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Filosofía y FeminismoPresentación del ciclo

“Crítica feminista al pensamiento patriarcal”Por Ángel Martínez Samperio

Ateneo de Madrid, diez de junio de 2011

Ya señalábamos en el acto de presentación del programa de la Sección que, de poder contar con alguna financiación procedente de los fondos que el Ayuntamiento de Madrid aporta para las actividades culturales de las Secciones, introduciríamos actos con participantes externos.

Hoy puedo anticiparles que los 1.500 € asignados por la Junta de Gobierno los vamos a dedicar a las tres conferencias del ciclo “Crítica Feminista al Pensamiento Patriarcal”. Para ello contamos ya con la implicación de tres intelectuales de primerísimo nivel:

1. La Profesora Titular de Filosofía en la Universidad Rey Juan Carlos, Dña. Ana de Miguel Álvarez, que disertará sobre el tema “Feminismo y Ciudadanía”.

2. La Profesora Titular de Filosofía en la Universidad de Valladolid, Dña. Alicia Puleo García, que abordará el tema “La dialéctica de la Sexualidad”.

3. Y la Doctora en Filosofía, Dña. Alicia Miyares que tratará el tema “Filosofía y Misoginia”.

Nuestras tres filósofas desarrollarán sus temas en fecha todavía por concretar por la Comisión de Actos, pero siempre a partir del mes de septiembre.

De lo que no cabe la menor duda es que las tres conferenciantes forman parte de la cima de la filosofía en España:

Ana de Miguel Álvarez,Doctora el filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid con la Tesis sobre “Élites y participación política en la obra de John Stuart Mill, es Profesora titular de Universidad, Área de Filosofía Moral y Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y Directora de Curso de la Teoría Feminista en la Complutense. Ha dirigido en la Politécnica un proyecto de fin de carrera titulado “Mujer y nuevas tecnologías, la informática como

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camino hacia una tecnología no genérica. Entre sus publicaciones destaca “Los feminismos a través de la historia”.

Alicia Puleo García,Es Doctora en Filosofía, Profesora Titular de Filosofía Moral y Directora de la Cátedra de Estudio de Género de la Universidad de Valladolid. Entre sus publicaciones destacan seis títulos que abarcan desde la figura de Schopenhauer, la que llama “ilustración olvidada”, las “figuras de oro” que rescata de la Ilustración francesa, y “Filosofía, género y pensamiento crítico”. Además de editora de la para mí monumental obra de 2008 “El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía Política”, es autora de innumerables artículos en diferentes lenguas y Coordinadora de “La Filosofía Contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica”, y de los libros de apoyo para la asignatura optativa de la secundaria obligatoria, “Papeles sociales de mujeres y hombres”. Sus líneas principales de investigación son las relaciones entre feminismo y ética ecológica, teoría de la sexualidad y construcción de Europa desde la perspectiva de género y en la tradición ilustrada.

Cerrará el ciclo la Dra. Alicia Miyares, quien forma parte del Consejo Rector del Instituto Asturiano de la Mujer y es Secretaria de la Asociación Española de Filosofía “María Zambrano. Sus principales líneas de investigación se centran en los aspectos sociales, políticos y morales del s. XIX y su repercusión en la historia del feminismo, y el feminismo como filosofía política y los problemas y perfeccionamiento de la democracia actual. Es autora de libros como “Nietzsche o la edad de la comparación”, o “Democracia feminista”.

Hay un antiguo dicho que afirma que “cordón de tres dobleces no se rompe pronto”, y aquí tenemos tres dobleces de envergadura, capaces de aunar la historia y el feminismo, la Ilustración y la construcción de Europa, la política y la ética, la filosofía contemporánea y las nuevas tecnologías, el pensamiento crítico y la ética ecológica.

Ana María Álvarez y John Stuart Mill.

Las tres han dedicado estudios a personajes significativos para el feminismo en la historia de la filosofía. Ana de Miguel Álvarez lo ha hecho con John Stuart Mill,, de quien recordarán la obra publicada en 1869, junto a su mujer Harriet Taylor, que lleva por título “El Sometimiento de la

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Mujer”, donde reivindica el derecho al voto como paso previo para superar el sometimiento y alcanzar la emancipación:

“El principio regulador de las actuales relaciones entre los dos sexos –la subordinación legal del uno al otro- es intrínsecamente erróneo y ahora constituye uno de los obstáculos más importantes para el progreso humano; y debiera ser sustituido por un principio de perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para los otros”.

Como se recordará, John Stuart Mill había presentado tres años antes, en 1866, una demanda en el Parlamento Británico a favor del voto femenino que le fue rechazada. Ese rechazo ocasionó que en 1867 se formara el primer grupo sufragista británico: la Asociación Nacional para el Sufragio de la Mujer, liderada pot Lydia Becker.

El libro de Mill tuvo un notable impacto en el desarrollo de los derechos de la mujer, pues en ese mismo año fue editado en EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, Francia, Alemania, Austria, Suecia y Dinamarca, y al año siguiente lo fue en Italia y Polonia.

John Stuart Mill pretendía eliminar las barreras políticas, de manera que progresivamente modificaran los condicionamientos legales, sociales y mentales que hacían de la mujer un discapacitado social, mermando por ello, no sólo sus posibilidades como persona, sino también los de la propia sociedad. En ello parece que seguimos.

