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Cleider Dayan Ruiz Calderón II Filosofía EL FRACASO Y EL MAL COMO PROBLEMA HUMANO El camino que recorre el ser humano constituye una mezcla de victorias parciales y de muchos intentos frustrados y fallidos. Es indudable que el mundo occidental ha mejorado la situación de mucha gente, por medio de los adelantos tecnológicos y demás, pero no se han superado los límites seculares del ser humano 1 . Es evidente que el fracaso y el mal forman parte de la existencia humana. A este respecto dice K. Rahner: “el fracaso como existencial de hombre es una estructura fundamental fuertemente diferenciada que se manifiesta en todas las relaciones trascendentales y particulares del hombre…” 2 . Las injusticias, los crímenes de todo tipo, la miseria en todas sus formas, el dolor, las enfermedades y el sufrimiento sobre todo el de los inocentes reflejan una cuestión que hay que asumirla muy en serio para encontrar el auténtico sentido de la existencia. Esto se ve como un obstáculo para creer en un Ser supremo. El mal como problema humano Planteamiento del problema Todas las antropologías y religiones tienen el problema del mal y del fracaso, pero no todas lo 1 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, Ediciones Sígueme, Salamanca 2003 13 , 259. 2 Ibídem, 259-260. 1

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EL FRACASO Y EL MAL COMO PROBLEMA HUMANO

El camino que recorre el ser humano constituye una mezcla de victorias parciales y de muchos intentos frustrados y fallidos. Es indudable que el mundo occidental ha mejorado la situación de mucha gente, por medio de los adelantos tecnológicos y demás, pero no se han superado los límites seculares del ser humano1. Es evidente que el fracaso y el mal forman parte de la existencia humana. A este respecto dice K. Rahner: “el fracaso como existencial de hombre es una estructura fundamental fuertemente diferenciada que se manifiesta en todas las relaciones trascendentales y particulares del hombre…”2. Las injusticias, los crímenes de todo tipo, la miseria en todas sus formas, el dolor, las enfermedades y el sufrimiento sobre todo el de los inocentes reflejan una cuestión que hay que asumirla muy en serio para encontrar el auténtico sentido de la existencia. Esto se ve como un obstáculo para creer en un Ser supremo.

El mal como problema humano

Planteamiento del problema

Todas las antropologías y religiones tienen el problema del mal y del fracaso, pero no todas lo afrontan del mismo modo. De muchas formas se ha etiquetado éste problema: los Marxistas hablan de alienación, explotación y lucha de clases; los existencialistas hablan del absurdo y el sin sentido, como Camus y Sartre; los creyentes hablan del mal, del pecado o del diablo. Por encima de estas ideologías hay que entender que el mal hace parte de la vida humana y constituye un problema existencial en donde la experiencia de sufrimiento y de dolor perturba al ser humano3.

Para entender el problema se hace necesario aclarar los términos. Cuando el dolor es sobre todo fisiológico, se habla de dolor físico; pero dolor también se refiere al sufrimiento moral, que muestra el arrepentimiento por una acción. La mayoría de las veces es de éste tipo el dolor, en cuanto que

1 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, Ediciones Sígueme, Salamanca 200313, 259.

2 Ibídem, 259-260.3 Cf. Ibídem, 260.

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cuando el ser humano descubre que algo falta lo considera como un mal. Cuando nos referimos al sufrimiento se hace referencia al dolor físico, pero la mayoría de las veces no tiene que ver con éste dolor4.

El mal es una realidad admitida y sopesada en la historia del pensamiento, no es sólo un hecho perceptible sino una forma de ser de la existencia. Por consiguiente, muchas son las definiciones a través del tiempo; pero algo común a todas, son los distintos niveles en los que se manifiesta este problema5:

El mal físico. Es la carencia de una propiedad debida y tiene su expresión humana en el dolor y el sufrimiento, cuyas causas pueden estar en las situaciones materiales del mundo, defectos corporales, dolores físicos que impiden obrar humanamente...

