Fin del Octubismo

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Experimentamos una profunda perplejidad ante el régimen imperante en Venezuela. Urge una caracterización que nos permita, incluso, vislumbrar las respuestas cónsonas con los desafíos pendientes.

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  • (*) Actualmente, Diputado a la Asamblea Nacional, Sub-Jefe de la Fraccin Parlamentaria de los Independientes y miembro de la direccin nacional de VENTE-VENEZUELA. Fue Sub-Secretario General Nacional de COPEI (2002-2006) y Secretario de la Fraccin Parlamentaria de COPEI por ante el Congreso de la Repblica (1999-2000), entre otras responsabilidades.

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    Una explicacin necesaria

    Desde que asumimos las responsabilidades nacionales de direccin en el Partido Socialcristiano COPEI, a finales de 2002, resultante de los comicios internos de base, por fin celebrados, intentamos dar, intensificar y compartir el debate que el todava recientemente instaurado rgimen en Venezuela, deba suscitar. Particularmente, Csar Prez Vivas (Secretario General), Clemente Bolvar y Lucas Riestra (Vocales), entre otros, proseguimos con las ideas que, frecuentemente, nos congregaban e, incluso, motivaron los encuentros nacionales de la que denominamos la Mesa Demcrata-Cristiana. A contracorriente, tratamos de auspiciar una perspectiva diferente al de la presunta normalidad democrtica de un proceso que, inicialmente, concebimos como neo-autoritario, advirtiendo los fuertes indicios de un proyecto totalitario que, de un modo u otro, pudimos expresar a travs de las distintas declaraciones de prensa. E, incluso, no olvidamos que, al rendir el informe poltico correspondiente, como Secretario General (encargado), no tuvimos mayor xito en el seno de la direccin, al plantear el peso de una hipoteca poltica e ideolgica que ya se haca evidente: no veo la cubanizacin por ningn lado, seal un calificado dirigente del partido que ayud a cortar prontamente la discusin. Insistimos en nuestra visin del problema y, por solicitud del Dr Michael Lingenthal, representante de la Fundacin Konrad Adenuaer en Venezuela, suscribimos en 2003 un informe contentivo de nuestras personales consideraciones. Y, en medio de las difciles circunstancias y compromisos polticos de entonces, tomamos algunas notas y le dimos cuerpo para sustanciar una postura. Por fortuna, copia del trabajo ha reaparecido entre los archivos domsticos y, transcurrido doce aos, lo creemos pertinente con las correcciones y actualizaciones que pudieran hacerse, aunque en esta ocasin lo presentamos tal y como lo redactamos originalmente. Considerado un borrador, quisimos retomarlo, pero fue infructuoso el esfuerzo de ampliacin, ratificacin y rectificacin de criterios, por las consabidas vicisitudes que impidieron darle la profundidad necesaria para buscar una casa editora que tuviese inters. Huelga comentar la situacin que hoy vivimos los venezolanos, convencidos del talante, la naturaleza y las consecuencias de una propuesta totalitaria en curso. Dios mediante, la superaremos.

    Luis Barragn J.

    Caracas, agosto de 2015

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    FIN DEL OCTUBRISMO

    (PRESUPUESTOS PARA UNA COMPRENSIN DEL REGIMEN CHAVISTA)

    Luis Barragn

    Caracas, Septiembre de 2003

    INDICE Nota previa 4 I.- Ejercicio de precisin 5 II.- Imaginario que se va 15 III.- Ruptura e inauguracin 54 IV .- Capacidad imaginaria 81 V.- Dificultades del consenso 105 VI.- Bibliografa esencial 120 VII.- Anexo: Ley Mordaza 124

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    Nota previa

    Experimentamos una profunda perplejidad ante el rgimen imperante en Venezuela. Urge una caracterizacin que nos permita, incluso, vislumbrar las

    respuestas cnsonas con los desafos pendientes.

    Caracterizacin que no es fcil. El intento de desplazar pacfica y

    constitucionalmente del poder a Hugo Chvez, no significa renunciar al debate sobre los orgenes del neo-autoritarismo en Venezuela y sus posibles

    reapariciones, con una profundidad que tampoco pueden evadir las organizaciones partidistas. Por ello, intentamos desde la perspectiva del mito

    revolucionario- un conjunto de presupuestos donde destaca el imaginario poltico (creencias, smbolos, discursos), inscrito en el modelo rentista y, especficamente,

    el rentismo poltico venezolano. El llamado trienio octubrista (1945-1948), nos concede las pistas necesarias para ponderar el proceso que parti en 1998, en un

    ejercicio comparativo de control histrico. Grosso modo, indagamos sobre el imaginario que se deshizo y rehizo, la voluntad de ruptura. La capacidad imaginaria, el consenso.. Y, en atencin a nuestro objeto

    de estudio, nos permitimos anexar los artculos relacionados con la primera y la segunda versin del proyecto de Ley de Responsabilidad Social en Radio y

    Televisin, promovido por el gobierno.

    El presente trabajo est destinado a la Fundacin Konrad Adenauer (Venezuela). Agradecemos la confianza depositada por su

    representante, Dr. Michael Lingenthal.

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    I.- Ejercicio de precisin Parece una exageracin parangonar dos etapas histricas como la del trienio de 1945-1948 y la que surgi de las urnas electorales a partir de 1999. No obstante, hay coincidencias que responden a unas expectativas histricamente formadas, pues, la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rmulo Betancourt, levant la banderas de la despersonalizacin del poder, la moralizacin administrativa y el sufragio directo, universal y secreto que hablase de una democracia efectiva; mientras que el Polo Patritico, bajo la jefatura de Hugo Chvez, alz las de la despartidizacin del poder, la lucha frontal contra la corrupcin, impulsando una democracia verdadera, luego llamada participativa y protagnica. Todo, bajo los auspicios de una renta petrolera que, por los cuarenta, fue descubierta por los venezolanos como un elemento formidable de redencin, y, por los noventa, redescubierta como un derecho conculcado y una posibilidad negada para solventar los problemas que nos aquejaban. Definitivamente, echadas las bases del capitalismo rentstico venezolano con la insurgencia de 1945, consideramos que la actual etapa es una prolongacin y una agona del modelo que no ha experimentado una sustancial modificacin por obra de un discurso revolucionario que, al reforzar determinadas creencias y smbolos, evidencia una asombrosa continuidad del sentido. Por consiguiente, la ausencia de un proyecto alternativo coherente y convincente, convierte la sola y aparente ruptura histrica en un instrumento de legitimacin del poder, imaginndola y recrendola incansablemente so pretexto de una situacin de emergencia que se extiende sin lmites. La revolucin opera, as, como un mito poderoso, distanciado de los ordinarios enfoques, obligada a una constante invocacin y a una enfermiza maldicin del pasado, para mantenerse en pie. Tratndose del agotamiento del modelo de desarrollo, el poder entrante lucha infructuosamente por preservarlo como su mejor y nica garanta de supervivencia poltica y acaso- personal, al crear y administrar sus posibilidades autoritarias antes que ceder a un modelo distinto, moderno y competitivo en lo econmico, que pueda arrastrarlo y defenestrarlo. Ejercicio de precisin, luce necesario atenerse a la versin que el poder mismo da de las condiciones y circunstancias que padece, as como de las soluciones que propone. La jefatura del Estado es la tribuna privilegiada de un esfuerzo que se presenta como revolucionario y, al adquirir rasgos muy particulares en 1945, pudiera sorprendernos su escasa novedad en los albores del todava mtico siglo XXI.

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    A) EL ACOSO DE UN DILEMA Padecemos una crisis poltica, resultante de las otras acumuladas en ms de una dcada y a las que se crey responder en forma definitiva con los resultados electorales de diciembre de 1998. Pretendimos que los problemas fundamentales del pas no slo eran de fcil solucin, sino que jams interferiran en nuestro propio destino personal. Sorprendidos, los acontecimientos adquieren un ritmo indescifrable que nos interpela constantemente, reclamando a favor o en contra del rgimen encabezado por Hugo Chvez- un rumbo sta vez- definido que permita decantarlos, quizs cansados por una sucesin artificial de conflictos que ocultan aquellos que la realidad va tejiendo de manera insobornable en los stanos de la sociedad. Opera un falso dilema que nos acosa incansablemente: largar o no del poder a Chvez, como si fuese una sntesis irreductible de todos los males que nos agobian. Invertidos los trminos, la polarizacin poltica que antecede a la social, condiciona todo acontecimiento, gesto y episodio, forzndonos a la simplicidad de los hechos pblicos, a lo mejor como una clara victoria de las corrientes antipolticas fraguadas en la dcada de los noventa.

    La crisis por domicilio Superada toda la etapa puntofijista, duea de las calamidades que nos agobian, brota la promesa de otra en la que no tardarn las soluciones por el slo desplazamiento de un liderazgo ticamente putrefacto. No obstante, transcurrido un tiempo considerable, desde la toma de posesin de Chvez, es evidente el empeoramiento de nuestras condiciones de vida, unida a una corrupcin galopante y generalizada, bajo el asedio permanente a las libertades pblicas. Partidarios y opositores del rgimen comparten el mismo retroceso social y econmico, aunque todos lucen optimistas frente al saldo de los esfuerzos polticos que realizan por el visible sacudimiento de la consciencia ciudadana desde sus respectivas perspectivas. La amenaza autoritaria que promueven unos o el sabotaje golpista que encaminan otros, hacen la agenda cotidiana perdida la nocin exacta de una crisis que nos domicilia e interroga, trazando los caminos de la desesperacin. El rgimen goz de una incontestable popularidad que reiteradamente confirmaron los comicios celebrados a partir de 1999. Al ocupar todas las instancias institucionales y disfrutar de los altos ingresos extraordinarios provenientes del petrleo, todava nos preguntamos sobre el fracaso de un oficialismo que despilfarr un inmenso capital poltico e, igualmente, la tardanza de la oposicin en capitalizarse y responder hbilmente al descontento social.

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    Por qu Chvez y el chavismo?, por qu del antichavismo?, cules posibilidades de superar el dilema?. Adems, luce temprano para que la novelstica o la cuentstica nos ayuden a desentraar una vivencia densa y compartida que la diatriba diaria no puede esclarecer, anuncindonos los caminos faltantes.

