- Hay circunstancias, mujer. No me culpes. - Pero ¿por qué?. Tú mismo me contaste que no tenías grandes

necesidades. - ¿Cómo lo sabes? - ¡ Lo dijiste aquella vez en tu apartamento! - Uno dice tantas cosas... - ¿Sabes cuál es tu problema, Bastián? siempre has insistido en

parecer lo que no eres. - ¿Y tú? que aún no me dices tu nombre.... No quieres decirle tu nombre y prefieres cambiar de tema. Le

propones caminar a orillas del río; él parece entenderlo. Pasan tantos minutos que no puedes contarlos, hasta que comienzas a bromear tontamente, mientras el sonido del río te despeja los nervios.

Por un momento crees que has logrado espantar tus fantasmas, con

aquellas risas chillonas que más bien parecen nerviosas, pues son el producto del dolor que sientes si lo miras a los ojos y comprendes que él también tiene miedos de los que no quiere hablar y prefiere adoptar esas posturas de superhombre, incluso cuando enmudece; cuando recuerda a su hija, la censura de su madre por su actividad o cuando ríe si le cuentas las travesuras del pequeño que no ves desde hace tiempo...Él se queda pensando y se pone algo triste, pues recuerda aquel cuento de Saint Exupery que su madre solía leerle y aquella frase que no hizo suya: Lo esencial es invisible...Tú callas mientras lo observas. Dice que no le hagas caso; últimamente ha estado muy sensible...¿tal vez seas tú?, te preguntas sin esperar respuesta, o tal vez aquella noche que no has logrado olvidar...aquella canción que comienzas a recordar, mientras él se aproxima para darte un beso que nunca llega...pues una ráfaga de polvo se levanta justo cuando él hace una exclamación que más bien parece un garabato destemplado, a punto de robarle el aire. ¡No puedes creer lo que ven tus ojos! Un Ferrari rojo conducido por una mujer. El auto se detiene a escasos metros de distancia...distingues a lo lejos la silueta de aquella: de caderas redondas y piernas largas. Sonríe maliciosamente como el otro día; cuando llevaba una toalla bajo las axilas, que dejaba deslizar hasta casi mostrar el pezón, con la piel entre sudorosa y blanquecina, untada de caricias de aquel hombre. El mismo hombre que anoche te puso la cabeza sobre la almohada, cuando estabas poseída por el más brutal de los cansancios - para que duermas bien- te dijo. Luego se marchó al

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comedor. Notaste que hacía unos ruidos extraños, pensaste que estaba cortando el cable del teléfono o algo así. Sigilosamente entró a la habitación, lo miraste de reojo y viste que sacó una Taurus que tenía escondida en algún lugar que no supiste definir y luego la guardó en aquella caja fuerte que se encuentra detrás del ropero vacío. En ese momento no te cuestionaste mayormente el asunto de la pistola, pero ahora; cuando vez a la rubia acercarse a él en forma desafiante y este acude a ella como un cordero y tú notas algo extraño, pese a todo él no cesa de mirar sus caderas, baja la vista, tiene rabia, pero se siente atraído crees tú y en ese momento verlo muerto sería una gran cosa... Te obsesionas con la idea. Crees que conocerlo fue otra de las tantas desgracias que te han sucedido últimamente. Das media vuelta, mientras ellos conversan de forma misteriosa. Desearías golpearla pero no es tu estilo, por lo que decides caminar en dirección a la cabaña, hacia donde te llevan los pasos apretados por un dolor extraño, que te permite escuchar apenas aquella frase que te dice que debes volver a Estación central, que ya te explicarán todo en el camino y tú prefieres callar...olvidar aquella Taurus que él cogió casi por inercia junto con su equipaje, antes de seguir a la mujer que conducía el Ferrari delante suyo, indicándole el camino. Tú comprendes que ya basta de intentarlo, piensas que definitivamente no te quiere y le pides que te deje allí no más, en Peñalolén , que luego tomarás el bus a Estación Central, a lo que él responde con un gesto de alivio, pues seguramente la rubia no quiere verlo entrar a aquel cuchitril y sepa Dios por qué razón, ostentó tanto poder sobre un hombre como Bastián.

- Se acabó, amiga. Todo se acabó. - ¿Cómo que se acabó? - Bastián volvió a su vida y yo a la mía. - ¿Pelearon de nuevo? - Por favor, no preguntes. - Está bien. no vamos a hablar de lo mismo. Supongo que ya

olvidaste esa tonta idea de entregarte... - Tranquila, por el momento todo sigue igual. - Igual no, mejor. Te voy a contar de la fiesta que estamos

preparando. - ¿Una fiesta? - El trago y la comida corren por cuenta de Madamme. - ¿Y eso a qué se debe? - ¡ Las fiestas patrias, pus mija! Pobres seremos pero no huevones. - ¡Al fin! - ¿Al fin qué? - Cambiaste esa cara que me daba pena.

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Mi cara daba pena, sin duda. Poco a poco se fue convirtiendo en un

reflejo, en una especie de producto de mi historia. Como si mi capital; él mejor que tenía, se empezara a gastar y apareciera ante los ojos del mundo como una mercancía vieja, de esas que nadie quiere comprar ¿Es que de alguna forma estamos en venta? Aquellos pensamientos me avergonzaron, pero luego pensé que al cumplir siete meses viviendo en aquel cuartucho, nada debía avergonzarme. Era preciso aprender de los otros; imitarles aquella manía de vivir el momento hasta olvidarse de si mismos...Olvidarme de mi misma era la solución: erradicar mi historia como si fuera un cáncer y convertirme en una especie de cirujano del tiempo; seccionar parte de mi vida, disecar los recuerdos... olvidar que tuve un hijo que abandoné por cobardía o por egoísmo no sé...olvidar todos aquellos rostros del pasado... incluyendo la mujer del Ferrari rojo y la mirada de Bastián resbalándole por el cuerpo hasta encelarme, hasta hacerme pensar en la Taurus atrapada en aquella caja fuerte, esperando ser justificada con algún disparo, que acabara de una vez por todas con aquella pesadilla...

