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El Imperio Chavín interrumpió durante casi mil años el proceso de gestación–forma- ción de las naciones andinas. Las acercó sin embargo mutuamente. Y, de hecho, concretó algunos niveles de homogenización étnica y cultural. Tras la caída y el colapso definitivo del Imperio Chavín, cada uno de los pueblos que había estado sometido se encerró otra vez en sus fronteras. Y durante varios siglos trabajó intensamente en su propio territorio, sin tras- ladar ningún tipo de riqueza o de excedente a ningún dominador foráneo. Y retomó en la práctica el proceso de formación definitiva de su nación o de aquella de la que formaba parte. El beneficio de los proyectos autóno- mos, descentralizadores desde la perspectiva de todo el conjunto, asomarían sin atenu- antes. Otra vez descentralización y progreso La bondad del proyecto autónomo que pudieron materializar en este período se muestra irrecusable en el desarrollo agrícola y pesquero, minero y metalúrgico, y en tex- tilería, cerámica y orfebrería que se alcanzó en prácticamente todo el territorio andino. Y una magnífica evidencia son también los cen- tros urbanos y grandes edificaciones que al cabo de siglos muchos de ellos lograron eri- gir: Batan Grande y Túcume, en Lambaye- que; Moche, en el valle del mismo nombre; Playa Grande, en Chancay, poco al norte de Lima; Maranga y Pachacámac, en Lima; Ca- huachi, en Nazca; y Ñawinpuquio, en Aya- cucho. Pero también las Necrópolis de Pa- racas, que Engel reputa como “verdaderas ciudades” 267 . Y, aunque parece ser que en sólo dos ca- sos por igual interrumpidos uno y otro (para lo que, como se verá más adelante, parece haber una explicación convincente), debe destacarse que dos de los más importantes pueblos de la costa alcanzaron a desarrollar, o por lo menos a sentar los cimientos, de lo que ha sido considerada una “verdadera es- critura” 268 , basada en el “signo pallar”, recu- rrentemente presente en la cerámica y texti- lería de este período. Fue, extrañamente uno al norte y otro al sur del pueblo lima (más no en éste), el caso de los moche (chimú) y de los paracas (icas) –véase el vestido del personaje paracas en la Ilustración N° 6–. Y portada por estos últi- mos llegó también a Nazca, según lo eviden- cian también abundantes testimonios textiles. Aquellos otros que no estuvieron bajo dominación chavín siguieron concretando sus propios proyectos. Entre ellos, los inkas, EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor Alfonso Klauer 144 Formación de las naciones andinas

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El Imperio Chavín interrumpió durantecasi mil años el proceso de gestación–forma-ción de las naciones andinas. Las acercó sinembargo mutuamente. Y, de hecho, concretóalgunos niveles de homogenización étnica ycultural.

Tras la caída y el colapso definitivo delImperio Chavín, cada uno de los pueblos quehabía estado sometido se encerró otra vez ensus fronteras. Y durante varios siglos trabajóintensamente en su propio territorio, sin tras-ladar ningún tipo de riqueza o de excedente aningún dominador foráneo. Y retomó en lapráctica el proceso de formación definitivade su nación o de aquella de la que formabaparte. El beneficio de los proyectos autóno-mos, descentralizadores desde la perspectivade todo el conjunto, asomarían sin atenu-antes.

Otra vez descentralizacióny progreso

La bondad del proyecto autónomo quepudieron materializar en este período semuestra irrecusable en el desarrollo agrícolay pesquero, minero y metalúrgico, y en tex-tilería, cerámica y orfebrería que se alcanzóen prácticamente todo el territorio andino. Yuna magnífica evidencia son también los cen-

tros urbanos y grandes edificaciones que alcabo de siglos muchos de ellos lograron eri-gir: Batan Grande y Túcume, en Lambaye-que; Moche, en el valle del mismo nombre;Playa Grande, en Chancay, poco al norte deLima; Maranga y Pachacámac, en Lima; Ca-huachi, en Nazca; y Ñawinpuquio, en Aya-cucho. Pero también las Necrópolis de Pa-racas, que Engel reputa como “verdaderasciudades” 267.

Y, aunque parece ser que en sólo dos ca-sos por igual interrumpidos uno y otro (paralo que, como se verá más adelante, parecehaber una explicación convincente), debedestacarse que dos de los más importantespueblos de la costa alcanzaron a desarrollar,o por lo menos a sentar los cimientos, de loque ha sido considerada una “verdadera es-critura” 268, basada en el “signo pallar”, recu-rrentemente presente en la cerámica y texti-lería de este período.

Fue, extrañamente uno al norte y otro alsur del pueblo lima (más no en éste), el casode los moche (chimú) y de los paracas (icas)–véase el vestido del personaje paracas en laIlustración N° 6–. Y portada por estos últi-mos llegó también a Nazca, según lo eviden-cian también abundantes testimonios textiles.

Aquellos otros que no estuvieron bajodominación chavín siguieron concretandosus propios proyectos. Entre ellos, los inkas,

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en el Cusco, creando ahora la cultura Cha-napata; y los kollas, en torno al lago Titicaca,consolidando las culturas Qalullo y Pukara,en una vertiente, y Chiripa y Tiahuanaco, enla otra.

Los pueblos más numerosos terminaronfinalmente constituyéndose en naciones. Enese sentido, los integrandes de cada una deellas se sentían mutuamente identificados. Sereconocían como poseedores únicos del terri-torio sobre el que se asentaban. Estaban orga-nizados para convivir, compartir, hacer pro-ducir y defender ese territorio. Tenían acu-mulada una tradición común que se remonta-ba a miles de años.

Cada pueblo había desarrollado un idio-ma o dialecto con el cual todos sus miembrospodían comunicarse. Compartían los mismosvalores y prácticas religiosas. Sus costumbresmás importantes –vestido, comida, música ybaile– eran comunes. Y eran compartidos u-sos como la cerámica y la arquitectura; etc.

Es decir, al cabo de un proceso que com-pletaba ya miles de años de maduración, yhabida cuenta de la interrupción durante elImperio Chavín, hacia el siglo V dC habíanquedado consolidadas en los Andes variasnaciones y otras estaban en trance de lograrlo.

Las grandes naciones andinas

En el norte, como herederos de los viejosagricultores de Chongoyape, el pueblo mo-chica lambayecano se hayaba posesionado yexplotaba los valles de Zaña, Reque, Lam-bayeque, La Leche, Túcume, e incluso el ac-tualmente casi seco valle de Olmos. Los nú-cleos más numerosos habrían de erigir BatanGrande, en las inmediaciones de Chongo-yape, y las grandes pirámides de Túcume,ligeramente más al norte. Sicán, Sipán e Ílli-mo serían otros de muchos núcleos poblacio-nales menores.

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400Pueblo / nación Cultura

1 Huancavilcas ?2 Cañaris ?3 Tallanes Vicús4 Mochicas Lambayeque5 Moches Moche6 Cajamarcas Cajamarca7 Chavín-recuay Recuay8 Chavín-conchucos ?9 Casmas ?

10 Limas Lima11 Tarmas ?12 Cañetes / Lunahuanás ?13 Yauyos ?14 Huancas ?15 Icas Nazca16 Chankas Huarpa --> Wari17 Inkas Chanapata18 Kollas Tiahuanaco19 Agric. del sur ?

Pachacámac

Gráfico Nº 35Detalle Cronológico (1 500) - 500

Mapa Nº 15Pueblos y naciones andinas (siglo V dC)

Imperio Chavín

Hegemonía militar

Hegemonía tecnológica

NaciónChavín

NaciónLima

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

NaciónChimú

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Con la denominada Cultura Lambayeque269, por ejemplo, el pueblo mochica alcanzó adominar una tecnología hidráulica muy avan-zada. Y logró extraordinario virtuosismo y fa-ma en la metalurgia del oro, que hábilmentecombinaron con la plata y el cobre. Domi-naron pues las aleaciones. Pero también lasoldadura, el repujado, el burilado y el calado.

Son particularmente célebres los tumis ylas máscaras ceremoniales. E igualmentenotables son muchísimos de sus trabajos dejoyería en los que incrustaron esmeraldas,turquesas, amatista, lapislázuli, cuarzo rosa-do y cristalino, cristal de roca y perlas blan-cas, rosadas y negras 270, muchas de las cualeseran obtenidas, a través de los tallanes, depueblos norecuatoriales.

Inmediatamente al sur de aquéllos estabael pueblo moche de La Libertad. Eran lossucesores y descendientes de los remotos hom-bres de Paiján, los aldeanos de Los Chinos,Huaca Prieta, Las Aldas, Cerro Prieto y Cu-lebras, y de los grupos de Salinar y de Galli-nazo.

Estaban ahora en posesión de los vallesde Virú, Moche, Chicama y Jequetepeque.Pero los centros organizativos y religiososmás importantes estuvieron en los valles deMoche y Chicama donde, entre otras, erigie-ron las huacas del Sol y de la Luna, y el com-plejo El Brujo, que recién ha empezado aconocerse 271, respectivamente. Los moches,pues, como tantos otros, se levantaron sobrelos escombros de los viejos dominios chavín–como afirma Lumbreras– 272.

Como hemos postulado anteriormente,puede presumirse que tanto mochicas comomoches albergaron en sus territorios y semezclaron étnica y culturalmente con lossechín, al cabo de la huida de éstos tras suderrota por los chavín. Como bien se vio enla Ilustración N° 6, y como muy significati-

vamente veremos más adelante, hay fun-dadas razones que avalan esa sospecha. Así,con el concurso y aporte de los sechín, mo-chicas y moches iban dando forma a lo que ala postre se reconocería como nación chimú.

En la costa central, los primitivos y pe-queños grupos de Ancón, Chivateros, Oquen-do y Arenal; los grupos aldeanos de Canarioy Cucaracha; de El Encanto y Chilca; de lasColinas de Ancón y de Pedreros; de El Paraí-so y Curayacu, así como los de Miramar y deTablada de Lurín, habían precedido pues aquienes, contemporáneos con los moche,debemos considerar conformantes de la na-ción lima.

A la constitución de la nación ica, en lacosta sur próxima a Lima, contribuyó –porahora como la versión más remota– el hom-bre de San Nicolás. Más tarde los grupos queocuparon las aldeas de Cabeza Larga, Otumay Las Lomas. A ellos sucedieron los hombresque dieron origen a las culturas Paracas: Ca-vernas y Necrópolis. Y luego, coetáneos conlos moche y los lima, los que crearon la cul-tura Nazca.

El remotísimo hombre de Pacaicasa y loshombres de Ayacucho, Huanta, Puente, Jay-wa, Piki, Chihua y Cachi; los que despuésforjaron las culturas Chupas y Rancha y enesta etapa daban forma a la cultura Huarpa;todos ellos, fueron dando forma a la naciónchanka. Y, como está dicho, en el extremosuroriental del territorio, alternaban lasnaciones inka y kolla.

Hacia los años 200 – 300 dC ésas eran lasnaciones más grandes del territorio andino.Sin embargo, alternaban con ellas otras dis-tintas colectividades humanas, en otras tantasporciones del territorio: los tallanes, dandoforma a la cultura Vicús, en el extremo sep-tentrional de la costa; los cajamarca, vecinosde aquéllos, pero en el área cordillerana; los

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casma, en la costa, los recuay –que en elCallejón de Huaylas adyacente habían des-plazado en importancia a los huaraz– y losconchucos –en el callejón del mismo nom-bre– contribuían a la recomposición de lanación chavín–; los tarmas y huancas, en lazona central de la cordillera, en torno al valledel Mantaro. Pero además huancavilcas ycañaris, así como cañetes y yauyos, etc.