    Caracterizacin del gobierno Propios y extraos, en la vorgine incontenible de los acontecimientos, no atinan en una caracterizacin fundada del gobierno de Chvez que, al verse duramente cuestionado y asediado, se hace portador de una inspirada democracia de tintes liberales y, cuando toma aire de satisfaccin, esgrime toda la simbologa revolucionaria de la que puede ser capaz con auxilio de la ya consagrada por la vecina Cuba. Los esfuerzos propagandsticos estn centrados en una administracin que ha roto con las consabidas tradiciones de mantenimiento y de preservacin, segn el juego democrtico, mientras los problemas persisten quiz con un poco ms de maquillaje, como si el largo catlogo de las demandas polticas no hubiese sufrido alteracin alguna al pasar los aos. Lo que pudo ser una promesa de relanzamiento democrtico, modernizacin econmica y recuperacin social, para unos, toma el camino de una obstinada permanencia en el poder, para otros. Siendo as, el mero afn de supervivencia traspasa los linderos de una simple y circunstancial administracin, problematizando su legitimidad y pertinencia. Ya no se trata slo de atender las actividades y funciones rutinarias de las distintas instancias que configuran al Estado, acentuando la de su rgano ejecutivo o la alta administracin frente a otros rganos del Poder Pblico, sino cobran importancia los entornos que condicionan y resultan condicionados por las directrices estatales. Lo que, por comodidad, se ha dado en llamar chavismo suscita un conjunto de preocupaciones en torno a su orgen e implicaciones, obligando a la contextualizacin de lo que entendemos- es la fase terminal del rentismo en Venezuela. El problema radica en las maneras de percibir una realidad que fuerza a diferentes versiones, vistas las sugerencias y elaboraciones propias de la sociologa del conocimiento 1, respondiendo a la conviccin que tengamos del mundo y de las cosas con la inevitable incidencia del poder poltico, e importando lo que ste dice que hace, lo que cree al hacerlo y lo que creemos que dice cuando hace. Las gravitaciones del pasado en el presente, como dira Giovanni Sartori, nos permiten ir ms all de la rpida consideracin de un elenco y de unas determinadas tareas gubernamentales. La cuestin reside en las motivaciones y representaciones que hacen y sostienen al poder, suerte de libreto confidencial que inspira a los actores en escena. 1 A modo de ejemplo: Lizcano, Emmanuel. Sociologa del conocimiento cientfico, en: http://inicia.es/de/cgarciain/lizcano.htm.

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    La (in) sensatez de un rgimen Diversas opciones surgen para abordar la experiencia venezolana actual, cuya novedad o no puede apreciarse al privilegiar la bsqueda de precedentes, reordenndolos de acuerdo a una determinada pauta. Significa asumir el riesgo de forzar las coincidencias y las diferencias, fatigando la crnica. En efecto, estimamos que los gobiernos presididos primero- por Rmulo Betancourt y despus- por Rmulo Gallegos, en la dcada de los cuarenta, ofrecen los referentes necesarios para aproximarnos al que hoy preside Hugo Chvez, haciendo la salvedad de las condiciones histricas que los separan y muy a sabiendas del carcter revolucionario que reivindican. Superada la nocin de gobierno, nos incumben los aspectos relacionistas del poder, su legitimidad y concretamente- las creencias y smbolos que, convertidos en discurso, reven una tendencia constante. De modo que nos interesa precisar las grandes orientaciones que signan a ambos perodos, el de 1945-1948 y el que arranca en 1999, en la bsqueda de una sensatez que pudiera no ser tal al comparar los elementos discursivos y simblicos esgrimidos en correspondencia con las creencias sociales invocadas por el poder. B) OCTUBRISMO Una mera descripcin de los acontecimientos, peripecias e intenciones, suscitados en los citados perodos, no contribuir a una adecuada caracterizacin histrica que nos permita vislumbrar una respuesta a la crisis actual. Ser intil referirnos a la formal contradiccin entre el ascenso al poder de Betancourt y el de Chvez, o a la semejante invocacin de una emergencia social, el incremento del gasto corriente o la otra vinculacin con la institucin armada, tan frecuentes en las ltimas dcadas, si no alcanzamos una hiptesis de trabajo capaz de problematizar 2 y relacionar los hechos sujetos a confirmacin, reportndonos una solucin tentativa. 2 Seala Pjaro Huertas: La hiptesis por su esencia, comprende juicios problemticos, es decir, juicios cuya veracidad o falsedad no ha sido demostrada an; estos juicios problemticos no han de ser conjeturas arbitrarias, su probabilidad debe estar argumentada por conocimientos anteriores ya demostrados. Vid. Pjaro Huertas, David (2002) La formulacin de hiptesis. Cinta de Moebio, nr. 15 de diciembre, en: http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/moebio/15/frames05.htm

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    Trienio y quinquenio octubristas

    El rgimen que naci el 18 de Octubre de 1945 (18-O), hermando el elenco acciondemocratistacon una logia del ejrcito, culmin el 24 de Noviembre de 1948. Tres aos, un mes y seis das polmicos perduraron en el recuerdo de los venezolanos, hasta languidecer con la realizacin de un proyecto redefinido por 1958. A partir del 2 de Febrero de 1999, conocemos de otro ciclo polmico que tiene como protagonista a Hugo Chvez. Puede aseverarse que, an desplazado del poder, tardar poco ms desmontar las polticas que ha impulsado, luego de reivindicada una revolucin que tambin escapa de la tipologa consagrada. Diremos que las tendencias del imaginario presente a mediados del siglo XX, reaparecern vigorosamente en los albores del XXI. Por lo que, ambos ciclos, pueden calificarse de octubristas en la medida que: a) son discursivamente revolucionarios en sintona con unas creencias y smbolos dados; b) traducen el protagonismo real o fingido de la renta petrolera que releva o dice relevar del sacrificio a los distintos sectores sociales; c) responden a una emergencia social que cuestiona la ausencia de un proyecto definido y compartido de pas que de un lado- parece satisfacer una oferta inicialmente limitada (despersonalizacin o despartidizacin del poder, sufragio efectivo o relanzamiento de la democracia, moralizacin de la administracin o inmediata liquidacin de la corrupcin), hallando en el populismo su mejor instrumento; d) se realiza en el marco de un forzado pluralismo poltico que, al pretender reducirlo y domesticarlo, endurece los rasgos autoritaritario y acaso totalitarios temidos por unos y aupados por otros; y e) la institucin armada recupera una importancia estratgica antes aminorada por el desenvolvimiento poltico cotidiano. Hiptesis que descarta la pretendida originalidad del proceso actual, remitindonos al pas que imagina modelar. E, igualmente, evita la tentacin de tratar otros y muy especficos, como variados, aspectos que dibujan una gestin social y econmicamente fracasada, dispensndonos de la necesidad de agotar toda la bibliografa y la hemerografa suscitadas, bajo supuestos tericos distintos al objeto del presente ejercicio. C) ESCANDALO DE LAS REPRESENTACIONES El esfuerzo de aprehensin de ambos perodos requiere de una tentativa de conceptualizacin lo ms universal posible, que sea capaz de recoger sus propiedades o caractersticas y, as, comprender el de Betancourt-Gallegos y el de Chvez como manifestaciones de un mismo fenmeno ligado a la renta petrolera, a travs de un proceso revolucionario que contradijo, por una parte, a los regmenes de Eleazar Lpez Contreras e Isaas Medina Angarita, y, por la otra, al llamado puntofijismo, intentando domesticarla y canalizarla - segn el sentido o las expectativas histricamente formadas o en formacin- cuando ella irrumpa

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    en la vida venezolana o deficiente- la abandonaba. De modo que nos atenemos a una nocin del poder que permite apreciar el carcter (des) legitimador y (des) legitimante de la renta, optando por un enfoque adecuado de la revolucin. Un nivel alto de abstraccin nos permitir reducir los atributos discursivos (connotacin), para diferenciarlos y generalizarlos de acuerdo a determinadas propiedades, denotndolos por gnero y especie (nivel medio de abstraccin). Y, finalmente, prosiguiendo con Sartori (1979), el anlisis de los casos particulares, circunscritos al objeto de estudio, nos llevar a una concepcin configurativa y a una definicin contextual, a lo fines de controlar nuestra hiptesis (bajo nivel de abstraccin).

    La dilucidacin del poder Un elemental acercamiento al fenmeno del poder, conduce a la combinacin variable de autoridad legtima y poder pblico que exhibe el secular contrapunteo de las convicciones esgrimidas y de la violencia empleada. Una variable se refiere al recurso del consenso, la persuacin, la cohesin, la razn, el derecho, verificndose una relacin de ideas, creencias y representaciones que desemboca en el mando y la obediencia (autorictas); y la otra, nos remite al recurso de la coercin (intimidacin o amilanamiento), la coaccin (material o corprea), estableciendo una relacin de dominacin y sumisin (potestas). El ejercicio de la autoridad pblica sugiere comunidades polticamente estructuradas, con capacidad de regular distintos mbitos (poltico, social, econmico, cultural y militar), no exento de los conflictos generados por otras instancias de poder que no desean o no logran monopolizar la violencia, o cuando los bienes polticos no sintonizan con los bienes sociales y econmicos proclamados 3. No se entiende el poder sin el Estado, aunque tienda a relativizarse y actualizarse, cuando predominan las relaciones polticas en lugar de las acciones directas o de fuerza.

    La imaginacin revolucionaria El poder responde o intenta responder a la crisis desde sus ms variadas perspectivas, acentuada en el presente trabajo la que lo legitima mediante las respuestas supuestamente esperadas por la colectividad que las invoca en el marco de una emergencia, operando una ruptura con aquello que la produjo y determin la inauguracin de otro ciclo histrico. 3 Vid. Morador-Wettstein, Raquel (1993) Terminologa operativa en ciencia poltica. Facultad de Ciencias Jurdicas y Polticas. Universidad de Los Andes. Mrida, p. 73 ss.; y, para el contraste entre los bienes polticos y los socioeconmicos, cfr. Urriza, Manuel (1983) Amrica Latina: Hacia qu democracia?. Ediciones CIDAL. Caracas, pp. 11-31.

