Fliche, Augustin - Historia de La Igesia 01

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HISTORIA DE LA IGLESIA DESDE SUS ORÍGENES HASTA NUESTROS DÍAS PUBLICASE BAJO LA DIRECCIÓN DE AUGUSTIN FLICHE Y VÍCTOR MARTIN I LA IGLESIA PRIMITIVA POR JULES LEBRETON JACQUES ZEILLER DECANO DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DIRECTOR DE ESTUDIOS EN LA ESCUELA DEL INSTITUTO CATÓLICO DE PARÍS DE ALTOS ESTUDIOS (sORBONA) Y MIEMBRO DEL INSTITUTO BUENOS AIRES EDICIONES DESCLEE, DE BROUWER

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HISTORIA DE LA IGLESIA DESDE SUS ORÍGENES HASTA NUESTROS DÍAS

PUBLICASE BAJO LA DIRECCIÓN DE

AUGUSTIN FLICHE Y VÍCTOR MARTIN

I

LA IGLESIA PRIMITIVA

POR

JULES LEBRETON JACQUES ZEILLER DECANO D E LA FACULTAD D E TEOLOGÍA DIRECTOR D E ESTUDIOS E N LA ESCUELA

DEL INSTITUTO CATÓLICO D E P A R Í S D E ALTOS ESTUDIOS ( s O R B O N A ) Y M I E M B R O D E L I N S T I T U T O

BUENOS AIRES

EDICIONES DESCLEE, DE BROUWER

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Versión castellana por

CRISANTO ZUDAIRE Licenciado en Ciencias Históricas por la Universidad de Barcelona

Nihil Obsíat ESTEBAN DE ZUDAIRE, O. F. M. Cap.

Censor ad hoe

Imprimatur Pío DE ORICÁIN, O. F. M. Cap.

Vicecomisario Provincial

Imprimatur Monseñor Dr. RAMÓN A. NÓVOA

Provicario General del Arzobispado Buenos Aires, 5 de setiembre de 1952

ES PROPIEDAD. QUEDA HECHO

EL REGISTRO Y DEPÓSITO QUE

DETERMINAN LAS LEYES DE

TODOS LOS PAÍSES.

PRINTED IN ARGENTINA

Única versión autorizada del original francés: Histoire de VEglise, J. VEglise primitive

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

COPYRIGHT BY DESCLEE, DE BROUWER Y CÍA., BUENOS AIRES, 1952

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PREFACIO

POR

A. FLICHE y V. MARTIN

Grandes avances se han registrado, de medio siglo a esta parte, en la inves­tigación histórica; pero quizá ninguno tan evidente como el realizado en la historia eclesiástica. Diversas circunstancias contribuyeron a darle impulso: la apertura, por León XIII, del Archivo Vaticano, la fundación internacional de institutos de investigación en la Ciudad Eterna, la rica floración, en diver­sos países, de organismos especialmente consagrados a la historia religiosa, el desarrollo de las ciencias auxiliares, la publicación de fuentes documentales, que han facilitado extraordinariamente el estudio directo de los textos, y la mayor difusión de los estudios históricos de teología y de derecho canónico. Indudablemente, queda mucho por andar; pero es ya mucho el camino reco­rrido. Aparte los múltiples trabajos de erudición, que han dilucidado o, al menos, desbrozado muchos problemas difíciles, acometiéronse grandes síntesis cronológicas y geográficas, e institucionales. No han faltado tampoco quie­nes, después de recoger los mejores frutos de la investigación contemporánea, han tratado de rehacer la historia general de la Iglesia.

Muchos de estos intentos fueron valiosos y dignos de todo elogio. Pero suelen algunos tildarlos de excesivamente condensados, de faltos de aparato crítico, y, con harta mayor frecuencia, de desnivel científico entre las diversas partes que integran la obra. Los redactores habíanse especializado en algún período o en ciertos aspectos de la historia eclesiástica; de ahí que no pudie­ron tratar con la] misma competencia todos los \ temas; y, a pesar de sus lau­dables esfuerzos, les fué imposible sortear todos los escollos.

Parece incuestionable que, dada la multiplicidad de libros y artículos que hoy se escriben en todas las lenguas, es tarea superior a la capacidad de un hombre historiar la vida de la Iglesia desde sus remotos orígenes hasta los tiempos presentes.

A diferencia de lo que se acostumbró en el dominio de la historia ecle­siástica, hay, en curso de publicación, varias historias universales, en las que se encomendó a cada especialista la redacción de uno y, por excepción, de dos volúmenes; de ahí su calidad científica. Tales son la Histoire Genérale de G. Glotz; Peuples et civilisations de L. Halphen y Ph. Sagnac; Histoire du monde, de E. Cavaignac.

Fórmula análoga hemos adoptado en la presente publicación: aventaja a las anteriores historias generales de la Iglesia por su mayor amplitud (abar­cará 26 volúmenes en 8', dé unas cuatrocientas páginas cada uno) y por el nutrido plantel de colaboradores.

Más de treinta autores se han comprometido a tomar parte en la redacción de la obra. Todos ellos son firmas autorizadas o de jóvenes que, por sus frutos tempranos, se hicieron acreedores a formar entre los ya curtidos en

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8 HISTORIA DE LA IGLESIA

las lides literarias: clérigos y laicos,' catedráticos de Universidad e Institutos oficiales, profesores de las Facultades católicas, de los Seminarios, de las Uni­versidades extranjeras.

Por este procedimiento nos fué hacedero confiar cada período de la historia de la Iglesia a escritores especializados, que, sin temor a engaño, puedan deducir las conclusiones de las monografías ya publicadas y colmar, por su propia cuenta, los huecos aún existentes.

Este y no otro es el fin de la Historia de la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días: recoger los resultados de las últimas investigaciones para poner­los al alcance de todos aquellos que, por diversas razones, difícilmente podrían haberlos a la mano.

Pensamos singularmente en los estudiantes, los cuales, para la preparación de sus programas, podrán beber su información en fuentes claras y abun­dantes; en el gran público ávido de instruirse, de dilucidar y rectificar cues­tiones dudosas o mal resueltas; en los intelectuales de toda clase y condición, que, antes de consagrarse al estudio de un asunto particular, desean situarse en el marco histórico, para evitar todo extravío y todo mal paso.

A unos y a otros brindará nuestra obra una precisa puntualidad histórica, fundada en el examen crítico de los trabajos publicados o, en último caso, de los mismos documentos originales; en tal guisa que la más legítima curio­sidad quede satisfecha e iluminadas las rutas de la investigación personal.

De esta concepción general de la obra derivan sus caracteres distintivos. Cífrase nuestro afán en proporcionar una orientación y pauta segura, de

forma que el lector de la Historia de la Iglesia no solamente pueda disponer de una versión auténtica de los acontecimientos, sino también recurrir a las mismas publicaciones en que ésta se funda. A esto obedece que, amén de la bibliografía general antepuesta a cada volumen, se consignen al frente de cada capitulo aquellos trabajos imprescindibles a todo el que deseare apu­rar las cuestiones. De ella se han eliminado las obras sin solvencia científica y toda esa pesada balumba de libros mediocres que invaden la historiografía eclesiástica y que, /con harta frecuencia, desfiguran la verdadera fisonomía de los sucesos; a i cambio de tales omisiones, hemos procurado citar todas aquellas obras que pueden considerarse definitivas o que han aportado algo definitivo.

Al texto acompañarán siempre las acotaciones imprescindibles. Cuando pareciere oportuno, se citarán las fuentes originales; pero, generalmente, se remitirá al lector a los estudios científicos modernos en que tales obras se analizan. En los casos de controversia, indicaremos brevemente los motivos de aceptación o preferencia de una de las tesis; y cuando presentemos como perentorios los argumentos de la tesis enunciada, al lector quedará el recurso de compulsarlos en el libro o artículo que los contenga; y siempre que se dé por sentada una proposición, presentaremos el justificante, que cualquiera podrá comprobar.

Las mismas preocupaciones científicas presidirán la elaboración del mate­rial seleccionado. Se pondrá el más exquisito cuidado en evitar todos los considerandos y generalidades intrascendentes, en dar una idea lo más exacta y completa posible de las diferentes actividades de la Iglesia a través de los tiempos y en no omitir ningún aspecto esencial. La incongruencia de ciertas publicaciones análogas a la .nuestra, ha sido la de limitarse, casi exclusiva­mente, a la historia externa de la Iglesia, a sus relaciones con los Estados y

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PREFACIO 9

las sociedades organizadas. Norabuena'que de ello se trate; mas parécenos desacertado que se relegue a segundo plano la actividad interna del catoli­cismo, que ha irradiado sus destellos en todos los órdenes de la vida, así de los pueblos como de los individuos. Únicamente sabremos apreciar todo el alcance de la actuación de la Iglesia, cuando podamos sorprender la íntima trabazón que ha existido en todo momento entre el dogma y la moral, de una parte, y la realidad políticoeconómicosocial, de otra.

Tampoco hemos desdeñado ninguna fuente de información. Los modernos eruditos que se dedican a historia eclesiástica, no satisfechos con los docu­mentos diplomáticos y literarios, se adentran por los campos de la teología, del derecho y de la apologética, que pueden ser la clave explicativa de las causas de muchos acontecimientos y de su verdadera importancia. El autor de una historia general no puede sustraerse a esta orientación, pues, al res­tablecer las relaciones que unieron los acontecimientos a las ideas teológicas y a las prescripciones canónicas de una determinada época, amplía inmensa­mente su campo visual y está mejor apercibido para apreciar las causas reales de los acontecimientos e interpretarlos amplia y certeramente.

Creemos que de este modo brillará en todo su esplendor el extraordinario influjo universal de la Iglesia al correr de los tiempos. Huelga insistir en que nuestros colaboradores se atendrán estrictamente a todas las exigencias de los métodos modernos. "Todo fiel cristiano —escribía hace años el canó­nigo Cauchi en el número inaugural de la Revue d'histoire ecclésiastique (x)— admite la Providencia de Dios en el gobierno del mundo; creencia que no empece el estudio y la investigación científica de la acción de las causas segundas." El distinguido maestro de Lovaina, al escribir estas líneas, refle­jaba el anhelo de León XIII de que se publicara una historia eclesiástica universal, adaptada a los últimos adelantos de la crítica contemporánea.

Este es también el fin que nos hemos propuesto al proyectar la presente edición. ¡Ojalá podamos llevar a feliz término, por la colaboración de histo­riadores eminentes, una obra realmente científica y compendiosa, en que se estudien por igual todos los períodos y todas las facetas de la actividad de la Iglesia!

i1) Revue d'histoire ecclésiastique, t. I (1900), p. 141.

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL

Encabezamos este primer volumen con una sucinta reseña de aquellas fuentes documentales y colecciones de textos antiguos, cuya existencia no puede ignorarse. Esta bibliografía vale también para el tomo II.

Figura en primer término EUSEBIO, obispo de Cesárea de Palestina (albo­res del siglo iv) , autor de una Historia Eclesiástica, en diez libros, desde los orígenes hasta el 324, y de una Crónica, cuyo libro segundo reelaboró San Jerónimo al trasladarlo al latín y lo continuó hasta el año 378. La mejor edición de la Historia Eclesiástica es la de ED. SCHWARTZ, en el Corpus de Berlín, Eusebius Werke, t. I I : Kirchengeschichte, Leipzig (1903, 1908, 1909), 3 vols.

La Crónica consta asimismo en el Corpus de Berlín, editada por R. H E L M , Eusebius Werke, t. VII: Die Chronik des Hieronymus, Leipzig (1913, 1926), 2 vols.; por J. KARST, Eusebius Werke, t. V: Die Chronik des Eusebius aus dem armenischen übersetst, Leipzig (1911).

RUFINO tradujo al latín, completándola con otros dos libros, la Historia Ecle­siástica: ED. SCHWARTZ y T H . MOMMSEN, 2 vols., Corpus de Berlín, Leipzig (1909). Edición (texto de SCHWARTZ) acompañada de una traducción fran­cesa por EMILIO GRAPIN, en la colección Textes et documents pour l'étude historique du christianisme, publicados bajo la dirección de H. H E M M E R y P. LEJAY, 3 vols., París (1905, 1911, 1913).

Un historiador latino, el galo romano SULPICIO SEVERO, compuso dos libros de Crónicas con la historia del hombre, desde la creación hasta el siglo Iv (ed. HALM, en el Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum, Viena, [1866]) . Otro latino, el diácono PABLO OROSIO, español y discípulo de San Agustín, escribió una historia universal, independiente, como la de Sulpicio Severo, de la obra de Eusebio: Adversus paganos historiarum libri VII; ter­mina en el 416 (ed. LANGEMEISTER, Corpus script. ecclesiast. lat., Viena [1882]) .

El Líber Pontificalis es una crónica de los papas, comenzada por autor des­conocido en el siglo vi: es obra muy desigual. La mejor edición es la de DUCHESNE, París (1886-1892), 2 vols.

Por no sobrecargar la nota bibliográfica nos hemos referido únicamente a los historiadores propiamente dichos. Quien desee informarse acerca de los otros autores cristianos grecolatinos, puede consultar O. BARDENHEWER, Patro-logie, 3* ed., Friburgo de Br. (1910) y Geschichte der altkirchlichen Literatur, 5 vols., 2 ' ed., Friburgo de Br. (1913-1924), para los tomos I, II, IV; 1* ed. (1912 y 1932) para los tomos III y V, con suplemento al tomo III (1923); y sus obras en M I G N E , Patrología Griega y Patrología Latina, así como en las dos grandes colecciones, el Corpus de Berlín consagrado a los escritores griegos (Die griechischen christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte) y el Corpus de Viena dedicado a los latinos (Corpus scriptorum ecclesiasti­corum latinorum).

Quien desee consultar las inscripciones cristianas habrá de recurrir al Corpus inscriptionum gr&carum y al Corpus inscriptionum latinorum, pu­

l í

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12 HISTORIA DE LA IGLESIA

blicados ambos por la Academia de Berlín, el primero desde 1856 a 1877, y el segundo, iniciado en 1863, está aún en curso de publicación. J. B. DE ROSSI publicó las Inscriptiones christiancB Urbis Romas, t. I, Roma (1857-1861); t. II, Roma (1888). A. SILVAGNI ha editado un tercer volumen con el título de Nova series, t. I, Roma (1922).

Una excelente monografía de los escritores grecocristianos ha publicado A. PUECH, Histoire de la littérature grecque chrétienne depuis les origines jusqu'á la fin du IVe siécle, París (1928-1930), 3 vols., y sobre los escritores latinocristianos P. DE LABRIOLLE, Histoire de la littérature latine chrétienne, 2 ed., París (1924). Puede también consultarse P. BATIFFOL, Anciennes litté-ratures chrétiennes: I. La littérature grecque, 2* ed., París (1898). II . R. Du-VAL, La littérature syriaque, París (1899). M. MORICCA, Storia della Lettera-tura latina cristiana, Turín, I (1925); II, 1* parte (1928); III , 1' parte (1932).

Las Actas de los mártires han sido catalogadas en varias publicaciones de los Bolandistas: Bibliotheca hagiographica orientalis, Bruselas (1909); Biblio-theca hagiographica groeca, Bruselas (1909), y Bibliotheca hagiographica latina, Bruselas (1898-1911), y utilizadas con aparato crítico y comentarios en los Acta Sanctorum, publicados por los propios Bolandistas, Amberes (1643), Bruselas (1931), fecha del último volumen aparecido; la obra con­tinúa publicándose. En el tomo II del mes de noviembre de los Acta Sanc­torum, Bruselas (1894), se ha reimpreso la edición sistemática del Martyro-logium Hieronymianum de J. B. Rossi y L. DUCHESNE; la reedición de documento martirológico tan valioso fué preparada por el P. H. DELEHAYE y Dom H. Q U E N T I N , con el título de Acta Sanctorum novembris tomi II pars posterior qua continetur H. Delehaye commentarius perpetuus in Mar-tyrologium Hieronymianum ad recensionem H. Quentin, Bruselas (1931).

Una de las colecciones más populares de actas de los mártires se debe a Dom T H . RUINART (siglo xvn ) : Acto primorum martyrum sincera, París (1889). Al dar la bibliografía del capítulo IX completaremos estas breves indicaciones.

Abundan los textos de autores orientales en la Patrología orientalis dirigida por R. GRAFFIN y E* Ñ A U , en curso de publicación, París (1908 y ss.), y en el Corpus scriptorum christianorum orientalium, de J. B. CHABOT, I. GUIDI , H. HYVERNAT y B. CARRA DE VAUX, también en curso de publicación, París (1903 y ss.).

Las Actas de los Concilios pueden verse en las grandes colecciones de LAB-BÉ y COSSART (ed. COLETI, Venecia [1728]) , de MANSI , Conciliorum amplissima collectio, 31 vols. (Florencia y Venecia [1759 y ss .]) , y las de los concilios generales en Ed. SCHWARTZ, Acta Conciliorum cecumenicorum, en curso dé-publicación, Estrasburgo, Berlín y Leipzig (1914 y ss.). HEFELE hizo la his­toria de los Concilios, traducida, completada y muchas veces rectificada por Dom H. LECLERCQ: J. HEFELE, Histoire des Concites, nueva traducción revi­sada y completada por un religioso benedictino de la abadía de Saint-Michel de Farnborough, en curso de publicación, París (1907 y ss.).

Constituyen fuente complementaria para la historia eclesiástica antigua los grandes repertorios jurídicos de los tiempos viejos: Codex Theodosianus, ed. J. GODEFROY, con acotaciones, 6 tomos en 4 vols., Lyon (1665), reeditado por J. D. BITTER, 6 vols., Leipzig (1739-1743); ed. T H . MOMMSEN y P. MEYER, Theodosiani libri XVI, Berlín (1903), y Corpus Juris civilis, t. I: Institutiones et Digesta, ed. P. KRÜGER y T H . MOMMSEN, Berlín (1889); t. II : Codex Justi-nianus, ed. P. KRÜGER, Berlín (1888); t. I I I : Novellae, ed. K. SCHOELL y G. KROLL, Berlín (1895).

Creemos oportuno citar en este capítulo preliminar aquellas historias gene-

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL 13

rales de más renombre. A ellas debe preceder, como obra única, aquel extra­ordinario monumento de erudición, u n poco anticuado, es cierto, pero de valor excepcional, en conjunto, por su amplitud, por la riqueza de documen­tación y por su crítica atinada, las Mémoires pour servir a Vhistoire ecclé-siastique des six premiers siécles, debida al sabio y caballeroso LENAIN DE TILLEMONT, París (1693-1712), 16 vols.

Digna es asimismo de recordación su Histoire des Empereurs, t. I, 2 ' ed., revisada y corregida por el autor, París (1700), t. II , París (1691-1738) —dis­tinta de la ed. de Bruselas—, en que se hal larán muchos datos interesantes para la historia primitiva de la Iglesia.

OBRAS GENERALES DE CONSULTA

ACHELIS (H. ) , Das Christentum in den ersten drei Jahrhunderten, 2 vols., Leipzig (1912), 2* ed. del primer volumen, Leipzig (1924).

ALLARD (P.) , Histoire des persécutions pendant les deux premiers siécles, 3 ' ed., 2 vols., París (1903, 1905).

—Les persécutions du III* siécle, 2* ed., París (1898). —La persécution de Dioclétien, 2* ed., 2 vols., París (1903). —Le christianisme et l'Empire romain, 6* ed., París (1903).

A U B É (B.), Histoire des persécutions de l'Eglise, 2* ed., 4 vols., París (1875-1886).

BATIFFOL (P.) , Le catholicisme des origines á Saint Léon. I. L'Eglise nais-sante et le catholicisme. 12* ed., París (1927). Versión castellana, Buenos Aires, 1950.

BIHLMEYER (K.), Kirchengeschichte, auf Grund des Lehrbuches von F.-X. F U N K , t. I: Das christliche Altertum, 9* ed., Paderborn (1931). El sacer­dote H. Hemmer ha publicado una traducción francesa que es una ver­dadera adaptación de la 1* ed. de Funk, 2 vols. París, 3* ed., s. d. (1891).

BOULANGER (A.), Histoire genérale de l'Eglise, t. I: L'antiquité chrétienne. Vol. I: Les temps apostoliques, París (1931); vol. II : Les temps des persécutions, París (1931).

DUCHESNE (L.) , Histoire ancienne de l'Eglise, 3 vols., París (1906, 1907, 1910).

—Les origines du cuite chrétien, 5* ed., París (1920). DUFOURCQ (A.), Histoire ancienne de l'Eglise:

I. Les religions paiennes et la religión juive comparée, 6* ed., París, s. d. (1924).

, II. La révolution religieuse, Jésus, 6* ed., París, s. d. (1927). III. Le christianisme primitif. Saint Paul, Saint lean, Saint Irénée, 6* ed.,

París, s. d. (1929). IV. Le christianisme et l'Empire romain. París, s. d. (1930).

EHRHARD (A.), Die Kirche der Mártyrer, Munich (1932). GWATKIN (H.-M.), Early Church, History to A. D. 313, 2 vols., Londres (1909). HARNACK (Ad.), Geschichte der altchristlichen Literatur:

I. Die Ueberlieferung und der Bestand, Leipzig (1893). II. Die Chronologie, Leipzig (1897-1904), 2 vols.

—Die Mission und Ausbreitung des Christentums, 4* ed., Leipzig (1924), 2 vols.

JACQUIN (A.-M.), Histoire de l'Eglise, t. I: L'antiquité chrétienne, París, s. d. (1929).

KIDD (A.), History of the Church to A. D. 461, Oxford (1922), 3 vols.

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14 HISTORIA DE LA IGLESIA

KIRSCH (J. P.) , Kirchengeschichte, t. I: Kirchengeschichte in der antiken griechisch-rómischen Kulturwelt, Friburgo de Br. (1930).

KHÜGER (J. P.) , Handbuch der Kirchengeschichte, 1.1: Das Altertum, Tubinga (1932).

LIETZMANN (H.) , Geschichte der alten Kirche, t. I: Die Anfánge, Berlín y Leipzig (1932).

MOURRET (F.) , Histoire de l'Eglise, nueva ed., París (1921), 9 vols. El lector español puede consultar la traducción española, pulcra y

fidelísima, hecha por el Rdo. P. BERNARDO DE ECHALAR, O. F. M. Cap., y anotada por el mismo en lo referente a España. Barcelona (1918-1927); 9 tomos en 14 vols.

MÜLLER (K.), Kirchengeschichte, Erste Band, Erste Lieferung (1924); Zweite Lieferung (1927); Dritte Lieferung (1929), Tubinga.

POULET (Dom C H . ) , Histoire du christianisme, fase. I-VI, París (1932-1934).

RENÁN (E.), Histoire des origines du christianisme, París, s. d. (1861 y ss.), 8 vols.

ROSENSTOCK (E.) y W I T T I G (J . ) , Das Alter der Kirche, Berlín (1908), 3 vols. ZEILLER (J.) , L'Empire romain et l'Eglise, t. V de la Histoire du monde,

publicada bajo la dirección de Cavaignac, París (1928). Es de justicia agregar a la lista anterior el Dictionnaire d'Archéologie chré-

tienne et de Liturgie de Dom CABROL y Dom H. LECLERCQ (Dom F. CABROL, autor único de los cuatro primeros volúmenes), en curso de publicación, París (1907 y ss.); el Dictionnaire d'Histoire et de Géographie ecclésiastiques, publicado bajo la dirección de A. BAUDRILLART, A. VOGT y M. ROUZIÉS, con­tinuado por A. DE MEYER y E T . VAN CAUWENBERGH, en curso de publicación, París (1912 y ss.); el Dictionnaire de théologie catholique, comenzado bajo la dirección de A. VACANT, continuado bajo la de E. MANGENOT y de E. A M A N N en curso de publicación, París (1909 y ss.); el Dictionnaire apolo-gétique de la Foi catholique, 4* ed., bajo la dirección de A. D ' A L É S , 4 vols. e índice, París (1911-1931); el Lexikon für Théologie und Kirche, bajo la dirección de A. HAUCK, 24 vols., Leipzig (1896-1913): Die Religión in Ges­chichte und Gegenwart, 2* ed., por H. GUNKEL y L. ZSCHARNACK, 5 vols., Tubinga (1927-1932); Encyclopedia of Religión and Ethic, bajo la dirección de J. HASTINGS, 13 vols., Edimburgo (1908-1926).

Por lo que respecta a la historia doctrinal: TIXERONT (J .) , Histoire des dogmes: I. La théologie anténicéenne, 11 ' ed., París (1930); II. De Saint Athanase á Saint Augustin, 9" ed., París (1931); III. La fin de l'áge patris-tique, 8* ed. (1928); HARNACK (A.) , Lehrbuch der Dogmengeschichte, I. Entstehung des Kirchlichen Dogmas, 4* ed., Tubinga (1909); LOOFS (F . ) , Leifaden zum Studium der Dogmengeschichte, 4* ed., Halle (1906).

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INTRODUCCIÓN

I. —EL MUNDO ROMANO AL ADVENIMIENTO DEL CRISTIANISMO C1)

ORIGEN ORIENTAL Un catecismo elemental basta para informarse de que DEL CRISTIANISMO la Iglesia católica recibe el apelativo de romana, por­

que su jefe reside en Roma y porque el inmenso im­perio, cuya metrópoli era la Ciudad Eterna, fué el primer teatro de la expansión del cristianismo. Pero su cuna es Palestina, desde la cual irradió la primera predicación cristiana a Siria: según eso, podemos afirmar que el núcleo inicial de la nueva religión se asentaba en la línea divisoria del Imperio romano y del mundo oriental. En el seno del judaismo, cuando la dispersión judía, la Diáspora, se extendía desde las columnas de Hércules hacia los antiguos límites orientales del fenecido imperio de Alejandro ( 2 ) , tuvo la nueva religión su habitat y su difusión primera.

Es u n hecho comprobado que Roma y Alejandría llegaron a ser, a fines de la Edad Antigua, grandes centros urbanos de población judía; mas como también Babilonia albergó una importante colonia y como la predicación del cristianismo comenzó por las sinagogas judías de la Dispersión, ha habido quien se ha preguntado, no en verdad con mucho fundamento, mas tam­poco incurriendo en un absurdo intrínseco, si la Babilonia, simbólica indu­dablemente, de la primera Epístola de San Pedro, es la auténtica Babilonia mesopotámica, y no Roma, la Babilonia espiritual.

Lo incuestionable es que el cristianismo comenzó su difusión por las dos vertientes de esa gran arista del mundo judaico que, pasando por Jerusalén, tiene sus vértices en Antioquía y Alejandría. Característica esencial de esta propagación es la intensidad, la rapidez, la fortuna singular con que se realizó por las dos bandas opuestas. Parece que la evangelización se extendió a Persia, en los tiempos apostólicos; pero sin resultados tangibles; al menos

(!) BIBLIOGRAFÍA Acerca de la situación del mundo romano en la última etapa de la Edad Antigua, puede leerse a E. ALBERTINI, L'Empire romain (tomo IV de Peuples et civilisations. Histoire genérale, publicada bajo la dirección de L. HALPHEN y CH. SAGNAC, París [1929]), particularmente capítulos V y VI, precedidos de la precisa bibliografía.

Trátase de la vida y tendencias religiosas en J. TOUTAIN, Les cuites páiens dans VEm-pire romain, París! (1907-1920), 3 vols.; F. CUMONT, Les religions orientales dans le paganisme romain, 4* ed., París (1929).

Sobre el ambiente en que se desenvolvió el primitivo cristianismo: FOAKES JACKSON and KIRSOPP LAKS, The beginning of Christianity, Londres (1920-1933); 5 vols.; G. Krr-TEL, Die Religionsgeschichte und das Urchristentum. Güttersloh (1932); ED. MEYER, Ursprung und Anfange des Christentums, Stuttgart y Berlín (1921-1923), 3 vols.; W. CLASSEN, Eintritt des Christentums in die Welt. Der Sieg des Christentums auf dem Hintergrunde der untergehenden antiken Kultur, Gotha (1930). En las notas correspondientes indicaremos otras obras referentes a cuestiones particulares abordadas en esta introducción.

(2) Acerca de la Diáspora y del número de judíos en los albores de la era cristiana, cf. infra, p. 44. Cf. J. JÜSTER, Les juifs dans l'Empire romain, t. I, París (1914).

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16 LA IGLESIA PRIMITIVA

faltan vestigios de los dos primeros siglos ( 3) . Caso muy distinto es el de la evangelización del Imperio romano.

EL CRISTIANISMO EN La existencia de una frontera política, la dispari-EL MUNDO ROMANO dad de los medios de comunicación, la diferente ac­

ti tud de dos civilizaciones distintas, explican fácil­mente la diversidad de éxito en los dos mundos, el romano y el que caía fuera de sus fronteras. El mutuo y largo contacto entre el judaismo y el helenismo y el hecho de que la religión cristiana contara muy pronto con propagandistas dotados, al menos, de un barniz de cultura griega, son tam­bién parte a explicar esa mayor permeabilidad del medio grecorromano a la difusión del cristianismo. Por lo demás, no debe ignorarse que eran más fáciles las comunicaciones entre el mundo mediterráneo y Siria y Pa­lestina, que entre estas regiones y las del Tigris y el Eufrates: por un lado, el mar y las rutas del Asia Menor; por el otro, el desierto. Pero quizá sea la razón más convincente de esa predilección por el mundo romano, que Palestina formaba parte de él en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo, y, por ende, los primeros predicadores del Evangelio, apóstoles y discípulos, eran subditos de Roma; parece pues, natural , que habiéndose iniciado la pro­paganda en el Imperio romano, se tendiera a continuarla en su seno, antes que desbordar sus linderos.

SU ORGANIZACIÓN En cada centro urbano importante, visitado por los ES URBANA primeros mensajeros de la buena nueva, se constituye

un núcleo central de cristianos, aunque sea menguado en número, con el nombre de iglesia, éxxXrjcría. Es pues, el cristianismo, desde sus comienzos, una religión de ciudades (4) que, en breve, se adaptará en su contextura externa a la organización imperial.

Desde las ciudades irradiará su organización, según las mismas normas directivas, al compás de su crecimiento: por regla general, a cada ciudad corresponde iglesia propia, con u n obispo como jefe —los corepíscopos u obispos campesinos solían a veces regir comunidades rurales—; estas iglesias se subordinan más tarde a tenor de la jerarquía provincial, que organiza las ciudades bajo la dependencia de las metrópolis provinciales, las cuales, a su vez, dependerán, tiempo andando, singularmente en Oriente, de las capitales de las diócesis creadas en el Bajo Imperio, de los exarcados y primacías, y éstos a su vez, de los patriarcados y todos ellos de Roma, capital del Impe­rio, sede y centro supremo.

Mas no existe correlación perfecta entre el origen histórico de una situa­ción eclesiástica y la situación política correspondiente: puede explicarse, en cierto modo, la supremacía religiosa de Roma por su jerarquía política; pero el punto de partida de su encumbramiento religioso deriva de la estancia de San Pedro en Roma, al modo como la dignidad de tales o cuales sedes orien­tales, comb Alejandría, Antioquía o Efeso, procede de su origen apostólico, cierto o presunto. Y no puede negarse que tuvieron presente los Apóstoles, al fundar sus iglesias, la importancia política de las ciudades en que fijaron su residencia provisional o definitiva.

De ahí sus preferencias por ciudades como Efeso, Antioquía, Alejandría y singularmente de San Pedro por Roma, que, por su capitalidad imperial,

(3) C. J. LABOUHT, Le christianisme dans l'Empire perse, París (1904), pp. 16-17. Cf. infra, cap. VII, § 2.

(4) P. BATIFPOL, L'Eglise naissante et le catholicisme, 1' ed., París (1909), p. 4.

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DESARROLLO DE LA PRKDICACION CRISTIA

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EL MUNDO ROMANO Y EL CRISTIANISMO 17

eclipsaría el prestigio de la misma Jerusalén, llegaría a ser la cabeza de ese gran movimiento religioso y el centro de atracción de los primeros dirigentes de una sociedad espiritual, difundida por buena parte del Imperio ya en vida de San Pedro. Vale decir, que la Iglesia, aun sin confundir sus contornos con los del Imperio romano, fué en un principio eminentemente romana. En otras palabras, el Imperio romano fué, según la expresión de Duchesne, la patria del cristianismo ( 5 ) .

ORGANIZACIÓN DEL Del Imperio romano, lo hemos ya insinuado, toma IMPERIO ROMANO la naciente Iglesia normas de organización. Sabido es

que Roma fundó su Imperio sobre las ruinas de múltiples Estados vencidos, de grandes reinos como el de la Macedonia y el Egipto, de tribus o ciudades rivales entre sí, como las tribus galas o las ciu­dades griegas; pero su estructura administrativa es esencialmente municipal, bajo la dependencia omnímoda de un poder central ilimitado, pero que res­tringe su intervención directa, a fin de que las ciudades antiguas y nuevas regulen por sí mismas sus asuntos peculiares. Caracterízase el Imperio por su cultura urbana, su autonomía local y el absolutismo del poder supremo.

El poder central no se ejerce directamente sobre los miles de ciudades, grandes o pequeñas, que comprende el Imperio: media entre ambos la divi­sión administrativa regional, propia de los países sometidos a Roma: la pro­vincia. El gobernador de la provincia, llámese procónsul, legado de Augusto, prefecto o procurador, es el verdadero señor de vidas y haciendas, bajo la autoridad soberana del emperador, que nunca la pone en juego y que, cuando lo intentara, carecería de eficacia.

PARTICULARISMOS ÉTNICOS Con la autonomía de la vida local y por la fuerza de los grupos étnicos ( 6 ) , persisten

entidades regionales o nacionales más o menos vigorosas y diferenciadas en ese troquel, aparentemente uniforme, de la organización provincial: no son en el Imperio simple denominación administrativa los nombres de Galias, España, África del Norte y Grecia o Acaya. Mas esto no fué óbice al des­plazamiento progresivo de las lenguas indígenas (céltico, púnico, etc.) por el latín, entre las clases superiores de Occidente. Este gradual avance del latín conducirá a la división del mundo romano en dos zonas lingüísticas, netamente separadas: el mundo de la latinidad y el mundo del helenismo. La Iglesia primitiva no reconocerá prácticamente, en su liturgia y en sus relaciones epistolares, más que estas dos lenguas, al menos dentro del limes romano; con preponderancia del griego, por razón de los primeros núcleos cristianos.

COLONIAS ORIENTALES Hay otro fenómeno social que revela una super­vivencia de particularismos en medio de la uni­

formidad, cada vez más acentuada, del Imperio: el importante enclave, en las grandes ciudades y puertos imperiales, como Roma, Alejandría, Antio-quía, Cartago, Lyon, Aquilea, Salónica —por citar algunas—, de grupos étnicos (7) de las más diversas procedencias, aun las más lejanas y cuyos

(5) L. DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, París (1906), cap. I: L'Em-pire romain, patrie du christiartisme.

(6) Acerca de estas supervivencias étnicas cf. S. GSEIX, Histoire ancienne de PAfrique du Nord, t. IV, París (1920), p. 498.

(7) De estas colonias y de su influencia en el mundo romano trataron L. BRÉ-HIER, Les colonies d'Orientaux en Occident au commencement du moyen age, en

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18 LA IGLESIA PRIMITIVA

miembros estaban estrechamente unidos: griegos de Alejandría, egipcios de Roma o de Salónica, sirios de Roma, de Marsella o de Cartago, asiáticos de Lyon, testimonios a u n tiempo del trasiego de pueblos en el seno del Imperio y de su resistencia instintiva a la fusión completa.

Estas colonias, orientales en su mayor parte, desempeñaron un papel muy señalado en la evolución religiosa del mundo romano: a su influjo se debe la propagación en Occidente de las religiones de Egipto y de Asia, que en parte abrieron las rutas al avance del cristianismo y en parte le suscitaron una verdadera carrera de obstáculos ( s ) .

SITUACIÓN RELIGIOSA La evolución religiosa del Imperio romano UNIFICACIÓN DEL CULTO corre parejas con su historia política y social.

Todas las provincias acabaron por rendir culto a los dioses romanos: ¿en qué municipio dejó de adorarse la tríada capitolina?

A Mercurio está consagrado el santuario más popular de la Galia romana; e incontables son los templos, altares, etc., que el África del Norte erigió en honor de Saturno. Digno es de notarse que en esta provincia, a la sombra del Panteón griego latino, persistía el culto de las viejas divinidades: el Sa­turno de Cartago y Sirte es el Baal púnico; el Mercurio de los Montes arver-nes es el Teutates céltico.

SUPERVIVENCIA DE LOS Pero el hecho religioso de los dos primeros siglos ANTIGUOS CULTOS del Imperio romano es mucho más complejo.

INDÍGENAS En tiempo de Augusto se revela una decidida voluntad imperial de retorno a la tradición, a

las antiguas creencias, a la moral vieja: cierto que los resultados de esta decisión no fueron ni pudieron ser inmediatos; pero a ese empeño del César, apoyado por la filosofía estoica, obedece que el siglo n fuera más moral y creyente que el primero.

Más espontáneas y menos convencionales que este regreso a las tradiciones antiguas son las diversas manifestaciones de vida religiosa que se orientan según dos direcciones diferentes: unas, más aparatosas, y, por lo mismo, más superficiales, son puramente formalistas; equivalen a un acto público de lealtad política: tal es el culto a Roma y a Augusto, inaugurado espontánea­mente por los pueblos orientales, que desde tiempo inmemorial rindieron adoración a su soberano y que, sin oposición ni resistencia, introdujo el príncipe Octavio en Occidente.

Celebrábanse tales ceremonias religiosas en las asambleas provinciales, anuales por regla general. Un sacerdos de Roma y de Augusto solía presidir el culto ri tual, por el que los delegados de la aristocracia municipal confe­saban paladinamente la docilidad y la entrega (devotio) a Roma y al empe­rador de los pueblos sojuzgados y exteriormente unificados por una religión oficial ( 9) .

Byzantinische Zeitschrift, t. XII (1903), pp. 1-39; F. CUMONT, Une dédicace de Doura Europos, colonie romaine, en Syria, t. V (1924), p. 345; Les syriens en Es-pagne et les Adonis á Séville, en Syria, t. VIII (1927), pp. 330 y ss.; H. LECLERCQ, Colonies ÍOrientaux en Occident, en Dictionnaire d'histoire et d'archéologie chrétien-nes, col. 2.272; L. BRÉHIER y P. BATIFFOL, Les survivances du cuite imperial ro-main, París (1920), G. LA PIAÑA, The foreign groups in Roma, Cambridge (ma­yo de 1927).

(8) Cf. F. CUMONT, Les religions orientales dans le paganisme romain, 4* ed., París (1929).

(*) P. GUIHAUD, Les assemblées provinciales dans VEmpire romain, París (1887);

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EL MUNDO ROMANO Y EL CRISTIANISMO 19

PENETRACIÓN DE LOS De más honda raigambre es el movimiento que, CULTOS ORIENTALES EN iniciado en el siglo primero y alcanzando Su

EL IMPERIO ROMANO arsis en el segundo, impulsa una creciente marea humana hacia los cultos orientales, el

de la Gran Madre frigia, el de la egipcia Isis, el de los Baales sirios y el de Mitra, el dios persa. Estas religiones reclutarán sus adeptos cada vez más numerosos entre todas las clases sociales. Para todos es franca la entrada: durante las ceremonias rituales, señor y esclavo se confunden. Religiones nay que circunscriben su proselitismo a una categoría social determinada, o a una zona geográfica. La religión de Mitra, que excluye a las mujeres (1 0) , al menos de su representación jerárquica, es la religión del cuerpo militar; de ahí su éxito a lo largo del limes danubiano y renano y su fracaso en la provincia del norte de África ( a i ) .

Estas religiones fomentadoras, con harta frecuencia, de la sensualidad, eran u n aliciente y un peligro. La actitud de los poderes públicos fué ver­sátil, unas veces de desconfianza y aun de ruda oposición, otras de tolerancia e inclusive de favor. La República había introducido en Roma, desde 204 a.J.C. (1 2) , el culto de la Magna Mater Deum de Frigia; a pesar de las pre­cauciones y de la severa fiscalización estatal, nunca dejó de suscitar suspica­cias, hasta que el emperador Claudio otorgó derecho de ciudadanía al culto de Attis, muy semejante al de la Magna Mater ( 1 3) . El culto de Isis fué decla­rado fuera de ley en tiempo de Tiberio; pero Calígula volvió a autorizarlo. Mitra y los Baales sirios no serán entronizados en el Imperio hasta tanto que las divinidades orientales, en vez de la repulsa gubernamental , reciban todo favor: tal sucederá en la época del sincretismo religioso, en vísperas del Bajo Imperio, cuando por sutiles y hábiles exégesis religiosas, se fundan todas las divinidades en una amplia concepción religiosa, que transformará, progre­sivamente, el politeísmo grecorromano en un monoteísmo heliocéntrico, reuniendo al menos una gran parte de la sociedad culta.

PERSISTENCIA TEMPORAL Importa mucho poner de relieve que estos DEL CARÁCTER ÉTNICO cultos: frigio, sirio, egipcio, etc., con sus cam-

EN LAS RELIGIONES biantes de sospechosos, tolerados o fomenta-ORIENTALES dos, conservaron por largo tiempo, en el Im­

perio, al menos hasta el siglo n , su carácter eminentemente nacional. Si en el futuro pasan a integrar el movimiento sincretista que llegó a absorber lo más granado de la sociedad romana, pro­ceden en sus principios de las colonias locales que aglomeran, en las gran­des ciudades, grupos de gentes, por regla general de la clase media o baja, oriundas de las provincias orientales o de sus descendientes.

E. BEURLIER, Le cuite imperial, son histoire et son organisation depuis Auguste jus-qu'á Justinien, París (1891); LILY ROSS TAYLOR, The divinity of the román emperor, Middleton, Co. (1931). G. COSTA, Religione e política nell'Impero romano, Turín (1903).

(10) Sobre la exclusión de las mujeres cf. J. ZEILLER, Sur les cuites de Cybéle et de Mithra, en Revue archéologique (1928).

í11) Cf. F. CUMONT, Les religions orientales dans le paganisme romain, 4* ed., París (1929); J. TOUTAIN, Les cuites paiens dans l'Empire romain, París (1907-1911, 1920), 3 vols. U. FRACASSINI, 11 misticismo greco e il cristianesimo, Cittá di Castello (1922).

(12) H. GRAILLOT, Le cuite de Cybéle, Mere des dieux, a Rome et dans l'Empire romain, París (1912).

(13) Cf. J. CARCOPINO, Aitideia, en Mélanges d'archéologie et d'histoire publieés par l'Ecole francaise de Rome, t. XL (1923), pp. 135-199 y 237-324.

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20 LA IGLESIA PRIMITIVA

Cada agrupación local, racial e inicialmente homogénea, forma conjuntos religiosos independientes unos de otros y autónomos. Nunca llegaron a cons­tituirse estas religiones orientales, n i aun la de Mitra, no embargante cierta solidaridad (14) existente entre ellas, en organismos eclesiásticos. Sus adora­dores pudieron llamarse hermanos ( 1 5) , pero sin otro vínculo de unión que el de sus creencias, no el de una sociedad orgánica. El Estado romano des­autorizaba toda organización distinta de la gubernativa, dentro de la cual encuadraba las religiones extranjeras, bajo la inspección de uno de sus fun­cionarios, el colega de los Quindecemviri sacris faciundis (1 6) .

EL JUDAISMO EN Mas, ¿no hubo acaso en el Imperio romano una EL IMPERIO ROMANO religión oriental que viviera bajo u n régimen de

excepción? Es innegable que la religión judía, por respeto a pactos antiguos entre Roma y los judíos, gozó siempre de una especial tolerancia, de u n estatuto particular.

En la sección siguiente, dedicada al mundo judío de los tiempos de Jesu­cristo, disertaremos detenidamente sobre la situación de los judíos de la "dis­persión" o Diáspora en el Imperio. Baste por ahora anticipar que, merced a antiguos tratados, podían los judíos practicar libremente su religión, por más que chocara con ciertas prescripciones legales, como la del culto impe­rial , cuya infracción era severamente castigada desde el día en que aquél fué obligatorio. Desenvolvíase, por ende, el judaismo, en una atmósfera de privilegio, privilegio que no sufrió mengua por las medidas policíacas que se adoptaron contra una raza inquieta, y hasta indeseable en cierto modo, a la cual era preciso recordar que únicamente se la toleraba. En conjunto, su situación era favorable (1 7) .

Estas comunidades judías, comunidades religiosas y étnicas al mismo tiempo, tan ventajosamente ubicadas en el Imperio, ¿no constituirían un cuerpo orgánico que les distinguiese de todos los otros grupos orientales? Dícese que los judíos tuvieron, en las ciudades en que estaban establecidos, sinagogas —comparables a las iglesias cristianas— adonde acudían gentes de u n determinado territorio, sin que cada una formara célula indepen­diente (1 S) ; el conjunto de sinagogas de una ciudad vendría a ser algo así como la sinagoga total, "la judería", o, hablando en términos jurídicos, el corpus o universitas (19) de judíos de esta ciudad ( 2 0 ) ; y la totalidad de las sinagogas de la Diáspora dependería de la autoridad suprema, sanhedrín o patriarca, que ejerciera el gobierno religioso de todo el mundo judaico.

Esbozado en esta forma el cuadro religioso del hebraísmo de la dispersión

(14) F. CUMONT, Textes et monuments figures relatifs aux mystéres de Mithra, Bruselas (1896-1899), 2 vols., t. I, pp. 269-270.

(15) Cf. ibid., t. II, p. 535. Cf. también; el apelativo fratres charissimos dado a los adoradores del Baal sirio, conocido en el Imperio como Júpiter Dolichenus, C. I. L., V, 406.

( i e) Cf. G. LA PIAÑA, The foreign groups in Rome, pp. 330-340. (1T) E. SCHUERER, Geschichíe des jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, 4 ' ed.,

Leipzig (1907-1909), 3 vols. e índice (1911), t. I, pp. 391-406 y I. IUSTER, op. cit-, t. I, pp. 179-242.

(18) G. LA PIAÑA, La successione episcopale in Roma e gli albori del primato, Roma (1922); la misma tesis sustenta JUSTER, op. cit., t. I, pp. 420-425.

(19) La universitas de los judíos de Antioquia se cita en un edicto de Caracalla en 213. (20) Cf. sobre las juderías de Roma, G. LA PIAÑA, The foreign groups in Rome,

p. 350, n. 20; IUSTER, op. cit-, t. I, p. 432; J.-B. FREY, Les communautés juives á Rome aux premiérs temps de l'Eglise, en Recherches de science religieuse, t. XX (1930), pp. 269-297.

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EL MUNDO ROMANO Y EL CRISTIANISMO 21

ofrece grandes analogías, no exentas de divergencias capitales, con la futura Iglesia cristiana.

En hecho de verdad, n i se ha demostrado la existencia de una organiza­ción central del judaismo en ciudades como Roma, n i hay pruebas incon­cusas de que todo el pueblo judío acatara la autoridad del patriarca de Jerusalén, cuya existencia data del siglo n , y cuya dignidad jerárquica era compartida por el exitarca de Babilonia. Aun dando de barato la existencia de una especie de "Iglesia" judía, no debe olvidarse que la dirección de las comunidades judías dependía del poder temporal y no del clero, como entre los cristianos ( 2 1) , y que el judaismo estaba ínt imamente vinculado al nacio­nalismo, en tanto que para los cristianos no hay distinción de "judío o griego" ( 2 2) .

Esoi no obsta a que la religión de este pueblo particularista y sombrío sea proselitista; alberga en su seno aun gentes extrañas a la raza judía, bien como simples "prosélitos de la puerta", cuando se l imitan a aceptar la fe de Israel, bien como "prosélitos de justicia", cuando se someten al rito de iniciación, la circuncisión, que les equipara a los judíos.

ESCUELAS FILOSÓFICAS Las escuelas filosóficas, libres de compromisos SUS FRUTOS nacionalistas, con u n programa universalista de

reforma humana (aunque el medio preferido fué la clase aristocrática y no la plebe, a la cual adaptaban los retóricos aquellas doctrinas), brindaban a las almas un medio de remontarse por en­cima de las contingencias efímeras de la vida terrena y de realizar su unión con la divinidad.

Con el Imperio pónese en boga el estoicismo; doctrina poco halagadora, que exige del hombre la aceptación impasible de todos los aconteceres como hechos irremediables y necesarios, y no le propone otra participación en la vida divina que el fatalismo, sin una garantía de inmortalidad personal.

La filosofía alejandrina de Filón, con su teoría del éxtasis, que reaparece en el neoplatonismo, presenta una solución diferente al problema de la libe­ración de la vida presente para alcanzar la posesión de Dios; pero el sistema filoniano, síntesis del helenismo y del judaismo, es a un tiempo filosofía y religión (2 3) .

Caso semejante es el de aquella doctrina, cuyo profundo influjo en las altas esferas de la aristocracia romana de la época de Augusto se ha puesto de relieve en recientes estudios ( 2 4 ) : el neopitagoreísmo.

Cierto que no ha ganado muchos partidarios la tesis arriscada e impru­dente que pretendía derivar el cristianismo del neopitagoreísmo, haciendo de los Evangelios simples imitaciones de la incierta biografía de Pitágoras ( 2 5 ) ; mas no por eso hemos de negar la importancia, momentánea y relativa, del renacimiento pitagórico, modificado por las ideas platónicas. Nigidio Fígulo, coetáneo de Cicerón, nos legó una exposición de la doctrina, tal cual en sus

(21) J. B. FREY, op. cit., 2* art., en Recherches de science religieuse, t. XXI (1931), pp. 129-168, ha dado una crítica muy certera de las teorías de Juster y La Piaña.

(22) SAN PABIX>, Epístola a los galotas, 3, 28. (23) Acerca de Filón, cf. infra, pp. 49 y ss. (24) Véase J. CAROOPINO, La basilique pythagoricienne de la Porte Majeure, Pa­

rís (1927); Virgile et le mystére de la IVe Eglogue, París (1930). (25) I. LÉVY, La légende de Pythagore de Gréce en Palestine, en Bibliothéque

de l'Ecole des Hautes Eludes, Sciences historiques et philologiques, fase. 250, Pa­rís (1927).

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22 LA IGLESIA PRIMITIVA

días solía enseñarse ( 2 6) . La IV égloga de Virgilio y ciertas expresiones de Ovidio (27) nos atestiguan la calidad de los neopitagóricos; de una inscrip­ción romana (28) podemos deducir que la nueva filosofía logró filtrarse aun entre la clase humilde; y la basílica de la Puerta Mayor de Roma es prueba fehaciente de que el neopitagoreísmo era algo más que una simple escuela. Constituía una iglesia. Pero esta iglesia exenta, al parecer, del sensualismo de las religiones orientales, inquietaba por su taumaturgia a los poderes pú­blicos y soliviantaba al vulgo por sus arcanos; esto le valió una era de per­secuciones desde Augusto a Claudio, y una rápida desaparición, por más que la historia legendaria de Apolonio de Tiana ( 2 9) , desterrado de Roma por Nerón, deje entender que continuaron sus adeptos por algún tiempo.

Difícilmente podría afrontar la conquista de las masas una religión sabia y esencialmente aristocrática, a menos que -evolucionara, como más tarde el neoplatonismo, hacia la teurgia.

PERSISTENCIA DE LAS Es innegable el influjo de la ética estoica y ASPIRACIONES RELIGIOSAS de la especulación neoplatónica en el avance

de la ideología religiosa; pero ni una n i otra pretendieron, en manera alguna, reducir la religión a axiomas morales o a filosofía pura. El triunfo sería de quien pusiera en vibración la sensibilidad: de ahí el éxito creciente de los cultos orientales, con sus misterios, precedi­dos en Grecia por los de Eleusis y los órficos, con los cuales simpatizaban, más o menos, las doctrinas neopitagóricas; prometían la salvación a los ini­ciados a costa de pruebas y purificaciones rituales, que no exigían una recti­ficación de conducta (3 0) .

Pero la gran invasión de misterios, en el Imperio romano, comienza apenas con el siglo primero. Flota en el ambiente un anhelo general, confuso, más convergente, que el cristianismo viene a satisfacer. Las soluciones que aporte no serán simplemente individuales. No hay religión que no sea social. El cristianismo se presenta, desde u n principio, como Iglesia, como sociedad, y sociedad organizada. Pero esa organización de la Iglesia cristiana no se explica sino por una institución positiva. En el marco, a la vez sólido y variado del Imperio romano, cuna y cauce de la expansión de la Iglesia en los cuatro primeros siglos, organizóse ésta por imperativo de una voluntad institucional y de una necesidad intrínseca.

(26) Ed. SWOBODA, Viena (1889). (27) Sobre la IV égloga cf. supra. Acerca de Ovidio cf. J. CARCOPINO, Arckéologie

et philologie, en Revue des Eludes latines, t. V (1927), pp. 146-149. (28) Inscripción de una societas cantorum grcecorum hallada cerca de la Puerta

Mayor y publicada por R. PAHIBENI, Raccolta di Scritti in onore di Giacomo Lum-broso, Milán (1925), pp. 287-292.

(29) Su vida, o mejor la indigesta novela con pujos de biografía histórica fué es­crita por Filostrato hacia el año 200, a petición de la emperatriz originaria de Si­ria, Julia Domna.

(30) Cf. sobre esta cuestión M. ROSTOVTZEPF, Mystic Italy, Nueva York (1927).

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n. — EL MUNDO JUDIO (*)

"La salvación procede de los judíos" (Ion. 4, 22). Como el judaismo ha sido el origen del cristianismo, de razón es que lo estudiemos con especial detalle. No es que vayamos a bosquejar aquí la historia judía; pero no podemos pres­cindir del cuadro histórico en que Jesús vivió, n i del pueblo que le dio sus primeros Apóstoles y en el cual predicó su Evangelio.

En tiempo de Jesucristo no todos los judíos habitaban la tierra prometida, la tierra de Israel; muchos de ellos vivían en la dispersión: Jesús no predi­cará por sí mismo a estas gentes n i a los paganos su Buena Nueva; pero sus apóstoles encontrarán por todas las trochas y caminos de su vida misional a estos hermanos de raza, destinados a ser las primicias del Reino Mesiánico; algunos de ellos formarán en sus filas; pero los más le declararán la guerra. Para mejor comprender esta actitud de los judíos con respecto al Evangelio, anticiparemos unas breves notas sobre su situación en Palestina y entre los gentiles.

§ 1 . — El juda i smo palest inense

El Evangelista San Lucas nos da ciertas indicaciones cronológicas al intro­ducir en escena a San Juan Bautista: "En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de la Judea, y Herodes tetrarca de la Galilea, y Filipo, su hermano, tetrarca de la Iturea y de la Traconítide, y Lisanias, tetrarca de Abilina, al tiempo del sumo sacerdote Anas y Caifas" (Le. 3, 1-2). Estas líneas dejan entrever la situación a la sazón reinante en Judea; tres son los poderes que la gobiernan: el del roma­no, el último advenedizo, con soberanía; el de los hijos de Herodes, que aun detentan parte de la autoridad legada por el Idumeo; y, en un plano infe­rior, pero más en contacto con el pueblo, el de los sumos sacerdotes que son acatados reverentemente por el pueblo judío, pese a su indignidad.

Este cruce de magistraturas es símbolo de la encrucijada de pueblos que en Palestina han dejado, uno tras otro, la huella de su' cultura y de su reli­gión. ¿No es acaso éste el panorama de la Palestina actual? Bajo el domi-

(!) BIBLIOGRAFÍA GENERAL. — SCHUERER (E.), Geschichte des jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi, 4* ed., Leipzig (1901-1909), 3 vols. — FELTEN (J.) Neutesta-mentliche Zeitgeschichte, 2* ed., Regensburgo (1925), 2 vols. Trata del judaismo el vo­lumen primero y las páginas 3-271 del segundo. — JUSTEH (J.), Les juifs dans l'Empire romain, París (1914), 2 vols. — WILHELM BOUSSET, Die Religión des Jüdentums im spathellenistischen Zeitalter, in dritter, verbesserter Auflage herausgegeben von HUGO GRESSMANN, Tubinga (1926). — LAGRANGE (M. J.), Le judaisme avant Jésus-Christ, París (1931). — BoNsiRVEN (J.), Le judaisme palestinien au temps de J.-C, París (1935), 2 vols. — MEYER (Ed.), Ursprung und Anfánge des Christentums, Stuttgart (1921-1923), 3 vols. Estudiase el judaismo en el segundo volumen. — La bibliografía aquí citada es la más precisa. En las anotaciones a las páginas sucesivas se irá com­pletando.— Citamos la obra de Josefo según la edición de Naber, Leipzig (1888-1896); las Antigüedades judaicas, con la sigla A. J.; la Guerra de los judíos, por B. J. La ver­sión) se ajusta a la de Teodoro Reinach, salvo algunos retoques que la aproximan más al original. Las obras de Filón cítanse según la edición Cohn Wendland-Reiter, Ber­lín (1896-1915). Cf. también G. RICCIOTTI, Historia de Israel, Barcelona (1947).

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24 LA IGLESIA PRIMITIVA

nio británico (*), semejante, en ciertos aspectos, al imperialismo romano, viven los árabes, mahometanos y judíos y los cristianos, cismáticos o unidos a Roma, de todos los ritos. No podríamos explicarnos esta mezcla de razas y de reli­giones en Palestina, si no recordáramos, aunque sea brevemente, la historia del medio siglo anterior al nacimiento del Señor.

PALESTINA Por espacio de varios siglos vivieron los judíos una historia propia, independiente, mas no por ello menos gloriosa. La

altiplanicie de Judea, en la cual sentaron sus reales, elévase como u n pro­montorio rocoso entre el Líbano al norte y el desierto de Arabia al sur ( 2 ) ; desciende al oeste por la feraz l lanura del Sarón hacia el Mediterráneo; al este, la profunda brecha del Jordán rompe la continuidad con la meseta de Moab; el lago de Galilea, atravesado por el río en su curso alto, está ya a más de 200 metros bajo el nivel del Mediterráneo; a cien kilómetros al sur del Tiberíades rinde el tributo de sus aguas en el mar Muerto, a 400 metros de profundidad. La ciudad santa de Jerusalén, edificada sobre abrupta roca, cortada por el Cedrón al este y por la Gehenna al sur, domina toda esta región, hoy desolada, pero cubierta en los pasados tiempos de viñedos y oli­vares. Unas jornadas al este extiéndese el desierto de Judea, treinta kilóme­tros, hasta el mar Muerto, de tierras baldías, calcinadas por los rayos del sol. Al oeste, hacia el mar, rocas cortadas a pico; surcadas por quebradas y hen­diduras profundas, de pasos muy difíciles y bien dispuestos para la defensa. Allí fué, en Modin, cerca de Lydda, donde el año 167, bajo el gobierno de Antíoco Epífanes, se sublevó al frente de la nación el sacerdote Matatías, enfrentando a los judíos con los griegos. Los seléucidas, sucesores de Ale­jandro, habían extendido sobre todo el Oriente la preponderancia siria, arre­batado a Judea su independencia política y, lo que es aún más lamentable^ habían socavado los mismos fundamentos de su fe religiosa.

Matatías y sus cinco hijos sucumbieron uno en pos de otro; pero Judea sacudió el yugo sirio y alcanzó una robustez política como nunca la había conocido desde su cautiverio; gobernáronla durante u n siglo los asmoneos, reyes y sumos sacerdotes, del linaje de los macabeos.

LOS ÚLTIMOS ASMONEOS Sesenta años antes del nacimiento de Jesucristo sucumbía esta postrer dinastía nacional y, con

ella, la independencia de Israel. Entonces se inicia el período más trágico de su historia: arrastrada por impetuosa corriente, será Palestina como u n leño abandonado en los vórtices de todas las revoluciones romanas: las luchas de César y Pompeyo, de Bruto y los triunviros, de Antonio y Augusto, en­sangrentarán su suelo; los partos la invaden, y ni siquiera el extranjero, Roma y Herodes, respeta las jerarquías religiosas ( 3 ) .

La invasión de Judea por el helenismo, y luego por la cultura romana, será incontenible bajo Herodes, a cuyo reinado, brillante y violento, dará su sentido profundo. De aquí que al enjuiciar este período sean tan contra-

(*) El 14 de mayo de 1948 fué proclamado el nuevo Estado de Israel, cesando Inglaterra en su mandato. (N. d. T.)

(,2) Cf. Sir GEORGE ADAM SMITH, The Historical Geography of the Holy Land, 25* ed., Londres (1931). — G. DALMAN, Les itinéraires de Jésus, traducida por J. Mar-ty, París (1930). —R. KOEPPEL, Palástina, Tubinga (1930).— R. P. F. M. ABEL, Géographie de la Palestirte, t. I, París (1933).

(8) No atañe a esta historia el gobierno de Herodes. Puede estudiarse en LAGRANGE, Le judaisme, pp. 164-202; W. OTTO, art. Herodes, en PAULY-WISSOWA, Supplément Ií (1918), cois. 1-158; SCHUERER, op. cit., t. I, pp. 360-418; ed. MEYEB, op. cit., t. II, pp. 319-329.

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EL MUNDO JUDÍO 25

puestas las opiniones: los que, como E. Meyer, ven con simpatía la irradia­ción del helenismo, proclaman a Herodes su campeón y, aun reconociendo lo violento de sus pasiones y sus pocos escrúpulos de conciencia, compáranle con los príncipes diadocos y renacentistas, como excelente político, gran militar, y, al mismo tiempo, protector de las artes y promotor de, una esplén­dida civilización. Mas para los escritores judíos, es el azote de Israel: le odian no tanto por su abolengo idumeo, como por el apoyo dado y recibido del extranjero; odio que está plenamente justificado.

! No podemos negar cierta grandeza al reinado de Herodes: unificó la Tierra Santa que, merced a él, mantuvo un simulacro de independencia; la dotó de suntuosas construcciones y, sobre todo, de u n templo nuevo y esplendoroso; pero fué efímera esa bril lantez; a la muerte de Herodes (4) la ruina, las

'i disensiones, la servidumbre volvieron a abatirse sobre Judea. En los últimos días de este reinado de violencia, "en los días del rey

Herodes", nació Nuestro Señor Jesucristo. Herodes legó sus Estados, al morir, a sus hijos Arquelao, Filipo, Antipas y

a su hermana Salomé ( 5 ) . Arquelao empuñó las riendas del gobierno a la muerte de su padre. Trató de granjearse el afecto del pueblo, reduciendo los impuestos y halagándole con buenas palabras; envalentonados los judíos por tales concesiones, intentaron vengar la muerte de los doctores Judas y Matías, quemados vivos por orden de Herodes, días antes de su fallecimiento; reclamaron que se ajusticiara a los consejeros de Herodes y se destituyera

•! al gran sacerdote; los peregrinos, que afluyeron con ocasión de la Pascua, se unieron a los sublevados; Arquelao envió contra ellos una compañía de hoplitas; los soldados, recibidos a pedradas, parte murieron y parte queda­ron descalabrados. Entonces mandó el rey a todo su ejército dar la carga;

j "los soldados de caballería mataron unos tres mil hombres; los restantes huyeron a las montañas vecinas" (A. L, XVII, 9, 3, 218). Fué, escribe Nico­lás de Damasco, el triunfo de los griegos sobre los judíos ( 6) .

Represión tan sangrienta, en el mismo templo, en plena festividad de la Pascua, exasperó a los judíos, que resolvieron demandar a Roma la autono­mía. Arquelao se presentó ante Augusto, juntamente con los demás prín­cipes de su familia. La embajada judía estaba compuesta por cincuenta delegados, y respaldada por "más de ocho mi l judíos a la sazón domiciliados en Roma"; mostróse muy violenta en su requisitoria contra Herodes y los suyos, y terminó reclamando que "los judíos quedasen libres y horros de monarquías y gobiernos de semejante jaez, y unidos a la administración pro-

. vincial de Siria" (A.J., XVII, 314). Nicolás tomó la defensa de Arquelao. '-* Augusto zanjó el debate asignando a Arquelao la mitad del país y a los

otros hijos de Herodes las demás regiones; cambió a Arquelao el título de rey por el de etnarca, aunque prometiéndole la realeza si se hacía acreedor

i a ella; y nombró tetrarcas a sus hermanos menores Filipo y Antipas (7) .

(4) En el mes de Nisan (marzo-abril), 4 a. J. C. — Sábese que Dionisio el Exiguo fijó la era cristiana en el 754 de Roma, cinco años más tarde de lo debido.

(5) "A Antipas, al cual prometió en un principio la corona, dejó las tetrarquías de Galilea y Perea; Arquelao obtuvo el título de rey; Filipo, hermano de Arquelao, que­daba con la Gaulonítide, la Traconítide, la Batanea y Panias, a título de tetrarquía; a Salomé, hermana de Herodes, se entregaban las ciudades de Jamnia, Azotos y Fa-sajlis, más quinientos mil dracmas de plata amonedada" (A. /., XVII, 8, 1, 188-189). Herodes había mandado dar muerte a tres de sus hijos; el año 7, a los dos habidos de Mariamne, a la cual había asesinado el año 29; cinco días antes de su muerte, mandó ejecutar a su primogénito Antipatros.

(8) Fragmento 5 (fragmenta historicorum grmcorum [Didot], t. III, p. 353). (7) NICOLÁS, frag. 5, p. 354; FL ; JOSEPO, A. J., XVII, 317.

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26 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA REVUELTA DE ¡Antes Roma que los Herodes! En tanto que los judíos LOS JUDÍOS de Jerusalén, apoyados por los de Roma, reclamaban

enérgicamente de Augusto la tutela romana, Palestina entera se sublevaba contra los agentes imperiales ( 8) . A la partida de Ar-quelao, se amotinaron los judíos; Varo, legado de Siria, después de haber sofocado la rebelión, partióse, dejando una legión para mantenei el orden. Pero Sabino, enviado por Augusto como procurador eventual, en tanto se ventilarai la sucesión de Herodes, dejóse dominar por la crueldad y la ava­ricia; "buscó violenta y codiciosamente los tesoros reales, valiéndose de sol­dados romanos y aun de sus mismos esclavos". El día dé Pentecostés rebe­láronse los judíos; libróse sangriento combate en el templo, cuyos pórticos fueron incendiados y saqueado su tesoro, del cual tomó Sabino cuatrocientos talentos.

No amainó la revuelta por esta catástrofe; antes bien, fué prendiendo en todas las ciudades de Palestina: Galilea se insurreccionó a la voz de Judas, hijo de Ezequías, antiguo adversario de Herodes; la Perea, a las órdenes de Simón, el que fué esclavo de dicho rey; y en los campos de Judea, impuso su voluntad u n tal Atronges, secundado por sus cuatro hermanos. Todos estos jefes de bandas hacíanse proclamar reyes por sus partidarios ( 9 ) . Varo tuvo que regresar, al frente de dos legiones, para restablecer la normalidad. Los judíos se sometieron; pero dos mil insurrectos fueron crucificados. Tales acontecimientos se desarrollaron durante la infancia de Jesús. Galilea, esce­nario de los treinta años primeros de su vida, estuvo particularmente afec­tada por la sublevación de Judas y la represión de Varo: la ciudad de Séforis, próxima a Nazaret y capital de la provincia, fué tomada y saqueada por los rebeldes (A. J., XVII, 271); al recuperarla los romanos diéronle fuego por los cuatro costados y vendieron a todos sus habitantes como esclavos ( 1 0) . La nueva ciudad, reconstruida por Antipas, fué magnífica: el orgullo y "el ornato de toda la Galilea" según nos dice Fia vio Josefo (A. / . , XVIII, 27) ; pero no era ya, como la ciudad arrasada por Varo, u n foco de nacionalismo judío, sino un núcleo herodiano y romano ( n ) .

Esta campaña de Varo quedó en la memoria de los judíos como una gran catástrofe nacional, semejante a la invasión de Pompeyo y a la guerra ani­quiladora de Vespasiano (1 2) . Cuando Jesús hable a sus discípulos de tomar la cruz, comprenderán todo el alcance de sus palabras, por el recuerdo vivo de los dos mil compatriotas crucificados por Varo.

El reino de Arquelao, tan trágicamente inaugurado, duró un decenio; Augusto había prometido al etnarca ceñirle corona de rey "si se hacía acree­dor a ella por su conducta"; n i la mereció n i se la concedieron. Su gobierno fué despótico y brutal ( 1 3 ) ; los judíos presentaron querella contra él; Au­gusto le llamó a Roma y después de oída su defensa, desterróle a Vienne, en las Galias, y confiscóle sus bienes (A. / . , XVII, 344).

(8) A.J., XVII, 10, 250-298; B.J., II, 3-5, 37-79. (9) Flavio Josefo, que procura sortear lo relativo a las aspiraciones mesiánicas, no

pone ningún comentario al relato de estos reinos efímeros, que obedecían, indudable­mente al influjo de aquéllas.

(W>) A. J., XVII, 289. Herodes Antipas reedificó la ciudad y volvió a amurallarla; vivió en ella hasta el año 18 de J. C. (cf. DALMAN, Orte und Wege, p. 86; SCHUERER, op. cit., t. II, pp. 212 y ss.; OTTO, col. 175).

(H) SCHUERER, op., cit., t. II, p. 212. (12) FLAVIO JOSEFO, C. Apión, I, 7. I13) "Despojó del pontificado a Joazar, hijo de Boetos", le destituyó reemplazán­

dole por Jesús, hijo de Sié (A.J., XVII, 13, 1, 339-341).

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EL MUNDO JUDÍO 27

Con Arquelao cesó en Judea el régimen herodiano; los propios judíos reclamaron su abolición, que significó para muchos una verdadera carta de franquicia. Por este tiempo compuso u n fariseo la Asunción de Moisés, en la cual, después de haber evocado el gobierno de los asmoneos, se dice:

A ellos sucederá un rey insolente, que no será del linaje sacerdotal, un hombre osado y sin pudor, que regirá a sus subditos según se merezcan; pasará por las ar­mas a sus jefes sin que sus mismos cadáveres puedan ser rescatados; asesinará viejos y jóvenes, sin distinción de edad ni de condición; todo el país será presa del terror; su opresión será semejante a la que les infligió el Egipto durante treinta y cuatro años. Los hijos que ha de tener reinarán después de su padre, mas por breve tiem­po. Cohortes venidas del oeste, a las órdenes de un poderoso monarca, les sustitui­rán en el mando político; ese nuevo monarca reducirá al pueblo judío a cautividad, arrasará una parte del templo y crucificará a muchas personas en derredor de su campamento (14).

Percíbese, sin esfuerzo, a través de la imprecisión voluntaria del texto, la alusión bien definida al reinado de Herodes y de sus hijos, a la dominación romana, a las campañas de Sabino y de Varo; todo esto tiene la firmeza de trazos de u n relato objetivo. El vidente describe luego u n período de aconteceres trágicos, en que prevalece la impiedad sobre la justicia. Pero Dios, que vela sobre sus hijos, sale por sus fueros, castiga a las naciones e instaura su reino.

Dios, en efecto, debía manifestarse; el Hijo de Dios moraba ya en la tierra e iba creciendo; mas nadie se percataba de ello, y los autores de los apocalipsis continuaban prediciendo grandes catástrofes, como preludio del reino de Dios.

LOS PROCURADORES Al ser depuesto el etnarca, Roma confió la adminis­tración de Judea a un magistrado del orden ecuestre.

El nombramiento de "procurador" era de incumbencia de Augusto, al cual reemplazaba. El legado de Siria, cuyo territorio lindaba con el de Judea y cuya autoridad era superior, intervenía a veces, aunque excepcionalmente, en el gobierno de Palestina. El procurador fijó su residencia oficial en Cesá­rea; en las grandes solemnidades subía a Jerusalén, para garantizar el orden público.

Los mismos judíos habían solicitado esta administración romana; mas no hallaron en ella la paz soñada. Es cierto que les libró de los Herodes, cuyo gobierno tiránico era pesado y sin contrabalanza; Roma dejó a estos prín­cipes amplia libertad de movimientos y solamente intervino por motivos muy graves. Los magistrados romanos eran tenidos más a raya; contra ellos cabía la apelación al César, que nunca resultaba estéril; la historia de Pilatos es un ejemplo palpable de lo que significaba la amenaza del recurso a Roma (1 B); los judíos, bien respaldados en Roma ( 1 6) , podían hacer valer sus derechos mejor que los demás provincianos. Pero el César vivía muy lejos; no podía

(14) Asunción de Moisés, 6. Cf. sobre este pasaje las notas de CHARLES, en Pseudepi-grapha, pp. 418 y ss., y LAGRANGE, Judaisme, p. 238.

(15) Puede comprobarse por la historia de la Pasión de Cristo (Ion. 19, 12); más tarde, en el asunto de los escudos votivos, Pilatos fué denunciado a Tiberio y su ac­tuación desautorizada (FILÓN, De leg. ad Caium, XXXVIII, 299-305); finalmente, el año 35, tras el duro castigo que infligió a los samaritanos, fué denunciado a Vitelio, procónsul de Siria, y tuvo que presentarse al emperador (FLAVIO JOSEPO, A. J., XVIII, 4, 2, 88-89).

(16) La colonia judía de Roma era numerosa y enteramente al servicio de los in­tereses de su nación; recordemos el apoyo que dieron los ocho mil judíos a los cin­cuenta embajadores destacados contra Arquelao. No siempre gozaron del favor impe-

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28 LA IGLESIA PRIMITIVA

apelarse a él cada día; en la marcha ordinaria de los negocios, debían some­terse los judíos a administradores que, si bien estaban menos interesados en sus querella- que los monarcas idumeos, desconocían más que ellos sus tra­diciones y estaban más expuestos a herirles en sus sentimientos religiosos.

Y, en hecho de verdad, no faltaron tales entuertos. De esos magistrados, n inguno nos resulta t a n familiar y de ta l interés para el cristianismo, como Poncio Pilatos ( 1 7 ) ; sabemos de su historia por los Evangelios, por el relato de Josefo y por las noticias de Filón ( 1 8) . Nos le pintan como hombre sus­picaz, violento, siempre en guardia contra los judíos y presto, en caso de alerta, al castigo y al asesinato. No llega a entender a sus administrados n i sus escrúpulos religiosos; desconfía, y no sin razón, de su fidelidad a Roma; vive en Palestina como en país enemigo y obra en consecuencia.

HERODES ANTIPAS Pilatos no tenía bajo su administración más que Judea y Samaría; Herodes Antipas gobernaba Galilea y

Perea; Filipo, Iturea y la Traconítide. De estos dos príncipes, únicamente el primero interesa directamente a la historia del cristianismo ( 1 9 ) ; aquel "zorro" de que habla Jesús (Le. 13, 32), supo sortear hábilmente, el año seis, un castigo semejante al de Arquelao y ganarse más tarde el favor de Tiberio.

Pero sensual, dipsómano, brutal como su padre, no tuvo su mismo energía y diplomacia C20). Herodías, con la que vivía amancebado y que era la mujer de su hermano, fué la mujer fatal que le arrastró al crimen; por ella puso en cepo al Bautista y por ella le hizo degollar; ella le obligó a repudiar a su primera mujer, la hija de Aretas, rey de los árabes, provocando así una guerra cruel en que el ejército de Herodes quedó totalmente aniqui­lado (A.J., XVIII, 5, 1, 109-115); ella fué finalmente quien indujo a su marido a emprender aquel viaje malhadado a Roma; Agripa, hermano de Herodías y sobrino de Antipas, había recibido del emperador Calígula el título de rey, cuando el propio Herodes no era más que simple tetrarca; la princesa no podía sufrir situación tan humil lante; urgía visitar a Calígula y demandarle la corona real ; Herodes se resistió cuanto pudo; pero "era imposible hur tar el bulto a las decisiones de aquella mujer": partieron am­bos para Roma; pero siguiendo sus pasos iba un liberto de Agripa; acusado Herodes de conspirar contra el emperador, fué condenado y deportado a Lugdunum, en las Galias ( 2 1) , el año 39 ( 2 2 ) ; poco después murió, tal vez

rial, por ejemplo, en tiempo de Sejano, privado de Tiberio y en el de Calígula. Pero son casos esporádicos.

(17) Desde Arquelao hasta Agripa hubo siete procuradores: Coponius (6-9), Mar-cus Ambibulus (9-12); Annius Rufus (12-15); Valerius Gratus (15-26); Poncio Pi-lato (26-36); Marcellus (36-37); Maruüus (37-41). Cf. SCHUERER, op. cit., t. I, p. 487 y ss.

(18) A.J., XVIII, 3, 1-12, 55-62; B.J., II, 9, 2-4, 169-177; A.J., XVIII, 4, 1-2, 85-98; FILÓN, De leg. ad Caium, XXXVIII, 299-305.

(19) Cf. OTTO, art. cit., cois. 168-191. (2°) Por los Evangelios sabemos de su vida privada; basta recordar, como mues­

tra de su carácter vicioso, su unión adúltera con Herodías, la prisión y muerte del Bautista, sus asechanzas contra Jesús y aquella pamema de juicio con El celebrado (Le. XXIII, 4-12). Podríamos corroborar estos testimonios con el relato de Josefo.

(21) A. J., XVIII, 7, 1-2, 240-256; según B.J, II, 183, Herodes fué desterrado "a España"; se ha intentado conciliar ambos pasajes identificando este Lugdunum con el Lugdunum Convenarum, Comminges; OTTO, art. cit., col. 188; REINACH, nota a B. J., rechaza esta solución, desdeñando el texto de B. 1. y dando como lugar del destierro la ciudad de Lyon.

(22) Sobre esta fecha cf. SCHUERER, op. cit., t. I, p. 448, n. 46.

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EL MUNDO JUDÍO 29

por orden del mismo Cayo Calígula i23). La tetrarquía pasó a su sobrino y enemigo Agripa. Por últ ima vez, y para breve tiempo, volvía Palestina a quedar unificada bajo u n mismo cetro. La historia de los apóstoles nos revelará los incidentes de esta monarquía brillante y efímera de Agripa.

EL PUEBLO JUDIO Durante la vida de Jesucristo el gobierno de Palestina estuvo en manos de los procuradores romanos y de los

tetrarcas. Se imponía pues hablar de ellos, aunque fuera someramente. En más íntimo contacto con Jesús estaban los judíos, sus compatriotas, en medio de los cuales predicó su doctrina, obró milagros y escogió aquel núcleo primi­tivo de su Iglesia.

De la situación política del pueblo judío podemos deducir su actitud frente a los poderes extranjeros, sus luchas por defender la propia independencia y su credo religioso. Esta resistencia es su mayor t imbre de gloria; aislado en el mundo pagano y helenístico, sacó fuerzas de su fe para purificarse de los elementos extraños introducidos en el siglo precedente por los seléucidas y para defenderse contra el influjo pagano, aun más peligroso, que pretendía filtrarse bajo la égida de las águilas romanas. No es de extrañar que esa sorda resistencia estallara a veces en extremismos y en revueltas políticas; pero no debe confundirse el nacionalismo de los zelotes con la religión del pueblo llano, que fué, indudablemente, la preparación próxima del Evangelio.

HELENISMO Y La fidelidad a Yahveh y a su ley cobra relieve JUDAISMO EN PALESTINA cuando se estudia el hecho diferencial de Pa­

lestina. Es preciso dejar bien sentado que su población jamás fué homogénea; y que en tiempo de Cristo aun lo era menos.

Pompeyo había liberado de la dominación judía las ciudades helenís­ticas, anexionándolas a la provincia romana de Siria; Herodes restableció por algún tiempo la unidad de Palestina; pero su intención fué el fomento del helenismo (24) y, especialmente, demostrar su devoción al César, según queda comprobado por la fundación de Cesárea y por la transformación de Samaría en Sebasta; en ambas ciudades erigió templos grandiosos en honor de Roma y de Augusto; mas no se limitaron a esto sus demostraciones de fervor romano: "No hubo lugar en su, reino en que no rindiera a lgún home­naje al César. Después de haber cubierto su territorio de templos desbordóse por toda la provincia su devoción al emperador, en u n fuerte afán de fiebre constructiva" ( 2 5) .

Los sucesores de Herodes siguieron ese impulso inicial: Filipo fundó una nueva Cesárea; Antipas redificó y paganizó Séforis y construyó las ciudades de Tiberíades y de Julia.

No fueron estériles tales empeños: en muchas ciudades (2e) la población helenística y pagana era tan importante como la judía, cuando no superior; esto se echa de ver por las conmociones políticas en que judíos y gentiles vinieron a las manos: así el año 44, en Cesárea y Sebaste, a raíz de la muerte de Agripa 1° ( 2 7 ) ; el 58-60, bajo el gobierno de Félix, en Cesárea ( 2 8 ) ;

(23) DION CASIO, LIX, 8. (24) "Herodes guardaba mayores consideraciones con los griegos que con los

judíos"... (A.J., XIX, 7, 3, 29). (25) B.J., I, 21, 4, 407. (26) El estudio más completo acerca de las ciudades helenísticas de Palestina es

el de SCHUEREH, op. cit., t. II, pp. 94-222. ( " ) A.J., XIX, 9, 1, 354-359. (28) B.J., II, 13, 7, 266-267.

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30 LA IGLESIA PRIMITIVA

y sobre todo, el 66, en que estalló la gran revolución: 20.000 judíos fueron ase­sinados en Cesárea; en represalia, bandas judías destruyen e incendian varias ciudades de la Decápolis y de la costa; reaccionan los paganos que "degüellan a cuantos judíos encuentran a su p a s o . . . Toda la Siria fué presa de u n desorden pavoroso; las ciudades estaban divididas en dos campos; la mejor garantía de seguridad consistía en anticiparse al ataque del contrario" ( 2 9) .

Estas palabras de Josefo reflejan no solamente el encarnizamiento de la lucha, sino también la importancia de las fuerzas que se enfrentaban: los judíos, procedentes de Judea y Galilea, podían invadir y abrasar las ciudades de la Decápolis y de la costa; pero al retirarse las bandas incendiarias, des­quitábanse los paganos linchando judíos ( 3 0) .

<*. PENETRACIÓN DEL Estos conflictos sangrientos ponen en evidencia la ri-

HELENISMO validad de dos pueblos y sus fuerzas respectivas; reve­lan asimismo sus zonas de influencia: el helenismo

se concentra en las regiones orientales de la Palestina (Trasjordania y Galilea oriental). Quedan en la costa destruidas o calcinadas por los judíos (31) las ciudades de Gaza, Anthedon, Ascalón, Cesárea, Gaba, Tolemaida; en la Tras-Jordania, las de Filadelfia, Hesbon, Gerasa, Pella, Gadara, Hippos; en Gali­lea, Scitópolis; en Samaría, Sebaste. Las ciudades orientales pertenecían casi todas a la confederación de las "diez ciudades" o Decápolis ( 3 2) . Parece datar esta liga política desde la emancipación otorgada por Pompeyo i33): sintiendo amenazada su libertad por las poblaciones semitas de los aledaños, aliáronse estas ciudades helenísticas para defenderla ( 3 4) . Dominaban las rutas comerciales que, desde Galilea, surcan las tierras al este del Jordán hasta Damasco, por el norte y hasta Filadelfia (Ammán) por el sur.

Si, después de haber dirigido nuestra mirada sobre la Decápolis, recordamos lo dicho respecto de la difusión del paganismo en Galilea bajo Antipas (en Séforis, en Tiberíades, en Jul ia) , esta Galilea en que Jesús ha vivido y en que ejerció más tarde su ministerio, se nos presenta invadida, o al menos contaminada, por el helenismo. Mas Jesús jamás visitó esas ciudades de nueva planta y de gran esplendor, no obstante haber rondado por sus proxi­midades: Tiberíades, Julia, bañadas por el lago; Séforis, a ocho kilómetros de Nazaret; Scitópolis, a unos treinta. El Evangelio no habla de ellas; de Cesárea de Filipos, menciónase la región, no la ciudad misma. Esta reserva, intencionada a todas luces, demuestra que Jesús quiso que, hasta su muerte, su ministerio fuera privilegio de los judíos; así lo significó a sus Apóstoles: "No vayáis camino de los gentiles, n i entréis en ciudad de samaritanos"

(29) La primera revuelta, origen de la guerra, estalló en Cesárea en el mes de Artemisios (abril-mayo) del 66 (B. /., II, 14, 4-9, 284-308); la hecatombe fué en Ce­sárea, el 17 Gorpieios (agosto-septiembre), del 66 (B.J., II, 18, 1, 457); las repre­salias consiguientes se narran: ibid., 458-480.

í30) En Scitópolis judíos y paganos hicieron causa común; ello no obstante, fue­ron asesinados 13.000 de aquéllos; en Ascalón, 2.500; en Tolemaida, 2.000; en otras partes, como en Tiro, Hippos, Gadara, se dio muerte a los jefes y cepo a los res­tantes judíos.

(31) Opinamos con REINACH que los judíos no lograron apoderarse sino de Gaza y Anthedon; e incendiaron de las otras ciudades únicamente los arrabales.

(32) Acerca de la Decápolis, cf. G. A. SMITH, The Historiad Geography of thé Holy Lana, 25* ed. (1931), pp. 623-638.

(33) Decápolis léese en el Evangelio, en Plinio y en Josefo. (34) Las diez ciudades según PLINIO, Hist. Nat., V, 16 (18) citado por SMITH,

con: Scitópolis, Pella, Dión, Gerasa, Filadelfia. Gadara, Rafana, Kanatha, Hippos y Damasco.

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EL MUNDO JUDÍO 31

(Mt. 10, 5 ) ; mas, después de su resurrección les dirá: "Id, enseñad a todas las naciones" (Mt. 28, 19).

No debemos olvidar esta penetración del helenismo en Palestina, cuando tratemos de investigar las condiciones en que se desenvolvió el primer minis­terio apostólico. Los Apóstoles son judíos, pero desde su infancia codeáronse con los paganos; huían su presencia, mas les conocían y quizá entendían su lengua. Sin duda que estos pescadores de Galilea no hablaban el griego como los poetas o retóricos de las ciudades helenísticas, como u n Filodemos o u n Meleagro, gloria de Gadara, o como u n Antíoco de Ascalón, maestro de Cicerón; mas debían de saber lo suficiente para ejercitar su comercio de venta de pescado entre las gentes de Tiberíades o de Julia, y para inter­pretar las órdenes de los magisl^ados romanos, como aquel decreto imperial conocido por la llamada "inscripción de Nazaret" ( 3 5) . Y cuando caigan las barreras y la visión de Joppe haya mostrado a San Pedro que los paga­nos tienen franca entrada en la Iglesia, de Palestina, de aquella Cesárea ensangrentada por las represiones antijudías, se reclutarán los primeros pro­sélitos ( 3 6 ) .

LA REACCIÓN JUDIA Estos preliminares, a la vez que nos ilustran sobre el estado religioso del pueblo judío, nos servirán

para mejor comprender el ministerio de Cristo y de los Apóstoles. Ya en el período de los reyes fué para Israel una continua amenaza el paganismo de Egipto y de Asiría. Bajo los seléucidas, y, ahora bajo los Herodes y los romanos, el peligro es mucho más inminente. El judaismo, aislado en el Imperio romano que le domina, sumergido en el mundo helenístico que parece querer absorberlo, apenas puede sostenerse en Palestina, en guardia perma­nente contra esta invasión que le presiona por todas partes y se le infiltra. Ha sido casi completamente barrido de la costa, puesto en jaque en el valle del Jordán, y aun en el propio macizo montañoso en que se ha atrincherado, en el centro del país, siente los embates de esa creciente marea que le cir­cunda, le salpica y amenaza con desbaratarlo.

Todas las fuerzas vivas se aperciben a la defensa: júntanse en apretado haz, pugnan por aislarse y los mejores buscan con más ahinco a Yahveh, su ley y sus promesas.

Para el israelita, todos los paganos son impuros; su contacto mancha. San Pedro no se decidirá a visitar al centurión Cornelio y a comer con él, sino después del triple sueño simbólico (Act. 10, 10-16). Y al presentarse a su anfitrión le explicará: "Vosotros sabéis cómo es abominación para un hombre judío juntarse o acercarse a u n extranjero; pero a mí me enseñó Dios a no l lamar profano o impuro a n ingún hombre." Poco después, cuando San Pedro sube a Jerusalén, pídenle explicaciones de su extraño modo de proceder: " ¡Tú has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos!" Y San Pedro, para justificarse, ha de na r ra í Iá visión que había tenido.

(35) F. CUMONT publicó por vez primera esta inscripción en Revue historique, t. CLXIII (1930), pp. 241-266. Ha sido estudiada por varios investigadores; aludire­mos más tarde a ella.

(36) Sobre el bilingüismo griego arameo de Judea en tiempo de Nuestro Señor, véase G. DALMAN, Jesus-Jeschua, Leipzig (1922), singularmente pp. 1-6 y F. KEN-TON, The Two Languages of Palestine, en The History of Christianity, Londres, pp. 172-174. Dalman escribe con mucha razón (p. 5): "Quien conoce el Oriente y ha podido comprobar que el empleo de varios lenguajes no es signo de una elevada cultura literaria, sino fruto de las relaciones cotidianas, podrá percatarse del estado real de la cultura palestinense, impregnada de civilización griega."

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Aun fuera de Palestina, observan los judíos esas prescripciones, a costa de los mayores sacrificios. Los sacerdotes enviados a Roma por el procurador Félix, para defender su causa delante del César, se al imentan exclusivamente de higos y de nueces por no contaminarse con alimentos paganos (3 7) . En los libros santos leyeron el ejemplo: los tres mancebos de Babilonia rehusan tomar manjar alguno de la mesa real (Dan. 1, 8 ) .

En esta tierra de Israel, invadida por los paganos, de cuyo contacto impuro es difícil librarse, urge imperiosamente levantar una barrera de preceptos; los doctores fariseos, maestros del pueblo, esfuérzanse, de generación en generación, por que este seto sea cada vez más espinoso e impenetrable (3 8) . Llega a complicarse esta jurisprudencia en tal guisa, que los no iniciados, las "gentes del país", presúmese violan sus prescripciones por regla general, y, por ende, también su contacto puede mancil lar; esa presunción crea en los "puros" una suficiencia despectiva: "Esa turba, que no conoce la Ley, son unos malditos" (Ion. 7, 49). Y esos iletrados responden a los desprecios con el odio: R. Akiba, que en el siglo n fué una de las glorias del fariseísmo, cuenta que, cuando aun estaba por ingresar en la secta, solía decir: "Si yo atrapase a uno de esos maestros, le mordería como muerde u n asno, hasta quebrantarle los huesos" ( 3 9 ) . „_

No deben perderse de vista tales conflictos morales cuando se estudie la historia de Cristo y de sus Apóstoles; ello nos explica varios matices de la predicación de Jesús: la paciencia en adoctrinar, su reserva, cuando la reserva era posible y la nitidez y firmeza de sus sentencias, cuando el caso lo exi­gía C40). Por ellos es dable prever la acogida que esa predicación ha de hallar: será escándalo para los fariseos (Mt., 15, 12); causará extrañeza, admiración y, a veces, espanto a las gentes sencillas, pero los humildes y dóciles tendrán la certeza de que las palabras del Maestro son "palabras de vida eterna" ( 4 1) .

FIDELIDAD A YAHVEH Este horror a la contaminación degeneraba, har­tas veces, en u n temor morboso y en un espíritu

de casta; por contrapartida, defendía a Israel de todo contagio idolátrico. "No hay en el día de hoy —leemos en el libro de Judit—, tribu n i familia, pueblo ni ciudad, que adoren dioses fabricados por mano de hombres, como acaeció en tiempos pasados" (Iud., 8, 18).

Esta intransigencia es tan extremada que Herodes mismo no puede sus-

(37) FL. JO&EFO, Vida, 3. (38) No describiremos aquí la actividad jurídica de los fariseos; ha sido estudia­

da por varios autores, como SCHUERER, op. cit., t II, pp. 560-566 y por BIIXEHBFCK, op. cit., t. I, pp. 695-702.

(3») Pesachim, 49 b. («•) Cf. Me. 7, 1-23. (41) Un escritor judío ha explicado certeramente la reacción de simpatía de los

galileos hacia el cristianismo, que les libraba del yugo farisaico: "Los métodos de combate de los fariseos exasperaban a las «gentes del país». En tanto que los fari­seos consideraban rivales de la misma talla a los saduceos, miraban con olímpico desdén a las «gentes1 del país», tenidas por de baja estofa. El aislamiento de letrados y pueblo llano sumió a éste en la ignorancia... Esa separación contribuyó en gran manera a robustecer la nueva secta de los cristianos. En ellos encontraron las «gen­tes del país» amor y buena acogida, cuando los letrados les rechazaban con brutal desprecio. El cristianismo no era tan exigente como los fariseos en la fidelidad a la ley, y tenía muy presentes las condiciones de vida de la población galilea."

(S. BIALOBIOTZKI, en Encyclopcedia Judaica, t. II [1928], art. Am ha-arez, cois. 537-541.)

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EL MUNDO JUDÍO 33

traerse a ella: sus monedas no llevan impresa ninguna imagen de hombre o de animal, n i emblema alguno que pueda trascender a idolatría. Es ver­dad que, en cierta ocasión, insultó a la fe popular, erigiendo u n águila de oro sobre la puerta mayor del templo; pero los rabinos provocaron una sublevación y el águila fué derribada; los rabinos perecieron en la hoguera y el pueblo los veneró como mártires. Pilatos- vio estallar la misma indigna­ción y semejante revuelta cuando sus tropas entraron en Jerusalén con los estandartes imperiales en alto; muy a su pesar, tuvo que ceder y ordenar que las enseñas retornaran de Jerusalén a Cesárea ( 4 2 ) .

Si el israelita rehuye tan tenazmente toda idolatría es por mejor unirse a su Dios; cada día, al comienzo de su oración, repite el versículo del Deute-ronomio: "Escucha, Israel: Yahveh, nuestro Dios, Yahveh es uno" (Deut., 6, 4 ) . Es el centro de la fe judía y es también el punto de apoyo de la fe cristiana. Preguntó un escriba a Nuestro Señor cuál era el primero y prin­cipal de todos los mandamientos; Jesús le respondió (Me, 12, 29) : "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es u n solo Señor, y amarás al Señor, Dios tuyo, con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu menté y con toda tu fuerza; y el segundo mandamiento es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos, otro mandamiento no le hay." Replicó el escriba: "Muy bien, Maestro, con verdad dijiste que «Uno es, y no hay otro fuera de él»; y el amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza y el amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios."

Y Jesús, viendo que había respondido sensatamente díjole: "No andas lejos del reino de Dios" (Me, 12, 28-34).

Este breve diálogo tuvo lugar en la úl t ima semana de la vida de Jesús; en el templo y entre aquellas vivas discusiones que Jesús mantuvo con los fariseos. Es grato comprobar que, en medio de aquellos conflictos que provo­carían la muerte de Jesús y la ruina de su pueblo, hubiera, en esta fecha, escribas sinceramente religiosos tan acordes con la doctrina del Mesías.

LA RELIGIÓN DE Si en u n escriba sorprendemos esa religión "en espíritu LOS POBRES y en verdad", razón de más para atribuirla a aquellas

gentes pobres y humildes que se movían en torno de Jesús. Aun hay en aquellos días israelitas como Natanael , "en los cuales no existe dolo" (Ion. 1, 47) ; hay por millares personas que tienen "hambre y sed de la palabra de Dios", y, que, ansiosos de oírla, se olvidan de comer y de beber y siguen a Jesús hasta el desierto, sin curar de abastecerse. Hay otros aun más decididos, que todo lo abandonan, como los Apóstoles, por seguir al Maestro, y, como María de Betania, que quiebran el vaso de ala­bastro, para derramar sobre la cabeza de Cristo los más valiosos perfumes. Pero, según es sabido, son minoría los que hicieron el sacrificio total de sus bienes cuando Jesús vivía; en la gran turba de seguidores marchitóse aquel encendido y efímero entusiasmo como flores de u n día sobre los roquedos de Judea. ¿De dónde procede la dureza" de esas almas, t an refractarias a la palabra evangélica, que dejan agostarse la semilla?

Nace en muchos esa resistencia de los afanes temporales: es el caso del joven rico (Me, 10, 17-31), juzgado por la sentencia severa del Maestro: "Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios"; es la historia de los invitados al banquete: "He com­prado un campo y necesito ir a verlo; he comprado cinco yuntas de bueyes,

(*2) A. L, XVIII, 3, 1, 55-59; B. /., II, 9, 2-3, 169-174.

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y voy a probarlas; he tomado mujer, y por eso no puedo ir" (Le. 14, 16-20). Estas son las espinas que matan la semilla; ¿cómo puede observarse el gran mandamiento, amar a Dios "con todas sus fuerzas", cuando el alma está absorbida por otros cuidados? Y ¿cómo amar al prójimo como a sí mismo y dejar de ser rival de nuestro compañero de trabajo, acreedor inflexible y cruel, obligando a Dios a que se muestre igualmente inflexible? (Mt. 18, 23-25).

EL ORGULLO RACIAL El orgullo racial es el mayor obstáculo a la pureza religiosa. Juan Bautista adviértelo a sus oyentes:

"Y no se os ocurra decir, dentro de vosotros: Padre nuestro es Abrahán. Por­que os digo que poderoso es "Dios para hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán" (Mt. 3, 9-10). Más tarde, cuando Jesús promete a sus fieles la libertad por la verdad, los judíos protestarán: "Linaje somos de Abrahán; y de nadie jamás hemos sido esclavos; cómo dices tú: «¿Seréis libres?»" (Ion. 8, 31-33). Los judíos de Cafarnaún contraponen Moisés a Jesús (Ion. 6, 31 ss.); la Samaritana misma habla de "nuestro padre Jacob", como si Jesús no pudiera ser mayor que él (Ion. 4, 12). Pero en esta mujer triunfa sobre su orgullo el deseo del "agua viva" que Jesús le promete: ella creerá; mas los judíos de Cafarnaún y los fariseos del templo persistirán en su rebeldía. San Pablo echará en rostro a los judíos infieles ese su orgullo racial: "Tú te apellidas judío y descansas satisfecho en la ley y te ufanas en Dios, y conoces su voluntad y sabes aquilatar lo mejor siendo adoctrinado por la ley, y presumes de ti ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinie­blas, educador de los necios, maestro de los niños, como quien posee la expre­sión de la ciencia y de la verdad plasmada en la l e y . . . " (Rom. 2, 17-20).

Es innegable la realidad de esas prerrogativas de Israel; mas no les perte­necían como bienes de uso privado, sino como riquezas en depósito o en préstamo, que debían fructificar. En ese sentido exclusivista, Eleazar ben Azaria, interpretando un pasaje del Deuteronomio (26, 17), hace hablar a Dios: "De igual modo que vosotros me reconocéis por único Dios en el mundo, así os reconozco yo por mi único pueblo sobre la tierra" (43). Y Akiba, comentando el Éxodo (15, 2) se figura a todos los pueblos de la tierra, mudos de admiración al escuchar las alabanzas que Israel dirige a su Dios y cla­mando a voces: "¿Dónde está tu Bienamado? Queremos ir contigo en su busca." Mas Israel les replica: "Nada tenéis que ver con él; porque mi Amado me pertenece a mí y yo a él; yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí" (44).

Cautiva nuestra admiración el ardor pasional de esa fe religiosa, bastante a explicarnos la actitud feroz con que recibirán el mensaje de Jesús. La ge­nerosa condescendencia del Maestro que reserva la predicación de su doc­trina, hasta el día de su muerte, a los hijos de Israel, no será parte a disipar las suspicacias ni a apaciguar la cólera de esos zelotes. La perspectiva de que los gentiles serán evangelizados exasperará a los hijos de Nazaret (Le. 4, 28 ss.) y más tarde a los de Jerusalén (Me. 12, 1-12). Semejante será el furor e irritación que se cebe en San Pablo: se le escuchará pacientemente mientras vaya relatando su formación farisaica y su conversión en el camino de Damasco; pero cuando refiera la visión que tuvo en el templo y la palabra de Jesús: "Anda, que yo te enviaré a las naciones lejanas", los judíos recla­marán a gritos su cabeza (Act. 22, 22),

(43) Citado por BACHEB, Die Agada der Tannaiten, t. I2, p. 226. (4i) Mekilta, acerca de Ex. 15, 2 (trad. WINTEH-WÜNSCHE, p. 122).

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EL MUNDO JUDÍO 35

LA ESPERANZA MESIANICA El orgullo nacional y la xenofobia desfigu­raron grandemente el sentido de las prome­

sas mesiánicas. Esa deformación será uno de los grandes obstáculos a la predicación evangélica. Pero pecaríamos de miopes si redujéramos todo el mesianismo de la época a sueños de independencia nacional y de desquite contra la opresión de los gentiles; las pasiones políticas empañan con fre­cuencia la fe religiosa; mas no la aniquilan enteramente ( 4 5) .

Comencemos por afirmar la fidelidad a las esperanzas mesiánicas. Sucum­bió la independencia nacional; con los macabeos se extinguieron las últimas perspectivas de autonomía; pero los judíos aun esperan "al que ha de venir". En todas las páginas del Evangelio se sienten latir estos anhelos: en el in­terrogatorio de los sacerdotes y levitas enviados de Jerusalén a Juan el Bau­tista: "¿Quién eres tú? — Yo no soy el Mesías"; en el grito jubiloso de An­drés al verse con su hermano Simón: "¡Hemos hallado al Mesías!"; en la profesión de fe de la Samaritana: "Yo sé que el Mesías ha de venir; cuando El venga, nos dirá todo" (Ion. 4, 25) ; en el mensaje de Juan Bautista: "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?" (Mt. 11, 3 ) .

Esta esperanza mesiánica provocó, veinticinco o treinta años antes, la rebe­lión de los judíos de Galilea, de Perea, de Judea, contra Sabino y Varo; bastó que un aventurero, Judas, Simón, Atronges, levantara bandera, para que to­dos se pusieran a sus órdenes.

Este "mesianismo en acción" es un síntoma del ardor mesiánico; mas no revela su carácter religioso. Por la literatura contemporánea podemos apre­ciar más exactamente la fe del pueblo.

EL SERVIDOR DE YAHVEH Del Evangelio se deduce que el pueblo ju-EL HIJO DEL HOMBRE dio, en tiempo de Jesucristo, se representaba

al Mesías como el Hijo de David, el Rey de Israel; mas cuando Jesucristo hable a sus oyentes, en un sentido sobre­natural, del Servidor de Yahveh, del Hijo del hombre, captarán su pensa­miento, aun cuando no lo acepten. Jesús tiene siempre ante sus ojos la profecía de Isaías (42, 1-4) acerca del Mesías humilde y afable, que "no romperá la caña quebrada n i apagará el pabilo que se extingue"; apela al texto de Daniel (7, 13) acerca de "el Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo", delante de Caifas, cuando, interrogado por el sumo sacer­dote, da de sí mismo el testimonio supremo.

Los judíos no habían olvidado enteramente el vaticinio de Daniel sobre el Hijo del hombre ( 4 e ) : Jesús puede apelar a él, en la últ ima parte de su vida, para hacer más inteligible la realidad de su encarnación y la certi­dumbre de sus sufrimientos y de su glorificación. En el libro de Henoc, compilación apocalíptica cuyas partes componentes datan del siglo primero antes de Jesucristo, aparece el Hijo del hombre refulgente de majestad, superior a toda santidad y a toda grandeza terrenal; es anterior a la creación

(45) Acerca del mesianismo judío en los albores de la era cristiana, cf. M. L. LA-GRANGE, Le messianisme chez les juifs, París (1909). — lbid. Le judaisme avant Jésus-Christ (1931), pp. 363-387. L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. I, pp. 274-279, 313-314. — G. F. MOORE, Judaism (1927), t. II, pp. 323-376. — J. BONSIRVEN, Le ju­daisme palestinien, t. I, pp. 341-367. En punto al aspecto político y social de las reacciones suscitadas por la predicación evangélica en Palestina, véase. I. GIOHDANI, II messaggio sociale di Gesú, Milán (1935).

(•*«) Pero no comprendían todo su alcance: "Nosotros hemos oído de la Ley que el Mesías permanece eternamente, y ¿cómo dices tú que «Tiene que ser exaltado el Hijo del hombre»? ¿Quién es ese Hijo del hombre?" (Ion. 12, 34).

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36 LA IGLESIA PRIMITIVA

del mundo y vive muy cerca de Dios; "será rodrigón de los justos, que en él se apoyarán para no caer; será luz de las naciones y esperanza de los afligidos de corazón. Los moradores de la tierra se postrarán ante él y le adorarán; y bendecirán y glorificarán y cantarán al Señor de los espí­r i tus" ( « ) .

EL HIJO DE DAVID El libro de los Salmos de Salomón, redactado por los fariseos a raíz de la toma de Jerusalén y destrucción

del templo por Pompeyo, no describen, como el libro de Henoc, al Hijo del hombre, en el cielo, junto al trono de Dios, sino que suspiran por el Hijo de David, por cuya venida se dirigen a Dios súplicas fervorosas; el salmo XVII es quizá el salmo que mejor pinta los caracteres de ese Mesías, soberano monarca ( 4 8) .

En este hermoso cántico se sienten vibrar los anhelos de los judíos por un reino de justicia y de santidad. El rey, hijo de David, será omnipotente; mas ese poder no se lo darán las armas; su poder será puramente espiritual, derivado de los dones divinos con que el Señor le ensalzará; el "Dios fuerte", cantado por el profeta, no se refleja en dichos salmos; el Mesías aparece como un rey justo y santo, como u n pastor y gobernante cuidadoso. Del contenido del libro se desprende que, en vísperas de la era cristiana, había, entre los fariseos, israelitas que no tenían arte n i parte en el ardor guerrero de los zelotes y que ansiaban, sobre todo, que su Mesías fuera u n Mesías santificador.

EL MESIANISMO TRIUNFAL Fuerza es reconocer que, en los apocalipsis judíos, son menguados esos anhelos religiosos,

de santidad mesiánica frente al predominio de los sueños de victoria, de conquista y de venganza. Acorde de esas marchas triunfales son las pala­bras de la Asunción de Moisés:

. . . El Dios supremo, el único eterno, rompe su quietud y silencio para manifestar­se ante el mundo como Dios justiciero, castigador de las naciones y derrocador de sus ídolos. Entonces, oh Israel, exultarás de júbilo, montarás sobre el cuello y las alas del águila, que se ahuecarán (para emprender el vuelo). Y Dios te elevará y te asentará en el cielo de las estrellas, allí donde ellas moran y tú atalayarás desde la altura. Y verás a tus enemigos arrastrarse por la tierra y los reconocerás y te lle­narás de regocijo y rendirás a tu Creador homenaje de pleitesía y de gratitud (49).

Recordemos que este libro data de la infancia de Nuestro Señor Jesucristo; los judíos de la dispersión habían cantado hartas veces, en sus Libros Sibilinos, con idénticos acentos de esperanza C50). Y esa esperanza ha persistido des­pués de la destrucción de la ciudad y del templo en el año 70, y ese mesia-nismo continuó como una esperanza perenne. Por el año 100 escribía en Roma, u n fariseo, una serie de visiones sobre ese triunfo político del Mesías. La sexta es la más grandilocuente y majestuosa:

(*7) Henoc, XLVIII, 4-5, trad. MARTIN. Sobre el libro de Henoc, cf. F. MAR­TIN, Le livre d'Hénoch, París (1906). — R. H. CHARLES, Enoch, en Pseudepigrapha, Oxford (1913), pp. 163-281.

(48) Les psaumes de Salomón, trad. VITEAU, París (1911). — GRAY, The Psalms of Salomón en los Pseudepigrapha de CHARLES (1913), pp. 625-652. — LAGRANGE, Judaisme, pp. 149-163.

(49) Assomption de Moíse, X, 7-10, trad. LAGRANGE, Messianisme, p. 86. Estos versículos proceden de un cántico que forma el capítulo X de este apocalipsis; cf. CHARLES, Pseudepigrapha, pp. 421 y ss.

(50) Así en el gran apocalipsis del libro III, que suele fecharse en el año 140 a. J. C. (SCHUERER, op. cit., t. III, 571 y ss.; LAGRANGE, Judaisme, pp. 505-510).

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EL MUNDO JUDÍO 37

Y vi: un viento impetuoso que se levantaba del mar, tan impetuoso, que todo el mar fué oleaje. Y vi: el viento hacía subir del fondo del mar un ser en figura de hombre. Y este hombre volaba con las nubes del cielo. Y todo el mundo temblaba ante el fulgor de su mirada. Y allá donde su voz llegaba fundíase toda cosa como la cera en el fuego. Y vi más: vi una inmensa multitud de hombres, innumerable, con­gregarse de los cuatro vientos del cielo, para combatir al Hombre que había su­bido del fondo del mar. Y vi: hendiéndose una gran montaña y voló a la cima. Y busqué el lugar en que la montaña se había desgajado y no lo hallé.

Y después vi: que todos los que se habían congregado para combatirle, eran presa del terror; eso no obstante, persistían en darle el asalto. Mas él, ni levantó la mano, ni tomó la espada ni otra arma alguna, cuando vio que este gran ejército le asediaba estrechando el cerco. Entonces yo vi: él lanzó de su boca una oleada de fuego, de sus labios un soplo de fuego, de su lengua una centella de fuego; y mezclóse la ola de fuego con el soplo y con la centella, y la ola de fuego, y el soplo de fuego, y la centella de fuego cayeron sobre la multitud que se lanzaba al asalto y la aniquiló totalmente; de suerte que de este innumerable ejército no quedó más que humo y ce­niza. Yo lo vi y desperté (61).

Esta visión nos causa estremecimiento; ese hombre del hálito de fuego es de una grandeza sobrehumana; pero ¡qué mal se compadece con el Evan­gelio! Al leer estos apocalipsis podemos apreciar la aberración de los fariseos, cuando apretándose en torno a Jesús, le decían: ¡Danos una señal en el cielo!

EL ESCÁNDALO DE Pero nada resultaría tan desconcertante para los ju-LA CRUZ dios como la Pasión; la cruz será el gran escándalo.

No hay canto mesiánico en que se hable de u n Me­sías paciente y redentor, tal como Isaías lo vaticinara ( 5 2) . T a n extrañas se hacían tales perspectivas a sus coetáneos, que Jesús tuvo que apelar a todas las predicciones más precisas sobre este particular; sus propios Apóstoles se resistirán a creer y la Pasión será para ellos piedra de tropiezo contra la cual se estrellarán.

Esa actitud respecto del Cristo paciente acháquese, en buena parte, a los mesianismos triunfales en que se cifraban las esperanzas judaicas; por su influjo será difícil al judío reconocer en el Maestro "humilde y dulce" a aquel que ha de venir; y cuando, tras la muerte del Cristo, descargue la ira divina sobre el templo, la ciudad santa y todo el pueblo de Israel, el escán­dalo llegará a su paroxismo:

Tú lo has dicho, por nosotros creaste el mundo; y las otras naciones salidas de Adán, tú has dicho que eran como nada, semejante al esputo y a la espuma que desborda del vaso. ¡Más ahora, Señor, he aquí que esas mismas naciones, que son menos que nada, nos avasallan y nos devoran! Y nosotros, tu pueblo, tus escogidos, aquel a quien tú llamaste tu primogénito, tu único, tu amor, nosotros somos su botín de guerra. Si por nosotros creaste el mundo, ¿por qué no lo poseemos como herencia propia? ¿Hasta cuándo habremos de esperar? (53).

Cuando Jesús hizo su aparición en el mundo, estaba aún por sobrevenir la gran catástrofe; pero Israel vivía uncido al yugo extranjero. El historiador judío Klausner resume en estas palabras el siglo que va desde la guerra fratricida de Hircano y Aristóbulo hasta el fin del gobierno de Pilatos y del reino de Herodes Antipas (67 a. J. C. a 39 de J. C ) : "Ardua empresa la de buscar u n año de este período secular, que no haya sido ensangrentado por

(81) Esdras, ed. VIOLET, Leipzig (1923), pp. 173-175, texto latino, XIII, 2-11. (B2) BIIXEBBECK, op. cit., t. II, pp. 273-299, 363-370; L. DE GBANDMAISON, Jésus-

Christ, t. I, p. 278; LAGHANGE, Judcasme, p. 386; J. BONSIRVEN, Le judaisme, t. I, pp. 381-386.

(58) i v Esdras, ed. VIOLET, pp. 63-65; texto latino, VI, 55-59.

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38 LA IGLESIA PRIMITIVA

guerras, revueltas, sediciones y motines; tan enrarecido ambiente ha pesado sobre Israel en el tiempo inmediatamente anterior a Jesús; idéntica situación perduró cuando El vivía." Calcula el mismo historiador que los israelitas muertos en estas revueltas, más los que fueron ejecutados por Herodes y por los romanos, sumarían unos doscientos mil , cifra terrible para un país que apenas contaba el millón de habitantes; y tanto más estremecedora si se considera que las víctimas fueron la élite de la nación ( 5 4) . A las ejecuciones que diezmaron el pueblo debe añadirse el régimen de espionaje que sin cesar les hostigaba. Recuérdese el caso de Herodes que, disfrazado, alterna con u n grupo de judíos por espiar sus conversaciones (A.J., XV, 367); el propio Talmud recoge el recuerdo de este régimen de terror C56).

Todas aquellas tribulaciones eran la prueba del fuego que debía preparar a Israel para la venida del Mesías; en ellas forjaron su espíritu aquellos pobres, aquellos humildes ensalzados por Jesús ( s e ) . Mas los que no sabían humillarse bajo la mano de Dios, o se desesperaban ante el sufrimiento o reaccionaban con la revuelta. A Judá se le prometió que todas las naciones estarían bajo su dominio; y hete aquí que todas las naciones la tenían domi­nada. Habíansele prometido "las riquezas de las naciones" y Roma pagana le imponía tributos y alcabalas. Cuando todos los reyes de la tierra deberían estar a sus pies, Pompeyo los avasallaba con el poder de sus armas. Habíanle vaticinado que los gentiles humil lar ían sus frentes hasta el polvo y besarían la huella de sus pies; mas ved que un oficialillo romano era el señor absoluto de toda la Judea. En el lugar del Mesías, hijo de David, reinaba Herodes el Idumeo. Esto era demasiado (°7) .

Si el pueblo hubiera sido gobernado en esta época por jefes religiosos de su confianza, no se le hiciera tan insoportable esa terrible prueba; pero los israelitas andaban a la sazón "como ovejas sin pastor" (Me, 6, 34) ; pastores no faltaban, pero su conducta era de rehaleros y ladrones (Ion., 10, 8ss . ) .

LOS SADÜCEOS Dos grandes partidos se disputaban, en tiempo de Jesu­cristo, la influencia religiosa: los saduceos y los fari­

seos (5 8) . Durante el ministerio público de Jesús, unos y otros le combaten y acaban por fundirse en u n pacto contra El ; San Pablo les enfrentará, de nuevo, al comparecer ante el sanedrín, terminando por poner a unos contra los otros.

Este último incidente es una prueba de que saduceos y fariseos forman parte del consejo supremo de la nación, pero como fuerzas antagónicas. Los saduceos pertenecen a la aristocracia sacerdotal y laica (B 9 ) ; los escribas, en su mayor parte, son del partido farisaico C60); ambos grupos se distinguen,

(54) KLAUSNER, Jésus de Nazareth, p. 242. (55) Cuéntase que Herodes vino disfrazado en busca de Baba ben Buta y, para

sonsacarle, comenzó a criticar el régimen político; pero Baba ben Buta, que estaba al aviso, respondió: "Los pájaros del cielo podrían repetir lo que se ha dicho."

(56) Sobre este movimiento religioso cf. ISIDORE LOEB, La liítérature des pauvres dans la Bible, París (1892); A. CAUSSE, Les pauvres d'Israel, Estrasburgo (1922).

(57) KLAUSNER, op. cit., p. 246. (58) Sobre estas sectas, cf. SCHUERER, op. cit., t. II, pp. 447-488; MOORE, op. cit.,

t. I, pp. 56-71; LAGRANGE, ludáisme, pp. 271-306; L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, op. cit., t. I, pp. 254-263.

(59) El sanedrín componíanlo tres clases: sacerdotes, escribas, ancianos; estos úl­timos representaban a la aristocracia laica y pertenecían, como los sacerdotes, al partido saduceo. Cf. J. JEREMÍAS, Jerusalem zur Zeit Jesu, II Teil, I. Lieferung, Leipzig (1929), pp. 88-100.

(60) Lo s escribas son los jefes de los fariseos; pero no todos los escribas son fa-

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EL MUNDO JUDÍO 39

no tanto por la clase social de que forman parte, como por las tendencias religiosas que representan.

Caracterízanse los saduceos (61) porque no reconocen otra ley que la escrita, en mengua de la tradición oral ( 6 2 ) ; no creen en la resurrec­ción (63) n i en los ángeles ( 6 4) . Josefo les tilda de ser duros de trato con los extranjeros y aun consigo mismos ( 6 5 ) , rudeza que, en la administración de la justicia, rayaba en crueldad (6 6) . .

En los días de Jesús, eran temidos los saduceos por su rango social y por las funciones que desempeñaban; su influjo fué decisivo en el proceso de Cristo; de ellos procederán las primeras persecuciones contra los Apóstoles (Act. 4, 1) y a ellos deberá achacarse la muerte de Santiago el Menor (A. ]., XX, 200) ; pero si grande es su influencia social, menguada es, en cam­bio, su autoridad religiosa: "apenas si llegan a atraerse las personas pudientes; el pueblo no les sigue" (A. / . , XIII , 298). Su doctrina es fundamentalmente negativa; su desdén por la tradición y aun por los doctores (67) les condena al aislamiento; el pueblo los abandona por orgullosos: "Su doctrina es acogida por algunas pocas personas, que son las de mayor rango social.

Su actuación es casi nu la ; pues cuando, contra su voluntad y por el impe­rio de las circunstancias, aceptan alguna magistratura ( 6 7 bk) , se adaptan a las proposiciones de los fariseos, porque de otra forma el pueblo no los podría soportar" (A.J., XVIII, 17). Por ende, la influencia de los saduceos más se debe a privilegios de casta que a su significación religiosa; cuando la ciudad santa fué arrasada, extinguióse su autoridad política y con ella su ascendiente sobre el pueblo ( 6 8) .

LOS FARISEOS Hemos visto que la preponderancia religiosa no emanaba de los saduceos; procedía enteramente de los fariseos; los

textos y relatos evangélicos son una confirmación, a este respecto, del testimo­nio de Josefo: "Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas" (Mt. 23, 2-3).

riseos, ni todos los fariseos, escribas; cf. JEREMÍAS, ibid. p. 127. En el Evangelio se confunden muchas veces escribas y fariseos en una misma unidad de plan. Pero otras ambos grupos se contraponen: Le. 11, 39-44 y 46-52. Cf. La vie et l'enseigne-ment de Jésus-Christ, t. II, p. 193, n. 2.

(61) Saduceos deriva, por el nombre, de los sacerdotes, hijos de Sadoq; pero ha­bía también laicos entre ellos; a mayor abundamiento, los sumos sacerdotes del siglo i pertenecían a familias no saduceas, como la de Boeto, Anas (Anano o Arma, según Ricciotti, Hist. de Israel, II, 415, era un saduceo furibundo [N. d. T.]), Fiabi. JEREMÍAS, op. cit., pp. 54-59.

(«2) A. L, XIII, 10, 6, 298; XVIII, 1, 4, 16. (63) Me, 12, 18; Act. 23, 8; A. ]., XVIII, 1, 4, 16; B. 1., II, 8, 14, 166. (64) Act. 23, 8. (65) B. J., II, 8, 14, 166. (66) A. J., XX, 9, 1, 199-200. Es preciso leer con cautela estos pasajes de Josefo:

no solamente deforma los principios doctrinales, en su afán de adaptarlos a la fi­losofía griega (v. gr. sustituyendo el problema de la resurrección por el de la in­mortalidad) sino que se deja llevar de su entusiasmo por los esenios, benevolencia hacia los fariseos (salvo cuando copia a NICOLÁS DE DAMASCO, A. ]., XVII, 2, 4, 41) y de su antipatía contra los saduceos.

(67) "Disputar contra sus propios maestros tiénese por virtuoso" (A. ]., XVIII, 1, 4, 17).

(67 bis) Digna es de señalarse esta repugnancia de los saduceos por la magistratura. (68) De ahí procede que los escritores israelitas y los que con ellos simpatizan

cuidan mucho de la reputación de los fariseos, descuidando la de los saduceos; el farisaísmo vive y se defiende (cf. R. T. HERSORD, The Pharisees 1923; Herford no es judío); los saduceos, ya no existen.

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40 LA IGLESIA PRIMITIVA

El discurso de Jesús, del que hemos tomado las palabras trascritas, es el más duro de todo el Evangelio: una severa diatriba contra los escribas y fariseos; pero aun en esta ocasión Jesús deja a salvo su autoridad, aunque de ella abusen; santo y bueno defenderse contra tales extorsiones, mas no debe sacu­dirse enteramente su yugo, porque equivaldría a romper las coyundas de la Ley; la cátedra en que se asientan los fariseos es la cátedra misma de Moisés. San Pablo se expresa en el mismo sentido: al evocar, en la carta a los filipen-ses, su antigua fidelidad judaica, les dice: "Hebreo soy e hijo de hebreos; y, por lo que mira a la (ley, fariseo" (Phil. 3, 5) .

La historia evangélica nos manifestará cómo los fariseos pusieron su poderío al servicio del odio; de aquí ha procedido su ruina y la de su pue­blo, descarriado por guías ciegos; mas en tanto que la iniquidad no se con­sume, ellos son los doctores de la Ley, dignos de todo acatamiento.

Ese prestigio de que gozaban en tiempo de Nuestro Señor no les venía de su cuna ni de sus cargos; proceden los fariseos de todas las clases sociales; algunos de ellos son sacerdotes ( 6 9 ) ; muchos, escribas; y muchos, personas sin ninguna función administrativa ( 7 0 ) ; lo que caracteriza al fariseo es la enseñanza tradicional que recibió de su maestro y que él, a su vez, trasmitirá a sus discípulos. El saduceo no acata más que la Ley escrita; el fariseo es ple­namente fiel a la tradición de sus mayores, que tiene por de fuerza obligato­ria, en el mismo plano o aun en u n plano superior a la letra de la Escritura.

Las doctrinas que los saduceos rechazan en contra de los fariseos son la existencia de los ángeles y la resurrección de la carne; pero la especialidad de los fariseos es la casuística ético-legal; danse a sí mismos el apelativo de "santos"; su santidad consiste, fundamentalmente, en la observancia escrupu­losa de la Ley, cuyos preceptos más venerados son el sabático y los referentes a la pureza legal ( 7 1) .

JESÚS Y LOS FARISEOS Ese celo nimio de la observancia legal alumbra en todas las páginas de la historia evangélica:

Jesús no puede ser el enviado de Dios, puesto que no observa el sábado (Ion. 9, 16); sus discípulos violan el sábado, porque espigan al pasar, faena que para u n fariseo es semejante a la de la siega y recolección, que son obras prohibidas en sábado ( 7 2 ) ; el paralítico de la piscina de Bezatha lo quebranta al llevar a hombros sus parihuelas ( 7 3 ) ; el mismo Jesús lo viola al curar mila­grosamente a u n enfermo (7 4) . Aun es más rudo el conflicto relativo a la

(*9) El autor de los Salmos de Salomón era sacerdote. (70) Acerca de la distinción entre escribas y fariseos, cf. supra, p. 38, n. 60. (71) Cf. LAGRANGE, op. cit., pp. 274-277. (72) "El sábado no se puede cortar una rama ni arrancar una hoja ni coger una

fruta" FILÓN, De vita Mosis, 11, 4. Cf. La vie et l'enseignement de J.-C., t. I, p. 143. (™) Ion. 5, 10. (74) Me. 3, 1-6; Mt. 12, 9-14. Jesús les replica: "¿Quién hay de entre vosotros

que, teniendo una sola oveja, si ésta cayere en, una hoya el día de sábado no traba­jaría por sacarla de allí?" Doctores había, coetáneos de Jesucristo, más rigurosos que aquellos mismos fariseos. En el código saduceo se lee: "Si cae una bestia en un pozo o en un barranco, no debe desempozarse en día de sábado"; y también: "Si cae un hombre en el agua. . . , no se le puede echar ni una escala, ni una cuerda ni otro instrumento con que ponerse a salvo" (Un écrit sadducéen, trad. ISRAEL LÉVI, en Revue des Eludes juives, LXI [1911], p. 198). CHARLES en su nota sobre este texto (Pseudepigrapha, p. 827, n. 23), compara Schabb. 128 b, con R. JEHUDA: "Si cae un animal en un foso, está permitido echarle de comer; puédese incluso ponerle debajo cojines y almohadones para que, estribando en ellos, pueda salir del atolladero por su propio esfuerzo." Cf. La vie et l'enseignement de J.-C-, t. I, p. 147 y nota.

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EL MUNDO JUDÍO 41

pureza legal: "¿Por qué —arguyen los fariseos— no observan tus discípulos las prescripciones de nuestros mayores? ¿Por qué se sientan a la mesa sin haberse lavado las manos?" A lo que Jesús replica: "Y vosotros, ¿por qué infringís el mandamiento de Dios pretextando obedecer a vuestras tradi­ciones?"; y dirigiéndose a la multi tud, les dice: "Escuchad y entended. No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga" (7 5) .

PELIGROS DEL FARISAÍSMO "La ruptura entre Jesús y los fariseos era completa" —afirma con toda razón el rabino

Klausner ( 7 6 ) ; pero es preciso añadir que esa ruptura significó la libera­ción de los discípulos de Jesús. El esfuerzo de los fariseos había sido en un principio legítimo y beneficioso: toda guardia montada en torno a la Ley era insuficiente en la patria israelita invadida por el extranjero; tal fidelidad rayó, muchas veces, en el heroísmo y, en tiempo de los Macabeos, quedó enro­jecida con sangre de mártires; pero a los mártires sucedieron los escribas, que, por garantizar mejor la guarda de la Ley, habíanla cercado de u n valladar de prescripciones nacidas de su jurisprudencia; mas en su afán de prever todos los casos, de regularlo todo, de prescribirlo todo, habían hecho tan gravoso el yugo de la Ley, que ellos mismos procuraban sacudirlo: "Lían car­gas pesadas e insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres; pero ellos n i con el dedo las quieren mover" (Mt. 23, 4 ) . Ingeniábanse, con todo, para aliviar carga tan pesada, inventando argucias que sacrificaban la religión verdadera a sus exigencias escrupulosas: "colaban el mosquito y se engullían el camello" ( 7 7) .

Consecuencia de estos escrúpulos, de estas nimiedades legales, de este rigo­rismo proselitista era su aislamiento; eran, como indica su nombre, "dis­gregados" (7 8) . Este peligro de monaquismo es tan evidente que n i sus mis­mos panegiristas lo disimulan (7 9) . Jesús lo denunció en la parábola del fariseo y del publicano: "Dios mío, dice el fariseo, te doy gracias porque no soy como los demás h o m b r e s . . . " (Le. 18, 11).

Pese a sus defectos, los fariseos son para el pueblo judío los celantes de la Ley; a ellos recurren muchos israelitas ansiosos de perfección; Josefo refiere en u n pasaje, que parece tomado de Nicolás de Damasco ( 8 0 ) , que

(75) Me, 7, 1-23; Mt., 15, 1-20. (76) KLAUSNER, op. cit., p. 426. (77) Así en la cuestión del corban, que es un buen negocio so pretexto de pie­

dad filial (Me. 7, 10-13) (cf. La vie et enseignement de J.-C, t. I, p. 396); así en la cuestión del juramento: "Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Si se jura por el templo, no tiene importancia; pero si se jura por el oro del templo, quedas obli­gado. . . » " (Mt. 23, 16; ibid. t. II, p. 195).

(7,8) Sobre este apelativo cf. LAGRANGE, op. cit-, 273 y n. 2; otros se lo aplicaron y ellos acabaron por aceptarlo; denominábanse "santos" y "compañeros" (Haberim). Este último título, por otra parte, sólo correspondía a los que habían sido regularmente incardinados en la secta, y no a todos los simpatizantes.

(79) MOORE, op. cit., t. II, p. 161, después de señalar la subversión de los valores morales en esta secta, continúa: "Aun es peor la complacencia con que los miem­bros de un partido o de una asociación se miran a sí mismos y su justicia... al tiempo que censuran a los otros y aun pretenden fundar en Dios su juicio. Ejemplo elocuente de tal clase de tachas morales son los fariseos y sus prosélitos que, du­rante el siglo II, fueron muy numerosos entre maestros y discípulos. Pocas granje­rias tiene un hombre con mantener la conciencia de su superioridad sobre los de­más; y no es poco el perjuicio que causa a su prestigio social."

(80) "Existió una secta entre los judíos que tenía a gala la observancia estricta de las leyes de sus antepasados... Llamábanse fariseos, gentes capaces de enfrentarse

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42 LA IGLESIA PRIMITIVA

rehusaron en número de seis mi l prestar juramento al emperador y a Herodes. Seis mil no son todos; pues su número era muy crecido, así en Jerusalén

donde residen los doctores y jefes, como en el resto de Palestina y en la Diáspora.

Ellos dirigirán la lucha contra Jesús y después contra San Pablo; si el pueblo judío, en general, ha rechazado al Mesías, los fariseos son los respon­sables más señalados. Mas ni entre los mismos fariseos faltarán elegidos del Señor, según se comprueba por el propio San Pablo.

Los fariseos aspiran, ante todo, a presentarse como secta religiosa; su actitud política es consecuencia de su credo religioso; su obsesión es el privilegiado destino de Israel que les induce a rebelarse, como los seis mil de Josefo, contra todo dominio extranjero, a negarse a prestar juramento o pagar alcabala a los extraños (Mt. 22, 17 ss.). No faltan quienes consideran la servidumbre de Israel como designio de Dios, que es preciso acatar ( 8 1) . Cuando llegue a abatirse sobre Israel la catástrofe del 70 y sobre todo la del 134, en que la independencia judía quede aniquilada, se esfumará con ella la preponderan­cia de los saduceos y de los zelotes ( 8 2 ) ; mas no así la de los fariseos, que continuarán ejerciéndola sobre el pueblo judío aun en nuestro días.

LOS ESENIOS Los saduceos y los fariseos guardan estrecha relación con la historia de los orígenes cristianos, según se desprende

de los Evangelios y del Libro de los Hechos. En cambio, nunca se habla de los esenios; parece que no tuvieron arte n i parte en la vida Jesús, n i intervinieron con los Apóstoles. No insistiremos mucho acerca de ellos; por lo demás, es una secta poco historiada ( 8 3 ) ; apenas disponemos de otros elementos de estudio que una breve mención de Plinio ( 8 4) , dos textos de Filón (85) y dos de Josefo ( 8 6) .

De todos ellos, la referencia más amplia es la que se contiene en la Guerra de los judíos; sería este atestado de extraordinario interés si reflejara las memorias de un esenio; lo cual, por desdicha, es muy poco probable: si se comparan ambos textos de Josefo, es difícil armonizar el primero con el segundo, mucho más conciso y derivado de Filón ( 8 7 ) ; la negligencia

con los reyes y de combatirles y minarles su poderío. En tanto que todo el pueblo judío había confirmado con juramento su fidelidad al emperador y al gobierno constituido, estos hombres, en número de seis mil, se negaron en redondo a ju ra r . . . " (A. ]., XVII, 2, 4, 41-42). El mismo Josefo era fariseo y no escatimó los elogios a la secta; el juicio antes emitido no puede ser propio, sino tomado, irreflexiva­mente, de otro.

(81) Así Pollion y Saméas. A. ]., XIV, 9, 4, 176; XV, 1, 1, 3-4. (82) Los zelotes sólo indirectamente rozan con el cristianismo; su postura es la

de los fariseos; el celo por la ley se manifiesta en ellos por la rebelión armada. Aparecen a comienzos del siglo i, durante los disturbios que siguen a la muerte de Herodes y la represión romana (supra, p. 26). Tomaron el nombre poco antes de la gran revuelta judía (B. ]., IV, 3, 9, 160-161). Cf. LAGRANGE, op. cit., p. 214.

(83) Cf. SCHUEREH, op. cit., t. II, pp. 651-680; ED. MEYER, op. cit., t. II, pp. 393-402; BAUEK, art. Essener, en PAULY-WISSOWA, Suppl. IV, pp. 386-430; LAGRANGE, op. cit., pp. 307-330.

(84) Hist. Nat., V, 17. (85) Quod omnis probus liber, XII, 75-91; Apologie, en EUSEBIO, Praep. evang.,

VIII, 11. (8«) B. I., II, 8, 2-13, 119-161; A. I., XVIII, 1, 5, 18-21; el P. LAGRANGE colec­

cionó estos textos, op. cit., pp. 307-318. (87) Son más de cuatro mil los que viven en común: A. J-, XVIII, 21; q. pr.

lib. 75. Según A. J., 21, el celibato nace (ibid. FILÓN, ApoL, 14) del temor a las discordias; pero según B. J., 121, de la infidelidad de las mujeres. El texto de A. J.

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EL MUNDO JUDÍO 43

habitual en Josefo al transcribir los documentos no basta a explicar por qué recurriría al testimonio de u n extraño, que nunca había visto a los esenios, cuando él mismo ha convivido con ellos y hablado luego de esa vida como de un recuerdo personal.

De ahí la reserva con que el historiador ha de proceder al utilizar esos textos. Lo incuestionable es la existencia de la secta de los esenios en el siglo primero de nuestra era. Su centro de irradiación estaba emplazado cerca de Engaddi, en la ribera occidental del mar Muerto; vivían en comu­nidad, con gran sencillez y parsimonia, obsesionados por la observancia de la pureza r i tual ; en este celoso cuidado y en su extremoso respeto al des­canso sabático (88) los esenios excedían a los mismos fariseos; en eso eran los antípodas de los discípulos de Cristo. Por otra parte presentan rasgos, como la vida común y el celibato (89) que, al parecer, les aproxima a ellos; pero de hecho, el divorcio espiritual es absoluto C90).

La religión esenia distingüese del judaismo común por caracteres espe­ciales, no fáciles de determinar; Filón elogíales como servidores de Dios por antonomasia, "que no cifran su religión en inmolar animales, ̂ i n o en hacer sus pensamientos dignos de u n sacerdote"; Josefo escribe por su parte: "Envían sus ofrendas al templo, mas ellos no sacrifican, porque sus ritos de purificación son otros. Por eso no penetran en el recinto sagrado, pues sus sacrificios son diferentes" (9 1) .

Hay adivinos entre los esenios; Josefo refiere algunas de sus profecías (9 2) . Afirma asimismo que la doctrina de los esenios es esotérica; al iniciado se le hace jurar que "no ha de ocultar cosa alguna a los miembros de la secta ni revelar el menor secreto a los profanos, aun a trueque de sufrir tortura hasta exhalar el alma. Jura igualmente trasmitir las prescripciones de la secta tal como se las enseñaron . . . y conservar, con el mismo respeto, los libros de la secta y los nombres de los ángeles" (B.J., 141-142). Y si inter­pretamos literalmente una afirmación de Josefo, habremos de concluir que el sol era un dios para los esenios C93).

Todos estos rasgos dan la impresión de una gnosis judía, contaminada no precisamente por la religión persa, sino por el sincretismo oriental.

insiste sobre la vida común, sobre la preferencia que se daba al trabajo agricola, y sobre su vida independiente del templo. En B. J. la nota predominante es el celo por la pureza ritual.

(88) Vedado les estaba, en día de sábado, "proveerse" (B. /., 147). (89) No todos eran célibes; había también casados (B. J., 160-161). C90) Si el cristiano prefiere la virginidad al matrimonio es para unirse más estre­

chamente a Jesucristo^ (7 Cor., 7, 32); el esenio la acepta por pureza ritual, o quizá por evitar las discordias o por la infidelidad de las mujeres. Tampoco se confunde la vida común de los primitivos cristianos con la de los esenios: ni se retiran del mundo, ni moran en los desiertos; sino que movidos por una ardiente caridad y deseo de des­prendimiento, ponen en común todos sus bienes por mejor servir a Dios.

(91) A. ]., 19. Texto muy discutido. Yo lo he reproducido aquí según la versión de REINACH. La negación (no ofrecen sacrificios) falta en los manuscritos griegos de A. J.; consta en la antigua traducción latina y en el Epitome. NIESSE, la suprime; NABER la mantiene, así como SCHUEREH, op. cit-, t. II, p. 663, n. 50 y MEYER, op. cit., t. II, p. 397, n. 4; sienten contrariamente BAUEH, op. cit., p. 398 y LAGRANGE, op. cit., p. 316, n. 5.

(92) "Hay entre ellos calificados adivinos, que adquieren el hábito de vaticinar con la lectura de los libros sagrados, la catarsis, y las palabras de los profetas; y es muy raro que sus predicciones resulten fallidas" (B. J., 159). Cita tres ejemplos de pro­fecías esenias: B. /.» I, 78; II, 113; A. /., XV, 372.

(93) "Cavan un hoyo de un pie de profundidad; en él hacen sus necesidades, en­vueltos en su manto, para no manchar los rayos de Dios" (B.J., 148).

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44 LA IGLESIA PRIMITIVA

Al estudiar los albores del cristianismo volveremos a sorprender este sin­cretismo gnóstico, que, en la segunda mitad del siglo i, reaparece con gran virulencia.

§ 2 . — El juda i smo de la dispersión ( 9 4 )

Por los días del advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo, los judíos de Palestina eran minoría respecto de los que erraban por el mundo romano; calcúlase en u n millón corto los que vivían en la tierra de Israel; y en unos cuatro o cinco los que moraban en las otras provincias del Imperio ( 9 5) .

Pero es más digno de estudio el judaismo palestinense que el de la Diás-pora, porque el influjo de aquél irradió sobre todos los judíos, hasta la destrucción de Jerusalén y porque, en relación con el Cristianismo, Pales­tina es su cuna y la tierra de su infancia; cuando la Iglesia inicie su expan­sión conquistadora, estará en incesante contacto con los judíos dispersos y en sus sinagogas se iniciará la propaganda cristiana; mas cuando llegue a su mayor edad, en esas mismas sinagogas se fraguarán las persecuciones contra los cristianos.

Es, por consiguiente, de razón que, al menos brevemente, hablemos de esa red de sinagogas extendida en el siglo primero por el mundo entero.

ORIGEN DE LA DISPERSIÓN Días habían pasado desde que los primeros núcleos judíos se establecieron fuera de la

tierra de Israel, en el vecino reino de Siria o en los grandes imperios de Asiría y de Egipto. Las conquistas de Alejandro franquearon a los judíos todo el Oriente, y las de los romanos, todos los países ribereños del m a r Mediterrá­neo; expándense por todas partes, como -soldados, comerciantes, esclavos o deportados; asiéntanse por doquiera, con tenacidad realmente judaica; no es raro que lleguen a captarse las simpatías de los príncipes: Alejandro al fundar la ciudad de su nombre, concedióles los mismos derechos que a los macedonios ( 9 6 ) ; los lágidas les dispensaron su protección ( 9 7 ) ; los seléucidas, que en Palestina actuaron como perseguidores tiránicos, ampararon a los ju­díos de Anatolia (9 8) . Los romanos que, desde los días de Judas Macabeo

(94) Los dos estudios más completos acerca de la Diáspora son los de JUSTER, Les juifs dans l'Empire romain, 2 vols., París (1914) y el de SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 1-187. Sobre los orígenes de la Diáspora puede consultarse A. CAUSSE, Les dis­perses d'Israel, París (1929). Sobre las corrientes religiosas, WENDIAND, Die Heüe-nistisch-Romische Kultur, Tubinga (1912), pp. 192-211. Descripciones sumarias, pero precisas, en TH. REINACH, art. ludan del Dictionnaire des antiquités grecques et ro-maines, pp. 619-632 (trad. al inglés en la Jewish Encyclop&dia) y en J. GUTMANN, art. Diáspora, en Encyclopmdia Judaica, t. V, pp. 1.088-1.098.

(95) HARNACK, Mission und Ausbreitung, t. I, p. 7, calcula los primeros en 700.000; igualmente ED. MEYER, Die Bevólkerung des Áltertums, en Handwórterbuch der Staat-uñssenschaften herausg. VON J. CONRAD, t. II, p. 687, Jena (1899). JUSTER, en cambio, calcula en 5 millones, op. cit., t. I, p. 210, n. 2; ibid. FELTEN, op¿ cit., t. I, p. 32. — El mismo HARNACK remonta a 4 ó 4}4 millones la cifra de los judíos dispersos en el Imperio, entre un total de 55 millones de habitantes; lo que supone un 7 % de la población total. Según JUSTER llegarían a 7 millones, juzgando, sin embargo, que las cifras son harto inseguras. GUTMANN (art. cit., p. 1.091) propone 5 millones, que representarían, según él, un 8 % de la población.

(9«) JOSEFO, c. Ap. II, 4, 35-37; B.J., II, 18, 7, 487-488; A.J., XIV, 10, 1, 188. FILÓN, in Flaccum, 44. Cf. JUSTER, op. cit., t. II, p. 6; SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 35-36.

(97) SCHUERER, op. cit., pp. 40-50. (98) Cf. RAMSAY, Histórica! Commentary on the Galatians, pp. 189-192.

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EL MUNDO JUDÍO 45

(161), habían apoyado a los judíos de Palestina, hácense en tiempo de Si­món (139) protectores de todos los judíos del Imperio ( " ) . Julio César otorga a Hircano II (63-40) la garantía de los privilegios de los judíos y le reco­noce el derecho a intervenir en favor de ellos (10°). Augusto, Tiberio, y singularmente Claudio, les brindan su favor, a condición de que respeten la paz pública y los derechos ajenos (1 0 1) .

La política romana respecto de lo judíos se pliega a las circunstancias lo­cales con extraordinaria flexibilidad: en Palestina, respeta y manda respetar el culto de los hebreos; pero vigila atentamente todo movimiento político y reprime con severidad todo intento de independencia; en Roma, cuida celo­samente del orden público aun a costa de duras coerciones contra los judíos que lo perturben, llegando inclusive a desterrarles; idéntico rigor en Alejan­dría, donde son tantos y tan poderosos; pero en las ciudades helenísticas me­nos importantes, en que la intervención judía no puede crear serios peligros, Roma les considera como subditos romanos, fieles al Imperio, aun contra los intereses particulares de las mismas ciudades; los emperadores romanos, sabe­dores de esta fidelidad (1 0 2) , protégenlos contra las autoridades locales. Los magistrados de Tralles protestan de ese trato de favor ante el procónsul C. Rabirio; pero sus protestas se pierden en el vacío. El procónsul de Laodi-cea se expresa en estos términos: "que en razón de su amistad con nosotros (los romanos) nadie tiene jurisdicción sobre ellos n i puede importunarles en nuestra provincia" (1 0 3) . Difícilmente se concibe que los griegos acep­taran de buen talante tales inmunidades; pero como Roma lo exigía, fuerza era someterse, a riesgo de ser citados ante el emperador, condenados a muerte y ejecutados, como Isidoro y Lampón, bajo Claudio (1 0 4) .

IMPORTANCIA DE ¿Qué extraño que, al amparo de Alejandro el LA POBLACIÓN JUDIA Grande, de los lágidas, de los seléucidas, y sobre

todo, de los emperadores romanos, se propagaran los judíos por el mundo mediterráneo? En el siglo n a. J. C. canta la Sibila (III , 271): "La tierra e'stá poblada de tus gentes y el mar aljofarado con vuestra semilla." Estrabón, el geógrafo de la época de Augusto, escribe: "Los judíos han invadido todas las ciudades; raro será el lugar en que ese pueblo no se haya albergado y del que no se hayan hecho los amos" (10B). Los tes­

is») I Mach, VIII, 17 s.; XIV, 24; XV, 15-22. Cf. JUSTER, op. cit., t. I, p. 215. (100) Qf_ JUSTER, op. cit-, t. I, p. 216. Preciso es indicar que muchas determinaciones

atribuidas por Josefo a César y que cita JUSTER parecen más antiguas. Ver las notas de REINACH, A.J., XIV, 145; XIV, 241, etc.

(101) Tiberio fué hostil a los judíos mientras vivió Sejano; mas luego les favore­ció. De Claudio mereceni destacarse los edictos citados por JOSEPO, A. ]., XIX, 5, 2-3, 280-291. El 49 expulsó de Roma a los judíos; SUETONIO, Claud., p. 25; Act. XVIII, 2. En Alejandría exige el mantenimiento de la paz: cf. H. J. BEIX, Jews and Christians in Egypt, Londres (1924). Esta carta de Claudio (42) ha sido traducida y comentada por A. D'AXÉS en Etudes, t. CLXXXII (1925), pp. 693-701. Dos alejandrinos, Isidoro y Lampón, fueron condenados a muerte por Claudio y ejecutados como responsables de las matanzas de judíos en Alejandría bajo Calígula, el año 38. Sobre estos papi­ros cf. TH. REINACH, L'empereur Claude et les antisémites alexandrins en Revue des Etudes juives, t. XXXI (1895), pp. 161-177 y t. XXXIV (1897), pp. 296-298; JUSTER, op. cit., t. I, p. 125.

(102) Textos reunidos por JUSTER, op. cit., t. I, p. 220. (103) Carta de los magistrados de Laodicea: A. /., XIV, 10, 20, 241. (">*) Cf. supra, nota 101. (105) Citado por JOSEFO, A.J., XIV, 7, 2, 115. REINACH observa, no sin fundamen­

to: "Estas últimas palabras se me hacen sospechosas."

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46 LA IGLESIA PRIMITIVA

timonios judíos no son menos categóricos: Filón llega a afirmar que los judíos forman la mitad del linaje humano (106) y que, donde consiguieron establecerse, su número es igual al de los indígenas (1 0 T) ; al hablar del Egipto, que él conocía muy bien, es más preciso, pero, también más reservado en sus afirmaciones. En Alejandría, de cinco barrios dos son de población predomi­nante judía, y por eso se les l lama barrios judíos o juderías ( 1 0 8 ) ; estima Filón en un, millón el total de los judíos afincados en Egipto, lo que equivale a la octava parte de sus moradores (1 0 9) . Parece que en Siria y en Asia Menor era muy numerosa la colonia judía (1 1 0) . Muchos detalles prueban su in­fluencia en Roma: el gran número de sinagogas ( m ) , su actuación, tan temida por Cicerón desde el proceso de Flaccus (1 1 2) , la nutrida representa­ción en el duelo por la muerte de Julio César (1 1 3) , el cortejo de ocho mil judíos que en la Ciudad Eterna hizo escolta a la embajada venida de Judea a Octavio Augusto el año 4 a. J. C. (1 1 4) . En tiempo de Tiberio, decretó el Senado la expulsión a Cerdeña de cuatro mil judíos libertinos (11B).

ESTADO CIVIL La Diáspora judía era formidable, más por su cohesión DE LOS JUDÍOS que por el número de sus miembros; éstos gozaban sea

de la ciudadanía romana (1 1 6) , sea de la ciudadanía del lugar de nacimiento ( m ) ; pero ya se inscribieran como romanos, alejandri­nos, tesalonicenses o como tarsiotas, ante todo eran judíos. Según confesaba Filón, consideraban que su patria era la tierra en que vivieron sus padres y sus abuelos, pero en Jerusalén veneran su metrópoli (1 1 8).

Las ciudades griegas no se avenían a semejantes ficciones jurídicas. Ale-

(106) Legat. ad Caium, 31. (107) De vita Mosis, II, 27. (108) ¡n Flaccum, 8. Estrabón decía (A.J., XIV, 117): "Todo un barrio de Ale­

jandría está ocupado por este pueblo." Desde la matanza de judíos el año 66, Josefo los ubicaba en el barrio Delta (cuarto distrito), B. /., II, 18, 8, 495.

(109) / „ FUxccum, 6. (110) JUSTER, op. CÜ., t. I, p. 210. (n i ) Cf. J. B. FREY, Les commurmutés juives a Home aux premiers temps ¿Le l'Egli-

se, en Recherches de Se. reí. (1930), pp. 269-297, (1931), pp. 129-168. (112) pro placeo, 28, 66. (113) SUETONIO, Julius, 84: "In summo publico luctu exterarum gentium multi-

tudo circulatim suo queeque more lamen tata est, prsecipueque Judaei, qui etiam noctibus continuis bustum frequentarunt."

(«*) A. J., XVII, 11, 1, 300; B. J., II, 6, 1, 80. (115) TÁCITO, Ármales, II, 85; SUETONIO, Tiberius, 36. (116) Muchos judíos obtuvieron la ciudadanía romana por manumisión; mas otros,

que no eran de origen servil, la alcanzaron por privilegio; así la familia de Filón. Acerca del sobrino de Filón, Tiberio Julio Alejandro, cf. SCHUERER, op. cit., t. I, p. 624, n. 85. Sobre el derecho de ciudadanía romana cf. JUSTER, op. cit., t. II, pp. 15 y ss.

(H7) JUSTER, op. cit., t. II, pp. 2 y ss. De ahí esta situación anormal: un judío que a la vez era ciudadano romano, ciudadano del lugar en que había nacido y ciuda­dano judío; v. gr.: San Pablo, cuidadano romano (Act. 16, 37; 22, 25), ciudadano de Tarso (21, 39) y judío (PhiL, 3, 5; / / Cor. 11, 22). En derecho romano republicano era incompatible la ciudadanía de Roma con la de otra ciudad: Duarum civitatum civis noster esse. iure civili nemo potest (CICERÓN, Pro Balbo, XI, 28); cf. MOMMSEN, Droit publie, t. VI, 1, p. 51. En cambio, en tiempo de Augusto "el derecho de ciuda­danía romana es compatible con el derecho de ciudadanía de todas las ciudades del imperio" (MOMMSEN, op. cit., t. VI, 2, p. 331). Un judío, cuyos derechos políticos están fuera de Judea, ¿puede al propio tiempo ser ciudadano judío? Según el derecho judío, evidentemente; según el romano, parece que no es posible. Cf. JUSTER, op. cit., t. II, p. 11, n. 3.

(118) In Flaccum, 46.

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EL MUNDO JUDÍO 47

jandría puso en litigio su derecho de ciudadanía ( 1 1 9 ) ; en Cesárea el con­flicto resolvióse en motines sangrientos, por los cuales Nerón condenó a los judíos, que más tarde fueron alevosamente asesinados en la propia Cesárea: "en una hora fueron degollados más de veinte mi l " (12°).

Mas no podía prevalecer, contra la voluntad romana, esta resistencia de las ciudades griegas; y Roma apoyaba a los judíos con harta frecuencia; merced a esa política, podía confiar en un buen núcleo de hombres adictos en las ciudades helenísticas. Pero cuando los intereses de la patria judía chocaban con el servicio de Roma, todos los judíos del Imperio se sublevaban como un solo hombre: bien lo prueban la gran rebelión (66-70), la revolución del tiempo de Trajano (115-117), y, finalmente, la terrible guerra que enfrentó a todo el pueblo contra Adriano (132-135).

Esta unanimidad en las luchas nacionales revela los profundos senti­mientos de los judíos de la Diáspora. Quizá se resienta su fe y sobre todo sus prácticas religiosas, por la lejanía de Jerusalén; mas nunca traicionan su alma judía ni, en caso de conflicto, su religión ni su raza, superiores a todos / los demás valores.

Abundan los hechos que corroboran esta cohesión religiosa: destaca entre todos la influencia de los judíos de Judea sobre los judíos de Mesopotamia; estos desterrados, descendientes de los israelitas deportados por los asirios, nunca moraron en Judea; eso no obstante, asimilaron todas las reformas elaboradas por los escribas desde Esdras ( m ) . El grupo más numeroso e influyente de los judíos de la Diáspora radicaba en Alejandría, siempre en íntimo contacto con los de Palestina; su labor literaria, que fué ingente, enderezábase principalmente a mostrar a los paganos la historia judía, las creencias judías, la legislación mosaica, los héroes y mártires del judaismo, singularmente los de la época macabea (1 2 2) .

PRIVILEGIOS DE Salvaguardia de esta fidelidad religiosa era el naciona-LOS PROSÉLITOS lismo: la raza, el culto, la fe, todo contribuye a ligar

al judío con Israel; forman todos una unidad frente al paganismo; por una derogación, única en su ley, niegan los privilegios de los judíos a los judíos que no practican su religión ( 1 2 3 ) ; e inversamente, los otorgan a quienes, sin ser judíos de nacimiento, adoptaron la religión judía (1 2 4) .

Fácilmente se explica este régimen de excepción, dada la naturaleza de dichos privilegios y los motivos por los cuales pudieron aceptarlos los judíos: tratábase de dispensar de ciertas obligaciones civiles o militares, dispensas que tendían a facilitar a los judíos un modo de vida acorde con su conciencia; de ahí que sólo pudieran acogerse a ellas los que de su religión hacían un deber en hecho y en verdad.

(119) Aun perdura esta controversia. Cf. SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 35 y ss.; JUSTER, op. cit-, t. I, p. 204.

(i2*) B. ]., II, 13, 7, 266-270; 13, 4, 284-292; 18, 1, 457. A esta matanza sucedió inmediatamente la gran revolución del año 66.

(121) Cf. JUSTER, op. cit., t. I, p. 499 y n. 4. (122) Sobre esta literatura cf. SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 420-719; LAGRANGE,

Judmsme, pp. 494-580; WENDLAND, op. cit., pp. 192-211. (123) Edicto del 3 de mayo del 49 a. J. C.: Lucius Lentulus, cónsul, ha dicho: "Que­

dan exentos de servicio, por motivos religiosos, aquellos judíos, ciudadanos romanos que, según mis informes, observan y practican en Efeso los ritos judíos" (A. J., XIV, 10, 16, 234; cf. ibid., 228).

(124) JUSTERj op, cit., t. I, p. 232.

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48 LA IGLESIA PRIMITIVA

APOSTASIAS El apego a la nación judía y las leyes proteccionistas de Roma conservaron casi inmaculada la fidelidad religiosa de

los israelitas. Mas no faltaron en la Diáspora apóstatas; más de una vez los apostrofa Filón: conoció individuos que "llegaban a ta l paroxismo de locura, que se privaban hasta de la posibilidad del arrepentimiento, al pro­fesar en ta l forma su esclavitud de los ídolos que grabaron la contraseña no en papiro, sino, como las bestias, en su propia carne a hierro candente, a fin de hacerla indeleble" ( 1 2 5 ) ; hace notar asimismo que "los apóstatas de las leyes santas" caen en todos los vicios (1 2 6) . Denuncia también a los im­píos, que son raza de Caín: la sofística griega les ha pervertido y les arrastró a despreciar a Dios y sus mandamientos (1 2 7). Hay quienes no ven en los relatos bíblicos sino leyendas análogas a las de la mitología griega ( 1 2 8 ) ; otros, profesando adhesión al judaismo, rehuyen su ley mediante exégesis ale­góricas: "consideran las leyes como símbolos de realidades inteligibles, estu­dian con gran ahinco estas realidades, pero descuidan las leyes" (1 2 9) .

INFLUENCIA DEL Podíamos aducir otros casos de apostasía (1 3 0) , y de HELENISMO sincretismo religioso (1 3 1) , aunque, en hecho de ver­

dad, en la Diáspora, son más bien casos excepcionales y de escándalo, que defecciones en masa; a este respecto, los judíos de la dispersión en nada difieren de los de Judea; lo que sí les distingue es su apego al helenismo, su preocupación por ser ciudadanos del mundo.

Para los israelitas de Palestina, la civilización griega significaba algo así como el reino de los impíos, de los seléucidas, de los Herodes, de los romanos, en una palabra, el reino de Satán. De muy otra manera lo conceptuaban los judíos ciudadanos de Alejandría, de Esmirna o de Efeso; es sin duda una gran tentación para ellos, mas pletórica de fuerza y de encanto; no hay por qué rechazarla; mejor es adaptarla a sus creencias religiosas. En esta época, en que los griegos se dan a elaborar apócrifos donosamente atribuidos a Pitá-goras, Platón, Aristóteles, Timeo y Tucídides, ponen también los judíos sus vaticinios en boca de la Sibila, de Orfeo, de Foclidas y de Menandro. Tra­ducen, al griego los Libros Santos, aureolando a sus traductores con una leyenda gloriosa: l lámanse los Setenta, profetas inspirados por Dios, amigos del rey y amados del pueblo (1 3 2) . A los traductores suceden los exegetas, que hacen de la Biblia el origen de toda filosofía y de toda ciencia (1 3 3) .

(125) j)e spedal. leg., I, 8, 58. Cf. LEVÍTICO, 19, 28. (126) De virtutibus (de poenit.), II, 182. (12T) De posteritate Caini, 33-48. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, 1.1, p. 179 y n. 1. (128) De confus. ling., 2-3; ibid., p. 180, n. 21. (129) De migrat. Abr., 89; ibid., p. 179, n. 2. (130) £ n mu, inscripción del tiempo de Adriano (C. I. G., 3148, citado por SCHUERER,

op. cit., t. III, p. 14) léese entre los donantes a una ciudad el grupo de los antiguos judíos. (131) Existen, en el templo al dios Pan, en Edfú, dos inscripciones (DITTENBERGER,

O. G. I., 73 y 74) que son un homenaje de gratitud del "judío Ptolomeo" y del "judío Teodoto" "al dios"; queda por especificar si los donantes querían honrar a Pan o a Yahveh. — Más nos sorprende aún el libro Los judíos, escrito por ARTAPÁN en fecha anterior a Alejandro Polihistor (80 a. J. C) , y que conocemos por las citas de Josefo y Eusebio: en él se endosan a Jacob y sus hijos y particularmente a Moisés, todas las instituciones egipcias, incluso la misma religión; Jacob y sus hijos fundaron los santua­rios de, Athos y de Heliópolis (EUSEBIO, Prmp. ev., IX, p. 23); Moisés instituyó el culto del Ibis y del Apis (ibid., XXVII, 9 y 12), etc.; cf. SCHUERER, op. cit., t. III, p. 478.

(132) L a pñmera noticia al respecto contiénese en la carta de Aristea, del siglo n a. J. C ; la posteridad se encargó de ornamentarla. Cf. R. TRAMONTANO, La Lettera di Aristea, Ñapóles (1931), pp. 113*426*.

(133) Sobre este asunto cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, p. 181.

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EL MUNDO JUDÍO 49

FILÓN El más famoso de esos comentaristas es Filón (1 3 4) . Nació hacia el año 20 a. J. C. Pertenecía a una familia rica e influyente. Era

hermano de u n alabarca, tío de Tiberio Alejandro, y eminente representante del judaismo alejandrino de la época de Jesucristo. Tuvo la rara fortuna de sobrevivirse no solamente en las citas de Eusebio, sino en numerosas obras originales, de exégesis y de historia por las que nos es dado conocerle a fondo.

Unía a su cultura literaria y filosófica u n grande amor a su. pueblo y fuerte apego a sus creencias religiosas: peregrinó a Jerusalén para orar y ofrecer sacrificios; siendo ya anciano, aceptó la embajada (39-40) de los judíos al emperador Calígula (1 3 5) . No se sabe cuándo murió. Su obra principal es un comentario alegórico del Pentateuco ( 1 3 6 ) ; escribió, además, algunos trata­dos filosóficos (1 3 T), dos libros, históricos (138) y u n ensayo sobre la. vida con­templativa, en que se describe, con grandes elogios, la vida de los tera­peutas (1 3 9) .

La obra literaria de Filón es un fiel reflejo de su vida. Filón es u n judío/ creyente y piadoso; de ahí deriva la¡ solidez de sus especulaciones teológicas, m u y superiores a las de cualquier pensador griego; de ahí su ideología ge-nuinamente religiosa: Dios es bueno, no en el sentido puramente metafísico de Platón, sino en cuanto que es misericordioso y derramador del bien en torno de Sí; es paz y libertad, perfección y fin; soberanamente feliz en Sí mismo y principio de felicidad para todo hombre; a todos nos invita a su posesión, a todos nos arrastra con su llamamiento, a todos nos conduce con su concurso.

Pero en Filón no se desmiente la formación helénica con la fidelidad judaica (1 4 0) .

Su Dios no es el Dios de Israel, sino el Dios universal; Filón, con su inter­pretación alegórica, trasforma la historia judía en una doctrina de salva-

(134) Sus obras en griego han sido reeditadas muchas veces; hasta estos últimos años la mejor edición era la de MANGEY, Londres (1742), 2 vols. Hoy le supera la de COHN-WENDLAND, 6 vols. (en 8', ed. mayor; en 12, ed. menor) y 2 vols. de índices por LEISEGANG (Berlín, Reimer y De Gruyter [1896-1930]). Las obras conservadas en su traducción armenia han sido editadas, con su correspondiente latina, por AUCHER, Venecia (1822-1826). — Principales estudios: I. HEINEMAN, Philos grie-chische und jüdische Bildung, Breslau (1932).—J. DRUMOND, Philo Judteus, 2-8', Londres (1888). — W. BOUSSET, Jüdisch-Christlicher Schulbetrieb in Alexandria und Rom-, Gottinga (1915) (acerca de Filón, pp. 8-154). — E. BRÉHIER, Les idees phi-losophiques et religieuses de Philon d'Alexandrie, París (1908). — SCHUERER, op. cit-, t. III, pp. 633-716. — LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 178-251. LAGRANGE, Judáisme, pp. 542-586.

(135) El propio Filón narra esta embajada en su libro De la embajada a Cayo, F. DELAUNAY tradujo éste y el libro Contra Flaco, precedidos de una extensa in­troducción, en Philon, Ecrits historiques, París (1870).

(136) £)e estas obras se tradujo al francés Le commentaire allégorique des saintes lois, por E. BRÉHIER, París (1909).

(137) De ceternitate mundi, ed. CUMONT, Berlín (1891); quod omnis probus liber; en ese libro descríbese la vida de los esenios (supra, p. 42); De Providentia; Alexan-der, sive de eo quod rationem habeant bruta animalia; estas dos últimas obras sa con­servaron solamente en su traducción armenia.

(138) Supra, nota 135. (139) Se admite hoy comúnmente la autenticidad de esta obra, tanto tiempo discu­

tida. Cf. MASSEBIEAU, en Revue de l'histoire des religions, t. XVI (1887), pp. 170 y ss., 284 y ss.; CONYBEARE, ed. del libro (1895).

(14°) Sobre la cuestión del judaismo y del helenismo, cf. HETNEMANN, op. cit. y cf. también Recherches de science religieuse (1933), pp. 331-334.

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50 LA IGLESIA PRIMITIVA

ción ( 1 4 1 ) ; Abrahán no es el padre de los creyentes, sino el primero de los filósofos: porque Abrahán fué el primero en reconocer que el mundo depende de una causa suprema y es regido por una Providencia (1 4 2) .

La trascendencia divina no deriva, como entre los judíos, de la santidad, sino de la misma grandeza de Dios, que le hace superior a toda determina­ción (1 4 3) . Tales principios orientan al individuo hacia una teología natura l y no a una fe positiva; y el alma, angustiada por el deseo de Dios, no hal la medio de llegar hasta E l . . .

Filón trata de resolver este problema con su teología de las intermediarias; entre Dios y el mundo hay potencias o fuerzas; por ellas gobierna Dios al mundo; por ellas puede el hombre llegar hasta Dios, mediante la contempla­ción. Suele identificar estas potencias unas veces con los ángeles bíblicos, otras con las ideas platónicas, otras con las energías de la escuela estoica. Su personalidad es aparente, simple creación de la flaqueza del sujeto que las percibe (1 4 4) .

EL LOGOS De todas las facultades, el Logos es la más próxima a Dios; en la teología filoniana, el Logos es de la misma naturaleza que

las otras facultades, pero en grado eminente; es el intermediario de la acción divina en los hombres y de las relaciones del hombre con Dios; es el objeto de la contemplación de aquéllos que no pueden llegar hasta Dios mismo. El Ángel del Señor, el gran Sacerdote, el Lugar, la Morada, son símbolos del Logos, como los ángeles bíblicos simbolizaban las otras fuerzas.

Llámase, a veces, al Logos el primogénito de Dios, cuyo segundogénito es el mundo sensible (1 4 S). Las fuerzas se identifican con las ideas; el Logos es el mundo inteligible, el ejemplar de todos los seres y, particularmente, del hombre; es también el Logos de Filón, como el de los estoicos, el funda­mento, la ligazón, la ley física y la ley moral.

El Logos no es Dios (1 4 6) . ¿Es persona? Del concepto de potencia o facul­tad podemos deducir la respuesta: como el Logos no es sino una potencia, aunque sea suprema, su personalidad no es definida y concreta, sino vaga e imprecisa, una personificación. Como el alma humana por su debilidad, es incapaz de fijar el sol divino, son imprescindibles estos intermediarios que los concebimos como seres distintos y que nos sirven como de escalinata para

(141) BHÉHIER, Les idees philosophiques de Philon, pp. 48-49, 2* ed., pp. 59-61. (142) r>e virt.} 216, (1*3) Leg. alleg., II, 86; De sacrif. Abel, 92; quod Deus sit immut., 62, 55; De

poster. Caini, 168. (144) "Así, pues, Dios, por medio de las dos potencias que le asisten, presenta

al espíritu que le contempla, unas veces un objeto de intelección y otras, tres: uno solo, cuando el espíritu purificado que se ha remontado sobre la multiplicidad nu­mérica y aun sobre la diada que es próxima a la mónada, se lanza tras la idea pura, simple y perfecta en sí misma; tres, cuando, ayuno todavía del conocimiento de los grandes misterios, se entretiene aún en admirar los misterios pequeños, y sintiéndose incapaz de aprehender el ser por sí mismo, sin ayuda extraña, lo contempla en sus obras, como creador y gobernador" (De Abrah., 122); más adelante (131) vuelve Filón a insistir sobre esta "triple sensación que produce un ser único".

(145) Dícese a veces del mundo que es "el hijo único y amado de Dios" (De ebrietate, 30).

(1*6) Hay en Filón tres pasajes en que, bajo el influjo del texto que va comen-tando da al Logos el apelativo de Dios: De somniis, I, 228-230; Leg. alleg., III, 207-208; Qu. in Gen., en Euseb., prasp. ev., VII, 13. Pero procura atenuar la fuerza expresiva de sus afirmaciones, por juzgarlas excesivas. No faltan expresiones en que da ese mismo apelativo divino al mundo o a los astros.

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EL MUNDO JUDÍO 51

llegar, por la contemplación y el culto, de uno a otro, hasta Dios. Pero tal multiplicidad de seres no existe en realidad, son fantasmagorías; si el ojo es sano, y el alma vigorosa, puede fijar su mirada directamente en Dios, y contemplarle en su unidad única, tal como es (1 4 7) .

INFLUENCIA DE FILÓN Filón, dijimos, tuvo la rara fortuna de que se con­servaran casi todas sus obras. De esa misma fortuna

procede la difusión de su teología. Filón es uno de los rari nantes de aquel mundo judío; su condición de islote hízole más relevante; no todo es conse­cuencia de su talento especulativo.

Los estudios históricos de estos últimos veinte años han sombreado mucho el brillo de sus destellos. Pensábase que) Filón había tenido gran influencia so­bre los neoplatónicos, especialmente sobre Plotino ( 1 4 8 ) ; los trabajos de los últimos historiadores han disipado esta creencia (1 4 9) . En 1903, A. Loisy es­cribió: "Es indiscutible que Juan se valió de las ideas filonianas"; y en 1921: "Aun cuando son múlt iples las afinidades entre la doctrina de nuestro Evanj gelio y la de Filón, no son menos importantes las diferencias entre ambos, por lo que no es probable que el Evangelio joánico dependa literariamente de los escritos filonianos" (1 5°). No menos fuera de duda pareció antaño que la exégesis de Filón había ejercido gran influencia en la exégesis de San Jus­tino ( 1 5 1 ) ; pero un estudio más concienzudo de San Justino ha llevado a la conclusión de que los escritos del apologista son enteramente independientes de los filonianos (1 5 2) .

En realidad, quienes, por desdicha, han girado en torno de Filón fueron los exegetas alejandrinos, Clemente y sobre todo Orígenes, ejerciendo aquél grande y/ nefasta influencia; pero fuera de Alejandría no hay tales vestigios; y en el mismo Alejandría su influencia afectó únicamente a los exegetas; los textos bíblicos interpretados por Filón entraron en sus obras con el sentido simbólico fijado por Filón; en esta guisa filtróse la teología filoniana en las obras de Clemente y, a veces, de Orígenes. Los paganos dejaron de lado a Filón y otro tanto hicieron los judíos. Jerusalén fué el centro del judaismo, que después de la destrucción de la Ciudad Santa pasó a Lidda. Nunca pudo pretender Alejandría honor semejante (1 5 3) .

(147) El mencionado esbozo de la teología filoniana apóyase en el estudio más completo que puede leerse en mi Histoire du dogme de la Triniíé, t. I, pp. 178-251; en esta obra se encontrará un estudio más detallado de los textos y las doctrinas.

(148) p o r ejemplo M. GUYOT, L'infinité divine depuis Philon le juif jusqu'á Plo-iin y Les reminiscences de Philon le juif chez Plotin, París (1906).

(149) £/. WENDLAND, op. cit., p. 210 y sobre todo las obras de E. BRÉHIER acerca de Filón y de Plotino.

(150) £ e quatriéme evangile, í* ed., p. 154; 2* ed., p. 88. Sobre esta cuestión cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, n. J, La doctrine du Logos chez Philon et chez Saint Jean, pp. 636-644.

(151) p. HEINISCH, Der Einfluss Philos auf die alteste Exegese (Barnabas, Justin und Clemens von Alexandria), Münster (1908). I. GIORDANI, La prima polémica cris­tiana, Turín (1930), especialmente pp. 29-45, como también su Introducción a la versión de. las Apologías de San Justino, Firenze (1929).

(152) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 663-677. Cf. HARNACK, Judentum und Christentum in Justins Dialog, en Texte und. Untersuchungen, t. XXXIX, p. 90.

(153) Pueden leerse sobre la influencia de Filón las atinadas reflexiones de WEND-IAND, Die hellenistisch-rómiscke Kultur, pp. 210 y ss.: "La cuestión de la influencia de Filón me parece reclama revisión"; y pasa a demostrar que, de los escritores cris­tianos, sólo los alejandrinos las sintieron hondamente; pero que está por demostrar que influyera sobre el neoplatonismo. Y lo que en 1912 afirmaba Wendland, hoy es aún más evidente.

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52 LA IGLESIA PRIMITIVA

EL PROSELITISMO La Diásporaha desempeñado u n papel muy importante en la historia primitiva del Cristianismo; no tanto por

sus obras literarias como por su espíritu proselitista. En vida de Jesús ese pro-selitismo llevábase a cabo con gran ardor (154) y no sin mucho provecho (1 S 5) .

Los judíos, aventados por el mundo entero, tienen conciencia de que su dispersión es algo providencial: "Por eso os dispersó el Señor entre las gentes que le ignoran, para que contéis sus maravillas y les anunciéis que no hay fuera de El otro Dios omnipotente (Tob., 13, 4 ) . Este pensamiento del viejo Tobías bulle en la mente de todo israelita (1 5 6) . No contentos con sacar par­tido de su diseminación, "corren el mar y la tierra por hacer u n prosélito" (Mt. 23, 15). Todo judío está convencido de que es "guía de ciegos, luz de los que viven en tinieblas, maestros de los ignorantes, conductor de los niños, sin otro libro que la Ley, que les da la gnosis y la verdad" ( 1 5 7) . Después de la catástrofe del 70 y sobre todo de la del 134, el judaismo quedará desarrai­gado y marchito; entonces el prosélito, que, en tiempo de Cristo, constituía una gloria, será despreciado como lepra de Israel (1 5 8) .

Esta propaganda, diestramente dirigida, dará sus frutos. Josefo podrá escri­bir: "Muchos (gentiles) abrazaron nuestras leyes; algunos las guardaron con fidelidad; otros, desertaron de nuestras filas" (1B9).

Requeríase, en efecto, gran fuerza de espíritu para adherirse plenamente al judaismo y perseverar en él: era imprescindible adoptar los dogmas judíos, dejarse circuncidar, recibir el bautismo y ofrecer u n sacrificio (1 6°). De todas estas obligaciones, la más ingrata era la de la circuncisión. Muchos paganos se negaban a ella no solamente por el rito mismo, sino también y, principal­mente, porque con él sus suertes quedaban unidas a las de la nación judía, y, por consiguiente, debían renunciar a la ciudadanía a la cual hasta enton­ces pertenecieran. Tácito se hace eco de esa actitud reservada de los gentiles: "La primera norma que se da a los circuncisos es el desprecio de los dioses, la renuncia a la patria y el abandono de los padres, hijos y hermanos" (1 6 1) .

El judaismo era la fe y la esperanza de Israel; nadie podía adherirse a él sin hacerse u n verdadero israelita. Este carácter nacionalista fué una barrera para su expansión y su propaganda. La mayor parte de los que asentían a los dogmas judíos, limitábanse a abrazar las creencias judías, sus ritos a veces, mas no el de la circuncisión. En torno a las sinagogas formaban nutridas agrupaciones de simpatizantes, o "temerosos de Dios". Los judíos, sabedores de esas repugnancias de los paganos, conformábanse con una semiadhesión;

(154) Cf. SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 162-164; JUSTER, op. cit., t. I, p. 253 y n. 11. (155) Acerca de los prosélitos, cf. SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 150-187; JUSTER,

op. cit., t. I, pp. 253-290. (156) R. ELÉAZAR: "Dios dispersó a los judíos para fomentar el proselitismo" (b.

Pesachim, 87 b, citado por JUSTER, op. cit., t. I, p. 254, n. 0). (157) Rom., II, 19-20. En el siglo n a.J.C. la Sibila judía decía: "Ellos (los ju­

díos) serán para todo hombre los guías de la vida." (158) Sobre este cambio de actitud respecto de los prosélitos, cf. BILLERBECK, op.

cit., t. I, pp. 924-931. La sentencia sobre los prosélitos, lepra de Israel, suele atri­buirse a R. Chelbo (c. 300) y se lee en el Talmud varias veces: Quidduschin, 70 b; Jebamoth, 109 b; 47 b; Nidda, 13 b.

("9) C. Ap., II, 10. (160) Qf- DOBSCHUETZ, Proselyten, en P. R. E., t. XVI, pp. 161-181; M. FRIEDLANDER,

La propagande religieuse des juifs avant l'ére chrétienne, en R. E. /., t. XXX (1895), pp. 161-181; I. LÉVI, Le prosélytisme juif, ibid., t. L (1905), pp. 1-9; t. LI (1906), pp. 1-31; t. LIII (1907), pp. 51-61; JUSTER, op. cit, t. I, p. 255, n. 1.

(161) Histoires, V, 5. Esta repugnancia por la circuncisión es una de las causas de que entre las mujeres haya tenido más éxito el judaismo que entre los hombres.

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EL MUNDO JUDÍO 53

confiaban en que a estos primeros pasos seguirían otros decisivos (1 6 2) , pues por esas vías había entrado el mundo helenístico, casi inconscientemente, en los ritos y en las doctrinas judías. "El pueblo mismo, escribe Josefo, tomó con tanto calor nuestras prácticas piadosas, que no existe ciudad griega ni pueblo bárbaro en que no se observe nuestro descanso semanal, y en que no se practiquen nuestros ayunos, la iluminación de las lámparas y muchas de nuestras leyes relativas a los m a n j a r e s . . . " (1 6 3) .

Esta enorme difusión del judaismo, de su credo y de sus ritos, provocó una viva reacción (1 6 4) , que estalló de forma violenta cuando los judíos se decla­raron en rebeldía. La propaganda cristiana, con sus éxitos rápidos y se­guros, ahogó el proselitismo judío; los gentiles pudieron abrazar la religión verdadera, el culto de Dios único, sin renunciar a su patria para naturalizarse en otra; "no hay judío ni griego; todos son uno en Jesucristo". Pero, a fuer de sinceros, hemos de confesar que la predicación judía desbrozó el camino a la propaganda cristiana; la historia de las misiones de San Pablo nos mostrará que su primer apostolado se enderezó a los judíos, primicias del Evangelio, luego a sus prosélitos o temerosos de Dios y, por fin, a las masas de la gentilidad ( 1 6 5 ) .

Dios había ofrecido a Israel, pueblo misionero, por medio de sus profetas, y, en particular, por boca de Isaías, la conquista del mundo para Yahveh; cegado por el orgullo de su grandeza nacional, olvidó Israel su incumbencia religiosa y la perdió ( 1 6 6 ) ; el proselitismo de los judíos dispersos, en vísperas del Cristianismo, se nos antoja u n esbozo de ese plan de apostolado; la Iglesia recogerá ese cometido abandonado por Israel.

(i«2) Conocido es el texto clásico de JUVENAL, Sátira XIV, 96-106: "el padre obser­va el sábado; el hijo se hace circuncidar, desprecia las leyes romanas y no sueña más que en la ley judía".

(163) C. Apion, II, 39, 282. Séneca, citado por SAN AGUSTÍN, De Civitate Dei, VI, 10-11, escribe sobre los judíos: "Usque eo sceleratissima? gentis consuetudo valuit, ut per omnes jam térras recepta s i t . . . lili tamen causas ritus sui noverunt; major pars populi facit quod cur faciat ignorat."

(164) c/. WENDLAND, op. cit., p. 195, y n. 4: Hubo en esta época, toda una litera­tura antijudía (SCHUERER, op. cit., t. III, pp. 528-545) y las revueltas antisemitas de Alejandría son prueba de que el pueblo, espontáneamente, se pronunciaba contra los judíos.

(165) WENDLAND, op. cit., p. 211, ha hecho notar la evidente exageración de E. HAVET (Le christianisme et ses origines, t. IV, pp. 102, París [1884]) al afirmar que San Pablo no logró convertir ningún pagano que fuera desconocedor del judaismo y extraño a sus doctrinas. Cf. HARNACK, Mission und Ausbreitung, p. 59 y n. 3.

(166) Esta defección de Israel es uno de los temas decisivos de la predicación de Jesús.

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CAPITULO I

JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA C)

JESUCRISTO EN Cuando San Pablo, prisionero en Cesárea, explica en el LA HISTORIA año 60 el mensaje de Jesús y su propio apostolado, pudo

decir al rey Agripa: "Bien sabe de esto el rey, ante quien me es dado hablar con franca osadía; pues no puedo creer que ignore tales cosas, como si se hubieran realizado en algún oculto rincón" (Act. 26, 26) . No menos persuadido que San Pablo está el historiador, de la realidad de tales afirmaciones; pues la vida y muerte de Jesús, el origen de la Iglesia en Jerusalén, los viajes apostólicos de San Pablo, son hechos que se desarro­llaron a la faz del mundo entero.