El patio central estaba cubierto con una enorme lona verde, bajo la

cual, luces y guirnaldas se confundían en una especie de rito pagano. La pitilla que sostenía la lona estaba clavada a las cornisas, para lo cual todos los vecinos cooperaron. Aurora, si bien no participó activamente, pudo mostrar una disposición que la librara de culpas y permitiera el trabajo de los demás. Ojalás que no llueva, era el comentario más escuchado para fiestas patrias.

Las mujeres pelaban papas en una enorme artesa, en tanto los

hombres se encargaban del trabajo pesado, siendo los niños destinados a los mandados y las compras de último momento. A eso de las 21 horas, todo estaba dispuesto: el equipo musical, robado magistralmente por el Chincol desde una discotheque, las mesas de tabiques sujetas por caballetes, las banquetas a su alrededor y lo más importante; un enorme asador construido con la mitad de un tambor que el Chicharrón había donado a la comunidad en un arrebato de generosidad.

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Madamme Miseria, quien no se molestaba en trabajar por razones obvias, se paseaba entre los asistentes con unas calzas de lycra roja, consiguiendo los piropos de algunos inquilinos que buscaban una prórroga en los plazos de pago.

Aurora en tanto, sentada en una esquina, resaltaba por su inerme

palidez. Ella no se divertía, sólo pensaba: en su pequeño hijo, en los usureros llamando una y otra vez por teléfono, en las oficinas de cobranza visitando su casa, en las reiteradas órdenes de embargo, en el camión que estaba a punto de retirar sus enseres, en las miradas inoportunas de los vecinos, en el pequeño en casa de una pariente cercana, en su madre indignada por el asunto, en las amigas comentando a la hora del té, en su marido atraído por su nueva amante, en la imagen burlesca de su prima Marta, en la orden pendiente en la brigada de delitos económicos, en aquella rubia del Ferrari rojo, en el rostro de Bastián sonrosado de sexo...en los días eternos de esperar aquel hombre... en el resplandor de la Taurus que aguardaba en el armario....

- Tómate este ponche, chiquilla , que está de rechupete. - Gracias Marina. Que sea poco. - ¡Pero si tenemos ponche hasta pa ahogar a Madamme y tú

haciéndote el rogar! - Y veo que tienen carne para una semana. - ¿Qué va a durar tanto? Seguro que mañana ya no queda nada. - Increíble. - ¡Ya pues, cambia esa cara y olvídate por una vez de ese infeliz que

no te merece! - Tampoco él me merece, amiga. - Olvida eso. Mira: en este lugar hay gente que no conoces, que

quizás pasaron por tu lado sin conseguir ni un saludo, pero estaban aquí; viviendo en una pieza igual a la tuya o peor; durmiendo de a varios en una misma cama, sufriendo las penas del infierno...Aurorita, yo sé que estai embalá con lo tuyo. Pero quieres que te diga una cosa: tienes educación, eres bonita, aunque no te vistas como antes y te hayas descuidado un poco, sigues siendo bonita. Algún día tendrás oportunidades...En cambio ellos: míralos bien, les falta desde los dientes hasta los modales...¿Tú crees, mijita por Dios, que puedan salir de aquí ? claro que no. Ellos están más presos que tú, porque su situación seguirá igual.

- ¿Pero podrían estudiar una carrera? - ¿Con qué plata Ah. Si la educación en Chile está hecha pa los ricos? - ¿Y los créditos? - ¿Quién le da crédito a un pobre huevón? - ¿Acaso las escuelas no son gratis? - Las escuelas fiscales, mija, no alcanzan para todos. - Creo que tienes razón.

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- ¡Claro que la tengo!...Si no digo yo: ¿a quién le importan estos pobres? Los políticos hablan y hablan; se llenan el hocico con ellos, se ganan la plata con ellos. Pero la verdad, aquí tenemos bien claro que a nadie le importan los pobres... Que se los lleve el diablo, o el hambre, los piojos, las lombrices...Yo que sé!

- ¡Hum menos mal que te tomaste un trago, no más! - ¡Y espérate que me tome otros dos, porque voy a hablar...! - A propósito: ¿Quién está brindando con el Lalo? - ¡Te lo voy a presentar! Es un amigo del barrio...Muy educado. - ¿Educado? - Aunque no lo creas. El viene siempre para acá. Todos lo queremos

mucho, aunque está un poco loco el pobre. - ¿Loco? - Sí. Figúrate que dice que es escritor. ¿Acaso un bueno de la cabeza

se le ocurriría dedicarse a escribir? - ¿Qué tiene de raro, Marina? - ¿Un escritor, hijita por Dios? ¿Y en estos tiempos? - ¿Cómo dijiste que se llamaba? - Andrés...Espera. Te lo voy a presentar. Aurora sonrió con gesto de agrado, mientras Andrés la saludaba.

Parecían conocerse desde siempre, pues se sentaron a platicar como dos grandes amigos, mientras Marina se retiraba a preparar algunas ensaladas.

Ambos se inclinaron en un gesto de grata intimidad. Él la miraba con

sus ojos cafés, a ratos tocándose la barba que apenas sobrepasaba el borde del mentón, mientras Aurora bebía algo de ponche y miraba a su alrededor como reconociendo todo por primera vez.

Los comensales conversaban y reían animadamente en la medida

que el ponche se acababa y comenzaba el reparto de pipeño guardado en las damajuanas, que aparecían milagrosamente en cualquier lugar. Una música sandunguera provocó la salida de algunas parejas a la improvisada pista de baile, en tanto algunas ancianas regordetas, miraban y cuchicheaban como poseídas por una extraña lujuria.

