(Fray Athelstan 06) La Morada de Los Cuervos - Paul Harding

141
Annotation En la primavera de 1380, el Parlamento debate la posible concesión de ayudas económicas al regente Juan de Gante para su guerra contra los franceses. Sin embargo, los miembros de la Cámara de los Comunes se muestran obstinadamente contrarios a sus exigencias. La situación se agrava cuando tres representantes del condado de Shrewsbury son vilmente asesinados. Juan de Gante encarga la investigación al forense de la ciudad sir John Cranston y a su secretario fray Athelstan. El asesino tiene que ser apresado antes de que el Parlamento apunte al regente con el dedo acusador. Pero tanto sir John como fray Athelstan tienen que resolver algunos problemas personales: el primero está desconcertado por la existencia de un ladrón que se dedica a robar gatos en las calles, y el segundo está preocupado no sólo por la desaparición de uno de sus feligreses, sino también por la alarma de los habitantes del barrio, que insisten en que un monstruoso demonio merodea por los alrededores.

description

policial medieval

Transcript of (Fray Athelstan 06) La Morada de Los Cuervos - Paul Harding

  • Annotation

    En la primavera de 1380, el Parlamento debate la posible concesin de ayudas econmicas

    al regente Juan de Gante para su guerra contra los franceses. Sin embargo, los miembros de

    la Cmara de los Comunes se muestran obstinadamente contrarios a sus exigencias. La

    situacin se agrava cuando tres representantes del condado de Shrewsbury son vilmente

    asesinados. Juan de Gante encarga la investigacin al forense de la ciudad sir John

    Cranston y a su secretario fray Athelstan. El asesino tiene que ser apresado antes de que el

    Parlamento apunte al regente con el dedo acusador. Pero tanto sir John como fray Athelstan

    tienen que resolver algunos problemas personales: el primero est desconcertado por la

    existencia de un ladrn que se dedica a robar gatos en las calles, y el segundo est

    preocupado no slo por la desaparicin de uno de sus feligreses, sino tambin por la alarma

    de los habitantes del barrio, que insisten en que un monstruoso demonio merodea por los

    alrededores.

  • Paul Harding

    La morada de los cuervos

  • Al padre John Armitage, otro buen sacerdote que tambin trabaja en el East End de

    Londres. Con mis mejores deseos.

  • Introduccin

    Nadie podr olvidar jams la noche en que el demonio lleg a Southwark. La primavera ya

    estaba empezando a dejar sentir sus efectos incluso en los sucios callejones del barrio que

    desembocaban en la orilla sur del Tmesis. Las lluvias haban limpiado los excrementos

    que cubran los adoquines y las nubes ya se haban disipado casi por entero cuando los

    aprendices y los comerciantes retiraron los tenderetes de las calles en medio de la creciente

    oscuridad del anochecer de aquel fresco da primaveral. Los carros de la recogida de

    estircol avanzaban ruidosamente por las callejuelas mientras unos pobres hombres, con el

    rostro empapado de sudor, se afanaban en recoger los desperdicios y la basura que llenaban

    los hediondos albaales, pensando alegremente en los peniques que haban prometido

    entregarles a cambio de su trabajo. Ni siquiera el hinchado cuerpo de un gato o un perro

    muerto consegua distraerles de la perspectiva del delicioso cuenco de sopa y la jarra de

    cerveza de que disfrutaran en cuanto terminaran su ingrata tarea. Pike el acequiero, feligrs

    de la parroquia de San Erconwaldo de Southwark, tambin haba salido a la calle y acababa

    de pasar por delante de la iglesia para dirigirse a la taberna del Caballo Po donde le

    esperaban el Perrero, la Comadreja, la Raposa y la Liebre, sentados sobre unos toneles

    colocados boca abajo alrededor de una mesa en un oscuro rincn, con los rostros sin rasurar

    ocultos por las capuchas que les cubran las cabezas. Llegas con retraso! rezong el

    Perrero. Pike trag nerviosamente saliva. El que llega con retraso terci la

    Comadreja siempre tiene que pagar el pato! Pike solt un gruido y llam al mozo

    Tiptoe, pidindole cinco jarras de cerveza. Muy cerca de los barriles alineados al fondo de

    la taberna, Joscelyn, el tabernero manco, vigilaba atentamente a todos los parroquianos.

    Pike cerr los ojos y se rasc la enmaraada barba. Sospechara Joscelyn lo que l se

    llevaba entre manos?, se pregunt. En caso afirmativo, fray Athelstan, el cura de su

    parroquia, le echara el consabido sermn el domingo cuando fuera a misa. El rostro de

    Pike se relaj. Como siempre, Athelstan, vestido con el hbito blanco y negro de los

    dominicos, le mirara con sus bondadosos ojos negros y torcera el aceitunado rostro en una

    mueca de inquietud mientras le adverta contra los peligros de la traicin y los horrores de

    la cuerda del verdugo. Bueno, qu tal va todo, amigo mo? pregunt el Perrero casi en

    tono de reproche. Pike abandon bruscamente sus ensoaciones y se inclin sobre la mesa,

    firmemente dispuesto a demostrar a los representantes de la Gran Comunidad del Reino que

    l no le tena miedo a nada. Cuando Adn cavaba y Eva hilaba, quin se aprovechaba?

    canturre en un susurro. Los cuatro cabecillas rebeldes, con las verdaderas identidades

    ocultas bajo sus extraos nombres, asintieron al unsono, pero estudiaron atentamente a

    Pike en un intento de descubrir la menor seal de inquietud o de debilitamiento de su

    fervoroso apoyo a la gran causa. Tiptoe les sirvi la cerveza. Pike le entreg una de las

    monedas que tanto le costaba ganar y, en cuanto el chico se retir, levant su jarra. Por

    la Gran Causa! murmur. Los otros cuatro aceptaron el brindis y tomaron un sorbo de la

    fuerte bebida. Y bien? inquiri la Liebre. Cmo est la situacin en Southwark?

    La olla borbotea contest Pike con semblante sombro. Nuestro joven rey Ricardo

    es slo un nio y su to Juan de Gante, a pesar de que slo es el regente, se comporta como

  • si fuera un emperador. Los tributos son muy altos, el descontento se agita por doquier como

    la arena en el agua y hasta los mercaderes han manifestado su protesta. Pike pos

    ruidosamente la jarra sobre la mesa. El Parlamento se ha reunido en Westminster

    aadi cada vez ms acalorado y Juan de Gante exige ms dinero, pero los Comunes

    se niegan a concedrselo. Puede que denuncien a ciertos ministros. Bah! La

    Comadreja entorn los ojos, esboz una afectada sonrisa y tom un sorbo de cerveza.

    Qu es lo que esperan esos gordinflones? Gracia y clemencia de un hombre como Juan

    de Gante? Pero, cundo vendris? pregunt Pike. El momento y la hora no tienes

    por qu saberlos replic la Liebre. Sin embargo, cuando, obedeciendo a una

    determinada seal, nuestro cura Jack Straw os enve el crucifijo ardiente, entonces

    vendremos. Hombres de Essex, Kent, Suffolk e incluso de lugares tan norteos como el

    Trent terci el Perrero, se abatirn sobre Londres con la velocidad de un rayo. Como el

    fuego en los rastrojos, incendiaremos y purificaremos la ciudad desde Southwark en el sur

    hasta Cripplegate en el norte. S convino la Comadreja. La purificaremos con el

    fuego y la espada. No habr reyes ni prncipes, grandes consejos ni Parlamentos. Los

    seores sern destruidos y los humildes heredarn la tierra. El Perrero se inclin sobre la

    mesa y asi a Pike por el sayo. Qu harn los hombres de Southwark? le pregunt.

    Seremos buenos y leales contest Pike. Tomaremos el Puente de Londres y las

    torres de entrada de ambos extremos. All estaremos cuando vosotros marchis hacia la

    Torre. El Perrero lo estudi detenidamente. Puede que hubiera reparado en la desviacin de

    su mirada o el leve temblor de su labio inferior. Sigues estando con nosotros, Pike? le

    pregunt en un susurro. S, pero... Pero, qu? La Raposa se inclin hacia adelante,

    asi la mano de Pike y se la comprimi con fuerza. Todos morirn? pregunt Pike

    con la voz ronca por la emocin. No habr compasin? Ninguna contest la

    Raposa, ocultando el rostro tras la jarra de cerveza. Los seores, los obispos, los curas.

    Por qu, Pike? Acaso conoces a algn hombre que merezca ser salvado? Fray

    Athelstan contest Pike en un susurro, apartando la mano del Perrero para que le soltara

    el sayo. El prroco de San Erconwaldo aadi con expresin angustiada, volviendo

    temerosamente la cabeza, pero Joscelyn ya se haba retirado. Athelstan es un hombre

    bueno murmur, amable y considerado. Ama a sus feligreses y jams rechaza a nadie.

    Lleva la coronilla rasurada replic la Comadreja. Es un fraile. Los que no estn con

    nosotros estn contra nosotros sentenci en tono de salmodia, estudiando los labios

    fuertemente fruncidos de Pike. No obstante, los misericordiosos alcanzarn misericordia.

    De qu manera? pregunt Pike. Morirn ms rpido que los dems. El cabecilla

    rebelde apur su jarra de cerveza y la pos ruidosamente sobre la mesa. Tenemos que

    irnos dijo el Perrero, levantndose. Regresaremos dentro de un mes. Entonces tendrs

    que decirnos cuntos hombres puedes reunir, cuntos arcos y cuntas picas, Pike aadi

    sonriendo ante el involuntario retrucano. Los dems componentes del grupo abandonaron

    en silencio la taberna. Pike no se molest en mirarles mientras salan. Ya empezaba a

    tranquilizarse y estaba a punto de pedir otra jarra cuando not que alguien lo agarraba por

    el hombro: el Perrero acerc su enjuto rostro al suyo hasta tal extremo que Pike no pudo

    por menos que hacer una mueca de desagrado al percibir el ftido olor de su aliento. Ya

    no volvers a tener noticias del Acnito! dijo el Perrero, dejando caer un sucio trapo

    sobre sus rodillas. Pike trag saliva al orle mencionar el nombre de su representante en

    Cripplegate Ward. Por qu? Qu ha ocurrido? balbuci. Se convirti en traidor y

    habl demasiado contest el Perrero, estrujndole el hombro. Pike se qued petrificado

    en su asiento. Cuando volvi finalmente la cabeza, los cabecillas rebeldes ya se haban ido.

  • Entonces desdobl muy despacio el mugriento trapo y contempl horrorizado su contenido:

    una griscea y encogida lengua humana, con la punta todava ensangrentada. Sin soltar la

    siniestra carga, experiment unas violentas nuseas y abandon corriendo la taberna. Una

    vez fuera, arroj el trapo a un albaal y, sin poder contenerse por ms tiempo, se arrodill y

    vomit todo lo que haba bebido. Una hora ms tarde, cabizbajo y medio borracho, inici su

    recorrido por las angostas callejuelas. Haba regresado al Caballo Po y se haba tragado

    varias jarras de cerveza para ahuyentar sus temores. Sin embargo la cerveza no le haba

    infundido ms valor y ahora se estaba acercando con paso vacilante a los peldaos del

    prtico de la iglesia de San Erconwaldo. Pike se detuvo: la puerta estaba cerrada y no se

    vea ninguna luz. Mir hacia la casa del cura, pero tambin estaba envuelta en las sombras.