El mal psíquico. Producido por la sensación de fracaso, que es cualquier intento de asumir un valor que se hunde y acaba en la nada. Sus consecuencias son: la pérdida de ideales, el oscurecimiento de la propia identidad y el desajuste interior.

El mal social. Brota del desajuste en el modo de relacionarnos con nuestros semejantes. Es la desagradable vivencia producida por el abandono de los allegados, por el rechazo y olvido de los amigos, por la separación del medio pertinente. Al igual que los males anteriores, el social hace al ser humano frágil e inestable y lo predispone a la desesperación6.

La filosofía y la teología, también hablan de dos clases de mal, que son consecuencia del mal uso de la libertad humana. El mal personal, que es fruto de una mala elección y el mal moral que se le denomina al pecado, que no solo se refiera a un mal para con su prójimo, sino también la mala relación del hombre con Dios7.

4 Cf. Ibídem, 260-261.5 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, Editorial B.A.C., Madrid 2003, 268-269.6 Cf. Ibídem, 269-270.7 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, 261.

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Problema existencial- problema intelectual

Como problema existencial, el mal provoca una determinada actitud en el ser humano, al margen de que tenga o no una respuesta racional. Éstas actitudes son: el dolor, la huida y la lucha. Causándole reacciones que lo hiere en lo más íntimo de su ser provocando posturas de desaprobación, rechazo y condena; por eso es que el ser humano intenta evitar encontrarse con el sufrimiento y el mal para no ser infeliz8.

La experiencia del mal y del sufrimiento es problema para la inteligencia, ávida de conocer las causas, las razones y el significado de la existencia, que a veces parece contraponerse a la razón y a la racionalidad, que lleva al ser humano a interrogarse, ¿por qué sucede esto?, ¿para qué sirve?… La respuesta a estos interrogantes aparece a lo largo de la historia, teniendo su punto clave en los mitos de los orígenes de los pueblos. Lo que buscan estas posturas intelectuales es comprenderlo para racionalizarlo, insertándolo en un horizonte de sentido9.

Dos son los grupos de soluciones al problema del mal. El primer grupo es el que plantea que es un problema social histórico, donde la inteligencia lo puede captar y racionalizar, e incluso con el proceso histórico acabará superándose por completo. La segunda postura es la que plantea que éste problema se revelan dimensiones metafísicas y trascendentales del ser humano. Y existe una postura conciliadora que opina que es un problema con dos dimensiones, una de naturaleza antropológica y otra de naturaleza metafísica y religiosa.

Algunos intentos de racionalización del mal

Ante el hecho del mal, el ser humano desea despejar una doble incógnita: su causa y su naturaleza; ¿a qué se debe el mal?, y ¿en qué consiste el mal?, aunque muchas han sido las respuestas, varias veces ha sido mal planteado y otras veces muy confusas sus respuestas. No se trata de responder si Dios creó

8 Cf. Ibídem, 262. 9 Cf. Ibídem, 263-264.

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el mal o no, sino por qué Dios creo un mundo finito e imperfecto10. Es así como a lo largo de la evolución del pensamiento humano se han llevado a cabo muchos intentos de racionalizar el problema del mal.

Primeras interpretaciones

En la tradición platónica y aristotélica a diferencia de las tradiciones gnóstica, el mal y los males no ocupaban un tema central, debido a que el mundo no había sido cuestionado por poderes trascendentes y era concebido como cosmos, es decir un orden11. Los Estoicos aseguran que el mal forma parte de la realidad y que de lo contrario sería incompleta, pues constituye un elemento necesario para la armonía universal. Se consideró más tarde en la tradición judeo-cristiana la necesidad de tener que explicar el problema del mal en el mundo y en el ser humano de manera tal que no se afectara la credibilidad de Dios Creador, así surge la teodicea12. Algunas de las religiones, como el Zoroastro en la antigua Persia y el maniqueísmo, explican el mal por el conflicto entre dos principios: uno bueno, Ormuz, y otro malo, Ahriman; éstos dividen el mundo en dos bandos opuestos13. Según Mani, fundador del Maniqueísmo, en el comienzo hubo dos substancias o principios: el bien y el mal; ambos son eternos y poderosos, cada uno tiene su expansión; el bien tiende a lo alto, en tanto que el mal tiende a lo bajo, de otra parte el bien no tiene en sí mismo la fuerza para vencer el mal, por esto la bondad que es orden y paz termina desplegándose por completo de la maldad que es anarquía, perturbación y violencia, el movimiento de constante desprendimiento del mal es lo que caracteriza el movimiento y el progreso del mundo y de la historia14.

