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________f.-------- MARTIN AMIS Patrick McGrath P atrick McGrath.-Quiero citar algo que usted escribió en Money* sobre Londres. John Se dice: ondres, devastada, ter- minada, jadeante, con la faz marcada de metralla, cumpliendo condena bajo cielos carga- dos de lluvia». Pero cuando menciona Νeva rk su actitud es algo más ctuosa, parece. Describe a los Estados Unidos como «un perro callero lle- no de energ». Martin Amis.-Bueno, eso es ligeramente iró- nico. Creo que Mon constituye una ruptura con la tradición inglesa del extranjero en otro país en el hecho de que (a) John Self es medio americano, y (b) como consecuencia, América no le escandaliza. Ya sabes cómo es el típico personaje inglés que va al extranjero en las no- velas inglesas y todo le sorprende. Pues en John Self no hay nada de eso. Acepta U.S.A. tal como es y se encuentra cómodo allá. Le escandalizan algunas cosas, como los taxímetros de las ambu- lancias. Personalmente, me encanta Nueva York. Pero sí encontré que mi actitud cambió de la noche a la mañana cuando i con mi mujer y mi hijo. Entonces pensé: «Sí, es un sitio maravi- lloso para ir solo, pero cuando te llevas a tu tribu personal es dicil relajarse. Andan todos co- rriendo como locos, a aspavientos, totalmente neuróticos. Algunos simplemente no pueden con ello y se desmoronan. Cuando vas dando una vuelta solo por las calles de Nueva York, aceptas todo esto como parte del trato. Pero cuando vas empujando en la silla a un niño de cuatro meses, la tarea se hace bastante más di- cil. De hecho e en Cape Cod donde me dese- namoré de los Estados Unidos, aún cuando es- taba viviendo su lado bueno. Mi mujer es ameri- cana y estábamos pasando unos días en la choza de sus padres en Cape Cod. La América provin- ciana puede ser maravillosa. Pero el niño se pu- so enrmo. Sacamos las páginas amarillas -yo había visto por todos lados esos salones de ava- ricia, esa especie de clínicas «drive-in» o lo que sea. Cogimos el teléno y llamamos a todas, y ninguna nos permitió llevar al niño, porque era fin de semana y estaban todos jugando al golf. Y te das cuenta de que no son médicos ni nada, son gente que tiene la exclusiva de la medicina en ese trozo de la isla. Empresarios de la salud es lo que son. El niño estaba tal y nosotros es- tábamos tal. Al día siguiente nos imos a Nueva York en coche, con el niño muy mal. Sí, una vez en Nueva York la cosa mejora algo; cuesta mucho dinero, como en Cape Cod, pero por lo menos lo tienes a tu disposición. Creo que esto explica que el hombre de la calle en América tenga la moral tan baja. En ese viaje 16 precisamente estaba recogiendo inrmación pa- ra un reportaje extenso que escribí sobre el SI- DA. Todo el tiempo me iba afianzando en la idea de que, cuando te ocurre algo malo en los EE. UU. es un desastre doble. Porque siempre te dejan sin blanca. Eso contribuye tremenda- mente a la aparición de la neurosis. P. M.-Ya hab terminado Money en ese mo- mento. M. A.-Sí. De hecho n estaba a punto de aparecer. Lo había notado antes, pero nunca me había llamado la atención con tanta erza. Las cosas se perciben con mucho más miedo a tra- vés de los hijos. Tú aceptas el riesgo personal, pero cuando hay un niño de por medio... es el único país civilizado del mundo, aparte de Sudá- ica, que no oece una red de seguridad social aceptable a sus ciudadanos, y ellos no lo en- cuentran extraño. lHa oído hablar del libro que Joseph Heller escribió sobre su enrmedad? P. M.-Si. M. A-Eran 250 páginas de cosas por este es- tilo, sin que se le ocurriese a nadie que es gro- tesco apoyar ese sistema. Le costó un mal trago tremendo a Joseph Heller. Una de las pólizas de seguro le había caducado por puro despiste. Si hubiera pagado sólo una cuota más, de 20 dóla- res, le hubieran dado 40.000 dólares más de in- demnización. Eso le molesta, pero no le molesta el sistema. Todos sabemos que la enrmedad está estrechamente relacionada con el estado anímico general del individuo, y allí te cobran hasta por respirar. Y por supuesto Reagan es otra razón para mirar a los EE. UU. con recelo en este momento. P. M.-El único sitio donde hn Se recibe ter- nura y amabilidad es en Nueva rk. En Londres es tratado casi indctiblemente con duplicidad y brutalidad por su amante, su supuesto padre, su hermanastro... M. A-Incluso por mí. Incluso por Martin Amis como personaje. P. M.-cluso por usted. M. A.-Sí, está más a gusto allá. No estudié todas las implicaciones de ese hecho. Aunque sí dice en un momento determinado que, si estás completamente arruinado en Nueva York, la gente sólo piensa que es que eres europeo y ar- tista -como cuando va a dirigirse a esa reunión de acaudalados en un hotel. Abre la boca para soltarles la arenga del éxito que va a tener la película y empieza a hacer un ruido que le re- cuerda al de intentar sacar las últimas gotas de salsa de tomate de un tubo de plástico. Es un so- nido terrible, asmático. Y apenas logra llegar hasta el cuarto de baño, tambaleándose, y allí explota, y tienen que ayudarle a subirse al Auto- crat (la limusina). Y entonces dice: «No creo que me haya peudicado en nada. Probablemente piensen que tengo algo de genio». La razón de que se sienta en su ambiente en Nueva York es la clase social, supongo. Hay gente en Inglaterra a quien le van muy bien las cosas, hasta llevan