- Así que vives aquí cerca. - En calle Compañía. - Me contaba Marina que sueles visitar el lugar. - Contemplo la vida... - ¿en el cité? - ¿Tú también lo haces no? - No estoy aquí por eso , Andrés. - ¿Entonces ? - No es el momento de tratar el tema. Además, veo que tienes tus

admiradoras por acá... - ¿Admiradoras?

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- ¡ Nataly López, está mirándote descaradamente! - Aquella chica.¡ Pobre! Siempre ocurre lo mismo. - ¿A qué te refieres? - En una oportunidad, cometí la torpeza de decirle que era bonita y

ella pensó que yo la quería como mujer. Creo que tiene la esperanza de ser mi polola.

- ¿Y por qué no habría de tenerla? - ¿Has hablado con ella? - Una que otra palabra. - En fin, hay que escucharla para entenderme. Pero cambiemos de

tema...Brindemos por la amistad... - Y por la vecindad Andrés...¡Mira: el Chincol y el Chicharrón se

abrazan animadamente! - ¡Ahora viene lo bueno! - ¿Qué cosa? - Madamme Miseria sale a bailar con su pololo, treinta años menor.

Todos la aplauden. Algunos miran a su vecino y esbozan una que otra sonrisa maliciosa, que la vieja, en medio de su arrebato de juventud senil, no logra percibir. Ella sólo escucha los aplausos. No se siente ridícula para nada. Porque sabes; somos nosotros quienes la vemos así. Ella se siente triunfadora, levanta sus brazos en un gesto omnipotente. Tiene poder, en medio de esta pestilencia es la más importante, la más solvente. La que puede decidir el futuro de sus vecinos más desposeídos. La que junto a hormigas y ratas crea una simbiosis perfecta que no desea disolver...Porque este es el mundo de Madamme Miseria...Observa como baila esas cumbias despaturradas, como diciendo a todos de quién es este lugar.

- ¡ De verdad eres escritor! - Es lo que pretendo. Siempre que vengo acá noto algo distinto: una

mezcla extraña entre jolgorio y desgracia... - Lo sé. - ¿Cuánto tiempo vives aquí, Aurora? - ocho meses. - ¿Imagino cómo te sientes? - ¿Por qué lo dices? - Porque evidentemente, no eres de acá. - ¿Qué curioso? - ¿Qué cosa? - Pensé que ya nadie lo notaba. Recién a estas alturas de la conversación, comprendió lo sincera que

había sido con este sujeto, que actuaba frente a ella con total naturalidad, por lo que decidió pararse del asiento, con la excusa de acompañar a Marina en sus menesteres. Sólo entonces, notó el ambiente enardecido producto de las promiscuas copas que todos cogían sin distinción. Eugenia le ofreció la suya, desafiándola con la

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mirada. Volvió a sentir el frío glaciar de la cuchilla sobre su rostro, sin que su improvisada sonrisa lograra disimularlo.

- ¿Brindando con la Eugenia, Aurorita? - Ella me ofreció un trago... - Si te molesta o algo, me avisas. Mira que el Lalo anda como

guasca. No podría ayudarte. Recién lo divisé bailando apretao con la Lucha. El muy re lacho juraba que la estaba haciendo de oro. Pero te digo una cosa; ella tenía que afirmarlo pa que no se le resbalara. Tiene el cuerpo hecho lana: ni pa un apretón serviría el infeliz.

- Me alegro que lo tomes con humor. - De otra forma, es difícil sobrevivir por estos lados. - ¡A propósito, Marina; veo que el Gato tiene sus intereses creados

con la Nataly López! - ¡Intereses, dijiste! Si este desgraciado hace ya varias semanas que

se está aprovechando de ella. Yo intenté aconsejarla la otra vez, pero fue inútil...Aquí hay tantas cosas que no tienen remedio.

- ¿ Y el Chicharrón qué dice, o la misma Juana? - Ellos lo saben, pero se hacen los tontos. - ¿Por qué? - Por conveniencia pus; porque el Gato les lleva regalos. Con decirte

que les ha llenado la pieza de un cuanto hay. - ¡Qué pena! ¡Huy me está dando frío! - ¿Por qué no le dices a Andrés que te venga a abrigar. Mira que los

vi como tortolitos? - Es muy simpático, pero no estoy de humor. - Ya lo estarás, cuando enciendan la fogata. - ¡Qué bueno. Al fin encontraron leña! - No es que hayan encontrado leña, mija. - ¿No? - ¿No te fijaste que el Chicharrón, está sacando tablas de la puerta

de su pieza? - ¡Está quemando su casa! - ¡Qué puede importarle su casa, niña por Dios. Cuando el cité está

de fiesta, todo lo demás pierde importancia! Después de aquella fiesta, el tiempo se hizo esperar: los días y

semanas se sucedían entre sí como gemelos idénticos, a los cuales ella no lograba distinguir. Salvo uno que otro atisbo percibido gracias a las frecuentes visitas de Andrés, quien se convirtió en un gran confidente.

- Así que ese tipo no aparece... - No. - Pienso que debes olvidarlo. - Es difícil . - Algún día llegará el olvido. - No, si hay alguien encargado de recordártelo. - ¿A quién te refieres?

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- A la Eugenia... - ¿Qué tiene que ver la Eugenia? - ¿Es la viuda del Nacho?, ¿Supiste de su muerte? - Algo me contaron... - Fue tan extraña la forma como sucedió: murió lejos del cité. Nadie

de acá estuvo con él en ese momento. Para colmo, el médico encargado del certificado de defunción era hermano del compadre de Bastián. En fin...

- ¿Y la Eugenia, qué pretende? - No sé. Esta mañana me dijo: Sita Aurora... yo fuera usté no caminaría tan rápido. ¿Por qué lo dice

Eugenia? Por lo de su novio, don Bastián. Me debe plata, y mucha. Aconséjelo que haga las cosas bien o se va a arrepentirse.

