Ferrer Manuel - La Imagen Del Mexico Decimononico

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MANUEL FERRER MUÑOZ La imagen del México decimonónico de los visitantes extranjeros: ¿un Estado-Nación o un mosaico plurinacional ? UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Coordinador

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MANUEL FERRER MUÑOZ

La imagen del Méxicodecimonónico de losvisitantes extranjeros:¿un Estado-Nación o unmosaico plurinacional ?

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Coordinador

LA IMAGEN DEL MÉXICO DECIMONÓNICODE LOS VISITANTES EXTRANJEROS: ¿UN ESTADO-NACIÓN

O UN MOSAICO PLURINACIONAL?

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICASSerie DOCTRINA JURÍDICA, Núm. 56

Cuidado de la edición: Edith Cuautle RodríguezFormación en computadora: José Antonio Bautista Sánchez

LA IMAGEN DEL MÉXICODECIMONÓNICO

DE LOS VISITANTESEXTRANJEROS:

¿UN ESTADO-NACIÓNO UN MOSAICO

PLURINACIONAL?

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOMÉXICO, 2002

MANUEL FERRER MUÑOZ

Coordinador

Primera edición: 2002

DR © 2002. Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

Circuito Maestro Mario de la Cueva s/nCiudad de la Investigación en HumanidadesCiudad Universitaria, 04510, México, D. F.

Impreso y hecho en México

ISBN 968-36-9318-0

CONTENIDO

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

Manuel FERRER MUÑOZ

Capítulo primeroLos extranjeros ante la diversidad indígena del México deci-monónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Manuel FERRER MUÑOZ

Capítulo segundoLa República mexicana y sus habitantes indígenas contempla-dos por Henry George Ward, encargado de negocios de su ma-jestad británica en México, 1825-1827 . . . . . . . . . . . . . 45

Eduardo Edmundo IBÁÑEZ CERÓN

Manuel FERRER MUÑOZ

Capítulo terceroR. W. H. Hardy y la visión anglosajona . . . . . . . . . . . . . 79

Alfredo ÁVILA

Capítulo cuartoLa situación social e histórica del indio mexicano en la obrade Eduard Mühlenpfordt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

José Enrique COVARRUBIAS

Capítulo quintoMathieu de Fossey: su visión del mundo indígena mexicano . . . 117

Manuel FERRER MUÑOZ

VII

Capítulo sextoFrances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo in-dígena mexicano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155

María BONO LÓPEZ

Capítulo séptimoJohn Lloyd Stephens. Los indígenas y la sociedad mexicanaen su obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

Julio Alfonso PÉREZ LUNA

Capítulo octavoCarl Christian Sartorius y su comprensión del indio dentrodel cuadro social mexicano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

José Enrique COVARRUBIAS

Capítulo novenoLos conservadores y los indios: Anselmo de la Portilla . . . 237

María BONO LÓPEZ

Capítulo décimoBrasseur de Bourbourg ante las realidades indígenas de Mé-xico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261

Manuel FERRER MUÑOZ

Capítulo decimoprimeroLa visión imperial. 1862-1867 . . . . . . . . . . . . . . . . . 287

Érika PANI

Capítulo decimosegundoLos episodios históricos mexicanos de Olavarría y Ferrari:la novela histórica y los indios insurgentes . . . . . . . . . . 305

María José GARRIDO ASPERÓ

VIII CONTENIDO

Capítulo decimoterceroCarl Lumholtz y El México desconocido . . . . . . . . . . . 331

Luis ROMO CEDANO

Bibliografía sobre extranjeros del siglo XIX en México citadaen el texto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369

CONTENIDO IX

La imagen del México decimonónico de los visi-tantes extranjeros: ¿un Estado-Nación o mosaicoplurinacional?, editado por el Instituto de In-vestigaciones Jurídicas de la UNAM, se termi-nó de imprimir el 26 de abril de 2002 en lostalleres de Formación Gráfica, S. A. de C.V. Enesta edición se empleó papel cultural 70 x 95de 50 kgs. para los interiores y cartulina cou-ché de 162 kgs. para los forros; consta de 500

ejemplares.

PRESENTACIÓN

Manuel FERRER MUÑOZ*

Las líneas que siguen pretenden poner sobre aviso a los lectores en rela-ción con los planteamientos que han presidido la elaboración de la obracuyo primer volumen sale ahora a la luz. Si en un principio se pensó titu-lar el libro como Extranjeros en el México decimonónico: Estado nacio-nal y etnias indígenas, luego pudo apreciarse que esa denominación no secorrespondía fielmente con la temática que se aborda en él, que rebasa elsimple encaje de la complejidad indígena en el rígido molde del Estadonacional y se aboca con más amplitud al modo en que las realidades so-ciales, políticas y jurídicas de los pueblos indígenas y las correspondien-tes estructuras de la joven República mexicana fueron contempladas porlos extranjeros que viajaron o residieron en ella. Se configura así un obje-to de análisis de notable envergadura y de más implicaciones que el con-cebido en un primer momento que, en buena lógica, había de reflejarse enla intitulación de la obra.

Sentada esa premisa, se explica la adopción del título que finalmenteha prevalecido: La imagen del México decimonónico de los visitantes ex-tranjeros: ¿un Estado-Nación o un mosaico plurinacional? Efectivamente,se ha procurado concentrar la mirada en los juicios ----o los prejuicios---- quesobre la realidad mexicana formularon esos personajes venidos de lejos,que reflejan las ideas difundidas en el siglo XIX acerca de la ciudadanía yde la nación. Más que el ‘‘objeto’’ de las observaciones, ha sido el ‘‘suje-to’’ contemplador el que ha captado una atención preferente, sin que esapredilección por los actores apareje una preterición del argumento ni delescenario de la obra que aquéllos representan.

Al llevar a cabo la investigación se ha sustituido la habitual perspecti-va del ‘‘viajero’’ por la del ‘‘extranjero’’ a secas, de modo que pudieran

1

* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

recogerse los juicios de quienes, aun gozando de la condición de forá-neos, no encajan con propiedad en la categoría de viajeros, porque trans-currieron periodos tan prolongados de tiempo en el país que pueden sercalificados de residentes, o porque no se propusieron formalmente escri-bir ‘‘crónicas de viaje’’. Piénsese, por ejemplo, en los casos de Mathieude Fossey, Anselmo de la Portilla, Enrique de Olavarría y Ferrari...1 A losescritos de esos extranjeros ----se les conceda o no la caracterización deviajeros---- son aplicables las reflexiones que José Roberto Gallegos tomaprestadas de Edward W. Said:

independientemente de las características de sus escritos, en las obras deviajeros quedan plasmadas diferentes formas de la mirada, hijas de su mo-mento y circunstancia histórica concreta, una de cuyas dimensiones, plan-tea Said, es que son parte de procesos de construcción de las imágenes deuna realidad que, al ser escrita, es domesticada, simplificada, subordinada ypierde su complejidad caótica, para ganar coherencia: una realidad que, alser objeto de regulación a partir de valores, ideas y esquemas, constituye labase para estereotipos.2

La constatación de que los extranjeros del siglo pasado acudían a Mé-xico cargados de prejuicios, y de que ideas tan seductoras para ellos comociudadanía y nación conducían invariablemente a deformar las realidadessociales, no constituye ni mucho menos una invitación al desaliento.Ciertamente, esa advertencia nos ayuda a curarnos en salud, pues las indi-caciones y las crónicas de aquellos autores ayudan poco a comprender lascondiciones de vida del indígena del siglo XIX y su participación en elproyecto de un Estado nacional para México. Pero, como sugiere AlfredoÁvila, con quien tan interesantes conversaciones he sostenido en torno aeste punto, los relatos de los extranjeros sirven para percatarnos de lasanteojeras mentales con que la incorporación de los indígenas al Estado-Nación fue contemplada por las clases pensantes de la época, tanto nacio-

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1 Olavarría y Ferrari representa un caso extremo, pues no sólo vivió en México la mayor partede su vida, sino incluso llegó a adquirir la nacionalidad mexicana.

2 Gallegos Téllez Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas a México... ¿Un solo país? La mirada endos libros de Charnay’’, en Ferrer Muñoz, Manuel (coord.), Los pueblos indios y el parteaguas de laIndependencia de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1999, pp. 274-275.Cfr. Said, Edward W., Orientalismo, Madrid, Prodhufi Librerías, 1990, passim: en particular, el capí-tulo I, y Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México, 1840-1867, vol. I: El estudio de lascostumbres y de la situación social, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Dr. José María LuisMora, 1998, pp. 8-9.

nales como foráneas. El descubrimiento de su miopía representa, por símismo, un hallazgo que no cabe menospreciar.

Reservamos para más adelante la acometida de otro estudio, comple-mentario de éste, que escudriñe los escritos legados por mexicanos delsiglo XIX que recorrieron extensas regiones del país y se afanaron porregistrar sus impresiones, para colaborar a un mejor entendimiento de lamultiforme realidad nacional.

La segunda peculiaridad acerca de la cual queremos llamar la aten-ción de los lectores es que se ha restringido el campo de observación, enbusca de aquellas anotaciones de los extranjeros que, deliberadamente ode modo más o menos inconsciente, aluden a las complejas relaciones en-tre los dos componentes de un binomio tan conflictivo como es el queconfronta las nociones de ‘‘nacionalidad mexicana’’ y de ‘‘indianidad’’.Aunque los resultados cosechados en esta investigación sean dispares porlo que se refiere a la información que puede extraerse de cada una de lasobras consultadas, sí se alcanza a reconstruir una imagen de conjunto delmodo en que mentalidades ajenas a la mexicana contemplaban el Esta-do-Nación que resultó de la Independencia de España, difícilmente com-patible en la teoría y en la práctica con el mosaico plurinacional que al-bergaba.

Acerca del término ‘‘indianidad’’ empleado más arriba conviene in-troducir algunas precisiones, para evitar malos entendidos y disipar posi-bles equívocos, pues no es una expresión que aparezca en las fuentes que,a lo sumo, hablan de ‘‘indiada’’. Nos servimos de esa voz para designarlas características compartidas por el conjunto de pueblos indígenas queocupaban el solar de lo que había sido el Virreinato de la Nueva España,que los distinguen del común de ciudadanos mexicanos.

No se nos oculta que nos encontramos ante ‘‘pueblos’’, en plural, por-que son muchas y muy diferentes las etnias que encontramos en la Repú-blica mexicana, las cuales nunca se involucraron en proyectos de conjun-to ni se vieron enfrentadas a los mismos problemas. Pero, por encima deesos contrastes, priman elementos de coincidencia relacionados con el ca-rácter de pueblos ‘‘originarios’’.

Desde la perspectiva que estoy delineando puede entenderse tambiénel vocablo ‘‘reindianización’’, utilizado por Leticia Reina y CuauhtémocVelasco para mostrar el proceso de fortalecimiento de identidades de razacon que respondieron las comunidades indígenas ante el diseño de libera-

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les y positivistas de homogeneizar a los ciudadanos y terminar con cua-lesquiera rasgos diferenciadores.3

En tercer lugar, a través de los textos de esos personajes foráneos,hemos querido perseguir las huellas que marcó en los sistemas de vida delas poblaciones indígenas la legislación liberal, impulsora de una identi-dad nacional que se sustentaba en la comunión de ideales por un cuerpo de‘‘ciudadanos’’, que habían de sentirse mexicanos; sin que se supiera de-masiado bien, a ciencia cierta, cuáles eran los perfiles de esa nacionali-dad, siempre problemática y siempre en pugna entre dos extremos anta-gónicos: el criollismo, heredero a fin de cuentas del legado español,4 y elelemento indígena, variopinto y tan rico en peculiaridades como incom-prendido por quienes se hallaron al frente de las tareas de gobierno, encualquier período que se considere de toda la centuria decimonónica.

Sabemos que, a la larga, sería el componente mestizo, despreciado porquienes contemplaban el mundo desde uno u otro de los polos extremos,5 elque acabaría por hacerse con las riendas del poder, en una especie de piruetadialéctica. Y, sin embargo, todavía hoy siguen encontrando contradictoresquienes apuestan en favor del mestizaje como superador de antinomias,pues, en último término, como advierte Arnaldo Córdova, lo mestizo se ex-plica sólo por ‘‘la relación que hemos establecido con nuestros indios de car-ne y hueso’’. Mientras lo español o lo europeo implican una proyección ha-cia la cosmópolis ----continúa el mismo autor----, ‘‘nuestro ser indio es lo quecuenta de verdad... Lo que nos mantiene como nosotros mismos es nuestroglorioso y opulento pasado indígena... Nuestra Nación, en lo esencial, es unaNación no india que, sin embargo, encuentra en su pasado indígena la verda-dera noción de sí misma y su razón de ser’’.6

A pesar de la distancia que esos puntos de vista marcan con el pensa-miento de Gonzalo Aguirre Beltrán, sin duda uno de los grandes estudio-

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3 Cfr. Reina, Leticia y Velasco, Cuauhtémoc, ‘‘Introducción’’, en Reina, Leticia (coord.), Lareindianización de América, siglo XIX, México, Siglo Veintiuno-Centro de Investigaciones y Estu-dios Superiores en Antropología Social, 1997, p. 15.

4 Acerca del protagonismo criollo en el proceso emancipador, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel yBono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México,UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 178-244.

5 Robert Williams Hale Hardy no ocultó su menosprecio hacia los mestizos de Loreto, cuyodesagradable aspecto aceitunado, sucio y opaco le confirmó en lo desafortunado de la mezcla de lasrazas india y española: cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827and 1828, London, Henry Colburn-Richard Bentley, 1829, p. 245.

6 Córdova, Arnaldo, ‘‘El indio y la nación’’, Crónica Legislativa, México, nueva época, año V,núm. 7, febrero-marzo de 1996, p. 25.

sos del indigenismo en México, cabe tender puentes de entendimiento en-tre una y otra posición. En efecto, en un magnífico artículo, ya clásico,que publicó hace cuarenta años Cuadernos Americanos, Aguirre Beltránsentó los principios de que la base orgánica sustentadora del indigenismono venía representada por el indio, sino por el mestizo, y de que la tareaunificadora que siguió a la Independencia sólo pudo haber sido asumida porlos mestizos, para quienes la aspiración a la homogeneidad constituía supropia realización: ‘‘al contemplarse a sí mismo y tomar consciencia delmensaje de unidad que tenía por misión volvió el mestizo los ojos a larealidad externa y encontró al indio, a la alteridad del indio, como el mo-tivo de su inalcanzada afirmación, y en el indigenismo ----unión y fusióncon el indio---- puso la meta de su total realización’’.7

Por nuestra parte agregaríamos que se vislumbra aún lejano el día enque pueda verificarse esa anhelada síntesis del mestizo que descubre en símismo, orgulloso, el sustrato indio. El indígena contemporáneo no sólosigue siendo objeto de negación, sino que experimenta una aguda crisisde identidad, en la medida en que sus perfiles definidores aparecen cadavez más difusos en el seno de una sociedad que ha convertido la homoge-neización en uno de sus objetivos.

Adviértase, además, la proverbial ignorancia de los mestizos sobrelas realidades indígenas: un desconocimiento que implica rechazo en mu-chas ocasiones, y que tiene sus raíces en el pasado. Así lo comprobó CarlSofus Lumholtz por boca del ‘‘hombre principal’’ de Guachóchic, unmestizo llamado don Miguel:

pudo darme también algunos informes generales sobre los indios; pero nosólo allí, sino en muchas otras partes de México, á menudo me dejaba estu-pefacto la ignorancia de los agricultores mexicanos acerca de los indiosque vivían a sus puertas. Salvo ciertos especialistas distinguidos, aun losmexicanos inteligentes saben muy poco de las costumbres, y mucho menosde las creencias de los aborígenes. En lo que mira á los [tarahumaras] paga-nos de las barrancas, no pude adquirir más noticia que la certidumbre delgeneral desprecio que se les tiene por salvajes, bravos y broncos.8

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7 Aguirre Beltrán, Gonzalo, ‘‘Indigenismo y mestizaje. Una polaridad bio-cultural’’, Cuader-nos Americanos, México, año XV, núm. 4, julio-agosto de 1956, p. 41.

8 Lumholtz, Carl, El México desconocido. Cinco años de exploración entre las tribus de laSierra Madre Occidental, en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos de Michoa-cán, México, Editora Nacional, 1972, vol. I, p. 196. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, Ma-ría, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 66-68.

El carácter irreversible de la tendencia homogeneizadora y mimeti-zante constituye todavía hoy un reto para las etnias y para las culturasindígenas que, lejos de anhelar un corte en la comunicación con un mun-do externo amenazador, deben abrirse a él y recibir de ese entorno nuevosincentivos para posteriores desarrollos. Parafraseando una reciente encí-clica del papa Juan Pablo II, añadiríamos que la estrecha relación que sos-tienen las culturas ----también las indígenas, naturalmente---- con los hom-bres y con su historia redunda en un dinamismo que es característico deltiempo humano, marcado por las transformaciones y los progresos quebrotan de los encuentros entre los hombres y de los intercambios recípro-cos de sus modelos de vida.9

Un cuarto grupo de observaciones de esta breve Presentación se re-fiere a las principales aportaciones de los estudios recogidos en este volu-men. Me gustaría resaltar, en primer término, el carácter prejuicioso delas reflexiones procedentes de casi todos los extranjeros que han sido ana-lizados, influidos por lecturas que desfiguraban la realidad mexicana, ta-les como las que solían explicar la manera de ser de los pobladores de unterritorio en función exclusiva del entorno físico, o las que proyectabanuna imagen romántica y llena de exotismo de los antiguos pobladores deMéxico. Algunos de los visitantes aquí reseñados fueron conscientes de eselastre intelectual y, como Ward o Sartorius, trataron de aligerar la cargade parcialidad. Ese esfuerzo por atender al juicio propio permitió queWard, Fossey, Brasseur de Bourbourg, Olavarría y Ferrari y Lumholtz ----a pe-sar de las limitaciones de que se resienten algunos de ellos---- percibieranla diversidad de las etnias y comunidades indígenas que los gobiernos ypolíticos mexicanos parecían desconocer, y que Hardy manifestara su ad-miración hacia los yaquis alzados en armas bajo el mando de Juan Bande-ras y los considerara como nación independiente, al igual que a seris, apa-ches y axüas.

Es muy frecuente entre los autores estudiados la admiración por elcontraste que apreciaban entre el espléndido pasado indígena y la situa-ción miserable de las etnias que conocieron durante sus periplos por Mé-xico, que justifica tanto la apreciación de Sartorius de que constituían unpueblo dentro de otro pueblo como el juicio compartido por muchos visi-tantes sobre la amnesia histórica de las etnias indígenas.

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9 Cfr. Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), 71 (Madrid, SanPablo, 1998, p. 105).

Por eso, los comentarios cáusticos con que solían referirse a la tra-yectoria seguida por el país desde su separación de España, aunque nofaltaron quienes atribuyeron precisamente a los tres siglos de dominaciónespañola la responsabilidad de todos los males que se abatían sobre laspoblaciones indígenas. A este propósito son particularmente relevanteslos escritos de Mühlenpfordt, que apuntan a la evangelización de los abo-rígenes llevada a cabo por los españoles como la faceta más negativa delpasado colonial, así como los comentarios que brotan de la pluma deLumholtz acerca de las misiones. También se sitúan en la línea del prejui-cio antiespañol las observaciones de la mayoría de los textos revisadospor Érika Pani para la época de la Intervención francesa y del Imperio deMaximiliano.

Olavarría y Ferrari, que fue quien prestó más atención al período dela insurgencia, interpretó ésta en función de los intereses y aspiracionesde los criollos, y minimizó la importancia de la aportación indígena, so-bre todo después de que Morelos asumiera la dirección del movimiento.Aunque muchos miembros de las comunidades se hubieran alzado en armascontra las autoridades españolas, pensaba Olavarría, sus objetivos inme-diatos habían sido sólo el robo, el pillaje y la venganza por los agravios acu-mulados durante siglos de tutelaje colonial. Para el historiador-novelistaespañol, no existieron motivaciones ideológicas en el levantamiento delos grupos indígenas que se implicaron en la guerra.

Más de uno de esos visitantes que arribaban a México desde otrospaíses, donde la estructura social divergía tanto de la imperante en las tie-rras que antes habían sido novohispanas, denunció la explotación de losindígenas, que algunos ----como la marquesa de Calderón de la Barca y An-selmo de la Portilla---- atribuyeron a la extinción del tutelaje colonial, yotros, a la expansión de las haciendas y a la consiguiente amenaza sobrela tenencia comunal de las tierras que se hallaban en manos de los indíge-nas. No faltaron quienes, al percatarse del agravamiento en las condicio-nes de vida de las diversas etnias, cuyos miembros habían sido incorpora-dos ----desde la misma proclamación de Independencia de México---- a unproyecto nacional donde la sociedad en su conjunto participaba de unaigualdad jurídica plena, delataron el fracaso de este proyecto igualitariotan caro a los primeros liberales: bastaría recordar los casos de JohnLloyd Stephens y de Anselmo de la Portilla. Menos sombríos son los plan-teamientos de Lumholtz, que pudo comprobar con sus propios ojos que la

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figura del general Porfirio Díaz gozaba de notable prestigio en las másremotas localidades huicholas, coras y tepehuanas.

Conocedores de la profunda insatisfacción del mundo indígena, de laque varios de los personajes que aquí se estudian fueron testigos de pri-mera mano (Hardy, Fossey, Stephens, Brasseur de Bourbourg...), se mos-traron pesimistas sobre la capacidad de las autoridades mexicanas parasolucionar los problemas que solían hallarse en la base de las revueltasindígenas y de las guerras civiles que asolaban periódicamente la Repú-blica, provocadas o atizadas muchas veces por rivalidades antiguas de lasetnias, nacidas de la hostilidad entre los diversos grupos que se asentabanen una misma región. Coinciden todos los autores extranjeros que se hanrevisado en subrayar el carácter inasimilable de los nómadas de las regio-nes fronterizas del norte, que tantos quebraderos de cabeza ocasionaban aresidentes y autoridades.

Entre las instituciones contemporáneas de los extranjeros de que nosocupamos, el ejército es tal vez una de las que acaparan más críticas: so-bre todo, desde la perspectiva de los brutales medios de conscripción enboga, que tanto daño causaban a los ‘‘ciudadanos indígenas’’. Tampocolos congresos escaparon a la censura de estos personajes foráneos, que noocultaron su perplejidad por la falta de sensibilidad del Poder Legislativomexicano en el tratamiento de los asuntos que afectaban más directamen-te a las etnias. Del mismo modo, la instrucción y la seguridad públicasdejaban mucho que desear a sus ojos: sobre todo, en los espacios ruralesdonde tanto abundaba la población indígena.

Destaca también la importancia que ese conjunto de extranjeros con-cedió al mundo criollo, decisivo en el desencadenamiento de la Revolu-ción de Independencia en la opinión de Ward y de Olavarría, y sostén delas clases superiores de una sociedad que administraba unas riquezas queparecían inagotables a los ojos de esos visitantes llegados de lejanos paí-ses: aunque profundamente herido en su autoestima por los resultados dela guerra de 1847, como advierte Sartorius, y amenazado ----según Bras-seur de Bourbourg---- por mestizos e indígenas cansados de que los crio-llos disfrutaran en exclusiva de los privilegios de que habían gozado losespañoles hasta la Independencia.

Coherentemente con la mentalidad imperante en el mundo occidentaldel siglo XIX, los extranjeros que acuden a México (Fossey, Sartorius...)preconizan la atracción de colonos europeos como la mejor solución paraintroducir a la República mexicana en la modernidad, y contrarrestar así

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las rémoras de una población indígena tan numerosa como ajena al pro-greso económico, que, desde los comienzos de la quinta década del siglo,asistía impotente a un agravamiento de los problemas del medio rural.Encontraremos también opiniones en favor de la transculturización de losindígenas a través del mestizaje que, en último término, habría de condu-cir a su inevitable extinción.

La generalizada conciencia de la marginación en que se desenvolvíanlos indígenas se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es la expre-sión verbal de que se servían muchos de los extranjeros que acompañarona Carlota y Maximiliano durante su aventura imperial, que refleja in-conscientemente aquella percepción: cuando hablaban de ‘‘mexicanos’’,se referían precisamente a los no-indios, a los descendientes de ‘‘los con-quistadores’’. Carl Sofus Lumholtz advirtió también que, frente al indio,se levantaba un nebuloso proyecto de nación que excluía a las etnias indí-genas y abrazaba a todos los demás grupos de población, llamados indis-tintamente la civilización, los vecinos, los mexicanos, los mestizos o losblancos. Tal contraposición no impedía que, a la larga, esos pueblos indí-genas acabaran ‘‘mexicanizándose’’ e integrándose ----a la mala, segúnLumholtz---- en el proyecto mexicano de nación.

Antes de poner término a estas notas introductorias, deseo advertir queel trabajo que ahora se envía a la imprenta está concebido como primer volu-men de un estudio más amplio, que se ocupará de otros extranjeros del sigloXIX ----afincados en México o transeúntes---- que no han encontrado cabidaen estas páginas. Por eso instamos a la paciencia de quienes, extrañados porla ausencia de personalidades de la talla de un Brantz Mayer ----por ejem-plo----, piensen en una omisión culpable de quien coordinó esta publicación:ni son todos los que están, ni están ----por supuesto---- todos los que son,aunque sí se ha procurado que la selección practicada permita cubrir, cro-nológicamente, toda la centuria y, territorialmente, todo el espacio de la Re-pública mexicana; y muestre también un amplio abanico de nacionalidadesentre los extranjeros cuyos escritos son objeto de estudio.

De los trece capítulos de que consta el presente volumen, uno sirve deintroducción al resto y se propone un acercamiento general a la actitudde esos espectadores foráneos ante el mundo indígena que descubrieron;seis capítulos tienen como protagonistas a personas que visitaron Méxicodurante las cinco primeras décadas del siglo; tres se emplazan en el trán-sito de una mitad a otra de la centuria, y tres se ambientan en la segundaparte del siglo XIX.

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Respecto a los países de procedencia de esos personajes, excluidosdel cómputo los extranjeros de que se trata en los capítulos primero y de-cimoprimero, el panorama que resulta es bastante redondo: dos visitantesproceden de Inglaterra (Henry George Ward y Robert Williams HaleHardy), dos de Alemania (Carl Christian Sartorius y Eduard Mühlenp-fordt), dos de Francia (Mathieu de Fossey y Brasseur de Bourbourg), tresde España (Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca, Anselmo de laPortilla y Enrique de Olavarría y Ferrari), uno de Estados Unidos (JohnLloyd Stephens) y uno de Noruega (Carl Lumholtz).

Los mismos objetivos que se han enumerado se hallan presentes en elsegundo volumen, todavía en preparación: no nos cabe duda de que, com-plementada esta primera fase del estudio con las aportaciones de los auto-res que participarán en la siguiente etapa ----que privilegiará la segundamitad del siglo XIX----, resultará un conjunto armonioso y bien integrado.

Sí reconozco limitaciones en los logros alcanzados en este volumen.La principal procede de las acusadas diferencias en el tratamiento de lospersonajes estudiados. Aunque, como coordinador del proyecto, facilité alos participantes un esquema que pudiera guiar las investigaciones, nosiempre fueron observadas ni seguidas de cerca mis advertencias. Tal vezla misma interdisciplinariedad y la consiguiente pluralidad de puntos devista, que tanto enriquecen los análisis efectuados a lo largo de estas pági-nas, hayan dificultado la consecución de una mayor homogeneidad. Hede confesar también que me sentí incómodo para reiterar aquellas reco-mendaciones, quizá por un respeto mal entendido al trabajo realizado porcolegas que se dedican a la investigación en otros ámbitos del saber aleja-dos del mío.

Se halla ya en fase muy avanzada la preparación de una extensa ycuidada bibliografía que pondremos al servicio de quienes deseen aventu-rarse en el estudio de las aportaciones que estos personajes venidos defuera realizaron con miras a una mejor comprensión de los problemas‘‘nacionales’’ de México, a lo largo de la complicada centuria decimonó-nica. Aunque ese aparato bibliográfico se incorporará en el volumen II deesta obra, nos ha parecido oportuno incluir aquí el correspondiente a losautores y obras que aparecen citados en este primer volumen.

Me resta sólo destacar el interés de un estudio como el que ahora sepresenta, dotado de un carácter interdisciplinario y abierto a la participa-ción de varias instituciones académicas de la Universidad Nacional Autó-noma de México (Instituto de Investigaciones Jurídicas, Instituto de In-

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vestigaciones Históricas, Facultad de Filosofía y Letras), del InstitutoMora, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (Dirección deLingüística), y del Instituto Tecnológico Autónomo de México

En fin, formuladas las advertencias que anteceden, que informanacerca de la peculiar visión ----más o menos certera, más o menos extra-viada---- que de México pudieron alcanzar esos peregrinos extranjeros, yorientan sobre los objetivos y propuestas metodológicas de la obra, eshora ya de ceder la pluma a los autores de los diversos estudios que serecogen en este volumen, para ponderar con más detenimiento sus acier-tos y sus equivocaciones.

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CAPÍTULO PRIMERO

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENADEL MÉXICO DECIMONÓNICO

Manuel FERRER MUÑOZ*

SUMARIO: I. Las anteojeras de los extranjeros. II. Las miradasy los intereses de los extranjeros. III. El problema de la alteri-dad. IV. El pasado histórico español. V. Las creencias y lasprácticas religiosas. VI. El pasado precortesiano. VII. El Mé-

xico contemporáneo.

I. LAS ANTEOJERAS DE LOS EXTRANJEROS

Son muchos los relatos escritos por gentes de diversos países que reco-rrieron los caminos, las ciudades y los más recónditos parajes de la Repú-blica mexicana, a lo largo del siglo XIX. Sobra decir que el recuerdo delEnsayo de Humboldt sobre la Nueva España ocupaba un lugar señero enla mente de la mayoría de esos espectadores foráneos, que solían coinci-dir en el propósito de que su legado no desmereciera en su parangón conla obra del sabio alemán.1

No debe sorprender, por tanto, que muchas de las categorías mentales deHumboldt reaparecieran en esos otros escritos sobre la sociedad mexicana:los análisis basados en un cierto despego del determinismo geográfico, que

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* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Unaversión preliminar de este texto fue presentada como ponencia en el V Congreso Internacional deHispanistas (Santa Fe, Granada, del 25 al 28 de junio de 1999), con el título ‘‘La República mexicanay sus ciudadanos indígenas vistos por los extranjeros del siglo XIX’’.

1 Entre la amplísima bibliografía dedicada al barón de Humboldt, nos gustaría señalar cuatrolibros editados por la Universidad Nacional Autónoma de México: Ortega y Medina, Juan A., Hum-boldt desde México, México, UNAM, 1960; Bopp, Marianne O. de et al., Ensayos sobre Humboldt,México, UNAM, 1962; Miranda, José, Humboldt y México, México, UNAM, 1962, y Minguet, Char-les, Alejandro de Humboldt, historiador y geógrafo de la América Española 1799-1804, México,UNAM, 1985.

tan caro había resultado a Montesquieu, y en la valoración del estado moraldel país; el énfasis en algunos aspectos del mundo mítico de la naturalezaprimitiva, tales como la ahistoricidad y la ausencia de cultura; la sugerenteimagen de los americanos forjadores de un proceso de autodefinición, quelos convertía en algo distinto y separado del mundo europeo, o la convicciónbien arraigada de que había que apresurar la llegada del progreso.2

Pocos fueron, sin embargo, quienes tuvieron ocasión de compartir laperspectiva de Humboldt, conocedor de México y de Sudamérica y forja-dor del tópico de que México podía considerarse como un país civilizado,en la medida en que Sudamérica no lo era: ‘‘me sorprendió ciertamente----escribió en el prefacio de su Ensayo---- lo adelantado de la civilizaciónde la Nueva España respecto de la de las partes de la América meridionalque acababa de recorrer’’.3 No en vano, la estancia de Humboldt en Méxi-co había discurrido en el seno de los círculos intelectuales y científicos dela ciudad de México, donde llevó a cabo sus estudios sobre historia natu-ral, lingüística y arqueología.4

Nada tiene, pues, de extraño que los visitantes extranjeros incurrieranen contradicciones en la apreciación de los mismos fenómenos; o, cuandomenos, que no acabaran de calar en la realidad que se presentaba ante susojos. Fue el caso del ambiente humano del valle de México que, auncuando fue objeto de múltiples descripciones por parte de los viajeros ----a lamarquesa de Calderón de la Barca, el valle de México le pareció impregna-do de ‘‘un aire de melancolía, inmensidad y desolación’’,5 y a Mathieu deFossey le pareció deprimente el viaje desde el lago de Texcoco a SanJuan Teotihuacán, a causa del aspecto ‘‘miserable y horroroso’’ de las al-deas de los indios6----, en pocas ocasiones fue observado con el necesario

14 MANUEL FERRER MUÑOZ

2 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London-NewYork, Routledge, 1997, pp. 131, 136-137 y 148; Gallegos Téllez Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas aMéxico... ¿Un solo país? La mirada en dos libros de Charnay’’, en Ferrer Muñoz, Manuel (coord.),Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de México, México, UNAM, Instituto deInvestigaciones Jurídicas, 1999, p. 276, y Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México,1840-1867, vol. I: El estudio de las costumbres y de la situación social, México, Instituto de Investi-gaciones Dr. José María Luis Mora-UNAM, 1998, pp. 17-18, 59 y 89.

3 Humboldt, Alejandro de, Ensayo político sobre el reino de la Nueva-España (edición facsi-milar de la de Paris, Casa de Rosa, 1822), México, Instituto Cultural Helénico-Miguel Ángel Porrúa,1985, vol. I, p. 1. Véase también ibidem, vol. I, pp. 8-9.

4 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, pp. 131-132 y 136.5 Calderón de la Barca, Francis E. I., La vida en México durante una residencia de dos años en

ese país, México, Porrúa, 1959, vol. I, p. 162.6 Cfr. Fossey, Mathieu de, Viaje a México, México, Consejo Nacional para la Cultura y las

Artes, 1994, pp. 167-168, y Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, p. 315.

detenimiento: las más de las veces recibió una atención superficial, por loque apenas nos han llegado las manifestaciones externas de su cultura.7

Los emigrantes que acudieron a la República mexicana en busca defortuna y la encontraron, de vuelta a sus lugares de origen, convertidos yaen hombres de éxito, cedieron a la tentación de copar el protagonismo delas tertulias y de las charlas en los cafés. Ricos y envidiados, aunque ile-trados y objeto de chanzas disimuladas por el ostentoso lujo con que seengalanaban, no pararon de prodigarse en inacabables pláticas sobre elexotismo de los parajes, el mundo mágico prehispánico y sus tradicionesmilenarias, la degradación de los indígenas contemporáneos... Y, así, con-tribuyeron poderosamente a forjar un modo de explicar al indio america-no. A otros componentes de ese gran flujo migratorio que una y otra vezsurcó el Atlántico no les acompañó la suerte y, si regresaron alguna vez asus hogares, fue para arrostrar de nuevo pobrezas y frustraciones. No pa-rece probable que, en esas condiciones, se sintieran invitados a hablar so-bre una vida cuyas expectativas distaban de haberse satisfecho.

En España, el tipo del ‘‘indiano’’ reproduce las características delemigrante exitoso que retorna a su aldea natal o se establece en barrios denuevos ricos que se desarrollan en las afueras de algunas ciudades, comola imaginaria Vetusta que describió Clarín con pinceladas de maestro:‘‘allí estaba la Colonia, la Vetusta novísima, tirada a cordel, deslumbrantede colores vivos con reflejos acerados; parecía un pájaro con plumas ycintas de tonos discordantes... La ciudad del sueño de un indiano que vamezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o deharinas’’.8 Los habitantes de la Colonia, indianos de mucho dinero, siguencon el mayor de los esmeros, hasta donde se les alcanza, las costumbresde los distinguidos personajes de la rancia aristocracia local, y hacen gala deuna religiosidad que se les antoja de buen tono y que desdice de la irrefle-xiva, alocada y alegre moralidad que fue su compañera durante los añosde emigración. Y recuerdan, ensimismados, aquellos tiempos heroicos enque labraron su riqueza: es de suponer la conmiseración con que rememo-rarían la imagen de los pobres indios, inadaptados a la modernidad de lanación que, segregada de España, había proporcionado trabajo y oportu-nidades a quienes se arriesgaron a buscar en ella los medios de vida queles negaba la madre patria.

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 15

7 Cfr. Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México,Secretaría de Educación Pública, Sep-Setentas, 1973, p. 53.

8 Alas, Leopoldo, ‘‘Clarín’’, La Regenta, Madrid, Alianza Editorial, 1990, pp. 19-20.

La condición de extranjero se asocia en muchos casos de manera in-trínseca a la incapacidad para calar en las realidades del país donde sereside por circunstancias más o menos fortuitas: y a esa restricción se su-perpone también con excesiva frecuencia un molesto aire de superioridad.Tal sería el sentido de una expresión utilizada por Guillermo Prieto paradescribir la transformación que la Independencia había operado en loscriollos mexicanos, convertidos en los nuevos amos del país: la separa-ción de España ‘‘nos convirtió en gachupines de los indios’’.9 Y es que,como advirtió el padre Diego Miguel de Bringas a Eugenio de Avinareta,los indígenas abrigaban un particular encono hacia los criollos, ‘‘gritonesy antirreligiosos’’, que los tiranizaban y se aprovechaban de ellos. Se ex-plicaría así, como consecuencia pintoresca y paradójica, que los españo-les ----más queridos por la población aborigen, aunque odiados por los go-bernantes---- gozaran de una consideración peculiar, que los diferenciabade los demás extranjeros’’.10

No parece infundado suponer que fue precisamente esa susceptibili-dad ante las advertencias procedentes de quienes podían ser tildados deadvenedizos la que provocó las críticas de Martínez de Castro, Payno yAltamirano a la marquesa de Calderón de la Barca, cuya Life in Mexicohirió sin duda la sensibilidad de más de un espíritu suspicaz.11 La mismareacción puede observarse entre los propietarios de fincas rústicas y susvoceros, los periodistas de la ciudad de México que, en septiembre de1865, expresaron su indignación frente a las alabanzas que L’Estafette yL’Ére Nouvelle ----periódicos que se publicaban en francés en la capital dela República---- prodigaron al proyecto de ley sobre jornaleros que empe-zó a discutirse en aquel mes. Aquellos órganos periodísticos no ocultaronsu malestar por el hecho de que unos extranjeros vinieran a mostrarlescómo resolver los problemas nacionales, como si México fuera un paísque se hallara ‘‘en la barbarie’’: ‘‘nos limitaremos a protestar ----escribíanlos redactores de La Sociedad---- contra la caricatura del estado social de

16 MANUEL FERRER MUÑOZ

9 Cit. en Zea, Leopoldo, ‘‘La ideología liberal y el liberalismo mexicano’’, en varios autores,El Liberalismo y la Reforma en México, México, UNAM, Escuela Nacional de Economía, 1973, p.511. Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero1821-1970, México, El Colegio de México, 1993-1994, vol. I, pp. 83 y 89.

10 Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero,vol. I, pp. 85-86.

11 Cfr. Bono López, María, ‘‘Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo indígenamexicano’’, capítulo sexto, II, de este libro.

México... y a lamentar que se nos quiera civilizar a pescozones. Mal sis-tema de corregir las costumbres de un pueblo es humillarle’’.12

Los desacuerdos entre las perspectivas mentales de unos y otros auto-res se hacen explícitos en algunas ocasiones. Así, Mathieu de Fosseynegó a la marquesa de Calderón de la Barca la condición de buena obser-vadora, por la superficialidad de sus juicios, inconsistentemente funda-dos, y por su carencia de espíritu sintético. Objetó también que hubiera‘‘juzgado del país por el momento presente, sin tener en cuenta lo pasado,tan cerca todavía, ni los adelantos que se han obtenido’’.13 Y el mismoFossey se expresó con desdén sobre el conde Frédéric de Waldeck, explo-rador de ruinas arqueológicas en Yucatán: ‘‘son caractère, bien connu auMexique, permet de douter de l’exactitude de toutes ses notices archéolo-giques’’.14 Sin embargo, Waldeck gozó del favor y de la confianza de lasautoridades mexicanas: gracias al permiso que le concedió en 1831 LucasAlamán, secretario de Relaciones, pudo visitar las pirámides de Teotihua-cán, entonces casi irreconocibles por la espesa vegetación de nopales y deotras plantas que las cubrían.15

Más allá de la miopía que pudiera afectar la visión de algunos extran-jeros, tropezamos con la limitación de que esos escritos de autores forá-neos respondían a determinadas intencionalidades que, por fuerza, condicio-naban una selección temática. Nada ha de sorprender, en consecuencia,que la referencia al medio indígena brille por su ausencia en los textos demuchos autores: no porque lo despreciaran, sino porque quedaba fueradel propósito que les movió a tomar la pluma. Piénsese en la obra de per-sonas tan vinculadas a México como Vicente Rocafuerte, José María He-redia, Orazio Atelis, Florencio Galli, Claudio Linati...

Tal podría parecer, a primera vista, que fue el caso del español Ansel-mo de la Portilla, que radicó en México entre 1840 y 1879, con un breveintervalo de residencia en Estados Unidos (1858-1862). La Historia de la

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 17

12 ‘‘La Sociedad. Actualidades’’, en La Sociedad, 21 de septiembre de 1865. Véase Pani, Érika,‘‘La visión imperial. 1862-1867’’, capítulo decimoprimero de este libro.

13 Fossey, Mathieu de, Viaje a México, pp. 24-25. Cfr. también Fossey, Mathieu de, Le Mexi-que, p. 542.

14 ‘‘Su carácter, bien conocido en México, permite dudar de la exactitud de todas sus noticiasarqueológicas’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 373, nota 1). Cfr. Díaz y de Ovando, Clementi-na, ‘‘Viaje a México (1844)’’, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, t. II, vol. XIII, núm.50, 1982, p. 185, y Sierra, Carlos Justo, Breve historia de Campeche, México, El Colegio de Méxi-co-Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 101.

15 Cfr. carta de Frédéric de Waldeck a Lucas Alamán, México, 16 de noviembre de 1831 (Con-dumex, Centro de Estudios de Historia de México, fondo CCLXXXVII, carpeta 11).

revolución de México contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855),16 que algunos autores le atribuyen, apenas contiene unos pocos pá-rrafos en los que, marginalmente, se menciona de modo explícito a lospueblos indígenas. En México en 1856 y 1857. Gobierno del General Co-monfort,17 son más frecuentes las alusiones al mundo indígena, aunquerestringidas a su relación con movimientos insurreccionales: la insubordi-nación de los nómadas del norte,18 la revuelta de los pueblos indios quepoblaban los márgenes de la laguna de Chapala,19 y la guerra de castasque asolaba Yucatán.20

Y, sin embargo, la lectura de España en México. Cuestiones históri-cas y sociales21 proporciona el contrapunto de las impresiones que se des-prenden de los dos libros anteriores: indudablemente, porque el tema deque se ocupa invitaba a dar entrada a los indígenas en el escenario de laacción española en América. No sólo importa al autor estudiar el pasadoazteca, la conquista, la encomienda y los tributos, el fundo legal de lospueblos, el régimen de la propiedad particular; también afronta el estadoen que se hallaban los indígenas del momento histórico en que él escribe,y emite un diagnóstico de ‘‘lo que pueden y deben ser los indios’’ (cfr. eltrabajo de María Bono, en el capítulo noveno de este libro).

II. LAS MIRADAS Y LOS INTERESES DE LOS EXTRANJEROS

Las crónicas extranjeras nos ilustran acerca del modo en que el pecu-liarísimo mundo ‘‘mexicano’’ ----‘‘novohispano’’ hasta 1821---- se ofrecíaa la mirada de esos visitantes, a veces miopes22 o restringidos en sus mi-

18 MANUEL FERRER MUÑOZ

16 [Portilla, Anselmo de la], Historia de la revolución de México contra la dictadura del gene-ral Santa-Anna (1853-1855) (edición facsimilar de la de México, Imprenta de Vicente García Torres,1856), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987; y Puebla,José M. Cajica, 1972.

17 Portilla, Anselmo de la, México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort (ediciónfacsimilar de la de New York, Imprenta de S. Hallet, 1858), México, Instituto Nacional de EstudiosHistóricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla, 1987.

18 Cfr. ibidem, pp. 23 y 107.19 Cfr. ibidem, pp. 164-166.20 Cfr. ibidem, p. 261.21 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, México, Im-

prenta de Ignacio Escalante, 1871.22 Para mejor entender las razones de esa miopía aconsejamos la lectura de Gallegos Téllez

Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas a México... ¿Un solo país? La mirada en dos libros de Charnay’’, enFerrer Muñoz, Manuel (coord.), Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de México;y, más en particular, el apartado que se subtitula Mirar en la historia, pp. 271-274.

ras por los ‘‘prejuicios de nacionalidad’’ que desveló Mathieu de Fossey,23

y observadores tan atentos en otras ocasiones que nos han permitido des-cubrir aspectos velados de las realidades antropológica, social, jurídica,religiosa... de ese ente multiforme que, segregado de España, buscaba de-rroteros propios en la persecución de un estatuto nacional independiente.

Para algunos, el viaje ----con todas sus peripecias anejas---- adquiríasentido por sí mismo y constituía un triunfo por el mero hecho de habersellevado a término. Esa nueva raza de esforzados conquistadores perseguíadestinos, no reinos; no se adornaba con talentos militares, sino logísticos,y combatía una batalla desigual contra la escasez, la ineficiencia, la floje-ra, la incomodidad, los caminos infernales, el mal tiempo, la impuntuali-dad... Enfrentados esos agónicos viajeros a tales obstáculos, se crecierony generaron una literatura casi épica, que se recreaba en la descripción deun marco social que aparecía como un obstáculo logístico para el pasofirme y audaz de los europeos:24 pero que tal vez deja insatisfecho al lec-tor que se pregunta por los personajes condenados a las sombras por lavanidad del escritor, demasiado pendiente de ponderar sus propios mé-ritos, en lugar de relatar sus conversaciones con las personas con quie-nes había trabado contacto y sostenido encuentros más o menos espo-rádicos.

En cambio, los integrantes de la vanguardia capitalista que describióMary Louise Pratt consagraron una atención principalísima a la observa-ción del cuerpo social, que se les presentaba como una ineludible tareapolítica. Actuaron así arrastrados por su obsesión por reinventar Américacomo un continente retrasado y olvidado, necesitado de la explotación ra-cional de los europeos.25

The bottom line in the discourse of the capitalist vanguard was clear: Ame-rica must be transformed into a scene of industry and efficiency; its colo-nial population must be transformed from an indolent, undifferentiated,uncleanly mass lacking appetite, hierarchy, taste, and cash, into wage la-bor and a market for metropolitan consumer goods.26

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 19

23 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. V.24 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 148.25 Cfr. ibidem, pp. 150, 152 y 160.26 ‘‘La parte final del discurso del capitalista de vanguardia era clara: América debía ser trans-

formada en un escenario de industria y de eficiencia; su población colonial debía dejar de ser indolen-te, indiferenciada, una masa sucia carente de apetitos, de jerarquía, de gusto y de dinero, para con-vertirse en una población de trabajadores asalariados y, a la vez, en un mercado para los bienes deconsumo de la metrópoli’’ (ibidem, p. 155).

Es indiscutible el hecho de que esos personajes foráneos acudían aMéxico cargados de prejuicios viejos e imbuidos de retóricas objetivistasy de valores ya adquiridos, que les inducían a acomodar sus observacio-nes en unos esquemas mentales prefijados; como también es evidente quesus anteojeras ideológicas les impedían ver más allá de lo que queríanmirar. Sería el caso de numerosos visitantes anglosajones que, en pala-bras inspiradísimas de Juan A. Ortega y Medina, ‘‘seguirán viéndonos enlo esencial y constitutivamente medular como hijos o nietos más o menosespurios y degenerados de la vieja y archidecadente España’’.27

No otra era la mirada de los europeos que, por obra de la revoluciónsocial, política, científica y filosófica de principios del siglo XIX, se eri-gieron en punto de referencia para todo el orbe:

de esta manera, la Edad de la Razón mira desde el progreso hacia el atraso;desde la cima de la evolución a la sima de la decadencia, en la era del esplen-dor de Viena o de la épica napoleónica; desde la cumbre ciudadana de las vic-torias de las revoluciones y las restauraciones de 1848 o el esplendor industrialde finales del siglo, a la degeneración y el primitivismo del resto del mun-do, que se teoriza como inferioridad racial, histórica, social, religiosa, hu-mana, que conlleva la condena absoluta de los ‘‘pueblos sin historia’’.28

III. EL PROBLEMA DE LA ALTERIDAD

Mediaba, además, la dificultad de la comunicación, no sólo lingüísti-ca sino cultural, entre los indígenas y los extranjeros que se acercaron aconocerlos, tan alejados unos de otros en mentalidades y conocimientos.Y se añade el obstáculo del tiempo transcurrido hasta hoy desde queaquellos visitantes reseñaran por escrito sus notas: inevitablemente, cuan-do éstas han llegado a nosotros ----después de más de un siglo desde quefueron redactadas---- el significado del vocabulario empleado por sus au-tores difiere en sus alcances significativos del que hoy nos resulta fami-liar, como también han cambiado los signos de identidad personal y co-lectiva.29

20 MANUEL FERRER MUÑOZ

27 Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Prólogo y notas’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue y lo quees, México, Fondo de Cultura Económica, 1953, p. XI.

28 Gallegos Téllez Rojo, José Roberto, ‘‘Dos visitas a México... ¿Un solo país? La mirada endos libros de Charnay’’, pp. 273-274.

29 Cfr. Sullivan, Paul, Conversaciones inconclusas. Mayas y extranjeros entre dos guerras, Mé-xico, Gedisa, 1991, pp. 13 y 25-26, y Pfeiler, Bárbara, ‘‘Las estrategias lingüísticas durante la Guerra

Tal vez reflexionan poco los extranjeros acerca del ‘‘otro’’ y de suderecho a la existencia como alguien diferente e irreductible con quien,sin embargo, es viable la comunicación en la medida en que se compartenlos ‘‘universales semánticos’’ de que habla Umberto Eco. Además, esafalta de fijeza recorta ineludiblemente la posibilidad de llevar a cabo ob-servaciones veraces, en la misma medida en que la cerrazón al otro impi-de el propio conocimiento y oscurece, consiguientemente, las perspecti-vas de análisis de la realidad exterior: ‘‘nosotros ----así como no logramosvivir sin comer o sin dormir---- no logramos entender quiénes somos sin lamirada y la respuesta del otro’’.30 Enfrentados a esa alteridad hubo quie-nes, arrastrados por el prejuicio liberal igualitario, rechazaron la denomi-nación de indios, vetada por José María Luis Mora y Alonso Fernándezen marzo de 1824,31 y prohibida por Maximiliano a su llegada al puertode Veracruz.32

Esas distorsiones se vinculan también, de modo necesario, a la des-confianza que por fuerza inspira la presencia de esos visitantes venidos delejos, acompañados a veces de un séquito exagerado ----caso del primerviaje a Sonora de Carl Lumholtz33---- y dotados de una curiosidad insacia-ble y, por ello, sospechosa. Por eso, el escepticismo con que Paul Sulli-van recuerda unas románticas reflexiones de Joseph Conrad:

hay quienes dicen que un nativo se niega a hablar con el hombre blanco.Error. Nadie habla con el amo; pero al viajero y al amigo, al que no viene aenseñar ni a dominar, al que no pide nada y acepta todo, se le dirigen pala-bras junto a las fogatas, en la soledad compartida del mar, en aldeas ribere-ñas, en lugares de descanso rodeados por bosques; se le dirigen palabrasque no tienen en cuenta la raza ni el color. Un corazón habla y otro escu-cha, y la tierra, el mar, el cielo, el viento y las trémulas hojas oyen tambiénla fútil historia de la carga de la vida.34

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 21

de Castas. Un estudio estilístico’’, en Krotz, Esteban (coord.), Aspectos de la cultura jurídica en Yu-catán, Mérida, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Maldonado Editores, 1997, p. 255.

30 Eco, Umberto y Martini, Carlo Maria, ¿En qué creen los que no creen?, México, Taurus,1997, p. 107.

31 Cfr. Pérez Collados, José María, Los discursos políticos del México originario, México,UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, p. 274, nota 673.

32 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 257 y 34.33 Cfr. el trabajo de Luis Romo Cedano: ‘‘Carl Lumholtz y El México desconocido’’, capítulo

decimotercero, I, de este libro.34 Conrad, Joseph, ‘‘Karain: a memory’’, en Tales of unrest, London, T. Fisher Unwin, 1898, p.

35, cit. en Sullivan, Paul, Conversaciones inconclusas, p. 23.

No pocas veces, los indígenas erigieron auténticos parapetos ante losojos de quienes acudían a observarlos: por recurrir a un ejemplo extrema-damente significativo, piénsese en los mayas rebeldes de Yucatán que, enexpresión afortunada de Paul Sullivan, ‘‘siguieron siendo para los extran-jeros figuras borrosas que acechaban más allá de las zonas despejadas deruinas y caminos, cuyas esporádicas ofensivas podían alterar itinerarios yplanes de investigación’’.35 Ciertamente, encontraremos viviendo entrelos mayas a figuras aisladas, como William Miller y Karl Sapper: pero,en tanto que el primero no pudo pasar adelante de Chan Santa Cruz, ensus deseos por llegar a Tulum, el segundo sólo se relacionó con indiospacíficos que habían abandonado las hostilidades y alcanzado acuerdosde paz con el gobierno mexicano.36

IV. EL PASADO HISTÓRICO ESPAÑOL

El desdén hacia el pasado español, caricaturizado como cerrilmente ca-tólico, intransigente, bárbaro, fanático, arcaizante, destructor del mundo indí-gena... reaparece en los escritos de muchos curiosos llegados desde lejanospaíses que, abierta o veladamente, expresaron su censura y su desacuerdocon los hábitos mentales españoles: aunque, en honor de la verdad, haya queprecisar que tampoco faltaron mexicanos inmisericordes en su apreciaciónde los trescientos años que duró el Virreinato de la Nueva España. Fue elcaso ----entre otros muchísimos que pueden recordarse---- de José María LuisMora, que proclamaba ‘‘la dificultad de reparar en pocos dias los males cau-sados por la abyeccion de muchos siglos’’, que habían reducido a la ‘‘razabronceada’’ a una lamentable postración:37 ‘‘acostumbrados [los indios] a re-cibirlo todo de los que los gobernaban y a ser dirijidos por ellos hasta en susacciones mas menudas como los niños por sus padres, jamas llegaban a pro-bar el sentimiento de la independencia personal’’.38

Ese análisis de José María Luis Mora en torno a la repercusión dellastre colonial en la arquitectura de la sociedad del México independienteha sido objeto de una inteligente profundización por Luis Villoro, que no

22 MANUEL FERRER MUÑOZ

35 Sullivan, Paul, Conversaciones inconclusas, p. 38.36 Cfr. idem, y Reifler Bricker, Victoria, El Cristo indígena, el rey nativo. El sustrato histórico

de la mitología del ritual de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 222.37 Cfr. Mora, José María Luis, Méjico y sus revoluciones (edición facsimilar de la de Paris,

Librería de Rosa, 1836), México, Instituto Cultural Helénico-Fondo de Cultura Económica, 1986,vol. I, pp. 67 y 75.

38 Ibidem, vol. I, p. 200.

dejó de reflexionar sobre la enrevesada malla de instituciones y de fórmu-las gubernativas del México independiente, que se superponían al ordenantiguo, sin conseguir suplantarlo, y sin que la transformación institucio-nal tuviera suficiente fuerza para cambiar las mentalidades y para termi-nar con el dominio de los ‘‘cuerpos’’ que impedían el progreso.39 Porque,a pesar de las invectivas contra el viejo régimen de opresión, los usos yleyes españoles siguieron constituyendo una referencia imprescindibledurante mucho tiempo: y no sólo en México, sino también en otros espa-cios de Iberoamérica.40

Y, sin embargo, el repudio de los tiempos que corrieron bajo la domi-nación española adquirió carta de naturaleza a lo largo y ancho del conti-nente americano, y dio pie a no pocas ambigüedades en la apreciación delpasado. Recuérdese al argentino Domingo Faustino Sarmiento que, deuna parte, legitima los valores liberales criollos y, de otra, desacredita ellegado de la tradición colonial que encarnaba Juan Facundo Quiroga, uncaracterizado político y militar del interior de Argentina.41

Los escritos de Henry G. Ward ejemplifican perfectamente los prejui-cios antiespañoles con que se acercaban los extranjeros al México reciénindependizado. Su crítica fue inmisericorde con el caos legislativo en quese habían debatido los asuntos americanos, por las insuficiencias de laRecopilación de Leyes de Indias y las limitaciones de los ayuntamientospara atender debidamente a sus atribuciones judiciales. Y tampoco dejóde condenar la discriminación de que fueron objeto los criollos; la inje-rencia del Estado español en materias eclesiásticas; la explotación econó-mica de las Indias; la corrupción generalizada de la burocracia; la cerra-zón mental de España ante las nuevas corrientes de pensamiento...42

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 23

39 Cfr. Villoro, Luis, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México,UNAM, Coordinación de Humanidades, 1977, pp. 241-246, y Mora, José María Luis, Méjico y susrevoluciones, vol. I, pp. 59-168.

40 Por no multiplicar los ejemplos, remitimos a lo que aconteció en Centroamérica, tan cercanageográfica y políticamente a la República mexicana: cfr. Ricardo Merlos, Salvador, ‘‘El constitucio-nalismo centroamericano en la mitad del siglo XIX’’, en varios autores, El constitucionalismo a me-diados del siglo XIX, México, UNAM, Publicaciones de la Facultad de Derecho, 1957, vol. I, pp.352-353, y Volio de Köbe, Marina, ‘‘El constitucionalismo costarricense y la Constitución españolade 1812’’, en varios autores, La Constitución de Cádiz y su influencia en América (175 años 1812-1987), San José de Costa Rica, Cuadernos de Capel, 1987, p. 50.

41 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, pp. 185-186.42 Cfr. Ward, Henry G., México en 1827, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 82-

91, e Ibáñez Cerón, Eduardo y Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘La República mexicana y sus habitantesindígenas contemplados por Henry George Ward, encargado de negocios de Su Majestad Británica enMéxico, 1825-1827’’, capítulo segundo, V, de este libro.

Ward expresó también su desacuerdo con los resultados evangeliza-dores del esfuerzo conjunto desplegado por la Corona española y las au-toridades eclesiásticas. Aunque asegurada la pureza de doctrina despuésdel transcurso de tres siglos desde que diera inicio la predicación del ca-tolicismo, se habían asentado en la América española una intolerancia ex-trema y una excesiva influencia del clero, que no podían sino traer conse-cuencias negativas.43

En la misma tradición interpretativa de Henry G. Ward encaja EduardMühlenpfordt, que despreció globalmente el pasado colonial. En efecto,como muestra el ensayo de José Enrique Covarrubias incluido en este vo-lumen, ese viajero descalificó la práctica católica en la Nueva España nosólo como instrumento de dominación política o de clases, sino ----y sobretodo---- como expresión de la pobreza cultural que afectaba y envilecía atoda la sociedad.44

Ni siquiera los visitantes que recibió México durante los años del Im-perio de Maximiliano absolvieron a España de responsabilidad por lapostración en que se encontraban sumidos los indígenas: si los integrantesde ese ‘‘pueblo tan inteligente y laborioso’’ se hallaban envilecidos, ‘‘tan-to en lo físico como en lo moral’’, se debía a ‘‘trescientos años de un régi-men de fierro’’.45 Como enfatiza Érika Pani en su estudio sobre los ex-tranjeros de esa época (capítulo decimoprimero de este libro), el prejuicioantiespañol, muchas veces anticatólico, permea la mayoría de los escritosde esos personajes.

V. LAS CREENCIAS Y LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS

Por lo demás, abundan las coincidencias en la valoración que hacenlos extranjeros del fruto obtenido en la evangelización de los indígenasque, por fuerza, había de repercutir en sus relaciones con el conjunto so-cial. La personalidad supersticiosa de los indios y la extraña simbiosis decristianismo y de antiguas creencias ----el nahualismo y el tonaísmo, porejemplo, por no hablar de los temastianes, más influyentes entre yaquis y

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43 Cfr. Ward, Henry G., México en 1827, pp. 212-223.44 Cfr. también Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México, 1840-1867, pp. 28-29,

y Covarrubias, José Enrique, ‘‘La situación social e histórica del indio mexicano en la obra de EduardMühlenpfordt’’, capítulo cuarto, III, de este libro.

45 Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Méxique. Cosas de México, Paris, Plon, 1908, pp. 273-278, ySalm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida (1862-1872). Estados Unidos. México. Europa, Puebla,José M. Cajica, 1972, pp. 299-300.

mayos que los sacerdotes católicos, o del culto que recibían entre los toto-nacos las tawilana protectoras de las comunidades46---- llamaron la aten-ción de muchos visitantes: entre éstos, algunos viajeros alemanes, comoBecher, Koppe y Sealsfield. El primero de ellos creyó haber encontradouna explicación de la supervivencia de la idolatría, después de trescientosaños de dominación española: ‘‘según parece, hubo que dejarles una partede sus costumbres paganas únicamente [para] atraerlos al seno de la Igle-sia católica en lo esencial’’.47

Otro viajero ----inglés, en este caso----, James Morier, refirió a GeorgeCanning las animadas pláticas que había sostenido con el sacerdote Fran-cisco García Cantarines, miembro de la Legislatura local de Veracruz en1824 y profundamente pesimista sobre la viabilidad del sistema de go-bierno adoptado en México. Cantarines estaba convencido de que la ma-yor parte de la población carecía de virtudes cívicas y desconocía la natu-raleza de un régimen representativo: ‘‘so give an example of their ideas ofrepresentation, said that an Indian was asked whom he wished should re-present him or his nation in the congress? After some thought, he answe-red ‘The Holy Ghost’’’.48

Robert Williams Hale Hardy, que juzgó muy desfavorablemente a losindígenas del Estado de México, los encontró tan idólatras como en tiem-pos de los ‘‘montezumas’’ con la única diferencia de que, después de la

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46 Cfr. Hu-DeHart, Evelyn, ‘‘Rebelión campesina en el noroeste: los indios yaquis de Sonora,1740-1976’’, en Katz, Friedrich (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en Méxicodel siglo XVI al siglo XX, México, Ediciones Era, 1990, vol. I, p. 151; Hernández Silva, HéctorCuauhtémoc, Insurgencia y autonomía. Historia de los pueblos yaquis: 1821-1910, México, Centrode Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Instituto Nacional Indigenista,1996, pp. 61 y 115; González y González, Luis, El indio en la era liberal, Obras completas, México,Clío, 1996, vol. V, pp. 178-181 y 220, y Chenaut, Victoria, Aquéllos que vuelan. Los totonacos en elsiglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-InstitutoNacional Indigenista, 1995, pp. 194-195. Luis González recoge numerosas muestras del mestizajereligioso generalizado entre muchas etnias indígenas: tarahumaras, tarascos, otomíes, nahuas, zapote-cos, zoques, tzotziles y tzeltales, mayas... (cfr. González y González, Luis, El indio en la era liberal,pp. 227-228, 248-249, 254, 257-258, 270, 274, 281 y 302). La coexistencia de prácticas religiosasprehispánicas y de ceremoniales cristianos entre los mixes aparece atestiguada en Lameiras, BrigitteB. de, Indios de México y viajeros extranjeros, pp. 142-143.

47 Cit. en Mentz de Boege, Brígida Margarita von, México en el siglo XIX visto por los alema-nes, México, UNAM, 1982, p. 157.

48 Carta de James Morier a George Canning, Jalapa, 14 de noviembre de 1824 (Public RecordOffice, British Foreign Office, 50, vol. 6, fol. 94-97, microfilmado en la biblioteca Daniel Cosío Vi-llegas de El Colegio de México). Cit. en Ávila, Alfredo, Representación y realidad. Transforma-ción y vicios en la cultura política mexicana en los comienzos del sistema representativo, tesispara optar al grado de Maestría en Historia de México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras,1998, p. 10, nota 2.

evangelización, sus ritos giraban en torno a ídolos católicos.49 Tambiénlos comentarios de Carl Christian Sartorius sobre el significado de algu-nas de las más solemnes fiestas religiosas de los indios apuntan al carác-ter aparentemente sincrético del ritual católico y de las viejas prácticaspaganas.50

Por su parte, Brantz Mayer insistió hasta la saciedad en la condena de‘‘esta mescolanza de añejas exterioridades bárbaras y ritos indígenas[que] pudo servir quizás para atraer a los pobladores primitivos en los co-mienzos de la colonización’’, pero que con el transcurrir de los años sehabía visto privada de sentido y resultaba incompatible con ‘‘la mentali-dad de nuestra época [y] con las necesidades de la República’’. Y tampo-co dejó de exteriorizar su desagrado por el penoso contraste entre la ‘‘es-pléndida mina de riquezas’’ que era la catedral de México y los ‘‘indiosmedio desnudos, boquiabiertos de asombro, o postrados de rodillas antela imagen de algún santo predilecto’’;51 y por el culto guadalupano, quesatirizó sin calar mínimamente en su significación52 a causa de sus prejui-cios anticatólicos, que también le condujeron a despreciar ‘‘los ritos idó-latras’’ en honor de la Virgen de los Remedios.53

Carl Lumholtz no se cansó de manifestar la excesiva propensión delos indígenas a las fiestas en honor de los santos patronos, en las que in-currían en gastos excesivos que no podían soportar sus menguadas econo-mías. Aunque cristianizado en la mayoría de los lugares el sentido de lafiesta, era necesario escarbar en el pasado para comprender su hondo sig-nificado: ‘‘nunca llega á desarraigárseles la antigua idea de la importanciade una fiesta. Tomando parte en ella es como asegura el indio la salud yla dicha, de donde nace la imposibilidad de conseguir que trabajen ni losnaturales civilizados cuando se aproxima alguna festividad’’.54

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49 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827 and 1828, Lon-don, Henry Colburn-Richard Bentley, 1829, pp. 526-527.

50 Cfr. Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Culturay las Artes, 1990, pp. 272-273.

51 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, pp. 4 y 63.52 Cfr. ibidem, pp. 92-100.53 Cfr. ibidem, pp. 189-194.54 Lumholtz, Carl, El México desconocido. Cinco años de exploración entre las tribus de la

Sierra Madre Occidental, en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos de Michoa-cán, México, Editora Nacional, 1972, vol. II, p. 320.

VI. EL PASADO PRECORTESIANO

Con una frecuencia que no puede pasar inadvertida, hallamos en lasplumas de los autores de quienes nos ocupamos en esta obra la contrapo-sición entre el México que fue y el que tenían ante sí. El primero es iden-tificado por la mayoría exclusivamente con lo prehispánico, de un modotan poco lógico como frívolo, puesto que la equiparación así establecidarequería escamotear tres siglos de historia: consecuencia inevitable deuna moda histórica imperante durante mucho tiempo, ‘‘muy desdeñosa,hostil e insurgente en aquel entonces ----y no le faltaban razones---- haciatodo lo español’’.55

No ha de extrañarnos, pues, encontrar a algunos extranjeros que sedesazonan ante la aparente pérdida que los indios experimentaban de supropia conciencia histórica. William Bullock constató que ‘‘it is not in thepresent capital of New Spain [sic] that we are to look for the remains ofMexican greatness, as every vestige of its former splendour was annihila-ted by the conqueror’’,56 sin que éstos se preocuparan por inculcar en loshabitantes de la antigua Tenochtitlan los fundamentos de su propia cultu-ra, sino sólo el ropaje formal de sus creencias religiosas y poco más. YGeorge Francis Lyon, que llegó a México en 1826, se extrañó cuandounos españoles vecinos de Tamaulipas le reprocharon que perdiera sutiempo en reproducir ‘‘cosas tan feas’’ como unos ‘‘ídolos mexicanos’’que se entretenía en dibujar.57

Así lo interpretó también Ernest de Vigneaux: ‘‘los indios del valle deMéxico han entrado en civilización, tanto menos, cuanto más cerca se ha-llan del centro en que residen. Poco más o menos [sin duda menos quemás], conservan la fisonomía y las costumbres de sus antepasados’’.58 Enotro lugar de su crónica viajera, Vigneaux juega con los símbolos, cuandorefiere la evolución de la ciudad de Cholula después de la Conquista: ‘‘elsantuario de nuestra señora de los Remedios reemplazó al de Quetzal-

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 27

55 Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Prólogo y notas’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue y lo quees, p. XXV.

56 ‘‘Para encontrar los vestigios de la grandeza mexicana, hay que salir de la actual capital deNueva España, porque en ella los restos de este antiguo esplendor fueron borrados por los conquista-dores’’ (Bullock, William, Six months’ residence and travels in Mexico: containing remarks on thepresent state of New Spain, its natural productions, states of society, manufactures, trade, agricultureand antiquities, etc., London, John Murray, 1825, vol. II, p. 153). Véase también ibidem, vol. II, p. 35.

57 Cfr. González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero,vol. I, p. 59.

58 Vigneaux, Ernest, Viaje a México, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 80.

cóatl: en la pirámide de Cholula se combatía la fe por la fe, el milagro porel milagro’’.59

John L. Stephens, al referir su decepción por la escasez de noticiassobre unas ruinas que le había deparado la plática con un numeroso grupode indígenas, remachó: ‘‘realmente, ellos no tenían nada que comunicar-nos; pues carecían de historias y tradiciones: nada conocían acerca delorigen de los edificios arruinados: cuando ellos nacieron, ya esas ruinasestaban allí, y existían desde el mismo tiempo que sus padres; el indioanciano decía que casi había perdido la memoria de su existencia’’.60

Mathieu de Fossey, más sobrio, se limitó a decir que la ciudad deMéxico había sido reconstruida tras la conquista de Cortés, y que la ciu-dad nueva nada tenía que ver con la antigua: ‘‘les canaux sont devenusdes rues pavées; aux téocalis ont succédé des églises chrétiennes, et surl’emplacement des palais des rois se sont élevées les habitations des con-quérants, et des marchands qui vinrent s’y fixer’’.61 Y utilizó palabras se-mejantes para expresar su visión de la antaño gloriosa Tlaxcala.62

A Carl Christian Sartorius le pareció que el pasado que revelaban losrestos arquitectónicos esparcidos aquí y allá pertenecía a otro pueblo, delque se había desvinculado el indígena contemporáneo suyo, desconoce-dor de su historia e indiferente ante los viejos adoratorios:

en México nadie sabe dónde cayó el infausto Moctezuma atravesado porlas flechas de su propia gente, o dónde era adorada la estatua de Tláloc;difícilmente alguien puede decir en qué lugar saltó Pedro de Alvarado so-bre el ancho canal, o dónde estuvo situada la casa de Hernán Cortés. Perosi en la capital de un gran dominio quedan tan pocos documentos del pasa-do, ¿qué puede esperarse de otras ciudades donde no ocurrieron grandesacontecimientos?63

Carl Lumholtz, en fin, comentó la pérdida de sus antiguas costumbresde parte de los aborígenes que habitaban en los parajes vecinos a los vol-

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59 Ibidem, p. 108.60 Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, México, Museo Nacional de Arqueología,

Historia y Etnografía, 1937, vol. II, p. 37.61 ‘‘Los canales se han convertido en calles pavimentadas; a los teocallis han sucedido iglesias

cristianas, y sobre el emplazamiento de los palacios de los reyes se han levantado las casas de losconquistadores y de los comerciantes que vinieron a establecerse aquí’’ (Fossey, Mathieu de, Le Me-xique, p. 205).

62 Cfr. ibidem, p. 112.63 Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, pp. 190-191.

canes de Colima, que apenas se acordaban de su lengua nativa, y que con-sumían sus vidas al servicio de los blancos.64 Por otro lado, nada más sig-nificativo que el título que Lumholtz dio a la que sería su obra más em-blemática: El México desconocido. Ese desconocimiento sobre lasrealidades indígenas de la República no era ajeno al desprecio que inspi-raban los pueblos autóctonos, aunque se vinculaba también al retraimien-to y a la creciente pérdida de identidad de esas gentes, que parecían inca-paces de defender sus tradiciones de la presión exterior. La etnia apache,casi del todo extinta cuando Lumholtz realizó sus viajes, ejemplifica esasituación de modo particularmente dramático: los vestigios de esa tribu,repartidos a lo largo y ancho de una dilatada región, no procuraban ele-mentos suficientes para reconstruir su pasado: y eso aun cuando la memo-ria colectiva de la cruenta lucha contra ellos estaba vivísima.65

Esa visión de los indígenas como desprendidos de su pasado entroncamuy bien con otra característica del discurso occidental, que segrega a losaborígenes de los territorios que alguna vez habían dominado y en los queaún vivían. Complementariamente, esa plática echa mano de la perspecti-va arqueológica, que también excluye a los habitantes sometidos de lazona de contacto con sus conquistadores, y los ignora como agentes his-tóricos poseedores de un pasado pre-europeo y capaces de formular de-mandas para el presente, dotadas de una base histórica.66 Ilustra muy bienlo que venimos diciendo la posición de Anselmo de la Portilla ante los idio-mas indígenas: si lamentaba el abandono en que se hallaban y recomen-daba el interés de ‘‘conservarlos y aprenderlos para bien de las letras y dela historia’’, no concedía a esas lenguas otro valor que el arqueológico.67

Por lo demás, las lamentaciones sobre la amnesia de los desarraiga-dos indígenas no constituían un género novedoso, ni formaban parte deun repertorio exclusivo de la gente nacida fuera de México. Léanse, si no,las palabras con que Diego López Cogolludo, uno de los mejores cronis-tas de Yucatán, cerró la descripción que había trazado de las ruinas deUxmal: ‘‘quienes fuessen [sus artífices] se ignora, ni los Indios tienen tra-dicion de ello’’.68

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 29

64 Cfr. Lumholtz, Carl, El México desconocido, vol. II, p. 320.65 Cfr. Romo Cedano, Luis, ‘‘Carl Lumholtz y El México desconocido’’, capítulo decimotercero,

III, 4 de este libro.66 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 135.67 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 101.68 López Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán, México, Editorial Academia Literaria, 1957,

libro IV, capítulo III, p. 177.

Lo mismo prueban las observaciones sobre los habitantes de Tonalánque se contienen en una pequeña biografía que Mariano Otero dedicó aGuadalajara:

en vano se buscaría allí un recuerdo físico o moral de lo que antes fue. Niun monumento, ni una piedra tan sólo elevan su fecha al día de la conquis-ta, y los descendientes de los antiguos indios perdidos enteramente sususos, costumbres e idioma, no recuerdan la memoria de la infeliz reina quetan propicia acogida diera a los conquistadores, ni la de los valientes gue-rreros que el 25 de mayo de 1530 turbaron el festín de los españoles y pere-cieron víctimas de su patriótico arrojo.69

Manuel Larrainzar nos ha transmitido idéntica constatación de la am-nesia de los habitantes de los alrededores de Palenque;70 y Santiago Mén-dez, que trató de cerca a los mayas de Yucatán, aunque nunca llegó a co-nocerlos, registró también su anclaje en el inmediato presente, y escribióque ‘‘de sus calendarios antiguos ni aun la memoria conservan’’.71

VII. EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO

Mientras que el México histórico precortesiano, que algunos intuyenenvuelto todavía en las brumas del olvido, es apreciado en la mayor partede los casos como admirable y deslumbrante, con las inevitables sombrasque proyectaban costumbres tan difíciles de justificar como los sacrificioshumanos, el otro México, contemporáneo de los extranjeros que lo visitano que en él residen, suele provocar comentarios de disgusto o, por lo me-nos, de conmiseración que, de modo casi indefectible ----como ya mostra-mos----, vinculan esos aspectos insatisfactorios al lastre de la tradición es-pañola. Ineludiblemente, el juicio sobre ese México se halla condicionadopor los intereses que, en cada caso, animan los pasos de los advenedizos:la dedicación a la política y sus afinidades partidistas, el deseo de estable-

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69 Otero, Mariano, Obras, recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de JesúsReyes Heroles, México, Porrúa, 1967, vol. II, p. 424.

70 Cfr. Larrainzar, Manuel, Estudios sobre la historia de América, sus ruinas y antigüedades,comparadas con lo más notable que se conoce del otro Continente en los tiempos mas remotos, ysobre el orígen de sus habitantes, México, Imprenta de Villanueva, Villageliú y Comp., 1875, vol. I,pp. 27-28.

71 García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Me-xicana’’, Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. II,1870, p. 377.

cer prósperos negocios, el estudio de las fuentes de riqueza, el descubri-miento de ruinas arqueológicas...

Un ejemplo, entre otros muchos que podrían traerse a colación, es elque proporcionan los juicios contrapuestos de Mathieu de Fossey y deBrantz Mayer en torno a dos textos constitucionales mexicanos coinci-dentes en tantos aspectos como las Leyes Constitucionales de 1836 y lasBases para la Organización Política de la República Mexicana de 1843.En tanto que Fossey no encontraba nada de objetable en el texto centralis-ta de 1836, que le parecía más apto para regir el país que la Constituciónfederal de 1824,72 Mayer prodigaba críticas a las Bases de 1843 por suespíritu restrictivo en la regulación del ejercicio de la ciudadanía, quemarginaba del sistema a los empobrecidos indios.73

Coinciden muchos autores extranjeros en experimentar el mismo ho-rror por los tremendos contrastes económicos entre unos y otros sectoresde la sociedad mexicana, en la que la población indígena ocupaba los es-calones inferiores, con escasas pero bien significativas excepciones: pueses preciso advertir que, como ya indicó en otra ocasión quien redacta es-tas líneas,74 se registraban notorias diferencias de status social en el senode las comunidades, y existían acusadas peculiaridades de carácter regio-nal y étnico.

Las lacerantes diferencias sociales condujeron a algunos de esos ob-servadores foráneos a la conclusión de que México traicionaba con loshechos los principios revolucionarios, ‘‘pues que éstos eran incompatiblescon la ociosidad, la miseria y la suciedad de la masa, y más aún inherma-nables con la extrema opulencia de unos pocos o la insultante que avara einútilmente atesoraba la Iglesia: la miseria y la mendicidad se compade-cían difícilmente con una república’’.75

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 31

72 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 505-507. Y, sin embargo, tal vez no se halle dema-siado alejado de la verdad el severo juicio de Ignacio M. Altamirano que, al referirse al régimencentralista establecido en 1836 por las Leyes Constitucionales, sostuvo que se asentó entonces el pre-dominio de una ‘‘oligarquía opresora y exclusivista; mejor dicho, una monarquía disimulada, bajo lainfluencia del ejército, del clero y de los ricos’’, que, amparada en el hecho de que ‘‘la mayoría dela población se componía de indígenas incultos, o de propietarios mestizos’’, pudo ignorar los intere-ses de esos sectores mayoritarios e incapacitados para hacer valer sus conveniencias y sus derechos(cfr. Altamirano, Ignacio M., Historia y política de México (1821-1882), México, Empresas Editoria-les, 1947, p. 46).

73 Cfr. Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, pp. 440-445.74 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 120-128.75 Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Prólogo y notas’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fue y lo que

es, p. XXXIV. La inglesa Anna M. Falconbridge, que en 1802 publicó un libro sobre sus viajes por

Por eso, Edward Thornton Tayloe, secretario de la legación de Esta-dos Unidos en México, advirtió la insuficiencia de las instituciones repu-blicanas y federales cuando los habitantes de la República carecían de lasmás elementales virtudes cívicas.76

Ese desajuste entre los ideales y la realidad indujo a Brantz Mayer anegar la posibilidad de que la forma republicana de gobierno despertara elmás mínimo interés en una población como la indígena de México:

ninguna ambición tiene de mejorar su condición; pues, de lo contrario, éstahabría mejorado en un país tan rico; están contentos viviendo y durmiendocomo las bestias del campo; carecen de aptitud para gobernarse a sí mis-mos, ni pueden tener esperanza de ello, ya que ni con una vida tan trabajo-sa han podido librarse de tanta miseria. ¿Es posible que tales hombres seconviertan en republicanos?77

Para ahondar en la gravedad de esas palabras, conviene tener encuenta que la mayoría de la población indígena habitaba en el espacio ru-ral y que, según apreció Francisco Javier Clavijero ----y la observaciónpuede aplicarse con la misma propiedad al siglo XIX----, el número de lagente que vivía en el campo ‘‘es infinito’’.78

De manera inusitada, que sorprendía a no pocos de los visitantes forá-neos, los templos católicos conformaban algunos de los reducidísimos es-pacios donde los distingos sociales parecían quedar relegados: ‘‘in Mexi-can churches we do not meet with that distinction of pews and seats souniversal with us. Here on the same floor the poorest Indians, and thehighest personages in the land, mix indiscriminately in their prayers tothat being to whom all earthly distintions are unknown’’.79

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África Occidental, testimonió el tremendo impacto que le habían causado las degradantes condicio-nes en que vivían los habitantes de las regiones del Continente Negro por ella visitadas: ‘‘I never did,and God grant I never may again witness so much misery as I was forced to be a spectator of here’’(‘‘nunca fui testigo, y Dios permita que nunca más vuelva a serlo, de tanta miseria como la que hedebido contemplar aquí’’): cit. en Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 104.

76 Cfr. Tayloe, E. T., Mexico, 1825-1828. The journal and correspondence of Edward ThorntonTayloe, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1959, p. 129.

77 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, p. 221.78 Cfr. copia de un papel que Clavijero dirigió al jesuita Vizcardo sobre la población de las

audiencias de México, Guadalajara y Guatemala, en Archivo General de Indias, Estado, 61, núm. 24.79 ‘‘No encontramos en las iglesias de México esa distinción de reclinatorios y de asientos tan

generalizada entre nosotros. Aquí, sobre el mismo suelo, los indios más pobres y los más encumbra-dos personajes del país se mezclan indiscriminadamente para elevar sus plegarias a ese Ser para el

En fechas más tardías, en un relato que publicó en 1908 el francésÉloi Lussan, que había vivido en México tres años, entre 1863 y 1866, encalidad de capitán del ejército francés, se rememoraba la triste suerte quehabía cabido a los indígenas después de la separación de España: ‘‘¿quéhan ganado ellos? Estar desde entonces, en su nueva calidad de ciudada-nos mexicanos, obligados al servicio militar, y es todo. Su condición so-cial ha quedado en todos los demás aspectos, la que hicieron las viejasordenanzas españolas, y después como antes, ahora como hace 100 años,el europeo o descendiente de europeo es para ellos el amo’’.80

No sólo pesaban sobre los indígenas los gravámenes establecidos porlas modernas legislaciones federal y estatales: porque, como aseguró An-selmo de la Portilla sobre Oaxaca y Yucatán, todavía había lugares dondese cobraba el viejo tributo indígena, abolido bajo el régimen constitucio-nal español.81 De otra parte, el incremento de la presión fiscal sobre laseconomías indígenas después de la Independencia explica la respuestaque un viajero inglés de esos años ----Robert Williams Hale Hardy---- reci-bió de un ranchero a quien interrogó acerca de las ventajas que le habíareportado la separación de España: ‘‘el único beneficio que él había lo-grado consistía en que antiguamente pagaba tres reales de impuesto porciertos artículos y ahora abonaba por los mismos cuatro’’.82

Por no multiplicar las citas, referimos sólo dos testimonios más: deAnselmo de la Portilla el primero, que se entretenía en la consideracióndel penoso presente que vivían los indígenas contemporáneos suyos, y deErnst von Hesse-Wartegg, el segundo, que trazaba una comparación con-trastante entre la condición de los indios de finales del siglo XIX y losnahuas que dominaron el altiplano antes de la llegada de los españoles.Escribía, indignado, De la Portilla:

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 33

cual son desconocidas las distinciones terrenales’’ (Bullock, William, Six months’ residence and tra-vels in Mexico, vol. I, pp. 144-145). Véase también Calderón de la Barca, Francis E. I., La vida enMéxico, vol. II, p. 318, y Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec dansl’État de Chiapas et la République de Guatémala: executée dans les années 1859 et 1860, par l’abbéBrasseur de Bourbourg, Membre des Sociétés de Géographie de Paris, de Mexico, etc., Ancien Admi-nistrateur ecclesiastique des Indiens de Rabinal, Chargé d’une mission scientifique de S. E. M. leMinistre de l’Instruction publique et des Cultes dans l’Amérique-Centrale, Paris, Arthus Bertrand,1861, p. 193

80 Cit. en Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, p. 46.81 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 53.82 Cit. en Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), Mé-

xico, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, p. 23.

¡pobres indios! Humillados y desvalidos como están, ellos lo hacen todo eneste país: ¡y se dice que estorban!

Llevan sobre sus hombros las cargas mas pesadas de esta sociedad; cul-tivan la tierra, crian los ganados, abren los caminos; abastecen á las ciuda-des, forman la fuerza de los ejércitos, contribuyen para los gastos públicos;dan en fin sus brazos á todas las industrias, su fuerza á todos los gobiernos,su sangre á la patria: ¡y se dice que estorban!83

Ernst von Hesse-Wartegg expresó su condolencia por el abatido esta-do de los naturales del país: ‘‘¡pobre pueblo degenerado! ¡Éstos son losdescendientes de aquellos aztecas, de los cuales los conquistadores espa-ñoles han legado descripciones tan pintorescas!’’.84

1. El mundo rural

Un campo de observaciones al que acuden con frecuencia los extran-jeros tiene que ver con las especificidades del hábitat de los indígenas queresidían en los espacios rurales, ajenos aún a la civilización: una forma devida que, en muchísimos casos, está marcada por el aislamiento y la se-gregación; un status que George Francis Lyon recomendaba preservar yrespetar,85 y que Mühlenpfordt ponía en relación con el desenvolvimientoagrícola de las apartadas regiones montañosas, promovido precisamentepor la dispersión de los indígenas.86 El Viaje a Yucatán de John L. Stephens,enviado a América Central como agente confidencial del presidente esta-dounidense Martin Van Buren, abunda en ese tipo de comentarios, inspi-rados por su prejuicio de hallarse ante gentes no contaminadas por la civi-lización y reducidas todavía al estado de naturaleza.

Ernest Vigneaux detectó la presencia de numerosos yaquis en Guay-mas, donde desempeñaban diversos oficios artesanales y se empleabancomo marineros, jornaleros o criados. Aunque se mostraban muy indus-triosos, todos los años volvían a sus pueblos; ‘‘y por poco que se agrienlas relaciones entre indios y criollos, circunstancia harto frecuente, la

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83 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 106.84 Cit. en Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, p. 50.85 Cfr. Lyon, George Francis, Journal of a residence and tour in the Republic of Mexico in the

year 1826, Port Washington-London, Kennikat, 1971, vol. II, pp. 238-240. Los mismos puntos devista, en Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, passim.

86 Cfr. Covarrubias, José Enrique, ‘‘La situación social e histórica del indio mexicano en laobra de Eduard Mühlenpfordt’’, capítulo cuarto, III, de este libro.

emigración viene a ser general y Guaymas carece de brazos’’,87 por elatractivo que los pueblos de origen seguían ejerciendo sobre esos indíge-nas. No parecía ser ése el caso de los axuas, al menos con la misma gene-ralidad; así, aunque solían ser muchos los hombres que, con el tiempo,regresaban a su comunidad ----atestigua Hardy----, las mujeres preferíancasarse con otros indígenas que residían cerca de las casas donde presta-ban sus servicios domésticos.88

Carl Christian Sartorius, sorprendido en un principio por la existenciade pequeños plantíos de indios en lugares aparentemente inaccesibles, enel fondo de recónditas barrancas, acabó convencido de que esas soledadesles servían ‘‘para practicar secretamente los ritos paganos que aún preva-lecen, utilizando las innumerables cuevas de la comarca’’.89 El retrai-miento de los indígenas, que explicaría su tendencia a la segregación dela población mestiza o blanca, parece asociarse también a los ojos de Sar-torius al carácter ‘‘cerrado, desconfiado y calculador’’ de las gentes quetuvo ocasión de tratar, que extendían ese muro de reserva a sus propioscongéneres: por eso no dudaría en sostener que los indios conformabanuna población diferenciada de la del resto del país.90 La misma explica-ción encontró el alemán para el hecho de que los indígenas que habitabanlas grandes ciudades parecieran querer refugiarse en comunidades separa-das,91 sin que acudieran a la mente de Sartorius las parcialidades fundadaspor los españoles.

Paula Kollonitz deploró el aislamiento geográfico, la falta de protec-ción jurídica y la marginación social y cultural de los indígenas: ‘‘muchosde ellos viven en las montañas bajo el dominio de los caciques y son cris-tianos apenas de nombre’’. Pero también admitió que, cuando rompíanese confinamiento y se acercaban a la civilización, acababan aún más de-gradados por la explotación de que los hacían víctimas ‘‘los blancos’’.92

Carl Lumholtz, movido por su espíritu aventurero a adentrarse en elcorazón de las tierras tarahumaras, se esforzó por ahondar en las creen-cias y en las costumbres de sus moradores. Y quedó impresionado por el

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87 Vigneaux, Ernest, Viaje a México, p. 20.88 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, p. 371.89 Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, p. 115. Véase también ibidem, pp. 142 y 153.90 Cfr. ibidem, pp. 140-142, y Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México, 1840-

1867, p. 61.91 Cfr. Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, p. 208.92 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, México, Fondo de Cultura Económica-Se-

cretaría de Educación Pública, 1984, p. 117.

recelo que sentían hacia los hombres blancos. Arrinconados en aquellasinaccesibles regiones por la codicia de éstos, los tarahumaras llegaban aatribuir los malos tiempos que les tocaba vivir a la venganza de los diosesque, irritados por los expolios cometidos por los blancos, se negaban aenviar la lluvia.93 Y, en otro pasaje, dejó constancia del fracaso de losesfuerzos realizados por los misioneros para conseguir que los indios nó-madas vivieran en aldeas.94

2. El servicio militar

No pasó inadvertido a los extranjeros el miedo que experimentabanlos indígenas ante la perspectiva de verse alistados en las filas del ejérci-to: un pavor del que muchas veces se aprovecharon caciques y leguleyospara chantajear a los indígenas, bajo la amenaza de mandarlos al ‘‘contin-gente’’ si no pagaban las contribuciones que aquellos explotadores, con-certados, se atrevían a exigirles sin ningún soporte legal.95 De ahí la des-confianza generalizada ante los censos de población que periódicamenteefectuaba el gobierno:

debe tenerse presente, que cada vez que el gobierno manda hacer un empa-dronamiento general, antes, y mucho mas hoy, la gente comun mira la pro-videncia como precursora de algun nuevo gravamen, de alguna nueva car-ga, y para ponerse en guardia contra lo que sobrevenga, oculta cuantopuede de su familia, sobre todo, en lo relativo á varones, para que ni lesimpongan contribucion, ni los lleven al ejército.96

En verdad, existían otras razones que favorecían el ocultamiento en loscensos de los indios, que seguramente recordaban tiempos pasados ----como

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93 Cfr. Lumholtz, Carl, El México desconocido, vol. I, p. 198.94 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 136-137.95 Cfr. González Navarro, Moisés, ‘‘El porfiriato. La vida social’’, en Cosío Villegas, Daniel,

Historia moderna de México, México, Hermes, 1955-1972, vol. VII, pp. 204-205.96 Orozco y Berra, Manuel, ‘‘México’’, en Alamán, Lucas et al., Diccionario Universal de His-

toria y de Geografia. Obra dada a luz en España por una sociedad de literatos distinguidos, y refun-dida y aumentada considerablemente para su publicacion en Mexico con noticias historicas, geogra-ficas, estadisticas y biograficas sobre las Americas en general y especialmente sobre la RepublicaMexicana, Mexico, Imp. De F. Escalante y Cª., Librería de Andrade, 1853-1856, vol. V, pp. 292-360.Cfr. González y González, Luis, El indio en la era liberal, p. 26. Estos temores venían de tiempoatrás: cfr. Annino, Antonio, ‘‘Prácticas criollas y liberalismo en la crisis del espacio urbano colonial.El 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México’’, Secuencia: Revista de Historia y CienciasSociales, México, nueva época, núm. 24, septiembre-diciembre de 1992, p. 144.

los vividos por los habitantes de Zacoalco---- en que se exigía el pago deuna tarifa a todos los que se registraban.97

García y Cubas señaló la nutrida presencia de indígenas en las filasdel ejército como una de las razones que obstaculizaban su crecimientodemográfico: ‘‘si á estas causas que tan poderosamente obran en el decre-cimiento de la raza indígena, se agrega la sensible disminucion que hasufrido á consecuencia de nuestras guerras civiles, pues la raza indígenaconstituye en su mayor parte el ejército, corroboran la verdad de mi aser-to’’.98 Y antes que él, Ernest de Vigneaux había tenido ocasión de com-probar con sus propios ojos que eran indios todos los soldados del cuartelde Guaymas donde quedó arrestado después de su detención.99

La sujeción de los indígenas al servicio militar, como una exigenciamás de la cacareada igualdad jurídica,100 llegó a ser considerada por esasetnias como ‘‘la mas cruel calamidad que devora á sus hijos’’ ----sobretodo cuando, a partir de los años cuarenta, la movilización se hizo másfrecuente----, y fue causa de insurrecciones armadas, como la de Misantla,Veracruz, en julio de 1853.101 Por eso, cuando Santa Anna decidió excep-tuar a ‘‘los indígenas de la raza primitiva, que no se han mezclado conotras [razas]’’, del sorteo para los reemplazos del ejército, se granjeó elagradecimiento de muchas comunidades que, como la de Zoquizoquipan,expresaron públicamente su satisfacción.102

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97 Cfr. Taylor, William B., ‘‘Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalis-co, 1790-1816’’, en Katz, Friedrich (comp.), Revuelta, rebelión y revolución, vol. I, p. 206.

98 García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Me-xicana’’, p. 372.

99 Cfr. Vigneaux, Ernest, Viaje a México, p. 14.100 Anselmo de la Portilla reconocía que la declaración de igualdad y el reconocimiento de la

condición ciudadana de los indígenas no impedía que ‘‘cualquier cabo de escuadra h[ubiera] podidoarrancarlos de su hogar, ó arrebatarlos en la calle, para meterlos en un cuartel y hacerlos soldados’’:Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 89.

101 Cfr. Thomson, Guy P. C., ‘‘Los indios y el servicio militar en el México decimonónico.¿Leva o ciudadanía?’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en el Mé-xico del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investiga-ciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 210-220; Reina, Leticia (coord.), Lasluchas populares en México en el siglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Supe-riores en Antropología Social, Cuadernos de La Casa Chata, 1983, p. 92, y Chenaut, Victoria, Aqué-llos que vuelan, pp. 109-110.

102 Cfr. Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana ó Colección completa de lasdisposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, México, Imprenta del Co-mercio, a cargo de Dublán y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. VI, núm. 3,983, p. 627 (2 de agosto de 1853);Legislación indigenista de México, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1958, p. 32; El Univer-sal, 14 de agosto de 1853, y Vázquez Mantecón, Carmen, Santa Anna y la encrucijada del Estado. Ladictadura (1853-1855), México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp. 167-168 y 253.

No obstante, como sucedería en tantas otras ocasiones y como insinúaErnest Vigneaux, la ley debió de quedar en letra muerta: ‘‘yo no sé quiénhabría de ser soldado entonces, ni cómo había de hacerse el reemplazo;pero sé perfectamente que no hay un soldado mexicano que no sea indioy que el reclutamiento se hace como en Turquía’’.103 Y Fossey presencióel incumplimiento palmario de esas disposiciones presidenciales:

le jour où le premier tirage à la conscription eut lieu à Guanaxuato, j’ai vude mes propres yeux faire une levée de force au village de Mellado, à unquart de lieue de la ville. On s’empara d’une vingtaine d’ouvriers mi-neurs, qu’on arracha ainsi à leurs familles au mépris de toutes les lois hu-maines.104

En el Constituyente de 1856-1857 se recordarían, sin embargo, otrasactuaciones de López de Santa Anna menos complacientes con los indí-genas. Así, un diputado reprobó la conducta de Santa Anna cuando escalóel poder y, con el apoyo de los conservadores, procedió a una violentarepresión de quienes no compartían su modo de pensar: ‘‘en su saña no seolvidaron ni de los pobres indios de Jico, que en 1845 detuvieron al dicta-dor en su fuga’’.105 Y Carlos de Gagern comentó, a propósito de las dispo-siciones de Santa Anna en favor de los indígenas: ‘‘á pesar de la ley sobrereclutamiento, basada sobre aquel principio de exclusion, recurria conti-nuamente al odioso sistema de la leva’’.106

No obstante, aquel Constituyente careció de sensibilidad ante los pro-blemas de las comunidades indígenas. Se entiende así que, entre otrosacuerdos y comunicaciones que revocó en abril de 1856, a propuesta de la

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103 Vigneaux, Ernest, Viaje a México, p. 59.104 ‘‘El día en que tuvo lugar el primer sorteo para la conscripción en Guanajuato, vi con mis

propios ojos cómo se practicaba una leva forzosa en el pueblo de Mellado, a un cuarto de legua de laciudad. Se prendió a una veintena de obreros mineros, a los que se arrancó de sus familias de esamanera, con desprecio de todas las leyes humanas’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 495). Losmismos bárbaros procedimientos aparecen narrados en Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es,pp. 372-373.

105 Intervención de Santos Degollado ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 3 de marzode 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857, Es-tracto de todas sus sesiones y documentos parlamentarios de la epoca (edición facsimilar de la deMéxico, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857), México, H. Cámara de Diputados, Comité de AsuntosEditoriales, 1990, vol. I, p. 73).

106 Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, Boletín de laSociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. I, 1869, p. 809. Cfr. Covo,Jacqueline, Las ideas de la Reforma en México (1855-1861), México, UNAM, Coordinación de Hu-manidades, 1983, p. 334.

comisión de Guerra, por considerarlos ‘‘de todo punto insignificantes’’,incluyera la ‘‘escepcion del sorteo en favor de los indígenas’’.107

Algunas legislaturas estatales ----la de Jalisco, por ejemplo---- excep-tuaron a los indígenas del servicio de la Guardia Nacional, conscientes de‘‘la miseria general en que viven los que se llaman indios’’. La necesidadde conjugar ese régimen peculiar con la igualdad de todos los ciudadanosante la ley inspiró al Congreso jalisciense unas reflexiones: si bien todosparticipaban de unos mismos derechos y se hallaban sujetos a igualesobligaciones, se hacía palpable la necesidad de dispensar una proteccióneficaz a los indígenas, ‘‘á fin de mejorar su situacion, haciéndoles sentirlos inmensos beneficios de la educacion social’’. A fin de cuentas, se tra-taba de aplicar el mismo régimen de excepción que había establecido enfavor de los jornaleros la ley del 10 de julio de 1861, por la que se organi-zó la Guardia Nacional en el estado.108

En la medida en que el servicio militar obligatorio se asociaba a lasbrutales prácticas de la leva ----prohibida sin eficacia por disposicionesgubernamentales de 1856, 1859109 y 1861, combatida en tiempos contodo el rigor jurista de un Ezequiel Montes, y condenada por los amparosconcedidos por jueces de distrito y por la Suprema Corte de Justicia110----,su impopularidad desaconsejaba el restablecimiento, a pesar de algunas

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107 Propuesta de la comisión de Guerra al Congreso Constituyente de 1856-1857, 19 de abril de1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857, vol. I,p. 165).

108 Cfr. Colección de los decretos, circulares y órdenes de los Poderes Legislativo y Ejecutivodel Estado de Jalisco, Guadalajara, Tip. de S. Banda, calle de la Maestranza núm. 4, y Tip. de M.Pérez Lete, Portal de las Flores núm. 7, 1872-1883, vol. I, pp. 291-294 (29 de agosto de 1861).

109 Una orden de la Secretaría de Guerra al comandante general del distrito de México, fechadael 10 de febrero de 1859, exponía el disgusto del presidente sustituto cuando tuvo conocimiento deque ‘‘algunos cuerpos del ejército toman de leva á los ciudadanos pacíficos, destinándolos al serviciode las armas sin que preceda la calificacion de la autoridad política que debe hacerla; y como esteproceder, ademas de lo odioso é inconveniente que es, da lugar á continuas reclamaciones que redun-dan en descrédito de la benemérita clase militar’’, prevenía a los jefes de los cuerpos que hicierancesar la leva y se ciñeran a los reemplazos que les fueran consignados por el gobernador del distrito:Arrillaga, Basilio José, Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglamentos, circulares y providen-cias de los supremos poderes y otras autoridades de la República Mexicana. Formada de orden delSupremo Gobierno por el Licenciado Basilio José Arrillaga, México, Imprenta de A. Boix, á cargode M. Zornoza, 1865, p. 56.

110 Cfr. Valadés, José C., El porfirismo. Historia de un régimen. El nacimiento (1876-1884),México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 1977, pp. 56 y 139-140, y Covo, Jacqueline, Lasideas de la Reforma en México (1855-1861), p. 363. Ignacio L. Vallarta expresó su pesar por la su-pervivencia de la leva, después de numerosas ejecutorias en su contra por parte de la Suprema Cortede Justicia: véase infra.

opiniones, como la de José María del Castillo Velasco, que abogaban porla presencia indígena en las filas del ejército:

preferir á los hombres de la raza indígena para el servicio de las armas yrenovar con frecuencia, con cuanta frecuencia fuese posible, los cuadrosdel ejército, daria por resultado que todos esos hombres adquiriesen ciertasnecesidades y ciertos conocimientos que los sacarian del estado de postra-cion y envilecimiento en que ahora se encuentran.111

Cuando, en 1896, trató de articularse un movimiento que presionaraen favor de la reinstauración del servicio militar obligatorio, El MonitorRepublicano no ahorró críticas a los disparatados argumentos con que serecomendaba la adopción del viejo sistema. Ni contaba el gobierno conrecursos para sostener la ampliación de tropas, ni había conflictos queaconsejaran la implantación de una defensa armada permanente, ni existíaun espíritu público que avalase tan costosa exigencia:

en las naciones europeas en que existe el servicio militar obligatorio, haexistido ántes que el servicio el sentimiento patriótico que ordena afiliarseen el Ejército cuando la Patria ha menester una defensa permanente. Aque-llos Gobiernos no han tenido, en consecuencia, obstáculo que allanar ni re-sistencia que vencer para obligar á los ciudadanos á cumplir una ley sobreenganche forzoso en el Ejército.112

La necedad de las razones aducidas por quienes postulaban la obliga-toriedad del servicio de armas constituía una invitación a la comicidad.Así, el articulista de El Monitor Republicano ironizaba al tratar de lasventajas que algunos creían descubrir en la forzosa consignación al ejér-cito: el recluta, enriquecido en hábitos de moral, de higiene y de ilustra-ción, regresaría a su casa al cabo de cinco o seis años de vida militar,habiendo probado el sabor de la civilización y convertido en propagandis-ta del progreso: ‘‘y, como de hecho, vale más que la mayoría de sus pai-sanos, ejercerá autoridad sobre ellos, será nombrado Alcalde y tratará deintroducir en su pueblo algo de lo mucho bueno que en su vida de soldadovió’’.113 En realidad, ‘‘cuando por diversos motivos el soldado indígena

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111 El Monitor Republicano, 29 de junio de 1870.112 Ibidem, 10 de marzo de 1896.113 Idem.

quedaba desligado del ejército, rara vez volvía a su hogar ----que proba-blemente encontraría abandonado y sus campos destruidos----, pues se ha-bía acostumbrado a la fácil tarea del saqueo y había caído en todo tipo devicios’’.114

Razonamientos en favor de la constricción de los indígenas al servi-cio militar, fundados en los beneficios que éstos recibían del contacto conla civilización, fueron expresados por Carlos de Gagern, en 1869:

en lugar de una choza destruida, habita cuarteles espaciosos y bien ventila-dos...; en vez de alimentos puramente vegetales é insuficientes, su rancho,compuesto de tres comidas diarias, es sustancial, abundante...; en lugar desimples calzones de manta, de un sayal de lana rayada de diferentes colo-res, y de un mal sombrero de palma, se viste de uniforme; en lugar de lamugre que comunmente cubre su cuerpo..., se le obliga á un aseo relativo;en lugar de un trabajo penoso y mal retribuido..., no tiene mas que de cua-tro á seis horas por dia de ejercicio, y recibe, fuera de sus alimentos, un realdiario para sus necesidades...;115

y por Andrés Molina Enríquez, en 1906:

los indios como soldados, por el sueldo que ganaban, o por el pillaje que seles permitía, mejoraban de condición, y esto, que ha venido a concluir has-ta el período integral, dio siempre a todos los elementos directores, a todoslos revolucionarios, y a todos los jefes de motín, muchedumbres que lossiguieran sin conocer ni discutir las ideas por que combatían.116

Maqueo Castellanos reincidió en las ventajas que proporcionaba alindígena su incorporación a filas, y asumió la defensa del principio deobligatoriedad del servicio en el ejército para los indígenas, en el quecreía descubrir una triple influencia benefactora sobre el indio soldado:‘‘despierta en él ciertas ideas morales; le cría ciertas necesidades penosasde abandonar más tarde; y á la vez que le impone el trabajo como obliga-ción, le ilustra con la escuela en el Cuartel’’.117

No obstante las críticas de amplios sectores a la obligatoriedad delservicio militar, la determinación del general Porfirio Díaz era muy firme.

LOS EXTRANJEROS ANTE LA DIVERSIDAD INDÍGENA 41

114 Lameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, p. 181.115 Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, p. 810.116 Molina Enríquez, Andrés, Juárez y la Reforma, México, Libro-Mex Editores, 1956, p. 87.117 Maqueo Castellanos, E., Algunos problemas nacionales, México, Eusebio Gómez de la

Puente, Librero Editor, 1910, p. 100.

Ya en 1888 había abolido la Guardia Nacional y centralizado el institutomilitar para combatir el peligro de las tendencias centrífugas, y asegurarun orden político diseñado y controlado desde la ciudad de México.Reaparecieron entonces, recrudecidos, los vicios indisociables del viejoejército: los contingentes de sangre, la leva, las deserciones y la baja mo-ral en los campos de batalla.118

Un relato de Manuel Payno ----carente de mayor intencionalidad polí-tica---- sobre el bárbaro trato que se daba a los reclutas acaba de conven-cer, si alguna duda cupiera, de los tremendos pesares que soportaban lasclases bajas de la población, aterrorizadas ante la perspectiva de ver enro-lados a miembros de su familia en las filas del ejército:

los reclutas, amarrados en mancuernas, fueron instalados a varazos en elcorral [de la hacienda donde iba a alojarse la tropa por varios días]; pueslos cabos, para no dejar descansar a su vara, hacían uso de ella sin motivo,descargándola sobre los traseros y espaldas del montón que iba entrando.En seguida se encendieron unas lumbradas con la leña que doña Pascualatenía en su cocina, y se les arrojaron a los reclutas unos troncos de carnecomo a fieras.119

La narración de Payno prosigue con la caprichosa decisión del capi-tán que dirigía aquella tropa que, enojado por las resistencias de la pro-pietaria de la hacienda a acceder a sus demandas intempestivas, decidióponer gorra de cuartel y ‘‘pasar por cajas’’ a los tres muchachos que vi-vían en la casa. ‘‘Y dicho y hecho... Los raparon, les pusieron su gorra decuartel, y amarrados codo con codo, fueron conducidos al corral a formarparte de la cuerda’’.120 Las súplicas de doña Pascuala y de su anfitrión,que trataban de conmover al oficial, obtuvieron esta respuesta notabilísi-ma: ‘‘tengo orden de reclutar el batallón y no han de ser únicamente losindios los que hagan el servicio’’.121

A la vista de esos expeditivos procedimientos de leva no resulta ex-traño que, como señala un episodio posterior de la misma novela, ‘‘losreclutas indígenas se deserta[sen] tan luego como podían’’, y que la briga-

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118 Cfr. Thomson, Guy P. C., ‘‘Los indios y el servicio militar en el México decimonónico.¿Leva o ciudadanía?’’, pp. 245-246.

119 Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, México, Porrúa, 1945, vol. III, p. 168.120 Ibidem, vol. III, p. 169.121 Ibidem, vol. III, p. 170.

da viniese a menos cada día, ‘‘por la deserción y por la absoluta falta derecursos’’.122

El mismo Carlos de Gagern, que había ponderado las ventajas socia-les de la sujeción de los indígenas al servicio de las armas, describió, conbase en un relato de Vigneaux ----Recuerdos de un prisionero de guerraen México----, la brutalidad con que se recababa el contingente de sangre:

eran agarrados y encerrados provisionalmente; en seguida se les obligaba ádeclararse conformes con ser soldados... Si de este modo no se llenaba elcupo, se completaba con sacar de las prisiones lo que allí habia de genteménos viciosa. Entónces se ponian esposas á todos estos voluntarios, se lesataba con una cuerda de dos en dos como á malhechores, y se les conduciaal cuerpo de que debian formar parte.123

Como Payno y Gagern, también Arrangóiz describió el modo brutalque solía revestir la leva;124 y el propio Gómez Farías hubo de intervenirpara cortar los abusos cometidos por las comisiones encargadas de practi-car las levas, que llegaban al extremo ‘‘de meterse á las casas y sacar álos individuos de ellas’’.125 Sartorius mostró con realismo y con gracia laparafernalia que acompañaba a las órdenes de reclutamiento:

inesperadamente, en una bella tarde, los hombres son detenidos en las ca-sas de juego, en las calles, e inclusive en sus viviendas, por una patrulla dela guardia civil, mantenidos bajo vigilancia y a la mañana siguiente, conlos brazos atados por la espalda y amarrados de dos en dos, son enviados ala cabecera de distrito.

En los poblados pequeños, el domingo es el día preferido para buscargente para el ejército, en vista de que la muchedumbre se reúne en la plazadel mercado, o bien los hombres son buscados la noche del sábado, en unode esos bailes que se anuncian con ruidosa cohetería, precisamente paraatraer a los hombres a quienes les entusiasman estos entretenimientos so-ciales. Es indescriptible la trepidación que se produce en el local del bailecuando el alcalde se presenta acompañado de la guardia, ocupa las salidas

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122 Ibidem, vol. III, pp. 330 y 354.123 Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, pp. 809-810.124 Cfr. Arrangóiz, Francisco de Paula, Méjico desde 1808 hasta 1867, relación de los principa-

les acontecimientos políticos que han tenido lugar desde la prisión del Virrey Iturrigaray hasta lacaída del segundo imperio (Madrid, A. Pérez Dubrull, 1871-1872), México, Porrúa, 1985, p. 350.

125 Dublán, Manuel, y Lozano, José María, Legislación mexicana, t. II, núm. 1,223, pp. 538-539(11 de julio de 1833).

y selecciona a los individuos que poseen los requisitos para ser soldados.El grito ‘‘leva’’ produce más consternación que un terremoto. En ciertaocasión vi a una vieja que huía por el campo, y al preguntarle cuál era elmotivo de su prisa, me respondió, casi sin resuello: ‘‘Están echando leva’’.‘‘Bueno ----le dije---- a usted no la tocarán’’. Ella contestó que de esto nohabía seguridad ninguna, y que lo mejor era esconderse.126

No exageraba, pues, Antonio Escudero, diputado por el Estado deMéxico en el Constituyente de 1856-1857, cuando sostenía que el gobier-no sólo se acordaba de los indígenas ‘‘para imponerle[s] el duro serviciode las armas’’.127 Y tampoco faltaba razón a Ignacio Luis Vallarta paralamentar que, aun a pesar de hallarse condenada por millares de ejecuto-rias de la Suprema Corte, ‘‘la leva se mantiene por los Poderes legislativoy ejecutivo’’:128 entre otras razones, porque la carencia de fondos con quesostener y alimentar a las tropas constituía una permanente invitación adesertar, y los oficiales tenían que echar mano de aquella práctica paraevitar la sangría de sus unidades.129

Para recapitular cuanto se ha expuesto en los párrafos que precedenacerca de la profunda antipatía del indígena hacia la institución militar,nada mejor que el testimonio de un viajero inglés que, en 1856, presencióla reacción de los habitantes de un pueblo indígena cercano a Cuernava-ca, cuando el comandante de una tropa pretendió acuartelarla dentro delos términos comunales: ‘‘los habitantes recibieron [a las tropas] con unalluvia de piedras..., y éstas tuvieron que retirarse de la manera más igno-miniosa a sus antiguos cuarteles entre ‘gente de razón’’’.130

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126 Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, pp. 238-239.127 Intervención de Antonio Escudero ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 2 de agosto

de 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857, vol.II, p. 42).

128 Vallarta, Ignacio L., ‘‘Votos que como presidente de la Suprema Corte de Justicia dio en losnegocios mas notables resueltos por este tribunal de enero a diciembre de 1881’’, en Vallarta, IgnacioL., Obras (edición facsimilar de la de México, Imprenta de J. J. Terrazas, 1896). Cfr. ibidem, pp. 548y 568, México, Porrúa, 1980, vol. III, p. 569.