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MARTIN AMIS

Patrick McGrath

Patrick McGrath.-Quiero citar algo que usted escribió en Money* sobre Londres. John Self dice: «Londres, devastada, ter­minada, jadeante, con la faz marcada de

metralla, cumpliendo condena bajo cielos carga­dos de lluvia». Pero cuando menciona Nueva York su actitud es algo más afectuosa, parece. Describe a los Estados Unidos como «un perro callejero lle­no de energía».

Martin Amis.-Bueno, eso es ligeramente iró­nico. Creo que Money constituye una ruptura con la tradición inglesa del extranjero en otro país en el hecho de que (a) John Self es medio americano, y (b) como consecuencia, América no le escandaliza. Y a sabes cómo es el típico personaje inglés que va al extranjero en las no­velas inglesas y todo le sorprende. Pues en John Self no hay nada de eso. Acepta U.S.A. tal como es y se encuentra cómodo allá. Le escandalizan algunas cosas, como los taxímetros de las ambu­lancias. Personalmente, me encanta Nueva York. Pero sí encontré que mi actitud cambió de la noche a la mañana cuando fui con mi mujer y mi hijo. Entonces pensé: «Sí, es un sitio maravi­lloso para ir solo, pero cuando te llevas a tu tribu personal es difícil relajarse. Andan todos co­rriendo como locos, a aspavientos, totalmente neuróticos. Algunos simplemente no pueden con ello y se desmoronan. Cuando vas dando una vuelta solo por las calles de Nueva York, aceptas todo esto como parte del trato. Pero cuando vas empujando en la silla a un niño de cuatro meses, la tarea se hace bastante más difí­cil. De hecho fue en Cape Cod donde me dese­namoré de los Estados Unidos, aún cuando es­taba viviendo su lado bueno. Mi mujer es ameri­cana y estábamos pasando unos días en la choza de sus padres en Cape Cod. La América provin­ciana puede ser maravillosa. Pero el niño se pu­so enfermo. Sacamos las páginas amarillas -yo había visto por todos lados esos salones de ava­ricia, esa especie de clínicas «drive-in» o lo que sea. Cogimos el teléfono y llamamos a todas, y ninguna nos permitió llevar al niño, porque era fin de semana y estaban todos jugando al golf. Y te das cuenta de que no son médicos ni nada, son gente que tiene la exclusiva de la medicina en ese trozo de la isla. Empresarios de la salud es lo que son. El niño estaba fatal y nosotros es­tábamos fatal. Al día siguiente nos fuimos a Nueva York en coche, con el niño muy mal. Sí, una vez en Nueva York la cosa mejora algo; cuesta mucho dinero, como en Cape Cod, pero por lo menos lo tienes a tu disposición. Creo que esto explica que el hombre de la calle en América tenga la moral tan baja. En ese viaje

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precisamente estaba recogiendo información pa­ra un reportaje extenso que escribí sobre el SI­DA. Todo el tiempo me iba afianzando en la idea de que, cuando te ocurre algo malo en los EE. UU. es un desastre doble. Porque siempre te dejan sin blanca. Eso contribuye tremenda­mente a la aparición de la neurosis.