- ¿Entonces...? - Le expliqué que no lo veía desde hace tiempo; que también seguía

su pista. Me quedó viendo por largo rato y me advirtió que ella lo buscaba para matarlo.

- ¿Y? - Le dije, que al fin teníamos algo en común. - ¿No hablarás en serio? - ¿Tengo cara de broma, Andrés? Son las nueve de la noche. Camino por calle Maipú haciendo caso

omiso de las prostitutas que buscan clientes, mientras un grupo de hombres se reúne en una esquina. Supongo que no es para robarme pues ya nada tengo, salvo los recuerdos y el aroma de Bastián impregnado en mi piel. Imagino que está en una esquina cualquiera aguardando por mí. Que al igual que yo, siente el dolor del desencuentro... Pienso que algún día nos encontraremos en la cárcel, tras un muro de barrotes pestilentes, jugando para siempre a perdedores... Casi logro verlo; sus ojos se abalanzan sobre mi como reptándome la pena. Tenía tanto que decirle y las palabras se perdieron entre el bullicio, entre los taxis y colectivos que van y vienen, entre la gente en las esquinas esperando el microbús a la salida de sus trabajos. Aquellos que viajarán quién sabe dónde, pero de seguro, tienen un lugar donde llegar. Yo en cambio, cambié mi hogar por una farsa de la cual no logro desentenderme... Me armo de valor para no llorar, mientras un tipo me pregunta cuanto cobro: le respondo que nada, pues nada vendo y me mira con una cara de lástima similar a la de Marina, cuando llegué de madrugada hasta el cité abrazada del Chincol, después que una turba de adolescentes quiso abusar de mi al verme deambular en un estado que dijeron deplorable, pues de verdad no fue mi intención maquillarme de esa forma y salir de minifalda y tacones mostrando mis muslos envueltos de negro. Estaba tan feliz de usar la ropa nueva que mi amiga había conseguido para mí. Pero no debí salir en busca de Bastián, menos aún, regresar como enloquecida y bajar de la micro en una calle cualquiera...Fue por aquello referido en portería:

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nadie conoce su nuevo paradero: ni sus vecinos, tampoco los empleados de su oficina. Esa fue, creo yo, mi ultima desilusión. Estaba tan mal y aquellos mozuelos intentaron aprovecharse con sus groserías, sus toqueteos y aquella botella de pisco que mostraban como expresión de hombría. La misma botella que en un arrebato de odio rompí contra la pared más próxima y la puse en el cuello del más amenazante de todos; el grandullón que dijo que estaba loca y lo quería degollar. Finalmente me dejaron sola sobre la acera, donde me mantuve por mucho tiempo sin soltar el gollete de la botella, hasta que el Chincol me encontró, con ese instinto sabueso que tienen hombres de su clase...Sigo caminando por calle Compañía mientras un pequeño de unos cinco años pide monedas a los transeúntes. Pienso en mi hijo, en la falta que le habré hecho para su cumpleaños. Me consuelo a mí misma, pensando que ya no podía cumplir mi rol de madre. Fue lo mejor; mi hermana sabrá cuidar de él...Es curioso me digo en silencio; camino sin temor a ser arrestada ¿es que habré cambiado al punto de pasar inadvertida?...Vuelvo a ver el rostro amargo de Santiago, mientras espero la luz verde para llegar a Compañía con Ricardo Cumming. Lugar en donde quedamos de encontrarnos con Andrés, para conversar la noche o algo parecido...Me besa como siempre y coge mi mano huérfana, caminamos hacia el oriente como intimidando al aire.

Tú también Andrés, soñabas en grande como yo. Soñabas con

sobrevolar los montes Pirineos, caminar a orillas del Támesis y recorrer muchas veces las calles de París como lo han hecho tantos escritores. Pero a la vuelta de la esquina no hallarás la Torre Eiffel, ni el Museo del Louvre. Menos aún, si sólo tienes dos chauchas y poco sabes de Air France. Y aunque a menudo te sientes como Enrique Lihnn, aún no pierdes la esperanza. Me alegro por ti, por aquellos sueños que no has abandonado. Estás haciendo lo que siempre quisiste, pese a lo poco que te reporta aquel pequeño negocio de libros usados, en donde trabajas algunas horas diarias, pues necesitas tiempo para urdir la trama de tu vida- dices riendo- con esa risa que casi me hace feliz, mientras coges mi brazo para librarme de aquel niño que al empujarme, intenta apoderarse de mi bolso. Siento nostalgia de Puerto Varas, de la tranquilidad que existe al caminar por sus calles. Puedo sentir la lluvia cayendo sobre mi rostro y recuerdo a mi hijo chapoteando sobre una poza de agua. Mis ojos se empañan; apenas logro cruzar la calle, recibo ayuda de tu brazo fraterno y una pálida esperanza se apodera de mi. Me dices que tu vida no siempre ha sido tranquila, que has vivido grandes decepciones, como todos- agregas- y me muestras una mujer estrafalaria que camina por Moneda como enloquecida, supongo que no es una advertencia- digo- eso te causa gracia; pues no te parezco una loca, sino una persona equivocada. Te agradezco, mientras tomamos un café en una fuente de soda que encontramos al paso. Esta vez me miras demasiado. Me preguntas por qué no me maquillo y te respondo que ya no me interesa. Piensas en aquel hombre que me roba el sueño, cuando

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lo nombras pareces turbado. Me pides que lo describa con algún detalle. Creo que eres masoquista pero igual te respondo, pues necesito mucho hablar de él ...De pronto siento deseos de llorar y tú lo notas, Andrés, con esa sensibilidad exquisita que tienes. Por ello decides ofrecerme un cigarrillo y cambiar automáticamente de tema.