    Se dio unos golpecitos con el dedo en la congestionada y enrojecida nariz. Ya s dnde

    estis, hermano dijo en un susurro. Retrocedi tambalendose y levant los ojos hacia lo

    alto de la torre. Recortndose contra el oscuro cielo cuajado de estrellas, el acequiero

    distingui el resplandor de una llama y el movimiento de una negra figura. Estis

    estudiando las malditas estrellas! murmur. Pike parpade con aire cansado y se sent en

    los peldaos de la iglesia. Ojal pudiera estar a vuestro lado musit. Lo ms lejos

    posible de toda esta locura. Despus se cubri el rostro con las manos, meditando con

    desconsuelo acerca de su situacin. Londres era en aquellos momentos un hervidero de

    inquietud. Los impuestos eran cada vez ms elevados, los vveres escaseaban y los

    franceses se dedicaban a incendiar y saquear las ciudades costeras. Pero lo peor era la

    violenta rebelin contra la Iglesia y el Estado que estaban tramando en la campia los

    representantes de la llamada Gran Comunidad del Reino. Pike lanz un suspiro. A veces, la

    perspectiva lo llenaba de entusiasmo, pero, de veras ocurrira lo que decan? Y, en caso

    afirmativo, sera el segundo Estado mejor que el primero? Y qu sera de fray Athelstan?

    Morira tambin? Sera ahorcado delante de la puerta de su iglesia, tal como haban

    jurado hacer los cabecillas rebeldes con todos los curas? Qu ocurrira si fracasara la

    rebelin? Pike se levant, tambalendose. Fray Athelstan tena razn. Todos los cadalsos de

    Londres estaran llenos de putrefactos frutos humanos. Se levantaran patbulos desde all

    hasta Dover y el regente no le perdonara la vida a nadie. Te encuentras bien, Pike? El

    acequiero gir en redondo y solt un gruido. Watkin el recogedor de estircol, tan bajito y

    gordo como un sapo y con el ancho y rubicundo rostro congestionado por la abundante

    cerveza que haba bebido, se acerc haciendo eses y blandiendo la pala como un caballero

    hubiera blandido una espada. Buenas noches, Watkin contest Pike, parpadeando

    mientras se esforzaba por dominar el temblor de su voz. Watkin era el presidente del

    consejo parroquial, un puesto que Pike ambicionaba con todas sus fuerzas, pero que no

    poda conseguir, no por culpa de Watkin que era tonto de capirote, sino de su temible

    esposa cuya lengua era tan cortante como un mayal. El recogedor de estircol se plant

    delante de l y se apoy en la pala. Has bebido. Pues anda que t replic Pike.

    Nuestras mujeres se van a enfadar aadi Watkin en tono socarrn, pero se les

    pasar enseguida si les decimos que hemos estado resolviendo asuntos de la parroquia. Pike

    esboz una sonrisa de complicidad mientras ambos echaban a andar por la callejuela,

    ensayando las excusas que iban a utilizar para calmar la furia de sus respectivas esposas. A

    medio camino se les uni el guardia del barrio Bladdersniff, el cual llevaba tantas copas de

    ms como ellos. Antes de seguir adelante, los tres amigos no tuvieron ms remedio que

    saciar su sed en una pequea cervecera. Al salir, como apenas podan tenerse en pie,

    entrelazaron sus brazos y regresaron a trompicones a la iglesia, comentando en voz baja

    que podan quedarse a dormir en el cementerio e inventarse algn pretexto a la maana

  • siguiente. Cuando llegaron a San Erconwaldo, Athelstan ya haba bajado aparentemente de

    la torre. Los tres entraron sigilosamente en el campo santo, sorteando los montculos y los

    crucifijos desgastados por la intemperie para dirigirse al depsito de cadveres del fondo.

    Pike seacerc un dedo a los labios y les dijo a los otros dos que aguardaran mientras l

    trataba de descorrer el pestillo. Slvanos, Seor! murmur. La puerta ya est

    abierta. Entr tambalendose, sac la yesca y encendi la amarillenta vela de sebo de un

    candelero colocado en el centro de la mesa. En cuanto lo hubo hecho, oy un rumor

    procedente del rincn ms alejado de la estancia. Tom la vela, gir en redondo y

    contempl horrorizado una oscura forma sentada sobre la tapa del atad de la parroquia. La

    forma se acerc un poco ms. Pike vio el brillo de sus ojos, los terribles y afilados dientes y

    el oscuro rostro rojo-azulado rodeado por un halo de negros y erizados pelos. Slvanos,

    Seor! grit. Es un demonio del infierno! Retrocedi tambalendose y se apoy

    contra la mesa mientras el demonio lo segua, alargando una garra para araarle la mejilla

    mientras l soltaba la vela y se desplomaba al suelo, desmayado.

    * * * * *

    A la maana siguiente, en la posada de la Grgola cerca del palacio de Westminster, sir

    Henry Swynford, uno de los representantes condales de Shrewsbury en la sesin del

    Parlamento que se iba a celebrar en Westminster, se sent en el borde de su cama y

    contempl la oscuridad que lo rodeaba. Pocos hubieran podido reconocer al majestuoso

    caballero de leonina melena de plata, altanera mirada y arrogantes modales. Sir Henry era

    un caballero de pies a cabeza. Haba luchado con el Prncipe Negro en Francia y Navarra, y

    en la ciudad de Shrewsbury era tenido por persona muy principal por su condicin de

    soldado, mercader y hombre versado en las cosas del mundo. Haba sido testigo de las

    glorias del Prncipe Negro y haba llevado los dorados guepardos de Inglaterra hasta el otro

    lado de las fronteras de Espaa. Sir Henry les recordaba constantemente tales hechos a los

    regidores cuando se reuna con ellos en la sede del condado en Shrewsbury para examinar

    la grave situacin por la que atravesaba el pas: las apremiantes exigencias de tributos por

    parte del regente y la convocatoria del Parlamento en Westminster en nombre del rey. Sir

    Henry se haba jactado de que l y sus amigos slo accederan a entregar dinero y a aceptar

    nuevos tributos si el regente atenda sus peticiones de reformas radicales. Necesitamos

    una nueva flota haba anunciado solemnemente sir Henry. Y solicitamos la destitucin

    de ciertos ministros, un recorte de los gastos del regente y de la corte y una reunin anual

    del Parlamento. Su discurso haba sido acogido con enfervorizados gritos de aprobacin y

    tanto l como sus amigos de Shrewsbury y de la campia circundante haban sido elegidos

    en votacin y se haban trasladado inmediatamente a Londres. Una vez all, se haban

    instalado en las mejores habitaciones de la posada de la Grgola (alquiladas a muy bajo

    precio por uno de sus mayordomos), donde solan pasarse las noches conspirando en voz

    baja y discutiendo los detalles de su actuacin. Pero ahora todo haba cambiado. En la

    habitacin de al lado yaca sir Oliver Bouchon, otro representante condal cuyo cadver

    empapado de agua haba sido rescatado del Tmesis tan muerto como un pez y sin un solo

    rasguo. Todos decan que haba sido un accidente, pero sir Henry saba muy bien que no.

    La vspera sir Oliver se haba reunido con l justo a la entrada de la capilla de Santa Fe,

    haba tirado de su manga, lo haba acompaado a un oscuro rincn y haba depositado en

  • sus manos una vela, una punta de flecha y un trozo de pergamino en el que figuraba escrita

    la palabra Recuerda. Al principio, sir Henry haba contemplado perplejo y un tanto

    alarmado el cambio que se haba producido en el comportamiento de sir Oliver, el cual

    estaba muy plido y alterado y pareca incapaz de dominar el temblor de sus manos.

    Qu es eso? le pregunt en un susurro. Qu significado tienen esta punta de

    flecha, esta vela y la palabra Recuerda? Acaso lo habis olvidado? replic

    Bouchon. Tan hinchado estis por el orgullo, Henry, y tanta es la dureza de vuestro

    corazn que ningn espectro del pasado puede penetrar en vuestra mente? Pensad un poco,

    hombre! aadi casi gritando. Pensad en lo que ocurri hace aos en Shropshire en

    mitad de la noche: una vela, una punta de flecha y la palabra Recuerda! Sir Henry se

    qued helado. Imposible! murmur. Eso fue hace mucho tiempo. Quin lo hubiera

    podido divulgar? Alguien lo hizo dijo Bouchon. Encontr todo eso en mi habitacin

    cuando regres esta tarde a primera hora. Tomando de nuevo las tres cosas, sir Oliver se

    alej como alma que lleva el diablo antes de que sir Henry pudiera impedirlo. Al principio,

    sir Henry no le dio importancia, pero aquella maana una horrible criatura conocida como

    el Pescador de Hombres, acompaada por el forense real de la ciudad, el obeso bufn sir

    John Cranston, haba entregado el cadver empapado de agua de Bouchon. El forense haba

    establecido un improvisado tribunal en la taberna de la planta baja de la posada y, tras

    apurar tres jarras de cerveza a expensas de sir Henry, haba sentenciado que sir Oliver haba

    muerto probablemente de accidente, dejando el cadver a su cuidado. Sir Henry haba

    pagado para que otros limpiaran y lavaran el cuerpo y, a la maana siguiente, contratara un

    carro y una escolta para que lo trasladaran a Shrewsbury y lo entregaran a la familia. Sir

    Henry se consideraba un hombre muy duro: a lo largo de los aos, otros compaeros suyos

    de armas haban muerto en los ensangrentados campos de batalla de Francia y el norte de

    Espaa, pero aquello era distinto. Sir Henry contempl la mesa, sobre la cual se encontraba

    la fuente de su temor: la vela, la punta de flecha y el trozo de pergamino con la palabra

    Recuerda que alguien le haba enviado y l haba encontrado en su habitacin a su

    regreso del Parlamento. Ni el posadero ni los criados le haban podido explicar cmo

    haban llegado hasta all. Sir Henry evoc el pasado. Record las palabras de un predicador:

    Los pecados no perdonados son nuestros demonios haba dicho el cura. Nos acechan

    en silencio, siguen todos nuestros pasos y, cuando menos lo esperamos, nos hacen caer en

    su trampa. Eso era lo que estaba ocurriendo ahora?, se pregunt sir Henry. Tendra que

    advertir a los dems? Tom la copa de vino que haba posado en el suelo y la apur de un

    trago. Primero ira a presentar sus respetos a sir Oliven. El cura ya habra terminado sus

    oraciones. Se ajust el cinto de la espada, abri la puerta y sali a la galera. La puerta de la

    habitacin de sir Oliver estaba entornada y el resplandor de una vela pareca llamarle. Entr

    y vio el cuerpo de sir Oliver en el atad, pero no haba ni rastro del cura. Sir Henry se

    volvi y vio una oscura forma tendida en la cama. Menudo holgazn! musit entre

    dientes. Se acerc al atad y contempl el cadver. El corazn le dio un vuelco en el pecho:

    alguien haba marcado tres ensangrentadas cruces, una en la frente del cadver y otra en

    cada una de sus mejillas. Las marcas! murmur. Pero qu es eso? Experiment un

    sobresalto, pero demasiado tarde. El lazo corredizo del asesino ya le rodeaba el cuello.