129 Cfr. Weber, David J., La frontera norte de México, 1821-1846. El Sudoeste norteamericanoen su época mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 160.

130 Tylor, Edward Burnett, Anahuac: or Mexico and the Mexicans, ancient and modern, London,Longman, Green, Longman & Roberts, 1861, p. 199, cit. en Powell, T. G., El liberalismo y el campe-sinado en el centro de México (1850 a 1876), México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Seten-tas, 1974, p. 23.

CAPÍTULO SEGUNDO

LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTESINDÍGENAS CONTEMPLADOS POR HENRY GEORGE WARD,ENCARGADO DE NEGOCIOS DE SU MAJESTAD BRITÁNICA

EN MÉXICO, 1825-1827

Eduardo Edmundo IBÁÑEZ CERÓN*

Manuel FERRER MUÑOZ**

SUMARIO: I. Datos biográficos. II. Obras. III. Fuentes con-sultadas por Henry G. Ward. IV. ¿Por qué escribe Ward?V. El criollo y la sociedad mexicana. VI. La visión de los indios.

VII. Algunas consideraciones finales.

El 27 de septiembre de 1821, el ejército rebelde comandado por el liberta-dor Agustín de Iturbide hizo su entrada triunfal en la ciudad de México yterminó con tres siglos de dependencia colonial. Una de las primeras ac-ciones emprendidas por la joven nación mexicana fue obtener el recono-cimiento de su Independencia por parte de los estados del viejo continen-te, una empresa nada fácil debido a la decidida oposición de la Coronaespañola a aceptar la separación de sus posesiones americanas. Este obje-tivo comenzó a cumplirse cuando, en el mes de marzo de 1825, el diplo-mático británico Henry George Ward presentó al presidente GuadalupeVictoria, en forma oficial, las cartas credenciales que lo acreditaban comoencargado de negocios del gobierno de Su Majestad ante el régimen me-xicano. De esta forma los dos gobiernos formalizaban una serie de con-tactos no oficiales sostenidos hasta entonces.

Antes de hablar sobre nuestro viajero, es necesario detenerse un mo-mento para comentar, en forma breve, los primeros contactos anglo-mexi-canos realizados tras la emancipación, porque las instrucciones que los

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* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. ** Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

agentes diplomáticos ingleses traían ayudan a entender los motivos queimpulsaron a Ward a escribir un libro sobre nuestro país. Adelantemos aese respecto que lo que más interesaba a los británicos tras la Inde-pendencia mexicana eran las minas de plata, famosas desde la época co-lonial.

Tenemos conocimiento de que residía en México desde 1822 el Dr.Patrick Mackenzie, agente secreto enviado por el gobierno británico conla misión de informar sobre la estabilidad del gobierno de Iturbide y so-bre la riqueza del país. Mackenzie, que presenció la caída del régimenmonárquico iturbidista, transmitió informes positivos al Foreing Officesobre el futuro del país.1

Más oficiales fueron las conferencias sostenidas por el general Gua-dalupe Victoria y el propio Dr. Mackenzie durante los meses de julio yagosto de 1823. El objetivo de la embajada inglesa consistía en establecerrelaciones políticas y comerciales con México. El gobierno mexicanosentó como bases para la realización de las conversaciones el reconoci-miento de la Independencia nacional, el respeto a la integridad territorial----incluyendo la fortaleza de San Juan de Ulúa, todavía en poder espa-ñol---- y el apoyo inglés frente a amenazas externas, sobre todo de España.Las pláticas se desarrollaron en un clima de cordialidad entre las dos par-tes, pero se centraron más en la posibilidad de firmar un tratado de co-mercio y de proporcionar algunos préstamos al gobierno mexicano. Nopudo llegarse a un acuerdo comercial por el deseo del representante in-glés de incorporar en el tratado artículos que excluyeran a otras naciones,lo que pareció excesivo a la parte mexicana. Mackenzie regresó a supaís.2 La siguiente embajada británica llegó a tierras aztecas a finales de1823 y, con ella, nuestro personaje.

I. DATOS BIOGRÁFICOS

Henry George Ward nació en Inglaterra el 27 de febrero de 1797. Ini-ció sus actividades en el servicio diplomático británico de forma no ofi-cial, con un modesto salario y unas perspectivas poco halagüeñas de po-der realizar una trayectoria diplomática satisfactoria. Estudió en Harrow,

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1 Cfr. Rodríguez O., Jaime E., El nacimiento de Hispanoamérica, México, Fondo de CulturaEconómica, 1980, p. 124.

2 Cfr. Guadalupe Victoria, Correspondencia diplomática, introducción de Hira de Gortari,México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1986, p. 20.

y al término de su estancia en esta escuela fue enviado al extranjero paraque aprendiera otros idiomas y completara su educación. Obtuvo su pri-mer puesto diplomático como agregado en la legación británica en Esto-colmo. De ahí pasó con el mismo puesto a La Haya, en 1818, y a Madrid,en 1819. Estos cargos diplomáticos bien pudieron ser obtenidos por me-dio de influencias. Su padre, Robert Plumer Ward, fue amigo del primerministro William Pitt; además, gracias a su primer matrimonio, HenryGeorge conoció al primer conde de Mulgrave, quien le consiguió unpuesto de subsecretario en el Foreign Office en 1805 y un asiento en elConsejo del Almirantazgo que retuvo hasta 1823. Fue miembro del Parla-mento por Haslemere, de 1807 a 1823, e íntimo amigo del también pri-mer ministro George Canning.3

Durante su permanencia en Madrid, Ward trabó amistad con LionelHervey, quien lo convenció para que formara parte de la primera misióndiplomática inglesa enviada a México por Canning. La embajada estabaintegrada por Lionel Hervey, Charles O’Gorman, Patrick Mackenzie,Thompson y el propio Ward. El objetivo de la comisión presidida porHervey era informar al ministro Canning sobre la estabilidad del país,sus posibilidades de conservar su Independencia, y la disposición delos mexicanos para establecer relaciones de amistad y comercio conInglaterra. Además, debía indagar sobre su actitud hacia España y versi era posible la aceptación, por parte de los mexicanos, de una even-tual mediación inglesa encaminada a solucionar los problemas con laantigua metrópoli.4

La expedición zarpó del puerto de Plymouth el 18 de octubre de 1823a bordo del buque Thetis y llegó a México el 11 de diciembre. Según Lu-cas Alamán, al difundirse en la capital azteca la noticia de la llegada delos nuevos representantes ingleses se forjaron grandes esperanzas de po-der conseguir el reconocimiento formal de la Independencia por parte dela principal potencia europea del momento. El viaje de los comisionadosa la capital discurrió sin incidentes, aunque los recientes acontecimientosocurridos en la ciudad de Puebla aconsejaron al gobierno mexicano dictardisposiciones a la escolta para dar un rodeo y evitar la capital poblana,con el objeto de no arriesgarse a que los diplomáticos ingleses sufrieran

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3 Cfr. Johnston, Henry McKenzie, Missions to México, a tales of British diplomacy in the1820’s, London, British Academic, 1992, pp. 46-47.

4 Cfr. Glender Rivas, Alberto Ignacio, La política exterior de Gran Bretaña hacia el Méxicoindependiente, 1821-1827, México, s. e., 1990, p. 63.

algún ultraje en sus personas o pertenencias, con la consiguiente mermapara el prestigio de la joven nación.5

En un reporte fechado el 18 de enero de 1824, los representantes in-gleses informaron a su gobierno de que ya estaba formado un gobiernorepublicano en México, y corroboraron además la difundida opinión deque el país era inmensamente rico, por lo que indicaban que Inglaterrapodía beneficiarse ayudando a los mexicanos a desarrollar sus grandesposibilidades productivas.6 Este primer encuentro de nuestro viajero conMéxico terminó el 5 de febrero de 1824, al regresar Ward a Gran Bretañacon los informes recabados por los enviados ingleses sobre la situacióninterna mexicana.

En diciembre de 1824, después de difíciles negociaciones sostenidasen la capital inglesa por los agentes mexicanos José Mariano Michelena yVicente Rocafuerte con el gobierno británico, el primer ministro Canningse decidió a reconocer la Independencia mexicana. Ward regresó a Méxi-co, esta vez con el cargo de ministro plenipotenciario, que compartía conJames Morier, que se encontraba ya en México con la misión de concertarun tratado de comercio con el gobierno mexicano. El 18 de enero de1825, nuestro diplomático zarpó del puerto de Devonport en el navíoEgeria y desembarcó en Veracruz el 11 de marzo del mismo año. Losrepresentantes ingleses presentaron oficialmente sus cartas credencialesal presidente Guadalupe Victoria el 30 de marzo de 1825. Durante su ges-tión diplomática, Ward cultivó buenas relaciones con algunos miembrosdel gabinete, en especial con el presidente Victoria y con su inteligenteministro de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán.

En cuanto al compañero de Ward, James Morier, éste se acreditó anteel gobierno mexicano como simple agente diplomático del gobierno deSu Majestad. El representante mexicano en Londres, Michelena, habíanotificado el 17 de julio de 1824 a su gobierno la designación de Morier----al que calificó como ‘‘uno de los más hábiles diplomáticos ingleses’’----y su próxima partida a tierras aztecas. Entre los diversos cargos que Mo-rier había desempeñado para el gobierno inglés con anterioridad, se en-contraba el haber llevado a buen término una delicada misión en Persia, yocupado el cargo de ministro de Su Majestad ante el gobierno ruso: Mi-

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5 Cfr. Alamán, Lucas, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon suindependencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Fondo de Cultura Económica,1985, vol. V, p. 782.

6 Cfr. Rodríguez O., Jaime E., El nacimiento de Hispanoamérica, p. 125.

chelena esperaba que, sentados esos precedentes, acudiera a la Repúblicamexicana con la misma acreditación, hecho que no ocurrió.7 Morier llegóa México cuando ya se hallaba muy avanzado el año 1824: el 17 de no-viembre, la Secretaría de Relaciones Exteriores se apresuró a comunicaral representante mexicano en Londres el arribo de Morier, para que lo no-tificara al gobierno inglés.8

La firma del tratado comercial entre los dos países fue el centro de laatención de Ward y Morier desde los primeros días de su estancia en Mé-xico, hasta su conclusión el 6 de abril de 1825. Morier regresó a GranBretaña llevando consigo el tratado de comercio suscrito por los dos go-biernos para su ratificación por el Parlamento inglés. Ward, por su acredi-tación como ‘‘comisionado’’, no gozó de la categoría de ministro, por loque quedó en calidad de simple ‘‘encargado de negocios’’, cargo que con-servó durante el resto de su estancia en nuestro país.9

Gran parte de la labor diplomática desplegada por el encargado denegocios inglés en México consistió en preservar el prestigio británico ycontrarrestar la creciente influencia norteamericana. Así, mientras quepor un lado convirtió su casa en un centro de reunión para todos aquéllosque se oponían al partido yorkino, al mismo tiempo se encargaba de acu-sar al ministro americano Joel R. Poinsett de apoyar la publicación depropaganda hostil a los ingleses, propaganda destinada a despertar temo-res en los mexicanos sobre las verdaderas pretensiones de la Gran Breta-ña. Convertida la casa de Ward en centro de reunión, el dinero gastadollegó a causar su ruina económica, ya que el Foreing Office nunca se lodevolvió. Por ejemplo, en 1826 Ward propuso que se cargaran cuatro-cientas libras a la cuenta del servicio secreto inglés para cubrir los desem-bolsos hechos en la publicación de un libro y un mapa, y para cubrir los gas-tos de las cenas y fiestas que había realizado. Se le informó de que losméritos del libro y el mapa serían tomados en consideración, pero queningún presupuesto del servicio secreto se podía ejercer para cubrir gastosde fiestas. Esos egresos, se le notificó, se cargarían a su cuenta privada.10

La mayoría de los historiadores norteamericanos que se han encarga-do de estudiar las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos

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7 Cfr. Alamán, Lucas, Historia de México, vol. V, p. 817, y La diplomacia mexicana, México,Tipografía Artística, 1910-1913, vol. III, p. 42.

8 Cfr. La diplomacia mexicana, vol. III, p. 113.9 Cfr. Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (en adelante, ASRE) expte. 3-11-

4,577.10 Cfr. Glender Rivas, Alberto Ignacio, La política exterior de Gran Bretaña, pp. 143 y 145.

atribuyen los descalabros sufridos por su embajador Poinsett a la gran in-fluencia que el encargado de negocios inglés ejercía sobre el gobiernomexicano, en especial sobre el ministro de Relaciones Exteriores, LucasAlamán.11 Esto no corresponde a la verdad: precisamente Lucas Alamánfue uno de los primeros políticos mexicanos que, con sus propias luces,intuyó el peligro que representaba la pujante República del norte para lajoven nación azteca e intentó preservar la Independencia, y sobre todo,asegurar la integridad territorial heredada de la colonia frente a las ambi-ciones estadounidenses.

Al representante inglés no se le escaparon las miras del gobierno nor-teamericano sobre México en lo que se refería a sus ambiciones territoria-les. El 31 de marzo de 1827 escribió al primer ministro Canning: ‘‘no va-cilo en expresar mi convicción en el sentido de que la finalidad de lamisión de Poinsett... consiste en embrollar a México en una guerra civil,facilitando así la adquisición de las provincias que se encuentran al nortedel río Bravo’’. Más tarde, después de haber obtenido una informaciónmás completa sobre la influencia y puntos de vista del plenipotenciarionorteamericano, pudo escribir a su gobierno que ‘‘la formación de una fe-deración americana general, de la cual resultan excluidas las potenciaseuropeas, pero particularmente Gran Bretaña, es el gran objeto de los ma-nejos de Mr. Poinsett’’.12

Es más difícil de establecer la posible injerencia de Ward en los asun-tos internos mexicanos. Al parecer, junto con Poinsett, se opuso a que elobispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez, ocupara un puesto en el gabine-te. Apoyó decididamente a las logias masónicas del rito escocés en su lu-cha contra las yorkinas, por considerar que los escoceses representaban lagarantía de la influencia británica en nuestro país. Se cree que tomó parte,si bien discretamente, en varios otros hechos de la política mexicana.13

En febrero de 1827, el gobierno inglés le notificó su próxima sustitu-ción por Richard Pakenham en el puesto de encargado de negocios de lalegación en México. El nuevo encargado de negocios llegó a la Repúblicamexicana el 11 de abril de 1827, y el día 18 del mismo mes Pakerham yWard fueron recibidos, el segundo por última vez, en audiencia por el

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11 Cfr. Fuentes Mares, José, Poinsett, historia de una gran intriga, México, Ediciones Océano,1982, p. 75.

12 Ibidem, pp. 76 y 79.13 Cfr. Musacchio, Humberto, Diccionario enciclopédico de México, México, Andrés León,

1990, vol. IV, p. 2,176, y Palomar de Miguel, Juan, Diccionario de México, México, Panorama Edi-torial, 1991, vol. IV, p. 1,801.

presidente Guadalupe Victoria. Ward presentó oficialmente a su sucesory se despidió del presidente. Regresó a Inglaterra a bordo del barco Prim-rose en julio de 1827 después de hacer una escala en Estados Unidos,país que no despertó particular admiración en nuestro viajero. En 1832ingresó en el Parlamento y desempeñó otros cargos políticos hasta sumuerte, acaecida en 1860.14

Durante su permanencia en México, nuestro diplomático dio mues-tras de una gran prudencia política al tratar de los asuntos internos mexi-canos, lo que le valió el reconocimiento del gobierno. Al tener conoci-miento del retiro de Ward del mando de la legación inglesa, la Secretaríade Relaciones Exteriores comunicó al gobierno británico su beneplácitopor el desempeño de Ward, en los siguientes términos: ‘‘las recomenda-bles que adornan al Sr. Don Enrique Jorge Ward y el tino y moderacióncon que se ha conducido durante el desempeño del cargo que se le confióen esta república le han conciliado el afecto de los mexicanos y el apreciode este gobierno’’.15

Existen pocos datos sobre su vida familiar. Se casó con Emily Eliza-beth (1797-1860), con quien al parecer tuvo tres hijos. Una niña, nacidaen territorio mexicano, fue bautizada dentro de la religión católica. Fue-ron sus padrinos el conde y la condesa de Regla, y el canónigo Pablo dela Llave (entonces ministro de Asuntos Eclesiásticos) ofició la ceremoniareligiosa y entregó, al término de la misma, a los esposos Ward ‘‘a certifi-cate of baptism, printed on silk and inclosed in a gold frame, with all thenames of the child duly inscribed upon it’’.16 Se puede considerar al di-plomático británico como un hombre de ideas moderadas y tolerante ha-cia las costumbres españolas: un respeto del que dio varias muestras a lolargo de su estancia en nuestro país; por ejemplo, en cierta ocasión en quehubo que trasladar de lugar con la mayor urgencia a la imagen de la Vir-gen de los Remedios, prestó su carruaje para el transporte ----incluido eldel sacerdote y los acompañantes----, acto que le valió el aprecio de lapoblación.17

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14 Cfr. Muriá Rouret, José María y Peregrina, Ángela, Viajeros anglosajones por Jalisco: sigloXIX, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992, p. 125.

15 ASRE, expte. 23-12-74.16 ‘‘Un certificado de bautismo, impreso en seda y enmarcado en oro, con los nombres de la

niña debidamente inscritos en él’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, London, Henry Colburn,1828, vol. II, p. 711.

17 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., México en la conciencia anglosajona, México, Antigua Li-brería Robredo, 1955, p. 22.

II. OBRAS

La producción literaria de Henry George Ward no es abundante. En1828 publicó en Londres México in 1827. His Majesty’s charge d’affairesin that country during the years 1825, 1826 and part of 1827, obra en dostomos impresa por Henry Colburn con ilustraciones y mapas. El librocuenta con bellas ilustraciones de su esposa, que acompañó a su maridoen los viajes al interior de la República. En el prefacio de la obra de Wardse rinde un merecido reconocimiento a la labor de su mujer:

the drawings were all taken upon the spot; many of then under circumstan-ces which would have discouraged most persons from making the attempt,as fatigue and a burning sun often combined to render it unpleasant. I men-tion this in justice to Mrs. Ward.18

Ésta es la única edición de la obra original que se ha encontrado enMéxico; sin embargo, el investigador duranguense Francisco Castillo Ná-jera y el historiador norteamericano Harold D. Sims mencionan una se-gunda edición también en dos volúmenes, aparecida en 1829 y editadapor Henry Colburn cuyo título es simplemente México.19 El hecho de queen tan sólo dos años se editara en dos ocasiones el libro del diplomáticoinglés prueba el gran interés que el público británico sentía por la Repú-blica mexicana.

En cuanto a las ediciones impresas en nuestro país de México en 1827poseemos la siguiente información: en 1981, la editorial Fondo de Cultu-ra Económica editó la obra original. La traducción corrió a cargo del in-geniero Ricardo Haas, con un estudio preliminar de Maty Finkerman deSommer: no deja de ser sorprendente que sólo en años tan avanzados delsiglo XX se tradujera el libro al español y se imprimiera en México; en1985, la misma editorial sacó a la venta una selección de la obra, integra-da por las dos últimas secciones del libro, que tratan sobre los viajes em-prendidos por el diplomático inglés por las regiones mineras mexicanas;

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18 ‘‘Todos los dibujos fueron trazados en el propio lugar, muchos de ellos en circunstancias quea la mayoría de las personas hubieran hecho desistir del intento, ya que la fatiga y un sol calcinante secombinaban frecuentemente para hacer desagradable tal labor. Menciono esto en justicia a la señoraWard’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, p. XIV.

19 Cfr. Castillo Nájera, Francisco, Durango en 1826, México, Sociedad Mexicana de Geografíay Estadística, 1950, s. p. i., y Sims, Harold D., La expulsión de los españoles de México, 1821-1828,México, Fondo de Cultura Económica-Secretaría de Educación Pública, 1985.

por último, la más reciente reimpresión del libro completo ocurrió en1995 y también corrió a cargo del Fondo de Cultura Económica.

Sin embargo, la edición del Fondo no es la versión completa del librode Ward, porque no contiene una serie de apéndices incluidos por el autorcomo son tres representaciones a la Corona española correspondientes alos años de 1809, 1811 y 1813; una carta confidencial del brigadier FélixMaría Calleja y el texto del Plan de Iguala de Agustín de Iturbide.20

En lo que concierne a los comentarios y reseñas sobre el texto cabedestacar que el principal investigador de la obra del diplomático inglés hasido Juan Antonio Ortega y Medina, autor de interesantes estudios sobrenuestro viajero y su obra en sus libros México en la conciencia anglosa-jona (1955) y Zaguán abierto al México republicano (1987), este últimoeditado por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Francisco Castillo Nájera publicó en Durango en 1950 extractos de laobra de Ward referentes a este estado. Sobre los motivos que lo indujerona elaborar esa selección escribió:

esta versión correspondiente a Durango se publicó en varios números en unperiódico local, el año de 1935; desgraciadamente no pude corregir laspruebas por encontrarme fuera de mi patria; en lo publicado abundaronerrores de todo género y fueron suprimidos pasajes del mayor interés. Herevisado el escrito anterior al que hice reformas que según mi sentir mejo-ran la traducción.21

Las mejoras a que se refería Castillo Nájera son notas a pie de pági-na donde se corrigen los nombres de lugares y personas y se proporcio-nan explicaciones de acontecimientos ocurridos en la región durante eltiempo de la visita de Ward al estado. La obra fue reimpresa en formafacsimilar por la Universidad Juárez del estado de Durango en el año1991.

Mercedes Mende de Angulo realizó una pequeña selección de la obrade Ward en la que recoge los pasajes alusivos a la región de Puebla. Bási-camente, la antología es una transcripción literal de la sección III del li-bro quinto. El gobierno del estado de Puebla la publicó en 1990 en la co-lección ‘‘Lecturas históricas de Puebla’’.

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20 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano, 1820-1830, México,UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, p. 25.

21 Castillo Nájera, Francisco, Durango en 1826.

José María Muría y Angélica Peregrina, en su texto Viajeros anglosa-jones por Jalisco, extrajeron del libro de Ward sus comentarios sobre laregión de Jalisco durante el segundo viaje por el interior de la República,en 1826. La obra fue editada por el Instituto de Antropología e Historia en1992.

En las páginas 159-165 del tomo I del Anecdotario de viajeros ex-tranjeros en México: siglos XVI-XX, publicado por el Fondo de CulturaEconómica en 1988, José Iturriaga de la Fuente incluye un pequeño resu-men de los diferentes temas que aborda Ward, y registra los intereses deldiplomático inglés cuando escribió México en 1827. Como se recordará,el Anecdotario es un compendio de relatos de los diversos viajeros ex-tranjeros que han visitado el territorio mexicano y han dejado plasmadasen sus obras sus impresiones favorables o negativas sobre su cultura, so-ciedad, geografía, historia...

Emily, la esposa de Ward, publicó en 1829 Six views of the most im-portant towns and mining districts, upon the table land of México. Drawnby Mrs. H. G. Ward and engraved by Mr. Pye with a statistical accountof each, también editado en Londres por Henry Colburn.

En México la obra fue editada por el Banco de México en 1990. He-lena Horz hizo la traducción y los comentarios. El texto agrupa una selec-ción de panorámicas de las ciudades y distritos mineros más importantesdel altiplano de México, espléndidamente dibujados en el lugar por la ar-tista, y descritas por ella misma en una breve narración basada en susapuntes de viaje, en la que señala los aspectos más representativos delrecorrido. El trabajo de transcripción de los dibujos a la técnica del graba-do fue realizado por John Pye, famoso artista inglés, quien se dedicó es-pecialmente a trasladar al grabado las obras de paisajistas como WilliamTurner.22

III. FUENTES CONSULTADAS POR HENRY G. WARD

En la elaboración del libro, el diplomático inglés realizó una gran la-bor de consulta bibliográfica y estadística. A lo largo de la lectura de Mé-xico en 1827 se encuentran pistas sobre las obras que consultó, entre lasque podemos identificar las siguientes: El ensayo político del Reino de la

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22 Cfr. Ward, H. G., Seis panorámicas de los más importantes poblados y distritos mineros delAltiplano de México. Dibujados por la Sra. H G. Ward y grabados por el Sr. Pye, con datos estadísti-cos de población, México, Banco de México, 1990.

Nueva España y el Essai politique sur l’île de Cuba del barón de Hum-boldt; los escritos históricos de Carlos María de Bustamante, sobre todoEl cuadro histórico; el Plan de Iguala de Agustín de Iturbide, así comovarios decretos y panfletos emitidos tanto por el gobierno virreinal como porlos insurgentes americanos en su lucha por conseguir y justificar la guerrade Independencia; el periódico El Español editado por Blanco White, losinformes comerciales elaborados por el régimen virreinal y por el gobier-no mexicano...

También hizo uso de obras de escritores anglosajones, como son loslibros de W. D. Robinson (Memoir of the Mexican Revolution and of ge-neral Mina), Brackenbridge (Voyage to South América, by order the Go-vernment of the United States), Flin (Journal of a ten years residence inthe valley of Mississipi), Mellish (United States), ‘‘Mr. Política’’ (Sketchof the internal condition of the United States) y de informes enviados apetición suya por los representantes de las compañías mineras inglesas enMéxico y los viajeros anglosajones que visitaron el norte de la República.

IV. ¿POR QUÉ ESCRIBE WARD?

The large capitals which have been invested by British subjects, during thelast four years, in the Mines of Mexico, and the differences of opinion thathave prevailed, upon this side of the Atlantic, with regard to these specula-tions, induced me, at a very early period of my residence in New Spain, todevote a good deal of attention to this subject, and to endeavour to turn mystay in the country to account, by collecting all the information respectingit, that it was possible for me to obtain. I had not, however, prosecuted myenquiries long, when the investigation, which private curiosity had promp-ted me to undertake, became a public duty, Circular orders having beentransmitted to all his Majesty’s Agents in the New World to endeavour toascertain the exact amount of Silver raised, and exported, in the countriesin which they severally resided, during a term of thirty years.23

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23 ‘‘Los grandes capitales que durante los últimos cuatro años han sido invertidos por súbditosbritánicos en las minas de México y las diferencias de opinión que han prevalecido en este lado delAtlántico con respecto a estas especulaciones me indujeron desde el principio de mi residencia en laNueva España a dedicar gran parte de mi atención a este tema y a tratar de aprovechar mi estancia enel país en la recolección de toda información que al respecto me fue posible obtener. Sin embargo, nohabía proseguido mis encuestas por mucho tiempo, cuando la investigación que la curiosidad privadame había impelido a realizar se convirtió en un deber público, puesto que se habían transmitido órde-nes circulares a todos los agentes de Su Majestad en el Nuevo Mundo para tratar de determinar lacantidad exacta de plata producida y exportada en los países de su residencia durante un período detreinta años’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. II, pp. 3-4.

Tal fue el motivo que lo impulsó a escribir sobre nuestro país. Por unlado, el interés personal; por el otro, la preocupación del gobierno ingléspor conocer la verdadera riqueza mineral de la República mexicana. Po-demos considerar el texto de Ward como un tratado económico sobre Mé-xico, con el que quiso realizar un estudio sobre el grado de desarrollo dela República mexicana que sirviese de fuente de información a los capita-listas ingleses. Uno de sus objetivos fue recalcar la importancia que, des-de el punto de vista económico, representaba para el capitalista británicoel hecho de que Inglaterra se convirtiese en país manufacturero de la ma-teria prima mexicana.

Especial interés mostró por presentar a sus compatriotas la verdaderasituación de la minería de nuestro país tras diez años de guerra civil, conla intención de terminar con las falsas esperanzas de obtener una rápidariqueza con mínimos gastos, y corregir los errores producidos por la espe-culación desenfrenada de los inversionistas europeos y por la mala pla-neación y utilización de los recursos monetarios.

V. EL CRIOLLO Y LA SOCIEDAD MEXICANA

El diplomático inglés llegó a la República mexicana en un momentode grandes esperanzas sobre el porvenir del país, ilusiones forjadas por laelite criolla mexicana durante la colonia, que se basaban en la creencia deque Dios había bendecido a la América hispana, y en especial a México,y había predestinado para este país un lugar sobresaliente entre las nacio-nes del mundo. Pero también era un período de gran efervescencia políti-ca, caracterizado por las disputas sostenidas entre los partidarios de unrégimen centralista y los defensores de un sistema federalista, agrupadosrespectivamente en las logias masónicas del rito escocés y del rito deYork: enfrentamientos de los que Ward fue testigo durante su corta per-manencia en México.

Uno de los aspectos que más le llamaron la atención sobre la socie-dad mexicana de su época fue la marcada hostilidad hacia la herencia es-pañola o, si se quiere, su negación de parte de los criollos. Ward conside-ró justificable ese rechazo por la actitud del gobierno español de no haberpermitido a los nacidos en América participar en los asuntos internos delas colonias, y por no haber aceptado la Independencia de sus posesionesultramarinas. Pero rechazó los argumentos que esgrimían los criollos paraexplicar las causas de su levantamiento contra las autoridades españolas;

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para él, estaban fuera de lugar las explicaciones que invocaban un pasadoindígena que no pertenecía a los criollos:

hence the apparent absurdity of hearing the descendants of the first con-querors (for such the creoles, strictly speaking, were) gravely accusingSpain of all the atrocities, which their own ancestors had commited; invo-king the names of Moctezuma and Atahualpa; expatiating upon the mise-ries which the Indians had undergone, and endeavouring to discover someaffinity between the suffering of that devoted race and their own.24

Con sorprendente claridad, Ward percibió que la rivalidad entre losespañoles y los mexicanos no había sido resuelta con el fin del dominio es-pañol en México. Tan convencido estaba de que todavía resultaba imposi-ble una convivencia pacífica entre unos y otros que, al analizar el Plan deIguala, llegó a la conclusión de la inviabilidad de la garantía que estable-cía la unión entre mexicanos y españoles. Interpretó más bien este artícu-lo como el producto de la ingenuidad de Iturbide que, dotado de escasorealismo, deseaba asegurar así la tranquilidad de los peninsulares:

it was an illusion to suppose that any intimate union could be effected,where the passions had been reciprocally excited by so long a series ofinveterate hostility. Creoles might forgive Creoles for the part which theyhad taken in the preceding struggle; but Spaniards, never: and from thefirst, the basis of ‘‘Union’’, which was one of the three Guarantees propo-sed by the plan of Iguala, was wanting.25

Sobre todo, los mexicanos no iban a permitir que los españoles conti-nuaran ocupando los puestos administrativos que, según ellos, les corres-

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24 ‘‘De ahí lo aparentemente absurdo que es oír a los descendientes de los primeros conquista-dores (ya que, estrictamente hablando, eso eran los criollos) acusar gravemente a España de todas lasatrocidades que sus propios antepasados cometieron; oír invocar los nombres de Moctezuma y deAtahualpa, explayándose sobre las miserias que habían sufrido los indios y esforzándose por descu-brir alguna afinidad entre los sufrimientos de esa sumisa raza y la suya propia’’: ibidem, vol. I, pp.34-35. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 180, 206,215, 223 y 236.

25 ‘‘Fue una ilusión suponer que se pudiera efectuar alguna unión íntima, sobre todo cuando laspasiones habían sido recíprocamente excitadas por una serie tan larga de inveteradas hostilidades.Los criollos podrían perdonar a los criollos por la parte que hubiesen tenido en la contienda anterior,pero nunca a los españoles; y desde el principio faltaba la base de la ’unión’, que era una de las TresGarantías propuestas por el Plan de Iguala’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, p. 268.

pondían, ya que el propósito de reemplazarlos había sido una de las razo-nes por las cuales los criollos se habían rebelado contra España.

Para el enviado inglés, la sociedad mexicana se encontraba profunda-mente dividida en su apreciación del status que debía corresponder a lospeninsulares en México. A su parecer, la hostilidad hacia el elemento es-pañol se encontraba diseminada por todos los estratos sociales. Inclusouna institución tan respetada por el pueblo mexicano como era la Iglesiacatólica no escapó del odio popular: un amplio sector de la población per-sistía en su desconfianza hacia los sacerdotes de origen peninsular queaún quedaban en la República porque recordaba que, durante la lucha in-surgente, ellos habían pregonado desde el púlpito la obediencia al régi-men virreinal y el castigo de los rebeldes. En la formación de este juicioinfluyeron los acontecimientos de enero de 1827, de los que Ward fuetestigo. Como se recordará, en este mes fue descubierta la conspiracióndel sacerdote español Joaquín Arenas, que pretendía devolver a México aldominio español.26 Si bien el complot no tenía ninguna oportunidad detriunfar, sus consecuencias fueron negativas para la población española:el resurgimiento del sentimiento antipeninsular, hábilmente utilizado por elpartido yorkino, y la promulgación de una serie de leyes contra los espa-ñoles por el Congreso nacional y las legislaturas estatales.

Ward consideró a la clase dirigente mexicana inmadura en lo referen-te a ‘‘la ciencia política’’. Reprochó a los criollos que hubieran incorpora-do las instituciones republicanas en su integridad, sin previa adaptación almedio nacional, y que hubieran tomado al pie de la letra los principiosliberales demagógicos emanados de la Revolución francesa, con objetode convertirlos en la panacea que permitiría resolver los problemas que lajoven República había de enfrentar. Su crítica no se debía a que rechazarael sistema republicano, sino que se fundaba en la persuasión de que esosprincipios e instituciones políticas resultaban impracticables en México.Pensaba que los cambios políticos se realizaron por medio de una reformaradical y precipitada, en lugar de haber derivado de una gradual transfor-mación de las instituciones coloniales; objetaba además que sólo los

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26 Sobre la conspiración del padre Arenas, cfr. Sims, Harold D., La expulsión de los españolesde México (1821-1828), México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 27-30; Staples, Anne,‘‘Clerics as Politicians: Church, State, and Political Power in Independent Mexico’’, en Rodríguez O.O., Jaime E. (ed.), Mexico in the Age of Democratic Revolutions, 1750-1850, Boulder and London,Lynne Rienner Publishers, 1994, p. 237, y Di Tella, Torcuato S., Política nacional y popular en Mé-xico 1820-1847, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 195-199.

‘‘grupos más influyentes de la sociedad’’ tomaron parte activa en ese pro-ceso, pues el resto de la población permaneció indiferente ante la formade gobierno que conviniera adoptar.27

Pero, a la vez, Ward se mostró indulgente con los descendientes delos conquistadores. No culpó tanto a ellos por su atraso en asuntos políti-cos, sino a los tres siglos de ‘‘tiranía y despotismo’’ impuestos por la me-trópoli, la cual, deseosa de conservar en la ‘‘total obscuridad y aislamiento’’a los reinos americanos, sólo delegó en los españoles las tareas adminis-trativas, e impidió que los criollos se capacitaran en esos asuntos: de ahíderivaban, en su opinión, los naturales tropiezos que los mexicanos su-frían al tratar de aplicar los principios democráticos liberales.

Para Ward, el legado que dejó España a sus posesiones americanas enmaterias políticas era totalmente negativo: la corrupción y el favoritismoconstituían lacras que la administración española traspasó íntegramente alNuevo Continente, y representaban molestos estorbos para el camino delprogreso de las jóvenes repúblicas latinoamericanas. Incluso la influencialiberal española adquiría a los ojos de Ward una connotación negativa,por haberse dedicado los liberales españoles más a las cuestiones abstrac-tas que a resolver los problemas de la realidad:

the want of fixes principles, the preference of theory to practice, the dila-tory habits of those in power at one time, and their ill-judged strides to-wards impracticable reforms at another, all are of the modern Spanishschool, as are the bombastical addresses to the people, the turgid stylewhich disfigures most of the public documents of the Revolution, the intoleran-ce, and jealousy of strangers, which are only now beginning to subside.28

El viajero inglés reflexionó con melancolía sobre lo pronto que losamericanos fueron iniciados en toda la jerga de las revoluciones, y sobrecómo se les indujo a desconfiar de valores tan nobles como el patriotismoo la felicidad pública, desgastados por una tosca manipulación. Privados

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27 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 129-138.

28 ‘‘La necesidad de principios fijos, la preferencia de la teoría sobre la práctica, los hábitosdilatorios de aquéllos que tuvieron el poder algún tiempo y sus pasos poco juiciosos hacia reformasimpracticables en otro tiempo son todos de la escuela española moderna, como son los bombásticosdiscursos públicos, el estilo hinchado que desfigura la mayoría de los documentos públicos de la re-volución, la intolerancia y las envidias a los extraños que apenas están empezando a desaparecer’’:Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, p. 145, nota.

de esas referencias, se convirtieron enseguida en presa para la ambiciónprivada, la anarquía y el desconcierto.

Ward fue un sagaz observador de la realidad mexicana. Cuando aban-donó el país en 1827 sabía claramente que la lucha política entablada en-tre los escoceses y los yorkinos podría arruinar la imagen de México enInglaterra. Fue testigo de la campaña electoral de 1826, encaminada a re-novar la Cámara legislativa. La venta de votos y las arbitrariedades come-tidas durante el proceso electoral, tanto por los yorkinos como por los es-coceses, le convencieron de la falta de preparación de los mexicanos paravivir en una democracia. Tampoco cabe ocultar su apoyo o, por lo menos,su simpatía hacia los sectores más tradicionales de la sociedad mexicana,en los que encontró a los más firmes partidarios de la influencia británica enMéxico.

Siempre se mostró preocupado por el radicalismo de los yorkinos. Alcompararlos con los partidos existentes en Estados Unidos, los calificó defederalistas radicales y manifestó su inquietud por las consecuencias de unaeventual expulsión de españoles del territorio mexicano. No podía imagi-nar que esa hipótesis se realizaría en 1829, un año después de publicar sulibro en Inglaterra:

without any disparagement to its members, of whom many are both usefuland distinguished men, I may say that the largest proportion of the Affiliésof this society consisted of the novi homines of the Revolution. They are theultra Federalists, or democrats of Mexico, and possess the most violenthostility to Spain, and the Spanish residents; whom the Escoceses haveuniformly protected, both as conceiving them to have lost the power of in-juring the country, and because, from the large amount of the capital stillremaining in their hands, they think that their banishment must diminishthe resources, and retard the progress of the Republic.29

También se mostró perspicaz al evaluar los efectos posibles de la co-lonización norteamericana de los estados del norte de México, principal-

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29 ‘‘Sin menoscabo de sus miembros, muchos de los cuales son personas útiles y distinguidas,puedo decir que la mayor parte de los afiliados a esta sociedad eran los novi homines de la revolu-ción. Son los ultrafederalistas o demócratas de México y se hallan poseídos de la más violenta hostili-dad hacia España y hacia los residentes españoles, a quienes los escoceses han protegido constante-mente, tanto por creer que ya no pueden hacer daño al país como porque, debido a la gran cantidad decapital en sus manos, piensan que su destierro disminuiría los recursos y retrasará el progreso de larepública’’: ibidem, vol. II, p. 723.

mente en la provincia de Texas, máxime si advertimos que él nunca visitóeste territorio y que su criterio se basó exclusivamente en la lectura de losinformes elaborados por los agentes anglosajones que recorrieron esafrontera. Si bien Ward consideró necesario el poblamiento de los desocu-pados territorios septentrionales, no pensó que la solución estuviera enpermitir la entrada a personas portadoras de una cultura completamentediferente de la española que, tarde o temprano, habrían de provocar la di-visión interna del país. El peligro más grave, sostenía nuestro diplomáti-co, se encontraba en la dudosa lealtad de esos nuevos colonos quienes, enuna hipotética confrontación con Estados Unidos, no dudarían en apo-yar a sus compatriotas. Si el gobierno mexicano no lograba controlarla inmigración norteamericana o, por lo menos, si no conseguía atraera otros colonos que se interpusieran entre las dos porciones de tierrashabitadas por estadounidenses, México podía dar por perdida la provinciade Texas:

unfortunately for Mexico, these advantages have been duly appreciated byher neighbours in the United States. Some hundreds of squatters, (the pio-neers, as they are very appropriately termed, of civilization) have crossedthe frontier whith their families, and occupied lands within the Mexicanterritory; while others have obtained grants from the congress of Saltillo,which they have engaged to colonize within a certain number of years. Bythus imprudently encouraging emigration upon too large a scale, the Mexi-can Government has retained but little authority over the new settlers, es-tablished in masses in various parts of Texas, who, begin separated only byan imaginary boundary line from their countrymen upon the opposite bankof the Sabina, naturally look to them for support in their difficulties, andnot to a Government, the influence of which is hardly felt in such remotedistricts.

In the event of a war, at any future period, between the two republics, itis not difficult to foresee that Mexico, instead of gaining strength by thisnumerical addition to her population, will find in her new subjects veryquestionable allies. Their habits and feelings must be American, and notMexican; for religion, language, and early associations, are all enlistedagainst a nominal adhesion to a government, from which they have little toexpect, and less to apprehend. The ultimate incorporation of Texas with theAnglo-American States, may therefore be regarded as by no means an im-probable event, unless the Mexican Government should succeed in chec-king the tide of emigration, and interposing a mass of population of a diffe-

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rent character, between two component parts, which must have a naturaltendency to combine into one.30

Los juicios de Ward sobre el carácter del criollo y sobre la sociedadmexicana están sobrados de parcialidad. Como buen puritano, condenabael despilfarro y prodigalidad en que vivían los criollos, y reprobaba sudespreocupación por conservar y acrecentar la herencia familiar. En susfiestas, escribió, ‘‘los mexicanos echan la casa por la ventana’’, todo loejecutan con un esplendor que resulta embarazoso. Como acostumbrabahacer siempre que trataba de los defectos de los mexicanos, atribuía esamanera de ser a la deleznable herencia española. Para nuestro diplomáti-co, todo lo malo provenía de las enseñanzas de la madre patria: como lamayoría de los viajeros anglosajones, vio en España el país del atraso, la ti-ranía, el despotismo, la corrupción. Sin embargo, se esforzó por desmen-tir algunas de las ideas erróneas que sus compatriotas se habían forjadosobre los pobladores hispanoamericanos a través de las lecturas de textosantiespañoles como los de Roberston.

.

Ward consideró que la sociedad mexicana en su conjunto se hallabamuy atrasada respecto a la europea. El trato social le pareció rústico: lasfiestas nocturnas y las cenas formales, casi desconocidas. Consideró insu-fribles muchas de las costumbres españolas, como la permisividad conque se toleraba que las mujeres fumaran ante los hombres y en lugarespúblicos. Lamentó el constante roce social de las fiestas populares, dondeconvivían las diferentes clases sociales sin que hubiera una marcada sepa-

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30 ‘‘Por desgracia para México, esas ventajas han sido oportunamente aprovechadas por sus ve-cinos de Estados Unidos. Unos cientos de intrusos han cruzado la frontera con sus familias y hanocupado tierras dentro del territorio mexicano; en tanto que otros han obtenido concesiones del con-greso de Saltillo y se han comprometido a colonizar en cierto número de años. Debido a tan impru-dente fomento de la inmigración a gran escala, el gobierno mexicano conserva muy poca autoridadsobre los nuevos colonos, establecidos masivamente en varias partes de Texas, quienes, separadossólo por una línea fronteriza imaginaria de sus compatriotas de la margen opuesta del Sabina, natural-mente acuden a ellos para que los ayuden en sus dificultades, y no a un gobierno cuya influenciaescasamente se deja sentir en distritos tan remotos. En caso de cualquier futura guerra entre las dosrepúblicas, no es difícil prever que México, en lugar de reforzarse con este numeroso aumento depoblación, encontrará en sus nuevos súbditos aliados muy dudosos. Sus hábitos y sentimientos tienenque ser americanos y no mexicanos, ya que la religión, el idioma y sus anteriores relaciones vancontra su adhesión nominal a un gobierno del que tienen muy poco que esperar y más aún que temer.Por consiguiente, a la larga, la incorporación de Texas a los estados angloamericanos puede conside-rarse como un hecho de ninguna manera improbable, a menos que el gobierno mexicano logre frenarla ola de inmigrantes y pueda interponer una numerosa población de diferente carácter entre las dospartes, cuya tendencia natural siempre será combinarse en una sola’’: ibidem, vol. II, pp. 586-587.

ración por status, como ocurría en la Gran Bretaña.31 Sin embargo, cons-tató ‘‘esperanzadores cambios’’ cuando, en 1827, cedió el mando de lalegación británica.

VI. LA VISIÓN DE LOS INDIOS

Durante su permanencia como encargado de negocios de la Gran Bre-taña ante el gobierno mexicano (1825-1827), Henry George Ward realizóvarios viajes por el interior de la República, con el objeto de verificar per-sonalmente el estado en que se encontraban las minas en las que súbditosingleses habían invertido capitales, y de cuantificar los gastos en que ha-bían incurrido para su rehabilitación. Los estados que visitó fueron Jalis-co, Zacatecas, Aguascalientes, Guanajuato, Durango, San Luis Potosí,Estado de México, Puebla y Michoacán. Estos viajes le proporcionaronuna visión deprimente tanto de la economía mexicana como de la situa-ción de los indios del país cuando había corrido ya un cuarto del sigloXIX. En su estudio no mencionó para nada la situación de los habitantesindígenas de la península de Yucatán, debido a que esa región carecía deyacimientos mineros que hubieran atraído su atención.

Ward empezó su obra México en 1827 con un estudio sobre la geo-grafía y la composición étnica de la población mexicana. Gracias a lasinvestigaciones que realizó, llegó a calcular el número de indios puros enunos dos millones, distribuidos en su mayoría en los estados del centro ysur del territorio mexicano: Puebla, Guanajuato, Oaxaca, Estado de Méxi-co, Michoacán. El norteño estado de Sonora contaba con una importanteminoría indígena, mientras que en otros espacios septentrionales ----Du-rango, Nuevo México o las Provincias Internas---- los nativos americanosestaban comenzando a ser sustituidos por los colonos blancos y mesti-zos.32 Esas grandes extensiones de tierra habitadas únicamente por tribussalvajes que nunca pudieron ser sometidas por los españoles, y sobre lascuales el gobierno mexicano ejercía una autoridad simbólica, augurabaWard, ‘‘probablemente serán uno de los últimos reductos de los hombresen estado de semibarbarie’’. 33

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31 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 715-716.32 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 28-29.33 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, pp. 546-618.

Sobre los mestizos, otro grupo poblacional de gran importancia nu-mérica, el diplomático inglés sostenía una opinión contradictoria. Por unlado, consideraba que la unión de los españoles con las nativas aportó al-gunos beneficios a la población americana. En efecto, puesto que estesector de habitantes era muy extenso y se encontraba distribuido a lo lar-go del territorio nacional, Ward predecía a México un rápido progresotanto económico como social: porque la herencia europea debía transmitira los mexicanos la vitalidad y el gusto por el trabajo propio de los pue-blos occidentales; y porque la mezcla de sangres, que significaba una des-gracia en tiempos de la colonia, había dejado de representar una desven-taja.34 No era infrecuente, incluso, el caso de personas que alardeaban desu herencia indígena.

En cambio, su visión del producto de la unión del indio con el negrono puede ser más racista. Habitantes, en su mayoría, de las costas mexica-nas, los zambos y mulatos ‘‘they have multiplied there in an extraordi-nary manner, by intermarriages with the Indian race, and now form amixed breed, admirably adapted to the Tierra Caliente, but not posses-sing, in appearance, the characteristics either of the New World, or of theOld’’.35 Admitía que los varones eran de una magnífica constitución atlé-tica, propia para realizar cualquier trabajo pesado, en la selva, en el cam-po, o en el cultivo de la caña de azúcar; pero los calificó de ‘‘wild, both intheir appearance and habits; they delight in glaring colours, as wellas in the noisy music of the negroes’’,36 en contraste sorprendente con elcomportamiento ‘‘humilde y sumiso de los indios.’’ A esta raza mestizasólo el temor al látigo podía obligar a obedecer; por eso, en lugar de for-talecer a la población mexicana, contribuía a debilitarla. Si bien la escla-vitud ya no existía en la República mexicana, escribió Ward, todavía po-dían encontrarse entre los mulatos o zambos vestigios del salvajismopropio de los esclavos negros traídos al continente americano por los euro-peos: unas reminiscencias que, según nuestro viajero, los incapacitabanpara ocupar puestos de importancia en la administración pública, aunqueesperaba que la educación eliminara los últimos obstáculos para la totalintegración de este sector dentro de la sociedad mexicana.

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34 Cfr. Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. I, pp. 29-3035 ‘‘Se han multiplicado de una manera extraordinaria por matrimonios con la raza indígena; ya

forman una raza mezclada adaptada admirablemente a la tierra caliente, pero que no posee en suapariencia, ni las características del Nuevo Mundo ni las del Viejo’’: ibidem, vol. I, p. 29.

36 ‘‘Salvajes, tanto en su aspecto como en sus hábitos; se deleitan con colores brillantes, al igualque con la música ruidosa de los negros’’: ibidem, vol. II, p. 305.

Tal vez por ser extranjero, Ward percibió con especial claridad unacaracterística de la población aborigen que la mayoría de los políticosmexicanos a lo largo del siglo XIX no quiso ver o no se esforzó por com-prender: el hecho de que la población indígena no formaba un bloque ho-mogéneo, sino que estaba integrada por una gran variedad de etnias, concostumbres, lenguas y tradiciones diferentes entre sí, muchas veces anta-gónicas:

they consist of various tribes, resembling each other in colour, and in somegeneral characteristics, which seem to announce a common origin, but diffe-ring entirely in language, custom, and dress. No less than twenty differentlanguages are known to be spoken in the Mexican territory, and many ofthese are not dialects, which may be traced to the same root, but differ asentirely as languages of Sclavonic and Teutonic origin in Europe. Somepossess letters, which do not exist in others, and, in most, there is a diffe-rence of sound, which strikes even the most unpractised ear.37

El contraste entre la miserable situación de los indios contemporá-neos de Ward y el glorioso pasado indígena descrito por las crónicas delos conquistadores españoles e idealizado por los criollos durante el pe-ríodo colonial se puede apreciar en la siguiente anotación del autor, escri-ta después de visitar las ruinas arqueológicas de Teotihuacán y el llano deOtumba, escenario de una importante batalla entre los aztecas y los espa-ñoles:

I could not help calling to mind the description given by Solis of that plain,----(a description which used to be my delight as a boy, long before I everdreamed that it would be my fate to visit the spot)---- ‘‘with the rays of thesun playing upon the crests of the Mexican warriors, adorned with feathersof a thousand hues’’, and contrasting the picture which he has traced ofthat brilliant army, with the state of ignorance, wretchedness, and abjectsubmission, to which their descendants have been reduced since the Con-

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37 ‘‘Los indios que, a primera vista, parecen formar una gran masa y comprenden casi las dosquintas partes de la población, están divididos y subdivididos entre sí de la manera más extraordina-ria. Consisten en varias tribus, semejantes por su color y por algunas características generales queparecen anunciar un origen común, pero que difieren completamente en lengua, costumbres y vesti-mentas. Se sabe que en el territorio mexicano se hablan no menos de veinte lenguas diferentes, ymuchas de ellas no son dialectos cuyo origen se puede encontrar en una raíz común, sino que difierentan enteramente entre sí como las lenguas de origen eslavo y teutónico en Europa. Algunas tienenletras que no existen en otras y en la mayoría hay una diferencia de sonido que llama la atencióninclusive del oído no acostumbrado’’: ibidem, vol. I, p. 31.

quest... In the neighbourhood of the Capital nothing can be more wretchedthan their appearance; and although, under a Republican form of govern-ment, they must enjoy, in theory at least, an equality of rights with everyother class of citizens, they seemed, practically, at the period of my firstvisit, to be under the orders of every one.38

La imagen de grandeza y riqueza que rememoran las abandonadasconstrucciones arquitectónicas de las culturas aborígenes en territorio me-xicano representaban un mudo testimonio del esplendoroso pasado indí-gena; pero sólo eso, un recuerdo de tiempos ya idos y de gente cuyo po-derío sólo las ruinas nos permiten vislumbrar. No obstante, el diplomáticoinglés se sintió impresionado por algunas de las deterioradas ruinas ar-queológicas prehispánicas, como las pirámides del sol y de la luna deTeotihuacán:

these ancient monuments consist of two immense pyramids, dedicated tothe Sun and the Moon, truncated, as all these pyramids are, and considerablydefaced both by the hand of time, and by the fanaticism of the first conque-rors, who seem to have left nothing undone in order to destroy every me-morial of the primitive religion of the country. Such, however, is the soli-dity of these structures, that it has not been found possible to completetheir destruction. They stand at some distance from the road, and it wasnearly dusk when we passed them; but seen even thus, there was somethingimposing in the enormous size of these masses, which rise conspicuous inthe middle of the valley, as if to testify of ages long gone by, and of a peo-ple whose power they alone are left to record.39

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38 ‘‘No pudo menos de venírseme a la mente la descripción dada por Solís de ese llano ----des-cripción que me deleitaba de niño, mucho antes de que siquiera pudiera soñar en la suerte de visitar ellugar ‘con los rayos del sol jugueteando sobre los penachos de los guerreros mexicanos, adornadoscon plumas de mil colores’, y el contraste entre la imagen que él trazó de tan brillante ejército con elestado de ignorancia, abandono y abyecta sumisión a que se han visto reducidos sus descendientesdesde la conquista. En la vecindad de la capital nada hay más desastroso que su apariencia; y a pesarde que, bajo una forma republicana de gobierno, deben gozar, cuando menos en teoría, de una igual-dad de derechos con todas las otras clases de ciudadanos, en la época de mi visita parecían estarprácticamente a las órdenes de cualquiera’’: ibidem, vol. II, p. 215.

39 ‘‘Estos antiguos monumentos consisten en dos inmensas pirámides, dedicadas al sol y a la luna,truncadas, al igual que todas estas pirámides, y considerablemente desfiguradas tanto por la accióndel tiempo como por el fanatismo de los primeros conquistadores, quienes parece que hicieron cuantoles fue posible por destruir todos los monumentos de la primitiva religión del país. Sin embargo, es talla solidez de esas estructuras que no ha sido posible su completa destrucción. Están a poca distancia delcamino y ya era de noche cuando pasamos por ellas; pero aún vistas así, hay algo que impone en el enormetamaño de esas moles, que se levantan conspicuamente en medio del valle como en testimonio de tiem-pos ya idos y de gente cuyo poderío sólo ellas recuerdan’’: ibidem, vol. II, p. 214.

Ward no mostró la misma emoción favorable cuando se refirió aotros objetos del culto prehispánico salvados de la destrucción, como elcalendario azteca o la piedra de los sacrificios. El hecho de que estos objetosse encontraran expuestos a la intemperie a un lado de la catedral, en laépoca de su visita a México, parecía mostrar el poco aprecio en que lostenían los criollos.40 A propósito de la piedra de los sacrificios, Ward nodejó de exteriorizar su repudio hacia los ritos sanguinarios practicadospor la religión azteca; interpretó la Conquista como el justo castigo queDios envió sobre los nativos por permitir la celebración de tan repugnan-tes ceremonias, y pregonó como un triunfo de la civilización que hubierasido destruido el culto pagano a manos de los españoles:

in the outer wall of the cathedral is fixed a circular stone, covered withhieroglyphical figures, by which the Aztecs used to designate the months ofthe year, and which is supposed to have formed a perpetual calendar. At alittle distance from it, is a second stone, upon which the human sacrificeswere performed, with which the great Temple of Mexico was so frequentlypolluted: it is in a complete state of preservation, and the little canals forcarrying off the blood, with the hollow in the middle, into which the pieceof jasper was inserted, upon which the back of the victim rested, while hisbreast was laid open, and his palpitating heart submitted to the inspectionof the High Priest, give one still, after the lapse of three centuries, a verylively idea of the whole of this disgusting operation. Whatever be the evilswhich the conquests of Spain have entailed upon the New World, the aboli-tion of these horrible sacrifices may, at least, be recorded, as a benefitwhich she has conferred upon humanity in return.41

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40 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, p. 221, nota 169.

41 ‘‘En el muro exterior de la catedral se encuentra una piedra circular, cubierta de jeroglíficos,con los cuales los aztecas representaban los meses del año y que se supone formaban un calendarioperpetuo. A poca distancia hay una segunda piedra, sobre la que se ejecutaban los sacrificios huma-nos que tan frecuentemente maculaban el gran templo de México: se encuentra en perfecto estado deconservación y los pequeños canales para que chorreara la sangre, así como el hueco central en el quese insertaba la pieza de jade sobre la que descansaba la espalda de la víctima en tanto se le abría elpecho y se presentaba su palpitante corazón al gran sacerdote para que lo examinara, todavía le dan auno, después de un lapso de tres siglos, idea muy viva del desarrollo de tan repugnante operación.Cualesquiera que sean los males que la conquista de España haya acarreado sobre el Nuevo Mundo,por lo menos la abolición de sacrificios tan terribles se puede registrar como beneficio que se confirióa la humanidad’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol. II, pp. 233-234. En términos muy seme-jantes habría de expresarse Justo Sierra, que también se felicitó por el cese de esos sangrientos ritosque provocó la Conquista: cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas yEstado nacional en México en el siglo XIX, p. 226.

Pero la existencia de una gran cantidad de construcciones prehispánicasdiseminadas a lo largo del territorio nacional, muchas de ellas sepultadas porla vegetación, le hizo suponer, con acierto, que en tiempos de la Conquista elnúmero de habitantes debió de superar al total de indígenas que existía en latercera década del siglo XIX en México. De otra forma no podría expli-carse el elevado número de poblados abandonados: pero ‘‘como [comoocurría en] todo lo relacionado con la raza indígena, su historia está en-vuelta en la oscuridad y de algunas no queda ni siquiera tradición’’.

Ward esperaba que la Independencia trajera verdaderos beneficios alos nativos americanos después de tres siglos de total sumisión. Durantesu corta estancia en la República mexicana, creyó percibir progresos es-peranzadores en este sentido, como el hecho de que muchas personasconsideradas anteriormente de ‘‘sangre mezclada’’ ocuparan en 1827puestos importantes en el gobierno de la nueva República, como era elcaso del general Vicente Guerrero, descendiente de esclavos africanos.De acuerdo a la Constitución, escribía, todos los habitantes tenían ya losmismos derechos para ocupar cualquier cargo público sin menoscabo desu origen: por lo tanto, los indígenas disfrutaban de las mismas oportuni-dades para sobresalir y abandonar su miserable situación económica.Ward conoció durante su estancia en México varios casos de curas deextracción indígena que, por su talento, habían llegado a ser nombradosdiputados: incluso ‘‘I am acquainted with one young man, of distinguis-hed abilities, who is a member of the supreme tribunal of justice in Du-rango’’.42

Aunque no podemos considerar a nuestro viajero como una personaque se preocupara de un modo eficaz por el mejoramiento material de laraza indígena, encontramos en su obra pasajes ocasionales donde critica-ba a la cultura occidental por los males que había acarreado a la pobla-ción aborigen americana. Sirva como ejemplo la siguiente frase: ‘‘whate-ver be the advantages which they may derive from the recent changes, ...thefruits of the introduction of our boasted civilization into the New Worldhave been hitherto bitter indeed. Throughout America the Indian race hasbeen sacrificed’’.43

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42 ‘‘Tengo amistad con un hombre joven, de notables habilidades, que es miembro del SupremoTribunal de Justicia de Durango’’: ibidem, vol. I, p. 35.

43 ‘‘Cualesquiera que sean las ventajas que pueden derivarse de los recientes cambios..., los frutosde la introducción de nuestra tan cacareada civilización en el Nuevo Mundo han sido hasta ahoraciertamente amargos. En toda América se ha sacrificado a la raza indígena’’: ibidem, vol. II, p. 215.

Pero esto no quiere decir que comprendiera a los indígenas, ni mu-cho menos que los mirara con excesiva simpatía. A sus ojos, la mejormuestra de la degradación de los indios la proporcionaban los llamadosléperos, grupo social urbano conformado en buena parte por elementosindígenas desarraigados de sus comunidades.

Al describir a ese grupo, Ward pensaba que no podía existir algo máshorrible y que ofendiera tanto la sensibilidad de la gente educada como laimagen de la ‘‘extraordinary natural ugliness of the Indian race, particu-larly when advanced in years’’,44 resaltada aún más por la repugnantecombinación de harapos y suciedad que estas personas llevaban por vesti-dos: una cobija llena de agujeros para el hombre y unas enaguas andrajo-sas para la mujer. Eran ‘‘a naked and offensive race, whom you cannotapproach without pollution, or even behold without disgust. I do notknow any thing in nature more hideous than an old Indian woman, withall the deformities of her person displayed’’.45 Vivían en la vagancia y semantenían únicamente gracias a las limosnas, sin que practicaran un ofi-cio ‘‘decente’’. Sin embargo, entre estas degradadas criaturas (así las des-cribía) se encontraban hombres y mujeres dotados de facultades naturalesque, apropiadamente dirigidos, pronto cambiarían su lamentable situaciónpor otra muy diferente: muestra de ello eran las artesanías que elaborabancon gran dedicación y que demostraban la existencia de mentes ágiles.Esa opinión se reforzaba al comparar la situación de los léperos de la ciu-dad de Puebla en el año de 1826 con lo que pudo observar durante suprimera visita a la ciudad en 1823. Cuando acudió a esta ciudad por pri-mera vez, los léperos infestaban las calles de la capital poblana, mientrasque al cabo de tres años vio que las autoridades estatales habían co-menzado a obligar a los léperos a buscar un trabajo ‘‘honrado’’, y quelas autoridades municipales estaban confinándolos en los suburbios de laciudad.

La opinión de Ward sobre los pueblos habitados exclusivamente porindígenas era igualmente desalentadora. Sus viviendas, generalmenteconstruidas con materiales pobres y endebles como el bambú o las hojasde palma, reproducían la viva imagen de la indigencia y de la promiscui-

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44 ‘‘Extraordinaria fealdad natural de los indígenas, particularmente de los entrados en años’’:cfr. ibidem, vol. II, p. 236.

45 ‘‘Una raza desnuda y desagradable, a la que uno no podía acercarse sin contaminarse o si-quiera contemplar con repugnancia. No conozco nada más espantoso que una india vieja que llevapuesto un vestido que generalmente deja al descubierto todas las deformidades de su persona’’: ibi-dem, vol. II, pp. 268-269.

dad. He aquí cómo describía una casa, el mobiliario y los habitantes deuna aldea india:

the village was composed of five or six Indian huts, rather more spaciousthan some which we afterwards met with, but built of bamboos, and that-ched with palm-leaves, with a pórtico of similar materials before the door.The canes of which the sides are composed, are placed at so respectable adistance from each other as to admit both light and air: this renders win-dows unnecessary. A door there is, which leads at once into the principalapartment, in which father and mother, brothers and sisters, pigs andpoultry, all lodge together in amicable confusion. In some instances, a sub-division is attempted, by suspending a mat or two in such a manner as topartition off a corner of the room; but this is usually thought superfluous.The kitchen occupies a separate hut. The beds are sometimes raised on alittle framework of cane, but much oftener consist of a square mat placedupon the ground; while a few gourds for containing water, some largeglasses for orangeade, a stone for grinding maize, and a little coarseearthenware, compose the whole stock of domestic utensils.46

Sus prejuicios le llevaron a aceptar la creencia común que sosteníaque las habilidades de los indios se limitaban sólo a la imitación y a lacopia. Sobre el particular escribió: ‘‘in this they certainly stand unriva-lled, for while the Academy of San Carlos continued open, ... some of themost promising pupils were found amongst the least civilised of the In-dian population’’.47 Parecían dibujar por instinto y copiar con la mayorfacilidad cualquier cosa que se les pusiera enfrente; pero, por su naturalindolencia, pronto se cansaban de las escasas restricciones impuestas por

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46 ‘‘Compuesto de cinco o seis jacales, un poco más espaciosos que algunos que hallamos des-pués, pero construidos de bambú y techados con hoja de palma, además de tener un pórtico de mate-riales parecido frente a la puerta. Las cañas que componen los lados están colocadas entre sí a distan-cia tan respetable como para admitir tanto luz como aire, y ello hace innecesarias las ventanas. Hay,sí, una puerta, que conduce inmediatamente al principal alojamiento, en donde el padre y la madre,los hermanos y las hermanas, los puercos y las gallinas se alojan juntos en amistosa promiscuidad.Algunas veces se intenta una subdivisión, colgando una o dos esteras, para aislar un rincón del cuarto,pero esto se considera algo superfluo. La cocina ocupa un jacal separado. A veces las camas estáncolocadas sobre un armazón de caña, pero con frecuencia consisten en una estera cuadrada puesta enel suelo; mientras unas calabazas para guardar agua, algunos vasos grandes para naranjada, un metatepara moler maíz y una pequeña vasija de barro componen el repertorio de utensilios domésticos’’:ibidem, vol. II, pp. 179-180.

47 ‘‘Ciertamente en esto no tienen rival, ya que mientras estuvo abierta la Academia de SanCarlos algunos de sus alumnos más prometedores se contaban entre los menos civilizados de la po-blación indígena’’: cfr. ibidem, vol. II, p. 237.

los reglamentos de la academia y dejaban de asistir a las clases. Wardconsideraba que esa dejadez o conformismo constituía una característicatípica de la raza aborigen americana que la incapacitaba para superar suestado de pobreza.

En materia religiosa, Ward albergaba serias dudas sobre el catolicis-mo del indígena o, mejor dicho, sobre la verdadera comprensión de lasenseñanzas de Cristo por parte de los nativos americanos. Como buen pu-ritano, nuestro diplomático no dejó de reprochar a la Iglesia católica me-xicana su excesiva preocupación por la conservación de sus bienes mate-riales, su apego a la observancia estricta de las ceremonias religiosas y elcobro estricto y puntual de los servicios religiosos, en ocasiones exorbi-tantes, que exigían los sacerdotes. Observó que éstos no habían logradoinculcarles el amor por el trabajo y el ahorro, y que pocas veces demos-traban una verdadera preocupación cristiana por atender las necesidadesespirituales de sus feligreses, lo que producía un efecto sumamente des-moralizador entre la población indígena:

for instance, in States, where the daily wages of the labourer do not exceedtwo reals, and where a cottage can be built for four dollars, its unfortunateinhabitants are forced to pay twenty-two dollars for their marriage fees; asum which exceeds half their yearly earnings, in a country where Feastand Fast days reduce the number of días útiles (on which labour is per-mitted) to about one hundred and seventy-five. The consequence is, that theIndian either cohabits with his future wife until she becomes pregnant,(when the priest is compelled to marry them with, or without fees) or, ifmore religiously disposed, contracts debts, and even commits thefts, ratherthat not satisfy the demands of the ministers of that Religion, the spirit ofwhich appears to be so little understood.48

Esa situación, reconocía, no había pasado inadvertida a las autorida-des eclesiásticas que, sin embargo, no intentaban nada para solucionarla.

LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 71

48 ‘‘Por ejemplo, en los estados donde el salario diario de un trabajador no excede de dos realesy donde se puede construir una choza por cuatro dólares, los infortunados habitantes están obligadosa pagar veintidós dólares como estipendio por su matrimonio, suma que excede a la mitad de susingresos anuales en un país donde los días de fiesta y de ayuno reducen los días útiles (en los que sepermite trabajar) a unos ciento setenta y cinco. Consecuentemente, el indio, o cohabita con su futuraesposa hasta dejarla embarazada (y entonces el cura se ve obligado a casarlo con o sin estipendio) o,en caso de ser de una disposición más religiosa, contrae deudas e inclusive comete robos antes dedejar insatisfechas las exigencias de los ministros de esa religión, cuyo espíritu parece tan incompren-dido’’: ibidem, vol. I, p. 336.

Para Ward, la verdad sobre la conversión de los nativos americanos sepodía resumir en una sola frase, pronunciada por un distinguido miembrode la jerarquía católica: ‘‘son muy buenos católicos, pero muy malos cris-tianos’’.

Pero no todo era negativo. Ward descubrió también cualidades bue-nas entre los indígenas. Por ejemplo, consideraba que era una raza muyresistente, capaz de soportar grandes fatigas, como recorrer en poco me-nos de una hora y media una distancia de siete u ocho millas. Muchasveces, durante sus paseos a caballo en las tardes, se asombró al descubrirlargas filas de indios silenciosos cargados con bultos o canastas en losque transportaban los productos que habían llevado a vender o habíancomprado en la ciudad de México.49 Obedientes y sumisos, realizabancualquier trabajo que se les encomendara, sin que les importara que fuerapeligroso y sin pronunciar una sola queja.

El rudo y peligroso trabajo de la minería descansaba principalmentesobre los fuertes hombros de los indígenas. Ward los consideraba buenosobreros. A diferencia de los indios que trabajaban en las haciendas, losque laboraban en los centros mineros disfrutaban de la ventaja de podertrasladarse, junto con sus familias, de un distrito minero a otro según ibanenterándose de la explotación de nuevas minas y de las perspectivas demejores salarios. Incluso, escribió Ward, existían familias indígenas quehabían sido mineras a lo largo de varias generaciones, y que llevaban unavida nómada, emigrando de un distrito a otro, a tenor de las ofertas sala-riales. Los ingresos de los mineros eran de los más altos dentro de la eco-nomía mexicana, pero ‘‘the money which passes through his hands isusually as ill spent, as it is rapidly acquired, still, to ensure the means ofindulging in a weekly excess..., there are few Indians who will not entergladly upon a week of labour’’.50

En fin, para nuestro viajero el indígena era un ser degradado por lasdisposiciones de la Corona española que impidieron, por medio de las Le-yes de Indias, la integración del sector aborigen en la sociedad colonial, ylo mantuvieron durante tres centurias ajeno a las ventajas de la civiliza-ción y del progreso. La natural mansedumbre de los indios los convirtióen víctimas fáciles de sus poco escrupulosos compatriotas, que se aprove-

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49 Cfr. ibidem, vol. II, p. 226.50 ‘‘Todo este dinero que pasa por sus manos es tan mal gastado como rápidamente adquirido...,

hay pocos indios que no trabajen con gusto una semana para asegurarse los medios de dar riendasuelta a sus excesos cotidianos’’: ibidem, vol. II, p. 146.

charon de su ignorancia para despojarlos aún más. Aunque el texto deWard presentaba a los indígenas del altiplano mexicano como una razasumisa por naturaleza, obediente a los dictados del hombre blanco, aque-llos pasajes donde el diplomático inglés trató sobre la situación de los es-tados norteños dejan traslucir el temor que los colonizadores blancos sen-tían hacia las tribus salvajes que asolaban sus poblados.

Cuando Ward examinó en su libro el tema de la lucha por la Inde-pendencia americana y el papel desempeñado por los grupos populares,afirmó que los indios ----junto con los mestizos y las castas---- integraronel grueso del ejército insurgente. Y justificó las atrocidades cometidas porlas huestes insurgentes en ciudades como Guanajuato o Guadalajara, quetanto horrorizaron a los criollos, como la natural respuesta de aquella por-ción de la sociedad ante los ultrajes y humillaciones sufridos durante tressiglos de manos de los descendientes de los conquistadores españoles.51

VII. ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

Lo novedoso en la obra del diplomático inglés es su enfoque sobre larevolución de Independencia. A través de las pláticas sostenidas con loscriollos para recoger la información necesaria para su libro, Ward pudopercibir que la principal causa de la separación de las colonias americanasdel dominio español fue el disgusto que los criollos sentían hacia la Coro-na española por la discriminación de la que eran objeto en la provisión delos cargos burocráticos coloniales. Estimó que la chispa que inició el mo-vimiento independentista fue la decidida oposición de los españoles atodo intento criollo por lograr una mayor participación en la vida admi-nistrativa de la colonia. La ignominiosa destitución del virrey Iturrigaraypor parte de los peninsulares, temerosos de perder sus privilegios en laNueva España, acabó con el respeto que los americanos sentían haciala autoridad imperial y atizó el odio de los criollos hacia el estamentoespañol:

the moral change which a few months had produced was extraordinary;they had learnt to think, and to act; their old respect for the King’s Lieute-nant was destroyed by the manner in which his authority had been thrownoff; and his dignity profaned by his countrymen; and they felt that the

LA REPÚBLICA MEXICANA Y SUS HABITANTES INDÍGENAS 73

51 Cfr. Garrido Asperó, María José y Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘Los Episodios históricos mexica-nos de Olavarría y Ferrari: la novela histórica y los indios insurgentes’’, capítulo decimosegundo, IV,6 de este libro.

question was now, not one between their Sovereign and themselves as sub-jects, but between themselves, and their fellow-subjects, the European Spa-niards.52

Otro aspecto interesante en la obra de Ward es su opinión sobre elejército mexicano. Fue una de las primeras personas en percatarse de lacreciente influencia que los militares estaban adquiriendo dentro de la po-lítica interna nacional. Si bien rechazó la posibilidad de que surgiera unmilitar ambicioso dotado del suficiente influjo para atraer al resto delejército a una asonada militar contra el poder civil, como hiciera Agustínde Iturbide, no por eso consideró que hubiera desaparecido ese peligro.En busca de una explicación de su tesis recurrió una vez más a la heren-cia española y recordó que, durante la guerra de Independencia, los jefesmilitares realistas habían sido virtualmente autónomos y que algunos deellos llegaron incluso a convertirse en verdaderos gobernantes de los te-rritorios que tenían bajo su mando.

Tal vez el origen de esta opinión tan desfavorable sobre la oficiali-dad mexicana se encuentre en el episodio que protagonizó Ward a los po-cos días de su llegada a la capital azteca, cuando ya desempeñaba el car-go de ministro plenipotenciario. Como muestra de amistad y satisfacciónpor el trato recibido de la escolta enviada por el gobierno mexicano parasu protección durante el trayecto del puerto de Veracruz a la ciudad de Mé-xico, Ward entregó al oficial que se hallaba a su mando la cantidad decincuenta pesos, con la indicación de que los distribuyera en forma equi-tativa entre la tropa: sin embargo, el militar guardó para sí ese dinero, lossoldados se quejaron y el gobierno ----enterado del incidente---- ordenó elarresto del comandante de la tropa y encargó una investigación en laque el enviado inglés hubo de declarar como testigo.53 No cabe duda de queeste suceso debió de molestarle mucho.

Con la Independencia, la mala costumbre de considerar al poder civilsometido al militar aún perduraba entre los oficiales del nuevo ejércitonacional. La mejor muestra de ello fueron las constantes asonadas que se

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52 ‘‘El cambio moral producido en unos pocos meses era extraordinario: habían aprendido apensar y actuar; su antiguo respeto por el lugarteniente del rey se perdió por la forma en que se habíaderrocado su autoridad y por la manera como su dignidad había sido profanada por sus compatriotas;y sintieron que el asunto era ahora no entre su soberano y ellos mismos como súbditos, sino entreellos mismos y sus consúbditos, los españoles europeos’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827, vol.I, pp. 156-157.

53 Cfr. ASRE, expte. 42-29-75.

produjeron desde fechas muy tempranas. Debemos recordar que, cuandoWard llegó a México por primera vez, el general Lobato acababa de pro-nunciarse en la ciudad de México contra el gobierno. Al adquirir conoci-miento de este hecho, los comisionados ingleses amenazaron al gobiernomexicano con regresar inmediatamente a Gran Bretaña si no se daban se-guridades de que la insurrección militar podía ser controlada.54

Como ya indicamos, el principal interés del libro de Ward reside ensus análisis de la economía mexicana, sobre todo del ramo de la minería,lo que no quiere decir que descuidara la búsqueda de noticias sobre otrasimportantes facetas de la economía nacional, como el sector industrial ----y,más concretamente, la fabricación textil----, cuya apurada situación no sele escapó. Se percató de que, con el establecimiento de la libertad de co-mercio con el extranjero, los productos mexicanos no tenían ninguna po-sibilidad de competir con las más baratas mercancías europeas, sobretodo las inglesas, y vaticinó el próximo final de este ramo industrial:

the native manufactures, of which I have spoken in the beginning of thisSection, have shared the fate of those of Spain: they have fallen graduallyinto disuse, as the Mexicans have discovered that much better things maybe obtained at a much lower price, and will soon disappear altogether.Querétaro, indeed, is still supported by a Government contract for clothingthe army; but the cotton-spinners at la Puebla, and in other towns of theInterior, have been compelled to turn their industry into some other channel.

This, in a country where the population is so scanty, is not only not beregretted, but may be regarded as highly advantageous: a few of the towns,indeed, may suffer by the change at first, but the general interests of thecountry will be promoted, as well as those of the foreign manufacturer,who may not only hope for a return in valuable raw produce for his manu-factures, from the labour of these additional hands, but must see the de-mand for European productions increase, exactly in proportion to the decrea-se in the value of the home-made cotton and woollen manufactures, whichaveraged, before the Revolution, ten millions of dollars annually.55

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54 Cfr. Riva Palacios, Vicente et al., México a través de los siglos, México, Cumbre, 1986, vol.XI, p. 102.

55 ‘‘Las manufacturas nativas, de las que he hablado al principio de esta sección, han corrido lamisma suerte que las de España: gradualmente han caído en desuso, conforme los mexicanos han idodescubriendo que se pueden obtener cosas mucho mejores a un precio mucho más bajo, y prontodesaparecerán por completo. De hecho, Querétaro todavía se sostiene por un contrato con el gobiernopara vestir al ejército; pero los hilanderos de algodón de la Puebla y otras poblaciones del interior sehan visto obligados a orientar su industria en alguna otra dirección. Esto, en un país donde la pobla-ción es escasa, no solamente no es de lamentarse, sino que puede considerarse como sumamente ven-

Ward no consideró que la ruina de los pequeños talleres artesanalessignificaría una desgracia para México, sino todo lo contrario: a la largarepercutiría en su beneficio, al poder concentrar el excedente de mano deobra en la agricultura y la minería. Pensó que el papel de México dentrode la economía mundial debería reducirse al papel de simple exportador deproductos agrícolas y mineros. Si su vaticinio no se cumplió fue graciasal decidido empeño de Lucas Alamán que, cuando ocupó el cargo de mi-nistro de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno del generalAnastasio Bustamante, quiso transformar a México en un país industrial:para ello, impulsó medidas proteccionistas y de fomento a la industria,como la fundación del Banco de Avío y la introducción de técnicas y ga-nado en territorio mexicano durante los años de 1830 a 1832, que permi-tieron la supervivencia de la industria textil y sentaron las bases para elsurgimiento de nuevas empresas.

Por último, Ward trató de corregir en su libro algunas de las ideaspreconcebidas sobre Iberoamérica, inducidas por lecturas tendenciosasque no se ajustaban a la realidad americana. Así, rechazó los puntos devista de Roberston acerca de la supuesta antipatía natural entre los indiosy los negros, cuando la mezcla entre esos dos grupos étnicos se habíadado en abundancia (un mestizaje que nuestro viajero deploró); o se des-vinculó de los juicios convencionales sobre la natural indolencia de loscriollos, que les impedía brillar en cualquier rama de las ciencias: cuando,según Ward, había sido la propia Corona española la que impidió que losdescendientes de los conquistadores demostraran sus dotes naturales, tan-to en el ámbito de la administración civil como en el religioso, así comotambién en el mundo cultural, ya que la Santa Inquisición velaba celosa-mente para que los súbditos americanos se mantuvieran incomunicadosde Europa, sobre todo de la herética Inglaterra, temerosa de que pudieranpenetrar ideas nocivas en las colonias americanas: ‘‘nor is Robertson’sview of the character of the Creoles (Book VIII, p. 32) at all to be relied

76 EDUARDO EDMUNDO IBÁÑEZ CERÓN / MANUEL FERRER MUÑOZ

tajoso; de hecho algunas poblaciones pueden al principio sufrir por el cambio, pero los intereses ge-nerales del país serán favorecidos, así como los del fabricante extranjero, quien de la labor de estasmanos adicionales no sólo puede esperar una ganancia en materias primas, sino que verá aumentadala demanda de producciones europeas exactamente en proporción al decrecimiento del valor del algo-dón fabricado artesanalmente y de las manufacturas de lana, que antes de la Revolución alcanza-ban un valor medio de diez millones de dólares por año’’: Ward, Henry George, Mexico in 1827,vol. I, p. 439.

upon. It is drawn not from nature, but from a bad likeness, sketched by nofriendly hand’’.56

Ward calificó a los mexicanos de valientes, hospitalarios, afectuosos,poseedores de una gran sagacidad y habilidad naturales y más que magní-ficos en sus ideas sobre lo que pensaban que debía ser el trato social, aun-que en este último aspecto llegaran a mostrarse exageradamente extremo-sos, por temor a dejar insatisfechos a sus huéspedes.

Los temas que aborda el diplomático inglés en México en 1827 sonvariados. Encontramos pasajes sobre la flora y la fauna, el clima, la geo-grafía, la sociedad, las costumbres, etcétera. Mención especial merece ellibro segundo de su obra, donde aborda la historia del movimiento eman-cipador desde el año 1808 hasta la consumación de la Independencia porAgustín de Iturbide: aunque en esta sección cometió algunas imprecisio-nes históricas, sobre todo, al hablar de la expedición de Francisco XavierMina. Todo esto muestra cuán profundo era el interés del público ingléshacia la América española, y especialmente por la Nueva España, consi-derada por la mayoría de los europeos como la más rica provincia de laMonarquía española.57

Durante los dos años que Henry George Ward residió en nuestro paísse granjeó la amistad y el reconocimiento de las clases superiores de lasociedad mexicana. El trato con la aristocracia le permitió recoger losmateriales necesarios para la elaboración de su libro. También las ilusio-nes de una riqueza inagotable sostenidas por los criollos fueron amplia-mente compartidas por el representante inglés: tanto que podría caricatu-rizarse la obra de Ward como un anuncio comercial dirigido al públicoinglés donde se ofrece la imagen de un país lleno de esperanzas en unglorioso porvenir, con grandes riquezas naturales sin explotar que sólo es-peraba las inversiones extranjeras para poder disfrutarlas.

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56 ‘‘Tampoco se puede confiar en el punto de vista de Robertson acerca del carácter de loscriollos, ya que está sacado, no de la naturaleza, sino de una mala comparación, bosquejada por manoenemiga’’: ibidem, vol. II, p. 709.

57 Para mayor información sobre estos asuntos, consúltese Jiménez Codinach, Guadalupe. LaGran Bretaña y la independencia de México. México, Fondo de Cultura Económica, 1991.

CAPÍTULO TERCERO

R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA

Alfredo ÁVILA*

SUMARIO: I. Introducción: prejuicios ingleses. II. R. W. H.Hardy. III. Impresiones. IV. La guerra del Yaqui. V. Naciónmexicana, naciones indias. VI. Conclusión: la imposible inte-

gración.

I. INTRODUCCIÓN: PREJUICIOS INGLESES

Entre los primeros viajeros que recibió México tras su Independencia po-cos fueron tan expresivos como los de origen anglosajón. De algún modo,los franceses, italianos, españoles y sudamericanos que visitaron nuestropaís en la tercera década del siglo XIX tenían preocupaciones e ideasmuy parecidas a las nuestras, mientras que los ingleses y norteamericanosque por alguna razón estuvieron aquí poseían una tradición cultural e in-tereses completamente distintos a los de los mexicanos. El estudio clásicode la escalada viajera anglosajona hecho por Juan A. Ortega y Medina1 haresaltado cómo la postura crítica asumida por los ingleses y norteamerica-nos hacia México se debió, en buena medida, a las costumbres españolasheredadas por las nuevas repúblicas americanas. Para hombres como JoelRoberts Poinsett, pocas cosas eran tan insoportables como ‘‘a ceremo-

79

* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ésta es unaversión ligeramente distinta de la presentada en el simposium Extranjeros en el México Decimonóni-co: Estado Nacional y Etnias Indígenas, organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas y laFacultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Dirección deLingüística del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en el Auditorio Fray Bernardino de Saha-gún del Museo Nacional de Antropología e Historia, el 20 de mayo de 1999. Agradezco las observa-ciones que en aquella ocasión se me hicieron, especialmente las de Manuel Ferrer Muñoz. Debo mu-cho a los comentarios de Dinorah, a quien dedico este trabajo.

1 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), México,UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, pp. 3-53.

nious Spanish dinner’’ ni nada más ridículo que los rituales de saludo ydespedida de la aristocracia española, es decir, mexicana.2 Así, según Or-tega, la crítica y hasta el desprecio mostrados por dichos viajantes no eranotra cosa sino la continuación del conflicto anglohispano iniciado en elsiglo XVI entre el misoneísmo católico, tradicional español, y la moder-nidad protestante y capitalista de la ‘‘pérfida Albión’’.3

Con ser tan certera esta apreciación, nos gustaría indicar otras razo-nes de la incomprensión anglosajona ante el mundo hispanoamericano.Tanto ingleses como norteamericanos a principios del siglo XIX compar-tían una serie de valores que diferían notablemente del modelo de Estadonacional que estaba tratando de realizar México. No sólo es necesarioapuntar que para la Monarquía británica hubiera sido mucho más conve-niente que este país se constituyera como una Monarquía Constitucionalo, cuando menos, como un Estado centralizado, capaz, por lo tanto, degarantizar las condiciones mínimas para que los comerciantes e inversio-nistas ingleses pudieran explotar las riquezas a las que antes de la Inde-pendencia no tenían acceso. Tampoco Estados Unidos quedó conformecon la forma de gobierno adoptada por México. Como hizo notar el radi-cal norteamericano Edward Thornton Tayloe, secretario de la legación desu país en México, la simple copia de las instituciones republicanas y fe-derativas no bastaba cuando la población carecía de las más elementalesvirtudes cívicas.4

La visión que estos hombres tuvieron de la población autóctona deMéxico también puede ayudarnos a comprender su postura ante la cons-trucción del Estado nacional mexicano y los problemas que estaba afron-tando. Con esto queremos decir que, más que una fuente para el estudiode las condiciones del indígena y su participación en la formación nacio-nal de México, los relatos de estos viajeros nos servirán para conocer susprejuicios y las ideas que por entonces estaban en boga acerca de la ciu-dadanía y la nación. Nos percatamos de lo anterior cuando, por petición

80 ALFREDO ÁVILA

2 Cfr. Poinsett, J. R., Notes on Mexico made in the autumn of 1822, Philadephia, H. C. Careyand I. Lea, 1824, p. 15.

3 Acerca del reduccionismo de Ortega en esta interpretación véase González Ortiz, Cristina,Asechanzas e intromisiones, tesis de doctorado en historia, México, UNAM, Facultad de Filosofía yLetras, 1998.

4 Además Tayloe sabía que las instituciones mexicanas estaban inspiradas más bien en losprincipios revolucionarios franceses que en los de su país: cfr. Tayloe, Edward Thornton, Mexico,1825-1828. The journal and correspondence of Edward Thornton Tayloe, Chapel Hill, The Univer-sity of North Carolina Press, 1959, p. 129.

de Manuel Ferrer, iniciamos la lectura de la obra de Joel Poinsett con elpropósito de hallar referencias a la situación de los indios en el entoncesImperio mexicano. No fue tan inesperado descubrir que había muy pocasmenciones de los indios y que la mayoría de ellas tenían un carácter másbien folklórico; que si las tortillas eran azules en unas localidades, mien-tras que en otras eran blancas; que si el pulque, después de todo, no sabíatan mal como había dicho Humboldt. Tal como le sucedería al inglés Wi-lliam Bullock,5 casi siempre que Poinsett hablaba de indios se refería alos ‘‘aztekas’’ [sic] y sus avances prehispánicos, como el sistema de chi-nampas que aun podía apreciarse en la ciudad de México.6 Cuando anali-zó el ‘‘carácter nacional’’ de los indígenas sólo dijo que eran indolentes ysumisos, fanáticos y degradados por la dominación española, aunque(vale la pena resaltarlo) los incluyó dentro de lo nacional, lo mismo que con-sideró como mestizo al indio que tenía alguna propiedad.7

Ante el hecho de que no habríamos de encontrar más datos acerca denuestro problema en la obra de Poinsett (e incluimos también su corres-pondencia posterior como diplomático) decidimos buscar en otros auto-res, pero al parecer había una constante en los viajeros que estuvieron enMéxico en aquella primera década de vida independiente: el indio apare-cía muy poco y, cuando se le mencionaba, había generalmente algún co-mentario despectivo con respecto a su indolencia, sandez y sumisión.Sólo hubo algunas raras excepciones, como George Frances Lyon, quienvio a los indios como un grupo agradable y no se creyó que estuvieranextinguiéndose, aunque los mencionó muy rara vez en su diario y admitióque como mejor estaban era viviendo aislados en sus villas sin ser moles-tados,8 es decir, que en un sentido estricto formaban un orden diferente enla República, como una nación dentro de otra. Más adelante volveremossobre este importante punto.

La visión de los ingleses y norteamericanos sobre los indios de Méxi-co no difería gran cosa de las percepciones que los propios criollos sehabían formado. Tan temprano como en 1822, Simón Tadeo Ortiz deAyala pronosticaba el crecimiento de los criollos en México en detrimen-to de otros grupos raciales. José María Luis Mora también afirmó que en

R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA 81

5 Cfr. Bullock, W., Six months’ residence and travels in Mexico, Port Washington, Kennikat,1971. Es edición facsímil de la londinense de John Murray, 1824-1825.

6 Cfr. Poinsett, Notes on Mexico, pp. 78-79.7 Cfr. ibidem, pp. 119-120.8 Cfr. Lyon, G. F., Journal of a residence and tour in the Republic of Mexico in the year 1826,

Port Washington-London, Kennikat, 1971, vol. II, pp. 238-240.

breve la ‘‘raza bronceada’’ sería reemplazada por la blanca.9 En aquellosprimeros años de vida independiente los indios no figuraban en los pro-yectos nacionales ni en la percepción que de México tenían los viajeros,pese a ser tan evidente su presencia. Extranjeros que se vincularon tantocon México, como Vicente Rocafuerte, José María Heredia o los radica-les italianos Orazio Atelis y Florencio Galli no pusieron atención en ellos,y ni siquiera el litógrafo Claudio Linati, que adornaría las páginas del li-bro de Hardy, distinguió a la población indígena en sus obras, donde apa-recen muy de vez en cuando. La ausencia del indígena en los proyectosde construcción de una nación moderna resulta bastante significativa, so-bre todo cuando hombres como Henry George Ward resaltaron el indige-nismo de la nueva nación, ese romanticismo neoaztequista10 que, sin em-bargo, no incluía a los indios vivos, que formaban más de la mitad de lapoblación.

Finalmente, nos decidimos por hacer una lectura detenida del tenienteinglés Robert Hardy, quien tuvo una experiencia muy singular en aque-llos años, pues no sólo conoció a los indios sumisos de la región centralde la República, sino a los aguerridos del norte, ya que buena parte de suestancia en México fue en el estado de Sonora. También, a diferencia dealgunos otros de sus compatriotas,11 mostró un poco más de comprensión(pero no demasiada) hacia la población indígena y hacia México.

II. R. W. H. HARDY

Cuando Robert Williams Hale Hardy arribó a México ya tenía en suhaber muchos viajes, pese a contar sólo treinta y un años. Desde muy jo-ven ingresó en la marina real. José Ortiz Monatserio apunta algunos datosbiográficos de importancia: sirvió en la Royal William, bajo las órdenes

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9 Cfr. Ortiz de Ayala, Simón Tadeo, ‘‘La población de México al iniciar el siglo XIX’’, Exa-men 108 [número especial: Política de población], octubre de 1998, pp. 55-63, y Mora, José MaríaLuis, Méjico y sus revoluciones, Paris, Librería de Rosa, 1836, t. I, p. 72.

10 Así lo califica Ortega y Medina, Zaguán abierto, p. 5. Véase Ward, H. G., México en 1827,México, Fondo de Cultura Económica, 1995.

11 Como algunos de los que ya hemos mencionado, entre quienes podemos incluir a Basil Hall(Extracts from a journal, written on the coasts of Chili, Peru, and Mexico, in the years 1820, 1821,1822, 2a. ed., Edinburgh, Archibald Constable and Co., and London, Hurst, Robinson, and Co.,1824), a Mark Beaufoy (A Sketch of the customs and society of Mexico, analizado por J. A. Ortega yMedina, ‘‘Contumelia maledicti’’, Estudios de historia moderna y contemporánea de México, 9,1983, pp. 283-298), o a William T. Penny, ‘‘México de 1824 a 1826. Cartas y diario’’, en Ortega yMedina, Juan A., Zaguán abierto, pp. 55-214.

del almirante George Montagu. Como guardiamarina navegó por los ma-res del Sur de 1807 a 1813 y participó en la ocupación de Java. Al estallarla guerra entre la Gran Bretaña y Estados Unidos se trasladó en el Asia alAtlántico norte. Por su destacada participación en el sitio de Nueva Or-leáns obtuvo el grado de teniente. Poco tiempo después abandonó el ser-vicio activo y participó en algunas empresas mercantiles en Sudaméri-ca.12 Por el propio relato de su viaje a México,13 sabemos que estuvo enSuiza, y por su redacción podemos darnos cuenta de que era un hombreinstruido, ilustrado, pero ya romántico. Vino comisionado a México porla General Pearl & Coral Fishery Association de Londres, interesada en laexplotación de criaderos de ostras perleras y de bancos de coral, aunque,en caso de no conseguir alguna concesión, debería conseguir informesacerca de las minas en Sonora y negociar las tarifas de impuestos másbajas posibles, para el comercio británico. Desde 1826, las compañías in-glesas estaban muy entusiasmadas con la explotación y el tráfico perlero.Ese año el navío Le Globe se había presentado en el golfo californianocon una campana subacuática, pero un accidente terminó con la empresa.Quedó así demostrado que la mejor manera de obtener las codiciadas per-las era contratando buzos indígenas, capaces de pelear con tintoreras yconocedores de los lugares adecuados para la recolección de ostras.14 Poresta razón, Hardy se vio en la necesidad de relacionarse con los indiosque podían proporcionarle ayuda.

El 15 de julio de 1825 se hallaba en la ciudad de México, donde co-noció a los individuos más importantes de la política nacional. Consiguiórápidamente los permisos necesarios para partir rumbo al mar de Cortés.Pasó por Valladolid, Guadalajara, Tepic, Acaponeta, Escuinapa, Real delRosario y Mazatlán. Allí embarcó rumbo a Guaymas, donde entró en con-tacto con sus paisanos B. Spencer y J. W. Johnson, que estaban casados

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12 Cfr. Ortiz Monasterio, José, ‘‘Los médicos charlatanes en el siglo XIX. El caso del viajeroinglés William [sic] Hardy’’, en Un hombre entre Europa y América. Homenaje a Juan Antonio Orte-ga y Medina, México, UNAM, 1993, p. 318. Hardy estuvo entre 1825 y 1828 en México. Poco sesabe de su vida después: en 1849 fue nombrado fellow de la Royal Astronomical Society y en1861 se le nombró comandante de la marina real (lo cual puede hacer suponer que regresó al serviciode las armas). Murió en Bath en 1871.

13 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827, & 1828, Lon-don, Henry Colburn and Richard Bentley, 1829.

14 Cfr. Combier, Cyprien, Voyage au Golfe de California. Nuits de la Zone torride, Paris, Art-hus Bertrand Editeur, s. a., pp. 311-317, apud Hernández Silva, Héctor Cuauhtémoc, Insurgencia yautonomía. Historia de los pueblos yaquis 1821-1916, México, Centro de Investigaciones y EstudiosSuperiores en Antropología Social-Instituto Nacional Indigenista, 1996, pp. 163-168.

con bellísimas sonorenses. Por cierto, que nuestro viajero se sentiría fuer-temente atraído por las mujeres de aquel estado, como la viuda del inglésJ. P. Gaul. Después fue rumbo a Álamos y luego a Pitic (hoy Hermosillo).Sintió curiosidad por las minas, que no dejó de visitar. La política local,en cambio, no le interesó tanto. Asistió a algunas sesiones de la legislatu-ra del Estado de Occidente, pero no lo impresionaron. Consideró que loslegisladores eran incultos y que carecían de virtudes cívicas. Si fueronelectos, suponía, era por sus habilidades oratorias, no por su posición ydisposición de servicio. El regreso a su patria, sin haber encontrado losanhelados criaderos, lo realizó por tierra, por el camino de Chihuahua,Durango, Zacatecas, Guanajuato, Querétaro, México y, después, a Vera-cruz. Embarcó rumbo a Nueva York, ciudad que le sirvió para compararlos Estados Unidos con México. Mientras que en aquel país todo estabalimpio y sus habitantes eran industriosos y trabajadores, en el nuestro lasuciedad imperaba y al menos los miembros de las clases más bajas eranperezosos y llenos de vicios. Aunque, como veremos, no todos los habi-tantes de México salieron tan mal librados.

A su regreso a Londres, Hardy publicó el relato de su viaje. Las ca-racterísticas bibliográficas de la primera edición son las siguientes: Tra-vels / in the / interior of Mexico, / in 1825, 1826, 1827, & 1828. / ByLieut. R. W. H. Hardy, R. N. / London: / Henry Colburn and RichardBentley, / New Burlington Street, / 1829. 22 cm., xiii + 540 pp., 6 lámi-nas (copias de ilustraciones de Claudio Linati), 2 mapas (por el propioHardy: uno de la República mexicana y otro de la desembocadura del ríoColorado). Una segunda edición apareció muchos años después: Travelsin the interior of Mexico in Baja California and around the Sea of Cortés,prólogo de David J. Weber, Glorieta, Nuevo México, The Rio GrandePress Inc., 1977. En 1982, Margo Glantz incluyó parte del relato deHardy en Viajes en México. Crónicas extranjeras, México, Fondo de Cul-tura Económica-Secretaría de Educación Pública, 1982; pero la traduc-ción completa de su obra sólo se hizo en 1997: Viajes por el interior deMéxico en 1825, 1826, 1827 y 1828, presentación de E. de la Torre, tra-ducción de Antoinnete Hawayek, México, Trillas, 1997. Hardy fue autor,también, de Incidental Remarks on the Properties of Light (1856).15

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15 Los datos de la publicación de una parte del relato de Hardy en el libro de Margo Glantz y lanoticia de la otra obra de nuestro autor están en Ortiz Monasterio, José, ‘‘Los médicos charlatanes enel siglo XIX’’, pp. 318-319.

III. IMPRESIONES

La apreciación que Hardy hizo sobre los indios está permeada por va-rias expresiones de sorpresa e incredulidad. Le llamó la atención el estadoprimitivo y atrasado en el que vivían las tribus del norte. Sin embargo, nolos subestimó. Para él, los indios eran hombres capaces de desarrollar sushabilidades y reconoció sus logros y conocimientos, como la fitomedicinade los tarahumaras y las peligrosas y venenosas ocurrencias de los seris.Algunas actitudes de los indios no sólo le interesaron sino que desperta-ron algunos sentimientos, como el afecto y el aprecio por las relacionesfamiliares que se daban entre ellos y que, a decir de Hardy, no siemprelas tenían sus vecinos cristianos.16 Como buen inglés criticó acremente alos religiosos católicos que intentaban evangelizar a los indios y resaltó elpésimo estado de las misiones, lugares más de corrupción que de ense-ñanza. Aunque, por nuestra parte, hemos de recordar que para esos años elsistema misional en el norte del país ya había visto sus mejores tiempos.

Nuestro autor trató de ganarse a los naturales de Sonora. Se interesóen sus costumbres y mercaderías. Se hizo pasar por comerciante para po-der acercarse mejor a ellos y, en una ocasión, compró un par de niñosaxüas para ganarse a los miembros de ese grupo y evitar que lo ataca-ran.17 También era un gran admirador de la belleza femenina y no fueronpocas las ocasiones en que alabó la simpatía o bondad de alguna mujerindígena, pero sobre todo sus formas corporales, que lo entusiasmaronmucho. En una ocasión, en un viaje por el río Gila, Hardy procuró salvara dos personas que habían caído al agua. Cuando tomó la mano del pri-mer indio náufrago, quedó sorprendido de que fuera una bella indígena:

a young lady, of about sixteen or seventeen years of age. She no soonerfound herself in safety, than fear gave way to maiden modesty; and shelooked about for her bark petticoat; but, alas! the angry tide had borne itin trimph away! Therefore, with great gallantry, I took off my jacket, whichI presented to her. This she accepted, and sat down with the utmost cool-ness on the deck. I then sent for the young lady, as being a more commo-dious covering than my jacket. Surprised at so unusual a visit, and in amode so extraordinary, nor less astonished at the beauty of the damselthan by the singularity of her unadornments, I was anxious to learn themotive of her appearance; and by way of conciliation, I gave her some bis-

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16 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels, pp. 300-301.17 Cfr. ibidem, p. 368.

cuit and frijoles, which were still warm; these she devoured with perfectgood humour. Her age, as I have already stated, might have been sixteenor seventeen; rather tall than short, with enough flesh on her bones to hidethe sharpness of their angles; countenance dark, and not only exceedinglyhandsome, but with an expression of countenance peculiarly feminine. Herneck and wrists were adorned with shells curiously strung; her hair, whichwas dripping wet, fell in a graceful ringlets about her delicate shoulders,and her figure was straight and extremely well proportioned.18

Estos detalles son sumamente importantes, pues nos revelan queHardy era capaz de encontrar en los indios virtudes que muchos blancos(incluidos mexicanos) se negaban a ver. En pocas palabras, la poblaciónindígena no era inferior ni menos virtuosa que la blanca, por lo que lechocaba que siguieran pagando tributo. Los indios no le desagradaban,aunque otra cosa eran los mestizos. Los de Loreto le parecieron de uncolor ‘‘verde aceituna’’, sucio y opaco, lo que demostraba lo desafortuna-do de la mezcla de las razas india y española.19

El romántico teniente inglés consideraba, inclusive, que los blancospodían aprender de los indios, no sólo por su conocimiento de las rique-zas naturales, que nuestro ávido viajero siempre trató de descubrir, sinosobre todo por la sabiduría que se habían ido formando en el diario fatigardel desierto y la vida en estado natural. Hardy mismo, que se había for-mado rápidamente una buena reputación como médico (aunque no lo era,pero había hecho lo posible por ‘‘curar’’ a las enfermizas damas del no-roeste), admitía que los conocimientos de los apaches para curar heridaseran muy buenos. Conocían las propiedades de las yerbas y era de desear-se que jóvenes europeos fueran a estudiarlas con ellos.20

IV. LA GUERRA DEL YAQUI

Los años en que Hardy estuvo en Sonora fueron muy violentos. Des-de mediados del siglo XVIII hubo serios levantamientos indígenas en laregión, que ocasionaron graves problemas a las autoridades españolas. En1820, dos soldados ópatas que defendían el territorio de la entonces pro-vincia de Arizpe de los ataques apaches, se rebelaron. Entre sus motivos

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18 Ibidem, pp. 363-364.19 Cfr. ibidem, p. 245.20 Cfr. ibidem, p. 419. Acerca de su dudosa calidad de médico véase Ortiz Monasterio, José,

‘‘Los médicos charlatanes en el siglo XIX’’.

estaba la falta de pagos para los soldados de los presidios, pero tambiénhabía un fuerte descontento en la región por otras causas. Desde fechasmuy tempranas, los jefes militares habían cometido la imprudencia de re-clutar indígenas para combatir a los fieros apaches y de inmiscuirse en losasuntos internos de las tribus que colaboraban en esta tarea.21

Los criollos vieron en estos movimientos intentos contrarrevolucio-narios que pretendían volver las cosas al estado que guardaban durante elrégimen absolutista virreinal. De hecho, desde antes de la Independencia,las leyes constitucionales españolas habían establecido la igualdad legalde los ciudadanos, ignorando así la tradicional división entre ‘‘gente derazón’’ y los naturales. El Imperio de Agustín de Iturbide y la Repúblicafederal también procuraron sentar las bases de una sociedad jurídicamen-te igualitaria, en la cual todos los individuos contaban con derechos quelos protegían. Sin embargo, para las comunidades indígenas los nuevosderechos no fueron siempre eficaces sustitutos de los antiguos privile-gios.22 En el caso del Estado de Occidente la situación no fue muy distin-ta a la tendencia general. Según su Constitución, no había distinción entrelos ciudadanos sonorenses, que tenían los mismos derechos y obligacio-nes, y la ley se aplicaría por igual en todos los casos. Al abolir la esclavi-tud, también liberaba a los indios que hasta entonces habían vivido en tanmiserable estado y los elevaba a la categoría de ciudadanos libres. En teo-ría, esto beneficiaba a la población indígena, aunque no todos estuvieroncontentos al perder sus privilegios comunitarios. Además, esas nuevas le-yes tan justas y equitativas incluían algunas restricciones. Por ejemplo,perdían la ciudadanía los hombres de conducta viciosa y corrupta; los va-gos y quienes no tenían oficio; quienes no supieran leer y escribir, y losque anduvieran desnudos. Se excluía de este artículo a los ‘‘ciudadanosindígenas’’, pero sólo hasta 1850, cuando se suponía que quedarían bienintegrados en la nueva sociedad sonorense o, por lo menos, se alejaríande sus depravadas costumbres, como la de andar en cueros.23

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21 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, p. 359.

22 Cfr. ibidem, pp. 155-157. El caso de la ciudad de México puede apreciarse en Lira, Andrés,Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y ba-rrios, 1812-1919, 2a. ed., México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 1995.

23 Cfr. Constitución del Estado de Occidente [Sonora y Sinaloa], artículo 28, fracciones 6a. y12a., en Colección de Constituciones de los Estados Unidos Mexicanos. Régimen constitucional,1824 (facsímil de la edición de 1828), México, Miguel Ángel Porrúa, Libero-Editor, 1988, vol. III,pp. 14-15.

Según Moisés González Navarro, detrás de los plausibles empeñoslegales por dar igualdad al indio y a los demás mexicanos, se hallaba elcensurable deseo de los blancos de apropiarse de las tierras comunalesque hasta entonces había protegido la ley colonial.24 En el caso de las fér-tiles riberas del Yaqui terminó ocurriendo eso. En la misma Constituciónestatal se establecía que el Congreso quedaba facultado para ‘‘arreglar’’los límites de los terrenos de los ‘‘ciudadanos indígenas’’. La futura Cons-titución del estado de Sonora de 1831 no haría sino ratificar y ampliar lasfacultades estatales para intervenir en los asuntos de los pueblos indios.25

Cuando las nuevas autoridades quisieron realizar la medición de las tie-rras de los yaquis, con el objetivo de fijar impuestos y establecer un go-bierno local, comenzaron las protestas y el enfrentamiento, en 1825, delas fuerzas indígenas contra las mexicanas. Este intento de intromisión enlos asuntos comunales y la torpeza con que fue llevado por las autoridadesestatales motivaron un conflicto que duraría casi una década, de tal im-portancia que el ejército y los poderes federales tuvieron que intervenir.26

Hardy describió en varias ocasiones el terror que causaba entre la po-blación blanca la sola noticia de que se acercaban los yaquis. En marzode 1826, rumbo a Álamos, encontró una gran cantidad de gente que huía,despavorida, del avance de los rebeldes, que, según él, estaban disemina-dos por toda la región.27 Su apreciación no era tan errónea, pues la zonacontrolada por el líder Juan Banderas (de quien hablaremos poco des-pués) era muy extensa, y abarcaba desde San Miguel Horcasitas y Tepa-che (más de cien kilómetros al norte y noreste de Pitic) hasta El Fuerte(unos setenta kilómetros al sur de Álamos).28 En estas poblaciones se ha-bía establecido un sistema de vigilancia y de alarma permanente, pues laspartidas de indígenas solían caer de manera imprevista y causar enormesestragos. Recientemente había sido derrotado el coronel Guerrero, por lo

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24 Cfr. González Navarro, Moisés, ‘‘Instituciones indígenas en el México independiente’’, enLa política indigenista en México. Métodos y resultados, 3a. ed., México, Instituto Nacional Indige-nista-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991, t.1, pp. 209-313.

25 Cfr. Constitución del Estado de Occidente, artículo 109, fracción 18, en Colección de consti-tuciones, vol. III, p. 39; Constitución de Sonora, artículo 33, fracción 15 y artículo 59, apud Hernán-dez Silva, Héctor Cuauhtémoc, Insurgencia y autonomía, p. 88.

26 Cfr. Spicer, Edward H., Los Yaquis. Historia de una cultura, México, UNAM, Instituto deInvestigaciones Históricas, 1994, p. 161, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblosindígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 358-359.

27 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels, p. 170.28 Véase el mapa ‘‘Área en Sonora y Sinaloa controlada por Juan Banderas, 1825-1828’’, Spi-

cer, Edward H., Los Yaquis, p. 164

que la población andaba muy preocupada. El 6 de abril de 1826, en lavilla del Fuerte, Hardy presenció el enorme temor que los blancos teníana los yaquis. Ante el grito de alarma, las mujeres sufrieron desmayos ysobresaltos (que nuestro caballeroso teniente inglés curó rápidamente)mientras que las autoridades fueron a meterse en sus casas, presas del pá-nico.29 Para mediados de junio, los yaquis habían ocupado la mayor partede los caminos y cortado las comunicaciones, con lo que se hacía muydifícil tener noticias de qué ocurría en otras partes. El propio Hardy tuvoque retrasar su viaje hacia Álamos por no contar con la seguridad necesa-ria y porque no había medios para realizarlo. Finalmente consiguió tresburros y pudo llegar a su destino, aunque al pasar por San Vicente, dondeGuerrero había sido derrotado, se dio cuenta de la brutalidad de aquellaguerra y de lo que podían esperar los blancos que transitaban por ahí.30

El jefe de los rebeldes era Juan Banderas, quien sólo merece alaban-zas por parte de nuestro autor. Sus medidas militares eran tan ‘‘pruden-tes’’ que había logrado despistar en más de una ocasión a las fuerzas delgeneral Figueroa, quien andaba tras él. También logró enfrentar una rebe-lión interna del movimiento, encabezada por un jefe llamado Cienfuegos,quien se hacía llamar ‘‘legítimo jefe de la nación’’.31 ‘‘El talento de Ban-deras y el miedo que su presencia inspiraba’’ lograron la final derrota deCienfuegos, quien en realidad estaba en conchabanza con los blancos.32

Juan Ignacio Jusacamea, verdadero nombre de Banderas, nunca logró elcontrol completo de todos los pueblos yaquis, pero se le consideraba unlíder espiritual y militar de gran capacidad, elegido por la virgen de Gua-dalupe para recuperar la corona de Moctezuma que había sido arrebatadapor los gachupines. Resulta interesante resaltar también que, con estaguerra, los yaquis consolidaron su espacio y su identidad étnica.33

Nuestro viajero ya no alcanzó a ver el final de la contienda. Cuandoél partió de la República los yaquis seguían controlando buena parte delterritorio sonorense. La situación para los criollos que se habían hechodel poder con la Independencia no podía ser más difícil. Sin el trabajo delos indios, como bien lo notó Hardy, no se cultivaba maíz, deficiencia que

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29 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels, pp. 189-195.30 Cfr. ibidem, p. 169. Aunque el terror no sólo lo aplicaban los indios, sino también los blancos

que creyeron en la posibilidad de exterminar a todos los rebeldes: cfr. ibidem, p. 200.31 Ibidem, p. 198. Subrayado en el original.32 Cfr. ibidem, p. 199.y33 Cfr. Spicer, Edward H., Los Yaquis, pp. 162-163, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López,

María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 323 y 353-356.

se observaba hasta en las mesas de las autoridades militares. El comerciotambién se vio afectado y el costo de la fanega de maíz en los Álamos alcan-zaba nueve o diez pesos.34 Resulta notable que pese a los inconvenientesocasionados por la ‘‘revolución de los yaquis’’ y al temor que desperta-ban, Hardy los admirara, especialmente a Juan Banderas, y no dudara encalificarlos como un pueblo ‘‘útil, laborioso y pacífico por naturaleza’’.35

Más adelante volveremos sobre la importancia de estas virtudes.

V. NACIÓN MEXICANA, NACIONES INDIAS

En su narración, Hardy diferencia constantemente a los yaquis y otrosgrupos indígenas de los ‘‘mexicanos’’ o población blanca de Sonora.Tampoco resulta extraño que rara vez llame a los naturales con el nombrede ‘‘indio’’, pues prefería referirse a los yaquis, seris, apaches y axüas,identificándolos como naciones independientes. En esto, no hacía másque seguir la costumbre inglesa, que los norteamericanos estaban llevan-do a la práctica, de no asimilar a los indígenas dentro de su propia nación,sino que los consideraban extranjeros. Así sucedió con irlandeses, galesesy escoceses en las islas Británicas, lo que permitió la fuerte supervivencia deesos grupos y su eventual transformación en ‘‘naciones’’, tal como las enten-demos hoy; pero también con los indios de Estados Unidos, que fueron vir-tualmente exterminados. Es importante notar esta diferencia entre la actitudanglosajona y la hispánica, cuyo principio fue la asimilación de la poblaciónaborigen, aunque no siempre la lograra. De ahí la incomprensión que sepresentó entre los comisionados mexicanos y Joel Roberts Poinsett cuan-do trataron de los indios que habitaban entre los dos países.36

Los sonorenses, por su parte, ante la rebelión indígena también cayeronen la tentación de diferenciar entre estas naciones y la mexicana. Final-mente consideraron a los indios únicamente como individuos en rebeldía,pero no podían ocultar que formaban ‘‘como una nación independiente’’de la mexicana.37 La nación, en un sentido moderno, implica homogenei-

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34 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels, pp. 205 y 246.35 Ibidem, p. 92.36 Véase ‘‘Tercero y Cuarto protocolos entre los comisionados de México y los Estados Unidos,

19 y 27 de septiembre de 1825’’, Documentos de la relación de México con los Estados Unidos I. Elmester político de Poinsett, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1983, pp. 104-105 y 113-115.