De pronto el local comienza a llenarse de gente, algunos vienen a

nuestra mesa en espera de que nos levantemos, pero a ti parece no importarte, porque te dejas llevar por aquella canción que comienza a acariciarnos. Te preguntas que dirá, pues tú, lamentablemente no sabes inglés. Te hago callar con un schisst y repito en voz alta:

Yesterday all my troubles seemed so far away Ayer, todos mis problemas parecían tan lejanos. Now it look as though they’re here to satay Ahora parecen haber vuelto para quedarse. Oh I believe in yesterday Oh, yo creo en el ayer. Yesterday love was such an easy game to play Ayer, el amor era un juego tan fácil de jugar. Now I need a place to hide away Ahora necesito un lugar para esconderme... Ella no es la misma... a ratos esboza una tonta sonrisa que no se le

parece. Su rostro se asemeja cada vez más, a los rostros del santiaguino clásico: aquel que va por las calles como dejándose llevar por algo que no conoce. Tiene la expresión envejecida de las señoras del cité. Camina por las calles como una poseída; lleva la blusa a medio cerrar, una sombra de ojos de más de una semana y sus manos amarillas de cigarrillo van contraídas por la ira. Las palabras de Marina resuenan en su cerebro, como una grabación : Aquella historia con Bastián fue una completa equivocación , pero no debes llorar tanto. Tienes que reír y sacarle la lengua al destino... No hacer como hizo la Nataly López, quien no tuvo carácter para terminar con el Gato, dejando hasta el colegio por él. Ella dejó que la vida la arrastrara a cualquier parte... Hace ya varios días que no aparece por el barrio. La última noche que la vieron estaba irreconocible: parecía una pantera negra y pintarrajeada. Aparentaba más de treinta y el olor a hombre que llevaba en el cuerpo se notaba a la legua... ¡Pobre Nataly: tantas esperanzas que tenía!... Las vecinas se le acercaron y trataron de entrarla en razón, pero ella no dejaba de hablar de los quince mil pesos que había ganado esa tarde... Llevaba zapatos taco aguja, le costaba mucho caminar, pero meneaba el trasero como una batidora, mientras una

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sonrisa algo extraña la volvía perversa... Si al menos sus padres la hubieran apoyado, pero la Juana partió re contenta a comprar unas cosas para la comida y fingió creerle a la hija aquello del trabajo en la cafetería , cosa que todos sabemos es tan falso como esos ojos pintarrajeados de azul, que cubre con base, para disimular el mal sueño que la viene asaltando hace tiempo .

Las palabras de Marina comienzan desvanecerse, en la medida que

el cansancio se apodera de sus pies. No desea ser aconsejada. Piensa que su vida es sólo un videofilm, mientras camina su pena sin nombre por las grandes Avenidas de Santiago. Lleva el mundo en la retina, como si emergiera del interior de la tierra. Un futuro bromista le trae el frío insensible de unos barrotes, que posiblemente estén a la vuelta de la esquina . Pero es tanto el tiempo que lleva evitándolo, que quizás la vida le de un perdonazo y pueda justificar esa sonrisa artificiosa, que se escabulle entre el gentío que parece no mirarla.

Piensas en ello y no puedes evitarlo. Piensas una y otra vez en que

llegará el momento. No contabas con que Cata te daría su nueva dirección en Ñuñoa.

Te obsesionas al extremo de no poder dormir; dejando que tu voz

interior te lo recuerde una y otra vez. Sientes escalofríos de sólo pensarlo, en el fondo no deseas hacerle daño a nadie, pero más allá de tus principios, más allá de todo, deseas recobrar tu dignidad perdida... Lo planeaste todo con anticipación... De un momento a otro abrirá la puerta... Es un departamento corriente. Te cuesta trabajo comprender; cómo un hombre de su clase pudo llegar a ese lugar. Un maldito narciso cuya expresión arrogante te llenó de impotencia, volviéndote miserable. Sabes que te hizo vibrar, que fuiste como un violín en las manos de un artista, pero eso no importa ya; pues recuerdas todo el dolor que sentiste cuando le hablaste de tu deuda de cuarenta millones y él rió tan fuertemente que sus carcajadas resonaron en tus oídos como sirenas de guerra... ¿Qué puedes hacer ahora que lo tienes frente a frente?... ahora que llega velozmente hacia la puerta y te abre los brazos esperando una respuesta...Lo miras con disimulo, no vaya a ser cosa que comprenda tu sorpresa. Lleva sólo una camiseta sobre su delgado pantalón y parece no haberse afeitado hace ya varios días... Observas a tu alrededor y notas la diferencia; es un espacio pequeño que está a medio decorar... Lo saludas con distancia, para que no descubra que has vivido su recuerdo por tantos y tantos días... Le cuentas que has estado buscándolo- por mera curiosidad, por supuesto- entonces cae desplomado sobre un sillón, procurando no derramar su vaso de whisky. Puedes sentir la derrota que lo viene embargando, mientras te dice que cambió de dirección por una cuestión de principios y tú sonríes, sonríes sarcásticamente, pues sabes que aquel hombre jamás supo de aquello... Te queda viendo embobado: después de todo,

