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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Jorgelina CORBATTA. Formas del exilio y la memoria en do... - Formas del exilio y la memoria en dos textos de Tununa Mercado Jorgelina Corbatta W A YNE ST ATE UNIVERSITY EL PROPÓSITO DE ESTE trabajo es explorar las diferentes formas literarias que asume la representación de la memoria, y del exilio, en dos textos de Tununa Mercado: En estado de memoria (1998) y La letra de lo mínimo (1994) 1 Tununa Mercado nació en Córdoba (Argentina), vivió en Francia y estuvo exiliada en México durante la dictadura militar que tuvo lugar en Argentina entre 1976 y 1983. 2 En «Oráculos», un texto de En estado de memoria precisa: «/ .. ./hubo un primer exilio hasta fines del 70, luego del golpe del 66, y uno segundo desde 1974 a 1986, lo cual hace un total de dieciséis años fuera del país por culpa de golpes, dictaduras y contubernios represivos cívico-militares» (43). En estado de memoria reúne una serie de textos cortos, dieciséis como los años de exilio, en los que se recupera el recuerdo de seres, actos, sensaciones y sentimientos experimentados en su mayor parte fuera de la Argentina. Aparecen así el enfermo de melancolía en busca de una atención psiquiátrica que se le niega y que lo conduce al suicidio; los argentinos inadaptados en el país que los acogió; las ropas prestadas; el propio currículum acompañado de sus propias insuficiencias para hacerse un lugar en el mundo; las reuniones y debates políticos de los argentinos fuera del país; las visitas rituales a la casa de Leon Trotsky y Frida Kahlo, estaciones obligatorias del destierro; el sentimiento de despojo e intemperie como constantes de ese período; otros tipos de marginalidad con los que se identifica. Todo ello, en fin, vinculado con la escritura que es la que vehicula la memoria y teje con ella el texto. Al respecto Jean Franco describe En 1 Tununa Mercado, En estado de memoria, Córdoba: Alción Editorial, 1998 y La letra de lo míni"l:o, Rosario: Beatriz Viterbo, 1994. Las citas textuales corresponden a estas dos ediciones. En La letra de lo mínimo aparece «Nota póstuma para una enciclopedia más allá del 2000» en donde, a imitación de la biografía que Borges escribe en el Epílogo de sus Obras Completas, se lee: «Nació en la ciudad de Córdoba, el día de la gran tempestad decembrina que desbordó el arroyo de La Cañada, afluente del río Suquía, a comienzo de la década del cuarenta, hija de burguesía media universitaria de provincia, cuando todavía el origen y la clase determinaban a los individuos en el siglo pasado» (7). En el mismo tono paródico se refiere a un primer volumen perdido, a otro considerado como «textos de alcoba, eróticos» y a una referencia aparecida en una monografia sobre escritoras argentinas donde «se lee que vivió en perpetuo estado de memoria, encerrada en una concepción del tiempo ajena a las revoluciones de la fisica de fines del 2000, y en estado de reclusión ... » para terminar con una referencia a su muerte, nonagenaria y en uso de sus facultades «dejando viudo a su esposo centenario, el escritor Noé Jitrik ... » (8). 111 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Formas del exilio y la memoria en dos textos de Tununa Mercado

Jorgelina Corbatta W A YNE ST ATE UNIVERSITY

EL PROPÓSITO DE ESTE trabajo es explorar las diferentes formas literarias que asume la representación de la memoria, y del exilio, en dos textos de Tununa Mercado: En estado de memoria (1998) y La letra de lo mínimo (1994)1

• Tununa Mercado nació en Córdoba (Argentina), vivió en Francia y estuvo exiliada en México durante la dictadura militar que tuvo lugar en Argentina entre 1976 y 1983.2 En «Oráculos», un texto de En estado de memoria precisa: «/ .. ./hubo un primer exilio hasta fines del 70, luego del golpe del 66, y uno segundo desde 1974 a 1986, lo cual hace un total de dieciséis años fuera del país por culpa de golpes, dictaduras y contubernios represivos cívico-militares» ( 43).