37 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 550-551.

dad. Si las definiciones académicas más recientes conciben a la nacióncomo una comunidad imaginada,38 los nacionalistas exigen identidad.¿Cómo podía formarse la nación mexicana a principios del siglo XIX congrupos tan diversos? Eric Hobsbawm ha señalado que, desde un punto devista liberal, la igualdad entre los ciudadanos era la finalidad del nuevoEstado, no su fundamento. Así, la Francia revolucionaria podía integrar adistintos grupos lingüísticos y étnicos en ‘‘la grande nation’’.39 Empero,Hardy no compartía todos los postulados del liberalismo. Más cerca delromanticismo, insistía en diferenciar a los indígenas de los mexicanos.Procuró no confundir a los diversos grupos que habitaban Sonora: ópatas,apaches, pimas, yaquis, mayos, yumas y tarahumaras.40 Algunos de ellosparecían, a los ojos de Hardy, la personificación del buen salvaje, comolos yaquis, de quienes ya hemos hablado. Sus descripciones traen a la me-moria algunas de las características que Jean Jacques Rousseau apuntabapara el hombre ‘‘en estado de naturaleza’’. En cambio, los indios que co-habitaban con los cristianos, como los seris de Pitic, ‘‘se habían dejadodomeñar por los vicios y han perdido la pasión del guerrero’’. Tampocodudaba en llamarlos estúpidos y cobardes.41 Subrayo la palabra vicios,pues no es extraño hallar en la obra de Hardy menciones a las virtudes deotros pueblos, como los yaquis, laboriosos, útiles (aquí hay secuelas de Je-remy Bentham) y, sobre todo, buenos guerreros, que defienden su libertady sus tierras. Entre los seris de la costa encontró incluso virtudes domésti-cas propias de pueblos más refinados, que mantenían muy estrechas lasrelaciones familiares entre ellos.42 Esos seris, al igual que los yaquis, eranfieros y audaces guerreros, y la gente blanca se había formado varias le-yendas acerca de tesoros ocultos en la isla de Tiburón, vigilados por susferoces cancerberos. La verdad, señalaba Hardy, es que los indios que ha-bitaban tanto en la isla como en la costa del continente no tenían tesoroalguno, únicamente defendían su libertad.43

A diferencia de los viciosos y degenerados seris que vivían en Pitic,los de la isla de Tiburón eran, según nuestro autor, fornidos, altos y demuy buen cuerpo. No eran tan feroces como afirmaban los blancos y las

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38 Cfr. Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas, México, Fondo de Cultura Económica,1997, p. 23.

39 Cfr. Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1997, p. 29.40 Cfr. Hardy, R. W. H., Travels, p. 437.41 Cfr. ibidem, p. 95.42 Cfr. ibidem, p. 300.43 Cfr. ibidem, pp. 107-108.

mujeres tenían un semblante tierno. Los hombres siempre usaban sus ar-cos y flechas, que según decían, estaban envenenadas con extrañas fór-mulas. También llevaban macanas, empleadas en la lucha cuerpo a cuer-po, pero sobre todo usaban una lanza de doble punta para pescar. Lahistoria de que escondían oro y otras riquezas era un mito, como pudoprobarlo Hardy. Según los seris, esos cuentos resultaban peligrosos, puesincitaban a los odiados blancos a someterlos.44 Sin embargo, permanecíanindependientes. Juntos sumaban quinientos o seiscientos indios, pero talvez eran mil. Eran excelentes combatientes, pero casi siempre peleabanentre sí. El grupo de Tiburón afirmaba que los seris del continente eranmenos valientes y capaces para la guerra, por lo que frecuentemente lan-zaban incursiones en su contra, de las que obtenían, casi siempre, un buenbotín.45

Otra ‘‘nación’’ india que se lleva varias páginas de descripción es lade los axüas. Al leerla, no podemos menos que recordar El Informe deBrodie. Vivían cerca del río Colorado y eran los seres más asquerososque había visto. Se adornaban los cabellos y el cuerpo entero con barro y,cuando hacía calor, se revolcaban en el lodo. Sin embargo, como anotónuestro viajero, lo hacían para refrescarse en los insoportables días delverano norteño. Eran medianos de estatura, tal vez bajos. Les faltaba agi-lidad, de manera que parecían estar mejor constituidos para los trabajospesados que para la caza. Solían estar desnudos y no tenían más pielesque unas cuantas de zorra. Desde la frente hasta el labio superior se ma-quillaban de negro, con carbón molido. Otros usaban un polvo amarillo yno faltaba quien se embarrara un color rojo, obtenido del ocre. Esa com-binación de colores, junto con el barro de los cabellos daban una imagenmonstruosa que, sin embargo, alguna utilidad tendría. Hardy hace notarque dada la gran cantidad de insectos que vivían en los márgenes del río,los axüas lograban evadirlos con el lodo, que una vez seco, impedía lospiquetes de esos bichos. Se alimentaban de pescado, frutas, vegetales ysemillas de pasto. Sus armas eran también arcos y flechas, lanzas y maca-nas. Solían sufrir el escorbuto.46

La pobreza entre los axüas era enorme. A tal grado, que resultaba só-lito que los padres vendieran a sus hijos. Así, no sólo se deshacían deunas bocas que exigían alimento, sino que al menos garantizaban que sus

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44 Cfr. ibidem, pp. 289-291.45 Cfr. ibidem, pp. 298-299.46 Cfr. ibidem, pp. 368 y 370.

vástagos crecieran entre la población blanca de Sonora, donde nunca fal-taba un alma caritativa que les proporcionara comida, casa y educación.Aunque muchos hombres regresaban a su comunidad cuando crecían, lasmujeres se casaban con otros indios cerca de donde estaban las señoras aquienes servían.47 Los indios poderosos no vendían a sus hijos, de maneraque Hardy podía deducir que esta práctica se debía, sin duda, a la pobrezade la mayoría. Él mismo tuvo que comprar un par de chiquillos ‘‘que aho-ra son libres y son educados por dos buenas familias [de] Sonora’’. Asípodía sentirse más seguro entre aquellos indios, pues suponía que no seríaatacado teniendo a dos de sus niños.48

VI. CONCLUSIÓN: LA IMPOSIBLE INTEGRACIÓN

La nación moderna, en un sentido liberal, está formada por ciudada-nos, no sólo iguales ante la ley, sino con las mismas obligaciones y dere-chos. Sin embargo, la inserción del individuo en la ciudadanía tambiénimplica una transformación más íntima, se requiere ser virtuoso. Lo quediferencia a un súbdito de un ciudadano es que el primero está sujeto a lavoluntad de otro, es sumiso, mientras que el ciudadano es libre y luchapor conservar su libertad e independencia, de ser necesario (y como que-ría Maquiavelo) con las armas en la mano. Hardy nunca lo dice, pero losyaquis eran una especie de ciudadanos, no mexicanos sino de su propianación. Estudios más recientes han corroborado esto. Edward Spicer hadefinido a estos indios como un ‘‘pueblo resistente’’ a los embates de laformación del Estado nacional moderno.

¿Qué ocurría cuando estas naciones se diluían en la sociedad mexica-na? Una de las grandes ventajas de la narración de Hardy es que conocióno únicamente a las bravas tribus norteñas, sino a los más apacibles in-dios del centro de México, por donde pasó en su camino de ida y vuelta.Su primera opinión es demoledora. Los indios del Estado de México no leparecieron más inteligentes que una mula,49 y seres con tales característi-cas difícilmente podían ser ciudadanos de una nación. Se le mostraronapáticos, capaces de dejarse atropellar en vez de desviar su camino, y tanidólatras como en tiempos de ‘‘los montezumas’’, con la diferencia de queahora sus ritos los practicaban con ídolos católicos. Para nuestro autor no

R. W. H. HARDY Y LA VISIÓN ANGLOSAJONA 93

47 Cfr. ibidem, p. 371.48 Cfr. ibidem, p. 365.49 La siguiente descripción está tomada de las páginas 526 y 527 de la obra de Hardy.

había dudas acerca del origen de aquella situación: los trescientos años decoloniaje español. Podía admitir que los indios formaban una de las cla-ses más activas de la sociedad, pues suministraban alimentos, realizabanlas labores manuales y los trabajos más pesados y hasta admiró sus traba-jos de cestería y alfarería, pero nada de esto los salvaba. Recordemos quelos seris de Pitic tampoco salieron bien librados. Tayloe, de quien ya he-mos hablado, no creía que las comunidades indígenas fueran algo másque villas miserables,50 y esto no sólo se debía a su pobreza. Poinsett lle-gó a admirar a los empobrecidos pero emprendedores rancheros mexica-nos, seguramente todavía imbuido por los ideales norteamericanos queveían en los granjeros el fundamento de una República libre, honesta yvirtuosa, pero no podía decir lo mismo de los indios, pues aunque ‘‘labo-riosos, pacientes y sumisos, eran lamentablemente ignorantes’’.51

La integración de los indígenas resultaba no sólo difícil sino indesea-ble, ya que una vez lograda corrompía, enviciaba las nobles y viriles al-mas de aquellos hombres que vivían en estado natural. Nuevamente nosviene a la memoria Rousseau y no es casual. No porque nuestro autor si-guiera las enseñanzas del precursor del romanticismo europeo, sino por-que la situación que pudo apreciar en el norte de México se prestaba paratal interpretación. Los yaquis y los seris libres eran virtuosos, valientes ylaboriosos, mientras que los indios de Pitic y los del centro de Méxicoeran viciosos, cobardes y sumisos. Inclusive los ‘‘asquerosos’’ axüas pu-dieron salir bien librados. Eran pobres, pero procuraban lo mejor para susdescendientes al entregarlos a las familias caritativas de Sonora, conse-guían su propia comida y, si su aspecto era tan monstruoso (como tantasveces insistió), se debía a las características de la región donde vivían.

Para concluir, permítasenos insistir en que la peculiar visión anglosa-jona de Hardy sobre los indios se debía no sólo a sus prejuicios sobre lasantiguas colonias españolas sino también a las ideas que en esa época setenían acerca de la participación de los ciudadanos en la construcción dela nación y las características que éstos debían poseer. La terrible parado-ja que los viajeros anglosajones pero especialmente Hardy vieron en losindios es que mantenían sus virtudes si permanecían como naciones inde-pendientes, pero al integrarse en la nación mexicana las perdían.

94 ALFREDO ÁVILA

50 Cfr. Tayloe, E. T., Mexico, p. 130.51 J. R. Poinsett al secretario de estado de los Estados Unidos, Martin van Buren, México, 1 de

marzo de 1829, en Documentos de la Relación entre México y los Estados Unidos, pp. 385-400. Lacita textual en la p. 387.

CAPÍTULO CUARTO

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANOEN LA OBRA DE EDUARD MÜHLENPFORDT

José Enrique COVARRUBIAS*

SUMARIO: I. Un alemán en Oaxaca. II. Las circunstancias delMéxico de Mühlenpfordt. III. La población indígena de México

desde el prisma analítico de Mühlenpfordt.

I. UN ALEMÁN EN OAXACA

En contraste con otros extranjeros que escribieron sobre México en el si-glo XIX, es poco lo que sabemos de Eduard Mühlenpfordt, el autor delEnsayo de una fiel descripción de la República de México, referido espe-cialmente a su geografía, etnografía y estadística (2 vols., Hannover, C.F. Kius, 1844),1 una de las obras más notables y desconocidas dentro delgénero. A este respecto es necesario decir que la principal fuente de infor-mación sobre su persona y sus actividades sigue siendo el escrito mencio-nado, del que he tomado casi todos los datos de este breve apartado bio-gráfico. El lector no tardará en reconocer lo injusta que ha sido la historiacon Mühlenpfordt, dada la ignorancia que aún prevalece en el públicomexicano respecto al esfuerzo y el entusiasmo mostrados por este alemánal estudiar los diversos aspectos de nuestro país.

Comencemos por los datos más elementales que pueden proporcio-narse sobre la presencia y las circunstancias de Mühlenpfordt en México.Por su propia afirmación sabemos que fue en la primavera de 18272 cuan-

95

* Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.1 El título en su lengua original, el alemán, es Versuch einer getreuen Schilderung der Repu-

blik Mejico, besonders in Beziehung auf Geographie, Etnographie und Statistik. Quien esto escribetuvo la oportunidad de realizar la traducción al español de este escrito, publicado en México en dosvolúmenes por el Banco de México, en 1993. Ésta es la primera edición de la obra completa en espa-ñol, de la que antes sólo se habían traducido fragmentos en ediciones aisladas.

2 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 265.

do este extranjero inició su estancia en México, finalizada en 1834,3 por-que circunstancias imprevistas parecen haberlo obligado a dejar abrupta-mente el país. Mühlenpfordt fue uno más de esos científicos y especialis-tas alemanes contratados por las compañías de minas inglesas paratrabajar en la explotación de los minerales mexicanos poco después de laIndependencia.4 En su caso se trató de la Mexican Company, sociedadque explotaba yacimientos en Oaxaca, concretamente en las partes aleda-ñas a Yavesía, Nuestra Señora del Socorro y Santa Ana.5 La principal po-blación cercana a la zona era Ixtlán.

Ahora bien, ¿por qué este alemán decidió embarcarse hacia México?Esto constituye aún un misterio. De su vida anterior sólo sabemos, porindagaciones de Ferdinand Anders,6 que Mühlenpfordt nació en Claus-thal, en el estado de Hannover,7 y que en 1819 estaba matriculado comoestudiante de matemáticas en la universidad de Gotinga, foco cultural im-portante del norte de Alemania. Cabe pensar que Eduard fue uno de esosjóvenes inconformes con la política conservadora prevaleciente en laConfederación Germánica, conducida entonces por el príncipe de Metter-nich, por lo que no se podría descartar su participación en las asociacio-nes estudiantiles que opusieron resistencia a dicha política, las llamadasBurschenschaften.8 El ideario liberal y progresista plasmado en su Ensa-yo, así como su disposición a tener parte en la escena pública mexicanamediante la ocupación de un cargo administrativo en Oaxaca (que se es-

96 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

3 Cfr. ibidem, vol. II, p. 156. 4 Kruse, Hans, Deutsche Briefe aus México, mit einer Geschichte des Deutsch-Amerikanischen

Bergwerksvereins, 1824-1838. Ein Beitrag zur Geschichte des Deutschtums im Auslande, Essen, Ver-lagshandlung von G. D. Baedeker, 1923, sobre todo en su extensa parte introductoria, y Mentz deBoege, Brígida M. von, ‘‘Tecnología minera alemana en México durante la primera mitad del sigloXIX’’, Estudios de historia moderna y contemporánea de México, 1980, vol. VIII, pp. 85-95, darán allector una idea del perfil de los técnicos alemanes de la época en los asuntos de minas. Como podráconstatarse en la lectura de esta bibliografía, durante los años de estancia de Mühlenpfordt en Méxicoocurrió un auge notable de la inversión extranjera en la minería mexicana.

5 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. II, p. 215.6 Editor de una publicación facsimilar relativamente reciente del Ensayo en alemán (Graz,

Akademische Drucks-und Verlagsanstalt, 1969), en su introducción.7 El lector recordará que por entonces Alemania estaba dividida en una multitud de estados,

que componían la Dieta o Confederación Germánica. Hannover se distinguía por sus vínculos dinásti-cos con Inglaterra.

8 Y de hecho, esto lo han sugerido Juan A. Ortega y Medina y Jesús Monjarás Ruiz en suedición de unos planos y dibujos de los palacios zapotecos realizados por Mühlenpfordt durante su estan-cia en México: cfr. Los palacios de los zapotecos en Mitla, México, UNAM, Instituto de Investiga-ciones Históricas, 1984, p. VII. Los editores también brindan información sobre la historia de losplanos y dibujos en cuestión.

pecificará a continuación), hablan en favor de esta hipótesis. La que sípuede ser tomada como información segura es su familiaridad con la acti-vidad minera desde tiempo atrás, ya que, como Anders ha mostrado, su pa-dre había sido director de máquinas del departamento de minas de su po-blación de origen.9

Sea cual fuese su vida anterior, lo más probable es que Eduard llegaraa México contratado ya por la compañía británica a la que iba a prestarsus servicios en Oaxaca.10 En la gran plana del Ensayo, Mühlenpfordt sepresenta como ‘‘director del departamento de obras de la Mexican Com-pany y posteriormente director de caminos del estado de Oaxaca’’. Hastacuándo duró su primer desempeño y desde qué momento comenzó a ejer-cer el segundo, no es fácil saberlo. Cabe la hipótesis de que el hombre deminas de Hannover haya emprendido su nueva labor a comienzos de 1833,según lo que refiere en su Ensayo. Mühlenpfordt nos informa de los ante-cedentes y del origen del proyecto caminero en cuestión. Un grupo de ex-pertos alemanes había trazado en 1831 los planos de una carretera quecomunicaría la ciudad de Oaxaca con la costa del Golfo.11 Más allá delbeneficio que el proyecto iba a reportar a la capital oaxaqueña, dado el in-cremento de su comercio con el exterior, la carretera debía posibilitar elintercambio mercantil entre Europa y la costa occidental de Centroaméri-ca. Sin embargo, el plan no se verificó y esto por causa de la poca dispo-sición al riesgo de parte de los posibles inversionistas mexicanos. El go-bierno del estado de Oaxaca decidió entonces llevar a efecto un proyectosimilar, aunque esta vez para construir una carretera que uniera la capitaloaxaqueña con Tehuacán de las Granadas (Puebla) y entroncara así con laruta al puerto de Veracruz. Fue durante el período del gobernador RamónRamírez de Aguilar cuando Mühlenpfordt y Francisco Heredia (jefe deobras) pasaron a integrar el directorio encargado de la construcción de estavía, iniciada en junio de 1833.

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 97

9 La región del entorno de Clausthal, el Oberharz, fue asiento entre los siglos XVI y XVIII deuna intensa explotación de plata. La información de Anders, en la introducción citada.

10 Otro alemán al servicio de la Mexican Company, Eduard Harkort, vino contratado desde Ale-mania a cumplir sus tareas. Sobre la historia y los escritos de Harkort, véase Brister, Louis E., InMexican Prisions. The Journal of Eduard Harkort, 1828-1834, Austin, Texas A & M UniversityPress, 1986 (en p. 11 afirma Brister que la Mexican Company contrataba personal desde Alemania).

11 Véase Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. II, pp. 154-155. El camino proyectado por estosalemanes comenzaría en Oaxaca y terminaría en Alvarado (Veracruz), por lo que quizá se pretendíala revitalización de la actividad mercantil por este puerto, en decadencia desde que Veracruz habíarecuperado su importancia hacia 1826. También puede ser, desde luego, que se pensara trasladar lamercancía de Alvarado a Veracruz, y viceversa, sin tener la intención de vivificar el primer puerto.

El proyecto caminero no tardó en verse interrumpido poco después desu inicio por causa de la asonada de los generales Arista y Durán, secun-dada en Oaxaca por el general Vicente Canalizo. Mühlenpfordt hace verque por causa de esa revuelta el plan se vino abajo y que eso mismo pare-ce haber determinado su salida de México.12 Como la revolución de Aris-ta y Durán estaba ya vencida hacia octubre de 183313 y el alemán afirmahaber salido de México en 1834, cabe pensar que viajara por varias partesdel país durante los meses intermedios, entre otros motivos con el fin derecopilar información para el gran escrito que proyectaba sobre México,muy ajustado al modelo del Ensayo de Humboldt sobre la Nueva Espa-ña.14 No puede descartarse que Mühlenpfordt se haya sentido en peligropor haber ocupado un cargo en el estado de Oaxaca, pues no faltan lostestimonios de que en esos años se generalizaba una reacción contra los ex-tranjeros involucrados en los asuntos públicos de México. Así, por ejem-plo, el famoso pintor y viajero Johann Moritz Rugendas tuvo que salir delpaís también en 1834 por esas razones, y no fue distinta la situación deEduard Harkort, otro alemán contratado por la Mexican Company al queMühlenpfordt se refiere como ‘‘mi amigo’’ en su Ensayo.15 Activo prime-ramente como ayudante militar del general Santa Anna en el levanta-miento de éste contra el gobierno de Anastasio Bustamante en 1832, Har-kort acabó por enemistarse con su jefe y unirse a los independentistastexanos en su lucha contra el gobierno de México unos cuantos años des-pués.16 Nada impide suponer que su participación abierta en un proyecto

98 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

12 Véase supra: nota 3.13 Cfr. Sordo Cedeño, Reynaldo, El Congreso en la primera República centralista, México, El

Colegio de México-Instituto Tecnológico Autónomo de México, 1993, p. 39.14 Aunque es claro que ya en Oaxaca había reunido Mühlenpfordt muchos apuntes y coleccio-

nes para ese mismo fin. La recopilación de información sobre la República mexicana fue continuadapor él de manera epistolar durante los diez años que transcurrieron entre su salida de este país y lapublicación de su Ensayo en 1844. Que el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España deHumboldt le sirvió de modelo lo declara él mismo en su prólogo al primer volumen de la obra.

15 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. II, p. 137. Mühlenpfordt se benefició de medicio-nes barométricas realizadas por Harkort, como revelan las continuas referencias a las mismas a partirdel pasaje citado. En cuanto a la salida de Rugendas, puede verse el catálogo de la exposición de suobra pictórica en México, organizada por el Preussischer Kulturbesitz, en Berlín, en 1984 y 1985: JohannMoritz Rugendas in Mexiko. Malerische Reise in den Jahren 1831-1834, Berlin, Druckerei Hellmich KG,1984, p. 19. Rugendas se vio precisado por la autoridad a abandonar el país tras haber facilitado la fugadel general Morán y de Miguel de Santa María, ambos enemigos políticos de Santa Anna.

16 Como se ha dicho ya, en el libro de Brister (véase supra: nota 10) se incluyen la historia y lasepístolas de Harkort, aparecidas ya antes en Alemania bajo el título de Aus mexikanischen Gefängnis-sen, Leipzig, C. B. Lorck, 1858. La lectura de estas cartas revela, por cierto, que Rugendas tambiénfue amigo de Harkort.

público, así como su amistad con un personaje tan conflictivo como Har-kort, pusieran a Mühlenpfordt en un verdadero apremio por abandonar elpaís, aunque sólo fuera por miedo a las posibles represalias.

Pero independientemente de los motivos concretos de su partida, elhecho es que el hannoveriano se dirigió de México a Estados Unidos(Cincinnati),17 acaso como una estación intermedia en su retorno al paísnatal. Ya de regreso en éste, aún tardaría diez años en editar su Ensayosobre México, publicación que se vio precedida por la de otros dos traba-jos identificados ya por Anders en sus investigaciones sobre el persona-je.18 Además de su amplio escrito, otro testimonio dejado por Mühlenp-fordt de su estancia en México fue un ejemplar disecado de pez aguja oagujón que entregó al museo de Gotinga y que probablemente todavía seconserva ahí.19 Fuera de los datos mencionados, no se disponen hastaahora de otras referencias sobre la vida y obra de Eduard Mühlenpfordt.

II. LAS CIRCUNSTANCIAS DEL MÉXICO DE MÜHLENPFORDT

Aunque escasas, las informaciones biográficas expuestas bastan parapermitir deducir algunos de los hechos y circunstancias principales quedebieron de impresionar a este alemán durante su estancia en México. Enprimer lugar es de recalcar su residencia en una zona rural y muy marca-da por la cultura indígena. Si se toma en cuenta tal situación, nada tienede sorprendente que el Ensayo de Mühlenpfordt sea una de las obras ex-tranjeras que más espacio y simpatía dedican a la población indígena deMéxico, además de transmitir un sólido conocimiento del perfil laboralde ésta. Ahora bien, como en el apartado siguiente mencionaré aspectosbásicos de su percepción de México, por lo pronto procede referir las cir-

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 99

17 Así lo dice en Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, pp. 122-123, donde menciona haberllevado café tostado y molido en Córdoba (Veracruz) a Cincinatti, tras haber llegado a Estados Uni-dos por mar. En otro pasaje refiere que durante una estancia en ese país vecino (muy probablementela misma) sufrió el robo de una gran parte de sus colecciones y noticias recabadas en México: cfr.ibidem vol. II, p. 161.

18 Anfangsgründe der Perspektive (Clausthal, Schweiger, 1837), que es un manual de perspecti-va, y Cyclus der schönsten und interessantesten Harzansichten in Stahlstichen nach Originalzei-chnungen von W. Saxesen. Mit Erläuterungen von Eduard Mühlenpfordt, 1-3, cuaderno (Clausthal,1844), un ciclo de litografías de la región del Harz según dibujos de W. Saxesen. Aunque Mühlenp-fordt tenía en mente publicar los planos del palacio de Mitla mencionados en la nota 8, según afirmaen Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. II, p. 215, no existe prueba alguna de que este deseo se hayaverificado. La citada edición reciente de los mismos está basada en un manuscrito y dibujos dejadospor él en México.

19 En Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 188, menciona este hecho.

cunstancias históricas en que se enmarcaron sus andanzas mexicanas ysus opiniones sobre el país en general.

Dado que las viviencias de Mühlenpfordt en México transcurrieronentre 1827 y 1834, debemos preguntarnos por los hechos históricos másrelevantes de ese lapso, sobre todo en Oaxaca, pues no es de descartarque hayan determinado su visión de ciertos asuntos. Y bien, lo más signi-ficativo del período es, desde luego, el encarnizamiento de las pugnasfacciosas y la creciente debilidad del régimen federal implantado en1824. El propio Mühlenpfordt deja constancia de esto al presentarnos unresumen histórico que, para los años en cuestión, no es más que una enu-meración de asonadas y derrocamientos.20 Pero más allá de los merosacontecimientos, son ciertas problemáticas históricas las que hay queconsiderar cuando se trata de un observador empeñado en presentar unaimagen coherente y articulada del país,21 comparable a la de Humboldt ensu Ensayo. Definamos las problemáticas que vienen al caso con Müh-lenpfordt, a partir de ciertos hechos históricos descollantes.

Si revisamos la historia de Oaxaca durante los años en cuestión(1827-1834), tres cuestiones se revelan de inmediato como de gran im-portancia. La primera es la muerte de Vicente Guerrero, resultado de unacelada ocurrida en enero de 1831 frente a las costas de Acapulco.22 Elantiguo insurgente fue conducido a la capital oaxaqueña y ejecutado ahíel 14 de febrero de 1831. Este hecho conmocionó a la opinión pública engeneral y dio lugar incluso a un proceso posterior contra los ministros delgobierno en turno, el del vicepresidente Anastasio Bustamante, a quienesse acusó de la ejecución del general. Pues bien, ese gobernador Ramírezde Aguilar mencionado por Mühlenpfordt, aquél con el que colaboró parala construcción del camino entre Oaxaca y Tehuacán, fue el mandatarioencargado de verificar las ceremonias de desagravio al expresidente ase-sinado, algo que tuvo lugar a finales de abril y comienzos de mayo de1833. Esto se realizó en virtud de un decreto del Congreso local, cuandoel gobierno general era conducido por el liberal reformista Valentín Gó-

100 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

20 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 375-385. Un poco después, al tratar de la Iglesia en México (cfr.ibidem, vol. I, pp. 408-412), menciona los hechos que han marcado la situación de las relaciones deesta institución con el Estado.

21 De hecho, en su prólogo al primer volumen afirma Mülenpfordt su intención de ofrecer unaobra de carácter marcadamente integral, como sólo Humboldt lo había hecho con anterioridad.

22 Los hechos y el contexto de la aprehensión y fusilamiento de Guerrero, en Costeloe, MichaelP., La primera república federal de México (1824-1835), México, Fondo de Cultura Económica,1983, pp. 271-273.

mez Farías.23 Aunque Mühlenpfordt no se detiene en su Ensayo a explicarcon detalle las circunstancias de la ejecución de Guerrero, ni mencionasiquiera el posterior desagravio en Oaxaca, innegable es que todo esto de-bió de ejercer un fuerte impacto en su visión del país. En el pasaje citadodel historiador Iturribarría, éste apunta que las circunstancias del desagra-vio a Guerrero evidenciaron el disgusto del clero por ese gesto, en el quese le había forzado a participar, y esto revela que en esa entidad del sur estoshechos agudizaban la tensión ya existente en las relaciones entre la Iglesia yel Estado, en concreto entre quienes querían un sometimiento irrestricto delclero a la autoridad civil y quienes se oponían a la permanencia de las viejaspotestades del gobierno sobre la Iglesia.24 Al tratar de la opinión de Müh-lenpfordt sobre el clero y las prácticas católicas en México, se entenderá porqué su Ensayo, en el capítulo sobre el Estado y la Iglesia (en el volumen I),refleja una clara toma de posición en favor de los primeros.

Otra problemática básica que por entonces se perfilaba como decisi-va, sin que Oaxaca quedara al margen, era la creciente insubordinacióndel personal militar contra la autoridad civil. Hemos visto de qué manerala insurrección de Canalizo significó una interferencia fundamental en losplanes de Mühlenpfordt. La conciencia de esta situación también ha que-dado plasmada en el Ensayo, principalmente cuando su autor afirma quelas ambiciones de los militares se contaron entre las causas más relevan-tes del desprestigio y la caída del régimen federal en México.25

Una tercera cuestión que hay que señalar como determinante de lavisión de Mühlenpfordt respecto a la situación histórica de México es eldesajuste que constataba entre la generalizada aspiración a establecer unnuevo tipo de orden civil, más digno que el colonial, y el pobre estado dela infraestructura material existente, tan destruida durante la guerra de In-dependencia.26 Su interés en el proyecto carretero de Oaxaca muestra elo-

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 101

23 Sobre todo esto, véase Iturribarría, José Fernando, Historia de Oaxaca, 1821-1854, Oaxaca,Ramírez Belmar Impresor, 1935, pp. 184-187.

24 Fue sobre todo la ley del 17 de diciembre de 1833, emitida durante la administración deGómez Farías, la que causó un gran malestar en el clero oaxaqueño. Disponía que la autoridad civilpodría realizar la provisión de los curatos, con lo que el gobierno asumía prácticamente las atribucio-nes del antiguo patronato regio español: cfr. ibidem, p. 202, y Ferrer Muñoz, Manuel, La formaciónde un Estado nacional en México (El Imperio y la República federal: 1821-1835), México, UNAM,Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp. 305-308.

25 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 375.26 Cfr. ibidem, vol. I, p. 198, donde afirma que el paisaje de muchas regiones está marcado por

las numerosas rancherías y poblaciones rurales arruinadas, y alude además a la gran cantidad de cons-trucciones destruidas o decadentes que se ven en las ciudades.

cuentemente la conciencia que tuvo sobre esto y sobre la necesidad deque se proporcionara a los mexicanos el auxilio de extranjeros con forma-ción técnica y científica. Si en algo pone constantemente su atención estedescriptor del país y su gente, es en la presencia o ausencia de institucio-nes difusoras de los conocimientos útiles y de cultura científica en la ca-pital y los estados. A este respecto, la historia de Oaxaca en las fechas enlas que Mühlenpfordt abandonaba México se torna también muy ilustrati-va, pues fue precisamente a comienzos de 1834 cuando uno de los miem-bros jóvenes de la Legislatura estatal, Benito Juárez, obtuvo el título deabogado en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca.27 Poco antes, porcierto, Juárez había destacado como uno de los diputados más insistentesen que se efectuara la ceremonia de desagravio a Guerrero.

III. LA POBLACIÓN INDÍGENA DE MÉXICO DESDE EL PRISMA

ANALÍTICO DE MÜHLENPFORDT

El Ensayo de una fiel descripción de la República de México deMühlenpfordt destaca frente al grueso de la producción extranjera de esosmismos años por la detallada atención prestada en él a las cuestiones indí-genas. La obra consta de dos volúmenes y en ambos encontramos refe-rencias constantes a este sector de la población mexicana. El primero in-cluye una panorámica general del país, con abordaje tanto de los aspectosgeográficos como de los políticos, económicos y de costumbres. El capí-tulo quinto de este volumen, dedicado a las costumbres, las clases, el ca-rácter, la indumentaria y las enfermedades de la población mexicana,ofrece una rica y bien articulada información sobre los indios. Los capítu-los segundo y tercero, relativos a las producciones vegetales y animalesdel país, respectivamente, brindan también observaciones valiosas sobrelas aportaciones indígenas en esos campos. En cuanto al segundo volu-men del Ensayo, integrado por descripciones de todos los estados y terri-torios de la República,28 tampoco faltan informaciones sobre la poblaciónindígena de las entidades. La descripción de Oaxaca, por ejemplo, incluyedatos detallados sobre la distribución de las etnias, su cultura material, sucarácter y a veces incluso sobre sus características físicas. Las descripcio-nes de las regiones del norte, sobre todo de los territorios de la Alta y

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27 Cfr. Iturribarría, José Fernando, Historia de Oaxaca, p. 202.28 Descripciones que suelen comprender los aspectos estadísticos, geográficos, etnográficos,

económicos, culturales, históricos, financieros e incluso arqueológicos de las entidades.

Baja California, así como de Nuevo México, incluyen referencias de inte-rés sobre la población nativa. Preciso es decir, sin embargo, que el trata-miento de la población indígena en el segundo volumen es por lo generalmás disperso e irregular que en el primero, pues suele quedarse en lo etno-gráfico y lo geográfico. No hay ahí nada comparable al abordaje sistemá-tico de la situación social y las costumbres que distingue al capítulo quin-to del primer volumen. Lo anteriormente dicho me permite afirmar que elEnsayo de Mühlenpfordt contiene una información rica y sistemática queabarca tanto a los indios sedentarios como a los nómadas o seminómadas,si bien respecto a este segundo grupo el autor no ha contado con el bene-ficio de la observación directa y constante.29

Por las razones aducidas, en el presente apartado abordaré fundamen-talmente la visión de Mühlenpfordt de los indios sedentarios, aquélloscon los que convivió durante su estancia en Oaxaca y quizás en otras par-tes del país. Antes de hacerlo, sin embargo, menciono algunas caracterís-ticas generales del Ensayo.

Si bien el subtítulo del Ensayo de Mühlenpfordt delata ante todo eldeseo de practicar un estudio sistemático de la geografía, etnografía y es-tadística de México, resulta incontrovertible que este escrito destacaigualmente por otras tres cualidades. La primera reside en el gran análisissocial desplegado, manifiesto en esa detallada y razonada elucidación decostumbres por grupos sociales que incluye el primer volumen, algo queviene a formar la parte medular y aglutinante del capítulo en cuestión.30

La segunda es el continuo recurso a la información histórica, que se con-vierte así en un apoyo constante que enriquece en mucho la explicaciónde las circunstancias referidas. Análisis social y recurso a la historia ter-

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 103

29 Y basta leer sus descripciones de las entidades del norte para notar un conocimiento máslibresco que personal de las mismas. En cuanto a la población indígena sedentaria hay que reconocerque no faltan apoyos bibliográficos, tanto de viajeros previos (Humboldt, Ward, Bullock) como devenerables fuentes históricas (las obras de Burgoa, Acosta, Gómara, etcétera). El lector no tardará enpercibir, sin embargo, que lo más peculiar y concluyente de los comentarios de Mühlenpfordt sobre lapoblación indígena procede de su experiencia y observación personales, algo muy comprensible siconsideramos que su permanencia en México llegó a los siete años.

30 En Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 199, señala Mühlenpfordt la existencia de seistipos étnicos diferentes en México (blancos, mestizos, mulatos, indios, zambos y negros) que en lasubsecuente descripción de costumbres se reducirían prácticamente a tres grandes grupos (blancos,mestizos e indios), junto con algunas alusiones a la población negroide. En mi libro Visión extranjerade México, 1840-1867. I. El estudio de las costumbres y de la situación social, México, UNAM,Instituto de Investigaciones Históricas-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1998,pp. 21-54, recalco la capacidad analítica de Mühlenpfordt dentro de una serie de obras publicadas porextranjeros residentes en México durante los años señalados.

minan por ser indisociables en Mühlenpfordt, como pronto se comproba-rá. La tercera radica en la gran atención concedida a la participación delos diferentes grupos sociales en las actividades productivas de México.La proyección de la estructura social en la distribución de las tareas eco-nómicas es una de las cuestiones más cuidadosamente tratadas en el En-sayo. Empecemos la reseña por este último aspecto.

Para Mühlenpfordt, el indígena es el mexicano que con sus fatigassustenta al conjunto de los habitantes del país, y esto por cierto desde losaños coloniales. Descontento de vivir en las cercanías de las poblacionesde los blancos, el ‘‘campesino cobrizo’’ (expresión muy común en su es-crito) ha preferido establecerse en las zonas montañosas y lejanas, lo queha significado una participación importante de él en el desenvolvimientoagrícola del país y el poblamiento de las partes serranas. En sus labores, losindios se mantienen apegados a las técnicas y herramientas antiguas, ésasque tenían al momento de venir los españoles o que éstos introdujeron:

Den seit 1824 eingewanderten Ausländern gelang es bisher nur schwerund ausnahmsweise, die Indier an den Gebrauch besser eingerichteter Ge-rähte zu gewöhnen. Der Pflug hat hier noch ganz die Einrichtung , welcheer bei den ältesten ackerbauenden Völkern der alten Welt vor vielen Jahrhun-derten hatte, und wie man ihn noch jetzt bei einigen asiatischen Völkernantrifft. Er ist ohne Räder und wird von Ochsen gezogen.31

También en la cría de la cochinilla32 se hace patente esa inercia quecaracteriza al indio en cuanto a su actividad productiva, ese aferramientoa los métodos tradicionales.

Pero no es sólo en la agricultura donde los indígenas despliegan sucapacidad productiva. También están presentes en la cría de animales ytrabajan como jornaleros en las haciendas y ciudades, además de comer-ciar con los frutos del campo y productos artesanales.33

Asimismo son ellos quienes ejecutan los trabajos duros de las minas,en los que despliegan un esfuerzo notable, por no mencionar su desempe-

104 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

31 ‘‘Hasta ahora sólo con dificultad y de manera excepcional han conseguido los extranjerosllegados desde 1824 que los indios se acostumbren al uso de mejores herramientas. El arado conservaaún la forma de los que hace muchos siglos usaban los más antiguos pueblos cultivadores del ViejoMundo y que todavía se ven entre algunos pueblos asiáticos. No tiene ruedas y es tirado por bueyes’’:Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 84.

32 Cfr. ibidem, vol. I, p.143.33 Cfr. ibidem, vol. I, p. 239.

ño como caleros, ladrilleros, carboneros, albañiles, carpinteros, alfareros,leñadores y fabricantes de tejas.34 Si bien Mühlenpfordt percibe una ciertacorrespondencia entre el carácter paciente del indio y su comportamientoen el trabajo, patente en el párrafo citado, ello no implica que ignore lascircunstancias históricas que explican el hecho de que las tareas duras ha-yan venido a recaer tan exclusivamente sobre sus hombros. En su expli-cación del punto constatamos otra vez su capacidad de ver la proyecciónde lo social en lo económico, con apoyo ahora en la perspectiva histórica:

Waren nicht die kupferfarbenen Indigenen während der drei letzten Jahrhun-derte immer und allenthalben die Arbeiter, die Diener, ja die Lastthiereder hochmütigen weissen Eindringlinge? Waren es nicht ihre Kräfte, ihreThätigkeit, die der spanischen Regierung und den Hunderten und aberHunderten spanischer Abenteuer, welche pour chercher leur fortune inScharen nach Mejico zogen, jene Reichtümer erwerben halfen, welche dieWelt in Erstaunen setzten, und in deren Folge Leute der niedrigsten Classezu Rang und Titel von Baronen und Grafen gelangten?- Und welche rie-senhaften Bauten,welche bewundernswerthen Kunstwerke haben sie vorder Zeit der spanischen Invasion ausgeführt!35

Pero el confinamiento de la población indígena a las tareas producti-vas constituye sólo una de las realidades del pasado a las que el alemán seremite para entender la condición actual de ese sector. Abordemos ahoraaspectos más estrictamente sociales y recordemos que el régimen colonialimplicó el encasillamiento del indio como un menor de edad siempre ne-cesitado de la tutoría de ‘‘la gente de razón’’. Atiéndase a las siguientespalabras del Ensayo:

In einer Zeit, wo man sich alles Ernstes darüber stritt, ob die Indier denvernünftigen Wesen beizuzählen seien, glaubte man ihnen noch eine Wohl-

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 105

34 Y en el territorio de Nuevo México (cfr. ibidem, vol. II, pp. 530-531), los indios son losúnicos que realizan obra de industria y artesanía (cobijas, vajillas, enseres domésticos, objetos decuero, etcétera), mientras los blancos se dedican principalmente a la agricultura, ganadería y caza.

35 ‘‘¿No fueron los naturales cobrizos los sempiternos trabajadores, sirvientes y hasta las bestiasde carga de los arrogantes invasores blancos a lo largo de los tres últimos siglos? ¿No facilitaron consu fuerza y actividad al gobierno de España y a los cientos de aventureros, pero cientos en verdad,que de ese país llegaron copiosamente a México pour chercher leur fortune [a hacer fortuna], la ob-tención de esas riquezas que asombraron al mundo y gracias a las cuales gente de la más ínfimaextracción pudo obtener el rango y título de barón y conde? Además, ¡qué grandiosas las cons-trucciones y qué admirables las obras de arte que realizaron antes de la Conquista!’’: ibidem, vol. I,pp. 238-239.

tat zu erweisen, wenn man sie für immer unter die Vormundschaft derWeissen stellte. Während einer Reihe von Jahren waren die Indier, derenFreiheit die Königin Isabelle vergeblich ausgesprochen hatte, Sclaven derWeissen, welche sie sich ohne Unterschied zueigneten, und häufig darob inStreit geriethen. Diesem vorzubeugen, und, wie er wähnte, den IndiernBeschützer zu geben, führte der Hof von Madrid die sogenannten Enco-miendas ein.36

Varios son los pasajes en que Mühlenpfordt hace ver que la nivela-ción legal y política proclamada por la Constitución de 1824 no ha signi-ficado un cambio decisivo en esto, pues aún se echa de menos el respetoefectivo a los legítimos derechos del indio.37 Precisamente muy al co-mienzo de su amplio capítulo sobre los tipos sociales y las costumbres enMéxico, el hannoveriano señala que los blancos tratan todavía a los in-dios como a seres inferiores, pues saben que pueden hostigarlos y despre-ciarlos en forma impune.38 Pero es de destacarse que, aunque muy intere-sado en la cuestión de las relaciones productivas entre los grupossociales, Mühlenpfordt no exagera el aspecto económico para erigirlo enla causa fundamental de la explicación histórica. Así, aunque la opresióncolonial más visible y constante de los indios haya sido de signo econó-mico, como lo demuestra ese alto nivel de vida conseguido por españolesy criollos a costa de ellos, su sojuzgamiento también se explica por lasformas de organización política y administrativa. No solamente cultivó lametrópoli un régimen de separación entre los asentamientos de indios ylos demás pobladores de la Nueva España, entronizando la desigualdadde unos y otros, sino que en un momento dado no vaciló en privar a lascomunidades indígenas de sus ingresos, sin establecer siquiera una nor-matividad clara que fijara el destino de esos dineros.39

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36 ‘‘En una época en que se discutía con toda seriedad si al indio se le debía contar entre losseres racionales, se creyó que con someterlos a la eterna tutela de los blancos se les hacía incluso unbeneficio. Los indios, cuya libertad vanamente había proclamado la reina Isabel, quedaron así durantelargos años como esclavos de los blancos, quienes los tomaron indistintamente en propiedad e incu-rrieron constantemente en pleitos por esta razón. Para evitar dichos pleitos y, según se decía, darprotectores a los indios, la corte de Madrid introdujo las llamadas encomiendas’’: ibidem, vol. I, pp.232-233.

37 Por ejemplo, cfr. ibidem, vol. I, pp. 226 y 243.38 Cfr. ibidem, vol. I, p. 204.39 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 233-235. Si bien hay que decir que Mühlenpfordt ve en la introduc-

ción del régimen de intendencias bajo Carlos III una cierta disminución de la opresión ejercida duran-te siglos por los funcionarios intermedios. En el pasaje citado reconoce los esfuerzos del ministro deIndias José de Gálvez en este sentido.

Pasemos ahora al detallado cuadro de costumbres contenido en elEnsayo, campo en el que su descripción resulta de lo más completa y arti-culada.

Como en la generalidad de los escritos de inmigrantes y viajeros de-cimonónicos, la cuestión del carácter de los pobladores descritos recibe laatención privilegiada de Mühlenpfordt. Bueno será recordar aquí que la cu-riosidad de todos estos autores por el tema no se explica por el mero pro-pósito de hacer un diagnóstico moral de los individuos, grupos o pueblosretratados. El auge de la ‘‘cuestión social’’ es una de las característicascentrales de la época, y uno de los rasgos más notables del Ensayo deMühlenpfordt reside precisamente en llevar el análisis de las costumbresa un desentrañamiento que puede ser calificado ya de sociológico. Suidentificación sistemática de tales y cuales hábitos con este o aquel otrogrupo social, así como su definición de ciertos rasgos del carácter comolos más característicos de tal o cual grupo, suscitan progresivamente en ellector una imagen muy completa de las conductas e impulsos que operanen la organización colectiva tomada en su sentido más amplio, sin que elautor deje de dar razón de los que se registran en ámbitos de la realidadmás restringidos: el político, el legal, el económico, etcétera. El objeti-vo final de Mühlenpfordt es el de ofrecer un trazo general de los perfi-les de la sociabilidad en el interior de cada grupo y de éste con los de-más. Veamos ejemplos concretos de cómo ocurre este desciframientode conductas y del carácter, paso previo a la definición de esas formas desociabilidad (generales y sectoriales) que tanto interesan a Mühlenp-fordt.

Entre los rasgos más notables del carácter indígena, Mühlenpfordtdestaca el hermetismo y la seriedad.40 En el pasaje recién citado no vacilanuestro autor en sostener que estas peculiaridades del carácter son inde-pendientes del estado de dominación a que los sometieron sus congénereso los españoles. Respecto a los efectos que ese soguzgamiento sí pudohaber tenido en su carácter, sostiene que

Eher dürfte die Störrigkeit und der Eigensinn, welche einen auffallendenZug im Charakter der heutigen Indianer ausmachen, durch jene Ursachenhineingelegt worden sein. Es ist fast ganz unmöglich, den Indier zu irgendEtwas zu bewegen, was er sich vorgenommen hat, nicht zu tun. Heftigkeit,

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 107

40 Cfr. ibidem, vol. I, p. 236.

Drohungen, selbst körperliche Züchtigung, helfen eben so wenig als dasAnbieten von Geld und Belohnungen; eher noch helfen Überredung, Bittenund Schmeichelei.41

Tal conocimiento lo ha adquirido Mühlenpfordt en sus experienciasde trabajo en las minas de Oaxaca, donde el grueso de la mano de obra loforman precisamente los indios. También en esto ha sido muy pobre eléxito de los europeos al querer renovar las técnicas de explotación. Perola poca afición de los indígenas a la acumulación de ganancias es otrorasgo del carácter que debe ser tomado muy en cuenta al explicar suscomportamientos sociales. La posesión del dinero tiene para ellos otrosentido que para la población blanca de México o de otros países. Queincluso cuando tienen grandes ingresos opten por vivir en casas muy sen-cillas, totalmente desprovistas de lujo o incluso de comodidades, es algoque da idea del poco prestigio social que conceden al dinero. En este pun-to, por cierto, los indígenas suelen revelarse unos consumados individua-listas, asegura Mühlenpfordt, quien ha sabido de casos en que un padre defamilia rico prefiere no traspasar en herencia su ‘‘tesoro’’42 a sus descen-dientes, entre otras razones porque quiere incitarlos a llevar una vida acti-va y no dependiente de los éxitos del progenitor.43

Mencionado el punto, preciso es decir que esta actitud patriarcal yautosuficiente de los indios viejos frente a los jóvenes caracteriza tam-bién a este grupo humano de México en su comportamiento político, se-gún Mühlenpfordt. Revelador a este respecto es el siguiente pasaje de suEnsayo:

Man bemerkt häufig in den Indianerdörfern alte Männer, welche von je-dem Vorüergehenden durch Abziehen des Hutes und tiefe Verbeugung eh-rerbietig gegrüsst werden. Jüngere Leute, selbst Frauen, sieht man sich aufdie ihnen würdevoll dargebotene Rechte jener Alten zum Handkusse hinab-

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41 ‘‘Más bien serían la terquedad y la obstinación que caracterizan de forma notable el carácterindígena actual las que podrían ser consecuencias de aquellas causas. Es casi del todo imposible indu-cir al indio a que realice algo que se haya propuesto no hacer. Vehemencia, amenazas y hasta castigoscorporales son de tan poca utilidad, lo mismo que el ofrecimiento de dinero o recompensas; en talsituación resultan de más ayuda la persuasión, el ruego y la adulación’’: idem.

42 Puesto que suelen enterrar su dinero.43 Cfr. ibidem, vol. I, p. 241. En mi ya citado libro Visión extranjera de México, pp. 61, 137,

153-154, he aludido a la situación monetaria que prevalecía por entonces en el país, con lo que seenriquece y da su justa dimensión a la explicación de Mühlenpfordt sobre los ‘‘entierros de dinero’’practicados por los indios.

neigen. Dieser erfolgt jedoch nicht wirklich. Der Grüssende macht nur dieGeberde des Küssens über der dargebotenen Hand, berührt diese aber we-der mit seinen Fingern noch mit seinen Lippen. Diese Greise sind dieHäupter der alten Adelsfamilien.44

El respeto mostrado hacia esta gente de edad se relaciona tambiéncon el hecho de que los funcionarios municipales de los pueblos indíge-nas aún son escogidos entre los miembros de esas viejas familias nobles.Pero, como veíamos, el rasgo aparecía desde que Mühlenpfordt señalabaesa conducta severa de los padres para con sus hijos, con lo que tenemosun claro ejemplo de cómo este autor subsume lo que se observa en lo po-lítico en una lógica de relaciones situadas en un orden más amplio. Elcarácter indígena se toma como trasfondo de las conductas en todos losámbitos. En cuanto a los nexos entre padres e hijos pequeños hay queaclarar, sin embargo, que este alemán encontró una tónica de gran ternuray delicadeza, a veces excesiva.45 También se interesa este autor por la ín-dole de las relaciones entre marido y mujer, respecto de las cuales diceque suelen ser pacíficas, pues rara vez ocurren los pleitos abiertos. Eso sí, nose les podría caracterizar como de apego estricto a la fidelidad inmaculada.De cualquier manera, el hecho es de que hay unión y que las mujeres ejer-cen una fuerte influencia en los varones, pues saben manejar las cosascuando el marido se encuentra alcoholizado, situación muy frecuente.

Presentados los rasgos básicos de la sociabilidad indígena, tal comoexiste entre los propios indios, veamos ahora el perfil de las relacionesentre los indios y los que no pertenecen a su comunidad. En su trato conel blanco el indio exhibe, por una parte, la faceta más dura de su carácter,que es esa obstinación surgida de su prolongada condición de explotado.El rasgo ha sido ya mencionado al hablar de su conducta en el trabajo.Sin embargo, por el momento es de señalarse otro elemento frecuente enla relación de los indios con los demás pobladores de México: la astucia yel disimulo. Mühlenpfordt atribuye esto al hecho de que los naturales nohan olvidado su antigua condición de señores de la tierra, al grado de

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 109

44 ‘‘En los pueblos de indios se ve frecuentemente a hombres ancianos a los que saludan respe-tuosamente todos los transeúntes, ya sea quitándose el sombrero o inclinándose profundamente anteellos. Los jóvenes, incluidas las mujeres, se inclinan ante estos ancianos que graciosamente les tien-den la mano derecha para que les impriman en ella un beso, aunque no lo hacen, porque el que saludase limita a hacer el gesto, ya que no le tocan la mano ni con los dedos ni con los labios. Estos ancia-nos son las cabezas de las antiguas familias nobles’’: Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, p. 244.

45 Para el cuadro de las relaciones familiares del indio, véase ibidem, vol. I, pp. 246-247.

considerarse con derecho a expulsar a los mismos criollos aunque no ten-gan los medios y la oportunidad.46 En consecuencia, nunca se disgustamás un indio que cuando un individuo ajeno a su comunidad o su grupocercano quiere tratarlo como a un inferior. Si, por el contrario, se le abor-da en forma amistosa, las cosas resultan distintas:

Dünkelvolles Entgegentreten und Vornehmthun regt seinen natürlichenStolz, Härte seinen Eigensinn auf, und macht ihn störrig und widerspäns-tig. Behandelt man ihn aber mild, und ohne Stolz, zeigt man ihm Vertrauli-chkeit und ein herzliches, freundschaftliches Benehmen, bittet man ihn umschuldige Dienstleistungen wie um Gafälligkeiten, verschmäht man esnicht, ihm gelegentlich zu schmeicheln, ihn sich gleich zu stellen, und ihn‘‘hermano’’ und ‘‘amigo’’ zu nennen, rügt man etwaige Fehler, Nachläs-sigkeiten oder Versehen zwar mit Ernst, aber ohne Heftigkeit und Härte-so legt der Indier bald sein Misstrauen, seine düstere Verschlossenheit ab,zeigt sich willfährig, zutraulich, hingebend...47

En tales condiciones el indio será el colaborador más leal y dedicadoque pueda haber, por ejemplo como criado durante algún viaje o recorrido.

Con base en lo anterior el lector aprecia ya en qué sentido se puededecir que Mühlenpfordt aborda las formas de sociabilidad en diversosplanos de estudio. Pero importa recordar que uno de los principales méri-tos de su escrito es la feliz convergencia de perspectiva histórica y socio-lógica. Un ejemplo notable de tal convergencia es la conciencia de Müh-lenpfordt respecto al fenómeno de la transmisión y asimilación culturalpara efectos de explicación social. No le es desconocido a nuestro autorque entre los indios existen fuertes diferencias en cuanto a su nivel deriqueza y que los más ricos han venido a adoptar ciertos elementos cultu-rales propios de los españoles. Así ha podido constatar, por ejemplo, quealgunos de ellos acostumbran construirse casas grandes y del mismo esti-lo que las de los blancos.48 La perspectiva histórica es aquí fundamental,

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46 Cfr. ibidem, vol. I, p. 238.47 ‘‘Abordarlo con arrogancia o con aires de importancia despierta su natural orgullo, y si se

hace con dureza, su terquedad. Entonces se mostrará inflexible y renuente. Pero si se le trata condulzura y sin orgullo, si con una conducta cordial y amistosa se le muestra confianza y se le pide elcumplimiento de las obligaciones contraídas como si se tratara de favores, sin olvidar acercárseleocasionalmente en forma lisonjera, como iguales, para llamarle hermano y amigo y reprocharle susfaltas, negligencias o errores con seriedad y sin acaloramiento o dureza, entonces el indio abandonarásu desconfianza y lúgubre hermetismo, para volverse confiable y entregado...’’: ibidem, vol. I, p. 246.

48 Cfr. ibidem, vol. I, p. 241.

pues una transmisión cultural definitiva en cuanto a formas y hábitos devivienda suele darse en períodos largos. Sin embargo, en el caso concretola asimilación del elemento cultural no es total, pues el indio no amueblalas casas ni las habita exactamente como los blancos. En lugar del ajuarque uno esperaría encontrar en esas construcciones espaciosas, la salaprincipal consta de una mesa austera y unas cuantas sillas, así como deltípico altar dedicado a la Virgen o a algún santo (tan del gusto indígenapero no de nuestro autor). De esta manera, la diferencia frente a los indiosvecinos de nivel económico inferior, a efectos de vida cotidiana, resultamínima. Es de advertir que esta conciencia de la transmisión de elemen-tos culturales entre grupos étnicos diversos también se manifiesta en laidea que el hannoveriano se forma del carácter de los bailes ‘‘nacionales’’(entiéndase en este contexto los de los criollos y mestizos), que le parecentan melancólicos como los indígenas.49 Sin duda, sería injusto no recono-cer que el alemán lleva a efecto una aproximación interesante que apuntaun tanto vagamente a la noción de síntesis cultural,50 sin que pueda ha-blarse, por otra parte, de un modelo de aculturación o interacción cultural.

Queda claro que el punto fuerte del proceder de Mühlenpfordt es sufina capacidad analítica que le permite desprender distintos planos deaproximación. El resultado de este plan de trabajo es afortunado: aunqueal principio de su relación sobre los grupos de población ha utilizado lostérminos de indio, mestizo o blanco a partir del color de la piel, el cuadrosocial resultante implica que estas designaciones se han convertido en au-ténticas categorías sociales e incluso culturales cuyo significado es mu-cho más complejo que el primero, que era de tipo étnico si no es que fran-camente racial. Me inclino a pensar que pocos autores del siglo XIX hanexhibido tanto tino y método en la empresa de la descripción social deMéxico como Mühlenpfordt.

Deliberadamente he soslayado un punto central de la visión de Müh-lenpfordt, hasta el grado que me permite presentar ya las conclusiones fi-nales de este ensayo. Me refiero a lo que este alemán opina sobre el estadomoral y religioso de los indios mexicanos, tema tratado muy extensamen-te ----acaso más que cualquier otro---- en el cuadro de costumbres indíge-nas del Ensayo y en el que detecto una faceta decisiva de su comprensióndel indio mexicano.

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 111

49 Cfr. ibidem, vol. I, p. 301.50 Sin duda, en esto podemos ver un apoyo del ‘‘etnógrafo’’ Mühlenpfordt al ‘‘sociólogo’’ Müh-

lenpfordt.

Para Mühlenpfordt, la cristianización española del indígena constitu-ye el aspecto más negro del pasado colonial, período que en sí le parecemuy censurable. El párrafo siguiente resume su opinión sobre ese procesoevangelizador:

Gewöhnt an die Ausübung einer langen Reihe vorgeschriebener religiöserGebräuche, fanden die Indier sich leicht in die, welche der daran so reichekatholische Ritus ihen vorschrieb. Die vielen Kirchenfeste, die Feuerwerke,welche an ihnen zur Ehre Gottes und der Heiligen abgebrannt werden, dieProcessionen, etc., wurden für sie eben so viele Quellen der Unterhaltungund des Vergnügens. Im Heiligendienste der katholischen Kirche desseneigentliche Bedeutung ihnen verborgen blieb- fanden sie den Bilderdienstihrer alten Religionen wieder.51

Es decir, la introducción de un nuevo culto fue un mero espejismo, yaque tras el ropaje del ritual católico sobrevivieron los viejos hábitos de lareligión pagana.

Respecto de esta apreciación de las cosas, cabe decir que de ningunamanera representa una novedad entre las obras extranjeras decimonónicasrelativas a México, sobre todo las de procedencia anglosajona.52 Sin em-bargo, la perspectiva de Mühlenpfordt presenta ciertas peculiaridades quela hacen distinta de la de los autores ingleses y norteamericanos ----e in-cluso de otros alemanes---- de esos mismos años. Entre ellas destaca supermanente recurso al factor histórico y su interés por el nivel de culturaque muestran las sociedades. De ello surge una explicación del fenómenoen la que el catolicismo ritualista y espectacular no es tanto un medio demanipulación de la población pobre y carente de educación por las eliteso el clero (la interpretación más común entre los anglosajones) sino unagenuina expresión de la pobreza cultural que afecta y envilece a una so-ciedad entera. La pobreza cultural en cuestión se manifiesta en la incapa-

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51 ‘‘Acostumbrados como lo estaban a toda una serie de ceremonias religiosas ya prescritas, losindios se acomodaron fácilmente a las que ahora les dictaba el culto católico, tan rico en ellas. Lasnumerosas fiestas de la Iglesia, los fuegos artificiales que para gloria de Dios y de los santos se en-cienden en ellas, las procesiones, etc., se convirtieron para ellos en fuentes de un mismo entreteni-miento y placer. Con el oficio sagrado de la Iglesia católica, cuyo significado verdadero les permane-cía oculto, recuperaron el culto a las imágenes característico de sus antiguas religiones’’: ibidem, vol.I, pp. 252-253.

52 Ejemplos de ello en Ortega y Medina, Juan A., México en la conciencia anglosajona, Méxi-co, Antigua Librería Robredo, 1955, pp. 95-100, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pue-blos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investiga-ciones Jurídicas, 1998, pp. 69-70 y 113-116.

cidad o falta de voluntad para favorecer una aproximación intelectual alcristianismo. Así, lejos de quedar en un mero instrumento de dominaciónpolítica o de clases, la práctica católica colonial revela la esencia profun-da de un período histórico tricentenario. Atiéndase a las afirmaciones si-guientes:

Die heutigen, ansässigen Indier, welchen die Eroberer statt der alten, vonihnen absichtlich zerstörten, einen niedrigen Grad einer, der europäischenanalogen Sittigung eingeimpft haben...53

Die mönchischen Glaubensboten, Franciscaner und Dominicaner, an-fangs natürlich nur wenig bewandert in den indischen Sprachen, richtetenihr Augenmerk vorzüglich darauf, nicht, den Indiern Kenntnisse von denGrundsätzen und Lehren des Christentums beizubringen, sondern sie nuran die Ausübung des katholischen Ceremoniels zu gewöhnen.54

Bis jetzt hat sich practisch in beiden [ihrer politischen Lage und geisti-gen Entwicklung] noch wenig geändert, und wenig konnte sich ändern, solange dem Indier keine Mittel gegeben sind, sich auszubilden und kein An-lass ihm geboten ist, aus seiner dreihundertjährigen Lethargie zu einemneuen thätigen Leben sich aufzuraffen.55

Las conclusiones últimas de este autor sobre la situación actual delindio traslucen, pues, una idea racionalista del desarrollo cultural. Apa-rentemente Mühlenpfordt abandona esa noción del continuum históricoque había manifestado, por ejemplo, en sus observaciones sobre la asimi-lación gradual de elementos culturales hispánicos por algunos individuosadinerados de la población indígena. Ahora nos presenta un juicio categó-rico sobre el pasado colonial, casi apodíctico, con la clara intención dedescalificar toda una cultura o lo que le parece haber sido el núcleo másexpresivo de ésta. Que la perspectiva de Mühlenpfordt identifica en lapráctica católica colonial la índole de ‘‘toda’’ una cultura y por eso mismo

LA SITUACIÓN SOCIAL E HISTÓRICA DEL INDIO MEXICANO 113

53 ‘‘Los actuales indios sedentarios, quienes como sucedáneo de aquella antigua civilizacióndeliberadamente destruida por los conquistadores recibieron de éstos la inyección de una nueva, simi-lar a la eurohispánica pero de bajo nivel....’’: Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, pp. 238-239.

54 ‘‘La atención principal de los frailes franciscanos y dominicos, misioneros de fe que en unprincipio estaban obviamente poco versados en lenguas indígenas, estuvo dirigida a familiarizar a losindios con la práctica del ceremonial católico y no a hacerles conocer los principios y doctrinas delcristianismo’’: ibidem, vol. I, p. 231.

55 ‘‘Hasta ahora los cambios ocurridos en ambos sentidos [de mejoramiento político e intelec-tual del indio] son definitivamente escasos; pero poco era, pese a todo, lo que podía cambiar, mien-tras el indio no obtuviera los medios para formarse, ni el motivo para despertar de su tricentenarioletargo a una vida más activa’’: ibidem, vol. I, p. 236.

de ‘‘toda’’ una sociedad, queda elocuentemente demostrado por su con-ciencia de que las clases altas (criollos) también participaron de ese régi-men de estulticia y envilecimiento.56

Así, aunque nadie puede negar que en estos juicios late innegable-mente el secular estereotipo protestante respecto al catolicismo hispánico,estimo que la interpretación de Mühlenpfordt vuelve a destacar por unafeliz convergencia de interés histórico e interés sociológico. En su visiónse percibe ese dilema que tanto preocupó a los filósofos de la historia ale-manes en cuanto al problema de la irracionalidad constante de los com-portamientos humanos,57 que en su caso le es planteado por las secuelasdel régimen colonial que todavía se perciben en el México independiente.Como distintivo de la nueva época, la que a él le toca presenciar, el ale-mán recalca la profunda aspiración de los mexicanos a vivir en prosperi-dad y bajo el imperio de las luces. Es, pues, en el ámbito de la actividadintelectual y económica donde Mühlenpfordt encuentra los indicios másreveladores del advenimiento de una nueva época y una nueva sociedaden México, más coherentes con los parámetros de racionalidad. Estaorientación se explica, pues, por el medio intelectual de origen de esteautor: asumirse ante todo como una conciencia integrada en el movimien-to de la Aufklärung, la Ilustración, fue una actitud muy común en la Ale-mania de entonces. Pero sería injusto ignorar el peso del análisis socioló-gico de Mühlenpfordt en su posición al respecto. El hannoveriano estáconvencido de que gran parte de los mexicanos no toleran más la tutoríaintelectual del clero ni el régimen de aislamiento en que durante tantotiempo vivieron.58 El hombre de minas ve en la decisión de emanciparsedel dominio español y de implantar el modelo republicano una prueba fe-haciente de estas aspiraciones.59 Sin duda, uno de los principales méritosde Mühlenpfordt es su lograda presentación de los mexicanos como gentemuy discreta y mesurada en su conducta social, por lo que deja concluiral lector que un modelo republicano federal corresponde mucho más a lascostumbres nacionales que uno centralista y de ribetes aristocratizantes,como el vigente en las fechas en que publica su libro.

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56 Cfr. ibidem, vol. I, p. 264, donde menciona que aún se encontraban huellas de fanatismoentre ellos.

57 Sobre esto, véase Ortega y Medina, Juan A., Teoría y crítica de la historiografía científico-idealista alemana, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1980, pp. 13-29.

58 Cfr. Mühlenpfordt, Eduard, Versuch, vol. I, pp. 326-327.59 Cfr. ibidem, vol. I, p. 264.

¿Cómo aparecen a fin de cuentas los indios mexicanos en el diagnós-tico de Mühlenpfordt sobre el México de sus días y del futuro? Movidopor una simpatía aún mayor que la de Humboldt hacia este sector, el han-noveriano no advierte ningún impedimento en la disposición física de losindios que pudiera determinar su incapacidad para participar en una so-ciedad normada por el desenvolvimiento intelectual. Mientras el primerohabía señalado que la principal facultad mental del indio era la imitación,el segundo no tiene reparos en afirmar su plena capacidad imaginativa ycreativa.60 Mühlenpfordt es un admirador confeso de los logros de lasgrandes civilizaciones prehispánicas en cuanto a urbanismo, arte, organi-zación social y ciencia. Pero también en esto destaca su notable concien-cia de los aspectos sociales, pues sabe que desde esos años previos a laConquista la gran falla de la comunidad indígena había sido la relegaciónsufrida por la población mayoritaria respecto a los beneficios de la cien-cia y la cultura. Mientras este lastre arrastrado por siglos siga presente,nos hace ver, los indios no gozarán cabalmente de esas garantías y dere-chos ciudadanos proclamados por la Constitución de 1824 y las que pue-dan promulgarse después. El gran reto del Estado mexicano respecto alindio, hemos de concluir, es el de infundirle el ansia y los medios del me-joramiento intelectual, condición indispensable de cualquier otro avance.Mühlenpfordt mantiene abierto el interrogante sobre la suerte futura delos indios mexicanos:

Der mexicanische Indier von 1900 wird sicher ein ganz Anderer sein, alsder heutige. Ob aber die Kupferfarbenen sich jemals zu der Höhe reingeistiger und wissenschaftlicher Bildung aufschwingen werden, welche dieVölker Europas heute vor allen anderen auszeichnet, und für welche die Kin-der kaukassischen Stammes ein höheres Talent empfangen zu haben schei-nen, als ihre dunkler gefärbten Brüder wer mögte es wagen, darüber jetztentscheiden zu wollen?61

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60 Cfr. ibidem, vol. I, p. 243. El pasaje de Humboldt relativo a la poca capacidad imaginativadel indio, en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, México, Porrúa, 1978, p. 64.Tampoco Carl Christian Sartorius estimó en mucho esa cualidad de los indígenas: cfr. Sartorius, CarlChristian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, pp. 122,139, 140, 143, 156, 222 y 226, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas yEstado nacional en México en el siglo XIX, p. 91.

61 ‘‘El indio de 1900 será ciertamente muy distinto del actual. En cuanto a si alcanzará alguna vezel nivel de cultura puramente intelectual y científica que distingue a los pueblos europeos frente a todoslos demás, y para lo cual los niños caucásicos parecen haber recibido un talento superior al de sus herma-nos de piel más obscura, ¿quién se atrevería a decidirlo por el momento?’’: ibidem, vol. I, p. 243.

Si el lector recuerda que esa aparente inadecuación del indígena parael cultivo intelectual es atribuida por Mühlenpfordt a la conjunción de opre-siones económicas, sociales, políticas y religiosas, entonces no puede sor-prenderse de que este autor prefiera dejar abierto este dilema. Pero de loque este alemán no ha sentido duda alguna, es de la necesidad de recurrira la perspectiva histórica para entender cabalmente la situación del indiomexicano.

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CAPÍTULO QUINTO

MATHIEU DE FOSSEY: SU VISIÓN DEL MUNDOINDÍGENA MEXICANO

Manuel FERRER MUÑOZ*

SUMARIO: I. El personaje y sus obras. II. La realidad nacionalmexicana en tiempos de Fossey. III. Los juicios de Fossey sobre

el México contemporáneo. IV. Conclusiones.

I. EL PERSONAJE Y SUS OBRAS

Por el testimonio del mismo Mathieu de Fossey sabemos que su viaje aMéxico estuvo vinculado con los sucesos de 1830 en Francia, que se-ñalaron el final del reinado de Carlos X y el acceso al trono de Luis Felipede Orleáns, que instauró una monarquía liberal. Las escasas simpatías deFossey hacia el nuevo régimen político y la lectura de un folleto que aca-baba de publicar Laisné de Villevêque sobre la colonia de Coatzacoalcosacabaron de convencerle para mudar de aires: con ese propósito se trasla-dó a Le Havre donde, en compañía de un amigo, se dispuso a preparar lonecesario para la carga de un navío que debía conducirle a aquella regióndel istmo de Tehuantepec.1

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* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.1 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, pp. 4-5. El propio Fossey dejó

expreso testimonio de sus simpatías por Carlos X, del escaso respeto que le inspiró el gobierno deLuis Felipe y de su oposición a las posiciones republicanas: cfr. ibidem, pp. 284-287, 444, 509-510 y521. Son interesantes las coincidencias entre las biografías de Mathieu de Fossey y de Carl ChristianSartorius, que llegó a México huyendo de las persecuciones políticas y que, como Fossey, trabajó conentusiasmo para fomentar la colonización con europeos: cfr. Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Científicosextranjeros en el México del siglo XIX’’, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de Méxi-co, México, 1988, vol. XI, pp. 14-15, y Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, estudio prelimi-nar, revisión y notas de Brígida von Mentz, pp. 39-45, México, Consejo Nacional para la Cultura ylas Artes, 1990.

Villevêque había obtenido una concesión de tierras del gobierno deMéxico, a la orilla derecha del río Coatzacoalcos, con exención durantediez años de los derechos de entrada sobre los útiles que se introdujeranen la colonia que planeaba establecer. Asociado con otro ciudadano fran-cés, pensó ingenuamente en la viabilidad inmediata del proyecto que habíaconcebido y, sin más reflexión, lanzó una campaña propagandística que,en muy poco tiempo, atrajo a Coatzacoalcos a varios centenares de fran-ceses que pusieron rumbo al golfo de México, en el curso de sucesivasexpediciones.2 Fossey tenía para entonces escasamente veinticinco años.

La trágica suerte que correspondió a los colonos que llegaron a Coatza-coalcos entre 1829 y 1830 es de sobra conocida. El desastroso desenlacede la empresa abrió un prolongado compás de espera para los proyec-tos colonizadores de Tehuantepec,3 que se reanudaron en 1854 cuando,por vez primera, se confiaron las labores de deslinde a una compañía par-ticular.4

Durante ese intervalo hubo, sí, un breve y fallido intento colonizador:el que se llevó a cabo en Nautla, entre Veracruz y Tuxpan, para fundaruna colonia francesa, la de Jicaltepec:

mais il arriva là ce qui avait déjà causé le désastre de celle du Goatzacoal-co: le directeur de la colonie montra une incurie fatale au succès de l’en-treprise, et les colons ne tardèrent pas à se disperser. Quelques famillescependant restèrent à Jicaltepec et parvinrent à force de travail et de cons-tance à surmonter l’horrible misère qui les accueillit à leur arrivée. Ellespossédaient naguère de petites habitations bien cultivées qui leur don-naient une existence facile, lorsque l’ouragan de 1853 anéantit leur bien-être et les plongea une seconde fois dans la misère.5

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2 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 4-5. Véase también ibidem, p. 484, y Brasseur,Charles, Viaje al istmo de Tehuantepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 35, nota 14.

3 Cfr. Berninger, Dieter George, La inmigración en México (1821-1857), México, Secretaríade Educación Pública, Sep-Setentas, 1974, pp. 69-74 y 174-175.

4 Cfr. Aboites Aguilar, Luis, Norte precario. Poblamiento y colonización en México (1760-1940), México, El Colegio de México-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropolo-gía Social, 1995, p. 55.

5 ‘‘Pero ocurrió allí lo mismo que había causado el desastre de la de Goatzacoalco: el directorde la colonia manifestó una incuria que resultó fatal para el éxito de la empresa, y los colonos notardaron en dispersarse. Sin embargo, algunas familias permanecieron en Jicaltepec y, a fuerza detrabajo y de constancia, lograron sobreponerse a la horrible miseria que los acogió a su arribo. Ape-nas poseían unas pequeñas viviendas, aunque lo que plantaban les procuraba una existencia fácil;pero la llegada del huracán de 1853 acabó con su bienestar y las sumergió por segunda vez en lamiseria’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 318).

Arraigado durante largos años en la República mexicana, Fossey visi-tó y residió en varias ciudades: algunas sólo de paso, como Alvarado yVeracruz. A principios de 1837, cuando se cumplían seis años de su lle-gada a Coatzacoalcos, se trasladó a Oaxaca, donde pasó momentos difíci-les, a raíz de la expulsión de franceses decidida por el gobierno mexicanodespués de la intervención militar de Francia en 1838, y adonde regresóen 1849 (véase infra).

En la ciudad de México, donde se instaló en 1843 a la vuelta de undecepcionante viaje a Francia (véase infra), le sorprendieron la revueltade los polkos y la guerra entre México y Estados Unidos (véase infra), yasistió al fracasado pronunciamiento federalista de Urrea y Gómez Faríasdel 15 de julio de 1840. Disponemos de noticias que nos informan de queen el año 1845 se ganaba la vida dando clases de francés en su domicilio.6

En Guanajuato vio la luz uno de sus libros, y dirigió las escuelasnormales del estado por designación de su gobernador, Octaviano MuñozLedo. También ocupó la cátedra de gramática general e idioma castellanodel Colegio Nacional. Su estancia en Colima duró tres años, y estuvomarcada por la insatisfacción de no poder ejercer el cargo de director deuna escuela normal, para el que había sido nombrado, a causa de la suce-sión de conflictos internos que impidieron el desarrollo de su trabajo.7

La estrecha vinculación de Fossey con el país que le brindó acogidase corrobora por su condición de miembro honorario del Instituto Geo-gráfico y Estadístico de la República Mexicana, que adquirió a propuestadel conde de la Cortina y en reconocimiento por su labor intelectual, de laque daban fe las obras que, para entonces, había publicado en México:8

Viage á Méjico, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1844, de la quenos ocuparemos más adelante; Método que se ha de seguir para aprenderel francés o enseñarlo, México, Ed. R. Rafael, 1848, y Compendio degramática castellana, con anotaciones para la ilustración de los profeso-res de primeras letras, por Mathieu de Fossey, catedrático de gramáticageneral é idioma castellano en el Colegio Nacional de Guanajuato, ex-director de las Escuelas normales de ambos sexos del mismo Estado y del

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6 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, Anales del Instituto de Inves-tigaciones Estéticas, t. II, vol. XIII, núm. 50, 1982, p. 164. Es el momento de destacar la importanciade esta investigación pionera sobre Mathieu de Fossey, realizada con el rigor que es habitual en quienhoy desempeña tan satisfactoriamente su oficio de cronista de la Universidad Nacional Autónoma deMéxico.

7 Cfr. idem.8 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 4-5. Véase también ibidem, p. 544.

Territorio de Colima, miembro titular de la imperial Academia de Dijon,y corresponsal de varias sociedades literarias, Guanajuato, Tip. de JuanEvaristo Oñate, 1855 (reimpreso con ligerísimas modificaciones en 1861,en Aguascalientes, Establecimiento Tip. de Ávila y Chávez, y México,Imprenta de Andrade y Escalante; y en 1895, por Vindel).

Además de los libros mencionados, Mathieu de Fossey escribió LeMexique, del que existen dos ediciones en francés (Paris, Henri Plon,1857 y 1862, y una reimpresión en 1926). Una versión primera de esetexto, más breve, y sin las notas que ilustran Le Mexique, es el ya referidoViage á Méjico, que publicó en México por entregas la imprenta de Igna-cio Cumplido, en 1844,9 y que sería objeto de varias reediciones: Porrúa,1931 y 1949, y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994. Sabe-mos, en fin, de unas Cartas sobre Méjico que, según se ufanaba el propioFossey, se habían publicado antes de Viage á Méjico, con excelente aco-gida de parte del público.10

No obstante su aprecio hacia el país donde transcurrió la mayor partede su vida, Mathieu de Fossey se sintió siempre muy francés, aunque ex-perimentó un profundo desengaño cuando tuvo ocasión de regresar aFrancia, a los diez años de haberse embarcado para Coatzacoalcos. En1843 estaba otra vez de vuelta en la ciudad de México, de donde pasó aloccidente de la República: no regresaría a la capital sino hasta 1848.11

Una manifestación del apego de Fossey a su patria chica y del amorque profesaba a la ciudad de Dijon, donde transcurrieron sus primerosaños,12 es la explícita mención que se hace en uno de los libros que escri-bió en México de su condición de miembro titular de la Academia Impe-rial de Dijon.

Los últimos años de la vida de Fossey debieron de estar marcados porel desengaño de quien, habiendo depositado sus esperanzas de un futuromejor en el Imperio que, personalizado en Maximiliano, se asentó en Mé-

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9 Aunque la portada de Viage á Méjico remita al año 1844, el reparto de las entregas no seinició hasta enero de 1845, y se prolongó hasta junio del mismo año: cfr. Díaz y de Ovando, Clemen-tina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp. 159 y 162.

10 Cfr. Fossey, Mathieu de, Viage á Méjico, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1844, p. 6.11 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 387, y Fossey, Mathieu de, Viaje a México, prólogo

de José Ortiz Monasterio, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 15 y 21.Aprovecho la ocasión para dejar testimonio de mi agradecimiento a mi buen amigo José Ortiz Mo-nasterio, por sus valiosas sugerencias y sus indicaciones, que me han permitido afinar puntos de vistay acercarme a Mathieu de Fossey con la familiaridad que proporcionan los amigos comunes.

12 Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 423, y Fossey, Mathieu de, Viaje a México, prólogo deJosé Ortiz Monasterio, p. 12

xico por iniciativa de Napoleón III, había visto naufragar la aventura in-tervencionista. Comentarios tan ácidos como los que sobre Fossey realizóGuillermo Prieto, el 22 de mayo de 1864,13 no dejarían de repetirse condolorosa insistencia hasta la muerte del francés, acaecida en 1870.14

Durante esa última etapa de su vida, Mathieu de Fossey no andabasobrado de recursos, y se veía obligado a dedicarse con afán a las tareasdocentes que habían absorbido buena parte de su actividad profesional.La Sociedad, periódico político y literario que se editaba en la capital de laRepública, informaba en el número correspondiente al 4 de enero de 1865de su trabajo como director del Colegio Francés de enseñanza secundariapara varones. Sabemos también que, con su hermanda Prudencia, dirigíauna casa de educación para niñas.15

II. LA REALIDAD NACIONAL MEXICANA EN TIEMPOSDE FOSSEY

La presencia de Fossey en México no se explica sino en el contexto dela política colonizadora que, a trancas y barrancas, trataron de poner por obralos primeros gobiernos mexicanos, después de obtenida la Independencia deEspaña. Uno de los presupuestos de este programa, más o menos explícitosegún los casos, era la necesidad de blanquear el país a través del mestizaje,o mediante un fuerte incremento de la población de raza blanca, cuyo pre-dominio numérico acabaría por imponer su modo de vida al de los atrasa-dos indios, y repudiar sus toscas manifestaciones culturales.16

Uno de los incipientes pregoneros de esa solución fue Simón TadeoOrtiz de Ayala que, ya en 1822, había consignado: ‘‘mientras esta clasede hombres aislados [los indígenas] se aproxime a los descendientes deeuropeos, más se identificarán en la sociedad, y se civilizarán con frutodel Estado; éste es un negocio de la mayor importancia que exige todos

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13 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, p. 164.14 Cfr. Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México, 1840-1867, vol. I: El estudio de

las costumbres y de la situación social, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María LuisMora-UNAM, 1998, p. 88.

15 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, p. 164.16 La importancia que en una etapa ya muy avanzada del siglo seguía concediéndose a la colo-

nización como vehículo para la ‘‘elevación’’ de los indígenas se confirma por estas palabras de An-selmo de la Portilla: ‘‘es preciso hacer que los indios sean de veras hombres, y para ello hay quederribar los muros que los separan de las otras razas: es preciso que entren en el movimiento general,á correr la suerte de todos los demas ciudadanos’’: Portilla, Anselmo de la, España en México. Cues-tiones históricas y sociales, México, Imprenta de Ignacio Escalante, 1871, p. 102.

los desvelos del gobierno’’:17 un gobierno que, como proclamaba el secre-tario de Relaciones aquel mismo año, había dejado de mirar con ceño lahabilidad de los extranjeros, y había abandonado los prejuicios que estor-baron su llegada antes de la Independencia.18

Todavía en tiempos del Imperio de Iturbide, Tadeo Ortiz ponderó laconveniencia de colonizar el istmo de Tehuantepec y de erigir una pro-vincia y un gobierno local, ‘‘desmembrando una parte de las provinciasde Oaxaca y Chiapas, hasta los puertos de Tehuantepec, Guatulco y To-nalá, comenzando con abrir el famoso puerto de Coatzacoalcos’’.19

De modo concorde con las aspiraciones enunciadas por Tadeo Ortiz, eldecreto del 14 de octubre de 1823 erigió la provincia del istmo, formada porlas jurisdicciones de Acayucan y Tehuantepec;20 pero, ‘‘persuadídose el so-berano congreso de los inconvenientes que debia producir en la práctica ladesmembracion del territorio del Estado de Oaxaca y del de Veracruz’’,21

mudó de criterio y dispuso, por el artículo 7o. del Acta Constitutiva de laFederación, que ‘‘los partidos y pueblos que componían la provincia del is-tmo de Huazacoalco, volverán a las que antes han pertenecido’’.

La dependencia directa de Oaxaca tampoco reportó beneficios paralos indígenas del istmo,22 que vieron seriamente perjudicados sus intere-

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17 Ortiz de Ayala, Simón Tadeo, Resumen de la estadística del Imperio Mexicano, 1822, Méxi-co, Biblioteca Nacional-UNAM, 1968, p. 20.

18 Cfr. Aboites Aguilar, Luis, Norte precario, pp. 44 y 54. Algunos datos relevantes sobre Ta-deo Ortiz, en Silva Herzog, Jesús, ‘‘La tenencia de la tierra y el liberalismo mexicano. Del grito deDolores a la Constitución de 1857’’, en varios autores, El Liberalismo y la Reforma en México, Méxi-co, UNAM, Escuela Nacional de Economía, 1973, pp. 675-680.

19 Ortiz de Ayala, Simón Tadeo, Resumen de la estadística del Imperio Mexicano, 1822, p. 59.20 Cfr. Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana ó Colección completa de

las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, México, Imprentadel Comercio, a cargo de Dublán y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. I, núm. 371, pp. 682-684 (14 deoctubre de 1823); Orozco, Wistano Luis, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, por elLicenciado..., México, Imp. de El Tiempo, 1895, vol. I, pp. 183-185, y Berninger, Dieter George, Lainmigración en México (1821-1857), pp. 65-66.

21 Intervención de Nicolás Rojas ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 19 de diciem-bre de 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857,Estracto de todas sus sesiones y documentos parlamentarios de la epoca (edición facsimilar de la deMéxico, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857), México, H. Cámara de Diputados, Comité de AsuntosEditoriales, 1990, vol. II, pp. 692-693).

22 Habitaban en la región cinco grupos étnicos, que conservaban su organización social y susmodos de vida peculiares, desconocían en la práctica a las autoridades del gobierno y, con excepciónde los zapotecos, permanecían casi al margen de las influencias occidentales. Además de los zapote-cos, poblaban Tehuantepec mixes, zoques, huaves y chontales: cfr. González y González, Luis, Elindio en la era liberal, Obras completas, México, Clío, 1996, vol. V, pp. 271-275. Sobre los cuatroúltimos pueblos, cfr. Covarrubias, Miguel, El sur de México, México, Instituto Nacional Indigenista,1980, pp. 78-100, y sobre los zapotecos, cfr. ibidem, passim.

ses por la orientación anticomunal y uniformizadora de las leyes aproba-das por la Legislatura de Oaxaca a lo largo de 1824. Otra disposición es-tatal, de 1825, que otorgaba a un particular el monopolio de los depósitosde sal de Tehuantepec,23 atizó el descontento indígena y calentó un am-biente ya de por sí enrarecido. En fin, la ley agraria del estado de Oaxacade 1826 privó de carácter representativo a las autoridades de las comuni-dades, que se vieron inhabilitadas para defender los intereses de sus su-bordinados en los litigios.24 Las condiciones estaban creadas para el ini-cio de la acción armada, que amenazaba con desbordar los límites delestado de Oaxaca y echar por tierra las laboriosas gestiones de Tadeo Or-tiz, que había logrado interesar a Miguel Barragán, gobernador de Vera-cruz, en la colonización del ‘‘majestuoso Coatzacoalcos’’.25

Los primeros intentos por atraer mano de obra europea coincidieronen el tiempo, paradójicamente, con las expulsiones de españoles decreta-das en 1827 y 1829 por el presidente Vicente Guerrero. Fossey fue testigoen 1831 del regreso masivo de españoles que, arrojados de la Repúblicatres años atrás, volvieron para reintegrarse a sus familias, aprovechandolas facilidades que les proporcionaba Anastasio Bustamante:

chaque navire venant d’Europe ou de la Nouvelle-Orléans ramenait quel-ques-uns de ces exilés, qui salutaient du doux nom de patrie cette terre oùils allaient retrouver une épouse, des enfants, des parents, qui, nés sur lesol mexicain, avaient pu y rester pour veiller aux intérêts des absents. Cen’était pas que la loi d’expulsion de 1828 eût été rapportée; mais le prési-dent Bustamante, qui avait supplanté Guerrero, favorisait ouvertement lesEspagnols, dont le parti était étroitement lié d’intérêt à celui du clergé etde l’aristocratie, qui l’avait porté au pouvoir.26

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23 El papel desempeñado por las salinas en la economía del istmo y las peculiaridades de suexplotación y de su comercialización han sido estudiados por Leticia Reina: cfr. Reina Aoyama, Leti-cia, ‘‘Los pueblos indios del istmo de Tehuantepec. Readecuación económica y mercado regional’’,en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en el México del siglo XIX, Mé-xico, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investigaciones y Estudios Supe-riores en Antropología Social, 1993, pp. 148-149.

24 Cfr. ibidem, pp. 140-141. A fines del siglo XIX seguía suscitando dudas la difícil cuestión dela representación de las extinguidas comunidades en los juicios sobre reducción a propiedad particu-lar de las tierras que poseyeron las comunidades en otros tiempos. Juristas tan ilustres como IgnacioL. Vallarta y Silvestre Moreno defendieron interpretaciones contrarias: cfr. Ferrer Muñoz, Manuel yBono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México,UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 473-476.

25 Cfr. Berninger, Dieter George, La inmigración en México (1821-1857), p. 68.26 ‘‘Cada navío que venía de Europa o de Nueva Orleáns traía a algunos de estos exilados, que

saludaban con el dulce nombre de patria a esta tierra donde iban a encontrar a una esposa, unos hijos,

Aquel año de 1828 apareció un artículo de prensa en un periódico belga,L’Industriel, que se editaba en la ciudad de Bruselas, con el título de ‘‘Colo-nia de Coatzacoalcos’’. Su autor era el italiano Claudio Linati, introductordel arte litográfico en México, que también dio por entonces a la imprentauna obra llamada Trajes civiles, militares y religiosos de México, en la queaparecía una litografía ----‘‘Miliciano de Guazacualco’’---- a la que acompa-ñaba un texto referente a los proyectos del gobierno mexicano sobre la re-gión de Coatzacoalcos, que esperaba convertir en una importante base mili-tar y comercial, merced al impulso que representarían la construcción deun nuevo puerto en la desembocadura del río de aquel nombre y de una víaterrestre que comunicara los litorales del Pacífico y del Atlántico.27

No tardó en llegar el declive de los primeros asentamientos fundadospor colonos extranjeros. Mathieu de Fossey atestigua el abandono deBoca del Monte, un pueblecito fundado por Tadeo Ortiz a escasa distan-cia del río Coatzacoalcos, entre Tehuantepec y Guichicovi, la capital delos mixes: los franceses que se instalaron allí fueron expulsados por lamultitud de insectos y por el convencimiento de que nada podían hacercontra la soledad y la falta de atención de las autoridades.28

La traumática guerra entre México y Estados Unidos,29 que se apode-raron de la mitad del territorio nacional, volvió a agudizar la concienciade que urgía poblar el país con gentes trabajadoras e industriosas: por eso,el presidente José Joaquín Herrera señaló la colonización como el únicoremedio frente a los males que afligían a la nación; y por eso también eldecreto del presidente Antonio López de Santa Anna, que invitaba a esta-blecerse en México a los católicos de la vieja Europa.30

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unos padres, que, nacidos en suelo mexicano, habían podido permanecer en él para velar por los inte-reses de los ausentes. No es que la ley de expulsión de 1828 hubiera sido revocada, sino que el presi-dente Bustamante, que había suplantado a Guerrero, favorecía abiertamente a los españoles, cuyopartido estaba estrechamente aliado por sus intereses al del clero y la aristocracia, que lo había lleva-do al poder’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 96). Sobre las leyes de expulsión de españoles, cfr.Ferrer Muñoz, Manuel, La formación de un Estado nacional en México (El Imperio y la Repúblicafederal: 1821-1835), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp. 169-173.

27 Cfr. Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp. 163-164.28 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 49.29 Mathieu de Fossey debía de hallarse por entonces en la ciudad de México, pues, según él

mismo nos informa, abandonó la capital de la República en 1848, circunstancia que le impidió cono-cer al nuevo representante diplomático de Francia, que había sido designado ese mismo año por elgobierno provisional que se instaló tras el derrocamiento de Luis Felipe: cfr. ibidem, p. 285.

30 Cfr. ibidem, p. 469; Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana, t. VII,núm. 4,211, p. 84 (16 de febrero de 1854), y Orozco, Wistano Luis, Legislación y jurisprudenciasobre terrenos baldíos, vol. I, pp. 233-238. Esas llamadas específicas a europeos católicos pueden

Fossey, que había vivido en carne propia la dolorosa experiencia deunos planes alocados de colonización, no se resistió a la tentación de ex-playarse sobre las razones que, a su juicio, explicaban el fracaso de aque-llos llamamientos dirigidos a la población europea, que sí había respondi-do al señuelo de la emigración a Estados Unidos:

pourquoi donc ces colons restent-ils sourds à l’appel tant de fois répétédes Mexicains? C’est que ceux-ci n’ont rien fait pour obtenir leur préfé-rence; ils ne leur ont pas même signalé un terrain pour leur premier éta-blissement... La faute en est au pays lui-même: c’est lui qui se suicide. Elledoit retomber sur chaque citoyen en particulier; car celui qui élève le plushaut sa voix pour blâmer les chefs de l’État ne mérite pas moins qu’eux lereproche d’indifférence et d’apathie. Quel député a jamais fait entendre àla tribune, avec la ténacité de Caton, les paroles de salut qui, tôt ou tard,auraient eu le même succès que le delenda est Carthago? Quel État a ja-mais pris l’initiative pour la création d’une colonie, en proportionant lesmoyens à la fin qu’il se proposait? Oaxaca, Chiapa, Yucatan, attendent del’augmentation de leur population blanche leur sûreté et leur richesse; ce-pendant ces États n’ont encore pris aucune détermination à cet égard. L’an-cienne loi de colonisation autorisait seulement le gouvernement d’Oaxacaà peupler l’isthme de Tehuantepec d’indigènes pris dans les villages dumême État: singulière invention pour peupler un pays! Eh bien, la nouvelleloi de 1849 n’a pas été plus efficace pour coloniser la côte d’Huatulco.31

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enlazarse con el decreto del 4 de enero de 1823, que garantizaba la protección de la libertad, propie-dad y derechos civiles de los extranjeros que profesaran la religión católica, única del Imperio: cfr.González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970,México, El Colegio de México, 1993-1994, vol. I, pp. 44-45.

31 ‘‘¿Por qué, pues, permanecen sordos estos colonos a la llamada tantas veces repetida de losmexicanos? Resulta que éstos no han hecho nada por obtener su preferencia; no les han señalado unterreno para su primer establecimiento... La falta está en el mismo país: él es el que se suicida. Lafalta debe recaer en cada ciudadano en particular; pues el que más levanta la voz para censurar a losjefes de Estado no se hace menos merecedor que ellos al reproche por su indiferencia y su apatía.¿Qué diputado ha hecho oír alguna vez a la tribuna, con la tenacidad de Catón, las palabras de salva-ción que, tarde o temprano, habrían tenido el mismo resultado que el delenda est Cartago? ¿QuéEstado ha tomado alguna vez la iniciativa para la creación de una colonia, proporcionando los mediospara el fin que se proponía? Oaxaca, Chiapas, Yucatán esperan del aumento de su población blancasu seguridad y su riqueza; sin embargo, estos Estados no han adoptado aún ninguna resolución a estepropósito. La antigua ley de colonización autorizaba al gobierno de Oaxaca solamente a poblar elistmo de Tehuantepec con indígenas de los pueblos del mismo Estado: ¡singular invento para poblarun país! Y bien, la nueva ley de 1849 no ha sido más eficaz para colonizar la costa de Huatulco’’(Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 469-470). Véase también ibidem, pp. 474-475.

Tal vez no reparaba Fossey, cuando criticaba las disposiciones para lacolonización de Tehuantepec, en que existían precedentes que dotaban deracionalidad a las prevenciones de los legisladores de Oaxaca, cuando res-tringieron la colonización del istmo a indígenas del propio estado. Así,en enero de 1824, el diputado Demetrio del Castillo se había manifestado encontra de la separación del partido de Tehuantepec del estado de Oaxaca,y de que las instancias federales proyectaran colonizar esa región. Se co-rría el peligro, en la opinión de aquel diputado, de que los nuevos habi-tantes echaran mano ‘‘para sus trabajos de los infelices indios, abando-nando el suyo propio, convirtiendose entonces de propietarios que ahorason en gañanes de los pobladores, quedandoles muy distante México parapedir el remedio á sus males, si tal vez resintiesen algunos daños ó veja-ciones’’.32

Antes aún que Demetrio del Castillo, el propio José María Morelos ha-bía alertado en sus Sentimientos de la Nación acerca de los presumibles efec-tos indirectos perniciosos de la presencia de colonizadores foráneos en la re-gión del istmo, y se había pronunciado por que ‘‘no se admitan extranjeros,si no son artesanos capaces de instruir y libres de toda sospecha’’.33

Nunca dudó Fossey sobre la eficacia económica de la colonización.Así, cuando recuerda la abundancia de oro y de plata que había en Oaxa-ca en 1812, cuando Morelos hizo su entrada en la ciudad ----eran tiemposmuy buenos gracias al cultivo y comercialización de la cochinilla----, nopuede evitar un deje de nostalgia que, va seguido de un motivo de espe-ranza: ‘‘ce temps de prosperité est passé, il ne reviendra que quand oncolonisera ce beau pays’’.34 Y, al referir el aislamiento que rodeaba a las

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32 Intervención de Demetrio del Castillo ante el Congreso, el 29 de enero de 1824: Acta Consti-tutiva de la Federación. Crónicas, México, Secretaría de Gobernación, Cámaras de Diputados y deSenadores del Congreso de la Unión, Comisión Nacional para la conmemoración del Sesquicentena-rio de la República Federal y del Centenario de la Restauración del Senado, 1974, p. 569 (29 de enerode 1824).

33 Sentimientos de la Nación, en Lemoine, Ernesto, Morelos. Su vida revolucionaria a través desus escritos y de otros testimonios de la época, México, UNAM, Coordinación de Humanidades,1991, p. 371. Cfr. Berninger, Dieter George, La inmigración en México (1821-1857), pp. 25-26. Lasmiras extranjeras sobre el istmo no harían sino agudizarse con el paso del tiempo. Aunque las Cortesespañolas expidieron un decreto, el 30 de abril de 1814, por el que autorizaban la construcción de uncanal entre los ríos Chimalapa y Coatzacoalcos, nada se llevaría a cabo por entonces. Para una visióngeneral de las disputas posteriores por el control de la región, promovidas por intereses asociados aese proyecto de comunicación interoceánica, cfr. Morales Becerra, Alejandro, ‘‘La disputa por Te-huantepec’’, Revista de la Facultad de Derecho de México, México, t. XLVII, núms. 215-216, sep-tiembre-diciembre de 1997, pp. 237-286.

34 ‘‘Este tiempo de prosperidad ha quedado atrás, y no volverá hasta que se colonice este her-moso país’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 354).

poblaciones indígenas de Chiapas, Tabasco y Yucatán, propuso comomejor solución la que, en un lenguaje figurado, había propugnado VicenteRocafuerte: ‘‘une inondation des peuples d’Europe dans cette terre vier-ge pour y faire naître la richesse et y ennoblir les facultés de l’homme’’.35

En varios pasajes de Le Mexique encontramos referencias a la guerraque sostuvieron México y Francia en 1838: un suceso que, inevitable-mente, trajo molestas consecuencias para los ciudadanos franceses que,como Fossey, residían en la República mexicana: de eso nos ocupamosmás adelante. Sí quisiéramos recoger aquí el empeño con que Mathieu deFossey se aplica a desmentir las explicaciones difundidas en su momentosobre las causas próximas de ese enfrentamiento armado. Al rechazar lavoz común, que apuntaba a las reivindicaciones formuladas por un paste-lero francés, que solicitó una indemnización de treinta mil piastras por lospasteles que se habían comido unos soldados mexicanos, Fossey recogeotra versión según la cual el incidente que dio origen a la reclamación deochocientas piastras presentada por el encargado de negocios de Franciafue un robo cometido en Tacubaya por unos oficiales mexicanos en 1832:

le fait est qu’un restaurateur français, nommé Remontel, fut volé à Tacuba-ya par quelques officiers mauvais sujets, dans la nuit qui précéda le départdes troupes de Santa-Anna en 1832, lorsque ce général, renonçant à l’es-poir de prendre Mexico, s’éloigna de ce point pour se reporter du côté dePuebla. Ils avaient pris la précaution de le faire boire outre mesure, puisl’avaient enfermé dans sa chambre; ils en avaient fait autant pour ses do-mestiques. Ce fut en s’éveillant le lendemain assez tard qu’il put s’aperce-voir qu’on lui avait enlevé sa recette de plusieurs jours, un peu d’argente-rie, son vin, et jusqu’à sa batterie de cuisine. Il fit alors sa plainte auchargé d’affaires de France, M. le baron Gros, qui réclama pour lui unesomme de 800 piastres; et c’est cette modique indemnité qui servit tant defois de texte aux plaisanteries, aux exagérations de la presse.36

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35 ‘‘Una inundación de pueblos de Europa en esta tierra virgen, para hacer que nazca ahí lariqueza y se ennoblezcan las facultades del hombre’’ (ibidem, p. 566).

36 ‘‘El hecho es que un francés llamado Remontel, dueño de un restaurante, sufrió un robo quecometieron en Tacubaya algunos oficiales, malas personas, en la noche que precedió a la salida de lastropas de Santa Anna en 1832, cuando este general, abandonando la esperanza de tomar México, sealejó de allí para trasladarse a las cercanías de Puebla. Habían tomado la precaución de hacerle beberen exceso, y luego lo habían encerrado en su habitación; lo mismo habían hecho con sus criados. Aldía siguiente, cuando se despertó bastante tarde, pudo advertir que le habían quitado su recaudaciónde varios días, algo de platería, el vino, y hasta la batería de cocina. Presentó su queja al encargado denegocios de Francia, el barón Gros, quien reclamó para él la suma de ochocientas piastras; y estamódica indemnización es la que ha servido tantas veces de tema para las bromas, para las exageracio-

Naturalmente, encontramos en Le Mexique referencias interesantes ala invasión norteamericana de 1847, vivida de cerca por su autor y causa----con toda probabilidad---- del profundo pesimismo de Fossey sobre elfuturo de México: su conciencia de la debilidad irreversible de la Repú-blica mexicana, acechada por su ambicioso vecino del norte, justifica surecomendación de que el país se abriera a la influencia de Francia, comosalida única para evitar su desaparición como Estado independiente.

No puede olvidarse, en fin, el año de publicación de Le Mexique,1857, apenas derribado el postrer gobierno de Santa Anna que, entre otrasmuchas tribulaciones, se había visto perturbado por las andanzas de unaventurero francés, el conde Gaston de Raousset-Boulbon, por tierras deSonora. No deja de ser significativo el inicio de las peripecias de Raous-set: los agentes de la compañía que proyectaba explotar las minas de oroen Arizona buscaban a alguien capaz de dirigir a un nutrido grupo deobreros europeos y de conducir con éxito la guerra con los apaches; ycreyeron descubrir en Raoullet a la persona indicada.37

III. LOS JUICIOS DE FOSSEY SOBRE EL MÉXICO CONTEMPORÁNEO

No podía silenciar Fossey el agobiante recuerdo de su arribo a Méxi-co, a bordo del Petit-Eugène, una embarcación que se hizo a la vela en LeHavre el 27 de noviembre de 1830, con destino a la prometedora coloniade que trataban los folletos que Laisné de Villevêque había hecho impri-mir para atraer colonos a Coatzacoalcos. De ahí la extensión que ese epi-sodio cobra en sus dos crónicas viajeras, las cuales se entretienen en na-rrar los detalles de una expedición que, ya en su fase preparatoria,aparecía ensombrecida por las mismas incertidumbres que acompañarona las demás que enfilaron el mismo destino.38

Sólo después de setenta y nueve días de navegación, el Petit-Eugèneancló ante la desembocadura del río Coatzacoalcos, el 13 de febrero de1831, amenazado por los peligros de naufragio por que habían atravesado

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nes de la prensa’’ (ibidem, pp. 287-288). Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de lossiglos. Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científicoy literario de México desde la Antigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su géne-ro publicada bajo la dirección del general..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D.Enrique Olavarría y Ferrari, México, Gustavo S. López editor, 1940, pp. 302-305.

37 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 187-204.38 Cfr. ibidem, pp. 5-6.

los barcos que le habían precedido: los mismos que estuvieron a punto dedar al traste con la Glaneuse, el navío que salió de Le Havre diez díasantes que la embarcación en la que viajaba Fossey, y que ejecutó ante susojos las maniobras que franqueaban el paso de la barra del río, sufriendoserios percances que lo pusieron en peligro de encallar de modo irreme-diable en un banco de arena.39

Siempre recordaría Fossey con dolorosa lucidez el espectáculo que seofreció a su vista cuando tomaron tierra en Minatitlán: ‘‘nous fûmes reçusà notre débarquement par quelques-uns des premiers colons, qui, n’ayantplus ni societé, ni ouvriers, ni argent, se trouvaient sans resource dans cehameau sauvage, à deux mille lieues de leur pays’’.40 Ni siquiera quedabaa esos miserables la posibilidad de cobrarse venganza en la persona deGiordan, el socio de Villevêque que tan imprudentemente los había meti-do en aquella aventura, porque hacía tiempo que había huido del lugar,precisamente para sustraerse a la cólera de los colonos.41

No sólo eran falsas las expectativas de colonización agrícola. Tam-bién resultaron ser engañosas las promesas de exenciones aduaneras quehabían empeñado las autoridades mexicanas: después de haber exigido elpago de unos dos mil francos por derechos de tonelaje, el administradorde la aduana provocó la desesperación de los infortunados viajeros cuan-do les requirió discrecionalmente el desembolso de otras tasas por lasmercancías que transportaban: ‘‘l’administrateur retint pour les droits cequ’il voulut, et nous rendit le reste, c’est-à-dire fort peu de chose, commepar faveur’’.42

La acumulación de tantas contrariedades produjo los mismos efectosque Fossey y sus acompañantes habían podido contemplar a su llegada aMinatitlán. Todos los miembros de la sociedad se dispersaron en desban-dada, y nadie quiso acudir a la concesión. Mientras que unos colonos seestablecieron en un pueblecito situado en la orilla derecha del Coatza-coalcos, donde pronto consumirían los recursos que les quedaban, los de-

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39 Cfr. ibidem, pp. 8-12.40 ‘‘Al desembarcar, fuimos recibidos por algunos de los primeros colonos que, faltos de socie-

dad, de obreros y de dinero, se encontraban sin recursos en ese caserío salvaje, a dos mil leguas de supaís’’ (ibidem, p. 14).

41 Cfr. idem.42 ‘‘El administrador retuvo por los derechos lo que quiso y nos devolvió el resto, es decir, muy

poca cosa, como de favor’’ (ibidem, p. 15). Más adelante, Fossey dirige fuertes críticas al reglamentode las aduanas vigente a mitad de siglo, y ejemplifica los abusos que propiciaba en la persona deldirector de la aduana de Oaxaca en 1849: cfr. ibidem, pp. 411-412 y 569.

más se dirigieron a Acayucan, San Andrés, Veracruz y México.43 Un gru-po de unos sesenta colonos se reembarcó, al cabo de unos meses, en unagabarra enviada por el gobierno francés.44 La viuda de uno de aquelloscolonos, madame Raimond, logró sobreponerse a las desgracias y, des-pués de mil aventuras, consiguió asegurar incluso una relativa prosperi-dad a su hija, que se casó con un estadounidense.45

Uno de los hombres que había viajado a bordo del Petit-Eugène re-solvió quedarse a vivir en medio de la selva, y allí permaneció duranteaños, aislado de todos, resguardado en una cabaña situada en la proximi-dad del río Sarrabia, como un nuevo Robinson barbudo y casi desnudo yen condiciones salvajes.46 Una de las contadas ocasiones en que ese per-sonaje, M. Charles, recibió noticias del mundo externo fue cuando acu-dieron a visitarlo unos indígenas de Boca del Monte, a quienes el alcaldehabía enviado para requerirle que colaborara en los trabajos de reparacióndel cementerio. La original respuesta de M. Charles dejó desconcertadosa los indios: no le parecía lógico contribuir a las obras de un cementerioque él no utilizaba.47

Las páginas de Le Mexique dedicadas a la lucha por la vida que em-prendieron los primeros colonos de Tehuantepec rebosan dramatismo ymuestran un cuadro épico en el que un grupo de civilizados europeosentabla una batalla sin cuartel contra las fuerzas de la naturaleza, inmi-sericordes y a la postre vencedoras. ‘‘Tout fut perdu’’, exclama melo-dramáticamente Fossey antes de describir el éxodo en que degeneró laempresa:

ceux qui habitaient la concession et les bords de la Sarrabia [afluente delCoatzacoalcos] allèrent à Guichicovi, Tehuantepec et Oaxaca, où ils se liv-rèrent à diverses industries; ou bien ils s’acheminèrent de là à Vera-Cruzpour se rembarquer; et ceux qui s’étaient moins éloignés des Almagres, ouqui s’étaient fixés sur l’Uspanapan, revinrent à Minatitlan.48

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43 Cfr. ibidem, pp. 15-16.44 Cfr. ibidem, p. 9545 Cfr. Brasseur, Charles, Viaje al itsmo de Tehuantepec, pp. 68-6946 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 57-60.47 Cfr. ibidem, p. 59.48 ‘‘Los que habitaban la concesión y las orillas del Sarrabia [afluente del Coatzacoalcos] fue-

ron a Guichicovi, Tehuantepec y Oaxaca, donde se dedicaron a diversas industrias; o se encaminarondesde allí a Veracruz para reembarcarse; y los que se habían alejado menos de los Almagros, o sehabían establecido en el Uspanapan, regresaron a Minatitlán’’ (ibidem, p. 18).

Precisamente en el relato de ese combate con los rigores del mediogeográfico aparecen en escena por primera vez los indios, que establecenrelaciones comerciales con los colonos recién instalados: al tiempo queunos les facilitan azúcar y frutas a bajos precios, otros, armados de ma-chetes, atraen la atención de Fossey que los ve alejarse en sus piraguas,‘‘pour aller planter au loin leur maïs et leurs bananiers, ou faire la chasseaux tortues ou aux iguanes du fleuve’’.49 Nótese esa referencia al aparta-miento de unos indígenas que viven en lugares intrincados, lejos de la ci-vilización:50 el tópico reaparecerá en los escritos de muchísimos otros ex-tranjeros, que coincidirán también en las apreciaciones de Fossey sobre laprecocidad de la naturaleza de los habitantes de las regiones cálidas delmediodía.51

Sobre la soledad de muchas poblaciones indígenas vuelve Fossey unay otra vez. Así, cuando se ocupa de las comunidades aborígenes de Chia-pas, Tabasco y Yucatán:

reculées à une des extrémités de la république, loin des ports principaux etdes grandes villes, ne voyant d’autres voyageurs que quelques marchandsqui viennent acheter du cacao ou du tabac, et d’autres gens civilisés quedes créoles dont les coutumes, les croyances et jusqu’au langage sont en-core du seizième siècle, elles vivent presque sans communication et sanscommerce, se contentant de ce que la terre donne au peu de soin qu’ellesmettent à la cultiver.52

Lejanía física y también distanciamiento espiritual, al que Fossey----como tantos otros observadores contemporáneos suyos---- atribuye eldesinterés por conservar las antigüedades prehispánicas de parte de lasautoridades a las que competía la custodia del legado cultural de los pue-blos que habitaron el área geográfica conocida como la Nueva España y

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49 ‘‘Para ir lejos, a plantar su maíz y sus bananos, o a cazar las tortugas o las iguanas del río’’(idem).

50 En un episodio posterior de Le Mexique, Fossey habla de las poblaciones indígenas que, ‘‘n’é-prouvant le besoin d’aucun secours étranger, restent souvent sur leur territoire comme séquestréesdu monde, et ignorent jusqu’au langage qu’on parle autour d’elles’’ (‘‘no sintiendo la necesidad deninguna ayuda exterior, permanecen muchas veces en su territorio como secuestradas del mundo, eignoran incluso la lengua que se habla a su alrededor’’: ibidem, p. 337).

51 Cfr. ibidem, pp. 27-28.52 ‘‘Apartadas en uno de los extremos de la república, lejos de los puertos principales y de las

grandes ciudades, sin ver a otros viajeros que algunos comerciantes que van a comprar cacao o taba-co, ni a otras gentes civilizadas que a los criollos cuyas costumbres, creencias y lenguaje son todavíadel siglo XVI, viven casi sin comunicación y sin comercio, contentándose con lo que corresponde latierra al poco esfuerzo que ponen en cultivarla’’ (ibidem, p. 566).

que dio origen después a la República mexicana: prueba de esa falta de dis-posición venía procurada por la pobreza de fondos del Museo Nacional.53

Testigo del olvido del pasado prehispánico en que muchos de los in-dígenas mexicanos de su tiempo vivían, Mathieu de Fossey no oculta suadmiración por el prestigio que Mitla conservaba entre aborígenes de unadilatada región, que rebasaba incluso el ámbito zapoteco:

le Mexicain et le Chiapanèque, l’Otomite et le Totonaque y venaient égale-ment demander des prières, et offrir des présents que les ministres de tou-tes les religions n’ont jamais dédaignés. Maintenant même, après troiscents ans d’un nouveau culte, ces anciennes traditions ne sont point encoredétruites: il arrive souvent que des Indiens viennent de plus de cent lieuesde distance demander des messes au curé de Mitla.54

El mismo apego a las tradiciones se colige de una anécdota que cuen-ta Fossey sobre el gigantesco tule de Santa María, que un rico comercian-te de Oaxaca quiso comprar a los indígenas del pueblo para fabricar consu madera piezas de carpintería: ‘‘heureusement les Indiens ont rejeté laproposition de ce Vandale, et l’arbre est encore debout’’.55

Aunque Fossey no alcanza a advertirlo, el aprecio de los indígenaspor los vestigios del remoto pasado explicaría la hostilidad manifestada porlos habitantes de Cuilapa hacia un alemán que, provisto de una autoriza-ción del prefecto de Oaxaca, había acudido a esa localidad para excavarun túmulo funerario: atacado con piedras por la gente del pueblo, apenassi alcanzó a huir al galope de su caballo.56 En Voyage sur l’isthme de Te-huantepec, de Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, encontramos va-rios pasajes paralelos, que muestran el resentimiento que albergaban losindígenas de la región de Tehuantepec a causa de los numerosos saqueosde túmulos practicados por viajeros estadounidenses.57

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53 Cfr. ibidem, pp. 212-213, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenasy Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 221, nota 169.