La solución dualista del mal no resiste una crítica seria, ya que un dios malo es inconcebible frente al Dios bueno, ser perfectísimo y por tanto único, principio y fin de todo, así lo vieron ya los filósofos y teólogos cristianos de los primeros siglos de nuestra era que negaron la substancialidad del mal, concibiéndolo como privación y carencia de bien; tal como lo plantea Plotino,

10 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 272-273.11 Cf. “Mal” en KRINGS, H; BAUMGARTHER, H; WILD, C., Conceptos

fundamentales de filosofía, Vol. 2, Editorial Herder, Barcelona 1978, 492.12 Cf. Ibídem, 493.13 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 270.14 Cf. Ibídem. 270.

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que considera que el mal es el último grado del ser. Esta “pobreza ontológica” del mal es presentada habitualmente asignando al mal todos los valores negativos imaginables: ilimitación, indeterminación, dependencia, pasividad, temporalidad, inestabilidad, materialidad... Se tiende a colocar el mal en el confín del ser15.

Otros autores entendieron el problema del mal como pura negatividad, que en consecuencia no puede ser obra de Dios. En este caso, San Agustín se plantea si es posible concebir que la substancia divina posea el mal; él responde negativamente. La posición agustiniana parece una concepción platónica, en cuanto que, el mal no puede existir en la realidad pura sino únicamente cuando hay alguna mezcla. Llegó a afirmar que el mal no es otra cosa que privación del bien. San Agustín plantea el problema en tres planos: Desde el punto de vista metafísico-ontológico, en el cosmos no existe el mal, sino que existen solamente grados inferiores de ser en comparación con Dios, dependientes de la finitud de las cosas creadas. El mal moral, en cambio, es el pecado, este depende de la mala voluntad, pues la voluntad por su propia naturaleza habría de tender hacia el Sumo Bien, sin embargo puesto que existen numerosos bienes creados y finitos, la voluntad puede tender hacia estos, invirtiendo el orden jerárquico. El mal físico, es decir las enfermedades, dolores, padecimientos, posee un significado muy preciso para quien reflexiona desde la fe: son las consecuencias del pecado, es decir, una consecuencia del mal moral16.

San Buenaventura reflexiona el mal como pecado (alejamiento de Dios) que consiste en actuar para sí y no para Dios (aliquid faceret propter ser non propter Deum)17.

Santo Tomás ofrece una definición en el ámbito ontológico, en la que prevalece el sentido de privación sobre el de mera negatividad. Más que simple carencia, el mal es falta de bien que corresponde a la naturaleza del sujeto. En esta línea considera que: “el mal se opone al bien y el bien coincide

15 Cf. “Mal” en FERRATER, J., Diccionario de Filosofía. Vol. 3, Editorial Ariel, Barcelona 1994, 2256.

16 Cf. REALE, G, y ANTISERI, D, Historia del pensamiento filosófico y científico, Vol. 1, Editorial Herder, Barcelona 19912. 396-397.

17 Cf. “Mal” en FERRATER, J., Diccionario de Filosofía, Vol. 3, 2257.

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con el ser. Por consiguiente el mal no tiene perfección, ni ser”18. Es una privación; es decir la ausencia de una cualidad o perfección en un ser que debería naturalmente poseerla.

