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C apítulo XII FINAL DE LA DÉCADA

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C a p ít u l o X I I

FINAL DE LA DÉCADA

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P e q u e ñ o e s l a b ó n d e una c a d e n a s in ie s t r a

Eugenio Cárdenas Villate, el responsable de la Cooperativa de Puerto Berrío, se había hecho presente en la conferencia departamental de Antio- quia que en los días de la huelga presidió María Cano. Llevó como trofeo un buen resultado de la Cooperativa y un papel con firmas de socialistas en el que se solicitaba su inclusión en la dirección antioqueña. Augusto Quevedo. Manuel Marulanda y los demás acogieron la petición sin reparos, suficiente mérito era mostrar dos años de trabajo y la confianza de sus compañeros, además, lo conocían desde la Convención de La Dorada. María, fuera de la impresión comentada por Enriqueta y Elvira que recordaba bien, no tenía nada en su contra; la elección de Cárdenas Villate estaba asegurada y fue un hecho al terminar la reunión.

A raíz de la tragedia de la Zona, María Cano había escrito un extenso artículo con el título “Hambre y Plomo”. Cárdenas Villate se ofreció entonces a distribuir las copias que debían reproducirse y con ese pretexto viajó a Bogotá en los primeros días de enero de 1929. Naturalmente, una vez que estuvo en la capital le quedó fácil conocer a quienes tenían a su cargo las actividades clandestinas, que para ese momento lo era casi todo, incluyendo el texto que traía y de uno a otro llegó al núcleo al que pertenecía Enriqueta, por quien había preguntado insistentemente.

La primera cita la cumplieron frente a un baratillo en el que vendían toda clase de cacharros, “Tata”, que a través del olfato percibía el peligro, llegó antes de la hora sumida en un juego de dudas y desconfianza. Cuando estaba mirando la vitrina oyó las melosas palabras del sujeto que le ofrecía comprarle el sombrero que estaba en exhibición. Tenía unos ojos hinchones que le daban aire de matón pero se creía un Rodolfo Valentino y era uno de esos tipos que para galantear son ordinarios y cuando se ven rechazados se vuelven prepotentes y agresivos. La primera táctica le falló, luego le entregó las copias del documento de María y le pidió un bloque de las últimas hojas que se estaban metiendo a los cuarteles. Era aquel volante -quizá el último de la colección- dinamita pura, pues por carteles y prensa se había prevenido a la ciudadanía que a quien se encontrara distribuyéndolo se le aplicaría con todo rigor la draconiana ley. La hoja decía:

Jóvenes campesinos: Si algún día caéis en las garras de los reclutadores, acordáos que Cristo enseñó a no matar, y aunque os lo ordenen vuestros superiores, por ningún motivo y en ningún caso dispararéis vuestros rifles para asesinar a vuestros hermanos los obreros. Amad a vuestros

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M a r ía T ila U m be

SE ACENTUA INTENSAMENTE LA PROPAGANDA BOLCHEVIQUE!» LOS CUARTELES ¥ ENTRE LOS CAMPESINOS LAS CIRCULARES SORPRENDIDASTexto de ios impoitóníes documentos qu e fueron cogidos por ios

altos oficiales en la fábrica de m onicionesy en los coárteles. Ar­cillar enriada por ios bolcbeviqnes a los campesinos. La la rse lle ­

sa comunista. £1 »m isterio de guerra Yigila a los ^olefaeTiqnes

semejantes, con mayor razón si ellos pertenecen a vuestra misma clase. Todos somos hermanos. Todos somos pobres, CON BALAS NO SE CAMBIA EL HAMBRE DE NUESTRAS FAMILIAS. Por cada cien habitantes hay noventa y cinco pobres; luego la mayoría pertenece al partido de los pobres, o sea al.SOCIALISMO.

El texto pertenecía a la segunda ofensiva iniciada pocos meses antes con buena suerte y ya había llegado a los contingentes de Huila, Nariño. Caldas, Antioquia, Boyacá, oriente de Cundinamarca y Norte de Santan­der. La cuestión era grande y había provocado una explicación del general Victoria en otro de sus habituales textos confidenciales, tan curiosos como melancólicos, que decía:

Un gran porcentaje de estos contingentes es desafecto al Gobierno y a las instituciones que rigen la Nación; hay más, esas clases que vienen a los cuarteles traen la simiente del antimilitarismo, del desconocimiento de toda autoridad y extraviadas por las disolventes ideas del socialismo, ideas que van apoderándose de la mente irreflexiva de las masas traba­jadoras que así se van convirtiendo en el problema más grave que habrá de presentársele al país.80

A la segunda cita se apareció Enriqueta con una sola hojita en la mano en vez de un bloque, le dio al tipo cualquier explicación y procedió a despedirse pero el hombre, cargoso, se empeñaba en preguntarle a quién podría entregarle un dinero de apoyo que traía, excedente de las ganancias de la Cooperativa, y malempleaba las palabras con las que quería impresio­narla: tácito, explícito, déficit, superávit, etcétera, etcétera. Ella contestaba con monosílabos, creía que haciéndose la tonta él no se sentía estúpido.

80 Rojas Guerra, op. cit., pág. 89.

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hasta que apareció la pregunta precisa: iDónde está el tío Totní -así le decían a Tomás los más cercanos-. Suficiente motivo para despedirse de manera cortante, obviamente lo desinformó. Por fortuna, pensaba, el hombre no era más que un accidente chocante y no lo volvería a ver; había repetido que al otro día saldría de Bogotá.

A ojo de buen cubero el proyecto insurreccional estaba más que de­bilitado para 1929. Enriqueta calculaba que la militancia se había reducido en más de la mitad; después del 6 de diciembre -musitaba- la gente estaba licita de impotencia, la gente quedó llena de miedos y de dolo!:.. Sin embargo, los núcleos que quedaban querían traspasar, ir más lejos de sus esperanzas, sus gentes vivían con igual intensidad episodios pintorescos o dramáticos y esos dobles momentos de alegría que producen el ser y el hacer en la lucha política, cuando no está anestesiada. Se refería ella al grupo para el cual le asignaron responsabilidades de control; encargado de elaborar cascarones o “tarros” que deberían ser entregados vacíos a los venezolanos. Vacíos, porque su contenido iba a ser explosivo y obviamente nadie puede transportar carga­mento tan peligroso listo para entrar en acción. Los cascarones tenían como ruta principal los Llanos y como fecha de entrega febrero; pero inicialmente los embutían en canastos, circulaban de mano en mano entre el grupo, cada quien daba su opinión y todos se sentían peritos. También servían para en­tretener a los niños llorones poniéndoselos de juguete. El contenido que los convertiría en granadas estaba en otra parte pero nunca nadie dijo dónde, posiblemente otros grupos menos folclóricos serían los encargados. En ese mes unos zapateros de apellido Pedraza que hacían sutiles experimentos y ensayos cuidadosos empezaron con pruebas en la Sabana de Bogotá, a las que asistían los de más confianza como Urbano Trujillo y dos o tres perso­nas de Girardot, Vela Solórzano, el “Mono” Dávila y otros responsables. En distintos días iban las personas que asumirían la tarea final de entregarlos a los venezolanos: Chaves Pinzón, Vespasiano Jiménez, “Teleche” y la hija del general Saavedra. Era ella mujer alta y varonil que tuvo fama de intrépida, la recordaban como muy recursiva para desplazarse por distintos lugares organizando a la gente pero su nombre quedó en el anonimato. De todo aquel elenco los encargados de elaborar los artefactos eran los obreros: Ernesto Rico, jefe de mecánicos de los tranvías municipales y Rafael Izquierdo, latonero; además el farmaceuta Ezequiel Campos, presidente de los núcleos socialistas de los barrios orientales y los activos zapateros Pedraza.

Hacia la mitad de enero sucedieron hechos preocupantes, los socia­listas y algunos de sus amigos vieron sus nombres en carteles como los

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que estuvieron de moda en los Estados Unidos para atrapar a Dillinger o Al Capone; Rengifo los hizo colocar en las estaciones ferroviarias y en las piedras de los caminos ofreciendo recompensas por sus cabezas. En la región de Honda el “SE BUSCA” señalaba a Viana, Del Bosque y Carlota Rúa; en el oriente a la hija del general Saavedra, también los hubo en la Sabana de Bogotá y en la Región del Tequendama, señalaban entre otros a Elvira Medina que recorría hasta Girardot atendiendo a los presos sociales y a los enfermos (uno de esos avisos lo guardó Susana, la hermana de Elvi­ra Medina, durante años). Mientras tanto detenían a Pedro Narváez y en Girardot capturaban de nuevo a Angel María Cano.

Por esos mismos días de enero llegó a Bogotá María Cano para exa­minar las consecuencias de lo acontecido en la Zona. Traía aportes para el documento que debería llevarse a Buenos Aires, el cual esperaban que Tomás sustentara. Ella no aceptó la posibilidad de hacer ese viaje a menos que algo grave ocurriera. Nada era de extrañar para esos momentos en que habían llegado rumores de que a Uribe Márquez alguien en el Gobierno lo quería muerto. A pesar de las malas noticias el ánimo se mantenía y en eso contribuyó la presencia y alta moral de María.

Los problemas que se discutieron ciertamente eran graves, graves y nefastos. Como resultado de la ley del más fuerte estaban frente a un apa­rato sindical disuelto; en las ciudades el PSR se reducía, entraba en crisis y en ese momento de decidir entre morir o salvarse dirigentes como Servio Tulio Sánchez, Ocampo Vásquez, algunos estudiantes e intelectuales bus­caban sitio en la tendencia contrapuesta que acababa de aparecer, sin duda minoritaria pero apoyada en Moscú. Y ahí no acababan las calamidades. Varios de los aliados de la izquierda liberal se habían vuelto esquivos; que­daban pocos generales entusiastas que no tenían fuerzas ni la gente para mantener utopías.

Del examen de enero quedaron tres conclusiones: María Cano retor­naría a Medellín para preparar un encuentro o reunión de sobrevivientes en el mes de febrero; Uribe Márquez debía terminar el documento para asistir a la Conferencia de Buenos Aires en junio, pero antes, él, Dávila y otros visitarían las regiones insurgentes. ¿Debían continuar o detenerse. Dávila salió para Girardot y Tomás para Puerto Tejada donde encontró una compleja situación: seiscientos macheteros habían sido sorprendidos por un ataque a bala, agresión hecha por la tropa y un terrateniente de nombre Emilio Ochoa, autorizado por el gobernador para arrebatarles el pedazo de selva donde vivían. Exasperados los campesinos tomaron las armas que

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ FinaI de la década

tenían guardadas y repelieron el asalto, pero pusieron sobre alerta a las autoridades, que naturalmente iniciaron una investigación. ¿De dónde habían sacado esas armas¿

El 6 de febrero Enriqueta recibió un llamado urgente de Ezequiel Campos, quien le pidió encontrarse con alguien para obtener un dato. Con las indicaciones del caso salió en busca de ese alguien pero con uno de los “tarros” en su bolso, encargo que el crédulo farmaceuta le entregó para que se lo diera al contacto. Y ¡oh sorpresa! en el lugar y con las señas, indica­das estaba esperándola Cárdenas Villate; si la presencia de ese imbécil la ensombrecía, ese día la dejó paralizada. El hombre no le dio ningún dato y más bien aprovechó su estupor para pedirle el “tarro”. Quién iba a ima­ginar que ese artefacto vendría a ser la principal acusación en su condena y paradójicamente su propia salvación. La escena la estaban presenciando dos mirones a muy corta distancia, los mismos que luego la siguieron por cuanta calle y vericueto ella cruzó angustiada con la intención de escabu- llírseles. Finalmente, pudo hacerlo sin dudar de que estaban atrapados, veía en Cárdenas Villate un traidor, un eslabón de cadena siniestra, quizá guiado por otros con más bagaje en la cabeza.