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    Una definicin del poder, motivo del profundo y secular esfuerzo de los especialistas, halla su mejor expresin en los lomos de una inacabable tensin que bien retrata Mirek, un personaje novelstico: ... La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido 4. Nuestras creencias actuales resumen otras viejas y sobrevivientes que entran en la peligrosa escena de las disputas polticas cuando el reclamo de la razn pretende cabalgar lo que se dice y se hace, invocando los caminos recorridos. La marcada distancia entre la Venezuela actual y la que supo del trienio adeco, pareciera no autorizar semejanza alguna. Empero, la oferta de una revolucin puede darnos la pista de un itinerario que suponemos inconcluso desde los remotos tiempos de la gesta independentista: es en el mbito de las creencias donde esa ruptura induce al poder a imaginarse a s mismo en correspondencia con las razones y smbolos que encuentra y aprovecha. La revolucin, en la vertiente de Franois Furet, slo puede ser comprendida en y gracias a la continuidad histrica y esta continuidad se hace evidente en los hechos, mientras que la ruptura aparece en las conciencias, siendo necesario asumirla en trminos de balance y no en trminos de acontecimiento; como un proceso y no como una ruptura, traduciendo dos modalidades especficas de la accin histrica: el papel de la violencia y el de la ideologa (es decir, de la ilusin intelectual) (Furet: 27 s., 202). Nos atrae la vivencia compartida de los protagonistas, permitindonos enlazar aquellas creencias, smbolos y razones esgrimidas para la severidad del dictamen, pues, cualquier intento de conceptualizar la historia revolucionaria comienza por la crtica de la idea de la Revolucin tal como fue vivida por los actores y trasmitida por sus herederos, es decir, como un cambio radical y como el orgen de una nueva poca (Furet: 26). De lo contrario, prosigue el autor, quedar prisionera de lo inmediatamente econmico, social y poltico hasta perder de vista una ilusin que genera consecuencias a travs de las formas o modalidades que adquiere. Y no es otra que la ilusin que se hace revolucionaria y celebra el rompimiento con un pasado denostado, abrindose a un futuro por siempre promisorio. Sin embargo, la denostacin esconde entre sus pliegues una continuidad, quiz insospechada por los actores, lo que no impide una relacin diferente de la ciudadana y el poder que la ha escandalizado. Las nuevas representaciones, oficializadas desde las cumbres del Estado, hablan de una una perpetua violencia de la idea sobre lo real, como si aqulla tuviese la funcin de reestructurar por medio de lo imaginario el conjunto social fracturado (Furet: 39). El poder asume un papel integrador en una sociedad que busca una nueva identidad colectiva y, ante una revolucin que tiene enemigos o adversarios y no limitaciones objetivas, nace todo un sistema de interpretacin

    4 Kundera, Milan (1981) El libro de la risa y del olvido. Seix Barral. Barcelona. 1986, p. 10.

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    que se enriquece con las primeras victorias y se constituye en un credo que separa a los buenos de los malos segn se acepte o se rechace (ibidem: 73).

    Rentismo poltico El Estado se hizo -a partir del veintenio- creciente receptor de los ingresos provenientes de la exploracin y explotacin del crudo como propietario de los yacimientos, provocando un inmenso y duradero impacto poltico, social y cultural. El rentismo estimul y consolid, como refiere Luis Salamanca, una estrategia de funcionamiento definida en alguna etapa de la historia contempornea probablemente a partir de la dcada de los 40- que ha cristalizado en un paradigma de resolucin de los problemas colectivos que le ha dado cuerpo a un modo de pensar, de valorar la sociedad misma y sus relaciones con el Estado y que ha impregnado los objetivos y los modos de actuar de los actores polticos, sociales, econmicos y casi de cualesquiera otros actores significativos (Salamanca: 90). Puede hablarse de tres enfoques sobre el rentismo (petrolero): el econmico, producto de la propiedad del (sub) suelo y de las riquezas que contiene, convertido el Estado en un insigne arrendatario; el sociolgico, abriendo la competencia social por capturar una porcin de los ingresos percibidos por el Estado, generando las consiguientes conductas; y el poltico, admitida la mediacin de quienes influyen o ocupan la direccin del Estado. Este ltimo, apunta a la autonomizacin del sector poltico en el manejo de (los recursos econmicos por parte del Estado), por lo que el rentismo es una opcin y una decisin polticas, que viene siendo ofrecida a travs de programas y polticas por los principales partidos polticos y, que no se desprende automticamente de su carcter econmico o sociolgico (Salamanca: 97). El autor de marras entiende por paradigma poltico rentista venezolano segn sus valores fundamentales (civilismo, rentismo, populismo estatismo, centralismo), actores bsicos (Estado, partidos, sindicatos, gremios profesionales y organizaciones empresariales), objetivos (gobierno civil, democracia representativa y alternativa, reforma social, industrializacin), y modos de accin (intervencin del Estado, consenso inter-lites, distribucin de la renta, representacin proporcin, centralizacin). Adems, por suerte de una ideologa petrolerista, tenemos un compromiso histrico poltico de los grupos dirigentes que tomaron el mando de la nacin entre 1945 y 1948 y posteriormente a partir de 1958, que como instrumento de realizacin- llev a la creacin de un entramado institucional igualmente distributivista, ideado como mecanismo de compensacin social. (Ibidem: 92).

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    D) UNA INFLEXIN NECESARIA Nos interesa conocer cmo se imagina el poder revolucionario a s mismo, centrando nuestra atencin en las alocuciones oficiales de Rmulo Betancourt y Rmulo Gallegos, entre 1945 y 1948, y Hugo Chvez, a partir de 1999, citando excepcionalmente otras referencias, pues, la muestra est avalada por aquellos actos de Estado en los que, suponemos, el orador seala sus esenciales motivaciones. Utilizamos muy discretamente otras fuentes, procurando economizarlas en razn del objeto de estudio, prefiriendo a guisa de ejemplo- la entrevista realizada a Chvez -en pleno ejercicio del poder- por Martha Harnecker, en lugar de la muy completa y valiosa que le hizo Agustn Blanco Muoz, realizada antes del triunfo de diciembre de 1998. Reordenamos un conjunto de materiales para comprobar nuestra hiptesis en la segunda y tercera partes del presente ejercicio de anlisis. Los literales a), b) y c) correspondern al tratamiento de las creencias, el discurso y los smbolos, respectivamente. La seccin relacionada con los indicadores entendidos como regresivos, por ejemplo, nos coloca en un problema inherente al mtodo de control histrico de nuestras generalizaciones, esencialmente por la ausencia de estudios y sondeos especializados de opinin en los aos cuarenta que nos concedan importantes indicios sobre las creencias por entonces prevalecientes, amn de las estadsticas que como todas- ofrecen y obligan a distintas interpretaciones. En un caso, apelamos a una brevsima seleccin literaria para esbozar las tendencias de percepcin de la primera parte del siglo XX, por falta de esos estudios abundantes al concluir la centuria, y, en el otro, para evitar el verbalismo cuantitativo, segn la expresin sartoriana, optamos por las cifras ampliamente divulgadas sobre las cuales pesa una suerte de consenso estadstico. En cualquier caso, no afecta el esfuerzo comparativo, pues, ante la debilidad aducida por muchos socilogos y politlogos frente al mtodo de control histrico, coincidimos en que, despus de todo, la historia es un inmenso depsito de experiencias, experiencias (no experimentos) de las que extraemos o podemos extraer confirmaciones o desmentidos, importando el manejo de la documentacin histrica: es la que es (Sartori, 1979: 262 ss.). El proceso experimentado por la Venezuela de la ltima dcada ha recibido la afortunada atencin de importantes e ineludibles firmas. Al demostrar una reflexin rigurosa y sostenida, a favor o no del actual rgimen, igualmente necesaria para dibujar el destino comn, nos hemos inclinado, en esta oportunidad, por dialogar de una u otra forma con algunos de esos autores, distinguindo las referencias decisivas o esenciales de las complementarias o incidentales segn nuestro objeto de estudio.

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    Una inflexin necesaria se impone al considerar el chavismo. Desde la perspectiva furetiana de la revolucin, creemos hallar los presupuestos para un posterior ensayo. Es decir, privilegiado el balance de la revolucin.

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    II.- IMAGINARIO QUE SE VA Consenso sugiere una conjugacin y equilibrio de las relaciones de sentido, imaginario, y de fuerza, poder, cuyas variaciones no estn sometidas al rigor de las fechas. Las interpretaciones socialmente compartidas de lo que acontece, llevan las huellas de los intereses que el poder, o las perspectivas ciertas de poder, coloca en el tablero de las realidades. La cronologa queda desbordada por los saberes que utilizamos y por los significados que construmos, cuando hacemos memoria (Vzquez: 1056) 5. Y, as, la aparicin y sustentacin de ciertas creencias y su conversin discursiva y simblica, sugiere la coexistencia, superposicin o desaparicin de otras, con la lentitud impuesta por las expectativas inmediatas y las esperanzas mediatas- que los hombres abrigan frente a lo polticamente existente. Por s mismos, los hechos no explican una revolucin e, incluso, a la postre pueden desmentirla. Ella responde a sendas intenciones y tendencias, frecuentemente incontroladas, que encuentran una inicial certeza en el pasado denostado, mezclando el alborozo y el desencanto como combustibles de una realidad vivenciada. De la atencin prestada a nuestras vicisitudes personales, depender el juicio que merezca esa realidad, marcando las distancias con el poder. Estas se acortarn, impugnndole, cuando digamos insoportable el nivel de deterioro de la vida domstica; y se extendern, desenvolvindose a solas, cuando nos digamos satisfechos e indiferentes- confiemos exclusivamente en el criterio de otros jueces, lderes polticos o de opinin. Nos percatamos que la poltica existe con la invasin de la crisis en el mbito hogareo, la cual aspira a prolongarse. Servida y armada de nuestras creencias y smbolos, slo partir el husped a la bsqueda del poder como remedio inevitable, , llevndose nuestras emociones. No lo celebramos, pero aqul husped ser inquilino permanente de nuestras angustias, aunque mudar sus propias preocupaciones al Estado, convirtindolas en intenciones y pretensiones que le otorguen sentido a los acontecimientos. La revolucin, como balance, avisa de un imaginario en boga, labrado a travs de una modalidad del poder, no otra que la revolucionaria. La fuerza abrir, o intentar abrir, surcos sobre los ya abiertos en trminos de creencias y smbolos, procurando interpretar y amoldar los hechos tambin

    5 Cfr. Mateos, Abdn. Historia, memoria, tiempo presente, en: www.hispanianova.es/hn0304.html.

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    sobrevenidos. Entonces, lo que creamos del poder depender de lo que diga de nuestras perspectivas personales, a sabiendas del carcter sociosignificativo del mundo. Y el poder mismo las acumular a otras pasadas o anunciadas, emplendolas para protegerse frente a las tempestades del inquilino que tambin lo visita: la crisis devenida poltica, forzndolo a administrar los significados para preservar los espacios conquistados. La casa grande del poder se angosta, pues, el ilustre visitante desea hacerse propietario, copando todos los mbitos. La complejidad de los acontecimientos puede dar cuenta de opiniones e imgenes, criterios y conductas, surgidas de nuestro universo moral y, tan cmodo mobiliario, soporta el desengao, la desconfianza, el descrdito y el desprecio como un conjuro ante la perplejidad y el escepticismo, a objeto de hallar -precisamente- la ilusin, la confianza, la credibilidad y el aprecio, como promesa de nuevos espacios.