El mal existe en relación con la existencia de alguna substancia, esa substancia a la que afecta el mal es un ser, por tanto un bien; este bien es en general el sujeto del mal, que puede ser la substancia misma (hombre) y que lo afecta en cuando le priva de un bien que podría y debería tener (la ceguera en el hombre)19.

La causa del mal no puede ser mas que el bien: “El bien causa indirectamente el mal al causar un bien al que se adhiere un mal”20. La finalidad del mal no puede ser jamás objeto directo de la intención de ningún agente por malo y perverso que sea, pues el objeto propio de la voluntad es el bien (real o aparente) y por lo mismo, es absolutamente imposible querer alguna cosa bajo la razón del mal; sin embargo el mal puede ser objeto indirecto de la intención de un agente, al querer el bien de una cosa hace el mal en otra21.

El mal puede afectar al ser humano en dos ordenes: “en el orden físico puede acontecer de dos modos; por la falta de la debida integridad en el ser a quien afecta (la falta de piernas o de brazos en un hombre) o por defecto de la operación que realiza ese ser ya sea porque carece en absoluto de ella (la parálisis total en un hombre que debería andar) o ya porque no tiene el orden y el modo debido (la cojera en el cojo)”22. El segundo orden es el moral, que es relativo a las acciones voluntarias de las creaturas racionales y libres, pude ser un mal de culpa que se produce cuando a la acción voluntaria le falta la debida ordenación al fin señalado por la naturaleza o por el mismo Dios23. Concluye el aquinate afirmando: “porque hay mal, Dios existe”24

El modelo de Leibniz

18 ROYO, A., Dios y su obra, Editorial B.A.C., Madrid 1963, 602.19 Cf. Ibídem, 603.20 Ibídem, 604.21 Cf. Ibídem, 605.22 Ibídem, 606.23 Se le atribuye a Dios en cuanto restituye el orden de la justicia, “pero no es autor del

mal moral que constituye precisamente el desorden del pecado” (Ibídem. 606).24 LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 275.

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Leibniz tiene una visión optimista del mal, ante todo trata de responder este interrogante: ¿cómo justificar a Dios ante el sufrimiento y el mal?. Comienza observando que todas las experiencias que llamamos mal no lo son en realidad; la fantasía humana proyecta un sin número de posibilidades, dado que muchas de éstas no se concretan, el ser humano, se siente desgraciado y considera como mal su propia condición, que sólo le permite realizar determinado número de posibilidades. Estamos ante un límite metafísico propio de todo ser, que no merece que se llame mal25. Dios ha hecho cada ser según el modo mejor calculando adecuadamente todas las posibilidades, no existe un mal metafísico propiamente hablando solo existen límites metafísicos26. En cuanto al dolor físico o mal físico, Leibniz sigue las líneas agustinianas afirmando que Dios permite los males para realizar así un bien mayor (la perfección de la persona), considera que el mal moral, es el mal que Dios tolera para salvaguardar ese bien mayor que es la libertad. La posibilidad de cometer el mal moral es inseparable de la libertad moral. El abuso de la libertad no hay que atribuirlo a Dios, sino a la persona humana que la utiliza incorrectamente27. “Dios quiere antecedentemente el bien y consecuentemente lo mejor… incluso en el mejor de los mundos posibles los seres creados tienen que ser imperfectos de otra forma serían dioses”28. Leibniz no niega la existencia del mal en sus diversas formas pero intenta demostrar que tiene una realidad más aparente que profunda.

Esta peculiar concepción de racionalizar el mal resulta optimista, no se reconoce suficientemente las dimensiones cosmológicas y sociales del mal, que es preciso antes verlo y analizarlo en el ser humano.

El mal como fenómeno meramente histórico

25 “El mal se pude entender como metafísico, físico y moral. El mal metafísico consiste en la simple imperfección, el mal físico en el dolor, y el mal moral en el pecado” (GEVAERT, J., El problema del hombre, 264).