Guerras inter–nacionales:causas y secuelas

Entre los mochicas lambayecanos, du-rante ese mismo lapso se había ido poniendode manifiesto una diferenciación social quemostraba tendencia a ser cada vez más pro-nunciada. En el apogeo, la élite mochica sediferenció nítidamente del resto de la pobla-ción llegando a extremos increíbles de boatoy despilfarro, reservándose asimismo el dere-cho a la poligamia –anota Lumbreras– 273.

Mas ello ocurrió también entre los mo-che. Los privilegios de unos contrastaban sig-nificativamente con las formas sencillas devida que caracterizaban a otros 274. Hoy unavez más ha sido puesto esto de manifiestocon el descubrimiento de los murales multi-colores y en alto relieve del centro arqueo-lógico El Brujo (Cao Viejo, en el valle deChicama, en las proximidades de la ciudadde Trujillo).

Entre los lima, ubicados básicamente enlos valles de Chancay y Chillón, la presenciade cadáveres degollados, mutilados y des-cuartizados, en torno a otros intactos 275, su-giere una modalidad de estratificación social.En la nación ica, dominada en este períodopor los nazca (que habían arrebatado ya lahegemonía a los paracas), el grupo urbanofue poderoso, y sus integrantes eran enterra-

dos con gran boato 276. Entre los kollas, en lasinmediaciones del lago Titicaca, las famosaschullpas funerarias 277 siempre han sugeridola existencia de diferentes estratos sociales.

En la diferenciación social, a los gruposdirigentes les correspondió asumir la respon-sabilidad de conducir a sus pueblos en procu-ra de alcanzar su objetivo fundamental: con-solidar la unidad y organización de la multi-tud de ayllus que formaban parte de cada unade dichas naciones y pueblos.

No obstante, y aun cuando debía estartodavía fresca en las distintas tradiciones laexperiencia chavín –y sus consecuencias–,las élites dirigentes que se habían consolida-do en el poder de las distintas naciones pu-sieron pues en evidencia que tenían objetivosde grupo diferentes a los de la gran mayoríadel resto de los habitantes de sus pueblos.

Empezaron a repetir entonces algunos delos hechos del fenómeno imperial chavín. A-sí, para alcanzar sus particulares objetivos,lanzaron a sus naciones y pueblos en pos delos pequeños pueblos que los rodeaban. Esdecir, en campañas de conquista como las quesus propios antecesores habían repudiado.

Así, entre los años 200 y 300 dC –segúnapunta Lumbreras– 278, los Andes fueron en-tonces el escenario de un nuevo proceso deefervescencia bélica. Naciones y grandespueblos se lanzaron a expandir sus fronterasdominando a los pequeños pueblos del con-torno afirma Kauffmann 279.

Los recientemente descubiertos muralesde El Brujo insinúan en múltiples imágenesun clima bélico muy acentuado: guerrerosfuertemente armados, degolladores y prisio-neros esclavizados. Los hechos parecen su-gerir que había empezado a operarse en losAndes un hecho novedoso y de grandes con-secuencias.

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Todo sugiere, en efecto, que –a la luz delas lecciones del imperialismo chavín– habíaaparecido una nueva motivación para lasguerras. Las principales motivaciones deéstas ya no eran pues apropiación de tierras ybosques; acceso a fuentes de agua; disposi-ción de bancos de peces y canteras; recupe-ración de bienes que habían sido arretabata-dos por otros pueblos; vengar agresiones; li-beración nacional; etc.

La nueva motivación para la guerra eraahora capturar prisioneros, que, en vez de sereliminados –como había estado ocurriendoantes de Chavín–, pasaban ahora a constituirfuerza de trabajo al servicio del conquistador–anota Lumbreras–280. Los nuevos brazos re-forzaban la fuerza de trabajo existente y sus-tituían a quienes habían ocupado las novísi-mas plazas militares de los pueblos agre-sores.

Aparentemente los primeros prisionerossometidos a trabajo esclavizante fueron lle-vados a explotar las inhóspitas y nunca anteshabitadas islas guaneras 281 que explotabanlos moche (chimú). Quizá ese era el destinode los prisioneros que han aparecido en losmurales de El Brujo, donde, a partir de lasimágenes encontradas, los arqueólogos espe-cialistas han recreado la pintura que aparece

en la Ilustración N° 14, que a todas lucesmuestra prisioneros cuyo destino difícilmen-te sería otro que el trabajo esclavizado.

Permítasenos sin embargo una nueva ob-servación. La prensa (en este caso el diario“El Comercio” de Lima, que con grandespliegue difundió en setiembre de 1999 losdescubrimientos de El Brujo), haciendo suyalas especialísimas interpretaciones de la his-toriografía tradicional, no duda en que laimagen corresponde a la “presentación dequienes habían sido vencidos en los comba-tes rituales” 282. ¿Combates rituales? ¿Repre-sentación teatral tragicómica y/o místico-religiosa?

Mal haríamos en desconocer que esa pue-de ser “una” hipótesis. ¿Pero ésa es acaso laúnica hipótesis? ¿Y acaso la más verosímil?No, en absoluto.

El contexto histórico al que pertenecenlos murales de El Brujo, larga y sólidamentepermite la formulación de otra, bastante másprobable: que efectivamente se esté ante larepresentación de prisioneros, reales y no ri-tuales, de una guerra, real y no ritual. ¿Acasola presencia de armas y guerreros en los mu-rales no coincide con las evidencias guerre-ras que ha encontrado la arqueología? ¿Y unay otra evidencia no concurren también a ex-plicar el expansionismo moche?

Según los “especialistas”, las muy diver-sas y complejas imágenes de los murales deEl Brujo corresponden –en la hipótesis queimplícitamente han formulado– a un “secretocalendario”, plagado de “dioses y otras imá-genes mitológicas”.

Habría en ellas pura abstracción y simbo-lismo mas nada de realismo. Que sepamos,ellos no se han planteado, alternativamente,una igualmente verosímil pero más prosaicahipótesis: que los artistas moche hayan retra-

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Fuente:– La búsqueda recién ha comenzado, El Comercio,

Lima, 14 de setiembre de 1999, p. A 10.

Ilustración Nº 14Prisioneros (esclavos) de los moches

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tado el rico y complejo mundo en que vivían;esto es, a sus dioses, pero también a sus hé-roes militares; sus sueños, pero también sushazañas; sus miedos, pero también sus forta-lezas; sus soldados, pero también sus prisio-neros; sus armas, pero también sus animales;etc.

La Arqueología y la Historia tradicio-nales tienen obligación moral y profesionalde explicar por qué, sistemática y recurrente-mente, haciendo tabla rasa de los más ele-mentales criterios metodológicos, sólo venescenas ritual–recreativas allí donde másprobablemente hubo guerras sangrientas yconquistas, sufrimiento y muerte. Y por quésólo ven dioses allí donde muy probable-mente hay héroes legítimamente divinizadospor la ideología de las élites y el imaginariopopular. Y, tanto o más importante, por quésólo y exclusivamente formulan sus apriorís-ticas y prejuiciosas hipótesis y silencian lasotras.

¿No son acaso concientes de que formu-lando sólo una hipótesis, por lo demás apri-orística y prejuiciosa, lo más probable es quesin rigor científico terminen artificial y artifi-ciosamente “probándola”? ¿Y que al negarsea plantear hipótesis alternativas nunca las so-meterán siquiera a contraste y nunca enton-ces podrán probarlas?

¿No son concientes de que su obsesiva ynada científica tendencia a divinizar cuantoobservan, contribuye decididamente a miti-ficar el pasado, esto es, al fortalecimiento dela Mitología, a despecho y con sacrificio deldesarrollo de un área del conocimiento tantrascendental como la Historia?

¿No son concientes, por último, de que, afin de cuentas, su persistente mitologizacióncontribuye al encubrimiento y escamoteo dela verdad histórica? ¿No se cometería ma-ñana un error monstruoso si, escribiéndose la

historia de hoy, los historiadores, además delas imágenes de que están llenas las iglesias,vieran en los monumentos de Grau y Bolog-nesi, Cáceres y Quiñones, seres divinos? Puesde tamañas distorsiones están plagados loslibros de la historia andina.

Quizá básicamente pues, con el expe-diente de la guerra, en el norte, los moche(chimú) hicieron efectivo su dominio sobrelos valles de Chicama, Moche, Chao y Virú.Más al sur, pero siempre en la costa, el pue-blo lima terminó de ocupar plenamente losvalles bajos y medios de Chancay, Chillón,Lima y Lurín. Y en territorio aún más austral,los nazcas hegemonizaron sobre el conjuntode la nación ica: por el norte del área hasta elvalle de Chincha, dominando en el camino alos paracas, y por el sur hasta Acarí.

Al lado de la nación ica, pero al otro ladode la cordillera, fue éste también el períodoen que los pueblos que estaban dando formaa la nación chanka consolidaron su dominiosobre toda la cuenca del río Pampas. Y, quizátambién, fue éste el tiempo en que los disper-sos ayllus del pueblos inka se posesionaronde manera definitiva del área del Cusco. Porsu parte, los distintos grupos kollas se afir-maron sobre el vasto territorio altiplánico, eincluso sobre las costas de Arequipa, Moque-gua, Tacna y el norte de Chile.

Es decir, virtualmente todas las nacionesy grandes pueblos conquistaron sus objetivosde consolidación territorial y de desarrolloautónomo de su propio proyecto. Algunos deellos, sin embargo, y por lo menos en parte, acosta de pequeños pueblos que fueron sojuz-gados.

Estando poblados todos los valles del te-rritorio de los Andes –tanto en la costa comoen la cordillera–, la demanda alimencicia queplanteó el crecimiento poblacional significóescasez relativa de tierras. Al fin y al cabo, la

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población andina habría crecido entre 40 y50% durante esos cinco siglos.

Todo parece indicar pues que, para am-pliar la frontera agrícola, entre la construc-ción de andenes, canales de riego y otras so-luciones pacíficas y de inversión, los gruposdirigentes optaron por las guerras de expan-sión y conquista. En ese momento, sin em-bargo, ya no se trataba de enfrentamientosentre pequeños pueblos, sino de las primerasguerras inter–nacionales en los Andes.

No hay aún evidencias, pero compartien-do fronteras comunes, puede presumirse quelos moche (chimú) rivalizaran con sus cer-canos parientes los mochicas lambayecanosy otros de sus distintos vecinos: los tallanes,al norte; cajamarcas, huaraz y recuay, al es-te; y limas, al sur.

Es probable, también, que los ica rivali-zaran con los chankas y que éstos tuvieran enesta etapa sus primeros enfrentamientos consus vecinos inkas. Y es posible que, a su tur-no, estos últimos soportaran diversas formasde penetración y dominación a cargo de lanación kolla, donde con singular éxito des-puntaba ya la cultura Tiahuanaco.

La presencia de individuos y pequeñosgrupos rodeados de ostentación y privilegiosponía en evidencia que la estratificación so-cial –en pocos siglos, a la sombra de las gue-

rras y de sus correspondientes botines–, sehabía hecho más pronunciada en algunasnaciones. Ello demostraba que los beneficiosque se obtenían estaban siendo concentradospor los grupos internos dominantes. Esto, asu vez, probaba que los proyectos nacionalesestaban siendo sustituidos, subrepticiamente,por proyectos de grupo, cada vez más ambi-ciosos y agresivos.

