FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN EL SISTEMA … · con la teoría kantiana, el fin final de la historia...
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FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN EL SISTEMA KANTIANO
AMPARO PÁRAMO CARMONA Licenciada en Filosofía
2
ÍNDICE
1.- INTRODUCCIÓN.
2.- EL YO PURO COMO UNIDAD ORIGINARIA DE LA
APERCEPCIÓN.
2.1 EL YO PURO. VISIONES HISTÓRICAS.
2.2 ESPONTANEIDAD DEL YO.
2.3 RELACIÓN YO PURO-TIEMPO.
3.- LA RAZÓN PURA PRÁCTICA COMO SUJETO DE
LA LIBERTAD.
3.1 LIBERTAD Y NECESIDAD. LIBERTAD Y
NATURALEZA. LA IDEA DE DIOS.
3.2 AUTONOMÍA DE LA LIBERTAD.
3.3 LA LIBERTAD, LÍMITE DEL LÍMITE.
3.4 EL DESARROLLO DE LA LIBERTAD.
4.- EL GÉNERO HUMANO, SUJETO DE LA
HISTORIA.
4.1 EL SUJETO EMPÍRICO.
4.2 SUJETO – INDIVIDUO.
4.3 EL GÉNERO HUMANO.
4.4 LA ESENCIA DEL HOMBRE.
5.- CONCLUSIONES
3
“… El primer cuidado de la naturaleza fue que el
hombre, en cuanto animal, se conservara a sí mismo y a la
especie, y para eso, la posición más adecuada era la
cuadrúpeda; pero si en él se hubiera depositado un germen
de razón, por el cual, al desarrollarlo, estaría destinado a la
sociedad, aceptaría como constante la posición más
adecuada a dicho fin, a saber, la bípeda… Mediante ella, por
una parte, aventaja infinitamente a los animales; pero, por
otra, tiene que contentarse con los inconvenientes que nacen
del hecho de haber levantado tan orgullosamente la cabeza
sobre sus viejos camaradas” (1).
Immanuel Kant
Filosofía de la Historia
4
LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN EL SISTEMA KANTIANO.
AMPARO PÁRAMO CARMONA
Licenciada en Filosofía
DNI 24291695 S
NRP A48EC024291695
1.- INTRODUCCIÓN.
Los problemas fundamentales de los que Kant se ocupa en
su filosofía de la historia podemos establecerlos en cinco puntos,
siguiendo lo que afirma Emilio Estiú en la introducción a su
traducción de la “Filosofía de la Historia” de Immanuel Kant (2).
El primero de esos puntos será el establecimiento del
concepto “cultural” de la historia. Todo hecho va a tener
significación histórica cuando refiera a las tareas de la razón, pues
éstas son comunes a la humanidad y exigen la realización de
valores morales. Por eso, Kant deja muy claro desde el principio
que los acontecimientos que no entran de lleno en el mundo de la
razón pertenecerán al mundo de la naturaleza. Esto bien podría
corresponderse con una distinción clásica en el sistema kantiano: la
5
que el filósofo de Königsberg establece entre fenómeno (lo que se
nos aparece) y noúmeno (la cosa en sí).
Las ideas trascendentales son el hilo conductor del sistema y
se constituyen en los tres incondicionados pensables de las tres
formas de razonamiento. Por lo tanto, la inferencia viene a ser el
camino por el que la razón llega al conocimiento de algo partiendo
de unos principios. Los principios son lo universal que comprende
las relaciones que se manifiestan en nuestro conocimiento
discursivo, y ese universal es triple: el yo, el mundo y Dios.
El yo es el sujeto lógico o unidad de todos los fenómenos de
conocimiento. En cuanto tales fenómenos nos inclinan a pensar en
que el sujeto lógico –sin el que es impensable el conocimiento- sea
también un sujeto real, una sustancia, caemos en la ilusión, aunque
creemos toda una psicología racional para estudiarlo.
Por lo que respecta al mundo, la serie de causas con las que
sintetizamos las intuiciones, las pensamos como relacionadas todas
y formando un único orden causal. Sólo así la causalidad tiene
sentido explicativo y por eso crea la tendencia a pensar en un
cosmos real gobernado por la necesidad causal. Este
incondicionado es el objeto de la Cosmología.
Por último, Dios o el incondicionado en general. Estamos en
presencia de la unidad absoluta e incondicionada de todos los
pensamientos en general. Si el pensamiento tiene sentido es en
tanto en cuanto hay algo que hace pensable a todo lo que puede
ser pensado. Ese algo tiene que ser uno (pues más de uno no
tendrían, por supuesto, relación y el efecto de la pensabilidad sólo
sería de uno). Esa tendencia a inferir la realidad de la pensabilidad
se dio históricamente, pero cometiendo un paralogismo, en San
Anselmo y los racionalistas.
6
Las ideas son tareas y su realidad no puede ser afirmada ni
negada, es decir, no es cognoscible. El acceso a esa realidad va a
ser por el camino de la razón práctica, no de la razón pura que tiene
su campo de acción en lo empírico (y, no lo olvidemos, la historia es
empírica).
A este respecto, podemos afirmar que Kant es el primero en
construir una ciencia de la historia: se trata de la historia pasada por
el concepto, es decir, la consideración tanto de los hechos como de
los accidentes como sustancia. Y considera Kant así mismo, que el
hecho histórico debe tener carácter universal, ya que si es individual
no puede considerarse histórico, sino que quedaría en el mero
campo de la anécdota.
El segundo de los problemas de los que nuestro filósofo se
ocupa es el de la intemporalidad de los fines éticos que emanan del
hombre. Aquí, el problema estaría en conciliar la “historia” entendida
como temporal, es decir, como una sucesión cronológica de
acontecimientos, con la intemporalidad a que aludimos.
Pero la primera dificultad estriba en lo que podríamos
considerar la cuestión etimológica, pues nos encontramos con dos
términos que son completamente contradictorios: los términos
“hecho” e “histórico” considerados como una unidad, pues mientras
que “hecho” significa pasividad, “histórico”, por su parte, implica
actividad (3).
Para Kant, la solución estaría en el hecho de que los
conceptos de la razón son ideas y éstas siempre son tendentes a la
construcción de fines en el mundo de la experiencia, puesto que las
ideas exigen que sus propuestas sean realizadas en la experiencia,
en el mundo sensible. Y la historia, al ser empírica, consiste en la
aproximación de ésta a aquellas, que son racionales e inteligibles.
7
La inalcanzabilidad del destino de la historia será el tercero
de los puntos clave en la Filosofía de la Historia kantiana, y es
consecuencia del punto anterior.
Ello es debido a que nunca se dará la coincidencia entre el
mundo sensible y el mundo inteligible. Si la historia cumpliera la
finalidad a la que tiende, desaparecería como tal, pues de acuerdo
con la teoría kantiana, el fin final de la historia es, al mismo tiempo,
el acabamiento de la misma.
La conexión entre la idea y la realidad se convierte en el
cuarto problema en ser estudiado por nuestro filósofo, quien a este
respecto afirma que no puede hacerse tal conexión sin que exista
un tercer elemento que cumpla la función de acercar la segunda (la
realidad) a la primera (la idea), y es el Estado quien cumplirá esa
función, pues al tener una doble vertiente (la empírica –el poder- y
la moral –el derecho-), puede ser mediador entre la ética, que
impone los límites de la moralidad, y las tendencias naturales del
hombre, que sin el freno de la ética estarían fuera de control.
Es en este punto donde se produce la mayor conexión entre
Kant y Hegel, pues el último recoge toda la idea kantiana de la
imbricación entre ética y empirismo que se da en el Estado.
Por último, la practicidad de la Filosofía de la Historia es el
quinto de los problemas analizados por Kant, y lo hace debido a que
descubre los resortes que mueven los intereses humanos, y quiere
poner los medios para acelerar el proceso de caer bajo el dominio
de la razón, alejarse de la naturaleza (de las tendencias naturales
del hombre) y ponerse al servicio de la idea.
El hombre, en la marcha histórica, en el devenir de su
historia, tanto intra como extrapersonal, realizará las disposiciones
originarias que en él hay, es decir, por un lado la tendencia a la
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animalidad: el egoísmo físico; la no intervención de la razón: el
instinto de conservación, tanto de la propia existencia como de la
especie... Por otro lado, la tendencia a la humanidad: el egoísmo
comparativo (siendo la razón quien establece tal comparación) y,
por último, la disposición a la personalidad o, lo que es lo mismo, el
hombre considerado como ser social y ser moral, es decir, un ser
capaz de tener responsabilidad y asumirla.
Antes de iniciar el estudio del sujeto histórico kantiano,
conviene explicar que quizá puede llegarse a pensar que los
escritos de historia de Kant se apartan de su línea habitual y sólo
constituyen una respuesta a los escritos de Herder. Pero un
segundo análisis más profundo nos mostrará que todo lo que en
ellos menciona está explicitado en el resto de su obra,
especialmente en la “Crítica de la Razón Pura”, a la que haremos
referencia repetidas veces.
2.- EL YO PURO COMO UNIDAD ORIGINARIA SINTÉTICA
DE LA APERCEPCIÓN.
2.1 EL YO PURO. VISIONES HISTÓRICAS.
Lo primero que a este respecto hay que señalar es que el yo
kantiano es uno, es decir, que no se extiende en sus usos (4) y trata
de fundar sobre un uso moral un concepto.
Para Ernst Cassirer, se lo que se trata es de la aceptación
del voluntarismo frente al intelectualismo, pues el concepto, como
tal, no puede quedar fundado por el uso que se haga de él. Sin
embargo, la idea latente, la que subyace en el estudio de Cassirer,
está no en conceder importancia a la idea (lo que se piensa). Por el
contrario, la importancia radica en la eficacia que ésta tiene.
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Se trata, naturalmente, de una interpretación de Kant que lo
lleva a afirmar que la fundamentación por parte de la voluntad de la
idea se hará en tanto la realización de ésta, lo que nos lleva a
suponer que la idea en sí misma no tiene realidad verdadera, sino
que por el contrario es un futuro, algo a realizar, pero aún
inexistente.
En este sentido, Cassirer ve claro que hay un hilo conductor
que va de forma directa de Kant al marxismo. De ello hablaremos
más adelante, cuando hagamos alusión a la relación entre el yo
puro kantiano y el hombre genérico de Karl Marx.
Pero hay una realidad que queda fuera de la anterior
interpretación. Se trata de Dios. La realización de los conceptos
imbricados con la voluntad, nos llevará al supuesto de hacer a Dios
sobre hechos sensibles. Para Kant, Dios no tiene pasado ni
presente, y quedará creado por nuestra voluntad.
Pero veamos cómo, a lo largo de la historia, algunos
pensadores han dado diversas opiniones con respecto a su
concepción del yo puro.
El concepto de yo puro kantiano lo vemos en Leibniz
elaborado en su noción de sustancia.
Empieza Leibniz por ver que los elementos de la realidad son
sustancias, pero a éstas las ve como fuerzas, como capacidades de
acción: Si lo esencial de la sustancia es ser una fuerza, en cuanto
tal es algo supraespacial y supratemporal, ya que lo mensurable, en
todo caso, será el efecto de esa fuerza, su actuación, pero la fuerza
en sí, directamente trasciende la medida.
De ahí que espacio y tiempo, volúmenes y pesos de los
cuerpos, sean manifestaciones físicas de las sustancias, a pesar de
que dichas sustancias son metafísicas. Es por ello que puede
10
afirmarse que el dualismo cartesiano ha sido abolido, pues al
reducir lo extenso a apariencia o manifestación de lo real, Kant lo
convierte en conciencia.
Los cuerpos son captados por la razón como fuerzas, pero el
conocimiento sensible nos los presenta como extensos. La razón
descubre que esa extensión no es ni el cuerpo –como quería
Descartes- ni tampoco un atributo de la divinidad –como decía
Spinoza-, ni una especie de sostén de los cuerpos –que será lo que
diga Newton-, sino la expresión de la coexistencia de los cuerpos,
esto es, un punto de vista racional que los ordena de esa
determinada forma que llamamos espacio. Ahora bien, se trata de
un punto de vista racional que está bien fundado sobre la realidad.