26 Cf. Ibídem, 265-266.27 Cf. Ibídem, 266-267.28 TAMAYO, J., Para comprender la crisis de Dios hoy. Editorial Verbo Divino,

Navarra 1998, 42.

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La interpretación marxista del mal ha ocupado durante decenios el centro de la atención y ha suscitado innumerables discusiones y debates. Joseph Gevaert se limita a la interpretación de M. Verret, filósofo marxista, éste comienza rechazando radicalmente todo recurso a la trascendencia religiosa y metafísica; argumenta en su libro “El Ateísmo moderno” que la historia es el único horizonte donde el mal se puede comprender y superar, para esto se debe buscar la clave en la teoría general del movimiento dialéctico de la materia; resulta entonces que el mal está universalmente presente en la naturaleza como el motor mismo de la materia en su ascensión a niveles más perfectos, es el espíritu de la materia. En la naturaleza toda forma de mal es funcional, la naturaleza, como recuerda Marx, nunca plantea problemas sin esbozar a su vez la solución29. Siguiendo a Marx, M. Verret plantea que el mal aunque surja inevitablemente en la evolución dialéctica, nunca tiene una dimensión absoluta y permanente, no goza, a nivel humano, de ninguna posición privilegiada pero es necesario para el acceso de la humanidad a la libertad. Se concluye que el marxismo resuelve el problema del mal atendiendo a las causas que lo han engendrado; esto es, a las causas económicas y a las estructuras sociales. El marxismo cambia al ser humano modificando las estructuras sociales es así como al mal capitalista le sucederán otras formas de mal “humanizado”, o sea, formas de conflicto y contrastes que se irán superando a medida que aparezcan. Es importante, pues, empezar a actuar, comprometerse y unirse en la lucha contra el mal30.

La explicación del mal desde una perspectiva evolucionista

Las interpretaciones evolucionistas del problema del mal pretenden superar el enfoque heredado del racionalismo y comprender racionalmente el mal en el marco de la totalidad de la materia evolutiva. La explicación de Teilhard de Chardin, se sitúa en una visión personalista del ser humano, declara que el mal incita al ser humano a superarse, es así que el progreso se conquista tras una dura lucha después de haberlo intentado muchas veces y haber fracasado otras tantas, el mal es entonces el tributo a pagar en cada etapa de la existencia para lograr la complejidad cada vez mayor. El dolor, los sufrimientos, los fracasos, la muerte y en definitiva el mal están presentes

29 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, 269.30 Cf. Ibídem, 269-271.

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en el proceso evolutivo del mundo, que, en su marcha ascendente, no puede evitar las frustraciones y los fracasos, es un hecho que acompaña al progreso de la humanidad hasta sus cuotas más altas. Por consiguiente, el mal es para Teilhard de Chardin un subproducto inevitable de la evolución. Brota necesariamente de la ley de la evolución31. Pero, por otra parte, “si el mundo evoluciona y este movimiento se encamina a la realización de la persona, es necesario que el no-ser decrezca y aumente el ser y el bien”32.

Una de las características de Teilhard de Chardin es su interpretación que hace del mal, sobre su confianza radical en la posibilidad del éxito, el ser humano es invitado constantemente al compromiso, todas las formas de mal se pueden recuperar en cuanto que el ser humano puede darle a todo un sentido positivo que promueva la ascensión del mal33.

Carácter Precario de toda respuesta puramente intelectual.

Las interpretaciones precedentes no aclaran completamente el problema del mal, la razón se muestra impotente ante tal situación para delimitar su misterio inaprehensible34. La reflexión filosófica no logra aclarar por completo el problema del mal. A pesar de esto, la filosofía ofrece un aporte importante concretando más críticamente los términos del problema y circunscribiendo mejor su misterio inaferrable35. Es necesaria, por tanto, una reflexión filosófica que, aunque no solucione enteramente el problema a nivel vivencial humano, ofrezca, sin embargo, una visión coherente de la realidad global, en cuyo seno se inscribe el mal como hecho indiscutible36.