E l d e r r u m b e

Muy tarde llegó a su casa, desfallecida, y estaban esperándola: ¡Queda usted detenida por portar bombas de dinamita! No pudo entrar siquiera. Los muchachos, impotentes, oyeron el batiburrillo que armó la policía cuando se llevaron a la madre. Horas antes la casa había sido literalmente asaltada, requisados sus cuartos, destruidos sus sencillos haberes sin que encontraran nada. Intentaron llevarse presos a los niños, pero Olga, una de las hijas de Enriqueta, de sólo doce añitos le replicó a los uniformados: "no nos pueden llevar porque la orden de captura es para mi mamá"*'. En la madrugada de ese mismo día cayeron sobre Tomás que estaba solo.

Por las tapias que rodeaban el patio y el zaguán aparecieron en multi­tud los quepis y los revólveres de los policías. ¡Entréguese! Entonces pensó que la policía sola no hubiera dado con su paradero por lo que entre ellos tenía que haber un delator.

81 El Espectador, febrero 8 de 1929, pág. 1.

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M a r ía T o a U r ib e

Con pocas horas de diferencia detenían en Medellín a María Cano mientras esa misma noche se desarrollaban en esa ciudad, Cali y Bogotá pa­recidas escenas. Más temprano que tarde había llegado el desastre! Y es aquí cuando se produce el dramático punto de giro de la trayectoria del PSR, que haría cenizas las esperanzas acumuladas por sus victorias. El 8 y 9 de febrero, los días y los meses siguientes los periódicos anunciaron la conmoción con un alud de versiones y declaraciones oficiales. Algunos subían de color los contenidos confundiendo a los sectores de gentes incautas y desprevenidas, a esa franja de opinión pública a la que sólo le llega la información de un lado sin posibilidad de conocer el otro. Había que leer entre líneas:

“Fue difícil encontrar a Uribe Márquez, oculto desde la finalización de las Bananeras”. “Se encontró un túnel muy bien diseñado donde estaban los explosivos “. “Gracias a un agente de seguridad se dio con los sitios tanto en Bogotá como en Girardot”. “Caen numerosos líderes que se en­contraban en varios puertos del río Magdalena”. “Minguerra en posesión de un archivo secreto”. “Granadas eran guardadas entre los ferrocarriles, iban para Venezuela”. “Planos de-Bogotá en donde debían colocarse las bombas”. “Los presos pasan de cien”.

El golpe con el que les madrugó la Hegemonía dejó en Consejos de Gue­rra por Rebelión a más de cuarenta personas en Bogotá, veinte en Medellín, otras tantas en Cali, Girardot, Cúcuta y Tunja. María Cano resultó sindicada de culpabilidad en la rebelión; sus hermanas, los niños y las mujeres que vivían de paso en su casa y hasta los amigos que estaban de visita quedaron allí mismo retenidos. Augusto Quevedo, ex cónsul en Trinidad, fue el otro implicado en el “complot”. Cayó también Torres Giraldo, detenido cerca de Medellín; corrió el rumor de que sobre él caería la pena del destierro, aunque no existía legalmente. Dávila y Elvira Medina quedaron presos en Girardot Él, por estar implicado en la huelga de la zona; a ella le cobraron muy alto la defensa de los presos sociales y por los peligrosos escritos encontrados en su casa: un paquete de hojas con el título “Meditación del Soldado”, otro dirigido a los obreros y campesinos de Colombia que venía desde México: cantos, coplas, versos y cuentos escritos por los campesinos de la región del Tequendama y un libro sobre técnicas policiales. Simultáneamente Del Bosque es detenido en Honda con otros socialistas por formar parte de la conspiración y en el ojo del huracán Uribe Márquez es señalado como el conductor rojo y jefe de la rebelión. Por otra parte los generales “Teleche" y Demetrio Morán, poco tiempo más tarde, serían acusados de los "incendios en Medellín provocados por los socialistas", según la información de Mundo al D ía. Mientras tanto, a Vespasiano Jiménez y Chaves Pinzón les decomisan

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Final de la década

W £N TARDI

n . M íA Í 'O Í 'N I » r

* ES T E NUMERO INCLUYE E L SUPLEMENTO Y VAI

EL PRODUCIDO DEL F .C . DEL PACIFICO

EL MES DE AGOSTOEL AVANCE RECIENTE DE LAS DIVERSAS OBRAS PU­

BLICAS NACIONALESLo» tren«» del F e rro ca rril del P acifico no pudieron «alir hoy do Cali.

La» bodega» y oficina* de la estación fueron cerrad a« p o r la p re­sión de lo* huelguista». ■ El p aro e» general a lo largo de la linea ; tam bién en ei muelle de B u enaventura. - Num eroso» obrero« de fabrica» «e »olidarizan con lo« ferroviario«. - La« fuerza« pública» ton im potente« p ara dom inar el m ovim iento. • El G eneral Váaquez Cobo tam poco pudo h a ce r nada por con ju rarlo . - La« coadicione« que exigen lo« obrero» en hu elga.-E l je fe de lo« 5 0 0 0 hoelguUtaa

EL PLAN DE OBRAS• Y DE EMPRESTITO

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BOGOTANA T F R F S t

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M a r Ia T ila U r ib e

en Bogotá 13 fusiles Grass y carabinas y Cuberos Niño es señalado por el ministro como el otro cabecilla del golpe.

Seguían ocurriendo cosas que no dejaban piedra sobre piedra y no cesaban de ocurrir: no quedó taller de fundición, latonería, tren, locomotora, champán del Magdalena, casa sindical, cooperativa o liga de inquilinos por donde no hubiera pasado el ciclón; ni cárceles con espacio, y la resonancia de los acontecimientos produjo el lenguaje más acelerado en el ritmo de la violencia de esos años.

A su vez, con su carga de distorsiones la legación norteamericana reportaba a Washington hasta dos veces diarias la odisea, (según se muestra en el facsímil que se publica en el anexo 1).

Las gentes fueron juzgadas por grupos y en algunos casos indivi­dualmente. Las diligencias en Bogotá las adelantó el jefe de detectives de la Policía Nacional y Juez de Orden Público Rojas Granados, un tipo bastante consumido y de maneras torpes que pretendían resultar refinadas. Bien preparado para recibir al grupo donde estaban Uribe Márquez, Enriqueta Jiménez, Ernesto Rico, Ezequiel Campos y acompañado de su horrible comitiva, alistaba lo pertinente para iniciar el Consejo de Guerra en el que serían juzgados de inmediato.

Desde el primer momento los presos quedaron recluidos en las peni­tenciarías o en las cárceles de mujeres, incomunicados, encalabozados por tres días a pan y agua. Muchos de los socialistas revolucionarios no tuvieron defensa. Se recuerda que el abogado Criales (padre) de Girardot, asumió la defensa de Juan C. Dávila, Elvira Medina, Vela Solórzano y otros acusados.

G a it á n , d e f e n s o r d e T o m á s U r i b e M á r q u e z

Pero todo juicio político está precedido de una historia oculta y la historia subyacente en el caso Uribe Márquez se encontraba en la estruc­tura de la defensa planeada por el brillante joven Jorge Eliécer Gaitán82. La estrategia fue compartida con Jorge Uribe Márquez, quien no podía figurar ni aparecer pero se entregó por completo al caso de su hermano, y no fue fácil. Noches enteras debatiendo los argumentos de fondo y estudiando meticulosamente los de forma. Jorge Uribe se cogía la cabeza, dudaba de la

82 El texto completo de la defensa fue publicado en El Tiempo, mayo 20 de 1929, pág. 13.

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aceptación de esa estrategia por parte de Tomás. La disyuntiva era: acepta la responsabilidad total en el intento de conformar una fuerza militar grande en hombres y medios para derrocar al régimen, y en ese caso le espera la condena por el resto de su vida, o convertimos en pecado venial lo que en principio se ve como mortal, so pretexto de una acción concreta que no puede llegar a probarse. Sobre esto último apostaba Gaitán un triunfo jurídico y una corta condena.

Para Gaitán el caso Uribe Márquez era continuidad de los procesos de la Zona Bananera -en los que ya había obtenido el triunfo político y los presos comenzaban a quedar en libertad- así se lo manifestó a Enriqueta a quien visitó en “El Buen Pastor” antes que a Tomás. Ella consideró hábil y certera la figura jurídica planeada; no quería héroes, ni ser la viuda de un es­pectro viviendo en penitencia. Por lo demás confiaba en Gaitán como jurista, como demócrata y como hombre de calidad humana (él hizo la defensa sin aceptar un solo centavo de su defendido ni de su familia) y profesaba por doña Manuelita, la madre de Gaitán, admiración y cariño profundo como todas las maestras de su época. Días después a Tomás le llegaba un diminuto papelito enrrollado entre un tubo dental con un emocionante mensaje de aliento, reflexión y amor: ¡Estás a llí por querer hacer polvo la injusticia y el desamor; confía en la defensa!, estoy embarazada. De esa manera lo enteró de que iba a ser padre.

Cuando se vieron por primera vez después de la captura estaban colocados en estrados, ante tribunales y jueces inculpándolos y ellos dos descubriéndole caras nuevas a la ley en medio de tensiones, cruzándose miradas de sombras y de luz. Se oyen tres golpes de martillo para iniciar el juicio y las frases pertinentes. El denunciante no podía ser otro que Cárdenas Villate; el delito, REBELIÓN. Luego llega el momento esperado: ¡Tiene la palabra la defensa...!

"Hablo como defensor de Tomás Uribe Márquez en la causa que por dis­tintos delitos se adelanta contra él, empezó diciendo Jorge Eliécer Gaitán en uno de esos discursos cuya oratoria lo hicieron famoso desde Roma, cuando fue discípulo predilecto de los preclaros juristas italianos. Y continuó: Decía Carrara que 'cuando la Policía se mezcla en las cuestiones jurídicas se atiende frecuentemente más a la voz de la pasión que a la de la lógica'. Luego atacó con un primer y demoledor golpe directo contra el Juez, pues tenía en su mano una carta escrita por el homólogo de Orden Público de Honda al Prefecto de Detectivismo (o sea, al mismo Rojas Granados), con fecha 22 de noviembre. En ella el juez de Honda le decía a Rojas Granados que tenía

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M a r ía T il a U ribe

en su poder a un socialista de apellido Anzola, y agregaba: 'Creo que usted no tendrá ya que ponerle reparos a la captura de Uribe Márquez. He mantenido incomunicado a Anzola, si la indagatoria se verifica aqu í no hay modos, sin que el apoderado se entere de lo que se trata. Yo con cierta maña he llevado a la gente a l convencimiento de que se trata de un cuantioso robo..."