    Forceje para librarse de l, pero la cuerda estaba muy tensa y, en su agona, sir Henry oy

    las terribles palabras: Oh, da de la ira!, oh, da en que el cielo y la tierra ardern hasta

    convertirse en cenizas! Ved cun grande es el temor del corazn del hombre...! El

    moribundo cerebro de sir Henry record otra escena de muchos aos atrs, la de unos

    cuerpos que agitaban las piernas y farfullaban palabras inconexas desde las ramas de un

  • olmo, llevando en sus frentes y mejillas las rojas marcas de unas cruces mientras unos

    jinetes encapuchados entonaban aquellos versos.

  • Captulo I

    En la vasta extensin de Smithfield era un Da de Ejecucin. El lugar estaba ocupado

    habitualmente por distintos mercados de caballos, ganado y ovejas y en la zona que rodeaba

    el estanque de Smithfield sola haber casetas y tenderetes donde se venda cuero, carnes y

    distintos productos derivados de la leche. La gente acuda all para presenciar la actuacin

    de actores estrafalarios y animales domesticados mientras los titiriteros, adivinos y cantores

    de baladas de todo Londres y los curanderos, las vendedoras de pan de jengibre y los

    vendedores de tambores de juguete y de muecos hacan su agosto. Hombres y mujeres de

    toda condicin acudan a Smithfield: nobles y cortesanos vestidos de seda y tafetn,

    mercaderes con sus castoreos, prostitutas del callejn del Gallo con sus pelucas pelirrojas.

    Los nios contemplaban con temor los empaados ojos de las cabezas de cerdo que se

    amontonaban en los puestos de los carniceros, y muy cerca de all, en la taberna de la Mano

    y las Tijeras, el llamado Tribunal de la Empanada someta a juicio sumarsimo a los rateros

    y los estafadores pillados en flagrante delito, motivo por el cual las ensangrentadas picotas

    estaban siempre ocupadas. Sin embargo, el mircoles era el Da de las Ejecuciones y el

    enorme patbulo de seis brazos dominaba el recinto del mercado con los lazos corredizos

    colgando; los condenados eran conducidos all desde la crcel de Newgate, pasando por

    delante del Santo Sepulcro y haciendo una parada en la taberna del Barco de la calle de la

    Espuela de Oro para que los reos pudieran tomar un ltimo trago antes de subir a la horca.

    Sir John Cranston, forense de la ciudad de Londres, aborreca el indigno espectculo, pero

    aquel mircoles en particular, festividad de santa Hilda, le corresponda ser testigo del

    cumplimiento de la justicia en nombre del rey, por cuyo motivo all estaba l, montado en

    su negro corcel, con el collar de su cargo alrededor del cuello y el mofletudo rostro torcido

    en una severa mueca de reproche, en el que destacaban unos azules ojos de mirada

    habitualmente risuea, pero ms fra que el hielo en aquellos momentos. De vez en cuando,

    el caballo relinchaba, molesto por la multitud que se apretujaba a su espalda, pero, aparte el

    hecho de rascarse la blanca barba o de retorcerse las guas del bigote, sir John apenas se

    mova. Yo tendra que estar en casa sentado en el jardn con lady Matilde dijo en un

    quejumbroso susurro o viendo cmo mis gemelos corretean detrs de los perros Gog y

    Magog. Sir John tena cuatro grandes amores: primero, su mujer y sus hijos; segundo, la

    justicia; tercero, el gran tratado que estaba escribiendo sobre el gobierno de la ciudad de

    Londres y, finalmente, el profundo afecto que senta por su secretario y ayudante en el

    descubrimiento de asesinatos y horribles homicidios, fray Athelstan, el cura prroco

    dominico de la iglesia de San Erconwaldo de Southwark. Y el clarete susurr para sus

    adentros. Sin olvidar la suave cerveza de Londres y la dulce malvasa. Sir John nunca

    saba en qu orden colocar aquellos amores. En realidad, los apreciaba a todos por igual. La

    idea que tena Cranston del cielo era la de una espaciosa taberna de Londres, llena de

    aromticas hierbas y perfumados capullos de rosa, donde l, fray Athelstan, lady Matilde y

    sus chiquitines del alma, pudieran sentarse a beber y a conversar por toda la eternidad.

    Yo tendra que estar en casa volvi a rezongar. Decais algo, mi seor forense?

    Cranston se volvi y vio a Osbert, el escribano del juzgado, con el moreno rostro contrado

  • en una mueca de preocupacin y los negros ojillos entornados para protegerlos de los rayos

    del sol matinal. Nada musit el forense. Ojal los condenados se dieran prisa en

    venir desde Newgate. Como en respuesta a sus palabras, la multitud congregada en el

    extremo ms alejado de Smithfield emiti un gran rugido colectivo y empez a abrir paso al

    carro de la muerte pintado con chillones colores y conducido por el verdugo y su ayudante,

    ambos vestidos de negro de la cabeza a los pies. Los caballos que tiraban del carro llevaban

    las crines recortadas y unos morados penachos entre las orejas. En el carro, tres hombres

    vestidos con unas tnicas blancas proferan improperios y gesticulaban en direccin a la

    muchedumbre. A ambos lados caminaban filas de soldados de la guarnicin de la Torre con

    las alabardas echadas al hombro. Cerraban la marcha dos gaiteros, interpretando una

    estridente meloda. Por qu toda aquella ridcula comedia?, pens Cranston. En su

    tratado sobre el gobierno de la ciudad, recomendara al joven rey la abolicin de semejantes

    ejecuciones pblicas y su cumplimiento en el patio de la crcel de Newgate. Irguindose

    sobre los estribos, Cranston mir por encima de las cabezas de la muchedumbre que

    empujaba contra las barricadas de madera defendidas por los guardias y corchetes de la

    ciudad. Hoy los rateros y los ladrones van a tener mucho trabajo, Osbert coment sir

    John, mirando a su alrededor como si quisiera, con la simple fiereza de su mirada, disuadir

    de su intento a las miradas de ladronzuelos que estaban cortando bolsas y aligerando los

    bolsillos de los presentes en aquel lugar. Les encantan las multitudes. El carro de los

    condenados se acerc un poco ms y lleg finalmente a la explanada que se extenda

    delante del patbulo. Los tres prisioneros, con los mugrientos rostros sin rasurar, fueron

    empujados abajo con las manos atadas. El fraile franciscano que tambin se encontraba en

    el carro, salt al suelo y sigui entonando las plegarias de los moribundos a pesar de la

    indiferente expresin de los rostros de los condenados. Terminemos de una vez! grit

    Cranston, levantando la mano. Los heraldos que lo flanqueaban elevaron las trompetas,

    pero las boquillas estaban llenas de saliva y slo les salieron unos chirridos. Lo que

    faltaba! exclam Cranston mientras un coro de risas acoga los infructuosos esfuerzos de

    los hombres. Los heraldos musitaron una disculpa y volvieron a intentarlo. Esta vez, un

    estridente sonido acall el clamor de la multitud. El forense se adelant con su caballo y se

    detuvo delante de los tres condenados. Vais a ser ahorcados! les anunci, asintiendo

    con la cabeza en direccin a Osbert para indicarle que desenrollara el pergamino.

    Vosotros, Guillermo Laxton proclam el escribano, levantando la voz, Andrs Judd

    y Guillermo el Desollador, habis sido declarados culpables por Sus Seoras los jueces del

    Tribunal Real de los delitos de violacin y secuestro, robo de huevos de halcn, robo de

    ganado, caza furtiva de venados, avenamiento de un estanque, sodoma, desercin de las

    levas reales, estafa, robo de bolsas de monedas, salteo en el camino real, profanacin de

    cadveres, prctica de conjuros, magia y brujera! Por stos y otros delitos habis sido

    sentenciados a ser conducidos a este lugar de ejecuciones legales. Tenis algo que declarar

    antes de que se cumpla la sentencia? S grit uno de los condenados. Lrgate de

    aqu! Cranston hizo una seal con la cabeza al verdugo, pero ste se limit a permanecer de

    pie, mirando con expresin enfurecida a travs de las aberturas de su mscara. Pero, qu

    pasa ahora, hombre? pregunt el forense con voz de trueno. No tienen bienes ni

    posesiones contest el verdugo. Y la ley de la ciudad establece que los bienes,

    posesiones y prendas de vestir de los condenados pertenecen al verdugo... pero estos

    desgraciados no tienen donde caerse muertos! Estoy de acuerdo! grit uno de los

    condenados. Si a ti no te pagan lo que te corresponde, vmonos todos a casa! Cranston

    cerr los ojos. Oy a su espalda los murmullos de la muchedumbre, que ya haba adivinado

  • que algo estaba ocurriendo. Mir al oficial de la guardia, pero ste se encogi de hombros,

    carraspe y solt un escupitajo. Cranston rebusc en su bolsa y, sin prestar la menor

    atencin a los burlones comentarios de los condenados, arroj una moneda al verdugo, el

    cual la atrap hbilmente al vuelo con su mano enguantada de negro. Mi ayudante

    tambin tiene que cobrar. Otra moneda sali de la bolsa del forense. Y los gaiteros

    tambin. Cranston arroj otra moneda. Hay que pagar el lecho y el forraje del caballo.

    Cranston acerc la mano a la empuadura de su espada. Bueno, bueno, no os lo tomis

    de esta manera! le grit el verdugo. Sir John se inclin hacia abajo desde la altura de su

    caballo. Por los cuernos de Satans, hombre de Dios! O ahorcas a estos hombres o lo

    hago yo. Despus te ahorcar a ti junto con tu ayudante y an quedar sitio para los

    malditos gaiteros! El verdugo ech un vistazo al congestionado rostro y a los erizados

    bigotes y la blanca barba del forense. Dios se apiade de nosotros! murmur. No le

    podis echar en cara a un hombre que intente sacar todo lo que pueda. Tengo mujer e hijos

    que mantener. Vamos, muchachos! El verdugo y sus ayudantes colocaron los lazos

    corredizos alrededor de los cuellos de los reos con la ayuda de los soldados y despus los

    empujaron hacia los peldaos de la escalera. Sir John levant la mano. A su espalda, cuatro

    jvenes tambores empezaron a tocar a rebato. Dios tenga misericordia de nosotros!

    grit Cranston. Despus cerr los ojos y baj la mano mientras las escaleras se apartaban

    y dejaban a los tres condenados agitando las piernas y danzando en el aire. El gento

    enmudeci de golpe mientras Cranston, con los ojos todava cerrados, daba media vuelta

    con su caballo y le deca a Osbert en voz baja que regresara a casa. Abrindose paso entre

    la gente, sir John ya estaba casi a punto de llegar a Aldersgate cuando oy que lo llamaban

    por su nombre. Se detuvo y sujet las riendas de su caballo. Qu queris? pregunt.

    Un joven caballero protegido con cota de malla y con los ojos cubiertos por la visera del

    yelmo y el cuerpo envuelto en un tabardo real de color rojo, azul y oro, se acerc con su

    caballo y se quit el guantelete. Cranston, el forense? No, soy el arcngel san

    Gabriel! contest sir John. El joven entorn los ojos y esboz una radiante sonrisa que

    suaviz por un instante los duros rasgos de su rostro. Os pido disculpas dijo Cranston,

    estrechando la mano que le tenda el muchacho. Es que aborrezco los Das de Ejecucin.

    A nadie le gusta morir, sir John. Cul es vuestra gracia? Soy sir Miles Coverdale,

    capitn de la guardia de Su Alteza el regente Juan de Gante. Nuestro seor Juan de

    Gante, duque de Lancaster, caballero de la Jarretera y amado to del rey dijo Cranston,

    recitando con una sonrisa la larga lista de ttulos. Qu deseis de m, Coverdale? Yo

    no deseo nada de vos, sir John. Bastantes quebraderos de cabeza tengo en Westminster.