Observaciones previas

Joseph Gevaert sigue las líneas de Bergson al señalar que la reflexión sobre el problema del mal está continuamente expuesta a dos peligros: por una parte la exageración de la cantidad, la calidad de los sufrimientos y las formas del mal producidas por la fantasía, ya que muchos crean un mundo ideal y como

31 Cf. Ibídem, 272-273.32 LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 278.33 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, 274-275.34 Cf. Ibídem, 275.35 Cf. Ibídem, 276.36 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 268.

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no son capaces de alcanzarlo se sienten infelices; por otra parte, la tendencia a proyectar todo el problema sobre la trascendencia, interpretándolo deductivamente confrontando el mundo idealizado, que cada ser humano crea, con el mundo real concluyendo que éste es malo y errado, desembocando así, algunas veces, en el ateísmo37.

Frente a estas dificultades es válido hacer dos importantes observaciones: la convicción profunda de que, a pesar de las considerables formas de sufrimiento y mal, la existencia se presenta como buena y la constatación de que en todos los tiempos el hecho significativo de personas que no dudan en afrontar los sufrimientos, males y fracasos con tal de hacer el bien a los demás, adquiriendo así una actitud existencial humanizante38.

“El problema filosófico que se plantea es si esta actitud positiva ante una existencia donde el mal y el sufrimiento ocupan un espacio importante, encuentra un fundamento en la interpretación intelectual–filosófica de la realidad o si se trata, en definitiva, de una actitud de fe religiosa que remite a la existencia de un Dios creador”39.

Insuficiencia de las explicaciones puramente racionales

El límite que encontramos presente en las explicaciones racionales, está en que quiere resolver el problema a la luz de la totalidad y de la universalidad. “Para Leibniz el mal es aparente, porque si se le ve desde la totalitaria todo se encuentra radicalmente en su sitio. Para Hegel y el marxismo los males son históricos y la conciencia infeliz son etapas obligatorias de la realización de una totalidad perfecta”40. Desde esta visión el mal y el sufrimiento hacen que se resalte el bien.

Pero si este problema sólo se ve desde lo universal, se falsifica básicamente porque el problema tiene su raíz esencialmente en el ser humano individual que se ve obstaculizado y bloqueado, en su unicidad a la hora de realizarse, ya

37 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, 276-277.38 Cf. Ibídem, 277.39 Ibídem, 277.40 Ibídem, 280.

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que el ser humano no se puede reducir a una totalidad cualquiera, y éste a su vez es inalienable.

Los marxistas han concluido que el empobrecimiento de las masas y los conflictos sociales son etapas inevitables de la destrucción del capitalismo. Pero esto no elimina las hambres, guerras… La ciencia, la tecnología y las teorías evolucionistas ayudan a situar muchos aspectos del mal y aportar remedios concretos. Con esto vemos que no se puede eliminar racionalmente el mal a no ser que todos sean reducidos a meros individuos, es decir, a entidades que se intercambian en la realización de la totalidad41.

El puesto del fracaso en la existencia humana Una interpretación más realista del hombre

Afrontar el problema del sufrimiento, del fracaso y de la muerte significa reconocer la estructura corpórea y terrena del hombre que está expuesta a los fenómenos naturales, exige por tanto vivir auténticamente expuesto a los fracasos y a los riesgos de prever y proyectar. Un ser humano que vive con otros, que participa de los gozos y dolores, los anhelos y esperanzas constituye la base necesaria de nuestra existencia. Así mismo, el encuentro de muchas libertades permite también que se abuse a costa de los demás, de igual modo el conjunto de las culturas y las estructuras integran además la condición del hombre real y concreto en la que pueden existir distintas clases de justicia y opresión42.