    Octubre persistente

    Frecuentemente, se entiende por octubrismo, aquellos principios o postulados programticos enunciados o realizados, incluidas las resistencias que gener, desprendidos del ciclo fundado por Betancourt en 1945, el cual admite una serie de coincidencias y diferencias con el abierto por Chvez en 1998 (Dvila: 19, 59; Arenas-Gmez: 6) 6. No obstante, consideramos a ambos ciclos como expresiones originaria y derivada- del modelo rentista de desarrollo, el cual se asienta en un conjunto de creencias, smbolos y discursos (imaginario), para responder a coyunturas o confrontar retos muy semejantes (guerra civil, emergencia social, pluralismo forzado, rol de la institucin armada). Resulta decisivo un determinado imaginario (y capacidad imaginaria), realizado a travs de la revolucin como mito, para concederle una significacin distinta a los hechos o circunstancias que enfrenta. El octubrismo es una experiencia o apariencia de ruptura que contribuye a la edificacin del consenso. El ciclo abierto en octubre de 1945 se ha extendido hasta el presente, lo que sugiere un sentido histricamente acumulado, en el que suele coincidir buena parte de las expectativas de entonces con las de hoy, aunque difieran obviamente- las circunstancias histricas concretas. El signo de la revolucin, cuyo principal rehn es el pasado, as lo revela: cualquier revolucin significa una ruptura que turba los espritus; pero tambin, en los hechos, una formidable recuperacin del pasado o mejor - continuidad en los hechos, ruptura en los espritus (Furet: 150, 182). La satanizacin del medinismo no estuvo muy alejada a la del puntofijismo, aunque culminado el ciclo- tienda a reivindicar las tendencias persistentes e inevitables de un pasado que se precipit, con las vergenzas al aire, en un presente lleno de vacilaciones. 6 Crf. Camero, Isrrael. El octubrismo, en: www.analitica.com/ve/politica/opinion/8562955.asp.

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    La revolucin misma se ver interpelada, a menos que haga una acrobacia con las palabras para prolongar la ilusin que despert. La revolucin chavista -en caso de perdurar el adjetivo- se ofrece como un problema ms all de lo que pueda considerarse como un hecho ms, tras otros hechos, abortando la cronologa. Sus contenidos o sentidos tienden tan largos e imprevistos puentes en el proceso histrico venezolano que las nicas peripecias y ancdotas no lograron construir, pues, las modalidades que emplea y manifiesta el poder cambian naturalmente con el desarrollo social y material alcanzado. No es un atrevimiento remitir el presente a un pasado que muchos venezolanos ignoran, pues, respecto a Octubre de 1945, valga decir con Furet, inauguramos un mundo en el que las representaciones del poder son el centro de la poltica, definiendo la victoria por la capacidad de ocupar esta posicin simblica y de conservarla (Furet: 68). Las coincidencias que descubrimos en el campo de las creencias y smbolos, si bien puede variar y solapar el discurso que lo abona, nos permite sospechar de una revolucin que, como la actual, ha usurpado un calificativo que al no pertenecerle, como veremos luego- por irona alguien tendr la osada de reclamarlo en favor de Rmulo Betancourt. La asuncin de la renta petrolera frente a los dramticos problemas sociales padecidos, la interpretacin del pasado, el papel de las fuerzas armadas en conjuncin con el pueblo y el gobierno, as como los elementos programticos que les sirvieron de pivote, pueden advertir el mellizaje de dos ciclos ms all del dispositivo empleado para publicitarse o ascender al poder, el extremismo constituyente o el nacionalismo y populismo profesados. Las distinciones pudieran incluso- resultar sutiles, siendo portadoras de una misma carga gentica, admitida el cambio que dispensa la juventud y la senilidad. Entendido como manifestacin y remembranza del octubrismo, 1998 clamar contra la injusta distribucin de la riqueza y los desafueros en los que incurrieron los cenculos corrompidos del partidismo y sus aliados, indiscutiblemente desnacionalizadores. La dureza y terquedad de los reclamos tienen por mejor escuela, los aos cuarenta. Evidente, versamos sobre pocas encontradas y con problemas de diferentes encajes o experiencias de opuesto calibre, adems de un partido organizado y de una complicada vida interna que, como Accin Democrtica, no poda fcilmente adquirir la aparente solvencia poltica alcanzada por el liderazgo carismtico de Chvez, frente a una entidad, como el Movimiento V Repblica, dcil y obediente. Agreguemos un contrastante trasfondo cultural, aunque en la actualidad- puede hablarse de una regresin advertida por la incisin mordaz de las circunstancias, y a las que no puede llegar el estoicismo de las formalidades. Un imaginario se deshace frente a otro que apostar abiertamente por una ruptura que dir liberarlo y, as, hacernos partcipes de un destino comn. El discurso abonar en terreno frtil, intentando cosechar y darle signo a otro consenso.

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    Senderos del rgimen que sale (y el que entra) El rgimen saliente transita los senderos del descreimiento, contribuyendo con sus errores y deslices al sentimiento generalizado de desintegracin que es quiebra del compromiso real y efectivo de los ciudadanos, inicialmente, con los portavoces y, luego, con las instituciones de las que se sirven. Y es que, al evaporarse las representaciones, smbolos y creencias que los sostenan, descubrimos la independencia e inercia de lo social y la necesidad de una renegociacin poltica que les conceda aliento frente a la creciente imprecisin de los fines y medios disponibles. Vale decir, las representaciones de la accin ya no coinciden con el juego de las fuerzas sociales y los niveles alcanzados por el conflicto poltico (Furet: 93, 95, 99), por lo que tendemos a fortalecer determinados mitos que recrean una cierta nocin de felicidad (convivencia armnica, beneficios y cargas compartidas, prosperidad o epopeyas comunes). La crisis es la del divorcio tardo con un imaginario, segn contemos con un cdigo espontneo y tambin inducido de interpretacin. Recordemos: Un sistema poltico que funcione por mucho tiempo alejado de las creencias de la gente a su favor, puede llegar a alienarlas hasta el punto del abandono. Y viceversa (Salamanca: 101). Luego, el ascenso por la fuerza de Rmulo Betancourt en 1945 y el ascenso electoral de Hugo Chvez en 1998, estn enmarcados en la agona o supervivencia de un mundo percepciones, pugnando por quedarse o dar paso a otro, segn el afn justiciero del discurso poltico. El pasado inmediato, irremediablemente compartido por todos, ser la clave esencial para comportarse frente al rgimen evanescente y, eventualmente, juzgarlo. La riqueza de datos que una determinada accin de gobierno genera, no sin intentar que determinados detalles hablen por toda una gestin, de poco valdr si no responde al contraste con lo que creemos haber perdido y evoca un conjunto de representaciones mentales ... por medio de los cuales los hombres reconstruyen un mundo interior distanciado de la realidad material, que deviene as realidad inventada, aunque no apostemos por la preeminencia de las reproducciones grficas: imgenes 7. En ste ltimo sentido, las faenas propagandsticas del oficialismo, por s mismas, escasamente lo fortalecern en la mente y el corazn de quienes fueron sus entusiastas seguidores. 7 Barros, Carlos. Historia de las mentalidades: posibilidades actuales, en: www.h-debate.com/barros/spanish/hm_posibilidades.htm. La realidad propia y la ajena la asumimos a travs de modos que no abonan exclusivamente a las tcnicas propagandsticas y publicitarias, como afirmara Luis Ricardo Dvila (Dvila: 151).

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    La razn niveladora Lo anterior remite a dos niveles: manera y capacidad de pensar, de sentir, de imaginar y de actuar, como al de un repertorio de actitudes, valores, creencias y recuerdos, en un determinado perodo histrico, que de lo social a lo poltico- informan al poder saliente y entrante- como relacionista de una legitimidad que no cesa de invocar. La razn, no otra que la del poder, los intentar aguijonear para desechar o provocar una determinada conducta en consonancia con la versin que tiene del proceso histrico. Destaquemos que los imaginarios sociales, obvia materia prima de los polticos, tienen como funcin primaria la elaboracin y distribucin de instrumentos de percepcin de la realidad construida como realmente existente 8. No en balde, la aparicin del petrleo provoc una profunda y objetiva transformacin en la vida venezolana y, amn de una distinta realidad material, incurrimos en la modificacin sustancial de la nocin y del ejercicio del poder que dificulta, al menos, las viejas escaramuzas, rencillas y guerras civiles con pretensiones de copar y versionar todos los mbitos sociales, derivando en una ampliacin y democratizacin del instrumental de percepcin. Igualmente, los prejuicios y el malestar pueden compendiarse en el inicio o auge de una crisis poltica, no sin estimularla, relacionando, integrando, identificando, defendiendo o rechazando los mundos externo e interno y, al conceder una valoracin de s, del otro y de los otros en la coyuntura, conformar una red imaginaria que (des) estabiliza el discurso del poder, enfatizados ciertos estigmas y acentuada una propuesta revolucionaria. Esta tendr xito si coincide con la decadencia de un imaginario y la aparicin de otro, mas no concebirlo y planificarlo en detrimento de su fuerza fundamental: la espontaneidad que aporta al mantenimiento o surgimiento de las nuevas identidades polticas y sociales. Pocos dudan que el imaginario poltico, al principiar el decenio de los noventa, tiene por origen el fraguado en octubre de 1945, responsable de la actual era de vaco tico-poltico permitiendo comprender por qu el pueblo ya no cree en la democracia -al menos tal como l la ha conocido 9. Y algunos adivinarn la entrante, cargada de los residuos de la anterior. Dvila seala: Desaparece as definitivamente del imaginario poltico venezolano, la referencia a la lgica octubrista, siendo todo substituido por el cunto hay 8 Pintos, Juan-Luis. Orden social e imaginarios sociales (Una propuesta de investigacin), en: http://web.usc.es/~jlpintos/articulosordensocial.htm. Cfr. Pintor Iranzo, Ivn. A propsito de lo imaginario, en: www.iva.upf.es/formats3/pin1_e.htm. 9 Rohrig Assunao, Matthias (1997).Recensin. Una mirada comparada de la poltica latinoamerica (L imaginaire politique Venezuelien. Les lieux des paroles` de Luis Ricardo Dvila), en: Revista Venezolana de Ciencia Poltica, Centro de Estudios Polticos y Sociales de Amrica Latina, Universidad de Los Andes, Mrida, nr. 12 de agosto-diciembre, pp. 193-196.