Y lo mismo cabe decir del tiempo. Como consecuencia de
ello, la única realidad para Leibniz, por ejemplo, son las fuerzas
perfectamente racionalizables en sus manifestaciones. Pero la
racionalización es un producto de nuestra razón que pretende
adaptarse a la realidad desde las propias reglas de la razón.
El último objetivo de este paradigma del racionalismo es
comprenderlo todo con la razón. A este objetivo, Kant lo llamará
ilusión trascendental. Leibniz sienta hipótesis: por ejemplo, las
sustancias como mónadas con las características de
incomunicabilidad y de representación universal. O la libertad como
necesidad de querer lo mejor. A partir de eso, es posible escapar
del dualismo sujeto-objeto, que siempre nos lleva a caer en manos
de uno de ellos para volver a empezar a buscar indubitables.
Pero en Kant, la sustancia leibniziana tomará subjetividad,
pasando a ser el sujeto de la historia. La objeción que podrá
hacerse es el abandono, por parte del filósofo de Königsberg, del yo
empírico.
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En el caso de Hegel, estamos ante un pensador
abiertamente influido por Kant, pero que da sin embargo una
definición distinta del yo puro. Para empezar, en lugar de yo puro,
va a hablar de Espíritu Absoluto
Hegel intenta, partiendo del método dialéctico, clarificar todo
proceso ya que, al parecer, tanto realidad como pensamiento se
reducen en su filosofía a devenir. Este método nos descubrirá que
hay una interdependencia y conciliación de todos los fenómenos,
incluso de los contrarios, lo que lógicamente nos conducirá a una
relativización de las diferencias y, por lo tanto, a la unidad de todo.
Hegel concibe la filosofía como esencialmente histórica y ello
en un doble sentido. En primer lugar, se trata de tener presente toda
la masa de pensamientos que la historia nos ofrece, para reducirlos
a sistema. En segundo lugar, se trata de caer en la cuenta de que
cada pensamiento con que los filósofos han pensado sobre la
realidad, es un momento nuevo y necesario, producido por lo
pensado anteriormente, y que desembocará a su vez en otros
pensamientos, igualmente de forma necesaria, y que asumirán
también el momento anterior.
La originalidad de Hegel en este sentido está en haber
sabido lograr la síntesis del pensamiento universal con el
pensamiento individual. Para ello, lo fundamental es dominar las
ciencias de su tiempo y estar en posesión de una gran capacidad
de síntesis y sistematización, que reduzca la multitud originaria a
una unidad orgánica.
Toda la filosofía hegeliana nos ofrece una imagen teleológica
del mundo, el cual se nos presenta como un sistema de formas en
el que las inferiores tienden hacia las superiores. Y esa dirección
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“hacia arriba” no es sino el dominio de la Razón Absoluta, quien se
conoce de forma perfecta, pues de no ser así no sería absoluta.
Pero veamos su concepción de la historia. Para Hegel, la
historia no es sólo fijación de hechos, sino que es más bien el
conocimiento de las conexiones entre los hechos. Son estas
conexiones las que nos descubren el verdadero sentido de cada
hecho histórico. Se trata, para nuestro autor, de ir más allá de los
límites de los datos para recuperarlos en una superior unidad que
los haga claros a la razón pura, como lo están a la Razón Absoluta.
La legalidad histórica, más que el hecho, es el hilo conductor de los
hechos. Y encontrar esa legalidad es lo esencial de la historia.
De ahí deriva su valoración de los errores históricos a los
que consideraba tales sólo en virtud del apresuramiento poco
riguroso con que se habían sacado las consecuencias. Sin
embargo, a juicio de Hegel el error no está en la concepción
histórica, en cuanto concepción de ese momento y de esas
circunstancias, sino en haberla sacado de su contexto para
eternizarla, con lo que se la arrancaba de lo que le daba sentido,
que es ser momento limitado del proceso. Hegel repetirá con
frecuencia a lo largo de su obra que lo finito es una manifestación
de lo infinito, pero no “la” manifestación. Y lo infinito es devenir,
proceso, no lo fijo ni lo finito en lo que se convierte y a través de lo
cual se manifiesta.
Hegel vive dentro de un contexto idealista y romántico. Es
más, se trata de una época que vuelve ya la espalda a aquellos
ideales. Sin embargo, está convencido de que, si se ha llegado a
ese desenlace es porque la Filosofía no ha cumplido su papel. En la
época hegeliana, abundaban teorías fantásticas, mediatizadas por
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un lenguaje poético que, naturalmente, no explicaban la realidad. Y,
para Hegel, la Filosofía es, básicamente, explicación.
Por un lado, Kant pone vallas a la razón. Por otro, Fichte y
Schelling, al intentar romper aquellas vallas y alcanzar el “en-sí”
hacen, de algo irracional, como la acción en Fichte, el principio de la
Filosofía, pero Hegel apuesta por la razón. Es más, su apuesta es
por una razón explicativa, y para ello rechaza toda imprecisión y
emplea un lenguaje riguroso.
En lo que respecta al tema que nos ocupa, el Espíritu
Absoluto, el propio Hegel afirma: “De lo Absoluto hay que decir que
es esencialmente resultado, que sólo al final es lo que es en
verdad”.
La Fenomenología ha realizado una serie de experiencias en
las que el conocimiento humano se ha ido haciendo cargo de los
fenómenos, es decir –según la más genuina etimología del término
fenómeno-, la conciencia ha captado lo aparente. Pero la apariencia
lo es de algo que se revela en ella, y de lo que se trata es de
conocer ese algo. Y es la lógica la que se propone enseñarnos el
camino de ese conocimiento.
El objeto de la lógica es el Absoluto, y el Absoluto es Razón.
Desde los seres más inferiores hasta el ser superior, todo es razón.
De lo contrario, el ser y el conocer son absurdos. Como quiere
Hegel, hay que descender a las profundidades de todo para captar
ese algo que lo explica todo, pero descender desde los mismos
fenómenos, ya que el fenómeno como finito no tiene ninguna
realidad en sí, sino en tanto en cuanto es el mismo Absoluto que se
manifiesta así, con esa determinación que es condición
indispensable para ser conocido. Con ello, la lógica no es más que
el Absoluto en la explicitación de todas sus determinaciones
14
posibles. De ahí que la razón humana, al volverse sobre sí misma,
se conoce como una manifestación más de Absoluto, que coincide
con él o, por mejor decir, que se identifica con él.
La lógica se encargará de mostrarnos el camino para
penetrar en esa profundidad desde la que el Absoluto se manifiesta
en los fenómenos finitos. Pero Hegel rechaza todo camino de
acceso al Absoluto que no sea la Razón, es decir, rechaza toda
intuición intelectual o mística, y también todo sentimiento como
método genuino para captar lo Absoluto, es decir, al Absoluto hay
que captarlo como proceso racional, porque él mismo es proceso o,
lo que es lo mismo, devenir.
Para Hegel, pues, el concepto de Absoluto tiene su verdad
en la conexión con otros conceptos, y en el momento que es dentro
de esa totalidad que es el sistema de la razón, o de esa otra
totalidad que es la Historia. Una y otra, al final, son lo mismo.
Esta terminología hegeliana llegará hasta la obra de Karl
Marx, y ambos se impregnarán del conceptualismo kantiano.
También utilizarán ambos la expresión “género humano”, que ya
aparece en la obra de Kant.
Pero no ya sólo en Marx, sino en todos los pensadores de
corte marxista, tanto los ortodoxos como los heterodoxos, los fieles
a la doctrina o los revisionistas, encontramos ecos de la Filosofía de
la Historia kantiana, pues su repercusión es innegable a lo largo de
la Historia de la Filosofía. Así, por ejemplo, Marx llamará al yo puro
de Kant “hombre genérico”. Otros pensadores de corte marxista le
darán distintos nombres, como Lucacks, que lo llamará “la clase” o
Lenin, en quien vamos a encontrar la expresión “vanguardia del
proletariado”.
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Marx (lo mismo que Engels), admite que el hombre es un
producto de la naturaleza, pero a la vez de la sociedad. Sin
embargo, considera que está en las manos de ese mismo hombre
la posibilidad de cambiar las circunstancias materiales y sociales
que están en su origen. La actividad humana, a juicio del filósofo de
Tréveris, es algo más que una actividad teórica y contemplativa: es
una actividad práctica. Y es en ésta última donde se decide la
verdad o falsedad de las teorías. Pero la productividad humana no
hay que entenderla en un sentido mecánico, sino creador.
Para comprender bien esto es necesario empezar por
entender que la relación del sujeto humano con el sujeto a nivel de
conocimiento no es una relación puramente receptiva, pues ello
situaría al hombre en un plano animal. La superación de ese plano
y, como consecuencia, alcanzar el plano humano, supone que el
hombre ha actuado ya en el entorno, en los objetos materiales, y los
ha impregnado de humanidad. Esto sólo es posible en una etapa en
que el hombre no sea depredador, sino trabajador. Entonces, el
objeto es ya producto humano en principio y, salvada la
enajenación, concepto recurrente en el sistema marxista, lo
encontramos por fin convertido en producto social. Naturalmente,
llegar a una relación de este tipo supone que el hombre actúa sobre
la naturaleza y la transforma.
Es este el momento de que nos preguntemos cuál es el lugar
de la Historia. Para Marx, la Historia no es cronología del pasado,
sino una clarificación de lo pasado desde unos principios
consistentes en unas fuerzas determinantes de los hechos y que
operan incluso más allá de la voluntad humana. Pero, así como
Hegel sitúa esas fuerzas en las ideas, Marx va a situarlas en las
relaciones económicas.
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Marx es un hegeliano, lo que significa que busca una
conexión racional de los hechos, y esta conexión la busca no sólo
en el seno de la explicación intelectual, sino en el de la explicación
real, siendo el mismo entendimiento parte constitutiva de esa
realidad racional, porque incluye ineludiblemente a la inteligencia,
pero señalando lo económico, la satisfacción de las necesidades
humanas en sus múltiples facetas, como el principio real-racional de
todos los hechos de la Historia.
La Historia viene a ser, para el marxismo, la ciencia que
estudia los diferentes modos de producción. Pero el hilo conductor
de estos diferentes modos de producción se encuentra en el
Materialismo Histórico, hilo conductor del sistema marxista. Para
Marx, el desarrollo histórico es un desarrollo natural, teniendo en
cuenta que se trata de seguir el proceso de producción de bienes
materiales, dentro del cual las fuerzas productivas y las relaciones
sociales (relaciones que se expresan normalmente en la ideología
dominante) entran en contradicción, lo que provoca un cambio de
sociedad.
A juicio de Marx, la realidad histórica se desarrolla
dialécticamente, es decir, en la necesidad de que en cada fase de la
historia aparezca como su momento esencial la propia negación de
esa fase. Para ello es necesario darse cuenta de que ningún
fenómeno puede entenderse sin la conexión con los fenómenos que
le rodean y, a la vez, nada hay inmutable, sino que todo está
sometido a cambio, tanto en la naturaleza como en la sociedad.
Pero este cambio no es un simple cambio lineal, puramente
sumativo o cuantitativo, sino que se trata de un cambio cualitativo,
como lo puede ser el paso de una propiedad privada a una
propiedad comunal.
17
Sin embargo, para Kant, el problema fundamental es que la
autonomía de la libertad se refiere al yo puro, a lo no contaminado
por la experiencia.
Con respecto al tema del yo puro, Kant, en la “Analítica
Trascendental”, afirma que ésta es la descomposición de todo
nuestro conocimiento a priori en los elementos del conocimiento
puro del entendimiento, para lo que importan los siguientes puntos:
1. Que los conceptos sean puros y no empíricos, es decir,
que no estén contaminados por la experiencia.
