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FORO INTERNACIONAL DE ÉTICA PÚBLICA
Hacia una cultura de la Legalidad y la Integridad
Ética y Valores en la Cultura de la Legalidad y la Integridad
Jorge Yarce
Presidente del Instituto Latinoamericano de Liderazgo-ILL, Director del Equipo de Consultores del Proyecto de Formación para la Cultura de la Legalidad y la
Integridad para Colombia (CLIC) y del Foro Internacional de Ética Pública
Bogotá, junio 27 de 2014
FORO INTERNACIONAL DE ÉTICA PÚBLICA – Bogotá, junio 2014 Ética y valores en la Cultura de la Legalidad y la Integridad – Jorge Yarce
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Ética y Valores en la Cultura de la Legalidad y la Integridad
Jorge Yarce
Resumen
Si examinamos el contexto ético social actual, nos encontramos con ideologías
que promueven conductas contrarias a la legalidad y la integridad: son tres
cánceres morales que erosionan la salud de la sociedad: consumismo,
individualismo y relativismo, en estrecha conexión con la violencia, la inequidad
y la corrupción.
Como una respuesta eficaz a ellos, se plantea una cultura centrada en la
dignidad fundamental de la persona, utilizando la legalidad y la integridad como
dos poderosos motores de la Ética Pública, y examinando su influjo en cuatro
ámbitos de vida fundamentales: la persona misma, la familia, la institución y la
comunidad.
Esta cultura ética promueve comportamientos observables, que sean
sostenibles para recobrar la confianza de la ciudadanía en las entidades
públicas y el Estado. Se hace realidad con una pedagogía social de la Ética y
los valores, no por imposición normativa, sino por convicción, para que
arraiguen efectivamente en las personas, en las organizaciones y en la
comunidad. Se han seleccionado 4 valores para fortalecer su vivencia:
trascendencia, respeto, confianza y solidaridad.
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No es el vivir lo que ha de ser considerado lo más alto, sino el vivir bien; el vivir bien, el vivir honestamente y el vivir justamente son una misma cosa.
Sócrates (Platón, diálogo “Critón”)
I. Contexto social e ideologías éticas
Los servidores públicos son el primer objetivo de los corruptos en su ataque a
las instituciones con sus gigantescas maquinarias al servicio de la ilegalidad. E
igualmente, son los funcionarios de todos los niveles del Estado quienes deben
encabezar la batalla contra la corrupción, conscientes de que no es tarea suya
exclusiva, como no lo es solo del gobierno y de los demás poderes públicos. En
esta lucha está comprometida solidariamente toda la sociedad.
Los daños que produce la corrupción son inmensos y cuantificables. Las leyes
que castigan el delito tienen plena vigencia, pero también está claro que hace
falta una fortaleza moral en las personas y en las entidades para resistir esos
ataques y evitar los enormes perjuicios al bien común. Dentro de las entidades
públicas hay personas que ceden a la tentación de la corrupción, que justifican
su conducta por la desconfianza en las leyes o en la autoridad, o por
incoherencia entre la conducta personal y lo que demandan las normas y los
códigos éticos y los valores institucionales. Lo anterior lo constata para
Colombia el Informe “Marco Conceptual del Proyecto Cultura de la Legalidad y
la Integridad”, fruto del estudio realizado por la Universidad Javeriana (1).
A l mismo tiempo en el contexto social se percibe la presión de ideologías
muy poderosas que se han ido conformando y predominando en el ambiente.
Es lo que denominamos los tres cánceres morales que corroen el sistema
social: el consumismo, el individualismo y el relativismo.
El consumismo trata de igualarnos a todos, porque todos somos
consumidores, pero en realidad nos enfrenta unos a otros cuando la ambición
de tener se desborda y puede conducir a la violencia para lograr lo que no se
puede obtener de modo justo. El consumismo comporta lo que hemos
denominado el imperio de la triple P: plata, poder y placer (2).
La plata, el dinero, se convierte en valor supremo y objetivo primordial de los
individuos, a tal punto que la educación muchas veces se centra en formar para
obtener fundamentalmente un logro económico, en menoscabo de otro tipo de
bienes. El poder se utiliza para dominar a otros, no para servirles, sino para
servirse de ellos y para servirse del bien común, en lugar de servir al bien
común. Y el placer, en cuanto exaltación de los sentidos –hedonismo-, está
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relacionado con la plata y con el poder, porque configura un estilo de vida
materialista, que denota indiferencia hacia las realidades de orden espiritual,
tan ligadas a la naturaleza de la persona.
El individualismo centra todo en el yo y en los derechos y privilegios
individuales. El individualismo refuerza la dependencia materialista y amenaza
al pluralismo porque fomenta la intolerancia y una falsa autonomía (3) La
sociedad actual padece las tensiones creadas por un individualismo que deriva
en el egoísmo como “enemigo fundamental de la Ética (4). Egoísmo que
rechaza los vínculos sociales y que también puede conducir a la intolerancia y
a la violencia, fenómenos nada extraños en las sociedades democráticas
actuales.
El relativismo (5) no acepta ni la verdad ni principios universales que sirvan
de referentes básicos a la Ética, que es considerada como un asunto privado
dependiente del parecer individual. Cada persona hace valer su forma de
entenderla y solo hay puntos de vista diferentes pero todos éticamente válidos.
Prima la libertad absoluta del individuo solamente limitada por conveniencias
personales o por las leyes como sistema regulador de la convivencia. Este
relativismo puede llevar a la anarquía frente a todo tipo de autoridad.