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pasaste tres horas intentando recobrar tu antigua apariencia y a juzgar por aquella expresión, pudiste lograrlo... Te ofrece asiento y te prepara un trago- un pisco sauer está bien- le dices- y continúa tratando de explicar lo inexplicable: que vives constantemente en su memoria, que le ha impactado mucho tu situación y la forma en que la has enfrentado. Vuelves a sonreír mientras reparas en su rostro alicaído. Te comenta que intentó salvar a una mujer, madre de cuatro hijos, que fue sorprendida traficando cocaína, pero aquel compadre suyo no tuvo misericordia y permitió su captura, para enmascarar otros asuntos de mayor importancia. Tú recuerdas aquellas extrañas conversaciones telefónicas, que escuchaste más de alguna vez en su antigua residencia. Él continúa diciendo que sintió impotencia y mucha pena por los hijos de aquella burrera, que fue tratada sin contemplación y ahora está detenida en la cárcel de mujeres. Se siente responsable, responsable por su vida, por la vida de los demás... Tú lo desafías diciéndole que es un cobarde... Te mira a los ojos y te pide tengas compasión, que el amor por ti lo ha sensibilizado y por primera vez en la vida ha comenzado a pensar en la muerte... En hora buena, crees tú, es como si adivinara que también has pensado en su muerte...Le tiemblan las manos y juras que está a punto de llorar...Le dices que lo verás más adelante en alguna cárcel tal vez. Te grita que no, que ya no sale a la calle por el pánico que siente, que muchas personas lo están buscando. Le preguntas si se tratará de la mujer del Ferrari rojo, entonces comienza a llorar. Crees que es el momento de hacer una pausa, pues sientes que sus lágrimas son verdaderas...Te asegura que ha vivido prisionero de la mafia, que se metió en el asunto intentando salir algún día ...pero hay caminos que no tienen regreso- explica- mientras su rostro palidece aún más...Bajas la vista, sientes que ser arrogante esta vez será demasiado... En vano intenta acariciarte el cabello, explicarte que jamás has dejado de preocuparle... Te pones de pie para servirte otro vaso de licor. Él te observa desde abajo, con ojos de cucaracha arrepentida y te pide le digas tu nombre verdadero, después de todo, él ha dado muestras de sinceridad...Estás disfrutando del sabor agridulce que tienes en la boca, mientras te mueves graciosamente por aquel living que sin duda es más pequeño que el anterior- comentas en voz baja- sabiendo que él escucha y luego emites un sonido extraño; tan extraño que él comienza a palidecer... Lo miras a los ojos, le preguntas si aún guarda aquella Taurus en algún rincón. Entonces te pregunta levantándose del asiento, si deseas matarlo... Le dices que no, que Gloria Cartes no piensa en matarlo y que si quisiera hacerlo, no haría preguntas estúpidas... Parece más tranquilo, se pone de pie y comienza a caminar hacia ti con decisión. Te coge de los brazos mientras lo miras de forma peyorativa. Cree que el cité te ha hecho muy mal... Te pide no seas tonta, que la pena por giro doloso de cheques no es nada del otro mundo, que bien podrías estar un tiempo breve en prisión, luego salir bajo fianza y después se verá- Podrías recuperar a tu hijo. Cambiar tu vida, Gloria querida ¿o debo llamarte Aurora?- Desearías responderle

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sus sarcasmos pero te reprimes, pues sigue siendo el mismo que rasguñó tus sueños...el que apareció en tu vida inoportunamente...que hizo más de algún papelón a fin de conseguirte, el que intentó sacarte del conventillo... el que te llevó al hotel Hyatt con documentos falsos conseguidos de buenas fuentes... el que te invitó a aquella fiesta en La Dehesa; con aquel disfraz que te transfiguraba... el que te llevó al teatro municipal...el que te hizo reír... para luego entretenerse en una especie de juego sádico... Estás tan cerca, desde allí puedes sentir el aroma de su cuerpo. Tiene el rostro alicaído y la nuez de Adán parece danzar en su cuello. Lo miras de reojo: es como estar viendo el rostro de Apolo sufriendo la ira de Zeus. Pero no se trata de Apolo, sabes bien. Aquella expresión de derrota no parece inmortal en absoluto. Se trata de aquel que odias; de aquel que usó tu pobreza como arma a su favor. El que te engañó con la mujer del Ferrari rojo y ahora te sale con el cuento de querer cambiar de vida, como quien se convierte a la fe. Es el mismo que te explica que bien pudo huir a islas Margaritas, tras renunciar a un Cartel más que protegido por la ley. El mismo que bebe el quinto vaso de whisky y comienza a hablar incoherencias durante horas, para después cogerte por los brazos, como si tuviera mucha fuerza para sostenerse en pie. Luego te sigue torpemente hasta el vestíbulo; intentando retener tu marcha hacia el corredor... el mismo que pierde sus zapatillas en el intento... al que le gritas ¡borracho! cuando aprietas el botón del ascensor, que bajas riendo, riendo diabólicamente, mientras una lágrima reclusa te humedece la mejilla.

En el centro del cuarto, un calendario impasible tiene bajo sus pies,

unos bolsos destartalados que parecen cobijarse entre sí como ruandeses famélicos. Afuera; bajo los vestidos del silencio, fluye un chiste que hace reír a gritos cerca de los lavaderos, en donde juega el Chincol junto a los más pequeños, mientras les enseña el uso del linchaco. A ella dejó de interesarle lo que suceda en el patio. Empuja los bolsos de un puntapié, a fin de ubicarse frente al espejo. Abre la boca: la sombra de una carie parece amenazarla. Piensa en las sonrisas del cité, en aquellas sonrisas en donde fantasmas dentales parecen cantarle a la pobreza. No desea esa vida, jamás la deseó. Pero la suerte está echada- piensa- desde hace tiempo. Desde los últimos días que pasó en Puerto Varas, caminando de un lado a otro como una condenada a muerte. Acomoda su pelo con desgano, procurando justificarse: fueron días difíciles, algo en su interior estaba a punto de estallar. Cuando la

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nana de su casa le dio la dirección en Santiago, no lo pensó un segundo antes de marcharse...

Fui tan cobarde, Andrés, tan cobarde. Ya sé, dirás que no, pues me

he salvado de unas... Pero sabes, es sólo sobrevivencia. Sólo instinto. Una amenaza de muerte te vuelve increíble. Una vida quebrada, también...¿Que aún estoy a tiempo?...¿Pero a tiempo de qué?... Sería hermoso, si pudiera amarte sería genial...Tienes siempre una mirada tan limpia. Los hombres por estos lados no miran así... Bastián tampoco lo hace. A propósito: él piensa, que me creo aquel cuento de su arrepentimiento. ¡Al Diablo con él. No deseo verlo. Su solo recuerdo me envenena la sangre!...Si lo vieras Andrés; está derrotado...¿Qué aún lo amo, crees tú? por supuesto que no... Es algo extraño lo que siento por él: se parece más al odio que al amor...¿ Que el odio y el amor suelen confundirse? Al parecer has visto demasiada televisión...¿Qué siento entonces, me preguntas? no sabría decirte... es algo así como la vida y la muerte.