2. Que no pertenezcan esos conceptos antes mencionados
a la sensibilidad y a la intuición, sino que por el contrario estén
vinculados al pensamiento y al entendimiento.
3. Que sean, también, conceptos elementales y se distingan
bien de los que han sido deducidos, así como de los que han sido
compuestos de ellos.
4. Por último, Kant impone como requisito que la tabla
conceptual sea completa. También, que los conceptos a los que
hacemos referencia llenen por completo el campo del entendimiento
puro.
El desarrollo de estos cuatro puntos sólo es posible mediante
una idea conjunta del conocimiento a priori del entendimiento y la
división de conceptos que lo constituyen. Y esta división está
determinada por la Idea. Además, sólo es posible mediante su
conexión en un sistema (6).
2.2 ESPONTANEIDAD DEL YO.
El de la espontaneidad del yo es un concepto que atraviesa
toda la “Crítica de la Razón Pura”, y es aquí donde se dilucida el
tema del sujeto histórico, es decir, qué es el hombre, cuáles son sus
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raíces..., en definitiva, la respuesta a las preguntas clásicas que
todo filósofo o, lo que es lo mismo, todo hombre, se ha hecho a lo
largo del tiempo.
En las “Notas” (7) hay plasmadas también expresiones que
aluden a la espontaneidad del Yo: “El hombre posee
espontaneidad; no puede someterse”. Es aquí donde entronca Kant
con Jean Jacques Rousseau, que en su obra “El Contrato Social”
manifiesta lo siguiente: “El hombre que depende de otro no es
hombre”. Con esta frase, se pone abiertamente en contra del
principio de autoridad jerárquica, del prejuicio de la jerarquía de la
sangre. Kant tampoco va a aceptar este principio de autoridad,
recogiendo en este sentido la influencia de Rousseau.
Para Rousseau, la sociedad teóricamente es buena para el
hombre. Sólo en la sociedad con los demás hombres pueden
desarrollarse las facultades que éste tiene en potencia. Sin
embargo, es inimaginable el desarrollo del pensamiento sin el
lenguaje, lo que supone comunicación y sociedad. Pero
históricamente – y éste es el punto central del problema- causas
accidentales y fortuitas intervinieron en el desarrollo de la vida
social e hicieron al hombre malo y le condujeron a ese estado de
esclavitud en el que ahora le vemos. Para Rousseau, las causas
que degradan la vida social intervienen en ésta de manera
accidental y fortuita y hubiera podido darse el caso de que tales
causas no hubieran intervenido.
Las causas a las que Rousseau se refiere son las que
enunciamos a continuación:
1. En primer lugar, la propiedad privada, con la que se funda
la sociedad civil, es decir, una sociedad heterogénea basada en un
derecho de la fuerza que perpetúa, e incluso aumenta, la
19
desigualdad. Ello llevaría como consecuencia a un estado de
guerra. “El recién nacido estado de la sociedad produce un horrible
estado de guerra”, llegará a decir en el “Discurso sobre la
desigualdad”.
2. Ante la inminencia de enfrentamientos que pudieran
poner en peligro la vida y la hacienda, se establece una ley como
garante de una situación que se supone que le va a permitir al
hombre vivir en libertad. En realidad “todos se precipitaron a tomar
sus cadenas con la esperanza de conservar así la libertad”, dice
irónicamente Rousseau.
3. Por último, la conversión del poder legítimo –nacido de un
pacto- en un poder arbitrario, entendiendo por éste la degradación
de aquél, y que reconduce finalmente a la misma ley del más fuerte
que en principio estaba destinado a sustituir.
Se impone, por lo tanto, llegar a una solución. Rousseau es
consciente de que su descripción del estado natural, e incluso sus
críticas a las sociedades históricas no siempre están montadas
sobre una documentación fehaciente. Podría decirse que ante el
hecho-hombre en las sociedades históricas, Rousseau pretende
realizar un ensayo teórico para encontrar las condiciones que le
devolvieron al hombre dentro de la sociedad la bondad, la libertad y
la igualdad. Este ensayo es básicamente el proyecto de un pacto en
dos tiempos: por una parte, acordar libremente todos –por
unanimidad rigurosa- asumir lo que disponga la mayoría. Se trata
de un pacto social entre todos y que va a ser la base de la
obligatoriedad de toda legislación posterior. Por otra parte, se trata
de optar por una determinada manera de gobernar. Y aquí es la
mayoría la que define un pacto de gobierno.
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Llegado este momento se observa que queda garantizada la
libertad, pues libremente se acuerda por todos asumir lo que diga la
mayoría, y lo que se puede perder de libertad natural se gana en
libertad civil.
También queda garantizada la igualdad, pues el pueblo
continúa siendo soberano y los que asumen el gobierno tienen un
estado diferencial convencional y a disposición siempre de los
ciudadanos. Esto tiene una consecuencia lógica para Rousseau,
que expone detalladamente a lo largo de su obra y que, de hecho
es el punto de su sistema por el que es más conocido: el hombre ha
perdido los motivos de su agresividad y, por lo tanto, se hace
bueno.
Pero volvamos al desarrollo del tema de la espontaneidad.
En su obra “Crítica de la Razón Pura”, en el párrafo 16 de la
“Analítica Trascendental”, Kant apunta lo siguiente: “El yo pienso
tiene que poder acompañar a todas mis representaciones, pues si
no, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo
cual significa tanto como decir que la representación sería, o bien
imposible o, al menos, nada para mí. La representación que pueda
ser dada antes de todo pensar, se llama intuición”. Y más adelante,
refiriéndose a la relación existente entre el yo pienso y la intuición,
afirma que se relacionan necesariamente en el mismo sujeto,
siendo esa relación espontánea, puesto que no puede considerarse
como una parcela de la sensibilidad. Además, se la llama
apercepción pura (es decir, conciencia apriorística) para distinguirla
de la empírica. También se la llama apercepción originaria y ello es
debido a que es autoconciencia que acompaña a todas las
representaciones, pero que a su vez no puede ser deducida de
ninguna.
21
La unidad de la apercepción se llama unidad trascendental
de la autoconciencia, para señalar la posibilidad del conocimiento a
priori que nace de ella.
El hecho de poder enlazar en una conciencia un número
múltiple de representaciones dadas (y sólo esto) hace que el sujeto,
cualquier sujeto, pueda representarse la realidad de la conciencia
en esas representaciones mismas, es decir, que la “unidad analítica
de la apercepción no es posible sino presuponiendo alguna unidad
sintética (8).
Por eso, el principio de la unidad originaria sintética de la
apercepción es el yo puro, puesto que en él, al ser el primer
conocimiento puro del entendimiento, se funda todo su uso posterior
(lo que quiere decir que es, al mismo tiempo, independiente de
todas las condiciones de la intuición sensible), entendiendo por
“entendimiento”, en líneas generales, la facultad de los
conocimientos, que consisten en la determinada referencia de las
representaciones dadas a un objeto.
2.3 LA RELACIÓN ENTRE EL YO PURO Y EL TIEMPO.
En el conocimiento del objeto, a juicio del filósofo de
Königsberg, hay dos modos de representación:
- La representación del objeto en sí.
- La representación del objeto en el fenómeno.
En lo que respecta al primer caso, la representación del objeto
en sí, el sujeto se pone a sí mismo primordialmente en la intuición
(o cognitio primaria). En cuanto al segundo caso, la representación
del objeto en el fenómeno, es aquel por el que se hace a sí mismo,
es decir, será una cognitio secundaria.
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Este último modo será la intuición de sí mismo en el
fenómeno, la intuición a través de la cual es dado el objeto sensible
al sujeto.
Se trata, pues, de la representación-composición de lo
múltiple según las condiciones del espacio y el tiempo.
Pero el objeto en sí no es un objeto particular, sino el mero
principio del conocimiento sintético a priori, que contiene en sí lo
formal de la unidad de eso múltiple que es la intuición, no un objeto
particular.
Kant asegura que el yo no tiene campo en la ciencia, pues no
puede trascender el espacio y el tiempo (de hecho, para él, será la
imaginación la productora espontánea del espacio y el tiempo.
Entonces, este agnosticismo científico se convierte, tanto en
la moral como en la historia, en la voluntad de poder o, lo que es lo
mismo, sólo creyendo se pueden realizar en la historia, por la
voluntad, los postulados de la razón.
En este punto es donde se ve claramente cómo Kant es
voluntarista, pues concede primacía a la razón práctica.
Es en la “Estética Trascendental” donde Kant habla del
tiempo. Vamos a ver textualmente cómo define este concepto (9),
así como su desarrollo.
- Parágrafo 4. Exposición metafísica del concepto de tiempo:
1.- El tiempo no es un concepto empírico que se derive de una
experiencia.
2.- El tiempo es una representación necesaria que está en la
base de todas las intuiciones (a priori).
3.- El tiempo tiene una sola dimensión: diversos tiempos no
son a la vez.
23
4.- El tiempo no es un concepto universal, sino una forma pura
de la intuición sensible.
5.- La infinitud del tiempo significa que toda magnitud
determinada del tiempo es sólo posible mediante limitaciones de un
tiempo único fundamental. Por eso, la representación primaria
“tiempo” tiene que ser dada como ilimitada.
- Parágrafo 5. Exposición trascendental del concepto de
tiempo:
El concepto del cambio y con él el concepto de movimiento
(como cambio de lugar) no son posibles sino mediante la
representación del tiempo y en la representación del mismo.
- Parágrafo 6. Conclusiones sacadas de estos conceptos:
1.- El tiempo no es algo que exista por sí.
2.- El tiempo no es nada más que la forma del sentido interno,
es decir, de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado
interno.
3.- El tiempo es condición formal a priori de todos los
fenómenos en general.
4.- El tiempo no es objetivo si hacemos abstracción de la
sensibilidad de nuestra intuición y, por lo tanto, del modo de
representación que nos es peculiar y hablamos de cosas en
general.
Sin embargo, vemos que es necesariamente objetivo, es
decir, tiene realidad empírica, con respecto a todos los objetos que
puedan ser dados a nuestros sentidos. Esto es porque se niega la
realidad absoluta del tiempo, ya que no es inherente a las cosas
como condición o propiedad.
24
- Parágrafo 7. Explicación:
1.- El tiempo es real: es la forma real de la intuición interna.
Tengo realmente la representación del tiempo y de mis
determinaciones de él.
2.- Sólo la realidad absoluta no puede serle concedida al
tiempo.
3.- El tiempo no es inherente a los objetos mismos, sino sólo
al sujeto que los intuye.
Espacio y tiempo son, pues, dos fuentes de conocimientos de
las que a priori se pueden tener diferentes conocimientos sintéticos.
Gracias a ello, la realidad del espacio y el tiempo deja incólume la
certeza del conocimiento de la experiencia, ya que estamos seguros
de él, tanto si pertenecen las formas a las cosas en sí mismas como
si pertenecen a nuestra intuición.
La “Estética Trascendental” no puede, por lo tanto, contener
más que dos elementos, que son lo que en tantas ocasiones hemos
mencionado: espacio y tiempo, y que son, no lo olvidemos, las dos
coordenadas en las que aparece la historia.
Cuando ponemos en relación los dos términos a que hacemos
mención en el epígrafe que nos ocupa, el yo puro y el tiempo,
vemos que se mantienen los mismos predicados porque son puros,
es decir, no contaminados por la experiencia. Y aquí sí que
conviene que hagamos especial hincapié en la apreciación de una
evidencia: en la Filosofía kantiana, los términos temporal y empírico
no significan lo mismo.
En Kant, hay una manifiesta ambigüedad en lo que respecta a
la determinación del yo por el tiempo, o del tiempo por el yo. El
filósofo no deja esto claro en ningún momento, aunque en la
25
interpretación que Heidegger hace de Kant será el tiempo el que
determine al yo (10).