Las estructuras en las que se vive, exponen al ser humano a actuar según la lógica del sistema y por tanto a participar en las injusticias y abusos de la libertad. La historia de la civilización humana se caracteriza también por algunos rasgos de rechazo culpable ante la llamada del otro43. Las explicaciones racionales del problema del mal a la luz de la totalidad y de la universalidad generan un límite insuperable que tiende a falsificarlo esencial y básicamente. El problema del mal radica en que el ser humano individual se ve obstaculizado y bloqueado en su unicidad irrepetible a la hora de realizarse,

41 Cf. Ibídem, 281.42 Cf. Ibídem, 277.43 Cf. Ibídem, 277-279.

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esto hace notar que efectivamente existe un misterio personal del mal. Los límites de la existencia humana nos remiten al problema de la trascendencia que permite con una actitud de esperanza alcanzar un sentido a la existencia personal y comunitaria pero una esperanza puesta fuera de sí44.

Situaciones límite

La condición humana se caracteriza por algunas situaciones límites45 muy profundos que en el ámbito humano son insuperables como el sufrimiento, originado unas veces por las circunstancias físicas o psicológicas y por el abuso de la libertad; la culpa dada por el abuso voluntario de la propia libertad el rechazo consciente de la llamada del otro. Toda culpa liga al ser humano a la dimensión de la trascendencia, la lucha al afrontar sus fracasos y la muerte, a la cual todas las formas de mal y fracaso están relacionadas; ella expropia al ser humano de sí mismo y le quita de las manos la disposición de su propia existencia. En una búsqueda de solución al problema del mal el ser humano no puede recurrir a la ciencia ni a la tecnología, la reflexión filosófica le ayudaría a clarificar mejor su naturaleza y alcance; sin embargo no ofrece una explicación adecuada ni el modo de superarlo. La solución parece estar en la fe religiosa46.

El mal en todas sus formas especialmente el moral que puede tener su raíz en el abuso de la libertad o en el rechazo de la llamada del otro que genera manchas de culpa en el ser humano, que aunque supere estas situaciones siempre hay algo que permanece, la razón parece estar en que la llamada moral contiene un aspecto de absoluto que nos remite a la trascendencia, que le exige reajustar la relación con el Creador47. La experiencia de fracaso y mal

44 Cf. Ibídem, 278-279.45 Veamos un texto de K. Jasper en donde se define las situaciones límite: “Situaciones

como la de tener que estar siempre en situación, no poder vivir jamás sin lucha ni dolor, deber asumir inevitablemente la propia culpa o tener que morir, son situaciones límite. No cambian en sí mismas, sólo en su forma de presentarse. Son definitivas respecto de nuestro estar ahí. Se escapan a nuestra comprensión, como también se escapa a nuestro estar ahí lo que las trasciende. Son un muro contra el que chocamos y en el que naufragamos. No podemos cambiarlas lo más mínimo y debemos limitarnos a considerarlas con suma claridad, sin que las podamos explicar o justificar por algo. Subsisten con el propio estar ahí” (Ibídem, 283).

46 Cf. Ibídem, 283.47 Cf. Ibídem, 283.

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tiene que ver en última instancia con la muerte que plantea dramáticamente los límites humanos. En el fondo subyace el problema del significado básico y último de la existencia humana y que sitúa al ser humano el interrogante fundamental: ¿Cuál es la base sobre la que se puede construir una auténtica comunidad interpersonal? ¿Quién puede ayudar a cada hombre concreto a salir de la profundidad de su miseria?48.

Dios y el problema del mal

Justificación racional

La persona humana se cuestiona la razón de ser del mal, del sufrimiento y del fracaso: ¿Por qué Dios ha permitido el mal?, interrogante que surge ante un sufrimiento inesperado, o es Dios el que envía los males o, por lo menos lo permite, de todos modos hay una contradicción fundamental entre Dios y el mal. ¿Cómo hacerlo compatible con Dios?, la pregunta ha preocupado a la teología judía y cristiana a lo largo de los siglos, razón por la cual se han ensayado diversas soluciones (teodiceas) para justificar racionalmente a Dios ante el mal49. Se hace por tanto necesario una justificación racional a la hora de hallar una relación entre Dios y el problema del mal. Afirmamos que Dios no crea el mal, ni lo causa, ni lo quiere, porque en cuanto tal sería un absurdo. En la naturaleza Él quiere y pretende las renovaciones, pero no las destrucciones que pretenden el reverso50.