De manera que existe aqu í -d ijo Gaitán poniendo la carta sobre la mesa y ante el asombro de todos los presentes- la confesión de dos hechos delictuosos por parte del funcionario: primero, el no haber tomado la indagato­ria en el término que la ley señala, segundo, haber atribuido a los detenidos la comisión de un robo no verificado, lo cual constituye una calumnia. Semejante sorpresa, cuestión que el mismo Tomás ignoraba, dejó al Juez en una incó­moda situación defensiva y a Gaitán dueño del terreno. Y siguió avanzando en un juicio donde no hubo confrontación de principios ni alegatos polí­ticos de fondo. Jorge Eliécer Gaitán evitó cualquier tema sustancial y sólo tangencialmente aludió a l grave interés social, a l esclarecimiento y precisión de unos hechos que han sido razón y-eje de la intranquilidad del país en varios años; y afirmó: pero no hubo rebelión ni complot comunista y menos revolución. A Uribe Márquez le adjudicó un carácter apático, sin ningún atributo intelectual (!). De común acuerdo, Tomás guardaba silencio y calma, aún en momentos en que uno de los acusados para defenderse habló más de la cuenta. No era hombre que tropezara o cayera de rodillas y eso el Juez lo advertía, de ahí que cuando le ordenaba ¡de pie el acusado! se lo decía con 220 watios en los ojos.

Las reglas de procedimiento eran estrictas y precisas, los prisioneros carecían de una copia de las acusaciones, por eso, en el caso de Enriqueta, ella ignoraba cuál podría ser la principal incriminación en su contra. Considero que el momento culminante del drama ocurrió en el careo con Cárdenas Villate. Posiblemente el hombre sin tener en cuenta que en esa diligencia lo mínimo adquiere trascendencia, aceptó y repitió el nombre que Enriqueta le diera al objeto entregado y recibido por él aquel 6 de febrero. Quedó entonces muy claro que nunca se trató de una bomba, granada o explosivo alguno, simplemente era un “tarro” y así también lo llamaron los mirones testigos. Aunque esto fue definitivo en el resultado final, lo que más le impresionó a “Tata” fue haber conocido a un ser sin escrúpulos, que en el careo tiritaba como un gozque y no podía mirarla de frente; es decir, el hecho mismo del premio al delator, el ver recompensado al que cambia los valores humanos y prefiere añadir al delito la ignominia (Cárdenas Villate una vez terminado el juicio fue sacado por el gobierno para Buenos Aires).

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Durante los tres meses que duró este viacrucis aparecía a momentos un hálito optimista por el curso que tomaban los juicios. La opinión pública estaba dividida, los mensajes de aliento y la solidaridad nunca faltaron, los compañeros y amigos respondían y el Maestro Rendón inclinaba la balanza a favor con sus caricaturas.

El último día y en medio de un silencio sepulcral una voz leyó el veredicto: Tomás Uribe M árquez ...queda usted sentenciado a dos años de prisión, con las siguientes penas accesorias: vigilancia por dos años a partir de su liberación; pérdida de todo empleo público y de cualquier pensión a que tuviera derecho; privación perpetua de los derechos políticos: no voto, no opinión, no escritos, no candidaturas, no hablar en público y pago de los costos del juicio. Enriqueta Jimenez Gaitán: debe cumplir una pena de tres meses de prisión. El mismo tiempo para los demás detenidos.

Durante el tiempo que duró el Consejo de Guerra el recorrido para los presos de la reclusión al cuartel y viceversa les parecía eterno, más que todo por lo inhumano de la vida en la cárcel. Es este un aspecto que bien vale la pena conocerse. ¿Cómo eran esas criptas, que no otra cosa parecían, en esos años¿

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M a r ía T i i a U r ib e

U n a f i e l r e p r e s e n t a c i ó n d e l m e d io e v o

El Panóptico.* -tras cuyos muros ni usted ni yo quisiéramos jamás haber estado encerrados- visto desde afuera parecía (y parece) una fortaleza rectangular y escueta con muros de piedra aproximadamente de quince metros de alto. Fue construido a imagen y semejanza de un penal de Illi­nois dei siglo XVII y como aquel, cualquiera se perdía en su enjambre de patios, celdas y catacumbas. En 1929 la atmósfera interior estaba cargada de rigores: gritos de órdenes y prohibiciones se mezclaban con estridencias de cadenas y cerrojos. Después de pasar el primer tramo de viejas oficinas de dirección, administración y personal de guardia empezaba el horror en el inmenso corredor central con aspecto de túnel y en las galerías o tramos laterales de celdas. A esas galerías los presos les habían puesto nombres: “Hotel Circunstancias”, “El Solitario”, “El Muñequero”. Tenían capacidad para 500 hombres pero en ese año cada celda albergaba tres o cuatro pre­sos. En los patios, sitios donde los hombres permanecían hasta las tres de la tarde, hora de encierro, algunos presos se procuraban trabajos de tipo artesanal, objetos que hacían de cabuya y de cacho; en uno de ellos forjaban grillos y cadenas que eran orgullo del penal y su hechura privilegio de los reos más antiguos. Pero estos inmensos corrales también eran lugares de suplicios...

En la parte baja del primer patio a la izquierda, destinada para presos sociales, estuvieron Tomás, el “mono” Dávila y las demás personas juzgadas por entonces. En el centro del patio había una gran pila de agua, ahí, a las cinco de la mañana debían meterse los hombres desnudos a bañarse. De hecho significaba rechazo y riesgo por el helaje del agua y la intemperie, a esto se añadía una práctica sádica: en torno de esa pila los guardianes arma­dos con largos palos de punta de aguijón punzaban el cuerpo de los presos que evitaran zambullirse, estos sólo podían salir del agua después de diez minutos de indignidad. A renglón seguido y en ayunas venían los turnos de presos para el cepo. Los había de tres clases: el que fijo al tobillo del reo le servía de prisión, como el que le aplicaron a Mahecha y sus compañeros después de la huelga de Barranca. El del palo: el preso sentado y amarrado debía sostener entre sus brazos un madero de regular grosor a la altura de la nuca. Y el de cabeza, quizá de más crueldad: se trataba de una rueda de

* Penitenciaría Central de Bogotá. A partir del 9 de abril de 1948 (“El Bogotazo”), se con­vertiría en el Museo Nacional. (Carrera 7a., calle 32)

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madera colgada, que se abría horizontalmente por la mitad y en sus tres orificios el preso colocaba su cabeza y sus manos; luego lo aprisionaban con la otra mitad. Este era el cepo número 3, al que asignaron a Tomás durante los primeros 60 días por una hora diaria, antes de ser conducido al Consejo de Guerra.

Sin embargo, después de unos días ya él había sabido ganarse un lugar de respeto y estimación. Por cuenta propia los guardianes rebajaron el tiempo de cepo. Simulaban cumplir el castigo haciendo pantomimas y dando órdenes. De esa tortura Tomás no quiso que Enriqueta se enterara, vino a hablar de ella cuando obtuvo su libertad y también en su diario: "... siento el frío agarrotándome los dedos, traspasándome el alma...". Ella hizo otro tanto respecto de lo que observó y sintió en “El Buen Pastor”, cuestiones que relató tiempo después.

C á r c e l d e m u j e r e s

Rapadas por adúlteras, resultó ser la imagen que más impactó a Enri­queta de algunas de las ochenta mujeres que allí vio reunidas en un corredor sórdido, a semejanza de un fresco de la miseria humana: ladronas, golfas, patronas de burdeles, necesitadas y harapientas cuyo único abolengo era la pobreza; contrabandistas, inocentes, pobres de espíritu que miraban como un perro cuando suplica desesperadamente. Todas llevaban camisones grises, la cara lavada. Todas tenían la obligación de coser, bordar, remendar o tejer para la clientela de las monjas. Ninguna podía bañarse desnuda bajo el chorro de guadua, ninguna podía pintarse la boca, ninguna faltaba a misa diaria para oír invariablemente que esta vida es un valle de lágrimas y vinimos aquí para sufrir. La rutina no la quebraba nadie, la uniformidad la rompían las cabezas de las adúlteras, mujeres de toda clase social y condición que por suerte estaban allí o por bondad del marido pues la ley consagraba (y consagró por muchos años más) el uxoricidio legalizado (Art. 591 del Código Penal de entonces), que a la letra decía: "El homicidio es inculpable absolutamente cuando se cometa en la persona de la mujer legitima o de quien viva a su lado honradamente, a quien se sorprenda en acto carnal con un hombre que no sea su marido (...) o no en el acto carnal pero sí en otro deshonesto, aproximado, o preparatorio de aquel, de modo que no se pueda dudar de! trato ilícito que entre ellos exista".

Sin embargo, maridos había que no castigaban con la muerte a su mujer y apelaban a otro artículo (712 del mismo Código Penal), que decía:

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M a r ía T il a U r ib e

"La mujer que cometa adulterio sufrirá una reclusión por el tiempo que quiera el marido..."-, quedaba libre de adulterio sólo si el marido lo consentía, era una cosa; pero entre más alta la escala social más placer del señor por someterla a la muerte en vida de la reclusión.

Enriqueta estuvo en “El Buen Pastor” tres meses, mucho tiempo cuando se trata de vivir en la cárcel, pero no por ello dejó de pensar ni de ser optimista y graciosa. Paradógicamente -decía- la cárcel también fue una experiencia útil en mi caso. Durante el tiempo en que el grueso de los socia­listas estuvo preso, de febrero a noviembre, se precipitaron acontecimientos de suma importancia en Bogotá, como los sucesos estudiantiles de junio Enriqueta salió en libertad antes de que esos hechos ocurrieran.

O r i g e n d e l 8 y 9 d e ju n io

Los acontecimientos de junio del año 29 han sido vistos histórica­mente como raíz de los movimientos estudiantiles. Los aniversarios del 8 y 9 de junio y el asesinato de Gonzalo Bravo Pérez se han conmemorado posteriormente de distintas maneras inclusive luctuosas, por otras muer­tes de otros estudiantes que han donado sus vidas en las mismas aunque posteriores fechas.

No obstante, aquellas jornadas tensas e intensas quedaron con la apariencia de un simple trozo en la película política de su tiempo, por eso en su balance se hace necesario descorrer otros pliegues para descubrir lo esencial de una década sorprendente y dramática. Es decir, los motivos que hicieron vibrar al pueblo en las calles capitalinas con toda la indignación y el coraje, fueron también el medio para obtener el logro de otros fines. Ese fue el trasfondo de la película.

Los hechos se precipitaron en cinco días como resultado del largo reino de la arbitrariedad y conservaron el vigor anterior de campo de batalla o tono que el PSR había entronizado. El nuevo "florero de Lló­rente” comenzó con la destitución del alcalde de Bogotá, Luis A. Cuervo, nombrado por el gobernador, que erró de plano al designar un hombre que no pertenecía a ninguna rosca. Alguien tenía que ir en contravía y el valeroso alcalde resolvió emprender una campaña de moralización que inició por lo alto, removiendo a los gerentes del tranvía, el acueducto y el secretario de Obras Públicas. Sucedía que la estructura burocrática descansaba en un sistema de “roscas” para otorgar empleos y posibilitar

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Final de la década

el enriquecimiento de pequeños grupos a costa del erario público. Una de esas bandas de ladrones de cuello blanco controlaba la administración y los servicios públicos en la capital del país y de ella era jefe el ministro de Obras Públicas Arturo Hernández, apodado por la ciudadanía “Chichimoco”, o también “Caradefraude”. El alcalde se enfrentó entonces a la rosca del mu­nicipio, al mismo gobernador Meló y en la Nación a los ministros Rengifo y Hernández; de ahí su destitución precedida de entrevistas diarias en El Espectador y de respuestas de los “ofendidos” en El Tiempo. Presintiendo su destitución el alcalde había reunido al Concejo con el fin de que se creara una junta encargada de investigar los negocios sucios de la rosca, en la que también contaba un cuñado de Abadía Méndez, secretario del gobierno municipal.