Por contraposición a la Triple P surge la Triple S: ser persona, servir y
solidaridad. Lo primero porque la persona es un ser espiritual (racional,
emocional y libre), capaz de autodominio, autonomía y entrega, que se realiza
a sí mismo en busca de la felicidad. Es la búsqueda auténtica que todo ser
humano hace, consciente o inconscientemente, desarrollando sus
potencialidades y aspirando a una felicidad o plenitud interior, de orden
espiritual, mucho más consistente que la búsqueda centrada solamente en el
éxito económico, en la fama o en otros logros aparentes. Servir como una tarea
esencial al ser humano, que le permite trascender hacia los demás y
desarrollarse como persona a través del trabajo como un servicio bien hecho. Y
solidaridad que significa la entrega y ayuda generosa para atender las
necesidades de los demás, que constituye es un lazo fundamental para
convivir y construir comunidad.
Lo anterior pone de presente la necesidad de afirmar la condición ética de la
persona, algo consustancial a su ser, algo suyo per se, por sí misma, no por las
circunstancias o porque los demás o la sociedad se lo reconozcan. Algo tan
radical para sí misma como admitir que es sociable por naturaleza.
Concebimos la Ética como una orientación racional de la conducta para realizar
el bien. Más que mirarla como un conjunto de normas y deberes que se nos
imponen desde fuera, es verla como una convicción profunda que nos lleva
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actuar buscando la rectitud de conducta en lo personal, en la organización y en
la comunidad. Se trata de algo practicado libremente, como fruto de una
adhesión consciente y voluntaria, no porque lo indique un código ético, sino
porque hay algo en el interior del ser humano que lo invita a ser ético, que
evidencia que posee una conciencia que actúa como una brújula de la
conducta que tiene como referentes unos principios universales.
Me gusta llamarla “Ética personal en acción” porque no se reduce a ser una
elaboración de tipo filosófico conceptual, sino que implica una racionalidad
práctica que mueve a obrar de conformidad con los valores orientadores de la
conducta propios del ser humano. Tiene que ver con las razones y argumentos
cuya raíz está en la persona misma; quizás los tenga olvidados o quizás han
sido oscurecidos por las circunstancias, las presiones de las ideologías, los
intereses del poder, las conveniencias particulares o, en fin, por todo aquello
que hace perder de vista la razón de ser de la persona, tratando de justificar la
conducta sin pensar en si está bien o está mal.
Michael Sandel, al hablar de las leyes del mercado que tratan de imponerse
sobre las leyes morales, pone como ejemplo el caso de los sobornos en los
que se paga a la gente por cuidar la salud (no fumar o adelgazar), o sea, por
algo que de todos modos se debería hacer por el propio bien. “Rehúyen la
persuasión e imponen la razón externa sobre la intrínseca… induciendo a
hacer una cosa buena a cambio de una cosa mala” (6). Se incurre en una
forma de corrupción, cuando bastaría pensar en que “una verdadera
preocupación por el bienestar físico es parte del respeto a nosotros mismos”
Además –dice él- “la disposición a ser sobornados puede convertirse en un
hábito”.
Sandel habla de razones intrínsecas, las mismas razones interiores que
llevaron a Sócrates a rechazar la propuesta de sus discípulos, encabezados
por Critón (7), de aceptar el soborno para sacarlo de la cárcel y evitar la pena
capital injustamente decretada. El le expresa: “siempre he sido un hombre
dispuesto a obedecer a la razón”. Y esta le dice que debe respetar las leyes.
Lo cual está en la misma línea de la respuesta que les daba cuando le
preguntaron –en el diálogo platónico Gorgias- si era mejor cometer una
injusticia o padecerla, y él les decía que era mejor padecerla que cometerla
porque la justicia es el mayor de los bienes y la injusticia el peor de los males.
Además, porque: “el injusto es totalmente desgraciado”. Hoy como entonces,
tenemos que invocar las razones interiores o intrínsecas para combatir la
corrupción no sólo con las leyes, sino con las convicciones y los valores éticos.
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II. Legalidad e Integridad como motores de la Ética Pública
Todo el componente formativo del Proyecto de la Cultura de la Legalidad y la
Integridad se apoya primero que todo en la Legalidad porque, volviendo a
Sócrates, “la justicia es lo más valioso, lo que perfecciona el alma y le da salud,
no el poder, la riqueza, no la riqueza, no la fama ni el placer” (8)
Dando soporte a la acción individual, deben existir unos marcos objetivos de
legalidad e integridad de los que habla Villoria con normas muy claras y de
distinto orden para amparar la legalidad y a, su vez, promover la integridad, lo
cual tiene que ver con las instituciones formales y no formales con las que
cuenta el Estado, y con los medios para exista el buen gobierno, en el que la
norma jurídica es inseparable de la Ética(9) .
Podríamos afirmar que Legalidad e Integridad es una nueva forma de designar
la Ética Pública o dos de sus campos de acción primordiales. La legalidad nos
ofrece dos caras: una, la propia del imperio de la ley y de las instituciones que
se encargan de ella para que constituya una ordenación efectiva al bien común.
Es una legalidad objetiva que responde a estructuras formales del Estado, que
busca la adecuada protección de los derechos de los individuos y los derechos
sociales, mediante “instituciones legítimas, , eficientes y eficaces y estables”
afirma Villoria. Con base en ella se ejerce un control legítimo y se propugna por
la buena administración pública. Otra cara, en cambio, que podemos
denominar legalidad subjetiva, es la proveniente de la aceptación de la norma
por parte de los individuos conscientemente, no en razón de la coacción que
ella supone y frente a la cual surge el cumplimiento obligatorio e inexcusable.
Legalidad en el Proyecto CLIC
La legalidad se entiende como una apropiación voluntaria de la ley que lleva a
su cumplimiento no sólo por la obligatoriedad que encierra, sino por el
convencimiento de que es lo mejor para lograr los fines sociales. “Cuando
hablamos de legalidad debemos necesariamente adjetivarla o por lo menos
contextualizarla, porque la legalidad como tal, como un concepto despojado de
cualquier cualificación o de una referencia histórica o cultural relevante, es
simplemente una técnica, un criterio de organización” (Informe Marco
Conceptual, Universidad Javeriana 2012).