Las guerras de conquista no eran precisa-mente un buen remedio para esa sustitución.Muy por el contrario. Con ellas las élites diri-gentes mostraban un completo dominio ycontrol sobre el proyecto que se venía mate-rializando en sus naciones. Si en la paz lasmayorías concretaban algunos beneficios,con las guerras esas mayorías no sólo no ob-tendrían mayores ventajas sino que, incluso,iban a perder sus propias vidas. Sin embargo,las minorías dominantes, las élites, lograronimponerse.

Hacia los años 500 –según Lumbreras 283

el espacio andino presentó un nuevo cuadrobélico generalizado. Los artesanos se encar-garon de dejar expresa constancia del feroz ydecidido espíritu guerrero que primó duranteesta fase del desarrollo de las grandes na-ciones andinas.

También cuando hablamos del fenómenoocéano atmosférico del Pacífico Sur –toman-do referencias de Peter Kaulicke y de WalterAlva–, dijimos que hay serias evidencias deuna sucesión de graves alteraciones climáti-cas y aluviones, que coinciden en el tiempoprecisamente con el generalizado período deviolencia de que venimos hablando. Hay evi-dencias de cuán afectados habrían quedadolas poblaciones tallanes de Vicús (Piura),mochicas de Sipán (Lambayeque) y mochesde La Libertad.

Una vez más, pues, tenemos obligaciónde preguntarnos: ¿cuánto de aquella generali-

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Cuadro Nº 3Población andina 0 - 500

Año Población Tasa de crec.aC (miles) por siglo

0 2 176 9,05100 2 347 7,85200 2 535 8,00300 2 750 8,50400 2 998 9,00500 3 283 9,50

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zada violencia bélica fue desencadecada porla destrucción material y hambruna a que ha-bría dado lugar esa dantesca sucesión de 4–5fenómenos “El Niño”?

¿Y cuán proporcionalmente débiles ha-brían quedado todas aquellas sociedades?¿Habrían tenido virtualmente que comenzarcasi desde cero nuevamente, como podría su-ponerse en función de la precariedad de lasviviendas, y de la enorme destrucción de sussistemas de regadío? Cabe no obstante tam-bién preguntarse, ¿habiendo perdido granparte de las fuentes de sus privilegios, no am-bicionarían obsesivamente las élites volver aalcanzarlos?

Entre los moche (chimú), en la cerámicaquedaron ilustradas violentas escenas y laexistencia de prisioneros de guerra 284. Por lodemás como se aprecia en la Ilustración N°15, la que la historiografía tradicional pre-sume como la más importante divinidad deese pueblo 285, no era sino un fiero personajearmado 286.

La representación de un “degollador” enPukara, y la macrocéfala y también presuntadivinidad Tiahuanaco, representada en laPuerta del Sol, provista de instrumentos con-tundentes 287, sugieren también un clima deviolencia más en esta última, como se ve enla Ilustración N° 16, resulta elocuente cuán

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Fuente:– Kauffmann, Manual..., p. 362.

Fuente / Versión de color por A. Klauer:– Kauffmann, Manual..., p. 438.

Ilustración Nº 15¿Divinidad Moche?

Ilustración Nº 16¿Divinidad Tiahuanaco?

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lejos había llegado la influencia Chavín: lasimilitud entre esta imagen y la del personajede la estela de Chavín es harto evidente. Porsu parte, los múltiples motivos iconográficosde la elaborada cerámica Nazca muestran,inequívocamente también, agresivo espírituguerrero y gran ferocidad como anota Kauff-mann 288.

Los prisioneros de guerra, es decir, lafuerza de trabajo esclavizada o casi esclavi-zada que fue puesta al servicio de las na-ciones vencedoras y, en particular, de los gru-pos dirigentes, resultaron ser una nueva mo-dalidad de mitimaes y mitayos en el espacioandino, de momento que eran desarraigadosde su territorio y obligados a trabajar en unolejano y extraño. Sobre ellos recayó, muyprobablemente, el mayor peso en la construc-ción de las grandes obras que se erigieron enese período. Obras que, no por simple casua-lidad se levantaron generalmente allí donderesidían los grupos de poder.

En el dominio central del pueblo moche(chimú) quedan aún los restos de un enormesistema de irrigación que se cuenta entre lasmás sorprendentes realizaciones 289 en los An-des. En el valle de Chicama, en efecto, esposible rastrear, en casi 110 Kms, el trazo deun importante y profundo gran canal de irri-gación 290: el canal de La Cumbre. Pero asi-mismo otra asombrosa demostración de inge-niería hidráulica: el acueducto de Ascope quecomo señala Del Busto– “midió 1 400 metrosde largo, 15 de alto, y tuvo un volumen deterraplenado que llegó a los 785 000 metroscúbicos” 291.

E imponentes centros religiosos adminis-trativos como la Huaca de la Luna y, mayoraún, la Huaca del Sol, gigantesca pirámide de280 mts. por 136 mts. de base, y 48 mts. dealtura 292, en cuya construcción, según la le-yenda –como registra Kauffmann– habríanintervenido 200 000 hombres 293, apilándose

tanto como 50 millones de adobes –como asu vez escrupulosamente registra Del Busto294–. Así también el enorme complejo admi-nistrativo–religioso que erigió el pueblo limaen Pachacámac. La nación kolla –a su turno,y en Tiahuanaco– se encargó de repetir dechavín la erección de obras que implicaron eltraslado y no menos asombroso trabajo degigantescas piedras 295. Según ha ilustradoStingl, la Akapana debió ser una pirámide depiedra de dimensiones y acabados porten-tosos.

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Ilustración Nº 17Versión presunta de la Akapana de Tiahuanaco

Las grandes construcciones,¿cuánto costaron?

Así como algunas de las grandes edificacionesantes citadas, medidas con cuidadosa y sin duda pro-fesional minuciosidad, nos encontramos reiterada-mente en la historiografía tradicional con muchos o-tros datos que con seguridad tienen la misma pre-cisión.

Se conoce, para citar sólo otros dos entre innu-merables ejemplos, las dimensiones exactas del Cas-tillo Nuevo (o Templo Tardío) de Chavín de Huántar(75 x 72 mts. de base, pudiendo presumirse que sualtura fue de 13 o más metros, a estar por la de la paredmás alta que aún se conserva en pie) 296. Y que en

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Tiahuanaco la pirámide de plataformas escalonadas dela Akapana, tuvo nada menos que 300 x 200 metros debase y 32 de altura 297.

Cómo dudar que esos valiosos datos son una mag-nífica base quizá hasta suficiente para multidiscipli-narios cálculos subsecuentes que, sin embargo, hastaahora no han sido emprendidos. Y cuyos resultadostendrían un valor incluso más trascendente que lasdimensiones mismas de los edificios: cuánto habríacostado erigirlos.

¿Por qué, por lo menos en las últimas décadas, alno haberse convocado el concurso de la ingeniería, laarquitectura, la economía y la informática, los ar-queólogos peruanos vienen negándonos los importan-tísimos datos de cuánto –siquiera en órdenes de mag-nitud y en sus equivalentes de valor actual– habríacostado levantar esos imponentes edificios (gastos) yobras hidráulicas (inversiones)?

O, si se prefiere, y además con el concurso de laagrimensura y la agronomía, ¿cuánto –en términos ab-solutos y en porcentaje– del excedente agrícola gene-rado por los pueblos correspondientes se habría desti-nado a esos usos? ¿No permitirían acaso esas estima-ciones tener una idea más cercana de cuánta proclivi-dad al gasto y a la inversión fueron nuestros antepasa-dos?

¿No se estima acaso que esos cálculos son inclu-so más relevantes y trascendentes que, por ejemplo, elmeticuloso estudio de las formas y colores que se usóen la cerámica precolombina? ¿E incluso mucho másrepresentativos y reveladores del mundo concreto ytangible, de sus prioridades, de su organización eco-nómico–productiva y de su organización y jerarqui-zación político–social, que sus conocimientos astro-nómicos y sus creencias mágico–religiosas?

Tenemos todo el derecho a preguntarnos todavía,¿por qué la historiografía tradicional sigue empeci-nadamente desdeñando el valor enorme de la informa-ción económica del mundo prehispánico? ¿Por qué,siendo que incuestionablemente hace décadas que estáa un paso de poder emprender su estudio, no ha incur-sionado hasta ahora en ese capítulo de la historia?¿Qué la inmoviliza, qué la ata, qué la ancla, cuál es larémora que le viene impidiendo dar ese trascendentalpaso que aportaría valiosísima información para cono-cer mejor la historia?

Esa sorprendente “parálisis” no es, a nuestro jui-cio, el resultado de carencias de órden técnico, cientí-

fico o metodológico. Transitoriamente, mientras estu-vieron alhelados ante las monumentales obras, quizáno se hayan hecho preguntas tan prosaicas como éstas:¿cuánto pudo costar esta obra en la que se apilaron 50millones de adobes? O, ¿qué inversiones agrícolasdejaron de hacerse por construir este templo y aquélpalacio? Mas, tras el natural asombro, ¿no ha so-brevenido acaso después un período reflexivo? ¿Porqué entonces tampoco allí surgieron esas interrogan-tes? Y si eventualmente surgieron, ¿por que, entonces,no se ha dado respuesta a ellas?

Esa parálisis, a nuestro juicio, connota una depen-dencia ideológica. Inconciente y quizá inadvertida,pero no es un problema científico. Es un problema re-sultante de prejuicios y escala de valores. Y, a lapostre, un asunto inconciente de compromiso y hastade arraigada e incontrolada sumisión al poder, que dehecho explica muchas formas conocidas de “perezaintelectual?

¿Por qué? Porque como en el también inabordadoestudio político–social profundo de la caída de losimperios, ahondar en lo económico–social puede“des–cubrir” y traer a la luz incomodísimas y hasta“subversivas” respuestas. Mas en esto no hay tampoconinguna originalidad en la historiografía tradicionalandina. También en esto ella soporta con asombrosoestoicismo el viejo corsé diseñado por la historiografíafilogreco–romana.

Un magnífico ejemplo nos lo acaban de propor-cionar los arqueólogos italianos que, con el auxilio delas más modernas técnicas de diseño gráfico, pero trascostosa tarea, han recreado en imágenes virtuales detercera dimensión la esplendorosa Roma de la cúspidedel imperio. La acaba de difundir en Lima la tele-visión por cable. Mas se plantaron allí: en la versiónarquitectónica. Que se sepa –no lo anunciaron, cuan-do bien pudieron hacerlo–, no han dado el único pasoque faltaba: empezar a calcular cuánto costó ese por-tento. Ese valiosísimo dato actualizado –que paracuando se estime no dudamos que alcanzará cifrasastronómicas–, habrá de contribuir a mostrarnos cuán-to aportó al debilitamiento del imperio la absolutapero intrínseca proclividad al gasto (en detrimento dela inversión) de las élites hegemónicas.

Nuestra hipótesis es pues que la historiografíatradicional andina, siguiendo meticulosamente la sen-da de aquélla, tampoco acomete el estudio económi-co–social de nuestra historia por el muy fundado–aunque quizá sólo inconciente temor– de con elloempezar a derruir el enorme castillo de naipes que ha

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creado. Porque no otra cosa es esa imagen idíli-co–mística y “gloriosa” del pasado prehispánico, quesólidamente han sembrado nuestros viejos y repu-tadísimos historiadores de las primeras décadas deeste siglo. Cómo replicar a tan incontrastables maes-tros. Si se atreven, que lo hagan los de las generacio-nes que vienen –debe tener en la mente más de uno–.Y así van pasando las décadas y los siglos. Y nuestrosestudiantes continúan sumidos en el engaño.