P. M.-Ya había terminado Money en ese mo­mento.

M. A.-Sí. De hecho Money estaba a punto deaparecer. Lo había notado antes, pero nunca me había llamado la atención con tanta fuerza. Las cosas se perciben con mucho más miedo a tra­vés de los hijos. Tú aceptas el riesgo personal, pero cuando hay un niño de por medio ... es el único país civilizado del mundo, aparte de Sudá­frica, que no ofrece una red de seguridad social aceptable a sus ciudadanos, y ellos no lo en­cuentran extraño. lHa oído hablar del libro que Joseph Heller escribió sobre su enfermedad? P. M.-Si.

M. A-Eran 250 páginas de cosas por este es­tilo, sin que se le ocurriese a nadie que es gro­tesco apoyar ese sistema. Le costó un mal trago tremendo a Joseph Heller. Una de las pólizas de seguro le había caducado por puro despiste. Si hubiera pagado sólo una cuota más, de 20 dóla­res, le hubieran dado 40.000 dólares más de in­demnización. Eso le molesta, pero no le molesta el sistema. Todos sabemos que la enfermedad está estrechamente relacionada con el estado anímico general del individuo, y allí te cobran hasta por respirar. Y por supuesto Reagan es otra razón para mirar a los EE. UU. con recelo en este momento. P. M.-El único sitio donde John Self recibe ter­

nura y amabilidad es en Nueva York. En Londres es tratado casi indefectiblemente con duplicidad y brutalidad por su amante, su supuesto padre, su hermanastro ...

M. A-Incluso por mí. Incluso por MartinAmis como personaje. P. M.-Jncluso por usted.M. A.-Sí, está más a gusto allá. No estudié

todas las implicaciones de ese hecho. Aunque sí dice en un momento determinado que, si estás completamente arruinado en Nueva York, la gente sólo piensa que es que eres europeo y ar­tista -como cuando va a dirigirse a esa reunión de acaudalados en un hotel. Abre la boca para soltarles la arenga del éxito que va a tener la película y empieza a hacer un ruido que le re­cuerda al de intentar sacar las últimas gotas de salsa de tomate de un tubo de plástico. Es un so­nido terrible, asmático. Y apenas logra llegar hasta el cuarto de baño, tambaleándose, y allí explota, y tienen que ayudarle a subirse al Auto­crat (la limusina). Y entonces dice: «No creo que me haya perjudicado en nada. Probablemente piensen que tengo algo de genio». La razón de que se sienta en su ambiente en Nueva York es la clase social, supongo. Hay gente en Inglaterra a quien le van muy bien las cosas, hasta llevan

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una vida de lo más patricia, cazan con jauría y tienen una excelente colección de primeras edi­ciones y una buena bodega de vino y sin embar­go cada segundo de sus vidas está completa­mente envenenado por la preocupación por su inferioridad en cuestiones de clase social. John Self nunca se hubiera encontrado a gusto en In­glaterra, pero quizás habría logrado vivir en paz consigo mismo en Nueva York.

P. M.-En gran parte de su obra encontramosun enfrentamiento entre un decadente fino, de cla­se alta, y un golfo impertinente, sin ningún perso­naje de clase media. Y parece que van ganando los golfos. Hay una escena preciosa en Money en que John Self y sus socios van a un buen restaurante. Hay una pareja respetable en una mesa vecina ...

M. A-Retrocediendo con las servilletas alcuello.

P. M.-No hay esperanza. Les hacen irse, mien­tras los muchachos se quedan allí salpicándose unos a otros de champán ...

M. A.-... y cantando «Campeones, campeo­nes» ... P. M.-... y luego quedan en silencio perplejo

cuando llega la carta. M. A-Sí, como si tuvieran delante las pre­

guntas de un examen. Creo que ésa es una de mis características: el dejar fuera a la clase me­dia. Un punto débil, o una deficiencia -desde luego, un espacio vacío. En realidad creo que no me interesa tanto la norma como los extremos. Es algo que empiezas a notar después de escri­bir tres o cuatro libros. Miras el libro que estás escribiendo y es algo parecido a lo anterior. La novela en la que estoy trabajando ahora tiene como fondo el problema nuclear, pero es la his­toria de siempre. Hay un rufián dickensiano que trabaja de tramposo en Londres. Ese es su oficio.