Podemos decir que la integridad también se puede mirar a través de dos caras:
desde el punto de vista de los marcos normativos de integridad, que la exigen a
través de instrumentos vinculados de alguna manera a las leyes. La otra cara,
más subjetiva, es lo que podemos denominar la asunción de la Ética por parte
de los individuos, en forma deliberada y voluntaria, acatando los códigos éticos,
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o fomentando prácticas personales o corporativas que impliquen la vivencia de
valores éticos en busca de la honestidad y la transparencia en la conducta.
Esta integridad subjetiva debe ser reforzada por la promoción social de la Ética
hecha desde el Estado. Utilizo las palabras de Villoria: “Para fomentar la
integridad de los servidores públicos es muy importante crear marcos de
integridad organizacionales, en los que normas, procesos adecuados y
estructuras de gestión eficaces contribuyan conjuntamente a prevenir la
corrupción y fomentar la ética... De esta forma, lo que el sistema permite es
una continua mejora, pasándose de implantar mecanismos anticorrupción a
consolidar instrumentos, procesos y estructuras que fomentan la integridad”
La teoría del buen gobierno –sigue afirmando Villoria- plantea la creación de
instituciones que buscan la transparencia, la rendición de cuentas, la eficacia,
la coherencia, la objetividad en el servicio y la integridad. Esta se gestiona a
través de políticas que conecten con el ejercicio del buen gobierno, que busca
la igualdad de oportunidades, la ciudadanía plena y el desarrollo económico,
controlando los grandes poderes y buscando el mayor bien para todos. “El
buen gobierno debe contribuir decididamente a construir las instituciones
adecuadas: aquellas que fomentan conductas positivas para la comunidad y
desactivan las conductas dañinas”.
Escenarios de Legalidad e Integridad
Legalidad e Integridad forman una unidad que las hace inseparables la una de
la otra y se deben trabajar en forma permanente de modo que arraiguen en la
cultura de las entidades públicas. No es asunto de altruismo o de simple buena
voluntad, o de una cruzada moral. Es una necesidad social, respecto de la cual
el gobierno, “con su ejemplo de honestidad, debe generar creencias de que es
racional actuar legal y honestamente” (Villoria).
Según el “Informe Marco Conceptual”, hay escenarios favorables a la cultura de
la legalidad (sentido de pertenencia, identificación con valores, participación en
toma de decisiones, seguimiento y monitoreo y sistemas de calidad que buscan
la eficiencia y la eficacia). Pero también se presentan escenarios adversos que
dificultan la legalidad y la integridad (por ejemplo: falta de espacios de
participación, complejidad de los marcos normativos o dificultad de adaptación
a los cambios), o prácticas nocivas frente a los ciudadanos o ante los
contratistas del Estado, y falencias en la institucionalización de las normas
(permisividad y laxitud en la autoridad y en la ciudadanía).
También operan culturas inadecuadas, especialmente la cultura de la
inmediatez (impulsada por el consumismo y el afán de éxito fácil, la
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incapacidad de espera, la errónea aceptación de fines que justifican los
medios), los mecanismos frágiles para garantizar derechos o que fomentan el
clientelismo y el amiguismo, o los que permiten la persistencia de actores como
la pobreza y la inequidad. Quien opta por la ilegalidad cree que puede construir
sus propias leyes suplantando el bien común por un bien particular. Así como
se edifica una cultura de la legalidad también se puede afectar el bien común a
través de las conductas sociales ilegales, especialmente la corrupción.
Integridad con valores
Según el Informe Marco Conceptual: “La cultura de la integridad implica la
puesta en práctica de un conjunto de valores que llevan a que las
organizaciones se conduzcan de la mejor manera posible en todas las
circunstancias”. Y se define la integridad como “una cualidad o característica de
la conducta individual o del comportamiento organizacional, que también puede
ser considerada como una virtud individual y organizacional que lleva a las
personas a “actuar de conformidad con los valores, las normas y las reglas”
Tal como sucede con la legalidad, la integridad se basa en otros valores como
la honestidad, la rectitud, la entereza, la transparencia y la lealtad. Estos
valores también apuntan a consolidar el rechazo a la conveniencia
individualista o al relativismo moral porque las conductas íntegras apuntan a
que se actúe con visión de conjunto, no según cada caso o según las
circunstancias. “La integridad –dice el Informe– se expresa en la congruencia
entre lo que se piensa, se siente, se dice y se vive; en la responsabilidad que
se asume por las decisiones y acciones que se toman; en la confianza
depositada por los otros; en la transparencia de las instituciones y la
satisfacción con sus servicios que pueden expresar los ciudadanos”.
La práctica de los valores permite afrontar la ruptura entre legalidad e
integridad que se observa en funcionarios públicos que revelan -según el
Informe citado- tolerancia a las faltas éticas (por ejemplo, negligencia en el
desempeño del cargo, lógica del menor esfuerzo, malos tratos, desprecio por lo
público, ausentismo, impuntualidad), que no siempre son ilegales o no siempre
existe sanción jurídica para ellas. De las faltas se pasa a amenazas mayores
para la integridad: inconsistencia en los valores, sobrevaloración del interés
privado, tolerancia a la ilegalidad y una serie de imaginarios que vinculan
política y corrupción.
La estrecha relación entre legalidad e integridad nos hace pensar en que el
fortalecimiento de la Ética pública con base en esos dos valores centrales y en
otros valores complementarios, logra conjugar todos los factores en beneficio
de la cultura de las instituciones.
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III. Los ámbitos de acción de la Legalidad y la Integridad
El Proyecto de la Cultura de la Legalidad y la Integridad para Colombia (CLIC)
hace especial hincapié en enfocar la Ética como un saber práctico, como una
Ética en acción, para relevar que se trata del comportamiento y de los hábitos
concretos, a través de los cuales se puede percibir la conducta recta. Se busca
que las personas y las instituciones se sensibilicen sobre la importancia y la
necesidad de las prácticas éticas, pero, sobre todo, que se estas se logren
como fruto de la convicción, no de la imposición propia de las normas legales.