Jesús, "nacido en los días del rey Herodes", "condenado a muerte —como nos lo recuerda Tácito ( 2 )— por el procurador Poncio Pilato", bautizado por Juan, condenado por Anas y Caifas, vive y predica en Judea en una época perfectamente historiada; es coetáneo de aquellos procuradores, tetrar-cas y sumos sacerdotes, cuya vida nos relataron Flavio Josefo, Filón y los his­toriadores paganos. Jesús, antes de su muerte, fundó la Iglesia, que, pletórica de vigor y lozanía, se expande por Judea, Siria y el mundo grecorromano; el año 51, Galión, procónsul de Acaya y hermano de Séneca, la ve surgir en Corinto; la persecución neroniana del 64 alcanzó, según Tácito, a una "muchedumbre considerable" ( 3 ) . Aun no Habían pasado 35 años desde la muerte de Jesús. Y esto no es u n mito, n i una leyenda, sino una auténtica realidad "injerta en el árbol de la historia humana" ( 4 ) .

LOS EVANGELIOS El mejor testimonio de tales aconteceres nos lo brin­dan aquellos escritos que recogieron el latido de la pri­

mitiva Iglesia y el sentir de sus jefes: los Evangelios, las Epístolas, los He-

C1) BIBLIOGRAFÍA. — Es inconmensurable el número de obras publicadas sobre el par­ticular. Citaremos, entre las más útiles, las de DE GRANDMAISON (L.), Jésus-Christ. Sa personne, son message, ses preuves, París, 1928, 2 vols. — LAGRANGE (M. J.), L'Evangile de Jésus-Christ, París, 1928. — LEBRETON (J.), La vie et l'enseignement de Jésus-Christ Notre-Seigneur. París, 1931, 2 vols. — PRAT (F.), Jésus-Christ. Sa vie, sa doctrine, son ceuvre, París, 1933, 2 vols. (versión castellana, México [1948])—. SICKENBERGER (J.), Leben Jesu nach den vier Evangelien. Kurzgefasste Erklárung, Münster, 1932. — GOODIER (Mons. A.), The public Life of our Lord Jesús Christ, Lon­dres, 1931, 2 vols. — Todas ellas son de inspiración católica. — Entre las no católicas citaremos: HEADLAM (A. C) , The Life and Teaching of Jesús the Christ, 2* ed., Lon­dres, 1927 (anglicano). — GOGUEL (M.), La vie de Jésus, París, 1932 (protestante liberal). — KLATJSNER (J.), Jésus de Nazareth, París, 1933. Traducido del original hebreo publicado en 1922 en Jerusalén (israelita). — LOISY (A.), La naissance du christianisme, París 1933, (crítico radical). — GUIGNEBEKT (Ch.), Jésus, París, 1933 (idem).

Podrá verse una historia de la cuestión en el siglo xix y principios del xx en la obra de A. SCHWEITZER, Geschichte der Leben Jesu Forschung. Tubinga, 1931.

(2) Annales, III, 15, 44. (3) Loe. cit. (4) L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. I, p. 4.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 55

chos, testimonios que guardan el umbral mismo de la historia de la Iglesia. Los Evangelios no son obras literarias, nacidas de la iniciativa privada; no son libros forjados por los autores cuyo nombre llevan, Mateo, Marcos, Lucas o Juan; son catequesis largamente predicadas y, finalmente, consignadas por escrito (6).

Es indudable que cada uno de • esos libros lleva la impronta individual del redactor o inspirador de ellos: se percibe en Mateo al apóstol de los judíos convertidos al Cristianismo, afanoso por demostrar la realización de las profecías del A. T., cuya culminación es el Evangelio, y solícito por pre­venir a los discípulos contra el fermento de los fariseos. Marcos es el intér­prete de Pedro; su Evangelio tiene la frescura y el encanto del recuerdo de Galilea. Lucas, compañero de San Pablo, no conoció personalmente al Señor; pero ha sabido aprovechar con exquisita diligencia su estancia en Cesárea para interrogar a los discípulos de Jesús y recoger los recuerdos de María sobre la infancia de Cristo (6). Pero ninguno de los evangelistas dejó como San Juan tan profundamente impreso su sello personal; esbozaremos luego sus rasgos característicos (7).

Estos caracteres individuales dan al testimonio de los evangelistas un acento de humanidad que les aproxima a nosotros y les hace más persuasi­vos; pero el testimonio de sus escritos es, ante todo, el testimonio de la Igle­sia. Desde un principio se nos presenta su alegato como un alegato colectivo: no son sujetos aislados, sino todo el grupo apostólico quien narra la vida y las enseñanzas de su Maestro, con el que convivieron durante su vida pública y, aun después de muerto, hasta el día de la Ascensión. En una de sus últimas apariciones díjoles Jesús: "Seréis mis testigos"; su primer deber se cifra, pues, en dar testimonio con fidelidad y libertad; y cuando los magistrados judíos traten de imponerles silencio, responderán por boca de Pedro, su jefe y su vocero: "No podemos silenciar lo que vimos y oímos" (Act. 4¿ 20; cf. 5, 29).

EL TESTIMONIO De esa predicación cotidiana de la Iglesia nacieron los DE LA IGLESIA Evangelios; de ella les viene su carácter y su sello de

garantía. No se trata en ellos de satisfacer la curiosidad de los lectores, sino de fundamentar la fe de los creyentes. San Juan escribe en su Evangelio: "Obró además Jesús en presencia de sus discípulos otros milagros, que no han sido escritos en este libro. Y éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyéndolo tengáis vida en su Nombre" (Ion. 20, 30-31).

No otro es el plan de los demás evangelistas: la buena nueva que ellos anuncian es la salvación; todo tiende a poner de relieve la persona del Salvador, su doctrina y su obra redentora.

No ha sido, por consiguiente, intención de la Iglesia darnos una historia completa de la vida de Jesucristo; por eso, al tratar de comprender y de interpretar su testimonio, debemos respetar ese carácter, estimándolo más

(B) En mi libro La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, p. 4 y ss., se ex­ponen más ampliamente estas ideas.

(6) ¿Cómo -llegaron al evangelista estos recuerdos? ¿Oralmente o por escrito? Es cuestión no dilucidada, pero que, en nuestro caso, carece de trascendencia. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus, t. I, p. 32, y n. 3.

(7) Infra, cap. V, § 2. Sobre el carácter y el origen de nuestros cuatro Evangelios, cf. GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. I, pp. 35-188; HUBY, L'Evangile et les Evangiles (1929). El Evangelio de San Lucas es anterior al Libro de los Hechos, que deben fe­charse hacia el año 63, fin de la cautividad de San Pablo. Los otros dos sinópticos son anteriores a Lucas; el evangelio de San Juan data de los últimos años del siglo i-

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56 LA IGLESIA PRIMITIVA

como un documento de la historia religiosa, que como una biografía de Jesús; y, en tal guisa, nada nos sorprenderán las varias lagunas, n i habremos de desazonarnos porque no podamos localizar muchos sucesos n i fecharlos u ordenarlos cronológicamente ( 8 ) . Como contrapartida, ese carácter reli­gioso del relato nos brinda una mayor garantía de fidelidad. Al ver los pri­meros milagros de Jesús, despertóse la fe de sus discípulos (Ion. 2, 11); y los primeros cristianos abrazarán esa fe, al oír o leer su relato. La incumbencia del apóstol será, pues, la de u n testigo fiel, que da fe de lo que ha visto, ha oído, ha palpado, y, mediante esa profesión, pone a sus catecúmenos en contacto con Cristo.

Si los hechos que cuenta no fueran verídicos, su testimonio sería menti­roso y nula la fe de sus cristianos ( 9 ) .

EL PRECURSOR En esa Judea invadida de extranjeros, oprimida por tan­tos tiranos, dividida y soliviantada por los mismos judíos,

tan poco apercibidos para el reino de Dios, oyóse, de improviso, una voz robusta: "Haced penitencia, que el reino de Dios está próximo" (Mt. 3, 2 ) .

Largo tiempo atrás repetíase la palabra del salmista: "No aparecen más profetas" (Ps. 74, 9 ) ; Dios guardaba silencio y el Mesías nunca llegaba; mas he aquí un profeta: Juan. ¿Quién es? No se sabe; mas su voz es tan imperiosa, tan irresistible, que se preguntan las gentes si acaso no será el Mesías, pero Juan protesta que "no es digno de desatar el cordón de sus sandalias"; él es simplemente1 la voz del Precursor que clama en el desierto: "Preparad los caminos del Señor."

Todo Israel se conmueve al conjuro de su palabra: y vióse acudir en cara­vana hacia el Jordán, donde Juan predicaba "toda la Judea y todos los habi­tantes de Jerusalén" (Me. 1, 5) . El nuevo Elias, erguido ante ellos, impre­sionábales principalmente por su austeridad; procedía del desierto; de él había traído su atuendo sencillo y su comida: una túnica de piel de camello,

(8) En otra obra expusimos los principales problemas cronológicos de la vida de Cristo (La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 15-28); no volveremos a discutirlos; pero, copiaremos las conclusiones. Según indicamos ya (p. 25, n. 4) Dionisio el Exiguo fijó la fecha de la era cristiana con un error de años; Jesús na­ció no más tarde del año 5 antes de nuestra era; lo más probable es que naciera el 7 o el 8. La predicación del Bautista debió de comenzar en el otoño del 27; Jesús habria sido bautizado unos meses después; acude a Jerusalén en la Pascua del 28 y arroja del templo a los vendedores. Después de pasar algunas semanas en Judea, atraviesa Je­sús la Samaría e inicia su predicación en Galilea, donde recluta sus primeros discí­pulos; a comienzos del 29 les envía a misionar. Al aproximarse la Pascua del 29, primera multiplicación de los panes; poco después, sube Jesús a Jerusalén para la fiesta de la Pascua o de Pentecostés, y cura al paralítico de Bezatha. Vuelve a Ga­lilea, atraviesa Fenicia y la Decápolis, y se dirige a Cesárea de Filipo; a los ocho días de la escena del primado, acaece la Transfiguración; poco después, Jesús se reti­ra definitivamente de la Galilea; en octubre acude a Jerusalén, para la fiesta de los Tabernáculos; en diciembre de nuevo retorna para la solemnidad de la Dedicación. En marzo del año 30 resucita a Lázaro, se retira a Efrén, luego a Jericó, para de nuevo regresar a Jerusalén, en donde es crucificado el 14 de nisán, el gran día de la Pascua; según los datos cronológicos precedentes, ese 14 de nisan debió coincidir con el 7 de abril del año 30. — Puede verse una exposición detallada y completa en el libro de U. HOLZMEISTER, Chronologia vitce Christi, Roma, 1933.

(®) Digno es de tener presente con qué insistencia afirma San Pablo su responsa­bilidad de testigo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es, por tanto, nuestra predica­ción, vana también vuestra fe; y somos hallados, además, falsos testigos de Dios, pues testificamos contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó" (I Cor. 15, 14-15).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 57

sujeta con cinturón de cuero, cubría sus carnes; langostas y miel silvestre eran su alimento. Severo consigo mismo, a nadie imponía su misma aus­teridad; pero era implacable contra el orgullo racial y con las pretensiones ilusas que ese orgullo provocaba en los judíos: "No digáis: «Abrahán es nuestro padre.» Porque os digo que poderoso es Dios para hacer surgir de estas piedras hijos de Abrahán. Y ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles. Todo árbol que no lleva fruto bueno, será cortado y echado al fuego." "¿Y qué debemos hacer?", le preguntaron. "Quien tenga dos túni­cas, que dé una al que no la tenga." Soldados y publícanos acudían a Juan; a ninguno de ellos les impuso el Precursor que abandonaran su profesión, sino que obraran con justicia.

Los que, compungidos por su profética palabra, confesaban sus pecados, recibían el bautismo de penitencia, como preparación al reino de Dios. Los más entusiastas hacíanse discípulos suyos, compartían su vida y se amaes­traban en la oración y el ayuno.

La obra religiosa de Juan duró menos de u n año ( 1 0 ) ; pero dejó una huella profunda y duradera: dos años más tarde, en los últimos días de la vida de Jesús, no osan los fariseos negar el origen divino del bautismo de Juan: "Si decimos que procedía de los hombres, el pueblo entero nos apedreará" (Le. 20, 6) . La historia de Apolo y de los discípulos de Juan en Efeso (Act. 18, 24; 19, 7) es prueba fehaciente de que su influjo perduró largo tiempo, aun después de su muerte, entre gentes que seguían desconociendo el cristia­nismo ( u ) .

Este vigoroso impulso, que continúa progresando aun al margen del cris­tianismo, fué orientado por Juan hacia Jesús; él es el Precursor y a su papel se atiene (1 2) . En la predicación del Bautista se trasparenta este generoso desinterés; y Juan dará la prueba definitiva cuando, al pedirle Jesús el Bau­tismo, él le confiese por Mesías y le entregue sus mejores discípulos.

EL BAUTISMO DE JESÚS Entre aquella mult i tud que se agolpaba en tor­no, divisó Juan, cierto día, un hombre para él

desconocido, pero de santidad nada común. Era Jesús de Nazaret: "Yo debo ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?" , exclamó el Precursor. Replicóle Jesús: "Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar toda justicia." Juan cedió; y Jesús descendió al Jordán y fué bautizado. Mas he aquí que al subir, abriéronse los cielos y el Espíritu descendió sobre El en forma de paloma; y una voz vino de los cielos: "Tú eres mi Hijo amado, en T i me agradé" (Me. 1, 10-11).

Esta teofanía fué la primera revelación pública de Jesús. Nació en Beth-leem, de María Virgen, adoráronle unos pastores, reconociéronle en el templo Simeón y Ana, postráronse ante El los magos, y, tras una breve permanen­cia en Egipto, lleváronle José y María a Nazaret. En Nazaret fué creciendo y desarrollándose, sin que sus paisanos ni sus propios parientes, salvo José

(10) La predicación de Juan comenzó el año 15 de Tiberio, poco antes del bautismo de Jesús (Le. 3, 1); tres o cuatro meses después de ese bautismo, Juan era aherrojado en una prisión (Mt. 4, 12).

i11) La insistencia con que los Apóstoles hablan de la misión precursora de Juan (Act. 13, 25; Ion. 1, 8, 20, 26-27) indica que aun se corría por aquellas ca­lendas el riesgo de reconocer a Juan y desconocer a Jesús; ya en vida del Bautista podían barruntarse tales peligros por el celo indiscreto de ciertos de sus discípulos (Ion. 3, 26).

(12) Tal era el cometido que el ángel señaló a Juan en su mensaje a Zacarías (Le. 1, 17) y que. el propio Zacarías significó en su cántico (Le. 1, 76).

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58 LA IGLESIA PRIMITIVA

y María, llegaran a percatarse del misterio. Para su coterráneos, Jesús es un obrero, hijo de obrero. Pero al frisar en los treinta años de edad, Jesús va a inaugurar su vida pública; el Eterno Padre rinde testimonio del Hijo muy amado y el Espíritu Santo desciende sobre El en forma visible.

Esta revelación celebróse, como las manifestaciones más decisivas de la vida del Señor (13), ante unos pocos testigos (14); el Precursor quedará por ella iluminado: "Yo no le conocía (a Jesús) —dirá luego—, pero El que me había enviado a bautizar en agua, El me dijo: Aquel sobre quien vieres des­cender el Espíritu y posarse sobre El, éste es el que bautiza en el Espíritu Santo" (Ion. 1, 33-34).

Mas aquella voz era ante todo para Jesús: el Hijo muy amado sintió infi­nita alegría por aquella complacencia del Padre y se estremeció de júbilo cuando el Espíritu batió alas sobre El y le impulsó a realizar su misión.

LA TENTACIÓN El Espíritu llevó a Jesús al desierto. Entre las abruptas y peladas vertientes que desde la altiplanicie de Judea

descienden al Jordán, vivió el Cristo cuarenta días y cuarenta noches solo "entre las fieras", en oración y con ayunos. A los cuarenta días de terrible abstinencia, Jesús sintió el aguijón del hambre; llégase a El Satanás y le dice "que haga de las piedras pan, si es el Hijo de Dios". Respóndele Jesús "que no con sólo pan vive el hombre, sino con la palabra que sale de la boca de Dios". Llevóle entonces el tentador a la Ciudad Santa y le subió sobre el chapitel del templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios échate de aquí abajo; porque escrito está, que a sus ángeles ordenará acerca de ti y en las manos te tomarán, no sea que tropieces con tu pie en alguna piedra." Respóndele Jesús: "También está escrito: «No tentarás al Señor, Dios tuyo.»" De nuevo le toma el diablo y le lleva a un monte sobremanera elevado y le muestra todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dice: "Todo esto te daré, con tal que, en reconocimiento de vasallaje, cayendo a mis pies, me adores." Entonces replica Jesús: "Ve de aquí, Satanás, porque es­crito está: «al Señor, Dios tuyo, adorarás y a El solo servirás». Entonces le dejó el diablo y he aquí que los ángeles acercáronse y le sirvieron" (Mt. 4, 2-11).

Jesús fué el único testigo de esta tentación; si la contó a sus discípulos, fué porque de ello se desprendía alguna enseñanza; y por este mismo motivo la recogieron diligentes los evangelistas en sus escritos. Esta escena viene a ser como los prolegómenos de toda la historia evangélica e inclusive de la his­toria de la Iglesia: el combate y trabada lid de Cristo y sus seguidores "no es con la carne y la sangre, sino con los principados, con las potestades, con los poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, con las huestes espirituales que andan por las regiones aéreas" (Eph. 6, 12). Desde este pri­mer desafío podemos barruntar qué géneros de armas blandirá el tentador: al reino espiritual de Dios, inaugurado por Jesucristo, opondrá Satán un reino de sensualidad, de orgullo, de dominio universal, enaltecido con pro­digios deslumbrantes.

No podían seducir a Jesús tales fantasmagorías; pero sus oyentes, sus mis­mos discípulos, ¿no sentirían el vértigo de la ambición? La historia del mi-

(!3) La Transfiguración no tuvo más que tres testigos, que guardaron secreto has­ta después de la Resurrección de Jesús (Me. 9, 9); testigos de su Resurrección no fué el pueblo en masa, sino "solamente aquellos que Dios había elegido de antema­no" (Act. 10, 41).

(14) Cf. La vie et l'enseignement ¿le Jésus-Christ, t. I, p. 76.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 59

nisterio de Cristo, con sus éxitos brillantes, pero efímeros hasta el día de su muerte, con sus fracasos, con la crisis moral de sus discípulos durante su Pasión, demuestran, con dolorosa evidencia, el peligro de tales tentaciones. El triunfo de Jesús no será definitivo hasta el Calvario.

LOS PRIMEROS DISCÍPULOS Juan el Bautista, amenazado quizá por las au­toridades religiosas de Jerusalén, vióse pre­

cisado a atravesar el Jordán y continuar su predicación en la margen orien­tal, en Perea; administraba el bautismo en Betania. Allí se presentó Jesús. Al verle Juan el Bautista exclamó: "He ahí el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo." A la mañana siguiente, nuevo encuentro y nuevo testimonio del Bautista; con él estaban dos de sus discípulos, Juan (16) y Andrés; oído el testimonio de su maestro, le abandonaron y fuéronse tras de Jesús; a la mañana siguiente presentó Andrés ante Jesús a su hermano Simón, a quien Jesús dará el nombre de Pedro; al otro día, conquistaron a Felipe, el cual, a su vez, trajo consigo a Natanael ( 1 6) . El evangelista San Juan nos relata estos primeros llamamientos con el frescor y el encanto de u n recuerdo. Después de leídos estos pasajes, se comprende mejor el segundo llamamiento, a orillas del lago: aquéllos que reciben la intimación perentoria de seguirle, eran ya suyos; cuando llegue la hora, los desgajará de sus familias y de sus aparejos de pesca:,serán sus hombres. De este primer llamamiento dedúcese también la obra trascendente del Bautista: de los doce Apóstoles, seis ( 1 7) , y los más descollantes, fueron discípulos suyos; a ellos invitó el propio Juan a cambiar de Maestro: y el gozo de Juan irá acrecen­tándose a medida que por la grandeza de Jesús se vaya eclipsando la suya (Ion. 3, 30).

EL MINISTERIO DE CRISTO A orillas del Jordán, conquistó Jesús los pri-SU OBJETO meros discípulos. De ese momento data el

alborear de su ministerio público. Un pro­blema se plantea al historiador: ¿se había forjado Jesús u n plan netamente definido? ¿Se atuvo a él, en su ministerio público? Un hecho es innegable: que Jesús dedicó su predicación, a los hijos de Israel, hasta el día de su muerte ( 1 8 ) : apremiado por la Cananea, replica: "Yo no he sido enviado más que a las ovejas que perecieron de Israel" (Mt. 15, 24).

Al confiar una misión apostólica a los doce, les hace esta encomienda: "No vayáis camino de los gentiles; n i entréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas descarriadas de la casa de Israel" (Mt. 10, 5-6).

En la descripción del estado políticosocial de Palestina hablamos de esas ciudades de paganos y de samaritanos, que empedraban la tierra de Israel; si se les prohibe entrar en ellas, es que se quiere evitar todo contacto.

Aun se pone más de relieve esta actitud de reserva por las mismas excep­ciones que a ella se hacen: el centurión de Cafarnaún no osa presentarse

(13) Juan no se nombra a sí propio, pero da suficientes detalles como para poder identificarle.

(16) Natanael era de Cana de Galilea; solamente en San Juan (1, 47; 21, 2) se le da este nombre. Parece indudable su identificación con el Apóstol Bartolomé.

(17) Santiago, hijo del Zebedeo, no figura en el Evangelio de Juan, muy reser­vado siempre que se trata de su persona o de algún familiar suyo; es de creer que ambos hermanos siguieron a Jesús desde un principio.

(18) Cf. J. LEBRETON, Les origines de la mission chrétienne, en Histoire genérale comparée des Missions, del barón DESCAMPS. Bruselas (1932), pp. 15-103, y sobre todo pp. 52 y ss.

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personalmente y recurre a los propios judíos, que le recomiendan como bienhechor: "Merece que le concedas lo que pide; porque ama a nuestra nación y nos ha construido una sinagoga" (Le. 7, 5) . La Cananea, recha­zada por los Apóstoles y mortificada en lo vivo por las palabras, al parecer desdeñosas, de Jesús, sólo a fuerza de importunar obtiene el milagro que solicita (Mt. 15, 21-28).

Los griegos que acudieron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua no com­parecen osadamente ante Jesús, sino que, t ímidamente, expresan su deseo de conversar con El a Felipe "que era de Betsaida de Galilea"; Felipe consultó con Andrés y ambos presentaron a su Maestro la demanda (Ion. 12, 20-22).

Pero este privilegio de exclusividad en favor de Israel no es definitivo: Jesús, tomando pie de la demanda de los griegos, replicó: "Ha venido la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad, os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; mas si muere, lleva mucho f r u t o . . . Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, a todos arrastraré hacia m í " ( 1 9 ) . La fecundidad del ministerio de Cristo será uni­versal, pero condicionada a su muer te ; es necesario que el grano de trigo caiga en tierra, es preciso que el Cristo sea levantado sobre una cruz. Y, en efecto, todas las barreras caen a la muerte de Cristo; el ministerio apostólico no conocerá fronteras: "Todo poder sé me ha dado en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las n a c i o n e s . . . " (Mt. 28, 18-20)(2 0).

La historia de los Apóstoles será la historia de esta expansión conquista­dora; entonces recordaremos que por voluntad de Cristo acometieron esa em­presa y que por su muerte tienen asegurado el triunfo. Mas, durante los dos años y medio que duró el ministerio de Jesús, los judíos fueron, salvo raras excepciones, los beneficiarios exclusivos de su doctrina y de sus mi­lagros.

¿Será ésta la única característica prefijada de la misión de Jesús? De la simple lectura del relato evangélico, no parece deducirse la existen­

cia de u n plan misional predeterminado; más bien se nos antoja que brota­ban las enseñanzas y los milagros al calor de las circunstancias, de modo providencial dispuestas por Dios, mas no según coyunturas previamente fija­das por Jesús, como jalones de su ministerio mesiánico; la evangelización de Galilea por Cristo y sus Apóstoles podría parecer semejante a la evangeliza­ción espontánea y anárquica de San Francisco y sus frailes menores a través de Italia y del mundo.

Pero si analizamos más reposadamente los Evangelios, pronto nos percata­remos de que ese aparente desorden es fruto de las primeras catequesis, que tendían más al significado y alcance religioso de los episodios, que a su en­cadenamiento cronológico y progresivo. Y aun hay otra causa de confusión: en los relatos antiguos puede percibirse un esbozo del plan que Jesús se propuso, plan que sus enemigos turbaron e interrumpieron, aun en vida del mismo Cristo. El Evangelio de San Juan nos da la pauta para reconstruir, al menos a grandes rasgos, el proyecto que en u n principio abrigaba Nuestro

(19) Ion. 12, 23-32. Idénticas perspectivas nos revelan los otros episodios antes men­cionados: a la Cananea se le dice: "Deja que primero se harten los hijos"; después tocará el turno a los paganos; y respecto del centurión de Cafarnaún: "En verdad os digo que en Israel no hallé una fe tan grande como la suya. Y os aseguro que muchos vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa con Ahrahán, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos, en tanto que los hijos del Reina serán echa­dos a las tinieblas exteriores" (Mt. 8, 10-12).

(2«) Sobre la expansión universal del cristianismo, según las consignas dadas por Jesucristo, cf. M. MEINERTZ, Jesús und die Heidenmission, 2* ed., Münster, 1925.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 61

Señor: la conquista de Israel, mediante la conquista de Jerusalén, la Ciudad Santa, cuya repulsa y cuya adhesión eran definitivas en el plan divino. Ese designio, manifestado y reiterado frecuentemente, pese a la obstinación de los elementos dirigentes, fracasa por fin, merced a la hostilidad irreductible de los judíos y singularmente de sus jefes. Entonces aflora un nuevo plan: la conquista de Israel ha sido imposible; Israel no será ya el pueblo misio­nero; mas de él surgirá aquel grupo de selectos, que constituya la jerarquía de la Iglesia de Cristo y que se ha de lanzar a la conquista del mundo.

JESÚS EN JERUSALÉN Desde el Jordán regresa Jesús a Galilea; por bre-Y EN JUDEA ves días mora en Cana y en Cafarnaún. Al sobre­

venir la Pascua, sube Nuestro Señor a Jerusalén y prueba, como quien dice, las primeras suertes. Después de su Resurrec­ción, ordenará a sus Apóstoles que en Jerusalén esperen la venida del Espíritu Santo (Act. 1, 4) y, en efecto, estos galileos, que n ingún interés personal podían tener en la Ciudad Santa, permanecieron en ella para cumplir la voluntad de su Maestro, conscientes de su misión: Jerusalén era el centro religioso de Israel y todo dependía de ella. Jesús se conduce desde el pr imer momento de acuerdo con el destino privilegiado de la capital judía, y los golpes que sobre ella se descarguen repercutirán en toda la nación: en plena fiesta de Pascua y a la vista de todos los peregrinos, arroja del templo a los mercaderes ( 2 1) . Sus milagros más llamativos se acomodaron muchas veces a circunstancias externas, como las súplicas de los enfermos o las necesidades de las turbas. La expulsión de los vendedores del templo es un acto espon­táneo de autoridad y de religión: como Mesías e Hijo de Dios, Jesús mira celoso por la santidad del templo. "El celo de vuestra casa me devora"; este oráculo sagrado (Ps. 69, 10) acude a la mente de los discípulos y es la ex­presión real de los sentimientos que embargaban el ánimo de Jesús: aguantó largamente ese escándalo mientras vivía somo simple israelita; mas, ahora, ha visto el momento de obrar con plena autoridad, a fuer de Mesías.

Multiplicó sus milagros en los días de la Pascua; muchos judíos, impre­sionados, creyeron en El, pero su fe era frágil; Jesús no se engañaba, "sabía lo que hay en el hombre" (Ion. 2, 25). El pueblo de Jerusalén reveló desde un principio las mismas reacciones psíquicas que el día de la muerte de Jesús: sensibilidad, adhesión espontánea a Nuestro Señor ante sus milagros o sus discursos, e inmediata apostasía por el desconcierto que le causaba la oposición de sus jefes.

Esos caudillos son principalmente del orden de los fariseos, de los que "se sientan en la cátedra de Moisés"; ellos imponen su autoridad al pueblo y se guardan las espaldas; estos "compañeros", según gustan llamarse, van unci­dos a un mismo yugo; Cristo se lo echará en cara: "¿Cómo podéis vosotros creer, recibiendo como recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?" (Ion. 5, 44).

Durante la primera estancia de Jesús en Jerusalén, vino a entrevistarse con El precisamente uno de esos maestros, Nicodemo; mas vino en oculto y de noche. Jesús habló largamente con este fariseo; desde el principio dió-sele a entender que para entrar en el reino de Dios era preciso renacer; tan sólo aquellos que nacieren en espíritu son capaces de captar las ver-

(2i) Los sinópticos relatan esta purificación del templo entre los episodios de la última semana de la vida de Jesús; en cambio, San Juan, con mayor precisión cro­nológica, la sitúa al comienzo de su ministerio público; no parece que se trate de dos casos diferentes. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, p. 86 y n. 1.

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dades del espíritu. Nicodemo será u n fiel discípulo de Cristo (Ion. 7, 50; 19, 39) ; se nos muestra tímido en su primera visita, y con igual timidez debió de intervenir en el sanedrín en favor de Jesús; pero, al morir Jesús, cobrará ánimos y seguirá a su Maestro hasta la tumba.

Este es uno de los raros especímenes de conquista individual que nos regala el Evangelio; hubo, singularmente en Jerusalén, discípulos de Jesús, que los mismos Apóstoles ignoraban; de éstos debió de ser el dueño de la casa en que Jesús celebró su última cena (Me. 14, 13). Explícase perfecta­mente la timidez de estos discípulos y la discreción del Señor respecto de ellos, porque, en los últimos meses de su vida, fulminábase la excomunión de la sinagoga contra todo partidario de Jesucristo.

Estamos aun en las primeras semanas del ministerio de Jesús; en esta fecha todavía no ha estallado la persecución, pero se la presiente. El Señor tiene que salir de Jerusalén, mas puede continuar en Judea (Ion. 3, 22) ; dedí­case allí a la predicación, bautizan sus discípulos y se atrae en poco tiempo tantos adeptos, que los seguidores de Juan el Bautista se alarman: "¡Rabbi, dí-cenle sus discípulos, aquél cuyo encomio hiciste en público, he aquí que bautiza y todo el mundo va tras de El!" Mas el Precursor no puede sentir celos: "Vosotros mismos me sois testigos que dije: «No soy yo el Mesías», sino que «He sido enviado delante de El.» Quien tiene la esposa, éste es el esposo; mas el amigo del esposo, el que asiste y oye su voz, se goza en gran manera por la voz del esposo. Así, pues, este gozo mío me ha sido cum­plido. Conviene que El crezca, y que yo disminuya" (Ion. 3, 28-30).

Este testimonio, vibrante de humildad y de amor, es el postrer homenaje que el Bautista r inde a Jesús, el último destello de aquella "lámpara que ardía y rebrillaba" y que en el cautiverio iría menguando, hasta extinguirse con la muerte. Herodes Antipas, reprendido por su unión adúltera con Hero-días, le encerrará en el calabozo sombrío de la fortaleza de Maqueronte. Jesús mismo no se cree seguro; sabe que los judíos están solevantados por sus éxitos misionales: hace, comentan ellos, más discípulos que Juan. Nues­tro Señor abandona entonces Judea y, por Samaría, se dirige a Galilea.

Ha fracasado la primera tentativa, ensayada en el corazón mismo del judaismo; las palabras de Jesús, sus milagros, han apasionado a muchos judíos; pero en ellos no arraigó hondamente la fe, que vacilará a la menor presión de los fariseos. No por eso abandonó Jesús a su suerte la Judea y su capital; de nuevo intentará su conversión, empero no ya con aquellos pocos discípulos, sino con todo el cortejo de amigos procedentes de Galilea y que le acompañarán en las grandes fiestas de los Tabernáculos, de la Dedicación y de la Pascua.

Jesús redoblará sus esfuerzos por convertir a la Ciudad Santa, en los seis últimos meses de su vida; mas su empeño de reunir a los hijos de Jerusalén, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, resultará baldío.

JESÚS EN GALILEA La región de Galilea fué, durante más de u n año (22) el centro del ministerio de Jesús; cierto que su in­

flujo sobre el judaismo no podía ejercerse tan directamente; pero, en cambio, no chocaría con una oposición tan cerrada. Numerosos eran, sin duda, los fariseos en Galilea, como en toda la Palestina; mas su organización no era

(22) Según la cronología que defendimos páginas antes (p. 56, n. 8), Jesús reci­bió el bautismo de Juan a primeros del año 28; a los cuarenta días de vivir en el desierto, volvió al Jordán, de donde partió para Jerusalén, pasando por Cana y Ca-farnaún; permaneció en Judea por algunas semanas. En mayo atravesó la Samaría, camino de Galilea; aquí se demoró por espacio de un año.

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tan perfecta como en Jerusalén, cuyo sanedrín controlaba con una minucio­sidad casi tiránica toda la predicación de las sinagogas y todas las manifes­taciones de la vida religiosa; los saduceos, que fueron parte principal en el proceso jurídico contra Jesús, gozaban de gran predicamento en Jerusalén; pero fuera de Judea, su intervención lindaba con la nada. Los habitantes de la Galilea, menos disciplinados que los de Jerusalén, menos ligados por com­promisos políticos, eran rudos y violentos, pero rectos y sencillos. Cuando se compara la visita nocturna y recatada de Nicodemo a Jesús con la extra­ordinaria afluencia de gentes que se agolpan en el monte de las bienaven­turanzas o que acompañan a Nuestro Señor por el desierto, parece que el Evangelio, amenazado de asfixia por el ambiente enrarecido de Jerusalén, se explaya anchamente por los campos de Galilea.

Mas pronto va a empañarse y aun a quebrarse este cuadro tan risueño; los emisarios de Jerusalén manejarán diestramente el ímpetu pasional de esas muchedumbres sencillas. Los judíos tuvieron que ceder esta provincia fronteriza a los paganos, en tiempo de Simón Macabeo; mas ahora siéntense fuertes y quieren recuperarla. "Rodeados por todas partes de extranjeros, han vivido en perpetua alarma —dice Flavio Josefo (23)—; de ahí su tempera­mento belicoso." Aquí era de temer, más que en otras regiones de Palestina, que el mensaje del Evangelio fuera falseado por el nacionalismo. Nada debe sorprendernos que, a raíz de la primera multiplicación de los panes, trataran los galileos de entronizar a Jesús como rey; Jesús escurrirá el bulto; mas la decepción de las turbas por esta razón caló tan hondo, que su fe se disipará con sus sueños.

Esta crisis estallará al aproximarse la Pascua del año 29, y hará presentir la cobarde apostasía que seguirá a la entrada triunfal en Jerusalén y que terminará en el Calvario.

Jesús tenía ante sus ojos todas esas perspectivas, cuando comenzó su reco­rrido por los campos de Galilea, predicando, curando, convirtiendo.

Sabía que su misión era la del sembrador; la semilla caería en tierra y moriría; pero para germinar y fructificar en abundante cosecha, que reco­gerían sus Apóstoles.

LA PREDICACIÓN Jesús predicó. El tema de sus primeros sermones DEL REINO DE DIOS enlazaba con la predicación del Bautista: "Conver­

tios, porque el reino de los cielos está a las puertas" (Mt. 4, 17); y añade la razón decisiva: "Se han cumplido los tiempos" (Me. 1, 15). Largo tiempo hacía que se suspiraba por estas palabras; anhelá­banse esos tiempos con ardor febril, exaltado e impaciente a veces, desespe­rado otras; debería desbordar el entusiasmo al oírlas; sin embargo, no es así; es una felicidad demasiado grande, y, sobre todo, demasiado discreta: no ofusca con su esplendor, según se esperaba, sino que es parte del sencillo vivir cotidiano; la semilla cayó en tierra y germinará; la levadura se mezcló con la masa y la hará fermentar; pero sus efectos son inaprehensibles por los sentidos; solamente se conocen a la luz de la fe, encendida por la palabra de Jesús; pero las muchedumbres vacilan en darle crédito. Cuando vaya a tocar a su fin el ministerio público de Jesús, quedará plasmada esa incre­dulidad en un episodio narrado por San Lucas (17, 20-21): "Los fariseos pre­guntaron a Jesús cuándo vendría el reino de Dios; y El les respondió: «No viene el reino de Dios con aparato; ni se dirá: «Aquí está» o «allí»; mirad que el reino de Dios está dentro de vosotros.»"

(23) B. J., III, 3, 2, 42.

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v 64 LA IGLESIA PRIMITIVA

Los pequeños y los pobres serán los más dóciles oyentes de esta predica­ción sencilla del Maestro humilde y lleno de mansedumbre: "Bendígote, Pa­dre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubriste esas cosas a los sabios y prudentes y las descubriste a los pequeñuelos. Gracias, Padre, que así ha parecido bien en tu acatamiento" (Le. 10, 21). Pero aun estos mismos pri­vilegiados, estos pequeñuelos, apenas si comprenden ese mensaje de felicidad: Jesús tiene que insistir una y otra vez sobre ello: "Y vuelto a los discípulos, en particular, les dijo: «Dichosos los ojos que ven lo que veis, porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron»" (ibid. 23-24). Los mismos Apóstoles tardaron mucho en captar el significado de las palabras de Jesús, palabras que el Espíritu Santo les evocaría y haría entender (Ion. 14, 26) , y que la Iglesia entera deberá seguir meditando hasta la consumación de los siglos, para penetrar en tales misterios.

LOS APOSTÓLES Hemos hablado de los Apóstoles; Jesús los asoció a su misión desde el comienzo de su ministerio en Galilea:

"Y pasando por la ribera del mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón, echando la red en el mar, pues eran pescadores. Y dijoles Jesús: "Venid en pos de mí, y os haré ser pescadores de hombres." Y al punto, dejadas las redes, le si­guieron. Y a pocos pasos de allí, vio a Santiago el del Zebedeo y a Juan, su hermano, sentados en la nave, remendando sus redes. Y al punto los llamó; y dejando a su padre, Zebedeo, en la barca con los jornaleros, se fueron tras El. (Me. 1, 16-20.)

A estos cuatro primeros siguieron otros ocho Apóstoles: Felipe, Bartolomé, Tomás y Mateo; Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, Judas Iscariote. En cuatro pasajes del N. T. se ha insertado esta lista ( 2 4) . Dos nombres ocupan invariablemente el mismo puesto: Judas Iscariote, el úl t imo; Simón Pedro, el primero. San Mateo se expresa en estos términos: "Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: el primero, Simón, por sobrenombre, P e d r o . . . "

Jesús los eligió por su libre voluntad: "Llamó a los que bien le pareció" (Me. 3, 13); Jesús les recordará, en el discurso de la Cena,- esta libre elec­ción: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os he escogido" (Ion. 15, 16). Seleccionó doce, porque doce han de ser1 los evangelizadores de las doce tribus de Israel y sus jueces en el día postrero (Mt. 19, 28). Los Apóstoles deben comenzar su predicación por los hijos de Israel, a imitación de su Maes­tro; mas luego, deberán esparcirse por "todas las naciones", puesto que en el cielo h a n de morar, a par de los elegidos de las doce tribus, "gentes in­numerables, de toda raza, de toda tribu, de toda nación, de toda lengua" (Apoc. 7, 9) .

Puede barruntarse desde u n principio el singular destino de aquellos doce escogidos por Jesús en los mismos albores de su vida pública: serán los je­rarcas supremos, los jefes y pastores —Pedro a la cabeza de todos— de la Iglesia, sociedad visible y jerárquica. De día en día irán precisándose los contornos de este esbozo primero: los Apóstoles serán especialmente instruí-dos sobre el significado de las parábolas, que la masa no acierta a com­prender y que ellos deberán explicar más tarde, proclamando sobre los techos, lo que se les dijo barba a barba; Jesús les entrenará enviándolos, de dos en dos, a predicar el reino de los cielos, con poder de sanar enfermos,

(2*) Mt. 10, 2-4; Me. 3, 16-19; Le. 6, 14-16; Act. 1, 13. Esta lista se descompone en tres series de a cuatro; cada una de ellas siempre se encabeza con el mismo nom­bre; los otros tres son también los mismos, pero no siempre están ordenados del mismo modo.

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resucitar muertos, l impiar a los gafos de su lepra, expulsar los demonios (Mt. 10, 7) . Aquel primer bosquejo quedará fijado con trazos firmes, cuando Cristo confiera a Pedro, en retorno por su confesión de Cesárea, el primado de jurisdicción:

Respondiendo Jesús le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, Bar-Jona, pues que no es la carne y sangre quien te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalacerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y cuanto desata­res sobre la tierra, quedará desatado en los cielos" (Mt. 16, 17-19)(25).

Más tarde se concede a todos los Apóstoles la facultad de ligar y desligar (Mt. 18, 18) ; en la Cena recibirán el podeí de consagrar el cuerpo de Cristo (Le. 22, 19). Jesús les confirmará todos estos privilegios, después de su Resu­rrección: "Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, se le perdonarán; y a quien se los retuviereis, les serán retenidos" (Ion. 20, 23) ; y a Pedro en particular: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (Ion. 21, 16-17); y en el momento de la solemne aparición sobre la montaña de Galilea, dirá a los doce: "Se me dio todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y amaestrad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todas cuantas cosas os he ordenado. Y sabed que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo" (Mt. 28, 18-20).

Hemos anticipado ciertos episodios de la historia evangélica con el fin de precisar más claramente el significado de la institución del colegio apostó­lico; la cuestión es de importancia soberana; ella nos fuerza a reconocer, al iniciar la historia de la Iglesia, que Jesús fué su fundador y que, desde sus mismo orígenes, dejó bien perfilados sus caracteres esenciales: aparece la Iglesia como una sociedad vivificada por Cristo, que es su Jefe; por el Espí­ritu Santo, que es su a lma; pero, al mismo tiempo, como una sociedad visible y jerárquica fundada sobre Pedro, cimiento inquebrantable, y jefe supremo de ella en la tierra, y gobernada y adoctrinada por los Apóstoles, a las órde­nes de Pedro, a los cuales Cristo asistirá con eficaz protección hasta la con­sumación del siglo.

JESÚS EN CAFARNAUN Al emprender Jesús la predicación de Galilea, no fijó en la aldea de Nazaret su centro de operacio­

nes; volverá después a la ciudad que le vio crecer, pero sus palabras se estre­llarán contra la incredulidad de los nazarenos: "No hay profeta despres­tigiado, si no es en su patria y entre sus parientes y en su casa" ( 2 8 ) ; tan ferozmente se exasperaron contra Jesús aquellas gentes de Nazaret, que le echaron de la sinagoga en que estaba predicando y le llevaron a la al­tura del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con el intento de despeñarle.

A una jornada de camino desde Nazaret y sobre la ribera septentrional del lago de Galilea, campeaba la no muy poblada ciudad de Cafarnaún: no era ésta u n centro helenístico, al modo de Tiberíades y de Julias, sino un hogar judío; pero abierto y franco para todo extranjero, bien procediera de las feraces mesetas del Haurán , bien de la costa fenicia; de esa ciudad, verda-

(25) Acerca de este texto, cf. La vie et Venseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 427-430 y los trabajos en dicha obra citados.

(26) Me. 6, 1-6; Le. 4, 16-30.

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66 LA IGLESIA PRIMITIVA

dero emporio mercantil, y de entre la muchedumbre de publícanos (2T) allí afincados para la percepción de las alcabalas, escogió Nuestro Señor un Apóstol, Leví, que a la sazón estaba sentado en su despacho de aduanas (Mt. 9, 9-13).

En Cafarnaún residía asimismo el rico centurión, amigo de los judíos, para los cuales edificó una sinagoga ( 2 8) .

En Cafarnaún habíase casado Pedro; Cafarnaún dio albergue a Jesús durante los días de su ministerio en Galilea; Cafarnaún fué, en esos días, como su segunda patria (Mt. 9, 1).

Los evangelistas, y singularmente San Marcos, intérprete de Pedro, nos hacen revivir una de esas memorables jomadas (Me. 1, 21-34). Es u n día de sábado; por la mañana, Jesús "enseña en la sinagoga f las turbas quedan prendadas de su doctrina; porque su enseñanza era de persona autorizada y de solvencia y no como la de los escribas". Entre el auditorio había u n poseso que provoca a Jesús: "¿Qué hay de común entre T ú y nosotros, Jesús de Nazaret? Viniste a perdernos. Te conozco quién eres, el Santo de Dios." Jesús le increpa: "¡Calla y sal de ese hombre!" Y sacudiéndole violenta­mente y dando alaridos, salió el espíritu inmundo. Y quedaron todos pas­mados, de suerte que unos a otros se decían: "¿Qué es esto? Un modo nuevo de enseña r . . . con au to r idad . . . Y a los espíritus manda y le obedecen."

Jesús, al amparo del descanso sabático, logra evadirse de las muchedum­bres; Pedro y Andrés le hospedan en su casa; con ellos van sus amigos y compañeros de pesca, Santiago y Juan; y así pasan el día con su Maestro los cuatro primeros discípulos.

Yacía enferma la suegra de Pedro; Jesús la curó. Este nuevo milagro re­dobla el entusiasmo de la ciudad; y desde que, con el declinar del día, ter­minó el reposo sabático, "llevábanle todos los que se hal laban mal y los endemoniados; y estaba toda la ciudad agolpada a la puerta. Y curó a muchos, aquejados de diversas enfermedades, y lanzó muchos demonios, y no permitía que dijesen los demonios que sabían quién era".

Tras de esta jornada pletórica de enseñanzas y de hechos milagrosos, toda ella dedicada a los Apóstoles y al pueblo, Jesús, "mucho antes del amanecer, levantóse, salió y se fué a un lugar solitario, y allí hacía oración" (ibid. 35); la oración era su descanso; mas no pudo gozar de él por mucho tiempo: "Simón y los que con él estaban fueron a su encuentro y dícenle que todos andan buscándole. El les respondió: «Vamos a otra parte, a las poblaciones inmediatas, para que también allí pueda yo predicar, que para esto salí.» Y marchó y anduvo predicando en sus sinagogas por toda la Galilea y lan­zando demonios" (ibid. 37-39).

Tal fué desde entonces la vida de Jesús: ya no se pertenece a sí mismo, sino a sus Apóstoles que le acompañan a sol y a sombra, y al pueblo, que por todas partes le sigue y le comprime; los enfermos corren atraídos por su taumaturgia; las almas sedientas de verdad se sienten atraídas por la pala­bra de aquel Maestro, tan distinto de los escribas, y que con tanta fidelidad interpreta los mensajes de Yahveh. Los hijos de Cafarnaún, los testigos del sermón de la Montaña (Mt. 7, 28-29), los mismos actuales lectores de los

(27) Le. 5, 29 nos presenta en torno de Leví "una gran afluencia de publicanos", cf. Me. 2, 15; Mt. 9, 10.

(28) En Tell-Hum, la antigua Cafarnaún, se han descubierto las ruinas de una si­nagoga magnífica; habla de dichas ruinas el P. G. ORFALI, Capharnaüm et ses rui­nes, París, 1922; esta sinagoga data, según el P. ORFALI del primer siglo de nuestra era; según el P. LAGRANGE, L'Evangile de Jésus-Chritt, p. 151, n. 1, de fines del siglo n.

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JESUCBISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 67

Evangelios, todos sienten de consuno la trascendencia divina de las enseñan­zas de Cristo.

JESÚS EN LAS SINAGOGAS Jesús gusta de predicar en las sinagogas; a ellas acudían los judíos para orar, para oír

la lectura y el comento de los libros del Pentateuco y de los profetas; hasta que no se consumó la ruptura entre Jesús y las autoridades judías, invitá­banle a predicar la homilía; la escena de Nazaret, relatada con tanto mimo por San Lucas (4, 16-30), es de una emoción profunda: Jesús toma en sus manos el libro de Isaías y lee:

El Espíritu del Señor sobre mí, por cuanto me ungió; para evangelizar a los po­bres me ha enviado, para pregonar a los cautivos remisión, y a los ciegos vista; para enviar con libertad a los oprimidos, para pregonar un año de gracia del Señor.

Cerró el libro, lo entregó al ministro y se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban clavados en El. Y comenzó a decirles: "Hoy se ha cum­plido esta escritura que acabáis de oír."

No puede leerse esta página sin u n estremecimiento de emoción. ¡Cómo habría vibrado el alma de aquellos oyentes! Tantos años habían suspirado por boca de sus profetas: "¿Dónde están, Señor, vuestras antiguas misericor­dias? ¿Dónde los pactos jurados?" (Ps. 89, 50) ; y ved ahí que ahora resuena esta voz soberana: "¡Hoy se ha cumplido la escritura!"

Jesús predicó en las sinagogas y en el templo, según lo declaró el últ imo día de su vida, delante del sumo sacerdote (Ion. 18, 20) . Más de una vez le expulsaron sus enemigos de esos centros de reunión; y más de una vez tam­bién tuvo Jesús que abandonar aquellos recintos por la afluencia extraordi­naria de gente para predicar al aire libre, en el flanco de una montaña (Mt. 5, 1), en el desierto (Me. 6, 35) o desde la barca de Pedro, mientras la abigarrada mult i tud se apiñaba a la orilla del lago (Mt. 13, 2) .

Desconocemos una buena parte de los discursos del Señor ( 2 9 ) ; pero los evangelistas nos han conservado detalles suficientes para apreciar su método de enseñanza y el progresivo desarrollo de su doctrina.

Nada impresionó tanto a las multitudes como la autoridad de su palabra: los comentarios que hacían los escribas sobre la Escritura, reducíanse hartas veces a discusiones de escuela, enmarañadas por el testimonio contradictorio de los antepasados, por sutilezas exegéticas y por una casuística sobrada­mente humana; la predicación de Jesús estaba desnuda de tales oropeles; su palabra sencilla, directa, fielmente divina, obraba sobre las conciencias: exige una reforma interna, penetra hasta el fondo del alma, pero sin lastimarla; propone al hombre el ideal moral más elevado, la misma perfección de Dios, pero con suavidad, sin palabras altisonantes; no tiene el Maestro que pres­tigiarse ensalzándose hasta las alturas, porque las alturas son su habitual morada: "Vosotros procedéis de aquí abajo; yo vengo de lo alto" (Ion. 8, 23).

EL SERMÓN El discurso de la montaña (30) es, sin duda, el más DE LA MONTAÑA limpio reflejo del método evangélico de Nuestro Se­

ñor: menos reservado que en las parábolas, menos ín­timo que en el discurso de la Cena, de una trasparencia profunda y meri­diana grata de contemplar. • i — — •

(29) Véase un caso: San Mateo nada dice de la predicación en el desierto; San Marcos la resume en estas palabras: "Jesús les adoctrinó largamente"; y San Lu­cas: "Les hablaba acerca del reino de Dios."

(80) N O S h a n conservado este discurso Mateo, 5. 7 y Lucas, 6, 20-49. Son dos re-

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68 LA IGLESIA PRIMITIVA

Comienza por las bienaventuranzas ( 3 1 ) : son bienaventurados, porque de ellos es el reino de los cielos, los pobres, los afligidos, los mansos de cora­zón, los que han hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los puros, los pacíficos, los perseguidos. ¡Para cuántos lectores constituyen una paradoja las bienaventuranzas, que ensalzan y glorifican precisamente aquello que hay de más humil lante y doloroso sobre la haz de la tierra! M u y otra fué la reacción de aquel auditorio; no les herían las palabras de Jesús, sino que les ganaba la voluntad; las fibras más sanas de su espíritu vibraban como u n eco; aquel ideal sobrepujaba, era más elevado que su pensar cotidiano, pero respondía a maravilla a lo que ellos habían presentido y anhelado: los Salmos habían elogiado esa vida pobre y humilde, de los hombres de alma recta y corazón compasivo; y lleno de mansedumbre y de piedad había mostrado Isaías al Servidor de Yahveh. Y ese mismo Servidor de Yahveh es el que ahora arrastra las multitudes, más por la realización en Sí mismo de ese bello ideal presentido, que por la presentación teórica del mismo.

LA LEY NUEVA Cuestión espinosa: ¿en qué relación está la Ley Anti­gua con respecto a la Ley Nueva? La Ley era intocable,

porque Dios la había revelado; la Ley era el don más preciado, porque signi­ficaba la situación de privilegio del pueblo de Israel; pero esa Ley era dura de sobrellevar, y el mismo Jesús se había apartado u n tanto del rigorismo en la observancia del sábado y en la distinción entre lo puro y lo impuro; y aun había defendido esa libertad, pese al escándalo de los fariseos, ale­gando que "el sábado se instituyó por el hombre y no el hombre para el sábado" (Me. 2, 27) ; dichos suyos eran que "nadie zurce u n retazo de paño nuevo sobre u n vestido viejo", y que "nadie echa vino nuevo en odres viejos" (ibid. 21-23); y añadió más: "no mancilla al hombre lo que entra en la boca, sino lo que de ella procede" (Mt. 15, 11). Pero ¿cómo entender estas enseñanzas, si precisamente los macabeos habían muerto mártires por esa distinción entre alimentos puros e impuros? (II Mach. 6-7).

Jesús deja sentados los principios; las consecuencias se i rán deduciendo progresivamente a la luz del Espíritu Santo ( 8 2 ) ; por lo demás, Jesús apaci­guará las inquietudes de los judíos, al garantizarles, en el sermón de la

laciones muy distintas; pero es indudable que ambas refieren un mismo discurso. San Mateo acumuló enseñanzas, como la del Pater noster (6, 9) que Jesús dio en otras circunstancias (Le. 11, 2-4); percíbese claramente el propósito deliberado del primer evangelista de agrupar en un conjunto lógico doctrinas separadas cronológi­camente, pero que una a otra se iluminan y se completan. Es preciso no olvidar, al tratar de establecer la unidad del discurso, ese procedimiento de exposición doc­trinal. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 167-169.

(S1) Este pasaje pone de relieve la diferencia de método expositivo de ambos evan­gelistas: Mateo presenta ocho bienaventuranzas, y las entiende netamente en sen­tido espiritual: "Bienaventurados los pobres de espíritu..." Lucas sólo refiere cua­tro, que, parecen beatificar, ante todo, una condición material de la vida: "Bienaven­turados vosotros, que sois pobres.. ."; y a estas cuatro bienaventuranzas siguen cua­tro anatemas, que no constan en San Mateo. Además, en el primer evangelista, preséntanse en forma gnómica; en el segundo, en forma directa: el discurso, en vez de dirigirse a toda la humanidad, recae directamente sobre la "pequeña grey" de los discípulos pobres, hambrientos, perseguidos. Explícanse estas diferencias estilísti­cas, porque a la redacción de los Evangelios precedió la catequesis apostólica, en que se expusieron los discursos del Señor en formas diferentes. Una de ellas adoptó San Mateo y la otra insertó San Lucas en su relato. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 178-180.

(32) Será necesaria la visión de Joppe para que San Pedro no estime impuro lo que Dios ha purificado (Act. 10, 15).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 69

montaña, que el Evangelio no es la abrogación, sino el cumplimiento de la Ley:

No penséis que vine a destruir la Ley o los profetas; no vine a destruir, sino a dar cumplimiento. Porque en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra que pase una sola jota o una tilde de la Ley, sin que todo se verifique. Por tanto, el que quebrantase uno de estos mandamientos más pequeños, y así enseñare a los hombres, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; mas el que los obrare y enseñare, éste será considerado grande en el reino de los cielos. Porque os certifico que si vuestra justicia no sobrepujara a la de los escribas y fariseos, no en­traréis en el reino de los cielos (Mt. 5, 17-20).

Puede ya barruntarse cuál será la aportación del Evangelio a la Ley: perfección más cumplida, exigencias más íntimas. No solamente se condena el homicidio, sino aun la cólera y las injurias; no sólo el adulterio, sino también los deseos impuros; Moisés toleró el divorcio, mas esa tolerancia queda abolida; los juramentos vanos deben desterrarse en aras de la simpli­cidad y sinceridad de lenguaje; se pone veto a la venganza y se recomienda no hacer frente al malvado; la caridad no debe concretarse a los amigos, sino que ha de comprender también a los enemigos, a ejemplo del Padre Celestial, que "hace salir el sol sobre buenos y malos, llueve sobre justos e in jus tos . . . Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto".

La vida moral y religiosa de los que viven en el Evangelio es, por con­siguiente, profunda y radicalmente sincera: es, sin duda, una exigencia nueva y más íntima, pero es una exigencia liberadora. Nada de actitudes estudia­das, de máscaras que disfracen los malos deseos, n i de sepulcros blanqueados que albergan cadáveres; la virtud ha de brotar espontánea de la misma vida orgánica espiritual; como el manantial de aguas vivas que saltará en los que creen, en el Hijo de Dios (S 3) . Entonces, robustecida ya el alma, podrá dejar ese invernadero en que vivía como planta joven y, con San Pablo, abando­nar los cuidados y aficiones de la infancia, desde el momento en que ya se siente hombre. Y si el cristiano se entrega sin reserva al querer de Jesús, todo el conjunto de preceptos se le i rán simplificando hasta reducirse a la unidad: el amor de Dios y del prójimo "es toda la Ley y los profetas" (Mt. 22, 36) ; y se sentirá invadido por la misma vida divina que informa sus energías. En verdad que el yugo de Cristo es suave y su carga liviana (Mt. 11, 30).

Jesús hace valer su propia autoridad y su independencia legislativa cuando promulga este código de moral cristiana, tan exigente y tan provechoso: "Moi­sés os d i j o . . . Mas yo os digo." No ha habido inteligencia, por extraña que sea al Evangelio, que no haya sentido el vigor categórico de estas antí­tesis ( 3 4 ) ; y es que nadie, sino el mismo autor de la Ley, podía hablar de ella con más independencia y respeto; el Legislador no había podido promul­gar para aquel pueblo indómito y rebelde más que u n avance de Ley; la Ley perfecta quedaba reservada a los cristianos, que del Espíritu Santo recibirían la luz y la fuerza necesarias para observarla.

LA RELIGIÓN INTERIOR Continúa Nuestro Señor, en el mismo discurso, la formación religiosa de sus discípulos, instruyén­

doles sobre la santidad interior, en el secreto de una vida que sólo a los ojos

(33) "Quien cree en mi, manarán de sus entrañas fuentes de agua viva" (Ion. 7, 38). (34) Así el rabino KLAUSNEH, Jésus de Nazareth, p. 545. Cf. W. BOUSSET, art. Berg-

predigt, Religión in Geschichte und Gegenwart, 1* ed., t. I, p. 1.038: "Este espíritu nuevo se manifiesta más pujante en estas vigorosas antítesis... Aquí caen por tierra todas las murallas..."

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70 LA IGLESIA PRIMITIVA

del Padre Celestial está patente (Mt. 6, 1-18). Jesús es el dechado de perfec­ción: "No estoy solo, mi Padre está conmigo"; "yo hago siempre lo que le agrada"; "mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra". Cierto que entre el Padre y el Hijo existe una unidad de natu-leza que nosotros no podemos ambicionar; 'y cierto también que en la natu­raleza humana de Jesús, la visión beatífica le arrastra irresistiblemente hacia el Padre y que de ella no gozamos nosotros; pero cierto también que, si no podemos pretender tanta grandeza, Jesús es nuestro bello ideal al cual debe­mos tender sin desfallecimiento. El mismo Maestro que nos enseñó "Sed per­fectos como es perfecto vuestro Padre Celestial", dijo dirigiéndose a su Padre: "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que sean uno como nosotros somos Uno."

El sermón de la montaña es mucho más que una lección de vida interior, de intimidad con el Padre Celestial, mucho más que la proclamación de unas nuevas bienaventuranzas: es la revelación de la misma vida de Jesús; de esa vida aun más sugestionadora que sus mismas palabras. Nosotros estamos en mejores condiciones que las turbas que rodeaban a Jesús, para apreciar todo el alcance de sus palabras. Esas discretas confidencias que de Sí mismo nos hace, danle un mayor atractivo. La regla suprema de moralidad será para todo cristiano, comenzando por San Pablo, la imitación de Jesucristo. El Señor que, durante su vida, recató cuidadosamente su propia persona, al fin de ella, en la úl t ima Cena, se presentó a Sí propio como el tipo ideal, como el modelo ( 3 5 ) ; pero desde el comienzo del ministerio público pudieron sus dis­cípulos más fieles y clarividentes verle y contemplarle en la transparencia de su doctrina.

La autoridad de su palabra causará en todos los oyentes profunda impre­sión: "Se dijo a vuestros m a y o r e s . . . Mas yo os digo." Esta grandeza sobe­rana se revela tal vez más excelsa en la bienaventuranza de los persegui­dos: "Bienaventurados cuando de vosotros se hable m a l . . . por causa de m í " (5, 11), y en la descripción del juicio final: "Entonces les declararé: «jamás os conocí. Apartaos de mí los que obráis iniquidad»" (7, 23) ; sacrificar su vida por Jesús es fortuna; no ser de El conocido, es condenación y desventura. Tal fué la maravillosa revelación que Jesús hizo al nutrido grupo de sus discípulos ( 3 6 ) : la grandeza sobrehumana de su misión y de su persona se trasparenta discreta, pero diáfana, en la doctrina precedente: quien haya reconocido en Jesús al Legislador supremo, al enviado del Padre, al Maestro, digno remate de todo sacrificio y firme garantía de toda recompensa, al Juez que sentenciará sobre la suerte de cada uno, bien podrá confesar con San Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo."

Mas no basta la inteligencia y la recreación en ese mensaje; es preciso hacer de él norma eficaz de conducta. En eso se cifra la conclusión del sermón de la montaña:

"Así, pues, todo el que escucha mis palabras y las pone por obra, se asemejará a un varón prudente que edificó su casa sobre la peña; y bajó la lluvia y vinieron los ríos y soplaron los vientos, y se echaron sobre aquella casa, y no cayó; porque estaba ci­mentada sobre la peña.

"Y todo el que escucha estas mis palabras, y no las pone por obra, se asemejará a un

(85) Me 10, 45; Ion. 13, 15; 13, 34; 15, 10; 15, 20. (3a) Abundan en San Juan las declaraciones explícitas; pero generalmente esas re­

velaciones hácense a algunos individuos aislados, como la Samaritana (Ion. 4, 26), el ciego de nacimiento (9, 37) o como respuesta a las provocaciones de los adversarios (10, 25; 30).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 71

hombre necio que edificó su casa sobre la arena; y bajó la lluvia y vinieron los ríos y soplaron los vientos y su derrumbamiento fué grande" (Mt. 7, 24-27).

Cuando estalle la .gran crisis con una deserción casi general y Jesús pre­gunte a sus Apóstoles: "¿También vosotros me abandonáis?", Pedro respon­derá: "Señor, ¿y a quién iremos? Pues T ú tienes palabras de vida eterna" (Ion. 6, 68). Es la roca en que estriba el edificio, la roca contra la cual no podrán prevalecer las fuerzas del infierno; mas lo que a esta fe ha dado la consistencia de la piedra es la práctica generosa de su contenido doctrinal, el reconocimiento efectivo de que las palabras de Jesús, "son palabras de vida eterna"; muchos admiraron las "palabras de gracia" que brotaban de labios de Jesús (Le. 4, 22) ; muchos se alegraron con su luz, pero ese entusiasmo y ese júbilo se derrumbaron con las primeras sacudidas. El crisol verdadero de la fe, la garantía de su firmeza inquebrantable son los frutos que pro­duce; pero para gustarlos es imprescindible hacer de ella la norma de vida.

JESÚS Y LOS FARISEOS En el sermón de la montaña Jesús intentó prin­cipalmente la formación moral de sus oyentes;

quiere hacer discípulos, hacerles pasar de la Ley al Evangelio, de una reli­gión formalista a una religión interna, viviente, fundada toda en espíritu y en verdad. Los judíos que tiene Jesús en su derredor y que han acudido en masa no solamente desde la Galilea, sino también de "Judea, de Jerusalén, de la costa marít ima de Tiro y de Sidón" (Le. 6, 17), son aún muy ignoran­tes y muy imperfectos; pero escuchan sus palabras con avidez, sin prevención de ninguna clase. Jesús puede hablar con toda libertad, en u n ambiente de simpatía. Y, sin embargo, de esta época data la conmoción de los fariseos, que le seguirán para espiarle y asestarle el golpe en el momento oportuno.

En San Marcos y singularmente en San Lucas, refléjase esta oposición, que va creciendo a medida que los incidentes se van encadenando. Cuando la curación milagrosa de un paralítico (Me. 2, 1-12) escandalízanse los escribas, que estaban sentados frente a Jesús, en el primer puesto, al oír aquellas pala­bras del Señor al enfermo: "Hijo mío, tus pecados te son perdonados."

Estalla u n volcán en su interior, pero sus erupciones no afloran a la super­ficie; optan por callarse. Días después acaece la vocación del publicano Leví y el generoso convite con que el neoconverso se despide de sus compañeros de oficio; los escribas y fariseos intervienen; todavía no osan interpelar direc­tamente a Jesús; interrogan a sus discípulos: "¿Por qué vuestro Maestro come con los publícanos y pecadores?" Jesús les oye y replica: "No han menester de médico los que están sanos, sino los enfermos; yo no vine a buscar a los justos, sino a los pecadores" (ibid. 16-17).

Cierto día en que los discípulos de Juan y los fariseos guardaban ayuno, preguntan a Jesús: "¿Por qué no ayunan tus discípulos?" Jesús responde: "¿Acaso pueden ayunar los hijos de la sala nupcial en tanto que el esposo está con ellos? Vendrán días cuando les sea arrebatado el esposo y entonces ayunarán" (ibid. 18-20). En otra ocasión atravesaban Jesús y sus discípulos por un campo de trigo; los discípulos desgranaron algunas espigas y comie­ron; los fariseos, celosos de la Ley, les dan en rostro con que estaba prohibido recoger la cosecha en día de sábado; los fariseos interpretaban tan rigurosa­mente esta prescripción que no toleraban se cortase este día "una rama, n i una hoja, ni un fruto" (3T). Jesús protesta contra esa casuística y añade: "El

(37) FILÓN, De vita Mosis, II, 4. No se acusa a los discípulos de haber hurtado; hoy como ayer, se permite al viajero coger para su consumo, al pasar, algunas espi­gas y otros frutos.

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72 LA IGLESIA PRIMITIVA

sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; y dueño es además el Hijo del hombre del sábado" (ibid. 26-27). Sucedió otro sábado en que Jesús acudió a la sinagoga que, entre la concurrencia había u n hombre que tenía la mano seca; los escribas y fariseos estaban al acecho para acusar al Maestro de violador del sábado, si por acaso curaba al enfermo. "Y dice Jesús al hombre que tenía la mano rígida: Levántate y ponte en medio; y a los fariseos: ¿Es lícito en sábado hacer bien o mal? ¿Curar a u n hombre o matar?" Ellos callaron. Y echando en torno una mirada sobre ellos, con indignación, entristecido por el encanecimiento de sus corazones, dice al hombre: "¡Extiende tu mano!"

"Y la extendió y quedó su mano restablecida. Y saliendo los fariseos, habido luego consejo con los herodianos, tomaron la determinación de acabar con E l" (ibid. 3, 1-6).

Hemos podido seguir, a través de los diversos incidentes, el progresivo crecer de la audacia al ritmo de la cólera. La curación del enfermo les pone fuera de sí: Jesús ha obrado el milagro con una sola palabra, sin tocar al enfermo; ¿cómo podrán argüirle de haber violado el sábado? La exasperación de los enemigos del Señor llega a su paroxismo; fuerza es cons­pirar contra su vida; buscan cómplices; y los herodianos se prestan a la ma­niobra.

Tratarán de frenar el entusiasmo de las turbas; entre los enemigos de Jesús los más moderados dicen: "Es u n exaltado"; este rumor va tomando cuerpo en tal forma, que los hermanos del Señor (38) se a larman; y vienen de Nazaret a Cafarnaún para llevárselo (Me. 3, 21 ; cf. 31) ; pero es tan compacta y nutrida la concurencia que rodea a Jesús, que no pueden llegar hasta El ( 3 9 ) ; esa apiñada mult i tud procede de "la Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Trasjordania, del país de Tiro y de Sidón" (Me. 3, 7-8); son gentes ávidas de oír y de tocar a Jesús; tanto que el Señor ha de subir a una barca para aislarse de ellos (3, 9) y que, cuando regrese a su casa, n i tiempo le darán de tomar alimento (3, 20) . Pero sus enemigos andan camu­flados entre la turba: los escribas, procedentes de Jerusalén, van escupiendo por doquier: "Es u n endemoniado; si lanza demonios, en nombre de Beelze-bub, príncipe de los demonios, los lanza." Tan porfiadamente repitieron esa burda calumnia, que Jesús hubo de salir en su propia defensa. Tomando aparte a los escribas les preguntó: "¿Cómo es posible que Satanás eche fuera a Sa t anás? . . . Y si Satanás se alzó contra sí mismo, se dividió y no puede quedar en pie, sino que toca a su fin" (ibid. 23, 26). Los escribas nada repli­caron —¿Y qué podían replicar?—, pero tampoco dieron su brazo a torcer; y el influjo de esta obstinación dañará a muchos judíos de Jerusalén, que le tratarán de endemoniado (4 0) .

Tal suerte de blasfemias son contra el Espíritu Santo; reconocían en Jesús un poder sobrenatural, veían que ese poder era la ruina y destrucción del

(38) Lo s qUe e l Evangelio llama hermanos de Jesús, no son hijos de María, que siempre permaneció virgen (Le. 1, 34), ni tampoco de José: no se ve en los relatos de la infancia otro hijo en torno de José y María que Jesús. Son sus primos; el Evangelio menciona cuatro: Santiago, José, Simón y Judas y habla de hermanas que no nombra; de esos hermanos, dos, José y Santiago, son los hijos de una de las santas mujeres que estuvieron presentes en el Calvario: "María, la madre de Santiago y de José" (Mt. 27, 56; cf. Me. 15, 40). Acerca de la cuestión de los parientes de Jesús cf. La vie et Venseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 64-68. ' (39) Sobre esta embajada de los parientes de Jesús, cf. La vie et Venseignement ¿le

Jésus-Christ, t. I, pp. 283-289. (*>) Ion. 7, 20; 8, 48, 52; 10, 20.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 73

reino de Satanás, y, eso no obstante, entercábanse en atribuir ese poder al propio Satanás; esa mala fe desarma al mismo Dios, haciendo estéril la acción de la gracia: "En verdad os digo, que se perdonarán todos los pecados de los hombres; y todas las blasfemias que hubieren blasfemado; pero quien blasfe­mare contra el Espíritu Santo, jamás alcanzará perdón y será reo de una culpa eterna" (Me. 3, 28-29).

PARÁBOLAS DEL REINO Han pasado varios meses desde que Jesús inició DE LOS CIELOS su ministerio público; Galilea y toda la tierra

de Israel se han estremecido. A El acuden en­fermos y posesos, almas sedientas de verdad y, con ellos, espíritus mezquinos, cargados de odio; cada día es más realidad la profecía de Simeón: Jesús es blanco de contradicción. Los judíos quedan divididos en dos bandos y en dos bandos se dividirán los hombres de todo el mundo. Las calumnias de los escri­bas de Jerusalén son atroces; no todos las creen, pero son muchos los que caen en la duda y la zozobra, pues, ¿no son los escribas los guías del pueblo, los intérpretes genuinos de la Ley? Instintivamente dirigen sus ojos hacia ellos; pero, según más tarde dirán los fariseos a sus gentes, conmovidas por las palabras de Jesús: "¿Acaso ha creído en El siquiera uno de los jefes? ¿Un solo fariseo? Ese populacho que desconoce la Ley, es carne de maldi­ción" (Ion. 7, 48-49). Desde este momento los tímidos —que son siempre legión— quedan paralizados por esa cerrada oposición de los jefes. En Jerusa­lén podremos observar este hecho, que ya despunta en Galilea.

Y a esas turbas, desorientadas y perplejas, ha de predicar Jesús la doctrina del reino de Dios y su Mesianidad. Los discursos anteriores, como el de la montaña, fueron de preparación para la revelación del "misterio del reino de Dios". Es de temer un grave peligro: esas gentes galileas, tan ansiosas de que el reino de Israel sea restaurado, ¿no interpretarán las palabras de Jesús a medida de sus sueños? ¿No tratarán de complicarle en esa aventurada empresa, proclamándole su caudillo y su rey?

Estos temores eran muy justificados, según lo mostraron los sucesivos acon­tecimientos; Jesús, que leía "lo que hay en el corazón del hombre", previo, con absoluta certeza, los peligros de esta predicación; pero el momento de em­prenderla, había ya llegado. Recurrió a las parábolas del reino, para con­jurar tales peligros. Ya antes había hablado en parábolas; sus oyentes esta­ban habituados a las locuciones figuradas (41); pero, en la etapa anterior al período que nos ocupa, esas parábolas eran breves sentencias trópicas, que daban mayor esplendor al discurso, mas no formaban la trama de la predi­cación; ahora, por el contrario, explícanse ampliamente las parábolas que recubren la armazón doctrinal.

Los Apóstoles se admiran de ese nuevo sesgo que ha tomado la oratoria del Maestro y le preguntan por qué habla ahora en parábolas. Jesús les res­ponde: "A vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de los cielos, más a ellos no les ha sido dado" (Mt. 13. 10).

Sería injusto deducir de ello que Jesús renunciaba a instruir a los judíos y que con su predicación en parábolas sólo había intentado confirmarles en su ceguera. San Juan Crisóstomo comenta muy certeramente: "Si no hu­biese querido la salvación de los judíos, bastárale con guardar silencio; no

(41) Por ejemplo: "No tienen necesidad de médico los sanos" (Me. 2, 17); "¿Aca­so pueden ayunar los hijos de la sala nupcial en tanto que el esposo esté con ellos?" (19); "Nadie zurce un retazo de paño nuevo sobre un vestido viejo, ni echa vino nuevo en odres viejos" (21).

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74 . L A IGLESIA PRIMITIVA

tenía por qué hablar en parábolas; el deseo de Jesús era estimular en ellos el interés por la misma oscuridad de su palabra."

Quienes, por otra parte, hacían poco inteligibles las palabras de Jesús eran los mismos oyentes, por su ceguera, por sus tercos prejuicios, por su fe vacilante; mas como los Apóstoles tenían el alma mejor dispuesta, Jesús les interpretaba el sentido de las parábolas, de forma que mejor las pudieran entender. Entonces se cumplió aquella ley providencial de la distribución de las gracias: "Al que tiene, dársele ha hasta sobreabundar; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado" C42). La fidelidad a las primeras gracias de Dios es la disposición para recibir de El otros dones todavía más valio­sos. Preciso es tener presente la diligencia de los Apóstoles en preguntar al Señor, cuando creían no haber entendido el alcance de las parábolas. Y Nuestro Señor accede a la interpretación que se le demanda. "También los judíos —observa San Crisóstomo— podían llegarse a El e interrogarle, como hacían los discípulos; pero rehusaron hacerlo, por pereza y por aban­dono."

Jesús se valió de esta negligencia culpable de los judíos para preparar la constitución de la Iglesia y para formar a los Apóstoles en su función docente: ellos deberán comunicar al mundo el especial conocimiento que han recibido del reino de los cielos:

¿Por ventura es la lámpara para ser colocada debajo del celemín o debajo del le­cho? ¿No es para ser colocada encima del candelero? Porque no hay cosa escondida, antes tiene que ser descubierta; ni se hizo secreta, antes tienen que salir al descu­bierto (Me. 4, 21-22).

En la Iglesia no hay esoterismo ni iniciación secreta; lo cual no se opone a que Dios haya entregado sus secretos a determinados confidentes, que serán testigos de la* revelación ante todas las naciones: "Lo que os dije en secreto, publicadlo a pleno día; lo que os murmuré al oído, anunciadlo sobre las terrazas" (4 3) . Las diferentes etapas de la vida de Jesús son una prueba autén­tica de esta ley del Evangelio: las manifestaciones más decisivas de Jesús en Cesárea de Filipo, la transfiguración y sobre todo la resurrección y la ascensión a los cielos, fueron conocidas de muy pocas personas, que deberían dar testimonio de esos hechos.

En la conciencia cristiana quedaron profundamente grabadas las parábo­las, ilustradas por la interpretación de Jesús; la Iglesia las evoca continua­mente en su liturgia. La palabra de Dios es la semilla que el sembrador arroja a voleo, y que cae parte en medio del camino para ser pasto de las aves; parte en lugar pedregoso, y que, a poco de crecer, es agostada por el sol; parte entre las espinas, que la ahogan; parte, en fin, sobre tierra abonada, en que llega a producir el treinta, el sesenta y el ciento por uno (Me. 4, 3-9).

El reino de Dios es como cuando un hombre echa la semilla en la t ierra; y duerme y se levanta, y la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Y cuando el fruto amarillea luego empuña la hoz, porque está a punto

(*2) Esta sentencia del Señor, aducida por San Mateo en 13, 12, reaparece en la parábola de los talentos: Mt. 25, 29; cf. Me. 4, 25; Le. 8, 18.

(**) San Mateo (10, 27) une estas observaciones a las precedentes, como parte de las instrucciones que Jesús dió~a sus Apóstoles al enviarlos a misionar. La misma idea viene a poner el colofón de las parábolas: "¿Habéis entendido todo esto? —Sí.— Por esto, todo escriba adoctrinado en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt. 13, 51-52).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 75

la mies (ibid. 4, 26-29). Un hombre sembró buena semilla en su campo; su enemigo sobresembró cizaña en medio del trigo; cuando apareció la cizaña entre el verde trigo los criados intentaron arrancarla; mas el dueño les dijo: Dejad que entrambos crezcan hasta la siega (Mt. 13, 24-30). El reino de los cielos es como el grano de mostaza, la más pequeña de las semillas; pero que, cuando se desarrolla se hace u n arbusto (ibid. 31-32); como la levadura que una mujer mete en tres medidas de harina, con que viene a fermentar toda la masa (ibid. 33).

Es como un tesoro, como una perla, por cuya adquisición se empeñan todos los bienes (ibid. 44-45); es también semejante el reino de los cie­los a una gran red, que, echada en el mar, recoge peces de todo género (ibid. 47-50).

Lo primero que se percibe en esta predicación es su tendencia a la instruc­ción moral, que todos podían entender y que a todos era necesaria: la con­quista del reino de Dios exige de todo hombre una generosidad ilimitada, que nada escatime a trueque de comprar ese tesoro, esa perla; requiere terreno abonado, tierra fértil, no la tierra superficial de los caminos y trochas, n i la aridez y esterilidad de los pedregales, n i los setos y matorrales. Pero más trascendental es quizá lo relativo a la naturaleza y desarrollo del reino de Dios. En sus orígenes, aseméjase a una semilla de mostaza, a la levadura oculta entre la masa; apenas es perceptible su crecimiento, pero su vitali­dad es lozana y pujante; el hombre, una vez hecha la siembra, no se pre­ocupa ya de la semilla, que va germinando, herboreando, haciéndose es­piga, granando, hasta llegar a sazón, en que se siega y se cosecha. No podría imaginarse una explicación más llana y luminosa del carácter del reino de Dios que la simbolizada por las parábolas: nadie se percata de su nacimiento ni de su desarrollo; permanece oculto, humilde, silencioso, en las almas en que Dios lo sembró; pero fermenta, germina, ' informa la vida entera. Qué espléndida lección para aquellas gentes que cifraban sus afanes en los prodigios del cielo y en una manifestación fulgurante del reino de Dios.

No menos necesaria se hacía la lección de paciencia simbolizada en la ci­zaña y en la red de pesca: instintivamente aconsejamos al dueño del campo que nos deje arrancar la cizaña. No, responde, porque al arrancar la cizaña arriesgaríais la suerte del trigo. Esperad al día de la recolección, al día postrero.

Las parábolas sugerían tales pensamientos a todos los oyentes; mas Jesús insistía en su valor doctrinal al interpretarlas a sus Apóstoles; y aun les revelaba otros misterios que las parábolas no trasparentaban: si se compara la parábola de la cizaña con la interpretación que de ella da Nuestro Señor, las perspectivas se ensanchan hasta lo infinito: "La recolección es el fin del mundo; los segadores son los á n g e l e s . . . ; el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que arrancarán del reino todo escándalo, todo obrador de iniquidad y lo arrojarán al horno; allí será el gemir y el crujir de dientes; y los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Quien tenga oídos que oiga" (Mt. 13, 39-43).

En esta descripción del juicio final, no solamente se pone de relieve la desventura de los impíos y la felicidad de los justos, sino también la majestad sobrehumana del Hijo del hombre, que envía a los ángeles, sus ángeles, para ejecutar su voluntad y purificar el reino. Esta revelación de la intervención de Jesucristo en el día del juicio final proyecta nueva luz sobre la parábola que se agiganta en sus proporciones, por la exégesis que el Señor hizo de ella.

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EL MINISTERIO La parábola de la cizaña que acabamos de evocar, re-EN GALILEA presenta el campo del Señor, entreverado de trigo y de

cizaña. Es la tierra de Israel al terminar el primer año del ministerio de Jesús, hacia el año 29. Los milagros y la predicación del Señor han conmovido al pueblo, sobre todo al pueblo galileo; pero aquella admiración entusiasta que tantas veces pareció querer arrollarlo todo, se estrelló contra la oposición pérfida y violenta de los escribas y fariseos, que, so capa de religión, ponían espanto en las conciencias y cobardía en las voluntades vacilantes.

Luego que hubo terminado la exposición de las parábolas y explicado su alcance doctrinal a los discípulos, Jesús, rendido de fatiga, recostóse sobre la popa de una barca y se durmió; había ordenado a sus discípulos atravesar el lago; mas de repente levantóse una tempestad; aterrados los discípulos, despiertan a Jesucristo: "Maestro, ¿nada te importa que perezcamos?" Jesús increpó entonces al viento y al mar y se sosegó el viento y se hizo gran bonanza. Los Apóstoles, sobrecogidos de temor, decían: "¿Quién es Este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Me. 4, 35-41).

Y cuando, tendido el manto de la noche, desembarcaron en la opuesta ribe­ra, ved ahí que sale a su encuentro un hombre desnudo, magullado, clamando a voz en grito: "¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, hijo del Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!" Trátase de un poseso que será li­bre por la palabra de 'Jesús: "¡Espíritu impuro, sal de ese hombre!" Y los demonios —eran legión— saliendo del hombre, entraron en una piara de puercos que, despeñadero abajo, se lanzaron en el mar; los porquerizos dieron noticia del hecho en la ciudad y por los campos; acudieron al punto las gentes del contorno y hallaron a los pies de Jesús, al poseso, tranquilo, decentemente vestido, cuando horas antes era el terror de la comarca (Me. 5, 1-20).

Jesús repasa el lago; al punto se agrupan en su derredor. Jairo, jefe de la sinagoga, se arroja pecho por tierra: "Mi hijita está a punto de muerte; ven y pon las manos sobre ella, para que se salve y viva." Y Jesús se fué con Jairo y a Jesús acompañó una apretada muchedumbre. Cierta mujer que, desde hacía doce años, sufría de hemorragia, atravesó todo aquel enjambre humano, hasta llegar a Nuestro Señor y tocó la orla de su manto; al instante quedó curada. Jesús hizo alto y volviéndose a la turba preguntó: "¿Quién me ha tocado?" La mujer convalecida, temblando de emoción y de vergüenza, postróse a los pies de Jesús y declaró toda la verdad. "Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu achaque." Estaba todavía hablando, cuando vienen de casa del jefe de la sinagoga diciendo: "Tu hija ha muerto, ¿para qué importunar más al Maestro." Jesús replicó: "No temas; cree tan solamente." Y no dejó que nadie siguiese con El, sino Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Entran en la casa, donde todo era lamentos y gemi­dos. "¿Por qué lloráis? —les dice—; la niña no está muerta, sino que duerme." Burláronse de El. Jesús mandó que todos salieran, excepto el padre y la madre de la niña y los tres discípulos; entró en la cámara mortuoria, tomó a la niña de la mano y le dijo: "Talitha, kum" (niña levántate) y al instante se levantó la niña y caminaba. Jesús les recomendó encarecidamente que guardasen silencio y dijo a los padres: "Dadle de comer" (Me. 5, 21-43). Es­tos milagros, narrados por San Marcos, según las memorias de San Pedro, con un estilo tan sencillo y tan jugoso, nos permiten vislumbrar la forma de apostolado que Jesús practicó en Galilea: predicación, curaciones milagro­sas, liberación de endemoniados. El pueblo le sigue en masa y Jesús corres­ponde a ese entusiasmo' dedicándoles todas las horas hasta caer rendido de

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sueño. No hay maestro que se le pueda comparar n i en sencillez ni en grandeza; una palabra le bastó para resucitar a la hija de Jairo y al hijo de la viuda, y con una palabra resucitará a Lázaro; al imperio de su voz amaina el viento y sosiega el mar ; los Apóstoles, a vista de tal milagro, quedan estremecidos de espanto; mas estaban convencidos de que aquella tempestad, que así les aterraba, no suponía peligro alguno para Jesús, aunque siguiera durmiendo: "¡Señor, tú no te preocupas de que perezcamos o no perezcamos nosotros!" Sin sobresalto arrostra Jesús todos los peligros y cuando sus pro­pios compatriotas nazarenos pretenden asesinarle, pasa tranquilamente por en medio de ellos. Dios había dicho de los hijos de Israel: "No tocaréis a mis cristos." A nadie, como al Cristo por excelencia, se aplicaban estas pala­bras: obedécenle los elementos; los hombres, aunque rujan de odio, no osan poner en El sus manos. Buena prueba de la eficacia de esa especial protec­ción divina es la diferente carrera misional de Jesús y de sus Apóstoles: San Pablo, por ejemplo, cinco veces flagelado, tres apaleado, una vez apedreado, cinco veces náufrago; Jesús ha encendido odios más violentos que su discí­pulo; no obstante, nadie tocó u n pelo de su cabeza hasta el día en que el Padre le entregó, en que El mismo se entregó al poder de las tinieblas. A lo largo de toda, esta ruta de luz, tantas veces amenazada, pero jamás hollada, percíbese el eco de la palabra del Padre: "Este es mi Hijo muy amado, en quien me complací."

Mas hubo ojos cegados por esa luz, ojos que buscaron las tinieblas. Luego de la resurrección de la hija de Jairo, Jesús se dirige a Nazaret ( 4 4 ) ; predica en la sinagoga; comenta, según ya dijimos, el pasaje de Isaías sobre el siervo de Yahveh; aquel "discurso de gracia" tiene sugestionados a los oyentes; pero, al pronto, surgen las vacilaciones, los murmullos, las dudas: todos conocen en Nazaret al profeta que habla y a sus parientes:

¿Acaso no es el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Ju­das y de Simón? ¿Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros? (45)

Los nazarenos oyeron hablar de los milagros de Jesús en Cafarnaún: sien­ten envidia, más que admiración; díceles Jesús:

Vosotros me aplicaréis indudablemente este proverbio: "Médico, cúrate a ti mis­mo." "Cuantas cosas hemos oído hechas en Cafarnaún, hazlas también en tu patria." "En verdad, os digo, ningún profeta es acogido en su tierra."

• Jesús evoca entonces el recuerdo de Elias y de Eliseo: realizaron prodigios en favor de los extraños y no en beneficio de sus compatriotas; a una mujer de Sidón fué enviado Elias; a un sirio, Naamán, curó Eliseo de su lepra. Es­tas palabras de Jesús fueron para su auditorio una revelación patente: los judíos eran reprobados y los gentiles entraban en el reino. Estallaron en cólera; echaron a Jesús de la sinagoga y le llevaron a la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con el intento de despeñarle. "Mas EL habiendo pasado por en medio de ellos, iba su camino."

(« ) Me. 6, 1-6; Mt. 13, 53-58; Le. 4, 16-30. Muchos historiadores deducen del relato de San Lucas que se trata de dos visitas de Jesús a Nazaret: la primera, al comienzo del apostolado en Galilea; la otra, referida asimismo por Marcos y Mateo, dataría de fecha posterior, del tiempo en que nosotros la hemos fijado. Pensamos que esa opinión es poco probable.

(45) Me. 6, 3. Respecto de los hermanos y hermanas cf. supra, p. 72 y n. 38. Bueno seré recordar lo que nos dice San Juan, 7, 5: "Sus hermanos no creian en El." Esta incre­dulidad de los deudos de Nuestro Señor nos explica mejor la actitud de sus compoblanos.

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LA CRISIS DEL MINISTERIO Los episodios descritos son un índice del es-EN GALILEA tado de espíritu de los galileos: en muchos,

la admiración entusiasta; en otros, una re­serva desconfiada, hostil, pronta a trocarse en oposición violenta. Y en aquella coyuntura es cuando Jesús organiza la misión de los doce Apóstoles; envíalos sin provisiones: n i pan, n i alforja, n i moneda al cinto: "«calzad sandalias y no llevéis dos túnicas. Dondequiera que entrareis en una casa, quedaos allí hasta que salgáis de aquel lugar. Y si algún lugar no os aco­giere, y no os escucharen, saliendo de allí sacudid el polvo de debajo de vues­tros pies como testimonio contra ellos.» Y, habiendo partido, predicaron penitencia, lanzaron demonios y, ungiendo con aceite a muchos enfermos, los curaban" (Me. 6, 10-13).

Esta predicación, estos milagros, conmovieron toda la región. Herodes se estremece y se inquieta en el palacio de Maqueronte, en el que había hecho degollar a Juan el Bautista: "Decía a sus cortesanos: «Es Juan el Bautista, que resucitó de entre los muertos; y en su nombre se obran tales prodigios»" (Mt. 14 ,2 ) .

Los recelos del tirano creaban u n grave peligro en torno a Nuestro Señor: tiempo atrás, cuando Juan fué puesto en prisiones, tuvo que salir de Judea; la muerte del Precursor era una nueva advertencia para El: Galilea no ofre­cía garantías de seguridad; y se retiró al desierto (Mt. 14, 13). Otra razón le impulsa a la soledad: la extraordinaria afluencia del pueblo, que a los Apóstoles no daba vagar ni para tomar un bocado (Me. 6, 31).

Se embarca y, bordeando la ribera septentrional, arriba a Betsaida Julias: de allí arrancaban las peladas y solitarias colinas. Jesús no consigue aislarse: viéronle las muchedumbres partir y por el camino costero le salieron al encuentro. Jesús se compadeció de aquellas turbas que erraban como rebaño sin pastor y se detuvo a instruirles largamente (Me. 6, 34).

Mas la hora fué avanzando y llegó la del atardecer. Entonces dijeron al Maestro sus discípulos: "El lugar está solitario y el día ya declina; despíde­los, para que yendo a los cortijos y aldeas del contorno puedan comprarse algo que comer. —Dadles vosotros de comer, respondió Jesús. —¿Habremos de ir a comprar panes por doscientos denarios y les daremos de comer? —¿Cuán­tos panes tenéis? —Cinco y dos peces" (Me. 6, 35-38). Jesús hízoles sentar por grupos de cien y de cincuenta; ordenó distribuir los panes y los peces según cada cual apeteciera hasta que todos quedaron saciados; con los re­lieves colmáronse doce cestos; los participantes fueron unos cinco mil, sin con­tar mujeres y niños. Y aquellos hombres, pasmados del milagro, dijeron: En verdad que ése es el profeta anunciado al mundo. Y como se percatara Jesús de que querían alzarle rey huyóse a la montaña (Ion. 6, 14-15).

Por donde una jornada iniciada entre vítores entusiastas, coronada por tan espléndido milagro, viene a esfumarse discretamente con la retirada de Jesús que soslaya las aclamaciones del pueblo. En esta ocasión decisiva aflora de nuevo el error pertinaz de los judíos: su anhelo y su esperanza es la restauración del reino de Israel por Jesús, como rey; pero Jesús no puede doblegarse a sus deseos, porque su reino no es de este mundo; Jesús huye ese entusiasmo ciego, cargado de amenazas. Los judíos sufren una decepción fatal. ¿Si no es el rey de Israel, quién es? A vueltas de algunos días podrá comprobar Jesús, por las respuestas de los discípulos en Cesárea de Filipo, las vacilaciones de los judíos en su fe: "Dicen los unos que eres el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías u otro de los profetas." El desconcierto será mayúsculo, cuando Jesús les explique la doctrina del pan

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de la vida: están demasiado apegados a la tierra para remontarse a las subli­midades del pan del cielo.

En el entretanto los Apóstoles habían atravesado el lago; Jesús, antes de despedirse de las turbas, les obligó a partir ( 4 8) . Cuando se hallaban en alta mar, acometióles de la parte del occidente un recio vendaval. Apenas si en toda la noche, hasta las tres de la mañana, habían recorrido unos cinco kilómetros (Ion. 6, 19). Jesús se les aparece, caminando sobre las aguas; San Pedro, impaciente por unírsele, gritó: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. —Ven." Bajando de la barca, anduvo Pedro sobre las aguas y vino hacia Jesús; pero viendo el viento fuerte, temió, y comenzando a hundirse clamó: "Señor, sálvame." Jesús le tendió la mano y le cogió y dí-jole: "Hombre de poca fe ¿por qué has dudado?" Subieron ambos a la barca y el viento se calmó. Los que en ella estaban se postraron ante El, diciendo: "Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios" (Mt. 14, 25-33).

Este portentoso milagro vigorizó la fe de los Apóstoles, enflaquecida por los acontecimientos de la tarde precedente y que sería puesta a prueba por la doctrina misteriosa sobre el pan de vida: cuando sientan la tentación de rechazar el discurso como "duro", la visión de Jesús caminando sobre las olas les facilitará la creencia de que aquel cuerpo divino, puede, si quiere el Señor, dominar las mismas leyes de la naturaleza.

EL PAN DE VIDA Al siguiente día la muchedumbre busca a Jesús: y como no le hal lan al otro lado del lago, vuelven a

Cafarnaún y allí le encuentran: "Vosotros me buscáis, les dice Jesús, no porque habéis visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Procuraos, no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da" (Ion. 6, 26-27).

Desde las primeras palabras se vislumbra la oposición que irá acentuán­dose; Jesús tratará de despertar en el corazón de los judíos el deseo de los bienes celestiales y los judíos, orgullosos y desconfiados, alegarán ante Jesús, a modo de reto, el maná que Moisés dio a sus padres y le dirán: "Y tú ¿qué milagros haces para que creamos en ti? ¿Cuáles son tus obras?" Por un mo­mento ceden los judíos a la invitación divina: cuando Jesús les dice: "El pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo"; respóndenle ellos: "Señor, danos siempre ese pan." Aun no conocen ese pan; pero comienzan a hambrearlo. Jesús expresa más claramente su pensamiento: "Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed."

Pero los judíos no le entienden; como los nazarenos, chocan con lo que ellos creen saber de la familia y de la vida de Jesús: "¿No es este hombre el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Pues, cómo dice ahora: «yo he bajado del cielo?» Respondió Jesús: "No murmuréis entre vos­otros. Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me ha enviado, no le trae, y yo lo resucitaré en el último d í a . . . Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo." Suscítanse con esto nuevas discusiones entre los ju­díos; mas Jesús insiste: "En verdad, en verdad os digo, que si no coméis la

(4e) Este detalle, conservado por Mt. 14, 22 y Me. 6, 45, muestra el pesar que causaba a los doce separarse de las turbas y la insistencia con que Jesús tuvo que exigirles la partida: podía ser un grave peligro para los Apóstoles el contagio del entusiasmo nacional y el de la decepción consiguiente.

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carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resuci­taré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre" (Ion, 6, 45-59).

El precedente discurso es uno de los más importantes del Evangelio. San Juan, que pasa por alto casi todo el apostolado en Galilea, puso especial inte­rés en relatarnos la multiplicación de los panes y el discurso de Cafarnaún; nada nos dice sobre la institución de la Sagrada Eucaristía, relatada por los sinópticos; pero, en cambio, nos ha conservado el relato de la promesa y de la doctrina eucarística. La fe en la presencia real halla en él firme fun­damento. La teología a él recurre como a venero inagotable: la Encarnación, la venida al mundo del Hijo de Dios, pan celestial que da la vida al mundo, ese don de la vida que, transferido totalmente del Padre al Hijo, se comunica por el Hijo a los hombres, la necesidad ineludible de comulgar la carne y sangre de Cristo para recibir esa vida; finalmente, la revelación y el llama­miento del Padre, manantial único de nuestra fe: "Nadie puede venir a mí, si mi Padre no le trae."

Este relato proyecta claros destellos sobre la historia de la vida y del ministerio del Señor. De los cinco mil hombres que siguieron a Jesús allende el lago, apenas si unos pocos se hallan presentes en la sinagoga de Cafar­naún y esos mismos atraídos únicamente por el recuerdo del pan que habían comido. En vano intenta Jesús excitar en ellos el hambre del pan vivo, bajado del cielo; tras un momento de atención, se apartan, comienzan a murmurar y acaban por ausentarse; y esta partida significa el abandono definitivo.

Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron, y ya no le seguían. Y dijo Jesús a los doce: "¿Queréis iros vosotros también? Respondióle Simón Pedro: "Se­ñor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios." Respondióle Jesús: "¿No he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo." Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los doce, había de entregarle (Ion. 6, 66-71).

Así acaba este sublime empeño de Jesús: con la deserción de la mayor parte de sus discípulos y con la traición de uno de los doce. Ha obrado un milagro, no en favor de algunos enfermos, sino en bien de millares de hom­bres, que han rugido de entusiasmo, pero de un entusiasmo que exacerbó en ellos la fiebre nacionalista y les ha hecho olvidar los bienes celestiales. Jesús intenta, en Cafarnaún, suscitar en los que, después de haber participado del milagro, fueron a su encuentro, el hambre y el deseo del pan de vida que les ofrece en promesa; mas ellos se sublevan y le traicionan. Entre los mis­mos Apóstoles hay un Judas traidor. Estamos en la Pascua del año 29; aun luchará Jesús, predicará, hará curaciones milagrosas durante un año entero: y por todo ese año retendrá consigo, en su intimidad, a ese traidor, a ese demonio; pero ni los más conmovedores discursos, ni las obras más divinas conquistarán ese corazón que, por siempre, abandonó a su Maestro.

Esta crisis va a transformar todo el apostolado de Cristo: vése precisado a renunciar a su predicación en Galilea, que por tanto tiempo y con tanta avidez le ha escuchado: tropieza con la hostilidad de Herodes; volverá varias veces a las orillas del lago, pero sólo de pasada.

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Una buena parte de sus discípulos le ha abandonado; eso no obstante, aun verá Jesús apiñadas muchedumbres en su derredor: en el desierto, en donde volverá a multiplicar los panes ( 4 7) , en Jerusalén, con motivo de las grandes solemnidades; en estas grandes concentraciones, y singularmente el día de Ramos, volverá a reanimarse la l lama del entusiasmo que por tanto tiempo alumbró la Galilea; pero ese entusiasmo se extinguirá inmediatamente: ya no encontrará Jesús entre los galileos aquella docilidad fiel y constante de los primeros días. Y después de Pentecostés, cuando se establezca la Igle­sia de Jerusalén, no se verá surgir otra en Galilea, aun cuando sean ga­lileos los Apóstoles y muchos de los cristianos de Jerusalén; pero es que, si bien la Galilea dio a Jesús algunos de sus hijos, ella misma no se entregó por entero.

Las ciudades del lago, colmadas por el Mesías de favores milagrosos nié-ganle su pleitesía. Las últimas palabras que Jesús les dirige son palabras de maldición:

|Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! porque! si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros hechos en ti, mucho ha que en saco y ceniza hubieran hecho pe­nitencia. Así, pues, os digo que. Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafamaún, ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros hechos en ti, hasta hoy subsistiría, Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio (48).

LAS GRANDES Jesús tiene que retirarse de Galilea, como el año anterior REVELACIONES se retiró de Jerusalén y de Judea: parece haber quedado

el Evangelio desarraigado, arrancado de cuajo, de la tierra de Israel. Mas, frente a la dispersión de las turbas, permanecen fieles, en apre­tado haz, en torno de Pedro, los doce, salvo Judas. El Señor les reserva las revelaciones más sublimes.

De la tierra de Herodes Antipas, pasó Jesucristo a la provincia del norte, gobernada por Filipo; en esta provincia, pagana casi por entero, Jesús no hablará a la muchedumbre; se ceñirá a los discípulos que le acompañan y especialmente a los doce. Sobre ellos concentrará sus esfuerzos; en u n año les hará depositarios de múltiples secretos que transmitirán a la Iglesia.

LA CONFESIÓN Remontando el valle del Jordán llegaron Jesús y los su-DE SAN PEDRO yos hasta las fuentes mismas del río. En aquellos para­

jes, sobre las verdegueantes praderas surcadas por múlti­ples arroyuelos y cabe una gruta consagrada al dios Pan, fundó el tetrarca Filipo la ciudad que denominó Cesárea de Filipo. Jesús no entró en aquella ciudad gentil; se detuvo en las afueras, entre los vergeles que la rodeaban. Hizo un alto para orar: es la víspera de una jornada trascendental. Los Apóstoles se le acercan y entablan con El una charla familiar como de cos­tumbre, en un tono de íntima confianza; de improviso les propone Jesús una cuestión que centra todo el interés: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Llueven las respuestas, reflejo de la incertidumbre de los judíos: dicen unos que Juan el Bautista; otros que Elias; otros que Jeremías u otro de los profetas. Una vez que Jesús ha excitado la atención y la fe de sus Apóstoles les pregunta a boca de jarro:

(« ) Mt. 15, 32-39; Me. 8, 1-10. Cf. La vie et l'enseignement de lésus-Christ, t. I, pp. 415-417.

(« ) Mt. 11, 21-24; cf. Le. 10, 13-15.

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82 LA IGLESIA PRIMITIVA

"Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Tomando la palabra Pedro, dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Y Jesús, respondióle diciendo: "Bienaventurado tú, Si­món, Bar Joña, porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos." (Mt. 16, 15-19).

En esa escena solemne queda confirmado lo que entreveíamos en Cafar­naún: la vacilación de los judíos frente a la fe robusta de los Apóstoles; Pedro habla en nombre de sus hermanos. Durante los dos o tres meses que separan ambas confesiones de fe la oposición de los dos grupos se ha hecho mucho más sensible. Estamos en Cesárea de Filipo, no en Cafarnaún; los judíos se han alejado, arrastrados por su duda creciente; aun reconocen en Jesús al hombre encargado de una misión sobrenatural, mas no al Mesías; le emparejan con las figuras eminentes del pasado. Pedro, en cambio, jamás ha mostrado una fe tan firme y tan luminosa; ha recibido la revelación del Padre y asiente a ella. Una vez más se verifica la ley providencial: "Al que tiene dársele ha ; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará."

Por la gracia de la fe ha ganado, en recompensa, la gracia de una nueva vocación: Simón, hijo de Jonás, será Pedro y sobre esta piedra se levantará la Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella ( 4 9) . Pedro tendrá el poder de atar y de desatar; y todas las sentencias que pronunciare en la tierra serán confirmadas en el cielo; más tarde se conferirá a todos los Apóstoles ese poder de atar y desatar ( 5 0) .

"Entonces ordenó Jesús a sus discípulos que a nadie dijeran que El era el Mesías" (Mt. 16, 20). No es la primera vez que Jesús impone silen­cio ( 5 1 ) ; pero nunca más necesario que ahora; en esa revuelta algarabía de opiniones judías respecto a Jesús, se exige la prudencia más reservada; y esta reserva es particularmente de observar en u n país semipagano como el que, a la sazón, atravesaba el Señor con sus discípulos.

LA PREDICCIÓN Podía sospecharse que, después de la confesión de Pe-DE LA PASIÓN dro, era la fe de los discípulos bastante recia para

soportar el peso de las más dolorosas confidencias; y Jesús les anuncia, por vez primera, el porvenir que le aguarda: "Debo subir a Jerusalén y sufrir mucho por parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercero día" (Mt. 16, 21). Más tarde detallará Jesús los afrentosos suplicios de su pasión: la flagelación, la cruz; pero su muerte, que acaba de predecir, es para los Após­toles una revelación terrible e insospechada; Jesús añade al momento, a la profecía de su muerte la de su resurrección; pero el golpe ha sido tan

(49) El sentido del texto es obvio; los protestantes se han empeñado, por largo tiem­po, en restar importancia al papel de Pedro; nadie se inclina hoy a sus opiniones; PLUMMER, exegeta anglicano, escribe: "Han fracasado rotundamente todas las tenta­tivas por explicar la piedra desgajándola de Pedro. Ni la confesión ni la fe de Pedro son explicación adecuada. Es evidente que la promesa se hizo a Pedro como confe­sor de su propia fe y de la fe de los doce" Con la misma firmeza deben desecharse las objeciones suscitadas contra la autenticidad del texto; no hay pasaje en que la palabra de Jesús haya conservado tan puramente su acento arameo. Cf. La vie et Ven-seignemenl de Jésus-Christ, t. I, pp. 428-430.

(««) Cf. supra, p. 65. (51) Sobre el secreto mesiánico a lo largo del Evangelio y particularmente en esta

escena, cf. L. DE GBANDMAISON, Jésus-Christ, U I, p. 311 y n. 7.

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fuerte, que esta perspectiva gloriosa pasa inadvertida. Pedro, llevado de su ímpetu, toma a Jesús aparte y le dice: "No quiera Dios, Señor, que esto su­ceda." Pero El, volviéndose, dijo a Pedro: "Retírate Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres." Callóse Pedro, humilde y dolorido, pero sin comprender palabra. Mas l a lección del sufrimiento es tan necesaria, que Jesús la comunica aún a aque­llos que no fueron agraciados, en esta circunstancia, con la revelación del secreto mesiánico:

Y llamando a la muchedumbre (52) y a los discípulos, les dijo: "El que quiera venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quien quiera salvar su vida la perderá y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará. ¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma? ¿Pues qué dará el hombre a cambio de su alma? Porque si alguien se avergonzare de mí y de mis palabras ante esta generación adúltera y pecadora,, también el Hijo del hom­bre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos án­geles" (Me. 8, 34-38; cf. Mt. 16, 24-27; Le. 9, 23-26).

Frecuentemente ha repetido Jesús a sus discípulos qué condiciones impone a quien haya de seguirle ( 5 3) . Pero esas instrucciones son particularmente significativas en este pasaje, luego de hecho el primer vaticinio de su Pasión: ahora se percibe con claridad meridiana qué significa seguir a Jesús, a dónde conduce Jesús a sus discípulos y por qué caminos. Seis días después de las ma­nifestaciones de Cesárea de Filipo, tres Apóstoles y con ello toda la Iglesia, son testigos de una revelación aún más solemne: la Transfiguración del Señor (5 4) .

LA TRANSFIGURACIÓN Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y se retiró al monte para hacer oración; mientras

oraba "brilló su rostro como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz"; y se les aparecieron dos hombres, Moisés y Elias, hablando con El. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos por esta visión; Pedro dijo: "Rabbi, bien estamos aquí; vamos a levantar tres tiendas, una para ti , otra para Moisés y otra para Elias." No sabía lo que decía —observa San Marcos— porque esta­ban espantados. Mas Jesús iba a recibir un testimonio aún más autorizado y santo que el de Moisés y Elias: una nube luminosa los envolvió con gran espanto de los Apóstoles; y desde la nube se dejó oír una voz que decía: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle." En Cesárea de Filipo había dicho Jesús a Pedro: "Ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos"; y esa revelación se manifiesta ahora directamente. Desde la nube refulgente repite Dios el testi­monio supremo que diera en el bautismo de Jesús; y ese testimonio será hoy mejor comprendido, mejor obedecido, porque los corazones están mejor pre­parados.

"Y cuando bajaban del monte, les prohibió Jesús contar a nadie lo que

(52) p o r estas palabras se ve que, en aquella tierra semipagana, había en torno de Jesús alguien más que sus discípulos.

(53) Se lee en Mt. 10, 34-39, en las instrucciones1 dadas a los Apóstoles; en Le. 14, 26-27, dirigidas a todos los discípulos; en Le. 17, 39, en un discurso escatológico; en Ion. 12, 25-26, luego de la entrada de Jesús en Jerusalén.

(54) Los tres sinópticos nos narran este episodio: Mt. 17, 1-13; Me. 9, 2-13; Le. 9, 28-36. Contra toda costumbre, los tres señalan la fecha: seis días (según Lucas unos ocho días) después de Cesárea de Filipo; indicando con ello la estrecha unión que liga ambas revelaciones.

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habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos" (Me. 9, 9) . Una vez más se pone de manifiesto la economía providencial de la revelación cristiana: esta epifanía, la más gloriosa de la vida del Señor, no cuenta sino con tres testigos, que deben guardar secreto hasta el día de la Resurrección. Entonces lo referirán a la Iglesia y la Iglesia creerá en su palabra (5 5) .

LOS DISCÍPULOS Tras de estas insignes revelaciones, que marcan u n hito en el verano del año 29, Jesús se retira de Galilea; acu­

dirá a las grandes festividades de Jerusalén, pasará por Samaría, predicará en Perea y se acogerá por fin al desierto. No vamos a detallar todo el con­junto de episodios que esmaltan el último año de la vida del Señor. Pero queremos l lamar la atención sobre dos hechos trascendentales: el recluta­miento y formación de los discípulos y las tentativas de Jesús en Jerusalén.

Hemos visto cómo el Señor inició su ministerio público con la vocación de los doce; estos Apóstoles habrán de ser los pastores y los doctores de la Iglesia fundada por Jesucristo; Judas traicionará su vocación, pero será reemplazado en el colegio apostólico por San Matías. Cuando se trate de su elección, Pedro, cabeza del colegio apostólico, sugerirá que el elegido sea de "entre los varo­nes que nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús, a partir del bautismo de Juan, hasta su Ascensión" (Act. 1, 21-22). Hubo, por consiguiente, durante la vida de Jesús, u n grupo de discípulos fieles que le siguieron asiduamente a par de los Apóstoles.

San Lucas es quien principalmente nos da a conocer esos discípulos (56) cuando, en la segunda parte de su Evangelio, trata de las excursiones de Jesús por Samaría, Judea y Perea. Nos refiere algunos incidentes que revelan las condiciones que el Maestro imponía a quien quisiera seguirle.

Mientras caminaban, acercóse uno que le dijo: "Te seguiré adondequiera que va­yas." Jesús le respondió: "Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza." A otro le dijo: "Sigúeme." Y respondió: "Señor, déjame ir primero a sepultar a mi padre." El le contestó: "Deja a los muertos sepultar a sus muertos y tú vete y anuncia el reino de Dios." Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de los de mi casa." Jesús le respondió: "Nadie que, después de haber puesto la mano sobre el arado, mira atrás es apto para el reino de Dios" (67).

Por donde se colige que la primera condición impuesta por Jesús a los que desean seguirle es el abandono de la familia y el desprendimiento de los bienes de la t ierra; esta proposición hará al mancebo rico, que reculará ante el sacrificio; eso mismo predicará al reducido núcleo de sus incondicionales:

"No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino. Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde ni el ladrón llega ni la polilla roe; porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón" (Le. 12, 32-34).

(55) Un eco de esta predicación resuena en la segunda carta de San Pedro, 1, 16-19. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, p. 442.

(B6) Es muy probable que Lucas conociera, mientras acompañó a San Pablo, pre­so en Cesárea (60 a 62), algunos de estos discípulos o de sus seguidores, como al diácono Felipe y sus cuatro hijas y a Cleofás, que fué uno de los discípulos de Emaús.

(57) £,c. 9t 57-62. Cf. Mt. 8, 19-22. San Lucas ubica estos episodios en Samaría; San Mateo, en Galilea los dos primeros. La fecha importa poco; lo valioso es la lección moral que de ellos se desprende.

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Sorprendemos en este capítulo de San Lucas muchas sentencias que San Mateo registra en el sermón de la montaña; pero su propio enclave está aquí: Jesús se dirige a una élite, al rebañito que le sigue. Esta distinción entre la turbamulta y los escogidos se marca con precisión en la historia del man­cebo relatada por los tres sinópticos ( 5 8 ) ; ese joven ha guardado fielmente la Ley, desea con sinceridad la vida eterna, y, cuando se arrodilla ante Jesús hay tal rectitud en su proceder que Jesús le amó con solo mirar le ; sólo falta una cosa a ese muchacho:

"Si quieres ser perfecto, vete, vende tus bienes, y dáselos a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; ven y sigúeme."

Es decir, que, por encima de los mandamientos, existen reglas de conducta más exigentes, que se imponen a quien "desea ser perfecto". Jesús las resume en una sentencia: abandono de los bienes de la tierra. Sobre esa distinción entre los mandamientos y los consejos insistirán los Apóstoles en Jerusa-lén (B9), San Pablo C60) y los Padres apostólicos ( 6 1 ) ; y será la característica de la moral cristiana, desde sus orígenes.

Antes de aceptar las condiciones severas que Jesús impone a sus seguidores, preciso es reflexionar:

"¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, echados los cimientos y no pu-diendo acabarla, todos cuantos lo vean, comiencen a burlarse de él, diciendo: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar.» O ¿qué rey saliendo a campaña para guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer frente con

• diez mil al que viene contra él con veinte mil? . . . Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo (Le. 14, 28-33).

LA MISIÓN Esos discípulos que el Señor ha reunido, no sola-DE LOS DISCÍPULOS mente han de seguirle, sino predicar su Evangelio;

al reemprender la evangelización de la Palestina meridional, Jesús organiza la misión de los setenta discípulos ( 6 2 ) :

Después de esto, designó Jesús a otros setenta discípulos y los envió de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde El había de venir y les dijo: "La mies p* mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de. la mies que mande obrero» a su mies. Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino. En cualquiera casa que entrareis, decid primero: «La paz sea con esta casa.» Si hubiera allí un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No va­yáis de casa en casa. En cualquier ciudad adonde entrareis y os recibieren, comed lo que os fuere servido y curad a los enfermos que en ella hubiere y decidles: «El reino de Dios está cerca de vosotros.» En cualquier ciudad en que entréis y no os recibie­ren, salid a las plazas y decid: «Hasta el polvo que de vuestra ciudad se nos pegó a los pies, os lo sacudimos; pero sabed que el reino de Dios está cerca.» Yo os aseguro que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que esta ciudad" (Le. 10, 1-12).

Estas instrucciones, dadas a los discípulos, parecen u n eco de las que Jesús dio a los doce cuando les envió a misionar C63). La misión de los Apóstoles

(58) Mt. 19, 16-30; Me. 10, 17-31; Le. 18, 18-30. (59) Ananías y Safira podían guardar sus bienes o reservarse su importe (Act. 5, 4). (60) Particularmente en la cuestión de la virginidad, / Cor. 7, 25-40. («i) Sobre todo en el Pastor de HERMAS, 5* analogía. (62) Los manuscritos y los Padres presentan dos variantes: setenta y setenta y dos.

Es un detalle intrascendente. (M) La misión de los Apóstoles, relatada por Mt. 10, 1-15 y Me. 6, 7-13, coincide

con la de Le. 9, 1-6.

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era el coronamiento del ministerio de Jesús en Galilea y ampliaba su radio de acción; y la misión de los discípulos prepara la evangelización de las pro­vincias meridionales. Los misioneros regresan entusiasmados de sus proezas: "Señor, dicen a Jesús, hasta los mismos demonios se rindieron a tu Nombre" (Le. 10, 17). Y Jesús añade: "He visto a Satanás caer del cielo como u n rayo." Esta es una de las páginas más jubilosas del Evangelio; esa alegría triunfal se irradia no solamente sobre los éxitos pretéritos, sino también sobre aquellos otros más grandiosos que presagia:

En aquella hora se sintió Jesús inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha; sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre y quién es el Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiere revelárselo." Vuelto a los discípulos aparte, les dijo: "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, porque muchos reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vie­ron y oír lo que oís y no lo oyeron" (64).

Esta declaración de Jesús, una de las más luminosas que los sinópticos nos han conservado, i lumina toda la historia evangélica: nos descubre el valor infinito de esta revelación esperada con tanta impaciencia por los profetas y velada a la mayor parte de los Judíos; distingue entre los humildes que la reciben y los orgullosos que la rechazan; finalmente, nos introduce en el secreto de Dios: la unión inefable del Padre y del Hijo, que se conocen ple­na y solamente (salvo que, por la bondad divina, participen algunos en el conocimiento de esa int imidad) . En esta sentencia se resume toda la teología de Jesús en Jerusalén, tal como San Juan nos la ha trasmitido.

LA PREDICACIÓN DE JESÚS Desde el comienzo de su ministerio había EN JERUSALÉN Jesús polarizado sus esfuerzos en Jerusalén,

ciudad que hubo de abandonar por la fiera hostilidad de sus jefes, sobre todo, de los fariseos. No volvió a ella hasta el último año de su ministerio.

Nuestro Señor nunca prolonga su estancia en la Ciudad Santa; en­tra en ella y habla con ocasión de las grandes solemnidades: Pentecos­tés (6 5) , los Tabernáculos, la Dedicación y la Pascua; con la afluencia de peregrinos se agrandaba el sembradío; a mayor abundamiento, la pre­sencia de galileos en Jerusalén era una garantía para Jesús; aun en el momento de la crisis suprema, evitarán los enemigos de Jesús arrestarle y procesarle durante la fiesta, "por temor a una sedición popular" (Me. 14, 2; Mt. 26, 5) .

San Juan es el único que nos da cuenta detallada de estas enseñanzas; pero los sinópticos (Mt. 23, 37; Le. 13, 34) presuponen esa predicación, desarro­llada en una serie de episodios que el cuarto Evangelio relata con u n drama­tismo impresionante; en ellos se refleja, como en n ingún otro, el fluctuar de la masa: al comienzo de la fiesta de los Tabernáculos (7, 11); "los judíos

(64) £c, JO, 21-24. San Mateo inserta estas enseñanzas de Jesús en otras circuns­tancias: la primera, cuando la embajada de Juan el Bautista (11, 25); la segunda, des­pués de las parábolas (13, 16). Es de notar que la misión de los discípulos solamen­te se lee en San Lucas, en donde encajan mejor estas palabras de Jesús, revelándonos todo su alcance.

(65) Puede fecharse, con toda probabilidad, el milagro de la piscina de Bezatha en la fiesta de Pentecostés. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, pp. 24 y 403-404.

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buscan a Jesús: «¿Dónde está?» se preguntan; y había entre la muchedumbre gran cuchicheo acerca de El ; los unos decían: «Es un hombre honrado»; otros: «No, engaña al pueblo.»"

Aparece Jesús, comienza a hablar y los fariseos le escupen la infame calumnia: "Tú estás poseído del demonio" (7, 20). Jesús impone silencio a sus detractores; las gentes de Jerusalén exclaman: "¿No es éste a quien que­rían dar muerte? Ved que habla en público y nada le dicen. ¿Será que las au­toridades han reconocido que éste es el Mesías? Mas éste sabemos de dónde viene; del Mesías, cuando venga, nadie sabrá de dónde viene" (7, 25-27). Muchos, al oírle, sintiéronse conmovidos y dijeron: "Cuando venga el Cristo, ¿acaso hará los milagros que hace éste" (7, 31).

El último día, el dia grande de la fiesta, se detuvo Jesús y gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, según dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su seno." Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que cre­yeran en El, pues aun no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado. De la muchedumbre algunos que escuchaban esas palabras decían: "Ver­daderamente que éste es el Profeta." Otros decían: "Este es el Mesías"; pero otros replicaban: "¿Acaso el Mesías puede venir de Galilea?"... Algunos de ellos querían apoderarse de El, pero nadie puso en El las manos. Volvieron, pues, los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos y éstos les dijeron: "¿Por qué no le habéis traído?" Respondieron los alguaciles: "Jamás hombre alguno habló como éste." A lo que replicaron los fariseos: "¿Es que también vosotros os habéis dejado engañar? ¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en El? Pero esta gente ignora la Ley y son unos malditos." Les dijo Nicodemo, el que había ido antes a El: "¿Por ventura nuestra Ley condena a un nombre antes de oírle y sin averiguar lo que hizo?" Le res­pondieron y dijeron: "¿También tú eres de Galilea? Investiga y verás que de Galilea no ha salido profeta alguno" (7, 37-52).

Y entre ese pueblo indeciso y frente a los fariseos y a los sumos sacerdotes empeñados en deshacerse de El, Jesús campea dominándolo todo por el ascen­diente de su palabra y de su prestigio; aquí, aun mejor que en Galilea, triunfa aquella grandeza sobrehumana que sus enemigos no pueden doblegar ni ensombrecer. Le hemos visto, en la fiesta de los Tabernáculos, desbaratar por la sola autoridad de su palabra, el complot tramado por los emisarios del Sanedrín.

Cuando, unos días después, le oponen sus adversarios la figura de Abrahán, replica Nuestro Señor: "Antes que Abrahán naciera yo existo"; los judíos, exasperados, cogen piedras para arrojárselas; Jesús se retira y sale del templo (8, 59). Reprodúcese la escena en la fiesta de la Dedicación. Jesús acaba de decir: "Lo que mi Padre me dio es mejor que t o d o . . . Yo y el Padre somos una sola cosa" (10, 29-30); de nuevo intentan los Judíos apedrearle. Pero Jesús les argumenta: "Muchas obras os he mostrado de parte de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis? —Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios." Jesús les responde ( 6 6 ) : "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras, para que sepáis y conoz­cáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (10, 39). Es éste u n fiero combate entre la luz y las tinieblas: las tinieblas intentan aprisionar esa luz; pero la luz se les escabulle.

(66) Primeramente, en los versículos 34-35, les recuerda Nuestro Señor que en el A. T. se comunicó la majestad divina, a simples hombres, a los jueces y que, con mayor razón, podía El reivindicar una comunicación aún más verdadera. Cf. La vie et Venseignement de Jésus-Christ., t. II, pp. 115-118.

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TRASCENDENCIA En estos discursos y en las discusiones vivas y vio-TEOLOG1CA DE ESTOS lentas, a veces, que provocan, hay más abundan-

DISCURSOS tes y más categóricas reivindicaciones teológicas que en la predicación de Galilea; desde el primer

incidente, la curación del paralítico de la piscina, se echa de ver esa pre­eminencia; Jesús obró el milagro en día de sábado; los fariseos protestan como de una violación (Ion. 5, 16). Mas Jesús no se arredra por esas pro­testas indignadas: "el sábado se ordenó para el hombre y no el hombre para el sábado"; "el Hijo del hombre es dueño del sábado"; y aduce una altí­sima razón: "Mi Padre obra sin cesar, y yo también obro" (5, 17). Los Judíos se percatan de todo el alcance de esta afirmación y su odio se exa­cerba: "Por eso los judíos buscaban con más ahinco matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios" (5, 18).

Hemos leído afirmaciones tan categóricas en los discursos pronunciados por Jesús durante las fiestas de los Tabernáculos y de la Dedicación: es uno mismo el obrar del Padre y del Hijo, uno mismo su poder, común la ciencia, idéntica la doctrina y la naturaleza: "el Padre y yo somos una sola cosa"; el Hijo es superior a los prohombres del A. T. y anterior a todos ellos, con una vida que no conoce principio ni término: "Antes que Abrahán fuese, yo existo."

En los sinópticos pueden verse proposiciones semejantes. Así, en San Mateo y en San Lucas: "Todo me ha sido confiado por mi Padre y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelarlo." Indudablemente afirmaciones de esa ín­dole abundan en San Juan como en ningún otro evangelista; la razón no es otra que el designio que se propuso al escribir: fundar la fe de sus lectores en Jesucristo, Hijo de Dios (20, 31); de ahí su insistencia en los discursos doctrinales de Jerusalén. Que Jesús imprima a su predicación en la Ciudad Santa un carácter más teológico, se explica porque su auditorio no son los tímidos y simples galileos, sino los escrutadores infatigables de las Escri­turas (5, 39); los cuales, con su intervención, presionan la respuesta categó­rica, cuyo sentido pueden captar perfectamente; si se escandalizan, no es por flaqueza mental, sino por su propia malicia.

Por lo demás, al trasladar la discusión al terreno teológico, Jesús zanja definitivamente los peligros de un falso mesianismo. Sus enemigos porfían, más aún en Jerusalén que en Galilea, por traerle al terreno político; si se deja arrastrar, tropieza con esta disyuntiva: o la prudencia y la deserción del pueblo o la revuelta y la acusación ante los poderes constituidos; tal es el alcance de preguntas tan acuciantes como ésta: "¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si eres el Mesías, decláralo abiertamente" (Ion. 10, 24); es la misma intimación que repetirán los sanedritas: "Si eres el Cristo dínoslo" (Luc. 22, 67); y ése también el sentido de preguntas tan capciosas como la de pagar tributo al César (Me. 12, 14).

Vanos son sus empeños por cogerle en la trampa. Jesús se remonta por sobre las ambiciones humanas: "Mi reino no es de este mundo." El mismo sentido de elevación tiene su pregunta acerca del Mesías: "Si David le llama su Señor, ¿cómo es su hijo?" (Me. 12, 35-37); no negaba Jesús su filiación davídica; pero deseaba que se transparentara un otro origen y linaje todavía más excelente. Los discursos de Jesús en Jerusalén enfrentan al auditorio, sin exceptuar a la parte hostil, con estas perspectivas que anulan todo espejismo de un mesianismo erróneo. No por ello cesa la contienda: los adversarios

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acusarán a Nuestro Señor de blasfemo y le amenazarán con piedras; pero la controversia será puramente religiosa. Merced a este oportuno deslinde, cuando sea acusado ante el Sanedrín y delante de Pilatos, no le condena­rán por sedicioso, aunque ese fuera el intento de sus enemigos, sino porque se ha dicho Hijo de Dios (6 7) .

LAS ULTIMAS SEMANAS Las discusiones de Jerusalén hacen presagiar la Pasión: el proyecto homicida que los enemigos

de Jesús fraguaron durante el ministerio en Galilea, es una obsesión de su espíritu; varias veces han tratado de llevarlo a efecto; mas la hora de Dios aun no había sonado y Jesús pudo hur ta r el cuerpo; pero está persuadido de que un día le faltará esa protección especial y será el momento del poder de las tinieblas; Jesús marcha hacia él con paso firme: "Es preciso que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar" (Ion. 9, 4 ) .

LA RESURRECCIÓN Un milagro del Señor, el de mayor resonancia de DE LÁZARO cuantos le precedieron, va a precipitar la crisis. Lá­

zaro agoniza en Betania; sus hermanas, Marta y Ma­ría, cavilan largamente sobre l lamar o no a Jesús, su amigo; saben que vive retirado en Perea, al abrigo de toda asechanza; l lamarle equivaldría a po­nerle en peligro. Pero, ante el convencimiento de que su hermano se muere, envíanle u n mensaje: "Señor, tu amigo está enfermo." Trascurridos dos días, Jesús parte para Betania; los Apóstoles, espantados, t ratan de disua­dirle: "Rabbi, los judíos querían apedrearte, ¿y tú vuelves a ellos?" —Res­pondió Jesús: "¿No son doce las horas del día? Si alguno camina durante el día no tropieza, porque ve la luz de este mundo." Dijo Tomás: "Vayamos también nosotros y muramos con El." Al llegar a Betania, todos son duelos y llantos en la casa: Marta y María lloran a su hermano muerto ha ya cuatro días; los amigos llegados de Jerusalén les acompañan en su dolor. Marta le sale al camino: "Señor, si hubieses tú estado presente, mi hermano no habría muerto." Marta espera aún, pero su fe es insegura: "Dios te dará cuanto le demandares." Jesús sublima aquellas esperanzas: "Yo soy la resurrección y la vida"; y Marta responde: "Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que viniste al mundo." Llega María des­hecha en llanto; Jesús llora con ella. Ante la tumba, donde le acompañó comitiva de judíos y en presencia de todos ellos, exclama: "¡Lázaro, sal fuera!"

Y resucita el muerto con los pies y las manos vendadas y con el rostro cubierto por el sudario. "Desatadle, dice Jesús, y dejadle i r" (Ion. 11, 1-44).

Muchos judíos, testigos del milagro, creyeron; mas otros fuéronse a dar parte del suceso a los fariseos. Inmediatamente se convoca el Sanedrín que vota la proposición de Caifas: "Conviene que u n hombre muera por el pue­blo, y que no perezca toda la nación" (Ion. 11, 50). Jesús se retiró con sus discípulos a Efrén, a orillas del desierto. Cuando se aproximaba la Pascua,

Iban subiendo hacia Jerusalén; Jesús caminaba delante y ellos iban sobrecogidos y le seguían medrosos. Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que había de sucederle. Subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, a los escribas, que le condenarán a muerte y le entre­garán a los gentiles y se burlarán de El y le escupirán y le azotarán y le darán muerte; pero a los tres días resucitará" (Me. 10, 32-34).

(67) Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 113-114.

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90 LA IGLESIA PRIMITIVA

descendió a Jericó, donde curó a un ciego y después, con espanto de sus discípulos, subió a Jerusalén:

El sábado anterior a la Pascua, Jesús va con sus Apóstoles a Betania; las hermanas de Lázaro le dan albergue, emocionadas de gratitud, pero más emocionadas aún por los peligros que le acechan: ¿no se expuso acaso a la muerte, por resucitar a su hermano? María unge la cabeza y pies de Jesús con un valioso perfume, que embalsama toda la casa. Judas, administrador aprovechado de los bienes de la comunidad apostólica, se indigna porque se le ha escurrido de las manos una buena oportunidad de lucrar. Jesús sale por los fueros de María: "Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una buena obra es lo que ha hecho conmigo. Ha anticipado la unción de mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo, dondequiera que se predicare el Evangelio en todo el mundo, se hablará de lo que ella ha hecho, para memoria suya" (Me. 14, 6-9).

LAS PALMAS Los judíos acuden a Betania por ver a Jesús y a Lázaro "resucitado. Al día siguiente, noticioso el pueblo de que

Jesús va a entrar en Jerusalén, se dirige a su encuentro con palmas y con aclamaciones: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor, rey de Israel!" A medida que el río de gentes avanza, es más desbordante la confluencia y más ruidoso el rumor de los vítores. "Al llegar a las puer­tas, toda la ciudad se conmovió diciendo: «¿Quién es éste?» Y las turbas contestaban: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (Mt. 21, 10-11). Los fariseos se sienten derrotados: "¿No veis que nada avanzamos, que todo el mundo se va tras de El?" (Ion. 12, 19). Y como no pudieran encalmar a aquellas gentes, piden a Jesús que intervenga: «Maestro, reprende a tus dis­cípulos.» El contestó y dijo: «En verdad os digo, que si ellos callaran, las piedras gritarían»" (Le. 19, 39).

Entra en el templo, cura a los enfermos y lisiados, ciegos y cojos; crece el clamoreo y con él la indignación y la cólera de los sacerdotes y de los escribas: "Al oír a los niños que gritaban en el templo «Hossana al Hijo de David», se indignaron y le dijeron: «¿Oyes lo que éstos dicen?» Respondióles Jesús: «Sí. ¿No habéis leído jamás «De la boca de los niños y de los que se amamantan has hecho salir la alabanza»?" (Mt. 21, 14-16).

Pero esos triunfos no embriagan a Jesús: ni olvida la proximidad de su Pasión ni la ruina de su pueblo. Al bajar del monte Olívete hacia Jerusalén llora por la Ciudad Santa: "¡Si al menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque días vendrán sobre ti y te rodearán de trincheras tus enemigos y te cercarán y te estrecharán por todas partes y te abatirán al suelo a ti y a los hijos que tienes dentro y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por no haber conocido el tiempo de tu visitación" O68).

Al declinar el día, Jesús se retira y se oculta (Ion. 12, 36). Pues, a despecho de tantas aclamaciones, el pueblo judío, intimidado por sus jefes, se resiste a creer, según nos lo dice el evangelista San Juan, al resumir esa jornada triunfal: "Jesús había hecho a la faz de ellos muchos milagros, mas ellos no creyeron en El" (Ion. 12, 37).

(68) £c. i9t 41-44. Durante la entrada en Jerusalén sintió Jesús las primeras tur­baciones de su agonía: "Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, lí­brame de esta hora? Mas para esto he venido yo a esta hora. jPadre, glorifica tu Nombre! Llegó entonces una voz del cielo: «Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré»" (Ion. 12, 27-28).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 91

LA ULTIMA SEMANA Con el domingo del triunfo se inicia la semana trágica de la vida del Salvador. Cada tarde se

retira a Betania y cada mañana regresa a Jerusalén, al templo. No hacía muchos días, a poco de la resurrección de Lázaro y de la retirada de Jesús a Efrén, habían decretado los sumos sacerdotes y los fariseos que quien su­piera el lugar de su escondite, lo denunciara, a fin de arrestarlo (Ion. 11, 57).

Y ved ahí que ahora está en el templo, a vista del mundo entero, y nadie osa echarle mano; nunca fué su odio tan exacerbado; mas temen al pueblo y esperan el final de la fiesta: Judas se compromete a entregárselo sin des­pertar la alarma.

Entretanto, Jesús continúa su obra doctrinal, desenmaraña las malas artes de sus enemigos y les advierte, con una firmeza y una claridad sin prece­dentes, sobre la terrible responsabilidad en que incurren y que va a recaer sobre toda la nación: viñadores homicidas, arrendatarios a los cuales Dios había encomendado su viña predilecta, la tierra de Israel, han ultrajado, golpeado, condenado a muerte a los siervos que Dios les envió para recibir en su Nombre los frutos de la viña:

Le quedaba todavía uno, su hijo amado, y se lo envió también el último, dicién­dose: "A mi hijo lo respetarán." Pero aquellos viñadores se dijeron para sí: "Este es el heredero. ¡Ea! Matémosle y será nuestra la heredad." Y cogiéndolo, le mataron y le arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y hará perecer a los viñadores y dará la viña a otros (Me. 12, 1-9).

Tan trasparente era la parábola, que los fariseos exclamaron sin poder contenerse: "¡No quiera Dios!" (Le. 20, 16). Y Jesús, fijando en ellos su mirada, les replicó: "¿Pues qué significa aquello que está escrito: La piedra que reprobaron los constructores, ésa ha venido a ser cabecera de esquina? Todo el que cayere contra ella se quebrantará y aquél contra quien ella cayere, quedará aplastado" (Le. 20, 17-18).

Este texto nos hace revivir aquella escena grandiosa y terrible: Jesucristo, sobre quien se tiende ya la sombra de la cruz, hace u n esfuerzo supremo para detener a los fariseos y al pueblo en su caída; fija su mirada en aqué­llos sus enemigos y les amenaza con el desplome y la ruina.

En aquel momento habrían deseado los sumos sacerdotes y los fariseos apoderarse de Jesús; pero temieron la reacción popular.

Vuelve el Señor a insistir en sus advertencias; mas ya no en forma de parábolas, sino de anatemas y de execraciones directamente fulminadas con­tra los escribas y los fariseos:

"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombre el reino de los cielos! ¡Ni entráis vosotros ni permitís entrar a los que querrían entrar! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito y luego de hecho le volvéis hijo de la gehena dos veces más que vos­otros!... ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicias! ¡Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hom­bres, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad! ¡Ay de vosotros, es­cribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los mo­numentos de los justos y decís: «Si hubiéramos vivido nosotros en tiempo de nues­tros padres, no hubiéramos sido cómplices suyos en lo sangre de los profetas.» Ya con esto os dais por hijos de los que mataron a los profetas. Colmad, pues, la medida de vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehena? Por esto yo os envío profetas, sabios y escribas y a unos los mataréis y los crucifi­caréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tie-

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rra, desde.la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías. a quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo que todo esto ven­drá sobre esta generación (Mt. 23, 13-36).

Esta invectiva, la más terrible de todo el Evangelio, revela el dolor del Señor por su pueblo, engañado y arrastrado a la perdición por jefes per­versos. Termina el discurso con un grito de angustia, con un fuerte y últ imo aldabonazo a las puertas de la Ciudad Santa:

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son en­viados! ] Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus pollos bajo sus alas y no quisiste! Vuestra casa quedará desierta, porque en ver­dad os digo que no me veréis más hasta que digáis: «Bendito el que viene en el Nom­bre del Señor»" (ibid. 37-39).

Y dando la espalda a Jerusalén, partióse Jesús con los Apóstoles al monte de los Olivos; desde él volvieron a contemplar la Ciudad Santa y su templo maravilloso y desde él predijo Jesús a sus discípulos la ruina de una y de otro: "¿Veis estas grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea destruida" (Me. 13, 2 ) . Los Apóstoles se estremecieron consternados; y cuando llegaron a la cima, Pedro, Santiago, Juan y Andrés tomaron aparte al Maestro y le preguntaron sobre la época de tales catás­trofes. Jesús les responde con una predicción doble: la ruina de Jerusalén y de su templo y el cataclismo, aun más espantoso, en que se abismará el mundo (6 9) . Concluye la profecía con una exhortación moral:

"Estad alerta, velad, porque no sabéis cómo será el tiempo. Como el hombre que parte de viaje, al dejar su casa, encargó a sus siervos a cada uno su obra y al por­tero le encargó que velase. Velad, pues, vosotros, porque no sabéis cuándo vendrá el amo de la casa, si por la tarde, si a medianoche, o al canto del gallo, o a la madrugada, no sea que viniendo de* repente, os encuentre dormidos. Lo que a vos­otros os digo, a todos digo. Velad" (Me. 13, 33-37).

LA CENA Ha ya largos días que los jefes del pueblo judío, sumos sacerdo­tes y fariseos, están empeñados en una guerra a muerte contra

Jesús; ahora llegó a su paroxismo la lucha; en sus últimos discursos Jesús ha desenmascarado sus planes homicidas y les ha vaticinado el castigo. Pero con la amenaza se han exasperado más; si ahora no ejecutan sus planes, es por temor a l pueblo; prefieren esperar a que las fiestas pascuales terminen.

En esa coyuntura Judas se ofrece a mediar para el arresto de Jesús. Hace ya u n año que en su corazón abandonó al Maestro; interpretó la prodiga­lidad de María en Betania como una defraudación a sus intereses; está re­suelto a cometer una feroz alevosía: ganará algún dinerillo y se pondrá a cubierto de las persecuciones que amenacen a los otros Apóstoles. En con­secuencia, va a presentarse a los sumos sacerdotes: "«¿Cuánto me pagáis por entregarle?» Concertáronse con él en treinta siclos de plata y desde aquel momento buscó el modo de cumplir su compromiso" (Mt. 26, 14-16).

Acercábase el día de la Pascua y Jesús quiso celebrarla con sus discípu­los (7 0) . Envía por delante a Pedro y a Juan para que preparen lo necesario y El les sigue con los restantes Apóstoles.

(69) Véase, acerca del discurso escatológico, La vie et V enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 199-228; L. DE GHANDMAISON, Jésus-Christ, t. II, pp. 280-321; LAGRANGE, L'Evangile de Jésus-Christ, pp. 473-486; PRAT, Jésus-Christ, t. II, pp. 239-256; K. WEISS, Exegetisches zur Irrtumslosigkeit und Eschatologie Jesu Christi, Münster ¡(1916).

(70) Según San Juan, Jesús murió el 14 de nisán, día en que los judíos comen la

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE I A IGLESIA 93

A hora conveniente púsose a la mesa con ellos y les dijo: "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de mi Pasión, porque os aseguro que no volveré a comerla hasta que sea cumplida en el reino de Dios" (Le. 22, 14-15).

Viendo Jesús que incluso entonces se perdían en discusiones sobre los pri­meros puestos (ibid. 24-27), dióles una lección de humildad con su palabra y u n dechado con su obra: lavó los pies de todos ellos (Ion. 13, 1-20). Des­pués, anuncióles varias veces y con profundo sentimiento la traición que se estaba perpetrando; Judas, insensible a toda insinuación, sale bruscamente a consumar su crimen. Jesús realiza entonces lo que u n año antes prometiera en Cafarnaún: da a sus Apóstoles, y por ellos a la Iglesia, el pan del cielo. Los tres sinópticos y San Pablo nos nar ran la institución de la Sagrada Euca­ristía. Insertaremos el relato de aquel acontecimiento, que dominará toda la vida y todo el culto cristiano:

Y mientras estaban comiendo, tomó Jesús el pan, dio gracias, lo partió y distribuyó­lo entre sus discípulos diciendo: "Tomad y comed, este es mi cuerpo"; luego tomó la copa, dio gracias y la entregó con estas palabras: "Bebed todos, porque ésta es mi sangre (la sangre) de la alianza, que será derramada por muchos, en remisión de los pecados. Os aseguro que no beberé del fruto de la vid, hasta que con vosotros lo beba de nuevo en el reino de mi Padre" (71).

Por las instrucciones de San Pablo a los fieles podemos colegir la sen­cillez y docilidad con que la Iglesia aceptó, desde un principio, estas palabras solemnes del Maestro:

"Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Se­ñor hasta que El venga. Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor in­dignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hom­bre a sí mismo y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que sin discerni­miento come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condena­ción" (I Cor. 11, 26-29).

El discurso de Cafarnaún inició a los Apóstoles e iniciará a todos los cris­tianos en la inteligencia de este misterio. Ese discurso nos revela la rela­ción íntima que existe entre la Eucaristía y la Encarnación y la ineludible necesidad que tiene todo hombre de recibir ese pan del cielo, vida del mundo:

"Yo soy el pan de vida: vuestros padres comieron el maná en el desierto y mu­rieron. Este es el pan que baja del cielo, para que el que lo coma no mu?ra. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo le daré es mi carne por la vida del mundo" (Ion. 6, 48-51).

Aquellas promesas conviértense ahora en realidad viviente: esta carne va a entregarse por la salvación del mundo; en la Cena se ha ya entregado y dentro de breves horas la sacrificarán sobre la Cruz; éste es el sentido de las palabras de la Institución: "Este es mi cuerpo, entregado por vosotros" ( 7 2 ) ;

Pascua, 18, 28; cf. 13, 1; 19, 31; La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, p. 27. Por otra parte, de los sinópticos se deduce que Jesús celebró la Pascua con sus dis­cípulos: Le. 22, 15 y otros textos; ibid., t. II, p. 233. Entre las diversas hipótesis pro­puestas la más verosímil parece la que supone divergencia en la computación de los días del mes; cf. ibid., pp. 235 y ss.; PRAT, Jésus-Christ, t. II, pp. 518-520.

(") Mí. 26, 26-29; cf. Me. 14, 22-25; Le. 22, 14-20; / Cor. 11, 23-29. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 252 y ss., destaca la importancia de estos testimonios.

(72) Texto de San Pablo y de San Lucas.

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"ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por muchos, para redención de sus pecados" (7 3) . Y cuando los fieles reciban este cuerpo y esta sangre, participarán en el sacrificio del Señor (7 4) . Este sacrificio per­durará hasta el fin de los tiempos; Jesús será arrebatado de la t ierra; mas sus Apóstoles continuarán ofreciéndole en sacrificio, para dar cumplimiento al mandato del Señor: "Haced esto en memoria de mí" (7 5) .

EL DISCURSO El solemne discurso que siguió a la Cena y que nos ha DE SOBREMESA conservado San Juan (76) es el complemento de la insti­

tución de la Eucaristía: "Permaneced en mí y yo en vos­otros; como el sarmiento no puede dar fruto si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en m í " ( 7 7) .

Debe reinar entre los cristianos la unión mutua ; es el "mandamiento nue­vo" que Jesús repite a lo largo de su charla de sobremesa ( 7 8) , y cuyo modelo es la unidad de las divinas personas: "que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, a fin de que sean consumados en la unidad (7 9) .

Esta unión de todos los cristianos en El, es su anhelo supremo y la sus­tancia de su oración al Padre: "Yo les di a conocer tu Nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (17, 26). Es la últ ima palabra de su plegaria; al comenzarla, había dicho asimismo: "La vida eterna es que te conozcan a ti, solo Dios verda­dero, y a aquél que has enviado" (17, 3 ) .

No se cerró con esto el ciclo de las revelaciones; Jesús nada ha ocultado a sus Apóstoles de lo que pudieron entonces alcanzar; mas aún quedan mis­terios (Ion. 16, 12) que el Espíritu Santo, que El enviará, les dará a conocer. Este será el gran don de Dios y el fruto de la muerte de Cristo: mientras no se consume el gran sacrificio, Dios no hará donación de su Santo Espíritu (7, 39) ; por eso puede, con toda verdad, decir Jesús a sus Apóstoles: "Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Paráclito no descenderá sobre vosotros; en cambio, si yo me voy, yo mismo os lo enviaré" (16, 7) .

Este adiós de despedida, cargado de emoción y de ternura, es un iris de esperanza; Jesús puede decirles sin reticencias: "No os dejaré huérfanos" (14, 18); con ellos continúa y, según les garantizará después de su Resu­rrección, con ellos permanecerá hasta la consumación de los siglos (Mt. 28, 20) ; y el Espíritu Santo también descenderá, por Cristo, sobre ellos.

(73) Texto de San Mateo y de San Marcos ("ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que es derramada por muchos"), de San Pablo ("este cáliz es la nueva alianza en mi sangre") y de San Lucas ("este cáliz es la nueva alianza en mi san­gre vertida por vosotros").

(74) Doctrina expresa de San Pablo, / Cor. 10, 14, 21. (76) Le. 22, 19; / Cor. 11, 24. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II,

pp. 266-270 y 253, n. 1. (78) Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 274-310. (77) Ion. 15, 4-5. Es la ley de la vida sobrenatural. Nada podemos recibir sino por

Cristo; y esa comunicación con Cristo se realiza singularmente en la Eucaristía, sa­cramento con el que se hallan relacionados los otros sacramentos y todas las gra­cias. G. M. DE LA TAILLE, Mysterium fidei, pp. 557-588.

(i«) Cf. Ion. 13, 34-35; 15, 12-13; 15, 17. (78) Ion. 17, 22-23; cf. ibid., 21: "Que. todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí

y yo en ti, a fin de que sean ellos en nosotros." En el discurso de la Cena, sobre la unidad de la naturaleza divina, Jesús nos revela, además del Padre y del Hijo, al Espí­ritu Santo: 14, 16-26; 15, 26; 16, 7-14. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 282-285; Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 533-538.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 95

LA PASIÓN Y LA Los conflictos de Jesús con los jefes religiosos del MUERTE DE JESÚS pueblo judío estallaron desde el alborear de su vida

pública: por burlar sus asechanzas tuvo que aban­donar, al cabo de pocos días, Jerusalén; a las pocas semanas, Judea; y a vueltas de unos meses, la Galilea; en el año postrero de su vida, no pudo fijar su morada en parte alguna: recorrió la Fenicia, la región de Cesárea de Filipo, las orillas del lago, Samaría, Judea, Perea, y regresó a Jerusalén durante las fiestas; con el tiempo, va creciendo el encono y la enemiga de sus adversarios; ya no les basta, como en los días de Galilea (Me. 2, 6) , urdir complots contra El; ahora se pone en juego al Sanedrín y, a pro­puesta de Caifas, se le condena a muerte (11, 49-53); pero como Jesús se retiró al desierto, lanzan una proclama según la cual, quienquiera que su­piese su paradero, vendría obligado a denunciarlo a las autoridades (11, 57).

Con estos antecedentes no hay por qué extrañarse del arresto de Nues­tro Señor, sino de la tardanza en ponerlo por obra. El temor a un motín popular es sólo una explicación parcial de esa demora; en muchos casos no puede apelarse a esos temores; por ejemplo, en los atentados de Nazaret (Le. 4, 30) y de Jerusalén (Ion. 8, 59; 10, 39). Debemos por consiguiente, remontarnos y pensar en la protección especial que velaba por Jesucristo hasta que no llegara la hora; San Juan nos lo advierte: "Nadie puso la mano en El, porque aún no había llegado su hora" (7, 30; 8, 20) ; y el mismo Jesús se lo echa en cara a los sumos sacerdotes y ministros del templo: "A diario estaba con vosotros en el templo y no me detuvisteis; pero ahora es vuestra hora y el poder de las tinieblas" (Le. 22, 53).

De esta singular protección gozará Jesús mientras, voluntariamente, no re­nuncie a ella. Mas he aquí llegada su hora, aquella hora que fué como una obsesión de su vida, la hora por la cual vino al mundo (Ion. 12, 27) , la hora señalada por el Padre, cuya voluntad acata Jesús humildemente: "Para que el mundo sepa que yo amo a mi Padre y que cumplo sus mandatos, ¡ea!, le­vantaos, vamonos de aquí" (14, 31). Y diciendo esto, enderezó sus pasos hacia el huerto, adonde acudirá el que le ha de entregar. Y cuando le tienen ya esposado, Jesús sabe con certeza que le bastaría u n acto de voluntad para librarse de ellos: "¿Crees tú, dice a Pedro, que yo no puedo rogar a mi Padre y me enviará más de doce legiones de ángeles? Pero ¿cómo se cum­plirán las Escrituras que predijeron todas estas cosas?" (Mt. 16, 5-23). Jesús en aquellos momentos, contemplaba la voluntad divina y con plena con­ciencia y con entera libertad abrazábase a ella. "Por esto el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, yo soy quien la da por voluntad propia. Tengo poder de darla y poder de volverla a tomar. Tal es el mandato que del Padre he recibido" (Ion. 10, 17-18).

LA AGONÍA Ni por u n instante traicionó Jesús su propia sumisión a la voluntad del Padre; mas hubo de sufrir rudas pruebas: no

solamente por los ataques del príncipe de este mundo y de sus satélites, sino por los terrores y espasmos que le pondrían en la agonía de Gethsemaní. La historia de la Pasión se abre con el relato de esta lucha interior ( 8 0 ) ; es quizá la página más emotiva y aleccionadora: en las escenas que siguen,

(80) Mt. 26, 36-46; Me. 14, 32-42; Le. 22, 40-46. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 311-346. Los dos primeros sinópticos son paralelos; Lucas es independiente: no distingue las tres visitas de Jesús a sus Apóstoles; pero son exclu­sivos el episodio del sudor de sangre y la visita del ángel; Juan no relata la agonía, sí la turbación de Jesús al entrar en Jerusalén (12, 24-27).

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96 LA IGLESIA PRIMITIVA

puede nuestra atención quedar cautiva por las torturas atroces de la flage­lación y de la cruz, por los gritos rabiosos de los judíos, por la crueldad de Pilatos, por el odio encarnizado de Caifas y de los fariseos; en el huerto no hay jueces ni verdugos; Jesús está solo frente a frente con su Padre; y como ha tomado sobre sí todos los pecados del mundo, su peso le aplasta y el dolor le arranca sudores de sangre.

Desde Jerusalén retírase Jesús, con sus Apóstoles, a la otra parte del to­rrente Cedrón, al huerto de Gethsemaní, al pie del monte de los Olivos. Dice a sus Apóstoles: "Estad en vela y orando, en tanto que yo voy allí abajo." Hemos visto que Jesús se retiraba a orar durante toda la noche que prece­diera a una grave determinación; mas ninguno de todos los acontecimientos de su vida podía compararse con el que ahora se avecinaba. Esta vez, no se retira solo, como antaño, sino que lleva consigo a tres de sus más íntimos, a Pedro, Santiago y Juan, que serán testigos y asociados a su oración: también ellos habrán de sufrir esta noche dura prueba; deben implorar ayuda de lo alto para poder resistir los embates de la tentación.

Adelantándose un poco, cayó en tierra y oraba que, si era posible, pasase de El aquella hora. Decía: "Abba, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero sino lo que quieres Tú." Vino y los encontró dormidos, y dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está pronto, mas la carne, es flaca." De nuevo se retiró y oró haciendo la misma súplica. Viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban sus ojos pesados; y no sabían qué responderle. Llegó por tercera vez y les dijo: "Dormid ya y descansad. Basta. Ha llegado la hora y el Hijd del hombre es entregado en mano de los pecadores. Levantaos; vamos. Ya se acerca el que ha de entregarme" (Me. 14, 35-42).

La historia de la agonía del Señor ha sido escándalo para los paganos. A fines del siglo n , escribía CELSO: "Si las cosas sucedieron como El quería, si fué castigado por obedecer a su Padre, es evidente que nada pudo cau­sarle pesar n i angustia, puesto que era Dios y quería todo aquello. ¿A qué, pues, aquellos gemidos? ¿A qué tantos lamentos? ¿Por qué trata de evitar una muer te que le causa espanto con aquella plegaria al Padre de que, si es posible, aparte de El ese cáliz?" (8 1) .

Son objeciones que hoy no nos interesan sino como testimonio de una reac­ción: en aquel mundo duro y sin entraña (Rom. 1, 31), esa agonía tan cruel, descrita con tanta sencillez, debía de parecer signo de flaqueza. Los evangelistas conocían el espíritu de ese mundo; mas no por eso disimularon el hecho: y con esa misma sinceridad nos describirán la cobardía de los Apóstoles, las torturas y la muerte de Jesús, en fin, toda la Pasión. Este misterio de sufrimiento y de humillación que aterraba tanto a los Apóstoles que se negaban a admitirlo, será, para todo cristiano, "la fuerza y la sabi­duría de Dios" (I Cor. 1, 24) . Llega Judas al frente de numeroso tropel, armado de espadas y de garrotes; los jefes, "príncipes de los sacerdotes, ser­vidores del templo y ancianos", habían rehusado conducir aquella chusma por sí mismos; u n destacamento de soldados romanos les guarda las espaldas. Jesús se presenta ante ellos; avanza Judas y le da un beso. Pedro intenta hacer resistencia a mano armada; mas Jesús le contiene y cura a Maleo la oreja cortada; después El mismo se entrega a sus enemigos. "¿No beberé el cáliz que mi Padre me ofrece?" (Ion. 18* 11). Entonces los discípulos le abandonaron y se dieron a la fuga.

(8i) En ORIG. C. Cel. II, 21 (P-G. XI, 9*1); cf. Md. 9 (808).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 97

JESÚS EN CASA Jesús fué primero llevado a casa de Anas; el DE ANAS Y DE CAIFAS viejo zorro no es ya sumo sacerdote, pero lo fué

por mucho tiempo; sucediéronle en la dignidad sus cinco hijos, a los cuales siguió su yerno Caifas, que a la sazón ejer­cía el cargo. Jesús fué conducido a casa del suegro por deferencia con el jefe de la familia. Mas luego tomó Caifas sobre sí la instrucción del pro­ceso (8 2) .

Interroga a Jesús "sobre sus discípulos y su doctrina". Jesús nada responde acerca de sus discípulos, porque no quería poner a nadie en compromiso; respecto de su doctrina alude a su enseñanza en público, a la faz de todo el mundo: "Yo públicamente he hablado al mundo: siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, adonde concurren todos los judíos: nada hablé en secreto. ¿Qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído qué es lo que yo les he hablado; ellos deben saber lo que les he dicho." Uno de los alguaciles le abofetea; Jesús le dice: "Si mal hablé, muestra en qué, y si bien ¿por qué me pegas?"

Este primer interrogatorio hace pensar a Caifas que no será fácil instruir el proceso: ¿podrá triunfar del silencio reservado del reo? ¿Logrará hacerle incurrir en las declaraciones imprudentes que espora? Aun no lo sabe. Pero es evidente que tendrá que preparar, con toda diligencia la sesión de la ma­ñana: a ella consagrará toda la noche. Cuando los sanedritas y sus corchetes conducen a Jesús a la prisión con objeto de continuar sus burlas, al atravesar el patio, crúzanse las miradas del Maestro y de Pedro, que allí había sido introducido por Juan y que, después de esquivar con palabras equívocas las preguntas de unos soldados y de unas criadas, terminó por renegar de Jesús, por perjurar y soltar imprecaciones. La mirada de Jesús le penetró el alma, lo convirtió y lo dejó deshecho en lágrimas de arrepentimiento.

Al rayar el alba, reanuda Caifas el interrogatorio de Jesús ( 8 3) . Para en­tonces ha logrado sobornar a unos cuantos testigos; pero sus testimonios no concuerdan. Hay dos que, deformando la verdad, cuentan lo que Jesús dijo acerca del templo. Caifas, viendo que todos esos cargos son de poca consis­tencia, trata de comprometer a Jesús arrancándole una respuesta: "¿Nada tienes que oponer a las acusaciones de ésos?" Jesús calla; entonces el sumo sacerdote, dejando de lado aquellos falsos alegatos, enfila directamente la cuestión: conjura a Jesús, por el Nombre del Dios vivo (84) que diga si El es el Cristo, el Hijo de Dios Bendito. Jesús responde:' "Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y venir sobre las nubes del cielo" (8 S) .

Esta respuesta de Jesús tenía que provocar fatalmente la sentencia de muerte. No lo ignoraba. En apariencia es el juguete de sus enemigos, que consiguen arrancarle una declaración siempre rehusada. En realidad, Jesús ha escogido el terreno sobre el que ha de caer: ni como sedicioso, ni como blasfemo del templo podrán condenarle. ¿No pretendía Jesús que El es el Mesías, el Hijo de Dios?

Pues ésta será la imputación decisiva, a la cual llegarán, contra su propia

(82) Sobre esta sucesión de hechos cf. La vie et Vemseignement de Jesús-Christ, t. II, pp. 366 y ss. Parece probable que hubo un trastrueque en el cap. 18 de San Juan y que el versículo 24 debe ponerse a continuación del 13, según se lee en el Sinaiticus Siriacus y en San Cirilo de Alejandría.

(83) Mt. 26, 59 — 27, 2; Me- 14, 53 — 15, 1; Le. 22, 54 — 23, 1. (W) Mt. 26, 63. (85) Me. 14, 61-62; cf. Mt. 26, 63-64; Le. 22, 66-71.

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98 LA IGLESIA PRIMITIVA

voluntad, sus acusadores fiscales: condenar a Jesús por haberse llamado Me­sías resultaba peligroso; pues la pretensión mesiánica, de sí no era blasfemia; sólo cuando a su atribución de Mesías se añade la de Hijo de Dios; Jesús lo había proclamado públicamente, por ejemplo, en la parábola de los viña­dores. ¿Osará afirmarlo tan categóricamente ante el Sanedrín? Todo de­pendía de El; mas siempre había sido tan circunspecto, t an dueño de sus palabras, que bien podía temerse rehusara una afirmación que podía per­derle. Y aún tenían otra preocupación inquietante: ¿cómo justificar ante el pueblo la condenación de un hombre que se había dicho Mesías e Hijo de Dios y que había sustentado con milagros su pretensión? ¿No les echarían en cara el haber destruido la esperanza de Israel? ( 8 6) .

No era infundado este último temor; pero, empeñados en dar muerte a Jesús, pasan por todo. Y los obstáculos van cayendo a su paso. Todas sus preguntas se habían estrellado contra el silencio de Cristo; mas ahora llegó la hora de hablar: apremiado en el Nombre de Dios por el sumo sacerdote, ante el consejo de la nación, Jesús no puede guardar silencio; El, proto-márt i r de su propia divinidad, quiso dar de ella testimonio, aún a costa de su vida, a fin de fundamentar la fe de la Iglesia (S 7) . No bien oyó el sumo sacerdote la respuesta de Jesús, rasgó sus vestiduras y dijo: "¿Qué necesidad hay de testigos? Vosotros habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?" Y todos exclamaron: "Reo es de muerte" (8 8) .

JESÚS DELANTE DE Los pontífices y fariseos, después de haber des-PILATOS Y DE HERODES cargado contra Jesús todo su odio en ruda por­

fía de salivazos, bofetones y puñadas, lo lleva­ron al tr ibunal de Pilatos (8 9) . Con claridad exponen ellos mismos el motivo de la audiencia: "No se nos permite dar muerte a nadie" (Ion. 18, 31). En su opinión la causa estaba ya juzgada; pero su sentencia carecía de fuerza legal; es preciso que Pilatos la ratifique, condenando a Jesús. A este fin tenderán todos sus empeños.

El procurador llevaba en funciones cuatro años, bastantes para conocer el ambiente de Jerusalén y de Judea y barruntar el motivo de aquellas acu­saciones. Desdeñaba a los judíos y, sin gran escrúpulo, se ensañó en ellos: reciente estaba el caso de los galileos, cuya sangre había mezclado con la de sus sacrificios C90); mas no se avenía a ser el instrumento de sus ren­cores intestinos; de buen grado habría hecho lo que Galión veinte años más tarde en Corinto (Act. 18, 14-17): echar de su tr ibunal al reo y sus acusa­dores; no dejará de intentarlo, pero la tenacidad y pertinacia de los sane-dritas acabarán por doblegar su brazo.

Ellos condenaron a Jesús por blasfemo; ahora dejan de lado la imputación de irreligiosidad y le acusan de sedicioso, pretendiente al trono, perturbador de la Judea desde Galilea hasta Jerusalén. Pilatos disponía de u n servicio

(88) Recuérdese lo que San Pablo escribió a los judíos en Roma: "Por la esperanza de Israel sufro yo estas cadenas" (Act. 28, 20).

(87) Acerca de este soberano testimonio, cf. L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. II, pp. 40-45.

(88) Mt. 26, 65-66; Me. 14, 63-64. (89) Vanas son las tentativas del historiador judío JUSTER (Les Juifs dans l'Empire

romain, t. II, p. 134), por descargar a sus compatriotas de toda responsabilidad en la condenación de Jesús, achacándolo todo a Pilatos; A. LOISY en su edición de los. Hechos de los Apóstoles pretende lo mismo; mas nada autoriza a deformar el relato* evangélico. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 356-358, 388-390.

(90) Le. 13, 1; cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 384-388.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 99

policíaco capaz, como para saber a qué atenerse al respecto; eso no obstante, interroga a Jesús y se persuade de que aquel reino no es de este mundo y que Roma no ha de inquietarse por él. Y como oyó hablar de Galilea, trató de desentenderse remitiendo el reo a Herodes, que entonces estaba en Jeru-salén (9 1).

Hacía mucho tiempo que Herodes buscaba a Jesús (Le. 9, 9 ) ; buscábale con la misma frivola curiosidad con que, a veces, había escuchado la palabra de Juan el Bautista; nunca había podido escuchar a Cristo, quien, a mayor abundamiento, le había calificado de zorro (Le. 13, 31). Este sería el momento de conseguirlo todo de aquel hombre, que se hallaba en tan duro trance; Herodes regocijóse grandemente al verle. Mas Jesús, acosado por él a pre­guntas, nada respondió. Herodes, ofendido, vístele de túnica blanca y lo devuelve a Pilatos.

Volvía a reanudarse el proceso, pero con peores augurios, pues los judíos habían notado la debilidad del procurador. En vano recurre a los más humillantes y crueles expedientes, como el parangonarlo con Barrabás, el de la flagelación y el presentarlo ante el pueblo completamente desfigurado y coronado con corona de espinas, diciendo: "¡He ahí el hombre" Redoblóse el clamoreo: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Pilatos quiso moverlos a piedad; pero exacerbó su odió. Cansado, por fin, y amargado, les dice: "Tomadlo vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen alguno. —Nosotros —replicaron los judíos— tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir, por­que se hace Hijo de Dios."

Ahora, como en la reunión del Sanedrín, tuvieron que descender al terre­no religioso, que ellos rehuían, pero que era el que Nuestro Señor había elegido.

Tiempo andando, escribirá San Pedro a sus cristianos: "Que ninguno pa­dezca por homicida o por ladrón o por malhechor o por entrometido; mas si por cristiano padece, no se avérgüence y glorifique a Dios" (I Petr. 4, 15).

Jesús no padecerá por haber sublevado al pueblo ni por haber impedido que se pagara el tributo al César, sino por haber afirmado ante el Sanedrín y Pilatos su filiación divina.

Pilatos se atemoriza y renueva el interrogatorio: "¿De dónde eres?" Jesús calla. "¿No me respondes? ¿No sabes que tengo facultad de absolverte y de hacerte crucificar? —Ningún poder tendrías sobre mí, si no se te hubiera dado de arriba." Pilatos, aterrado por la responsabilidad que presiente, intenta librar a Jesús: demasiado tarde. "Si tú dejas en libertad a ese hom­bre, no eres amigo del César; pues quien se proclama rey, se rebela contra el César."

Ante esta amenaza de acusación, Pilatos renuncia a luchar por más tiempo. Se sienta en el t r ibunal y hace salir a Jesús: "Ved ahí a vuestro rey. —¡Quita! ¡Quita! ¡Crucifícale! —¿A vuestro rey he de crucificar? —¡Nosotros no tene­mos otro rey que al César!" Entonces se lo entregó para que lo crucifi­casen (9 2) .

(81) Esta comparecencia de Jesús ante Herodes sólo es narrada por Lucas (23, 4-12); sin fundamento alguno ha sido puesta en duda. Cf. La vie et Venseignement de Jésus-Christ, t. II, p. 396 y n. 1.

(92) Ion. 19, 1-16. A este relato de San Juan puede añadirse un detalle de San Mateo (27, 24-25); Pilatos, viéndose desbordado por el creciente griterío de las turbas, pidió agua, se lavó las manos y declaró su inocencia, diciendo: "Yo soy inocente de la sangre de este justo. Vosotros veréis", y respondió todo el pueblo, diciendo: "¡La sangre de El, sobre nosotros y sobre nuestros hijos!"

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100 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA CRUCIFIXIÓN Dos ladrones acompañaron a Jesús al último suplicio; escoltados por soldados romanos, a las órdenes de u n

centurión, se encaminan con la cruz al hombro hacia el Gólgota, macizo rocoso sito fuera de la ciudad, cerca de las murallas ( 9 3) . Lentamente el fúnebre cortejo se va abriendo paso en las estrechas calles atestadas de pere­grinos. Jesús, agotado por la flagelación, sucumbe bajo el peso de la cruz; carga con ella Simón de Cirene y se reanuda la marcha. Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres que se dolían y lamentaban por El. Vuelto a ellas Jesús, dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí ; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, porque días vendrán en que se dirá: «Dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron.» Si esto se hace en el leño verde, en el seco ¿qué será?" (Le. 23, 27-30).

Una vez llegados al Calvario, crucificaron a Jesús y a los dos ladrones. Durante el suplicio, Jesús oraba: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Le. 23, 33).

Los soldados se repartieron sus vestidos y sortearon la túnica. Jesús entra en agonía; la turba le contempla; algunos transeúntes le insultan; no le conocen sino por el eco que del acta procesal ha llegado hasta ellos, que repiten: "¡Hola! Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días: ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!" (Me. 15, 29-30). Los jefes comen­tan con sorna: "A otros ha salvado, y no puede salvarse a sí mismo. Que el Cristo, el rey de Israel baje de la cruz, para que lo veamos y creamos" (ibid. 31-32).

También los soldados sueltan sus cuchufletas: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo" (Le. 23, 37). Y hasta uno de los ladrones: "¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate, pues, y a nosotros contigo!"; pero el otro le re­prende: "¿Cómo tú, que estás en el mismo suplicio, no temes a Dios? Nos­otros en justicia sufrimos nuestro merecido; mas éste, ¿qué mal ha hecho? Jesús, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino. —Hoy, respondió Jesús, estarás conmigo en el paraíso" (Le. 23, 39-43).

Espesas tinieblas se abaten sobre la t ierra; en torno de la cruz cesa todo bullicio; los amigos de Jesús se acercan:

Estaban junto a la cruz de Jesús, su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: "Mujer, he ahí a tu hijo." Luego dijo al discípulo. "He ahí a tu Madre." Y desde aquella hora el discípulo la tuvo en su casa" (Ion. 19, 25-27).

U n fuerte clamor rompió el silencio: "Eloi, Eloi, leona sabachthani?" Son, traducidas al arameo, las palabras con que comienza el salmo 22:

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado?" En el umbral de su ministerio público, Jesús había recurrido a la Biblia para rechazar las tentaciones; en estas horas de agonía, recurre a los salmos para formular su oración; el Evangelio solamente reproduce el primer versículo; pero segura­mente Jesús recitó por entero aquel salmo en que se vaticinaban los tor­mentos del Cristo; comienza por u n grito de angustia y termina con un canto de esperanza y de triunfo: "Vosotros los que veneráis a Yahveh, can-

(9S) Acerca del sitio del Calvario véase: VINCENT, Jérusalem, t. II, pp. 89 y ss.: "Re­servando para más adelante suministrar otras pruebas, téngase por auténtica desde ahora la ubicación del Calvario y del Santo Sepulcro pues envuelve las mejores garan­tías que pedirse pueda." Cf. DALMAN, Les itinéraires de Jésus, cap. XXI, Golgotha et le tonibeau, pp. 449-496.

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 101

tadle a l abanzas . . . , porque El no despreció, no desechó los sufrimientos del afligido; no ocultó su faz ante él y cuando el afligido le llamó, oyóle al punto."

Otro clamor deja oír Jesús: "Tengo sed". Tiéndenle los soldados una es­ponja empapada en vinagre. Dijo Jesús: "Todo está acabado"; y dando de nuevo u n fuerte grito, añadió: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu"; e inclinando la cabeza, expiró.

Al morir Jesús, rasgóse el velo del templo, tembló la tierra, hendiéronse las piedras, las tumbas se abrieron, saltaron de ellas los muertos que reco­rrieron las calles de Jerusalén; el centurión exclamó: "Verdaderamente este hombre era hijo de Dios"; las turbas que' habían presenciado este espectáculo, regresaron a Jerusalén, dándose golpes de pecho.

Quedaron junto a la cruz algunos fieles amigos: "María, la Madre de Jesús y Juan su discípulo; las santas mujeres que le servían en Galilea y que le siguieron al Calvario; María Magdalena, María, madre de Santiago el Menor y de José, Salomé y muchas otras que, desde Jerusalén, le habían acompañado" (Me. 15, 41). Los soldados, enviados por Pilatos a petición de los sanedri-tas, rompen las piernas de los dos ladrones; viendo uno de ellos que Jesús había muerto, atravesóle el pecho con una lanza y brotó de él, sangre y agua (Ion. 19, 31-37).

José de Arimatea, miembro del Sanedrín, obtuvo de Pilatos autorización para sepultar el cuerpo de Jesús; su intención es enterrarle en la tumba que para sí mismo había hecho excavar, en un campo próximo al Calvario. Llega con Nicodemo, portador de cien libras de aromas y perfumes; recogen el cuerpo de Jesús, envuélvenlo en vendas saturadas de perfumes y lo deposi­tan en la tumba abierta en la roca. Las mujeres asisten al acto; luego regresan a Jerusalén, compran más aromas y perfumes y se recogen a sus casas, porque la tarde avanzaba y comenzaba ya el sábado.

Al amanecer de ese mismo sábado, los sumos sacerdotes y los fariseos van en busca de Pilatos: "Señor, nos hemos acordado de que ese impostor, cuan­do aún vivía, dijo: «Resucitaré después de tres días.» Da las órdenes oportunas para que se monte guardia en el sepulcro hasta el, día tercero, no sea que sus discípulos lo secuestren y vayan luego diciendo que ha resucitado de entre los muertos. —Ahí tenéis la guardia —respondió Pilatos—: id y guar­dadlo como vosotros sabéis." Ellos fueron y pusieron guarda en el sepulcro, después de haber sellado la piedra (Mt. 27, 62-66).

LA RESURRECCIÓN Con el alba, las santas mujeres a quienes ya no obligaba el descanso sabático, corrieron al sepulcro,

llevando los perfumes que habían comprado la antevíspera, a fin de acabar de embalsamar a Jesús. Nada saben del cuerpo de guardia, pero, en cambio, recuerdan bien qué pesada es la piedra que cierra el sepulcro. En el camino se decían: "¿Quién nos quitará la piedra?"

Llegan, y comprueban que aquella piedra descomunal estaba puesta de lado. Al entrar en el sepulcro, vieron un mancebo vestido de blanco, sen­tado a la derecha y se llenaron de estupor. Mas él les dijo: "No temáis. Vos­otras venís en busca de Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar en que le pusieron. Y ahora, partid y anunciad a los discípulos y a Pedro que El os precede a Galilea. Allí le veréis,' según os lo tenía dicho." Salieron huyendo del monumento, porque el temor y el espanto se habían apoderado de ellas y a nadie dijeron nada; tal era el miedo que tenían (Me. 16, 1-8).

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102 LA IGLESIA PRIMITIVA

María Magdalena no se quedó con las otras mujeres; desde que vio remo^ vida la piedra y el sepulcro abierto, u n pensamiento le asaltó: "Han robado el cuerpo del Señor y no sé dónde le han puesto" (Ion. 20, 2 ) . Apresúrase a comunicarlo a Pedro y a Juan, quienes desolados, corren al sepulcro. Pedro entra y examina el interior: allí ve las vendas colocadas y el sudario con que envolvieron la cabeza, plegado aparte. Juan entra después, comprueba todo y cree (ibid. 3-10). María volvió con ellos, mas no entró en el monumento; si bien miró al interior y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella, obsesionada con su idea, responde: "Han robado el cuerpo del Señor y no sé dónde le han puesto." En diciendo esto, se volvió para atrás y vio a un hombre- cerca de ella; piensa que es el horte­lano y le pregunta: "Si tú le has llevado, dime dónde le pusiste, para que yo lo tome." Jesús le dice: "¡María!" Y ella, volviéndose, exclama: "¡Rab-boni! —No me toques, añade Jesús, porque aun no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios»" (ibid. 11-12).

Estas escenas, que tan rápidamente se suceden en la mañana de Pascua, nos revelan, con limpia trasparencia, la perturbación de los discípulos más fieles, quebrantados por la muerte de su Maestro y tardos para creer; su amor llamea vigoroso, mas su esperanza se ha extinguido. Las santas mujeres, al ver la piedra removida, y el sepulcro vacío, son presa de una mayor desazón: "Han robado el cuerpo del Señor y no sé dónde le han puesto." Magdalena, atravesada de dolor, n i se admira de los ángeles n i mira a Aquel que se le aparece; la voz de Jesús le arranca de su ensimismamiento: el Buen Pastor lla­ma a sus ovejas por su nombre; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.

APARICIONES No menos reacios para creer son los Apóstoles y los A LOS APOSTÓLES demás discípulos que las santas mujeres. Los discí­

pulos de Emaús llegarán a decir: "Algunas mujeres, que están con nosotros nos han asustado, fueron m u y de mañana a la tumba y no hallaron el cuerpo y regresaron con la cantilena de que habían visto unos ángeles, los cuales les aseguraron que vive. Hubo de los nuestros quienes fueron al sepulcro y hallaron todo tal cual las mujeres habían dicho, mas a él no le vieron" (Le. 24, 22-24).

El testimonio de Pedro será decisivo: "El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón" ( 9 4 ) ; con esas palabras de bienvenida acogerán el relato de los dos discípulos de Emaús, cuando, emocionados hasta lo ín­timo por la aparición del Señor, refieran el episodio en el Cenáculo (9 5) . Y no bien hayan concluido de narrar cómo Jesús se les juntó en el camino y de^ partió con ellos y cómo le reconocieron en la fracción del pan, Jesús se pre­sentará en medio de los Apóstoles, recogidos en el Cenáculo a puertas cerra­das: "La paz sea con vosotros, soy yo, no temáis"; y, en prueba de verdad, les muestras sus manos y su costado; después vuelve a decir:

"La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre, así os envío yo." Diciendo esto, sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, le serán perdonados y a quienes se los retuviereis les serán retenidos" (®6).

(94) La aparición a San Pedro está atestiguada por San Pablo (I Cor. 15, 5) y por San Lucas (24, 34); mas no hay narración detallada de ella.

(95) Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 446-449. (96) /07J. 20, 19-25; Le. 24, 36-43. Ocho días después aparécese nuevamente en pre­

sencia de Santo Tomás (Ion. 20, 26-29).

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JESUCRISTO Y EL ORIGEN DE LA IGLESIA 103

Jesús les ordenó que se concentraran en Galilea; allí les ha citado ( 9 7 ) ; y en Galilea es, en efecto, donde tendrán lugar las apariciones más importantes. Los Apóstoles ignoran la fecha de la cita; entre tanto, viven agrupados en torno de Pedro y con él ejercen las artes de la pesca. En vano trabajaron durante toda la noche; al amanecer, Jesús aparécese en la ribera del lago; la pesca milagrosa ha sido la señal. Después del frugal almuerzo, Jesús habla a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? —Sí, Señor, tú sabes que te amo." Tres veces repite Nuestro Señor la misma pregunta. A la tercera, Pedro, conmovido por la insistencia del Maestro y por el recuerdo de su caída, responde: "Señor, t ú lo sabes todo; tú sabes que te amo." Y esa triple confesión queda recompensada con una triple investidura: "Apacienta mis corderos"; y, luego, por dos veces: "Apacienta mis ovejuelas." Y, a con­tinuación, Jesús predice la muerte que le espera a aquel Apóstol, exaltado delante de los otros Apóstoles y constituido en pastor y jefe supremo: "Tú extenderás las manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quisieras i r" (Ion. 21, 10-24).

La siguiente solemne manifestación, narrada por San Mateo, debió de ser unos días después de la que acabamos de referir (Mt. 28, 16-20):

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y, viéndole, se postraron; algunos vacilaron, y acercándose Jesús les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ense­ñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo."

Cuando la primera misión,, había dicho Jesús a sus discípulos: "No vayáis a tierras de gentiles; no entréis en las ciudades de los samaritanos: id a las ovejas descarriadas de la casa de Israel" (Mt. 10, 5-6). Ahora han caído todas las barreras: los Apóstoles habrán de recorrer todas las naciones. Y como garantía de esa obra evangelizadora, Jesús les autoriza con u n poder soberano: "Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra." He aquí el fruto granado de la Pasión de Cristo: "Cuando yo fuere levantado sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí ." Y, para la realización de esta inmensa obra de atracción, Jesús asistirá a sus Apóstoles y a su Iglesia hasta la consumación de los tiempos.

LA ASCENSIÓN El coronamiento y la consagración de la doctrina de Cristo es otro sublime misterio: su Ascensión. Tiempo atrás

había dicho a los judíos: "Vosotros sois de aquí abajo; yo soy de arr iba" (Ion. 8, 23) ; y a Nicodemo: Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre" (Ion. 3, 13); y a los concurrentes en Cafarnaún: "¿De esto os escandalizáis? Pues, ¿qué será cuando viereis al Hijo del hombre remontarse a lo alto, donde estaba en u n principio?" (6, 62). Con todas estas expresiones buscaba Jesús la elevación al cielo de la fe naciente de su ¡ audi­torio. Ese mismo será el legado que, con claridad esplendorosa, Jesús pro­pondrá a sus Apóstoles y a su Iglesia. , • Los Apóstoles han regresado a Jerusalén; Jesús ha vuelto a manifestarse

y ha compartido con ellos la comida; recomiéndales que permanezcan en

(97) Esta cita, señalada por Mt. 28, 7 y Me. 16, 7, se explica por las importantes apariciones acaecidas en Galilea; no invalida, por lo demás, la mención expresa de las apariciones en Jerusalén. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 454-457.

