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Francis Drake Amable Mejía Plenamar Plenamar https://plenamar.do/2020/05/francis-drake/ 1/12 I “Yo, Francis Drake, con voz de lobo he dicho desde la sombra”: “al fuego convoqué las cenizas nublaron el cielo, las lluvias caídas, cualquier cosa que se pudiera, desde el arcoíris, pensar en sosiego”. “Siglo hace del mío, faltan siglos, el de ustedes, para ser comprendido el fuego fatuo vuestro”. “Mi deuda con la muerte fue en alta mar, causado por un flujo de sangre y el mar como tumba todavía asedia mis entrañas, por la que no tuve,

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I

“Yo, Francis Drake, con voz

de lobo he dicho desde la sombra”:

“al fuego convoqué las cenizas

nublaron el cielo, las lluvias caídas,

cualquier cosa que se pudiera,

desde el arcoíris, pensar en sosiego”.

“Siglo hace del mío,

faltan siglos, el de ustedes,

para ser comprendido

el fuego fatuo vuestro”.

“Mi deuda con la muerte fue en alta

mar, causado por un flujo de sangre

y el mar como tumba todavía

asedia mis entrañas, por la que no tuve,

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pero comido por los peces,

alimentabanse de los desperdicios

de nuestras tripas como lo harían

con mi cuerpo terrestre”.

II

Y como digo,

en Alfa y Omega, nubarrones

que encerraban tormentas,

devastaciones, incendios

que han de repetirse en otros

tiempos y en la misma tierra,

por mar llegaba. Por mar

a llenar de espanto la superficie

del agua, de una podrida,

Támesis, a otra adánica y clara,

mar Caribe de sueño y ciclones.

Como a puerto propio,

llegaron escoltados

por oscuras gaviotas,

buitres en sus miradas.

En sus gestos de tribus,

de hiena la selva y en los aullidos

hambrientos de carne humana.

Por Haina, de Inglaterra,

marineros, soldados

en diecisiete naos capitaneados

por Francis Drake, desembarcaron.

En la Martinica, no había

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llegado el café, traído por mar,

por un tal Gabriel de Clieu,

sino tiempo después, creando

imaginarios de olores

para quitar el sueño a la deriva.

III

“Embarcaronme yo y mis hombres

en Plymouth, Puerto de Inglaterra,

diez días antes de iniciarse el otoño

del 1585, día 12, mes de septiembre”,

recordaría Francis Drake, a la hora

de su muerte y tragárselo el mar.

“Día en calma, soleado en la ambición

de nuestros corazones y el oro soñado”.

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Un descendiente de Judas,

mal vezino por demás

y expulsado en un bergantín

en alta mar fue encontrado

de odio harto y español

por las Naos en mar abierto,

y buscando desagraviarse,

dio el santo y la seña de la bella

ciudad de Santo Domingo,

para que entraran los lobos.

“Fueron 2, 300 hombres.

Mujeres disfrazadas de hombres

e igual cantidad de chinos,

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de Cantón, iban de cocineros.

Destino: la bella Isla Española”.

Treinta días duró el saqueo.

Los vezinos, tiempo después

no cesaron de repetir. Fueron

diez testigos mayores

de cincuenta años declararan

ante el Procurador de Su Majestad,

Juan de Desquivel, dirán todos,

casi lo mismo, solo con la ayuda

de Su Majestad volvía

la ciudad a ser la misma, Juan

Caballero Bacan, vezino,

a la sexta pregunta de diez:

“y esto lo dexaron de quemar

por el rresgate de los veinticinco

mill ducados que se dio a dicho

yngles corasario, que si no se le

dieran es cosa cierta

que lo asolara todo como lo avia

comenzado a asolar”.

“Asi le an dicho a este testigo algunos

rreligiosos y personas de autoridad

y rreligiosas, que si pudiesen se yrian

desta ciudad a la Nueva España

por conseguir quietud y sosiego

de espíritu”.