    Coverdale se levant la visera y se sec el sudor que le empapaba el rostro. Sir John

    observ que el bigote y la recortada barba del joven cubran la cicatriz de una herida justo

    por debajo de su labio inferior. Me enva Su Alteza el regente aadi Coverdale.

    Est en vuestra casa de Cheapside. Cranston cerr los ojos y lanz un suspiro. No era

    necesario que os enviara musit. Iba directamente hacia all. Vuestra esposa lady

    Matilde lo ha credo conveniente explic el joven con la cara muy seria. Coment no

    s qu asunto que tenais pendiente en la taberna del Sagrado Cordero de Dios. Cranston

    tir de las riendas de su caballo y reanud su camino, asombrndose en su fuero interno de

    la innata capacidad de lady Matilde para leerle el pensamiento. Bajaron por la calleja de

    San Martn entre el barro y los despojos de las reses del matadero y giraron a la izquierda

    hacia Cheapside: el mercado estaba en plena actividad, pero en las calles que rodeaban la

    casa de sir John apenas se vea un alma. En la puerta principal montaban guardia unos

    corpulentos oficiales de orden vestidos con el tabardo real y unos arqueros con la librea de

  • Juan de Gante. Mientras los escasos viandantes contemplaban a los oficiales en silencio,

    Cranston observ la severa expresin de sus rostros y solt una maldicin por lo bajo. El

    regente dijo, inclinndose hacia abajo desde su montura. Vuestro seor no es muy

    popular que digamos. Los que gobiernan nunca lo son, sir John. Cranston hizo una

    mueca y desmont, echando un vistazo a los mirones. Leif! rugi. Leif, holgazn

    del demonio, dnde ests? Algunos de los presentes miraron asombrados a su alrededor,

    pero se apartaron enseguida para permitir el paso de un esculido y tullido mendigo

    pelirrojo que se estaba acercando a saltitos con la misma agilidad que una rana en

    primavera. Dios os bendiga, sir John, ya es la hora de comer? El mendigo se apoy en

    su muleta y mir con extraeza a sir Miles. Tenis compaa, sir John? T cuida de

    los caballos le replic Cranston. Y, cuando se vayan mis invitados, lleva el mo a la

    taberna del Cordero Sagrado de Dios. Leif peg un brinco de alegra. Si Cranston tena

    invitados, no slo podra chismorrear por ah sino que, a lo mejor, tendra ocasin de

    saborear incluso una de las sabrosas empanadas de lady Matilde y beberse una copa del

    mejor clarete del forense. Sir John, dominado por los malos presagios y con la frente

    arrugada por la inquietud, atraves con sir Miles el cordn de soldados y entr en la casa.

    Las criadas se haban congregado en la cocina, asustadas por la presencia de los hombres

    armados que ocupaban los pasillos y las salas. Sir John se abri paso entre ellos, subi los

    peldaos de la escalera, avanz por la galera y empuj ruidosamente la puerta de la solana.

    Lady Matilde estaba sentada junto a una chimenea protegida por un dosel y, a su lado, los

    pelones gemelos de Cranston, tan parecidos entre s como dos guisantes de una misma

    vaina, permanecan aferrados a la falda de su vestido de zangalete verde, con sus azules

    ojos clavados en aquel desconocido ricamente ataviado que haba tenido la osada de

    sentarse en el silln preferido de su padre. Al entrar Cranston, el desconocido se levant y

    se alis la tnica de color morado que le bajaba hasta las altas botas espaolas de cuero.

    Alrededor de su cuello colgaba un collar adornado con piedras preciosas en cuyo cierre de

    oro figuraban labradas las dos Eses de la Casa de Lancaster. Cranston se inclin en

    reverencia ante l. Mi seor, sed bienvenido en nuestra casa. El moreno rostro de su

    invitado se ilumin con una sonrisa mientras sus enjoyados dedos se extendan hacia l.

    Cunto me alegro de veros, Cranston. Sir John estudi los ojos verde claro de Juan de

    Gante, duque de Lancaster, y admir en secreto la gallarda del ms apuesto de los hijos de

    Eduardo III, el cual, con su cabello rubio como el oro, su bigote pulcramente recortado y

    aquellos ojos verdes que nunca se estaban quietos, semejaba un orgulloso gato de plata.

    Juan de Gante retir la mano. Siempre que os veo, sir John, recuerdo a mi querido

    hermano el Prncipe Negro dijo el regente con una sonrisa en los labios. Os tena en

    gran estima. Vuestro hermano, que en paz descanse, era un poderoso prncipe y un noble

    guerrero contest el forense. Cada da le recuerdo en mis oraciones, Alteza, y lamento

    con toda mi alma que no pudiera ver a su propio hijo coronado como rey. Mi amado

    sobrino os enva tambin sus saludos replic el regente en tono un tanto sarcstico.

    Siempre habla de vos, sir John. Y tambin de vuestro secretario fray Athelstan. A su

    espalda, lady Matilde se haba levantado, torciendo el bello rostro en una mueca de

    preocupacin. Con la mirada y con un ligero movimiento de la cabeza estaba advirtiendo a

    sir John de que no picara el anzuelo de aquel poderoso personaje. Os apetece un poco

    de vino, sir John? le pregunt lady Matilde a su esposo. S, una copa de vino del Rin

    helado contest Cranston, guindole rpidamente el ojo. Despus se agach y extendi

    los brazos. Y un poco de mazapn para mis muchachos. Los gemelos se apartaron de las

    faldas de su madre y echaron a correr a trompicones, casi empujando a un lado al regente

  • para arrojarse en los brazos de su padre. Cranston les bes rpidamente las clidas y

    pegajosas mejillas. Tenis unos hijos esplndidos dijo Juan de Gante, mirando al

    forense con una sonrisa en los labios. Ya os podis ir a jugar murmur Cranston.

    Perro no jugar tartamude Esteban, sealando con un dedo hacia el fondo de la solana

    donde Gog y Magog, los dos lebreles del forense, permanecan agachados bajo la mesa.

    Cranston mir sonriendo a los perros, los cuales no le tenan miedo a nadie ms que a lady

    Matilde. Adivin por la desconsolada expresin de sus ojos que su esposa les haba echado

    un buen rapapolvo, ordenndoles que se portaran bien mientras hubiera invitados en la

    casa. Los gemelos se retiraron con su madre y Cranston se acomod en su silln y le indic

    por seas a Juan de Gante que se sentara en el que previamente haba ocupado lady

    Matilde. Boscombe, el mayordomo de sir John, les sirvi vino en una bandeja, mirando

    fijamente a su amo con sus grandes y melanclicos ojos. Desde el pasillo exterior se oy el

    llanto de uno de los gemelos. Boscombe puso los ojos en blanco, deposit las copas de vino

    en una mesita entre Cranston y el regente y se retir en silencio. Cranston tom su copa,

    brind por el regente e ingiri ruidosamente un sorbo. Soy un hombre muy ocupado, sir

    John. En tal caso, mi seor, ya tenemos algo en comn. Con qu grandes crmenes os

    estis enfrentando ahora? pregunt Juan de Gante en tono burln. Cranston le hubiera

    podido facilitar una lista de media legua de longitud. El contrabandista a quien estaba

    pisando los talones, los falsarios, los rufianes, los escuderos infieles o los clrigos

    secularizados que practicaban la brujera... Sin embargo, tal como l sola decir, los

    bribones jams lo abandonaran. Con el de los gatos contest lacnicamente,

    reprimiendo una sonrisa al ver que el regente se atragantaba con el vino. Os estis

    burlando, mi seor forense? De ninguna manera, mi seor regente. Alguien se dedica a

    robar gatos en Cheapside. Y eso es de la incumbencia del forense de la ciudad?

    Seor, sabis quin es Fleabane? replic Cranston. Es un tramposo y un embustero

    muy listo. Si una cosa se puede mover, Fleabane la roba y, si no se puede mover, intenta

    venderla. De vez en cuando, lo pillo y le impongo el debido castigo, pero vuelve a las

    andadas, pensando que el hecho de que yo lo agarre de vez en cuando por el cuello forma

    parte del rico mosaico de la vida. En otras palabras, mi seor regente, en Londres habr

    malhechores mientras exista la ciudad. No obstante, hay otros delitos en los que se causa

    dao a los inocentes y el robo de esos gatos es uno de ellos. Una anciana del callejn de

    Lawrence ya ha perdido seis y eran su nica compaa. En la calle de la Lea un mercader

    ha perdido dos. Ahora la anciana del callejn de Lawrence ha perdido a toda su familia y

    puede que el mercader de la calle de la Lea haya perdido su medio de vida, pues suele

    comprar fruta y cereales en las granjas de los alrededores y lo guarda todo en sus

    almacenes. Si no hay gato, las ratas y los ratones campan por sus respetos, provocando

    infecciones y graves prdidas. El regente pos su copa sobre la mesa, mirando con

    profundo inters al forense. Y no sabis quin los roba? No, ignoro cmo los roban,

    quin lo hace y adnde se los lleva. Sin embargo, el Pescador de Hombres ya ha sacado del

    ro por lo menos cuatro o cinco gatos muertos... Cranston tom ruidosamente otro sorbo

    de su copa de vino, lo cual no deja de ser un consuelo. Al principio, sospech que los

    mataban para utilizar la piel o que algn carnicero del matadero andaba escaso de carne.

    Sir John observ la intensa palidez del rostro del regente. S, mi seor, es bien sabido

    que algunos cocineros, tanto si trabajan en un palacio real como si lo hacen en una taberna

    de Cheapside, sirven a veces empanadas de carne de gato, bien aderezada con hierbas y

    especias. S, muy cierto. El regente levant la copa, pero despus cambi de idea.

    Sir John dijo, tendris que dejar todo eso de momento. Sabis que mi sobrino el rey

  • ha convocado una reunin del Parlamento en Westminster? S, s que necesitis ms

    tributos, pero los Comunes exigen reformas. Os agradezco vuestra franqueza, mi seor

    forense, pero es verdad. Los Comunes no me tienen demasiada simpata y hacen odiosas

    comparaciones entre mi humilde persona y la de mi hermano, que en paz descanse. La

    guerra en Francia no va muy bien. Los piratas franceses estn atacando nuestras ciudades

    costeras. La cosecha ha sido mala y el precio del pan se ha triplicado desde el ao pasado.

    Yo hago todo lo que puedo. Las barcazas que transportan trigo surcan constantemente el

    Tmesis y el alcalde, de acuerdo con todos los regidores de la ciudad, ha establecido unas

    estrictas normas sobre el precio del pan. Cranston apart la mirada. Conoca muy bien

    aquellas normas que casi nadie cumpla, pero decidi mantener la boca cerrada. El regente

    se inclin hacia adelante. Ahora pareca que todo se iba a arreglar aadi. Los

    Comunes se tenan que reunir en la sala capitular de la abada de Westminster. Y el

    portavoz, sir Peter de la Mare, es un buen hombre. Juan de Gante hizo una pausa. En otras

    palabras, lo habis sobornado, pens Cranston, pero prefiri callarse. El regente se

    humedeci los labios con la lengua. Algunos miembros de los Comunes mantienen una

    actitud favorable, pero otros, especialmente los de Shrewsbury y Stafford, son

    autnticamente intratables. Constituyen un grupo muy unido, del que forman parte sir

    Henry Swynford, sir Oliver Bouchon, sir Edmund Malmesbury, sir Thomas Elontius, sir

    Humphrey Aylebore, sir Maurice Goldingham y sir Francis Harnett... Y quin ms?

    pregunt Cranston, interrumpindole. Esos caballeros se hospedaban en la posada de

    la taberna de la Grgola. El lunes por la tarde sir Oliver se alej repentinamente de sus

    compaeros. A la maana siguiente, su cuerpo fue descubierto flotando boca abajo en el ro

    sin ninguna seal de violencia, cerca de Tothill Fields. No sabemos si lo empujaron o si

    sufri un accidente. Sea como fuere, el cadver fue sacado del ro y conducido a la Grgola,

    donde sus compaeros tenan previsto alquilar un carro para trasladarlo a Shrewsbury.