Hablamos del ámbito como un campo de acción dotado de sentido por la
presencia de la persona, la cual tiene una importancia grande a la hora de
analizar las dimensiones o niveles de la proyección de la Ética Pública. No se
trata del ambiente físico o del conjunto de objetos o de espacios geográficos.
Los ámbitos están delimitados “pero se abren a otras realidades; pueden ser
afectados por la acción de otros seres y, a la vez, ejercen influjo sobre ellos
(10)”.
El primer ámbito de acción de la Cultura de la Legalidad y la Integridad es
la persona misma, que posee su riqueza, su intimidad y es, a la vez,
interdependiente respecto a los demás. De ahí que la Ética Pública tenga como
fundamento la Ética personal, cuyo dinamismo se basa en el reconocimiento de
la dignidad humana, pasando por la conciencia como brújula de la acción moral
Y vinculada a la libertad y a la responsabilidad como características esenciales
del actuar ético.
La persona es el centro de la acción ética. Desde su potencialidad corporal,
afectiva, intelectual y espiritual se desarrolla en busca de su felicidad o
plenitud. Su voluntad y su libertad hacen posible que ella vaya siempre tras lo
mejor para sí y para los demás, pues está hecha para trascender desde sí a los
demás y juntos alcanzar un bien común. La construcción de la Cultura de la
Legalidad y la Integridad empieza por el auto reconocimiento propio y por una
honda valoración de la propia capacidad y de los propios valores que arraigan
en la persona y desde ella se comunican a los otros ámbitos.
Aunque la Ética Pública tienen campos de acción propios característicos de las
Organizaciones, que son distintos de los de la Ética personal, sin embargo no
podemos oponerlas entre sí como si pudiera presentarse una falsa invasión de
autonomías. En todo caso, la personal siempre inspira y sirve de base a la
pública, y esta, a su vez, lleva a comprender mejor la acción de aquella.
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Un segundo ámbito es la familia, fundamental para la realización de la
persona como persona y primer escenario de la Legalidad y la Integridad. Vale
la pena recordar este principio universal de importantes consecuencias: “La
familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la
protección de la sociedad y el Estado” (Art. 16 Declaración Universal de
Derechos)
En la familia como primera escuela de valores se da el primer aprendizaje de la
legalidad y la integridad. Si hablamos de la condición del servidor público como
ciudadano, tenemos que volver la mirada al ámbito familiar, donde se pone a
prueba en primera instancia la Ética personal y donde se recibe un influjo del
ámbito de la organización, es decir del servidor público.
Ser familia y hacer familia es indispensable en el proyecto de vida personal y,
desde el punto de vista de las organizaciones, algo decisivo al plantear los
procesos de desarrollo de las personas. Desde ellas se da una proyección al
ámbito institucional y al de la comunidad en la cual la familia está llamada a ser
un motor de cambio y de equidad social, porque es “la raíz primaria de la
solidaridad”.
Un tercer ámbito es el de las organización o institución. En ella la
legalidad y la integridad se promueven a través de políticas, estrategias y
prácticas; no basta contar con que las personas quieran ser éticas y actuar
éticamente. Hay que sensibilizarlas y ayudarles al razonamiento ético para que
puedan resolver los dilemas éticos que se dan en su trabajo, a la vez que
crecen en la formación de hábitos morales de comportamiento recto en su
trabajo, en su relación con los colegas y en su interacción con los ciudadanos o
en su relación con el Estado.
La Ética Pública –dice Merino- “respalda las reglas y procedimientos
indispensables para deliberar, para dialogar y construir respuestas a las
preguntas que desafían nuestra vida en común y le ofrece un sentido moral al
ejercicio de los poderes públicos. Esa Ética es inviable sin la referencia a la
persona que trasciende desde sí misma a otros ámbitos. Si bien la Ética, como
ya dijimos, es libre y se vive por convicción, hay que impulsarla mediante una
pedagogía institucional efectiva. Medios como el “Manual de Gestión Ética para
las Entidades del Estado” (11) son útiles siempre que sean instrumentos
operativos que ayuden a las personas a transformar la conducta y no se
reduzcan a mera información.
El cuarto ámbito es la comunidad, donde convergen las metas y valores de
las personas, entrelazadas por vínculo de ciudadanía, con una orientación
compartida que es el bien común. La persona está llamada a ser parte viva de
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la comunidad y a contribuir a ella con todas sus fuerzas. Si, además, es
servidora del Estado, debe vivir a fondo la responsabilidad de ayudar a los
demás ciudadanos, de procurar la equidad entre todos, de ser solidaria y de
dar ejemplo como funcionaria y como ciudadana. Ayudar a construir comunidad
es la gran misión de los servidores públicos y de los formadores o
multiplicadores de la Cultura de la Legalidad y la Integridad.
Si se piensa en el rechazo social a la corrupción, ahí el papel ético de la
comunidad es decisivo. La corrupción amenaza la supervivencia de las
instituciones, la estabilidad de la familia, los derechos humanos de las
personas y afecta profundamente los mecanismos sociales. Hay que sacar
consecuencias más serias al analizar la gravedad del problema: “existe
conciencia de que una corrupción galopante y desmedida, que se convierte en
un cáncer de la sociedad, termina por crear tal grado de ingobernabilidad que
el sistema democrático mismo puede llegar a entrar en un colapso, destruir el
tejido social y hacer la economía de un país no viable” (12)
Por eso, no es extraño que la Ética no figure entre las prioridades, sino como
coletilla de la lucha anticorrupción, cuya tajada grande en realidad se la lleva lo
punitivo, no lo preventivo ni lo educativo. En parte por un desconocimiento de
cómo estructurar la Ética en lo público para que pase del discurso a la acción
sostenible.