En estado de memoria reúne una serie de textos cortos, dieciséis como los años de exilio, en los que se recupera el recuerdo de seres, actos, sensaciones y sentimientos experimentados en su mayor parte fuera de la Argentina. Aparecen así el enfermo de melancolía en busca de una atención psiquiátrica que se le niega y que lo conduce al suicidio; los argentinos inadaptados en el país que los acogió; las ropas prestadas; el propio currículum acompañado de sus propias insuficiencias para hacerse un lugar en el mundo; las reuniones y debates políticos de los argentinos fuera del país; las visitas rituales a la casa de Leon Trotsky y Frida Kahlo, estaciones obligatorias del destierro; el sentimiento de despojo e intemperie como constantes de ese período; otros tipos de marginalidad con los que se identifica. Todo ello, en fin, vinculado con la escritura que es la que vehicula la memoria y teje con ella el texto. Al respecto Jean Franco describe En

1 Tununa Mercado, En estado de memoria, Córdoba: Alción Editorial, 1998 y La letra de lo míni"l:o, Rosario: Beatriz Viterbo, 1994. Las citas textuales corresponden a estas dos ediciones.

En La letra de lo mínimo aparece «Nota póstuma para una enciclopedia más allá del 2000» en donde, a imitación de la biografía que Borges escribe en el Epílogo de sus Obras Completas, se lee: «Nació en la ciudad de Córdoba, el día de la gran tempestad decembrina que desbordó el arroyo de La Cañada, afluente del río Suquía, a comienzo de la década del cuarenta, hija de burguesía media universitaria de provincia, cuando todavía el origen y la clase determinaban a los individuos en el siglo pasado» (7). En el mismo tono paródico se refiere a un primer volumen perdido, a otro considerado como «textos de alcoba, eróticos» y a una referencia aparecida en una monografia sobre escritoras argentinas donde «se lee que vivió en perpetuo estado de memoria, encerrada en una concepción del tiempo ajena a las revoluciones de la fisica de fines del 2000, y en estado de reclusión ... » para terminar con una referencia a su muerte, nonagenaria y en uso de sus facultades «dejando viudo a su esposo centenario, el escritor Noé Jitrik ... » (8).

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estado de memoria como «a series of off-center meditations that allow the author to question <iiterature>, the politics ofexile (and ofmarginality), the seduction ofmemory, and the possibility ofthe aesthetic» (Critica! Essays 1999: 60).3

Los textos reunidos en La letra de lo mínimo, por su parte, fueron escritos--como lo explica su autora en la solapa del libro--<«por demanda de la circunstancia>: un viaje, un libro que pide comentario, una muerte que quiere consuelo, una obra plástica que se expone al juicio y al placer de la mirada, un discurso que incita, un acto que provoca.» Vuelve a hacerse presente la memoria en la recuperación de la infancia en su Córdoba natal; en su primera experiencia anti-racista; en la escritura definida como que «no es otra cosa que la memoria» (32); en los nuevos tiempos del feminismo y el erotismo femenino; en el recuerdo de sus encuentros con Manuel Puig; en sus evocaciones de amigos idos en el exilio sin regreso que es la muerte; en las breves anotaciones de su diario de viaje para terminar con una serie de «poemas encontrados» (como los titula).

Formas de la memoria En La letra de lo mínimo y En estado de memoria, la memoria aparece como una

forma de recuperación del pasado, dolorosa y curativa a la vez. Hay así una memoria del cuerpo y una memoria de la mente. La primera trae consigo las diferentes dolencias, en su mayoría psicosomáticas, que la hicieran su presa en el exilio y que manifestaba a nivel corporal la angustia, la depresión, el soledad, la nostalgia y la melancolía. Asistimos a la enumeración de sus gastritis, anginas rojas, calambres y contracturas en diferentes partes de su cuerpo, incipiente septicemia, fatiga generalizada.