    Despus contrataron los servicios de un cura de la capellana para que rezara durante el

    velatorio. El cura lleg a la taberna bien entrada la noche y, al parecer, ocup su puesto en

    la habitacin del difunto. Ms tarde, una moza pas por delante de la habitacin, vio la

    puerta abierta de par en par y entr. No haba ni rastro del cura. Sir Oliver yaca amortajado

    en su atad, pero a su lado, en el suelo, se encontraba sir Henry Swynford con una cuerda

    alrededor de la garganta. Juan de Gante hizo una pausa, extendi las manos y juguete

    con la sortija de filigrana de plata que luca en uno de sus dedos. Es posible que ambos

    hayan muerto asesinados, pues antes de morir recibieron una advertencia: una vela, una

    punta de flecha y un trozo de pergamino en el que figuraba escrita la palabra Recuerda.

    Juan de Gante carraspe. Ambos cadveres haban sido levemente tatuados con unas

    crucecitas rojas grabadas en las mejillas y la frente. Y nadie sabe qu significa todo eso?

    pregunt Cranston. No. Bueno, se cuentan ciertas historias: los caballeros eran

    amados, admirados y respetados en su comunidad. Juan de Gante solt una risita

    despectiva. Pero la verdad es que ambos eran hijos bastardos. En las guerras de Francia

    haban amasado inmensas fortunas gracias a los botines de los saqueos y, a su regreso, se

    construyeron unas lujosas mansiones e hicieron cuantiosos donativos destinados al

    embellecimiento de la parroquia. Decan que no tenan enemigos, pero eso es una gran

    mentira y, para demostrarlo, hubiera bastado con hablar con sus aparceros. Juan de Gante

    pos la copa y se levant. Si he de seros sincero, Cranston, me da igual que estn vivos o

    muertos y me importa un bledo que estn en el cielo o en el infierno. Pero me preocupan las

    habladuras y los intencionados comentarios, segn los cuales ambos hombres fueron

    asesinados porque estaban en contra del regente, como castigo para ellos y aviso para los

  • dems. Juan de Gante se inclin hacia sir John, asiendo los brazos de su silln y

    acercando el rostro a escasos centmetros del suyo. Y ahora, mi seor forense, tened la

    bondad de bajar a Westminster. Id con vuestro secretario fray Athelstan, descubrid al

    asesino para que cesen de una vez estas muertes y, cuando hayis terminado, regresad a

    Cheapside y tratad de averiguar quin roba los gatos del barrio. Alguna otra cosa, mi

    seor? pregunt Cranston, sosteniendo la mirada del regente mientras tomaba un sorbo

    de vino con fingida indiferencia. S contest Juan de Gante, enderezando la espalda e

    introduciendo los pulgares en el cinto de la espada. Sir Miles Coverdale, capitn de mi

    guardia, es responsable del mantenimiento de la paz del rey en el palacio de Westminster.

    l os ayudar. El regente dio un paso atrs y se inclin en burlona reverencia. Mi

    gratitud a vuestra seora esposa aadi, encaminndose hacia la puerta. Mi seor

    regente dijo Cranston sin molestarse tan siquiera en volver la cabeza. S, mi seor

    forense. Estaba pensando en los gatos, mi seor. Vos tenis alguno? Juan de Gante se

    encogi de hombros. Y eso qu importa? En realidad, nada contest el forense,

    volviendo levemente la cabeza. Nuestro rey es joven y su padre ha muerto. Estaba

    pensando en un viejo proverbio de nuestra tierra, Cuando el gato no est, los ratones

    bailan. Sir John tom un sorbo de vino y sonri mientras la puerta se cerraba suavemente

    a su espalda.

    * * * * *

    En la parroquia de San Erconwaldo de Southwark, acomodado en la silla de alto respaldo

    del presbiterio, trada especialmente desde all para aquella ocasin, fray Athelstan estaba

    celebrando, en contra de su voluntad, una reunin del consejo de su parroquia cerca de la

    pila del bautismo, justo al lado de la puerta principal del templo. Delante de l, sentados en

    semicrculo en unos escabeles, los miembros del consejo esperaban su veredicto. Sobre la

    tapa de madera de la fuente bautismal descansaba el enorme gato Buenaventura, al que

    Athelstan consideraba en su fuero interno su nico feligrs autntico. De vez en cuando,

    Buenaventura abra fugazmente su ojo sano y clavaba la ambarina mirada en Ranulfo el

    cazador de ratas, como si adivinara su secreto deseo de comprarlo. Pero Athelstan haba

    tenido que elegir precisamente aquel da para convocar una reunin especial de su consejo,

    en lugar de dedicarse a examinar las cuentas parroquiales y dejarle a l en libertad para que

    saliera de cazador por las calles del barrio. Watkin, Pike y el guardia Bladdersniff haban

    recibido la comunin durante la misa y despus haban jurado solemnemente haber visto

    con sus propios ojos un demonio agazapado en el depsito de cadveres del cementerio.

    Era negro dijo Watkin, levantando tanto la voz que hasta los pelos de las ventanas de

    su nariz parecieron erizarse de clera. Era inmenso, le brillaban los ojos, tena una cara

    horrible, se mova como un relmpago y tena la boca rodeada de rojo y azul. Estabais

    borrachos, hombre rezong Mugwort el campanero. Pernell la flamenca os vio a los

    tres y dice que, de las seis piernas que tenis, no haba ninguna que se sostuviera sobre el

    suelo. Ms bien eran nueve terci Crispn el carpintero sin que nadie pareciera captar

    el significado de su salaz comentario. Bueno pues, tanto si estbamos borrachos como si

    no chirri Pike, ladeando la cabeza mientras se sealaba con el dedo unas grandes

    ronchas rojas que tena en las mejillas, me quieres decir quin me hizo eso? Athelstan se

    introdujo las manos en las holgadas mangas del hbito y empez a balancearse suavemente

  • hacia adelante y hacia atrs, mirando de soslayo a Benedicta. Esperaba ver un destello de

    regocijo en sus ojos mientras sus bien dibujados labios trataban de reprimir una sonrisa.

    Pero, en su lugar, observ que la viuda pareca muy preocupada. Vos qu pensis,

    Benedicta? le pregunt antes de que la belicosa mujer de Watkin pudiera intervenir en

    defensa de su marido. Creo que vieron algo, padre contest Benedicta, jugueteando

    con la borla del ceidor que le rodeaba el cimbreo talle. Cur la herida de Pike y vi las

    terribles huellas de unas garras. Un poco ms arriba y hubiera podido perder un ojo. Vos

    siempre nos estis diciendo... intervino Tab el calderero. Siempre nos estis diciendo,

    padre repiti, que Satans anda al acecho, buscando a alguien a quien poder devorar.

    S, Tab, pero yo me refiero en sentido espiritual al mundo invisible del que nosotros slo

    somos una parte. Pero eso no es cierto grit la mujer de Watkin. En la parroquia de

    San Olave, Merrylegs dijo que haba visto a un demonio danzando alrededor del chapitel tal

    como nosotros danzamos alrededor de un mayo. Y yo he odo hablar de unos diablillos

    que andan murmurando por los rincones dijo Pernell la flamenca. Son muy pequeos,

    padre, su tamao no es mayor que el de vuestros dedos. Yo misma los he odo araar los

    paneles del revestimiento de madera de la pared. Athelstan cerr los ojos y rez, pidiendo

    paciencia. Cmo era? pregunt Huddle el pintor, sealando el muro del fondo del

    templo, donde estaba realizando un boceto en carbn de una preciosa visin del descenso

    de Jesucristo a los infiernos. No importa dijo Athelstan, desviando rpidamente la

    mirada hacia Simplicatas, una joven del callejn de la Peste que, al terminar la misa, le

    haba expresado en voz baja su deseo de hablar con l acerca de la desaparicin de su

    esposo. Tenemos otros asuntos que discutir. Pero eso es muy importante dijo

    Bladdersniff, arrugando la colorada nariz y entornando sus ojos de borrachn mientras se

    encaramaba a su escabel. Si no nos creis, padre, vamos todos al depsito del cementerio

    y lo veremos. Los dems miembros del consejo no parecan demasiado partidarios de la

    idea, pero Athelstan vio en ella un medio para tranquilizar los nimos de los presentes.

    Vamos dijo levantndose. Tengo miedo, padre gimote Pernell. No os

    preocupis. Athelstan acarici el crucifijo de madera que llevaba alrededor del cuello, dio

    una palmada a Buenaventura para que bajara de la tapa de madera de la pila bautismal, la

    levant y, tomando un pequeo cuenco de esmalte que le entreg Mugwort, recogi un

    poco de agua bendita. Si hay un demonio en el depsito de cadveres dijo, el

    crucifijo y el agua bendita lo obligarn a huir inmediatamente. Encabezado por su

    sacerdote, a quien acompaaba solemnemente Buenaventura, el consejo parroquial

    abandon la iglesia, siguiendo el camino que discurra entre las lpidas y las cruces hasta

    llegar al gran cobertizo pintado de negro. La puerta an estaba abierta de par en par, prueba

    evidente de la precipitada huida de los tres hombres. Athelstan se volvi y le gui el ojo a

    la viuda Benedicta. Ahora quiero que os quedis todos aqu. Sosteniendo el crucifijo en

    una mano y el cuenco del agua bendita en la otra, Athelstan avanz y se detuvo delante del

    depsito de cadveres. Baj la vista al suelo y vio en la tierra las huellas que los pies de

    Pike y sus compaeros haban dejado al salir precipitadamente de aquel lugar. No les he

    preguntado qu hacan aqu pens. Seguramente estaban bebidos y no se daban cuenta

    de nada. Confo en que Cecilia la cortesana no estuviera con ellos. Las nicas personas que

    tendran que yacer en este cementerio son los muertos. Entr en el depsito de cadveres y

    aspir inmediatamente un ftido y penetrante olor. Dios mo! murmur. Dej el

    cuenco del agua bendita en la alargada y manchada mesa y mir a su alrededor. El olor le

    lleg a la garganta y le provoc un acceso de tos. Se sac una yesca del bolsillo y,

    procurando dominar el temblor de sus manos, encendi la vela de sebo y la sostuvo en alto,

  • llenando el siniestro y oscuro lugar de sombras danzantes. Levntate, Seor murmur,

    repitiendo las palabras del salmo, y defindeme de mis enemigos! Acto seguido, avanz

    cautelosamente. Siempre mantena aquel lugar impecablemente limpio. Quitaba el polvo de

    la mesa y barra el suelo cada semana. Mantena abierto el ventanuco de la parte superior de

    la pared y, cuando haba un cadver, siempre quemaba incienso, tal como haba hecho dos

    das atrs, en que el cuerpo de Matilde la costurera haba permanecido all en espera de su

    entierro. Por consiguiente, cul poda ser el origen de aquel nauseabundo olor? El fraile

    pos la vela en la mesa y tom el cuenco del agua bendita para bendecir el lugar. En el

    nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo murmur mientras en su mente se

    agitaban toda suerte de posibilidades. Record una reciente carta del maestro general de su

    orden acerca de los signos de actividad demonaca: violencia y extraos fenmenos

    inexplicables. S dijo para sus adentros y un olor repugnante que hiela la sangre en

    las venas y atemoriza el alma. Tonteras! aadi. Padre? Athelstan gir en redondo y

    vio a Benedicta en la puerta. La viuda entr en el cobertizo y, cubrindose la nariz y la boca

    con la mano, retrocedi bruscamente. Athelstan la sigui. Qu ocurre, Benedicta? La

    viuda estaba intensamente plida. Anoche, padre, no os lo quera decir, pero, cuando

    estaba en mi jardn poco despus del ocaso, vi una horrible forma oscura debajo de un

    manzano. Athelstan clav la mirada en los aterrorizados ojos de Benedicta. Vamos,

    mujer, no es posible que creis en esas cosas! Athelstan! El fraile se volvi y vio la

    impresionante figura de sir John Cranston plantada con las piernas separadas al fondo del

    cementerio. Slvanos, Seor! suplic en un susurro. Bastantes quebraderos de

    cabeza nos est dando el seor Satans en Southwark para que encima ahora tengamos que

    aguantar a Cranston...!