Alicia Puleo García considera la figura de Arthur Schopenhauer (1788-1860) y, a su lado, las que llama figuras de oro e Ilustración olvidada.

De Arthur Schopenhauer es conocida su distinción entre el mundo como representación, donde acontece la causalidad y el mundo como voluntad donde el ser se reconoce y las cosas vienen a ser sus propias representaciones y se agrupan en géneros y constituyen jerarquías. Aquí los géneros equivalen a las ideas de Platón, arquetipos en el continuo devenir que, si contemplados, orientan hacia ellos la voluntad, y el dolor de vivir se mitiga en la pérdida voluntaria de la conciencia, o en la contemplación desinteresada de las ideas como un acto de intuición artística que la voluntad quiere ver reproducidas en la propia persona y en el mundo.

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Con este planteamiento, ¿qué lugar ocupa en Schopenhauer la mujer? Pues, en su trabajo sobre “El amor, las mujeres y la muerte”, donde una mirada dolorida se va volviendo progresivamente desencantada, escéptica y cínica, cuyo paradigma podría ser el que ofrece en la página 103: “El día de hoy es malo, y cada día será más malo, hasta que llegue el peor”, ofrece párrafos acerca de la mujer que, leídos al día de hoy le harían merecedor de una sonora huevada: Si no tapones en los oídos, pónganse el impermeable:

“Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la vida, no con la acción, sino con el sufrimiento, los dolores de parto, los inquietos cuidados de la infancia. Tiene que obedecer al hombre, ser una compañera pacienzuda que le serene. No está hecha para los grandes esfuerzos ni para las penas o los placeres excesivos. Su vida puede transcurrir más silenciosa, más insignificante y más dulce que la del hombre, sin ser por naturaleza mejor ni peor que éste…

Lo que hace a las mujeres particularmente aptas para cuidarnos y educarnos en la primera infancia, es que ellas mismas continúan siendo pueriles, fútiles y limitadas de inteligencia. Permanecen toda su vida niños grandes, una especie de intermedio entre el niño y el hombre… Por eso tiene siempre un juicio de diez y ocho años, medido muy estrictamente, y por eso las mujeres son toda su vida verdaderos niños…

No ven más que lo que tienen delante de los ojos, se fijan sólo en lo presente, toman las apariencias por realidad y prefieren las fruslerías a las cosas más importantes. Lo que distingue al hombre del animal es la razón. Confinado en el presente, se vuelve hacia el pasado y sueña con el porvenir, de aquí su prudencia, sus cuidados, sus frecuentes aprensiones. La débil razón de la mujer no participa de esas ventajas ni de esos inconvenientes. Padece una miopía intelectual que, por una especie de intuición, le permite ver de un modo penetrante las cosas próximas; pero su horizonte es muy pequeño y se le escapan las cosas lejanas. De ahí viene el que todo cuando no es inmediato, o sea lo pasado y lo venidero, obre más débilmente sobre la mujer que sobre nosotros. De ahí también esa frecuente inclinación a la prodigalidad, que a veces confina con la demencia…

El disimulo es innato en la mujer, lo mismo en la más aguda que en la más torpe. Es en ella tan natural su uso en todas las ocasiones, como en un animal atacado el defenderse al punto con sus armas naturales. Obrando así, tiene hasta cierto punto conciencia de sus derechos, lo cual hace que

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sea casi imposible encontrar una mujer absolutamente verídica y sincera… De este defecto fundamental y de sus consecuencias nacen la falsía, la infidelidad, la traición, la ingratitud, etc… Las mujeres no tienen el sentimiento ni la inteligencia de la música, así como tampoco de la poesía y las artes plásticas. En ellas todo es pura imitación, puro pretexto, pura afectación explotada por su deseo de agradar… Excepciones aisladas y parciales no cambian las cosas en nada: tomadas en conjunto, las mujeres son y serán las nulidades más cabales e incurables”.

No es de extrañar que, ante tanto desatino, Alicia Puleo saque a relucir las figuras de oro de la Ilustración olvidada. No voy a ahondar en ello. Basta recomendar aquí la obra en cuatro tomos, “La Vida Escrita por Las Mujeres” que compila la obra literaria escrita en lengua española de una larga nómina de escritoras. No es menor la de filósofas de las que destacaremos Aspasia de Mileto, Hiparquia de Tracia, Diotima de Mantinea, Hipatia de Alejandría, Areté de Cirene, Nicareté de Megara, Hildegarda de Bingen, Cristina de Lorena, Madam de Sevigné, Isabel de Bohemia, Lady Conway, Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila, Madame de Chatelet, Flora Tristán, Eleanor Marx, Rosa Luxemburgo, María Montesori, Edith Stein, Simone de Beauvoir, Simone Weil, Hanna Arendt, Ayn Rand, María Zambrano, Amelia Valcárcel, Victoria Camps, Celia Amorós, Adela Cortina, Asunción Herrera, Alicia Miyares, María Xosé Agra, Elvira Burgos, Maria Luisa Cavana, Rosa Cobo, Ana de Miguel, María Ángeles Durán, Maria Luisa Femeninas, Teresa López Pardina, Luisa Posada Kubissa, Alicia Puleo, Rosa María Rodr´guez Magda, Concha Roldán, Ana Rubio…y un largo etc

Puedo afirmar que el pensamiento y la idea no tienen sexo, pero lo hacen cuando practican aquel “logos spermaticos”, fecundante, creador, ordenador, epifánico, ontofánico, contra todo cuanto ejerza de charlatán o spermalogos.