- Por favor, no sea injusta señorita. - ¿A qué vino Cata? ¿Quién la mandó? - Vine por voluntad propia. Él está deshecho...me parte el corazón

verlo así. - ¿Fue él quien lo provocó? - Hay cosas que usted no sabe, que vengo a explicarle...Lo quiero

como si fuera mi hijo. Imagínese: ¡ lo conozco desde que tenía ocho años!

- Esa historia no me interesa. - El jamás debió meterse en aquel asunto. Se lo advertí muchas

veces, pero quería dinero, quería poder. Tal vez para demostrar a su familia (que nunca lo tuvo bien catalogado) que él era alguien especial.

- ¿No es muy original, no cree? - Cuando la conoció a usted, todo cambió: la forma de ver el mundo.

Todo. - ¿Y la forma de ver a las mujeres también? - No señorita. Cuando usted lo encontró con aquella mujer, estaba

todo planeado. - ¿Planeado? ¿Pero, qué estupidez es esa? - Había empezado a cuestionar el Cartel: a su compadre; en fin. De

un momento a otro se volvió moralista. - ¿Moralista? - Si se puede llamar así. Lo presionaron para que no la visitara,

especialmente por sus vecinos que hablaban más de la cuenta... - ¿Y, Cata...? - El quiso decepcionarla, para que fuera usted quien lo dejara. - Creo que la entiendo Cata: me dejó porque lo consideró lo mejor

para mi.

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- ¡Exactamente, usted lo ha dicho! - Entonces ahora, debo aplaudir a Bastián y decir: ¡ aquí no ha

pasado nada! - Por supuesto que no. Pero debe usted saber que él jamás la

abandonó. - ¿No? - ¿Quién cree que le envía las traducciones? - ¡ Mi prima Marta! - No es cierto. - ¿Cómo que no? - Cuando don Bastián supo que le faltaba trabajo, se contactó con

don Guillermo, quién le comentó que la señora Marta no quería nada con usted. Él habló con unos amigos para que no le faltara la pega. Siempre estuvo pendiente de usted.

- ¡Dios mío. No lo esperaba! - Después de aquella escena del Cajón del Maipo, él quedó muy mal;

comenzó a beber más de la cuenta...y la rubia esa... - ¿Qué pasó con ella? - No se sabe...Hasta ahora, a don Bastián parece no importarle. - ¿No entiendo, Cata? - Ni intente comprender. Sólo le pido que piense en él, que no sea

injusta. - Está bien. - Aquí le dejo una copia de las llaves. Siempre está solo. Dígale que

me tomé la libertad...No se enojará, estoy segura. Aquella mañana se bajó ágilmente de la cama y abriendo los

brazos; inhaló todo el aire contaminado en un arrebato de optimismo. Esta vez la vida no parecía hostil. Una ráfaga solar que traspasó la ventana, iluminó grácilmente su rostro demacrado. Más tarde, se encontraría con el hombre que la esperaba en Ñuñoa, con aquella bata a cuadritos que destacaba sus biceps y la cabellera a medio peinar, que acarició tantas veces cuando se marchaba el fantasma de la arrogancia...Abrió la puerta; quiso decir su verdadero nombre a los vecinos pero se contuvo. Más aún, cuando vio al Chicharrón preparar su buque manicero con el que solía recorrer las calles de la ciudad, vendiendo manihuana (como se rumoreaba). Había varias personas cuchicheando por doquier y carreras de púberes que comenzaban a trabajar en el negocio.

De Madamme Miseria poco se sabía últimamente, pues se

encontraba ocupadísima consintiendo los caprichos de su novio adolescente, a quien le gustaba frecuentar sitios caros. La ausencia de la veterana favoreció la libertad de los inquilinos, quienes contrabandeaban y reducían enseres con toda libertad.

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Una vez que terminó de desayunar, notó que un ambiente enrarecido se apoderaba del cité. Fue exactamente cuando el Chicharrón comenzó a desarmar el buquecito, solicitando a los niños más pequeños que le ayudaran a vaciar el contenido.

El Gato y el Chincol corrían prontamente al patio trasero,

acarreando unos bultos extraños. Se aprontaba a salir de su madriguera, cuando escuchó la voz

chillona de Eugenia gritando: ¡ Allanamiento! ¡ Allanamiento!, en tanto una patrulla de carabineros se adentraba en el lugar, provocando una batahola de gente corriendo en distintas direcciones...Comenzó a temblar, mientras se guarecía instintivamente entre las prendas de ropa horadadas de polillas- Es la hora- musitó. Sus piernas apenas le permitían encuclillarse...Las puertas que se abrían y cerraban con violencia parecían gemir: es la hora...Cerca, muy cerca, los pasos presurosos sólo eran extinguidos por el crujir de viejos muebles y cajoneras vulneradas hasta el vaciamiento...Si me encuentran les diré quien soy. Después de todo no soy delincuente, así me encuentre entre ellos. Seguro comprenderán. Fue un asunto de debilidad. No podía permitir que mis familiares me vieran en la cárcel. Y en un pueblo chico, en donde todo el mundo se conoce. No actué de mala fe -¡Dios lo sabe!- gritó dramáticamente, justo cuando la puerta de su habitación se abrió de par en par. No pudo distinguir el rostro del hombre que se aproximó y la jaló de un brazo, para conducirla por un pasadizo medio escondido, ubicado a un costado del cité. Pálida como un fantasma; se dejó instruir por aquel que la conminó a subir por una escalera de gato; que daba a una buhardilla notablemente protegida por muros de ladrillos. Ciegamente, se ubicó bajo una pequeña banqueta cubierta con cartones de distintos tamaños, que apenas dejaban ver el arma hechiza que su protector escondía tras la espalda: una especie de sable grueso y afilado que medía más de medio metro...Hizo un esfuerzo para no llorar, al escuchar el ruido ensordecedor de unos tarros de basura que fueron volcados violentamente en el asfalto maltrecho del patio, en donde gritos y garabatos de grueso calibre formaban una especie de coro polifónico, digno de un acto de arte vanguardista.