  • Captulo II

    O sea que vos creis que hay un demonio en Southwark? pregunt el barquero Piel

    de Topo mientras Athelstan y Cranston saltaban a su barca para trasladarse a Westminster.

    En Southwark hay montones de diablillos! contest el forense, tomando un sorbo de

    la milagrosa bota de vino que guardaba escondida bajo su capa. Y lo que es ms

    aadi chasqueando los labios y volviendo a tapar la bota, casi todos pertenecen a la

    parroquia de fray Athelstan. Piel de Topo entorn los ojos bajo las pobladas cejas, mirando

    con expresin preocupada a su prroco en busca de consuelo mientras mova los remos para

    impulsar la embarcacin sobre las picadas aguas del Tmesis. Pero Athelstan, con la cabeza

    cubierta por la cogulla, estaba absorto en la contemplacin del banco de espesa niebla que

    ya empezaba a disiparse bajo el sol matinal. Cranston le dio un afectuoso codazo.

    Vamos, hermano, apenas habis dicho una palabra desde que salimos de la iglesia. No

    estis tan cabizbajo. Benedicta se encargar de mantener el orden. Y, si vuelve el demonio,

    puede que lo atrape con su bello rostro y sus seductores modales. No es para tomarlo a

    broma, sir John contest Athelstan. Benedicta vio una forma en el jardn y Pike fue

    efectivamente atacado. Una terrible criatura acechaba anoche en el depsito de cadveres.

    Pero vos creis que era un demonio? pregunt Cranston. Os aconsejo que os deis

    una vuelta por la ciudad, hermano. Veris muchos demonios vestidos con las mejores sedas

    y tan perfumados como las rosas, tomando los mejores vinos del mundo. Eso es distinto

    replic Athelstan, mirando con una sonrisa al barquero. Sigue remando, Piel de Topo.

    Eso que ests oyendo no es para comentarlo en la taberna del Caballo Po. Son enseanzas

    de la Santa Madre Iglesia. Athelstan seal las picadas aguas del Tmesis. Mirad, sir

    John, en este ro coexisten dos mundos. Lo que hay en la superficie y lo que hay debajo de

    ella. Ambos se influyen mutuamente: restos de naufragios, peces, plantas, toda suerte de

    formas de vida. Ahora bien, Dios hizo un mundo visible e invisible. Cuando rezamos,

    entramos en el mundo invisible. El fraile hizo una pausa para admirar una larga hilera de

    cisnes, nadando serenamente muy cerca de ellos con los delicados cuellos arqueados y las

    alas levantadas. Qu ocurre, sir John, cuando esas inteligencias y esos poderes hostiles a

    Dios y al hombre se manifiestan en nuestro mundo? Y no hablo de los duendes ni de los

    brujos, sino de otra cosa distinta. Pero no estaris preocupado por eso, verdad?

    pregunt el forense. No contest Athelstan sacudiendo la cabeza. Estoy

    preocupado por Pike. Joscelyn, el tabernero del Caballo Po, me ha comentado sus

    reuniones secretas con unos hombres que utilizan nombres de animales como apodos: la

    Comadreja, la Raposa... La Gran Comunidad del Reino? pregunt Cranston. S, sir

    John, la comunidad campesina que est urdiendo una rebelin. El fraile sacudi la

    cabeza. Todo terminar con sangre y Pike ser ahorcado. El forense mir hacia la otra

    orilla del ro y vio el reluciente chapitel de San Pablo y la gran cruz que coronaba el

    pinculo, llena de famosas reliquias all depositadas como proteccin contra los rayos.

    Pike tiene razn musit el forense. No en lo que se refiere a la conjura sino en lo de

    que se avecina una venganza aadi, sealando una larga hilera de barcazas que

    navegaban hacia el muelle de la Reina. Son barcazas de trigo explic Piel de Topo.

  • Ya lo s dijo Cranston. Sin ellas no habra pan en las tahonas terci Piel de Topo,

    impertrrito. El Ayuntamiento lo est comprando en Ultramar. Y adnde se dirigen?

    pregunt Athelstan. A los almacenes de la Compuerta Oriental contest Piel de

    Topo. Deberais llevar a Buenaventura a aquel lugar, hermano. Las barcazas estn llenas

    de ratas y ratones. Cundo creis que va a estallar la revuelta? pregunt Athelstan.

    El verano que viene contest el forense. Y qu haris vos, sir John? Me colocar

    el yelmo y la armadura, bajar con mi caballo a la Torre y me pondr bajo el estandarte del

    rey. Soy su forense. Cranston hizo una pausa. Y rezar con toda mi alma para no ver a

    Pike ni a ninguno de vuestros feligreses en la punta de mi espada. Y vos qu haris,

    hermano? pregunt sir John, inclinndose hacia adelante. Los rebeldes dicen que

    quienes no se unan a ellos morirn y no les tienen mucho aprecio a los curas que digamos.

    Me levantar todas las maanas, si Dios quiere contest Athelstan. Le dar su

    cuenco de leche a Buenaventura, cerrar mi iglesia, me arrodillar delante del antealtar,

    celebrar la misa y cuidar de mis asuntos. Cranston chasque los dedos con impaciencia.

    Y creis que estaris seguro? pregunt con un gruido. Athelstan tom su rechoncha

    mano. No puedo hacer ms de lo que puedo hacer, sir John. El padre prior ya me ha

    planteado la cuestin. Quiere que los miembros de nuestra orden abandonen la capital hasta

    que cesen los conflictos. Los azules ojos de Cranston parpadearon repetidamente. Y,

    hablando de la Torre se apresur a aadir Athelstan para cambiar de tema, eso es algo

    que tambin me preocupa. Qu queris decir? Se refiere a Perline terci Piel de

    Topo. El rostro del anciano barquero se contrajo en una mueca de preocupacin. Athelstan

    admir en secreto su habilidad para escuchar con disimulo sin dejar de remar. Perline

    Brasenose explic Athelstan, un cabeza de chorlito de mucho cuidado. Su madre era

    una prostituta que lo cri en los burdeles. Pas un ao al servicio del conde de Warwick y

    despus se fue y se cas con una muchacha de la parroquia llamada Simplicatas. Es un

    buen chico aadi, pero un poco alocado. Se siente atrado por el mal como las abejas

    por la miel. Y qu? pregunt Cranston. Ha desaparecido contest Athelstan.

    Yo siempre dije que lo hara coment Piel de Topo. Cllate! le orden

    Athelstan. Hay que tener caridad con los hermanos, hombre! Perline entr en la guardia

    real de la Morada y yo cre que ya haba sentado la cabeza, pero ahora ha desaparecido.

    El fraile acarici el ceidor que le rodeaba la cintura. Antes de que vos lo digis, sir

    John, es cierto que algunos hombres abandonan a sus mujeres, pero Perline no es de esos. A

    pesar de sus defectos, amaba a Simplicatas y es muy extrao que nadie le haya visto el

    pelo. No podrais establecer una discreta vigilancia y, si os enterarais de algo...? Yo le

    vi hace un par de noches dijo Piel de Topo, mirando con expresin ofendida a su

    prroco. Estaba en el muelle junto a las gradas de Santa Mara de Overy. Yo haba

    trasladado a uno de esos caballeros del Parlamento. Piel de Topo dej de remar y apoy

    los brazos en los remos. Sir Francis Harnett de Stokesay en Shropshire. Un hombrecillo

    muy curioso. Piel de Topo volvi a impulsar los remos. Sentado aqu donde vos estis

    ahora, temblando como una hoja. Y qu asunto traa a un distinguido miembro del

    Parlamento a Southwark? pregunt Cranston en tono burln. Piel de Topo se limit a

    guiar el ojo mientras Athelstan apartaba la mirada. S pens el fraile, qu hacen los

    ricos en Southwark sino buscar a alguna lozana prostituta de los burdeles que tanto

    abundaban en el barrio? Y Perline? pregunt, mirando a Piel de Topo. Estaba

    esperando al caballero en los peldaos del muelle. El caballero sube, Perline le estrecha la

    mano y ambos se pierden en la oscuridad. Piel de Topo hizo una mueca. Eso es todo lo

    que s. Athelstan lanz un suspiro y comprimi el brazo de Cranston. Y este asunto de

  • Westminster, sir John? Cranston se dio unos golpecitos con el dedo en la nariz y seal con

    la cabeza a Piel de Topo. Athelstan se reclin en su asiento de popa. La barca, que

    navegaba por el centro del ro, rode el meandro situado a la altura del convento de los

    carmelitas y el Temple y cruz el ro para acercarse a la orilla norte. Piel de Topo pas

    hbilmente por delante de unas barcazas de estircol, un bajel real de guerra que navegaba

    hacia Dowgate, una embarcacin de pesca y una interminable fila de barcazas de trigo y

    otras embarcaciones que transportaban productos para los mercados de Londres. Mientras

    el barquero segua remando, la bruma empez a levantarse y Athelstan pudo distinguir las

    altas torres y agujas de Westminster iluminadas por el sol matinal. Cerr los ojos y recit

    en voz baja el Veni Creator Spiritus, pidiendo la luz del Espritu Santo para poder resolver

    con acierto las dificultades de su parroquia y las que le esperaban en Westminster. Mientras

    bajaban al muelle, sir John, aparte de responder con los consabidos improperios a los

    comentarios de los feligreses de Athelstan, le haba explicado al fraile los pormenores de la

    visita del regente a su casa, en cuyo transcurso ste le haba comunicado las muertes de sir

    Henry Swynford y sir Oliver Bouchon. Athelstan comprendi que tendran que perseguir

    una vez ms a un hijo de Can. Casi todo su trabajo con Cranston tena que ver con delitos

    pasionales y arrebatos de ira..., una reyerta en una taberna; una violenta disputa entre

    marido y mujer; la muerte de algn mendigo atropellado por un carro... pero, de vez en

    cuando, surga de la oscuridad algo ms siniestro y perverso: un asesinato a sangre fra. El

    fraile intuy que en Westminster, un lugar que sir John llamaba la Morada de los

    Cuervos, se haban cometido unos terribles y sangrientos asesinatos y que, por desgracia,

    se iban a cometer otros. Estaba recitando el verso Vida inmortal, vida divina, cuando

    Cranston le dio un codazo en las costillas. Abri los ojos y vio que haban llegado a las

    Gradas del Rey. Piel de Topo lo mir con curiosidad, apoyando los brazos en los remos.