Los vezinos, huyendo de la Isla

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querían ante una desgracia que parecía

todo lo malo y lo porvenir.

Y el olor a caña de azúcar

y la esencia de jengibre,

santa fruición de la economía,

desandaban por la superficie

del mar de los Sargazos, los montes,

las montañas, los ríos

y las almas indígenas.

Los días lluviosos, tardes

y noches llenas de los ciclos lunares

y el trabajo de los negros.

IV

Y como digo, Yo, testigo

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en el tiempo, Drake saqueó

e incendió, a su paso,

presagiando, otras

huestes de otras lenguas

como la arena aun

conserva sus huellas.

Seguir diciendo podría,

como si la salida

y la puesta de sol,

un día de sueño,

fueran los mismos.

La Isla no volvió a ser

la misma, una maldición

de ese idioma sería a la Isla

en otras invasiones

e incursiones por el fuego.

V

Ahora,

de vuelta al mismo origen

neblinoso de partida,

este nuevo puerto

podría ser la esperanza

para seguir adelante

y que tanto se necesita

ahora, en el ahora que no

marca ningún reloj de arena, de sol,

se dijeron Francis Drake

y sus soldados, marineros.

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VI

Yo, en este día, evocando el espíritu

de lobo de Francis Drake

y todas las ciudades del mundo

que devastó, incendió, saqueó

y no solo la bella ciudad de la Isla.

Días ignominiosos repletos

de incertidumbre, la única

puerta que dejaría, como nube,

abierta para escapar sería la de

la muerte pintada al óleo en la pared.

“Y Su Magestad,

con su mano larga, con 200 negros

restaurar la Catedral, que no solo le

profanaron con hacer cárcel y carnicería…”.

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VII

Yo, de oídas con la tarde

cayendo, sintiendo la ciudad,

la alegría de las huestes perderse

en la noche de la que ha hecho

alarde por tantas décadas, hoy

que hace falta, al recordarla,

no sé qué hacer con ella desangrada.

El miedo a la muerte,

aunque se actúe y se piense

con desasosiego, el temblor

oscuro es, aunque haya luz.

Extraviado en mis pensamientos

oler el porvenir traiciona.

VIII

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El olor a jengibre,

tú, Francis Drake lo bebiste

recostado de la pared

de la iglesia destruida

y luego orinaste sobre

las tumbas de las osamentas:

putrefacción verde;

putrefacción morena;

en la Catedral.

Río desatado, rompiendo

en siglos la brisa del mar Caribe,

no cesa de cercar este origen delatado.

Tú, el maldito, padre de esta

sombra de Isla al sol;

germen de esta fermentación,

de esta sombra de Isla,

compactible con este añejo

desembarco que en sueño

sofoca el porvenir, como

ahora, sin conjuro, en círculo

estas palabras de orinarse en la calle:

“que si pudiesen se yrian desta

ciudad a la Nueva España por

conseguir quietud y sosiego de espíritu”.

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IX

… ya habían traído el caballo,

la vaca, el cerdo, la gallina,

multiplicándose como vientos.

Todos, en menos de un siglo,

tantas, tantas como estrellas

en el firmamento y la luna de rata

en las aguas de los ríos

y las copas de los árboles.

Con los españoles, los ingleses

tan extraños como si ambos

fueran hermanos de sangre,

al igual que los portugueses,

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los franceses, holandeses.

Sí, el olor a café hizo que las noches

fueran menos largas y el jengibre menos frías.

El casabe hizo las veces del trigo,

como los nuevos nombres dados

a las ciudades por las antiguas

desangradas en la memoria.

Luego los saqueadores,

los sobrevivientes que, si no fueron

muchos, mucho mejor desde

el porvenir a siglos, deseo

de corazón el mío, yo, el escribidor

de rostro de cara al viento del poniente.

____

Amable Mejía es poeta y narrador. Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de SantoDomingo. Autor de El amor y la baratija, El otro cielo y Primavera sin premura, novela.