P. M.-¿Es un tramposo?M. A-Sí. Y hay un residuo de la clase alta

sentado incómodamente sobre un montón de dinero de lo más sucio. En fin, todo el dinero es sucio si investigas lo suficiente -alguien explo­tado en algún sitio. Y luego está la chica por la que se están peleando. Así que probablemente siga escribiendo así hasta el fin. En cuanto a la figura de las clases altas, creo que la idea de te­ner seguridad en sí mismo está ahí flotando en todos mis libros: y el dominio de la situación es identificado por fin en Money como un grito de auxilio. La seguridad es una respuesta totalmen­te inapropiada al mundo en que vivimos. Pero creo también que mi imaginación está muy en­raizada en la figura poco atractiva, desastrada. P. M.-John Selftermina de vagabundo, aunque

existe la posibilidad de que se recupere. M. A-Sí, encuentra algo a qué agarrarse jus­

to al pie del último precipicio. Considero que éste es el final más feliz que he escrito hasta ahora. P. M.-¿En el sentido de que John Self tiene una

carrera moral, y de que cabe una pequeña, lejana esperanza?

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M. A.-Sí.P. M.-¿De que continuará?M. A-También, que le vino muy bien verse

privado de dinero. Lo cual constituye el gran te­mor en el mundo del dinero. Y, de hecho, él se sale de la novela al final.

P. M.-Sí, está siempre en letra cursiva.M. A.-En realidad tenía que morir, pero se

ganó con uñas y dientes su salida de la novela. John Self ... Una de las formas en que controlo este asunto de tener un narrador un tanto imbé­cil y a la vez escribir a toda máquina es un recur­so muy simple, que observé que utilizaba Saul Bellow en Henderson the Rain King. Henderson tiene unos pensamientos de lo más complejos y poéticos, pero cada vez que abre la boca para de­cir algo le salen tonterías. Por lo tanto, todo lo que se cita como hablado es ligeramente inopor­tuno y está muy mal expresado, pero a sus pen­samientos se les hace justicia plenamente.

P. M.-Hay un momento en que John Self semaravilla de las compensaciones que trae una re­lación con una mujer madura y elegante. Dice: «Por lo visto sólo por ser agradable, y cándido, y fiel, ellas te dan todo esto. iVaya negocio!» ¿Es ése el cénit de su carrera moral?

M. A-(risas). Sí. Le limita el hecho de pensarque todo es un negocio, y le deja pasmado ver que ella no le pide nada a cambio, encuentra re­pugnante que sólo quiera su amistad. Ella no anda buscando nada de él. Creo que todo está cargado de ironía. Está claro que no se da cuenta de lo que se está perdiendo. Así que hay una moralidad latente. Y, de hecho, nunca hace na­da malo impunemente. Por ejemplo, cuando in­tenta violar a su novia Selina. La escena preten­de ser bastante horrible, de una forma cómica, pero, después del primer intento, se calma y pi­de perdón. Luego hay una línea de por medio, otro párrafo, y dice: «Entonces intenté violarla otra vez». No aprender de sus propios errores es una cosa, pero queda bastante demostrado que todos sus intentos por hacer auténtico mal siem­pre revierten sobre él casi de inmediato. P. M.-¿Cree que por eso puede caer simpático?

Porque por lo demás es un hombre grande, gordo, feo, avaricioso y violento, y no hay la menor razón para sentir simpatía por él, salvo el hecho de que fracasa y se le convierte en víctima.