Estos gerentes y directores administrativos llamados popularmente ‘manzanillos” tenían un inmenso poder, sus firmas eran órdenes y su papel en las elecciones de los últimos años era el de garantizar el fraude en una ciudad como Bogotá, de mayoría liberal y también de intensa abstención impulsada desde 1922 y aumentada por el PSR más tarde. Sus métodos consistían en sacar policías y matones a la calle los días de elecciones que atacaban con cal en los ojos a los contrincantes, luego, aturdían o herían a sus víctimas con tubos y puñales. El voto en los años Veinte no era secreto, irse a las urnas era irse a las manos, conseguir golpizas, quedar malherido y además perder. Los votos de la mayoría conservadora salían de los empleados del municipio que votaban en ocasiones hasta quince o veinte veces, cues­tión que pudo establecerse porque esos votos superaban quince o veinte veces el número de los mismos. “Chichimoco” en pocos años fue gerente del tranvía, diputado, miembro de la Junta de Empréstitos Extranjeros, representante, senador y finalmente ministro.

Aquella corrupción y el índice de pobreza rebosaban la copa de la indignación popular y ese 5 de junio se generaba en la tarde un movimiento social de rechazo a la rosca y apoyo al alcalde, que tomaba senderos im­previstos. La agitación política la encabezaron en principio los estudiantes, algunos diarios y asociaciones artesanales; luego se sumaron sindicatos, obreros de distintos gremios y gente de barrios, es decir, los sectores donde más se había desarrollado el socialismo revolucionario. Pero 1929 ya era otro momento, el PSR había perdido por completo el control político en la vida pública y sólo quedaban sus enseñanzas: los métodos organizativos, las experiencias de cómo hacer grandes movilizaciones o pequeños comités barriales para resistencias multitudinarias.

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M a r ía T ila U r ib e

Esa tarde numerosas personas se dirigían al Capitolio lanzando vivas al alcalde y mueras a la rosca municipal en lo que la prensa denominó como una cruzada de salud. Y esa noche se organizaron grupos para visitar perió­dicos, pasar la voz convocando una manifestación para el día siguiente y como antes, establecer el boicoteo a los tranvías; con la diferencia de que en él no participaron los tranviarios. Estos trabajadores junto con los del acue­ducto y el aseo fueron llamados por la rosca, que estaba apoyada en Cortés Vargas, nombrado Jefe Nacional de Policía después de la masacre. Al ver la respuesta multitudinaria los manzanillos resolvieron organizar militarmente a esos trabajadores y procedieron a repartirles armas para que atacaran la manifestación del día siguiente. Gracias a la conciencia de esos trabajadores aquel enfrentamiento fratricida no se dio; pensemos que venían de jornadas difíciles y eran ya hombres con una mentalidad distinta. Desde luego, algunos de ellos protagonizaron cruce de bofetones con la gente en las calles.

Pero esa misma noche ocurrían otros hechos en los salones del Jockey Club y del Gun Club de Bogotá: los políticos liberales comenzaron a reunirse para conformar la llamada Junta de Notables, altas figuras de la sociedad bogotana, como lo describieran los periódicos de su tiempo. Y lo eran. La nómina de quienes tomaron en sus manos la situación la componían los doctores Lleras Acosta, Uribe Cualla, Camacho Carreño, Luis Cano, Holguín y Caro, Enrique Santos, Nieto Caballero y otros importantes personajes liberales. Aquellos centros sociales y exclusivos se convirtieron en casas de resistencia al régimen, salían de allí llamamientos, peticiones de renuncias y comunicados hacia los periódicos. La opinión de cada notable era divulgada en segundos por más de trescientas personas que permanecían en la calle, a las puertas del club. Esa misma noche salió de uno de los clubes la orden de fijar carteles convocando a la manifestación.

Al atardecer del día 6 los atrios del Capitolio estaban colmados. Gaitán estaba allí, tenía ya una aureola merecida que aclamaba la gente y lo sen­tían auténtico, más cerca de su pueblo que de los notables. Sin embargo su importante actuación vino a tener dos filos porque a la vez que defendía con devoción derechos esenciales centrándose en la protesta popular, su carisma servía de palanca para las segundas intenciones de los socios del Jockey. El joven inició su discurso; apasionado en el ademán, persuasivo en el dejo de su voz popular, coherente y claro en el razonamiento:

A esta manifestación de protesta no han debido invitar solamente a los universitarios (...) No se trata aquí de la queja de un partido, no es la voz del Partido Liberal o del Partido Conservador aisladamente, es la

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

voz angustiosa de la ciudadanía bogotana que pide que se arroje de los puestos oficiales a quienes han mancillado el nombre de la ciudad y de la República. (...) Porque es menester tener en cuenta que muchos de los personajes que usufructúan los mejores gajes del Gobierno, debieran estar más bien en los rastrillos del presidio, a sabiendas de que existe una Ley Heroica, como falsificadores de la opinión pública.

Entre los elementos simbólicos que los manifestantes portaban algu­nos aludían a la masacre de Ciénaga; pues no hubo movilización o evento político entre 1929 y 1930 sobre los cuales no gravitaran Las Bananeras: una calavera ensartada en un palo, fémures, esqueletos y calaveras pintadas y adornadas con racimos de banano y leyendas: “Venimos del Magdalena”, “Cortés Vargas, aquí estamos”. Los manifestantes llevaron todo el día por todas partes esos emblemas.

El día 7 aumentó la agitación pero ya con la presencia de la policía en las calles, los primeros disparos los hicieron a mitad de la tarde y eso exaltó aún más los ánimos de los manifestantes que respondieron a la bala con piedra, resultando algunos agentes y manifestantes malheridos.

Uno de los sitios más vulnerables era el Diario Nacional (carrera sép­tima, calle 17) sobre todo por el odio que Cortés Vargas le tenía al periódico. Allí se dieron cita en esos días los socialistas revolucionarios aún buscados; allí trabajaban varios de los muchachos que se habían desempeñado como correos rojos; de allí salió la decisión de levantar barricadas para defenderse de un seguro ataque. En eso estaban con grupos de universitarios cuando llegó la carga de caballería, que entraba de sur a norte disparando. Dos jóvenes cayeron heridos por las balas, uno de ellos era Carlos Cuéllar. (ver: foto superior en “mundo al día”).

A las diez de la noche un grupo de estudiantes, cuya labor era llevar noticias a los periódicos, pasaba por la carrera octava con la calle novena. Repentinamente los policías de la Guardia de Palacio dispararon contra ellos y una de esas balas penetraba en la espalda del estudiante Bravo Pérez que se desplomaba sin vida.

El 8 de junio, sábado de luto y de victoria, la ciudadanía se despertó aún más resuelta. Ya no iba solamente contra los gerentes sino contra Cortés Vargas, los ministros Hernández y Rengifo y el gobernador Meló. La junta de Notables en nombre de la ciudadanía y utilizando como medio de presión el cadáver de Bravo Pérez, que transportaban los manifestantes con dirección al Palacio, conferenciaba por teléfono desde el Jockey con el presidente.

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M a ría T ila U ribe

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HABLA HOY EL MINISTRO DE GOBIERNO PARA “ MUNDO’

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ][ Final de la década

A Abadía Méndez no le quedaba otro camino que el de disolver a sus subordinados, de Rengifo, hizo una defensa parcial; pero el momento le fue adverso al ministro que quedó sin base cuando el general Eliseo Arango confesó una conspiración en que Rengifo había participado. El presidente ofreció entonces la destitución de los tres altos personajes más odiados por el pueblo, no le quedaba otra alternativa y aunque el ministro no salió de inmediato toda la fortaleza del Gobierno se venía al piso. Era el día 9.

El éxito había sido para los Notables, que estructuraron sus orienta­ciones de cara a los hechos y con plena conciencia de sus logros; de ahí en adelante, si se garantizaba la prestación de los servicios públicos mejoraría la calidad de vida; y con la caída de la rosca y de los asesinos del Gobierno aparecía el Partido Liberal, o más propiamente sus más altos jerarcas, como la alternativa para el país. Por eso no se trató de un simple juego coyuntural ni de una especulación en el vacío. Fueron cinco días en que las retóricas de salvación se transformaron en la salvación de los grupos con retórica. En ese punto ya no había que localizar el problema en la hegemonía sino en prepararse para abrazar el poder político y por tanto económico dentro del más puro, ambicioso y ortodoxo capitalismo.

El resultado final despojó de visos socialistas la visión de los pro­blemas en su conjunto, las interrelaciones entre un problema y otro, las cuestiones de contenido y aparentemente las contradicciones internas. De aquí salieron los Notables para la Conferencia Liberal de Apulo y para la escogencia de presidente liberal. En muy poco tiempo subirían al poder re­cogiendo las palmas y los triunfos del socialismo revolucionario, que había puesto la rebeldía y los muertos para tumbar al régimen.

C o n f e r e n c ia d e l a In t e r n a c io n a l C o m u n is t a e n B u e n o s A i r e s

Por los mismos días en que sucedían los acontecimientos de junio en Bogotá se desarrollaba en Buenos Aires, del I o al 12 de ese mes, la Con­ferencia de la IC. Fueron a ella en nombre de la Dirección del PSR Moisés Prieto y Heraclio Matallana, un socialista de los círculos “cultos” de Boyacá. La actitud del grupo, que funcionaba desde el 25 de diciembre como CCE, frente a los encarcelamientos de febrero había sido de total indiferencia; ninguna solidaridad pública ni privada, ni una sola palabra de aliento, ni un solo mensaje. Los dirigentes que habían tenido entre sus prioridades la

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M a r ía T ila U r ib e

atención a los presos sociales, vinieron a conocer en la prisión el olvido de quienes se decían dirección del Partido.

Según consideraciones posteriores de Tomás, el hecho de que se atribuyeran esa calidad no hubiera sido criticable en situación de apremio, así saltaran las formas democráticas del PSR. Por el contrario, un grupo de recuperación hubiera sido la salida adecuada para sacar a flote el nombre del Partido en momento tan difícil, mientras buscaban salidas a las recientes contradicciones internas. Pero no fue así, desvinculados de todo lo que había acontecido y haciendo a un lado discrepancias y diálogos, iniciaron una labor de maniobra detrás del escenario, de división interna, de descrédito hacia los dirigentes encarcelados y enviaron informes amañados a la IC.

A ese primer informe enviado desde Bogotá respondió la IC en el término de la distancia con una carta demoledora contra los dirigentes presos. Calificaba los planes y la organización misma del CCC como una expresión de putchismo, término que ya había sido aplicado por la IC a otros partidos como una sentencia, como una excomunión. Y ser descalificado por la IC no era cualquier cosa, esa entidad que representaba lo nuevo en el mundo tenía un extraordinario poder, era a las fuerzas internacionales de izquierda lo que el Papado a la Iglesia. Por lo demás, esa carta que llegó en febrero desde Buenos Aires aconsejaba sobre lo que ya había sido hecho: Es preciso -decía la carta- organizar el partido absolutamente independiente y distinto a los demás...; es preciso que los obreros y campesinos pobres más activos, los más consagrados, entren y se organicen en el partido,, es necesario crear una red organizativa... etc., etc.; hay que crear un semanario como órgano central del partido, controlado y dirigido por el Comité Central con corresponsales en todos los rincones del país, en todas las grandes empresas, con una página sindical. Ignoraban los amigos de la IC que el PSR había sostenido 19 periódicos y había contado con quinientas sesenta y más organizaciones populares como base de su organización. Ignoraban muchas cosas y no se tomaron el trabajo de averiguarlas. Les bastó la carta-informe que el grupo del 25 de diciembre enviaba en nombre del CCE. En realidad a este grupo se habían sumado después de febrero unos cuantos estudiantes que reactivaron el nombre comunista, inclusive alguno de ellos sacó afanosamente borrador de un Programa, como si no existiera el aprobado en La Dorada.