Alicia Miyares se ocupa en comparar el pensamiento de Nietzsche con el de Hegel. El pensamiento reflexivo y pausado, creador de una sistemática historicista.del segundo, frente al vitalismo poético y arrollador del primero, donde se vive el presente con una intensidad tal que puede llegar a ser voluntarismo, constructor de sentido del futuro superhombre.

Claro que, leyendo a Nietzsche en su Zaratustra, uno se topa con su encuentro con la vieja, a quien suelta perlas como aquella de “El hombre es

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para la mujer un medio; él es siempre su hijo. Pero, ¿qué es la mujer para el hombre? El verdadero hombre pretende dos cosas: el peligro y el juego. Por eso quiere a la mujer, que es el juguete más peligroso” (Op. Cit. P. 73). Ante afirmaciones como esta uno no sabe bien si es que la mujer va engendrada de hombre, y no termina de parirlo nunca, y tiene que resignarse a que la pegue patadas en sus entrañas, o si por ello y según Nietzsche, consiente en que el hombre crea que juega con ella para jugar con este crío que nunca termina de nacer porque es una inválida de sí misma y lo necesita como medio.

Alude el Zaratustra de Nietzsche doblez de una mujer que ofrece la dulzura, dejando luego en las papilas un persistente sabor amargo cuando dice: “Al guerrero no le agradan los frutos dulces. Por eso ama a la mujer. La mujer más dulce deja siempre un sabor amargo” (Ibid.). Con ello define al hombre frente a la mujer como un guerrero, y por guerrero batallador, conquistador dominante enamorado del peligro que le seduce. Claro que, al final del monólogo nos topamos con la gran perla: “El alma de la mujer es superficie: una capa de agua móvil y tormentosa sobre un fondo bajo. Pero el alma del hombre es profunda. Sus agitaciones braman en las cavernas subterráneas. La mujer presiente el poder del hombre, pero no lo comprende”. Entonces, en ese encuentro de Zaratustra con la vieja, ésta le responde con una pequeña verdad que Zaratrustra lleva oculta bajo su manto: “¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!”.

Si el hombre es el niño que debe ser parido por mujer para que sea, poniendo ella, como la vieja de Zaratustra dice, su “honor en su amor”, y permanece como niño negándose a ser, y de ese hombre una vez nacido debe crecer el superhombre, con semejante actitud nunca nacerá. Siempre será no nato quien maneje el látigo contra quien siempre ha venido poniendo a lo largo de la historia su honor en su amor sacrificado por este crío que va con el complejo de Peter Pan, arremetiendo a dos bandas contra la sensatez de Wendy y contra la magia de Campanita, hasta que las dos se hartan.

Les confieso que echo de menos el debate habido entre Hobbes y Spinoza acerca de la igualdad entre hombres y mujeres. Les recomiendo el estudio de Rosalía Durán Forero, “Hombre, e igualdad en Hobbes y Spinoza”, donde encontrarán un apetitoso entrante al tema. Hobbes pone en cuestión la autoridad patriarcal cuando defiende la igualdad entre hombres y mujeres desde la perspectiva del estado de naturaleza. En Hobbes, son el poder y la cultura los que diferencian a los seres humanos, cuestión esta

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que se agudiza cuando desde el poder se construye una forma de cultura que incoa la desigualdad. Cuando poder y cultura configuran las condiciones que estipulan el contrato social, donde se impone una parte fuerte a otra débil, artificialmente mantenida en la ignorancia, el estado de naturaleza queda invalidado. Desde la perspectiva del Contrato Social, sólo cabe el ofrecimiento voluntario, viene a decir Hobbes, donde su concepto de hombre es un genérico que engloba a toda la especie humana. Al hilo de lo dicho, Celia Amorós cita a Descartes: “El espíritu no tiene sexo”. Desde esta perspectiva, como un portillo todavía por abrir para la lucha, son los seres humanos quienes se ofrecen voluntariamente los unos a los otros en una escala de satisfacción mutua de necesidades, independientemente de sus diferencias de género. Según Hobbes, hay tres modos donde puede darse la sumisión y la sujeción: el ya mencionado ofrecimiento voluntario, la cautividad y el nacimiento. Desde la perspectiva del “estado de naturaleza”, la situaciones de sumisión y de dominio no son justificables. La sujeción de los hijos al padre no se produce por derecho natural, pues en ese caso son relativos a la madre que tiene la propiedad de su propio cuerpo. Junto a ello, Hobbes sostiene que “el título de dominio sobre un niño no procede del hecho de la generación, sino de mantenerlo”.