Por otra parte está la mención recurrente de su zozobra mental que es la que abre En estado de memoria bajo el título de «La enfermedad», personificada en este caso por un desconocido desesperado que irrumpe en la sala de espera de un psiquiatra clamando por una atención que le es negada, y que termina suicidándose.4 Se inaugura así una memoria de diferentes terapias, la mayoría en grupos y en manos de psiquiatras en/ante los cuales ella se queda sin voz, no habla, finge, se enmascara; «munida de mi buena educación y de un presunto sentido del ridícul~xplica--que, por acerbo, se parece bastante a la amargura» (9). Esa <buena educación> ya había aparecido antes cuando comparaba sus demandas con las del desconocido desesperado al que nombra como Cindal: «Yo, en cambio, postergo de una manera obstinada cualquier afloramiento de la angustia, en gran parte por buena educación, para no arruinarle la fiesta a nadie» (9). Lo que Mercado llama <buena educación> pareciera significar un resabio de la educación tradicional de la mujer cuyo bienestar debe siempre postergarse en favor de la de aquellos que la rodean y que conlleva entonces postergación y falta de competitividad. 5 De allí que el mencionado

3 Jean Franco, Critica! Essays. SelectedEssays, Durham and London: Duke University Press, 1999"

Respecto de la forma de calificar ese estado, Mercado precisa: «Y no es abusivo hablar de <enfermedad mental>, puesto que en la terapia nunca dejaba de inculcársenos que estábamos allí com°senfermos mentales» (En estado de memoria 10).

En una filiación psicoanalítica de su condición dice: «Tenía que exponer ante ese psiquiatra virtual que esa condición de ser la segunda en cualquier orden, otorgada por el azar del nacimiento entre dos hermanos ... » (18).

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<borrarse> como individuo en la terapia grupal ilustre uno de los núcleos (como los llama) de su malestar mental: «/ .. ./cualquier situación de competencia provocaba en mí una necesidad imperiosa de huir y de no dar batalla» (15). Núcleo que determinó su no graduación en la carrera de letras, su no profesión académica, su escritura minuciosa de sesenta carillas para una clase de sesenta minutos, su carácter de escritora fantasma que corrige, alisa, expresa, retoca y da a la luz criaturas de paternidad ajena. Todo lo cual la lleva una vez más a expresar esa amargura con que ya se auto-calificara y que se extrema ahora en la denuncia de la impostura y el canibalismo intelectual cuando dice «Esa gente se forja una personalidad por una despiadada transfusión de la competencia ajena» (19).

La zozobra mental, como elijo llamarla, toma formas de patología ortodoxa y literariamente se expresa a menudo mediante tópicos a los que ya nos ha acostumbrado la literatura fantástica rioplatense. El doble, o el desdoblamiento, es no sólo el efecto de alucinógenos en una sesión post-terapia de grupo que restablece una práctica prohibida después del 66 en Argentina y que la desdobla en «una otra que entrevía y a la que no podía acceder y todavía una otra más que no me soltaba, sin saber yo distinguir entre la otra que había que ahuyentar y la mía que debía retener» (13) sino que reaparece en casi toda situación traumática. Su expresión tal vez más conmovedora es la que tiene lugar cuando visita su escuela primaria en Córdoba: «Justo a esa hora salían los niños del tumo de la tarde y, en una suerte de desdoblamiento enfermo y de cualquier manera patético, creí ser uno de ellos, me encolurnné para avanzar en fila y en ese breve y enajenado trayecto, que debe haber durado segundos, el tiempo volvió a 1947» (88). Allí, en una escena semejante a la que tiene lugar de La prima Angélica de Saura en la que el protagonista vuelve a la escuela primaria y se sienta (adulto) en el banco de su clase de la infancia, no se trata de la recuperación del pasado desde el presente sino en la vuelta al pasado en el que, a modo de una nueva máquina del tiempo, ha vuelto a instalarse. Otra manifestación de lo que Borges llamaría «la nadería de la personalidad» y que tiene que ver con el conflicto de la propia identidad, es justamente el afantasmamiento (al que ya hiciera referencia en relación con la escritura) o la nada en referencia al propio cuerpo. Al final de la reminiscencia de la escuela primaria, en donde recupera su primer día de clase en «algunas escenas--dice--cuyo carácter fundacional podría haber sido útil en mi utópico tratamiento psicológico» (89) comprueba que el hecho empírico de no haber estado registrada estructurará su futuro. «Una maestra advierte mi presencia y me pregunta ni nombre; no estoy en su lista; llama a otra maestra, pero ésta tampoco me tiene en la suya./ .. ./ No estoy en las listas, y no ha sido esta condición ni enaltecedora ni degradato-ria, ha sido simplemente estructurante» (89).6