Ya en Buenos Aires los delegados Prieto y Matallana se encontraron con la sorpresa de que Mahecha estaba allí. De México logró salir para Montevideo al Congreso Sindical, al que asistieron por Colombia Fideligno

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

Cuéllar a nombre de los maestros y profesores socialistas; Vela Solórzano que había salido de la cárcel, en su calidad de presidente del Secretariado Central Obrero y Servio Tulio Sánchez a nombre del CCE. De Montevideo Mahecha pasó a Buenos Aires, los demás regresaron a Colombia. Obvia­mente debió ser desconsolador para él encontrar su Partido representado por estas dos personas (de cuya actuación se supone que los historiadores oficiales debieron averiguarlo todo a través de la versión de esa conferencia, consignada en el libro “El Movimiento Revolucionario en América Latina”, fuente que citan y a la cual me remito).

Naturalmente la actuación de estas dos personas no pudo ser más pobre: Prieto afirmó que la tarea de organización sindical era imposible en Colombia por el atraso político de los trabajadores, sin más; y trató de responder los reproches que Mahecha le hizo. Matallana se detuvo en otra cosa intrascendente. No llevaron ponencia alguna y desde luego ni por curiosidad intentaron conocer antes de irse el documento escrito de puño y letra de Tomás, trabajo que incluía los aportes de María Cano y sus compañeros de Antioquia, así como lo recogido en Bogotá, Girardot y otros lugares. Porque en esa ponencia que Tomás terminó de elaborar con un ritmo prácticamente clandestino consultó hasta los apuntes políticos dejados por Francisco De Heredia. En varios aspectos ese documento podría haber resultado una ponencia incómoda, sobre todo para Vittorio Codovilla, italiano-argentino formado en Europa en las filas de la IC y hombre orquesta de la reunión de Buenos Aires, pues es claro que los socialistas entendían de manera distinta la revolución, algunos conceptos tenían para ellos otras imágenes y manejaban otros métodos.

Uribe Márquez reproducía en esa ponencia el proceso socialista de esa década; profundizaba los problemas obreros, campesinos e indígenas sin descuidar los aspectos culturales, que se habían debatido en los dos úl­timos Congresos; adjuntaba ejemplares de los periódicos socialistas. Otros aspectos, imposibles de reconstruir por el paso del tiempo, se referían al futuro inmediato de Colombia, la política de abstención, algunas situaciones históricas y las condiciones en que vivía el pueblo colombiano; cuestión que marcaba gran diferencia con la visión europea. Igual que la definición de clase (anotada capítulos atrás), tal vez ahí radicaba la diferencia sustancial del socialismo en Europa y en América.

Codovilla dirigió el debate, presentó los puntos que debían tratarse, era el delegado de la Internacional para América Latina, como quien dice,

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M a r ía T o a U r ib e

iba a trazar la línea para todo el Continente, para millones de luchadores, para una veintena de países con realidades distintas, para procesos revolu­cionarios llenos de complejidades.

De todas maneras el interés de la IC se centró más en Argentina, donde estaba el Buró Suramericano de esa entidad; también en Chile y Uruguay, es decir en los países de tradición europea. Pero, ?Y Colombia^ En la cátedra que dictó el hombre de la Internacional se refirió a los impe­rialismos yanqui e inglés:

“El primero desaloja al segundo en la dominación de América Latina, lo que determina una inestabilidad social en estos países, cuyas burguesías son agentes de uno u otro imperialismo”.

Este análisis era el mismo del PSR, sobre esto los dirigentes habían ido más lejos en sus escritos y conferencias. Dijo también que el carácter de la revolución para América Latina era democrático-burgués, luego agregó: "Las conquistas de Ia revolución podrán llevarse a cabo, únicamente si se tiene en cuenta que las masas obreras y campesinas serán la fuerza motriz de la mis­ma y bajo la hegemonía del proletariado". Lo de la hegemonía no funcionaba en el PSR, pues el que luchara por intereses comunes era bienvenido a ese partido (además la palabreja en Colombia era una calamidad). No habló del problema indígena, olvidó que para los colombianos era vital. En fin. las definiciones teóricas de la conferencia quizá no importaran tanto a los socialistas revolucionarios, lo que dio lugar a que de ellos se afirmara que en general no habían desarrollado en forma clara estos problemas de la táctica y la estrategia de un verdadero partido comunista . 8 3 Bien mirada, la afirmación era cierta pero la conclusión falsa, porque los socialistas sí habían desarrollado esos problemas pero en forma distinta, mal o bien, según con el criterio que se le mire.

La IC, a la que los socialistas respetaban y veían también como quien adquiere padre, quería partidos obreros y ya sabemos que para el PSR los obreros eran los pobres. Y por último, dispuso que en todo el Continente se crearan partidos comunistas, en voz bien alta Codovilla, trasladando mecánicamente a América Latina un debate que en aquel momento solo tenía validez en Europa, dijo lo que significaba el nombre socialista: "La traición a los intereses proletarios y la capitulación ante la burguesía" Otra ence­rrona, porque en aquella ponencia que nunca llegó a su destino no se cedía

83 Medina, Medófilo. op. cit., pág. 139.

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

de inmediato en la cuestión del nombre, se posponía, quizá para tiempos futuros. O sea que mientras Codovilla trazaba la línea para América Latina con la visión del comunismo europeo, el PSR quería la revolución a partir de su país. La línea correcta, sin embargo, no admitió discusión, personas como las que representaban a Colombia se limitaron y además gustosos a ejecutar los mandatos de la IC. En cambio, los socialistas que debían retractarse y rectificar su error, en el poco tiempo que les quedó de vida como partido no lo hicieron, y Codovilla concluyó en forma altanera y al estilo de aquellos europeos que se creen superiores:

Este partido que se llama Socialista Revolucionario, no tiene, de acuerdo a su composición social, nada en común con un partido comunista.Es un partido que goza de una considerable influencia sobre las masas -admitió- pero que sigue practicando los métodos tradicionales de los partidos latinoamericanos, basados en el caudillis mo. Existen jefes, con jerarquías perfectas, y la base sólo cumple con las órdenes de arriba sin discutir previamente los problemas.

En realidad el partido está compuesto por esos jefes organizados a la manera de un estado mayor (aquí confundía a la CON con el PSR) y a la masa se le puede considerar fuera del partido. De hecho la dirección absoluta del partido es un solo hombre, Tomás Uribe Márquez. Ade- más de esa dirección llamada CCC, existe un Comité Ejecutivo, o comité de honor o algo parecido (se refería al Frente con los liberales durante la Ley Heroica) integrado por escritores y parlamentarios liberales. Hay todavía una gran confusión entre este partido y el liberal y es muy difícil distinguir la frontera que separa a ambos, pues el estado mayor del PSR incluye varios caudillos que, al mismo tiempo, pertenecen a la fracción llamada revolucionaria del Partido Liberal.84

Los juicios de Codovilla provenían del Segundo Informe que el grupo del 25 de diciembre había enviado con Moisés Prieto a Buenos Aires.

C o m e n t a r io a l m a r g e n s o b r e M a h e c h a

Un periódico de Bogotá el 2 de abril de 1930 (10 meses después de la Conferencia de Buenos Aires) ofreció como primicia el texto de la intervención de Mahecha en la Conferencia de Buenos Aires, según decía, completo y tomado del libro de la IC. La nota introductoria sobre “el

84 Baquero, Rafael. Treinta años de historia del Partido Comunista de Colombia, Bogotá, 1960, pág. 15.

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M a r ía T ila U r ibe

discurso político, económico y autobiográfico del Camarada Mahecha'’ escondía burla, pero al leer el contenido se encuentra que al corresponsal no le faltó razón. Por otra parte, el historiador Medófilo Medina -quien cita directamente las páginas del libro- hizo la referencia a ese discurso con este encabezamiento: “Buena parte de su intervención en la Conferencia de los Partidos Comunistas en Buenos Aires la dedicó Mahecha al análisis de la huelga de las Bananeras y de su actuación en ella. Se trata de uno de los momentos más deplorables en la actuación política del caudillo obrero. En efecto, la intervención constituye un conjunto de reflexiones deshilvanadas y contradictorias sobre la batalla de las Bananeras dentro de un lenguaje trem endista”.

El historiador precisa luego las contradicciones, exageraciones y afirmaciones que colocaron a Mahecha en el terreno de la ficción.

Esta posición de Mahecha confunde y desconcierta en grado sumo, no sólo por la vida, experiencia y actuaciones de Mahecha, sino porque su­cede que sus escritos85 o los apartes de sus discursos publicados en diversos documentos son piezas coherentes, estructuradas, serias; corresponden a un hombre formado, observador. Su misma práctica de Vanguardia Obrera, el celo del cual fue testigo Tomás aún por la redacción y la ortografía hablan de un hombre cuidadoso; improvisaba, es cierto, pero sabía hacerlo. Sucede también que El Espectador de julio 22 del año 29 publicó una entrevista al líder hecha en La Nación, el periódico bonaerense que más se ocupo de aquella conferencia, con el título “Mahecha relata las matanzas de las Bananeras”. Este relato naturalmente sobrecogedor no tiene el tremendis­mo, ni las contradicciones, ni el descuadernamiento que un año después apareciera en el libro de la IC, con el título “Movimiento Revolucionario Latinoamericano”.

Por tanto, necesariamente surgen dudas acerca de lo que realmente Mahecha dijo, y el derecho a preguntarse: ¿Quién y con qué fidelidad trans­cribió ese discurso^ ¿Quién hizo las actas de ese día¿”¿Interesadamente quisieron presentar al único representante del socialismo revolucionario como alocado, putchista y mentiroso^ ¿A quién (o quienes) le convendría esa imagen con la que cobijaron a todo el PSR¿

85 Yunis, José y Hernández, Carlos Nicolás (recopiladores). Barrancabermeja, nacimiento de la clase obrera, Tres culturas Editores, Bogotá, 1986.

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

I n s u r g e n t e s d e E l L íb a n o y L a G ó m e z

Las insurreciones de julio de 1929 quedaron bajo una pátina tan gruesa que es muy difícil reconocer lo que está debajo. Su significado político, so­ciológico y humano quedó en los archivos judiciales y en la reducida visión política del libro de Rafael Baquero con esta frase: “Aventuras insensatas como la de El Líbano y La Gómez"86, cuyo contexto se refería a la tendencia putchista del PSR. Para las generaciones militantes que siguieron de los Veinte el tema se traía a cuento sólo de vez en cuando, servía como comentario intrascendente que se olvida y se ignora y nunca llega a la reflexión, hasta que apareció en 1976 el libro Los bolcheviques de El Líbano. Gonzalo Sánchez, investigador e historiador de temas sociales, reconstruyó entonces la historia de esa región, de infaltable referencia cuando del PSR se trate, con estas frases: Usualmente descalificado como un movimiento “conspirativo”, el “Movimiento de los Bolcheviques de El Líbano” tiene el mérito excepcional de ser, quizá, la primera insurrección armada de América Latina en que un ejército de campesinos, con dirección y en alianza de sectores urbanos, se plantea el problema de la toma del poder en nombre de las ideas socialistas.” Para el siguiente relato me baso en este serio libro; además, quiero explicar el porqué no llegó orientación alguna a los insurgentes desde Bogotá, hecho que no ha tenido respuesta, y también haré alusión a algunos sobrevivientes octogenarios que en 1989 entrevisté en El Líbano.