Pero tampoco se emprende el estudio económi-co–social del pasado antiguo, porque entonces deberíaseguirse con el correspondiente al Virreinato. Y ésto estodavía más incómodo. Cómo enfrentar a la MadrePatria. Y cómo desacralizar a Isabel la Católica y aCarlos V, al inefable virrey Toledo y a Fernando VII.Cómo sacudir las tranquilas conciencias de España yotros pueblos de Europa, recordándoles que inicua-mente, y a cambio de nada, extrajeron de los Andesriquezas de valores astronómicos. Mas de ello y otroslatrocinios equivalentes veremos extensamente en Enlas garras del imperio.

¿Y para cuando finalmente se haga ese estudiocompleto de la Colonia –porque inexorablemente ter-minará por hacerse algún día–, ¿no habría que acome-terse entonces un genuino y profundo estudio eco-nómico–social del período correspondiente de la Re-pública y hasta nuestros días? Innumerables indiciospermiten suponer que las revelaciones serían asom-brosas: crímenes, ambiciones enfermizas, corrupcióndesembosada, fraudes económicos y electorales, es-tafas de todo género, grotesca proclividad al gasto inú-til y otros latrocinios por doquier.

¿Cómo sino entender que, tras Virreinato y Re-pública, a pesar de la extraordinaria riqueza naturalque se ha explotado en el Perú, no somos sino unpueblo pobre y subdesarrollado, en el que se ha im-puesto –en palabras de Rocío Silva Santisteban– la“cultura de la indigencia” 298? Cuando como ha dichoel historiador peruano Pablo Macera, de habersemanejado los recursos de otra manera “el Perú hubiesetenido un desarrollo histórico económico similar al deJapón al otro lado del Pacífico” 299.

Pues bien, “des–cubrir” todos los latrocinios de laRepública ya no sólo es incómodo: hay familiares,amigos y conocidos en la escena. Y resulta peligroso:están vivos, e incluso usufructuando del más onmímo-do poder muchos de los responsables. ¿No resultaentonces ostensible que el silencio y esa extraña “pe-reza intelectual” de la historiografía tradicional tienen

que ver –como lo advertíamos y eventualmente pare-ció hasta forzado– con el temor al poder de turno?

He ahí pues cómo 50 millones de adobes nos hanmostrado el temible callejón sin salida de la histo-riografía tradicional. He ahí, pues, por qué a muchosha resultado más cómodo y sensato dejar las cosas enadobes inertes, harpías de fábula y seres mitológicosinofensivos.

Pachacámac y la nación lima

Pachacámac fue quizá, desde muy anti-guo e incluso durante la dominación chavín,el más importante centro religioso–ceremo-nial del pueblo lima.

Si un milenio atrás los sacerdotes deltemplo Chavín capitalizaron el fervor por laderrota de sechín, todo parece indicar que ala postre los sacerdotes de Pachacámac lo-graron otro tanto tras la derrota de chavín.

Quizá desde esa fecha Pachacámac dejó deser un centro religioso local y nacional, y seconvirtió en centro religioso ecuménico, inter-nacional –como anota Torero, quien recuerdaademás que, más tarde, algunos cronistas lacompararon con Roma y La Meca– 300.

Pachacámac se erigió en efecto en impor-tantísimo centro en el que convergían po-bladores de gran parte del territorio andino.Eso, a la postre, tendría enorme significa-ción. Pachacámac, de hecho y como habíaocurrido antes con Chavín de Huántar, faci-litó el intercambio de bienes, servicios y tec-nología entre los pobladores de las distintasnaciones y pueblos que allí concurrían.

Con ello coadyuvó a la difusión y homo-geneidad cultural, y en particular, idiomática301. Todo hace suponer que como postula ellingüista Torero después de Chavín, Pacha-

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cámac tuvo un protagónico rol en la difusiónpanandina del quechua.

Desde muy distantes confines fueron lle-gando al templo de Pachacámac multitudi-narias delegaciones de peregrinos moche(chimú), tarmas, huancas, icas, chankas, etc.Los sacerdotes contaron así con el apoyo su-ficiente para engrandecer las edificacioneshasta que el conjunto adquirió dimensionesdesproporcionadamente grandes en relacióncon la magnitud poblacional del pueblo limaque lo albergaba.

La cultura Nazcay la nación ica

En la costa sur, por su parte, tras apro-vechar y potenciar las influencias que lesllegó de la Cultura Paracas Necrópolis (entreel 370 aC y el 100 dC), de entre los grupos dela nación ica largamente habían empezado adestacar los nazcas, desde su sede central enCahuachi (a pocos kilómetros al sureste de laactual ciudad de Nazca), en el área sur delterritorio de dicha nación.

Presumiblemente entre el 100–200 dChabrían realizado los primeros de sus gigan-tescos y asombrosos geoglifos hendidos en elsuelo de cascajo en la Pampa de El Ingenio(ligeramente al norte de la actual ciudad deNazca). Éstos, a la postre, llegaron a ocuparun área de más de quinientos kilómetroscuadrados. Hay allí aún hoy hasta 32 grandesfiguras bien definidas, entre ellas un ave de127 metros de largo y una araña que mide 42metros 302.

El conjunto de geoglifos de Nazca es sinduda el más grande y asombroso de losAndes. Sin embargo –a despecho de lo quecree la inmensa mayoría de las personas– no

son los únicos. También los hay en Arequipa:una enigmática espiral, en la Pampa de Ma-jes; un bellísimo manto, en la pampa de San-ta Isabel de Sihuas; y varios en Toro Muerto,en el valle medio del río Majes cerca de A-plao. Y en el norte del Perú, dentro del terri-torio mochica en Lambayeque, en Oyotún,en la cabecera del río Zaña. Pero también hayotros en el desierto de Antofagasta, en elnorte de Chile 303.

A diferencia de otras grandes realiza-ciones materiales en los Andes, las ya céle-bres Líneas de Nazca representaron exclusi-vamente un gran despliegue de esfuerzohumano: infinidad de horas de trabajo. Nofue necesario explotar canteras de piedra ypor tanto tampoco el concurso de pacientespicapedreros.

Las asombrosas Líneas de Nazca –queaún vienen dando lugar a innumerablesinvestigaciones, hipótesis y fantasías seudocientíficas–, representaron por sobre todo un

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Fuente:– Stingl, Templos..., p. 100.

Ilustración Nº 18El cóndor de las Líneas de Nazca

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extraordinario despliegue de ingenio y habi-lidad. No tanto para definir las líneas rectas,sea en el llano o superando montículos, puespara ello era suficiente el auxilio de pequeñasestacas de madera de huarango alineadas conla vista humana. Sino para concretar lo queen la moderna topografía se conoce como“replanteo”, esto es, el traslado al terreno, ensus dimensiones finales, de los pequeños tra-zos bosquejados en una superficie menor.

El arquitecto Carlos Milla 304 postula co-mo hipótesis que bien pudieron los nazcasconocer el principio de ‘ampliación a partirde la diagonal del paralelogramo’ (el sencillométodo que se usa en la ampliación fotográ-fica). A partir de ese principio, y con el au-xilio de bastones y cordeles, habrían podidolos nazcas construir un pantógrafo gigantecapaz de ampliar una figura en grandes pro-porciones. Por lo demás, habrían recurridotambién a un simple artefacto de cerámica(dos pequeños tubos huecos cruzados en án-gulo recto) para concretar el replanteo de án-gulos de 90 grados 305.

Todo ello pudo lograrse porque muchosde sus especialistas, los ingeniosos creativos,y muchos de sus hombres, la insustituiblefuerza de trabajo, habrían dispuesto de tiem-po suficiente para concretar ese cuantiosodespliegue de energías. Mas ello, a su turno,sólo podía lograrse obteniendo grandes exce-dentes en las campañas agrícolas.

Y no fue precisamente porque las tierrasdel área fueran proverbialmente fértiles. Si-no, por sobre todo, porque los nazcas habríantenido siglos de una vehemente proclividad ala inversión.

De ello dan fiel testimonio las innume-rables obras hidráulicas que se construyeronen Matará, Achullo, Aja, Bisambra, Curve,Orcona, Cantayo, Tejeje, Bijuna, Pangaravi,Huairona, Majorito, Majoro Grande, Anclia,

Agua Santa, San Marcelo, Gobernadora, O-cangaya, Soisongo, Conventillo, Llicuas,Copara, Taruga y Soisonguillo 306.

“Los acueductos y reservorios de laregión todavía sorprenden por su eficacia”afirma con certeza Del Busto 307, pues efecti-vamente muchos están aún en uso. Se conocede artificiales conductos subterráneos de a-gua, de más de un kilómetro de largo y quellegan a tener la altura de un hombre.

En otro orden de cosas, los nazcas, dadosu circunstancial desarrollo y su posicióngeográfica –como se verá en el Mapa N° 18–,adquirieron una gran importancia comercialenlazando Tiahuanaco con Pachacámac, yseguramente hasta con moches y mochicas.Lo cierto es que adquirieron también re-putación como mercaderes 308. Hacia el sur desu territorio, dejaron testimonios de intensocomercio con Huacapuy (Camaná) y Majes(Arequipa) hasta por lo menos el 600 dC.

Fueron pues sin duda significativos lostestimonios de desarrollo técnico y económi-co que alcanzaron los nazcas. No es difícilimaginar que con todo ello asombraran a losrestantes pueblos de la nación: icas propia-mente dichos, paracas y chinchas, alcanzan-do a predominar sobre todos ellos. Hastapuede presumirse que al principio –comohabía ocurrido con Chavín– habría sido sólouna hegemonía tecnológica y pacífica que,como sugiere la iconografía de su cerámica,se mantuvo durante los siglos I y II dC.

Es difícil definir cómo y por qué se ope-raron drásticos cambios en la sociedad nazca.Lo cierto es que su cerámica y otras expre-siones culturales de los siglos III y IV retratan,entre otras imágenes, dantescas cabezas–tro-feo. Había pues asomado el período de losguerreros nazcas que, hasta su conquista por elImperio Wari, concretaron un segundo períodode su historia, pero de hegemonía militar.

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“Gustaron de traer atados al cinturón loscráneos de sus enemigos. Son las famosascabezas–trofeo que penden también de lostobillos, rodillas y manos de los vencedores”–registra Del Busto 309.

Quizá del mismo período es la ya citadacabeza–trofeo lítica de características facia-les negroides, encontrada en el sitio de Que-rullpa Chico II, en el valle alto del río Majes–que Linares Málaga presume de origenTiahuanaco 310–. Y otra evidencia de unafuerte presencia y eventual expansión con-quistadora hacia el sur de su territorio, laconstituyen los geoglifos de la Pampa deMajes, así como los de las cercanas áreas deSanta Isabel (Sihuas) y de Toro Muerto (A-plao), todos ellos en Arequipa.

El Titicaca:la común historia de lasnaciones inka y kolla

Tiahuanaco fue sin duda la más granderealización cultural y material de esta partede la historia andina. Sus enormes y cos-tosísimas construcciones de piedra primo-rosamente trabajada, como la pirámide de laAkapana –que se mostró en la Ilustración N°17–, y el palacio de Kalasasaya –al que per-tenece la Puerta del Sol–, alcanzaron talenvergadura que implicaron un conjunto dedecisiones tomadas al nivel de un poder cen-tral suficientemente fuerte –como afirmaMétraux 311.

Lo suficiente como para decidir incur-siones guerreras de conquista y/o de reclu-tamiento forzoso de fuerza de trabajo. Su-ficiente como para organizar y obligar des-pués a los prisioneros a trabajar. Suficientepara decidir en qué tipo de obra se concen-

trarían los esfuerzos de cientos o miles deprisioneros y/o los campesinos de pueblosaledaños (como parece haber sido el caso delos inkas en el altiplano tiahuanaquense).