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104 LA IGLESIA PRIMITIVA

Jerusalén, hasta que reciban el Espíritu Santo que les tiene prometido, en Nombre de su Padre. Los Apóstoles, n i siquiera entonces habían olvidado sus sueños de restauración nacional. "Señor, ¿vas ahora a restablecer el reino de Israel? —No es de vuestra incumbencia —replica el Señor— el conocimiento de los tiempos y de los momentos que el Padre fijó por Sí mismo. Vosotros, empero, recibiréis el Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y daréis testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta ios últimos confines de la t ierra" (Act. 1, 4-8).

Y continuando por este arte su conversación, llegaron a la cima del monte de los Olivos: cuarenta días antes habían recorrido, Jesús y sus Apóstoles, el mismo camino; el Maestro caminaba hacia el huerto de la agonía; los Após­toles, hacia la prueba suprema, que los iba a dispersar, aplastados por la derrota. Mas ahora, recuperado y rehecho ya todo, Jesús torna al cielo.

"Diciendo esto y viéndole ellos, se elevó y una nube le ocultó a sus ojos (98). Mien­tras estaban mirando al cielo, fija la vista en El, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: «Varones galileos, ¿qué hacéis ahí plan­tados mirando fijamente al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así como le habéis visto ir al cielo»" (Act. 1, 9-11).

Los Apóstoles regresaron llenos de alegría a Jerusalén. Nunca se borrará de su memoria la visión de este día; a sus fieles les repetirán como San Pablo: "Buscad las cosas de allá arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; pensad en los bienes de allá arriba, no en las cosas de aquí abajo" (Col. 3, 1-2). Descenderá el Espíritu Santo e i luminará esos espléndi­dos horizontes de gloria, donde ya no triunfará el reino de Israel, sino el reino de lo alto, en que Cristo está sentado y nos espera.

(fl8) La nube es el velo misterioso tras del cual Dios queda oculto a los hombres; entre nubes aparecía Dios en el A. T.; desde una nube dejó oir su voz en el Bautismo y en la Transfiguración del Señor. Por la nube de la Ascensión saben los Apóstoles que Jesús ha entrado en la gloria, que nosotros hemos de alcanzar mediante la nube o velo de la fe.

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CAPITULO II

LA PREDICACIÓN DE LOS APOSTÓLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES C1)

§ 1. — Pentecostés

EL LIBRO La catequesis apostólica giraba enteramente, desde los DE LOS HECHOS primeros años de la Iglesia, en torno a la vida pública

de Jesucristo: nuestros Evangelios sinópticos derivan de esa predicación; son como el testimonio que la Iglesia r inde a su Fundador. No es ése el carácter del Libro de los Hechos; pertenece a San Lucas, como obra personal; el hagiógrafo ha elaborado su obra con toda honradez, no exenta de piadosa veneración; siente amor y unción religiosa por la historia de la Iglesia primitiva; eso no obstante, él ha urdido la t rama: esa historia es obra suya.

No es u n relato completo, sino un esbozo. Conocemos poco de aquellos años primeros de la Iglesia; pero lo suficiente para comprobar que San Lucas no intentó referirnos todo. Sabemos por la Epístola a los Romanos y por el mismo Libro de los Hechos (cap. 28) que en Roma existía una iglesia: igno­ramos desde cuándo y cómo se desenvolvió; nada nos dice el Libro de los Hechos. Las Epístolas de San Pablo nos revelan muchos episodios que ni se mentan en la obra de San Lucas ( 2 ) .

No debe inducirnos a error el título del libro: no se da cuenta en él de la vida de todos los Apóstoles; Pedro es el héroe de los primeros capítulos; Pablo llena los restantes; los otros Apóstoles son estrellas fugaces; en la pri­mera parte del libro, destacan personajes de segundo orden, como Esteban, Felipe, Bernabé; los Hechos Apócrifos, intentarán colmar estos vacíos de la primera historia cristiana. Explícase la selección de episodios por las con­diciones en que vivió San Lucas: fué compañero de San Pablo y convivió en Cesárea con Felipe y en Antioquía con Bernabé; por lo demás, no fué su propósito satisfacer la curiosidad del lector piadoso, sino confirmar e ilustrar

(!) BIBLIOGRAFÍA. — FOUARD (C) , Les origines de VEglise, Saint Pierre, París (1904). — LE CAMUS (Mons.), L'oeuvre des Apotres, París (1905), 3 vols. — JACQUIEB (E.), Les Actes des Apotres, París (1926). — BOUDOU (A.), Actes des Apotres, Pa­rís (1933). — WIKENHAUSEH (A.), Die Apostelgeschichte und ihr Geschichtwert, Müns-ter (1921). — WEISZAECKER (C), Das apostolische Zeitalter, Tubinga, 1886, 3 ' ed. (1902).—WEISS (J.), Das Urchristentum, Gottinga (1917). — M A C GIFFERT (A. C ) , A History of Christianity in the Apostolic Age, Edimburgo (1897). — FOAKES JAK-SON (F. J.) y KIRSOPP LAKE, The Beginnings of Christianity, Londres (1920-1923), 5 vols. Los dos primeros libros son de prolegómenos; el tercero una edición crítica del Libro de los Hechos; y los dos últimos, notas y comentarios sobre el mismo. — ME-YER (E.), Ursprung und Anfange des Christentums, Stuttgart (1921-1923), 3 vols. El primero trata de los Evangelios; el segundo, del judaismo y de Jesús de Nazaret; el tercero, del Libro de los Hechos y de los orígenes del cristianismo. — BOUSSET (W.), Kyrios Christos, Gottinga (1913); 2» ed. (1921), ORRIGHINI (A.), / Dodici (Apos-toli), Turín-Roma (1935).

(2) Cf. infra, cap. III, Los viajes de Sari Pablo.

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106 LA IGLESIA PRIMITIVA

la fe de los cristianos primitivos. De ahí su narración del alborear de la Iglesia en Jerusaléh y de su expansión maravillosa por el mundo romano.

LOS PRIMEROS AÑOS Ciertos rasgos bien definidos caracterizan a la DE LA NACIENTE IGLESIA primitiva Iglesia, desde la muerte de Jesús.

El primero, la sensación de vacío, con la par­tida del Maestro. No volverá a brillar en toda la historia de la Iglesia u n personaje comparable a Jesucristo; San Juan dirá del Bautista: "No era la luz, sino un testigo de la luz"; es evidente: n i los más eminentes de los Apóstoles eran la luz; son espejos, prismas, que reflejan y difunden la luz, mas no son el foco luminoso. No volverá a oírse aquella voz soberana que enseña en Nombre propio, que legisla con propia autoridad, que recaba para Sí el don total de los individuos. Estamos plenamente convencidos de este hecho, que, con todo, no produce consecuencias.

Otro rasgo característico: el cristianismo progresa lentamente, sin sacu­didas, sin prisas y aun sin un plan preconcebido por los hombres; los Após­toles no se anticipan a la acción del Espíritu Santo; la esperan, acógenla, se someten a ella y con docilidad le brindan su colaboración.

Respetan del judaismo cuanto no sea incompatible con la fe cristiana; son asiduos al templo y a la oración, deferentes con las autoridades constituidas, aun en sus reivindicaciones inalienables de libertad ministerial; su predica­ción es prudente, sin debilidad; recurren a la fe judía, a fin de remontarles gradualmente hasta la fe en Jesucristo. Causa maravilla que aquellos "hijos del t rueno", que más o menos eran todos los Apóstoles, se mantengan tan fieles al espíritu evangélico de aquel Maestro, manso y humilde, que no rompió la caña quebrada ni extinguió la humeante mecha.

Digna es de nuestra admiración la obra de Jesucristo y la unción del Espí­r i tu Santo; y digna es también la fidelidad con que el historiador nos ha referido u n pasado tan rápida y tan profundamente trasformado.

LOS APOSTÓLES Comienza la historia con el relato de la Ascensión del EN JERUSALEN Señor (3) . Esta epifanía de la gloria de Cristo será

una de las más brillantes antorchas de su fe; por ella tenderán al más allá, a lo alto, "donde Cristo está sentado, a la diestra del Padre"; ella alimentará su esperanza, porque saben que El ha de volver del cielo adonde ascendió. Es preciso que, cuando retorne, les encuentre en guar­dia: y ellos esperan con infalible certeza y con impaciencia creciente ese regreso. Hasta entonces trabajarán como siervos fieles, que no se dejarán sorprender, y como buenos amigos, que no anhelan más que una cosa: volver a estar con el Señor.

Se reúnen en Jerusalén. Esta vida en común y esa permanencia en la Ciu­dad Santa, constituyen uno de los hechos más indiscutibles de la historia primitiva del cristianismo y una clara expresión del mandato de Jesucristo. Los Apóstoles son galileos (1 , 11; 2, 7 ) ; casi todos, pescadores de oficio; no hay razón para que vuelvan a Jerusalén y allí permanezcan, si no es la orden expresa de Jesús; n i tienen otra misión que cumplir, que la de dar tes- :

timonio de Jesús. Y allí están y allí viven. La historia de la Iglesia naciente se desarrolla muy lejos de Galilea, de Cafarnaún, del lago, de todos aquellos lugares predilectos del Maestro. El escenario es Jerusalén.

¿Cómo así? San Lucas nos habla de u n precepto del Señor (1 , 4-8): para

(3) Hemos ya comentado este pasaje, cf. p. 103.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 107

los Apóstoles era Jerusalén el patíbulo de Cristo y la sede de sus más fieros enemigos; ni por los recuerdos ni por su seguridad personal podía atraerles la Ciudad Deicida. Mas el Señor los quería al l í ; aun ensayará u n esfuerzo supremo por salvar a "la ciudad del gran Rey"; Jerusalén sucumbirá; pero muchos de sus hijos se salvarán y la Iglesia habrá sido su arca de salvación. Mientras se construye el arca, al menos durante los primeros años, la redu­cida comunidad gozará en Jerusalén de una cierta tolerancia. Perseguirán y darán malos tratos a los Apóstoles, mas no les conderán a muerte. Cuando la persecución estalle, y se ensañe en Esteban y en los helenistas, la Iglesia se habrá asentado y habrá arraigado fuertemente.

Figura en cabeza de los episodios de la naciente Iglesia, aun antes que la venida del Espíritu Santo, la elección de San Matías (1 , 15-26). Es un hecho sintomático: nos revela, ante todo, la importancia que tiene el colegio apos­tólico; la deserción de Judas ha dejado u n vacío: es preciso colmarlo inmedia­tamente. Sin duda se exigieron al elegido cualidades morales, que adorna­r ían a todos los candidatos; pero, exigióse, en particular, el conocimiento personal de Jesús, de quien todo Apóstol debe ser testigo, y nada más que eso. Los Apóstoles no se erigen en maestros autónomos; recuerdan el precepto del Señor: "No tenéis más que u n Maestro, Cristo"; nunca impondrán su autori­dad como propia, nunca sentarán cátedra independiente; su testimonio ver­sará principalmente sobre la vida pública de Jesús, "desde el bautismo de Juan a la Ascensión"; el resto, los años de la infancia y de su vida oculta, caía fuera del cuadro doctrinal de la predicación apostólica. La elección de San Matías es, a la vez que u n documento sobre la condición del apóstol de Cristo y sobre la ley que se impone a sí mismo, una manifestación del primado de San\ Pedro: él es quien toma la iniciativa y quien dirige el acto. Bien es verdad que en toda la historia de los primeros años hay u n testimonio constante de esa primacía ( 4) . Los discípulos presentan dos candidatos, José y Matías; mas no eligen ellos, sino el Señor; solamente El puede reclutar Apóstoles; implóranle, antes de echar a suertes, que manifieste su voluntad. Es la única vez que se recurre a esta forma de elección: lo exigía la misma calidad excepcional del carácter apostólico. Salió elegido San Matías, que entró a formar parte de los doce, en el mismo rango que los demás Apóstoles.

Celebróse la elección en el "piso alto" ( 5) , en donde la Iglesia estaba reunida; allí moraban los Apóstoles, unidos en la oración; y con ellos, María, Madre de Jesús, algunas mujeres y los hermanos del Señor; sumaban en total unas ciento veinte personas (1 , 15): son el núcleo primitivo de la Igle­sia, el rebañito que Jesús había agrupado en su derredor y que u n mismo recuerdo mantenía unido ( 6 ) .

PENTECOSTÉS Cuando llegó el día de Pentecostés, prodújose de repente u n ruido del cielo, como de viento impetuoso, e invadió toda

la casa en que residían; al propio tiempo, aparecieron, como divididas, len-

(4) WEISZAECKEE, op. cit., 12-13; WEKNLE, Die Anfange unserer Religión, p. 85, <e infra, cap. VI, § 2.

(5) ¿Era esta sala, que la Vulgata llama cenaculum, la misma en que instituyó Jesús la Eucaristía? No hay pruebas; como tampoco, para localizarla en casa de Ma­ría, la madre de Juan Marcos, en que más tarde aparecen reunidos los Apóstoles (Act. 12, 12). San Lucas sólo afirma que servía de morada a los Apóstoles.

(8) Había otros muchos discípulos del Señor: quinientos de ellos fueron testigos de una de sus apariciones (I Cor. 15, 6); los Apóstoles, con su predicación, les confirmarán en la fe y volverán a agruparlos; mas aun andaban dispersos; por eso hay solamente ciento veinte en el cenáculo el día de Pentecostés.

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108 LA IGLESIA PRIMITIVA

guas de fuego, que se posaron sobre cada uno de los circunstantes, quedando todos llenos del Espíritu Santo; "y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu les hacía expresarse" (2, 1-4).

En este día quedó establecida la Iglesia. Treinta años antes, el Espíritu Santo había descendido sobre la Santísima Virgen María, la cual, por su obra y gracia concibió a l Hijo de Dios; hoy desciende de nuevo el Espíritu Santo sobre María, sobre los Apóstoles, sobre todos los discípulos, congregados en el Cenáculo, y con estos hombres se constituye la Iglesia, cuerpo místico de Cristo.

Uno de los caracteres de la era mesiánica era ese efluvio del Espíritu Santo. Debía reposar sobre el Mesías (Is. 11, 2 ; 42, 1 s.) y difundirse en su derredor. "Yo os daré u n corazón nuevo y pondré en vosotros u n espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne; derramaré sobre la casa de David y sobre el habitante de Jerusalén u n espí­ritu de gracia y de plegaria" ( 7 ) . Jesús había renovado estas promesas ( 8 ) ; pero el cumplimiento de ellas estaba condicionado a su muerte; hasta aquel momento, el Espíritu Santo no había sido dado" ( 9 ) . Mas, una vez que Jesús ha muerto, ha sido glorificado y ha dejado la compañía de los suyos, cumple su palabra con este don del Espíritu Santo.

Y el, Espíritu Santo morará continuamente en su Iglesia: "El que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo" (Rom. 8, 9 ) . La efusión del Espíritu sobre el centurión Cornelio y sobre los paganos que le rodean, será para San Pedro la prueba evidente de la vocación de los gentiles: "¿Es que pode­mos negar el bautismo a quienes recibieron el Espíritu, lo mismo que nos­otros?" (Act. 10, 47). Por otra parte, no se es perfecto cristiano hasta no haber recibido ese don: sobre las gentes de Samaría, convertidas y bautizadas por Felipe, han de imponer las manos los Apóstoles, "para que reciban el Espí­ritu Santo" (1 0) .

Mas este riquísimo tesoro no es privativo de unos cuantos privilegiados: es patrimonio de todo cristiano. No en todos se manifestará de igual forma; pero "será uno mismo y solo el Espíritu que reparte sus dones según su beneplácito" (I Cor. 12, 11).

El milagro de Pentecostés no se reduce a la transformación de unas almas: irradia su eficacia al exterior. Por Jerusalén ha corrido la noticia; "gente de todas las naciones que hay bajo el cielo" habían acudido a la Ciudad Santa; cuando oyeron aquel estallido, como de trueno, corrieron al Cenáculo; grande fué su estupor al oír a los Apóstoles hablando la lengua de todas ellas; unos mostraron admiración y otros lo tomaron a burla: "Esos están beodos" ( u ) . San Pablo escribirá a los corintios (I Cor. 14, 23): "Si todos ha­blan lenguas y entraren infieles o no iniciados ¿no dirán que estáis locos?"

DISCURSO DE SAN PEDRO En medio de este oleaje de entusiasmos y de burlas se alza la voz de Pedro, la voz del

profeta que da un sentido a la manifestación glosolálica, y, sobre todo, la voz

C) Ezequiel, 36, 26; 11, 19; Zacarías, 12, 10; cf. Isaías, 32, 15; 44, 1 ss. (8) Ion. 7, 38; 14, 16; 16, 7. (9) Ion. 7, 39.' (">) Act. 8, 17. Cf. 19, 2. C11) Esas reacciones contradictorias indican que el don de lenguas aparece ahora,

como en Corinto, con ciertos caracteres oscuros: "El que habla lenguas se edifica a sí mismo; el que profetiza, edifica a la Iglesia" (I Cor. 14, 4). Los oyentes reconocían sus propias lenguas; mas lo que perciben son exclamaciones y alabanzas a Dios.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA E N SUS ORÍGENES 109

del jefe de la Iglesia que defiende a sus hermanos y rinde testimonio de Cristo. Aquellos cantos de alabanza a Dios que tanto extrañaron a los con­currentes, no son signos de embriaguez; es la efusión del Espíritu Santo que Joel predijo para los últimos días, porque esos días se han ya cumplido; es la hora de la salvación:

"Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios obró por El en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, entregado según los designios de la presciencia de Dios, le alzasteis en la cruz y le disteis muerte por mano de los infie­les. Pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, le resucitó, porque no era posible que fuera dominado 'por ella."

Con un salmo de David (Ps. 15 [16] , 8-11) prueba la Resurrección de Cristo por Dios y continúa:

"A este Jesús le resucitó Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, le derramó, según vosotros veis y oís. Porque no subió David a los cielos, antes bien dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemi­gos por escabel de tus pies.» Tenga, pues, por cierto, toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado" (Act. 2, 22-36).

El discurso de San Pedro es el documento más antiguo de la apologética y de la oratoria cristiana; su mismo arcaísmo es garantía de autenticidad: en los días de San Lucas, estaban en desuso esas fórmulas prudentes; hasta en el mismo día de Pentecostés eran, para la¡ fe de San Pedro y de los Após­toles, fórmulas anticuadas; la profesión solemne de Pedro en Cesárea de Fili-po " T ú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" es mucho más explícita que esta otra de "Jesús de Nazaret, varón autorizado por D i o s . . . " Pero ése fué el método evangélico que en u n principio sé practicó entre los judíos.

Preciso es advertir que, sea cual fuere la reserva intencional de esa predi­cación, el mesianismo que reivindica para Jesús es mucho más trascendente que el soñado por los judíos: con todas las precauciones de lenguaje que imponen las circunstancias, San Pedro recuerda a los judíos que el rey David murió, que su sepulcro está entre nosotros, que no ascendió al cielo. En cam­bio Jesús resucitó, subió a los cielos, y Dios le manifestó en tal guisa como Señor y Cristo.

Muchos judíos, movidos por la palabra de Pedro, preguntan: ¿Y qué debe7

mos hacer? Era la misma reacción de los que acudían a Juan el Bautista (Le. 3, 10 s.); el Precursor predicábales la justicia, el bautismo de penitencia, bautismo que era sólo de agua: "Yo os bautizo con el agua; mas Aquél que es más excelente que yo, Ese os bautizará en el Espíritu y en el fuego" (ibid. 3, 16). Hoy es el día de ese bautismo: "Haced penitencia, dice San Pedro a los conversos, y recibid el bautismo en el Nombre de Jesucristo, para remi­sión de vuestros pecados; y entonces se os concederá el don del Espíritu Santo" (Act. 2, 3 8 s . ) ( 1 2 ) .

(12) No se describe en el texto el rito bautismal. Por la Didaché, VII, 3, nos consta que de ordinario se administraba por inmersión, pero que, excepcionalmente, podía hacerse por aspersión; y éste debe de ser el caso de San Pablo (Act. 9, 18; 22, 16), del carcelero de Filipos y su familia (16, 33); cf. A. D'ALES y J. COPPENS, art. Baptéme, en Suppl. au Dict. de la Bible. Nótese que San Pedro (Act. 10, 48) y San Pablo (I Cor. 1, 14, 17) hacen administrar el bautismo, no lo administran por sí mismos.

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110 LA IGLESIA PRIMITIVA

PRIMERA EXPANSIÓN Los convertidos aceptaron dóciles la palabra de DE LA IGLESIA Pedro; se bautizaron y en número de tres mil que­

daron incorporados a la naciente Iglesia. Esta efusión del Espíritu Santo, esta pujante expansión de la fe cristiana,

son el primer impulso de u n movimiento de evangelización que nadie podrá contener; San Pedro lo declaró en las últimas palabras de su discurso: "Para vosotros es esta promesa y para vuestros hijos y para todos los de lejos, cuantos llamare a Sí el Señor Dios nuestro" (2, 39).

No solamente judíos de Jerusalén escucharon la palabra de Pedro; con ellos había "partos, elamitas, medos y habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, Cirenaica, romanos residentes en Jerusalén, judíos y prosélitos, cretenses y árabes" (2, 9-11).

Pocos de ellos quedarán en Jerusalén; la mayor parte se dispersarán por la Diáspora, de donde proceden, y con ellos se expandirá la fe y la acción del Espíritu Santo que han recibido. No serán fundadores de iglesias, sino misio­neros; merced a ellos, la semilla evangélica se derramará por todo el mundo romano. Cuando en Jerusalén se persigue á San Esteban, Damasco cuenta con u n grupo de cristianos; y ta l será su influjo que San Pablo solicitará y alcanzará del Sanedrín poderes contra ellos. Poco tiempo después, el Evan­gelio será trasplantado a Roma y probablemente también a Alejandría. Esta primera expansión del cristianismo no es obra de los Apóstoles, que conti­nuaron por algún tiempo en Jerusalén, sino fruto, en su mayor parte, de aquellos cristianos convertidos el día de Pentecostés, misioneros en sus pue­blos y en sus provincias. La parábola evangélica del reino de Dios se realiza plenamente en la Iglesia; es el grano de mostaza que germina y retoña, la levadura que pone en fermentación, no sólo la masa judía, sino el gentilismo de Roma y del mundo helenístico.

En la misma Ciudad Santa la irradiación es maravillosa:

Perseveraban (los discípulos) en oír las enseñanzas de los Apóstoles y en la unión de la fracción del pan y en la oración. Se apoderó de todos el temor, a la vista de los muchos prodigios y señales que hacían loa Apóstoles y todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común; pues vendían sus posesiones y haciendas según la necesidad de cada uno. Todos acordes acudían con asiduidad al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría de corazón, alabando a Dios en medio del general favor del pueblo. Cada día el Señor iba incorporando a los

t que habían de ser salvos (2, 42-47).

Unas líneas más abajo, y después de haber descrito San Lucas el milagro del templo, vuelve sus ojos a esta comunidad primitiva:

"La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola y ninguno tenía por propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común. Los Após­toles atestiguaban, con gran poder, la Resurrección del Señor Jesús y todos los fieles gozaban de gran estima. No había entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los Apóstoles y cada uno recibía lo que se le repartía según su nece­sidad" (4, 32-35).

Historiadores hay que tienen por cuadros idílicos, fantaseados por San Lu­cas, estas descripciones de la primitiva vida cristiana; las cifras son exagera­das, la simpatía del pueblo es inverosímil, los milagros de los Apóstoles, imaginarios (1 3) . Mas no hay por qué mostrar escepticismo: explícanse las

(13) WEISZAECKER, op. cit., pp. 21-23; RENÁN, Les Apotres, p. 48.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 111

muchas conversiones y el favor del pueblo por la abundancia de gracias que santificaron las primicias y por el recuerdo vivo de Nuestro Señor en Jeru-salén: aun resuenan sus discursos, todavía perduran sus obras milagrosas; los portentos y la predicación de San Pedro reavivan ese recuerdo; aquéllos que en otro tiempo sintieron vibrar todas sus fibras por la palabra del Sal­vador, vuelven a conmoverse profundamente con esta predicación sencilla y eficaz, con esa vida que, a los buenos israelitas, hace pensar en su ideal de vida religiosa.

La Iglesia de todos los tiempos veneró estos cuadros luminosos como dechado de vida cristiana; no faltan en ellos, cierto, contrastes de sombras: aquellas viudas abandonadas, aquellas murmuraciones, signo evidente de que n i aun entonces podía disimular el hombre sus flaquezas. De ahí que no haya de tomarse al pie de la letra expresiones como "No había entre ellos indigentes". Pese a estos humanos defectos, que con el tiempo se van acentuando, la vida de los primeros cristianos es. la realización más auténtica del ideal evangé­lico, tal como Nuestro Señor lo bosquejó en el sermón de la montaña y, de modo especial, en las bienaventuranzas; probablemente de esa pobreza alegre y voluntaria quedó matizada la narración que de ellas nos da San Lucas.

LA VIDA CRISTIANA Tratemos de precisar los rasgos principales de esa vida, tan esquemáticamente descrita.

En las reuniones de los discípulos, aparecen los Apóstoles como jefes; son los testigos de Cristo, y los guías espirituales y los administradores de la cristiandad, cargo este último que pronto declinarán. Por los discursos de Pedro conocemos sus actividades: no pierden ocasión de dar a conocer a Jesús, su mesianismo y su Resurrección.

Los tres discursos que se insertaron en los Hechos fueron provocados por la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés (2, 14-40), por la curación del tullido (3, 12-26) y por el interrogatorio del Sanedrín (4, 8-12). Pero tales actuaciones son excepcionales. La influencia cotidiana de los Apóstoles debió de ser más discreta, de hombre a hombre o a su familia, predicando al oído más que sobre» las terrazas.

No debemos olvidar, que, amén de los discursos apologéticos, practicábase las catequesis apostólica, según se deduce de la estructura de los Evangelios: la vida de Jesús "desde el bautismo de Juan hasta la Ascensión", sus enseñan­zas, sus milagros, eran el tema obligado de las charlas cotidianas que iban iniciando a los primeros cristianos en el conocimiento del Evangelio. Cuánto rumiarían las palabras de Cristo, principalmente el sermón de la montaña, las bienaventuranzas, y toda aquella exuberancia de sentencias, como "Venid a mí, los que estáis fatigados y cargados, que yo os daré descanso; tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt. 11, 28-30). "No temáis, ovejitas mías, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino; vended lo que poseéis y dadlo a los pobres; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde ni el ladrón llega ni la polilla roe; porque donde está vuestro te­soro, allí está vuestro corazón" (Le. 12, 32-34).

A los cristianos llámaseles en un principio "discípulos", como habían sido los que siguieron a Nuestro Señor; luego, "hermanos", "santos", según puede leerse en el Libro de los Hechos y en las Epístolas de San Pablo; la apelación colectiva que corresponde al primer tiempo es la de "comunidad"

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Í12 LA IGLESIA PRIMITIVA

(XOIVCOPW.) y al segundo, la de "iglesia" (1 4) . A los extraños se les antoja un partido religioso, aípetris (24, 5, 14). Mas no se sabe que formaran sinagogas; sus asambleas fueron en u n principio en el Cenáculo; más tarde se dan cita en el templo, en el pórtico de Salomón (5, 12; 3, 11); es u n lugar público, mas nadie se les agrega; después que Pedro y Juan regresaron entre los suyos, de vuelta del Sanedrín, "todos juntos hicieron oración, y el lugar en que estaban tembló" (4, 31): n ingún otro detalle se da del mismo. La frac­ción del pan se hace er* "la casa" (2, 46) ; al hablar de la Eucaristía comen­taremos lo de la "fracción del pan" ; pero podemos ya consignar la existencia de reuniones domésticas, además de las asambleas generales.

Parece que aquellas comidas en común tenían un carácter litúrgico; pero eran también "hermandades" de socorros mutuos: los cristianos "no tenían más que un solo corazón y una sola alma y ponían en común todos los bienes" (4, 32; cf. 2, 44). El Señor había ordenado a sus Apóstoles aban­donar todo por El ; y al joven rico, que vendiera cuanto tenía y lo diese a los pobres . . . La catequesis evangélica evocaba estas máximas y producía sus efectos: "Todos cuantos poseían tierras, las vendían y ponían el importe a los pies de los Apóstoles" (4, 34-35); como ejemplo se cita el caso de Bernabé (4, 37) ; la historia de Ananías y de Safira (5, 1-11) es prueba del rigor con que Dios castigaba un fraude hecho a la comunidad; pero de esa misma historia deducimos que el desprendimiento absoluto de los bienes era u n acto espontáneo, no una norma obligatoria (5, 4 ) ; en ambos esposos se castigó el engaño, la mentira. Es probable que fueran menguados en número los do­nantes rumbosos de Jerusalén; muchos, los que de la comunidad recibían el sustento; y, sin duda por eso, tuvo que recurrir la cristiandad de Jerusalén a la caridad de las otras comunidades: Pablo hace la cuestación para los santos de Jerusalén y para los pobres (1 5) . El amor fraterno (1 6) , más que el espí­ritu de solidaridad inspiraba esos rasgos generosos; desdeñaban los bienes del mundo, Mammón de iniquidad, para granjearse amigos en el reino de los cielos.

Una vida intensa informa este organismo cristiano; no la enflaquecen los individualismos absurdos: nunca se vio iglesia más íntimamente unida, hasta la fusión de los intereses privados. No reina la anarquía; sobre todos se ejerce la autoridad jerárquica; los cristianos de buena voluntad se acogen a su sombra; los que intentan burlarse de ella, hacen injuria al Espíritu Santo, que los fulmina de muerte. La vitalidad es desbordante; la promesa de Jesús tiene plena realización: "El que cree en mí, ríos de agua viva corre­rán de su seno (Ion. 6, 38) .

LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU Toda la Iglesia tiene conciencia de esta di­rección constante del Espíritu y a ella se con­

fía: las decisiones más graves, como la evangelización de los paganos, el abandono de los ritos mosaicos, se improvisan, según la presión aparente de las circunstancias, bajo la acción del Espíritu de Jesús que las inspira.

Jesús había dicho: "Cuando fuereis arrastrados ante los tribunales, el Espí-

( u ) El nombre de "santos" es propio del lenguaje litúrgico. Sobre su significado primitivo, cf. H. DELEHAYE, Sanctus, Bruselas, 1927, pp. 29 y ss.; R. ASTING, Die Heiligkeit im Urchristentum, Gottinga (1930), pp. 133-151.

(i«) / Cor. 16, 1, 3; II Cor. 9, 1; Gal. 2, 10; Rom. 15, 26. (16) Ion. 13, 35. WEISZAECKER, op. cit., p. 47, hace notar que ese amor es extraño

al judaismo; cree ver precedentes en los esenios. Cierto que vivían en comunidad; pero ¿y esa ternura, esa intimidad de una comunidad de hermanos?

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA E N SUS ORÍGENES 113

r i tu os dictará lo que debéis responder" (Le. 12, 11-12). Esta promesa se cumplió a la letra, cuando los Apóstoles fueron citados delante del Sane­dr ín; y todos los días viene realizándose en su Iglesia. Esta plasticidad, esta flexibilidad daban a la Iglesia naciente una tal virtud de adaptación y, por tanto, una tal fuerza de conquista y tal garantía de perpetuidad, que aun los extraños pudieron percatarse de su vitalidad; y los que gozaban de ese tesoro vital tenían plena conciencia de que aquello no era flor de un día, entusiasmo frágil y menos aún fiebre escatalógica, sino influjo vigoroso nacido de la unión vivificante de la Iglesia con Cristo, su Jefe, y con el Espíritu Santo.

Hemos soslayado la narración de los milagros, por dar un cuadro más completo de aquella vida íntima: de uno solamente se nos da el detalle, pero menciónanse muchos otros (5, 12, 15-16). No hay por qué extrañarse de esa profusión de carismas en los orígenes de una obra cuyo desarrollo es tan prodigioso y tan claramente divino. La curación del tullido se cuenta dete­nidamente (3, 1-10) sobre todo en lo que respecta a las reacciones que provoca, la emoción del pueblo, la parénesis de Pedro, y las persecuciones del Sanedrín. El hecho, por su carácter general y particular, parece aseme­jarse a varios de los milagros narrados por San Juan, tales como la curación del paralítico cabe la piscina de Bezatha, la del ciego de nacimiento, etc.; en todos estos casos, parte la iniciativa, no del 'enfermo, sino del Señor, y en el presente, de San Pedro; fruto del milagro es la fe: el lisiado restablecido se asocia a los Apóstoles y glorifica a Dios; la muchedumbre se conmueve y Pedro aprovecha la oportunidad para evangelizarles.

PRIMERAS PERSECUCIONES Los sumos sacerdotes y los saduceos montan en cólera y arrestan a los Apóstoles. Los es­

cribas y los fariseos no intervienen ahora. Los enemigos capitales de la Igle­sia naciente fueron los saduceos ( 1 7 ) ; ellos habían jugado la carta decisiva en el proceso de Cristo; por eso les resulta importuna la predicación de los Apóstoles: es una recriminación de su conducta con Jesús, y la afirmación rotunda de un caso concreto de resurrección, dogma que siempre han im­pugnado.

En el interrogatorio y en la sentencia (4, 7, 18) no se les hace cargo alguno del gusto farisaico, v. gr., sobre la observancia del sábado y de la Ley; no se habla sino de Jesús y se les prohibe en forma terminante hablar y enseñar en su Nombre.

Los Apóstoles impugnan valientemente la sentencia, se reanuda la predi­cación y el cristianismo se propaga. Son encarcelados; pero un ángel les liberta y les prescribe continúen la predicación en el templo; vuelven a arres­tarlos, mas no se les hace violencia alguna, por temor al pueblo (5, 26). El sumo sacerdote les increpa ante el Sanedrín: "¿No os hemos prohibido solem­nemente que enseñaseis sobre ese Nombre? Y he aquí que habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre." Respondió Pedro: "Preciso es obedecer a Dios antes que a los hombres." Y como Pedro dijeron los otros Apóstoles.

Los sanedritas enfureciéronse como frenéticos y trataron de eliminarlos; Gamaliel hízoles desistir; mas les condenaron a azotes y les prohibieron ha­blar en el Nombre de Jesús. Y los Apóstoles se retiraron gozosos, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el Nombre de Jesucristo.

Estos primeros conflictos no son sino los presagios de la tormenta que va

(17) Pronto les secundaron los fariseos, según se comprueba por la historia de Saulo.

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114 LA IGLESIA PRIMITIVA

a desencadenarse; mas los Apóstoles están bien guarnecidos por el Espíritu Santo que Jesús les prometió; los sacerdotes quedan pasmados de la firmeza con que se defienden gentes iletradas que ellos pensaron atemorizar fácil­mente (4, 13); y aun es mayor su maravilla cuando les ven tan jubilosos des­pués de la flagelación, cuando tan cobardes se mostraron antaño.

Destaca en esta lucha con fuertes caracteres la causa del litigio: Jesús, su Persona, su Nombre (1 8) . Los judíos no ven en la Iglesia más que el par­tido de los antiguos discípulos de Jesús; los mismos cristianos tienen con­ciencia de que no son más que sus testigos; y cuando Saulo les persiga, Jesús mismo se tendrá por perseguido e intervendrá en favor de éstos.

§ 2 . —- Martirio de San Esteban y convers ión de San Pablo

LOS HELENISTAS "Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración de los helenis­

tas contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos eran mal atendidas en el servicio cotidiano" (6, 1). San Lucas refiere este incidente para explicar la institución de los diáconos y las funciones de San Esteban. Pero el hecho es en sí mismo muy interesante; ¡ojalá pudiéramos conocerlo al detalle! El núcleo cristiano primitivo era galileo; mas, desde el discurso de Pedro, el día de Pentecostés, se les habían incorporado muchos judíos de diversas proce­dencias y, entre ellos, judíos helenistas. Estos primeros convertidos son celo­sos propagadores del Evangelio; multiplícanse las conversiones entre los helenistas; eso no obstante, los jefes de la Iglesia continúan siendo palesti-nenses. Quizá por esa razón no son bien atendidas las viudas de origen helenístico; los lazos lingüísticos favorecen a los de Judea y aislan a los hebreos de la dispersión.

Los judíos solían agruparse en las sinagogas según el país de origen. Que en Jerusalén se observaba esa costumbre se deduce del Libro de los Hechos (1 9). También existía en Roma (2 0) . Judíos y helenísticos, habitua­dos a tales agrupaciones étnicas, instintivamente se buscaban unos a otros. Pero tales nacionalismos debían desterrarse de la comunidad cristiana, por­que podrían provocar escisiones. San Pablo tendrá que recordarles que, a fuer de cristianos, no existe entre ellos "griego ni j u d í o . . . bárbaro n i escita, es­clavo ni liberto, sino Cristo, que es todo en todos" (Col. 3, 11; Gal. 3, 26). Desde el primer momento se impuso la unidad de la conciencia cristiana a todo particularismo nacional y provincial.

LOS DIÁCONOS La prudencia aconsejaba quitar a los judíos helenistas todo motivo de queja. Los Apóstoles no podían dedicarse

al servicio de las mesas, con detrimento de la oración y de la predicación (6, 2-4). El pueblo cristiano eligió siete diáconos para ese menester. Todos sus nombres son griegos; y casi todos o quizá todos, pertenecente al grupo helenista ( 2 1 ) ; figura entre ellos, un "prosélito de Antioquía, Nicolás", pagano

(18) Cf. BOUSSET, Kyrios Christos, pp. 224 y ss. (19) Act. 6, 9; sinagoga de los libertos, cirenenses, alejandrinos y de los de Cilicia y

Asia. Cf. SCHUEREH, op. cit., t. II, p. 87. (20) Cf. FREY, Les communautés juives á Home, en Recherches de science religieuse

(1930), sobre todo pp. 289 y ss. (2t) De la historia de San Esteban y de San Felipe se deduce ese origen helenista;

los nombres solos no son indicio bastante, pues muchos judíos llevaban nombres grie­gos. Según una variante occidental del Codex Bezos y sobre todo del Floriacensis,

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circunciso; lo que demuestra que, desde esta fecha, admitiéronse en la Igle­sia hombres nacidos en la gentilidad y aun se les confirieron cargos dé confianza.

El diaconado, sólo en el nombre, coincide con el ministerio del hazan en las sinagogas judías; pues su función será la de administradores de las limos­nas y la de ministros de la palabra divina. La consagración que reciben es signo de su dignidad: luego que fueron elegidos por el pueblo, presen­táronse los diáconos ante los Apóstoles, que hicieron oración por ellos y les impusieron las manos (22)*

La ordenación de los diáconos dará un nuevo impulso al Evangelio. Mu­chos habían sido los judíos de la dispersión ganados para Jesucristo (según puede colegirse de las reclamaciones en pro de sus viudas) ; pero aun no ha­bía un predicador, u n jefe de los suyos; de hoy en más, aquellos que ellos eligieron serán los responsables de una misión trascendental, particularmente Esteban y Felipe. 'Quedan supeditados a los Apóstoles, porque no son testigos de Jesús ni por El elegidos personalmente; no son los jefes de la Iglesia. Pero son predicadores del Evangelio, abundantemente dotados de dones naturales y de carismas milagrosos.

El relato de la elección y consagración de los siete, ciérrase con estas pala­bras del autor de los Hechos:

La palabra de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos en Jerusalén y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe. Esteban, lleno de gracia y de virtud, hacia prodigios y señales grandes en el pueblo. (6, 7-8).

SAN ESTEBAN Estas breves palabras nos hacen entrever los frutos del nuevo apostolado. Esteban, oriundo del mundo helenístico

y tal vez de la misma Alejandría ( 2 3) , ejerce entre sus compatriotas, mucho mayor influjo que los judíos. Hay entre ellos fanáticos rabiosos, según lo mos­trará su martir io; pero, por lo general, están menos apegados a las tradi­ciones rabínicas que los judíos palestinenses. Su predicación es más avanzada que la de los mismos Apóstoles. Pedro, en su discurso del Cenáculo y en el del templo, se limitó a afirmar que Dios resucitó a Jesús y que le hizo Señor y Mesías. Dejaba en la penumbra temas que poco a poco, y a medida que los neoconversos fueran capaces de entenderlos, se irían exponiendo. Así, por ejemplo, lo relativo a la destrucción del templo y a la misión de la Ley, como preparación temporal para el Evangelio.

Y esto es, precisamente, lo que aparece en la predicación de Esteban y lo que levanta tempestades de indignación. Saltan los primeros chispazos con las discusiones de los helenistas en Jerusalén; l laman ,al palenque a Esteban, que les deja confundidos por su sabiduría y por el Espíritu que gobernaba su lengua. Recurren entonces al soborno de sus testigos, los cua­les le acusan de blasfemo contra Moisés y contra Dios. El pueblo, y los ancia­nos y los escribas se amotinaron.

parece que entre los hebreos existía el diaconado: "Facta est contentio Grazcorum. adver­tía Hébrceos, eo quod in cotidiano ministerio viduce Grcecorum a ministris HebrcEorum

" despicerentur" (Flor.; cf. JAOQUIER in h. L). Si esto es verdad, se explica que los elegidos fueran del grupo helenista.

(22) Act. 6, 6. Sobre esta ordenación y sobre el carácter del diaconado de los siete, cf. COPPENS, L'imposition des mains, pp. 120-123.

(23) Es una suposición bastante gratuita; se ha pretendido emparentar su discurso con la exégesis filónica; se ha hecho notar que usa cuatro veces la palabra "sabiduría": 6, 3. 10; 7, 10. 22 (JACQUIER, op. cit., p: 104).

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Hasta ahora el favor del pueblo cobijaba a los Apóstoles (5, 26) ; de hoy en más, confabulará contra ellos, como antes contra Jesús, les hará frente.

Y bull irán entre la turba los escribas unidos a los sumos sacerdotes; es todo el judaismo contra ellos.

Los enemigos de Esteban le delatan ante el Sanedrín, le hacen comparecer y presentan contra él falsos testigos: "Este hombre no cesa de proferir pala­bras contra el lugar santo y contra la Ley; y nosotros le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos dio Moisés."

Se trata de una acusación enteramente nueva; aun desgajándola de las calumnias con que la cargan esos falsos testigos (blasfemias contra el templo y contra la Ley) queda en pie, no solamente que Jesús es el Mesías prometido —de lo que ya habló Pedro— sino que un nuevo orden de cosas sustituirá al establecido por Moisés. Tesis que se desarrolla ampliamente en el discurso de defensa que pronuncia Esteban.

DISCURSO DE ESTEBAN Este discurso es uno de los más valiosos docu­mentos de la literatura cristiana antigua ( 2 4) .

Es una lección de teología cristiana más que u n escarceo forense: los mártires ha rán ante los tribunales una vigorosa profesión de fe; cuidarán muy poco de su propia defensa: son, como Esteban, testimonios vivientes de Cristo. Es­teban consagró su vida a su Maestro; nada le importa rescatarla de sus acu­sadores; mas como se le brinda oportunidad de hablar ante el Sanedrín, tomará a pecho la defensa de Cristo, como tantas veces lo hizo ya, frente a sus enemigos helenistas.

Relega al olvido su causa propia, para exponer ante su auditorio el plan di­vino que, con sabiduría y con poder, va preparando la venida del Mesías; y la infidelidad de los judíos que se rebelan contra Dios y matan a sus enviados.

Comienza por la historia de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de José (7, 2-19); San Pablo buscará también puntos de apoyo en la historia hebrea anterior a Moisés acudiendo a los patriarcas ( 2 5 ) ; lo aprendieron' de su Maestro ( 2 6 ) . Esboza a continuación la historia de Moisés; Dios le había destinado para caudillo salvador de Israel; mas los judíos le desconocieron (7, 35 ) ; y precisamente Moisés dijo a los hijos de Israel: "Dios suscitará de entre vuestros hermanos un profeta; deberéis escucharle como a mí" ( 2 7) . Moisés habló en el Sinaí con el ángel del Señor, de quien recibió la palabra de vida para entregárosla a vosotros, mas vuestros padres no le obedecieron; volvieron sus ojos al Egipto y adoraron el becerro de oro. Dios se apartó de ellos y les entregó al culto del ejército celeste (7, 42) . En la últ ima parte de su discurso, habla Esteban del templo, contra el cual dicen que ha blasfemado (7, 44-50); en el desierto, en Tierra Santa hasta los días de Salo­món el Arca de la Alianza acompañó a nuestros padres; Salomón construyó un templo; pero el Altísimo, nos dijo un profeta (Is. 61, 1-2), no habita en templos fabricados por mano de hombre.

(24) No han faltado adversarios de la autenticidad de este discurso, v. gr. WEISZAEC-KER, op. cit., pp. 55 y ss.; ni defensores, como JACQUIEH, op. cit. p. 201; WIKENKAUSER, op. cit., p. 149; SCHUMACHER, Der Diakon Stephanus, p. 101.

(25) Particularmente en la epístola a los Gélatas, cap. 3. (26) Y aun se remonta a los orígenes de la humanidad, para poner en claro que

la concesión del divorcio por Moisés no era ni primitiva ni definitiva: Mt. 19, 3-6. (2T) Este texto del Deuteronomio, 18, 15, era clásico en la apologética cristiana.

Puede verse en el discurso de San Pedro (3, 22).

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Al final del discurso, cargado de acusaciones, se dispara con una terrible invectiva:

"Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, a quien ahora habéis traicionado y dado muerte, vosotros, que recibisteis por ministerio de los ángeles la Ley y no la guardasteis" (7, 51-53).

El discurso de Esteban, cuya trascendencia se ha exagerado y aun fal­seado (2 8), difiere notablemente de los de San Pedro ya comentados; esa diferencia corrobora su autenticidad; pero plantea un problema: ¿Hasta qué punto se acomoda la soflama de San Esteban al modo de la predicación cris­tiana primitiva? Pregunta de difícil solución. Mas podemos dejar por bien sentado que no se trata de ninguna escisión y que Esteban no es ningún disidente, como alguien ha pretendido ( 2 9 ) ; eso no obsta para que admitamos que el Espíritu Santo, por medio de San Esteban, encaminó a la Iglesia hacia una mayor independencia respecto del judaismo, de sus ritos y de sus leyes.

Al oír los judíos el apostrofe final, sobre todo la acusación de desobedientes a la Ley, enciéndense en ira y rechinan los dientes contra él.

Y ante ese auditorio enfurecido, exclama Esteban, de repente, que ve los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la diestra de Dios. Un grite­río ensordecedor ahogó sus palabras; los circunstantes se abalanzaron sobre él, lo arrastraron, apedreáronle; en tanto, Saulo guardaba los mantos de los testigos. Esteban, por su parte oraba, diciendo: "¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!" Este mártir , primero de la Iglesia dé Cristo, nos trae a la memoria la Pasión y muerte de Jesús; y su misma oración suprema es un eco de la oración últ ima de Jesús, al entregar su espíritu al Padre (3 0) .

A muchos ha intrigado la audacia de los judíos contra San Esteban, pues carecían del derecho de vida y muerte y habían rehusado toda responsabi­lidad en la muerte de Jesucristo. Piensan algunos historiadores que se trata de una sedición popular. No basta. Los sanedritas tomaron por estos días iniciativas más independientes que en el caso de Nuestro Señor: por ejemplo, al enviar a Saulo contra los cristianos de Damasco. Es probable que los judíos aprovecharan la vacante gubernativa, por ausencia de Pilatos, citado

(28) Muchos no han atisbado el alcance del discurso de San Esteban: v. gr. W. L. KNOX, SÍ. Paul and the Church of Jerusalem, Cambridge (1925), p. 54, n. 24: "La tesis que implica el discurso de Esteban es que el desarrollo histórico del judaismo traicionó sus destinos. Esta apreciación es diametralmente opuesta a la de San Pablo para quien la Ley es el preliminar necesario del Evangelio; el único paralelo con la actitud de San Esteban es la epístola de Bernabé... Mas ese. método de argumentación implica una arbitraria selección de ciertos pasajes del A. T. y una interpretación radi-

\ cálmente falsa de. los mismos: para que dicha exégesis tenga consistencia lógica, preciso es admitir con Marción que el Dios del A. T. es distinto del Dios del N. T." Pero Bernabé y Esteban divergen mucho: para Bernabé todo el judaismo se ha desarrollado

! a contraescarpa: interpretaron siempre materialmente lo que Dios proponía en sentido simbólico. No es ésta la tesis de San Esteban. Las palabras más duras de su peroración no sobrepasan a las que Salomón mismo había pronunciado, cuando la dedicación del templo: "Los cielos no pueden contenerte; cuánto menos esta casa que yo os he levan­tado" (I Reg., 8, 27. Cf. II Chron. 6, 18). Cf. JAOQUIER, op. cit., p. 231. Fuera de esto, la obra de W. L. KNOX, es muy digna de leerse.

(29) Cf. infra, p. 122. (so) La fe que esta plegaria supone nos ayuda a interpretar todo el discurso y

completa su cristología voluntariamente elemental. Cf. Hist. du dogme de la Trinité, t. I, pp. 347-348.

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118 LA IGLESIA PRIMITIVA

a Roma; si la explicación vale, podríamos fijar el martirio de San Esteban en el año 36. Según eso, habría durado unos seis años el período de paz relativa en torno de la naciente Iglesia (3 1) .

La persecución que estalla ahora y que se ceba en San Esteban durará, con breves oscilaciones, hasta la muerte de Agripa (a. 44). Sus víctimas pre­feridas serán los helenistas y alguno de los Apóstoles. Como u n huracán, aireará y dispersará la semilla cristiana: los helenistas tendrán mayor con­ciencia de su fe y de su autonomía respecto del judaismo y, al desperdigarse, ensancharán el campo del Evangelio; en esta persecución, Saulo se conver­tirá en Pablo.

LA CONVERSIÓN La primera noticia de Pablo está asociada a la historia DE SAN PABLOl del martirio de San Esteban; es "un mancebo, llamado

Saulo" (7, 58). Consiente en la ejecución y toma parte en ella, al guardiar las ropas de los que apedrean a Esteban (22, 20) ; Saulo odiaba a muerte a los cristianos. Por su abolengo era helenista; había nacido en Tarso (9, 11; 21 , 39; 22, 3 ; cf. 9, 30; 11, 25) y de sus padres había here­dado el derecho de ciudadanía de Tarso (21, 39), al mismo tiempo que la ciudadanía romana (16, 37; 22, 25 y ss.; 25, 10); pero le cupo en suerte otra más rica herencia: "su sangre judía, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreo" (Phil. 3, 5) . En esa familia, establecida en tierra griega, pero fiel a las tradiciones judías y farisaicas, "Saulo, por sobrenombre Pablo" (13, 9) había aprendido desde la infancia los idiomas griego y ara-meo; en arameo le habla Jesús en la ruta de Damasco (26, 14) y en arameo arenga Pablo a los judíos cuando le arrestan (21, 40) ; el arameo es para él la lengua religiosa y nacional; pero el griego, el idioma cotidiano y el len­guaje de su apostolado.

Pablo continúa en Jerusalén la formación judía iniciada en Tarso; se ins­truye y educa "a los pies de Gamaliel" (22, 3 ) ; según el rigor de la Ley patria, "celador de Dios, como todos vosotros lo sois ahora" (ibid.); "según la Ley es fariseo, y por el celo de ella, perseguidor de la Iglesia; en la justicia legal, irreprochable" (Phil. 3, 5-6). Pablo se destaca, entre los helenistas perseguidores de San Esteban, por su violencia pasional: "Vosotros habéis oído —escribirá más tarde a las gálatas (1 , 13-14)— mi conducta de otro tiempo en el judaismo, cómo con gran furia perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, aventajando a muchos de los coetáneos de mi nación, y mostrándome extraordinariamente celador de las tradiciones paternas." Y aun con mayor precisión podía evocar esos recuerdos ante los judíos de Jerusalén: "Perseguí de muerte esta doctrina, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres, como podrá testificar el sumo sacerdote y el colegio de los ancia­nos" (22, 4-5).

Pablo no se satisface con la muerte de Esteban: demanda, y se le concede, ir a Damasco en misión especial: "De los ancianos recibí cartas para los hermanos de Damasco, adonde fui para traer encadenados a Jerusalén a los que allí había, a fin de castigarlos" (22, 5) .

Y ése fué el momento elegido por Dios. ¿Qué antecedentes pudieron pre­disponerle a la conversión? Mons. L E CAMUS escribe ( 3 2 ) : "Pablo consideraba a Esteban enemigo de la Ley y de su pueblo. Por odio votó su muerte. Pero en vano se revolvía contra la verdad triunfante: la palabra del diácono mártir penetraba, contra toda resistencia, hasta lo íntimo de su entraña.

(31) Cf. infra, p. 120, n. 40. (32) L'CEuvre des Apotres, t. I, p. 113.

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Como un barreno horadaría su corazón, hasta derribarle vencido, para al­zarle como conquista y como heraldo de la fe y de las ideas que anatema­tizara." Frágil argumentación. Es más exacto Mons. L E CAMUS cuando es­cribe: "El mismo Apóstol, tan fino analista de su evolución religiosa, atribuye enteramente su conversión al hecho prodigioso' que le derribó por tierra. Si nunca aludió a una transformación lenta que dispusiera su alma a la aceptación súbita del cristianismo, es que él no recordaba semejante evo­lución" i33).

La buena fe le excusaba, en parte, de su odio encarnizado; lo que hizo, hízolo "por ignorancia"; a mayor abundamiento, esa jactanciosa adhesión a la Ley predisponía más favorablemente al cristianismo, que la indiferencia de los saduceos. Varias veces nos manifiesta cuánta fuerza obligatoria reco­nocía en la Ley: "De nuevo declaro a cuantos se circuncidan que se obligan a cumplir toda la Ley" (Gal. 5, 3 ) ; y cómo esa rígida obligatoriedad era la tortura de su espíritu recto y sincero (cf. Rom. 7) . Cristo le arrancará de tan angustiada existencia; ese adiós al pasado le producirá desgarrones en el alma; pero no tardará en felicitarse del precio de su liberación.

Este acontecimiento, tan decisivo en la historia del Evangelio, se lee tres veces en el Libro de los Hechos (34) y se evoca en las Epístolas de San Pa­blo (3 5) . Cuando se acercaba a Damasco, encendióse en torno de él una gran luz del cielo; Saulo cayó a tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? —¿Quién eres, Señor? —Yo soy Jesús, Aquél a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí se te dirá lo que debes hacer."

Durante los treinta años de su vida cristiana oirá muchas veces la palabra del Señor y tendrá muchas visiones; mas ninguna de todas ellas será compa­rable a la del camino de Damasco. Aquí ha visto al Señor (36) y por ese título será Apóstol y testigo de la Resurrección de Cristo, a par de los demás Apóstoles (3 7) . El mismo Jesús ha sido su Maestro (38) y de El ha recibido la encomienda de misionar entre los gentiles ( 3 9) .

(33) Op. cit., t. I, p. 177. (34) El primer relato es de San Lucas (9, 3-8); los otros dos son de San Pablo en

su discurso a los judíos de Jerusalén luego de su arresto (22, 6-11) y al rey Agripa (26, 12-16). A. TRICOT ha reunido las tres versiones en un cuadro sinóptico (Saint Paul, pp. 46-47) y ha podido comprobar que sólo difieren en matices intrascendentes: Cf. TRICOT, op. cit., p. 43.

(35) L a mención más explícita en / Cor. 15, 7-8: " . . . Luego se apareció a Santiago, luego a todos los Apóstoles, y después de todos, como a un abortivo, se me apareció también a mí; porque yo soy el menor de los Apóstoles, que no soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios".

(36) / Cor. 9, 1: "¿Acaso no soy Apóstol? ¿No he visto también yo a Nuestro Señor?" (37) / Cor. 15, 8. En esta aparición no le vio más que Saulo; sus acompañantes

"oyeron voces, mas a nadie vieron." (Act. 9, 7). Ananías (9, 17; 22, 14) y el mismo Jesús (26, 16) testifican esta aparición. Cf. WIKENHAUSER, op. cit., p. 179.

(38) Qal, i5 H-12: "Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre. Pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo."

(39) Act. 26, 15-18: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, pues para eso me he dejado ver de ti, para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que te mostraré aún, librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban la remisión de los pecados y la herencia entre los debidamente santificados por la fe en mí." En este relato que Pablo hace a Agripa, atribúyense al Señor Jesús las instrucciones que recibió de Ananías (22, 14); suprímese el intermediario, que nada interesaba a Agripa.

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120 LA IGLESIA PRIMITIVA

BAUTISMO Y PRIMERAS Pablo, atacado de ceguera, es trasportado a Da-PRED1CAC10NES DE masco, en donde Ananías le devuelve la vista y

SAN PABLO le bautiza: "Saulo, hermano mío, el Señor Je­sús, que se apareció en el camino, me envió a

ti, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo." Desde que Pablo hubo recibido el bautismo, puso manos a la obra y se dio a "predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que le oían, queda­ban estupefactos: «¿No es éste —decían— el que perseguía en Jerusalén a los que invocaban ese Nombre y el que vino a Damasco para llevarlos codo a codo a los pies de los príncipes de los sacerdotes?»" (9, 20-21).

El Libro de los Hechos añade a continuación: "Pero Pablo cobraba cada día más fuerzas y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, demos­trando que Jesús es el Mesías. Al cabo de algún tiempo, los judíos resol­vieron eliminarle. . . " (22, 23) y Pablo tuvo que evadirse (w).

Entre estas dos series de episodios que Lucas, según su costumbre, yuxta­pone, pasando por alto otros intermedios, preciso es insertar u n largo período de estancia en Arabia, según se desprende de la Epístola a los galotas ( 4 1) , estancia de la cual no tenemos más datos. Piensan algunos que Pablo buscó el retiro, como preparación a su nueva vida; LIGHTFOOT y CORNELY opinan que se refugió en el Sinaí; en cambio LAGRANGE sostiene que "toda la vida del Apóstol estuvo entreverada de revelaciones, como principio inmediato de acción" (42) y que su viaje a Arabia fué, simplemente, viaje misional. Quizá tiene razón el P. LAGRANGE; pero entonces debemos confesar que su predica­ción tuvo pocas repercusiones o que fué u n fracaso ( 4 3 ) ; los cristianos de Jerusalén no tenían noticia de ella.

SAN PABLO EN JERUSALÉN Tras la segunda estancia y fuga de Damasco, fué el Apóstol a la Ciudad Santa; comenzó

por unirse a los discípulos, mas "todos temblaban ante él, porque no sabían

(«>) / / Cor. 11, 32; cf. Act. 9, 23-25; Gal. 1, 17. Cuando Pablo se evadía de Da­masco, Aretas, rey de los árabes, gobernaba en dicha ciudad; estaba en guerra con Antipas, que había repudiado a su hermana; Tiberio ordenó a Vitelio, gobernador de Siria, que avanzase contra el rey de los árabes; por la muerte del emperador se interrumpió la empresa (16 de marzo del 37); en Damasco se han encontrado monedas de Tiberio, del 33-34; por consiguiente, Aretas ni entonces, ni, probablemente, hasta la muerte de Tiberio, reinó en Damasco; Calígula, entronizado el 18 de marzo del 37, debió de darle la investidura, que habrá hecho en esto, como en todo lo demás, lo contrario de Tiberio. Así pues, la evasión de Pablo no puede ser anterior al año 37, ni su conversión, que. tuvo lugar tres años antes de la visita a Jerusalén (Gal. 1, 18), anterior al 34. Puede fecharse en el año 36 su conversión; su primera estan­cia en Damasco, su viaje a Arabia y su segunda permanencia en Damasco, en el 36-38; la evasión de Damasco y su primer viaje a Jerusalén, en el 38-39. Según esa cronología, desde la conversión de San Pablo hasta el primer concilio datarán unos catorce años; aun en el caso de no adicionar los tres años (Gal. 1, 18) a los catorce (Gal. 2, 1) ambos cómputos deben partir de la fecha de su conversión. Cf. PRAT, Re-cherches de science religieuse (1912), pp. 372-392; art. Chronologie en Suppl. au Dict. de la Bible, 1283-4.

(41) Gal. 1, 15-19: "Pero cuando plugo al que me segregó desde el seno de mi madre, y me. llamó por su gracia, para revelar en mí a su Hijo, anunciándole a los gentiles, al ins­tante, sin pedir consejo a la carne ni a la sangre, no subí a Jerusalén, a los Apóstoles que eran antes que yo, sino que partí para la Arabia y de nuevo volví a Damasco. Luego, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas a cuyo lado permanecí quince días. A ningún otro de los Apóstoles vi, si no fué a Santiago, el hermano del Señor." Acerca del silencio del Libro de los Hechos, cf. WIKENHAUSER, op. cit., p. 184.

(«) Epístola a los Gálatas, 1, 17; p. 17. (*3) Opinión de S. Jerónimo.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 121

que fuera discípulo" (9, 26). Bernabé salió por sus fueros ( 4 4 ) : "le presentó a los Apóstoles y les contó cómo en el camino de Damasco había visto al Señor, el cual le había hablado y cómo en aquella ciudad predicó libremente en el Nombre de Jesús" (9, 27). Rompiéronse los hielos de la desconfianza; Pa­blo pudo ver a Pedro y hablar con él durante quince días; vio también a Santiago, el hermano del Señor. Por u n tiempo compartió en Jerusalén la vida de los discípulos y predicó abiertamente el Nombre de Cristo.

Tal vez por estos días tuvo Pablo la visión en el templo, de la cual habló a los judíos (22, 17 ss.):

"Cuando volví a Jerusalén, orando en el templo tuve un éxtasis, y vi al Señor que me decía: «Date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.» Yo contesté: «Señor, ellos saben que yo era el que encarcelaba y azotaba en las sinagogas a los que creían en ti, y cuando fué derramada la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente, y me gozaba y guardaba los vestidos de los que le mataban.» Pero El me dijo: «Vete, porque yo quiero enviarte a naciones lejanas.»"

Esta advertencia providencial se confirmó muy pronto: Pabló entabló dis­cusión con los helenistas, que al punto, como a Esteban, le amenazaron de muerte. "Cuando se enteraron los hermanos, condujéronle a Cesárea y de allí tuvo que emigrar a Tarso." Quedóse en Cilicia en espera de Bernabé, con el cual se dirigió a Antioquía (a. 42 ó 43).

FELIPE, EL DIÁCONO Por la estrecha relación que existe entre la muerte de San Esteban y la conversión de San Pablo, he­

mos alterado el orden de los acontecimientos.

Aquel día comenzó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén y todos, fuera de los Apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. A Este­ban le recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran duelo. Por el contrario, Saulo devastaba la Iglesia, y entrando en las casas arrastraba a hombres y mujeres y los hacía encarcelar (8, 1-3).

Estos versículos son de gran interés: los Apóstoles permanecen en Jerusalén, mientras que los demás cristianos se dispersan. Los historiadores protestantes interpretan el hecho como una nueva prueba de que los helenistas habían roto abiertamente con el judaismo oficial, mientras que los Apóstoles conti­nuaban respetándolo ( 4 5 ) ; en términos más moderados escribe L E CAMUS: "Parece que los Apóstoles son los únicos en no inmutarse; quizá por la sal­vaguarda del pueblo, quizá por su adhesión al mosaísmo, más fuerte, en apariencia, que la de Esteban y sus colegas, les respetaron los perseguidores. Continuaron tranquilamente en Jerusalén, cuando los helenís t icos. . . tuvie­ron que huir en masa" (4 6) . Parece, en efecto, que no era el mismo el tono de amenaza empleado con ambos grupos; puede comprobarse al regreso de Pablo a la Ciudad Santa. Mas no puede hablarse, en términos absolutos, de un pasar tranquilo: también los Apóstoles tienen que! dispersarse y ocultarse: Pablo, de vuelta de Damasco, no podrá estar más que con Pedro y Santiago; menos estrechamente vigilados que los cristianos helenistas, mas no con carta blanca para ejercer su apostolado.

(**) Bernabé gozaba de gran predicamento entre los cristianos; era levita, natural de Chipre; vendió su campo y puso el importe a los pies de los Apóstoles (4, 36-37). Bernabé, helenista, pudo conocer a Pablo antes de su conversión.

(45) REUSS, op. cit., p. 102; MONNIER, La notion de l'apostolat, pp. 168 y ss. (*«) LE CAMTJS, op. cit., p. 147.

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122 LA IGLESIA PRIMITIVA

Sobre el duelo de Esteban, escribe REUSS ( 4 7 ) : "Fuerza es poner de relieve los honores que se rindieron a Esteban, después de su muerte. Este hombre, víctima del fanatismo religioso y muerto como un criminal, tuvo amigos que, sin rebozo, llevaron luto por él. Estos bravos amigos, no eran los Apóstoles; eran. . . paganos simpatizantes, prosélitos incircuncisos. . . Todo esto son los síntomas de una primera trasformación de la Iglesia, trasformación que, como todas las fases análogas de su historia, es, a la vez, u n progreso y una ocasión de cisma. Los Apóstoles quedan en Jerusalén, a la sombra del templo; los helenistas, perseguidos, lánzanse a sembrar la palabra de Dios entre los paganos y los samaritanos. La Providencia continuaba su obra, mediante otros operarios." Esta explicación deforma los hechos, al proyectar sobre la Iglesia primitiva la sombra del cisma que había de desgarrarla más tarde. En hecho de verdad, no hay indicios de cisma alguno. La conversión de los samaritanos, iniciada por un helenístico, es completada por dos Apóstoles; y si Felipe introduce en la Iglesia al eunuco de Etiopía, que era prosélito, Pedro admite al primer pagano, el centurión Cornelio.

La persecución esparcirá la semilla evangélica, al aventar a los helenistas. Felipe, que, según parece, procedía de Cesárea, parte para Samaría, en donde "la muchedumbre a una oía atenta lo que Felipe les decía y admiraba los milagros que hacía (4 8) .

Esta conmoción de la villa recuerda la que Nuestro Señor provocó en Siquén. Muchos se bautizaron y, entre ellos, Simón. Los Apóstoles, al te­ner noticia de tales éxitos, envían a Pedro y a Juan, los cuales imponen las manos a los nuevos bautizados, que reciben el Espíritu Santo (4 9) . Simón, pasmado de admiración por los efectos que producía la imposición de las manos, ofrece dinero a los Apóstoles, a cambio de tan señalado poder; Pe­dro le rechaza indignado y Simón parece arrepentirse: "Rogad vosotros al Señor por mí, para que no me sobrevenga nada de eso que habéis di­cho" (8, 24).

El N. T. no vuelve a hablar de él; mas la literatura apócrifa de época tardía hace de Simón el dios de los samaritanos y el enemigo implacable de Pedro C50).

Felipe, por orden de un ángel, toma el camino de Gaza; allí se hace encon­tradizo con u n eunuco, ministro de Candace, reina de Etiopía; montó en su carro y explicóle el pasaje de Isaías que estaba leyendo, le evangelizó a Jesús y administróle el bautismo (8, 26-40). Esta nueva conquista, como los triunfos de Samaría, es una obra de expansión y de liberación, pero aun más

(•") REUSS, op. cit., p. 102. ( í8) Act. 8, 6. El texto 8, 5 no es seguro; se lee "la ciudad de Samaría" o "una ciu­

dad de Samaría". Si se tratara de Samaría o de. Sebaste, tendríamos una ciudad más helenística que judía o samaritana: Pompeyo la reedificó e hizo de ella una ciudad libre (A. /., XIV, 4, 4; B. /., I, 7, 7); Gabinio la restauró y fortificó (A. J., XIV, 5, 3; B. /., I, 8, 4); Herodes la embelleció y dióle el nombre de Sebaste; en ella ejecutó a su mu­jer Mariamme con sus hijos; durante la guerra judía pasó a poder de Roma (A. I., XVII, 10, 3, 9; B. L, II, 3, 4; 4, 3; 2, 5).

(49) REUSS escribe (op. cit-, p. 105): "No es que éstos dieran una enseñanza supe­rior a la de Felipe o que su dignidad preeminente redundara en mayor lluvia de gracias (aunque el texto no excluye esta explicación); sino que su presencia pudo provocar un movimiento más intenso, transportes más entusiastas, y, por ende, fenó­menos físicos análogos a los que ya se habían observado en otros lugares." Esta inter­pretación nace de la repugnancia a admitir la colación de gracias sacramentales por los Apóstoles. El texto nada dice de esos transportes entusiastas, intensos; narra simple­mente la intervención de los Apóstoles y los frutos consiguientes.

(«>) Cf. infra, cap. 6, 3.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 123

osada (5 1) . Luego que Felipe hubo bautizado al eunuco, fué arrebatado y trasportado a la ciudad de Azoto, de donde, en viaje apostólico, llegó hasta Cesárea.

§ 3 . — Misiones de San Pedro

EVANGELIZACION Pedro y Juan visitaron la ciudad de Samaria, evange-DE SARONA lizada por Felipe; Pedro visita ahora Sarona, que Fe­

lipe acaba también de evangelizar. La Iglesia gozaba, a la sazón, un período de calma. En Lidda hospedóse Pe­

dro "entre los santos"; allí encontró a un hombre paralítico: "Eneas, le dijo, Jesucristo te sana; levántate y coge la camilla"; Eneas quedó sano; Lidda y Sarona se convirtieron con este milagro.

Cuando Pedro arriba a Joppe, ruéganle que visite la casa en que la pia­dosa dama Tabita está de cuerpo presente; en la sala alta, junto al yerto cadáver, gimen las viudas y muestran a Pedro los vestidos que la difunta les había tejido con sus propias manos; Pedro ora de rodillas; luego, vuelto al cadáver, dijo: "Tabita, levántate." Ella abrió los ojos, miró a Pedro y se levantó.

Muchos creyeron en el Señor, a consecuencia de este milagro. Aun no ha recorrido Pedro sino las ciudades judías de Lidda y Joppe; mas

el Espíritu Santo le va- a l lamar a una ciudad pagana, a Cesárea.

LA CONVERSIÓN Con todo detalle se nos cuenta la conversión de este cen-DE CORNELIO turión; es un hecho de importancia capital en la histo­

ria de la expansión del cristianismo. Había en la cohors itálica, de guarnición en Cesárea ( 5 2 ) , u n centurión,

por nombre Comelio ( 5 3) , "piadoso y temeroso de Dios", juntamente con toda su casa. Sería la hora de nona, cuando u n ángel del Señor se le apareció y le ordenó que hiciera buscar en Joppe a un cierto Simón, por sobrenombre Pedro, que se albergaba en casa de Simón el curtidor, a la vera del mar. Cornelio llamó a uno de sus soldados, simpatizante como él de la religión de Israel y lo despachó para Joppe en compañía de dos criados.

Al día siguiente, hacia mediodía, cuando aquellos hombres estaban a la vista de Joppe, Pedro subió a la terraza de la casa para hacer oración. Arre­batado en éxtasis vio el cielo abierto y que bajaba algo como u n mantel grande, sostenido por las cuatro puntas y que descendía sobre la tierra; en él había todo género de cuadrúpedos, de reptiles y de aves del cielo; dejóse oír una voz que decía: "Levántate, Pedro, mata y come. —De ninguna ma­nera, Señor; —respondió Pedro— jamás comí cosa manchada o impura. -—Lo que Dios ha purificado no lo llames impuro." Por tres veces se repitió la

(51) Los eunucos estaban excluidos de la comunidad de Israel (Deuí. 23, 1); el Li­bro de la Sabiduría (3, 14) no es tan severo con ellos. ¿Era judío ese eunuco? Así pensó S. Ireneo y muchos comentaristas e historiadores se inclinan a su opinión. Así TIIXEMONT, Mémoires, t. II, p. 67; FOAKES-JACKSON, The Acts, Londres (1931), p. 76; BOUDOU, Actes, p. 174; pero su actitud, sus problemas sobre las profecías de Isaías, su deseo de instruirse, delatan más a un prosélito, no agregado a la comunidad israelita, pero temeroso y adorador de Dios.

(52) En Judea, provincia procuratoriana, no había legión, sino cohortes; el año 69 está comprobado que existía una cohors itálica, que bien podía estar allí hacia el año 40 (RAMSAY, Was Christ born at Bethlehem, pp. 260-269 y JAOQUIER, op. cit., p. 312).

(53) Con estas expresiones suele describir Lucas a los prosélitos no circuncisos; cf. RAMSAY, Saint Paul, p. 43.

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124 LA IGLESIA PRIMITIVA

misma visión, terciándose las mismas invitaciones y repulsas. Y mientras Pedro cavilaba sobre el significado de la visión, llegaron los hombres de Cesá­rea; el Espíritu Santo intimó a Pedro que se uniera a ellos y les siguiera.

Al otro día, parten juntos para Cesárea; acompañan a Pedro algunos fieles de Joppe; como se trata de una misión muy delicada, Pedro quiere testigos. Tras largas horas de marcha, arribaron a Cesárea, donde hallaron a Cornelio, rodeado de sus parientes y amigos. Así que entró Pedro, salióle Cornelio al encuentro y postrado a sus pies, le adoró. "Levántate —dícele Pedro— que también yo soy hombre." Entró en casa y dijo a los allí reunidos: "Bien sabéis cuan ilícito es a u n hombre judío tener relaciones con un extranjero y hos­pedarse en su casa ( 5 4 ) ; pero Dios me ha mostrado que a n ingún hombre debía l lamar manchado o impuro; por lo cual, sin vacilar he venido, obede­ciendo el mandato. Decidme, pues, para qué me habéis llamado."

Cornelio refiere entonces su visión; Pedro, al escucharle, admira la mise­ricordia de Dios: "Ahora reconozco que no hay en Dios acepción de perso­nas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto." Acto seguido, les predica el Evangelio de paz que Dios ha enviado a los hijos de Israel, por medio de Jesucristo, que es el "Señor de todos" (10, 36). Parece que Cornelio conocía la vida de Jesús: "Vosotros sabéis lo acontecido en toda la J u d e a . . . " Pedro evoca la muerte de Jesús e insiste en su Resurrección; no fueron testigos de ella todos los vecinos de Jerusalén, sino aquellos que Dios eligió coma testigos, "nosotros que comimos y bebimos con El después de resucitado de entre los muertos"; Dios le ha constituido juez de vivos y de muertos; quien cree en El, recibirá por su Nombre el perdón de los pecados.

"Aun estaba Pedro diciendo estas palabras, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los allí presentes"; los judíos que acompañaban a Pedro llenáronse de admiración al oír a los gentiles hablar en diversas lenguas; y dijo Pedro: "¿Podrá acaso negar alguno el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el Nombre de Jesucristo. Y ellos le rogaron que les acompañase algunos días."

Este paso decisivo, narrado tan minuciosamente, nos muestra cuáles eran los obstáculos que se oponían a la propagación del Evangelio y cómo fueron soslayados. Hoy se nos figuran leyes de poco más o menos las que distin­guían entre alimentos puros e impuros; no pensaban así los judíos: todos estaban dispuestos a repetir como los siete hermanos macabeos: "Antes morir que violar las leyes de nuestros mayores" (II Macch. 7, 2) . Podría argüirse que Nuestro Señor había revocado esas leyes judaicas: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda mancharle; lo que sale del hombre eso es lo que mancha al hombre" ( 5 5 ) ; pero aquella afirmación tan audaz, que puso espanto en los discípulos, no se había llevado a la práctica; fué nece­sario que el Espíritu Santo recordase a los Apóstoles lo que Jesús les dijera y que les hiciese entender todo su alcance.

Pero aun eran barreras más difíciles de saltar las leyes sociales que las alimenticias: ¿Es que acaso se podían admitir en la Iglesia, no solamente los paganos circuncisos, como Nicolás, el prosélito de Antioquía, sino aun los incircuncisos, piadosos y temerosos de Dios? El mismo Espíritu Santo zanja la cuestión, al derramar sobre Cornelio y los suyos todos los carismas

(54) Los judíos podían entrar en una casa de gentiles, mas no comer ni alojarse en ella. Cf. JAOQUIER, op. cit., p. 324.

(65) Me. 7, 14; cf. supra, pp. 68-69.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 125

de Pentecostés. Y Pedro, jefe de la Iglesia, se deja llevar, con paciencia y docilidad, por esos nuevos derroteros, sin prevenir la acción del Espíritu; y sin resistir a ella, por más que se subleve su formación moral y religiosa.

PEDRO EN JERUSALÉN Los cristianos de Jerusalén no pueden disimular su extrañeza cuando llega a sus oídos lo sucedido

en Cesárea; y, al verse con Pedro, le espetan en son de reprimenda: " ¡Tú has entrado en casas de incircuncisos y has comido con ellos!" (11, 3 ) . Con Pedro estaban los seis judíos que le habían acompañado a Joppe, y delante de ellos cuenta a los fieles el episodio milagroso: la visión de Joppe, el man­dato del cielo, la recepción de Cornelio y, singularmente, la venida del Espí­ri tu Santo, cuando él estaba hablando:

"Comenzando yo a hablar, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, igual que sobre nosotros al principio. Yo me acordé de la palabra del Señor, cuando dijo: «Juan bautizó en el agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo.» Si Dios, pues, les había otorgado igual que a nosotros, que creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios? Al oír estas cosas callaron y glorificaron a Dios: «Luego Dios ha concedido también a los gentiles la penitencia para la vida»" (11, 15-18).

La discusión derivó a temas aún más amplios: comenzóse por echar en cara a Pedro su albergue entre paganos; cuando Pedro ganó la causa, plan­teóse y se solucionó favorablemente el problema, mucho más grave, del bau­tismo de los paganos. Muchos historiadores se resisten a admitir en su sen­tido literal el relato transcrito; creen que no se compadece con la oposición, que surgirá más tarde, al bautismo de los incircuncisos. Piensan que los Apóstoles son los únicos convencidos, mas no la masa de fieles o que se deben considerar los casos del eunuco etíope y de Cornelio, como algo excep­cional, justificado por una intervención extraordinaria de Dios C56). No porfiaremos en que esta decisión particular haya bastado para convencer a toda la comunidad de Jerusalén; mas tampoco lo consideramos como un caso de excepción, que no siente precedente. No hay por qué sorprenderse de que en éste, como en otros casos, haya intervenido Dios milagrosamente, para cambiar costumbres tan arraigadas en la conciencia y que parecían intangibles.

En Judea y, principalmente, en Jerusalén, Cornelio fué por mucho tiempo un hecho aislado; mas el cristianismo había desbordado las fronteras de Judea y saltado hasta Antioquía. En esta ciudad la cosecha será ubérr ima; pero planteará a los Apóstoles los más serios problemas.

§ 4 . <— Ant ioquía y Jerusalén

LA EVANGELIZACIÓN La persecución había aventado a los cristianos DE ANTIOQUÍA helenistas desde Jerusalén a Fenicia, a la isla de

Chipre, a la ciudad de Antioquía. Allí se entre­gan a la obra evangelizadora; mas algunos se ciñen a los medios meramente judíos; otros, en cambio, chipriotas y cirenenses, predican en Antioquía a

(56) REUSS escribe (op. cit., pp. 131-132): "La narración concluye: «Se apaciguaron y quedaron convencidos.» Estas palabras son un tanto hiperbólicas, si atendemos a la historia posterior. Preciso es restringir su significado. O Lucas no pensaba entonces más que en los doce, pues la masa fué siempre hostil a la admisión de los paganos; o la aquiescencia se limitaba al caso excepcional de la familia de Cornelio, sin mayor intención de aceptarlo como norma común." Semejante es la interpretación de RE­NÁN, Les Apotres, p. 166.

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126 LA IGLESIA PRIMITIVA

los griegos y "la mano del Señor estaba con ellos y u n gran número creyó y se convirtió al Señor" (11, 19-21). Intervención visible del Señor, que, mediante una lluvia de bendiciones, va mostrando a su Iglesia el camino que debe seguir.

La Iglesia obedece jubilosa: no bien llegan a Jerusalén los éxitos de Antio-quía, Bernabé se pone en camino; envíanle los Apóstoles, como antes envia­ron a Pedro y a Juan a coronar la obra misional de Felipe en Samaría. Chipriotas y cirenenses habían inaugurado la misión helénica de Antioquía: quizá por eso escogen para dirigente a un chipriota, Bernabé; la Iglesia de Jerusalén conocía su desinterés y su celo; por eso le brindó ese magnífico campo de apostolado.

Bernabé era "un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe" (11, 24) ; "cuando llegó a Antioquía y vio la gracia de Dios, llenóse de rego­cijo". Para recoger tan abundante cosecha, pensó en un celoso predicador que otrora presentó a los Apóstoles; fué a Tarso en busca de San Pablo; se lo llevó a Antioquía, y allí trabajaron juntos por espacio de u n año; allí recibieron los discípulos, por vez primera, el nombre de cristianos. Este detalle, que debemos a San Lucas (11, 26), revela el éxito de la propaganda cristiana: los discípulos de Jesús no serán, para los paganos, una de tantas sectas judías; los gentiles sabrán distinguirlos de todas ellas.

Antioquía, por la sólida posición que en ella ocupará el cristianismo, será un centro de propaganda cristiana mucho más estratégico que Jerusalén; la irradiación de Jerusalén no se ha dejado sentir más que en Palestina (Sama­ría, Sarona, L idda) ; ahora llegó el tiempo de penetrar en el mundo griego y romano; Antioquía, la gran metrópoli oriental, será el punto de partida de esta empresa. De ella saldrán Pablo y Bernabé a la conquista del Asia Menor y a ella regresarán después de terminada su etapa misional.

Por unos años, Antioquía será la capital religiosa, como hasta el año 40 lo fué Jerusalén y como, pocos años después, y de forma definitiva, ha de serlo Roma. Este desplazamiento del centro unificador cristiano va ligado, según antigua tradición, 'al establecimiento de la sede de San Pedro en Antioquía (5 T).

Es cierto que San Pedro vivió largas temporadas en Antioquía; no es nece­sario sustentar que trasladó a ella solemnemente su cátedra, n i precisar en qué tiempo fué obispo de Antioquía (5 8) .

(67) TILLEMONT escribe a este respecto (Mémoires, t. I, Saint Pierre, art. 27, pp. 159-160): "Según los Santos Padres, él (San Pedro) fundó la Iglesia de Antioquía antes de marchar a Roma, y vivió allí algún tiempo; es muy puesto en razón que la ciudad que ha recibido el primer nombre de cristianos haya tenido por su dueño y pastor al primero de los Apóstoles. Aquélla fué, su primera sede y Pedro su primer obispo... Ello no significa que durante todo ese tiempo hubiera permanecido allí. Que fuera obispo de Antioquía, obedeció a un interés particular por ella, no a intención de residir siempre en ella. Pues parece que ningún Apóstol, excepto San­tiago en Jerusalén, quedó incardinado desde un principio a una iglesia particular." La fiesta de la cátedra de San Pedro en Antioquía es de origen galicano. Cf. Du-CHESNE, Origines du cuite chrétien, p. 295; KIRSCH, Der Stadtromische Festkalender, Münster (1924), p. 18; LIETZMANN, Petrus und Paulus in Roma, Berlín (1927), p. 96. TILLEMONT añade en la nota 25: "Baronio opina que San Pedro pudo fundar la Iglesia de Antioquía y establecer en ella su sede, sin haberla visitado; porque todo eso no significa sino que por su autoridad quedó erigida en sede patriarcal. Creo que Ba­ronio no tendrá muchos partidarios."

(58) FOUARD (op. cit-, p. 189) estima que Pedro visitó Antioquía el año 40, antes de la visión de Joppe y que en ella fijó su sede; dos años más tarde la trasladó a Roma. BELSER (Die Apostelgeschichte, p. 150, citado por JACQUIER, op. cit., p. 357) dis-

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 127

JERUSALEN. HAMBRE Por aquellos días bajaron de Jerusalén a Antioquía pro-Y PERSECUCIÓN fetas y levantándose uno íde ellos, por nombre Agabo,

vaticinaba por el Espíritu una grande hambre que había de venir sobre la tierra, y que vino bajo Claudio. Los discípulos resolvieron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea, cada uno según sus facultades, y lo hicieron, enviándoselo a los ancianos por medio de Bernabé y Saulo (11, 27-30).

Este incidente, contado por San Lucas como de refilón, es muy interesante: nos muestra cuál podía ser el papel de los profetas en las comunidades pri­mitivas (59);- nos manifiesta la estrecha caridad que unía a las distintas igle­sias: de esta fecha datan las colectas para los pobres de Jerusalén; colectas que no han de cesar hasta la destrucción de la Ciudad Santa. Finalmente, en esta perícope se nos habla por vez primera de los presbíteros o ancianos de la Iglesia cristiana. Este rasgo nos demuestra que San Lucas no se pro­puso hacer la historia de todas las instituciones eclesiásticas, desde sus orí­genes; se limita a informarnos sobre el desarrollo y el carácter de la Iglesia cristiana; para esta fecha, cuenta ya con una jerarquía y una organización local; es el signo de su independencia frente a la Sinagoga; es igualmente el sello del espíritu jerárquico, que se impone desde u n principio.

Por estas mismas kalendas estalla la persecución de Agripa, el hijo de Aristóbulo y de Berenice; su padre, hijo de Herodes y de Mariamme, fué por éste condenado a muerte el año 7; se educó Aristóbulo en la corte de Tiberio, donde llevó vida de libertinaje; Tiberio, pocos meses antes de morir, le puso en prisiones (a. 37) ; Calígula, su compañero del vivir alegre, otor­góle la tetrarquía de Filipo, y más tarde la de Lysanias, con el título de rey; en el año 40, al ser destronado Antipas, concedióle! la Galilea y Perea; Clau­dio le agregó, el 41 , Samaría y Judea; con estas últimas anexiones, había vuelto a rehacerse el reino de Herodes.

El nuevo monarca dio muestras, desde su llegada a Jerusalén, de u n gran celo por la Ley C60): contra la política de Herodes, mostró gran simpatía por los judíos y exquisita veneración por su Ley; "vivía en Jerusalén habitual-mente, por su propia voluntad, y respetaba con mucho escrúpulo todas las tradiciones antiguas. El mismo guardaba con solicitud la pureza legal y no dejaba trascurrir un día sin ofrecer los sacrificios prescritos (6 1) . Cuenta la Mischna, que, celebrándose en el templo la fiesta de los Tabernáculos, leyó él mismo el Deuteronomio, según se estilaba en los años sabáticos ( 6 2 ) ; y cuando llegó al pasaje "no permitirás que un extranjero, que no sea her­mano tuyo, reine sobre t i" , sintióse conmovido y derramó lágrimas; pero el pueblo todo clamó a voz en grito: "No te aflijas; t ú eres nuestro hermano, tú eres hermano nuestro" ( e s ) .

tingue dos evangelizaciones sucesivas en Antioquía: la primera, inaugurada el año 33, no se dirige más que a los judíos; como resultado de esa labor, se organiza una comunidad judío-cristiana, cuyo jefe habría sido Pedro desde los años 34 ó 35 al 39. Y en este mismo año, o al siguiente, sabedores los helenistas del caso de Cornelio, fuéronse a predicar a los griegos. Estas hipótesis se nos antojan poco fundadas. Mejor asentada parece la posición de TILLEMONT.

(M) Los profetas cristianos son, ante todo, predicadores inspirados por Dios (1 Cor. 14, 29-32); pero pueden predecir el futuro, como al presente el profeta Agabo (21, 10).

(<">) JOSEPO, A. /., XIX, 6, 1, p. 293: "Al llegar a Jerusalén, inmoló víctimas en acción de gracias, sin olvidar ninguna prescripción legal. Por eso mandó afeitar a muchos nazirs. La cadena de oro, regalo de Calígula, y que pesaba tanto como la de hierro que soportaron sus manos reales, mandó suspender en el recinto sagrado."

(«i) Ibid. XIX, 7, 3, 328-331. (62) El año 40-41 era sabático. Cf. SCHUEREB, op. cit., t. I, p. 555. (63) M. SOTA, VII, p. 8; SCHUEREB, op. cit-, t. I, p. 555.

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128 LA IGLESIA PRIMITIVA

MARTIRIO DE SANTIAGO Forzado a granjearse el favor popular por su celo religioso, inauguró una etapa persecutoria

contra los cristianos. "Hizo morir, al filo de la espada, a Santiago, hermano de J u a n ( 6 4 ) ; y viendo que con ello había complacido a los judíos, deter­minó encarcelar a Pedro" (12, 2-3). Eran los días de los ázimos; como en el proceso de Jesús, juzgóse prudente esperar a que pasara la fiesta de la Pascua. Encerraron a Pedro en la cárcel, asegurando la presa con buenas * guardas: doble cadena, alguacil a su costado y guardianes a la puerta.

PEDRO LIBERADO Pedro sale de la cárcel milagrosamente la noche pre­cedente a su comparecencia en juicio: el calabozo que­

da inundado por una luz esplendorosa; un ángel despierta al Apóstol; pasa por entre los centinelas, las puertas le dejan paso franco, y, en u n momento, se ve de nuevo en la calle; entonces desaparece el ángel y Pedro, volviendo en sí, dice: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos." Se dirige a casa de María, la madre de Juan Marcos; golpea a la puerta y acude una sierva l lamada Rodé, que, luego que reconoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Replicáronle: " ¡Tú estás loca!" Mas ella porfiaba que allí estaba Pedro. Y entonces le dijeron: "Será u n ángel." Entretanto, Pedro continuaba dando aldabonazos. Y cuando abrieron la puerta y le reconocieron, quedaron llenos de estupor. Contóles lo acaecido y les dijo: "Decidlo a Santiago y a los hermanos." Y salió, yéndose a otro lugar.

Esta narración de San Lucas, palpitante de vida, nos hace sentir toda la emoción de aquel maravilloso episodio. Nos revela además algunos detalles de esa vida, tan recóndita, de la cristiandad de Jerusalén. Gran número de aquellos cristianos se hallaban reunidos en casa de María, la madre de Mar­cos, para rogar por Pedro (12, 5-12). El evangelista de la oración ha pro­curado mostrarnos cómo la Iglesia obtuvo aquella intervención milagrosa. Hablase aquí, por vez primera, de Marcos; está en la flor de los años; su primo Bernabé le asociará pronto a las empresas misionales; hará sus pri­meras armas con San Pablo; luego trabajará en compañía de Bernabé única­mente; hemos de hallarle después en Roma, como intérprete o secretario de Pedro y como amigo y compañero de Pablo (6 5) . En casa de María no hay ningún Apóstol; mas Pedro, antes de partir, ruega que comuniquen la noticia a "Santiago y a los hermanos".

En ningún relato habíamos aún leído que Santiago, el hermano del Señor, estuviera al frente de la Iglesia de Jerusalén; hasta su muerte continuará

(«*) EUSEBIO, Hist. Eccl., II, 9, pp. 2-3, nos da, tomándolos de CLEMENTE de Alejan­dría (Hypot. VÍI), algunos detalles sobre este martirio: "El esbirro que le llevó ante el tribunal, al oír su testimonio, sintióse conmovido y confesó que también él era cristiano. Cuando los conducían al suplicio, el nuevo cristiano pidió perdón a San­tiago. El Apóstol reflexionó un instante y dijo luego: «La paz sea contigo»; y le abrazó. Y ambos fueron decapitados el mismo día." Algunos historiadores, influidos por WELLHAUSEN, Evangelium Marci, p. 90, y sobre todo por ED. SCHWARTZ (Ueber Tod der Sohne Zebedaei [1904], p. 90), han pretendido asociar a ambos hermanos en la muerte. Esa hipótesis de la muerte prematura de San Juan ha sido ampliamente refutada por diversos comentaristas, como L. DE GRANDMAISON (Jésus-Christ, t. I, pp. 146-154).

(«5) Sobre este particular, cf. LAGRANGE, Saint Marc, pp. XVI-XIX; HUBY, Saint Marc, pp. IX-XIV.

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LOS APÓSTOLES. LA IGLESIA EN SUS ORÍGENES 129

rigiéndola, en calidad de jefe y pastor. San Pedro, por su parte, abandona la Ciudad Santa y se va "a otro lugar". Es natural que, después de la eva­sión, se alejara de Jerusalén, aunque su despedida no sea definitiva, pues él presidirá el concilio apostólico (15, 7) . Mas ¿dónde reside en el entretanto? No lo sabemos; conjetura JACQUIER como "probable" que volviera a Antio-quía y como "posible" que partiera para Roma. Sabemos que en ambas ciu­dades hizo escala; pero no podemos precisar la fecha.

La persecución que pretendió cebarse en Pedro, va a extinguirse con la muerte de Agripa, muerte dolorosa y casi repentina, que el año 44 hiere al rey en pleno triunfo, y que interpretan los cristianos como castigo provi­dencial: "Le hirió el ángel del Señor, por cuanto no había glorificado a Dios" ( e e ) . Y el cristianismo prosiguió su marcha triunfante: "La palabra del Señor más y más se extendía y se difundía" (12, 24).

PERSECUCIONES Y Con esas últimas palabras de San Lucas se cierra el CRECIMIENTO DE primer período de la vida de la Iglesia. Han tras-

LA IGLESIA currido catorce años desde la muerte de Jesús; en tan breve lapso, su obra ha llegado a la mayor edad:

no es ya el grano de mostaza, sino el árbol gigante que cubre con su sombra a toda la Palestina y que extiende sus ramas hasta Damasco, Chipre y An-tioquía; por todas partes surgen enemigos; puédese ya anticipar lo que quince años después dirán los judíos de Roma a San Pablo: "En todas partes se hace guerra a esta secta"; mas, pese a esa oposición, la Iglesia va arrai­gando más profundamente y elevándose con mayor pujanza. En Jerusalén, plaza de armas del judaismo, ha conquistado muchos discípulos, aun entre los sacerdotes (6, 7) , de suerte que al volver a ella Pablo en el 58, Santiago podrá decirle: "Por ti puedes comprobar cuántos miles de hermanos han reci­bido la fe"; estos miles serán en Jerusalén una minoría, y una minoría fogueada. Hemos hablado ya del martirio de San Esteban y de Santiago el Mayor; pronto encarcelarán a San Pablo y darán muerte a Santiago el Menor, obispo de Jerusalén; y entre el martirio de los dos Santiagos, el encar­celamiento de San Pedro y la persecución intermitente de los cristianos de Jerusalén, más la expulsión de los helenistas.

Y la Iglesia, sacudida por estos embates que, si a veces amainan, nunca cesan totalmente, se vigoriza y crece.

La historia de la Iglesia de Jerusalén es u n presagio de la historia de la propagación del cristianismo durante los viajes apostólicos de San Pablo: en todas partes, tras el primer contacto, seguido con frecuencia de abundantes conversiones, el choque violento con la oposición judía, cargada de odio, llena de obstinación, violenta; y en todas partes será una realidad la palabra de Jesús a Ananías: "Yo mostraré a Pablo cuánto deberá sufrir por mi Nom­bre" (9, 16). Mas, a cuenta de las persecuciones y de los sacrificios, la Igle­sia se irá engrandeciendo.

(««) Act. 12, 23. El relato de JOSEFO (A. J., XIX, 8, 2, pp. 343-350) es más prolijo y menos vigoroso que el de San Lucas; en sus rasgos generales, es una confirmación del mismo: el rey reaparece en el teatro cubierto de un manto recamado de plata, que refulge a los rayos del sol naciente; los aduladores claman que no es un hombre, sino un dios; y, de repente, le acometen agudos dolores de vientre que, a los cinco días, le llevan al sepulcro.

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CAPITULO II I

VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO (x)

FUENTES: LAS EPÍSTOLAS A p e n a s t e n e m o s o t ra fuen te d e in fo rmac ión , Y EL LIBRO DE LOS HECHOS p a r a la h i s to r i a de la Ig les ia n a c i e n t e , q u e

e l Libro de los Hechos y a l g u n o s pasajes d e l a Epístola de S a n P a b l o a los gá l a t a s . E n c a m b i o , l as mis iones de S a n P a b l o q u e d a n b i e n ref le jadas e n el p rop io Libro de los Hechos y e n las Epístolas del m i s m o Após to l . G r a n d i fe renc ia m e d i a e n t r e el r e l a t o de San Lucas , escri to a v e i n t e o t r e i n t a años de d i s t anc i a d e los acon tec imien tos , con el f in de n a r r a r e l p rogres ivo c r e c i m i e n t o d e l a Ig les ia , y las ca r t a s de S a n Pab lo , r e d a c t a d a s a l r i t m o de los m i s m o s acon t ec imien to s , y a m e d i d a d e las c i r cuns t anc i a s . E l h i s t o r i a d o r debe t e n e r p r e sen t e s estas d i ferencias cronológicas y de ca rác te r , a l u t i l i z a r las fuen tes , m a s n o p u e d e p r e sc ind i r d e n i n g u n a d e e l las . D e l Libro de los Hechos for jaremos el m a r c o h i s tó r i co ; y de las Epístolas, la expres ión v i b r a n t e de l a l m a de l Após to l , y el conoci­m i e n t o í n t i m o de sus c r i s t i anos y d e su d o c t r i n a ( 2 ) .

(*) BIBLIOGRAFÍA. — Como bibliografía general podrá consultarse la que insertamos en el capítulo precedente. Y entre los estudios especiales, FOUARD (C.)> Saint Paul, París (1908-1910), 2 vols. — P B A T (E.) , La théologie de Saint Paul, París (1920-1923), 2 vols. (versión castellana, México [1947]) y Saint Paul (col. Les Saints), Pa^ rís (1922). — PIEPEK (K.), Paulus. Seine missionarische Personlichkeit und Wirksam-keit, Münster (1929). — DEISSMANN (H.) , Paulus, Tubinga (1925). — M A C H E N (J. GRESHAM) , The Origin of Paul's Religión, Nueva York (1921). — K N O X (W. L.) , St. Paul and the Church of Jerusalem, Cambridge (1925). — SCHWEITZER (A.), Die Mystik des Apostéis Paulus, Tubinga (1930); Geschichte der paulinischen Forschung, Tu­binga (1911). — TONDELLI (L.) , II pensiero di san Paolo, Milán (1928).

(2) Al adoptar esta posición, nos enfrentamos, por de pronto, con la escuela radical holandesa, que rechaza el Libro de los Hechos y todo el acervo epistolar de San Pablo. El corifeo de esta escuela es VAN M A N E N , uno de los dos autores (el otro es E. H A T C H ) del art. Paul de la Encyclopatdia Bíblica; concluye su trabajo: "Deben desecharse todas las ideas que sobre San Pablo se forjaron, así entre católicos como entre protestantes (especialmente en el siglo x ix) , fundándose en el Libro de los Hechos y en las 13 (14) Epístolas de San Pablo"; no puede admitirse una vida y una teología de San Pablo que armonicen con tales fuentes documentales; "irrevocably passed away" (col. 3.630). En nuestros días ha sustentado la misma tesis VAN DEN BERGH VAN EYSINGA, La littérature chrétienne primitive (col. Christianisme, 1923). "El interés de esta polémica es demostrar que tantas razonesi intrínsecas y extrínsecas existen para negar la autenticidad de la Epístola a los romanos, como de la Epístola a los gálatas, los colosenses o los filipenses" (col. 3.626).

La escuela de Tubinga es más moderada; respetan buena] parte de las Epístolas pau­linas, pero rechazan el Libro de los Hechos. Así WEISZAECKER admite como auténticas las Epístolas a los gálatas, I y II corintios, I tesalonicenses, filipenses y romanos; pero aprovecha toda oportunidad para poner en contradicción el Libro de los Hechos con las Epístolas: ésta es la parte menos consistente de su obra, que, en lo restante, es sólida y bien construida. Por lo demás WEISZAECKER trata de describir el aposto­lado de Pablo en Galacia (pp. 230-232), ciñéndose exclusivamente a los caps. 13-14 del Libro de los Hechos. Las teorías de la escuela de Tubinga están hoy en deca­dencia; sus seguidores no son tan radicales. Cf. BULTMANN, art. Paulus en Religión in Geschichte und Gegenwart, 1.023 ss.; JUELICHER, Einleitung (1931), p. 35.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 131

§ 1. — Pr imera mis ión de San Pablo . Chipre, Pisidia, Licaonia (3)

La Iglesia de Antioquía contaba con varios profetas; mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, habló cierto día el Espíritu Santo: "Separadme a Bernabé y a Saulo,- para la obra a que les llamo." Terminados los ayunos y las oraciones, impusiéronles las manos y les despidieron.

CHIPRE Bernabé aparece como el jefe de expedición y es el que toma la iniciativa de marchar a Chipre, cUj donde él era oriundo; toman

a Juan Marcos, primo de Bernabé, en calidad de colaborador ( 4) . Los misio­neros desembarcan en Salamina y predican en las sinagogas. Era costumbre invitar a los extranjeros ilustres a tomar la palabra; los Apóstoles, imitando a su Maestro, aprovecharon la oportunidad ( 5 ) ; el discurso de Pablo debió de ser del corte del que pronunció en Antioquía de Pisidia, y que luego comen­taremos.

En Pafos toparon con un mago, falso profeta, por nombre Barjesus, o Elimas (el sabio), seudónimo que él mismo había adoptado; vivía a expensas del procónsul Sergio Paulo; Saulo, cuya predicación intentaba desvirtuar el mago, castigóle con una ceguera temporal; el procónsul, testigo del hecho, creyó en la palabra del Apóstol y admiró la doctrina del Señor. Desde este momento, a Saulo se le da el nombre de Pablo ( 6) .

ANATOLIA Chipre es campo reducido de acción para los dos misioneros; se embarcan para Panfilia y arriban a Perge; San Pablo, dé

hoy en más jefe de expedición, emprende la conquista de Anatolia; en esa península conviven los griegos, trasplantados por los seléucidas, con los ori­ginarios del país: los licaonios, que Pablo evangelizará en Listra; los gálatas, de las provincias del norte; y los judíos, del antiguo reino de los seléucidas y ' que gozan de una situación de privilegio: Seleuco Nicator les concedió el derecho de ciudadanía en su capital (Antioquía de Siria) y en todas las ciudades por él fundadas; Antíoco el Grande continuó la misma política; de manera que los seléucidas, odiados en Palestina como tiranos, se conducen en Siria y en Anatolia como protectores de los judíos y pueden confiar en ellos ( 7) .

La misión que ahora emprenden los dos Apóstoles va a ser extremada­mente laboriosa: tendrán que franquear la cadena del Taurus —temible más que por su altitud por los bandidos que la infestan—, antes de ganar las altiplanicies del interior, cuya altura media es superior a los 1.000 me­tros (8) . Mas nada les arredran tales obstáculos; hay otros más duros que

(3) Conocemos este viaje apostólico por el Libro de los Hechos, caps. 13 y 14. (4) Acerca de MARCOS, cf. supra, p. 128. (5) Cf. supra, p. 67. (6) Act. 13, 9. No es que Saulo tomara el nombre del procónsul, al modo de los escla­

vos libertos, sino que debía de tener dos nombres (cf. Juan Marcos, Simeón Niger, etc.) y, al penetrar en el mundo pagano, adoptó su nombre romano.

(7) Cf. RAMSAY, Historical Commentary on the Galatians, pp. 189-192. En esa obra (pp. 180-232) se hallarán bellas descripciones de las ciudades recorridas por San Pablo en este primer viaje; con menor detalle en otro libro del mismo autor The Church in the Román Empire, cap. II, Localities of the first Journey (pp. 16-58).

(8) Antioquía de Pisidia está a 1.200 metros; Iconio, a 1.100; Listra, a 1.200; Derbe, más o menos a igual altura.

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132 LA IGLESIA PRIMITIVA

vencer: la indiferencia de los griegos, la idolatría grosera y brutal de los indígenas y, principalmente, la ruda y tenaz oposición de los judíos. El joven Juan Marcos, que no había previsto esta nueva expedición, separóse de ellos y se retiró a Jerusalén.

ANTIOQUIA DE PISIDIA Tras la penosa jornada del Taurus, Pablo y Ber­nabé dieron vista a Antioquía de Pisidia. El

sábado, acudieron a la sinagoga; los jefes, después de la lectura de la Ley y de los profetas, invitaron a los extranjeros a hablar; San Pablo toma la palabra: su discurso, largamente referido por San Lucas (13,. 16-41), es un espléndido documento del método misional empleado por San Pablo en las sinagogas. En la primera parte (9) evoca ante los judíos y los prosélitos las misericordias de Dios con Israel; el tema' es muy semejante al que desarrolló San Esteban en su discurso; mas, en tanto que éste hacía hincapié en la obstinación de Israel, San Pablo trata de mostrarles la acción providente de Dios para llevarles a Cristo. En la segunda parte, expone la misión de Jesús; aunque su proppio pueblo haya renegado de El y le haya crucificado, El es su Mesías: prueba de ello, que Dios le resucitó de entre los muertos; los Apóstoles son testigos "también ahora" de esa Resurrección; las Escrituras y, sobre todo, los Salmos profetizaron esa resurrección (10). El epílogo del dis­curso es una exhortación a la justificación por la fe en Jesucristo ( n ) .

Parece que la intervención de Pablo impresionó vivamente a su auditorio; invitáronle a que, al siguiente sábado, volviera a insistir sobre el mismo tema; muchos de los judíos y prosélitos acompañaron al Apóstol, para que en el camino, fuera completando sus instrucciones. Llegado el sábado, casi toda la ciudad, en peso, acudió a oír la palabra del Señor; pero los judíos, carcomidos por la envidia, al ver aquella aglomeración de gente, diéronse a insultar y a contradecir a Pablo". Lo que irrita a los judíos es el éxito de la palabra del Apóstol entre los gentiles; tal vez San Pablo, al ver tan gran afluencia de prosélitos, anunció con mayor claridad la vocación de las nacio­nes. Y ante la oposición cerrada de los judíos, Pablo y Bernabé dijeron: "A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles." Alegráronse los paganos; encolerizáronse los judíos y movieron persecución contra Pablo y Bernabé; ganaron a su causa a damas principales que frecuentaban la sinagoga y a los primates de la ciudad y consiguieron expulsar a los dos misioneros, que, después de sacudir el polvo de sus pies, se dirigieron a Iconio.

ICONIO En Iconio son acogidos con el mismo entusiasmo que en Antio­quía (14, 1-7); convirtiéronse gran número de judíos y de gentiles;

los dos Apóstoles permanecieron mucho tiempo en la ciudad, dando testi­monio de Jesucristo y obrando muchos milagros. Mas de nuevo surge la oposición, excitada por los judíos; a ellos se unen los paganos y, entre todos, provocan una sedición que intenta acabar con los misioneros. Estos huyen a Licaonia y evangelizan Listra, Derbe y otras ciudades de dicha región.

(9) La triple contextura del discurso está señalada por un triple "hermanos míos", con que vuelve a hilvanar el discurso: 16, 26, 38; cf. PRAT, La théologie de Saint Paul, t. I, p. 63.

(10) Esta argumentación tiene más de un parecido con la de. San Pedro (Act. 2, 25-32). (11) Este rasgo hace presentir la teología de San Pablo, tal cual será desarrollada

en la Epístola a los romanos, especialmente en el capítulo 10.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 133

LISTRA Entre los concurrentes de Listra había un paralítico de naci­miento; Pablo se dirige a él y le dice: "Levántate, ponte de pie."

El cojo se levantó, y la multi tud, llena de estupor, exclamó, en idioma licaonio; "Dioses en forma humana nos han visitado." Llamaban a Ber­nabé, Zeus, y a Pablo, Hermes (1 2) . El sacerdote de Zeus, que estaba ante la puerta de la ciudad, no creyó imposible el hecho y se presentó, con toros enguirnaldados, a ofrecerles u n sacrificio. Los Apóstoles, preocupados por su predicación, no habían reparado en que sus palabras habían caído en el vacío; al ver al sacerdote entre los toros, comprendieron lo que iba a pasar. Horrorizados, rasgaron sus vestiduras y se lanzaron entre la mul­titud clamando: "¿Qué es lo que hacéis? Nosotros somos hombres iguales a vosotros, y os predicamos para convertiros de estas vanidades al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos; que en las pasadas generaciones permitió que todas las naciones siguieran su camino, aunque no las dejó sin testimonio de Sí, haciendo el bien y dis­pensando las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimento y de alegría vuestros corazones."

No se desarrolla esta escena en la sinagoga; no son judíos ni prosélitos los concurrentes, sino crédulos paganos que p iens^i que sus dioses han ba­jado a la t ierra; digno es de nota cómo el Apóstol adapta su predicación al medio que le rodea; tiene muchos puntos de contacto con la tesis de la Epístola a los romanos: Dios castiga a los paganos, abandonándolos a sus propias iniciativas, pero dejándose ver, al mismo tiempo, mediante las obras de la creación.

Tal l lamarada de entusiasmo supersticioso levantaron en Listra los dos misioneros que, a duras penas impidieron les ofrecieran sacrificios; pero estos pobres paganos eran enteramente versátiles: bastó que procedentes de Antioquía y de Iconio, se presentaran unos cuantos judíos, para que se vol­vieran las tornas, y apedrearan a Pablo y le arrastraran fuera de la ciudad, dejándole por muerto. A esta pedrea debe de aludir en su / / Cor. 11, 25, y por ella debieron de quedar grabados en su carne los estigmas de Cristo (Gal. 6, 17). Los discípulos de Pablo acudieron en su ayuda, le condujeron a la ciudad y, al día siguiente, dejáronle partir con Bernabé rumbo a Derbe. Curación tan rápida fué sin duda milagrosa.

DERBE En Derbe hicieron muchos adeptos; vuelven luego sobre sus pasos, y regresan a Listra, Antioquía, Iconio, para confirmar en la fe a

los neófitos, recordándoles que "el reino de los cielos se conquista por el sufrimiento".

Instituyen presbíteros en esas iglesias y, mediante la oración y el ayuno, los encomiendan a Dios, en el cual han creído. Atraviesan la Pisidia, Pan-filia, predican de nuevo en Perge y embarcan en Atalea para Antioquía de Siria. En esta ciudad "reunieron la Iglesia y contaron cuanto había hecho Dios con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe".

La obra misional realizada durante estos dos o tres años (13) es admirable. Los emisarios del judaismo, según dijo Nuestro Señor, cruzaban la tierra y el mar por hacer u n solo prosélito; pero su propaganda, aunque fecunda, palidece al lado de esta otra: Pablo había ganado para Cristo, no solamente

(12) Según hace notar RAMSAY (The Church in the Román Empire, p. 57), es un rasgo muy oriental considerar como dios supremo al que calla y como subordinado al que habla.

( l s) Suele fecharse este primer viaje apostólico de San Pablo entre los años 45 al 48.

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134 LA IGLESIA PRIMITIVA

gran número de judíos y dé prosélitos, sino también numerosos idólatras que nunca se habían conmovido por la predicación judía. El caso era un gran triunfo para la Iglesia naciente y un angustioso problema para muchos cristianos pusilánimes, procedentes del judaismo. ¿Cómo podían incorpo­rarse directamente a la Iglesia, »sin pasar por la prueba de iniciación judaica, sin circuncidarse, esos gentiles que ayer sacrificaban a Zeus y a Hermes? En Jerusalén se planteará y se zanjará la cuestión.

§ 2 . — San Pablo y los judaizantes (14)

INFORME DE SAN PABLO Dos relaciones nos quedan de la controversia suscitada por los judaizantes y de la resolu-^

ción dictada en Jerusalén: la Epístola a los gálatas (2, 1-10) y el Libro de los Hechos (15, 1-35). La versión que nos da San Pablo es la siguiente: a los catorce años de su primera visita a Jerusalén volvió a ella, empujado por "una revelación"; le acompañaban Bernabé y Tito; Bernabé, que gozaba de gran prestigio en Jerusalén; y Tito, incircunciso, que, con sola su pre­sencia, había de provocar el problema que reclamaba ya una solución; Pablo presentaba a la iglesia hierosolimitana su método de apostolado y los frutos maduros.

Explicó a toda la Iglesia, y, en sesión particular, a sus más notables repre­sentantes, es decir, a Pedro, Santiago y Juan, el Evangelio que predicaba a los gentiles, "para cerciorarme de si corrí o había corrido en vano". No es que Pablo dudase del Origen divino de su Evangelio, ni , por consiguiente, de su autenticidad, sino de que agradara a la comunidad de Jerusalén su libertad de exposición. No quería comprometer con ella la obra evange-lizadora ( 1 5 ) . Causábale cierto recelo la actitud sospechosa de algunos "fal­sos hermanos, que solapadamente se entrometían para coartar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y reducirnos a servidumbre" (1 6) . Vanos fueron los intentos de esos falsarios; Tito no estaba circuncidado y nadie le obligó a circuncidarse (1 7) . ¿Cuál fué la actitud de los Apóstoles en esta ocasión?

(14) Cf. los comentarios del Libro de los Hechos (JAQQUIER, BOUDOU) y de los gálatas (LIGHTPOOT, LAGRANGE); KNOX (W. L.), Saint Paul and the Church of lerusalem, Cambridge (1925) i THOMAS, L'Eglise et les Judaisants a l'age apostolique, en Mélanges d'Histoire et de Littérature, París (1899); LEMONNYER (Á.), Concile de lerusalem, Suppl. Dict. de la Bible, pp. 113-120.

(15) Los modernos intérpretes, dice LAGRANGE, rechazan la opinión de Tertuliano (adv. Marc, I, 20} IV, 2; V, 3) que, según SAN JERÓNIMO, se cifraba en lo siguiente: "Pablo no se sentía seguro de su obra misional hasta tanto que Pedro y los demás Apóstoles no le dieran el visto bueno... Pablo estaba cierto de la revelación y de la autoridad que en ella se le había conferido... No dudaba de la veracidad de su Evangelio, que de Dios procedia." Para LAGRANGE no hay más que una cuestión, planteada a los apóstoles: "Pablo expuso con toda lealtad el problema espinoso. De antemano sabía la contestación: negativa por fuerza." La interpretación es justa, pero quizá podría verse en la inquietud de Pablo una angustia real, no acerca de la verdad de su Evangelio, sino sobre el porvenir de su obra.

( l e) ¿Dónde estaban esos hermanos? WEISZAECKER (op. cit., p. 149) opina que en Jerusalén; pero la expresión de San Pablo parece insinuar qué se habían infiltrado, entre los cristianos por ellos convertidos del paganismo, algunos espías judaizantes, que observaban su conducta.

(17) Es la interpretación más llana y común de 2, 3: "Tito, mi compañero, con Ser gentil, no fué obligado a circuncidarse." Sobre las variantes latinas "quibus ñeque ad horam cessimus" y "ad horam cessimus", cf. LAGRANGE, op. cit., 28-30; LIGHTPOOT, op. cit., 120.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 135

Los h is tor iadores q u e , e n c u a l q u i e r i n c i d e n t e , c r e e n s o r p r e n d e r ind ic ios de divis ión en t r e los Apósto les , s u p o n e n q u e los jefes d e la ig les ia de J e r u s a l é n p r e s iona ron a P a b l o p a r a o b l i g a r l e a c e d e r ; y esa f l a q u e z a h a b r í a i r r i t a d o a l Apóstol y p rovocado u l t e r i o r e s confl ic tos ( 1 8 ) . L a Epístola n o sug i e r e ideas de oposición; f ren te a l j u d a i s m o r í g i d o e i n t r a n s i g e n t e , e x p u s i e r o n P a b l o y Bernabé sus doc t r inas y los Apósto les , jueces e n esta causa , les d i e r o n la r azón :

"De los que parecían ser algo —lo que hayan sido en otro tiempo no me interesa, que Dios no es aceptador de personas— de ésos nada recibí; antes al contrario, cuando vieron que yo había recibido el Evangelio de la incircuncisión, como Pedro el de la circuncisión —pues el que obró en Pedro para el apostolado de la circuncisión, obró también en mí para el de los gentiles—, Santiago, Cefas y Juan, que pasan por ser las columnas, reconocieron la gracia a mí otorgada, y nos dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión para que nosotros nos dirigiésemos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, cosa que procuré yo cumplir con mucha solicitud" (2, 6-10).

E n el t ex to t r a n s c r i t o a f í rmase e x p r e s a m e n t e q u e se l l egó a u n a c u e r d o ; su esti lo está d o m i n a d o p o r u n a i m p a c i e n c i a n e r v i o s a ; n o p u e d e d e d u c i r s e de é l q u e P a b l o e s t i m a r a n u l a la a u t o r i d a d de los " n o t a b l e s " ( i 9 ) ; p u e s , e n t a l caso, pod ía haber1 excusado su vis i ta a J e r u s a l é n . Si se i n d i g n a es p o r q u e , so p r e t e x t o d e v e n e r a r l a a u t o r i d a d d e a q u e l l o s Após to les , l e d e s p r e c i a n a é l ; el Señor es e l ú n i c o j u e z de u n o s y de o t ros ; a m a y o r a b u n d a m i e n t o , esos jefes c u y a a u t o r i d a d se ensa lza , h a n sanc ionado l a l i b e r t a d r e i v i n d i c a d a i20).

INFORME DEL LIBRO Es prec iso cote jar e l r e l a t o de l a Epístola a los DE LOS HECHOS gálatas con l a n a r r a c i ó n de l Libro de los Hechos;

l a r e u n i ó n d e J e r u s a l é n , a q u e se a l u d í a e n a q u é ­l la , es l a q u e se d e t a l l a e n el c a p í t u l o 15 de los H e c h o s ( 2 1 ) ; pe ro , e n t a n t o q u e la epís tola d e S a n P a b l o s u r g e a l ca lo r d e l a s l u c h a s con los j u d a i z a n t e s de Ga lac ia , e l l i b r o de L u c a s se escr ibe c u a n d o se h a b í a e x t i n g u i d o o cal-

(18) Así WEISZAECKER (op. cit., 155), que cree sorprender huellas de disensión en el versículo 4. LIGHTPOOT es más reservado, pero opina "que es cuestión difícil de dilucidar. Puede presumirse que recomendaron a Pablo cediese, en bien de la caridad, a los prejuicios de los judíos convertidos; hasta qué, convencidos por su argumenta­ción, retiraron su consejo y le apoyaron".

(19) Es la interpretación de LOISY, refutada airosamente por LAGRANGE, op. cit., p. 34. (20) Pablo nombra en primer lugar a Santiago, no por su dignidad, sino porque los

judaizantes teníanle por su jefe y, por consiguiente, su voto era definitivo para ellos. No se distribuyen Pedro y Pablo las tierras de misión, sino el mensaje evangélico; la vocación de los Apóstoles era universal y singularmente la de Pedro.

(21) Esta concordancia de textos es comúnmente admitida y somos de la misma opi­nión. A primera vista ofrécense ciertas dificultades, que WEISZAECKER expone en esta forma (op. cit., pp. 167-175): el tono y el carácter de ambos informes es muy diverso; difieren también los mismos hechos; el libro de Lucas nada dice de Tito n i del conflicto de Antioquia; insisten menos en las diferencias surgidas entre Pablo y Ber­nabé y les asignan otra causa; paulinizan a Pedro; si en tal guisa hubiera hablado en Jerusalén, su actitud en Antioquia equivaldría a una deserción; el decreto no puede armonizarse con la Epístola a los gálatas: evoca reglas talmúdicas, en sí verosímiles, pero que no concuerdan con el relato ni con la conducta de Pablo, el cual afirma que nada le impusieron los Apóstoles; habla de otra modo (I Cor. 8, 1-13; 10, 14-30) de los idolotitos; el cuidado que pone en cumplir la recomendación que se le hace sobre las limosnas indica que, en lo demás, obró independientemente. El decreto es probablemente histórico, pues ha dejado huellas imborrables en la historia de la Igle­sia, pero es posterior al conflicto de Antioquia; por eso, Pablo nada dice de él.

HARNACK (Lukas der Arzt, p. 91) admite la identidad substancial de ambos infor­mes, pero opina que el decreto ha sido antefechado. LIETZMANN (Geschichte der Alten

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mado la controversia; en él no se percibe el estremecimiento del combate n i el dolor por los discípulos arrancados al Apóstol, para su eterna ru ina; es la contemplación serena de u n pasado que se esfuma y cuya perspectiva histó­rica se reduce a los rasgos fundamentales (2 2) . De todo aquel episodio, que en rasgos generales conocen sus destinatarios, Pablo no destaca sino aquellos detalles que más interesan a la lucha en que está empeñado, y entre todos, el de la circuncisión y el acuerdo que sobre ese punto adoptaron él y los grandes Apóstoles. En el Libro de los Hechos se sigue todo el proceso his­tórico. Gentes llegadas de Judea turbaron la paz de la iglesia de Antioquía con la pretensión de que era imposible salvarse, sin haberse circuncidado según el rito mosaico. Pablo, Bernabé y varids cristianos pénense en camino para Jerusalén, enviados por la comunidad de Antioquía. Al atravesar Feni­cia y Samaría, refieren a sus hermanos la conversión de los gentiles y todos se l lenan de alegría. En Jerusalén no es menos cordial la acogida que les dispensan los Apóstoles y los presbíteros, a los cuales dan cuenta de las mara­villas que Dios ha obrado por su medio. Hay entre los oyentes algunos cris­tianos procedentes del farisaísmo: en su opinión los gentiles deben circun­cidarse y observar la ley de Moisés. La cuestión, por ellos planteada, "q«edó sobre el tapete, para discutirla en la próxima asamblea; entre tanto, reunié­ronse los Apóstoles y presbíteros para examinar en privado el asunto (15, 6 ) . Tras un largo debate convocóse nueva asamblea general y en ella Pedro tomó la palabra:

"Hermanos, vosotros sabéis cómo, desde tiempo atrás, determinó Dios aquí entre vos­otros, que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen. Dios, que conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? Pero, por la gracia del Señor Jesucristo, creemos ser salvos nosotros lo mismo que ellos (15, 7-11).

La concurrencia acogió en silencio esta declaración tan grave y tan auto­rizada y volvió su atención a Pablo y Bernabé, que estaban narrando las señales y prodigios que Dios había obrado por medio de ellos entre los gen­tiles. Luego que éstos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo que los pro­fetas habían ya anunciado la conversión de los gentiles, de que Simón acaba de hablarles: "Por lo cual es mi parecer —concluyó— que no se inquiete a los que de los gentiles se conviertan a Dios, sino escribirles que1, se absten­gan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación y de la carne de animal estrangulado y de la s a n g r e . . . "

Kirche, t. I, p. 107) supone que el decreto se dio después que Pablo y Bernabé salieron de Jerusalén; Pablo obró siempre como si lo ignorara y no se dio por ente­rado hasta su último viaje a Jerusalén (Act. 21, 25). Cf. E. HIRSCH, Petrus und Paulus, en Zeitschrift f. N. T. Wissenschaft (1930), pp. 64 y ss. De. todas las dificultades presen­tadas, la verdaderamente espinosa es el decreto mismo; a ella respondemos en el epí­grafe correspondiente. Sépase, con todo, que varios exegetas tienen por inconciliables ambos informes y que, por consiguiente, el viaje de la Epístola a los galotas habrá de referirse al del Libro de los Hechos, cap. 11; así LE CAMUS, op. cit-, t. II, p. 118; LEVESQUE en Revue pratique d'Apologétique, i" de. febrero de 1920, p- 531; EMMETT, en The Begimiings of Christianity, II, p. 277. Tal identificación es poco verosímil. Cf. LEMMONYER, op. cit., pp. 115-116; WIKENHAUSER, Die Apostelgeschichte und ihr Ge-sckicktswert, Münster (1921), pp. 202-225.

(22) Acerca de estas fuentes (Libro de los Hechos y Gálatas) cf. J. WEISS, Urchristen-tum, pp. 193-195.

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Pareció entonces a los Apóstoles y presbíteros, con toda la Iglesia, que sería oportuno enviar a Antioquía, con Pablo y Bernabé, a Judas y Silas, varones principales entre los hermanos, encomendándoles el siguiente mensaje:

"Los Apóstoles y ancianos hermanos, a sus hermanos de la gentilidad que moran en Antioquía, Siria y Cilicia, salud: Habiendo llegado a nuestros oídos, que algunos, salidos de entre nosotros sin que hubiéramosles mandado, os han turbado con palabras y han agitado vuestras almas, de común acuerdo, nos ha parecido enviaros varones escogidos en compañía de nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han ex­puesto la vida por el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas para que os refieran de palabra estas cosas. Porque ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más que estas necesarias: Que os abstengáis de las carnes inmoladas a los ídolos, de sangre y de carne de animal es­trangulado, y de la fornicación de lo cual haréis bien en guardaros. Os deseamos toda felicidad." (15, 23-29).

EL DECRETO Consta el decreto de dos partes: la principal y de mayor trascendencia es la carta de libertad otorgada a los neo-

conversos: "Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas q u e . . . las necesarias" (15, 28). Esta decisión responde directamente a la cuestión planteada: ¿se puede salvar sin circuncidarse? (15, 1). Ese era el punto crucial del debate, según se desprende de la Epístola a los galotas y de los discursos de Pedro y Santiago, insertos en el Libro de los Hechos. Pablo ha ganado la partida, puesto que se zanjó la cuestión según el sentido de su demanda.

Pero al decreto fundamental se añadieron cuatro preceptos, cuyo alcance es preciso determinar ( 2 3) . El texto presenta dos variantes: la occidental y la oriental. La forma oriental contiene cuatro prohibiciones de carácter legal: "Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más obligaciones que éstas que son necesarias: la abstención de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de los animales ahogados y de la impureza. Haréis bien en guardaros. Adiós." La variante occidental consta de tres prohibi­ciones no más, cerradas con la regla de oro; todas esas prescripciones tienen el carácter de preceptos morales más bien que rituales: " . . . abs tenerse de carne sacrificada a los ídolos, de la sangre y de la impureza y de hacer a los otros lo que no queráis para vosotros mismos. Haréis bien en guardaros de todo ello. Caminad en el Espíritu Santo. Amén."

De estas dos redacciones, la primera es la auténtica; por ella abogan la tradición manuscrita y el texto mismo: la variante occidental es, a todas luces, una glosa, nacida del afán de dar al decreto un carácter de perpe­tuidad, borrando el carácter r i tual y judaico de las prescripciones. Se acusa más esa tendencia en las varias expresiones con que se prohibe "la idolatría, el homicidio, la impureza" ( 2 4) .

Los preceptos rituales, enunciados en la forma oriental del decreto, tien­den a inculcar en los paganos el respeto por aquellas prácticas que los judíos consideraban como de derecho natural : abstenerse de los idolotitos, de la fornicación (25) y de comer sangre (2 6) .

Este decreto no afectaba directamente más que, a los cristianos procedentes del paganismo; cuando se suscite el litigio de Antioquía, San Pablo deducirá

(23) Este decreto se cita tres veces: Act. 15, 19-20; 15, 28-29; 21, 25; y en los tres pasajes pueden observarse las dos variantes, occidental y oriental.

(24) COPPIETEBS, op. cit., pp. 50-58; LEMONNYER, op. cit., p. 116. (25) Más bien que los matrimonios ilícitos. Cf. COPPIETERS, op. cit-, pp. 47-48. (26) LAGRANGE, Epitre aux galates, p. XLVII.

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las consecuencias para los nacidos en el judaismo; y San Pedro aprobará su parecer. No son una infracción de las prescripciones dictadas en Jerusalén las normas que se den a los corintios (I Cor. 10, 25) acerca de los idolotitos; se impone en ellas simplemente el respeto a la conciencia ajena, según lo había enunciado el Apóstol Santiago en su discurso (Act. 15, 21) ; además, entre los destinatarios eran minoría los judíos cristianos, perdida ya la pre­ponderancia que diez años antes habían mantenido en Jerusalén y en Antio-quía (2 7) . La condenación de las prácticas de los judaizantes gnósticos (Col. 2, 2 1 ; / Tim. 4, 1) ninguna relación guarda con las prescripciones impuestas por el decreto conciliar.

En la historia de la Iglesia tuvieron larga repercusión las normas adop­tadas por la asamblea de Jerusalén: a fines del siglo n , los apologistas y mártires de Lyon invocan dicha costumbre para demostrar a los paganos cuánto horroriza a los cristianos la sangre y el culto de los ídolos ( 2 8 ) ; toda­vía en la Edad Media apelarán los canonistas, principalmente en Oriente, a esta legislación ( 2 9) . Pero que tales normas eran temporales, nos lo significa San Pablo con su ejemplo; lo realmente definitivo era el principio de libe­ración o carta de franquicia: la circuncisión no es necesaria para salvarse. La actitud solemne con que se afirma este principio, imprime a la asamblea de Jerusalén una importancia decisiva; de ahí el singular empeño de San Lucas por darle el mayor relieve; este pasaje es uno de los relatos cumbres del Libro de los Hechos: Dios ha ido preparando las almas gradualmente, por la visión de Joppe, por la conversión de Cornelio, según lo recordaba Pedro en su discurso. Y si remontásemos nuestra vista al pasado, sorprenderíamos en los oráculos de los profetas la vocación de los gentiles a la fe; este cuadro retrospectivo es lo que fascina y llena de admiración al Apóstol Santiago: "Las obras que Dios ha realizado, teníalas previstas desde toda la eternidad."

Pero no toda sombra se disipará con esta luz divina: la libertad cristiana no dispensa del respeto que los judíos reclaman y que el mismo Pablo pro­curará guardar: él, que no circuncidó a Tito, circuncidará a Timoteo; y en Cencres y en Jerusalén se atendrá a la práctica del nazireato. Mas tales con­descendencias nunca deberán comprometer ni la libertad del cristiano ni la unidad de la Iglesia. No es de extrañar que este bogar entre dos aguas, la de la conveniencia y la de la libertad, llegue a crear más de una situación delicada.

EL INCIDENTE De este episodio no hay más referencia que la Epístola DE ANTIOQUIA a los galotas (2, 11 ss.); el texto refiere con bastante

precisión todo el proceso. Pedro visitó Antioquía después del concilio de Jerusalén. Es absurdo pensar que el incidente fuera una pan­tomima preparada por Pedro y Pablo ( 3 0 ) ; y es evidente que quien intervino

(27) COPPIETERS, op. cit., pp. 227-228. LIETZMANN, en su edición de / Cor. (nota al cap. 5, p. 25) hace notar que Pablo alude a una carta que escribió a los corintios (5, 9); los dos temas que se discuten (5, 9-13; 6, 12-20 y 7, 1-13) versan sobre las dos prohibiciones que podían engendrar más dificultades, los idolotitos y la fornicación; estas nuevas explicaciones podían ser una respuesta a la carta escrita por los corintios, después de recibida la primera del Apóstol; explicación verosímil. No lo es tanto que fuera San Pedro quien, a su paso por Corinto, les comunicara el decreto.

(28) TERTULIANO, Apolog. 9; MINUCIO FÉLIX, Octav. 30; EUSEBIO, H. E., V, 1, 26; ORÍGENES, C. Cels., VIII, 30.

(29) Textos citados por BOTJDOTJ, Actes, pp. 342-343; el más reciente es de Teodoro Balsamon (s. xu) y, en Occidente, del papa San Gregorio III (731-741).

(30) Sobre esta interpretación, cf. LIGHTPOOT, Galatians, pp. 130 y ss.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 139

fué el Apóstol P e d r o y n o o t ro d i sc ípu lo q u e se l l a m a r a Cefas ( 3 1 ) . Las h ipó­tesis con t r a r i a s son incons i s t en tes y a r b i t r a r i a s , forjadas po r h o m b r e s de bue­n a v o l u n t a d , q u e p r e t e n d í a n b o r r a r de la h i s to r i a apos tó l ica la d iscus ión e n t r e los dos Apósto les : p re fe r ib l e es r e spe t a r s i e m p r e los h e c h o s y el t ex to ; a m é n de que , si l e emos y lo e x a m i n a m o s a t e n t a m e n t e , n a d a h a y de q u é a n g u s t i a r s e ; a l con t r a r i o , de él se d e d u c e n observac iones m u y in te resan tes sobre l a v ida d e l a Ig les ia .

Ped ro está e n A n t i o q u í a . ¿ C u á n d o h a l l egado? ¿Por q u é ? Sabemos q u e a l l í estuvo. Los Hechos n o h a b l a n d e este v i a j e ; p o r é l d e d u c i m o s q u e l a acción de P e d r o i r r a d i ó fuera d e P a l e s t i n a y q u e n o t e n e m o s po r q u é ceñ i r l a a lo q u e e x p r e s a m e n t e nos re f ie re l a ob ra d e L u c a s .

Ped ro , los p r i m e r o s d ías de su l l e g a d a , se c o n d u c í a como P a b l o y B e r n a b é : convivía con los p a g a n o s conver t idos y se s e n t a b a a la mesa con e l los ; o b r a b a con u n a m a y o r l i b e r t a d q u e l a conced ida e n los t é r m i n o s l i t e r a l e s d e l de­cre to : e ra j u d í o de n a c i m i e n t o y , n o obs t an t e , u s a b a s in e m p a c h o de las f r anqu ic i a s conced idas a los p r o c e d e n t e s d e l a g e n t i l i d a d . M a s p r e s e n t á r o n s e a l g u n o s jud íos c r i s t i anos , d e los q u e v i v í a n con S a n t i a g o ( 3 2 ) ; y P e d r o , po r n o causa r l e s e x t r a ñ e z a , c a m b i ó d e a c t i t u d :

En cuanto aquéllos llegaron, se retraía y apartaba, por miedo a los de la circun­cisión. Y consintieron con él en la misma simulación los otros judíos, tanto, que hasta Bernabé se dejó arrastrar a su simulación. Pero cuando yo vi que no caminaban rec­tamente según la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: "Si tú, siendo judío, vives como gentil, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?" (Gal. 2, 12-14).

Es te paso , d a d o e n fa lso p o r S a n P e d r o , l o cal if icó m u y b i e n T e r t u l i a n o como " e r r o r de c o n d u c t a , n o de d o c t r i n a " (Prcescr. 2 3 ) . P e d r o t e n í a como ind i fe ren te s y n o ob l iga to r i a s a q u e l l a s p r á c t i c a s ; m a s p o r e v i t a r e l e scánda lo d e los jud íos , se p l e g ó a sus ex igenc ia s , como P a b l o e n o t ras ocasiones ( 3 3 ) . Pe ro , ¡guay! E n el caso p r e s e n t e l a condescendenc i a a c a r r e a b a r e s u l t a d o s fa ta les : los otros jud íos c r i s t ianos , s in e x c e p t u a r a l p r o p i o B e r n a b é , i m i t a r o n a P e d r o y se r e t i r a r o n . B ien se echa d e v e r e l inf lu jo m o r a l de l jefe de la Ig les ia i n c l u s o e n A n t i o q u í a , f eudo , p o r as í dec i r lo , d e l Após to l Pab ' lo ; m a s , p o r lo m i s m o q u e t a n g r a n d e e r a su a s c e n d i e n t e , se i m p o n í a u n a m a y o r p r u d e n c i a : l a condescendenc i a d e P e d r o pod ía l l e v a r a l a escisión o a l a coac­ción d e los p a g a n o s a j u d a i z a r . Es ta ú l t i m a consecuenc ia a t e n t a b a d i r ec ta ­m e n t e a l as r e iv ind icac iones q u e el m i s m o P e d r o h a b í a d e f e n d i d o e n Je ru -sa lén . Y sobre ese p a r t i c u l a r l e l l a m a P a b l o la a t e n c i ó n , r e c o r d á n d o l e q u e a m b o s de f i enden el m i s m o p r i n c i p i o de l a sa lvac ión po r Cr is to :

"Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores procedentes de la gentilidad y sabiendo que no se justifica el hombre por las obras de la Ley, sino por la fe en Cristo Jesús, esperando ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley, pues por éstas nadie se just if ica. . . ( 3 4 ) .

(31) Hipótesis de Clemente Alejandrino, citada por EUSEBIO, H. E., I, 12 (LIGHTPOOT, ibid; 129) es esta de que Cefas no era Pedro.

(32) LAGRANGE opina que "eran probablemente emisarios de Santiago"; el texto no lo dice expresamente; por eso varios exegetas e historiadores traducen "gentes del círculo de Santiago" (CORNELY, Z A H N , THOMAS) . LIGHTPOOT se inclina por la primera interpretación; para mí no es ni la única ni la más probable.

(33) Act. 16, 3 ; 18, 18; 21, 26. (3 4) Gal. 2, 15-16. Pablo, que comienza su discurso de increpación a Pedro, brus­

camente y sin transición, se enfrenta con los gálatas y les predica la salvación por la fe.

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140 LA IGLESIA PRIMITIVA

Pablo, atento únicamente a la controversia con sus adversarios de Galacia, no relata cómo terminó el incidente; pero es de suponer que con su victoria, pues de otra forma no habría apelado a él como argumento contra los judaizantes (3 5) .

La Iglesia iba poco a poco soltando amarras y adquiriendo autonomía plena: en Jerusalén decretóse la libertad legal de los cristianos procedentes de la gentilidad; implícitamente hacíase extensiva esa franquicia a los judíos en gracia de la propia unidad de la Iglesia, pero en Antioquía, la deducción es una consecuencia explícita. La solución de tales conflictos era de impor­tancia capital para el desarrollo ulterior del cristianismo: en sus orígenes pudo parecer una secta judía, como las de los nazarenos, fariseos, esenios, saduceos y muchos otros: en adelante, sabrán distinguirlo perfectamente, como unidad autárquica, que reúne en su seno a los judíos y a los gentiles, por la fe en Cristo.

No tenemos por qué silenciar que esa libertad, que se impone en las comunidades mixtas, tardó mucho en señorear la iglesia de Jerusalén, inte­grada casi totalmente por judíos convertidos. Celebran la difusión del cris­tianismo entre los paganos, concuerdan en que no se les debe imponer el yugo de la Ley, mas ellos no aciertan a sacudírselo. Es la actitud de San­tiago (Act. 21, 20 ss.), actitud que respeta San Pablo, sometiéndose al nazi-reato (ibid. 26). El martirio de Santiago, el éxodo de los cristianos a Pella, la ruina de Jerusalén, serán los hachazos definitivos que cortarán las liga­duras con que esos fieles se mantenían unidos a la Ley y al templo (3 6) .

LA IGLESIA La Iglesia fué respetuosa con el pasado religioso; nada Y LOS JUDAIZANTES hizo para precipitar la ruptura; no se desató en crí­

ticas contra los cristianos de Jerusalén que miraban con respeto la Ley que habían venerado y amado; pues esos cristianos, como Pablo y como Pedro, no buscaban en las obras de la Ley el medio de salvación; lo esperaban todo de Jesucristo ( 3 7 ) ; y si por religiosidad continuaban so­portando el peso de la Ley, guardábanse de imponerlo a los demás (3 8) .

No faltaron intolerantes e intransigentes, que pretendían, a todo trance, car­gar sobre los cristianos de la gentilidad las observancias mosaicas: son los predicadores de un evangelio adulterado, contra los cuales la emprenderá Pablo en su Epístola a los galotas (3 9) . Vendrán otros que, a sus tradiciones judías, mezclarán prácticas de los gnósticos; San Pablo los desenmascara en la Epístola a los romanos; vuelve a hablarse de ellos en la Carta a los colosen-ses y en las Epístolas de San Judas y segunda de San Pedro ( 4 0) . Estas polé­micas hacen presagiar la gran crisis del siglo n , en que reñirán duro com­bate el cristianismo y la gnosis.

(35) Si Pablo convenció a Pedro, convenció también a Bernabé; no hay, pues, por qué buscar en este episodio la causa de separación de ambos Apóstoles (Act. 15, 36-39); Lucas lo explica por el recuerdo de Marcos; no tenemos por qué dudar de su explicación.

(3«) Cf. infra, cap. V, § 1. (37) Cf. LAGRANGE, Epitre aux galates, p. L1V. "El grupo de Santiago, con su

pastor a la cabeza, reconocieron que los gentiles podian salvarse sin la Ley mosaica. De lógica elemental era creer que ni la salvación de los judíos dependía, como de principio, de la Ley. Pedro lo declaró expresamente. Santiago tuvo que pensar de la misma manera; y, si no hubiera sido así, Pablo no habría mantenido con él relaciones de comunión eclesiástica."

(38) Cf. infra, cap. V, § 1 y LAGBANGE, Galates, pp. LVI ss. (39) Cf. infra, pp. 166-168. («>) Cf. infra, cap. VI, § 3.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 141

Penosa es la lucha que la Iglesia apostólica sostiene contra los judaizantes y contra los judíos gnósticos; mas nadie que, desde u n campo neutral atala­yara la batalla, vacilaría en, señalar al vencedor. La Iglesia tiene conciencia de ser libre y dueña de su destino. Agar podía continuar en servidumbre; Sara era libre, con la libertad que le dio Cristo.

§ 3 . — Segundo viaje apostól ico de San Pablo ( o t o ñ o 4 9 - o t o ñ o 5 2 )

PABLO Y BERNABÉ San Pablo habíase puesto en contacto, desde su pri­mer viaje, con aquel mundo pagano, cuya conquista

Dios le había reservado; en su veloz carrera desde el Tauro a las altas mese­tas de Anatolia, había encontrado almas famélicas, espíritus acuciados por un hambre intensa de religión; y ese vacío solamente podía colmarse con el Evangelio. Pablo había ya experimentado a qué precio se realizaban las conquistas; los estigmas de Cristo, grabados en su carne en la jornada de Lis-tra, eran una evocación permanente; pero sabía que aquellos sufrimientos eran fecundos, que si en él se cebaba la muerte, era para dar vida a las almas. La asamblea de Jerusalén había sancionado sus experiencias apostólicas: Pe­dro, Apóstol de la circuncisión; Pablo, Apóstol de la gentilidad. El pleito provocado por los judaizantes había quedado solucionado, al menos en prin­cipio, ya que no serenados los ánimos; Pablo podía regresar, con doblada confianza, al laboreo de aquellos campos inmensos de apostolado, entrevistos en la primera misión.

Dice a Bernabé: "Vamos a ver cómo se portan nuestros hermanos, en las ciudades que hemos evangelizado" (Act. 15, 36). Bernabé aceptó sin vacilar; puso una condición: que con ellos fuera su primo Marcos. Pablo, que le había echado en cara su deserción en el viaje precedente, no quiso llevarle en su com­pañía. Como ni Bernabé ni Pablo quisieron ceder, separáronse ambos: Pablo partió para Cilicia; y Bernabé, con Juan Marcos, fué a Chipre, su patria nativa.

Nada más nos dicen de él los Hechos de los Apóstoles; no tenemos datos con que suplir ese silencio ( 4 1) . Recordemos, en breves palabras, lo que la Iglesia naciente debe a Bernabé: comenzó por vender sus bienes y poner el importe a los pies de los Apóstoles; hízoles u n donativo mucho más valioso aún: él fué quien dio acogida a Saulo y lo presentó a los fieles que le miraban con recelo saliendo garante de la sinceridad de su conversión; él fué a bus­carle a Tarso, para emprender la evangelización de Antioquía, que por ellos tomó el impulso decisivo. Ahora, tras largos años de estrecha colaboración deciden separarse ambos; pero aquella disensión de u n momento va a con­tribuir a una mayor expansión de la doctrina de Cristo: Bernabé y Marcos (42) zarpan rumbo a Chipre; Pablo queda solo ante u n vasto mundo pagano por explorar. Asocia a su empresa a Silas, profeta de la Iglesia en Jerusalén, que le ha enviado a Antioquía (15, 32) ; por su origen y por sus dotes proféticas gozará de gran predicamento entre los judíos; y por su cualidad de ciudadano romano, podrá sentirse garantizado en el mundo helenístico y romano í 4 3 ) .

(41) Páginas adelante hablaremos de la Epístola de Bernabé (cap. X, § 4 ) ; ni es ni se presenta como obra del Apóstol. Data del año 130, más o menos.

(42) Marcos pasó a ser compañero de Pedro y volvió a anudar su amistad con Pa­blo: Philem. 24; Col. 4, 10; / / Tim. 4, 11.

(*3) Años más tarde aparece Silas como el secretario de Pedro (l Petr. 5, 12). Silas y Marcos eran enlaces entre Pedro y Pablo y entre las comunidades de cristianos procedentes del judaismo y los procedentes de la gentilidad.

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142 LA IGLESIA PRIMITIVA

TIMOTEO Pablo, que nunca abandonó las cristiandades por él fundadas, comenzó su nueva expedición por las comunidades de Licaonia.

"Llegaron a Derbe y a Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de mujer judía creyente y de padre griego, muy recomendado por los her­manos de Listra y de Iconio. Pablo decidió llevársele consigo" (16, 1-3). Al fin de su vida, evoca el Apóstol esos recuerdos: "Sin cesar hago memoria de ti noche y día en mis oraciones, deseando verte, acordándome de tus lágrimas, para l lenarme de gozo con la memoria de tu fe sincera, que fué también la de tu abuela Loida, y la de tu madre Eunice, y que no dudo es la tuya" (II Tim. 1, 3-5).

"Tomó pues a Timoteo y lo circuncidó, en atención a los judíos que había por aquella comarca; pues todos sabían que su padre era griego." Muchos historiadores se han sorprendido de esta decisión ( 4 4 ) ; mas Pablo no se con­tradijo: en Jerusalén se negó a circuncidar a Tito, porque era necesario dejar bien asentada la libertad de los paganos convertidos; en el caso de Timoteo, era cuestión de prudencia, no de principios: como hijo de mujer judía, de­bieron haberle circuncidado de niño, según la Ley de Israel; a los ojos de los judíos pasaría como un renegado, en tanto no se sometiese a ese rito, y no podría acudir con Pablo a las sinagogas ( 4 5 ) ; en éste, como en otros casos, Pablo hácese judío con los judíos.

GALACIA Pablo cuenta con dos colaboradores: con ellos se lanza a la con­quista del mundo infiel. En su primer viaje realizó el primer

esfuerzo: atravesó, por trochas y senderos, festoneados de salteadores, la ca­dena elevada del Tauro; recorrió las mesetas interiores desde Antioquía de Pisidia a Derbe; más allá de las zonas helénicas, entreveradas de colonias judías, tomó contacto con los pueblos licaonios; pero de aquí no pasó; detuvo su carrera ante la mole imponente de las elevadas mesetas de Frigia, calci­nadas por el, sol, y frente a los profundos desfiladeros y rocosas gargantas de la Galacia. Esta será la ruta inicial de su segundo viaje;1 y después que haya atravesado Frigia y Galacia, proyectará descender por el valle del Hermo a Sardes, Esmirna, y las costas del Asia, centro milenario de irradiación del helenismo por todo el Oriente; mas el Espíritu Santo le hará desistir de su empeño. Pensó luego dirigirse, por Misia a Bitinia, Nicea y Nicomedia; mas el Espíritu de Jesús volvió a cruzársele en el camino; toma de nuevo la direc­ción oeste y arriba a Tróade. Llevaban recorridos, los tres misioneros, desde su salida de Siria, más de mil quinientos kilómetros ( 4 8 ) : habían atravesado de norte a sur y de este a oeste, toda la península anatolia, verdadero mosaico étnico: los griegos colonizaron el litoral, y en él montaron los judíos sus facto­rías. En el hinterland, pueblos nuevos, los frigios, gentes entusiastas que rin­den culto, a la sazón, a la Gran Madre y que, en el siglo u , se dejarán arras­trar por las profecías de Montano. Cuando Pablo haya llegado a Pesinonte, al norte de las altiplanicies frigias, pisará ya tierra de los gálatas (4T).

(44) "E n e i c a s o de Timoteo, Pablo toma la decisión contraria a la que adoptó en Jerusalén, con Tito. . . La contradicción es flagrante: o abandonamos el relato de los Hechos o el de Pablo'* (WEISEAECKER, op. cit., p. 179). J. WEISS, en cambio, opina que Pablo cedió las dos veces: que circuncidó a Tito en Jerusalén, como a Timoteo en Listra (Urchristentum, p. 203, y n. 1).

(45) Cf. BOUDOU, Actes, p. 349. (46) En su estudio sobre Las rutas y los viajes en el N. T. (Dict. of the Bible,

vol. extra, col. 835) RAMSAY calcula de Tróade a Antioquía, por Filadelfia, 880 millas romanas; por Laodicea, 930. La ruta seguida por el Apóstol fué mucho más larga.

(47) Hasta el pasado siglo, considerábase que la Galacia de que aquí se trata (Act.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 143

Nada nos dice el Libro de los Hechos acerca de la evangelización de la Galacia; pero la Epístola de San Pablo nos permite entrever la buena acogida que los gálatas dieron al Apóstol aquejado de enfermedad y las buenas migas que hizo con ellos:

"Hermanos, os suplico que os hagáis como yo, pues que yo me hice como vosotros. En nada me habéis herido. Bien sabéis que estaba enfermo de enfermedad corporal cuando por primera vez os anuncié el Evangelio, y puestos a prueba por mi enferme­dad, no me desdeñasteis ni me despreciasteis, antes me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Jesucristo. ¿Dónde está ahora vuestro afecto? Pues yo mismo testifico que, de haberos sido posible, los ojos mismos os hubierais arrancado para dármelos." (Gal. 4, 12-15.)

A estos discípulos que se le entregaron con toda su alma, entrególes el Após­tol, en premio, a Cristo crucificado, descrito por él con tan vivos colores, que creían verle (3, 1 ) ; y con la fe, descendió sobre ellos el Espíritu Santo.

Y he aquí que aquella carrera de perfección, iniciada con tanto ímpetu, se había interrumpido, o, por mejor decir, se había descaminado. Con razón temió Pablo que aquello sucediera y por eso trató de prevenirles a tiempo: "Si alguien, sea quien fuere, hasta un ángel del cielo, os predicare otro Evan­gelio del que yo os he anunciado, ¡sea anatema!' ' Acogieron con entera con­formidad la advertencia del Apóstol; pero los gálatas, de espíritu impresio­nable y versátil, dejáronla caer en olvido ( 4 8) . Fué preciso que el Apóstol arrancara a sus antiguos discípulos de las garras del judaismo, con su vigorosa carta, fechada el año 56 en Macedonia. Apenas menciona San Lucas la mi­sión entre los gálatas; su tendencia es hacia Macedonia, adonde el Espíritu hizo que Pablo se dirigiera: en pocos versículos se nos describen tres impul­sos decisivos: el primero obliga al Apóstol a evangelizar la Frigia y la Galacia; el segundo, le aparta de Bitinia y le conduce a Tróade; el tercero es el más solemne de todos:

"Por la noche tuvo Pablo una visión. Un varón macedonio se le puso delante y ro­gándole decía: «Pasa a Macedonia y ayúdanos»" (Act. 16, 9).

16, 6) es la tierra habitada por los gálatas, con Ancyra por capital; opinábase igual­mente que a estos gálatas escribió Pablo. Otros opinan que se trata de la región meridional evangelizada por San Pablo en su primera misión: Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe. Esa hipótesis, defendida en 1825 por el danés MYNSTEH, fué adoptada en 1867 por G. PEKROT en su tesis De Galatia provincia Romana; Renán se adhirió a ella; Ramsay la puso en boga; muchos exegetas e historiadores, en el transcurso de treinta años, la han aceptado, v. gr.: Cornely, Le Camus, Mac Giffert, Lemonnyer, J. Weiss; hoy es hipótesis desierta. Quien desee conocer las incidencias de esta discusión puede consultar LIGHTFOOT, Galaíians, pp. 18-21; LAGRANGE, Epítre aux galates, pp. XIII-XXVH; LIETZMANN, Galater, pp. 3-4; WIKENHAUSER, Apostel-geschichte, 227-229; BOUDOU, Aetes, 352-353.

Los gálatas se establecieron en la Frigia oriental hacia el año 278 a- J. C. Cf. JUL-LIAN, Histoire de la Gaule, t. I, pp. 303-305, 367-369, 514-515. Las tres tribus galas en ella afincadas, conservaron, según SAN JERÓNIMO en Gal. II, praef. (P. L. XXVI, 357) su lengua nativa; pero el griego era el idioma oficial de la nación y de todas las relaciones mercantiles.

(48) Los gálatas mostraron más de una vez su docilidad excesiva: griegos y frigios ejercieron influencia sobre ellos: "La Artemis asiática era honrada según el culto de los bárbaros y las mujeres de los jefes gálatas sirvieron en sus templos y participaron en las procesiones. Cuando se agregó a los Tolistoboyanos el territorio de Pesinonte, continuó imperando el culto que a la Gran Madre allí se rendía, y pronto fueron celtas los sacerdotes reyes" (JULLIAN, Histoire de la Gaule, t. I, p. 367). Los gálatas se establecieron en Pesinonte después del año 189; en 163 y en 159 es sumo sacerdote un gálata (DITTENBERGER, Or. inscr., n° 315, I, p. 484; citado por JULIÁN, ibid., n. 12).

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•1

144 LA IGLESIA PRIMITIVA

Tomó Pablo una decisión inmediata: "Luego que vio la visión, al instante buscaron cómo pasar a Macedonia, seguros de que Dios los llamaba para evangelizarlos" (4 9) .

LA MACEDONIA La misión de Macedonia, iniciada por un especial lla­mamiento de Dios, reservaba al Apóstol los mejores días

de su apostolado; pero no quedaron aquellas hondas alegrías sin su contrapeso de sufrimientos y de persecuciones; hubo de comprar caras sus conquistas en Macedonia como en las demás regiones; pero en Macedonia fueron menos las contradicciones, más llevadera la lucha; en Filipos y en Tesalónica halló la más leal fidelidad y la adhesión más desinteresada a su persona. De estas dos iglesias, la primera será la más unida al Apóstol; la segunda llevará la primacía por el número de cristianos y por su situación política, de capital de provincia.

FILIPOS De Tróade a Neápolis, por Samotracia, no tardaron más de dos días ( 5 0 ) ; a doce o trece kilómetros de Neápolis se asienta Filipos,

que es la primera ciudad de Macedonia, colonia romana (5 1) . Dos pretores, asistidos por otros tantos lictores, gobernaban la ciudad; era para ellos un timbre de gloria estar regidos según el derecho romano ( 5 2 ) . Parece que en ella no vivían muchos judíos ni tenían sinagoga.

Al llegar el sábado, Pablo y sus compañeros salieron fuera de la puerta de la ciudad a la ribera del r ío; allí había varias mujeres y les predicaron; el Señor tocó el corazón de una mujer, l lamada Lydia, natural de Tiatira y comerciante en púrpura; Pablo bautizó a ella y a toda su familia y ella les ofreció albergue: "Puesto que me habéis juzgado fiel a Dios, entrad en mi casa y quedaos en ella." Ellos aceptaron aquella hospitalidad tan libe-ralmente ofrecida y de tal casa hicieron el primer núcleo cristiano de Filipos.

El Apóstol continuó acudiendo a la proseuca, a hacer oración; salióles al encuentro una sierva que tenía el espíritu pitón ( 5 3 ) ; fué tras de ellos varios días, clamando: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y os anuncian el camino de la salud." Por fin, Pablo, dijo al espíritu: "En Nombre de Jesucristo, te mando salir de esta mujer." Y al punto la abandonó. Pero los

(*9) En Tróade comienza la narración en primera persona: el "nos" aparece ahora (16, 10); desaparece en Filipos (16, 17); reaparece en Macedonia, tal vez en esta misma ciudad de Filipos y a la llegada de San Pablo a Jerusalén- (20, 5-15; 21, 1-18); finalmente vuelve a usarse en el relato de la travesía hasta el arribo a Roma (27, 1—28, 16). De donde suele deducirse que Pablo encontró en Tróade a Lucas, dejóle en Filipos; y volvió a unirse a él más tarde, en Jerusalén y en Roma.

(50) Más adelante invertirá San Lucas cinco días para pasar de Neápolis a Tróade (20 ' 6 ) ' . .

(51) Filipos había sido fundada por Filipo de Macedonia .sobre el emplazamiento de la antigua Crénides ("Las Fuentes"); señoreaba la rica llanada del Gangites, afluente del Strymon; César estableció allí una colonia romana; Augusto la llamó, en recuerdo de su victoria sobre Bruto y Casio, Colonia Augusta Julia Philippensis, otorgándole el ius italicum; según DION CASIO (II, 4) a ella trasplantó los habitantes de las ciudades italianas partidarias de Antonio. Cf. acerca de Filipos, LIGHTFOOT, Philippians, pp. 46-64.

(52) Pablo aludirá a esto en su Epístola, 1, 27; 3, 20. (53) Era Macedonia famosa por sus serpientes. LUCIANO cuenta que allí compró

Alejandro de Abonotica, por algunos óbolos, la serpiente pitón que le revelaba sus pretendidos oráculos (Alexandre, 7). De la impostura a la brujería pronto solía pasarse en tales casos, como sucedió con la esclava de Filipos.

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VIAJES DE SAN PABLO

Tercer Viaje

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 145

amos de aquella esclava al ver que el exorcismo les había privado de tantas futuras granjerias, acusaron a los misioneros ante los magistrados; no les imputan los exorcismos sobre su esclava, sino que: "Estos hombres perturban nuestra ciudad, porque siendo judíos, predican costumbres que a nosotros no nos es lícito aceptar ni practicar, siendo, como somos, romanos." El pueblo se amotinó contra ellos; los pretores mandaron que, desnudos, fueran azotados con varas y después los metieran en la cárcel, con cepos en los pies. Durante la noche, prodújose u n repentino y fuerte terremoto; abriéronse de par en par las puertas de la prisión; el carcelero, pensando que los prisioneros se habían fugado, desenvainó la espada para suicidarse. Pablo y Silas detuvie­ron su brazo y le evangelizaron; y acto seguido, se bautizó él con toda su familia. Al romper el alba, preséntanse los lictores, de parte de los magis­trados, a dar libertad a los prisioneros; el carcelero les trasmite el mensaje; mas Pablo replica: "Después que a nosotros, ciudadanos romanos, nos azota­ron públicamente sin formarnos proceso y nos metieron en la cárcel, ¿ahora, en secreto, nos quieren echar fuera? No será así. Que vengan ellos y nos saquen" (16, 37). Los pretores, corridos de miedo y de vergüenza, presen­taron sus excusas a los misioneros y les rogaron que se fueran de la ciudad. Pablo y los suyos entraron en casa de Lydia y exhortaron a los hermanos. Luego partieron.

San Lucas narra esta escena y lo referente a la evangelización de Filipos, con exquisito detallismo ( 5 4 ) ; en la presente ocasión, por rara casualidad, no tuvieron los judíos arte ni parte en la expulsión de Apóstol; fué obra ente­ramente de los paganos. Este episodio nos manifiesta cómo podían reaccionar aquellos gentiles ante el Evangelio, por la cólera o por el terror. Hay además en ese relato un rasgo muy interesante de la semblanza moral de Pablo: nin­guna saña es bastante a abatir su celo apostólico; pero tampoco ninguna vara, para humillar su orgullo romano y cristiano, que defiende el honor y exige reparación.

Pablo salió de Filipos; siempre, empero, guardó por ella especial cariño. Nunca tuvo que reprochar a los filipenses las disensiones que desgarraban la iglesia de Corinto, n i las flaquezas de los gálatas ante los judaizantes; en su Epístola, Pablo les prevendrá contra los perros, falsos circuncisos (3, 2 ) ; mas si bien le parece prudente prevenirles contra ellos, no se deduce de ahí que les haya llegado el contagio de su hidrofobia. Los filipenses son la "ale­gría y la corona" del Apóstol (4, 1 ) ; ellos son los únicos que le socorrieron y le socorren en sus necesidades (4, 15). También a ellos les ha tocado sufrir: "se les ha dado no solamente la fe en Cristo, sino también el pade­cer por El" (1 , 29).

TESALONICA "Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron los misioneros a Tesalónica, en donde había una sinagoga de judíos"

(17, 1 ) ; Pablo dio con un importante centro judío, que podía ser excelente punto de apoyo para el asentamiento del cristianismo en la ciudad; era la capital de la Macedonia; desde la cual irradiará el Evangelio por toda la provincia una vez que haya arraigado en ella ( 5 5 ) .

(54) Según indicamos ya, Lucas debió de permanecer unos seis años en Filipos; de ahí su interés por historiar los orígenes de esa iglesia.

(55) Fundada por Casandro, yerno de Filipo de Macedonia, sobre el emplazamiento de la antigua Terma, hacia el año 315 a. J. C ; dióle el nombre de su mujer, Tesa­lónica; pronto se convirtió en emporio floreciente; los romanos conquistaron la Ma­cedonia en 168 y Tesalónica fué la capital de la Macedonia secunda; el año 146 fué

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146 LA IGLESIA PRIMITIVA

Según su costumbre, acudió Pablo a la sinagoga, y por espacio de tres sábados arreo, predicó que "según las Escrituras, era necesario que el Cristo padeciese y que resucitase de entre los muertos y que este Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio" (17, 3 ) . "Convirtiéronse algunos judíos, muchos prosé­litos griegos y no pocas mujeres de las familias principales." Echase de ver que el Apóstol ganaba sus triunfos principalmente entre los prosélitos; no estaban éstos tan cargados de prejuicios como los judíos ni su voluntad tan maliciada; digno es también de notarse que, así en Tesalónica, como en Fili-pos y en Berea, es de capital importancia la intervención de la mujer en la obra evangelizadora (S 6) .

Pablo debió de abandonar la sinagoga al tercer sábado, y continuar su pre­dicación por calles y plazas. Parece que se demoró largo tiempo en Tesaló­nica; por dos veces le enviaron provisiones los de Filipos (Phil. 4, 16): con ellas suplía el Apóstol las deficiencias del salario, fruto de su trabajo ma­nual. En la primera carta a los tesalonicenses bosquejará, con trazos cálidos y emotivos, la vida que llevó entre ellos, durante su estancia en Tesalónica:

"Porque nunca, bien sabéis, hemos usado de lisonjas ni hemos procedido con pro­pósitos de lucro, Dios es testigo; ni hemos buscado la alabanza de los hombres, ni la vuestra, ni la de nadie; y aun pudiendo hacer pesar sobre vosotros nuestra autoridad como Apóstoles de Cristo, nos hicimos como pequeñuelos y como nodriza que cría a sus niños: así, llevados de nuestro amor por vosotros, queríamos no sólo daros el Evan­gelio de Dios, sino aun nuestras propias almas, tan amados vinisteis a sernos. Ya os acordaréis, hermanos, de nuestras penas y fatigas, y de cómo trabajábamos día y noche para no ser gravosos a nadie, y así os predicamos el Evangelio de Dios (I Thess. 2, 5-9).

Tantos afanes no quedaron sin recompensa (2, 11): los cristianos de Tesa­lónica son dechado y modelo para toda la Macedonia y la Acaya (1 , 6-10); tal fuerza expansiva adquirió la fe, que toda la ciudad se conmovió ante el ataque a los judíos (Act. 17, 5) . Por lo demás, Pablo no está solo: con él com­parten las fatigas y sudores Silas y Timoteo (a los cuales asocia en las dos cartas) y otras (fuerzas auxiliares de laíinisma Tesalónica (7 Thess. 5 , 12 ) .

A los judíos exasperaba aquella'maravillosa actividad misional; carcomidos por la envidia, buscaron la más vil canalla de la ciudad y con ellos, armando escándalo y gresca, fuéronse a casa de Jasón, para arrastrar a Pablo ante la asamblea popular; pero el Apóstol se había escabullido a tiempo; y como no le hallaron, llevaron a empellones, ante los politarcas, a Jasón y a otros de los hermanos:

"Estos son los que alborotan la tierra", decían los judíos. "Al llegar aquí han sido hospedados por Jasón, y todos obran contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús" (Act. 17, 6-7).

Son las mismas acusaciones que llevaron ante el tr ibunal de Pilatos; esos judíos no cesarán de perseguir a los cristianos, como a sus más encarnizados

capital de toda la provincia unificada; el 49, fué cuartel general de Pompeyo; en la segunda guerra civil estuvo con Octavio y Antonio y en recompensa la declararon ciudad libre; sus magistrados, los politarcas, son en número de cinco o de seis. Cf. MIL-LIGAN, Thessalonicians, pp. XXI y ss.; Dict. of the Bible, IV, p. 315.

(56) LIGHTFOOT, PMlippians, pp. 54-56, ha destacado este hecho y ha insistido sobre el papel social que las mujeres debían de representar en Macedonia, más que en otra región de la Grecia; RAMSAY, St. Paul the Traveller, p. 227, abunda en las mismas ideas: "En Macedonia, como en Asia Menor, las mujeres ocupaban una posición más independiente y más influyente que en Atenas; y la preponderancia que se les reco­noce en las tres ciudades macedónicas está de acuerdo con los hechos que la historia nos refiere."

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 147

enemigos (5 7) . La plebe y los magistrados, previa fianza dejada por Jasón, pusiéronle en libertad con los demás hermanos.

BEREA La iglesia de Tesalónica aguantó a pie firme la persecución (I Thess. 2, 14; 3, 8 ) ; pero nobleza obligaba al Apóstol a no comprometer;

a quien le daba generoso albergue, iii a sus discípulos; la misma noche partió para Berea, a cincuenta millas 'al sudoeste de (Tesalónica. Allí encontró un grupo de judíos bien dispuestos, que recibieron con avidez la palabra evan­gélica y / m e cada día 'escrutaban las Escrituras por comprobar si aquello era verdad. Convirtiéronse muchos de ellos, buen número de mujeres pu­dientes y otra buena porción de 'hombres (Act. 17, 11-12). No bien llegó a oídos de los judíos de Tesalónica, allí se presentaron para sublevar al pueblo. Los hermanos, al instante despidieron a Pablo; muchos le acompañaron hasta Atenas y al regresar, trajeron la orden de que Timoteo y Silas, que habían quedado en Berea, fueran a reunírsele inmediatamente (5 8) .

LAS IGLESIAS Podemos completar los datos sobre el origen de las igle-DE MACEDON1A sias macedónicas con detalles tomados de las Epístolas.

Pese a su generosa fidelidad, hubo que poner en guardia a los tesalonicenses contra la impureza y la injusticia (I Thess. 4, 1-12); eran dos vicios que campeaban en aquella ciudad y la reacción enérgica contra ellos se imponía ( 5 9) . Intrigábales sobremanera la situación de sus muertos el día de la parusia. ¿Participarían en ella? San Pablo les responde que los muertos resucitarán y precederán a los vivos en el triunfo de Cristo (4, 13-18) C60); les recuerda asimismo que el día del Señor sobrevendrá de impro­viso; de ahí que siempre hayamos de estar vigilantes (5, 1-11).

La segunda carta no se hizo esperar (6 1) . Comienza por elogiar el fervor de la iglesia de Tesalónica (1 , 3 ) ; a continuación les disuade de la creencia en que estaban los fieles, por una pretendida comunicación del Espíritu o por una supuesta carta de Pablo, de que el día del Señor había ya llegado; el Apóstol les remite a las señales que él les diera como precursoras de dicho acontecimiento; mientras no se presenten tales signos, que continúen traba­jando, a imitación del propio Pablo. Estas dos cartas nos revelan que las preocupaciones escatológicas eran algo vivo y palpitante y que, en ocasiones, degeneraba en una expectativa febril y ociosa del gran día del Señor; esa inquietud espiritual de los tesalonicenses daba pie a los judíos para calum­niarlos de esperanzas políticas en la realeza de Jesús.

(57) De ellos se habla en el Apocalipsis (infra, cap. V, § 2) y en las Actas de los mártires, por ejemplo en las de los mártires escilitanos; es interesante a este respecto la discusión de TERTULIANO. (Apol. 34.)

(58) por este episodio se echa de ver que el perseguido era Pablo; en partiendo él, nadie molestaba a sus partidarios. Uno de los asociados de Pablo será (Act. 20, 4) Sópatros de Berea; según la tradición, Onésimo fué el primer obispo de esta iglesia. (Constit. Apost. VII, 46.)

(69) r j e j a fornicación se hizo mención expresa (I Thess. 4, 3) en el decreto del Concilio de Jerusalén; contra ella hubo que prevenir a los cristianos en Corinto y en Tesalónica (I Cor. 6, 15; 7, 2); el fraude (I Thess- 4, 6) no había cundido menos; los cristianos de Bitinia respondieron a Plinio que una de las obligaciones que contraían al hacerse cristianos era la de reintegrar los préstamos recibidos.

(60) MILLIGAN compara con Esdras, 5, 41: "Et dixi: «Sed ecce, Domine, tu prwes his qui in fine sunt, et quid facient qui ante nos sunt aut nos aut hi qui post nos?» Et dixit ad me: «Coronas adsimilabo judicium rneum; sicut non novissimorum tarditas, sic non priorum velocitas.»"

(61) Las dos cartas las escribió desde Corinto, en el 50-51.

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148 LA IGLESIA PRIMITIVA

Las exhortaciones de Pablo amortiguaron la fuerza de aquella fermenta­ción psicológica. Y las iglesias de Macedonia se nos antojan el modelo de iglesia paulina, n i judaizante n i gnóstica; la obra y la 'persona del Apóstol fueron irradiando a Cristo lentamente, de hogar en hogar, vivificadas por la. palabra del Señor, a la cual recurre el Apóstol, con preferencia a otros pasajes de la Escritura, que reserva para los medios de formación judía.

ATENAS San Pablo pasó de Macedonia a Atenas; había escrito a los tesa-lonicenses (I Thess: 3, 1) que no pudiendo desplazarse personal­

mente, les enviaba a Timoteo en sustitución, mientras él quedaba en Atenas. Por él'Libro de los Hechos conocemos estas jornadas de Pablo (6 2) . En Ate­nas, como en muchas otras ciudades, discutía con los judíos y los prosélitos en las sinagogas, y con todo el que quisiera oírle, en el agora (Act. 17, 17); indignación y amargura le quemaban las entrañas, a vista de tantos ídolos como poblaban las calles y plazas de Atenas. No es que los atenienses de aquellos tiempos fueran más religiosos que los otros griegos sus contempo­ráneos; al contrario, el escepticismo de sus filósofos se les había filtrado en el alma; sus caminos, templos y plazas estaban florecidos de esculturas; obras de arte admirable, pero, al fin simples "ídolos. PETRONIO había escrito: "Nuestro país tan lleno está de divinidades que es más fácil dar con, un dios que con un Jiombre" ( 6 3 ) ; y JOSEFO, como Pablo, denomina a los Atenienses "los más piadosos de los hombres" (6 4) . Sobre la gran vía Hamaxitos, que unía el "Píreo con Atenas, levantábanse, a intervalos, altares a "los dioses des­conocidos" ( e 5 ) ; y cuando, al término de esta espléndida vía, se entraba en Atenas, veíanse surgir, por todas partes, .en la ciudad y en la acrópolis, aque­llos monumentos, cuyas solas ruinas componen hoy una sinfonía de deslum­brante belleza: el Teseo, el Cerámico, el Partenón, el Erecteion; hoy pode­mos contemplar con serenidad el esplendor artístico de aquellos templos, desiertos desde siglos lejanos; pero el Apóstol veía en ellos la idolatría, la abo­minación; "el ídolo nada es", dirá a los corintios; pero el culto que se les r inde es culto al demonio, no ' a Dios (I Cor. 8, 4 ; 10, 19-20). ;

De ahí el carácter de la predicación de Pablo en Atenas: arrancarlos del culto a los ídolos, para conducirlos ,a Cristo y mediante Cristo, a Dios.

Lucas menciona entre los oyentes de Pablo a los epicúreos y a los estoicos (17, 18). Eran las sectas o escuelas filosóficas predominantes; atentos a toda novedad (17, 21) escuchan las palabras del extranjero; los unos dicen des­deñosamente: "¿Qué nos dirá este charlatán?"; los otros al oírle hablar de Jesús y de la resurrección, exclaman: "Habla de dioses extranjeros" ( 6 6) . Atraídos por el exotismo de su doctrina y huyendo del bullicio del agora, lleváronle al Areópago (6 7) .

(62) Los historiadores que desconfían del Libro de los Hechos, rechazan este episo­dio; por ejemplo: WEISZAECKER, op. cit., p. 255; J. WEISS, op. cit., pp. 181 y ss. y 219. Han atacado singularmente el discurso del Areópago; cf. infra, p. 149, n. 68.

(63) Satir. 17. («4) C. Ap. II, 12. (65) Acerca de estas inscripciones, cf. DEISSMANN, Paulus2, pp. 226-229. Se ha dicho

hartas veces que el sentido de esa fórmula era politeísta, aunque el Apóstol tomó pie de ella para predicarles monoteísticamente. Según hace notar DEISSMANN, no inter­pretó a la manera de un epigrafista moderno, sino en el profundo sentido religioso, que los versos del poeta le sugieren: "Somos linaje de dioses."

í86) Daban a entender, sea por convencimiento, sea, como parece más probable, por chunga, que Jesús y Anástasis formaban otra pareja de dioses.

(67) piensa San Juan Crisóstomo que llevaron a Pablo a un tribunal de justicia;

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 149

DISCURSO DEL AREOPAGO P a b l o acep tó la o p o r t u n i d a d q u e se le b r i n d a b a ; y , pues to d e p i e , e n m e d i o de l A r e ó p a g o , di jo:

"Atenienses, veo que sois sobremanera religiosos; porque al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual está escrito: «Al dios descono­cido.» Pues ése es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano de hombre ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El hizo de uno, todo el linaje humano, para poblar toda la haz de la tierra. El fijó las estaciones y los confines de los pueblos, para que busquen a Dios y siquiera a, tientas le hallen, que no está lejos de nosotros, porque en El vivimos y nos movemos y existimos, como dijo alguno de vuestros poetas: «Porque somos linaje suyo»."

Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, a la plata, o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano. Dios,, disimu­lando los tiempos de la ignorancia, intima ahora, en todas partes, a los hombres al arrepentimiento, por medio de un Hombre, a quien ha constituido juez acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos (Act. 17, 22-31) ( 6 8 ) .

C u a n d o P a b l o h a b l a b a a los jud íos , v. gr . , e n A n t i o q u í a d e P i s id ia ( 8 9 ) , g u s t a b a d e r e c o r d a r a sus oyen tes la vieja h i s to r i a d e I s rae l , h a s t a l l e g a r a l m e s i a n i s m o d e J e s ú s ; a l d i r i g i r s e a los gr iegos , c o m i e n z a p o r a l a b a r , con f i n a g a l a n t e r í a , l a r e l ig ios idad d e los a ten ienses , p a r a evocar l u e g o las ideas r e l i ­giosas d e sus filósofos y de sus p o e t a s ; gr iegos y jud íos e s t a b a n orgul losos d e s u p a s a d o : aqué l lo s , p o r l a g lo r i a de sus p e n s a d o r e s y d e sus a r t i s t a s ; éstos, po r su h i s to r i a t r a d i c i o n a l ; s in esfuerzo s i g u e n los gr iegos e l r a z o n a m i e n t o d e l Após to l , h a s t a e l u m b r a l de l c r i s t i a n i s m o ; p e r o e n el m o m e n t o d e c r u z a r l o , se h a c e n a u n l a d o , como los jud íos . Los t e m a s d e l ju ic io y d e l a r e s u r r e c c i ó n d e los m u e r t o s d e s c o n c i e r t a n a u n o s , y e n otros p rovoca l a sonr i sa b u r l o n a : " T e o i r emos sobre esto e n o t ra ocas ión ." " A l g u n o s se a d h i r i e r o n a é l y c r e y e -

del mismo parecer es RAMSAY (The Bearing of recent Discovery on the Trustworthiness of N. T., Londres [1915], pp. 103 y ss.). Muchos historiadores lo interpretan como denominación de un lugar de la ciudad, no de un tribunal. Cf. WIKENHAUSEB, op. cit., pp. 351-353.

(6 8) El discurso de San Pablo en Atenas es de los que aun al lector moderno cau­san honda impresión. NORDEN, uno de los historiadores que más duramente lo han impugnado (Agnostos Theos, Leipzig [1913], p. 125), confesaba que ese discurso ponía en vibración su espíritu; ese hecho no se explica, añade, por la personalidad del orador, sino por el contenido tradicional de la misma pieza oratoria. NORDEN trata d e probar que este discurso es un artificio literario, que se nutre de los recuerdos del A. T. y de la filosofía estoica. Nada tierie de paulino; más aún, se opone a la idio­sincrasia del Apóstol. Como argumento de su tesis, hace un cotejo del discurso con Rom. 1, 18ss.; Sap. 12, 27ss. (p. 130).

La tesis de NORDEN ha sido refutada eficazmente por LAGRANGE, en Revue Bibl-(1914), pp. 442-448; HARNACK, Ist die Rede des Paulus in Athen ein ursprün-glicher Bestandteil der Apostelgeschichte?, Leipzig (1913); T. U., XXXIX, 1 y Misión und Ausbreitung, pp. 391 y ss.; JAQQUIER, op. cit., pp. 271-281; BOUDOU, op. cit., pp. 391-394.

Fácil es comprobar que San Pablo no contradice sino que corrobora los conceptos vertidos en este discurso (Mission, l. c.)¡ Jesús y la Anástasis, cf. 1 Cor. 15; el conoci­miento natural de Dios, cf. Rom. 1, 19; 2, 14; el juicio en relación con la noción de un Dios conocido o desconocido naturalmente; cf. Rom. 2, 14, 16; la salvación por la fe: 3, 31 ; objeto de esta fe es la Resurrección de Cristo. La única diferencia estriba en que en Rom., insiste en la responsabilidad de esa ignorancia, y en el discurso de Atenas es un concepto implícito en la exhortación que hace a los atenienses a que salgan de ella. LAGRANGE dice con razón (op. cit, p . 447): "¿Es que se habla del mismo modo a quien se trata de convertir que a quien se quiere preservar del mal?"

(«») Cf. supra, p. 132.

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ron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita, y una mujer de nombre Dámaris y otros más."

En ninguna parte había cosechado menos frutos el Apóstol: n i en Antioquía de Siria, n i en Antioquía de Pisidia, n i en Tesalónica, n i aun en los humildes burgos, como Listra, Derbe, Filipos, Berea, en que pudo dejar organizada, como Iglesia, la comunidad cristiana; en Atenas, ni llega a plantearse el tema de la fundación de una Iglesia. Todo aquel brillante cortejo de orado­res y de filósofos le ha visto pasar, le ha oído hablar, y le ha vuelto la espalda con una sonrisa irónica. San Pablo comentará esta escena con pala­bras indelebles:

"La doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de. Dios para los que se salvan. Según está escrito: «Perderé la sabiduría de los sabios, y reprobaré la prudencia de los prudentes.»

¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el disputador de las cosas de este mundo? ¿No ha hecho Dios necesidad de la sabiduría de este mundo? Pues, por no haber conocido el mundo a Dios por la humana sabiduría, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación" (I Cor. 1, 18-21).

Estas palabras son el acta de condenación de la sabiduría altanera y ciega de los atenienses y el programa de la predicación de Pablo en Corinto.