La noticia de la “revolución de la cordillera” salía en todas las direc­ciones en pocas horas. Los periódicos enviaban corresponsales, el Diario de! Tolima lanzó dos ediciones diarias para informar lo que pasaba en El Líbano y los cuatro o cinco corregimientos que lo circundaban.

Después de la huelga de las Bananeras la fecha para la insurrección se confirmó alrededor del 28 de julio del año 29, fecha en que también Arévalo Cedeño con su ejército revolucionario debía iniciar la ofensiva. Pero vinieron los acontecimientos de febrero y lo que comenzó como un plan de insurrección nacional se convirtió en levantamientos locales. Un hecho incidió en ello: en Buenos Aires la IC había recomendado a Moisés Prieto una vuelta inmediata al país con el fin de disuadir a los rebeldes de que continuaran con los planes insurreccionales. Pero ni Prieto, ni ningún otro elemento de la nueva dirección tuvieron a bien comunicarse con las

84 Baquero, Rafael, op. cit., pág. 14.

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regiones próximas a rebelarse, aunque tampoco guardaron discreción. Los líderes de esas regiones esperaban de Bogotá la orden o señal para el levan­tamiento, orden que no podía llegar porque la gente estaba encarcelada y aquellos insurgentes, cada cual por su lado y de acuerdo a la palabra dada, cumplieron con la acción.

Cuenta Gonzalo Sánchez que el carácter del levantamiento era masi­vo, todo campesino era un militante potencial y los liberales de El Líbano se habían comprometido con el plan de insurrección desde 1928. El potencial militar era considerable, sobre todo, si a ello se suma el apoyo generalizado de los campesinos de la región. Los campesinos y artesanos conservadores no tomaron las armas, pero no pocos de ellos aportaron un elemento ex­tremadamente valioso en movimientos de esta índole: el silencio solidario.Y en algunos casos más que el silencio la colaboración directa.

La señal convenida para dar el asalto era la explosión de tres bombas cuyos blancos serían la casa del alcalde, la casa del Director de la Cárcel Municipal y el cuartel de la Guardia Civil. La totalidad de los insurgentes llevaba linternas envueltas en papeles rojos de seda para identificarse du­rante el ataque, que debía iniciarse en la madrugada del 29 de julio.

Pero la jornada no era tan secreta, ni en Bogotá, ni en El Líbano, donde un terrateniente que había percibido los desplazamientos nocturnos de cam­pesinos dio aviso al poblado y como el ataque se presentía desde muchos días antes, la Guardia Civil y voluntarios resistieron el asedio. Se neutralizó así la acción de los rebeldes en la ciudad que no pudieron manifestarse en forma masiva; los que lo hicieron alcanzaron a cortar las líneas telegráficas y las del alumbrado eléctrico. Otros dos grupos de insurrectos se tomaban, mientras tanto y en choques violentos, sendos corregimientos. En Murillo, los campe­sinos, ondeando una bandera roja con tres ochos se tomaron la Corregiduría y obligaron a las autoridades depuestas a rendirle honores al símbolo del nuevo poder establecido. Y en otros dos corregimientos que estaban “plagados de so­cialistas revolucionarios” hubo alarma, pero no ocupación ni enfrentamientos. Probablemente daban por sentado el control absoluto de la región.

Pedro Narváez, “El zapatero”, convencido de su fuerza y posiblemen­te creyendo que la insurrección se estaba llevando a cabo en muchos otros sitios del país, envió una nota de desafío al alcalde desde una colina donde se había atrincherado. Y las fuerzas contrarrevolucionarias encabezadas por veteranos de la Guerra de los Mil Días y contando con un refuerzo de hombres de a caballo que habían llegado el día 30, armados de tricolor

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nacional al pecho y banda parroquial, salieron al encuentro de los rebeldes. El combate tuvo lugar el día 31 a las cuatro de la tarde a pocos kilómetros de El Líbano. El héroe de los socialistas revolucionarios fue Higinio Forero, quien para cubrir la retirada de sus compañeros lanzó una bomba cerca al río, luego se atrincheró solo al otro lado del puente y resistió con una carabina a los adversarios hasta que una bala lo atravesó. El Capitán Sáenz lo remató a culata. Agrega en su documento Gonzalo Sánchez que no hay un solo militante, de cualquiera de los contornos del municipio, que olvide ese episodio, testimonio de valor y de abnegación.

Esto lo pude constatar en 1989, pues los ancianos que aún quedaban, entre ellos un sobrino de Higinio Forero, quien me llevó a conocer el famoso puente, recordaban los toques de cacho, las banderas, cada una de las actitudes y los movimientos que allí sucedieron. Otro de los veteranos protagonistas mostraba con orgullo el libro donde él figura como combatiente.

Pero volvamos al teatro de los acontecimientos. En uno de los corre­gimientos quedó un saldo trágico de seis muertos, el propietario de una gran hacienda cafetera entre ellos. Murió también un cabo en el combate del famoso puentecito; el capitán que remató a Higinio fue herido y poste­riormente condecorado. En los días siguientes llegaron nuevos contingentes policiales enviados por el ministro Rengifo aún en su cargo, quien hablaba en nombre de los dos Partidos. Ante ese presente de ebullición revoluciona­ria, de cataclismo social y gigantesca ola represiva, nadie comía ni dormía con reposo. Los campesinos y obreros se dispersaron, muchos huyeron en pequeñas bandas al antiguo Caldas y al Valle. Protegidos por una de ellas iban los más destacados líderes del movimiento socialista.

Aplastada la insurrección la represión continuó pero sin que se hiciera en torno a ella ninguna publicidad. Un conocido líder caldense, Fermín López Giraldo, describió años más tarde la actitud liberal frente al levantamiento en los siguientes términos: "... para debelar aquel movimiento revolucionario, el gobierno del señor Abadía y del señor Rengifo no tuvo que limitarse a confiar en la eficacia de los polizones conservadores, diestros en la matanza, los liberales de El Líbano, que en las distintas jornadas electorales habían enfrentado sus copartidarios a las huestes conservadoras se pusieron del lado de los elementos conservadores y fueron a las veredas a apagar la hoguera revolucionaria (...) entre esos oportunos e injustificables aliados se contaban liberales dirigentes, que habían prometido a los rebeldes estar con ellos el día de la lucha".87

87 López Giraldo. El apóstol desnudo, pág. 20.

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Ya a fines de agosto había alrededor de trescientos obreros y cam­pesinos presos. A Ibagué llegaría un número aproximado de un millar. Las escuelas en ambas ciudades fueron convertidas en prisiones; el alcalde amenazaba con fusilar a los detenidos y éstos eran atados con lazos, por parejas, forzados a bajar a pie hasta Armero, donde los recibía la gente con alimentos y cigarrillos.

La represión desarticuló el Movimiento de los bolcheviques de El Líbano, ese epíteto que con tono acusador las autoridades contribuyeron a difundir; pero el proceso de rebeldía impregnó la atmósfera de ese posterior centro cultural y combativo que ha sido históricamente El Líbano.

* * *

Inconexos, los demás levantamientos se sucedieron como una celebra­ción de los vestigios del PSR. En algunos lugares no pasaron de ser grupos de campesinos que, azada, pica o garlancha en mano se presentaban decididos a reclamar sus tierras o a rechazar las condiciones en que vivían sumidos. El mismo 29 de julio autoridades y grandes hacendados se vieron sorprendidos por esos grupos en zonas del Tequendama, La Dorada, el Valle, Santander y Boyacá. Era el día fijado para la insurrección y debían cumplirla, así no hubieran recibido información alguna de Bogotá, ni supieran de las cala­midades y cambios que en todos los ámbitos se habían producido, incluida la suspensión de última hora de la ofensiva venezolana por la inminente segunda caída de Juan Vicente Gómez. Pese a todo se dio con distintas pro­porciones en el área formada por el triángulo Puerto Wilches -San Vicente de Chucurí- Barrancabermeja. Pero la zona de mayor impacto de la rebelión de Santander fue la estación ferroviaria de La Gómez, municipio de Puerto Wilches, donde los hechos se atribuyeron a los licénciamientos de obreros del ferrocarril y a las amenazas de desocupación que ya pesaban sobre otros, como resultado de los primeros efectos de la crisis mundial en el país. Jus­tamente uno de los líderes socialistas más destacados era Joaquín Ovalle. ex empleado del ferrocarril, a quien acompañaban, entre otros, Plutarco Suárez, un modesto tendero, Elias Vivas, otro de los dirigentes y la mayor parte de los empleados de las oficinas y los almacenes del Ferrocarril.

Los rebeldes dieron muerte al jefe de los talleres del ferrocarril, in­tentaron cortar las comunicaciones, asaltaron el cuartel de Policía, volaron la ferro vía con dinamita y finalmente se apoderaron de las instalaciones de la empresa, que convirtieron en prisión provisional para los enemigos del movimiento.

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Como en El Líbano, para dispersarlos fue necesario el envío de cien soldados y agentes de policía. En los enfrentamientos perdieron la vida tres revolucionarios: Martín Castro, Pablo Emilio Jayamal y Mario Avisnaya. La presencia accidental del cañonero “Colombia” en Puerto Wilches, el mismo que había servido de cárcel a Mahecha y sus compañeros en la huelga de Barranca, desalentó a los insurgentes de cualquier intento de toma de esa población. Era la noche del levantamiento y decidieron entonces minar la vía por la cual debían pasar el alcalde del puerto y treinta policías con destino a La Gómez.

Mientras tanto, los trabajadores de la Gulf se amotinaban en la región petrolera de “La Tigra”, clavaban banderas de tres ochos en los caminos y los árboles; en la región del Carare circulaban movilizaciones obreras al grito de “Viva el socialismo revolucionario, abajo el Gobierno”. Igual acontecía en Barranca y otros sitios a lo largo del Magdalena.

El pueblo santandereano tenía una tradición revolucionaria y na­cionalista que no pasaba desapercibida y creció con la penetración de los enclaves norteamericanos. Lo que el Partido Socialista Revolucionario había entendido claramente era que ese sentimiento movía a los obreros de la zona de Barranca y poblaciones vecinas, que allí habían tomado conciencia de que el régimen estaba entregando, palmo a palmo, el territorio nacional al capital extranjero, desplazando a los campesinos colombianos y sobre- explotando la mano de obra nacional.

A las seis de la tarde del día 28 se desencadenaron los disturbios en San Vicente de Chucurí. Carlos Humberto Durán, Rodolfo Flórez, Pedro Rodríguez, Helidoro Ochoa y Hermógenes Alvarez a la cabeza, se dirigieron a la plaza y se tomaron algunos establecimientos comerciales para aprovisionarse de armas: machetes, escopetas de fisto, etc. Luego ocuparon la Alcaldía Municipal y después la cárcel. En la toma Hermó­genes Alvarez perdió la vida. La alarma se extendió hacia Vélez, pues hasta allí se desplazaron más de ciento veinte revolucionarios desde San Vicente de Chucurí.

En el desplazamiento de refuerzos gubernamentales hacia los sitios de la rebelión se combinaron policía, resguardos de renta, soldados y guar­dia civil desde Girón, San Gil, Barichara, Zapatoca y Tunja. La autoridades estaban dispuestas a actuar rápidamente y por eso Bucaramanga no quedó inmune en ese clima de zozobra reinante y estuvo sometida a un régimen de emergencia por dos semanas: se formaron cinco pelotones cívicos de cien

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plazas cada una, patrullas, requisas, comisiones y relevos. El 31 de agosto de 1929 había en Santander un total de 152 detenidos por cuenta del Juez de Prensa y Orden Público.