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    peso?, necesitados de promover nuevas formas de subjetividad que trasciendan el universo mental que nos legara el imaginario octubrista (Dvila: 153). No obstante, impresa la obra en octubre de 1992, ya habamos sufrido el impacto del 4 de Febrero de 1992 (4-F) y, desde Ernesto Laclau, su principal referencia, hubiese podido ensayar alguna aproximacin al hiato y la nueva cadena de equivalencias (sutura de lo simblico y real), arribando a un nuevo sistema de diferencias (hegemona), como lo intentaran Nelly Arenas y Luis Gmez Calcao en 2000. A) LA DESILUSION COMO CABALGADURA La mayor de las certezas est en el pasado inmediato, cuya inicial bondad es la de vincularnos. Con verdades y mentiras lo interpretamos y, por tanto, resulta moldeable y peligroso, nicamente apto para el discurso habilidoso, oportuno y contundente. Parte de los instintos primarios de relacionamiento que propensos al maniquesmo- juegan con los elementos del miedo y la inhibicin como mecanismo de autopreservacin y en ltima instancia- de definicin del rol que asumimos en la sociedad 10, pudiendo revertirse. Escasa importancia tendr el recuerdo literal, ya que el discurso ha de apuntar a las emociones, deseos, aoranzas, esperanzas y expectativas para labrar nuevos significados: Construir el pasado es construir su sentido (Vzquez: 1056). La razn nada lograr si no recoge y -justamente- moldea las percepciones en una versin propicia para el rgimen naciente, incluyendo las diligencias antes realizadas para evitar la catstrofe que lo acrediten moralmente. Los (re) constructores del pasado deben exhibir la nobleza de los materiales que intentaron aportar, abriendo ventanas y posibles salidas. Ahora, se trata de destruir la inmensa muralla de los acontecimientos (y significados), para despejar el camino hacia un futuro que es slo presente y, adems, presente que no alcanza para la heroica remocin de los escombros del pasado.

    El latigazo de las culpas Cmo explicar la injusta distribucin de los sacrificios o el empeoramiento de las condiciones de vida en perodos de escasez o de prosperidad material?, abordar la 10 Palacios, Guillermo (1997) Revueltas campesinas, misiones religiosas e imaginario social en la formacin del mercado de trabajo: el caso del nordeste brasileo en el siglo XIX, en: www.hemrodigital.unam.mx/anuies/ibero/historia/historia8/sec_20.html.

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    descomposicin interior del rgimen saliente y la difcil configuracin del entrante?, asumir o desechar ciertos protagonismos en detrimento de otros que se crean naturales?. Las demandas colectivas no esperan demasiado por el discurso acadmico o poltico para afianzarse como banderas, abriendo el equipaje de los prejuicios que la mudez o diferimiento del poder o de los que lo aspiran, siembran y cosechan como explicacin irremediable de lo que acontece.

    El absceso de los recursos Por 1945 y 1998, el poder apel a la comn indignacin del venezolano frente a la abundancia de recursos que contrastaba con la creciente precariedad de sus condiciones de vida. Una minora la disfrutaba e, incluso, indolente, la despilfarraba, justificando as una situacin de emergencia que hiciera posible la redistribucin, ms de los beneficios que de las cargas. El discurso presidencial repotencia los estigmas que pesan frente al elenco desplazado. Betancourt lo ejemplificar concretamente a travs de una poltica suntuaria, ostentosa, la del hormign y del cemento armado (que) fue grata al rgimen (medinista), como lo ha sido a todo gobierno autocrtico que en piedra de edificios ha querido siempre dejar escrito el testimonio de su gestin, no pudiendo estamparlo en el corazn y la conciencia del pueblo (Congreso, 1989: 178). Chvez, en el desfile militar de Los Prceres (02/02/99), har una mayor extensin simblica del rgimen anterior, con filones de atemorizacin, cuando advierte que estn todava latiendo de manera muy peligrosa las mismas causas multiplicadas, no s por cuntos factores, que aqu produjeron la explosin social del 27 de febrero de 1989 (Chvez, 2000: 53 s.), luego de denunciar, el mismo da, en su discurso de toma de posesin, que aqu en Venezuela se evaporaron 15 planes Marshall, Presidente Banzer, aqu se evaporaron, 15 planes Marshall dnde estn?, el que sepa, dgame: el que tenga alguna informacin de dnde est eso, dgamelo (ibidem: 15); y - relegitimado- en su primer mensaje anual al parlamento (15/01/01), denunciar el desprecio hacia los pobres, de una mejor eficacia que la directa y cansada estigmatizacin de Accin Democrtica y COPEI: De manera salvaje, durante los ltimos aos, se le vino recortando presupuesto a la educacin y a la salud. Esa es una de las causas de la tragedia que vive el pueblo de Venezuela Los pobres! Muranse, pues! Era la consigna (Chvez 2001: 26). Estereotipos necesarios a los fines de retratar una sociedad que (pre) siente la abundancia (petrolera), negada por pocos. El discurso la nombrar y caracterizar, allanando el camino hacia el poder que no es otra cosa que la de marcar una pauta de competencia - entre los otros competidores- para obtener una cuota de la renta, principio rector de una sociedad anmica que ha experimentado un fuerte proceso de despolitizacin y que ahora- se interesa por la denuncia y la polmica poltica, entre las distintas opciones que se abren,

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    sospechando por los cuarenta- de las aejas costumbres caudillistas y por los noventa- de los probadas prcticas partidistas 11. Breve digresin, posiblemente el fracaso de la conspiracin encabezada por Alexis Camejo contra Medina Angarita (12/11/44), obedeci a la inconsistencia de una opcin que reeditaba un viejo estilo para acceder al poder, en la rbita de la sargentada batistiana cubana, contrastante con el que triunf en 1945. Y la clebre movilizacin de tanques, realizada en las postrimeras del gobierno de Lusinchi (1987), sirvi como una suerte de ejercicio para comprobar la posibilidad de un heterodoxo acceso al poder, sin que llegase a concretar algn proyecto definido, revelando los sntomas del malestar castrense.

    Paz y abolengo libertario de las vctimas El poder, en el decenio de los cuarenta, nos caracterizar como un pueblo pacfico y, as, Rmulo Gallegos, en su mensaje al Congreso Nacional (29/04/48), expresara: Nos ayuda, adems y quiero decirlo enfticamente- esa admirable condicin de nuestro pueblo cuyo fondo sano y alegre de buena alegra- repudia los procedimientos de violencia, por lo que nuestra mayor preocupacin, de todos los venezolanos responsables, debe ser el cuidado de esa bondad del pueblo, poderosa materia prima de la felicidad colectiva" (Congreso, 1991: 57); violencia incompatible por lo dems- con todos los estratos sociales. El rgimen anterior era inconsecuente con (las) grandes tradiciones libertarias del pueblo que soportaba un rgimen hegemnico, segn dijera Betancourt (30/10/45), al probar el micrfono una semana despus de instalado en el gobierno (Congreso 1989, vol. 51: 205). Al finalizar los noventa, el poder nos imaginar vctimas de la crisis tica que carcomi las instituciones, el modelo econmico, devenida crisis poltica. Chvez har una resea de las dcadas anteriores en su discurso inaugural ante el Congreso de la Repblica (02/02/99: Aquella crisis moral de los aos setenta fue la gran crisis y esa es la crisis ms profunda que todava tenemos all presente en todo el cuerpo de la Repblica, esa es la raz de todas las crisis y de toda esta gran catstrofe y, por mucho que suba el precio del barril petrolero, ser un alivio momentneo, pero igual nos seguiramos hundiendo un poco ms all, en un pantano tico y moral (Chvez, 2000: 11). Hablan de victimarios concretos, el medinismo, el puntofijismo y sus representantes, extendindose Chvez en un trastocamiento ms profundo y exigente que debe contar, en primera instancia, con el propio e incontestable testimonio gubernamental. A nuestro modo 11 Castilla del Pino ilustra otras formas de incomunicacin protestada en la prctica individual (evasin en el alcohol y la droga, psicoteraputica, rebelda y ejemplaridad) y en la colectiva (movimientos culturales e izquierdismo en los sesenta). Para una adicional consideracin de la anomia como competencia por la adquisicin de objetos, cfr. Hernndez L., Daniel Antonio. La enajenacin lingstica: base del consenso globalizante (Bolvar Kohn: 55-67).

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    de ver, sugiere una enfermedad tica de la que escapamos en un momento de lucidez, eligindolo, y, ya redimidos, nos har capaces de las grandes gestas gracias a las huellas todava frescas de las gestas independentistas: Nosotros somos un pueblo de libertadores y ahora tenemos que demostrarlo ante la historia y ante el mundo entero... Tenemos la fuerza que traemos de siglos (Chvez, 2000: 46).

    La vctima emblemtica Un importante indicio de las creencias generalizadas que invoca el poder, reside en el disminuido papel de la institucin armada, as como las condiciones humillantes que sufre, separada del resto de los mortales. Al conmemorar el tercer mes del gobierno (18/01/46), Betancourt habla del absurdo paralelismo que exista en nuestro pas entre los venezolanos que llevaban uniforme y los venezolanos civiles (Congreso 1989, vol. 51: 221), aadiendo en un acto de masas (29/08/47), la lamentable circunstancia de una inmensa mayora de los soldados y clases de nuestro Ejrcito (que) duermen en el suelo (ibidem: 415). Luego, a la consabida denuncia de los bajos sueldos de la oficialidad, completa la victimizacin de la institucin con un dato que no prosper en el imaginario poltico, al menos en los discursos revisados, debido presumimos- a la estelaridad de los altos mandos en el desenvolvimiento de la crisis o, sencillamente, a la fcil solucin presupuestaria del problema, aunque pudo expresarse en el imaginario social, tal como lo ejemplifica Rangel Bourgoin, al tornarse dudosa la percepcin profesional de la entidad armada. Quedan dispersos ciertos elementos del imaginario social que slo el poltico podr recuperar, dndole vigencia, sobre todo cuando una modalidad, como la revolucionaria, hurga en las bvedas del pasado en procura de una legitimidad emergente. La extensa historiografa relacionada con la distincin entre la oficialidad con formacin acadmica y los llamados oficiales chopo epiedra, pocas veces, por una parte, da cuenta del convencimiento de una funcin correccional de las escuelas militares y de la misma carrera de las armas como refugio de los estudiantes fracasados 12. Despus de 1945, la reivindicacin del militar de carrera, antes un lunar en el ejrcito pre-octubrista, significar la de la institucin armada misma, cobrando fuerza el orgullo de la carrera y el aprecio de la formacin militar, surgiendo el mito de Chorrillos, West-Point o Saint-Cyr (Castro Leiva: 21). Y, por otra parte, es necesario profundizar en las posibles implicaciones que tuvo en una institucin interior y socialmente dividida, el tratado limtrofe con Colombia, suscrito por Lpez Contreras en la culminacin de un gobierno que, precisamente, abortaba las conspiraciones de la oficialidad mejor calificada envindola a realizar cursos en el exterior . Esta oficialidad probablemente trans y difiri sus inquietudes debido a las escasas oportunidades de mejoramiento profesional existentes, y por la firmeza de la oficialidad 12 Rangel Bourgoin, (Gral.) Luis Enrique (1980) 55 aos en las Fuerzas Armadas. Revista Elite, Caracas, nr. 2870 del 23 de septiembre, p. 288.