54 ‘‘El mexicano y el chiapaneco, el otomí y el totonaco, todos acudían allí a presentar peticio-nes y ofrecer presentes que los ministros de todas las religiones aceptan. Incluso ahora, después detrescientos años de un nuevo culto, estas antiguas tradiciones todavía no han sido destruidas: ocurre amenudo que vienen indios desde más de cien leguas de distancia para encargar misas al cura de Mitla’’(Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 370).

55 ‘‘Afortunadamente, los indios rechazaron la propuesta de ese vándalo, y el árbol permanecetodavía de pie’’ (ibidem, p. 363).

56 Cfr. ibidem, p. 376.57 Cfr. Brasseur, Charles, Viaje al istmo de Tehuantepec, pp. 161-162 y 166.

Cabe mencionar, en fin, otra referencia a la perduración de los ele-mentos prehispánicos. La realiza Fossey en el contexto de los análisis so-bre las peculiaridades culturales de los indígenas de Tehuantepec, cuandomanifiesta su admiración ante la pervivencia de algunas costumbres pre-cortesianas: por ejemplo, el consumo de chocolate, o el empleo de granosde cacao como instrumento de cambio:58 un uso que imperaba todavía amediados de siglo en la península de Yucatán.59

Arrinconado el tiempo que precedió a la llegada de Hernán Cortés----aunque nunca olvidado del todo, como hemos visto----, otra importanteconsecuencia del impacto producido por la Conquista española fue la re-ducción de todos los naturales ----Fossey trata de los zapotecos en particu-lar: pero el ámbito de referencia puede ampliarse legítimamente---- a unamisma condición: la de sometidos, que compartían grandes y chicos, uni-dos todos bajo el común estigma de derrotados.60

El examen que realiza Mathieu de Fossey sobre la religiosidad indí-gena coincide en muchos aspectos con las opiniones comunes en su épo-ca: los pueblos indígenas sometidos al yugo español adoptaron sólo exter-namente el culto cristiano, carecieron de auténtica formación moral, yelaboraron un confuso sincretismo religioso:

les Indiens adressent à une image de saint les oraisons qu’ils auraientadressés autrefois à leurs pénates; ils assimilent la passion du Christ auxapothéoses sanguinaires des victimes humaines, et l’adoration de la Viergede Guadalupe ou des Remèdes au culte de Centeotl et d’Omecihuatl.61

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58 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 44.59 Para ilustrar esta afirmación, reproducimos el texto de un dictamen de la comisión de hacien-

da del Congreso estatal de Yucatán, fechado el 10 de junio de 1850, que hacía referencia a una ins-tancia presentada por el ayuntamiento de Mérida, para que se eliminaran los granos de cacao comoinstrumento de cambio en el mercado: ‘‘no es de tomarse en consideracion la solicitud del ayunta-miento de esta capital referente á que se suprima el cacao que se usa en el mercado en cambio deotros efectos, y se le sustituya con moneda de cobre por pertenecer la resolucion al Soberano Congre-so Nacional’’ (Archivo general del estado de Yucatán, Poder Ejecutivo, Gobernación, Congreso delEstado, caja 76). Véase también Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, México, Museo Na-cional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1937, vol. I, p. 134.

60 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 375. En relación con este punto, puede consultarseFerrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en elsiglo XIX, pp. 37-47.

61 ‘‘Los indios dirigen a una imagen de santo las oraciones que habrían dirigido en otro tiempoa sus penates; asimilan la pasión de Cristo a las apoteosis sangrientas de las víctimas humanas, y laadoración de la Virgen de Guadalupe o de los Remedios al culto de Centeotl y de Omecihuatl’’ (Fos-sey, Mathieu de, Le Mexique, p. 52).

Desde ese análisis, Fossey califica de hipócrita la devoción con quelos indígenas se entregaban a la práctica del cristianismo; porque, en re-alidad, no había llegado a producirse un auténtico cambio de religión:‘‘ils n’ont fait qu’ajouter à leurs anciennes superstitions celles du chistia-nisme des temps barbares’’.62 Una manifestación de esa religiosidad pu-ramente formal y externa venía constituida por las procesiones que, comola del Corpus Christi en Oaxaca, congregaban a indios llegados muchasveces desde pueblos vecinos, con las imágenes de sus patronos cargadassobre los hombros.63

Aunque extremadamente crítico con la acción de España en América,Fossey reconoce al menos que la propagación del Evangelio llevada acabo por la Corona de Castilla permitió poner fin a las bárbaras costum-bres de pueblos como el azteca, que habían ensuciado sus creencias reli-giosas con el horror de los sacrificios humanos: ‘‘l’âme se sent soulagéeen pensant que trois siècles ont passé sur ces grandes douleurs, et l’onbénit le navigateur génois, qui fit connaître le nouveau monde à l’Europechrétienne’’.64 Sorprende la similitud de perspectivas de esos juicios y delos que formuló tiempo después Justo Sierra, horrorizado ante el prestigiode las ‘‘deidades antropófagas’’, anhelantes de sacrificios ‘‘que tiñeron desangre a la ciudad [de México] y a sus pobladores’’, y que hicieron ‘‘pre-ciso que este delirio religioso terminara; bendita la cruz o la espada quemarcasen el fin de los ritos sangrientos’’.65

Pero, siempre reticente ante el peculiar catolicismo implantado porEspaña en Indias, Fossey echa de menos una formación religiosa que in-culcara en los indígenas valores morales y, más específicamente, los de-beres del hombre con la sociedad:

trop souvent les prêtres catholiques suivent une voie erronée. Dans leursprêches et dans leurs livres, ils s’obstinent à n’entretenir leurs ouailles etleurs lecteurs que de dogmes, de miracles, de mystères, sans s’apercevoirque la morale publique retire peu de fruit de tous ces vains discours.66

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62 ‘‘No han hecho más que añadir a sus antiguas supersticiones las del cristianismo de los tiem-pos bárbaros’’ (ibidem, p. 53).

63 Cfr. ibidem, pp. 356-357.64 ‘‘El alma se siente aliviada al pensar que han pasado tres siglos sobre estos grandes dolores, y

bendice al navegante genovés que dio a conocer al nuevo mundo a la Europa cristiana’’ (ibidem, p. 217).65 Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, México, Consejo Nacional para la

Cultura y las Artes, 1993, p. 61.66 ‘‘Con demasiada frecuencia, los sacerdotes católicos siguen un camino erróneo. En sus prédi-

cas y en sus libros se obstinan en entretener a su grey y a sus lectores con dogmas, milagros, misterios,

Cuando Mathieu de Fossey trata de adentrarse en el terreno de la an-tropología, no consigue librarse de los estereotipos acuñados tiempo atráspor los ilustrados franceses y anglosajones del siglo XVIII, que a su vezreprodujeron acríticamente las grotescas afirmaciones sobre el mundoamericano que había formulado Cornelius de Pauw.67 Así, pensaba Fos-sey, el carácter primitivo de los indios les impedía discernir entre el bieny el mal, y los incapacitaba para mentir: aunque, arrastrados por su credu-lidad incauta, prestaban fácilmente fe a la impostura, y podían contribuira difundir los más fantásticos rumores.68

Esa ingenuidad se compatibilizaba a los ojos de Fossey con la des-confianza y el recelo: disposiciones del ánimo indígena que, según nues-tro autor, inhabilitaban de ordinario a los aborígenes americanos para ur-dir conspiraciones. Existía, sin embargo, una salvedad: ‘‘mais si unhomme de quelque génie s’élevait parmi eux; s’ils se décidaient tous en-semble à prendre pour chef quelque aventurier habile et entreprenant, onverrait les blancs disparaître du sol mexicain en une seule campagne’’.69

Las condiciones de la época parecían idóneas para un estallido social,que aterrorizaba a Fossey. Resuelto el problema del liderazgo, la revueltageneralizada se preveía inminente, pues de un momento a otro podía aflo-rar a la superficie el instinto salvaje del indio cultivador:

il ne devient barbare que s’il se voit soumis à des vexations qui fassentnaître en lui l’idée de la vengeance, ou si des hommes d’une classe pluscivilisée que la sienne parviennent à développer dans son coeur de mau-vaises passions pour s’en servir ensuite comme d’un instrument.70

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sin advertir que la moral pública se beneficia poco con todos esos vanos discursos’’ (Fossey, Mathieude, Le Mexique, p. 345).

67 Cfr. Pauw, Cornelius de, Recherches philosophiques sur les Américains ou Mémoires inté-ressantes pour servir à l’histoire de l’espèce humaine par M. de P. avec une dissertation sur l’Améri-que et les Américains par dom Pernetty, Londres, s. e., 1771. Véase también Duchet, Michèle, Antro-pología e historia en el Siglo de las Luces. Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot, México,Siglo Veintiuno, 1975, pp. 175-182, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indíge-nas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 88.

68 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 42, nota 1, y 548.69 ‘‘Pero si un hombre de cierto genio se alzara entre ellos; si se decidiesen todos juntos a adop-

tar como jefe a algún aventurero hábil y emprendedor, en una sola campaña se vería desaparecer a losblancos del suelo mexicano’’ (ibidem, p. 471).

70 ‘‘No se torna bárbaro si no se ve sometido a vejaciones que hagan nacer en él la idea de lavenganza, o si hombres de una clase más civilizada que la suya llegan a desarrollar en su corazónmalas pasiones, para servirse de él como de un instrumento’’ (ibidem, p. 548).

Fossey, tan timorato ante la eventualidad de un estallido de la furiaindígena, no deja de apreciar excelentes condiciones entre los integrantesde esos pueblos aborígenes; por ejemplo, el virtuosismo musical que des-cubrió, maravillado y atónito, en un notabilísimo concierto de guitarra yharpa ejecutado por un peón zapoteco, empleado en la hacienda de Guen-duláin.71 Embargado por esa emoción, Fossey se entretiene en ponderarlas buenas disposiciones de los indios para las artes y los oficios manua-les. Excelentes artesanos, carecían sin embargo de interés por obtener ga-nancias económicas que les permitieran mejorar de condición:

on ne doit pas espérer de pouvoir avant longtemps inspirer aux popula-tions indigènes du goût pour un changement quelconque dans leur existencenormale. Elles sont aussi attachées à leur pauvreté que les peuples civilisésle sont aux richesses; elles font autant pour la conserver que ceuxci pouren sortir. De même que le Lapon ne change ni son gîte enfumé, ni son pois-son sec, ni son huile puante pour notre bien-être et nos mets délicats, l’In-dien mexicain préfère sa natte, sa tortille et ses coutumes agrestes auxdouceurs de la vie citadine.72

Los vejámenes de que eran objeto los indígenas revestían su máximaintensidad en las haciendas, donde los peones ----mayoritariamente in-dios---- trabajaban en condiciones de extrema sujeción, sobre todo en Tie-rra Caliente.73 Fossey comprobó por sí mismo la dureza del trabajo exigi-do por los ingenios azucareros, donde los accidentes laborales y lasconsiguientes mutilaciones eran frecuentes;74 y denunció el estado de ser-vidumbre al que se hallaban reducidos los indígenas de las tierras bajas:

les planteurs exercent une certaine juridiction sur leurs domaines: ils con-naissent des délits ordinaires de police correctionnelle, et punissent par lecepo ou la prison ceux qui s’en rendent coupables, soit à leur égard, soit

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71 Cfr. ibidem, pp. 343-344.72 ‘‘No cabe esperar que antes de largo tiempo se pueda inspirar a las poblaciones indígenas el

gusto por algún cambio en su existencia normal. Están tan apegadas a su pobreza como los puebloscivilizados a sus riquezas; hacen tanto por conservarla, como éstos por escapar de ella. Del mismomodo que el lapón no cambia su madriguera ahumada, ni su pescado seco, ni su aceite apestoso pornuestro bienestar y nuestros manjares delicados, el indio mexicano prefiere su estera, su tortilla y suscostumbres agrestes a las dulzuras de la vida ciudadana’’ (ibidem, p. 344).

73 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 305, 343-344, 443-444 y 454-458.

74 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 340-341.

envers leurs camarades. Ce sont de petits souverains que l’on appelle queVotre Grâce; tout tremble devant eux.75

La huella que dejaron en nuestro autor sus lecturas de divulgacióncientífica se traducen en un curioso pasaje de Le Mexique, donde se con-jugan una mentalidad ilustrada ----concretada en el mito del buen salva-je---- y una mezcla curiosa de racismo y de evolucionismo. La escena aque nos referimos muestra a una muchacha mulata, que juega con unmono capuchino que Fossey había regalado a sus hijos:

or, la petite mulâtresse avait beaucoup de ressemblance avec le singe.C’étaient deux anneaux contigus de la grande chaîne des organisationsanimales: le premier représentant la bête qui se rapproche le plus del’homme, le second l’être humain qui s’éloigne le moins de la brute.76

No son pocas las expresiones salidas de la pluma de Mathieu de Fosseyque hieren la sensibilidad del hombre de hoy, como la que acaba de citar-se, o cuando refiere la atracción de uno y otro sexo entre los indios que, asu juicio, obedecía sólo a la búsqueda de un placer puramente egoísta,que explicaría la indiferencia en que permanecían marido y mujer si lle-gaba el caso de tener que separarse.77

Según Fossey, los indios sentían con toda intensidad la pasión, hastael grado de abrasarse en amores incestuosos; ‘‘l’amour cependant, le vé-ritable amour, leur est inconnu’’.78 Y tanto quiso enfatizar nuestro autorel carácter primario de los sentimientos de los indígenas, que consagróuna extensa nota de Le Mexique a la exposición de sus ideas en torno aeste punto,79 e incluso se atrevió a criticar con severidad a Chateaubriand,

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75 ‘‘Los propietarios de plantaciones ejercen una cierta jurisdicción sobre sus dominios: cono-cen de los delitos ordinarios de policía correccional, y castigan con el cepo o la prisión a los queresultan culpables, respecto a ellos mismos o respecto a sus compañeros. Son pequeños soberanos alos que se da el tratamiento de Vuestra Gracia; todo tiembla ante ellos’’ (ibidem, p. 342). Cfr. tambiénFerrer Muñoz, Manuel, La cuestión de la esclavitud en el México decimonónico: sus repercusionesen las etnias indígenas, Bogotá, Instituto de Estudios Constitucionales Carlos Restrepo Piedrahita,1998, pp. 52-58.

76 ‘‘La pequeña mulata tenía un gran parecido con el simio. Eran dos anillos contiguos de lagran cadena de las organizaciones animales: el primero representaba a la bestia que se acerca más alhombre; el segundo, al ser humano que se aleja menos del bruto’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique,p. 464).

77 Cfr. ibidem, pp. 27-28.78 ‘‘Pero el amor, el amor verdadero, les resulta desconocido’’ (idem).79 Cfr. ibidem, pp. 461-463.

por haber supuesto equivocadamente que era posible encontrar en el fon-do de las selvas y en medio de las inmensas praderas del Nuevo Mundosentimientos análogos a los que albergaban los corazones de sus contem-poráneos europeos:

certes, le portrait des sauvages de l’Amérique tel que l’a tracé l’illustreauteur d’ Atala est beaucoup plus beau que la réalité, pour le lecteur quin’a jamais perdu de vue les côtes du vieux continent. Mais le voyageur quia reçu l’hospitalité chez les Peaux-Rouges, soit aux États-Unis, soit au Me-xique, et qui n’a jamais rien vu parmi eux qui ressemblât, même de loin, àla délicatesse des sentiments de l’amante de Chactas ou de l’épouse deRené, ne peut jouir á cette lecture que de la beauté du langage et du char-me de la fiction. Le reste ne lui offre que peu d’intérêt, parce qu’il est forcéde s’écrier à chaque page, avec cette créole de la Nouvelle-Orléans: Oh!comme c’est mensonge, ça!.80

Era imposible que escapara a la pluma de Fossey la tópica referenciaa la participación de los indígenas en las guerras insurgentes: un lugarcomún que, no por manido, dejaba de encerrar una buena dosis de ver-dad.81 Así, cuando narra el grito de independencia que profirió Hidalgo,secundado por Allende y Abasolo, describe la reunión de todos los des-contentos bajo el manto de la Virgen de Guadalupe, que cobijaba a ‘‘unemultitude d’Indiens et de gens de la basse classe’’;82 y cuando atiende algiro táctico que se produjo después de la muerte de los primeros caudillosinsurgentes, en marzo de 1811, no deja de fijarse en la desaparición deesas masas tumultuosas y sin freno, integradas por indios, que había con-ducido Hidalgo.83

Tampoco desatendió Fossey la observación de algunos aspectos orga-nizativos de las comunidades indígenas: por ejemplo, el peculiar modo de

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80 ‘‘Desde luego, el retrato de los salvajes de América tal y como lo ha trazado el ilustre autorde Atala es mucho más hermoso que la realidad, para el lector que nunca haya perdido de vista lascostas del viejo continente. Pero el viajero que ha disfrutado de la hospitalidad entre los Pieles Rojas,en Estados Unidos o en México, y que no ha visto jamás nada entre ellos que recuerde, ni siquiera delejos, la delicadeza de sentimientos de la amante de Chactas o de la esposa de René, no puede gozaren esta lectura más que de la belleza del lenguaje y del encanto de la ficción. El resto le ofrece pocointerés, porque a cada página se siente forzado a exclamar, con aquella criolla de Nueva Orleáns:¡Oh!, ¡qué mentira es eso!’’ (ibidem, p. 463).

81 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘Las comunidades indígenas de la Nueva España y el movi-miento insurgente (1810-1817)’’, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, t. LVI-2, julio-diciembrede 1999, pp. 513-538.

82 ‘‘Una muchedumbre de indios y de gente de la clase baja’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique,p. 141).

83 Cfr. ibidem, p. 143.

regirse por medio de sus caciques, descendientes de los antiguos señoresde la tierra. Y se dio cuenta de que, aunque la mayoría de esos caciquesposeían extensas propiedades, apenas se diferenciaban externamente delos indios a cuyo frente se encontraban: sólo se distinguían de ellos por elrespeto y las muestras de deferencia de que eran objeto.84

Reaparecen esos mismos comentarios cuando Fossey narra su viajede México a Oaxaca, y su paso por el pueblo zapoteco de Cuicatlán: elcacique de esta localidad no era rico, vestía como los demás indígenas,ocupaba una modesta vivienda, compartía los trabajos de la gente delpueblo; pero sí poseía una modesta fortuna adquirida gracias a su distin-guida condición: ‘‘les habitants de ses anciens domaines lui fournissenttous les jours de l’année une dizaine de corvées pour le service intérieuret extérieur de sa maison’’.85

Retornando a un plano más general, no ceñido específicamente alpueblo zapoteco, Mathieu de Fossey enfatiza la ausencia de poder real enlas manos del cacique, ‘‘qui ne règne sur ses sujets que par une déférencevirtuelle de leur part, et qui ne jouit aux yeux des créols d’aucune espècede considération’’.86

Como otros observadores mexicanos y extranjeros,87 Mathieu de Fos-sey alcanzó a captar la existencia de diversos niveles económicos entrelos integrantes de las comunidades indígenas, y advirtió que el nopal pro-ducía ingentes ganancias en el estado de Oaxaca que, en su mayor parte,iban a parar a las manos de los indios que lo cultivaban.88 Asimismo ates-tiguó la práctica de enterrar el dinero en el campo, en escondrijos quesólo conocían los que lo ocultaban:

eux seuls connaissent leurs cachettes, et ne les découvrent jamais à qui quece soit; ils meurent sans en dire un mot à leurs enfants, et sans que ceux-cise mettent en peine de s’en informer. Si par hasard un Indien trouve un de

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84 Cfr. ibidem, p. 137. Véase a este propósito Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 123-124.

85 ‘‘Los habitantes de sus antiguos dominios le suministran todos los días del año una decena deprestaciones personales para el servicio interno y exterior de su casa’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexi-que, p. 338).

86 ‘‘Que no reina sobre sus súbditos sino por una deferencia virtual de parte de éstos, y que nogoza ante los ojos de los criollos de ninguna especie de consideración’’ (ibidem, p. 339).

87 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 123-125.

88 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 352.

ces trésors, il en est comme effrayé, et recouvre soigneusement le dépôtsacré sans en distraire un demi-réal, persuadé qu’il mourrait dans l’années’il se permettait le plus léger larcin aux mânes de l’enfouisseur.89

No escapó al atento Mathieu de Fossey la existencia de indígenas adi-nerados que, sin modificar sus costumbres ni su modo de vida, ‘‘sacri-fi[ai]ent au luxe et à la vanité’’,90 e invertían sumas considerables en elmantenimiento de sus casas, donde podían encontrarse ricas vajillas, va-riedad notable de vinos europeos y los más exquisitos alimentos, con queobsequiaban a sus huéspedes, mientras que ellos se conformaban con unafrugal comida y bebían agua.91

Inclinados al derroche ----siempre según Fossey----, los indígenas noreparaban en gastos para celebrar los nombramientos de sus alcaldes ymayordomos: ‘‘dans ces solennités, ils régalent tous les habitants dumême lieu, payent les cérémonies de l’église, les musiciens, les feux d’ar-tifice, etc., et décorent les saints de costumes neufs et brillants’’.92

Mathieu de Fossey distinguió entre indios salvajes e indios cultivado-res. Y, aunque cargó la tinta en la ferocidad y sed de venganza de los prime-ros, consideró que unos y otros eran incapaces de experimentar los senti-mientos tiernos con que los hombres civilizados europeos ennoblecían losplaceres del amor.

Tras una breve descripción de las costumbres matrimoniales de salvajesy cultivadores, que mostraban a éstos más respetuosos con las esposas, Fos-sey señala otra nota que diferenciaba ambos modos de ser y de comportarse:el salvaje no era celoso, ‘‘tandis que celui-ci ne veut, en général, partageravec qui que ce soit la jouissance de ses droits d’epoux’’.93

Establecida esa dicotomía, resultaba imposible que Fossey se sustra-jera a la incitación de pasear su mirada sobre las tribus nómadas de la

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89 ‘‘Sólo ellos conocen sus escondites y no los revelan nunca a nadie; mueren sin decir unapalabra a sus hijos, y sin que éstos se preocupen de informarse. Si por casualidad un indio encuentrauno de esos tesoros, se queda como aterrorizado, y vuelve a cubrir cuidadosamente el depósito sagra-do, sin distraer medio real, persuadido de que moriría ese año si se permitiera el más pequeño hurto alos manes del enterrador’’ (ibidem, p. 353).

90 ‘‘Ofrec[ía]n sacrificios al lujo y a la vanidad’’ (idem).91 Cfr. ibidem, pp. 353 y 371.92 ‘‘En estas solemnidades, invitan a todos los habitantes del lugar, pagan las ceremonias de la

iglesia, los músicos, los fuegos artificiales, etc., y adornan a los santos con vestidos nuevos y brillan-tes’’ (ibidem, pp. 353-354).

93 ‘‘Mientras que éste no quiere, por lo general, compartir con nadie, quienquiera que sea, eldisfrute de sus derechos de esposo’’ (ibidem, p. 462).

frontera norte mexicana, que constituían un vivo ejemplo del modo de ser‘‘bárbaro’’. El comercio de pepitas de oro era, prácticamente, el únicovínculo entre esos grupos salvajes y los mexicanos que habitaban en lasregiones confinantes con el desierto.94 Por lo general, sin embargo, las re-laciones entre unos y otros eran extremadamente hostiles, y el daño cau-sado por las depredaciones de aquellas gentes bárbaras era invaluable yprovocaba heridas ‘‘sangrantes’’ a la República:

voilà déjà plus de vingt-cinq ans que les Comanches et les Apaches ontenvahi les provinces septentrionales, qu’ils volent les bestiaux, incendientles fermes et les villages, égorgent les habitants et emmènent les enfants encaptivité. Ils se sont avancés jusqu’à Zacatecas et à Jalisco, et pénètrentchaque année plus avant. Chassés de leurs déserts par les Américains, ils netarderont pas à se rendre maîtres permanents des États de la frontière.95

A título anecdótico vale la pena observar que, cuando en diciembrede 1851 se inauguró una plaza de toros en la ciudad de México, hubo unespectáculo taurino a cargo de dos indios comanches: aunque Fossey dacuenta de la inauguración de ese foso, no debió de hallarse presente, puesde otro modo no hubiera dejado de reseñar la llamativa exhibición, de laque informó con detalle la prensa local.96

No ocultó Fossey su decepción por la ineptitud política del último go-bierno de Santa Anna, que derrochó inútilmente el dinero obtenido por laventa de La Mesilla y por las contribuciones de toda especie con que seasfixió a la nación. Así, mientras que los indios bárbaros del norte asola-ban los estados de Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Durango y Zacatecas, elejército permaneció sordo a las desesperadas llamadas de auxilio de loshabitantes de aquellas regiones, ocupado en pasar el tiempo en lujososdesfiles bajo las ventanas de Su Alteza Serenísima.97

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94 Cfr. ibidem, p. 143.95 ‘‘Hace más de veinticinco años que los comanches y los apaches han invadido las provincias

septentrionales, que roban los animales, incendian los ranchos y los pueblos, asesinan a sus habitantesy se llevan cautivos a sus hijos. Han llegado hasta Zacatecas y Jalisco y, cada año, penetran másadelante. Expulsados de sus desiertos por los americanos, no tardarán en convertirse en los dueños delos estados de la frontera’’ (ibidem, p. 470). Cfr. también ibidem, p. 445, y Ferrer Muñoz, Manuel yBono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 563-571.

96 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 240, y El Monitor Republicano, 6 de diciembre de1851, en Rojas Rabiela, Teresa (coord.), El indio en la prensa nacional mexicana del siglo XIX: catá-logo de noticias, México, Secretaría de Educación Pública, Cuadernos de La Casa Chata, 1987, vol. I,p. 121.

97 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 186-187.

Las amenazas de los indios salvajes procedían también, a los ojos deFossey, de las lejanas tierras del sur, donde las razas blancas peligrabanpor el estallido de la guerra de castas.98 Precisamente por esos años, conocasión de la guerra desencadenada por los mayas de Yucatán, prendiócon fuerza renovada en muchos ambientes de la República mexicana elconvencimiento de que esos indígenas encarnaban la barbarie, por lo quesu misma presencia amenazaba con el fin de la civilización, ya fuera laeuropea o la española.99

Aunque para los habitantes de las ciudades del centro del país pudierapasar inadvertido el peligro de contagio, éste resultaba inminente en lapercepción de Fossey, que había sido testigo de varias revueltas promovi-das por ‘‘indios cultivadores’’, que también se habían conjurado para ex-terminar a la raza blanca: ‘‘quelle digue leur opposerait-on, si après s’êtrecomptés ils recommençaient leurs hostilités tous à la fois?’’.100

No deja de guardar semejanza esa reflexión con la que desarrolló enfechas muy próximas José Antonio Gamboa, representante de Oaxacaante el Congreso de 1856-1857, cuando se discutía sobre la atracción demano de obra extranjera que, en opinión de este diputado, representaba lamejor solución para acabar con la guerra de castas y el predominio de losindígenas: ‘‘¿qué remedio á ese mal que nos amenaza de ser absorbidospor la raza indígena? Señor, á una avalancha humana, una barrera huma-na; á cinco millones de indios, diez millones de blancos; á la guerra decastas, en fin, poblacion, emigracion europea’’.101

La sucesión de insurrecciones alarmaba a Fossey, conocedor de lagrave conmoción que se había producido en Oaxaca pocos meses antes desu llegada, a comienzos de 1837. La ciudad había sido atacada y expolia-da por una fuerza militar de cuatrocientos hombres, todos mixtecos que,comandados por un jefe llamado Acevedo, proclamaron la federación, sinque los mil quinientos hombres que componían la guarnición local hicie-ran nada efectivo por contener esos desmanes.102

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98 Cfr. ibidem, p. 470.99 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización. Españoles y mexicanos a me-

diados del siglo XIX, México, El Colegio de México, 1996, pp. 18-19 y 57.100 ‘‘¿Qué dique se les opondría si, después de haber medido sus fuerzas, recomenzaran las hos-

tilidades todos a la vez?’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 470).101 Intervención de José Antonio Gamboa ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 4 de

agosto de 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y1857, vol. II, p. 56).

102 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, pp. 358-360.

También presenció Mathieu de Fossey el levantamiento de Jichu de1849 y los contemporáneos intentos insurreccionales en Tlalnepantla yAzcapotzalco, en las mismísimas inmediaciones de la ciudad de México.Asustaba también a Fossey el rencor hacia blancos y mestizos de que ha-cían ostentación los zapotecos de Oaxaca, que ‘‘saisiraient avec empres-sement l’occasion de répandre leur sang’’;103 aunque algo debió de tran-quilizarle la actitud amable hacia los franceses ----y hacia su persona, enparticular---- de que hicieron gala los habitantes de un pueblo indígena delestado de Michoacán, donde lo sorprendió la revuelta que promovió Jichuen aquella región.104

Por eso, y a pesar de que Fossey conocía la inferioridad demográficade los indígenas, no dejaba de inquietarse por el predominio de éstos enestados tales como Oaxaca, Chiapas, Yucatán y Tabasco. El panoramapodría llegar a ser aterrador, si pueblos indígenas tan aguerridos como loslacandones o los chamulas ‘‘donnassent la main à leurs frères d’Yucatan,qui sont en insurrection permanente, pour triompher de tout ce qui n’estpas de leur couleur’’.105

Para entonces, proseguía un espantado Fossey, habría llegado a mate-rializarse el peligro de la República de Sierra Madre que, desde hacía yaaños, amenazaba a la Unión mexicana: sumada esa presión a la que ejer-cían los codiciosos vecinos del norte, podía pensarse que los días de ex-istencia política de la nación mexicana estaban contados.106 De concretar-se esos temores, el piadoso Mathieu de Fossey contemplaba al clerocatólico como la primera víctima ofrecida a los manes de la patria: ‘‘lareligion catholique est à la veille de succomber, soit par l’annexion duMexique aux États-Unis, soit par la liberté des cultes, qui peut être pro-clamée d’un moment à l’autre par les amis du progrès’’.107 Concedida lalibertad de cultos, no tardarían en retornar a la idolatría los indios que

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103 ‘‘Aprovecharían enseguida la oportunidad de derramar su sangre’’ (ibidem, p. 471).104 Cfr. ibidem, p. 278. Por contraste, la insurrección de Acevedo a que se ha hecho referencia

en párrafo anterior había dado lugar a la persecución y despojo de varios franceses establecidos enOaxaca: cfr. ibidem, pp. 358-359.

105 ‘‘Diesen la mano a sus hermanos de Yucatán, que están en insurrección permanente, paratriunfar sobre todo lo que no es de su color’’ (ibidem, p. 471).

106 Cfr. ibidem, p. 472. En un pasaje anterior, Fossey especifica que esa República de SierraMadre era la que proyectaba Santiago Vidaurri, que pensaba declarar independiente su estado y anexio-narlo después a la Unión Americana: cfr. ibidem, p. 445.

107 ‘‘La religión católica está a punto de sucumbir, sea por la anexión de México a Estados Uni-dos, sea por la libertad de cultos, que puede ser proclamada de uno a otro momento por los amigosdel progreso’’ (ibidem, p. 472).

habitaban lejos de las ciudades y, rota así su sujeción a la Iglesia, desapa-recería el único vínculo que los ligaba a la sociedad civilizada.108

Desde una perspectiva muy diferente, José María Lafragua alertó asus compañeros del Congreso Constituyente de 1856-1857 sobre las pre-visibles manipulaciones de la libertad de cultos, que serviría a ‘‘los ene-migos de la reforma’’ para explotar la credulidad de los indios y ‘‘hacerlosentender, no que se han tolerado los cultos por razones de alta política,sino que á ellos se les ha devuelto su religion’’. Un engaño semejante po-día acarrear consecuencias en cadena: ‘‘de induccion en induccion los in-dios, que creen que se les ha devuelto su culto, querrán que se les devuel-van sus bienes, y llegarán á pensar en el trono de Guatimotzin’’.109

Mathieu de Fossey, que había introducido la dicotomía de indios sal-vajes y cultivadores, también estableció marcadas diferencias entre el in-dio de los climas cálidos y el que habitaba regiones más elevadas:

ce dernier mène une vie de privations continuelles, tandis que l’autre jouitsans peine des richesses de la végétation. Aussi à messure que l’on s’éloignedes côtes, s’aperçoit-on d’un changement frappant dans la classe des In-diens; plus on s’élève, plus ils se montrent malpropres, et on finit par n’a-voir sous les yeux que des haillons d’une saleté dégoûtante.110

Durante el viaje que realizó desde Veracruz a México, Fossey pudoahondar en ese tipo de observaciones, y escribió sobre el cambio de paisajehumano que se apreciaba después de dejar atrás Jalapa: los pueblos apare-cían habitados por indígenas sucios, tristes y miserables que trabajabanuna tierra avara y se alojaban en mugrientas chozas.111

En relación con la visita que cursó Fossey a Puebla, Cholula y Tlaxcala,cuyo recuerdo se revive en Le Mexique ----sazonado su relato con algunasdisgresiones históricas----, sobresale un comentario que dedica a aquellaúltima población. A tono con una manera de contemplar frecuente entre

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108 Cfr. idem.109 Intervención de José María Lafragua ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 1 de

agosto de 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y1857, vol. II, p. 12).

110 ‘‘Este último lleva una vida de continuas privaciones, mientras que el otro goza sin pesar delas riquezas de la vegetación. También a medida que nos alejamos de las costas, se advierte un llama-tivo cambio en la clase de los indios: cuanto más avanzamos en altitud, más sucios se muestran, yacabamos por no tener ante los ojos más que harapos de una suciedad repugnante’’ (Fossey, Mathieude, Le Mexique, p. 30).

111 Cfr. ibidem, pp. 102-103.

los viajeros que recorrieron ciudades poseedoras de un heroico pasadoprehispánico, evoca el contraste entre unos gloriosos tiempos pretéritos yun mezquino presente: ‘‘cette fameuse république n’est plus qu’un pointsans intérêt pour l’archéologue et sans importance politique ou commer-ciale, malgré son titre de capitale du territoire du même nom’’.112

La misma impresión de abandono y de decadencia se desprende de laescueta reseña que Fossey dedica a los indígenas que poblaban los llanosde Apan, ocupados preferentemente en la comercialización del pulqueque, sin embargo, no llegaba en condiciones aceptables a la ciudad deMéxico:

les Indiens qui l’apportent y mêlent souvent de l’eau pour restituer à laquantité le tribut que leur gosier altéré prélève sur la qualité; puis les ou-tres de porc dans lesquelles on le transporte lui communiquent une odeurnauséabonde; enfin il n’y a qu’un temps fort court pendant lequel le pul-que est potable, et Mexico est trop éloigné des plaines d’Apan pour qu’il yarrive au point précis de fermentation qui le rend agréable.113

Pero donde tal vez Fossey encontró un ambiente más oprimente, pormiserable, fue en el trayecto desde el lago de Texcoco a San Juan Teoti-huacán, a causa del aspecto miserable y horroroso de las aldeas de losindios, levantadas en la llanura que circunda el lago, cuyas eflorescen-

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112 ‘‘Esta famosa república no es más que un punto sin interés para el arqueólogo y sin impor-tancia política ni comercial, a pesar de su título de capital del territorio del mismo nombre’’ (ibidem,p. 112). Sobre el tratamiento de las peculiaridades de Tlaxcala en la Constitución de 1824, que aplazóla decisión sobre el status que habría de conferírsele a esa entidad, si estado o territorio de la Federa-ción, y sobre la debatida incidencia en esa presunta postergación del carácter mayoritariamente indí-gena de sus habitantes, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estadonacional en México en el siglo XIX, p. 60, y Clavero, Bartolomé, ‘‘Colonos y no indígenas. ¿Modeloconstitucional americano? (Diálogo con Clara lvarez)’’, Anuario de Historia del Derecho Español,Madrid, t. LXV, 1995, pp. 1,012-1,013.

113 ‘‘Los indios que lo llevan lo mezclan a menudo con agua, para restituir a la cantidad el tribu-to que sus gaznates alterados descuentan de la calidad; además, los odres de cerdo en que lo transpor-tan le comunican un olor nauseabundo; en fin, es muy corto el tiempo durante el cual el pulque espotable, y México está demasiado alejado de los llanos de Apan para que llegue en el punto precisode fermentación que lo hace agradable’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 107). Un episodio pos-terior de Le Mexique matiza esa apreciación: ‘‘nous voilà bien près des plaines d’Apan, renomméespar l’excellence de leur pulque. Zinguilucan, je commençais à trouver supportable cette boissonpour laquelle j’avais toujours éprouvé de la répugnance et elle me parut décidément bonne à Tulan-cingo, à l’heure du déjeuner’’ (‘‘estamos muy cerca de los llanos de Apan, renombrados por la exce-lencia de su pulque. En Zinguilucan comencé a encontrar soportable esta bebida por la que siemprehabía experimentado repugnancia, y me pareció decididamente buena en Tulancingo, a la hora delalmuerzo’’: ibidem, p. 316).

cias salinas procuraban a sus habitantes indígenas su exclusivo sustentoeconómico:

je n’ai jamais rien vu de si misérable, de si affreux que leurs hameaux;chaque case, mal bâtie en briques crues, se confond avec les monceaux deterre dont elle est entourée. Aucune verdure, aucune végétation n’existe àl’entour: tout y est terre, tout présente une couleur uniforme; et la vue despauvres habitants de ces terriers accroît encore l’impression pénible qu’onéprouve en considérant ces misérables retraites.114

Buen conocedor de la región del istmo de Tehuantepec, Fossey reco-ge algunas noticias sobre la diversidad étnica de Oaxaca, aunque sólomenciona a zapotecos, mixes, huaves y mixtecos: menos civilizados losdos últimos grupos que los zapotecos, afirma Fossey, comunicaban pocoentre sí, y practicaban todavía su antiguo culto. Todos conservaban el usode sus lenguas propias, que nada tenían que ver con el náhuatl. Y, sinembargo, Fossey se contradice en otro pasaje de Le Mexique, pues des-pués de haber afirmado que la lengua en que se expresaban los habitantesde la provincia de Oaxaca nada tenía que ver con el mexicano, mantieneque la mayoría de esos indios ‘‘de pura raza’’ de la región de Coatzacoal-cos hablaban sólo náhuatl.115

Los indios ‘‘de pura raza’’ compartían la costa de México con otrosgrupos étnicos: mestizos, negros y zambos. La dulzura de carácter y sen-cillez de costumbres de los indígenas contrastan, ante los ojos de Fossey,con la astucia y el conjunto de vicios de que hacían gala los demás.116

Esa diversidad se observaba también en la costa del Océano Pacífico:los indios que poblaban esa región poseían un natural menos simpático queel de los numerosos negros que allí había; pero unos y otros compartían lamisma despreocupación y la misma apatía.117 Peor aún resultó el concep-to que se formó Fossey de los indígenas del pueblo de Zumpahuacan,cuya costumbre de comer escorpiones le causó profunda repugnancia:

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114 ‘‘Nunca he visto nada tan miserable ni tan horroroso como sus caseríos; cada choza, malconstruida con ladrillos sin cocer, se confunde con los montones de tierra de que está rodeada. Nin-gún verdor, ninguna vegetación existe alrededor: todo allí es tierra, todo presenta un color uniforme;y la vista de los pobres habitantes de estas guaridas todavía aumenta la penosa impresión que seexperimenta al contemplar estos alejados parajes’’ (ibidem, p. 315).

115 Cfr. ibidem, pp. 25, 49 y 466-467.116 Cfr. ibidem, p. 23.117 Cfr. ibidem, p. 313.

on croirait que cet aliment influe sur le caractère de ces Indiens, si lesthéories physiologiques ne rejetaient cette croyance: ils son méchants etcolères, au point d’avoir donné lieu à ce proverbe: Méchant comme unIndien ou comme un scorpion de Zumpahuacan.118

Desde luego, cabe poner en tela de juicio la perspicacia y la originali-dad de Fossey cuando realizaba aquellas observaciones sobre las caracte-rísticas de los diversos grupos raciales, que respondían a unos prejuiciosque se remontaban a tiempos muy antiguos. Valga como ejemplo una realcédula de 1578, con la que la Corona española quería salir al paso de losinconvenientes que parecían seguirse para los naturales de la provincia deYucatán del trato con mulatos, mestizos y negros,

porque demás, que los tratan mal, y se siruen de ellos, les enseñan sus ma-las costumbres, y ociosidad, y tambien algunos errores, y vicios, que po-drian estragar, y estorvar el fruto que se desea para la salvacion de las al-mas de los dichos Indios, y que viuan en policia. Y porque de semejantecompania no puede pegarseles cosa que les aproueche, siendo vniuersal-mente tan mal inclinados los dichos Mulatos, Negros, y Mestizos.119

A los pocos indígenas que dominaban el español, muy apreciados ensu calidad de intérpretes, se les llamaba ‘‘gentes de razón’’.120 Esta deno-minación, peyorativa para el común de los indígenas, que quedaba fuerade tal aprecio, alcanzó una difusión tan amplia en México durante el sigloXIX que incluso se deslizó en algunos textos redactados por legisladoresde un Constituyente tan escrupuloso con la terminología como el de1856-1857. Así ocurrió en un voto particular presentado por la minoría de lacomisión de División Territorial en diciembre de 1856.121 Un historiadorliberal tampoco tuvo empacho en distinguir dos categorías de vecinos enZitácuaro, cuando describía el apoyo que la ciudad proporcionó a la causanacional durante la Intervención francesa: indios de raza pura y gente de

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118 ‘‘Se creería que este alimento influye en el carácter de estos indios, si las teorías fisiológicasno rechazaran esa creencia: son malos y coléricos, y han dado pie a este proverbio: Malo como unindio o como un escorpión de Zumpahuacan’’ (ibidem, p. 311).

119 Cit. en López Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán, México, Editorial Academia Literaria,1957, libro VII, capítulo II, p. 371.

120 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 25.121 Cfr. voto particular de la minoría de la comisión de División Territorial, 19 de diciembre de

1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857, vol. II,p. 725).

razón; y añadió acerca de los primeros: ‘‘los indios son, por lo común,indiferentes a las cuestiones políticas y guardan completo egoísmo e in-dolencia para con los beligerantes’’.122

Después de haber expuesto una larga lista de comentarios sobre lascomunidades indígenas del territorio del istmo de Tehuantepec ----la deli-berada lejanía de sus aldeas de los demás centros habitados, la existenciade otras etnias que se aprovechaban de los indios, la ignorancia del espa-ñol de parte de la casi totalidad de los aborígenes y el consiguiente des-precio en que se les tenía...----, Fossey se ocupa de ilustrar a sus lectoresacerca de las casas reales que existían en los pueblos de indios, con lafinalidad de alojar a los viajeros:

en arrivant dans un village d’Indiens, ils vont loger de droit à la maisoncommune, où l’alcade est tenu de leur envoyer deux topils, c’est-à-diredeux adjoints, qui, moyennant une légère rétribution, soignent leurs che-vaux et préparent leur souper. Cette maison ne se compose que d’une pièce,meublée d’une table et d’un banc, tribunal de l’alcade; de sorte qu’on setrouve forcé de coucher par terre, si on n’a pas eu la précaution d’appor-ter un lit.123

La importancia que se concedía a estos edificios que Mathieu de Fos-sey describió tan acuciosamente se patentiza por la extraordinaria vigen-cia de la institución de las casas reales que, aunque muy desmejorada,aún prevalecía en el siglo XIX.124 El mismo Fossey experimentaría en sus

148 MANUEL FERRER MUÑOZ

122 Ruiz, Eduardo, Historia de la guerra de Intervención en Michoacán, México, Talleres Gráfi-cos de la Nación, 1940, p. 76.

123 ‘‘Cuando [los viajeros] llegan a un pueblo de indios, van a alojarse ----por derecho que lescorresponde---- en la casa común, a la que el alcalde envía dos topiles, es decir, dos adjuntos que,mediante una ligera retribución, cuidan de sus caballos y preparan su cena. Esta casa se compone deuna sola pieza, amueblada con una mesa y un banco, el tribunal del alcalde; de manera que no haymás remedio que dormir en el suelo, si no se ha tenido la precaución de llevar una cama’’ (Fossey,Mathieu de, Le Mexique, p. 25).

124 John L. Stephens dedicó varios pasajes de uno de sus libros de viajes a esta institución: cfr.Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, vol. I, p. 230, y vol. II, pp. 3 y 157. Véase tambiénLameiras, Brigitte B. de, Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México, Secretaría deEducación Pública, Sep-Setentas, 1973, p. 106. Muchas de las casas reales que se alzaban en Yucatánhabían sido construidas en la época del gobernador español Antonio de Figueroa (1612-1617): cfr.López Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán, libro IV, capítulo XVII, p. 226, y libro IX, capítulo II,p. 471. La extinción legal de las casas reales se produjo a raíz del decreto del estado de Yucatán del12 de septiembre de 1868, que suprimió las repúblicas de indígenas: ‘‘los Ayuntamientos ó Juntasmunicipales destinarán los edificios llamados ‘Casas reales’ para escuelas ú otros usos de utilidadcomun, prévia aprobacion del gobierno’’ (decreto del 12 de septiembre de 1868, en Ancona, Eligio,

propias carnes, durante su estancia en Alvarado, la incomodidad que po-día acarrear la ausencia de este tipo de alojamiento que, como ya se dijo,funcionaba únicamente en las poblaciones de indígenas.125

Otros comentarios de Fossey sobre la arquitectura colonial de la NuevaEspaña permiten calar en sus prejuicios antiespañoles y sus inclinacionesneoclásicas, que le arrastran a despreciar la estética de la catedral de México,que se le antoja de mal gusto, carente de particularidades dignas de llamar laatención, y empequeñecida por la monumentalidad que revelaban los ves-tigios del extinguido esplendor de los aztecas, realzado ante la vista de loscapitalinos desde que en julio de 1843 se demoliera el Parián.126

El ejército constituía tradicionalmente un mecanismo de vinculación delindígena con la sociedad de que, aunque de modo inconsciente, formabaaquél parte (cfr. capítulo primero, VII, 2). A los ojos de Fossey, la instituciónmilitar se presentaba en México desprovista de seriedad y de prestigio, y so-brada de carencias que se hacían ostensibles en el atuendo de los soldados.Así comenta una revista de tropas a la que asistió, perplejo, en Alvarado:

cette réunion de misérables, qui prenait le nom pompeux de régiment, secomposait d’environ cent cinquante Indiens, nègres, zambres et métis, lesuns vêtus de pantalons de toile et de couvertures de laine, les autres decaleçons et de lambeaux de chemises. Leurs chapeaux de paille étaientnoircis par le temps; et à l’exception des chefs et des sous-officiers, aucunde ces étranges guerriers n’avait de chaussure.127

No deja de ser notable la composición étnica de ese triste regimiento,en el que no estaban representadas las gentes de raza blanca que, por logeneral, podían escabullirse con más facilidad de una conscripción que

VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 149

Coleccion de leyes, decretos, ordenes y demás disposiciones de tendencia general, expedidas por elPoder Legislativo del Estado de Yucatán: formada con autorizacion del gobierno, Mérida, Imprentade ‘‘El Eco del Comercio’’, 1884, t. III, p. 301).

125 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 74.126 Cfr. ibidem, pp. 208-209, y Díaz y de Ovando, Clementina, ‘‘Viaje a México (1844)’’, pp.

171-173.127 ‘‘Este conjunto de miserables, que recibía el pomposo nombre de regimiento, se componía de

unos ciento cincuenta indios, negros, zambos y mestizos, vestidos unos con pantalones de tela y de man-tas de lana, y otros con calzoncillos y jirones de camisas. Sus sombreros de paja estaban ennegrecidospor el tiempo; y, con excepción de los jefes y suboficiales, ninguno de esos extraños guerreros lleva-ba calzado’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 76). No distaba mucho ese siniestro cuadro del quetrazó Duplessis sobre la fuerza militar de Veracruz: cfr. Duplessis, Paul, Un mundo desconocido óViajes contemporáneos por Méjico, Madrid, Imprenta de La Correspondencia de España, 1861,pp. 6-7.

resultaba inmisericorde para los demás grupos raciales, menos favoreci-dos por la fortuna y relegados a los escalones inferiores de la pirámidesocial.

Ciertamente, Fossey matiza después el cuadro de la institución mili-tar que había trazado a partir de lo que vio en Alvarado y reconoce que,en las grandes ciudades del país, había podido asistir al desfile de tropasmejor vestidas y provistas de buen armamento, aunque añade que el brillode esos cuerpos se opacaba con rapidez, por el descuido de los soldados yla falta de vigilancia de los oficiales.128 Y en otro pasaje, después de pro-clamar su deseo de no ofender a nadie y de no herir susceptibilidad algu-na cuando escribía sobre la historia de México, enuncia la imposibilidadde narrar cualquier suceso relacionado con los campos de batalla, sin queesa descripción dejara de convertirse en un reproche, una acusación tácitacontra la milicia.129

No duda Fossey en atribuir las deficiencias del ejército mexicano alos mecanismos empleados para reclutar la tropa, que resultaba integradapor los desechos de la sociedad: ladrones y asesinos a los que se ofrecíala posibilidad de escoger entre la cadena del presidiario o el uniforme mi-litar. Cuando escaseaba el número de criminales preciso para nutrir lasfilas del ejército, se recurría a las levas: y aquí entraban ‘‘les malheureuxIndiens qu’on rencontre, et en les expédiant garrottés au cheflieu de re-crutement’’.130 La consecuencia inevitable era la deserción generalizada:‘‘on retient difficilment sous les drapeaux les Indiens de pure race; ilsdésertent presque tous’’.131

En otro lugar, nuestro autor refiere sus recuerdos de las levas que sepracticaron en 1836, con destino al ejército que había de intervenir en Te-xas para impedir la segregación del territorio. Los infelices que eran de-clarados soldados, lejos de pensar en el honor que representaba servir conlas armas a su país, buscaban ansiosamente sustraerse a esa responsabili-dad mediante la fuga: por eso, y para prevenir las deserciones, se los enla-zaba con nudos corredizos, como hacían los ojeadores de toros en las de-hesas.132

150 MANUEL FERRER MUÑOZ

128 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 77.129 Cfr. ibidem, p. 517.130 ‘‘Los desgraciados indios a los que se encuentra que, atados, son conducidos al encargado

local del reclutamiento’’ (ibidem, p. 91). Cfr. ibidem, pp. 266-267.131 ‘‘A duras penas se retiene bajo las banderas a los indios de raza pura; desertan casi todos’’

(idem).132 Cfr. ibidem, p. 494.

Ni siquiera se beneficiaron esas pobres gentes cuando, en 1853, SantaAnna decretó el fin de las levas y su sustitución por el sistema de sorteoal que estarían sujetas todas las clases de la sociedad:

le jour où le premier tirage à la conscription eut lieu à Guanaxuato, j’ai vude mes propres yeux faire une levée de force au village de Mellado, à unquart de lieue de la ville. On s’empara d’une vingtaine d’ouvriers mi-neurs, qu’on arracha ainsi à leurs familles au mépris de toutes les lois hu-maines.133

Por cierto, que en el Constituyente de 1856-1857 se recordarían otrasactuaciones de López de Santa Anna menos complacientes con los indí-genas. Así, un diputado reprobó la conducta de Santa Anna cuando escalóel poder y, con el apoyo de los conservadores, procedió a una violentarepresión de quienes no compartían su modo de pensar: ‘‘en su saña no seolvidaron ni de los pobres indios de Jico, que en 1845 detuvieron al dicta-dor en su fuga’’.134 Y Carlos de Gagern comentó, acerca de las disposicio-nes de Santa Anna en favor de los indígenas: ‘‘á pesar de la ley sobrereclutamiento, basada sobre aquel principio de exclusion, recurria conti-nuamente al odioso sistema de la leva’’.135

No obstaba lo anterior para que, con carácter excepcional, hubiera in-dígenas que prestaban eficaces servicios de armas, como los habitantesdel Bajío y de la Mixteca que, en opinión de Fossey, conservaban la beli-cosidad que los había distinguido en tiempos del Imperio azteca. Un ar-quetipo de esa bravura era el general León, cacique mixteco, que sobresa-lió por su valor en la defensa de Molino del Rey frente a las tropas deScott.136

VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 151

133 ‘‘El día en que tuvo lugar el primer sorteo para la conscripción en Guanajuato, vi con mispropios ojos cómo se practicaba una leva forzosa en el pueblo de Mellado, a un cuarto de legua de laciudad. Se prendió a una veintena de obreros mineros, a los que se arrancó de sus familias de esamanera, en desprecio de todas las leyes humanas’’ (ibidem, p. 495).

134 Intervención de Santos Degollado ante el Congreso Constituyente de 1856-1857, 3 de marzode 1856 (Zarco, Francisco, Historia del Congreso Estraordinario Constituyente de 1856 y 1857, vol.I, p. 73). También aparece reseñado este episodio por la pluma de Fossey: cfr. Fossey, Mathieu de, LeMexique, p. 173.

135 Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, Boletín de laSociedad Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. I, 1869, p. 809. Cfr. Covo,Jacqueline, Las ideas de la Reforma en México (1855-1861), México, UNAM, Coordinación de Hu-manidades, 1983, p. 334.

136 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 267. Acerca de la actitud de las comunidades indí-genas durante la guerra entre México y Estados Unidos, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López,María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 168, 336, 442-443 y 623.

Más contundentes fueron, si cabe, las críticas que Fossey dirigió a losrepresentantes de la ciudadanía en el Congreso nacional. El texto que si-gue nos exime de más comentarios al respecto: ‘‘dans une période de plusde vingt-deux ans, je n’ai pas eu connaissance d’une seule loi du congrès,d’un seul décret du gouvernement, qui en fût dicté par un esprit étroit oupar une passion condamnable’’.137

El lamentable estado de la institución militar y la baja calidad del tra-bajo desarrollado por los legisladores contrastaban con los progresos queFossey advertía en otros órdenes, como el trazado urbano de la ciudad deMéxico, la calidad de la prensa capitalina y la modernización a que habíadado origen la creciente influencia de los europeos. Sin embargo, la polí-tica interior del país continuaba siendo deplorable, hasta el extremo deque Fossey pensaba que las cosas no hacían sino empeorar, sin que nin-guna de las fuerzas partidistas ----liberales moderados, conservadores, ul-traliberales---- se mostrara capaz de ofrecer soluciones eficaces.138

A propósito de la guerra con Francia de 1838, Mathieu de Fosseyvolvió a expresar cierto desprecio hacia las armas mexicanas, incapacesde defender San Juan de Ulúa frente a la flota francesa;139 y, al mismotiempo, mostró su admiración por la ausencia de resentimiento entre lasclases bajas de la capital mexicana, aparentemente indiferentes ante lapropaganda antifrancesa sembrada por algunos elementos de la clase polí-tica y por los órganos de prensa que les servían de altavoz:

cuando por los años de 1838, después de la toma del castillo de San Juande Ulúa, algunos votos aislados pedían a voz en cuello que se repitiesencon los franceses otras vísperas sicilianas, todos esos léperos,140 para loscuales un asesinato es una friolera, se quedaron fríos, desoyendo esta pro-vocación al crimen; y lejos de añadir a los males del destierro actos de vio-lencia y maldiciones, se manifestaban compadecidos por la suerte de losdesterrados, brindándoles con la asistencia y los auxilios que en sus manosestaba darles.141

152 MANUEL FERRER MUÑOZ

137 ‘‘En un período de más de veintidós años, no he tenido conocimiento de una sola ley delcongreso, de un solo decreto del gobierno, que no estuviera dictado por un espíritu estrecho o por unapasión condenable’’ (Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 261).

138 Cfr. ibidem, pp. 442-444.139 Cfr. ibidem, p. 86.140 En Le Mexique, Fossey identifica al lépero con el indio habitante de la ciudad: cfr. ibi-

dem, p. 549.141 Fossey, Mathieu de, Viaje a México, pp. 145-146. Cfr. también Fossey, Mathieu de, Le Mexi-

que, p. 514. Otras aserciones sobre la buena disposición de los indígenas hacia los franceses, ibidem,p. 278.

Los franceses desterrados encontraron también valedores entre lasclases altas de la sociedad mexicana, que recibieron con disgusto el de-creto de expulsión y prodigaron inequívocas muestras de afecto a cuantaspersonas conocían de nacionalidad francesa. Fossey recordó siempre conagradecimiento que las autoridades de Oaxaca lo exceptuaron de la ex-pulsión, aunque ni siquiera había solicitado ese favor.142

IV. CONCLUSIONES

Antes de terminar estas apretadas páginas, juzgamos pertinente trazarun balance sintético de las más interesantes aportaciones de los escritosde Mathieu de Fossey para una profundización en las relaciones entre in-dianidad y mexicanidad.

Quisiéramos destacar, en primer lugar, la importancia que Fosseyconcede a la colonización, como factor de progreso y como contrapesodemográfico del nutrido elemento indígena, inquieto e inclinado a involu-crarse en las revueltas que sacuden el agro mexicano durante los añoscentrales del siglo XIX. Fossey participa de la certeza que tienen muchosde sus contemporáneos en la eficacia de la tarea civilizadora de la razablanca, y en la necesidad de ‘‘civilizar’’ a los atrasados indígenas, injer-tando sus culturas y sus modos de vida en el torrente fecundo de la mo-dernidad.

La preparación de la llegada de los nuevos tiempos implica, en la vi-sión de Fossey, superar el lastre del legado español, apegado a un modode entender el mundo obsoleto y prendido en unos planteamientos reli-giosos que incapacitaban a la sociedad novohispana para su apertura a uncristianismo depurado de sensiblerías y de las adherencias generadas porlas antiguas creencias religiosas indígenas.

Pero Fossey es un hombre profundamente pesimista, convencido deque México se hallaba sumido en una crisis de valores de tal enverga-dura, que no podía realizar por sí mismo el esfuerzo necesario para extir-par los numerosos vicios que corrompían el tejido social. Fossey descon-fía de los hombres públicos, de las autoridades civiles, de la instituciónmilitar, de las leyes y de quienes deben aplicarlas; y, sobre todo, experi-menta auténtico horror ante la perspectiva, que se le antoja más que vero-símil, de una sublevación indígena de amplio calado, capaz de aglutinar a

VISIÓN DEL MUNDO INDÍGENA MEXICANO 153

142 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, p. 514.

los movimientos de resistencia que, aunque no coordinados en el tiempo,no dejaban de sacudir todos y cada uno de los rincones de la Repúblicamexicana. Los horrores de la guerra de Yucatán y las amenazas en lafrontera norte constituían dos botones de muestra suficientemente elo-cuentes.

No ignora Fossey que existían causas profundas de ese descontento y,como no podía dejar de suceder, apunta a las haciendas, donde los indíge-nas eran objeto de sistemáticos abusos, y donde no llegaban con eficacialas disposiciones adoptadas por los Congresos. El menosprecio de la ley yla imposibilidad práctica para exigir su cumplimiento exasperan a Mat-hieu de Fossey, que asiste como testigo de primera mano a la nulidad delordenamiento legal.

Fossey demuestra finura de observador al desvelar las diferencias so-ciales existentes en el seno de las comunidades; pero no se deja engañarpor las apariencias de esa estratificación: ni los caciques ni los indios queformalmente les estaban sometidos cuentan para nada a los ojos de loscriollos, que saben que son ellos, y sólo ellos, quienes retienen en sus ma-nos el verdadero poder. Para los indígenas ----ni siquiera para todos----queda sólo el recuerdo de la brillantez de otros tiempos: los que correnentonces son decadentes, oscuros y no permiten augurar esperanzas de re-dención: la única salida es la que pasa por la incorporación de esas cultu-ras agotadas al carro triunfante de la civilización europea (ni que decirtiene que, para Fossey, los mejores aurigas del Viejo Continente son losfranceses).

154 MANUEL FERRER MUÑOZ

CAPÍTULO SEXTO

FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCAY EL MUNDO INDÍGENA MEXICANO

María BONO LÓPEZ*

SUMARIO: I. La marquesa de Calderón de la Barca. II. Su pro-ducción escrita. III. La marquesa de Calderón de la Barca enMéxico. IV. Originalidad de los enfoques de madame Calderón

de la Barca.

I. LA MARQUESA DE CALDERÓN DE LA BARCA

Frances Erskine Inglis nació en Edimburgo, Escocia, el 23 de diciembrede 1804. Tras la muerte de su padre, en 1830, su familia emigra a EstadosUnidos y se establece en Boston, donde funda un colegio para señoritas.Durante sus años en Boston, ella y su familia entablaron gran amistad condiversos personajes de la vida cultural de la ciudad, entre ellos, Ticknor yPrescott.

En casa de William H. Prescott le fue presentado, en 1838, quien se-ría su esposo, Ángel Calderón de la Barca ----político liberal moderado delcírculo de Cea Bermúdez1----, con el que contrajo matrimonio ese mismoaño. Justo Sierra O’Reilly, que conoció en Washington a la marquesa deCalderón unos años después de su regreso de México, se expresaba sobreella de la siguiente manera: ‘‘habla con soltura los principales idiomasmodernos; es de una instrucción exquisita, y era el alma de la brillantesociedad que en su casa se reunía’’.2

155

* Instituto Tecnológico Autónomo de México.1 Cfr. Baerlein, Henry, ‘‘Introduction’’, en Mme. Calderon de la Barca, Life in Mexico during

a Residence of Two Years in that Country, México, Mexico Press, 1946, p. xii.2 Sierra O’Reilly, Justo, Diario de nuestro viaje a los Estados Unidos, cit. en Teixidor, Felipe,

‘‘Prólogo’’, en La Vida en México, trad. de Felipe Teixidor, México, Porrúa, 1959, p. XXV.

En 1839, Ángel Calderón de la Barca fue nombrado primer ministroplenipotenciario de España en México. El 27 de octubre de ese año el ma-trimonio salía del puerto de Nueva York rumbo a México, y arribó el 18de diciembre a este país en el que permaneció dos años y veintiún días.La primera de la larga serie de cartas de la marquesa sobre su viaje yestancia en México fue escrita el primer día de la travesía, a bordo delNorma, embarcación que habría de conducir al matrimonio a Veracruz.La última carta de madame Calderón de la Barca aparece fechada el 29 deabril de 1842.

Después de la estancia en México, la vida del matrimonio dependióen gran medida de los vaivenes políticos en España. Tras la marcha deMéxico, se establecieron en Madrid, hasta que, en 1844, don Ángel esnombrado embajador en Washington. En 1853 Calderón es llamado a Es-paña para ocuparse de la cartera de Estado del gabinete del conde de SanLuis: llega a Madrid para tomar posesión ese puesto el 17 de septiembrede ese año. Los acontecimientos ocurridos en la capital de España durante elreinado de Isabel II dan pie a la señora Calderón a escribir otra obra, anima-da además por el éxito que había alcanzado La vida en México: The Attachéin Madrid, or Sketches of the Court of Isabella II, escrita durante su exilio enFrancia, y publicada en Nueva York, por D. Appleton y Compañía, en 1856.Una vez más, la marquesa permaneció en el anonimato, pues el libro se dioa conocer como la traducción al inglés de las cartas escritas durante suestancia en Madrid por un joven diplomático alemán.3

Después de varios reveses políticos, y ya de vuelta del exilio en Fran-cia, muere don Ángel Calderón de la Barca en San Sebastián en 1861.Transcurrido algún tiempo desde que quedara viuda, la marquesa de Cal-derón fue requerida por la reina para que se ocupara de la educación de lainfanta Isabel: a partir de entonces y hasta su muerte, ocurrida el 3 de febre-ro de 1882, la vida de Frances quedó ligada a la suerte de la familia real.

La intensa comunicación epistolar con su familia y sus amigos decli-naría a partir de 1847 aproximadamente, año de la muerte de la madre deFrances. Los acontecimientos posteriores ----exilio en Francia y regreso aEspaña, muerte de su esposo, encargo de la educación de la infanta---- lainterrumpirían por completo.

156 MARÍA BONO LÓPEZ

3 Cfr. Fisher, Howard T. y Hall Fisher, Marion, ‘‘Introduction’’, Life in Mexico. The Letters ofFanny Calderón de la Barca. With new material from the author’s private journals. Edited andannotated by Howard T. Fisher and Marion Hall Fisher, New York, Doubleday & Company,1966, p. xxvii.

II. SU PRODUCCIÓN ESCRITA

Life in Mexico during a Residence of Two Years in that Country viola luz por vez primera en Boston, en 1843 (2 vols., Charles C. Little-Ja-mes Brown); y, con diferencia de meses, en Londres (Chapman-Hall).Ambas ediciones guardan una cautelosa reserva en torno al nombre de laautora, identificada como Mme. C. de la B. por los editores de Boston, ycomo Madame C. de la B. en la impresión londinense que, recomendadapor William H. Prescott, corrió a cargo de los editores de las obras deCharles Dickens. Fue preciso esperar a la aparición de una versión abre-viada de Life in Mexico (Londres, Simms-McIntyre, 1852) para que sedesvelara ----y sólo a medias---- la identidad de su autora: Madame Calde-ron. Para el marqués de San Francisco, prologuista de la primera traduc-ción española de La vida en México, la circunstancia de que la primeraedición de esta obra se publicara en el mismo año que la de Prescott, His-toria de la Conquista de Méjico, favoreció la popularidad de que disfrutóla obra de la marquesa de Calderón.4

La explicación sobre la reserva que se había guardado acerca de laidentidad de la autora de La vida en México la dio Prescott, autor de unabreve presentación de la primera edición de la obra: ‘‘el nombre de la be-lla autora se esconde bajo sus iniciales, por ser, en opinión de ‘su carosposo’, contrario a las reglas de la etiqueta diplomática, etc., el que elnombre de la esposa del Embajador [sic] se ostentase frente a una obraque exhibe al mundo oficial y al país en el cual fueron residentes’’.5

Con el tiempo, entrado ya el siglo XX, encontraremos otras edicionesen inglés de las cartas de la marquesa de Calderón de la Barca: México,The Aztec, 1910; México, Mexico Press, 1946 (Nueva York, E. P. Dut-ton, introducción de Henry Baerlein, en un solo volumen); Londres, J. M.Dent e hijo, s. a. (1913); Berkeley-Los Ángeles-Londres, University ofCalifornia Press, 1982 (con una introducción de Woodrow Borah). Laedición de 1946 era una reimpresión de la de 1931 realizada por la mismacasa editorial, que reimprimió la obra en los años 1934, 1937, 1940 y1964. En 1966 se publicó con el título de Life in Mexico: the Letters ofFanny Calderón de la Barca. With new material from the author’s priva-te journals. Edited and annotated by Howard T. Fisher and Marion Hall

FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 157

4 Cfr. Marqués de San Francisco, ‘‘Prólogo’’, en Marquesa de Calderón de la Barca, La vidaen Méjico, México, Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1920, vol. I, p. VIII.

5 Cit. en Teixidor, Felipe, ‘‘Prólogo’’, p. X.

Fisher (Nueva York, Doubleday & Company). Es en esta última edicióndonde los datos de la autora de la obra aparecen más explícitos. Hastaentonces, en todas las ediciones de La vida en México, el nombre queaparecía en la portada era el de Mme. Calderón de la Barca.

La primera edición en español de la obra de la marquesa de Calderónde la Barca se hizo esperar mucho tiempo: y eso a pesar del trato que en1847 mantuvo la esposa de don Ángel, en Washington, con Justo SierraO’Reilly, buen conocedor de la lengua inglesa y traductor de los trabajosde John L. Stephens que, publicados en ese idioma en 1843, fueron verti-dos al español cinco años más tarde por el ilustre político yucateco. Lavida en Méjico fue traducida por Enrique Martínez de Sobral, y prologadapor el marqués de San Francisco, Manuel Romero de Terreros, y fue editadaen dos volúmenes en 1920 en la Librería de la viuda de Ch. Bouret. Se-guía respetándose la identidad de Frances E. Inglis, puesto que el nombreque aparecía en la portada era el de marquesa de Calderón de la Barca.

Tal vez haya que atribuir el retraso en la aparición de la versión espa-ñola de Life in Mexico a la escasa simpatía que hacia su contenido profe-saron personalidades como Luis Martínez de Castro, Manuel Payno, IgnacioM. Altamirano e, incluso, extranjeros como Mathieu de Fossey, a quienpertenece esta injusta crítica:

tampoco concederé a la señora Calderón de la Barca los requisitos del buencrítico, aunque, es verdad, ha vivido más tiempo en este país que Mr. Mi-chel Chevalier; pero no concurrieron en ella las condiciones necesariaspara conocerlo todo y juzgar bien. Siempre que se ha fiado de las noticiasque le daban sus criados u otros extranjeros como ella, ha incurrido en exa-geraciones; y cuando le causaba admiración un orden de cosas, que no obs-tante se encuentra en la ley común, y no puede existir de otro modo, hacitado como disparates ciertas circunstancias, a menudo indiferentes por sí,sacrificando así la síntesis al análisis, sin advertir que perdía de vista la fi-losofía del carácter nacional. En fin, ha juzgado del país por el momentopresente, sin tener en cuenta lo pasado, tan cerca todavía, ni los adelantosque se han obtenido.6

Branz Mayer, conocedor también de la obra de Frances Erskine, nodejó constancia alguna de haberse servido de sus escritos como fuente de

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6 Fossey, Mathieu de, Viaje a México, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,1994, pp. 24-25. En el pasaje paralelo de Le Mexique, Fossey sostiene que la marquesa se ocupó sólode futilidades y que, incapacitada para alcanzar una visión de síntesis, se quedó en los detalles: cfr.Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, p. 542.

noticias; pero resulta indudable que leyó su libro, compartió sus puntosde vista y, como la marquesa, se valió de los calendarios y revistas, tanpopulares en la época.7 Mucho más benigno, Charles Macomb Flandrauconsideraría Life in Mexico como el libro más entretenido y ‘‘más esen-cialmente cierto’’ que había podido encontrar sobre México.8

Aunque la edición de 1920 puede considerarse la primera en castella-no de la totalidad de las cartas de la señora Calderón, mucho antes habíanaparecido varias traducciones parciales de su correspondencia: poco des-pués de que apareciera la primera edición norteamericana, El siglo diez ynueve empezó a publicar algunas cartas: aunque, inicialmente fueron reci-bidas con desdén en los círculos oficiales, pronto pudieron imprimirsecon ayuda de los subsidios aportados por el gobierno, exceptuadas aqué-llas que contenían alusiones excesivamente caústicas al presidente Lópezde Santa Anna.9 En 1844 se publicó la carta IX en el segundo tomo de ElLiceo Mejicano, cuya traducción atribuyó el marqués de San Francisco aLuis Martínez de Castro. El prologuista de la edición de 1920 da noticiade la labor realizada por Victoriano Salado Álvarez, en la preparación dela versión española de La vida en México, de la que llegó a imprimir enlos talleres del Museo Nacional hasta la carta XIII;10 sin embargo, Rome-ro de Terreros no da información alguna de si utilizaron estas traduccio-nes anteriores para la que se realizó en esa ocasión. Las ediciones poste-riores de La vida en México, hasta la de 1959, fueron tomadas de estaprimera traducción hecha por Martínez Sobral.

Con el título de La vida en México, la Secretaría de Educación Públi-ca (México, 1944) publicó en la colección Biblioteca Enciclopédica Po-pular (con prólogo y selección a cargo de Antonio Acevedo Escobedo)algunos fragmentos de la correspondencia de la marquesa de Calderón dela Barca, nombre con que se dio a conocer a la autora en esta edición.Para la selección de textos de Frances E. Inglis, Acevedo Escobar se sir-vió de la edición mexicana de 1920, en la que eliminó ‘‘numerosos inci-

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7 Cfr. Ortega y Medina, Juan A., ‘‘Estudio preliminar’’, en Mayer, Brantz, México: lo que fuey lo que es, prólogo y notas de Juan A. Ortega y Medina, México, Fondo de Cultura Económica,1953, p. XXXIX.

8 Cfr. Flandrau, Charles Macomb, ¡Viva México!, México, Consejo Nacional para la Cultura ylas Artes, 1994, p. 105.

9 Cfr. Borah, Woodrow, ‘‘Introduction’’, en Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico,Berkeley-Los Angeles-London, University of California Press, 1982, p. 8.

10 Cfr. Marqués de San Francisco, ‘‘Prólogo’’, p. XIV.

dentes y situaciones singulares’’,11 y suprimió bastantes pasajes, porqueesta edición de La vida en México consta de sólo ochenta y tres páginas.

La vida en México, de la marquesa de Calderón de la Barca (2 vols.,México, Hispano-Mexicana, 1945), es una reedición de la primera ver-sión en español de la obra de Frances E. Inglis, publicada en 1920. Aquíse reprodujo el mismo texto del prólogo del marqués de San Francisco.Precede al prólogo una nota del nuevo editor, fechada en 1945, en la queexplica muy brevemente la naturaleza y origen de la obra, y da noticiasdel traductor y del prologuista de la obra de 1920.

Los dos volúmenes de La vida en México durante una residencia dedos años en ese país por Madame Calderón de la Barca (México, Porrúa,1959, traducción, prólogo y notas de Felipe Teixidor) son ----hasta dondetenemos noticias, por el estudio bibliográfico que se ha realizado en estetrabajo---- la segunda traducción al español de la obra en inglés. El autordel prólogo proporciona más información de la vida de la marquesa deCalderón que las ediciones anteriores.

En la década de 1970, la Secretaría de Educación Pública dio a laprensa para su colección Cuadernos Mexicanos las cartas XLIX, L y LIde la esposa del primer embajador de España en México, con el título deRecorrido por Michoacán en 1841, de Mme. Calderón de la Barca (Méxi-co, Secretaría de Educación Pública-Compañía Nacional de SubsistenciasPopulares, [197?]). Las cartas fueron tomadas de la traducción que FelipeTeixidor hizo para Porrúa de La vida en México, y la pequeña introduc-ción que antecede a esta obra está tomada del prólogo que Teixidor escri-bió en 1959. También la editorial Porrúa publicó, en 1976, La vida enMéxico en dos volúmenes.

III. LA MARQUESA DE CALDERÓN DE LA BARCAEN MÉXICO

1. El marco histórico

Uno de los problemas fundamentales a los que los hombres de Estadose enfrentaron durante la época que nos ocupa fue la falta de recursoseconómicos, que condenó a la Hacienda a vivir en un perpetuo estado de

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11 Acevedo Escobedo, Antonio, ‘‘Prólogo’’, en Marquesa de Calderón de la Barca, La Vida enMéxico, prólogo y selección de Antonio Acevedo Escobedo, México, Secretaría de Educación Públi-ca, 1944, p. IX.

bancarrota y a depender de los préstamos externos e internos.12 Algunasde las causas fundamentales de esta situación fueron la eliminación dealgunos tributos, como el indígena, y la imposibilidad de cobrar otros,como la alcabala, por el estado de empobrecimiento general de la pobla-ción. Además, los gastos generados por el ejército y por las numerosasrevueltas, revoluciones, asonadas, etcétera superaban con mucho la capa-cidad de las arcas estatales.13 A todo ello se añadía, en opinión del presi-dente de la Cámara de Diputados, Pedro Barajas, expresada al cerrar elúltimo período de sesiones del año 1839, ‘‘la inmoralidad de algunos em-pleados; la codicia insaciable de los que hacen su fortuna de las necesida-des de la patria, y la corrupción de muchos jueces protectores del contra-bando y de los malos empleados de Hacienda’’.14

A partir de 1830 se abriría un largo período de inestabilidad políti-ca,15 caracterizado por la sucesión interminable de presidentes moderadosy liberales, y por las injerencias políticas de los vicepresidentes.16 Una

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12 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos. Historia general y completadel desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico y literario de México desde la Anti-güedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género publicada bajo la dirección delgeneral..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D. Enrique Olavarría y Ferrari, México,Gustavo S. López editor, 1940, pp. 405-406, 451, 453 y 463. El estado deplorable de las cuentas públicasllegó a extremos de no poder pagar los sueldos de los empleados de las oficinas del gobierno. La necesi-dad del Estado mexicano de recaudar préstamos internos le supuso, a corto plazo, no sólo la oposi-ción de sus adversarios políticos, sino también la de los grupos que habían apoyado al régimen.

13 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, 1a. reimp., México, El Cole-gio de México, 1973, p. 94; Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, México, ConsejoNacional para la Cultura y las Artes, 1993, p. 222, y Riva Palacio, Vicente et al., México a través delos siglos, t. IV, pp. 414 y 457.

14 González y González, Luis (dir.), Los presidentes de México ante la nación. Informes, manifies-tos y documentos de 1821 a 1966, t. I: Informes y respuestas desde el 28 de septiembre de 1821 hasta el16 de septiembre de 1875, México, XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados, 1966, p. 224.

15 Los mexicanos menores de cuarenta años, según la marquesa de Calderón de la Barca, ‘‘havelived under the Spanish government; have seen the revolution of Dolores of 1810, with continuationsand variations by Morelos, and paralylzation in 1819; the revolution of Iturbide in 1821...; the esta-blishement of the federal system in 1824; the horrible revolution of the Acordada... in 1828...; theadoption of the central system in 1836; and the last revolution of the federalist in 1840. Another ispredicted for the next month... In nineteen years three forms of government have been tried, and twoconstitutions...; ‘Dere is notink like trying’’’ (‘‘han vivido bajo el Gobierno español, presenciaron larevolución de Dolores en 1810, su continuación por Morelos y sus variaciones y su paralización en1819; la revolución de Iturbide en 1821; ...el establecimiento del sistema federal en 1824; la horriblerevolución de Acordada en 1828...; la adopción del sistema central en 1836, y la última revolución delos federalistas en 1840. Se pronostica otra para el mes próximo... En diecinueve años se han ensaya-do tres formas de gobierno y dos Constituciones... ‘No hay nada como probar’)’’: Calderón de laBarca, Frances, Life in Mexico, p. 360.

16 Las Leyes Constitucionales de 1836 suprimieron la figura del vicepresidente: cfr. ley cuarta,artículo 1o.

consecuencia inmediata de esta situación fue la promulgación de las SieteLeyes Constitucionales en 1836, de corte centralista, en sustitución de lacarta federal promulgada en octubre de 1824. Exceptuando el caráctercentralista, las Siete Leyes carecían de instituciones políticas novedosas,salvo el Supremo Poder Conservador, concebido como un órgano políticode última instancia encargado de mantener el equilibrio y la legalidad en-tre poderes. A la larga, la presencia del Poder Conservador provocó seriosy numerosos conflictos, que entorpecieron el desarrollo político de esosaños.17

Al cabo del tiempo, Ignacio Manuel Altamirano hacía el siguiente ba-lance del régimen centralista instaurado por las Siete Leyes:

lo que se establecía en México, donde la mayoría de la población se com-ponía de indígenas incultos ó de propietarios mestizos, era en realidad unaoligarquía opresora y exclusivista: mejor dicho, una monarquía disimulada,bajo la influencia del ejército, del clero y de los ricos, más expuesto toda-vía que el régimen democrático á las conspiraciones palaciegas y á las aso-nadas militares, especialmente en un país que estaba ya devorado por elvirus de las revoluciones.18

Anastasio Bustamante presidiría el gobierno central a partir de 1837,y se enfrentaría a serios problemas externos e internos: levantamientosfederalistas, que impedían la pacificación del país y provocaban la divi-sión interna, que era aprovechada por las potencias extranjeras;19 intentos

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17 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 225, y Riva Palacio, Vicente etal., México a través de los siglos, t. IV, pp. 422, 435 y 454-456. Uno de esos conflictos sería provoca-do por la designación que hizo el Supremo Poder Conservador de presidente interino en la persona deSanta Anna, en sustitución de Bustamante, ausente temporalmente: cfr. Riva Palacio, Vicente et al.,México a través de los siglos, t. IV, pp. 440-441, 443-444 y 446-447.

18 Altamirano, Ignacio M., Historia y política de México (1821-1882), México, Empresas Edi-toriales, 1947, p. 46. Los mismos argumentos que se habían dado para poner en marcha la ‘‘primerarevolución de México’’ seguían siendo esgrimidos por todos los partidos que se disputaban el poder:cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 448.

19 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, pp. 226 y 228-231, y Riva Pala-cio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 403, 405, 411, 413, 422, 447-448, 474, 478y 481-482. Todas las insurrecciones fueron sofocadas, y las únicas que perdurarían a lo largo delperíodo serían las de Texas y Californias. Sólo uno de los muchos levantamientos que se dieron en elpaís prosperó, y el Plan de Tacubaya provocó la caída de Bustamante y el acceso de Santa Anna a lapresidencia. Sierra definía de esta manera la situación de esos años: ‘‘el salteador que pululaba entodos los caminos se confundía con el guerrillero, que se transformaba en el coronel, ascendiéndose ageneral de motín en motín y aspirando a presidente de revolución en revolución; todos traían un actaen la punta de su espada, un plan en la cartera de su consejero, clérigo, abogado o mercader, una cons-

separatistas de Texas y de Yucatán; rebeliones indígenas motivadas gene-ralmente por problemas de la tenencia de la tierra, y enfrentamientos conFrancia20 y con Estados Unidos.21 A la larga, los problemas internaciona-les acapararían la atención y los recursos del gobierno, y pospondrían laresolución de los conflictos internos, lo que provocaría el fracaso deAnastasio Bustamante.22

A los pocos días de que llegara a la ciudad de México el matrimonioCalderón, la marquesa fue recibida por el presidente de la República,Anastasio Bustamante, del que recibió la siguiente impresión:

he looks like a good man, with an honest, benevolent face, frank and sim-ple in his manners, and not at all like a hero.... There cannot be a greatercontrast, both in appearance and reality, than between him and SantaAnna. [a quien había conocido en Manga del Clavo cuando llegaron a Ve-racruz]. There is no lurking devil in his eye. All is frank, open, and unre-served. It is imposible to look in his face without believing him to be anhonest and well-intentioned man.

...He is said to be a devoted friend, is honest to a proverb, and perso-nally brave, though occasionally deficient in moral energy. He is thereforean estimable man, and one who will do his duty to the best of his ability,though wether he has severity and energy sufficient for those evil days inwhich it is his lot to govern, may be problematical.23

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titución en su bandera, para hacer la felicidad del pueblo mexicano que, magullado y pisoteado en unlodazal sangriento, por todos y en todas partes, se levantaba para ir a ganar el jornal, trabajando comouna acémila, o para ir a ganar el olvido batiéndose como un héroe’’ (Sierra, Justo, Evolución políticadel pueblo mexicano, p. 228). De manera similar se expresó la marquesa de Calderón: ‘‘sometines inthe guise of insurgents, taking an active part in the independence, they have independently laid waste thecountry, and robbed all whom they met’’ (‘‘algunas veces, bajo la capa de insurgentes, y tomando unaparte activa en la Independencia, han asolado independientemente al país, robando a cuantos encon-traron en su camino’’): Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 352. Uno de los principalesmotivos de la impunidad de los delincuentes comunes y de los protagonistas de ‘‘actos revoluciona-rios’’ era la ineficacia de la administración de justicia: los jueces aplicaban una legislación que poseíagrandes lagunas, en la que aún persistían varias reglamentaciones españolas: cfr. Riva Palacio, Vicen-te et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 405.

20 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 424-435. La inter-vención diplomática de Inglaterra, que sería decisiva para la solución de este conflicto, provocaría alprincipio seria alarma en la opinión pública: cfr. ibidem, pp. 439-440 y 442-443.

21 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, pp. 98 y 100; Sierra, Justo,Evolución política del pueblo mexicano, pp. 227 y 229, y Riva Palacio, Vicente et al., México através de los siglos, t. IV, pp. 407, 411, 414 y 449.

22 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 437.23 ‘‘Parece hombre bondadoso, con una expresión de benevolencia, franco y sencillo en sus ma-

neras, y de ningún modo con aire de héroe... No podría ofrecerse mayor contraste, tanto en la aparien-

Con el paso del tiempo, la marquesa llegó a apreciar las cualidadeshumanas del presidente, aunque fue consciente de las dificultades políticaspor las que atravesaba Bustamante: ‘‘I could not help thinking... what astormy life he himself has passed; how little real tranquillity he can everhave enjoyed, and wondering wether he will be permitted to finish hispresidential days in peace, which, according to rumour, is doubtful’’.24

A mediados de 1839, durante la presidencia interina de Santa Anna,con el argumento de que el estado de cosas en la República había llegadoa tal extremo que impedía la consolidación de la paz en el país, el encar-gado del Poder Ejecutivo propuso a las cámaras y al Supremo Poder Con-servador la necesidad de realizar ciertas reformas a las Leyes Constitucio-nales, a pesar de que este documento preveía un lapso determinado antesde que pudiera ser modificada. Además, Santa Anna había planteado laposibilidad de que se nombrase a un nuevo titular del Poder Ejecutivo;pero, como las cámaras no aceptaron su plan, se designó a un nuevo pre-sidente interino, Nicolás Bravo, mientras regresaba Anastasio Bustaman-te de la campaña militar que había emprendido. A partir de este momen-to, fueron acentuándose las dificultades con que se tropezó Bustamanteno sólo de sus opositores, sino también del Supremo Poder Conservador,que no le autorizó la concesión de facultades extraordinarias para promo-ver el restablecimiento del orden.25

No escapaba a nadie el estado de caos que vivía el país. La descrip-ción de la situación de México hecha por José María Figueroa, presidentedel Congreso, en julio de 1840, no dejaba lugar a dudas: ‘‘un erario em-pobrecido; costumbres cada día más depravadas; inseguridad de bienes y

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cia como en la realidad, que entre él y Santa Anna [a quien había conocido en Manga del Clavocuando llegaron a Veracruz]. Su mirada no tiene nada de diabólica. Es franco, abierto, sin reservas.Es imposible mirarle cara a cara y no creer que es un hombre honrado y bien intencionado. ...es fama que sabe ser buen amigo, que su honradez es proverbial y, por su persona, valiente;sin embargo, su energía moral decae en algunas ocasiones. Es, en consecuencia, una persona estima-ble y que quiere cumplir con su deber hasta donde sus facultades se lo permitan, aun cuando es pro-blemático determinar si posee aquella severidad y energía suficientes en estos desdichados días enque le ha tocado gobernar’’: Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 76.

24 ‘‘No pude menos que pensar... cuán tormentosa ha sido su propia vida y de qué poca tranqui-lidad ha de haber gozado, y me pregunté si le será permitido terminar en paz sus días como Presiden-te, lo cual, según los rumores que corren, es dudoso’’: ibidem, pp. 229-230

25 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 450, 452 y 461-462.A partir de 1841, la acción ‘‘entorpecedora’’ del Supremo Poder Conservador en los actos del Ejecuti-vo y del Legislativo se intensificaría aún más, de manera que la necesidad de reformar las Siete LeyesConstitucionales se consideró de la mayor urgencia: cfr. González y González, Luis (dir.), Los presi-dentes de México ante la nación, t. I, pp. 237-238.

de la vida de un país infestado de bandidos, y al lado de esta calamidaduna general miseria. El desarreglo, la disonancia en todo, y un espíritusiempre creciente de desunión y discordia, son los caracteres casi distinti-vos de la desgraciada sociedad en que vivimos al presente’’.26

Después del triunfo del Plan de Tacubaya, que afectó seriamente a laciudad de México, y una vez instalado en el poder Santa Anna, una de lasprincipales medidas del nuevo gobierno fue el aumento del número demiembros del ejército mediante el sistema de la leva, que afectó muy gra-vemente a los indígenas.27

También las relaciones con la antigua metrópoli cambiaron duranteesos años. Tras la primera expulsión de los españoles durante el gobiernode Guadalupe Victoria en 1827,28 España había reconsiderado su posturafrente a la separación de sus antiguas colonias, y había abandonado susintentos por recuperarlas: las circunstancias políticas en la antigua metró-poli habían cambiado. Durante el segundo gobierno de Anastasio Busta-mante, México recibió el reconocimiento de su Independencia de parte deEspaña y se iniciaron relaciones diplomáticas entre ambos países.29 El 19de noviembre de 1837, después de un discurso pronunciado por la reinaCristina ante las Cortes el 14 del mismo mes, el gobierno de España habíaratificado los tratados de paz y amistad con México, que se dieron a co-nocer en México por un bando el 4 de febrero de 1838.

El representante diplomático de España en México no llegó al paíshasta diciembre de 1839. A fines de ese mes, el día 29, presentó sus cre-denciales al presidente de la República. La fama política y, sobre todo,literaria de don Ángel Calderón de la Barca le valió la buena acogida conque fue recibido por la opinión pública en México. Al ministro plenipo-tenciario español se debió la iniciativa de fundar un Ateneo, el 20 de di-ciembre de 1840, con sede en el Colegio Mayor de Santos. La misión diplo-mática de Ángel Calderón de la Barca concluiría en agosto de 1841: fuesustituido en el cargo por Pedro Pascual de Oliver.30

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26 González y González, Luis (dir.), Los presidentes de México ante la nación, t. I, p. 233.27 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 483, y Calderón de la

Barca, Frances, Life in Mexico, p. 433.28 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, La formación de un Estado nacional en México (el Imperio y la

República federal: 1821-1835), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1995, pp.170-173, y Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, pp. 96-97.

29 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 219.30 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 417, 453, 463 y 486.

Uno de los mayores problemas de la política exterior mexicana du-rante estos años sería la cuestión de Texas, conflicto que había estalladoen los primeros años de la cuarta década del siglo y que se prolongaríahasta 1848. Tiempo atrás, las presiones ejercidas por los colonos nortea-mericanos dieron pie a una legislación sumamente restrictiva para la po-sesión de propiedades raíces entre los extranjeros en los estados limítro-fes.31 Los colonos, de origen estadounidense, que poblaban estas regiones----‘‘el más temeroso legado que España pudo dejarnos fue la inmensazona desierta, despoblada e impoblable’’32 de los límites con Estados Uni-dos---- en poco tiempo manifestaron sus aspiraciones autonomistas, a lasque dio alas la separación de Texas del estado de Coahuila, conseguidapor Austin en 1833.

Todo el período centralista estuvo presidido por el temor a un enfren-tamiento directo y no diplomático con Estados Unidos. El apoyo nortea-mericano a las pretensiones autonomistas de los colonos texanos había te-nido precedentes años antes, y la intervención militar de Estados Unidosen suelo mexicano se había producido en varias ocasiones, con el pretex-to de combatir a los indios bárbaros que habían perpetrado algunos robosy muertes en territorio estadounidense.33

Otro motivo de preocupación vino proporcionado por un folleto, fir-mado por Gutiérrez Estrada, que defendía la necesidad de establecer unrégimen monárquico en México, en la persona de un príncipe europeo.Los escritos con que divulgó Gutiérrez Estrada su pensamiento y aspira-ciones monárquicas causaron gran revuelo en la opinión pública34 y laclase política mexicana durante los últimos meses del segundo períodopresidencial de Anastasio Bustamante. Gutiérrez Estrada se vio obligadoa emprender el exilio.35

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31 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 221.32 Cfr. ibidem, p. 220.33 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, p. 99; Sierra, Justo, Evolución

política del pueblo mexicano, p. 219, y Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t.IV, p. 408.

34 ‘‘The general irritation is so terrible’’, que ’’even the printer of the pamphlet is thrown intoprison‘‘ (’’La irritación general es de tal manera violenta’’ que ‘‘hasta el impresor del folleto fué a dara la cárcel’’): Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 283

35 Cfr. Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, p. 230, y Riva Palacio, Vicente etal., México a través de los siglos, t. IV, pp. 412 y 462-463. La marquesa de Calderón de la Barca sehizo eco en sus cartas de la aparición del folleto de Gutiérrez Estrada, del que opinaba que ‘‘is writtenmerely in a speculative form, inculcating no sanguinary measures, or sudden revolution; but the con-sequences are likely to be most disastrous to the fearless and public-spirited author’’ (‘‘está escrito en

Tras el acceso de México a la vida independiente, las nuevas mentali-dades liberales se convencieron de que el trato tutelar que las autoridadesespañolas habían dispensado a los indígenas constituía una de las princi-pales barreras para el desarrollo del país; por tanto, una de las primerasmedidas que los articuladores del nuevo Estado adoptaron fue la declara-ción de la igualdad entre todos los ciudadanos, y la abolición de fueros yde tributos particulares, que no ocasionó otra cosa más que el empobreci-miento de los indígenas,36 la pérdida de sus tierras en beneficio de loslatifundistas, y el incremento de las desigualdades sociales, que separóaún más a la población criolla de la indígena.37

La legislación igualitarista se multiplicó, con numerosos vaivenes, a par-tir de 1821, aunque en algunos estados se impusieron ciertas limitacionespara el ejercicio de la ciudadanía. Cuando los legisladores de Yucatán em-prendieron la tarea de darse una nueva Constitución, de carácter extremada-mente liberal, que estuvo lista en 1841 ----después de que se promulgara elacta de independencia en el mes de octubre38----, se preocuparon por no res-tringir el derecho de ciudadanía, y lo confirieron a todos los habitantes delestado, incluida la gran masa indígena, a la que privaron ----sin embargo----de sus tradicionales caciques y repúblicas, que habían sido reconocidos, aun-que con carácter interino, por decreto del 26 de julio de 1824.39

Pero al cabo de muy poco tiempo, la Constitución fue objeto de en-mienda: se restablecieron las repúblicas indígenas, aunque sus integrantesperdieron los derechos ciudadanos y quedaron reducidos a la condición

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forma simplemente especualtiva, y no sugiere medidas sanguinarias, ni una revolución improvisa;mas las consecuencias parece que van a ser funestas para este atrevido autor inspirado por sus preocu-paciones por el bien público’’): Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 282.

36 Otra de las causas de daños para esta población era, en opinión de Olavarría y Ferrari, lacantidad de días de fiesta decretados en la República, lo que contribuía al empobrecimiento de losjornaleros y a la disminución de la riqueza pública. Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a travésde los siglos, t. IV, p. 407.

37 Cfr. Cosío Villegas, Daniel et al., Historia mínima de México, p. 94.38 Cfr. Villegas Moreno, Gloria y Porrúa Venero, Miguel Ángel (coords.), Leyes y documentos

constitutivos de la nación mexicana, México, Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión,1997, vol. II, pp. 347-351.

39 Cfr. Reed, Nelson, La Guerra de Castas de Yucatán, México, Era, 1971, p. 38; GonzálezNavarro, Moisés, Raza y tierra. La guerra de castas y el henequén, México, El Colegio de México,1970, p. 55, y Bracamonte y Sosa, Pedro, ‘‘La ruptura del pacto social colonial y el reforzamiento dela identidad indígena en Yucatán, 1789-1847’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, na-ción y comunidad en el México del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroameri-canos-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, p. 121.

de pupilos del estado, gobernados por dirigentes ladinos de designacióngubernativa, y obligados a abandonar las pequeñas poblaciones de sitios yranchos, para trasladar su domicilio a pueblos o haciendas, donde más fá-cilmente pudieran ser impelidos a cumplir sus obligaciones civiles y reli-giosas: exactamente los mismos motivos que se habían aducido, con idén-tica finalidad, en mayo de 1824.40

El tema de los impuestos y tributos que debían pagar los indígenasfue aprovechado por numerosos criollos para atraer a los grupos étnicos acada una de las causas por las que luchaban: cuando Santiago Imán, capi-tán de la milicia del estado de Yucatán, fracasó en su levantamiento demayo de 1839 contra el centralismo, hubo de refugiarse en la selva, don-de concibió la idea de implicar a los indios en su revuelta mediante lapromesa de supresión de obvenciones.41 Aunque el gobernador de Yuca-tán compartía la idea de abolir las obvenciones, no consideró que el mo-mento fuera propicio, porque una medida semejante podía interpretarseen el sentido de que la supresión de las obvenciones premiaba a los indí-

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40 Cfr. González Navarro, Moisés, Raza y tierra, pp. 54-55, 67 y 302-306, y Berzunza Pinto,Ramón, Desde el fondo de los siglos. Exégesis Histórica de la Guerra de Castas, México, EditorialCultura, T. G., 1949, p. 135. Varios viajeros que visitaron Yucatán a mediados del siglo pasado coin-cidieron en destacar la existencia de indios ‘‘sin bautismo’’, que vivían en completo aislamiento,como los lacandones de que hablaron el padre Solís y su hermano, el ‘‘justicia’’, a Stephens: cfr.Stephens, John L., Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán, Quezaltenango, ElNoticiero Evangélico, 1940, vol. II, pp. 196 y 207. Véase también Antochiw, Michel, ‘‘La cartografíay los Cehaches’’, en varios autores, Calakmul: volver al sur, Campeche, Gobierno del Estado Libre ySoberano de Campeche, 1997, p. 26, y Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización. Espa-ñoles y mexicanos a mediados del siglo XIX, México, El Colegio de México, 1996, pp. 58-59.

41 Cfr. Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, México, Museo Nacional de Arqueolo-gía, Historia y Etnografía, 1937, vol. II, pp. 235-236; Reed, Nelson, La Guerra de Castas de Yucatán,p. 37; Berzunza Pinto, Ramón, Desde el fondo de los siglos, pp. 125-127; González Navarro, Moisés,Raza y tierra, pp. 68-69; Reifler Bricker, Victoria, El Cristo indígena, el rey nativo. El sustrato histó-rico de la mitología del ritual de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, pp. 172-173 y 176-177; Careaga Viliesid, Lorena, Quintana Roo. Una historia compartida, México, Institutode Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1990, p. 42, y Florescano, Enrique, Etnia, Estado yNación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México, México, Nuevo Siglo, Aguilar, 1997, p.350. Lameiras recoge noticias sobre la existencia de armas en comunidades indígenas cercanas a Va-lladolid, que les habían sido suministradas cuando se levantó Imán (cfr. Lameiras, Brigitte B. de,Indios de México y viajeros extranjeros, siglo XIX, México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Se-tentas, 1973, p. 104). Bracamonte proporciona otros datos complementarios, que confirman la resis-tencia de los indígenas de Yucatán al pago de las obvenciones durante la década anterior al estallidode la guerra de castas: cfr. Bracamonte y Sosa, Pedro, La memoria enclaustrada. Historia indígenade Yucatán 1750-1915, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en AntropologíaSocial-Instituto Nacional Indigenista, 1994, pp. 110-111.

genas por los servicios prestados a la revolución.42 Sí hubo una reducciónen el monto de las obvenciones, decretada en septiembre de 1840.43

Es indudable que no puede calificarse como indolora la presión que,también en Yucatán, venía ejerciéndose desde 1821 sobre las tierras co-munales de parte de criollos y mestizos, liberados de las cortapisas quehasta entonces había representado la legislación española sobre propiedadagraria.44 En este sentido, operaron de modo decisivo dos disposicioneslegales: la primera, del 22 de enero de 1821 ----ratificada el 24 de febrerode 1832----, que ordenó la enajenación de los terrenos de cofradías, y lasegunda, del 3 de abril de 1841, que dispuso la enajenación de los terre-nos baldíos.45 Y, sin embargo, como ha observado acertadamente TerryRugeley, existen indicios suficientes para pensar que el asunto de la pro-piedad territorial ocupó un lugar secundario en la conciencia de los rebel-des, tal vez porque todavía no había escasez de tierras ni crisis de subsis-tencia y porque, cuando empezó la guerra de castas, la mayoría de latierra se hallaba en manos de milperos individuales.46

El malestar afectó a otros muchos ámbitos geográficos: también a lashaciendas situadas alrededor de la capital de la República. No deja de serllamativa, en este sentido, la anotación que hizo en una de sus cartas laesposa del primer embajador español en México, acerca de la imposibili-dad en que se hallaba un propietario de San Ángel para reparar un caminocercano a su hacienda, a causa de la obstrucción de los indios que preten-dían esas tierras.47

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42 Cfr. González Navarro, Moisés, Raza y tierra, p. 69.43 Cfr. ibidem, pp. 301-302. Las denuncias de los atropellos cometidos sobre los indígenas por

las autoridades eclesiásticas, a causa de la recaudación de ciertos impuestos, se multiplicaron a partirde estas fechas, como la reclamación del cacique de Xocén, en mayo de 1839, por ‘‘las tropelías yatentados’’ cometidos por el párroco y su coadjutor: cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna deMéxico, vol. VII: El Porfiriato. La vida social, (por Moisés González Navarro), México, Hermes, 1955-1972, pp. 191-192 y 196-197. Véase también Bracamonte y Sosa, Pedro, ‘‘La ruptura del pacto socialcolonial y el reforzamiento de la identidad indígena en Yucatán, 1789-1847’’, pp. 127 y 129-131.

44 Cfr. Bracamonte y Sosa, Pedro, La memoria enclaustrada, p. 97, y Bracamonte y Sosa, Pe-dro, ‘‘La ruptura del pacto social colonial y el reforzamiento de la identidad indígena en Yucatán,1789-1847’’, p. 120.

45 Cfr. González Navarro, Moisés, Raza y tierra, p. 65. A este decreto se remitía otro, expedidopor Miguel Barbachano en agosto de 1842, que prometía premiar con terrenos baldíos a los yucatecosque colaboraran en la defensa del estado frente a la expedición que preparaba el gobierno provisionalde México: cfr. Berzunza Pinto, Ramón, Desde el fondo de los siglos, pp. 127-129.

46 Cfr. Rugeley, Terry, ‘‘Los mayas yucatecos del siglo XIX’’, en Reina, Leticia (coord.), Lareindianización de América, siglo XIX, México, Siglo Veintiuno-Centro de Investigaciones y Estu-dios Superiores en Antropología Social, 1997, p. 205.

47 Cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 270

Una carta dirigida en 1839 al ministro del Interior por los indígenasvecinos de Santiago Tlatelolco atestiguaba la incertidumbre jurídica deaquellos bienes, como la hacienda de Aragón, ‘‘que de ninguna maneradebiamos á la que se llamaba liveralidad del Rey por que la obtubimospor erencia y donacion del Casique Quactémoc’’.48 En efecto, el retornoal régimen constitucional en España tras la sublevación de Riego y, pos-teriormente, el acceso de México a la Independencia habían acabado conel tradicional estatuto de las parcialidades:

desde que por la restitucion de la constitucion Española en el año de 20 desa-parecieron ésas anomalias de las parcialidades y los Indios fueron concide-rados con derechos que los sacaban de la pernisiosa tutela en que habiansido tenidos por trescientos años, esos bienes quedaron como fluctuantespor falta de una disposicion Legislativa terminante que les diese un destinojustificado.49

El problema de la propiedad fue extendiéndose a todas las regionesde la República. La conflictividad en Tierra Caliente subió de punto du-rante esa tesitura central del siglo, pues las comunidades no permanecie-ron pasivas ante la ofensiva desencadenada contra sus bienes y autonomíapor el robustecimiento de la gran propiedad empresarial. Un interesantebotón de muestra lo proporcionan los enfrentamientos entre el pueblode Acapancingo y la hacienda de Atlacomulco, a causa de una multitud decuestiones pendientes de ventilar. El pulso sostenido por la renovacióndel arrendamiento de un terreno de la comunidad a la hacienda convencióa Lucas Alamán, que administraba los intereses del propietario de Atlaco-mulco, el duque de Monteleone y Terranova, de que no podían escatimar-se esfuerzos ‘‘para que á cualquiera costa, se [hiciera] la hacienda en pro-piedad de esas tierras’’.50

También John Tutino ha subrayado la intensificación de los proble-mas en el campo a partir de 1840:

mientras subsistía la crisis económica y la descompresión general, los due-ños del poder, en su frustración, trataron de emplear medios políticos paramedrar a costa de los pobres del campo. Desencadenaron oleadas de insu-

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48 Carta de los indígenas vecinos del barrio de Santiago Tlatelolco al ministro de lo Interior,año de 1839 (Archivo General de la Nación, Tierras, vol. 3,652, expte. 3, 1833-1854).

49 Idem.50 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 106.

rrecciones regionales por todo México desde entonces hasta los primerosaños de 1880. Entonces, tres décadas de una paz aparente precipitaron du-ras presiones sobre la gente del campo que padecía una inseguridad subor-dinada.51

Otro de los grandes y constantes problemas a los que se enfrentó elEstado mexicano fue el de las tribus nómadas de la frontera norte delpaís: una dificultad con la que habían luchado las autoridades virreinales,y de la que Estados Unidos se aprovechó para su intervención en losasuntos internos del país, como el de Texas.

La primera dificultad se manifestó en la forma en que debía tratarse aestas etnias. Durante varios decenios, el gobierno mexicano mantuvo elcriterio de no considerar a los indios norteños como enemigos ni comonaciones independientes a las que hubiera que someter. En la práctica, sinembargo, resultaba muy difícil admitir que esas tribus indias se hallaranintegradas por ciudadanos mexicanos, por lo que se las siguió tratandocomo a entidades políticas separadas. No de otra manera actuó en 1839 elgobernador Manuel Armijo, de Nuevo México, cuando, entre las cláusu-las de un tratado de paz, ofreció naturalizar a los navajos: ‘‘era evidenteque no los consideraba mexicanos’’.52

En 1841, Ignacio Zúñiga fundó en la ciudad de México un periódico,titulado El Sonorense, a través de cuyas páginas se propuso facilitar ideasa los políticos para captar pacíficamente a los indígenas septentrionales.Recomendó también el fortalecimiento de las guarniciones militares, conobjeto de disuadir a los revoltosos y acabar con la amenaza apache: si seconseguía someter a esta etnia, habría esperanzas de atraer a las demáspor medios pacíficos.53

Para expresar la desarticulación de los esfuerzos realizados por losestados para la defensa de la frontera norte, nada más convincente que unsuceso ocurrido a principios de 1841, cuando el general Mariano Arista,que se hallaba destacado en Chihuahua, ordenó a Manuel Armijo, gober-nador de Nuevo León, que se uniera a una campaña conjunta contra los

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51 Tutino, John, De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violen-cia agraria, 1750-1940, México, Era, 1990, p. 207.

52 Weber, David J., La frontera norte de México, 1821-1846. El Sudoeste norteamericano en suépoca mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 153.

53 Cfr. Hale, Charles A., El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, México,Siglo Veintiuno, 1972, pp. 241-242, y Hu-Dehart, Evelyn, Yaqui Resistance and Survival. The Strug-gle for Land and Autonomy 1821-1910, Madison, The University of Wisconsin Press, 1984, pp. 55,57 y 92.

comanches. Armijo, después de consultar con ‘‘toda la oficialidad y laspersonas de respeto del departamento’’, declinó prestar el auxilio que lehabía sido requerido porque, según explicó al ministro de Guerra, ‘‘estabaplenamente consciente de su obligación respecto al bienestar general delpaís, pero declarar la guerra a los comanches habría significado la ruinatotal del Departamento’’.54 En efecto, estipulada una paz por separado conla mayoría de los comanches. Desde hacía más de diez años, Nuevo Mé-xico se hallaba en guerra con los navajos, y no podía comprometer la se-guridad de sus habitantes en un nuevo frente. Más aún, cuando en 1844arribó a Santa Fe un grupo de comanches, que revelaron sus intencionesde atacar Chihuahua, el gobernador del departamento se limitó a entregar-les unos regalos y a informar a los funcionarios de Chihuahua de la aco-metida que se proyectaba.55

El mismo presidente de la República, Anastasio Bustamante, se hacíaeco en un discurso pronunciado ante las cámaras, en julio de 1840, delpeligro que amenazaba a los departamentos del norte, por la hostilidad delas etnias indígenas de esas zonas.56 La oposición a Bustamante achacabaa su gobierno a principios de 1841 haber descuidado la contención de lasdepredaciones de las tribus bárbaras que asolaban las regiones norteñas,que se habían incrementado desde que se suprimió el sistema de presidiosy misiones implantado por el gobierno virreinal.

Cuando en febrero de 1841, el secretario de Guerra informó a la Cá-mara de Diputados de los sucesos ocurridos en los alrededores de Saltilloa finales del año anterior, en el que un grupo de indígenas ‘‘cometierontoda especie de crímenes’’ ----asesinatos, robos e incendios----, el gobiernofue acusado de haber abandonado esos departamentos: los había despoja-do de sus recursos para defenderse de estas tribus, e incluso ‘‘de sus pis-tolas’’.57

Todas las dificultades en el control de las tribus del norte se habíanacentuado con la expulsión de los jesuitas, en el siglo XVIII, y con lasalida de esos territorios de muchos misioneros franciscanos, que se vie-

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54 Cit. en Weber, David J., La frontera norte de México, 1821-1846, p. 165.55 Cfr. ibidem, pp. 165-166.56 Cfr. González y González, Luis (dir.), Los presidentes de México ante la nación, t. I, p. 232.57 Cfr. Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, pp. 466-467. La mar-

quesa de Calderón de la Barca se hizo eco de las intenciones del gobierno de Bustamante de restable-cer el sistema de presidios y misiones que se había puesto en marcha durante la dominación española,pero manifestaba sus dudas de que estas intenciones llegaran a materializarse en hechos concretos:cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, p. 227.

ron afectados por los decretos de expulsión de españoles que siguieron ala Independencia. Aunque la opinión pública general se felicitaba por eldecreto expedido por la Secretaría de Guerra el 8 de julio de 1837, queimpedía la entrada a la República de los frailes españoles, tiempo des-pués, los publicistas se lamentaban del desatino de esta medida, pues eranestos frailes los únicos capaces de controlar a las tribus bárbaras.58

Así opinaba Carlos María de Bustamante que, a pesar de su aversióna la obra de España en América, expresó su disconformidad por el vetodel gobierno mexicano a la entrada de frailes españoles, con el argumentode que, ‘‘para indio, fraile; única gente que puede subyugarlos’’.59

En una carta que remitió en 1841 el cura de Bolaños al obispo deGuadalajara, manifestó el vacío que había seguido a la partida de los fran-ciscanos de la región, y lamentó el olvido que envolvía a los pueblos hui-choles, desasistidos en la administración de sacramentos hasta el grado deque casi se había olvidado cuál era la parroquia de la que dependían. Notranscurrió mucho tiempo hasta que, gracias a la insistencia del obispo,regresaron los franciscanos y volvieron a ocuparse del trabajo misioneroque habían tenido que interrumpir hacía treinta años.60

La menor sensibilidad del clero secular en el cuidado espiritual de losindígenas se puso de manifiesto posteriormente con las Leyes de Refor-ma, que obligaron a los religiosos a dejar sus conventos y misiones. Lasalida de los franciscanos que habían asistido a los huicholes de la re-gión de Bolaños dejó a cargo de la misión a un sacerdote secular, que notardó en proponer al jefe político de Colotlán la adopción de enérgicasmedidas para convencer a los indígenas de que abandonaran sus cos-tumbres.61

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58 A esa opinión general se sumaba la de la marquesa de Calderón, admirada por la decisión delos misioneros que, ‘‘undeterred by danger and by the prospect of death, ha[d] carried light to themost benighted savages’’ (‘‘sin amilanarse ni por los peligros ni por el temor a la muerte, ha[bía]nllevado la luz de la verdad entre los salvajes más miserables’’): Calderón de la Barca, Frances, Life inMexico, p. 225.

59 Cit. en Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 407.60 Cfr. Rojas, Beatriz, Los huicholes en la historia, México, Centro de Estudios Mexicanos y

Centroamericanos-El Colegio de Michoacán-Instituto Nacional Indigenista, 1993, pp. 120 y 129, y Ro-jas, Beatriz, ‘‘Los huicholes: episodios nacionales’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio,nación y comunidad en el México del siglo XIX, pp. 257-258.

61 Cfr. Rojas, Beatriz, Los huicholes en la historia, pp. 142-143, y Taylor, William B., ‘‘Bando-lerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco, 1790-1816’’, en Katz, Friedrich(comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX, Méxi-co, Era, 1990, vol. I, p. 211.