CORINTO El viajero que, en tiempo de San Pablo, se trasladaba de Atenas, a Corinto, debía de experimentar una sensación semejante a la

del viajero que, de Oxford, baja a Londres; de la ciudad universitaria, cuya vida se centra en los colegios, se ve uno lanzado a la febril actividad de la gran ciudad y del puerto. Atenas era una ciudad eminentemente intelectual, con todo el atuendo y todo el orgullo de su rango; rechazó la predicación de San Pablo y fué, por largo tiempo, uno de los focos más peligrosos de oposición pagana al cristianismo. Corinto era una cosmópolis; Mummius la había destruido el año 146; y Julio César la erigió en colonia el 46; era una de las principales factorías del comercio mediterráneo ( 7 0 ) ; su fisonomía tenía muy poco de ciudad griega; predominaban el elemento oriental y la colonia i tal iana; los habitantes de origen helénico constituían, probablemente, la minoría de la población. Pero en Corinto, como en todo el mundo mediterrá­neo, el griego era la lengua oficial y mercantil y la civilización helénica uni­formaba exteriormente todo ese abigarrado mundo, con su cultura brillante y con la despreocupación de la vida fácil. Y aquella ligereza de costum­bres, que matizaba todo el paganismo helénico, cargábase en- Corinto de tan recias tintas, que a los mismos paganos chocaba tanta degradación. ¿Quién no tendría por barrera infranqueable esa muralla opuesta a la predicación del Evangelio? Solamente la gracia de Cristo podía allanarla; las consultas de los primeros cristianos de Corinto y las respuestas de Pablo nos dejan vislumbrar la ciénaga de que el Apóstol les había arrancado ( 7 1) .

(70) El puerto oriental, Lejeum, unido a la ciudad por largos muros, distaba de illa doce estadios; el puerto oriental, Cencres, estaba a 70 estadios. La ciudadela, Acrocorinto, a 600 metros sobre el nivel del mar, dominaba todo el paisaje. El istmo separaba los dos mares, pese a los varios proyectos de cortarlo.

Solía hacerse el trasbordo de nave a nave; mas esto no era posible con los buques de gran calado. (Act. 27, 6, 37.)

(71) San Pablo había escrito a sus fieles: "No tengáis trato con los impúdicos." Y los corintios le respondieron: "Entonces, tendríamos que salir del mundo"; el Apóstol les explica que no les prohibe tratar con esos pecadores, sino que en su iglesia los toleren (I Cor. 5, 9-11).

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 151

En esta gran urbe, tan pagana, tan viciosa, tan disoluta, Pablo se presentó solo, sin sus dos colaboradores, Silas y Timoteo, que habían quedado en Ma-cedonia; pesaba sobre su espíritu el fracaso de la misión en Atenas, provo­cado por la despreocupada indiferencia de sus habitantes. Temblaba, al entrar en Corinto, por su propia responsabilidad. De estos sentimientos hablará a los corintios en una de sus cartas:

"Yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio de Dios, no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo y éste crucificado. Y me presenté a vosotros en debilidad, temor y mucho temblor; mi palabra y mi predicación no fué en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (I Cor. 2, 1-5).

En estas palabras el Apóstol reafirma ideas que le son muy gratas; pero expresa también el recuerdo de angustias pasadas; al tomar contacto, él solo, con ese mundo pagano, tan extraño al Evangelio, tan pagado de la oratoria y de la sabiduría humana, se siente en posición desairada, porque ninguna de esas armas ha de manejar él; la reciente experiencia de Atenas acentúa aun más ese complejo de inferioridad. Los corintios se percatan de esa timi­dez y, tiempo andando, los enemigos del' Apóstol se valdrán de ella ( 7 2) .

Nadie le tendió una mano en la necesidad; los hermanos de Macedonia le procuraron las subsistencias (II Cor. 11, 8-9); por pundonor vivió indepen­diente de los corintios; pero en Filipos y en Tesalónica no procedió del mismo modo; aun más: afirma que también en Corinto tiene el Apóstol derecho a que los fieles le sustenten (I Cor. 9, 6-27); mas, cuando Pablo entró en esa ciudad, no podía hacer valer sus derechos ante personas que ignoraban en absoluto el cristianismo, porque le habrían podido tener por u n logrero o mendigo, comprometiendo con ello su predicación; además, las disensiones que dividieron a la iglesia de Corinto, imponíanle una especial reserva; más tarde, reguló su conducta por el deseo de no fomentar con su ejemplo las pretensiones de algunos predicadores interesados (II Cor. 11, 12).

Al llegar a Corinto, topóse de manos a boca con el matrimonio Aquila-Priscila, judíos expulsados de Roma por el decreto de Claudio; y como era del mismo oficio que ellos, se albergó en su casa y trabajó con ellos. El sábado "disputaba en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos". Cuando Silas y Timoteo arribaron de Macedonia, redobló sus actividades apostólicas; las limosnas que recibió diéronle una mayor holgura y la colaboración de los dos auxiliares multiplicó sus fuerzas. Los judíos, comidos de envidia por sus éxitos, se le enfrentaron y le llenaron de improperios; Pablo, sacudiendo sus vestiduras, les dijo: "¡Caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas!, limpio soy yo de ella. Desde ahora, me dirigiré a los gentiles." Hospedóle un prosé­lito, Ticio Justo, cuya casa estaba cerca de la sinagoga; Crispo, el jefe de ella, bautizóse con toda la familia; y como él, muchos corintios. Por la noche, dijo el Señor a Pablo en una visión: "No temas, sino habla y no calles; yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte mal, porque tengo yo en esta ciudad un pueblo numeroso". Y durante un año y medio siguió allí predicando (Act. 18, 2-11).

PREDICACIÓN Y CARISMAS Sobre esta predicación tenemos dos indica­ciones someras, pero preciosas, en las cartas

a los de Corinto, a los cuales recuerda San Pablo que su única sabiduría ha

(72) / / Cor. 10, 1-10; 11, 6; 13, 3.

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sido "Jesucristo, Jesucristo crucificado". Sus cristianos procedían, casi todos, de la gentilidad (I Cor. 12, 2 ) ; vivían en un ambiente saturado de supersti­ciones paganas; el remedio más eficaz contra las huellas del pasado y contra el contagio del presente, la predicación de Jesucristo crucificado:

"Pues por no haber conocido el mundo a Dios en la sabiduría de Dios por la humana sabiduría, plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la flaqueza de Dios más poderosa que los hombres" (I Cor. 1, 21-25).

Pablo recuerda a los corintios que el eje de su predicación giraba sobre dos polos: la muerte y la Resurrección de Jesucristo (I Cor. 15); en otro pa­saje (11, 23) insiste sobre la institución de la Eucaristía; evoca en otros, las palabras del Señor sobre la unión de los esposos (7, 10); sobre el salario de los obreros del Evangelio (9, 14). Estas son sus armas de guerra, bastantes a derribar todo razonamiento contra la ciencia de Dios y a doblegar toda mente a la obediencia de Cristo (2 Cor. 10, 4-6).

La predicación de Pablo se sustenta sobre el poder del Espíritu, que es el fundamento de la fe de los cristianos (l Cor. 2, 4 ) ; la obra más patente de ese poder es la trasformación de las almas:

"¿Comenzaré de nuevo a recomendarme a mí mismo? ¿O tendré necesidad de car­tas de recomendación para vosotros o de vosotros? Mi carta sois vosotros mismos, escrita en nuestros corazones, conocida y leída de todos los hombres, pues notorio es que sois carta de Cristo, expedida por nosotros mismos, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne que son vuestros corazones" (II Cor. 3, 1-3).

Más perceptibles que la misma trasformación moral eran los carismas: dones sobrenaturales conferidos por el Espíritu Santo a los cristianos para la común edificación. La iglesia de Corinto había gozado de ellos con extra­ordinaria profusión. Estos dones debían ser ornato y fuente de energía para la Iglesia entera; exigíase una condición: que los dotados los pusieran al servicio de todo el cuerpo místico. De esa función carismática y de la jerar­quía habla el Apóstol:

"Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno en parte, según la disposición de Dios en la Iglesia, primero Apóstoles, luego Profetas, luego Doctores, luego el poder de milagros, las virtudes, después las gracias de curación, de asistencia de gobierno, los géneros de lenguas. ¿Son todos Apóstoles? ¿Son todos Profetas? ¿Son todos, Doctores? ¿Tienen todos la gracia de curaciones? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Todos interpretan? Aspirad a los mejores dones. Pero quiero mostraros un camino mejor. Si hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe" (I Cor. 12, 27—13, 1)(7 3). '

(73) Las normas de San Pablo sobre la jerarquía de los carismas y acerca del aprecio que de ellos debe hacerse, se complementan con las reglas respecto al uso de ellos (cap. 14). Estos capítulos son de gran interés para el historiador: en ellos se refleja la vida espiritual de la iglesia de Corinto, colmada de gracias divinas y, al mismo tiempo, desgarrada por las escisiones y ensombrecida por los escándalos; San Pablo, con exquisita prudencia, en vez de desdeñar esos carismas, de los que vanamente se enorgullecen los corintios, repara en su origen divino y procura regular el uso para impedir el abuso. Puede completarse la lista de carismas con / Cor. 12, 8-10; Rom. 12, 6-8; Ephes. 4, 11. Cf. PBAT, Théologie de Saint Paul, t. I, p. 498. P. BOVER, La teología de San Pablo, 1. IX, c. 5.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 153

CONVERSIONES Fruto de la predicación de Pablo y de la abundancia Y PERSECUCIONES de carismas fueron las numerosas conversiones obra­

das entre los corintios ( 7 4) . Conocemos los nombres de varios de ellos ( 7 5 ) : casi todos eran de condición servil o humilde (I Cor. 1, 26) ; muchos, antes de su conversión, de vida airada (I Cor. 6, 9-11); y no es de presumir que en un día desarraigaran sus vicios; la iglesia de Corinto sufrió las consecuencias. Pero esas sombras no llegan a empañar la pu­reza de la mayor parte de aquellos cristianos; los corintios son "ricos en Cristo" (I Cor. 1, 5) y aun cuando las facciones se ceben en su iglesia, la comunidad de Corinto continuará siendo la carta escrita por el dedo de Dios.

La reacción de los judíos, aquí, como en las demás ciudades, es de odio y de envidia por los éxitos del Apóstol. Apenas Galión se posesionó del pro­consulado de Acaya ( 7 6 ) , los judíos, de común acuerdo, delataron a Pablo ante su t r ibunal ; el Apóstol se aprestó a la defensa; pero Galión cortó en seco el debate:

"Si se tratase verdaderamente de una injusticia o de algún grave crimen, oh judíos, de razón sería que yo os escuchase; pero tratándose de cuestiones de doctrina, de nom­bres y de vuestra Ley, allá vosotros lo veáis; yó no quiero ser juez en tales causas'! (Act. 18, 14-15). N

Y los despidió. Entonces arremetieron todos contra Sostenes, jefe de la sina­goga, y comenzaron a vapulearle delante del t r ibunal ; pero Galión no se dio por enterado.

Pablo continuó en Corinto un buen lapso; luego, partió para Siria, con Aquila y Priscila; en Cencres hizo que le raparan la cabeza, en cumplimiento de un voto; en Efeso dejó a sus acompañantes; hizo alto por unos días, pre­dicó en la sinagoga y, ante las persistentes súplicas de los judíos para que se quedara, prometió reiterar su visita; y se fué a Cesárea; de allí subió a Jerusa-lén, en donde saludó a los hermanos y regresó a Antioquía. Permaneció aquí por algún tiempo y al cabo de él reemprendió un nuevo viaje (7 7) .

(74) Act. 18, 8. Pablo bautizó algunos de ellos: Crispo, Gaio, familia de Estéfanas (I Cor. 1, 14-16).

(75) A los nombres de la nota precedente podemos añadir los de Aquila y Priscila; Cloe y su familia (I Cor. 1, 11); Febe, portador de la carta a los romanos (Rom. 16, 1-2); Erasto (ibid. 23); Tercio, Cuarto, Fortunato, Ajaico.

(76) Ha podido determinarse con exactitud la fecha de este proconsulado merced a la inscripción hallada en Delfos y publicada por E. BOUBGUET en su tesis De rebus Delphicis imperatorias astatis capita dúo, Montepessulano (Montpellier) (1905), pp. 63 y ss. Esta inscripción, harto mutilada, contiene una carta del emperador Claudio a la ciudad de Delfos; está fechada por el tribunado y por la aclamación imperial; la fecha de la potestad tribunicia ha desaparecido; pero se conserva la fecha de la acla­mación, a. 26; por ella podemos determinar que la carta se escribió entre fines del 51 o mejor entre los comienzos del 52 y el mes de agosto del mismo año. Según la inscripción, Galión era ya procónsul de Acaya; parece que ejerció el cargo por menos de un año. Debió tomar posesión de él hacia la primavera del 52. Para entonces, Pablo llevaba 18 meses en Corinto (Act. 18, 11); habría llegado en el último mes del 50 y partiría a fines del 52. Cf. DEISSMANN, Paulus* (1925), pp. 203-225; HENNEQUIN, Inscription de Delphes, en Suppl. au Dict. de la Bible, pp. 353-373; en estos dos autores puede consultarse la bibliografía de la cuestión.

(77) Precisando más las indicaciones del Libro de los Hechos, podemos decir que Pablo dejó Corinto en el otoño del 52; su misión habría durado unos tres años; atravesó Efeso, Cesárea, Jerusalén; detúvose "algún tiempo" en Antioquía. Probablemente in­vernó en ella y, con la primavera del año 53, inauguró su tercera misión.

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154 LA IGLESIA PRIMITIVA

Antes de empuñar el bordón para seguir al Apóstol a través de Anatolia y de Asia, bueno será acompañarle brevemente en Antioquía y contemplar, desde allí, con una mirada retrospectiva, la obra realizada. La primera misión había abierto brecha en el mundo helenístico y pagano: cuánto camino re­corrido desde el día en que Pedro, ante la conversión del centurión Cornelio, exclamó en Cesárea: "En verdad que Dios no es aceptador de personas, sino que en toda nación le es acepto aquél que le teme y observa la justicia!" En aquella ocasión entran en la Iglesia algunos hombres temerosos de Dios; pronto afluyen las muchedumbres de Antioquía; y, en el decurso de la mi­sión de Pablo, no sólo acuden judíos y prosélitos, sino aun paganos que nunca habían sido misionados. El grano de mostaza hacíase árbol gigante y los que contemplaban su crecimiento, quedaban confundidos de admiración y de gozo. Pero lo que ahora tenían que contar Pablo, Silas y Timoteo sobrepasaba a todo lo conocido: el Evangelio había penetrado entre los gálatas y, caso mara­villoso, en el mismo mundo helénico que en vano habían tratado de conquistar los judíos; era en verdad "la salud que Dios había preparado a la faz de todos los pueblos, la luz que i luminaba a las naciones, y la gloria de Israel". Pero este cántico de Simeón, hecho realidad, no era el Nunc dimittis, sino u n himno de victoria.

§ 4 . — Tercer viaje apostólico (pr imavera 5 3 - verano 5 7 )

Al llegar la primavera, Pablo reemprende la marcha; vuelve a atravesar los escarpados y temidos pasos del Tauro, entra por el nordeste en la Galacia, recorre las tierras de gálatas y frigios para confirmar en la fe a todos sus discípulos. Tres años antes había intentado pasar de allí al Asia; mas el Espíritu Santo le hizo dirigir sus pasos a Macedonia; ahora ha llegado el momento; y, siguiendo la ruta de los conquistadores, desciende de las altas mesetas del interior, por Filadelfia y Sardes, hacia las opulentas cos­tas del Asia; se había comprometido con los efesios y quería cumplir su promesa.

EFESO Efeso, la más opulenta ciudad de Asia, es hoy la más miserable; las arenas invadieron su puerto y los siglos clavaron su zarpa en

sus templos y en sus casas, cuyas ruinas sirvieron de cantera a los vecinos turcos; las excavaciones de los veinte últimos años han puesto al descubierto la planta de la doble iglesia, de la biblioteca, del agora, del teatro y de la vía sacra; desde la colina de Ayasoluk puede admirarse este severo campo de ruinas, y, en el llano pantanoso, el emplazamiento de los antiguos puertos, que marcan el continuo avance del litoral hacia el oeste. Cuando San Pablo visitó Efeso, el año 53, todo este esplendor, hoy en ruinas, brillaba con los más vivos fulgores.

Gracias a la protección imperial, la vieja ciudad sobrepasa a sus antiguas rivales, Esmirna y Pérgamo, y tiene aires de capital; SÉNECA la emparejaba con Alejandría, la gran ciudad del Oriente (7 8) .

En esa gran metrópolis predominaba el culto de Artemisa; pero, en la época imperial, los cultos romanos, singularmente el culto a Roma y al emperador Augusto, se asoció al culto de las divinidades locales; en el año 5 a.J.C. "Augusto instauraba en pleno témenos un templo de Roma y del emperador

(78) Ep. CU, 25: "Humanus animus... humilem non accipit patriam Ephesum aut Alexandriam, aut si quod est etiamnunc frequentius incolis, lsetius tectis solum."

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 155

destinados a las sesiones del Koivóv 'Acríxs" (T9)- Contra estas fuerzas, al parecer omnipotentes, lanzará San Pablo los dardos de su propaganda; aun surgirán otros obstáculos, como la envidia de los judíos y las artes de magia, comunes a judíos y paganos (8 0) .

APOLO Dijimos que, al regresar Pablo de Corinto a Cesárea, habló a los judíos en la sinagoga de Efeso; esta primera intervención le ha­

bía granjeado muchas simpatías; el Apóstol prometióles nueva visita. Entre tanto, habían quedado en Efeso sus amigos Aquila y Priscila. En el invierno del 52-53 predicó en la sinagoga un alejandrino, judío elocuente, y muy pe­rito en las Escrituras; llamábase Apolo; este predicador, celoso, pero mal in­formado, no conocía sino el bautismo de Juan; pero "enseñaba exactamente lo que concierne a Jesús" (Act. 18, 25), es decir, demostraba el mesianismo de Jesucristo. Aquila y Priscila le tomaron por su cuenta, le adoctrinaron y, cuando él expuso su deseo de partir para Acaya, le recomendaron a los hermanos. Cuando Apolo estaba en Corinto, Pablo arribó a Efeso; en esta ciudad encontró como una docena de cristianos. Preguntóles si habían reci­bido el Espíritu Santo y ellos respondieron: "Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo. —Pues ¿qué bautismo habéis recibido? —El bautismo de Juan." Entonces Pablo les instruyó y les bautizó y ellos comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar.

PREDICACIÓN DE A poco de esto, comenzó Pablo la evangelización de SAN PABLO Efeso: acudió, según su costumbre, a la sinagoga; pre­

dicó en ella durante tres meses; parece que los judíos de Efeso fueron más tolerantes que los de Tesalónica; muchos, emperrados en sus creencias, comenzaron a blasfemar de la doctrina del Apóstol en pública asamblea. Entonces Pablo abandonó la sinagoga, llevó consigo a sus discí­pulos y trasladó su cátedra a la escuela de Tirano ( 8 1) , en la que ejerció el apostolado durante dos años, "de suerte que todos cuantos habitaban el Asia, griegos y judíos, oyeron la palabra del Señor" (Act. 19, 10). Desde Efeso escribe a los corintios y les dice, rebosante de esperanza:~H§e me ha fran­queado una puerta grande y rica en promesas, aunque son muchos los adver­sarios" (I Cor. 16, 9) . Esta misma imagen evoca en nosotros la lectura del Libro de los Hechos: en esta gran ciudad, puerta de Asia, no solamente serán los efesinos los beneficiarios de la catequesis de Pablo, sino toda la población flotante, procedente de Roma, del Egipto, de Siria o del Asia; si no todos aceptaron su doctrina, fueron muchísimos los que a ella se adhirieron, como lo demostró el motín de los orfebres.

(79) CH. PICARD, Ephése, p. 664. (80) Sobre los cultos de Efeso, particularmente el culto de Artemisa, cf. CH. PICARD,

Ephése et Claros, París (1922): no le seguimos en la interpretación que da del relato de los Hechos, al datar el arribo de San Pablo el año 56 (p. 668), etc. Consúltese el art. Ephése de P. ANTOINE, en Suppl. au Dict. de la Bible, pp. 1.076-1.104. Cf. R. TONNEAU, Ephése au temps de Saint Paul, en Revue biblique (1929), pp. 5-34; 321-363.

(81) El texto occidental añade: "de la hora quinta a la hora décima"; es decir, en el equinoccio, desde las once a las dieciséis; en verano, más tarde y en invierno, antes. Esta indicación es verosimil, pues se abría la cátedra, bien entrada la mañana (LAKE, cita Marcial, IX, 68; XII, 57; Juvenál, VII, 222 ss.); la hora quinta marcaba el término del trabajo (Marcial, IV, 8); Pablo podía así disponer de un local, a título oneroso o gratuito, y consagrar a la enseñanza las horas de la tarde, después de haber invertido la mañana en su oficio manual.

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156 LA IGLESIA PRIMITIVA

CUMULO DE MILAGROS Dios bendecía esa actividad con prodigios extra­ordinarios: "hasta los pañuelos y delantales que

habían tocado el cuerpo de Pablo, aplicados a los enfermos, hacían desapa­recer de ellos las enfermedades y salir a los espíritus malignos" (Act. 19, 12). Tal fama llegó a cobrar Pablo por su poder de expulsar demonios que los mismos exorcistas judíos pretendieron servirse de él; siete hijos de u n pon­tífice judío llamado Esceva, procedieron del modo siguiente: "«Te conjuro, dijeron al poseso, en el Nombre de Jesús, a quien Pablo predica. — Conozco a Jesús y sé quién es Pablo —respondió el demonio—, pero vosotros, ¿quién sois?», y el endemoniado se abalanzó sobre ellos y atenazó a dos que, a duras penas, pudieron escapar, desnudos y malheridos." Todo Efeso enteróse de lo acaecido y se apoderó de ellos u n gran temor; mas el Nombre del Señor Jesús era glorificado. Muchos de los que habían creído, abandonaron sus prácticas supersticiosas; trajeron sus libros y con ellos se hizo una gran pira; calculóse el valor de ellos en cincuenta mil piezas de plata. De ahí puede deducirse cómo habían cundido entre los efesios las artes de magia; él soplo del Espí­ritu Santo barrió todos estos miasmas; con el gnosticismo volverán a infestar el cielo del Asia Menor.

FATIGAS DE APOSTOLADO Ni la predicación cotidiana, n i los milagros, n i los triunfos de San Pablo reflejan entera­

mente su obra de apostolado ni el secreto de su fuerza: reúne discípulos, los lleva a Cristo, los engendra, por el Espíritu, a una vida nueva; pero tan copiosos frutos no proceden únicamente de su acción colectiva, de su cátedra al aire l ibre; quien forja esas almas para Cristo es el trabajo de yunque, la labor individual, las visitas personales, las conversaciones y aquel su calor paternal; en Mileto dirá a los presbíteros de la iglesia de Efeso:

"Vosotros sabéis de qué manera me conduje con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que llegué a Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con lágri­mas y tentaciones que me venían de las asechanzas de los judíos; y cómo no omití nada de cuanto os fuera de provecho, predicándoos y enseñándoos en público y en privado, dando testimonio a judíos y a griegos sobre la conversión a Dios y la fe en Nuestro Señor Jesucristo... Velad, pues, acordándoos de que, por tres años, no he cesado ni de día ni de. noche de exhortaros a cada uno de vosotros con lágri­mas" (Act. 20, 18-21; 31).

Y, cuando aún estaba en Efeso, escribía a los corintios:

"Hasta el presente pasamos hambre, sed y desnudez; somos abofeteados y andamos vagabundos, y penamos trabajando con nuestras manos; afrentados, bendecimos y per­seguidos, lo soportamos; hemos venido a ser, hasta ahora, como el desecho del mundo, como estropajo de todos" (I Cor. 4, 11-13).

Al contacto de estas confesiones encandecidas, sentimos aún la l lama de aquellos años de lucha y de sufrimiento; revivimos aquellas duras jornadas de labor: las mañanas consagradas al trabajo manual ; las cálidas horas del mediodía, a la obra evangelizadora; las tardes, a las visitas domiciliarias; y percibimos todo ese laboreo fatigoso, en campo erizado de espinas de contra­dicciones y de burlas y en tierras tan ligeras, que al más delgado viento sueltan la semilla. Mas no solamente debía el Apóstol alimentar y robustecer la fe de los efesios; sobre sus espaldas cargaba el peso de "todas las iglesias" (II Cor. 12, 28). Las dos cartas a los corintios que Pablo debió de escribir, durante y después de su estancia en Efeso, nos revelan la magnitud de ese cuidado solícito, angustioso en ocasiones.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 157

PRIMERA CARTA Malas nuevas llegaban de Corinto por intermedio de A LOS CORINTIOS los de Cloe ( 8 2 ) ; como el Apóstol no podía abandonar

el Asia, envió a Timoteo para hacer averiguaciones y componer discordias (I Cor. 4, 17; 16, 10); Estéfanas, Fortunato y Ajaico ale­graron a Pablo con su visita, porque sus noticias de Corinto eran halagüeñas (16, 17); bajo esta impresión de optimismo escribe su primera carta a los corintios; con mano segura, sin vacilación, descarga sus golpes sobre los abu­sos que le fueron denunciados.

LAS DISENSIONES El primero de dichos abusos o defectos colectivos era DE CORINTO el espíritu de partido: "He sabido por los de Cloe que

hay entre vosotros discordias, y cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo.» ¿Está divi­dido Cristo?" (1 , 11-13).

Estas banderías no habían degenerado en cismas consumados: todos cele­braban en común los misterios de la Cena; todos reconocían la autoridad del Apóstol; eran simples partidismos, muy en boga entre los griegos, que se adherían a uno u otro maestro y lo ensalzaban sobre todos los demás; podía recelarse, empero, que tales preferencias y oposiciones de maestros pusieran en peligro la caridad y la unión de los corazones, en la misma naciente Igle­sia. ¡Y cuántas veces volverán a repetirse tales disensiones a lo largo de su historia! í8 3) Frágiles eran aquellos corintios, que sin arte n i parte de sus maestros, llegaron a enfrentarse entre sí tan rudamente.

Sabemos ya que Apolo, todavía catecúmeno, había llegado a Efeso, en donde Aquila y Priscila completaron su educación y le dieron cartas comen­daticias para los hermanos de Corinto. Predicó en esta ciudad con gran aplauso y provecho y regresó a Efeso a entrevistarse con Pablo; con él estaba cuando el Apóstol escribía su carta (16, 12). Nada había hecho por crearse un partido; Pablo le suplicó que volviera a Corinto, mas no pudo recabarlo de él (ibid.). Por lo demás, reconoce que ha trabajado como buen operario: "Yo he plantado, regó Apolo, Dios hizo que c r e c i e r a . . . " (3, 6 ) ; por su pala­bra fácil, elegante, más cultivada que la del Apóstol, había cautivado a sus oyentes, que se recreaban en las especulaciones de Apolo y en sus interpre­taciones de la Escritura; y, m u y a su pesar, veíase convertido en jefe de escuela. Apelaban otros a la autoridad de Cefas; los que se negaban a reco­nocer la autoridad de San Pablo, decíanse discípulos de Pedro, cuya auto­ridad era incuestionable, como jefe reconocido de los Apóstoles; amén de que debió de estar personalmente en Corinto ( 8 4 ) ; los que habían sentido su influjo, podían esgrimir aquella autoridad contra Pablo, como otros esgri­mían la de Apolo.

C82) / Cor. 1, 11. A esta carta precedió otra que no poseemos, y en la cual les recomendaba el Apóstol que no se rozaran con gentes de mal vivir (I Cor. 5, 9); los corintios no entendieron sus instrucciones; por eso vuelve a tratar de la cuestión de la inmoralidad y la de los idolotitos; eran los dos temas del decreto apostólico, que podían suscitar mayores dificultades. LIETZMANN, en su comentario (n. a 5, 9) insi­núa que Pedro dio a conocer el decreto en Corinto; es una hipótesis poco fundada; pudo haberles comunicado el mismo San Pablo.

(83) Ejemplo de ello son las facciones que cuarenta años más tarde desgarraron la propia iglesia de Corinto y que el papa San Clemente tuvo que apaciguar. Cf. infra, cap. X, § 1.

(84) DIONISIO de Corinto lo asegura: "Roma y Corinto son los dos árboles plantados por Pedro y por Pablo; porque uno y otros predicaron en nuestro Corinto y nos ins­truyeron; y, después de haber predicado juntos en Italia, juntos sufrieron el martirio" (EUSEBIO, H. E., II, 25, 8).

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158 LA IGLESIA PRIMITIVA

San Clemente (XLVII, 3) insistirá de nuevo sobre estos tres grupos que se decían de Pablo, de Cefas y de Apolo. Quedaba el cuarto, el de los que se proclamaban única y exclusivamente de Cristo (8 5) . Estos debían de ser algo así como los judaizantes que en Antioquía llegaron a intimidar a Pedro, pre­textando que ellos eran de Santiago, como quien dice, del más fiel represen­tante de la tradición. Por lo demás, no parece se terciaran cuestiones de prescripciones judaicas, sino sencillamente rivalidades que tendían a mino-rizar la autoridad de Pablo (8 6) .

Todas estas banderías dividen y enervan a la iglesia de Corinto; mas no llegan a socavar la autoridad de Pablo ni a enfriar el afecto que le profesan los corintios; se percibe esto en la firmeza de su respuesta y en el amor recí­proco que ella supone: "No escribo esto para afrentaros, sino para amones­taros, como a hijos míos carísimos. Porque, aunque tengáis diez mil peda­gogos en Cristo, pero no muchos padres, que quien os engendró en Cristo por el Evangelio fui yo" (4, 14-15). Insiste en que el poder del Espíritu es muy superior a las palabras de humana sabiduría; y, al decir esto, no dis­para contra Apolo, sino contra el espíritu superficial y engreído de los griegos.

Con frase vigorosa reafirma el Apóstol su autoridad y resume su doctrina:

"Como si yo no hubiese ya de ir a vosotros, algunos se han hinchado de orgullo. Pues iré, y pronto, si el Señor quisiere, y entonces conoceré, no las palabras de los que se hinchan, sino su eficacia, que no está en palabras el reino de Dios, sino en realidades. ¿Qué preferís? ¿Que vaya a vosotros con la vara o que vaya con amor y con espíritu de mansedumbre?" (4, 18-21).

INMORALIDAD Los corintios están pagados de sí mismos, de su cristia-E INJUSTICIA nismo, cuando su inmoralidad debiera llenarles de

afrenta:

"Es ya público que entre vosotros reina la fornicación y tal fornicación, cual ni entre los gentiles, pues se da el caso de tener uno la mujer de su padre. Y vosotros tan hinchados, ¿no habéis hecho luto para que desapareciera de entre vosotros quien tal hizo? Pues, yo, ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, he condenado ya cual si estuviera presente al que eso ha hecho. Congregados en Nombre de nuestro Señor Jesús vosotros y mi espíritu, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, entrego a ese tal a Satanás, para ruina de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús" (87).

El Apóstol había ya prescrito a los corintios que evitasen todo contacto con los impúdicos; ellos no lo entendieron o afectaron no entenderlo: "preciso sería —replicaron ellos— salir del mundo"; no se trataba de esto; no vamos a juzgar a los pecadores que viven fuera de la Iglesia; Dios se las habrá con ellos; pero no podemos tolerar en la Iglesia al pecador público: echad al impúdico de en medio de vosotros". Excomulga al incestuoso y lo entrega a

(85) Opinan algunos exegetas que "¡Yo soy de Cristo!" es una réplica de Pablo y que no existía, por consiguiente, un cuarto partido. Mas la construcción de la frase sugiere la idea contraria: los cuatro miembros son paralelos y dependen igualmente de "cada uno de vosotros dice. . ." Cf. nota de LIETZMANN a 1, 12; queda confirmada esta interpretación por / / Cor. 10, 7; cf. PBAT, op. cit-, I, p. 105,

(86) JUELICHER, Einleitung, p. 82, cree que "los de Cristo" eran discípulos directos del Señor; la palabra de San Pablo (11, 1) "Sed imitadores míos, como yo soy de Cristo", se diría por ellos; opinión poco probable. LIFTZMANN acepta! la interpretación de JUELICHER, de 1, 12 (p. 7).

(87) / Cor. 5, 1-5. Acerca de este escándalo y de la condena fulminada por el Apóstol, cf. PHAT, Théologie de Saint Paul, t. I, pp. 116-119.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 159

Satanás, como hará más tarde con Himeneo y Alejandro, "para enseñarles a no blasfemar" (I Tím. 1, 20). Al hablar del cuerpo dirá que "no es para la fornicación, sino para el Señor" (6, 13).

Por estas fuertes reconvenciones del Apóstol podemos barruntar qué impe­tuosa era la fermentación de la vieja levadura de la inmoralidad, aun entre los recién convertidos; digno es de reflexión el modo tan espiritual y elevado con que San Pablo trata de purificar los pensamientos de los corintios, para conjurar el peligro: "¿Y voy yo a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz. . . ? ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu S a n t o . . . y que, por tanto, no os pertenecéis?" (6, 15-19). Tales exhortaciones son alimento y nutrición de una fe que está profundamente arraigada.

Denuncia y condena el Apóstol otra práctica incongruente: "¿Y osa alguno de vosotros, que tiene litigio con otro, acudir en juicio ante los injustos y no ante los san tos? . . . ¿Es que no hay entre vosotros ninguna persona pru­dente, capaz de ser juez entre sus hermanos? En vez de esto, ¿pleitea el hermano con el hermano y esto ante los infieles?" Y recordando la moral evangélica, insiste: "¿Por qué no preferís sufrir la injusticia? ¿Por qué no, el ser despojados?" (6, 1-7).

Después de tan severas censuras, hijas de una fe intransigente y vigorosa, trata San Pablo de dar satisfacción a las consultas que se le han formulado. Esta segunda parte de la carta es también muy interesante, como doctrina y como documento histórico de la vida de la comunidad cristiana de Corinto.

EL MATRIMONIO ¿Es lícito el matrimonio? No faltaban, en aquella cié-Y LA VIRGINIDAD naga de prostitución, doctores que condenaran el mis­

mo matrimonio; los gnósticos han de heredar ambas concepciones extremas de la moral ; San Pablo, que condenó la fornicación, defiende la santidad del matrimonio; pero, a las almas que solamente buscan a Dios, propone un ideal más elevado: la virginidad:

"El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y así está divi­dido. La mujer no casada y la doncella, sólo tienen que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santa en cuerpo y en espíritu. Pero la casada ha de preocuparse de las cosas del mundo, de agradar al marido. Esto os lo digo para vuestra conve­niencia, no para tenderos un lazo, sino mirando a lo que es mejor y os permite uniros más al Señor, libres de impedimentos" (88).

LOS IDOLOTITOS San Pablo corta, de un tajo, el que parecía nudo gor­diano sobre el comer carne inmolada a los ídolos en

los sacrificios paganos. El ídolo no es nada; pero es preciso evitar el escán­dalo; "podéis comprar sin inquietud cuanto se vende en la plaza; podéis igualmente comer de cuanto vuestros anfitriones presenten a la mesa; pero si alguien dijere: «Esto ha sido ofrecidoe» sacrificio», no lo comáis, por el que lo indicó y por la conciencia" (10^ 28). Respecto a los banquetes reli­giosos de los paganos, en forma alguna se debe tomar parte, porque hacerlo equivaldría a participar del culto idolátrico: "No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios" (10, 21).

(88) / Cor. 7, 32-35. Esa gran preocupación de servir a Dios por entero es todavía más acuciante al pensar "que el tiempo es breve" y "que la apariencia de este mundo pasa" (7, 29-31).

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160 IA IGLESIA PRIMITIVA

LA EUCARISTÍA Los cristianos tienen también su banquete sacrificial; es la Cena del Señor: "El cáliz de bendición que ben­

decimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (10, 16). Los cristianos no pue­den participar en n ingún otro convite religioso; su culto es exclusivo, como su fe; no tienen más que un solo Dios y u n solo Señor. Mas los corintios no siempre se conducen, en la celebración de la Cena, con el respeto y la preparación debidos: la comida que precede, no es en comunidad, sino por grupos separados, en que cada cual despacha sus provisiones, sin preocuparse de los que nada pueden aportar; y así, mientras unos desfallecen de ham­bre, otros quedan ahitos y ebrios: probables reminiscencias de los usos pa­ganos y quizá de costumbres judías ( 8 9 ) : imitaban los banquetes religiosos, a que estaban acostumbrados. A mayor abundamiento, había, quien sin escrúpulo, se acercaba, pese a su indignidad, a comulgar el cuerpo y la san* gre del Señor: el Apóstol quiere darles a entender el grave pecado de esos inaprensivos:

"Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mjsmo y entonces coma del pan y beba del cáliz: pues el que sin discernimiento come y bebe el cuerpo del Señor, se come y bebe su propia condenación" (11, 27-29).

Y a fin de que calen más hondamente en la gravedad de sus palabras, repite San Pablo a los corintios el relato de la Cena y su significación. Vol­veremos sobre este particular (m) al referirnos al culto en la primitiva Iglesia.

Habla a continuación San Pablo sobre los dones espirituales, aprecio y uso dé ellos ( 9 1 ) ; sobre la resurrección, que negaban algunos corintios ( 9 2 ) ; con­tra estos erróneos prejuicios esgrime el Apóstol toda la fuerza de su autoridad:

"Si la resurrección de los muertos no se da, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana vuestra fe. Seremos falsos tes­tigos de Dios" (15, 13-15).

San Pablo toma pie de esta cuestión para repetir toda la catequesis tradi­cional acerca de la muerte de Cristo, de su sepultura, de su Resurrección y de las apariciones (15, 1-11); es u n maravilloso alegato que ilustra nuestra fe, merced a la resistencia que a ella opusieron aquellos primeros discípulos.

LA VIDA CRISTIANA La primera Epístola a los corintios tiene para nos-EN CORINTO otros doblado interés: como afirmación de varios

dogmas y como fuente documental de la primitiva vida cristiana: es un trozo realista, arrancado de la comunidad corintia, tan agraciada por los favores divinos, tan privilegiada por el Apóstol, pero tan carnal (3, 2) y tan indócil: la lección resulta interesante e instructiva. Los carismas invadieron la Iglesia de Corinto: se hablan lenguas, se profetiza, se

(89) Léase la descripción del Convite pascual en la Mischna, Pesachim, X, ed. BEEB, pp. 180 y ss.: " . . . Después de la cena pascual, viene el afiqomen. Si algunos se dur­mieron, pueden continuar los demás comiendo, mas si se durmieron todos, ya no es permitido". BEER observa: "Tales sueños podían proceder del vino. Si algunos se durmieron, los demás aun salvan el honor de la soirée." Cf. La Vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. II, p. 233.

(<*>) Cf. infra, cap. VI, § 1. (»!) Cf. supra, p. 152. (92) Es más comprensible entre los gentiles que entre los judíos esa dificultad para

admitir la resurrección. Es un rasgo que nos indica el origen de los neófitos.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 161

obran milagros y se emborrachan en los ágapes: realmente que es más fácil para Dios hacer taumaturgos que santos.

Esto nos explica por qué los judíos cristianos miraban con tanta prevención á las iglesias de la gentilidad C93): los hebreos, habituados desde niños a una moral severa y al desprecio de los paganos, con facilidad tendían a juzgar duramente a "aquellos pecadores venidos del paganismo" (Gal. 2, 15). Es preciso que se curta esa carne flaca, tan sensible aún en los corintios del año 55; que se limpie de tantas purulencias; todavía los corintios no han cruzado la infancia de la fe; el Apóstol no puede darles alimentos de hom­bres, sino de niños lactantes (3, 1-3). Hartas veces se ha comparado la pre­sente Epístola con la de los efesios (94) y con la primera de Pedro (95) para poner de relieve el gradual progreso en la formación ética de los cristianos y en la predicación del cristianismo.

A medida que uno va reflexionando sobre la debilidad moral de estos infantes en Cristo, va creciendo la admiración por el Apóstol pedagogo: es paciente, sabe perdonar, pero es intransigente desde el primer momento; la moral cristiana, como la regla de fe, es inflexible: a los que aun se dejan llevar de sus antiguas amistades con los gentiles y por ellas participan en sus convites religiosos, opone San Pablo un "no" categórico: "No podéis sentaros a la mesa del Señor y a la mesa de los demonios"; y a los que niegan la resurrección, les dice: Si la negáis, "vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe"; y "Si "Cristo no ha resucitado, vuestra fe es nula ; permanecéis en vuestros pecados.' NTan admirable como su intransigencia es la aristocra­cia de su fe: es soberana y lo juzga todo; toda cuestión queda solucionada por los más elevados principios cristianos: contra los vicios degradantes de los corintios, no prescribe recetas higiénicas ni de respeto a la dignidad humana, sino la misma fe cristiana: "Vosotros sois miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo.'' Por los principios de la fe se solucionan todos los demás problemas: los idolotitos, los pleitos, el matrimonio, los ágapes, la resu­rrección. De las altas cimas en que Pablo vivía y adonde quería levantar a aquellos corintios sensuales, descendían esos maravillosos principios de la fe, que, obrando sobre aquellos discípulos, les comunicaba vitalidad de cristianos.

Mas no todo fueron albricias para el Apóstol: Timoteo, de vuelta a Efeso desde Corinto, trájole malas nuevas: n i cesaron las facciones y banderías, ni se reformaron las costumbres; el propio Timoteo ha fracasado en su empeño.

Entonces Pablo toma una resolución extrema: presentarse personalmente en Corinto. Siente cierta incontenible repugnancia. Arriba a Efeso, aplanado por el fracaso. Al punto escribe a los corintios una carta severa y bañada en lágrimas (11 Cor. 2, 4 ) ; envía por delante a Tito, quizá como portador de la carta o, tal vez, más probablemente, como observador del efecto que en ellos ha producido ( 9 6) .

(9S) Cf. W. L. KNOX, Saint Paul and the Church of Jerusalem, Cambridge (1925), p. 286 y n. 14; p. 312, n. 12 y ss.

(*4) Orígenes, que en los corintios veía a los cristianos carnales y en los efesios a los perfectos, gustaba de hacer esos cotejos. Cf. Recherches de science religieuse (1922), p. 279, n. 1.

(»5) Cf. KNOX, op. cit., p. 293, n. 14. (98) La sucesión de hechos, tal como aquí la exponemos, es según conjetura pro­

bable; el viaje de Pablo, de Efeso a Corinto, parece testimoniado por / / Cor. 13, 1-2; cf. 12, 14; parece que hay alusión a una carta intermedia entre / Cor. y H Cor. (II Cor. 2, 4; 7, 12). Cf. JUELICHER, Einleitung zum N. T. pp. 89-95; LIETZMANN, n. sobré / / Cor. 2, 4; MEINEHTZ, en Theol. Revue (1923), pp. 266-268. En sentido contrario, cf. ED. GOLLA, Zwischenreise und Zwischenbrief (1922).

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162 LA IGLESIA PRIMITIVA

EL MOTÍN DE EFESO La Epístola segunda a los corintios puede datarse en el otoño del 55; Pablo proyectaba continuar su obra

en Efeso hasta Pentecostés del 56; peregrinos y curiosos afluirían en gran número a la ciudad por abril y mayo (9 T), con motivo de las fiestas de Arte­misa; podían entonces oír las enseñanzas del Apóstol y difundirlas después por toda el Asia. Celebráronse, en efecto, las fiestas; pero estalló una revuelta que pudo costarle la vida al Apóstol. Un orfebre, l lamado Demetrio, quere­llóse de la quiebra de su negocio por la predicación de San Pablo: los tem­pletes votivos en honor de Artemisa reportaban a él y a sus obreros pingües beneficios. Pero "ese Pablo, no sólo en Efeso sino en casi toda el Asia, ha persuadido y llevado tras sí a una gran muchedumbre, diciendo que no son dioses los; hechos por manos de hombres. Esto no sólo arruina nuestra indus­tria, sino que es en descrédito de la gran diosa Artemisa, que será despre­ciada y vendrá a quedar despojada de su majestad" (19, 25-27). La arenga de Demetrio puso en ascuas a los plateros; se lanzaron a la calle y, al grito de "¡Grande es la Artemisa de los efesios!", alborotaron toda la ciudad; se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a Gaio y Aristarco, macedo-nios, compañeros de Pablo; quiso Pablo entrar allá, pero no se lo permitieron sus discípulos. Un judío, llamado Alejandro, pretendió dirigirles la palabra, quizá para defender a sus compatriotas; pero, cuando corrió la voz de que era israelita, redobláronse los gritos. Por fin, logró imponerse el secretario público: para los pleitos privados existen los tribunales; para los negocios públicos, se convoca una asamblea legal; pero n ingún motivo hay que justi­fique esta reunión tumultuosa; es necesario que se disuelva porque, de lo contrario, "pueden acusarnos de sediciosos".

"La escena descrita —dice REUSS en su Comentario al texto— es quizá la más pintoresca de todo el libro; lleva tan fuertemente grabado el sello de la verdad psicológica, que cada uno de los detalles delata al testigo ocular." Mas lo interesante para nosotros es el arraigo que había tomado la obra del Apóstol: cuando San Pablo visitó Efeso por vez primera (año 52) no halló ni un solo cristiano (Rom. 16, 5 ) ; al regresar u n año después, encuentra, además de Priscüa y Aquila, como una docena de personas a medio con­vertir; no han pasado tres años, y el cristianismo ha cobrado tal pujanza, que es una seria amenaza para los fabricantes de ídolos ( 8 8) . La amigable intervención de los asiarcas (19, 31) prueba que Pablo se había ganado, si no el alma, la voluntad de los más altos funcionarios de Efeso ( " ) .

Penetración tan rápida y amplia del cristianismo, tenía que provocar re­sentimientos: en Efeso, como en las otras ciudades, los judíos hicieron la guerra a Pablo y le armaron emboscadas (Act. 20, 19); la chusma, con su cerrado paganismo, era la fiel aliada de los judíos por comunidad de inte­reses y de pasiones. Tales amenazas vio el Apóstol cernirse sobre su cabeza,

(9T) En tiempo de San Pablo celebrábase la fiesta más solemne, el nacimiento de la diosa, el 6 Targelion; en el año 160 se trasladó al mes de Artemision, mes en que se celebraban ya las Panegyreis. Cf. PICARD, Ephese et Claros, pp. 323 y ss. Esta inscripción del 160 puede, leerse en Sylloge * de DITTENBERGER, p. 867. Cf. Begin-nings, t. V, p. 255.

(98) Sesenta años más tarde manifestará Plinio a Trajano una inquietud seme­jante: tan eficaz ha sido la propaganda cristiana que los ganaderos no pueden vender sus bestias para el sacrificio (Epist. X, 97). El decreto efesino del año 160 significa que el culto de Artemisa estaba amenazado.

(98) El asiarca era el gran sacerdote del culto de Roma y de Augusto; y el pre­sidente de las asambleas provinciales; su cargo era anual y su título, vitalicio. Cf. CHA-POT, op. cit., pp. 468-489; GUIRAUD, Les assemblées provinciales, pp. 97-106.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 163

desde el a ñ o 55 , q u e h u b o d e escr ib i r a los cor in t ios : "S i los m u e r t o s n o r e suc i t an , ¿por q u é cada d í a nos j u g a m o s l a p i e l ? Os a s e g u r o , h e r m a n o s , po r l a g lor ia q u e d e vosotros t e n g o e n Jesucr i s to N u e s t r o Señor , q u e cada d í a m u e r o . Si po r solos mot ivos h u m a n o s l u c h é con las f ie ras e n Efeso, ¿ q u é m e aprovechó? Si los m u e r t o s n o r e s u c i t a n , c o m a m o s y b e b a m o s , q u e m a ­ñ a n a m o r i r e m o s " ( 1 0 ° ) .

N o sabemos en q u é t e r m i n ó esta p r i m e r a cr i s i s ; es p r o b a b l e q u e n o q u e d a r a con ju rada , s ino a d o r m e c i d a ; l a r e v u e l t a p r o m o v i d a po r D e m e t r i o e n c e n d i ó d e nuevo los odios y puso e n pe l i g ro l a v ida de P a b l o . A l cabo de u n a s s e m a n a s escr ibía a los cor in t ios :

"No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fué muy sobre nuestras fuerzas, tanto que desesperábamos de salir con vida. Aun más, temimos como cierta la sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita los muertos" (II Cor. 1, 8-9).

SALIDA DE EFESO U n a vez m á s t u v o q u e cede r S a n P a b l o a n t e l a t e m ­pes t ad : p a r t i ó de Efeso ( 1 0 1 ) c o m o h a b í a sa l ido d e F i -

lipos, d e T e s a l ó n i c a , d e Berea , d e C o r i n t o ; p a r a sus e n e m i g o s , a q u e l l o e q u i ­va l ía a u n a f u g a ; e n r e a l i d a d , lo q u e le i m p u l s a b a e r a su celo m i s i o n e r o , q u e , u n a vez f u n d a d a s s ó l i d a m e n t e las ig les ias , le a r r a s t r a b a a f u n d a r o t r a s nuevas . Pe ro , r e p a r e m o s e n esto: l a c o m u n i d a d d e Efeso, e n t r e q u i e n e s m á s l a r g a m e n t e v iv ió S a n P a b l o , desapa rece d e su h i s to r i a : las c a r t a s a los tesa-lonicenses , a los f i l ipenses , a los cor in t ios , son p r u e b a de la a u t o r i d a d v i g i ­l a n t e q u e S a n P a b l o c o n t i n ú a e je rc iendo sobre sus d i sc ípu los ; e n c a m b i o , n o t e n e m o s n i u n a sola c a r t a q u e nos d e m u e s t r j e e s a m i s m a sol ic i tud r e s ­pecto de los efesios ( 1 0 2 ) ; u n o s meses después de su par t ida , de Efeso, c u a n d o

(100) / Cor. 15, 30-32. Fundándose en este pasaje, decían las Acias de Pablo que el Apóstol había sido condenado a las fieras. Este relato fué dado a la luz pública en 1936, copiado de un papiro. Semejante episodio se reproduce en un prólogo marcio-nita a Coi, en Hipólito, in Danielem, I I I , 29, y más tarde en Nicéforo Calixto, H. £ . , II, 25 (P. G., CXLV, 821); cf. VOUAUX, Actes de Paul, p. 25. Los comentaristas no suelen aceptar esa interpretación literal: si Pablo hubiera sido condenado a las bestias, ni sería libre ni gozaría ya del derecho de ciudadanía romana (Digeste, XXVIII , 1, 8, 4 ) . C / . COPIETERS, art. cit., en Revue Biblique (1919), pp. 404-418. J. LEBRETON, Recherches de science relif¡ieuse (1937), pp. 468-470.

(101) Muchos historiadores pensaron que Pablo fué hecho prisionero en Efeso y que de aquí datan las cartas de la cautividad. Cf. v. gr.: W. MICHAELIS, Pastoralbriefe und Gefangenschaftsbriefe, Gütersloh (1930); con esta idea piensa Michaelis ence­rrar en un mismo período todas las cartas, salvo las pastorales. Datarían todas del 54-55; y por consiguiente, no habría en qué fundar la evolución del pensamiento paulino. Por otra parte, mediaría un lapso tan grande entre la Epístola a los filipenses y las epístolas pastorales, que haría más verosímil la atribución de todas ellas a un mismo autor. Tales argumentos no convencen: ¿qué inconveniente hay en admitir una evolución progresiva del pensamiento paulino? Y las pastorales se explican por la nove­dad de las circunstancias; no existe tampoco razón para pensar que dedicara el año 54-55 a escribir cartas y guardara silencio el resto de sus días. Cf. JUELICHER, Einleitung, pp. 43-44 y la monografía de J. SCHMID citada antes.

El estudio de las cartas de la cautividad no aporta a esta hipótesis ningún argu­mento serio; en cambio hay motivos para desecharla: el silencio de Pablo en su discurso de Mileto, en / / Cor-, y el silencio de Lucas que estaba en Filipos, según se cree, cuando Pablo vivía en Efeso, desde donde se supone que escribió a los filipenses.

(102) Tenemos una carta a los efesios; pero esa dirección no es la primitiva. Cf. 3. SCHMID, Der Epheserbrief des Apostéis Paulus, Friburgo (1928), pp. 37-129: "la comunidad de la metrópolis asiática no puede ser la destinataria (única) de la carta" (p. 46) ; no hay en ella alusión específica a los efesios. Varios exegetas ere-

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164 LA IGLESIA PRIMITIVA

Pablo se dirige a Jerusalén, convoca en Mileto a los presbíteros de aquella metrópolis; el discurso de bienvenida y el adiós con que de ellos se despide vibra de amor mutuo y profundo (1 0 3) . Pronto vendrá San Juan a Efeso y las iglesias de Asia pasarán a su esfera de acción; en la encrucijada de los dos siglos, continuarán los corintios como discípulos de Pablo, en tanto que los efesios serán la porción preciada de Juan (1 0 4) .

§ 5. -— Camino de Jerusalén

PABLO EN MACEDÓN IA "Aun llegados a Macedonia, nuestra carne no tuvo n ingún reposo, sino que en todo fuimos

atribulados, luchas por de fuera, temores por dentro" (II Cor. 7, 5) . Los días que siguieron a la partida de Efeso, fueron para San Pablo días de mortal angustia: hubo de abandonar, tras de fiera lucha y con grande amar­gura del alma, aquella iglesia levantada con tantos sudores y atendida por él, con tanto mimo, durante tres años. Y ¿qué sucedería en Corinto? ¿Cómo habrían reaccionado al recibo de su carta? Lo ignoraba en absoluto. Llegó a Tróade, en donde predicó: allí, como en Efeso antaño, el porvenir se pre­sentaba cargado de promesas; pero, contra toda su esperanza, no encontró a Tito, que debía traerle nuevas de los corintios. No pudo demorarse y par­tió para Macedonia (ibid. 2, 12-13). Y Dios le consoló: "Dios, que con­suela a los humildes, nos consoló con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino con el consuelo que de vosotros nos trajo, a l anunciarnos vues­tra ansia, vuestro llanto y vuestro celo por mí, con lo que creció más mi gozo" (7, 6-7).

Nunca había mostrado el Apóstol una solicitud tan extremada por todas las iglesias, por sus tristezas y sus alegrías; y de esa penetrante emoción brotan los patéticos acentos de su segunda carta a los corintios; no abundan en ella las controversias doctrinales como, v. gr., en la Epístola a los roma­nos; pero en ninguna como en ella, flamea el alma del Apóstol con tan vivos fulgores.

LA SEGUNDA Para apreciar la naturaleza y el alcance de la pugna, A LOS CORINTIOS fuerza será determinar el carácter de la oposición que

se le hacía en Corinto. No son los adversarios que Pablo combate en la carta a los corintios como los de la Epístola a los galotas:

yeron sorprender en la Epístola a los romanos (Rom. 16, 3-16) un saludo para los fcristianos de Efeso: así RENÁN, op. cit, pp. LXV-LXIX; REUSS', Romains, pp. 19-20; WEISZAECKER, op. cit-, pp. 331 y ss.; FEINE, Die Abfassung des Phüipperbriefes in Ephesus mit einer Anlage über Rom., 16, 3-20 ais Epheserbrief, Gütersloh. Se aduce como razón el número de fieles (26) que en ella se nombran. ¿Cómo podía conocer el Apóstol tanta gente de una iglesia que nunca había visitado? Además, se dice, Aquila, Priscila, Epenetas, son nombres de cristianos de Efeso. SANDAT (Romans, pp. XCII-XCV y 421) replica que nada es de extrañar que conociese a esos cristianos de Roma y que los nombrase uno por uno, por lo mismo que el resto de los cristianos no le conocían; respecto de los "tres efesios" debe saberse que Aquila y Priscila pro­cedían de Roma; y que el' versículo "Epenetas, primicias de Asia" es insuficiente como para deducir de ahí una carta inclusa a los de Efeso.

(103) No puede deducirse, de que Pablo dejara de visitar Efeso en este viaje, que aquella iglesia estuviera divorciada de él, según opina WEISZAECKER (op- cit., p. 319); téngase presente la razón que alega San Lucas (Act. 20, 16): que tenía precisión de ir a Jerusalén.

(104) Todavía hoy lleva su nombre la colina vecina: Ayasoluk. Cf. infra, cap. V, § 2.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 165

no se trata ya de polémicas contra los judaizantes; los ataques con que Pablo ha de enfrentarse, son más bien ataques personales; no doctrinales. Eso no obsta para que los tiros vengan del partido judaizante. Hacia ellos se dirige el Apóstol: "¿Son hebreos? Hebreo soy yo. ¿Son hijos de Abrahán? Hijo de Abrahán soy. ¿Son ministros de Cristo?. . . Yo soy más que ellos" (11, 22-23). De estas últimas palabras se desprende que se trataba de cristianos; y se confirma por aquello de "si alguien confía en que es de Cristo, también nosotros lo somos" (10, 7; cf. 5, 16). Con estas palabras se refiere Pablo indudablemente a "los de Cristo", a aquéllos a los cuales había aludido en su primera carta. En el intervalo de ambas Epístolas, túvoles en conmoción, según parece, un agitador venido de fuera; se alude a él (10, 10) y a otros, además de él (10, 12; 11, 4) . Estos intrusos presentaron cartas credenciales (3, 1) ; ¿de quién eran esas cartas? No es fácil adivinarlo; quizá las reca­baron, o pretendieron recabarlas, de los "grandes Apóstoles" (1 0 5) , como lo hicieron los judaizantes de Antioquía y los de Galacia. Son falsos misioneros, obreros engañosos, ministros de Satanás (11, 13-15). Tan graves acusaciones evidencian que no se trata simplemente de rivalidades personales, sino, como afirma San Pablo (11, 4 ) , de otro Cristo, de otro Espíritu Santo, de otro evangelio distinto (1 0 6) .

Esos intrigantes, para mejor asestar sus tiros, comenzaron por atacar el prestigio moral de San Pablo: es un inconstante y un irresoluto (1 , 17), un carácter dominante (1 0 7) , un impostor (11, 31) ; escribe cartas fulmi­nantes; pero cara a cara, se desconcierta y se le t raban las palabras (10, 10); es un insensato (11, 16), un embaucador (12, 16-18); si renun­cia a las limosnas de los fieles es porque sabe que no tiene derecho a ellas ("8) .

PABLO SE DEFIENDE Ese encarnizado ataque ha obligado al Apóstol a la defensa propia; él ha provocado una de las pá­

ginas más arrebatadoras del N. T.; él ha desnudado el alma del Apóstol, que se nos ha revelado a la luz fulgurante de la lucha; ahí está San Pablo, con sus empresas, con sus amarguras, y también con sus éxtasis y sus reve­laciones.

Con repugnancia nos descubre esos tesoros, esas bellezas de su alma, que un religioso pudor recataba celosamente:

"Si es menester gloriarse, aunque no conviene, trataré de las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años —si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo tampoco lo sé, Dios lo sabe— fué arrebatado' hasta el tercer cielo; y sé que este hombre —si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe—

(105) Cf. 11, 5; 12, 11. (106) San Pablo no toma actitudes semejantes por simples ataques personales, hijos

de la envidia; así Phil. 1, 15-21, hablando de los que predican a Cristo por envidia o por espíritu de emulación, "sea que hipócritamente, sea que con ánimo sincero anuncien a Cristo, lo celebro y siempre me alegraré de ello".

(107) l, 24- Cj_ io, 8; 13, 10. (108) 12, 11-18; cf. 7, 2. La polémica se mantiene en los siete primeros y en los

cuatro últimos capítulos de la epístola; los capítulos 8-9 tratan de la colecta. No vibran con el mismo acento los capítulos primeros que los postreros: en aquéllos (1—7) predomina un amor confiado a los corintios, aun cuando les cuenta sus penas (6, 11-13; 7, 2-11); en los últimos (10—13), se siente el batallar doloroso contra sus encar­nizados enemigos. Alguien ha pensado que debieran desgajarse de los nueve primeros, como parte de otra carta distinta. Pero no hay razón para ello. Cf. JUELICHEB, Ein-leitung, pp. 96-101 y LIETZMANN, op. cit-, n. acerca de 10, 1.

I 4

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166 LA IGLESIA PRIMITIVA

fué arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que el hombre no puede decir. De tales cosas me gloriaré, pero de mí mismo no he de gloriarme, si no es de mis flaquezas. Me abstengo, no obstante, para que nadie juzgue de mí por encima de lo que en mí ve y oye de mí, a causa de la alteza de mis revelaciones. Por lo cual, para que yo no me engría, fuéme dado el aguijón de la carne,! e l ángel de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, y El me dijo: «Te basta mi gracia», que en la flaqueza llega al colmo el poder. M u y gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual, me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias, por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (12, 1-10).

Es tas ú l t i m a s p a l a b r a s nos i n t r o d u c e n e n los m á s p ro fundos secretos d e l a d o c t r i n a d e l Após to l ; Jesús h a b í a d i cho a A n a n í a s , e l d í a q u e le m a n d ó i r a l e n c u e n t r o d e P a b l o : "Yo l e m o s t r a r é todo lo q u e debe sufr i r p o r m i N o m b r e " (Act. 9, 1 6 ) . Desde el c a m i n o de D a m a s c o , h a n p a s a d o v e i n t e años , c a r g a d o s de t a n r u d a s y dolorosas t r i b u l a c i o n e s , q u e n u n c a p u d o p r e v e r l a s S a n P a b l o ; pe ro todos esos go lpes q u e p a r e c i e r o n a n i q u i l a r l e , h i c i e r o n q u e e n é l v iv ie ra Cris to y q u e p o r él b r o t a r a esa v i d a e n las a l m a s :

"Llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal. De manera que en nosotros obra la muerte ; en vosotros, la vida" (4, 10-12).

"Por lo cual no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se co­rrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles: las invisibles, eternas. Pues sabemos que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos. Gemimos en esta nuestra tienda, anhelando sobrevestirnos de aquella nuestra habitación celestial, su­puesto que seamos vestidos, no desnudos. Pues realmente, mientras moramos en esta tierra, gemimos oprimidos, por cuanto no queremos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (4, 16—5, 4 ) .

EPÍSTOLA A LOS GALATAS E n t a n t o q u e e n Cor in to se a p a c i g u a b a esta crisis dolorosa , P a b l o t u v o q u e h a c e r f r en te

a otros adversa r ios , t a m b i é n j u d a i z a n t e s , q u e h a b í a n i n v a d i d o l a ig les ia fun­d a d a po r el Após to l e n G a l a c i a ( 1 0 9 ) y h a b í a n i n t e n t a d o , n o s in éxi to , a r r a s ­t r a r a los n u e v o s c r i s t i anos a las p r á c t i c a s j u d a i c a s ( 1 1 0 ) .

P a b l o les r e c u e r d a a estos d i sc ípu los , q u e t a n t o afecto l e p rofesaron , la c a r i ñosa acog ida con q u e le r ec ib i e ron , como a u n á n g e l d e Dios , como a l m i s m o Cris to , e n los d ías de su e n f e r m e d a d ( 4 , 13 -14) ; ha s t a en tonces , n o

(109) Opinamos que esta carta iba dirigida a los gálatas, no a los cristianos de Licao-nia (cf. supra, p. 142, n. 47) ; no podemos, por ende, fecharla, antes del segundo viaje a Galacia (Act. 18, 23) ni antes de su estancia en Efeso. Piensan muchos exegetas que se escribió en Efeso antes de las dos a los corintios; LIGHTPOOT la inserta entre / / Cor. y Rom.; en tal caso, la carta procedería de Macedonia o de Acaya. Cf. PRAT, Théologie de Saint Paul, t. I, p. 192. LAGRANGE (op. cit., XXVIII ) deja indeciso el problema entre Efeso y Corinto. Es incuestionable que Gal. precedió a Rom-; y más probable, a nuestro entender, que fué anterior a las dos a los corintios.

(lio) Muchos exegetas han pensado que los enemigos de Pablo porfiaban por difun­dir en Galacia un judaismo mitigado, que no defendía la ley como medio necesario de salvación, sino como fuente de perfección moral. Parece armonizarse esa interpretación con el decreto de Jerusalén, mas no así con el sentido de la Epístola: el judaismo pre­dicado en Galacia aparece en la carta como judaismo extremista y virulento; no se trata de etapas de perfección, sino de medios de salvación; cf. LAGRANGE, op. cit., pp. XXXVIII-XLV.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 167

conocieron sino dioses ficticios; ahora conocían al único Dios (3, 8-9); son hijos suyos y sus herederos (3, 7 ) ; han recibido el Espíritu, han padecido tribulaciones, se han realizado milagros en ellos (3, 3-5); corrían bien (5, 7 ) ; hoy todo parece bambolearse. ¿Cómo una mudanza tan. repentina? "Me ma­ravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó a la gracia de Cristo,, os hayáis pasado a otro evangelio" (1 , 6 ) .

Los enemigos de Pablo han tratado de desprestigiarle, alegando que no era discípulo inmediato de Cristo; replica que él ha recibido su Evangelio, no por boca de hombres, sino de labios del mismo Cristo (1 , 11 ss.). Los "grandes Apóstoles" nunca le desautorizaron; cuando fué a Jerusalén, se com­probó que el acuerdo; era completo (2, 1-10). Le tachan de inconstante; alu­diendo quizá a la circuncisión de Timoteo, le acusan de predicar la circun­cisión entre los judíos: "Pues si predico la circuncisión, ¿por qué se me per­sigue?" (5, 11; cf. 1, 10).

Aquellos falsos apóstoles, que tal confusión engendraron en los gálatas, predicándoles en contra de Pablo, hicieron los imposibles por ganarles a su causa: indujéronles a observar aquellas prescripciones legales, semejantes a las gentílicas, respecto de "los días, los meses, las estaciones, los años" (4, 10); se les predicó que solamente la circuncisión podía garantizarles la he­rencia de las promesas; les hicieron perder la gracia, al enseñarles a buscar la justicia en la Ley (5, 4 ) . Se explica que esa predicación haya podido con­quistar a muchos de los nuevos fervorosos cristianos, aun no bien formados en la fe; bastaron a aquellos embaucadores pocas palabras para dejarles convencidos de que no eran hijos de Dios, sino a medias, y para hacerles creer que ellos les conducirían directamente a Jesús y por Jesús a Moisés y a Abrahán. El prestigio de que, por su antigüedad, se aureolaban estas doc­trinas, quedaba corroborado por la solemnidad atrayente de su ceremonial litúrgico y por el temor de las persecuciones: la circuncisión les garantizaba contra ellas, con la plenitud de derechos judaicos (6, 12).

Pablo levanta como único emblema, frente a tanto vocerío de propaganda, la cruz de Cristo; fué el tema de su primera predicación, cuando ante sus ojos les fué presentado Jesucristo como muerto en la cruz (3, 1). Con insis­tencia machacona de verdadero apasionado, vuelve a hablarles en su carta de ese mismo argumento:

"Mas yo por la misma Ley he muerto a la Ley, por vivir para Dios; estoy cruci­ficado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe de Dios y de Cristo, que me amó y se entregó por mí" (2, 19-20).

"Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupis­cencias" (5, 24).

Después de haber dictado la carta, añade Pablo d e W puño y letra:

"Ved con qué grandes letras os escribo de mi propia mano. Los que quieren glo­riarse en la carne, ésos os fuerzan a circuncidaros, sólo para no ser perseguidos por la cruz de Cristo. Ni los mismos circuncisos guardarán la Ley, pero quieren que vos­otros os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne. Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo :i que ni la circuncisión es nada ni el prepu­cio, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia serán sobre cuantos se ajusten a esta regla, y sobre el Israel de Dios. Por lo demás, que nadie me moleste, que llevo en mi cuerpo las señales del Señor Jesús" (6, 11-17).

Toda la Epístola gira en torno a la libertad cristiana que Cristo consagró

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168 LA IGLESIA PRIMITIVA

por su cruz; en la carta a los romanos, ampliará estos conceptos; en ella nos describirá las grandes perspectivas de la salvación del mundo y de la vida cristiana; como los destinatarios son una comunidad cristiana que ni la fundó ni le conoce, vano sería buscar en esta Epístola aquellos acentos de ternura paternal con que escribió a los gálatas: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros" (4, 19). Es, tal vez, la Epístola a los gálatas el más vivo reflejo del fluir cristiano de las primeras comunidades, y, sobre todo, de la predicación vibrante del Após­tol ( n l ) .

LA EPÍSTOLA La carta escrita a los romanos (112) es de una exube-A LOS ROMANOS rancia dogmática muy superior a la de los gálatas y

de una penuria histórica muy superior igualmente. La razón es obvia: Pablo ni había fundado ni había jamás visitado aquella iglesia (1 1 3) . Muchas veces le acució el deseo de marchar a Roma ( 1 1 4 ) ; los romanos, como porción que eran de la gentilidad, tenían derecho a su apos­tolado; mas no quería correr sobre las huellas de otros conquistadores ni edificar sobre fundamentos ajenos; "por lo cual, me he visto muchas veces impedido de llegar hasta vosotros ( 1 1 5 ) ; pero ahora, no teniendo campo en estas regiones (15, 23) , espero veros al pasar, cuando vaya a España" (15, 24) (1 1 6). Pablo estima que en oriente ha terminado ya su obra, una vez que ha dado a conocer a Jesucristo desde Jerusalén al Ilírico (15, 19), y ha establecido sólidamente las comunidades cristianas, que por sí mismas con­t inuarán su desarrollo orgánico.

Dios le reservaba una espléndida oportunidad de evangelizar Roma, como él no la podía prever: "Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así lo habrás de dar en Roma" (Act. 23, 11).

Pablo quiso disipar anticipadamente cualquier interpretación torcida que pudiera darse a un viaje, siempre anhelado y siempre preterido, y a un Evan­gelio que los enemigos de Pablo, marrulleros incansables, podían tergiversar con infundios (Rom. 16, 17-20). Toma el argumento de la Epístola a los gálatas; pero lo desentraña y desenvuelve con amplia libertad, sin poner la mira en sus posibles enemigos. El momento en que Pablo escribe es crucial para la vida del Apóstol. Desde Corinto, tierra de conquista, otea el hori­zonte: en frente, Roma y el lejano occidente; detrás, todo el mundo griego evangelizado; y entre ambos mundos, Jerusalén, a donde encamina sus pasos no sin cierta aprensión (15, 30-33); parece presentir que aquella carta es su testamento; en todo caso, cierra un período de su vida; es la madurez expo­sitiva de ese Evangelio de libertad y de adopción, por el que tanto ha bata­llado y tanto padecido.

( m ) LOISY (Lettre aux galates, París [1916] termina su introducción en esta forma: "El análisis de nuestra epístola podrá ayudarnos a penetrar no solamente en el secreto de la primitiva historia cristiana, sino también en el de la fermentación singular de la que saltan las ideas que han de constituir ulteriormente la substancia del dogma cristiano." Si en esa "fermentación" se reconoce la inspiración divina, que revela el dogma cristiano, la apreciación de LOISY es exacta.

(112) Esta carta fué escrita en Corinto, durante el invierno del 56-57. (lis) Acerca del origen de la Iglesia romana, cf. infra, cap. IV. ( l " ) Act. 19, 21; Rom- 1, 11-15; 15, 23. (115) Rom. 15, 20-22; cf. 11 Cor. 10, 15-16. Pablo no había sentido escrúpulo de pre­

dicar en Efeso después de Apolo y de Priscila y Aquila: esos predicadores habían dado a conocer a Cristo, mas no fundaron iglesia; en Roma el caso era diferente.

("«) Cf. cap. VII, § 1, nota a.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 169

EL REINO DEL PECADO Una verdad religiosa i lumina con fulgores sinies­tros la historia entera de la humanidad: desde

los orígenes, por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (5, 12); y el pecado reina indistintamente sobre gentiles y judíos. "Todos están bajo el pecado, según que está escrito: «No hay justo, ni siquiera uno»" (3, 9) . Los paganos pudieron conocer a Dios en sus obras; mas no le conocieron, no le glorificaron, no le rindieron gracias; y Dios, en castigo, entrególos a sus pasiones degradantes y a los pecados contra naturaleza (1 , 18-27); "Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su re­probo sentir, que los lleva a cometer torpezas y a llenarse de toda iniquidad, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contien­das, a engaños, a malignidad; chismosos, calumniadores, aborrecidos de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados; los cuales, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen" (1 , 28-32).

Tal es el mundo pagano, con su impiedad inexcusable y con su vergonzosa impudicia. ¿Será más religioso el judío? Se vanagloria de su santidad. San Pablo les arranca el antifaz:

"Pero si tú, oh judío, que confías en la Ley y te glorías en Dios, conoces su voluntad, e instruido por la Ley, sabes estimar mejor y presumes de ser guía de ciegos, luz de los que viven en tinieblas, preceptor de rudos, maestro de niños, y tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad, tú, en suma, que enseñas a otros, ¿cómo no te enseñas a ti mis­mo? Tú, que predicas que no se debe robar ¿robas? Tú, que dices que no se debe adulte­rar, ¿adulteras? Tú, que abominas de los ídolos, ¿te apropias los despojos de los templos? Tú, que te glorías de la Ley ¿ofendes a Dios traspasando la Ley? Pues escrito está: «Por causa vuestra es blasfemado entre los gentiles el nombre de Dios»" (2, 17-23).

Esta terrible requisitoria no hace olvidar a San Pablo los privilegios de los judíos y el beneficio de la circuncisión (3, 1) ; proclama unos y otro y vuelve a insistir en que a los israelitas corresponde "la adopción, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, los patriarcas de los cuales nació Cristo, según la carne" (9, 4 ) . Pero si los gentiles, que pudieron cono­cer a Dios por sus obras, le desconocieron, los judíos que con Dios pactaron alianza, fueron perjuros. Nadie puede hablar, si no es para confesarse reo ante Dios (3, 19). "No hay distinción, pues todos pecaron y todos están pri­vados de la gloria de Dios, y deben ser gratuitamente justificados por su gracia, por la redención de Jesucristo" (3, 22-24).

LA MISERICORDIA DE DIOS En tal guisa comienza a revelarse el plan divino: si Dios permitió semejante catástrofe

moral, es porque El podía salvar a toda la humanidad. "Dios nos encerró a todos en la desobediencia, para tener de todos misericordia. ¡Oh profun­didad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan inson­dables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!" (11, 32-33).

Estas inmensas perspectivas que llenan al hombre de espanto y de admi­ración, preparan al cristiano al conocimiento de su muerte y de su vida. Ese es el centro de la mística de San Pablo. En todas sus Epístolas brillan esas intuiciones geniales; pero en ninguna, como en la de los romanos, se des­arrollan con tal amplitud y grandiosidad ( m ) .

(117) Sobre la mística de San Pablo cf. A. WIKENHAUSER, Die Christusmystik des hl. Paulus, Münster (1928); A. SCHWEITZEB, Die Mystik des Apostéis Paulus, Tu-binga (1930).

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170 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA MUERTE "Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados para y £,1 VIDA participar en su muerte. Con El hemos sido sepultados por el bau­

tismo, para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, asi también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, tam­bién lo seremos por la de su resurrección. Pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. En efecto, el que muere, queda absuelto de su pecado. Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con El; pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los muer­tos, ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre EÍ. Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (6, 3-11).

Este texto capital nos presenta en todo su vigoroso relieve el pensamiento de San Pablo: Cristo murió y ha resucitado; el bautismo nos asocia a su muerte y a su Resurrección. El Apóstol recurre a las más diversas expre­siones para hacer sensible el misterio del cristiano: era esclavo del pecado; se convierte en hijo de Dios; pero mediante su incorporación a Cristo; Jesu­cristo, al apoderarse de él, le asocia a su muerte y a su Resurrección; le sepulta con El en la muerte, para hacerle resucitar, con El, a una vida enteramente nueva.

En otros textos se compara el bautismo a u n renacer (1 1 8) , a una purifi­cación, a una ablución (1 1 9) . Pero la idea predominante en San Pablo res­pecto del bautismo es la de la muerte y la vida; mas no sólo en sentido sim­bólico, sino como una realidad profunda, concretada primero en Jesucristo "muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación" (4, 25) ( 1 2 0 ) , y reproducida después en cada uno de los cristianos: incorporados a Cristo en el bautismo, murieron al pecado para vivir en Dios. Pero ni la muerte ni la vida son plenas mientras peregrinamos por este mundo; pues, mientras el hombre interior, el hombre nuevo, se complace en la ley de Dios, en sus miembros siente otra ley que le encadena al pecado. "¡Desdi­chado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (7, 22-24). Sólo en esperanza está salvo (8, 24) ; mas "la esperanza no puede fallar, porque el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones en virtud del Espí­ri tu Santo" (5, 5 ) .

Este don del Espíritu hace cristiano y da la vida: "Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espí­r i tu de Aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vos­otros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales, por virtud de su Espíritu, que habita en vos­otros" (8, 9-11).

Toda esta mística profunda repercute en la vida del cristiano: "Así, pues, hermanos, no somos deudores a la carne, porque si vivís según la carne, moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis" (8, 12-13).

El Espíritu es quien; da fuerzas a nuestra flaqueza para este bregar íntimo y constante; nosotros ni aun sabemos lo que necesitamos; pero el Espíritu ruega por nosotros con gemidos inenarrables; y Aquel que escruta los cora­zones sabe lo que el Espíritu pide, porque sus ruegos y súplicas por los santos son según Dios (8, 26-27).

(H8) Por ejemplo, en el discurso de Jesús a Nicodemo (Ion. 3, 5-7) y Tit. 3, 5. (11») / Cor. 6, 11; Eph. 5, 26; Tit. 3, 5. (12°) Cf. PRAT, op. cit., t. II, pp. 250-256.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 171

No trabajamos solos; toda la creación gime, en trance de parto (8, 22), suspirando como nosotros por el advenimiento de una vida nueva. Es signo de la unidad de los hombres con la creación entera: todo quedó malherido y profanado por el pecado; todo se rehizo por la obra de Cristo y vuelve a tender hacia Dios.

DIOS, PRINCIPIO Y FIN Dios es el principio y el fin de todo. En la mís­tica de San Pablo, Cristo ocupa el primer plano;

pero como del Padre procede y al Padre nos conduce "Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Gristo por nosotros" (5, 8) .

Por una predestinación especial se aplica a cada cristiano ese don infinito de la justificación y glorificación por Jesucristo:

"A los que de antes conoció a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que Este sea el primogénito entre muchos hermanos, y a los que predestinó, a ésos también llamó: y a los que llamó a ésos justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó. ¿Qué diremos, pues, de esto? Si Dios está por nos­otros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con El todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién condenará? Jesucristo, el que murió, aun más, el que resucitó, el que está sentado a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros. ¿Quién nos arrebatará al amor de Cristo?... Estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo pre­sente, ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá arrancarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor" (8, 29-39).

En esta ardiente página fulgura toda la mística de San Pablo, no sola­mente, según se ha dicho (1 2 1) , la mística de Cristo, sino también la mística de Dios; son dos elementos inseparables: por Jesucristo alcanzamos a Dios, nos remontamos efectivamente hasta El, y el término de esta lenta trasfor-mación que la vida de Cristo realiza en el cristiano, es Dios, todo en todos (I Cor. 15, 28).

VIAJE HACIA JERUSALEN Desde Corinto, cuna de la carta a los roma­nos (1230, navegó Pablo hacia Jerusalén, a

donde llevaba las limosnas recaudadas (1 2 3) . De un tiempo atrás venía pre­parando esta colecta; es emocionante esa solicitud del Apóstol por la iglesia

(121) SCHWEITZER, op. cit., p. 3: "En Pablo no hay mistica de Dios, sino mística de Cristo, por la cual el hombre entra en relación con Dios."

(122) Apenas sabemos nada de estos breves meses que Pablo vivió en Macedonia y en Acaya: "Pablo se despidió de ellos y partió camino de Macedonia Y atra­vesando aquellas regiones, les exhortaba con largos discursos, y así llegó a Grecia, donde estuvo por tres meses; y en vista de las asechanzas de los judíos contra él, cuando supieron que se proponía embarcarse para Siria, resolvió volver por Macedonia" (Act. 20, 1-3). En su Epístola a Tito (1, 3) Pablo afirma que estuvo en Creta; se ha conjeturado que fué en esta época, entre la partida de Macedonia y el arribo a Co­rinto (MAC GIPFERT, Christianity in the Apostolic Age, p. 411); pero puede fecharse en los postreros años del Apóstol, después de su prisión (PRAT, Saint Paul, p. 186). La prolongada estadía en Corinto y el tono de la Epístola a los romanos son indicios de que esta vez no tropezó con la cerrada oposición de antaño; está ganado el pleito. Cuando San Clemente escriba a los corintios evocará esa veneración que aquella iglesia guardó a su fundador (XLVII).

(123) "Por lo que a la colecta en favor de los santos se reduce, obrad según ordené a las iglesias de Galacia. Que cada uno, el día primero de la semana, ponga aparte en su casa lo que le pareciere" (I Cor, 16, 1). En la segunda carta vuelve con mayor insistencia sobre el mismo tema, provocando la emulación entre las distintas iglesias, prometiéndoles que si lo recaudado formaba una respetable suma, haría personalmente

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172 LA IGLESIA PRIMITIVA

de Jerusalén, de la que surgieron tantos adversarios suyos; espera que seme­jante prueba de caridad halague a los hermanos, que, a fuer de primicias del Evangelio, son acreedores a tales emolumentos ( m ) . No fueron estériles los empeños del Apóstol: cargado con las ofrendas de sus cristianos, se di­rige Pablo a Jerusalén, acompañado de los representantes de las iglesias (Act. 20, 4 ) .

Marcha caviloso; una inquietud le hormiguea: ¿cómo le recibirán los incré­dulos de Judea? ¿Serán gratas a los santos las ofrendas que lleva? Ruega a los romanos que le ayuden con sus oraciones (15, 31). No eran quiméricos sus recelos: en el momento de partir le tendieron los judíos nuevas asechan­zas; tuvo que renunciar a la proyectada travesía y resolvió marchar a Siria desde Macedonia (20, 3) .

PABLO Y LA IGLESIA Antes de acompañar a Pablo hasta Jerusalén, DE JERUSALÉN bueno será historiar la vida de esta iglesia en los

años precedentes. Por desdicha, San Lucas, sola­mente nos habla de ella cuando Pablo gira sus visitas a la Ciudad Santa. Ello no embargante, algo conocemos: desde la persecución de Agripa, hasta la muerte de Santiago, el hermano del Señor, la Iglesia vivió en paz. Sin duda que esta tregua de veinte años (42-62) débese a la administración romana, que empuñó las riendas del gobierno de Judea; debió de contribuir asimismo el respeto de los cristianos de Jerusalén por la Ley. Cuando llegó Pablo, díjole Santiago: "Ya ves, hermano, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos y todos son celadores de la Ley" (Act. 21, 20). Según Hegesipo (1 2 5) , Santiago era el prototipo de la fidelidad a la Ley. Quizá el decreto de Jerusalén en favor de los gentiles, obró en los judíos convertidos como acicate para una observancia más exacta. Al informarse de los triunfos de Pablo entre los paganos, los mejores se regocijan y lo celebran; los demás, callan; pero todos son partidarios, en la Ciudad Santa, de la al ianza entre la Ley y el Evangelio.

No todos los cristianos de Jerusalén dispensaron a Pablo aquel recibimiento cariñoso con que los Apóstoles y los presbíteros le habían acogido; al menos no supieron imponerse la reserva y discreción que deberían haber guar­dado: de aquella iglesia procedían los cristianos que perturbaron a los paga­nos convertidos de Antioquía y que trataron de infundir temor a Pablo y Bernabé (Act. 15, 1 ss.); quizá eran miembros de la misma Iglesia los que socavaron la obra del Apóstol en Galacia y los que, so capa de ser "los de Cristo", sembraron la discordia en Corinto. No emprendían obra al­guna constructiva, sino trabajos de zapa y demolición de la evangelización paulina.

Al proclamarse como "de Cristo" a diferencia de "los de Cefas", indicaban que campaban por sus respetos, sin dependencia de n ingún Apóstol; aun­que, al contradecir a Pablo, alegaran contra él la autoridad de los Apóstoles.

la entrega: presenta a los corintios el ejemplo de las iglesias de Macedonia (8, 1-5); y añade: "Conozco vuestra pronta voluntad, que es para mí motivo de gloria ante ios macedonios, pues Acaya esté apercibida desde el año pasado, y vuestro celo ha estimulado a muchos" (9, 2).

(124) "Mas ahora parto para Jerusalén en servicio de los santos, porque Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta a beneficio de los pobres de Jeru­salén. Y lo han querido así, considerándose deudores suyos, ya que, si los gentiles par­ticipan de los bienes espirituales de ellos, deben servirles con los bienes materiales" (Rom. 15, 25-27; Cf. Gal. 6, 6; / / Cor. 9, 12-14).

(125) Cf. infra, cap. 5, § 1.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 173

Este juego innoble obliga a Pablo a hacer su propia apología y a proclamar que su misión procede inmediatamente de Nuestro Señor (Gal. 1, 1, 11-12) (126) Reconócese como abortivo, indigno de que le l lamen Apóstol; por­que ha perseguido a la Iglesia de Dios; "mas —añade— por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia^ que me confirió no ha sido estéril, antes he traba­jado más que todos ellos, pero no yo, sino ,1a gracia de Dios conmigo (I Cor. 15, 9-11). En este mismo pasaje nos habla de las apariciones del Señor a los once, que eran los primeros testigos (15, 5 y 7) y antes a Cefas, el pri­mero de todos (15, 5) . En toda esta Epístola campea la situación de privile­gio de Cefas: aun los que se empeñan en acentuar la oposición judaizante entre Pablo y Pedro y en ver en ambas Epístolas (I Cor. y Gal.) una actitud reservada y fría de Pablo respecto de Pedro, tienen que confesar que, al menos, le guarda grande respeto y consideración ( m ) .

Es de capital importancia discernir el objeto de aquellas sus discusiones: pudieron moverse en Antioquía, en Jerusalén o en otra parte cualquiera, en torno a las prescripciones rituales y a las condiciones que debían imponerse a los gentiles para admitirles en la Iglesia; nunca hubo discrepancia sobre los dogmas cristológicos o teológicos; uno mismo es el Evangelio de Pedro que el de Pablo; y así nos lo dice expresamente el Apóstol: "Tanto yo, como ellos, esto predicamos y esto habéis creído" (I Cor. 15, 11) (1 2 8) .

¿Qué hacían en el entretanto Pedro y los otros Apóstoles? (1 2 9) . Recorrer los campos de apostolado (I Cor. 9, 5) , evitando meter la hoz en mies ajena. Desde Antioquía a Roma, a ninguno de ellos se ve al lado de Pablo.

Autores hay que t i ldan a los Apóstoles de no haberle apoyado en sus lu­chas con los judaizantes (13°) de Galacia y Corinto: es zanjar arbitrariamente una cuestión que los textos no nos autorizan a solucionar; no conviene olvi­dar que San Pablo se mostró siempre muy celoso de su independencia pas­toral y que la intervención ajena podría haberle sentado como banderi­llas de fuego, cuando sus enemigos tenían a gala oponer la autoridad de los otros Apóstoles a la de San Pablo. En nuestro sentir, su actitud, en medio de tantos conflictos, es digna de encomio: cuanto más le discuten los judíos cristianos, tanto más se esfuerza él por mostrar su unión con los santos de Jerusalén; y a esos empeños de unidad, se sobrepone la veneración más profunda por aquella Iglesia, que ha sido la cuna del cristianismo y que es acreedora a todas las demás iglesias. Y ése es el significado de la colecta de limosnas: una expresión de caridad fraterna y el tributo de u n homenaje.

De ahí el cavilar de Pablo: no se pregunta ya, al subir a Jerusalén, si habrá corrido en vano; su obra se justifica por sí misma; pero no sabe cómo le acogerán los judíos n i aun sus mismos hermanos; teme por su vida, tantas

(126) r j e ahí la impaciencia con que habla de esas "columnas" (Gal. 2, 9) y de esos "grandes Apóstoles" (// Cor. 11, 5; 12, 11).

(127) Cf. WEISZAECKER, op. cit., p. 350. •* (128) Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 384-385. (129) Cf. infra, cap. IV. (130) ^ WEISZAECKER (op. cit., 349) parecen ciertos dos hechos: "que los Apóstoles

no tomaron parte en las hostilidades contra Pablo, pero que tampoco le defendieron abiertamente". LIETZMANN reconoce que en las Epístolas no hay una palabra de roce entre Pablo y Santiago; pero estima que "si se sabe leer entre lineas, se puede reco­nocer en los servidores de Satán y apóstoles de la mentira y falsos hermanos la sombra de los grandes Apóstoles de Jerusalén; Pablo se encontraba aislado en su nuevo mundo cristiano y a sus espaldas se le hacia la guerra más innoble" (Geschichte, pp. 108-109). Es arriesgado intentar leer entre líneas.

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174 LA IGLESIA PRIMITIVA

veces amenazada por los judíos; teme también por la unidad de la Iglesia, que no puede dejar al margen a los santos de Jerusalén. Sea lo que fuere, marcha, como Cristo a Jerusalén, con paso firme y rostro sereno, al destino que le aguarda.

EL VIAJE Se le anticipan sus compañeros; pero en Tróade vuelven a reunirse ( 1 3 1) . El domingo, después de la fracción del pan ,

inició Pablo su discurso. U n joven, llamado Eutico, que estaba sentado en una ventana, abrumado por el sueño, porque la plática de Pablo se alargaba mucho, se cayó del tercer piso y se desnucó. Bajó Pablo, tomó al muchacho entre sus brazos, resucitóle y reanudó su interrumpida plática. Al día si­guiente continuaron el viaje en u n barco de cabotaje, que hacía escala en todos los puertos. En Mileto, convocó a los presbíteros de Efeso; después de haberles recordado sus trabajos entre ellos, añadió:

"Ahora, encadenado por el Espíritu, voy hacia Jerusalén, sin saber lo que allí suce­derá, sino que me esperan cadenas y tribulaciones. Pero yo no hago ninguna estima de mi vida, con tal de acabar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, de anunciar el Evangelio de la gracia y Dios" (20, 22-24).

Persuadido de que ya no regresaría, háceles las últimas exhortaciones: "¡Guarda con los lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño! Yo os enco­miendo a Dios y a la palabra de su gracia." Insiste por dos veces en que nada recabó de ellos para su sustento y el de sus compañeros: "Mejor es dar que recibir." "En diciendo esto, se puso de rodillas con todos y oró; y se levantó u n gran llanto de todos, que, echándose al cuello de Pablo, le besa­ban, afligidos sobre todo por la idea de no volver a ver su rostro." Cuadro maravilloso de ternura y de armonía (1 3 2).

Zarparon de nuevo y, de etapa en etapa, llegaron hasta Pátara, donde tras­bordaron a una nave que hacía la travesía a Fenicia. Desembarcaron en Tiro, y se albergaron, durante siete días, entre los discípulos. Renováronse las escenas de Mileto: rogábanle que no subiese a Jerusalén; no pudieron doblegarle. Le acompañaron, con sus mujeres y niños, hasta la playa: allí, puestos de rodillas oraron todos juntos y se despidieron. Desde Tolemaida se dirigieron a Cesárea, y se hospedaron, por varios días, en casa del diá­cono Felipe, que tenía cuatro hijas profetisas. Nuevas y más apremiantes advertencias a Pablo para que no vaya a Jerusalén. Agabo tomó el cinto de Pablo y atándose con él los pies y las manos, dijo: "Esto dice el Espíritu Santo: «Así atarán los judíos en Jerusalén al varón cuyo es este cinto y le entregarán en poder de los gentiles.»" A las reiteradas instancias de los cris­tianos, responde Pablo: "¿Qué hacéis con llorar y quebrantar mi corazón? Pues, pronto estoy no sólo a ser atado, sino a morir en Jerusalén por el Nombre del Señor Jesús." No pudiendo disuadirle, diéronse por vencidos y dijeron: "¡Hágase la voluntad de Dios!" (21, 11-14).

(131) r j e nuevo reaparecen las secciones "nos", interrumpidas en Filipos (16, 16): "Partimos de Filipos algunos días después de los Ázimos y a los cinco días nos reunimos con ellos en Tróade, donde nos detuvimos siete días" (20, 6).

(132) REuss ha subrayado la autenticidad de este discurso "el más bello de los discursos insertos en nuestro libro, y, que aun en su forma abreviada encierra una tal profundidad de sentimientos y una concepción de las obligaciones pastorales tan firme, que puede parangonarse con las mejores páginas de su epistolario. Todo nos indica que lo resumió un oyente directo".

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 175

§ 6. — Prisión de Pablo

SAN PABLO EN JERUSALEN Dijimos ya que dos temores roían a Pablo, mientras caminaba hacia Jerusalén: que los

"santos" rehusaran su ayuda económica y que los judíos se amotinaran con­tra él. No todo eran aprensiones vanas: los cristianos agradecerán mucho su generosidad; pero los judíos le moverán feroz guerra. Pablo entró en Jerusa­lén con todo el cortejo que le seguía desde el Asia, más algunos discípulos de Cesárea, que le condujeron a casa del chipriota Manasón, el cual les dio hospitalidad. Los hermanos les recibieron cordialmente. Al día siguiente fué Pablo a visitar a Santiago, con quien estaban reunidos todos los pres­bíteros. Pablo les contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su mano. Ellos, al oírle, glorificaban a Dios y dijeron a Pablo: "Ya ves hermano, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos, y que todos son celadores de la Ley. Pero han oído de ti que enseñas a los judíos de la dispersión que hay que renunciar a Moisés y que les dices que no cir­cunciden a sus hijos n i sigan las costumbres mosaicas." ¿Qué hacer? H a y en la comunidad cuatro hombres ligados por voto: que Pablo se una a ellos, se purifique y pague los gastos de todos. Y añadieron los presbíteros: "Cuanto a los gentiles que han creído, ya les hemos escrito nuestra sentencia de que se abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de l o ahogado y de la fornicación." Pablo se avino a estas indicaciones (1 3 3) .

El Apóstol no quería que su libertad fuera razón de escándalo para los débiles (I Cor. 9, 9 ) . La violenta oposición que se desencadene contra él, obra será de los judíos, no de los cristianos judaizantes. Cuando llegaban a su término los siete días de purificación, judíos de Asia, que vieron a Pablo en el templo, asieron de él, pensando que había introducido en el templo a Trófimo, incircunciso, amotinaron a la plebe, y le arrastraron fuera para asesinarle.

Llegó la noticia a oídos del tribuno de la cohorte romana, se presentó, hizo encadenar a Pablo y se lo llevó al cuartel. Tomáronle por u n egipcio, jefe de banda, que, después de un fracasado golpe de mano, se había fugado al desierto (1 3 4). Cuando Pablo se dio a conocer le permitieron arengar al pueblo. Hízose un gran silencio y les dirigió la palabra en hebreo ( 1 3 5 ) : habló de su formación judía (1 3 6) , de su antiguo odio al nombre de cristiano,

(133) Hay exegetas que rechazan el relato de los Hechos; así, WEISZAECKER, op. cit, p. 354; otros lo interpretan como una debilidad de Pablo; REUSS, op. cit., pp. 208 y ss. Lo que a Pablo se le insinuaba, habialo practicado voluntariamente en Co-rinto (Act. 18, 18). A los mismos corintios había escrito: "Y me hago judío con los judíos para ganar a los judíos. Con los que viven bajo la Ley, me hago como si estuviera sujeto a ella, no estándolo, para ganar a los que bajo ella están" (I Cor. 9, 20). Acerca de esta condescendencia de Pablo, cf. LEBRETON, Saint Paul, en la Histoire genérale comparée des Missions, pp. 79 y ss.

(13*) Cf. A. /., XX, 8, 6; B. J., II, 13, 5. (135) E S decir, en arameo, cf. CADBURY, The Beginnings of Christianity, t. V,

pp. 59-74. (136) Digno es de notarse el acento que Pablo da en su discurso a los rasgos judai­

cos: su educación (22 3), su intransigencia (4-5), el relato de su conversión y el retrato de Ananías: "Un hombre según la Ley, que gozaba de muy buena reputa­ción entre los judíos de Damasco (12)"; el discurso de Ananías: "El Dios de nuestros Padres te ha destinado a conocer su voluntad, a ver al Justo y oír la palabra de su boca"; finalmente, las circunstancias de la visión definitiva en el templo de Je­rusalén. ¡ , . ., •

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176 LA IGLESIA PRIMITIVA

de su conversión y de su vocación de Apóstol de los gentiles: "Cuando volví a Jerusalén, orando en el templo tuve un éxtasis, y vi al Señor que me decía: «Date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.»" Pablo vacila, piensa que su pasado historial y el amor que tiene a su pueblo son buenas credenciales. Pero el Señor insistió: "Vete, por­que yo quiero enviarte a naciones lejanas" (1 3 7) .

Al oír esto, la multi tud rugió de cólera: vociferaron, tiraron sus mantos, lanzaron polvo al aire. El tribuno, que no entendía el arameo, amoscóse por el alboroto y decidió azotar a Pablo. En mal hora tomó ese acuerdo; porque, cuando le sujetaron para flagelarle, acordóse Pablo de su ciudadanía romana, súpolo el tribuno y comenzó a temblar de espanto. Mandó que le soltaran y al día siguiente, lo presentó delante del Sanedrín. El Apóstol, que conocía a maravilla las flaquezas de fariseos y saduceos, lanzó al medio la manzana de la discordia: habló de; su fe en la resurrección. Enzarzáronse al punto fariseos y saduceos, salieron unos por los fueros de Pablo, reclamaron otros su sangre y con esto se armó tal tremolina, que temiendo el tribuno por la vida del Apóstol, mandó a los soldados que le arrancasen de en medio de ellos y lo condujesen al cuartel. Al otro día presentáronse ante los sumos sacerdotes cuarenta judíos, que se habían juramentado a no comer ni beber hasta matar a Pablo.

Súpolo un sobrino suyo y a instancias de aquél dio aviso de la conspiración al t r ibuno Lisias, el cual decidió enviar inmediatamente al acusado a Cesárea, con u n buen piquete de guardia. Comenzaba a realizarse la palabra del Se­ñor: "Ten ánimo, porque, como has dado testimonio de mí en Jerusalén, has de darlo en Roma" C138).

SAN PABLO EN CESÁREA El procurador Félix, en cuyas manos iba a caer el Apóstol, era uno de los peores goberna­

dores que había aguantado la Judea: liberto, hermano de Palas y, por la protección de éste, ensalzado a la jerarquía administrativa; "cruel y dege­nerado —dice TÁCITO— ejercía el poder con alma de esclavo" (1 3 9) . Los judíos no cejaron en su empeño. Ananías se presentó en Cesárea con un cortejo de ancianos y con el abogado Tértulo. Desatóse este leguleyo en lisonjas al procurador para terminar reclamando la entrega de Pablo. Los judíos ratificaron su demanda, porque el crimen de que se le acusaba era de la competencia del Sanedrín. Respondió Pablo que él no había provocado sedición ni desorden alguno y que le arrestaron cuando vacaba a los ritos sagrados de su religión; sus acusadores, los judíos de Asia, deberían compare­cer a prestar declaración. Félix, que algo debía de saber acerca de los cris­tianos, pues les tenía en Cesárea, aplazó la causa. Al cabo de unos días, le invitó a disertar sobre la fe cristiana delante de su mujer Drusila. Pablo no gusta de satisfacer curiosidades vanas; y le habla de la justicia, de la casti-

(137) L a mención que hace el Apóstol de esta visión en el templo nos revela un hecho ignorado de su vida (¡cuántos otros quedarán también!), una de las visiones sumariamente recordadas en II Cor. 12; ésta nos hace entrever asimismo las ínti­mas disposiciones de Pablo en los primeros días de su apostolado. La estadia en Jeru­salén a que se hace mención aquí es, sin duda, la que figura en Act. 9, 26.

(138) 23, 11. El golpe que recibe Pablo no alcanza a los cristianos de Jerusalén; es una explosión de cólera dirigida contra el Apóstol de los gentiles; no se trata de una persecución general.

(139) Hist. V, 9; cf. Annal. XII, 54. Josefo no le juzga menos severamente que Tácito (cf. B. 1., II, 13, 7; A. /., XX, 8, 5, 162; XX, 8, 7, 177). Estaba casado con Drusila, hermana de Agripa II, hija de Agripa I.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 177

dad y del juicio venidero. Félix, estremecido de terror, interrumpió la charla y despidió a Pablo. Retúvole durante dos años en prisiones; pero se portó cortésmente con él, esperando que Pablo le diese algún dinero.

Los Hechos n inguna anécdota refieren de estos dos años de cárcel (1 4 0) . Pero es innegable que en ellos Pablo se puso en relación personal y estrecha con los medios palestinenses, que hasta entonces apenas había rozado; y Lu­cas, su fiel compañero, pudo recoger en Cesárea y en toda la Judea la tradi­ción de los discípulos directos de Jesús; fué una maravillosa oportunidad para su Evangelio, y para la Iglesia entera, por el arsenal de noticias que almacenó durante ese período (1 4 1) .

Porcio Festo reemplazó a Félix el año 59. Parece que el nuevo procurador fué un magistrado pundonoroso, pero débil. Los judíos reclaman el tras­lado de Pablo a Jerusalén; Festo lo consulta con su prisionero; y el pri­sionero Pablo, harto de tan larga espera y temiendo el favoritismo que el gobernador dispensaba a los judíos, apeló al César (1 4 2) .

Al cabo de unos días embarcaron para Italia Pablo y otros prisioneros, es­coltados por soldados a las órdenes del centurión Julio. Era ya entrado el otoño. La navegación hacíase peligrosa. Cuando arribaron a Creta, acon­sejó Pablo a los tripulantes quedarse allí a invernar; prevaleció el parecer del piloto y del patrón del barco y levaron anclas. No bien salieron del puerto, desencadenóse furiosa tempestad; durante catorce días el bajel, arriadas las velas, quedó a merced del oleaje, hasta encallar en la costa de la isla de Malta. Es una página vibrante de emoción y de realismo aquélla en que San Lucas nos describe la galerna. El Apóstol, simple prisionero, se impone a todos y todos le obedecen, no sólo por sus dotes sobrenaturales de revela­ciones (27, 23) y milagros (28, 5) , sino también por sus1 cualidades humanas de prudencia, arrojo y valentía (1 4 3) .

SAN PABLO EN ROMA Desembarcaron en Puzzuoli, donde varios cristia­nos les albergaron por siete días. Y partieron para

Roma. Los hermanos de Roma saliéronles al encuentro hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas; "al verles, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo"; era su primer contacto con la comunidad romana. A los tres días de su lle­gada, convocó a los principales de los judíos y les expuso su caso, procurando disipar, con fino tacto, las sospechas infundadas que su apelación a Roma pu­diera despertar: nada habló contra su pueblo n i en contra de las tradiciones

(140) Algunos historiadores, como SABATIEH (L'Apótre Saint Paul [1896], p. 233) fechan en Cesárea las Epístolas a los efesios, colosenses, Filemón; no hay funda­mento en qué sustentar esta hipótesis.

(« i ) Cf. supra, p. 55. (142) Algunos días después, arribó Agripa II con Berenice. Festo le consulta sobre

el particular; Agripa siente curiosidad por oírle y Pablo, acomodándose a sus deseos, le habla de su conversión y de su vocación al apostolado (26, 1-23); Festo impa­cientado, porque maldito si entiende nada de todo aquello, le dice a Pablo: "Tú estás loco, Pablo; tus libros te han trastornado el seso." Entonces Pablo interroga a Agripa: "¿Crees en los profetas? Me consta que tienes fe en ellos." El rey, cohibido por la presencia de Festo y de los judíos, esquivó la respuesta: "Aun vas a acabar por hacerme cristiano." Pablo contestó cortés y hábilmente; levantóse la sesión y que­daron convencidos todos de su inocencia.

(143) 17̂ JO, 21, 31, 33. Esta travesía tiene cierta semejanza con la que Josefo realizó tres o cuatro años después (Vie, 3): el 63-64 fué a Roma con donativos para los sacerdotes judíos emplazados ante el César. Naufraga, arriba a Puzzuoli, se hace presentar a Popea por el judío Alituro y no sólo alcanza la libertad de los encausados, sino inclusos varios regalos.

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178 LA IGLESIA PRIMITIVA

de sus mayores; no viene a Roma a plantear querella contra su nación; "si yo llevo estas cadenas, por la esperanza de Israel las llevo". Estas últ imas palabras provocaron una serie de preguntas, porque en Roma se sabía "que en todas partes se contradice a esta secta". Se determinó una fecha, para satisfacer a las demandas; y el día fijado, volvieron con otros muchos judíos. Pablo les habló largamente sobre Jesús, apoyando su testimonio en Moisés y los profetas. La reacción fué varia: mientras unos se dejan convencer, los otros continúan con su incredulidad. Pablo no opone más que una frase a los renitentes:

"Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: «Vete a ese pueblo y diles: Con los oídos oiréis, pero no entenderéis; mirando miraréis, pero no veréis; porque se ha embotado el corazón de este pueblo y sus oídos se han vuelto torpes para oír, y sus ojos se han cerrado, para que no vean con los ojos ni oigan con los oídos ni con el corazón entiendan y se conviertan y los sane.» Sabed, pues, que esta salud de Dios ha sido ya comunicada a los gentiles y que ellos oirán" (28, 25-28).

Con este aviso profético se cierra el Libro de los Hechos (1 4 4) . Jesús había recurrido a ese mismo oráculo de Isaías cuando predicaba en parábolas, a las turbas de Galilea, el reino de Dios; San Juan las; repetirá en la última parte de su Evangelio (12, 39-41); pero a esa ceguera judaica corresponderá, como contrapartida, la docilidad de los gentiles; con lo cual en nada se frustrará la gloria de Dios (1 4 3) .

EL PRISIONERO DE CRISTO Dos años permaneció Pablo confinado en Roma: no estaba en las cárceles públicas,

como un vulgar criminal, sino que se albergaba en una casa alquilada (Act. 28, 30), aunque cargado de cadenas (146) y esposado a u n soldado, que no le dejaba ni de día ni de noche, n i le permitía ausentarse de casa. Esta pri­vación de movimiento causábale molestias físicas y sufrimientos morales: no podía hacerse oír en las sinagogas ni realizar aquel tan benéfico apostolado a domicilio. En compensación, aquellos judíos que acuden a oírle no discuten su autoridad, respetan su misión: Pablo ha comprado la libertad de los gen­tiles con el sacrificio de la suya propia (1 4 7) . A mayor abundamiento, su Evangelio se va abriendo camino en las diversas capas sociales de Roma: los soldados que se sucedieron en la guardia de Pablo durante estos dos años, oye­ron todas sus pláticas, de forma que "ni en el pretorio n i en parte alguna hay quien ignore que por Cristo estoy encadenado" (Phil. 1, 13); los cristianos de

(li4) San Lucas añade un versículo no más que para decirnos que San Pablo estuvo dos años en Roma, predicando libremente al Señor Jesús. Esa terminación brusca ha promovido comentarios. Dice el P. BOUDOU (op. cit., p. 567): "Parece lo más atinado pensar que San Lucas no tenía más informes. Coincidió el fin de su volumen con el de los acontecimientos por él presenciados." Y añade: "Su intención fué mostrar cómo se extendió el cristianismo hasta el fin de la tierra." LAKE insiste sobre esta misma idea: "Bastaba con que el autor condujese al Apóstol a Roma, para predicar el Evangelio. Su última frase es un himno de triunfo entre las cadenas. No es una frase escrita al azar, sino una conclusión escogida deliberadamente por su autor." Cf. infra, p. 181, n. 162.

(145) L a s últimas palabras son un eco del Evangelio y de la catequesis apostó­lica: Act. 13, 46-48.

(«6) En Cesárea (26, 29) y en Roma (28, 17. 20); Philem. 1; 9, 10, 13; PMl. 1; 7, 13, 14, 17; Col. 4, 18; 4, 3; Ephes. 6, 20. \

(147) Cf. A. ROBINSON, Ephesians, p. 10} y sobre esta prisión en Roma, LIGHTPOOT, Philippians, pp. 1-29.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 179

Roma cobraron ánimo y ya no temen proclamar sus creencias (ibid. 14); no faltan quienes prediquen por envidia; mas ¿qué importa, a trueque de que Cristo sea evangelizado? (15-19). Este detalle significa que ni en Roma faltó la contradicción (cf. 3, 2 ) , aunque matizada por la emulación misional,' no por el ataque directo.

En torno del prisionero se agrupan los amigos fieles: Lucas, su compañero, de viaje, su "médico queridísimo" y su futuro biógrafo-(148); Timoteo, el discípulo predilecto, asociado estrechamente a su obra (1 4 9) , y que pronto asu­mirá grandes responsabilidades pastorales; "Marcos, el primo de Bernabé", antaño alejado del Apóstol, por ligeros roces y hoy recibido de nuevo en cali­dad de "colaborador" (1 5°): algunos representantes de las iglesias de Macedo-nia y de Asia: Aristarco, de Tesalónica, copartícipe de los riesgos de Pablo en Efeso (151) y su actual compañero de cautiverio ( 1 5 2 ) ; Epafras de Colosas, también compañero de cautividad ( 1 5 3 ) , Tíquico de Efeso ( 1 5 4 ) ; Epafroditas que llegó de Filipos, trayendo las limosnas de sus compatriotas. Su propósito era consagrarse al servicio del Apóstol; pero sus fuerzas le traicionaron: cayó gravemente enfermo y estuvo a punto de muerte, "pero Dios se compadeció de él y no sólo de él sino también de mí, para que yo no tuviera tristeza sobre tristeza; por eso me apresuro a enviároslo para que viéndolo de nuevo os alegréis y yo quede más t ranquilo" ( 1 5 5) .

El largo cautiverio no fué parte a romper los lazos que unían al Apóstol con sus iglesias; desde las remotas provincias de Grecia y de Asia acuden sus discípulos, estremecidos de ternura filial y de singular veneración por el prisionero de Cristo; así honraban a Juan el Bautista los suyos, cuando le en­cerraron en las mazmorras de Maqueronte; y así se conducirán los cristianos durante los tres primeros siglos con aquéllos que, en los calabozos, vivan aherrojados por la fe en Jesucristo.

LAS CARTAS San Pablo agradece esas muestras de cariño y de DE LA CAUTIVIDAD respeto con sendas epístolas a las iglesias que más

se afanaron. A los filipenses les expresa su gratitud y les aconseja ( 1 5 6 ) ; a los colosenses, les previene con palabras apremiantes contra el peligro de un gnosticismo judaizante (1 5 7) . A los cristianos de Asia explica el misterio teológico del cuerpo místico (1 5 8) . Estas cartas no son, como las de los corintios y la de los gálatas cuadros palpitantes de vida, arrancados al marco histórico de las comunidades cristianas o al alma del Apóstol, sino profundas enseñanzas teológicas, cuyas inmensas perspec­tivas están bañadas de una luz cálida y serena. A los filipenses exhorta a profesar la humildad cristiana, mediante el ejemplo de Cristo:

"Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición

" («8) Col. 4, 14; Philem. 24. (149) En los saludos a los colosenses y a los filipenses, figura al lado de Pablo. (160) Col 4, 10; Philem. 24. ( " i ) Act. 19, 29. (152) Col. 4, 10. ("a) Philem. 23. ( i " ) Col 4, 7; Ephes. 6, 21. (155) Phü. 2, 25-30; 4, •14-18:-(156) Supra, p. 145. (157.) Infra, cap. VI, § 3. : (168) Es ia llamada Epístola a los efesios; cf. supra, p. 163 y n. 102.

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180 LA IGLESIA PRIMITIVA

de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (159).

A los colosenses incita a hui r las especulaciones mentales, ambiciosas y perversas, que pueden minar su fe, proponiéndoles el dogma de la mediación universal de Jesucristo y su trascendencia:

"El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados; el cual es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fué creado por El y para El. El es antes que todo, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas. Y plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz, todas las cosas, así las de la tierra, como las del cielo" (160).

En la llamada Epístola a los efesios, expone de un modo orgánico la doctrina de la Iglesia, cuerpo de Cristo, tema que había esbozado en su carta a los corintios (I Cor. 12, 12-27):

"El constituyó a los unos Apóstoles, a los otros Profetas, a éstos Evangelistas, a aquéllos Pastores y Doctores, para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo, para que no seamos niños, que fluctúan y se dejan llevar de todo engaño de los hombres que para engañar emplean astutamente los artificios del error, sino que, al contrario, abrazados a la verdad en todo crez­camos en caridad, llegándonos a Aquel que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad" (161).

Estas páginas no proponen una revelación nueva, sino una radiante expli­cación de la teología cristiana; en ellas se refleja toda la cristología, desde el decreto redentor que salva a toda la humanidad, hasta el l lamamiento de los gentiles a la herencia, que les convierte en miembros del cuerpo de Cristo:

"Por una revelación me fué dado a conocer el misterio que brevemente arriba os dejo expuesto. Por su lectura podéis conocer mi inteligencia del ministerio de Cristo, que no fué dado a conocer a las generaciones pasadas, a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos Apóstoles y Profetas por el Espíritu: que son los gentiles coherederos y miembros todos de un mismo cuerpo, copartícipes de las promesas de Cristo Jesús mediante el Evangelio" (ibid. 3, 3-6).

Esas páginas admirables son la epopeya de Jesucristo, abismo de "inson­dables riquezas"; es el evangelio confiado a Pablo "el menor de los santos" (ibid. 3, 8) . Mas desde aquellas sublimes cumbres místicas desciende el Apóstol a la tierra baja, para interceder por u n esclavo, ladrón y prófugo: la carta a Filemón, a que ese caso dio origen, es una de las más deliciosas que brotaron de la pluma de San Pablo:

(159) phil, 2, 5-11. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 416-421. (!««) Col. 1, 13-20; ibid., pp. 396-405. (161) Ephes. 4, 11-16; cf. E. MERSCH, Le corps mystique du Christ, Lovaina

(1933), t. I, pp. 119-123.

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 181

"Si te precias de mi amistad, acógele como a mí mismo. Si en algo te ofendió o algo te debe, ponió en mi cuenta. Yo, Pablo, de mi puño lo escribo y te lo pagaré. . ."

Espera que pronto le darán libertad y marchará a visitarle:

"Vete preparándome el hospedaje, porque espero por vuestras oraciones seros resti­tuido" (Philem. 17-22).

§ 7. — Los ú l t imos años de su vida

No esperó en vano el Apóstol: tras de cuatro o cinco años de cautiverio en Cesárea y Roma, pusiéronle de nuevo en libertad (1 6 2) .

SAN PABLO EN ASIA La excarcelación del Apóstol no debió de ser ante­rior al verano del 64 (1 6 3) . Una vez recobrada la li­

bertad de movimientos, intentó un nuevo esfuerzo misional. Apenas si, con­jeturando sobre algunos datos, podremos rehacer la historia de sus actividades. Eran viejos en San Pablo sus anhelos de visitar España (Rom. 15, 24) ; parece que realizó sus deseos (1 6 4) . Regresó a sus comunidades de Asia y de Grecia, según se desprende de las Cartas Pastorales: deja a Timoteo en Efeso, mien­tras él se dirige a Macedonia (I Tim. 1, 3 ) ; pasa a Creta, en donde se queda Tito (Tit. 1, 5 ) ; en Mileto se separa de Trófimo, el cual había enfermado (II Tim. 4, 20) ; pasa a Corinto, en donde se detiene Erasto (ibid).

Va al Epiro e inverna en Nicópolis (Tit., 1, 5) . Debió de tornar al Asia, enNlonde volvió a perder su libertad ( 1 6 6) .

Esta sucesión de etapas es hipotética. Pero la intención del Apóstol es clara; el tiempo huye velozmente, los acontecimientos se precipitan; desde su cauti­verio de Roma escribía a los filipenses: "Aunque tuviera que derramarme como una libación sobre el sacrificio de vuestra fe, me alegraría y me congra­tularía con todos vosotros" (2, 17). La hora ha sonado (II Tim. 4, 6) .

Y ante la inminencia de la separación, su solicitud es más angustiosa: todas aquellas iglesias engendradas por San Pablo, van a quedar huérfanas; es preciso encomendarlas a la tutela de buenos pastores, que mantengan la obra del Apóstol y de Cristo.

Por lo demás, no eran nuevos en San Pablo estos afanes organizadores: su

(162) ¿Cómo terminó el proceso? ¿Por sentencia del emperador? ¿Se sobreseyó por el silencio de los acusadores? Lo ignoramos. Abona la segunda hipótesis un decreto de Nerón conocido por cierto papiro (BGU, 628 r., reproducido por H. J. CADBUHY, Beginnings, t. V, pp. 333-334): en él se determina para las causas capitales trasla­dadas de las provincias a Roma un plazo fijo para la presentación de acusadores y acusado: "et accusatoribus et reis in Italia quidem novem menses dabuntur trans-alpinis autem et transmarinis annus et sex menses". Véase E. CUQ, en Nouvelle Revue historique de droit frangais et étranger, t. XXIII (1899), pp. 111 y ss. Como el texto está incompleto no sabemos qué solución se daba en caso de no comparecencia. Pro­bablemente se dejaba al reo en libertad. Si tal fué el caso de Pablo, se explica por qué Lucas no trata de un juicio que no habría tenido lugar. Cf. CADBURY, op. cit., p. 335; esto revalidaría la hipótesis de LAKE (citado ibid., p. 328) sobre la terminación brusca del libro: "El proceso se cerró en favor del Apóstol, pero de forma que nada substan­cial añadía al argumento de Lucas."

(163) Fecha del incendio de Roma y de la persecución de Nerón: si San Pablo hubiera estado, a la sazón, en Roma, hubiera sido de las primeras víctimas.

(164) Treinta y cinco años más tarde escribirá CLEMENTE: "Llegó hasta los límites del Occidente" (I Clem. 5).

(165) Quizá en Tróade; así se explicaría cómo pudo dejar en casa de Carpió su capote y sus libros, que reclamará desde sus prisiones (II Tim. 4, 13). Cf. PHAT, Saint Paul, p. 190.

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182 t A IGLESIA PRIMITIVA

alma de conquistador estaba nutrida con savia dé fundador. Ya al terminar el- primer viaje apostólico le sorprendimos volviendo sobre sus pasos en Lis-tra, Iconio, Antioquía, para enreciar el temple de los hermanos y darles presbíteros (Act. 14, 20-22). Cuando, tres años después, reanuda sus empre­sas apostólicas, su deseo preeminente es el de "visitar todas las ciudades en que hemos predicado la palabra del Señor" (15, 36). Esas mismas preocupa­ciones torturan su espíritu cuando, al terminar esta misión, convoca en Mile-to a todos los presbíteros de Efeso para exhortarles a velar por la grey que les tiene encomendada (20, 29). Ahora presiente que éste es su viaje postrero y que los lobos andan merodeando. Sus cartas a Timoteo y Tito tienen la nos­talgia de un testamento: el Apóstol encomienda a sus discípulos y colabora­dores, en los cuales descansa una porción de la dura carga que pesaba sobre sus hombros, el depósito que ha recibido "para que lo guarden, por la vir­tud del Espíritu Santo que mora en nosotros" (1 6 6) . Una vez más afloran en la doctrina de San Pablo estos dos rasgos esenciales e inseparables: la auto­ridad y el Espíritu: hay una tradición, u n depósito, recibido con sumisión y trasmitido con fidelidad; y ese depósito es una riqueza viviente, vivificada por el mismo Espíritu Santo, el cual, por ella, comunica a cada fiel y a la Iglesia entera la luz y la vida.

PRISIONERO EN ROMA La segunda carta a Timoteo procede de Roma; Pa­blo tornó de nuevo a la Ciudad Eterna amarrado

con cadenas; pero este segundo arresto no es consecuencia del primero. El año 64 abatióse sobre la Iglesia una feroz persecución, que le asestó un golpe terrible; la redada de cristianos constaba, como dice Tácito, de "una ingente muchedumbre"; sus mismos enemigos se aterraron y se indignaron por el refinamiento cruel de los suplicios.- La Iglesia romana calla bajo los azotes

_de tan bárbara fiereza; su silencio no es de muerte; según la palabra de HER­MAS, volverá a reverdecer como el sauce; pero aquella vida intensa obra en silencio, como savia inverniza; muchos cristianos huyen de Roma y otros mu­chos desaparecen de la escena pública.

Esa opresión y régimen de terror dispersan la corte de San Pablo: él, que con tanto desinterés se prodigó y que hasta entonces se veía rodeado de sus más fieles amigos, se siente solo por vez primera: "Me abandonaron los de Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes"; Onésimo le acompañó y dióle con­suelo, y no se avergonzó de sus cadenas; en Roma le buscó afanosamente y pudo hallarle ( 1 6 7 ) ; que Dios haga misericordia a él y a su familia (1 , 15-18). Al fin de la Epístola la tristeza por su soledad parece acentuarse:

"Demás me ha abandonado por amor de este siglo y se marchó a Tesalónica; Crescente a Galacia y Tito a Dalmacia; sólo Lucas está conmigo- Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. El Señor le dará la paga según sus obras. Tú guárdate de él, porque ha mostrado gran resistencia a nuestras palabras. En mi pri­mera defensa nadie me ha asistido, antes me desampararon todos. No les sea tomado en cuenta. El Señor me asistió y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación y todas las naciones la oigan. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me guardará para su reino celestial" (4, 10-18).

(166) / / Tim. 1, 14; cf. I Tim. 6, 20. Continuaremos el análisis de las Pastorales, cuando tratemos de la jerarquía primitiva (cap. VI, § 2) y de la lucha contra el gnosticismo ( § 3 ) .

(167) Este rasgo señala la gran diferencia de esta cautividad con la primera: en ese entonces no sólo la Iglesia entera, sino también todo el pretorio conocía a Pablo; ahora sus colaboradores más adictos dificultosamente pueden encontrar su prisión para unirse a él. • • : , • . '

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VIAJES APOSTÓLICOS DE SAN PABLO 183

El único amparo y alivio del Apóstol es esa esperanza eterna. En este mundo ya nada espera sino la muerte:

"Cuanto a mi, a punto estoy de derramarme en libación, siendo ya inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ya está para mi preparada la corona de la justicia, que me otorgará aquel dia el Señor, justo Juez, y no sólo a mi, sino a todos los que aman su venida" (4, 6-9).

LA MUERTE Esta carta, que rezuma tanta tristeza, tan grande esperanza, tan hondas ternuras, es la úl t ima que se nos ha conservado

de las del Apóstol; la muerte, que presentía, sobrevino en breve y unió en Roma, en la gloria del martirio, a Pablo con aquél que, en Jerusalén, había sido el primer testigo de su apostolado, con el Apóstol Pedro (1 6 8) .

LA EPÍSTOLA Cerraremos este capítulo con u n breve comentario a la A LOS HEBREOS Epístola a los hebreos, últ ima irradiación de la teología

paulina. En nuestras biblias suele figurar esta carta a continuación de las de San Pablo; sin duda está inspirada por él; pero el voca­bulario, el estilo, disuenan tanto del estilo y del vocabulario de San Pablo que no parece la redactara él mismo. ¿Quién le hizo de secretario? Los Santos Padres no lo pudieron averiguar ( 1 6 9 ) ; no vamos a intentarlo nosotros.

Por lo demás, el problema literario, en el caso presente, es de importancia secundaria: lo fundamental estriba en que este escrito, inspirado por Dios y reconocido por la Iglesia como tal, nos brinda el pensamiento de San Pablo (1TO).

A las especulaciones de u n estúpido gnosticismo que sueña en la gloria de los ángeles y desdeña la gloria mucho más, eminente del Hijo de Dios, la Epístola a los hebreos opone la afirmación de esa gloria trascendente y divina:

"Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas: en estos últimos tiempos nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo; y que siendo el esplendor de su gloria y la imagen de su substancia, y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto mayor que los ángeles, cuanto heredó un Nombre más excelente que ellos. ¿Pues a cuál de los ángeles dijo alguna vez «Tú! eres mi Hijo, yo te engendré hoy?».. ." (1, 1-5).

(168) E S imposible determinar exactamente la fecha del martirio de San Pablo. La sucesión de hechos, expuesta por nosotros, nos lleva a los últimos días del remado de Nerón; Eusebio la fija en el penúltimo año de Nerón, e. d., en el 67; es una fecha verosímil y comúnmente admitida. Cf. PRAT, Saint Paul, p. 194.

(169) Orígenes escribía: "Si me pidieses mi opinión, diría que las ideas son ideas del Apóstol, pero la frase y el estilo son de alguien que reproduce las enseñanzas del Apóstol, y, valga la expresión, de un alumno que recoge las lecciones de cátedra. Si alguna iglesia atribuye a Pablo esta epístola, enhorabuena; pues no fué caso de azar que los antiguos la atribuyeran a San Pablo. Pero ¿quién la redactó? Dios lo sabe." (Citado por EUSEBIO, H. E., VI, 25, 13-14.) Más de un exegeta pensó en Bernabé, y por esa atribución se inclina el P. PRAT (Théologie de Saint Paul, t. I, p. 427), aunque valorándola como hipótesis.

(170) Los Padres griegos, que pudieron apreciar perfectamente los matices lingüís­ticos, atribuyeron esta Epístola a San Pablo; cf. PRAT, op. cit., t. I, p. 423. Hartas veces se ha recurrido a esta demostración; bástenos, por ahora, remitir al lector a, nuestra Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 443-458, y al cap. del P. PRAT, op, cit., t. I, pp. 421-470. Es una sinrazón buscar las raíces doctrinales de la Epístola en el filonismo. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, n. G, pp. 616;627.

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184 LA IGLESIA PRIMITIVA

Esta trascendencia del Hijo sobre toda la creación, sobre los mismos ánge­les, la reveló el Apóstol a los colosenses, amenazados por el gnosticismo ( m ) ; mostrábales al Hijo de Dios "pacificando por la sangre de su Cruz todo lo que existe en la tierra y en los cielos"; de semejante manera le vemos en la Epístola a los hebreos, como "el gran pontífice que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios" (4, 14). Ese Pontífice de los bienes eternos, entró en los cie­los bañado, no en la sangre de toros y de machos cabríos, sino en la propia sangre, asegurando, de este modo, una eterna redención (9, 11-12); es el "supremo Pastor de la grey, por Dios resucitado, cubierto con la sangre de la eterna alianza ( m ) , Nuestro Señor Jesús" (13, 20) .

Esta alianza eterna y nueva, cantada por San Pablo (1 7 3) , se despliega en la Epístola a los hebreos con una magnificencia esplendorosa; es la teolo­gía de San Pablo; no nos ofuscan sus resplandores, que reverberan en casca­das de luz.

Desde fines del siglo primero refleja ya la tradición cristiana estas sublimes doctrinas: San Clemente, en su carta, se hace eco de ellas (1 7 4) .

( " i ) Cf. supra, p. 180. (172) Recuérdense las palabras del Señor en la Cena: "Esta alianza es la nueva

alianza en mi sangre" (I Cor. 11, 25). ("8) Rom. 11, 27; cf. PRAT, op cit., t. I, p. 437. («*) Cf. infra, cap. X, § 1.

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CAPITULO IV

SAN PEDRO Y LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA DE ROMA C1)

San Pablo fué el Apóstol, por excelencia, de la gentilidad: Asia Menor, Tra-cia, Macedonia, Grecia y hasta los confines del Ilírico son trofeo de sus victo­rias; en la misma Roma y seguramente también en España se oyó el testi­monio de su palabra. Pero hay u n Apóstol cuyo nombre va asociado al de Pablo y que fué el jefe de los Doce: Pedro, que, con un historial menos deslumbrador, desempeñó una misión no menos importante, que culmina en la fundación de la sede romana: aquella sede que por él vendría a ser la cabeza visible de la Iglesia.

§ 1. — D e Jerusalén a R o m a

Apenas si algunos episodios se nos han trasmitido de la vida de San Pe­dro, desde su partida de Jerusalén. Muchas hipótesis se han aventurado sobre ese lapso; de ellas, sólo cuajaron en tesis las que dieron por sentado que San Pedro acabó sus días en Roma.

SAN PEDRO EN ANTIOQUIA Es indiscutible que San Pedro vivió por al­gún tiempo en Antioquía, después del Con­

cilio de Jerusalén. Fué u n momento crucial para la vida de la Iglesia en sus relaciones con los judaizantes; mas no así, para la historia de Pedro y Pablo, pese a la accidental oposición entre ambos y a las mil cabalas que sobre ese episodio han forjado los exegetas. San Pablo no podía acomodarse a que, por la conducta de Pedro, quedaran sus cristianos del paganismo en u n plano de inferioridad; por eso se le enfrentó; San Pablo ganó el pleito según se desprende de la Epístola a los galotas ( 2) . El incidente nos ofrece particular interés, porque es u n testimonio de la influencia moral que, a los ojos de Pablo, tenía el Jefe del Colegio Apostólico y porque refleja una divergencia de criterios en el primer período de la naciente Iglesia: la judío-cristiana, remisa a admitir la emancipación total del cristianismo respecto del judaismo, cuyas prácticas legales se les antojaban aun valederas (apelaban esos cris-

(*) BIBLIOGRAFÍA A lo largo del capítulo iremos citando las fuentes antiguas, escriturarias y patrísticas y los documentos arqueológicos que nos faciliten algún de­talle sobre la carrera apostólica de Pedro y sobre su arribo a Roma y su muerte. A este respecto abundan las publicaciones literarias. CH. GUIGNEBERT es el último representante de la tesis, hoy umversalmente desechada, que niega el apostolado ro­mano de Pedro. H. LIETZMANN es el corifeo de la tesis opuesta. Puede verse un acer­tado planteamiento del problema en MONS. BESSON, Saint Pierre et les origines de la primauté romaine, Ginebra (1928). Un conjunto de documentos ha sido compi­lado por SHOTWELL y LOOMIS, The See of Peter, Nueva York (1927); véase también O. MARUCCHI, Pietro e Paolo a Roma, Turín-Roma (1934), 4* ed. de C. CECCHEIXI.

(2) Cf. supra, pp. 138-140.

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tianos a la autoridad de Santiago, hermano del Señor), y la tendencia auto­nomista, defendida briosamente por Pablo. El Apóstol Pedro, que, en la admisión del centurión Cornelio y de su familia y en su opinión privada convenía con Pablo, buscó en su conducta u n acomodo y concordia no siem­pre afortunados: en Antioquía se mostró que había llegado el momento de to­mar una decisión definitiva. La difusión del cristianismo a través del mundo romano y su progresiva liberación del elemento judío originario, dieron el triunfo rápido y total a la tendencia emancipadora.

SAN PEDRO EN LAS ¿Habrá que deducir de la Epístola a los gálatas (3) PROVINCIAS DEL ASIA no sólo que Pedro estuvo entre ellos, sino que exis-

MENOR Y EN LA tía u n partido intransigente acreditado por la auto-MACEDONIA ridad del Príncipe de los Apóstoles? Es.evidente

que San Pablo se enfrenta con u n grupo de crite­rio estrecho respecto a los cristianos procedentes de la gentilidad; pero ¿con qué fundamento puede conjeturarse que en Galacia existía un "partido de Pedro"? En cambio, por los datos de su primera Epístola y según la opinión de ORÍGENES (4) puede afirmarse que San Pedro visitó Galacia, el Ponto, Bi-tinia, Capadocia y Macedonia; aun cuando la dedicadotaria de la carta no fuera de puño y letra de Pedro, una antiquísima tradición nos habría testifi­cado que entre el Apóstol y aquellas provincias existían estrechas relaciones.

SAN PEDRO EN CORINTO Menos problemático aun es que Pedro estuvo en Corintp. La frase tan conocida de la pri­

mera carta de Pablo a los corintios (1 ,12) : "¡Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, y yo, de Cristo!", revela que en aquella iglesia habían pululado los partidos o banderías, que no parecen explicarse sin una influencia directa de los personajes que se citan como jefes, aunque no haya de achacárseles a ellos la responsabilidad de tales escisiones. Así, Pablo protesta airadamente de que a é l se le tome por fundador de uno de esos grupos. Por tanto puede honradamente creerse que, para el año 57 —fecha de la Epístola— Pedro había ya pasado por Corinto. Poner su visita en cuarentena sería aven­turado, pues la ligera insinuación de San Pablo en su Epístola queda especi­ficada por el testimonio de DIONISIO de Corinto, que, a mediados del siglo n , escribe ser su iglesia fundación de los Apóstoles Pedro y Pablo ( 5 ) . El hecho, por lo demás, es muy verosímil, porque Corinto está en la ruta de Antioquía a Roma. Ignoramos todo otro detalle sobre la estancia de Pedro en Corinto. Sería improcedente deducir del texto paulino una determinada actitud de Cefas respecto de los judaizantes.

§ 2 . — La venida de San Pedro a R o m a

HIPÓTESIS Y TESIS Es absurdo sustentar que la carta de San Pablo a los romanos, contemporánea de la primera a los corin­

tios, fuera un grito de alarma dado por Pablo a los romanos contra la acción judaizante de Pedro ( 6 ) . Viven en el misterio las gestas de Pedro en Roma.

(3) H. LIETZMANN, Zwei Notizen zu Paulus, en Sitzungsberichte der preussischen Akademie der Wissenschaften, t. VI-VIII (1930), pp. 151-156.

(*) EUSEBIO, H. E-, III, 1. (8) Epist. ai román-, citada por EUSEBIO, H. E., II, 25, 8. (6) Cf. H. LIETZMANN, art. cit.

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SAN PEDRO: F U N D A C I Ó N DE LA IGLESIA 187

No) áabemos de él sino que la visitó y que, después de haber gobernado su Iglesia por a lgún tiempo, padeció el martirio bajo Nerón. Fluctuamos entre conjeturas, cuando se trata de precisar la fecha de su arribo a la Ciudad Eterna. El hecho de su estancia en Roma debe dejarse sólidamente estable­cido, puesto que, a partir de la Reforma, ha llegado a negarse, a trueque de no aceptar el primado romano. Bueno será advertir que va menguando el número de recalcitrantes, aun entre los mismos racionalistas (7) .

TESTIMONIOS LITERARIOS Cifran los adversarios su argumento, en que la tradición favorable a la estancia de San

Pedro en Roma se apoya en los apócrifos de los siglos n y m , comenzando por la leyenda de Simón el Mago. Mas no arguye necesariamente invención legendaria el hecho de que los apócrifos afirmen la presencia de Pedro en Roma: prueban sencillamente que en ella se creía, cuando esos apócrifos se pusieron en circulación. Pero ¿es que no hay otro testimonio que el de los apócrifos o el de sus congéneres? Por fortuna, abundan y algunos con la garantía de la más remota antigüedad.

Antes de analizarlos, conviene dejar sentado que nadie, en los avatares del pontificado romano durante los siglos n y lu , puso en litigio el apostolado, el martirio y la sepultura de Pedro en Roma. Era creencia común que Pedro y Pablo habían sido enterrados en Roma, Pedro en el Vaticano y Pablo en la vía ostiense; es lo que, en términos bastante precisos, enunciaba el clérigo romano, GAIO, coetáneo del papa Ceferino (199-217) cuando escribía que en dichos emplazamientos se hallaban los "trofeos de los Apóstoles". No parece que EUSEBIO, por quien conocemos dicho testimonio ( 8 ) , interpre­tará eso de los "trofeos" sino como reliquias o memorias ( 9 ) .

De esa creencia se hacen eco los catálogos episcopales de la iglesia de Roma, que dan los nombres de los primeros obispos romanos: tal, el llamado catálogo liberiano, porque llega hasta el papa Liberio (s. iv) , pero que está basado en los anales escritos en 235 por el presbítero romano HIPÓLITO; tal, el catálogo de HEGESIPO, de la segunda mitad del siglo n .

De la segunda mitad del siglo n (ca. 180) es asimismo el testimonio del obispo de Lyon, SAN IRENEO ( 1 0) , uno de los que, en su época, mejor cono­cieron las tradiciones eclesiásticas: afirma categóricamente que la iglesia de Roma fué fundada por los bienaventurados Pedro y Pablo. Y el obispo Dio-

(T) H. LIETZMANN, Petrus und Paulus in Rom. Liturgische und archáologische Studien, Berlín y Leipzig, 2* ed., 1927. Cf. además su obra Geschichte der alten Kirche, Berlín y Leipzig, 2" ed. (1927). El último opugnador célebre, de la venida de San Pedro a Roma, es, en Francia, CH. GUIGNEBERT, La primante de Pierre et la verme de Pierre á Rome, París (1909); P. MONCEAUX, L'apostolat de Pierre á Rome, en Revue d'histoire et de littérature religieuses (1910), pp. 216-240, ha dado de aquella obra una crítica contundente. El War Petrus in Rom? de K. HEUSSI, Gotha (1936), es más fogoso que fundado en sus negaciones.

(8) H. E-, II, 25, 5-7. (9) Cf. P. MONCEAUX, loe. cit. M. GUIGNEBERT, La sepulture de Pierre, en Revue

historique, 193 (2) se dio ingenio para descartar esta interpretación. Pero, en ver­dad, no se deduce de ahí que haya aportado argumento alguno en apoyo de este sentir completamente personal. Por el contrario queda definitivamente invalidada por una inscripción africana, la de las vírgenes mártires de Thabarka, en la que la palabra tropaza indiscutiblemente designa las reliquias de los santos y, por exten­sión, su sepultura: cf. P. MONCEAUX, Enquéte sur l'épígraphie chrétienne d'Afrique, en Mémoires presentes par divers savants étrangers a l'Académie des Inscriptions, t LXXXVIII, 1' parte (1908), pp. 161-339, n. 260.

(!<•) Contra hmreses, III, 3, 3.

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NISIO de Corinto, al describir en el año 170 los orígenes de su iglesia ( n ) recordaba a los romanos que ellos habían tenido los mismos fundadores.

Aun podemos remontarnos más arriba en la corriente de los siglos, hasta la primera mitad del siglo n . El obispo PAPÍAS de Hierápolis, que conoció personalmente a discípulos directos de los Apóstoles, nos dice en su Explica­ción de los discursos del Señor (12) que San Marcos resumió en su Evangelio, compuesto en Roma, la predicación de San Pedro en dicha ciudad.

Ábrese una nueva etapa con SAN IGNACIO, obispo de Antioquía, martirizado en tiempo de Trajano; al escribir a los cristianos de la capital del Imperio les dice que él no puede dictarles órdenes como Pedro y Pablo (Rom. IV, 3 ) ; frase sin sentido, si no se da por supuesto que ambos Apóstoles estuvieron en Roma; por otra parte, nos consta que el Libro de los Hechos establece la estancia de Pablo; al asociarle, en los textos precedentes, el nombre de Pedro, ¿no resulta el testimonio de evidencia irrefragable?

Todavía podemos reforzar más el argumento de tradición; podemos llegar a la misma Roma y, sorprender, ,en el mismo siglo primero (año 95) la carta del Papa Clemente, tercer sucesor de Pedro, al cual debió de conocer personalmente. Escribe CLEMENTE a los corintios, en nombre de la iglesia de Roma, cuya palabra goza ya de singular preeminencia. Hace una evocación de los martirios de Pedro y de Pablo y continúa: "A estos dos hombres, de vida ejemplar, unióse en el martirio un gran tropel de elegidos, los cuales, en medio de sus suplicios, dieron entre nosotros un magnífico ejemplo" ( 1 3) . ¿No vale esto por una declaración explícita de que los dos Apóstoles fueron mar­tirizados en Roma?

Y si continuamos aguas arriba en la sucesión de los años, llegamos hasta la misma fuente, el Apóstol Pedro (14) que fecha su primera Epístola en Babilonia, nombre simbólico de la Roma pagana, según se confirma por el Apocalipsis (15) y por otros textos (1 6) . No se explica cómo algunos auto­res (17) han podido pensar en la Babilonia de Caldea, ciudad aniquilada y muerta, que ni tenía por qué atraer la atención del Apóstol Pedro, n i figura en absoluto en las tradiciones cristianas del país (1 8) . Más absurdo es pensar en la Babilonia egipcia (1 9) . A mayor abundamiento, la tradición recogida por EUSEBIO (H. E., II, 15, 2) fecha dicha carta en Roma. Mas ¿fué Pedro su autor? Críticos como HARNACK (20) negáronle esa paternidad, porque le en­cuentran cierto sabor paulino: Pero ¿esa sospecha no es hija del sistemático

(") Cf. supra, p. 186, n. 5. (12) Citado por EUSEBIO, H. E., III, 39, 15. (13) SAN CLEMENTE, Epist. ad Corinth-, 5-6. Cf. la introducción y versión italiana

de I. GIOHDANI (S. Clemente Romano e la lettera ai Corinti, Turín [1925]). (lá) Podría confirmarse el testimonio de San Clemente con las indicaciones que

nos da el apócrifo Ascensión de Isaías, anterior al siglo u. Hablase de un Beliar que se apodera de uno de los Doce. Si Beliar, según se admite comúnmente, es apelativo de Nerón, ¿quién sino Pedro puede ser ése de los Doce? Cf. Ascensio Isaice, IV, 3; ed. TISSERANT, en Documents pour servir a Vhistoire de la Bible, publicados bajo la dirección de F. MARTIN, París (1909), pp. 116-117.

(15) 16-18. (16) Cf. SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, XVIII, 2, n. 29. (17) CH. GUIGNEBERT, La primauté de Fierre, p. 182 (ya citado supra, p. 187, n. 7). (18) Persia proclama como fundadore* de sus iglesias a Tadeo, Bartolomé o Tomás,

nunca a Pedro. Cf. COSMAS INDICOPLEVSTES (P. G., LXXXVIII, 113) e infra, p. 235. (!») EDGAR SMOTHERS, A letter from Babylon, en The classical Journal, t. XXII

(1926), pp. 202-209. (20) Die Chronologie der altchristliche Litteratur, t. I, Leipzig (1897), p. 164 y

t. II, Leipzig (1904), pp. 455 y ss.

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SAN PEDRO: FUNDACIÓN DE LA IGLESIA 189

prejuicio de que Pedro y Pablo vivieron en oposición permanente? El haber recurrido a ella Papías, según EUSEBIO ( 2 1) , hace más razonable aún su atri­bución a Pedro. En nada desvirtúa la fuerza del testimonio en favor de la permanencia de Pedro en Roma, que según pretenden otros, fuera Bernabé su autor. Las opiniones de los racionalistas sobre la fecha de composición osci­lan entre el año 43 y los comienzos del siglo n ( 2 2 ) . Aun dando de barato que ni Pedro la escribiera n i siquiera le diera el visto, bueno, es de un valor excepcional que su autor la cursara como de Pedro y la fechara en Roma.

TESTIMONIOS Hemos podido comprobar en rápida ojeada sobre la tra-ARQUEOLOGICOS dición escrita, desde la misma era apostólica, la creencia

unánime de que San Pedro estuvo en Roma. La arqueología viene a ratificar ese testimonio tradicional. La llamada

inscripción de la platonia i23), que el Papa San Dámaso (s. iv) puso en la catacumba de San Sebastián, sobre la vía Appia, a algunos kilómetros de los muros de Roma, recuerda que San Pedro y San Pablo "habitaron" allí ( 2 4 ) ; y un peregrino del siglo iv o v escribió a mano, en grafito, que allí estaba la Domus Petri ( 2 5) . ¿Aludían ambos al sepulcro de Pedro o a su residencia en Roma?

Los viejos itinerarios abonan la primera hipótesis ( 2 e ) ; según sus indica­ciones, los sepulcros de los Apóstoles estuvieron, por algún tiempo, en la catacumba de San Sebastián; y a juzgar por los graffiti, los fieles congre­gábanse en ella frecuentemente para celebrar en su honor el refrigerium o ágape fúnebre (2 T). En los documentos martiriales, como la Depositio martyrum del Cronógrafo del año 354 y el Martirologio de San Jerónimo, se habla de una fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo, fiesta que parece se instituyó hacia el año 258 ( 2 8 ) ; . fiesta que sugiere una explicación del tras­lado de los restos de San Pedro a la catacumba de San Sebastián desde el Vaticano, adonde luego se reintegraron definitivamente, según testimonio posterior del Liber Pontificalis (2 9) . La citada fecha de 258 se señala por una de las más feroces persecuciones que conoció la Iglesia, la persecución de Valeriano ( 3 0 ) : ¿No habrían determinado los cristianos de Roma poner a resguardo de toda profanación los restos de su primer obispo y los del Apóstol Pablo, dándoles asilo en otro cementerio, que, por estar alejado de la ciudad, ofreciera más tranquilo descanso? ( 3 1) .

(2i) H. E., III, 39, 17. (22) Las alusiones de la epístola (4, 12 ss.) a las tribulaciones padecidas por los

fieles y a las amenazas que penden sobre ellos pueden ser un eco de la persecución del año 64. Se ha negado la autenticidad petrina de la epístola, porque precisamente esa persecución acabó con el Apóstol. ¿Pero es que no pudo mediar, entre los pri­meros síntomas de peligro y la ejecución de Pedro un lapso bastante a remitir una carta a las lejanas y queridas comunidades cristianas? Amén de que las alusiones no son tan precisas que exijan una fecha determinada.

(23) Corrupción de platoma o más bien de platomum, placa de mármol. (24) SAN DÁMASO, Epigrammata, 26 (ed. IHM, Leipzig [1895], p. 26; P. L., XIII,

382). (25) j WILPERT, Domus Petri, en Rómische Quartalschrift (1912), pp. 117-122;

A. DE WAAL, Zur Wilpert's Domus Petri, en ibid., pp. 123-132. (26) Notitia ecclesiarum, en J. B. DE ROSSI, Roma Soterranea, t. I, pp. 139 y 141. (27) En el triclinio, sala de reunión, próxima al sepulcro. (28) / / / Kál(endas) iul(ias)... Tusco et Basso consulibus- Fiesta del 29 de junio. (2») Ed. DUCHESNE, t. I, p. 118. (*>) Cf. vol. II de esta obra. (31) Cf. el estudio de Mons. L. DUCHESNE, La Memoria Apostolorum de la via

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190 LA IGLESIA PRIMITIVA

Y si, como pretenden algunos, tal peligro de profanación es una suposición infundada, ¿no habrían recogido los restos para poder venerarlos sin obstáculo, burlando la guardia imperial montada en torno de los sepulcros cristianos públicamente conocidos? ( 3 2) .

Parece innegable, en todo caso, que hubo u n traslado provisional. Los restos de los Apóstoles Pedro y Pablo reposaron ad catacumbas hasta que el emperador Constantino mandó exhumarlos y reintegrarlos a sus tumbas pri­mitivas, la vaticana y la ostiense (última investigación), respectivamente. So­bre ellas se elevaron sendas basílicas. Sea de ello lo que fuere, las excava­ciones realizadas en la catacumba de San Sebastián han hecho palpable la presencia en Roma de los cuerpos de Pedro y Pablo. Y como no hay el menor indicio de que esos restos procedieran de otras regiones, fuerza es concluir que ambos Apóstoles acabaron en Roma sus días ( 3 3 ) (* ) .

Appia, en Atti della Pontificia Academia romana di archeologia, Memorie, I, 1, (1913) (Miscellanea de Rossi), p. 7. Suele objetarse contra la fecha y las causas del traslado de los restos de San Pedro y San Pablo a las catacumbas de San Sebas­tián, que difícilmente habrían podido burlar la vigilancia policíaca y menos aún en época de hostilidades contra los cristianos; y que, por otra parte, sus diligencias resultaban baldías, porque las autoridades tenían noticia de las catacumbas y de los ritos que en ellas se celebraban. El P. DELEHAYE (Le sanctuaire des apotres sur la voie Appienne, en Analecta Bollandiana, XLV, [1927], pp. 297-306), se inclina por­que la domus Petri designaba la residencia habitual de Pedro y no su tumba; y afirma que más de una vez se erigían monumentos en honor de los mártires no sobre sus sepulcros sino en el domicilio de su vida mortal. Pero, en tal caso, ¿cómo explicar el rito fúnebre del refrigerium celebrado en la catacumba de San Sebas­tián? ¿Habrían sido sepultados allí la vez primera, según defiende. K. ERBES, Die geschichtlichen Verhaltnisse der Apostelgraber in Rom, en Zeitschrift für Kirchenge-schichte, t. XLIII (1934), pp. 38-92? El testimonio del Líber Pontificalis no puede tenerse como definitivo, por ser tardío. Pero la mayor dificultad procede de que los sepulcros de la catacumba de San Sebastián, anteriores al siglo ni, son paganos. Si las conclusiones realmente ingeniosas del señor CARCOPINO (Lezingen en Voor-drachten, en Bulletin van de Vereeniging tot Bevordering der Kennis van de Anticke Beschaving [1932], pp. 33-34), son válidas, tendríamos en la mano la llave del enigma: las tumbas del siglo n —arguye— son de los adeptos de las sectas gnósticas y las inscripciones recuerdan a numerosos esclavos y libertos del emperador, también gnós­ticos; la Iglesia combatió cerradamente el gnosticismo, que más que una herejía, era la desintegración total del dogma cristiano; pero como sobre unos y otros pendía una misma espada de furor imperial, los cristianos admitieron, no su hospitalidad temporal sino simplemente su vecindad, a fin de poner a cubierto sus preciosas reliquias entre gentes que, por sus principios (d'hommes bien en cour), no podían despertar sospechas entre los sabuesos de la policía.

(32) A nuestra explicación sobre el culto de los Apóstoles en la catacumba de San Sebastián se ha argüido con el profundo respeto, sancionado por las leyes con penas severas, que los romanos sentían por las sepulturas y que la famosa inscripción que se llama de Nazaret (F. CUMONT, Un rescrit imperial sur la violation de sépulture, en Revue Historique, t. CLXIII [1930 *] , pp. 241-266) ha venido a confirmar. Y burlar esa ley con un traslado de restos, era correr un riesgo seguro y de. gravísimas con­secuencias. Y apenas se tuviese noticias del hecho, el albur corrido terminaría en un estruendoso fracaso.

Puédese replicar a esto que ni la policía antigua —abundan los ejemplos en las Actas de los mártires— ni la moderna está curada de soborno, ni se exigía el aparato de grandes sarcófagos para trasladar los huesos y cenizas que, después de dos siglos, pudieran subsistir.

Acerca de la inscripción de Nazaret, cf. V. CAPOCCI, en Bullet. delV Istituto di dir. rom., XXXVIII (1930), pp. 215 y ss.; A. MOMIGLIANO, L'opera dell'imperatore Claudio, Firenze (1931), p. 73. Para una biografía completa véase F. DE ZULUETA, Violation of sépulture in Palestine (en The Journal of Román Studies, vol. XXII [1932], pp. 184 y ss.). Cf. supra, Introducción, II.

(33) Uno de los más recientes historiadores de los orígenes de la Iglesia cristiana,

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SAN PEDRO: FUNDACIÓN DE LA IGLESIA 191

S

§ 3 . — San Pedro e n R o m a

TIEMPO DE PERMANENCIA ¿Qué lapso vivió San Pedro en la Ciudad Eterna? Lo ignoramos en absoluto. No existe

documento histórico en que apoyar la tradición de los veinticinco años de episcopado romano de Pedro ( 3 4) . Convengamos en que al menos su perma­nencia en la capital imperial no fué continua durante esos veinticinco años, puesto que el año 49 asistía al Concilio de Jerusalén ( 3 5) , poco después com­ponía en Antioquía sus diferencias con Pablo y, finalmente, n i se alude a él

en la Epístola que Pablo escribió a los romanos el año 58, n i en el relato del confinamiento de Pablo en Roma (61-62), según el Libro de los Hechos. Por lo demás, sólo autores tardíos, y cuya veracidad debe ponerse en cua­rentena, refieren el pretendido encuentro, en Roma, de Pedro con Simón Mago en los comienzos del reinado de Claudio (41-54) (3 6) .

Por otra parte, ¿cómo se explica, sin una acción directa de los Apóstoles (37) que, cuando San Pablo escribía a los romanos, "su Iglesia floreciera pujante", y fuera tal "su importancia a los mismos ojos de Pablo, que les dedicara su gran manifiesto doctrinal sobre la predestinación?" Como ese Apóstol no pudo ser el propio San Pablo, el cual confiesa en su Epístola (a. 58) que hasta la fecha no había podido visitar la capital del Imperio, parece admisible que San Pedro les visitara anteriormente, aun cuando a la sazón no tuviera allí su residencia fija.

H. LIETZMANN, bien ajeno a todo partidismo confesional, concluye su estudio sobre la ida de San Pedro a Roma (Petrus und Paulus in Rom, p. 238) con estas palabras: "En suma, todas las fuentes históricas próximas al año 100, hácense trasparentes e inteligibles, armonízanse con el_ contexto histórico y concuerdan entre si, si se admite lo que con toda claridad nos sugieren: que Pedro vivió y murió en Roma. Toda otra hipótesis sobre la muerte de Pedro es arbitraria y erizada de dificultades. No veo por qué hay quien vacile ante conclusión tan evidente."

(*) Esperamos que los sensacionales descubrimientos realizados en la basílica cons-tantiniana de Roma corroborarán ampliamente la tesis tradicional. (N. d. T.)

(34) Esa tradición se explica por un error. La cronología de HIPÓLITO, que es una de las más antiguas cronologías eclesiásticas, nos presenta a los dos pontífices, con­siderados como los inmediatos sucesores de Pedro, San Lino y San Anacleto, como regentes de la Iglesia romana, en vida y bajo la autoridad del Apóstol, en sendos períodos de doce años; si añadimos el pontificado de San Clemente, que viene después de ellos, y que en la dicha cronología se califica de sucesor de Pedro, habre­mos completado el ciclo del cuarto de siglo. Cf. Líber Pontificalis, I, p. 118 (ed. DÚ­CHESETE), que sigue la tradición de los pontificados de Lino y Anacleto, contempo­ráneos de Pedro. Véase E. CASPAR, Die álteste rómische Bischofliste, en Schriften der Kónigsberger gelehrten Gesellschaft. GeistesgewissenschaftUche Klasse, 2 Jahr., Heft 4 (1926), que ha sustentado esta explicación.

(35) Cf. supra, p. 137. (36) El historiador EUSEBIO en su H. E., I, 14, refiere, no que Pedro se encontrase

en Roma con Simón Mago, sino que sus predicaciones acabaron con el influjo ma­léfico de éste. EUSEBIO, al escribir esto, hacíase eco del apologista JUSTINO (S. II) el cual refiere (Apología, 26) que Simón fué venerado en Roma como dios: que en la isla de Tíber se erigió una estatua en' su honor, con la inscripción Simoni Deo sancto (C. I. L., VI, pp. 567-568); y en efecto hallóse en esa isla del Tíber un vaso dedicado Semoni Sanco Deo; pero ese Simón Sanco o Sancus era un dios etrusco. La confusión es patente; y quizá sobre ese error estriba toda la historia de la venida de Simón Mago a Roma. Alúdese también en los Hechos de Pedro: pero este apócrifo es del siglo ra, de origen gnóstico o al menos de fuente sospechosa, que no es, por sí sola, garantía de autenticidad.

(37) M. BESSON, Saint Pierre et les origines de la primante romaine, Ginebra (1928), p. 66.

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192 LA IGLESIA PRIMITIVA

Faltan pruebas con que apuntalar esta hipótesis y más todavía si pretende­mos precisar la fecha de los veinticinco años antes de su muerte.

Añádase que no es uniforme el cómputo de dichos veinticinco años en los autores que nos trasmitieron la cifra. El catálogo liberiano los encaja entre el año 30, reinando Tiberio, y el 55, año del martirio de Pedro. Cronología absurda, que situaría a Pedro en Roma al siguiente día de la Pasión y le haría morir antes de la persecución de Nerón. EUSEBIO, con mayor sensatez, fija en el 42 la llegada de Pedro a Roma y en el 67 su martirio. Pero la fe­cha 67 parece tardía, pues el furor neroniano de la matanza de cristianos en masa, se desencadenó el 64.

Parece que refleja más exactamente la verdadera tradición, el poeta LAC-TANCIO, cuando, en los albores del siglo iv escribía ( 3 8 ) : "Dispersáronse los Apóstoles por toda la tierra para predicar el Evangelio y, durante veinticinco años, hasta la primera época del reinado de Nerón, echaron los fundamentos de la Iglesia en todas las provincias y ciudades. Nerón había escalado el trono para cuando San Pedro llegó a Roma." Según esto, Pedro se presentó en Roma al fin de sus días; no se determina si algunos de los veinticinco años de sus actividades apostólicas se deslizaron en la Ciudad de los Césares.

ORÍGENES DE LA Es indiscutible que, cuando Pedro arriba a la capital IGLESIA ROMANA imperial por últ ima vez, existía allí una comunidad

cristiana. Aun en el caso de que anteriormente hu­biera girado una rápida visita de organización, los primeros cristianos, testi­gos "romanos" de la teofanía de Pentecostés, debieron precederle. Hemos, por consiguiente, de remontar la primera cristiandad de Roma a los días de Tibe­rio; durante los reinados de Calígula y de Claudio expansionóse y arraigó fuertemente el cristianismo romano. El año 49 conoce la primera crisis, que nos da una idea de los progresos del Evangelio en Roma: bastaron aquellos fieles para perturbar la colonia judía de Roma y provocar la intervención de la autoridad; muchos judíos y cristianos (oficialmente todos) fueron expul­sados de la capital; aun se confundía a unos y otros.

Ese es el alcance del tan conocido pasaje de SUETONIO: Judceos impulsare Chresto assidue tumultuantes Roma expuli (3 9) . Para SUETONIO, Chrestus ( 4 0) , es decir Cristo, era el jefe de una de las facciones en lucha. Hay otro testi­

monio pagano, largamente preterido, el de TALO ( 4 1) , que confirma la pene­tración de las ideas cristianas en el ambiente romano de esta época.

Concuerda perfectamente con SUETONIO el relato de los Hechos de los Após­toles (18, 2 ) , que nos hablan de la presencia en Corinto (51-52), de dos cris­tianos, Aquila y Priscila, expulsados de Roma por su profesión religiosa.

Afirma D I Ó N CASIO ( 4 2) , y es muy creíble que, ante la imposibilidad de lle­var a efecto la expulsión en masa de los judíos, ciñéronse a prohibir sus reunio-

(S8) De mortibus persecutorum, II. (39) SUETONIO, Claudius, XXV, 4. (40) Confusión vulgar de Xpíjorós y de xpioros. El pueblo romano amaba a los

cristianos chrestiani, según se lee en los Annales, XV, 44 de TÁCITO, referente a la persecución de Nerón. Respecto a la evolución del nombre, cf. P. DE LABRIOLLE, Christianus, en Bulletin du Cange, t. V (1929-1930), pp. 69-88. A. FERRUA, S. J., Christianus sum, en La Civilta Cattolica, Roma, junio-julio de 1933.

(41) Trasmitido por un fragmento de JULIO AFRICANO, conservado por el cronista bizantino GEORGES SYNCELLE (Fragmenta historicorum grcecorum, ed. CARL MÜLLER, t. III, p. 519). Cf. GOGUEL, Un nouveau témoignage non chrétien sur la tradiiion évangélique, en Revue de Ihistoire des religions, t. XCVTII (1928), pp. 1-12.

(« ) LX, 6.

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SAN PEDAS: FUNDACIÓN DE LA IGLESIA 193

nes. Pero el ejemplo de Aquila y Priscila evidencia, que, en ciertos casos se ejecutaron los destierros. La verdad es que el decreto alcanzó a muchos judíos cristianos ( 4 3) . Si Pedro estaba a la sazón en Roma, bien pudo ser de los exilados por la orden imperial. ' Pasado el fragor de la tormenta, volvieron a reorganizarse y a engrosar sus

filas con nuevos adeptos; y cuando San Pablo, años después, hacia el 57, les dirigió su carta ( 4 4) , la iglesia romana primitiva era. ya "nutrida, famosa y célebre por su fe y por sus obras" (*5). Por la misma carta del Apóstol pode­mos saber qué elementos la integraban: como en la mayor parte de las ciuda­des, al primitivo núcleo judío venía a agregarse un buen número de paganos convertidos; son la promesa del futuro. Por largos años prevalecerá el ele­mento oriental sobre el propiamente romano; el griego quedó como idioma oficial de la iglesia romana hasta fines del siglo n , sin duda porque era el lenguaje de la mayoría.

Al llegar Pablo a Italia, para responder ante el t r ibunal imperial, recibió en Puzzuoli el homenaje' de los cristianos, testimonios precioso de la difusión del cristianismo por la Magna Grecia; y los de Roma le salieron al encuentro en la vía Appia (Act. 28, 15).

En Roma gozó Pablo de cierta libertad de acción ( 4 6) , y se puso al habla con los dirigentes de la colonia judía para exponerles su caso. Sus interlocu­tores descendieron al terreno por él buscado, el de los temas de su predica­ción. Habló largo y tendido. Hubo quien se dejó ganar por la dialéctica de Pablo; pero, a juzgar por las palabras del Apóstol sobre la dureza de corazón del pueblo judío (Act. 28 in fine), la mayoría se mantuvieron refractarios. Empero la comunidad romana continuó esponjándose y es de creer que no poco habría contribuido a su desarrollo la acción de Pablo durante los dos años de cautiverio. No faltaron a la cita los eternos enemigos, los judaizan­tes, que por algún tiempo inquietaron a la naciente iglesia romana, aunque no con graves perturbaciones ( 4 7) .

Al declarar los jueces la inocencia de Pablo, dejáronle en libertad. Proba­blemente se dirigió a España (48) y desapareció del todo del escenario ro-

(**) Ese es el sentido de la frase de SUETONIO: "Expulsó de Roma a los judíos que (esto es, a aquéllos de los judíos que) capitaneados por Cristo, promovían ince­santes alborotos." La carta, conocida por un papiro, en que Claudio amenaza el año 41 a los judíos de Alejandría que llamaran o albergaran en la capital egipcia a sus correligionarios procedentes de la provincia o de Siria, ¿no parece aludir a los cris­tianos en aquello del "mal que se expande por todo el universo"? Pese a las cabalas ingeniosas de H. JANNE (Un passage contreversé de la lettre de Claude aux Alexan-drins, en la Revue archéologique, serie 5*, t. XXXV [1932], pp. 268-282), es una expresión sobrado genérica para poder afirmarlo. W. SESTON (L'empereur Claude et les chrétiens, en Revue d'histoire et de philosophie religieuses, mayo-junio [1931], pp. 275-304) ha puesto de manifiesto lo aventurado de tal interpretación. En su artículo se da una amplia bibliografía sobre dicho problema. Puede consultarse el texto de la carta en H. IDRIS- BELL, Jews and Christians in Egypt, the jewish troubles in Alexandria and the Athanasian Controversy, Londres y Oxford (1932). Traducción francesa por P. JOUGUET, Une lettre de l'empereur Claude aux Alexandrins, en Revue égyptologique, II (1924), fase. 3-4. Comentario del mismo en Journal des Savants (1925), pp. 5-19.

(44) Sobre la fijación de esta fecha, cf. supra, p. 168, n. 112. (45) L. DUCHESNE, Histoire ancienne de VB.gU.se, t. I, p. 56. (*«) Cf. p. 178. (47) "D e cualquiera manera, hipócrita o sinceramente, que Cristo sea anunciado,

yo me alegro de ello y me alegraré" (Phil. 1, 18). (48) Según la carta de SAN CLEMENTE. Acerca de ella cf. supra, p. 188, e infra,

p. 262 y cap. XI, § 5.

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194 LA IGLESIA PRIMITIVA

mano. Reemplazóle Pedro, que debió de llegar poco antes de su partida. Una espesa cortina de niebla continúa velando en el misterio la historia del príncipe de los Apóstoles. Sólo sabemos que la coronó con el martirio. No inspiran confianza las vagas tradiciones, fechadas en el siglo rv, acerca del lugar en que Pedro bautizaba, ad nymphas sancti Petri, ubi Petrus baptiza-bat ( 4 9 ) , identificado con el l lamado cementerio Ostriano, en la vía Nomen-tana, fuera del casco urbano de Roma. Ello no embargante, merecen algún aprecio C50). Mas, en definitiva, de la vida romana de Pedro no conocemos sino el último acto: su martirio, que, unido al de Pablo, hicieron de aquella iglesia la Iglesia apostólica por excelencia.

(48) Qf, A . PROFUMO, La memoria di san Pietro nella regione Salaria-Nomentana, en Romische Quartalschrift (1916), suplemento 21.

í50) Los Acta Marcelli que insertan esas tradiciones, son del siglo iv. Si por Domus Petri se interpretara el albergue en que Pedro se alojó mientras vivía, sería difícil conciliar la tradición relativa al cementerio Ostriano con la referente a la catacumba de San Sebastián. Cf. supra, p. 189, n. 31.

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CAPITULO V

SANTIAGO Y SAN JUAN C1)

§ 1. — El Apóstol Santiago y la Iglesia de Jerusalén

SANTIAGO Al historiar los orígenes de la iglesia de Jerusalén y los viajes apostólicos de San Pablo se habló ya de Santiago, el hermano

del Señor. El mismo San Pablo, al enumerar las apariciones de Jesús resuci­tando, menciona, después de las apariciones a Cefas, a los quinientos y a los once, la aparición a Santiago (I Cor. 15, 7) . Y al evocar en su carta a los gálatas los recuerdos de los tres años que siguieron a su conversión, refiere cómo subió a Jerusalén para verse con Pedro y que de los otros Apóstoles no halló a ninguno sino a Santiago, el hermano del Señor (Gal. 1, 17). Estas someras indicaciones revelan qué importante cometido desempeñó Santiago desde la aurora del cristianismo ( 2) .

Desde la persecución de Agripa, crece su prestigio; Santiago, hermano de Juan, ha padecido el martir io; Pedro, encarcelado y librado luego por un ángel, ha tenido que abandonar Jerusalén. Desde ese momento aparece San­tiago, el hermano del Señor, a la cabeza de la comunidad: a él trasmite Pedro la novedad de su excarcelación (Act. 12, 17). En el Concilio de Jerusalén tiene una actuación decisiva; aquéllos que, según Pablo, figuraban como "columnas" son Cefas, Santiago y Juan (Gal. 2, 9 ) ; en la asamblea general, de que nos hablan los Hechos, pronunciaron sendos discursos Pedro y San-

(!) BIBLIOGRAFÍA. — CHAINE (I), L'Epitre de Saint Jacques, París (1927) — LA-GRANGE (M. J.), Evangile selon Saint Jean, París (1925). — ALLO (E. B.), Saint Jean. L'Apocalypse, París (1933). — FOUARD (C), Saint Jean et la fin de l'áge apostolique, París. — PIROT (L.), Saint Jean, París (1923). — RENDALL (G. H.), The Épistle of St. James and Judaic Christianity, Cambridge (1927). — STANTON {V. H.), Tfie Gospels as historical Documents. Pan. III. The Fourth Gospel, Cambridge (1920).—WESCOTT (B. F.), The Epistles of St. John, Londres (1905). — LERCARO (G.), La lettera cattolica di san Giacomo, Brescia (1931).

(2) ¿Era Santiago uno de los Doce? Desde tiempo inmemorial se viene deba­tiendo esta cuestión; según TILLEMONT, los griegos distinguen entre Santiago, hijo de Alfeo, y que era uno de los Doce, y Santiago, hermano del Señor; su liturgia observa las dos fiestas; en cambio los latinos, conformes con la opinión de San Jeró­nimo, los identifican en uno. Puede consultarse sobre el particular, LAGRANGE, Saint Marc, pp. 78 y ss; Epitre aux galates, p. 18; CHAINE, Epítre de Saint Jacques, pp. XXX-XXXIII; sobre la distinción entre ambos Santiagos, cf. MALVY, en Recherches de science religieuse (1918), pp. 122-132; MADER, en Biblische Zeitschrift, t. VI, 4, pp. 393-406 Los exegetas que incluyen en el número de los Doce, no sólo a Santiago, sino también a otros dos hermanos del Señor, Simón y Judas, difícilmente explicarán el pasaje de Ion. 7, 5 (Cf. Me. 3, 21) sobre la incredulidad de los hermanos del Señor, apenas seis meses antes de la Pasión (CHAINE, op. cit, p. XXXII). Por otra parte, Gal. 1, 17, citado en el texto, se explica más naturalmente si Santiago es uno de los Apóstoles. Para conciliar estos extremos, se han ideado varias hipótesis: Jesús, al aparecerse a Santiago, habría hecho de él un Apóstol, como de Pablo; o tal vez se le habría admitido en el Colegio Apostólico a Santiago, hermano del Señor, como sucesor de Santiago el Zebedeo, martirizado el año 42; en tal guisa habría quedado reconstruido el grupo de los tres: Pedro, Santiago y Juan. Pura hipótesis.

195

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196 LA IGLESIA PRIMITIVA

tiago (15, 13). Apenas entró Pablo en Jerusalén, fué a ver a Santiago, que estaba rodeado de los presbíteros (Act. 21, 18).

Todos estos rasgos, singularmente el último, definen a Santiago como jefe de la iglesia de Jerusalén; en tanto que los demás Apóstoles van misionando allende las fronteras de Judea, Santiago queda como obispo de Jerusalén ( 3) .

OBISPO DE JERUSALÉN No debemos perder de vista esta situación excep­cional de Santiago: es síntoma de la devoción que

los Apóstoles sentían por la Ciudad Santa y de su interés por cristianizarla. Pablo no se habrá entretenido más de dos o tres años en las más importantes

metrópolis del oriente, Antioquía, Tesalónica, Corinto, Efeso; Pedro recorrerá Antioquía, Corinto y quizá también Bitinia y el Ponto; en Roma no tendrá asiento fijo, hasta el período postrero de su vida, porque le arrancarán de la ciudad empresas misionales en tierras lejanas ( 4 ) ; pero Santiago, no se mueve de Jerusalén; ninguna misión puede alejarle de la Ciudad Santa; prevé la proximidad de la gran catástrofe; observa cómo las conversiones se multi­plican; hace un supremo esfuerzo por congregar a Israel en torno del Mesías que ellos desconocieron y crucificaron. Regocíjase con los triunfos de Pablo (Act. 21, 20) ; sus propias conquistas son los "millares de judíos convertidos a la fe, observantes escrupulosos de la Ley vieja" (ibid.).

Las trágicas circunstancias en que se desenvuelve la vida de Santiago y que avivan la l lama de su celo apostólico, nos explican su actitud de veinti­cinco años. Se le ha tildado de judío obstinado "que no ha calado en la hon­dura doctrinal del Evangelio" ( 5 ) ; juzgarle de ese modo, es desconocer en

absoluto el cristianismo del obispo márt i r ; eri las dos circunstancias decisi­vas de la asamblea de Jerusalén y de la visita de Pablo, toma posiciones impuestas no por escrúpulos doctrinales, sino por espíritu de caridad: si for­mula restricciones al decreto de Jerusalén, es por facilitar a los discípulos de Moisés la alternancia social, sin escándalo, con los gentiles convertidos (Act. 15, 21).

Si pide a Pablo que manifieste su respeto a la Ley, es por evitar el escándalo de la muchedumbre de convertidos, fieles a la Ley (21, 20). Y Pablo se aviene a ello, porque la caridad lo exige; no defiende Santiago una teología de la Ley y de la gracia, sino el respeto a los judíos convertidos; podía apro­piarse la advertencia de Pablo a los corintios: "¿Entonces, perecerá por tu ciencia el hermano débil, por quien Cristo murió?" (I Cor. 8, 11).

Ambos incidentes encuadran perfectamente en la vida religiosa de Santiago y de su iglesia; uno y otra abrigan la ambición de dar a los judíos, con quie­nes conviven, el ejemplo de intachable fidelidad a la Ley; Pabló, hablando de sus adversarios, escribía a los corintios: "¿Que ellos son hebreos? También yo. ¿Israelitas? Israelita soy. ¿Hijos de Abrahán? Hijo soy de Abrahán" (II Cor. 11 ,22) .

Ese mismo orgullo informaba a los cristianos de Jerusalén; mas para ellos el judaismo no era sólo u n privilegio racial, sino una regla de vida, una norma que se debía observar estrictamente. Piensan que es u n medio de apostolado: les engrandece a los ojos de sus compatriotas de Jerusalén y les granjea sus simpatías; de las simpatías nacerán, con la gracia divina, las

(3) Los judíos cristianos, ganosos de ensalzar la misión de Santiago, afirmaron que el mismo Cristo le nombró obispo de Jerusalén: Recognitiones, I, 43 (P. G:, I, 1232). Cf. CHAINE, op. cit, pp. XXXIII-XXXIV.

(*) Cf. supra, p. 191. (5) METER, Ursprung, t. III, p..227.

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SANTIAGO Y SAN J U A N 197

conversiones, ya que no de todos, al menos de los más fervorosos; y si la quin­taesencia del judaismo se les adhiere, ¿no les seguirá el resto del pueblo?

En el alborear de la Iglesia, aquellos primeros fieles conquistaron, por su fervor religioso, la estimación de todo el pueblo (Act. 2, 47) ; era el triunfo de la táctica de Santiago y de los suyos, y de los mismos principios evangé­licos de Pablo: hacerse todo para todos, por ganarles para Cristo.

SANTIAGO Y LOS Aquel proceder era intachable y, en Jerusalén, el más JUDAIZANTES acertado ( 6 ) ; mas ofrecía sus peligros: ¿acaso aquellos

cristianos amamantados en el judaismo no llegarían a confundir las exigencias de la caridad y de la prudencia con u n deber de religión? ¿Y, por otra parte, no les desconcertaría la libertad de los otros cristianos, aun de los que procedían de la gentilidad? Muchos del cortejo de Santiago sucumbieron a la tentación (Act. 15, 5, 24; Gal. 2, 12) y Santiago hubo de desautorizarles (15, 24) y reconocer la libertad de los gentiles (Gal. 2, 9; Act. 15, 13 ss.; 21, 25) ; respecto de los judíos convertidos, Santiago ape­nas concibe otro modo de vida que el suyo y el de sus discípulos de Jerusalén (21, 21): no puede suponer que los demás judíos quebranten esa fidelidad que él guarda a la Ley. ¿Es que la práctica de la Ley se le antoja fuente de salud? No, en modo alguno ( 7) . ¿Túvola por condición de salud o al menos

como necesaria para ser perfecto? Buenos comentaristas lo han pensado ( 8 ) ; pero se nos figura que no es posible deducir de nuestros documentos una res­puesta teológica tan precisa: que Santiago se inclinaba por las observancias legales, innegable; pero esa conducta está impuesta por el medio social en que vive y que anhela conquistar y por la práctica constante y fervorosa de aque­llos ritos, que imprimieron en su alma una huella indeleble; Pedro, a quien Dios destinaba para u n apostolado más amplio, se ha percatado del peso muerto del judaismo (15, 10); Santiago, reducido exclusivamente a la evangelización de Jerusalén, no sentía, al parecer, aquella carga. Para Santiago es indiscuti­ble que un judío, y más aún si es Apóstol, debe llevar ese yugo hasta la muerte y sujetar con las mismas coyundas al cristiano nacido, como él, en el judaismo.

(6) Pablo adopta esa misma actitud, no sólo al someterse al nazireato, por con-.descender con el deseo de Santiago, sino al presentarse ante el Sanedrín como fariseo e hijo de fariseos (23, 6). ; (7) Cf. LAGRANGE, Galates, pp. LIV y ss-: "Santiago y todos los suyos reconocieron en forma terminante que los gentiles pueden salvarse sin observar la Ley de Moisés. La lógica más elemental debía inducirle a pensar que tampoco la salvación de los judíos dependía de la Ley, como principio. Pedro lo declaró abiertamente. Santiago debió de pensar lo mismo; si así no fuera, no habría mantenido con San Pablo rela­ciones de comunión eclesiástica.... ¿Consideró Santiago la observancia de la Ley obli­gatoria para los judíos, no como principio de salud, sino como condición esencial? No podemos afirmarlo. Los más de los judíos convertidos, eso creían; ni Santiago ni sus presbíteros combatieron esta creencia. Quizá la consintieron, sin compartirla. Sin embargo, puede pensarse, aun cuando la falta de documentos no autoriza a afir­marlo, que Santiago consideraba la Ley como saludable, pues tan fielmente la observó y tanto se opuso a que se reprochase a Pablo haberla declarado abrogada para los judíos."

(8) CHAINE, Saint Jacques, pp. XXXIV y ss.: ¿Consideró las obras de la Ley como condición necesaria de salud o de perfección para los judíos? El relato de los Hechos sobre la última visita de San Pablo a Jerusalén parece insinuarlo... Si el discurso entonces pronunciado (21, 20-25) fué obra de Santiago o recibió su vere­dicto, como puede presumirse, fuerza es concluir que para este Apóstol los judíos esta­ban obligados a observar la Ley, a título de perfección o de condición soteriológi-ca". Cf. LAGRANGE, pasaje citado anteriormente.

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198 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO Nada se alude, en la Epístola de Santiago a la observancia de la Ley. Extraño silen­

cio, singularmente por datar la carta, al parecer, de los últimos días de la vida del Apóstol (9) . Si, después de la asamblea de Jerusalén y de las múlti­ples controversias suscitadas en Siria, Galacia y Acaya, el obispo de Jerusa­lén pasa por alto una cuestión tan debatida, es que no pretende imponer su criterio a fuer de jefe de partido, sino mantener la concordia, como verdadero Apóstol de Cristo ( 1 0) .

Diserta sobre la fe y las obras (2, 14-26); mas nada dice acerca de las pres­cripciones legales; las obras de que habla Santiago, no son las obras de la Ley, en que los judaizantes fundaban la justificación; las obras de que se trata son las que nacen de la virtud de la religión y sobre todo las obras de caridad, testimonio fecundo de la eficacia de la fe y garantía de su misma fecundidad ( n ) :

"¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir «yo tengo fe», si no tiene obras? ¿Podrá salvarle la fe? Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen del alimento cotidiano y alguno de vosotros les dijere: «Id en paz, que podáis calentaros y alimentaros», pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? Así también la fe, si no tiene obras es de suyo muerta" (2, 14-17).

Santiago hace hincapié en lo que había ya insinuado anteriormente: "Po­ned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, que os engañaríais; pues quien se contente con oír la palabra sin practicarla, será semejante al varón que contempla en u n espejo su rostro y apenas se contempla se va y al instante se olvida de cómo e r a . . . " (1 , 22-24; 4, 17). Estos versículos son un eco de la conclusión del sermón de la montaña: "Quien oye mis palabras y las pone por obra, es semejante a un hombre prudente que edificó su casa sobre r o c a . . . (Mt. 7, 24) .

Y no son éstas las únicas cláusulas que evocan los discursos del Señor. No hay escrito del N. T. en que tan bien resuenen las enseñanzas de Jesús como la Epístola de Santiago: en sus anatemas contra los juramentos y pala­bras vanas (1 2) , en la prohibición de maldecir y de formar juicios temera­rios ( 1 3) , en el ejemplo de los profetas (1 4) , en las bienaventuranzas, singu-

(9) Parece, en efecto, posterior a la Epístola a los romanos; se podrá fechar en 57-62.

(10) Cf. CHAINE, op cit-, p. LXXXVIII: "Preferible es razonar el silencio con otros argumentos que el de la fecha: la prudencia... lo explica perfectamente. Como los judíos podían santificarse en Cristo, sin renunciar a la Ley, prefirió respetar la conciencia de los que se creían dispensados de ella. Ama la paz y por eso evita de intento toda cuestión irritante."