“Lo inaceptable – dice Villoria– es la indiferencia ante la motivación moral en la
acción gubernamental”. Y añade: “El gobierno debe tener como objetivo de su
conducta el ser un buen servidor de sus ciudadanos, en suma, debe guiarse
por criterios morales universalistas para gobernar y no solo por criterios
cortoplacistas para mantenerse en el poder".
No podemos perder de vista que la Ética que proponemos está relacionada con
el éxito y la felicidad de las personas que componen la familia, la organización
y la comunidad. No se trata de lograr un estado de ánimo: “estar happy” o
encontrarse bien”, como subraya Spaemann (13), ni “la suma de todas las
ventajas y prestaciones particulares que la hagan objeto de la alegría y la
aprobación del otro”.
Es algo vinculado con el amor como motor de la felicidad (“el otro llega a ser
real para mí y deja de ser para mi circunstancia: soy parte de su mundo y el es
parte del mío y solo así podemos llegar a ser y a sentirnos realmente
personas”) y con la búsqueda del bien común, que no es algo etéreo e
inconsútil, sino un entramado de bienes que integran la felicidad del ciudadano.
Es preciso recordar que el propio concepto de gobierno lleva en sí inserta una
razón de ser, la de guiar a una comunidad hacia su bien común; si pierde esa
razón de ser, pierde su bien interno, lo que le justifica socialmente (Villoria).
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No basta pues con afirmar la importancia de la Ética Pública como lo expresan
en ocasiones los políticos, los gobernantes y los dirigentes de las
organizaciones púbicas o privadas. Como no bastan las leyes que contemplan
normativas éticas, ni los códigos éticos, ni las declaraciones de principios y
valores: es indispensable la gestión de la Ética Pública en forma sistemática
desde el Estado y el gobierno. Svara (14) lo expresa así: la Ética es un aspecto
esencial del servicio público, pero a menudo es dejado fuera de las discusiones
el desarrollo de ese campo y de sus principales funciones. Para que la Ética
guíe las actitudes y comportamientos de los administradores públicos tiene que
ser integrada en la forma como los administradores piensan sobre sus
prácticas e incorporada en su conducta de cada día.
IV. Los Valores, un reto de la Cultura de la Legalidad y la Integridad
El valor es un bien deseable que perfecciona a la persona que lo expresa
libremente en su comportamiento En realidad los valores demandan una
interiorización de la conducta que no es otra cosa que una apropiación
sucesiva de acciones que se repiten intencionalmente, de modo que llega un
momento en que se realizan inconsciente pero libremente. De lo contrario no
serían personales
Desde hace ya varias décadas se habla de la necesidad de los valores éticos
en la cultura de las organizaciones. Durante todo ese tiempo, de los prejuicios
sobre los valores se ha pasado a una visión más concreta y acertada de su
papel en la vida de las personas y de las organizaciones. Quienes nos hemos
dedicado por largos años a estudiar, trabajar y escribir sobre el tema(15),
hemos acumulado una experiencia valiosa a la hora de comprender su fuerza y
eficacia operativa en el clima de trabajo de las instituciones. Sin embargo, hay
todavía mucha teoría, mucha palabra sobre los valores y poca construcción
real de los mismos. Muchas veces se quedan colgados en las paredes de la
organizaciones o congelados en los planes estratégicos porque no se sabe
cómo hacerlos vida vivida.
Los valores dan sentido a todo lo que hacemos porque a través de ellos nos
perfeccionamos y compartimos con los otros, para poderles servir. Sin valores
todo da lo mismo, no hay diferencias, no vale la pena esforzarse. En cambio
con valores todo cobra un nuevo color. Se trata de valores vividos, practicados
libremente, no tenidos como un modelo teórico o distante, como una simple
meta intelectual o como una mera aspiración. Todo lo contrario: que se vean,
se perciban, se sientan, arraiguen en el corazón y en la conducta. Lo hemos
podido comprobar a lo largo de los muchos años de actividad del Instituto
Latinoamericano de Liderazgo-ILL.
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Hemos tratado de contribuir a subsanar esa deficiencia ofreciendo
metodologías e instrumentos de autoevaluación en valores que permitan su
aprendizaje sistemático hasta convertirse en hábitos, en auténtica cultura
corporativa. Demostrando que los valores se pueden medir porque “todo lo que
se puede medir se puede manejar y, por tanto, se puede mejorar”. Creamos un
instrumento de Autoevaluación en Valores denominado VSM (16) de mucha
utilidad para el mejoramiento personal y corporativo, para procesos de
evaluación, de selección de personal y como base para proyectos de desarrollo
de las personas y fortalecimiento de determinados valores en la cultura.
Cuando hay procesos de desarrollo o construcción de valores, se produce una
cadena de valor agregado o de agregación continua de valor: se reconoce
corporativamente que hay cosas que añaden valor –por ejemplo la lealtad– y
que hay otras que restan valor, por ejemplo, el chisme como hábito que
desfigura los cauces de la comunicación. Lo que resta valor son los antivalores,
que son hábitos que traen algo dañino. Los antivalores exigen un desarraigo –
un desaprendizaje- que compromete tanto como el aprendizaje de los
respectivos valores.
Todo desarrollo corporativo de valores se fundamenta en la conducta de las
personas, primeras beneficiadas y responsables principales de que los valores
operen de manera efectiva. Por eso, hay que empezar por uno mismo:
conocimiento, conciencia, decisión, acción, hábito, propósito, constancia y
diligencia para mantener el objetivo a lo largo del tiempo, comprobando los
resultados en la conducta y en la percepción que los demás tienen de ella (17).
Si existe afán de aprender valores, entonces surgen las situaciones que lo
posibilitan, antes, durante o después del trabajo. “Si la tasa de aprendizaje es
mayor que la tasa de cambio, está asegurado el éxito de adaptación de la
empresa a nuevas situaciones.” (18). Por eso conviene dedicarse de forma
positiva a la tarea de desarrollar valores para que surja una cultura de valores y
valores para un cambio de cultura. El aprendizaje continuo de valores se
traduce necesariamente en la obtención de buenos resultados: utilidades
económicas, incremento del capital intelectual y contribución a la sociedad.