Convengamos que no siempre se refleja el iusnaturalismo en el contrato social que impone, en los usos, una segunda naturaleza artificial, donde el calificativo atrofia el sustantivo; que el contrato social se puede establecer entre desiguales, donde quienes tienen el poder imponen usos como normas de sumisión y contención capaces de hacerlas aparecer en sí mismas como fruto de la voluntariedad, actuando como diques de contención y distribución artificial de las facultades que caracterizan a la naturaleza humana.

Es en la familia, “la más natural de las sociedades”, donde Hobbes contempla la unión entre naturaleza y consentimiento voluntario de las partes, donde aquellos que la configuran se unen de tal forma que no haya poder de uno sobre el otro. Cuando la familia se une mediante el contrato social, nace el matrimonio, y con él la posibilidad de que se produzca al margen de la naturaleza que determina la complementariedad de lo sexuado y hace a los seres iguales. En lo que llaman matrimonio, si expresa el espíritu de una época, se impone el régimen patriarcal sobre el estado de naturaleza . “Hay que regresar al estado de naturaleza –dice Hobbes- en el que, por la igualdad natural, todos los hombres maduros han de considerarse iguales entre si”. Allí “la desigualdad, ya sea en la riqueza, en el poder o en la nobleza, proviene de la ley civil”.

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Spinoza entra en polémica cuando señala que la inferioridad de las mujeres no tiene causa en una convención establecida, sino en su natural inferioridad frente al hombre, llegando a decir en su “Tratado Teológico Político” que “los hombres y las mujeres no pueden compartir el poder político y el gobierno civil, porque esto perjudicaría la paz del Estado”. Aún cuando reconoce en la educación la causa de que la desigualdad se mantenga, de forma que “su inteligencia no se desarrolle”, en su Ética afirma que tanto hombres como mujeres pueden acceder a la verdadera esencia de la libertad, que es la libertad interior”. De ello se deduce que en el caso de la mujer estamos ante el caso de una libertad concedida bajo vigilancia, debidamente tutelada, siempre que sea interior y no comparezca en la cosa pública. Por tanto, esa libertad interior, a la que teóricamente tiene acceso la mujer, no puede ser ejercida ni en el terreno de la política ni en el de la sociedad, por ser un elemento perturbador.

No pretendo aportar reflexiones propias, sino al modo de cortas pinceladas impresionistas. Al presentar el programa de la Sección, no pude incluir este ciclo por no contar entonces con la posibilidad de ninguna financiación. La palabra la tendrán nuestras tres ilustres conferenciantes. Quiero tomar una ligera referencia a la que hace Alicia Miyares cuando comenta el “Manifiesto de Seneca Falls” de 1848. Era, recordemos, el mismo año en que aparecía en edición francesa de “El Manifiesto Comunista”. Aquel 19 de julio de 1848, en la capilla wesleyana de Seneca Falls, en el Estado de Nueva Cork, setenta mujeres y treinta varones se pronunciaron al calor de la Declaración de independencia exigiendo, por su tradición republicana, ciudadanía plena para la mujer, y por su tradición protestante, libertad individual, derecho de conciencia y opinión. En su excelente trabajo que rememora el suceso, Alicia Miyares coloca como preámbulo el comentario del cuadro que pintara Eugène Delacroix en 1830, “La Libertad conduciendo al pueblo a las barricadas”, celebrando aquel estallido de libertad que tumbara a Carlos X, sustituyéndolo por Luís Felipe de Orleáns, el Rey Burgués.

En ese cuadro, en medio de una ciudad en llamas, sobre un montón de muertos y heridos, surge una mujer, desnudos sus pechos, como aquella que los descubre dispuesta a amamantar con su propia desnudez abanderada. Su mano derecha enarbola la bandera. En la izquierda el fusil, con la bayoneta calada. Su mirada vuelta hacia atrás parece arengar al ataque. Todas las clases sociales están representadas en aquellos que la siguen: un obrero empuña una espada; un burgués con chistera, el fusil; un adolescente, dos pistolas. No existe clasismo ni sexismo. A los pies de la

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libertad combativa, con figura de mujer, un moribundo se yergue contemplándola, como quien se da por satisfecho, o como aquel que ve en ella el futuro que no pisará. El humo de la pólvora y del incendio se hace luz, una luz que ilumina los cadáveres sobre los que la libertad y el pueblo avanzan, mientras difumina la masa anónima que la sigue. En esa mujer hecha símbolo, bajo la enseña tricolor de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se alzan las revoluciones sociales que exigían derechos y libertades económicas, laborales, de prensa y de sufragio. La mujer fue el símbolo, el arquetipo nutriente de pureza, de inocencia y de justicia. Un símbolo que no se hizo luego carne de mujer una vez vencida la revolución, como si a esa mujer se le consintiera ser defensora de los derechos del hombre en el terreno de la teoría, pero jamás descendiendo al terreno de lo práctico.