Estos sucesos hicieron parte de una larga cadena continental de levantamientos populares y fueron una prolongación en las crónicas de las rebeliones colombianas. Frente a ellos hubo diferentes reacciones, El Tiempo aclaraba que al liberalismo no le cabía actitud distinta a la de coincidir con el Gobierno cualquiera que fuese, sobre el campo común del anticomunismo. El Espectador concluía:

El día en que sea posible desentrañar el origen de estos movimientos... estaremos entonces en capacidad de apreciar la distancia a que nos he­mos mantenido con relación a nuestro pueblo, y la enorme proporción de culpa que nos corresponde en los extravíos de que lo acusamos.88

Pero lo menos esperado fue la actitud del improvisado representante del PSR ante la IC, Moisés Prieto, que en relación con los levantamientos de julio envió una cobarde carta abierta a los periódicos donde renegaba de su posición para sumarse al partido liberal.

P e n a s c u m p l id a s

La rebelión dejó de ser noticia después de los frustrados alzamientos del socialismo revolucionario. En los cuatro meses siguientes la estructura nacional de poder se debilitó definitivamente y surgieron diferentes facto­res que contribuyeron para que la prisión no fuera tan prolongada como todos la esperaban. Una sucesión de hechos directos o indirectos tendría su incidencia en el tratamiento que iba a darse a los presos políticos. El ahon­damiento de la división en el campo conservador con los dos candidatos a la Presidencia -Vásquez Cobo y Guillermo Valencia- se hizo publico e irreconciliable el 20 de julio, día en que se instaló el Parlamento. A partir de ahí ciertos sectores y periódicos deslizaban el rumor de la amnistía que el gobierno siguiente, a todas luces liberal, iría a conceder a los dirigentes del PSR que quedaban presos. Mientras preparaba su salida, Rengifo había quedado reducido a su mínima expresión: la caída de Cortés Vargas, la imagen del ridículo que lo caracterizó y la jugada final de deslealtad con su presidente, entre otras cosas, aplacaron su prepotencia hasta el punto de

Se refiere a los sucesos de El Líbano y Puerto Wilches. El Espectador, julio 20 de 1929.

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ocultarse para evadir cualquier declaración o pregunta sobre los cientos de prisioneros. Por otra parte, a finales de agosto Jorge Eliécer Gaitán echó por tierra definitivamente los consejos de guerra de la Zona Bananera, a través de los debates de revisión de procesos en la Cámara. Pocos días después los prisioneros quedaban en libertad.

Con ese final los acontecimientos de la Zona constituyeron para la Hegemonía su mayor derrota, y no porque se refiriera a la riqueza acu­mulada por los funcionarios del Estado, que quedaba incólume, sino por el costo político y la consiguiente pérdida del poder para legislar sobre los hombres y los bienes terrenales. En términos de Derecho, en el caso de la Zona se sentó jurisprudencia, lo que dejaba sin piso juicios similares; para María Cano, Uribe Márquez, Torres Giraldo y todos los complicados en esos sucesos la repercusión fue positiva al punto que Tomás salió en diciembre, cuando Jorge Eliecer Gaitán solicitó su libertad por los hechos relacionados con la Zona Bananera y por los atenuantes de ilustración del sindicado, buena conducta anterior y primer delito que se le castigaba. Tal como lo vislumbró el inteligente abogado, en el caso Uribe Márquez se obtuvo un triunfo político y una condena de 10 meses de prisión.

Torres Giraldo no fue llevado a juicio. Estuvo en calidad de arresto hasta agosto, luego se embarcó con dirección a Hamburgo, para llegar a Moscú a finales del año 29. María Cano y los presos de Antioquia salieron poco después, los demás fueron quedando absueltos poco a poco.

Cuando los socialistas se encontraron fuera de las prisiones actuaron en principio, como decir... como si fueran exilados en su propia tierra, todo había cambiado y el panorama político era otro. El Partido Liberal había se­llado un pacto de unión que se materializó en torno de su candidato Enrique Olaya Herrera, embajador en Washington y excelente amigo de los Estados Unidos, "Olaya fue quien, como representante diplomático del gobierno conser­vador durante la Conferencia de La H abana en 1928 apoyó los planteamientos de Mr. Hughes, Secretario de Estado Norteamericano, en el sentido de consagrar la intervención norteamencana en los países latinoamencanoss9

De los amigos de la izquierda liberal, ovejas descarriadas para su par­tido, muchos volvían al redil y en medio de la euforia los sectores populares cifraban en el futuro presidente sus esperanzas. Aunque -según algunos

Tirado Mejía, Alvaro.

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M aría T i ia U ríbe

historiadores- en ese retorno muchos ciudadanos, más que por convicción lo hicieron por conveniencia, estaban rodeados de un ambiente hostil que dificultaba las posibilidades de encontrar trabajo.

Por lo que hacía al PSR se hallaba prácticamente disuelto o reducido a grupos. La nueva directiva la habían conformado en agosto y de ella era Secretario General el estudiante Rafael Baquero,90 quien había asistido a algunas reuniones del PSR poco tiempo atrás. Naturalmente no podía es­perarse que los dirigentes recién salidos de la cárcel apoyaran esa directiva, no sólo por el cambio radical en la orientación política sino por la actitud acusatoria que asumió ese grupo mientras ellos estuvieron encerrados. Como es de suponer esto había causado mucho daño, Tomás lo precisó en sus notas y su diario, María Cano en sus cartas (ver anexo 1) y Torres Giraldo en estas palabras:

A quienes habíamos sido dirigentes o activistas de masas del PSR y la CON, se nos llamó simplemente putchistas y sobre tal base se armó la campaña de difamación que incluía términos de la mayor ofensa. En esa campaña fueron heridos y marginados promisorios cuadros obreros en ascenso, y destruidos políticamente Tomás Uribe Márquez, el más capaz y abnegado dirigente popular de la segunda década del siglo, y María Cano, ¡la más brillante figura revolucionaria de mujer en nuestra historia! y si no caí yo en esa absurda siega, eso se debió a que, desde fines de 1929, ocupaba mi puesto en la Internacional Sindical Roja en Moscú, y también a que, cuando me fue necesario, me defendí atacando el oportunismo de los difamadores.91

Cuando Tomás dejó el penal y quedó atrás la colección de monstruos represivos (esto lo saben bien quienes hayan pasado por allí), salió con la sensación de haber conocido un mundo lejano y ajeno, en parte real y en parte fantástico. Al llegar, su hogar desbordaba alegría, lo esperaba Enriqueta con la bebé en los brazos; lo esperaban los muchachos con un calor huma­no indescriptible, lo esperaba su perro “Ney” más zalamero que nunca. El encontró todo absolutamente maravilloso y nuevo: la cama conyugal con sus sábanas limpias, el gusto en las comidas, las preferencias dispuestas para él. También la ciudad, el cielo azul y las mañanitas soleadas de diciembre; y la gente, pues su temperamento batallador no pasó desapercibido para sus semejantes, las visitas entraban y salían cargadas de regalos, había caras amigas que venían desde lejos, no faltaban la música y las flores. El dinero

90 Medina, Medófilo. op. cit., pág. 150.91 Torres Giraldo. Apostolado revolucionario, op. cit., pág. 131

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para pagar los costos del juicio se lo proporcionó una casualidad: al tomar un periódico encontró el aviso de un concurso que ofrecía cuantioso premio por una frase o slogan para anunciar un cigarrillo próximo a aparecer. Por distraerse escribió y envió la que creyó apropiada: "Se empacan como joyas, se venden como pan", y fue la ganadora. Paulatinamente la normalidad vol­vió a su hogar para estabilizarlo, pero se sentía conmovido por situaciones que eran irreversibles, como el hecho de comprender que la empresa de la revolución ya no le pertenecía.

El 6 de diciembre de 1929 mucha gente salió a las puertas del cemente­rio Central de Bogotá en homenaje al aniversario de las Bananeras, allí tuvo lugar la apertura electoral socialista con un candidato a la Presidencia de la República. Se trataba de Alberto Castrillón, cuyo nombre levantaban como otro de los líderes de la huelga, y fue significativo que los comentarios de la prensa aludieran a Castrillón como el candidato comunista y se asumiera como un hecho la existencia del Partido Comunista. Pero era obvio que las circunstancias no estaban para candidaturas y la campaña cayó en el vacío. Entonces quienes la impulsaban, con un comportamiento errático, en el mes de enero de 1930 se sumaron al candidato liberal. El 9 de febrero, día de la elección presidencial, el triunfo de Olaya Herrera era indiscutible.

Un n u e v o ju ic io

Después del triunfo que dio nueva vida al partido liberal, llegó a Bogotá una comisión de la IC con el objeto de protocolizar el fin del PSR y la fundación del Partido Comunista. Estaba compuesta por el último de los viajeros que retornaba de Moscú, el abogado Guillermo Hernández Rodríguez, su esposa, la venezolana Carmen Fortul y otro funcionario co­munista de nacionalidad norteamericana. Ellos instalaron lo que se llamó “el Pleno Ampliado” el 5 de julio de 1930. El primer punto giró en torno al enjuiciamiento del socialismo revolucionario y el llamado pul chismo, la sentencia estaba escrita de antemano y quedó resumida en esta frase: "Esta política no ha sido otra cosa que la herencia de la ideología del liberalismo en las filas del proletariado”. Fueron señalados como responsables Tomás Uribe Márquez, María Cano e Ignacio Torres Giraldo. El único que estaba en el banquillo de los acusados en este nuevo juicio era Tomás: María no asistió, Torres Giraldo estaba ausente y Mahecha, acusado posteriormente por la conducción de la huelga y expulsado de un partido al que no perteneció,

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estaba en la cárcel. Justamente para asistir a esa reunión había entrado a Colombia por la frontera ecuatoriana procedente de Europa.

Probablemente ignoraba que su expediente no estaba archivado y tenía orden de captura. Su encarcelamiento fue el último acto de odio y venganza contra el PSR, personificado en Mahecha, de parte de la Hegemonía.

Al ampliado asistieron varios socialistas revolucionarios. En algunos de sus relatos asomaba con indignación pero sin remedio el impacto de las acusaciones, hechas con menosprecio altanero, acidez verbal y otras amarguras en un ambiente aburridamente ortodoxo y encerrado en la re­petición de citas. Hubo voces que resistieron los ataques y Tomás sustentó su intervención con altura: adjuntó documentos con fechas, citas, nombres de testigos. Su defensa estuvo en la misma línea de la que haría más tarde María Cano, pero fue mas extensa, pues quiso enterar a los censores de hechos que desconocían. Refirió cómo venían de luchas frontales contra las compañías norteamericanas, de dirigir huelgas consideradas como subversi­vas, de rechazar la pena de muerte, de ser blanco del Decreto de Alta Policía y de pagar el exterminio de la Ley Heroica. Admitió los errores largamente reflexionados en el tiempo de cárcel y precisó que les faltó experiencia para producir resultados tangibles y evitar su fracaso. Mas no hubo respuestas ni análisis de situaciones tan complejas y quedó flotando la condena para los “herejes”, con una visión distorsionada de larga duración. (La condena y ocultamiento que de esa etapa hizo el PCC fue oficializada en su primer documento histórico “30 años de historia del PCC”, de Rafael Baquero). De su desaparecida defensa sólo quedaron notas en borrador:

“... La directiva en Colombia se ha propuesto entregar al archivo todo lo que existía del PSR y excomulgar a sus componentes por combativos que estos sean.