Los valores se deben convertir en una ventaja competitiva, lo cual exige el
máximo aprovechamiento de la inteligencia —racional y emocional— de todos
los integrantes de una organización. Y compartir la visión y los valores, además
del influjo mutuo interpersonal, es un motor de progreso. Esto se debe notar en
términos de incremento de la productividad, de elevación de la calidad y del
servicio, de reducción de costos al aumentar la eficiencia, en el
aprovechamiento del tiempo, y en la rapidez y efectividad de la comunicación y
de la retroalimentación que permite rectificar errores.
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Si se logra que los valores estén arraigados en la conducta de los individuos,
es más fácil que estén arraigados en la familia, en la organización y en la
sociedad. Lo contrario no parece que sea la dirección lógica de este fenómeno.
En resumen, el cambio se produce por la transformación de la conducta
personal para desde ahí influir en los demás ámbitos.
V. Cuatro valores para la transformación cultural de los servidores
públicos
Con base en el estudio Previo realizado por la Universidad Javeriana (19), en
las experiencias de la Procuraduría General de la Nación y en las exigencias
del proceso de sensibilización y formación, se escogieron en la Cultura de la
Legalidad y la Integridad cuatro valores principales, cada uno con otros tres
valores asociados, para fortalecer su práctica en los servidores públicos:
Trascendencia (asociada a servicio, bien común y liderazgo)
Respeto (asociado a reconocimiento de la dignidad, comprensión y tolerancia).
Confianza (asociada a lealtad, credibilidad y transparencia).
Solidaridad (asociada a responsabilidad, entrega, y equidad).
Se recogen esos valores en una Cartilla sobre la Cultura de la Legalidad y la
Integridad para Colombia (CLIC) que sirve de guía para su práctica en las
entidades públicas. A su vez todos ellos convergen en los dos valores motores
centrales que impulsan todo el Proyecto: la Legalidad y la Integridad.
1. Trascendencia
La trascendencia es un valor que contrarresta eficazmente el egoísmo propio
del consumismo y del individualismo. La persona es un ser con los demás y
para los demás, y esto se manifiesta en la relación interpersonal y en la vida
en comunidad. Quien trasciende se da, hace una donación de lo mejor de sí
mismo, sale de su propio yo y va hacia a los demás. Este valor ayuda a superar
el simple hacer por hacer, el activismo que domina a muchas personas que se
quedan en el hacer y en el tener propios del consumismo. El solo tener no
puede hacer feliz a nadie. El trascender sí porque es convertir el hacer, el
trabajo, en auténtico obrar, con autodominio que a través del querer nos
permite ser y trascender hacia los demás, por medio de los valores, el servicio,
el bien común y la solidaridad.
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Si el Estudio previo al Proyecto de Cultura de la Legalidad y la Integridad hace
constar que el servicio ocupa el último lugar en la preferencia de los valores por
parte de los funcionarios entrevistados, eso indica que hay que llevar a cabo
una urgente transformación de la cultura rescatando el valor de la
trascendencia y con ella el del servicio como el mayor motivo de orgullo de una
persona, sobre todo si tiene la condición de servidor público.
Debemos insistir en que no es un asunto de enseñar o aprender técnicas de
servicio, a la usanza empresarial cuando se habla del” servicio al cliente”. Aquí
hay algo más de fondo: trascender sirviendo es lograr un espíritu de servicio,
que nace en lo hondo de la persona que descubre esa vocación de
disponibilidad para satisfacer las necesidades y expectativas de los demás.
Eso en una entidad pública debe ser algo patente: el servicio a los ciudadanos
es la razón de ser del funcionario.
“Servir a la gente es algo que beneficia ambas partes y a la organización
entera. Cuando una persona sirve desprendidamente desarrolla una de las más
altas capacidades que lo manifiestan como ser humano…una sincera y
persistente actitud de preocupación por servir a otros normalmente desarrolla
confianza y voluntariedad de ayudar, mientras el egoísmo favorece lo contrario”
(20). De este modo se rechaza el egoísmo como uno de los males más
arraigado en la cultura. Trascender es servir sin condiciones, entregarse con
generosidad en el servicio a los ciudadanos, servirles mejor de lo que esperan
ser servidos, servir a todas horas, de modo que se haga honor al nombre de
servidores públicos.
El Estudio previo señala igualmente la pérdida del sentido de lo público. Por
eso la CLIC propone como antídoto la trascendencia del bien común y la
orientación de la actividad de las personas como servidores públicos a ese bien
como referencia fundamental. Dar primacía a los intereses particulares sobre
los públicos es el mayor desencadenante de la corrupción.
El servidor público trasciende cuando incorpora su trabajo y servicio como
parte de su proyecto de vida; cuando sirve a los otros como si estuviera
sirviendo a la persona más amada y, sobre todo, si hace comprender a los
demás que la naturaleza de su función está orientada a favorecer la comunidad
y la convivencia. Por eso “nuestros lazos sociales son lo que mejor definen
nuestras vidas” (21)
El Proyecto de la Cultura de la Legalidad y la Integridad conlleva la formación
de líderes formadores o multiplicadores de la Ética y los valores, encargados
de una siembra constante y generosa en todos los demás funcionarios
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públicos, y estos, a su vez, están llamados ejercer un liderazgo en el resto de
sus compañeros. Aún así, no estamos descargando toda la responsabilidad en
ellos y en Estado o el Gobierno. Como afirma Villoria en el escrito antes citado:
“no podemos reducir sin más el concepto de buen gobierno al poder ejecutivo
en el marco del Estado. No puede hacer cambio social si la gente no cambia
sus hábitos y creencias”. Es el cambio basado en la transformación de la
conducta, tarea permanente de todos los ciudadanos en busca de la
sostenibilidad ética de la cultura de las entidades públicas.