Por otra parte la conocida expresión femenina «no tengo nada que ponerme» adquiere, en el texto titulado «Cuerpo de pobre», un marcado valor referencial en la medida en que expresa--como lo escribe-«una sensación de carencia, de despojo y de

6 Respecto al no protagonismo que supone corregir y reescribir textos de otros, dice: «Ser escritora fantasma, estar en las bambalinas, detrás de las páginas escritas por otros, corrigiendo, estableciendo con propiedad los nexos de la sintaxis y mejorando en el mejor de los casos y en el peor empeorando los textos que otros van a firmar, termina por ser una profesión de fe y, a la larga, configura una neurosis de destino» (18, mi énfasis).

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desnudew (33). Su dimensión onírica es la pesadilla de la desnudez y su representación topológica es la falta de casa. De allí el rechazo de los espejos, la falta de reconocimiento del propio cuerpo vestido por lo que llama «algo extraño a él» y la aceptación final de la total enajenación de vestirse con ropas ajenas como un acto fóbico que es a la vez resemantizado como magia de comunión cuando dice: «Cuando recibo en herencia o como recuerdo la ropa de algún amigo o amiga que acaban de morir, me visto con ellos ; tengo la sensación de que los llevo puestos y hasta siento llevar sus mortajas, pero no me da miedo o aprensión, sino consuelo, como si, en una suerte de ingenua transmigración se hubiesen depositado en una manga, una pretina o una valenciana» (35).

El espejo reaparece en otro texto en relación con el cuerpo y el paso del tiempo cuya percepción en el exilio lo da como detenido pero que se agolpa y derrumba en la vuelta: «Podría decir que hasta ese momento revelador incluso yo tenía la sensación de que la gente había envejecido mucho en la Argentina y que quienes nos habíamos ido, por el contrario, habíamos permanecido iguales, situados en ese paréntesis del no transcurso» ( 44). El lugar natal es el que único capaz de dar cuenta del tiempo transcurrido en el exilio a la vez que da refugio e identidad al que se fue. De allí que la constante provisoriedad y sentido de intemperie del exilio, el extrañamiento y desarraigo se vuelvan patentes a la vuelta cuando se reinstalan muebles mexicanos en ámbitos porteños, cuando se abren baúles y contenedores que alojan en su interior---en una homología de la memoria-la vida vivida y el tiempo irreversible. En un texto titulado, justamente, «Contenedor» se despliegan sus diversos significados:

Se habla del contenedor que llega, del container que se aguardaba para la reinstala-ción y adaptación, pero también de los baúles que resistieron a varios embates: el de la rapiña de los represores y el del botín cobrado por quienes se hicieron cargo buenamente de esos bienes. Las conversaciones están plagadas de baúles que se abren y de descubrimientos insólitos siempre significativos, como no puede ser de otro modo teniendo en cuenta que la vida se ha agolpado en ellos condensando su potencial revelador. (87)