Para cuantos le ponen Bastilla, la mujer ha roto aderezos, decorados y libretos. Ya no obedece a la voz del apuntador bajo la concha ni las músicas que le dictan en el coro. Aquella nube de luz del cuadro ha abandonado el marco que le pusieron, y avanza. Ha estado en España Michelle Bachelet, Directora Ejecutiva de ONU MUJERES, para tratar de la instalación en nuestro país del Centro Internacional de Políticas Públicas de Igualdad. Les invito a leer su discurso en el Salón de la Asamblea General en la Sede de la ONU, el 24 de febrero de este año: “Además de nustra función de movilizar, coordinar y racionalizar los esfuerzo de los demás, ONU Mujeres se centrará en cinco Áreas: 1) Expandir las voces, el liderazgo y la participación de ls mujeres; 2) Eliminar la violencia contra ls mujeres; 3) Fortalecer la plena participación de las mujeres en la resolución de conflictos y en los procesos de paz; 4) Aumentar el empoderamiento económico de las mujeres; y 5) Hacer que las prioridades en materia de género estén reflejadas en los planes y presupuestos nacionales… Estoy decidida a hacer que ONU Mujeres ofrezca una dinámica nueva de diálogo mundial sobre la igualdad de género y que aporte nuevas energías, aprovechando los múltiples talentos existentes y reuniendo a los hombres y a las mujeres de diferentes países y comunidades en un esfuerzo conjunto… hoy les invito a que celebren conmigo. Espero que un día podamos mirar hacia el pasado y ver que 2011 fue un momento decisivo: el comienzo de una nueva era de igualdad entre los géneros y un mundo mejor”. De no menor trascendencia es su discurso en Liberia, el pasado 8 de marzo, instando a “considerar desde un punto de vista critico el acceso de las mujeres y las niñas a la educación, la formación, la ciencia y la tecnología”, solicitando inversiones para ello.

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Acaso, con la pasión existencial de Nietzsche, la mujer se haya puesto ya en pie sobre la historia para darle un sentido nuevo, a tenor del espíritu del mundo. Tomo el artículo que el profesor Ignacio García Caprile publicó en El Mundo el día 12 de mayo, con el título de “Lo que la Verdad esconde”, donde aplica el esquema freudiano a la explicación de la crisis económica global, donde identifica la presión y el control sobre las sociedades y los estados con el Superyo que sofoca sus posibilidades, contando con la alianza de un Ego-Yo engordado a estímulos de competitividad y consumo.

Yo traigo el ascua a mi argumento aplicándole la estructura de la personalidad según Freud: Sobre el impulso vital que la mujer, lo más genuino de sí misma que podría aportar a la historia, ha gravitado asfixiándolo, un Superyo artificial, unos sistemas legales y de representación social. Aliadas suyas, unas mentalidades establecidas como usos, de modo que esa realidad mantiene escondida, atrofiada más bien, esa posibilidad de la que el propio Freud, parafraseando a Napoleón según Fromm en su obra “Sexo y carácter”, decía que “su destino está fijado por la anatomía”, puesto que hombres y mujeres organizan el espacio de acuerdo con la morfología de sus cuerpos: una conducta activa en el hombre, estática y expectante en la mujer y, sin embargo, mistérica y seductora. ¿A quién le extraña que estúpidamente se haya satanizado a la mujer, acuñando dogmáticamente su papel en la vida como sirena inductora de todo descarrío? Para algunos todavía es un ser impuro al que la menstruación impide ocuparse de funciones tenidas por sagradas. Para otros es la bruja mala que da de comer del fruto prohibido, y por ello arroja al hombre del propio paraíso hacia el extravío. Es la aliada de la serpiente.

¿A quién le extraña que en la Halaka, interpretación práctica de la Misnáh, una de las partes del Talmud, se diga que “se adquiere mujer por dinero, contrato o posesión”, igual que un esclavo pagano, o que en línea con Agutín de Hipona y Tomás de Aquino se sostenga que, sólo bajo el hombre como cabeza, la mujer es imagen de Dios, pero no por ella misma. Este es un papel que Carlos Barth denuncia diciendo que si el hombre fuera el líder, la mujer es un pretérito perfecto, y como tal, digo yo, no sólo es memoria viva de lo sido, de lo que hace ser, del propio origen y la fuente, sino que quiere ser futuro perfecto, en plena eclosión solidaria de todas sus posibilidades. Malo es cuando el campo olvida su regadío, y la fuente tiene que hacerse río que rodea la isla que ya no quiere recibirla.

“¿Qué sentido moral puede tener una mujer si se la ha acostumbrado toda su vida a utilizar la astucia y el encanto como medios para escapar a la

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tiranía y a la represión?”, preguntaba Flora Tristán en el siglo XIX, el mismo siglo cuando Josefa Massanés Dalmau señalaba que “el hombre no puede degradarnos sin degradarse, ni humillarnos sin pisar su propia imagen”, y en ese camino de despojo, en ese mismo siglo, cuando el liberalismo español puso pie en la historia, Juana Manuela Gorritz, hija de un general argentino revolucionario, dejó escrito: “Lo único que me queda es esta pluma y los tres dedos que la sostienen”. El liberalismo, como en el cuadro de Delacroix, había puesto en camino al progreso, pero no para la mujer todavía.