Lo que quiere decir Heidegger es que la pregunta primera y
fundamental es la pregunta por el ser de los entes, de las cosas que
son. Y esa es la pregunta que califica de ontológica, frente a los
problemas (o los temas) de las ciencias positivas. Pero tengamos
en cuenta que, a la vez, hay una necesidad de revisar los conceptos
fundamentales de todo saber.
Ahora bien, la pregunta por el sentido del ser, del yo de cada
ente, es una posibilidad que tiene el hombre y sólo el hombre. Pero
el hombre es también un ente, aunque con ese modo de ser que es
el preguntar por el sentido del ser. Ello implica que éste es ser-ahí
(Dasein): estar ahí frente a los otros entes y estar en situación,
consiguientemente, de preguntar por el ser de ellos y de sí mismo.
O, si se quiere, preguntar más precisamente: por qué está ahí y no
en otro lugar, por ejemplo, donde están los otros por los que
pregunta.
Este ser-ahí es el existir del hombre, es el hombre. Y eso es
precisamente lo que Heidegger nos quiere decir, lo que supone que
el ser-ahí se constituye a sí mismo, en su ser, como yo, diferente de
otros modos de ser que no-son-yo.
Cabría preguntarse aquí si es natural en un texto kantiano
predicar la palabra “esencial” con respecto al tiempo y al yo pienso.
Si le damos un valor trivial a la palabra “esencial”, la cosa no
tendrá la menor importancia, pero si le damos un valor más fuerte,
debemos ver aquí ya la primera pista de la inserción de la
metafísica en la obra kantiana: la palabra esencial en Kant es
noúmeno, y el noúmeno es sólo un límite negativo, del que no se
puede tener conocimiento.
26
Podemos concluir diciendo que en Heidegger se ve la
“temporalidad” en lo que respecta al tiempo presente, mientras que
en Kant esto no puede verse, pues el tiempo presente va a ser
considerado en él como sinónimo de ausencia de sucesión. Se trata
de dar al tiempo un valor lógico, y la temporalización dentro de la
lógica no tiene sentido.
Que haya un espacio y un tiempo es algo que conviene
perfectamente a las condiciones de posibilidad de la experiencia,
dado que ambos pertenecen a las determinaciones reales de las
cosas que existen. Sin embargo, que haya un espacio y un tiempo
vacíos es algo que no puede darse en absoluto, pues exigiría una
experiencia de lo que no existe.
De cualquier forma, es posible su admisión a título de principio
de posibilidad de la experiencia, no ya para explicar los fenómenos,
sino a priori, a fin de establecer la concordancia de los principios
con vistas a la posibilidad de la experiencia.
3.- LA RAZÓN PURA PRÁCTICA COMO SUJETO DE LA
LIBERTAD.
3.1 LIBERTAD Y NECESIDAD. LIBERTAD Y NATURALEZA.
LA IDEA DE DIOS.
El tema de la libertad es el que preocupa a Kant por encima
de todo, y los vamos a ver claramente cuando nos dice que lo más
penoso es la sumisión de un hombre a la voluntad de otro. En este
sentido, es muy evidente cómo entronca con la tradición
rousseauniana (como ya hemos visto en el punto 2.2), así como con
toda la tradición marxista, heredera suya, sobre todo en lo que
respecta a la terminología “explotación del hombre por el hombre”.
27
Lo que a nuestro filósofo le interesa es fundamentar la moral,
y no la física. Y la fundamentación de la primera de ellas, la moral,
la tiene que hacer enmarcándola dentro de la libertad o, lo que es lo
mismo, dentro de la razón.
Es en las “Betrachtüngen” donde está contenida toda la
dialéctica hecha desde el hombre y la naturaleza (en esa doble
vertiente, libertad–necesidad, propia de cada uno de esos
conceptos), así como la necesidad que nace de la intersubjetividad.
El acontecimiento histórico, en el seno del sistema kantiano,
va a ser una especie de acontecimiento natural, y se especifica
porque tiende a organizar la libertad, siendo ésta un tipo de
actividad natural en sí misma antinatural (lo que en el sistema
hegeliano, tan próximo en esto a nuestro filósofo, va a convertirse
en la “superación de la necesidad”).
Partiendo de la espontaneidad del yo puro, llegamos a
concluir que el sujeto pone libremente los principios, y esto viene
determinado por la naturaleza. Ésta será la relación entre libertad y
naturaleza. En Kant, el hecho histórico, si es un hecho de libertad,
no es fenoménico ni está sujeto a causas, pero si es fenoménico, es
decir, producto de la naturaleza, carece de libertad, por lo que no
puede ser histórico (no es humano y, como consecuencia, no puede
tener la categoría de “histórico”). Lo histórico, lo específicamente
histórico, depende de la voluntad, no del conocimiento.
La historia es absolutamente inmanente. Si es posible que
haya libertad, se hace posible en la libertad lo que es imposible en
la trascendencia, y por el hecho de que el ser humano esté
constituido de fenómeno y noúmeno, el postulado de la libertad
queda a merced de la ciencia. Vemos así que la inmanencia
dualista de Kant se manifiesta en dos polos: la historia y la
28
naturaleza, y va a decirnos que no todo lo causa el sujeto, pues
cuando se quiere ser libre, se topa con la naturaleza con sus leyes
causales. Es esta naturaleza sensible la que produce la
heteronomía.
Hay pues heteronomía cuando hay constitución del objeto, y
esto significa que la ética heterónoma, por ejemplo, está ligada
empíricamente con el objeto. No debe perderse de vista que
constituir un objeto en Kant significa hacerlo, y eso sólo es posible
con material empírico.
El problema principal de la teoría del conocimiento kantiano es
encontrar el fundamento de la relación entre el conocimiento y el
objeto. Afirma que todo conocimiento es un intento de conocer algo
y lo que se pretende aclarar es donde están las garantías que
tranquilicen al hombre acerca de que su conocimiento no es un
fenómeno aberrante o ilusorio, sino que es fiable.
Kant, en principio, había confiado, por influencia de Wolff, en
una relación natural entre pensamiento y realidad: el hombre venía
a ser un reflejo natural del exterior (la imagen especular del
conocimiento). Pero sobre esta imagen de la relación especular, por
un lado, se habían asentado muchos sistemas metafísicos, que se
excluían mutuamente. Por otro lado, Kant es consciente de que el
rigor con que la razón construye sistemas explicativos obedece a
leyes lógico-formales, y ello no implica en absoluto que la realidad
sea idéntica u obedezca a esa legislación, pues eso hubiera
supuesto admitir algo sin una crítica previa, es decir, caer en el
dogmatismo. Y de ese sueño dogmático de la razón, como él mismo
se encarga de hacernos saber, ya lo había despertado la lectura de
la obra de David Hume.
29
Pero Hume, con su crítica del conocimiento, le despierta
también de otro dogmatismo, el dogmatismo empirista, que fracasa
en su intento de querer reducir todo principio de conocimiento al
origen, descartando el problema del valor del conocimiento que es
independiente del de su origen.
Estamos hablando, pues, de dos dogmatismos: el racionalista
y el empirista. No es cierto, para Kant, que el único dogmatismo sea
el de corte racionalista. De lo que trata nuestro filósofo es de
averiguar qué es lo que impide un conocimiento universal y
necesario de la realidad en general. Kant cifraba una parte del
problema en ver si era posible que las ciencias, y en especial la
metafísica, que tratan de lo real, podían construirse al modo como
estaban construidas la matemática o la física newtoniana.
Pero habíamos dicho antes que el hombre, cuando quiere ser
libre, se topa con la naturaleza, con sus leyes causales y que esa
naturaleza sensible es la culpable de que se produzca la
heteronomía.
Por eso, sólo será responsable el hombre que puede actuar
con libertad, o sea, con independencia de las inclinaciones
sensibles que, por ser tales, siguen las inexorables leyes de la
naturaleza. El fundamento de un acto libre no está, por lo tanto, en
el ser natural del hombre, por lo que parece ser que no puede haber
una disposición de esa naturaleza para la conducta ética, basada
como está en el ser inteligible del hombre.
Cuando la conducta del hombre está regida por la ley moral, y
no tiene otro móvil fuera del respeto que le impone dicha ley, deja
de ser individuo para convertirse en persona.
Ahora bien, al nexo que existe entre una causa y un efecto,
Kant lo llama carácter. Como en este caso el vínculo se establece
30
entre una causa inteligible (la libertad) y un efecto sensible (la
acción cumplida), la relación se origina en el sujeto mismo. No se
puede derivar de la experiencia, puesto que en ella no actúan
causas libres. El carácter no es, pues, una cualidad heredada, sino
conquistada: es aquello que el hombre hace de sí mismo en virtud
de su libre voluntad. Por lo tanto, el hombre sólo es persona cuando
posee un carácter, y no es contradictorio que, para poder
conquistarlo, exista en él una disposición natural.
En cuanto a la idea de Dios, es conveniente recordar que Kant
remite a Platón para dar sentido al término y al semantema de Idea.
Nos dice que el género es representación general, y bajo él se
encuentra la percepción. Cuando ésta es objetiva, se convierte en
conocimiento, que será la imbricación de intuición y concepto (tanto
empírico como puro).
Su explicación sobre la Idea va a incluir los siguientes cuatro
niveles: definición, caracteres, funciones y dinamismo. Veámoslos
con más detenimiento.
- Definiciones de Idea.
1. La Idea será una representación (11).
2. La Idea es la percepción del orden de los conceptos.
3. La Idea es un concepto sacado de nociones que
sobrepasan la experiencia (12).
4. La Idea es un concepto necesario de la razón, al que no
puede ser dado un concepto de los sentidos.
5. La Idea es un objeto puramente inteligible – el ens rationis-
. Este objeto no es una simple ficción o quimera, ya que se trata de
un ente de razón razonada, no ficticia, y no un ente de razón
razonante, que sí podría prestarse a ser ficticio.
31
- Caracteres de las Ideas.
1. Las Ideas son necesarias. Esta necesidad viene del lado
de las exigencias de la razón y surge de una consideración
comprensiva de los fenómenos.
2. Las Ideas tienen carácter regulador. La razón, por medio
de las ideas, regula los conocimientos. Sin esto, los conocimientos
quedarían dispersos. Kant subrayó especialmente este carácter
regulador de las ideas.
3. Las Ideas son esquemas. No se trata en este caso de
esquemas de constitución de objetividad, sino de unidad
sistemática.
4. Las Ideas son heurísticas. No están extraídas de la
naturaleza; sin embargo, tienen que ver con ella: “Interrogamos a la
naturaleza en conformidad con nuestras ideas” afirmará el filósofo
de Königsberg.
- Funciones de las Ideas.
1. Función sistematizadora. Lo que la razón aporta es el
sistema, para lo cual hay que contar con las Ideas. Hay que
vertebrar los conocimientos y poner a cada uno en su lugar dentro
del sistema.
2. Posibilitar la función de la ciencia.
3. Llevar al conocimiento a la perfección. A juicio de Kant,
Idea es el concepto de una perfección que se lleva de antemano a
cabo.
- Dinamismo de las Ideas.
Las Ideas no son un invento aséptico, arbitrario, respecto de
la razón, puesto que les corresponde una cierta realidad objetiva.
Llegados a este punto es preciso hacer referencia a una de
las ideas de la razón: la idea de Dios, que es el cierre de la misma.
32
Las ideas de la razón quedarían dispersas si no hubiera una,
suprema, que hiciera la función aglutinante: Dios, el ideal.
El ideal es una idea individual, por lo que Kant lo llamará
“totalidad de la realidad”, ens realisimo.
Las ideas trascendentales son los tres incondicionados
pensables de las tres formas de razonamiento. Por eso, la
inferencia es el camino por el que la razón llega a conocimiento de
algo partiendo de unos principios. Esos principios son lo universal,
que comprende las relaciones que se manifiestan en nuestro
conocimiento discursivo. Y ese universal es triple: el yo, el mundo y
Dios.