M. A-Bueno, yo naturalmente nunca tuveninguna duda. Siempre lo adoré. Me sorprendió bastante que precisamente en los Estados Uni­dos -donde no suelen destacar por su sentido de la ironía- no tuvieron el menor problema con él. En cambio, algún que otro crítico londi­nense, incluso críticos inteligentes, dijeron que en general es muy deprimente, cosa que no lo­gro entender, porque yo en realidad creí que el libro pecaba por el lado de la exuberancia desa­tada. Self no es encantador, eso es cierto, pero desde luego es generoso, y quiere librarse de to­do ese dinero que ha venido a parar a sus ma­nos. Regala dinero en la calle. Es capaz de pen-

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samientos generosos. Yo creo que Updike dijo algo muy acertado sobre este asunto. Dijo que lo que nos gusta y lo que no nos gusta en los personajes de ficción es un gran misterio, y que, al final, probablemente lo que nos gusta es la vi­da. Si tienen vida, lo demás no importa. Tam­bién hay un comentario de Nabokov sobre esto que es muy cierto. Dice que ahora ya no se cas­tiga a los malos; se les presenta hurgando con una cerilla en su lucrativa nariz, se les presenta ridículos, y eso es mucho más efectivo que pin­tarlos como conspiradores clandestinos.

P. M.-Sin embargo usted ha creado muchos«malos» antipáticos.

M. A.-No estoy muy seguro de lo simpáticoque pueda ser el que estoy creando ahora. No mucho, diría yo. Una de las cosas curiosas que están sucediendo en la literatura es que los gé­neros se están distorsionando. Ahora yo veo cla­ro que soy básicamente un escritor cómico. La forma de mis novelas ... son todas cómicas o an­ticómicas, pero desde luego ninguna otra cosa, no trágicas, ni siquiera satíricas. Mientras en los siglos XVIII y XIX era la pedantería y la presun­ción, sobre todo la presunción, lo que constituía el blanco de la comedia, ahora el blanco de la comedia son los criminales, los que hacen el mal. Dickens, por ejemplo, nunca trataría a sus personajes perversos con comicidad, y Jane Austen siempre se pone muy seria para hablar de la maldad. La novela cómica parece haber en­trado en espacios antes ocupados por otro tipo de literatura, como el melodrama; y nos limita­mos a reírnos de los malos. Lo/ita es un ejemplo muy claro -ves a Nabokov buscando la peor co­sa que se le pueda hacer a alguien, y no hay la menor ambigüedad en ese aspecto, aunque el estilo se recrea auténticamente en todo. P. M.-Claramente le fascinan los transgreso­

res. ¿Por qué? M. A.-No lo sé. La novela que estoy escri­

biendo ahora trata de un asesinato, y lo impor­tante no es «quién es el asesino» sino «quién va a ser el asesino», porque el personaje femenino es esa rara y quizás inexistente clase de mujer, la asesina -organiza su propio asesinato. P. M.-¿Consciente y deliberadamente?M. A.-Sí, consciente y deliberadamente. Tie­

ne que ocurrir en una noche en particular. En mi caso creo -y quizás esto es una laxitud tre­menda, pero ... lo que me intriga no es lo que ha­cen mis personajes, sino por qué les hago hacer­lo. Hay una persona que escribió su tesis sobre mí. No creo que haya muchas, pero esta mujer me escribió preguntándome si podía hablar con­migo del tema; y el título era tan bueno que le dije que naturalmente que sí. Era «La víctima propiciatoria en las novelas de Martín Amis». Y

yo pensé: «iJoder, tío, me ha dejado en pelotas!» Y es que algo hay de eso. Me pregunto qué an­do buscando para tener que organizar estas co­sas. lQué quiere decir moralmente? ¿ Tiene uno que rendir cuentas de ello? Porque para mí está

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claro todo eso no sucede en realidad, que es in­vención mía, y que quizás no me paro a pensar qué andan haciendo los personajes. Quizás sea el impactar y el compactar, todo el proceso. lCó­mo me atrevo a hacerlo? Eso es lo que me pre­gunto. Y luego está esa analogía tan preocupan­te, la equivalencia del escritor a un dios, en el aspecto de que están exactamente al mismo ni­vel. En Other People el narrador es el asesino, y el escritor y el asesino son equivalentes en el hecho de que los dos tienen la capacidad de car­garse a Amy Hide. Y luego, en mi próxima no­vela, en la que hay una crisis nuclear, con sólo mover un dedo logro que eso ocurra también.

P. M.-Jugó usted una partida de ajedrez conJohn Self al final de Money, y realmente fue una partida muy igualada. Fue un juego exquisito, y él perdió sólo porque le tocaba la última jugada.