Que todo lo pasado fue malsano es ya una aberración morbosa incrustada en la epidermis de la nueva era, para quienes la más mínima actividad de quienes pertenecíamos al PSR es nociva influencia de la que no hay que contaminarse. Esta táctica repulsiva y grosera constituye un estan­camiento en el desarrollo del movimiento revolucionario de Colombia. Para ellos ser revolucionario de la etapa pasada equivale a pertenecer a un estado de degradación del que se debe huir.”

Algunos revolucionarios a la expectativa del qué hacer frente a la nueva situación que veían como un vencer sin convencer, acudieron a Tomás y aunque él sentía fastidio por quienes comandaban el nuevo partido, nunca

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Los AÑOS ESCONDIDOS ] [ Final de la década

los desautorizó. Pesó más el respeto que tuvo por la IC, su entusiasmo por la Rusia Soviética, la comprensión de lo que significaba el marxismo y el convencimiento en su ciencia. En aras del futuro, ¿quién era él para oponerse a la orden de pasar la antorcha a manos de ese grupo¿

Poco a poco esas personas y algunos sectores ingresarían en el nuevo PCC y este partido llamaba a sus filas a diversos compañeros, pero muchos dirigentes y un porcentaje nunca precisado de las bases del PSR quedaron sin partido. En todo caso, ningún dirigente en aquella época primera de los Treinta intentó una disidencia, cuestión que hoy nos puede sorpren­der. Los socialistas terminaron por aceptar una realidad que les volvía el Cristo de espaldas.

Entonces muchos enterraron sus lanzas para siempre; otros se traga­ron su pensamiento crítico para acatar lo que dijera Moscú; hubo quienes optaron por orientar a nuevos y antiguos compañeros colaborándoles de manera personal mediante una labor de hormiga, silenciosa, constante. Hubo casos en que el fracaso político llegó a asumir el carácter de frustración total, como el suicidio de uno de los hermanos Piraquive, de El Líbano; o como el de algunos obreros-periodistas de otros días que, entre el dolor y la desesperanza, se volvieron alcohólicos. Pero no todo fue tristeza. Los años escondidos del PSR fueron la raíz de un nuevo árbol que cubriría la escena social en décadas futuras.

Finalmente hubo quienes, además de ser víctimas del maltrato po­lítico y humano, quedaron físicamente deshechos por las cárceles. En este último grupo se contaron María Cano y Mahecha pero sobre todo Tomás a quien los médicos amigos obligaron a retirarse a la casa campestre donde se llevó a cabo la última reunión con la que inicié este libro.

De esta manera el final vuelve al principio. Mi infancia regresa en silencio y con ella los recuerdos de aquella reunión que cerró un ciclo, días en que los veteranos sentían que su papel en las luchas populares no había concluido y no querían permanecer indiferentes ante los nuevos hechos. Por este tiempo casi todas las mujeres que fueron socialistas vol­vieron a encontrarse. Un año después, a partir de 1936, estallaba la guerra civil española y América desbordaba solidaridad con los republicanos en lucha contra el generalísimo Franco, aliado de Hitler. Ellas conformaron el grupo de vanguardia en la defensa de España y en torno a esa tarea muchos de los niños de entonces aprendimos a conocer y a amar la vida por su lado justo.

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M a r Ia T il a U r ib e

Al lado de Julio Verne y ese otro librito llamado Corazón, que nues­tras madres se turnaban para leer, nos enseñaban a cantar “El ejército del Ebro”, el himno de los aviadores españoles y otras canciones cuyo contenido poco a poco iríamos a descubrir, aunque a partir de otras circunstancias. Simultáneamente nuestras manos armaban esferas con el papel metálico de las cajetillas de cigarrillos, esferas que iban creciendo y pesando cada vez más. Cientos de ellas, desde muchas ciudades latinoamericanas, eran empacadas y enviadas a los republicanos que las convertían en municiones para su defensa.

Entre las brumas del tiempo aparece aquella modesta casa sabanera de estilo colonial. Allí se daban cita los fines de semana diversos visitantes o compañeros de anteriores luchas, lo que me permitió en alguna infantil medida familiarizarme con el mundo de sus vivencias y de sus proyectos. Fue en la última reunión de 1935, cuando decidieron continuar con sus ideales y avanzar, bien en sus espacios populares o ingresando al único partido de izquierda que existía, el PCC, pues la vida del socialismo revolucionario había sido segada el 16 de julio de 1930.

De todos esos hechos han transcurrido ya sesenta y tantos años, mucho tiempo si lo medimos por la vida del hombre, pero poco si se trata de historia, y de una historia que he traído no para que sobreviva sino para que vuelva a vivir. Por lo general el curso de la existencia de sus gentes se quebró en un antes: los luminosos años Veinte y un después: las vueltas que siguió dando el mundo. De muchos de quienes desfilaron por estas páginas perdí el rastro; de otros encontré vagos recuerdos y gracias a los más cercanos y a sus relatos o manuscritos, pude comple­tar las piezas del rompecabezas. A la memoria de esos revolucionarios que tuvieron el valor de abrir la brecha para que los demás pasaran, he dedicado este trabajo.

Concluye así esta historia a la vez cercana y muy lejana. Abrigo la esperanza de que otros llenen los vacíos de los que adolecen sus relatos. Desde luego no pude anotar todo lo que me conmueve y mientras escribía, ese pasado a veces me significó una carga de frustraciones pero a la vez un espejo de entusiasmo y esperanza. Espero que la visión crítica sobre las actuaciones de la Internacional Comunista, que tanto perjuicio causaron al intervenir en los problemas internos del Socialismo Revolucionario, aporte algo nuevo. Sobre todo en el período de rectificación que hoy está a la orden del día, después de la desaparición de un mundo socialista en

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Los a ñ o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

europa que no pudo ser construido. Ojalá nunca vuelvan a surgir pre­potentes y miopes organismos internacionales, de ninguna naturaleza, empeñados en impedir a los pueblos la búsqueda de sus propios caminos. Así mismo, en lo que tiene que ver con esa primera época del PCC, examen que corresponde a ese partido, a sus nuevas generaciones y a quienes saben valorar con distinto criterio su experiencia. Anhelo muy sinceramente que lo consignado no lleve, de ninguna manera, a petrificar la imagen de ese partido que a través de la historia ha contado con muchos de los mejores hijos de nuestro país.

F in a l d e u n a v id a

Tomás quedó marcado físicamente por la prisión en sus últimos años: la humedad de los muros royó sus pulmones, la oscuridad de la celda afectó sus ojos, y el cepo, aquel suplicio favorito para presos políticos, lo mató en vida. La voz fogosa que en La Dorada leyó ante sus compañeros el Progra­ma Socialista-Revolucionario y se dirigió con tono varonil a huelguistas y campesinos, se tornó pausada, baja. Pero en ese cuerpo sacrificado al ideal se agitó hasta la muerte el ánimo rebelde, se preservaron los ojos de color de trigo, las pupilas con un mar de ternura y la actitud sencilla del hombre que mira las cosas de abajo para arriba.

Los lujos en la última etapa de la vida de mi padre fueron la política, la literatura, la música, los instantes de confianza en la causa, la utopía de un futuro que quiso ayudar a forjar y el amor increíble y recíproco con su compañera “Tatica”, mi madre, de quién él decía que le había arrebatado los sentidos y era su faro o su guía. Gracias a ella, a sus cuidados, y a pesar de los accesos de tos pudo él multiplicar su tiempo.

Continuó escribiendo en diversos periódicos, siendo la necesidad de la organización popular, el motivo central de ellos. Como ingeniero agró­nomo escribió “La cuestión agraria en Colombia” y “Campo Libre” con los seudónimos de “Juan de la Hoz” y “Tom Henri”. Estas colecciones fueron publicadas por el diario Gil-BIas en su segunda etapa.

Otra parte de su tiempo lo entregó a la tierra con intensidad y especial cariño; de ella derivaba parte del sustento para nuestra familia. Recuerdo que obtuvo hortalizas de tamaños nunca vistos, injertos novedosos, abonos de desechos, diseños diferentes en las siembras y distintos colores en las flores:

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M a r Ia T i i a U r ib e

las rosas negras, y las rojas con diminutos puntos blancos, le merecieron comentarios de expertos92 y visitas de entendidos que iban a admirarlas.

Su inclinación didáctica lo acercaba a discutir con la gente sobre todos los problemas del cielo y de la tierra, y en sus conversaciones, en las que nada de lo humano le era indiferente, insertaba su concepción del mundo.

El 19 de mayo de 1936 Tomás moría rodeado de amigos, compañeros y familiares. Tres noches antes había estado departiendo con “José Mar“, Diego Luis Córdoba y Jorge Uribe Márquez en un inolvidable sitio de Bogotá, el “Tout va bien”; al salir, un aguacero torrencial los envolvió y a él le sobrevino de manera fulminante la neumonía que lo llevó a la tierra, primera y última pasión de su vida.

La autora (dererecha) con su padre y su hermano Tomás (Nene Bay). Adelante el perro Ney.

92 Revista La Chacra, colección 1934, Buenos Aires, Argentina.

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Los a n o s e s c o n d id o s ] [ Final de la década

Bogotá, 2 de marzo del 33

Mi querida Pepa:*

Sin conocerla, la conozco; Enriqueta y María me han hablado tanto de Ud y de Aura, que soy íntimo de ambas por mil vínculos de confraternidad. Permítame pues mi saludo con mis buenos votos de año nuevo.

Ya le habrá dicho mi Tatica muchas cosas en torno a nuestro amor: Pero conviene que me conozca más y más Usted, a quien tan de veras ella ama, ¿cómo hacerlo^ Traduciéndole sobre esta esquelita algo de mi yo íntimo y desconocido:

En este tiempo en que la máquina moderna ha segado las flores naturales, en que el mundo eléctrico ha fulminado los rincones risueñosde las urbes, y los hombres se han echado a andar por sobre calles de asfalto, yo amo aún el suspiro al claro de luna y me seduce más un alma millonaria que un espíritu de judío acumulador: Amo al pueblo y odio a quienes le explotan. En mis ideas he puesto -como en mi bolsillo de rebelde- un pañuelo de seda. Los picos de mi lápiz destilan espíritu creado exhuberante y juvenil y también pensamientos fríos y refinados. Veo el mundo y las cosas en un espejo. Soy como un “chauffer” a quien no debe dársele dirección.

Y necesitaba un alma gemela. Ya la encontré y soy feliz, no tengo miedo de recoger desilusiones en el amor de mi Tatica. Vivo preocupado en exprimir el goce de la hora presente y ansioso por gustar el sabor nuevo de la hora futura, sin volver la vista hacia atrás. Anhelo vivir muchos años en presencia de la que tan certeramente me ha herido en el corazón. En mi alma se acrisolan muchas almas concentradas y quintaesenciadas por obra y gracia del amor con su imperio y con su fuego. Antes de conocer a Enriqueta, era yo como el ombú de las pampas, símbolo de soledad, ahora este solitario alegra su vivir con la misión suprema del amor orquestando inauditas sinfonías.

* Pepita Jiménez Gaitán, hermana ausente de Enriqueta.

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Le participo -henchido de gozo- que de nuestra unión ha aflorado una dulce y linda muñequita que lleva el nombre de mi madre: Tilita.

El 4 de este enero colocaré una rosa en el nicho donde se halla su santa madre; iré con María y Tatica, y uniremos todos ese minuto con el recuerdo, de Ud y de Aura.

Físicamente, me encuentro estropeado a causa de diez meses y días de prisión. Ya me recuperaré.

Escribámosnos, con la dirección que Tatica le diga. La amo a usted y a su hijito adorado, como que soy parte de Enriqueta.

Suyo, afectísimo,