( n ) ¿Qué fundamento hay para establecer una oposición entre la carta de San­tiago y las de San Pablo? Según dice San Agustín: "Pablo habla de las obras que preceden a la fe; Santiago, de las que nacen de la fe" (De dtversis queestionibus, q. 76; P. L. XL, 89). Santiago no propuso al desgaire el ejemplo de Abrahán (2, 21) para sacar una enseñanza aparentemente opuesta a la doctrina de San Pablo (Rom. 4, 2). Podemos pensar acertadamente que Santiago intentó con ello corregir ciertas erróneas interpretaciones del pensamiento de Pablo (cf. AUGUSTIN, ibid.); no faltaban los errores en tales asuntos; el mismo Pablo tuvo que salir al paso de algunos de ellos (Rom. 3, 8; 6, 1; / Cor. 5, 10). Puede consultarse sobre el particular CHAINE, op. cit., pp. LXÍX-LXXV.

( " ) 5, 12; cf. Mt. 5, 34-37. (13) 3, 9; cf. Mt. 5, 44; Le. 6, 28; 4, 11; 5, 9; cf. Mt. 7, 1-2; Le. 6, 37. (i") 5, 10; cf. Mt. 5, 12; Le. 6, 23.

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SANTIAGO Y SAN J U A N 199

lamiente el encomio de la misericordia (15) y de la pobreza. San Lucas aso­cia la buena ventura de los pobres con la malhadada suerte de los ricos (6, 20-27); Santiago, después de haber exaltado el privilegio de los pobres, ele­gidos por Dios para "herederos del reino" (2, 4 ) , pronuncia contra los ricos aquellos anatemas que vibran con los mismos acentos que las maldiciones proferidas por Nuestro Señor:

"Y vosotros, ricos, llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan. Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos por el orín y el orín será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado para los últimos días el jornal de los obreros que han segado vuestros campos; defraudado por vosotros, clama y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en delicias sobre la tierra, entregados a los placeres y habéis engordado para el día de la matanza. Habéis condenado al justo, le habéis dado muerte sin que él os resistiera. Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor" (18).

EL MARTIRIO DE SANTIAGO "Habéis asesinado al inocente, sin que él os resistiera." El martirio del Apóstol, da a es­

tas palabras una trágica grandeza. La iglesia de Jerusalén era, en verdad, el rebañuelo de pobres, que vivía de la caridad de los demás cristianos; los mejores de los judíos rendíanles homenajes de admiración y de simpatía por su fervor religioso y por su puntual observancia de la Ley. Pero los ricos, los grandes sacerdotes saduceos y todos sus partidarios continuaron aque­lla guerra cruel, violenta, sañuda, que declararon a Jesucristo. Habían dado muerte al Señor, habían asesinado a Esteban y a Santiago, el hijo de Zebe-deo; intentaron ejecutar a Pablo, y, ahora, su vesania se ha clavado en otra víctima: en Santiago, el hermano del Señor.

El año 61 ó 62 el sumo sacerdote Anas, el joven, aprovechando el interregno entre Festo y Albino, "convocó el Sanedrín y mandó comparecer al hermano de Jesús, Santiago de nombre, y a otros varios; acusóles de violadores de la Ley y les hizo apedrear" ( 1 7) .

Añade Josefo que esa ejecución irritó a los espíritus moderados, que pre­sentaron denuncia ante Albino; Anas fué depuesto del cargo en el que le reemplazó Jesús, hijo de Dameas.

Pronto se cebará "en la ciudad que mata a los profetas", el castigo de expiación.

LA DESTRUCCIÓN El año 64 Gesio Floro es procurador de Judea; el 66, DE JERUSALÉN estalla, por su tiranía, una rebelión que desde tiempo

atrás se venía incubando. Las luchas intestinas agra­van el cuadro sombrío que ofrece Jerusalén con la invasión romana; el año 70

(i») 2, 13; cf. Mt. 5, 7; Le. 6, 37. Cf. CHAINE, op. cit., pp. LXVT-LXVII. ( w ) 5, 1-7. Cf. La vie et l'enseignement de Jésus-Christ, t. I, p. 180. ( " ) A. / . , XX, 9, 1, 199; H. E., II, 23, 21. El relato de JOSEFO es el de un testigo

ocular, porque aquel año estaba Josefo en Jerusalén (cf. METER, Ursprung, t. III, p. 74). HEGESIPO, citado por EÜSEBIO, da otra versión de este martirio (H. E., II, 23, 4-18); los historiadores han recibido con reservas este texto, que, por lo demás, es muy detallado (cf. TILLEMONT, Mémoires, en apéndice, una larga disertación de ARNAUD, Difficultés sur ce que conté Hégésippe de Saint Jacques, évéque de Jéru-sálem); en la narración de HEGESIPO, las leyendas ebionitas deformaron la realidad de los hechos; nada nos dice ese texto sobre la figura histórica de Santiago; pero nos revela cómo los judios cristianos veneraron su memoria y traficaron con ella. La misma deformación tendenciosa puede apreciarse en los apócrifos clementinos. Cf. CHAINE, op. cit., pp. XXXVII-XL.

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200 LA IGLESIA PRIMITIVA

se da el asalto a la ciudad, que en setiembre se rinde a las armas ( 1 8) , al fuego y a la piqueta demoledora: la ruina de Jerusalén se ha consumado. Refiere JÓSEFO que, cuando Tito entró en la ciudad, exclamó: "En verdad que Dios luchó a nuestro favor; porque, ¿quién sino El expulsó a los judíos de sus almenadas torres, que n i mano de hombre ni máquina de guerra podían me­l lar?" (B. J., 6, 9, 1, 411). Aun cala más hondo el cristianismo en la verdad de esas palabras, cuando, después de leído el espeluznante relato de JOSEFO, recuerda la muerte de Jesús y sus profecías.

Los cristianos abandonaron la ciudad antes de que se formalizara el cerco: "En una profética revelación se advirtió a los notables de la Iglesia de Jeru­salén que los cristianos debían salir de ella antes de que estallara la guerra y buscar refugio en una ciudad de Perea, l lamada Pella; y allí se retiraron en efecto; de este modo, quedaron la metrópolis y el país de los judíos, ente­ramente abandonados por los, santos" (1 9) .

Aquel éxodo tuvo consecuencias decisivas para la iglesia de Jerusalén; con él se rompieron los últimos lazos de unión entre sus fieles, el judaismo y el templo; hasta los momentos supremos habían sentido la atracción de aquellos espléndidos edificios y el apego a sus ritos y a sus tradiciones; mas ahora no quedaba ya piedra sobre piedra. Por otra parte, aquel éxodo les había mal­quistado del todo con los judíos: habían huido de Jerusalén precisamente en el momento de la gran prueba; eso significa que no comulgaban con ellos y que su fe no era la fe del pueblo judío. A partir del año 70, la literatura rabínica se desata en una hostilidad más violenta contra el cristianismo ( 2 0 ) ; tiempo andando, cuando estalle la revuelta de Barkokeba y los judíos se apo­deren durante dos o tres años (132-135) de los resortes del poder, los parti­darios del falso mesías atormentarán cruelmente a los cristianos ( 2 1 ) ; y en todo el Imperio serán las sinagogas focos de persecución.

SAN SIMEÓN Y LA Entretanto, organizase la iglesia de Jerusalén, IGLESIA DE JERUSALÉN exilada en Pella: sucede a Santiago, por elec­

ción, Simeón, hijo de Clopa's, tío de Jesucristo; "todos le dieron su voto por ser primo del Señor" (2 2) . Confírmase, con esta nueva elección, lo que parecía columbrarse en la promoción de Santiago, hermano del Señor, para obispo de Jerusalén: que en esta iglesia se daba' gran importancia a los vínculos de sangre; los parientes de Jesús tuvieron en ella una preponderancia de la que no gozaron en otras partes (2 3) .

San Simeón fué digno sucesor de Santiago y murió márt ir el año 107. Poco sabemos de ese largo episcopado. La comunidad cristiana regresó de Pella a Judea; la ciudad de Jerusalén apenas albergaba más que una guarnición

(18) La acrópolis, último reducto de los sitiados, fué tomada al asalto el "octavo día del mes de Gorpiea" (26 de setiembre del 70). B. /., VI, 8, 5, 407.

(19) H. E., III, 5, 3. HARNACK, Texte uni Untersuchungen, t. I, p. 124, conjetura que este relato de EUSEBIO depende de ARISTÓN de Pella.

(20) Cf. KLAUSNER, Jésus de Nazareth, pp. 54 y ss. (21) JUSTINO, Apol. I, 31. (22) HEGESIPO, citado por EUSEBIO, H. E., IV, 22, 4. El propio Eusebio habla de

esta elección (H. E., III, 11) que fecha "después del martirio de Santiago y de la destrucción de Jerusalén"; y añade: "dícese que los Apóstoles y discípulos del Señor, que aun vivían, acudieron de todas partes y se congregaron en un mismo lugar con los parientes del Señor, según la carne".

(23) En el texto citado arriba (H. E., III, 11), puede notarse la parte que en la elección se concedió a los parientes del Señor, a par de sus Apóstoles y de sus discípulos; sin duda que se trata de una leyenda, pero de una leyenda que, originada en la iglesia de Jerusalén, nos revela la mentalidad de aquellos fieles.

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romana; y cuando estalló el motín del 130 completóse la destrucción del año 70. Lo que EUSEBIO, guiado por HEGESIPO, refiere de estos años oscuros, se reduce casi exclusivamente a los parientes del Señor: Vespasiano mandó buscar a todos los descendientes de David, provocando con ello una feroz persecución (III, 12); Domiciano continuó la redada; sorprendieron a unos nietos de Judas, hermano del Señor, y los llevaron ante el emperador; Domi­ciano les interrogó acerca del Cristo y de la parusía; pero al ver sus manos callosas, de sencillos labradores, los despidió con u n gesto de desprecio; mas "una vez libres, dirigieron las iglesias, como mártires y como parientes del Señor, y, vuelta la paz a la Iglesia, vivieron hasta Trajano" (2*).

Cuenta asimismo HEGESIPO que, reinando Trajano y bajo el gobierno del consular Ático, fué Simeón, a sus ciento veinte años de edad, torturado y cru­cificado, por una delación que los herejes presentaron contra él; la constancia, en los tormentos, de este anciano, causó gran impresión a todos los asistentes, sin exceptuar al mismo consular ( 2 5) .

A los dos largos episcopados de Santiago y de San Simeón sucedió u n pe­ríodo de gobiernos cortos: desde la muerte de Simeón (107) hasta la sedición promovida en el año 12 de Adriano (128-129) cuéntanse trece obispos. EUSE­BIO apenas nos da otros detalles que sus nombres y que —y esto es intere­sante— todos ellos "pertenecían a la circuncisión" ( 2 6 ) ; él mismo nos dice el porqué: "La iglesia de Jerusalén estaba integrada por hebreos; tradicional-ménte fué así desde los Apóstoles, hasta que, por segunda vez, se resolvieron los judíos contra Roma y fueron aniquilados en terribles combates" (2 T) .

Tras de esta suprema catástrofe, desapareció la antigua Jerusalén; la nueva ciudad que, tardía y lentamente, comienza a erigirse sobre sus ruinas, será una ciudad helenística; sus obispos desempeñarán u n papel muy importante en la historia de la Iglesia, desde la época de Clemente y de Orígenes; sin­gularmente, en la lucha antiarr iana; serán obispos helenos, harto distancia­dos del judaismo de los obispos anteriores al reinado de Adriano.

Hacia el año 130 se eclipsó la única iglesia que conocíamos formada exclu­sivamente de hebreos fieles a la Ley. Unos treinta años después, distinguirá San Justino (28) dos clases de judíos cristianos: los unos, que observan la Ley, mas no pretenden imponerla a los demás; no les niega la comunión con los cristianos, aun cuando hay algunos que proceden más severamente con ellos; los otros judíos cristianos, excomulgados por todos, quieren obligar a los gen­tiles a las prescripciones mosaicas. Esta indulgencia de San Justino por los judíos cristianos tolerantes, es el último destello de u n espíritu que se apaga; los cristianos respetan la Ley, pero la consideran caducada (2 9) .

§ 2 . — San Juan y las iglesias de Asia

SAN JUAN EN JERUSALÉN La vida del apóstol San Juan, después de la Ascensión y de Pentecostés, aparece resplan­

deciente de luz en el primer plano de la vida de la iglesia de Jerusalén durante los primeros años. El hijo del Zebedeo había sido compañero de

(2*) H. E., III, 20, 1-6; Cf. III, 32, 6. (25) H. E., III, 32, 3 y 6. (2«) H. E., IV, 5, 4; cf. ibid. 2. (2T) H. E., IV, 5, 2. (2«) SAN JUSTINO, Dial., XLVII. (2») Cf. supra, p. 140.

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202 LA IGLESIA PRIMITIVA

pesca de Simón Pedro en Betsaida, antes de que Jesús les l lamara (Le. 5, 10); no se rompió aquella amistad, sino que el Señor la consagró ( 3 0) . Juan aparece estrechamente asociado a Pedro en las primeras predicaciones de Jerusalén (Act. 3, 1 ss.), en la prisión y comparecimiento ante el Sanedrín (4, 1 ss.), en la evangelización de Samaría (8, 14 ss.). Juan era, con Pablo y Santiago, de las llamadas "columnas de la Iglesia" (Gal. 2, 9 ) . Pero desde este momento se eclipsa su actuación en la Ciudad Santa: cuando Pa­blo vuelve a ella, el año 57, no halla sino a Santiago con los presbíteros, roas no a Pedro ni a Juan ni a otro alguno de los Apóstoles. Juan continuaba fuera de Jerusalén su obra apostólica; pero desconocemos todo detalle, como desconocemos el de los otros Apóstoles, pese a las indicaciones de San Pablo (I Cor. 9, 5 ) ( 3 1 ) .

SAN JUAN EN ASIA Tras largos años de silencio reaparece Juan, mas ya no en Jerusalén, sino en Asia. ¿Cuándo llegó? Im­

posible precisarlo. Las últ imas noticias que sobre Efeso y el Asia nos da San Pablo en sus dos cartas a Timoteo n i hablan de la presencia de Juan ni de que haya pasado por aquellas iglesias; nada nos dice tampoco San Pedro en su primera carta, escrita por estas mismas kalendas, "a los fieles de la dispersión del Ponto, de Galacia, de Capadocia, de Asia y de Bitinia". En cambio, el Apocálipsist el Evangelio, las Epístolas joánicas, atestiguan que el hombre que ha escrito esos libros vive en Asia y goza allí de gran prestigio.

Nosotros sabemos, por la índole misma de los escritos, que aquel vidente, aquel evangelista, es el Apóstol Juan; y la más antigua tradición asegura el testimonio de esos escritos ( 3 2 ) .

LA IGLESIA Y EL IMPERIO De toda la literatura joánica estudiaremos únicamente aquellos datos que nos permitan

conocer la historia de la iglesia de Asia, al tramontar el siglo primero. Re-

(30) E n el Evangelio aparecen asociados ambos Apóstoles: Le. 22, 8; Ion. 18, 15; 20, 3; 21, 20.

(31) Pensaron algunos historiadores que San Juan murió mártir. Se fundan en las palabras de Jesús a los hijos de Zebedeo: "Vosotros beberéis mi cáliz" (Me. 10, 39); concluyen de ahí que ambos hermanos fueron martirizados a un tiempo; así: E. SCHWARTZ, Ueber den Tod der Sohne Zebedoe. Gottinga (1904), y varios artículos en la Zeitschr. für N. T. Wissenschaft, t. XI (1910), pp. 89-102; t. XV (1914), pp. 210-221; W. HEITMUELLER, ibid., t. XV, pp. 189-190. Esta hipótesis es insos­tenible: Santiago el Mayor murió eí año 42 ó, a lo más, el 44, martirizado por Herodes Agripa (Act. 12, 2), ahora bien, varios años más tarde Juan interviene en el Concilio de Jerusalén (Gal. 2, 9). Historiadores hay que separan ambos martirios, pero porfían que Juan fué asesinado por los judíos en fecha desconocida; así LIETZ-MAim, Geschichte, t. I, p. 247; esta hipótesis respeta el testimonio de San Pablo, pero arranca al argumento de SCHWABTZ toda su fuerza: si se desgaja el destino de los dos hijos del Zebedeo, no hay razón para afirmar que el "cáliz" significa que ambos morirán de muerte violenta. Preciso es recordar las palabras que Jesús dijo a Pedro y el comentario que a ellas se siguió (Ion. 21, 21-23). El sentido obvio del texto es que el "discípulo amado de Jesús" sobrevivió largo tiempo a Pedro, y que esta longevidad, que sorprendía a los cristianos, se debía a especial voluntad del Señor. Cf. L. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. I, pp. 146-154; allí se puede leer la refutación de varios argumentos inconsistentes, sacados de la obra de PAPÍAS y de algunos martirologios antiguos.

(32) No queremos repetir aquí una demostración harto manida. Consúltese esta cuestión en punto al Apocalipsis al P. ALIJO, Apocalypse, cap. 13 de la introducción, pp. CLXXXVIII-CCXXXII; por lo que toca al Evangelio al P. LAGRANGE, Saint lean, cap. I, pp. XII-LXVI; y para todo este asunto al P. DE GRANDMAISON, Jésus-Christ, t. I, pp. 125-188.

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SANTIAGO Y SAN J U A N 203

salta en primer término la lucha desencadenada por las potencias del mundo, particularmente por el Imperio romano, contra la Iglesia de Jesucristo. Este rasgo no se trasparentaba aún en la literatura paulina; en cambio se revela ya en la primera carta de Pedro: los paganos guardan frente a los cristianos una actitud de desconfianza y aun de hostilidad: calumnias (2, 12), malos tratos (3, 14), insultos (4, 14). Los cristianos deben aceptar todo eso y su­frirlo por Cristo, que padeció por nosotros (3, 18 ss.); deben estar prontos a dar razón de su esperanza (3, 16). Ese lenguaje de San Pedro mejor se interpreta refiriéndolo a intrigas hostiles y a la conducta aviesa de los par­ticulares con respecto de los cristianos, que a una persecución organizada por los poderes públicos; mas desde este momento, el nombre de cristiano es signo de contradicción (4, 16). Eso no obstante y pese al enrarecimiento del medio y a las continuas asechanzas, Pedro les recomienda el respeto a la auto­ridad constituida, sin exceptuar la del emperador (2, 13 ss.) que entonces era Nerón.

La situación que nos revela el Apocalipsis es mucho más grave: ya no es sólo la hostilidad del mundo pagano, sino la persecución sangrienta orga­nizada la que se ceba en la Iglesia: es la lucha de Cristo y el Anticristo, de los santos y la bestia i33).

El Apóstol Juan no se libra de ese régimen común de tribulación: es des­terrado a Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús (1 , 9 ) ; Antipas muere por la fe en Pérgamo (2, 13); otros han padecido suplicios semejantes, anhelando por el triunfo de Dios:

"Vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados por la palabra de Dios y por el testimonio que guardaban. Clamaban a grandes voces: «¿Hasta cuándo, Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra?».. ." (6, 9-10).

Contempla en otra visión la gran muchedumbre de elegidos; hay entre ellos algunos vestidos de blanco. ¿Quiénes son?

"Estos son los que vienen de la gran tribulación y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y le sirven día y noche en el templo, y el que está sentado en el trono extiende sobre ellos su tabernáculo...; y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos" (7, 14-17; cf. 12, 11; 20, 4).

Esa "gran tribulación" es la persecución desencadenada por Nerón con bárbara ferocidad, y renovada por Domiciano con saña pertinaz ( 3 4) . Roma es la Bestia que sobre su frente lleva escrito: "La gran Babilonia, la Madre de las prostitutas, y de las abominaciones de la tierra", es "la mujer embriagada con la sangre de los santos y de los mártires de Je­sús" (17, 5-6).

Si pensamos en el auge que en todo el Imperio había alcanzado el culto a la diosa Roma, apreciaremos, con mayor exactitud, la fuerza de aquellos anatemas: Domiciano imprimió un gran impulso, que tuvo eco resonante

(33) No podemos entretenernos en un análisis detallado, que pertenece a la exé-gesis del Apocalipsis (cf. ALLO, sobre todo pp. 200-210; CHARLES, principalmente pp. XCIII-XCXVII); desgajaremos del libro tan sólo los detalles históricos sobre el cristianismo en Asia.

(34) Probable fecha del Apocalipsis son los últimos años del imperio de Domiciano; cf. ALLO, op. cit-, pp. CCIII-CCX; CHARLES, op. cit., pp. XCI-XCVII. El Apocalipsis nos da a conocer la situación de la Iglesia bajo Domiciano y nos descubre las llagas aun sangrantes en ella abiertas por los zarpazos de Nerón.

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204 LA IGLESIA PRIMITIVA

sobre todo entre los paganos de Asia C85), al culto imperial de Roma y de Augusto; ese culto era un rito religioso y u n rito político: idolatría y leal­tad al Imperio; quien lo rehusare hacíase sospechoso; "nadie puede vender ni comprar, sino el que tuviera la marca de la Bestia" (13, 17). Y en los días de Domiciano, tan celoso de los honores divinos ( 3 6) , ¡guay dé aquél sobre quien recayese la sospecha! Aun hoy, cuando se visita la acrópolis de Pérgamo, cree uno estar contemplando, en los restos del altar de Roma y de Augusto, el trono de Satán, señoreando sobre el Asia y sobre el mundo entero.

Ha estallado ya el antagonismo de los dos Imperios que se disputarán el mundo (37) y de los dos jefes que los gobiernan: la Bestia y el Cordero; mas el profeta percibe los celestes aleluyas por el triunfo del Cordero (38) y la destrucción de la Bestia (3 9) .

CARTA A LAS Esta lucha de la Iglesia con el Imperio refuerza los SIETE IGLESIAS vínculos que la unen a su Maestro, corrobora sus espe­

ranzas y aviva sus impaciencias; merced a los escritos de Juan, sobre todo a su Apocalipsis, podemos auscultar el latido de aquella vida íntima y bañarnos en aquel foco de luz y de calor que alimenta la vir­tud de los mártires. La Epístola a las siete iglesias es, a este respecto, uno de los más preciosos documentos (*°).

Tal vez extrañe al que la lea, que no haya alusión directa a San Pablo. El márt i r San Ignacio, cuando escriba diez o quince años después a los efe-sios, les rememorará que Pablo les formó en el cristianismo; pero San Juan nada dice al respecto; no hay por qué santiguarse. El era profeta y Apóstol; su palabra no necesitaba autorizarse de nadie, sino del Señor Jesús y del Espíritu, porque él mismo era autoridad (4 1) .

(35) Cf. CHAPOT, La province romaine proconsulaire d'Asie, París (1904), pp. 419-453. Desde 725-729 Pérgamo habia obtenido la autorización de levantar un templo a Roma y Augusto. TÁCITO CAnnaL, IV, 55-56) refiere ampliamente las embajadas que llegaron de las ciudades de Asia para disputarse el honor de erigir un templo a Tiberio en el 780/26; son esas ciudades Tralles, Hipea, Laodicea, Magnesia, Ilium Halicarnaso, Pérgamo, Efeso, Mileto, Sardes y Esmirna, que fué la agraciada (p. 440); fueron ciudades neocoras (p. 450), Cisico (2 veces), Efeso (4 v.), Hierápolis, Laodicea, Magnesia, Mileto (2 v.), Pérgamo (3 v.), Filadelfia, Sardes (3 v.), Esmirna (3 v.), Simadia (2 v.), Tralles; son listas incompletas deducidas de las inscripciones, pero bastantes a mostrarnos la extensión del culto que abarcaba toda la provincia.

(3e) Cf. GSELL, Essai sur le régne de l'empereur Dominen, París (1893), p. 312: "Fuera de Roma existía un dios que en todo el mundo recibía culto: el emperador reinante. Domiciano fué tan extremado que pretendió que la misma capital imperial creyera en su divinidad. Ni los judios ni los cristianos podían acceder a tales pre­tensiones; esto era para Domiciano crimen imperdonable."

(37) Cf. Amo, op. cit., pp. 200-210; WESTCOTT, The Two Empires en su edición de las Epístolas de San Juan, pp. 250-282.

(38) 5, 9-13. Esos aleluyas pueden ser reflejo de los himnos litúrgicos de la Iglesia. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, I, p. 349.

(S9) 14, 8. Cf. 17, 8. (40) Las iglesias destinatarias de las epístolas ni son las únicas que existen en

Asia ni las únicas por las que se interesa San Juan. Su número es un símbolo; se fijó en esas siete, al menos en parte, por razones geográficas: estas iglesias son siete centros de irradiación, desde donde el mensaje se esparcirá por todos los aledaños. Cf. W. R. RAMSAY, Letters to the Seven Churches, Londres (1904); SWETE, op. cit., p. LXXII; ALLO, op. cit., p. XVI.

(41) RENÁN (Saint Paul, pp. 303 y ss.; 367 y ss.; L'Antéchrist, pp. 363 y ss.) vio en estas cartas "un grito de odio contra Pablo y sus amigos"; son los nicolaítas, la sinagoga de Satanás; Jezabel es la "designación simbólica de Pablo". Exégesis absur­da, umversalmente abandonada. Cf. SWETE, op. cit., p. LXII.

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SANTIAGO Y SAN J U A N 205

Aquellas iglesias, sus destinatarios, florecían en número, no estaban muer'-tas, pero sufrían continuos embates; algunas habían caído de su primer fer­vor: Efeso está en guardia y se mantiene perseverante, mas no como en los días primeros (2, 2 s s . ) ; Esmirna y Filadelfia no reciben n ingún reproche; pero Esmirna padece tribulación y pobreza; Pérgamo resiste con bravura a Satán, que allí tiene su trono; Antipas fué testigo fiel y murió por la fe; mas Pérgamo tolera a los nicolaítas. Tiatira vive pujante en su fidelidad cristiana, pero consiente en su seno a los nicolaítas Con la profetisa Jezabel. Sardes vive adormecida y muerta, con apariencia de viva; Filadelfia se mantiene fiel pese a su debilidad; está en edad de desarrollo, con el alma abierta a las gracias de Dios, que le entregará maniatados algunos de la sinagoga de Satán, que sin serlo, se dicen judíos. Laodicea, comunidad rica, pero consumida por la tibieza.

Por estas breves descripciones podemos barruntar . los peligros que amena­zaban a aquellas iglesias de Asia: no eran víctimas de la furia pagana, sino de la insinuante corrupción moral y del gnosticismo disolvente. "La doctrina de Balaam" que prescribía comer los idolotitos y fornicar, "la doctrina de los nicolaítas", he ahí el enemigo fiero (*2).

LA IGLESIA CRISTIANA La Iglesia cristiana a la cual escribe el Apóstol, debe precaverse del contagio de esas sectas; la

Iglesia no es ninguna secta; sus elegidos son de las doce tribus de Israel; mas no son sólo israelitas; porque el número de elegidos forman legión innu­merable, de toda nación, tribu, pueblo y lengua (7, 4-9). El culto que a Dios se rinde es el culto grato a sus ojos, no el culto reservado a Jerusalén y al monte de Garizim, sino el culto en espíritu y en, verdad, que no conoce límites n i fronteras (Ion. 4, 21-23). Es la adoración que, con un mismo es­píritu y a u n mismo tiempo se rinde a Dios y al Cordero (5, 8, 12-14). Sobre la tierra son santos los siervos de Jesús (1 , 1; 2, 20, etc.) al pa r de los servidores de Dios (7, 3 ; 10, 7, etc.); los participantes de la "pri-mera resurrección" C*3) serán "sacerdotes de Dios y de Cristo" (20, 6) . Justifícase el culto latréutico a Jesucristo, por la fe en su divinidad: él es el "principio de la creación" (•**); es, como Dios, el principio y el fin, el primero y el último, el alfa y la omega ( 4 5 ) ; por ser Dios es "el Viviente" ( 4 6 ) ; es el Santo y el Veraz ( 4 7 ) ; por ser Dios, escudriña las

(42) 2, 14-15. No tenemos sobre los nicolaítas más informes que esas breves alu­siones en las cartas a Pérgamo y a Tiatira. Aixo (op. cit., pp. 46-48) quiere ver en ellos un "misticismo sinCretista", con licencia de fornicar, comer los idolotitos en los templos paganos y lanzarse a esotéricas especulaciones, que San Juan califica de "honduras de Satanás".

(**) Diversas interpretaciones ha provocado en el seno de la Iglesia cristiana eso de "la primera resurrección" y de los mil años subsiguientes; al exponer la historia del milenarismo trataremos sobre el particular; respecto del pensamiento de San Juan, diremos que la parusía del Señor no es anterior sino posterior al milenio; que ese reino de mil años no comprenderá a toda la humanidad y que ha de coexistir con la soberanía del Anticristo. De donde concluiremos con ALLO: "La profecía del Milenio, en perfecta coordinación con las otras profecías del libro, es sencillamente la figura del dominio espiritual de la Iglesia militante, unida a la Iglesia triunfante, desde la glorificación de Jesús hasta el fin del mundo." Cf. ALÍO, op- cit., excursus 37 (pp. 317-329). SWETE, op. cit., pp. 264-266.

(« ) 3, 14. Cf. Col. 1, 15-18. (45) 1, 17; 2, 8; 22, 13. Cf. respecto de Dios, 1, 8; 21, 6. ( « ) 1, 18. Cf. 4, 940; 10, 6. (« ) 3,7. Cf. 6, 10.

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206 LA IGLESIA PRIMITIVA

I

entrañas y los corazones, tiene las llaves de la muerte y del infierno ( 4 8) . La religión del Cordero es tan sublime que n i transige! n i puede compartir

su culto con ningún otro: por dos veces (19, 10; 22, 9) , intenta Juan pros­ternarse ante el ángel revelador; pero el ángel se lo impide: "Guárdate de hacerlo; consiervo tuyo soy y de tus hermanos los profetas. Adora a Dios." Al leer la Epístola a los colosenses y la de los hebreos, pudimos notar cómo el Apóstol condenaba el culto que ciertos gnósticos, so color de humildad, rendían a los ángeles, soslayando rendirlo al Hijo de Dios, a quien se debe íntegramente; aquí topamos con la misma intransigencia de la fe cristiana: "No reconocemos más que u n solo Dios y un solo Señor."

EL EVANGELIO Esa profunda fe en el Hijo de Dios, que resplandece en DE SAN JUAN el Apocalipsis, nos hace presentir el cuarto Evangelio.

Juan estampará como colofón de su obra: "relatáronse todos estos prodigios, para que creáis que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios, y creyendo tengáis vida en su Nombre" (20, 31).

Cuando Juan, confinado en Patmos, describía sus visiones apocalípticas, aún no había compuesto el Evangelio; pero desde mucho tiempo atrás veníalo predicando ( 4 9 ) ; y aquellas enseñanzas que, con su perfume habían impreg­nado el Asia entera, serán el núcleo fundamental del cuarto Evangelio. La Didaché ¿no es un reflejo de aquella catequesis, en sus preces litúrgicas? ( 5 0) . Al estudiar la vida de la Iglesia primitiva en Jerusalén, hemos tratado de captar el eco de las sentencias evangélicas repetidas machaconamente día a día: las bienaventuranzas, la felicidad del "rebañuelo" y la confianza en el Padre Celestial. De semejante manera, si queremos sorprender el palpitar de la vida cristiana en Efeso y en las iglesias caldeadas por el espíritu de Juan, nos bastará leer atentamente su Evangelio, el discurso sobre el pan de vida, sobre el Buen Pastor, el discurso que siguió a la úl t ima Cena.

No entra en nuestro propósito hacer un estudio detallado del libro ( 5 1 ) ; pero es indispensable señalar sus rasgos fundamentales, para mejor conocer el carácter del Apóstol Juan y de las iglesias configuradas a su imagen y semejanza.

CLEMENTE de Alejandría expresó, a fines del siglo I I , con precisión vigo­rosa, la tónica del Evangelio de San Juan: es un "evangelio espiritual". Des­pués de habernos relatado el origen de los tres sinópticos, continúa: "Juan, el postrero, al ver que el bosquejo exterior (de la vida de Cristo) había sido luminosamente trazado por los Evangelios, compuso, a instancias de sus discípulos, divinamente guiado por el Espíritu, un evangelio espiritual" ( 5 2) . Y ORÍGENES, al iniciar su exégesis evangélica, escribe: "Dando por sentado que los cuatro Evangelios son el fundamento de la fe de la Iglesia (53) —y sobre esos fundamentos descansa el mundo entero, reconciliado con Dioy por Cristo—, las primicias del Evangelio se contienen en aquél que tú me has suplicado que lo interprete, en el Evangelio de San J u a n . . . Permíta­senos afirmar que, si los Evangelios son las primicias de la Escritura, el Evangelio de San Juan es las primicias de todos los Evangelios; mas nadie

(4S) 1, 18; 2, 23. Véase Histoire du dogme de la Triniíé, t. I, pp. 466-469. (49) Cf. STANTON, The Gospels as histórica! Documents, t. III, pp. 50 y ss. (¡¡O) Infra, cap. X, § 6. (51) Abundan los comentarios; citaremos los del P. Lagrange y del P. Durand.

Sobre su contenido teológico puede consultarse el capítulo que le hemos dedicado en nuestra obra Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 474-540.

(52) Hypotyposes, fragmento citado por EUSEBIO, H. E., VI, 14, 7. (53) Idénticos son el pensamiento y modo de expresión de Ireneo, III, 11, 8.

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SANTIAGO Y SAN JUAN 207

será capaz de captar su sentido, sino aquél que haya descansado sobre el pecho de Jesús y de El haya recibido a María por madre."

Estos dos párrafos nos instruyen sobre los caracteres más específicos del libro; es una obra espiritual, cuya excelencia se debe a la inspiración del Espíritu Santo y a aquella corriente de intimidad profunda que unía los corazones de Jesús, de María y del discípulo amado. Dieron algunos en seña­lar la fuente de esta teología altísima en la tradición cristiana anterior a San Juan, principalmente en el paulinismo (54). Fuerza es confesar que existe plena consonancia entre ambos hagiógrafos, pero que esa armonía no diluye su individualismo netamente definido (S5). Sería una pretensión bufa la de reducir obra literaria tan bien trabada, tan orgánicamente unida, a simple síntesis artificial de la tradición evangélica y de la teología paulina; Juan puede decir tan alto como San Pablo: "El Evangelio que yo predico no es según los hombres; porque ni lo recibí ni lo aprendí de ellos, sino por revelación de Jesucristo."

Y al hablar aquí de "revelación de Jesucristo", debemos pensar, no exclu­sivamente, pero sí con preferencia, en las manifestaciones que el Maestro le hizo durante los años de su vida pública; el Espíritu Santo iluminó desde el primer momento aquellas confidencias del Maestro; mas, desde Pente­costés, aquella luz descendió en cataratas que todo lo penetraron, todo lo inundaron, encendiendo en la conciencia de Juan el recuerdo de muchos detalles ya perdidos de vista, la intelección de muchas sentencias mal com­prendidas, y realizando, plenamente, en el evangelista la promesa de Jesús: "El Espíritu Santo.. . os enseñará todo y hará que recordéis lo que yo os he dicho" (6«).

Ese acento de intimidad es lo que hace del cuarto Evangelio un mensaje confidencial, que no existe en los sinópticos; indudablemente, también éstos nos inician en el "misterio del reino de Dios" confiado a solos los discípulos (Me. 4, 11), nos revelan esas "palabras dichas al oído" (Mt. 10, 27); pero esas palabras no vibran con aquel acento de efusión discreta, emotiva, íntima, que caracteriza el discurso que siguió a la Cena y la oración sacerdotal con que Jesús coronó sus confidencias. Tampoco sorprendemos en los sinópticos tantos recuerdos personales, descritos con una pincelada fugaz, pero vibrante de emoción, tales como el primer encuentro con el Maestro (57), la revelación del traidor (5S) o el testamento de Jesús, en que María era la manda que Jesús legaba a San Juan: "Dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «He ahí a tu madre.» Y a partir de este momento, el discípulo la tomó consigo" (19, 26-27).

De esa especial revelación de Cristo proceden aquellos diálogos barba a barba, como el de Jesús con Nicodemo, con el ciego de nacimiento, con la Samaritana.

(54) No aludimos al filonismo; hace una treintena de años hubo el prurito de buscar en Filón las raíces del cuarto Evangelio; hoy, esa ilusión seduce menos a los historiadores; es un avance. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, pp. 636-644.

(«») Cf. infra, pp. 208-211. (««) 14, 26. Cf. 2, 22; 12, 16; 16, 4. (57) 1, 38-39. "Rabbi, ¿dónde vives?" El les respondió "Venid y veréis." Fueron,

pues, y vieron dónde moraba y permanecieron con El todo aquel día; era alrededor de la hora décima."

(58) 13, 23-26: "Uno de los discípulos, aquel a quien amaba Jesús, estaba recos­tado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le hizo señal diciéndole: «Pregúntale de quién habla.» El que estaba recostado sobre el pecho de Jesús le preguntó: «¿Quién es, Señor?» Jesús le. contestó: «Aquel a quien yo mojare y diere un bocado.V

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208 LA IGLESIA PRIMITIVA

Grandes y justas ponderaciones se han hecho de la forma dogmática de esos relatos; pero lo que le da su mayor valía es la profundidad de la intui­ción religiosa y psicológica: en n ingún otro escrito se percibe más abierta­mente la actitud vacilante, ante la revelación de Cristo, del maestro en Israel, que se ve impedido por su propia ciencia para abrazar la verdad que le atrae; o el gesto resuelto de aquella pecadora que, a trueque de abrevarse en el agua de la vida, lo sacrifica todo; o la lealtad sencilla del curado milagrosamente, que reconoce la señal de Dios y lo aventura todo por su fe. Y Jesús que no fía del hombre "porque sabe lo que hay en el hombre", se confía a toda alma generosa y leal, sea quien fuere; a la Samaritana: "Yo soy el Mesías, yo que hablo contigo" (4, 26) ; al ciego de nacimiento: "¿Crees en el Hijo del hombre? — ¿Quién es, Señor, para que yo crea en él?" — T ú le has visto; el que te está hablando, ése es" (9, 36-37.)

EL HIJO DE DIOS Amén de estos detalles íntimos, individuales, abundan en el cuarto Evangelio los discursos teológicos, no me­

nos singulares y característicos; en ellos resalta el propósito principal del evangelista, al que converge toda la obra: que los cristianos crean en la divi­nidad de Jesucristo, que Jesús es el Hijo de Dios. Tal es el discurso del Divino Maestro sobre el pan de vida; tales, los discursos que pronunció en Jerusalén cuando las fiestas de los Tabernáculos y de la Dedicación (5 9) . No hubo exe-geta que no se percatara de la insistencia del evangelista en esas exposiciones doctrinales que faltan enteramente en los Evangelios sinópticos; alguien ha sugerido, por vía de explicación, que el autor del cuarto Evangelio era un jerosolimitano, que no conoció a Jesús sino en Jerusalén, en los días de las fiestas (°°); hipótesis arbitraria e inútil . ¿Para qué andarse buscando un dis­cípulo anónimo o al mismo San Marcos, cuando es mucho más prudente atri­buir el Evangelio al propio San Juan,; tan claramente identificable en el Evan­gelio con el discípulo amado y tan expresamente identificado con él por la tradición? Es na tura l que San Juan insistiera sobre los discursos tan trascen­dentales de Jerusalén, para su propósito de demostrarnos que Jesús es el Hijo de Dios: al pueblo galileo, tímido, versátil, mas de buena voluntad, Jesús se ha manifestado con una prudente reserva; adoctrinóles primero acerca del Pa­dre Celestial y luego, pausada y gradualmente, sobre su reino, para hablar­les por fin del Mesías Rey; con los judíos de Jerusalén no puede atenerse a ese plan cíclico, porque ya no es tiempo; a los dos años del ministerio público, Jesús tiene delante de sí enemigos y discípulos que se enzarzan en discusiones teológicas y que van derechos al misterio divinó; Jesús ni puede ni intenta detenerse a mitad de camino; tanto menos, cuanto que, al ver frente a Sí a la oposición que se exaspera por momentos y la cruz que se atraviesa en el camino de su carrera mortal, tiene que llevar el conflicto al terreno que El ha elegido: no quiere que le condenen por sedicioso, sino por ser Hijo de Dios. Se sacude de encima todas las preguntas capciosas sobre el Mesías, sobre el Hijo de David, sobre el tributo debido al César y plantea la discusión respecto de su trascendental afirmación religiosa, su filiación divina.

Es el problema que, en los Evangelios sinópticos^ domina todas las contro­versias de la últ ima semana, el único que tiene por escenario Jerusalén y su

(««) Cf. supra, p. 88. I60) Esa hipótesis desarrolla J. WEISS en su obra sobre los Origines chrétiennes,

p. 612; y aun añade: "Quizá sea su autor Juan Marcos, aquel a quien comúnmente se atribuye el segundo Evangelio." Notemos que ese capítulo está escrito por R. KNOFP, después de la muerte de J. Weiss, aunque según las notas y apuntes de este último.

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SANTIAGO Y SAN J U A N 209

templo; el mismo que campea en los grandes discursos, trasmitidos por San Juan, de las fiestas del otoño y del invierno.

¿No parece fundamentalmente análoga la actitud de los judíos de Jeru-salén al final del ministerio de Jesús, con la de los pueblos, de Asia, al ter­minar la era apostólica? El auditorio, al cual Juan se dirige, no es el mismo que conoció en Jerusalén, cuando las primeras intervenciones de Pedro: ape­nas habían transcurrido algunas semanas desde la muerte de Jesús y aun te­nían el alma llena del recuerdo del Maestro, de su predicación, de sus mila­gros, de la terrible crisis de la Pasión. Era preciso recordar a esas gentes aquel pasado todavía próximo, todas aquellas doctrinas tan luminosas y conmove­doras, tantos milagros, tantos beneficios, y mostrarles finalmente que los pro­fetas habían predicho la muerte del Mesías y que Dios la permitió para glori­ficarle más hermosamente resucitándole. Pero, cuando Juan escribe, han pasado ya sesenta años; Judea es un desierto y Jerusalén un montón de ruinas; en cambio la Iglesia se ha desarrollado con pujanza, ha invadido el Imperio romano y ha desbordado sus fronteras; la gloria del Buen Maestro resplandece con majestad divina; la muerte en cruz es un privilegio de honor. Las predic­ciones de Jesús se van realizando: "cuando fuere levantado en alto, todo lo atraeré hacia m í " (12, 32; cf. 3, 14; 8, 28; 12, 27). Para los discípulos de Cristo, la Cruz derrama sobre toda su Vida y sú Pasión esplendores de gloria: "Nosotros hemos visto su gloria, gloria como de quien es el Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (1 , 14). Las preferencias de aquellos cris­tianos coinciden con las del propio evangelista: los misterios teológicos. Se les hincha el alma de alegría cada vez que le oyen repetir: "Antes de que Abra-hán naciese, yo era" (8, 58) ; "El Padre y yo somos una sola cosa" (10, 30) ; "Quien me vio a mí, vio al Padre" (13, 9 ) ; "Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy a mi Padre" (16, 28).

Esos textos no aportan una nueva revelación, algo distinto de la fe que pro­fesaban San Pablo y los primeros evangelistas y los primeros Apóstoles ( 6 1 ) ; ello no embargante, este Evangelio espiritual es, a todas luces, distinto de los otros: en los sinópticos, resulta inexplicable el mensaje evangélico sin la divi­nidad de Jesucristo, que es su fundamento; pero no se revela esa filiación di­vina a plena luz, más que en contados pasajes de la vida de Jesús o en alguna de sus sentencias. San Juan procede de modo diferente: plantea y resuelve el trascendental misterio desde el prólogo mismo de su Evangelio: "Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios" ( 6 2 ) ; la confesión de Santo Tomás parece un eco de ese prólogo: "¡Señor mío y Dios mío!" (20, 28) ; y las palabras y los episodios de todo el Evangelio son ráfagas lumi­nosas de una misma revelación, de una misma verdad.

EL VERBO HECHO CARNE Este Evangelio espiritual, esa revelación de la gloria del Hijo unigénito no es un apocalipsis;

no son las visiones de Patmos; es la vida del Verbo! hecho carne, que "habitó entre nosotros". "Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras ma­nos, tocando al Verbo de vida, os lo anunciamos a vosotros" C83). Y el relato

(61) Puede consultarse sobre este particular nuestra obra Origines du dogme de la Trinité: el Hijo de Dios en los Evangelios sinópticos (pp. 300-321); en la Iglesia naciente (pp. 347-373); en San Pablo (pp. 386-421).

(62) Acerca del "Verbo", cf. Origines du dogme de la Trinité, pp. 490-508. (63) / Ion. 1, 1 ss. Tan evidente es la identidad de autor de esta Epístola y del

cuarto Evangelio, que apenas hay quien lo discuta. Cf. WESTCOTT, The Epistles of St. John, Londres (1909), pp. XXX y XLIII y ss.; STANTON, op. cit., t. III, pp. 83-103.

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210 LA IGLESIA PRIMITIVA

de la Pasión termina con estas palabras: "Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testi­monio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad, para que vos­otros creáis" (19, 34-35).

La razón de todo el Evangelio de Juan estriba en que son realidad y ver­dad cuantos hechos y dichos de Jesús se nar ran en él; si todo ello se escri­bió es "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyéndolo, tengáis la vida en su Nombre" (20, 31). Si los milagros de Jesús fueran sim­ples expresiones simbólicas, si sus discursos fueran partos de la mente de Juan, n i la fe de los discípulos tendría consistencia ni la predicación del Apóstol pasara de ser pura fantasmagoría ( 6 4) .

Y si consideramos con qué enemigos tenía que habérselas el evangelista, sube de punto el valor de estas reflexiones, que aun resultan más evidentes e imperiosas: las controversias entonces en boga habían sido provocadas por los docetas gnósticos, que negaban el hecho de la Encarnación; según ellos, Jesús no es el Cristo; el Hijo de Dios no se hizo carne, lo que vale tanto como negar la esencia misma del cristianismo: "Podéis conocer el espíritu de Dios por esto: todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del Anticristo, de quien habéis oído que está para llegar" (I Ion. 4, 2-3). A estas negaciones responde San Juan con afirmaciones categóricas de los dogmas negados: "Jesús es el Mesías; el Hijo de Dios se encarnó realmente." En la Epístola trata expresamente de dilucidar la controversia; el Evangelio, escrito por aquellos mismos días, en el mismo medio, por el mismo Apóstol, está impulsado por esas mismas preocupaciones; no es una obra de polémica; pero es un testimonio y un cuerpo de doctrina; y, como tal, tiende a cimentar la fe y a esclarecerla; de ahí esa afirmación precisa, escueta, con que se abre su Evangelio: "El Verbo se hizo carne." El hecho de la Encarnación es incuestionable. Si, al repasar las páginas de su Evangelio, recordamos la atmósfera belicista en que las escribió, la lucha doctrinal sustentada por el Apóstol, podremos reconocer en ellas la afirmación solemne del testigo que defiende, contra las negaciones de los herejes, la realidad humana de ese Jesús a quien él ha visto, ha oído y ha tocado. Ahora bien, ¿cómo puede con­cebirse una interpretación simbólica de este libro, sin socavar la misma fe que con él se pretende fundamentar? ( 6 5) .

Es de soberana importancia el valor histórico, la realidad auténtica de las palabras y de las obras de Jesús, tal cual nos la refiere el Apóstol. Si negáramos eso, reduciríamos su Evangelio a una especulación teológica o a una mística contemplación; mas si esa contemplación nos arrobara, si arre­batara nuestro entusiasmo, sería Juan, no Jesús, quien habría conquistado nuestra alma. Y todo el valor del Evangelio, todo el beneficio que reporta

(64) Eso mismo afirmaba San Pablo a los corintios con frase vigorosa: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana vuestra fe. Seremos falsos testigos de Dios, porque testificamos contra Dios, que ha resucitado a Cristo, a quien no resu­citó" (7 Cor. 15, 14-15).

(65) Si cotejamos los escritos de San Juan con losj de San Ignacio y San Policarpo, posteriores apenas en diez años y nacidos en el mismo ambiente, comprenderemos mejor el alcance de aquellas controversias: "Quien no confesare que Jesucristo vino en carne, es un anticristo; y quien no admite el testimonio de la cruz, es un demonio" (POL, Phü. VID. "Es verdad que nació, comió, bebió, es verdad que fué perseguido bajo Poncio Pilato, es verdad que sufrió y murió. . . es verdad que resucitó de entre los' muertos" (IGNACIO, Trall., IX, X; cf. Smyrn. II; Ephes. VII). Cf. infra, cap. X, §§ 2 y 3; ibid. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 482-485.

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SANTIAGO Y SAN JUAN 211

al cristiano procede del don que nos hace de Jesús mismo; al declinar el siglo apostólico, i luminado todo él por los esplendores del Verbo encarnado, Juan, el discípulo predilecto, lo presenta al mundo en la realidad de su carne y en el esplendor de su gloria. Ese Verbo hecho hombre es el centro de convergencia de las Epístolas de San Pablo, que hasta El quiere arrastrar todas las almas fieles: jamás se hastía n i se fatiga el cristiano de leer esos tan sugestivos documentos; mas en el Evangelio no escuchamos la voz del discípulo, sino la misma voz del Maestro; no es como la de San Pablo una voz estremecida de emoción, sino una voz discreta, profunda, recatada; sus discursos, sobre todo los más íntimos, son dichos a media voz; son de una paz tan intensa, que el lector distraído los oye sin comprenderlos, y deja deslizarse sobre su alma como el agua sobre la roca; mas aquel otro cuyo corazón abre el Señor, los escucha con avidez, e infunden en él Espíritu y Vida.

INFLUJO DE SAN JUAN Es innegable que la iglesia de Asia y toda la Iglesia universal se ha beneficiado inmensa­

mente de la obra de San Juan. Nada le hace que, durante su vida, chocara, como San Pablo, con ciertas resistencias, según se desprende de sus Epístolas; v. gr., con la ambición celosa y maldiciente de Diotrefes (III Ion. 9) : la ruin­dad villana de ciertos espíritus y el auge creciente del docetismo y de la gnosis entristecieron al Apóstol; mas todo ello pasó como la estela de un navio, en tanto que la doctrina de San Juan ha abierto hondos surcos en el corazón de los cristianos; ni San Ignacio, ni San Policarpo ni San Ireneo podrían negar su filiación teológica. Pero la impronta de Juan no sólo se marca en la teología sino también en la liturgia de las iglesias de Asia. El año 154 los dos grandes obispos de Roma y de Esmirna, respectivamente, Aniceto y Policarpo, t ratarán en vano de unificar el modo de celebración de la Pascua, aunque evitarán todo cisma; treinta años después, el papa Víctor impondrá la uniformidad: Polícrates de Efeso se opondrá, porque sus iglesias guardan una tradición particular, autorizada, a su parecer, por el Evangelio y por el recuerdo de Juan "que reposó sobre el pecho del Salvador" (H. E., V, 24, 3, 6) . Ireneo, discípulo de Juan, sacrificará su fidelidad a aquella tradición particular, en bien de la paz y de la concordia (6 6) .

LA DISPERSIÓN Al estudiar los escritos de la era apostólica, hemos DE LOS APOSTÓLES podido seguir, al menos en sus etapas cimeras, la

carrera apostólica de San Pedro, de San Pablo, de San Juan y de los dos Santiagos. Aquellos documentos nada más decían respecto de los demás Apóstoles. A caballo entre los siglos n y n i campeará la literatura apócrifa, los nuevos Hechos de los Apóstoles, no exentos de interés: por ellos conoceremos cuál era el género novelesco y legendario que hacía las delicias y encandilaba al pueblo cristiano. La Iglesia, con buen acuerdo, desechó tales monsergas. Bueno fuera imitar esa prudencia de la Iglesia para no transformar en documentos históricos lo que es producto de la imaginación ( 6 7) .

Aun dejando de lado esos cuentos y leyendas, no faltan detalles que la tradición nos ha trasmitido. Así, la antiquísima de que los Apóstoles se dis-

(66) Sobre este conflicto, cf. t. II de esta obra. (67) Todos los editores concuerdan en que los Hechos apócrifos carecen de valor

histórico. Cf. HENNECKE, TV. T. Apochryphen, Tubinga (1923), p. 169; AMANN, art. Apochryphes du N. T-, en Suppl. au Dict. de la Bible, t. I, p. 488.

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212 LA IGLESIA PRIMITIVA

persaron unos doce años después de la Resurrección del Señor ( 6 8 ) ; fecha que coincide con la persecución de Agripa; y de hecho, no volvemos a ver a los Apóstoles reunidos en Jerusalén. Pero ignoramos en absoluto qué rumbo siguieron. EUSEBIO, en un capítulo de su Historia Eclesiástica ( 6 9) , en que, según su autor, se reproduce textualmente u n pasaje de ORÍGENES, dice lo siguiente: "que a Tomás se le asignó, según la tradición, el país de los Partos; Escitia fué la porción de Andrés; y el Asia, la de Juan" ; a continuación refiere el apostolado de San Pedro y de San Pablo.

Al traducir esta perícope, añadió Rufino: "A Mateo cupo en suerte la Etiopía; a Bartolomé, la India citerior" (7 0) . Son ésas, indicaciones muy so­meras, mas no despreciables; las noticias que poseemos sobre la primitiva evangelización de aquellas regiones, si no ratifican decisivamente esos esque­máticos informes, les dan cierto matiz de verosimilitud.

(68) Léese esta tradición en el Kerigma Petri, ap. CLEM. AL., Strom., VT, 5, 43, 3; APOLONIO, ap. H. E-, V, 18, 14; Actes de Pierre avec Simón, 5* ed., VOUAUX, p. 253 (cf. n.); cf. HAKNACK, Chronologie, pp. 243 y ss.; que considera esta tradición como "muy antigua y bien fundada". DUCHESNE se muestra más reservado (Hist-ancienne de l'Eglise, t. I, p. 20, n. 1).

(6») Hist. Eccl., III, 1. (70) El anélisis de este texto véase en HAHNACK, Mission und Ausbreitung, pp.

109 y ss.

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CAPITULO VI

LA VIDA CRISTIANA EN EL DECLINAR D E L SIGLO I (*)

§ 1. — La vida cristiana y el culto

La Iglesia, expulsada de la sinagoga, perseguida por la autoridad romana, vive intensamente su vida, con una plenitud desbordante. El historiador siente, desde el primer momento, cautivada su admiración; y duda de que tal exuberancia pueda definirse y concretarse con unas pinceladas. No fal­taron tentativas descriptivas, que, sucesivamente, iban acotando los diversos aspectos del cristianismo naciente; tal fué la de HARNACK, que, en su Historia de la Misión cristiana, dedicó sendos capítulos al Evangelio del Salvador y de la salvación, al combate contra los demonios, al Evangelio del amor y de la misericordia, a la religión del espíritu y de la fuerza, del complejo moral y de la santidad, a la religión de la autoridad y de la razón, de los misterios y de la ciencia trascendente, al mensaje del pueblo nuevo, a la religión del libro y de la plenitud de la historia, a la lucha contra el poli­teísmo y la idolatría ( 2 ) . Todos estos temas son interesantes y dan una luz sobre diversos aspectos del cristianismo primitivo. Como no es posible des­cender al detalle nimio, trataremos de captar el principio de donde proce­den todas estas formas de vida. HARNACK, en su Esencia del Cristianismo, creía derivar todo de la religión del Dios Padre. Pero se nos figura que durante la era apostólica el cristianismo es, ante todo, la religión de Cristo ( 3 ) . Puede esto parecer una tautología; pero vale la pena de que lo analicemos, porque constituye realmente el carácter distintivo de esta religión y el se­creto de su fuerza.

LA RELIGIÓN DE CRISTO El primer conflicto que enfrenta a los Apóstoles con el Sanedrín es, con precisión, el de la pre­

dicación en Nombre de Jesús: los dirigentes judios se oponen cerradamente; mas Pedro replica que no conoce otro Nombre por el que hayan sido salvos. Y cuando el procurador Festo quiere explicar a Agripa la causa del proceso de Pablo, le dice "que se trata de un tal Jesús, que ya murió, pero del cual afirma Pablo que vive (Act. 25, 19). El propio TÁCITO, pese a su deficiente información, define con claridad el cristianismo: "El que había dado su nom­bre a esta secta, Cristo, fué condenado a m u e r t e . . . " Y SUETONIO, hablando a su vez del edicto de Claudio se expresa en estos términos: "los judíos pro­vocaban turbulencias, impulsados por u n cierto Cresto".

(!) BIBLIOGRAFÍA. — BATIPPOL (P.), L'Eglise naissante et le catholicisme, 9* ed., París (1927). Trad. española, Desclée, de Brouwer, Buenos Aires (1950). — LEBRE-TON (J.), La vie chrétienne au premier siécle de l'Eglise, Paris (1927). — AMANN (E.), L'Eglise des premiers siécles, París (1927). — DOM CABROL, La priére des pre-miers chrétiens, París (1929). — BARDY (G.), L'Eglise á la fin du premier siécle, París (1932).

(2) Estos capítulos son del libro II de Mission und Ausbreitung, pp. 111-331. (3) Con esto noi afirmamos que el Cristo haya hecho olvidar al Padre; tesis extre­

mista de A. C. MAC GIFFERT, The God of the early Christians, Nueva York (1924), que nosotros rechazamos absolutamente.

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214 LA IGLESIA PRIMITIVA

Para que gentes tan distanciadas del cristianismo llegaran a percibir estas verdades, preciso es que se hablara recio y sin tapujos; y, en efecto, los jefes del cristianismo proclamaron desde u n principio que "Dios le hizo Señor y Cristo"; "le resucitó": he ahí lo que Pedro afirma en Jerusalén, y Pablo en Antioquía de Pisidia, en Atenas y en todas sus misiones; cuando se dirige a un auditorio pagano, debe comenzar por predicarles el monoteísmo para arrancarles de la idolatría; mas luego pasa a hablar de Cristo, de su Resurrección, de su parusía, aun a riesgo de verse agredido por los oyentes escépticos.

Cristo, que es el objeto central de la fe, es también el Salvador en quien todo hombre debe cifrar su esperanza; la panacea (appát) que se brinda a todo prosélito es el perdón de los pecados y la salvación por Jesucristo. Ta l es el tema de los discursos de San Pedro el día de Pentecostés (2, 38) ; el de su defensa ante el Sanedrín (4, 12; 5, 31) ; el tema de la homilía de San Pablo en Antioquía de Pisidia (13, 38). Es el eco del l lamamiento de Jesús a sus oyentes y en ellos a todo hombre: "Venid a mí los que gemís bajo el peso de la carga, que yo os aliviaré" (Mt. 11, 28). CELSO escribirá indignado: "Los que buscaban iniciados para sus misterios, decían: «El que tenga las manos p u r a s . . . ¡entre a q u í ! . . . » En cambio, a estos otros les oímos decir: «El que fuere pecador, idiota, simple, miserable, ése recibirá el reino de Dios»" ( 4 ) .

Los redimidos ya no se pertenecen a sí mismos, sino al Señor que pagó el rescate:

"Porque ninguno de nosotros para sí mismo vive, y ninguno para sí mismo muere; pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14, 7-9).

"Vosotros no os pertenecéis, porque habéis sido comprados a precio." (I Cor. 6, 19-20) (5).

No se trata de una simple modalidad de vida, sino de una vida entera­mente nueva: "los cristianos, sepultados por el bautismo de Cristo en la muerte, resucitan con El a la vida" ( 8 ) . Mas no resucitan como organismos autónomos, sino como miembros del cuerpo de Cristo, de la Iglesia: "Todos hemos sido bautizados en u n solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, todos, ya gentiles, ya judíos, ya siervos, ya libres" ( 7) . Y ese primado vivi­ficante de Cristo no se ejerce solamente sobre la Iglesia, a la cual santifica, sino sobre el mundo entero, del cual es el principio y el Jefe Soberano:

"En El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fué creado por El y para El; El es antes que todo, y todo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; El es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas. Y plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud y por El reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz, todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo" (Col. 1, 16-20).

(4) Citado por ORÍGENES, III, 59. (B) Para declarar más exactamente su pensamiento sírvese San Pablo de los tér­

minos jurídicos con que se significaba la manumisión sagrada: del mismo modo que los esclavos que querían poner su libertad bajo el patrocinio de un dios hacíanse comprar por él mediante un simulacro de venta, de igual manera, pero en forma real y verdadera, no simbólica, el cristiano ha sido rescatado por Cristo para la libertad: / Cor. 7, 23; Gal. 5, 1-19; cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, p. 406.

(«) Rom. 6, 3-11; Col. 2, 12; 3, 4. (7) / Cor. 12, 13; cf. 12, 27; Rom. 12, 5; Col. 1, 18; 3, 15; Ephes. 4, 1.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 215

Esta doctrina de San Pablo no es pura especulación, sino substancia misma de la vida cristiana: la Iglesia es el cuerpo de Cristo; todas las funciones que en ella se ejercen son obra de Cristo, que es su principio vivificante (Ephes. 4, 11-16). De ese principio deriva el sentido y el yalor de los sacra­mentos: el bautismo, es el entierro y la resurrección con Cristo; el matri­monio, una unión que representa la de Cristo con su Iglesia (Ephes. 5, 25-32); la Eucaristía, centro de toda la liturgia y manjar insustituible del cristiano, es singularmente la representación de la muerte del Señor, la par­ticipación de su cuerpo y la comunión en su sangre (8).

En estas ideas se inspiran las exhortaciones parenéticas: debe huirse de la fornicación, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (i Cor. 6, 15); seamos generosos y liberales, a ejemplo de Cristo, que, siendo ricq, hízose pobre (II Cor. 8, 9); preciso es olvidarse de sí mismo, por imitar a Cristo el cual, existiendo en la forma de Dios, se anonadó tomando la forma de siervo (Phil. 2, 6-7); los esposos deben amar a sus esposas como Cristo ama a su Iglesia (Ephes. 5, 25); los siervos deben obedecer a sus señores, como a Cristo (ibid. 6, 5). Este recurso constante a los más altos misterios para pre­dicar a los cristianos la fidelidad a sus deberes, aun los más humildes, im­pregna toda la vida del recuerdo de Cristo y de su amor.

Hemos apenas destacado algunos trazos de los muchos que, en la teología de San Pablo, revelan el sello indeleble que Cristo había impreso en la vida del Apóstol: "para mí, la vida es Cristo" (Phil. 1, 21).

Todos los Apóstoles llevan grabado el signo de Cristo. Véase, por ejemplo, en estas palabras de Pedro, que citaba ya San Policarpo (9) al romper el siglo n: "Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, recibiendo el fruto de vuestra fe, la salud de las almas" (I Petr. 1, 8-9); y éstas otras: "Apeteced la leche espiritual, para con ella crecer en orden a la salvación, y si es que habéis gustado cuan bueno es el Señor, a El habéis de allegaros, como a piedra viva, rechazada por los hombres, pero por Dios escogida, preciosa" (ibíd. 2, 2-4); y aquéllas: "Cristo padeció por vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos" (10).

Los mismos acentos resuenan en la literatura joánica, en sus cartas ( n ) y en el Apocalipsis; los cristianos son los siervos de Jesús (1, 1; 12, 20); los mártires son testigos de Jesús (2, 13). El broche con que se cierra el Apo­calipsis es aquel clamor de la Iglesia: "¡Amén; ven, Señor Jesús!" (22, 20).

Esta última jaculatoria nos da a entender qué es lo que los cristianos an­helan en su impaciente esperar la parusía: el triunfo, el advenimiento del reino; pero, sobre todo, la llegada, la presencia definitiva del Hijo de Dios. Así lo expresa Pablo en su primera carta a los tesalonicenses (4, 17): "Nos­otros estaremos siempre con el Señor." Y cuando esta perspectiva de la parusía es menos obsesionante en el Apóstol, en su espíritu sigue clavada el hambre de Jesucristo (Phil. 1, 23).

Hechos tan evidentes reléganse al olvido con harta frecuencia. Así, al di­sertar San Pablo sobre la virginidad, inspírase enteramente en su anhelo de pertenecer del todo al Señor, sin ulteriores perspectivas: "El que no está ca­sado, afánase por las cosas del Señor, por complacerle; el casado ha de cuidarse de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer" (I Cor. 7, 3 2 . . . ) . Así

(8) / Cor. 10, 16-17; 11, 26-27. (9) Carta a los filipenses, 1, 3. (W) 2, 21; cf. 3, 18; 4, 1, 13, 14. (H) Basta recordar la introducción de la primera Epístola, 1, 1-4.

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216 LA IGLESIA PRIMITIVA

pues, defienden una sinrazón los protestantes al pretender que San Pablo dio aquellos consejos sobre la virginidad únicamente porque creía inminente la parusía (1 2) .

LOS SACRAMENTOS La vida espiritual no es una vida autónoma, indivi­dual: es la vida de los miembros del Cuerpo de

Cristo, la vida de la Iglesia. Ni la Iglesia es tampoco puramente espiritual; tiene sus símbolos materiales que le dan consistencia y proyección al exterior. La historia ha pronunciado su veredicto contra los protestantes que rechazaban los sacramentos como deformaciones tardías (1 3) . No por eso reina la paz en torno a la teología sacramental; los historiadores de las religiones comparadas han vuelto a encender la guerra. No se abrió este nuevo frente de batalla en el terreno de la existencia de la idea sacramental, sino en el de su origen: están conformes en que la idea de sacramento es parte de la teología apostó­lica; pero afirman que la Iglesia la tomó del paganismo.

Los historiadores católicos aceptaron el combate en este nuevo frente; y hoy los científicos, aun los del bando contrario, les han vuelto a dar la razón: reconocen que los sacramentos, y particularmente el bautismo y la Eucaristía, objeto de todos los ataques, no se explican por influencia pagana y menos aún por la liturgia mandeísta ( 1 4) .

(12) Así SABATIER, L'apótre Paul, p. 160: "Sobre un solo punto parece estrecho el criterio del Apóstol, y es el del celibato. Esta angostura de criterio que tanto se le ha reprochado, no procede de un ascetismo dualista... La razón de esa estrechez y de ese rigorismo son las perspectivas escatológicas. La parusía es inminente; el tiempo, breve; todo otro interés se esfuma ante este próximo acontecimiento. A este respecto, sin embargo, pronto un nuevo progreso cumplirése en el pensamiento de Pablo. Este acabará por cortar los estrechos lazos de la escatología de los judíos; en las Epístolas de la cautividad veremos cómo llega a una apreciación más amplia y justa del matrimonio y de la vida doméstica." Evidentemente, "el tiempo es breve", "la figura de este mundo pasa": pero es verdadera locura apegarse a esto; la razón decisiva es el anhelo de pertenecer exclusivamente al Señor.

( l s) Recordemos, por vía de ejemplo, lo que escribía HARNACK en Mission und Ausbreitung, p. 247: "Que el agua, el pan y el vino fueran elementos santos, que al inmergirse en el agua, quedaba el alma bañada y purificada, que el pan y el vino eran el cuerpo y la sangre de Cristo, alimento de inmortalidad para las almas, es un modo de hablar cuyo sentido se alcanzaba en aquel entonces. Estaba patente para el más vulgar realista y no menos para el espiritualista más sublime. Los dos más sublimes espiritualistas de la Iglesia, Juan y Orígenes, han sido los más afortu­nados intérpretes de los misterios; y los grandes teólogos gnósticos armonizaron los misterios realistas con los teoremas teológicos más abstractos; todos ellos son teólogos de los sacramentos... La expresión de los escolásticos posteriores, Sacramenta conti-nent gratiam, es tan antigua como la Iglesia de la gentilidad; y aun es más antigua que ella; existía mucho antes que. la Iglesia"; p. 252: "Léanse las historias que sobre la Cena escribe Dionisio de Alejandría, discípulo de Orígenes, o lo que cuenta Cipriano sobre los milagros de la hostia... Ab initio sic non eral, se podrá objetar. Puede ser: pero tendremos que remontarnos tan alto, que este breve período se llegará a perder de vista."

(14) Consúltese sobre el particular, L. DE GRANDMAISON, Les mistéres paiens et le Mystére chrétien; Jésus-Christ, t II, pp. 535-561; E. JAOQUIER, Les mystéres paiens et Saint Paul, en Dictionnaire apologétique, t. III, cois. 964-1.014 (acerca del bau­tismo, cois. 1.004-1.008; y sobre la Eucaristía, cois. 1.008-1.010); F. PRAT, Saint Paul et le paulinisme, t. III, Le paulinisme et les religions orientales hellénisées, ibid-, t. III, cois. 1.047-1.051.

Ha tratado sobre el bautismo especialmente J. COPPENS, art. Baptéme, en Supplément au Dictionnaire de la Bible, Le baptéme et les religions á mystéres, t. I, pp. 883-886; Mystéres paiens et baptéme chrétien, pp. 903-924. El problema de la Eucaristía, por W. GOOSEENS, Les Origines de l'Eucharistie, Gembloux (1937), pp. 252-323.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 217

EL BAUTISMO Los principios antes enunciados sobre la vida y la doc­tr ina de Jesucristo nos dan la clave para determinar el

verdadero origen de los sacramentos, singularmente del bautismo y de la Eucaristía (1 5) . Hemos visto que Jesús recibió el bautismo de manos de Juan (Mt. 3, 13-17), y que, al comenzar la vida pública, hacía que los discípulos lo administraran ( 1 6 ) ; después de su Resurrección, mandó a sus Apóstoles que bautizaran a todas las gentes en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt. 28, 19). No se trata de una simple ablución ri tual, al modo ju­dío (1 7) , ni de u n bautismo de penitencia como el bautismo de Juan ( 1 8) , este bautismo es u n reengendro, un nuevo nacimiento por la regeneración del neófito "por el agua y el Espíritu Santo" ( 1 9) . En esa forma explicó Jesús a Nicodemo la naturaleza y los efectos del bautismo; y con ese concepto del bautismo se familiarizarán los Apóstoles y la Iglesia ( 2 0) . Los misterios de la muerte y de la resurrección alumbrarán esta transformación con nuevas cla­ridades: por el bautismo, los neófitos quedan incorporados a Cristo, mueren y resucitan con El ; mueren para la carne y resucitan en el espíritu; son miem­bros vivos de Cristo que los vivifica y los liberta de la vieja servidumbre adamítica; es cierto que el hombre viejo no ha muerto enteramente, pero por el bautismo quedó herido de muerte y esa mortificación continuará por obra de los cristianos fieles hasta que la muerte sea consumada por la vida y Cristo sea todo en todos (2 1) .

El bautismo es indispensable para la salvación; el día de Pentecostés, los judíos convertidos por la palabra de Pedro, preguntan: "¿Qué debemos hacer?"

El principal defensor de la hipótesis mandeísta es R. REITZENSTEIN, Die Vorge-schichte der christlichen Taufe, Leipzig (1929), sobre todo pp. 152-292. Aun los racionalistas independientes rechazan generalmente esta hipótesis; cf. H. LIETZMANN, Ein Beitrag zur Mandaerfrage, en Sitzungsberichte der Akad. Berlín (1930), pp. 596-608; A. LOISY, Le Mandéisme et les origines chrétiennes (1934), pp. 104-141; ERICH FASCHER, art. Taufe, en PAULY-WISSOWA, Real-Encyclopádie, IV, A2 (1932), p. 2507; se rechaza igualmente el influjo de los misterios paganos, ibid-, pp. 2511-2512. Sobre este último problema se puede comparar A. VON STROMBERG, Studien zur Theorie und Praxis der Taufe in der christlichen Kirche der ersten zwei Jahrhunderte, Berlín (1913), pp. 36-45; 125-126; y A. SCHWEITZER, Die Mystik des Apostéis Paulus, Tu-binga (1930), pp. 27-41.

(15) Administráronse los demás Sacramentos desde la era apostólica; pero no po­demos estudiarlos en particular; las páginas que dediquemos a la jerarquía eclesiás­tica nos darán una idea del sacramento del orden; la confirmación aparece en la imposición de las manos, que completa las gracias del bautismo (Act. 8, 24); cf. J. COPPENS, L'imposition des mains, pp. 174-248.

(16) Ion. 3, 22; 4, 2. Dos opiniones sostuvieron Padres y teólogos sobre el carácter de este bautismo: piensan unos que era como el de Juan; creen otros, más común­mente, que era el bautismo cristiano. Cf. A. D'ALES, De Baptismo, París, (1927), p. 19; art. Baptéme, en Suppl. au Dict. de la Bible, t. I, p. 858.

(17) Sobre el bautismo de los prosélitos y demás abluciones judías, cf. J. COPPENS, art. Baptéme, cois. 892-894.

(18) JUan mismo lo significó claramente: "Yo os he bautizado en agua; El os bautizará en el Espíritu Santo" (Me. 1, 8); "yo os he bautizado en el agua por la penitencia; . . .E l os bautizará en el Espíritu y en el fuego" (Mt. 3, 11; Le. 3, 16).

(") Ion. 3, 5; cf. 3, 3, 7-8. (20) Tjf 3 j 5. / petr. 1, 3. Con frecuencia se identifica esta regeneración con la

adopción divina: Ion. 1, 12-13; Rom. 8, 15-16; Gal. 3, 26-27; / Ion. 3, 1-2; 5, 18; 7 como nueva creación, en Gal. 6, 15; Ephes. 2, 10. Sobre estos conceptos cf. A. D'ALES, art, Baptéme, cois. 865-866.

(21) Cf. supra, p. 89; D'ALES, art. Baptéme, cois. 866-868; SCHWEITZER, Die Mystik des Apostéis Paulus, pp. 119-158; en la citada obra desarróllase ampliamente ese concepto, que, sin razón, se opone a la idea de la regeneración, como algo extraño a San Pablo, pp. 13-15 y 120-121.

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218 LA IGLESIA PRIMITIVA

Y Pedro les responde: "Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el Espíritu Santo" (Act. 2, 38). Y el bautismo se administra a los convertidos de Samaría (8, 12), al eunuco etíope (8, 38), a Saulo (9, 18), al centurión Cornelio y a toda su familia (10, 48) ; y a todos aquellos convertidos que se atraviesan en la histo­ria apostólica.

Todo hombre es candidato al bautismo: es precepto del Señor (Mt. 28, 19); y en el caso del centurión Cornelio, el mismo Espíritu Santo disipó las du­das. Ni los propios judaizantes pondrán en litigio este principio C22). Al que pide el bautismo, se le exige que crea; de ahí la profesión de fe que siempre se demandó a los catecúmenos bautizandos y que constituyó el origen del sím­bolo bautismal ( 2 3) . Todo hombre, para salvarse, debe confesar con su boca que Jesús es el Señor y creer en su corazón que Dios le resucitó de entre los muertos (Rom. 10, 9 ) ; aquella profesión de fe significaba la adhesión del neófito a la catequesis tradicional, tal como se contiene, v. gr., en la carta a los corintios (l Cor. 15, 3 ss.).

Respecto al rito del bautismo, en la era apostólica, el documento más explícito que conocemos es el capítulo VII de la Doctrina de los Apóstoles:

"Administrad el bautismo de este modo: Después de haber dicho lo que antecede, bautizad en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con agua viva. Si no tenéis agua viva, con otra agua; si no hay agua fría, con agua caliente. Si ni una ni otra tenéis, verted agua tres veces sobre la cabeza, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo ayunad el ministro y el neófito y aun otras personas que puedan practicarlo; haz que el bautizando se pre­pare con uno o dos días de ayuno" (24).

LA EUCARISTÍA Conocemos perfectamente la institución de este sacra­mento ( 2 5) . Sabemos que Cristo, en la últ ima Cena, es­

tableció esta representación viviente de su sacrificio y mandó a sus discípulos "hacer esto en memoria de El". El precepto de Jesús se cumplió escrupulosa-

(22) Los judaizantes no pretendían privarles del bautismo, sino imponerles la cir­cuncisión.

(23) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 146 y ss.; P. FEINE, Die Gestalt des Apost. Glaubensbekenntnisses in der Zeit des N. T., Leipzig (1925). Páginas adelante trataremos del símbolo bautismal.

(24) JACQUIER hace el siguiente comentario: "Es la más antigua noticia que se tiene del bautismo por infusión; probablemente fué el rito más común en tiempo de los Apóstoles; sin duda que de ese arte fueron bautizados los 3.000 judíos que el día de Pentecostés se convirtieron por la palabra de Pedro (Act. 2, 41); y los 5.000 de que se habla en el capítulo 4, vers. 4 de los Hechos y el carcelero y su familia bautizados en la prisión por Pablo" (ibid. 16, 33).

Parece que tampoco fué por inmersión completa el bautismo del tesorero de la reina de Candace (ibid. 8, 38; p. 194). Cuando se incorporó el texto a las Constitu­ciones Apostólicas, VII, 22, se suprimió el inciso del bautismo por infusión. Cf. CI­PRIANO, ep. 69, 12-16, en que SE ve precisado a defender la validez del bautismo administrado por infusión a los enfermos; y CORNELIO, carta a Fabio de Antioquía (H. E., VI, 43, 17), se empeña en negar la admisión en la clerecía de los que así fueron bautizados. Cuando esto se escribió, las piscinas bautismales habían desterrado, por algún tiempo, el bautismo por infusión, que se reservaba para los enfermos.

Sobre el bautizarse por los muertos, mencionado en / Cor. 15, 29, cf. PRAT, op. cit-, t. I, p. 162: "En Corinto, y quizá también en las otras cristiandades, existía una práctica curiosa: cuando un catecúmeno moría antes de recibir el bautismo, otro de sus próximos parientes o de sus amigos recibía por él el rito del sacramento. ¿Qué valor atribuían a ese acto? Difícil es la respuesta. San Pablo ni lo aprueba ni lo con­dena; ve en él una simple profesión de fe en la resurrección de los muertos."

(2B) Cf. supra, pp. 92-94.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 219

mente: los escritos apostólicos atestiguan la celebración de la Eucaristía en Jerusalén y en las comunidades paulinas ( 2 6) .

En los Hechos (2, 41-42; 46-47; 20, 7-11) se designa esa celebración como "fracción del pan" (2 7) . En la aurora de la Iglesia, en Jerusalén, los fieles "perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión en la frac­ción del pan y en la oración" (2, 42) ; "todos acordes acudían con asiduidad al templo; part ían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón" (2, 46) . Se nos figura que a la celebración de los mis­terios precedía la comida en común, como encuadre de la ceremonia ( 2 8) . En Corinto indudablemente existió esa refacción común; pero San Pablo hubo de intervenir para enmendar ciertos abusos:

"Y cuando os reunís, hermanos míos, no es para comer la cena del Señor, porque cada uno se adelanta a tomar su propia cena y mientras uno pasa hambre, otro «stá ebrio" (2«).

Y para atajar esas incongruencias, prescribe:

"En resumen, hermanos míos, que cuando os juntéis para comer, os esperéis unos a otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, que no os reunáis para vuestra condenación" (30).

En tal guisa se desarrolló el episodio de la Cena celebrada por Pablo en Tróade: era el primer día de la semana (el domingo); los fieles se habían congregado para la fracción del pan; Pablo, que debía partir a la otra mañana, entretúvose en platicar con los hermanos hasta la medianoche. Estaban reunidos en una sala del piso alto, i luminada con profusión de lámparas; como se prolongó mucho el parlamento del Apóstol, un mancebo, llamado Eutiquio, durmióse y se desplomó desde el tercer piso; cuando le levantaron, era ya cadáver. Bajó Pablo, tomóle entre sus brazos y volvióle a la vida; tomó a la sala, partió el pan, lo comió y prosiguió la plática hasta el amane­cer (Act. 20, 7-11).

La velada fué de excepcional duración, por la despedida del Apóstol; mas este detalle en nada modifica el carácter de aquella reunión litúrgica: la fracción del pan es el centro de convergencia: celébrase en domingo, día espe­cialmente señalado para el rito eucarístico ( 3 1) .

De los textos aducidos se desprende que en los días mismos de los Apóstoles

(26) Los textos apostólicos relativos a la Eucaristía han sido coleccionados por W. B. FRANKLAND, The Early Eucharist, Londres (1902), pp. 3-11; no tan completos por G. RAUSCHEN, Florilegium Patristicum, t. VII, Monumento Eucharistica et Li­túrgica vetustissima, Bonn (1909). Puede leerse una interpretación detallada y exacta en W. GOOSSENS, Les Origines de l'Eucharistie, Gembloux (1931), sobre todo pp. 147-174.

(27) GOOSSENS, op. cit., pp. 172-173. JACQUIEH atribuye significado eucarístico al primero y tercero de los precitados textos, no al segundo; está más en lo justo, según creemos, GOOSSENS, cuando escribe: "No puede entenderse de modo diferente la frac­ción del pan en ambos pasajes tan próximos uno de otro y versando sobre el mismo objeto."

(28) Opinamos que sin razón ataca GOOSSENS este punto (op. cit., p. 134); de ahí no se sigue que aquello fuera el ágape. El ágape existía ciertamente a fines del siglo n; no sabemos si en el primero. Cf. GOOSSENS, pp. 127-146.

(29) / Cor. 11, 20-21; cf. supra, p. 160. (30) Ibid., 33-34. Parece derivarse de ese texto que la reunión cristiana debe ser

exclusivamente eucarística y que todo otro género de comida debe desterrarse de ella (cf. GOOSSENS, pp. 138-141).

(31) Cf. I Cor. 16, 2; Didaché, 14, 1; GOOSSENS, op. cit., p. 172, n. 6.

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220 LA IGLESIA PRIMITIVA

se había hecho realidad el precepto de Jesús: "Haced esto en memoria de m í " ; y en ellos se esboza el plan litúrgico que se desarrollará rápidamente. Alguien ha intentado distinguir en la eucaristía apostólica dos tipos diferen­tes: el banquete fraternal, símbolo de la unión de los cristianos entre sí y con Cristo, según se describe en el Libro de los Hechos (Jerusalén y Tróade) y el banquete sacrificial (de la Epístola a los corintios), impregnado todo él del recuerdo de la muerte del Señor (3 2) . Hipótesis gratuita, .contradicha por el testimonio de San Pablo; el Apóstol, no sólo no tiene conciencia de haber introducido innovaciones, sino que expresamente se atiene a la tradición que él ha recibido y transmitido ( 3 3) . Por otra parte, él mismo explica el doble aspecto del misterio eucarístico, misterio de sacrificio (I Cor. 10, 16-21) y misterio de unión (ibid. 17; cf. Rom. 12, 5) .

Pero en esa eucaristía, que desde sus orígenes, es una, distinguimos la teología de dos fundamentales dogmas, el de la Encarnación y el de la Reden­ción. La idea capital del discurso de la promesa en Cafarnaún y de las efu­siones de Jesús después de la Cena, es la unidad de todos los cristianos en el Hijo de Dios, presente en nosotros; y el dogma que San Pablo desarrolla con más predilección es el de la muerte del Hijo de Dios por el hombre, al cual incorpora a su propio sacrificio. Ambas corrientes doctrinales fluirán a lo largo de la historia de la teología eucarística, como dos ríos paralelos; pues mientras unos teólogos gustan de sumergirse preferentemente en la contem­plación de la unión vivificante "con el pan bajado del cielo", los otros se complacen en meditar sobre nuestra participación en la muerte de Cristo, por la comunión de la "sangre de la alianza" ( 3 4) .

§ 2 . — La jerarquía primitiva ( 3 5 )

PEDRO Y LOS DOCE Al estudiar la vida de Jesús, hemos sorprendido en su derredor u n grupo de doce Apóstoles ( 3 6 ) . El los

escogió, los educó, los envió a misionar, y les invistió de la facultad de ense­ñar y de regir, constituyéndoles jefes de la Iglesia sobre la tierra (37) y jueces de la humanidad en el cielo ( 3 8) . Confirmóles todos estos privilegios después de su Resurrección, les infundió el Espíritu Santo y los envió por el mundo entero a convertir y bautizar a todas las gentes (3 9) .

Pedro tiene la primacía entre los Doce (Mt. 10, 2 ) ; él es la piedra funda­mental sobre la que se asienta la Iglesia; es el primero que recibe el poder de atar y desatar (Mt. 16, 16-19); el que, después de la Resurrección, es distinguido con una encomienda especial de apacentar las ovejas y los cor­deros (Ion. 21, 15-19).

(32) Tesis defendida por H. LIETZMANN, Messe und Herrenmahl, Bonn (1926), pp. 238-263. Cf. Recherches de science religieuse (1927), pp. 330-333.

(33) / Cor. 11, 23. Cf. art. Eucharistie del Dict. Apol., cois. 1.552 y ss. (34) En las preces eucarísticas de la misma Didaché se notan estas dos corrientes,

de influencia paulina y aun más joánica. (35) Cf. BATIPPOL, L'Eglise naissante et le catholicisme, París (1909); MICHIELS,

L'Origine de VEpiscopat, Lovaina (1900); HAHNACK, Entstehung und Entwicklung der Kirchenverfassung und des kirchenrechts in den zwei ersten Jahrhunderten, Leip­zig (1910).

(36) cf_ supra, pp. 64-65. (37) Mt. 16, 16-19; 18, 17-18. (38) Mt. 19, 27-30; Le. 22, 28-30. (39) Ion. 20, 21-22; Mt. 28, 18-20.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 221

Aun antes de fundar la Iglesia con su muerte y con la donación del Espíritu Santo, presenta Jesús el plano del edificio que quiere levantar: la sociedad cristiana será una sociedad jerárquica, adoctrinada y gobernada por los Após­toles, y por Pedro, como cabeza y jefe de todos.

Y esa jerarquía se guarda en el Cenáculo con la Iglesia naciente. Los doce forman un grupo privilegiado, en el que por la traición de Judas se ha produ­cido un vacío; pero ese vacío queda pronto colmado, por la iniciativa de Pedro, que dirige la elección, a suertes, de Matías (Act. 1, 15-26). El día de Pentecos­tés, Pedro rodeado de los once, explica al pueblo el misterio del Espíritu (2, 14) y prescribe a los convertidos lo que deben hacer (2, 37) ; eran éstos tres mil hombres, los cuales "perseveraban en oír la doctrina de los Apóstoles y en la comunión y fracción del pan y en la oración" (2, 42). A los pies de los Apóstoles depositan los cristianos el importe de sus bienes enajenados (4, 35-37; 5, 2) . En aquel momento, ellos detentan todos los poderes; pero como no pueden atender a los múltiples trajines, que cada día van en aumento, se reservan para sí el ministerio de la predicación y de la oración y encomien­dan tal servicio de las mesas a siete diáconos elegidos por el pueblo cristiano (6, 2ss . ) . Estos diáconos colaborarán con los Apóstoles en la propagación de la palabra divina, dentro (Esteban) y fuera de Jerusalén (Felipe).

El colegio apostólico tiene u n jefe supremo, que es Pedro. Bien se echó de ver en la elección de Matías y en la gran demostración de Pentecostés; y esa preeminencia se manifiesta en todo el acontecer de la Iglesia primitiva: cuando sube con Juan a recogerse en el templo, él dirige la palabra al tullido, le devuelve la salud y arenga al pueblo (3, 14 ss.); él toma la palabra delante del Sanedrín (4, 7; 5, 29) ; cuando Ananías y Safira quieren ocultar el precio de su heredad, él les increpa y les condena (5, 1 ss.). Los Apóstoles, dice San Lucas, obraban grandes milagros; y, precisando su idea, añade: sa­caban los enfermos a la calle, para que, al pasar Pedro, su sombra al menos les cubriese (5, 15). Pedro y Juan son enviados a Samaría; Pedro dirige la palabra al pueblo (8, 20). Y Pedro da el paso decisivo para la admisión de los gentiles al cristianismo, al bautizar al centurión Cornelio (Act. 10). Cuando se discute, en la asamblea de Jerusalén, sobre las condiciones de admisión de los paganos en la Iglesia, Pedro expone su pensar y es el que prevalece (15, 7ss . ) .

En los primeros capítulos de los Hechos, San Pedro es la figura desta­cada; su intervención posterior queda entre bastidores, porque el relato de San Lucas se centra en San Pablo; eso no obstante, aun cruzan el horizonte ráfagas luminosas de su jerárquica supremacía: Pablo busca entrevistarse con Pedro (Gal. 1, 18); Pedro es testigo mayor de toda excepción, de la Resurrección del Señor (I Cor. 15, 5 ) ; u n partido de corintios disidentes quieren legitimar su actitud abusando del nombre prestigioso de Pedro (I Cor. 1, 12) (40).

LA AUTORIDAD Los poderes de jurisdicción y de magisterio conferidos a Y EL ESPÍRITU Pedro y a los otros Apóstoles, son dones del Espíritu

Santo, carismas ordenados al bien de la Iglesia; entre todas las funciones de los miembros del cuerpo de Cristo, la más eminente

(*°) El incidente de Antioquía ni contradice ni desvirtúa cuanto hemos dicho: pf. supra, p. 138. Sería erróneo deducir de esa indiscutible primacía de Pedro, que sus relaciones con los otros Apóstoles eran semejantes a las del Papa con los demás obispos. Los Apóstoles recibieron de Jesucristo el poder de jurisdicción universal y la garantía del magisterio personal infalible: esos privilegios no pasaron a sus suce­sores, los obispos.

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222 LA IGLESIA PRIMITIVA

es el apostolado; pero, lo mismo que las demás funciones, deriva de una gracia divina y tiene por finalidad el bien del cuerpo místico:

"Cristo constituyó a los unos Apóstoles, a los otros Profetas, a éstos Evangelistas, a aquéllos Pastores y Doctores, para la perfección consumada de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Ephes. 4, 11-12).

Este doble carácter, espiritual y jerárquico, es esencial a la Iglesia; esa unión indisoluble de la autoridad y del carisma es u n hecho manifiesto, no sólo en la doctrina de San Pablo, sino también en la historia de la Iglesia, aun antes de Pentecostés. Cuando Jesús se aparece a los Apóstoles y les confiere el poder de atar y de desatar, les dice: "Recibid el Espíritu Santo" (Ion. 20, 22). Y el fruto más valioso del apostolado es el don del Espíritu, como se ve en Pentecostés (2, 6-13), en Samaría (8, 15), en Cesárea (10, 44), en Efeso (19, 6) . A los que demandan a Pablo cartas credenciales de misio­nero, les responde: "Mis cartas sois vosotros mismos, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas de todos los hombres, pues notorio es que sois carta de Cristo, expedida por nosotros mismos, escrita, no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne que son vuestros corazones" (II Cor. 3, 2-3).

Vano intento el de los filósofos protestantes de oponer la Iglesia jerárquica (de la autoridad) a la Iglesia del Espíritu ( 4 1 ) ; esa oposición choca con la historia de los orígenes cristianos y singularmente con la naturaleza del apos­tolado, tal como aparece en los Evangelios, en los Hechos y, en particular, en las Epístolas de San Pablo (4 2) .

Presupuesto que Jesús fundó una Iglesia que había de perdurar hasta el fin de los tiempos, y que prometió a sus Apóstoles "estar con ellos hasta la con­sumación del siglo", de por sí se declina que no se extinguirán con la muerte de los Apóstoles los caracteres esenciales de la Iglesia, espiritual y jerárquica, y que los primeros jefes han de tener sucesores.

LOS DIÁCONOS A mayor abundamiento, desde los primeros años de la Iglesia hay quien ejerce, sin ser Apóstol, funciones que

emanan de una vocación divina y están ordenadas a la edificación del cuerpo de Cristo; y también en ellos el carisma va unido con la autoridad. De éstos son los diáconos: hemos visto cómo los Apóstoles instituyeron el diaco-nado para descargarse de ciertos menesteres benéficos, que les resultaban de­masiado absorbentes ( 4 3 ) ; el pueblo elige siete candidatos y los Apóstoles los consagran con la oración y por la imposición de las manos. Confíanles, ade­más del humilde servicio de las mesas, el ministerio de la predicación; y

(41) Es la tesis de la obra postuma de AUGUSTE SABATIER, Les religions d'auturiié et la religión de l'esprit, París (1904).

í*2) El apostolado es un carisma: el Apóstol debe haber visto al Señor (/ Cor. 9, 1-2), haber sido llamado directamente por Cristo (Gal. 1, 1; Act. 13, 2; cf. 1, 26); su ministerio se señala por la fecundidad de gracias y de dones (/ Cor. 9, 22; / / Cor. 3, 3; 12, 12). Y este carisma otorga un poder que ejerce el Apóstol: él reglamenta los mismos dones espirituales, aquellos que en apariencia son el elemento más divino y más independiente del cristianismo (/ Cor. 12); reglamenta la celebración de la Cena y corrige los abusos (ibid. 11, 34); define con autoridad propia los deberes de los esposos (ibid. 7, 12); excomulga al incestuoso (9, 3); envía a Timoteo a que explique en Corinto las verdades que él enseña en las iglesias y añade: "¿Queréis que vaya a vosotros con la vara en alto o con espíritu de caridad y de mansedumbre?" (4, 17-21).

(«) Cf. supra, p. 114 y Act. 6.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 223

San Esteban, el primero y el más célebre de los siete, se revela como u n hom­bre "lleno de gracia y de vir tud"; el Espíritu Santo habla y obra por él con fuerza irresistible; sus enemigos no hal lan otra réplica contra sus discursos que el asesinato.

LOS PRESBÍTEROS A poco de esto, aparecen en la Iglesia de Jerusalén, los "presbíteros" (Act. 11, 30), institución cuya partida

de nacimiento desconocemos. Cuando sobrevino el hambre, según la predic­ción del profeta Agabo, la iglesia de Antioquía remitió limosnas, por medio de Pablo y Bernabé, a la iglesia de Jerusalén, consignándolas a los presbíte­ros. Anteriormente leímos (Act. 4, 35) que, los que se desprendían de sus bienes en favor de la comunidad, los depositaban a los pies de los Apóstoles; ahora comprobamos la entrega, a nuevos funcionarios, de u n ministerio que originariamente desempeñaron los Apóstoles. Su cargo, como el de los diá­conos, es administrativo y espiritual: en el Concilio de Jerusalén deliberan y toman decisiones con los Apóstoles ( 4 4 ) ; cuando San Pablo arriba el año 57 a Jerusalén, llevando consigo las limosnas de sus iglesias, se presenta a San­tiago, que está rodeado de una corona de presbíteros (21, 18).

De estos varios episodios se desprende que los presbíteros desempeñaban un gran papel en la iglesia de Jerusalén. Añádase a lo dicho, el precepto de Santiago en su Epístola católica (5, 14):

"¿Enferma alguno de vosotros? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el Nombre del Señor y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará, y los pecados que hubiere cometido le serán per­donados."

Estos presbíteros no son solamente miembros notables e influyentes de la comunidad, sino ministros encargados de una función litúrgica, por la cual pueden conferir gracias espirituales.

Pablo y Bernabé, al regreso de su misión, van instituyendo presbíteros en toda las iglesias (14, 23) ( 4 5 ) ; en Efeso, Pablo había creado también u n cuerpo de presbíteros, cuya misión pastoral se especifica en la exhortación que les dirigió en Mileto:

"Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que! no perdonarán al rebaño, y que, de entre vosotros mismos, se levantarán hombres que enseñen doc­trinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Velad, pues, acor­dándoos de que por tres años, noche y día, no cesé de exhortaros, a cada uno, con lágrimas" (Act. 20, 28-31).

La misión de los presbíteros, a tenor del discurso transcrito, es doble: pas­toral y doctrinal. Amén de esto, ellos son los sustitutos del Apóstol, cuya obra

(44) Act. 15, 2: Los hermanos de Antioquía diputan "a Pablo y Bernabé para que vayan a entrevistarse con los Apóstoles y con los Presbíteros de Jerusalén"; en la ciudad les reciben "la Iglesia, los Apóstoles y los Presbíteros" (15, 4); cuando ellos ex­ponen el caso "reúnense Apóstoles y Presbíteros para deliberar sobre él" (15, 6). Pedro toma la palabra; intervienen después Pablo y Bernabé y Santiago. "Pareció enton­ces bien a los Apóstoles y a los Presbíteros, con toda la iglesia, enviar, a Antioquía... a Judas y Silas" (15, 22). Estos mensajeros llevan la comunicación de un acuerdo que comienza: "Los Apóstoles y los hermanos Presbíteros a los hermanos de Antio­quía. . . " (15, 23). Por todas partes se promulga este decreto como "edictos dados por los Apóstoles y los Presbíteros de Jerusalén" (16, 4).

( « ) Cf. supra, p. 133.

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224 LA IGLESIA PRIMITIVA

deben perpetuar. Digno es de notarse que San Pablo, en su discurso, da el apelativo de obispos (4 8) , a aquellas mismas personas que San Lucas llamó presbíteros (17).

En su primera Epístola San Pedro dirige a los presbíteros una exhortación muy semejante al discurso de Pablo en Mileto:

"A los presbíteros que hay entre vosotros les exhorto yo, copresbítero y testigo de los sufrimientos de Cristo y participante de la gloria que ha de revelarse: «Apa­centad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, no por fuerza, sino con blandura, según Dios, ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como domina­dores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así, al aparecer el Pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria». Igualmente vosotros los jóvenes vivid sumisos a los presbíteros" (5, 1-5).

En las cartas pastorales señala San Pablo cuáles virtudes han de adornar a los presbíteros obispos (I Tim. 3, 2; TU. 1, 6 ) ; deben ser irreprochables, sobrios, prudentes, aptos para formar a los otros, maridos de un solo matri­monio y buenos gobernantes de su propia casa; ni violentos, ni arrogantes, ni pendencieros, n i codiciosos, de torpes ganancias ( 4 7) . Tito y Timoteo, dele­gados del Apóstol, deben instituir estos presbíteros en cada iglesia, por la imposición de las manos (I Tim. 4, 14; / / Tim. 1, 6; Act. 14, 23). En nin­gún versículo se habla de elección popular.

Debemos poner de relieve el fin que, según las citadas pastorales, se asigna a esa institución y que San Clemente especificará en términos precisos: la continuidad de la sucesión apostólica, y la conservación y defensa del depó­sito de la revelación ( 4 8) .

Hemos reunido en un manojo todas las indicaciones que, sobre la jerar­quía eclesiástica, particularmente respecto de los obispos y los presbíteros, contienen los escritos apostólicos. Se impone ahora el análisis y la interpre­tación de los datos recogidos.

El presbiterado en la Iglesia primitiva no es simple título honorífico, con­quistado por la edad o por los méritos contraídos ( 4 9 ) : presbítero es aquél a quien constituyen los Apóstoles (Act. 14, 23) ; y esa dignidad lleva consigo el ejercicio de funciones jerárquicas y litúrgicas C50). Los "jefes, los prepósi­tos, los presidentes", de que habla San Pablo, son unos con los presbíteros. ¿Se confunden también con los obispos?

Hay dos grupos de escritores que distinguen en la Iglesia primitiva entre presbíteros y obispos: son, algunos pocos teólogos (B1) y una legión de raciona­listas (5 2) . Tesis es ésta difícil de conciliar con los textos apostólicos, en que

(4e) San Pablo no habla de "presbíteros" más que en sus cartas pastorales y en la Epístola a los hebreos; pero hace, mención de los prepósitos (I Thess. 5, 12; Rom-12, 8); de los pastores y doctores (Ephes. 4, 11); de los obispos y diáconos (Phil. 1, 1). Por tres veces se mienta a los jefes en la Epístola a los hebreos (13, 7. 17. 24). Nótese lo que en / Tim. 5, 17, se dice de los "presbíteros que presiden bien". Estos presbíteros irpoeaTÚTes parecen idénticos a los irpoiaráfievoi de las Epístolas a los tesalonicenses y a los romanos.

(4T) En su carta a Timoteo exige que el candidato no sea neófito (3, 6); de una tal condición nada se dice en la Epístola a Tito; quizá era la iglesia de Creta de fun­dación demasiado reciente para imponerla.

(«) / Tim. 6, 10; / / Tim. 1, 14; cf. Tit. 3, 10. (49) MlCHIELS, Op. CÍt-, p . 134. (50) Act. 20; Jac. 5, 14; pastorales, lugares citados. (51) Así FHANZELIN, De Ecclesia, th. 17. (82) Cuando HATCH dio sus conferencias, en 1880, no existía discrepancia sobre

la identidad de los dos términos (The Organisation of the Early Church [1881], p. 39, n. 1); su libro volvió a resucitar la cuestión: según la teoría en él sustentada, los

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VIDA CRISTIANA A F I N E S DEL SIGLO I 225

presb í te ros y obispos son a todas luces u n o s m i s m o s ( 5 3 ) . Así lo i n t e r p r e t a r o n l a s dos f igu ras c u m b r e s d e l a exégesis pa t r í s t i ca , S a n J u a n Cr isós tomo ( 5 4 ) y S a n J e r ó n i m o ( 5 5 ) .

S u p u e s t o q u e las p a l a b r a s "p re sb í t e ro y o b i s p o " d e s i g n a s e n u n m i s m o cargo j e r á r q u i c o , ¿qué e r a n esos d i g n a t a r i o s ? ¿Obispos o s imp les sacerdotes? La s e g u n d a h ipó tes i s p a r e c e m á s p r o b a b l e ( 5 6 ) ; m i e n t r a s v iv ió S a n P a b l o , " é l fué el ú n i c o pas to r d e l a i n m e n s a g r e y q u e h a b í a g a n a d o p a r a l a fe de Cris to. N i e n Grec ia , n i e n M a c e d o n i a , n i e n G a l a c i a , n i e n Cre t a , n i e n Efeso, h u b o , m i e n t r a s v iv ió é l , otros obispo q u e el Após to l y sus d e l e g a d o s . . . P a r a el servicio d e las ig les ias po r él f u n d a d a s i n s t i t u y ó d iáconos , e n c o m e n d a n d o el r é g i m e n de e l las a u n consejo d e n o t a b l e s , a los q u e i n d i s t i n t a m e n t e se les d a el n o m b r e de p resb í t e ros y de obispos. P a b l o se r e s e r v a b a , p a r a sí y sus de legados , l a t u t e l a v i g i l a n t e y eficaz d e toda a q u e l l a i n m e n s a d ióces is" ( 5 7 ) . " D e l e g a d o s " o " s u s t i t u t o s " de l Após to l e r a n T i t o y T i m o t e o , d e s t i n a t a r i o s de las Epístolas pas to ra l e s : P a b l o les asoció a l g o b i e r n o d e la ig les ia , con la f acu l t ad d e o r d e n a r sacerdotes y d i áconos ; el los son obispos. S e g ú n eso, l as igles ias p a u l i n a s c u e n t a n , como la d e J e r u s a l é n , con los t res g r a d o s j e r á r q u i ­cos: obispos, sacerdotes y d iáconos ( 5 8 ) .

obispos eran administradores financieros, y los presbíteros, miembros del consejo o senado. SOHM (Kirchenrecht, p. 92) atribuye con toda razón a HATCH el haber intro­ducido la diferenciación de ambos términos. Cf. MICHIELS, op. cit., p. 134. J. RÉ-VIIXE (Origines de l'Episcopat, p. 179), escribe: "Creemos haber dejado bien defi­nido que los obispos y los presbíteros proceden de origen distinto." En HARNACK volvemos a hallar esa misma distinción. Cf. Entstehung und. Entwicklung der Kir-chenverfassung, p. 44.

(**) Act. 20, 17-28; cf. I Petr. 5, 5 (texto dudoso); Tit. 1, 5-7; / Tim. 3, 2; cf. 5, 17. (B4) Hom. I, 1, in Phil.; en el comentario a Phil. 1, 1: "¿Qué diremos? ¿Que

había muchos obispos en una misma iglesia? En modo alguno; Pablo daba ese nom­bre a los sacerdotes, porque hasta entonces la denominación era común." Cf. MICHIELS, op. cit., p. 122.

(B5) In Tit. 1, 5 (P. L., XXVI, p . 562): "Uno mismo es el sacerdote y el obispo; y antes que, por instigación de Satanás, surgieran partidismos en la Iglesia y que se dijera «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas», las iglesias eran regidas por el senado o consejo de sacerdotes. Mas cuando cada cual pretendió que sus bautizados le pertenecieran a él y no a Cristo, decretóse, en el mundo entero, que uno de los sacerdotes fuera puesto por elección al frente de los otros, que él asumiera el cuidado de la iglesia y ahogara toda semilla de discordia"; en apoyo de su opinión cita Phil. 1, 1; Act. 20, 28; Hebr. 13, 17; / Petr. 5, 1-2. Este es uno de los varios desahogos de SAN JERÓNIMO contra el poder abusivo de los obispos. En la carta a Evangelus, P. L., XXII, 1193, desecha la hipótesis de un colegio de obispos distintos de los sacerdotes y superiores a ellos: "Ac ne quis contentiose in una Ecclesia plures episcopos fuisse contendat, audi et aliud testimonium, in quo manifestissime comprobatur eumdem esse episcopum et presbyterum; TU. 1, 5." Acerca de la autoridad de San Jerónimo, cf. P E -TAU, Hier. II , c. 4 y 5. En este libro, PETAU está de acuerdo con San Jerónimo; en sus Dissertations sur la dignité des évéques, había opinado que los presbíteros-obispos que gobernaban las iglesias eran realmente obispos en el sentido moderno de la pa­labra; pero en su Vida de San Jerónimo, se inclina porque son simples sacerdotes entre los cuales eligen un presidente los Apóstoles y ese presidente alcanza la dignidad episcopal.

(B6) La primera hipótesis defendióla BOUDINHON, Canoniste contemporain (1901), pp. 390-392 y BATIPPOL, Etudes d'histoire et de théologie positive, t. I, pp. 268-269; la segunda, sustentóla MICHIELS , op. cit., pp. 218-230, y PRAT, Théologie de Saint Paul, t. I, p. 412; t. I I , p. 365.

( " ) PRAT, Théologie de Saint Paul, t. I I , p. 365. Cf. t. I, p. 412: "Estos dos tér­minos designan indiferentemente las mismas personas y se aplican a los miembros del segundo grado jerárquico, esto es, a los sacerdotes."

(58) Cf. MÉDEBIELLE, art. Eglise, en Suppl. au Dict. de la Bible, col. 658.

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226 LA IGLESIA PRIMITIVA

Los motivos y el fin de esa institución son evidentes: Pablo presiente que su carrera se acerca a la meta; pronto se derramará como una libación; le urge asegurar la perpetuidad de su obra; y la confía, previa transferencia de todos sus poderes, a sus dos viejos colaboradores.

SAN CLEMENTE confirma con términos explícitos esa 'sucesión apostólica de que dan testimonio las Epístolas de San Pablo:

"Cristo viene de Dios y los Apóstoles proceden de Cristo... El les instruyó y moldeó su espíritu. Confirmáronse en la fe por la Resurrección de Jesús y se lanzaron por el mundo a anunciar la buena nueva del Reino de Dios. Después de haber predicado por campos y ciudades, escogieron de sus primicias a los más probados en el Espíritu y los constituyeron obispos y diáconos de los demás creyentes" (XLII, 2-3).

"Una vez instituidos los dichos dignatarios, establecieron que, cuando éstos murie­ran, otros hombres, ya probados, les sucedieran en su ministerio. Es injusto separar de sus funciones a los que de esa forma fueron instituidos por los Apóstoles o por otros hombres eminentes (59), con la aprobación de toda la Iglesia.. ." (XLIV, 3).

Esta carta es de fines del reinado de Domiciano o de principios del im­perio de Nerva (95-96). Por aquellos días, San Juan regresaba del destierro, para reanudar su ministerio apostólico en Efeso: "Muerto el tirano —dice EUSEBIO (H. E., III, 23, 6)—, el Apóstol Juan abandonó la isla de Patmos y fué a Efeso; de Efeso hizo su centro de operaciones y desde allí se destacaba a los gentiles de las comarcas colindantes, ya para establecer completamente las iglesias, ya para promover al clericato a los que el Espíritu designara."

Bien desearíamos confrontar esas palabras y precisar su sentido con los datos del Apocalipsis sobre los ángeles de las siete iglesias (1 , 20 ss.). Pero el simbolismo de esos capítulos hace difícil y aventurada la interpretación ( 6 0 ) . Parece colegirse de las cartas 2* y 3 ' de San Juan la existencia de u n con­flicto entre las autoridades locales y la suya personal; mas no podemos dedu­cir conclusiones precisas de fugaces alusiones (6 1) .

§ 3 . — O r í g e n e s del gnos t ic i smo

Los grandes sistemas gnósticos cristianos emergen en el siglo n ; los escri­tores eclesiásticos que atacaron esta herejía, calificaron sus tesis, acertada­mente, de deformaciones tardías del pensamiento cristiano (6 2) . Pero Basí-lides y Valentín tuvieron sus precursores: son los gnósticos combatidos por

(59) Estos "hombres eminentes" son los discípulos, como Tito y Timoteo, a los cuales los Apóstoles confiaron, con el episcopado, el poder de consagrar obispos.

(60) E I p. ALLO (Apocalypse, p. LXV) lo refiere a la colectividad más que a sus jerarquías; cf. p. 18. Esa es la interpretación de. SWETE (p. 28) que en los ángeles protectores de las iglesias ve una personificación de las mismas.

(61) "WETSCOTT escribe en su comentario (p. LVI): "Tal vez Diotrefes se opuso por algún tiempo al Apóstol en lo referente a la administración de su iglesia parti­cular. Por otra parte, el aplomo y serenidad con que habla el Apóstol más parecen ampararse en su prestigio personal que en su autoridad oficial. Bastará su sola pre­sencia para imponerse." STREETER (The primitive Church, Londres [1929], pp. 84-89) opina que la autoridad cuasi-metropolitana del autor de las cartas, que sería obispo de Efeso, tendría en jaque al episcopado local, representado pqr Diotrefes. Anacro­nismo absurdo el de atribuir tal autoridad a los metropolitanos en época tan temprana.

(62) Así CLEMENTE de Alejandría, Strom. VII, 17, 106: "La predicación de Nuestro Señor comienza en tiempo de Augusto y termina a mitad del reinado de Tiberio; la predicación de los Apóstoles, incluyendo el ministerio de San Pablo, termina con Nerón; en cambio los herejes comenzaron en tiempo de Adriano y han perdurado hasta la época de Antonino el Viejo; v. gr.: Basílides. . ." HEGESIPO, citado por EUSE­BIO (H. E., III, 32, 7), afirma: "Mientras vivieron los Apóstoles, la Iglesia era como

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 227

San Ignacio de Antioquía, por San Judas y San Pedro, por San Juan y San Pablo; se había difundido aquella doctrina, aun antes de la predicación del cristianismo, por Siria, Palestina y Egipto. El episodio de Simón el Mago, contenido en el Libro de los Hechos, es prueba de la rápida difusión que el gnosticismo había alcanzado.

EL GNOSTICISMO PAGANO El gnosticismo es un gran movimiento reli­gioso, anterior al cristianismo, y radicalmente

antagónico de éste. En los primeros siglos de la era cristiana, invadirá el mundo grecorromano, chocando con la religión helénica y con las creencias judías antes de enfrentarse con el cristianismo ( 6 3) . Parece proceder el gnosticismo del sincretismo religioso creado con las conquistas, primero de Alejandro, y luego de Roma, al ser invadido el Imperio por los cultos orien­tales. El término "gnosis" expresa su tendencia: el conocimiento, mejor aún, la visión intuitiva de Dios; trátase de una revelación divina hecha desde tiempo inmemorial y trasmitida secretamente por una cadena de iniciados; esta tradición misteriosa les une con los pueblos primitivos, como los egipcios, y por ellos, con los mismos dioses. En tal guisa, los libros herméticos serán revelaciones hechas a Hermes o de él recibidas. Los gnósticos cristianos pretenderán derivar sus revelaciones de algún Apóstol y, más comúnmente, de María Magdalena, que las habría recibido de Jesucristo después de su Resurrección y antes de su Ascensión.

Pero la gnosis, además de una revelación, es una doctrina soteriológica: enseña al alma a liberarse del mundo material en que está aherrojada y a remontarse hacia el mundo espiritual y luminoso en que antaño vivía. Esta emancipación debe realizarse por la comunicación de una revelación celestial, envuelta, generalmente, en el sobrehaz de fórmulas y de ritos mágicos. No todos los hombres son llamados a participar de la gnosis n i a todos se les concede; es, como los misterios, patrimonio de los iniciados. Y de ahí deriva uno de sus más poderosos atractivos.

Su contenido religioso caracterízase por un dualismo tajante. La materia es despreciable y aborrecible. No la creó el Dios supremo, sino un dios infe­rior o demiurgo, o los ángeles o arcontes. Entre el Dios supremo y el mundo visible, hay una serie indefinida de intermediarios, por medio de los cuales se ejerce y se degrada la acción divina hasta llegar al mundo material ; y por esos mismos intermediarios podrá el alma alcanzar, peldaño a peldaño, a Dios mismo.

Sin dificultad se acomoda el gnosticismo a las más variadas religiones o mitologías: así, en los libros herméticos, atribuyese el mismo ministerio de dios revelador y salvador al Logos (libro I ) , al Eón (libro XI) , a Agato-demón (libro XII ) , al Sol (libro XVI). La ascensión del alma a través de los siete círculos planetarios, en cada uno de los cuales debe dar la contraseña a los arcontes, a cuya imagen y semejanza se va sucesivamente transformando, es doctrina común a todos los gnósticos, paganos, judíos y cristianos, salvo ligeras variantes. Los gnósticos naasenos, acerca de los cuales nos informa Hipólito (6 4) , porfían que su gnosis procede de una revelación secreta hecha

una virgen pura y sin mancilla; pero, luego de su muerte, comenzó a organizarse el error fomentado por la astucia de los que enseñan otra doctrina."

(63) Ofrecemos un resumen del capítulo dedicado al origen del gnosticismo en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 81-93, aunque acicalando las ideas, mer­ced a los estudios que, sobre problema tan complicado, se han publicado desde 1928.

(64) Philos. 5, 6-11.

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228 LA IGLESIA PRIMITIVA

a Mariamme por Santiago, hermano del Señor; pero son al mismo tiempo iniciados de los misterios de la Gran Madre (V, 9-10) y cantan dos himnos a Atis, aprendidos en aquella iniciación.

SIMÓN MAGO Esa adaptabilidad religiosa del gnosticismo se nos revela en Simón Mago: precedió a la predicación cristiana, decla­

róse luego su rival y acabó por intentar asimilarse la teología cristiana ( 6 5 ) . Cuando el diácono Felipe llega a Samaría, toda la ciudad es presa de las

artes mágicas de Simón.

Había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaría, diciendo ser él algo grande. Todos, del mayor al menor, le seguían y decían: "Este es el poder de Dios, llamado grande"; y se adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con sus magias (Act. 8, 9-11).

Simón recibe el bautismo de manos de Felipe. Al llegar Pedro y Juan, quiere comprarles, a precio de oro, el poder de infundir el Espíritu Santo; Pedro le increpa duramente; Simón parece arrepentirse y se humil la ; nada más nos dice de él la Sagrada Escritura. Pero noticias posteriores marcan el rumbo de la secta: San Justino, natural de Naplusa, bien informado sobre su país, nos dice que "casi todos los samaritanos, y algunos que no lo eran, reconocían y adoraban a Simón, como Dios soberano" (6 6) .

El gnosticismo simoniano ha ido exaltando progresivamente a su héroe hasta transformarlo de divinidad intermedia, de gran virtud de Dios, en

* Dios Supremo. A fines del siglo n intentaba, según San Ireneo, adaptarse al dogma trinitario: "Simón pretende haber descendido entre los judíos como Hijo, en Samaría como Padre, en las otras naciones como Espíritu Santo" ( 6 7) .

Al culto de este dios supremo se une el de una diosa paredra, Helena; culto derivado, al parecer, de Tiro, en donde la Luna (Selene o Helena) está aso­ciada al culto del sol; los gnósticos simonianos identifican esta diosa con la Sabiduría, en tanto que los alejandrinos la confunden con Isis.

El Seudo Clemente y los Hechos de Pedro describen la lucha entre Simón Pedro y Simón Mago en tierras de Samaría y en las calles de Roma ( 6 8) . A través de esas fantasías puede columbrarse la tenaz oposición que la gnosis hizo al cristianismo, hostigándole desde Siria hasta Roma.

EL GNOSTICISMO EN La gnosis simoniana y el cristianismo eran LAS IGLESIAS APOSTÓLICAS enemigos irreductibles; la contaminación se

hacía más terrible cuando el gnosticismo, repudiando las groserías paganas, se disfrazaba con el manto de cristiano o de

(65) Acerca de Simón Mago, cf. los estudios de HANS WAITZ, Simón Magus in der alt-chrisilichen Literatur, en Zeitschrift N. T. W., t. V (1904), pp. 121-148; y de Lu-CIEN CEBFAUX, en Recherches de science religieuse, t. XV (1925), pp. 489-511; t. XVI (1926), pp. 5-20, 265-285; 485-503.

(66) Apol. I, XXVI, 3; cf. LVI, 1-2. Justino se equivocó —según ya vimos— res­pecto de la supuesta estatua erigida en Roma; pero su testimonio sobre la religión de los samaritanos y sobre su culto a Simón Mago, merece todo nuestro;crédito. Véase la nota a la traducción de Apologie di Giustino, por I. GIORDATNTI (Firenze [1929], p. 133).

(67) Hcer. I, 23. (68) Acerca de esa porfía relatada en los Actes de Pierre, cf. VOUAUX, Les Actes

de Pierre (1902), pp. 100-109; y en la leyenda clementina, cf. SCHMIDT, Studien zu den Pseudo-Clementinen (1929), pp. 47-66.

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VIDA CRISTIANA A FINES DEL SIGLO I 229

judío. Contra esa gnosis arremeten, por lo común, las cartas de los Apóstoles. En un principio, San Pablo debe escudarse contra los ataques del exterior;

sus enemigos son generalmente los judíos o los judaizantes; por ejemplo, en la Epístola a los galotas. Pero no tardan en surgir herejes del seno mismo de la Iglesia; las primeras cartas apenas aluden a ellos; pero, las de la cauti­vidad, respiran aires de polémica en medio del ambiente teológico que las envuelve.

"Las cartas a los colosenses y a los efesios —y singularmente esta última—, manifiestan un mayor avance en la evolución de la Iglesia. Las herejías que combate el Apóstol, no son ya errores crasos, de u n burdo materialismo, como en la primera infancia del cristianismo, sino especulaciones de una edad más madura. La doctrina que ahora enseña no es alimento de lactantes, sino manjar substancioso de a d u l t o s . . . Estas Epístolas son la transición entre las primeras cartas del Apóstol y las pastorales. Las herejías de las cartas pastorales son las mismas que se desenmascaraban en las Epístolas a los colo­senses y a los efesios, pero en u n grado mucho mayor de corrupción y de malicia" ( 6 9) . El bosquejo, que, según, los escritos apostólicos, podemos trazar del gnosticismo a la sazón amenazante, puede reducirse a estos trazos:

1) El dualismo, que se acusa en el desprecio del cuerpo; de ahí deriva el negar la resurrección (I Cor. 15, 12) o interpretarla en sentido figurado, pro­bablemente del bautismo (II Tim. 5, 18). De este principio se sacan conse­cuencias morales divergentes: unos, el libertinaje: todo está permitido, porque lo carnal no tiene valor alguno (I Cor. 6 y 10; Apoc. 2, 14; / / Petr. 2, 10; Jud. 8 ) ; otros, el ascetismo extremoso, que prohibe todo contacto por juz­garlo impuro, ciertos alimentos y el matrimonio (Col. 2, 16-21; I Tim. 4, 3 ) .

2) Especulaciones ambiciosas: abandónanse a visiones o fantasías sobre los ángeles ( 7 0 ) ; gustan de las genealogías (Tit. 3, 9) y de "fábulas hábilmente forjadas" (II Petr. 1, 16).

3) Hacen a Cristo inferior a los ángeles (Col. y Hebr.), y aun lo rechazan (I Ion. 2, 22; / / Petr. 2, 1; Jud. 4 ) . Muchos no lo niegan tan radicalmente, pero rechazan la Encarnación: Jesucristo no se hizo hombre. San Juan com­bate ese docetismo y San Ignacio volverá a cargar contra él.

4) Estos herejes proceden del judaismo y se dan a sí mismos el título de doctores de la Ley: Tit. 1, 10; / Tim. 1, 7; Apoc. 2, 9. Según la carta de San Pedro (II Petr. 1, 20, 3, 16) pretendían escudarse en los escritos de San Pablo. Alguien ha intentado reducir este gnosticismo a un paulinismo radi­cal. ( 7 1 ) ; explicación insuficiente, puesto que la gnosis surgió principalmente de las especulaciones en boga entre judíos y helenísticos; se pegaron al cristia­nismo como se pegaban a toda religión viva; pero el cristianismo consiguió eliminarlo, tras de encarnizada lucha. Y aquella guerra fué una guerra fe­cunda, porque refirmó el sentido de autoridad y perfiló con más precisión el dogma, según nos lo mostrará el estudio de los Padres Apostólicos y espe­cialmente el de San Ignacio de Antioquía.

(69) LIGHTPOOT, Pküippians, p. 45. (TO) Se atacan estos errores en Col. 2. Cf. A. L. WILLIAMS, The Culi of the angels

Colossm, en Journal of the theol. Studies, t. XI (1909), pp. 413-438. (71) Por ejemplo, MAC GIFPERT, History of Christianity in the Apostolic Age

(1897), pp. 502 y ss.

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CAPITULO VII

LA PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO (J)

La expansión territorial de la naciente Iglesia avanza al ritmo de su vita­lidad interna, sin que la brusca persecución que segó la vida de sus dos jefes, Pedro y Pablo, fuera parte a contener ni apenas a entorpecer el avance del Evangelio.

§ 1. — La evangelización del m u n d o romano

EL CRISTIANISMO Cuando, bajo Nerón, estalló, siniestra y efímera, la EN ITALIA persecución religiosa, que no volvería a encenderse

hasta el emperador Domiciano, el cristianismo había asentado el pie, firmemente, en la capital del Imperio. Un grupo de cristia­nos dio la bienvenida a San Pablo, al desembarcar en Puzzuoli ( 2 ) ; puede conjeturarse que en Pompeya existía otro núcleo, antes de que el volcán la destruyese (año 77) ( 3) .

EN ILIRIA; EN ESPAÑA; Notifica San Pablo en la Epístola a los romanos, •EN GALIA escrita entre el 57 y el 58, que ha evangelizado

la Iliria; tal vez realizó esta empresa misional durante su viaje, del año precedente, a Macedonia ( 4 ) ; su discípulo Tito re­corrió la Dalmacia, mientras Pablo seguía confinado en Roma ( 5) . Es indu­dable que Pablo estuvo predicando en España ( 6) .

El Apóstol habría aprovechado la escala forzosa que, según las rutas de navegación, debió hacer su navio en las costas mediterráneas de las Galias (T) ,

(!) BIBLIOGRAFÍA. — Cf. diversas Historias de la Iglesia, citadas en la bibliografía general. Pero la obra esencial de consulta es Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten de AD- HARNACK, 2 vols., 4* ed., Leipzig (1924). En acotaciones sucesivas iremos indicando los trabajos y fuentes documentales que afectan a cada uno de los países.

(2) Act. 28, 14. (3) Graffiti publicados en C. I. L., IV, pl. XVI, n°&- 3 y 813. Las palabras audi

christianos parecieron desde un principio definitivas; pero todas las demás son todavía un enigma. Cf. Bullet. di archeologia cristiana (1864), p. 71, en que DE ROSSI propone una explicación que no ha prosperado. Por otra parte, se han hallado recientemente en Pompeya inscripciones de las llamadas de palabras cuadradas mágicas, cuyo ca­rácter cristiano es bastante probable; pero ofrece pocas garantías por las circunstancias en que se descubrieron. Cf. JALABERT, A propos des nouveaux exemplaires trouvées a Pompéi du carré magique "sator" (C. R. Acad. Insc. [1937], pp. 84 y ss.). Cf. también D. MALLARDO, La questione dei christiani a Pompei (extr. de la Rivista di Studi pom-peiani [1934-1935], t. I, p. 96), cuya conclusión es que. no hay pruebas suficientes de la existencia de una cristiandad en Pompeya.

(4) Rom. 15, 19 y ss. (5) / / Tim. 4, 11. («) Cf. supra, p. 181. (7) Afirma San Jerónimo que hizo el viaje por mar.

* 230

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PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO 231

para hacerse oír por los judíos y gentiles de Marsella y de Narbona. La Epís­tola segunda a Timoteo parece indicar que Crescente, discípulo de San Pablo, predicó igualmente en las Galias ( 8 ) ; no sabemos qué ciudades recorrió; las pretensiones de la iglesia de Vienne son una tardía reivindicación poco fun­damentada ( 9) .

Tampoco bastan a justificar su origen apostólico los diversos testimonios que alegan varias iglesias de Francia, pues, sobre ser de época muy avan­zada, están inspirados en una piedad mal definida y en u n patriotismo intem­perante que abonan muy poco por su historicidad.

Se ha fantaseado sobre la llegada a Provenza de Lázaro, el amigo del Señor, como primer obispo de Marsella, con sus hermanas Marta y María, cuyo recuerdo va unido a la ciudad de Tarascón y a las grutas de la Sainte Baume.

Con harta ingenuidad atribuyóse la fundación de varias sedes episcopales francesas a discípulos directos de San Pedro, como Trófimo, que sería el pri­mer obispo de Arles; o de San Pablo, como Dionisio el Aeropagita, preco­nizado y electo obispo de París; o de Jesús mismo, como Marcial de Limoges, que no sería otro que el niño portador de los panes y los peces, con que el Señor alimentó milagrosamente a una gran muchedumbre de hombres. In­genuas leyendas que hacen sonreír o son pábulo de la fantasía, pero que no tienen otro fundamento que la inventiva de u n patriotismo aldeano.

Basta u n somero análisis para percatarse de que su aparición es tardía, por regla general: la creencia en la venida a Provenza de las hermanas María de Betania no data de mil años atrás y la mejor prueba de su inexactitud es el haber nacido esa leyenda después de la tradición borgoñona, según la cual, reposaban en Vézelay y sus restos trasportados del Oriente. Hubo, en verdad, u n obispo, llamado Lázaro, en Aix-de-Provenza, pero fué contemporáneo de San Agustín. La leyenda de la apostolicidad, si no del Aeropagita, al menos de u n San Dionisio, es más antigua que las provenzales: se remonta al si­glo vi (1 0) , en que se presenta a San Dionisio como un enviado del Papa San Clemente, tercer sucesor de San Pedro; ¿pero qué crédito merece un relato tan distanciado de los acontecimientos?

La más antigua de las reivindicaciones apostólicas de las Galias es la que, en el siglo v, presentó la iglesia de Arles, al reconocer como su fundador a Trófimo, discípulo de San Pedro; por desdicha, propalóse esa especie cuando la diócesis de Arles pretendía la primacía de las iglesias de las Galias, no más que porque el Papa Zósimo invistió accidentalmente a su obispo con el título de vicario pontificio, al ser proclamada Arles capital administrativa i11).

La "tradición" española sobre la evangelización de Santiago el Mayor

(8) Kpr¡(rxT]s ais TaWíav se lee en ciertos manuscritos autorizados, en tanto que en otros ets Takaríav. Las dos palabras pueden significar tanto Galacia como las Ga­lias. Por la proximidad de este texto con el que habla de la misión de Tito a Dal-macia, país aun no evangelizado, podemos conjeturar que Crescente fué enviado tam­bién a las Galias, país no evangelizado y no a Galacia que ya lo estaba.

(9) No hay razón para pensar que Crescente remontara el Ródano en sus excur­siones apostólicas. Si la iglesia de Vienne tuviera un origen tan remoto y linajudo, no habría dejado de oponerse a las pretensiones primaciales de Arles, en el siglo v.

(10) Cf. L. LEVIU^AIN, Etude sur l'abbaye de Saint-Denis á l'epoque mérovingienne. I. Les sources nonolives, en Bibliotheque de l'Ecole de Charles, t. LXXXII (1921). p. 528; y La crise des années 507-508 et les rivalités d'influence en Gaule (Mélanges Jorga, París [1933], pp. 537-567.)

( n ) Sobre las leyendas apostólicas relativas a las iglesias de las Galias, cf. J. ZEI-LLER, Les origines chrétiennes en Gaule, en Revue d'Histoire de l'Eglise de France (1926), pp. 16-33, donde se hallará bibliografía sobre el particular. La única mono-

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232 LA IGLESIA PRIMITIVA

tiene tal vez menos visos de verdad que las leyendas galas, puesto que San­tiago fué martirizado en Jerusalén antes de la dispersión de los Apóstoles (1 2) .

Prescindiendo de centones legendarios, podemos asegurar que algunas re­giones del occidente recibieron la luz del Evangelio durante la misma era apostólica: Roma, Italia meridional, el litoral ilírico, y, probablemente, las costas mediterráneas de la Provenza y de España. Otro tanto puede afir­marse del África, pues gentes de la Cirenaica escucharon el sermón de San Pedro el día de Pentecostés; a mayor abundamiento, Cartago era un gran emporio comercial estrechamente relacionado con el Oriente ( 1 3) . Los ele­mentos orientales, tan copiosos en varias ciudades occidentales, como Puzzuoli, Marsella, Cartago, debieron de ser los primeros propagandistas del Evangelio.

EL CRISTIANISMO EN ASIA En la segunda mitad del siglo primero, el Oriente es mucho más cristiano que el Occi­

dente. Palestina es el foco de irradiación; y Siria, por Antioquía, su metrópo­lis, el segundo centro. El Asia Menor fué una de las regiones privilegiadas: por los surcos gigantes de sus valles y de sus foces sembró Pablo el Evangelio; y quizá también Juan abrió en ella nuevas sementeras.

San Pablo fundó la iglesia de Efeso, que luego fué residencia, durante muchos años, del Apóstol San Juan, según creencia generalmente admi­tida ( " ) .

En las epístolas paulinas menciónanse las iglesias de Alejandría, Tróade, Laodicea, y la de Hierápolis, en donde vivía el diácono Felipe (confundido por algunos con el Apóstol del mismo nombre) , con sus hijas, que eran profetisas. Las iglesias de Esmirna, Pérgamo, Sardes, Filadelfia, Tiatira, son, juntamente con las de Efeso y Laodicea, las destinatarias del Apocalipsis de Juan. Las cristiandades de Tralles y de Magnesia del Meandro figuran en las cartas de San Ignacio, escritas hacia el año 100; San Ignacio había sucedido a Evodio, entronizado en la sede antioqueña por el propio San Pedro Apóstol.

. Tierras adentro del Asia Menor, penetró el cristianismo en Pisidia con San Pablo: Iconio, Antioquía de Pisidia, Listra, Derbe, florecieron en Cristo muy tempranamente, y de allí se expandió la doctrina evangélica por los aledaños. Las cristiandades de Galacia hijas son de los desvelos de Pablo, que les dirigió una de sus Epístolas más conocidas. Aunque escribió, asimismo, a los cristia­nos de Colosas, en Frigia, parece que no los evangelizó, personalmente. El cris­tianismo alcanzó la Bitinia, a orillas del M a r Negro, durante el siglo primero, puesto que, en los mismos umbrales del segundo siglo, según testimonio de Pli-nio el Joven, "el cristianismo no sólo había invadido las ciudades sino también los burgos_ y las campiñas, dejando desiertos los templos de los dioses" ( 1 5) .

Sínope fué la sede episcopal del padre del hereje Marción (1 6) .

grafía, hasta el momento, de los orígenes cristianos de las Galias, es la de T. SCOTT HOLMES, The origin and development of the Christian Church in Gaule during the first six centuries of the christian Era, Londres (1911).

(12) Sobre los orígenes cristianos de España, cf. Z. GARCÍA VILLADA, Historia ecle­siástica de España, t. I: El cristianismo durante la dominación romana, Madrid (1929), 2 vols.

(13) En Cartago se conservaba cierta tradición imprecisa de que los primeros pre­dicadores del cristianismo procedieron del Oriente. Parece de época posterior la ver­sión según la cual el Evangelio les vino de Roma. Cf. P. MONCEAUX, Histoire litté-raire de VAfrique chrétienne, París, t. I (1901), cap. 1, pp. 3-11, y A. AUDOLLENT, Carthage romaine, París (1901), L. V., 1* parte, cap. 1, pp. 435-441.

(« ) Cf. supra, pp. 160 y 181; 201-212. (« ) Cf. infra, p. 250. (16) EUSEBIO, H. E., V, 13, 3.

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PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO 233

El cristianismo había saltado a las islas del Asia Menor. Chipre fué evan­gelizado entre el 44 y 45 por Pablo y Bernabé. Una de sus más resonantes conversiones fué la del procónsul Sergio Paulo.

EL CRISTIANISMO EN Las dos regiones de la península helénica, LA PENÍNSULA HELÉNICA Macedonia y Grecia, y las islas del Mar

Egeo, recibieron el mensaje evangélico por la palabra de Pablo o de sus discípulos, como Tito, que fué el Apóstol de Creta; de la Epístola que le dedicó se desprende que puso a Tito a la cabeza de la comunidad cristiana creada en la isla, en la que tal vez misionó el propio Apóstol después de su cautiverio en Roma y de su viaje a España.

Hubo iglesias, por consiguiente, desde el segundo tercio del siglo primero, en Filipos de Macedonia, en Tesalónica, Berea, Nicópolis de Egipto, Atenas, Corinto y Cenares,, junto a Corinto. Y, por lo menos desde el siglo n , en Develtum y Anquialo de Tracia, en Larisa de Tesalia, en Lacedemonia y en Cefalonia. La iglesia de Bizancio, que ha de conocer tantos días de gloria, no ofrece, a la sazón, otra prueba de su existencia, que la de haber sido cuna de Teodoto, hereje que estuvo en Roma hacia el año 190 ( 1 7 ) .

Cuando aspire a la primacía del Oriente aportará una "tradición", según la cual San Andrés habría sido el Apóstol de Tracia y el márt i r de Acaya. Pero esas actas no se remontan más allá del siglo n i y tienen todo u n cierto aire de leyenda ( 1 8) . Quizá son el eco de tradiciones más antiguas y menos indig­nas de crédito, que pudieran concordar con el relato de EUSEBIO. Recoge este historiador ( 1 9) , fundándose, al parecer, en Orígenes, la creencia de que An­drés predicó en la Escitia, es decir, según puede presumirse, en las costas romanas del mar Negro, al sur del Danubio; como en esta región estaban afincadas antiguas colonias griegas, cabría suponer que San Andrés estuvo en relación con el mundo helénico, que se acogió bajo su patronazgo. Pero todo ello es hipotético.

EL CRISTIANISMO ¿Cuándo recibió el Egipto la semilla evangélica? Pro-EN EGIPTO bablemente en el primer siglo de nuestra era. Un pa­

saje de los Hechos (18, 24-25) parece confirmarlo, cuando nos habla de un judío alejandrino, l lamado Apolo, "que había sido bien informado (en su patria) del camino del Señor"; la conclusión no es perentoria, porque en varios códices falta el paréntesis "en su patria". Por otra parte, ignoramos en absoluto cuanto se relacione con esa primera evan-gelización. Según la tradición reflejada en EUSEBIO ( 2 0) , fué San Marcos evangelista, discípulo de Pedro, el pr imer obispo de la diócesis de Alejandría; a partir de Marcos, la serie episcopal existe, pero con bastantes deficiencias en lo que a los primeros nombres se reduce. Ello no obsta para que sea una lista valiosa ( 2 1) . Si la tan debatida carta del emperador Claudio a los ale­jandrinos, pudiera valorarse como prueba de que el cristianismo se conocía

(i7) SAN HIPÓLITO, Philosophoumena, VII, 35. (18) Cf. J. FLAMION, Les Actes apocryphes de VApotre André, Lovaina-París (1911);

los Hechos de Andrés fueron publicados por LIPSIUS y BONNET en Acta Apostolorum apocrypha, t. II, Leipzig (1898), 1.

(19) EUSEBIO, H. E., III, 1, 1. El texto puede leerse en las obras de ORÍGENES, P. G., XII, 92; pero no se deduce directamente del texto de EUSEBIO que los datos relativos a Andrés constaran ya en ORÍGENES.

(20) H. E., II, 16, 1. (21) Cf. EUSEBIO, H. E-, II, 24; III, 14; IV, 19.

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234 LA IGLESIA PRIMITIVA

en Alejandría desde el año 41, la información registrada por EUSEBIO que­daría bien ratificada y precisamente respecto de esa fecha. Pero cada día se cotiza más bajo ese testimonio ( 2 2 ) ; y no hay sino que resignarse a confesar nuestra ignorancia sobre los orígenes y antigüedad de la Iglesia en Egipto.

Que, en el siglo n , hubo episcopado en Alejandría está históricamente pro­bado ( 2 3) , y no menos que su población cristiana era numerosa y disciplinada. Tal lozanía requiere muchos años de labor misional.

PROGRESO DE LA En el curso de este siglo, el cristianismo, re-EVANGELIZACIÓN DEL presado hasta entonces, se desborda lleno de

OCCIDENTE EN EL SIGLO II. pujanza. Las iglesias de la Galia y del Afri-LAS GALIAS ca irrumpen triunfantes en la historia muy

antes de coronar el año 200. Las Actas de los mártires de Lyon (a. 177) nos presentan una iglesia, de la metrópolis gala, famosa ya en tiempo de Marco Aurelio ( 2 4) . Regentábala el obispo Po-tino, originario de Asia y discípulo de San Policarpo de Esmirna, asistido de clérigos de diversos grados.

Entre los mártires lioneses figura u n diácono de Vienne, prueba evidente de que en esta ciudad existía una cristiandad organizada. Todo ello implica que su evangelización no se había iniciado la víspera; no sería muy erróneo suponer el nacimiento de la comunidad cristiana de Lyon durante el reinado de Adriano, en la primera mitad del siglo n. La inscripción de Marsella ( 2 5) , procedente sin duda de aquella región, podría datar de esa misma fecha. Está dedicada a los mártires Volusiano y Fortunato, muertos en la hoguera.

EL ÁFRICA El martirologio africano contiene documentos de hechos coetá­neos a los de Lyon. Podemos concluir igualmente, que la

iglesia de África, madre fecunda de mártires al expirar el siglo n , tenía para entonces muchos años de existencia. Hay un dato arqueológico que confirma plenamente esta hipótesis: en Susa, la antigua Hadrumeto, hallá­ronse unas catacumbas cristianas con más de cinco mil sarcófagos; uno de ellos, cronológicamente de los más modernos, ostentaba una inscripción del tiempo de los Severos. Esto supone que la catacumba comenzó a utilizarse como medio siglo antes, lo que retrasaría la evangelización inicial a la pri­mera mitad del siglo n ( 2 6) . Y es de presumir que antes haya caído la semilla cristiana sobre emporios como Cartago que sobre ciudades de segundo orden, como Hadrumeto.

ESPAÑA ¿Puede pensarse que, durante el siglo n , se difundiera tan vigoroso el cristianismo en España? Fal tan por lo menos los testimonios

epigráficos de las Galias y de África ( 2 7) . Apenas si una ráfaga de luz ilu-

C22) Cf. supra, p. 193, n. 43. (23) Al menos, a partir de Demetrio (a. 180), los nombres anteriores no pueden de­

secharse de plano; pero aquella persistencia en dar doce años de vida al episcopado de cada uno de ellos, a partir de Aniano, sucesor de Marcos, descubre una ignorancia cronológica que al historiador ha de poner en guardia.

(**) Cf. infra, pp. 255 y ss. (25) Corpus inscriptionum Latinarum, t. XII, 489. (26) MONS. LEYNAUD, Les catacombes africaines. Sousse-Hadruméte, 2* ed., Argel

(1922), pp. 9-16. La inscripción data del consulado de Lupus, probablemente L. Vi-rius Lupus, cónsul en 282.

(27) Una inscripción de la Tarraconense (C. I. L., II, p. 25 *, n. 231 *) que alude a la evangelización de esta provincia bajo Nerón es enteramente falsa.

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PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO 235

mina la noche que envuelve los orígenes de la España cristiana, supuesta la predicación de San Pablo. El martirologio de Adon (28) cuenta que San Pedro envió a España una misión de siete obispos: malo para la credibilidad de esta noticia, que nada se diga en el martirologio jeronimiano; y peor toda­vía, la cifra de siete y el hecho de que esa embajada procediera de San Pedro.

Con todo, u n dato geográfico aboga en su favor: el jefe de la expedición habría fundado la iglesia de Acci (Guadix) ; ahora bien, el célebre concilio de Illiberis (Elvira) , celebrado el año 300, fué presidido por el obispo de Acci. No sería aventurado suponer que la iglesia de Acci era tenida por la iglesia madre de España o, al menos, de la provincia tarraconense. Pero la conclusión no es irrebatible.

Y siempre queda en el aire la fecha, aun aproximada, de la fundación de la iglesia de Acci y de sus coterráneas.

§ 2 . — La evangelización fuera del imper io

EL CRISTIANISMO Que, desde época temprana, desbordara el cristianismo EN PERSIA las fronteras orientales del mundo romano, parece in­

cuestionable, aunque ignoremos los resultados. No ca­ben en el ámbito de la historia las "tradiciones" relativas al triple apostolado de Bartolomé, Tadeo y Tomás en Persia (2 9) . Pero el texto del Libro de los Hechos (2, 9) que, entre los testigos de Pentecostés habla de los "partos, Hie­das, elamitas y habitantes de la Mesopotamia" nos autoriza a pensar que ' 'hacia el año 80 las iglesias del mundo griego y romano sabían de la exis­tencia de iglesias cristianas en las1 tierras lejanas de Oriente" (3 0) .

Podemos conjeturar que los heraldos del cristianismo en Persia se habrían ceñido a catequizar las colonias judías de Babilonia. Pero menguada debió de ser cosecha que tan poca memoria ha dejado; y esto parece confirmarse por el relato talmúdico sobre la región babilónica ( 3 1) , en donde, dice, que no existe el cristianismo.

¿Saltó al mundo pagano la palabra cristiana, al rebotar en la frialdad e independencia de la Sinagoga? Es posible, si al menos son exactos los infor­mes sobre las relaciones de los mandeístas con los cristianos de los primeros tiempos. Pero sobre el mandeísmo, transformación de la antigua religión irania, por incorporación de elementos semíticos, tenemos noticias muy im­precisas, a despecho de las tentativas recientes por presentarle como una de las corrientes religiosas que afluyeron al cristianismo. De ahí que sea imposible especificar o aun dar por ciertas las relaciones del cristianismo con el movimiento oriental de sincretismo religioso (3 2) , una de cuyas fases cuajó en el gnosticismo babilónico mandeísta.

(28) El 15 de mayo. (2») Cf. p. 212, y J. LABOURT, Le christianisme dans VEmpire perse sous la dynastie

sassanide, París (1904), pp. 11-15. (30) LABOURT, op. cit-, p. 16. (31) Ibid., p. 17. (32) Cf. R. REITZENSTEIN, Das mandáische Buch des Herrn des Grósse und die

Éwngelienüberlieferung, Heidelberg (1919). Criticado por M. J. LAGRANGE, La glose mandéenne et la tradition évangélique, en Revue Biblique (1927), pp. 321-349 y pp. 481-515 (1928), y pp. 5-32. A. LOISY, Le Mandéisme et les origines chrétiennes, París (1934), no suscribe la tesis de REITZENSTEIN. H. LIETZMANN, Ein Beitrag zur Mandaerfrage (Siztungsberichte Akad. Berlín, phil. hist. Klasse [1930], pp. 596-608), ha expuesto las razones que inclinan a creer que el mandeísmo es un gnosticismo tardío, que nada tiene que ver con los orígenes del cristianismo.

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236 LA IGLESIA PRIMITIVA

En resumen: la propaganda cristiana llegó a Persia durante la era apostó­lica; pero los efectos son tan imperceptibles,, que se puede uno preguntar si el grano que se sembró a la hora de prima no murió por asfixia para la hora de tercia. Persia no cuenta entre los países que en el siglo primero y pri­mera mitad del n tenían una Iglesia organizada.

EL CRISTIANISMO Entre el imperio romano y el reino de los partos, que EN OSROENIA más tarde fué Persia, existió, hasta el siglo n i , un Es­

tado tapón, el de Edesa u Osroenia, en que se implantó el cristianismo, tal vez desde la aurora de la Iglesia. Raya en lo legendario la tradición recogida por EUSEBIO, que presenta al rey Abgar en correspon­dencia epistolar con el mismo Jesucristo y que consigue que los Apóstoles Tomás y Tadeo (Addai) evangelicen sus dominios; n i cobra más autenticidad por la veneración que se rendía en Edesa, en el siglo iv, a la tumba de Santo Tomás, ni por las supuestas cartas de Jesús a Abgar que entonces se leye­ran (3 3) . Probablemente la leyenda de Tadeo no es sino la poetización de un personaje histórico, que se llamaba Addai. Es de creer que EUSEBIO, bien informado en lo referente a Siria y sus comarcas circunvecinas, no se dejaría embaucar por una leyenda reciente sobre la implantación del cristianismo en Osroenia. Pero ¿cómo explicar que el Apóstol de Edesa, sacrificado en aras de la fe, no figure en el martirologio siríaco del año 412? Fuerza es con­fesar que desconocemos las circunstancias de la cristianización de Osroenia. Pero como a fines del siglo n , es tan ubérrima la proliferación cristiana de Edesa, tendremos que remontar su evangelización muchos años atrás.

Si damos fe a la Crónica de la Iglesia de Arbelas ( 3 4) , que atribuye el apostolado transtigritano a Addai, fundador de la iglesia de Edesa, el cris­tianismo habría ganado la orilla opuesta de Tigris, en Adiabene, en los pri­meros años de su expansión. Pero resulta sospechosa una crónica (35) que proclama como fundador de la iglesia de Adiabene a u n personaje dudoso, y que abunda en anacronismos y en contradicciones con diversos testimonios de los martirologios. Eso no obsta para que HARNACK le dé crédito (3 6) .

¿Esparcióse la semilla evangélica por las orillas del mar Rojo? ¿Aventá­ronla las persecuciones o el celo apostólico hasta la región de la India? Lo ignoramos.

(33) Cf. L. TIXERONT, Les origines de l'Eglise d'Edesse, París (1888). (3 4) Editada por P. ZORELL, Orientalia christiana (1927), VIII , 4, n" 31. (36) Cf. PAUL PEETERS, La "Passionnaire d'Adiabéne", en Analecta Bollandiana,

t. XLI I I (1925), pp. 261-325. (36) En la última edición (4*), de Mission und Ausbreitung des Christentums, Leip­

zig (1924).

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CAPITULO, VIII

LAS PRIMERAS PERSECUCIONES. LA LEGISLACIÓN IMPERIAL RELATr^A A LOS CRISTIANOS O

§ 1. — La persecución de Nerón

Apenas había el cristianismo iniciado su expansión dentro y fuera del mundo romano, el Imperio le declaró la guerra.

EL MARTIRIO El martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo es el episodio DE SAN PEDRO más saliente de la primera persecución sangrienta orde­

nada por la autoridad imperial contra los cristianos. Acaeció en tiempo de Nerón.

EL INCENDIO DE ROMA. Un día u otro, con uno u otro pretexto, habría INCULPACIÓN A LOS estallado la persecución, porque andábase bus-

CRISTIANOS cando oportunidad para proscribir el cristianis­mo. Y la ocasión sobrevino. En julio del 64 un

espantoso incendio devastó diversas barriadas de Roma; la opinión pública acusó a Nerón, casi por unanimidad, de haber encendido la primera chispa, o al menos, de haber aventado el fuego para que se al lanaran grandes solares con que poder ampliar su palacio imperial. Con gran habilidad supo desviar aque­lla corriente del pueblo enfurecido, que amenazaba anegarle, encauzándola contra los cristianos, "esos hombres", escribe Tácito hablando de ellos por vez primera (2) "aborrecidos por sus infamias" y "convictos del odio del género humano" ( 3 ) . Trátese del odio que ellos inspiraban o del que se creía profe­saban, porque su espíritu no era el del mundo, es innegable que el sentir público era hostil a los cristianos. ¿Procedía de u n sentimiento espontáneo? Es probable: la masa no simpatizaba con ellos, quizá porque les confundía con los judíos, cuyo particularismo les resultaba enojoso. Atribuyeseles crí­menes de ateísmo, magia, canibalismo y otros del mismo jaez. Fuera de esto, pudieron influir otros factores en la persecución del año 64.

(J) BIBLIOGRAFÍA. — La bibliografía general de este capítulo es la misma que la del precedente. En las notas correspondientes indicaremos las obras que tratan del carác­ter de las persecuciones y las fuentes documentales respectivas. A ellas podemos añadir: A, BOUCHÉ-LECLERCQ, L'intolérance religieuse et la politique, París (1911); A. MA-NARESI, L'impero romano e il cristianísimo, Turín (1914); L. HOMO, Les empereurs romains et le christianisme, París (1931).

(2) Ármales, XV, 44. (3) El manuscrito considerado por mucho tiempo como el mejor de TÁCITO, el Me-

diceus, escribe, en lugar de convicti, la palabra coniuncti, que significaría qtie los cris­tianos eran perseguidos a la vez por incendiarios y por el odium generis humará. Cf. E. CUQ, De la nature des crimes imputes aux chrétiens d'aprés Tache, en Mélan-ges d'archéologie et d'histoire, publicados por la Escuela francesa de Roma, t. VI (1886), pp. 115-139. El sentido general de los acontecimientos es sensiblemente el mismo en ambas interpretaciones.

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238 LA IGLESIA PRIMITIVA

El judaismo, que tan grande intervención tendrá en tiempo de los Flavios, ejerce cierto influjo en la corte imperial, particularmente por la favorita de Nerón, Popea, que simpatizaba mucho con ellos ( 4 ) . Y el odio de los partida­rios de la Ley Vieja contra los seguidores de la Nueva Ley, no amainaba. ¿No habrían cavilado aquellos protegidos de Popea, admitidos a la intimi­dad del príncipe, que prestaban un gran servicio a Nerón y se lo hacían a sí mismos, "achacando el crimen a los cristianos" (B) de quienes se decía que se complacían en imaginar venganzas celestes, y en la idea de la conflagra­ción universal y de la destrucción del mundo? El Apocalipsis de Juan, aunque de época posterior, es el eco vehemente de unos sentimientos que pudieron dar pábulo a aquellos comentarios del vulgo ( 6) . En todo caso, no pasa de conjetura lo referente a la mediación judía; aunque esa conjetura pueda apoyarse en la célebre carta de San Clemente a los corintios, a los cuales notifica que San Pedro y San Pablo murieron víctimas de la envidia ( 7 ) . ¿Aludía quizás a la intervención hostil del elemento judaico? De esta perse­cución originóse la separación de campos: los cristianos comparecen ante los tribunales romanos, que les sentencian a muerte; los judíos continúan con todos sus privilegios.

No es aventurado suponer que el mal se agravó con las disensiones inter­nas, causa de imprudentes delaciones y de buen número de suplicios: es otra interpretación que puede darse a la carta de San Clemente. Quizá los judío-cristianos provocaron la intervención de la policía romana, si es que no llegaron hasta la delación misma, según la frase de TÁCITO indicio eorum, esto es, por informes facilitados por algunos cristianos ( 8 ) .

LOS MÁRTIRES Según Tácito comenzó el arresto (9) por los que confe­saban (fatebantur) —¿qué? ¿el crimen de incendio? Pu­

dieron arrancarles en la tortura una confesión falsa—; más bien creemos que detuvieron primero a los que declaraban su condición de cristianos, que desde este momento es un crimen de Estado. Luego, indicio eorum (que tanto puede significar denuncias formales, como rastros policíacos obtenidos en juicio, sea por su mismo silencio, sea por sus declaraciones o por lo que se sabía de su vida) , comenzó la gran redada, en que una gran muchedum­bre de cristianos (ingerís multitudo, afirma TÁCITO, que no tenía interés en exagerar el número de los para él enemigos de la sociedad romana) (10) fué entregada a los tormentos ideados con refinada malicia por Nerón; en un gesto teatral, pretendió hacer espectáculo del suplicio; para ello "organizó en los jardines del Vaticano fiestas nocturnas, que iluminaron, con resplan­dores siniestros, cientos de cristianos empegados y convertidos en antorchas vivientes" ( u ) .

(4) FL. JOSEFO, Vita, 3; Antiquitates judaices, XVIII-XX. Cf. TÁCITO, Hist., I, 22. (5) Cf. E. RENÁN, L'Antéchrist, pp. 159-161. (6) DURUY, Histoire des romains, t. IV, p. 507 (ed. de 1882, París). (7) Epist. I ad corinthios, 5. (8) O. CULLMANN, Les causes de la mort de Pierre et de Paul d'aprés le témoigna-

ge de Clément Romain, en Rev. d'hist. et de philosophie relig. (1930), pp. 294-300. (9) Loe. cit. La hipótesis de la culpabilidad de los cristianos ha tenido sus propug-

nadores modernamente. Cf. PASCAL, L'incendio di Roma e i primi cristiani, 2* ed., Turín (1901); no hay un solo testimonio antiguo que la abone; ni uno solo de los que, después de Tácito, refirieron el incendio de Roma, culpó a los cristianos. Cf. A. PROPUMO, Le fonti ed i tempi dell'incendio neroniano, Roma (1905).

(10) El Martirologio Jeronimiano indica que perecieron 979 cristianos con San Pe­dro y San Pablo. Recogemos esta cifra, pero desconocemos su objetividad.

( n ) L. DUCHESNE, Histoire de l'Eglise, t. I, p. 63.

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LAS PRIMERAS PERSECUCIONES 239

Pedro fué uno de los mártires ( 1 2 ) : Eusebio, en su Historia Eclesiástica ( 1 3) , señala la fecha de 67-68 [en lugar de la 64-65], probablemente, porque atri­buye a Pedro los tan decantados veinticinco años de pontificado romano, inaugurado el año 42. Respecto de San Pablo, bien pudo suceder que sufriera el martirio un par de años después que San Pedro (1 4) , pues no es invero­símil que hasta esa fecha se proyectaran los efectos de la persecución del 64. Mas, por el culto inmemorial en que se sincronizan ambos martirios, queda atestiguada la proximidad cronológica, al menos relativa, de su muerte.

§ 2 . — La prohibic ión del crist ianismo

EXTENSIÓN POSIBLE DE ¿Cebóse la persecución en las provincias? Fal-LA PERSECUCIÓN tan datos positivos que lo garanticen. Podría

A LAS PROVINCIAS ser una alusión lo que se dice en la Epístola a los hebreos sobre las tribulaciones de los

cristianos por causa de la fe ( 1 5 ) ; lo que sí puede dejarse por bien asentado es que, a partir de esta fecha, el cristianismo quedó proscrito en el Imperio. Hay quien niega el institutum neronianum, en que, expresamente, se prohibía el culto cristiano. Cierto que sólo de modo indirecto lo conocemos (1 8) . Pero cierto, también, que es imprudente negar su existencia.

LA LEGISLACIÓN El cuestionario que, medio siglo más tarde, pre-NERONIANA CONTRA senta Plinio el Joven al emperador Trajano acerca

EL CRISTIANISMO del modo de conducirse con los cristianos, y el res­cripto imperial (17) en que se esclarecen aquellas

dudas, son prueba de que preexistía una legislación, pero faltaba, como di­ríamos en términos jurídicos modernos, el reglamento para ponerla en prác­tica. Y como Tertuliano asevera (18) que Nerón promulgó la primera ley con­tra los cristianos, lógico es defender que la proscripción del cristianismo, por el hecho de serlo, se remonta hasta él: los cristianos, perseguidos en u n prin­cipio por el expeditivo cargo de incendiarios que Nerón, temeroso de la plebe, les endosó, fueron pronto declarados fuera de ley, como consecuencia de las pesquisas policíacas, que dieron a conocer su postura religiosa (1 9) .

(12) Según una tradición, cuyo testigo principal es TERTULIANO (De praescriptione, 36; Scorpiacus, 15), fué condenado a morir en cruz, sentencia muy verosímil y con­forme con el relato de TÁCITO que habla de. cristianos crucificados en el Vaticano, y en armonía, según parece, con las palabras del Evangelio (Ion. 21, 18-19). "Jesús le dijo (a Pedro): . . . «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quisieras ir.» Dijo esto para indicar con qué muerte glorificaría a Dios."

(13) EUSEBIO, H. E., II, 14, 6, en que el año 42 se indica como el de la llegada de San Pedro a Roma, cuya sede habría regido durante 25 años.

(14) San Clemente, sucesor de Pedro, Tertuliano y el sacerdote Cayo están de acuerdo en que San Pablo fué decapitado y sepultado en la vía Ostiense.

(15) 10, 32-38. Pudiera también aludir a la persecución de Domiciano, puesto que la Epístola a los hebreos, atribuida a San Pablo, es de un redactor posterior.

(18) Cf. abundante bibliografía sobre el caso en CABROL-LECLEROQ, Dictionnaire d'archéologie chrétienne, art. Loi persécutrice.

(» ) Cf. infra, p. 241. (18) Ai naliones, 7; Apologeticum, 5. (19) El origen neroniano de la proscripción del cristianismo queda indirectamente

confirmado por I Petr. 4, 16, en que se opone la gloria de sufrir ut christianus al baldón de padecer por crímenes comunes. La epístola refleja la historia de la co­munidad primitiva.

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240 LA IGLESIA PRIMITIVA

Hasta ese momento, los cristianos, confundidos por la autoridad romana con los judíos, podían, como ellos, practicar libremente su religión en todo el Imperio. Pero la discriminación está ya hecha. Los propios judíos pudie­ron contribuir a provocarla, y quizá se reduzca a esto la intervención de los judíos en la primera persecución desencadenada contra los cristianos. Como se les considera disidentes o renegados del judaismo, no gozan de sus privi­legios ( 2 0 ) : a los cristianos no les queda otra disyuntiva que aceptar, como ciudadanos del Imperio, el mín imum de conformismo religioso, exigido por el Estado antiguo (21) o resignarse a desaparecer. Y como su fe es intransi-gentej en el fuero interno y externo, con todo género de politeísmo, no hay otra solución que la muerte: y esta segunda solución al dilema es lo que da sentido a la legislación neroniana respecto de los cristianos: non licet esse christianos, los cristianos no tienen derecho a la vida.

§ 3 . — Naturaleza jurídica de las persecuciones

LAS PERSECUCIONES No falta quien ponga en cuarentena la existen-NO PROCEDEN DE LA cia de un acto legislativo especial por el que se

APLICACIÓN DE LEYES proscriba el cristianismo. Dícese que habría PREEXISTENTES bastado aplicar a los cristianos la legislación

precedente, que castigaba el crimen de sacrile­gio o el de lesa majestad, para juzgarles incursos en ella (2 2) . Pero el sacri­legio supone u n delito positivo, que no se daba en el caso de los cristianos; y respecto del crimen de lesa majestad complicado con el de sacrilegio, por negarse a tr ibutar culto a la dignidad imperial, no hay indicios de acu­sación durante los dos primeros siglos: cuando los magistrados t ratan de im­poner sistemáticamente a los discípulos del Evangelio el culto a la divinidad imperial, es en el siglo n i , a raíz de los nuevos edictos de persecución.

En cierto modo puede afirmarse que en forma implícita existe crimen de origen, porque el cristiano, que no reconoce la divinidad imperial, puede ser calificado de ciudadano rebelde; pero no hay inculpación de lesa majes­tad contra n ingún cristiano, antes del siglo n i . Se les acusa de desafectos a los dioses del Imperio, mas no oficialmente de ateos, aunque el vulgo lo rumoree. Y esa misma ignorancia popular, que ninguna presión ejercía so­bre las autoridades judiciales, les imputó crímenes de derecho común, de extrema gravedad, como la magia, el incesto, el infanticidio ( 2 3) . En con-

(2°) Cf. supra, p. 20 y pp. 44 y ss. G. COSTA, Religione e política néll impero romano, Turín (1923), pp. 97-108, sostiene que judios y cristianos parecieron unos durante mucho más tiempo y afirma que el texto de TÁCITO relativo a la primera persecución ha sido retocado y que la ingerís multitudo comprendía también a muchos judíos. Pero no presenta pruebas. Con todo, es probable que en este primer momento no se con­sideró el cristianismo como una religión distinta del judaismo, sino como una escisión de él. El emperador Domiciano, que, según veremos, se ensañó contra los cristianos, fué igualmente hostil a los judíos, según la aplicación que, durante su reinado, se hizo del fiscus judaicus- Cf. S. GSELL, Essai sur le régne de Vempéreur Domitien, París (1893), pp. 287-316. El informe que mandó abrir sobre los emparentados con la familia de Jesús (cf. infra, p. 247), parece indicar que, al menos en parte, consideró politicamente al cristianismo como una secta judaica.

(21) Cf. FUSTEL DE COULANGES, La cité antique (22) Tesis de K. J. NEUMANN, Der rómische Staat und die allgemeine Kirche bis

auf Diocletian, Leipzig (1890), pp. 12 y ss. (23) En contra de la teoría de E. LE BLANT, Sur les bases des poursuites dirigées

contre les chrétiens, en Compte-rendus de l'Académie des Inscriptions et Belles Let-

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LAS PRIMERAS PERSECUCIONES 241

secuencia: no busquemos en el derecho penal existente el fundamento jurídico preciso de las persecuciones.

NI DEL PODER DE COERCITIO MOMMSEN (24) apuntaba como razón de las DE LOS MAGISTRADOS persecuciones, entre otras, el poder coerci­

tivo de los magistrados romanos. Sus facul­tades gubernativas eran muy amplias en lo referente a la represión de tumul­tos, con derecho incluso de imponer la pena capital: en tal caso, los cristia­nos, a fuer de sediciosos, por su rebeldía a abandonar unas creencias que de por sí constituirían una perturbación del orden público, serían condenados por los gobernantes, sin necesidad de aplicarles una ley determinada y específica.

Pero si bastaba a los magistrados usar de su poder de coercitio con los cristianos, ¿a qué viene consultar a los príncipes, como Plinio a Trajano y como muchos cónsules y pretores a Antonino Pío y a Marco Aurelio?

A mayor abundamiento, PLINIO enfoca la cuestión desde el punto de vista de la jurisdicción criminal (cognitio), y no como ejercicio de la facultad coer­citiva (coercitio). Además, la coercitio no autorizaba a imponer la pena capi­tal a los ciudadanos romanos.

LEGISLACIÓN ESPECIAL Fuerza es, por tanto, admitir (25) la realidad de CONTRA LOS CRISTIANOS una legislación particular contra los cristianos;

el primer edicto sería engendro de Nerón, según lo afirmaba TERTULIANO (2 6) . Desde su principado al de Septimio Severo, que inaugura un régimen nuevo, la situación jurídica de los cristianos en el Im­perio sería la misma: son proscritos, no por crímenes comunes (incesto, cani­balismo, magia) inventados por la hostilidad popular que odiaba sus creen­cias y su modo de vida, n i por crímenes de sacrilegio o de lesa majestad, sino porque profesan una religión prohibida: christianos esse non licet. Y lo que se persiguió y condenó fué el nombre de cristiano, nomen christianum, con­tra lo cual se indignaron muchas veces los apologistas.

LAS ACOTACIONES DEL El rescripto de Trajano añade al edicto de RESCRIPTO DE TRAJANO Nerón, a los cincuenta años de promulgado,

aquellas normas precisas para su recta aplica­ción (2 7) . La respuesta del emperador a la consulta de Plinio se resume en

tres (1866), pp. 358 y ss., según la cual se condenó a los cristianos como reos de homicidio o de magia, de sacrilegio y de lesa majestad.

(2*) TH. MOMMSEN, Der Religionsfrevel rmch rómischen Recht, en Historische Zeitschrift, Neue Folge, XXVIII (1890), pp. 389-429.

(25) Hace ya más de treinta años que esclareció este asunto C. CALLEWAERT, en una serie de estudios: Les premiers chrétiens furent-ils persécutés par édits géneraux ou par mesures de pólice? en Revue d'Histoire ecclésiastique (1901), pp. 711-797; (1902), pp. 5-15, 324-348, 607-615; Le délit de christianisme dans les deux prémiers siécles, en Rev. des Questions historiques (1903), t. LXXIV, pp. 28-55; Les prémiers chrétiens dans la politique religieuse de l'Empire romain, en ibid., LXXXII (1907), pp. 5-19; La métkode dans la rechetche de la base juridiaue des premieres persécu-tions, en Rev. iHist. ecclésiastique (1911), pp. 5-16, 633-651.

(26) "Institutum Neronianum", denomina en Apologeticum, 5, a la ley de perse­cución.

(27) PLINIO EL JOVEN, Epístola;, X, pp. 97-98. Se ha puesto en duda la auten­ticidad de esta correspondencia, principalmente por el cuadro religioso que Plinio nos describe de su provincia, en que tan pujante se nos presenta la propaganda cristiana, que los templos quedaban desiertos y el culto de los sacrificios enteramente aban-

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tres puntos: los dos primeros son la atenuación de una regla que ño podía aplicarse en todo su rigor, por el auge creciente del cristianismo.

Trajano dice, en substancia, lo siguiente: l9, la autoridad oficial no debe tomar la iniciativa en las pesquisas, christiani conquirendi non sunt; 2 ' , los denunciados que nieguen su condición de cristianos o que renieguen de ella por la apostasía, aun cuando hubieran cometido el crimen legal de serlo, tie­nen que ser absueltos; 3*, los que confiesen su fe cristiana deben ser con­denados.

De la carta de Plinio y de los sucesos posteriores se colige que esa sen­tencia era de pena capital o de muerte civil (relegación o trabajo forzado en las minas) . En desquite y en virtud del segundo punto de la declaración trajana, los gobernadores desplegarán todos sus ardides para arrancar a los cristianos una palabra, un simple gesto, como el de ofrecer unos granos de incienso ante la estatua del emperador, para proclamar su apostasía, aunque pasajera, de la fe cristiana.

Muchas veces la tortura será no un castigo, sino u n medio de hacer rene­gados. Respecto de los emperadores, los mejores de entre ellos, Adriano, Antonino Pío (no Marco Aurelio, que sentía, por los cristianos más desprecio que compasión) suavizaron, con nuevas cautelas, la severidad de una legisla­ción, cuyo principio fundamental mantuvieron rigurosamente.

IDEA DIRECTRIZ DE ¿Qué pudo impulsar a convertir en máxima LA LEGISLACIÓN CONTRA estatal el recurso expeditivo de un Nerón alie-

LOS CRISTIANOS nado? El cristianismo, religión estrictamente monoteísta, cuyo Dios no admite socio ni rival,

no podía conciliarse con la estructura ideológica del Estado romano, íntima­mente ligado a las tradiciones religiosas y aun a formas de vida, incompa­tibles con las nuevas creencias; el solo hecho de negar el culto a los dioses de Roma, aun antes de que la adoración a la estatua imperial fuera la piedra de toque del conformismo romano, les constituía rebeldes o, cuando menos, sospechosos.

Análoga era la posición religiosa de los judíos; pero antes del año 70, se habían organizado como entidad nacional, con ventajosos privilegios que conservaron hasta su definitiva dispersión; y cuando se declaró obli­gatorio a todo ciudadano el culto al emperador, alcanzaron exenciones lega­les que les pusieron a cubierto de toda persecución ( 2 8) . Indiscutiblemente la autoridad romana tardó en discernir judíos y cristianos; mas llegó u n día en que toda confusión dejó de serlo. Los cristianos no formaban, a la manera de los judíos, u n núcleo compacto como de entidad nacional, sino una sociedad religiosa internacional desde su origen y cuyos miembros no exigían favores especiales. Así se explica la legislación imperial hostil al cristianismo.

donado. Puédese responder con E. BABUT, Remarques sur les deux lettres de Pline et de Trajan relatives aux chrétiens de Bithynie, en Rev. d'Hist. et de Littérature reli-gieuses (nouv. serie), t. I (1910), pp. 289-305, que Plinio, sintiendo repugnancia por tantas sentencias de muerte, pudo exagerar el número de cristianos a fin de contener una represión que afectaría, según pretextaba, a una gran parte de la po­blación.

(28) En vez de ofrecer un sacrificio al emperador-dios, ofrecíanlo a Dios por el emperador. (Cf. F. JOSEFO, Contra Apionem, II, 6, 77.) Sobre los privilegios de los judíos en lo referente al culto imperial, véase J. JUSTER, Les Juifs dans l'Empire romain, París, (1914), t. I, pp. 339-354.

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LAS PRIMERAS PERSECUCIONES 243

ORIGEN JURÍDICO Y FORMA El fundamento jurídico pudo ser una anti-DE ESTA LEGISLACIÓN gua ley republicana que prohibía la supers-

titio illicita ( 2 9 ) ; y la forma, u n edicto del emperador, que, en los orígenes del régimen imperial, no tenía teóricamente vigencia sino por toda la vida del príncipe que lo había promulgado. Reque­ríase confirmación del sucesor para que reviviera; pero su nueva vida estaba ligada a la del emperador.

Puede ser ésta una explicación de las intermitencias en las persecuciones. Trajano especifica que a nadie se persiga sin ser delatado. Toda persecución está condicionada a la voluntad del emperador. Nerón fué el primero en manifestarla. Los dos primeros Flavios no se ensañaron contra los cristianos. Domiciano volverá a acosarlos; empero como los dos emperadores más odia­dos del siglo primero fueron los fautores de la legislación anticristiana, pudie­ron los apologistas del siglo n explotar la idea de que la hostilidad contra el cristianismo procedía de los malos emperadores, de aquéllos cuyo recuerdo execraba todo romano.

Mas Trajano, el optimus princeps como se le llamó aún en vida, aquel cuya bondad proverbial traspasó los umbrales de la Edad Media, no supo o no quiso derogar aquellas leyes o soslayar al menos la puesta en vigor, cuando Plinio, desazonado por el cúmulo de sentencias capitales que debería pronunciar, le planteó el problema con toda franqueza. Cierto que la atem­peró no poco al prohibir que las autoridades tomaran la iniciativa en las averiguaciones. Y tan rigurosa fué esta prohibición que ni los mismos empe­radores replicaron, dado que llegara a sus oídos, al reto jurídico lanzado con tanta audacia por los apologistas cristianos. Nada caracteriza mejor la índole singular y excepcional de esta legislación contra el cristianismo, como esa actitud oficial de indiferencia ante un crimen legal, mientras no se le denun­ciasen nominalmente los culpables; siendo así que sancionaba con la pena de muerte, cuando se presentaba en forma el acta de acusación. Esto equi­vale a confesar secretamente su repugnancia por la aplicación de leyes anti­guas, que no osan o no quieren revocar.

(29) Cf. TERTULIANO, Apologeticum, 6.

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CAPITULO IX

LA PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE LOS FLAVIOS Y DE LOS ANTONINOS (a)

En los días de Nerón tuvo la Iglesia el primer choque violento y trágico con las tradiciones representadas por el Imperio y con las autoridades que las encarnaban; a part ir de este momento, pende sobre la Iglesia la espada de la ley persecutoria, cuya vigencia dependerá de las circunstancias.

§ 1. — La Iglesia e n t iempos de los Flavios

LA IGLESIA ROMANA BAJO A la muerte de Nerón, la Iglesia vivió u n LOS EMPERADORES FLAVIOS remanso de paz. No tenemos el menor indi­

cio de que los cristianos hayan sido inquie­tados por su fe, bajo los principados efímeros de Galba, Otón y Vitelio, n i en tiempos de los dos primeros Flavios, Vespasiarlo y Tito. Aún más: fueron aquellos los días, en que al grupo primitivo de gentes humildes, que en Roma como en el resto del Imperio dieron el mayor contingente, se agregaron convertidos de lo más granado de la sociedad imperial. Las primeras con­quistas precedieron a la explosión paranoica de Nerón el año 64. Una dama noble, Pomponia Gracina, casada con Plautius, consular emparentado con el emperador Claudio por su matrimonio con una prima de aquél, se había hecho sospechosa por la austeridad de su vida y le acusaron de superstición extranjera ( 2 ) .

(*•) BIBLIOGRAFÍA. — Bibliografía general, la del capítulo VII. Pueden consultarse diversas monografías de los emperadores de fines del siglo primero y del segundo: S. GSELL, Essai sur le régne de Dominen, París (1893); R. PARIBENI, Optimus prin­ceps. Saggio sulla storia e sui tempi delllmperatore Traiano, Messina (1926-1927), 2 vols.; G. LAOOUR-GAYET, Antonin le Pieux et son temps, París (1888).

Como textos de Actas de los Mártires auténticas se. utiliza el de los Acta Sancto-rum de los Bolandistas, que comenzaron a publicarla en Amberes en 1643, y se continúan en Bruselas; colección preparada con un espíritu científico, a despecho de críticas acerbas, que hoy han tenido que rectificarse. Cf. asimismo la edición B. A. C. Madrid (1951), de Las Actas de los Mártires.

Selección de Actas de los Mártires en RUINART, Acta Sincera, París (1689); DOM H. LECLEROQ, Les martyrs, París (1902-1911), 11 vols.; KNOPP, Ausgewahlte Mar-tyreracten, en Sammlung aus gewahlter kirchen-und dogmengeschichtlicher Quellen-schriften, 2e. Reihe, 2es. Heft, Tubinga y Leipzig (1901); P. MONCEAUX, La véritable légende dorée, París (1928). Y respecto a las pasiones de los mártires romanos debe citarse a A. DUPOUROQ, Etude sur les Gesta martyrum romains, París (1900-1910), 4. vols. Generalmente se reconoce poco valor histórico a la mayor parte de los Gesta martyrum romanos; de algunas se ha podido precisar su historicidad por las etapas progresivas de elaboración.

Sobre los mártires de Lyon en 177, cf. C. JULLIAN, Histoire de la Gaule, t. IV: Le gouvernement de Rome, París (1914), pp. 484-498.

(2) TÁCITO, Annales, XIII, 32.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 245

Podemos conjeturar que se convirtió, pues el nombre de los Pomponios figura muchísimas veces en las inscripciones de las catacumbas romanas ( 3 ) . Plautius, su marido, reclamó el derecho de juzgarla, ateniéndose a antiguas costumbres familiares y la declaró inocente. Vivió Pomponia Graecina hasta el gobierno de Domiciano.

TRIUNFOS DEL Los Flavios no abrigaban prejuicios contra las re-CRISTIANISMO ENTRE ligiones procedentes del judaismo. Es verdad que

LA ARISTOCRACIA Vespasiano inició el cerco de Jerusalén y que Tito la arrasó en el año 70; pero en la corte de

ambos, hubo judíos, adictos a los romanos, tales como Berenice, de la casa de Herodes y el historiador Flavio Josefo.

La efímera protección de Popea tornóse, bajo los Flavios, en favor cre­ciente al judaismo; favor que, de rechazo, redundó en la tendencia mono­teísta ambiente, y, por consiguiente, en el aumento de simpatías por el cris­tianismo en el seno de las mismas familias senatoriales: ganó adeptos entre los Pomponios, según indicamos, y entre los Acilios: M. Acilio Glabrio, cónsul el año 91, era probablemente cristiano; y de propiedad de los Acilios —en la vía Salaria— el primer cementerio exclusivamente cristiano (4) .

La semilla cristiana fructificó en el mismo palacio imperial. Flavio Cle­mente, primo hermano de Tito y de Domiciano, cónsul el año 95, e hijo de Flavio Sabino, hermano mayor de Vespasiano, al parecer también cristia­no ( 5) , abrazó el cristianismo. Quizá era cristiano su mismo padre. La esposa de Clemente, Flavia Domitila, hizo a la Iglesia una donación semejante a la de los Acilio; es el cementerio cristiano que todavía hoy lleva su nombre, sobre la vía Ardeatina; sus dos hijos, discípulos del español Quintiliano, herederos al trono imperial por muerte, sin sucesión masculina, de Tito y Domiciano, profesaron la religión cristiana: si el fin trágico y prematuro de Domiciano, epílogo natura l de un gobierno tiránico, no hubiera tronchado las esperanzas sucesorias de aquellos dos hermanos, el Imperio habría sido regido por príncipes cristianos, doscientos años antes del advenimiento de Constantino ( e ) .

Parece que existió otra Flavia Domitila, sobrina de la anterior, últ imo tro­feo de la propaganda evangélica en la corte, antes del siglo n ( 7 ) .

LA PERSECUCIÓN En esa floreciente cristiandad romana y a pesar DE DOMICIANO EN ROMA de que varios allegados al trono le habían dado

su nombre, cebóse, desde el año 95, la crueldad de Domiciano. Su semblanza es la de un tirano ceñudo y sombrío, cargado de suspicacia: no podía sufrir la presencia de un filósofo ni u n rostro altivo o insumiso. Añadióse a esto su reacción violenta contra la invasión del ju­daismo, iniciada en tiempo de su padre y hermano. Acentuóse su antisemi­tismo con la ruina financiera, provocada por los gastos de urbanización y embellecimiento de Roma. Exigió con todo rigor el pago del didracma que

(3) Inscripciones cristianas de un Pomponio Grecino, entre los siglos n y ni y de varios Pomponios Bassi. Cf. D E ROSSI, Roma sotterranea, t. II, pp. 281, 362 y ss.

(*) Cf. infra, p. 338. (5) Según los detalles facilitados por TÁCITO, Hist. III, 65 y 75. (6) La acusación de ateísmo que lanzó Domiciano contra Flavio Clemente y su

mujer Flavia Domitila es testimonio de profesión cristiana de ambos. (DION CASIO, LXVII, 14; cf. SUETONIO, Domitianus, 15) y por el hecho de. que el cementerio cris­tiano llamado de Domitila se extendía por los terrenos de ésta.

C) Cf. infra, p. 246.

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246 LA IGLESIA PRIMITIVA

los judíos tr ibutaban al Templo de Jerusalén desde su independencia y que los romanos exigieron por derecho de sucesión ( 8) . Hubo muchos recalci­trantes entre los prosélitos que habían adoptado la fe de Israel, pero que no se tenían por judíos.

Los cristianos, diferenciados de los judíos, pero solamente como secta o escisión de ellos, ¿no habrían provocado el enojo del emperador al negarse, con toda razón, a pagar el impuesto del didracma? Lo ignoramos. Parece que sólo a los circuncisos, refractarios al pago de aquella gabela, se infligió castigos con carácter de multas o penas pecuniarias. Pero la persecución de los circuncisos insolventes o reacios pudo provocar indirectamente el furor anticristiano, en cuanto que la investigación fiscal pudo percatarse de que había muchos ciudadanos que, a su parecer, vivían como judíos, l lamáranse prosélitos o discípulos de Cristo.

Desde aquel momento, nada impedía hacer saltar la barrera que durante treinta años había represado la potencia sanguinaria del edicto neroniano y anegar el cristianismo en torbellinos de sangre. Aun no ha intervenido Trajano.

La autoridad misma toma la iniciativa de la persecución. Por eso diría TERTULIANO (Apologeticum, 5) que los únicos enemigos de los cristianos fue­ron Nerón y Domiciano ( 9) . Víctimas de Domiciano fueron su primo Flavio Clemente y el consular M. Acilio Glabrio, acusados de ateísmo ( 1 0 ) ; y por el mismo delito, asevera D I Ó N CASIO ( n ) , "fueron condenados muchos ciuda­danos que habían abrazado las creencias y costumbres judías".