2. Apreciación subjetiva de esa realidad por partede Frances Erskine Inglis

Antes de que la marquesa de Calderón de la Barca se percatara de, almenos, los aspectos más superficiales del modo de ser indígena, a su lle-gada al puerto de Veracruz, tomó conciencia de las diferencias más evi-dentes, a primera vista, de los aborígenes: el color de la piel. Ya desde elbarco pudo apreciar la multitud de veracruzanos que se había reunido enel puerto para recibir al ministro plenipotenciario de España. En esos ros-tros se veía ‘‘every tinge of dark compexion, from the pure Indian, up-wards’’.62

Después, cuando ya comenzaba su viaje hacia la ciudad de México,contempló a los indios desde el coche en el que viajaba, como un mundo‘‘pintoresco y sorprendente’’, en el que la realidad se componía del exo-tismo del paisaje y de los habitantes de los pueblos por donde pasaba. Elcuadro que pintó en su correspondencia de ‘‘un bonito pueblo de indios,en donde nos paramos para cambiar de tiro’’, era bastante superficial, sinque se detuviera en un análisis más profundo de lo que veía: ‘‘the hutscomposed of bamboo, and thatched with palm-leaves, the Indian womenwith their long black hair standing at the doors with their half-nakedchildren’’.63

Un segundo y más profundo contacto con la realidad le permitió ad-vertir algunas costumbres de origen antiguo que todavía perduraban entrelos indígenas, como el juego de los voladores; aunque durante esos pri-meros días no pudiera profundizar en esas tradiciones para trasmitirlas asu familia en su correspondencia.64

Más adelante, sus observaciones del mundo que la envolvía le permi-tirían introducirse en la historia y las costumbres de los antiguos habitan-

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62 ‘‘Se veía toda la gama del color obscuro, desde el indio puro en adelante’’: Calderón de laBarca, Frances, Life in Mexico, p. 38. Cfr. también ibidem, p. 442. El color de la piel era un importan-te elemento identificador de la belleza, como la de la virreina Gálvez, que consistía ‘‘in the exceedingfairness of her complexion’’ (‘‘en la extraordinaria blancura de su cutis’’): ibidem, p. 82. En muchasocasiones, la marquesa hará notar en sus cartas esta característica fisiológica para referirse a distintosgrupos de personas, que no necesariamente eran indígenas: cfr. ibidem, p. 181.

63 ‘‘Las chozas de bambú, techadas de palma; las indias, con su negro y largo cabello, paradasen las puertas con sus niños semidesnudos’’: ibidem, p. 44. Cfr. también ibidem, p. 319. En algunosparajes por los que pasó la marquesa, las chozas de los indios eran las únicas señales de la existenciade vida humana: cfr. ibidem, p. 300.

64 Cfr. ibidem, pp. 59-60. Después, observaría con mayor detenimiento las diversiones de losindígenas: juegos, cantos y bailes realizados con ‘‘indolencia’’, adornos florales, etcétera: cfr. ibidem,pp. 122-123.

tes de México, e incluso pudo catalogar algunos vicios de los contempo-ráneos que habían heredado de sus antepasados: ‘‘the maguey and its pro-duce, pulque, were known to the Indians in the most ancient times, andthe primitive Aztecs may have become as intoxicated on their favouriteoctli, as they called it, as the modern Mexicans do on their beloved pul-que’’.65 Como en otras muchas tradiciones heredadas de la antigüedad,‘‘there is, however, little improvement made by the Mexicans upon theingenuity of their Indian ancestors, in respect to the maguey’’.66

Junto a una iglesia que visitó durante uno de sus viajes encontró untemazcalli, baño usado por los indios, y escribió al respecto: ‘‘in whichthere is neither alteration nor improvement since their first invention,heaven alone knows in what century’’.67 La visita que realizó a la enfermacondesa del Valle, que utilizaba ciertos remedios indígenas para curar susafecciones, dio pie a la marquesa para reflexionar y describir estos temaz-calli, usados sólo por los indígenas, que tenían la costumbre del baño fre-cuente. Los conocimientos medicinales de los indios eran extremadamen-te útiles en las haciendas, donde las posibilidades de disponer de losservicios de un médico eran casi nulas.68

Más constructivo que la primera de sus observaciones acerca de lostemazcalli a que nos hemos referido es otro comentario que salió de supluma cuando, pasmada ante la habilidad con que un lépero cualquiera

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65 ‘‘El maguey y su producto, el pulque, fueron conocidos de los indios desde la más remotaantigüedad, y es muy posible que los primitivos aztecas se emborracharan lo mismo con su octli favo-rito, como los modernos mexicanos lo hacen con su muy amado pulque’’: ibidem, pp. 104-105. Lamarquesa describió en esta ocasión el proceso de elaboración del pulque ----hecho ‘‘by nature tosupply all his wants’’ (‘‘para aliviarles [a los indios] todas sus penurias’’)---- con multitud de detalles:idem.

66 ‘‘Pocos son los adelantos que se registran entre los mexicanos, en lo que se refiere al pulque,comparándolos con el ingenio de sus antepasados indiosx’’: ibidem, p. 105. La permanencia de lascostumbres de los indígenas, sin ninguna alteración, tenía también su contrapartida positiva: las bue-nas costumbres que el obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, inculcó a los indígenas seguían con-servándose en esos años: cfr. ibidem, p. 490.

67 ‘‘Que no ha sido perfeccionado ni ha tenido alteraciones desde su primera invención, quesólo Dios sabe en qué siglo tuvo lugar’’: ibidem, p. 443. Una detenida descripción de los temazcalli,en Sartorius, Carl Christian, México hacia 1850, México, Consejo Nacional para la Cultura y lasArtes, 1990, pp. 151-152.

68 Cfr. Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico, pp. 174-175. Algunas costumbres prehis-pánicas no sólo habían perdurado entre los indígenas contemporáneos a la marquesa, sino que tam-bién habían calado entre los mexicanos criollos y mestizos, como el consumo de la tortilla de maízque, ‘‘without variation’’ (‘‘sin cambio alguno en su preparación’’), ‘‘are the common food of thepeople’’ (‘‘era alimento habitual del pueblo’’): ibidem, pp. 78 y 507. También pertenecía al bagajecultural prehispánico la elaboración de quesos de crema, cuya receta guardaban con celo los indiosque los producían: cfr. ibidem, p. 172.

había esculpido en cera la figura de una tortillera, atribuyó esa facilidad asu condición de heredero de ‘‘the incredible patience which enabled theancient Mexicans to work their statues in wood or stone with the ru-dest instruments’’. La apostilla final con que remataba el párrafo mati-zaba el elogio de la marquesa: ‘‘there is no imagination. They do notleave the beaten track; but continue on the models which the Spanishconquerors brought out with them, some of which, however, were verybeautiful’’.69

Otra de las formas de vida de los indígenas, de origen antiguo, que lamarquesa pudo descubrir durante su visita a Xochimilco fue la de las chi-nampas, que la desilusionaron, donde los indios, que habitaban en ‘‘unaspobres chozas’’, cultivaban legumbres y verduras que iban a vender a laciudad. En ese mismo lugar, la esposa del embajador de España se perca-tó del gusto por las flores de los indígenas, ‘‘the same love of flowers dis-tinguishes them now as in the time of Cortes’’: ‘‘the baby at its christe-ning, the bride at the altar, the dead body in its bier, are all adorned withflowers’’.70 Las flores constituían también uno de los ornamentos princi-pales en las manifestaciones religiosas de los indígenas, como pudo apre-ciar en su viaje desde Veracruz hacia la ciudad de México, adornos queestaban al cuidado de las mujeres.71

La marquesa se sorprendió además por rasgos de carácter de los indí-genas inconciliables en una primera aproximación: la afabilidad, humil-dad y cortesía extremas, instrumentalizadas por la astucia ----‘‘their pas-sions are not easily roused’’, su ‘‘very calmness of countenance... is but amask of Nature’s own giving to her Indian offspring’’72----, y la rápida ma-nera en que ‘‘gradually becoming a little intoxicated’’,73 con el efecto

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69 ‘‘De aquella increíble paciencia que permitía a los antiguos mexicanos esculpir sus estatuasde madera o de piedra, con los instrumentos más primitivos... Pero carecen de imaginación. No salendel camino trillado y continúan copiando los modelos que trajeron los conquistadores españoles, aun-que muchos de ellos sean de gran belleza’’: ibidem, p. 231.

70 ‘‘El mismo que en los tiempos de Cortés... El niño en su bautizo, la novia ante el altar, elmuerto en su ataúd, todos se ven adornados con flores’’: ibidem, p. 127.

71 Cfr. ibidem, p. 50. Cfr. también ibidem, p. 137.72 ‘‘Sus pasiones no se descubren con facilidad... Su calma exterior... no es más que una másca-

ra que donó Natura a sus hijos indianos’’: ibidem, p. 389. Carlos de Gagern enfatizó el carácter sóloaparente de la humildad del indígena ante el blanco, en la que no veía sino un rasgo de hipocresía:cfr. Gagern, Carlos de, ‘‘Rasgos característicos de la raza indígena de México’’, Boletín de la Socie-dad Mexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. I, 1869, p. 808.

73 ‘‘Se van poniendo, por grados, a medios pelos’’: Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexi-co, p. 272.

consiguiente de riñas y pendencias a veces mortales, porque suelen diri-mirse a cuchilladas.74

La indolencia ----‘‘the mother of vice’’75---- con que los indígenas fue-ron caracterizados repetidamente por la marquesa de Calderón era unacualidad compartida también por el resto de los mexicanos. Echó manode este defecto para explicar que gran parte de los andrajosos que podíanverse por la ciudad no lo eran por verdadera necesidad, sino ‘‘from indo-lence’’.76 No escapó la esposa del embajador a explicaciones determinis-tas: el clima induce a la indolencia, así en lo físico como en lo moral; loscaserones de los alrededores de México le producían una impresión in-descriptible de soledad, vastedad y desolación, que causaba la sensación‘‘of being entirely out of the world, and alone with a giant nature’’,77 deahí su convencimiento de que ‘‘it is impossible to take the same exercisewith the mind or with the body in this country, as in Europe or in thenorthern states’’.78

El juicio que se formó madame Calderón de la Barca sobre las can-ciones de los indios que oyó durante un paseo en canoa por los canalescercanos a la ciudad no era muy benévolo,79 aunque le divirtieron estoscantos y bailes: ‘‘if we may form some judgment of a people’s civilizationby their ballads, none of the Mexican songs give us a very high idea oftheirs. The words are generally a tissue of absurdities, nor are thereany patriotic songs which their new-born freedom might have calledforth from so musical a people’’. La única letra en la que se aludía a unhecho patriótico tenía una razón de ser: ‘‘on account of that memorable

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74 Cfr. ibidem, pp. 272, 378 y 389. La misma idea se apunta en Los bandidos de Río Frío: sóloque Payno atribuía a circunstancias externas ese encrespamiento: ‘‘estos indios, cuando hay quien loslevante, son el mismo demonio’’: Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, México, Porrúa, 1945,vol. II, p. 123.

75 ‘‘La madre de todos los vicios’’: Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 235.76 ‘‘Por indolencia’’: ibidem, p. 307. Otra consecuencia de esa indolencia era la impuntualidad:

cfr. ibidem, p. 523.77 ‘‘De hallarse completamente fuera del mundo, sola frente a una naturaleza gigantesca’’; ibi-

dem, p. 274. También la belleza de algunos indígenas le pareció ‘‘salvaje’’: ibidem, pp. 273-274.78 ‘‘No es posible que la mente trabaje o el cuerpo se ejercite, como en la Europa o en los

Estados Unidos’’: ibidem, pp. 232-233. Esa misma indolencia y pasividad hacía del pueblo un espec-tador alejado de los acontecimientos políticos, asonadas incluidas, que se sucedían en México poraquellos años: cfr. ibidem, pp. 257, 423-424 y 444.

79 Tampoco los bailes indígenas le entusiasmaron, a pesar de haber empezado a tomar unasclases para aprenderlos, que abandonó, porque, ‘‘they are not ungraceful, but lazy and monotonous’’(‘‘sin dejar de tener gracia, carecen de viveza y son monóton[o]s’’): ibidem, pp. 173-174. Cfr. tam-bién ibidem, p. 499.

event [el grito de Dolores], the Indian was able to get as drunk as aChristian!’’.80

Madame Calderón de la Barca dedicó muchas páginas a la caracteriza-ción de las mujeres indígenas. Su sensibilidad femenina y su mentalidad an-glosajona no dejaron pasar un solo detalle que catalogara a las indias con lasque se tropezó durante su estancia en México. A partir de su observaciónde estas mujeres, hacia las que experimentó una especial fascinación,pudo establecer muchos rasgos definidores del modo de ser indígena.

Frances quedó admirada por el amor rayano en pasión de las indiashacia sus hijos pequeños,81 la generalización en los malos tratos de losmaridos a sus esposas82 y ----de modo paradójico---- por el decisivo papel

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80 ‘‘Si hemos de formar juicio sobre la civilización de un pueblo por sus baladas, ninguna de lascanciones mexicanas nos ofrece una elevada idea de la suya. La letra es, en general, un tejido deabsurdidades, y no existen cantos patrióticos que su recién nacida libertad hubiera podido inspirarle aeste pueblo tan dotado para la música... En virtud del memorable acontecimiento [el grito de Dolo-res], el indio tiene el mismo derecho a emborracharse que el cristiano’’: ibidem, p. 129.

81 Cfr. ibidem, p. 455. Ocurría no pocas veces, sin embargo, que urgidas por sus necesidadeseconómicas, las mujeres indígenas ‘‘abandonan sus propios hijos á los cuidados mercenarios de otrasmugeres, como si fuera posible sustituir el amor y cuidados de una madre’’; y que el carácter excesi-vamente prematuro de los matrimonios de las muchachas indígenas ----‘‘se nota con frecuencia launion entre una muger que apenas ha llegado á la edad de su desarrollo y un hombre de cuarenta ómas años’’---- perjudicaba su salud y redundaba en perjuicio de sus hijos (García y Cubas, Antonio,‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Mexicana’’, Boletín de la SociedadMexicana de Geografía y Estadística, México, segunda época, t. II, 1870, p. 372). García y Cubas,que se sirvió para este artículo de un largo ensayo escrito por Santiago Méndez, incurrió en variascontradicciones con el relato de éste, que había resaltado notorias diferencias de edad en los matrimo-nios indígenas: ‘‘cásanse sin repugnancia, muy jóvenes, con mugeres de mas edad, viudas, y aun consolteras con hijos’’. Méndez sostenía también un punto de vista diametralmente opuesto al de la mar-quesa de Calderón de la Barca, cuando calificaba de ‘‘tibio y poco apasionado’’ el amor que se profe-saban los miembros de las familias indígenas, y denunciaba el abandono con que las mujeres ‘‘crian ásus hijos, que ruedan siempre por el suelo entre la inmundicia y enteramente desnudos’’: ibidem, pp.375, 376 y 385.

82 Aunque las costumbres de la época no aparejaban a los malos tratos falta de afecto, vieneninevitablemente a la mente unas advertencias de Clavijero: ‘‘el amor del marido a la mujer es muchomenor que el de la mujer al marido. Es común (no general) en los hombres, el inclinarse más a lamujer ajena que a la propia’’ (Clavijero, Francisco Javier, Historia antigua de México, México, Po-rrúa, 1987, pp. 46-47). Véase también García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadísti-ca general de la República Mexicana’’, p. 384, y Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico,pp. 480 y 504. Por el contrario, la marquesa encontró a un indio ‘‘who was in great distress, becausehis wife had run off from him for the fourth time with ‘another gentleman’!’’ (‘‘que no podía consolar-se de que su mujer le hubiese abandonado por cuarta vez para irse con ‘¡otro caballero!’’’ (ibidem, p.488). Lumholtz quedó sorprendido por la ligereza de los motivos que llevaban a los maridos indios aapalear a sus mujeres; y añadió: ‘‘por extraño que parezca, las mujeres no protestan contra esto, sinomás bien lo toman como prueba de amor, y si la ocasión lo requiere, llega la mujer á decirle á sumarido: ‘Ya no me pegas. Tal vez has dejado de quererme’’’: Lumholtz, Carl, El México desconoci-do. Cinco años de exploración entre las tribus de la Sierra Madre Occidental, en la Tierra Calientede Tepic, y entre los tarascos de Michoacán, México, Editora Nacional, 1972, vol. II, p. 333.

de éstas en el hogar.83 Entre los tipos pintorescos que podían encontrarsepor la ciudad de México en una fiesta de Jueves Santo, se fijó en ‘‘lasindias de pura raza’’, todas muy feas, que atestaban las iglesias y pulula-ban por las calles, ‘‘deambulando con su trote suave’’,84 con sus hijos alas espaldas;85 y no pudo reprimir un comentario a mitad de camino entreel respeto y el desdén: ‘‘a gentle, dirty, and much-enduring race’’.86

El desaliño de las indígenas ----‘‘intolerable’’---- podía esconderse bajoel sarape o el rebozo, ‘‘the greatest cloak for all untidiness, uncombedhair and raggedness, that ever was invented’’.87 El modo de vestir de losindígenas, en especial de las mujeres, llamó la atención de madame Cal-derón desde la misma llegada al puerto de Veracruz. Las prendas de ves-tir propias y tradicionales indígenas fueron descritas en numerosas oca-siones para destacar el aspecto miserable de las mujeres indias: ‘‘withrebozos, long coloured cotton scarfs, or pieces of ragged stuff, thrown

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83 Cfr. Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, pp. 307 y 429. Tal vez a causa deesa dedicación preponderante de las mujeres indígenas a las faenas del hogar ----también y, quizá,sobre todo, en casas ajenas----, eran sensiblemente mayores los porcentajes de analfabetismo entre lasmujeres indígenas, de modo particular en los estados cercanos a la capital de la Federación que conta-ban con elevados contingentes de población india: cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Modernade México, vol. VII, p. 532. Véase también Stephens, John L., Viaje a Yucatán 1841-1842, vol. II,p. 171. Aunque también era cierto, como observó García y Cubas, que las mujeres indígenas quese ocupaban en tareas domésticas al servicio de particulares adquirían ventajosos hábitos de higie-ne: ‘‘las indias de los pueblos cercanos á las capitales, empleándose en las casas particulares comonodrizas, crian niños sanos y robustos, porque en su nuevo empleo mejoran de condicion por el aseoá que se les obliga, la buena alimentacion, y en fin, por el total cambio de sus condiciones higiéni-cas’’ (García y Cubas, Antonio, ‘‘Materiales para formar la estadística general de la República Mexi-cana’’, p. 372).

84 El peculiar modo de caminar de los indígenas captó la atención de la marquesa. Así, al des-cribir el pánico desatado en la ciudad de México por el primer tiroteo con que se inició una revolu-ción, observó: ‘‘people come running up the street. The Indians are hurrying back to their villages indouble-quick trot’’ (‘‘la gente corre por las calles. Los indios se dan prisa a regresar a sus pueblos, atrote redoblado’’): Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, pp. 239. Cfr. también ibidem,pp. 433-434. También se refirió a este modo de caminar al describir un tocado usado por la indias, yse maravillaba de que no se les cayera ‘‘I cannot imagine how they trot along, without letting it fall’’(‘‘no puedo imaginar cómo no se les cae cuando van trotando’’): ibidem, p. 92. Sin embargo, al com-pararlas con las damas de la alta sociedad, afirmó que andaban bien: cfr. ibidem, p. 140.

85 Llenó de curiosidad a la marquesa la forma en que las mujeres indígenas llevaban a sus niñosa la espalda, ‘‘its face upturned to the sky, and its head going jerking along, somehow without its neckbeing dislocated’’ (‘‘cara al cielo, cabeceando con los vaivenes del paso, y es un milagro [que] no seles disloque la nuca’’): ibidem, pp. 145-146. Sin embargo, pudo apreciar las caras de estos niños: ‘‘themost resigned expression on earth is that of an Indian baby’’ (‘‘no existe en el mundo una expresiónmás resignada que la de un niño indio’’): ibidem, p. 146. Cfr. también ibidem, p. 362.

86 ‘‘Pueblo dócil, sucio y resistente’’: ibidem, p. 140.87 ‘‘La prenda más a propósito, hasta ahora inventada, para encubrir todas las suciedades, los

despeinados cabellos y los andrajos’’: ibidem, pp. 197 y 514. La costumbre de las mujeres de usarrebozo fue recogida en otras ocasiones por la marquesa: cfr. ibidem, p. 146.

over the head and crossing over the left shoulder’’.88 Sin embargo, se diocuenta de que, en días de fiesta, había un especial esmero en el vestir.Antes de pasar Río Frío, apreció que, ‘‘and it being Christmas-day, everyone was cleaned and dressed for mass’’.89

Otras veces, la fisonomía de estas mujeres estaba caracterizada prin-cipalmente por la forma de llevar a los niños, y por algunos rasgos particula-res comunes a todas: en cada pueblo por donde pasaba observaba a lasindias ‘‘with their plaited hair, and little children slung to their backs,their large straw hats, and petticoats of two colours’’.90

Por otra parte, las indias poseían ciertas cualidades comunes a todaslas mujeres: antes de llegar a la ciudad de México en su primer viaje, tuvonecesidad de cambiarse de vestido, ‘‘to the great amusement of the Indianwomen, who begged to know if my gown was the last fashion, and said itwas ‘muy guapa’’’.91

Aunque no apreció grandes diferencias entre la forma de vestir de lasindias en los medios urbanos y rurales, a las de la ciudad de México tuvomás y mejores oportunidades de observarlas, y desde el primer día en quese instaló en su nueva residencia pudo extraer consecuencias de su compor-tamiento exterior, como el de aquellas indias, que ‘‘laying down their bas-kets to rest, and meanwhile deliberately examining the hair of theircopper-coloured offspring’’.92

En algún momento sí se detuvo en la descripción física de las muje-res indígenas, abstrayendo los aspectos de su indumentaria que tanto so-lían interesarle, pero ese párrafo estaba dedicado a un determinado grupode indias: las que comerciaban en el mercado.

are, generally speaking, very plain, with an humble, mild expression ofcountenance, very gentle, and wonderfully polite in their maners to eachother; but occasionally, in the lower classes one sees a face and form sobeautiful...; with eyes and hair of extraordinary beauty, a complexion dark

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88 ‘‘Andan con rebozos, que son como unos grandes chales de color, o pedazos de tela andrajo-sa, echados sobre la cabeza y cruzados sobre el hombro izquierdo’’: ibidem, p. 40.

89 ‘‘Como era Navidad, todo el mundo se veía limpio y vestido para ir a misa’’: ibidem, p. 59.90 ‘‘Con sus cabellos trenzados y con los niños colgándoles a la espalda, sus grandes sombreros

de paja y enaguas de dos colores’’: ibidem, p. 48. Cfr. también ibidem, pp. 132 y 140.91 ‘‘Para gran diversión de las indias, que querían saber si mi vestido era la ‘última moda’, y

decían que estaba yo muy guapa’’: ibidem, p. 59.92 ‘‘Habían dejado sus canastas en el suelo para descansar, mientras ‘examina[ba]n’ con ex-

traordinaria atención las cabezas de su cobriza progenie’’: ibidem, p. 63.

but glowing, with the Indian beauty of teeth like the driven snow, togetherwith small feet and beautifully-shaped hands and arms.93

Las expresiones de culto de los mexicanos ----‘‘Mexico owes much ofits peculiar beauty to the religious or superstitious feelings of its inhabi-tants’’94----, y en especial de los indígenas, llamaron la atención desde elprimer momento a la esposa del primer embajador de España. Unas de lasconsideraciones en las que se detuvo a reflexionar fue la de la condiciónde igualdad de los hombres ante Dios: ‘‘apparently considering themselvesalike in the sight of Heaven, the peasant and the marquesa kneel side byside, with little distinction of dress; and all appear occupied with theirown devotions, without observing either their neighbour’s dress or de-gree of devoutness’’;95 otra fue el contraste entre la pobreza del pueblo yla riqueza de sus iglesias.96

También maravilló a la marquesa de Calderón de la Barca la acendradadevoción de los indígenas a la Virgen de Guadalupe, como todo su cristia-nismo prendida en ‘‘las ruinas de su mitología’’,97 y expresión de un insatis-factorio mestizaje cultural que, a los ojos de Brantz Mayer, se manifestabaen aglomeraciones de ‘‘millares de indios, con sus mujeres e hijos..., venidosde todos los rincones del departamento de México y aun de algunos otros’’.98

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93 ‘‘Son, en términos generales, sencillas, de humilde y dulce apariencia, muy afables y cortesesen grado superlativo cuando se tratan entre sí: pero algunas veces se queda uno sorprendido de encon-trar entre el vulgo caras y cuerpos tan bellos...; con ojos y cabello de extraordinaria hermosura, depiel morena pero luminosa, con el nativo esplendor de sus dientes blancos como la nieve inmaculada,que se acompaña de unos pies diminutos y de unas manos y brazos bellamente formados’’: ibidem,pp. 109-110.

94 ‘‘México debe mucho de su peculiar belleza al sentimiento religioso y a la superstición desus habitantes’’: ibidem, p. 364. Cfr. también ibidem, pp. 498-499.

95 ‘‘Considerándose, aparentemente, iguales en presencia de Dios, la campesina y la Marquesase arrodillan juntas, sin diferencia casi en el vestir; las dos entregadas a sus devociones, sin fijarsecómo van vestidos los demás, ni cuál es el grado de su fervor’’: ibidem, pp. 307-308.

96 Cfr. ibidem, pp. 364-366.97 Cfr. ibidem, pp. 299, 378 y 463. ‘‘The poor Indian still bows before visible representations of

saints and virgins, as the did in former days before the monstrous shapes representing the unseenpowers of the air, the earth, and the water; but he, it is to be feared, lifts his thoughts no higher thanthe rude image which a rude hand has carved. The mysteries of Christianity, to affect his untutoredmind, must be visibly represented to his eyes’’ (‘‘el pobre indio todavía se inclina ante las repre-sentaciones a lo vivo de los Santos y de las Vírgenes, como lo hiciera en los días idos ante las mons-truosas figuras que simbolizaban las invisibles fuerzas del aire, de la tierra y del agua, aun cuando esde recelar que eleve sus pensamientos más arriba de la tosca imagen que espulpió una mano torpe.Para que los misterios del Cristianismo puedan herir su mente sencilla, es necesario que aparezcan debulto ante sus ojos’’): ibidem, p. 364.

98 Mayer, Brantz, México, lo que fue y lo que es, p. 92.

La fiesta del domingo de Ramos en la capital de la República produjouna fuerte impresión en la marquesa al observar que ‘‘under each tree ahalf-naked Indian, his rags clinging together with wonderful pertinacity;long, matted, dirty black hair both in men and women, bronze faces withmild unspeaking eyes, or all with one expression of eagerness to see theapproach of the priests’’.99 Y se admiraba, además, de las grandes distan-cias que habían recorrido esos indios para que les bendijeran esas palmascon las que luego adornaban sus chozas.100

Durante esas fiestas de Semana Santa, tuvo ocasión de visitar variasiglesias, de las que le impresionaron las imágenes sagradas, como la dela iglesia de Santa Teresa, en la que había una imagen de El Salvador,que le pareció ‘‘espantosa’’, y ante la que los fieles ----‘‘the number of lé-peros was astonishing’’----, ‘‘devoutly kneeling to kiss his hands andfeet’’.101

A pesar de que el valor estético de esas imágenes dejaba mucho quedesear, se dio cuenta de que eran eficaces para mover la devoción delpueblo, y reflexionó de la siguiente manera: ‘‘however childish and su-perstitious all this may seem, I doubt whether it be not as well thus to im-press certain religious truths on the minds of a people too ignorant tounderstand them by any other process’’.102

Si las manifestaciones del culto público en la ciudad de México im-pactaron a la marquesa durante los primeros meses de estancia en el país,más adelante podría comprobar en uno de sus viajes por algunos pueblosde los alrededores de la capital que ‘‘the magnificence of these places ofworship is extraordinary’’,103 y las procesiones allí estaban ‘‘always ac-companied by a crowd of Indians’’.104

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99 ‘‘Debajo de cada palma [había] un indio casi desnudo; indios cuyos harapos cuelgan conmaravillosa pertinacia; de cabelleras mates, largas y sucias en hombres y mujeres; rostros de bronce yuna mirada dulce y quieta, que sólo puede alterar el anhelo con que ven acercarse a los sacerdotes’’:Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 138.

100 Cfr. ibidem, pp. 139 y 429.101 ‘‘Cantidad de léperos... asombrosa... se arrodillaban con devoción y le besaban las manos y

los pies’’: ibidem, p. 141.102 ‘‘Por muy infantil y supersticioso que pueda parecer todo esto, dudo que exista manera mejor

de imprimir ciertos principios de la religión en la mente de un pueblo demasiado ignorante para en-tenderlos de otros modos’’: ibidem, p. 142. El Jueves Santo presenció otras manifestaciones popularesde ‘‘contrición y fervor’’, de las que no hizo mayor comentario, a pesar de la impresión que le causa-ron todos los actos piadosos ----‘‘indescriptible[s]’’---- de la Semana Santa, que calificó en una oportu-nidad de ‘‘horrendo[s]’’ y ‘‘sencillamente nauseabundo[s]’’: cfr. ibidem, pp. 144, 276 y 363.

103 ‘‘En estos lugares la devoción es singularísima’’: ibidem, p. 290.104 ‘‘Siempre acompañada[s] de una multitud de indios’’: ibidem, p. 363.

Junto a esta religiosidad ‘‘indescriptible’’, persistía entre los indíge-nas una superstición que hundía sus raíces en un pasado remoto, del queconservaban numerosas leyendas, como la de la gruta de Cacahuamilpa,que en la antigüedad había servido de lugar de culto y que ‘‘a supersti-tious fear prevented the more modern Indians from exploring its shiningrecesses’’;105 la credulidad de los indígenas tomaba como ciertos los rela-tos de los que habían osado aventurarse en el interior de la cueva. Estascreencias en personajes mitológicos se mezclaban con las de origen cris-tiano: cuando el grupo en el que iba la marquesa visitó esta gruta, ‘‘theIndians begged they might be left there ‘on account of the blessed souls inpurgatory’’’.106

La población que rodeaba a la ciudad de México fue objeto de múlti-ples retratos por parte de los viajeros. También la marquesa de Calderónde la Barca se detuvo en la descripción de esa gente que se asentaba en elvalle de México, que le pareció impregnado de ‘‘a universal air of dreari-ness, vastness, and desolation’’.107

Circunstancialmente cedió a la tentación de acumular epítetos con-vencionales en la caracterización del habitante indígena del valle de Mé-xico: ‘‘gentle and cowardly, false and cunning, as weak animals are aptto be by nature, and indolent and improvident as men are in a fine clima-te’’;108 todas estas características del indígena apenas habían variado desdeque Cortés había ‘‘first traversed these plains’’.109 A todo ello se añadía unode los vicios más comunes de los indígenas, que afectaba por igual a hom-bres y a mujeres, en ámbitos rurales y urbanos: el alcoholismo.110

Las condiciones de vida de los indígenas de la ciudad de México con-trastaban enormemente con las que observó en los ámbitos rurales en sucamino hacia la capital: allí, ‘‘the huts, though poor, were clean; no win-dows, but a certain subdued light makes its way through the leafy ca-nes’’;111 y, en el Real del Monte, ‘‘the Indians here looked cleaner than

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105 ‘‘Un temor supersticioso impidió a los indios de ahora escrutar sus sombríos secretos’’: ibi-dem, p. 322.

106 ‘‘Pidieron los indios que dejáramos las velas en sus mismos sitios, ‘en memoria de las almasbenditas del purgatorio’’’: ibidem, p. 326.

107 ‘‘Un aire de melancolía, inmensidad y desolación’’: ibidem, p. 161.108 ‘‘Docilidad y cobardía, falsedad y astucia; débil, como lo son por naturaleza los animales, y

tan indolente e impróvido, como suelen serlo los hombres en un clima propicio’’: ibidem, p. 162.109 ‘‘Había cruzado estas llanuras por vez primera’’: ibidem, pp. 161-162.110 Cfr. ibidem, pp. 329, 359, 384, 480 y 489.111 ‘‘Las chozas se ven pobres, pero limpias; sin ventanas, pero una luz tamizada se abre paso

entre las frondosas cañas’’: ibidem, p. 45.

those in or near Mexico, and were not more than half naked’’.112 A medidaque la señora Calderón se acercaba a los ámbitos urbanos, las condiciones delos indígenas se hacían poco a poco más miserables: en Puebla, acompaña-ban a un ventero ‘‘a few sleepy Indian women with bare feet, tangled hair,copper faces and reboses’’,113 y al alcalde de Tepeyahualco le seguía ‘‘a lar-ge, good-looking Indian woman, who stood behind him while he made hisdiscourse’’.114 A partir de entonces, lo que encontraron durante el último tra-mo de su viaje fue, ‘‘an occasional Indian hut, with a few miserable half-na-ked women and children’’.115

A su llegada a la ciudad de México, la marquesa recibió una impre-sión patética de los indígenas que allí vivían: no sólo los describió en susaspectos externos ----‘‘men bronze-colour..., carrying lightly on theirheads earthen basins, precisely the colour of their own skin’’; ‘‘womenwith reboses, short petticoats of two colours, generally all in rags...; nostockings, and dirty white satin shoes, rather shorter than their smallbrown feet’’116----, sino que se aventuró a juzgarlos en su forma de ser:‘‘lounging léperos, moving bundles of rags, coming to the windows andbegging with a most piteous but false sounding whine, or lying under thearches and lazily inhaling the air and the sunshine’’.117

Madame Calderón acertó a expresar de cierta manera los enormescontrastes sociales que podían observarse en la capital de la República,

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112 ‘‘Los indios se ven más limpios que en México o sus cercanías, y no andan tan faltos deropa’’: ibidem, p. 181. Le fascinó a la marquesa esta cualidad ----la limpieza---- de los indios en lospueblos y ciudades de provincia por donde pasó, aunque no era de ninguna manera generalizada: cfr.ibidem, pp. 315, 349, 377, 379, 473, 480-481, 495 y 501. En sus viajes por el interior de la Repúblicatambién pudo conocer de cerca a algunos miembros de ciertas etnias indígenas, como la otomí, a laque calificó, en una ocasión, de tribu ‘‘pobre y degradada’’, y en otra, paradójicamente, de la tribu‘‘más civilizada’’: ibidem, pp. 471 y 479.

113 ‘‘Unas cuantas indias descalzas, enmarañado cabello, rostros cobrizos y rebozos’’: ibidem,p. 52.

114 ‘‘Una india robusta de no malos bigotes, que había permanecido detrás de él [el alcalde]mientras pronunciaba su discurso’’: ibidem, p. 55.

115 ‘‘De cuando en cuando, una choza india, con algunas pobres mujeres y niños semidesnudos’’:ibidem, p. 56. Es notable, en las primeras cartas de la marquesa, la influencia del paisaje en la apre-ciación subjetiva de la realidad.

116 ‘‘Hombres de color bronceado..., sosteniendo con garbo sobre sus cabezas vasijas de barro,precisamente del color de su propia piel; mujeres con rebozo, de falda corta, hecha jirones casi siem-pre...; sin medias, con sucios zapatos de raso blanco, aun más pequeños que sus pequeños pies more-nos’’: ibidem, p. 63.

117 ‘‘Holgazanes, patéticos montones de harapos que se acercan a la ventana y piden con la voz máslastimera, pero que sólo es un falso lloriqueo..., echados bajo los arcos del acueducto, sacuden su perezatomando el fresco, o tumbados al rayo del sol’’: idem. Pronto se dio cuenta la marquesa de la miseria enque vivían estos indígenas, que no comían carne, porque sus ‘‘medios no se lo permiten’’: ibidem, p. 110.

donde léperos e indios cubiertos con mantas se divertían en los mismos luga-res en los que lo hacía la alta sociedad mexicana, ‘‘though on a scale moresuited to their finances’’:118 un paisaje brillante, con el inevitable matiz exó-tico proporcionado por los indios, que sólo se oscurecía por ‘‘the number ofleperos busy in the exercise of their vocation’’.119 De la contemplación deeste cuadro, la marquesa sacaba la siguiente conclusión: a pesar de que lapobreza y la riqueza convivían en los mismos espacios físicos, en realidad,existía un abismo que separaba a la población e impedía cualquier lazo deunión;120 todo esto provocaba la conciencia, entre los mexicanos de todas lascondiciones sociales, de que no podía haber ningún sentimiento de democra-cia o de igualdad ‘‘except between people of the same rank’’.121

La descripción del servicio doméstico que la marquesa trazó en unacarta a su familia también motivó una serie de caracterizaciones de losindios. Las quejas sobre los defectos de los sirvientes, ‘‘the ungratefultheme, from very weariness of it’’122 podían oírse no sólo de los extranje-ros, sino de los propios mexicanos, que lamentaban ‘‘their addiction tostealing, their laziness, drunkenness, dirtiness, with a host of other vices’’.123

Todas estas faltas eran, ‘‘frequently just, there can be no doubt’’.124 En elmismo sentido, la señora Calderón afirmaba: ‘‘against this nearly univer-sal indolence and indifference to earning money, the heads of familieshave to contend; as also against thieving and dirtiness’’,125 aunque pensa-ba que muchos de estos defectos podían remediarse. Sobre la poca dili-gencia de los criados abundó con varios ejemplos tomados de entre elpersonal que había trabajado en su casa.126

Sin embargo, la marquesa reconocía ciertas cualidades en las criadasmexicanas, que las hacían preferibles a las extranjeras, ‘‘unbearably inso-lent’’:127 aquéllas ‘‘are the perfection of civility-humble, obliging, excessivelygood-tempered, and very easily attached to those with whom they live’’.128

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118 ‘‘Pero en una medida más conforme con sus cortos medios’’: ibidem, p. 215.119 ‘‘La multitud de léperos dedicados a las prácticas de su oficio’’: ibidem, p. 123.120 Cfr. idem.121 ‘‘Excepto entre personas pertenecientes a la misma clase’’: ibidem, p. 166.122 ‘‘Tema tan ingrato y que me tiene fastidiada’’: ibidem, p. 194.123 ‘‘Su inclinación al robo, ...su pereza, borrachera, suciedad y de otros miles de vicios’’: idem.124 ‘‘En su mayoría, justificadas, [y] no puede haber duda alguna’’: idem.125 ‘‘Contra esa pereza casi general y la indiferencia en ganarse la vida, es con lo que deben

contender las amas de casa, y también contra el robo y la suciedad’’: ibidem, p. 196.126 Cfr. ibidem, pp. 195-196.127 ‘‘De una insolencia inaguantable’’: ibidem, p. 198.128 ‘‘Son modelo de cortesía, humildes, serviciales, de muy buen carácter, y con facilidad se

aficionan a quienes sirven’’: idem.

Los indios de la ciudad de México habían ocupado e impuesto su for-ma de vivir en muchos lugares públicos, como ocurría en la catedral: sal-vo unas cuantas señoras de mantilla, que no llegaban a la media docena,sólo había ‘‘léperos, in rags and blankets, mingled with women in raggedrebozos’’.129 Como consecuencia de ello, ‘‘the floor is so dirty that onekneels with a feeling of horror’’.130

Las asonadas en la ciudad de México, como la ocurrida en julio de1840 y protagonizada por Gómez Farías y el general Urrea, provocabanla huída de los indios que comerciaban y distribuían víveres en sus callesy mercados. Después de este pronunciamiento, ‘‘como le llaman’’, la cal-ma volvía a la capital, cuyo ambiente había variado respecto de los díasanteriores, y se veía ‘‘crowded with Indians from the country, bringing intheir fruit and vegetables for sale’’.131

A través de sus experiencias vividas en la capital de la República,donde se producían cada vez con más frecuencia los pronunciamientospolíticos, Frances E. Inglis captó con acierto el concepto que los indios sehabían formado de los funcionarios del nuevo Estado: persistía inaltera-ble el recelo indígena hacia las autoridades públicas, a las que tal vez pro-fesaba tanto temor como odio.132

A pesar de las intenciones de los políticos de incorporar plenamente alos indígenas a la condición de ciudadanos, con todos los beneficios ycargas que ello suponía, la marquesa de Calderón de la Barca resumía susimpresiones sobre cuáles habían sido las consecuencias de ese nuevo es-tatus de los indios en 1840: ‘‘certainly no visible improvement has takenplace in their condition since the independence. They are quite as poorand quite as ignorant, and quite as degraded as they were in 1808, and if

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129 ‘‘Léperos miserables, en andrajos, mezclados con mujeres que se cubrían con rebozos viejosy sucios’’: ibidem, pp. 73-74.

130 ‘‘El suelo esta[ba] tan sucio que uno no puede arrodillarse sin una sensación de horror’’:ibidem, p. 74.

131 ‘‘Atestada de indios que han llegado del campo para vender sus frutas y legumbres’’: ibidem,p. 247. Los vendedores ambulantes, que llegaban a México en chinampas por el canal de la Viga yque diariamente ocupaban las calles de la ciudad y los mercados, eran generalmente indígenas, queofrecían todo género de mercancías ‘‘drowns the shrill treble of the Indian cry’’ (‘‘con la voz aguda ypenetrante del indio’’): ibidem, p. 77. Cfr. también ibidem, p. 117. El pintoresco cuadro que ofrecía lallegada de los indios a la ciudad con sus productos se repitió en más de una ocasión en las cartas demadame Calderón, como una foto fija en la que aparecían los mismos elementos: los indios cargados,‘‘como podría cargar una mula’’, seguidos de sus mujeres con canastas y con sus hijos a la espalda:ibidem, p. 132. Cfr. también ibidem, pp. 392 y 404-405.

132 Cfr. ibidem, p. 506.

they do rise a little grain of their own, they are so hardly taxed that theprivilege is as nought’’.133

Uno de los resultados de la extinción del tutelaje colonial fue el de laexplotación de los indígenas, como pudo constatar la señora Calderón enalgunos viajes por el interior de la República: había visitado una minaexplotada por ingleses en la que la mayor parte de los trabajadores eranindios, que recibían como salario la octava parte de los productos.134 Du-rante una corta estancia en Toluca, los comerciantes del lugar se alborota-ron a causa de unas órdenes del alcalde, que les obligaban a recibir cobreen pago de sus mercancías. Accedieron, por fin, no sin asegurarse de queno serían ellos los perjudicados por aquella medida:

the merchants have issued a declaration, that during three days only, theywill sell their goods for copper (of course at an immense advantage tothemselves). The Indians and the poorer classes are now rushing to theshops, and buying goods, receiving in return for their copper abour half itsvalue.135

La explotación y miseria de los indios no era generalizada, pues la mar-quesa de Calderón de la Barca advirtió en un viaje a Pátzcuaro la exis-tencia de indios muy ricos que enterraban su dinero, y mencionó el casode un tal Agustín Campos, poseedor de un importante capital ----unostreinta mil pesos----, que se cubría con una miserable frazada, ‘‘blanketlike his fellow-men’’.136

Sin embargo, en otros pasajes de su libro, la esposa del primer emba-jador de España en México daba a entender que la fama de la existenciade indios que poseían grandes riquezas era de un origen más que dudoso

FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 187

133 ‘‘Ciertamente su condición no ha mejorado de manera visible desde la Independencia. Conti-núan siendo tan pobres, tan ignorantes y tan degradados como lo eran en 1808, y si recogen un pocode grano de su propia cosecha, les echan encima impuestos tan gravosos que este privilegio se hacenugatorio’’: ibidem, p. 379.

134 Cfr. ibidem, p. 183.135 ‘‘Los comerciantes han hecho circular una hoja en la que manifiestan que durante tres días,

únicamente, venderán sus mercancías por cobre (con grandes ventajas para ellos, naturalmente). Losindios y las clases pobres están ahora llenando las tiendas para hacer sus compras, y les dan por sucobre la mitad de su valor’’: ibidem, p. 521. En cambio, cuando en la ciudad de México se implanta-ron esas disposiciones sobre la moneda de cobre, en 1837, fueron los comerciantes del Zócalo ----so-bre todo, los extranjeros---- quienes padecieron la furia de los pobres capitalinos: cfr. Berninger, Die-ter George, La inmigración en México (1821-1857), México, Secretaría de Educación Pública,Sep-Setentas, 1974, pp. 104-105.

136 ‘‘Tan pobre como la de sus paisanos’’: Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p.507. Cfr. también ibidem, pp. 429-430.

y producto de la fantasía popular, fuente que, en algún momento, tomópor buena: a partir de estos rumores se había llegado a la casi certidumbrede que había grandes tesoros escondidos en las zonas arqueológicas indí-genas que rodeaban la ciudad de México, por la reticencia con que losindígenas aceptaban el trabajo de guías para los viajeros que visitaban es-tas ruinas.137 También cerca de la propiedad de los Adalid corría el rumorde la existencia de grandes tesoros escondidos por los indígenas; pero, apesar de esta persuasión, ‘‘very little gold has been actually recoveredfrom these mountain-tombs’’.138

Otro de los problemas que las autoridades del nuevo Estado apenastomaron en cuenta fue el de la diversidad lingüística en el país, para elque no encontraron solución. Los esfuerzos que los funcionarios virreina-les dedicaron a este asunto durante la centuria anterior habían dado algu-nos resultados: al cabo de una década de vida nacional propia, era percep-tible en México que los indios que habitaban en la vecindad de lasciudades y en la mayoría de las haciendas solían expresarse en español,en detrimento paulatino de sus idiomas autóctonos, que habían ido per-diéndose. Lo atestiguó la marquesa de Calderón de la Barca con motivode una visita a Pátzcuaro en la que quedó encantada con ‘‘el armoniosotarasco’’, que sólo imperaba sin estorbos en los espacios rurales.139

Sí apreció en ocasiones la marquesa la comunicación ‘‘con la dulzurade la lengua mexicana’’ entre los indios de los alrededores de la ciudad deMéxico y los que llegaban a la capital ‘‘loaded like beasts of burden’’140

para comerciar con sus productos agrícolas. Pero lo común era encontraren los alredores de México a indígenas que se expresaban ‘‘half Spanish,half Indian’’,141 sin separar ambas lenguas en la misma conversación.

El acceso de los indígenas a la condición de ciudadanos empezabapor la instrucción, a través de la cual debían conocer los privilegios y de-beres que comportaba este estatus. Sin embargo, la educación en los me-dios rurales dejaba mucho que desear, como pudo comprobar la marquesade Calderón, cuando, de regreso de Teotihuacán, en compañía de su espo-so y del matrimonio Adalid, paró en una posada: ‘‘the school-house, aroom with a mud floor and a few dirty benches, occupied by little ragged

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137 Cfr. ibidem, p. 163. Cfr. también ibidem, pp. 158-159.138 ‘‘Es bien poco el oro que se ha recobrado de esas tumbas en los cerros’’: ibidem, p. 176.139 Cfr. ibidem, pp. 479, 492 y 502.140 ‘‘Agobiados como bestias de carga’’: ibidem, p. 132.141 ‘‘Mitad en español y mitad en mexicano’’: ibidem, pp. 273-274.

boys and girls’’.142 Al entrar en el local, atraídos por el ruido, encontraronal maestro ‘‘poor, ragged, pale, careworn’’,143 que enseñaba a los niños‘‘to spell out of some old bills of Congress’’.144 Cuando Calderón le hizonotar al maestro la existencia de faltas de ortografía en algunas frases es-critas en la pizarra, éste ‘‘seemed very much astonished, and even inclinedto doubt the fact’’.145

La persuasión de que la época colonial seguía pesando sobre los indí-genas la indujo a extraer consecuencias precipitadas. Durante una visita ala catedral, la marquesa quedó impresionada de la actitud de algunos in-dios que se hallaban en el recinto, de cuyo comportamiento dedujo queestaban ‘‘relieving their heads from pressure of the colonial system, orrather, eradicating and slaughtering the colonists, who swarrm there’’.146

Era manifiesto el contraste entre esos indios taciturnos y las acciones vio-lentas que acostumbraban los indígenas en la antigüedad, sobre las que lamarquesa reflexionó al ver a un costado de la catedral el calendario azte-ca y, en el patio de la universidad, la piedra de los sacrificios; y se alegróde que esas piezas arqueológicas fueran ya más decorativas que útiles.

Las consideraciones de la marquesa acerca de la contraposición entreel pasado glorioso de los antiguos aztecas y la imagen miserable de losindios contemporáneos merecieron otros espacios en sus cartas, como eldedicado a un indígena que atravesaba los parajes cercanos a la ciudad deMéxico, ‘‘the poor and debased descendant of that extraordinary andmysterious people, who came, we know not whence, and whose posterityare now ‘hewers of wood and drawers of water’, on the soil where theyonce were monarchs’’.147

FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 189

142 ‘‘La escuela se reduce a un cuarto con el suelo enlodado y unas cuantas bancas sucias queocupan niños y niñas en harapos’’: ibidem, p. 164.

143 ‘‘Pobre, en harapos, pálido, agobiado por las inquietudes’’: idem.144 ‘‘A deletrear en el texto de unas viejas leyes del Congreso’’: idem. Una de las propuestas del

diputado Carlos María de Bustamante ante el Congreso había sido que se utilizara el texto del ActaConstitutiva de 1824 para que los niños aprendieran a leer: cfr. López Betancourt, Raúl Eduardo,Carlos María de Bustamante Legislador (1822-1824), México, UNAM, Instituto de InvestigacionesJurídicas, 1981, p. 198.

145 ‘‘Quedóse sorprendido y aun pareció abrigar dudas al respecto’’: Calderón de la Barca, Fran-ces E. I., Life in Mexico, p. 164.

146 ‘‘Estaban, de hecho, haciendo menos pesada la opresión del sistema colonial sobre suscabezas, o más bien, capturando y exterminando a los colonos, que en ellas forman enjambres’’: ibi-dem, p. 74.

147 ‘‘Pobre, envilecido descendiente de aquellas gentes extraordinarias y misteriosas que no sa-bemos de qué partes vinieron y cuyos hijos vienen ahora ‘con la condición de haber de cortar leña, yacarrear agua’ para el servicio de todo un pueblo del cual fueron reyes una vez’’: ibidem, p. 274.

Uno de los temas preferidos de la marquesa que refería a sus familia-res y amigos en Estados Unidos fue el de la inseguridad pública, queafectaba a todos los habitantes de la República. También los indígenasestuvieron amenazados por la presencia de ladrones y asaltantes de cami-nos, que, como pudo comprobar la marquesa de Calderón, se refugiabanen los pueblos de indios cuando eran perseguidos por las autoridades. EnPátzcuaro, el horror y el odio de los habitantes de uno de esos pueblosdonde se ocultaban unos ladrones provocaron la unión de todos para lle-var presos a los delincuentes a la ciudad para que los juzgaran.148

Las noticias de las depredaciones y de la brutalidad de las tribus indí-genas del norte llegaban constantemente a la ciudad de México, y eranmotivo de preocupación entre las amistades de la marquesa, que se hizoeco de ellas en sus cartas. Así, La vida en México recoge los recuerdos deun viejo soldado que había intervenido en la guerra de Texas, y que captóel interés de sus oyentes con sus exageraciones sobre la brutalidad de lastribus nómadas de las regiones septentrionales: ‘‘expressed his firm con-viction that we should see the Comanche Indians on the streets of Mexicoone of these days; at which savage tribe he appeared to have a most de-vout horror; describing to a gaping audience the manner in which he hadseen a party of them devour three of their prisoners’’.149

No muchas páginas después, encontramos en la misma obra las ob-servaciones de un coronel que había sido herido en el curso de una cam-paña contra los comanches: ‘‘he considers them an exceedingly handso-me, fine-looking race; whose resources, both for war and trade, are sogreat, that were it not for their natural indolence, the difficuties of checkingtheir aggression would be formidable indeed’’.150

Tal vez esos testimonios influyeran en su concepción de las tribusnómadas del norte, que fueron descritas por la marquesa de la siguientemanera:

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148 Cfr. ibidem, p. 491.149 ‘‘Expresó su firme convicción de que un día de estos hemos de ver a los comanches por las

calles de México, y parecía sentir por esta tribu salvaje un miedo cerval, describiendo, ante un audito-rio que le escuchaba con la boca abierta, cómo había visto a una partida de ellos devorar a tres de susprisioneros’’: ibidem, p. 432. Lumholtz también recoge una conversación con ‘‘un viejo que habíatomado parte en muchas de tales refriegas’’, que recordaba escenas dramáticas de luchas con los apa-ches: cfr. Lumholtz, Carl, El México desconocido, vol. I, pp. 6-8.

150 ‘‘La raza comanche, según él, posee una gran belleza y prestancia, y sus arbitrios para gue-rrear y traficar son tan sobresalientes, que si no fuera por su natural indolencia, el mantener a raya susdepredaciones sería casi imposible’’: Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 473.

in every part of the peninsula which is not included in the territory of themissions, the savages were the most degraded specimens of humanity exis-ting. More degraded than the beasts of the field, they lay all day upon theirfaces on the arid sand... They abborred all species of clothing, and their onlyreligion was a secret horror that caused them to tremble at the idea ofthree divinities, belonging to three different tribes, and which divinitieswere themselves supposed to feel a mortal hatred, and to wage perpetualwar against each other.151

Madame Calderón de la Barca acertó a exponer las terribles conse-cuencias que se derivaron en un plazo breve de la ruina de los presidios,coincidente con la desaparición de las misiones: ‘‘the frontiers, being nowunprotected by the military garrisons or presidios, which were establishedthere, and deserted by the missionaries, the Indians are no longer keptunder subjection, either by the force of arms or by the good counsels andpersuasive influence of their padres. The Mexican territory is, in conse-quence, perpetually exposed to their invasions’’.152

Con su habitual desparpajo, la marquesa de Calderón de la Barca des-lizó estos comentarios sobre la extinción de las misiones: ‘‘when the inde-pendence was declared, and that revolutionary fury which makes a meritof destroying every establishment, good or bad, which is the work ofthe opposite party, broke forth; the Mexicans, to prove their hatred to themother-country, destroyed these beneficent institutions; thus commitingan error as fatal in its results as when in 1828 they expelled so many richproprietors’’.153

FRANCES ERSKINE INGLIS CALDERÓN DE LA BARCA 191

151 ‘‘Los naturales de la península [de California] que viven fuera del territorio de las misiones,son quizá de todos los salvajes los que están más cerca del estado que se llama de naturaleza. Sepasan los días enteros tendidos boca abajo en la arena... Aborrecen toda clase de vestido, y su únicareligión consistía en tres divinidades, una por cada tribu, que se hacían una guerra de exterminio, yobjeto de terror para estos adoradores de entes invisibles’’: ibidem, p. 225.

152 ‘‘Como las fronteras no están ahora protegidas por las guarniciones militares o presidios,establecidos antes allí, y abandonadas por los misioneros, los indios han dejado de estar sujetos, seapor la fuerza de las armas o por medio de los buenos consejos y de la influencia de sus Padres. Por lotanto, el territorio mexicano se halla expuesto constantemente a sus invasiones’’: ibidem, p. 227.

153 ‘‘Cuando se declaró la independencia y estalló esa furia revolucionaria que hace mérito aldestruir lo establecido por el partido opuesto, sea bueno o malo, los mexicanos, para demostrar suodio por la madre patria, destruyeron estas benéficas instituciones. Al hacerlo, cometieron un errortan fatal en sus resultas como el de 1828, cuando expulsaron a tantos acaudalados propietarios’’:idem. Cfr. también ibidem, p. 512.

IV. ORIGINALIDAD DE LOS ENFOQUES DE MADAME

CALDERÓN DE LA BARCA

‘‘En todas las latitudes, los libros de memorias de los viajeros de otranacionalidad sobre determinado país constituyen, de modo infalible, undepósito de materias inflamables, un motivo de escándalo’’.154 Por estarazón, cuando las opiniones sobre el país, en general, y la forma de vidade sus habitantes, en particular, discrepan de las apreciaciones de los na-cionales, ‘‘cunde entonces, unánime, el olvido de que subsiste la libertadde opinar; de que a este o a aquel escritor no se le contrató para fraguarditirambos; de que sus visiones deformadas, así se las estime desagrada-bles, debemos digerirlas con la buena sal de la tolerancia’’.155

Y éste es el caso de Frances E. Inglis: ‘‘a lo largo de sus páginas enu-mera una infinidad de aspectos de nuestro vivir que no le agradan, quechocan con su distintiva naturaleza nórdica’’;156 sin embargo, se descubrea través de la lectura de sus cartas ‘‘un impulso de simpatía hacia nuestrasgentes de toda condición, de sincero deslumbramiento hacia las magnifi-cencias de nuestro paisaje, de sonriente llaneza que, allí donde podría las-timar a fondo, sabe paliar la rudeza de la sinceridad con un guiño de mali-cia, cuando no con una contrapartida equilibradora’’.157 Por lo tanto, elbalance general de la obra de la señora Calderón es positivo, y en el análi-sis de nuestro modo de vida, que a veces ‘‘exalta’’ y otras ‘‘denigra’’, ‘‘lasluces dominarían a las sombras’’.158

Los escritos de la marquesa de Calderón de la Barca suponen un ex-ponente cualificado de las impresiones que los observadores contemporá-neos dejaron anotadas sobre los pueblos indios. Su espontaneidad y espírituabierto convierten ese epistolario en una fuente rebosante de sinceridad ytan ajena a intereses políticos o ideológicos contaminadores que no tuvoempacho en admitir que ‘‘it is long before a stranger even suspects thestate of morals in this country, for whatever be the private conduct of in-dividuals, the most perfect decorum prevails in outward behaviour’’.159

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154 Acevedo Escobedo, Antonio, ‘‘Prólogo’’, p. V.155 Ibidem, p. VI.156 Idem.157 Idem.158 Ibidem, p. VII.159 ‘‘Ha de pasar mucho tiempo antes de que un extranjero pueda darse cuenta del nivel moral de

este país, pues cualquiera que sea la conducta privada de los individuos, prevalece el decoro másabsoluto en la conducta exterior’’: Calderón de la Barca, Frances E. I., Life in Mexico, p. 235.

Con una sensibilidad muy distinta y también diferente intencionali-dad de la de otros contemporáneos suyos, en la correspondencia que sos-tuvo la señora Calderón durante un poco más dos años desde Méxicohace un repaso de todos los ambientes sociales que conoció, unos conmás profundidad que otros. Los detalles más ínfimos que recogió en laspáginas de La vida en México convierten a este libro en un cuadro cos-tumbrista. El medio a través del cual transmitió sus impresiones del paísno variaba de los recursos a que las mujeres de su tiempo podían recurrirpara escribir acerca de sus viajes, tales como cartas o diarios.160

Frances Erskine Inglis de Calderón de la Barca, atentísima escudriña-dora de su entorno, consagró amplio espacio en sus cartas a lo que ellacaptaba como modo de ser indígena, y manifestó su asombro por el estan-camiento cultural de los oriundos de América. Rara vez el estado de aba-timiento de la población indígena era achacado por la señora Calderón acausas ‘‘institucionales’’;161 si acaso, alguna vez se permitió escuetascomparaciones entre los tiempos pasados de la dominación española y losque le tocó vivir. Y todo ello porque de sus observaciones sólo muy po-cas veces pueden extraerse enseñanzas universales: de las muchas cir-cunstancias que la empujaron a hablar de los indios, sólo llegó a exponerdos defectos generalizados: el alcoholismo y la indolencia, con todas susconsecuencias (véase supra).

Lo mismo se advierte en otros de sus comentarios sobre su entornosocial: no se detiene en analizar las causas de la situación política delpaís, incluso muchos de los sucesos más importantes que acaecieron enaquellos años quedan olvidados en la pluma de Frances. Le interesan laspersonas, y su intuición femenina la lleva a juzgar a todos a cuantos co-noce. Sin embargo, a pesar de la aparente superficialidad de sus puntos devista, sus observaciones eran tan certeras que Life in Mexico fue usadocomo guía por los oficiales del ejército estadounidense, incluido el gene-ral Scott, durante la guerra de 1847.162

A diferencia de los escritos que nos dejaron otras viajeras, las cartasde la señora Calderón no responden a una intencionalidad científica,163 nisiquiera cuando contestaba preguntas concretas de su familia: cuando

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160 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation, London-NewYork, Routledge, 1997, p. 171.

161 Cfr. ibidem, p. 160.162 Cfr. Baerlein, Henry, ‘‘Introduction’’, p. xiv.163 Cfr. Pratt, Mary Louise, Imperial Eyes, p. 161.

abundó en detalles del pasado prehispánico de los indios, sus fuentes fue-ron orales, o echó mano de publicaciones populares de la época.

Pesaron también en sus reflexiones su mentalidad anglosajona y suespiritualidad episcopaliana, aunque no tanto como para que le impidie-ran valorar en su justa medida algunas manifestaciones del modo de serde los indígenas y de los mexicanos en general. Como todos los visitantesque llegaron a nuestro país en el siglo pasado, se valió de los comentariosy de las investigaciones de Humboldt como una de las principales fuentesde conocimiento de México.

La naturaleza de su estancia en México, que podríamos calificar de‘‘inmóvil’’, contribuyó a que Frances se detuviera en detalles mínimos delpaís que otros viajeros obviaron en beneficio de una visión más panorá-mica del país, fruto de la investigación empírica. Este mismo motivo deresidencia y la dignidad que representaba impidieron que pudiera em-prender recorridos largos por el interior de la República, por lo que susobservaciones de la vida en México debieron reducirse espacialmente.

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CAPÍTULO SÉPTIMO

JOHN LLOYD STEPHENS. LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDADMEXICANA EN SU OBRA

Julio Alfonso PÉREZ LUNA*

La sensación que causamos no es diversa a laque producen los orientales. También ellos,chinos, indostanos o árabes, son herméticos eindescifrables. También ellos arrastran en an-drajos un pasado todavía vivo. Hay un miste-rio mexicano como hay un misterio amarillo yuno negro. El contenido concreto de esas re-presentaciones depende de cada espectador.

Octavio PAZ

SUMARIO: I. ¿Quién es nuestro autor? II. La obra: libros yaspectos editoriales. III. El indio en la obra de Stephens.

I. ¿QUIÉN ES NUESTRO AUTOR?

1. La persona

El nombre de John Lloyd Stephens ha quedado registrado en los analesde la arqueología mexicana como uno de los precursores de esta ciencia.Abogado norteamericano, viajero incansable y con una gran afición ar-queológica inducida por las noticias y lecturas sobre las antiguas cultu-ras,1 tanto orientales como americanas, fue movido, a la manera de unSchliemann occidental, a explorar la zona maya de Centroamérica y Mé-

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* Dirección de Lingüística, Instituto Nacional de Antropología e Historia.1 Victor Wolfgang von Hagen lo describió como ‘‘lawyer by profession, traveler by inclina-

tion, and archaeologist by choice’’ (introducción a Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Yuca-tán, Oklahoma, University of Oklahoma Press, 1962, vol. I, p. vii).

xico. Nos legó una obra minuciosa que acompañó de un valioso aparatoilustrativo realizado por su inseparable asistente Frederick Catherwood,testimonio fidedigno de las ruinas arqueológicas visitadas.

John Lloyd Stephens nació el 28 de noviembre de 1805 en Shrews-bury, localidad perteneciente al estado de Nueva Jersey. Sin mucho con-vencimiento estudió la carrera de abogado, y se graduó en 1827; sin em-bargo, abandonó esta profesión para dedicarse, primero, a la actividadpolítica dentro del partido demócrata de su país y, después, a su aficiónviajera. En 1835, una afección de garganta le proporcionó la ocasión-pre-texto para realizar un viaje que abarcó Europa, Egipto y Oriente; sus ex-periencias quedaron registradas en las obras Incidents of Travel in ArabiaPetrea, publicada por vez primera en 1837, e Incidents of Travel in Gree-ce, Turkey, Russia and Poland, publicada en 1838.

Cautivado por las noticias que le habían llegado sobre las ruinas deantiguas culturas americanas, y con ocasión de una misión diplomáticaencargada por el gobierno de su país, emprendió un primer viaje a Améri-ca Central y México en 1839, acompañado de su habitual asistente de ex-pediciones, el dibujante inglés Frederick Catherwood. En Centroaméricavisitó Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala; en México, Chia-pas, Campeche y Yucatán. El resultado de sus observaciones fue la publi-cación de la obra Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yu-catan, en 1841. Al poco tiempo de su llegada a Yucatán, una inesperadaenfermedad de Catherwood los obligó a embarcarse el 24 de junio de1840 hacia Estados Unidos, y a dejar para un viaje posterior la explora-ción de las ruinas de Yucatán, realizada al siguiente año: ‘‘in about a yearwe found ourselves in a condition to do so; and on Monday, the ninth ofOctober, we put to sea on board the bark Tennessee, Scholefield master,for Sisal, the port from which we had sailed on our return to the UnitedStates’’.2

Este segundo viaje fue registrado en la obra Incidents of Travel inYucatán, editada en 1843, que ----de acuerdo con Wolfgang von Hagen----tuvo más demanda que los anteriores libros.3 De regreso en su país, Step-hens realizó actividades y viajes de carácter muy distinto a los que hasta

196 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA

2 ‘‘Cerca de un año después, hallámonos en aptitud de realizar nuestro proyecto, y el lunes 9de octubre de 1841 hicímonos a la vela en Nueva York, a bordo de la barca Tennessee’’ (Stephens,John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I, p. 3). La traducción al español se ha tomado de laque hizo Justo Sierra O’Reilly, cuyos datos editoriales se mencionan más adelante en el texto.

3 ‘‘Incidents of Travel in Yucatán was a more demanding book than the others’’ (ibidem, vol.I, p. xvii).

ese momento había efectuado. En 1847 ocupó el cargo de director de laOcean Steam Navigating Company, y, en 1848, el de vicepresidente. Pos-teriormente colaboró en la fundación de la Compañía del Ferrocarril dePanamá; enfermo, fue trasladado de este último país a Nueva York en1852, donde finalmente murió el 13 de octubre.

2. El viajero

La Independencia de nuestro país había llamado la atención del ámbitoextranjero sobre él, de manera que ----en palabras de Ortega y Medina----

se vio inmediatamente invadido por toda clase de viajeros; por toda lagama espectral de intereses y condiciones, de educación e instrucción. Tro-tamundos de toda laya, desde comerciantes honestos y bien intencionadoshasta aventureros audaces en busca de cualquier oportunidad legal o ilegalque les saliese al paso; también arribaron hombres curiosos, interesadospor las novedades que ofrecía el nuevo país, así como jóvenes diplomáti-cos, los más, ya oficiales u oficiosos, que buscaban establecer en nombrede su país relaciones con nuestro México, en competencia incluso agria ycelosa entre ellos con vista a obtener para su patria el trato de nación másfavorecida con exclusión de cualquier otra.4

Stephens pertenece al grupo de viajeros que, como Désiré de Charnayy Le Plongeon, llegaron a México atraídos por la fascinación que sobreellos ejercían las noticias de las antiguas culturas americanas.

A través de su obra, nuestro autor se revela como un hombre de ac-ción, siempre dispuesto a lograr los objetivos que se propone: en el casode su viaje por México, vencer las dificultades ----naturales y humanas----que amenazaban la expedición a las ruinas de Chiapas y Yucatán. Sus an-teriores experiencias itinerantes le habían provisto de un agudo sentidopráctico para la solución de problemas, el cual supo aprovechar, debido asu condición de extranjero en misión diplomática confidencial y a la ven-tajosa posición económica de que gozaba.5

LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 197

4 Ortega y Medina, Juan A., Zaguán abierto al México republicano (1820-1830), México,UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1987, pp. 3-4.

5 En repetidas ocasiones, Stephens supera las eventualidades oficiales por medio de los recur-sos a su alcance, como el carácter diplomático de la misión otorgada por el presidente Van Buren, dela cual escribía, a propósito de la obtención de un pasaporte local para transitar libremente por territo-rio mexicano: ‘‘I recommend all who wish to travel to get an appointment from Washington’’ (véaseStephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Central America, Chiapas, & Yucatan, New Brunswick,Rutgers University Press, 1949, vol. II, p. 210).

Como escritor, John Stephens es un cuidadoso registrador del tiempoy de las actividades llevadas a cabo a lo largo de sus viajes; la lectura desus relatos nos da la cuenta no sólo de los días empleados durante las di-ferentes etapas de su viaje, sino también la de las horas invertidas en tras-ladarse de un lugar a otro, intercaladas con descripciones pormenorizadasde paisajes, ruinas, hombres y situaciones, salpicadas en muchas ocasio-nes de una peculiar ironía, mezcla de aceptación y censura de aquello quele resultaba extraño o desagradable, lo que no le impidió integrarse en lastertulias y fiestas populares, de las que tanto gozó. Los juicios que emiteintentan ser, la mayor parte de las veces, serenos y razonados; no obstantehay una clara filiación del tipo de sociedad y clase de la que proviene.

En efecto, Stephens es un hombre de su tiempo. El mundo que cono-ce y en el que se formó es el de la revolución industrial, con su marcadadiferenciación económica y social en los estratos del pueblo. La impor-tancia del dinero y su acumulación perfila la aparición y consolidacióndel sistema capitalista. Todo tiene un valor monetario y todo se vuelveobjeto de consumo.

En su trabajo, Stephens se manifiesta como un digno representante detal esquema: tal vez encontramos la mejor evidencia de ello no en los tra-tos monetarios para conseguir indígenas de carga o alimentos de consumoinmediato, sino en su vehemente propósito de comprar todo el territorioen el que se asientan las ruinas de Palenque, consciente de la riqueza cul-tural que dichos vestigios representaban, y a sabiendas de que no existíanen México las condiciones para su conservación y estudio.

Todo tiene un precio y México no constituye una excepción: antesbien, una disposición del gobierno facilita su propósito, pues autorizabala venta de ‘‘toda la tierra de la vecindad que se encontrase bajo ciertoslímites’’, e ‘‘incluía el terreno ocupado por la ciudad en ruinas’’.6 Paralograr su propósito y para vencer los obstáculos legales que impedían laadquisición de tierras a un extranjero, Stephens no dudó en la posibilidadde allegarse de algún recurso no muy bien avenido, como lo acredita elsiguiente testimonio, un tanto burlón, pero que manifiesta en el fondo suinquietud por vencer esta dificultad:

the case was embarrassing and complicated. Society in Palenque wassmall; the oldest young lady was not more than fourteen, and the prettiest

198 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA

6 ‘‘All land in the vicinity lying within certain limits... Upon inquiry I learned that this order,in its terms, embraced the ground occupied by the ruined city’’: ibidem, vol. II, p. 308.

woman, who already had contributed most to our happiness (she made ourcigars), was already married. The house containing the two tablets belon-ged to a widow lady and a single sister, good-looking, amiable, and bothabout forty. The house was one of the neatest in the place. I always liked tovisit it, and had before thought that, if passing a year at the ruins, it wouldbe delightful to have this house in the village for recreation and occasionalvisits. With either of these ladies would come possession of the house andthe stone tablets; but the difficulty was that there were two of them, bothequally interesting and equally interested... There was an alternative, andthat was to purchase in the name of some other person, but I did not knowof anyone I could trust.7

3. El diplomático

Hemos apuntado anteriormente que John Stephens realizó ambos via-jes investido como diplomático en misión especial. Pero no hemos aclara-do el objeto de dicho encargo. De acuerdo con las cartas reproducidas porRafael Heliodoro Valle, se desprende que el gobierno de Estados Unidosde Norteamérica habría realizado con el gobierno general de Centroamé-rica un convenio de ‘‘paz, amistad, comercio y navegación’’, firmado enla ciudad de Guatemala el día 14 de julio de 1839. Sin embargo, debido a lainestabilidad política que imperaba en esos momentos en las nacionescentroamericanas, dicho convenio no pudo ser ratificado, razón por lacual Estados Unidos decidió suspender su legación diplomática. En unacarta fechada el 13 de agosto de 1839, el secretario de Estado interino,Aaron Vail, escribe a Stephens:

sin embargo, tomando en consideración que, en cierta medida, va en au-mento la falta de reciprocidad por parte del gobierno de Centro América,excepto por algunos períodos muy cortos, para corresponder a la cortesía

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7 ‘‘El caso se presentaba embarazoso y complicado. La sociedad en Palenque era reducida; laseñorita de mayor edad no tenía más de catorce años, y la más linda mujer, que había contribuido ensumo grado a nuestra felicidad (ella hacía nuestros puros), ya era casada. La casa era una de las máslimpias en el lugar. A mí siempre me gustó visitarla, y ya antes había pensado en que si pasara un añoen las ruinas, sería delicioso poseer esta casa en el pueblo para recreo y visitas de ocasión. Con cual-quiera de estas damas tomaría posesión de la casa y de las dos estelas de piedra; pero la dificultadconsistía en que ellas eran dos, ambas igualmente interesadas... Había una alternativa, y ésa era com-prar bajo el nombre de alguna otra persona; pero yo no conocía a ninguno en quien poder confiar’’:ibidem, vol. II, p. 309. Me he servido de la traducción española de Juan C. Lemus, que se utilizó paraIncidentes de viaje en Chiapas, Gobierno del Estado de Chiapas, 1988, y para la reimpresión que hizola casa Miguel Ángel Porrúa un año después: cfr. infra: II., 1.

de los EE. UU.; y principalmente la situación desorganizada del país, enconsecuencia de lo cual las ventajas que se esperaba del posible intercam-bio contemplado de las relaciones diplomáticas han quedado neutralizadasen grado superlativo, el Presidente ha decidido que ningún beneficio prácti-co se puede lograr continuando nuestra misión en Guatemala. Por consi-guiente, cuando a Mr. De Witt, nuestro último Encargado de Negocios allí,se le concedió una licencia temporal con el propósito de visitar los EE.UU., se le dio órdenes de regresar a la expiración de la licencia, con elpropósito de concluir los asuntos de la Legación, de informar al gobiernode Centro América la determinación del Presidente de retirar la misión has-ta que su restablecimiento pudiera hacerse ventajosamente y despedirse fi-nalmente de ese gobierno. El fallecimiento de Mr. De Witt poco despuésde su llegada a los EE. UU. impidió que se ejecutaran estas instrucciones yahora es esta diligencia la que el Presidente desea confiar a sus cuidados.8

El presidente Van Buren, preocupado por esta situación, asimismoencomendó a Stephens la misión de ‘‘tomar posesión de los sellos, docu-mentos, libros y otras propiedades públicas que pertenezcan a la Lega-ción’’,9 así como la de tratar de persuadir al gobierno general de Centro-américa sobre la conveniencia de ratificar el convenio arriba aludido.

Por otra parte, y al margen del testimonio anterior, es importante men-cionar que durante estos años había sido una preocupación constante paraEstados Unidos la realización de un canal que comunicara el Océano Pa-cífico con el Atlántico, con el fin de acortar y agilizar las comunicacionesentre ambos extremos. En carta fechada en Guatemala el 6 de abril de1840, Stephens comunica sobre este particular al secretario de Estado,John Forsyt, lo siguiente, evidenciando, así, otro aspecto de su misiónconfidencial:

ayer vi un artículo en un periódico de Nueva York que se refería a unapetición hecha al Congreso para enviar un agente especial y un grupo deinspección que examine la ruta del canal entre el Atlántico y el Pacífico através del lago de Nicaragua y el río San Juan. Me tomo la libertad de decirque he visitado Nicaragua, principalmente con el propósito de conseguirinformaciones sobre aquel tema... Emplearé dos o tres días para hacer uninforme en que pueda hacer justicia a Mr. Bailes, pero en el momento ac-

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8 Valle, Rafael Heliodoro, ‘‘John Lloyd Stephens y su libro extraordinario’’, Revista de Histo-ria de América, México, 1948, p. 407.

9 Ibidem, p. 408.

tual no tengo tiempo, y espero que al regresar a EE. UU., podré presentar alDepartamento una copia de su completa inspección ----incluyendo aquelladel río Tipitapa y del Lago Managua.10

II. LA OBRA: LIBROS Y ASPECTOS EDITORIALES

1. Ediciones

Incidents of Travel in Central America, Chiapas and Yucatan fue unverdadero éxito editorial de su tiempo. Lo prueban las continuas edicio-nes y reimpresiones de la obra realizadas durante el siglo XIX, que nosmanifiestan, además, un amplio público, ávido de novedades sobre el an-tiguo mundo americano.

La edición princeps fue publicada en 1841 por la casa Harper &Brothers, tan sólo un año después del viaje, y ya existía una edición enespañol cuando Stephens realizó su segundo viaje a Yucatán:

our former visit was not forgotten. The account of it had been traslated andpublished, and, as soon as the object of our return was known, every faci-lity was given us, and all our trunks, boxes, and multifarious luggage werepassed without examination by the custom-house officers.11

El mismo año, John Murray publicó la obra en Londres. En 1842,ambas casas editoras volvieron, cada una, a realizar una nueva impresiónde ella. Tiempo después, en 1852 ----año de la muerte de Stephens----, Har-per & Brothers publicó nuevamente Incidents of Travel in Central Ameri-ca, Chiapas and Yucatan y, de acuerdo con los datos asentados en el Ma-nual del librero hispanoamericano de Palau y Dulcet,12 se registrabaentonces la ‘‘Twelfth Edition’’, y se repetía la impresión en 1854. En este

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10 Ibidem, pp. 411-412.11 ‘‘Nuestra primera visita no se había olvidado. La relación que de ella hicimos, se había tradu-

cido y publicado, y tan pronto como se conoció el objeto de nuestra vuelta, todas las dificultades nosfueron allanadas: nuestros baúles, cajas y demás bultos de equipaje pasaron por la aduana sin regis-tro’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I, p. 6). En efecto, en 1841 El MuseoYucateco había publicado la parte relativa a Yucatán, en traducción de Justo Sierra O’Reilly (cfr.Valle, Rafael Heliodoro, ‘‘John Lloyd Stephens y su libro extraordinario’’, p. 394; así como Palacios,Enrique Juan, ‘‘Cien años después de Stephens’’, en Los Mayas antiguos, México, El Colegio deMéxico, 1941, p. 276).

12 Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano, Barcelona-Oxford, A. Palau y Dul-cet-The Dolphin Book Co. Ltd., 1970, t. XXII, p. 158.

mismo año, en Londres, se publicó esta obra a instancias y con adicionesde Frederick Catherwood, bajo el sello de la casa Arthur Hall, Virtue &Co. Posteriormente se imprimió en Nueva York en 1855 y 1867 (Harper& Brothers).

Por su parte, la edición princeps de Incidents of Travel in Yucatanapareció en 1843 a cargo de la casa Harper & Brothers; John Murray pu-blicó también esta obra en el mismo año. Posteriormente Harper & Brothersla reimprimió en 1848. De acuerdo con la información de Palau y Dulcet,durante el siglo XIX encontramos el registro de otras cuatro edicionesneoyorkinas: 1858, 1860, 1867 y 1868.

La traducción de esta obra a lengua española que hizo Justo SierraO’Reilly se publicó en dos volúmenes en la ciudad de Campeche, en1848 y 1850, bajo el título de Viage á Yucatan, á fines de 1841 y princi-pios de 1842. Consideraciones sobre los usos, costumbres y vida socialde este pueblo, y examen y descripcion de las vastas ruinas de ciudadesamericanas que en él existen..., que incluía como apéndice la traducciónde la parte relativa a Yucatán de la primera obra de Stephens sobre Amé-rica Central y México, realizada en 1841. En 1921, en Costa Rica, se edi-tó la obra Viajes por la América Central, 1841. Una segunda edición de latraducción de Justo Sierra fue publicada en México por la Secretaría deEducación Nacional (Imprenta del Museo Nacional de Arqueología, His-toria y Etnografía) entre 1937 y 1938. Recientemente, en 1984, la Edito-rial Dante, publicó en la ciudad de Mérida Viajes a Yucatán; en 1989,bajo el título de Viaje a Yucatán, Juan Luis Bonor realizó la edición de laobra traducida por Justo Sierra, publicada en Madrid bajo el sello de la casaHistoria 16.

Por lo que toca a Incidentes de viaje en Centro América, Chiapas yYucatán, una edición fue impresa en la ciudad de Quezaltenango, Guate-mala, por la Tipografía El Noticiero Evangélico, entre 1939 y 1940. Asi-mismo, en 1988 el gobierno del estado de Chiapas publicó la parte corres-pondiente a Chiapas, bajo el título Incidentes de viaje en Chiapas, traducidapor Juan C. Lemus, a partir de la edición neoyorkina de John Murray, de1842. En 1989, la casa Miguel Ángel Porrúa la reimprimió.

2. Fuentes de su obra

El ánimo y curiosidad viajeros de Stephens fueron movidos por di-versos relatos sobre las ruinas de antiguas culturas americanas, como el

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del neoyorkino Noah O. Platt, quien visitó las ruinas de Palenque, Chia-pas, y del que expresó el siguiente testimonio: ‘‘his account of them hadgiven me a strong desire to visit them long before the opportunity ofdoing so presented itself’’.13

Sin embargo, fueron diversos los autores antiguos ----y no tan anti-guos---- a los que se refiere con frecuencia y a partir de los cuales guió suexpedición. Entre ellos se cuentan Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé delas Casas y William H. Prescott. Pero, de manera muy particular, mencio-na las cuatro fuentes que se relacionan a continuación.

Para la región de Chiapas, cita particularmente el informe del capitánAntonio del Río, quien, por mandato real, exploró la zona de Chiapas en1787; la relación de su expedición se publicó por vez primera en 1822,en Londres, bajo el título de Description of the ruins of an ancient citydiscoveren near Palenque. Asimismo, la obra Antiquités Mexicaines, querelata la expedición que, ordenada por Carlos IV, realizó el capitán Gui-llermo Dupaix en esta misma área durante los años 1805, 1806 y 1807, ycuya publicación se hizo en París, en los años 1834 y 1835, testimoniadapor nuestro autor en los siguientes términos: ‘‘at Ococingo we were onthe line of travel of Captain Dupaix, whose great work on Mexican an-tiquities, published in Paris in 1834-5, awakened the attention of the lear-ned in Europe’’.14

En su obra sobre Yucatán, menciona de manera explícita a los autoresCogolludo y Herrera. Se refiere a fray Diego López de Cogolludo y suHistoria de Yucatán, escrita en el siglo XVII, y a Antonio Herrera y Tor-desillas y su obra Historia general de los hechos de los castellanos en lasislas y tierra firme del Mar Océano, publicada a principios de ese mismosiglo.

3. Objetivos de su obra

Si bien el interés principal de John Stephens fue el aspecto arqueoló-gico, como medio para descubrir los vestigios de las antiguas culturasaborígenes, su propósito explícito, al redactar su obra sobre Centroaméri-

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13 ‘‘Su relato sobre ellas me había provocado un gran deseo de visitarlas mucho antes de que sepresentara la oportunidad de hacerlo’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Central America,Chiapas, & Yucatan, vol. II, p. 244).

14 ‘‘En Ocosingo nos hallábamos sobre la línea de viaje del capitán Dupaix, cuya gran obrasobre antigüedades mexicanas, publicada en París en 1834 y 1835, despertó la atención de los sabiosde Europa’’ (ibidem, vol. II, p. 219).

ca y México, es descrito por el autor de la siguiente manera: ‘‘my objethas been, ...not to produce an illustrated work, but to present the dra-wings in such an inexpensive form as to place them within reach of thegreat mass of our reading community’’.15

Sin ser arqueólogo de profesión, a lo largo de su obra expone sus jui-cios con mucha prudencia y se cuida de presentar sus descripciones demanera llana y libre de prejuicios o interpretaciones aventuradas, lo queno quita que en ciertas ocasiones, arrobado por el ambiente enigmáticodel lugar, no discierna la frontera entre uno y otro límites y entregue elsentimiento a un sueño. Así, frente a una expresión como: ‘‘what lies bu-ried in that forest it is impossible to say of my own knowledge’’,16 llega acontraponer

the long, unbroken corridors in front of the palace were probably intendedfor lords and gentlemen in waiting; or perhaps, in that beautiful position,which, before the forest grew up, must have commanded an extended viewof a cultivated and inhabited plain, the king himself sat in it to receive thereports of his officers and to administer justice.17

No obstante, en el afán de llevar a término su objetivo, siempre se leencuentra en el cumplimiento de su faena cotidiana, mostrándose como elhombre de acción que es, siempre dispuesto a realizar aquello por lo quese ha comprometido consigo mismo:

as at Copan, it was my business to prepare the different objects for Mr.Catherwood to draw. Many of the stones had to be scrubbed and cleaned;and, as it was our object to have the utmost possible accuracy in our dra-wings, in many places scaffolds had to be erected on which to set up thecamera lucida.18

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15 ‘‘Mi propósito ha sido, no producir una obra ilustrada, sino presentar los dibujos en una for-ma barata que permitiera ponerlos al alcance de la gran masa de nuestra comunidad lectora’’ (ibidem,vol. II, p. 250).

16 ‘‘Qué es lo que yace oculto en esa selva, me es imposible decirlo a partir de mis propiosconocimientos’’ (ibidem, vol. II, p. 254).

17 ‘‘Los largos e ininterrumpidos corredores del frente del palacio estaban probablemente destina-dos a los señores y caballeros de servicio; o quizás, en esa hermosa ubicación, desde la cual, antes quecreciese la floresta, se ha de haber dominado una extensa vista de la cultivada y habitada planicie, el reymismo se sentaría allí a recibir los informes y a administrar justicia’’ (ibidem, vol. II, p. 262).

18 ‘‘Como en Copán, mi ocupación consistía en preparar los diferentes objetos para que los di-bujara el señor Catherwood. Muchas de las piedras tenían que ser restregadas y limpiadas; y como eranuestro propósito obtener la mayor exactitud posible en los dibujos, hubo que levantar andamios envarios lugares para poner encima de ellos la cámara lúcida’’ (ibidem, vol. II, p. 258).

III. EL INDIO EN LA OBRA DE STEPHENS

1. La situación de México

Los viajes de John L. Stephens por el territorio mexicano transcurrenentre 1840 y 1842, un período particularmente difícil en la historia de laconformación de México como nación. A nivel interno, el país se debatíade manera violenta entre dos proyectos de nación independiente: el fede-ralista y el centralista. A nivel externo, entre 1838 y 1839, México habíatenido que reafirmar la autodeterminación de su soberanía a través de suprimera confrontación armada internacional con Francia. Una y otra si-tuaciones afectaron e hicieron participar a los diferentes sectores socialesy al conjunto de la nación mexicana.

En efecto, desde 1836 la facción centralista se impuso sobre la fede-ralista, canceló la Constitución de 1824 y la sustituyó por las Siete LeyesConstitucionales de 1836. Las contiendas que ambos bandos sostuvierondesde entonces abarcaron no sólo el campo ideológico y el de los mediosimpresos, sino también el de las armas. Así, entre 1837 y 1841 se suce-dieron ochenta y cuatro pronunciamientos federalistas en el territorio na-cional,19 de tal suerte que, en palabras de Cecilia Noriega:

es un hecho que el proceso de recuperación del control poder central sobrelas regiones se localiza en la segunda mitad del siglo XIX, pero también loes que el caos con que se nos presenta su primera mitad radica precisamen-te en esa pugna entre el centro y las regiones y que es lo que define y dacoherencia histórica a todo el siglo.20

Esta situación ciertamente se vio agravada cuando, en 1836, Texasdecidió pronunciarse en contra de la administración centralista y procla-mó su independencia: la guerra que se desencadenó mostró la incapaci-dad política y militar de México, y culminó con la segregación de aquelterritorio y con la invasión norteamericana de 1846-1847. Por su parte,Yucatán, que había mantenido ciertas distancias durante el proceso de suincorporación a México, entró en conflicto con el Estado mexicano, y de-

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19 Cfr. Noriega Elío, Cecilia, El Constituyente de 1842, México, UNAM, Instituto de Investiga-ciones Históricas, 1986, p. 18.

20 Ibidem, p. 42.

cidió separarse de él en nombre de sus convicciones federalistas, contralas que atentaba López de Santa Anna.21

Stephens mismo abandona el país precisamente en un momento decrisis para Yucatán (1842); Santa Anna había presentado un ultimatumcontra la entidad:

I was in the Senate chamber when the ultimatum of Santa Ana [sic] wasread... The condition of the state was pitiable in the extreme. It was a me-lancholy comment upon republican governement, and the most melancholyfeature was that this condition did not proceed from the ignorant and une-ducated masses. The Indians were all quiet and, though doomed to fightthe battles, knew nothing of the questions involved.22

Poco tiempo después, en 1848, este mismo estado se vio envuelto enla rebelión indígena denominada Guerra de Castas, extendida también aotros estados mexicanos, y que no era más que la manifestación violentade una serie de reclamos acumulados de las etnias no atendidos ----ni en-tendidos---- por las autoridades civiles.

Entretanto, en agosto de 1841, el general Mariano Paredes y Arrillagase rebeló contra el gobierno centralista con el Plan de Jalisco, movimientoque pronto se extendió a todo el país y contó con el apoyo de las elites mili-tar y comerciante. Esta ‘‘revolución’’ forzó la desaparición del muy criticadoSupremo Poder Conservador, y fijó los acuerdos para convocar un nuevoCongreso mediante las llamadas Bases de Tacubaya. Esa asamblea

debería constituir a la nación bajo un gobierno republicano que reuniera‘‘las ventajas del centralismo y del federalismo alejando los inconvenientesde uno y otro’’; debería permitir también que las juntas departamentalesejercieran la mayor parte de la soberanía de los departamentos atendiendosólo al bienestar y tranquilidad de todos ellos.23

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21 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘La independencia de México vivida en la periferia: el caso deYucatán’’, que se publicará en Ius Fugit (Zaragoza).

22 ‘‘Yo estaba en el Senado cuando se leyó el ultimátum de Santa Anna... La situación del Esta-do era en extremo lamentable; aquello era un triste comentario sobre el gobierno republicano, y sucarácter más melancólico era que esa situación no dimanaba de las masas ignorantes y sin educación.Los indios todos estaban tranquilos y aunque condenados a pelear en los campos de batalla, nadasabían en lo relativo a las cuestiones que envolvería esa lucha’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents ofTravel in Yucatán, vol. II, p. 301). Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indíge-nas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurí-dicas, 1998, pp. 327-328.

23 Noriega Elío, Cecilia, El Constituyente de 1842, p. 20.

De tal suerte, el presidente Bustamante se vio forzado a dimitir, y elgeneral Antonio López de Santa Anna asumió formalmente el cargo depresidente provisional de la República, el 9 de octubre de 1841. En juniode 1842 comenzó a sesionar el Congreso Constituyente y,

aunque el movimiento encabezado por Paredes Arrillaga estaba planteadoen términos de una ‘regeneración’ social, lo único que se obtuvo por ser loque realmente se buscaba fue un cambio de la situación y de los dirigentesde la política, que se legalizó al sancionar las Bases orgánicas. Con ello seliquidaban las aspiraciones de verdadera regeneración que se despertaronen la república con el movimiento de Jalisco en 1841.24

Respecto a las comunidades indígenas, sus miembros habían sido in-corporados ----desde la misma proclamación de Independencia de Méxi-co---- a un proyecto nacional, donde la sociedad en su conjunto participa-ba de una igualdad jurídica plena; sin embargo, la realidad apuntaba haciaotro lado. En efecto, son numerosos los autores que han señalado el agra-vamiento en las condiciones de vida de las diversas etnias, desde media-dos del siglo XIX:25 ello debido, sobre todo, a la equiparación formal quese quiso establecer para todos los componentes sociales, sin atender enabsoluto las características organizativas y culturales del sector indígena,y atentando, así, contra la propia supervivencia de dicho mundo.

El deterioro que experimentaron las comunidades indígenas dentro deeste nuevo esquema se hizo evidente desde los mismos inicios de la eraindependiente, pues si bien habían avanzado hacia un status legal iguali-tario, este reconocimiento no les deparaba ningún beneficio: antes bien,durante el régimen colonial habían gozado de una protección que, al me-nos, les garantizó un respeto hacia sus patrones de organización y tradi-ciones culturales.

Por lo que toca a la situación que guardaba en el plano internacional,México no la pasaba mejor. Las deudas que nuestro país había contraído

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24 Ibidem, pp. 175-176. 25 Por ejemplo, Ferrer Muñoz, Manuel, ‘‘El estado mexicano y los pueblos indios en el siglo

XIX’’, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, México, vol. X, 1998, pp. 315-333; Lagarde,Marcela, ‘‘El concepto histórico de indio. Algunos de sus cambios’’, Anales de antropología, México,vol. XI, 1974, pp. 215-224; Ledesma Uribe, José de Jesús, ‘‘Las comunidades rurales en México du-rante el siglo XIX’’, Revista de la Facultad de Derecho de México, México, t. XXVIII, núm. 110,mayo-agosto de 1978, pp. 415-440, y Powel, T.G., ‘‘Los liberales, el campesinado indígena y losproblemas agrarios durante la Reforma’’, Historia Mexicana, México, vol. XXI, núm. 4, abril-juniode 1972, pp. 653-675.

con otras naciones habían mantenido tensas las relaciones diplomáticas,particularmente con Estados Unidos, Inglaterra y Francia. En el caso deEstados Unidos, hay que agregar el reconocimiento y el apoyo brindado ala independencia de Texas. Sin embargo, el caso más difícil, por las con-secuencias internas y externas que produjo, fue la confrontación bélicacon Francia, a partir de una serie de reclamaciones pecuniarias que teníacomo trasfondo un interés particular de política económica.

México había suscrito unos convenios de comercio desventajosos conlas principales potencias europeas, en un intento por obtener el reconoci-miento jurídico como nación, del que carecía desde su Independencia. Enel caso de Francia, las relaciones comerciales no estaban basadas en unconvenio formal, sino que, ante la negativa de Francia para reconocer aMéxico como país independiente, se regularon a partir de las Declaracio-nes Provisionales de 1827. No obstante que las declaraciones no consti-tuían un instrumento ‘‘formal’’, como los convenios establecidos entrenaciones que se reconocían como tales, fueron objeto de controversia endiversos momentos, debido, sobre todo, a las reclamaciones de los france-ses que practicaban el comercio al menudeo.

Si bien México se había preocupado por lograr el reconocimientocomo nación en el concurso de los pueblos, en su interior no habían ter-minado de asentarse los ánimos e intereses partidistas que pugnaban entresí con el trasfondo de su herencia centenaria colonial: de suerte que, enpalabras de Faustino Aquino, ‘‘resulta interesante comprobar que el prin-cipal problema de México, la inexistencia de una nación moderna, y elabismo que existía entre la elite gobernante y la población gobernada,eran cosas que parecían evidentes a los ojos del extranjero’’.26

Así, debido a los constantes pronunciamientos armados de nuestropaís, reinaba un clima de inestabilidad e inseguridad para la población engeneral. Los extranjeros no fueron la excepción y se vieron afectados en susactividades, patrimonio y personas, de suerte que al solicitar el apoyo desus respectivos países, éstos no perdieron la oportunidad de obtener ga-nancias de este río revuelto.

Las reclamaciones oficiales siempre fueron espinosas y, en el caso deFrancia, sumamente difíciles, por la imposibilidad de llegar a un acuerdosobre las bases en que deberían entenderse y satisfacerse aquéllas, salva-

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26 Aquino Sánchez, Faustino A., Intervención Francesa 1838-1839. La diplomacia mexicana yel imperialismo del libre comercio, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1997,p. 164.

guardando el honor y soberanía de México, como nación deudora. Antelos ojos del mundo, México se mostraba como un país ‘‘bárbaro’’, inca-paz de coexistir con las naciones que respetaban y hacían valer el derechode ‘‘gentes’’, y protegían así los intereses de sus connacionales. El proble-ma se presentaba de tal forma que

en general, puede afirmarse que casi todas las reclamaciones eran productode la inestabilidad política, de la incapacidad del gobierno para hacer valersu autoridad en puntos recónditos de la República y de las graves deficien-cias del sistema judicial en la procuración de justicia, las cuales hacían queel abuso y la arbitrariedad fueran una nota común en la vida del Méxicoindependiente.27

No bastaron los esfuerzos de notables diplomáticos, como Luis G.Cuevas, Máximo Garro y Juan Nepomuceno Almonte, para hacer ver yvaler la justeza de los argumentos que México esgrimió frente a las recla-maciones francesas:28 ni mucho menos para presentar a México como unpaís consolidado sobre la base de la cohesión armónica y patriótica de lossectores sociales, políticos y productivos, y capaz de enfrentar con sufi-ciencia una eventual guerra con Francia. La imagen de México en el ex-tranjero no era, precisamente, la de una nación fuerte. Al respecto, resultailustrativo el desangelado comentario del primer ministro británico, lordPalmerston, quien, a final de cuentas, había tenido que intervenir comoárbitro en el conflicto franco-mexicano:

en México nos han robado nuestro dinero, nos han matado; y ni nos paganni nos hacen justicia; en el país de usted [Almonte] no se hace caso denada, y quién sabe si no sería mejor que los angloamericanos se posesiona-ran de él, a lo menos ellos nos hacen justicia y tenemos más garantías paranuestros súbditos.29

Y en realidad no podía haber sido de otra manera, pues, desgraciada-mente, las permanentes pugnas entre facciones ----que nunca cesaron, no

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27 Ibidem, p. 90. 28 Fundamentalmente las reclamaciones tenían una doble naturaleza: pecuniaria y de política

económica. Por una parte, Francia exigía el pago de 600,000 pesos como resarcimiento de las pérdi-das sufridas por sus connacionales en diversos disturbios. Por otra, exigía la realización de un tratadode libre comercio, en el que se formalizaran sus relaciones comerciales, salvaguardando el comercioal menudeo, aspecto de interés particular para ese país. Para una relación pormenorizada e interpreta-ción de las reclamaciones francesas, véase Aquino Sánchez, Faustino, Intervención Francesa 1838-1839, particularmente pp. 230-249 y 290-305.

29 Ibidem, p. 203.

obstante el riesgo de una guerra o invasión extranjera---- y la incapacidaddel régimen centralista de 1836 para mantenerse en el poder habían debi-litado al país de tal forma que era evidente, para propios y extraños, laruina general del Estado. La derrota bélica sufrida por México no vinomás que a confirmar la realidad que vivía.

2. Lo que Stephens percibe como ‘‘observador objetivo’’

A lo largo de sus relatos, Stephens se nos muestra como un agudoobservador de la sociedad mexicana. Al referirse a las personas, siemprenos deja con la clara idea del grupo al que pertenecen: blancos, mestizose ‘‘indios’’. Asimismo, se ha ocupado de estudiar y tratar de entender lasituación política que prevalece dentro del país, y sabe que ha llegado a élen un momento de continuas ‘‘revoluciones’’, nombre con el que designaa los diferentes movimientos insurrectos.

La visión del indígena que Stephens plasma en su obra es, sin duda,coincidente con las ideas que sobre los aborígenes americanos prevalecie-ron durante los inicios del siglo XIX, y que habían sido acuñadas duranteel período ilustrado, en obras como la enciclopédica Histoire naturelle,de Buffon; la Histoire philosophique et politique des établissements et ducommerce des Européens dans les deux Indes, de Raynal; la History ofAmerica, de Robertson; el Diccionario geográfico-histórico de las IndiasOccidentales ó América, de Antonio de Alcedo, y el Diccionario Geo-gráfico Universal de Malte-Brun, obras que, sin duda, Stephens debió deconocer.30

Para Juan Luis Bonor, ‘‘no cabe la menor duda de que el concepto deindio existente en aquellos momentos se hallaba condicionado por lasfantásticas teorías que, sobre el poblamiento de América, se habían verti-do desde siglos atrás’’:31 teorías que, si bien habían sido matizadas a lolargo de los tres siglos de dominación española, apuntaban en definitivahacia una desvaloración del indio como hombre, y lo sumían en una sub-categoría que lo marginaba del mundo civilizado y de sus beneficios.32

Así, pues, encontramos en la obra de Stephens una serie de elementos que

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30 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 87-100.

31 Bonor, Juan Luis, ‘‘Introducción’’ a Stephens, John Lloyd, Viaje a Yucatán, trad. de JustoSierra O’Reilly, Madrid, Historia 16, 1989, p. 16.

32 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 37-47.

presagian y preparan el futuro inmediato del elemento indígena (que sedesarrollará sobre todo durante la segunda mitad del siglo XIX).

Nuestro autor tiene plena conciencia de que los indígenas son parteintegrante de una nación que lucha por determinarse, y que comparten lamisma igualdad y libertad de los otros sectores sociales; en cierto mo-mento afirmará rotundamente: ‘‘in fact, except as regards certain obliga-tions which they owed, the Indians were their own masters’’.33

Sin embargo, sin comprometer este parecer, asienta que la situacióndel indígena siempre dependerá de su patrón. Desgraciadamente dicha re-lación se nos presenta no como la de patrón-trabajador, sino como la de‘‘amo-esclavo’’:

at no time since my arrival in the country had I been so struck with thepeculiar constitution of things in Yucatán. Originally portioned out as slaves,the Indians remain as servants. Veneration for masters is the first lessonthey learn.34

Sumisión que, desde la Conquista, había marcado el destino de losindígenas y que ahora, en la vida independiente de una nación que lucha-ba por conformarse, se continuaba en peores condiciones:

under the corridor was an old Indian leaning against a pillar, with hisarms folded across his breast, and before him a row of little Indian girls,all, too, with arms folded, to whom he was teaching the formal part of thechurch service, giving out a few words, which they all repeated after him.As we entered the corridor, he came up to us, bowed, and kissed ourhands, and all the little girls did the same...35

...

...After this we heard music of a different kind. It was the lash on theback of an Indian. Looking out into the corridor, we saw the poor fellow onhis knees on the pavement, with his arms clasped around the legs of another

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33 ‘‘En efecto, exceptuando lo relativo a ciertas obligaciones que los indios tienen, ellos sondueños absolutos de sí mismos’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I,p. 105).

34 ‘‘Desde mi llegada al país, no me había llamado tanto la atención la peculiar constitución delas cosas en Yucatán. Distribuidos originariamente los indios como esclavos, habían quedado despuéscomo sirvientes. La veneración a sus amos es la primera lección que reciben’’ (ibidem, vol. I, p. 136).

35 ‘‘Bajo el corredor, y arrimado a un pilar estaba un indio viejo con sus brazos cruzados ense-ñando la doctrina a una línea de muchachitas indias, formadas delante de él, igualmente con los bra-zos cruzados, y que repetían las pocas palabras que iba profiriendo el maestro. Al entrar nosotros enel corredor, tanto el viejo como las muchachitas se nos acercaron haciendo una reverencia y besándo-nos las manos’’ (ibidem, vol. I, p. 155).

Indian, so as to present his back fair to the lash. At every blow he rose onone knee, and sent forth a piercing cry. He seemed struggling to restrain it,but it burst from him in spite of all his efforts. His whole bearing showedthe subdued character of the present Indians, and with the last stripe theexpression of his face seemed that of thankfulness for not getting more.Without uttering a word, he crept to the mayordomo, took his hand, kissedit, and walked away. No sense of degradation crossed his mind.36

Durante la lectura de los Viajes en Yucatán, es frecuente encontrar lamención de grandes extensiones de tierra que están en posesión de unsolo dueño, como la hacienda de don Simón Peón, que contenía las ruinasde Uxmal, o la de don José María Meneses, con las ruinas de Mayapán.Ciertamente muchos indígenas se habían visto en la necesidad de abando-nar sus comunidades para trabajar en las grandes haciendas, como la deXcanchakán que, según el testimonio de Stephens, contaba cerca de sete-cientos habitantes, la mayoría indígenas; o la más extraordinaria de Va-yalquex, de la que nuestro autor refiere que: ‘‘it had fifteen hundred In-dian tenants bound to the master by a sort of feudal tenure. As the friendsof the master, we were made to feel the whole was ours’’.37

Haciendas que, en sus características, no pasaron inadvertidas a lapluma de Stephens, a pesar de la supuesta igualdad y libertad logradaspor el movimiento de Independencia, y que preludiarán las grandes exten-siones de tierra concentradas en los terratenientes de la segunda mitad delsiglo XIX y principios del XX:

by the Act of Independence, the Indians of Mexico, as well as the whitepopulation, became free. No man can buy and sell another, whatever maybe the color of his skin; but as the Indians are poor, thriftless, and improvi-dent, and never look beyond the immediate hour, they are obliged to attach

212 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA

36 ‘‘Después escuchamos una música de otra especie; y era la del látigo en las espaldas de unindio. Al dirigir nuestras miradas al corredor, vimos a aquel infeliz arrodillado en el suelo y abrazadode las piernas de otro indio, exponiendo así sus espaldas al azote. A cada golpe levantábase sobre unarodilla lanzando un grito lastimoso y que, al parecer, se le escapaba a pesar de sus esfuerzos porreprimirlo. Aquel espectáculo mostraba el carácter sometido de los indios actuales; y al recibir elúltimo latigazo manifestó el paciente cierta expresión de gratitud porque no se le daban más azotes.Sin decir una sola palabra acercóse al mayordomo, tomóle la mano, besóla y se marchó, sin que elsentimiento alguna de degradación se presentase a su espíritu’’ (ibidem, vol. I, p. 95). Cfr. FerrerMuñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el sigloXIX, pp. 263-265.

37 ‘‘Tenía mil quinientos indios residentes, ligados al patrón por una especie de feudal tenencia.Como amigos del amo y acompañados por un sirviente de la familia, todo estaba a nuestra disposición’’(Stephens, John Lloyd, Incidents of travel in Central America, Chiapas, & Yucatan, vol. II, p. 342).

themselves to some hacienda which can supply their wants; and, in returnfor the privilege of using the water, they come under certain obligations ofservice to the master, which place him in a lordly position. This state of things,growing out of the natural condition of the country, exists, I believe, now-here in Spanish America except in Yucatán.38

Para nuestro autor, tal manera de coexistencia era, si no la deseable,sí normal en una sociedad como la yucateca:

and these masters the descenants of the terrible conquerors, in centuries ofuninterrupted peace have lost all the fierceness of their ancestors. Gentle,and averse to labor themselves, they impose no heavy burdens upon theIndians, but understand and humor their ways, and the two races move onharmonously together, with nothing to apprehend from each other, forminga simple, primitive, and almost patriarchal state of society.39

¿Pero, en sentido estricto, se puede hablar de armonía? Ciertamenteque lo que se presenta a los ojos de Stephens es un ‘‘estado’’ determinadoen una relación de dependencia, que, sin embargo, no tardaría mucho enalterarse. Los movimientos de insurrección indígena tienen su origen yjustificación en todas las implicaciones derivadas de estas condiciones.

Otro factor que no pasó inadvertido a Stephens fue la gran cohesiónque la Iglesia y, más particularmente, las festividades religiosas repre-sentaban para las comunidades indígenas. Las celebraciones servían paraaglutinar a grandes masas de ‘‘indios’’ que acudían a la parroquia a cum-plir sus devociones ----seculares y espirituales----, y procuraban la ocasiónpara la convivencia con los otros sectores: el blanco y el mestizo.

LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 213

38 ‘‘En virtud del acta de independencia, los indios de México, lo mismo que la población blan-ca, quedaron libres. Ningún hombre puede comprar ni vender a otro, cualquiera que sea el color de supiel; mas como los indios son pobres, manirrotos y desprevenidos, y nunca miran más allá de la horapresente, se ven obligados a engancharse a alguna hacienda que pueda suplir sus necesidades; y, enrecompensa por el privilegio de usar el agua, se someten a ciertas obligaciones de servicio al patrón,que coloca a éste en una posición señoril; y este estado de cosas, nacido de la condición natural de laregión, no existe, yo creo, en ninguna parte de Hispano-América excepto en Yucatán’’ (ibidem, vol.II, p. 343). Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 173 y 445-462.

39 ‘‘Y esos amos, descendientes de aquellos terribles conquistadores, después de tres siglos deuna paz constante, han perdido toda la fiereza de sus antepasados. Dóciles y apacibles, enemigos deltrabajo, no imponen ciertamente cargas pesadas sobre los indios; y comprenden y contemporizan consus constumbres; y de esta suerte, las dos razas caminan juntas en armonía, sin temerse una y otra,formando una simple, primitiva y casi patriarcal sociedad’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of travelin Yucatán, vol. I, p. 136).

A través de los ejemplos anteriores he querido señalar algunos de laselementos que, desde mi perspectiva, Stephens plasma con más realismo,y nos revelan con precisión un conjunto de condiciones que serán deter-minantes para el destino de las comunidades indígenas; a saber:

a) La igualdad jurídica de los ciudadanos que constituían la sociedadmexicana representó para el indígena un dilema difícil de afrontar: la per-tenencia a una nación, México, en la que el mundo indígena parecía di-luirse en formas y estructuras ajenas a su tradición cultural, o la preserva-ción de esta tradición a costa de violentar la nueva realidad y ordenconstitucional. La coexistencia pacífica de los diversos sectores que retra-ta Stephens en su obra nos revelan un ‘‘extrañamiento’’ hacia su peculiar‘‘forma de ser’’, que conlleva, de manera natural, su no-incorporación.

b) La concentración masiva de indígenas propiciada por las grandeshaciendas trajo consigo el desapego natural de sus comunidades origina-les y de sus estructuras propias de organización: entre ellas, la tenenciacomunal de la tierra, cuya amenazada pervivencia debe relacionarse conla aparición de grandes latifundios.

c) Para el indígena, la separación de la tierra representó también undesarraigo ‘‘cultural’’, que ciertamente lo alejó de sus tradiciones y valo-res, es decir, del entorno cultural que poseía como grupo o comunidad.Así, pues, marginado no sólo por su condición de ‘‘indio’’, sino por laignorancia y miseria en que se debatía, pudo atisbar los designios de des-trucción que se cernían sobre él: su dignidad de ‘‘igual’’ o de ser racionalsiempre estuvo supeditada al destino que se le quiso imponer. Al respec-to, es pertinente traer a la memoria las palabras de Alfonso Caso cuando,al intentar definir al ‘‘indio’’, establece, entre otras características, la másimportante a su parecer:

es indio todo individuo que se siente pertenecer a una comunidad indígena...desgraciadamente, cuando se trata de un grupo social considerado infe-rior, el individuo oculta su conciencia de grupo al relacionarse con extran-jeros al mismo, y por esto aunque es el rasgo definitivo, es el más difícil deinvestigar.40

214 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA

40 Alfonso Caso establece cuatro elementos que, a su juicio, son relevantes para lograr una defi-nición del indio; ellos son: a) los caracteres somáticos propios de un individuo indígena; b) los carac-teres culturales propios de un individuo o grupo; c) el elemento lingüístico característico de un grupodeterminado; y d) el elemento psicológico, que se refiere al sentimiento y conciencia de pertenecer auna determinada comunidad indígena. Cfr. Caso, Alfonso, ‘‘Definición del Indio y lo Indio’’, Améri-ca indígena, México, vol. VIII, núm. 4, 1948, pp. 243-244.

d) Finalmente, la religiosidad de las comunidades indígenas constitu-yó y constituye el elemento más íntimo de su expresión cultural: durantela colonia primero, y a lo largo del siglo XIX después, sus miembros fre-cuentemente refugiaron sus miserias bajo la tutela y rectoría de la institu-ción católica. Las demandas vinculadas a esas carencias se manifestaríancon el tiempo de una manera menos espiritual, preludiando la defensa delos pueblos indios en materia religiosa.

3. Las apreciaciones subjetivas

Tal vez nada mejor que las apreciaciones subjetivas para evidenciarla gran carga ético-psicológica con la que es advertida la realidad por unindividuo. En el caso de las obras que tratamos, son muchos y variadoslos comentarios personales que Stephens expresa sobre los indígenas. Demanera muy general, podemos decir que ante sus ojos el indígena, comopersona, es depositario de todas aquellas características de tipo negativoque, en un momento dado, justifican una condición de sometimiento. Así,ellos poseen ‘‘manos inseguras’’, incapaces de cuidar aquello que se lesconfía; son gente ‘‘sin carácter’’, y cuyo único interés para un viajero ex-tranjero son sus espaldas dispuestas para la carga o sus brazos prestospara satisfacer sus requerimientos; todos indios en estado salvaje, peroque en ciertas regiones son ‘‘más rústicos y salvajes’’; seres a quienes seatribuyen severos vicios, como la embriaguez, que se manifiestan ante lamirada del extraño como ‘‘viviendo casi tal como cuando los españolescayeron sobre ellos’’; indios que en algunas regiones son todavía nombra-dos como ‘‘los sin bautismo’’, en alusión al sacramento fundamental que losintegrará, paradójicamente, en la marginación incluyente; indios que ensu abyección reconocen la superioridad del hombre blanco, y que al os-tentar, por añadidura, algún cargo representativo, besan sus manos pararetirarse a descansar; indios que, acostumbrados a ‘‘llevar cargas desde laniñez’’, acompañan en procesión, al lado de las mulas, al hombre blanco:curioso desfile, que ‘‘habría sido un espectáculo en Broadway’’.41

No obstante todo ello, en ciertos momentos los indígenas ----y másparticularmente las indígenas---- logran suscitar la admiración de un ex-tranjero que, como Stephens, ha venido a hacer ‘‘las Indias’’ con la inten-

LOS INDÍGENAS Y LA SOCIEDAD MEXICANA 215

41 No deja de llamar la atención la asociación de esta imagen con Broadway: ‘‘our processionwould have been a spectacle on Broadway’’ (Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in CentralAmerica, Chiapas, & Yucatan, vol. II, p. 229).

ción de redescubrir no sólo las ruinas materiales, sino los vestigios vi-vientes de las grandes culturas antiguas de América. Si bien su convic-ción es que no existe ninguna relación entre los indios que él ve y los quehabitaron y construyeron los grandes edificios que tiene frente a su mira-da, existe más de una ocasión en que titubea y se pregunta: ‘‘could thesebe the descendants of that fierce people who had made such bloody resis-tance to the Spanish conquerors?’’42

Ciertamente bajo estas apreciaciones subjetivas de Stephens subyace,tanto entonces como ahora, una cuestión más dificil de dilucidar: ¿en quémedida, en la conciencia de los grupos sociales, se consideró el reconoci-miento ‘‘del otro’’, en cuanto ‘‘mismidad’’ o ‘‘ipseidad’’?; ¿en qué medidase integró la carga cultural de cada grupo a la noción de mexicanidad?Preguntas que aún hoy nos acicatean en la búsqueda de nuestro verdadero‘‘ser’’. ¿O acaso mexicanidad e indianidad, como conceptos, siempre seexcluyeron de manera absoluta? Tal vez todo se resuma en admitir quelas respuestas se hallan en un acto de conciencia aún no concluido.