Es decir, suficiente para decidir el uso delexcedente generado por su propio y otrospueblos. Sin duda se trataba de varias eimportantes decisiones, en manos de unpoder que, sólo siendo muy fuerte, podíamaterializarlas.

Siglos más tarde, sin embargo, el puebloinka sería el protagonista del habría de ser elmás extenso y militarmente poderoso impe-rio que llegó a conocer el mundo prehispáni-co. Pero, como bien se sabe, el mito funda-cional más importante del pueblo inka relatael mitológico surgimiento de su legendariofundador, Manco Cápac, de las frías aguasdel lago Titicaca.

Ello, sin ápice de duda, revela la fortísimay muy prolongada relación que en algún pe-ríodo tuvieron los quechua–parlantes inkas,con los aymara–parlantes kollas del Altipla-no. Relación intensa y prolongada que –todoparece sugerirlo– se dio precisamente duran-te el esplendor de Tiahuanaco, donde aqué-llos, por asimilación, hicieron suyo el mitofundacional de éstos.

De la misma manera que la asimilaciónandina del mito fundacional más importantede la cristiandad –que a su vez es de lejanoorigen judeo–mesopotamio–, fue el resultadode la estrechísima y por tres siglos duraderarelación de los pueblos dominados y “pa-ganos” de los Andes con los hegemónicos del“cristiano” imperialismo español.

¿Cómo y por qué se produjo esa estre-chísima relación quechuas inkas – aymaraskollas? ¿Cuándo empezó y qué tan prolonga-da fue? Lejos está aún la historiografía tradi-cional de dar elementos de juicio para res-

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ponder adecuadamente esas interrogantes.Aún cuando, de hecho, el famoso mito esparte de la historia más y mejor estudiada dellarguísimo período prehispánico de la histo-ria del Perú.

Sólo cabe pues formular hipotesis, comolas que pasasaremos a enumerar. Debe sinembargo advertirse que el elemento central,la esencia de la cuestión, es la mitológicaleyenda de Manco Cápac. Los restantes pun-tos de partida tienen base científica y sonharto conocidos:

a) Tiahuanaco fue la culminación de un gi-gantesco y costosísimo proceso de capi-talización material;

b) ello no se había dado antes, y no ha vuel-to a repetirse;

c) los yermos y agrícolamente pobres cam-pos del Altiplano –como se les conocehoy– no pueden explicar un fenómeno deacumulación de excedentes tan gigan-tesco, y;

d) es virtualmente imposible que la ganaderíade auquénidos del Altiplano hubiera podi-do generar masivamente tantos excedentes,ni siquiera en el caso de que la hambrunade la periferia hubiera sido gravísima (amenos que la ciencia demuestre que variasgeneraciones sucesivas pueden alimentarseúnica y exclusivamente de carne).

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Anexo N° 6Tiahuanaco y la hipótesis de Kolata

Situación normalpobreza agrícola

(“sequía permanente”)

Situación anormal(“sequía de Kolata”)

ResultantePobreza agravada

Tiahuanacoapogeo agrícola-ganadero

(“lluvias sostenidas”)

Inmigración inkaal altiplano

Situación anormal(“sequía de Kolata”)

ResultanteColapso de Tiahuanaco

Emigración inkadel altiplano

A)

B)

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Nuestras conjeturas e hipótesis son en-tonces las siguientes:

1) Hoy la ciencia conoce perfectamente dela existencia y consecuencias del fenó-meno océano–atmosférico del PacíficoSur. Y también perfectamente conoce queafecta selectiva y discriminadamente, conconsecuencias distintas en unos que enotros rincones del territorio andino.

Así, las frecuentes y reiteradas versionesde “El Niño” representan lluvias torren-ciales en la costa norte, por sobre todo, einvariablemente sequías en el Altiplano.Y, a la inversa, las versiones de “La Niña”producen sequía en la costa norte y llu-vias en el altiplano. En uno y otro caso,tanto más graves unas y otras cuanto másgrave es el fenómeno.

Pero la “selectividad espacial” es tal, quea un lado y otro de la Cordillera deCarabaya –la que separa el surcordillera-no con el Altiplano–, se dan procesos cli-máticos distintos. Así, mientras en el áreainka puede estar dándose un estado delluvias, en el área kolla puede estar dán-dose sequía, y a la inversa.

2) También es claro hoy que no todos losfenómenos de dicho tipo tienen igualduración, los hay de meses y años.

3) Como parece estar ocurriendo actualmen-te, y a lo largo de las últimas dos décadas,hay razones para presumir que la conver-gencia del fenómeno planetario con fenó-menos localizados en el Altiplano, danlugar a períodos largos de sequía cada vezmás aguda.

Recientemente el arqueólogo norteameri-cano Alan Kolata, ha mostrado que estu-dios del lecho del lago Titicaca muestranen efecto que el colapso de Tiahuanaco

coincide en el tiempo con evidencias deuna grave y prolongada sequía 312. Ella sehabría producido –presumimos a manerade hipótesis– en torno al año 900 dC, estoes, poco después del inicio de la expan-sión del Imperio Wari.

El fenómeno eventualmente habría tenidoproporciones planetarias. Porque casicoinciden en el tiempo los colapsos porsequía de las culturas:

– Tiahuanaco, en los Andes– Maya, en Centroamérica– Anazasi, en Norteamérica (California)– Khmer, en Oriente

Como resulta obvio deducir, ese fenó-meno no pudo ser de aquellos a las queestaba habituada la población del Alti-plano. Y menos aún posterior a una cual-quiera de sus consuetudinarias sequías,pues simplemente de la precedente sólohabrían podido resultar, aunque agrava-dos, los mismos resultados de pobrezaagrícola mileraria del Altiplano (“A” en elgráfico de la página precedente).

4) Aún no está comprobado, pero de lodicho y de lo que se conoce del fenómenoocéano–atmosférico del Pacífico Sur, esrazonable presumir que, en sentido inver-so (“B” en el gráfico), pueden habersedado –y repetirse en el futuro– procesosde prolongadas, intensas y generosas llu-vias que –así como transforman ahora enun gigantesco pastizal desierto de Se-chura–, podrían haber convertido el Alti-plano en un asombroso y extenso aunquepasajero vergel.

Eventualmente, entonces, un fenómenonatural de este tipo –espacialmente muyfocalizado–, repentino, explosivo y fu-gaz, en simultaneidad con sequía prolon-gada en la periferia –incluido el territorio

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inka–, se habría dado en el Altiplano entorno al 600 dC. Y, en efecto, parecenconfirmarlo las modernas investigaciones–referidas en la primera parte de este tex-to–, realizadas en los hielos de los neva-dos Quelcayo y Macusani del Altiplano.

En todo caso, habrá que reconocer que lasposibilidades que ha tenido la ciencia pa-ra construir y confrontar esta hipótesisllevan acumulados 450 años. Esto es,desde que en 1553 Cieza de León publicóLa crónica del Perú. En ella, hablando delos kollas, el cronista nos dice 313:

Muchos destos indios cuentan que oyerona sus antiguos que hubo en los tiempospasados un diluvio grande...

Y efectivamente, los “diluvios” son, pornaturaleza, intrínsecamente repentinos, yde consecuencias explosivas y fugaces.Ese “diluvio grande” del Altiplano –secu-larmente seco–, no debió ser sino uno ovarios conjuntos anuales de grandes llu-vias que, por comparación con aquellasprecipitaciones anuales promedio a lasque estaban acostumbrados los kollas,debieron parecerles gigantescas.

Pero, dados los resultados objetivos queha ofrecido Tiahuanaco, habrían sido demagnitud tal que, no siendo destructivas,fueron por el contrario inmensamenteproductivas. Sobre todo por el hecho –po-cas veces bien tenido en cuenta– de que elAltiplano es enorme. Bien puede sumartanto como 100 000 Km2 314.

Sólo un inusitado evento climático de esanaturaleza explicaría el carácter repentinoy fugaz de Tiahuanaco. Pero explicaríatambién además su carácter explosivo. O,si se prefiere, el hecho de que alcanzó elesplendor “de la noche a la mañana”. Yuna vez más corresponde recurrir a Cieza

de León 315. Dice en efecto:

...oyeron a sus pasados que en una nocheamaneció hecho lo que allí se veía.

Si como todo parece indicar, efectiva-mente ocurrió ese “generoso y constructi-vo diluvio” –aunque no hubiera habidosequía en la periferia–, mal podemos ex-trañarnos de sus abrumadores resultadosen infraestructura material. Porque conesa enorme superficie, el Altiplano es lallanura potencialmente fértil más grandedel conjunto del territorio Perú–Bolivia.

Los kollas del área circunlacustre, casipermanentemente en sequía, estaban puesacostumbrados a los rigores de una vidade subsistencia, casi sin capacidad de in-versión o acumulación. Y, derrepente,sorpresivamente, se vieron obteniendocosechas 10, 25 o quizá hasta 50 vecesmayores.

Así, dadas las magnitudes del Altiplano,puesto repentinamente en producción esevasto territorio, el imprevisto e impre-decible –pero fugaz– excedente generadodebió resultar absolutamente gigantesco.Puede incluso hasta sospecharse que nose dieron abasto para secar toda la pro-ducción de tubérculos, como estabanacostumbrados. Así, no habrían alcanza-do a convertir buena parte de su primeragran cosecha en no perecedera y aprove-chable. Quizá, pues, la mayor parte deella se les pudrió, volatilizándoseles asígran parte de sus primeros grandes exce-dentes.

Todo sugiere que al año siguiente –y du-rante muchos más– volvieron a darsenuevas grandes lluvias. Mas éstas ya nohabrían tomado a los kollas de sorpresa.La experiencia anterior resultaba inva-lorable. Probablemente lo primero que se

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decidió fue que regresaran al Altiplanotodos los kollas desperdigados por elflanco costero de la cordillera Occidental,desde Ocoña hasta el norte de Chile. Ytodo parece sugerir que ni siquiera ellofue suficiente.

Así, para el tercer año, habrían ya tomadoconciencia de que su capacidad de reclu-tamiento de mano de obra extranjera eraenorme. Pero además, les resultaba in-sustituible para concretar la materializa-ción lítica de sus enormes excedentes.

Mal podría extrañar entonces que, even-tualmente por las buenas a unos, y por lasmalas a otros, fueron a traer fuerza de tra-bajo ajena. Y, entre sus muchos vecinos,los noroccidentales inmediatos, los inkas,eran precisamente quienes estaban más alalcance de la mano.

Y si, como seguimos presumiendo, éstosllevaban el mismo tiempo en aguda se-quía, habrían llegado entonces, virtual-mente, en condición de esclavos. Comoquizá también llegaron muchos campe-sinos chankas.

Todo ello, pues, ayudaría a explicar unamuy prolongada presencia en el Altiplanode pueblos de la periferia, incluidos milesde campesinos del pueblo inka –voluntariao forzosamente captados–, cuyos brazos–como veremos– habrían contribuido deci-didamente a levantar las monumentalesconstrucciones que dispuso erigir la tam-bién fugazmente poderosa élite kolla.

Por lo demás, ésta, suponiendo que losdioses se habían vuelto de su lado parasiempre, destinaron el íntegro de susexcedentes a financiar la construcción deobras faraónicas típicas de gasto, y no deinversión, que, seguramente, tambiénhabrían podido hacerse.

5) La extraordinaria situación, el insólito einopinado escenario, se habría prolonga-do tanto como muchas décadas. Y –comotambién está dicho– vuelta a repetir entorno al 800 dC.