El yo, o sujeto lógico, constituye la unidad de todos los
fenómenos del conocimiento. En cuanto tales fenómenos nos
inclinan a pensar en que el sujeto lógico –sin el que es impensable
el conocimiento- sea también un sujeto real, una sustancia, caemos
en la ilusión, aunque creemos toda una piscología racional para
estudiarlo.
Por lo que respecta al mundo, podríamos decir que la serie de
causas con las que sintetizamos las intuiciones, las pensamos
como relacionadas todas y formando un único orden causal. Sólo
así la causalidad tiene sentido explicativo. Pero eso crea la
tendencia a pensar en un cosmos real gobernado por la necesidad
causal. Este incondicionado es el objeto de la cosmología.
Por último, hablamos del universal llamado Dios (también, “el
incondicionado”). Dios es la unidad absoluta e incondicionada de
todos los pensamientos en general. Si el pensamiento tiene sentido
es en tanto en cuanto hay algo que hace pensable a todo lo que
puede ser pensado. Ese algo tiene que ser uno.
33
Esa tendencia a inferir la realidad de la pensabilidad se dio
históricamente pero, eso sí, cometiendo un paralogismo. Estamos
hablando del sistema de San Anselmo, de su argumento para
demostrar la existencia de Dios, pero también de los filósofos
racionalistas.
Las ideas son, para nuestro filósofo, tareas. Por eso, su
realidad no puede ser afirmada, ni negada, es decir, es
incognoscible. El acceso a esa realidad va a ser por el camino de la
razón práctica, no de la razón pura, que tiene su campo de acción
sólo en lo empírico.
En función de lo dicho anteriormente, podemos concluir este
punto con las siguientes consideraciones (13):
1. El concepto de Dios es la idea de un ser moral que, como
tal, juzga y manda universalmente.No es éste una cosa hipotética,
sino la misma razón pura práctica en su personalidad, junto con sus
fuerzas motrices en vista de los seres del universo y sus fuerzas.
2. No se puede hablar de la existencia de una cosa
directamente a priori, ni por un principio analítico ni por un principio
sintético del juicio. Pero asumir una cosa hipotética a favor de
fenómenos posibles es inventar, no exponer.
Sin embargo, el concepto de Dios es el de un ser que puede
obligar a todos los seres morales sin estar él mismo sujeto a
obligación, es decir, que tiene sobre todos ellos dominio según
derecho.
Querer probar directamente la existencia de un ser tal,
entraña una contradicción. Por lo tanto, queda sólo una prueba
indirecta, en cuanto que se admita que sea posible algo distinto:
que en el respecto puro práctico (y no en el teorético) el
conocimiento de nuestros deberes como mandatos divinos está
34
autorizado y justificado como principio de la razón práctica, en
donde sí vale la consecuencia del deber ser al poder ser.
3. El imperativo categórico realiza el concepto de Dios, pero
solamente en el respecto ético-práctico, no en vista de los objetos
de la naturaleza.
4. Hay un Dios, pues hay un imperativo categórico.
5. Decir sencillamente que “hay un Dios”, o que “hay una
totalidad de seres sensibles fuera de nosotros”, es decir, un mundo
(un todo universal en un sistema de seres sensibles), son
proposiciones análogas a las de “hay un espacio y un tiempo”.
Todos estos objetos del saber son meros productos,
representaciones (ideas) hechas por nosotros mismos, entre las
cuales la de Dios es la suprema. Como consecuencia de esto, la
idea “Dios” será entonces un objeto, algo pensado como existencia.
6. Dios no es una cosa subsistente fuera del sujeto, sino un
pensamiento propio de éste.
3.2 AUTONOMÍA DE LA LIBERTAD.
Al ser la moral heterónoma, es decir, que la norma viene
impuesta desde fuera y supone jerarquía y autoridad, será opuesta
a todo lo que signifique autonomía (14), por lo que la autonomía de
la libertad va a referirse al yo puro, no contaminado por la
experiencia. Y vimos cómo esta concepción de autonomía de la
libertad, a través de la Historia de la Filosofía, llega hasta el sistema
de Karl Marx.
Si nuestras acciones tienden forzosamente, naturalmente, a
hacernos felices, si la felicidad es un fin que el hombre
inevitablemente se propone, entonces nuestro fin último, nuestro
35
ideal “no es querido, esto es, elegido por la razón práctica, sino
impuesto por la naturaleza misma” (15).
Esto significa el establecimiento de una oposición entre la
naturaleza y la moralidad, y decimos: lo que es natural, forzoso (en
el sentido de sometido al principio de causalidad), no puede ser
objeto de voluntad moral, porque no hay en ello posibilidad de libre
determinación y autonomía.
De este modo, queda ya muy clara la división entre naturaleza
(con la ley de causalidad) y moralidad (con la ley de autonomía, de
libertad).
Tenemos, entonces, a lo moral y lo teórico perfectamente
separados: lo teórico es la naturaleza. Lo moral es la libertad.
Siguiendo a Kant (16), decimos del hombre: “Como ser
racional, y por tanto, perteneciente al mundo inteligible, no puede el
hombre pensar nunca la causalidad de su propia voluntad sino bajo
la idea de la libertad, pues la independencia de las causas
determinantes del mundo sensible (independencia que la razón
tiene siempre que atribuirse) es libertad. Con la idea de libertad
hállase, empero, inseparablemente unido el concepto de
autonomía, y con éste el principio universal de la moralidad, que
sirve de fundamento a la idea de todas las acciones de seres
racionales, del mismo modo que la ley natural sirve de fundamento
a todos los fenómenos”.
En este punto, y con objeto de que la explicitación de lo que
es autonomía de la libertad quede clara, se hace preciso llevar a
cabo algunas puntualizaciones respecto a qué es la libertad.
Para lograr este fin aclaratorio, estableceremos cuatro grupos:
libertad física, libertad psicológica, libertad metafísica y libertad
moral.
36
En primer lugar, hablamos de la libertad física. En lo que a ella
respecta, del mundo de la experiencia debe excluirse por completo
la noción de libertad. Al estar enlazados los fenómenos unos con
otros, según el principio de causalidad natural, en la naturaleza no
puede haber causa libre, pues no existe causa que no sea, a su
vez, efecto. Toda acción humana es un fenómeno que ocurre en la
experiencia, luego ha de tener su causa, ha de estar totalmente
determinado y no puede provenir de una voluntad empíricamente
libre.
Kant considera que si tenemos a las acciones humanas como
una parte de la experiencia, en el tiempo y en el espacio, no hay
lugar alguno para la libertad física.
Considerar que sí puede haberlo sería, en resumen, la
confusión entre lo teórico (lo natural) con lo práctico (lo moral), y lo
que nuestro filósofo pretende es establecer una separación radical
entre estas dos esferas y distinguir completamente entre certeza
física y certeza moral. Por eso, la libertad es una noción
exclusivamente moral y no física, pues el hombre está totalmente
determinado por la ley de causalidad.
En el caso de la libertad psicológica, objeto del segundo
grupo, puede ocurrir a veces que el motor que determine un acto,
en lugar de ser la pasión o el instinto, sea la razón reflexiva.
Los actos humanos a veces están repletos de inteligencia, y
sólo pueden explicarse por la eficacia de una reflexión racional. A
estos actos racionales podríamos llamarlos “actos libres” y a la
voluntad que los ejecuta “voluntad libre”.
Sin embargo, una consideración detenida de este fenómeno,
nos llevará a la conclusión de que también la reflexión racional es
tan efecto como cualquier otro fenómeno, puesto que no se la toma
37
en abstracto y en su valor puramente objetivo, sino que se la toma
como una representación, como una labor interna individual,
determinada por factores psíquicos, biológicos y físicos.
Cuando hablamos de la tercera de las formas de la libertad, la
libertad metafísica, al entrar ésta dentro del ámbito de las cosas en
sí mismas, tenemos que desprendernos de conceptos tales como
tiempo, espacio (que son formas de nuestra sensibilidad) y
causalidad (que es forma de nuestro entendimiento). Llegamos así
a la conclusión de que lo que no está sometido a causalidad es
libre, por lo que el hombre-noúmeno, al no pertenecer al mundo
físico del conocer, es libre.
Cada hombre obra según es él. Así, si sus acciones se
explican todas por la causalidad. Su ser mismo íntimo, al que
atribuimos las acciones, está determinado por sí mismo, es decir, es
libre.
Esta interpretación metafísica de la libertad es la que
generalmente se atribuye a Kant, pero está en contradicción con los
supuestos fundamentales de la crítica que el propio Kant ha hecho
a la metafísica, al afirmar que la cosa en sí no es esencia, sino idea.
La consecuencia que de esto se obtiene es, por lo tanto, que la
libertad no puede ser metafísica.
Por último, hablamos en cuarto lugar de la libertad moral.
Visto el análisis que se ha hecho del término “libertad” en los
apartados anteriores, se descubre que el error radica en
considerarla una “cosa”, una “realidad”.
Antes bien, la libertad es una idea, no una noción de algo real,
sino una noción encaminada a organizar y ordenar lo real. La idea
no puede ser realizada en la experiencia, sino que sirve para que la
vida humana se oriente hacia ella. Por eso, así como la ciencia
38
tiende hacia la integridad de conocimientos de las causas, la vida
moral de los hombres tiende hacia la integridad de la libertad.
Sin embargo, aunque para Kant la libertad se sitúa más allá
de la experiencia, no lo hace como la esperanza de lo venidero,
sino que se va a constituir en un modelo que orienta a la
humanidad, con el objetivo de conseguir la mejora y el
perfeccionamiento del estado actual.
Vemos pues que la autonomía absoluta procede de la
absoluta libertad.
Aparece aquí lo que Hegel denominará “enajenación”, que
procede de la negación de la heteronomía kantiana, que considera
un obstáculo la libertad del hombre.
Hegel llevará a cabo la equivalencia entre fe y heteronomía, al
afirmar que el hombre se siente impotente ante una dependencia de
un objeto desconocido.
En la razón práctica, la libertad es lo puro y la causalidad por
libertad es causa noúmenon. La pureza, pues, de la libertad,
consiste en que no está condicionada por lo empírico. Pero esto
tiene una trascendencia: si no se está condicionado por lo empírico,
no pueden producirse objetos empíricos (lo que entra en
contradicción con lo que ya había dicho en la razón pura).
Al no poderse producir objetos con un concepto vacío, queda
la opción de la creación intelectual. Pero Kant renuncia a ello, por lo
que sólo le queda el camino de la buena voluntad. La libertad, que
es la base de lo moral, tiene su garantía sólo si se da tal ley moral.
Tiene sentido entonces hablar de deber, pues lo otro es
necesidad y determinación. Y tiene más sentido todavía si se piensa
que la determinación de la voluntad en que genéricamente consiste
39
el deber, es autodeterminación, esto es, se proyecta a una acción
que evidentemente tiene todas sus connotaciones empíricas.
Pero el valor moral de la acción no depende de lo empírico,
sino de la intención, de la vinculación del objeto a un mandato, sean
cuales fueren las consecuencias de la acción. Esta vinculación es lo
que Kant llama “la buena voluntad”, lo único que es bueno sin
limitaciones.
3.3 LA LIBERTAD, LÍMITE DEL LÍMITE.
“... Si la razón emprendiera la tarea de explicar cómo pueda la
razón pura ser práctica, lo cual sería lo mismo que explicar cómo la
libertad sea posible, entonces sí que la razón traspasaría todos sus
límites” (17).
Kant halla en la libertad la condición de la posibilidad de un
imperativo categórico, aunque en su opinión no puede demostrarse
la existencia de la libertad. Es por esto por lo que es más exacto
decir que la posibilidad de un imperativo categórico ha de
encontrarse en la idea de la libertad.