    Perdn dijo el fraile en un susurro, bajando de la barca con sir John para subir por los

    resbaladizos peldaos y seguir el camino que conduca a uno de los patios del palacio. A su

    alrededor se levantaban varios majestuosos edificios: Westminster Hall, sede del tribunal

    real, la iglesia de Santa Margarita y, dominndolos a todos, la Abada del Confesor, con sus

    impresionantes torres elevndose hacia el cielo. En Westminster reinaba siempre un gran

    ajetreo. Los mercachifles, buhoneros, comerciantes y aprendices se ganaban la vida gracias

    a las numerosas personas que all solan acudir: demandantes, acusados, abogados,

    alguaciles y, por encima de todo, miembros del Parlamento. Cranston le dijo a Athelstan

    que esperara junto a una cruz de piedra de gran tamao y entr en la abada a travs de una

    de sus puertas laterales. El fraile se sent en los peldaos de piedra que conducan a la cruz

    y contempl el paso de los jueces con sus birretes rojos y sus negras capas ribeteadas de

    armio. Los juristas con sus blancas capuchas paseaban tomados del brazo y con las

    cabezas juntas, comentando las caractersticas ms salientes de alguna estatua o de alguna

    triquiuela legal. Athelstan sonri al ver acercarse a ellos a un vendedor ambulante que

    proclamaba a voz en grito: Ostras! Quin me compra ostras frescas? Pasaron a

    continuacin dos guardias con una cuerda de presos. Athelstan se compadeci de ellos.

    Iban vestidos de andrajos, con los rostros sin rasurar y los pies descalzos, pues los

    carceleros de las prisiones del Fleet y de Newgate ya les haban robado las botas o las

    sandalias. Los guardias se detuvieron delante de un aguador para saciar su sed. Athelstan se

    levant, le entreg al chico una moneda y, tomando el cubo y el cucharn, recorri la hilera

    de presos, ofrecindoles a cada uno un poco de agua. Por suerte, los guardias no

    protestaron. Athelstan acababa de dar las gracias al aguador tras haberle devuelto el cubo

    cuando vio de pronto un rostro conocido. Cecilia! grit. La rubia joven ataviada con

  • un largo vestido de tafetn amarillo, mir sorprendida a su alrededor. El fraile observ que

    se haba pintado los ojos con alcohol y se haba puesto colorete en las mejillas y carmn en

    los labios. Cecilia! repiti. Ven aqu! La joven se acerc a l, mirndole con

    angelical inocencia. Qu sorpresa, padre. Qu estis haciendo aqu? Athelstan trat de

    conservar la severidad de su rostro. Ms importante es saber lo que ests haciendo t,

    Cecilia. La muchacha abri la boca para decir algo. Y no me mientas le advirti

    Athelstan. Has faltado a misa esta maana y hemos celebrado una reunin del consejo

    parroquial. Tom su mano y deposit en ella uno de sus escasos peniques. Vuelve a

    casa le dijo. En las Gradas del Rey encontrars a Piel de Topo. Necesito tu ayuda,

    Cecilia aadi, inclinndose hacia ella. Han visto un demonio cerca de San

    Erconwaldo. Estrech su clida mano e hizo un esfuerzo para no arrugar la nariz

    mientras aspiraba el barato perfume que utilizaba la joven. Vete a casa y chale una

    mano a Benedicta! Y no se te ocurra volver por aqu! Cecilia asinti con la cabeza,

    frunciendo los labios. Athelstan la empuj suavemente. Vuelve directamente a casa! Le

    preguntar a Benedicta cundo has llegado. Cecilia ech a correr y Athelstan dio gracias a

    Dios por el hecho de que la curiosidad de Cecilia acerca de un demonio fuera ms poderosa

    que cualquier razn que la hubiera impulsado a permanecer all. Volvi a sentarse en los

    peldaos, mir a su alrededor y se dio cuenta de que muchas jvenes acudan a aquel lugar

    formando grupos tan ruidosos como una bandada de estorninos. Estamos en la casa de

    Dios musit, observando los coqueteos de dos muchachas con un letrado muy

    peripuesto. Pero sir John tiene toda la razn! Eso es la Morada de los Cuervos.

    Comprendi la atraccin que semejante lugar poda ejercer sobre las personas como

    Cecilia. All acudan hombres de toda Inglaterra que, libres de sus mujeres y sus familias,

    aprovechaban su efmera libertad para satisfacer cualquier capricho. Athelstan contempl la

    abada. A lo mejor, el Parlamento aprobara medidas capaces de mejorar la situacin. Hasta

    sus feligreses lo haban comentado. Sin embargo, Pike el acequiero se haba mostrado tan

    cnico como de costumbre. Slo los abogados entran en el Parlamento afirm y

    todos sabemos que son unos embusteros! Pike baj la voz. Pero, cuando venga el gran

    Cambio, ahorcaremos a todos los abogados! Estis soando, hermano? Athelstan

    levant bruscamente los ojos. Cranston estaba colocando el tapn de corcho en su bota

    milagrosa. Buena parte de la abada est cerrada le explic el forense. Los Comunes

    estn reunidos en la sala capitular y es probable que la sesin se prolongue hasta bien

    entrada la tarde. Por consiguiente aadi, ayudando al fraile a levantarse, vamos a

    echar un vistazo a los cadveres. Los dos estn en la taberna de la Grgola. Cranston

    abandon con Athelstan el recinto de la abada y, tras recorrer toda una serie de tranquilas

    calles secundarias, ambos cruzaron una arcada y entraron en el espacioso patio de la

    Grgola. La taberna era muy grande y de forma alargada y tena tres pisos de altura, con

    una pulcra fachada de lustroso entramado de madera oscura, entre el cual brillaba la

    blancura del yeso. El tejado era de tejas y los elegantes miradores estaban protegidos por

    cristales emplomados. El patio era un hervidero de actividad: varios criados y mozos de

    cuadra sacaban y llevaban los caballos de los clientes a los establos, un sudoroso herrero le

    estaba dando al yunque con un martillo y los gansos y las gallinas correteaban delante de la

    puerta del establo, buscando granos de trigo. Varios perros ladraban y unos enormes y

    barrigudos cerdos hocicaban la base de un negro montculo de estircol, agitando las orejas.

    Entraron en la taberna. Las baldosas del suelo estaban impecablemente limpias, las paredes

    haban sido recientemente enlucidas y se aspiraba en el aire la fragancia de las hierbas

    aromticas de los manjares que se estaban preparando en la cocina. La sala era muy amplia

  • y estaba muy bien ventilada gracias a unos respiraderos abiertos en el techo entre las

    ennegrecidas vigas y a unos ventanales del fondo que daban a un jardn y a uno de los

    estanques artificiales ms grandes que Athelstan jams hubiera visto en su vida. Alrededor

    de las mesas se sentaban algunos parroquianos, sobre todo, barqueros del ro, pero tambin

    abogados que, aislados en unos pequeos reservados, conversaban en voz baja, examinando

    los manuscritos que tenan sobre la mesa. Jams hubierais podido imaginar que los

    cadveres de dos hombres asesinados pudieran yacer aqu, verdad? le dijo el fraile al

    forense que ya estaba empezando a chasquear los labios. Nada de beber le advirti.

    No olvidis los asuntos que tenemos pendientes en la Morada de los Cuervos. Qu

    deseis tomar, seores? les pregunt un alto y corpulento individuo. De momento,

    nada contest Cranston, pero quisiramos hablar con el propietario. El hombre

    extendi las manos. Ya estis hablando con l contest. Soy Cutberto Banyard,

    nacido y criado en el mismo corazn de Londres, al son de las campanas de Santa Mara Le

    Bow. Athelstan le estudi detenidamente. Tena un bronceado rostro de fuertes y arrogantes

    facciones, una espesa mata de cabello negro, unos ojos hundidos en las cuencas y una nariz

    ligeramente aguilea. La barbilla, las mejillas pulcramente rasuradas y los finos labios le

    conferan un aire de profunda determinacin. Un hombre muy hbil en los negocios,

    pens Athelstan. El tabernero seal el manchado mandil que le llegaba hasta las rodillas.

    Hoy es da de matadero explic, hay que cortar la carne y uno se mancha de sangre

    por mucho cuidado que tenga. Sucede lo mismo en los asesinatos replic Cranston.

    Banyard ech la cabeza hacia atrs. Soy sir John Cranston, forense de la ciudad, y ste es

    mi secretario fray Athelstan, prroco de San Erconwaldo de Southwark. Banyard esboz

    una deferente sonrisa. Mi seor forense, en qu puedo serviros? Primero contest

    Cranston, sin prestar atencin al gruido de Athelstan, me vais a traer una jarra de

    cerveza. De la mejor que tengis, no los restos de un barril abierto. Y qu es eso que huele

    tan bien en la cocina? Capn con cebollas y setas. Un plato dijo Cranston, mirando

    a Athelstan. Mejor dicho, dos. Qu os apetece beber, hermano? Un poco de cerveza

    contest el fraile en tono resignado. Cranston se acerc en compaa del tabernero a una

    mesa situada bajo uno de los ventanales. Ignorando las miradas de advertencia de

    Athelstan, empez a sealar las distintas hierbas que crecan en el jardn. Eso es

    agripalma explic. Se distingue por su fuerte tallo parduzco: alegra a las madres y cura

    las dolencias de la matriz, favorece la orina, limpia los humores del pecho y mata las

    lombrices del vientre. Se frot las manos mientras el tabernero depositaba sobre la mesa

    dos jarras de cerveza y dos platos de peltre con unas tiras de capn cubiertas por una espesa

    salsa. Cranston y Athelstan tomaron las cucharas de cuerno. El fraile se limit a

    mordisquear un poco la comida, pues apenas tena apetito. Sir John, en cambio, se termin

    su plato y se zamp el de su secretario en un abrir y cerrar de ojos. Al terminar, llam por

    seas a Banyard, que los haba estado observando detenidamente desde uno de los

    reservados. Sentaos, buen hombre. Dnde estn los cadveres? Arriba, cada uno en

    su habitacin contest el tabernero, secndose cuidadosamente las manos con una

    servilleta. Es bueno que hayis comido antes de verlos, mi seor forense. Cranston se

    removi en su asiento y apoy la espalda contra la pared. Los cadveres no me alteran el

    nimo, buen hombre. Ms bien me lo altera la maldad humana. Cundo fue asesinado sir

    Henry? Anoche a ltima hora. Entr en la habitacin de sir Oliver. El tabernero seal

    a una joven y rolliza criada de largo cabello rubio que estaba sirviendo a unos barqueros al

    fondo de la taberna. Cristina vio la puerta abierta y entr. Sus gritos se hubieran podido

    or desde el convento de los carmelitas. Sub corriendo. Sir Oliver estaba en su atad y sir

  • Henry yaca muerto en el suelo. Y dnde estaban sus compaeros, los dems

    caballeros? pregunt Athelstan. Casi todos en sus habitaciones contest Banyard.