M. A.-La partida de ajedrez es paralela al par­tido de tenis que tiene lugar con anterioridad en el libro; Self es humillado físicamente por Fiel­ding y luego humillado mentalmente por mí, podríamos decir. Lo que me gustó de incluirme en el libro fue que seguía narrándolo John Self. Así mientras Martin Amis estaba soltando el ro­llo sobre la responsabilidad del autor en la fic­ción, etc., etc ... , John Self estaba pensando en su dolor de muelas o en el coche. Creo que John Self es una figura representativa, y no quiero decir el id ni nada por el estilo. Pero es el que somos todos cuando creemos que no nos ve nadie. Y la gran ironía -la terrible ironía- de la novela es que siempre hay alguien viéndolo. Nunca se limita a ser un monstruo de pereza en su propia casa .. Y en cierto sentido la novela es una nota de suicidio en la que ofrece esta infor­mación.

P. M.-Sí, el Sel/ del cuarto de baño. Y sus pe­cados son en gran medida pecados de cuarto de baño. Su carnalidad y sus excesos son pecados muy privados, ¿no?. Pecados sin víctimas, mayor­mente.

M. A-Claro, masturbatorios. El elemento degratificación solitaria destaca abiertamente, co­mo él mismo dice, en todas sus aficiones. Y la comida y la bebida terminan en sucesos de cuar­to de baño. Hay un momento en el que dice: «lQué hice anoche? No pretendía hacerme da­ño». Es la víctima de todas sus malas acciones.

P. M.-¿ Cree que John Sel/ volverá a apareceren su obra?

M. A.-No creo. Tampoco es totalmente im­posible. Tendría que encontrarme con algo que sólo él pudiera narrar, por ejemplo. Siempre piensas que has llegado al final de una vena con­creta. Cuando escribí Other People, que es el li­bro que se sale de la norma en mi obra, todo el mundo dijo: «Por fin ha dejado atrás todas esas tonterías adolescentes; a ver cómo le va ahora». E inmediatamente vuelta atrás, y en mucho más detalle que nunca, en Money. Yo no creo que los autores tengan mucha versatilidad. Hay virtuo­sos increíbles como Anthony Burgess, pero has-

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ta en ese caso el virtuosismo se convierte en lo recurrente.

P. M.-Un motivo que aparece una y otra vez esla mortalidad del cuerpo -la descomposición, el deterioro, la calvicie, los dolores de muelas, etc ...

M. A.-Poderosos recordatorios de la natura­leza corpórea. Siempre me asombra la facilidad con que desterramos todo eso del discurso coti­diano. Todos tenemos nuestros pequeños dra­mas en el cuarto de baño casi todos los días. Al­go que no va bien del todo. Ves cómo una parte de ti empieza a fallar. Y todos tenemos nuestros dolores de espalda, de rodillas, etc ... ; y, sin em­bargo, la gente se pasa el día en compañía sin llegar a mencionarlo siquiera -todo el mundo lleva su pequeña carga de entropía. Me pregun­to por qué he insistido tanto en este tema, por­que sólo hace un año o dos que cada vez que uno se agacha los años parecen echársele enci­ma todos de una vez. Juego mucho al tenis, y de repente, en vez de aumentarte la energía, el ju­gar al tenis te la quita. Y, así, algunas tardes es­tás ahí sentado, pensando: «Qué bien me en­cuentro hoy. lPor qué será?». Y de repente te das cuenta de que es porque no has jugado al te­nis. Y a no hay vuelta atrás. En la última novela de John Updike, dice que es bastante deprimen­te darte cuenta de que, en cuestiones genéticas, lo bueno pasa pronto. El resto es hacer tiempo. Mi padre se está haciendo una autoridad en este tema. Hay un tipo en su última novela que está tan gordo que tiene que cortarse las uñas de los pies en el jardín. No le queda alternativa. Con un espejo en el jardín. Pero creo que en realidad me atrae el deterioro simplemente porque es có­mico. Y, otra vez, es un ataque a la dignidad y a la competencia.