Por lo que respecta a nuestro siglo, en España, repasen ustedes el libro de José Antonio Marina, “La revolución de las mujeres” (JdeJ editores), donde hace una lectura filosófica de una selección fotográfica, y encontrarán en él las huellas de otra Larga Marcha, desde aquel tiempo cuando se atribuía a la conducta descocada de la mujer la responsabilidad de la guerra civil, y se trataba de arrebañarla de nuevo en el corral de la familia patriarcal, diciendo cosas como que era más provechoso y práctico saber guisar un plato de patatas de seis maneras distintas, que saber demostrar que la suma de los ángulos de un triángulo equivalía a dos ángulos rectos. Como escribe Carmen Alborch, el movimiento emancipatorio de la mujer se enfrenta a una reacción que trata de reconducirla hacia la familia tradicional y hacia la reeducación de aprender a gustar. ¿Estaremos a las puertas de una nueva restauración al aire de las corrientes que tienen en el pasado su ideal y en el progreso su enemigo? Erik Ericsson ha señalado que las mujeres, a través de las eras, han ejercido una variedad de roles conducentes a una explotación masoquista de sus potencialidades. Como una negación al proceso dialéctico de la historia, “la mujer ha sido confinada e inmovilizada, esclavizada e infantilizada, prostituida y explotada, derivando hacia una psicopatología de dominio desviado de segundo orden”.

Larga marcha la de la mujer hacia sí misma desde su enajenación forzada. Alicia Puleo, en su obra “Filosofía y pensamiento crítico”, señala tres fases del trabajo académico feminista desde los años sesenta: La que llama “búsqueda de perlas de la misoginia”, recopilando pasajes humillantes para la mujer de entre la obra de filósofos famosos; la recuperación de nombres y textos de pensadoras y pensadores que fueron capaces de criticar la alienación de las mujeres, y la lucha contra tópicos arraigados como el de la inexistencia de filosofas, sospechando de la existencia de un sesgo androcéntrico en el terreno de la ética, la epistemología o la historia de la

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filosofía, como un paradigma dominante. A la mujer se la ha enterrado a descrédito, se la ha marginado y sepultado a tópicos, ha sido alienada de sí misma y de la historia. Se impone su pleno reconocimiento de valor.

Dice Giacomo Marramao que, en la que llama “era post-democrática hay que abrir el paso a una teoría-praxis de la política más allá de la dimensión del Estado”. Si adoptamos tal óptica, la democracia representativa se ha visto desbordada por presiones allende la estructura de los estados. Por lo tanto, y para su propia defensa, los estados deben recurrir a la movilización participativa, no como un factor más de debilitamiento, sino como primer peldaño que luego organice la representación. Dice Marramao: “Es necesario recurrir a la categoría de la diferencia, no como entidad metafísica, sino como vértice óptico y criterio-guía en condiciones de rastrear las nuevas lógicas de domino (y de discriminación) que se están delineando dentro del mapa de un pluriverso homologado bajo las etiquetas postmodernas de la descentralización, del nomadismo y de la diseminación”.

Densa es la cita. Abrámosla: Dentro de una estrategia global del debilitamiento de los estados se practica la metafísica de la postmodernidad de diseño, a escala global, que aparentemente promueve las diferencias. Tomando ese argumento en contra de su estrategia, esa dialéctica de las diferencias debe estar al servicio del análisis implacable de las nuevas lógicas de dominio que forman pluriverso, que son etiquetas en el uni-verso de su diseño metafísico. “Es necesario recurrir a la categoría de la diferencia”, dice Marramao, liberar en ellas su energía contenida de modo que se integre en una palanca y punto de apoyo de la participación.

Refiriéndose expresamente al pensamiento femenino como una de esas categorías de la diferencia que pugna por la participación, y desde su óptica italiana, Marramao cita a Luisa Irrigaria, Carla Lonzi, Luisa Muraro, Adriana Cavarero, Judith Butler, Françoise Collin, Iris Marion Young, Manuela Fraire, María Luisa Boccia, Ida Dominijanni, Chiara Zambonini, y la comunidad filosófica de Diotima.

Repasen ustedes el excelente artículo de Humberto Eco, “Filosofar en Femenino”, publicado en el Diario La razón de Argentina en el año 2004, y se toparán con los indicios sembrados por un semiólogo, por él hallados a lo largo de una larga marcha del pensamiento femenino que trató de hacerse oír.

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Hojeen ustedes el excelente estudio sociológico de Alicia Miyares, “La paridad como derecho”, radiografía del Congreso de los diputados en cuanto a presencia de mujeres en las legislaturas 2000-2004 y 2004-2008. Los datos que aporta la llevan a decir que “los varones son insustituibles, y las mujeres intercambiables”, consolidando con ello el liderazgo de los primeros.

Reparen ustedes en el hecho de que, de los 36 ganadores del Premio Cervantes, solo se lo hayan dado a tres mujeres: María Zambrano en 1988, Dulce Maria Loynaz en 1992, y Ana María Matute, en 2010.

Y no quiero sino aludir al último caso vivido en esta casa: Por primera vez en nuestra historia, una mujer científica ha optado a la elección como Presidenta del Ateneo. Su formación humanística y su estilo conciliador quedaron patentes en su intervención del debate a cuatro, “apacible y sensata”, según quienes pudimos escucharla, con talante ateneísta. Su agudeza crítica quedo manifiesta en sus declaraciones a una periodista del diario El Mundo, censurando, no a la persona, sino a la gestión realizada. La respuesta que recibió en ese salón de actos fueron “insultos, vejaciones y groserías”, ha dejado escrito un periodista.