- Oiga, usted... - Tranquila, sita- susurró el Gato- Al que se atreva acercarse lo

arreglamos al tiro.... - ¿Qué buscan, por favor, dígame qué buscan? - Buscan la mercancía que tiramos pal patio del otro lao. Luego se

van a irse...Tése tranquila. Poco a poco los gritos se fueron dispersando, más aún, cuando la

patrulla emprendió su regreso. El Gato bajó el arma y en un acto de

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caballerosidad poco común, ofreció la mano a su protegida, quien estaba visiblemente afligida.

Tardó semanas en olvidar aquello del allanamiento. Las frecuentes

visitas al departamento de Bastián, la sacaron de su autismo. En la medida que pasaba el tiempo, el odio que albergó en su

interior como un tumor maligno, comenzó a desvanecerse. Tal vez porque se trataba de otro hombre: un tipo delgado y meditabundo como adolescente en plena crisis. Su tono de voz dejó de ser pedante; para convertirse en un susurro que sólo ella escuchaba, como si se tratara de su conciencia. Repetía una y otra vez que exportaría zapatos por cuenta propia, que había cortado relaciones con el compadre. Hablaba de su vida y su pasado sin remilgos, mientras bebía whisky como si fuera leche.

Cada mañana acudía a su lado como un hada madrina. Evitaba

quedarse durante las noches, pues temía que sus buenas relaciones volvieran a estropearse.

A pesar de todo, el cité era su casa. Los rostros que antes le

provocaban rechazo, comenzaban a parecerle familiares. Sabía que todos ellos estaban condenados a su olvido, en un futuro próximo. Todos, menos Andrés. Él había logrado alcanzar el corazón de sus nudos interiores, sin tocarla siquiera. Sólo con escucharla. De hecho, era el único que en privado la llamaba por su nombre, el que la aconsejaba: debes olvidarte de Bastián, nada te espera junto a él. Aquella frase resonaba en sus oídos hasta enloquecerla

........................................................................ El humo de su cigarrillo se dispersaba por el cuartucho como una

extensa neblina, mientras el calendario anunciaba 15 de enero de 1996. Llevaba justo un año viviendo en Santiago.

Su memoria comenzó a girar como una tómbola, repitiendo cada

instante transcurrido. Cada instante junto a Bastián. No lograba desprenderse del fatídico beso; del cuerpo semidesnudo

sobre la cama, de la ventana entreabierta, la brisa que sutilmente movía las sábanas, aquella caja vacía de fenobarbital sobre el pisapié... todo aquello.

Pensar que alguna vez deseó su muerte, la volvía culpable. Sin

embargo no era aquel a quien deseaba matar. El hombre que tanto odiaba, había muerto mucho antes...

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El sonido de la brisa sobre la ventana de nylon, la sacó de su letargo. Fue casi una semana que permaneció en cautiverio como una fiera salvaje. Apenas recibía los sorbos de sopa que Marina le daba. Su única ocupación consistía en recordar una y otra vez la muerte de Bastián, procurando encontrar sentido, al aparente suicidio que no acababa de convencerla.

Cuando Cata llegó con aquella nota, se sintió algo aliviada.

Finalmente leería sus últimas palabras: Amor: Hay cosas que si bien pueden explicarse, no vale la pena

comprender. Procura mantenerte al margen de esta situación. Perdona por todo el daño que te causé. Por los malos momentos.

Hice algo por ti, que ya no podrás reprocharme: Adjunto recibos de acreedores por el pago conforme de tus cheques,

mediante la gestión del abogado que aparece al pie de página, con su respectivo teléfono.

Tu deuda está saldada. Finalmente eres libre. Podré vivir a través de esa libertad. No me olvides: Bastián. Pasó varios días leyendo el mensaje una y otra vez. Era difícil unir

los cabos sueltos de una historia, que la convirtió en protagonista. Necesitaba creer que su vida era un discurso inconcluso que precisaba de punto final.

Maleta en mano y algo más repuesta; se despidió de Marina quien le

aconsejaba: tuviera calma al enfrentar a su familia. Que ya vendrá el momento de surgir y lo más importante: los niños siempre perdonan.

Lalo, en plena borrachera, le daba ánimo, agitando un pañuelo

blanco con el que a ratos se sonaba la nariz. Varios inquilinos se sumaron a la causa, como si se tratara de un gran acontecimiento. Juana, le deseaba suerte, mientras convencía al Chicharrón que no habría baile de despedida.

Lucha agitaba sus brazos, en compañía del Gato y el Chincol. Por su

parte; Madamme Miseria decidió amonestarla, por el posible deterioro causado en la habitación. En ese preciso instante apareció Andrés, quién al saber de su partida, había corrido más de la cuenta. El joven se

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ofreció para acompañarla al terminal de buses, previo pago a la veterana de algún dinero extra.

- Ha llegado el momento. - Siempre llega. - ¡Abrázame, amigo! - ¡Suerte, Gloria. Mucha suerte! - No dejes de escribir, Andrés. Envíame tu próxima obra. - No lo dudes. Estoy escribiendo tu historia. - Es grandioso... No sé qué decirte. - No digas nada. - Aquí está mi pasaje, con destino a Puerto varas. - Rumbo a la libertad, mujer. - ¡Dios te acompañe!

FIN