    Casi todos? inquiri el fraile. Banyard esboz una sonrisa de disculpa. Hermano,

    yo estoy muy ocupado en la taberna. No puedo decir adnde van mis huspedes por la

    noche. Aunque sera muy interesante saberlo aadi con una sonrisa. Qu queris

    decir con eso? pregunt Cranston. Mejor sera que vos mismo se lo preguntarais, mi

    seor forense. O sea que todos los caballeros y representantes de Shrewsbury se alojan

    aqu? pregunt Athelstan. Es costumbre que lo hagan? Pues s terci

    Cranston. Los miembros del Parlamento suelen sentarse agrupados por condados o

    seoros. El canciller enva la convocatoria de la reunin del Parlamento a todos los

    alguaciles del reino y stos convocan a su vez a los hacendados del condado para que elijan

    a sus representantes explic el forense, rascndose la barbilla. Los parlamentos se

    renen en Westminster desde hace cien aos y los Comunes estn cada vez mejor

    organizados. Sabis muchas cosas, mi seor forense dijo Banyard con visible

    admiracin. En efecto. Cranston carraspe. Y precisamente ahora estoy escribiendo

    un tratado. Athelstan cerr los ojos y rez para que el forense no soltara un interminable

    sermn. Sir John debi de captar la expresin de sus ojos, pues le mir con una sonrisa.

    Baste decir que he estudiado muy bien toda la cuestin de los parlamentos y, tal como ya

    he dicho, stos estn cada vez mejor organizados. Tienen un portavoz, se renen en su

    propia sala y han aprendido a no aprobar tributos si no se cumplen determinados requisitos.

    Por consiguiente aadi Cranston, hinchando los carrillos, muchos miembros del

    Parlamento saben con varios meses de adelanto que los van a convocar. Y eso es lo que

    ocurri aqu dijo Banyard. Hace varias semanas, los caballeros me enviaron un correo,

    pidindome que les reservara habitaciones. Y ahora tenemos aqu a todos los representantes

    de Shrewsbury. S, s, pero, cundo llegaron? pregunt Cranston sin poder disimular

    su impaciencia. Hace nueve das contest Banyard. Cinco das antes de la apertura

    del Parlamento. Y, antes de los asesinatos, no ocurri nada raro? Nada. El

    tabernero sacudi la cabeza. Apenas hicieron nada, excepto hablar, mi seor forense.

    Todos saben hablar muy bien. Hablan durante el desayuno y, cuando regresan del

    Parlamento, se sientan en la taberna y se pasan el rato contndose chismes hasta que incluso

    los perros caen rendidos de cansancio. Y qu podis decirme de la muerte de Bouchon?

    Banyard seal con la mano el otro extremo de la sala. l y sus compaeros estaban all,

    comiendo y bebiendo. Se les vea muy satisfechos de s mismos, aunque yo observ que

    Bouchon estaba un poco apagado y cabizbajo. Bebieron bastante. Banyard hizo una

    mueca. Pero eso no es asunto de mi incumbencia. Sin embargo, aquella noche en

    particular, los caballeros estaban conversando sobre otro asunto distinto, el de los placeres

    de la carne. Os refers a un burdel? Pues s contest Banyard, ligeramente

    azorado. Bueno, aqu no hay nada de todo eso, seores. Mi casa es muy respetable,

    aunque confieso que hago la vista gorda cuando los clientes regresan con alguien. De

    qu burdel estis hablando? La seora Matilde Kirtles tiene un establecimiento muy

    discreto contest Banyard. Ro abajo, en el callejn de Cottemore. Y sir Oliver se

    fue con ellos? No. Hacia el final de la cena, sir Oliver se levant, se puso la capa, se

    cubri la cabeza con la capucha y abandon la taberna. Los dems lo llamaron, pero l

    estaba totalmente perdido en sus propios pensamientos. Desapareci en un abrir y cerrar de

    ojos. Y no sabis adnde fue? Yo estaba muy ocupado aquella noche, mi seor

    forense. Preguntdselo a cualquiera de los criados. No sal en ningn momento. Solemos

    cerrar mucho despus del toque de queda. Estamos autorizados a hacerlo se apresur a

  • aadir el tabernero. Athelstan tom un sorbo de cerveza y mir a su alrededor. La taberna

    era en verdad un autntico palacio en comparacin con las dems: las paredes estaban

    recin encaladas, los verdes juncos que cubran el suelo crujan bajo los pies y, cuando l

    los pis con las sandalias, aspir la fragancia del romero que le haban esparcido por

    encima. Las mesas eran de roble macizo y haba no slo escabeles sino tambin bancos e

    incluso algunas sillas de alto respaldo. En los estantes se alineaban los platos de barro y de

    peltre y, por encima de la repisa de la chimenea, un pintor haba representado la vistosa

    escena de un combate entre un caballero y un dragn que se agitaba y retorca bajo la

    espada de su enemigo. La comida era exquisita y, a juzgar por los murmullos de

    complacencia de Cranston, la cerveza deba de ser la mejor de Londres. Parece que os va

    muy bien el negocio, maese Banyard coment el fraile. Pues s, hermano. La verdad es

    que no puedo quejarme. Conocis a las personas que visitan vuestra casa? Banyard mir

    rpidamente a su alrededor. En efecto, hermano. Y, si viene algn desconocido, casi

    siempre regresa. Yo adivino por su forma de vestir lo que es cada uno: un barquero, un

    oficial de orden, un correo, un guardia o un funcionario real del Tesoro o la Cancillera.

    Pero, antes de que me lo preguntis, os dir que no vi a ningn desconocido ni nada que me

    llamara la atencin. Y el cuerpo de sir Oliver? pregunt Cranston. Lo encontraron

    ro abajo contest Banyard. Unos pescadores lo descubrieron entre las hierbas, cerca

    de Horseferry. Ah, s. Cranston apoy la espalda contra la pared. Recuerdo haber

    jugado all en mi infancia. Las hierbas son muy altas y tupidas. Est a dos pasos de Tothill

    Fields aadi, dirigindose a Athelstan. Y cmo supieron que era sir Oliver?

    pregunt Athelstan. Llevaba unos documentos en la bolsa. Estaban empapados de

    agua, pero todava se podan leer. Los pescadores llamaron a un escribano y ste adivin

    por la ropa del cadver que se trataba de un personaje principal. Despus trasladaron el

    cadver a Westminster, donde sir Miles Coverdale, que es el responsable de la seguridad

    del recinto del palacio, identific el cadver y mand que lo trajeran nuevamente aqu.

    No avisaron a ningn mdico? pregunt Cranston. El hombre estaba muerto y ola

    a pescado, sir John. Pero no se apresur a aadir el tabernero al ver la mirada de reproche

    del forense. Lo llevaron al piso de arriba y, por la tarde, regresaron sus compaeros de la

    sala capitular. Yo contrat los servicios de una vieja del callejn de la Cancillera que

    limpi y amortaj el cadver. Banyard levant la vista hacia el techo de madera. Estar

    ms tranquilo cuando se lo lleven junto con el otro a San Dustan, al oeste de la ciudad.

    Lo comprendo dijo Cranston, asintiendo con la cabeza. Despus agit la jarra vaca

    delante de la nariz de Banyard en la esperanza de que el tabernero se la volviera a llenar,

    pero ste, acostumbrado a semejantes trucos, no se dio por enterado. No se observaba la

    menor seal en el cadver? pregunt Athelstan. La vieja dijo que no. Y sir Henry?

    Me dio la impresin de que fue el que ms se disgust de entre todos los compaeros de

    Bouchon. Me ofrec a avisar a un cura de la capellana para que velara el cadver y l se

    mostr de acuerdo. El padre Benito es un monje benedictino que, adems, desempea la

    funcin de capelln de los Comunes explic Banyard pero el pobre tiene tantas

    ocupaciones que mand llamar a un cura de la capellana de San Bride en la calle del Fleet.

    Podis ir vos mismo a preguntar. En cuanto a lo de anoche... ser mejor que se lo

    preguntis a la moza. Cristina! La criada, en la que previamente se haba fijado Athelstan,

    se acerc inmediatamente. Su rostro, ms blanco que la leche, estaba ligeramente

    arrebolado por el calor de la cocina y llevaba el sedoso cabello rubio peinado hacia atrs y

    recogido con una cinta. Era una bonita joven de risueos ojos azules y unos labios que

    Dios deba de haber hecho para besar, pens el fraile. Llevaba un manchado mandil que le

  • cubra el exuberante busto y se cea el fino talle con una cuerda de lana de color rojo. Mir

    sonriendo a sir John y parpade nerviosamente en direccin a Athelstan, pero el fraile

    adivin por la forma en que respondi a la llamada de Banyard que el tabernero deba de

    ser el verdadero amor de su vida. Sintate, muchacha le dijo Cranston, sealando un

    escabel de otra mesa. Es bueno que descanses un poco de tus tareas. Tal vez maese

    Banyard nos ofrecer un poco de cerveza, eh? El tabernero permaneci sentado en su

    asiento, mirndole fijamente. Al final, Cranston lanz un suspiro y abri su bolsa. No os

    preocupis por el precio dijo. Banyard llam a uno de los mozos y despus se volvi

    hacia Cristina. No tengas miedo, chica. ste es el famoso sir Jack Cranston le explic,

    mirando de soslayo al forense. Y fray Athelstan es su secretario. Cristina parpade

    seductoramente. Ya he odo hablar de vos, seor. Cranston se enorgulleci como un pavo

    real mientras Athelstan rezaba en silencio para que la muchacha no siguiera halagando su

    vanidad. Anoche dijo bruscamente sir John, cuando mataron a sir Henry... Lo

    estrangularon se apresur a puntualizar la chica, aceptando la jarra de cerveza que le

    ofreca el mozo y tomando vidamente un sorbo. Como a una gallina aadi,

    pasndose la lengua por el labio superior para lamer la espuma. Le haban rodeado el

    cuello con una cuerda tan fuerte como la de una bolsa de monedas. Cuntale a sir John lo

    del cura le dijo Banyard. Anoche tuvimos mucho trabajo explic Cristina. Maese

    Banyard estaba en la bodega aadi, volvindose para mirar con una beatfica sonrisa al

    tabernero. Entr un cura envuelto en una capa y con la capucha muy echada sobre la

    cara. Yo estaba muy ocupada tal como ya he dicho, pero vi que sostena un rosario en las

    manos. Le pregunt si era el cura de la capellana y l asinti con la cabeza. Empez a subir

    la escalera casi antes de que yo le indicara dnde estaba la habitacin del difunto. En la

    taberna haba mucha gente y no le di importancia. Ms tarde le sub una jarra de cerveza a

    sir Henry Swynford. Estaba sentado en su habitacin, con la mirada perdida en la

    oscuridad. Slo haba una vela encendida sobre la mesa. Le pregunt si se encontraba mal y

    murmur unas palabras que no entend. Cristina tom otro sorbo de cerveza. Cuntale a

    sir John lo que ocurri despus. Bueno... Disculpadme terci Athelstan, el cual

    haba estado observando atentamente a la chica y tena la sensacin de que era un poco

    lerda, pues hablaba como una nia sin dar la menor muestra de emocin o temor. Viste

    el rostro del cura? le pregunt. Tened la bondad de poneros la cogulla, padre dijo

    Cristina. Athelstan se e