Ahora bien, Kant no dice en ningún momento que la libertad
sea una ficción, sino que demuestra, en la “Crítica de la Razón
Pura”, que es una posibilidad negativa, en el sentido de que no
tiene ninguna contradicción lógica. Además, no podemos obrar
moralmente si no es bajo la idea de libertad.
La idea de libertad es, pues, necesaria: es una condición
necesaria de la moralidad.
Por el hecho de pertenecer a la realidad nouménica, no es
susceptible de demostración, pues nuestro conocimiento no penetra
en esa esfera. Por ello, la necesidad práctica de la idea de libertad
implica que el hombre se considere perteneciente no sólo al mundo
40
de lo material, regido por la causalidad determinada, sino también al
mundo inteligible o nouménico.
No podemos demostrar la libertad ni, por lo tanto, podemos
demostrar la posibilidad de un imperativo categórico, pero tampoco
se puede negar que la libertad sea imposible, pues la ley moral nos
obliga a suponerla, obligándonos así a admitirla, y nos obliga en la
medida en que el concepto de libertad y el del principio supremo de
la moralidad están tan inseparablemente unidos que es posible
definir la libertad práctica como independencia de la voluntad
respecto de todo lo que no sea la ley moral exclusivamente.
A causa de esta conexión inseparable, se dice que la ley
moral postula la libertad. Ahora bien, si admitimos que el hombre,
en tanto que ser racional, es libre, nos veremos también obligados a
sostener que las acciones pueden ser determinadas o libres.
Para Kant, si deseamos salvar la libertad, no nos queda más
camino que atribuir la existencia de una cosa en cuanto
determinable en el tiempo y, por lo tanto, también su causalidad
según la ley de necesidad natural, a la mera apariencia, y atribuir al
mismo tiempo libertad a ese mismo ser en cuanto cosa en sí,
noúmeno.
Este es el momento en que nuestro filósofo se pregunta cómo
es posible llamar libre a un hombre en el mismo momento y
respecto de la misma acción en la cual está sometido a una
inevitable necesidad natural y da una respuesta en orden a las
condiciones temporales.
En la medida en que la existencia de un hombre está
sometida a las condiciones del tiempo, sus acciones forman parte
del sistema mecánico de la naturaleza y están determinadas por
causas antecedentes. Pero ese mismo sujeto, que por otro lado es
41
consciente de sí mismo como cosa en sí, considera su existencia
también en cuanto no sujeta a las condiciones del tiempo, y se
contempla como exclusivamente determinable por leyes que él se
da por medio de la razón: ser determinable sólo por leyes auto-
impuestas es ser libre y, según Kant, el testimonio de la conciencia
apoya esta tesis.
Cuando contemplo como pasados actos míos que fueron
contrarios a la ley moral, tiendo a atribuirlos a factores causales que
me disculpen, pero queda en pie el sentimiento de culpa. La razón
de eso es que cuando se trata de la ley moral, de la ley de mi
existencia suprasensible y supratemporal, la razón no reconoce
diferencias de tiempo. Reconoce simplemente que la razón es mía,
sin referencia al tiempo de su realización.
A pesar de todo, es difícil la tesis de que el hombre es
nouménicamente libre y empíricamente determinado respecto de
las mismas acciones.
Aquí es donde encontramos la tesis del idealismo absoluto de
Kant: la productividad de los objetos sin objetividad (18). La
creación por el idealismo absoluto del sujeto lleva a la dialéctica de
las antinomias mundo – espíritu, la contradicción entre finito e
infinito, y esto a su vez lleva a la libertad entendida como límite del
límite, causalidad de la causalidad, identidad de la identidad pero
también de la no identidad.
3.4 EL DESARROLLO DE LA LIBERTAD.
El hombre, en su condición de fenómeno, está determinado
por las leyes de la naturaleza. Al ser al mismo tiempo noúmeno,
está sometido a la ley moral, cuya expresión empírica se halla en el
deber.
42
Para Kant, la historia debe considerar las acciones de los
hombres como fenómenos, es decir, como regidos por la universal
legalidad de la naturaleza. Si esto es así, queda vacía de contenido
moral, ya que lo ético depende de la libertad y ésta jamás puede
darse en la experiencia, es decir, en la historia.
La tensión entre la exigencia racional, que pone como meta
del devenir histórico a los valores morales, y la imposibilidad de que
éstos se concreten en el mismo, es el motor de la filosofía kantiana
de la historia.
Por otro lado, si en la historia se asiste al gradual
cumplimiento del destino del hombre, algo de la dualidad ontológica
que lo constituye debe transparentarse en ella. Para Kant, hay una
configuración cultural entre todas las que forman el contenido del
mundo de la historia a la que puede considerarse privilegiada: el
Estado, pues supone la conciliación de los opuestos, de lo sensible
y lo inteligible, pues si bien tiene un origen empírico y natural,
producto del antagonismo y del pacto que pone término a la libertad
sin ley (el poder), por otro lado está alimentado por una exigencia
ética: el derecho.
La existencia del Estado reduce los impulsos egoístas de los
miembros de la sociedad. El peligro de aniquilamiento de la
comunidad (que en sí mismo siempre está latente en la convivencia
humana) obliga a que el hombre se someta a la voluntad general.
Puede decirse, por lo tanto, que a pesar de no ser el resultado de
una resolución moral, una vez establecido se pone al servicio de
finalidades éticas o, lo que es lo mismo, lo que el hombre no haría
por convicción, el Estado lo impone por coacción.
Además de esta consideración, el Estado tiene otra
superioridad en base al tiempo. El equilibrio entre el poder y la ley
43
(lo que llamamos “la justicia”), jamás se da concretado en la
experiencia histórica, pues es una idea, un fin inalcanzable, que
está puesto al término de los tiempos, por lo que tiene analogía con
una visión escatológica del futuro.
En concreto, el Estado es el vínculo entre el mundo sensible y
el mundo inteligible, es decir, temporalidad histórica y eternidad sin
historia.
Sin embargo, el Estado se basa en el poder, y su meta no va
a ser la libertad de los individuos, sino el bienestar de los mismos,
por lo que la historia es la que debe llevar a cabo el progresivo
desarrollo de la meta moral de la sociedad, de la libertad encarnada
en el derecho.
4.- EL GÉNERO HUMANO, SUJETO DE LA HISTORIA.
4.1 EL SUJETO EMPÍRICO.
El fenómeno es la modificación subjetiva del efecto causado
por un objeto sensible en el sujeto. La fuerza por la que el sujeto
modifica aquel objeto es la cosa misma (metafísicamente
considerada sigue siendo ciertamente fenómeno, pero físicamente
es considerada como sustancia que permanece siempre idéntica.
Lo que metafísicamente considerado es tenido por fenómeno,
es en el respecto físico cosa en sí mismo (fenómeno del fenómeno)
y puede ser conocido como lo meramente formal de la conexión a
priori.
El concepto, perteneciente a la física, de fenómeno (que hay
que seguir distinguiendo de la apariencia) corresponde a la
representación sensible, base de las fuerzas motrices, mientras que
los fenómenos de dichas fuerzas motrices son conocidos a priori
44
con anterioridad a tener noticia de éstas y a reconocerlas como
fuerzas particulares.
El sujeto se afecta a sí mismo y se hace a sí mismo objeto en
el fenómeno, en la composición de fuerzas motrices de la materia,
en orden a la fundamentación de la experiencia como determinación
de un objeto como cosa omnímodamente determinada, es decir,
existente. No es, pues, ni intuición empírica ni concepto empírico
producido a partir de las percepciones, sino un acto de
conocimiento sintético a priori o, lo que es lo mismo, trascendental,
el cual hace subjetivamente posible la experiencia y por cuya
mediación el sujeto, agente de la composición, se hace a sí mismo
objeto, aunque sólo en el fenómeno, según el principio formal de
composición del agregado de percepciones como representaciones
empíricas con conciencia, en vista de un sistema subjetivo de su
conexión en la experiencia, la cual, por lo que respecta al objeto
sensible, y siempre según el principio de identidad, sólo puede ser
una.
El sujeto empírico no es el sujeto de la historia, sino que éste
lo plantea Kant en términos de género humano. Por eso, si
analizamos la Filosofía de la Historia que llega desde la teorización
de nuestro filósofo hasta el siglo XIX, vemos cómo el sujeto de la
historia de Kant a Marx será el conceptualismo.
Este tema fundamental en toda la filosofía, tiene tanto raíces
ontológicas como epistemológicas. El problema será estudiar no ya
los universales, sino el individuo concreto: quién hace la historia, el
hombre individual o los puros acontecimientos.
Ya Santo Tomás de Aquino había dado una solución: el
Entendimiento Agente Universal está instalado en el sujeto de carne
y hueso. El Entendimiento Agente será fundamentalmente la
45
“facultad de captar la verdad”, no en el sentido metafísico
(psicológico-racional), sino que será el acto de todos los inteligibles,
es decir, todos los inteligibles en acto: Dios El problema de esta
aseveración que encontramos en el sistema del Aquinate y que,
desde su perspectiva aparece como meridianamente clara, será
que, si todo se reduce a Dios, Él será el sujeto de la historia, con lo
que el hombre pierde todo su valor y se ve reducido a nada. Y este
es el punto en el que también desemboca el conceptualismo
moderno, por ejemplo, en el caso de Hegel.
Si el hombre no puede captar la verdad, no será libre y, por lo
tanto, no será responsable de los hechos históricos que puedan
acontecer.
La solución a esto es la metafísica: el hombre es fenómeno y,
como tal, está determinado por las leyes de la naturaleza. Al mismo
tiempo, es noúmeno, es decir, está sometido a la ley moral, cuya
expresión empírica se halla en el deber.
Ahora bien, es preciso tener en cuenta que Kant considera
que la historia está abocada a ver los actos humanos como si
estuvieran regidos por la naturaleza, es decir, como a fenómenos.
De este modo, no puede hablarse de contenido moral en la historia,
y esto es debido a que lo contrario sería considerar que la libertad
puede darse en lo empírico, en la historia.
Llegados a este punto, podemos hablar de lo que constituye el
resumen de la filosofía kantiana de la historia: la separación
existente entre la exigencia racional, que pone como meta de la
historia a los valores morales, y la imposibilidad de que éstos se
concreten en la misma.
Esta dualidad existente en el destino del hombre sólo se salva
en el Estado, y esto por una razón muy clara: si bien está asentado
46
en el poder (lo que denota un claro origen empírico –el pacto
social), es también cierto que éste no puede subsistir sin otro pilar
básico: el derecho, que está definido por la ética y debe estar
sustentado en ella.
Ahora bien, el Estado, aunque no es debido a una resolución
moral, puesto que la subsistencia de la comunidad obliga al hombre
a someterse a la voluntad general, una vez establecido, lleva
necesariamente a la ética.
Podría resumirse lo anteriormente dicho del siguiente modo:
considerar a los demás como fines en sí mismo, algo que el hombre
nunca haría por convicción, es impuesto mediante la coacción del
Estado.
Para Kant, el fin de Estado estará en que el derecho sea
conforme a las leyes de la libertad, y es en este punto donde se
opondrá a Hobbes, puesto que éste afirma que el Estado puede
tener sus fundamentos sólo en el poder, en cuyo caso será
depositario de todos los derechos y, frente a él, el súbdito no tiene
ninguno, ejerciendo así el derecho del despotismo.
Para concluir, podemos apelar a dos aspectos claves, en lo
tocante a los fines de la naturaleza, que pueden resumirse en lo
siguiente:
- Primer fin de la naturaleza: la felicidad.
- Segundo fin de la naturaleza: la cultura del hombre.
Cuando se va a la búsqueda del orden teleológico, hay un
principio al cual la razón humana más ordinaria está obligada a dar
inmediatamente su aprobación, y es que, si ha de haber por todas
partes un fin final que la razón debe dar a priori, no puede ser este
fin final otro que el hombre (único ser racional del mundo) bajo leyes
morales.