Parece que no se compadecen las dos acusaciones de ateísmo y de costum­bres o prácticas judías; pero ha de saberse que a los cristianos se les tildó de ateos, bien porque se negaron a rendir culto a los dioses imperiales, bien porque, como los judíos, rehusaron en un principio toda representación plás­tica de la Divinidad. Las condenas solían ser a muerte o a confiscación de bienes. Según D I Ó N CASIO, Flavia Domitila, mujer de Flavio Clemente y sobrina de Domiciano, fué confinada a la isla Pandataria. Otra Flavia Domi­tila, sobrina de Flavio Clemente, habría sido relegada a la isla Pnncia, en el Tirreno. Pero el caso de esta segunda Domitila no es tan rigurosamente his­tórico, porque no tiene en su favor sino dos testimonios tardíos: el de EUSE-BIO (12) que dice copiarlo de un escritor pagano desconocido, BRUTTIUS, y el de San Jerónimo (1 3) . Ni bastan a probar el hecho de la segunda Domitila las llamadas Actas de Santos Nereo y Aquiles, que no merecen crédito alguno (1 4) . Tal vez ese desdoblamiento es de cosecha legendaria: no debió de existir más que una Flavia Domitila, perseguida por su fe, la mujer de Clemente, la cual habría sido desterrada a una de las islas del Mediterráneo, reservada para la deportación de los grandes personajes del Imperio, caídos en desgracia (1 5) .

(8) SUETONIO, Domitianus, 12. (9) MELITÓN DE SARDES (hacia 172) en una página de su Apología, citada por EUSE-

BIO, H. E., IV, 26, 7, dice que Nerón y Domiciano citaron ante sus tribunales a la fe cristiana.

(io) DION CASIO, LXVII, 13. ( " ) Ibid. (12) H. E., III, 18, 4. ( i 3) Epist. 108, ai Eustochium. (i*) Cf. A. DUFOUROQ, Etude sur les Gesta martyrum romains, t. I, París (1900),

pp. 251-255. (IB) DION CASIO, LXVII, 13.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE PLAVIOS Y ANTONINOS 247

LA PERSECUCIÓN EN LAS En Asia, las provincias de Bitinia y la cono-PROVINCIAS. BITINIA cida como provincia de Asia, fueron escenario

de la brutal persecución. El texto de PLINIO, que nos documenta sobre la política religiosa de Trajano en Bitinia, alude a renegados y apóstatas que veinte años atrás se habían acobardado ante las amenazas y las torturas. Luego hacia el 95 los cristianos fueron acosados.

ASIA MENOR El Asia Menor tal vez no produjo mártires en esta perse­cución; pero sí la confesión más gloriosa del credo cris­

tiano, en la persona del Apóstol San Juan. Refiere TERTULIANO (16) que San Juan fué conducido de Efeso a Roma, que le echaron en una caldera de aceite hirviendo y luego le desterraron a Patmos. El sabor de leyenda que rezuma ese relato, hace difícil percibir su meollo histórico, si, en lo refe­rente ai la caldera, no es todo pura invención (1 7) . En cambio, parece garan­tizada la versión del confinamiento en Patmos por u n pasaje del Apocalipsis (1 , 9) , a despecho de lo que numerosos críticos han sustentado. El Apoca­lipsis está impregnado del recuerdo de los que vertieron su sangre por Jesús, entre los cuales se cuentan los mártires de Pérgamo y de Esmirna ( 1 8) .

PALESTINA Según HEGESIPO (1 9) , historiador del siglo n , judío convertido, muy bien documentado respecto al medio judío cristiano,

preocupóse hondamente el emperador del ambiente de Palestina, en donde aun vivían representantes de la parentela de Jesús. Mas no le intrigaba tanto ese parentesco como su linaje davídico. Afirma HEGESIPO, quizá un poco hiperbólicamente, que Domiciano había mandado eliminar a todos los supervivientes de una casa real que le hacía sombra. Denuncióse, como des­cendientes de la casa y familia de David, a los nietos de Judá, "hermano del Señor". El emperador hízoles comparecer ante su presencia, les inte­rrogó, convencióse de que gentes tan modestas y sin ambiciones nunca podrían disputarle el trono y los despidió como seres inofensivos. "Fueron respetados como mártires —añade el relato—, dirigieron las iglesias, una vez restable­cida la paz, y sobrevivieron hasta Trajano" C20).

Dichas iglesias eran las judíocristianas de la región palestinense: los pa­rientes de Jesús gozaron, en aquella atmósfera semita, de todos los honores, como si fueran los más genuinos representantes del Maestro. Mas, pues HEGESIPO habla del asentimiento y restauración de la paz en Palestina, pué­dese colegir que la tormenta desencadenada por Domiciano sacudió también aquellas cristiandades. Domiciano murió asesinado el 96; sucedióle Nerva, vetusto en años y en experiencia, enemigo de violencias y de extorsiones. No hostigó a los cristianos y "permitió que cuantos habían sufrido destierro regresaran a sus antiguas residencias"; según la tradición reflejada en EUSE-BIO ( 2 1 \ con el advenimiento de Nerva, pudo regresar Juan el evangelista a Efeso.

(16) De prcescriptione, 36. (17) No parece inverosímil que el emperador hiciera comparecer a Juan en Roma

para interrogarle sobre los representantes de la familia de Jesús. Cf. unas líneas más abajo.

(18) Apoc. 2, 9, 10, 13. Sobre la atribución de los mártires de Pérgamo y Esmirna a la persecución de Domiciano, cf. E. B. ALLO, Saint lean, L'Apocalypse, París (1921), pp. CCVI-CCX.

(19) H. E., III, 19 y 20. (20) Cf. supra. p. 201. (21) H. E., III, 20, 8.

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248 LA IGLESIA PRIMITIVA

§ 2 . — La persecución de Trajano

GOBIERNO DE NERVA Breve fué el reinado de Nerva —de dos años cor­tos— y como su reinado duró la paz de la Iglesia.

Asoció al trono a Trajano, que reanudó la política anticristiana. Mas no fué sistemática su política persecutoria, sino más bien esporádica e intermitente. Trajano, al precisar la legislación anterior, limitó sus brutales efectos.

TRAJANO Y LOS CRISTIANOS La estela de Trajano en la historia es la de uno de los emperadores más insignes por

su grandeza y por su bondad. El optimus princeps (22) pasó su vida en vela de armas por el triunfo de la ley y por las victorias del águila imperial. Las prerrogativas estatales son el sello de su legislación, que tendía a la gran­deza del Estado sin privilegios de grupo. El año 99, segundo de su reinado, resucitó la ley que prohibía las asociaciones no autorizadas. Bastaba esta sola medida para despertar contra los cristianos la adormecida actividad judiciaria.

EL PROBLEMA ¿Fué San Clemente, tercer sucesor de Pedro en la DEL MARTIRIO DE sede romana (Pedro, Lino, Anacleto, Clemente) una

SAN CLEMENTE de las primeras víctimas, sacrificadas el año 100? Cobró celebridad este Pontífice por su carta a los co­

rintios, prueba de que el jefe de la comunidad romana se preocupaba ya por los asuntos de las demás iglesias. Pero allende esto, nada cierto sabemos. ¿Estaba emparentado con Flavio Clemente? ¿Era su liberto? Hay quien le identifica con el Clemente de que Pablo habla en su Epístola a los filipenses (4, 3 ) . Todo es mera conjetura.

Cuentan las actas griegas ( 2 3) , redactadas en el siglo iv, que, por orden gubernamental , fué Clemente desterrado al Quersoneso Táurico, en el Ponto Euxino, donde continuó su apostolado entre los forzados de las minas y que, en castigo de su proselitismo, le echaron al mar con una gran piedra al cuello.

Ni San Ireneo, n i Eusebio, n i San Jerónimo, que hablaron de Clemente, aluden a este episodio, que tiene cierto tufillo de leyenda; hay una tradición, del siglo iv, que sitúa el martirio de San Clemente fuera de Roma; pero n i basta a establecer la realidad del martirio, n i menos aún las circunstancias de él.

MARTIRIO DE SAN SIMEÓN Diferente es el caso de otra gran lumbrera DE JERUSALEN de la Iglesia, que se extinguió por aquellos

mismos días: San Simeón, obispo de Jeru-salén, uno de los "hermanos del Señor", y sucesor de Santiago en la cátedra episcopal. La iglesia de Jerusalén parece que tendió a consevar la autoridad en la familia de Jesús.

El martirio de San Simeón, que lo sufrió en edad muy avanzada, debió de acontecer en el año 107, según EUSEBIO que copia a HEGESIPO. Menos verosímil que esta fecha parece la de sus años. Dícennos que frisaba en los 120, es decir, que había nacido antes que Nuestro Señor. Más frecuentes son los errores numéricos de los copistas que los de la naturaleza. Mas éste, en nada afecta al carácter histórico del relato.

(22) Cf. supra, p. 243. (23) FUNK, Patrum apostolicorum opera, Tubinga (1901), t. II, pp. 28-45.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 249

Cuenta HEGESIPO que habiéndose desencadenado la furia popular, en varias ciudades, contra los cristianos, los ebionitas, herejes, de sangre judía, hicieron con el pueblo causa común: uno de ellos delató a Simeón por cristiano y por descendiente de David. Podemos sospechar que las autoridades romanas miraban con cierto recelo a los supervivientes de la antigua casa real de Israel. Ello es que el anciano jefe de la comunidad de Jerusalén tuvo que responder de esa doble acusación delante del representante imperial Tiberio Claudio Ático, el cual, después de darle tormento, hízole crucificar.

Pero el alguacil quedó alguacilado, porque los delatores fueron a su vez acusados de pertenecer a la familia de David y sobre ellos cayó la sentencia condenatoria ( 2 4) .

MARTIRIO DE SAN IGNACIO Hay entre los mártires de Trajano u n héroe DE ANTIOQUIA cuyo recuerdo fulgura con resplandores este­

lares: Ignacio, obispo de Antioquía; sus car­tas, como la del Papa Clemente a los corintios, gozaron en la Iglesia antigua de u n prestigio documental rayano en lo canónico. Ignacio había rozado la era apostólica, cuyo últ imo sobreviviente, al parecer, fué Simeón.

Las Actas de su martirio ofrecen poca garantía; pero sus cartas, en que se reflejan los preliminares, tienen todos los visos de autenticidad, pese a sus muchos impugnadores (2 5) .

No sabemos en qué circunstancias le detuvieron: si por alguna sedición popular o por una denuncia formal; a principios del año 107 condenóle a las fieras el gobernador de la provincia (26) y lo remitió a Roma con otros dos compañeros, Rufo y Zósimo, probablemente para los grandes festivales circenses organizados por el emperador, con motivo de sus victorias dacias y en los cuales las víctimas humanas har ían el principal gasto.

Partió el obispo desbordante de alegría, con la entera seguridad, escribía a los esmirneos (27) de "estar junto a su Dios bajo la tajante espada y entre las bestias feroces". E n el trayecto de Esmirna (en donde conoció al obispo Policarpo) a la ciudad de Filipos, en Macedonia, escribió las siete cartas, que le dieron fama inmortal, a las iglesias de Efeso, Magnesia, Tralles, Roma, Tróade, Filadelfia y Esmirna.

La más célebre de todas ellas es la Carta a los romanos: después de pro­digar abundantes elogios a la cristiandad romana, que le evoca los buenos tiempos de Pedro y de Pablo, díceles que no tiene la autoridad de estos Apóstoles para ordenarles que no se opongan a su martir io; aunque no es de creer hicieran grandes empeños por impedir su sacrificio, pues n i podía esperarse una revocación de la sentencia, n i intentarse, con probabilidades de éxito, u n secuestro in extremis. Pero quizá bastaron al santo obispo algu­nas demostraciones de simpatía para temer que algo se intentara en su favor. Y protesta de que se le arrebate la corona cuando se la van a ceñir. "Dejad, escribe, que me inmolen ahora que el altar está presto. . . Dejad quel sea pasto de las fieras; por ellas alcanzaré a mi Dios. Soy trigo de Dios, tengo que ser triturado por los dientes de las bestias para convertirme en pan de Cristo, bien heñido y blanco."

Y el obispo Ignacio fué "molturado" por las fieras, quizá en el Coliseo, si es que el edificio, iniciado por Domiciano, estaba ya en condiciones.

(2*) EUSEBIO, Crónica, año 10 de Trajano; H\ E., III, 32. (25) Cf. infra, pp. 268 y ss. (26) Fecha facilitada por la Crónica, de EUSEBIO. (2?) Ad Smyrn., 4.

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250 LA IGLESIA PRIMITIVA

PERSECUCIÓN EN BITINIA Hay una provincia o serie de provincias en Y EN EL PONTO los dominios romanos del Asia, que fueron

teatro de ruda persecución en tiempo de Trajano: la Bitinia y el Ponto, encomendadas el 111 a la guarda y cuidado de Plinio el Joven, que escribió al emperador una consulta, a la cual satis­fizo Trajano, según quedó arriba especificado ( 2 8 ) .

Coligese de esta correspondencia que, cuando no había transcurrido u n siglo desde la muerte de Nuestro Señor, el cristianismo había realizado grandes avances en las ciudades y en los campos del Asia Menor septentrional.

Pudo exagerar Plinio, estremecido por la situación ambiente; pero ¿habría inventado enteramente que los templos quedaban desiertos y que por falta de concurso tuvieron que omitirse muchos actos rituales?

Los gobernadores precedentes, procónsules nombrados anualmente, sortea­dos entre los senadores, habían dejado amplia libertad de acción. Pero, desde poco tiempo atrás, ambas provincias dependían directamente del emperador: Plinio era un delegado imperial, legatus Augusti proprcetore. Parece que este cambio enardeció a los enemigos de la nueva religión y diéronse a exhibir acusaciones contra ellos. Pero debieron éstas crecer tan desmesuradamente, que Plinio, hombre de paz, tembló de tener que causar tantas víctimas. Y pro­puso al emperador sus cavilaciones. Vimos ya la respuesta: no es innovadora; pero sienta la jurisprudencia de una legislación ya establecida, que exigía mayor precisión de detalles para ponerla en práctica. Al l imitar la iniciativa de la autoridad, atenuó el rigor de los principios que continuaron intactos. Allende esto, Trajano declaró nula toda acusación anónima. Pese a tales re­servas, debieron de morir muchos cristianos en las provincias del Ponto, puesto que Plinio, que multiplicaba los interrogatorios para conseguir una abjura­ción, declara que envió al suplicio a cuantos se obstinaron "en la desobedien­cia y en su inflexible terquedad" (2 9) .

Y como, por otra parte, afirma, no sin cierto exagerado optimismo oficial, que los templos volvieron a verse concurridos y que los sacrificios se reanu­daron, podemos presumir que con el heroísmo de los mártires contrastó la cobardía de no pocos apóstatas.

LA PERSECUCIÓN Parece que la persecución de Trajano se cebó también EN MACEDONIA en la provincia imperial de Macedonia. Uno de los

más insignes obispos de la Iglesia Oriental a princi­pios del siglo n , San Policarpo, habla de los mártires de Filipos, cuyo recuer­do asocia al de San Ignacio, que le visitó a su paso para Roma. "Practicad, escribe a los filipenses, la paciencia; de ella fueron dechados no solamente los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, a los cuales habéis conocido, sino también varios de los vuestros" (3 0) .

Es verdad que no se afirma categóricamente que hubiera entre los fili­penses algunos mártires contemporáneos de San Ignacio; mas eso parece deducirse.

(28) Cf. supra, pp. 239 y 241. (2») Epist. cit-, p. 241, n. 27. (30) POLICARPO, Ad philippenses. Sobre esta carta, véanse pp. 277-278.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 251

§ 3 . — La persecución bajo Adriano

EL EMPERADOR ADRIANO No hay cambio esencial en la situación de Y LOS CRISTIANOS los cristianos en tiempo de este príncipe; sin

embargo, la hizo menos precaria. Aquel qrceculus (31) voluptuoso no podía simpatizar con el cristianismo; pero tan excelente gobernante, que nunca habría modificado una ley de seguridad pública, sentía repugnancia por la forma tumultuar ia en que muchas veces Se presentaban las acusaciones contra los cristianos. Distinguiéronse las pro­vincias orientales (sea porque fueran más vivos los apasionamientos reli­giosos, bien por lo arraigado de las supersticiones) en su proceder ruidoso y violento contra los cristianos, llegando a enfrentarse la chusma con las pro­pias autoridades administrativas.

El siglo I I es la terrible encrucijada en que el cristianismo, difundido a plena luz, fuera de las catacumbas, pero sin el esclarecimiento apologé­tico del siglo m , tiene que rebatir las calumnias y absurdas especies que la incomprensión o la información deficiente propala contra él. ¿Cuántas monstruosidades no ha fantaseado el populacho en torno a los cristianos? Muertes rituales, comuniones sangrientas, banquetes sagrados coronados por desenfrenadas orgías, artes de magia, temas al lado de los cuales el de la pretendida adoración de la cabeza de u n asno (32) no parecía más que una broma inofensiva, tales son los rumores que acerca de los discípulos de Cristo corren entre la gente sencilla, siempre propensa a imaginarse lo peor, apo­yada, en este caso, por las gentes de letras, dándose la mano el hombre de la calle y el agente de la autoridad en la acusación común de crimen de secesión contra los cristianos, porque no adoran n i a los dioses n i a los prín­cipes, que también son divinos.

¿Qué extraño que tales fantasías hayan producido perturbaciones de cuan­do en vez? Como con har ta frecuencia la acusación contra los cristianos venía jaleada por el motín popular, Adriano tuvo que tomar cartas en el asunto. Por otra parte, los magistrados, que, por rígidas que fueran las dis­posiciones legales, no podían permanecer indiferentes ante aquellas acusacio­nes apasionadas, no siempre se doblegaron ante el clamoreo popular. Y vol­vieron de nuevo a pedir aclaraciones al emperador. Entre otros, Licinio Graniano, procónsul de Asia, expuso a Adriano sus escrúpulos y vacilacio­nes. La respuesta llegó el año 124, con Minucio Fundano ( 3 3) , sucesor de

(31) Sobrenombre que le valió su afición a lo griego. (82) Cf. infra, pp. 330-331. (33) Texto en SAN JUSTINO, Apología, I, 68; EUSEBIO, H. E., IV, 9; RUFINO, H. E.,

IV, 9. EUSEBIO nos ha trasmitido parcialmente el texto auténtico en su versión griega. Vuelve a hablar de la carta de Graniano en su Crónica, Olymp. 226, dando a entender que habría puesto en litigio los mismos principios de la legislación de Trajano, modi­ficada por el rescripto: no parece probable. DOM CAPELLE, Le rescrit d'Hadrien et Saint Justin, en Revue Benédictine (1927), p. 365, ha tratado de demostrar que la interpretación del rescripto es la que dio San Justino y que el texto anexo a su Apología, lo agregó el propio San Justino. Un cotejo entre1 el lenguaje de la Apología y la introducción puesta al rescripto parecen probar su autenticidad. Pero de ahí no se sigue que Justino interpretara con exactitud dicho documento; es sobrado benigna, como convenía a su fin apologético; pero los hechos contradicen la tesis de que substan-cialmente se modificara la legislación precedente. Cf. CALLEWAERT, Le rescrit d'Hadrien, en Révue d'histoire et de littérature religieuses, t. VIII (1903), pp. 152 y ss., el cual ha demostrado la inconsistencia de las dudas sobre la autenticidad del rescripto, na­cidas de una interpretación defectuosa.

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252 LA IGLESIA PRIMITIVA

Graniano. Mantenía las leyes en todo su vigor. Pero, con el fin de salva­guardar el orden público y de evitar los abusos, precisaba y determinaba la forma procesal: no podía introducirse una causa ni sediciosa ni colectiva­mente; sino que el acta de acusación había de ser individual, con su articu­lado correspondiente de infracciones jurídicas y de pruebas; castigábase a los calumniadores. La amenaza continuaba cerniéndose sobre los cristianos; pero al dificultar las denuncias y al exponerse el delator a u n público mentís con la apostasía imprevista del acusado, menguaban los riesgos.

MÁRTIRES EN ITALIA No faltaron tampoco mártires en tiempo de Adria­no; pero ni pueden tenerse como ciertos buena

parte de los que nos cuentan Actas poco fidedignas, n i han de atribuirse precisamente a este reinado muchos otros conocidos por mejores fuentes, pero de gran imprecisión cronológica. Tal es el caso del papa Telésforo, cuyo pontificado parece haberse extinguido antes del 136, sin que por eso poda­mos asegurar que no perdurara hasta el 138 y aún más, cuando imperaba no ya Adriano, sino Antonino Pío (3 4) . Fué martirizado probablemente en tiempo de Adriano u n supuesto papa, l lamado Alejandro, con sus compañe­ros Hermes, Quirino, Evencio y Teódulo. Murieron por Cristo, en Sabina, el matrimonio Getulio-Sinforosa, con sus siete hijos.

En Umbría se rinde culto a otras víctimas de la fe. Diversas tradiciones de cultos locales y la inscripción en algunos martirologios, garantizan la realidad de tales mártires; pero apenas sabemos de ellos más que el nombre, porque las Actas han de ponerse en tela de juicio.

LA REVUELTA JUDIA Carecemos de detalles sobre otra persecución lo-DE BARKOKEBA cal, pero violenta, que padecieron los cristianos

Y LOS CRISTIANOS y no precisamente por las autoridades romanas. La sangrienta revolución de Barkokeba fué cruel

con los cristianos, a los cuales y solamente a ellos, escribe JUSTINO en su Apología ( 3 5) , hacía sufrir el fementido Mesías el último suplicio, "sin que ni uno de ellos renegara o blasfemara de Jesús".

§ 4 . — La persecución bajo Antonino

EL EMPERADOR ANTONINO Antonino Pío, que en 138 sucedió a su pa-Y LOS CRISTIANOS dre adoptivo Adriano, habría emprendido,

por su carácter, una política de benevolen­cia con los cristianos. Sin embargo, ninguna enmienda introdujo en aquella legislación inhumana; si bien, imitando a su antecesor y por u n impulso más espontáneo y generoso, prohibió rigurosamente toda sedición popular: dan fe de ese amor al orden los rescriptos destinados a las ciudades de Larisa, Tesalónica y Atenas y a la asamblea provincial de Acaya (3 6) . Atribuye­sele otro rescripto dirigido a la provincia de Asia; en él se proscribían las mismas denuncias; por desdicha y aunque EUSEBIO se la endilgue a Marco Aurelio (Historia Eclesiástica, IV, 13), esa pieza jurídica es apócrifa a todas luces. Las leyes fundamentales continuaron intactas.

Los cristianos no ahorraron esfuerzos para demostrar, durante el gobierno

(34) p o r San Ireneo sabemos de. este mártir (EUSEBIO, H. E., V, 6). (35) XXXI, 6. (36) EUSEBIO, H. E., IV, 26, 10.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 253

de los Antoninos, la inocuidad y hasta las ventajas de la nueva doctrina reli­giosa. Marciano Arístides fué el primero en pleitear por la causa cristiana, en tiempo de Adriano. Sus voces, por entonces, cayeron en el vacío. En otro capítulo nos ocuparemos de los apologistas con mayor detalle.

MARTIRIO DE SAN No siempre se cumplían, aunque se acataran, POLICARPO DE ESMIRNA las órdenes imperiales. El más ilustre de los

mártires sacrificados bajo Antonino Pío (37) fué San Policarpo, obispo de Esmirna, arrastrado por la chusma ante el procónsul de Asia, Quadratus, que cedió a sus exigencias. Conocemos este episodio por una carta de la iglesia de Esmirna a la de Filomelium y a todas las comuni­dades "pertenecientes a la santa Iglesia universal" ( 3 8) . El año 155 fueron acusados doce cristianos, los condenaron, y arrojáronlos a las fieras; uno de ellos flaqueó en el momento supremo, sacrificó a los dioses y juró por el genio del emperador. El populacho, ebrio con el triunfo, pidió la cabeza del obispo. Aunque era irregular la demanda, admitióla Quadratus. Condu­jeron a Policarpo al anfiteatro, empeñáronse en que gritara: "¡Abajo los ateos!"; avínose a ello el mártir , aunque aquel grito en su boca tenía muy diverso sentido que en los labios de la turba; mas, cuando intentaron que mal­dijera de Cristo, exclamó: "Durante ochenta y seis años le estuve sirviendo. Jamás me hizo daño alguno. ¿Y queréis que yo blasfeme de mi Rey y mi Salvador?" Terminó en la hoguera, donde judíos y paganos, a porfía, haci­naron el combustible.

Hubo aún, bajo Antonino, otras víctimas del odio pagano: en Jerusalén, el obispo Marcos; en Roma, los papas Higinio y Pío I y, por el año 160, un sacer­dote o catequista, llamado Tolomeo, y dos fieles, uno de los cuales tenía Lucio de nombre. En la segunda Apología de JUSTINO se narra la muerte de estos tres héroes: irritóse u n marido por la conversión de su mujer; culpó de ella a Tolomeo, citáronle ante el t r ibunal del prefecto de la ciudad Lelio Urbi-cus, confesó su fe, y le condenaron a muerte; asistían al juicio otros dos cris­tianos, que se le unieron en la confesión y en el martirio.

§ 5. — La persecución bajo Marco Aurel io

MARCO AURELIO Fué mucho más considerable el número de ejecucio-Y LOS CRISTIANOS nes en el reinado de Marco Aurelio; de ellas, algu­

nas cobraron gran celebridad. Marco Aurelio no mo­dificó la legislación precedente que afectaba a los cristianos; la mantuvo, con una desdeñosa inflexibilidad. Como filósofo, tenía muy arraigado el sentido de humanidad, pero antoj abásele degradante una religión que acep­taba con gozo el sufrimiento y que, al parecer, desdeñaba las conquistas de

(37) Estribando en el testimonio de Eusebio, fechóse el martirio de San Policarpo en el principado de Marco Aurelio- WADDINGTON, Fastes des provinces asiatiques, t. I, París (1872), pp. 219 y ss., y en Mémoires de l'Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, XVI (1867), p. 219, ha demostrado, por la lista de gobernadores de la provincia de Asia, que el martirio de San Policarpo data del tiempo de Antonino. No puede seguirse, la vieja cronología, aunque porfíe en defenderla J. RÉVILLE, La date du martyr de Saint Polycarpe, en Revue de l'histoire des réligions, III (1881), p. 369. No hay que hacerse cruces porque se confundiera a Marco Aurelio con Antonino, pues llamóse, también Antoninus, como su padre adoptivo. Cf. F.-X. FUNK, Patres Apostolici, t. I, Tubinga, 3* ed. (1913), pp. XCIV y ss.

(38) EUSEBIO, H. E-, V, 18, 9.

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254 LA IGLESIA PRIMITIVA

la inteligencia; por otra parte, a su sentimiento de los deberes ciudadanos repugnaba la rebeldía; de ahí su rigor anticristiano.

Mas no puede imputársele, en la mayoría de los- casos, la aplicación de unos principios legales que conservaban su fuerza primitiva. Las circuns­tancias históricas, la animosidad popular, recrudecida por las calamidades públicas, guerra, peste, cataclismos geográficos, cuya responsabilidad se acha­caba, en fuerza de la superstición, a los cristianos, y quizá los mismos progre­sos de su religión, calificada como enemiga de los dioses, de la moral y del Imperio, aparte de otros varios imponderables, forzaron la mano de los magistrados a firmar sentencias de muerte.

MÁRTIRES ROMANOS Tal es el caso de los mártires de Lyon, en los postreros años de Marco Aurelio; pero quince an­

tes, en 162, fueron condenados a muerte, tras de una acusación debidamente formulada, Santa Felicitas y otros siete mártires, que la tradición tiene por hijos suyos, y que apenas si fueron sus parientes (3 9) .

Entre el 163 y el 167, el filósofo cínico Crescencio presentó acusación legal contra el filósofo cristiano y apologista Justino, delante del prefecto de Roma, Junio Rústico, hombre de confianza de Marco Aurelio; arrestáronle con otros fieles, quizá discípulos suyos, entre los cuales figuraba una mujer, Caridad, y u n esclavo de la casa del emperador, Evelpisto. A la pregunta esencial: "¿Eres cristiano?", respondió: "Sí, lo soy." Y acto seguido, se ful­minó la sentencia: "Que los que han rehusado sacrificar a los dioses y obedecer las leyes del emperador, sean azotados y conducidos luego al lugar de la ejecución, conforme a las leyes." Y así se hizo (4 0) .

MÁRTIRES EN GRECIA El huracán de la persecución abatióse también so­bre Grecia. Dionisio, que hacia el año 170 regen­

taba la diócesis de Corinto, agradece al papa Sotero el envío de socorros a los cristianos condenados a las minas y le notifica, en otra carta, el mar­tirio de Publio, obispo de Atenas ( 4 1) .

MÁRTIRES EN ASIA MENOR Sagaris, probablemente obispo de Laodicea (en Asia Menor) , lugar de su sepultura, sufrió

la pena capital bajo el consulado de Sergio Paulo (a. 164-166); parece que por el mismo tiempo fué sacrificado otro obispo asiático, Traseas de Eumenia ( 4 2) .

Muchos hubo, en Italia y en Grecia, condenados a las minas. Multiplicá­ronse las denuncias y creció la hostilidad de la >plebe. "Los cristianos —es­cribe Teófilo, obispo de Antioquía bajo Marco Aurelio— son acosados sin cesar. Los mejores de entre ellos sufren continuas pedreas y a veces son asesina­dos (4 3) . Trátase, sin duda, de desahogos del populacho. Pero el caso de los mártires de Lyon, en 177, muestra que, en ocasiones, llegaron a coaccionar la voluntad de los magistrados, e imponerles la suya propia.

(39) Sobre el valor histórico de la "Pasión" de Santa Felicitas, cf. P. ALLAKD, Histoire des persécutions pendant les deux premiers siécles, París (1909), 3* ed., p. 378, n. 2. Digno es de anotarse que en el pie de la columnita de un ciborio, están grabados los nombres de Félix, Felipe, Vidal y Marcial, que aparecen en la "Pasión" como hijos de Felicitas.

í40) Acta Sancti Justini, en OTTO, Corpus apologetarum christianorum sceculi se-cundi, t. III, Jena (1879), pp. 266-278.

(« ) EUSEBIO, H. E., IV, 23. (« ) EUSEBIO, H. E., V, 24. (« ) Ad Autolychtum, III.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE PLAVIOS Y ANTONINOS 255

LOS MÁRTIRES DE LYON Puede decirse que los mártires de Lyon hi-EN 177 cieron y redactaron la historia de su propio

martirio en u n documento de perenne memo­ria, la Carta de la iglesia de Lyon a las iglesias de Asia, Frigia, y Roma ( 4 4) , uno de los más preciosos monumentos de la antigüedad cristiana; en él se narran, con gran simplicidad, los más crueles suplicios, vibrante aún el fragor del combate recién librado por su fe cristiana; y pese a que viven bajo la amenaza de los más fieros tormentos, sienten honda preocupación por los intereses de la Iglesia universal, por la herejía montañista, por la vuelta de los descarriados.

La iglesia de Lyon, según se colige de la carta predicha, estaba inte­grada, en buena parte, por elementos procedentes del Asia Menor. Su jefe, Potino, nonagenario el año 177, era discípulo de San Policarpo de Esmirna; los nombres de varios de sus conmilitones son francamente orientales: entre ellos, Alejandro, médico frigio, "establecido en las Galias desde mucho tiempo atrás".

No faltaba el elemento indígena (4 5) , habiendo, además, en la naciente comunidad cristiana, algunas notabilidades galorromanas como Vetio Epa-gato, ciudadano romano de gran prestigio y, añade la carta, lleno del Espíritu Santo. Entre los acusados formaba u n representante de la iglesia de Vienne, el diácono Santos. ¿Es que, por ventura, constituían una sola comunidad cristiana, regida por u n mismo jefe, los miembros de las dos provincias admi­nistrativas, Lugdunense y Narbonense? Puede ser y quizá por eso los inclu­yeron en un mismo proceso. Eso no obsta para que otros propugnen la tesis contraria, según la cual, existían dos comunidades independientes: que por un accidente casual, miembros de la iglesia de Vienne pudieron hallarse entonces en Lyon y por ello ser englobados en la misma causa.

El escollo con que tropezaría la autenticidad de este proceso común resulta de consideraciones de derecho público: ¿Cómo pudo u n gobernador, por sí y ante sí, instruir proceso contra subditos de dos provincias distintas? Se responde: los cristianos de Vienne —de los cuales, por hoy, solamente se identificó, en calidad de tal, al diácono Santos— pudieron ser arrestados en Lyon, en donde se hal laban de paso; o bien, en el supuesto de que ambas comunidades reconocieran a u n mismo jefe religioso pudo pretextarse que eran cómplices de sus hermanos lioneses (*).

Veían éstos (estamos en la últ ima época del gobierno de Marco Aurelio) que los paganos se tornaban cada vez más agresivos, que les imputaban las más negras calumnias y se multiplicaban los vejámenes: exclusión de los baños, de los mercados, de los hogares, lo cual tanto quiere decir que les negaban alojamiento como que no se les admitía a las reuniones privadas: "Les insultaron, les apalearon, les arrastraron, les saquearon, les apedrearon y, finalmente, les encarcelaron" (*6).

Creció la agitación al llegar el mes de agosto, en vísperas, de las fiestas de Roma y de Augusto, manifestación anual de lealtad al Imperio, y ocasión de arremeter contra los cristianos, porque no participaban en ella. ¿Fué tal

(« ) EUSEBIO, H. E., V, 24. (45) En la lista del Martirologio Jeronimiano, los nombres son griegos y latinos,

mitad por mitad. (*) Ni las dos condiciones juntas, presencia personal en Lyon y supuesta com­

plicidad, habrían bastado para que el gobernador de Lyon actuara autónomamente. ¡Cuánto menos una sola de ellas! (N. d. T.)

(46) EUSEBIO, loe. cit., 6.

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256 LA IGLESIA PRIMITIVA

el movimiento de hostilidad, que las autoridades locales creyeron necesario tomar la iniciativa de los arrestos, aun en contra de los rescriptos imperiales? ¿O se impuso la chusma presentándose en su residencia con u n grupo de cris­tianos cautivos? Ello es que, como el gobernador estuviera ausente, los muní-cipes con el tribuno de la cohorte urbana, destacada en Lyon, se apoderaron de los cristianos, los sometieron a tortura y, como término y finiquito, los encerraron en mazmorras hasta que llegara el delegado imperial. Diez rene­garon en el tormento; pero se arrepintieron casi todos.

Dióse un hecho grave y sintomático. Los esclavos paganos al servicio de los cristianos —de ahí puede deducirse el rango social de algunos de ellos— declararon en el interrogatorio que habían presenciado supuestas escenas de incesto y de antropofagia. ¿Qué era esto sino alimentar el fuego de la maledi­cencia y de la calumnia?

Las sesiones de tortura sucediéronse durante varios días. En ella expiró el obispo Potino "a quien sostenía el fuego del Espíritu, cuando hasta el huelgo le faltaba, por el agotamiento físico" (*7). Los apóstatas, avergonzados de su propia cobardía, confesaron de nuevo su fe. Al regresar el delegado imperial, pronunció la consabida sentencia de muerte: fueron condenados a las fieras el diácono de Vienne, Santos; el neófito Materno; la infantil esclava Blandina, y uno de los miembros más notables de la comunidad lionesa, el asiático Átalo de Pérgamo. Mas antes de ejecutar la sentencia, descubrióse que Átalo era ciudadano romano. Entróle escrúpulo al gobernador, alarmóse por la lista de los encausados, y optó por consultar el caso con el mismo jefe imperial. La respuesta no fué ninguna novedad: orden de muerte a los confesores de la fe y absolución de los renegados (4 8) . Por fortuna, apenas quedó nin­guno, porque en la últ ima audiencia pasaron la mayoría, con asombro de los gentiles y júbilo de los cristianos, al bando de los sentenciados a muerte.

A los que eran ciudadanos romanos cortaron la cabeza, salvo a Átalo, que fué arrojado, con los demás, a las bestias. Alejandro, el médico frigio, fué asimismo devorado por las bestias salvajes. Los últimos en padecer el supli­cio, porque se esperaba, sin duda, hacerles renegar de su credo, fueron el mancebo de quince años, Póntico y la doncella Blandina, que, con sus pala­bras y con su ejemplo, alentó a sus compañeros hasta el último momento. Extinguióse su vida como la de una noble matrona, luego de haber pre­parado a sus hijos y de haberlos conducido a presencia del Gran Rey. Recorrió en fulgurante evocación la serie de combates lidiados por Cristo, y, rebo­sante de gozo y de júbilo por su partida, se abalanzó hacia ellos (49) y ella fué, por el heroísmo con que aguantó los más indecibles tormentos, tantos que pareció haberlos sufrido todos, la admiración de los paganos, que "confesa­ron que jamás una de sus mujeres había soportado suplicios tantos y tan crueles" C50).

Uno se imagina que la cristiandad lionesa, con sus cincuenta mártires ( 5 1) , habría quedado diezmada. Sin embargo, pronto la veremos recuperarse bajo la dirección del sacerdote Ireneo, que, huyendo de los perseguidores, llevó

(47) Loe. cit, 29. (*8) Si el gobernador se abstuvo de relajarlos por sí mismo, aunque a ello le autori.

zaba la legislación de Trajano, cúlpese a la coacción popular o a que, según BABTJT, art. cit., p, 241, n. 27, juzgaba a los cristianos culpables de crímenes comunes, lo que justificaba la enemiga del pueblo y su proscripción.

(*») Loe. cit., 55. (50) EUSEBIO, l. c-, 56. (51) El Martirologio leronimiano (ed. ROSSI-DUCHESNE, n. 73) nos da el nombre

de cuarenta y ocho mártires.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 257

al Papa Eleuterio u n mensaje semejante al dirigido a las iglesias de Asia y de Frigia y que regresó luego como obispo de Lyon.

NUEVOS MÁRTIRES En el ocaso del gobierno de Marco Aurelio (entre EN ROMA junio del año 177 y marzo del 180, según las indica­

ciones del martirologio de Adón) hubo nuevos márti­res en la Ciudad Eterna: Santa Cecilia, de la ilustre familia romana de los Caecilii, y los tres compañeros, Valeriano, Tiburcio, Máximo, que asoció a su martirio una antiquísima tradición martirial. La passio que hace de Cecilia la esposa virgen de Valeriano, de quien Tiburcio era hermano, tiénese por leyenda tardía; pero en cambio, se ha confirmado por sensacionales descu­brimientos arqueológicos, la versión que nos da de la muertehde^ Santa Cecilia, condenada a morir asfixiada en la sala de baño y degollada finalmente en su propia casa. Cecilia fué sepultada junto a la cripta papal, que luego se llamó de San Calixto, en u n solar mortuorio perteneciente a su familia; de él hicieron donación a la Iglesia. Esto nos explica por qué el sepulcro de la santa está cabe los sarcófagos de los papas de época posterior ( 5 2) .

EL EPISODIO DE LA En contraste con la autenticidad de los hechos "LEGIÓN FULMINATRIX" precedentes, anidó en la tradición cristiana un

relato enteramente imaginario, que si, en otro tiempo, tuvo tan calurosa acogida, hoy debemos negársela: significaría ese epi­sodio una virazón completa de la política de Marco Aurelio con respecto a los cristianos, debido a circunstancias imprevistas: trátase del famoso prodigio de la "Legión Fulminatr ix" narrado por TERTULIANO en su Apologeticum (53) y por EUSEBIO en su Historia Eclesiástica ( 5 4) . Cuando el ejército romano en lucha con los Quados, estaba a punto de perecer por falta de agua y por el acoso del enemigo, salvóle una tormenta providencial, provocada por las ora­ciones de los soldados cristianos de la Legio XII Fulminatrix. Entonces Marco Aurelio dirigió un mensaje al Senado, participándoles el maravilloso aconte­cimiento y hasta llegó a publicar, en prueba de gratitud, una especie de edicto de tolerancia, con amenazas de castigos contra los "delatores de los cristia­nos". Fantasía bien urdida, pero inverosímil y que choca con otra leyenda pagana que atribuye el prodigio a la intervención de Júpiter y con que el apelativo de Fulminatrix no se le concedió a raíz del portento, pues ya antes lo llevaba la Legión XII.

Con lo dicho no queremos significar que haya de rechazarse de plano una tradición que se forja al día siguiente del suceso: es innegable que las tropas imperiales corrieron gravísimo peligro y que la lluvia sobrevino oportuna­mente, según lo conmemora la columna de Antonino en Roma: ¿por qué pues ha de negarse que los soldados cristianos unieron sus plegarias a las de sus compañeros de armas, para alcanzar aquella lluvia bienhechora? Y sol­dados cristianos debieron de alinearse en gran número en un destacamento de la legión formado en Siria, en donde, a la sazón, acampaba la XII. Pero, informárase o no del hecho Marco Aurelio, ni un punto se desvió de la línea de conducta de sus predecesores respecto de los cristianos.

(S2) Acerca del valor de las Actas de Santa Cecilia, cf. A. DUPOURQQ, Etude sur les Gesta martyrum romains, t. I, París (1900).

(83) 5. («*) V, 5, 2-6.

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258 LA IGLESIA PRIMITIVA

§ 6. — La persecución y la paz bajo Cómodo

EL EMPERADOR CÓMODO Con el hijo y sucesor de Marco Aurelio ama-Y. LOS CRISTIANOS necieron para la Iglesia tiempos mejores. La

apologética cristiana pareció tender, con plena conciencia, a no denigrar como fieros perseguidores de la Iglesia más que a los emperadores que, en los fastos del Imperio, había dejado más amarga memoria; y para este juego, no se requerían mejores piezas que Nerón y Do-miciano. La relativa moderación de los Antoninos era tentadora para acentuar el contraste; pero aquellos grandes Antoninos, príncipes conscientes de su dignidad y profundamente imbuidos de la tradición romana, no habían sido, en el fondo, más benévolos con el cristianismo.

Cómodo, hijo, de su padre según la sangre, mas no heredero de su espíritu, descuidó los deberes de emperador, achaque que no le tuvo Domiciano, y se dejó arrastrar por la violencia. El Senado, al execrar su memoria acusóle de libertino más que Nerón y de más cruel que Domiciano (5 5) . Pero su indi­ferentismo político benefició, de rechazo, a la nueva religión, en la que sus antecesores inmediatos habían visto u n peligro para el Imperio. Su reinado es un remanso en las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

MÁRTIRES DE ÁFRICA No sobrevino el reposo apenas empuñó Cómodo las riendas del poder. Y precisamente de la pri­

mera etapa son las primicias de sangre de la iglesia africana. Doce cristianos de la pequeña ciudad de Scillium, en la región númida dependiente de la provincia proconsular, fueron denunciados, el año 180, al procónsul Vigelio Saturnino, que residía en Cartago. Confesaron su fe con valentía, se negaron a sacrificar a los dioses y a jurar por el genio del emperador y, en castigo por su entereza, murieron al filo de la espada (5 6) . Como TERTULIANO afirma (57) que Vigelio Saturnino inauguró en aquella provincia las repre­siones sangrientas, podemos barruntar que los mártires escilitanos son los primeros de la iglesia de África. Puédese también deducir de esto que aquella iglesia era relativamente joven, aunque en un período anterior viviera en África un núcleo cristiano medio oculto y sin que nadie les inquietara.

No faltaron quienes hicieran preceder en la gloria mart ir ial de los escili­tanos, sacrificados el 16 de julio, a otro grupo, ejecutado el 4 del mismo mes y año. Son los llamados mártires de Madaura. Desgraciadamente esos már­tires, con nombres indígenas, encabezados por Nanfamo, el archimártir ( tal vez quisieran significar el protomártir) africano, no son, al parecer, testigos de la fe cristiana, sino fanáticos donatistas del siglo iv, condenados por haber participado en los entuertos cometidos por los circumceliones (5 8) , exaltados representantes de la secta.

MÁRTIRES DE ASIA MENOR Hacia el 184-185 fué de nuevo el Asia tierra de persecución. Ensañóse particularmente el

procónsul Arrio Antonino, que el 188 sería ejecutado por aspirar al trono

(55) Saevior Domitiano, impurior Nerone (Historia Augusta, Vita Commodi, 19, 2.) (56) Pasión de los escilitanos en RUINART, Acta Sincera, pp. 77-81. AUBE, Etude sur

un nouveau texte des Actes des martyrs Scillitains, París (1181). Cf. DE SMEDT, en Analecta Bollandiana, t. VIII (1889), pp. 6-8.

(B7) Ad Scapulam, 3: primus hic gladium in nos egit. (58) Cf. J. BAXTER, The Martyrs of Madaura a. D. 180, en Journal of theological

Studies, t XXIV (1924), pp. 21-37.

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PERSECUCIÓN EN TIEMPOS DE FLAVIOS Y ANTONINOS 259

imperial (5 9) . ¿En qué mostró mayor refinamiento de crueldad? ¿Fomentó las denuncias? ¿Sirvióse de más rigurosas torturas para arrancar una con-' fesión o una apostasía? ¿Inventó nuevos suplicios contra sus víctimas? Ello es que los cristianos de una ciudad de Asia, en que él tenía su pretorio, se presentaron en masa ante su tribunal, brindándose a sus manotadas. Se aco­bardó ante aquella muchedumbre; seleccionó algunos de entre ellos y despi­dió a los demás diciéndoles: "¡Desventurados! si queréis morir ¿acaso os fal­tan cuerdas y precipios?" ( 6 0 ) .

MARTIRIO DE APOLONIO El senador Apolonio7 fué márt i r ilustre de la EN ROMA • Roma de Cómodo-'y prueba evidente de que el

cristianismo había invadido las mismas filas de la aristocracia. Denunciólo como cristiano u n esclavo suyo, al cual ejecutaron porque una antigua ley romana prohibía a los esclavos presentar denuncia contra sus dueños. Apolonio leyó en pleno Senado su apología de la religión cristiana; pero en virtud de la ley fué decapitado. Lo que prueba, una vez más, que dichas leyes continuaban vigentes ( e l ) .

PAZ EN LA IGLESIA Iniciase un cambio en el ambiente político. Có-REINANDO CÓMODO modo tenía una favorita, Marcia, que de esclava

pasó a ser la mujer del emperador, aunque sin el título de Augusta. Y hete aquí que Marcia era mujer cristiana, si no por el bautismo, por la fe que profesaba; y aun cuando su conducta no siempre se ajustara al ideal evangélico, su alma bondadosa le indujo a trabajar con todas veras por mejorar la condición de sus hermanos.

Y por paradójico que parezca, los cristianos tuvieron entrada en el palacio real y hasta hubo un liberto, Proxenes, que llegó a ser chambelán del empe­rador (6 2) . Este favor concedido a los cristianos por un príncipe indiferente a la secular tradición política, no pasó inadvertido a los magistrados, que pronto barruntaron la mudanza de clima: citemos, por ejemplo, el caso de aquel procónsul de África, que absuelve a cuantos cristianos son acusados ante su tribunal (6 3) . La propia Marcia obtuvo de Cómodo la amnistía de algunos confesores de la fe, condenados al laboreo de las minas en Cerdeña, equivalente jurídico de la pena capital. Facilitó la lista de los forzados el papa Víctor (189-197}, y ejecutó el decreto de absolución el sacerdote Jacinto, padre adoptivo y amigo de Marcia; entre los prisioneros estaba el liberto y futuro papa, Calixto (6 4) . Por vez primera se hacía merced a los cristianos condenados por su religión, sin que precediera una apostasía, n i siquiera aparente, de su fe cristiana. Los dos poderes, el eclesiástico y el imperial, llegaban a ponerse de acuerdo sobre la aplicación de una decisión tomada.

(59) Ad Scapulam, 5. («o) Ibid. (61) Ha suscitado algunas dificultades el martirio de Apolonio, que conocemos por

EUSEBIO (H. E., V, 21) y por varias recensiones de su Pasión. Pero el suplicio de un esclavo delator y la lectura de la apología en el Senado, no son de extrañar, si Apolonio era senador. Menos se explica que el proceso lo introdujera el prefecto del pretorio, delante del Senado, cuando le incumbía al prefecto de la ciudad. Es cierto que el prefecto del pretorio pudo obrar en nombre y por delegación del empe­rador. Puede consultarse el caso en DUCHESNE, Histoire ancienne de VEglise, t. I, p. 251, n. 3.

(62) J. B. DE Rossi, Inscriptiones christianm Urbis Romas, 5. (63) TERTULIANO, Ad Scapulam, 4. («4) SAN HIPÓLITO, Philosophoumena, IX, 11.

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260 LA IGLESIA PRIMITIVA

Parecía alborear el día de la entente cordial o de la estabilización de un pací­fico modus vivendi, entre la Iglesia y el Imperio. De hecho, tratábase sola­mente de un relajamiento de los rígidos principios administrativos, que ja­más habría podido traicionar ninguno de los Antoninos.

Pero el auge creciente del cristianismo, de que eran testimonio las mismas sentencias pronunciadas, su penetración hasta la misma alcoba imperial ( 6 5) , la facilidad de adaptación de las autoridades provinciales al nuevo signo de los tiempos ¿no significaban que el sistema anterior iba descaminado? El único emperador maldito del siglo n , ha procedido con mucha mayor rec­titud que sus gloriosos precesores, al implantar la primera norma de bene­volencia respecto de la Iglesia.

E n adelante, aun cuando no se hayan abrogado las viejas leyes perse­cutorias, será preciso que el emperador tome, por sí mismo, la iniciativa, para que alumbren auténticas épocas de persecución.

(65) Cf. SAN IRENEO, Adversas hcereses, IV, 30, 1 (1065).

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CAPITULO X

LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA C1)

Al pasar de la historia de Jesús a la de sus Apóstoles, hemos podido perca­tarnos de la infinita distancia que separa al Maestro de sus discípulos: "Vos­otros no tenéis más que u n Maestro, Cristo"; esta palabra de Jesús se impone con fuerza irresistible a quien haga un cotejo de los discursos del Señor en el Evangelio con las Cartas de los Apóstoles. Al cerrar vel ciclo apostólico e iniciar el estudio de, los antiguos documentos de la historia eclesiástica, ex­perimentamos, aunque en menor grado, sensación semejante: del Sancta Sanctorum pasamos al santuario y del santuario nos trasladamos ahora al pórtico del templo. Los Apóstoles, asistidos por el Espíritu Santo, hablaban en su nombre con autoridad infalible. Murieron; y sus sucesores, por emi­nentes que fueran en ciencia y en santidad, no pueden reemplazarles en el mismo plano y tienen conciencia de esa inferioridad. San Clemente escribe a los corintios: "Tenemos ante nuestros ojos a los Apóstoles excelsos." Y a renglón seguido pasa a cantar la gloria de Pedro y de Pablo (Clem., V ) . San Ignacio, en su carta a los romanos escribe (Rom. IV, 3 ) : "No puedo dictaros órdenes, como hacían Pedro y Pablo; ellos eran Apóstoles; yo no soy sino un reo sentenciado." Al discutir el segundo siglo, no solamente no se esfumará esta sensación de distancia, sino que aun se acentuará el convencimiento de la autoridad incomparable de los Apóstoles; abundante literatura apócrifa intentará prestigiarse acogiéndose al nombre de algún Apóstol: Predicación de Pedro, Apocalipsis de Pedro, Carta de los Apóstoles, Hechos de Pablo, de Juan, de Pedro, de Tomás; todos estos fraudes piadosos nos revelan su autori­dad indiscutible.

Y ésta es la doctrina teológica: hasta la muerte de los Apóstoles se fué progresivamente enriqueciendo el depósito de la revelación, pues, como dice San Pablo "en ninguna época se manifestó a los hombres el misterio de Cristo tan claramente como ahora fué revelado a sus santos Apóstoles y profetas" (Ephes. 3, 4-5); con la muerte del último Apóstol quedó sellado el depósito de la revelación: "Desde que creemos, no tenemos porque desviar nuestra fe a otras creencias. Porque el primer artículo de nuestra fe es que no ha de creerse en otra cosa alguna, allende nuestro credo" ( 2) .

Sería erróneo pensar que ese contenido doctrinal revelado es algo estático, un ente momificado; porque, como dice SAN IRENEO "es u n tesoro precioso guardado en cofre riquísimo; el Espíritu rejuvenece continuamente ese depó­sito y el cofre queda con él rejuvenecido" ( 3) . Al estudiar la historia de la

C1) BIBLIOGRAFÍA. — Las indicaciones bibliográficas se darán en notas al comienzo de los apartados que se dediquen a cada uno de los Padres Apostólicos. — Para el espa­ñol citamos especialmente: HUBER, S., LOS Padres Apostólicos, Buenos Aires (1949); Los Santos Padres. Sinopsis desde los tiempos apostólicos hasta el siglo vi, 2 vols., Buenos Aires (1946); Ruiz BUENO, D., LOS Padres Apostólicos, ed. bilingüe, Madrid (1951) (N. d. E.).

(2) TERTULIANO, De Praescriptione, VII, 13. (3) SAN IRENEO, IV, 24, 1.

261

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262 LA IGLESIA PRIMITIVA

Ig les ia d e b e r á n cifrarse nues t ro s e m p e ñ o s e n s o r p r e n d e r l a v i d a p r o f u n d a q u e e n c i e r r a n esos documen tos . C u a n d o Jesús se desp id ió d e sus Apóstoles e n Ga l i l ea , p rome t ió l e s su as i s tenc ia eficaz h a s t a l a c o n s u m a c i ó n d e los siglos. L a h i s to r i a es tes t igo de la r e a l i z a c i ó n d e a q u e l l a p r o m e s a ; y n u e s ­t r o es tud io d e b e r á m o s t r a r cómo esa v ida d i v i n a h a r e g e n e r a d o el m u n d o p a g a n o y se h a r eve l ado en frutos e x u b e r a n t e s de v e r d a d y d e g rac ia .

§ 1 . — S a n C l e m e n t e R o m a n o ( 4 )

P o r f o r t u n a topamos a la e n t r a d a d e l a h i s to r i a de l a Ig les ia con dos celosos g u a r d i a n e s , dos au tén t i cas series de d o c u m e n t o s d e dos i lus t res obispos: son l a s ca r t a s de C l e m e n t e y de I g n a c i o ; t e s t i m o n i o i r r e f r a g a b l e de dos g r a n d e s ig les ias , la de Rdma y A n t i o q u í a ; son l a m e j o r " i n t r o d u c c i ó n a l a h i s to r i a a n t i g u a de la Ig l e s i a" ( 5 ) .

SAN CLEMENTE E l p r i m e r o d e l a ser ie d o c u m e n t a l p re sén ta se a n ó n i m o , Y SU CARTA como u n mensa j e d e l a ig les ia de R o m a a la ig les ia d e

C o r i n t o ; p e r o u n a t r a d i c i ó n só l ida y a n t i q u í s i m a , casi coe tánea de la ca r t a m i s m a , h a de shecho ese d iscre to a n o n i m a t o ( 6 ) .

(4) Por dos manuscritos griegos conocemos la carta de SAN CLEMENTE: el Alexan-drinus, en caracteres unciales del siglo v, y que es, como se sabe, uno de los códices más autorizados del N. T.: cf. F. C. KENYON, Handbook to the Textual Criticism of the N. T., Londres (1912), pp. 72-77; LIGHTPOOT, The Apostolic Fathers, 1» parte, 1, Londres (1890), pp. 116-121; pero en este manuscrito hay una laguna considera­ble (LVII, 6 — LXIII , 4 ) ; y el manuscrito que. se descubrió en 1875, que es el mismo de la Didaché, el llamado Hierosolymitanus, escrito en 1056; por él podemos llenar los vacíos del Alexandrinus. Existen además versiones antiguas en latín, si­riaco y copto.

Se han hecho muchas ediciones: LIGHTPOOT, The Apostolic Fathers, parte I, Saint Clement of Rome, 2* ed., Londres (1890), 2 vols.; O VON GEBHABDT y A. HARNACK, Clementis Romani epistulw, Leipzig (1876); 2* ed. (1900); F U N K , Paires Apostolici, Tubinga (1901); en 1924 reeditó el texto BIHLMEYER; H. H E M M E R , Clément de Rome, París (1909); I. GIORDANI, S. Clemente Romano e la sua lettera ai Corinti, Tur ín (1925). _ .

Puede consultarse copiosa bibliografía en O. BARDENHEWER, Geschichte der alt-kirchlichen Literatur, t. I, pp. 110-113; cf. RAUSCHEN-ALTANER, Patrologie, pp. 56 y 58. Estudios recientes de HARNACK, Das Schreiben der Rómischen Kirche an die Korinthische aus der Zeit Domitianus, Leipzig (1929) y de FR. GERCKE, Die Stellung des ersten Clemensbriefes innerhalb der Entwicklung der áltchristl. Gemeindeverfas-sung, Leipzig (1931).

(5) Ese título puso HARNACK a su último libro, traducción y comentario de la carta de Clemente (v. nota precedente).

(8) "Los manuscritos originales y las versiones latina y siríaca inscriben en la epístola el nombre de San Clemente: Carta de Clemente a los corintios. Dada la ca­lidad del manuscrito alejandrino y la antigüedad de dichas versiones, podemos con­cluir que, desde el siglo n , ya en su primera mitad, la tradición había quedado fijada a este respecto" ( H E M M E R , op. cit., p. XXI I I ) . Por el año 170 escribe DIONISIO de Co­rinto (en H. E., IV, 23): "Hemos hoy celebrado el santo día del Señor, en el cual leímos vuestra carta; continuaremos leyéndola en lo futuro, como lo hacemos con la primera que Clemente nos escribió." Cf. sobre el valor de este testimonio W. J. FERRAR, Theology (agosto 1928), p. 282; HERMAS, vis. II , 4, 3: "Escribirás dos plie­gos y los remitirás uno a Clemente y el otro a Grapté; y Clemente lo enviará a las otras ciudades, porque a él le incumbe hacerlo" cf. HARNACK, op cit., p. 50; IRENEO (hacia 180), I I I , 3, 3, escribe: "En tiempo de este Clemente se produjeron grandes disensiones entre los hermanos de Corinto, y la Iglesia de Roma escribió a los corintios una carta m u y fuerte, reconciliándoles en la paz, renovando su fe y la tradición que habían recibido no ha mucho de los Apóstoles." Otras citas intere-

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 263

Clemente, autor de la carta, era obispo de Roma; con. ese apelativo jerár­quico le designan cuantos aluden a su carta (7) y eso es lo que se desprende de la lectura misma del documento; sólo el obispo de Roma podía hablar de aquella manera, en nombre de la Iglesia. Más difícil es de precisar qué puesto ocupa en la serie de papas; la tradición mejor fundada hácele sucesor de Lino y de Anacleto ( 8 ) .

Para trazar su semblanza no disponemos de más rasgos que los esbozados erí la carta misma. Eusebio y San Jerónimo (9) han señalado con ojo certero la relación íntima existente entre el escrito de Clemente y la Epístola a los hebreos; tiene también sus puntos de contacto con el Libro de la Sabiduría; revela en su autor una profunda fe cristiana, pero con cierto regusto de tra­dición judía, de la que está bien empapado; de ahí que se haya apuntado la posibilidad de u n origen judaico del papa Clemente ( 1 0) . Por lo demás, muéstrase comprensivo, con una amable comprensión, respecto a cuanto de bueno y noble tiene el paganismo ambiente; siente admiración por el he­roísmo de paganos célebres, como Licurgo, Decio, Codro, etc. (cap. LIV) ; se entusiasma por las bellezas naturales, obra de Dios (cap. XX-XXII); su cris­tianismo no es un cristianismo cavernícola, el de la gens lucífuga; es u n cristianismo cargado de simpatía y de un amplio sentido humano ( u ) .

Esa formación humana, que discretamente se transparenta en la carta, quedó transformada y sublimada por la fe en Cristo; la lengua, avezada a la plegaria ha adquirido u n acento litúrgico. Aquella larga oración (cap. LIX-

santes en LIGHTPOOT, op. cit., t. I, pp. 148-200, comenzando por la significativa seme­janza entre la carta de POLICARPO (a. 110) y la de CLEMENTE, pp. 149-152.

(7) Nos interesa sobremanera a este respecto la cita de DIONISIO de Corinto: escri­biendo en 170 a Sotero, obispo de Roma, le garantiza que se leyó públicamente su carta "como la primera que escribió Clemente".

(8) IRENEO, Hcer., III, 3, 3; H. E., III, 4, 9, según HEGESIPO (HEMMER, II). Otra segunda tradición, procedente quizá de la leyenda clementina, preséntale como suce­sor inmediato de Pedro: TERTULIANO, De prcesc, 32 (LIGHTPOOT, op. cit., p. 173). Otra versión lo cita inmediatamente después de Lino: catálogo liberiano; debe de venir tal trasposición de haberlo confundido con Cleto (LIGHTPOOT, op. cit., p. 170; cf. AGUSTÍN, Epist. 53, 2; LIGHTPOOT, op. cit., p. 174). Intento de conciliación: RUFINO, prefacio a Recogn. (LIGHTPOOT, p. 174): Clemente sucede a Pedro como Apóstol; Lino y Cleto, como obispos; Apost. constit., VII, 46 (LIGHTPOOT, op. cit., p. 344): Pablo creó a Lino, Pedro a Clemente; EPIPANIO, Hcer., XXVII, 6: Clemente, por conservar la paz, cede su puesto a Lino y lo recupera después de la muerte de Cleto; cf. Epist. LIV, 2: mejor es perder su puesto que provocar un cisma. Explicación ingeniosa; pero demasiado ingeniosa.

(9) H. E., III, 37-38; De viris illustribus, 15. (10) Cf. HOENNICKE, Judenchristentum, pp. 291 y ss.; LIGHTPOOT, op. cit-, pp. 58-

60; TIIXEMONT, op. cit., t. II, p. 149; HEMMER, op. cit., p. XI. Opina contrariamente HARNACK, op. cit., p. 51. No podemos identificar al autor de la carta con el Clemente de Phil, 4, 3 (cf. LIGHTPOOT, op. cit-, pp. 4, 52-58 y Philippians, p. 168).

LIGHTPOOT, op. cit., p. 60 y HARNACK, p. 51, sospechan que Clemente era un liberto de la familia imperial; es simple conjetura, aunque ingeniosa; los embajadores en­viados por Clemente pertenecerían asimismo a la casa de César: Claudio Efebo, Va­lerio Rito y Fortunato; Claudio y Nerón procedían de la gens Claudia; Mesalina, de la gens Valeria. Nada cierto sabemos respecto de cómo murió Clemente; el único indicio por el que se opina que acabó su vida fuera de Roma es la total ausencia de informes sobre el enterramiento y el sepulcro de. ese pontífice; cf. TILLEMONT, op. cit., pp. 159-160; ALLARD, op. cit., t. I, pp. 173-180; LIGHTPOOT, op. cit, t. I, pp. 86 y ss.

( n ) Está entreverada la carta de ideas y expresiones de la filosofía estoica, según BARDY, Expressions stoiciennes dans la I" Clementis, Recherches de science religieuse, t. XIII (1922), pp. 73-85; comentario de KNOPP, caps. XIX, XX, XXVIII, XXXIII; Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 254.

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264 LA IGLESIA PRIMITIVA

LXI) es uno de los documentos que mejor nos revelan la índole de la liturgia antigua; vibra en ella la voz del obispo, que, después de su discurso parenético a la comunidad de Corinto, dispara su alma hacia Dios, como en las homilías al pueblo, e invita a todos los cristianos a entonar con él un himno' de alabanza y de súplica ( 1 2) .

Y es que, en hecho de verdad, la carta es una genuina homilía: Clemente está persuadido de que se leerá en la asamblea de los fieles y a ellos se dirige en el mismo tono y estilo que a sus cristianos de Roma: les hace exhor­taciones, les reprende, y acaba invitándoles a que todos se le asocien en la oración. Y aquella exhortación reviste ya las cualidades de todos los docu­mentos romanos: gravedad prudente, paternal, consciente de su responsabi­lidad, firme en sus exigencias e indulgente en sus reproches; y, en el aspecto doctrinal, celosa preocupación por la herencia que se le ha confiado mediante la tradición (1 3) .

EL PRIMADO ROMANO El análisis del documento mismo nos llevará a determinar la fecha y las circunstancias que lo

motivaron: estalló una discordia en el seno de la iglesia de Corinto y de resultas fueron depuestos los presbíteros (cap. XLVII) ; la iglesia de Roma tuvo conocimiento de lo sucedido y se decidió a intervenir; a causa de la persecución hubo de aplazarse el caso (cap. I ) ; "escribióse la carta, sea en un intervalo de paz, sea al morir Domiciano e iniciarse el gobierno de Nerva, en el 95 ó 96" ( 1 4) . ¿Fué espontánea la intervención de la Iglesia romana? ¿Apelaron a ella los corintios? Faltan elementos de juicio para diluci­darlo ( 1 5 ) ; lo único indiscutible es que Roma tiene conciencia de su autori­dad y de la responsabilidad que de ella se sigue; Corinto la reconoce y la

(12) N 0 e s única esta sublime oración en la carta de Clemente; en los caps. XX y XXXIII pueden señalarse otras, de índole marcadamente litúrgica; y un eco de ellos serán muchas fórmulas de orar de las Constituciones Apostólicas. Cf- Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 251.

(13) SAN IRENEO (III, 3, 3) destacaba ya como una de las características de. esta carta "recia y vigorosa" la fidelidad en la trasmisión del depósito legado por los Apóstoles. LIGHTPOOT Cop. cit., 396-397) reproduce y ratifica este elogio. "Privilegio singular fué de la Iglesia romana primitiva haber experimentado el influjo personal de dos grandes Apóstoles, San Pablo y San Pedro . . . el Apóstol de los gentiles y el Apóstol de la circuncisión. Heredó esa comprehensión total y durante algo más de tres siglos conservó casi intacta su herencia. Clemente, el más antiguo y el prin­cipal representante de la Iglesia romana es la personificación de esa comprehensión." La comprehensiveness de LIGHTPOOT no supone anulación de la propia personalidad; por eso Harnack cometió una sinrazón (op. cit., p. 50) al achacar a LIGHTPOOT igno­rancia de los méritos de Clemente.

(14) KNOPP, op. cit., p. 43. Opinión comúnmente admitida. (15) BATIPPOL, L'Eglise naissante, p. 154: "¿Rogaron los corintios a la Iglesia de

Roma que interpusiera su autoridad? La epístola nada indica; si los presbíteros de­puestos por la sedición de los corintios, recurrieron a Roma, quizá fuera más política la no intervención de Clemente. En tal supuesto, estaríamos frente a una notable apelación a Roma, la primera de toda la historia. Pero pudo suceder también que el escándalo de Corinto fué tan sonado que por el rumor público vino a sus oídos y espontáneamente decidió ingerirse en el asuntoX (XLVII, 7). En esta segunda hipó­tesis, queda patente que la revolución intestina de Corinto fué un estallido sin prece­dentes, algo raro en la Iglesia y que Roma se siente ya en posesión de la autoridad suprema, superior, excepcional, que Roma no dejará de reivindicar más tarde; y que, desde su primera intervención, es obedecida puntualmente." Téngase presente que aun vivía el Apóstol San Juan; mas no tomó cartas en el asunto, sino que el obispo de Roma lo zanjó por su autoridad propia.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 265

acata (1 6) . BATIFFOL calificó certeramente esa intervención de "epifanía del primado romano" (1 T).

LA JERARQUÍA Mas no es ésta la única lección que se desprende de dicho ECLESIÁSTICA documento; en él está limpiamente reflejada la organi­

zación eclesiástica:

"El Maestro nos prescribió atender a los sacrificios y al servicio divino, no a tontas • y a locas, sin orden ni concierto, sino en días y horas fijos. El también determinó en qué lugar y por qué ministros se deben realizar... Al sumo sacerdote se le reservan funciones particulares; a los sacerdotes se les señala puestos especiales; a los levitas incumben servicios propios; los laicos están ligados a los laicos por preceptos particulares" (XL).

Mediante la terminología bíblica se especifica la constitución jerár­quica ( 1 8) . Con mayor precisión se concreta en los capítulos XLII y XLIV el origen y los poderes administrativos de esa jerarquía:

"El Señor Jesucristo nos envió a sus Apóstoles como mensajeros de la buena nue­va; Jesucristo fué enviado por el Padre. Por consiguiente, Cristo viene del Dios; y los Apóstoles, de Cristo; ambas misiones emanan armoniosamente de la voluntad de Dios. Los Apóstoles, adoctrinados por Nuestro Señor Jesucristo, y plenamente convencidos por su Resurrección, alentados por la palabra de Dios, y asistidos por el Espíritu Santo, lanzáronse a anunciar la Buena Nueva, el advenimiento del reino de Dios. Después de haber predicado por campos y ciudades, eligieron las primicias, santifi-

i cadas por el Espíritu Santo, para confiarles los cargos de obispos y de diáconos de los futuros creyentes" (XLII). "Supieron nuestros Apóstoles, por revelación del Señor Jesús, que se suscitarían querellas en razón de la dignidad episcopal. Y por esa presciencia perfecta instituyeron a los que acabamos de decir y establecieron luego la norma de que, al morir aquéllos, otros hombres probados les sucederían en su ministerio. No podemos despojarles de su dignidad a los que fueron instituidos por los Apóstoles o por otros hombres eminentes, con la aprobación de toda la Iglesia, que sirvieron de modo irreprochable al rebaño de Cristo, con humildad, sosiego y caridad, según testimonio que desde mucho tiempo ha, les rindieron todos los herma­nos" (XLIV).

Está ya firmemente garantizada y afirmada la sucesión que religa a toda la jerarquía eclesiástica, por los Apóstoles, con Cristo y por Cristo con Dios; Ireneo y Tertuliano expondrán esa misma tesis tradicional: "quod ecclesice ab apostolis, apostoli a Christo, Christus a Deo accepit" ( 1 9) .

Estos dos rasgos tan pronunciados de la estructura eclesiástica, primado romano y origen divino de la jerarquía, no se presentan en la carta como tesis apologética que es preciso defender contra los ataques del adversario, sino como verdad del dominio común, que el papa Clemente puede esgrimir ante los corintios, con plena garantía de acatamiento.

(16) La carta de DIONISIO de Corinto, ya citada, pone bien de. relieve ese acata­miento sumiso.

(17) BATIFFOL, op. cit., p. 146. (18) BATIFFOL, op. cit., p. 152: "Se discute si el sumo sacerdote representa al obis­

po o a Cristo en este pasaje; parece indudable que los sacerdotes significan los pres­bíteros; y los levitas, los diáconos. Sea de ello lo que fuere, el culto cristiano per­tenece a una jerarquía distinta de la masa; hay clérigos y hay legos."

(19) De prcBSC, XXI, 4. En su Historia de los Papas (Geschichte des Papstums, Tubinga [1930], t. I, pp. 10 y ss.), CASPAR reconocía que esas palabras expresaban el hecho de una sucesión apostólica, pero de una sucesión en el sentido puramente espiritual, como el que une a los maestros de una escuela filosófica con los funda­dores de ella. Eso equivale a desconocer en absoluto el carácter de la Iglesia, que no es ninguna escuela filosófica, sino el Cuerpo de Cristo, sociedad visible, gobernada por jefes jerárquicos.

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LA FE Y LA VIDA Clemente tuvo que apelar a la estructura de la Iglesia CRISTIANA para convencer a los corintios de que su insubordina­

ción no era justa y que debían tornar a la concordia y a la obediencia. Teníamos que poner de relieve, como lo hicimos, la im­portancia capital de su testimonio sobre la constitución de la Iglesia; pero la tesis central, de incalculable valor para el historiador, nos brinda, bajo la forma de exhortación C20), u n cuadro espléndido de la fe y de la vida cris­tiana. Aparece la Iglesia orientada hacia u n ideal de paz, de sumisión a Dios y a los príncipes, de concordia fraterna, no perturbada por la persecución misma. Plantea con firmeza, sin eufemismos, el deber de unión y de obedien­cia; pero sus consejos y sus mandatos, aun los más perentorios, tienen u n acento de dulzura, de paz, realmente paternal; los encomios con que se enca­beza la epístola no son u n recurso oratorio de captatio benevolentiaj, sino una expresión sincera de estimación y de afecto por la iglesia de Corinto. La única nota de severidad es ésta: aconseja a los autores de la sedición que abandonen Corinto; y aun esto no procede de sentencia condenatoria sino de ruego que por caridad les hace:

"¿Hay entre vosotros alguien que se sienta generoso, compasivo y lleno de cari­dad? Pues que ese tal, si se reconoce culpable de la sedición, se diga a sí mismo: «Yo, causa de la revuelta, abandono el país, emigro a cualquier otra parte, cumplo las decisiones del pueblo; no ansio más que una cosa: ¡que el rebaño de Cristo viva en paz con los presbíteros constituidos!» Quien así procediere, alcanzará honra grande en Cristo y eri todo lugar será bien acogido..." (LTV).

Para alentarles a realizarlo, recurre a los ejemplos de abnegación y de generoso sacrificio de algunos paganos y judíos; preciso es notar, con H E M -MER "qué hondo sentido de humanidad hace a Clemente justificar el sacrifi­cio de Codro, de Licurgo, de Decio y de otros héroes paganos".

La misma naturaleza irracional nos invita a la paz, a la concordia, a la armonía (cap. XX-XXI).

En otro mundo de luz se halla habitualmente sumergida la inteligencia de Clemente: en el mundo de la Biblia, en la atmósfera de los Libros Santos: en ellos^bebe su divina inspiración, en ellos busca los modelos de rectitud moral y las"venganzas de Dios contra los díscolos (cap. IV) . Como las escri­turas del A. T. eran patrimonio común, pudo el santo pontífice recurrir a determinados prototipos habitualmente citados, y a la exégesis tradicional.

Pero la parte literaria de fuerza más personal es la de contenido exclu­sivamente cristiano: el ejemplo de los ilustres Apóstoles Pedro y Pablo (cap. V) , y de los mártires romanos (cap. V ) ; pero en especial, los ejem­plos y las lecciones de Cristo:

"Miramos de hito en hito la sangre de Nuestro Señor y brota en nosotros el con­vencimiento de que aquella sangre es, a los ojos de Dios, su Padre, riquísimo tesoro, porque, al haber sido; derramada por nuestra salvación, compró para el mundo entero la gracia de la penitencia" (VII, 4).

"Acordémonos, sobre todo, de las palabras que nos dijo el Señor Jesús para ense­ñarnos la equidad...: «Sed misericordiosos, para alcanzar misericordia»"... (XIII, 1).

"Cristo es la herencia de los espíritus humildes y no de aquellos que tratan de alzarse por cima de los otros cristianos. Jesucristo, cetro de Dios, no vino, aunque

(20) Difícil empresa la de resumir esta carta; pero pueden señalarse sus líneas generales: I-III, prólogo; IV-XXXVI, consideraciones morales previas al restableci­miento de la paz; XXXVII-XXXVIII, transición; el cuerpo de Cristo; XXXIX-LXI, consideraciones enderezadas directamente al remedio de la división entre los corintios; XXII-LXV, conclusión.

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hubiera podido hacerlo, con aires señoriales y altivos, sino armado de humildad, según lo había predicho el Espíritu Santo" (XVI, 1-2).

"El Soberano Creador y Dueño del Universo ha querido que todos los seres guar­den paz y concordia, porque de El reciben todos el bien, y nadie como nosotros que los recibimos en exceso, pues podemos recurrir a su misericordia mediante Nues­tro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén" (XX, 11-12).

"He aquí, queridos míos, el camino de nuestra salvación, Jesucristo,, el sumo sacer­dote de nuestras oblaciones, el protector y la fuerza de nuestra flaqueza Por El clavamos nuestros ojos en lo alto de los cielos; por El vemos como en un espejo el rostro mayestático y puro de Dios; por El abrió sus ojos el corazón; por El quedó bañada en luz nuestra inteligencia, aprisionada hasta entonces en obscura mazmorra; por El, nuestro Maestro, hemos podido gustar la ciencia de la inmortalidad; por El, que siendo la irradiación de la majestad de Dios, fué ensalzado por sobre los ángeles y se le dio un Nombre superior a todo nombre.. ." (XXXVI, 1-2).

¿A quién no evoca este párrafo último la Epístola a los hebreos? Cristo es nuestro sumo sacerdote, el espejo de la majestad de Dios; trasciende sobre los ángeles y esa trascendencia se describe en las profecías bíblicas que alega Cle­mente y que, en la dicha epístola, se hallaban también citadas (2 1) . El elogio que hace de la caridad parece un eco de la doctrina de San Pablo (I Cor. 13). Ciérrase la carta con una mística contemplación de la caridad de Cristo:

"El que participa de la caridad de Cristo, que cumpla los mandamientos de Cristo. ¿Quién podrá describir el vínculo de la caridad divina? ¿Quién expresar su belleza sublime? No hay lengua que pueda expresar el grado de elevación a que nos im­pulsa la caridad. La caridad nos une estrechamente con Dios; la caridad cubre toda la muchedumbre de los pecados; la caridad todo lo soporta, todo lo aguanta; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa; la caridad no provoca cismas, no conoce discordia, todo lo resuelve en paz y armonía; en la caridad se consuma la perfección de los elegidos de Dios; sin caridad, no hay cosa que agrade a Dios. Por la caridad nos levantó el Maestro hasta Sí; por la caridad que Jesucristo nos tuvo, según el beneplácito divino, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su alma por nuestras almas" (XLIX).

¿No es éste u n espíritu íntegramente cristiano? (2 2) . No obsesiona tanto a Clemente como al Apóstol Pablo, el recuerdo de Cristo; pero cuando Cristo aparece, lo domina todo: es el "cetro de la majestad de Dios" y el rayo de su gloria; para los hombres es el Redentor y el Salvador. No sorprenderemos en los apologistas tan exquisita cristología: su afán se cifrará principalmente en demostrar a los catecúmenos y a los mismos paganos los preliminares de la fe, a reserva de explicar, más adelante", las grandes tesis teológicas; pero basta el testimonio de los Padres Apostólicos, en especial el de Clemente e Ignacio, para no achacar el silencio a olvido ni dar por sentado que el si­glo I I , hasta la aparición de Ireneo, había perdido de vista la teología de los Apóstoles.

No falta en Clemente, junto a los dogmas cristológicos, el dogma trinitario. Véase la fórmula de juramento, con que confirma el pontífice Clemente su exhortación moral:

(21) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 270. (22)' Es absurdo calificar la Iglesia primitiva, tal como se revela en la carta de

Clemente, como la religión del judaismo de la dispersión, según pretende BOUSSET, Kyrios Christos (1921), p. 291; de igual modo enfoca la cuestión LIETZMANN, Ge-schichte der alten Kirche, t. I, p. 209: "Esta comunidad no nació del paulinismo; apenas si recibió de él un baño ligero. Se ha desarrollado enteramente en la sina­goga griega con una concepción del cristianismo heredada, sin duda, de la mentalidad de los prosélitos." Cf. la impugnación en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 280;

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"Recibid nuestro consejo, que no os pesará. Porque como es verdad que Dios vive, y que vive, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, fe y esperanza de los elegidos, así aquél que cumple humildemente... los mandamientos de Dios, ese será contado en el número de los que fueron salvados por Jesucristo..." (LVIII, 2)(2 3) .

Los judíos juraban por la vida de Yahveh; Clemente jura por la vida de las tres personas divinas, que son la "fe y la esperanza de los elegidos"; sién­tese aquí el impulso anhelante del alma cristiana, que, movida por la gracia, confiesa su fe en la Trinidad de personas y tiende por la esperanza hacia ellas; es el mismo impulso que, a fines del siglo n , sentirá el alma de Atenágoras: "el único deseo que nos acucia y nos arrastra es el de cono­cer al Dios verdadero y a su V e r b o . . . cuál es la comunicación del Padre con el Hijo, cuál es la unión y la distinción de estos términos unidos entre sí, el Espíritu, el Hijo, el Padre" ( 2 4) .

En otros dos textos (25) se recuerda a los cristianos la fe trinitaria que tienen profesada; y HARNACK pone de relieve este hecho: "el autor enuncia la profesión de fe tr initaria; no la comenta, porque le parece tan clara que huelga todo comentario; no halla dificultad, como tampoco la halló San Pa­blo" ( 2 6) . En efecto, no hay indicio de que San Clemente n i los corintios tuvieran duda o vacilaciones al respecto. Ellos creen en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; su anhelo es llegar a conocerlos; son estas tres personas la fe y la esperanza de los predestinados.

La plegaria, que transcribiremos al estudiar la liturgia y la oración en la Iglesia primitiva, es una glosa espléndida de estas creencias (cap. LIX-LXI).

§ 2 . — San Ignacio de Antioquía (2 T)

No hay testigo de la Iglesia más calificado, en los albores del siglo n , que el obispo de Antioquía y mártir, San Ignacio; n i hay testimonio más explí­cito y decisivo que el suyo. Es de tal índole, que, por largos años, se dudó de su autenticidad; RENÁN escribió: "La cuestión de las epístolas de San Igna­cio es, después de los escritos joánicos, la más intrincada de la literatura cristiana antigua" (28) y zanjó el problema negativamente (2 9) . Los estudios

(23) SAN BASILIO citó ya este pasaje capital en De Spiritu Sancto, XXIX, 72 (P. G.,XXIX, p. 201). Por largos años estuvo en litigio este texto, porque en el Ale­jandrino faltan dicho capítulo y los siguientes; el hallazgo del manuscrito de Jeru-salén y\ de la versión siríaca disipó todas las dudas. Cf. sobre el valor decisivo de este testimonio, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 277-279.

(24) Légano, cap. XII. (25) "Los Apóstoles plenamente convencidos por la Resurrección de Nuestro Señor

Jesucristo y confirmados por la palabra de Dios, con la asistencia del Espíritu Santo" (XLII, 3). "¿No tenemos acaso un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia derramado sobre nosotros? ¿No hay un solo llamamiento en Cristo?" (XLVI, 6).

(26) Der Erste Klemensbrief, en Sitzungsberichte der kon. Preuss. Akad. (1909), III, p. 51, n. 4.

(2T) Ediciones: LIGHTPOOT, The Apostolic Fathers, parte II, 3 vols. (1889) GEB-HÁRDT-HARNACK, FUNK-BIHLMEYER (supra, p. 262, n. 4); LELONG (1910); BAUER (1920). Estudios históricos y teológicos: TH- ZAHN, Ignatius von Antiochien, Gotha (1873); E, VON DER GOLTZ, Ignatius von Antiochien ais Christ und Theologe, Leipzig (1894); H. DE GENOUILLAC, Le Christianisme en Asie Mineure au debut du lle- siécle (1907); RACKX, Die Christologie des hl. Ignatius v. Antiochien, Friburgo (1914); LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 282-331. HUBER, S. Las Cartas de San Igna­cio de Antioquía y de San Policarpo de Esmirna, Buenos Aires (1945).

(28) Les Evangiles, p. X. (2») Ibid-, p. XVII; cf., p. 492.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 269

d e L I G H T F O O T h a n p r o p o r c i o n a d o l a so luc ión def in i t iva de l p r o b l e m a cr í t ico , lo q u e e q u i v a l e a d a r u n paso e n f i r m e y decis ivo e n l a h i s to r i a a n t i g u a de l a Ig les ia ( 3 0 ) .

L a confus ión q u e , p o r t a n t o t i e m p o , p a r a l i z ó los esfuerzos d e los cr í t icos débese e n p a r t e a l es tado d e l a t r a d i c i ó n m a n u s c r i t a ( 3 1 ) .

P e r o fuerza es confesar q u e l a r a z ó n decis iva d e q u e los r ac iona l i s t a s n e ­g a r a n l a a u t e n t i c i d a d d e los escri tos de I g n a c i o de r iva de l a f án de r e c h a z a r u n a tesis teológica l i m p i a m e n t e s u s t e n t a d a e n el los ( 3 2 ) .

SAN IGNACIO Y SUS CARTAS E n las m i s m a s ca r t a s se especifica ne t a ­m e n t e l a c o y u n t u r a e n q u e fue ron escr i tas :

d u r a n t e u n a pe r secuc ión , de la q u e n o t e n e m o s o t ras no t i c i a s y q u e deb ió d e a m a i n a r r á p i d a m e n t e ( 3 3 ) , I g n a c i o , obispo d e A n t i o q u í a , fué a r r e s t a d o ; c o n d u j é r o n l e a R o m a p a r a ser pas to de las f ieras . H i z o u n p r i m e r a l to e n F i l a -del f ia ( 3 4 ) y o t ro e n E s m i r n a , d o n d e se en t r ev i s tó con el obispo P o l i c a r p o y a d o n d e a c u d i e r o n los r e p r e s e n t a n t e s d e las ig les ias de Efeso, d e M a g n e s i a d e l M e a n d r o y d e T r a l l e s ; desde E s m i r n a escr ib ió a d i ch as ig les ias y a l a d e R o m a . Desde T r ó a d e escr ibió a l as ig les ias d e F i l ade l f i a y d e E s m i r n a y a

(30) LOOPS escribía en una de sus últimas obras: "Hubo una época de innovación en las investigaciones bíblicas, teológicas e históricas, en que parecía una antigualla interpretar al margen de la literatura filoniana los textos cristológicos referentes al Logos, en los escritos cristianos primitivos. Pero, desde que ha quedado defini­tivamente establecida la autenticidad de las cartas de Ignacio, volviéronse las tornas." (Paulus von Samosaía, Leipzig [1924], p. 312.)

(31) La tradición manuscrita de las cartas ignacianas ofrece tres variantes: Una recensión breve, con tres cartas, "A Policarpo, efesios y romanos" en forma

muy resumida. Una recensión de tipo medio, que consta de las tres citadas cartas, mucho más

extensas y además las "A los magnesios, trallenses, filadelfios, esmirneos". Una recensión amplia, que contiene, con mayor amplitud, las siete precedentes y

además las de María de Cassabola a Ignacio, de Ignacio a María de Cassabola, a los tarsenses, antioqueños, Herón y filipenses.

La recensión larga, claramente interpolada, fué editada por vez primera en 1498, por LEFEVKE D'ETAPLES; la recensión media, única auténtica, por USSHER, en 1664; la abreviada, en 1845 por CUHETON.

A LIGHTFOOT (en 1885 y 1889) se debe la obra meritoria de haber dilucidado el problema crítico y haber establecido los testimonios decisivos en pro de la autenti­cidad de las siete cartas (op. cit., t. I, pp, 135-232). O- PFLEIDERER, en la primera edición de su Urchristentum (1887), pp. 825-835, había declarado las cartas de Igna­cio "tan absolutamente inauténticas como las pastorales"; en su segunda edición (1902), pp. 226-232, reconocíales plena autenticidad. LIGHTFOOT (op. cit., t. I, p. 430), cierra así la historia de la cuestión: "Para los espíritus reflexivos, el caso de la crítica de Ignacio debiera ser eminentemente sugestivo, como la última manifestación del método negativo aplicado a un problema importante, de la antigua literatura y de la historia del cristianismo."

(32) J. RÉvriXE lo reconocía en sus Origines de l'épiscopat: "La verdadera y única razón sólida que, desde los orígenes de la crítica historie» moderna hasta nuestros días, ha tratado de descalificar las cartas de Ignacio en su recensión primera, es el episcopalismo fogoso que, del uno al otro cabo, las invade" (p. 478). RÉVILLE admite su autenticidad, pero rechaza el valor de su contenido: "Tomar a la letra las noti­cias que sobre el estado eclesiástico de aquel tiempo nos brindan sus cartas, vale tanto como imaginarse la sociedad moderna según las violentas diatribas de un clerical militante contra la República de francmasones o las de un socialista contra la burgue­sía" (p. 480). Pero el clerical sabrá, al menos, lo que sucede en la Iglesia y el socia­lista lo que pasa en su partido; y eso es lo que pretendemos hallar en Ignacio.

(3 3) IGNACIO a Policarpo, VII, 1. (34) Filad., III , 1; VII, 1; VIII , 1.

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270 LA IGLESIA PRIMITIVA

Policarpo. De Filipos pasó a Dyrrachium (Durazzo) y. desde allí a Roma. A ruegos suyos escribieron los cristianos de Filipos a los de Antioquía para felicitarles por el restablecimiento de la paz; remitieron su carta a Policarpo, el cual les respondió, retransmitiéndoles al mismo tiempo, a petición de ellos, las cartas de Ignacio, que obraban en su poder; con ellas se formó el primer Corpus ignatianum ( 3 5 ) .

Dichas cartas, posteriores en quince años a la epístola de Clemente ( 3 e ) , han nacido, como ésta, al calor de las circunstancias; no son producto de la re­flexión serena, sino escritas a vuela pluma, por un prisionero condenado a las fieras y estrechamente vigilado por sus guardianes: "encadenado a diez leopardos, a diez soldados que se muestran tanto más feroces cuanto más se empeña uno en darles gusto" (Rom. V, 1). Sería ridículo buscar en ellas una exposición elaborada del dogma cristiano, n i una descripción completa de la estructura eclesiástica; pero quien las leyere hallará el testimonio de u n márt i r que está ya sufriendo por Cristo y que no aspira sino a morir por El ; que ama celosamente a la Iglesia y a la que quiere poner en guardia con las luces de la inspiración divina y con el prestigio de su autoridad episcopal.

LA IGLESIA Y LAS IGLESIAS Muchos rasgos comunes cruzan las cartas de Ignacio y la de Clemente: idéntica preocu­

pación por el orden y la paz de la Iglesia, mediante la sumisión a la jerar­quía; el mismo amor a la unión. Eso no obstante, ambos pontífices bosquejan cuadros enteramente distintos: Clemente no se limita a exhortar; da órdenes que deben cumplirse. La actitud de Ignacio es diferente: su prestigio de confesor de la fe no le impide el recato; valga como ejemplo lo que escribe a los trallenses (III, 3 ) : "Por el amor que os tengo, os hago gracia de más duras reprimendas que podría haceros respecto al comportamiento con vues­tro obispo; no es tanta mi presunción, que, siendo simple reo sentenciado, os dé órdenes como un Apóstol." En la carta a los romanos se omiten todos esos consejos que salpican las otras epístolas; toda ella está forjada de ora­ciones, ruegos y muestras de veneración por la iglesia de Roma. De donde parece deducirse que, en la mente de Ignacio, las diferentes iglesias son independientes entre sí, y que un obispo, aunque lo sea de Antioquía y con aureola de mártir, no está autorizado para intervenir en las otras iglesias sino por medio de consejos; pero que hay una Iglesia, la de Roma, con auto­ridad suficiente para imponerse a las otras, lo que justifica la iniciativa

(35) HARNACK ha reproducido estos sucesos en sus estudios sobre las antiguas colec­ciones epistolares: Die Briefsammlung des Apostéis Paulus und die anderen vorkon-stantinischen Christlichen Briefsammlungen, Leipzig (1926), pp. 28-35. POLICARPO a los filipenses, 13: "Vosotros me habéis escrito, vosotros e Ignacio, que. si alguien va a Siria se encargue también de vuestra carta... Las cartas de Ignacio, tanto las que él nos escribió, como las otras suyas que están en nuestro poder, os las remi­timos «-^enor de vuestra demanda; van incluidas con la presente;.. Por vuestra parte, si tenéis noticias sobre Ignacio y sus compañeros os rogamos nos las comu­niquéis." Texto citado por EUSEBIO, H. E., III, 36, 14-15. A esta carta de POLICARPO aluden IRENEO (III, 3, 4) y EUSEBIO (H. E., IV, 14, 8). Ireneo fué discípulo de Policarpo, según lo notificaba a Florino (H. E., V, 20); Ireneo cita además la carta de IGNACIO a los romanos (V, 28, 4) sin nombrar al autor; y también ORÍGENES, (De Orat., 20; in canticum. (prólogo). En la Hom. VI, in Luc, cita ORÍGENES, Efes. XIX, con atribución expresa a Ignacio, lo mismo que en la anterior. EUSEBIO enumera las siete cartas, H. E., III, 36, 2.

(36) La fecha de estas cartas coincide con la del martirio de Ignacio; pertenece al reinado de Trajano (a. 98-117); no es fácil determinarla con mayor precisión; cf. LIGHTPOOT, op. cit., t. II, p. 472.

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rOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 271

tomada por Clemente y explica la sumisión y deferencia de Ignacio hacia ella. Cada iglesia local está jerárquicamente constituida; Ignacio exhorta a re­

verenciar esa jerarquía, que no está por organizarse, sino que existe ya y ejerce sus funciones.

Bastará, para percatarse del sentido y del alcance de las directrices de Ignacio, espigar en sus cartas:

"No debéis tratar con excesiva familiaridad con vuestro obispo en razón de su edad juvenil; habéis de reverenciar en él la potestad misma de Dios Padre; imitad a vuestros presbíteros que, en vez de abusar de sus pocos años, le obedecen sumisa­mente con la prudencia de Dios, digo mal, obedecen al Padre de Jesucristo, al obispo universal (Magn. III, 2).

"Reverencien todos a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como a figura del Padre, a los presbíteros como senado de Dios y concilio de los Apóstoles. Sin ellos no hay Iglesia" (Trall. III, 1) (37).

Ha de saberse que n i en Clemente n i en la Didaché n i tampoco en Ignacio se reduce el episcopado a u n poder de gobierno; es también un sacerdo­cio ( 3 8 ) ; de ahí la intervención imprescindible del obispo en la administración de los sacramentos:

"Nada de lo concerniente a la Iglesia hagáis sin el obispo. No tengáis por válida sino la eucaristía celebrada bajo la presidencia del obispo o de su delegado. Donde está el obispo, allí está la comunidad, como donde está Cristo allí está la Iglesia católica. No es permitido bautizar ni celebrar el ágape prescindiendo del obispo; lo que él aprobare, eso es del agrado de Dios; todo lo que así se haga tiene estabilidad y firmeza" (Smyrn. VIII, 1-2) (3»).

LA JERARQUÍA Nota destacada en Ignacio es la relación de los caris-Y LOS CARISMAS mas con las autoridades jerárquicas. Ignacio, obispo

que en todas partes predica la obediencia, confesor de la fe, obsesionado por el ansia del martirio, es también u n vidente, cuya mirada penetró los mismos cielos: "Ni yo mismo soy verdadero discípulo por el mero hecho de ser prisionero de Jesucristo y de poder entender las cosas del cielo, y las jerarquías angélicas, y las falanges de principados y las cosas visibles y las invisibles" (Trall. V, 2) ( 4 0) .

H. MONNIER, historiador protestante, cierra su libro sobre la noción de apos­tolado con estas palabras: "Obsérvase en el siglo n u n extraño fenóme­no: el Espíritu se pasó al bando de los obispos, desertando de la causa de

(3T) Ephes., IV, 1; VI, 1; Philad., III, 1; Smyrn., VIII, 1; Polyc, VI, 1. (38) Clemente, XLIV, 4; Didaché, XV. (39) philad-, IV. Hay una iglesia, de las que. en estas cartas se citan, que no

parece regida por el episcopado monárquico: la de Filipos; cf. MICHIELS, p. 367: "En la carta de Policarpo no se alude al obispo sino a los sacerdotes y diáconos. Parece que de ahí podemos colegir que no existía obispo en Filipos. No ocurre otra expli­cación plausible de ese silencio." Cf. H. DE GENOUILLAC, op. cit., p. 143; DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, pp. 88 y ss.

(*°) Philad., VII, 2: "Pensó alguien que yo hablé de aquella manera por estar informado sobre el cisma que iba a estallar; testigo me es Aquél, por quien estoy encadenado, que no lo supe por testimonio de hombres; sino que el Espíritu me anunció con toda claridad: «Nada hagas sin el obispo...»" Juzga que esos dones espi­rituales son indispensables al obispo; escribe, en efecto, al de. Esmirna: (Polyc, II, 2): "Si eres a un tiempo espíritu y carne, es para que trates con suavidad las cosas visibles; respecto de laá invisibles, pide que te sean reveladas, para que no sientas penuria y poseas los dones espirituales en abundancia." (Cf. ibid., I, 3): "Ora con plegarias incesantes; pide acrecentamiento de sabiduría; vive vigilante, y que tu espí­ritu no se rinda al sueño." «

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272 LA IGLESIA PRIMITIVA

los profesionales de la inspiración. Ignacio y Policarpo, fundadores, como es sabido, del episcopado monárquico en Asia, están poseídos por el fuego del Espíritu: profetizan, tienen visiones; en tanto, los misioneros libres, sus con­temporáneos, son individuos sospechosos, que por voluntad propia se dedica­ron al ministerio evangélico. Y en esta lucha entre el catolicismo y la libre Inspiración, creemos que el catolicismo representa los verdaderos intereses de la Iglesia. . . La Iglesia fué obra de la Inspiración libre; pero era ya, a la sazón, un peligro; no le quedaba otra disyuntiva que la de someterse a dis­ciplina o desaparecer. De ahí que los mejores de entre los1 espirituales pusie­ran sus dones al servicio de la Iglesia y acabaran por ser absorbidos por la jerarquía" (4 1) . El estudio de la era apostólica y particularmente de los es­critos de San Pablo nos brinda los oportunos criterios para saber juzgar esa supuesta soberanía de la inspiración en los orígenes de la Iglesia; lo que nos interesa es reparar en que, al iniciarse el siglo n , la organización católica de la Iglesia es tan patente que han de confesarlo los mismos historiadores ajenos a ella.

El propio Ignacio tuvo que habérselas con gentes que no daban fe sino a lo que ellos vieran en la Escritura: "He oído decir a ciertas personas: «¡Si yo no hallo (este artículo de fe) en los archivos, en el Evangelio, no lo creo!» Y al replicarles yo que estaba escrito, respondían: «De eso precisamen­te se trata». Para mí, el archivo es Jesucristo; los archivos inviolables son la cruz, la muerte de Jesús, su Resurrección, y la fe que en El se funda: ella espero que sea, gracias a vuestras plegarias, mi justificación" (4 2) .

La Iglesia no está constituida por comunidades dispersas unidas por el solo vínculo de la amistad; su unidad procede del mismo Cristo: "Donde está el obispo está su pueblo, como donde está Cristo está la Iglesia" (43) (Smyrn. VIII, 2 ) . "Jesucristo es el pensamiento del Padre, como los obispos estableci­dos en las fronteras (de este mundo) son el pensamiento de Jesucristo" (Ephes. III, 2 ) .

EL PRIMADO ROMANO Piedra angular de esta unidad orgánica es la sin­gular prerrogativa de la Iglesia romana: a este

respecto el testimonio de Ignacio es imponderable ( 4 4) . El saludo de su carta a dicha iglesia es de una magnificencia y de una solemnidad que no se repite en ninguna otra de sus epístolas:

(41) La notion de l'apostolat des origines á Irenée (1903), p. 374; ibid-, p. 245. (42) BATIPFOL, L'Eglise naissante, pp. 162 y ss.¡ respecto del siguiente texto, ibid.,

p. 166. (43) Primera vez que se lee esta expresión; con ella se designa a la "Iglesia uni­

versal", por oposición a las iglesias particulares; así en Mart. Pol., inscr., VIII, 1; XIX, 2. Pocos años después significará la gran Iglesia en contraste con las iglesias heréticas; v. gr. en canon Murat., 66, 69 (ed. LIBTZMANN); CLEMENTK AL., Strom., VII, 17, 106, 107; cf. Mart. Pol., XVI, 2 (texto dudoso). Cf. nota de BAUER sobre Smyrn., VIII, 2.

(44) Ha sido estudiado por muchos comentaristas: FUNK, Der Primat der rómi-schen Kirche nach Ignatius und Irenaeus, en Kirchengeschichtliche Abhandlungen, Paderborn (1897), t. I, pp. 2-12; CHAPMAN, Saint Ignace d'Antioche et l'Eglise ro-maine, en Revue bénedictine, t. XIII (1896), pp. 385-400; BATIFPOL, L'Eglise nais­sante, pp. 167-170; HEHBERT SCOTT, The Eastern Churches and the Papacy, Londres (1928), pp. 25-34; en sentido diferente u opuesto, HARNACK, Das Zeugnis des Ignatius über das Ansehen der rómischen Gemeinde, en Sitzungsberichte der Akademie, Ber­lín (1896), pp. 111-131; H. KOCH, Cathedra Petri, Giessen (1930), p. 175; E. CASPAR, Geschichte des Papstums, t. I, Tubinga (1930), pp. 16-17.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 273

"Ignacio, por sobrenombre Teóforo, a la Iglesia que ha conseguido misericordia según la magnificencia del Padre Altísimo y de Jesucristo, su Hijo único, a la Iglesia dilecta e iluminada por voluntad de Aquél que ha querido todo cuanto existe, según el amor de Jesucristo, nuestro Dios; a la Iglesia que gobierna en la región de los romanos, digna de Dios, digna de (toda) honra, de toda bendición, de toda alabanza, digna de ser escuchada, digna y casta; a la Iglesia que preside la caridad, a la que recibió la Ley de Cristo y lleva el Nombre del Padre, a la cual saludo en el Nombre de Jesucristo, Hijo del Padre; a los que en cuerpo y alma están unidos a sus manda­mientos, colmados para siempre de la gracia divina, y limpios de todo extraño ele­mento, deseo plena y santa alegría en Jesucristo, nuestro Dios."

La lectura de la carta deja una impresión semejante a la del saludo intro­ductorio: las otras de sus epístolas están cuajadas de recomendaciones y de consejos; en ésta, sólo hay ruegos y súplicas respetuosos. ¿Cómo explicar esta mudanza de estilo, si no es por la veneración profunda que por la iglesia romana sentía el obispo de Antioquía? Nótese lo que sigue: "De nadie habéis tenido envidia; de muchos habéis sido maestros; pero lo interesante es que se lleve a la práctica todo lo que vosotros aconsejáis y ordenáis" (Rom. III, 1). Al terminar la carta, les deja esta encomienda: "Acordaos en vuestra oracio­nes de la iglesia de Siria, que ha quedado, sin mí, a Dios y a ventura. Su único obispo es actualmente Jesucristo y vuestra caridad" (Rom. IX, 1). No hay que forzar mucho el texto para persuadirse de que San Ignacio no dedica tales palabras sino a los romanos; a las otras iglesias no pide más que oraciones ( 4 5) .

Al leer estos pasajes, no podemos menos de exclamar con el historiador anglicano S. H. SCOTT: "Gozaba a la sazón, la Iglesia de Roma de un derecho de primacía, derecho que había heredado de San Pedro" (4 6) .

San Ignacio se vio obligado, bajo la presión de las circunstancias, a multi­plicar sus encargos de unión entre los cristianos, de sumisión a la jerarquía; no existe tampoco testimonio más explícito ni, para el historiador, más valioso que el suyo, sobre la vida y la organización de la Iglesia a principios del siglo II . Recordemos que este gran obispo era, asimismo, u n hombre en­teramente espiritual, un profeta; en él se cumple la recomendación que hizo a Policarpo (Pol. II , 2 ) ; pues, si es carne y espíritu, su vida se resuelve en tratar con amabilidad a los hombres entre quienes mora y contemplar las cosas invisibles. Esa contemplación es, para él, una gracia de elección, pero gracia necesaria. De ella está impregnada toda su teología.

LA CARNE DE CRISTO Una preocupación polémica late en toda la teolo­gía ignaciana: la amenaza gnóstica se cierne so­

bre las iglesias orientales, en particular sobre las de Tralles y Esmirna; contra ella reacciona Ignacio vigorosamente; vanas fantasías llevaron a aquellas gentes a negar la vida real y la realidad de la carne de Cristo; tales aberra­ciones significaban, para el obispo de Antioquía, como antes para su maestro San Juan (4 T), la ruina del cristianismo ( 4 8 ) :

•'Cerrad vuestros oídos a quien os hable de un Jesucristo que no sea el Jesucristo descendiente de David, hijo de María; el cual nació realmente, y realmente comió y bebió, y padeció realmente persecución bajo Poncio Pilato y realmente fué cruci­ficado y murió a la faz del cielo, de la tierra y de los infiernos; y que resucitó

(45) Cf- los comentarios de DUCHESNE, Eglises séparées, pp. 127-129, citados por BATIFPOL, op. cit, p. 170.

(46) The Eastern Churches and tke Papacy, pp. 33-34. (47) Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 482-485. (48) Ibid., t. II, pp. 80-81.

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274 LA IGLESIA PRIMITIVA

realmente de entre los muertos... Ahora bien, si como pretenden algunos ateos, es decir, incrédulos, que se dicen sombras aparentes, Jesucristo sólo aparentemente pa­deció, ¿por qué me dejo esposar?, ¿por qué siento esa impaciencia por enfrentarme con las fieras? Entonces, ¿mi muerte no tiene sentido? ¿Cuanto afirmo acerca del Señor es un infundio?" (Trall. IX).

"Mas es una realidad que Cristo padeció como lo es que se resucitó a Si mismo, por más que ciertos incrédulos, de quienes podríamos decir en verdad que son meras sombras, porfíen' que no padeció sino en apariencia... Yo sé y creo, que, incluso después de su Resurrección, tenía cuerpo... Después de su Resurrección comió y bebió con sus discípulos como ser corpóreo, en tanto que, en su espíritu, estaba unido al Padre. . . Tan cierto es que Cristo hizo todo esto aparentemente, como que estoy encadenado sólo en apariencia. ¿Qué significa entonces mi sacrificio, mi entrega a la espada, al fuego, a las fieras" (Smyrn., II, ss.).

LA EUCARISTÍA Como estos errores cristológicos repercuten inmediata­mente sobre el dogma eucarístico, Ignacio lleva la con­

troversia a ese terreno:

"Se abstienen de la Eucaristía y de las oraciones (litúrgicas), porque no reconocen en la Eucaristía la carne de Nuestro Salvador Jesucristo, aquella carne, sacrificada por nuestros pecados y resucitada por la bondad del Padre. De este modo, los que niegan el don de Dios, en su propia negativa hallan la muerte; cuando lo normal es que amen para resucitar" (Smyrn., VII).

Estas afirmaciones contundentes sobre la realidad de la carne de Cristo mortal y de Cristo resucitado, están penetradas, en Juan y en Ignacio, de la fe profunda en la acción vivificante de esa misma carne:

" . . . Partís todos un mismo pan, que es prenda de inmortalidad, antídoto que nos preserva de la muerte y nos garantiza para siempre la vida en Jesucristo" (Ephes. XX, 2.)

LA VIDA EN CRISTO Esa fe, tan reciamente mantenida por Ignacio (49) es fuente de vida: si con tanto ahinco acomete al doce-

tismo es porque esa carne real de Cristo, que niegan los herejes, constituye el principio indispensable de vida: "Sin El, no poseemos la verdadera vida" (Trall. IX, 2) . "Lo único necesario es hallarse en Cristo Jesús, para vivir la vida eterna" (Ephes. XI, 1).

Una vez más se nos revela en la teología des Ignacio, como en la de Pablo y Juan, como en toda la teología cristiana, la unión indisoluble del cuerpo y del espíritu: este acérrimo defensor de la jerarquía, es también, lo hemos dicho, un hombre espiritual; y este defensor de la ortodoxia es, asimismo, el gran místico de la carta a los romanos (III, 3) . "Nada de lo que aparece es eterno. El mismo Dios nuestro, Jesucristo, se hizo más patente (magis apparet) desde que se tornó al seno del Padre." Vibra en Ignacio u n ansia, profunda como la vida, de desaparecer, de abismarse en ese silencio divino en que a solo Dios se oye; entonces "será palabra de Dios", en tanto que, mientras vive en la carne, es una simple "voz" (Rom. II, 1 ) ; e insiste en que "solamente cuando haya salido de este mundo podrán l lamarme verdadera-

(49) Ephes., III, 2: "Jesucristo, nuestra vida inseparable"; VII, 2: "En la muerte, vida verdadera"; XI, 1: "La única cosa necesaria es hallarse en Jesucristo, para la vida eterna"; Magn., I, 2: "Deseo la unión de todas las iglesias con la carne y el espíritu de Jesucristo, nuestra eterna vida"; Trall., IX, 2: "A nosotros, los que cree­mos en El, nos resucitará el Padre en Jesucristo, sin el cual no poseemos la verdadera vida"; Smyrn-, IV, 1: "Jesucristo, nuestra verdadera vida." Cf. Ephes., XIX, 3; Magn., V, 2; IX, 2; Trall, II, 1, etc.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 275

m e n t e f i e l " ( I I I , 2 ) . S ien te q u e le a t r a e , con u n a fuerza i r res i s t ib le , la m u e r t e espantosa a q u e h a sido c o n d e n a d o : " D e j a d m e ser pas to de las f i e ras ; por e l las l l e g a r é a Dios. Soy t r i go de D ios ; debo ser m o l i d o po r los d i en te s de las f ieras , p a r a c o n v e r t i r m e e n p a n i n m a c u l a d o de C r i s t o . . . C u a n d o m i cue rpo h a y a desaparec ido de l a vis ta de l m u n d o , en tonces seré r e a l m e n t e u n ver­d a d e r o d i sc ípu lo d e Cris to. Rogad po r m í a Cr is to , a f in de q u e , po r ob ra de las f ieras salvajes, sea u n a v í c t i m a i n m o l a d a a D i o s " (Rom. IV, 1-2).

CRISTO Y EL MARTIRIO Ser ía e s túp ido i n t e r p r e t a r este i m p a c i e n t e an ­h e l o de m u e r t e , d e s i lencio , de a n i q u i l a c i ó n ,

como f ru to d e la mís t i ca pe rve r sa de l gnos t i c i smo: N o es Dios , e n la m e n t e d e Ignac io , u n a b i s m o d e fondo i n s o n d a b l e e n q u e todo d e s a p a r e c e ; es e l P a d r e q u e l e l l a m a p o r Jesucr i s to , e l P a d r e q u e l e está e s p e r a n d o ; po r su fe r a d i a n t e ve q u e Cris to , a c u y a r e a l i d a d h u m a n a se a b r a z a con todas sus fuerzas , le t i e n e a p r e h e n d i d o p o r su v ida y po r su Res u r r ecc i ó n ; q u e Cris to es q u i e n , v i v i e n d o e n su f iel ( d i s c ípu lo ) l e l l eva h a c i a Dios :

"¡Nada ni nadie, visible o invisible, trate de arrebatarme la posesión de Jesucristo! A trueque de poseer a Cristo, vengan sobre mí el fuego, la cruz, las luchas con las fieras, los despedazamientos, los desgarros, los descoyuntamientos, las mutilaciones, la trituración de todo el cuerpo, y los más feroces tormentos de Satanás!. . . ¡Yo busco a Cristo, aquél que murió por nosotros; yo quiero a Cristo, a aquél que resucitó por nosotros!. . . Vienen para mí horas de parto. Compadeceos de mí, hermanos; no me impidáis vivir; no deseéis mi muerte; no entreguéis al mundo ni a las seducciones de la materia a quien sólo quiere ser para Dios. Dejad que me abrace con la luz pura; cuando la haya alcanzado, seré verdaderamente nombre de Dios Dejadme imi­tar la pasión de mi Dios. El que en sí mismo tenga a Cristo apreciará cuáles son mis anhelos; que se compadezca de mí, pues sabe la índole de mis angustias. . . Mi amor ha sido crucificado; y ya no hay en mí fuego de amor por cosa alguna (mate­rial) , sino un agua viva que murmura dentro de mí: «¡Ven al Padre!» Los alimentos corruptibles me causan náuseas y los goces de esta vida, enojo. Yo quiero el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, el hijo de David; y por bebida, quiero su sangre, que es amor incorruptible (Ibid. V-VII).

E n t i e m p o s de m a r t i r i o l e í anse y se r e l e í a n estas e n c e n d i d a s p a l a b r a s de l i n s igne m á r t i r , e n la Ig les ia c r i s t i ana a n t i g u a i50); su g r a n d e z a s o b r e h u m a n a no t a n t o p rocede de l fuego y de la v iveza d e e l las , como de la fe q u e las 'esclarece; e l h o m b r e q u e as í h a b l a , se h a l e v a n t a d o a l a u n i ó n con Cr is to por e l esfuerzo c o n t i n u o de toda su v i d a ; c u a n d o oye en su i n t e r i o r el m u r m u r a r de l a g u a v iva q u e sa l t a de l cos tado de Cris to ( 5 1 ) y le i n v i t a a i r a l P a d r e , es p o r q u e e n él h a m u e r t o todo otro a m o r , q u e n o sea el de Cr i s to ; a Cris to a m a a p a s i o n a d a m e n t e como a su M a e s t r o y como a su Dios : " D e j a d m e i m i t a r la pas ión de m i D ios . " Y a q u e l l a fe, q u e f ren te a la m u e r t e , p royec ta sus m á s vivos fulgores , i l u m i n a con l u z a r d i e n t e todas sus epís to las . D e esa i r r a d i a ­c ión v a m o s a h a b l a r b r e v e m e n t e ( 5 2 ) .

E n Ignac io , como e n C l e m e n t e , b r i l l a la "fe y la e s p e r a n z a de los e l e g i d o s " ; pero en Ignac io con u n m a y o r esp lendor . E l m i s m o c a r á c t e r de las ca r t a s i n f l uye e n la d e s e m e j a n z a : la co r r e spondenc ia de I g n a c i o n o es como l a d e

(50) IRENEO, V, 28, 4 ; Actas de Perpetua y Felicitas, XIV; ORÍGENES, De orat, XX; in cant., prólogo.

(51) Puede cotejarse este texto con el de la carta de los mártires de Lyon; al hablar del diácono Santos: "La fuente celestial de agua viva que brota del costado de Cristo le refrigeraba y fortalecía" (H. E-, V, 1, 22).

(52) Un estudio más detallado en la Histoire du dogme de la Trinité, t. II , pp. 282-331.

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276 LA IGLESIA PRIMITIVA

Clemente, serie de documentos oficiales y de índole litúrgica; son billetes de salutación, escritos a vuela pluma, por un condenado a muerte, con la fogosa, espontaneidad de u n márt i r que vela por la fe de sus hermanos. A mayor abundamiento, y esta observación es digna de tenerse en cuenta, en los quince años que separan a Ignacio de Clemente, la historia de la revelación dio u n paso gigantesco: publicóse el Evangelio de Juan, cuya influencia en Ignacio es imponderable. Y por fin, en el ambiente en que vivió y escribió Ignacio (iglesias de Siria y de Asia), discutíanse los temas teológicos con mayor entusiasmo y más científicamente que en Roma.

Ignacio, espoleado por su ansia impaciente de unirse a Cristo en una muerte próxima, no se entretiene en discusiones teológicas; pero cuida de prevenir a sus fieles contra todo ataque a la fe.

DIOS PADRE Y JESUCRISTO Nada sorprende tan vivamente al lector des­de la primera ojeada, como la presencia cons­

tante en las cartas de Ignacio, de "Dios Padre y del Señor Jesucristo" (B3). El mismo ímpetu de amor y de fe empuja al santo márt i r hacia el uno y el otro; en este mundo, la vida es "en Cristo" o "en Dios"; el fin de sus aspira­ciones es "llegar hasta Dios" o "alcanzar a Jesucristo" (5 4) . Los cristianos son templos de Dios y templos de Cristo; en ellos habita Dios y habita Cristo (5 5) .

De donde el Padre y el Hijo aparecen íntimamente unidos con la vida cristiana: ambos son nuestra vida aquí abajo; el término de nuestra tenden­cia, el objeto de nuestra esperanza, en el cielo. Mas no son una misma per­sona: Jesucristo, el Hijo de Dios, es el Mediador único que nos une con el Padre: "Vivid sujetos al obispo y los unos a los otros, como Cristo a su Padre, según la carne" (5 6) . El Hijo de Dios, por su Encarnación y en razón de su humanidad, se nos muestra en un estado de sujeción y de sufrimientos: "El que está por encima de toda vicisitud y de toda mundanza y es invisible", "hízose por nosotros visible; el impalpable e impasible, tornóse pasible por nosotros y por nosotros padeció toda clase de tormentos" ( 5 7) .

La distinción entre el Padre y el Hijo no es secuela de la Encarnación; en su eterna preexistencia ( 5 8) , el Hijo es distinto del Padre y engendrado por

(53) Ambos términos aparecen frecuentemente unidos bajo esta forma (Philad., mscr.; I, 1; Polyc, inscr.) o en fórmulas equivalentes: "Dios Padre y Jesucristo" (Ephes., XXI, 2; Magn., inscr.; Trall, I, 1; XII, 2; Philad., III, 2; Smyrn., inscr.) "Dios Padre y Jesucristo, nuestro Dios" (Ephes., inscr.) o "nuestro Salvador" (Magn., inscr.).

(84) Vida "en Cristo": Ephes., inscr., I, 1; III, 1; VIII, 2; X, 3; XI, 1; XI, 2; XII, 2; XX, 2; XXI, 2; "en Dios": Ephes. VI, 2; Magn. III, 3; XIV; Trall. IV, 1; VIII, 2; Polyc. I, 1; VI, 1. "Alcanzar a Dios": Ephes. XII, 2; Magn. XIV, 21; Trall. XII, 2; XIII, 3; Rom. I, 2; II, 1; IV, 1; IX, 2; Smyrn., XII, 1; Polyc. II, 3; VII, 1. "Alcanzar a Cristo": Rom. V, 3; VI, 1.

(55) "Templos de Dios": Philad. VII, 2. "Dios presente en nosotros": Ephes. XV, 3; cristianos "teóforos" y "cristóforos": Ephes. IX, 2; "vosotros tenéis en vosotros a Je­sucristo": Magn. XII. Cf. lo dicho sobre Jesucrisato, nuestra vida, p. 274.

(58) Magn. XIII, 2; las últimas palabras "según la carne", faltan en la versión armenia y las suprime LIGHTPOOT; pero las registran el texto griego, la antigua ver­sión latina y editores como BAUER, KRÜGER, FUNK-BIHLMEYER.

C57) Polyc. III, 2; la misma idea se repite en Ephes. VII, 2; como carne, Jesucristo comenzó a ser, tiene cuerpo, nació de María, es pasible, murió; como espíritu, es sin principio, Dios, vida verdadera, nacido de Dios, impasible. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 294, n. 2.

(58) p0lrc. III, 2; Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 302-304.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 277

El (5 9) . "Antes de los siglos estaba en el Padre, y al fin de ellos hizo su aparición" (Magn. VI, 1) ; "no hay más que u n solo Dios, que se manifestó por Jesucristo, su Hijo, el cual es el Verbo salido del silencio, grato en todo a Aquel que le envió" í 6 0 ) .

Según puede verse por el último testimonio citado, el Hijo de Dios es tam­bién su Verbo; Dios es el silencio infinito y tranquilo ( 6 1 ) ; el Verbo salió de El por la Encarnación y se llegó a nosotros para hablarnos; El es "la boca verídica mediante la cual el Padre habló verdaderamente" (Rom. VIII, 2) . Hoy está de nuevo en el seno del Padre; fuese de este mundo; pero ahora más que nunca está obrando y llamándonos (Rom. III, 3 ) ; nos ilustra por su Espíritu (62) y nos conduce al Padre.

No es difícil rastrear en la teología ignaciana el influjo de San Pablo y especialmente de San Juan; el Espíritu Santo vivifica esa tradición cristiana; con la inminencia del martirio afloró esa vida riquísima, aquel ardiente anhelo y la reciedumbre de su fe. San Policarpo y San Ireneo, dignos guar­dadores de esa tradición fecunda, recogerán su herencia.

§ 3 . — San Pol icarpo (63)

EL TESTIGO San Policarpo es para nosotros de excepcional inte-DE LA TRADICIÓN res: aparece en los comienzos del siglo n al lado de

San Ignacio; conocemos su estancia en Esmirna y en Roma por las memorias de San Ireneo y nos informa sobre su martirio, en 155, la carta de la iglesia esmirnense. Es para nosotros, en este siglo n tan ignorado, como lo fué para sus contemporáneos, la tradición viviente.

Tan buena acogida dio Policarpo a Ignacio a su paso por Esmirna, que el márt ir se creyó en el deber de escribirle desde Tróade; los elogios que le prodiga y las recomendaciones que le hace, valen por un bosquejo de la actuación futura del obispo de Esmirna:

"I, 1. Rindo homenaje, a tu piedad, sólidamente fundada, como sobre roca.. . Vela por la unidad, que es el mayor de los bienes; asiste a tus prójimos, como el

(89) Hubo quien interpretó la teología ignaciana en sentido modalista: v. gr., KRÜGER, KROYMANN, BETHUNE-BAKER, y, particularmente, LOOPS, Paulus von Samo-sata, pp. 293-322. Tales exégesis traicionan el pensamiento de Ignacio; cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 303-312. Son más los que sostienen que en Ignacio no se especifica otra filiación de Jesucristo que como hombre; afirmación inexacta; es innegable que considerado en su "espíritu", esto es, en su naturaleza divina, Je­sucristo es aykvvriTos (Ephes. VII, 2); pero este vocablo no tenia, en tiempo de Ignacio, el significado específico de "no engendrado"; ese valor semántico le vendrá a raíz de la controversia arriana; en Ignacio significa "no producido", y en ese sentido se aplica a las tres divinas Personas. Cf. ibid, pp. 312-319 y 636-647.

(90) Magn. VIII, 2. Cf. ibid. VII, 2 (en una exhortación a la unidad): ". . . todo está unido al único Jesucristo, salido del Padre único y todo revierte en El".

(e l) Ephes. XIX, 1: dice de los grandes misterios de Jesucristo, la virginidad de María, el nacimiento y la muerte de Jesús: "Son tres misterios clamorosos que se realizaron en el silencio de Dios." Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 321.

(62) Acerca del Espíritu Santo el texto más explícito es Philad. VII, 1-2: "Pre­tendieron algunos engañarme según la carne; pero es imposible engañar al Espíritu, nacido de Dios; El sabe de dónde viene y a dónde va y penetra los secretos más ocul­tos. . . " Cf. supra, p. 271, n. 40, y la Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 326-331.

(63) Las ediciones de San Policarpo son las mismas que las de San Ignacio. Pué-dense añadir los estudios históricos acerca del martirio del Santo: H. DELEHAYE, Les Passions des martyrs et les genres littéraires, Bruselas (1921), pp. 11-59.

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278 LA IGLESIA PRIMITIVA

Señor te asiste a t i . . . Ruega sin desfallecer..., permanece en guardia y que nunca se adormezca tu espíritu. . . Sobrelleva, como fornido atleta, las flaquezas de todos. . .

II, 2. Ruega porque las cosas invisibles te sean reveladas. III, 1. No te dejes amedrentar por los que, bajo el haz de la buena fe, propagan

el error. Tu firmeza sea como la del yunque bajo el martillo. El buen atleta triunfa a despecho de sus heridas. Es más de razón aguantar todo por Dios, para que El nos soporte..."

Tal será el programa específico de la vida de Policarpo, quien, cuarenta años más tarde afrontará la muerte violenta. Es el atleta fornido, recio como el yunque, firme como la roca; sobre ella descansan todas las iglesias de Asia; es el enemigo jurado del error ( 6 4 ) ; y es el hombre de oración, "cuyo espíritu nunca duerme"; la iglesia de Esmirna le honrará, después de su muerte, como "doctor apostólico y profético" (Mart. XVI, 2) .

CARTA A LOS FILIPENSES La carta de Policarpo a los fieles de Filipos ofrece particular interés, como garantía de

autenticidad de las cartas de Ignacio; y por su contenido pastoral, como ejem­plo de predicación en el siglo n. El obispo de Esmirna siente profunda veneración por los "bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo" (IX, 1) ; ma­yor aún por "el bienaventurado y glorioso Pablo" (III, 2) . Escribe a los filipenses por cumplirles el deseo (III, 1 ) ; les exhorta a mantener pura la fe (VII, 1), vivo el recuerdo de la muerte y Resurrección del Señor (I, 2; I I , 2) y firme la voluntad de seguir el ejemplo de Cristo:

"Tengamos fijos nuestros ojos en nuestra esperanza y en la prenda de nuestra justicia, Jesucristo: el cual llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero (I Petr. 2, 24); mas El no cometió pecado ni en su boca se halló mentira, sino que sufrió todo por nosotros, para que tengamos vida en El. Imitemos su paciencia y si algo padecemos por su Nombre, démosle gloria. El se presentó como nuestro dechado y nosotros le dimos crédito" (65).

Mas los filipenses no sólo han de considerar los ejemplos del Señor, sino también su doctrina, singularmente la del sermón de la montaña: "No juz­guéis, a fin de que no seáis juzgados; perdonad, y se os perdonará; sed mise­ricordiosos y alcanzaréis misericordia; se os medirá por el mismo rasero con que midiereis a los demás. Bienaventurados los pobres, y los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino dé los cielos" (II, 3) .

El presbítero Valente y su mujer provocaron gran escándalo y tristeza en la iglesia de Filipos; Policarpo toma pie de este hecho para condenar la avaricia y recomendar la castidad y la sinceridad. Termina su carta con nueva exhortación a sus destinatarios, a que perseveren en la fe y la pacien­cia, frente a la persecución y a la herejía amenazantes.

TESTIMONIO DE IRENEO No poseemos otros escritos de Policarpo que la carta comentada; pero, merced a su discípulo

Ireneo, podemos seguirle en su carrera triunfal por espacio de 40 ó 45 años, que median entre el martirio de Ignacio y de Policarpo. Ireneo, ansioso de

(64) Dice en su carta, VII, 1: "Quien interpreta las palabras del Señor a medida de. su capricho y niega la resurrección y el juicio, ese tal es primogénito del diablo." A Marción responderá de un modo semejante: "¿Me conoces? —pregunta Marción—,\ Reconozco al primogénito de Satanás." (IRENEO, III, 3, 4; P. G-, VII, p. 853.)

(65) Qf. V, 2: "Que avancen por las rutas de la verdad, trazadas por el Señor, que se hizo siervo de todos..."

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SÜ ÉPOCA 279

rec t i f icar l a c o n d u c t a d e F l o r i n o , a m i g o de l a in fanc ia , ca ído e n l a he re j í a , l e escr ibe :

"No exagero al decir, Florino, que esas doctrinas no proceden de sano criterio; se.oponen a las enseñanzas de la Iglesia, hacen impíos a los que las profesan; ni los mismos herejes, que viven fuera de la Iglesia, osaron propalar tales doctrinas; en verdad que no las recibiste tú de los presbíteros que nos precedieron ni de los discí­pulos de los Apóstoles. Pues yo te conocí, siendo niño, en el Asia inferior, al lado de Policarpo; brillabas tú en la corte imperial y deseabas hacerte grato a él; y este pasado lo recuerdo con mayor claridad que muchos sucesos recientes. Porque cuanto se aprende en la edad primera forma una misma cosa con el alma, a la que estre­chamente se adhiere; tan cierto es esto, que puedo detallar el lugar en que el bien­aventurado Policarpo se sentaba, sus entradas y sus salidas, su forma de vida, su aspecto físico, sus discursos al pueblo; cómo refería sus relaciones con Juan y con los demás que habían visto al Señor; cómo evocaba sus palabras y todo lo que de ellos había oído acerca del Señor, de sus milagros, de sus predicaciones; Policarpo relataba todas estas cosas oídas de quienes vieron al Verbo, y su narración era en todo conforme con las Escrituras. Tuve la suerte, por la gracia de Dios, de poder escuchar todas estas conversaciones y de guardarlas, no escritas en papel, sino en mi corazón. Y, también por la gracia de Dios, continúo rumiándolas sin alterarlas; y, por Dios te juro, que, si aquel bienaventurado y apostólico presbítero oyera cosas tales (tus errores) daría grandes clamores, se taparía los oídos y gritaría como en otras ocasiones: «¡Dios mío, en qué tiempos vivimos, para tener que aguantar semejantes cosas!»; y ya estuviera sentado, ya de pie, te aseguro que al punto huiría del lugar en que tales discursos se hubieran proferido. De ello podrás asimismo persuadirte por las cartas que escribió a las iglesias vecinas, para confirmarles en la fe y a algunos hermanos para ponerles sobre aviso y exhórtales" (H. E., V, 20, 4-8).

Es ta ca r t a , escr i ta e n t i e m p o de l P a p a Víc tor , h a c i a el a ñ o 186, es u n o de los d o c u m e n t o s m á s i n t e r e san t e s de la h i s to r i a a n t i g u a d e la iglesia o r i en t a l : p o n e de man i f i e s to l a h o n d a v e n e r a c i ó n q u e e n el s iglo i y comienzos de l n s e n t í a n po r los p resb í t e ros q u e h a b í a n vis to a l Señor y q u e p o d í a n r epe t i r sus p a l a b r a s ; y , después d e ellos, po r los tes t igos d e l a g e n e r a c i ó n desapa re ­c ida , sobre todo p o r el " b i e n a v e n t u r a d o y apostól ico p r e s b í t e r o " Po l i ca rpo , c u y a i r r a d i a c i ó n p o r las ig les ias de Asia se t r a n s p a r e n t a e n l a ca r t a de I r e n e o ; e n e l la se t r a s luce , i g u a l m e n t e , e l c a r á c t e r de Po l i ca rpo , d i sc ípu lo fiel, " f i r m e c o m o la r o c a " ; p e r o n o es f i rmeza la suya q u e i n sens ib i l i z a ; Po l i ca rpo padece , c o m o p a d e c í a I g n a c i o , como p a d e c i ó S a n J u a n , p o r t odas las t u r b u l e n c i a s , po r t odas las d i sens iones d e l a Ig les ia : " ¡ O h , b u e n Dios , e n q u é t i empos v iv i ­m o s ! " Es te e sp l énd ido t e s t i m o n i o está b a ñ a d o p o r la co r r i en t e de respe tuosa a d m i r a c i ó n q u e p o r S a n Po l i ca rpo m u e s t r a I r e n e o ( 6 6 ) .

SAN POLICARPO EN ROMA A l u d e I r e n e o e n s u c a r t a a l viaje d e s u m a e s ­t ro a R o m a , c u a n d o el pon t i f i cado de S a n A n i ­

ce to ; pe ro h a c e m a y o r h i n c a p i é sobre d i c h a j o r n a d a e n la q u e escr ib ió a l p a p a S a n Víc tor :

"El bienaventurado Policarpo hizo un viaje a Roma, en tiempo de Aniceto; había entre ellos ciertas diferencias intrascendentes y no tardaron en ponerse de acuerdo; no se enzarzaron en discusiones largas sobre este asunto (de la Pascua). Aniceto no podía convencer a Policarpo de que abandonara lo que él había observado siempre, a ejemplo de Juan, discípulo del Señor y los otros Apóstoles con los cuales había con­vivido; Policarpo tampoco podía, por su parte, persuadir a Aniceto, el cual se atenía

(«8) Hasr. I I I , 3, 4 (P. G., VII, 851-855), reproducido por EUSEBIO, H. E-, IV, 14: "No sólo fué Policarpo discípulo de los Apóstoles y coetáneo de muchos de los que vieron al Señor, sino que los mismos Apóstoles le nombraron obispo de Esmirna, en el Asia; y nosotros también le vimos en los días de nuestra i n fanc ia . . . "

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280 LA IGLESIA PRIMITIVA

a la práctica de los presbíteros sus predecesores. Cada uno conservó sus propios usos y ambos quedaron en comunión y mutua armonía; en la iglesia, Aniceto cedió la eucaristía a Policarpo, sin duda por deferencia; despidiéronse en paz y la paz reinó en la Iglesia, guardasen o no la misma observancia" (H. E-, V, 24, 16-17) (67).

Más adelante volveremos a tratar sobre la cuestión de la Pascua y sobre la intervención conciliadora de San Ireneo; lo que, por el momento importa destacar es la acción de Policarpo en este asunto, su respeto a la tradición, su solicitud por la unidad de la Iglesia y la veneración que se le profesaba.

Más caldeada era aún en Esmima que en Roma esa atmósfera de respeto reverente que envolvía al santo anciano. Al relatarnos la historia de su mar­tirio, cómo se despojó de sus vestidos y comenzó a descalzarse, comenta el autor de la pasión: "ordinariamente no lo hacía por sí mismo, porque todos los fieles se disputaban el honor de tocarle; tal era la veneración, que aun antes de su martirio, se había granjeado con su vida santa" (Mart., XIII, 2) .

MARTIRIO DE Al año de su viaje a Roma era martirizado Poli-SAN POLICARPO carpo (6 8) . Toda la iglesia de Asia se estremeció; la de

Filomelium pidió una relación de su muerte; la de Es-mirna confió a uno de los suyos, Marciano, la redacción de lo demandado y remitió copias a todas las iglesias. Es "el documento hagiográfico más antiguo que poseemos y, sin género de duda, el más bello de todos. Basta leerlo pausadamente y pesando cada una de sus frases para convencerse de que el relato es lo que pretende ser, la narración hecha por un contempo­ráneo que conoció al mártir , que lo vio en medio de la hoguera, que con sus manos tocó los restos del santo cuerpo" ( 6 9) .

Precediéronle en la tortura otros mártires; apostató uno de ellos, el frigio Quinto, que, contra la voluntad de la Iglesia se había delatado a sí mismo; los demás dieron ejemplo admirable de constancia. Entre los espectadores, moviéronse unos a compasión (Mart., II, 2 ) , mientras otros, exasperados por tanta intrepidez, clamaban: "¡Acaba con esos impíos y que traigan a Policarpo!" (Mart., III, 2 ) .

El obispo, a instancias de sus fieles, se había acogido al campo. Un joven de la servidumbre le acusó; llegaron los soldados, negóse a huir e hizo que les sirvieran cena abundante, mientras él se entregaba a la oración; " tan lleno estaba de Dios, que no se interrumpió su oración de dos horas y los que le contemplaban llenábanse de admiración" (ibid., VII, 2) .

Lo arrestaron. El irenarca o clerónomo, Herodes, hízole subir en su carro

(67) Sobre este incidente, cf. G. BARDY, L'Eglise romaine sous le pontificat de Saint Anicet, en Recherches de science religieuse, t. XVII (1927), pp. 486-511, sobre todo, pp. 496-501.

(68) Acerca de la fecha del martirio de San Policarpo, cf. LIGHTPOOT, op. cit-, t. I, pp. 644-722; HARNACK, Chronologie, t. I, pp. 334-356: "Apenas existe fecha de la historia antigua de la Iglesia que sea más universalmente admitida que la del martirio de Policarpo, 23 de febrero de. 155" (p. 334); CORSEN, Das Todesjahr Poly-karpus, en Zeitschrift für N. T. Wissensch. (1902), pp. 61-82, confirma esta con­clusión. Se lee en las Actas, XXI: "El martirio del bienaventurado Policarpo tuvo lugar. . . el 7 de las kalendas de marzo, en día de gran sábado... siendo procónsul Statius Quadratus." Por el discurso de Elio Arístides y por una inscripción de Efeso nos consta que Quadratus fué procónsul entre 154-155; el 7 de las kalendas de marzo fué sábado el año 155.

(69) DELEHAYE, Les passions des martyrs, pp. 12-13: Ha sido traducida diversas veces esta hermosa historia: por RACINE, durante su estancia de 1662 en Uzés, en casa de su tío, el canónigo Sconin; por LEIXJNG, en los Textes et Documents (1910); por DOM LECLEROQ, Les martyrs, t. I, p. 65.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 281

y trató de disuadirle: "Nada de cuanto me aconsejáis puedo hacer", res­pondió Policarpo. Le echaron brutalmente del carruaje. Al llegar al esta­dio, dejóse oír una voz del cielo: "¡Animo, Policarpo, pórtate varonilmente!"

Todavía hizo algunos forcejeos el procónsul Statius Quadratus, acabando por exigirle que maldijera de Cristo: "Ochenta y seis años ha que le sirvo y no me hizo daño alguno. ¿Cómo quieres que blasfeme de mi Rey y de mi Salvador?" Senténcianle entonces como cristiano y, a petición de la chusma, se le condena a ser quemado vivo. Iba a cumplirse la visión pro-fética que le había tenido tres días antes: vio que su almohada ardía y diri­giéndose a los fieles, exclamó: "He de ser quemado vivo."

El populacho, entre el cual destacaban los judíos, se apresuró a preparar la hoguera; ligaron a Policarpo "como holocausto agradable a Dios". Y elevando sus ojos al cielo, oró de esta manera:

"Señor, Dios todopoderoso, Padre de Jesucristo, tu Hijo predilecto y bendito, que nos enseñó a conocerte a ti, Dios de los ángeles, de las potestades y de toda la crea­ción, y de todo el linaje de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque me juzgaste digno de este día y de esta hora, digno de participar, como mártir, del cáliz de tu Cristo, para resucitar a la vida eterna del alma y del cuerpo en la incorruptibilidad del Espíritu Santo! ¡Ojalá sea yo admitido entre ellos a tu presencia, como víctima pingüe y acepta, según Vos me los teníais preparado y me lo disteis a conocer anticipadamente y a lo que hoy dais cumplimiento, oh Dios veraz, que no podéis mentir! ¡Por esta gracia y por todas las que. me habéis hecho, yo os alabo y os bendigo y os glorifico en unión con el eterno y celestial Sumo Pontífice, Jesucristo, tu Hijo bien amado. Por El sea dada gloria a ti con El y con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos venideros! Amén" (70).

Encendida la hoguera, rodearon las llamas su cuerpo como hinchada vela de navio; semejaba "no un cuerpo que se quema, sino un pan que se cuece, o un lingote de oro o de plata que se purifica en el crisol; y nosotros per­cibíamos una fragancia delicada, como la del incienso o la de otro perfume exquisito". El confector se acercó al márt i r y lo atravesó de una puña­lada. Brotó la sangre en tal abundancia que extinguió el fuego. Cuando los fieles trataban de retirar el cuerpo, se les impidió a instancias de los judíos: "Serían capaces de abandonar al crucificado por rendir culto a Policarpo." "Ignoraban que nosotros jamás abandonaremos a Jesucristo, que padeció por la salvación de cuantos se salvan en todo el mundo, el inocente por los culpables, y que a n ingún otro podemos dar culto. Porque a El adoramos porque es Hijo de Dios; a los mártires les amamos como a discípulos e imi­tadores del Señor; y son dignos de nuestro amor por su fidelidad soberana a su Rey y a su Maestro" (7 1) .

No pudieron salvar del fuego sino los huesos calcinados del mártir , que colocaron en lugar conveniente. "Allí, si el Señor lo quiere, nos reuniremos exultantes de júbilo, para celebrar el día aniversario del mart ir io" (7 2) .

LECCIONES DEL MARTIRIO El relato que acabamos de comentar no sólo es uno de los más emotivos de toda la lite­

ratura cristiana antigua, sino también uno de los más fecundos en valores documentales. Nos muestra la actitud resuelta y prudente que la Iglesia re-

(70) Acerca de esta oración, cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 197-200. (71) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 204 y ss. (72) La iglesia de Esmirna celebró este aniversario fielmente aun en los más crudos

días de persecución; precisamente en uno de ellos será arrestado el sacerdote Pionio, con otros muchos cristianos, el año 250, cuando la persecución de Decio. Act. II, 1, ed. KNOPP, p. 59.

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282 LA IGLESIA PRIMITIVA

comienda a sus fieles en tiempo de persecución. En conjunto, la opinión pagana le es enteramente hostil: el valor de los mártires mueve a algunos a compasión; pero en los más de ellos se exacerba el odio y se exasperan: el populacho es quien reclama que se arreste al obispo y que se le condene a la hoguera. Los judíos aparecen como los enemigos más encarnizados: no se amansan ni con la muerte del márt i r ; quieren que su cuerpo sea pasto de las llamas (7 3) .

El márt i r no confía sino en la oración; Policarpo, preparado desde mucho tiempo atrás, para esta hora suprema, no se cansa de orar; en oración le arrestan, en oración continúa cuando le ponen ligaduras para arrojarlo a la hoguera: su oración, en este momento supremo, es eucarística, y las fórmu­las litúrgicas, tantas veces repetidas, afluyen espontáneamente a sus labios. El pueblo cristiano, tan unido a él por el afecto, redobla su veneración al verlo santificado por el mart ir io; pero entre la veneración al márt ir y el culto a Jesucristo media un abismo infranqueable. No hay texto que con tal dia­fanidad revele lo que el Señor significa para los fieles como esta profesión de fe, impregnada de rendida adoración: "A El, nosotros adoramos como a Hijo de Dios; a los mártires, les amamos como a discípulos e imitadores del Señor."

§ 4 . — La controversia antijudaica. La Epístola de Bernabé

En las páginas anteriores hemos analizado los escritos de eminentes obis­pos: Clemente, Ignacio, Policarpo; por su contenido y por su origen mere­cían estudiarse; sus autores son jefes insignes de la Iglesia, que se revela en sus personas. Los otros documentos de los llamados Padres Apostólicos no tienen la misma procedencia ni nos aportan noticias semejantes: la carta de Bernabé es u n pseudoepígrafe; Hermas, u n desconocido; la Doctrina de los Apóstoles, una obra anónima. No se nos revela de nuevo la Iglesia en sus grandes hombres; pero alcanzamos a entreverla; los autores son anónimos o anodinos, pero sus obras son fuentes documentales que nos ponen en cono­cimiento del pueblo cristiano, de sus luchas y de sus inquietudes y de su liturgia.

Dedicaremos u n breve comentario a la carta de Bernabé ( 7 4 ) . Se presenta este librito sin firma y sin pretensiones: "No hablaré como un doctor, sino que informaré como uno cualquiera de vosotros" ( 7 5) . En Alejandría se iden­tificó a este doctor anónimo y modesto con San Bernabé ( 7 e ) ; de ahí el rele-

(73) Dirigió al gobernador esta demanda: "Nicetas, padre de Herodes y hermano de Alceo" (XVII, 2). Parece que este Alceo es el mismo a que alude SAN IGNACIO, Smyrn., XIII; Polyc, VIII. Cf. LIGHTPOOT, op. cit-, t. I, p. 366. Es decir, que el cristianismo habría entrado en la familia del irenarca, provocando una más vio­lenta reacción de odio.

(74) En el siglo xix se hallaron dos manuscritos de esta carta: uno, en el C. Sinai-ticus, descubierto por TISCHENDORF, en 1859, y otro, en Jerusalén, descubierto por BRTENNIOS en 1875. Ediciones de GEBHARDT-HARNACK; FUNK-BIHLMEYER; OGER, Pa­rís (1907); WINDISCH, Tubinga (1920). Abundan las notas en esta última edición; asimismo en la traducción de VEIL, Ápocryphes du N. T., de HENNECKE, Tubinga (1904 y 1923). La doctrina teológica ha sido estudiada en nuestra Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 323-345. Estudio literario en PUECH, op. cit., t. II, pp. 22-31.

(75) I, 8; cf. IV, 6 y 9; VI, 5. (76) CLEMENTE de Alejandría hace esa atribución; cf. HARNACK, Gesch. d. alt-

christl. Literatur, t. I, p. 60 e Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 344, n. 4:

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vante prestigio que, por mucho tiempo, aureoló estas páginas; y aunque de una vez y para siempre, quedó disipada esa confusión, no dejó por eso de resultar interesante el opúsculo.

Es, al parecer de origen alejandrino, algo anterior a la revuelta de Barko-keba (a. 130-131) (7 7) . Consta de dos partes diversamente interesantes: los cua­tro últimos capítulos contienen una exhortación moral (XVIII-XXI), en que se habla de dos vías, una del bien y otra del mal, en forma análoga a la Doctrina de los Apóstoles. La primera parte, mucho más extensa (I-XVII) y más original, centra el interés de la epístola: es una obra de controversia contra el judaismo, no a modo de disertación académica, sino de discurso pare-nético contra un enemigo temible e inminente ( 7 8) . "Malos tiempos corren; el enemigo no duerme y es poderoso" (II , 1). "Ha llegado el gran escándalo de que habla la Escritura" (IV, 3). "Os suplico, pues, yo que soy uno de vosotros, que os ama más que a su propia vida, que os preocupéis de vosotros mismos, evitando pareceros a ciertas gentes que acumulan pecados sobre pe­cados y afirman que el testamento les pertenece a ellos (a los judíos.) y no a nosotros. Es nuestro, porque ellos lo perdieron para siempre" (IV, 6-7). No son estos los discursos serenos del catequista, sino la "voz de alarma del pas­tor". De ese estado de alerta procede el principal interés de la carta y de ahí también las excusables exageraciones del controversista.

INTERPRETACIÓN El autor, en su afán de prevenir a sus destinata-SIMBOLICA DE LA LEY rios contra un riesgo que tanto le preocupa, sus­

tenta una tesis radical, que nunca aprobó la Igle­sia y que, en la rebeldía de Marción, mostró su incongruencia: "jamás exis­tió la antigua alianza como ley positiva querida por Dios, con ritos y cere­monias que obligaran al pueblo judío; no tenían más que u n valor simbólico, que los judíos desconocieron por apegarse a la letra: la circuncisión prescrita por Dios no era una circuncisión carnal (IX, 4 ) ; las leyes alimenticias eran simples alegorías (X) ; el verdadero sábado es el descanso de Dios, después de seis mil años, al inaugurar un mundo nuevo (XV). El templo grato a Dios no es un edificio de piedra, como el de Jerusalén, que Dios puso en entre­dicho mediante sus profetas, sino el templo espiritual de nuestras al­mas (XVI).

Todos estos son principios, no solamente frágiles, sino peligrosos, como se mostrará por los acontecimiento venideros; pero debemos tener presente que Bernabé se ceñía a la exégesis alegórica que muchos judíos daban de la Ley ( 7 9 ) ; al alegorizar de esta forma, pensó defender a la Iglesia, liberándola del judaismo; en hecho de verdad, socavaba los fundamentos históricos en que se apoyaba la misma Iglesia; y la Iglesia rechazó esa alegoría, esa "gno-sis" a la cual invitaba Bernabé (8°); en cambio ha retenido, de su argumen-

ORÍGENES la aceptó y por eso se la incluyó, como tal, en el Sinaiticus a continuación del N. T.

(77) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 332, n. 3. (78) Cf. las oportunas observaciones de VEIL, Handbuch, p. 208 y Neutestamentl.

Apokryphen (1924), p. 503. (79) FILÓN, De migr. Abrah., 89 (I, 450). FILÓN reprueba esta alegoría que no ve

más que simbolismos, y desvirtúa la realidad; y, en efecto, BERNABÉ es mucho más avanzado que el mismo Filón en el camino de la exégesis simbólica. Cf. HEINISCH, Der Einfluss Philos auf die alteste christliche Exegese, Münster (1908), en especial pp. 60-106, 262.

(8°) I, 5: "Voy a escribiros brevemente, para que con la fe tengáis una gnosis más perfecta"; IX, 8-9: "¿Qué es la gnosis? Veámoslo: Esperad —dice ella— en el

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tación apologética, los valores eternos en ella contenidos: la divinidad del Hijo de Dios y el precio infinito de su Pasión.

TEOLOGÍA La Pasión del Señor era para los discípulos de Bernabé, como para los de Pablo, u n escándalo; el apologista no disimula

nada; antes presenta el problema a plena luz y demuestra su eficacia divina:

"V, 1: Si el Señor consintió que su carne fuera destruida, fué por purificarnos mediante la remisión de los pecados, que se opera por la aspersión de su sangre."

"V, 5: Si el Señor se avino a padecer por nosotros, El que es el Señor del mundo, El a quien Dios dijo antes de la creación del mundo «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», ¿cómo consintió que los mismos hombres fueran sus verdu­gos? Atended: Los profetas, por El iluminados, acerca de El vaticinaron: quiso morir para abolir la muerte, para manifestar la resurrección de entre los muertos, porque era preciso que El se humanase, para cumplir la promesa hecha a nuestros padres, para prepararse un pueblo nuevo, y manifestar, cuando aun vivia sobre la tierra, que El obrará la resurrección y El será el juez" (81).

La Encarnación es una teofanía: nuestra vista no puede sufrir la vista inmediata de la divinidad, pero puede contemplarla bajo el velo de la carne (V, 10). Bernabé enlaza, por estas espléndidas ideas teológicas, con la más pura tradición cristiana; se hace eco de San Pablo y se anticipa a Ireneo ( 8 2 ) . Por su polémica antijudaica, no es fiel intérprete del pensamiento de la Igle­sia, sino vigía que da la voz de alerta contra el peligro y emprende la con­traofensiva.

El historiador debe tener presente lo siguiente: que se entiende mejor la virulencia y el éxito de la propaganda marcionita después de haber leído la carta de Bernabé: las imprudentes invectivas que el autor de la carta lanza contra el judaismo legalista, las dirigirá Marción contra el autor mismo de la Ley; los ataques no alcanzarán solamente a los judíos, sino al mismo Dios. La Iglesia se percatará pronto de los peligros que una apologética mal orien­tada podía crearle y se guardará de ella para siempre ( 8 3) .

§ 5 . — La reforma moral y el rég imen penitencial en la Iglesia romana. El Pastor de Hermas ( 8 4 )

LIBRO Y AUTOR No hay obra, entre las de los Padres Apostólicos, más copiosa de información que el Pastor de HERMAS; y su

interpretación no es muy difícil. Es u n cuadro ingenuo y natural , no de pro-

que debe manifestarse a vosotros en la carne, en Jesús. Porque el hombre es tierra dolorida..." Bernabé presenta la gnosis como un don puesto por Dios en el alma del maestro y que se comunica a los que de ella son dignos; a su luz desarrolla el autor la exégesis alegórica. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 344-345.

(81) Esta perícope evoca muchas reminiscencias de la literatura del siglo n, y de los siguientes: IRENEO, Demonst-, VI y XXXVIII; HIPÓLITO, Anáfora de la tradición apostólica, etc. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 339, n. 2.

(82) Por ejemplo, en su doctrina de la "recapitulación"; en BERNABÉ leemos (V, 11) el verbo &vax«f>a\aLú familiar a San Pablo (Rom. 13,9; Eph. 1, 10) y a San Ire­neo; pero falta en todo el resto de la literatura patrístico-apostólica y apologética.

(8S) Nótese que este peligro del judaismo y la consiguiente reacción se explica por lo que ya sabemos de la considerable influencia de los judíos en Alejandría: la vida y obra de Filón son prueba de este influjo por lo que hace a la época pre­cristiana; durante los primeros siglos de la Iglesia fué un peligro auténtico el influjo judío: de Alejandría proceden la mayor parte de los evangelios apócrifos, de tendencia judaizante.

(84) Ediciones: HILGENFELD, Leipzig (1866); GEBHARDT-HARNACK (1877); FUNK,

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fundas verdades teológicas, sino de la vida cristiana, en lo que tiene de más sencillo, de más común y, a la vez, de más hondura; libro de gran interés, porque es un rayo de luz que rasga los celajes que envuelven la historia de la Iglesia en la primera mitad del siglo n . Pero toda la curiosidad que pueda excitar ese documento en nosotros, va contrapesada por el cúmulo de problemas que suscita sobre los más variados aspectos: fecha, composición, carácter, doctrina, son otras tantas cuestiones en litigio. No es su estruc­tura intrincada, sino sencilla y espontánea, como obra de u n hombre del pueblo; pero a veces queda el pensamiento sin desarrollar; otras, embrollado por excesiva cargazón, debido a que el escritor insatisfecho de lo que acaba de decir, añade, sin borrar lo anterior, nuevas explicaciones que no siempre se compadecen con lo precedente.

De ahí procede su varia fortuna: tuvo general y fervorosa acogida en el siglo 11; rechazóle el Occidente en el n i y quedó casi relegado al Egipto en el Oriente; a partir del siglo iv, desaparece de la escena (8 S). Los antiguos Padres estimáronlo, no por su ciencia teológica, sino por su doctrina moral, por su concepción de la vida cristiana; y ésa es, en efecto, la razón de su valía.

El esquema actual del libro de HERMAS se reduce a cinco visiones, doce mandatos y diez parábolas; el autor sugiere otra división, que se acomoda mejor al plan seguido: en la primera parte, aparece la Iglesia bajo diversos símbolos, en cuatro visiones sucesivas; la segunda parte, que es la más extensa y la más importante, contiene la revelación del Pastor: tras de una visión introductoria, el Pastor enseña a los cristianos sus deberes y les exhorta a la penitencia; es el tema de los mandamientos y de las parábolas.

Por este rápido bosquejo podemos adivinar la índole del libro: es un apo­calipsis taraceado de visiones y de revelaciones; pero es también una auto­biografía. Su autor se da el nombre de HERMAS; es u n liberto, emancipado por Rodos; adquirió riquezas, se casó con una mujer de dura condición y fué padre de numerosa prole que acarreó su desgracia, pues apostataron y denunciaron a sus padres, dejándoles reducidos a la miseria. Parece que Hermas había sido educado en el cristianismo y que, mientras abundó en bienes de fortuna, no pasó de cristiano mediocre y sin provecho; convirtióse con la^ruina económica (86) y desde entonces preocupóse de la recristianiza­ción d*sus hijos; tuvo el consuelo de volverlos al buen camino (Sim. VII, 4) y recibió del ángel una cierta promesa de que se restablecería su fortuna. El canon Muratoriano añade otros a estos detalles sacados del libro: que Her­mas era hermano del obispo Pío (ca. 140-154). Esto nos permite fijar la com­posición de la obra hacia el final de la primera mitad del siglo I I (8 7) . Por

Tubinga (1881); LEJÜONG (1912); traducciones alemanas y notas de WEINEL, Neutes-tamentl. Apokryphen, pp. 217-229; DIBELIUS, Tubinga (1923). Acerca de la anti­gua traducción latina, cf. TURNER, en Journal of Theol. Studies, XXI (1920), pp. 193-209. Una cuarta parte del texto griego hallóse en papiros del siglo iv; Cf. C. B. BOTJNER, A papyrus Codex of the Shepherd of Hermas, Universidad de Michigan (1934).

Principales estudios: TH. ZAHN, Der Hirt des Hermas, Gotha (1868); A. STAHL, Patristische Untersuchungen, Leipzig (1901), pp. 223-359; D'ALES, L'édit de Calliste (1914), pp. 52-113; PUECH, op. cit., t. II, pp. 71-95; LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 346-387.

(85) Sobre este particular, cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 346-348 y, principalmente HARNACK, Gesch. der Literatur, t. I, pp. 51-58.

(86) yis HI5 6, 7: "Cuando eras rico, para nada servías; ahora, en cambio, puedes ser útil, apto para tu vida."

(87) Otros hechos que abonan la fecha adoptada se sacan de la misma entraña del libro: la persecución descrita, se compadece mejor con el sistema adoptado por Tra-jano que con los procedimientos de Domiciano (LELONG, op. cit-, pp. XXIX-XXXII);

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lo demás, no hubo continuidad en la elaboración de la obra: consta de una serie de retazos zurcidos en largos intervalos de tiempo, bajo la influencia de muy diversas situaciones personales y eclesiásticas: en la portada del libro, parece que impera una violenta persecución; en la segunda parte, percíbense las consecuencias de la prueba: apóstatas que imploran la reconciliación, que la Iglesia otorga o deniega; al principio, presentía el autor la catástrofe final; en las páginas siguientes, tema preferido es la penitencia, las condiciones que exige, la reparación que por ella puede esperarse: ha cambiado la situación en la misma familia de Hermas con el arrepentimiento de los hijos apóstatas.

Esta sucesión de episodios ligeramente trabados da al libro un algo de inconsistente y a la doctrina una incoherencia difícil de reducir a unidad; pero tiene para el historiador el interés de una película documental que lentamente se va desarrollando ante sus ojos, mientras un sencillo burgués de Roma va explicando las preocupaciones morales de la cristiandad de su época.

LA REFORMA MORAL Y esas preocupaciones morales debemos buscar en el libro: HERMAS no era n ingún teólogo, n i le in­

quietaban las cuestiones especulativas; no hay por qué extrañarse de que sus principios doctrinales flaqueen; pero es un cristiano sincero, fervoroso, viva­mente inquietado por los problemas morales que la vida suscitaba en torno suyo; los plantea con toda sinceridad; no se podría exigir un testimonio más veraz.

HERMAS, como todos los moralistas, es un enderezador de entuertos: de ahí qué cargue las t intas al pintar la situación de la Iglesia: nos la presenta como una mujer anciana, llena de achaques, sentada en una poltrona; pero, desde la segunda visión, esa Iglesia va cobrando fuerzas; y en la tercera, es ya "una doncella hermosa y rebosante de vida": el mensaje del Señor ha sido escuchado, renováronse los corazones y la vida volvió a fluir con pujanza (8 8) .

Pues tan rápida fué la transformación, bien puede concluirse que el mal no calaba tan hondo como parecía. Esa es la impresión que deja la lectura del libro; es un examen de conciencia de la Iglesia romana, presentado bajo múltiples símbolos y formas; del examen concluimos que los más de los cris­tianos son justos, que no han perdido la inocencia bautismal ni tienen nece­sidad de hacer penitencia ( 8 9) .

En la octava visión se describe un sauce corpulento, figura de la Ley o del Hijo de Dios: el ángel Miguel ha cortado ramas de ese árbol y las ha entre­gado a los hombres; significa la Ley predicada a los fieles; los ramos recibidos y que cada hombre lleva consigo, simbolizan el estado de conciencia del por­tante. Muchos los entregan descarnados, secos o sin hojas: son los pecadores y negligentes en la fe. "Otros devuelven sus ramos verdes y tal cual los habían recibido del ángel; son la mayor parte de la comunidad" (9 0) . Por consiguiente, predominan los justos en la Iglesia. Jf

el gnosticismo naciente, pero todavía no temible (ibid., p. XXXVII). La mención de Clemente parece oponerse, a la fecha indicada (Vis. II, 4, 3); objeción difícil de solucionar, pero que no invalida la fuerza de los argumentos contrarios; podría res­ponderse que las primeras visiones datan del tiempo de Clemente, pero no fueron redactadas hasta el de Pío; cf. LIGHTPOOT, Clemente, t. I, pp. 359-360; TURNER, en Journal of Theol. Studies, t. XXI, pp. 193-194.

(88) Vis. III, 11-13. (89) LEDONG, op cit., p. LVIII; DUCHESNE, Hist. anc. de l'Eglise, t. I, p. 229. (°°) Simil., VIII, 1, 16. El mismo HERMAS da el sentido del simbolismo (ibid.

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VIRTUDES Y FLAQUEZAS T a n t o es m á s d e e s t i m a r este ú l t i m o ju ic io c u a n t o m á s d e l g a d a m e n t e h i l a b a H E R M A S : l a

escena con q u e se a b r e el l i b r o (Vis. I , 1 ) , d e r e m o r d i m i e n t o s po r u n a m i r a d a y u n m a l deseo, m u e s t r a q u e a ú n p a l p i t a e n é l e l i d e a l c r i s t i ano , con todas sus ex igenc ias .

P e r o t a m b i é n esta Ig les ia t i e n e sus deb i l i dades , q u e e n l a t e r c e r a v is ión y e n las p a r á b o l a s oc tava y n o v e n a se desc r iben d e t a l l a d a m e n t e . La i m p r e s i ó n de con jun to se t r a z a e n l a v i s ión I I I , 1 1 :

"¿Por qué la mujer de la visión primera apareció envejecida y sentada en una poltrona? Es porque vuestro espíritu está caduco, viejo y encanecido, como conse­cuencia de vuestra molicie y de vuestras vacilaciones. . . (estaba ella sentada en una poltrona) porque toda enferma, por su misma debilidad, necesita sentarse en una pol­trona, para mantener su flaco cuerpo" ( 9 1 ) .

S e g ú n esto, e l a c h a q u e m á s c o m ú n y m á s t e m i b l e es la d u d a , el de sa l i en to , como de viejos q u e p e r d i e r o n toda e spe ranza , q u e c a v i l a n sobre l a v e r d a d d e su fe profesada (Vis. I I I , 4 , 3 ) . P o r d o n d e el e m p e ñ o de los p r i m e r o s cap í ­tu los es c o n f i r m a r e n la e spe ranza , n o p o r l a p r e d i c a c i ó n d e l a p e n i t e n c i a , s ino con la p r ed i cc ión de l f in : "p res to será ed i f icada la t o r r e " (ibid. I I I , 8, 9 ) . Poco a poco se i r á d i s i pando esta v is ión de l a p a r u s í a p a r a d a r paso , en los cap í tu los s igu ien tes , a l t e m a d e la p e n i t e n c i a .

LA RIQUEZA Esa des id ia , esa t ib ieza , son efecto p r i n c i p a l de l con t ac to con el m u n d o : l a Ig les ia cons ta de m u c h o s fieles, r e c lu -

tados e n las d iversas clases sociales: los r icos e s t án m á s expues tos q u e n i n g ú n otro a la defección:

"Los que entregaron sus ramos, verdes en parte y en parte resecos, son aquéllos que. viven enharinados en sus negocios temporales y desgajados casi enteramente de la sociedad de los santos" (Sim. VIII , 8, 1).

"Los que presentaron su ramo, marchito en dos tercios y verde en lo restante, son los hombres que, después de haber abrazado la fe, amontonaron riquezas y se granjearon el respeto de los gentiles; hiciéronse orgullosos y altaneros; abandonaron la verdad y desertaron de la compañía de los justos para compartir la vida de los paganos; este camino se les antojó menos áspero. Cierto que no renegaron de Dios, conservaron su fe; pero no realizan las obras de la fe. . . " (Ibid. IX, 1.)

"De la tercera montaña, cubierta de espinas y de cardos descienden los fieles dota­dos de bienes de fortuna y los otros creyentes, enfrascados en sus negocios. Los cardos borriqueros son figura de los ricos; las espinas representan a los hombres erizados de negocios. Estos últimos, los que se hallan enredados en múltiples asun­tos de todo género, no frecuentan el trato de los siervos de Dios, sino que vagan a la ventura, lejos de ellos, asfixiados por sus mil ocupaciones. Los ricos tampoco tienen mucha relación con los siervos de Dios, por temor a que éstos les pidan alguna ayuda. Ardua empresa será para tales gentes entrar en el reino de Dios" ( 9 2 ) . (Ibid. IX, 20, 1.)

E n t i e m p o de pe r secuc ión " r e n i e g a n de su M a e s t r o po r causa d e las r i que ­zas y d e los negoc io s " ; e n t r a r á n e n la t o r r e c u a n d o se h a y a n despojado d e su i m p e d i m e n t a ; " t u p r o p i o e jemplo te h a r á c o m p r e n d e r la v e r d a d d e lo d i cho :

3, 8 ) : "Los que devolvieron los ramos tal cual los habían recibido, son los santos y los justos, que vivieron en perfecta pureza de corazón y en la observancia fiel de los mandamientos del Señor." Hay entre ellos quienes los devolvieron con nuevos brotes y aun con frutos: son los confesores y los mártires.

(91) En Vis. II , 4, 1, HERMAS explica esta vejez de la Iglesia por ser la más antigua de las criaturas; quiere esto decir que entonces consideraba a la Iglesia en su trascendencia; mas ahora habla de la Iglesia visible.

(92) Cf. Vis. III , 11, y Simil. I.

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cuando eras rico, para nada de provecho servías; ahora, eres útil , eres apto para la vida" (Vis. III , 6, 5-7). Este último detalle viene a confirmar la im­presión general: los ricos, contra los que HERMAS arremete, son los de su época: comerciantes enriquecidos, absortos por sus negocios, nuevos ricos or­gullosos de sus caudales, que flaquean ante la primera acometida, si la misma persecución no les salva, despojándoles previamente de sus bienes. Y cuando la crisis pasa, estos ricos pueden considerarse desplazados, en aquel ambiente de sencillez de la comunidad cristiana; siempre tienen la obsesión de que alguien va a acudir a las puertas de su generosidad; y siempre se hal lan más o menos propensos a añorar sus buenas relaciones paganas y a lanzar, por encima del muro de la Iglesia, una mirada codiciosa al siglo ( 9 3) .

LA AMBICIÓN Otra llaga que reiteradamente señala HERMAS es la ambi­ción, origen de muchas disensiones. En la maternal exhor­

tación que la Iglesia dirige a todos sus hijos dice a sus jerarcas: "¡Guardad que vuestras disensiones no os hagan perder la vida!" (Vis. III , 9, 7). Sobre el mismo peligro insiste el Pastor en la parábola del sauce:

"Los que entregaron el ramo verde, pero lleno de hendiduras, son personas que se conservan fieles y buenas, pero que luchan porfiadamente entre sí por los pri­meros puestos y los honores. Es una locura disputarse de esa manera la presidencia. Pero, en el fondo, estos hombres son buenos; y por eso, desde que conocieron mis mandatos, purificaron sus corazones y se aprestaron a hacer penitencia. Han sido, por tanto, admitidos a vivir en la torre; pero si alguno de ellos promueve discordia, será expulsado de la torre y perderá la vida" (Simil. VIII, 7, 4-5.)

De lo que antecede se colige que el mal es menos grave en Roma que en Corinto ( 9 4 ) : Clemente tuvo que aconsejar a los perturbadores que se expa­t r iaran; en Roma bastaron unos avisos para que cesase toda desavenencia.

Fustiga HERMAS otros vicios, particularmente en las parábolas VIII (6, 4 ss.) y IX (15, 3 y 19 ss.); pero son menos característicos del estado de la Iglesia romana en aquella época. Más interesante es el relato de la persecución, de los peligros que crea esa prueba terrible y de los frutos que produce.

LA PERSECUCIÓN En las visiones aparece la Iglesia bajo la amenaza de una persecución inminente; se espera una gran tribu­

lación que culminará en u n triunfo definitivo ( 9 5) . La segunda parte del libro refleja un nuevo ambiente: la persecución ha sacudido a la Iglesia; no se trata ya de la inquisición fiscal inaugurada por Domiciano, sino de la guerra al nombre cristiano tal como lo especificó Trajano; el nombre es el t imbre de gloria del cristiano y el emblema de su martir io; de los mártires

(93) Podemos recordar aquí las observaciones que hacia Santiago respecto de las deferencias que se. guardaban con los ricos y del desprecio hacia los pobres: si entra uno ornado con veste blanca y enjoyado con anillo de oro se le invita a ocupar el primer puesto; pero si es un desarrapado se le dice: "Aguarda de pie" o "Siéntate a mis pies." "Hermanos míos, continúa Santiago, oídme: ¿Acaso no eligió Dios a los pobres de este mundo para llenarlos de fe y hacerles rico en el otro? Vosotros hacéis deshonor al pobre" (Jac. 2, 2-6). Los ricos a que alude Santiago son también comerciantes que van de ciudad en ciudad con gran esperanza de lucro y que luego se enorgullecen por sus riquezas (4, 13-17). Sobre la entrada de los ricos en la Iglesia, cf. HARNACK, Mission und Ausbreitung, pp. 559 y ss.

(94) LELONG exagera al escribir (op- cit., p. XXXVI): "En Roma sucedía en los días de Hermas, lo que en Corinto en tiempo de Clemente."

(95) vis n , 2, 7; III, 4; particularmente, Vis. IV, el monstruo marino.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 289

se habla en la parábola IX; son los creyentes que descienden de la oncena montaña:

"Son los hombres que padecieron por el Hijo de Dios y que pusieron todo su empeño y toda la generosidad de su corazón en padecer y en sacrificar su vida... Todos los que padecieron por su nombre son gloriosos delante del Señor y vieron bo­rrados todos sus pecados... Aquéllos que denunciados ante los tribunales no rene­garon al sufrir el interrogatorio, sino que abrazaron los tormentos magnánimamente, gozan, en el Señor, de toda gloria... Pero no faltaron los cobardes y los vacilantes; mas, después de haber deliberado en su corazón, se decidieron a padecer; llevan como insignia frutos menos hermosos, por las dudas que se levantaron en su corazón" (Símil. IX, 28, 2 ) . . .

No se han disipado los nubarrones; todavía la Iglesia está amenazada; la parábola termina con estas palabras:

"Vosotros que. padecéis por el nombre del Hijo de Dios, debéis dar gracias a Dios, porque os ha juzgado dignos de llevar ese nombre y de recibir la curación de todos vuestros pecados. Teneos por venturosos; creed que habéis realizado una gran obra cuando padecisteis por Dios. ¡El Señor os da, la vida y vosotros no reparáis en ello) Porque vuestros pecados os tenían oprimidos y si no hubierais padecido por el Nombre de Dios, ellos os habrían hecho morir a Dios. A vosotros os hablo, a vosotros que vacilabais entre confesar o negar; confesad que tenéis un Señor, si no queréis ser aherrojados en prisión como renegados. Si los paganos castigan al esclavo que ha renegado de su amo, ¿qué hará con vosotros el Señor, el que es Dueño de todo? Arrancad de vosotros esas cavilaciones, para que siempre viváis para Dios" (Símil 28, 5.)

Al enfrascarse uno en la lectura del libro de HERMAS, siéntese inmergido en la muchedumbre de cristianos de Roma; se percibe la angustia de las per­secuciones, pero se palpa también la valentía y la reciedumbre de fe de aquellos neófitos.

LA JERARQUÍA Cuando se buscan en el Pastor las huellas de la constitu­ción eclesiástica, se echa de ver que no hay mención ex­

presa del episcopado monárquico; con todo, no debe olvidarse que el autor era hermano del obispo de Roma ( 9 6) . En varias ocasiones habla de los jefes de la Iglesia, de los presbíteros, de los pastores ( 9 7 ) ; y no siempre elogiosa­mente ; les pone en guardia contra el deseo de las prelacias, contra la vanidad y la ambición ( 9 8 ) ; estigmatiza a los diáconos prevaricadores que dilapidaron los bienes del socorro de las viudas ( " ) ; pero encomia a los obispos carita­tivos que abren generosamente su casa a los hermanos, que mantienen a las viudas, que viven una vida santa (1 0°). Aún palpita la rivalidad que, a veces, a fines del siglo i, enfrentaba a los profetas con los presbíteros (Vis. I II , 1, 8)

(96) TUHNER (art. cit., p. 194) observa atinadamente: "Es ridículo fechar el libro en los años 140-145, fundándose en el canon Muratoriano, según el cual HERMAS publicó su Pastor cuando su hermano era obispo de Roma y pretender luego probar, por el propio libro de HERMAS, que por aquel entonces no había obispo en Roma y que a Hermas le preocupaba muy poco."

(97) Presbíteros: Vis. II, 2, 6; III, 9, 7; II, 4, 2-3; pastores, IX, 31, 5-6. Emplea como términos equivalentes ei de presbítero y el de obispo: Vis. III, 5, 1; cf. la nota de FUNK, la de LELONG, y LELONG, p. LXXXII.

(98) Vis. III, 9, 7; Símil. VIII, 7, 4. (99) Simil. IX, 26, 2. (100) ¡lid., 27,- 2. Podríamos destacar otros detalles sobre la jerarquía: Vis. II, 2,

6; IV, 3; III, 5, 1; IX, 7; Cf. DOBSCHUETZ, Urchristl. Gemeinden, p. 233; WEINEL, Neutest. Apokryphen, p. 330.

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290 LA IGLESIA PRIMITIVA

y se presiente ya la lucha de los mártires contra la jerarquía (Vis. III , 1, 9 ) , lucha que será más sensible en el siglo m , en tiempo de Cornelio y de Cipriano.

LA IGLESIA HERMAS dedica unos minutos de contemplación MADRE DEL CRISTIANO a la Iglesia, Madre de todo cristiano, pese a

los desequilibrios sociales y al margen de los vicios y virtudes de sus jefes (1 0 1) . La Iglesia exhorta como una madre a sus hijos, los cristianos:

"Oíd, hijos míos: yo os eduqué en simplicidad, inocencia y santidad por la mise­ricordia del Señor, que ha infundido en vosotros la justicia.. . Que la paz reine en vosotros, a fin de que yo pueda presentarme jubilosa delante del Padre, para rendir cuenta de vosotros ante el Señor" (Vis. III, 9, 1.)

De donde se sigue que la Iglesia, como Cristo, es mediadora entre el cristiano y el Padre ( 1 0 2 ) ; y es que ambos se identifican en uno; HERMAS explica esta unidad por el símil de la torre (la Iglesia) y del funda­mento roquero (Cristo): "La torre parecía tallada en un solo bloque; no tenía junturas; habríase dicho que aquella piedra se desgajó de la misma roca; todo el conjunto parecía un monolito" (Simil. IX, 9, 7 ) ; "Tú mismo puedes ver —continúa el Pastor— que la torre forma un solo bloque con la roca" (1 0 3) .

LA PENITENCIA Entre todos los problemas suscitados por HERMAS en su libro hay uno que predomina ventajosamente: el de la

penitencia y la reconciliación. Es el núcleo fundamental del mensaje diri­gido a la Iglesia romana (1 0 4) .

La proclamación del mensaje és enérgica, mas no clara y precisa: formula dos tesis al parecer inconciliables: no hay otra penitencia que el bautismo; hay otra penitencia distinta del bautismo.

El propio HERMAS se percata de esta palmar contradicción y la explica:

"He oído, Señor, decir a algunos maestros que no hay otra penitencia que la que hicimos al inmergirnos en el agua para recibir la remisión de nuestros pecados ante­riores. —Pues oiste bien, porque así es, en efecto. Pues quien recibió el perdón de sus faltas no debería volver a pecar, sino permanecer en la inocencia. Mas, puesto que tú quieres saber la última palabra de todo, también esto te voy a revelar... Dios estableció la penitencia para aquellos a los cuales llamó antes de ahora... Y por eso te digo que si, después de este llamamiento generoso y solemne, hubiere alguien que, cediendo a los ardides del diablo, pecare, gozará de sola una penitencia; mas si

(íoi) Acerca de esta creencia, tan cara a los cristianos del siglo II, cf. LEBRETON, Mater Ecclesia, en Recherches de science religieuse (1911), pp. 572-573.

(102) £)e igUal manera en Simil. X, 2, 2: "Et hic est (Pastor) apud me de his bene interpretetur et ego apud dominum."

(103) Cf. DURELL, The historie Church, Cambridge (1906), pp. 99 y ss. Esta iden­tidad de ia Iglesia, cuerpo de Cristo, con su Cabeza, podía apoyarse en la doctrina de San Pablo; los cristianos la acogerán con grande simpatía. HERMAS afirma asi­mismo que la Iglesia fué creada antes que toda criatura, y el resto de los seres por ella (Vis. I, 4, 1); esta idea vuelve a aparecer, más acentuada, en la //* Clementis, Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 388-392.

(104) Cf A. D'ALES, L'édit de Calliste (1914), pp. 52-113. En el Pastor hay tres secciones que tratan particularmente de la penitencia: la visión tercera, de la cons­trucción do. la torre (D'ALES, op cit., p. 54); el cuarto mandato, sobre la castidad; no hay otra penitencia que el bautismo (ibid., p. 67); las parábolas VIII y IX: los ramos, las doce montañas, la torre (ibid., p. 87).

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 291

recayere e hiciere penitencia, poco le aprovechará pues su salvación queda muy com­prometida. —Señor, respiré, revivo, porque después de las explicaciones tan precisas'1

que me disteis tengo la certeza de que, si no cometo nuevos pecados, seré salvo. —Tú lo serás, respondióme, lo mismo que los que te imitaren" (Mandam. IV, 3).

Las últimas palabras citadas polarizan el interés general: Hermas está angustiado por la situación de los fieles que pecaron después del bautismo;. es su propia situación. ¿No hay salvación para ellos? No tendrían remedio si se aplicase rigurosamente el principio propuesto: no hay más que una penitencia, el bautismo; pero el Señor que conoce la flaqueza humana y la malicia del diablo, ha instituido otra forma de penitencia, de la que habla el Pastor. Mas no debe el hombre animarse a continuar en el pecado, por la esperanza en esta institución misericordiosa, que borra las faltas pasadas; el principio de que no hay otra penitencia distinta del bautismo, continúa vigente para los que aún no lo recibieron y para los que acaban de bauti­zarse. ¿Quiere con ello significar HERMAS que la penitencia por él anun­ciada es como un jubileo que no volverá a otorgarse? Sin duda que no ( 1 0 5 ) ; prueba de ello es que más adelante vuelve a hacerse la misma promesa, acom­pañada de semejante amenaza: es el perdón últ imo ( 1 0 8) . Bien se ve que exhorta un predicador, mas no delibera un canonista.

Lo que importa poner de relieve es la grandeza del ideal cristiano: una caída grave, después del bautismo, es una deserción indigna; al pronunciarse sobre ella, no tanto considera Hermas las indefinidas perspectivas del futuro, como la reparación de esas transgresiones que, por desgracia, se dieron en el pasado y que no deben volver a repetirse (1 0 7) . No se concibe otra repara­ción que la de reintegrarse a la Iglesia ( 1 0 8 ) ; es la doctrina de la tercera visión: no se salvan sino los que penetran en la torre; y "la torre, que tú ves construir, es la Iglesia" (1 0 9) .

LA TEOLOGÍA LOS problemas morales que acabamos de analizar cons­ti tuyen la estructura orgánica de la obra de HERMAS. No

todo es en ellos diafanidad; muchas sombras se proyectan sobre el tema de la penitencia y de la remisión de los pecados; pero aún se espesan más esas sombras si de los problemas éticos pasamos a los teológicos: HERMAS no toca, sino de refilón, las profundas cuestiones de la teología, cuando a ello le obliga el esclarecimiento de sus preocupaciones morales: para encarecer al lector las ventajas del ayuno y de las buenas obras voluntarias, apela, con muy buen acuerdo, al ejemplo de Cristo; pero, obsesionado por su lección moral, descuida la teológica: represéntase a Jesús como un siervo fiel que, encargado por Dios del cuidado de su viña, hizo más de lo que debía, más de lo que su Señor le había mandado: no era otra su obligación que la de ponerle un seto; mas él la arropó, e hizo la labor de bina y de escarda,

(105) Esta comparación del "jubileo" inventada por BATIFPOL, Eludes de théologie positive, t. I, p. 57, fué adoptada por LELONG, op. cit., p. LXIV, pero con razón descartada por D'ALES, op. cit., p. 79.

(106) Símil-, IX, 26, 5. (107) E n e i Pastor no se alude a los tres "pecados irremisibles" (apostasía, adul­

terio. homicidio) de que hablará TERTULIANO- , (108) LELONG pasó por alto este punto esencial (op. cit., pp. LXXIII-LXXV); lo

dejó bien asentado D'ALES, op. cit., pp. 104 y ss. (109) E n ia octava parábola, VIII, 6, 6, se ven penitentes admitidos "en el recinto

exterior de la torre"; parece se trata de aquellos que no pueden ser reintegrados a la Iglesia; sino que esperan en el umbral orando y demandando perdón. Cf. D'ALES, op. cit., pp. 111 y ss.

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292 LA IGLESIA PRIMITIVA

limpiándola de las malas hierbas. El Dueño de la viña, movido por tanto celo, hízole coheredero de su hijo.