216 JULIO ALFONSO PÉREZ LUNA

42 Stephens, John Lloyd, Incidents of Travel in Yucatán, vol. I, p. 136.

CAPÍTULO OCTAVO

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓNDEL INDIO DENTRO DEL CUADRO SOCIAL MEXICANO

José Enrique COVARRUBIAS*

SUMARIO: I. Un inconforme político emigrado a México. II. Losprincipales retos históricos de México, según Sartorius. III. Elindio, su carácter y sociabilidad, dentro del cuadro social me-

xicano.

I. UN INCONFORME POLÍTICO EMIGRADO A MÉXICO

Carl Christian Sartorius nació en Grundernhausen, en el estado alemán deHessen-Darmstadt, en 1796.1 Dos circunstancias marcan la historia de esteestado durante la primera mitad del siglo XIX, ambas con repercusiones enla vida de nuestro personaje. La primera es el pauperismo que asoló a buenaparte de la población campesina, tan abundante en esa zona. La segundaconsistió en la creciente emigración hacia el extranjero, entre otras razonespor esa extendida miseria campesina. Carl Christian emigró a México y lle-vó ahí la vida independiente e individualista que cada vez era más difícil ensu país natal, en su caso como hombre dedicado a la agricultura.

Hijo de un pastor protestante y criado por tanto en una clase mediamás o menos acomodada, Sartorius estudió derecho y filología en la uni-versidad de Giessen con el objeto de convertirse en docente. Las circuns-tancias, sin embargo, dictaron que no pudiera realizar esta meta. Carl

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* Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.1 Sobre la vida de Sartorius: Pferdekamp, Wilhelm, Auf Humboldts Spuren. Deutsche im jun-

gen México, München, Max Huber Verlag, 1958, pp. 153-172, así como Scharrer, Beatriz, La hacien-da ‘‘El Mirador’’. Historia de un emigrante, México, tesis de licenciatura en antropología social pre-sentada en la Universidad Autónoma de México, 1980, y Mentz de Boege, Brígida M. von, Méxicoen el siglo XIX visto por los alemanes, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982,pp. 59-62. En esta bibliografía se basa el apartado biográfico presente.

Christian se involucró en el movimiento de los jóvenes alemanes descon-tentos con la política conservadora impuesta por Metternich, tras el Congre-so de Viena, desde las altas instancias de la Confederación Germánica.Los orígenes más directos de esta protesta juvenil contra esa política estu-vieron en la invasión napoleónica, que alimentó una fuerte reacción na-cionalista en gran parte del territorio alemán. Inspirados en las ideas delescritor E. M. Arndt, muchos estudiantes y docentes alemanes se involu-craron en actividades de corte revolucionario, como los llamados ‘‘negrosde Giessen’’, la asociación a que perteneció Sartorius. Las ligas estudian-tiles llamadas Burschenschaften servían de embrión a este tipo de socie-dades, organizadoras de actos patrióticos como la Fiesta de Wartburg(1817), reunión multitudinaria en que se practicaron ejercicios gimnásti-cos y se entonaron himnos nacionalistas con reminiscencias históricas.Desde luego, estos jóvenes se interesaban ya por suscitar la unificaciónde los estados alemanes bajo un poder único, en concreto un directorio.2

Entre los amigos de Sartorius en estas andanzas políticas se encontrabaKarl Follenius, a quien se recuerda como uno de los principales líderesdel momento.

El régimen conservador y aristocratizante encabezado por Metternichen Viena no estuvo dispuesto a tolerar mucho las actividades de los ‘‘de-magogos’’, como se conocía a estos jóvenes politizados. Sartorius y Fo-llenius fueron acusados de haber promovido una insurrección campesinaen Hessen-Darmstadt, por lo que tuvieron que refugiarse en la clandesti-nidad. El asesinato del escritor August von Kotzebue fue también el deto-nante de una serie de medidas represivas por parte de Metternich. Frentea esto, los dos ‘‘negros’’ decidieron continuar su movimiento en ultramar.Follenius terminó en Estados Unidos como maestro en academias de jó-venes, sin gozar de ningún reconocimiento particular. Muy distinta fue lahistoria de Carl Christian Sartorius, quien como inmigrante en México seconvirtió en una de las figuras más influyentes y prestigiosas dentro delgrupo de residentes alemanes. ‘‘Don Carlos Sartorius’’ llegó a ser un per-sonaje bien conocido y relacionado en el país iberoamericano.

Sartorius llegó, pues, a México hacia 1825, cuando apenas iniciaba elrégimen republicano. Sobre su vida y la de los otros alemanes emigradosa este país tenemos como fuente primordial de información un cierto nú-

218 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

2 Cfr. Nipperdey, Thomas, Deutsche Geschichte, 1800-1866. Bürgerwelt und starker Staat,München, C. H. Beck, 1983, p. 92.

mero de cartas escritas por ellos mismos y publicadas en Alemania unsiglo después por Hans Kruse (1923).3 Los esfuerzos de este grupo ale-mán emigrado a México se orientaron fundamentalmente al comercio y laminería, actividades que despertaban grandes esperanzas sobre un inter-cambio benéfico entre México y las naciones europeas. No es necesariorecalcar aquí la importancia que en todo esto tuvo la gran labor de difu-sión de las riquezas mineras y agrícolas del país realizada por Alexandervon Humboldt mediante su famoso Ensayo. Sin embargo, Sartorius notardaría en dar pruebas de estar dotado de una fuerte personalidad que lollevaba por un rumbo diferente del de la mayoría de sus compatriotas.Hacia comienzos de la década de 1830-1840, ya era dueño de la haciendaazucarera El Mirador, localizada en la zona de Huatusco, Veracruz, don-de se esforzó por realizar los ideales de vida albergados desde su juven-tud rebelde, resumibles en la siguiente fórmula: ‘‘[vivir en] un círculo deamigos, en un bello lugar y con rústicas ocupaciones dictadas por la pro-pia voluntad y no bajo la presión de la costumbre o la conveniencia’’.4

La expresión más concreta de este plan de vida fue el decidido impul-so de Sartorius a varios proyectos de formación de colonias alemanas enMéxico. Al respecto sólo en 1834 pudo gloriarse de un éxito mediano,pues entonces logró reunir cosa de doscientos colonos en su hacienda.Por desgracia, lo que este experimento de ‘‘comunidad ideal’’ dejó en cla-ro fue que la mayoría de esos inmigrantes alemanes no compartían losmismos valores que Sartorius. Más adelante se especificará cuáles eranéstos. Por lo pronto cabe señalar que hacia 1838 la empresa colonizadoradaba claras muestras de decadencia, sobre todo porque muchos de los co-lonos habían emigrado ya a las ciudades o a otras partes en busca de acti-vidades más redituables y menos exigentes. Sin embargo, Sartorius noclaudicó en la persecución de sus ideales personales y conservó la hacien-da hasta su muerte, ocurrida en 1872. Establecido ya en México, por cier-to, había contraído matrimonio con la hermana de otro alemán emigrado.

Como se deja en claro en la bibliografía de base utilizada en esta bre-ve presentación biográfica, este hacendado se convirtió en una especie derepresentante no oficial del grupo de alemanes establecidos en México.

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 219

3 El libro de Kruse es Deutsche Briefe aus México, mit einer Geschichte des Deutsch-Amerika-nischen Bergwerksvereins, 1824-1838. Ein Beitrag zur Geschichte des Deutschtums im Auslande, Es-sen, Verlagshandlung von G. D. Baedeker, 1923. Las cartas en cuestión se presentan precedidas de lahistoria de la sociedad minera alemana establecida en México por esos años.

4 Pferdekamp, Wilhelm, Auf Humboldts Spuren, p. 157.

Ya en edad avanzada pudo conocer personalmente a Maximiliano deHabsburgo y expresarle su escepticismo sobre la viabilidad de un gobier-no monárquico en su país de adopción. Una larga permanencia en Méxi-co, sólo interrumpida por una estancia en Alemania entre 1848 y 1852,había permitido a Sartorius conocer muy bien a la sociedad mexicana ydeducir qué tipo de régimen político se ajustaba a ella. Todos los testimo-nios que tenemos sobre este inmigrante hablan de un hombre recio, fran-co, alérgico a cualquier tipo de sensiblería o esnobismo, satisfecho de viviren medio de una naturaleza tan pródiga y variada como la veracruzana.Esta circunstancia también le permitió realizar recorridos científicos paraformar colecciones botánicas y zoológicas, algunas de las cuales envió ainstituciones de Europa y Estados Unidos, como el Jardín Botánico deBerlín y el Instituto Smithsonian de Washington.

II. LOS PRINCIPALES RETOS HISTÓRICOS DE MÉXICO,

SEGÚN SARTORIUS

Si fuera preciso referir todos los acontecimientos y circunstancias deMéxico que pudieron haber influido en la visión de Sartorius, es muyprobable que las páginas que hubiera que escribir bastaran para un libro.Entre el país anfitrión del joven perseguido y el que el hombre madurodejaba al morir casi medio siglo después, se constata una larga cauda deacontecimientos. El gran número de revoluciones, crisis políticas y cam-bios constitucionales verificados en esos años sólo demuestra la profundainestabilidad del periodo. Lo más pertinente es referir aquellos hechos ysituaciones que de manera más visible marcaron los puntos de vista deeste inmigrante, con énfasis en los aspectos más interpelantes para unapersonalidad como la suya.

Sin duda, tres hechos históricos determinaron la visión de México porSartorius, tal como se puede verificar en sus propios escritos. Estos he-chos son: el ascenso político de los militares, representado ejemplarmentepor el general Santa Anna; el resultado de la guerra con Estados Unidosen 1847-1848; y la aparición hacia mediados de siglo de un nuevo tipo depolítico mexicano, en franca pugna con el de la generación previa. Vea-mos con detalle cada uno de estos sucesos.

Por lo que se refiere al ascenso político de los militares, resulta deprimera importancia lo que Sartorius presenta en el capítulo XVII de su

220 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

libro México hacia 1850,5 dedicado precisamente a los asuntos militaresdel país. Mediante una fingida conversación sostenida por el autor ----jun-to con un grupo de supuestos turistas---- con un militar mexicano, el ha-cendado deja en claro que una de las circunstancias más trascendentes dela historia de México fueron los numerosos ascensos concedidos a los mi-litares insurgentes tras la consecución de la Independencia. Se trataba depersonas carentes de educación y no acostumbradas a la verdadera disci-plina militar, situación natural en quienes habían llevado una vida fugiti-va hacia la etapa final de la guerra de Independencia. El saldo de todoesto fue la ausencia de un cuerpo de oficiales de Ejército de línea capacesy conscientes de que en sus manos recaía el encargo de la seguridad y ladefensa del Estado. En cuanto a las normas, éstas no se cambiaron y si-guieron observándose las viejas ordenanzas españolas, nada adecuadas paralos nuevos tiempos. La profesión militar adquirió, pues, un carácter de farsa,y en ésta Santa Anna ha sido el actor principal. Su estilo consiste en consoli-dar la propia posición mediante un generoso otorgamiento de ascensos y lacreación de una especie de guardia pretoriana. Por voz del militar imagina-rio, el hacendado nos hace saber que fue principalmente durante la dictadurade 1841-1844 cuando el comportamiento de este general fue funesto, puesdesarregló los ramos de la administración tras aumentar desmedidamente elpresupuesto militar para corromper a los justos y premiar a los favoritos. Aesta conducta de la oficialidad procedente de las clases altas se suma otra,igualmente censurable, de los militares de origen proletario que tratan de as-cender por la vía que sea. ¿Qué ha resultado de todo esto? Que el Ejército seha convertido en una tumoración nociva dentro del Estado y una fuente dedesprestigio continuo para la vida política del país. Sartorius nos hace verque no es ninguna casualidad que hacia 1850 las cuestiones militares esténen el centro de las discusiones en México.

La percepción de la guerra con Estados Unidos por Sartorius es deíndole parecida y queda recogida en aquel mismo capítulo. También enesto muestra una gran sensibilidad frente a la situación social. Lo que leparece más significativo de esa guerra es que no haya habido un levanta-miento general para estropear los planes del invasor. Ello se debe a que lapoblación india, la mayoritaria, desconoce el sentimiento de patriotismoque se encauza por la vía militar (lo que no significa, por otra parte, que

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 221

5 Editado originalmente en Darmstadt por G. G. Lange, en 1852. Más adelante mencionaré lasediciones disponibles en español.

no ame su tierra).6 Pero también en esa especie de guerra permanente de-clarada por los indios bravos a los habitantes del norte, no indígenas en sumayoría, estos últimos se han mostrado muy pasivos e indiferentes en ladefensa del territorio nacional. Por tanto, lo que estos acontecimientos es-tán revelando, nos hace ver, es la falta de un sentimiento de unión socialy de disposición al esfuerzo bélico por parte del pueblo en general. Decualquier manera, los resultados de la guerra de 1847 han sido como unmazazo a la alta autoestima de los mexicanos, sobre todo los criollos,7 yuna vez más se ha hecho patente la necesidad de reformar a fondo el Ejér-cito, para lo que convendría mucho infundir en los oficiales una mayorformación científica.

Finalmente, lo relativo al nuevo tipo de político mexicano es mencio-nado en la parte media del capítulo XV, intitulado ‘‘La vida en la ciu-dad’’. Ahí recalca Sartorius que estos nuevos políticos tienen su principalcampo de acción en el Congreso, donde se oponen a los planes de losoligarcas del ‘‘Antiguo Régimen’’, portadores del más craso desdén porlas innovaciones técnicas o los cambios económicos que puedan repre-sentar una amenaza a sus privilegios y prejuicios. Estos políticos jóvenesno son exclusivamente abogados sino también propietarios, profesionistasy funcionarios del gobierno; varios de ellos han estado en el extranjero ysaben que las cosas podrían ser diferentes. Frente a la actitud complacien-te de los obesos oligarcas conservadores y los bombásticos santanistas,estos jóvenes políticos transmiten una actitud de franqueza y decisión.Muy probablemente considera Sartorius a José María Lafragua comomiembro de este grupo, pues este joven ministro ha impulsado la ley decolonización de 1846, aquélla que sirve al alemán de documento de basecuando hacia mediados de siglo, durante la estancia en su país natal, pro-mueve la emigración de sus compatriotas a México.8

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6 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 442-443.

7 Al hablar de la población criolla, Sartorius menciona que la derrota ante Estados Unidos sig-nificó una vuelta a la realidad de este grupo de la población, que aún era el dirigente. Véase Sartorius,Carl Christian, México about 1850, Stuttgart, Brockhaus Antiquarium, 1961, p. 54. Ésta será la edi-ción que utilizaré en adelante.

8 Medio de esa labor propagandística fue un folleto publicado por Sartorius en alemán y tradu-cido al español como Importancia de México para la emigración alemana (México, Tipografía deVicente G. Torres, 1852) por Agustín S. de Tagle. Este último afirma en su presentación que la suyaparece ser la primera traducción hecha por un mexicano de una obra completa en alemán. El originalalemán del folleto se publicó en 1850: México als Ziel für deutsche Auswanderung, editado enDarmstadt por Reinhold von Auw.

Tras lo expuesto, podemos concluir que la percepción histórica deSartorius le infunde la conciencia de vivir en una sociedad deseosa de cam-bios pero impedida hasta entonces para asumir y canalizar las reformasnecesarias para la integridad territorial y la modernización económica delpaís. Esta comprensión de las cosas no sólo parece determinada por loque le muestra la historia de México sino por su propia experiencia perso-nal y la de Alemania, su país natal. Su experiencia influye, sin duda, enesa simpatía que siente por la nueva generación de políticos mexicanosinconformes y decididos al cambio, pues él mismo se ha visto en una si-tuación parecida durante su juventud. El impacto de la ‘‘cuestión alema-na’’ lo identificamos en la coincidencia que se nota entre el principalreto histórico afrontado por ese país y el que Sartorius diagnostica paraMéxico: construir un Estado fuerte, dotado de los medios militares y lapoblación adecuada para resguardar su integridad territorial. Tambiénse trasluce el bagaje alemán de Sartorius en su atención al factor espacio,patente en la convicción de que la colonización es factor clave para ladefensa del suelo nacional y la consecución de una cierta autarquía eco-nómica.9 Si hubo un tema recurrente entre los geógrafos y los llamadoseconomistas nacionales alemanes de la segunda mitad del siglo XIX y laprimera del XX, fue el de la integridad territorial del Estado alemán unifi-cado (verificado en 1871) y su consecuente grado de independencia eco-nómica, interés que resulta comprensible si se atiende al tardío emergerhistórico de esta entidad política en el concierto internacional de las po-tencias.10

III. EL INDIO, SU CARÁCTER Y SOCIABILIDAD,DENTRO DEL CUADRO SOCIAL MEXICANO

Antes de entrar en el cometido específico de este apartado pareceaconsejable aclarar algunas cuestiones bibliográficas sobre la gran obrade Sartorius, México hacia 1850. Este escrito fue originalmente publica-do en 1852, pero no bajo este título sino con uno diferente: México. Pai-

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9 Esta última meta queda muy patentemente expresada, en relación con México, en la p. 22 desu folleto promotor de la colonización alemana (ed. en español): México puede cosechar todos losproductos del viejo y nuevo mundo, y por lo mismo es enteramente independiente de los demáspaíses.

10 En Paz y guerra entre las naciones. I. Teoría y sociología, Madrid, Alianza Editorial, 1985,pp. 242-256, Raymond Aron ilustra sobre las circunstancias históricas y la manipulación psicológicaque dio lugar a la ideología geográfica del espacio vital en Alemania.

sajes y bosquejos sobre la vida del pueblo.11 Posteriormente la obra fuereeditada en alemán y en inglés, a veces bajo ese mismo título, otrascomo México hacia 1850 o como México y los mexicanos. La abundanciade ediciones demuestra que este escrito fue muy difundido.12 Para efectosdel presente estudio he utilizado, como se ha dicho ya, la reedición deBrockhaus Antiquarium, Stuttgart (1961), que es reproducción facsimilarde la versión inglesa publicada por el Dr. Gaspey en Darmstadt, Londresy Nueva York en 1858. En español contamos con la traducción fragmen-taria de San Ángel Ediciones (México y los mexicanos, México, 1973),así como las completas de Conaculta (México hacia 1850, México, 1990)y la del Centro de Estudios de Historia de México de Condumex (México.Paisajes y bosquejos populares. México y los mexicanos, México, 1987,reimpresa en 1988).13

Sin duda, una de las razones de la popularidad de esta obra radica enlas láminas incluidas por Sartorius desde las primeras ediciones, a cargode su amigo el pintor Johann Moritz Rugendas, quien también residióMéxico en la primera mitad del siglo XIX.14 Estas ilustraciones, junto conel resto de la obra pictórica de Rugendas, se cuentan entre lo más conoci-do y apreciado del arte europeo de tema mexicano del siglo XIX. Rugen-das había conocido a Sartorius poco después de desembarcar en Vera-cruz, al visitarlo en su hacienda. En la parte biográfica dedicada a EduardMühlenpfordt he mencionado ya las circunstancias en que Rugendas saliódel país.15

Entremos ya en materia y mencionemos aspectos importantes de Mé-xico hacia 1850, libro cuyo origen está en una serie de conferencias dadaspor Sartorius en las sociedades geográficas de Darmstadt y Francfort,como él mismo reconoce en su prólogo. Preciso es decir que ya en su

224 JOSÉ ENRIQUE COVARRUBIAS

11 Pues esto significa Mexiko. Landschaftsbilder und Skizzen aus dem Volksleben, que es comorezaba su título.

12 En la nota introductoria a la edición reciente de esta obra por el Centro de Estudios de Histo-ria de México, Condumex, de 1988, se mencionan las diversas ediciones en alemán, inglés e inclusosueco (en 1862), aunque curiosamente no se menciona la primera, ya citada en la nota 5 (véasesupra).

13 De estas ediciones en español la más difundida es la de Conaculta. Con base en ella y la deCondumex he redactado los pasajes en español que se presentarán en el cuerpo de notas, si bien enalgunos casos he modificado ligeramente la traducción.

14 Si bien menos tiempo que Sartorius: sólo los años transcurridos entre 1831 y 1834. Sobre elviaje a México de Rugendas, véase Preussischer, Kulturbesitz, Johann Moritz Rugendas. MalerischeReise in den Jahren 1831-1834, Berlin, Druckerei Hellmich KG, 1984.

15 Cfr. Covarrubias, José Enrique, ‘‘La situación social e histórica del indio mexicano en laobra de Eduard Mühlenpfordt’’, capítulo cuarto, I, de este libro.

folleto sobre la emigración alemana a México16 Sartorius había tenidooportunidad de hacer un primer esbozo de la gran obra descriptiva quepoco después presentaría al gran público, puesto que ya resumía en él losprincipales aspectos físicos y morales del país. Además de las diferenciasen extensión y profundidad que exhiben ambos escritos (el primero estámarcado por una clara intención propagandística), México hacia 1850destacará siempre por la lograda correspondencia entre las escenas de lavida descritas por el autor y las que quedaron plasmadas en las láminasdel pintor amigo suyo. Aclarada ya la razón de la selección de este últimolibro como la fuente de información básica del pensamiento de Sartorius,abordemos la temática y estructura de la obra, para luego ahondar en lavisión de la población indígena de México desplegada por su autor.

Uno de los rasgos distintivos de México hacia 1850 es la gran impor-tancia que en él se da al medio físico como escenario de la vida y lasactividades de la población mexicana. Esta atención no es exclusiva deSartorius, pues otros autores extranjeros de esos años, sobre todo alema-nes,17 se mostraron igualmente atentos a la cuestión geográfica. Hay quedecir, sin embargo, que el escrito de Sartorius destaca por practicar unabordaje diferente, orientado siempre a mostrar una estrecha correspon-dencia entre los aspectos físicos y morales del país. Mientras que en unMühlenpfordt, por ejemplo, la aportación geográfica se concreta en un ma-nejo analítico y monográfico de la información,18 en Sartorius encontra-mos un proceder descriptivo claramente sintético donde el paisaje viene aser una unidad orgánica integradora del elemento humano en sus perfilesmateriales y morales.19 La mera estructura de la obra revela ya esa inten-ción: antes del tratamiento explícito y detallado de los asuntos humanos(capítulos IX a XXV), el autor ofrece una primera parte dedicada a la fi-sonomía de los paisajes recorridos por un viajero que desembarca enVeracruz y se traslada a la capital de la República. Si bien es cierto que

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 225

16 Véase supra: nota 8. 17 Así, por ejemplo, Burkart, Josef, Aufenthalt und Reisen in Mexiko in den Jahren 1825 bis

1834, Stuttgart, Schweizerbart, 1836, y Mühlenpfordt, Eduard, Versuch einer getreuen Schilderungder Republik Mejico, Hannover, C. F. Kius, 1844. Éste ultimo es el Ensayo de una fiel descripción dela República de México, analizado en otra parte de la presente compilación.

18 Es decir, en una tematización por capítulos que separa lo orográfico y lo climático de larelación de las especies animales y vegetales, y todo esto a su vez de la distribución humana en elpaís.

19 Evidentemente que en esto se hace patente la influencia de la geografía de Humboldt, tanatenida a la fisonomía orgánica que resulta del entrelazamiento peculiar de los elementos naturales enespacios determinados.

esos primeros capítulos contienen alusiones a actividades humanas (cuan-do se trata de un paisaje habitado), estas observaciones se refieren funda-mentalmente a la cultura material reconocible en el paisaje, por lo queante todo interesan al geógrafo y al etnógrafo. Sólo al finalizar esta pri-mera parte dedicada a los paisajes, entra de lleno el autor en los aspectoshumanos, con lo que realiza una transición temática que él mismo re-sume así:

in the preceding sketches I have endeavoured to afford some descriptionsof the surface of the country. My intention was to offer a view of the soil,on which the various groups of population are met with, in order that thereader might picture to himself the surrounding landscape, when I proceededto describe the social relations.20

Preciso es recalcar que, en su descripción de las relaciones sociales,Sartorius volverá a reconocer la importancia del medio físico en la confi-guración espiritual de los pobladores, por lo que la descripción paisajísti-ca de la primera parte será siempre un punto de referencia primordial.

Sin duda, la conciencia y atención deliberada al carácter social delcontenido de esta segunda parte constituyen uno de los aspectos destaca-bles, si queremos precisar el tipo de tratamiento desplegado por Sartoriusrespecto a los pobladores. Si de un escrito como el Ensayo de Mühlenp-fordt he resaltado la existencia de sistema de conceptos orientados ya aldesciframiento del orden social, asumido éste como una forma de organi-zación más amplia que la directamente relacionada con el tipo de gobier-no (el orden político), preciso es decir que Sartorius no cede al otro autoren la búsqueda de ese mismo orden. Un abordaje de ‘‘lo social’’ no resul-ta satisfactorio a Sartorius si antes no se ha tocado lo relativo al escenariofísico, y en esto podemos constatar nuevamente cómo la perspectiva so-ciológica decimonónica ensancha la gama de factores explicativos de laorganización colectiva. Pero, independientemente de esto, nótese que enel centro de su atención están las relaciones, es decir las formas de socia-bilidad, lo que confiere un carácter dinámico a su descripción, pues no se

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20 ‘‘En los bosquejos anteriores he tratado de ofrecer una descripción de las distintas regionesdel país, menos interesantes quizás para el lector común que para los amigos de las ciencias naturales.Deseaba presentar una perspectiva del paisaje en el que encontraremos a los diferentes grupos de lapoblación con el fin de que el lector pueda formarse una idea del entorno cuando me refiera a laspersonas y sus relaciones sociales’’: Sartorius, Carl Christian, México about 1850, pp. 46-47.

queda en una mera enumeración de tipos sociales. El siguiente párrafo,tomado del prólogo a México about 1850, aclara bien el sentido en queSartorius entiende su aportación al mejor conocimiento de la sociedadmexicana:

my descriptions of the country and the social condition of the inhabitantsare not carefully circled off, but are merely placed in groups or families. Iam not skilled in systematising, and I have therefore noted down only wha-tever struck me, and have given this or that in detail, leaving it to the inte-lligent reader to mark its connection with the whole. My object is to offer asuccession of sketches; and there is no dearth of material.21

Las relaciones que hay que precisar serán, pues, las que privan entreestos ‘‘grupos o familias’’: es decir, las unidades más simples del cuadrosocial de Sartorius, quien en el pasaje recién citado deja ver que su trata-miento de la población se guiará por ese mismo proceder sintético que haexhibido en la descripción del medio físico. Más le importa transmitir unaimpresión general y congruente de la vida en México que ofrecer datosmuy precisos y exhaustivos. La alegada ‘‘inexperiencia’’ para efectos dela sistematización repercute así en un libro muy distinto de los hasta en-tonces aparecidos dentro de la serie extranjera sobre México.22

Ahora bien, ¿qué repercusión tiene esta marcada orientación socioló-gica de Sartorius en su tratamiento de la población indígena de México?En primer lugar, importa mucho mencionar que este autor emprende sudescripción social desde la propia experiencia, como miembro de una deesas ‘‘familias’’ que componen la sociedad mexicana. Como he señalado

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 227

21 ‘‘Mis descripciones del país y de la condición social de sus habitantes no se presentan deltodo pulidas, pues simplemente retratan grupos o familias. No soy experto en sistematizar y por lomismo sólo he anotado mis impresiones y expuesto tal o cual detalle, el cual deberá ser integrado altodo por el lector inteligente. Mi propósito es ofrecer una serie de bosquejos y puedo asegurar quepara ello no me faltará material’’: ibidem, p. VII.

22 Y sobre todo contrasta con el de Mühlenpfordt, de cuya tónica erudita y analítica deliberada-mente se quiere distanciar este autor, como él mismo lo sostiene al comenzar su libro (cfr. ibidem, p.VII): la suya no será una relación exhaustiva de datos geográficos y etnológicos, ni de recetas culina-rias, asuntos a los que el primero había dedicado mucho espacio. De cualquier manera, la opinión deSartorius respecto del Ensayo de Mühlenpfordt es positiva (una obra cuidadosamente escrita salvo enlos aspectos zoológicos: cfr. ibidem, p. 47). También conviene señalar aquí que los bosquejos de Sar-torius sobre los tipos sociales y el trato entre éstos se convierten a veces en auténticas escenificacio-nes de la vida cotidiana, en un proceder parecido al de Lucien Biart en sus obras La tierra caliente yLa tierra templada, aparecidas una década después en francés. En el caso de Biart, sin embargo, laintención literaria lo lleva a dramatizar deliberadamente la atmósfera y algunos personajes descritos.

ya en un estudio previo,23 la concepción de Sartorius sobre los resortes dela articulación social contrasta con la habitual, que postula jerarquíasde prestigio o rango dadas por la riqueza, el oficio o la instrucción. Paraél, lo fundamental es la índole moral de los individuos, que indefectible-mente relaciona con la circunstancia de ser o no propietario y la de labo-rar o no en actividades sanas y productivas. Así, el carácter viril y el granmargen de autonomía personal manifestado por los habitantes del mediorural mexicano, sobre todo los rancheros, impresionan muy favorable-mente a este autor, quien como hacendado puede identificarse hasta ciertopunto con esa ‘‘familia’’. Fueron esos agricultores y criadores, por ejem-plo, los que durante la guerra con Estados Unidos hicieron difícil la vidaal invasor en la región veracruzana, y también fueron ellos quienes másresistencia siguieron mostrando al vicio del juego, tan extendido en otrossectores sociales mexicanos. El siguiente párrafo resume los valores des-de los que Sartorius elogia la índole moral de estos hombres del campo:

the flower of the Mexican population, and that which is healthy and origi-nal must be sought for among the agriculturalists. It would be incorrect tosay among the peasantry, for these do not exist in the European sense; theclass of agriculturalists and graziers who represent them, are far more in-dependent. They live, it is true, by the sweat of their brow; but at the sametime entertain the utmost contempt for a town life, for bureaucrats andclerks, or scribblers, as they term them.24

Como puede verse, la vida en el campo representa para estos hombresuna especie de bendición, y nuestro hacendado piensa de manera muy se-mejante. Un estilo de vida como el urbano le parece abúlico y parasitario.Pero lo que más importa es que, según Sartorius, el diferente perfil moralde los habitantes de uno u otro medio repercute en el tipo de articulaciónsocial. El inmigrante no tiene empacho en hablar de la clase de los agri-cultores y ganaderos, cuyo denominador común, insisto, es ese alto nivelmoral que resulta de su talante diligente, su condición personal de propie-

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23 Cfr. Covarrubias, José Enrique, Visión extranjera de México, 1840-1867. I. El estudio de lascostumbres y de la situación social, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas-Institutode Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1998, pp. 82-84.

24 ‘‘La flor y nata de la población mexicana, la verdaderamente sana y original, debe buscarseentre los agricultores o rancheros. Sería incorrecto decir entre los campesinos, pues éstos no existenen el sentido europeo; la clase de los agricultores y ganaderos de México está formada por individuosmucho más independientes. Es cierto que ganan su pan diario con el sudor de la frente, pero tambiénes cierto que sienten un gran desprecio por la vida en la ciudad, por los burócratas y por los empleados o‘garrabateadores’, como suelen llamarlos’’: Sartorius, Carl Christian, México about 1850, p. 166.

tario (incluso cuando sólo es en pequeña escala) y el contacto continuocon la naturaleza. Tanto va por ahí el pensamiento de Sartorius, que sileemos sus descripciones y comentarios sobre las formas de la vida ruraly urbana, no tardamos en notar el convencimiento de que entre un mesti-zo y un criollo del campo hay más semejanza en el carácter, forma devida y actuación social, que entre un mestizo rural (ranchero) y uno de laciudad (lépero). Es claro, entonces, que la tradicional agrupación de tiposmexicanos por la condición étnica se iba abandonando para hacer justiciaa otros factores de cohesión y diferenciación, de suerte que las mismasdenominaciones de criollo, mestizo e indio adquieren una significacióncada vez más social.25

Las consideraciones anteriores eran necesarias como un antecedentebásico para poder entender el cuadro presentado por Sartorius sobre lapoblación indígena de México. Ha quedado claro que, si bien basada enuna idea de la moral marcadamente personal, la visión del hacendadocontiene una orientación sociológica clara y no se reduce a una serie deobservaciones subjetivas y casuales, como muy modestamente asume élmismo en su prólogo.26 Lejos de ser así las cosas, el ideario de Sartoriusostenta una clara congruencia en la indagación social e incluso una siste-matización relativa de la información que, de ninguna manera, resulta in-trascendente cuando se trata de sacar conclusiones. Pero lo más importan-te es que este autor no se inscribe en ese cientificismo contemporáneoque se presume ajeno a los juicios de valor y alardea de una supuesta ob-jetividad irrefutable por causa de sus métodos ‘‘empíricos’’ o cuantitati-vos. Este señalamiento es importante, porque las observaciones más con-cluyentes de Sartorius respecto al carácter y la sociabilidad indígenasnunca dejarían de estar marcadas por esos valores básicos que él exhibecon franqueza y sinceridad. Sólo muy ocasionalmente aparecen por ahí ypor allá algunas apreciaciones que prefiguran en algo la pretensión de ob-jetividad científica sustentada en métodos supuestamente empíricos.27

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25 Algo semejante he señalado respecto al Ensayo de Mühlenpfordt, cuya lectura bien pudoestimular en Sartorius la intención de poner el énfasis en la dinámica de las relaciones sociales.

26 Pues ahí llega a decir que su obra no aportará sino meros ornamentos al gran edificio intelec-tual dejado por Humboldt en su famoso Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Lo ex-puesto en este artículo habrá persuadido ya al lector de lo injustificado de esta modestia de Sartorius.

27 Como cuando refiere que la ausencia de una frente ‘‘alta y ancha’’ determina que los indiosno experimenten un desarrollo nervioso comparable al de los pueblos caucásicos: cfr. Sartorius, CarlChristian, México about 1850, p. 64. Observaciones como ésta no dejan de recordar penosamente lasteorías racistas que por esos mismos años formulaba el conde de Gobineau.

Comencemos la reseña de la visión de los indios por Sartorius toman-do nota del siguiente párrafo, relativo a las formas de sociabilidad de estesector de población:

the character of the tribes that I had the opportunity of becoming acquain-ted with, is in general not frank and open, but close, distrustful, and calcu-lating. The Indian does not merely erect this bulwark against the membersof another tribe or against the posterity of his oppressors, which would benatural enough; but also against his own people. It lies in his language, hismanners, and his history.28

Los indios tienen además una manera relativamente mecánica de tra-tarse, nos hace saber el autor en las siguientes líneas. Las mismas mujeresse abstienen de exteriorizar afecto cuando tienen lugar sus encuentros. Enlugar de ello, optan por hacer toda una serie de preguntas o comentariosestereotipados. Al solicitar algún servicio, el indígena mexicano muestrasiempre una actitud de rodeo y aproximación cautelosa, si no es que yaantes ha preparado la situación mediante el envío de un regalo a través deun tercero. El cálculo y el lenguaje ambiguo caracterizan, pues, a los in-dios en sus conversaciones, lo que se debe ----según Sartorius---- a unasempiterna voluntad de obtener siempre la máxima ventaja posible en lostratos. Para decirlo en pocas palabras, son unos verdaderos maestros encrear situaciones confusas o ambivalentes.

Ese hábito de relacionarse mediante el principio del cálculo y el dis-tanciamiento se manifiesta en forma extrema cuando el indio trata conalguien que no forma parte de su comunidad. Entonces ya no sólo se ponede manifiesto su deseo de ventaja, sino también un genuino sentimiento dedesprecio por el otro. Este menosprecio es particularmente agudo respec-to al mestizo, es decir, aquél que por definición es el hijo bastardo de suhija,29 aunque también se da en las relaciones con los criollos. En un talcuadro de sentimientos, ya no es el mero espíritu de cálculo lo que resu-me las relaciones con la población no indígena. El indio es un portentoauténtico de astucia, si no de franco orgullo, talante que seguramente re-percute en un mayor hermetismo de su parte.

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28 ‘‘Por lo general el carácter de las tribus que he tenido oportunidad de conocer bien, no esfranco ni abierto, sino cerrado, desconfiado y calculador. El indio no sólo erige esta muralla paradefenderse contra los miembros de otras tribus y los descendientes de sus opresores, lo cual sería muynatural; sino también contra su propia gente. Esto se percibe en su lengua, sus costumbres y su histo-ria’’: ibidem, pp. 64-65.

29 Cfr. ibidem, p. 88.

Ahora bien, lo que Sartorius se ha propuesto como meta última de sucuadro social es transmitir fundamentalmente las relaciones sociales entrelos diversos grupos de México. Los pasajes citados demuestran el estre-cho vínculo que en su obra existe entre el tema de las relaciones socialesy el del ‘‘carácter’’, de todo lo cual surge una imagen muy completa delindígena mexicano. Respecto al carácter, este inmigrante ofrece aprecia-ciones un tanto contrastantes con las de muchos otros autores extranjerosafanados en la misma tarea descriptiva. Mientras que muchos de éstos----Mühlenpfordt es uno de ellos---- ven en el indio un ser grave y melan-cólico, incapaz de experimentar la auténtica alegría, Sartorius está per-suadido de que la realidad es exactamente opuesta, sobre todo si de pormedio hay ingestión de pulque. Los siguientes pasajes ilustran sobre elalegre natural de los indios, así como sobre las escenas que surgen en unapulquería capitalina cuando la concurrencia de indios comienza a delei-tarse con la bebida mencionada:

I never saw a gayer people than these Indians among themselves; they chatand jest till late in the night, amuse each other with jokes and puns, playtricks and laugh.30

Now the mirth grows boisterous; in some groups the women begin tofollow the example of the men; here is a crowd making merry and dancingto the strumming of a jarana (a small stringed instrument), yonder the ri-sing hilarity makes them tender, whole drinking circles embrace each other,lose their equilibrium and fall, to the infinite delight of the others.31

De borracheras como éstas resultan frecuentemente pleitos y desma-nes. En las fiestas de los pueblos también los deleites de la bebida consti-tuían la atracción principal, y es que los indios no dejan de aportar prue-bas irrefutables de que la diversión era muy importante para ellos.Sartorius asegura que en tales ocasiones demostraban que ‘‘les gusta mu-cho estar en compañía’’.32 Por cierto, tanto en la página recién citada

CARL CHRISTIAN SARTORIUS Y SU COMPRENSIÓN DEL INDIO 231

30 ‘‘Nunca he visto gente más alegre que estos indios cuando se juntan: suelen charlar y bro-mear hasta horas avanzadas de la noche, además de que saben divertirse contándose bromas y albu-res, jugando trucos y riendo alegremente’’: ibidem, p. 63.

31 ‘‘Ahora aumenta el alboroto; en algunos grupos las mujeres empiezan a seguir el ejemplo delos hombres. Aquí una multitud de gente divirtiéndose y bailando al son de una jarana (un pequeñoinstrumento de cuerda); acá y acullá, la creciente hilaridad los pone tiernos, al tiempo que entre losdiversos círculos de bebedores van surgiendo los abrazos, aunque algunos pierden el equilibrio y caenpara regocijo de la concurrencia’’: ibidem, p. 81.

32 Ibidem, p. 76.

como en la del pasaje anterior, el hacendado sostiene que eran las mujeresquienes, alteradas ya por el alcohol, iniciaban los pleitos.

Con base en lo presentado, nada sorprenderá que para Sartorius losindios de México constituyen algo así como ‘‘un pueblo dentro del mismopueblo’’.33 El lector ha podido ya notar que el énfasis de este autor, por lomenos en su capítulo dedicado a los ‘‘aborígenes’’ (aquél del que se hantomado las observaciones previas), recae mucho más en los factores decontraste que en los que pudieran operar como aglutinantes entre los in-dios y los demás mexicanos. Más adelante, al presentar otras apreciacio-nes suyas sobre los indios, mostraré cómo Sartorius hace justicia al fenó-meno de la síntesis cultural acarreada por la historia, lo que lo llevará areconocer, si bien en forma implícita, la existencia de procesos cohesio-nantes entre unos y otros a un nivel profundo.

¿Cuál es, pues, el rasgo que Sartorius considera como más distintivode la población indígena frente a los otros tipos de mexicanos? Sin duda,esa férrea cohesión que la hace casi totalmente hermética. Ni siquiera enel reclutamiento del clero se logra romper esa unidad, ya que los indiosprocuran que sólo sean miembros de su comunidad los que se ordenande sacerdotes para servir en sus pueblos. Por lo que toca a la formación demaestros, para pasar ahora a las tareas del Estado, las cosas son muy pa-recidas.34 Todo esto llevaría a pensar que de la frase ya citada de ‘‘unpueblo distinto dentro del mismo pueblo’’ podría deducirse la de ‘‘un Es-tado dentro del mismo Estado’’. Esto último, sin embargo, sería exagerado,ya que el autor recalca en otra parte la incapacidad indígena para organi-zarse y hacer valer sus derechos después de tantos años de sometimien-to.35 En esto cuenta mucho, asegura, su falta de memoria histórica, ade-más de que su nueva condición de ciudadanos dotados de plenos derechosanula por anticipado todo descontento en ese orden de cosas. Respecto alfuncionamiento del ámbito municipal indígena, Sartorius refiere lo mis-mo que tantos otros observadores extranjeros: la existencia de una aristo-cracia que gobierna en todos los ámbitos y recibe el acatamiento de lapoblación.

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33 Ibidem, p. 81.34 Cfr. ibidem, pp. 67 y 76.35 Cfr. ibidem, p. 66. La cohesión de la comunidad indígena, tal como la presenta Sartorius, se

constata ante todo en los pueblos y aldeas específicas y se extiende a veces a las etnias completas.Más allá de estos ámbitos, nos deja ver, prácticamente no existe sentimiento alguno que permita unagenuina organización política o de tipo militar. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 322-323.

Antes de hacer una recapitulación general y señalar qué aspecto de lapoblación indígena recalca Sartorius al evaluar su situación como partede un Estado, brevemente aludo al perfil de los indios desde el punto devista productivo. Al igual que Mühlenpfordt y otros autores alemanes,Sartorius pone bastante énfasis en la actividad laboral como un asuntocentral de la cuestión social.36 Sin embargo, no dejan de llamar la aten-ción los pocos méritos que este autor concede a la población indígenadentro del contexto de la producción y el trabajo, no obstante la constantey amplia participación de este sector en el campo.37 En primer lugar importa,para entender esto, el hecho de que la mayoría de los indios se desempeñanen las labores agrícolas y en ello emplean herramientas y métodos anticua-dos, lo que contrasta frontalmente con las innovaciones técnicas que Sarto-rius quisiera ver incorporadas a las actividades rurales de México. Pero másallá de ello, de primera importancia es el hecho de que el hacendado no per-cibe en la población indígena una aplicación de la inteligencia al trabajo quede lejos pueda ser comparable con la exhibida por los mestizos, el sector dela población mexicana que más aprecia.38 Veíamos ya lo importante que espara él la condición de propietario y la capacidad de emplearse en las rudaslabores agrícolas, ostentando una gran autonomía e iniciativa personales.Pues bien, esto es precisamente lo que extraña entre los indígenas, con surégimen de propiedad común y ese principio de relación social que dicta eldesprecio y desinterés hacia quien no pertenece a su comunidad. En térmi-nos generales, Sartorius encuentra que la población indígena no conoce laverdadera cultura, si por ésta entendemos una disposición del espíritu quefomenta la voluntad de transformarse, así como la creatividad artística, elgusto por la movilidad y la aplicación del talento individual al trabajo. Quelos indios sean tenaces y capaces de realizar labores duras no modifica supreferencia por los mestizos, pues éstos también tienen estas capacidades yademás atienden una variedad aún mayor de actividades.39

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36 Peter Steinbach, en su prólogo al libro de Riehl, Wilhelm H., Die bürgerliche Gesellschaft,Berlin-Wien, Ullstein, 1976, señala las corrientes y circunstancias que influyen en este énfasis en laimportancia del trabajo dentro de las interpretaciones sociológicas alemanas de esos años. Destaca,por cierto, la influencia del pensamiento social de raíz hegeliana.

37 Atiéndase también a la enumeración de actividades y producciones indígenas que presenta enSartorius, Carl Christian, México about 1850, pp. 78-79.

38 Considera al mestizo como el ‘‘prototipo de las costumbres y peculiaridades nacionales’’(ibidem, p. 83), y perteneciente sobre todo a ‘‘la clase’’ de los activos propietarios agrícolas y granje-ros, así como de los campesinos y pastores dispersos en el gran territorio del país, de quienes dice queforman ‘‘el corazón mismo de la nación mexicana’’ (ibidem, p. 87).

39 Cfr. ibidem, pp. 87-88.

Sobre la base de lo anterior, saquemos conclusiones acerca de la po-blación indígena como parte del Estado mexicano, según las apreciacionesde Sartorius. Además de esas limitaciones corporales que, con fundamen-to en ‘‘datos científicos’’, les atribuye aisladamente, la incompatibilidadentre la forma de sociabilidad indígena y los valores más profundos deSartorius explica su rechazo del carácter colectivo que preside la genera-lidad de las actividades y normas de los indios. Aunque consciente de lascircunstancias históricas y de los rasgos de carácter que dan razón de esasociabilidad, su explicación última de este colectivismo es en negativo, sise me permite la expresión, pues lo remite a la mera ausencia de verdade-ra cultura, tal como la viene concibiendo. Preciso es decir que en otropasaje de su libro encontramos una aproximación distinta, más etnológi-ca, que rebate la idea de inanidad e impotencia cultural indígena hastaahora expuesta. Me refiero, en concreto, a sus comentarios sobre el senti-do que detecta en algunas de las principales fiestas religiosas de los in-dios, sobre todo las de todos los santos y de los fieles difuntos. Conscientede que en sus expresiones actuales estos festejos ofrecen un espectáculo desíntesis notable de ritual católico y antiguas prácticas paganas, Sartoriussostiene que:

the Christian priests suffered these rites to be combined with those of AllSouls, and thus the heathen, probably Toltec custom has maintained itselftill the present day. The name would lead one to suppose it a gloomy festi-val, quietly reminding of all the loved ones, whom the earth covers. Neitherthe Indian nor the Mestizo knows the bitterness of sorrow; he does not feardeath. The departure from life is not dreadful in his eyes, he does not cravefor the goods he is leaving, and has no care for those who survive him, whohave still the fertile earth, and the mild sky.40

Patente es, pues, que el hacendado reconoce ahora una transmisión dela cultura y mentalidad indígenas al resto de la población (los mestizos), yesto en un aspecto tan importante como la actitud ante la muerte y el sen-

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40 ‘‘Los sacerdotes cristianos aceptaron que estos ritos se combinaran con las ceremonias detodos los santos, y de esta suerte se ha mantenido hasta el presente día la costumbre pagana, pro-bablemente de origen tolteca. Por el nombre ----todos los santos---- podría pensarse que se trata de unafestividad lúgubre, dedicada a recordar a los seres amados que ya reposan. Pero la verdad es que ni elindio ni el mestizo conocen la plena amargura de la pena ni experimentan temor alguno ante la muer-te. La partida de este mundo no representa un terror para quienes, como ellos, albergan tan pocoapego a los bienes terrenales y tan poca preocupación por la suerte de sus supervivientes, que al caboseguirán gozando de una tierra fértil y un cielo dulce’’: ibidem, p. 163.

timiento hacia los difuntos. Sucede así que el propio Sartorius nos brindaelementos para relativizar sus apreciaciones previas sobre el carácter mo-nótono, cerrado y estéril de las culturas indígenas. En contraste con la fal-ta de creatividad y sensibilidad que les ha atribuido antes, resulta queciertos elementos de la cultura indígena se muestran lo suficientementerecios y creativos como para impregnar los hábitos y la psicología de gru-pos sociales en los que el hacendado reconoce un más alto nivel cultural.La causa de esta aparente inconsecuencia de Sartorius, estimo, reside enuna contradicción intrínseca a su ideario y no en la realidad observada.No es, pues, que la sociedad retratada albergue esa contradicción. Frentea una primera noción de cultura marcada por el individualismo occiden-tal, Sartorius esgrime ahora una distinta, más atenida a la relación delhombre con la naturaleza, aspecto al que atribuye la función de moldearen grado importante las mentes de los pueblos. Esto último lo afirmo enfunción del sentido que el propio hacendado reconoce en esa herenciacultural tolteca que se manifiesta en la celebración de la fiesta de muertosen México: un sentimiento de vínculo religioso con la naturaleza, elemen-to que la generalidad de los indios mexicanos preserva y que se manifies-ta en la prioridad que conceden a los arreglos florales como ornamenta-ción religiosa. Esta conciencia de que las fiestas pueden preservar unsentimiento pagano de la naturaleza se agudiza, por cierto, en el pensa-miento alemán de la época de Sartorius y no es disociable de la atenciónque por entonces comienza a concederse a las costumbres e historia delos germanos.41 De cualquier manera, insisto, lo relevante es que Sarto-rius se ve obligado a reconocer aquí la existencia de un elemento culturalaportado desde la tradición indígena, que tiene influencia en la conforma-ción del carácter nacional: en este caso el talante con que se enfrenta lamuerte.

¿Qué evolución espera Sartorius en cuanto a la situación de los indí-genas y al vínculo entre éstos y el resto de la población mexicana? Estecuestionamiento está íntimamente relacionado con otro, no menos impor-tante en un autor tan consciente de las debilidades del Estado en México:¿cuál es la tarea más urgente y necesaria para garantizar la integridad te-

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41 Y es interesante notar que, en varios pasajes de su libro, Sartorius establece paralelos entrelas creencias de las naciones germanas y las de los indios mexicanos respecto de la naturaleza: porejemplo, cfr. ibidem, pp. 73 y 161. En cuanto al interés creciente por los antiguos germanos quemenciono, el lector sólo tiene que recordar a autores como Treitschke o Nietzsche, quienes a fines delsiglo XIX habían hecho del punto un tópico recurrente.

rritorial y la máxima autonomía económica posible del país? La respuestaa esta segunda pregunta es fácil de formular a partir del principal afán quemueve a Sartorius en su país de adopción. Para él, lo más importante esfomentar la colonización de un territorio que todavía puede albergar a unapoblación mucho más numerosa que la existente. Pero a este respecto suopinión sobre las capacidades de los indios es pobre. La población indí-gena se muestra reacia a dejar sus formas comunitarias y a emprender lacolonización de las grandes zonas poco habitadas. Para esta última em-presa, los criollos y sobre todo los mestizos exhiben una disposición mu-cho mayor, y Sartorius espera que también en Europa ----sobre todo enAlemania---- surja un interés significativo por la colonización y la explo-tación del país iberoamericano.42 En una línea de reflexión geográfica si-milar a la de Alexander von Humboldt, Carl Ritter, Oskar Peschel y Frie-drich Ratzel, Sartorius entiende que la fuerza y el rango internacional deun Estado no sólo depende de sus ventajas geográficas, sino también delgrado de desarrollo de cultura (material y espiritual) de sus habitantes.Así, para él lo prioritario es la conquista del territorio mediante una colo-nización llevada a efecto por hombres industriosos, independientes y or-gullosos de vivir en un país dotado de una fisonomía natural única y unaorganicidad social notable.43 Sartorius no se hace muchas ilusiones res-pecto a que los indios puedan entender este magno designio de coloniza-ción e ilustración geográfica. No propone, sin embargo, desposeerlos osometerlos a alguna especie de reclusión o trasplante forzoso para finesde ocupación territorial. La increíble variedad paisajística del país, juntocon la prolongada convivencia de una población diversificada dentro delmismo, infunden a este autor el convencimiento de que cualquier tipo hu-mano tiene cabida en México. No haríamos bien en desestimar, sin em-bargo, su convicción igualmente fuerte de que una sociedad sana no pue-de albergar nunca miras divergentes de las del interés de Estado. Estoúltimo vale, por lo menos, para sus ideas acerca del poblamiento y la inte-gridad del territorial nacional.

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42 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, pp. 248-257.

43 En el último capítulo de su libro, Sartorius muestra cómo la minería articula los distintossectores económicos de México, en lo que ve confirmada la ley del vínculo orgánico de todas lassociedades: cfr. Sartorius, Carl Christian, México about 1850, p. 202.

CAPÍTULO NOVENO

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS:ANSELMO DE LA PORTILLA

María BONO LÓPEZ*

SUMARIO: I. La inmigración española y los difíciles años cen-trales del siglo XIX. II. Anselmo de la Portilla, periodista eideólogo. III. Estudio bibliográfico sobre la obra de Anselmode la Portilla. IV. Los pueblos indios vistos a través de la obra

de don Anselmo.

I. LA INMIGRACIÓN ESPAÑOLA Y LOS DIFÍCILES

AÑOS CENTRALES DEL SIGLO XIX

Ya avanzado el siglo XIX y consumada la Independencia del gobierno deEspaña, la cultura mexicana ----no sólo el idioma, sino todas las manifes-taciones artísticas---- seguía siendo profundamente hispana, fenómeno quese explicaba, por un lado, por el peso de tres siglos de dominación espa-ñola; pero, por otro, por el continuo flujo de inmigrantes españoles a tie-rras mexicanas, que gozaban de gran prestigio entre las elites de la capitalde la República. Este hecho era algo que los forjadores del nuevo Estadono podían dejar de tomar en consideración.1

El proceso de consolidación del Estado mexicano no se reducía úni-camente a una independencia política de la metrópoli, que fue reconocidapor España al cabo de unos cuantos años. Además, era necesario crearuna identidad nacional que hasta entonces no se había llevado a cabo, víc-

237

* Instituto Tecnológico Autónomo de México.1 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, en Lida, Clara E. (coord.), España y el

Imperio de Maximiliano, en prensa, passim. Quiero agradecer a Érika Pani su amabilidad por haber-me proporcionado el texto de su colaboración antes de la aparición de este libro.

tima el país de los intereses particulares de cada ‘‘partido’’.2 Fue la tareaque emprenderían los liberales de la Reforma que, cuando se dieron cuen-ta de que las bases populares del país no compartían el proyecto liberaldemocrático de los políticos,3 pusieron en marcha un programa educativo‘‘encaminado a crear un espíritu de nación y un sentimiento de destinocomún que encauzase al país por las vías del progreso’’.4

Desde luego, para la colonia española y para muchos otros, la fisono-mía intelectual, cultural y política de México debía seguir los pasos em-prendidos por los países del viejo continente; además, se reconocía unafuerte herencia hispánica, porque ‘‘formamos parte de una familia coniguales vicios é idénticas virtudes’’.5 Pero, a la vez, esta identidad debíaser diferente.6 ‘‘El nacionalismo [era un] complejo entramado de senti-mientos de pertenencia, de lealtad, de identidad y de rechazo del otro, eraun elemento imprescindible sin el cual no podía afianzarse el modernoEstado-nación’’.7

En la conformación de esta nueva identidad participaron de maneraprotagónica algunos españoles que vivieron en nuestro país.8 ‘‘Fueron deaquí sin dejar de ser de allá’’:9 consideraron a México su segunda patria,sin perder sus vínculos afectivos con la tierra que los vio nacer, como fueel caso de Anselmo de la Portilla. Esta facilidad con la que se identifica-ron estos españoles con su nuevo país nacía de la persuasión de que ‘‘todo

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2 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, en Ortega y Medina, Juan A. yCamelo, Rosa (coords.), Historiografía mexicana, t. IV: En busca de un discurso integrador de lanación, 1848-1884 (coord. Antonia Pi-Suñer Llorens), México, UNAM, Instituto de InvestigacionesHistóricas, 1996, p. 100.

3 Cfr. Pi-Suñer, Antonia (comp.), México y España durante la República Restaurada, México,Secretaría de Relaciones Exteriores, Archivo Diplomático Mexicano, 1985, p. 11.

4 Ibidem, p. 15.5 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, México, Im-

prenta de Ignacio Escalante, 1871, p. 221. ‘‘Prescindamos del nombre que teneis, del idioma que hablais,de la sangre que os anima, de las creencias y costumbres que os consuelan ú os enojan; prescindamos detodo esto si quereis y podeis’’: ibidem, p. 125.

6 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim. En alguna ocasión, aunque conun propósito bien distinto, De la Portilla reclamó la importancia del legado indígena para la configu-ración de la historia nacional: cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas ysociales, pp. 170 y 228-229.

7 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’.8 Cfr. ibidem, passim, y Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presentación’’, en Portilla, Anselmo de

la, Historia de la Revolución de México contra la dictadura del general Santa Anna 1853-1855 (fac-símil de la edición mexicana de 1856), México, Biblioteca Mexicana de la Fundación Miguel Ale-mán, 1991, pp. xvii-xviii.

9 Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, en Portilla, Anselmo de la, Historia de la Revolución deMéxico contra la dictadura del general Santa Anna 1853-1855, p. xv.

contribuye á estrechar los lazos con que la naturaleza ha ligado los dospueblos’’.10 Además,

[no se encontraban] en tierra extraña... Todo [les recordaba] en ella el ge-nio civilizador de [sus] padres, y todo [les decía] que ellos pasaron dejandohuellas indelebles de su magnificiencia. ...Extranjeros como todos los de-más, ...no obstante [sentían] doble interés que ninguno por la suerte de estepaís, porque [los ligaban] con él vínculos de familia que jamás [podría]romper el tiempo.11

La perspectiva particular de la colonia española se identificaba y di-ferenciaba ----aunque no siempre---- del resto de la opinión pública mexi-cana sólo por el hecho de poner énfasis en la importancia del elementohispánico en la formación de la nacionalidad del nuevo Estado. Sin em-bargo, españoles y mexicanos compartían la misma persuasión de que elelemento indígena contribuía a impedir el proceso de civilización ymodernización de México, por los violentos conflictos laborales y agríco-las que tenían a los indios como protagonistas.12

La condición de extranjero se diluía hasta desaparecer mientras esosespañoles participaron activamente en la vida política de México; sólocuando era necesario, se manifestaban sus sentimientos españolistas:13 es loque Antonia Pi-Suñer ha calificado como ‘‘ambigüedad nacionalista’’.14

A estos sentimientos hispánicos, que debían formar parte de la nuevanacionalidad mexicana, se añadía otro elemento que ponía en peligro estaidentidad, que era la influencia de la cultura anglosajona procedente deEstados Unidos, con una ambición expansionista que ya había demostra-do con creces en México.15 Así, a raíz de una propuesta elaborada porFederico Bello y Anselmo de la Portilla a los gobiernos mexicano y espa-ñol, la colonia española en nuestro país se convirtió en la voz detractora

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 239

10 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 221.11 Anselmo de la Portilla cit. por Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.12 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización. Españoles y mexicanos a me-

diados del siglo XIX, México, El Colegio de México, 1996, pp. 116-117.13 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.14 Cfr. Pi-Suñer, Antonia, ‘‘Negocios y política a mediados del siglo XIX’’, en Lida, Clara E.

(coord.), Una inmigración privilegiada. Comerciantes, empresarios y profesionales españoles en Mé-xico en los siglos XIX y XX, Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 94, cit. por Pani, Érika, ‘‘Culturanacional, canon español’’.

15 Como todos los mexicanos, De la Portilla también sintió la humillación de la derrota de1848: cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 100.

de las acciones culturales y políticas intervencionistas de los norteame-ricanos.16

El medio de difusión de estas ideas fue la prensa,17 y De la Portillafue uno de los máximos exponentes de este ambiente intelectual. Ademásde su participación activa en los acontecimientos políticos del país, reali-zó una larga carrera como periodista, caracterizada por una orientaciónconservadora: durante una corta etapa, que duró unos meses, dirigió elperiódico La Razón de México; antes había estado a cargo de El Españoly de El Eco de España;18 durante el efímero Imperio de Maximiliano, fuenombrado director de El Diario del Imperio, y, en 1867, fundó el periódi-co La Iberia que logró una vida más dilatada que las aventuras periodísticasanteriores de Anselmo de la Portilla, y que sostendría varias polémicas conEl Federalista.19 De la Portilla sería editor de La Iberia hasta que el pe-riódico cerrara en 1876.20

El Español y El Correo de España fueron la materialización del pro-yecto de Anselmo de la Portilla y de Federico Bello, apoyado por el go-bierno de España, para lograr en toda América de origen español una opi-nión pública uniforme sobre la importancia de la herencia hispánicafrente al avance de la influencia anglosajona; se trataba, según las pala-bras de Anselmo de la Portilla, de ‘‘vindicar la historia y las tradicionesde España en el nuevo mundo; combatir las preocupaciones hostiles alespañol que existían en estas repúblicas, y crear vínculos de paternidadentre españoles y americanos’’.21 Aunque el primer propósito de este planera que esas dos publicaciones tuvieran difusión en todo el continente,por falta de apoyo financiero, la empresa tuvo que reducir a México suámbito de difusión. Y, en último término, acabó por representar los inte-reses de la colonia española en nuestro país.22

El Federalista fue uno de los periódicos que se constituyó en órganode difusión de las ideas de los políticos que protagonizaron la restaura-ción de la República después del fracaso de la segunda experiencia impe-

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16 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 22, y Villegas Revueltas,Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 100-101.

17 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 23.18 Sobre los problemas que originaron el cierre de estos periódicos, cfr. González Navarro,

Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970, México, El Colegiode México, 1993-1994, vol. I, p. 328.

19 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.20 Cfr. Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presentación’’, p. xvii.21 Cit. por Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxvii.22 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 23.

rial en México. Como reacción a esos acontecimientos, los liberales de laReforma rechazaron rotundamente el legado español y europeo, e inclusorompieron las relaciones diplomáticas que México mantenía con los paí-ses que habían apoyado y reconocido el gobierno de Maximiliano.

La Iberia surgió entonces como reacción frente a este movimiento in-telectual, político y cultural, y defendió en sus páginas la necesidad de tomaren consideración la herencia hispana en el proceso de formación de laidentidad nacional, una opinión que era compartida fundamentalmentepor la colonia española de México, que empezó a sentirse amenazada denuevo por los sentimientos antihispanos del grupo político en el poder.23

En último término, se trataba de defender los principios que habían orien-tado a El Español y a El Correo de España (véase supra).

Por todo lo expuesto anteriormente, Anselmo de la Portilla no puedeconsiderarse exactamente como extranjero y, menos, como viajero. Másbien habría que tomar en consideración el especial contexto en el que semovió la colonia española en México a partir de la segunda mitad del si-glo XIX.

II. ANSELMO DE LA PORTILLA, PERIODISTA

E IDEÓLOGO

Anselmo de la Portilla y López nació en Sobremazas, en la provinciaespañola de Santander, en 1816, y, al igual que muchos otros de sus com-patriotas, llegó a México para probar fortuna en América, aunque siempresus amigos se enorgullecieron de que De la Portilla no había llegado aMéxico para hacerse rico; para ‘‘hacer las Américas’’, como vulgarmentesolía decirse. A su llegada a nuestro país, trabajó como empleado en unatienda de ropa propiedad de un español; pero pronto abandonaría esasocupaciones para dedicarse profesionalmente al periodismo y a la litera-tura: uno de sus primeros puestos en ese ramo sería en El Universal comoredactor.24

Romana Falcón, Silvestre Villegas y Andrés Henestrosa discrepan alseñalar el año de la llegada de Anselmo de la Portilla a México: 1838,1839 y 1840, respectivamente. En cualquier caso, coincidía prácticamentesu llegada con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre los go-

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23 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim, y Villegas Revueltas, Silvestre,‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 104.

24 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxvi.

biernos de México y España; la llegada, también a México, del primerrepresentante español en el nuevo Estado, Ángel Calderón de la Barca, yuna difícil situación política en la República.25

A pesar de que pronto don Anselmo se ocupó en el periodismo, si-guió involucrado en algunas actividades mercantiles. Uno de los negociosque se le atribuyen ha sido interpretado de diversas maneras por los estu-diosos. Fue invitado, a finales de 1858, a asociarse en un proyecto, en elque participaban Cipriano de las Cagigas y el literato español José de Zo-rrilla, que implicaba la compra de unos vapores en La Habana. Sin em-bargo, a causa del fallecimiento de Cipriano de las Cagigas como conse-cuencia del vómito negro, el proyecto nunca llegó a cuajar.26

Para Romana Falcón, Cipriano de las Cagigas se dedicaba al tráfico de‘‘trabajadores’’ yucatecos a Cuba, y los vapores objeto del negocio debíandedicarse al traslado de mayas a Cuba; una actividad no del todo legal o mo-ralmente correcta para De la Portilla, si tomamos en consideración supensamiento católico y conservador.27 Sin embargo, don Anselmo se pro-nunció en contra de la esclavitud de forma muy vehemente: ‘‘la esclavi-tud es en efecto una vergüenza y una plaga, porque es una negra injusti-cia: el cielo la ha castigado ya con catástrofes espantosas, y aun humeanlos torrentes de sangre que por ella se acaban de derramar en la Américadel Norte’’.28

De la Portilla aportaba en su libro algunos datos más sobre Ciprianode las Cagigas, que había luchado a favor del Plan de Ayutla para derro-car al general Santa Anna; y que, sin embargo, ‘‘se atrevió a censurar losactos del gobierno dictatorial’’,29 lo que lo llevó a trasladarse a los frentes

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25 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 99. Es importante hacer notarla profunda influencia que, en la posterior posición ideológica de Anselmo de la Portilla, repre-sentaron las circunstancias políticas de España y de México durante su primera juventud: cfr. idem.Una visión muy general de esas vicisitudes políticas en ambos países, en ‘‘Frances Erskine InglisCalderón de la Barca y el mundo indígena mexicano’’, en este libro.

26 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, pp. xxix-xxxi.27 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 95. Desde luego, el tráfico de

mayas a Cuba se convirtió en una práctica esclavista encubierta, que contó con el beneplácito de SantaAnna. El gobierno liberal decretó la prohibición de este comercio en 1861, aunque no tuvo mucho éxito:cfr. idem; Ferrer Muñoz, Manuel, La cuestión de la esclavitud en el México decimonónico: sus repercu-siones en las etnias indígenas, Bogotá, Instituto de Estudios Constitucionales Carlos Restrepo Piedrahita,1998, passim, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 324-325.

28 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 103.29 Portilla, Anselmo de la, Historia de la Revolución de México contra la dictadura del general

Santa Anna 1853-1855 (1991), pp. 201-202.

de Michoacán. Esta información sobre De las Cagigas hace sospechar aAndrés Henestrosa que Cipriano de las Cagigas, opuesto ideológicamentea los liberales, estuvo a las órdenes de Miramón, y que fue a La Habanacon el propósito de adquirir la escuadra del general Tomás Marín paraenfrentarse a Juárez, que por esas fechas estaba sitiado en Veracruz por elgeneral conservador.30

Muy poco de este episodio cuenta uno de los interesados, José de Zo-rrilla: ‘‘De las Cagigas..., enterado de que el poeta no renunciaba a hacer-se rico, y mezclado en política le fue creando a Zorrilla la idea de un viajea La Habana..., mientras él, Cagigas, arreglaba un fantástico asunto de va-pores que los haría ricos de la noche a la mañana’’.31 Y, desde luego, nadaescrito se ha encontrado de don Anselmo sobre este asunto.

Pronto añadiría De la Portilla entre sus actividades las de carácter po-lítico y abanderaría la causa hispánica desde una postura conservadora.32

Su producción escrita demuestra estas intenciones desde muy temprano.No obstante, en la mayoría de las ocasiones, su participación en los asun-tos de la vida política nacional no lo distinguió del resto de los mexica-nos: durante la violenta guerra civil desatada para derrocar la dictaduradel general Antonio López de Santa Anna, desarrolló una importante la-bor de defensa de los insurrectos frente a la propaganda difundida por elgobierno de Santa Anna, a pesar de no compartir las orientaciones políti-cas liberales de muchos caudillos.33

Desde los años cuarenta, ya había establecido contacto con un grupopolítico, que se consolidaba por aquellos años, de corte conservador y ca-tólico, y que, encabezado por Gómez Pedraza, pugnaba por la elimina-ción de intereses particulares en la vida política del país, que sólo habíaacarreado innumerables luchas internas entre facciones que habían lleva-do a México al caos. La afinidad ideológica y generacional de casi todoslos miembros de este grupo favoreció la toma de posiciones de don An-selmo, que defendió esa postura desde la tribuna periodística.34

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 243

30 Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, pp. xxix-xxxi.31 Zorrilla, José de, México y los mexicanos (1855-1857), cit. por Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólo-

go’’, p. xxix.32 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 23.33 Cfr. ibidem, pp. 124-125 y 171, y Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p.

101. El más claro ejemplo literario de esa defensa del movimiento de Ayutla fue Historia de la revo-lución de México contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855).

34 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 100.

En poco tiempo, por su profundo arraigo en el país y por su conoci-miento de la vida social y política mexicana, De la Portilla se convertiríaen unos de los principales ‘‘anfitriones’’ en México de sus compatriotas,como ocurrió con el poeta Zorrilla y con Carlos VII, aspirante al tronoespañol, que visitaba México y otros países latinoamericanos en la octavadécada del siglo, y quien protagonizaría varios incidentes durante su visi-ta al país. Uno de ellos fue provocado en alguna medida por De la Porti-lla, que recomendó a su amigo Altamirano para que sirviera de guía y deinformante de las especificidades del país a Carlos VII.35

Después de la definitiva victoria liberal y del exilio del general SantaAnna en 1855,36 De la Portilla concedería todo su apoyo, en el ejerciciode su labor como escritor, a Ignacio Comonfort, lo que le valió el exilioen 1858 tras la caída de éste.37 Don Anselmo recurrió como explicacióndel fracaso de Comonfort a la heterogeneidad ideológica del CongresoConstituyente de 1856-1857, en el que los liberales moderados, que cons-tituían la mayoría de los miembros del Congreso, limitaron el alcance delas reformas sociales, asustados por el clima de violencia que se habíadesencadenado después de que Santa Anna fuera derrocado, y por algu-nas opiniones sustentadas en el Congreso por los liberales más exaltados;entre ellos, Ignacio Ramírez. Apoyaba la tesis de don Anselmo la toma deposiciones de algunos empresarios españoles, para quienes las medidasadoptadas por el Constituyente eran demasiado liberales.38

Efectivamente, la victoria de los liberales sobre el general Santa Anna----el primer gran movimiento ‘‘que conmueve hasta sus cimientos la es-tructura política dominante’’39---- no llegó a suponer la definitiva pacifica-ción y estabilidad necesarias para el progreso del país, debido en gran medidaa la diversidad de orientaciones políticas que convivieron en los Congre-sos de esos años: federalistas y centralistas, liberales y conservadores, an-ticlericales y monárquicos, todos ellos contribuyeron a crear este clima de

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35 Cfr. Rivadulla, Daniel et al., El exilio español en América en el siglo XIX, p. 245.36 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 127.37 Cfr. ibidem, p. 171, y Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 102. Tras

una breve estancia en La Habana, pasó todo el exilio en Nueva York, donde prosiguió su labor perio-dística hasta 1862, cuando regresó a México. En esa ciudad norteamericana fundó el periódico ElOccidente con el que seguiría la labor emprendida en México: cfr. Villegas Revueltas, Silvestre,‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 102-103; Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxi, y Antuñano M.,Francisco de, ‘‘Presentación’’, p. xviii.

38 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, pp. 137-138.39 Hernández y Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, en Portilla, Anselmo de la, Historia de la revolu-

ción de México contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855), p. 7.

inestabilidad política que provocaría, unos pocos años después, la inter-vención de las potencias europeas.40

Las ideas conservadoras de Anselmo de la Portilla se pusieron de ma-nifiesto en todos sus escritos periodísticos y de ocasión, y también en suparticipación en la vida política mexicana, como lo demuestra su adhe-sión a la causa de Maximiliano, a la que defendió desde La Razón de Mé-xico por ser ‘‘altamente conservadora en la acepción razonable de estapalabra, [aunque] es indudablemente una política liberal y progresista’’.41

Igual que muchos otros, De la Portilla estaba convencido de que los acon-tecimientos nacionales estaban insertos en los movimientos mundiales----europeos---- que variaban entre el liberalismo y el conservadurismo ex-tremos. Sin embargo, sus puntos de referencia eran los países europeos detradición monárquica, católica y latina; los parámetros de las naciones an-glosajonas eran para don Anselmo difíciles de aplicar en México.42

Por tanto, después de sus iniciales dudas, concibió el Imperio de Ma-ximiliano como un intento de conciliar ambas posturas,43 que se inclinabahacia un conservadurismo moderado, que defendió desde La Razón deMéxico y La Iberia. Se trataba para don Anselmo de asegurar un progresopacífico para México, igual que estaba ocurriendo en España, que, a sujuicio, debía ser el modelo que había que imitar.44 Su posición ideológicasobre el sentido de las revoluciones se manifestó claramente en muchasde sus reflexiones incluidas en sus libros Historia de la revolución deMéxico contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855), y Méxi-co en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort.45

De cualquier modo, el respaldo de la colonia española, en particular,y de Anselmo de la Portilla, como su portavoz ideológico, en especial, alproyecto imperial de Maximiliano tuvo un carácter bastante ambiguo, porlo que se refiere a las noticias recogidas en los periódicos ‘‘hispánicos’’sobre los enfrentamientos entre partidarios de la República y de la Monar-

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 245

40 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 171, y Villegas Revueltas,Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 116.

41 La Razón de México, 27 de diciembre de 1864, cit. por González Navarro, Moisés, Los ex-tranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970, vol I, p. 486.

42 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.43 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxii.44 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim, y Villegas Revueltas, Silvestre,

‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 103.45 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 109. A pesar de su apego al

catolicismo, también se manifestaron en estos dos libros sus críticas hacia la actuación de la Iglesiamexicana frente a las circunstancias políticas: cfr. ibidem, p. 118.

quía de las últimas semanas de la guerra, que concluiría con el fusila-miento de Maximiliano.46

Sin embargo, durante los primeros momentos de la intervención delas potencias europeas, y después de haber regresado de su exilio en Esta-dos Unidos, por el apoyo que había brindado al gobierno durante la presi-dencia de Ignacio Comonfort, criticó duramente la política europea de in-tervención de México, que no había sido precedida de una declaraciónprevia de intenciones. Se colocaría, así, en abierta contradicción con lasopiniones mayoritarias de sus compatriotas.47 Pero, sobre todo, se oponíaa la intervención de España en México, porque, si se derramaba ‘‘una solagota de sangre mexicana, acaba[ría] para siempre el prestigio del nombreespañol, no sólo en México sino en toda América’’.48

Después de la derrota imperial y del triunfo de los liberales, cuatrofueron los grandes temas sobre los que se centró el debate político nacio-nal: la recuperación económica, la educación, la transculturización indí-gena y el fomento de la inmigración europea.49 Pero todos estos asuntoshubieron de ser pospuestos para poder atender las dificultades de otra ín-dole que sufrió el país al poco tiempo del triunfo liberal.

La evolución política y económica del período de la República Res-taurada se acercaría mucho a las propuestas de don Anselmo: después deque los reformistas hubieran tomado conciencia de la imposibilidad de go-bernar con apego a la legalidad para promover el progreso material, losúltimos protagonistas de la Reforma ‘‘dejarían de creer que la libertad po-lítica era la clave de la salud pública’’.50 Ésa sería la herencia recibida porPorfirio Díaz.

Además de su vocación periodística y de su participación activa enlos acontecimientos políticos del país, De la Portilla mostró un extraordi-nario interés por otras disciplinas, como la literatura y la historia: dio a laluz en la colección Biblioteca Mexicana del periódico La Iberia variosdocumentos históricos indispensables para el estudio del período colo-nial, que, por aquel entonces, eran difíciles de consultar por el gran públi-co. Todos esas fuentes históricas ----textos de Hernán Cortés, López de

246 MARÍA BONO LÓPEZ

46 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, p. 309. Unos años después, em-pleó palabras nada elogiosas para referirse al emperador: cfr. Portilla, Anselmo de la, España en Mé-xico. Cuestiones históricas y sociales, pp. 101-102.

47 Cfr. Falcón, Romana, Las rasgaduras de la descolonización, pp. 46 y 235.48 Cit. por Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxi.49 Cfr. Pi-Suñer, Antonia (comp.), México y España durante la República Restaurada, pp. 12 y 15.50 Ibidem, p. 11. Cfr. también ibidem, pp. 16-20.

Gómara, Bernal Díaz del Castillo---- iban precedidas de una pequeña in-troducción de Anselmo de la Portilla. En 1873 se publicaría, también enla colección Biblioteca Mexicana, la Instrucción que los Virreyes de laNueva España dejaron a sus sucesores.51 Además, fue uno de los funda-dores de la Academia Mexicana de la Lengua, creada en 1875, a la queestuvo vinculado hasta su muerte, ocurrida en 1879.52

Otra de las facetas de don Anselmo que debe tenerse en considera-ción es su interés por las actividades artísticas: no sólo dedicó parte de sutiempo a la producción literaria, aunque no alcanzó ningún éxito, sino quetambién ejerció como promotor de varios literatos, como VictorianoAgüeros.53 Además, participó como redactor en el Diccionario Universalde Historia y Geografía que dirigiera Manuel Orozco y Berra, y en el Ensa-yo Bibliográfico Méxicano del siglo XVII de Vicente de P. Andrade.54

III. ESTUDIO BIBLIOGRÁFICO SOBRE LA OBRA DE ANSELMO

DE LA PORTILLA

La obra de Anselmo de la Portilla es eminentemente periodística,aunque no se ha tomado en consideración para la elaboración de este tra-bajo. Además, su producción incluye textos literarios, que en su mayoríafueron publicados con pseudónimo o de forma anónima,55 y algunos li-bros generalmente de conteniddo histórico, aunque esto no constituye laregla general, como se verá a continuación. Los dos primeros ----Historiade la revolución de México contra la dictadura del general Santa-Anna(1853-1855),56 y México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comon-fort,57 publicados en 1856 y 1858---- tienen un propósito político de justi-

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51 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxiii, y Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presenta-ción’’, p. xviii.

52 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 104-105, y Antuñano M.,Francisco de, ‘‘Presentación’’, pp. xvii-xviii.

53 Cfr. Portilla, Anselmo de la, ‘‘Prólogo’’, en Agüeros, Victoriano, Cartas literarias, México,Imprenta de ‘‘La Colonia Española’’ de A. Llanos, 1877, y Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxvii.

54 Cfr. Hernández y Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, p. 8, y Antuñano M., Francisco de, ‘‘Presen-tación’’, p. xviii.

55 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, pp. xxvii-xxviii.56 Se consultó la edición de este libro publicada en México, Instituto Nacional de Estudios His-

tóricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla (Obras fundamentales de la Repú-blica Liberal), 1987 (edición facsimilar de la de México, Imprenta de Vicente García Torres, 1856).

57 Se consultó la edición de este libro publicada en México, Instituto Nacional de Estudios His-tóricos de la Revolución Mexicana-Gobierno del Estado de Puebla (Obras fundamentales de la Repú-blica Liberal), 1987 (edición facsimilar de la de New York, Imprenta de S. Hallet, 1858).

ficar ciertos acontecimientos de la historia de México: la Revolución deAyutla y la actuación como presidente de la República de Ignacio Co-monfort.

Aunque De la Portilla explicitó sus intenciones de hacer historia, másque una visión despegada afectivamente de los hechos, por su doble con-dición de historiador y de extranjero, estas dos obras ‘‘son mucho más lasexplicaciones y justificaciones de un adicto a Comonfort y a su gobier-no’’.58 Pero, a pesar de esta intencionalidad, Historia de la Revolución deMéxico contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855), cuyaprimera edición apareció anónima,59 aporta numerosos datos documenta-les, lo que hace que el libro pueda clasificarse como de historia. Así, alfinal del libro se incluyen un extenso apéndice y numerosas notas a pie depágina.60

La primera edición, publicada en México, de Historia de la Revolu-ción de México contra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855)data de 1856; no volvería a editarse hasta 1987 en una versión facsimilardel Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, que care-ció de las láminas y los mapas aparecidos en la edición príncipe. La últi-ma edición, a cargo de la Biblioteca Mexicana de la Fundación MiguelAlemán, de 1991, incluyó las litografías y planos originales y añadió uníndice onomástico para facilitar la búsqueda.61

México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort fue publi-cado en 1858 en el exilio de Nueva York, en la imprenta de S. Hallet. Seocupaba este libro de los acontecimientos políticos y sociales de este pe-ríodo, además de los hechos acaecidos durante las sesiones del Constitu-yente, aunque no tratara de recoger las crónicas de los debates constituyen-tes. Desde luego, el sentido de esta obra no puede entenderse sin la anteriorde 1856.62

La siguiente edición de la obra apareció ya en el siglo XX, en 1987, acargo del Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana y elgobierno del estado de Puebla. La cercanía de don Anselmo a Comonfort

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58 Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.59 Hernández y Lazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, p. 7.60 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 105 y 107.61 Cfr. ibidem, p. 105.62 Cfr. Fuentes Díaz, Vicente, ‘‘Prólogo’’, en Portilla, Anselmo de la, Méjico en 1856 y 1857.

Gobierno del General Comonfort (edición facsimilar de la de New York, Imprenta de S. Hallet,1858), México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana-Gobierno delEstado de Puebla (Obras fundamentales de la República Liberal), 1987 p. 5.

lo invistió de autoridad histórica,63 por lo que careció este libro del apoyodocumental que acompañó a su Historia de la Revolución de México con-tra la dictadura del general Santa-Anna (1853-1855); pero sí incluyó unfolleto publicado por el propio Comonfort: Política del General Comon-fort durante su gobierno en Méjico. Al año siguiente de haber salido a laluz el libro de Anselmo de la Portilla, se publicó también en Estados Uni-dos un folleto, firmado por un mexicano, en el que se criticaba duramentela obra de don Anselmo y la de Ignacio Comonfort.64

La importancia de Historia de la Revolución de México contra la dic-tadura del general Santa-Anna (1853-1855) y de México en 1856 y 1857.Gobierno del General Comonfort, que permite incluir a De la Portilla en-tre los estudiosos de la historia de México, radica, particularmente, en elhecho de que México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort‘‘es el único trabajo monográfico sobre aquel periodo presidencial [deComonfort] y ha servido en ulteriores investigaciones para reconstruir elbienio’’.65

El exilio neoyorquino de don Anselmo no impidió que siguiera desa-rrollando su faceta literaria; allí redactó dos obras: Virginia Stewart, LaCortesana. Historia de amor, vicio y sangre (fragmento de una relaciónde viaje en los Estados Unidos por D. A. de la P.), y Cartas de viaje,dirigidas a José Gómez, conde de la Cortina. La novela fue publicada des-pués en México y conoció dos ediciones en muy corto espacio de tiempo: laprimera, en 1864 en la Tipografía del Comercio, a cargo de Joaquín Mo-reno, y la segunda, en 1868, editada por ‘‘La Iberia’’ y por F. Díaz deLeón y S. White, Impresores. En esta versión, el título fue alterado: Virgi-nia Stewart, La Cortesana. Historia de amor, vicio y sangre (fragmentode unos apuntes de viaje en los Estados Unidos). Las Cartas de viaje nopudieron publicarse; pues, al regreso de don Anselmo a México, el condede la Cortina había muerto y no logró recuperar los manuscritos.66

Andrés Henestrosa atribuye a don Anselmo otra obra, de tipo históri-co, que vio la luz cuando estaba a punto de regresar a México: Episodio

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63 Idem.64 Cfr. Breve refutacion al memorandum del General D. Ignacio Comonfort, Ex-Dictador de

la República Mejicana, y a la obra encomiastica de su gobierno, escrita por el señor Anselmo de laPortilla; impresa y publicada, el año de 1858, en la ciudad de New York, del estado del mismo nom-bre, en la Confederación Norteamericana, New York, Imprenta de La Crónica, 1859.

65 Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 119. Cfr. también Hernández yLazo, Begoña C., ‘‘Prólogo’’, p. 7, y Fuentes Díaz, Vicente, ‘‘Prólogo’’, p. 6.

66 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxviii.

histórico del gobierno dictatorial del señor don Ignacio Comonfort en laRepública mexicana, años de 1856 y 1857, publicada en México en la Im-prenta de Ignacio Cumplido en 1861. Más tarde, escribió una Cartilla deGeografía para los Niños. Por D. Anselmo de la Portilla, publicada enOrizaba en 1865 por la Tipográfica de J. B. Aburto.

En esas primeras publicaciones de tipo histórico, al compararlas conla siguiente ----España en México. Cuestiones históricas y sociales----,puede apreciarse la capacidad de don Anselmo para reclamar o no, segúnsus intereses, su condición de español.67 Esos escritos, al responder a de-terminadas intencionalidades, por fuerza, condicionaban una selección te-mática. Nada ha de sorprender, en consecuencia, que la referencia al me-dio indígena brille por su ausencia en estos primeros textos: no porque lodespreciara, sino porque quedaba fuera del propósito que le movió a tomarla pluma. Estos libros apenas contienen unos pocos párrafos en los que,marginalmente, se menciona de modo explícito a los pueblos indígenas.

En México en 1856 y 1857. Gobierno del General Comonfort, sonmás frecuentes las alusiones al mundo indígena, aunque restringidas a surelación con movimientos insurreccionales: la insubordinación de los nó-madas del norte,68 la revuelta de los pueblos indios que poblaban losmárgenes de la laguna de Chapala,69 y la guerra de castas que asolabaYucatán.70

En 1864, De la Portilla publicó otro libro más: De Miramar á Méxi-co. Viaje del emperador Maximiliano y de la emperatriz Carlota, Desdesu Palacio de Miramar cerca de Trieste, hasta la capital del Imperio Me-xicano, con una relacion de los festejos públicos con que fueron obse-quiados en Veracruz, Córdoba, Orizaba, Puebla, México, y en las demáspoblaciones del tránsito, publicado en Orizaba en la Imprenta de J. Ber-nardo Aburto. Es éste un libro de ocasión en el que recogió algunos aconte-cimientos ocurridos durante el viaje de los emperadores de Veracruz a la ciu-dad de México; además, incluyó una recopilación de discursos y otrosescritos publicados con motivo de la llegada de Maximiliano a México.71

El único libro en el que Anselmo de la Portilla abordó la cuestiónindígena es España en México. Cuestiones históricas y sociales, publica-

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67 Cfr. Pani, Érika, ‘‘Cultura nacional, canon español’’, passim.68 Cfr. Portilla, Anselmo de la, México en 1856 y 1857, pp. 23 y 107.69 Cfr. ibidem, pp. 164-166.70 Cfr. ibidem, p. 261.71 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, p. 103, y Henestrosa, Andrés,

‘‘Prólogo’’, p. xxxii.

do en 1871 en México. En este libro, De la Portilla hacía una defensaapologética de la labor conquistadora y colonizadora de España, movidopor su espíritu patriótico, que nunca menguó, y azuzado por las críticasde los liberales mexicanos a la empresa española.

IV. LOS PUEBLOS INDIOS VISTOS A TRAVÉSDE LA OBRA DE DON ANSELMO

El debate sobre el estado de postración de los habitantes indígenas deMéxico había llevado a la clase política mexicana durante todo el sigloXIX a acusar al gobierno español ----no sólo a las autoridades de la metró-poli, sino a las del Virreinato---- de haber sido el responsable de la situa-ción en la que se encontraban las etnias indígenas del recién nacido Esta-do mexicano.

Por ello, en España en México, De la Portilla se dio a la tarea de aco-meter la defensa de las actuaciones de la Corona española durante la épo-ca de la dominación. El libro está compuesto de dos partes: una respondea esta intención y aborda algunos aspectos jurídicos que los reyes pusie-ron en vigor para la defensa de los indios. Esta parte termina con dos ca-pítulos que recogen una serie de reflexiones sobre la situación de los indí-genas contemporáneos, y proponen algunas soluciones para tratar deincorporar a las etnias al Estado nación.

Desde luego, los textos de don Anselmo no pretendían exhaustividadpor lo que se refería a tratar las características y modos de vida de todoslos pueblos indígenas asentados en el país; generalmente, sus reflexionesgiran en torno a los indios del altiplano, que identificaba frecuentementecon los aztecas. Igual que en otros escritos de políticos mexicanos con-temporáneos de Anselmo de la Portilla, se manifestaron en su obra lastendencias reduccionistas para abordar las soluciones que habrían de dar-se a la cuestión indígena.

La otra parte recoge una serie de artículos que De la Portilla escribiópara el periódico La Iberia desde el que el autor entabló una dilatada po-lémica con El Federalista sobre el proceso de colonización y conquistade la Corona española. En esta recopilación de artículos, De la Portillarepetiría muchos argumentos recogidos en la primera parte de la obra,aunque organizados de tal manera que pudieran refutarse las afirmacionesrecogidas en El Federalista.

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Así, sus reflexiones giran en torno al problema indígena que afronta-ron las autoridades españolas y a las soluciones jurídicas que le dieron:los principales argumentos que emplearía fueron tomados de la legisla-ción indiana y las reales cédulas de los reyes españoles, y de las órdenes ybandos de los virreyes de la Nueva España.

Sólo dedicó De la Portilla dos capítulos al estado en que se encontra-ban los indígenas en su época y los utilizó para ejemplificar el hecho deque el gobierno mexicano, cuando había acertado en el trato que debíadispensarse a las etnias, era porque había imitado o copiado la legislaciónprotectora española; y, cuando había errado, se debía a que los políticosmexicanos no eran capaces de afrontar un problema evidente y tratabande ignorar a una gran masa de población que también formaba parte delEstado mexicano.

Aunque había defendido con pasión la labor protectora de los indiosque realizara la Corona española durante tres siglos,72 De la Portilla llegóa reconocer en alguna ocasión que la identificación jurídica de los indíge-nas con los menores no dejaba de ser una ‘‘especie de esclavitud’’, la mis-ma que habían sufrido antes, durante la expansión y consolidación delImperio azteca, y la misma en que se encontraban las etnias en su épo-ca, como iba a tratar de demostrar en algunos capítulos de su libro.73 Sinembargo, la actuación de las autoridades españolas se justificaba, paradon Anselmo, por el contexto histórico: así se entendían algunos temasen el siglo XVI y XVII, y sus soluciones eran las mismas, ya se tratarade la Corona española o de cualquier otra Monarquía europea de aqueltiempo.74

Para explicar las causas de por qué la Corona española había concedi-do a los indios el estatus jurídico de menores, abordó el problema de ladeterminación de las capacidades intelectuales del indio, una discusiónque se había iniciado desde los primeros tiempos de la dominación espa-ñola; que había acaparado la atención de juristas y filósofos, y que habíaservido para justificar o atacar los repartimientos y encomiendas.75

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72 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 148.73 Cfr. ibidem, pp. 87-88. Sobre la condición de menores de los indígenas durante la domina-

ción española, cfr. Tomás y Valiente, Francisco, ‘‘La condición natural de los indios de Nueva Espa-ña, vista por los predicadores franciscanos’’, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. VI-1994, p. 261.

74 Cfr. Henestrosa, Andrés, ‘‘Prólogo’’, p. xxxiii.75 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 91-92.

Desde luego, De la Portilla compartió los puntos de vista de quienes,durante el dominio español, habían defendido la necesidad de dispensarun trato especial a los indios, dadas las cualidades que caracterizaban a la‘‘raza azteca’’: ‘‘su humildad, su mansedumbre, su desapego de las pom-pas vanas, y otros rasgos de su carácter que son causa de menospreciopara el mundo’’.76 En último término, prevalecieron las opiniones de lasautoridades religiosas sobre las de las autoridades civiles, que calificabana los indios como ‘‘imbéciles y viciosos’’.77

Después de la ruptura con España, las nuevas autoridades habían de-clarado la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos, con los mismosdeberes y derechos, sin haber tomado en consideración, según don Ansel-mo, que los indígenas debían haber pasado por un estado intermedio ----unaespecie de adolescencia legal transitoria----, de tal manera que aprendierana comportarse ----jurídica y socialmente---- como mayores de edad.78 Estebrusco cambio de estatus jurídico había provocado serios inconvenientespara las etnias indígenas de México, ‘‘cuando tuvieron encima los terri-bles deberes de hombres, sin dejar de ser niños’’.79

Más adelante, en la exposición de los modos de reformar a la claseindígena, Anselmo de la Portilla incurriría en una contradicción respectode lo que había afirmado antes: el respeto que debían las leyes y las auto-ridades a la libertad del ciudadano era un principio del Estado modernoque había que salvaguardar a toda costa, excepto ‘‘tratándose de los in-dios, [que] convendrá tal vez que los gobiernos pongan la mano en ciertasmenudencias que parecen mas bien propias de padres ó maestros, que delegisladores’’.80 Por tanto, esa etapa intermedia del estatus jurídico de losindígenas no sería, de modo alguno, breve; puesto que planteaba de nue-vo la intervención del Estado en la esfera personal de los individuos.

La participación del Estado en la transformación de los indios en ciu-dadanos estaba legitimada de alguna manera para De la Portilla por lahistoria, de tal manera que, si ‘‘todavía los gobiernos mandan sus fuerzascontra los indígenas que no han querido someterse a la raza conquistado-

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76 Ibidem, p. 92.77 Idem.78 Cfr. ibidem, p. 88.79 Idem. Cfr. también ibidem, p. 90. Sin embargo, más adelante, llamaría la atención sobre el

hecho de que los propios indígenas no se quejaban del trato que les dispensaban las autoridades espa-ñolas o mexicanas: cfr. ibidem, pp. 24, 61 y 154.

80 Ibidem, p. 110. Aquí sí creía conveniente tomar el ejemplo español como modelo, ‘‘sin aque-llas exageraciones’’: ibidem, p. 111.

ra’’; ‘‘si los españoles cometieron una iniquidad, la misma, y menos dis-culpable, siguen cometiendo sus descendientes: si estos tienen derecho ácontinuar las conquistas, no les vienen sino de las primeras’’.81

De la Portilla estaba convencido de que el medio más eficaz para pro-vocar un cambio social, cultural y económico en el nuevo Estado no de-bía proceder de la inmensa producción legislativa que por esos años sellevaba a cabo; al menos, no exclusivamente. A la situación de cambiojurídico de los indígenas de México impuesta por la ley, que a De la Por-tilla le parecía absurda, ‘‘porque la palabra de un legislador no tiene lavirtud de violentar las leyes de la naturaleza, apresurando la marcha gra-dual del tiempo’’,82 había que añadir la ineficacia de lo establecido por laley, que ‘‘en la práctica fué una burla’’,83 y que había suprimido todos losrecursos disponibles de los indígenas para denunciar los abusos recibidosdel resto de la población, de tal manera que ‘‘ellos [los indios] cayerondesfayecidos é inermes bajo su disfraz de ciudadanos, en medio de unasociedad que no los recibia en su seno sino para hacerles sentir mejor sudebilidad e impotencia’’.84

La falta de medios de defensa de los indios que la ley había elimina-do ----incluso se había suprimido la palabra con la que se les había deno-minado hasta entonces, como lo estableció, entre otros, Maximiliano85----se unía a la circunstancia de que no se había alterado su condición social,de tal manera que ‘‘todos... han podido abusar de ellos á mansalva, escu-dados en las mismas leyes’’.86 Don Anselmo pensaba que era necesariauna reforma de esa condición social de los indios, con el objeto de que no

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81 Ibidem, p. 125.82 Ibidem, p. 88. Anselmo de la Portilla compartía las opiniones de sus contemporáneos cuando

trataba de comprender los modos de vida indígenas, tan diferentes a los de corte occidental; además,no hacía falta recurrir a ninguna autoridad para saber cómo eran los indios: bastaba con observarlosdiariamente: ‘‘sus hábitos no revelan siquiera ese instinto natural de todo sér viviente, que busca elplacer y huye del dolor: apenas comen, apenas visten: un techo de paja es su habitacion, un puñadode maíz su alimento, el suelo su cama, y su vestido un andrajo’’: ibidem, pp. 90 y 96. Iguales opinio-nes que las de los políticos mexicanos sustentaba De la Portilla cuando se refería a las prácticas reli-giosas indígenas: ‘‘sus nociones religiosas son una monstruosa mezcla de supersticiones pueriles y deprácticas ridículas’’: ibidem, p. 90.

83 Ibidem, p. 88.84 Idem.85 A su llegada al puerto de Veracruz, Maximiliano había prohibido que se utilizara la palabra

indio para distinguir a una parte de sus súbditos: cfr. ibidem, p. 101.86 Ibidem, p. 89. Cfr. también ibidem, p. 205. E incluso los blancos había actuado en contra de

la ley: De la Portilla denunció que en Oaxaca y Yucatán seguía cobrándose, ‘‘aunque con otro nom-bre’’, el tributo indígena, a pesar de que ya había sido prohibido desde la promulgación de la Consti-tución de Cádiz en el Virreinato de la Nueva España: ibidem, p. 53.

hubiera que recurrir a la inmigración extranjera para alcanzar el progresodel país.87

No era suficiente la declaración bienintencionada de la ley, si no ibaacompañada de un cambio en las costumbres y en las creencias de quienesaplicaban y obedecían estas leyes, y de esto podían ponerse varios ejem-plos, como el de Estados Unidos. Por eso, la declaración de igualdad y elreconocimiento de los indios como ciudadanos no había impedido que

cualquier cabo de escuadra h[ubiera] podido arrancarlos de su hogar, óarrebatarlos en la calle, para meterlos en un cuartel y hacerlos soldados;cualquier cabecilla h[ubiera] podido arrastrarlos á una plaza pública parahacerlos instrumento de miserables ambiciones; cualquier guarda de garitah[ubiera] podido vejarlos y maltratarlos con el pretexto de cobrar los dere-chos aduanales; cualquier palurdo de Europa y cualquier holgazan de Mé-xico se consideran autorizados á despreciarlos..., y hablándoles de tu comoá los siervos los señores.88

Frente a este trato que el nuevo Estado mexicano les dispensaba, losindígenas contaban con sus propios mecanismos de defensa. Por eso ex-plicaba De la Portilla que ‘‘rechaza[ra]n el bienestar que ella [la Repúbli-ca] podia ofrecerles; por eso permanecen hoy en el mismo estado de ig-norancia y de atraso, de abyección y miseria que en otros tiempos’’.89

Este comportamiento también se hacía evidente en las relaciones de losindígenas con los blancos; sobre todo, en los días de mercado en la ciu-dad, donde ‘‘apenas osan levantar los ojos hácia los blancos’’,90 hasta queemprendían el camino de regreso a sus pueblos ‘‘despues de sufrir conaparente insensibilidad... nuevos desprecios y nuevas humillaciones’’.91

En ocasiones, De la Portilla se dejó llevar por los prejuicios que com-partía toda la opinión pública respecto a las etnias; sin embargo, su postu-ra sobre las cualidades y defectos de éstas podía sintetizarse de la siguien-te manera:

creemos que Dios y la naturaleza les han dado, en punto á sus facultadesintelectuales y morales, lo mismo que á todos los demas hombres, pero que

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 255

87 Cfr. ibidem, pp. 107-108.88 Ibidem, p. 89.89 Ibidem, p. 90.90 Idem.91 Ibidem, pp. 90-91. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y

Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 124 y 149.

tienen los vicios y defectos de su educacion, de su condicion social y desus largas desgracias. No dirémos, porque seria falso é injusto, que son da-dos á la ociosidad, á la embriaguez, á la mentira y al robo; pero vemos queson más indolentes que activos, más recelosos que francos, más parcos enel comer que sobrios en la bebida, y que no siempre muestran tener ideacabal del respeto que la propiedad merece.92

Sin embargo, todos estos defectos podían achacarse no sólo a los pro-pios interesados, sino a los encargados de su educación y de la sociedaden general: ‘‘por todas partes hay parodias de letrados que los engañan, y entodas partes pululan esos tornadizos de nueva especie, que les enseñan suciencia de mentiras para pervertirlos y esquilmarlos’’.93

Desde luego, De la Portilla estaba convencido de que, para que losindios alcanzaran el grado de civilización necesario para llegar a ser ver-daderamente ciudadanos del Estado mexicano, las autoridades debían em-prender una labor esencial, que era explicar a los indios las obligaciones,deberes y derechos que suponía esta condición de ciudadanos, además deevitar a toda costa los abusos que se cometían precisamente por la igno-rancia de los indios.94 Era necesario que el Estado interviniera para ‘‘suje-tarlos [a los indios] á sus leyes y á sus costumbres, quitarles la inde-pendencia de que gozan en sus bosques, traerlos á la vida civilizada’’.95

Además, aunque equiparó a las etnias con las ‘‘clases proletarias’’,llamó la atención de sus contemporáneos sobre las diferencias radicalesque existían entre las dificultades de adaptación de los indígenas al Esta-do nacional y los problemas que afrontaban otros países a causa de ‘‘estasclases proletarias’’.96 El balance del conflicto mexicano debía ser positi-vo, pues

los indios no son impecables, pero rara vez ó nunca se encuentran entreellos los grandes delincuentes. Apacibles de condicion, perdonan fácilmen-te las injurias, y sus venganzas casi nunca son sangrientas. Sus armas sonlas piedras y los palos, nunca los puñales ni otros instrumentos de muerte;

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92 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, pp. 96-97. Enotra ocasión, afirmó que los indios ‘‘han sido siempre muy apegados á sus propiedades, y han tenidouna rara habilidad y teson para defenderlas’’: ibidem, p. 73.

93 Ibidem, p. 112. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Esta-do nacional en México en el siglo XIX, pp. 79-80, 111-112, 136, 146-150, 279 y 290.

94 Cfr. Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 97.95 Ibidem, p. 125.96 Ibidem, p. 98. Cfr. también ibidem, pp. 112-113.

y por eso sus riñas rara vez producen resultados desastrosos. En fin, la sua-vidad de su carácter se revela hasta en sus pasiones, y son enteramente des-conocidos entre ellos esos crímenes atroces que estremecen á la sociedaden otras partes.97

Por eso, Anselmo de la Portilla manifestaba en este libro su esperan-za de que era posible la redención e incorporación de los indios al Estadonacional: ‘‘una raza que vive todavía á pesar de haber pesado sobre ellatres siglos de dolores; una raza que despues de todo, y en medio de sumiseria, es todavía la fuerza material y productora de la nacion á que per-tenece, es una raza que puede cumplir aún grandes destinos’’.98 Si se con-seguía que los indios se incorporaran a los procesos de producción y deconsumo modernos, el problema estaría resuelto y no sería necesaria lainmigración extranjera.99

Las dificultades comenzaban por determinar de qué manera iba a pro-ducirse esa incorporación de los indios a los procesos productivos y dedesarrollo de México. Desde luego, para De la Portilla no se trataba de ‘‘pro-digar leyes sobre esta materia’’,100 que habría sido imitar el modelo espa-ñol que había demostrado su fracaso; sino que, en su opinión, debía po-nerse en marcha un programa en que se incluyeran ‘‘pocas leyes ybuenas, muchos establecimientos de enseñanza, muchos y buenos maes-tros, un buen sistema de educación, y una constante solicitud para ponerleen práctica’’.101

En libros anteriores, De la Portilla había expresado su convicción deque las reformas sociales propiciadas por el gobierno debían contar convarios elementos claves: el factor humano, las circunstancias históricas,las costumbres y las creencias, entre otras. Y la labor del historiador eramostrar todos esos factores para implantar mecanismos eficaces de cam-bio, que para don Anselmo no debían implicar necesariamente un despre-cio de las experiencias del pasado.102

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97 Ibidem, p. 98. Las actitudes violentas de los indios sólo se manifestaban ‘‘en las cuestionessobre tierras, [en las que] no ceden jamás, y abandonan su habitual timidez para hacer frente no solo álos particulares poderosos, sino al mismo poder público’’: ibidem, p. 74.

98 Ibidem, p. 100.99 Cfr. ibidem, p. 107.

100 Ibidem, p. 108.101 Ibidem, p. 109.102 Cfr. Villegas Revueltas, Silvestre, ‘‘Anselmo de la Portilla’’, pp. 110-111.

Muy de pasada, y para establecer la comparación entre lo actuado porlas autoridades españolas y por las del nuevo Estado, De la Portilla abor-dó el problema de la conservación de las lenguas indígenas, mediante laelaboración de gramáticas y diccionarios, como parte del patrimonio cul-tural de la nación: ‘‘sus idiomas están enteramente abandonados, como sino tuviéramos interes en conservarlos y aprenderlos para bien de las le-tras y de la historia’’.103

Además de estos medios, la reforma no tendría éxito si no iba secun-dada por todas las autoridades, encargadas de aplicar las leyes, y por todala sociedad, que debía obedecerlas, de tal manera que ‘‘abandonen esedesden tradicional con que tratan á los indios, y que se abstengan sobretodo de maltratarlos de palabra y de obra, bajo severas penas’’.104 Al res-pecto, el papel que podía desempeñar el clero, siguiendo el modelo espa-ñol, era importantísimo; sobre todo, porque ya no se trataba de ‘‘sometertribus nómadas, sino de perfeccionar la civilizacion de pueblos dóciles,obedientes y pacíficos’’.105

Al igual que habían hecho otros extranjeros que escribieron sobre losindígenas de México, como la marquesa de Calderón de la Barca,106 De laPortilla identificó perfectamente las nefastas consecuencias que el contac-to con los blancos ejercía sobre los indígenas, que los convertía en ‘‘séresabyectos y degradados’’:107 cuando los modos de vida occidentales no pe-netraban lo suficiente, el resultado era mucho peor en comparación consus congéneres que vivían alejados de los centros urbanos y no habíantenido ningún vínculo con las formas de vida de los blancos.108

Lejos pues de los grandes centros de poblacion, en los lugares apartadosdonde viven con sus costumbres primitivas sin consentir otras, no se en-cuentran esa ignorancia, ni esa miseria, ni esas actitudes serviles: al contra-rio, el viajero encontrará en algunos todo el saber de nuestros sabios, en

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103 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 257. En reali-dad, De la Portilla no se planteó el tema de la diversidad lingüística, a pesar de reconocer que ‘‘elidioma es el signo especial y expresivo de las nacionalidades’’, ni de la orientación que el Estadodebía adoptar respecto a esta cuestión. Las lenguas vernáculas de México eran tratadas por donAnselmo como una pieza arqueológica que pudiera exponerse en un museo, si eso fuera posible: ibi-dem, p. 34.

104 Ibidem, p. 109.105 Ibidem, p. 112. Cfr. también ibidem, pp. 109-111.106 Véase el trabajo ‘‘Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca y el mundo indígena mexica-

no’’, en este libro.107 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 99.108 Cfr. idem.

otros la habilidad de nuestros artistas, limpieza y bienestar en todos, y enmuchos un destello de la dignidad y altivez de que dieron pruebas sus ante-pasados.109

Sin embargo, ésta no era la situación ideal, que en un mismo paísconvivieran dos razas distintas con dos modos de vida diferentes. Una deellas debía absorber a la otra; evidentemente se trataba de fundir la ‘‘razaazteca’’ con la blanca, de manera que así se remediaran los males que pade-cían los indígenas. No dejan de ser significativas las palabras que dejóescritas De la Portilla al respecto: ‘‘es preciso hacer que los indios sean deveras hombres, y para ello hay que derribar los muros que los separan de lasotras razas: es preciso que entren en el movimiento general, á correr lasuerte de todos los demas ciudadanos’’.110

Anselmo de la Portilla no encontraba argumentos razonables en con-tra del mestizaje, puesto que era un fenómeno natural en todos los pue-blos, ‘‘que se han formado con la sangre de otras razas poderosas que losinvadieron, conquistaron y absorbieron’’.111 La desaparición de la raza in-dígena era, en último término, ‘‘la ley de la Providencia y la ley de lahistoria’’.112

De la Portilla aprovechó esa ocasión para arremeter contra los queafirmaban que la solución al problema indígena era el exterminio, segúnel modelo norteamericano, porque impedían el progreso de la nación, quese había asociado a la inmigración de europeos. Estas opiniones exaspera-ron a don Anselmo:

¡pobres indios! Humillados y desvalidos como están, ellos lo hacen todo eneste país: ¡y se dice que estorban!

Llevan sobre sus hombros las cargas mas pesadas de esta sociedad; cul-tivan la tierra, crian los ganados, abren los caminos; abastecen á las ciuda-

LOS CONSERVADORES Y LOS INDIOS: ANSELMO DE LA PORTILLA 259

109 Idem. Éste era un argumento para combatir las opiniones de los que sostenían que los indiosno poseían las mismas capacidades intelectuales que los blancos, al igual que el ejemplo de muchosindígenas que habían destacado en su tiempo por sus cualidades como literatos, políticos, etcétera:cfr. ibidem, pp. 99-100, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estadonacional en México en el siglo XIX, p. 243.

110 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 102. A pro-pósito de esta cuestión, se quejó de que la Corona española no hubiese impulsado con más ahínco unapolítica de mestizaje como la que se trataba de implantar en aquellas fechas, de modo que ya noexistiera el problema indígena, porque ‘‘la [raza] azteca no existiria ya’’: ibidem, p. 102. Cfr. tambiénibidem, pp. 104-105 y 113, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Esta-do nacional en México en el siglo XIX, pp. 233-244 y 248-257.

111 Portilla, Anselmo de la, España en México. Cuestiones históricas y sociales, p. 113.112 Ibidem, p. 114. Cfr. también ibidem, pp. 22-23.

des, forman la fuerza de los ejércitos, contribuyen para los gastos públicos;dan en fin sus brazos á todas las industrias, su fuerza á todos los gobiernos,su sangre á la patria: ¡y se dice que estorban!

Suprimidlos por un momento, y la vida de esta sociedad se interrumpecomo herida de un rayo: la agricultura se queda sin brazos, la industria sinconsumidores, el comercio sin auxiliares, el ejército sin soldados, las po-blaciones sin pan... ¿Y todavía se dirá que estorban?113

Como muchos otros, Anselmo de la Portilla se asomó a la realidadmexicana desde una perspectiva que ignoraba a los pueblos indígenas delnuevo Estado nacional. Cuando reflexionó sobre los indios ----unos indiosque ya no existían, pues se trataba de los que habían estado sometidos a laCorona española----, lo hizo para defender a su patria de los ataques, paraél injustificados, de los liberales de la última generación. Cuando abordó elproblema contemporáneo étnico de México, lo desarrolló como cualquierotro mexicano: no se asombró de lo asombroso; la solución era, tambiénpara él, la transculturización de los indígenas y, en último término, su eli-minación a través del inevitable mestizaje.

260 MARÍA BONO LÓPEZ

113 Ibidem, p. 106. Cfr. también ibidem, p. 49, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 622.

CAPÍTULO DÉCIMO

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADESINDÍGENAS DE MÉXICO

Manuel FERRER MUÑOZ*

SUMARIO: I. La personalidad de Brasseur de Buorbourg. II. Laobra escrita de Brasseur de Buorbourg. III. El México de Bras-seur de Buorbourg. IV. Las apreciaciones de Brasseur de Buor-

bourg. V. Conclusiones.