Trataron de justificármelo luego en que la campaña había sido dura, poniendo el ejemplo en semejante entrevista. Yo respondo: no es comparable una crítica honesta a una gestión con un ataque a la persona, porque eso sí que es inaceptable.

La ética discursiva, aplicada a toda acción comunicativa, requiere de un personalismo procedimental que, en el contexto de los derechos universales no pueda ser descalificado zafiamente, si no es al precio de convertirse en zafio. En toda manifestación va implícita la persona. Su argumento objetivado no debe ser contraatacado con descalificaciones personales “ad homnem”, sino con el análisis objetivo de los hechos argumentados. Toda argumentación debe ser tenida en cuenta; ninguna coacción física o moral puede forzar su toma de posición. Todo argumento objetivo debe ser reconocido como interlocutor válido en aquellos discursos en los que se discute sobre normas cuya puesta en vigor le afecta, puesto que tiene derecho a que sus argumentos incidan efectivamente en las decisiones que se tomen, lo cual significa el respeto a su autonomía, y a su libertad positiva. No son formulaciones mías. Proceden de Adela Cortina, aunque las hago mías..

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A lo largo de la historia, un machismo envejecido y casposo, incapaz de hacer sitio ni dar respuesta a los discursos de mujer, ha reaccionado a la defensiva tratando de enmudecerla o desacreditarla. Sin embargo, como dice Amelia Valcárcel cuando habla de Kant y de Herder, “la razón se conoce a sí misma”. En el caso del feminismo filosófico que nos ocupa, también. Porque cuando se le ha negado la posibilidad de dar cuanta y razón, esa razón ha descendido hasta las raíces de sí misma amasando razones nutricias que luego han crecido haciéndose visibles. Ahora ya nada ni nadie puede coartar su rebrote vital, porque da razones. A la mujer ya no se la puede dar aceite de ricino no cortar el pelo al cero. Como dijo Machado, emergen de su fondo, de nueva luz ungidas.

Hubo un tiempo cuando Concha Lagos podía decir desde la impotencia:

“Yo, Señor Jesucristoentiendo pocas cosas.Estoy a mi trajín del verso y de la casa. Al fin una es mujer y no está bien mirado ahondar en las costumbres, ni enmendarles la plana a los que tanto saben. Yo, Señor Jesucristo, no puedo estar conforme ni andar como si nada con los ojos cerrados. Pero, ¿dónde decirlo?, pero ¿cómo gritarles que no y que no mil veces? ¡Es un vivir en ascuas! Que baje Dios y vea lo que en la tierra ocurre. Yo, Señor Jesucristo, estoy a mi trajín del verso y de la pena en un rincón de España”.

“En el principio fue el hombre/ y la mujer su medida”, nos cuenta Carmen Antón Vizmanos. Como nos confiesa María José alma, la mujer piensa en sus espaldas cuando mira hacia delante, en lo detrás dejado que va con ella;

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no en esas otras de fiera acumulada que en el hombre asoma, y esa mujer las mira externamente, desde afuera, las acaricia y acuna como una niña por nacer, y luego introduce esa visión en el paisaje que tiene por delante por si un día le sale al encuentro. Acaso se mira en su pasado como en un espejo de lo sido y lo esperado y dice con Pilar Aroca: “me duele la carne amargamente/ por la ilusión que, rota,/ navega en tu mejilla”. “Se me rompió el reloj de estar contigo”, dice Teresa Núñez, con un reloj de tiempo roto entre las manos que late todavía. Y acaso Blanca Andreu se asome al Logos del Manzanares, y le vea llevándose los restos de su naufragio, y diga: “Decidme, lastre o mercancía… fueron por la borda/ sombras raptadas, ropas, animales/ y una mujer”. Y con todas ellas, como abrazándolas, la voz de Soledad Santamaría: “Convócome mujer y me proclamo toda/ esperanza, horizonte, abecedario y vida;/ azul como los siglos que vieron mis prisiones./ Me presento desnuda en plenitud de estrella/ para así estremecer a todo lo vestido…”

Leyendo a las literatas, a las filósofas, a las poetisas, he recordado a María Zambrano, la primera de nuestros premios Cervantes, y en ellas he reconocido a su Ana Carabantes, su heterónimo, aquella mujer en tránsito siempre, que fuera y regresara sola a estudiar filosofía, desengañada y lúcida. Sola, como debe ser, pero siempre acompañada de su madre enlutada, que yo interpreto como el pasado suyo que la parió. Nacida del luto de sí misma y de todo aquello que la precedió, siempre en tránsito, rasgando o removiendo negros velos. Como María dice “… se hubiera dicho de ella que no existía. Y eso era lo que le pasaba: no existía, era irrenunciable. No: era inasible. Pero volvía, aparecía cuando menos se la esperaba, cruzaba una esquina, se asomaba un ratico a la ventana, se la oía tocar el piano… Inasible, como ave única. Incierta, palpitante, presta no a la huída, sino a la transformación, a la metamorfosis… a la espera de la metamorfosis. Y, en realidad, no era un ser humano, sino una metáfora… ¿Quién era? ¿Dónde estaba?... “Ana, ¿quién eres?. Y una vez, una sola vez, Ana respondió: soy tu identidad.”