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    proveniente del campo de batalla que condicionaba, desde 1936, a travs del Memorandum de Valencia, un escenario poltico que no descartaba la intervencin estadounidense, como refiere Battaglini inspirado en Lenin 13. Chvez se har eco de las denuncias persistentes de corrupcin y partidizacin de las Fuerzas Armadas, pero en su discurso inaugural- tambin la entender separada de la sociedad, tan urgida de sus potenciales recursos, por lo que no pueden estar encerrados en cuarteles y en bases navales con la gran capacidad, con el gran activo humano, como si fuera otro mundo (Chvez 2000: 34), aseverando el mismo da con motivo del desfile militar de la avenida Los Prceres que ellas no pueden ser otra cosa que el pueblo en uniforme y con armas (Ibidem: 52s.). Empero, el nfasis lo coloca en quienes se quedaron en ella para cargar una cruz de muchos aos (Ibidem: 12), ofreciendo resistencia al sistema, aunque no ha proliferado el testimonio veraz que lo confirme, excepto la conocida reubicacin y seguimiento por los servicios de inteligencia de los cuadros militares despus de lo acontecido en 1992. Escndalos remotos o recientes, como el de la chatarra militar (Simn Herbert Faull), las fragatas misilsticas o las municiones yugoeslavas, afilan el recuerdo e, incluso, encienden la chispa del humor cuando se deca que el vehculo papal de 1985, fue construido con el chsis de los tanques AMX, negociacin objeto de duras crticas. Son conocidas las figuras que, desde distintos estrados, ponen el acento del escndalo: el comandante Godoy, cuestionando abiertamente la honestidad de sus oficiales superiores; el general Andara, quien fue arrestado por irrespeto cuando le entreg una tarjeta escrita al presidente Lusinchi, acusndolo de truncar su carrera; o el coronel Machillanda, en el mbito acadmico, gracias a una tesis de postgrado mediante la cual replanteaba la naturaleza y relaciones polticas de la entidad armada. Hagamos rpida mencin de una conviccin desaparecida, con el tiempo, sobre el carcter parasitario de las Fuerzas Armadas, pues, como correccional estimamos que la transformacin de sus instituciones de enseanza, integrndolas al sistema de educacin superior, a principios de los setenta, indujo a otra percepcin, a pesar de las condiciones de captacin y cumplimiento del servicio militar obligatorio que sigui afectando a los sectores populares, aliviadas despus con los convenios suscritos con el INCE. Es probable que aquella caracterizacin gozara de un alto puntaje entre los insurrectos de la dcada de los sesenta, luego de caer la dictadura de Prez Jimnez 14. 13 Fruto de una reunin secreta, el memorandum significaba un ultimatum ante la grave situacin interna de la oficialidad influida por el movimiento popular u oposicin de izquierda. Vid. Battaglini, Oscar (1993) Legitimacin del poder y lucha poltica en Venezuela: 1936-1941. Consejo de Desarrollo Cientfico y Humanstico. Universidad Central de Venezuela. Caracas, pp. 74, 158. Cfr. Angulo Rivas, Alfredo (1994) Prez Jimnez: tres dcadas despus. Fondo Editorial Tropykos Universidad de Los Andes. Mrida, p. 45; y Velsquez, Ramn J. (2003) Memorias del siglo XX: 1957. La sublevacin de Hugo Trejo, diario Ultimas Noticias, Caracas, 7 de septiembre. 14 Por 1958, el prestigioso oficial Hugo Trejo reaccion frente a la calificacin de parsitas propinada por Hctor Rodrguez Bauza (PCV), la cual imput a su juventud, aunque la aseguraba como una tesis de AD o a la acostumbrada vocinglera de Jvito

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    En todo caso, en las vecindades de 1998, se haba consolidado una tendencia de opinin favorable a las Fuerzas Armadas, al considerarla como la institucin garante del orden e inspiradora de mayor confianza. E, incluso, despuntaba la preferencia por un militar retirado como candidato presidencial (26%), frente a una mujer (24%) e intelectual (14%), alcanzando el poltico profesional apenas 8% 15.

    La ampliacin del instrumental de percepcin

    Es conocida la incidencia de los patrones de comportamiento derivados de los medios de comunicacin. Al respecto, existe una vasta y polmica literatura. Sin dudas, con la existencia de los diarios impresos, emisoras radiales y televisivas, redes telemticas en los aos que corren, se evidencia un enorme salto al mirar la dcada de los cuarenta (Salamanca: 188-195) 16. La poltica de recorridos personales, la del automvil y la carretera hasta la de l casas de partido y actos de concentracin de masas, hoy conoce de la televisin y de la infopista, redimensionandos los mtines y programas radiados de an- honda penetracin. Puede decirse de un descontento social y un debate poltico incontenibles sobre el destino de la renta que imposibilita el hermetismo del Estado, forzando o contribuyendo a la otrora apertura de los medios de comunicacin, a travs la prensa escrita y radial, como de los partidos, invertida la relacin de una apertura parcial de canales de expresin poltica (que) puede haber ayudado a la definicin de los usos a dar al dinero petrolero (Urbaneja: 115). En el presente, los medios alcanzan un desarrollo tal que dificulta ese hermetismo que es aoranza de las viejas concepciones del poder, porque resulta imposible de institucionalizar (un imaginario) salvo en las sociedades totalitarias con censura global de los medios de informacin (y an as, esas sociedades cerradas se han vuelto imposibles por la aparicin de las nuevas tecnologas comunicativas) 17, por no citar una cierta y subrepticia cultura oral de la protesta que refuerzan las creencias suscitadas por el rgimen. Villalba (URD). La reaccin lo llev a televisar Venezuela: conoce a tus Fuerzas Armadas. Vid. Trejo, Hugo (1977) !La revolucin no ha terminado ...!. Vadell Hermanos Editores. Caracas, p. 186. 15 Muestra tomada en tres ciudades entre el 5 y 14/01/96. Vid. Consultores 21 Instituto Republicano Internacional (1996) Cultura democrtica en Venezuela. Informe de los resultados de una encuesta de opinin pblica. Caracas, p. 49. 16 Cfr. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Las tecnologas de la informacin y la comunicacin al servicio del desarrollo, en: Informe sobre desarrollo humano en Venezuela 2002. Talleres de Intenso Offset. Caracas. 2002. Por cierto, est pendiente un estudio de toda la suerte de textos y composiciones grficas opositoras que aparentemente contrastan por su irona y probable riqueza plstica, con los mensajes del oficialismo en la infopista. 17 Pintos, J.L. Op. cit.

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    A partir del gobierno de Lpez Contreras, el micrfono radial concede la otra tribuna al poder y a los que lo aspiran, quiz sin adivinar cun lejos llegara esa relacin. Chvez, ahora, ha atacado permanentemente a los medios de comunicacin, que ayudaron a exaltarlo en el marco de las prcticas antipolticas de las que tambin se abander en la primera campaa presidencial proyectando, a posteriori, una Ley de Responsabilidad Social en Radio y en Televisin como una de sus respuestas ms contundentes, la que consideramos tan inherente a su peculiar proyecto de poder. Sobran las intervenciones de Chvez relacionadas con los medios, al igual que las diversas reacciones que suscita. Puede sealarse que, emisoras tericamente del Estado, sirven a los propsitos partidistas del mandatario y, configurando un delito de peculado de uso, difunden informacin y publicitan las actividades de quienes polticamente lo sustentan, en el intento de alcanzar la eficacia socializadora de los medios privados que le abrieron el camino, enfatizando prejuicios, versionando la realidad. Sabidos los efectos de la llamada massmediatizacin de la poltica, tendiendo a desprenderse de la razn, las prcticas comunicacionales tienen un poderoso impacto en la conformacin de los imaginarios que los antigos mecanismos, esquemas y voceros no podan prever. Salvadas las distancias de tiempo, modo y lugar, la situacin puede equipararse a la del trienio y, as, por ejemplo, en la Asamblea Nacional Constituyente (sesin del 06/05/47), un vocero de la oposicin, Rafael Caldera, observaba que las transmisiones de Radiodifusora Venezuela, pagada con el dinero de todos los venezolanos (...) suscita muchas quejas de parte de nuestros oyentes del Interior (SIC), ya que inexplicables fuerzas magnticas, inexplicables mutaciones de volumen, provocan alteraciones evidentes en el curso de los debates segn hablen los oradores de la mayora o de la oposicin, citando un espacio de la programacin que es monopolio de Accin Democrtica, proyecciones cinematogrficas, actos en lujosas salas de cine, entre otros casos mediticos (Congreso, 1989: vol. 58, 360 s.). Puede asegurarse, por los significativos recursos disponibles, que de la legtima poltica comunicacional de un gobierno hemos desembocado en una suerte de Estado Meditico que ech sus bases en la dcada de los cuarenta, perfeccionndose a travs de sus deformaciones. Perdida la capacidad relacionista del poder, la fuerza intentar reconstruirlo ante la indiferencia, escepticismo, inconformidad y rechazo de los ciudadanos que apelan a sus devociones ms inmediatas en la bsqueda de un credo que pueda mantenerlos juntos. Minada la confianza, surge el mito salvacionista que a veces- coloca el acento irnico en el drama: la revolucin de los cuarenta apel a un golpe salvfico para optar por las vas democrticas y electorales, mientras que la de finales de los noventa obtiene el triunfo en las urnas sin desprenderse de la nostalgia por una intentona salvacionista. De un lado, la desilusin con las dictaduras nos condujo por la senda indita de las libertades pblicas; y del otro, el recuerdo de la prosperidad petrolera, con olvido de los padecimientos por regmenes de fuerza, acrecent la indiferencia y la misma apuesta por una salida autoritaria, gravemente transmitida de generacin en generacin 18. 18 El autoritarismo se ofrece como una solucin novedosa para quienes no padecieron el rigor de las dictaduras. Por ejemplo, un estudio de opinin realizado por 1996, entre