Es decir, ya fuera en una sola gran es-tadía, o en dos o más tramos parciales, sehabría acumulado en el Altiplano una per-manencia inka suficientemente prolonga-da como para que, con varias genera-ciones en proceso de aculturación, yeventualmente hasta en agradecimiento,los inkas adoptaran al Titicaca como sumítico lugar de origen.

Mas al retornar definitivamente al Cusco,cuando las condiciones climáticas “defi-nitivamente” se hubieron “normalizado”,y ya no había ni trabajo ni alimento sufi-ciente para ellos, Manco Cápac y lossuyos efectivamente “llegaron desde lasorillas del Titicaca”. De allí, a la versiónlegendaria de que los fundadores delCusco surgieron del lago, no hay, pues,sino un paso.

Adicionalmente, debe sin embargo des-tacarse que, a pesar del tiempo transcurri-do, que eventualmente pudo ser inclusode cautiverio, toda o una parte del tiempo,Manco Cápac y el redimido pueblo inkaque quizá masivamente lo acompañó 316

en el retorno, llegaron al Cusco con unmito ajeno, pero manteniendo su propioidioma.

Es decir –valga la insistente perogrulla-da–, sin haber asumido como propio eldel anfitrión Este “dato” –sobre el quevolveremos en otro momento–, es suma-mente importante. “Mostraría” cuán lentay difícil era en la antigüedad la trans-misión de un nuevo idioma. Y cuán lentay difícil la asimilación por un pueblo deun idioma que no era el materno.

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Esta hipótesis específica se sustenta tam-bién en la misma experiencia histórica de laconquista española de los Andes. En ésta, enefecto, tras siglos de intensa relación, aúncuando mantuvieron sus idiomas nativos,muchos de los pueblos andinos adoptaron,aunque con diferentes variantes de mestizaje,el mito fundacional de la cristiandad que ha-bía impuesto el poder hegemónico.

De consuno, la etnología, la lingüística yla sicología social, deben contribuir a ex-plicar por qué a los pueblos les resulta másfácil adoptar la ajena ideología de un puebloque el ajeno idioma de éste.

¿Acaso no viene ocurriendo hoy lo mis-mo? ¿Acaso no se ha extendido más y másrápido el “modo norteamericano de vivir”que el idioma de sus mentores? Y dos milaños atrás, ¿acaso no resultó a los romanos“más fácil” sembrar en Europa su ideología,usos y costumbres, sin que lograran en cam-bio imponer el latín, que a la postre devinolengua muerta? ¿Será quizá porque el idiomaquedó instalado en la mente humana mi-

llones de años antes que la ideología, que noes sino parte de la cultura, creación humanaésta muchísimo más tardía que aquél.

Pero –como resulta obvio–, los inmigran-tes que retornaron a la tierra de sus padres, nosólo habrían llegado entonces con un nuevomito. Sino, entre otras, con una enorme expe-riencia como finos constructores y alarifes.

He oído afirmar a indios [kollas] –diceuna vez más Cieza de León 317 reafirman-do la validez de nuestras hipótesis– quelos ingas hicieron los edificios grandesdel Cuzco por la forma que vieron tenerla muralla o pared que se ve en este pue-blo; y aun dicen más, que los primerosingas practicaron de hacer su corte yasiento della en este Tiaguanaco.

¿No resulta cada vez más consistente lapresunta estancia de buena parte del puebloinka en el Altiplano? La historiografía tradi-cional tendrá que explicar, muy sólida y con-sistentemente, porqué habiéndose tomado alos cronistas con tanta fidelidad en cosas

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 162

Anexo N° 7Hipótesis: Tiahuanaco y Manco Cápac

Tiahuanaco

Cusco

100

400

800

Inkas(quechua)

Kollas(aymara)Aprox.

siglo VII

Aprox.siglo XI

NaciónKolla

Tiahuanaco

NaciónInka

Grandes lluvias

Grandes lluvias

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intrascendentes y anodinas, se les ha dese-chado, sistemática y tercamente, en estas o-tras tan importantes.

Nuevamente el centralismo enlos Andes

La riqueza y el esplendor de sus centrosurbanos, a juzgar por la enorme diferenciacon el desarrollo de las áreas rurales en cadauna de esas naciones, sugiere que los gruposdirigentes optaron por modalidades centralis-tas, urbanas y consumistas en el uso de losexcedentes que generaba cada una de lasgrandes y los pueblos a los que habían do-minado.

Pero Batán Grande y Túcume, Moche,Maranga y Pachacámac, Cahuachi y Tiahua-naco, los más importantes centros urbanos,demuestran, además, que el excedente gene-rado fue concentrado en el área de residenciade los grupos dominantes de cada una de lascorrespondientes naciones. Éstos, cada vez

que tomaban una decisión en relación con eluso y destino de los recursos, lo hacían, pues,privilegiando aquellas obras con las quealcanzaban sus propios objetivos de grupo.

En cada una de las grandes naciones serepitió entonces el mismo fenómeno: la ri-queza extraída de las zonas periféricas, fluyóhacia los centros hegemónicos. internos. Así,éstos se enriquecieron a costa del empobrec-imiento de aquéllos. O, si se prefiere, losespacios urbanos a costa de los espaciosrurales. Mas, en definitiva, las élites diri-gentes a costa de los pueblos sojuzgados ydel resto de los habitantes de sus propias na-ciones.

En todos los pueblos y naciones de losAndes, el grueso de la actividad productivaera realizado en las áreas rurales por los ay-llus. En ellos el trabajo agrícola, ganadero,forestal, minero, pesquero, etc. seguíarevistiendo su forma comunitaria primigenia–ayni–. A través de este trabajo comunitario,de recíproca y equivalente cooperación entrelos individuos, los ayllus producían lo sufi-ciente para su consumo. Pero producían, a-demás, un excedente.

Con una pequeña parte de ese excedente, yseguramente autorizados por el poder central,los propios ayllus solventaron las faenas, tam-bién comunitarias, que les permitieron concre-tar la construcción de andenes, canales, depó-sitos, puentes y caminos de uso local.

Mas el grueso del excedente era traslada-do a la sede del poder central y administradopor las élites dirigentes.

Éstas, prescindiendo generalmente de si laobra beneficiaba o no a los miembros del ay-llu al que pertenecían los mitayos, a través dela mita, emprendieron las obras de mayor en-vergadura: grandes construcciones urbanas,fortificaciones y caminos nacionales, etc.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 163

Chicama(moches)

Cahuachi(nazcas)

Tiahuanaco(kollas)

mochicas

pescadoresdel Santa

chinchas

paracas

icas lucanas

inkas

Gráfico Nº 36El fenómenocentralista en

Moche,Nazca y

Tiahuanaco

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Caminos, chasquis y desarrollonáutico en los Andes

Si ya los ejércitos, administradores yperegrinos habían atravesado gran parte delterritorio de los Andes durante el ImperioChavín, mil años después, hacia el 500 dC,los pueblos y naciones andinas contaban, porconsiguiente, con un sistema vial más exten-so y mejor acabado.

La red andina de caminos posibilitaba elperegrinaje religioso panandino hacia Pacha-cámac, por ejemplo, pero también facilitabael tránsito de los contingentes militares y per-mitía el intercambio comercial a través de lasfronteras entre los pueblos.

Las redes nacionales permitían que losarrieros –y sus tropillas de auquénidos– tras-ladaran los considerables volúmenes de ali-mentos que diariamente demandaba el sos-tenimiento de las cada vez más numerosas

poblaciones urbanas en Moche, Pachacámac,Cahuachi y Tiahuanaco. Y permitía el tráficomasivo de mitayos y la circulación de los ex-cedentes necesarios para solventar las obrasde diversa índole que disponían los poderescentrales.

Pero la red vial no sólo permitió el flujode la producción. Facilitó también, ya en eseperíodo, el tránsito rápido de la informaciónque portaban los primeros chasquis del pue-blo moche (chimú) 318, cuyo uso y aplicacióncon seguridad imitaron los pueblos y nacio-nes vecinas. Y, por mediación de éstas, pro-bablemente también las más alejadas, comoquizá debió ocurrir con los nazcas y kollas.

Siendo tan clara y elocuente la imagen, yde tanto tiempo atrás la evidencia, resultapatético constatar que la gran mayoría de losperuanos cree, erróneamente –como reitera-da y sistemáticamente se lo repiten los másconocidos textos de historia–, que el sistemade correos a pie o chasquis, fue uno de losgrandes aportes de la cultura imperial inka.Se trata, pues, de una errónea e injustificadaexpropiación a la historia del pueblo moche.Y de una gratuita y falsa atribución al mitifi-cado Imperio Inka.

No obstante, quizá incluso se esté tam-bién cometiendo un error al atribuirle esainnovación al pueblo moche. Porque cierta-mente, aún cuando nunca se ha planteado,quizá corresponda aquí –aunque tardía-mente– preguntarse: ¿pudo un territorio tangrande como el que alcanzaron a dominar loschavín, manejarse sin un sistema de correorápido y de señales de emergencia a distan-cia, con humaredas desde las cumbres de cer-ros distantes?

Las comunicaciones, sin embargo, ya nosólo eran terrestres. En la costa norte, por lomenos ahí, habían adquirido un notable desa-rrollo las comunicaciones marítimas. Allí,

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 164

Fuente:– Kauffmann, Manual..., p. 371.

Ilustración Nº 19Chasqui moche

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destacando largamente sobre el resto de lospueblos ribereños, los moche (chimú) hacíangala de lo que bien podemos llamar una grantécnica de construcciones náuticas. Pruebaincontrastable de ello la constituyen las imá-genes de naves para varios tripulantes, y conbodega y hasta cubierta. Difícilmente puedepensarse que ese despliegue técnico estuvosólo reservado para la pesca.

inmigrantes que según la leyenda de Nay-lamp llegaron desde lejanas tierras al nortedel Perú? En todo caso, la nueva hipótesisdeducida asoma verosímil y consistente conlas anteriores.

Entre los ica (nazcas), en cambio, losindicios apenas pueden permitir hablar deuna cierta actividad pesquera, aunque impor-tante en el contexto de su economía produc-tiva 319.

Parece ser éste el primer contexto históri-co que da pie a un ensayo de imaginaciónhistórica, retrospectivo–proyectiva esta vez,distinto pues de los que hasta aquí hemosesbozado. Asumamos primero que, a diferen-cia de la hipótesis sobre el desarrollo naval“importado” que acabamos de plantear paralos moche, suponemos que ese desarrollonáutico fue completamente autóctono. ¿Có-mo explicar entonces que los ica (nazca), coniguales y milenarios antecedentes, y con ex-traordinario desarrollo en esta etapa no hu-bieran llegado a otro tanto?

El Mapa N° 25 –que se presenta bastantemás adelante– claramente muestra, en el te-rritorio de la nación ica, la ubicación costeñade los pueblos chincha, pisco, paracas y aca-rí; y la ubicación mediterránea de los pueblosica y nazca.

Los paracas, como se recuerda, fueronquienes más antiguamente destacaron entreellos. (1): ¿No es razonable imaginar que,siglos después, es decir, ya para la época dela que hablamos ahora, el desarrollo naval ymarítimo–comercial del conjunto de esa na-ción habría sido grande, de haber seguidopredominando el pueblo paracas, eminente-mente ribereño?

La hegemonía, sin embargo, había cam-biado de manos y estaba ahora en las de losmediterráneos nazcas. (2): ¿No es lícito su-

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Fuente:– En Del Busto, Perú Preincaico, p. 215.

Ilustración Nº 20Nave y faena de pesca moche

Corresponde pues traer aquí nuevamentedos de las hipótesis que habíamos planteadocuando hablamos de los sechín: a) su muyposible llegada por mar desde las costas delPacífico mexicano, y; b) la también muyposible incursión y final fusión de la mayorparte de los sobrevivientes sechín con lospredecesores de moches y mochicas luego dela derrota aquéllos por los chavín.