Precisamente Dios crea un mundo finito y al hacerlo, el mal que se asienta sobre él en la forma finita de ser, no es extraño y añadido, sino es, una necesaria derivación, cuya expresión se encuentra en su misma realidad51. Por tanto, un mundo finito-perfecto es imposible lógica y metafísicamente; pensarlo completamente perfecto desde el principio equivale a exigir la cuadratura del círculo. No es que Dios no pueda hacerlo, sino que es irrealizable en sí mismo52. La omniperfección se opone a creación, que equivale a participación, por ser el mundo creado es por tanto finito, inacabado y deficiente; y por consiguiente, carece de la perfección total, es

48 Ibídem 283.49 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre, 270-271.50 Cf. JOURNET, C., El mal, Editorial Rialp, Madrid 1965, 47-48.51 Cf. LUCAS, J., Dios, horizonte del hombre. 273.52 Cf. Ibídem. 273.

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espacio para el mal. Aunque este razonamiento realizado no constituye una explicación plenamente convincente, a nivel humano, proporciona sin embargo, la justificación racional y coherencia lógica exigidas por la mente.

El problema del mal suscita dos posiciones frente a Dios: el mal como antiteodicea o como proteodicea.

El mal, anti-teodicea

A lo largo de la historia del pensamiento abundan los testimonios contra la existencia de Dios debido al hecho del mal. Éste hace imposible a Dios, porque niega sus propiedades esenciales. Esta concepción hace inviable cualquier intento de justificación de Dios y termina con toda teodicea. El “optimismo metafísico” de Leibniz es desmentido, dando cabida a la tesis contraria de Schopenhauer (Pesimismo absoluto). Sin embargo ambas tesis olvidan una verdad fundamental, la inconsistencia ontológica del mal. La presencia del mal no es una defensa contra Dios sino un reclamo y una exigencia del mismo, una necesidad que haga crecer el bien disminuyendo el mal53.

El mal, pro-teodicea

La presencia del mal en el fondo lejos de clamar contra Dios, postula su existencia, y se refiere a su naturaleza, bondad por esencia. Desde una perspectiva filosófica surge la pregunta por el motivo y la razón de semejante creación; ¿Por qué Dios hizo un mundo que tenía que contar con el mal necesariamente? ¿Valía la pena crear un mundo defectuoso? he aquí el misterio54.

Relación de Dios con el mal

Dios es la objeción contra el mal, nuestro mundo es una realidad finita capaz de finitud mediante un lento proceso de crecimiento y de maduración,

53 Cf. Ibídem, 273-274.54 Cf. Ibídem, 275-277.

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en el que el ser creado alcanza a través del ser humano su plenitud en la comunión con el Absoluto. Dios opta por el ser en vez de la nada aunque el resultado temporal de su acción esté cuajado de negatividades y carencias, no es para instalarse definitivamente en ellas, sino para superarlas ya que el ser creado lleva la impronta de su Creador55. Dios crea un mundo y en él a las creaturas, con ellas combate el problema del mal, y si lo permite respeta la libertad que conlleva la creación, tal era la afirmación de Leibniz.

“La única solución al problema del mal, sólo puede pensarse en términos escatológicos, es decir como acabamiento y transfiguración de este mundo defectuoso… La verdadera realidad es la del Espíritu y su reino”56. En este contexto es válida la perspectiva del Cristianismo que a nivel humano ofrece una actitud basada en aceptar y participar voluntariamente en los sufrimientos y el mal en todas sus formas para derrotarlos desde dentro por la fuerza del amor57.

BIBLIOGRAFÍA

55 Cf. Ibídem, 277.56 Ibídem, 280.57 Cf. GEVAERT, J., El problema del hombre, 285.

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