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    No est dems considerar el peso que ejerci (y an ejerce), la nocin del gendarme necesario. Fruto de las elaboradas tesis positivistas que estuvieron en boga en la primera parte del siglo XX, contribuye al mesianismo poltico que an nos galopa. Antes de 1945, insistentemente se hablar de la incapacidad de las clases populares para participar activamente en la poltica, privativa de los sectores ms ilustrados. El positivismo hallar democracia (e igualdad), por ejemplo, en el resultado histrico de las constantes guerras civiles que nos azotaron, permitiendo el acceso al poder de hombres provenientes de los ms humildes estratos sociales. Sin embargo, el nuevo discurso del poder difundir otra nocin de democracia (e igualdad), versionando los sufrimientos que el ltigo caudillista provoc, incluyendo el pillaje como saldo consecutivo de las actividades tenidas por polticas 19. En discurso pronunciado con motivo de la apertura del proceso de inscripcin para elegir a la Asamblea Nacional Constituyente, en una fecha significativa (05/07/46), Betancourt expresar de manera contundente: Ya el pueblo venezolano no cree en caudillos de enmohecido sable, pues, los socilogos de la antipatria sostuvieron siempre que Venezuela deba ser gobernada por hombres fuertes, por speros caudillos con mentalidad de jefe de tribu, porque nuestro pueblo careca de otros para el pacfico ejercicio de sus derechos ciudadanos, entre ellos el del sufragio (Congreso, 1989: vol. 51, 281). Y, precisando la novedosa forma de realizacin cvica, Rmulo Gallegos, por cierto, al anunciar un severo conjunto de medidas contra las actividades conspirativas (22/06/48), observar que son muchos los compatriotas que, sosteniendo viejas tesis de gendarmes necesarios, quieren ya alzar de nuevo la voz para afirmar que de elecciones no saldr nunca gobierno capaz de mantener con firmeza el orden pblico (Congreso, 1991: 89). En diferentes ocasiones, Chvez se ha referido al tema. Tributario de la vieja nocin de caudillismo y en el contexto de la corrupcin, como frmula de comunicacin y competencia que aventaj a los lderes y partidos que derrot, hallar en el voto -como ocurri 56 aos antes- la solucin. No obstante, con terquedad permanecen algunos supuestos del desapego colectivo, por ejemplo, la conviccin de un pueblo incapaz de gobernarse, simple espectador de acontecimientos, como los ciertos opositores que hicieron tambin a abril de 2002, cuando una lite pretendidamente modernizadora, capitaneada por Pedro Carmona, propin un golpe de Estado que curiosamente- no protagoniz la corporacin armada, cuyos mandos se haban declarado en desobediencia legtima; y, otra jvenes de edades comprendidas entre 9 y 17 aos de siete ciudades, considera a Prez Jimnez como el mejor presidente que ha tenido Venezuela (34%), seguido por Gmez (12%), Caldera (11%), Gallegos (10%), C.A. Prez (9%), y, al hacer un cruce por categora de ciudad, edad, sexo y estrato social, la tendencia se mantiene constante. Vid. Venezuela Pas ideal? (1996), en: Revista Voces para el cambio. Opinin de nios, nias y adolescentes. Centros Comunitarios de Aprendizaje (CECODAP). Caracas, nr. 6 de junio. 19 Comentaba Rangel que nadie se atreve a sembrar una semilla porque sabe que cuando fructifique, caer en manos de Luciano Mendoza y de Joaqun Crespo. Vid.: Rangel, Domingo Alberto (1964) Los andinos en el poder. Balance de una hegemona 1899-1945. Talleres Grficos Universitarios. Mrida-Caracas. 1965, p. 34.

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    variante no menos llamativa, en el gobierno, la exaltacin del mesianismo, socorrido delegatario de la capacidad latente y negada. Es necesario consignar una observacin adicional, ya que digamos- los procesos sociopsicolgicos de simplificacin prestan un magnfico servicio a la manipulacin discursiva, avisando de un criterio autoritario que emerge como respuesta ante un medio hostil y excluyente. Por una parte, el ciudadano comn lo emplea frente a los peligros reales y ficticios que apuntan a la inseguridad personal, la corrupcin, la xenofobia, el racismo o el vaco de liderazgo 20, pues, al no conseguir una solucin a sus ms inmediatas situaciones, opta por aquellas explicaciones que los prejuicios soterrados automticamente ofrecen. Adems, el poder que, culturalmente, quebr el 27-F fracas reiteradamente en su intento de darlas, presumiendo que la angustia de los grupos ms favorecidos (deterioro de las variables econmicas convencionales, producto interno, demanda agregada, estabilidad de precios, equilibrio fiscal, tasas reales de inters, ritmo de acumulacin), podan perfectamente igualarse a la percepcin de los grupos medios (prdida considerable de poder adquisitivo, deterioro de las condiciones y estilos de vida, desempleo profesional y tcnico, renuncia a los atributos internos de estatus), como a la de los ms vulnerables (colapso de los servicios pblicos, costo de la alimentacin, agudizacin de la pobreza). Y es que, si los efectos de la crisis son diferentes en la estatificacin social (Maza Zavala), mal podemos superarla en trminos materiales- destinando los recursos exclusivamente a los sectores altos y medios, beneficiarios del capitalismo de Estado, en detrimento de los menos favorecidos que pudieran hallar mejores horizontes en una economa abierta, competitiva y productiva 21. Por otra parte, tales procesos de simplificacin entran al mundo poltico configurando un sentimiento y una accin de venganza de los pobres que esgrimen a Bolvar, reclamando el reconocimiento al racismo subyacente de una poblacin mestiza 22, aunque sta lo siente al encontrarse en el extranjero y, especficamente, cuando algunas personas intentan el xito en la industria de Hoollywood. Valga la acotacin, estimamos que los prejuicios tnicos de nuestra modernidad, asiento del discurso emergente del poder, tienen por origen las elaboraciones de un positivismo que, por cierto, preferenci el prototipo del llanero como genuina expresin de la venezolanidad, recibiendo los aportes culturales anglosajones, aunque tampoco olvidemos aquellas manifestaciones ultraestticas de la postmodernidad, ya que, es sabido, hay locales nocturnos que vetan sistemticamente la presencia de las personas obesas, entre otras veleidades. La alteracin de ese desapego colectivo correr tambin por cuenta de las exitosas acusaciones sobre el antipatriotismo, la inmoralidad y vocacin partidocrtica vertidas en 20 De til lectura: Sucre Heredia, Ricardo (1998) La amenaza social y el autoritarismo en Venezuela. Facultad de Ciencias Jurdicas y Polticas. Universidad Central de Venezuela. Caracas. 21 Vid. Spiritto, Fernando (1990) Un nuevo proyecto poltico para Venezuela (qu pas el 27 de febrero). Universidad de los Trabajadores de Amrica Latina (UTAL). San Antonio de Los Altos. 22 Prieto, Hugo (2003) Entrevista a Patricia Mrquez. Diario El Nacional, Caracas, 25 de mayo.

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    las figuras e instituciones del rgimen saliente. Digamos de un inventario de reproches y reconocimientos que tambin escapan del habla poltica. As como no goz de salvoconducto en el imaginario poltico, el rechazo que hizo la godarria caraquea de la ayuda de la reina Victoria para despejar la amenaza de la guerra federal, por 1859 23, tampoco ocurrir con testimonios como el de Batancourt, quien en el segundo mandato- cuidaba de costear los gastos y boletos de su esposa, a travs de una agencia privada de viajes, cuando cumpla misiones oficiales en el exterior 24. Huelga comentar las inconformidades, emplazamientos y sanciones internas que se dieron en algunos partidos tildados de tradicionales, para concluir que la dureza del latigazo har ms que un testimonio de serena objetividad, propio de los historiadores.

    La experiencia vigente A menudo, el poder instituyente encuentra el precedente de un ejercicio cvico que, en su momento, fue incomprendido y reprimido. O, mejor, se asume como el resultado lgico y adecuado de los esfuerzos anteriormente realizados. Al dirigirse a la poblacin de Tchira (14/12/45), Betancourt dir que el pueblo crey ingenuamente en 1936 que, desaparecido el dictador, se le restituira el goce de su soberana para, despus, acudir, con candor virginal a las elecciones (...) y mediante el voto acumulativo, mediante el chanchullo y el fraude (fue burlado) su derecho a darse sus propios representantes en los Concejos Municipales, en las Asambleas Legislativas y en el Congreso de la Nacin (Congreso, 1989: vol. 51, 206 s.). Y llama la atencin que un poderoso acontecimiento como el del 14 de Febrero de 1936, cuando las calles de Caracas fueron sorprendidas por una encendida y trgica protesta de multitudes, no sirvi a un afn de auto-reconocimiento, como pudo haber ocurrido con las jornadas estudiantiles de 1928, sino a la continuacin de un proceso accidentado que ahora- encontraba una adecuada solucin. Una constante en el discurso de Chvez, el antecedente fundamental de su proyecto de poder lo hallar en el 27 de Febrero de 1989 (27-F), cuando asistimos al sorpresivo y generalizado sacudimiento de las ms importantes ciudades del pas, precipitndose la inconformidad de los sectores populares y medios. Se comprender como un paso ms del poder constituyente, completado por el 4-F, para superar la visin anquilosada del bipartidismo, propiciando una nueva concepcin del poder 25. Chvez, en su discurso inaugural, pedir que nunca ms ocurra (...) que nunca ms los pueblos sean expropiados de su derecho a la vida (Chvez 2000: 12), obligando a su rgimen a no reprimir ni confiscar la vida ajena. Esta vez, el 4-F y no los triunfos 23 Rangel, D. A. Op. cit., p. 121. 24 Caballero, Manuel (2000) La gestacin de Hugo Chvez. 40 aos de luces y sombras en la democracia venezolana. Los Libros de la Catarata. Madrid, p. 46. 25 Vid. Nez Tenorio, J. R. (1998) La ideologa conservadora: la mentalidad pre-4 de febrero, diario Ultimas Noticias, Caracas, 14 de septiembre.

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    electorales obtenidos a partir de 1998, quedar inserto como pieza estelar del proceso, aunque esos triunfos sean los que ayuden a enfatizar su legitimidad despus de los sucesos de abril. Aqul sacudimiento, naturalmente fresco en la memoria colectiva, servir a las consignas presidenciales en la obligada sintona de su ascenso y mantenimiento. Vigente la dolorosa experiencia del 27-F,empero, por el citado abril, el gobierno se atrever a un arriesgado ensayo de laboratorio, estimulando y consintiendo los saqueos escenificados principalmente hacia el oeste caraqueo.