I. LA PERSONALIDAD DE BRASSEUR DE BOURBOURG

Ordenado sacerdote en Roma a los treinta años de edad, en 1844, CharlesÉtienne Brasseur de Bourbourg realizó su primer viaje a México cuatroaños después, en calidad de capellán de la legación francesa en nuestropaís. Permaneció en la República mexicana dos años, y dedicó íntegra-mente uno de ellos a viajar por su interior, hasta California. Regresó aEuropa en octubre de 1851.1

En julio de 1854, Brasseur volvió a cruzar el Atlántico desde Francia,para internarse por tierras de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Desdeprincipios de 1857 hasta marzo de 1859 residió en comunidades indíge-nas de Guatemala, cuyo arzobispo lo había nombrado administrador ecle-siástico de los quichés de Rabinal, los cakchiqueles de San Juan Zacate-pec, y los mames de Iztlahuacan, Zipacapa, Ichil y Tutuapa. Impulsadopor una notable curiosidad intelectual, aprovechó su estancia entre los

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* Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.1 Cfr. Brasseur, Charles, Popol Vuh. Le livre sacré et les mythes de l’antiquité américaine,

avec les livres héroiques et historiques des quichés, ouvrage original des indigènes de Guatémala,texte quiché et traduction française en regard, accompaignée de notes philologiques et d’un com-mentaire sur la mythologie et les migrations des peuples anciens de l’Amérique, etc., composé surdes documents originaux et inédits, Paris, Arthus Bertrand, 1861, prólogo, p. III, nota 1.

quichés de Rabinal para aprender su idioma,2 lo que le valió el reconoci-miento y el ingreso en la Sociedad Económica de Amigos de Guatemala.3

En 1857, antes de emprender su excursión por el istmo de Tehuante-pec, que sería el cuarto de sus periplos por tierras del Nuevo Mundo,Brasseur estrechó lazos con algunas sociedades científicas, como la Aca-demie des Inscriptions et Belles Lettres, y gestionó el apoyo del Ministe-rio francés de Instrucción Pública.4

El tiempo comprendido entre 1858 y 1860 fue dedicado por Brasseura trabajar en Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, dans l’état de Chiapaset de la République de Guatemala (véase infra). Como se acaba de indi-car, contó para ese proyecto con los auspicios del gobierno de NapoleónIII. Su arribo a México, donde pensaba empezar su estudio, se produjo enmayo de 1859. Terminado su largo itinerario, estaba de vuelta en Parísen octubre de 1860.5

En 1863 encontramos a Brasseur otra vez en la República mexicana,decidido a emprender excavaciones en Yucatán y en óptimas relacionescon el emperador Maximiliano, que quiso comprar su biblioteca, y quellegó a ofrecerle el Ministerio de Educación y la Dirección de Museos yBibliotecas del Imperio mexicano. Brasseur rechazó esas proposiciones y,si hemos de atenernos a su testimonio, aceleró su salida para AméricaCentral, que efectuó en abril de aquel año, para no ceder a la tentación deaceptar el nombramiento.6

Brasseur siempre compartió con el emperador el amor al estudio delpasado de México, y se hizo acreedor de la insignia de la orden de Gua-dalupe, que le concedió Maximiliano para premiar sus estudios. El apre-cio del emperador hacia la persona del abate francés se manifiesta por un

262 MANUEL FERRER MUÑOZ

2 Cfr. idem.3 Cfr. Brasseur, Charles, Gramática de la Lengua Quiché, según manuscritos de los mejores

autores guatemaltecos, acompañada de anotaciones filológicas y un vocabulario, nota introductoriadel Instituto Indigenista Nacional de Guatemala, Guatemala, Editorial del Ministerio de EducaciónPública ‘‘José de Pineda Ibarra’’, 1961, p. 9.

4 Cfr. Brasseur, Charles, Popol Vuh, prólogo, p. III, nota 1.5 Cfr. idem.6 Brasseur, Charles, Quatre lettres sur le Mexique. Exposition absolue du système hiéroglyphi-

que mexicain. La fin de l’âge de pierre. Époque glaciare temporaire. Commençement de l’âge debronze. Origines de la civilisation et des religions de l’antiquité d’après le teo-amoxtli et autres do-cuments mexicains, etc., Paris, Auguste Durand et Pedone-Madrid, Bailly-Baillière, 1868, pp. XII-XIII, y Brasseur, Charles, Bibliothèque Mexico-Guatémalienne précédée d’un coup d’oeil sur les étu-des américaines dans leurs rapports avec les études classiques et suivie du tableau par ordrealphabétique des ouvrages de lingüistique américaine contenus dans le même volume, rédigé et miseen ordre d’après les documents de sa collection américaine, Paris, Maisonneuve, 1871, pp. III-IV.

comentario elogioso que, según Brasseur, pronunció Maximiliano en unaocasión ante los integrantes del Consejo de Estado: ‘‘s’ils connaissaientpersonne parmi les étrangers, qui fût mieux informé des choses de leurpays’’.7

Tras unos años de intenso trabajo, en los que vieron la luz variasobras suyas y creció el predicamento del abate en los medios científicosde Francia, México y Guatemala, Brasseur de Bourbourg murió en Nizaen 1872.

II. LA OBRA ESCRITA DE BRASSEUR DE BOURBOURG

Fruto de la primera estancia de Brasseur en México son las Lettrespour servir d’introduction à l’histoire primitive des nations civilisées del’Amérique septentrionale (México, M. Murguía, 1851), que se publicóen edición bilingüe francés-español, cuando Brasseur estaba ya de regre-so en Francia.

Entre 1857 y 1859, Brasseur de Bourbourg publicó una obra en cua-tro volúmenes, que era fruto de su madrugador interés por las culturasprecolombinas de México y de Centroamérica: los volúmenes I y II ha-bían sido elaborados durante el viaje que realizó a esta última región en1854. El título que Brasseur dio a ese trabajo fue Histoire des nationscivilisées du Mexique et de l’Amérique Centrale, durant les siècles anté-rieurs à Christophe Colomb, écrite sur des documents originaux et entiè-rement inédits, puisés aux anciennes archives des indigènes (Paris, Art-hus Bertrand, 1857-1859). La aparición de este libro no pasó inadvertidapara los medios intelectuales de Francia: Hyacinthe Charency publicó unresumen del texto, precedido de unas páginas donde prodigaba todo géne-ro de elogios a Brasseur y calificaba como un acontecimiento de impor-tancia la impresión de esa obra, que era fruto de veinte años de esfuerzosy de una prolongada estancia de su autor en Guatemala, como cura de losindios de Rabinal.8

Ese ahínco de Brasseur por sacar a la luz fuentes documentales querevelaran testimonios de los indígenas americanos sobre sí mismos no

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 263

7 ‘‘Si conocían a algún extranjero mejor informado que él sobre las cosas de su país’’ (Bras-seur, Charles, Quatre lettres sur le Mexique, p. XII).

8 Cfr. Charency, Hyacinthe, Compte rendu et analyse de l’Histoire des nations civilisées duMexique et de l’Amérique centrale, etc., de M. l’abbé Brasseur de Bourbourg, Versalles, Beau Jeune,1859, p. 4.

tardaría en verse premiado con importantes descubrimientos, y se refleja-ría también en el rescate y traducción de códices como Popol Vuh ----ellibro sagrado de los quichés----, Rabinal-Achí,9 Troano y Chimalpopoca.

En efecto, a Brasseur de Bourbourg se debe el hallazgo de un manus-crito que contenía una copia de la Relación de las cosas de Yucatán escri-ta por fray Diego de Landa a mediados del siglo XVI.10 Ese documento,que pudo haberse extraviado cuando se expulsó a los franciscanos de Yu-catán, en 1820, fue encontrado por el abate francés en el invierno de 1863,en la biblioteca de la Real Academia de la Historia, en la ciudad de Ma-drid. Brasseur se ocupó personalmente de la publicación, que se concluyóal año siguiente, en el marco de una colección documental denominadaCollection de documents dans les langues indigènes pour servir à l’étudede l’histoire et de la philologie de l’Amérique ancienne (Paris, AugusteDurand-Arthus Bertrand), donde aparecieron otras investigaciones delabate sobre historia y lenguas aborígenes (la ya mencionada Grammairede la langue quichée, por ejemplo; o Quatre lettres sur le Mexique, deque se tratará más adelante). Fue, en fin, Brasseur quien tituló el textocon el nombre Relation des choses de Yucatan, con que ha llegado hastanosotros.11

Al mismo Brasseur de Bourbourg se debe otro importante descubri-miento bibliográfico, aunque menos sonado que el del manuscrito deLanda. Nos referimos a la obra de fray Bernardo de Lizana titulada Histo-ria de Yucatán, devocionario de Nuestra Señora de Izmal, y conquista es-piritual, que Brasseur consultó durante los años 1849 y 1850 en un ejem-plar trunco que se hallaba en la Universidad de México. Una selección delos pasajes que a Brasseur parecieron más interesantes se publicó en

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9 Brasseur, Charles, Grammaire de la langue quichée Espagnole-Française, mise en parallèleavec ses deux dialectes, cakchiquel et tzutuhil, tirée des manuscrits des meilleurs auteurs guatéma-liens. Ouvrage accompagnée de notes philololiques avec un vocabulaire comprenant les sourcesprincipales du quiché, comparées aus langues germaniques et suivi d’un essai sur la poésie, la musi-que, la danse et l’art dramatique chez les mexicains et les guatémaltèques avant la conquête, servantd’introduction au Rabinal-Achí, drame indigène avec sa musique originale, texte quiché et traductionfrançaise en regard, Paris, Arthus Bertrand, 1862. Hay una traducción al español, realizada en Guate-mala en 1961: Gramática de la Lengua Quiché, según manuscritos de los mejores autores guatemal-tecos, acompañada de anotaciones filológicas y un vocabulario.

10 Se trata de una copia que, según Brasseur, se escribió unos treinta años después de la muertede Landa: cfr. Brasseur, Charles, S’il existe des sources de l’histoire primitive du Mexique dans lesmonuments égyptiens et de l’histoire primitive de l’ancien monde dans les monuments américains?,Paris, Auguste Durand-Madrid, Bailly-Baillière, 1864, p. 4, nota 2.

11 Cfr. Pérez Martínez, Héctor, ‘‘Introducción’’, en Landa, Diego de, Relación de las Cosas deYucatán, México, Editorial Pedro Robredo, 1938, pp. 45 y 47.

1864, precisamente como apéndice a la edición de la obra de fray Diegode Landa.

Ese mismo año, animado indudablemente por sus propios éxitos,Brasseur consiguió la edición de un ensayo donde se recreaba en los para-lelismos, tan al gusto de la moda de esos años, entre las civilizacionesamericanas y la egipcia: S’il existe des sources de l’histoire primitive duMexique dans les monuments égyptiens et de l’histoire primitive de l’an-cien monde dans les monuments américains?, Paris, Auguste Durand-Madrid, Bailly-Baillière, 1864. Por noticias del propio Brasseur, sabemosque ese texto debía servir de introducción a la Relation des choses de Yu-catan, incluida como volumen III en la Collection de documents dans leslangues indigènes.12

Poco después, en 1866, Brasseur publicó ----también en París---- un re-pertorio de materiales arqueológicos mexicanos al que llamó Recherchessur les ruines de Palenqué et sur les origines de la civilisation du Mexi-que (Paris, Arthus Bertrand, s. a.), que acompañaba al álbum de Wal-deck.13 Esa línea de investigación encontró continuidad con las Quatrelettres sur le Mexique, que editaron Durand y Pedone y Bailly-Ballièreen 1868.

Entre los volúmenes que recogieron los trabajos de la CommissionScientifique du Mexique et de l’Amérique Centrale, publicados en 1870,encontramos dos titulados Études sur le système graphique et la languedes Mayas, en los que Brasseur reprodujo las profecías de los sacerdotesmayas sobre el final del culto a los ídolos.

Se cumplían por entonces siete años desde la fundación de aquellaCommission Scientifique, que debió mucho al empeño de Brasseur. Enefecto, según atestigua el clérigo francés, dos años antes del decreto porel que se creó la Comisión, le habían propuesto de parte de Napoleón IIIque presidiera la Comisión Científica que debía acompañar al cuerpo ex-pedicionario francés que iba a embarcarse para México. Después de lanegativa de Brasseur, que manifestó su desagrado por la perspectiva deviajar en compañía de las tropas de ocupación, otra vez se le invitó a in-corporarse al proyecto, en nombre de su nuevo promotor, el mariscal Vai-llant. De todos modos, hay que relativizar la importancia de la Commis-

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 265

12 Cfr. Brasseur, Charles, S’il existe des sources, p. 1.13 Cfr. Waldeck, Frédéric de, Monuments anciens du Mexique. Palenque et autres ruines,

Paris, 1866.

sion Scientifique, que se resintió del carácter efímero de la presencia fran-cesa en México y tuvo una vida breve.14

En 1871, un año antes de la muerte de Brasseur, salió de la imprentasu Bibliothèque Mexico-Guatémalienne, una obra erudita que conteníanoticias de los documentos de que se había servido Brasseur para las in-vestigaciones que llevó a cabo durante veinticinco años. Todavía aparece-ría publicada otra obra de Brasseur, el mismo año de su fallecimiento:Dictionnaire, grammaire et chrestomathie de la langue maya, précédésd’une étude sur le système graphique des indigènes du Yucatan (Mexi-que), Paris, Maisoneuve, 1872.

Antes de cerrar este suscinto repaso a lo más sobresaliente de la pro-ducción escrita de Brasseur de Bourbourg, deberán mencionarse otros li-bros que recogieron sus estudios sobre la historia eclesiástica de Canadá ylas anotaciones de sus viajes por América Central: Histoire du Canada,de son église et de ses missions, depuis la découverte de l’Amérique jus-qu’à nos jours, écrite sur des documents inédits compulsés dans les ar-chives de l’Archevêché et de la ville de Québec (Paris, Sagnier et Bray,1852, 2 vols.); Notes d’un voyage dans l’Amérique centrale. Lettres à M.Alfred Maury (Paris, imprenta de E. Thunot et Cía., 1855), y De Guaté-mala à Rabinal, épisode d’un séjour dans l’Amérique centrale pendantles années 1855 et 1856 (París, oficinas de la Revue européenne, 1859).

Faltaría, en fin, por mencionarse Voyage sur l’isthme de Tehuantepec,dans l’état de Chiapas et de la République de Guatemala, obra realizadabajo los auspicios del Ministerio de Instrucción Pública de Napoleón III ypublicada en 1859-1860; traducida al español por el Fondo de CulturaEconómica y la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas de laSecretaría de Educación Pública, editada por esas instituciones en 1981 y1984, y objeto preferente de la investigación que se desarrolla a lo largode estas páginas. Ha de advertirse que, aunque Brasseur previó dedicar elsegundo volumen a sus peripecias por Chiapas y Guatemala, nunca llegóa realizar este proyecto.

III. EL MÉXICO DE BRASSEUR DE BOURBOURG

En el estudio dedicado a Mathieu de Fossey de este mismo libro setrata con amplitud sobre la importancia que, en la cuarta década del siglo,cobró la colonización del istmo de Tehuantepec. También ahí se explican

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14 Cfr. Brasseur, Charles, Quatre lettres sur le Mexique, pp. XIII-XIV.

con detalle las circunstancias que condujeron al fracaso de aquellos pro-yectos, que atrajeron la atención de tantos aventureros dentro y fuera delpaís. Entre ellos no pueden olvidarse los nombres de Juan Obregozo y deFrançoise Giordan, autores de un libro publicado en 1838: Descriptions etcolonisation de l’Isthme de Tehuantepec.

Lo notable del caso es que los fracasos repetidos en la colonizaciónde la región de Coatzacoalcos ----que Brasseur atribuía a ‘‘la guerre civilequi n’a cessé de dévorer la vitalité du Mexique’’,15 cuyos efectos destruc-tivos le hacían evocar con nostalgia la prosperidad de que disfrutaron an-taño ciudades como Tehuantepec---- no desalentaron a empresarios ni co-lonos: todavía en 1884, Alejandro Prieto publicó un libro, en el que habíarecopilado la información que estimó útil para quienes hubieran de dirigirel asentamiento de colonias en el istmo.16 Sí es apreciable un cambio enla orientación de esos planes: sobre todo, a partir del año 1842, cuandoJosé de Garay obtuvo de José María Bocanegra, ministro de Relacionesde Antonio López de Santa Anna, la concesión para construir una vía in-teroceánica en Tehuantepec.17

A las inquietudes provocadas por las aspiraciones estadounidenses,que se manifestaron por vez primera en 1848, siguió en 1852 la publica-ción de un libro de John Jay Williams que Charles Étienne Brasseur co-noció a la perfección. Se trata de El istmo de Tehuantepec, resultado delreconocimiento que para la construccion de un ferro-carril de comunica-cion entre los Oceanos Atlántico y Pacífico ejecutó la comision científi-ca, bajo la direccion del Sr. J. G. Barnard,18 ingeniero al servicio de laTehuantepec Railroad Co. of New Orleans, a la que se había concedidopermiso para la construcción de un ferrocarril, que luego fue revocado.19

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15 ‘‘La guerra civil que no ha cesado de agotar la vitalidad de México’’ (Brasseur de Bourbourg,Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec dans l’État de Chiapas et la République de Guatémala:executée dans les années 1859 et 1860, par l’abbé Brasseur de Bourbourg, Membre des Sociétés deGéographie de Paris, de Mexico, etc., Ancien Administrateur ecclesiastique des Indiens de Rabinal,Chargé d’une mission scientifique de S. E. M. le Ministre de l’Instruction publique et des Cultes dansl’Amérique-Centrale, Paris, Arthus Bertrand, 1861, p. 17). Véase también ibidem, pp. 138 y 146-148.Puede consultarse además la traducción al español: Brasseur, Charles, Viaje por el istmo de Tehuan-tepec, México, Fondo de Cultura Económica, 1981 y 1984.

16 Prieto, Alejandro, Proyectos sobre la colonización del istmo de Tehuantepec, México, Igna-cio Cumplido, 1884.

17 Cfr. Baranda, Joaquín, Recordaciones históricas, México, Consejo Nacional para la Culturay las Artes, 1991, vol. II, pp. 138-139, y Fernández Mac Gregor, Genaro, El istmo de Tehuantepec ylos Estados Unidos, México, s. e., 1954, pp. 13-19.

18 Esta obra fue publicada en México por Vicente García Torres, en el año ya indicado de 1852.19 Cfr. Baranda, Joaquín, Recordaciones históricas, vol. II, pp. 139-141.

No mucho después, Brasseur tuvo ocasión de tratar directamente conlos responsables de la Compañía Luisianesa de Tehuantepec que, en1857, obtuvo el privilegio para abrir una comunicación interoceánica en elistmo. En efecto, Brasseur llegó a Minatitlán en mayo de 1859 a bordo deun vapor estadounidense, el Guazacoalcos, fletado por la Luisianesa. Loacompañaban numerosos pasajeros que eran personas a las que habíacontratado la compañía, ‘‘ou désireux de s’engager avec elle, pour travai-ller sur l’isthme ou obtenir quelque emploi dans l’administration du tran-sit qui continuait laborieusement à s’organiser à cette époque’’.20 Paraentonces, la empresa alentada por la Luisianesa gozaba de una notablepopularidad, estimulada por medio de un diario ilustrado, que conteníavistas, croquis y paisajes del istmo.21 No tardarían en manifestarse alar-mantes síntomas de debilidad, provocados por la mala gestión de la com-pañía, que no fiscalizó con el necesario cuidado la actuación de sus em-pleados establecidos en el istmo.22 La suspensión de los trabajos de laLuisianesa no fue sino el corolario obligado de ese estado de cosas: aun-que las autoridades mexicanas decretaron de inmediato la requisición delos bienes de la compañía, Juárez canceló esa medida y ordenó que selevantaran los secuestros impuestos a sus propiedades.23

Un mes antes del desembarco de Brasseur en Minatitlán, EstadosUnidos había reconocido al gobierno de Benito Juárez. A cambio se ges-tionó el tratado de Mac Lane-Ocampo que, aunque llegó a firmarse endiciembre de 1859, encontró el rechazo del Senado estadounidense. Mé-xico corrió con suerte, porque una de las cláusulas que se establecieronotorgaba a Estados Unidos derechos de perpetuidad sobre el tránsito porel istmo de Tehuantepec, con la consiguiente afrenta a la soberanía nacio-nal mexicana.24

Aunque Brasseur coincidió con Robert Mac Lane en Minatitlán, in-curre en cierta imprecisión cuando relata la anterior estancia de Mac Laneen Veracruz, adonde había llegado el 31 de marzo de 1859.25 En efecto, la

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20 ‘‘O deseos[a]s de trabajar en el istmo u obtener algún empleo en la administración del tránsi-to que seguía organizándose laboriosamente en esta época’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyagesur l’isthme de Tehuantepec, p. 8). Véase también ibidem, pp. 18-19.

21 Cfr. ibidem, p. 11.22 Cfr. ibidem, pp. 77-78 y 115-116.23 Cfr. ibidem, pp. 204-207.24 Cfr. Fernández Mac Gregor, Genaro, El istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos, pp.

135-220.25 Cfr. Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, pp. 23-42.

información de que dispuso era indirecta, proporcionada por John MacKeod Murphy, senador por el estado de Nueva York, antiguo colaboradordel mayor Barnard y personaje cercano a los directivos de la CompañíaLuisianesa. Además, la versión de Murphy era incompleta; se sustentabaa su vez en lo que le había contado Émile La Sère, presidente de la com-pañía, y se refería sólo a las gestiones diplomáticas de Mac Lane que cul-minaron en el reconocimiento del gobierno de Juárez. Apenas indicabaesa fuente nada acerca de la tramitación del tratado ni de los contenidosdel acuerdo: sólo se mencionaba la habilidad de La Sère para engatusar aMac Lane, deslumbrándolo con la gloriosa perspectiva de ‘‘obtenir denouvelles concessions sur l’isthme de Tehuantepec et à assurer, par unnouveau traité, la prépondérance américaine dans ces contrées’’.26

En realidad, el gobierno de James B. Buchanan se había mostrado fa-vorable al reconocimiento de Juárez, siempre y cuando quedara asegura-da una contrapartida satisfactoria para Estados Unidos. Según Ralph Roe-der, asaltaron después algunas dudas a Buchanan, y acordó dejar libertadde decisión a Mac Lane para que, discrecionalmente, otorgara o no el re-conocimiento. El representante estadounidense procedió con excesivapremura, pues a los cinco días de su llegada a Veracruz había presentadoya sus credenciales al presidente Juárez. A partir de entonces, convencidoindudablemente de haber obrado con ligereza, resolvió adoptar los lentosprocedimientos de Buchanan, y avanzar sin prisas en las discusiones deltratado.27

La estancia de Charles Étienne Brasseur en una región como Tehuan-tepec, tan sujeta a las agitaciones de las guerras civiles que asolaron Mé-xico en el tramo central del siglo, se refleja en muchas páginas de su Vo-yage sur l’isthme. Hay un pasaje, que reproducimos en su integridad, quedescribe la pugna entre liberales y conservadores, tal y como se presenta-ba a los ojos de Brasseur:

deux partis divisaient ce beau pays: l’un, soi-disant défenseur de l’Églisecatholique, occupait avec la capitale ses environs immédiats, ainsi qu’uneportion de l’État fédéral et de ceux de Jalisco, de Guanajuato, de Queretaro,

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26 ‘‘Obtener nuevas concesiones en el istmo de Tehuantepec y asegurar, mediante un nuevotratado, la preponderancia norteamericana en estas regiones’’ (ibidem, p. 39).

27 Cfr. Roeder, Ralph, Juárez y su México, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 290-300. Véase también Fuentes Mares, José, Juárez y los Estados Unidos, México, Jus, 1972, pp. 108-115, y Zorrilla, Luis G., Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos de América1800-1958, México, Porrúa, 1965, vol. I, pp. 388-390.

de la Puebla et de la Véra-Cruz; à la tête de ce parti est encore aujourd’huile général Miramon, officier jeune, actif, entreprenant et rempli de coura-ge, mais peut-être trop militaire et trop Espagnol pour être en état de con-duire les rouages putréfiés de ce gouvernement. Dans le reste des États dela confédération mexicaine, on reconnaît nominalement l’autorité de Jua-rez, président du parti qui s’intitule libéral, quoique par la difficulté qu’il ya à correspondre avec ces diverses provinces, il y ait en réalité autant deprésidents qu’il y a de généraux en chef ou de gouverneurs suprêmes. For-tifié à la Véra-Cruz, Juarez y a pour appui et pour porte de derrière lechâteau de San-Juan de Ulloa, la mer et les vaisseaux des États-Unis.28

Pero, como admite Brasseur, existían otras razones coadyuvantes queapenas si eran conocidas en el extranjero, porque ni siquiera los propiospartidos en pugna se preocupaban de explicarlas. Expulsados los españo-les de México, los criollos se sintieron herederos exclusivos de los privi-legios que aquéllos habían disfrutado hasta entonces en su propio benefi-cio. Contra esa pretensión reaccionaron los mestizos que, como loscriollos, habían tomado parte activa en la lucha independentista contraEspaña. ‘‘Actuellement, les Indiens, eux-mêmes, qui commencent, enquelques provinces, à se mêler au mouvement intellectuel, sans avouerouvertement leur origine, prennent part à la lutte où ils entrevoient l’en-tier affranchissement de leur race’’.29 Así, pues, las luchas partidistas ylas banderas de la Iglesia y del credo liberal no eran sino máscaras de quese servían, de una parte, los herederos de los conquistadores y, de otra, lasrazas cruzadas e indígenas, para alcanzar una victoria que les diese unpoder exclusivo. No es que el partido de los indígenas y mestizos, quebuscaba reconquistar sus derechos, rechazara a la Iglesia: ‘‘ce qui est bien

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28 ‘‘Dos partidos dividían este hermoso país: uno, diciéndose defensor de la Iglesia católica,ocupaba la capital y sus alrededores inmediatos, así como una parte del Distrito Federal y los estadosde Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Puebla y Veracruz; a la cabeza de este partido está todavía hoy elgeneral Miramón, joven oficial, activo, emprendedor y lleno de valentía, pero quizá demasiado mili-tar y demasiado español para ser capaz de conducir los mecanismos putrefactos de este gobierno. Enel resto de los estados de la confederación [sic] mexicana se reconocía nominalmente la autoridad deJuárez, presidente del partido liberal, aunque, por la dificultad que hay en comunicarse con estosdiversos estados, había en realidad tantos presidentes como hay generales en jefe o gobernadoressupremos. Fortificado en Veracruz, Juárez tiene por apoyo y como puerta de salida el castillo de SanJuan de Ulúa, el mar y los buques de los Estados Unidos’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyagesur l’isthme de Tehuantepec, pp. 109-110).

29 ‘‘Actualmente los propios indios, que comienzan en algunas provincias a mezclarse al movi-miento intelectual, sin confesar abiertamente su origen, toman parte en la lucha que parece mostrarlesla completa liberación de su raza’’ (ibidem, pp. 112-113).

certain, c’est que ce n’est pas à l’Église qu’ils ne veulent: ils sont catho-liques, ils le sont tous et plus qu’on en saurait l’imaginer. Ce qu’ils pour-suivent, c’est l’extinction d’une domination étrangère qui, il faut le dire,n’a trouvé malheureusement que trop d’appui dans le haut clergé’’.30

Aunque las condiciones parecían dadas para una conflagración gene-ralizada, una guerra de castas que no se conformara sino con la extinciónfísica de uno de los bandos contendientes, Brasseur ----que parece conven-cido de que la victoria iba a decantarse del lado de los liberales, al queasociaba a las poblaciones mestizas e indígenas---- encuentra razones paraun moderado optimismo. Amantes de la libertad, las razas mixtas deberánpensar que, para prevalecer, necesitan de la unión y de la obediencia alpoder establecido; y cabía esperar que ese poder fuera adquiriendo mayorfortaleza y estabilidad: ‘‘l’indépendance de l’étranger, l’extinction de laprépondérance d’une race sur une autre, le respect des droits de tous nesauraient exister avec ces oligarchies turbulentes et faibles qui ont dévo-ré sa vitalité durant tant d’années’’.31

No acierta a explicar Brasseur por qué se operaría ese proceso en vir-tud del cual se asentarían la sensatez y la rectitud como por ensalmo. Por-que las razones que aduce, fundadas en el tradicional respeto a la autori-dad de los indígenas, y en su profundo sentido religioso, no convencen anadie: ‘‘dans de telles conditions, ils peuvent donc espérer, sous un gou-vernement fort, d’obtenir l’égalité légale et de voir l’Église catholiquereprendre parmi eux une juste et légitime influence’’.32

Brasseur recuerda los pormenores de las luchas civiles en Oaxaca, delas que había sido testigo presencial: un conflicto que brindaba la ocasiónpropicia a las bandas armadas, que vivían del robo y del pillaje, para dis-frazar sus violencias asesinas con la defensa de los principios esgrimidospor los ‘‘patricios’’ o los ‘‘juchitecos’’.33 Rebosan frescura y dramatismolas páginas del Voyage sur l’isthme dedicadas a narrar el desasosiego quesembraban entre los habitantes de la región de Tehuantepec las correrías

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30 ‘‘Cierto, pero lo que está lejos de serlo es que no quieran a la Iglesia: son católicos y lo sontanto y más de lo que uno se podría imaginar. Lo que ellos persiguen es la extinción de una domina-ción extranjera que, hay que decirlo, no ha encontrado, desgraciadamente, sino demasiado apoyo enel alto clero’’ (ibidem, p. 113). Véase también ibidem, p. 150.

31 ‘‘La independencia del extranjero, la extinción de la preponderancia de una raza sobre otra,el respeto de los derechos de todos no podrían existir con estas oligarquías turbulentas y débiles quehan devorado su vitalidad durante tantos años’’ (ibidem, p. 114).

32 ‘‘En tales condiciones ellos pueden, por tanto [?], bajo un gobierno fuerte, esperar la igual-dad legal y ver a la Iglesia católica volver a tener entre ellos una justa y legítima influencia’’ (idem).

33 Cfr. ibidem, p. 115.

de unos y otros, o las noticias que llegaban sobre la derrota de Degolladofrente a Miramón, ante las mismas puertas de la ciudad de México.34

No obstante, la pugna entre Juchitán y Tehuantepec parece desbordarel ámbito de los enfrentamientos entre liberales y conservadores, paraarraigarse más bien en antiguas rivalidades, avivadas por el estableci-miento de la República federal, y por las amenazas crecientes sobre tie-rras y salinas de explotación comunal. Dirijamos, pues, una atenta miradaretrospectiva al cambiante marco político-administrativo de la región,desde que la caída de Agustín de Iturbide preparara el camino para la ins-tauración de un régimen federal.

El decreto del 14 de octubre de 1823 había erigido la provincia delistmo, formada por las jurisdicciones de Acayucan y Tehuantepec;35 pero,pronto se dio marcha atrás y se dispuso, por el artículo 7o. del Acta Cons-titutiva de la Federación, que la división en partidos y pueblos volviera ala situación anterior.

En los debates sobre esa proyectada reorganización jurisdiccional delos pueblos de la provincia del istmo se produjo una intervención de JoséMaría Becerra, a fines de enero de 1824 que, lamentablemente, no fueescuchada con la necesaria atención. Recomendó este diputado que, ‘‘su-puestos los principios de disolucion de todo acto anterior, se esplore lavoluntad asi de Tehuantepec como de Colima, y en vista de ella determi-ne el Congreso si han de ser ó no estados ó á cual se han de agregar’’.36

Desde entonces, las cosas no cesaron de empeorar para los habitantesdel istmo, que vieron sus tradicionales sistemas de propiedad y de explo-tación de las salinas afectados por las leyes aprobadas por el Congreso deOaxaca a lo largo de 1824. El momento más candente llegó con una leyagraria del estado de Oaxaca de 1826 que, al privar de representatividad a

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34 Cfr. ibidem, pp. 125-126.35 Cfr. Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana ó Colección completa de

las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, México, Imprentadel Comercio, a cargo de Dublán y Lozano, Hijos, 1876-1890, t. I, núm. 371, pp. 682-684 (14 deoctubre de 1823); Orozco, Wistano Luis, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, por elLicenciado..., México, Imp. de El Tiempo, 1895, vol. I, pp. 183-185, y Berninger, Dieter George, Lainmigración en México (1821-1857), México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Setentas, 1974,pp. 65-66.

36 Intervención de José María Becerra ante el Congreso, el 29 de enero de 1824: Acta Constitu-tiva de la Federación. Crónicas, México, Secretaría de Gobernación, Cámaras de Diputados y deSenadores del Congreso de la Unión, Comisión Nacional para la conmemoración del Sesquicentena-rio de la República Federal y del Centenario de la Restauración del Senado, 1974, p. 568 (29 de enerode 1824).

las comunidades, las inhabilitó para defender sus intereses en los litigiosque se libraban ante los tribunales.

La irritación de los indios se tradujo en una revuelta de zapotecosque, en 1827, reivindicaron con violencia sus tierras y sus bienes; y ----sieteaños después---- en un levantamiento armado de los juchitecos, secundadopor zapotecos, huaves, zoques y chontales, y dirigido contra el despojoterritorial y el monopolio de las salinas y lagunas, que no pudo ser con-trolado del todo hasta mediados de siglo, después de nuevos estallidos deviolencia: uno en 1844-1845 ----que obligó a intervenir al general Juan Ál-varez, en búsqueda de la pacificación----, y en 1849, el otro, desatado éste porhuaves y chontales y apoyado posteriormente por los zapotecos, que recla-maban la propiedad histórica de los yacimientos de sal. Tras una alianza co-yuntural con el movimiento político apadrinado por el coronel Gregorio Me-léndez, que proyectaba la segregación de Juchitán de Oaxaca y suconversión en territorio, los indígenas se desvincularon de estas demandas yretornaron a sus exigencias de control sobre sus recursos naturales.37

El gobierno nacional no ocultó su alarma por la coincidencia de estaúltima revuelta con la insurrección de los mayas yucatecos; los efectosdesestabilizadores del Plan político y eminentemente social proclamadoen esta ciudad por el Ejército Regenerador de Sierra Gorda del 14 demarzo de 1849, expedido en Río Verde por Eleuterio Quiroz, y la guerrapromovida en los estados fronterizos del norte por los indios ‘‘bárbaros’’,cuyas correrías en Chihuahua y Durango aconsejaron el brutal recurso acontratas de sangre, como se llamaba a las recompensas que se concedíapor cada indio muerto o prisionero.38

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37 Cfr. Barabas, Alicia M., ‘‘Rebeliones e insurrecciones indígenas en Oaxaca: la trayectoriahistórica de la resistencia étnica’’, en Barabas, Alicia M. y Bartolomé, Miguel A. (coords.), Etnicidady pluralismo cultural. La dinámica étnica en Oaxaca, México, Consejo Nacional para la Cultura y lasArtes, Dirección General de Publicaciones, 1990, pp. 247-250; Reina, Leticia, Las rebeliones campe-sinas en México (1819-1906), México, Siglo Veintiuno, 1980, pp. 240-242; Reina, Leticia (coord.),Las luchas populares en México en el siglo XIX, México, Centro de Investigaciones y Estudios Supe-riores en Antropología Social, Cuadernos de La Casa Chata, 1983, pp. 53-54 y 60-61; Covarrubias,Miguel, El sur de México, México, Instituto Nacional Indigenista, 1980, p. 275, y Hamnett, Brian,Juárez, London-New York, Longman, 1994, pp. 40-42.

38 Cfr. Castañeda Batres, Óscar, Leyes de Reforma y etapas de la Reforma en México, México,Talleres de Impresión de Estampillas y Valores, 1960, p. 193; Meyer, Jean, Problemas campesinos yrevueltas agrarias (1821-1910), México, Secretaría de Educación Pública, Sep-Setentas, 1973, pp.13-14 y 64-66; Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos. Historia general y comple-ta del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico y literario de México desde laAntigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género publicada bajo la direc-ción del general..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D. Enrique Olavarría y Ferra-ri, México, Gustavo S. López editor, 1940, pp. 725 y 733, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López,

Resulta, pues, lógico que el status de Tehuantepec fuera objeto dediscusiones y cambios entre 1853 y 1857. Finalmente, desapareció comoentidad política autónoma, sin que fuera escuchada la voz de zapotecos,huaves, mixes, zoques, popolucas ni nahuas, sujetos en su mayoría a unproceso que, impulsado por la privatización de los recursos naturales, lascrisis agrícolas y las epidemias, había borrado del mapa a numerosas po-blaciones indígenas, y que se tornó aún más amenazador después del tra-tado MacLane-Ocampo, de 1859 (véase supra).39

Brasseur enuncia someramente el desarrollo de los conflictos en Te-huantepec a partir de 1850, cuando tuvo lugar el ya mencionado levanta-miento de Meléndez, un mestizo de Juchitán que abrigaba un implacableodio contra los dirigentes del estado de Oaxaca, que le habían denegadoel acceso al cargo de gobernador de Tehuantepec.40

La ocasión fue propiciada por el establecimiento de un nuevo im-puesto sobre la sal y por la aparición de una epidemia de cólera. Melén-dez responsabilizó a los criollos de ambos males, persuadió a los juchite-cos para que se lanzaran sobre Tehuantepec, y logró el apoyo de losindígenas de Huilotepec, San Jerónimo e Iztaltepec. Enseguida logró laocupación de Tehuantepec que, extorsionada y saqueada, quedó en manosde los insurgentes durante un año. Los éxitos militares de Meléndez obli-garon al gobierno a claudicar: ofreció garantías al jefe insurrecto, que seretiró a la frontera con Guatemala, y abolió el catastro y el impuesto so-bre la sal.41

Aunque durante la presidencia de Santa Anna, los criollos se movili-zaron para recuperar el poder que había escapado de sus manos, el levan-

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María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto deInvestigaciones Jurídicas, 1998, pp. 387-389 y 593.

39 Cfr. Reina Aoyama, Leticia, ‘‘Los pueblos indios del istmo de Tehuantepec. Readecuacióneconómica y mercado regional’’, en Escobar Ohmstede, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidaden el México del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro deInvestigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 141-142; Aboites Aguilar,Luis, Norte precario. Poblamiento y colonización en México (1760-1940), México, El Colegio deMéxico-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1995, pp. 50-51;Covarrubias, Miguel, El sur de México, p. 216; Scholes, Walter V., Política mexicana durante elrégimen de Juárez 1855-1872, México, Fondo de Cultura Económica, 1972, pp. 60-64, y ‘‘Manifiestode Miguel Miramón en contra del Tratado Mac Lane-Ocampo (1 de enero de 1860)’’, en IglesiasGonzález, Román, Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independenciaal México moderno, 1812-1940, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp.383-385.

40 Cfr. Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 148.41 Cfr. ibidem, pp. 148-159.

tamiento del general Juan Álvarez y la abdicación del dictador se volvie-ron en su contra y alentaron un recrudecimiento de la guerra civil, queaún se agravó más con la caída de Ignacio Comonfort. Ése fue el contextoen que la pugna entre juchitecos y patricios se tiñó de ideologías políti-cas: Juchitán, la generalidad de los indígenas de la región y los mestizosen que predominaba el componente indígena se alinearon en su mayoría enel bando liberal, mientras que la población blanca optó preferentementepor el partido conservador.42

La presencia de una guarnición de soldados juchitecos43 en Tehuante-pec, semidesnudos, acompañados de concubinas, mujeres e hijos, y aje-nos a las más elementales nociones de disciplina, provoca en Brasseuruna profunda desazón ----‘‘mon coeur se soulevait de dégoût’’44----, que al-canza su máximo cuando, por la noche, al toque de retreta, ‘‘les bandits,décorés du nom de soldats, vont rentrer à la caserne. Erreur; ils reste-ront dehors, avec ou sans permission, peu importe, afin de faire le coupde main’’.45 Las angustias del pacífico clérigo suben de punto cuando lle-gan a sus oídos noticias de los preparativos que hacían los patricios, a lasórdenes de Manzano, para atacar la ciudad de Tehuantepec;46 y una ele-mental prudencia le aconseja abandonar una región que se ha vuelto enextremo peligrosa después de que, rechazados los asaltantes de Tehuante-pec, vencedores y vencidos luchan en los campos de los alrededores y seentregan al robo de los viajeros y al saqueo de las haciendas.47

Pero las simpatías del francés, pese a su condición clerical, parecendecantarse siempre hacia el bando liberal, probablemente por el atractivode algunas de las personalidades de la facción que tuvo oportunidad de

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42 Cfr. ibidem, pp. 149-150.43 Sobre la fama de arrojados de los juchitecos, cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuante-

pec, resultado del reconocimiento que para la construccion de un ferro-carril de comunicacion entrelos Oceanos Atlántico y Pacífico ejecutó la comision científica, bajo la direccion del Sr. J. G. Bar-nard, Méjico, Vicente García Torres, 1852, p. 287. También Leticia Reina ha destacado recientemen-te el aprecio que se hacía del talante guerrero de los juchitecos: ‘‘de manera que siempre que el ejérci-to mexicano tenía necesidad de ‘contingentes de sangre’ hacía una leva en Juchitán’’: Reina Aoyama,Leticia, ‘‘Etnicidad y género entre los zapotecas del istmo de Tehuantepec, México, 1840-1890’’, enReina, Leticia (coord.), La reindianización de América, siglo XIX, México, Siglo Veintiuno-Centrode Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1997, p. 352.

44 ‘‘Mi corazón se sublevaba de repugnancia’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage surl’isthme de Tehuantepec, p. 155). Véase también ibidem, p. 153.

45 ‘‘Los bandidos, decorados con el nombre de soldados, van a regresar al cuartel. Error: van aquedarse afuera, con o sin permiso, poco importa, para hacer de las suyas’’ (ibidem, p. 161).

46 Cfr. ibidem, pp. 195-196.47 Cfr. ibidem, pp. 207-208.

conocer: tal parece que fue el caso de Porfirio Díaz, de quien escribe lle-no de admiración:

zapotèque pur sang, il offrait le type indigène le plus beau que j’eusse en-core vu dans tous mes voyages: je crus à l’apparition de Cocijopij, dans sajeunesse, ou de Guatimozin, tel que je me l’étais souvent figuré. Grand,bien fait, d’une distinction remarquable, son noble visage, agréablementbronzé, me paraissait dénoter les caractères les plus parfaits de l’anciennearistocratie mexicaine.48

IV. LAS APRECIACIONES DE BRASSEUR DE BOURBOURG

Como declara el propio Brasseur, su embarque a bordo del Guaza-coalcos con destino a Tehuantepec respondía al propósito de servirse deesa vía marítimo-terrestre para adentrarse en el estado de Oaxaca o en elde Chiapas, e incrementar sus conocimientos sobre las regiones meridio-nales de la República mexicana, antes de tomar el camino para Guatema-la.49 Para esas fechas, Brasseur presumía de poseer un importante bagajede erudición sobre asuntos de México, hasta el grado de permitirse criti-car la ignorancia de los que inventaron el nombre de Minatitlán, un pue-blo fundado al comienzo de la Independencia y llamado así en honor delgeneral Mina: ‘‘Mina-ti-tlan est un nom qui sonne d’une manière tout àfait mexicaine; mais l’idée étymologique en est absurde; ti est une élé-gance ou ligature, et tlan une position, entre, au milieu, auprès... Minatitlándit donc exactement Entre ou Auprès des Mina’’.50

Las observaciones de Charles Brasseur sobre los indígenas que habi-taban el difícil medio geográfico de Tehuantepec, caracterizado por unanaturaleza salvaje, recuerdan las primeras anotaciones de Mathieu de Fos-sey, impresionado vivamente como Brasseur por la capacidad de adapta-ción de los indígenas a condiciones naturales extremas. Así, registra conadmiración este último, sólo el indio, descalzo y armado de su machete,

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48 ‘‘Zapoteco puro, ofrecía el tipo indígena más hermoso que hasta ahora he visto en todos misviajes: creí que era la aparición de Cocijopij, joven, o de Guatimozín, tal como me lo había imagina-do a menudo. Alto, bien hecho, de una notable distinción; su rostro de una gran nobleza, agradable-mente bronceado, me parecía revelar los rasgos más perfectos de la antigua aristocracia mexicana’’(ibidem, p. 156).

49 Cfr. ibidem, pp. 3, 126-127 y 207-208.50 ‘‘Mina-ti-tlán es un nombre que suena de una manera completamente mexicana, pero la idea

etimológica es absurda: ti es una elegancia o ligadura, y tlan es una posición (entre, en medio, junto a)...Minatitlán quiere decir, pues, exactamente, entre o cerca de los Mina’’ (ibidem, pp. 17-18, nota 1).

encuentra la salida entre los laberintos de la selva: ‘‘il connaît les dédalesles plus tortueux de la forêt; il pose avec sûreté son pas dans le marais,suit la trace des bêtes fauves, et avec un rameau chargé de feuillage,trouve le moyen de défier le tigre le plus cruel’’.51

El mismo deslumbramiento ante las fuerzas vírgenes de la naturalezareaparece en un episodio posterior, en el que Brasseur describe a un indio‘‘completamente desnudo’’, que descendió de una piragua y se lanzó alagua para ayudar a Brasseur y sus acompañantes a alcanzar una canoa.52

Buen observador de su entorno, el abate francés no quedó prendido en lacontemplación de los mitos rousseaunianos, y caló en la importancia deldesarrollo del comercio practicado por los indios de Guichicovi, a lomosde mulas que descendían de las que introdujeron los españoles.53

Efectivamente, los comerciantes desempeñaron un destacado papelen esta época, en la medida en que facilitaron los contactos entre regionesvecinas, pero diferentes ecológicamente: ello les valió la adquisición deriqueza, prestigio y poder. El auge de las actividades mercantiles explicala honda transformación experimentada por Juchitán, que acabó por con-vertirse en una ciudad fundamentalmente artesanal y comercial.54 Tal vezsea preciso añadir, sin embargo, que fueron los europeos y no los indíge-nas los principales beneficiados por el desarrollo del comercio.55

Brasseur no sólo destacó la inteligencia práctica de las razas indíge-nas, cualidad que solían reconocer muchos extranjeros, sino también‘‘une rare aptitude pour les sciences, en dépit de leur contenance tropsouvent menteuse’’.56 Esa simpatía hacia el mundo indígena se manifiestatambién en sucesivas comparaciones, en las que aquél sale siempre bienparado. Por ejemplo, cuando recuerda las pésimas condiciones de algunasposadas gestionadas por estadounidenses, no deja de establecer el con-

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51 ‘‘Conoce los dédalos más intrincados del bosque; pisa con seguridad entre los pantanos, si-gue la huella de las bestias salvajes y con una rama llena de hojas encuentra el modo de enfrentar altigre más cruel’’ (ibidem, p. 21).

52 Cfr. ibidem, p. 69.53 Cfr. ibidem, p. 108. John Jay Williams había dado otra interpretación a la nutrida presencia

de mulas entre los mixes del istmo: ‘‘uno de los objetos extraños de su ambicion es el deseo de poseerel mayor número de mulas que les es posible, lo que no puede explicarse en vista del poco uso quehacen de sus animales, aun para conducir sus cosas, pues prefieren llevarlas á hombros ellos mis-mos’’: Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, pp. 284-285.

54 Cfr. Reina Aoyama, Leticia, ‘‘Etnicidad y género entre los zapotecas del istmo de Tehuante-pec, México, 1840-1890’’, pp. 349-351.

55 Cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, p. 275.56 ‘‘Una rara aptitud para las ciencias, a pesar de su calma, muy a menudo engañosa’’ (Brasseur

de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 110).

traste entre ese descuido y la hospitalidad que, en varias ocasiones, le ha-bían brindado gentes pertenecientes a etnias indígenas.57

No oculta Brasseur su molestia por la actitud prepotente de algunosestadounidenses establecidos en la región de Tehuantepec: y así lo mani-fiesta un comentario suyo acerca de unas mujeres indígenas empleadas enel hotel que regía un antiguo filibustero denominado Nash que, despuésde haber residido en Guatemala, se estableció en la región del istmo:‘‘plusieurs indiennes zapotèques, formant le harem de ce sultan yankee,trituraient le maïs sur le metlatl’’.58 En abierto contraste con esa observa-ción hay que advertir que fueron bastantes los extranjeros que acudieron aTehuantepec para quedarse a vivir ahí, y que se casaron con mujeres za-potecas: fueron estos ‘‘criollos nuevos’’ ----como dieron en ser llamados----quienes cambiaron su lengua y sus costumbres, y se avinieron a identifi-carse con la cultura de sus esposas. La procedencia de esas personas esmuy heterogénea: los hay españoles (Maqueo, Nivón, Rueda), franceses(Gyves), ingleses (Wooldrich, Oest)...59

La misma hostilidad hacia los estadounidenses manifiestan unas pala-bras que Brasseur pone en boca de Eusebio, un muchacho zapoteco depoco más de doce años: ‘‘c’est que l’on dit partout que les Américainssont des infidèles qui troublent les morts dans leurs tombeaux’’.60 Bras-seur añade que, ante un razonamiento tan justo, nada tenía que añadir;pues, en efecto, desde los tiempos del mayor Barnard habían sido saquea-dos numerosos túmulos por viajeros estadounidenses que, desconocedo-res del respeto celoso con que los indígenas guardaban los viejos edificiosy las tumbas de sus padres, arramplaron con osamentas, ídolos y vasos detodos los tamaños.61 El mismo Murphy, hacia quien Brasseur profesabatanta simpatía, regresó de una expedición a Huatulco cargado de ídolos yobjetos arqueológicos que había encontrado en la antigua ciudad de esenombre.62 Además, la caza de felinos que practicaban los norteamerica-nos sembraba la angustia entre los indígenas, aterrorizados ante el pensa-

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57 Cfr. ibidem, pp. 72, 84 y 92.58 ‘‘Varias indias zapotecas, que formaban el harén de este sultán yanqui, trituraban el maíz

sobre el metlatl‘‘ (ibidem, p. 96).59 Cfr. Reina Aoyama, Leticia, ‘‘Etnicidad y género entre los zapotecas del istmo de Tehuante-

pec, México, 1840-1890’’, p. 354.60 ‘‘Es que en todas partes dicen que los norteamericanos son herejes que molestan a los muer-

tos en sus tumbas’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 171).61 Cfr. ibidem, p. 172.62 Cfr. ibidem, p. 167.

miento de que la muerte del nahual encarnado en esos animales pudieraacarrear el término de sus propias existencias.63

Al referirse a las dificultades económicas de la Compañía Luisianesa,que repercutían en el impago de los sueldos de sus empleados, Brasseurdirige una mirada especialmente conmiserativa hacia los pobres indiosque desempeñaban oficios de muy diverso orden, y a quienes se debíanlargos adeudos.64 Hay ocasiones, sin embargo, en que Brasseur abandonasu habitual espíritu comprensivo, y se impacienta con las respuestas am-biguas que obtiene de los indígenas, tan aficionados al exasperante‘‘¿quién sabe?’’ cuando desean eludir la respuesta a una pregunta com-prometida.65

Brasseur distingue habitualmente entre indios, mestizos y criollos; y,de modo menos justificado, asienta algunas veces una categoría apartepara los mexicanos. Así parece deducirse de varias enumeraciones: ‘‘In-diens, Mexicains, métis, étrangers’’;66 ‘‘Mexicaines, créoles ou métis-ses’’;67 ‘‘Mexicains, créoles, métis, Américains et autres étrangers’’;68

‘‘Indiens et métis’’;69 ‘‘des Indiens ou des métis’’,70 ‘‘ladinas, métisses oucréoles’’.71 Advierte además que mestizos y criollos tienden a concentrar-se en las poblaciones de más importancia, como Acayucan, donde tam-bién había algunos extranjeros,72 y que las relaciones entre indios y mesti-zos son conflictivas: ‘‘Les amis de la Didjaza [véase infra], qui sont-ils?-Tous les Indiens sont ses amis; malheur aux Ladinos qui voudraient luifaire du mal!’’.73

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63 Cfr. ibidem, p. 173.64 Cfr. ibidem, p. 116.65 Cfr. ibidem, pp. 170 y 209.66 ‘‘Indios, mexicanos, mestizos, extranjeros’’ (ibidem, p. 32).67 ‘‘Mexicanas, criollas o mestizas’’ (ibidem, p. 36).68 ‘‘Mexicanos, criollos, mestizos, norteamericanos y otros extranjeros’’ (ibidem, p. 45).69 ‘‘Indios y mestizos’’ (ibidem, p. 64).70 ‘‘Indios o mestizos’’ (ibidem, p. 73).71 ‘‘Ladinas, mestizas o criollas’’ (ibidem, p. 194). Esos distingos no son originales de Brasseur.

Así, cuando Robert Williams Hale Hardy trata de los yaquis y de otros grupos indígenas de la fronte-ra norte, los menciona como un grupo diferenciado de los ‘‘mexicanos’’: un adjetivo que sí aplica a lapoblación blanca de Sonora. Hardy, a fin de cuentas, no es sino un exponente más de la sensibilidaddifundida en el mundo anglosajón, donde la población aborigen es mantenida al margen: cfr. Docu-mentos de la relación de México con los Estados Unidos I. El mester político de Poinsett [noviembrede 1824-diciembre de 1829], México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1983, pp. 104-105 y 113-115.

72 Cfr. Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 51.73 ‘‘-Los amigos de la Didjazá, ¿quiénes son? -Todos los indios son sus amigos, ¡ay de los ladi-

nos que quisieran hacerle mal!’’ (ibidem, p. 188).

Tantas eran las diferencias entre mestizos e indios, que Brasseur re-curre a esta clave para explicar la hostilidad tan marcada entre Tehuante-pec y Juchitán (véase supra). Esta última ciudad, habitada casi en su tota-lidad por zapotecos y mixes, llevaba mal su dependencia de Tehuantepec,donde residía la autoridad gubernamental y donde mestizos y criollos ha-bían constituido tradicionalmente el sector mayoritario de la población:los primeros conservaban su importancia numérica cuando Brasseur visi-tó la región, en tanto que las familias descendientes de españoles habíanquedado reducidas a unas pocas. El carácter interétnico de Tehuantepecse completaba por la presencia de zapotecos y de algunos extranjeros,principalmente alemanes, franceses y estadounidenses.74

También alcanza Brasseur a distinguir correctamente entre unas yotras etnias, y a percatarse de la existencia de mexicas en algunas regio-nes de Tehuantepec, como el pueblo de Cozoliacaque, ‘‘peuplé par plusde 2,000 Indiens d’origine aztèque, parlant tous la langue mexicaine,tous éminemment pacifiques et laborieux’’, y en otras localidades, comoOtiapa, Chinameca y Teziztepec.75 Conocedor de los descubrimientos ar-queológicos de John L. Stephens en Yucatán, Brasseur advierte similitu-des entre unas huellas de manos en color negro, que se hallaban en una delas grutas de Santo Domingo, cercanas a Petapa, y las que el norteameri-cano había encontrado en los muros de numerosas ruinas de Uxmal.76

Cautivado Brasseur por la atractiva personalidad de una mujer zapo-teca de Tehuantepec, conocida como ‘‘la Didjazá’’, a la que se atribuíanmisteriosos poderes mágicos, el francés se explaya a gusto sobre el na-hualismo (véase infra) y colma de elogios al idioma zapoteco, cuya musi-calidad se redoblaba en los labios de la Didjazá: ‘‘rien n’était mélodieuxcomme sa voix, lorsqu’elle parlait avec l’un ou l’autre cette belle languezapotèque, si douce et si sonore, et qu’on pourrait appeler l’italien del’Amérique’’.77

Brasseur no deja de impresionarse por la sobrevivencia del nahualis-mo, después de tres siglos de evangelización, por mucho que estuvierasobre aviso: ‘‘je savait par l’ouvrage si rare et si curieux du dominicainBurgoa, avec quelle force les superstitions du nagualisme étaient encore

280 MANUEL FERRER MUÑOZ

74 Cfr. ibidem, pp. 147-148.75 ‘‘Poblado por más de 2,000 indios de origen azteca, que hablan todos la lengua mexicana,

eminentemente pacíficos y trabajadores’’ (ibidem, p. 50).76 Cfr. ibidem, p. 123.77 ‘‘Nada era tan melodioso como su voz cuando hablaba en esa hermosa lengua zapoteca, tan

dulce y sonora que se podría llamar el italiano de América’’ (ibidem, p. 166).

enracinées dans les idées des aborigènes, dans les états d’Oaxaca et deChiapas’’.78 Gracias a ese sistema de creencias, los restos del sacerdocioy de la nobleza indígena encontraron un elemento de cohesión, que impi-dió que se desintegraran por completo sus valores culturales y facilitó lasconspiraciones que, periódicamente, se urdieron en contra de los conquis-tadores. Las numerosas cavernas repartidas por la compleja orografía deOaxaca fueron testigos frecuentes de esas misteriosas solemnidades, cele-bradas sigilosamente burlando la vigilancia de los dominicos. ‘‘Ainsi s’orga-nisèrent les éléments de cette société redoutable qui, sous le nom de Na-gualisme, fonctionna en secret, pendant près de deux siècles, dans toutel’étendue du Mexique et de l’Amérique centrale’’.79

Ocasionalmente habían sido detenidos y ejecutados los grandes sa-cerdotes del nahualismo, sin que la persecución llegara a impedir la conti-nuidad de esos cultos paganos. Todavía en tiempos de Brasseur perdurabafresco el recuerdo de uno de esos pontífices, apresado en 1703 por un re-ligioso de San Francisco, y muerto en cautividad en el monasterio deCristo Crucificado de la Antigua Guatemala.80

Del prestigio de esas tradiciones religiosas hablaba también la perdu-ración del sacerdocio de Mitla, una vez desaparecido su rey Cocijopij y apesar del combate librado en su contra por los dominicos.81 Mathieu deFossey, que también había manifestado su admiración por el prestigio queMitla conservaba entre los indígenas de los alrededores, explicó cómo lasviejas creencias religiosas se habían metamorfoseado para adaptarse alcatolicismo.82 El mismo John Jay Williams, tan poco favorable a los mi-xes en sus opiniones, no dejó de reconocer con cierta fascinación quetambién entre ellos persistían los antiguos cultos, y que su conversión alcatolicismo había sido puramente nominal.83

Brasseur, que presumía de haber ahondado en los contenidos del na-hualismo, llegó a entender que su esencia ----en los tiempos difíciles quese vivían, estremecidos por las violencias de las guerras de castas---- con-

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 281

78 ‘‘Yo sabía, por la obra tan rara y tan curiosa del dominico Burgoa, con qué fuerza las supers-ticiones del nagualismo estaban todavía enraizadas en las ideas de los aborígenes, en los estados deOaxaca y de Chiapas’’ (ibidem, pp. 173-174).

79 ‘‘Así se organizaron los elementos de esta sociedad temible que, bajo el nombre de nahualis-mo, funcionó en secreto durante cerca de dos siglos en toda la extensión de México y la AméricaCentral’’ (ibidem, p. 176).

80 Cfr. ibidem, p. 177.81 Cfr. idem.82 Cfr. Fossey, Mathieu de, Le Mexique, Paris, Henri Plon, 1857, p. 370.83 Cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec, p. 284.

sistía en ‘‘cet ensemble de cérémonies, de haines politiques et religieuses,se reproduisant sous tant de formes curieuses’’:84 unos modos tan pecu-liares que permitían estrechar vínculos de solidaridad entre indígenas ca-tólicos y paganos, enardecidos unos y otros por una misma sed de ven-ganza que les hacía desear la destrucción de la raza que perpetuaba elrecuerdo amargo de la Conquista: ‘‘aujourd’hui, il faut le dire, les élé-ments indigènes se mêlent à tout et partout; idolâtres ou chrétiens, ilstravaillent avec une haine égale à anéantir ce qui reste de l’élément de laconquête’’.85

La incursión de Brasseur por San Juan Guichicovi no podía dejar derecordarle a los mixes, a quienes tanto estima, a pesar de sus lecturas, queno siempre dejaban bien parados a aquellos indígenas:86 ‘‘cette nationvaillante qui combattit si longtemps pour son indépendance, en tenanttête tour à tour aux Chiapanèques, aux Mixtèques, aux Zapotèques et auxMexicains, et qui a su la garder encore presque intacte aujourd’hui, endépit de la conquête espagnole’’.87 Por eso el deje de tristeza con que cer-tifica la decadencia demográfica de los mixes de Petapa, que contrastabacon el esplendor de los tiempos en que esos indígenas, antes de la llegadade los huaves, dominaban todo el espacio del istmo comprendido entreuno y otro océano; y por eso también la nostálgica evocación de la derro-ta de los mixes a manos de los zapotecos y mixtecos y de las legendariasgestas de Condoy, el último gran caudillo de los mixes.88

Los huaves o wabi que, con el tiempo, acabaron uncidos al yugo delos zapotecos, constituían aún en tiempos de Brasseur una población muylaboriosa, dedicada en su mayoría a la pesca y atenta al culto de sus anti-guos dioses, que practicaban en algunos de los islotes diseminados entrelas lagunas que se internan a más de doce millas en el continente.89

282 MANUEL FERRER MUÑOZ

84 ‘‘Esta mezcla de ceremonias, odios políticos y religiosos, que se reproducen bajo tantas for-mas curiosas’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles, Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 180).

85 ‘‘Hoy, es necesario decirlo, los elementos indígenas se mezclan a todo y en todas partes;idólatras o cristianos se esfuerzan con el mismo odio en aniquilar lo que resta del elemento de laconquista’’ (idem).

86 John Jay Williams, por ejemplo, no se cansó de ponderar la profunda degradación moral delos mixes, así como su notabilísima ignorancia: cfr. Williams, John Jay, El istmo de Tehuantepec,p. 284.

87 ‘‘Esta nación valerosa que combatió tan largo tiempo por su independencia, enfrentando al-ternativamente a los chiapanecos, a los mixtecos, a los zapotecas y a los mexicanos, y que ha sabidoguardarla casi intacta hasta hoy, a pesar de la conquista española’’ (Brasseur de Bourbourg, Charles,Voyage sur l’isthme de Tehuantepec, p. 94).

88 Cfr. ibidem, pp. 105-107.89 Cfr. ibidem, pp. 138-140 y 158.

Como otros extranjeros que recorrieron la República mexicana, llamala atención de Brasseur el desinterés de los indígenas por explotar las ri-quezas que se hallaban al alcance de la mano, como ocurría con el ixtli,cuyo cultivo se hallaba muy extendido en Tehuantepec. Asevera ademásBrasseur que los norteamericanos, atentos a todo lo que se relacionabacon el istmo, se habían percatado ya de la importancia económica deaquella planta.90

Al describir los alrededores de la desembocadura del río Uzpanapan,el más importante afluente del Coatzacoalcos, Brasseur cita una carta deHernán Cortés a Carlos V, en la que se ponderaba la población y riquezade ese área. Y a continuación testimonia el abandono y el olvido que si-guieron a la penetración de los españoles: ‘‘au rapport des indigènes, onn’y trouve plus que les ruines de ces antiques cités dont les populationsont disparu devant la domination espagnole’’.91 Muy parecido es el co-mentario que le inspira la contemplación del paisaje de la cuenca del ríoPetapa: ‘‘le temps n’était plus où les populations innombrables qui s’op-posèrent si souvent aux entreprises des Espagnols, fourmillaient dans cesmontagnes, qu’elles avaient su fertiliser par leurs travaux; mais on dé-couvre encore beaucoup de vestiges d’ancienne culture’’.92

La misma observación había realizado Brasseur poco después deatravesar el río Mogané, cuando uno de los miembros de su comitiva lemostró varios túmulos cubiertos de hierba y el basamento piramidal de unteocalli. Según confesión del propio Brasseur, esos restos en ruinas yocultos por un manto de vegetación eran ‘‘la première trace de l’antiquecivilisation indigène que je voyais depuis mon retour en Amérique’’.93

Y, sin embargo, algo de ese pasado ----tan fragmentado y tan arrum-bado en el olvido---- permanecía vivo, particularmente entre los mixesque, aunque sujetos al poderío español y obligados a abrazar la fe de susconquistadores, nunca habían perdido su conciencia ‘‘nacional’’ ni sus viejascosmovisiones religiosas:

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 283

90 Cfr. ibidem, pp. 53-54.91 ‘‘Según los indígenas, no hay más que ruinas de esas antiguas ciudades, cuyas poblaciones

han desaparecido ante la dominación española’’ (ibidem, p. 22).92 ‘‘Ya no es la época en que las poblaciones innumerables que se opusieron tan a menudo a las

empresas de los españoles hormigueaban entre estas montañas, que supieron fertilizar con su trabajo;pero se descubren todavía muchos vestigios de la antigua cultura’’ (ibidem, p. 102).

93 ‘‘Primer vestigio de la antigua civilización indígena que veía desde mi regreso a América’’(ibidem, p. 93).

tout en acceptant l’Évangile à leur manière, avec le joug de l’Espagne,n’ont pas pour cela renoncé à leur indépendance; ils son restés Mijesjusqu’au bout. En dépit des dominicains qui furent leurs instituteurs dansla religion chrétienne, ils ont gardé une multitude de rites de leur paganis-me antique, et ils continuent, ainsi que la plupart des populations indigè-nes de Chiapas et de Guatémala, à sacrifier, comme autrefois Israël, surles hauts lieux.94

En el curso de una excursión a las grutas de Santo Domingo, nuestroviajero encontró vestigios de esas creencias, practicadas durante tres si-glos en secreto por temor a la persecución, y menos disimuladamente entiempos de Brasseur, pero desprovistas ya de su significado originario,que había quedado tan difuso como el recuerdo de sus dioses perdidos:‘‘au bord du bassin, un tronçon d’albâtre, comme d’une colonne briséedont la base est restée debout, était l’autel secret où les Indiens venaientadorer de temps en temps les divinités d’un passé qu’ils ne compren-nent plus’’.95

V. CONCLUSIONES

Dejando de lado la relevancia que, desde el punto de vista historio-gráfico, posee la figura de Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, por suesforzado trabajo de búsqueda e indagación de fuentes documentales, pa-rece obligado destacar el interés de sus exploraciones por el istmo de Te-huantepec, cuando la sexta década del siglo XIX se abocaba a su fin.

La llegada de Brasseur a Minatitlán, en mayo de 1859, acontece enmomentos particularmente delicados para la República mexicana, todavíatitubeante en su nueva andadura liberal-federal, como consecuencia de laoposición conservadora a los programas reformistas impulsados por per-sonalidades como Juárez, Lerdo de Tejada (Sebastián y Miguel) o Mel-chor Ocampo. El empeño de los dos bandos en pugna por romper el equi-librio de fuerzas al que parecía haberse llegado por aquellos años explica

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94 ‘‘Además de aceptar el Evangelio a su manera, impuesto por España, no han renunciado a sunacionalidad; seguirán siendo mijes hasta el fin. A pesar de que fueron los dominicos sus maestros enla religión cristiana, han guardado una multitud de ritos de su paganismo antiguo y continúan, asícomo la mayor parte de las poblaciones indígenas de Chiapas y de Guatemala, sacrificando en lasalturas, como antaño Israel’’ (ibidem, pp. 107-108).

95 ‘‘A la orilla de la fuente un gran trozo de alabastro, como el de una columna cuya rota baseha quedado en pie, era el altar secreto donde los indios venían a adorar de tarde en tarde a las divini-dades de un pasado que ya no comprendían’’ (ibidem, p. 122).

la coquetería que muestran unos y otros contendientes con el gobierno es-tadounidense, cuyo apoyo podía contribuir de modo decisivo a desnivelarla balanza: un respaldo que, inevitablemente, iría acompañado de una ele-vada factura, en la que la soberanía nacional amenazaba con ser recorta-da, si no sacrificada.

Las guerras civiles que asolaban la región del istmo y el renovado en-frentamiento entre Juchitán y Tehuantepec eran expresión de rivalidades an-tiguas, nacidas de la hostilidad entre los diversos grupos étnicos que se asen-taban en la zona del istmo. Pero esos odios envejecidos adquirieron perfilesmás nítidos y se exteriorizaron de formas diversas cuando, en ese períodocentral del siglo XIX, se colorearon con elementos programáticos conte-nidos en los planes y ‘‘gritos’’ de los partidos liberal y conservador.

No cabe duda del carácter efímero y de la volatibilidad de esas alian-zas coyunturales de las comunidades indígenas con militares que se pro-nunciaban y se levantaban contra el orden establecido, y abogaban por laimplantación de unas reformas políticas, o por la destitución de unosmandos ineptos o corruptos. Como ya he señalado en otra ocasión, la re-flexión sobre la naturaleza de los movimientos nativistas que conmocio-naron periódicamente a la República mexicana a lo largo del siglo XIX----y Tehuantepec es un ejemplo emblemático---- nos permite apreciar suviolento carácter contraculturativo, derivado de una voluntad de segrega-ción y de retraimiento que conducía a la destrucción o expulsión del mes-tizo y de las formas de vida por él representadas.96 Por eso, la adopción deideologías liberales o conservadoras no constituía sino un expediente paracaptar apoyos y ampliar la base social con que sustentar las reivindicacionesque de verdad importaban, que eran de una naturaleza muy diferente.

Son éstos unos puntos de vista compartidos por Brian R. Hamnett enun interesante trabajo aparecido recientemente en una obra colectiva,donde analiza las relaciones entre las demandas políticas y sociales de li-berales y conservadores y las aspiraciones de ese ‘‘mundo de los pueblos’’,integrado de un modo muy particular por las comunidades indígenas.Hamnett admite la existencia de una interrelación de los acontecimientoslocales y nacionales, pero también advierte que cada uno de los primerosposeía características peculiares, que imposibilitaban la formación de unmovimiento popular ----menos aún indígena---- de ámbito nacional.

BRASSEUR DE BOURBOURG ANTE LAS REALIDADES INDÍGENAS 285

96 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, p. 543.

Fueran indios o mestizos, esos cabecillas o caciques, apoyados por sus pro-pias fuerzas armadas..., dominaban sus territorios durante largas tempora-das y, en algunos lugares, por décadas. Donde había luchas intestinas entrepueblos, entre cabeceras y sujetos o barrios, entre grupos sociales o so-cioétnicos, y entre jefes rivales, una contienda feroz y a veces sin cuartel sedesencadenó en la subregión y localidad... En esencia, el mundo de lospueblos (incluso el mundo indígena) estaba buscando líderes suficiente-mente capaces para mostrar su poder personal, no solamente por encima deellos mismos, sino también, y más importante aún, con relación al mundoexterior...

Eso quiere decir que las luchas en el ámbito de los pueblos en contra delas presiones exteriores y para defender la identidad, las tierras, el acceso alagua, las costumbres religiosas, o para resistir las imposiciones o el recluta-miento frecuentemente se expresaron de esa manera. Por consiguiente, semezclaron y se involucraron con las luchas políticas motivadas por ra-zones distintas o influidas por líderes con otras aspiraciones y proyectosdiferentes.97

Quisiera resaltar también la importancia de las aportaciones de Bras-seur en torno al conflicto, entonces tan agudo, entre modernidad occiden-tal y tradiciones indígenas, que encuentra su manifestación externa en laimpopularidad de los norteamericanos de la Compañía Luisianesa entrelas poblaciones aborígenes del istmo de Tehuantepec.

Resultan de sumo interés los textos que Brasseur dedica al nahualis-mo, cuya sobrevivencia después de tantos siglos le causa la más viva im-presión. No duda en atribuirle el mérito de haber impedido la plena desinte-gración del sistema de valores culturales imperantes entre las poblacionesindígenas de Tehuantepec, y cree descubrir en él el origen de las conspi-raciones que, periódicamente, habían agitado la vida de la colonia. Bras-seur sugiere además una explicación de las revueltas indígenas de losaños cuarenta y cincuenta del siglo XIX, en la que las creencias religiosasde esos pueblos, aun mixtificadas, constituyen un factor clave.

286 MANUEL FERRER MUÑOZ

97 Hamnett, Brian R., ‘‘Liberales y conservadores ante el mundo de los pueblos, 1840-1870’’,en Ferrer Muñoz, Manuel (coord.), Los pueblos indios y el parteaguas de la Independencia de Méxi-co, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1999, pp. 206-207.

CAPÍTULO DECIMOPRIMERO

LA VISIÓN IMPERIAL. 1862-1867

Érika PANI*

SUMARIO: I. El indito, ¡qué bonito! II. La ‘‘raza dominada’’.III. Salvar a los indios... de los mexicanos. IV. Conclusiones.

Los viajeros decimonónicos vieron en México una tierra incógnita, de in-cómodo y difícil recorrido, pero de gran riqueza todavía por explotar. Susrelatos representan fascinantes juegos de espejos, en los que las realida-des mexicanas son deformadas por los prejuicios e intenciones de los quelas describen. Los años de la Intervención francesa y el Imperio de Maxi-miliano (1862-1867) representan, por razones obvias, un período espe-cialmente fértil para la producción de este tipo de relatos, a la vez pinto-rescos, coloridos, y no pocas veces tramposos. Durante esos años, el paísse vería invadido por un ejército extranjero, tras el cual llegarían el empe-rador austríaco y su consorte belga, los miembros de su corte, nativos dediversos países europeos, los voluntarios belgas y austríacos, sus espo-sas... Muchos de ellos tomaron la pluma para intentar, cuando no justifi-car, al menos domesticar, digerir la aventura imperial y su participaciónen ella. Abundan entonces para aquellos años los retratos, más o menosbien logrados, de aquella nación mexicana que se debatía entre el Imperioy la República.

El objetivo que nos anima es el de analizar la manera en que los ex-tranjeros vieron al indígena mexicano. Para la época que nos ocupa, y sinánimos de ser exhaustivos, revisaremos las visiones de actores distintos,cuyas percepciones se vieron muchas veces afectadas por el lugar queocupaban en la tragicomedia imperial. Así, de forma necesariamente so-

287

* Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.

mera, esperamos rescatar las impresiones de la joven pareja imperial, ilu-sionada con recuperar a la que había sido la más rica joya de la corona delos Austrias; de la condesa Paula Kollonitz, dama de la emperatriz quevenía de paso; de Carl Khevenhüller, oficial austríaco, heredero de unanoble familia; de Éloi Lussan, oficial francés, soldado profesional; de Ag-nes de Salm-Salm, cirquera norteamericana convertida en princesa al ca-sarse con un aristócrata alemán, y de Sara Yorke Stevenson, joven nortea-mericana adicta a la causa republicana. ¿Cómo vieron estos personajes alindio mexicano, y su lugar dentro de la sociedad? ¿De qué manera perci-bieron la conflictiva relación entre ‘‘indianidad’’ y ‘‘mexicanidad’’?

I. EL INDITO, ¡QUÉ BONITO!

En general, a los extranjeros que vinieron a México en tiempos deMaximiliano les llamó poderosamente la atención el ‘‘indio’’ mexicano,que ellos definían ----sin sacar a relucir profundos conocimientos históri-cos---- como el descendiente de los ‘‘aztecas’’, o sea de la población pre-hispánica.1 Según la princesa Salm-Salm, los indios eran ‘‘mucho más in-teresantes que los descendientes de los conquistadores’’.2 Paula Kollonitzestuvo totalmente seducida por el exotismo de una Alameda en la que semezclaban devotas señoras vestidas de negro con papagayos enjaulados,pregoneros, y vendedores de una variedad impresionante de cosas, comofrutas, dulces, bizcochos, castañas cocidas, figuras de cera, objetos de oroy plata, peines de carey, ollas y hasta unos ‘‘pobres colibríes’’. La damade la emperatriz escribía encantada que:

entre estas cosas maravillosas, lo más maravilloso de todo son [los indios]con su vestido adamítico y su figura descarnada... Así se sientan en las es-quinas... con un cigarro en la boca, haciendo o friendo sus tortillas, o, conextraordinaria gracia, arreglando flores en bellísimos ramos.3

288 ÉRIKA PANI

1 En esto, y en su conocimiento de las distintas etnias que habitaban el país en el momento dela Conquista, los extranjeros no hacían sino reproducir los usos lingüísticos ----de vieja cepa---- de laelite mexicana. Como explican María Bono y Manuel Ferrer, el término ‘‘indio’’ define al grupo so-metido a una relación de dominio colonial. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pue-blos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investiga-ciones Jurídicas, 1998, pp. 9-11.

2 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida (1862-1872). Estados Unidos. México. Eu-ropa, Puebla, José M. Cajica, 1972, p. 266.

3 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, trad. de Neftalí Beltrán, México, Fondo deCultura Económica-Secretaría de Educación Pública, 1984, p. 115.

Desde esa óptica, el indígena es contemplado sobre todo como unente curioso, simpático, exótico, hasta cierto punto no muy diferente delas figuras de cera que sus manos producían... o de los papagayos quevendían. Sus manifestaciones culturales parecen curiosas, pero son consi-deradas prueba de atraso social y de falta de refinamiento; producto deuna sociedad inmadura, infantil.4 Así, Paula Kollonitz consideró que losbailes de los indígenas ----que, según ella, se parecían en algo a ‘‘sus’’ gi-tanos, aunque eran más amarillos, y se alimentaban principalmente deplátano----, como el ‘‘popular jarabe’’ y un baile con cuchillos que presen-ció cerca de Pachuca, demostraban ‘‘una grandísima habilidad’’; pero‘‘también [era] cierto que no [tenían] nada de estético’’.5 En su opinión,fue precisamente esta encantadora ingenuidad y atavismo de los indíge-nas mexicanos lo que dio origen a la cálida y entusiasta recepción quedispensaron a Maximiliano y a Carlota. Según la dama de la emperatriz,al paso de la joven pareja,

[los] indios se agolpaban por todos lados mezclándose a la alegría común.La leyenda de Quetzalcoatl y tantas otras han permanecido en ellos a pesarde su aparente catolicismo, y había dispuesto sus ánimos a favor del empe-rador en el cual veían al hombre sabio que había cruzado los mares paratraerles la felicidad y el esplendor y sacarlos de su miserable condición, poresto lo saludaban con la más íntima alegría.6

Por su parte, los príncipes entretuvieron una visión compleja y, comose verá, a menudo contradictoria del indio. Independientemente de losfactores que dieron forma a la actitud indígena ----y más que deberse a laleyenda prehispánica de la serpiente emplumada, puede pensarse que re-sultó de la pervivencia, en el imaginario de las comunidades indígenas, dela tradición virreinal del rey-justicia, padre bondadoso de sus súbditos7----,Maximiliano y Carlota, sobre todo al principio, fomentaron una relación

LA VISIÓN IMPERIAL. 1862-1867 289

4 Llama la atención en este aspecto la pervivencia de los criterios ilustrados del siglo XVIII,que consideraban a la sociedad indígena como rezagada, dentro de una visión unilineal y progresistadel desarrollo de la humanidad. Cfr. Alberro, Solange, ‘‘El indio y el criollo en la visión de las élitesnovohispanas. 1771-1811. Contribución a una antropología de las luces’’, en Hernández Chávez, Ali-cia y Miño Grijalva, Manuel, Cincuenta años de Historia en México, México, El Colegio de México,1991, vol. I, pp. 143-144.

5 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, pp. 115 y 153.6 Cfr. ibidem, p. 91.7 Cfr. Granados García, Aimer, ‘‘Comunidad indígena, imaginario monárquico, agravio y eco-

nomía moral durante el segundo imperio mexicano’’, Secuencia. Revista de historia y ciencias socia-les, 41, mayo-agosto 1998, pp. 45-74.

paternalista y condescendiente con ----para utilizar el eufemismo de laprensa de la época---- ‘‘los herederos de Moctezuma’’. De esta forma, re-cién llegados al país, los emperadores recibieron, durante el viaje de Ve-racruz a México, a los representantes del pueblo indígena de El Naranjal.El joven rubio de treinta y tres años contestaría a la bienvenida del alcal-de, el cura y los topiles de la comunidad, hombres sin duda mayores queél, con las siguientes palabras:

me es muy grato, mis queridos hijos, recibiros en comisión... porque es unaprueba de la confianza que debeis poner en mí para lograr la paz y el bie-nestar de que tanto tiempo habeis carecido. Podeis contar con el solícitoempeño que tomaré para proteger vuestros intereses, fomentar vuestras la-bores y producciónes agrícolas, y mejorar en todo vuestra situación, y asípodeis anunciarlo a los habitantes del Naranjal.8

De manera similar, al presenciar en Cholula un matrimonio ‘‘de indí-genas, vestidos con su traje de la época de Moctezuma, y coronados conguirnaldas de flores’’, Carlota se acercó, quitó una de las guirnaldas de lacabeza de la novia y ‘‘la colmó de caricias’’, gesto que no repetiría, a lolargo del viaje, más que con los niños pequeños.9

Maximiliano y Carlota fueron, en este sentido, representantes de unageneración europea romántica, enamorada del folclore, que soñaba concaballeros medievales y con visiones del buen salvaje. Ya durante su via-je alrededor del Mediterráneo y a Brasil, en 1851, el joven Habsburgohabía manifestado su gusto por el exotismo, declarando que en cuanto atipos humanos y costumbres ‘‘la variedad en el mundo es el mayor encan-to de la vida’’.10 Durante esos días en que disfrutaba como marino explo-rador, había alardeado de su repulsión por el excesivo refinamiento delViejo Continente. Así, tras presenciar una corrida de toros en Sevilla,afirmaba que:

por lo que a mí toca, prefiero estas fiestas en que la naturaleza primitiva delhombre se presenta en toda su verdad, a las diversiones enervadoras e in-

290 ÉRIKA PANI

8 Cfr. Advenimiento de S.S.M.M. Maximiliano y Carlota al trono de México. Documentos rela-tivos y narración del viaje de nuestros soberanos de Miramar a Veracruz y del recibimiento que seles hizo en este último puerto y en las ciudades de Córdoba, Orizaba, Puebla y México, México,Edición de La Sociedad. Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1864, p. 198.

9 Como fue el caso de Ramón Ortiz, menor de siete años. Cfr. ibidem, p. 244.10 Cfr. Habsburgo, Maximiliano de, Recuerdos de mi vida. Memorias de Maximiliano, traduci-

das por José Linares y Luis Méndez, México, F. Escalante, 1869, t. I, p. 141.

morales de nuestros países hundidos en el cenagal de la molicie y el lujo.Aquí perecen en verdad los toros, pero allí el alma y el espíritu sucumbenen la frivolidad sentimental en cuyo seno se pierde toda energía. No tratode negarlo: me gustan los tiempos antiguos.11

De aquí se comprende por qué, independientemente de las ambicio-nes políticas que pudieran abrigar el hermano de Francisco José y la hijade Leopoldo, les fue tan atractiva la idea de partir hacia ese Nuevo Mun-do hispano que Maximiliano imaginaba dinámico, vigoroso, lleno deoportunidades y de ‘‘energía’’ primitiva. ‘‘La América es excelente ----ha-bía exclamado---- porque el océano es ancho’’: el continente no se habíacontaminado todavía de los ‘‘polvos’’ y ‘‘afeites’’ de una Europa perverti-da.12 Cabe incluso recordar que el archiduque rechazó la corona de Gre-cia, que le había sido ofrecida por mediación de la reina Victoria, porconsiderar ‘‘degenerados’’ a los helenos. Además, sentarse en un tronomexicano significaba para un Habsburgo recuperar parte de aquel Impe-rio sobre el cual el sol no se ponía nunca. El Imperio mexicano y sus exó-ticos pobladores primigenios encarnaban entonces el vínculo entre un pa-sado glorioso y un futuro brillante. Así, al pie de la pirámide de Cholula,el emperador afirmaría:

no puedo ver con indiferencia una población que tanto excitó el interés demis ascendientes... Al pie de esta pirámide, construida por vuestros antepa-sados, existió un gran pueblo: del sepulcro de éste puede renacer una ciu-dad engalanada con los adornos de la civilización; pues debe aún existir enlos descendientes de los obreros de este gran monumento las virtudes cívi-cas que tan grandes los hicieron.13

De esta forma, la aventura mexicana representó para la joven parejaimperial adentrarse en una fantasía en la que, rodeados de aclamaciones,flores y versos indígenas, desempeñaban un papel que combinaba a unbenevolente Carlos V, con un noble, sabio e íntegro Huei Tlatoani ----títu-lo con el que firmaría más tarde Maximiliano las proclamas que publica-ba en nahuatl----. Carlota y Maximiliano se sintieron por lo tanto destina-dos a sacar al desdichado pueblo indio de su congoja y de su atraso. Así,

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11 Cfr. ibidem, t. I. p. 142.12 Cfr. ibidem, t. II, p. 121.13 Cfr. Advenimiento, p. 245.

Ángel Iglesias, secretario del emperador que los acompañó en su recorri-do a la capital, revive con la cursilería típica de la época ese universoimaginario en el que se movían los príncipes, en el que se mezclan el li-rismo romántico, cierto mesianismo, y una total falta de realismo:

aquella escena entre los soberanos de un gran pueblo, hijos de cien reyes, yunos humildes indios del país de Moctezuma; aquellas frases del tiempoantiguo; aquellos regalos campestres; aquellas indias; aquellas tórtolas sím-bolo de la inocencia de los pueblos infantes; todo fue tierno y encantadorpara los que lo vieron, y muchos de ellos lloraron.14

II. LA ‘‘RAZA DOMINADA’’

A pesar del embrujo que ejerció sobre algunos de estos visitantes elexotismo de los indígenas, los más lograron trascender esa imagen yconstruir una representación más compleja. Es totalmente excepcional lavisión utópica de la Kollonitz, quien afirmara que ‘‘en México no se venindigentes, y si hay alguno, es mutilado o enfermo. El indígena nunca esni pobre ni rico’’:15 aunque, a veces, el entusiasmo le ganaba a la mismaCarlota, quien escribiría extasiada a la emperatriz Eugenia que sus súbdi-tos predilectos sabían, en su mayoría, leer y escribir.16

No obstante las apreciaciones de estas dos mujeres, la mayoría de losextranjeros aquí estudiados percibiría lo doloroso de la situación del indí-gena. Sara Yorke Stevenson describió con auténtico horror la noche quese vio obligada a pasar en ‘‘una aldea miserable’’:

in this room a man, his wife, his children, his dogs, pigs and small cattlelived... The english language cannot be made to describe the atmosphereand other horrors of that night. The men... took their chances with malariaand preferred sleeping outside.17

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14 Cit. ibidem, p. 199.15 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 137.16 Carta de Carlota a Eugenia de Montijo, 18 de junio de 1864, en Corti, Egon César, conde,

Maximilien et Charlotte au Mexique, Paris, Plon, 1927, p. 418.17 Cfr. Yorke Stevenson, Sara, Maximilian in Mexico. A woman’s reminiscences of the french

intervention. 1862-1867, New York, The Century, 1899, p. 73. ‘‘En este cuarto vivían un hombre, suesposa, sus hijos, sus perros, puercos y ganado menor... El idioma inglés no puede describir la atmos-fera y otros horrores de aquella noche... Los hombres se arriesgaron a contraer malaria, y prefirierondormir afuera’’.

De esta forma, muchos de estos extranjeros lograron palpar las ambi-güedades que encerraba el estatus de los ‘‘antes llamados naturales’’ dentrodel México independiente. Sabían que el indígena era, jurídicamente,miembro constitutivo de la nación, un ciudadano igual a los otros. De he-cho, conformaba una parte importante de su población. Es incluso intere-sante observar que, a ojos de estos extranjeros ----que se guiaban quizáspor criterios puramente visuales----, la población india fuera mucho másnumerosa de lo que establecían sociedades científicas como la SociedadMexicana de Geografía y Estadística. Ésta calculaba que poco más de lacuarta parte de la población mexicana era indígena,18 mientras que Agnesde Salm-Salm hablaba de ‘‘más de la mitad’’, Khevenhüller de las cuatroquintas partes, y Paula Kollonitz de cinco millones de indios dentro deuna población total de ocho millones.19 No obstante, a ninguno de los vi-sitantes de estos años se le oculta que el indio ha quedado marginado,impotente, sin los recursos para controlar su propia suerte.20 Así, todos sedetendrán sobre la ‘‘tristeza’’, la ‘‘dulzura’’, la ‘‘melancolía’’, la ‘‘apatía’’,la ‘‘resignación’’, la ‘‘abyección’’, la ‘‘miseria’’, la suciedad y la desnudezdel indígena mexicano.21

De esta manera, los extranjeros percibieron la precariedad y la ambi-valencia que permeaban la experiencia indígena. Paula Kollonitz deplora-ba su aislamiento geográfico, su marginación social y cultural: ‘‘muchosde ellos viven en las montañas bajo el dominio de los caciques y son cris-tianos apenas de nombre’’, escribía preocupada. No gozaban de la protec-ción de las leyes; no podían hacer valer sus derechos. No obstante, la con-desa reconocía que cuando rompían con este aislamiento, y se acercaban

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18 Según las cifras de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de una población de8,629,982 habitantes, 2,570,830 eran indígenas. Ignoramos qué criterios utilizaba la Sociedad paradefinir el estatus de indígena. Suponemos que se trataba sobre todo de un criterio lingüístico. Cfr.Pimentel, Francisco, ‘‘Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indí-gena en México, y medio para remediarla’’, Obras completas, México, Tipografía económica, 1903,t. III, p. 120.

19 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 298; Hamann, Brigitte, Con Maximilia-no en México. Del diario del príncipe Carl Khevenhüller, México, Fondo de Cultura Económica,1989, p. 113, y Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 118.

20 Una excepción en este aspecto es Éloi Lussan, que afirma que el habitante de los pueblos‘‘dispose à son gré de sa personne’’ (‘‘dispone de su persona como les place)’’, a diferencia del peónde hacienda, que no por ello es menos pobre. Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique. Cosas deMéxico, Paris, Plon, 1908, p. 276.

21 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 131; Yorke Stevenson, Sara, Maximi-lian in Mexico, pp. 73-74; Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 299; Kollonitz, Paula, Unviaje a México en 1864, p. 153, y Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique, pp. 82 y 276.

a la civilización, su condición se degradaba aún más, pues eran explota-dos por ‘‘los blancos’’, sobre todo cuando trabajaban en las minas.22 Elindígena era así un paria, un extranjero en su propia tierra. Parecía quedarfuera de esa nación mexicana ----heredera, paradójicamente, del glorioso‘‘Imperio de Anáhuac’’---- que con tantos esfuerzos se intentaba construirdesde 1821. La expresión verbal de casi todos los extranjeros aquí estu-diados refleja inconscientemente estas contradicciones: cuando hablan de‘‘mexicanos’’, se refieren precisamente a los no-indios, a los descendien-tes de ‘‘los conquistadores’’.23

Como se verá, la mayoría de los extranjeros que vinieron con Maxi-miliano, europeos convencidos de que venían a salvar a un pobre país tro-pical que no sabía gobernarse solo, culparon sin más de la triste condicióndel indio a esos ‘‘mexicanos’’ y a sus ascendentes, los españoles. Otros,más sensibles, verán en la trágica marginación del indio raíces tanto eco-nómicas ----la pobreza en la que muchos se hallan sumidos---- como cultu-rales ----la cicatriz de la Conquista----, la imposición de una cultura ajena yel racismo ‘‘sistemático’’ de los criollos.24 Aunque permanece bien plan-tada en el eurocentrismo, Paula Kollonitz, por ejemplo, abandona el tonoa veces frívolo y superficial de sus descripciones para hablar de la vidainterior de esos ‘‘maravillosos’’ indios que, antes, había considerado tanfelices y satisfechos:

hay en la naturaleza del indio americano algo de inquieto, de angustioso yde meditabundo. Inevitablemente se recoge en sí mismo como si quisierahuir del contacto de la mano extranjera, aunque sea la mano que lo llamacon las formas de la civilización, bajo cuyo peso parece que se ha aniquila-do y se extingue. En su andar triste, en los melancólicos trazos de su fisio-nomía, fuerza es reconocer el carácter infeliz de una nación que fue domi-nada. La causa de la humanidad ha ganado grandemente, viven bajo elamparo de una legislación mejor, gozan de mayor seguridad, su fe es máspura. Pero todo esto de nada sirve. Su civilización lleva en sí la señal de lasoledad del Nuevo Mundo; las ásperas virtudes de los aztecas fueron lasbases fundamentales de su existencia y ellas se opusieron a la cultura euro-pea como para no dejar injertarse por una rama extraña.25

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22 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 117.23 Cfr. ibidem, p. 91, y Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, pp. 113 y 122.24 Así lo describe Lussan. Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique, p. 276.25 Cfr. Kollonitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 118. Compárese esta apreciación con la

de Carlos Gagern, quien afirmaba que el aislamiento del indígena se debía que éste era ‘‘anacoretapor gusto’’. Cit. en Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacio-nal en México en el siglo XIX, p. 74.

Pero quizás el que mejor rescata lo paradójico e injusto de la situa-ción del indígena dentro de la sociedad del México independiente es, comolo ha notado ya Brigitte Boehm de Lameiras,26 el francés Éloi Lussan.27

Este hombre se daba cuenta de que los indígenas eran los campesinos, los‘‘abastecedores de México’’, como escribía la princesa Salm-Salm,28 lacarne de cañón de la mayoría de los conflictos civiles de los que fue tanprolífico el siglo XIX mexicano. No obstante, se trataba de un elementoque por un lado se rechazaba, y que, por el otro, la elite política buscóintegrar, homogeneizar como diera lugar; pues, como han hecho notarManuel Ferrer y María Bono, nuestros publicistas y políticos ‘‘no le en-contraban acomodo en las clasificaciones modernas’’.29 Se trataba enton-ces de un actor social cuya participación incomodaba, cuya especificidadse buscaba negar. El oficial francés describe el dilema indígena de la si-guiente manera:

ces pauvres gens, que l’ont maintient ainsi de parti pris dans leur abjec-tion, ont pourtant prodigué leur sang pour soustraire le pays à la tyranni-que domination des espagnols... Qu’y ont-ils gagné? Depuis lors, en leurnouvelle qualité de citoyens mexicains, astreints au service militaire; et c’esttout. Leur condition sociale est restée, sous tous les autres rapports, ce quel’ont faite les vieilles ordonnances espagnoles, et après comme avant, au-jourd’hui comme il y a cent ans... l’Européen ou le descendant d’Européenest pour eux el amo, le maître. Ils méritaient mieux.30

Los emperadores: de huei tlatoani a estadista liberal

Aunque en su caso es más difícil de documentar, también Maximilia-no y Carlota estuvieron conscientes de la miseria, atraso y exclusión del

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26 La autora afirma que, entre los viajeros que analizó, las opiniones de Lussan eran las ‘‘menosprejuiciadas y más cálidas’’. Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viajeros extranje-ros. Siglo XIX, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, p. 46.

27 Cfr. idem.28 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 300.29 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, p. 82.30 Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique, pp. 277-278: ‘‘no obstante, esta pobre gente, a la

que se mantiene... en su abyección, derramó su sangre para sustraer al país del tiránico dominio de losespañoles... ¿Qué lograron con ello? Desde entonces, su novedosa calidad de ciudadanos, sujetos alservicio militar; y eso es todo. En todos los otros aspectos, su condición social sigue siendo aquellaque determinaron las viejas ordenanzas españolas, después como antes, hoy como hace cien años....El europeo o el descendiente de europeo sigue siendo para ellos el amo... Merecían mejor suerte’’.

indígena. No obstante, mientras que los demás extranjeros debían limitar-se a observar una serie de ‘‘realidades’’ jurídicas y sociales, los empera-dores intentaron actuar sobre ellas y modificarlas a través de la creaciónde instituciones y la promulgación de nuevas leyes. A pesar de lo muchoque a los archiduques les gustaban los atavíos, bailes y modos peculiaresde los indígenas, también ellos buscaron integrarlos en una sociedad mo-derna e individualista. Desde su desembarco en Veracruz, Maximilianohabía afirmado que ‘‘en adelante no quería distinción entre indios y losque no lo [eran]: todos [eran] mexicanos y tenían derecho a [su] solici-tud’’. Por esto, como hemos sugerido ya en otro trabajo,31 Maximiliano yCarlota, influidos quizás por hombres como Faustino Galicia Chimalpo-poca, abandonaron, al gobernar, el delirio indigenista que los había intoxica-do en el camino de México a Veracruz.

De esta forma, como todo Estado liberal, el Imperio intentó transfor-mar al indio, para convertirlo en un ciudadano individualista y producti-vo, de preferencia pequeño propietario, que participara plenamente en elmercado nacional. Es cierto que la legislación imperial que afectaba a laspoblaciones indígenas ----la ley sobre trabajadores y la ley para dirimir di-ferencias sobre tierras y aguas entre los pueblos (noviembre de 1865), lasdisposiciones para la colonización de terrenos baldíos (septiembre 1865),y las leyes sobre terrenos de comunidad y repartimiento y sobre el fundolegal (junio de 1866)---- se preocupó más de los reclamos de la poblacióndel campo mexicano, exacerbados en muchos casos por el proceso de desa-mortización.

La ley sobre trabajadores pretendía proteger a los jornaleros de losmás lacerantes abusos perpetrados en las haciendas: ponía un límite a lashoras de trabajo, prohibía los castigos corporales, el pago en especie, laservidumbre por deudas, el trabajo dominical y el trabajo de menores dedoce años, y permitía la entrada de mercachifles a las haciendas, esperan-do con esto atenuar la dependencia de los peones de la tienda de raya.32

También obligaba a los patrones a costear una escuela gratuita en la ha-cienda. La ley para dirimir diferencias de tierras y aguas reconocía la per-sonalidad jurídica de los pueblos, permitiendo que éstos participaran enlos litigios como actores colectivos, en defensa de ciertos derechos comu-nales. Se preveía además que estos procesos judiciales, que los pueblos a

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31 Cfr. Pani, Érika, ‘‘¿‘Verdaderas figuras de Cooper’ o ‘pobres inditos infelices’? La políticaindigenista de Maximiliano’’, Historia Mexicana, 187, enero-marzo 1998, pp. 571-604.

32 Cit. ibidem, p. 583. Esta ley protegía también a los trabajadores industriales.

menudo venían arrastrando por generaciones, fueran despachados conmayor rapidez, para que no siguieran consumiendo las energías y los depor sí escasos recursos de las comunidades.

La ley sobre terrenos de comunidad cedía en plena propiedad a losmiembros de las comunidades aquellos terrenos que todavía no hubieransido desamortizados: el reparto se haría prefiriendo los casados a los sol-teros, los pobres a los ricos, y los nuevos propietarios no tendrían quepagar siquiera la alcabala por traslado de dominio. Con esta ley se preten-día que se cumplieran los designios frustrados de la ley Lerdo de 1856----multiplicar el número de pequeños propietarios en el campo mexica-no---- que, por la guerra, la condena eclesiástica, y la desesperada situa-ción del erario no habían podido alcanzarse. Por otra parte, procurabadesvanecer los justificados temores que en muchos de los pueblos habíadespertado el proceso de desamortización: independientemente del recha-zo que pudiera existir a la privatización de la propiedad comunal, algunospueblos resintieron sobre todo que, por medio del sistema de denuncias,fueran ‘‘fuereños’’ los que se apropiaran de las tierras del pueblo.33

El régimen imperial fue también más sensible a las particularidadesindígenas: piénsese en la publicación de leyes y decretos en nahuatl ----ig-noramos si se hizo en otras lenguas indígenas----; el recurso constante a unintérprete durante los viajes de los príncipes; el deseo expreso de Maxi-miliano de poder ‘‘hablarles en su propio idioma’’;34 el nombramiento deFaustino Galicia Chimalpopoca como visitador de pueblos de indios...Como ha dicho Jean Meyer, el Imperio estuvo más dispuesto que la Re-pública a ofrecer a los indígenas un paliativo ‘‘en su tránsito a la moder-nidad’’.35 De esta manera, la creación de una Junta Protectora de las Cla-ses Menesterosas abrió un espacio público para que las comunidadesventilaran sus agravios y establecieran ----independientemente de la efec-tividad real de la Junta---- un vínculo directo con el poder. Se pretendíaque se sintieran escuchados, atendidos por el emperador.

Puede verse que los medios y las actitudes eran distintos. No obstan-te, el objetivo de Maximiliano y Carlota seguía siendo el mismo que el deIgnacio Ramírez o José María Castillo Velasco: emancipar al indígena

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33 Cfr. ibidem, pp. 581-588.34 Cfr. Advenimiento, p. 244.35 Cfr. Meyer, Jean, ‘‘La Junta Protectora de Clases Menesterosas: indigenismo y agrarismo en

el segundo imperio’’, en Escobar, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en el México del sigloXIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investigaciones y Estu-dios Superiores en Antropología Social, 1991, p. 330.

equivalía a integrarlo, invitándolo, convenciéndolo u obligándolo a dejarde ser indio. El Imperio ratificó las leyes de Reforma, e insistió en que lapropiedad comunal no era ‘‘conveniente’’.36 La Junta Protectora llegó in-cluso a afirmar que las festividades indígenas ‘‘a más de ser contrarias ala civilización actual, les son onerosas por tener que invertir para satisfa-cerlas, recursos que emplearían mejor en cultivar sus bienes’’.37 Habíaque modernizar a los atávicos ‘‘antes llamados naturales’’: en palabras dela emperatriz, era una necesidad apremiante

devolver la humanidad a millares de hombres, cuando se llamaba de tanlejos a la colonización, y de hacer que [cesara] una llaga a la que la inde-pendencia no había traído sino un remedio ineficaz, puesto que ciudadanosde hecho, los indios habían quedado en una abyección espantosa.38

III. SALVAR A LOS INDIOS... DE LOS MEXICANOS

En su bonito estudio sobre los indios vistos por los viajeros extranje-ros en el siglo XIX, Brigitte Boehm de Lameiras sugiere que, a diferenciade épocas anteriores, el extranjero que iba a México en el siglo XIX nopretendía ya ni conquistar, ni civilizar, ni regenerar al indio.39 Los extran-jeros de la época del Imperio representan en este aspecto una excepción.Cabe recordar que el fin explícito de la Intervención francesa y del Impe-rio ----que ciertamente no fue el único, ni el más importante, ni el másconvincente---- era ‘‘salvar’’ a México ‘‘de la minoría opresora’’ ----los li-berales ‘‘puros’’----, de los Estados Unidos, de ‘‘la anarquía’’, de la ‘‘diso-lución’’, etcétera. Así, no fueron pocos los extranjeros que, durante estosaños, vieron en la emancipación del indio la clave para la regeneracióndel país entero.

A diferencia de otros visitantes foráneos ----como, por ejemplo, Car-los Gagern, que en 1869 consideraba a los indígenas miembros de las‘‘razas descendentes’’40----, los extranjeros aquí revisados no considerabanal indio, a pesar de su miseria y aislamiento, congénitamente inferior alos miembros de otros grupos. Con excepción de ----irónicamente---- la re-

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36 Cit. en Pani, Érika, ‘‘¿Verdaderas figuras de Cooper?’’, pp. 590-591.37 Cit. ibidem, pp. 591-592.38 Carta de Carlota a Maximiliano, 31 de agosto de 1865, en Arrangóiz, Francisco de Paula,

México desde 1808, México, Porrúa, 1968, p. 648.39 Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viajeros extranjeros, pp. 15 y 188.40 Cit. en Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, p. 83.

publicana Sara Yorke Stevenson, a quien ‘‘el populacho’’ [populace] deindios y mestizos [half-breeds] no le provocaba sino profunda repul-sión,41 nuestros autores enfatizaron la inteligencia de los indígenas, subuena disposición y su impresionante tenacidad y entrega al trabajo, so-bre todo como cargadores.42 Para los dos militares, los indígenas eran‘‘honrados y leales’’, y cuando se les trataba con justicia, cuando se lesretribuía lo debido, cuando ‘‘se [sabía] ganar su confianza y estimular suamor propio’’, resultaban ser ‘‘trabajadores valiosos y valientes’’ y ‘‘sol-dados valientes y constantes, apegados a sus comandantes’’.43

De esta forma, nuestros visitantes consideraron que si los indios ----in-teligentes, leales, buenos, trabajadores---- estaban en condiciones tan de-plorables, si los integrantes de este ‘‘pueblo tan inteligente y laborioso’’se hallaban envilecidos, ‘‘tanto en lo físico como en lo moral’’, se debía a‘‘trescientos años de un régimen de fierro’’, y a que, desde la Independencia,las circunstancias del indio en poco o nada habían variado, pues los mexi-canos seguían ‘‘contentos con [utilizarlos] como animales de trabajo’’.44

El prejuicio antiespañol en general, muchas veces anticatólico, y antime-xicano en particular ----dirigido en contra de los mestizos pero, sobre todo,de ‘‘las clases educadas’’45----, permea la mayoría de los textos aquí revi-sados.46 Según Khevenhüller,

el español desprecia al indio y lo llama ‘‘hombre sin razón’’, y a sí mismo‘‘hombre con razón’’, pero está muy equivocado, pues el indio vale cien vecesmás que el mestizo, que se cree blanco y extraordinariamente superior.47

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41 Cfr. Yorke Stevenson, Sara, Maximilian in Mexico, pp. 84-85. No obstante, la joven nortea-mericana alabaría la valentía y lealtad del ‘‘indio Mejía’’: cfr. ibidem, p. 192.

42 Mucho se impresionaron estos visitantes con la manera en que los indios cargaban pesadísi-mos bultos, ‘‘por millas enteras no caminado lentamente sino de prisa y sin darse reposo’’. Cfr. Kollo-nitz, Paula, Un viaje a México en 1864, p. 119; Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, pp.113-114; Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 300, y Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique,pp. 82 y 275.

43 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 113, y Lussan, Éloi, Souvenirs duMexique, p. 275.

44 Cfr. Lussan, Éloi, Souvenirs du Mexique, pp. 273-278, y Salm-Salm, Agnes de, Diez años demi vida, pp. 299-300.

45 Para Carl Khevenhüller, el mestizo, que conformaba ‘‘las clases medias’’, había heredado‘‘todos los defectos de las dos razas’’ y ninguna ‘‘de sus buenas cualidades’’. No tolera a ‘‘los señoresmexicanos’’, a los que considera altaneros e hipócritas. Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano enMéxico, pp. 113-114 y 112-123.

46 Lo mismo ocurre con la mayoría de los textos de los viajeros decimonónicos, como ha de-mostrado, Brigitte Boehm de Lameiras. Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viaje-ros extranjeros, p. 15.

47 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 131.

La opresión del indio se debía entonces a que estos hombres lo man-tenían en su ignorancia, pobreza y supersticiones para poder seguir apro-vechándose de él. La culpa la tenía la viciosa casta ibérica, y la desgraciade los indígenas tenía como origen menos la conquista en sí que la natu-raleza de sus conquistadores. La princesa Salm-Salm fue más lejos aún:

el modo como los ingleses trataron a los indios de América del Norte, pormalo que fuese, puede ser disculpado en cierto modo por la tenacidad conque rechazaron todos los intentos para civilizarlo, pero los aztecas no eransalvajes, y cuando sus sacerdotes eran crueles, no lo eran más que los sa-cerdotes cristianos fanáticos que, en lugar de enseñar su religión del amor,castigaron por la desgracia de sus errores religiosos, quemando a los máspobres en masa y tratándolos peor que a los animales salvajes. La tiranía yla esclavitud tienen en todas partes el mismo efecto humillante.48

De esta manera, algunos de los extranjeros de la época del Imperioconsideraron que el problema no eran los indios, sino los ‘‘mexicanos’’,los descendientes de los conquistadores. Para algunos, lo mejor sería des-hacerse de ellos: ‘‘¡qué fácil sería ----exclamaba Carl Khevenhüller---- go-bernar a la gente de no ser tan canalla la llamada ‘gente culta’!’’49 Laprincesa Salm-Salm no fue tan drástica, pero, en su opinión, los indios serepondrían ‘‘de su condición actual de inferioridad y de miseria cuandosea instaurado en México un gobierno ilustrado y fuerte’’, y esto no podíaocurrir ‘‘por acción de los indios ni por los mexicanos blancos mis-mos’’.50 No obstante, Lussan y Khevenhüller pensaron que ese Estado re-generador podía ser el Imperio. El austríaco se admiraría incluso de la‘‘magia’’ que Carlota ejercía sobre la población indígena.51 No debe sor-prender entonces que las leyes ----con todas sus salvedades---- ‘‘indigenis-tas’’ del Imperio fueran acogidas con gran entusiasmo por los extranjerosy, sobre todo, por los dos periódicos franceses de la capital: L’Estafette yL’Ére Nouvelle.

La cálida recepción por parte de la prensa extranjera del proyecto dela ley de jornaleros, que empezó a discutirse en septiembre de 1865, desa-tó una virulenta polémica publicística. Los periódicos capitalinos daríanvoz, sobre todo, a los hacendados cuyos intereses y reputación afirmaban

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48 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 299.49 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 171.50 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, pp. 264-265.51 Cfr. Hamann, Brigitte, Con Maximiliano en México, p. 171.

agredía la ley. Los periódicos franceses, al alabar una ley que pretendíaproteger a los trabajadores de los abusos del patrón, sacaron a relucir to-dos los elementos de la Leyenda Negra antihispánica, sentaron a los pro-pietarios mexicanos ‘‘en el banquillo de los acusados’’ y los presentaroncomo verdaderos señores feudales, crueles y desalmados, con todo y de-recho de pernada.

Queda fuera del tema que nos ocupa hacer una revisión detallada dela respuesta a estos alegatos por parte de estos supuestos ‘‘señores de hor-ca y cuchillo’’. No obstante, quisiéramos rescatar aquí algunos de sus ar-gumentos centrales, por lo mucho que iluminan las particularidades de laspercepciones que hemos venido revisando. Los indignados propietariosmexicanos y los periodistas que enarbolaron su causa rechazaron, en pri-mer lugar, que unos extranjeros vinieran a decirles cómo hacer las cosas,como si México fuera un país que se hallara ‘‘en la barbarie’’:

nos limitaremos a protestar escribían los redactores de La Sociedad contrala caricatura del estado social de México... y a lamentar que se nos quieracivilizar a pescozones. Mal sistema de corregir las costumbres de un pue-blo es humillarle.52

La representación del indio que construyeron los opositores de la leysobre jornaleros sería diametralmente opuesta a la de los extranjeros quehemos abordado. Los indios de Lussan, Khevenhüller, Kollonitz y Salm-Salm son pobres y desarraigados. Por eso los desprecia, oprime y explotala sociedad no india, por lo poco acostumbrados que están a ‘‘un tratosingularmente amable por parte de la masa dominante’’.53

Por el contrario, el indio de los propietarios es flojo, ‘‘ininteligente’’,borracho. Es pobre porque quiere, y sería bueno que el legislador, en vezde estar agrediendo a los propietarios, ‘‘pudiera dar [a los indígenas...] lavoluntad de trabajar y producir, dado que la pereza tiene tantos atractivosentre esas gentes’’.54 ‘‘El embrutecimiento de estos desdichados a nadiecausa más perjuicio que a nosotros’’ ----afirma un hacendado irritado----,pues, ‘‘¿qué podemos aprovechar de un indio que nada tiene? ¿su trabajo?...este lo pagamos más caro acaso de lo que merece’’.55 Así, los propieta-

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52 ‘‘La Sociedad. Actualidades’’, en La Sociedad, 21 de septiembre de 1865.53 Cfr. Salm-Salm, Agnes de, Diez años de mi vida, p. 264.54 ‘‘La Sociedad. Actualidades’’, en La Sociedad, 10 de septiembre de 1865.55 Ibidem, 13 de septiembre de 1865.

rios consideraban que estaban haciendo un favor al indígena al convertirloen peón de hacienda: su suerte era incomparablemente mejor que la delos indígenas que aún conservaban sus tierras y no producían ‘‘ni lo indis-pensable’’.56 Los propietarios se consideraban a sí mismos totalmente aje-nos al problema de la abyección indígena, que no tenía otro origen que lanaturaleza misma del indio. Un propietario que se consideraba modelo,cuyos operarios vivían ‘‘en casa propia... mil veces mejor que la mayorparte de las habitaciones de la gente pobre de la capital’’, que no los casti-gaba más que amenazándolos con expulsarlos de la hacienda, que pagabala escuela, el maestro y los libros, escribía que

mientras haya pueblos de indios; mientras formen una raza aparte... mien-tras se quiera conservar y aun aumentar ese fundo legal, tierras sin dueñoque son de todos y no sirven para nadie, mientras se quiera proteger a losindios rodeándolos de privilegios de menores no servirán de nada ni a sípropios ni a la sociedad. ...Es preciso dejarlos en libertad; que tomen partedel movimiento general.57

La respuesta más original a la condena extranjera de los mexicanosen general y de los propietarios en particular fue la del jurista poblanoJuan Nepomuceno Rodríguez de San Miguel. Mientras que los alegatosde los propietarios bebían en partes iguales de un herido orgullo nacio-nal y de un riguroso liberalismo clásico, de estricto laissez faire, Ro-dríguez de San Miguel parecía apartarse de los deseos de modernidady homogeneización que, a pesar de los recelos, compartían los visitan-tes de la época imperial con los hacendados que tanto vituperaban. Alcontrario, Rodríguez de San Miguel hablaba de lo injusto de tratarcomo iguales a quienes no lo eran. Así, defendía menos al México deentonces que a la Nueva España de antaño. Ante las críticas a los tres-cientos años de una dominación de ‘‘fierro’’, y de fanáticos curas cruelese ignorantes, alababa la ‘‘peculiar legislación’’ del período virreinal, ale-gando que

nuestra antigua sociedad estaba perfecta y sabiamente organizada, y eramuy justa y acertadamente gobernada. ...Nuestra legislación no solamenteno consideró a los indios como esclavos, ni degradó su clase, ni autorizó

302 ÉRIKA PANI

56 Ibidem, 26 de septiembre de 1865.57 Ibidem, 28 de septiembre de 1865.

que se les tratara como a bestias, sino que los hizo objeto de su especialísi-ma protección... y fue constantemente en progreso en su beneficio y privi-legios, siempre favoreciéndolos sobre las otras castas.58

En opinión de ese abogado, había sido el advenimiento del orden li-beral en sí ----y no su mala aplicación por parte de los mexicanos---- el quehabía propinado un ‘‘golpe mortal’’ a los indígenas, pues ‘‘proclamada laigualdad legal... se cambiaron sus muy positivos beneficios por el simpletítulo de ciudadanos’’. La desgracia del indígena provenía entonces de ladestrucción de la legislación privativa de que había gozado durante la co-lonia, de la pérdida, por sorprendente que pudiera parecer, de su situaciónjurídica de menor de edad.