Son innegables las resultas morales que se desprenden del Pastor; pero la doctrina general mal puede compadecerse con la fe cristiana. No escapa esta dificultad a HERMAS y quizá oye comentar en torno suyo: "¿Por qué, Señor, se representa, en la parábola, al Hijo de Dios en forma de siervo?" No rehuye la objeción, pero en vez de corregir lo erróneo, añade nuevas consideraciones, tratando de enunciar más correctamente el misterio de la Encarnación, y, sobre todo, se apresura a deducir de la nueva interpretación una nueva lec­ción moral: del mismo modo que la carne, esto es, la humanidad de Cristo, ha servido con tanta fidelidad y pureza a la divinidad que en sí llevaba, de igual manera debe el cristiano guardar sin mancilla el espíritu que en él habita: el moralista se complace en esta consecuencia pragmática; el teó­logo no queda tan satisfecho de la concepción teológica que esta instrucción sugiere (1 1 0).

Quien se halle familiarizado con el Pastor y se percate de la premiosidad de ideas y de expresión en que se debate HERMAS, no podrá extrañar las obs­curidades e incoherencias y sobre todo se guardará de imputar al magisterio oficial de la Iglesia los desaciertos de este improvisado teólogo. Lo más relevante de la parábola quinta es la protesta insatisfecha de la conciencia cristiana: el Hijo de Dios no es u n siervo; y la afirmación contundente de su misión redentora y de su señorío:

Dios creó a su pueblo y lo confió a su Hijo; y el Hijo puso ángeles sobre el pue­blo, para que la guardasen; y El mismo borró sus pecados a poder de tormentos y de pesares. Además de haber borrado los pecados de su pueblo mostróle los caminos de la vida, dándoles la ley que El había recibido de su Padre. Tú ves que El es el Señor del pueblo, porque de su Padre recibió toda potestad (Simil., V, 6, 2-4).

Por dicha, vuelve, en las dos últimas parábolas, a trazar los rasgos de la quinta, pero no ya inciertos y vacilantes, sino firmes y seguros. Contempla el vidente una ingente roca y la puerta recientemente excavada en ella:

"¿Qué significan la roca y la puerta? —La roca y la puerta son el Hijo de Dios. —¿Cómo, pues, la roca es antigua y es nueva la puerta? —Oye y entiende, imbécil. El Hijo de Dios nació antes que toda criatura, en tal guisa que El fué el consejero de su Padre en la obra creadora. Por eso es antiguo. —Pero, Señor, ¿por qué es nueva la puerta? —Porque se manifestó al fin de los tiempos; por eso es nueva la puerta (y se hizo) para que, los que han de salvarse, entren por ella en el reino de. Dios... Nadie entrará en el reino de Dios sin la contraseña del Hijo." (Simil. IX, 12, 1 ) . . .

El Hijo de Dios, nacido antes de toda criatura, consejero de su Padre en la obra creacional, es a la vez roca y puerta; "su Nombre es grande, infinito y por El es sustentado el orbe todo" ( u l ) ; "se manifestó" (112) mediante la Encarnación; es la puerta: "es la única entrada que da acceso al Señor. Por tanto, nadie llegará hasta el Señor si no pasa por su Hijo"; ni los ángeles más encumbrados pueden llegarse a Dios si no por el Hijo: "De estos ánge-

( n o ) Interpretando en todo su vigor literal las expresiones de. HERMAS habría de concluirse que la acción de la divinidad en Cristo no difiere mucho de la obra santi-ficadora en el alma del cristiano: esto sería violentar el pensamiento de. HERMAS tanto como el dogma cristiano; no debe, por ende, tomarse en su estricto significado las frases atrevidas del escritor. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II. p. 372.

( m ) Simil-, IX, 14, 5: HERMAS cita Hebr. 1, 3 en este pasaje. (112) Expresión mucho más exacta que la de "habitación", empleada en la quinta

parábola.

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les gloriosos, ninguno será recibido en la divina presencia sino por El; quien no haya recibido su Nombre no entrará en el reino de Dios" (Símil. IX, 12, 6) .

Sobre la roca se levanta una torre: es la Iglesia. Todo forma como un bloque de piedra, sin junturas; parece arrancar de la misma roca y todo el cuerpo de torre y roca semeja u n monolito (ibid. IX, 9, 7) : la Iglesia es una, Cristo y la Iglesia forman un solo cuerpo. Continúa la parábola des­arrollando la idea de que es indispensable la mediación del Hijo de Dios: termina con apremiantes exhortaciones al martirio, a la fidelidad y a la penitencia.

Esa fe cristiana, sincera y profunda, valió al Pastor la estima de los cris­tianos del siglo I I ; y por esa misma fe sincera, de un cristiano a carta cabal, HERMAS se granjea nuestra simpatía y nuestro respeto.

§ 6 . — La oración en la Iglesia primitiva (1 1 3)

EJEMPLO Y DOCTRINA El Evangelio y los escritos apostólicos nos revelan DE CRISTO la importancia de la oración en la vida de los

individuos y en la vida social de la Iglesia. Jesu­cristo, nuestra Cabeza, es, en esto, como en todo, nuestro modelo: con la oración se apercibe para los grandes misterios y para las obras más trascenden­tales de su vida: el bautismo, la elección de los apóstoles, la confesión de San Pedro, la Transfiguración y, sobre todo, su Pasión ( 1 1 4 ) ; en la oración busca el descanso y la fuerza ( 1 1 5 ) ; y es su voluntad que sus apóstoles se preparen con la oración a las grandes pruebas y tribulaciones que les esperan ( l l e ) .

No cayó en olvido el ejemplo del Maestro; la oración es para los Apóstoles un deber principal e insustituible: cuando el creciente número de fieles torna demasiado fatigosas sus tareas, instituyen diáconos sobre los cuales descargan una parte de su ministerio, reservándose para sí "la oración y la predicación" (Act. 6, 4 ) . San Pablo pide a sus cristianos una "oración incesante" (I Thess. 5, 17); y de igual forma San Ignacio a los efesios (X, 1) y a Policarpo (1 , 3) .

Esta oración del cristiano, que constituye el primero de sus deberes reli­giosos, y su fuente de consuelo y de energía, es algo tan sublime que sólo Dios se la puede enseñar. De ello están convencidos los Apóstoles: del ju­daismo recibieron una doctrina religiosa y la práctica de la oración; la mayo­ría de ellos se formaron en la escuela de Juan el Bautista; eso no obstante, sienten que todo les falta por aprender; y, cierto día en que sorprenden a Jesús orando, le dicen: "Señor, enséñanos a orar." Y Jesús les enseñó el Padrenuestro (Le. 11, 1-4); pero no basta esta enseñanza oral, aunque pro­ceda de Jesucristo; requiérese, además, la inspiración interior del Espíritu Santo: "No sabemos orar según conviene; pero el Espíritu mismo intercede soberanamente por nosotros con gemidos inefables" ( m ) .

(113) Cf. sobre la oración y el culto en la Iglesia antenicena, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 174-247; DOM CABROL, La priére des premiers chrétiens, París (1929); BARDY, L'Eglise a la fin du 1er- siécle, pp. 47-76.

(114) Oración que precedió al bautismo, Le. 3, 21; a la elección, 6, 12; a Cesárea de Filipo, 9, 18; a la Transfiguración, 9, 29; oración sacerdotal, Ion. 17; oración del Huerto, Mt. 26, 39 y1 paralelos; oración en la cruz, Le- 23, 34, 46.

( i " ) Me. 1, 35; Le. 5, 16. (116) Mt. 26, 41; Me. 14, 38; Le. 22, 46. (117) Rom. 8, 26; el P. LAGRANGE comenta así el texto: "Es una oración ineficaz,

de quien siente su impotencia sin ignorar el fin de ella, oración de un cristiano consciente de su fin, según exige el contexto- Pero, ¿cómo dirigirse a Dios para

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294 LA IGLESIA PRIMITIVA

Por la doctrina que nos legaron Cristo y sus Apóstoles podremos entender la oración de la Iglesia, tal como se refleja en los escritos de últimos del siglo i y comienzos del n .

PLEGARIA JUDIA Y La primera impresión y la idea primera que su-PLEGARIA CRISTIANA gieren esos documentos es que, en su conjunto, la

oración cristiana ha tomado muchos elementos del judaismo: son ecos judaicos el canto del Magníficat y del Benedictus y la misma oración dominical (1 1 8) .

Idénticas resonancias se perciben en los escritos de los Padres Apostólicos, en San Clemente, en la Doctrina de los Apóstoles. No tiene u n cristiano por qué extrañarse de ello: el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es también el Padre de Cristo; los libros del A. T. son patrimonio de la Iglesia, que es el verdadero Israel. Y si la Iglesia, en expresión de HERMAS, es "la pri­mera criatura" (Vis. II, 4, 1), más antigua que Moisés y que los patriarcas, es también la Esposa de Cristo, eternamente joven y con la virtud de reju­venecer cuanto toca.

La oración de la Iglesia está impregnada de ese hálito de juventud que le viene de Cristo: siéntese en ella un ímpetu, una lozanía, y, sobre todo, una confianza gozosa y plena, que da a los temas tradicionales una nueva vibra­ción. Así en la plegaria eucarística de la Doctrina de los Apóstoles:

"¡Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, la cual nos diste a conocer por Jesús, tu siervo (119). Gloria a ti, por los siglos!... ¡Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la vida y la ciencia que nos diste a conocer por tu siervo Jesús. Gloria a ti por los siglos! A ti la gloria y el poder por Jesu­cristo por los siglos" (Did. IX, 2-5.)

Los bienes que de Dios recibe la Iglesia son los que demandaba la Sina­goga ( 1 2°) ; pero son mejor comprendidos y más firmemente esperados: la Iglesia cuenta con la intercesión omnipotente del Hijo de Dios; por El queda enteramente transformada la oración. En las breves jaculatorias de la Doc­trina de los Apóstoles siéntese ese nuevo soplo que vivifica el alma cristiana; ese mismo soplo anima la extensa plegaria de Clemente que es, en esta época, el documento litúrgico más valioso. Al describir SAN JUSTINO, medio siglo después, la l i turgia dominical, añade todavía: "Cuando hemos terminado nuestras preces, se trae pan, vino y agua; el que preside eleva al cielo ora­ciones y acciones de gracias, y, al final de ellas, responde todo el pueblo: «Amén»" (1 2 1) . El que dirigía las preces, no las inventaba en su totalidad,

mover su corazón, cómo presentarse a El, con qué disposiciones? Jesús había ense­ñado la oración del Padrenuestro, que es la plegaria oficial de los fieles; mas no siem­pre es bastante a disipar la angustia de la oración mental. El alma, rendida por el esfuerzo, disgustada de sí misma, no dice nada concreto y el Espíritu ora en ella."

(118) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 177; acerca del Pater, cf. La vie et Venseignement de Jésus-Christ, t. II, pp. 67-85.

(119) Se da a Jesús en éste y en otros muchos documentos antiguos el apelativo de xaís deov. que vale tanto como "siervo de Dios" e "Hijo de. Dios".

(120) El cristiano pide en estas preces eucarísticas que "La Iglesia se congregue, desde todos los extremos de la tierra, en tu reino"; es la oración judía vivificada: la esperanza no es Israel, sino el cielo.

(121) Apol. I, 67. Por semejante manera los cristianos en los ágapes del siglo n al ni, cantaban de memoria himnos o los improvisaban: "Post aquam manuálem et lumina, ut quisque de scripturis sanctis vel de proprio ingenio potest, provocatur in médium Deo canere" (TERTULIANO, Apol., 39). "Sonet psalmos convivium sobrium: et ubi tenax memoria est, vox canora, aggredere hoc munus ex more" (CIPRIANO, Ad Donatum, XVI). Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 186.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 295

sino que elaboraba su oración con versículos de himnos bíblicos, de los cuales tenía saturada el alma, o se hacía eco de ellos, coma María en el Magníficat y Zacarías en el Benedictus; pero esos temas tradicionales cobran lozanía y nuevo significado con el nuevo espíritu que los informa. Y esas plegarias improvisadas, nutr idas de reminiscencias bíblicas, son nuestros más antiguos documentos litúrgicos; no se consignaban por escrito, y por eso se perdieron las más de ellas; por lo mismo son tanto más interesantes los pocos restos que llegaron hasta nosotros; de ellos es la úl t ima invocación de San Poli-carpo; de ellos, la solemne oración de San Clemente, que termina su exhor­tación a los corintios con el rito oracional de sus homilías:

ORACIÓN DE El Creador del universo conserve intacto, en el mundo entero, SAN CLEMENTE el número contado de sus elegidos, por su Hijo muy amado,

Jesucristo, por quien nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de su Nombre, a fin de que nosotros esperemos en tu Nombre, principio de donde procede toda creatura.

T ú has abierto los ojos de nuestros corazones, para que ellos te conozcan a ti, el solo Altísimo en lo más alto (de los cielos), el Santo que mora en medio de los santos; que abates la insolencia de los soberbios, que trastornas los cálculos de las naciones, que ensalzas a los humildes y derribas a los grandes, que enriqueces y empobreces, matas, das salud y resucitas. Único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; que penetras las profundidades abismales y escrutas las obras de los hombres: Amparo de los que están en peligro, Salvador de los desesperados, Creador y Gobernador (obispo) de todos los espíritus. T ú que multiplicas los pueblos sobre la tierra y entre ellos elegiste a los que te aman, por Jesucristo tu Hijo dilectísimo, por quien tú nos has enseñado, santificado y honorificado.

Rogárnoste, Señor, seas nuestro socorro y nuestra protección. Sálvanos de la opresión, compadécete de los miserables, levanta a los caídos, acorre a los que están en la indi­gencia, da salud a los enfermos, congrega a los descarriados de t u pueblo, da hartura a los que padecen hambre, rescata a los prisioneros, revigoriza a los que languidecen, consuela a los pusilánimes; que todos los pueblos conozcan que. tú eres el solo Dios, que Jesucristo es tu Hijo, que nosotros somos tu pueblo y las ovejas de tu rebaño.

Tú eres quien, por sus obras, manifestó la eterna ordenación del mundo. Tú eres, Señor, quien ha creado la tierra, tú que eres fiel de generación en generación, justo en todos tus juicios, admirable en tu potencia y tu magnificencia, tú que has creado la sabiduría y que gobiernas con prudencia cuanto has creado, tú que eres bueno en las cosas visibles y fiel con quienes en ti confían; misericordioso; y compasivo, perdónanos nuestras faltas, nuestras injusticias, nuestras caídas, nuestros extravíos. No hagas cuenta de los pecados de tus siervos y de tus siervas, mas purifícanos por la verdad y dirige nuestros pasos, a fin de que marchemos en santidad de corazón y hagamos todo cuanto es bueno y grato a tus ojos y a los ojos de nuestros jerarcas. ¡Oh Señor! Que tu faz nos ilumine, para que nos gocemos de los bienes en paz, para que nos veamos cobijados bajo tu poderosa mano, libres de todo pecado por la fuerza de tu brazo, y libres de tan­tos odios injustos. Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, como la diste a nuestros padres, cuando te invocaron santamente, llenos de fe y de verdad, fiando en tu omnipotencia y en la invencible fuerza de tu Nombre, concede la paz a nuestros príncipes y a nuestros gobernantes de la tierra.

Tú eres, Señor, quien les otorgó la realeza, por tu magnificencia e inefable poder, a fin de que, persuadidos de que de ti recibieron esa gloria y ese honor, les guar­demos sumisión y acatemos su voluntad.

Concédenos, Señor, la santidad, la paz, la concordia, la estabilidad, de forma que ellos ejerzan, sin obstáculo, la soberanía que les confiaste. Porque tú, Señor, celeste Rey de los siglos, das a los hijos de los hombres gloria, honor, poder sobre las cosas de la tierra. Dirige tú mismo, Señor, sus determinaciones, para que obren lo bueno y agradable a tus ojos, a fin de que, ejerciendo piadosamente, en paz y mansedumbre, el poder que les has conferido, te hallen propicio.

T ú sólo puedes hacer esto y enriquecernos con otros dones más preciosos; a ti damos gloria por el Sumo Sacerdote y Protector de nuestras almas, Jesucristo; por quien te sea dada toda gloria y honra, ahora y de generación en generación y por los siglos de los siglos. Amén (LIX-LXI) .

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296 LA IGLESIA PRIMITIVA

Por muchas afinidades que esta oración tenga con la liturgia judía, en ella se bosquejan ya los caracteres tradicionales de la liturgia cristiana ( 1 2 2 ) ; en otros pasajes de la misma carta percíbense también los acentos de la liturgia primitiva cuyo eco resuena en las mismas liturgias del siglo iv, como, por ejemplo, en el oracional de las Constituciones apostólicas ( 1 2 3) .

Esta persistencia de los caracteres litúrgicos viene a corroborar lo que decíamos de la composición de dichas preces: el obispo las improvisa, pero no totalmente: son variaciones sobre un tema tradicional de salmos, profetas, evangelios y escritos de los Apóstoles.

ORACIÓN AL PADRE La plegaria litúrgica se dirige comúnmente al Pa-Y A CRISTO dre: la Iglesia se atiene en esto a las enseñanzas y

al ejemplo de su Maestro, según se manifiesta en el Padrenuestro y en la oración sacerdotal (Ion. 17). Pero se dirigen preces al Padre en Nombre de su Hijo, Jesucristo, por su intercesión, por su minis­terio de Sumo Sacerdote (1 2 4) . En la oración de Clemente, estos rasgos cobran todo su relieve; y a ella se asemejan las demás oraciones de aquel período. Mas no deben tomarse tales usos litúrgicos como norma absoluta y deducir que las oraciones dirigidas a Cristo son innovaciones tardías, alteraciones de la liturgia primitiva. En honor de Cristo se entonaron los más antiguos him­nos que conocemos: el himno de maitines, el himno vespertino (1 2 5) . PLINIO describía en estos términos, a principios del siglo n (ca. 113) las prácticas del culto cristiano: "Los cristianos suelen reunirse en días fijos, antes del alba, y cantar a dos coros himnos en honor de Cristo" (1 2 6) .

Y si nos remontamos en la historia cristiana, podremos leer en el Apoca­lipsis los cantos que, en el cielo, se entonan en honor del Cordero, cantos a los cuales, en frase de San Pablo, hacen eco las voces de la tierra:

¡Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria, la alabanza! (Apoc. 5, 9-13.)

"Despierta tú que estás_ durmiendo y levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará." (Ephes. 4, 14.)

Manifestóse en la carne, fué justificado por el espíritu, mostrado a los ángeles, predicado entre los gentiles, creido en el mundo, arrebatado a la gloria. (I Tim. 3, 16.)

(122) cf. DUCHESNE, Origines du cuite chrétien (1920), p. 55: "Digno es de tenerse en cuenta que el lenguaje litúrgico de la carta de Clemente, documento tan antiguo y de tanta autoridad, y el ritual presentado por Justino como de uso general en las reuniones de los cristianos, son en todo semejantes a los ritos que encontramos tres siglos más tarde, cuando los documentos abundan. En cambio es una anomalía la liturgia que nos revela la Didaché; composiciones posteriores podrán tomar de ella algunos elementos; pero siempre quedará, en conjunto, al margen de la corriente, fuera de la línea evolutiva general, tanto por su ritual como por su estilo."

(123) Tal es el caso de los capítulos XX, XXXIII, XXXIV, de la epístola de Cle­mente; del mismo carácter es la plegaria de acción de gracias que se lee en la liturgia del bautismo (Const. Apost. VII, 34) y la anáfora (ibid., VIII, 12, 9 y ss.). Cf. His-toire du dogme de la Trinité, t II, pp. 256-260.

(124) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 175 y ss. (1 2 5) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t II, pp. 220-222; el Gloria in excelsis

que cantamos en la misa era el himno de maitines; en su forma primitiva es un himno a Jesucristo; cf. Recherches de science religieuse (1923), pp. 322-329; D. CASEL, en Théol. Revue (1927), col. 64. El himno vespertino es el <pü,s i\apóv.

"(Gozosa luz de la santa e inmortal gloria del Padre Celestial, bienaventurado y santo Jesucristo! Llegados a la hora de la puesta del sol y viendo ya aparecer el astro nocturno, entonamos cánticos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Tú eres siempre digno de ser alabado por santas voces, oh Hijo de Dios, tú que das la vida; por eso el mundo te glorificará " Cf. E. SMOTHERS, en Recherches de science religieuse (1929), pp. 226-283. (126) PLINIO EL JOVEN, Epist., X, 96.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 297

LA LITURGIA EUCARISTICA Los mis te r ios eucar ís t icos son el co razón d e la l i t u r g i a c r i s t i ana y la c u l m i n a c i ó n d e las

ca rac te r í s t i cas r i t u a l e s q u e a c a b a m o s d e s e ñ a l a r . A l P a d r e se ofrece el sacrif icio euca r í s t i co ; e l Hi jo de Dios , Jesucr i s to ,

N u e s t r o Señor , es el Sace rdo te y l a V í c t i m a . E n la Doctrina de los Apóstoles ( I X - X ) se nos h a n conse rvado las m á s a n t i g u a s orac iones eucar ís t icas q u e conocemos:

Respecto de la Eucaristía, he aquí cómo debe celebrarse: Primeramente por el cáliz: "Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña

de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesucristo tu siervo. ¡Gloria a ti por los siglos!"

En la fracción del pan: "Te. damos gracias, Padre nuestro, por la vida y la ciencia que nos hiciste conocer mediante tu siervo Jesús. ¡Gloria a ti por los siglos!

Que tu Iglesia se congregue desde los confines de la tierra en tu reino, como los elementos del pan que, esparcidos por las montañas, se unieron para formar un todo. Porque a ti es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente."

Después de que os hayáis alimentado daréis gracias de esta manera: "Dárnoste gra­cias, Padre santo, por tu santo Nombre que Tú hiciste habitar en nuestro corazones, y por la ciencia, la fe y la inmortalidad que nos revelaste mediante tu siervo Jesús. ¡Gloria a ti por los siglos!

(Gloria) a ti, oh Señor, omnipotente, que. creaste el universo mundo para la gloria de tu Nombre, a ti que diste a los hombres alimento y bebida, para que ellos lo tomaran y te bendijeran; y que a nosotros nos diste alimento y bebida espirituales y la vida eterna por tu siervo. Te damos gracias, ante todo, por tu poder. ¡Gloria a ti, por los siglos!

Acuérdate, Señor, de librar a la Iglesia de todo mal, y de hacerla perfecta en tu amor. Congrega, de los cuatro vientos, esta Iglesia santificada en el reino que tú has preparado. ¡Porque a ti es el poder y la gloria por los siglos!

¡Reine la gracia y desaparezca el mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Quien profe­se santidad, llegúese! ¡Quien no sea santo, arrepiéntase! ¡Marañadla! Amen" ( m ) .

Si p r e s c i n d i m o s d e las a c l a m a c i o n e s y de l a e x h o r t a c i ó n f ina l , q u e d a el e s q u e m a de l t ex to r e d u c i d o a dos cánt icos de t res estrofas cada u n o : el estri­b i l lo de cada estrofa es u n a b r e v e doxología : " ¡ G l o r i a a t i ! " Y el de cada cán t i co , u n a doxología m á s c o m p l e t a : " ¡ P o r q u e a t i es la g l o r i a ! . . . " E l cán­t ico p r i m e r o p r e c e d e a l a c o m u n i ó n ; e l s e g u n d o es l a p o s t c o m u n i ó n . Es tas p reces t i e n e n m á s de u n a r e m i n i s c e n c i a j u d í a ; p e r o su i n s p i r a c i ó n es com­p l e t a m e n t e c r i s t i ana , b e b i d a e n los escri tos joánicos y p a u l i n o s .

Pocas h u e l l a s de j a ron e n l a t r a d i c i ó n l i t ú r g i c a pos ter ior . E n cambio , tu ­v i e ron m a y o r f o r t u n a l a s a c l a m a c i o n e s y las exhor t ac iones f i na l e s ; léese, por e jemplo , e n l a s Constituciones Apostólicas, V I I I , 13, 12-14:

El obispo, de cara al pueblo, dice: "¡Las cosas santas para los santos!" Y responde el pueblo: " ¡Un solo Santo, un solo Señor, Jesucristo!. . . ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Rendito el que viene en el Nombre, del Señor! ¡Dios es Señor y se apareció entre nos­otros! ¡Hosanna en los altos de los cielos!" Acto continuo, comulga el obispo, luego los presbíteros, diáconos. . .

Es te t ex to de l s iglo iv c o n t i e n e , m á s desa r ro l l ados , los m i s m o s e lementos d e l a Didaché: e x h o r t a c i o n e s a los f ieles , a c l a m a c i o n e s e n h o n o r de l Hi jo d e D a v i d q u e v i e n e e n t r e los suyos.

E l a u t o r de la Doctrina de los Apóstoles t e r m i n a con estas p a l a b r a s :

"Dejad a los profetas que den gracias, a medida de su deseo."

(127) H a y diversos estudios sobre estas preces: por los editores de la Didaché, y por J. A. ROBINSON, Barnabas, Hermas and the Didaché, Londres (1920), pp. 94-97; Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , pp. 193-195; LIETZMANN, Messe und Herrén mahl, pp. 230-238.

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298 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA LITURGIA EUCARISJICA U n escri to, pos te r io r e n m e d i o s iglo a l a EN SAN JUSTINO Didaché, nos d a a conocer , n o l a s p reces

eucar í s t i cas , s ino el r i t u a l m i s m o de l m i s ­t e r io c r i s t i ano : el apologis ta J U S T I N O , a l r e f u t a r l as c a l u m n i a s de los gen t i l e s , desc r ibe a los e m p e r a d o r e s M a r c o A u r e l i o y Luc io Vero e l c e r e m o n i a l d e l a m i s a ; h a b l a d e e l la a l e x p o n e r l a l i t u r g i a b a u t i s m a l y a l t r a t a r d e l a m i s a de l d o m i n g o . R e p r o d u c i m o s el p r i m e r o de los dos textos , po r p a r e c e m o s m á s exp l íc i to :

LXV. Hecha la ablución del que confesó su fe adhiriéndose a nuestras doctrinas, le. conducimos al lugar en que se hallan reunidos aquellos a quienes damos el nom­bre de hermanos. Entonces recitamos en común preces fervientes por los allí congre­gados, por el neófito y por todos los otros, en cualquier lugar en que se hallen, con el deseo de alcanzar, primero el conocimiento de la verdad y después la gracia de practicar la virtud y de guardar los mandamientos, a fin de obtener la salud eterna. Una vez concluidos los rezos, nos damos el beso de paz. Acto seguido, preséntase al que preside la asamblea el pan y la copa de. agua y de vino. Los toma en sus manos y alaba y glorifica al Padre del universo. Por el Nombre del Hijo y del Espíritu Santo y hace una larga eucaristía por estos dones que de El hemos recibido. Al final de las preces y de la eucaristía responde todo el pueblo a una voz: "Amén." Amén significa en hebreo "Así sea." Cuando el que preside ha realizado la euca­ristía y todo el pueblo ha contestado, los ministros, que llamamos diáconos, distribuyen a todos los asistentes el pan, el vino y el agua consagrados y lo llevan a los que están ausentes.

LXVI. Nosotros damos a esta comida el nombre de eucaristía, de la cual no puede participar quien no crea en la verdad de nuestra doctrina, n i haya recibido el baño de regeneración y remisión de los pecados y no viva según los preceptos de Cristo. Por­que esta comida no es para nosotros la de un pan ordinario ni la bebida es como las otras: sino que, al modo como nuestro Salvador Jesucristo, encarnado por la virtud del Verbo de Dios, asumió la carne y la sangre por nuestra salvación, así el alimento consagrado por la oración formada con palabras de Cristo, ese alimento que por asimilación debe nutr i r nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de Jesús encarnado; ésta es nuestra doctrina. Y en efecto: los Apóstoles, en sus Me­morias, llamadas Evangelios, refieren que Jesús les dio estas instrucciones: tomó el pan, y después de dar gracias, dijo: "Haced esto en memoria de mí, éste, es mi cuerpo"; tomó asimismo la copa, y, después de dar gracias, dijo: "Esta es mí sangre"; y a ellos solos les dio. Y ved ahí lo que los pérfidos demonios imitaron en los misterios de Mitra. Pues, según sabéis o podéis saberlo, suele presentarse pan y una copa de agua en las ceremonias de iniciación, al tiempo que se recitan algunas fórmulas.

A esta descr ipc ión de la m i s a b a u t i s m a l s igue u n c a p í t u l o consag rado a l a l i t u r g i a de l d o m i n g o ; es m á s b r e v e ; pe ro podemos a d u c i r l o a gu i sa d e com­p l e m e n t o d e los pá r ra fos t r ansc r i t o s :

LXVII , 3. En el llamado día del sol, suelen congregarse en un mismo lugar todos los vecinos de las ciudades y de las campiñas; se leen las Memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo de que se dispone. Terminada la lectura, el que preside hace un comentario a los fieles, para incitarles a imitar tan bellas enseñanzas. Luego, nos ponemos todos de pie y en oración; una vez aca­badas nuestras preces se trae pan, vino y agua; el que preside eleva al cielo ora­ciones y eucaristías, con todo fervor y el pueblo responde a coro: "Amén"; acto se­guido se procede a la distribución de los dones consagrados entre todos los asistentes y se hace participar, mediante los diáconos, aun a los que están ausentes.

Es tas c i tas , d e c a p i t a l i m p o r t a n c i a , s u g i e r e n a l h i s t o r i a d o r m u c h a s i n t e r e ­santes observac iones . E n p r i m e r l u g a r , q u e el a r c a n o t odav í a n o h a e n t r a d o e n v i g o r ; a f ines de l s iglo n T e r t u l i a n o m o s t r a r á conocer esa l e y ; p e r o S a n J u s t i n o está p o r e n t e r a r s e d e e l la . E x p l i c a con toda i n g e n u i d a d a los paganos la l i t u r g i a euca r í s t i ca y l a fe c r i s t i ana . I n s p i r á b a s e ese e m p e ñ o e n

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 299

no ocultar nada en el deseo de refutar las calumnias; y sin duda que de semejante sinceridad procedía la mayor eficacia de las apologías (1 2 8) .

ORIGEN Y DESARROLLO Merced a esa honradez histórica podemos re-DE ESTA LITURGIA construir en sus rasgos generales la liturgia pri­

mitiva. Comiénzase por la lectura, en presen­cia de todos los cristianos, de "las Memorias de los Apóstoles y de los escritos de los profetas"; el servicio religioso de la Sinagoga constaba también de la lectura de dos pasajes diversos de la Biblia: el uno tomado del Pentateuco y el otro de los profetas; por semejante manera, en la liturgia cristiana se lee el Nuevo Testamento y, a continuación, u n episodio del Antiguo (1 2 9) .

A la lectura seguía en la Sinagoga una homilía; imítanles en eso los cristia­nos. Terminada la explicación homilética, pónense de pie todos los asistentes para orar en común; por la carta de San Clemente sabemos que el obispo termi­naba su homilía con un recital de oraciones, en el cual participaba el pueblo.

Lecturas, homilías, preces, son el rito de preparación. Una vez terminado, comienza la liturgia eucarística: presentación del pan, del vino y del agua y "el que preside eleva al cielo plegarias y eucaristías con todo fervor"; no existe todavía una fórmula eucarística oficial, obligatoria para obispos y sacerdotes; el oficiante improvisa el rito oracional, que "prolonga cuanto le es posible" (1 3 0) . Pero hay un tema litúrgico que domina toda esta euca­ristía: la gratitud por los favores divinos: la creación, la redención y, singu­larmente, los misterios de la vida de Cristo, entre los cuales predomina el de la Cena, cuyas palabras sacramentales se repiten, según expresamente re­fiere JUSTINO; conmemórase la muerte y Resurrección del Señor; hácese ora­ción por la Iglesia y por todos los fieles y se termina el acto con una doxo-logía. SAN HIPÓLITO se ocupará largamente de este tema en su anáfora, a principios del siglo ni .

No negaremos que la liturgia descrita por JUSTINO tiene más de u n rasgo personal de su autor; pero no es invención suya; su labor se redujo a reagru-par y codificar los elementos dispersos de una tradición antigua y de usos ya existentes (1 3 1) .

Después de la anáfora, distribuyese la comunión a los presentes y a los ausentes. En muchas liturgias antiguas suelen incluirse en este momento, anterior a la comunión, las aclamaciones que leímos en la Didaché; no fal­tan a veces jaculatorias eucarísticas con que el cristiano expresa su deseo de comulgar. Así, v. gr., en las Actas de Tomás:

"¡Oh Jesús que nos hiciste la merced de participar de la Eucaristía, de tu santo cuerpo y de tu sangre, he aquí que nos atrevemos a llegarnos a tu Eucaristía y osamos invocar tu santo Nombre. Ven y únete a nosotros!" (132).

(128) Queda como verdad palmaria que la Eucaristía está reservada a los creyen­tes; JUSTINO lo indica expresamente (LXVI, 1) y también la Didaché (IX, 5); se citan las palabras del Señor (Mt. 7, 6), de las que más tarde se derivará la ley del arcano (TERTULIANO, De prcescr-, XLI, 2). Pero aun cuando los paganos queden pri­vados de la Eucaristía, deben conocer su rito y su misterio.

(129) JUSTINO solamente cita del N. T. los Evangelios; pero consta que también se leían las Epístolas; y por DIONISIO de Corinto sabemos (cf. supra, p. 262, n. 6) que en su iglesia se leían inclusive las cartas de San Clemente Romano y de Sotero, en el oficio del domingo. Del A. T. preferíanse los profetas por el testimonio que dieron de Cristo; mas no olvidaban el Pentateuco ni los Salmos-

(13°) En la Didaché hicimos notar una expresión semejante: "Dejad que los pro­fetas rindan gracias a Dios, cuanto les fuere posible."

(131) Acerca de esta anáfora, cf. t. II de esta obra. (132) Actas de Tomás, XLIX. La extensa plegaria eucarística (cap. L) es, a todas

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300 LA IGLESIA PRIMITIVA

A p a r t i r de l s iglo iv, p r i n c i p a l m e n t e , sue le u n i r s e a estos s e n t i m i e n t o s o t ros d e t e m o r r e v e r e n c i a l p o r l a m a j e s t a d d e l m i s t e r i o eucar í s t i co ( 1 3 3 ) .

LA LITURGIA BAUTISMAL H e m o s a n a l i z a d o la desc r ipc ión q u e h a c e J U S ­T I N O d e l r i t o eucar í s t ico , q u e po l a r i za el i n t e ­

rés de l t ex to c i tado . P e r o d i g n o es t a m b i é n de r e f l ex iona r sobre l a l i t u r g i a b a u t i s m a l : t i e n e a i res de r i to so l emne , e n el c u a l p a r t i c i p a l a Ig les ia toda . N o son y a los ba lbuceos d e la Didaché; n o está l a Ig les ia sujeta a l c a p r i c h o de las c i r c u n s t a n c i a s p a r a l a ce l eb rac ión de l r i t o ; h a h e c h o c o n s t r u i r p i s c inas b a u t i s m a l e s ; a l b a u t i s m o p r e c e d e n la profes ión de fe y var ios d ías de a y u n o , q u e obse rvan todos los fieles ( 1 3 4 ) ; l l e g a d o el m o m e n t o , los neófi tos " s o n conduc idos p o r nosot ros a l l u g a r de l a g u a , d o n d e se r e g e n e r a n como n o s ­otros nos h e m o s r e g e n e r a d o ; p o r q u e h a c e n su a b l u c i ó n e n el N o m b r e d e l Dios P a d r e y Señor de l u n i v e r s o y de Jesucr i s to , N u e s t r o Sa lvador , y d e l E s p í r i t u S a n t o " ( 1 3 5 ) .

J U S T I N O v u e l v e a t r a t a r d e l a i n i c i a c i ó n b a u t i s m a l a l t e r m i n a r este cap í ­t u lo . A n o m u c h a d i s t anc i a de é l , exp l ica de n u e v o S A N I R E N E O e l r i t o e n su Demostración de la Predicación apostólica:

"Cuando somos regenerados por el bautismo que se nos confirió en Nombre, de las tres personas, quedamos enriquecidos, en este segundo nacimiento, de los bienes que son en Dios Padre por su Hijo, con el Espíritu Santo. Porque los neófitos reciben el Espíritu de Dios, que les da al Verbo, esto es, al Hijo; y el Hijo los toma y los ofrece al Padre, y el Padre les comunica la incorruptibilidad. Por consiguiente, no debe confundirse el Espíritu con el Verbo de Dios; y sin el Hijo, nadie puede llegar al Padre; puesto que la inteligencia del Padre es el Hijo y el conocimiento del Hijo de Dios se alcanza por el Espíritu Santo; pero al Hijo incumbe, por voluntad del Padre, infundir el Espíritu a los que el Padre quiere y según su beneplácito" ( 1 3 6 ) .

D e estos p á r r a f o s marav i l l o sos se d e s p r e n d e q u e n o sólo se g u a r d ó f ie l­m e n t e l a f ó r m u l a b a u t i s m a l p resc r i t a po r N u e s t r o Señor : " b a u t i z a d e n el N o m b r e de l P a d r e , y de l Hi jo y de l E s p í r i t u S a n t o " , s ino q u e se g r a b ó e n l a conc ienc ia d e los f ieles l a fe e n la T r i n i d a d ; y el r i t o a c e n t ú a m á s l a fue rza d e l a f ó r m u l a , p o r q u e a l neófi to se l ava po r t res veces, sea p o r i n m e r ­sión, sea po r in fus ión ( 1 3 T ) .

luces, de origen gnóstico; pero el texto que hemos transcrito no parece derivar de fuentes gnósticas (cf. W. BAUER, en la colección de los N. T. Apokryphen de E. H E N -NECKE [1923], p. 257); en conjunto estas Actas son demasiado sospechosas para con­fiar en la autenticidad de su testimonio religioso.

(133) Sentimientos muy acentuados en SAN CIRILO DE JERUSALÉN (Caí. myst., V, 4; en P. G., 33, 1.112, cf. 1.116) y aun más en SAN J U A N CRISÓSTOMO; en cambio fal­tan en los Padres capadocianos. Ese mismo contraste existe en las liturgias: ausencia de tales sentimientos en la Anáfora de Serapión y en las Constituciones Apostólicas; en cambio, son muy notables en la liturgia de Santiago, y, no tanto, en las de San Basilio y San Crisóstomo. Cf. D O M CONNOLLY, Fear and Awe attaching to the Eucharistic Service. Texis and Studies. VIII , pp. 92-97; NICOLÁS CABASILAS, Litur­gia; expositio, 1 (P. G., 150, 369).

(1S*) JUSTINO, Apol. I, 61, 2. (i»5) Ibid., 3. (138) Dem., VII ; cf. cap. I I I . (137) En la Didaché, VII, se prescribe la triple infusión; la triple inmersión expre­

samente atestiguada por TERTULIANO, Adv. Praxeam, XXVI: "Nec semel, sed ter, ad singula nomina in personas singulas t inguimur." Por donde, los mismos marcio-nitas, que negaron el dogma trinitario, conservaban la triple inmersión; lo que signi­fica que ese rito era anterior a su herejía. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , pp. 134-141.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 301

El nuevo cristiano se traslada, desde la piscina bautismal, a la asamblea de los fieles; elévanse preces conjuntas, una vez incorporado a ella, y se da el ósculo de paz. El catecumenado será organización de los siglos n y n i ; cobrará realce y solemnidad la liturgia bautismal, reservada para la vigilia de Pascua y la de Pentecostés; los rasgos esenciales quedan fijados ya en la primera mitad del siglo n y entonces se palpa, como nunca, todo su sentido social. En una época en que la persecución acechaba sin cesar a la Iglesia, con largas efusiones de sangre, la entrada del neófito en la comunidad cris­tiana era saludada como u n gesto heroico y acogida con tan exquisita caridad que, años después, evocaban con emoción aquellos días de fervor. ORÍGENES aludirá, en una de sus homilías, a este período de la vida cristiana:

"Si hablamos con franqueza, sin traicionar la verdad. . . habremos de confesar que no somos fieles. Aquéllos sí que eran realmente fieles, cuando el martirio acechaba en la misma cuna, cuando, al regresar del cementerio adonde habíamos acompañado los restos de los mártires, nos reuníamos en asambleas, en que la Iglesia impávida se congregaba toda, cuando los catecúmenos eran adoctrinados en medio de los már­tires, y frente a la muerte de los cristianos que confesaban la verdad hasta el mo­mento supremo y esos catecúmenos, acrisolados por esa prueba de fuego, adherían sin temor al Dios vivo. Entonces sí que conocimos maravillas estupendas e impon­derables. Pocos eran, en verdad, los fieles; pero eran fieles a carta cabal y avanzaban decididamente por el camino áspero y bravio que conduce a la vida" (138).

§ 7 . — El S í m b o l o de los Apóstoles (139)

El estudio de la liturgia bautismal nos lleva a la conclusión de que sus fórmulas y su rito son de trascendental importancia en la historia del dogma cristiano, en especial del dogma trinitario: fueron la expresión y la salva­guardia del dogma. Analizaremos brevemente dicho símbolo de fe.

PROFESIÓN DE FE La profesión de fe precedió, desde los mismos EN LA ERA APOSTÓLICA días apostólicos, al bautismo de los neófi­

tos (1 4°): el diácono Felipe la requiere del eunuco de la reina Candace (Act. 8, 37) ; San Pablo la exige a todos los convertidos: tienen que confesar, de viva voz, que Jesús es el Señor y creer de corazón que Dios le resucitó de entre los muertos (Rom. 10, 9 ) ; todos los candidatos al bautismo deben profesar la catequesis tradicional, según se comprueba, v. gr., por la Epístola a los corintios (I Cor. 15, 3 ss.).

Esto significa que la fe propuesta por la Iglesia a sus neófitos y por ellos profesada es la misma fe de los Apóstoles, la misma fe que éstos recibieron del Señor. TERTULIANO, en su De prcescriptione expone este principio con claridad meridiana. Después de transcribir íntegramente la regla de fe, añade:

(138) fjom. in lerem., IV, 3; ed. KUOSTERMANN, p. 25; P. G., 13, pp. 288-289. (139) El estudio más completo sobre la historia del símbolo es el de F. KATTENSBUCH,

Das Apostolische Symbol, Leipzig (1894-1900). Los textos, colección de A. HAHN, Bibliotek der Symbole s, Breslau (1897). De 30 años a esta parte, se han multipli­cado las hipótesis y los estudios; mencionaremos, J. HAUSSLEITER, Trinitarischer Glau-be und Christusbekenntnis, Gütersloh (1920); A. NUSSBAUMER, Das Ursymbolum rtach der Epideixis des hl. Irenaeus, und dem Dialog Justins, Paderborn (1921); DOM B. CAPELLE, Le symbole romain au lle- siécle, en Recherches de Théol. anc. et rnéd-, t. II (1930), pp. 5-20; H. LIETZMANN, Symbolstudien, art. publicados en Zeitschrift. f. N. T., Wissensch. (1922-1927); LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t II, pp. 141-173; Les Origines du symbole baptismal, en Recherches de science religieuse (1930), pp. 97-124.

("O) Cf. supra, p. 218, n. 23.

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302 LA IGLESIA PRIMITIVA

"Tal es la norma instituida por Cristo —según luego mostraremos— y que no puede discutirse, so pena de caer .en la herejía" (cap. XIII).

Explica, a continuación, que ese símbolo es el mismo que la fórmula bau­tismal, y dice que Cristo confió dicha doctrina a sus Apóstoles, los cuales, a su vez, la trasmitieron a la Iglesia; de esta forma quedan fijados los esla­bones que unen a la Iglesia con los Apóstoles y a los Apóstoles con Cristo y por Cristo con Dios (1 4 1).

Sería ilógico deducir de esto que, a juicio de TERTULIANO, la doctrina legada por Cristo a sus Apóstoles se reduce al símbolo; mas no que el símbolo bau­tismal es la "regla" de fe cristiana y apostólica y que dicho símbolo se funda en la fórmula bautismal prescrita por Nuestro Señor. Tal es la tesis pro­puesta por TERTULIANO, cuando, al hablar del interrogatorio bautismal, co­menta: "Nuestras respuestas son u n tanto más amplias que la fórmula que Nuestro Señor dejó en su Evangelio" (De Corona, I I I ) .

Estamos frente a trascendentales tesis teológicas y ante perspectivas histó­ricas fecundas. La liturgia cristiana radica en la misma iniciativa de Cristo; toda la anáfora se funda en el relato mismo de la Institución y en las pala­bras del Señor: "Este es mi Cuerpo. . . ésta es mi Sangre. . . haced esto en memoria de Mí." Por semejante manera, la liturgia bautismal fué prescrita por Jesús: "Id, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo." Al repetir la Iglesia estas palabras sobre el bautizando, le consagra al Dios que nos reveló Jesucristo, y, al mismo tiempo, ordena al neófito que se consagre a ese Dios, por un acto de fe.

EL SÍMBOLO BAUTISMAL Hasta después de mediado el siglo n , no halla- . mos un formulario litúrgico impuesto oficial­

mente por la Iglesia: a esa conclusión llegamos por el estudio del ri tual euca-rístico y esa misma conclusión nos sugiere el estudio de la liturgia bautismal, y especialmente el estudio del símbolo; pero tanto en el símbolo como en la anáfora, permanece inmutable, entre los diversos matices accidentales de una fórmula indecisa, la afirmación de un dogma: el símbolo, fundándose en la fórmula bautismal, confiesa que en Dios hay tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los símbolos primitivos son muy breves. En la Epístola de los Apóstoles, apócrifo cristiano de hacia el año 180, se lee esta fórmula:

Creo en el Padre omnipotente, en Jesucristo, Nuestro Salvador, y en el Espíritu Santo, Paracleto; en la Santa Iglesia, en la remisión de los pecados (142).

El papiro de Der-Balizeh, que contiene un ri tual egipcio del siglo n , pre­senta la fórmula siguiente:

Creo en Dios Padre todopoderoso, Y en su Único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Y en el Espíritu Santo; En la resurrección de la carne y en la santa Iglesia católica (143).

(141) "Excluido uno de los Apóstoles, mandó a los otros once. . . que se dispersaran por el mundo y bautizaran a las gentes en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.. . Comenzaron por establecer la fe en Cristo y fundar las iglesias en Judea; después emigraron por el mundo y anunciaron a los pueblos la misma doctrina y la misma fe" (20, 3-4). "Es evidente que toda doctrina que concuerde con la de estas iglesias, origen y fuente de la fe, debe considerarse verdadera, ya que indudablemente, contiene el depósito que las iglesias recibieron de los Apósto­les, los Apóstoles de Cristo y Cristo de Dios" (21, 4).

(142) (jf. C. SCHMIDT, Gesprache Jesu mit seinen Jüngern, p. 32; cf. p. 400. («3) Cf. DOM B. CAPELLE, art. cit., p. 6.

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 303

Por los mismos días, o tal vez unos años después, se insertaron profesiones de fe más amplias, como, v. gr., esta de SAN IRENEO:

La Iglesia, difundida por todo el orbe de la tierra hasta sus últimos confines, reci­bió de los Apóstoles y de sus discípulos, la fe en un solo Dios, Padre omnipotente que hizo el cielo y la tierra y los mares y cuanto en ellos existe;

y en un solo Cristo Jesús, Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación; y en un Espíritu Santo, que anunció, por boca de sus profetas, las economías y

los sucesos y el nacimiento virginal, la Pasión y la Resurrección de entre los muertos y la Ascensión corporal a los cielos de nuestro amadísimo Señor Jesucristo y su Pa-rusía, cuando desde los cielos aparezca a la diestra del Padre para restaurar todo y resucitar toda carne de la humanidad entera, a fin de que, delante de Nuestro Señor Jesucristo, Dios, Salvador y Rey, se doblegue toda rodilla en el cielo, en los infiernos y en la tierra y que toda lengua le aclame y El juzgue a todos con justicia... (144).

El texto precedente no es una transcripción literal, sino un comentario breve del símbolo ( 1 4 5 ) ; bueno será notar que dicha glosa está tejida de fórmulas tradicionales que nunca se eclipsarán.

Aun antes que Ireneo barajaron esas expresiones Bernabé y Justino; des­pués de él, se prodigarán en Hipólito y Tertuliano y en las Constituciones Apostólicas, y reaparecerán en los símbolos de Antioquia, de Cesárea, de Jerusalén y de Sirmium. Por lo dicho puede barruntarse el proceso forma-tivo de los usos litúrgicos, y su reacción sobre la literatura dogmática, que de aquéllos toma sus fórmulas y el carácter hierático y solemne de su estilo.

Con el correr de los años se multiplicarán las fórmulas concretas de fe; la Iglesia opondrá a las herejías la profesión de fe de sus símbolos; su contra­partida a los errores de Arrio, Nestorio y Eutiques será la formulación más explícita de los dogmas propuestos a los fieles; ese sistema de contraataque se empleará desde el siglo n con IGNACIO de Antioquia, TERTULIANO e IRENEO:

"Cerrad vuestro oído a las consejas de los que no os prediquen a Jesucristo, vastago de la estirpe de David, nacido de María, realmente engendrado y que realmente comió y bebió, y que realmente padeció bajo Poncio Pilato, que fué realmente crucificado y murió en presencia del cielo, de la tierra y de los infiernos; y que real­mente resucitó de entre los muertos... (146).

El menos lince sorprenderá en este fragmento fórmulas tradicionales, que luego se incorporaron a los símbolos, sobre todo, la pasión bajo Poncio Pilato, la crucifixión, la muerte, la resurrección. Ignacio que ha de atacar el doce-tismo, insiste en los misterios de la vida de Jesús, recalcando vigorosamente la realidad de todos ellos.

Las precisiones progresivas del símbolo afectan de modo principal a la cris-tología: a la profesión de fe en la Trinidad se va agregando la profesión de fe en los principales misterios de la vida de Cristo (1 4 7) .

(144) Adv. heec-, I, 10, 2. Puede compararse con Demonstrat., cap. VI, citada y comentada, en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 152, y Recherches de science religieuse (1930), p. 102.

(«») Cf. LIETZMANN, Zeitschr. f. N. T. Wiss., XXVI (1927), p. 93. (««) Trall., IX; cf. Smyrn, I; Magn., XI. (147) E n el siglo n no se da el mismo puesto a la cristología: así, en el texto de

IRENEO arriba citado (Adv. fuer., I, 10, 2), se inserta en el artículo tercero, en el del Espíritu Santo; igualmente, en JUSTINO, Apol. I, LXI, 10-13. En cambio en la Demos­tración de SAN IRENEO, cap. VII, forma el artículo segundo, según el orden que guar­dará en adelante, en el símbolo. Por eso se ha dicho, quizá con razón, que las fór­mulas cristológicas, aisladas en un principio, no ocuparon definitivamente su puesto en el símbolo trinitario hasta el siglo n- Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 160 y ss, Recherches de science religieuse (1930), pp. 107 y ss.

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304 LA IGLESIA PRIMITIVA

EL SÍMBOLO ROMANO P o d e m o s r e s u m i r e l t e m a , l i b r e y h o r r o de h i p ó ­tesis y d iscus iones i m p e r t i n e n t e s , e n estas l í n e a s

g e n e r a l e s : Después de las f ó r m u l a s d e fe d e l a e r a apos tó l ica , h a l l a m o s e n R o m a , a p a r t i r d e la p r i m e r a m i t a d de l s iglo n , u n s ímbolo b a u t i s m a l q u e profesa l a c r eenc i a e n Dios P a d r e todopoderoso , e n Jesucr i s to , su ú n i c o Hi jo , e n el E s p í r i t u S a n t o ; a la m e n c i ó n de l E s p í r i t u S a n t o s igue la d e la S a n t a Ig les ia y l a d e l a r e s u r r e c c i ó n d e l a c a r n e .

Desde los t i e m p o s de S a n J u s t i n o , se n u t r e esta f ó r m u l a b r eve , s eme jan t e a l as y a a n a l i z a d a s ( 1 4 8 ) , d e u n a profes ión d e fe e n los p r i n c i p a l e s mis te r ios de l a v ida de Cris to . Las f ó r m u l a s cr is tológicas se i n s e r t a n , a veces, e n el a r t í c u l o t e r ce ro ( 1 4 9 ) , h a s t a q u e , d e f i n i t i v a m e n t e , l l e g a n a f o r m a r el a r t í c u l o s e g u n d o . La r e d a c c i ó n de l s ímbo lo r o m a n o q u e d a f i jada e n el i n t e r v a l o d e l s e g u n d o a l t e r ce r s ig lo ; e n el decurso de l s iglo n i n o suf r i rá m á s modi f i ­cac iones q u e c ier tos r e t o q u e s l i t e ra r ios i n t r a s c e n d e n t e s ( 1 5 ° ) .

La i n t e r v e n c i ó n de la Ig les ia d e R o m a e n la e l abo rac ión p rog res iva d e l s ímbolo b a u t i s m a l fué decis iva ( 1 5 1 ) ; a e l la se debe p r i n c i p a l m e n t e l a g a r a n t í a de la u n i f o r m i d a d de l a fe e n todo el m u n d o c r i s t i ano , a q u e l l a u n i f o r m i d a d q u e con énfasis p r o c l a m a b a S A N I R E N E O :

"Esta es la predicación, ésta la fe, recibida por la Iglesia; y aun cuando se halle dispersada por el mundo entero, la guarda escrupulosamente, como si toda ella se sintiera albergada en un solo edificio; cree en esa fe unánimemente, como si no tu­viera más que un alma y un solo corazón, y la predica en todas partes de un mismo modo, y en perfecto acuerdo la enseña y la propaga como si solamente tuviera una boca. Indudablemente que las lenguas son distintas sobre la haz de la tierra, pero la fuerza de la tradición es una e idéntica. No es diferente la fe y la tradición de las iglesias fundadas en las Germanias; ni en las iglesias establecidas entre los iberos, o entre los celtas, ni las fundadas en Oriente, Egipto, Libia, o en el centro del mundo; mas así como el sol, criatura de Dios, es, en todo el mundo, uno y el mismo, así la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los hombres que desean abrazarla." (Adv. HCBT., I, 10, 2.)

LA REGLA DE FE L a g a r a n t í a de u n i f o r m i d a d d o c t r i n a l débese p r i n c i p a l ­m e n t e a l m a g i s t e r i o v iv i en te , q u e conserva , t r a s m i t e

y desa r ro l l a e l depós i to r ec ib ido de Cris to y de sus Após to les ; pe ro ese m a g i s ­t e r io v ivo se s i rve de l s ímbo lo p a r a expresa r su fe, p a r a d a r l e u n a f ó r m u l a oficial q u e lo conse rve e n t o d o su va lo r , u n a f ó r m u l a q u e opone r a l e r ro r ,

(14S) Cf. supra, p. 302. (149) p u do provocar esta ordenación de los artículos el recuerdo de las profecías,

según se echa de ver por los textos de JUSTINO y de IRENEO: al Espíritu profético se agregan todas sus predicciones.

(150) Cf. D O M B. CAPELLE, Rech., p. 19. El mismo autor, fundándose en las obras de TERTULIANO y de HIPÓLITO, reconstruye el símbolo romano de fines del siglo n . (Revue benédictine [1927], p. 39), en la forma siguiente:

Creo en Dios, todopoderoso, creador de todas las cosas. Y en Jesucristo, Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María,

crucificado bajo Poncio Pilato, muerto y sepultado; resucitado de entre los muertos al tercer dia; ascendido a los cielos; sentado a la diestra del Padre; vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos;

Y en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia, en la resurrección de la carne. Para ciertos detalles esta reconstrucción es conjetural: asi, la omisión de la pala­

bra Padre del primer artículo, me parece poco fundada, a juzgar por los textos de TERTULIANO (de bapt., IV; adv. Prax-, II) y de Hipólito. (CAPELLE, p. 36.) En cam­bio, la omisión de "la remisión de los pecados" del artículo tercero, parece bien esta­blecida" (p. 42).

(161) Cf. KATTENBUSCH, op. cit., t. I, p. 80 (dependencia de otros símbolos occi­dentales); t. I, pp. 380 y ss. (dependencia de símbolos orientales).

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LOS PADRES APOSTÓLICOS Y SU ÉPOCA 305

que fije a través de todos los pueblos y de todos los tiempos, su dogma inmu­table. Cuando surja la herejía arriana, la Iglesia convocará el concilio de Nicea, que definirá su fe en u n símbolo; no lo creará en todas sus partes; su obra se ceñirá a añadir al símbolo bautismal, algunas nuevas precisiones alusivas a la naciente herejía.

No hubo concilio universal que precediera al niceno; la Iglesia combatió los diversos errores que pulularon durante los tres primeros siglos (gnosti­cismo, marcionismo, modalismo), no con definiciones conciliares, sino con el símbolo bautismal, expresión solemne de la fe apostólica. Esta fe, jurada por el cristiano en el acto del bautismo, es su más preciado tesoro, y, al mismo tiempo, la contraseña, la tessera de su filiación eclesiástica, de su condi­ción cristiana. Aun cuando, como San Ireneo, nazca y se eduque en Esmirna, viva en Roma, y predique en las Galias, por todas partes hallará la misma fe, por todas partes brillará el mismo sol de Dios.

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CAPITULO XI

LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA EN LOS DOS PRIMEROS SIGLOS 0 )

¿Qué organización podía tener la Iglesia en unos siglos de vida tan pre­caria como la de los dos primeros siglos?

§ 1. — La Iglesia primitiva

CARIDAD Y FRATERNIDAD La Iglesia es una colectividad orgánica, no una yuxtaposición cuantitativa de indivi­

duos que piensan y reaccionan de la misma forma frente a determinadas ver­dades, que juzgan fundamentales; existe entre ellos u n vínculo social que se manifiesta al exterior mediante una organización visible.

No se revela plenamente la estructura orgánica desde un principio; las primeras manifestaciones son pocas y de menguado relieve. La Iglesia, socie­dad de los amigos de Cristo, es decir, de aquellos que le aman y que de El son amados, y que, por amor de El, se aman entre sí, forma ante todo una fraternidad y una caridad, una á/yáxTj. La calificación es de San Ignacio de Antíoquía ( 2 ) , hombre, si lo hubo, abrasado y consumido por el amor de Dios y de las almas. Esa caridad va engastada en una estrecha unidad: aun cuando esa unidad no haya todavía encontrado su órgano de expresión, que sea sustentáculo y sea manifestación de esa unidad, la cristiandad primitiva tiene plena conciencia y verdadera pasión por esa unidad profunda, que, de hecho, es inseparable de una jerarquía ( 3 ) ; la á7á7r»7 es u n consensus, la plasmación del sint unum, idea central de la oración de Jesucristo después de la Cena, según puede leerse en el Evangelio de San Juan ( 4) .

(!) BIBLIOGRAFÍA. — A las obras indicadas en la bibliografía general pueden aña­dirse éstas de carácter específico: MICHIELS (A) , Vorigine de Vepiscopal, Lovaina (1900). — D E SMEDT (CH ), L'organisation des églises chrétiennes jusqu'au milieu du /// '• siécle, parte 1% en Revue des questions Historiques (1888), pp. 329-384. — ZEIL-LER (J.), La conception de l'Eglise aux quatre premiers siécles, en Revue d'Histoire ecclésiastique, t. XXIX (1933), pp. 571-585 y 827-848. — BARTOLI, The primitive Church and the primacy of Rome, Londres (1909). — MOURRET (F.). La Papauíé (Bi-bliothéque des Sciences religieuses, París, s. d. [1929]). — CASPAR (E.), Die rb'mische Bischofsliste, en Schriften der Kónigsberg Gelehrten Gesellschaft. Geisteswissenschaftli-che Klasse, 2 Jahr, Heft 4 (1926) y Geschichte der Papsttums, t. I, Tubinga (1930); sus teorías se discutirán en el texto. — SEPPELT (F. X.), Der Aufstieg des Papsttums Geschichte der Pápste von den Anfangen bis zum Regierungsantritt Gregors des Gros-sen, Leipzig (1931). — TURMEL (J.), Histoire du dogme de la Papauté des origines á la fin du IV*- siécle, París (1908).

(2) Carta a los romanos, inscr-(3) Cf. supra sobre el carácter de sociedad jerárquica de la Iglesia naciente, per­

ceptible en el Evangelio, en los Hechos y en San Pablo, pp. 220 y ss. (*) XVII, 11.

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ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA: EN LOS SIGLOS I Y II 307

Las cartas de San Ignacio rezuman voluntad, sentido, conciencia de unidad; ' percíbese en ellas que todas las iglesias no hacen sino una, que todos los cristianos no forman sino un solo cuerpo con una sola alma. Y no es una ' unidad impuesta, sino el fruto natural de la caridad; brota espontáneamente-de la unión de los que se aman y es, al mismo tiempo, razón de ese amor mutuo: se aman porque son uno solo y son uno porque se aman. Cristo es el vínculo de esa unidad y el centro de convergencia de todo ese amor.

UNIDAD En toda región adonde llegue el cristianismo constituirá un todo único, porque no es una federación, sino un organismo único que

se desarrolla y crece: la cristiandad de cada ciudad —porque el cristianismo se difunde como religión de la ciudad, no de una agrupación determinada— la cristiandad de cada ciudad se muestra como una estructura única e inte­gral, sin partición en secciones diversas. "El cristianismo, establézcase donde se estableciere, sea en villorrios, sea en grandes ciudades como Roma y Antio-quía, no constituye sinagogas distintas unas de otras (caso de los judíos de Roma, según se opina generalmente) ( 5) , ni colegios autónomos al modo de los collegia paganos. Todos se congregan en la casa de uno u otro cristiano. Todos los cristianos de una ciudad, por numerosos y repartidos que estén, forman una sola hermandad, una éxxXr/o-ía cuyo nombre es el de la ciudad en que está afincada. Cultos como el de Mitra se desarrollan por esporas, capi­llas o hermandades: cuando son muchos los adeptos, revientan y dan lugar a otros nuevos núcleos de reproducción; la ley del cristianismo, ley cons­tante, anterior al firme asentamiento del episcopado monárquico, es que en cada ciudad no haya más que una iglesia, y que ninguna de ellas forme cé­lula enteramente independiente" ( 6 ) .

Cada una vive su vida propia con sus jerarquías bien definidas, sin que de ordinario intervengan los poderes rectores supremos. La intercomunión se manifestó, por largos años, mediante el intercambio de cartas, al modo como los insignes fundadores de iglesias o comunidades, Pedro, Pablo, Juan, mantuvieron y aseguraron la tradición naciente y la unidad de pensamiento y de corazones mediante cartas dirigidas a las iglesias de Asia, Macedonia, Grecia, Italia.

Las cartas de CLEMENTE de Roma y de IGNACIO de Antioquía, de POLICARPO de Esmirna y de la comunidad de Lyon durante la tragedia del 177, desem­peñaron análogo cometido en la vida general de la Iglesia.

§ 2 . — Episcopado y presbiterado

ORÍGENES DEL EPISCOPADO Toda comunidad, por sencilla que fuera, tuvo, desde los orígenes mismos de su cons­

titución, los elementos esenciales de una organización auténtica. Regíala un consejo de presbíteros o de ancianos, subordinado al Apóstol fundador o a sus representantes ( 7 ) , que, en un principio, no tenían residencia fija. Conocemos ya cómo se fué estableciendo la autoridad episcopal, ápice jerár­quico de cada comunidad, en varias iglesias: en Jerusalén, con Santiago ( 8 ) ;

(5) Cf. supra, pp. 20-21. (6) P. BATIFPOL, L'Eglise naissante et le catholicisme, 1* ed., París (1909), pp. 41 ¥¿. (7) Cf. supra, pp. 223 y ss. (8) Cf. supra, pp. 195-196.

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308 LA IGLESIA PRIMITIVA

poco después, en Creta, con Tito discípulo de Pablo ( 9 ) ; de la sede de Antio-quía nos dan noticias las cartas de Ignacio por el año cien ( 1 0 ) ; no hay mo­tivo para dudar de la fijación residencial del obispo con los sucesores de San Pedro.

EPISCOPADO COLEGIAL La organización colegial del gobierno eclesiás-O EPISCOPADO UNITARIO tico, que caracteriza a la mayor parte de las

iglesias conocidas de la época primitiva, no está reñida con la unidad de mando o de jefatura. Podría uno imaginarse que, a fines del primer siglo, la cristiandad romana se regía por el sistema colegial, pues al escribir CLEMENTE, en tiempo de Domiciano, su carta a la iglesia de Corinto, no lo habría hecho en nombre y autoridad propios, sino como manda­tario principal de la Iglesia de Roma. Parece que el mismo Líber Pontifi-calis confirma el carácter colegial, si no del episcopado, al menos, de la orga­nización eclesiástica de Roma en los primeros tiempos; porque según la tra­dición que registra dicho documento, Lino y Anacleto comenzaron a regir lá Iglesia cuando aun no había muerto el Apóstol Pedro. Mas dicha tradi­ción no puede remontarse más allá del siglo n i ; y aun dando de barato que sea una tradición sólidamente establecida, a nadie se le oculta que los coadjutores de Pedro no podían estar en el mismo rango que el Apóstol. No quedó acéfalo el colegio presbiteral con la muerte de Pedro; la carta de CLE­MENTE nos demuestra palmariamente, a despecho de lo que se haya querido deducir del Pastor de HERMAS ( n ) que él escribió a los corintios no precisa­mente como secretario de la iglesia de Roma, sino como su más calificado representante, como su jefe. Los antiguos catálogos episcopales de Roma inscriben con la misma fórmula a los primeros representantes de la Iglesia romana que a aquéllos cuya monarquía episcopal es indiscutible. Por otra parte, es natura l que todo colegio tuviera su presidente, y que del episcopado, múltiple en apariencia, se pasara muy pronto al episcopado unitario.

Parece que podría argüirse del empleo de dos significativos vocablos griegos, tomados del A. T. ápx¡.epevs y Upéis que San Clemente aludía a dos clases de dignatarios, rectores de las comunidades cristianas, el obispo íiríaxoTOs y los sacerdotes irpeaívrepoi. Son muchos los que ponen en duda que dicho pontífice pensara en otra jerarquía que en la mosaica. Pero, en fin de cuentas, aquélla era figura y tipo de la nueva. Pero aun suponiendo que la distinción entre obispo y cuerpo presbiteral no resulte muy diáfana en la Carta de CLEMENTE y en el Pastor de HERMAS, tenemos un testimonio coetáneo, claro y tajante, que son las cartas de IGNACIO de Antioquía a las iglesias de Asia. Con una nitidez y una precisión maravillosas afirma SAN IGNACIO la realidad del episcopado monárquico en la metrópolis más impor­tante del Oriente. Y esas cartas no reflejan innovación ni choque con lo tradicionalmente observado. Ahora bien: el Fragmento de Muratori (ca. 150) habla de Pío (hermano, en verdad, del autor del Pastor de HERMAS) , como del obispo único de Roma; por otra parte, existía en las más diversas re­giones, durante el siglo n , una organización semejante a la de Antioquía; por consiguiente, hemos de pensar que desde sus orígenes se mantenía en una forma que no era en lo fundamental distinta de la organización cole-

(») Epist. ad Tit., I, 5. (10) Cf. supra, pp. 269 y ss. I11) Dice el Pastor (Visión II, 4, 3) que la misión de Clemente era guardar

correspondencia con las demás iglesias. Eso no significa que actuara de secretario; de incumbencia del jefe de la iglesia son las relaciones intereclesiásticas,

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ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA: EN LOS SIGLOS I Y II 309

gial; y que dicha organización, bajo formas aparentes distintas, contenía una misma realidad, que prestamente y sin esfuerzo, destacaría del conjunto.

Opinaron algunos que el episcopado monárquico no se estableció sino a par­tir del siglo i i ; su desarrollo vendría ligado al movimiento de reacción general suscitado por el marcionismo (12) en la Iglesia, que entonces habría definido frente a él sus dogmas, su canon escriturístico y su misma jerarquía, centrada en la autoridad episcopal: esa teoría finge desconocer las cartas de SAN IGNACIO O las tiene por espurias; puesto que en esas cartas nada se habla de Marción ni de las polémicas suscitadas y, en cambio, se afirma netamente el episcopado como estado jerárquico, como una institución que no se discute.

No es preciso recurrir a luchas marcionitas ni a pleitos de ningún género para explicar que no fué uniforme la distinción explícita entre el colegio presbiteral y su jefe, el obispo: pero podemos afirmar que, a mediados del siglo I I , la diferenciación explícita es un hecho en todas las iglesias.

EL CASO DE ALEJANDRÍA A primera vista, Alejandría es una excepción al sistema monárquico episcopal de las co­

munidades cristianas, pues, hasta el siglo n i , parece ser el obispo el primus ínter pares del cuerpo presbiteral, cuyos miembros le habrían consagrado. ¿No es ése el sentido obvio del testimonio del patriarca Eutiques? (1 3). En hecho de verdad, lo que se deriva de sus proposiciones es que en Alejandría perduró más que en otras iglesias el régimen primitivo, en que el obispo apenas destaca como jefe del colegio presbiteral ( 1 4) . Podría explicarse dicha peculiaridad, porque hasta el siglo n i no hubo más obispo en el Egipto que el de Alejandría. Demetrio (a. 189-232) fué el primero en entronizar a otros tres fuera de la metrópolis. Hasta entonces, el obispo de Alejandría, único de todo el Egipto, no podía recibir la consagración de otros miembros del epis­copado, por ser único; consagraríanle sus copartícipes en la autoridad apos­tólica encarnada en el colegio presbiteral, cuyo poder sería superior al de los simples sacerdotes de nuestros tiempos, con mengua del poder monárquico, menos concentrado en la persona del obispo que lo estuvo en tiempos poste­riores. La situación habría cambiado a part ir de Demetrio. Una reminiscen­cia de esa época primitiva podría ser el derecho de confirmación (consignare), que asistía a los sacerdotes de Egipto, cuando no había obispo, a decir del Ambrosiaster obra anónima del siglo iv ( 1 5) .

Semejante pudo ser el caso de Roma, hasta mediados del siglo n : mientras no hubo en Italia otro obispo que él, sus atribuciones y su dignidad pudieron permanecer un tanto veladas, menos manifiestas al exterior que en las épocas posteriores. Cuando se establecieron otras sedes episcopales, uno de ellos consagró al preconizado obispo de Roma; y quizá derive de ahí la costumbre tradicional de coronar —ya que no consagrar, porque ordinariamente son obispos— al nuevo Papa, ceremonia que realiza el obispo de Ostia, primer titular de los obispos suburbicarios de Roma (1 6) .

(12) Acerca de los excesos del "panmarcionismo" de ciertos autores contemporá­neos, cf. t. II. Por lo que se refiere, además, a la formación del canon escriturario, una de las más recientes refutaciones es la del P. LAGRANGE, Saint Paul ou Marcion, en Revue biblique (1932), pp. 5-30.

(13) P. G., 111, 982. (14) Timoteo, puesto por San Pablo al frente de la iglesia de Efeso, recibe la im­

posición de manos del colegio presbiteral (l Tim. 4, 14). (15) Ambrosiaster, Eph., 4, 11 y ss. (16) Cf. K. MÜLLER, Kleine Beitráge zur alten Kirchengeschichte, en Zeitschrift für

neutestamentliche Wissenschaft, t. XXVIII (1929), pp. 273-305.

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310 LA IGLESIA PRIMITIVA

¡Hipótesis, hipótesis, hipótesis! Del texto del Ambrosiaster no puede cole­girse conclusión definitiva, pues no es caso excepcional que los sacerdotes gozaran de la facultad de confirmación. El testimonio del patriarca Euti-ques es demasiado moderno (siglo x) para asentar premisas ciertas. SAN JERÓ­NIMO, al hablar en una carta del nombramiento (nominatio) del obispo de Alejandría no precisa si se trata de elección o de consagración.

Finalmente, Orígenes, contemporáneo de Demetrio y, por consiguiente, del cambio o mudanza que se habría introducido en el rito de consagración del obispo alejandrino, no hace la menor referencia a dicha nove€ad en sus homi­lías de Cesárea sobre los deberes y los privilegios de los obispos ( 1 7) . No es pues arbitrario propugnar que la tradición posterior interpretó como consa­gración la simple elección.

Desde el momento en que el episcopado se organiza, tal como lo dejamos explicado, revélase el obispo en todos sus actos como el jefe auténtico de una iglesia; es su pastor por antonomasia, el sacerdote esencial, sin el que se hace imposible celebrar íntegramente la liturgia; es el guía y la antorcha de la fe, el jefe disciplinar, el administrador de los intereses de su comunidad y su representante nato en las relaciones exteriores.

LOS SACERDOTES El colegio presbiteral, del cual el obispo no se destaca de u n modo- notorio, en los primeros tiempos, cons­

taba de presbíteros irpecrSirepOL o ancianos. Forman el consejo del obispo y son sus asistentes en la9 funciones litúrgicas y docentes; le reemplazan cuando el caso lo exige, particularmente cuando la sede está vacante.

En las iglesias en que, durante el siglo n , actuaba el obispo con propia personalidad y en nombre propio, la función de los presbíteros reducíase a intervenciones insignificantes, si las comparamos con las de las épocas si­guientes. Son excepción los presbíteros de aquellas cristiandades que, por su número e importancia, exigían la división de trabajo.

Aun más: parece desprenderse de algunos textos que, si no en autoridad real, sí en ministerio efectivo, superaron a los presbíteros otros auxiliares episcopales de rango inferior, los diáconos Siáxovoi o servidores (1 8) .

Los sacerdotes cobrarán mayor importancia cuando el desarrollo de las cristiandades imponga la división en secciones, con nombre de parroquias, irapoix cu, que serán regentadas por sacerdotes.

§ 3 . — Otras dignidades eclesiásticas

LOS DIÁCONOS El diaconado, que ocupa el tercer puesto en la jerarquía eclesiástica, nació en la misma era apostólica, instituido

por los propios Apóstoles, según vimos (Act., 6, 2 ss.), para "servir las mesas" SiaxoveZv rpairéfais.

Eligieron siete y les impusieron las manos; a ellos quedó encomendado el cuidado de los pobres, que tanto obsesionaron a la Iglesia desde u n principio.

Doble fué el ministerio de los diáconos de los primeros siglos: de auxiliares litúrgicos de la Iglesia, como distribuidores de la Eucaristía y administradores

(") In Num., Hom. 22, 4; In Le., Hom. 20. Cf. también Contra Celso, VIH, 75. (18) SAN IGNACIO, en su carta a la iglesia de Magnesia, VI, 1, proponía el sim­

bolismo de la jerarquía eclesiástica diciendo que el obispo ocupa el lugar de Dios, los presbíteros representan el senado de los Apóstoles y los diáconos son encargados del ministerio de Jesús. Los Didascalia de los Apóstoles (cf- t. II) no concede derecho absoluto sobre los bienes no distribuidos a los fieles, sino al obispo y a los diáconos.

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ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA: EN LOS SIGLOS I Y II 311

del bautismo, con la autorización del obispo; y de colaboradores suyos en la administración de los bienes de la comunidad. De ahí que, en la época en que el obispo concentra en sí mismo casi todo el ministerio sacerdotal, tengan más relieve los diáconos que los presbíteros.

Vinieron en ayuda de los diáconos otros ministros inferiores, cuya organi­zación definitiva data del siglo n i .

DIACONISAS En la época apostólica hubo otra institución que pronto se f extinguió: fueron las diaconisas, de que nos habla la Epístola

a los romanos (16, 1) y que debían de ser las viudas que se mientan en la i" a Timoteo (5, 3ss . ) , más algunas vírgenes: a su cargo estaba el cuidado de los enfermos y de los desheredados y la educación de los niños. De ellas

r hay u n informe en PLINIO, que comunica a Trajano haber sometido a tortura a dos ministran para arrancarles declaraciones.

DOCTORES Hubo iglesias, como las de Roma y Alejandría, que tuvieron sus especializados en materia religiosa, sus maestros o didas-

caloi. De ellos se habla en el Libro de los Hechos (13, 1) y en las Epístolas de San Pablo (I Cor. 13, 28-31; Ephes. 4, 11-12). El Pastor de HERMAS elogia repetidas veces la obra docente de los doctores de la comunidad romana en el decurso del siglo n .

Por aquella misma época abrieron cátedra hombres insignes, como el filó­sofo San Justino. Pero la autoridad eclesiástica, aun sin desentenderse com­pletamente de tales escuelas, no cargaba con la responsabilidad de sus doc­trinas. Tratábase de instituciones privadas, fundadas por la iniciativa indi­vidual. Los primeros centros docentes, bajo el control directo de la Iglesia,

) con carácter de institución oficial, nacen en Alejandría con la escuela cate­quística superior, cuya misión consiste en explicar las verdades de la fe a chicos y grandes, a los niños y a los adultos, convertidos e instruidos ( 1 9 ) .

PROFETAS Entre los miembros de honor de la iglesia primitiva, distin­guidos por San Pablo, cuéntanse los "profetas"; las hijas del

discípulo Felipe habían recibido el don de profecía, según se narra en los Hechos de los Apóstoles. La Didaché pone en guardia a los cristianos para que no se dejen embaucar por los falsos profetas; eran predicadores andarie­gos, que pronto debieron desaparecer, porque su función llegó a ser una redun­dancia frente a la jerarquía establecida; y su ministerio, puerta franca para gentes no siempre de la mejor estofa. Pero si la Didaché toma una actitud agresiva contra los falsos profetas, inclínase reverente ante los inspirados por el Espíritu de Dios; y el Pastor de HERMAS les da la precedencia (2 0) , inclusive sobre los mismos sacerdotes. Pese a tales honras y encomios, no duró largo tiempo su actuación en la escena pública. El montañismo intentó, a media­dos del siglo I I , resucitar el profetismo en la Iglesia; pero ni sus éxitos en Asia ni las simpatías con que fué recibido en África, pudieron prevalecer frente a la actitud resuelta de la jerarquía ( 2 1) .

CLÉRIGOS Y LEGOS El obispo, con el colegio presbiteral y los diáco­nos, constituyen el clero, que en todas las iglesias

forma un grupo de selección separado del resto de los fieles. Socialmente no

(19) Acerca de los didascalias o centros religiosos de enseñanza, cf. infra, pp. 351-353, y t. II de esta obra (SAN CLEMENTE y ORÍGENES).

(20) Visión III, 1, 8. (21) Cf. t. II de esta obra.

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312 LA IGLESIA PRIMITIVA

se hal lan muy distanciados unos y otros, pero la exclusiva de determinadas funciones religiosas basta a marcar, desde u n principio, la diferencia entre clérigos y legos (2 2) . No todos pueden aspirar al clericato. En las Epístolas pastorales (II Tim. 3, 21-23; Tito 1, 5-9) se excluye a los que habían con­traído matrimonio más de una vez. Según la Didascalia de los Apóstoles re­queríase, para ser promovido al episcopado, haber cumplido los cincuenta de edad; y para el sacerdocio, los treinta. En cambio, no se exige el celibato durante los dos primeros siglos de la Iglesia. Las preferencias de San Pablo por ese estado son manifiestas (I Cor. 7, 7, 32-34); y a ellos debería aplicarse la palabra de Nuestro Señor (Mt. 19, 12) sobre los eunucos espirituales. Mas no llegó a valorarse o a conceptuarse en tal forma la continencia, que se exi­giera el celibato a los promovidos a las órdenes sagradas. Podía ser orde­nado un padre de familia, sin renunciar a su vida matrimonial. En cambio, ya desde el siglo m , prohibióse el matrimonio a los ordenados célibes, salvo que renunciara al ejercicio de las funciones eclesiásticas.

Desde el siglo n estimóse muy prestigioso en la Iglesia el estado de virgi­nidad (2 3) . Fué cundiendo esta ideología, hasta llegar a parecer, más per­fectos y más aptos para el sacerdocio, aquellos cristianos que se comprometie­ran a vivir en ese estado.

SELECCIÓN DE CLÉRIGOS. Los primeros clérigos fueron casi exclusiva-LOS OBISPOS ELEGIDOS mente de nombramiento apostólico; sus inme-

POR LAS IGLESIAS diatos sucesores hicieron nuevos reclutamientos. Pero en unos y otros casos túvose presente el

sentir de los fieles sobre los candidatos; y cuando desaparecieron los prime­ros pastores, las mismas comunidades eligieron sucesor. En otras palabras: las iglesias elegían a su propio obispo, a propuesta, generalmente, de la cle­recía episcopal. El carácter episcopal se trasmitía por el sacro o consagra­ción del obispo, preconizado por otro ya consagrado. Una excepción a la práctica universal sería la del sacro conferido por el cuerpo presbiteral, si en realidad de verdad existió tal costumbre en Alejandría.

§ 4 . — Geografía eclesiástica

¿Diéronse todas las formas de vida religiosa y de organización eclesiástica que hemos descrito, en todos los centros cristianos?

SEDES EPISCOPALES Puede responderse afirmativamente, como norma general, mas no faltaron excepciones. Un núcleo

cristiano reducido, no podía pretender la misma organización completa que una cristiandad importante; ni se requerían tantos obispos como células cris­tianas.

A partir del siglo iv, a cada civitas del Imperio, que cuente con u n buen grupo de fieles, corresponderá ordinariamente una sede episcopal. Mas en el siglo II no eran tantos los adeptos a la fe, como en los siglos siguientes, aun cuando la zona evangelizada fuera de igual modo extensa. Tal fué, por ejem­plo, el caso de las Galias, salvo la Narbonense, que no contaron, al parecer,

(22) Leemos ya en la carta de SAN CLEMENTE (XL, 5) la expresión avOpcairos \aixós (23) Cf. SAN JUSTINO, Apología, I, 15; ATENÁGOHAS, Legatio pro Christianis, 33;

MINUCIO FÉLIX, Octavius, 31.

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ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA: EN LOS SIGLOS I Y II 313

hasta el decurso del siglo n i , con más sede episcopal que la de Lyon, pese a que la irradiación evangélica había penetrado en más extensas regiones que en muchas diócesis de época posterior. Eso es, al menos, lo que se deduce de los catálogos de los obispos. Y tal debió de ser el cuadro general de la Iglesia durante el siglo n ; pero pronto evolucionó (2 4) .

LAS FUTURAS METRÓPOLIS En una época en que no todas las ciudades tienen residencia episcopal, sería ingenuidad

pensar en agrupaciones de orden superior que coordinaran los diversos obis­pados en provincias eclesiásticas. Eso no obsta para que, sea por comunidad de tradiciones o por vecindad geográfica, se establezcan ciertas corrientes de simpatía que cuajen en características comunes y en una natural solidaridad. De ese estilo podía ser v. gr., la iglesia de Asia, que comprendía diversas sedes episcopales, como Efeso, Esmirna, Sardes, etc. Y una vez establecidas estas agrupaciones, bien pudo elegirse, como centro de convergencia, una de aquellas iglesias más destacada por su antigüedad, por ser fundación de un Apóstol o por su misma importancia política. Así surgieron las metrópolis de Efeso, Antioquía y Alejandría.

§ 5 . — La Iglesia de R o m a

LA IGLESIA DE ROMA La Iglesia romana gozó desde sus orígenes de una * EN EL SIGLO I situación de privilegio. Por ser capital imperial

atrajo al príncipe del colegio apostólico y al Após­tol de los gentiles; santificada y aureolada por los martirios de Pedro y Pablo, no bien comienza a intervenir en la historia cristiana, aparece a los ojos de todos los cristianos como la mayorazga, la primogénita de las iglesias, aun­que otras le sobrepasaran en años. Y este sentimiento de los cristianos era independiente de su ideal político respecto de una Roma capital del Imperio. En la era apostólica, y mientras vivió Santiago, hermano del Señor, Jerusa-lén fué como la Iglesia madre, venerada y socorrida por todas las demás. Obsérvese con todo, que, desde la partida de Pedro, no ejerció ningún acto de autoridad universal. En todas las cristiandades se organizaban cuestacio­nes para auxiliar a los cristianos de Jerusalén, que, en el fervor de los pri­meros días, habían entregado todos sus bienes en favor de la comunidad. Pero aun esto fué una pecha temporal y voluntaria. Después del desastre del año 70, hubo u n breve interregno. Y al reorganizarse de nuevo en la Ciudad Santa, fué aislándose rápidamente, encerrada en su crisálida judeo-cristiana. El resto de las iglesias le volvió la espalda para dirigir su mirada a la Iglesia de Roma, que, sin violencia, se había constituido en la heredera nata de su savia espiritual, como una rama vigorosa que, acodada en tierra, absorbiera todo el empuje de la savia que el añoso tronco no podía ya asimilar n i trasportar.

Pronto rompe la Iglesia de Roma las murallas de la capital imperial, para intervenir, reclamada o por iniciativa propia, en los aconteceres de toda la cristiandad.

(24) ¡En el tomo II volverá a tratarse del problema del episcopado galo antes del siglo ni, problema que suscitó una interesante polémica entre DUCHESNE, Fastes épiscopaux de Vancienne Gaule, t. II, pp. 29-59 y HARNACK, Mission und Ausbreitung des Christentums, 2» ed., t. II, pp. 373-397.

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314 LA IGLESIA PRIMITIVA

SAN CLEMENTE Fresca aun la sangre del Apóstol martirizado, brilla en el cielo de- Roma un gran pontífice, quizá inmediato

sucesor de Pedro, si en realidad Lino y Anacleto no fueron sino sus auxilia­res ( 2 5 ) ; hónrase a Lino como mártir , aunque no constando documentalmente los títulos que le acrediten.

En contraste con el poco relieve de Anacleto y Lino destácase la recia perso­nalidad de Clemente , ( 2 6 ) , cuya ingerencia en los asuntos de otra comunidad cristiana, la de Corinto, y el carácter rayano en canónico que se dio a su carta, prueban suficientemente el prestigio y la autoridad de la Iglesia de Roma. Sin afán de repetirnos, creemos conveniente volver a trazar, en rápidas pinceladas el cuadro histórico de la carta de San Clemente.

La cristiandad de Corinto, la más importante, a la sazón, de la Grecia romana, cuya metrópolis era dicha ciudad, vióse turbada por graves disensio­nes internas: una partida de jóvenes audaces descartaron de sus funciones a los miembros del colegio presbiteral, establecido por los Apóstoles mis­mos. Tanta osadía produjo escándalo entre los cristianos.

La Iglesia de Roma, consciente desde su misma cuna, de la misión que le incumbía, juzgó que debía tomar cartas en el asunto, y nadie se lo echó en cara. Y no bien atravesó u n trance difícil, que le tuvo angustiada en los últimos días del reinado de Domiciano (a. 95), diputó tres representantes su­yos, Claudio Efebo, Valerio Bito y Fortunato, para que fueran a Corinto como embajadores de la Iglesia de Roma y portadores de la carta de CLE­MENTE y como mensajeros de paz y de respeto a la autoridad.

La epístola se escribió en griego, lengua predominante en la Iglesia. Es un documento digno de memoria, saturado de romanidad, con un espíritu cristiano que no aborrece el mundo que le rodea, testimonio espléndido "del espíritu prudente y positivo que desde aquellos remotos tiempos caracteri­zaba a la piedad romana" (2T). Es extraño que ciertos autores modernos se emperren en achacar al papa Clemente una mentalidad judía (2 8) . Al fus­tigar la insubordinación y encarecer las ventajas de la obediencia, CLEMENTE respiraba doctrina de los Apóstoles de Cristo y de Cristo mismo, y procla­maba el derecho a ser obedecido como heredero de su ministerio eclesiástico. En consecuencia, los fieles de Corinto deben arrepentirse y, si la paz lo exige, emigrar.

"¿Hay entre vosotros almas tan generosas, tan llenas de caridad que reco­nociéndose causa de la sedición d i g a . . . yo abandono el país, me voy a otra región cualquiera, a trueque de que la grey de Cristo viva en paz con sus presbíteros constituidos? Quien tal hiciere, alcanzará gloria grande en Cristo y en todas partes será bien recibido" (2 9) . La Iglesia rogará por esos cris­tianos compungidos. Y, a renglón seguido, recita CLEMENTE una oración que puede considerarse un "espécimen del estilo litúrgico que guardaban los jefes de las asambleas cristianas en su plegaria eucarística" (3 0) . La carta termina con una últ ima exhortación y con los saludos de rigor (3 1) .

(28) Cf. supra, p. 308. (26) La semblanza de Clemente, cf. supra, p. 248. (27) L. DUCHESNE, Histoire ancienne de VEglise, t. I, p. 221. (28) BOUSSET, Kyrios Christos, Gotinga, 1» ed. (1913), 2» ed. (1921), pp. 291 y ss.

Cf. supra, p. 267, n. 22. (2B) 54. (80) Cf. DUCHESNE, ibid., p. 222. (31) Las mejores ediciones de la í* Clementis, así llamada para distinguirla de

otra segunda, apócrifa, son las de LIGHTPOOT, The apostolic Fathers, parte I, Lon­dres (1890), y de FUNK, Paires Apostolici, t. I, Tubinga (1901). Cf. supra, p. 262, n. 4.

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ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA: EN LOS SIGLOS I Y II 315

No hay síntoma alguno de que la intervención de Roma produjera des­contento o admiración en Corinto. Ignoramos cómo se resolvió la crisis corin­tia; pero, en cambio, nos consta el éxito que tuvo la iniciativa de Clemente, pues su carta se leyó, como los libros de la Sagrada Escritura, en las asambleas dominicales.

TESTIMONIO DE SAN No mucho más moderno que el anterior es el IGNACIO DE ANTIOQUIA testimonio que SAN IGNACIO rinde a la preemi­

nencia de la cristiandad de Roma (3 2) . En la carta que les dirige el mes de agosto del 107, califica aquella comunidad de "presidenta de la caridad o de la fraternidad" irpoxaffrifihri TÍ¡S á.yáirr)s (3 3) , es decir, del conjunto de fieles cristianos o de la Iglesia universal (3 4) , y no es una presidencia de honor simplemente: Ignacio precisa que Roma, ins­truida en la fe por los mismos Apóstoles Pedro y Pablo, tiene derecho a guiar a las otras iglesias por los senderos de la fe. " lamas habéis inducido a nadie a error; fuisteis maestra de las demás; quiero y deseo que cuanto prescribís con vuestra doctrina no admita réplica" ( 3 5) .

TESTIMONIO DE El ocaso del siglo n es luz al nuevo alborear, Occidente SAN IRENEO un eco del Oriente; Ireneo, obispo de Lyon, una réplica

de Ignacio de Antioquía. En su Adversus kcereses, com­puesto durante el pontificado del Papa Eleuterio (175-189), atribuye IRENEO a la Iglesia romana, como San Ignacio, una preeminencia superior, potentior principalitas, derivada de su misma alcurnia, que procede de Pedro y Pablo; y en razón de esa su preeminencia todas las demás iglesias deberán concordar con ella, convertiré ( 3 6) .

EL EPITAFIO DE ABERCIO Pese a las discusiones que ha suscitado el epi­tafio de Abercio, obispo de Hierápolis (en la

Phrigia Sálutaris), bajo Marco Aurelio, parece innegable que, en dicho texto, se rinde homenaje, por medio de una alegoría, a la majestad de la Iglesia romana, reina de la cristiandad (3 T).

Elocuentes son los testimonios acumulados; pero ninguno de ellos nos re­vela, en lo que va de fines del siglo i hasta el Papa Víctor, coetáneo de San. Ireneo, actuaciones específicas de los pontífices romanos, si exceptuamos la brillantísima de San Clemente.

(82) Cf. supra, p. 273. (33) Rom., inscr. (34) No puede admitirse la traducción de •KpoxaBT¡iúvq Tr¡s áyáirr¡s"que preside la

caridad", es decir, que se distingue por sus obras de caridad, aun cuando el hecho fuera cierto. HpoxaBrifíivri exige un complemento concreto, una colectividad o un lugar. Y, por otra parte, sabemos que San Ignacio emplea corrientemente ¿yáirri en el sentido de éxxAijo-ía (cf. Trall., XIII, I; Phil, XI, 2.)

(35) Rom., III, 1. (36) Adv. hmr., III, 3, 2. (P. G., VII, 848-849.) (37) "Soy discípulo de un pastor santo que apacienta sus rebaños de ovejas en

los sotos y en los oteros, que tiene grandes ojos que todo lo abarcan con su mirada. El me enseñó las escrituras dignas de fe. El me envió a Roma a contemplar la majestad real de una reina, cuyo vestido es oro, cuyo calzado es oro.". Puede leerse el epitafio y una reseña de la abundante literatura polémica que ha suscitado hasta el año 1907, en el artículo ABERCIUS, del Dict. d'archéologie chrétienne de DOM FERNAND CABROL. Cf. el mismo artículo de C. CECCHELLI, en la Enciclopedia italiana, vol. I.

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316 LA IGLESIA PRIMITIVA

LOS PONTÍFICES ROMANOS Pero la ausencia de personas relevantes no GUARDIANES DE LA • arguye falta de jefes, n i a ello se opone, se-DOCTRINA Y JEFES gún ya indicamos ( 3 8) , la supervivencia, más

DE LA IGLESIA aparente que real y por tiempo indetermi­nado, del episcopado colegial. Uno de los

modernos historiadores del pontificado romano, ERIC CASPAR, ha emitido cier­ta hipótesis singular, a propósito de las listas episcopales romanas; antes de publicar el volumen primero de su Geschichte des Papsttums (3 9) , había ofre­cido las primicias de un trabajo titulado Die altere rómische Bischofliste ( 4 0 ) ; en él sustentaba que la lista episcopal romana, conservada, con variantes más o menos trascendentales, por los catálogos filocaliano, liberiano y por la cró­nica de Eusebio, se asemejaba no tanto a una lista de jefes de la Iglesia de Roma, como a una relación de personajes tenidos por guardadores de la tradi­ción auténtica, cuyos nombres podían oponerse a los de los corifeos de la herejía; con ellos demostraban a los innovadores que en Roma se había con­servado la verdadera doctrina apostólica, puesto que sin interrupción se venía trasmitiendo desde Pedro.

Ingeniosa exégesis la de CASPAR, si l imitara su alcance al carácter esencial­mente doctrinal del magisterio eclesiástico; pero teoría bastante aventurada si se interpreta como una disociación de la autoridad de jurisdicción y de la autoridad docente: la lista papal de los dos primeros siglos de la Iglesia quedaría reducida a una relación de jefes de escuela, sin apenas mayor trascendencia.

Aquéllos que encarnaban la tradición doctrinal tenían, por lo mismo, la autoridad doctrinal y, podemos añadir, que, sin esa autoridad doctrinal, no se concibe pudiera existir autoridad ninguna.

(38) Cf. pp. 307-309. (39) x. L: Rómische Kirche und Imperium romanum, Tubinga (1930). («•) En Schriften der Konigsberger gelehrten Gesellschaft, Jahr 2 (1926); Heft 4.

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CAPITULO XII

I G L E S I A S E N E L S I G L O II C1)

§ 1 . — L a I g l e s i a d e R o m a

LA SUCESIÓN EPISCOPAL P o r suc in ta s q u e s e a n las no t ic ias sobre l a h i s -DE ROMA DESDE LOS t o r i a p a p a l d e los dos p r i m e r o s siglos, t e n d r e -

TIEMPOS APOSTÓLICOS m o s i n f o r m a c i ó n m á s c o m p l e t a de l ep i scopado r o m a n o q u e de c u a l q u i e r a o t ra ig les ia , por ­

q u e l a Ig les ia de R o m a es l a ú n i c a q u e conserva el episcopologio í n t e g r o , s i n fa l las .

(!) BIBLIOGRAFÍA. — LANZONI (F.) , Le origini delle diócesi antiche ¿'Italia (Studi e testi, 35), Roma (1923); 2* ed. con el título Le diócesi d'Itália dalle origini al principio del secólo VII, 2 vols., Faenza (1927). — SAVIO (F.) , Gli antichi vescovi d'Itália dalle origini al 1300 descritti per regioni. La Lombardia, 1* parte, Bérgamo (1898); 2* parte, (1929 y 1932). — U G H E I X I (F.) , Italia sancta. Reeditada por J. CO­METÍ, 10 vols., Venecia (1717-1722) .—MORCELLI (S. A.) , África cristiana, 3 vols., Brixen (1816-1817). — MONCEAUX (P.) , Histoire littéraire de VAfrique chrétienne depuis les origines jusqu'a l'invasion árabe, 7 vols. publicados, París (1901-1923).— LECLERCQ (Dom A.) , VAfrique chrétienne, 2 vols-, París (1904), 2* ed. del t. I. — A u -DOIXENT (A.) , Carthage romaine, París (1901) TOULOTTE (A.) , Géographie dp VAfrique chrétienne, 4 vols., Rennes-París (1892) [ I ] ; Montreuil-sur-Mer (1894) (Ti y I I I ] ; Rennes-París (1894) [ IV] . — MESNAGE (J . ) , VAfrique chrétienne. Evé-chés et ruines antiques iaprés les manuscrits de Mgr. Toulotte, París (1912). — L E BLANT (E.), Inscriptions chrétiennes de la Gaule, 2 vols., París (1856-1865); Nouveau recueil des inscriptions chrétiennes de la Gaule, París (1892). — Gallia christiana, por Dom D E N I S DE SAINTE-MARTHE y los Benedictinos de la Congregación de San Mauro, 13 vols., París (1715-1785). Completado por HAURÉAU, 3 vols., París (1856, 1860 y 1865). Los 13 primeros volúmenes, reimpresos por Dom PIOLÍN (1870-1875).— D U C H E S N E (Mons. L.) , Fastes épiscopaux de la Gaule, 3 vols., París (1894), 2 ' ed. (1907, 1910 y 1915). — SOOTT HOLMES (T.) , The origin and development of the Christian Church in Gaul during the firth six centuries of the christian Era, Londres (1911). — J U L L I A N ( C ) , Histoire de la Gaule, t. IV: Le gouvernement de Home, París (1914). El cap. XI I trata de la Galia Cristiana. — ZEILLER (J.) , Les origines chrétiennes de la Gaule, en Revue d'Histoire de l'Eglise de France. t. X I I (1926), pp. 16-34. — GOUGAUD (Dom L.), Les chrétientés celtiques, París (1911). — HUEBNER, Inscriptiones Hispamos christiarue, Berlín (1871). Suplemento (1900). — GARCÍA V I -LLADA (L.) , Historia eclesiástica de España, t. I: El cristianismo durante la domi­nación romana, Madrid (1922), 2 vols. — HUEBNER, Inscriptiones Britanniae christia­rue, Londres y Berlín (1876). — LECLERQC (Dom H. ) , L'Espagne chrétienne, París (1900). Obra hecha demasiado precipitadamente. Cf. los juicios de. MENÉNDEZ y PELAYO en Historia de los Heterodoxos españoles, y del P. G. VILLADA, en Razón y Fe (TV. d. T.). — L E Q U I E N , Oriens christianus, 3 vols., París (1740). — CHAPOT (V.), La province romaine d'Asie, París (1904). El cap. VI I está dedicado a la Iglesia cristiana. — GRÉGOIRE (H.) , Récueil ¿es Inscriptions grecques chrétiennes d'Asie Mi-newe. En curso de publicación, París (1922 s s . ) . — H E C K E L , Die Kirche von Ágypten. Ihre Anfánge, ihre Organisation und ihre Entwicklung, bis zur Zeit des Nicenum, Estrasburgo (1918). — HANOTAUX (G.), Histoire de la nation égyptienne, t. III , 2 ' parte: VEgypte romaine, por V. CHAPOT y 3* parte: L'Egypte chrétienne et byzan-tine, por CH. D I E H L , París (1933). — HORT (F. J. A.) , Judaistic christianity. A cour-se of lectures, Londres (1894).

317

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318 LA IGLESIA PRIMITIVA

PAPAS DEL SIGLO I Su cronología, empero, no está fijada. Según el catá­logo cuya primera redacción se hizo en tiempo del

Papa Eleuterio ( 2 ) , contemporáneo del emperador Cómodo, dando por cierto que San Pedro fué martirizado el 64, el período de 125 años se distribuye entre doce sucesores.

Hemos ya advertido (3) que los dos primeros, Lino y Anacleto, apenas deja­ron más huella de su paso que el nombre. Suponen algunos que debieron de ejercer sus funciones durante algún tiempo, como coadjutores de Pedro; y como a cada uno de los dos se le asignan doce años de pontificado, de la suma de ambos debió de proceder la tradición de que San Pedro lo ejerció durante 25 años. El primer pontífice romano con propia personalidad, San Clemente, es coetáneo de Domiciano.

LOS PAPAS DEL SIGLO II Sucedieron a Clemente, en la cátedra de Pedro, los Papas Evaristo, Alejandro, Sixto, Telésforo,

que ejercieron sus cargos en tiempo de los emperadores Nerva, Trajano y Adriano. El más conocido de todos, por su martirio en tiempo de Adriano, es el último ( 4 ) ; Higinio y Pío (éste menciónase en el Fragmento Muratoriano, ca. 150) dieron su sangre por la fe durante el reinado de Antonino (B),

Aniceto, sucesor de Pío, recibió en 154 la visita del ilustre obispo de Es-mima , San Policarpo. Sotero, del tiempo de Marco Aurelio, pudo tener noti­cia de los rumores que circularon por Roma sobre el prodigio de la Legión Fulminatrix ( 6 ) . Reemplazóle Eleuterio, antiguo diácono de su precesor, y destinatario de la carta de DIONISIO de Corinto a la iglesia de Roma, carta que constituye uno de los eslabones de la cadena de testimonios sobre el apostolado romano de San Pedro ( T ) ; a él se dirigió también Ireneo, emba­jador de la iglesia de Lyon ( 8 ) , ilustre por sus mártires y por su irradiación cristiana sobre una gran parte de la Galia; rogáronle los lióneses que inter­viniera en la cuestión montañista ( 9) . Extinguióse su pontificado el 189, en el año noveno del advenimiento de Cómodo. Su inmediato sucesor, Víctor, tuvo la fortuna de ver amnistiados a los fieles que penaban en las minas de Cerdeña y de vivir unos años de buena vecindad, entre la, Iglesia y el Impe­rio, con el último de los Antoninos.

§ 2 . — Las otras iglesias de Occidente

LAS IGLESIAS DE ITALIA Es innegable que, además de la cristiandad de Roma, florecieron otras varias en la península

itálica. Hablamos ya de las de Puzzuoli y Pompeya, pujantes en el siglo i ( 1 0 ) . En Ñapóles halláronse cementerios cristianos que se remontan al siglo n . Pero, si exceptuamos la de Roma, son únicamente dos las sedes episcopa-

(2) SAN IRENEO nos legó la lista de los obispos romanos en el tercer libro de su obra Adversus hmreses. Reprodúcelo EUSEBIO en su H. E., V, 6, 1, pero sin especi­ficar los años de pontificado. Cf. sobre los distintos catálogos, el Dictionnaire ¿Ar-chéologie chrétienne, de CABROL-LECLEROQ, artículo Listes episcopales.

(3) Cf. supra, pp. 307 y 314. (*) Cf. supra, p. 252. («) Cf. supra, p. 253. (6) Cf. supra, p. 257. (?) EUSEBIO, H. E., II, 25, 8 y IV, 23, 9. Cf. supra, pp. 186 y ss. (8) EUSEBIO, H. E-, V, 4, 2. («) Cf. t. II de esta obra. fio) Cf. supra, p. 230.

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IGLESIAS EN EL SIGLO II 319

les que pueden pretender semejante veterania: las de Milán y Ravena. , Como el séptimo obispo de Milán, Mirocles, asistió a los sínodos de Roma y de Arles, en 313 y 314; y el doceno obispo de Ravena tomó parte en el concilio de Sárdica, en 343, podemos calcular que los fundadores de las respectivas iglesias, o más lógicamente, los primeros obispos titulares de ellas, vivieron entre el 150 y el 200. Es de leyenda que, San Bartolomé evangelizara Milán y que San Apolinar, Apóstol de Ravena, fuera discípulo de Pedro. Y de la historia, anterior al siglo iv, de ambas iglesias, apenas se sabe sino que existieron y el nombre de alguno de sus obispos. La cristiandad de Ravena procede, según atestiguan los primeros sepulcros episcopales, del puerto de Clase, albergue de nutr ida colonia oriental ( u ) ; que debió ser, como en mu­chas otras regiones, el primer centro de reclutamiento y de propaganda cris­tiana. Carecemos de informes sobre su desenvolvimiento ulterior hasta el siglo ni . Hasta esa fecha, la historia de la Iglesia en Italia, se reduce, casi enteramente, a la historia de la iglesia de Roma.

EN ÁFRICA De la Iglesia africana sabemos que selló su fe con la sangre de los mártires escilitanos; y conjetiíramos, por las catacum­

bas de Hadrumeto, que hacía ya largos lustros que el cristianismo cundiera en aquella comarca ( 1 2) .

Y. de las obras de TERTULIANO se deduce que en tiempo de Severo fué céle­bre y notable; lo cual supone que también en tiempo de los últimos Antoni-nos gozaba de un cierto grado de prosperidad.

ESPAÑA Y GALIA Hemos ya advertido que este período de la España cris­tiana duerme en el misterio. Respecto de las Galias,

si la inscripción antiquísima, conservada en Marsella (1 S) , aludiera a los mártires, colegiríamos que en Provenza se difundió el cristianismo antes de la fundación de la iglesia de Lyon, aquella iglesia que, con la sangre de sus mártires, rubricó la primera página de su historia, cuando la perse­cución de Marco Aurelio. San Ireneo, sucesor dé San Potino, encendió nueva antorcha de gloria inmarcesible (1 4) . Pero fuera de Lyon, no hemos podido rastrear el avance del Evangelio en las Galias hasta los días de Severo (1 5).

BRETAÑA Ni de la Bretaña romana ni del país ilírico tenemos noticias. En cambio abundan las del Oriente mediterráneo.

§ 3 . — Las iglesias de Oriente

GRECIA Hemos ya enumerado las varias iglesias ( l e ) que dejaron memoria de su existencia en los siglos i y n , en la península helénica.

Por EUSEBIO nos consta que el primer obispo de Atenas fué Dionisio el Areo-pagita, el convertido por San Pablo ( 1 7) .

( n ) Sobre los orígenes de los obispados de Milán y de Ravena, cf. F. LANZONI, Le origine delle diócesi antiche d1Italia (Studi e testi, Roma [1923]. pp. 452-475 y 543-560.

(12) Cf. pp. 234 y 258-259. (13) La llamada inscripción de Volusiani, C. I. L., XII, 480. (14) Cf. infra, t. II de esta obra. (15) O. HIRSCHFELD, Zur Geschichte des Christentums in Lugdunum vor Constantin

(Sitzungsberichte de la Academia de Berlin [1895], pp. 384-409), e infra, t. II, ibid. (i«) Cf. p. 233. ( " ) EUSEBIO, H. E., IV, 25.

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320 LA IGLESIA PRIMITIVA

Hemos comentado ya el episodio que provocó la intervención de San Cle­mente en Corinto (1 8) . Unos setenta años más tarde sucedió al obispo, u n ilustre personaje, DIONISIO, célebre consejero y famoso autor de cartas que lle­garon a coleccionarse ( 1 9 ) ; merece señalarse la carta a la iglesia de Roma, cuya importancia hemos ya subrayado C20), la carta a la iglesia de Esparta y la que escribió a la iglesia de Atenas, que acababa de atravesar una grave crisis.

Después de la persecución en que, bajo Marco Aurelio, perdió la vida el obispo Publio, menguó tanto la cristiandad que pareció extinguirse, hasta que el obispo Quadrato le infundió nueva vida. En la carta de DIONISIO hablase de otras dos comunidades cristianas: la de Cnosos, con su obispo, el asceta Pinito, y la de Gortina, gobernada por el obispo Felipe. Y a esto se reducen nuestras noticias sobre la Grecia cristiana del siglo n . No parece que su historia en estos siglos n i en el siguiente haya sido tan fecunda como la del Asia helénica. Tal vez chocó el cristianismo, en las capas inferiores, con la fuerte raigambre politeísta mediterránea; y en las clases superiores, con u n crudo racionalismo. Lo cual no empece para que, además de DIONISIO de Corinto, hayan nacido en aquellas tierras dos insignes apologistas ( 2 1 ) : el ate­niense MARCIANO ARÍSTIDES y el probable ateniense ATENÁGORAS (2 2) .

ASIA MENOR En el Asia Menor germinó más rápidamente y echó más hondas raíces la nueva fe. Medio siglo después de PLINIO

EL JOVEN, escribía LUCIANO que el seudoprofeta, Alejandro de Abonotica, ru­gía de cólera por la muchedumbre de cristianos que poblaba el Ponto (2 3) .

Descollaron en el siglo n por su martirio o por sus actividades apostólicas, pastorales y apologéticas, San Policarpo de Esmima, Papías de Hierápolis, Melitón de Sardes, los apologistas Quadrato, Apolinar y Milcíades, Amias de Filadelfia, Papirio, sucesor de Policarpo, Sagaris de Laodicea, Traseas, obispo de Eumenia (en Frigia) , martirizado en Esmirna.

SIRIA Y PALESTINA Siria, al sur del Asia Menor, ocupa un primer plano en la Iglesia del siglo n . En Antioquía, el cristia­

nismo desgajóse enteramente del judaismo. Puede decirse que la Iglesia no alcanzó su plena autonomía hasta el día en que Pablo, asociado a Bernabé, fundador de la comunidad de Antioquía, organizó la primera misión extrapa-lestinense, acordando las supremas autoridades del colegio apostólico, Pedro, Santiago y Juan, no imponer la circuncisión a los gentiles que vinieran a engrosar las filas cristianas. San Pedro dio consistencia al nuevo estado de cosas con su breve estancia en Antioquía. Reemplazóle en la cátedra Evodio, al cual sucedió San Ignacio ( 2 4) .

No fueron la iglesia siríaca n i su hermana la palestinense, flores de un día, antorchas que empalidecieran al primer resplandor: diéronles timbre de gloria sus mártires, sus obispos, sus escritores.

¿Elia Capitolina, ciudad romana construida en tiempo de Adriano sobre las ruinas de Jerusalén, agrupó, en breve, u n buen número de fieles, venidos

(18) Cf. pp. 314-315. (19) EUSEBIO, H. E., XVIII, 27. (20) Cf. p. 186. (2i) Cf. infra, cap. XIV. (22) Del origen ateniense de Atenágoras nos consta por FELIPE de Sidia, autor de­

masiado lejano para que haga fe su testimonio. (23) Alexander seu Pseudomantis, 38. (2*) EUSEBIO, Crónica, año 43; H. E., III, 22.

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IGLESIAS EN EL SIGLO II 321

de la gentilidad ( 2 5 ) ; de ellos procedía el obispo Marcos, en el siglo n ( 2 8 ) ; Narciso, uno de sus sucesores1 de la época de Cómodo, fué célebre por su lon­gevidad, por sus milagros y por su vida santa. Pero .¿Elia Capitolina no fué ya la iglesia madre, como había sido la primera cristiandad jerosolimitana, n i heredó sus prerrogativas ni su prestigio; y, cuando la Iglesia universal adoptó la organización metropolitana, Jerusalén dependió de Cesárea de Pales­tina. Mártires ilustres de Palestina y Siria, respectivamente, fueron Simeón y San Ignacio de Antioquía. Los cristianos de Palestina fueron las víctimas principales en que se cebó el odio sanguinario de los judíos seguidores de Barkokeba, reinando Adriano (a. 132-135) ( 2 7) .

Pero la mayor celebridad de las iglesias siropalestinenses del siglo n deriva de su maestros cristianos, clérigos y legos; allí o en el Egipto se elaboraron la Didaché y la Epístola a Bernabé; de ellos proceden Aristón de Pella; San Justino, nacido en Flavia Neápolis de Samaría, desde donde se trasladó a Roma; Teófilo de Antioquía y Hegesipo ( 2 8 ) .

EGIPTO En el dominio teológico, distinguióse el Egipto cristiano del si­glo I I , especialmente por la fundación de la escuela catequética o

Didascáleo de Alejandría, que tanto renombre habrá de adquirir. No sabemos detalles sobre los demás aspectos del cristianismo en aquellas tierras; pero debió de expandirse velozmente, pues, en el siglo n i , había invadido una gran parte del valle nilótico.

§ 4 . — La Iglesia judíocristiana

LA CRISTIANDAD DE PELLA Hubo un grupo étnico que, durante los dos primeros siglos, conservó características pro­

pias: son los cristianos procedentes del judaismo o judíocristianos. Hemos ya indicado (29) que una parte de los fieles que constituían la comunidad de Jerusalén se refugió en Pella, durante la guerra que asoló la Ciudad Santa ( 3 0 ) . Mas n i esta fuga, n i la destrucción del templo, fueron parte a romper sus tradiciones judaicas, que observaron escrupulosamente en cuanto no se opusiera a su fe cristiana.

CARACTERES DE LA No podía pretender esta cristiandad la pres-IGLES1A JUDÍOCRISTIANA tancia que tuvo la de Jerusalén: la Iglesia

madre, gobernada hasta el 62 por Santiago, hermano del Señor y seguida por Simeón, próximo pariente, asimismo, de Jesús, atraía sobre sí las miradas de todas las otras iglesias. Cuando sus fieles se vieron acuciados por la necesidad, afluyeron a ella las limosnas; si la plebe romana, enemiga del trabajo, tuvo que ser alimentada por las otras provincias del Imperio, los hermanos de la primera de las iglesias vivieron también largos años a expensas de las otras que, voluntariamente y np por fuerza, cotizaban para ellos.

Volviéronse las tornas cuando Simeón, ante la inminencia de la catástrofe, organizó el éxodo de sus fieles hacia Pella.

(25) Cf. supra, p. 200. (26) EUSEBIO, Crónica, año 135. (27) Cf. supra, pp. 248-249 y 252. (2») Cf. cap. XIV. (2«) Cf. supra, pp. 199-200. (3») EUSEBIO, H. E., III, 5.

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322 LA IGLESIA PRIMITIVA

Pella, sin el prestigio de la Ciudad Santa, y encastillada en su particula­rismo judaico, cayó muy pronto en el aislamiento. Hubo aún cristianos que regresaron a Jerusalén después del año 70 ( 3 1 ) ; pero con la represión de Barkokeba se cierra definitivamente la historia de la antigua Jerusalén.

Como Adriano prohibió la vuelta de los judíos a la nueva ciudad, JElia Capitolina, erigida sobre las ruinas de Sión, los cristianos judaizantes hubie­ron de continuar en el exilio; tan sólo algunos regresaron, porque la con­ducta serena y tranquila de los cristianos durante la revolución de Barkokeba no despertaba recelos a la autoridad romana. Muchos se acogieron a Kokhaba, en la Trasjordania, a Nazaret de Galilea, y hasta a Berea (Alepo) en la Siria septentrional (3 2) .

Continuaron estas comunidades con su idiosincrasia singular. Los repre­sentantes de la parentela del Redentor gozaron de una situación de privi­legio. Rigieron sus iglesias los hijos de Judas, hermano del Señor, una vez que Domiciano les dejó en libertad ( 3 3 ) ; tal vez uno de ellos fué el sucesor de Simeón, martirizado por Trajano. Todavía en el siglo n i albergaban los centros judíocristianos a los Aetrirócrvvoi, allegados del Señor, tenidos en gran predicamento (3 4) .

Su evangelio era el que se ha dado en l lamar "evangelio según los he­breos" semejante y distinto del Evangelio de San Mateo (3 5) .

Pronto se destacó la iglesia judíocristiana como una singularidad de la Iglesia universal, hasta quedar finalmente al margen de ella. Una facción extremista opuso al obispo Simeón, sucesor de Santiago, un rival más ju­daizante, l lamado Tebutis: "Inició, dice HEGESIPO (36) la obra corruptora de las siete sectas judías, de las que él era miembro." La otra fracción de judío-cristianos llegó a tenerse por secta de los ebionitas, aun cuando en el siglo 11 distaban mucho de confundirse con ellos ( 3 T ) ; el nombre de ebionitas vino a sustituir al de nazarenos, que se les dio en un principio a los judíocris­tianos.

Nazareno era sinónimo de pobre, bien porque en realidad lo fueran, a ejem­plo de la comunidad de Jerusalén, bien por la estima que en el Evangelio se hace de la pobreza. Escritores eclesiásticos hay que presentan a u n tal Ebión como su fundador (3 8) . Sea de ello lo que fuere, no faltaron motivos para que a aquellos judíocristianos se les designara con u n apelativo particular: la supervivencia anacrónica del primitivismo judío acabó por convertirlos en una verdadera secta. No admiten sino el Evangelio; rechazan las Epís­tolas de San Pablo, al que consideran como u n renegado del judaismo; algunos llegan a repudiar la fe en la concepción virginal del Salvador; a l

(31) SAN EPIFANIO, De los pesos y medidas entre los judíos, 14-15, ed. DINDORF, IV, 17, dice que los fugitivos regresaron de Pella a Jerusalén, en donde fué martirizado San Simeón. Según EUSEBIO, Crónicas, del año 131, esa comunidad tuvo su nom­bradla en época de Adriano. Cf. SCHLATTER, Die Kirche Jerusalem von 70-130, Gü-tersloh (1898), que ha estudiado el caso según textos rabínicos, y JEREMÍAS, Golgotha, AITEA02> Árchiv für neutestamentliche Zeitgeschichte und Kulturkunde, Beihefte, Leipzig, 1926.

(32) EPIFANIO, Hcer., XXIX, 7. (33) Cf. supra, p. 247. (3*) EUSEBIO, H. £., I, 7; III, 19 y 20 (35) Sobre este Evangelio, cf. HARNACK, Cronología, p. 631. (36) Citado por EUSEBIO, H. E., IV, 22, 5. (3T) Cf. supra, pp. 201 y 249, las circunstancias del martirio de Simeón, víctima

de los herejes, entre los cuales figuraron los ebionitas. (38) Cf. TERTULIANO, Liber de carne Christi, cap. 14; EUSEBIO, H. £., III, 27; EPI­

FANIO, Contra hcereses, Hmr., XXX.

I:

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IGLESIAS E N EL SIGLO II 323

declinar el siglo n , son una rama desgajada de la Iglesia universal (3 9) . Fué menguado el número de adeptos; en el siglo iv todavía contaba con

algunos representantes, de los que los Padres de la Iglesia hablan en términos poco favorables ( 4 0 ) . Ni los eruditos como San'Jerónimo, ni los especializados en herejías, como San Epifanio, hallaron, en dicha comunidad cristiana, pu­reza doctrinal inmaculada. Con todo, llegóse a una aproximación progresiva hacia la Iglesia universal y en muchos casos aislados' a la completa fusión con ella, "aunque ninguna de estas, comunidades judíocristianas se incorporó oficialmente" (41) en los cuadros eclesiásticos de Oriente. Por lo demás, es posible que varios núcleos fueran reabsorbidos por el judaismo.

"Tal fué, de mísero y obscuro, el término y cabo del judíocristianismo. L a ' Iglesia, una vez asentada en el mundo grecorromano, soltó las andaderas y se desprendió del cristianismo judío como antes se había desprendido del propio judaismo" ( 4 2) .

(39) ORÍGENES, In loannem, I, 1. (*°) SAN AGUSTÍN, Contra Fáustüm, XIX, 4, 17; Contra Cresconium, I, 31; SAN

JERÓNIMO, Epist. ad August., 89; SAN EPIFANIO, HCBT., XXIX, que los juzga franca­mente herejes.

(«} DUCHESNE, Hist. anc. de l'Eglise, t. I, pp. 127-128. (« ) Ibid., 128.

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CAPITULO XI I I

LA VIDA CRISTIANA EN LOS DOS PRIMEROS SIGLOS C1)

Cada Ig les ia p r e sen t a su p rop i a f i sonomía ; p e r o f u n d a m e n t a l m e n t e es u n a m i s m a su e s t ruc tu r a y son idént icos los rasgos q u e c a r a c t e r i z a n a los cr is­t ianos.

§ 1 . — L o s c r i s t i a n o s y l a v i d a c o m ú n

EL CRISTIANO Su m i s m o n o m b r e es b a r r e r a d e s e p a r a c i ó n ; m a s los COMO CIUDADANO c r i s t ianos n o se s i en t en ex t r años a l a c i udad .

E l a u t o r de l a va l iosa Carta a Díognetes ( 2 ) ins i s te (V, 1, 4 ) en q u e los c r i s t ianos n o se d i s t i n g u e n de sus co t e r r áneos n i p o r

(!) BIBLIOGRAFÍA.—A las obras señaladas en la bibliografía general y a las que se indicaron en el capítulo precedente pueden añadirse: BAHDY (G.), L'Eglise a la fin du 1er- siécle, París, s. d. (1932)..— LEBRETON (J . ) , La vie chrétienne au 1er. siécle de VEglise, París (1932). — GUIGNEBERT ( C H . ) , Tertullien. Etude sur ses sentiments á l'égard de l'Empire et de la société civile, París (1901). — BOISSIER (G.) , La fin du paganisme. I, París (1913); 5» ed., París (1907). — MARTIN-DOISY, His-toire de la charité chrétienne, pendant les six premiers siécles, París (1848). — A L -LARD (P. ) , Les esclaves chrétiens depuis les premiers temps de l'Eglise jusqu'á la fin de la domination romaine en Occident, 5* ed., París (1914); Dix legons sur le martyre, París (1913). — L E B I A N T (E.) , Les persécuteurs et les martyrs aux pre­miers temps de notre ere, París ( 1 8 9 3 ) . — D E L E H A Y E (H.) , Martyr et confesseur en Analecta Bollandiana, XXXIX (1921), pp. 20-49, 50-64; Les origines du cuite des martyrs, 2 ' ed., Bruselas (1933). — HARNACX ( A D . ) , Der Vorwurf des Atheismus in der drei ersten christlichen Jahrhunderten, Leipzig (1905). — KAUPMANN (C. M. ) , Handbuch der christlichen Archeologie, Paderborn (1905), y Handbuch der christli­chen Epigraphik, Friburgo de B. (1917). — LABRIOLLE (P. D E ) , La réaction paíenne. Etude sur la polémique antichrétienne du 1er- siécle, París (1934). — LECLERCQ (Dom H. ) , Manuel d'archéologie chrétienne, París (1907), 2 vols .— MARUCCHI (O.), Ma-nuale di Archeologia cristiana, 4* ed., revisada por G. BELVEDEHI, Roma (1933); Le

catacombe romane, obra postuma publicada por E. Josi, Roma (1933) MARTIGNY (J . ) , Dictiannaire des Antiquités chrétiennes, 3 ' ed., París ( 1 8 8 9 ) . — W I L P E R T (J . ) ,

Die Malereien der Katakomben Roms; t. I : Texto; t. I I : Planchas, Friburgo de B. (1903); e / sarcofagi cristiani antichi, 2 vols. en 4 tomos (texto y láminas), Roma (1929-1932) — Bossio (A.), Roma sotterranea (1632). — MARCHI (G.) , / monumenti delle arti cristiane primitive, vol. I y único: Architettura, Roma ( 1 8 4 4 ) . — D E ROSSI (G. B.), La Roma sotterranea cristiana, 3 vols. con mapas, Roma (1864-1877); ibid., Musaici delle Chiese di Roma anteriori al sec. XV, Roma (1872). — GARRUCCI (R.), Storia dell'arte cristiana nei primi <ctto secoli della Chiesa, Prato (1873-1880). — A R -MEILLINI (M.) , Gli antichi cimiteri cristiani di Roma e d'Italia, Roma (1893); ibid., Le-zioni d'Archeologia cristiana, Roma (1905-1909), 3 vols.; ibid., I monumenti del Museo cristiano Pio-lateranense, Milán (1910). — SCAGLIA (S.), Notiones arcfuelogiw chris-tianas, Roma (1909). — KAUFMANH (K. M. ) , Handbuch der christlichen Archaúogie, Paderborn (1922). — GROSSI GONDI (F . ) , Trattato di epigrafía cristiana latina e greca, Roma (1920). — KIRSCH (G. P . ) , Le catacombe romane, Roma (1933). — STYGER ( P ) , Die romischen Katacomben, Berlín (1933); ibid., Rómische Mártyrergrüfte, Ber­lín (1935).

(2) Cf. infra, pp. 348-349.

324

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 325

el vestido, n i por la vivienda, n i por su régimen alimenticio, pese a que en algunas comunidades subsistiera hasta aquella época (a. 115) la prohibición de origen judaico, de comer carne sofocada y sangre de animales ( 3) . En todo lo relativo a la vida terrestre, observa cada cual las costumbres de su propia tierra. Y TERTULIANO, en su Apologeticum escrito hacia el 195, decía a los paganos testigos de la conducta de los creyentes: "Nosotros, los cristia­

nos, vivimos en el mundo y no fuera de él; frecuentamos, como vosotros, el foro, los baños, los talleres, las tiendas, los mercados, los lugares públicos; ejercemos la profesión de marino, de soldado, de labrador, de comerciante, poniendo nuestro trabajo y nuestra industria a vuestro servicio" ( 4) .

La carta de los mártires de Lyon, redactada cuando la persecución del 177, es prueba decisiva de que los cristianos acudían a los lugares públicos, pues en ellas se dice que cuando la plebe se amotinó contra los cristianos, co­menzó por impedirles el acceso al foro y a los baños.

LOS CRISTIANOS El episodio de la Legión Fulminatrix (B), sea lo que NO REHUSAN EL fuere de la lluvia prodigiosa, basta a probar la pre-

SERVICIO MILITAR sencia de los cristianos en las cohortes de los Anto-ninos. Y el Papa San Clemente ¿no había hablado,

con el orgullo de u n romano, de "nuestras legiones" de "nuestros generales"? El mismo Tertuliano es testimonio de que la fe cristiana no está reñida

con el servicio mil i tar ; y aun cuando evolucione en su modo de pensar y gane partidarios para sus nuevas ideas, podemos dar por sentado que durante el siglo I I no existió la "objeción de conciencia" contra la profesión militar.

§ 2 . — Los cristianos y la vida social

LOS CRISTIANOS Y LA VIDA La situación de los cristianos en la vida DE LA CIUDAD ANTIGUA ciudadana tiene un punto neurálgico: la co­

lisión de sus deberes religiosos con ciertas obligaciones sociales. En el Estado antiguo, la vida ciudadana estaba íntima­mente ligada con ciertas prácticas religiosas inadmisibles para los adoradores del Dios único y comportaba ciertos usos y costumbres, como las luchas de los gladiadores en el circo, incompatibles con la moral evangélica; de ahí que los cristianos tuvieran que renunciar a una parte de las relaciones socia­les y vivir, en cierto modo, al margen de la ciudad. Esta innegable e inevi­table secesión moral agravábase con ciertas tendencias apocalípticas, que cristalizaron en clamores proféticos, en deseos incontenidos y en preparación de los espíritus para la destrucción, más o menos próxima, del orden antiguo. Pero ni las autoridades legítimas de la Iglesia n i sus principales voceros literarios participaron de tales extremismos. Bueno será advertir, con todo, que los cristianos relegaron a segundo término los intereses de orden terrenal, y que se dio en ellos, en distinta proporción según el temperamento de cada cual, una relativa despreocupación por la cosa social. Esa actitud podía acarrear consecuencias desagradables. Pero en el siglo n aquel abstencionismo parcial fué tan limitado, que no hay que pensar en perjuicios trascenden-

(3) Uno de los mártires de Lyon replica a la acusación de antropofagia, lanzada contra los cristianos, que es grotesco achacar a los cristianos que comen carne hu­mana, cuando se abstienen aun de la sangre, de los animales (EUSEBIO, H. E., V, 24.)

(4) Apol., 42. (5) Cf. supra, p. 257.

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326 LA IGLESIA PRIMITIVA

tales, pese a que tal vez el Estado romano se viera privado del concurso de sus mejores ciudadanos.

LA ASCESIS CRISTIANA Y si en algo pudo culpársele de negligencia cí­vica, todo se compensa y se rebasa con la fuerza

moral de su conducta que dignificaba a los ciudadanos, con el ejemplo de una vida según el espíritu. Como se afirma en la Carta a Diognetes (V, 8, 9 ) , los cristianos viven en la carne, mas no según la carne. Si rehuyen la asis­tencia a los espectáculos, a las luchas de gladiadores y de fieras, y a otras diversiones de parecido jaez, tan naturales a la sociedad pagana, cúlpese a la cargazón de impudicia, de crueldad o de otros desórdenes anejos a tales espectáculos ( 6 ) .

No halagan a los cristianos las ventajas de la fortuna o, al menos, renun­cian a gozar de ellas egoístamente: como los bienes de la tierra no son sino moneda para adquirir los del cielo, prodíganlos liberalmente entre los des­heredados. "Nosotros, escribe SAN JUSTINO en su P Apología ( 7 ) , que antaño nos afanábamos por el lucro, hogaño distribuimos cuanto poseemos y lo da­mos a los necesitados." Condenan los gastos superfluos, huyen el adorno personal y el lujo en el vestir, principios éticos no desmentidos por los casos excepcionales: TERTULIANO (8) arremeterá contra el cuidado, a sus ojos exce­sivo, de algunas mujeres cristianas por la belleza de su cuerpo y la galanura de sus vestidos. Los rigoristas, como él, llegan a proscribir las flores en el cabello y en el adorno de las tumbas ( 9) . Distintivos del cristiano son su discreción en el uso personal de los bienes del mundo y su conducta moral.

El cristianismo, fiel a los acuerdos del Concilio de Jerusalén, ha sido la única religión que censuró como falta grave, en sí misma, toda relación carnal habida fuera del matrimonio. Algunos se extremaron hasta prohibir las segundas nupcias. Pero doctrina fué de San Pablo que no sólo se debían tolerar sino aun recomendar, tratándose de viudas jóvenes: "Quiero que las viudas jóvenes se casen, que tengan hijos, que gobiernen su casa, para que no den al enemigo motivo de crítica" (1 0) . Mas la Iglesia no dio favorable acogida a las segundas nupcias, que constituyeron u n impedimento para recibir las órdenes sagradas.

§ 3 . — Las prácticas religiosas de los crist ianos

LA ORACIÓN Los cristianos, que guardan con fidelidad el ideal evan­gélico, son puros en sus costumbres, desapegados de los bie­

nes terrenales, que sólo tienen razón de medios de vida o de beneficencia, consagran una buena parte de sus afanes cotidianos a la oración. El cris­tiano participa en el rezo público ( n ) y ora en secreto al Padre Celestial, según el consejo evangélico ( 1 2) . TERTULIANO recomienda la frecuencia de la oración dominical (1 3) . Servíanse del Salterio como de libro de oración. Ho-

(6) TERTULIANO, De spectaculis. (7) I, 14. (8) De cultu feminarum. (9) TERTULIANO, De corona militis. Cf. MINUCIO FÉLIX, Octavius, 12, 38; CLE­

MENTE DE ALEJANDRÍA, Paedagogus, II, 8. (10) / Jim., 5, 14. (11) Cf. supra, cap. VI. (12) Mt., 6, 6. (13) De oratione.

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 327

ras señaladas eran las del alba y del atardecer; y entre día, las horas de ter­cia, sexta y nona (9, 12 y 15 h . ) . De entonces deriva el Oficio de Prima, de Tercia, de Sexta, de Nona y de Vísperas (1 4) . Débese también hacer oración, según consejo de TERTULIANO ( 1 5) , antes de las comidas y del baño.

EL AYUNO El cristiano que trata de unir su alma con Dios mediante la oración, hace denodados esfuerzos por remover todo obstáculo

que puedan crearle sus apetitos: ora y se mortifica. El ayuno, santificado por el ejemplo de Nuestro Señor en el desierto, es la principal de sus prác­ticas ascéticas ( 1 6) .

Los fieles de los dos primeros siglos ayunaban los miércoles, tal vez en reparación por la traición de Judas; y los viernes, en memoria de la Pasión; llamábanse estos ayunos estacionarios, de la palabra latina statio, que desig­naba el servicio de guardia de los soldados en u n puesto militar. A fines del siglo I I , añadióse el ayuno pascual, mencionado por SAN IRENEO: se obser­vaba en los días inmediatamente anteriores a la Pascua, singularmente en el viernes y sábado santos. La cuaresma que, tiempo andando, ha de intro­ducirse en la Iglesia, será una ampliación y regularización de aquella prác­tica pascual. Consistían tales ayunos en la abstención de todo alimento y aun de toda bebida hasta la hora de nona, es a saber, hasta media tarde.

LA CARIDAD A la austeridad propia, en memoria de Cristo y de las pro­pias flaquezas, asociase, en el verdadero cristiano, una ex­

quisita solicitud por el bienestar de sus prójimos. Todo miembro de la comu­nidad está al servicio de todos; y ese deber se concreta en dar limosna al ham­briento o en una inyección de valor y de entusiasmo al márt ir que padece por Cristo, como nos lo atestiguan las actas de los cristianos de Lyon (1 7). Tales manifestaciones de mutuo amor impresionaban a los gentiles: "¡Ved cómo se aman!", solían exclamar ( 1 8 ) ; pues quizá esos rasgos de caridad fue­ran los más notables de la vida cristiana; y hasta las nubes más densas de prejuicios se disiparon a los fulgores de aquel amor tan nuevo. El principal argumento esgrimido por los apologistas de los primeros siglos en favor del cristianismo será, precisamente, la conducta de sus partidarios.

El ejemplo de vida fué mucho más persuasivo para los paganos que los más asendereados discursos de los mejores oradores; más se difundió el Evan­gelio por las obras de una vida pura, de una piedad sincera, dei una lealtad a toda prueba, de una caridad sin fronteras, que por las palabras que se enco­mendaran al viento.

§ 4 . — Cristianismo y humanidad

EL CRISTIANISMO La caridad ejerció tal influjo en los hombres, que Y LA ESCLAVITUD comenzó a mudarse en ellos, radicalmente, la idea

que se habían forjado de una institución inherente a la sociedad antigua, y cuyo principio repugnaba al espíritu del Evangelio:

C14) TERTULIANO, ibid. (« ) Ibid. ( l e) Cf. Pastor de HERMAS; TERTULIANO, De ieiunio; CLEMENTE DE ALEJANDRÍA,

Stromata, VII, 14. (17) Cf. supra, pp. 255-257. (18) TERTULIANO, Apologeticum, 39, 7.

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la esclavitud. San Pablo no disimuló esa incompatibilidad ( 1 9 ) : en la Iglesia no existe n i hombre libre n i esclavo, como no existe diferencia, ante Dios, de griego y judío, hombre y mujer. Entre los hombres pueden darse hechos diferenciales raciales, étnicos, jurídicos; en el orden moral, no tienen sen­tido, pues todos los hombres son hijos de Dios, "revestidos de Cristo" ( 2 0 ) , Con el cual forman una sola persona; y aquellos que, por su condición social, perdían su libertad, vuelven a recuperarla al entregarse a Jesucristo, que los emancipa al hacerlos suyos. En la mente de la Iglesia no cabe la esclavitud, la dependencia de una persona, a fuer de cosa poseída, respecto de otra per­sona; y en esa apropiación del hombre por el hombre consiste la esclavitud.

Mas la Iglesia no emprendió inmediatamente la lucha políticosocial contra una institución preexistente, que a la sazón parecía natural como sistema de organización social y económica y tal vez necesaria a la mayor parte de las gentes. Los filósofos estoicos, discurriendo sobre la dignidad de la per­sona humana y sobre la igualdad congénita de los hombres, pudieron pensar y defender que la esclavitud se oponía a tales principios; pero se mantu­vieron, simplemente, en el terreno de la especulación. El cristianismo habló menos, pero lo dijo con otro acento (21) y su palabra fué mucho más eficaz. Concedamos que, por espacio de siglos, la Iglesia no condenó de modo directo la esclavitud, pero negó implícitamente su fundamento al aferrarse a la filia­ción divina de todos los hombres, "según la doctrina de San Pablo. Acepta, de hecho, el régimen social existente; pero pone en vigor una moral que mina sus bases: según el derecho antiguo, el esclavo no podía gozar de las prerrogativas personales, porque no era persona completa; no podía, por ejemplo, contraer u n verdadero matrimonio; bastaba el capricho de su señor para disolverlo; la Iglesia no se aviene con esa situación de inferioridad y reprueba tales abusos de poder. La Iglesia, con sus apelaciones a la caridad, que, para el verdadero cristiano, constituirán normas de justicia, consigue que el señor, admitido en su seno, renuncie a aquellos derechos que le constituían verdadero dueño y amo de la prestación personal y de la persona misma de sus siervos.

No por eso podrá equipararse la condición del esclavo de un señor cristiano con la de un criado de nuestros días: el esclavo está sujeto de por vida al servicio de su amo, le debe entera obediencia, está expuesto a tratos muy du­ros, que en cierto modo se conservaron, hasta tiempos cercanos a los nuestros, en el servicio doméstico y en el servicio mili tar; pero, en fin de cuentas, se le respeta el derecho de personalidad que crea en el dueño nuevos deberes, más sublimes e imperiosos que los dictados por su propio interés o por las conveniencias ciudadanas ( 2 2) . Llegará un día en que arraigue tan honda-

(" ) Gal. 3, 28. (2°) Gal. 3, 27. (21) " . . .Confrontemos la doctrina de los estoicos con la moral cristiana. Procla­

mábanse ciudadanos del mundo, hermanos en una fraternidad universal, porque todos los hombres vienen de Dios. Eran casi unas mismas palabras, mas no fué uno mismo el eco, porque se pronunciaron con acento distinto" (H. BERGSON, Les deux sources de la moral et de la religión, París [1932], p. 58.)

(22) "Es u n a (Je aquellas instituciones que quedan transformadas con sólo dignificar su espíritu. Sólo en el nombre se parecen la esclavitud imperante en la casa de Plinio o en la de un cristiano y la impuesta en el hogar de Epafrodito o en el de Vedio Polión. Uno mismo es el estatuto legal: teóricamente, el esclavo es pro­piedad de su amo; pero en tanto que los primeros conciben su propiedad como un derecho de protección, los señores gentiles se sirven del esclavo como de un objeto de uso y de entretenimiento" (O. LEMARIÉ, Précis d'une sociologie, París [1933], pp. 91-92).

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mente en el corazón del señor ese sentimiento del deber respecto de su ser­vidumbre qué termine por emanciparlos í 2 8 ) . En los últimos siglos del Im­perio romano, serán frecuentes los casos de manumisión; en los primeros años no cundió esa práctica que era de simple consejo; ese consejo pudo predi­carse como acto positivo o pudo consistir en u n brote espontáneo y normal del mismo espíritu cristiano.

Sea de ello lo que fuere, desde un principio se anunció a esclavos y due­ños, que, en la determinación de sus obligaciones mutuas, no debían olvi­dar que ambos eran hijos de Dios: el siervo debe cumplir con exactitud sus deberes y sufrir con paciencia, y el señor debe tratarle con benevo­lencia. Y cuando los amos fueran de dura condición, más heroica será la virtud del esclavo. San Pedro escribe: "¿Qué mucho que soportéis un bofetón merecido por vuestra torpeza? Pero si, tras de obrar a derechas, os maltratan, y lo aguantáis serenamente, ved ahí que habréis realizado u n acto agradable a Dios" ( 2 4 ) .

EPÍSTOLA A FILEMON San Pablo interviene con fino tacto y con plena confianza de ser atendido, en pro de u n esclavo

fugitivo. Onésimo se había fugado de casa de Filemón, cristiano de Colosas, y acogióse al amparo del Apóstol, que le había cristianado. "Tal vez —escribe Pablo— se ausentó temporalmente, para que lo recobres para siempre, no ya como esclavo, sino, más que esclavo, como hermano querido, singular­mente para mí. ¡Y cuánto más para ti, en la carne y en el Señor ! . . . Seguro de tu obediencia te escribo esto, sabiendo que harás aún más de lo que te digo" (2fs).

Trátase, es cierto, de un caso de excepción o, al menos, bastante extraordi­nario. Mas, el prestigio de la esclava Blandina entre los mártires lyoneses y el afecto de la cartaginesa Perpetua por su sierva Felicitas, muestran pal­mariamente que, en el orden espiritual, desconocía la Iglesia la distinción de señor y esclavo (2 6) . "Unos y otros reciben de ella idénticos medios de santificación personal, unos y otros tienen acceso a la carrera de los honores eclesiásticos, a todos se aplican las mismas penitencias por sus pecados" (2T).

La actitud de la Iglesia frente a la esclavitud, y la delicada y soberana misiva de Pablo a Filemón, reflejan la eficaz influencia del Evangelio, que, regenerando las almas y proclamando la fraternidad universal de los hom­bres en Cristo, creaba una sociedad nueva sin producir violentas sacudidas en las instituciones sociales existentes.

Este universalismo, característico del ideal cristiano, triunfará en el mun­do, que lo incorporará a su acervo cultural, saltando por sobre el limes del inmenso Imperio romano, para abrazar a la humanidad entera. La Igle­sia es patrimonio de toda la tierra; de ahí el apelativo de católica, que ya le dio SAN IGNACIO (28) a fines del primer siglo.

(23) "¿Cómo podrían no obrar las nuevas ideas sobre la institución misma, comen­zando por cortar los abusos y terminando por disolverla? Infundir en una sociedad un espíritu nuevo es relajar todas sus rígidas normas para acabar modificándola ente­ramente. Esta primera reforma moral es una íntima transformación de las volun­tades de los individuos. La mudanza en las costumbres precede siempre a los cambios legales" (ibid., p. 92).

(24) / Ep., 2, 20. (25) Epist. ad Philemon., 15, 21. (26) T. II de esta obra, cap. IV. (27) FUNK-HEMMER, Histoire de l'Eglise, t. I, p. 312. (2») Ad Smyrn., VIII, 2.

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§ 5. — Actitud de los paganos frente al crist ianismo

HOSTILIDAD PAGANA Tal es, en toda su grandeza, el ideal cristiano; y, por lo mismo que es ideal, no todos los que lo

profesan le guardan la fidelidad prometida. No faltaron flaquezas y decai­mientos aun entre los cristianos formados al calor del "fervor primitivo". La más antigua literatura cristiana nos brinda la prueba. Pero aquellas nubeci-Uas apenas empañaron el brillo de una conducta general muy superior a la de los gentiles, que, o sentían admiración, o percibían la fuerza del contraste.

LAS ACUSACIONES "Ved cómo se aman", dijeron; y en más de una oca-DEL VULGO sión de públicas calamidades, pudieron comprobar

que su amor no distinguía entre fieles, simpatizantes y enemigos. Pero era inevitable que unos principios morales, en cierto modo tan nuevos y sobre todo tan chocantes con la vida fácil y despreocupada, contrariasen los hábitos del conformismo social y provocaran, en los medios paganos, una reacción desfavorable. Si los poderes públicos condenaban a los cristianos por no rendir culto a los dioses imperiales, si las clases supe­riores y cultas los miraban desdeñosamente como gentes de baja estofa, ene­migas de los refinamientos culturales, la masa que, en ocasiones, vibraba de entusiasmo ante el espectáculo de una caridad sobrehumana o de un heroísmo inmenso, dio en pensar, como por inercia, que aquellos hombres de vida sin­gular, refractarios a la religión común, deberían tener sus lacras, sus vicios y quién sabe si hasta sus crímenes secretos; de la sospecha nació insensible­mente la certeza y de ésta, la acusación. Cúlpeseles de ateísmo, puesto que negaban a los dioses de Roma los homenajes que Íes eran debidos; de magia, porque celebraban ritos ignorados o que la plebe no entendía; de antropo­fagia, quizá por errónea interpretación de la comunión eucarística; y por extensión, de infanticidio. Y, como a todo el que lleva mala vida, se le supo­nen vicios nefandos, también se acusó a los cristianos de libertinaje. A estas graves imputaciones añadiéronse otras burlescas y más inofensivas, nacidas de interpretaciones estúpidas del culto cristiano: tal, la supuesta adoración de u n dios con cabeza de asno, vieja calumnia que antaño habían levantado a los judíos ( 2 9) . ¿Quién no ha oído hablar del famoso grafito del Palatino, en el que un mal intencionado bromista pergeñó, quizá a principios de la era antonina, u n crucificado con cabeza de asno, acompañado de la inscrip­ción: Alexamenos adora a su dios? A lo que el cristiano, mofado por un compañero del pasdagogium imperial, replicó afirmándose tranquilamente en su fe: Alexamenos fidelis ( 3 0) .

LOS PREJUICIOS DE Las personas instruidas no andaban tan descami-LOS INTELECTUALES nadas en su concepción del cristianismo. Es cosa

averiguada la facilidad con que los hombres y mujeres de mundo, de todos los tiempos, acogen los chismes y cuentos aun

(29) Cf. sobre este particular, P. DE LABRIOLLE, La réaction paienne, París (1934),pp. 193-199, en que podrán verse los más completos datos sobre la cuestión. Indicaciones complementarias en C. CECCHELLI, Noterelle sul cristianesimo africano (Estratto dal volume "Studi dedicati alia memoria di Paolo Ubaldi". Publicazioni dell'Universita cat-tolica del Sacro Cuore. Ser. V: Scienze storiche, vol. XVI, Milán [1937]), pp. 197-199.

(30) Se^ conserva este monumento de incalculable valor en el museo Kircher, de Roma. Bibliografía al respecto en Dictionnaire d'archéologie chrétienne, de Dom F. CABROL y Dom H. LECLEROQ, t. I, pp. 2.041 y ss.

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 331

los más inverosímiles, cuando se trata de individuos cuya ideología choca con la que ellos se h a n forjado. Pero las clases sociales privilegiadas del Imperio, en el siglo n , aunque no excesivamente crédulas, despreciaban a aquellos cristianos, en su mayoría de condición humilde —si bien no faltaron adeptos de más elevado rango— y sin pretensiones de sabiduría mundana; compa­decíanles a veces y sentían disgusto otras, como Marco Aurelio cuando los veía tan alentados para el martirio ( 3 1) .

No se hal lan mejor dispuestos en su favor los hombres de letras, retóricos y filósofos, tan acreditados en la época de los Antoninos y encumbrados a cargos honoríficos, como Herodes Ático, Frontón y Claudio Severo.

El panfleto de CELSO, que conocemos por la refutación que de él hizo ORÍ­GENES en el siglo siguiente (32) refleja, con el valor de u n documento his­tórico, los complejos sentimientos en que fluctuó, respecto del cristianismo, una gran parte de la sociedad imperial, por desconocimiento de su realidad ultraterrena. Uno de los cargos acumulados contra él fué que "su doctrina era bárbara, absurda, destinada a personas incultas" (33) y que el grueso de sus fuerzas se reclutaba efectivamente entre ellas.

Causa son en buena parte de ese desdén de la aristocracia del espíritu, cuando no de la sangre, los prejuicios anticristianos. Opina el filósofo que el credo cristiano desdice de la Divinidad o contradice a la razón. Y aun añade CELSO que los cristianos "se apartan de los demás hombres, desprecian las leyes, las costumbres, la cultura de la sociedad en que viven" (34) y la misma ciencia. Y en vez de confesar paladinamente que la mejora de cos­tumbres es u n bien para el Estado, califica la "quimera cristiana" dé peligro público, porque socava los mismos fundamentos del edificio social y atenta contra la civilización que él venera de suerte tan profunda" (3 5) . Todos aquellos gentiles que, animados por el mismo espíritu de Celso, tenían pues­tos sus primeros afanes en el Estado "tutor de las tradiciones nacionales, y custodio de los intereses materiales" (3 6) , no podían comulgar con una doc­tr ina que supeditaba los bienes materiales a los espirituales. Tal doctrina reputábase por corrosiva y sediciosa.

¿Qué extraño, por consiguiente, que persistieran tantos lustros las prescrip­ciones que ponían a los cristianos fuera de la ley, cuando tan acordes estaban con la opinión pública, amasada de recelo, desprecio u hostilidad declarada?

§ 6. — El martirio

FRECUENCIA De aquella continua amenaza de muerte, nacía en los DEL MARTIRIO cristianos el pensamiento constante del martirio posible,

la preparación voluntaria a su aceptación serena y aún gozosa, y, en muchos, el anhelo de padecerlo: ese ambiente martirial es uno de los rasgos de la Iglesia primitiva, desconcertante para todos los extraños, antiguos y modernos.

Durante los dos primeros siglos, en que rigió el edicto de Nerón con las posteriores glosas de TRAJANO, la persecución fué episódica y esporádica, pero

(31) MARCO AURELIO, Pensamientos^ XI, 3. (S2) Contra Celso. (33) p DE LABRIOLLE, La réaction paienne, p. 117. (34) Ibid., p. 118. (35) Ibid-, p. 168. (36) Ibid., p. 169.

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con períodos de gran frecuencia y de larga extensión; mas no por eso afectó el martirio a la mayoría de los discípulos de Cristo. Nerón ejecutó en Roma una verdadera matanza; las ejecuciones de Bitinia, pese a la moderación y a la bondad natural de Plinio el Joven, causaron gran número de víctimas en proporción al número de conversiones obradas en aquella región; y no faltaron muchas apostasías; finalmente, el reinado de Marco Aurelio con los primeros años de Cómodo, marcaron en la historia del desenvolvimiento cristiano una etapa en verdad dura, de un odio encarnizado contra los miem­bros de las iglesias de Asia, Grecia, Italia, Galia y África.

Pero si exceptuamos estos momentos verdaderamente críticos, aun cuando vivieran los cristianos en continuo estado de alarma, inmergidos en una atmósfera de odio y de suspicacia y bajo el peso de una ley implacable, sólo ocasionalmente llegó a plasmarse en actos hostiles el • derecho de per­secución.

DEL NUMERO ¿Fueron o no fueron nutridas las falanges de mártires? DE MÁRTIRES Hay una verdadera algarabía de opiniones sobre el par­

ticular. Es problema arduo por lo que respecta a los dos primeros siglos, en que los cristianos vivieron bajo el signo siniestro del Non licet neroniano, aplicado según las glosas trajanas, pero no sacudidos por persecuciones generales sino por múltiples y diversas acometidas locales.

No ofrecen garantía para determinar el número, n i los documentos de buena ley, como el Martirologio Jeronimiano, porque muchos de los mártires inscritos son de fecha desconocida o indeterminada. Las Pasiones no suplen apenas esas deficiencias, porque generalmente se refieren a los catalogados en el martirologio y porque sus relatos han cruzado las fronteras de la historia y penetrado en las de la leyenda.

Podemos, en cambio, con buena razón presumir que, desde Nerón a Cómo­do, hubo muchos héroes anónimos que derramaron su sangre por la fe. Añá­dase que, aun conociendo la cifra interesantísima de la totalidad de los mártires, no sería el dato completo si, al mismo tiempo, ignorásemos el número total de cristianos; y también esto ignoramos. La cifra calculada ha variado constantemente, en u n auge creciente. Y las opiniones son muy diversas.

Mucho hay de retórico en el t an resobado texto de TERTULIANO ( 3 T ) : "So­mos de ayer, y tenemos invadidas vuestras ciudades, vuestros hogares, vuestras plazas, vuestros municipios, los consejos, los campos, las tribus, las decurias, el palacio, el senado, el foro; no os quedan sino los templos. Si nos alejá­ramos de vosotros, quedaríais aterrados de vuestra soledad." A ese himno triunfal suele oponerse el testimonio posterior de ORÍGENES, que parece indi­car que los cristianos significaban muy poco irávv 0X1701 entre aquella ingente mult i tud de decenas de millones de nombres que habitaban el Imperio (3 8) .

Al leer la historia de. los mártires lioneses tiénese la impresión de que forman u n rebañuelo en medio de enormes jaurías de lobos carniceros. Pero ¿cuántos de los cristianos de Lyon fueron arrestados por las autoridades civiles y condenados al suplicio? La iglesia de Lyon continuó subsistiendo, puesto que, poco después, envió cartas a las de Roma y Asia. Empuñó el báculo pastoral u n nuevo obispo, Ireneo, y la cristiandad de la capital de las Galias reemprendió la marcha. Por donde parece que el cristianismo había arrai­gado más honda y anchamente de lo que podría suponerse por el relato de la persecución.

(37) Apologeticum, 37. (38) Contra Celso, VIII, 69.

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 333

Por otra parte, el propio Orígenes que había escrito irávv óXi-yot, emplea en otro lugar del mismo tratado contra Celso la expresión contraria ovx 6X1701 ( 8 9 ) ; TÁCITO había calificado la cristiandad romana como multitudo in­gerís (*°). A mayor abundamiento, es innegable que el cristianismo hizo rápidos progresos en algunas provincias asiáticas, según lo certifican gentiles desapasionados como PLINIO EL JOVEN ( 4 1 ) ; las mismas declaraciones de TER­TULIANO en su Apologeticum parecerían broma o chiste a sus lectores, si los cristianos de Italia y África, provincias de las cuales habla por experiencia, no fueran más que u n puñado de hombres.

¿Y los mártires? En todas las comarcas del Imperio se vertió sangre cris­tiana, mas no a todas horas n i a u n mismo tiempo en todas las provin­cias. Puede, con todo, asegurarse que no hubo emperador sin salpicadu­ras de sangre de mártires n i provincia en que no se vertiera. Durante el reinado de Marco Aurelio se les persiguió en tantas regiones que parece ha­berse desencadenado, aunque no fuera cierto, una persecución general. ¿Cómo negar que el total de tantos mártires dispersos tiene que formar una suma respetable?

Y no es mera conjetura calcular en u n crecido número los mártires igno­rados. ¿Qué texto litúrgico, literario o epigráfico ha conservado el nombre de una sola de las víctimas de Bitinia en tiempo de Trajano? "¿Cuántas veces no ha descifrado el arqueólogo los nombres de mártires grabados en una lápida marmórea y no inscritos en n ingún pergamino?" (4 2) . Hace se­tenta y cinco años escribía J. B. DE ROSSI: "A medida que avanzo en el estu­dio de la historia; y de los monumentos de los siglos de las persecuciones, me voy persuadiendo de que es muy grande el número de los mártires cuyos nombres desconocemos y cuyos aniversarios no están señalados ni en la co­piosa y antigua compilación del Martirologio Jeronimiano" (4 3) . Las viejas inscripciones aluden a estos héroes anónimos, cuyos nombres sólo Dios sabe, quorum nomina Deus scit.

En resumen: difícilmente podría explicarse esa psicosis de martirio en que vivieron las primeras generaciones cristianas, si aquella continua ame­naza que se cernía sobre ellos, raras veces llegara a realizarse. Y es quizás éste el argumento más decisivo de que fué muy elevado el número de cris­tianos que tuvieron que decidir entre la fidelidad al Maestro y la conserva­ción de la vida. Y bien puede suponerse, ante documentos como la Carta de los mártires de Lyon (persecución de 177), que el número de confesores fué muy superior al de los apóstatas. Empero, la carta de PLINIO a Trajano parece contradecirlo. Es verdad que no precisa n i el número de cobardes ni el de los impávidos, entre los acusados ante su tr ibunal; mas afirma que obtuvo muchas apostasías, lo cual, sin embargo, no le consuela de la pro­funda amargura que le produjo el haber tenido que pronunciar tantas sen­tencias de muerte. Puede presumirse que las apostasías, en las regiones pro­badas por la persecución, aumentaron proporcionalmente a la difusión del cristianismo; pues, por regla general, en las minorías, la fuerza es más operante y los ánimos más alentados que en las grandes masas.

(39) 1,26. (40) Cf. supra, p. 238. (41) Cf. supra, p. 250. (42) PAUL ALLAHD, Histoire des persécutions pendant les deux premiers siécles, 3*

ed., París (1903), p. 477. í43) Bullettino di archeologia cristiana (1875), p. 179.

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334 LA IGLESIA PRIMITIVA

§ 7 . — El ais lamiento voluntario de los cristianos T"

LOS CRISTIANOS OBLIGADOS Si los cristianos vivieron durante los prime-A UNA VIDA RETIRADA POR ros siglos én la penumbra social, cúlpese en

LA HOSTILIDAD DE LOS buena parte al ambiente de continua ame-PAGANOS naza que les traía cohibidos ya que estaban

bajo la espada de los perseguidores. Causas y efectos, como hartas veces sucede, reaccionaron mutuamente y mutuamente se influyeron.

Su divorcio de ciertas manifestaciones de la vida pública o privada, im­puesto por la fe y la moral cristianas, les estigmatiza y los convierte en gente sospechosa; de la sospecha se origina el fallo condenatorio de la opi­nión y de la ley; de la condena procede el ostracismo; unas veces porque los paganos les persiguen y les echan de los lugares públicos de reunión; otras, porque los mismos cristianos buscan el aislamiento, bien sea para sus­traerse a las pesquisas policíacas, o ya sea para evitar habladurías de la gente curiosa y mal intencionada.

LOS CRISTIANOS Sería demasiado simplista reducir la historia del LO INVADEN TODO cristianismo de los primeros tiempos a persecuciones

y catacumbas. La realidad es frecuentemente mucho más compleja y flexible que los principios que pretenden regirla: imaginar a los cristianos acosados como fieras por los gentiles, puede resultar un error de perspectiva.

Para que pudieran vivir a la sombra del trono, en el Palacio y en el Sena­do, entre los representantes de las familias más linajudas, y entre los filó­sofos que enseñan en el Foro, tales como los príncipes Flavios, Apolonio, Jus­tino y otros, preciso es que hubiera largos períodos de calma, en que no sola­mente se abstuvieran los particulares de presentar delaciones, sino que las propias autoridades cerrasen los ojos ante la realidad que se les entraba por ellos.

A esta tolerancia de hecho, corresponden actitudes muy diversas de la indiferencia ante los intereses públicos y sociales: si Apolonio asiste al Sena­do, si Justino discute en el Foro, si muchos otros cristianos ocupan cargos curiales, es que no se sienten extranjeros a la ciudad y a su época. Son varios los hechos concretos que vienen a confirmar las palabras de TERTU­LIANO sobre la intervención de los discípulos de Cristo en todos los órdenes de la actividad general.

Esto no se opone a que el rigor de las leyes, la enemiga del populacho o las ironías de la crema de la sociedad acechasen siempre a unos hom­bres que, por la fe y la moral profesadas, vivían divorciados de sus conciu­dadanos. De ahí entonces que, ante el peligro siempre inminente de u n desencadenamiento de odios y de violencias, y pese a la previa aceptación e inclusive a la sed y ansia del martirio, los cristianos se vieran precisados, ya que no a desmentirse, a recatarse y a no blasonar y, sobre todo y en atención a los mismos sagrados misterios, a celebrar el culto al abrigo de los indiscretos.

Téngase presente que la autoridad religiosa se opuso siempre a que los fieles se presentaran, voluntariamente y en actitud retadora, al martirio, pues tales provocaciones podían dar un auge siniestro a las prevenciones oficiales contra el cristianismo.

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VIDA CRISTIANA E N LOS SIGLOS I Y II 335

§ 8 . — Las catacumbas

EL CULTO EN LAS CASAS Por lo dicho se explica aquella organización DE LOS PARTICULARES subterránea de una parte de la vida de los

primeros cristianos, al menos en algunos paí­ses, lejos de la luz, y no porque la odiasen, sino por hur tar a las miradas impertinentes las horas consagradas al culto divino; en períodos de persecu­ción, buscaron asimismo refugio en los subterráneos.

Pero no hay que llamarse a engaño: las catacumbas de Roma, Ñapóles (4 4) , Sicilia ( 4 5) , Toscana ( 4 6) , África ( 4 7) , Alejandría ( 4 8) , Asia Menor (4 9) , no fueron en sus orígenes refugios de cristianos que, temiendo por su vida, huye­ran como gazapos a ocultarse bajo tierra; y n i en la misma Roma, en lo más fragoroso de la tormenta anticristiana, fueron convirtiéndose las cata­cumbas en refugio de los fieles sino progresivamente.

Los primeros templos o lugares de culto de los cristianos fueron los domi­cilios de los particulares, en que, salvo cuando la persecución se generali­zaba, se creían salvaguardados. Bastó que unos cuantos personajes de la aris­tocracia romana abrazaran la nueva religión, para que la Iglesia pudiera disponer de amplios locales de culto en sus casas espaciosas, con el atrium, peristilo y la gran sala o lablinum. Allí podían estar separados los fieles de los penitentes y de los catecúmenos, quizá los hombres de las mujeres; y el clero, que ocuparía las alai o dependencias laterales, del resto del pueblo. Hasta el siglo n , sirvieron los domicilios particulares para la celebración de las ceremonias religiosas; pero no fueron los únicos locales.

ORIGEN DE LAS No fueron las catacumbas, desde un principio, centros CATACUMBAS de culto: cierto que se frecuentaron desde los orígenes

de la Iglesia; pero su primer destino fué el de cemen­terios. Los cristianos, que, como los judíos, practicaron siempre la inhuma­ción, mas no la incineración, tenían dos clases de cementerios: unos al aire libre, en Oriente y África generalmente; y otros (en las demás provincias occidentales) subterráneos, denominados criptas, hipogeos o catacumbas. El nombre de catacumbas, con que se acabó por designar a los cementerios

(44) Las catacumbas de Ñapóles son, después de las de Roma, de las más amplias hasta hoy exploradas. Son célebres las de San Vito, San Gaudioso, San Severo, San Eufebo y San Jenaro. En esta última se hallaron, además de abundantes inscripciones, varias pinturas que parecen' proceder del siglo n. Cf. SCHULTZE, Die Katakomben von S. Gennaro, Jena (1877) y Bulletino di archeologia cristiana (1871), pp. 37-38 y 155-158, el informe de los últimos descubrimientos por A. BELLUCCI, Atti del III' Congresso internazionale di Archeologia cristiana, Roma (1934), pp. 327 y ss., y principalmente H. ACHELIS, Die Katakomben von Neapel, Leipzig, 1936. Cf. también CH. F. BELLER-MANN, Ueber die altesten christlichen Begrábnisstaetten und besonders die Katacom-ben zu Neapel mit ihren Wandgemalden, Hamburgo (1839).

(45) Especialmente en Siracusa, cuyas catacumbas son más vastas que las de Ñapóles. Acerca de esto cf. J. FUEHRER, Forschungen zur Sicilia sotterranea, Monaco (1897); también SCHULZE, Die Altchristlichen Grabstatten Siziliens, en Jahrbuch des Kais. Deut. Archadogischen Instituís, vol. VII, Berlín (1907). PAOLO ORSI ha redactado un informe completo de las últimas excavaciones en el III Congreso internacional de Arqueología cristiana, celebrado en Ravena: cf. Atti del III Congresso internazionale di Archeologia cristiana, Roma (1934), pp. 129 y ss.

(46) Cf. la nomenclatura de las catacumbas italianas de Roma en el Dictionnaire d'archéologie chrétienne, de CABROL-LECLEROQ, t. II2 (1910), cois. 2.443-2.445.

(47) Acerca de las catacumbas de Hadrumeto, supra, p. 234, n. 26. (4«) Cf. nota 46, cois. 2.442-2.443. (4») Ibid., col. 2.442.

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336 LA IGLESIA PRIMITIVA

subterráneos de Roma, sin duda los más importantes, deriva de uno de ellos, situado cerca de la actual iglesia de San Sebastián, a unos kilómetros al S. E. de Roma, en una depresión del terreno; por hallarse junto a esa de­presión del terreno se dio al cementerio el sobrenombre griego de xaro xi)¡iSr\v ad catacumbas. Como este cementerio hipogeo, llamado de la catacumba, fué el único abierto durante la Edad Media, al conocerse otros varios en el siglo xv, dióseles a todos el apelativo de catacumbas ( 5 0) .

No son los cementerios subterráneos invención de los cristianos. Recuér­dense Egipto y Fenicia, y aun los enterramientos palestmenses. En Italia y no lejos de Roma excavaron los etruscos, cuyo origen oriental se confirma de día en día, numerosas necrópolis, con sus profundas cavernas y sus espléndi­das galerías, semejantes a pequeñas catacumbas. En la misma Roma, en que la práctica de la incineración no era ni originaria ni común, existían sepul­turas, como las de los Escipiones, que parecen evocar las tumbas de Oriente. Y en la misma Ciudad Eterna excavó grandes hipogeos la colonia judía.

Como el núcleo primitivo cristiano procedía casi enteramente de los medios judíos, ¿qué mucho que continuaran sus costumbres en Roma, en la Cam-pania y en Sicilia? Las catacumbas cristianas superaron en amplitud a todos los anteriores enterramientos subterráneos, así en Roma, como en Ñapóles y Siracusa. En Roma llegó a formarse una verdadera ciudad subterránea, Roma sotterranea, ciudad de los muertos que, arrancando del recinto de la ciudad de los vivos, avanzó por las campiñas hasta confines que tal vez nunca lleguen a determinarse.

Explícase esta obra ingente de zapa y de mina por el carácter y por la fe de los cristianos. Los cristianos, plenamente convencidos de la resurrec­ción, sabían, por San Pablo, que el cuerpo que debía resucitar sería u n cuerpo espiritual cuyo germen, como el de una nueva planta, era el cuerpo mate­r ia l ; por otra parte, sentían profunda veneración por los despojos de sus muertos. De entonces procede el culto de las reliquias, la costumbre de orar ante las tumbas, de congregarse en torno de ellas y aun celebrar u n ban­quete sagrado, práctica que, en hecho de verdad, derivaba del rito funerario pagano, que implicaba también la creencia en la vida ultratelúrica. De ahí que los cristianos frecuentaran sus cementerios, se congregaran en ellos y en ellos celebraran sus ceremonias.

LAS CATACUMBAS Otro motivo por el que acudieron a las catacumbas, LUGARES DE CULTO fué la necesidad de refugiarse, particularmente

cuando la persecución arreciaba. En u n principio, pudo bastar a su seguridad la inmunidad domiciliaria de las casas amigas

(60) El primer explorador metódico de la época moderna, fué Bossio (siglo xvn). En la segunda mitad del siglo xix continuó sus exploraciones J. B. DE ROSSI, cuya obra Roma sotterranea cristiana (2 vols. texto y 2 vols. láminas, Roma [1864-1867]), es capital respecto de las catacumbas romanas. La resumió en inglés J. SPENCER NORTH-COTE con la colaboración de W. B. BROWNLOW; PAUL ALLARD tradujo dicha adapta­ción inglesa con el título de Rome soutterraine (nueva ed., París [1877]). Reciente­mente publicáronse diversos trabajos de vulgarización científica, por A. PÉRATÉ, L'Ar-chéologie chrétienne (una de cuyas partes trata de las catacumbas), París (1892); M. BESNIER, Les catacombes de Rome, París (1909); H. CHÉRAMY, Les catacombes romaines, París, s. d. (1932); J.-P. KIRSCH, Le catacombe romane, Roma (1933). En la bibliografía general se citaron las obras fundamentales de WILPERT acerca de las pin­turas de las catacumbas y de los sarcófagos. Hoy se publican en varias lenguas dife­rentes revistas patrocinadas por los Amigos de las Catacumbas, revistas de información que tienen a sus lectores al corriente de cuantos nuevos hallazgos se realizan en las catacumbas de Roma y de fuera de Roma.

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VIDA CRISTIANA E N LOS SIGLOS I Y II 337

en que se congregaban los cristianos para la celebración del culto. Pero el respeto a la propiedad privada, tan inviolable en Roma, perdía su signifi­cado cuando actuaba la policia. Arrestar en el domicilio particular, no su­ponía allanamiento de morada.

Pero había entre las propiedades particulares algunas enteramente invio­lables: los inmuebles funerarios. Nuevo testimonio del respeto con que en Roma se veneraba la mansión de los muertos nos aporta el rescripto de Augusto, reproducido por una inscripción palestinense, ha poco publica­da ( 5 1 ) ; en él se prescriben los más severos castigos contra los violadores de tumbas. Ahora bien, en los albores del cristianismo, las tumbas eran comúnmente, en Roma y hasta fuera de ella, propiedad familiar: y las gran­des familias cristianas pusieron sus dominios funerarios a disposición de los hermanos. Estos podían estar seguros de que no solamente reposarían tran­quilos los huesos de sus difuntos, sino también de que la sombra de sus muertos les daría un buen cobijo. Cuando, pues, los discípulos del Señor bajaron a las catacumbas para celebrar en ellas sus ritos litúrgicos, no les movió principalmente su propia seguridad personal, aunque pudieran servir­les de refugio; sino que todo fué uno, el honrar a sus muertos y el ponerse bajo la protección legal que las sepulturas les brindaban.

EXPANSIÓN DE A u n progresivo desarrollo de cristianismo debería LAS CATACUMBAS corresponder, según las explicaciones precedentes, una

prodigiosa y progresiva ampliación de las catacum­bas. Si algún valor tiene la tradición que nos presenta a San Pedro cele­brando los misterios religiosos en el cementerio ostriano, cabe la actual iglesia de Santa Inés de extramuros, sobre la vía Nomentana ( 5 2 ) ; habremos de confesar que desde muy temprano descendió a los subterráneos la cristian­dad romana. Pudiera alguien preguntar si los cristianos escogieron los cemen­terios como lugares de reunión, aun antes de que la persecución les hostigara. Nos faltan pruebas para afirmar categóricamente que en sus galerías reso­nara la palabra de Pedro; mas no para propugnar la antigüedad del cemen­terio ostriano. Pertenece asimismo a la más remota antigüedad cristiana la vecina catacumba de Santa Priscila, coetánea del mausoleo de los Acilios Glabriones ( 5 3) .

Hay otras de no menos venerable longevidad: la cripta vaticana, en que fueron sepultados San Pedro y muchos de sus sucesores hasta el siglo n ; el cementerio de Comodila, en la vía Ostiense, en que enterraron a San Pablo; el llamado cementerio de Domitila, de Flavia Domitila, sobrina de Domi-ciano (B4), sobre la vía Ardeatina; las criptas de Lucina, en la vía Appia,

(51) Cf. supra, pp. 189-190. (52) Tradición trasmitida por una Pasión del siglo iv, los Acta Marcelli (MOM-

BRITIUS, Sanctuarium, ed. Solesmes, París [1910], p. 170), los que simplemente afir­man que Papías y Mauro fueron sepultados "in via Numentana IV Kal. Feb. ad limphas (alias «nymphas») beati Petri, ubi baptizabat"; léese en el Gesta Liberii (P. L., VIII, c. 1.389): "erat enim ibi non longe a cymiterio novellae, cymiterius ostrianus, ubi Petrus apostolus baptizabat". Todos estos documentos son del siglo V-VI. Esta tradición no ha tenido mayor confirmación ni ha dejado rastros en el culto. Cf. MONS. DTJCHESNE, Le recueil épigraphique de Cambridge, en Mélanges d'Ar-chéologie et d'histoire (1910), p. 294.

(53) No ha tenido aceptación la teoría de O. MARUCCHI que identificaba la antigua catacumba de Priscila con el cementerio en que Pedro bautizaba "ubi Petrus bapti­zabat, ad nymphas sancti Petri". Cf. J. ZEILLER, A propos de l'inscription damasienne de Saint Sébastien, en Bull. des Amis des Catac. romaines (1933), pp. 272-277.

(«<) Cf. supra, pp. 245-247.

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338 LA IGLESIA PRIMITIVA

ofrecidos quizás a la naciente Iglesia por la noble matrona Pomponia Grecina, matrona convertida en tiempo de Nerón; dichas criptas fueron el punto de partida del cementerio calixtino, que desde el siglo n i se destinó a cementerio oficial de la Iglesia romana; muchos papas fueron enterrados en él.

En el siglo n utilizóse el cementerio de Pretextato: en él reposaron los res­tos de uno de los hijos de Santa Felicitas, martirizada bajo Marco Aurelio. Quizá no son menos antiguas las primeras sepulturas de la catacumba de San Sebastián.

§ 9 . — El arte de las catacumbas

ORNAMENTACIÓN No se satisficieron los cristianos con depositar su DE LAS CATACUMBAS muertos en los nichos, loculi, excavados en los re­

cios muros de las intrincadas galerías de las cata­cumbas! y enmarcados, a veces, por una arquería, arcosolium, bajo la cual reposaba una mesa de altar, mensa, destinada al Santo Sacrificio; al conver­tirse las catacumbas en centro litúrgico, nació la idea de ornamentarlas. Las pinturas que, poco a poco, fueron cubriendo sus muros, son uno de los más preciosos documentos, que nos legó la antigüedad cristiana, de la fe y de la vida religiosa de la Iglesia primitiva (5 5) .

PINTURAS PURAMENTE Las primeras manifestaciones pictóricas de los DECORATIVAS cristianos nacen de una voluntad artística, de

fines puramente estéticos. Fué costumbre entre los paganos (egipcios, griegos, etruscos, romanos) deco­rar las cámaras subterráneas en que yacían sus difuntos. Los mismos judíos, tan refractarios a toda representación plástica, adoptaron en Roma la orna­mentación pictórica de sus nichos sepulcrales. Imitáronles los cristianos, que alegraron sus catacumbas con los motivos ornamentales que embellecían las casas de la aristocracia romana: los artistas al servicio de las familias no­bles convertidas al cristianismo, descendieron a las catacumbas, que comen­zaron a animarse con los caprichos de la tradición helenística, según el estilo pompeyano, con líneas simétricas, pájaros, flores y búcaros, en agradable armonía, pero ajenos a toda inspiración cristiana.

Puede afirmarse otro tanto de los frescos, llenos de interés y cargados de siglos; se pintan retratos con el célebre del fossor Diogenes, en que se repro­ducen escenas de la vida real, como la distribución del trigo al pueblo, de la catacumba de Domitila, cuadro dedicado al colegio o corporación de los empleados de la annona, es decir, del servicio de abastecimiento. En otro paramento del propio cementerio forman el mismo conjunto ornamental los almacenes del Tíber, al pie del Aventino, y Jesucristo con sus doce Apóstoles. ¿Eran cristianos los artistas que ejecutaron estas obras? No podemos aseve­rar lo; pero su inspiración es, a todas luces, respetuosa con las creencias cris­tianas.

PINTURA RELIGIOSA No tardó en impregnarse de hondo sentido reli­gioso el arte de las catacumbas, convertidas muy

pronto en monumento del pensamiento cristiano: la piedad de los fieles ins-

(S5) La obra capital sobre las pinturas de las catacumbas es la que antes señalamos, p. 324, n. 1, de Mons WILPEET, Die Molereien der Katakomben Roms. Es de justi­cia citar asimismo el estudio sobre los orígenes del arte cristiano, por EIXIGER (W.), Zur Entstehung und frühen Entwicklung der altchristlichen Büdkunst, Leipzig (1934).

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 339

pira aquel arte, verdaderamente original, que florece en las criptas sombrías. Mas aquella piedad, tierna y robusta, no se desborda desde u n principio, sino que late discreta y como represada bajo diversos simbolismos, porque le des-i place y repugna revelar abiertamente los misterios de su fe; y al modo como Cristo expuso en parábolas buena parte de sus enseñanzas, expresan los cris-> tianos su religiosidad bajo el celaje transparente del símbolo, tomado muchas* veces de representaciones paganas. El Hermes Crióforo con u n cordero sobre sus espaldas, fué el prototipo de Cristo como Buen Pastor; y el cantor Orfeo simbolizó al Cristo que bajó a los infiernos y ascendió triunfante de ellos. El Cordero, primera personificación del alma cristiana, llevada por el Salvador al Paraíso, significó luego la misma víctima divina, según las dos metáforas evangélicas: "He aquí el Cordero de Dios" y "Apacienta mis corderos" (Ion. 1, 29 y 21, 15).

La Orante, figura femenina con los ojos clavados en lo alto y con los brazos extendidos en cruz, es figura del alma humana en oración y del alma bien­aventurada; es la más constante y tradicional de las representaciones.

Multiplicáronse los emblemas alegóricos relativos a la economía de la redención: fueron unos de procedencia pagana, como el pavo real, símbolo de la inmortalidad; el ave fénix, de la resurrección; la paloma, atributo de la diosa del amor, fué unas veces personificación del Espíritu Santo y otras, del alma humana ; hay emblemas creados por el ingenio cristiano, tales como el delfín contorsionado en torno de un tridente, caprichosa transformación de la cruz; la Tau, signo también del emblema de la Redención; el pez, cuyo equivalente griego forma con sus cinco letras el acróstico Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador; el navio, alegoría de la Iglesia; el faro, que la guía hacia el puerto; el ancla, que representa la esperanza cristiana.

No es puro simbolismo todo el primitivo arte cristiano: quedan restos de una genuina iconografía religiosa; ni su temática es únicamente la espe­ranza en la vida futura, como si el primitivo arte cristiano hubiera sido un arte en esencia funerario. "El examen meticuloso del tesoro artístico de las criptas cristianas ha desmentido tales conjeturas. Hay en la Cámara de los Sacramentos, del cementerio Calixtino (siglo n ) , una serie de temas que no se explican por el simbolismo funerario: son la expresión de los dogmas esenciales del cristianismo. . . Desde el siglo n triunfan las dos figuras cen­trales de la iconografía cristiana: la de Cristo y la de su Santa Madre" (5 8).

Ya no es el Orfeo cristianizado o el Buen Pastor de las pinturas alegóricas; cuando en el cementerio de San Pretextato se representa al Maestro sanando a la hemorroísa, su apostura es la de un mancebo imberbe de blondos y rizados cabellos, vestido de túnica y cubierto con el palio que envuelve el brazo izquierdo y deja libre el derecho; sus pies están desnudos.

"Del cementerio de Santa Priscila es aquel célebre cuadro que representa a la Virgen sentada, con el Niño Jesús sobre sus rodillas y que puede fecharse a mediados del segundo s ig lo . . . Delante de ella, un hombre puesto en pie y envuelto en el pállium, señala con su diestra un astro. Se ha interpretado dicha escena como alusión a la profecía de Isaías (9, 2) que compara el adve­nimiento del Mesías al nacimiento de una estrella" ( 5 7) .

En época posterior se enriquecerá la temática decorativa de las catacumbas con episodios bíblicos y evangélicos y con ilustraciones de la doctrina sacra­mental, orientadas, según puede apreciarse, no a la conmemoración o alivio

(M) L. BREHIEH, L'art chrétien, 2» ed., París (1928), pp. 27 y 40. (57) Ibid., p. 40.

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340 LA IGLESIA PRIMITIVA

del alma de los difuntos, sino a la educación del espíritu de los vivos. Del mismo primer siglo procede el Daniel en el foso de los leones de la galería flaviana, en el cementerio de Domitila y que se reproduce en la siguiente centuria en la cripta de Lucina; y en la Capella Graeca, además del dicho episodio de Daniel, se describieron la historia de Noé y el sacrificio de Abrahán. Y no es de época muy posterior la historia de Adán y Eva, pintada sobre la bóveda del vestíbulo del cementerio de San Jenaro, en Ñapóles; n i tampoco la figuración del bautismo de Cristo en la cripta de Lucina, la resurrección de Lázaro en la Capella Gradea, el encuentro de Jesús con la samaritana y la curación de la hemorroísa en San Pretextato, n i el doble milagro de las bodas de Cana y de la multiplicación de los panes, símbolos eucarísticos, en una catacumba de Alejandría í 6 8 ) .