2. Respeto
El respeto es considerado como un valor angular en el servicio público y en la
ética de los funcionarios y se relaciona con el principio universal “no hagas a
otro lo que no quieras que te hagan a ti”. Para poder realizar el reconocimiento
del otro que implica este valor, hay que partir de la trascendencia de la persona
del otro respecto mí mismo y a todos los demás.
Por su estrecha relación con el reconocimiento de la dignidad humana el
respeto tiene una primacía como valor clave para la convivencia. A tal punto
que también podemos afirmar que el respeto a la dignidad humana es el
fundamento de la organización. “Las organizaciones no son simples
mecanismos de producción y servicios, en los que las personas son piezas
sueltas o aisladas, guiadas únicamente por la visión del éxito material o de la
obtención de beneficios económicos. Son organismos vivos, conformados por
seres espirituales y libres, cuyo bienestar y felicidad debe anteponerse a
cualquier otra forma de utilidad, primacía que no demerita en modo alguno la
optimización de los recursos y la obtención de los mejores resultados económicos
posibles. Por eso la dignidad de las personas que las integran es el referente
fundamental de su acción” (22).
Se apreciará mejor el sentido del respeto dentro de la organización y sus
consecuencias prácticas en la medida en que se haga realidad lo que hemos
denominado la centralidad de la persona y su dignidad. La estructura, los
procesos y la administración y el uso de la tecnología están al servicio de la
persona y no al revés, y hay que valorarla con independencia del rango o
posición que ocupe.
La Cultura de la Legalidad y la Integridad tiene en este valor uno de sus apoyos
capitales, para lograr que en el ámbito de las entidades públicas y de la
relación con la ciudadanía y con la comunidad en general la primacía del
respeto se refleje en la atención, en el buen trato a los ciudadanos, en la
protección de sus derechos, en la aceptación del pluralismo, en la inclusión,
etc.
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Unidos a ese reconocimiento de la dignidad están la comprensión y la
tolerancia. Si el servidor público se pone mental y afectivamente en la
situación del ciudadano al que atiende, esta actitud le permitirá entender mejor
lo que pide o reclama, lo que espera o solicita. Por eso no debe precipitarse a
juzgar antes de examinar bien lo que aquel le plantea. El punto de partida de
una buena comprensión es saber escuchar atentamente. El servidor público
respeta cuando, de un lado, se valora a sí mismo, y del otro, cuando observa
íntegramente los procedimientos y normas que favorecen la convivencia;
cuando sabe que las normas no pueden ser usadas para beneficios distintos a
los del espíritu de las mismas; y cuando con su actitud tolerancia sirve a sus
conciudadanos porque aceptar y permitir la diversidad de opiniones y de modos
de ser y de pensar, lo que facilita la convivencia.
3. Confianza
Todos los esfuerzos del Proyecto de la Legalidad y la Integridad pueden ser
vistos bajo una meta esencial: recobrar la confianza de la ciudadanía en las
instituciones y en el Estado. Afirma Covey: “Hay una cosa común a todo
individuo, relación, equipo, familia, organización, nación, economía, y
civilización a través del mundo entero, una sola cosa que, si se suprime,
destruye el más poderoso gobierno, el más exitoso negocio, la más floreciente
economía, el más influyente liderazgo, la mas grande amistad, el más fuerte
carácter, el amor más profundo …esa cosa es la confianza (23)
David Halpern (citado por Covey) revela que únicamente el 34% de los
americanos cree que los demás son dignos de confianza; en Latinoamérica esa
cifra es solamente el 23% y en África el 18% (24). También en nuestro proyecto
CLIC se señala que la confianza ocupa el último lugar en los valores evaluados
con un 26%. No es pues la confianza un valor en alza y mucho tiene que ver
con la crisis económica y ética. Mucho se podría ahondar en cifras reveladoras
de la crisis de confianza. Pero es más interesante proponernos cómo
recuperarla y fortalecerla en una cultura ética.
Si trascendemos de verdad en la relación con los demás y con las instituciones,
buscando entender las razones de su actuación, es posible que logremos
mucho más que si dejamos hacer carrera al prejuicio o a la desconfianza
fundada en apariencias o en actitudes emocionales. La confianza se merece,
se consigue al demostrar, con hechos, que los demás pueden depositar en
nosotros esa seguridad o esa esperanza de que no los vamos a defraudar, de
que pueden contar con nosotros siempre, dentro de los límites naturales de las
relaciones laborales o de amistad. Confianza tan contraria al antivalor de la
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desconfianza, que nos lleva a esa actitud de juzgar a los demás por lo que
hacen y juzgarnos a nosotros mismos por nuestras buenas intenciones.
Un clima de confianza es fruto del esfuerzo común, pero siempre se hace
presente el papel de los líderes, aquellas personas que en la organización
saben influir en forma positiva sobre los demás, para conseguir que se
depongan las actitudes que dificultan la confianza y se abran las puertas de la
comunicación asertiva y de la conducta proactiva, optimista, esperanzada. El
servidor público genera confianza cuando él mismo confía en los demás,
cuando da vida al principio de la buena fe en las actuaciones de terceros, y
construye, día a día, en cada uno de sus actos, la entrega a los demás.
La confianza se apoya en la lealtad como adhesión firme a las personas u
organizaciones, con fidelidad a través del tiempo, y en la credibilidad como un
capital que se acumula con el paso del tiempo. Si en una relación la persona
actúa con coherencia y honestidad, es muy probable que sea digna de nuestro
crédito y por lo tanto acudiremos a ella como a alguien en quien podemos
confiar o en quien podemos apoyarnos porque es creíble lo que nos dice.
Confianza asociada a la transparencia como práctica de una conducta
honesta, clara, sometida a reglas y principios, para que pueda ser juzgada por
todos.