Así, la convergencia de una y otra hipóte-sis permitiría plantear entonces una tercera.En efecto, el significativo mayor desarrollonaval que habían alcanzado los moche en laetapa de su historia que venimos revisando,muy superior al del resto de los pueblos de lacosta peruana, ¿no tendría una sólida expli-cación en el importante despliegue náuticoque ya varios siglos atrás habrían tenido los

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poner entonces que, precisamente por suausencia de vocación marítima, la élite nazcadesatendió –y probablemente hasta repri-mió– el desarrollo náutico, porque no lo con-trolaban directamente, y no tenían experien-cia personal en ello, y en consecuencia noestaba dentro del conjunto de sus propios ydirectos intereses?

Mediterráneos como eran, sí estaba encambio dentro de sus intereses inmediatos elcomercio terrestre. Y en efecto harto que lodesarrollaron, enlazándose con ese propósitocon sus vecinos chankas, con los lejanos ko-llas del Altiplano, e incluso hasta con pue-blos de la amazonía 320.

Una y otra hipótesis parecen harto vero-símiles, de momento que, cuando siglos mástarde, la hegemonía sobre la nación ica vol-vió a la costa, pero esta vez a manos de loschincha, éstos efectivamente alcanzaron unsensacional despliegue naval y marítimo–co-mercial, como habrían de constatar asombra-dos los inkas, primero, y los conquistadoresespañoles, después.

No se crea que pretendemos mostrar oinsinuar que el desarrollo del transporte te-rrestre y el complementario del comercio portierra que hicieron los nazca, es menos im-portante que el marítimo que podrían haberllevado a cabo los paracas, o que el que efec-tivamente llevaron a la práctica los chinchas.O, a la inversa, qué este es mejor que aquél.No.

Pero sí pretendemos sugerir que, cuandoel modelo de desarrollo histórico–económi-co–productivo es centralista –aunque sólo losea de manera implícita–, sólo termina desta-cando, selectiva y excluyentemente, la o lasactividades económicas en las que la élitehegemónica concentra efectivamente sus in-tereses: agricultura o pesca, comercio terres-tre o comercio marítimo, etc.. Y que, por el

contrario, bajo modelos sensatamente des-centralistas, en cada sector del territorio, con-currente y complementariamente, se desarro-llan las actividades para las que hay vocaciónnatural (agricultura aquí, pesca allá y mineríamás allá, etc.).

Y, para complementar la propuesta, no esdifícil imaginar cuán vulnerable e intrínseca-mente frágil –tanto en términos económicos,políticos y hasta militares–, resulta el puebloo la nación que sustenta su desarrollo en unasola o pocas actividades productivas. Y, por elcontrario, cuán más resguardado y sólidoresulta aquél que se apuntala en todos lossectores productivos que tiene a su alcance.

Parece pues una verdad de perogrullo,mas hay que decirla explícitamente y con to-das sus letras –sobre todo porque en los tex-tos clásicos de la historia del Perú es todavíauna monumental omisión–: la descentraliza-ción económico–productiva (y la conse-cuente descentralización poblacional), es in-variablemente ventajosa, y el centralismo esen cambio inexorablemente pernicioso.

Las culturas moche y mochica:paradigmasde la estratificación social

Las guerras acabaron de perfilar la pro-funda estratificación social en los grandespueblos y naciones de los Andes.

Los mitimaes prisioneros de guerra –y susdescendientes– ocupaban el peldaño más ba-jo de la escala social. El grueso de la po-blación campesina de los pequeños pueblosvencidos cubría, probablemente, el escalónsiguiente. Más arriba se ubicaba la poblacióncampesina de la nación dominante o con-

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quistadora. En el siguiente escalón, habitan-do las ciudades, la población de especialistasy, con consideraciones posiblemente equiva-lentes, los kurakas de los pueblos sojuzga-dos. Finalmente, en la cúspide, el gran kura-ka y el grupo que con él compartía en las ciu-dades los más altos privilegios y el poder enlos pueblos y naciones dominantes.

tarde, Atahualpa llegó a su cita con Pizarrocargado precisamente en andas, y en unasimilar lo hizo el gran kuraka de Chincha).

El boato de algunos entierros en la naciónmoche (chimú), así como entre los ica (naz-cas), en comparación con la sencillez de o-tros, evidenció también la marcada estratifi-cación social 323.

Es hargo elocuente el testimonio de algu-nas tumbas moche (chimú) en el área de LaLibertad: los personajes importantes eranenterrados en ataúdes que contenían variossímbolos de poder. E inmediatamente a sulado, haciéndoles compañía, habían sidoenterradas varias mujeres estranguladas pocoantes de cerrarse la tumba. Todos quedaban“protegidos” por un guardián colocado sobreel ataúd, que había muerto de asfixia con laarena que sellaba la tumba 324.

250 Kms. más al norte, en el área deLambayeque, y correspondiendo al 200 dC, elentierro del que ha sido denominado “Señorde Sipán”, encumbrado personaje del pueblomochica, revistió idénticas características.

Es decir, incluso durante los períodos depaz, y no solamente en tiempo de guerra, elproyecto de los sectores dominantes incluíala muerte de individuos del sector dominadode la población.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 167

Gráfico Nº 37Pirámide de estratificación social en

el territorio dominado por los moches

Dirigentes de lasetnias dominadas

Campesinos de laetnia dominante

Campesinos de lasetnias dominadas

Mitimaesprisioneros de guerra

Kuraka moche y grupo dominante

Especialistas

En la nación moche (chimú), los vestidosy ornamentos con los que se ataviaba la po-blación se encargaban de poner de manifiestolas grandes diferencias sociales.

El grupo dirigente se vestía y ataviabaricamente, con mantos de plumas de avesexóticas, grandes aretes de concha o piedrassemipreciosas, adornos nasales, pintura fa-cial, argollas, brazaletes y riquísimos tocadosen forma de turbantes o coronas con plumasmulticolores. Los campesinos, en cambio,vestían en forma sencilla –confirma Lum-breras– 321.

Los grandes personajes eran cargados enliteras por sus servidores 322 que muy proba-blemente eran prisioneros de guerra. Tam-bién esta práctica cundiría luego por los An-des (recuérdese, por ejemplo que, siglos más

Ilustración Nº 21Litera moche

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Pero también en este aspecto los arte-sanos y artistas dejaron constancia de losextremos de la estratificación social. Cera-mios moche (chimú), así como el imponentemural multicolor en el complejo arqueológi-co El Brujo, muestran en efecto –como se havisto en la Ilustración N° 14– grupos de per-sonas desnudas, con la soga al cuello y lasmanos atadas.

Estas mismas representaciones talladasaparecen enterradas junto a los muertos en-contrados en las islas guaneras. ¿Eran éstosesclavos remitidos a dichas islas de por vida–se pregunta el historiador Lumbreras 325 ?Muy probablemente.

En todas las primeras naciones andinas ladiferenciación social se fue dando conjunta-mente con la segregación física: el grupodominante y la población esclavizada queestaba a su servicio– habitaba las ciudades.En ellas residían además los integrandes de laburocracia administrativa, militar y religiosa,así como los especialistas: constructores,alfareros, orfebres, etc.

Los centros urbanos, magníficamenteequipados con palacetes, grandes centros ce-remoniales cívico–religiosos, fortificaciones,pistas y jardines, puentes y acequias, concen-traban gran riqueza en comparación con laspequeñas y desprovistas aldeas rurales. Masno sólo eso. En múltiples almacenes los gru-pos dominantes disponían de abundantes re-cursos de todo género.

La marcada estratificación social entrericos habitantes de la ciudad y pobres habi-tantes del campo, ponía de manifiesto que, enlos hechos, el proyecto nacional había sidoya traicionado.

El proyecto original, en cada una de esasnaciones, buscaba alcanzar el beneficio detoda la nación. No obstante, cuando se había

avanzado ya bastante del primer milenio denuestra era, al interior de las naciones andi-nas sólo obtenían beneficios los habitantes delas ciudades y, dentro de ellas, grandes yexclusivos privilegios un grupo muy reduci-do de personas. Es decir, el proyecto delgrupo dirigente se había impuesto en sustitu-ción del proyecto nacional.

Coherentemente, el proyecto del grupodirigente permitía el beneficio del grupo diri-gente. O, lo que es igual, el “sujeto prota-gónico” del proyecto era el lógico “benefi-ciario” del mismo.

Sustituido el proyecto nacional, la ma-yoría de la población vio una vez más frus-tradas sus expectativas. Esa mayoría quedóincorporada al proyecto del grupo dirigente.Mas no como “sujetos protagónicos” delmismo, que habían dejado de serlo, sino con-vertidos en “objetos”. O, si se prefiere, nocomo beneficiarios, sino en calidad de tribu-tarios.

Los trabajadores del campo y los pri-sioneros de guerra habían pasado a ser un“recurso” más en manos de la élite dirigente.Con su trabajo en el ayni y en la mita gene-raban esa riqueza de la que gran parte era lle-vada al centro urbano de poder, atentandocontra la descentralización consustancial–aunque implícita– del proyecto original.

Las trampas de ladivinización del poder

En aquel primer milenio de nuestra era,para todos debe haber sido harto evidente quelos pobladores del campo trabajaban tantocomo los de la ciudad (quizá 12 horas diariasunos y otros). En razón de ello, las élitesmoche, nazca y/o de Tiahuanaco difícilmente

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habrían proclamado la falacia de que los be-neficios y privilegios de que disponían eranel fruto de “su” trabajo.

Ello equivalía a proclamar el absurdo deque el trabajo producía a unos riqueza y aotros pobreza. Y difícilmente se argüiría porentonces que los privilegios se debían a lasdistintas “calidades” del trabajo que desem-peñaban unos y otros (aparentemente este ar-gumento sólo se esgrimió mucho más tardía-mente).

Frente a los desiguales resultados de si-milares esfuerzos, al interior de cada grupohumano fue necesario e importante encontrary dar una explicación convincente. Eraimprescindible tener una justificación consis-tente para mantener la unidad y estabilidadde esas sociedades estratificadas, evitando laescisión, la fragmentación; porque la frus-tración y la insatisfacción alimentan el fenó-meno escisionista, fragmentalista. Siemprehan sido su mejor fermento.

casos con objetivos transformadores –re-voltosos, revolucionarios o subversivos, di-ríamos hoy, dependiendo de la virulencia delos gestos y palabras y de la violencia de lasacciones–. Y en otros, alternativamente, conobjetivos escisionistas, los grupos descon-tentos buscaban conquistar un territorio pro-pio donde aplicar autónomamente un proyec-to que los beneficie.

No obstante, debe reconocerse que losobjetivos transformadores –como los esci-sionistas– no necesariamente eran concientesni explicitos cuando recién empezaban a ges-tarse. Como en todo proceso, sólo alcanza-ban ese nivel al cabo de un período de madu-ración. Alcanzado éste, o en trance de serlo,también el mundo andino asistió a episodiosviolentísimos en los que se registró innume-rables casos de magnicidio, por ejemplo. Sise dio entre los inkas, muy probablementetambién se dio desde mucho antes.

La estratificación social daba cuenta delconjunto de subgrupos de que realmenteestaba compuesta cada grupo social –nacióno pueblo–. O, si se prefiere, mostraba lasfracciones en que, de hecho, y más allá de laconciencia lúcida de sus miembros, estabadividida cada sociedad. Cada uno de los sub-grupos era internamente homogéneo: tenía ydefendía los mismos intereses y aspirabaalcanzar los mismos objetivos.