LOS SARCÓFAGOS Aunque el cristiano, por herencia judaica y por aver­sión a la idolatría, sintiera repugnancia a esculpir la

figura humana y llegara a proscribirse, ésta acabó por triunfar en los bajo-relieves de los sarcófagos empotrados en las hornacinas de las catacumbas; empero, según los datos conocidos, la escultura cristiana no es anterior al siglo n i . Hasta esa fecha, los cristianos, obligados como todo hijo de ve­cino, a servirse de los tipos comerciales creados en los talleres paganos, limitáronse a grabar, a modo de ornato, simples estrígiles o almohazas. Por excepción cincelaron algún Orfeo o u n Aarón y hasta algún Ulises fuerte­mente abrazado al mástil, para no ceder al encanto de las sirenas, alegoría evidente de la tentación ( 5 9 ) .

De arquitectura cristiana no puede hablarse cuando los únicos lugares de culto eran los domicilios particulares y las catacumbas ( 6 0) .

§ 1 0 . — Los b ienes de la Iglesia

CONTRIBUCIÓN DE LOS En el trascurso de los dos primeros siglos, FIELES A LA VIDA la Iglesia no disponía de otra hacienda que

MATERIAL DE LA IGLESIA los donativos voluntarios de sus fieles. Los cementerios cristianos continuaban pertene­

ciendo a los particulares, que, según su beneplácito, admitían en ellos a los vivos y a los difuntos. No existía la propiedad eclesiástica inmobiliaria. En

(58) Cierto erudito alemán, PABLO STYGER, defendió en un trabajo reciente, Die rb'rrúschen Katakomben, Berlín (1933), que muchos de los cementerios cristianos de Roma deben fecharse no antes del siglo ni y quizá sea más acertado fecharlos en el siglo iv; representaciones, como la del Banquete eucarístico, tendrían un sentido pa­gano, sin el menor matiz de cristianismo. Se nos antoja que hablar en esos términos es negar la evidencia.

(59) J. WILPERT, / sarcofagi cristiani anticki, t. I, Roma (1929), pp. l*-2*. (60) Algunas capillas (las más espaciosas que contenían la tumba de un mártir)

destinábanse a las ceremonias litúrgicas, como en el caso de. las verdaderas iglesias subterráneas. En la de Calixto hay ejemplos semejantes: la capilla de Milcíades servía para las reuniones y todavía puede distinguirse en todo su derredor la parte avanzada de un escaño; la capilla del frente debía reservarse a las mujeres. Asi­mismo, en una basílica del ccemeterium maius de Santa Inés se. advierte el santuario, el presbyterium, la cátedra episcopal y el arco de triunfo. Colígese, entonces, que ya antes de la paz constantiniana existieron lugares de reunión en los cementerios... Un testimonio fehaciente a este respecto lo presta una hermosa y antigua inscripción del cementerio de Priscila, por la que se invita a los fieles a orar en el mismo cementerio: Vos precor, o fratres, orare huc quando venitis (MARUCCHI, Manuale di Archeologia cristiana, p. 129).

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VIDA CRISTIANA EN LOS SIGLOS I Y II 341

cambio debió de poseer dinero y bienes de otra especie. Las comunidades cristianas dispusieron, ya en sus comienzos, del tesoro de caridad nutrido por la generosidad de sus adeptos. Según la Didaché y los Didascália, instauróse en la Iglesia (quizá sólo en la oriental) la costumbre de ofrecer a los obispos las primicias de la cosecha. Los Didascália mencionan también el diezmo. Tal contribución, que más tarde será obligatoria, comenzó por ser voluntaria; y parece que en el siglo ni aun no se había generalizado; cuánto menos, en el II.

CON EL SIGLO II SE Podemos afirmar que al extinguirse el si-CIERRA DN PERIODO DE LA glo n se cerró una etapa de la vida de la

HISTORIA DE LA IGLESIA Iglesia, en el aspecto político y económico. La Iglesia puede señalar con piedra blanca

el reinado del último de los Antoninos, que, por vez primera, desde Nerón, mostró tolerancia oficial, aunque no se llegara a la revocación de la legisla­ción precedente. Con la dinastía de los Severos, surgirán otras iniciativas que mudarán su condición pretérita. No pueden ser las mismas en el siglo ni que en el n, las relaciones entre una Iglesia pujante y un Imperio que se debate en profunda crisis interna.

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CAPITULO XIV

LA APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II (*)

§ 1. — Orígenes de la apologética cristiana

Si tomamos la palabra apologética en su sentido amplio, habremos de con­fesar que es tan antigua como el cristianismo: los predicadores de la Buena Nueva desde un principio hicieron empeños por demostrar la verdad y por solucionar las objeciones que se le opusieran. Muchos de los discursos de Jesucristo, en especial los pronunciados en Jerusalén y que San Juan nos ha conservado, son eminentemente apologéticos; y apologéticos son también los que de San Pedro, San Esteban y San Pablo se leen en el Libro de los Hechos. El mismo carácter distingue al libro apostólico conocido por "la epístola de Bernabé". Pero ese género literario adquiere su desarrollo durante el segundo siglo.

CALUMNIAS PAGANAS La historia de las persecuciones nos muestra la emergencia natural de la apologética. El cristia­

nismo choca, en su expansión por el Imperio, con la hostilidad de los poderes públicos y de la opinión popular: desde la persecución neroniana tiénese a los cristianos por chusma infame, acreedora a todos los castigos; según las Actas de San Policarpo, el pueblo promueve la persecución contra el santo obispo y cuándo comparece delante del tribunal, el pueblo es quien reclama su sangre; el espectáculo se repite en 177 con los mártires de Lyon. Chispazo que provocó ese incendio de hostilidad fueron las calumnias difundidas por doquier y admitidas sin vacilación por todas las clases sociales ( 2 ) . Los cris­tianos se ven forzados a ocultarse y a hur tar a la maledicencia sus asambleas y sus misterios, por el peligro de muerte que una aviesa delación podía hacer inminente; pero tales recatos provocan la desconfianza; la suspicacia se ceba en ellos: cuéntase que en la cena eucarística degüellan u n niño para beber su sangre, que en los ágapes se entregan, a favor de las tinieblas, al liberti­naje desenfrenado; y como los gentiles les oyen llamarse hermanos y herma­nas, comentan sus uniones incestuosas. M I N U C I O FÉLIX, inspirándose quizá en Frontón, evoca tales acusaciones en la parte primera de su Octavio; sería

(!) BIBLIOGRAFÍA. — Ediciones: Dom MARATÍ (1742), edición reproducida en la P. G., VI. — Jo. CAR. T H . DE OTTO, Corpus apologetarum christianorum sceculi secundi, Jena (1847-1872), 9 vols. — Estudios literarios: PUECH (A.), Les Apologistes grecs du IIe- siécle de notre ere, París (1912). — PUECH (A.), Histoire de la Littérature grecque chrétienne, París (1928), t. II, pp. 109-234. — Estudios teológicos: TIXERONT (J.), La théologie antenicéenne, cap. 5. París (1905), pp. 221-246. — LEBRETON (J.), Histoire du dogme de la Trinité, t. II, París (1928), pp. 395-516. — Léxico: GOODS-PEED (E.), Index apologeticus, Leipzig (1912). — La bibliografía particular de cada autor se indicará en el lugar correspondiente.

(2) Pueden leerse recopiladas estas calumnias en H. LECLERCQ, art. Accusations contre les chrétiens, en el Dict. d'Archéolog. chrét. et de Liturgie; y en HARNACK, Mission und Ausbreitung, pp. 513 y ss.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 343

enojoso reproducir íntegramente aquella requisitoria; mas no será inútil insertar algunos párrafos. Recuérdese que M I N U C I O pone su discurso en boca de un pagano de la buena sociedad romana, que conversa con sus amigos cristianos:

"Cómo no lamentar que hombres de una asociación sediciosa, incorregible, ilícita y desesperada, se levanten contra los dioses? Esos tales forman una facción impía, extraída de la hez del pueblo, entre gentes ignorantes y crédulas; y esa turba se confabula no por juramento, sino con sacrilegios, en reuniones nocturnas, después de ayunos solemnes y de banquetes infrahumanos; raza tenebrosa y lucífuga, muda en público, charlatana en los rincones solitarios... Se reconocen por contraseñas y se aman aun antes de conocerse; la religión del libertinaje los une y se dan nombre de hermanos... Tengo oído que veneran, no sé por qué absurda creencia, la cabeza de una bestia inmunda (de un asno): bella religión, bien digna de los que la prac­tican. . . Sus ritos de iniciación son tan detestables como notorios. Ponen delante del nuevo prosélito un niño cubierto con pasta de harina; es un recurso para engañar a los incautos; el candidato, que ignora el fraude, asesta rudos golpes, en su opinión inofensivos, a aquella masa aparente y acribilla y da muerte al niño. Entonces aque­llos asesinos beben con avidez su sangre, pactando, por esta víctima, su alianza, que les juramenta al mutuo silencio por la común participación en el crimen" (Octavio, VIII, 3.)

Estas calumnias que se nos antojan burdas y repugnantes, hicieron mella aun-entre las personas cultas y los apologistas tuvieron que entretenerse en refutarlas.

LITERATURA Por la literatura pagana del siglo n podemos colum-ANTICRISTIANA brar los progresos de la propaganda anticristiana folle­

tinesca y las sucesivas etapas de penetración del cris­tianismo en la sociedad grecorromana contra corriente y a despecho de una oposición más ruda cada día. Los primeros partidarios de la nueva religión reclutáronse principalmente entre gentes humildes: "Observad, hermanos míos —escribía San Pablo— que entre vosotros, los llamados, no abundan los sabios según la carne, n i los poderosos, n i los nobles" (I Cor., 1, 26).

Hasta fines del siglo n vivieron los cristianos sin relieve cultural y de ello se mofaron los gentiles ( 3) . Pero desde esa fecha infiltróse la doctrina cristiana en los medios ilustrados: en tiempo de Adriano, se hace sensible esa lenta penetración que se acentúa en la segunda mitad del siglo n .

La literatura pagana, largo tiempo desdeñosa con el cristianismo, se deja impregnar de sus máximas, que ya en el año 120 matizan los escritos de EPICTETO, y luego los de MARCO AURELIO, GALIENO y ELIO ARÍSTIDES (4) . A par­t ir de MARCO AURELIO inícianse los ataques en regla: rompe el fuego FRON­TÓN, preceptor del emperador ( 5 ) ; en el año 167, LUCIANO lanza su Peregrinus contra los cínicos y los cristianos ( 6 ) ; hacia el año 178, compone CELSO su Discurso verdadero ( 7 ) ; y estos escritores no son sino las avanzadillas de un nutrido ejército de polemistas entre los que se destacan PORFIRIO, JEROCLES, JULIANO y muchos otros. La lucha se renueva incesantemente y cada siglo

(3) Mmucio FÉLIX, Octavio, V, 8, 12; CELSO, ap. Orig., I, 27; III, 18, 44; VIII, 75. (4) HARNACK, Mission, pp. 254 y ss., 517; P. DE LABRIOLLE, La réaction paienne.

Etude sur la polémique antichrétienne du Ier au VU siécle, París (1934). (5) P. DE LABRIOLLE, ap. cit., pp. 87-94. («) ZAHN, Ignatius, pp. 517-528. (7) No se conservan sus escritos; pero, merced a ORÍGENES podemos seguir todo

el proceso argumental. Cf. acerca de Celso, P. DE LABRIOLLE, op. cit., pp. 111-169; sobre el conflicto entre apologistas y letrados, cf- Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 396-400.

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344 LA IGLESIA PRIMITIVA

aporta fuerzas de refresco; nuestros tiempos no son, a este respecto, más venturosos que los pasados.

De razón es que los cristianos traten de defenderse contra tantas calumnias y tantos ataques; si, por una parte, les amilana la opinión pública que les condena, aliéntales por otra la fuerza de una doctrina pura y de una vida santa. No se limitan a la guerra simplemente defensiva, sino que arremeten a u n tiempo contra la inmoralidad y contra las supersticiones gentílicas.

APOLOGISTAS JUDÍOS Los cristianos tuvieron predecesores: antes que Y POLEMISTAS PAGANOS ellos habían los judíos combatido la idolatría

y propugnado el monoteísmo ( 8) . Incluso en fuentes paganas pudieron beber los apologistas, pues no faltaron quienes cri­ticaran la idolatría y se mofaran de las supersticiones ( 9) . De ahí que los escritores cristianos se muestren menos originales en el ataque que en la defensa; la defensa del cristianismo se inspira en la vida de los cristianos; de ahí su fuerza persuasiva y el valor de su testimonio histórico.

El mundo erudito acoge con indiferencia los primeros escritos de los autores cristianos. No importa. Su eficacia es superior a toda l i teratura; su dina­mismo es el de la propia vida: Non eloquimur magna, sed vivimus ( 1 0) .

APOLOGÉTICA DE LOS Cuando' los mártires comparecían ante los jueces, MÁRTIRES trataron siempre de defender delante de ellos la

causa por la que daban su vida: Jesús, dio el ejem­plo ante Pilatos; Esteban, frente al Sanedrín; Pablo, en presencia de Festo; y los mártires imitaron tan perfectos modelos. Pero esa apologética, tan valiosa por estar rubricada con sangre, era limitada y restringida por la misma fuerza de las circunstancias, que no se avenían con largos discursos o por la intervención del tribunal, que los tronchaba (n). Ante la insuficiencia de tales testimonios, se imponía la necesidad de difundir por escrito, para información de los paganos de buena voluntad, la razón dogmática y el género de vida de los cristianos. Esos tratados son un tesoro para el histo­riador, que en ellos (particularmente en Arístides, en la Carta a Diognetes y en la Apología de San Justino), halla descritas las costumbres y forma de vida cristianas; San Justino inicia al investigador en el secreto de las reu­niones litúrgicas y en el ceremonial del Bautismo y de la Eucaristía (1 2) . Es innegable la sinceridad de estas páginas. Pero tiene sus inconvenientes esa voluntad de l lamar la atención y de captarse simpatías, pues el afán de simplificación dogmática, para hacerse accesible al pagano, puede degene­rar en deformación de la verdad; de JOSEFO sabemos que, en su empeño por

(8) FRIEDLAENDER, Geschichte der Jüd. Apologetik ais Vorgeschichte des Christ-entums, Zurich (1903); los datos más importantes de este libro amazacotado se toma­ron de FILÓN y de JOSEFO; por ej. p. 289, FILÓN, de Cherubin, 154 y ss.: el contraste entre las fiestas religiosas judías con las paganas.

(9) J. GEFFCKEN, ha investigado con gran diligencia lo referente a las fuentes pa­ganas en su obra dedicada a Arístides y Atenágoras: Zwei griech. Apologeten, Leip­zig (1907): estudio erudito, pero falseado por la antipatía del autor contra los cristianos. ! ;! 'Wl

(10) Esta frase es de MINUCIO FÉLIX (Octav., XXXVIII, 6); repitióla SAN CIPRIANO en De bono patientiee, III.

i11) Actas de Justino, de los escilitanos, etc. Dióse a Apolonio alguna libertad para exponer sus creencias y aprovechó la oportunidad; tratábase de un senador ro­mano, interrogado por el pretor y tratado con deferencias que ningún cristiano pudo pretender.

(12) Supra, p. 298, se estudiaron esas descripciones de la liturgia cristiana.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 345

defender el judaismo contra los gentiles, llegó a falsificar la verdad, ha­ciendo estoicos de los fariseos, y epicúreos de los saduceos, etc. Los apolo­gistas cristianos fueron más circunspectos y más sinceros; pero estuvieron abocados al mismo peligro. El historiador no puede prescindir de este de­talle (1 3) .

LAS APOLOGÍAS. Varios apologistas dedicaron sus obras a los empera-DESTINATARIOS Y dores; y no, sin duda, por mero formulismo, sino por

FINALIDAD la esperanza, que se nos antoja u n tanto quimérica, de ser leídos por ellos y de atraer su atención y quién

sabe si hasta su favor hacia el cristianismo. Ello nos explica los empeños de JUSTINO, especialmente en su segunda apología, por interpretar, en lenguaje estoico, la teología cristiana del Verbo, a fin de que mejor le entendiera el emperador Marco Aurelio ( 1 4 ) ; explícanos asimismo las finas lisonjas que ATENÁGORAS dedica en su Apología a Marco Aurelio y a Cómodo ( 1 5) . Su acti­tud es muy diferente de la que tomará TERTULIANO; aquellos apologistas con­fiaban, en plena persecución, en la reconciliación de la Iglesia y del Imperio y por ella laboraron.

Mas no son esas atenciones oficiales el fin primordial de los apologistas; su destinatario es el gran público. De sus filas proceden los apologistas; cono­cen por experiencia sus prejuicios y sus miserias; su afán es cristianizarlo; y saben cuáles recursos han de procurarles luz y energía; por eso insisten tanto en la santidad de las costumbres cristianas y en la fuerza que ha produ­cido esa transformación moral: el cristianismo ( 1 6) . A partir de SAN JUSTINO, buscan los apologistas, entre la muchedumbre pagana, al grupo de filósofos y de intelectuales; pues ellos mismos habían luchado largamente en busca de la verdad, hasta pasar de las tinieblas a esta luz admirable; t ienen conciencia de poseer una verdad que los espíritus más selectos buscan sin llegar a aprehenderla; sienten, por su propia experiencia, cuan preciosa e indispensa­ble es, para muchas almas inquietas, esa revelación y t ra tan de proporcionár­sela. No siempre ofrecerán esa verdad envuelta en galas literarias. ¿Qué importa? Más que por el talento del escritor, valóranse estos libros por la fuerza moral del testigo; y a este respecto, aun hoy atraen la atención y enajenan el ánimo del lector moderno la mayor parte de ellos (1 7) .

(13) Cf. infr. p. 362, e Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 400 y ss. (**) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 437 y n. 2. (15) PUECH, Les Apologistes grecs, p. 5: "Cuando Justino pide a los emperadores

que den autoridad oficial a su apología (II, 14) no pensó, en su ingenuidad, que tal demanda, por temeraria que pareciese, resultara baldía. . . ¿Cómo pueden expli­carse las múltiples lisonjas que Atenágoras dirige a Marco Aurelio y al emperador Cómodo, cuyo espíritu de justicia, de verdad, cuya filosofía son elogiadas tan insis­tentemente, sino por la esperanza de ser leído, ya que no por ellos, por los magis­trados que, en su nombre, perseguían a los cristianos? Para llegar a la renuncia de esa ilusión, para que Tertuliano tuviera por absurda la idea de un César cristiano o de un cristiano César (Apol. XXI, 24) fué necesaria una decepción progresiva. Ni Cuadrado, ni Arístides, ni Justino, ni Atenágoras pudieron formular ese tajante ve­redicto sobre la crisis religiosa; por sombrío que fuera el horizonte en su tiempo, su mente era menos orgullosa y más confiada."

(i«) JUSTINO, Apol, I, 14, 2; Arístides, XV, 17; Atenágoras, XI, 33; Teófilo, III, 9-15; Minucio Félix, X, 38; Diognetes, 6.

(17) No todos están al mismo nivel: no puede compararse TACIANO con su maes­tro SAN JUSTINO; aquél, poco después de escrita su Apología, consumó la apostasía que en aquélla se. vislumbraba, pero TACIANO es una excepción de este primer frente de apologistas que, según lo que se sabe, permanecieron fieles en su totalidad a la Iglesia.

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346 LA IGLESIA PRIMITIVA

CUADRADO Es el m á s a n t i g u o d e los apolog is tas conoc idos ; d i r ig ió su o b r a a A d r i a n o (a . 117-138) ; a p e n a s poseemos d e e l la u n f r a g m e n t o

d e pocas l í neas , conse rvado p o r E U S E B I O ( 1 8 ) .

ARISTIDES E n el m i s m o c a p í t u l o m e n c i o n a E U S E B I O ( 1 9 ) l a apo log ía d e A R Í S T I D E S : d i c h o l i b ro , ded i cado a A n t o n i n o P ío ( 2 0 ) , túvose

m u c h o t i e m p o p o r p e r d i d o ; ha l lóse , t o t a l o p a r c i a l m e n t e , e n u n a t r a d u c c i ó n a r m e n i a ; m á s t a r d e , e n u n a ve rs ión s i r í aca ; y p o r f in e n su r e d a c c i ó n o r i g i n a l , i n s e r t a p o r u n hag ióg ra fo b i z a n t i n o e n l a Vida de San Barlaam y San Josafat ( 2 1 ) .

A R Í S T I D E S in ic ia su apo log ía c o n l a d o c t r i n a d e l a c r eenc i a e n Dios : t eod i ­cea p u r a y e l evada , d e n t r o de l a filosofía e s t r i c t a m e n t e n a t u r a l ( 2 2 ) . P a s a a t r a t a r d e las c reenc ias re l ig iosas d e l a h u m a n i d a d , q u e d iv ide e n c u a t r o r a z a s : g r iegos , b á r b a r o s , j ud íos y c r i s t ianos . Desc r ibe l a v i d a c r i s t i ana e n t é r m i n o s deliciosos y emot ivos ( 2 3 ) :

Los cristianos están más cerca de la verdad que los otros pueblos. Porque conocen a Dios y creen en El, Creador del cielo y de la tierra, en quien son todas las cosas; que no comparte sú divinidad con otro alguno; del cual ellos recibieron los manda­mientos que conservan grabados en sus corazones y que observan con la esperanza puesta en el siglo venidero.

Por esto, no cometen adulterio ni fornicación; no levantan falsos testimonios; no niegan el préstamo recibido; no codician los bienes que no les pertenecen, honran a sus padres; hacen el bien a su prójimo y, cuando se. sienten en los tribunales, juz­gan con justicia; no rinden adoración a los ídolos antropomorfos, a nadie hacen lo que no quieren para sí; no comen carnes sacrificadas a los ídolos, porque son in­mundas.

Socorren y aman a los mismos que les hieren; hacen el bien a sus enemigos; sus hijas son puras y vírgenes y huyen la prostitución; los hombres se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza; las mujeres son igualmente castas con la espe-

(1 8) H. E., IV, 3, 2: "Las obras de nuestro Salvador subsisten, porque son la ver­dad: los enfermos que El sanó y los muertos a los que dio vida, no solamente fueron vistos en el tiempo de su curación y de su resurrección, sino también años después; vivieron cuando nuestro Señor vivía y después que El murió; algunos de ellos llegaron hasta nuestros tiempos."

(18) i v , 3, 3. EUSEBIO no debió de leerla. Yerra al afirmar que la dedicó a Adriano. C20) Antonino reinó del 138 al 161; en 147 asoció al trono a Marco Aurelio. La

Apología de JUSTINO está destinada a ambos; la de ARÍSTIDES, a solo Antonino, luego es anterior al 147; parece confirmarse esta fecha con el ambiente de paz que presupone la vida cristiana por él descrita y por la mención que hace (VIII, 7) de hambres apre­tadas; este último detalle parece aludir al gobierno de Adriano (cf. SPART., Had., 21).

(2 1) Los mequitaristas de Venecia descubrieron en 1878 un fragmento armenio; la traducción siríaca fué identificada por RENDEL HARRIS (1889) en el monasterio de Santa Catalina, del Monte Sinaí; J. A. ROBINSON, asociado a la publicación de este texto siríaco, reconoció el original en Vida de Barlaam y Josafat, caps. 26 y 27 (P. G. XCVI, 1.108-1.124); un hagiógrafo había trascrito bastante libremente el texto griego; al compararlo con la versión siríaca, notáronse notables omisiones. La edición princeps establecida por ROBINSON y HARRIS apareció en 1891, en Texts and Studies, I, 1, Cambridge; 2* ed., sin mudanza, en 1892. Ed. de H E N N E C K E , Texte und Untersuchungen, IV, 3 (1893); GEPECKEN (1907). Merced al importante fragmento hallado en el papiro de Oxyrhynchus se ha podido suplir la omisión más notable del texto griego. Publicóse este fragmento por H. J. M. M I L N E en el Journal of Theological Studies, XXV (1923), pp. 73-77; es el que, vertido, ofrecemos en nuestra obra. ,

(22) Filosofía con muchos resabios estoicos y matizada de filonismo. (23) Esta descripción, íntegramente contenida en el texto siríaco, fué omitida por

el hagiógrafo bizantino; el papiro mencionado contiene el texto íntegro, salvo las pri­meras líneas y confirma el testimonio de la versión siríaca.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 347

ranza de la gran recompensa futura; cuando tienen esclavos, ponen toda diligencia en hacerlos cristianos a ellos o a sus hijos por el amor que les tienen y una vez que se convirtieron, les dan el nombre de hermanos. No adoran dioses extraños; son mansos, buenos, púdicos, sinceros; se aman entre sí; no desprecian a las viudas; protegen a los huérfanos; el que tiene da, sin protestar, al que. carece de fortuna. Cuando ven gente forastera invítanles a albergarse en su casa y se regocijan en ello, porque les consideran hermanos, pues su hermandad no es según la carne sino según el alma.

Cuando muere un pobre, contribuyen, si se enteran, a sufragar su entierro; cuando llega a sus oídos que alguien es perseguido o encarcelado, o condenado por el Nombre de Cristo, ponen en común sus limosnas a fin de proveerle de cuanto hubiere me­nester y si, fuere posible, compran su libertad; si algún esclavo o indigente se halla en grave aprieto, ayunan los hermanos dos o tres días y le remiten los alimentos que para sí mismos habían preparado, a fin de que también ellos puedan alegrarse y participar de su gozo (24).

Observan escrupulosamente los mandamientos de Dios, viviendo en justicia y en santidad, según el Señor Dios les dejó prescrito; cada mañana le dan gracias y cada hora, por el alimento y la bebida y por los otros bienes.

Cuando muere entre ellos una persona piadosa llénanse de júbilo y dan gracias y ruegan por él y le acompañan como si partiese de viaje.

Rinden gracias a Dios por cada hijo que les nace; y si el niño muere, dan asimismo gracias a Dios, porque se fué sin pecar. Cuando alguien muere en pecado, lloran como por quien va a recibir castigo.

T.ales son, oh rey, sus leyes. Piden a Dios los bienes que de El han de recibir; y en esta guisa pasan por el mundo hasta el fin de sus días, porque Dios todo lo puso bajo su dominio. Tienen por qué mostrarse, agradecidos, pues para ellos se hizo el universo entero y toda la creación. En verdad que esas gentes dieron con el secreto de la fortuna.

La importancia del documento merecía que nos entretuviéramos en tradu­cirlo (2 5) . Es cierto que no tiene el encanto de la Epístola a Diognetes; su estilo es deslavazado, su lenguaje premioso y sin vigor; pero, a través de esa sencillez u n tanto ruda, se transparenta nít idamente el plan de vida que los cristianos procuraban realizar: con la esperanza puesta en las promesas divi­nas, de ul tratumba, esfuérzanse por vivir sin pecado, con alegría y llenos de grati tud hacia Dios y de caridad para con los hombres. Este último rasgo es particularmente sugestivo: en u n mundo pagano "sin amor y sin piedad" (Rom. 1, 31) , ¡qué revelación y qué atractivo el de aquella vida tan pródiga en amor y en sacrificios! (2 6) . Observemos, por fin, el alcance de las fra­ses iniciales: nos muestran la fuente de santidad: si los cristianos viven en tal guisa es porque "conocen a Dios y creen en E l" (2 T).

(24) Faltan estas líneas en la versión siríaca; MILNE corrige xeKKrjadaí por xexXij-likvoi (art. cit, p. 76).

(2B) Hemos hecho la traducción según el texto griego del papiro; más de una vez la versión siríaca, aceptada por la mayor parte de los comentaristas, es una glosa libre del original.

(26) Para realizar este programa exigíanse, principalmente en los ricos, sólidas virtudes: si su entusiasmo decaía, al punto pesaba sobre la comunidad como gravosa carga el deber de aliviar al necesitado; el Pastor de HERMAS condenará esa tibieza, parábola IX, 20, 2.

(27) PUECH, Apologistes, p. 43: "La más eficaz propaganda era la pureza y la caridad de la Iglesia primitiva. La mejor apología, la narración sencilla y sin retó­rica, de esas amables e ingenuas virtudes. Flota aún en el ambiente el espíritu de la era apostólica; se percibe que el cristianismo primitivo apareció menos como una doctrina nueva, que como un nuevo modo de vida espiritual y como una inmensa esperanza; hablan de sí mismos con una tal naturalidad, que Arístides alcanzó lo que hay de más difícil en el mundo: alabarse, sin causar enojo."

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348 LA IGLESIA PRIMITIVA

LA CARTA A DIOGNETES M u y e m p a r e n t a d o con la Apología de A R Í S T I D E S está o t ro d o c u m e n t o de fecha i n d e t e r m i n a d a ,

p e r o q u e d e b e s i tua r se e n l a e n c r u c i j a d a d e l s e g u n d o y t e r ce r s iglo: es l a Carta a Diognetes ( 2 8 ) . U n a u t o r a n ó n i m o , sa t i s fac iendo a las p r e g u n t a s d e su co r r e spond ien t e , D iogne tes , exp l ica l a n a t u r a l e z a d e l c r i s t i an i smo , sus t í t u ­los y e l p o r q u é d e s u t a r d a n z a e n m a n i f e s t a r s e a l m u n d o . D e s c r i b e l a v i d a c r i s t i a n a e n u n a p á g i n a q u e provocó l a a d m i r a c i ó n d e R E N Á N ( 2 9 ) y q u e e logió T I L L E M O N T p o r su est i lo " m a g n í f i c o y e l o c u e n t e " ( 3 0 ) ; p u e d e r a s t r ea r se l a i n f l u e n c i a p a u l i n a e n l a cons t rucc ión de l a frase y e n el e m p l e o de m i e m b r o s p a r a l e l o s y an t i t é t i cos ( 3 1 ) ; y se per f i l a n e t a m e n t e e n l a expos ic ión d e l p l a n d iv jno : l a r g o a g u a n t e po r p a r t e d e Dios , de las in jus t i c ias y pecados d e los h o m b r e s , p a r a r e d i m i r a todos po r la e n c a m a c i ó n de su Hi jo :

"Dios. . . concibió un proyecto grande e inefable y lo comunicó solamente a su Hijo. En tanto que El guardaba en el misterio y celaba su sabio designio, parecía tenernos olvidados y en abandono. Al revelarnos por su Hijo muy amado y descu­brirnos lo que El había dispuesto desde el origen, nos dio todo a un t i e m p o . . . Des­pués de haber prevenido todo en Sí mismo de acuerdo con su Hijo, dejó hasta nues­tros días que el hombre caminara a su antojo, arrastrado al desorden por sus propios apetitos y pasiones; no es que El se regocijara en nuestras faltas, sino que las sopor­taba; no que se complaciera en el pasado, en aquellos días de pecado, sino que estaba disponiendo el tiempo presente,- tiempo de justicia, a fin de que, convencidos por nuestras propias obras, pretéritas de no haber merecido la vida, fuésemos ahora juzgados dignos de ella por la bondad de Dios; de forma que, dando por sentado que nosotros éramos incapaces, por nosotros mismos, de entrar en el reino de Dios, adquiriéramos esa capacidad por el poder de Dios.

Cuando nuestra injusticia fué colmada y quedó perfectamente comprobado que no podíamos esperar otra sanción que el castigo y la muerte, entonces ¡legó el mo­mento que Dios tenía reservado para manifestar su bondad y su poder" ( 3 2 ) .

(28) Conservábase esta carta en un único manuscrito, el Argentoratensis, 9, del siglo XIII o xiv; pero se quemó el 24 de agosto de 1870 con la biblioteca de Estras­burgo; autorizáronla, lo mismo que el Discurso a los griegos, con, el nombre de J U S ­TINO. Faltan fragmentos al final de los capítulos 7 y 10. Los capítulos 11 y 12 son apócrifos. Puede consultarse dicho opúsculo en las ediciones de los PADRES APOSTÓ­LICOS o en la colección de apologistas.

C28) MASCO AURELIO, p. 424: RENÁN que no puede perdonar a los cristianos que Marco Aurelio les persiguiera, considera al autor como "anónimo elocuente, y bas­tante buen escritor, que, a veces, recuerda a Celso y Luciano": esta comparación tiene el valor de un contrapeso; al punto reacciona R E N Á N , que, después de haber trascrito los capítulos 5 y 6 argumenta así contra los cristianos: "Cuando una asociación toma una actitud semejante en medio de la gran sociedad humana, cuando se conduce como república autónoma dentro del Estado, esa asociación es una plaga, aunque esté inte­grada por los ángeles" (p. 428).

(30) Mémoires, II , p. 371. Cf. P U E C H , Apologistes, p. 255. (31) Compárese, v. gr., el capítulo V: " . . . (los cristianos) viven en la tierra pero

son ciudadanos del c ie lo . . . Aman a todos y todos les persiguen. Se les condena sin conocerles, los matan y con esa acción les aseguran la vida4 Son pobres y enriquecen a los otros. Carecen de todo y sobreabundan. Son duramente vejados y por las veja­ciones alcanzan la gloria. Los llenan de calumnias y a poco proclaman su rectitud moral. Bendicen al que les injuria y pagan con el respeto los insultos. Se les castiga como malhechores cuando solamente hacen beneficios; cuando les infligen castigos, regocíjanse como si les ga la rdona ran . . . " —trad. P U E C H , p. 255—. Cf. II Cor. 6, 9-10: "Se nos considera como embaucadores, pese a nuestra veracidad; como descono­cidos, aunque somos bien conocidos; como quienes se están muriendo y ved que vivi­mos; como castigados, aunque no ajusticiados; como contristados, aunque siempre este­mos alegres; como mendigos, pero que a muchos enriquecemos; como quien nada posee y lo tiene todo."

(32) Cap. VIII y IX (trad. P U E C H , p. 258).

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APOLOGÉTICA CRISTIANA E N EL SIGLO II 349

En el párrafo transcrito explica el apologista a Diognetes por qué el cristia­nismo tardó en revelarse. Por las palabras que precedieron (VII, 2 ) , sobre el Verbo enviado a los hombres parecía insinuarse otra solución, que JUSTINO desarrollará deleitosamente ( 3 3 ) , pero que el autor del Diognetes sortea, para responder a la cuestión apremiante con las palabras de San Pablo: "Porque todos pecaron y se hal lan privados de la gloria de Dios, el cual gratuitamente les justifica por su gracia, mediante la redención que se da en Cristo Jesús, elegido por Dios como instrumento de propiciación por la fe en su sangre; así demostró su justicia al tolerar sin castigo los pecados precedentes en el tiempo de la paciencia de Dios, para demostración de su justicia en el tiempo presente, con el fin de manifestar ser El justo y quien justifica al que pone su fe en Jesús" ( 3 4) . M u y digno es de notarse este paulinismo en aquel am­biente y época (3 5) .

Y digno es también de nota que, aun cuando el apologista habla de la Encarnación del Verbo, no nombra a Jesucristo ni alude a su vida, milagros, Pasión y Resurrección. No es privativo de dicho apologista ese silencio; cons­tituye norma común de todos ellos, que parecen reservar para una ulterior instrucción cristiana toda la doctrina evangélica. SAN JUSTINO es excepción; pues, en tanto que los demás apologistas se detienen ante el umbral , él penetra en el santuario de la fe, llevando de la mano al lector; por éste y otros méri­tos, bien merece que le dediquemos particular atención. Sus escritos y la historia de su conversión y de su martirio nos harán conocer cuál podía ser la misión del apologista en el siglo n.

§ 2 . — San Justino ( 3 6 )

VIDA DE SAN JUSTINO Ninguno de los apologistas es tan bien conocido como este santo: CUADRADO y ARÍSTIDES apenas

son más que nombres; ATENÁGORAS y TEÓFILO apenas significan u n trazo borroso en sus escritos; TACIANO, que se destaca de la sombra, muéstrase espí­r i tu inquieto, que hoy defiende a la Iglesia y mañana funda una secta. En cambio, JUSTINO se ha retratado en sus obras; coronó su vida con el martirio, cuyo relato conocemos por Actas auténticas; sus amigos y discípulos, sobre todo SAN IRENEO, rindiéronle el homenaje de su admiración y nos dejaron testi­monio de la importancia de su obra. SAN JUSTINO es una de las personalida­des cristianas del siglo n mejor esbozadas; y su obra apologética es la más completa de las coetáneas: las dos Apologías dirigidas a los emperadores tie­nen su complemento en el Diálogo con Trifón; al estudiar, en las primeras, las controversias con los paganos y en el segundo, las polémicas con los

(38) Cf. infra, p. 356. (34) Rom., III, 23-26; cf. 8, 32; Ephes., 1, 7; I Tim., 2, 6. (35) N 0 suele darse el paulinismo entre los apologistas; y, en el siglo n, apenas

sorprendemos el influjo de Pablo, salvo en IRENEO, dentro del catolicismo. Apodarle por este motivo el "Marción católico", como lo hizo HARNACK en su prefacio a la edición de los PADRES APOSTÓLICOS, es un abuso de lenguaje.

(36) Ediciones: Dom PR. MARAN, París (1743), reproducida en la P. G., VI; OTTO, Corpus apologetarum sceculi sascundi, I-V, Jena (1875-1881); L. PAUTIGNY, Justin. Apologies, París (1904); G. ARCHAMBAULT, Justin. Dialogue avec Tryphon, París (1909), 2 vols. Principales trabajos: A. PUECH, Les Apologistes grecs, pp. 46-147; Hist. de la Littérat. grecque chrét., t. II, pp. 131-170; G. BARDY, art. Justin en el Dict. de Théol., sobre, todo cois. 2.242-2.262; J. LEBRETON, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 405-484; I. GIORDANI, S. Giustino Martire, Le Apologie, Firenze (1929). En dichos estudios hallará el lector bibliografía mes completa.

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350 LA IGLESIA PRIMITIVA

judios, vislumbraremos un nuevo aspecto de la apologética y nuevos puntos de vista sobre el cristianismo.

"Justino, hijo de Prisco, hijo de Baquio (oriundo) de Flavia Neápolis, en Siria palestinense"; con estas palabras hace JUSTINO SU propia presentación en la inscripción de su Apología. Nació de padres paganos, en una ciudad pagana, pero en una tierra que guardaba muchos vestigios y recuerdos de su pasado judío. JUSTINO salió de Palestina y, por algún tiempo, vivió! en Efeso; en dicha ciudad ubica su Diálogo con Trifón; féchalo en el tiempo de la guerra de Barkokeba (a. 132-135); era a la sazón cristiano;! por consiguiente, su conversión se remontará, a lo menos, al año 130.

SU CONVERSIÓN El propio apologista nos declara las razones de su con­versión: en las primeras páginas del Diálogo nos cuenta

su odisea filosófica: espoleado por el anhelo de conocer a Dios, acudió a la escuela estoica; pronto se convenció de que su maestro "nada sabía de Dios y hasta juzgaba superfluos tales conocimientos"; acogióle de buen grado un peripatético, que al poco tiempo le exigió los honorarios; u n pitagórico púsole como condición previa que fuera versado en música, en astronomía y en geometría; en tal coyuntura, vióse con un platónico, que le dejó deslum­hrado: tanto remontó JUSTINO en la especulación de lo incorpóreo y en la contemplación de las ideas, que se. creyó muy próximo a la visión de Dios. Pero cuando se paseaba un día a la vera del mar hízosele encontradizo u n viejo misterioso, el cual le persuadió de la incapacidad del alma humana para alcanzar, por sus propias fuerzas, la contemplación de Dios; era necesario que el profetismo viniera en su ayuda.

No es esta página una autobiografía; en ella, como en las memorias de GOETHE, hay "verdad y poesía" ( 3 7 ) ; no todo es "verdad", mas tampoco es todo "poesía"; se nos exhiben las experiencias de Justino como una odisea a través de todas las escuelas filosóficas, para mostrarnos su endeblez y condu­cir al lector hasta la revelación cristiana. Sin duda que nuestro joven, anhe­lante de verdad, no redujo sus esfuerzos a recorrer las escuelas filosóficas, n i su aprendizaje al recuento de otros tantos desengaños; dejóse arrebatar por el entusiasmo de aquellos filósofos, sobre todo de los platónicos, a la contem­plación del mundo ideal; contradijo su pretensión de alcanzar a Dios, mas no desdeñó sus ambiciones ni sus intentos (3 8) . Desde el umbral mismo del Diálogo con Trifón muéstrase JUSTINO con el manto de filósofo; no es un rebozo o disfraz con que atraer al cristianismo al judío Trifón o a sus congé­neres; procede del campo de la filosofía y continúa siendo filósofo; pero su doctrina es ahora la doctrina de Cristo y de los profetas, que a su vez, la recibieron de Dios:

(37) Es el título que ZAHN dio al estudio de estos capítulos: Dichtung und Wahr-heit in Justins Dialog, en Zeistchr. für Kirchengesch., t. VIII (1885-1886), pp. 37-66.

(38) ENGELHABDT (Das Christentum Justins der Martyrers, Erlangen [1878]) y AUBÉ (Saint Justin philosopke et martyr, París [1861] han considerado a JUSTINO como filósofo a medio convertir, que en el seno de la Iglesia continuó con sus especu­laciones platónicas y estoicas; grave error. El P. PPAETTISCH (Der Einfluss Platos auf die Theologie Justins, Paderborn [1910]), opina con evidente exageración que su teología quedó gravemente deformada por el platonismo; JUSTINO estaba enteramente persuadido de la radical ineptitud del platonismo para elevar el alma a la contem­plación de Dios y de la consiguiente necesidad de la revelación para alcanzarla. Con todo es innegable que, a veces, como cuando trata de la trascendencia de Dios y de la generación! del Verbo, se dejó arrastrar al terreno de sus adversarios, por su voluntad de utilizar la filosofía helenística con fines apologéticos. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 422-428; 449, 452-455.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 351

"Nuestra doctrina, aprendida de Cristo y de los profetas que le precedieron, es la única verdadera y su antigüedad, más remota que la de nuestros escritores; si os la recomendamos no es por sus semejanzas con ésta, sino porque es la verdadera."

" (Apol, I, 23, 1.)

La verdad religiosa ha calado en JUSTINO, mucho por la ciencia teológica de los profetas; y otro tanto, por la fuerza insinuante de la vida de los cristianos. Esta segunda razón de su conversión y de su apologética, que ape­nas se trasparenta en el Diálogo, resalta en sus Apologías:

"Yo mismo, cuando era discípulo de Platón, al oír las acusaciones formuladas contra los cristianos y al verles tan intrépidos frente a la muerte y a cuanto hace temblar a los hombres, decíame a mí mismo que era imposible vivieran en la maldad y en el libertinaje." (Apol., II, 12, 1.)

Ambos fragmentos autobiográficos se completan mutuamente; según las Apologías, JUSTINO quedó vencido por la santidad de la moral cristiana (Apol. I, 14); según el Diálogo, vínole la persuasión, de la verdad divina de su doctrina. Estas dos evidencias que cautivaron su espíritu, serán los argumen­tos que tratará de esgrimir frente a los judíos y los gentiles.

SAN JUSTINO EN ROMA Parece que JUSTINO residió en Efeso durante va­rios años; dos veces regresó a Roma, según de­

claró en el interrogatorio que precedió a su mart ir io; se alojaba "cerca de las Termas de Timoteo, en casa de un tal Mart ín". En ella sentó cátedra; el pre­fecto Rústico arrestó y condenó, con el maestro, a seis discípulos, en el año 165; d a i l lo s , Jaritón, Jarito, Evelpisto, Hiérax (? ) , Peón, Liberiano, eran esclavos o gente l lana; la escuela de Justino nunca tuvo el éxito de la de Epicteto o de las conferencias de Plutarco; n i tuvo la irradiación de la escuela alejandrina de Clemente y Orígenes. Pero ofrece soberano interés al historiador de la Iglesia; i lumina con vivos destellos una cuestión capital, de la que apenas tenemos noticia: la organización de la enseñanza cristiana en el siglo n (8 9) .

Que esa organización fuera lenta, nada tiene de extraño, pues "Fiunt, non nascuntur christiani", como escribía TERTULIANO. LOS convertidos eran ya personas m a d u r a s . . . ; "raros los nacidos de familias creyentes, los que desde su tierna infancia recibían el sello de la regeneración espiritual" ( 4 0 ) ; pero raro no quiere decir excepcional. Cuando el prefecto Rústico interroga a los discípulos de Justino "¿Os ha hecho él cristianos?", replica Hiérax: "Yo ya lo era, y cristiano seguiré siéndolo"; y Peón añade: "De nuestros padres recibimos esta hermosa profesión de fe"; y Evelpisto: "Con verdadera fruición escuché las lecciones de Justino; pero fueron mis padres quienes me enseña­ron a ser cristiano."

No se trata, por ende, de catecúmenos, n i de párvulos; son hombres hechos y derechos, que, después de haber recibido de sus padres la fe cristiana, quie­ren ahondar en su conocimiento. Por lo demás, no era la escuela de Justino cátedra reservada a los iniciados: "anuncié la verdad a todo el que quisiera oírme" (Actas, 3 ) . Crescente, filósofo cínico, abrió escuela cerca de la casa de Martín, en que Justino se hospedaba; sentía celos por los éxitos del maestro

(39) BARDY, L'Eglise et l'Enseignément pendant les trois premiers siécles, en Revue des Sciences religieuses (1932), pp. 1-28: "Los escritores de los tres primeros siglos rara vez abordan el examen de estos problemas, dejándonos por ello en una casi entera ignorancia sobre el modo de educarse e instruirse los hijos de las familias cristianas", p. 1.

(40) BARDY, ibid.

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352 LA IGLESIA PRIMITIVA

cristiano, al cual acabó por denunciar, como se tenía previsto (4 1) . Justino argumentaba, frente a aquella denuncia, que había habido entre los dos maestros una discusión pública, que se conservaba el proceso verbal de ella, y que ese proceso atestiguaba, con harto pesar del propio Justino, la supina ignorancia de Crescente: el apologista propone a los emperadores, que si no llegó a su conocimiento el proceso verbal, se reanude la discusión en su pre­sencia (Apol., II , 3, 4 ) . Nadie recogió el desafío; las autoridades romanas no recibieron otro testimonio de Justino, que el de su propia sangre.

ESCUELA DE ROMA Por las incidencias descritas podemos barruntar el carácter de la enseñanza entre los cristianos, los fru­

tos de ella y los peligros que creaba. No temieron los cristianos correr ese albur. HERMAS nos explica la actividad de los maestros de Roma en plena efervescencia de persecución ( 4 2 ) ; a mediados del siglo n , Justino enlaza con ellos y continúa su obra; no termina el magisterio cristiano con su martir io; Taciano, discípulo de Justino, es también su continuador C43); pero Taciano, maleado por la herejía, salió de Roma; le sustituyó su discípulo Rodón, el cual, sin declinar las discusiones con los marcionitas, continuó su labor exe-gética del Hexameron, iniciada por Taciano (4 4) .

También los herejes dan lecciones en Roma: los marcionitas montaron va­rias escuelas, cuyas doctrinas son divergentes: Apeles, que no admite más que un principio en Dios, opónese a Sineros, que admite tres ( 4 5 ) ; en Roma se establecieron también los discípulos de Noeto, Epígono y su alumno Cleome-nes (4 6) . Este magisterio, que pulula por todas partes, es signo manifiesto del interés que en la Iglesia habían despertado los problemas teológicos. El obispo de Roma no vivía al margen de tales disquisiciones; los fieles que deseaban seguir las lecciones de Cleomenes, pidieron autorización al Papa Zeferino (4 7) .

Difícil tarea la de precisar el tema o plan de enseñanza en el siglo n y singularmente en San Justino. Cuando Clemente abra, treinta o cuarenta años más tarde, la escuela de Alejandría, presentará un programa enciclopé­dico, de iniciación en las ciencias sagradas y profanas; Orígenes adoptará el mismo método en Alejandría y en Cesárea. No parece que Justino diera una tal amplitud a su programa. Es más probable que centrara todos sus esfuer­zos en demostrar y defender la religión cristiana: por la apologética trata de convencer a paganos y judíos y por la controversia de refutar las tesis marcionitas. Esto es lo que sugieren los escritos del maestro cristiano, así los que se nos conservaron íntegros, como aquellos cuyos epígrafe y frag­mentos se nos han trasmitido. Antes de pasar al análisis de las obras, fuerza es fijar la atención en el influjo que ejerció San Justino en su entorno,

(41) Apol, II, 3, 1; TACIANO, 19. (42) Estos didactas son ante todo maestros de moral; o por lo menos, de esa faceta

doctrinal se preocupa HERMAS: Maná.., IV, 3, 1; Cf. Vis., III, 5, 1; Parábolas, IX, 15, 4; IX, 16, 5; IX, 25, 2.

(43) IRENEO, Hcer. I, 28, 1, citado por EUSEBIO, IV, 29, 3. (44) H. E, V, 13, 1-8. En dicho capítulo inserta EUSEBIO algunos extractos de

la polémica de Apeles y Rodón; añade (8, cf. l ) q u e Rodón confiesa haber sido dis­cípulo de TACIANO; alude a un libro de su maestro titulado Problemas, en que trataba de los lugares obscuros de la Escritura; Rodón prometía dilucidarlos. Este capítulo, pese a su brevedad, nos revela la temática del magisterio de Rodón: las controversias con los herejes y la exégesis bíblica. Esas mismas serán las grandes preocupaciones de ORÍGENES.

(« ) H. E., V, 13. (4«) HIPÓLITO, Philos., IX, 7; ed. WENDLAND, p. 240. (4T) HIPÓLITO, loe. cit.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 353

inf lu jo t a n suges t ionador , q u e log ró i m p o n e r s e a u n e sp í r i t u t a n i n d e p e n ­d i e n t e y p r e s u n t u o s o como T a c i a n o ( 4 8 ) , a cap t a r se l a a d m i r a c i ó n de u n teólogo como I r e n e o , q u e profesó g r a n v e n e r a c i ó n a a q u e l m a e s t r o de Roma.

OBRAS DE JUSTINO T r e s escri tos suyos , d e i n d i s c u t i b l e a u t e n t i c i d a d , l le­g a r o n h a s t a nosot ros : l as dos Apologías y el Diálogo

con Trifón; y a u n estas obras se nos t r a s m i t i e r o n po r u n solo m a n u s c r i t o defectuoso y con b a s t a n t e s l a g u n a s ( 4 9 ) . T r a s c r i p c i ó n m a n u s c r i t a , t a n defi­c i en te , man i f i e s t a l a poca a t enc ión , q u e po r l a rgos años , se p res tó a los apolo­gis tas a n t e n i c e n o s ; pa r ec i é ron l e s a n a c r ó n i c a s sus con t rovers ias c o n t r a p a g a n o s y jud íos y d i e ron su p re f e r enc i a a los l ib ros m á s expl íc i tos y m á s p ród igos e n v e r d a d e s teo lógicas ( 5 0 ) .

P o r d i cha , este ú n i c o m a n u s c r i t o nos conservó a q u e l l o q u e m á s nos i n t e r e ­saba conocer ( 5 1 ) : l a ob ra apo logé t i ca d e J U S T I N O . SUS o b r a s son e l t e s t imon io m á s val ioso de l esfuerzo d e exposic ión y defensa i n t e n t a d o po r l a Ig les ia e n el s ig lo I I ; el Diálogo es fel iz c o m p l e m e n t o d e las Apologías y nos r eve l a u n n u e v o aspec to d e l a d e m o s t r a c i ó n c r i s t i ana .

Se c o p i a r o n las t r e s o b r a s e n el o r d e n s i g u i e n t e : 2* Apología; 1* Apología; Diálogo. D o m M A R A N ( P a r í s , 1742) r e s t ab lec ió el o r d e n o r i g i n a l y los edi to­res se a t u v i e r o n a él ( 5 2 ) : l a s dos Apologías, o, m e j o r d i cho , l a ú n i c a Apología, c o n su a p é n d i c e , q u e se d i o e n l l a m a r Segunda Apología, fué escr i ta e n t r e 153-155 ( 5 3 ) . E l Diálogo es pos te r io r a l a Apología; p a r e c e a n t e r i o r a la m u e r t e d e A n t o n i n o P ío (a . 161) ( 5 4 ) . D e d o n d e se c o n c l u y e q u e esta p r o d u c ­c ión l i t e r a r i a d e J U S T I N O , h a de fecharse e n los ú l t i m o s a ñ o s d e s u v i d a . Son el f ru to m a d u r o d e s u m a g i s t e r i o y el t e s t i m o n i o d o c u m e n t a l d e l a apo logé­t ica c r i s t i ana e n R o m a , a m e d i a d o s de l s ig lo n .

Sobre e l la ins i s t i r emos , s in d e s c e n d e r a l d e t a l l e d e los l ib ros d e J u s t i n o ( 5 B ) .

(4 8) PUECH, Apologistes, p. 149: "Los que con cierta ligereza propenden a despre­ciar al filósofo de Naplusa, no debieran olvidar que quien logró atraerse un discí­pulo como TACIANO, tuvo que desempeñar en Roma un papel bastante relevante y ejercer una real influencia en determinados sectores."

(49) Es el Parisinus, gr. 450, terminado el 11 de setiembre de 1364. Parece que precedía al Diálogo una carta dedicatoria a Marco Pompeyo y una introducción; ambas se. han perdido; en el capítulo LXXV debe de faltar un importante fragmento, final del libro primero y comienzo del segundo.

(50) Puede consultarse sobre el particular A. HARNACK, Die Ueberlieferung der griech. Apologeten- Texte und Untersuchungen, I, 1 (1883).

(51) El mismo JUSTINO menciona entre otros escritos propios (Apol. I, 26, 8), un "tratado contra todas las herejías"; SAN IRENEO cita (Hcer., IV, 6, 2) una obra con­tra Marción, que tal vez formaba parte del tratado precedente. Los Sacra Parallela contienen fragmentos importantes de un. Tratado sobre la resurrección (P. G-, VI, 1-572-1.592). Parece atribuirlo Metodio a SAN JUSTINO; utilizáronlo probablemente IRE-NEO y TERTULIANO. SU autenticidad, si no es cierta, es muy probable.; BARDENHEWER (I, 228) la da como cierta; cf. RAUSCHEN-ALTANER, op. cit., p. 75. P U E C H (Littéra-ture, t. II , pp. 169-170) deja en duda la cuestión.

(52) Esa ordenación es incuestionable: en la segunda Apología cítase la primera (IV, 2; VI, 5; VII I , 1.) Amén de esto, la segunda Apología no forma tratado com­pleto, independiente, sino un a modo de apéndice de la primera: como llegó a cono­cimiento de JUSTINO un hecho nuevo, lo adicionó a su obra, sin refundirla.

(B3) Cristo nació hace 150 años (I, 46, 1) ; Marción ha difundido por todas partes su error (I, 26, 5 ) ; Félix, prefecto de Egipto (I, 29, 2 ) , ejercía el cargo en 151, propablemente desde el año 150 y tal vez hasta el 154 (GRENFELD-HUNT, Oxyrhynchus Papyri, t. I I , p. 163; cf. p. 175.)

(54) El Diálogo 12 alude a la Apología (I, 26) ; parece, según esta perícope, que aun vivían los emperadores destinatarios de la Apología.

(55) ]\f0 e s fácil analizar todas las sinuosidades estilísticas de los libros de JUSTINO,

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354 LA IGLESIA PRIMITIVA

EL CONOCIMIENTO DE DIOS La obsesión de Justino antes de convertirse, cuando frecuentaba las diversas escuelas fi­

losóficas, fué la de conocer a Dios; el cristianismo satisfizo sus anhelos; y desde entonces, sólo aspiró a poseerle más plenamente y a hacer que otros le conocieran. De esta observación debemos partir al estudiar su pensamiento religioso.

De las filosofías que tuvo oportunidad de escuchar, tan sólo una le ena­moró: el platonismo; porque el platonismo le dio alguna idea de Dios e incluso le prometía revelárselo:

"Platón dijo que el ojo del alma fué hecho y se nos dio para que, con su traspa­rencia pudiéramos contemplar el ser verdadero, causa de todos los otros seres inteli­gibles, el cual no tiene color, ni forma, ni cantidad, ni nada que pueda percibir la vista, pero que es un ser trascendente, a toda esencia, inefable e inexpresable, el solo hermoso y bueno, y que se revela súbitamente a las almas bien nacidas, por afi­nidad de naturaleza y por el ansia de verle" (Dial., 4).

En el texto precitado se enuncia la trascendencia divina; esta afirmación será elemento esencial de la teología de Justino. Percíbese asimismo la ambi­ciosa pretensión de alcanzar a Dios por las solas fuerzas naturales; pretensión que desechará Justino como una fantasmagoría. En otro tiempo también él acarició esa vana esperanza ( 6 6 ) ; pero el cristianismo le curó de ella. Los primeros capítulos de su Diálogo versan sobre dicho tema.

porque su forma de composición no es continua y definida. Podemos resumirlos en esta guisa: / Apol. (cf. VEIL, Justinus des Phil. Rechtfertigung, Estrasburgo, 1894): 1-3, Jus­

tino expone su propósito: informar a los emperadores, descargarse de responsabili­dades; que por ellos queden. 4-12: 1* parte o introducción: el proceder de los perse­guidores es inicuo; persiguen un nombre (4-5); los cristianos no son ni ateos ni criminales (6-7); se dejan matar antes que renegar de Dios (8); rehusan adorar a los ídolos (9-13); conclusión (12). 13-67: 2 ' parte: exposición y demostración del cristianismo. Los cristianos adoran al Dios creador y a Cristo crucificado (13); Cristo es su Maestro; sus preceptos morales (14-17); la vida futura, el juicio (18-20); Cristo es el Verbo encarnado (21); comparación con los héroes paganos (21-22); superioridad del cristianismo; odio de los hombres y de los demonios (23-26); pureza de la moral cristiana (27-29); el cristianismo, probado por las profecías (30-53); dos disgresiones: la libertad y las profecías (43-44); la filosofía conside­rada como un cristianismo anterior a Cristo (46); las semejanzas que hallamos entre el cristianismo y las filosofías o misterios de los paganos proceden de los de­monios (54-60); descripción del culto cristiano: el bautismo (61); la eucaristía (65-66); la liturgia dominical (67).

Segunda apología: injusticia del prefecto Urbico (1-3). Por qué permite Dios estos males: providencia, libertad, juicio (4-12).

El Diálogo tiene mayor extensión que las* dos apologías (P. G., VI, 328-469; 472-800). 1-9: introducción: historia de su formación filosófica y de su conversión; cono­cimiento de Dios; inmortalidad del alma; 10-30: la ley ha sido abrogada. Trifón reprocha a Justino que no observa la ley; respuesta: los profetas nos dicen que la ley ha sido abrogada; no se dio a los judíos sino por la dureza de su corazón; supe­rioridad de la circuncisión cristiana, necesaria a los judíos mismos. 31-108: la Ley dada por Cristo. Cristo, sus dos advenimientos (31); la ley figura de Cristo (40-45); divinidad y preexistencia de Cristo comprobadas especialmente por las teofanías (56-62); Encarnación y concepción virginal (65. . . ) ; su muerte vaticinada (86); su Resurrección (106). 108-fin: los cristianos, la conversión de los paganos predicha por los profetas (109. . . ) ; los cristianos, pueblo más santo que. el judío (119); objeto de las promesas (121); figurados en el A. T. (134. . . ) . Exhortaciones finales a la conversión (140.. .) .

(56) "L a intelección de los seres incorpóreos cautivábame en sumo grado; la con­templación de las ideas daba alas a mi espíritu, tanto, que, en breve tiempo me consideré sabio; mi necedad dio en la flor de creer que llegaría a ver a Dios direc­tamente; pues a esa visión inmediata de Dios tiende la filosofía platónica" (Dial., 2, 6).

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APOLOGÉTICA CRISTIANA E N EL SIGLO II 355

Para comprobar la fuerza sugestiva de tales ilusiones, basta repasar el tes­timonio de sus coetáneos, como v. gr., el de APULEYO:

"Platón. . . repitió insistentemente que no hay humano discurso, tan pobre es nuestro lenguaje, capaz de abarcar, en grado alguno, este Ser único, por el exceso increíble e inefable de su majestad; que los mismos sabios, separados, por titánico esfuerzo, del cuerpo, en cuanto esto es posible, apenas llegan a concebir, en fugaz destello, alguna idea de Dios; es como el resplandor repentino de una luz potente en el seno de las más profundas tinieblas" (57).

Y el de CELSO:

"No es posible explicar el supremo Bien; pero, después de un largo comercio —espi­ritual—• hácese presente al alma y, de improviso, como cuando salta una chispa, en­ciéndese en el alma una gran luz" (58).

Lo que los filósofos buscan afanosos y se prometen es la visión de Dios, que de repente debe revelarse como el rayo que fulgura en la noche. No otras ambiciones abrigaban las religiones de los misterios, con la diferencia de que en éstas, los ritos de iniciación debían i luminar al iniciado; los pla­tónicos trataban de conseguir el mismo resultado mediante el deseo y la fer­viente aspiración del alma; el alma, decían, puede llegar a ello, por su afi­nidad natural con Dios (Dial., 4 ) .

Pero en esto precisamente estriba la principal oposición del cristianismo con los platónicos, según opina JUSTINO: en que la inteligencia humana no puede ver a Dios, si no la i lumina el Espíritu Santo (ibid., 4, 1).

Es de justicia poner de relieve que JUSTINO niega, no que el alma pueda conocer, por sus fuerzas naturales, a Dios, sino que pueda verle. El anciano que cristianizó a Justino dijole: "Convengo contigo en que las almas pueden conocer que hay u n Dios, y que la justicia y la virtud son hermosas" (4, 7) . Pero tal conocimiento no es bastante a nuestra vida religiosa: nuestra vida religiosa exige conocer a Dios como se conoce a una persona, no como se sabe una ciencia: "conocer a un hombre, conocer a Dios, no es lo mismo que saber música, aritmética y astronomía"; la ciencia se adquiere "con el estudio o con el ejercicio"; pero no se conoce a una persona sino viéndola (3, 6) . Y ¿cómo podremos ver a Dios? Los filósofos platónicos pretenden conducir­nos al éxtasis por el solo empleo de las fuerzas naturales. Vana ilusión. ¿Habremos, por consiguiente, de renunciar al conocimiento personal de Dios y, por tanto, a toda vida religiosa?

LA REVELACIÓN DIVINA Dios zanjó de una vez ese problema que parecía insoluble: se reveló a los profetas y los profetas

nos le dieron a conocer.

"Hubo antaño, en tiempos más antiguos que los de estos sedicentes filósofos, hom­bres venturosos, justos, amados de Dios, que hablaron movidos por el Espíritu Santo, y predijeron sobre el porvenir vaticinios que ahora se están cumpliendo: son los pro­fetas . . . No hablaron por silogismos; superiores a todo razonamiento, eran testigos directos de la verdad; y los pasados y los presentes sucesos nos obligan a creer en su palabra. Amén de esto, las maravillas por ellos mismos realizadas hiciéronles acree­dores a la fe de los demás, pues con ellas glorificaron al Autor del universo, Dios y Padre y anunciaron al Cristo que de El procede y es su Hijo. Jamás realizaron ni

(5T) De deo Socratis. (58) ORÍGENES, Ap. VI, 3: Idénticas esperanzas propone Máximo de Tiro a quien

quiera elevarse hasta Dios: conferencias XVII, 9-11; textos citados en Histoire du dogme de la Trinité, II, pp. 74-76.

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356 LA IGLESIA PRIMITIVA

realizarán empresa semejante los falsos profetas, henchidos del espíritu de error y de inmundicia; tienen la osadía de obrar portentos con que alucinan a los hombres y glorifican a los espíritus embaucadores y demoníacos. Pide ante todo que te sean franqueadas las puertas de la luz, ya que nadie puede ver ni entender, si Dios y su Cristo no le dan el entender" (Dial., 7).

Estas aserciones, de capital importancia, resumen toda la apologética de JUSTINO: en ellas se contiene la misión de la profecía, de los milagros y sobre todo, de la gracia. Bueno será, antes de estudiar los prolegómenos de la fe, considerar brevemente su teoría del conocimiento religioso. Es la pri­mera vez que, en la teología cristiana, se explica con precisión la diferencia que media entre la revelación divina y la especulación humana. JUSTINO reconoce, como es de razón, que la inteligencia puede, por sí misma, llegar al conocimiento de Dios; pero acertadamente observa que nuestra vida reli­giosa no puede nutrirse de u n conocimiento abstracto; el hombre debe esta­blecer relaciones personales con Dios, y aunque no le haya visto ni oído directamente, debe entrar en contacto con El por sus intermediarios, que son sus testigos y los depositarios de sus revelaciones.

Este origen divino da a la doctrina cristiana una autoridad superior a toda otra:

"Nuestra doctrina, aprendida de Cristo y de los profetas que le precedieron, es la única verdadera y su antigüedad, niés remota que la de nuestros escritores; si os la recomendamos no es por sus semejanzas con ésta, sino porque es verdadera" (Apol., I, 23, 1) (59).

EL CRISTIANISMO Estas afirmaciones categóricas expresan la más firme Y LA FILOSOFÍA convicción de Justino: si él se adhirió al cristianismo,

si apremia a sus lectores a que formen en sus filas, no es porque el cristianismo haya sido elaborado por eminentes filósofos, sino porque procede de Dios y, por consiguiente, es verdadero. Eso no obsta para que se muestre complacido, singularmente en su Apología, por las semejan­zas entre los cristianos y los filósofos, víctimas de persecuciones unos y otros, de vida honrada y parecidos en su profesión doctrinal.

"Los que vivieron según el logos son cristianos, aunque se les haya considerado ateos: tales, entre los griegos, Sócrates, Heráclito y otros semejantes; entre los bár­baros, Abrahán, Ananias, Azarías, Misael y muchos otros cuya vida y nombre co­nocemos, pero que sería prolijo enumerar" (Apol., I, 46, 3).

Para explicar la difusión de las ideas cristianas entre los gentiles, propone JUSTINO que el Verbo de Dios i lumina a todos los hombres C60). Todos parti­cipan de la verdad, pero solamente los cristianos la poseen en su plenitud; de aquí la trascendencia de su doctrina:

"Nuestra doctrina es superior a toda otra, porque poseemos todo el logos; esto es,

(59) Semejante a los textos citados del Diálogo y de la Apología son estos fragmen­tos del tratado sobre la Resurrección: "La doctrina de la verdad es franca y libre, y no hay por qué someterla a examen... La verdad es Dios mismo; de El procede esta doctrina y, por tanto, no es insolencia el proclamarse enteramente libre." En­tiéndase: la doctrina cristiana no se opone al examen de las pruebas de su origen divino; pero una vez reconocido ese origen, no hay sino someterse a la revelación divina.

(60) "Afirmamos que Cristo nació hace ciento cincuenta años... Suele obje­tarse que los que vivieron antes de El son irresponsables; objeción inconsistente, por­que Cristo es el primogénito de Dios, su Verbo, del que todos los hombres son parti­cioneros" (ibid., 46, 1-2; cf. II, 8, 1).

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 357

Cristo, que apareció por nosotros: cuerpo, Verbo y alma. Porque todas las cosas que los filósofos y los legisladores pensaron y descubrieron de hermoso, todo eso llegaron a descubrir y a contemplar por una acción parcial del logos. Mas como no cono­cieron al logos total, incurrieron en muchas contradicciones (ibid., I I , 10, 1-3).

Así pues, "cuantas cosas han sido dichas acertadamente por otros, nos pertenecen a nosotros, los cristianos" (II, 13, 4 ) ; las contradicciones y erro­res que desfiguran tales verdades procedían de la flaqueza humana, que, al margen del cristianismo, no recibió sino un influjo parcial del Verbo, influjo maleado por muchas taras del humano entendimiento (6 1) .

Tales principios explican la actitud de JUSTINO frente a la filosofía helé­nica: simpatía a raudales y franca independencia; sus más ilustres maestros, Heráclito, Sócrates y Platón, serán, en su concepto, discípulos del Verbo; pero habrán perdido su categoría de maestros. Repetirá con el anciano que le catequizó: "Ni Platón ni Pitágoras me preocupan" (Dial., 6, 1). Tiene conciencia de haber recibido, con el cristianismo, la revelación total del Verbo, que sólo en parte se entregó a las más privilegiadas inteligencias de los gentiles; a ellos acude en busca de esas partículas de verdad; pero sin envidiar su suerte, porque tiene conciencia de poseerla totalmente ( 6 2) .

De los comentarios transcritos se deduce cuál es el origen de las verdades diseminadas entre los paganos; son al mismo tiempo la expresión más acabada del' pensamiento de JUSTINO. Ello no embargante, recurre más de una vez el apologista a cierta hipótesis que los judíos habían puesto en boga y que los cristianos aceptaron, es a saber: si las doctrinas y liturgia de los gentiles tienen cierta semejanza con las cristianas, acháquese a plagios conscientes o inconscientes de aquéllos: cuando Platón escribe que Dios, poniendo orden en la materia informe, hizo el mundo, de Moisés aprendió esa verdad (Apol. I, 59, 1-5). Y cuando los estoicos hablan de una conflagración universal, es porque Moisés ya la había predicho (ibid., 60, 8 ) : "cuando nosotros hablamos, no hablamos por boca de ganso; son los otros, que repiten lo que de nosotros oyeron" (ibid., 10) (6 3) .

Frágil hipótesis esta del plagio; JUSTINO no la inventó; la recogió de ante­riores comentaristas; y la revalorizó con una observación interesante: "Entre nosotros, puédense oír y aprender esas verdades de labios de cualquier patán; son gentes ignorantes y de bárbaro lenguaje, pero sabios y fieles en su inteli­g e n c i a . . . prueba inconcusa de que no es obra .de humana sabiduría sino del poder divino" (ibid., 60, 11).

¿De dónde procede esa trascendencia de la verdad cristiana, tan briosamen-

(61) "Yo soy cristiano y confieso que todos mis anhelos, todos mis afanes, son de darme a conocer como cristiano. Y no porque las doctrinas de Platón sean extrañas enteramente a las de Cristo, sino porque no son en todo semejantes, como no lo son las de los estoicos, poetas e historiadores. Pues cada uno de ellos, por su parti­cipación parcial del logos seminal divino, vio perfectamente lo que era conforme (al logos parcial que poseía); mas como se contradicen en puntos esenciales, sigúese que ni su ciencia es infalible ni sus conocimientos irrefutables" (II, 13, 2-3). El con­cepto del "logos seminal" a que JUSTINO, apela, especialmente en su segunda Apología, para dar a entender dicha participación, es de origen estoico; como idea troquelada en una filosofía materialista y panteista, ha conservado su impronta; JUSTINO intenta acomodarla a su fe cristiana; mas no sale muy airoso de su empeño. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , pp. 434-439.

(62) Una de las críticas del anciano a la filosofía profesada por JUSTINO antes de su conversión, es ésta: "¿Prefieres acaso la discusión a la acción y a la verdad? ¿Es que no gustas más de obrar que de razonar?" (Dial., 3, 3.)

(63) "Los demonios impíos imitaron la institución de la eucaristía en los misterios de Mit ra" 66, 4.)

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358 LA IGLESIA PRIMITIVA

te afirmada, como un reto a todos los filósofos? De que "solamente nos­otros demostramos lo que afirmamos." ¿Con qué argumentos?

PRUEBAS: LA PROFECÍA Para JUSTINO y los apologistas de su época, la profecía es la prueba capital. En el prefacio

del Diálogo dejó bien sentada esta afirmación; no es menos categórico en su Apología. Véase cómo propone a los paganos el argumento profético:

"Hubo entre los judíos, profetas de Dios por los cuales el Espíritu profético anun­ció anticipadamente los aconteceres futuros. Los monarcas que reinaron en Judea, cuando los profetas vivían, guardaron con toda fidelidad los libros de profecías, escri­tos en hebreo por los propios vaticinadores. Tolomeo, rey de los egipcios, quiso fundar una biblioteca, en la que habían de constar las obras de todos los autores; llegó a su noticia la existencia de los libros proféticos y, al punto, pidió a Herodes, rey a la sazón de Judea, que se los enviara; Herodes cumplió su deseo y se los remitió escritos, como queda dicho, en hebreo. Mas como los egipcios no entendían aquel lenguaje demandóle traductores que los trasladaran al griego. Llevóse a cabo la em­presa; los libros están aún hoy día en manos de los egipcios y los judíos difúndenlos por todas partes; pero los judíos los leen y no los entienden y, por eso, a nosotros nos miran como enemigos y adversarios suyos, y nos persiguen a muerte lo mismo que vosotros. Sin embargo, en esos libros proféticos leemos vaticinado el advenimiento de Jesús, nuestro Cristo, su nacimiento de madre virgen, su crecimiento hasta la edad madura, las curaciones milagrosas de toda suerte de dolencias, las resurrecciones de muertos; que sería odiado, ignorado, crucificado; que resucitaría y ascendería a los cielos; dichos oráculos predijeron que es y se llama Hijo de Dios, que hombres en­viados por El predicarán estas cosas a todo el humano linaje, y que de los gentiles vendrán principalmente sus seguidores. Tales profecías precedieron en muchos años a la venida de Cristo, pues unas se pronunciaron cinco mil años antes, otras tres mil, otras dos mil, mil, y ochocientos años antes; pues los profetas se sucedieron unos a otros en varias generaciones" (Apol., I, 25).

Inexplicable anacronismo el de hacer a Tolomeo Filadelfo coetáneo de Herodes ( f l4); mas no es error sobre el que hayamos de insistir; mucho más trascendental es la importancia que JUSTINO, y como él todos los apologistas, da a la versión de los SETENTA: es u n instrumento eficaz, en lid con los judíos y los paganos, porque el texto griego fué establecido por los judíos mu­chos años antes de que el cristianismo hiciera su aparición en el mundo. Más digno de notarse es todavía la interpretación que JUSTINO da a la profe­cía; para este apologista, no sólo tienen valor profético los escritos catalogados como tales por los judíos, de Isaías, Jeremías, sino toda la Biblia y particu­larmente los libros de Moisés "el primero de los profetas", al cual recurre con mayor frecuencia en su razonamiento.

Cuerpo de su argumentación constituirán no sólo las predicciones for­males, sino también aquellos textos cuya significación simbólica pueda re­ferirse a Cristo. En tal guisa, el argumento profético no depende ni se ciñe a tales o cuales pasajes de la Biblia, sino que está integrado por la Biblia toda; relatos, poemas, plegarias, todo converge en Jesucristo. Esta deducción, inspirada en San Pablo, es legítima y fecunda; y no mengua su valor por ciertas deficiencias de detalle en que, a veces, incurre SAN JUSTINO al propo­ner exégesis u n tanto arbitrarias y argumentos inconsistentes.

Que JUSTINO daba a esta prueba argumental u n valor decisivo es incues­tionable. Baste saber que constituye un tercio de su Apología (caps. 30-53) y casi la totalidad del Diálogo.

En ambas obras sigue método distinto, según lo exigían los destinatarios.

(64) Acerca de la traducción de los SETENTA y del progresivo desarrollo de la le­yenda, cf. TRAMONTANO, La lettera di Aristea a Filocrate (1931), pp. 122 y ss.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 359

Como los gentiles no reconocen la inspiración bíblica, no puede argüir por la autoridad; se limita, según ya vimos, a demostrarles que los libros de los profetas son m u y anteriores a Cristo, que la autenticidad de su texto y la fidelidad de la versión está asegurada por los judíos, y que estos libros contienen sobre la vida de Cristo y sobre la expansión de su doctrina profe­cías que no pueden explicarse si no son de origen divino. Es de saber que los paganos entendían y admitían sin dificultad esa clase de pruebas; muchos creían en los oráculos de las religiones griega y latina y por ello no abriga­ban prejuicios contra las profecías ( 6 5 ) .

Un abismo mediaba, sin duda, entre los oráculos del paganismo y los vati­cinios de la Biblia:, y no eran menores las diferencias entre la mántica de los estoicos y la teología cristiana de la inspiración. Pero ambos convenían en reconocer la realidad de las predicciones y la intervención divina en ellas. Y, una vez admitida la realidad de las profecías de Israel, no era empresa de titanes doblegarles ante la doctrina predicada por los profetas.

En el Diálogo, enderezado a los judíos, puede JUSTINO dar por sentado el origen divino de la revelación y el carácter sagrado de los libros bíblicos. Estribando en esa creencia y sintiéndose i luminado por la luz de Cristo, pro­pone, a veces, sus argumentos de forma que parecen irrefragables para el hom­bre de buena fe: "Parad mientes en los testimonios que voy a citar; no pre­cisan de comentario; basta que los oigáis" (Dial., 55, 3) . Otras veces, en cambio, opina que no son fáciles de interpretar: " T ú sabes, y nosotros esta­mos de ello convencidos, que todas las palabras y las obras de los profetas tienen u n sentido simbólico, de suerte que no todos pueden entender una buena parte de ellas, por contener la verdad encubierta, y exigir denodados esfuer­zos a los que se afanan por captarla y entenderla" (ibid., 90, 2 ) .

En su sentir no se llegó a interpretar la serie profética hasta Jesucristo y merced a Jesucristo, a quien, por este motivo, l lama el intérprete de los oráculos escondidos (Apol., I, 32, 2 ; Dial. 100, 2 ) . Mas no bastan las ex­plicaciones del Maestro ni el ejemplo de su vida; preciso es que colabo­ren las disposiciones morales del hombre y la gracia de Dios; sólo es dado entender las profecías a los que están prestos a padecer lo que ellos padecie­ron: "Pide ante todo, dice el anciano a Justino, que se te franqueen las puer­tas de la luz, pues nadie puede ver n i entender estas cosas, si Dios y su Cristo no le hacen merced" (Dial., 7, 3 ; cf. 29, 5) . Y añade: "A quien Dios no dio una gracia extraordinaria para poder entender los hechos y los dichos de los profetas, en vano leerá sus escritos y su vida, pues no sabrá descifrar­los" (92, 1).

EL MILAGRO Los milagros son otras de las pruebas aducidas por JUSTINO en pro de la revelación cristiana. En el párrafo arriba

citado vimos que JUSTINO insistía sobre los prodigios de los profetas, como prueba de su veracidad (Dial., 7, 3) . También la misión de Cristo fué

(65) Una de las tesis predilectas de los estoicos se cifraba en la eficacia de la adivinación; tan evidente se les antojaba, que para ellos constituía la principal prue­ba de la existencia de una divinidad y de una providencia (CICERÓN, De natura deo-rurn, II, 5, 13; 65, 162; De divinatione, I, 5, 9; 38, 82). Marco Aurelio, el emperador destinatario de las Apologías de JUSTINO y ATENÁGORAS, nos dejó en sus Memorias (IX, 27) indicios de su fe en los sueños y en las artes adivinatorias. No menos creía PLUTARCO en ellas (De defectu oracul., IX; de Pyth. orac, XVII, XX), el cual trató de explicar aquellos fenómenos, que no podía negar, por la intervención demoníaca o por emanaciones telúricas.

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3bü LA IGLESIA PRIMITIVA

autorizada por las obras maravillosas que, aun hoy, se realizan en su Nom­bre (35, 8) .

Líneas más abajo vuelve a insistir sobre el mismo tema:

"Cristo dio la salud a los ciegos, cojos y sordos de nacimiento, haciendo que los unos saltaran, y los otros vieran y oyeran, por la sola virtud de su palabra. A mayor abundamiento, resucitó muertos y los volvió a la vida; con lo que asombró a sus coe­táneos, que forzosamente debían haberle reconocido; mas ellos atribuyeron estas ma­ravillas a arte de magia, por lo que llegaron a motejarle de mago y embaucador; Jesús obró además tales portentos para manifestar a los futuros creyentes que los mismos enfermos corporales recobrarán la salud en su segunda venida, en que les resucitará y volverá a la vida, librándoles de la muerte, de la corrupción y del dolor" (69, 6-7).

A la vista salta que ni los métodos apologéticos n i las preocupaciones de JUSTINO y de sus compañeros de lucha coinciden con los de nuestros modernos apologistas. Nuestro esfuerzo actual tiende a demostrar lo sobrenatural de una curación, de una resurrección, de una profecía; en el siglo n , no era este el caballo de batalla precisamente; sin gran dificultad se aceptaba una acción superior a la de las fuerzas naturales; el nudo del problema consistía en discernir el origen de esas acciones sobrenaturales. Eran los días en que Ale­jandro de Abonotica fascinaba al mismo Marco Aurelio con sus sesiones de ilusionismo e inducía al consular Rutiliano a desposarse con una hija suya, que decía haberla tenido de la luna ( 6 6) . Era la época en que el gnóstico Marco hacía gala de sus artes mágicas, que deslumbraban a los fieles, según nos cuenta SAN IRENEO (I, 13).

Por lo demás, convienen los apologistas en reconocer el poder extraordina­rio de los demonios. TACIANO, ateniéndose a la doctrina de Justino, explica en esta guisa sus curaciones milagrosas:

"Los demonios no hacen tales curaciones; cautivan con artería a los hombres, por­tándose, en frase de Justino, como bandoleros. Pues, así como los salteadores secues­tran a las personas para después cobrarse el precio del rescate, así estos supuestos dioses se apoderan de los miembros de ciertos hombres; les hacen luego creer, por medio de los sueños, en su poder, obligan a los enfermos a comparecer en público, a la vista de todo el mundo, y, después de haber recibido los homenajes de los hombres, abandonan el cuerpo del enfermo, con lo que cesa la dolencia que ellos mismos habían provocado, tornando el doliente a su prístino estado" (18) (67).

(66) LUCIANO, Alejandro, XLVIII, XXXV. (67) Cuando SAN IRENEO polemiza con los discípulos de Simón y de Carpocrates,

cifra sus empeños en demostrar que sus hechicerías nada tienen de común con los milagros de Cristo y de los cristianos: "No pueden dar la vista a los ciegos ni el oído a los sordos; no pueden lanzar demonios, salvo quizá aquellos mismos que llevan en su cuerpo; no pueden curar a los enfermos, cojos, paralíticos, lisiados... Respecto de las resurrecciones, tanto distan de poderlas realizar, que lo tienen por imposible; ahora bien, el Señor resucitó muertos y de semejante manera sus discípulos, con la oración; más aún: muchas veces ha acaecido entre los hermanos, en caso de necesidad, volver el espíritu del muerto y resucitar un hombre por oraciones, ayunos y ple­garias de la Iglesia del lugar respectivo" (II, 31, 2.)

El Apologista de las Recognitiones clementince (III, 60) insiste más ahincadamente sobre el carácter benéfico de los verdaderos milagros; pone en boca de San Pedro estas palabras: "Dime, ¿qué provecho hay en hacer que las estatuas anden, que los perros de bronce y piedra ladren, que las montañas se trasladen por los aires y en otras mil suertes de prodigios que se atribuyen a Simón? En cambio, las obras del que es bueno tienden al bien de los hombres, como las que realizó Nuestro Señor al dar vista a los ciegos, oídos a los sordos, salud a los enfermos, andar a los cojos; o como cuando libró a los endemoniados, ahuyentó las enfermedades y dio vida a los muertos o cuando realizó otras muchas maravillas como las que me veis realizar." Cf. ATENÁGORAS, Legal., 23; TERTULIANO, Apol., 22; MINUCIO FÉLIX, Octav., 27.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 361

Los exorcismos son prueba fehaciente de la superioridad de Cristo sobre los demonios; pasmábanse de ello los paganos y sacaban buen partido los apologistas, como SAN JUSTINO en su 2* Apología (6, 5-6):

"Cristo hízose hombre, vino al mundo mediante el parto, por la voluntad del Dios Padre, para salvación de los creyentes y ruina de los demonios; por vosotros mismos podéis comprobar la verdad de mis palabras. En el mundo entero y en vuestra misma ciudad hay muchos endemoniados que ni por conjuros, encantamientos o filtros pu­dieron sanar: en cambio, muchos de nuestros cristianos, conjurándoles por el Nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, libraron y hoy libran a los posesos de los demonios que les tenían enseñoreados."

LA MORAL CRISTIANA La prueba decisiva, entre tantas obras prodigio­sas, es para JUSTINO (y en hecho de verdad nin­

guna como ella revela la acción divina) la transformación moral que, por el cristianismo, ha conocido el mundo. El propio apologista fué una conquista del heroísmo de los mártires (ApoL, II, 12, 1 ) ; no teme parecer fatigoso por su insistencia en presentar a los paganos, como prueba decisiva, la santidad de su nueva religión. Son los cristianos gentes que n a temen la muerte (6 8), que aman la verdad más que la vida y que esperan sin inquietarse la hora del l lamamiento divino ( 6 9 ) ; cuidan con amor de sus hijos (ApoL, I, 27) ; son castos ( 7 0 ) ; pacíficos (I, 39, 3 ) ; aman a sus enemigos y desean su salvación (I, 57, 1; Dial., 133, 6 ) ; cuando son perseguidos, no se impa­cientan, ruegan por todos los hombres, porque a todos aman ( " ) . Nada ganáis con sentenciarlos a muerte; la Iglesia es como el viñedo que rebrota con la poda.

"Degollasteis a unos, a otros crucificasteis, lanzasteis a otros a las fieras, los pu­sisteis en tormento, en la cárcel, en la hoguera; mas no por eso renunciamos a la profesión de nuestra fe; al contrario, cuanto más perseguidos somos, más se acre­cienta el número de los que, por el Nombre de Jesús, se hacen fieles y piadosos. Cuando en una viña se cortan los sarmientos que dieron ya su fruto, brotan otros vastagos que florecen y producen también su fruto; ésa es nuestra historia. La viña plantada port Cristo, Dios y Salvador, es su pueblo fiel" (Dial, 110, 4).

Esta moral tan pura, esta vida tan fecunda, proceden del Evangelio y de la gracia de Cristo:

"Antaño nos regodeábamos con las liviandades; hogaño, la castidad es nuestra deli­cia; los que antes practicamos la magia, hoy estamos consagrados al Dios bueno e in­génito. Tentábanos la codicia del dinero y la hacienda; hoy ponemos en común nues­tros bienes y los distribuímos entre los necesitados; los que vivíamos separados por un muro de odios y de muertes, los que por diversidad de costumbres no albergábamos en nuestro hogar al extranjero, hoy, después de la venida de Cristo, vivimos en buena armonía, rogamos por nuestros enemigos, buscamos la conversión de nuestros injustos perseguidores, de forma que puedan esperar de Dios, los que vivieron según las subli­mes enseñanzas de Cristo, las mismas recompensas que nosotros" (ApoL, I, 14, 2-13).

(«8) ApoL, I, 2, 4; 11, 1-2; 45, 6; II, 2, 14, 19. Dial, 30, 2. («9) ApoL, II, 4. (T0) ApoL, I, 29: "Si contraemos matrimonio es para educar nuestros hijos; si

nos abstenemos de él, es para guardar continencia perfecta." Esta exigencia y esta virtud del cristianismo brillan en el suceso que provocó la 2' Apología: una mujer vivió mala vida con su marido; mas, una vez convertida, "creyó impío cohabitar con un hombre que ensayaba todas las formas de placer contra la ley natural y contra justicia"; sus tentativas por convertir al marido serán baldías y terminará por separarse de él. La reacción del marido fué acusar de cristiana a su mujer. (ApoL, II, 2.)

(71) Dial., 93, 3.

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362 LA IGLESIA PRIMITIVA

Alega a continuación una larga cita de máximas de Jesús, particularmente del sermón de la montaña (ibid., 15-18).

Y en esta guisa se desarrolla el argumento apologético, sencillo, sin pre­tensiones, pero con el aplomo de una certeza sin vacilación e incuestionable. No campea en JUSTINO el humor sarcástico de u n TACIANO ni la elocuencia pasional de TERTULIANO. A veces, al modo de los otros apologistas, responde a las repugnantes calumnias de los gentiles con la embestida recíproca, no calumniándoles, sino echándoles en rostro sus vergonzosos vicios (Apol., I, 27; II, 12, 4-5); pero no insiste en humillarlos; Trifón declara en el Diá­logo de JUSTINO, que él no cree todos esos rumores propalados contra los cristianos (10, 2 ) ; el apologista ruega a sus amigos acompañantes que se alejen para que con sus protestas ruidosas y con sus recias carcajadas no interrumpan la discusión que tiene entablada con el judío (9, 2 ) . En la Apología (II, 3, 2) hace a Crescente una dura reconvención sobre la serie­dad que debe guardar todo filósofo; pues, en su afán de agradar al pueblo, olvidaba la mesura. JUSTINO, que mira con indiferencia a aquella chusma hostil, no siente el deseo de oponérsele, ni la fuerza de domeñarla; continúa serenamente su razonamiento ante el reducido círculo de los selectos, hom­bres capaces de seguir un raciocinio y de dejarse convencer por una idea.

Y aquellos modestos acentos del disertante cobran vigor de persuasión por la certeza de una fe que se apoya en Dios y que es capaz de afrontar la muerte.

A esas demostraciones apologéticas se reduce la obra de JUSTINO, al menos la obra que se nos ha trasmitido. Además de esto, en sus escritos dejó plas­mada el apologista su ciencia teológica, etapa final señalada por JUSTINO a sus lectores. Solamente examinaremos a grandes rasgos el contenido de esta teología ( 7 2) .

TEOLOGÍA SU estudio es más complicado que el de la teología de los Padres Apostólicos o de Ireneo. Hemos ya advertido que JUSTINO pre­

senta la doctrina teológica como el término adonde quiere conducir al lector, pero adonde aún no ha llegado; fuerza será tomar la subida por un sendero que sin fatiga pueda seguir su interlocutor; de ahí que deba exponerse su propedéutica de manera que, sin falsificar la doctrina, i lumine al neófito evitando el ofuscarle. Recurso serán del apologista las analogías, a veces más aparentes que reales, bajo las cuales presentará al lector sus ideas religiosas. Cuando trate de persuadir a un platónico, insistirá sobre el concepto del mundo inteligible y del mundo divino; cuando alterne con un estoico, hará hincapié en la teoría del logos y, sobre todo, del logos seminal, y en la creen­cia de una definitiva catástrofe cósmica. El interlocutor, que se siente con­ducir por caminos familiares y frecuentados al misterio cristiano, se dejará llevar sin resistencia.

Pero no falta su contrapartida a este arte apologético: insistiendo sobre analogías aparentes, córrese el riesgo de disimular imprudentemente las pro­fundas divergencias doctrinales o de poner en desconcierto al lector que de repente cree revelado, en términos familiares, un dogma nuevo e insos­pechado. Esta impresión última se saca de la lectura, en la segunda Apo­logía, de la teoría sobre el verbo seminal aplicada a Cristo ( 7 3) .

Por lo demás, no parece muy convencido el propio JUSTINO de la trascen-

(72) Hemos tratado y analizado el tema en la Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 411-484.

(73) Ibid., p. 436.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 363

dencia analógica de ese logos seminal, pues en ninguna de sus obras, salvo en dicha Apología dedicada al emperador filósofo, vuelve a tratar de él; ni parece muy expuesto a contaminarse de tales doctrinas, pues no son gran­des sus simpatías por el estoicismo. En cambio el platonismo, de que un tiempo se nutrió su espíritu, continuaba ejerciendo sobre él una regular fas­cinación, y esa fascinación entrañaba u n peligro; pero de este peligro sabrá defenderse, conservando en sus puntos esenciales la independencia de su pen­samiento religioso (7 4) . Habrá apologistas menos prudentes y menos seguros.

No dejaba tampoco de tener sus escollos la controversia antijudaica: JUS­TINO pudo beber en la literatura rabínica, principalmente en sus apocalipsis, las pruebas de su tesis cristiana; pero esos escritos no la defendían hartas veces sino deformándola.

De todas las armas que los apologistas toman al enemigo, la más eficaz y, al mismo tiempo, la más peligrosa es la teoría de los intermediarios. Es necesario un medianero entre el Dios soberanamente puro y la materia in­digna de su contacto; sin él no se entiende la creación; por igual manera, no puede la revelación divina llegar al hombre sino por la irradiación de ciertos intermediarios. Tales ideas, afincadas en la filosofía helenística y en el judaismo, eran, como espadas de dos filos, un argumento y u n peligro para los apologistas.

Podemos leer la norma de interpretación en el argumento de TERTULIANO contra los marcionitas: "Cuanto vosotros exigís como digno de Dios, lo halla­réis en el Padre; es invisible, fuera de todo alcance, plácido; es, como si dijéramos, el Dios de los filósofos. Aquello que a vosotros os parece indigno de Dios, será atribuido al Hijo: se ha hecho visible, encontradizo, es el agente del Padre y su ministro, mezcla de hombre y Dios; Dios en lo que tiene de grandeza, hombre en lo de flaca condición; da al hombre cuanto arre­bata de Dios; en una palabra, cuanto vosotros juzgáis indigno de un Dios, constituye el misterio de la salvación de la humanidad" (More, II, 27). Si nos atuviéramos a esta regla exegética, deberíamos descartar de la Biblia cuanto pudiera parecer indigno de la trascendencia del Dios supremo, que quedaría reducido, como dice TERTULIANO, al "dios de los filósofos". No me­nos amenazada queda la Cristología: "cuanto se juzgare indigno de Dios, se atribuirá al Hijo"; norma, en verdad, muy peligrosa; podría justificarse en determinados casos imputando esas flaquezas, como dice TERTULIANO, a la naturaleza humana no a la divina del Hijo; pero hay casos en que falla tal interpretación.

EL VERBO EN LA CREACIÓN El primer problema que se plantea es el de la creación. La teología cristiana enseñaba,

con toda claridad, que Dios había hecho las cosas por su Verbo; los filósofos griegos no sentían empacho en admitir esta proposición, pero haciendo del Verbo u n intermediario entre el Dios supremo y la materia. En la misma conformidad se hallaban los judíos, que aplicaban dicho concepto a la Sabi­duría o a la Ley ( 7 5) .

Los apologistas aprovechan ese puente que les tiende el adversario, mas a veces pasan a la ribera enemiga. SAN JUSTINO escribe:

Apol., II, 1, 2: "Su hijo, su único verdadero Hijo, el Verbo, que, antes que toda criatura fuese, estaba con El y que fué engendrado cuando, en el principio, el Padre hizo y ordenó por él todas las cosas..."

( « ) Ibid., p. 481. (75) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 456-458.

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Dial., 61, 1: "Como principio, antes que toda criatura, Dios engendró de Sí mismo una Potencia, que era Verbo... Ella puede recibir todos los nombres, porque ejecuta los designios del Padre y ha nacido del Padre por voluntad."

Ibid., 62, 4: "Este Hijo, emitido realmente antes que todas las criaturas, estaba con el Padre, el cual con El se entretiene, según lo indica el texto sagrado de Salomón: este mismo ser es principio, anterior a toda criatura, y fué, como Hijo, por Dios engen­drado; es aquel a quien Salomón da el apelativo de Sabiduría."

Cotéjense los párrafos citados con las palabras de San Juan:

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era en Dios y el Verbo era Dios; En el principio El estaba en Dios, todo fué hecho por El y sin El nada se hizo de cuanto está hecho."

Pero el texto evangélico tiene una firmeza de rasgos que no se aprecian en la apología: en San Juan, la vida divina, la generación del Verbo es total­mente independiente no sólo de todas las operaciones divinas ad extra, sino de todos sus decretos: desde el principio, eternamente, era el Verbo, y el Verbo era en Dios y El era Dios; cuando pareciere a Dios oportuno, creará el mundo por su Verbo, acción externa y contingente que ninguna alteración supone en la vida íntima de Dios; esa vida es eternamente, de modo necesario, lo que es, en la simplicidad de su esencia y trinidad de personas.

En cambio, en la Apología de JUSTINO, la generación del Verbo está en estrecha correlación con la creación del mundo; y esta conexión se presta a equívocos: puede saltarse de la eterna y necesaria generación del Verbo a la esfera contingente y temporal de la creación (7 6) .

La inexacta traducción del clásico texto de los Proverbios (8, 22) daba pie a tales inexactitudes: los apologistas no traducían, como tampoco los judíos sus coetáneos, "El Señor me formó al principio de sus caminos antes que toda criatura", sino "El Señor me formó como principio de sus obras." De ahí el error de considerar al Verbo como la primera de las obras divinas; tal era el concepto que de la Ley (77) tenían los rabinos contemporáneos de JUSTINO. La fe robusta de JUSTINO en la generación del Verbo le salvará de dar ese resbalón: pero su discípulo, el malhadado e infiel TACIANO, a la afirmación de que el Verbo "ha sido engendrado por el Padre", añadirá que "eS la primera obra del Padre" (Discurso, 5) .

TEOFANIAS Tan sugestivo y tentador era para los apologistas el problema de las relaciones de Dios con el mundo, como había sido el

de la creación. En el A. T. refiérense varias apariciones divinas: Dios se

(7e) Aun parece más evidente el riesgo de contaminación en los otros apologistas, es­pecialmente en TACIANO: "Por la voluntad de su simplicidad, procede de El el Verbo y como el Verbo no es mera palabra, algo que cae en el vacío, el Verbo fué la obra primo­génita del Padre. Nosotros sabemos que El es el principio del mundo" (Discurso, 5).

ATENÁGORAS dice: "Si quisiereis saber, en vuestra profunda sabiduría, lo que es el Hijo, os lo explicaré en breves palabras: es el pimpollo del Padre, no porque haya sido producido, pues Dios, como eternamente inteligente, tenía en Sí el Verbo, sino porque en todas las cosas materiales, que eran como una naturaleza informe y como una tierra estéril..., fué idea y energía". (Leg., X).

SAN TEÓFIIJO escribe: "Cuando quiso Dios realizar lo que había decretado, engendró este Verbo, proferido, primogénito de toda criatura; mas no se privó por ello del Verbo, sino que engendró este Verbo y con El de continuo conversaba" (II, 22). Acerca de estos textos, cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 453-455. Sobre la teoría del doble estado del Verbo, interior y proferido, cf. ibid., pp. 449 y ss.

(77) Cf. el Pesachim, 54 a, Bar: "Yahveh creóme en otro tiempo, como el principio de sus caminos, como la primera de sus obras"; refiérese a la Ley. Ibid., t. II, pp. 457-458.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 365

mostró a Abrahán, a Jacob y a Moisés. Mas no era Dios Padre quien a ellos se manifestaba, sino el Hijo de Dios; con este principio exegético, los apolo­gistas podían deducir de todos esos textos escriturarios que en Dios habia dos personas distintas. Véase cómo argumenta SAN JUSTINO en su Diálogo:

"El Padre inefable y Señor del universo no va a parte alguna, ni se pasea, ni se acuesta, ni se levanta, sino que permanece en su lugar propio, sea cual fuere; está dotado de un oído finísimo y de una vista penetrante y no porque tenga ojos ni orejas, sino por sus facultades inefables; todo lo ve, todo lo sabe y nada escapa a su perspicacia; no se mueve, ni hay ámbito que pueda contenerle, ni siquiera el uni­verso entero, pues El existe antes de que el mundo fuera hecho... ¿Cómo, pues, podrá este Dios hablar a nadie, o mostrarse a nadie, o aparecer en un rincón de la tierra, cuando el pueblo no pudo resistir la gloria de su enviado sobre el Sinaí ni el mismo Moisés entrar en la tienda que había levantado, porque estaba llena de la gloria de Dios?... No hubo, por consiguiente, persona humana, ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob que viera al Padre e inefable Señor de todas las cosas y del mismo Cristo, sino a aquel que, según la voluntad de Dios, es Dios, su Hijo y, a fuer de ministro de su voluntad, su ángel; y éste quiso (el Padre) que se hiciera bombre, naciendo de madre virgen, éste que un día se hizo llama para hablar con Moisés desde una zarza. Pues si no interpretamos en tal guisa las Escrituras, resultará que el Padre y Señor del universo no estaba en el cielo, cuando se dijo por Moisés: «El Señor hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma, desde el Señor, desde lo alto del cielo»" (Dial., 127) (78).

Grandes ventajas presentaba esta exégesis, desde el punto de vista apolo­gético: los filósofos platónicos podían seguir su razonamiento, porque, según sus principios, el Dios supremo es inaccesible e invisible y no se comunica con los hombres sino mediante los dioses secundarios ( 7 9 ) ; los judíos pales-tinenses, representados por Trifón ( 8 0) , opinaban que las apariciones del A. T. eran angelofanías y no teofanías; para refutarles, bastaba dejar sentado que el personaje que veía Abrahán o Moisés era Dios.

Si una tal exégesis podía satisfacer al apologista, no así al teólogo: pues no se limitaba a enaltecer el trono de Dios sobre todo ser creado, sino que comprometía la consubstancialidad del Padre y del Hijo ( 8 1 ) .

En aquella época no habían aún estallado las controversias trinitarias, y por eso tales imprudencias no entrañaban serios peligros; surgirán éstos con la crisis arriana (8 2) . San Agustín los sorteará definitivamente rechazando de plano las exégesis de los apologistas sobre las teofanías; en aquellas apa­riciones manifestábanse el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, toda la Santísima Trinidad i83).

De lo dicho se colige el alcance de las teorías subordinacionistas de la teo­logía justiniana y el origen de ellas. Dos fallas importantes ofrece su dog-

(78) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 426; pueden cotejarse otros textos semejantes, aunque menos explícitos. Cf. JUSTINO, Dial., 61, 2; Apol., I, 63, 11.

(79) MÁXIMO DE TIRO, cit. ibid., p. 665. (80) Suele conjeturarse que JUSTINO aludía a Filón; es un error (cf. ibid., pp. 667

y ss.); Trifón representa a los judíos palestinenses; no pueden identificarse su teología y su exégesis con la de Filón.

(Si) Cf. ibid., p. 427. (82) Los arríanos argumentarán según Febadio: "Dios Padre es invisible, inmutable,

perfecto, eterno; el Hijo, en cambio, es visible, puesto que muchas veces se dejó ver de los patriarcas; sujeto a mudanza, puesto que se apareció bajo formas distintas; no es por ende consubstancial al Padre" (De Filii Divinitate, 8; P. L., XX, 45; Cf. SAN AGUSTÍN, De Genesi ad litteram, VIII, 27, 50; P. L., XXXIV, 392. Saint Augus-tin théologien de la Trinité en Miscellanea Agostiniana, t. II, pp. 821-836.

í83) SAN IRENBO atribuirá al Hijo tales apariciones; pero sorteará el escollo expli­cándolas como preludio de la Encarnación, Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 594-598.

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mática: el de la generación del Verbo y su acción en el mundo; su gene­ración está demasiado condicionada a la creación del mundo y, de hecho, quedan comprometidas su necesidad y su eternidad ( 8 4 ) ; en las sobredichas apariciones se nos muestra como el enviado, el servidor del Dios supremo, más bien que como el Hijo de Dios, igual y consubstancial a su Padre.

Es notable tal desviación, mas no tanto que llegue a afectar a todo el cuerpo doctrinal de JUSTINO; repárese además, y esto es trascendental, que su pensamiento no responde a tradición alguna, cosa que, en cierto sentido, podría rebotar en el mismo pensamiento cristiano; nada semejante leemos en los Padres Apostólicos, CLEMENTE e IGNACIO; tampoco en IRENEO. En los apologistas se explica por sus preocupaciones polémicas; rozaron la doctrina de JUSTINO, ideas extrañas que le hicieron claudicar u n tanto.

Mas no hay que exagerar esas concesiones: al estudiar en detalle los puntos flacos de la teología de los apologistas, se puede comprobar que no se entregan ciegamente, en la mayor parte de los casos, a las influencias platónicas, sino que les oponen resistencia. No en todos es tan recia y definida esa oposición; pero en todos bulle una misma reacción cristiana contra el mismo peligro, pagano o judaico (8 5) .

LA PERSONA DEL VERBO En gracia de la veracidad, debimos poner de relieve los fallos de la teología de JUSTINO y

de los otros apologistas; y por la misma razón, debemos hacer hincapié en los postulados tradicionales que Justino mantiene sin titubeos y defiende con energía.

El Verbo se distingue realmente del Padre. Es una de las tesis capitales de su Diálogo (cap. 56, 11):

"Trataré de convenceros de que aquel que se apareció a Abrahán, a Jacob y a Moisés, y al cual la Escritura da el apelativo divino, es distinto del que ha creado todas las cosas, distinto en el número, no en el pensamiento; yo afirmo que nada hizo ni dijo distinto de lo que el Creador del mundo, Aquél sobre el cual no hay otro Dios, quiso que hiciese o dijese."

Adúcense otros textos en abono de la misma tesis, en especial el de la creación del hombre: "Hagamos al h o m b r e . . . , en que el Creador hablaba con alguien numéricamente distinto de El, es decir, con el Verbo."

La misma consecuencia deduce de otro pasaje del Génesis: "He aquí que Adán vino a ser como uno de nosotros"; "Al decir como uno de nosotros, indica u n número de seres unidos entre sí, y que, por lo menos, son dos" (62, 2 y 3) .

Y, en su comentario a las teofanías, contradice categóricamente la exé-gesis de ciertos doctores judíos que interpretaban el ser divino que se apa­recía a los patriarcas como una Potencia emanada de Dios, del cual era inseparable y que era reabsorbida en El.

(84) Establécese a veces un vínculo muy estrecho entre la generación del Verbo y la creación del mundo (Apol., II, 6, 2) pero JUSTINO insiste, reiteradamente en la precedencia absoluta del Verbo respecto de toda la creación: Apol., II, 6, 3; Dial., 61, 1; 62, 4; 100, 2 y 4; 129, 4.

(85) Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 459. Estas aparentes. antinomias de los apologistas dieron argumento a los historiadores que atacaron su ortodoxia y a los que salieron en su defensa. Muchas veces se ha puesto el caso en litigio: durante el siglo xvn por PETAU y HUET; más tarde por JURIEU y BOSSUET, en Francia; en Ingla­terra, por Buix y G. CLERKE; a fines del pasado siglo, por DUCHESNE y NEWMAN. Cf. ibid., pp. 499-500.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA E N EL SIGLO II 367

"Es incuestionable que esa Potencia, que en el texto profético recibe el apelativo de Dios y de ángel, no sólo nominalmente es algo distinto (del Padre), como la luz del sol, sino numéricamente" (86).

Apela al libro de los Proverbios en abono de su tesis (Prov. 8, 21-25):

"De este pasaje se desprende que aquel que fué engendrado por el Padre, absoluta­mente y antes que toda criatura ha sido engendrado; ahora bien, todos convienen en afirmar que el progenitor es distinto numéricamente, de su engendrado" (Apol., 129, 4).

DIVINIDADDELVERBO El Verbo engendrado por el Padre "es un ser inteligente" (Apol., 62, 2 ) , "una potencia intelec­

tua l" (61, 1) ; en otras palabras, es una persona. Y esta persona es Dios. En la Apología y más meticulosamente en el Diálogo se demuestra este dogma esencial del cristianismo. Y lo que da todo su valor a estas afirmaciones es la fe religiosa que las anima. En la Apología recalca JUSTINO: " N O debe adorarse más que u n solo Dios" (I, 16, 6 ) ; "nosotros adoramos a un solo Dios" (17, 3 ) ; afirmaciones que no se contradicen con aquélla de que "Adoramos y amamos, después de Dios, al Verbo nacido de Dios, no pro­ducido e inefable" (II , 13, 4 ) . Y en el Diálogo cierra su argumentación con estas palabras:

"De las palabras transcritas se desprende que debe ser adorado como Dios, que es Dios, que es el Cristo, según el testimonio de aquel que hizo todo cuanto vemos" (63, 5).

Y vuelve a insistir:

"David declaró que el Cristo es Dios fuerte, a quien debe rendirse adoración" Í77, 7).

Asiéntase, por ende, el apologista sobre dos afirmaciones igualmente cate­góricas, que sellará con su propia sangre: Adoramos a un solo Dios; ado­ramos a Cristo. IRENEO, el insigne discípulo de JUSTINO, explicó la íntima conexión de ambas tesis; del libro de JUSTINO contra Marción toma esta cláu­sula perentoria:

"Ni al propio Señor daría crédito, si me predicase otro Dios que el Demiurgo."

Y continúa:

"Mas como el Hijo unigénito vino a nosotros (procedente) del Dios único, que hizo el mundo, que nos creó y que lo gobierna todo... mi fe es inquebrantable y mi amor al Padre es inconmovible" (IV, 1, 2).

Estas afirmaciones contienen en germen las respuestas que los Padres del siglo iv darán a los arríanos: profesamos la fe en el Hijo, sin menguar nuestro amor al Padre, porque el Hijo ha sido engendrado por el Padre; nuestros homenajes, nuestra adoración no se dispersan en pluralidad de dio­ses, porque la fuente de la divinidad es una.

LA GENERACIÓN JUSTINO explicó con claridad meridiana el dogma de DEL HIJO DE DIOS la generación del Hijo de Dios (8 7) . Al oponer el

origen del Verbo de Dios al de las criaturas, se acen-

(86) Dial., 128, 4. Por descuido inexplicable, VACHEROT atribuye a JUSTINO la teoría que él refuta (Hist. de l'Ecole d'Alexemdrie, t. I, p. 230.)

(87) LOOPS, que interpreta esta doctrina como una desviación de la fe primitiva,

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túa más el contraste: el mundo procede de la materia informe, el Verbo es por generación del Padre ( 8 8 ) ; los demás seres son obras de Dios, irot.riij.aTa, criaturas, xTÍcfiara ( 8 9 ) ; el Verbo es brote de Dios, yívvrjua, su hijo, TÍXVOV, su Hijo único, el solo verdadero Hijo suyo (9 0) .

Queda revalorizado el alcance de tales asertos por las repetidas veces que el apologista trata de aclarar o de esclarecer la cuestión del origen del Verbo: compáralo a una emisión ( 9 1) , a una emergencia ( 9 2) , a una proyec­ción ( 9 3 ) ; es un fuego alumbrado de otro fuego ( 9 4 ) ; es un Verbo que el Padre engendra de Sí mismo, sin amputación n i mengua:

"Es algo de lo que en nosotros sucede: al proferir una palabra, la engendramos; mas el verbo que está en nosotros no sufre mutilación ni menoscabo al pronunciarlo. Aseméjase igualmente al fuego alumbrado de otro fuego: ni decrece el fuego en el cual se encendió otro, ni deja de ser fuego perfecto aquél que se encendió sin detri­mento del otro" (Dial, 61, 2).

Verdad es que tales analogías distan mucho —como todas las que utili­zamos para explicar los misterios de Dios— de la realidad misma; pero son antorchas que orientan el espíritu hacia una concepción precisa del dogma: el Hijo de Dios no es una criatura; ha nacido del Padre. Esta afirmación concreta y enteriza es mural la que separa la fe de JUSTINO y de los otros apologistas de la herejía arriana. Confesemos, en honor de la verdad, que los apologistas no supieron sacar el mejor partido de este principio fecundo heredado por tradición apostólica; la Iglesia lo recogerá en sus obras y dedu­cirá de él todas aquellas conclusiones que a los antiguos apologistas no se les alcanzaron.

EL MARTIRIO "Nadie estuvo dispuesto a dar su vida por defender las doctrinas de Sócrates; en cambio, por Cristo, hasta los arte­

sanos y personas ignorantes despreciaron el miedo y la muer te" (Apol., II , 10, 3 ) .

JUSTINO, que lanzó este reto, lo mantuvo con su sangre. Tuvo que com­parecer, acompañado de sus discípulos, ante el prefecto de la ciudad, Rús­tico el Filósofo, maestro de Marco Aurelio ( 9 5) . El apologista se dispuso a explicar su fe; el prefecto le concedió la palabra por breves momentos:

"La verdadera doctrina que nosotros, los cristianos, profesamos con fervor, es la creencia en un solo Dios, creador de todas las cosas visibles e invisibles, y en Jesu­cristo, Nuestro Señor, Hijo de Dios que, según las predicciones de los profetas, vino al mundo como mensajero de salvación y como maestro de los discípulos de buena voluntad: yo, que soy simple mortal, no puedo hablar dignamente de su divinidad infinita; confieso que me sería necesaria una virtud profética; los profetas son los

escribe: "No son los apologistas, según puede comprobarse por Hermas y Bernabé, los primeros responsables de este desvío; pero, a juzgar por los informes de la historia, no hubo teólogo anterior a Justino que tanto insistiera sobre la filiación divina (Pau-lus von Samosata, p. 315.)

(88) Apol., I, 10, 2; Dial., 61, 1. (89) Apol., II, 6, 3; Dial, 62, 4; 84, 2; 100, 4; Dial., 61, 1; 100, 2; 125, 3; 129, 4. (90) Apol, I, 21, 1; Dial, 62, 4; 129, 4; 125, 3; 105, 1; Apol, II, 6. 3; Histoire du

dogme de la Trinité, t. II, p. 444. (91) Dial, 62, 4; 64, 1. (92) Dial, 100, 4. (93) Dial, 128, 3. (94) Dial, 128, 4. (95) Pueden verse las Actas del martirio en el Corpus apologetarum, de OTTO,

III, 2, 262-275 (1879): en KNOPP, pp. 17-20.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 369

que anunciaron la venida de ése que os he dicho ser Hijo de Dios; pues con toda certeza me consta que los profetas vaticinaron su parusía entre los hombres."

En esta breve intervención de JUSTINO se expone, como puede verse, el argumento profético, t an decisivo en la apologética justiniana. Rústico nada replica; comienza el interrogatorio de JUSTINO y luego el de sus compañeros; finalmente, se vuelve al apologista para disuadirle:

"«Escucha, tú que eres tenido por sabio y que dices conocer la verdadera doctrina: si mando darte una mano de azotes y decapitarte después, ¿crees que subirás inme­diatamente al cielo? —Espero recibir el premio, si sufro lo que tú me anuncias. Porque sé que quienes hayan vivido de este modo, conservarán el favor divino hasta la consumación del mundo. —¿Imaginas tú, entonces —replica Rústico— que subirás al cielo para recibir mercedes? —No es que lo imagine; es que lo sé y estoy seguro de ello. —Dejémonos de discusiones y vamos a lo práctico. Acercaos todos y sacri­ficad a los dioses. —No hay hombre sensato que trueque la piedad por la impiedad. —Si no obedecéis, os daré tortura sin compasión. —Todo nuestro deseo es sufrir poi Jesucristo y salvarnos. Esos tormentos serán nuestra salvación y nuestras credenciales delante del tribunal terrible y universal de Nuestro Señor y Salvador.»

Los otros mártires se adhirieron a las palabras de Justino, añadiendo: «Haz lo que se. te antojare. Nosotros somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos.»

El prefecto Rústico pronunció la sentencia: «Los que se negaron a sacrificar a los dioses y obedecer la orden del emperador, serán azotados y conducidos después al lugar de la ejecución, conforme mandan las leyes.»

Los santos mártires, glorificando a Dios, fueron conducidos al lugar ordinario del suplicio; les cortaron la cabeza y consumaron su martirio en la confesión del Sal­vador."

§ 3 . — Los apologistas griegos en el declinar del siglo II

TACIANO (9e) SAN JUSTINO merecía un análisis detallado de su apologé­tica; no tanto los polemistas cristianos, sus coetáneos. Uno

de ellos fué discípulo suyo, que sentía profunda admiración por el maes­tro (97) al que no supo imitar; con jactanciosa ingenuidad escribe al frente de su Discurso contra los griegos: "Nosotros nos hemos divorciado de vuestra sabiduría, pese a que yo era uno de sus más eminentes representantes." Nació en- la tierra de los asirios (cap. 41), hacia el año 120; fué a Roma y quizá allí se convirtió. Mientras vivió su maestro Justino, permaneció fiel a la Iglesia; pero, "después del martirio, claudicó; enorgullecido e hinchado con su título de maestro, creyóse superior a los otros y fundó escuela pro­pia"; SAN IHENEO, de quien tomamos estás noticias, añade: "Forjó eones invi­sibles, como los que se leen en las fábulas de VALENTÍN; calificó de corrupción y libertinaje el matrimonio, como MARCIÓN y SATURNINO; finalmente, él es quien lanzó la especie de que Adán no se había salvado" ( 9 8) . Juicio tan severo de un hombre que conoció personalmente a Justino y tal vez también a Taciano, viene a confirmar la impresión que nos deja el Discurso: no sabe aún a herejía, pero obliga a ponerse en guardia ante la actitud presuntuosa

(9e) A. PUECH, Recherches sur le Discours aux Grecs de Tañen, París (1903); ibid., Les Apologistes Grecs, cap. V, pp. 148-171. Edición del Discurso por SCHWARTZ, Texte und Untersuchungen, IV, 1.

(97) Discurso, 18 y 19. Esta fidelidad al recuerdo de JUSTINO honra a Taciano; con ello atestigua el prestigio del maestro, tanto más cuanto las diferencias son más profundas entre ambos hombres, y que los extremismos de Taciano parecen tenerle menos dispuesto a sufrir la influencia de un espíritu ponderado como era el de Justino.

(98) Hmr., I, 28, 1, citado por EUSEBIO, H. E., IV, 29, 3; EUSEBIO, ibid-, 6-7, añade algunas noticias sobre Taciano, su Diatessaron y su Discurso.

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de u n escritor que se ensaña y desprecia a sus enemigos y que zanja peren­toriamente cuantas cuestiones toca.

Las tres cuartas partes del libro (caps. 1-30) son de polémica; el apolo­gista ataca con violencia a los filósofos paganos, la sabiduría pagana, la religión pagana; como excusa dice "que de los griegos toma las armas con que les combate" ( " ) ; cierto, pero tales armas sólo son armas ofensi­vas e hirientes (1 0 0) i en verdad que no se convirtió el propio TACIANO por esos medios (1 0 1) .

No obstante, tendrá imitadores, como TERTULIANO; pero puede excusárseles, porque se limitan a hacerse eco de la alharaca que forman en torno los difa­madores de los cristianos; pero digno es de notarse que los más violentos polemistas son precisamente los que abandonaron la Iglesia, TACIANO y TER­TULIANO, y que los mejores de entre los cristianos no tomaron parte en esos extremismos (1 0 2) .

JUSTINO, en su afán de destacar entre la filosofía pagana y la doctrina cris­tiana, explicaba con cierta predilección la doctrina cristiana a los gentiles por la acción del Verbo seminal, y, a veces, sirviéndose de las ideas que los griegos tomaron de los judíos; en TACIANO, apenas hay u n ligero vestigio de ese recurso doctrinal y pedagógico (cap. 13); el apologista cifra todos sus empeños en establecer la prioridad de los profetas sobre los filósofos, para concluir que los griegos son plagiarios (caps. 31 ss.); su argumentación no es original ( 1 0 3 ) ; pero hará fortuna, sin enriquecer en nada la apologética cristiana.

LA DOCTRINA CRISTIANA Más que las polémicas mismas, interesaría al historiador su contenido doctrinal; por des­

dicha, el testimonio de TACIANO es difícil de captar: el enunciado es con frecuencia oscuro ( 1 0 4 ) , el pensamiento generalmente confuso. En la teolo­gía del Verbo, TACIANO ha conservado algunos trazos esenciales del dogma cristiano, tal como JUSTINO los había bosquejado: el Hijo procede de la subs­tancia misma del Padre; ése es el significado de la comparación de las an­torchas, encendidas la una en la otra; lo tomó de su maestro (Dial., 61) ; TERTULIANO, LACTANCIO (105) y los PADRES DE NICEA la insertaron en su sím-

(99) PUECH, Recherches, p. 40. (100) Por vía de ejemplo, vamos a citar algunas anécdotas de los filósofos: "Dió-

genes, que proclamaba su independencia con la fantochada del tonel, comió un pulpo crudo y murió de cólico, víctima de su intemperancia. Aristipo, que se pavoneaba con su manto de púrpura, era un libertino so capa de honestidad; Platón, el filósofo, fué vendido por Dionisio a causa de su glotonería; y Aristóteles cometió una gran torpeza al elogiar a Alejandro, aquel loco de atar, que, ateniéndose sin duda a las enseñanzas de Aristóteles, hizo enjaular como un oso o como una pantera a un su amigo, que se había negado a adorarle; y en esa guisa le llevaba tras de s í . . . "

(íoi) Nos dice que se convirtió por la lectura de la Biblia (29). (102) Digamos en alabanza de TACIANO que, al combatir el paganismo, se entretiene

menos que otros apologistas en mitologías, para entrar a fondo al ataque contra las supersticiones, que eran a la sazón el verdadero peligro: la astrología (caps. 9-11), la magia (17-20), los misterios (29), PUECH, Recherches, p. 43.

(103) PUECH, Rercherches, pp. 82-89. (104) No siempre es culpa de TACIANO la falta de claridad; el texto más importante

(cap. 5) ha sido a todas luces alterado; en el siglo x, el arzobispo Aretas, de quien procede el mejor manuscrito que tenemos, dejó una nota marginal en que se acusaba a TACIANO de arrianismo; el copista debió pensar de igual modo, al parecer, e intentó corregir el texto. Hemos estudiado dicho pasaje en nuestra Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 450.

(106) TERTULIANO, Apol., 21; LACTANCIO, Inst. div., IV, 29.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 371

bolo: imagen que se opone netamente a la tesis arriana que sustentará la creación del Verbo, ex nihilo, y no su generación de la substancia divina. A mayor abundamento, TACIANO y los demás apologistas propugnan que el Verbo es Hijo de Dios, no por la Encarnación, sino por su generación divina; aunque el concepto que se forma TACIANO de esa divina generación es menos acicalado que el de JUSTINO ( l o e ) y hasta u n algo impreciso con la distinción que hace entre el Verbo en estado latente y el Verbo proferido (1 0 T).

Tampoco son muy ortodoxas sus ideas sobre la inmortalidad y eternidad del alma, pues afirma que el alma, por naturaleza, es mortal ; pero si adqui­rió algún conocimiento de Dios, volverá a revivir después de su disolución, para nunca más morir (1 0 8) . Déjase influir sobradamente por el platonis­mo (109) y los gnósticos ( 1 1 0) .

Todas estas contaminaciones acusan la flaqueza de u n espíritu que se cree fuerte, porque es severo; pero que se deja bastardear por los elementos más turbios de aquellos mismos filósofos que tanto desprecia.

LA DESERCIÓN DE TACIANO TACIANO debió de escribir el Discurso poco antes de su apostasía C111), que se consumó

en el año 12 de Marco Aurelio, entre el 172-173 ( 1 1 2 ) ; según parece, había salido de Roma para el Oriente; vivió todavía algunos años en Antioquía, en Cilicia y en Pisidia. La secta de encratitas, que él fundara, le sobrevivió largos años; pero no alcanzó gran difusión; perdióse la mayor parte de sus

(106) Se califica al Verbo como "primera obra del Padre", frase contradictoria que encierra la idea de creación y de generación a un tiempo.

(107) "El Señor del universo, del cual es el sustentáculo substancial, estaba solo en el sentido de que la creación aun no habia tenido lugar; mas en cuanto en él estaba la posibilidad de todas las cosas visibles e invisibles, contenía en sí mismo todas las cosas por medio de su Verbo. Por la voluntad de su simplicidad procede de El el Verbo, y el Verbo, que no cayó en el vacío, es la obra primogénita del Padre. El es, según sabemos, el principio del mundo. Proviene de una distribución, no de una división..." (5).

(108) "El alma humana no es, oh griegos, inmortal por naturaleza, sino mortal. Pero esa misma alma tiene la posibilidad de hacerse inmortal. . . Una vez que ad­quirió el conocimiento de Dios, ya no muere, aun cuando por algún tiempo se di­suelva." En JUSTINO está el germen de esta confusión (Dial., 5): los platónicos defen­dían que entre el alma humana y Dios existía una afinidad de naturaleza; en ella fundaban su inmortalidad; JUSTINO niega tales hipótesis, y defiende que la inmorta­lidad del alma es por don gracioso de Dios; TACIANO disparándose por la vertiente, llega a afirmar que mueren todas las almas; pero las que obraron justicia gozarán de una especie de resurrección. Cf. sobre este confusionismo, bastante general en aque­lla época, BAINVEL, art. Ame aux trois premiers siécles, en el Dict. de Théol cath.

(109) "Las alas del alma son el espíritu perfecto, que se perdió con el pecado; entonces intentó volar como un polluelo y cayó en tierra y perdido el contacto con el cielo, nacióle el deseo de participar en los bienes inferiores" (20).

(lio) Echase de ver más particularmente este influjo en su teoría del espíritu: un espíritu inferior que anima y diferencia a los ángeles, astros, hombres y animales; y un espíritu superior y divino, que es la Luz y el Verbo; si el alma se une a este espíritu .forma con él una sicigia o una pareja según la voluntad de Dios; caps. 13 y 15. Cf. PUECH, Recherches, pp. 65 y 68.

( m ) HARNACK, Literatur, II, I, pp. 284 y ss., fecha el Discurso en vida de Justino: valdría por un manifiesto del Taciano neoconverso; P. C. KUKULA, Tatians sogen-nannte Apologie, Leipzig (1900), defiende en cambio que el Discurso es la lección de apertura de la didascalia herética fundada por TACIANO; lo habría pronunciado en Asia Menor hacia el año 172 (p. 52). Ninguna de ambas tesis ha tenido seguidores: lo que TACIANO dice de Justino explícase mejor en el supuesto de que éste ya no viviera; por otra parte, el Discurso no es una herejía declarada sino insinuada.

(112) Fecha que debemos a EUSEBIO en su Crónica, an. 2188.

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372 LA IGLESIA PRIMITIVA

obras, que debieron de ser muchas (1 1 3) : fuera de su Discurso contra los griegos, una sola de ellas se propagó ancha y duraderamente: el Diates-saron, o armonia de los cuatro Evangelios, tal vez la primera cronológica­mente hablando; la Iglesia siríaca utilizóle durante mucho tiempo; hoy lo conocemos por las traducciones árabe y armenia y por las sinopsis evangé­licas latinas y flamencas (1 1 4) .

ATENAGORAS Cuatro o cinco años después del Discurso de TACIANO, apa­recía la Apología de ATENÁGORAS (1 1 5) . Carecemos de noti­

cias sobre su autor (1 1 6) . Pero sus dos obras, la Apología y el Tratado de la Resurrección son muy dignos de leerse. ¡Qué alegría dar con un alma real­mente cristiana, pura y tranquila, después de haberse atosigado con las invectivas de TACIANO!

La Apología es, desde sus primeras palabras, dechado de reserva y cortesía. Todo el Imperio goza de una paz profunda; pero a los cristianos se les per­sigue. ¿Por qué? Si se prueba que somos criminales, aceptamos el castigo; pero si no hay otro motivo para perseguirnos que nuestro nombre, exigimos que se nos haga justicia. Tres cargos se acumulan contra los cristianos: que son ateos, que comen carne humana y que cometen incestos.

(113) u ¡¡m¡ IV, 29, 7: "Dejó un gran número de escritos." Parece que EUSEHIO habla por referencias no más. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (Stromata, III, 12) menciona un libro de TACIANO acerca de la perfección según el Salvador; RENDEL HARRIS cree haberlo hallado en una versión armenia.

(114) TEODORETO, Hcer. fab. comp., I, 20 (P. G., LXXXIII, 372), escribe: "Taciano compuso también el evangelio llamado Diatessaron, en el que omitió las genealogías y cuanto demostrara que el Señor procedía de David según la carne. Y este libro ha cundido no solamente entre los de su secta, sino también entre los seguidores de la doctrina apostólica, que, sin percatarse de la malicia del amasijo, sírvense de él por parecerles más cómodo acudir a ese resumen. Yo mismo hallé más de doscientos ejemplares en uso en nuestras iglesias; los recogí todos y los retiré, sustituyéndolos por los cuatro evangelios de los evangelistas." Teodoreto era obispo de Ciro, en los confines del mundo siríaco; así nos explicamos la difusión de dicho libro en su dió­cesis. Pues, innegablemente, gozó de. gran predicamento esa obra en la iglesia de Siria; cítalo AFRAATES y lo comenta EPRÉN,- a principios del siglo V proscribióse su empleo. Cf. ZAHN, Forschungen z. Gesch. des N. T. Kanons, t. I, Erlangen (1881), pp. 1-328; t. II (1883), pp. 286-299; Gesch. d. N. T. Kanons, II, 2 (1892), pp. 530-556. Traducción latina de la versión armenia: G. MOESINGER, Evangelii concordantis expositio in Latinum translata, Venecia (1876); árabe: A. S. MARMADJI, O. P., Dia­tessaron de Tatien, Beirut (1935).

El texto latino de VÍCTOR es más una refundición que una versión del Diatessaron (P. L., LXVIII, 255-358.) D. PLOOIJ descubrió y estudió una traducción flamenca del mismo: A primitive Text of the Diatessaron de Tatien; Ley den (1923). Dicha publicación provocó un gran número de artículos y de estudios. Cf. Recherches (1924), pp. 370-371; Revue Biblique (1924), pp. 624-628.

(115) Destinatarios de la apología son Marco Aurelio Antonino y Lucio Aurelio Cómodo. Cómodo fué asociado al Imperio el 27 de noviembre de 176; Marco Aurelio murió el 17 de marzo de 180. Por donde el libro debió de escribirse entre ambas fechas. Lo que en él se dice de una paz profunda debe de ser anterior a la guerra contra los marcomanos, provocada en 178; no hay alusiones a la persecución de Lyon. Hemos de llamar la atención sobre aquello de los esclavos (cap. 35): "nin­guno de ellos nos denunció", pues no habría así hablado el apologista en 177. De donde parece colegirse la fecha intermedia 176-177.

(116) N 0 hallamos en la antigüedad otras menciones de ATENÁGORAS que una cita (de Resurrect., 37, citando la Apol., 24) y dos alusiones de METODIO; y un frag­mento atribuido a la perdida historia de FELIPE SIDETA (P. G., VI, 182); frag­mento cuajado de errores; el autor opina que la Apología iba dirigida a Adriano y Antonino; añade que "fué discípulo suyo Clemente, el autor de los Stromata, y Pan-teno, discípulo de Clemente". Nada hay aprovechable en estos informes.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 373

Brevemente se refutan las dos últimas imputaciones; en cambio se impug­na con detalle la acusación de ateísmo (caps. 4-30); ATENÁGORAS expone, en deliciosas páginas, el dogma y la moral cristianos ( m ) ; después de haber esbozado, en largos trazos, la teología cristiana, continúa el apologista:

"Permitidme que alce mi voz y hable con atrevidos acentos, como quien se dirige a reyes filósofos; ¿quién de todos esos que se entretienen en resolver silogismos y en aclarar anfibologías... es de alma tan noble que, en vez de odiar a sus enemigos, les ame, que bendiga a los que le maldicen en lugar de replicarles con palabras injuriosas, que eleve oraciones por los mismos que atentan contra su vida?. . . Mas ved ahí que entre nosotros hallaréis gentes humildes, artesanos, vejezuelas inca­paces de demostrar la verdad de su fe por medio de raciocinios, pero que con su vida dan testimonio de ella; no pronuncian arengas, pero su vida es intachable; no devuel­ven puñada por puñada, golpe por golpe; no llevan a los tribunales a quien les ha robado; dan al que mendiga; aman a sus prójimos como a sí mismos" (Apol, 11).

Es el tema, tan caro a los apologistas, de la superioridad de los hechos sobre los dichos, de la vida sobre los discursos: Non eloquimur sed vivimüs, como dirá M I N U C I O FÉLIX; es también el argumento que ORÍGENES esgrimirá tan briosamente contra Celso: sólo el cristianismo fué capaz de transformar la vida y de fomentar la más levantada virtud entre estos menestrales, entre todo ese pueblo sencillo, que nunca entendió de filosofías.

Fuente y origen de esta transmutación es la fe cristiana, con sus promesas para el futuro:

"¿Acaso puede comprenderse entre la gente piadosa a todos esos que proclaman el «comamos y bebamos que mañana moriremos?». ¿Y se nos tendrá, en cambio, por malvados, a nosotros que sabemos que la vida presente es breve, que es menguado su valor, a nosotros que no anhelamos sino conocer al Dios verdadero y a su Verbo, la unidad del Hijo con el Padre, la comunidad del Padre con el Hijo, qué es el Espíritu, cuál es la unión y la distinción de estos términos unidos entre sí, el Espíritu, el Hijo, el Padre, a nosotros que estamos persuadidos de que la vida que esperamos sobrepuja a cuanto podemos imaginar, a condición de que salgamos de este mundo limpios de pecado, a nosotros que amamos a todos los hombres, y no sólo a nuestros amigos? ¿Y será posible que se estime depravada nuestra vida, cuando vivimos con tanto cuidado para evitar la condenación en el juicio?" (Apol., 12).

Página es ésta de gran emotividad, si consideramos que fué escrita en vísperas de la matanza de Lyon: por ella discurre la fuente de la vida cris­tiana, que no habrá fuerza capaz de agotar n i de represar; en ella se refleja lo que para un cristiano significaba el dogma y, singularmente, éste de la Santísima Trinidad, que los lectores paganos de ATENÁGORAS clasificaban entre las puras especulaciones al modo griego; el apologista les muestra que pre­cisamente ese dogma polariza la vida de fe; es el más expresivo comentario de la palabra de Jesús: "La vida eterna se cifra en conocerte a ti , solo Dios verdadero y a vuestro enviado."

Se nos han conservado de ATENÁGORAS, además de la Apología o Mensaje en pro de los cristianos, un Tratado de la resurrección de los cuerpos.

El dogma que en esta obra defiende ATENÁGORAS es uno de los más extra­ños e inverosímiles para la mente helenística. El discurso de San Pablo en Atenas es prueba manifiesta (Act. 17, 32) ; mas era para los cristianos uno de los predilectos: en una época de persecución, de vida incierta y precaria, con el cuerpo expuesto a los suplicios más atroces, sin exceptuar el de la muerte, la creencia en la resurrección era para ellos de gran consuelo; los

(11T) Comentarios más extensos y mayor número de citas en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 494-505.

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374 LA IGLESIA PRIMITIVA

gentiles procuraban con todo empeño la desaparición de las reliquias de los mártires, no sólo para privar de ellos a los supervivientes, sino también con la esperanza vana de hacer imposible la resurrección (1 1 8) .

Despréndese la importancia del dogma, de la insistencia con que sobre él volvieron los apologistas: JUSTINO lo defendió en u n tratado, del que sola­mente fragmentos conocemos ( 1 1 9 ) ; sobre el mismo asunto tenemos u n escrito de ATENÁGORAS. Es del mismo carácter que la Apología: una deliciosa y lúcida discusión; como destinada a los filósofos, mantiénese en el plano discursivo; en consecuencia, no recurre a ninguno de los argumentos decisivos, a aquellos que derivan de las disposiciones positivas de Dios, de la Encarnación y de la Resurrección de Jesucristo. ATENÁGORAS hubo de mermar vigor y eficacia a su argumentación, en gracia del racionalismo filosófico de los gentiles.

SAN TEÓFILO Cinco o seis años después de la Apología de ATENÁGORAS, vieron la luz pública los tres libros a Autólico (1 2°). Los

escribió TEÓFILO, "reconocido como el sexto obispo de Antioquía desde los Apóstoles" (H. E., TV, 20) ; entre los apologistas se destaca por su cargo pas­toral: fué obispo. No dedica su obra a los emperadores n i al público pagano, sino a un sujeto determinado, real o supuesto, al cual trata de convertir: a Autólico.

Desde u n principio previene (I , 2) a su catecúmeno sobre la necesidad de las disposiciones morales:

"Si tú me dijeres: «Muéstrame quién es tu Dios», replicaré: «Muéstrame quién tú eres y yo te mostraré quién es mi Dios.» Muéstrame si los ojos de tu alma ven con claridad, si las orejas de tu corazón pueden oír . . . Dios se deja ver por los que son capaces de verle, cuando tienen abiertos los ojos del alma. Todos los hombres tienen ojos; mas no todos tienen vista, pues hay ojos turbios y ojos ciegos, insensibles a la luz del sol; pero, porque haya ciegos, no puede decirse que la luz del sol no brilla. Que los ciegos se culpen a sí mismos y que abran los ojos. También tú, oh hombre, tienes perturbada la vista por tus errores y por tus pecados. Preciso es tener el alma pura como un espejo bien bruñido. Si el espejo está enmohecido, no refleja la imagen del hombre; si el pecador tiene el alma manchada por el pecado, tampoco puede ver a Dios (no puede reproducir su imagen)."

No es difícil reconocer en el párrafo transcrito, uno de los temas familiares a los apologistas, Cuando el procónsul interroga al anciano obispo de Lyon (a. 177), San Potino, acerca de su Dios, responde el márt ir : "Tú sabrás quién es, si eres digno de ello" (H. E., V, 1, 31). Otro mártir , del reinado de Cómodo, Apolonio, respondió al prefecto Perenio: "Solamente el corazón que ve, oh Perenio, percibe la palabra del Señor, del mismo modo que la luz por los ojos lúcidos; tan vana cosa es hablar a dementes, como encender la luz para los ciegos" (Act., ed. KNOPP, n. 32).

Consta el libro primero de TEÓFILO de una sinuosa argumentación en que se habla de Dios, de la resurrección de los muertos (8, 13), del liberti­naje de los dioses olímpicos (9, 10); se cierra con una confesión del estado de paganismo e incredulidad en que estuvo sumido un tiempo el autor y de su conversión por la lectura de los profetas; alienta a su amigo a la imitación. En el libro segundo expónese la enseñanza o doctrina profética;

(118) Es el caso, v. gr., de Lyon, H. E., V, 1, 63. (ii9) Es probable, no enteramente cierto, que se deba dicho tratado a JUSTINO;

(cf. supra, p. 353, n. 51). (I20) Se habla de la muerte de Marco Aurelio (III, 27, 28); parece que deben

fecharse estos tres libros en los primeros años de Cómodo (182-183).

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 375

en el tercero, propónese el apologista demostrar que los Libros Santos prece­dieron a toda la li teratura pagana.

TEÓFILO no muestra simpatía alguna por el helenismo; lo condena en blo­que, con todos sus corifeos: Homero, Hesíodo, Orfeo, Arato, Eurípides, Sófo­cles, Menandro, Aristófanes, Herodoto, Tucídides, Pitágoras, Diógenes, Epi-curo, Empédocles, Sócrates, Platón; n i el mismo suplicio de Sócrates, que JUSTINO evocaba complacido como el de u n justo perseguido por los malvados, se libra de sus diatribas. "¿Por que aceptó la muerte? ¿Qué premio esperaba recibir después de muerto?" ( I I I , 2 ) . En este juicio sumarísimo puede leerse la rigidez moral de TEÓFILO; SU sinceridad corre parejas con su rigo­rismo ( m ) .

Como contrapeso al antihelenismo de TEÓFILO obra su simpatía por la tra­dición y las leyendas judaicas (1 2 2) . Siente profunda veneración por el A. T. Escribió contra Marción u n tratado que no se ha conservado ( m ) ; con él desbrozó el camino a tantos obispos de la Iglesia oriental que, hasta el siglo v, habrán de combatir contra los marcionitas.

§ 4 . — Minucio Fé l ix ( 1 2 4 )

EL OCTAVIO Es M I N U C I O FÉLIX, cronológicamente, el último de los apo­logistas antiguos (1 2 5) , pero uno de los primeros por el em­

beleso de su estilo: TEÓFILO nos puso en contacto con el mundo oriental de

(121) L a cronología, descrita con toda precisión, es inconsistente: desde la crea­ción al día en que está escribiendo han transcurrido 5.698 años, más algunos meses y días; TEÓFILO ve en este cómputo su victoria: ¿Qué historiador fijó fechas tan re­motas? (III, 26). TEÓFILO, venerador como todos sus contemporáneos, de todo lo antiguo, sírvese del argumento de antigüedad. Menos sólidos son aún sus argumentos etimológicos: el grito Evan (Evoé) es inspiración de Satanás, que engañó a Eva (II, 28); Noé fué llamado Deucalión, porque dijo a los hombres: Venid, Dios os llama Sevre, xaXeí lipas ó 0eós (III, 19), etc.; en el Cratilo abundan las fantasías de esa especie, pero, en tanto que Platón las toma como entretenimientos, Teófilo las con­sidera argumentos probatorios.

(122) ¿JJ tanto que rechaza la filosofía griega, considera profetas a las Sibilas (II, 9 y ss.). Debe de hacerse eco de alguna haggada cuando escribe que la sangre derramada se coagula y no puede empapar la tierra, porque la tierra siente horror de ella desde el crimen de Caín (II, 29); también debió de aprender de las haggada que los sacerdotes que residían en el Templo curaban la lepra y toda otra enfermedad (III, 21).

(123) EUSEBIO cita dicha obra, H. £., IV, 24, así como otra sobre la herejía de Her-mógenes. LOOF (Theophilus v. Antiochien adv. Marcionem, Leipzig [1930]), ha pen­sado que el libro contra Marción se contenía en substancia en la obra de IRENEO. Adversus Haereses; en apoyo de su tesis ha derrochado erudición e ingenio; pero no puede sustentarse dicha opinión. Cf. Recherches de science religieuse (1931), pp. 596-601. Acerca de la teología de TEÓFILO, cf. Histoire du dogme de la Trinité, t II, pp. 509-513.

(124) El Octavio, conservado en un manuscrito del siglo ix, Parisinas (1661), fué editado en el Corpus de Vienna por HALM (1867); traducción francesa y comentario, por WALTZING, Lovaina (1903). Cf. BOISSIER, La fin du paganisme, t. I, pp. 261-289; MONCEAUX, Histoire littéraire de l'Afrique chrétienne, t. I, pp. 463-508; P. DE LA-BRIOLLE, Histoire de la littérature latine chrétienne, t. II, pp. 147-175. Cf- también U. MORICCA, L'Ottavio, introduz., nuova traduz. col. texto, Roma (1933); L. VALMAGGI, Octavius, Turín, en Corpus script. lat. Parav.

(i25) Es fecha muy discutida; entre, el Octavio y el Apologético de TERTULIANO, fechado en 197, hay parecidos chocantes; no se explica por una común fuente docu­mental; quedan dos hipótesis contrarias: TERTULIANO es anterior (BOISSIER, MONCEAUX, DE LABRIOLLE); MINUCIO es anterior (SCHANZ, EHRHARD, WALTZING, MORICCA). Escribía

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376 LA IGLESIA PRIMITIVA

la frontera sirio helenística; el Octavio nos conduce al Occidente y nos habla en latín (1 2 6) .

Los humanistas quedaron prendados de su forma literaria: "Cuando se lee, dice BOISSIER ( m ) , esta obra maravillosa, que por las Tusculanas enlaza con Fedro y con el helenismo, se percibe que el autor imaginaba una suerte de cristianismo sonriente y simpático, que debía penetrar en el mundo romano sin estridencias y renovarlo sin producirle ninguna sacudida." No es tan grande el encanto que produce en el historiador de la Iglesia, que apenas halla en esa obra deliciosa más que una remota introducción a la fe.

M I N U C I O encuentra en Roma a su amigo Octavio Jenaro; conversan larga­mente; en el ínterin, llega el período de vacaciones de la judicatura y se retiran a Ostia con el pagano Cecilio, su otro amigo. Al pasar ante la estatua de Serapis, Cecilio, según la costumbre, le envía un beso a guisa de saludo. Octavio interpela a Minucio: "En verdad, que no me parece muy cuerdo abandonar al capricho de una ignorancia vulgar a u n amigo que tanto os estima y que nunca se aparta de vos, y consentir que en pleno día se entre­tenga en rendir homenajes a un bloque de piedra, máxime con la plena con­ciencia de que vos no sois menos culpable que él de errores tan estúpidos." Cecilio llenóse de tristeza por esta andanada contra su amigo; y apenas hu­bieron llegado, en su paseo, hasta el dique rocoso, inicióse la discusión.

Cecilio, defensor del paganismo, es u n filósofo académico: nada hay cierto y estable en las cosas humanas ; no existe la verdad, sino su apariencia. Es, pues, de ignorantes, la pretensión de conocer a Dios y nosotros, que entre tan­tas incertidumbres, creemos en nuestros antepasados y conservamos nuestras tradiciones romanas somos más sabios. Los que se oponen a ellas son into­lerables y más que todos, los cristianos (1 2 8).

APOLOGÉTICA DE Octavio comienza por resaltar la contradicción entre MINUCIO FÉLIX una filosofía escéptica y u n paganismo intolerante. No

hay más que un solo Dios: la estructura y el orden del universo nos inducen a creerlo, así como el consentimiento univer­sal ( 1 2 9 ) ; los poetas y filósofos lo proclaman. ¡Qué contraste con la necedad de las fábulas paganas y con la inmoralidad de sus misterios! Las calumnias inventadas contra los cristianos son el mayor baldón de los que las inventa­ron. Entre nosotros todo es puro y sencillo:

"¿Habremos de erigir estatuas a Dios, cuando el hombre es su imagen? ¿A qué es levantarle templos, si el universo, por El creado, es incapaz de contenerle? ¿Cómo encerrar una tal majestad en una capilla? Su morada debe ser nuestra alma, pues El nos pide que le consagremos nuestro corazón. ¿Para qué ofrecerle víctimas? ¿No sabe a ingratitud que le devolvamos sus propios dones? Lo que a Dios agrada es un corazón puro y la rectitud de conciencia. Quien conserva su inocencia, ora a

hace años Dom DE BRUYNE (Revue Benédictine, oct. 1924, p. 136): "Esta cuestión amenaza con eternizarse, siempre a disposición de nuevos investigadores animosos, re­sueltos a resucitarla sin dejarla nunca definida." Estudiaremos brevemente el Octa­vio, sin formar en el grupo de los investigadores animosos.

(126) Se considera al papa Víctor primer autor cristiano que escribiera en latín; pero desconocemos qué escribió. A nuestro juicio, las Actas de los mártires escilita-nos abren la marcha de la literatura latina cristiana; el primer libro es el Apologético de. TERTULIANO O el Octavio de MINUCIO, según se de a uno o a otro la precedencia cronológica.

(12T) Cf. G. BOISSIER, op. cit., p. 289. (12«) Cf. supra, p. 343. (128) E n este capítulo (18) campean los mismos argumentos de TERTULIANO en

su librito sobre el Testimonio del alma.

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APOLOGÉTICA CRISTIANA EN EL SIGLO II 377

Dios; quien respeta la justicia, le ofrece libaciones. Se le gana la voluntad evitando los fraudes, y se le ofrece sacrificio agradable, cuando salvamos a un hombre del peligro. Esas son las víctimas, ese el culto que nosotros le ofrecemos. Entre nosotros el más santo es el que mejor obsérvala justicia" (13*).

Esta página brillante nos hace sentir el encanto de la obra de M I N U C I O y La endeblez de su argumentación; si nada más que lo dicho fuera el cristia­nismo, estaríamos frente a un nuevo sistema filosófico. Octavio tiene con­ciencia de ello, cuando promete responder en otra ocasión a la discusión en­tablada (cap. 36). El único argumento tratado a fondo es el testimonio de las virtudes cristianas, ennoblecidas principalmente por el martirio:

"¡Qué hermoso espectáculo a los ojos de Dios la lucha del cristiano contra el dolor, la defensa de su libertad frente a los reyes y a los príncipes, para someterla a solo Dios, al cual le pertenece, el desafiar triunfante y victorioso al mismo que pronunció su sentencia!... Dios no abandona a su soldado en el tormento ni permite que su­cumba con la muerte. El cristiano puede parecer un desventurado, pero no lo es . . . ¿No comprendéis que nadie es tan imbécil que se exponga a tormentos tan atroces sin motivo, ni tan esforzado que sin la ayuda de Dios pueda sufrirlos?... Tran­quilos, modestos, seguros de la bondad de nuestro Dios, robustecemos la esperanza de la felicidad futura por la fe en su majestad siempre presente. Así resucitaremos feli­ces y lo somos ya, desde ahora, por la contemplación de lo venidero. . . (Desprecia­mos las burlas de los filósofos) cuya corrupción, adulterios y tiranía conocemos y su elocuencia inagotable contra sus propios vicios. Nosotros damos pruebas de sabiduría no por nuestra clámide, sino por nuestro espíritu, cuya grandeza no estriba en pala­bras sino en obras; nosotros nos gloriamos de haber alcanzado lo que esos hombres pretendieron con tan vanos esfuerzos. . . Nuestro deseo es que la superstición desapa­rezca, que la impiedad quede confundida, que la verdadera religión conquiste el ver­dadero respeto de las gentes" (caps. 37-38).

Los dos amigos quedaron profundamente impresionados por este discurso; por fin, Cecilio rompió el silencio para declararse vencido; no pide sino una instrucción supletoria que se le dará al día siguiente.

Esta brillante apología no es sino una introducción a la fe; de ahí las omisiones voluntarias: M I N U C I O intentaba llegar al público ilustrado y pro­vocar una simpática curiosidad por el cristianismo. ¿No habría sido más afor­tunada una exposición de más altos vuelos? Es probable; ello no embargante, el Octavio es una pieza oratoria vigorosa y llena de encanto. Cierto que no puede emular a TERTULIANO en fuerza n i en originalidad; son muchos los puntos de coincidencia, pero estructurados con tacto seguro y muy personal; la misma entrada en materia está muy bien, escogida; tiende a mostrar a los lectores que los cristianos pueden ser, como ellos, gentes de letras y de la buena sociedad, abogados que aprovechan las vacaciones de los tribunales para disertar sobre más arduos y elevados problemas. Este matiz se va acen­tuando a lo largo de la discusión: en la requisitoria tan vigorosa, y a veces t,an brutal, de Cecilio, reconocerán los paganos sus propias objeciones, pre­sentadas en forma a ellos habi tual ; Octavio satisfará en su alegato a todas ellas; cuantos cargos se presenten contra los cristianos i rán a rebotar contra el paganismo, que ellos conocen tan bien y que si no lo desprecian es por hábitos tradicionales; la propia filosofía deberá doblegarse: muchas de sus tesis serán confirmación del dogma cristiano o pórtico para penetrar en él; esa misma filosofía se acusará de su impotencia para dar pleno sentido a la vida, aun en los que con más brillo la cultivaron; el cristianismo, des­deñado por los filósofos, es m u y superior a ella, con una hermosura moral

(13°) Cap. 32, 3, trad. de BOISSIER, p. 281.

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tan sencilla, tan sincera, tan ampliamente difundida, que la sobrepuja en todos los aspectos. Y así termina el Octavio. ¿Qué extraño que discusión llevada con tanta finura cautive y prenda el ánimo de sus lectores?

LA APOLOGÉTICA El cuadro apologético del siglo n es de un fuerte CRISTIANA EN EL claroscuro: los apologistas trazan pinceladas de luz

SIGLO II sobre el fondo tenebroso de la oposición pagana al cristianismo. Los Apóstoles, como San Pablo en Ate­

nas, tuvieron frente a sí los cultos paganos; de ahí que la lucha contra el politeísmo polarizara sus esfuerzos, dirigidos a establecer la creencia en un solo Dios, para explicar a continuación la misión de Cristo. Mas no tar­daron en subir al palenque otros adversarios; los filósofos, que dan consisten­cia al helenismo. Los cultos paganos de los misterios pueden engañar, ador­mecer el anhelo religioso, pero no pueden satisfacer las exigencias de la razón sino transformados por la filosofía; a mayor abundamiento, no se contentan los filósofos con la defensa del paganismo; emprenden una ofensiva contra la nueva religión. De día en día se va despejando el campo, hasta quedar ocupado casi exclusivamente por los dos equipos de pensadores: el de la Igle­sia y el de la filosofía.

El resultado no era difícil de prever; la filosofía helenística declinaba: no podía retener el interés de los espíritus una filosofía que para saciar sus anhelos les brindaba meras especulaciones, con frecuencia inciertas. Aquella filosofía hunde sus raíces en los cultos paganos, para poder presentarse con el ropaje de religiosidad; pero son vanos sus esfuerzos por dotar a esos cultos de un fundamento objetivo y hacer de ellos, aun después de purifica­dos y trasformados, substancia de la vida religiosa. No era posible vivificar lo que estaba muerto.

En cambio, el cristianismo es todo en una pieza: dogma, culto, moral, que forman un solo bloque compacto; la revelación ha consagrado cuanto apenas entrevio la filosofía, y completó la teología natural, con muchos misterios que iluminan la vida presente y la vida futura. Por esa índole de la religión cristiana, un acento de certidumbre tranquila, sincera, profunda, modula la voz del apologista, que le hace irresistible; y que la filosofía no puede emu­lar. Añádase a lo dicho el ejemplo eficaz de tantos mártires y de tanta mu­chedumbre de adeptos, sin exceptuar los más humillados; y en esto, no cabía competencia posible; la ventaja de la religión nueva sobre el helenismo era evidente y decisiva.

Y a esto precisamente se reducía el meollo de la apologética del siglo n ; su fuerza probatoria no conoce fronteras espaciales ni temporales.

En torno de esa cuestión fundamental se enzarzan otras secundarias, que no siempre fueron solucionadas con acierto: el cristianismo, necesario a la humanidad, apareció bien tardíamente, ¿por qué? A esta apremiante de­manda responde la Carta a Diognetes con la tesis de un plan providencial, que de la miseria educirá la salvación; SAN JUSTINO nos habla de la acción del Verbo seminal, que dejó transparentar algunas de las verdades religiosas fundamentales; TERTULIANO nos hablará del alma naturalmente cristiana; JUSTINO, TACIANO y otros, agregarán que los filósofos entraron a saco en la Biblia.

¿Constituye el cristianismo la única revelación, o preexistieron otras, he­chas a los hombres, o a lo menos, al pueblo judío, como preparación de aquélla? Problema es éste íntimamente ligado con el precedente; la solución que le

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dieron no es bastante; no tienen los apologistas ideas cabales sobre la revela­ción a los judíos; dan a la profecía el debido relieve, mas no hablan del punto de vista de la educación progresiva del hombre, tan magistralmente explicado por SAN IRENEO.

¿Por qué es trascendente la doctrina cristiana? SAN JUSTINO responde con precisión: porque Dios la ha revelado. Pero al exponer estos principios re­velados, la posición del apologista no es tan firme; el afán de hallar seme­janzas entre la teología cristiana y la filosofía platónica o estoica llega a veces a ofuscar su vista, impidiendo la calibración de sus oposiciones fundamen­tales; de ahí aquellas peligrosas inexactitudes que arriba hicimos destacar.

Debemos advertir, en honor de la verdad, que los apologistas emprendie­ron su obra por iniciativa propia; la Iglesia agradece vivamente su celo, pero sin comprometer su autoridad aprobando una filosofía sobrado indulgente en ocasiones. Mas no correrán muchos años sin que la Iglesia, obligada por la lucha contra las herejías, intervenga para dar mayor precisión a la regla de fe, más estrecha unidad a su liturgia y mayor eficacia a su poder guber­nativo.

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APÉNDICE

SINCRONISMO DE LOS PAPAS Y LOS EMPERADORES

Años

Augusto muerto en el 14 San Pedro . . . Tiberio ,. 14-37 San Lino Calígula 37- 41 San Anacleto. Claudio 41- 54 San Clemente. Nerón 54-68 San Evaristo.. Galba, Otón, Vitelio 68-69 San Alejandro. Vespasiano 69-79 San Sixto Tito 79-81 San Telésforo. Domiciano 81-96 San Higinio . . Nerva 96-98 San Pío Trajano 98-117 San Aniceto . .

San Sotero . . . Adriano 117-138 San Eleuterio. Antonino Pío 138-161

Marco Aurelio 161-180 Cómodo 180-192

30P-64 64?-76? (*) 76P-88? (*) 88?-hacia el 100 ?-? ?-? ?-? ?-hacia el 136 hacia el 136-hacia el 140 hacia el 140-antes del 154 a partir del 154-? antes del 175-175 175-189

(*) Nos son desconocidas las fechas referentes a San Lino y a San Anacleto. Puede asignárseles a cada uno la docena de años que les atribuye la tradición que leemos en el Líber Pontificalis: cf. supra, p. 308.

381

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Í N D I C E

PREFACIO, por Augustin Fliche y Víctor Martin 7

BIBLIOGRAFÍA GENERAL 11

INTRODUCCIÓN

I. El mundo romano al advenimiento del cristianismo, por JAOQUES ZEILLER 15

Origen oriental del cristianismo, 15.— El cristianismo en el mundo romano, 16.— Su organización es urbana, 16.— Organización del im­perio romano, 17. — Particularismos étnicos, 17. — Colonias orienta­les, 17. — Situación religiosa. Unificación del culto, ^ . — Superviven­cia de los antiguos cultos indígenas, 18.— Penetración de los cultos orientales en el imperio romano, 18.—Persistencia temporal del carác­ter étnico en las religiones orientales, 19. — El judaismo en el imperio romano, 20.— Escuelas filosóficas. Sus frutos, 2 1 . — Persistencia de las aspiraciones religiosas, 22.

II. El mundo judío, por JULES LEBRETON 23 § 1. El judaismo palestinense 23 Palestina, 24. — Los últimos asmoneos, 24. — La revuelta de los ju­díos, 26. — Los procuradores, 27. — Herodes Antipas, 28. — El pueblo judío, 29. — Helenismo y judaismo en Palestina, 29. — Penetración del helenismo, 30.—La reacción judía, 31.—Fidelidad a Yahveh, 32.— La religión de los pobres, 33. — El orgullo racial, 34. — La esperanza mesiánica, 35. — El Servidor de Yahveh. El Hijo del hombre, 35. — El Hijo de David, 36. — El mesianismo triunfal, 36. — El escándalo de la cruz, 37.— Los saduceos, 38.— Los fariseos, 39. — Jesús y los fari­seos, 40.— Peligros del farisaísmo, 41.—Los esenios, 42. § 2. El judaismo de la dispersión 44 Origen de la dispersión, 44. — Importancia de la población judía, 45. — Estado civil de los judíos, 46. — Privilegios de los prosélitos, 47. — Apostasías, 48. — Influencia del helenismo, 48. — Filón, 49. — El Lo-gos, 50. — Influencia de Filón, 51. —El proselitismo, 52.

CAP. I. Jesucr is to y el origen de la Iglesia, por JULES LEBRETON . . . 54 Jesucristo en la historia, 54. — Los Evangelios, 54. — El testimonio de la Iglesia, 55. — El Precursor, 56. — El bautismo de Jesús, 57. — La tentación, 58. — Los primeros discípulos, 59. — El ministerio de Cristo. Su objeto, 59.— Jesús en Jerusalén y en Judea, 61. —Jesús en Gali­lea, 62. — La predicación del reino de Dios, 63. — Los apóstoles, 64. — Jesús en Cafarnaún, 65. — Jesús en las sinagogas, 67. — El sermón de la montaña, 67. — La Ley nueva, 68. — La religión interior, 69. — Jesús y los fariseos, 71.—Parábolas del reino de los cielos, 73.— El minis­terio en Galilea, 76. — La crisis del ministerio en Galilea, 78. — El Pan de vida, 79.— Las grandes revelaciones, 81. —La confesión de San Pedro, 81. —La predicción de la Pasión, 82.—La Transfigura­ción, 83. — Los discípulos, 84. — La misión de los discípulos, 85. — La predicación de Jesús en Jerusalén, 86. — Trascendencia teológica de estos discursos, 88. — Las últimas semanas, 89. — La resurrección de Lázaro, 89.— Las Palmas, 90.—La última semana, 91. —La Cena, 92. — El discurso de sobremesa, 94.—La Pasión y la muerte de Jesús, 95. — La agonía, 95. — Jesús en casa de Anas y de Caifas, 97. — Jesús

383

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384 ÍNDICE

delante de Pilatos y de Herodes, 98.— La crucifixión, 100.— La Re­surrección, 101.—Apariciones a los apóstoles, 102. —La Ascensión, 103.

CAP. II . La predicación de los apóstoles. La Iglesia en sus orígenes, por JULES LEBHETON 105

§ 1. Pentecostés 105 El libro de los Hechos, 105.— Los primeros años de la naciente Igle­sia, 106.— Los apóstoles en Jerusalén, 106.— Pentecostés, 107.— Dis­curso de San Pedro, 108.— Primera expansión de la Iglesia, 110. — La vida cristiana, 111. —La acción del Espíritu, 112.— Primeras per­secuciones, 113. § 2. Martirio de San Esteban y conversión de San Pablo . . . . 1 1 4 Los helenistas, 114.— Los diáconos, 114.— San Esteban, 115.— Dis­curso de Esteban, 116.— La conversión de San Pablo, 118.— Bau­tismo y primeras predicaciones de San Pablo, 120.— San Pablo en Jerusalén, 120.— Felipe, el diácono, 121. § 3. Misiones de San Pedro 123 Evangelización de Sarona, 123.—La conversión de Cornelio, 123.— Pedro en Jerusalén, 125. § 4. Antioquía y Jerusalén 125 La evangelización de Antioquía, 125.—Jerusalén. Hambre y perse­cución, 127. — M a r t í n ' \ de Santiago, 128. — Pedro, liberado, 128. — Persecuciones y crecinnento de la Iglesia, 129.

CAP. I II . Viajes apostólicos de San Pablo, por JULES LEBHETON . . . . 130 Fuentes: las Epístolas y el libro de los Hechos 130 § 1. Primera misión de San Pablo. Chipre, Pisidia, Licaonia . . 131 Chipre, 131. — Anatolia, 131. —Antioquía de Pisidia, 132. — Iconío, 1 3 2 . - L i s t r a , 133. —Derbe, 133. § 2. San Pablo y los judaizantes 134 Informe de San Pablo, 134.— Informe del libro de los Hechos, 135.— El decreto, 137.— El incidente de Antioquía, 138.— La Iglesia y los judaizantes, 140. § 3. Segundo viaje apostólico de San Pablo (otoño 49-otoño 52). . 141 Pablo y Bernabé, 141. —Timoteo, 142. — Galacia, 142.— La Macedo-nia, 144. — Filipos, 144. — Tesalónica, 145. — Berea, 147. — Las iglesias de Macedonia, 147. — Atenas, 148. — Discurso del Areópago, 149. — Corinto, 150. — Predicación y carismas, 151. —Conversión y persecu­ciones, 153. § 4. Tercer viaje apostólico (primavera 53-verano 57) 154 Efeso, 154.— Apolo, 155.— Predicación de San Pablo, 155.— Cúmulo de milagros, 155.—Fatigas del apostolado, 156.— Primera carta a los corintios, 157. — Las disensiones de Corinto, 157. — Inmoralidad e in­justicia, 158.—El matrimonio y la virginidad, 159.—Los idolotitos, 159.— La Eucaristía, 160.— La vida cristiana en Corinto, 160.— El motín de Efeso, 162. — Salida de Efeso, 163. § 5. Camino de Jerusalén 164 Pablo en Macedonia, 164.— La segunda a los corintios, 164.— Pablo se defiende, 165.— Epístola a los gálatas, 166.— La epístola a los romanos, 168.—El reino del pecado, 169.— La misericordia de Dios, 169.— La muerte y la vida, 170.— Dios, principio y fin, 171.—Viaje hacia Jerusalén, 171. —Pablo y la iglesia de Jerusalén, 172.— Él viaje, 174. § 6. Prisión de Pablo 175 San Pablo en Jerusalén, 175.— San Pablo en Cesárea,> 176. — San Pa­blo en Roma, 177. —El prisionero de Cristo, 178. — Epístolas de la cau­tividad, 179. § 7. Los últimos años de su vida 181 San Pablo en Asia, 181.— Prisionero en Roma, 182.—La muerte, 183.—La epístola a los hebreos, 183.

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ÍNDICE 385

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CAP. IV. San Pedro y la fundación de la iglesia de Roma , por JACQUES

§ 1. De Jerusalén a Roma 185 San Pedro en Antioquía, 185.— San Pedro en las provincias del Asia Menor y en la Macedonia, 186.— San Pedro en Corinto, 186. § 2. La venida de San Pedro a Roma . 186 Hipótesis y tesis, 186.— Testimonios literarios, 187.— Testimonios ar­queológicos, 189. § 3. San Pedro en Roma 191 Tiempo de permanencia, 191. —Orígenes de la iglesia romana, 192.

CAP. V. Santiago y San J u a n , por JULES LEBRETON 195 § 1. El apóstol Santiago y la iglesia de Jerusalén 195 Santiago, 195.— Obispo de Jerusalén, 196. — Santiago y los judaizan­tes, 197.—La epístola de Santiago, 198.— El martirio de Santiago, 199.—La destrucción de Jerusalén, 199.— San Simeón y la Iglesia de Jerusalén, 200. § 2. San Juan y las iglesias de Asia 201 San Juan en Jerusalén, 201. —San Juan en Asia, 202.—La Iglesia y el Imperio, 202. — Carta a las siete iglesias, 204. — L a Iglesia cris­tiana, 205. — El Evangelio de San Juan, 206. - E l Hijo de Dios, 208. — El Verbo Encarnado, 209.—La influencia de San Juan, 211. —La dispersión de los apóstoles, 211.

CAP. VI. La vida crist iana en, e l decl inar de l éiglo I , por JULES LEBRETON. 213 § 1. La vida cristiana y el culto 213 La religión de Cristo, 213.— Los sacramentos, 216.— El Bautismo, 217. —La Eucaristía, 218. $ 2. La jerarquía primitiva 220 Pedro y los Doce, 220.— La autoridad y el Espíritu, 221. —Los diá­conos, 222. — Los presbíteros, 223. § 3. Orígenes del gnosticismo 226 El gnosticismo pagano, 227.— Simón Mago, 228. — El gnosticismo en las iglesias apostólicas, 228.

CAP. VII. La propagación del crist ianismo, por JAOQUES ZEILLER . . . . 230 § 1. La evangelización del mundo romano 230 El cristianismo en Italia, 230. — En Iliria; en España; en Galia, 230. — El cristianismo en Asia, 232. — El cristianismo en la península helé­nica, 233. — El cristianismo en Egipto, 233. — Progreso de la evange­lización del occidente en el siglo n . Las Galias, 234. — El África, 234. — España, 234. § 2. La evangelización fuera del Imperio 235 El cristianismo en Persia, 235. — El cristianismo en Osroenia, 236.

CAP. VIII . Las p r imeras persecuciones. La legislación imper ia l relativa a los crist ianos, por JACQUES ZEILLER 237

§ 1. La persecución \de Nerón 237

\E1 martirio de San Pedro, 237. — El incendio de Roma. Inculpación a los cristianos, 237. — Los mártires, 238. § 2. La prohibición del cristianismo 239 Extensión posible de la persecución a las provincias, 239.— La legis­lación neroniana contra el cristianismo, 239. § 3. Naturaleza jurídica de las persecuciones 240 Las persecuciones no proceden de la, aplicación de leyes preexisten­tes, 240.— Ni del poder de coercitio de los magistrados, 241. —Legis­lación especial contra los cristianos, 241.—Las acotaciones del rescripto de Trajano, 241. —Idea directriz de la legislación contra los cristia­nos, 242. — Origen jurídico y forma de esta legislación, 243.

CAP. IX. La persecución en t iempos de los Flavios y de los Antoninos , por JAOQUES ZEILLER 244

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386 ÍNDICE

PAG.

§ 1. La Iglesia en tiempos de los Flavios 244 La Iglesia romana bajo los emperadores Flavios, 244. — Triunfos del cristianismo entre la aristocracia, 245. — La persecución de Domiciano en Roma, 245. — La persecución en las provincias. Bitinia, 247. — Asia Menor, 247. — Palestina, 247. % 2. La persecución de Trajano 248 Gobierno de Nerva, 248. — Trajano y los cristianos, 248. — El proble­ma del martirio de San Clemente, 248. — Martirio de San Simeón de Jerusalén, 248. — Martirio de San Ignacio de Antioquía, 249. — Perse­cución en Bitinia y en el Ponto, 250. — La persecución en Macedo-nia, 250. § 3. La persecución bajo Adriano 251 El emperador Adriano y los cristianos, 251.—Mártires en Italia, 252. — La revuelta judía de Barkokeba y los cristianos, 252. § 4. La persecución bajo Antonino 252 El emperador Antonino y los cristianos, 252. — Martirio de San Poli-carpo de Esmirna, 253. § 5. La persecución bajo Marco Aurelio 253 Marco Aurelio y los cristianos, 253. — Mártires romanos, 254. — Már­tires en Grecia, 254. — Mártires en Asia Menor, 254. — Los mártires de Lyon en 177, 255.— Nuevos mártires en Roma, 257.— El episodio de la "Legión Fulminatrix", 257. % 6. La persecución y la paz bajo Cómodo 258 El emperador Cómodo y los cristianos, 258. — Mártires de África, 258. — Mártires de Asia Menor, 258. — Martirio de Apolonio en Roma, 259. — Paz en la Iglesia reinando Cómodo, 259.

CAP. X. Los pad res apostólicos y su época, por JULES LEBRETON . . . . 261 § 1. San Clemente Romano 262 San Clemente y su carta, 262. — El primado romano, 264. — La jerar­quía eclesiástica, 265. — La fe y la vida cristiana, 266. § 2. San Ignacio de Antioquía 268 San Ignacio y sus cartas, 269.— La Iglesia y las iglesias, 270.— La jerarquía y los carismas, 271. — El primado romano, \272. — La Carne de Cristo, 273. — La Eucaristía, 274. — La vida en Cristo, 274. — Cristo y el martirio, 275. — Dios Padre y Jesucristo, 276. § 3. San Policarpo 277 El testigo de la tradición, 277. — Carta a los filipenses, 278. — Testi­monio de Ireneo, 278. — San Policarpo en Roma, 279. — Martirio de San Policarpo, 280. — Lecciones del martirio, 281. § 4. La controversia antijudaica. La Epístola de Bernabé . . . . 282 Interpretación simbólica de la Ley, 283. — Teología, 284. § 5. La reforma moral y el régimen penitencial en la Iglesia romana. El PASTOR de Hermas 284 Libro y autor, 284. — La reforma moral, 286. — Virtudes y flaquezas, 287. — La riqueza, 287. — La ambición, 288. — La persecución, 288. — La jerarquía, 289. — La Iglesia, madre del cristiano, 290. — La peni­tencia, 290.—La teología, 291. § 6. La oración en la Iglesia primitiva 293 Ejemplo y doctrina de Cristo, 293. — Plegaria judía y plegaria cristia­na, 294. — Oración de San Clemente, 295. — Oración al Padre y a Cristo, 296. — La liturgia eucarística, 297. — La liturgia eucarística en San Justino, 298. — Orígenes y el desarrollo de esta liturgia, 299. — La liturgia bautismal, 300. § 7. El Símbolo de los apóstoles 301 Profesión de fe en la era apostólica, 301.—El Símbolo bautismal, 302. — E l Símbolo romano, ¡304. — La regla de fe, 304.

CAP, XI . La organización eclesiástica en los dos primeros siglos, por JACQUES ZEILLER 306

§ 1. La Iglesia primitiva 306

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ÍNDICE 387

PÁG.

Caridad y fraternidad, 306.—Unidad, 307. § 2. Episcopado y presbiterado 307 Orígenes del episcopado, 307. — Episcopado colegial o episcopado uni­tario, 308.—El caso de Alejandría, 309.— Los sacerdotes, 310. § 3. Otras dignidades eclesiásticas 310 Los diáconos, 310. — Diaconisas, 311. —Doctores, 311.— Profetas, 311. — Clérigos y legos, 311. —Selección de clérigos. Los obispos elegidos por las iglesias, 312. § 4. Geografía eclesiástica 312 Sedes episcopales, 312.— Las futuras metrópolis, 313. § 5. La Iglesia de'Roma 313 La Iglesia de Roma en el siglo i, 313.— San Clemente, 314.— Testi­monio de San Ignacio de Antioquía, 315. —Testimonio de San Ireneo, 315.—El epitafio de Abercio, 315.— Los pontífices romanos, guardia­nes de la doctrina y jefes de la Iglesia, 316.

CAP. XII . Iglesias en el siglo I I , por JACQUES ZEILLER 317 § 1. La Iglesia de Roma. . 317 La sucesión episcopal de Roma desde los tiempos apostólicos, 317.— Papas del siglo i, 318.—Los papas del siglo n , 318. § 2. Las otras iglesias de Occidente 318 Las iglesias de Italia, 318.— En África, 319.— España y Galia, 319.— Bretaña, 319. § 3. Las iglesias de Oriente 319 Grecia, 319.—Asia Menor, 320 . -S i r ia y Palestina, 320.—Egipto, 321. § 4. La Iglesia judíocristiana 321 La cristiandad de Pella, 321.— Caracteres de la Iglesia judíocristia­na, 321.

CAP. XIII . La vida cristiana en los dos pr imeros siglos, por JAOQUES ZEILLER. 324 § 1. Los cristianos y la vida común 324 El cristiano como ciudadano, 324. — Los cristianos no rehusan el ser­vicio militar, 325. § 2. Los cristianos y la vida social 325 Los cristianos y la vida de la ciudad antigua, 325. — La ascesis cristia­na, 326. § 3. Las prácticas religiosas de los cristianos 326 La oración, 326. — El ayuno, 327. — La caridad, 327. § 4. Cristianismo y humanidad 327 El cristianismo y la esclavitud, 327. — Epístola a Filemón, 329. § 5. Actitud de los paganos frente al cristianismo 330 Hostilidad pagana, 330. — Las acusaciones del vulgo, 330. — Los pre­juicios de los intelectuales, 330. § 6. El martirio 331 Frecuencia del martirio, 331. —Del número de mártires, 332. § 7. El aislamiento voluntario de los cristianos 334 Los cristianos obligados a una vida retirada por la hostilidad de los paganos, 334. — Los cristianos lo invaden todo, 334. § 8. Las catacumbas ' 335 El culto en las casas de los particulares, 335. — Origen de las catacum­bas, 335. — Las catacumbas, lugares de culto, 336. — Expansión de las catacumbas, 337. § 9. El arte de las catacumbas 338 Ornamentación de las catacumbas, 338. — Pinturas puramente decora­tivas, 338. — Pintura religiosa, 338. — Los sarcófagos, 340. § 10. Los bienes de la Iglesia 340 Contribución de los fieles a la vida material de la Iglesia, 340. — Con el siglo n se cierra un período de la historia de la Iglesia, 341.

CAP. XIV. La apologética cristiana en el siglo I I , por JULES LEBRETON. . . 342 § 1. Orígenes de la apologética cristiana 342

1

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388 ÍNDICE

PÁG.

Calumnias, paganas, 342. — Literatura anticristiana, 343. — Apolo­gistas judíos y polemistas paganos, 344. — Apologética de los márti­res, 344.—Las apologías. Destinatarios y finalidad, 345. — Cuadrado, 346. — Aristides, 346. — La carta a Diognetes, 348. § 2. San Justino 349 Vida de San Justino, 349. — Su conversión, 350. — San Justino en Roma, 351.—Escuela de Roma, 352.— Obras de Justino, 353.—El co­nocimiento de Dios, 354. — La Revelación divina, !355. — El cristianis­mo y la filosofía, 356. — Pruebas: la profecía, 358. — El milagro, 359. — La moral cristiana, 361.—Teología, 362.— El Verbo ¡en la creación, 363. — Teofanias, 364. — La Persona del Verbo, 366. — Divinidad del Verbo, 367. — La generación del Hijo de Dios, 367. — El martirio, 368. § 3. Los apologistas griegos en el declinar del siglo H 369 Taciano, 369. — La doctrina cristiana, 370. — La deserción de Tacia-no, 371.—Atenágoras, 372.— San Teófilo, 374. § 4. Minucio Félix 375 El Octavio, 375. — Apologética de Minucio Félix, 376.—La apologéti­ca cristiana en el siglo n, 378.

APÉNDICE. — Sincronismo de los papas y los emperadores 381

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H I S T O R I A D E L A I G L E S I A

desde sus or ígenes hasta nuestros días

DISTRIBUCIÓN D E LOS VOLÚMENES

I. — La Iglesia primitiva, por JULES LEBRETON y JAQQUES ZEIL-LER.

II. — Desde fines del siglo II hasta ¡a paz de Constantino, por JULES LEBRETON y JAOQUES ZEILLER.

III. — Desde la paz de Constantino has­ta la muerte de Teodosio, por PlERRE DE LABRIOLLE, GüS-TAVE BARDT y J. R. PALAN-QUE.

IV. — Desde la muerte de Teodosio hasta Gregorio Magno, por FIERRE DE LABRIOLLE, GUS-TAVE BARDY, LOUIS BRÉHIEB y G. DE PlJNVAL.

V. — Gregorio Magno, los Estados bárbaros y la conquista ára­be (590-757), por Louis BRÉ-HIER y RENE AIGRAIN.

VI. — La época carolingia (757-888), por EMILE A M A N N .

VIL — La Iglesia en poder de los laicos (888-1057), por EMILE A M A N N y AMBROISE DUMAS.

VIII. — La Reforma Gregoriana y la reconquista cristiana, por AUGUSTIN F L I C H E .

IX. — Desde el primer Concilio de Le-trán hasta el advenimiento de Inocencio III (1123-1198), por AUGUSTIN FLIOHE, RAT-MONDE FOREVIIXÜ y J E A N ROUSSET.

X. — La cristiandad romana (1198-1274), po^_ AUGUSTIN FLI-CHE, CHRISTINE THOUZEL-LIER e YVONNE AZAIS.

XI. — La centralización Pontifical y las tendencias nacionales (1274-1378), por H. X. AR-QUILLIERE, E U G E N E JARRT, CECILE ROUDIL y AUGUSTIN FLICHE.

XII. — Las instituciones de la cristian­dad medieval, por GABRIEL L E BRAS.

XIII. — El movimiento doctrinal entre los siglos XI y XIV, por A l M É FOREST, F E R N A N D VANSTEENBERGHEN y M A U -RICE DE GANDILLAC.

XIV. — El Gran Cisma de Occidente y la crisis conciliar (1378-1449), por F. DELARUELLB y PAUL OURLIAC.

XV. — La Iglesia y el Renacimiento (1449-1517), por R. A U B E -NAS y ROBERT RICARD.

XVI. — La crisis religiosa del siglo XVI, por E. DE MOREAU, PlERRB JOURDA y PlERRE J A N E L L E .

XVII. — El Concilio de Trento, por L. CRISTIANI.

XVIII. — La Restauración católica (1563-1648), por LEÓN E. HALKIN y P. WILLAERT.

XIX. — Las luchas doctrinarias y polí­ticas en los siglos XVII y XVIII, por E. PRÉCLIN.

XX. — La crisis revolucionaria (1789-1846), por JEAN LEPLON.

XXI. — El Pontificado de Pío IX (1846-1878), por R. AUBERT.

XXII. — La Iglesia a fines del siglo XIX (1872-1922) y comienzos del siglo XX, por E. BRULEY y J. B. DUROSELLE.

XXIII. — La Iglesia contemporánea, por J. B. DUROSELLE.

XXIV. — Las Iglesias Orientales separa­das, por N.

XXV. — Las Iglesias Protestantes, por N. , ~

XXVI. — Conclusión, por AUGUSTIN FLI­CHE y Ñ. índices alfabéticos y general.

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EL 30 DE SEPTIEMBRE DE 1952

FESTIVIDAD DE SAN JERÓNIMO, «DOCTOR MÁXIMO»

SE ACABÓ DE IMPRIMIR EL TOMO I

DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA

PARA LA EDITORIAL DESCLÉE, DE BROUWER

EN LOS TALLERES GRÁFICOS

DE SEBASTIÁN DE AMORRORTU E HIJOS, S. R. L.

CALLE LUCA 2223, BUENOS AIRES

REPÚBLICA ARGENTINA