Decía al principio que Mercado recupera no sólo sensaciones, sentimientos, episodios y rituales sino también seres que se instalan en el presente gracias a episodios únicos que protagonizaran y marcaran su presencia al igual que los objetos en los baúles o en las casas de Trotsky y Frida Kahlo, ritualmente frecuentadas. En este caso la evocación de Mercado rescata algunos seres que me fueran conocidos y que hermanan experiencias entre crítico y escritor como señalaba en mi libro Narrativas de la Guerra Sucia en Argentina. 7 Por ejemplo, el recuerdo entrañable de Mario U sabiaga, de su esposa V elma y sus hijos; el de Diana Galak-mi compañera de estudios y envidiada amante de Mario, su enfermedad y muerte-.8 Y otro recuerdo querido que Mercado me devuelve, es de

7 cf Jorgelina Corbatta, Narrativas de la Guerra Sucia en Argentina (Piglia, Saer, Valenzuela, Puig)8 Buenos Aires: Corregidor, 1999.

Mario, el <vasco> Usabiaga como lo llamábamos fue mi profesor en la Universidad Nacional del Sur, mi alma mater en Bahía Blanca (mi ciudad natal), al que todos/todas admirábamos por su apostura física, integridad moral, inteligencia y consistencia política. Diría, bajo el riesgo de la

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Manuel Puig-actualizado a través de las canciones y de sus imitaciones de Ester Williams. Y este (creo) es uno de los méritos del libro. La frescura autobiográfica, la inserción de personajes reales, el rescate de rasgos de una generación que fuera tan bien definida por Beatriz Sarlo en su artículo «El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado» en donde comienza preguntándose--como tantos otros de su generación: « .. cómo éramos nosotros, los intelectuales jóvenes de la Argentina, en los años setenta: sobre qué tipo de sujetos y de relaciones intersubjetivas se ejerció el poder autoritario y la violencia» (95)9

Memoria del cuerpo y memoria de la mente, memoria de seres individuales y de episodios que responden a la autobiografia. Pero hay otra dimensión en los textos de Mercado que es la de la memoria colectiva. Mediante ella, Mercado recupera la acción de las Madres de Plaza de Mayo y su resistencia durante la dictadura militar en Argentina; la solidaridad de los argentinos en el exilio y sus acciones subversivas contra la dictadura y contra toda forma de autoritarismo y opresión; el valor representativo del Che Guevara y-desde México--el de León Trotsky para una generación de argentinos de izquierda figurada en su interpretación de la pesadilla de su hija.

Una noche, a altas horas, mi hija, que entonces tenía ocho o nueve años, se despertó acosada, en dos o tres ocasiones, por la misma pesadilla y cada vez que fuimos a socorrerla nos decía lo mismo: Sueño que no podemos salir de la casa de Trotsky. El sueño y la frase se repitieron varias noches durante varios meses. Soñé que estábamos todos en la casa de Trotsky, con el perro, y que no podíamos salir, era el leitmotiv y, pensábamos entonces, antes de que el vértigo nos tragara, que la frase condensaba la historia y el destino de la izquierda en los últimos años, nuestra historia y nuestro destino. (75)

Como lo han demostrado Beatriz Sarlo, Óscar Terán, Silvia Sigal y otros teóricos de la generación de los años sesenta, en la pesadilla retranscripta y en su lectura figuran la asfixia y la incapacidad de encontrar una salida política de los movimientos afiliados a la izquierda. Trotsky, Frida Kahlo (en el orden de la creatividad y la libertad feminista), el Che Guevara, el vasco Usabiaga así como otras figuras menos conocidas-la madre que muestra las fotos de sus seres queridos desaparecidos frente a la embajada argentina en México, la otra madre «que se encadenó a una de las columnas de la sede consular argentina, en un acto límite de protesta, justo el día de las elecciones» (83) constituyen un mural recordatorio de todos aquellos que creyeron en un mundo diferente, más justo e igualitario. Y una vez más es la palabra que recuerda, es el relato catártico el que establece puentes, afirma la solidaridad y ayuda a sanar-ya sea en el exilio o en la vuelta cuando gente que regresaba al país desde lugares diversos se reencuentra en la Plaza de Mayo: «Entonces comenzaba-y en dos o tres vueltas a la plaza no podría concluir-el largo relato de lo que había pasado en esos años y el reconocimiento del otro, ese par por destierro,