Como aquella mujer que se va borrando de la escena, volviéndose invisible poco a poco porque quien la mira sólo ve en ella un objeto hasta llegar a ver los objetos habituales tras ella, así hemos vuelto invisible a la mujer, como si no existiera. Irrenunciable para quien así la quiere como objeto. Irrenunciable afortunadamente para sí misma. Inasible para quienes la quieran retener en el papel asignado. Sobrevenida. Incierta y palpitante. En permanente transformación. ¿Una metáfora?

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Dicen que las musas actuaban bajo la batuta de Mnemosiné, la musa de la memoria. Inútilmente actuaban para Apolo hiperbóreo, alejado y sordo a su mensaje coral. Yo distingo en el tiempo, como en un teclado de piano, dos manos. Un punto y un contrapunto que me dan una clave de sol: De un lado, un lamento de mujer que Eurípides recoge en su Hécuba. La reina de Troya convertida en esclava al caer la ciudad. Su voz es una con el coro de mujeres que comparten su destino: “¿A qué morada iré para ser esclava?... Heme aquí esclava en tierra extranjera, tras dejar el Asia conquistada por Europa, y de cambiar el Hades sólo por el lecho de un amo!”.

De otro lado, una mujer, puesta en pie contra el tirano, parece acogerse al derecho natural. Al lamento coral, y contra Creonte, Antígona responde al ser preguntada por qué ha quebrantado el mandato: “No fue Zeus quien dio esa orden… Y no creo que tus decretos tengan tanta fuerza que obliguen a transgredir las leyes no escritas e inmutables de los dioses, siendo tú mortal. Esas leyes no son de hoy o de ayer, pues siempre han tenido vigencia…”

¿Por qué contra el derecho natural hemos construido bastillas contra la mujer? ¿Por qué la hemos emparedado a usos convertidos en leyes que nos aseguraban el dominio al precio de descuartizarnos a nosotros mismos? No sé si ustedes consideran que estoy haciendo literatura de la sociología. Tampoco sé si opinan que hago metáforas con la filosofía, a la manera de Zambrano. Pues, persistente en el método como camino, concluyo con tres:

En la Kábala se interpreta el femenino de la SheJINáH como el punto ígneo donde la energía cósmica sale al encuentro del ser humano en el mundo de la materia y le toca como espada; lo inmediato de Dios donde se aproxima el infinito del En Soft, y le alcanza el pluriverso del Sephirot, la plenitud de sus emanaciones; el ámbito cósmico donde el individuo se puede conectar y adquirir conciencia cósmica; el lado femenino de Dios donde se concentra la estructura colectiva de todas las almas de Israel. En lo femenino trascendente nos toca el universo y su llamada de infinitud que abre accesos a la vida.

Hay un relato en la antigua religión irania que habla de Daena, una bellísima mujer con el rostro cruzado de cicatrices que no consiguen afearla. Ánima que recibe al ánimus para ser uno. Mujer que aguarda a cada cual al final de su viaje, en el puente de Chinvat, donde cada cual es

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juzgado por toda aquella belleza que desfiguró, sin conseguirlo nunca del todo.

En último lugar, ¿recuerdan ustedes el mito sintoísta de Amaterasu? Se trata de la diosa del sol, maltratada por su propio hermano, que se refugió en una caverna. Perseguida, dejó a sus perseguidores en tinieblas y bajo el imperio de un invierno que ellos mismos se habían procurado. Sólo la música y la fiesta la hicieron salir, y aquel espejo donde pudo mirarse y reflejarse tal cual era,para volver a iluminar el mundo.

Nunca se explica la fuerte carga de poesía que contienen los mitos. Entre otras cosas son la expresión del arquetipo del alma colectiva de los pueblos. Si acaso crean resonancias, reverberan, dejan cauda.

No hace tanto tiempo que Ignacio García de Leániz Caprile recordaba en El Mundo (12/5/2011) un pensamiento de Hannah Arend al decir que “la voluntad de comprensión, esa que llega a investigar y soportar la carga que nuestro tiempo ha puesto sobre nuestros hombros sin negar su existencia ni derrumbarse bajo su peso, resulta a la postre `el modo específicamente humano de estar vivo´.”

Viva, en movimiento y en pie está la mujer. Quisimos encadenarla al fondo de una caverna, pero ha mantenido consigo su luz y su música. No sé, acaso no espere ya y haya decidido marchar sola, o todavía aguarde a ser descubierta en nuestros momentos críticos, cuando cruzamos sobre abismos. Aún acaso todavía pueda tocarnos de infinito, de fuego y de luz, y mantenga para nosotros aún abierto el camino del árbol de la vida. Sé que ahí está, cargando con todo aquello que pusimos sobre sus hombros para enanecerla. Ahí resiste, sin negar su dura realidad, abriéndose camino en ella sin ayudas; sin derrumbarse bajo su peso. Dijo Tagore que ella hace sentir el gran misterio que palpita en el corazón de la creación.

No sé si “hoy es siempre todavía”. Lo que sí sé es que a partir de septiembre, tres mujeres, tres doctoras en Filosofía: Ana de Miguel Álvarez, Alicia Puleo García y Alicia Miyares sentarán cátedra en esta Casa. Quedan anunciadas.