    El poder diligente Sabido, Rmulo Betancourt insisti en los esfuerzos orientados a coincidir, por 1945, en una frmula presidencial transitoria que despejara las posibilidades del sufragio universal, directo y secreto, facilitando el camino de Digenes Escalante hacia la presidencia. No obstante, al enfermar de gravedad, Isaas Medina Angarita decidi inconsultamente por Angel Biaggini, rompiendo el novedoso consenso con Accin Democrtica, el cual implicaba un fuerte compromiso programtico, omitida la nada despreciable aspiracin de Eleazar Lpez Contreras, quien dispona efectivamente de un importante y a lo mejor- decisivo sector del Congreso que tena por entonces la responsabilidad de elegir al jefe de Estado. Lo que pudiera entenderse como una argucia poltica de Betancourt para legitimar la empresa golpista del 18-O, contribuy inmensamente a evidenciar las contradicciones del rgimen tildado de (neo) gomecista. Sobra comentar las incidencias de un difcil proceso poltico que puso en el tablero el talento tctico de los insurgentes, incluyendo la intensa campaa propagandstica que contribuy a la acelerada deslegitimacin de un gobierno que, tropezando con el problema de la sucesin, no pudo ni supo sin correr peligros- deslindarse de la candidatura de Lpez Contreras, y tampoco sortear la intensa descalificacin poltica y personal de Biaggini. El encendido discurso pronunciado por Betancourt el 17 de octubre (www.analitica.com/bitblioteca/rbetancourt) , ilustra el acento puesto en las gestiones de su partido por evitar o responder a la crisis en el marco institucional. Una pieza oratoria intachable por su coherencia e impacto poltico. Igualmente, es conocido que Hugo Chvez insisti en los esfuerzos por corregir, desde las Fuerzas Armadas, la situacin denunciada y procesada a travs de una logia militar juramentada al acercarse el bicentenario del nacimiento de Simn Bolvar. El 4-F fue el propulsor ms destacado de un intento de golpe de Estado que, en su momento, conden las corruptelas del rgimen, diciendo defender la constitucionalidad. Sin embargo, al fracasar, transmiti un testimonio de sacrificio que contribuy a la exitosa campaa electoral de 1998 y que, al emparentarlo con los acontecimientos de 1945, revela el esfuerzo realizado por evidenciar las contradicciones del rgimen puntofijista. Huelga resear las peripecias de un difcil

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    proceso poltico que, aadidas las acciones del 27 de noviembre, dibujaron los beneficios publicitarios del 4-F para el elenco de insurgentes, por entonces desconocidos, que luego encontr una exitosa y paradjica respuesta poltica dentro de los parmetros institucionales que impugnaron. La breve intervencin televisada de Chvez, despus de las principales acciones del 4-F (www.analitica.com/hchavez), ejemplifica sta vez- un acto de responsabilidad que, en las vsperas de su triunfo electoral, versionar extensamente. Aquella, una pieza publicitaria intachable por su coherencia e impacto poltico. Las diligencias y actos del poder saliente y del entrante adquirirn un sentido y alcances impensables en los trminos de la cultura poltica del siglo XIX o al inicio del XX. La incursin acelerada de los medios de comunicacin conceder una rpida significacin a cada gesto, evento y lucha, a la que sumamos la creciente organizacin de los diversos sectores de la sociedad, mediante gremios y sindicatos, amn de los partidos, desacralizando las viejas expresiones del poder. Mutatis mutandi, el final de la centuria dar escena a otras profanaciones: la democracia misma se ver en dificultades.

    Profanacin de lo existente La anomia, el exagerado afianzamiento de conductas paralelas a las formalmente reconocidas, aparece en el paisaje social como un problema moral de integracin. El ciudadano intentar sobreponerse a las dificultades impuestas por el rgimen agonizante, esquivndolas a travs de otras pautas de comportamiento que digan contribuir a los valores, expectativas e intereses que van formndose al margen del discurso oficial, desfigurados los medios y fines que ofrece. La desconfianza cotidiana hacia las posibilidades que brinda el rgimen, socava las normas establecidas de convivencia para la realizacin y alcance de los valores y bienes que proclama. De acuerdo a nuestra perspectiva, superarla como una enfermedad del sentido comn (Prez Schael: 100), sugiere la necesidad de denunciar las distancias que brillan entre las realidades palpadas y las previsiones constitucionales, as como la de apreciar las experiencias compartidas en el intento de actualizar la polis. El poder ensimismado acepta aquellas conductas que ayudan a la poblacin a sobrevivirle, expresamente cuestionado por no ayudar a cerrar la brecha entre el programa constitucional y el cada vez ms radical malestar socioeconmico. Aqul ayudar, en cambio, al conformismo social con su indiferencia, administrando o intentando administrar apenas- las manifestaciones de repudio que lo involucren directamente, avalando las reglas implcitas de convivencia social.

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    La crtica reverente La libertad y la democracia no son extraas a los textos constitucionales del siglo XX venezolano. Frecuentemente, la sentencia de Betancourt, referida a la democracia formal, falsificada e insincera (Congreso, 1989: vol. 51, 174), tendr equivalencia en muchos otros, incluido Chvez. Sin embargo, ste la entender un desafo constante a las reglas dominantes: ... Acaso le podemos tener miedo a la soberana popular? No hablamos de democracia?, pues el nico soberano aqu en la Tierra, en el pueblo, en la tierra venezolana es ese pueblo, no hay otro, por lo que el Presidente de la Repblica no es soberano, el Congreso de la Repblica aunque lo llamen soberano no es soberano, la Corte Suprema y los tribunales no son soberanos (Chvez, 2000: 20). En la trama discursiva de Betancourt destaca la necesidad de contar con partidos polticos de signo popular, capaces de canalizar las inquietudes y exigencias ciudadanas, mientras que en la de Chvez los esfuerzos deben orientarse a desterrarlos de la vida venezolana, inculpados por la situacin planteada. Aqul, los comprender como un canal ptimo de participacin y movilizacin y ste, equiparados al flagelo de la corrupcin, a tenor de los sondeos de opinin, los creer prescindibles para materializar esa participacin y movilizacin, perdido el miedo a lo que antes- pudo verse como una profanacin republicana. De un lado, la imposibilidad de elegir directamente al presidente de la Repblica, participar y obtener reconocimiento en un partido, as como la de sancionar la malversacin y el peculado, apuntan a una absoluta privacin institucional que el discurso presidencial recoger, al crear los mecanismos consiguientes. Del otro, los distanciamientos y formalidades institucionales, las desviaciones partidistas y la impunidad, indican una relativa privacin que el slo cambio de la titularidad del poder modificar para abrir las puertas del deseo y de la voluntad de participacin espontneas, repotenciando los mecanismos existentes. La eleccin directa del presidente de la Repblica ya se encontrar socialmente acreditada, asimilada como objetivo por el medinismo. Sin embargo, conquistada, el triunfo de Rmulo Gallegos sabr de un sustancial aumento de la abstencin electoral (700 mil no votantes), respecto a los comicios de la constituyente (Dvila: 119). En 1993, despus de los consabidos intentos golpistas, la abstencin prosigui su marcha y, de acuerdo a los estudios de opinin, motivada por el desencanto (36%), problemas personales (22%), no haberse inscrito en el REP (22%), enfermedad/falta de cdula/encontrarse fuera de la jurisdiccin (16%), con 3% que no contest (Zapata: 209) 26. Quiz podamos inferir una ilusin democrtica cumplida que, habida cuenta de la pugnacidad electoral de 1947, comenzaba a estandarizar las ratas de participacin formal y efectiva, devenida desilusin militante en los noventa que el sistema no logr manejar y qued abierta a un discurso alternativo que la intensificar, creando oportunidades 26 Trabajo de campo realizado entre el 21/11 y 05/12/94, en 39 zonas metropolitanas o ciudades importantes del pas.

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    consecutivas a lo largo de 1999-2000 y que tambin supo de una semejante estandarizacin. Las insuficiencias democrticas devendrn prdida democrtica en los cuarenta y noventa, por el retraso de la prometida evolucin (neo) gomecista y el colapso puntofijista. No ser una irreverencia sealarlas, como si fuesen una sospechosa expresin del comunismo internacional o del clsico golpismo latinoamericano, en una u otra ocasin, pues, al menos, guardaban correspondencia con un sentimiento generalizado, no suscitaban las viejas caceras de brujas y, por lo dems, al concluir la II guerra mundial o al caer el simblico muro de Berln, respondan a una transformacin del entorno internacional, asimilando la crtica. B) LA PRODUCCION DE SENTIDO En la perspectiva furetiana, no se entiende la aparicin de un imaginario poltico sin el derrumbe - nada estrepitoso, por cierto- de otro. La estridencia o el escndalo dependern de las energas discursivas desplegadas por el elenco revolucionario, lo que sugiere la calificacin rotunda de un malestar extraordinario que actualiza o concreta una crisis generalizada o difusa y de honduras no advertidas con facilidad. El discurso versiona la crisis, generando un sentido gracias a la pugna por el poder. Identificar y le dar nombre a lo perdido: Estudiar la memoria implica, simultneamente, estudiar el olvido (Vzquez: 1051), por lo que, en la perspectiva kundereana, reportar aquellos elementos que digan del empeoramiento de la calidad de vida, auspiciando el estallido de una crisis inexorablemente poltica, pues, afecta las expectativas por mejores condiciones y en definitiva- la ampliacin de las oportunidades, (re) descubierto el petrleo como promesa. La consideracin de ciertos renglones (hbitat, educacin, salud y pobreza), excluyendo la calidad ambiental, aumento de la productividad o empleo, propias de las ms recientes conceptualizaciones sobre la calidad de vida, facilita nuestro esfuerzo comparativo y, concretamente, el examen del discurso, de la inestabilidad discursiva y de la conjuncin imaginaria. El modelo rentista de desarrollo subyace en la denuncia y valoracin que realizan los aspirantes al poder, adicionalmente en conflicto o complementacin con los sectores acadmicos, tcnicos (que tuvieron o tienen experiencia de poder), y dirigentes polticos que destacan por sus aportes intelectuales. La razn dar cuenta del derrumbe y sus tensiones, inherentes a las de la memoria y el olvido. Har de la emocin su mejor arma para abrirse campo entre las nociones y versiones que pierden fuerza.

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    Inevitable razn: la renta

    Es en el campo de las percepciones donde la crisis rinde su testimonio tardamente, pues la realidad objetiva o material decae o se recupera deshilachando con lentitud las creencias que la soportaban. Puede aseverarse que, en la dcada de los cuarenta, asistimos al descubrimiento de la renta como posibilidad cierta de atajar y superar las penurias que sobrellevamos por largas dcadas, gracias al discurso acadmico y poltico que rompi o intent romper- con el hasto de una agenda pblica que no haba variado por mucho tiempo. Y, ahora, en la novsima centuria, redescubrimos el petrleo como una esperanza que fue negada, a pesar de las voces que todava advierten sus insuficiencias, para satisfacer todas nuestras exigencias, preservada una agenda que cremos superar. Al ejercitarla como expresin de la indignacin popular, la razn ser una suerte de bistur capaz de penetrar y hacer comprender una realidad que antes estuvo vedada a todos, por lo que la palabra sustituye al poder como nica garanta de que el poder slo pertenece al pueblo, es decir, a nadie, y contrariamente al poder, que tiene el vicio del secreto, la palabra es pblica y est por lo tanto sometida al control del pueblo. De modo que la Revolucin sustituye la lucha de los intereses por el poder por una competencia de discursos para apropiarse de la legitimidad" y sus lderes tienen otro oficiodiferente del de la accin; son los intrpretes de la accin, donde la palabra, pblica por naturaleza, es el instrumento que descubre aquello que quisiera permanecer oculto (Furet: 67-69). El pas que oye en cadena radial el primer mensaje formal de Rmulo Betancourt en 1945, semanas despus de ocupar el Palacio de Miraflores, ha asistido a la definitiva declinacin de las actividades agropecuarias de exportacin. Es el petrleo