P. M.-¿Está a punto de terminar otro libro?M. A.-De hecho ya lo he terminado. Acabo

de entregarlo. Escribí cinco cuentos uno detrás de otro, lo cual es más de lo que había hecho nunca, y aunque no me percaté de ello inmedia­tamente, resultó que todos trataban el mismo tema: el problema nuclear. Entonces escribí una larga introducción sobre las armas nucleares y, para mi sorpresa, aquello era un libro. No había la menor duda. También tengo escrita la mitad de una novela con la que llevo dos años. Que también se desarrolla en un futuro cercano y con tema nuclear de fondo. Una de las cosas que me llamó la atención al escribir la introduc­ción a los cuentos fue lo difícil que resulta escri­bir sobre las armas nucleares. Lo cual queda pa­tente en el hecho de que los principales autores de hace una generación, que vivieron la extraña metamorfosis de un mundo no nuclear en uno nuclear, que estuvieron allí cuando cambió to­do, en general no escribieron sobre ello -con al­gunas excepciones importantes. Al final uno atribuye eso a la fuerza del tema, que no pudo ser digerido todo de una vez. Se resistía a ser na­rrado, quizás hasta que la generación que había vivido toda su vida bajo esas armas alcanzase la

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mayoría de edad. Es el único hecho evolutivo que sé positivamente que ha tenido lugar en es­te siglo. La vida después de 1945 es totalmente diferente de todo lo que hubo antes. Somos di­ferentes a todas las otras gentes de la historia. Sin saber cómo, nos hemos colocado en esta frá­gil escalera que se tambalea a miles de metros de la tierra. La cuestión es lcómo te bajas?, lpel­daño a peldaño?, lo afirmas que la escalera nun-

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-------------""�-.1-----------ca ha existido? Y todo es tan grotesco y fantásti­co que es tentador decir que la escalera es pura ilusión. Estas cosas son totalmente inutilizables. Y así hace su aparición la arrogancia suicida -el creer que puedes esclavizar esta fuerza cósmica. Es evidente de inmediato que ella nos ha escla­vizado a nosotros. P. M.-lC:ómo escribe sobre eso sin ponerse di­

dáctico?

M. A-Exactamente. Bueno, la introducción aeste libro, por ejemplo, es bastante larga, y es di­dáctica, a pesar de que yo nunca me pongo a ex­plicar qué pienso que hay que hacer sobre el te­ma, aunque sí tengo algunas ideas cociéndose. Por eso creo que el tema sobre el que escribes tiene que ser en parte accidental. Y en mi caso lo fue. Creo que el ambiente nuclear es un fon­do que se te cuela a ti como escritor. Un fondo

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Britania

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que, para cuando terminas el cuento o la novela, se te ha situado insidiosamente en primer plano. No creo que puedas atacarlo de frente. Si inten­tas mirarlo cara a cara, lo único que se te ocurre decir es que tú quieres a tu familia y que qué es esta monstruosa novedad con la que tienes que contar. Y no creo que se pueda llegar muy lejos con eso. Una de las cosas. Uno de los asideros que tienes en el tema, creo, es que los seres hu­manos, y de hecho la humanidad, ya han sufrido una gran alteración por la amenaza, por la posi­bilidad, por el cambio en el camino evolutivo que las armas nucleares suponen. Creo que las armas nucleares tienen la culpa de muchas abe­rraciones modernas, cosas que te ponen los pe­los de punta al leer la prensa popular, que te ha­cen decir «lA qué demonios viene todo eso?» -la violación de una anciana de 90 años. Nues­tras ideas de lo que supone pertenecer a la razahumana ya han cambiado mucho por esta razón.Es un argumento muy importante el que Jonat­han Schell sostiene en The Fate of the Earthcuando dice que no habrá ninguna experienciade guerra nuclear. Lo único que habrá serán dis­tintas formas de muerte. Y, de todas formas,tendrá lugar en un mundo sin discurso. Así quela guerra nuclear es esto. Es lo que tenemosahora mismo. Porque es el anticipo de la guerra,y esa es la única experiencia que se va a sacar ...hasta ahora, como guerra no está tan mal. Toda­vía queda mucho en la nevera. Pero psicológica­mente, psíquicamente, ya está teniendo lugar.

P. M.-¿se está usted alejando de esa preocupa­ción por la moral individual que estaba presente en los últimos libros? Esa preocupación por la ve­nalidad, la corrupción que en un personaje como John Self proviene de elegir hacer el mal cuando sabe que podría hacer otra cosa. ¿Queda esto rele­gado al tratar el tema nuclear?