47
4.2 SUJETO – INDIVIDUO.
Si la idea se realiza por la voluntad, la historia entra en un
doble horizonte: Por una parte, un voluntarismo sin conocimiento
objetivo, ni científico ni metafísico. Por otra parte, entra en la
creencia en la realización de la idea, que deviene así utopía sin
contenido.
La proyección de lo anterior es la siguiente: siendo la razón
pura, el sujeto de la historia es el género humano, y no el individuo.
El sujeto individuo se caracteriza por la confusión e
irregularidad de sus acciones. Es irregular porque no está sometido
a reglas. Cabe entonces preguntarse si la libertad supone en Kant
irregularidad y confusión, pudiendo decirse que éstas nacen de la
contraposición latente que hay entre individuo y género humano.
Es aquí donde surge el conflicto intersubjetivo: el mundo
inteligible produce su desorden, porque hay contradicción entre
cada sujeto individual y el género humano (19).
Para ver el contenido contingente de la historia, es preciso
apelar a la contradicción que existe entre ley y contenido
contingente de la ley. Este es un criterio muy importante para juzgar
la crítica de la razón pura.
Para resolver el problema del contenido contingente de la ley,
hay que tener en cuenta que éste depende de los sujetos
individuales, y por tanto no puede preverse. Esto viene a ser lo
mismo que decir que si prescindimos del contenido contingente de
la historia, no hay historia, puesto que lo que se ha eliminado es al
individuo.
Ahora bien, la ciencia de la historia es imposible, pues sería
preciso eliminar al individuo.
48
El individuo, sujeto empírico inteligible (que en el sistema de
Hegel será finito), no desarrolla completamente las disposiciones
originarias que se refieren al uso de la razón, pues un desarrollo
originario equivaldría a suponer los principios puros del
entendimiento. Para Kant, el individuo no puede realizar su destino,
pues querer el individuo realizarse como humanidad es morirse
(20).
Antes de pasar al tema de la muerte, conviene aclarar, para
tener un más amplio marco de comprensión de las ideas, la visión
kantiana de razón.
Razón será lo que ocupe el nivel supremo facultativo de la
actividad humana (“Todo conocimiento termina en la razón”, afirma
Kant), estando por encima del entendimiento. Kant concede gran
importancia a la función sistematizadora de la razón. Lo que trata de
conseguir es la sistematización del conocimiento. Por eso, postula
la unidad completa del conocimiento intelectual, con lo que el
hombre sólo planificará sus intereses aferrándose al ideal de la
razón, es decir, Dios (como dirá con posterioridad a la Analítica
Trascendental).
La razón pensante tropieza con problemas y preguntas a las
que sólo ella puede responder, aunque responder no sea resolver.
Tales preguntas enfrentan con el definitivo fin de la humanidad.
En cuanto al tema de la muerte, es identificable por Kant con
el goce. Pasemos a ver las precisiones que nuestro filósofo hace de
los impulsos que relaciona con la muerte.
Hay, afirma, tres ocasiones para el deseo, a las que denomina
pasiones, y que son el honor, el poder y el dinero. Existen,
simultáneamente a las pasiones, y realizándose a través de ellas,
dos pulsiones, a saber, el amor a la vida y el amor al sexo. Kant
49
afirma que el bien supremo físico o, lo que es lo mismo, la
subsistencia del género humano en el mundo, se puede lograr en la
conexión de las dos pulsiones.
Pero, al mismo tiempo, se dan también en el hombre tres
faltas de madurez: de madurez educativa, de madurez política y de
madurez religiosa. En estas tres formas es posible la proyección del
hombre en el mundo, y la razón utiliza las cosas humanas para
alcanzar su realización suprema.
Siguiendo esto, se llega a concluir que el sujeto individual es
empírico y es, además, inteligible, racional. El problema aparece
cuando tratamos de entender en qué consiste la racionalidad
individual. Por eso, el hilo conductor de la historia se deberá ver del
siguiente modo:
En primer lugar, hay que considerar a cada individuo particular
como el actor del desarrollo del motor.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que existe la
cooperación singular en orden al desarrollo del todo.
Pero, y éste será el tercer aspecto del hilo conductor que
antes citábamos, el sujeto individuo debe conducirse por sí mismo,
y esto produce un trabajo penoso, del que sólo se aprovecharán las
futuras generaciones (21).
La consecuencia de lo anterior, lo que situamos en cuarto
lugar, es que es natural al individuo una insociable sociabilidad, que
produce antagonismos (y, a juicio del filósofo de Königsberg, la
historia se mueve por antagonismos). Kant afirma que si el hombre
fuera un individuo aislado sería libre. Pero como es un animal
egoísta, tiende a dominar (22). El individuo aislado, aunque libre,
estaría encaminado al fracaso absoluto (23).
50
Kant habla en quinto lugar de que el antagonismo de los
individuos es la causa del orden regular. Esto remite a la dialéctica
trascendental (en lo que refiere al tema del orden). Estamos en este
caso hablando de la antinomia causalidad – libertad, lo que nos
lleva a concluir que el orden regular se escapa de los individuos, es
decir, está fuera de ellos.
En la insociabilidad se llena el vacío de la creación. Quien
lleva a cabo el acto de creación es Dios, pero queda un vacío, que
va a llenarse mediante el antagonismo, y va a ser el hombre el
encargado de esta operación. Las diferencias (los antagonismos)
crean la unidad, por lo que las antinomias serán la unidad de
diferencias.
El hombre – individuo es, pues, empujado a la historia para el
bien de la especie.
Pero a continuación, y esto lo situamos en el lugar sexto, el
individuo, afirma Kant, va a ser sujeto de una libertad concebida
como ilimitada (la absoluta ilimitación), aunque luego va a añadir
que estará limitada por la libertad de los demás.
El último lugar le corresponde a la idea de que el individuo es
un sujeto de buena voluntad que está dispuesto a aceptar un señor
que quebrante su voluntad. El señor representa los intereses de la
especie, y el individuo debe estar dispuesto a someterse a él. Es el
tema de la alienación en el sentido del pacto social, por lo que la
naturaleza sólo nos impone aproximarnos a la idea y, para
mantener la libertad egoísta, el hombre ha de tender a un señor
egoísta, que a la vez debe ser justo.
A todo esto, siguen una serie de consideraciones negativas,
que pueden ser resumidas en, por una parte, la ambigüedad en la
51
relación hombre fenoménico-hombre inteligible y, por otra parte, en
la ambigüedad en la relación entre razón finita y razón pura.
Por lo que respecta a la ambigüedad en la relación entre el
hombre fenoménico y el hombre inteligible, lo primero que hay que
constatar es que, mientras que lo empírico está sometido a leyes, el
individuo es libre. El hombre es, a la vez, fenoménico e inteligible y
de esta ambigüedad surge otra, que radica en cómo entender que
exista una razón finita que es, a la vez, pura. Esto es relativizar la
inteligibilidad, es decir, admitir que el hombre puede ser dos cosas a
la vez.
La ambigüedad está en que el hombre individuo es
demasiado racional para ser fenoménico sólo, pero es demasiado
fenoménico para ser racional sólo. El silogismo es la solución de las
antinomias: la articulación de lo universal en lo individual.
La ambigüedad debiera ser resuelta a nivel de la razón pura,
es decir, de la razón trascendental. Y este es el problema de toda la
Historia de la Filosofía: cómo lo uno trasciende al ser y al no ser. Es
el problema de cómo enlazar lo múltiple, que no está resuelto en
absoluto, pues si lo diverso queda realmente enlazado, deja de ser
diverso.
En cuanto a la segunda de las consideraciones negativas, la
ambigüedad en la relación entre razón finita y razón pura, Kant nos
dirá que no debemos esperar que la moralidad nos produzca
siempre placer, puesto que no es empírica, por lo que la autonomía
queda del lado de la moral y el condicionamiento del lado de la
felicidad. Éste es el resultado de la aporía.
Para Kant, el individuo no es santo, y por eso debe conducirse
por sí mismo, es decir, debe ser autónomo, debe ser causa sui. Por
52
decirlo de otro modo, su esencia debe realizarse totalmente en su
existencia.
El sujeto humano individual va a ser, pues, algo intermedio
entre los instintos y la razón, y debe buscar su plan en la
naturaleza, pues no puede hacerlo en el género humano.
Los filósofos, al no poder suponer la existencia de ningún
propósito racional en los hombres y en todo su juego, no tienen otra
salida que tratar de descubrir en este curso contradictorio de las
cosas humanas alguna intención de la naturaleza. Así, valiéndose
de ella, les será posible trazar una historia de criaturas semejantes,
que proceden sin ningún plan propio, aunque sí con un determinado
plan de la naturaleza.
4.3 EL GÉNERO HUMANO.
Para Santo Tomás de Aquino, el sujeto de la historia no son
las leyes históricas, los acontecimientos, sino que es cada individuo
capaz de captar la verdad, y esa verdad está inscrita en un cuerpo
que la individualiza.
Históricamente, esta concepción empieza a caer con la crítica
de Guillermo de Ockham, al efectuar éste la división entre ciencia
racional y ciencia real, separando la ciencia de la existencia y
diciendo que de los individuos no hay ciencia alguna. Así mismo,
siguiendo la tradición escolástica, Kant afirma que el yo puro es
inobjetivable ,es decir, no es el yo empírico, sino la condición
necesaria para conocer.
El yo empírico no justifica la ciencia y, por supuesto, no va a
justificar la historia, puesto que no es lo empírico lo que determina
lo a priori, sino que es al contrario: lo a priori es lo que justifica lo
empírico.
53
Por su parte, Hegel, en quien percibimos de manera tan clara
la influencia del sistema kantiano, va a justificar la relación entre lo
universal y lo individual en base al silogismo. Para decirlo con otras
palabras, lo que se entiende por individual es también universal, es
decir, es un concepto exactamente igual que la temporalidad
kantiana, que es pura.
En su obra “Ideas sobre una historia universal en sentido
cosmopolita”, Kant declara su ignorancia sobre el concepto de
género humano, diciendo que el hombre no es sólo naturaleza
instintiva. Pero por otra parte, sus acciones no obedecen a un plan
concertado (no estamos, pues, hablando de sólo instintos o sólo
razón), quedando por lo tanto lo intermedio, que será el sujeto
individual, que debe buscar el plan de la naturaleza, pues no puede
hacerlo en el género humano, ya que es la naturaleza la que da
sentido a la lucha absurda de la raza humana.
De lo que Kant se da cuenta es de que cabe una antinomia
entre especie (entendida como género humano) y naturaleza, y sale
al paso de ella diciendo que el fin de la especie viene señalado por
la naturaleza, con lo cual rompe, de alguna manera, con la
antinomia.
La afirmación kantiana es rotunda: la voluntad de la
naturaleza es la autonomía del hombre. Aparece entonces una
subordinación del género humano frente a la naturaleza, en el
sentido de que la autonomía del hombre es un don de la naturaleza
y también es la autonomía universal que la naturaleza pretende,
teniendo en cuenta la libertad humana.
Kant, en su “Filosofía de la Historia”, defiende el fijismo a
través de la especie (“cualquier naturaleza conserva lo mejor”),
aunque su teoría astronómica va a ser evolucionista. Este fijismo
54
nos lleva al concepto de “unidad del género humano”, a pesar de
las variaciones individuales. Nuestro filósofo explica cómo son
posibles las distintas razas, siendo su explicación totalmente
dialéctica. Su aseveración consiste en la idea de que la transmisión
específica de la especie procede siempre de la genética de la
especie misma. Por lo tanto, en el género humano no existen
diferencias dentro de la unidad específica, y estas diferencias se
heredan infaliblemente.
4.4 LA ESENCIA DEL HOMBRE.
Para nuestro filósofo, la esencia del hombre se cifra en el
desarrollo de la libertad.