cursilJ:ría, que Mario era nuestra versión del Che Guevara. Beatriz Sarlo, «El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado» en Represión y

reconstrucción de una cultura: el caso argentino. Saúl Sosnowski compilador, Buenos Aires: Eudeba, 1988, pp.96-108.

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mutante entre los propios nacionales que se había quedado en el país» (83). Encuentro aquí de nuevo ecos de lo que yo misma escribiera en Narrativas de la Guerra Sucia cuando establecía las diferencias entre «los que se quedaron» y «los que se fueron». En el texto de Mercado su tono, amargo en general, se vuelve doloroso al señalar la sensación de extrañamiento que experimenta el argentino que vuelve al país cuyo recuerdo atesorara en el exilio como pertenencia y también como defensa ante ese otro extrañamiento, más legítimo si se quiere, que fuera el de la llegada a un país que no es el propio en busca de un refugio que le fuera negado por «esa madre que malamente lo desterró» (85)

A los que se fueron, el país no podría acogerlos como hijos pródigos; no hay una práctica en ese sentido, nunca una persona, organismo o institución ha tenido la costumbre de considerar al ausente, al enajenado o al prófugo de la realidad, menos aún podría nadie hacer un gesto para entender la condición psicológica del desterrado; éste será siempre un inadaptado individual y social y sus circuitos lastimados y sus quemaduras no se restañarán con el simple retorno. Para el que regresa, el país no es continente y de nada valdrá que pretenda confundirse en las estructuras permanentes; no hay caja, no hay casa donde meterse. (86)

Memoria, exilio y escritura Hay, empero, una posibilidad de redención para el escritor. Lo supo Marcel Proust

quien usara la memoria para tejer su larga, autobiográfica novela en donde la escritura sutura, sana, rescata de la marginalidad que supone ser judío, hipersensible y homosexual. Lo sabe el protagonista de Joyce quien, al final de Retrato del artista adolescente, encuentra su destino en el exilio y en la escritura. Lo sabe Tununa Mercado, capaz de escribir «La caja convocante de la escritura» (La letra de lo mínimo) en donde se niega la ausencia de continente al reencontrar esa casa hecha con palabras que son recuerdos y, que mediante la memoria, sanan en el relato en grupo, en la interacción del exilio, en la solidaridad de la vuelta y en la soledad que implica el acto de escribir («lo que llamo mi caja, es decir mi casa o recinto separado del mundo que es la propia escritura>> 14). En ese texto se define la escritura no sólo como conjuro sino también como convocatoria: el recuerdo recupera el pasado, cura el dolor, trae al presente y vence a la muerte. Es por eso que en otro de los textos del mismo libro, titulado «Línea de horizonte», define: «la escritura no es otra cosa que memoria». Esta memoria que, inicialmente, describe como «lo ya muerto» siendo en ese caso la escritura «un acto melancólico» para contradecirlo en el párrafo siguiente cuando enuncia «tuve la certeza de que los núcleos que ofrece la memoria para la evocación están encerrados vivos, esperando que uno venga a liberarlos» (33). Y eso es lo que hace Mercado en estos dos libros que son un gesto de liberación, personal y colectiva, en busca de una abolición imposible pero bella de la infelicidad, la injusticia, y la muerte en el mundo.

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