M. A-Sí, creo que es inevitable. Pero las ar­mas nucleares son en el fondo una cuestión mo­ral. Una de las cosas que tiene el escribir sobre las armas nucleares es que sospecho que he es­tado escribiendo sobre este tema siempre.

P. M.-¿Cómo es eso?M. A-Bueno, la gente me pregunta -yo nun­

ca me lo he preguntado- lpor qué encuentras el mundo un sitio tan grotesco, tan venal, tan sór­dido? Ahora puedo decir: «Bueno, pues ésa es una de las razones». Por ejemplo, no puedes creer en una autoridad central que anda hacien­do planes para matar a 50 millones de personas. Una vez que ocurre eso, es que la moralidad se está derrumbando de arriba a abajo. Si arriba la moralidad es tan irreal, es que va a haber un efecto de pirámide, hasta abajo. Claro que tiene sus peligros el aferrarse a una sola idea y expli­car todo con relación a ella. Pero por el momen­to funciona como visión del mundo. Paralelo a esta visión del mundo está el asunto de la entro­pía. La gente me pregunta: «lCrees que el mun­do va a peor?» A mí se me ocurrió una explica­ción perfectamente posible, tamaño párrafo, de

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por qué el mundo siempre parece peor aunque no sea así. Y es la de que claramente, demostra­blemente, aunque el mundo no vaya empeoran­do todo el tiempo, va haciéndose menos inocen­te. Se va haciendo más apaleado, más ajado, más viejo. Todo lo que le ha ocurrido antes ... eso que dice la gente de que las cosas parecían igual de catastróficas en el siglo XIX ... bueno, pues quizás sí, pero todo eso ya ha pasado. Eso es lo que hemos sufrido y ahora sufrimos esto. Y ca­da día hay más, cargamos con más. El mundo es como un ser humano. Y hay un término cientí­fico para designar esto, que es entropía -todo tiende hacia el desorden. De un estado de orden a otro de desorden.

P. M.-Entonces según usted el pasado quizásfue un poco menos malo que el presente porque no habíamos llegado tan lejos como ahora.

M. A-Era menos malo, sí. Creo que era mu­cho menos malo hace 500 años. Se habían he­cho muchas menos cosas malas. Y o lo veo como el resultado de una acumulación, en realidad.

P. M.-¿El mal se acumula?M. A-El mal te vacía. El mal siempre ha ido

venciendo. P. M.-¿Por qué ha de seguir venciendo el mal?M. A-Quizás porque el cerebro es en parte

reptil. Y o tengo una noción un poco sensiblera del potencial humano, que está, de hecho, en­carnado en la literatura.

P. M.-iA qué se refiere?M. A.-Es un tópico que la literatura evolucio­

na en una cierta dirección pero no avanza. Sim­plemente se queda donde está. Es un modelo. Y o creo que la literatura no se ha limitado a «tratar de», sino a encarnar: lo mejor. Lo mejor que sabe hacer el ser humano.

P. M.-¿El mejor pensamiento moral?M. A-El mejor pensamiento moral. La repre­

sentación de la humanidad en la cresta de sí misma. Algo así. De hecho nunca he entendido por qué se tiró abajo tan rápidamente la idea de la literatura como religión. A mí me parece que ése sería un punto de vista sostenible. Es una constante, dando sentido al presente y al pasado a la vez. Algo elitista, desde luego, de eso no ca­be duda. Pero es una élite abierta a todo el mun­do.

P. M.-¿La ve deteriorarse paralelamente a todolo demás?

M. A-lLa literatura? No. Mire, dicen que lanovela está muerta. Bueno pues que alguien tra­te de evitar que la gente escriba novelas. O poe­mas. No hay forma de parar a la gente. Supongo que puede concebirse que la gente no sepa ni escribir dentro de 50 años, pero mientras los libros estén ahí, no. No necesitas estructuras. El autodidacta es omnipresente en la na­rrativa.

(Traducción: Isabel Carrera Suárez)

* De próxima publicación en Anagrama.

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Anagrama presenta en castellano el

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SANT JORDI El más importante galardón de la literatura catalana

Los co1ores del agua

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