En su obra “Comienzo presunto de la historia humana”, de
1786, Kant habla de cómo se ha posibilitado este desarrollo: en
principio hubo una sola clase, que posteriormente se dividió, en
función del trabajo, en dos grandes grupos. Por un lado, los
nómadas, que eran pastores y, por otro lado, los sedentarios, que
se ocupaban de la agricultura. Relata en la obra mencionada las
disputas entre ambos grupos en base a la propiedad de la tierra, por
parte de unos, y su disfrute por parte de otros, los pastores, que en
función de la “civilización”, del afán por el lucro y la riqueza, del arte
de agradar, terminan integrándose (claro está, después del paso
por el estado de guerra) en la ciudad y sus miserias. Así, en la
fusión de estas dos razas, desaparece también la libertad.
El hombre que piensa, cuando considera los diversos males
que pesan sobre la humanidad, puede sentirse descontento. Sin
embargo, es de la mayor importancia sentirse contento con la
providencia, por dos razones: la primera de ellas, para conservar el
55
ánimo dentro de nuestras pesadumbres. La segunda, para no
eliminar nuestra propia culpa, echando la culpa al destino.
La mayor parte de los males que acontecen a los pueblos
civilizados se derivan de la guerra, aunque ésta sigue siendo un
medio ineludible para hacer avanzar a la humanidad. Sólo después
de haber logrado una cultura completa, será posible una paz
perpetua, y la historia llama a cada uno para que, en la parte que le
corresponda, y en la medida de sus fuerzas, colabore con el
progreso.
Kant está, así, dando primacía a la libertad, que implica
voluntarismo. La esencia del hombre puede conocerse estudiando
las disposiciones originarias, pero este estudio será a priori, a través
de una analítica pura, preguntándose qué debe ser el hombre, pero
utilizando un método empírico. Se trata, pues, de la historia de la
libertad entendida como progreso, y sólo ésta última se puede basar
en documentos.
A juicio de nuestro filósofo, hay cuatro etapas en el desarrollo
de la libertad:
En la primera, el hombre sigue la voz del instinto, que le lleva
a formar una especie monógama, con lo que se explica el origen de
toda la especie humana desde una pareja –monogamia-. Para no
perdernos en suposiciones, hemos de pensar en el hombre, ya
existiendo, pero ya mayor, es decir, en condiciones de procrear
(apareado), y una sola pareja, con el fin de evitar la guerra, puesto
que la sociabilidad es el destino máximo del hombre. A juicio de
Kant, prevalecen dos instintos: el de nutrición, que es el más
importante, ya que por medio de él la naturaleza conserva al
individuo, y el sexual, por el que se conserva la especie.
56
En la segunda de las etapas habla Kant del despertar de la
razón, de la que afirma que uno de sus intereses es inventar deseos
sin impulsos, incluso contradiciendo a los impulsos. Por eso, la
aparición de la razón supone una trascendencia del impulso
decisivo, porque el hombre encontró entonces que podía elegir su
modo de vivir. Con esto, el hombre adquiere conciencia de su
estado, así como de los sufrimientos que éste le iba a acarrear
(trabajo, subsistencia, mantenimiento de la mujer y los hijos…). La
mujer, además de esto, sobrelleva los sufrimientos que le impone el
varón en función de su sexo, más fuerte que ella. Y se incluye aquí,
en esta toma de conciencia, el temor a la muerte. Y la manera de
remontar esto sería la posibilidad de vivir en la posteridad, la
trascendencia, o bien, aliviar los sufrimientos (o, al menos, tratar de
hacerlo) dentro de su propia familia.
El estado de libertad consiste en inventar el modo de vivir.
Una vez buscado ese estado, le es imposible al hombre volver al
estado de servidumbre. Con ello surge un problema: el instinto
presentaba objetos concretos y limitados: los objetos del placer. De
pronto, el sexo adquiere una importancia excepcional, pasando a
convertirse en centro de la vida y el interés de los humanos. El
hombre en este estado de libertad establece una distancia con el
instinto, lo que le lleva directamente a colocarse una hoja de parra
cubriendo el sexo. Con ello, se genera el dominio de la razón sobre
los sentidos y de ahí surge el amor, que consiste en la elevación del
instinto a un nivel superior, estético (que muy posteriormente se
conocerá como sublimación freudiana, aunque el filósofo de
Königsberg fue el primero en hablar de ello).
La tercera de las etapas nos habla sobre la expectación del
futuro, que se convierte en el signo más elevado de la especie
57
humana. El hombre no se limita a gozar del instante, sino que
adquiere capacidad de proyección. Al no limitarse al instante, el
individuo actualiza el tiempo por venir (esto va contra la
universalización del instante que encontramos en el sistema
nietzscheano), lo que le produce incertidumbre sobre su futuro,
incertidumbre que alcanza su culminación en el temor a la muerte,
donde la expectativa se convierte en un crimen. Para Kant, pensar
en la muerte es un crimen.
La razón produce, pues, tres males: represión, incertidumbre y
conciencia de la muerte.
Por último, en la cuarta de las etapas, estamos en presencia
de la consideración del hombre hacia sí mismo como fin de la
naturaleza. El último paso de la razón será que el hombre
comprenda que él constituye el genuino fin de la naturaleza, y nada
de lo que hay sobre la tierra puede hacerle en esto la competencia.
Por lo tanto, ya se invierte la subordinación del hombre a la
naturaleza. Así, empieza a participar en la igualdad de todos los
seres racionales, refiriéndose esta igualdad a ser un fin y a la
estimación de los demás como tales fines. También la igualdad
hace referencia a que el hombre no pueda ser utilizado como mero
medio para los fines de los otros. Este será el caballo de batalla en
sistema ético formal kantiano, la consideración del individuo
siempre como un fin en sí mismo, nunca como un medio.
Este paso cuarto es el decisivo para distinguir al hombre de
los animales. El hombre es, pues, el rey del mundo. Todos los
animales son medios para el hombre, siendo el hombre fin en sí
mismo y, por eso, no debe considerársele como medio para otros
hombres: todos debemos participar por igual de la naturaleza.
58
De este punto parten las limitaciones de la voluntad de la
razón, en orden a la convivencia de los seres racionales, puesto
que la voluntad no admite limitaciones empíricas, pero es universal.
La solución del pacto social está en la idea de John Locke: “Mi
derecho acaba allí donde empieza el de los demás”. Todo esto
posibilita cuatro cosas, cuatro ideas fundamentales en la historia de
la filosofía occidental: la igualdad de todos los hombres; la idea de
que el fundamento de esta igualdad no está en la razón, sino en ser
“fin en sí mismo” (es decir, que estamos hablando de una razón no
empírica, sino pura. En definitiva, del imperativo categórico); la
distinción absoluta entre hombre y naturaleza y, por último, que se
consigue, por medio de la autonomía de la razón, desarrollar todas
las capacidades, no retornar al estado de justicia, soportar las
fatigas que oprimen y, lo más importante, olvidar el miedo a la
muerte.
Este cuarto punto desarrolla y acaba el conflicto apuntado en
el tercero. En el fondo, hay un conflicto entre especie física (en
palabras de Kant “lo empírico”) y especie moral (de nuevo en Kant,
“lo puro”), que acabará cuando el arte se vuelva naturaleza, cuando
lo moral se haga natural.
5.- CONCLUSIONES.
Toda la filosofía posterior a Kant tiene la necesidad de contar
con su aportación, pues estamos ante una de las figuras más
importantes del pensamiento filosófico. De hecho, se dice de él que
es el protagonista del “giro copernicano” o “revolución copernicana”.
Estamos en presencia de un pensador libre de supuestos (con todo
lo que esto significa) y que marca una nueva etapa en la historia de
la filosofía, pues desmenuza con un rigor extraordinario el
59
fenómeno del pensamiento humano escapando a toda forma de
psicologismo y buscando el valor de toda representación. También,
entiende como nadie la síntesis entre empirismo y racionalismo y se
lanza en busca de una síntesis completamente original que potencia
al hombre hasta convertirlo en legislador de la naturaleza (y, en
materia de ética, en legislador de sí mismo, en individuo autónomo).
Toda esa originalidad y potencia creativa de las que hablamos, se
dejan ver en su concepción de la Filosofía de la Historia, objeto del
presente estudio.
Aunque la Filosofía de la Historia no fue para Kant objeto de
una meditación continuada y metódica, sí podemos ver cómo sus
principios de la ética nos proporcionan elementos para hacer una
interpretación sistemática de la historia universal.
La historia, así, puede aparecer como la realización evolutiva,
paulatina, del ideal moral, pero la idea de una evolución histórica
con sentido y dirección no estaba aún en la conciencia científica de
la época, aunque sus elementos sí están ya en Kant. Estamos
hablando, por ejemplo, de los conceptos de dinamismo y evolución
histórica, aunque en lo que respecta a la especie humana sea
defensor del fijismo. De lo que no nos cabe la menor duda es de
que estamos en presencia de un pensador de talla extraordinaria,
que tiene, entre otros intereses intelectuales, el de situar al hombre
en un nivel no afectado por la realidad material y en el que, quizá
por primera vez en la historia del pensamiento, es dueño de su
destino, vuelve a ocupar su lugar de centro del universo,
desarrollando valores propios de la Ilustración, tales como la
libertad, la confianza en la razón y el progreso, la necesidad de
autonomía personal y juicio crítico y el rechazo de todo
dogmatismo.
60
NOTAS.
(1) Tomado de I. Kant : Rezension von Moscatis Schrift: von
dem körperlichen wesentlichen Untershiede Zwischen der
Struktur der Tiere und Menschen (Traducción de Emilio
Estiú. Cfr. “Filosofía de la Historia”, págs.. 20-21.)
(2) ESTIÚ, Emilio. La Filosofía kantiana de la Historia (en “I.
Kant. Filosofía de la Historia”. Introducción).
(3) Esto es lo que para Kant lo define todo, y ahí radica
precisamente la dificultad de la interpretación, en la
conciliación, o el intento de conciliación, de dos términos
antagónicos.
(4) Kant, Immanuel. Crítica de la Razón Practica.
(5) Kant, Immanuel. Filosofía de la Historia (“Acerca de si el
género humano se halla en constante progreso hacia
mejor”. Pág. 95).
(6) Kant, Immanuel. Analítica Trascendental. Pág. 64.
(7) Kant, Immanuel. Betrachtüngen.
(8) Kant, Immanuel. Analítica Trascendental. Parág. 16.
(9) Kant, Immanuel. Estética Trascendental. (Cfr. “Del tiempo”,
segunda sección, parág. 4, 5, 6, 7).
(10) Heidegger lo que pretende es ontificar el yo puro,
aunque ya Kant ve que sin yo no hay tiempo.
(11) Se hace preciso tener en cuenta que Kant utiliza el
término “representación” (vorstelung) en el sentido de
“poner delante”, no en el sentido latino de re-presentar.
(12) Esto no significa desentenderse de esa experiencia.
(13) No podemos perder de vista que lo que Kant trata de
decirnos es que el yo o la historia construirán a Dios.
61
(14) Este tema es clásico en toda la metafísica escolástica.
(15) Kant, Immanuel. Estética Trascendental-
(16) Kant, Immanuel. “Fundamentación de la Metafísica de
las Costumbres”.
(17) Kant, Immanuel. “Fundamentación de la Metafísica de
las costumbres”.
(18) Aquí puede hacerse una objeción: no se puede crear,
puesto que se acota la libertad.
(19) Esta contradicción no la resuelve nunca Kant. El
individuo es imprevisible, y toda anticipación se hace
imposible.
(20) Ésta es la explicación que da Hegel de la muerte del
animal.
(21) Esto está en relación con la autonomía moral.
(22) A este respecto, señala que la mujer tiende a dominar,
mientras que el hombre hace ver que se deja dominar
(galantería). Cfr. “Lo bello y lo sublime”
(23) Esto da lugar en Hegel al tema de la astucia de la razón:
la naturaleza utiliza la insociabilidad humana, pues en la
sociabilidad insociable se va a desarrollar el tema del
Estado.
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BIBLIOGRAFÍA
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