En definitiva, cada subgrupo, cada estra-to, era implícitamente portador de un proyec-to, de su propio proyecto. Con excepción delgrupo dirigente, el resto de los subgruposenarbolaba, implícitamente, con mayor o me-nos énfasis cada uno, objetivos transforma-dores o, en el extremo, escisionistas.

Si no había una explicación clara y con-tundente de por qué el todo –esto es, lanación o el pueblo– debía permanecer unido,el grupo dirigente corría riesgos muy graves:

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Gráfico Nº 38Pirámide de estratificación social,

fragmentada e inestable

Especialistas

Campesinos

Fracciones de laélite dominante

Prisionerosesclavizados

Los grupos o subgrupos descontentos siem-pre han pugnado por cambiar el proyecto envigencia por uno en el que, legítimamente,también ellos alcanzaran beneficio. En unos

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el riesgo de transformación de la sociedad, enel que, necesariamente, quedaría desplazado–y hasta podía quedar exterminado–; o, tangrave como aquél, el riesgo de escisión, estoes, el de quedar privado del concurso demuchos de aquellos que generaban la inmen-sa mayor parte del excedente, y por ende, elriesgo de perder la posibilidad de seguir acu-mulando privilegios.

Alguna poderosa razón debía enarbolarsepues para que no se produjera el rompimien-to o la escisión del conjunto social, para evi-tar que cada subgrupo emprenda autónoma-mente su propio proyecto.

Debía existir “algo” que mantuviera uni-da, re–unida, a la sociedad. Era necesario“algo” que, manteniendo la división social,fuera argumento suficiente para mantener launidad nacional. “Algo”, pues, que garanti-zara la unidad espacial, esto es, matenién-dose la unidad del territorio

“Algo” debía esgrimirse, además, paraque los sectores que se perjudicaban con elproyecto en vigencia aceptaran que era “lógi-co”, “natural” e “inevitable” que así fueranlas cosas. Para que aceptaran que “no debíani podía” ser de otra manera.

Y para que, sin mayores objeciones, si-guieran creando excedente y aceptando, hastade buen grado, que otros se beneficiaran de él.

“Algo” debía explicar consistentementepor qué las cosas ocurrían así, habían ocurri-do así en el pasado y deberían seguir ocu-rriendo así en el futuro.

En definitiva, “algo” debía garantizartambién la unidad temporal, que el mismoconjunto social se mantuviera unido en lossiglos siguientes. La exigente explicación te-nía que ser capaz, pues, de asegurar unidaden el espacio y en el tiempo.

Para justificar los privilegios y la estrati-ficación social, en ausencia de razones obje-tivas, en los pueblos y naciones se habíanestado gestando, desde tiempo atrás, intrinca-dos conjuntos de ideas, o, si se prefiere, ela-boradas formulaciones ideológicas. A travésde ese conjunto de ideas, a través de la ideo-logía, los seres humanos buscaban tener unaapreciación de su historia, de sí mismos y delmundo que los rodeaba y, del futuro.

El contorno físico, las propias experien-cias vividas, el idioma, etc. condicionaronque en cada nación la formulación ideológi-ca fuera propia. Sin embargo, más allá de lasdistinciones aparentes, prácticamente todaslas ideologías andinas coincidieron en daresencialmente la misma explicación para elfenómeno de la división y la estratificaciónsocial y sus resultados selectivos y exclu-yentes.

En efecto, todas las versiones ideológicasatribuían a razones divinas la existencia degrupos privilegiados: los kurakas –se decía–eran descendientes del fundador y éste habíasido dios o hijo de dios. Según esto, la exis-tencia del kuraka, del grupo dominante quelo rodeaba, y de los privilegios de que goza-ban, era, entonces, voluntad divina y sabia,decisión suprema, incuestionable e inape-lable.

Si ese fue el caso del Inka entre los inkas,nada impide pensar que también lo fue el delpresunto Chimo Cápac chimú –al que derro-taron los inkas–, y el del no menos presuntoChincha Guavia Rucana de los chinchas. Yque mucho antes lo habría sido el Cie–Quichentre los moches. Y el de Cium, el primo-génito, y el del resto de los demás descendi-entes del divinizado Naylamp 326 de los mo-chicas.

En tanto decisión divina, “tenía” pues queser acatada por todos. Con lo cual se garanti-

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zaba la necesidad de unidad espacial. Y,como decisión divina, “era válida” en el pre-sente, había sido válida en el pasado y eraválida para el futuro. Garantizaba, también,entonces, la unidad en el tiempo.

La ideología era, precisamente, entonces,el elemento que jugaba el papel de “cemen-to” aglutinador –en el espacio y en el tiem-po– de las distintas partes en que estaba divi-dida cada nación, cada sociedad.

La mística justificación ideológica era,pues, falaz y encubridora. Con gran eficien-cia, en efecto, disimulaba que, como el quese aplicaba era el proyecto del grupo domi-nante, tenía, lógicamente, que beneficiar aese grupo –perjudicando al resto–.

Ese encubrimiento sólo beneficiaba a losgrupos dominantes. De allí que esa ideologíaencubridora, ese “cemento” aglutinador, cons-tituía un elemento importantísimo en el pro-yecto de las élites dominantes. Así las cosas,al cabo de varios siglos de frustrada apli-cación y distorsión de sus proyectos na-cionales, las diversas naciones en los Andesvieron sobrevenir, otra vez, e idéntico, almismo cataclismo político–social que siglosatrás había liquidado al Imperio Chavín.

El exceso en concentrar riqueza impro-ductiva, el lujo estéril, el abuso y la prepo-tencia, eran latente exteriorización de la de-cadencia en que caían y arrastraban a sus so-ciedades algunos grupos dirigentes. Esos vi-cios se comportaban como “disolventes”, co-mo factores disgregantes, neutralizando ydebilitando el papel cohesionante y agluti-nador de la ideología.

Como insinúa el Gráfico N° 37, las exi-gencias de las poblaciones sojuzgadas y do-minadas no fueron sin embargo los únicoselementos de desestabilización de las so-ciedades andinas. Ni los vicios de las élites

sus únicos factores disgregantes. Las ambi-ciones internas y pugnas entre las distintasfracciones de la élite dominante, que por logeneral involucran al todo el cuerpo social deuna nación, fueron muchas veces la más efi-ciente modalidad de debilitamiento y quiebrede las sociedades. Sin duda ningún ejemplofue tan patético y trágico como el prolonga-do y cruento enfrentamiento que lideraronHuáscar y Atahualpa.

¿Por que no suponer que se dieron suce-sos parecidos y hasta equivalentes tambiénen Chavín y el Imperio Wari, y acaso tambiénen Chimú y Tiahuanaco? Quizá nunca sesepa. Pero la hipótesis no puede descartarsedesde que Del Busto recoge la versión deque, muchos siglos antes el surgimiento delImperio Inka, Fempellec, el último de losmonarcas mochicas supuestamente descen-dientes de Naylamp, fue asesinado y “lo arro-jaron al mar debido a sus muchos vicios yalianzas con el demonio” 327.

Quizá el demonio no era otro que el ex-pansionismo moche. ¿Quizo Fempellec, in-fluido por sus demonios míticos, enfrentardecididamente al corporalizado demoniomoche –como más tarde haría Pachacútecfrente a la amenaza chanka–? O, por el con-trario, ¿fueron sus demonios míticos los quelo impulsaban a claudicar ante la amenazamoche –como ocurrió con Huiracocha, antela amenaza chanka–?

Las distintas fracciones de las élitesponen muchas veces de manifiesto conductasabiertamente discrepantes que, en el fondo,desnudan diferencias de intereses. Así ocu-rrió en el pueblo inka entre las fracciones li-deradas por Pachacútec y Huiracocha en elsiglo XV.

Y no otra cosa ocurrió un siglo despuésen el enfrentamiento militar entre Huáscar yAtahualpa. Aparentemente al menos, habría

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ocurrido algo parecido en el episodio en elque fue asesinado monarca mochica Fem-pellec.

Porque siglos más tarde, cuando los inkasa su vez asediaban al Imperio Chimú, “laquinta columna de la Corte de Chan Chanpresionó a [su] monarca a aceptar el yugo[inka]” –afirma del Busto 328. En definitivasiempre habremos de encontrarnos con indi-viduos y grupos que, en función de sus inte-reses, luchan; y con otros que, también enfunción de sus intereses, están dispuestos aclaudicar ante el enemigo.

Cierto y definitivo es en cambio quecuando las ambiciones de las élites llegan aextremos, se constituyen en los más eficacesagentes de ruptura de las sociedades. Si ellose ha dado en la historia de prácticamentetodos los pueblos del planeta, y aquí ostensi-blemente entre los inkas, ¿por qué no habríade darse en el antiguo mundo andino?

También parece ser cierto que las ambi-ciones nunca son tan perniciosas como cuan-do el poder, la riqueza y los privilegios enjuego son enormes. Y ese es precisamente elcaso de los grandes excedentes que producenlos pueblos sojuzgados. Entre tanto, a despe-cho de lo que siempre creen las élites domi-nantes, los pueblos siempre están pendientesde la riqueza que producen y del destino arbi-trario que dan a ésta quienes los dominan.

En ese complejo contexto de injusticias,vicios, errores y ambiciones desembosadas,cuando se presentó una amenaza externa, ylas élites urgieron a “sus” poblaciones paraque salgan en defensa de “sus” intereses, yano fueron escuchadas.

Ostensiblemente ocurrió en presencia delos conquistadores españoles. Virtualmente to-dos abandonaron a su suerte a las élites. ¿Porqué no habría de ocurrir también antes?

La mayor parte de los campesinos de lospueblos sometidos se negó a tomar bandería(que en muchas ocasiones dio origen a atro-ces represalias). Las huestes extranjeras in-corporadas a la fuerza al ejército imperialabandonaron en estampida los campos debatalla. Los mitimaes trasladados a tierrasajenas precipitadamente las abandonaron,agudizando el desabastecimiento.

E incluso dejaron en la orfandad a lasélites los propios campesinos de su nación.Así, en el período histórico que estamos ana-lizando, debió ser que, con enorme facilidad,todas las grandes naciones andinas cayerondominadas por las armas del segundo impe-rio andino: Wari.

Como había ocurrido antes con el Im-perio Chavín, pero esta vez en torno al sigloVIII dC, también la marejada Wari bajó inde-tenible desde la cima de los Andes. Y –comoha registrado Toynbee para el resto de la his-toria mundial–, aquí también los sectores do-minados de cada nación probablemente mi-raron con indiferencia, y aun con satisfac-ción, el destino que cayó sobre sus minoríasdominantes 329: fueron aplastadas, derrotadasy exterminadas.

La naturaleza, sin embargo, habría dadouna considerable cuota de ayuda al aluviónimperialista de los chankas. No tanto cata-pultándolos directamente, que eventualmentetambién pudo ocurrir. Sino afectando aquienes habrían de ser sus víctimas.

Considérese en efecto que la seguidilla delos graves episodios climáticos que reme-cieron gran parte de la costa entre el 550–600dC estaban relativamente cerca en el tiempo.

Así, por ejemplo, moches y mochicas, losmás desarrollados de la costa, apenas habíantenido dos siglos para recuperar el nivel que,antes de tan graves siniestros, habían alcan-

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zado tras casi ocho siglos de liberarse delImperio Chavín.

El Imperio Wari, pues, los habría con-quistado cuando apenas estaban reponién-dose (en el Gráfico N° 7, página 33) mos-tramos cuán próxima estuvo la expansiónWari de los citados episodios de “El Niño”).

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