4. Solidaridad
Otro valor clave en la Cultura de la Legalidad y la Integridad es la solidaridad,
que consiste en la ayuda firme y generosa en bien de los demás. Construir algo
en bien del otro exige diametralmente negar el encerrarse en sí mismo o el vivir
para sí. La solidaridad desarrolla la capacidad de dar que hay en toda persona,
que implica que los demás esperan de nosotros ayuda, lo cual es básico para
forjar un espíritu de servicio y solidario.
Los bienes que damos cuando somos solidarios retornan a nosotros, no sólo
en forma de satisfacción por el servicio que prestamos o el don que ofrecemos,
sino también a través del aprendizaje y del crecimiento personal que nos brinda
el atender las necesidades ajenas, el poder contribuir a que disminuyan las
distancias y desigualdades, es decir, a combatir la inequidad, uno de los
índices más evidentes de falta de justicia social.
La solidaridad es demostración de que unidos se llega más lejos que aislados y
de que puede más la conjugación del nosotros que la del yo individualista. Ella
vuelve a las personas y a los grupos capaces de sobrevivir y de una proyección
consistente hacia el futuro. La solidaridad supone la “determinación
perseverante de trabajar por el bien común”, con un reconocimiento claro de
que todos somos en verdad responsables de todos. Ser solidarios es
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trascender de tal manera de que valoramos la existencia del otro en una forma
tan decidida como si fuera la nuestra o incluso más que ella.
La solidaridad es una muestra fehaciente, en el servidor público, de que los
problemas de la ciudadanía que acude a él, los propios de la institución para la
que a trabaja o los de la comunidad a cuyo fin coopera desde la función
pública, los hace suyos de tal manera que no descansa hasta poner todo los
medios necesarios para remediarlos, dando un servicio de calidad y
manifestando de diversas maneras esa solidaridad. El servidor público es
solidario cuando reconoce que detrás de toda actuación procedimental o
normativa, hay un ser humano, revestido de dignidad, y sabe que, frente a las
circunstancias adversas de los demás, él puede sentirse igualmente afectado.
Este valor se hace realidad vivida con una actitud de responsabilidad,
entrega y equidad. La responsabilidad como capacidad de responder a las
necesidades y expectativas de los demás ciudadanos: se viven las
obligaciones, pero se va más allá –se trasciende- por el sentido de compromiso
y por la identidad con la institución a la que se pertenece. La meta de la
responsabilidad es la excelencia personal y la ejemplaridad respecto a los
compañeros. La motivación que la inspira es precisamente la basada en
motivos superiores al logro material o a la satisfacción interior. Por eso mismo
los podemos llamar motivos trascendentes.
La entrega se refleja de múltiples formas: por ejemplo, dar cosas, dar tiempo,
prestar posesiones, perdonar o escuchar. Al mismo tiempo, puede suponer
salir de un estado de confort para mejorar la situación de otra persona.
Finalmente, la equidad que busca la proporcionalidad justa, esa igualdad que
permite que las personas disfruten de sus derechos yendo más allá –
trascendiendo- de lo mandado estrictamente por las leyes. Se trata de una
construcción personal y colectiva porque compromete a todos en la
organización, no sólo a los dirigentes, al gobierno y el Estado o a la comunidad.
Promueve la práctica de la integridad evitando las discriminaciones, buscando
la inclusión, haciendo desaparecer la rigidez en la aplicación de la ley y
fomentando la adhesión leal a la norma que converge en la legalidad e
integridad de la conducta.
Conclusiones
1. La Ética Pública constituye una necesidad perentoria en la sociedad actual,
en la que el crecimiento del fenómeno de la corrupción demanda respuestas
que complementen y perfeccionen la observancia de la normatividad con las
prácticas éticas, para afrontar la presión de la corrupción sobre los funcionarios
públicos, por la concurrencia de ideologías que en el contexto social facilitan
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las concesiones morales en ese terreno, sobre todo el consumismo, el
individualismo y el relativismo.
2. La Legalidad y la Integridad son dos poderosos motores de una auténtica
transformación cultural de los servidores públicos y de sus instituciones. De ahí
que se proponga en el Proyecto una legalidad como aceptación,
reconocimiento y apropiación voluntaria de las normas, inseparable de la
integridad centrada en valores como la coherencia, la rectitud, la honestidad y
la transparencia que contribuyen al fortalecimiento de la cultura de lo público,
fruto de la vivencia de la ética por convicción, no por imposición.
3. La cultura ética del Proyecto de la Cultura de la Legalidad y la Integridad
para Colombia (CLIC) se centra en la persona misma de cada funcionario
público, cuya razón de ser es contribuir a la búsqueda del bien común como
finalidad fundamental del Estado. Cada funcionario debe tener conciencia de la
importancia de razonar y actuar éticamente ante los dilemas morales que se le
presenten, procurando hacer el bien para sí, para su familia, para su institución
y para la comunidad.
4. La Ética Pública necesita una gestión que la haga operativa dentro de las
instituciones: para que no se reduzca a un discurso más de carácter teórico,
debe basarse en políticas, estrategias y acciones concretas, que promuevan
comportamientos éticos dentro de las entidades públicas, secundados por una
buena comunicación y por el liderazgo de cada servidor público en la
comunidad.
5. Para impulsar la transformación cultural de las entidades públicas se han
escogido cuatro valores para ser trabajados más intensamente por los
servidores en su condición de ciudadanos y de funcionarios públicos, para
contribuir así a la recuperación de la confianza en el Estado, mediante un
cambio basado en hábitos que den sostenibilidad ética a las instituciones. La
información sola no forma: lo que verdaderamente forma es la transformación
de la conducta para que yo cambie, para que los demás cambien, para que las
instituciones cambien, para que el país cambie.
Hagamos parte todos del tsunami ético que, con base en la Legalidad y la
integridad, nos lleve a afirmar con orgullo: “Colombia con la moral en alto”.
BIBLIOGRAFÍA
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