IV. CONCLUSIONES

Hemos intentado rescatar el retrato que del indio mexicano trazaronalgunos de los extranjeros que vinieron a México durante la Intervenciónfrancesa y el Imperio de Maximiliano. El cuadro que nos pintan reflejalas corrientes contradictorias que alimentaban la visión del mundo deesos visitantes: por un lado, el gusto por lo exótico, que ve en el indio albuen salvaje, al hombre primitivo de vistosos trajes y encantadoras ----aun-que poco ‘‘civilizadas’’---- costumbres. Por otro, la impresión que les pro-voca el ‘‘desajuste social’’ mexicano ----hecho, como escribe Lameiras,más evidente ‘‘en su exotismo que en sus propios países’’59----: aquellascontradicciones de una sociedad cuyas elites liberales no sabían qué hacercon una sociedad abigarrada y aferrada a sus diferencias, en la que pervi-vían imaginarios y formas de organización tradicionales. En tercer lugar,se percibe también en esos hombres y mujeres el mesianismo civilizador,el afán por cargar ‘‘el fardo del hombre blanco’’ y transformar a las razasoscuras, menos favorecidas, que caracterizaría a menudo el imperialismodel último cuarto del siglo XIX.

Es interesante que tanto extranjeros como mexicanos en el caso quereferimos antes, los propietarios que arremetieron contra la ley sobre lostrabajadores percibieron, como una realidad compartida, la ‘‘abyección’’como ellos decían del indígena mexicano, miserable, marginado. Cabe re-cordar que, como ha marcado Luis Villoro, estos años representan tam-

LA VISIÓN IMPERIAL. 1862-1867 303

58 ‘‘Cuestión importante (comunicado)’’, en El Pájaro Verde, 26 de septiembre de 1865.59 Cfr. Lameiras, Brigitte Boehm de, Indios de México y viajeros extranjeros, p. 188.

bién un parteaguas en cuanto al pensamiento indigenista mexicano, quedejó de concentrarse en un mítico indio muerto para enfrentarse con laproblemática del indio vivo.60 Al afrontar la trágica situación del indio,extranjeros y mexicanos difirieron a la hora de asignar causas a su margi-nación: los primeros culparon a los segundos; éstos condenaron a los in-dios mismos. Llama la atención, a pesar del innegable racismo que per-mea esas visiones, que en ningún momento se cuestione ----Juan N.Rodríguez de San Miguel parece ser una voz que clama en el desierto----el ideal igualitario, de integración. Esto sugiere el vigor, por encima dediferencias políticas, ideológicas, y de nacionalidad, de ciertos preceptosliberales que, como la fe en el progreso, formaron el soclo constitutivo deun liberalismo decimonónico sorprendentemente seguro de sí mismo, in-cluso frente a realidades que lo negaban de manera estrepitosa.

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60 Cfr. Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, Ediciones dela Casa Chata, 1979, p. 178.

CAPÍTULO DECIMOSEGUNDO

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍAY FERRARI: LA NOVELA HISTÓRICA Y LOS INDIOS

INSURGENTES

María José GARRIDO ASPERÓ*

SUMARIO: I. Introducción. II. Enrique de Olavarría y Ferrari.III. Los indios de México a finales del siglo XIX según Enriquede Olavarría y Ferrari. IV. Los episodios históricos mexicanosy la participación indígena en la guerra de Independencia.V. Algo más sobre los indios durante la guerra de Independen-

cia. VI. Consideraciones finales.

I. INTRODUCCIÓN

El distinto entendimiento de lo histórico y de la valoración positiva delpasado en el presente y futuro de las sociedades propició que la historiafuera apreciada en el siglo XIX como nunca antes lo había sido.

El desplazamiento paulatino de interpretaciones no necesaria o única-mente cristianas como explicación del decurso histórico por sistemascada vez más mundanos en los que el hombre retomaba su posición dehacedor y constructor de la sociedad, y las revoluciones decimonónicasque, en no pocos casos, derivaron en la formación de los nuevos estadosliberales y en el sentimiento de unidad nacional —condición del progresode estos estados— propiciaron el cambio en el sistema de valores ordena-dores del mundo occidental.

De lo mágico y sobrenatural a lo racional, del fiel al ciudadano, delreino de los cielos a la patria, de la historia prescrita por Dios a la historia

305

* Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Dedico este trabajo a Pedro.

como responsabilidad y voluntad de los hombres. Del santo, como símbo-lo de identidad, modelo de conducta y voz cantante de la historia, al héroenacional. De las virtudes cristianas a las virtudes ciudadanas. Del culto aDios al culto a la nación. De la historia como historia de la “salvación” a lahistoria como progreso del espíritu humano.

La preocupación por el pasado dio lugar a una producción abundantede trabajos históricos durante el siglo XIX. Se retomaron períodos y te-mas antes desechados por la historiografía, se discutieron los recursosmetodológicos y se elaboraron teorías para fundar el conocimiento histó-rico y, en general, el de las llamadas entonces ciencias del espíritu.

En México, como en otras partes del mundo occidental, la historia fuepensada como uno de los medios más útiles para llevar a cabo la anheladaunidad nacional. El conocimiento popular del pasado común, la exalta-ción de ciertos momentos y personajes, serían los mecanismos a través delos cuales se crearían una conciencia y un sentimiento nacionales, queunificarían e identificarían a los ciudadanos del nuevo Estado.

El siglo XIX fue también el del encuentro de la historia con la nove-la. Este género se convirtió en uno de los medios más adecuados para di-fundir los valores necesarios para la construcción o el fortalecimiento delos Estados nacionales. La cantidad de producciones de este tipo revelacómo se popularizó el conocimiento histórico.

En México, el esfuerzo más representativo para construir una literatu-ra nacionalista fue el que protagonizó Ignacio Manuel Altamirano en tor-no al grupo El Renacimiento. La novela histórica mexicana decimonónicaprivilegió los temas coloniales; la guerra de Independencia, extensamentetratada por la historiografía, fue recogida por la novela romántica y nacio-nalista a mediados del siglo.

Juan Díaz Covarrubias publicó en 1858 Gil Gómez el insurgente o lahija del médico. Ésta es la primera narración novelada que justifica y de-fiende la guerra de Independencia, y la primera novela romántica que pre-tende contar en episodios la historia de México: la obra de Díaz Covarru-bias, impregnada de un exaltado tono patriótico, muestra las hazañas delhéroe Gil Gómez como soldado de las huestes del cura Hidalgo, y fueproyectada como el principio de una serie que habría de culminar con lainvasión norteamericana de nuestro país.1

306 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

1 El padre de Juan Díaz Covarrubias combatió a los realistas bajo las órdenes de Miguel Hidal-go. Seguramente la experiencia paterna inspiró su novela, que fue considerada la mejor novela mexi-cana hasta la fecha de su publicación por el crítico Ralph E. Warner. Trata del romance entre Fernando

El madrileño Enrique de Olavarría y Ferrari fue el primero en novelarepisódicamente la historia de la guerra de Independencia de México, másde dos décadas después de que lo intentara el “mártir de Tacubaya”. Eneste ensayo se analizará la interpretación que don Enrique hizo de la par-ticipación indígena en la guerra de Independencia. En lo absoluto se pre-tende dar una explicación personal del comportamiento de los indios du-rante la revolución emancipadora usando como fuente esta novela. Noslimitamos a compartir con ustedes esta imagen novelada de los indios in-surgentes.

II. ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI2

En diciembre de 1865 arribó Olavarría y Ferrari a la capital del se-gundo Imperio Mexicano. Tenía entonces veintiún años, un bachilleratoen artes y una licenciatura en derecho. Posiblemente venía a trabajarcomo dependiente del Banco de España, institución donde meses anteshabía ganado un empleo por oposición.

Amante de las letras y la historia, se incorporó a los círculos intelec-tuales del país para dedicarse a lo que, según sus amigos Anselmo de laPortilla y Juan de Dios de la Peza, era su verdadera pasión: la literatura.Su compatriota, el periodista De la Portilla, lo introdujo en los círculosliterarios y publicó sus poesías en La Iberia, periódico fundado por él enel que insistía en la confraternidad hispanoamericana y publicaba, en for-ma de folletín, obras sobre historia de México.

Con el triunfo de la República, y coherentemente con sus conviccio-nes liberales, don Enrique se incorporó al grupo El Renacimiento que,gracias a los afanes conciliadores de Ignacio Manuel Altamirano, incluyó

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 307

y la “pálida” hija del médico, y de las aventuras del hermano adoptivo de Fernando, Gil Gómez, quesigue y narra como testigo ocular la tragedia de Hidalgo. Juan Díaz murió fusilado por el generalLeonardo Márquez durante la guerra de Reforma. Es uno de los “mártires de Tacubaya”. Otras nove-las sobre la insurgencia publicadas entre ésta y la de Enrique de Olavarría y Ferrari fueron Sacerdotey Caudillo y Los insurgentes (1869), de Juan A. Mateos, y El paladín extranjero (1871), de JesúsEchaiz. Cfr. Diccionario de Escritores Mexicanos, México, UNAM, Centro de Estudios Literarios,1967, p. 97.

2 Los pocos datos sobre la biografía de Olavarría y Ferrari se han tomado del prólogo de Sal-vador Novo a la obra del autor: Reseña Histórica del Teatro en México, 1538-1911, México, Porrúa,1961; del prólogo de Álvaro Matute a los Episodios históricos méxicanos (edición facsimilar), Méxi-co, Instituto Cultural Helénico-Fondo de Cultura Económica, 1987, y de González Peña, Carlos, His-toria de la Literatura Mexicana, desde los orígenes hasta nuestros días, México, Porrúa, 1981.

al lado de los liberales mexicanos Manuel Payno, Justo Sierra y ManuelAcuña, entre otros, al español Olavarría y a destacados literatos conserva-dores como José María Roa Bárcenas. En este grupo comenzó Enrique deOlavarría y Ferrari la primera fase de su obra literaria con la publicación,en 1868, de la novela El tálamo y la horca. La dedicó a Altamirano, porquien sentía un profundo respeto y agradecimiento, según lo expresó élmismo en el prólogo de ésta, su primera novela.

También en esas páginas expresó su agradecimiento al “pueblo gran-de y hospitalario que [lo] recibió con cariño”, y pidió al público lectorque recibiera con benignidad este su primer ensayo, susceptible de provo-car aprehensiones por la nacionalidad española de su autor: “no por eso aprevención lo tenga, pues si honra es para él tener por cuna el pueblo li-bre de Numancia y Zaragoza, a medias dividió su corazón con esta tierrade bendición y progreso, cuyas bellas le enamoran, cuyas flores le em-briagan, cuyo porvenir le admira”.3

En 1872 se casó con la mexicana Matilde Landázuri, hija del prolo-guista de sus poesías. Tuvieron varios hijos. Entre 1874 y 1876 viajó porEspaña, Bélgica, Francia y Alemania. Fue nombrado por el gobierno me-xicano comisario oficial en los archivos de Indias de Sevilla y General deSimancas. Al regresar a México, en 1877, trabajó como administrador delantiguo colegio de San Ignacio de Loyola, mejor conocido como de lasVizcaínas, al que dedicó la Reseña histórica del colegio de San Ignaciopublicada en 1889. Nacionalizado mexicano, Porfirio Díaz le otorgó unadiputación en el Congreso nacional. Durante la Revolución se dedicó acontinuar la historia del que fuera uno de sus más importantes temas deestudio, el teatro en México. Murió en la capital del país en 1918.

A pesar de que, hasta el momento, la vida y obra de Enrique de Ola-varría y Ferrari han carecido de la atención de historiadores y literatos yque son pocos los datos que sobre él tenemos, podemos suponer que dedi-có su vida a sus grandes pasiones —la historia, la literatura y la educa-ción en México—, que cultivó desde las letras y las aulas, sin olvidarnunca su lejana y querida tierra natal.

Su obra incluye, además de los treinta y dos títulos que él mismo cla-sificó bajo los rubros de a) novelas, tradiciones y leyendas, b) comedias ydramas, c) obras históricas y d) obras varias, colaboraciones en los perió-

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3 Olavarría y Ferrari, Enrique de, El tálamo y la horca, México, F. Díaz de León y Santiago,1868, p. I.

dicos La Iberia, El Siglo XIX, El Constitucional, El Globo, El Correo deMéxico, La Revista Universal, El Federalista. También fundó y dirigiópublicaciones como La Niñez Ilustrada, La Ilustración de la Infancia, yLo del Domingo.4

De todos esos títulos destacan los que incluyó bajo el tema de obrashistóricas y algunos más de las obras varias. Vale la pena resaltar Cróni-cas del undécimo Congreso Internacional de Americanistas; México.Apuntes de un viaje por los estados de la República Mexicana; Reseñahistórica de la Sociedad de Geografía y Estadística, y la ya mencionadaReseña histórica del colegio de San Ignacio.

Sin duda alguna, entre sus obras más importantes figura la Reseñahistórica del teatro en México, que es hoy una obra clásica y de ineludi-ble consulta para todo aquél que se interese por el tema. Escribió la pri-mera parte entre 1895 y 1896; la retomó al final de su vida, y de 1902 enadelante completó la historia del teatro hasta el año de 1911.

Muy notable es el tomo IV de México a través de los siglos, dedicadoal México independiente. Como señala Álvaro Matute, esta obra fue laprimera en elegir los límites cronológicos de 1821 a 1854, de la consuma-ción de la Independencia a la revolución de Ayutla, y Olavarría, el primerhistoriador en ocuparse de este período.

Azarosa fue su participación en el proyecto de México a través de lossiglos. Tras declinar la primera invitación que se le dirigiera, quedó eltomo IV bajo la responsabilidad de Juan de Dios Arias. Al morir éste,cuando se habían entregado los primeros quince capítulos, los editoresconsideraron que don Enrique, que “conoce nuestra historia y la sabe ex-

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 309

4 Clasificación de la obra de Enrique de Olavarría y Ferrari incluida en la Reseña histórica dela Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística: a) Novelas, tradiciones y leyendas: El tálamo y lahorca (1868), Venganza y remordimiento (1869), Lágrimas y sonrisas (1870), La Virgen del Tepeyac(1883-1884), La Madre de Dios en México (1888), El caballero pobre (traducción de 1894) y variasnovelas cortas; b) comedias y dramas: El jorobado (1867), Los misioneros del amor (1868), Loa pa-triótica (1869), La cadena de diamante (1879), La Venus negra (1880) y El taller del platero (inédi-to); c) obras históricas: Episodios históricos mexicanos, primera serie (1880-1883), Episodios históri-cos mexicanos, segunda serie (1886), Historia de México independiente, tomo IV de México a travésde los siglos (1888) e Historia popular de México, desde la conquista hasta nuestros días (inédita);d) obras varias: Ensayos poéticos (1871), Lo del domingo, revista de teatros (1872), Historia delteatro español (1872), La niñez ilustrada, periódico infantil (1873-1874), El arte literario en México(1877 y 1878), Poesías líricas mexicanas (1878), La ilustración de la infancia (1880), Reseña histó-rica del colegio de San Ignacio (1889), Reseña histórica del teatro en México (1895-1896), Crónicadel undécimo Congreso Internacional de Americanistas (1896), México. Apuntes de un viaje por losestados de la República Mexicana (1898), Guía metódica para el estudio de la lectura superior(1897), Curso elemental de lectura superior y recitación (1898) y Reseña histórica de la SociedadMexicana de Geografía y Estadística (1901).

plicar porque la ha meditado y comprendido”, era el más indicado paracontinuar la obra. Para esas fechas había terminado ya los Episodios queabarcan buena parte del período cronológico del tomo IV.5

Para don Enrique, autor de casi todo el tomo, constituyó un timbre dehonor participar en el magno proyecto historiográfico mexicano del sigloXIX. En sus conclusiones incluyó, como siempre, el reconocimiento aMéxico: “si, por acaso, algún premio mereciere mi libro, y me es permiti-do indicarlo sea el de reconocer cuánto y cuán de veras amo a México, mipatria del alma y la patria de mis hijos”.6

Por último hay que destacar la trascendencia de los Episodios históri-cos mexicanos, de los que nos ocuparemos más adelante. Baste mencio-nar, para abrir boca, que —como señala Álvaro Matute— ésta fue de todasu obra la que, pese al género literario utilizado, acusa un mayor esfuerzohermenéutico.

Terminamos señalando que la otra actividad en que se destacó el au-tor fue la docencia. Dio clases de literatura en el Conservatorio de Músi-ca; de declamación, geografía e historia universal y de México en la Es-cuela de Artes y Oficios para señoritas; de aritmética y álgebra en laEscuela Normal Municipal. Además escribió algunos libros sobre educa-ción, como la Guía metódica para el estudio de la lectura superior y elCurso elemental de lectura superior y recitación, y los periódicos litera-rios para niños antes mencionados.

III. L OS INDIOS DE MÉXICO A FINALES DEL SIGLO XIX SEGÚN

ENRIQUE DE OLAVARRÍA Y FERRARI

Antes de analizar la versión de Enrique de Olavarría y Ferrari sobreel tema de los indios en la guerra de Independencia, conviene revisar laopinión que de ese sector de la sociedad mexicana tenía el autor cuandoel siglo XIX se dirigía hacia su fin.

En México. Apuntes de un viaje por los estados de la República Me-xicana, publicado en 1898, Olavarría y Ferrari —sin abandonar el género

310 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

5 Cfr. prólogo de Álvaro Matute a Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos méxi-canos, vol. I, p. IX.

6 Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos. Historia general y completa deldesenvolvimiento social, político, religioso, militar, científico y literario de México desde la Antigüe-dad más remota hasta la época actual. Obra única en su género publicada bajo la dirección delgeneral..., t. IV: México independiente 1821-1855 escrita por D. Enrique Olavarría y Ferrari, Méxi-co, Cumbre, 1962, p. 860.

de la novela— se sirve de las impresiones y comentarios de Darío Néguery Varela, agente de la casa editorial de Antonio J. Bastinos, que viajódesde Barcelona a México para abastecer las demandas editoriales delsector educativo mexicano. Durante la travesía y estancia en el país, elcatalán conoció a Julio Zárate, Ezequiel Chávez y Antonio García Cubas.Las conversaciones de éstos con el autor, alimentadas por las pláticas quehabían sostenido con Bastinos, procuraron a Olavarría y Ferrari los ele-mentos necesarios para un análisis general de México a fines del sigloXIX y para expresar sus propias opiniones sobre los indios en el país.

Después de reseñar las características geográficas del territorio, lasactividades económicas principales, el comercio interior y exterior, el sis-tema de comunicaciones y transportes, la organización política, la situa-ción social y, tras relatar algunos pasajes históricos, Olavarría dedicavarias páginas a la población y a la descripción general de los indios me-xicanos. Señala los grupos étnicos dispersos en el territorio nacional, suubicación espacial, su representación proporcional en relación con la po-blación blanca, su ocupación, sus características físicas y los que a su jui-cio, eran los rasgos del carácter de cada étnia. De los doce millones dehabitantes con que contaba México en el año de 1898, calcula que —aproxi-madamente— la tercera parte pertenecía a la raza indígena, una quintaparte del total a la raza blanca y el resto a la mezcla de ambas. Los indios,escribe, habitaban fuera de las ciudades; trabajaban principalmente en lasminas, en el campo y en la producción de tejidos de algodón, cestos, alfa-rería, sombreros, mantequillas, quesos y otros artículos que vendían enlas grandes poblaciones o en los tianguis indígenas.

Menciona que los grupos étnicos más significativos eran entonces losaztecas, los tarascos, los otomíes, los mayos, los mixtecos y los zapotecosy los “adelantadísimos mayas”. Existían “aún” otros menos importantes,dispersos por todo el territorio, como los zempoaltecas, los chontales yotros muchos “casi salvajes que lentamente van desapareciendo”. En elnorte, habitaban los yaquis, mayos, ópatas, pimas, pápagos, mogollones ylos apaches.7 Aunque consideraba que cada grupo tenía características fí-sicas y de carácter particulares, los describió en general como “hombresde color atezado, de estatura mediana, de complexión recia, pómulos sa-lientes, barba escasa y cabellos negros y lacios”. Algunos le sorprendían

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 311

7 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, México. Apuntes de un viaje por los estados de la Repú-blica Mexicana, Barcelona, Librería de Antonio J. Bastinos, 1898, pp. 34-38.

agradablemente por su limpieza y otros, por el contrario, por desarregla-dos, sucios y “degenerados”. Eran en ellos generales “la desconfianza, lasimulación, la astucia y la pertinacia, pero difieren notablemente en cuan-to a condición, docilidad y civilización”. El indio era también “valiente,denodado y sufrido, diestro cazador, intrépido soldado”.8 Las etnias másdespreciadas por Olavarría eran los grupos indígenas del norte: los apa-ches y comanches que, desprendiéndose de las reservas americanas, inva-dían el territorio mexicano, infestando los estados fronterizos, destruyen-do, matando e impidiendo el desarrollo del norte del país. En ellos,afirma, “la barbarie se halla en toda su plenitud, la perfidia, la traición yla crueldad son las condiciones de su carácter”.9

Pese a que en este texto el autor reconoce la existencia de algunasvirtudes indígenas, aconseja que desde el gobierno se promueva su civili-zación mezclándolos con los otros habitantes, para facilitar el progreso dela nación: proyecto difícil de lograr, pero no imposible, pues “los indivi-duos, y no pocos, de esa raza, que por su ilustración se han asimilado alos de la blanca, se han hecho notables en las profesiones que han adopta-do, particularmente en el foro y en el sacerdocio, demostrando que sonsusceptibles, como el que más, de un alto grado de civilización”.10

IV. LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS Y LA PARTICIPACIÓN

INDÍGENA EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

1. Los Episodios

Los Episodios históricos mexicanos son dos series de novelas de die-ciocho capítulos cada una publicadas originalmente por entregas: la pri-mera, entre 1880 y 1883, y la segunda en 1886. A la manera de como lohiciera Benito Pérez Galdós, y prefigurando los más exitosos Episodios,los de Victoriano Salado Álvarez, Olavarría y Ferrari cuenta novelada-mente la historia de México entre 1808 y 1838.

La primera serie, de la que nos ocupamos aquí, narra la guerra de In-dependencia desde los desajustes provocados por la invasión napoleónicade la península Ibérica y la prisión de Fernando VII en 1808, hasta el es-

312 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

8 Ibidem, p. 38.9 Idem.

10 Idem.

tablecimiento de la República federal y el fusilamiento del que fuera pri-mer emperador mexicano, Agustín I, en 1824.

La segunda serie continúa la historia de México y concluye con lareinhumación y traslado de los restos de Agustín de Iturbide desde Ta-maulipas a la catedral de la ciudad de México donde reposaban, desde1823, los despojos de los héroes insurgentes, y la firma del tratado de pazde Santa María Calatrava por el que España reconoció la Independencia dela que alguna vez había sido su colonia más rica.

Los acontecimientos simbólicos con los que terminan las series refle-jan las grandes preocupaciones del historiador-novelista español, despuésnacionalizado mexicano: la rivalidad criollo-peninsular, el divorcio entreMéxico y España, las contradicciones que advirtió en la forma en que seconsumó la Independencia, y el sacrificio innecesario del que antes de caeren desgracia había sido proclamado como el libertador, Agustín de Iturbide.Esas lacras fueron consideradas por el autor de los Episodios como el ori-gen de la rivalidad entre los grupos políticos posrevolucionarios que, conproyectos nacionales enfrentados entre sí, prolongaron el estado de guerray la inestabilidad política, económica y social en el México inde-pendiente.

Las dos series de los Episodios históricos mexicanos fueron dedica-das a la memoria de Enrique de Olavarría y Landázuri, hijo del autor, quemurió a la edad de ocho años. La serie primera fue, según reza la portada,premiada con diploma, medalla de primera clase y mención honorífica enlas exposiciones de Guadalajara y Querétaro. La primera edición comple-ta de las dos series en forma de libro apareció entre 1887 y 1888: estáilustrada con láminas cromolitográficas y grabados intercalados en el tex-to que representan a los personajes y acontecimientos más notables de lahistoria de México desde el año 1808. Es la única edición de la que hastahoy se ha hecho reimpresión facsimilar: la que aquí manejamos.11

Los primeros cinco capítulos de la primera serie fueron firmados bajoel seudónimo de Eduardo Ramos. A partir del sexto, “Las Norias de Ba-ján”, apareció la rúbrica de Enrique de Olavarría y Ferrari. Al inicio deeste capítulo se reconoce la autoría —hasta entonces velada por el seudó-nimo— que, al parecer, ya había descubierto la prensa de la época. Segúnesa declaración, Olavarría había recurrido al seudónimo —común en esos

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 313

11 En adelante nos referiremos a los Episodios históricos sin indicar el número de volumen delos dos primeros utilizados para este ensayo: la circunstancia de que la paginación de esos dos volú-menes sea consecutiva hace superflua la indicación del volumen a que corresponde cada cita.

tiempos— para dar a la prensa y al público lector toda la libertad parajuzgar su obra. En la nota aclaratoria se advierte ese sentimiento, recu-rrente en don Enrique, de precaución ante el posible rechazo de la obra de unespañol por el público lector mexicano: especialmente, por tratarse de unaversión conciliadora de la guerra de Independencia y de las relaciones en-tre México y España.12

Dada la buena acogida que hasta el momento había tenido la obra en-tre el público, los editores y el autor decidieron continuar su publicación,que fue acompañada de algunas innovaciones, no demasiado satisfacto-rias. En efecto, la novela —que, hasta el capítulo cinco, había logradocrear una muy buena trama ficticia de amores, lealtades y enredos, bajo lacual se tejía la historia real— pierde fuerza; los personajes se repiten,atraviesan por situaciones un tanto repetitivas, y los protagonistas brillana veces por su ausencia.

Pero, principalmente, la novela se convierte paulatinamente en unaobra historiográfica: tanto que por momentos no se sabe si se está leyen-do a Enrique de Olavarría y Ferrari, a Lucas Alamán o a Carlos María deBustamante. Algunos pasajes, sobre todo los que narran batallas, se vuel-ven tediosos, pues son transcripciones casi literales de las historias deesos autores sobre la Independencia13 o de la Gaceta de México, publica-ción colonial que también consultó Olavarría.

Además de la información histórica que extrae de Alamán y Busta-mante, Olavarría rescata el esfuerzo de interpretación del primero, con elque mantiene importantes coincidencias, así como su estructura cronoló-gica. Del segundo aprovecha determinados pasajes, ricos en rasgos huma-nos y situaciones que resultaban particularmente adecuados para una his-toria novelada de la guerra de Independencia. Llama la atención enparticular cómo recupera don Enrique a uno de los héroes más controver-tidos de Carlos María de Bustamante, el afamado Pípila.

Olavarría y Ferrari, el historiador, inserta continuamente comentariosmetodológicos; incluye citas y critica las fuentes que utiliza; señala la im-parcialidad que guía su trabajo como condición del quehacer histórico,14

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12 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 538.13 Nos referimos a la Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su

independencia en el año de 1808 hasta la época presente, de Lucas Alamán, y al Cuadro histórico dela revolución mexicana de 1810, de Carlos María de Bustamante.

14 Constantemente incluye observaciones como la siguiente: “debo en consecuencia limitarmea referir las cosas tal y como fueron, sin quitarles ni añadirles cosa alguna. Por lo tanto nada invento,ni casi en lo que refiero empleo palabras mías, y antes bien las tomo de aquellos que, testigos de los he-

lo cual nos revela el esfuerzo hermenéutico y heurístico que respalda lanovela y la tarea de investigación que se llevó a cabo antes de proceder asu redacción. No resulta, pues, desacertado que la clasificación de los es-critos del propio Olavarría incluya los Episodios bajo el rubro de obrashistóricas y no en el de novelas, tradiciones y leyendas.

España constituye una de sus preocupaciones constantes. Como seña-lamos anteriormente, Enrique de Olavarría y Ferrari pasó casi toda suvida en México, se ocupó de los problemas históricos y educativos deeste país; pero nunca —su obra lo revela— olvidó a España. Escribió so-bre ella desde México y consideró que la comprensión cabal de la historiade México exigía la reflexión constante sobre la de España: de hecho, suhistoria “novelada” de la guerra de Independencia trata de resolver las di-ferencias y acercar a los países. No por ello deja de ser crítico con la polí-tica española durante la guerra. Como liberal convencido, muestra en losEpisodios su inclinación favorable al liberalismo español, y critica seve-ramente la vuelta al absolutismo impuesta en 1814 por el rey FernandoVII de quien dice Olavarría que era el “único español que nada habíaaprendido ni adelantado”.15 Definitivamente, en los Episodios nuestro au-tor se muestra más historiador que novelista.

2. La trama

Las dos series de los Episodios están narradas por Carlos Miguel AriasPáez, hijo de los criollos Benito Arias y María Páez. Carlos Miguel cuen-ta la historia de la guerra y la de las dificultades que atravesó su familia,sirviéndose de los relatos que sus padres y otros personajes, reales y ficti-cios, le proporcionaron. Todos ellos vivieron, participaron y padecieronla guerra.

Para 1808, Benito y María tenían veintitrés y diecinueve años respec-tivamente. Ambos vivían con el hacendado Gabriel de Yermo, haciaquien profesaban profunda lealtad y agradecimiento. María disfrutó de la

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chos, los describieron como sabían o podían... Formadas están estas páginas, con lo que tirios y troya-nos han dicho en papeles y libros que, con un afán superior a lo fatigoso de la tarea, he rebuscado yleído, dejando a cada uno de los elementos que forman el mosaico de mi obra, su lugar propio, buenoo malo, justo o injusto... sobre la base de los hechos que refiriendo vengo con una imparcialidad quenadie seriamente podrá disputarme”: Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos,pp. 1,225 y 1,226.

15 Riva Palacio, Vicente et al., México a través de los siglos, t. IV, p. 199.

protección de los Yermo desde los doce años, cuando fue recogida poresta familia al morir su padre, paisano de don Gabriel, con quien habíatrabajado como mayordomo. Benito, reconocido por todos como hombrehonesto, virtuoso y trabajador, era uno de los hombres de confianza delhacendado.

Al divulgarse en la Nueva España las noticias de la prisión del rey yel levantamiento popular del 2 de mayo contra la autoridad francesa im-puesta, don Gabriel, previendo los conflictos que se desatarían entre losnovohispanos, dio a Benito absoluta libertad para que eligiera el partidoque le acomodara seguir. Si era el español, bien; si era el criollo, Yermono sólo lo respetaría sino que seguiría ofreciéndole su amistad y, en nom-bre de ella, facilitaría su matrimonio con María, su protegida.

Olavarría plantea así el problema que guía toda su obra: la rivalidadcriollo-peninsular y la dificultad para elegir un bando, ya que ni todos losespañoles que participaron en la guerra de Independencia fueron villanos,ni todos los criollos se comportaron como héroes. Así, el criollo Benito sedecide por la lealtad a su protector, patrón y amigo, que en la novela figu-ra como ejemplo de los buenos peninsulares.

Como consecuencia de una serie de embustes vertidos por el despre-ciable criollo Miguel Garrido, primo de María y rival en amores de Beni-to, éste se ve envuelto en una serie de intrigas que lo colocan como líderdel partido criollo de la ciudad de México, en aparente traición a la con-fianza que los Yermo habían depositado en él. Por tales razones Benito seve forzado a sumarse a las fuerzas insurgentes y a seguir con éstas loscaminos de la guerra. Primero por azar y luego por convicción, Benito yMaría participan en los acontecimientos más significativos de la revolu-ción de Independencia desde la conspiración de Valladolid hasta su con-sumación: siempre al lado de los más destacados caudillos, nuestros hé-roes insurgentes.

La historia de la familia Arias Paéz corre paralelamente a la de laguerra. En noviembre de 1809 la pareja recibió el sacramento del matri-monio de manos del mismo cura Miguel Hidalgo; el 16 de septiembre de1810, Benito se vio imposibilitado para seguir a las fuerzas levantadaspor el grito del cura, porque unas horas antes había nacido su hijo CarlosMiguel. Por si fuera poco, en los días previos al levantamiento armado,María —que era devota de Nuestra Señora de Guadalupe— sugirió a Jo-sefa Ortiz de Domínguez y luego a Miguel Hidalgo que colocaran bajo laprotección de la Virgen la causa que los unía.

316 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

La obra esta llena de personajes reales de la época de quienes se co-noce su filiación política y que a Olavarría sirven para mostrar, junto conotros personajes ficticios, las diversas opiniones sobre la guerra. Tal vezla relación mejor desarrollada es la entrañable amistad entre dos de lospersonajes de la vida cultural más reconocidos en la Nueva España, JoaquínFernández de Lizardi y el poeta Anastasio Ochoa y Acuña. Ambos crio-llos, el primero decididamente insurgente, el otro partidario peninsular.16

3. Teoría general sobre la guerra de Independencia

Para analizar la interpretación de Olavarría y Ferrari sobre la participa-ción indígena en la guerra de Independencia señalaremos en primer lugar laque podemos identificar, en líneas generales, como su interpretación de estehecho. Coincidamos o no con ella, hay que destacar que está respaldadapor un trabajo profesional de investigación histórica y, como ya advirtióJusto Sierra, por un esfuerzo de “comprensión” de nuestra historia.17

Para Olavarría, liberal convencido, la escisión de la Nueva España desu antigua metrópoli fue del todo legítima. Pero las razones principalesque la justifican no provienen de los argumentos históricos derivados dela Conquista o del llamado patriotismo criollo; tampoco de las demandasque los americanos —criollos, mestizos, castas o indios— pudieran haberhecho a la metrópoli antes de iniciada la guerra. Los argumentos realesson los emanados del liberalismo español de la primera época, reforzadospor el de finales del siglo XIX, que es la perspectiva desde la que Olava-rría escribe y observa la guerra insurgente. La Independencia fue legítimaporque México, en nombre de los “derechos de toda la nación”, decidiódesligarse de su antigua sujeción a España. Lo hizo porque creía bastarsea sí mismo y porque contó con el refrendo de la voluntad popular.18

Olavarría y Ferrari considera como causas de la revolución de Inde-pendencia la insatisfacción generalizada por las contradicciones del pro-

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16 Sobre la figura de Fernández de Lizardi y sus puntos de vista acerca del protagonismo indí-gena en la coyuntura insurgente-independentista, cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María,“El indio ante la independencia en los escritos de El Pensador Mexicano”, ponencia para el I Congre-so Internacional Nueva España y las Antillas (Castellón de la Plana, 7 a 9 de mayo de 1997), Centrode Investigaciones de América Latina (comp.), De súbditos del rey a ciudadanos de la nación, Caste-lló, Universitat Jaume I, vol. I, pp. 257-272.

17 Cfr. prólogo de Álvaro Matute a Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexi-canos, p. IX.

18 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, pp. 1,893 y 1,894.

yecto de gobierno de los Borbones, que limitó y acorraló las aspiracionesde los criollos, e impuso a la colonia mayores cargas económicas: por esosu insistencia en señalar la caducidad del sistema que, con la pluma deAlamán, describe como el que “se hundía por sí mismo; era una momia que,contra la costumbre de las momias, había entrado en descomposición”.19

Inconvenientes que, sin embargo, permanecían adormecidos y que por sísolos no hubieran derivado hacia un levantamiento armado y radical.

En la búsqueda de las causas esenciales de la revolución de Inde-pendencia identifica: la discusión de la soberanía nacional desatada por laacefalia de la monarquía; la mala conducción que tuvieron los gobiernossustitutos peninsulares —la Suprema Junta Central Gubernativa y el Con-sejo de Regencia— y las Cortes generales y extraordinarias sobre los es-pinosos asuntos de la igualdad y de la representación equitativa de ultra-mar en el Poder Legislativo; la poca capacidad y baja calidad moral delvirrey José de Iturrigaray que, por su egoísmo, motivó el golpe de estadode Gabriel de Yermo con el que se privó a la autoridad colonial de todalegitimidad; y, principalmente, el problema que se transformó en el prin-cipal agravio y demanda criollos: el acceso a los puestos de gobierno.

La España del antiguo régimen, protagonista también de esta historia,sale bien librada. Dígase lo que se quiera por los declamadores de oficio,observa uno de sus personajes,

el gobierno colonial no fue para estos reinos tan funesto como a cada ins-tante quieren hacerlo aparecer los ignorantes o los necios. Cometiéronse,sí, muy grandes injusticias como desde luego lo fue el desdén y alejamien-to de los puestos públicos de alguna importancia, que pesaron sobre loscriollos.20

Insistimos: según Olavarría y Ferrari, esta demanda de los criollos,insatisfecha por los liberales españoles, motivó y nutrió toda la revolu-ción de Independencia. En consecuencia, la guerra es interpretada comouna lucha de intereses entre españoles europeos y españoles criollos: nocomo una guerra de razas, sino como el enfrentamiento militar entre esosdos grupos; entre un bando que quería mantener a la Nueva España de-pendiente de la metrópoli, y otro que buscaba hacer de la Nueva Españaun reino independiente, pero sin introducir mayores cambios en la estruc-tura socioeconómica.

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19 Ibidem, p. 1,227.20 Ibidem, p. 137.

En la interpretación de Olavarría, los criollos se levantaron en armascon la esperanza de acceder a los empleos que les negaba la voracidad delos europeos. Tales fueron, sostiene, los verdaderos contendientes y susúnicos objetivos.21 Por tratarse de una guerra entre intereses de los máspoderosos —los peninsulares— y de los que les seguían en prestigio yriqueza —los criollos—, que anhelaban alcanzar aquellas alturas de poderque eran privativas de los nacidos en España, el resto de los grupos socia-les y sus motivaciones apenas cuenta en la novela.

Poco o nada dice Olavarría de la miseria a que estaba sometida granparte de la población, de las crisis agrícolas, de la desigualdad, de las re-beliones originadas por la expulsión de los jesuitas o de la inconformidadgenerada por la consolidación de los vales reales. No existieron para éllas rebeliones indígenas ni las conspiraciones anteriores a 1808 que, sibien no fueron definitivas, ni alcanzaron la lucidez política de las promo-vidas por los liberales, sí nos hablan de insatisfacciones tempranas.22

Cabe objetar que Olavarría y Ferrari limitara la inconformidad de loscriollos a la demanda de empleos. Don Enrique conocía bien, porque lacita, la Representación que hicieron los americanos ante las Cortes de Cá-diz el 16 de diciembre de 1810: en este documento, como se sabe, lasexigencias superaban en mucho la petición anterior. Y tampoco advirtióque la experiencia adquirida por los años de guerra alentó proyectos —comoel de la Junta de Zitácuaro o el Congreso de Chilpancingo— cada vezmás sólidos y completos, donde se reivindicaba un diseño de nación.

Pese a que Olavarría ve en Morelos, que no era criollo, al caudilloque logró crear un proyecto nacional que proponía la Independencia ab-soluta y la creación de un gobierno liberal que, de haber contado con unmás decidido apoyo de las armas insurgentes, posiblemente hubiera obte-nido la victoria, sostiene que las causas que alimentaron la guerra fueron

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21 Cfr. ibidem, p. 58.22 Rebeliones que hoy conocemos bien gracias a los trabajos de Castro Gutiérrez, Felipe, Movi-

mientos populares en Nueva España: Michoacán, 1766-1767, México, UNAM, Instituto de Investi-gaciones Históricas, 1990; Informe sobre las rebeliones populares de 1767 y otros documentos inédi-tos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990; Nueva ley y nuevo rey. ReformasBorbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, UNAM, Instituto de Investigaciones His-tóricas, 1996; Mirafuentes Galván, José Luis, Movimientos de resistencia y rebeliones indígenas en elnorte de México, 1680-1821. Guía documental, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históri-cas, 1989; Van Young, Eric, La crisis del orden colonial: estructura agraria y rebeliones popularesen la Nueva España, 1750-1821, México, Patria, 1992, y Lara Cisneros, Gerardo, Resistencia y rebe-lión en la Sierra Gorda durante el siglo XVIII: el Cristo Viejo de Xichú, tesis de licenciatura, México,UNAM, 1995.

las mismas de principio a fin: el acceso de los criollos a los puestos delgobierno colonial.

Finalmente hay que destacar que, en opinión de Olavarría y Ferrari,la guerra concluyó de manera contradictoria: tanto que ella misma consti-tuyó el origen de los posteriores levantamientos. La guerra —especial-mente, los intentos de alcance social y político acaudillados por MiguelHidalgo y José María Morelos— se perdió por la debilidad, la desunión yla falta de coherencia interna de los insurgentes, y no por la habilidad y su-premacía militar de los realistas. Se entiende así un comentario de Olava-rría acerca del segundo de los héroes citados: “nuestro don José MaríaMorelos, en fin, pudo haber hecho por sí sólo nuestra independencia, y sino lo hizo, fue porque los demás insurgentes no se la dejaron hacer”.23 Enpalabras de Ortega y Gasset, el autor de los Episodios atribuyó “el maléxito [de la revolución] no... a la intriga de los enemigos, sino a la contra-dicción misma de los propósitos”.24

4. Los indios en la Independencia según los Episodios históricosmexicanos

De todo lo dicho hasta aquí acerca de los puntos de vista del autorsobre los indios de finales del siglo XIX y de su análisis general de larevolución de Independencia, se desprende el juicio nada favorable queemite Olavarría sobre la implicación de ese sector de la sociedad en elconflicto bélico. A través de los personajes reales y ficticios de su novelahistórica, don Enrique aborda el problema de la participación indígena enla guerra desde los dos planteamientos iniciales de que debe partir todareflexión seria sobre el tema: uno, teórico, en el que evalúa el pasado in-dígena como argumento histórico legitimador de la aspiración a la Inde-pendencia; el otro, práctico, en el que expone los motivos por los que losindios se sumaron a la guerra, las características de su participación y lainfluencia que tuvieron en su desarrollo y consumación.

5. Los indios: ¿fundamento histórico de la guerra?

Enrique de Olavarría y Ferrari desecha como falsa la tesis que sostie-ne como argumento legitimador de la Independencia el que ésta se hubie-

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23 Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 1,227.24 Ortega y Gasset, José, “El ocaso de las Revoluciones”, El tema de nuestro tiempo, Buenos

Aires, Espasa-Calpe, 1941, p. 117.

ra realizado para reponer a los indios en unos derechos de los que habíansido desposeídos por los españoles desde el 13 de agosto de 1521, cuandoHernán Cortés sometió México Tenochtitlan. Para él, la guerra de Inde-pendencia no fue una guerra entre razas. Los indios no la promovieron, nisu pasado fue el argumento que amparó a los insurgentes. Así, uno de lospersonajes de los Episodios —Carlos Miguel— cuenta cómo su padre,Benito Arias, solía expresarse con ira contra los que habían elaborado lateoría de la reivindicación de los derechos indígenas: esta versión era deltodo falsa, pues los criollos sabían muy bien que no podían aducir másderechos sobre esta tierra que los dimanados de la misma Conquista.25

Los criollos, únicos y verdaderos insurgentes, jamás pensaron que podíanfundar su lucha en los derechos de la raza sojuzgada por Hernán Cortés.Mintieron a sabiendas quienes tales cosas habían afirmado.26

La Independencia no se hizo para reponer en el trono del Imperio aztecaa los descendientes en línea más o menos directa de Moctezuma y Cuauhté-moc. Según Olavarría, su civilización, costumbres y tradiciones habían caídocon ellos para no volver a levantarse. La Independencia fue obra de los crio-llos, y no se realizó en nombre de una raza con la que compartían menossangre que con los españoles: los criollos se sentían y eran tan españolescomo los peninsulares, pues sólo por casualidad habían nacido en México.27

Los personajes criollos de la novela de Olavarría y Ferrari, sin embargo, re-conocen la presencia indígena en la guerra; aceptan que, con su auxilio, em-pezaron la lucha y aseguran que nunca dejarían de hacer honor a los que enella se destacaron: pero “nunca jamás se nos ocurrió sacrificar a su raza, lapreponderancia de la nueva raza criolla, creada y educada según las costum-bres, usos y civilización que los españoles implantaron aquí”.28

Queda patente que Olavarría y Ferrari no concede ningún crédito alpasado indígena como argumento histórico de la guerra, por lo que niegaa los indios cualquier sitio en el pasado, el presente y el futuro del país.“Vuelvo a decirlo, y nunca de decirlo me cansaré, fuimos los criollos y nolos indios los que concebimos y procuramos la independencia; y los des-cendientes de aquellos criollos son y serán los que en nuestro país conti-núen preponderando”.29 Los criollos fueron los únicos capaces de con-

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25 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 36.26 Cfr. ibidem, p. 35.27 Cfr. bidem, p. 1,893.28 Ibidem, p. 1,894.29 Idem.

quistar la Independencia y serían, los mestizos, sus descendientes, losúnicos preparados para dirigir al país.

6. Los indios, soldados insurgentes30

Los indios son personajes principales en los capítulos que narran laprimera fase de la guerra. Ello se debe obviamente a la participación realque tuvieron como base de las huestes de Hidalgo, y explica que compar-tan protagonismo en el principio de la novela con españoles y criollos.Los mestizos y las castas aparecen algo después, cuando Morelos releva aHidalgo en la dirección del movimiento: a partir de entonces, los indíge-nas desaparecen paulatinamente del relato.

En los Episodios históricos la participación de los indios como solda-dos de la insurgencia es calificada en general como desastrosa para elmovimiento. Sin embargo, el autor considera que su presencia fue indis-pensable: sin ellos Miguel Hidalgo habría sido derrotado tal vez antes, ola lucha no habría prendido en todo el territorio. Por esas razones, piensaOlavarría, los criollos no sólo permitieron que se sumaran a sus fuerzas,sino que lo fomentaron.

Por ejemplo, cuando Benito Arias, ya en Valladolid, es invitado porel fraile franciscano Vicente de Santa María a sumarse a la conspiracióndirigida por José María Obeso y José Mariano Michelena, le informan delplan y de las fuerzas con que contaban; le comunican que disponían delos indios de los pueblos inmediatos a Valladolid, y le aseguran que, encuanto comenzara el movimiento, Michelena pasaría a la provincia deGuanajuato para levantar a los indios con la promesa de dispensarles delpago de todo tributo.31

Cuando Benito y María conocen a Hidalgo, y ella sugiere como Vir-gen de la causa insurgente a Nuestra Señora de Guadalupe, el cura, traspensarlo con detenimiento, se decide por la propuesta de María, puessiendo la guadalupana una advocación mariana relacionada estrechamen-te con los indios, podía colaborar a levantarlos en favor de la causa crio-lla. Miguel Hidalgo le dice a Benito: “una imagen de la virgen de Guada-lupe pudiera ser un verdadero lábaro para el ejército insurgente... Invocar

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30 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel, “Las comunidades indígenas de la Nueva España y el movi-miento insurgente (1810-1817)”, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, t. LVI-2, julio-diciembrede 1999, pp. 513-538.

31 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 158.

la libertad en nombre de la virgen de Guadalupe, equivaldría a nacionali-zar la lucha y a contar con la totalidad de los indios”.32

Así, pues, fueron los mismos criollos los que, empujados por la nece-sidad, involucraron como base de sus ejércitos —y solamente como eso— alos indígenas:

las huestes de Hidalgo habíanse considerablemente aumentado al paso por lashaciendas y lugares de tránsito, ofreciendo el más extraño y singular con-junto: la infantería formábanla los indios armados de palos, flechas, hon-das, lanzas y fusiles, y dividíanse en cuadrillas o pueblos al mando de suspropios capataces.33

El grueso del ejército, dice Olavarría, quedó formado de esa manerapor las masas de indios, con sus hijos y mujeres en revuelta confusión.34

Los reclamos que Olavarría dirige a los indígenas por su actuacióndurante la crisis bélica insurgente son de diversos tipos: uno de ellos, fá-cilmente identificable, es el que denuncia la falta de motivaciones ideoló-gicas en su levantamiento. Según el autor, los grupos indígenas se alzaronen armas contra las autoridades coloniales porque la guerra les deparabauna extraordinaria oportunidad para robar, cometer todo tipo de excesos yvengar los agravios padecidos por siglos de tutelaje colonial. Para ilustrarlo anterior, señalamos algunos pasajes de los Episodios que Olavarríatomó casi literalmente de Lucas Alamán.

Cuando los insurgentes tomaron la ciudad de Valladolid, los indios,alcoholizados, intentaron linchar al español que, según ellos, había enve-nenado la bebida y comida y provocado así la muerte de varios de suscompañeros. Ignacio Allende les demostró que el fallecimiento de aqué-llos no se debía a ningún veneno, pues él mismo había comido y bebidolo mismo, sino a los excesos que habían cometido, emborrachándose yempachándose. Narra Benito:

así se lo explicó Allende, censurando con energía los excesos de la indiada,recomendándole la moderación y el orden; pero aquella masa burda e igno-rante, lejos de aceptar las explicaciones del caudillo, apoderándose del due-ño del aguardiente que suponían envenenado, quiso despedazarle con enco-no feroz.35

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32 Ibidem, pp. 191 y 192.33 Ibidem, p. 233.34 Cfr. ibidem, p. 235.35 Ibidem, p. 308.

Era tal la mala fama que habían adquirido los indios del cura Hidalgoque, cuando se aproximaban a la ciudad de Guanajuato, la plebe de laciudad, que también esperaba apropiarse de las riquezas del Ayuntamien-to y de los vecinos resguardadas en la alhóndiga, planeó adelantarse alsaqueo de los indígenas, pues, según se decía, “los indios de Hidalgoarrebatan con todo”.36 El mismo caudillo insurgente, cuenta el narrador,reconoció ante Allende después de la gran matanza de Guanajuato que“nuestros indios se han cegado y mueren, no por la victoria, sino por lavenganza”.37 Más adelante añadiría: “yo no quiero que desacrediten nues-tra causa con tales actos de desenfrenado bandidaje... Sé que la indiada haconvertido sus tilmas en sacos para llevarse el fruto de sus rapiñas”.38

Olavarría, recordando la Revolución francesa, admite que la violen-cia es inevitable en todo movimiento de esta naturaleza: incluso resultaútil, cuando los objetivos son benéficos. Pero las brutalidades llevadas acabo por las tropas indígenas de Hidalgo no encuentran ninguna justifica-ción porque, saturadas de odios y resentimientos, carecían de todo conte-nido superior. Lo ejemplifica muy bien lo ocurrido en Guadalajara, cuan-do el ejército insurgente iba en retirada:

el degüello de los españoles habíase, por así decirlo, regularizado, y todaslas noches eran conducidos a las barracas de San Martín cuarenta o cin-cuenta desgraciados, que eran muertos a lanzadas o degollados por los in-dios, que antes los obligaban a desnudarse para aprovechar mejor sus ro-pas. Estas atroces ejecuciones se llevaban a cabo en el silencio de la nochey en parajes solitarios.39

Desde una perspectiva estrictamente militar, también encuentra cen-surable Olavarría y Ferrari la actuación de las tropas indígenas. En suopinión, la carencia de objetivos delimitados y la falta de compromisocon la causa insurgente no podían sino condenar al desorden y la inefi-ciencia las acciones de los soldados indígenas en los campos de batalla.Por eso, los indios fueron la causa fundamental del fracaso militar en la pri-mera fase del movimiento insurgente, que no logró sobreponerse a lainexperiencia, el desorden y el total desconocimiento de la disciplina yestrategias militares: se explican así los triunfos alcanzados por los ejérci-

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36 Ibidem, p. 279.37 Ibidem, p. 289.38 Ibidem, p. 363.39 Ibidem, pp. 519 y 520.

tos realistas dirigidos por el coronel Torcuato Trujillo en el Monte de lasCruces, y por el brigadier Félix María Calleja del Rey en Aculco y Puentede Calderón.

La presencia de indígenas en el bando insurgente contribuyó a des-prestigiar el movimiento y fue, además, el origen de las diferencias entresus dirigentes. Baste mencionar, a título de ejemplo, que en Aculco, cuan-do Hidalgo y Allende discutían sobre la presencia de los indios, Aldamales dijo que la opinión de los pueblos cercanos estaba con ellos, pero quelos abusos y crímenes de algunas partidas insurgentes comprometían elresultado de sus triunfos. Allende propuso reprimir tales excesos, discipli-nando y castigando a la indiada.40 Hidalgo, por su parte, planteó que “es me-nester prudencia: que no tenemos otras armas que el ejército que nos sigue, ysi empezamos a castigar, al necesitarlas no las hallaremos”.41

Y no sólo eso. Olavarría narra cómo, en las ocasiones en que los cau-dillos insurgentes intentaron impedir el saqueo y la violencia, los indiosamenazaron con amotinarse, y llegaron incluso a denunciar a sus jefes alenemigo. Sin botín, la guerra perdía interés para ellos:42

con tal motivo, la indiada ha gritado que nosotros queremos apoderarnos detodo el oro de la Nueva España y que si un solo peso entra en las cajas de latesorería del ejército y no se les dejan a ellos todos los de la capital, seapoderarán de nosotros, nos cortarán las cabezas y las entregarán por diezmil pesos que el virrey ha ofrecido por ellas.43

Por todas estas razones la participación indígena, si bien permitió darcontinuidad a la revuelta, acarreó el desprestigio de la causa insurgente,promovió diferencias serias entre los caudillos y constituyó el motivoprincipal de su derrota militar, sobre todo en la etapa de caudillaje delcura de Dolores, rica en episodios que muestran a los indios como capto-res, verdugos o denunciantes de los insurgentes: unas acusaciones que en-cuentran respaldo en los estudios realizados por escritores contemporá-neos y que, a fin de cuentas, vienen a demostrar simplemente que nohubo unanimidad y sí diferencias de opinión en el interior de los pueblos:

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40 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 211-213.

41 Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 366.42 Cfr. ibidem, p. 235.43 Ibidem, p. 364.

se explica así que hubiera bastantes que lucharon abiertamente en defensade los derechos esgrimidos por España.

Por ejemplo, cuando los insurgentes fueron aprehendidos por las tro-pas de Elizondo en las norias de Baján, cuenta Olavarría que “distinguié-ronse en ese procedimiento los indios comanches que venían mezcladoscon las tropas de Elizondo, las que después de hacer el despojo de la ropaasesinaban a los prisioneros”.44 Tampoco deja de mencionar Olavarría yFerrari la traición de los indios de Temazcala al cura de Nocupétaro, de-cidido partidario de la insurgencia; ni omite la narración de lo que suce-dió a los restos del ejército de Morelos cuando se batían en retirada mien-tras trataban de dispensar protección a los vocales del Congreso deChilpancingo: cuando intentaron cruzar el río Mezcala, fueron vendidospor sus emisarios al ejército realista, en el que militaba con grado de capi-tán un indígena que fue aprehendido y fusilado por los hombres de More-los.45 Al día siguiente, 3 de noviembre de 1815, ya en Temazcala,

el descanso era indispensable; por esto lo concedió el señor Morelos, peroese descanso fue nuestra pérdida, pues un indio tenangueño nos denuncióal teniente coronel D. Manuel de la Concha, quien a marchas forzadas sedirigió a Tenango, cuyas casas encontró ardiendo todavía: los mismos in-dios a quienes habíamos hecho el perjuicio de incendiarles sus jacales,guiaron a los realistas por el paso del vado, y a las nueve de la mañana deldomingo cinco de noviembre, distinguimos desde la cumbre del cerro quese halla entre Temazcala y Coesala adonde nos dirigíamos, la vanguardiade la división de Concha.46

Como indicamos ya, los indios se esfuman prácticamente del relatoliterario e histórico cuando la insurgencia empieza a ser acaudillada porMorelos, y los personajes ficticios del relato de Olavarría pasan a ser des-de entonces mestizos o mulatos; o incluso pertenecen a la raza negra,como el capitán Centella, un brujo cubano. Con la desaparición de losindígenas se pone término al crimen, el desorden y el resentimiento, y laguerra adquiere principios y métodos justos y legítimos. En palabras deBenito, la transformación del ejército insurgente operada durante el man-do de Morelos se dio porque,

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44 Ibidem, p. 660. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Esta-do nacional en México en el siglo XIX, p. 205.

45 Cfr. Olavarría y Ferrari, Enrique de, Episodios históricos mexicanos, p. 1,540.46 Idem.

honrado en su proceder, cuantos con él militan, honrados también tienenque ser, pues de otro modo los trata como a enemigos... Su ejército es unafamilia ordenada y moral: no sólo no se roba aquí, sino que nadie piensa enrobar: no he vuelto a oír ni una sola voz de venganza, de odio cruel, deasesinato infame: aquí sólo se grita ¡guerra! ¡guerra! pero guerra como laque hacen los valientes. Tampoco he vuelto a ver la chusma del primerejército: con el señor Morelos no milita aquello que D. Miguel llamaba laínfima canalla que acabó por perderle: estas tropas no se componen másque de la gente que puede armarse y es capaz de comprender y someterse ala disciplina.47

Las tropas de Morelos, cuenta Carlos Miguel, estaban formadas en sumayor parte por la población meridional de la Nueva España en la quemenudeaban los mestizos y mulatos—, “gente nacida para la tierra poste-riormente a la conquista de México por los españoles: allí no había indiosque tuvieran odios de raza que satisfacer”.48 Con la disolución del ejércitoinsurgente en las norias de Baján “han concluido, para no volverse a le-vantar, lo espero, aquellas muchedumbres independientes que sólo logra-ron desacreditar la nobleza y justicia de nuestra causa y convertir en atrozmartirio para [Hidalgo]”.49 Poco después, tras la captura y fusilamientode José María Morelos, los indios como grupo desaparecen del relato, ysólo ocasionalmente intervienen en acciones secundarias demandadas porla trama literaria.

V. ALGO MÁS SOBRE LOS INDIOS DURANTE LA GUERRA

DE INDEPENDENCIA

1. Criollos e indios, héroes y villanos

La trama literaria de los Episodios permite apreciar con claridad lapobreza moral que Olavarría y Ferrari atribuye a los indios. Sus héroes—Benito y María—, ambos criollos, espejos de virtudes, de patriotismo yde “ilustración” resultan varias veces víctimas de los excesos cometidospor indígenas. La tensión más extrema se registra cuando dos indios, TataIgnacio y Ulloa, famosos en Valladolid por su crueldad, intentaron satis-

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 327

47 Ibidem, pp. 773 y 774.48 Ibidem, p. 780.49 Ibidem, p. 813.

facer sus “lúbricos” deseos en Mercedes, la prima de Benito. María, quetrató de defender a la víctima, recibió una puñalada de Tata Ignacio: ladramática experiencia persuadió a María de que debía exigir a Benito queabandonara la causa insurgente, pues se hallaba convencida de que losindios tenían el control del movimiento; incluso pronosticó que el mismoHidalgo sucumbiría a su preponderancia. La conversación entre María yBenito en que se expresan esas convicciones fue escuchada por los in-dios, que juraron vengarse de ambos. Tata Ignacio prometió acabar con lavida de Benito: “¡yo me encargo de dejar esta noche al tal Benito másseco que un bacalao!”.50 Para fortuna de los héroes del relato, estos planesno llegaron a concretarse, porque sus autores murieron antes de que pu-dieran llevarlos a cabo.

Resulta muy significativa la explicación que Olavarría pone en bocade esos indios asesinos, confiados en que nada habían de temer del caudi-llo insurgente: “si quiere, pues, tener gente para seguir haciendo su papelde generalísimo, tiene que aceptarnos a nosotros tales como somos, yaguantar y tragar camote... Que no lo haga así y le corto la cabeza”.51

En descargo de don Enrique hay que añadir que varios de los villanosde la novela pertenecen también a los grupos peninsular y criollo. El másdespreciable de los primeros posiblemente sea el soberbio virrey José deIturrigaray, quien arrastrado por la ambición traicionó a los peninsularesy sentó las condiciones para el golpe de estado. Entre los criollos, el depeor catadura moral es sin duda Miguel Garrido, causante de las desgra-cias por las que atravesaron Benito y María.

2. Los indios y el régimen constitucional de Cádiz

En el capítulo titulado “La Constitución del año doce”, Olavarría yFerrari relata los cambios que el sistema constitucional introdujo en laNueva España. Aunque no lleva a cabo un análisis detallado del procesode convocatoria y reunión de las Cortes, cuestión importantísima para losamericanos, sí resalta que una vez instaladas se atribuyeron facultades so-beranas; describe la formación de los partidos liberal y servil, y enfatizala independencia con que actuaron los americanos y su valiente defensade la igualdad de representación ultramarina.

328 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

50 Ibidem, p. 384.51 Ibidem, p. 84.

En cuanto a la aplicación del régimen constitucional en el Virreinato,se limita a relatar los sucesos más significativos: la elección del Ayunta-miento constitucional de la ciudad de México y los problemas surgidos porla libertad de prensa. Y sobre los cambios que la Constitución gaditana im-puso a las comunidades indígenas, Olavarría coincide con Lucas Alamánen señalar las desventajas que se siguieron para la población aborigen:

la Constitución ha perjudicado a los indios, pues en cambio del derecho devotar que se les ha concedido, se les obliga al servicio militar de que esta-ban exentos, al pago de contribuciones generales y particulares, se les privadel régimen peculiar de parcialidades y repúblicas, se extinguen sus cajasde comunidad, y en vez de sus justicias especiales se les somete a su juris-dicción ordinaria; en una palabra, cesan para ellos las Leyes de Indias y sequiere gobernarlos como al resto de los españoles.52

VI. CONSIDERACIONES FINALES

La primera novela histórica que narra la guerra de Independencia enMéxico a través de episodios puede ser considerada, sin duda, como unaobra historiográfica. Las fuentes consultadas, la crítica y el esfuerzo decomprensión de este período de la historia de México revelan más a uncuidadoso historiador que a un novelista.

Ciertamente, los indios no ocuparon el principal protagonismo de esahistoria. Sin embargo, Olavarría y Ferrari alcanzó a comprender que elpapel desempeñado por los indígenas durante la guerra de Independenciaejerció un influjo preponderante sobre la imagen que se forjaron ampliossectores de la sociedad mexicana del siglo XIX sobre la población abori-gen. Y no hace falta enfatizar la difusión que alcanzaron los puntos devista de Olavarría que, como novelista, encontró más lectores de los quehubiera logrado atraer con una obra de naturaleza histórica.

Lo escrito por Enrique de Olavarría y Ferrari no permite valoracionespositivas sobre la participación de los indios en la guerra de Independencia.El historiador-novelista español, como tantos otros autores —antes y des-pués que él—, relegó a un segundo plano la aportación de los indígenasdurante la crisis insurgente, por más que muchos de ellos protagonizaranbatallas, prestaran servicios de espionaje en favor de la causa, fueran

LOS EPISODIOS HISTÓRICOS MEXICANOS DE OLAVARRÍA 329

52 Ibidem, p. 1,231.

aprehendidos o fusilados por los realistas o murieran con las armas enla mano.53

La censura de los indios insurgentes y la negación del pasado indíge-na como fundamento histórico de la guerra encuentran, pese a todo, unarazón de ser en el relato. Para Enrique de Olavarría y Ferrari, el naciona-lismo mexicano no debía fundamentarse en la resurrección del pasado in-dígena, como propusieron Carlos María de Bustamante o fray ServandoTeresa de Mier,54 sino en la reconciliación con el pasado español. Ésteconstituía el verdadero origen del México moderno. Reconocerlo sería, ajuicio del autor, el principal acierto; fomentar la rivalidad entre indígenasy españoles, la mayor torpeza.

330 MARÍA JOSÉ GARRIDO ASPERÓ

53 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, p. 218.

54 Cfr. ibidem, pp. 220-233.

CAPÍTULO DECIMOTERCERO

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO

Luis Romo CEDANO*

SUMARIO: I. El autor y su obra. II. El porfiriato descrito en ElMéxico Desconocido. III. El embate de la nación mexicana con-

tra los indios. IV. El valor de El México Desconocido.

I. EL AUTOR Y SU OBRA

Entre los extranjeros que visitaron nuestro país durante el siglo XIX, CarlSofus Lumholtz (1851-1922) es un autor bastante singular por tres moti-vos como mínimo. En primer lugar, por su nacionalidad: no es originariode Estados Unidos, España ni de ninguna gran potencia europea, sino deNoruega. En segundo término, por su currículum, tan brillante como exó-tico: tras graduarse en la Facultad de Teología de la Universidad de Cris-tianía (Oslo), sus inclinaciones naturalistas lo conducen a Australia. Delos años invertidos ahí ----1880 a 1884---- pasa uno entre los aborígenescaníbales del norte de Queensland, con quienes descubre su vocaciónpara el estudio de los pueblos primitivos. Luego se enfrasca en las inves-tigaciones sobre nuestro país, que sólo se verán irremediablemente frena-das por un acontecimiento fuera de su voluntad: la Revolución de 1910.Entonces hace viajes de estudio por la India y el sureste asiático. Muere alos setenta años de edad añorando visitar Nueva Guinea.

En tercer lugar, Lumholtz se distingue también por el propósito de supresencia en México. Los otros extranjeros del siglo XIX observan a losindios como parte de un paisaje mexicano que recorren por asuntos denegocios, profesión o política. Por el contrario, el noruego viene precisa-mente a conocer a los indios en su calidad de antropólogo; es de pasocomo echa una mirada a los demás horizontes del país.

331

* Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Según cuenta en el prefacio de Unknown Mexico (El México Desco-nocido), la obra que aquí abordamos, concibió el proyecto de hacer unaexpedición a México durante una estancia en Londres en 1887.1 Interesa-do en los antiguos indios pueblo que habían construido edificaciones mo-numentales en las cuevas del suroeste de Estados Unidos, se hizo estapregunta: ‘‘¿no podría suceder que algunos descendientes de ese puebloexistiesen todavía en la parte N.O. de México, tan poco explorada hasta elpresente?’’.2

Por años realizó un intenso cabildeo en Estados Unidos que le valióel generoso patrocinio de infinidad de millonarios de ese país, así comode la American Geographical Society y del American Museum of Na-tural History de Nueva York. También gestionó cartas de recomendacióndel gobierno de Washington, que a su vez le abrieron la puerta paraobtener el valioso apoyo político y logístico del presidente mexicano Por-firio Díaz.

Así, acompañado en un principio por una enorme caravana de treintapersonas y más de un centenar de bestias, inició sus exploraciones en Mé-xico en 1890. Pronto su inquietud inicial halló una respuesta negativa:aquí no sobrevivía aquella tradición de los indios pueblo. En cambio,Lumholtz se topó y quedó fascinado con los tarahumaras, tepehuanos, na-huas, coras, huicholes, pápagos y tarascos, entre otras etnias indias vivasa las que dedicaría años de intensos y fructíferos estudios.

En total, emprendió por nuestro país seis viajes de investigación entre1890 y 1910. En los cuatro primeros ----de septiembre de 1890 a abril de1891, el primero; diciembre de 1891 a agosto de 1893, el segundo; marzode 1894 a marzo de 1897, el tercero, y 1898, el cuarto---- recorrió ampliaszonas de la Sierra Madre Occidental desde la frontera con Arizona hastaJalisco, y de Michoacán a la ciudad de México. Sobre estas experiencias

332 LUIS ROMO CEDANO

1 Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido. Cinco años de exploración entre las tribusde la Sierra Madre Occidental; en la Tierra Caliente de Tepic y Jalisco, y entre los tarascos deMichoacán, trad. de Balbino Dávalos, New York, Charles Scribner’s Sons, 1904, vol. I, p. IX. Eloriginal en inglés de esta obra fue imposible encontrarlo en la ciudad de México durante la elabora-ción del presente trabajo. La Biblioteca Nacional y las bibliotecas de la Universidad Nacional Autó-noma de México estuvieron cerradas debido al paro estudiantil de 1999 en la máxima casa de estu-dios. En otras bibliotecas, como la de la Universidad Iberoamericana, la del Museo Nacional deAntropología e Historia, la del Instituto Mora, la Benjamín Franklin no está. Finalmente lo encontra-mos en el catálogo de la Colección Especial de El Colegio de México, pero el volumen II está perdi-do. A falta, pues, del original completo, preferimos citar la edición mencionada al principio de estanota, que fue la primera en español.

2 Idem.

versa El México Desconocido. Sus otros dos viajes lo llevarían de nuevoal occidente del país: Jalisco, Nayarit y Durango en 1905, y Sonora (yArizona) en 1909 y 1910.

Estas expediciones iniciaron como un ambicioso proyecto multidisci-plinario. Según cuenta el autor, cuando por vez primera entró en Sonorahabía entre sus acompañantes geógrafos, físicos, arqueólogos, botánicos,un zoólogo y un mineralogista. Este equipo fue modificándose con elavance de las exploraciones y acabó por reducirse hasta desaparecercuando, en Chihuahua, Lumholtz se convenció de que era mejor viajarsolo para facilitar la convivencia con los indios.

El resultado bibliográfico de estos esfuerzos fue enorme. En 1904,Lumholtz da cuenta ya de quince trabajos publicados (y otro más en pre-paración) en inglés, noruego y español, de él y de sus colaboradores.3 Su-mados a El México Desconocido y a trabajos posteriores del autor basa-dos en estos viajes, el listado llegó a sumar docenas y docenas de títulos.4

La gran mayoría de ellos tienen un marcado carácter disciplinario: unosarqueológico, otros antropológico, otros más de ciencias naturales.

En este conjunto, El México Desconocido constituye una obra sui ge-neris y no sólo por sus extraordinarias dimensiones (mil páginas de laedición original). Lejos de ser un estudio con una temática puntual, susdos tomos amalgaman con gran fortuna la descripción etnográfica con elrelato de viaje al estilo de los exploradores europeos del siglo XIX. Así,junto a una prolija información científica abundan también las anécdotasy los detalles sobre el país.

La obra, desde luego, es uno de los pilares de la antropología mexica-nista, y en particular es un trabajo insoslayable para el estudio de los pue-blos indios visitados por Lumholtz. Pero gracias a la rica serie de noticiasque contiene, puede fungir igualmente como fuente historiográfica de lasrelaciones entre los pueblos indios y el Estado mexicano durante el Porfi-riato. Desde esta perspectiva es como intentamos analizarlo en las si-guientes páginas.

Lumholtz publicó el original de esta obra en inglés en 1902, con lacasa Charles Scribner’s Sons de Nueva York. El título completo hacíareferencia al tiempo invertido en sus expediciones: Unknown Mexico. ARecord of Five Years of Exploration among the Tribes of the Western Sie-

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 333

3 Cfr. ibidem, pp. XVII-XVIII.4 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, Montañas, duendes, adivinos..., en Ramírez Morales, César,

(coord.), México, Instituto Nacional Indigenista, 1996, pp. 141-143.

rra Madre; in the Tierra Caliente of Tepic and Jalisco; and among theTarascos of Michoacan.5 Este libro tuvo un importante impacto entre elpúblico mexicano, al grado de que el propio Porfirio Díaz auspició unarápida edición en español. Ésta apareció en 1904, gracias a la traducciónde Balbino Dávalos, a través de la misma firma editorial neoyorkina.6

Posteriormente ha alcanzado cuatro ediciones facsimilares ----en 1945,1960, 1981 y 1994---- en formatos más modestos.7

Es preciso agregar que un amplio número de autores mexicanosha escrito ensayos sobre Lumholtz y El México Desconocido,8 entre ellosnada menos que Juan Rulfo.9

II. EL PORFIRIATO DESCRITO EN EL MÉXICO DESCONOCIDO

La sensación general de México que proyecta Lumholtz es la de unpaís que avanza aceleradamente desde el caos de su pasado hacia el bri-llante concierto de la civilización. El hecho mismo de sus expediciones esposible ----y así lo entiende de manera implícita---- gracias a la estabilidadlograda por el gobierno de Porfirio Díaz. En la visión del autor, Méxicoes ya, a pesar de sus sombríos antecedentes hispánicos y del desorden po-lítico-social de la mayor parte del siglo XIX, un país organizado.

Para la época en que el explorador llegó a México, Díaz había logra-do establecer el gobierno más sólido desde la Independencia y le había

334 LUIS ROMO CEDANO

5 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, Unknown Mexico. A Record of Five Years..., New York, CharlesScribner’s Sons, 1902.

6 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido..., trad. de Balbino Dávalos, New York,Charles Scribner’s Sons, 1904.

7 El México Desconocido... México, Publicaciones Herrerías (Ediciones culturales), 1945, 2 vols. El México Desconocido... México, Editora Nacional (Colección económica, 827 y 828), 1960,2 vols. [reedición, 1970]. El México Desconocido... México, Instituto Nacional Indigenista (Clásicos de antropología, 11),1981, 2 vols. El México Desconocido..., Chihuahua, Programa Editorial del Ayuntamiento de Chihuahua,1994. Es difícil saber si se publicaron los dos volúmenes. Conseguimos el volumen I a través de unpariente que nos hizo favor de comprarlo en una librería de Chihuahua. Sin embargo, el volumen IIno lo encontramos por ninguna parte. A través de una pesquisa telefónica dimos con el profesor Ru-bén Beltrán Acosta, cronista de aquella ciudad, quien ignora si se publicó o no dicho volumen. Dadoque sólo el volumen I describe el estado de Chihuahua y considerando los intereses políticos de laadministración municipal que publicó la obra (en 1994 el presidente municipal era el priísta PatricioMartínez, actual gobernador de la entidad), creemos que en esta edición no se publicó el volumen II.

8 Un listado sobre estas obras aparece en Lumholtz, Carl Sofus, Montañas, duendes..., p. 143.9 Cfr. Rulfo, Juan, ‘‘El México desconocido de Carl Lumholtz’’, México Indígena, México,

número extraordinario, 1986, núm. 67.

otorgado una estructura bien articulada entre sus distintos niveles jerár-quicos. Lumholtz gozó en todos sus recorridos de la protección guberna-mental prometida por Díaz. Las cartas de recomendación del presidente ode los gobernadores casi siempre surtían efecto entre los presidentes mu-nicipales o los jueces de las localidades más remotas.10 Y a manera deejemplo de la dedicación y eficiencia de la administración, Lumholtz ob-servó en el pueblo huichol de San Andrés cómo un funcionario enviadopor el jefe político de Mezquitic, Jalisco, trabajó pacientemente durantediez días para llevar a cabo el censo de 1895 entre los indios de la zona.11

Esta diligente estructura política iba aparejada con una relativa paz,de acuerdo a este autor. La guerra apache estaba ya casi del todo extintaen los años noventa del siglo XIX, y Lumholtz no encontró a estos fero-ces indios en ningún rincón del norte, a pesar de que había rastros de ellosen una enorme zona.12 Igualmente, la lucha de Manuel Lozada se habíaconvertido en un lejano recuerdo en el distrito de Tepic. Sólo en algunaspartes de Chihuahua, donde a la sazón (1891-1892) se verificaba la san-grienta revuelta de Tomóchic,13 el autor detectó partidas de maleantes y‘‘revolucionarios’’,14 aunque no habló de la lucha.15 Pero en otros estadosel bandolerismo era mínimo. Lumholtz nunca fue asaltado o robado.Cuenta que en el camino de Guadalajara a Zapotlán el Grande (Ciudad Guz-mán), Jalisco, solían merodear en el pasado los ladrones de diligencias y queincluso entre ellos había funcionarios judiciales.16 Pero concluye estas re-flexiones con frases que parecen envueltas en un suspiro de alivio:

cuando se piensa en la inseguridad de la vida y de la propiedad que preva-leció en México hasta bien entrada la segunda mitad del siglo, nunca seráexcesivo el crédito de la presente administración por haber elevado laRepública, en este como en otros respecto, al nivel de las naciones civili-zadas.17

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 335

10 Cfr. Lumholtz, Carl Sofus, El México Desconocido..., trad. de Balbino Dávalos, New York,Charles Scribner’s Sons, 1904, vol. I, pp. 133 y 417, y vol. II, p. 53.

11 Cfr. ibidem, vol. II, p. 97.12 Véase infra: III, 4.13 Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: To-

móchic 1892, tesis de doctorado, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1996, y FerrerMuñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el sigloXIX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998, pp. 348-349 y 624.

14 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, pp. 3, 99, 132 y 369.15 Véase infra: IV.16 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 318-319.17 Ibidem, vol. II, p. 319.

Mucho más evidentes eran los signos de progreso material. El ferro-carril se extendía ya por todos los estados que visitó el explorador. A es-casos diez años de que se concluyeran los trabajos del Ferrocarril Centralen el estado de Chihuahua, los tarahumaras, que habitaban a centenaresde kilómetros de las vías, sabían de su existencia.18 Las minas eran traba-jadas intensamente, con frecuencia gracias a la inversión extranjera. EnBatopilas, Chihuahua, Lumholtz fue recibido ‘‘cordialmente’’ por el due-ño de la explotación de plata, el estadounidense A. R. Shepherd.19 Entodo el territorio, el campo era sembrado y había labores en las abundan-tes fincas y haciendas.

Con todo, las narraciones de nuestro autor dan la señal de alarma endos asuntos sobre los que existían graves rezagos legislativos. Uno deellos se refería a la riqueza arqueológica. Lumholtz desenterró y compróalegremente infinidad de vasijas, figurillas y esculturas antiguas, ademásde restos humanos, a todo lo largo de su ruta. Especialmente cuantiosofue el tesoro que se llevó de la zona arqueológica de Casas Grandes, Chi-huahua, hoy conocida como Paquimé. Pero tenía una gran justificación:‘‘la ley que prohíbe las excavaciones sin permiso especial del Gobiernode México, aún no se promulgaba por entonces’’.20

El otro notorio hueco legal era el que se abría sobre las tierras de losindios. Por todas partes, éstos se encontraban en vías de perder sus tierrasancestrales. Resulta difícil precisar con base en esta obra cuál era la situa-ción jurídica que propiciaba tales despojos, puesto que el autor omite lasexplicaciones legales sobre el tema. Sin embargo, para nosotros es claroque tienen que ver las distintas legislaciones promulgadas a todo lo largodel siglo XIX y aun desde antes, que habían limitado o proscrito la tenen-cia comunal de las tierras indias. Ya desde las reformas borbónicas se ha-bía desatado la controversia sobre este tipo de tenencia territorial,21 y losúltimos regímenes españoles habían establecido leyes para privatizar lastierras comunales de los pueblos indios y de las misiones.22 Más adelante,durante el período independiente, distintas legislaciones nacionales y es-tatales dieron renovado impulso a esta tendencia. Hay que hacer notar en

336 LUIS ROMO CEDANO

18 Cfr. ibidem, vol. I, p. 328.19 Cfr. ibidem, vol. I, p. 178.20 Ibidem, vol. I, p. XIII. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y

Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 221, nota 170.21 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, p. 41222 Cfr. ibidem, pp. 413-416.

referencia a las zonas visitadas por Lumholtz que, desde los comienzosdel federalismo, ‘‘varios congresos estatales aprobaron leyes que abolíanel derecho de los pueblos a poseer tierras: Chihuahua, Jalisco y Zacate-cas, en 1825; Chiapas y Veracruz, en 1826; Puebla, Estado de Occidentey Michoacán, en 1828’’.23 Más adelante vino el golpe definitivo con laLey Lerdo, de carácter federal, en 1856.

Ciertamente las legislaciones por sí mismas no bastaron para producirlos despojos. Ellas eran simplemente una condición indispensable; elcomplemento activo de la fórmula radicaba más bien en la ambición dequienes buscaban hacerlas efectivas. Pero también es necesario tomar encuenta que ‘‘el grado de incumplimiento de la legislación constitucionalespañola y de los posteriores mandatos federales y estatales en relacióncon la abolición de la propiedad comunal alcanzó niveles elevados, sibien varió sensiblemente de uno a otro espacio geográfico’’.24 No fue fá-cil concretar esta privatización, además de que se trató de un proceso dedécadas. Es pertinente recordar esto para entender las anotaciones del no-ruego, quien da cuenta de un espectáculo multiforme con diferentes situa-ciones de despojo territorial, incluidos algunos raros casos de indios exi-tosos en la defensa de su propiedad comunal.25

Un elemento interesante de este asunto es también el referente a losagentes involucrados en los pleitos y despojos de tierras. Como se sabe,los responsables en todo el país fueron muy variados: grandes hacendados,pequeños propietarios independientes, pueblos indios o mestizos colin-dantes, funcionarios medianos que lucraban con su posición de poder, etcé-tera.26 Las notas de Lumholtz confirman lo anterior. Si bien la mayoría delas veces el autor acusa a mestizos anónimos, también habla de pleitosde linderos entre los propios indios,27 y en algunas ocasiones ----como enel caso de Zapotlán el Grande28---- el autor señala como culpables del des-pojo a hacendados ‘‘blancos’’. Eso sí, muy lejos de su campo visual polí-tico quedaron las compañías deslindadoras, beneficiarias directas del pro-ceso liberal de desamortización. Aunque claramente en la segunda mitaddel siglo XIX tuvieron un papel protagónico en el reacomodo de la pro-

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 337

23 Ibidem, p. 417.24 Ibidem, p. 418.25 Véase infra: III, 2.26 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, p. 395-396.27 Véase infra: III, 6.28 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 320 y 323.

piedad territorial en infinidad de lugares, como Chihuahua29 y el área hui-chola,30 Lumholtz no las toma en cuenta.

Un problema adicional, sobre el que volveremos más adelante,31 ha-cía aún más pesada para los indios la defensa de su tierra comunal: lasdificultades de los litigios. Estos inconvenientes, que potenciaban el dañode la legislación, sí los percibió Lumholtz.32 No había forma imaginable decumplir con todo lo que implicaba un pleito legal: la lejanía de los tribunales,los procesos en una lengua extraña, los trámites de años, los costos de losviajes, el papeleo... todo era algo fuera del alcance de los indios.

Grave y ubicuo como era el problema de la tenencia de las tierrasentre los indios, no parecía generarle oposición política a Porfirio Díaz.Por el contrario ----y también lo veremos más adelante33---- la autoridadgozaba de gran prestigio según los apuntes de Lumholtz.

Esta obra finalmente da testimonio de que, como sabemos, el gobier-no de Díaz gozó, al menos por un tiempo, de un resplandor y una fortale-za que por mucho rebasaron a los de todos los gobiernos mexicanos ante-riores durante aquel siglo. Pero también describe, como lo vemos en elsiguiente capítulo, un país profundamente dividido en el nivel étnico.

III. EL EMBATE DE LA NACIÓN MEXICANA CONTRA LOS INDIOS

1. Los indios... y los demás

El México Desconocido plantea que la construcción del proyecto me-xicano de nación a finales del siglo XIX se realizaba, en gran medida, aexpensas de la integridad de los pueblos indios, de forma tal que colocabaa uno y a otros en posición antagónica. No siempre fue así, ni siempresubraya Lumholtz esta situación al referirse a las relaciones de los indioscon el resto del país, pero en definitiva es una de las principales conclu-siones que se desprenden de la lectura de este libro.

La validez de esta conclusión proviene de su doble origen en el texto.Ciertamente es una tesis implícita en la apreciación subjetiva del autor,pero también está presente en una larga serie de anécdotas, datos, obser-

338 LUIS ROMO CEDANO

29 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional enMéxico en el siglo XIX, p. 481.

30 Cfr. ibidem, pp. 453 y 485.31 Véase infra: III, 5.32 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, pp. 217-218 y 461-462, y vol. II, pp.

53-54.33 Véase infra: III, 5.

vaciones; en suma, en información concreta que, más allá de los criteriosdel autor, la avalan.

Había en la última década del siglo XIX un embate contra los pue-blos indios. Embate y no confrontación, puesto que llevaba una direcciónfundamental: del México no indio ----o no exclusivamente indio---- hacialos indios. De algún modo provenía esta presión avasalladora de la co-rriente principal de la vida mexicana: de las estructuras sociales, econó-micas y políticas dominantes en el México de la época. No obstante, resultacomplicado ubicar su origen según la obra. Lumholtz, como etnógrafo,parte de su búsqueda de la identidad india, que cuanto más pura, es mejor.Frente al indio está ese nebuloso proyecto de nación que propiamente re-sulta todo lo demás. Los que no son indios son llamados indistintamentela civilización, los vecinos (según la expresión favorita de los propios in-dios del Occidente), los mexicanos, los mestizos o los blancos. La facili-dad con la que el autor usa uno u otro de estos términos indica que lapropia nacionalidad mexicana no es un concepto del todo claro; al menos,el hecho de usar indiscriminadamente los términos de mestizos y blancosremite a una indefinición racial de lo mexicano. Pero la clara división porla que los indios quedan fuera de ese proyecto es el primer signo del em-bate del que hablamos.

Este embate era sobre todo de carácter social, al menos para los in-dios, en el sentido de que su principal efecto era la modificación sustan-cial ----cuando no la desaparición completa---- de sus organizaciones comopueblos. La gran ofensiva de los mexicanos, pese a su heterogeneidad,apuntaba a una meta que la historia reciente ha ratificado: la victoria, nodefinitiva ni total, pero sí amplia y duradera, del proyecto nacional ----estoes, de un modo particular de vida económica, política, social, etcétera----sobre la existencia de los pueblos indios como tales.

Hay que admitir que en la relación de los indios con el resto del paístambién había ciertos elementos de cordialidad y que tales elementos están aveces anotados en la relación del noruego. Sin embargo, la sensación de hos-tilidad es el tempo predominante, según la obra. ¿En qué términos se dabaesta lucha? Eso es lo que procuramos responder en los próximos incisos.

2. La ofensiva de los mestizos sobre los indios

Una condición previa a lo que llamamos ofensiva, es la extensa ig-norancia que había entre los mestizos sobre los indios. En Guachóchic,

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 339

Chihuahua, Lumholtz conversó con el ‘‘hombre principal’’ del poblado,un mestizo llamado don Miguel. Cuenta respecto a esa entrevista lo si-guiente:

pudo darme también algunos informes generales sobre los indios; pero nosólo allí, sino en muchas otras partes de México, á menudo me dejaba estu-pefacto la ignorancia de los agricultores mexicanos acerca de los indiosque vivían a sus puertas. Salvo ciertos especialistas distinguidos, aun losmexicanos inteligentes saben muy poco de las costumbres, y mucho menosde las creencias de los aborígenes. En lo que mira á los [tarahumaras] paga-nos de las barrancas, no pude adquirir más noticia que la certidumbre delgeneral desprecio que se les tiene por salvajes, bravos y broncos.34

Sobre esa base no era difícil que los mestizos abusaran de los indios.Un primer tipo de abusos consistía en los engaños perpetrados por los co-merciantes que se internaban en las sierras. Entre los tarahumaras de lasierra de Chihuahua, los mercaderes bilingües, llamados lenguaraces, so-lían embaucar a los indios canjeándoles ovejas y ganado por baratijas omezcal.35 También vendían a precio elevado supuestos polvos mágicos.36

Pero igualmente eran comunes los engaños más descarados.A veces, los lenguaraces vendían a crédito o prestaban sumas peque-

ñas de dinero. Como los indios no tenían una medida clara de los plazos,incumplían en los vencimientos y el mercader se cobraba en especie ----gene-ralmente animales---- lo que se le venía en gana.37 Otras transaccioneseran aún peores:

una vez compró un mexicano á un indio, á crédito, una oveja, y después dematarla, la pagó con la cabeza, las tripas y la piel. Otro la hizo mejor. Pagósu borrego en la misma moneda, y ‘‘habló tan bien’’ que el indio se conten-tó con quedar debiéndole todavía, como resultado final de la transacción.Otro mexicano indujo a un indio a que le vendiera once reses que era casitodo el ganado que poseía. Convínose que el mexicano pagaría dos vacaspor cada buey, pero como no llevaba vacas, dejó en prenda su caballo ensi-llado, y el indio sigue aguardando las vacas. Cuando le expresé mi sorpresapor la facilidad con que había sido engañado contestó que el mexicano¡‘‘hablaba tan bien!’’ Les halaga tanto oír su lengua en boca de un blanco,

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34 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 196.35 Cfr. ibidem, vol. I, pp.180-181.36 Cfr. ibidem, vol. I, p. 281.37 Cfr. ibidem, vol. I, p. 404.

que desatienden toda precaución y quedan completamente á merced de losbribones que se aprovechan de tanta debilidad.38

Los casos anteriores, de la zona tarahumara, eran comparables a losde otras regiones indias. En todas partes, astutos mestizos timaban a los in-dios en el juego y los despojaban de su dinero, animales o tierras, si biencon mayor frecuencia recurrían al poder embrutecedor del alcohol.39

Cuenta Lumholtz, como testigo presencial, que al tercer día de la fiestadel jículi,40 en Rancho Hediondo, en el área huichola de Jalisco, cuandotodos los indios ya estaban en plena borrachera, ‘‘algunos [mexicanos]llegaron de Bolaños, Jalisco, con un barril de sotol é hicieron un magnífi-co negocio... [A los indios] los derribó el aguardiente con tal prisa que nopudieron terminar la fiesta debidamente’’.41

Aparte estaban los maleantes de oficio, como el ladrón Pedro Chapa-rro, del poblado serrano de Calavera, Chihuahua, quien ‘‘no limitaba susfechorías á los mexicanos, sino que las practicaba con los indios mismossiempre que había oportunidad para hacerlo’’.42 Y junto a ellos había aventu-reros que armaban broncas o violaban mujeres en medio de las festividadesde los indios.43

La sostenida rapiña mestiza tenía como resultado adicional la corrup-ción de las costumbres indias. El autor acota, por ejemplo, que las autori-dades indias aprendían el sistema de sobornos de los mestizos44 y que nofaltaban indios que se coludían con los blancos para cometer latrocinios.45

Los casos de tierras usurpadas por los mexicanos eran igualmente nu-merosos. Lumholtz señala que los ‘‘vecinos’’ se habían apropiado de granparte de las tierras de los tarahumaras en Temosachic46 y Guachóchic.47 Alos tepehuanos no les iba mejor.48 ‘‘Los tepehuanes de los alrededores de

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38 Ibidem, vol. I, p. 405.39 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 406 y 412.40 En esta fiesta, los indios ----sobre todo coras y huicholes---- ingerían jículi, es decir, peyote, el

cacto sagrado, que por sus propiedades alucinógenas y estimulantes los sumía en una especie de orgíamística.

41 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, p. 276. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y BonoLópez, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 116-118.

42 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 132.43 Cfr. ibidem, vol. I, p. 405.44 Cfr. ibidem, vol. II, p. 247.45 Cfr. ibidem, vol. II, p. 252.46 Cfr. ibidem, vol. I, p. 119.47 Cfr. ibidem, vol. I, p. 195.48 Cfr. ibidem, vol. I, p. 412.

Baborigame (Chihuahua) arriendan ahora frecuentemente sus tierras á losmexicanos por varios años, pero rara vez las recobran, porque los ‘veci-nos’ cuentan con la poderosa colaboración del mezcal’’.49 Y más al surtambién había presiones sobre los predios y pueblos de los huicholes50 yde los tarascos.51

Sin embargo, en cuestiones de tierras no todo era pérdida para los in-dios. El autor indica que la organización tradicional de tierras comunalespersistía, al menos entre los huicholes.52 También destaca que en generallos indios ‘‘hasta el presente, han resistido tenazmente á todo esfuerzo delgobierno mexicano’’ por dividirles las tierras.53

En ciertos lugares, grandes terrenos seguían en posesión de los in-dios, por ejemplo, en Bocoyna, Chihuahua.54 En Mesa del Nayar, Nayarit,una veintena de mexicanos pobres sin casa propia arrendaban tierras delos coras,55 y sobre el poblado de San Francisco, Nayarit, el noruego co-menta entusiasmado: ‘‘tuve allí la complacencia de ver á mexicanos po-bres de otras regiones del país, trabajando en los campos de los coras, queles pagaban el acostumbrado jornal de veinticinco centavos’’;56 aunque acla-ra que ese espectáculo fue el primero y último que vio en todo México...

Al despojo se sumaban a veces las agresiones físicas. Los coras delcitado pueblo de Mesa del Nayar, escribe, ‘‘hará apenas unos cuarentaaños, eran conducidos á la iglesia sólo a fuerza de latigazos’’.57

En derredor de todo esto se cernía toda una cultura mestiza de pro-fundo desprecio hacia los indios. En varias ocasiones, Lumholtz explicaque los indios ocultaban sus creencias religiosas paganas por temor a quelos mexicanos los ridiculizaran.58 Los arrieros mestizos que acompañabanal autor en San Francisco, Nayarit, consideraban a los huicholes ‘‘malos yasesinos’’.59

En la ciudad de Tepic, de acuerdo con Lumholtz, había un reglamen-to muy sugerente: por motivos de ‘‘decencia’’ ----decencia a la mestiza, desde

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49 Ibidem, vol. I, p. 420.50 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 111, 151-152 y 179.51 Cfr. ibidem, vol. II, p. 353.52 Cfr. ibidem, vol. II, p. 261.53 Ibidem, vol. II, p. 251.54 Cfr. ibidem, vol. I, p. 134.55 Cfr. ibidem, vol. I, p. 490.56 Ibidem, vol. I, p. 496.57 Ibidem, vol. I, p. 490.58 Cfr. ibidem, vol. I, p. 414, y vol. II, p. 123.59 Ibidem, vol. I, p. 515.

luego---- era obligatorio el uso del pantalón, prenda por lo general jamásusada por indios o jornaleros pobres. Un gesto de benevolencia mitigabala dureza de esta ley: una vez que entraban al poblado, los indios teníanun día de plazo para comprar o alquilar pantalones, como los mestizos.60

Quizá el ejemplo más pintoresco de este desprecio lo da la anécdotasobre la entrevista del autor con el hombre más rico del pueblo de Toná-chic, Chihuahua, un mexicano: ‘‘habiéndole yo dicho que me simpatiza-ban los tarahumares, me contestó: ‘pues lléveselos a todos, uno por uno’.Lo único que le interesaba de los indios eran sus tierras, de las cuales sehabía apropiado ya una buena porción’’.61

3. La reacción de los indios

La primera respuesta de los indios al acoso de los mexicanos era ladesconfianza. Siempre que Lumholtz establecía los primeros contactoscon las distintas etnias ‘‘los nativos me hacían persistente oposición’’,cuenta en el prefacio, ‘‘son muy desconfiados de los blancos, lo que no esextraño, pues poco les han dejado que perder’’.62

En San Sebastián, Jalisco, los huicholes ‘‘miran con desconfianza álos blancos y nunca les permiten que duren allí mucho’’.63 En Capácuaro,Lumholtz se vio en el más peligroso trance de su viaje, cuando los taras-cos del lugar, armados de escopetas, le prohibieron tomar fotografías y loexpulsaron. Como cortesía mínima iban a permitirle pasar la noche en elpueblo, dado que ya era tarde, pero las mujeres, todavía más desconfia-das, ‘‘no consintieron en esto’’.64

Hasta Ángel, un indio mexicanizado de Jalisco que resultó uno de susguías más fieles, recelaba de Lumholtz. A pesar de la buena relación quetenían, Ángel le decía: ‘‘supongo que algún día, con ayuda de todo lo quese lleva, se apoderará de los pueblos y caminos de nuestra tierra. Usté hatomado notas de todo, me parece a mí’’.65

Contrasta esta actitud con la del resto de los mexicanos. En los pue-blos mestizo-criollos de Sonora, por ejemplo, siempre se le hacía ‘‘un

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60 Cfr. ibidem, vol. II, p. 286.61 Ibidem, vol. I, p. 227.62 Ibidem, vol. I, p. XV.63 Ibidem, vol. II, p. 259.64 Ibidem, vol. II, pp. 424-427.65 Ibidem, vol. II, p. 454.

cordial recibimiento’’,66 cosa que jamás le ocurrió en ningún poblado in-dio de la República entera.

El temor de los indios se combinaba con un sentimiento de despreciohacia los mestizos, espejo fiel del desprecio de éstos hacia aquellos. Labarba, característica genética de los blancos y no de los indios, les resul-taba repugnante. Describe el autor las ideas de los tarahumaras sobre elparticular:

es raro que les salga barba, y si alguna les aparece, se la arrancan. Siemprerepresentan al diablo con barba, y llaman irrisoriamente á los mexicanosshabótshi, ‘‘los barbones.’’ pesar de que les gusta mucho el tabaco, no qui-so aceptar un indio el que yo le daba, temiendo que al recibirlo de un blan-co le fuera á salir barba.67

Los indios detestaban parecerse a los mexicanos. Entre los coras, porejemplo, había algunos que tenían barba; sin embargo, ‘‘todos insisten enque no se han mezclado con los mexicanos’’.68 Resulta cómica y signifi-cativa la treta que empleó Lumholtz para tomar una fotografía de los co-ras de Mesa del Nayar:

así pues, cuando algunos de los principales consintieron en dejarse fotogra-fiar, les pedí, con el propósito de obtener imágenes directas de su físico,que se quitasen la camisa, á lo cual se negaron; pero hiciéronlo inmediata-mente que les dije que con ellas parecerían ‘‘vecinos’’.69

En Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán), Jalisco, los indios, aunqueya mexicanizados, llamaban ‘‘coyotes’’ a los hacendados.70

El desprecio hacia los mexicanos se expresaba también con imágenesy buenas razones. En Guachóchic, los tarahumaras ‘‘atribuyen los malostiempos á la presencia de los blancos que los han privado de sus tierras yde su libertad, y creen que los dioses, irritados contra los blancos, se nie-gan á enviar la lluvia’’.71 En otras partes, los mismos indios atribuían el

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66 Ibidem, vol. I, p. 13.67 Ibidem, vol. I, pp. 232-233.68 Ibidem, vol. I, p. 479.69 Ibidem, vol. I, p. 486.70 Cfr. ibidem, vol. II, p. 323, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indíge-

nas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 67.71 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 198. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono

López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 76.

fenómeno a que ‘‘las locomotoras de los americanos están echando tantohumo que Tata Dios se ha enojado’’.72 Pero quizá el caso más ilustrativosea la leyenda cora sobre su dios principal, Chulavete, la Estrella de laMañana (Venus). Esta leyenda narraba que los ‘‘vecinos’’ le habían toma-do afición a Chulavete, un pobre indio, y comenzaron a invitarlo a comer.Él asistía a los convites vestido elegantemente como mestizo. Cuando in-tentó ir con su vestimenta india, los ‘‘vecinos’’ lo desconocieron y lo insulta-ron diciéndole ‘‘indio puerco’’. Al día siguiente regresó con apariencia devecino (incluida la barba), y fue admitido; pero en la mesa, ante el sustode sus hipócritas anfitriones, desmenuzó el pan sobre su ropa y vertió enella toda la comida. Indignado, Chulavete explicó que hacía eso porqueera el vestido lo que ellos apreciaban en él, pero que como indio lo humi-llaban. Y dejándolos plantados se fue de la casa.73

Al margen de la reacción en el plano simbólico, los indios practica-ban una especie de apartheid en el estricto sentido sudafricano del térmi-no hasta donde sus medios se los permitían. Cuando podían, impedían olimitaban el acceso de los forasteros a sus pueblos: en Pueblo Viejo, Du-rango, por ejemplo, los nahuas toleraban la presencia de los tepehuanosque llegaban huyendo del avance de los blancos, e incluso les permitíanmezclarse con ellos, pero a los mestizos no los dejaban vivir en los confi-nes del pueblo.74 Cuando no había forma de evitarlo, eran los indios loque se alejaban, como los tarahumaras de la región de la Barranca delCobre: ‘‘muchas cuevas, hasta donde recuerdan los habitantes de las cer-canías, han estado permanentemente abandonadas, debido a la ocupaciónde las tierras por los mexicanos, pues los indios no gustan vivir cerca delos blancos’’.75

Más aún, era frecuente el rechazo a los matrimonios interétnicos. Enlos territorios de predominio indio, Lumholtz casi no reporta la presenciade familias mezcladas. Sobre los tarahumaras de Nonoava, Chihuahua, elautor comenta:

las mujeres de allí se resisten á unirse con hombres de otra raza, y hastahace muy poco no se quería a los niños que resultaban de color más claro.Madres ha habido en este particular que unten de grasa á sus hijos y los

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72 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 328.73 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 498-499.74 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 460-461.75 Ibidem, vol. I, p. 166.

pongan al sol para que se les oscurezca la piel. En opinión general de latribu, los cruzamientos de castas producen gente mala que ‘‘algún día sepeleará en las fiestas.’’ Se refieren casos en que las mujeres hayan dejadoen los bosques, para que perezcan, á sus hijos mestizos, y á menudo los dan enadopción á los mexicanos. En los distritos exteriores, sin embargo, se hanmexicanizado mucho los indios, y tienen frecuentemente alianzas con losblancos.76

Por otra parte, los indios no se encontraban indefensos ante las agre-siones de ‘‘la civilización’’. Sus sistemas tradicionales de organizaciónlos proveían de mecanismos de justicia relativamente eficientes. Es muypintoresca la descripción que Lumholtz ofrece de un juicio llevado a cabopor los tarahumaras de Cusárare, para resolver un adulterio.77 El veredictode los jueces y unos cuantos azotes bastaron para reintegrar al marido fu-gado a su vieja familia y encontrarle acomodo a la mujer adúltera. Y enocasiones, lo que funcionaba bien entre los indios también era eficaz conlos mestizos.

El autor informa de que, haciéndose justicia por su propia mano, losindios mataron a Teodoro Palma, un bandido chihuahuense.78 ‘‘Si los ru-mores que corrían acerca de él eran fundados, merecía ciertamente esasuerte’’, expresa.79 A veces, los tarahumaras lograban capturar a aventure-ros que irrumpían en sus fiestas; los llevaban a las autoridades y los obli-gaban a pagar los gastos de otra fiesta más.80

Entre los tepehuanes de Lajas, Durango, la estructura de autoridad in-dia era en extremo rigurosa.81 Controlaba con mano dura los matrimoniosy los asuntos amorosos, vigilaba con celo la presencia de forasteros y rá-pidamente castigaba cualquier intento de robo o asesinato. Una anécdotasobre el robo de tres reses del escribano local dibuja muy bien cómo seimpartía justicia en el lugar:

cogieron á dos tepehuanes acompañados de un ‘‘vecino,’’ que era el cóm-plice que los había inducido á cometer el delito. El blanco recibió, al puntocomo hubo llegado al pueblo, veinticinco azotes, y fue sometido por doshoras á la torturadora agonía de tener al mismo tiempo, metidos en el cepo,

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76 Ibidem, vol. I, p. 407.77 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 137-141.78 Cfr. ibidem, vol. I, p. 402.79 Ibidem, vol. I, p. 403.80 Cfr. ibidem, vol. I, p. 405.81 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 451-453.

la cabeza y los pies. Al otro día le aplicaron diez azotes; al siguiente, cinco,y ocho días más tarde lo llevaron á Durango. En cuanto á los dos indios suscómplices, que eran padre é hijo, fueron asímismo puestos en cepos, y es-tuvieron dos semanas recibiendo, cada cual, cuatro azotes diarios y muyescaso alimento, además de lo cual los privaron de sus cobijas.82

Con los huicholes, la cosa no era muy distinta. En el pueblo de SanAndrés Coamiata, Nayarit, Lumholtz atestiguó el siguiente episodio:

la monotonía de las aguas fue interrumpida un día por la captura de dos‘‘vecinos’’ que habían ensanchado sus ranchos á costa del territorio hui-chol. Las autoridades nativas les ordenaron que devolviesen la tierra usur-pada, y como los cautivos se negaron á hacerlo, al punto se les puso presos,dejándolos varios días sin recibir, oficialmente, ningún alimento, pues enopinión de los indios, no constituye la cautividad un castigo, si no vaacompañado del hambre. Los indios pueden resistir á grandes privaciones,habiendo habido casos en que á tal grado se les hayan reducido las fuerzas,que al ponerlos en libertad, sólo pueden caminar á gatas. Los dos mexica-nos de cuya aprehensión hablo, se salvaron de morir de inanición por labondad de Don Zeferino [un escribano y maestro mestizo que vivía en SanAndrés], que les mandaba algo de comer; pero las exigencias del estómagovencieron al fin su resistencia y acabaron por prometer que se retirarían delrancho dejando en garantía una mula valuada en diez y ocho pesos. Nodeja de ser satisfactorio el que los indios logren alguna vez, por excepción,imponerse á sus ‘‘vecinos’’.83

Finalmente, existía para los indios el recurso de la violencia socialcomo defensa ante el embate mexicano. El relato no menciona caso algu-no, pero por indicios se desprende que no era un mecanismo raro. Porejemplo, al salir de San Francisco, Nayarit, Lumholtz recibió a un mensa-jero de las autoridades gubernamentales de Jesús María advirtiéndole deun levantamiento huichol.84 Sus arrieros mestizos, al oír semejante cosa,se negaron a ensillar y le propusieron regresar. La advertencia al final decuentas resultó sin fundamento, pero llama la atención la credibilidad queuna noticia como ésa podía tener. Igualmente, el autor menciona un cona-

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82 Ibidem, vol. I, p. 453.83 Ibidem, vol. II, pp. 60-61.84 Cfr. ibidem, vol. I, p. 515.

to de motín tarahumara en Norogachic, Chihuahua, que el hábil presiden-te municipal pudo aplacar.85

En todo caso, hubo un largo capítulo de defensa armada india que sibien Lumholtz no presenció, sí pudo recoger a través del amplio rastro desangre que dejó: la guerra apache.

4. La reacción radical: el recuerdo de los apaches

El noruego nunca vio durante sus expediciones por México a un soloapache; sin embargo, menciona a estos indios docenas de veces. ¿Porqué? Porque aún había algunas partidas de guerreros apaches y, sobretodo, porque la memoria colectiva de la cruenta lucha contra ellos estabavivísima. Tal vez el noruego nunca los vio, pero se previno contra ellos:

la porción más septentrional de la Sierra Madre del Norte ha permanecidodesde tiempo inmemorial bajo el dominio de las tribus salvajes de apaches,que han estado siempre contra todos, y todos contra ellos. Hasta que el Ge-neral Crook, en 1883, no redujo á esos peligrosos nómades á la sumisión,no fué posible hacer allí investigaciones científicas; y quedan, de hecho,todavía pequeñas bandas de ‘‘hombres de los bosques’’; por lo que mi co-mitiva tenía que ser suficientemente fuerte para afrontar cualquiera dificul-tad con ellos.86

Con frecuencia, el explorador encontró rastros de estos indios ----ve-redas, monumentos, etcétera87---- y escuchó los relatos de sus masacres enChihuahua y Sonora.88 En una ocasión halló latas vacías con la marca‘‘Fort Bowie’’, basura de los soldados gringos del general Crook que entierra mexicana habían perseguido años atrás a los feroces indios.89 Apar-te, apunta las noticias de las tropelías cometidas por ellos mientras él es-tuvo en México, como el asesinato de un colono mormón90 o el de otrosdos gringos cerca de Casas Grandes.91

Dos detalles nos alertan sobre la intensidad de lo que fue la lucha deestos indios. El primero es el terror que despertaba su mero nombre entre

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85 Cfr. ibidem, vol. I, p. 204.86 Ibidem, vol. I, p. XI.87 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 31, 39 , 51 y 108.88 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 6 y 110, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos

indígenas y Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 572-573.89 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 40.90 Cfr. ibidem, vol. I, p. 26, nota al pie.91 Cfr. ibidem, vol. I, p. 79.

mestizos e indios de una amplísima zona.92 Los habitantes del noreste deSonora desconocían la sierra; no se atrevían a entrar a ella por miedo alos apaches.93 A su vez, los propios tarahumaras del área de la Barrancadel Cobre los recordaban como enemigos temibles.94 El peyote, por ejem-plo, cuyos poderes estimulantes ----y ante todo sagrados---- daban a los ta-rahumaras fuerza suficiente para enfrentar a ladrones, hechiceros y otra‘‘gente mala’’ y peligrosa, era útil, naturalmente, también contra ellos.95

‘‘El hombre que lo lleva [el peyote] bajo su ceñidor, puede estar segurode que no lo morderán los osos... y si los apaches lo encontrasen, no po-drían dispararles sus rifles’’.96

El segundo detalle es el tipo de métodos usados en la guerra apache.Lumholtz recopila una serie de recuerdos por los que se puede deducir sinla menor dificultad que todo recurso era válido para apaciguar a esos in-dios. Un viejo de Fronteras, Sonora, le relató al autor una celada que losmexicanos tendieron una vez a un grupo de apaches:97 ante un ataque,los mexicanos solicitaron paz, que los apaches concedieron. ‘‘Siguióseun festín de conciliación durante el cual corrió en abundancia el mez-cal... Cuando los apaches estuvieron ebrios, sus anfitriones cayeron so-bre ellos capturando a siete hombres’’; después los ejecutaron. La trai-ción, como puede verse, no era una vía vergonzosa para vencerlos.

Todavía más escalofriante e ilustrativo es el caso de las recompensas:

dicha tribu se había convertido en tan grande calamidad, que el Goberna-dor de Chihuahua obtuvo de la Legislatura un decreto por el cual se ponía áprecio la cabeza de los apaches; pero pronto tuvo que revocarse esta dispo-sición, en vista de que los mexicanos, ávidos de obtener la recompensa, sedieron a matar pacíficos Tarahumares, á quienes les arrancaban la cabellerajuntamente con la piel de la cabeza, todo lo cual, por supuesto, era muydifícil probar que no pertenecía á los apaches.98

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92 Lumholtz dice que los apaches habían tenido bajo su dominio toda la parte norte de la sierra,hasta doscientas cincuenta millas ----cuatrocientos kilómetros---- al sur de la frontera. Sin embargo, sucálculo parece conservador según sus propios datos. Los testimonios de los siguientes párrafos pro-vienen de tarahumaras que vivían a más de quinientos kilómetros de la frontera.

93 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, pp. 23-25.94 Cfr. ibidem, vol. I, p. 220.95 Cfr. ibidem, vol. I, p. 365.96 Ibidem, vol. I, p. 353.97 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 6-7.98 Ibidem, vol. I, p. 25. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y

Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 388-389.

Es claro que la guerra apache no tuvo la misma fama de sublevaciónjusticiera que tuvieron y todavía tienen algunos otros episodios de resis-tencia india armada en nuestro país. Lumholtz no les concede nada a losapaches en su texto. Pero en nuestros días podemos admitir que, inde-pendientemente de su fama, esta guerra tuvo indudables rasgos de movi-miento de resistencia ante el embate mexicano (y gringo).

5. La vía institucional

¿En qué medida podían los indios acudir a las instituciones para de-fender su integridad étnica? La pregunta es pertinente para la historia tan-to como lo es para la vida actual.

En la visión de Lumholtz, el gobierno jugaba un papel importante enel conflicto entre mexicanos e indios. Unas veces como árbitro y comogarante de los derechos establecidos por las leyes de la República; otrasveces, quizá las más, como el gran ausente, a la manera de Godot, en lafamosa obra de Becket.

Para hablar de este papel del gobierno, es necesario reconocer antetodo que el prestigio de la administración de Porfirio Díaz alcanzaba a losgrupos indios, a veces hasta grados que revelan una relación de profundopaternalismo, de acuerdo con el texto en cuestión.

En diversas ocasiones menciona el autor cómo el dar a conocer queestaba recomendando por el presidente Díaz o los gobernadores de los es-tados le facilitó la cooperación de los indios.99 Por cierto, el apoyo de lasautoridades eclesiásticas llegó a servirle de igual manera.100

En Navogame, Chihuahua, el gobernador tepehuano se negaba a per-mitir el acceso de Lumholtz. Sin embargo, gracias a la intervención de unjuez mexicano que vio las cartas de recomendación del gobierno, el no-ruego pudo lograr su objetivo:

el juez mexicano, que estaba de mi parte, cuando hubo leído mis cartas delGobierno, convenció á los presentes con un discurso á que obedecieran álas autoridades. Pronto comprendieron los tepehuanes la fuerza de sus ar-gumentos, y el agitador tuvo que irse derrotado, siendo el resultado de todoque los indios me expresaran pena de no haberse reunido en mayor númeropara que los fotografiara y que si tal era mi deseo mandarían llamar á otrosindividuos de su tribu.101

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99 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 53-54 y 144.100 Cfr. ibidem, vol. II, p. 74.101 Ibidem, vol. I, p. 417.

En Jesús María, Nayarit, los coras se reunieron para escuchar la lec-tura de las cartas que traía Lumholtz. Atendieron sus peticiones en cuantoa guías y provisiones, pero cuando se trató de conocer la intimidad reli-giosa de los indios hubo ciertas resistencias:

mi deseo de ver los sepulcros fue mal recibido; pero pronto me enviaron elmédico sacerdotal que llegó á poco á la casa de la comunidad, y sin haber-me visto, dijo á las autoridades [indias] que ‘‘era muy conveniente contar áese hombre todo lo relativo á las antiguas creencias, para que el Gobiernolo supiera’’.102

La devoción que las autoridades, y en especial Porfirio Díaz, inspira-ban entre los indios puede parecer por momentos enternecedora. De lostepehuanes de Pueblo Viejo, Durango, escribe el autor que realizaron unavez un ayuno ritual de dos meses ‘‘para ayudar á que el general PorfirioDíaz saliera electo Presidente de la República, y me contaron que prontoiban a sujetarse á privaciones análogas para lograr que continuaran en suspuestos otros funcionarios que les eran benéficos’’.103 Sobra decir que sussacrificios tuvieron el efecto deseado...

Lumholtz llega a afirmar que el nombre de Porfirio Díaz ‘‘equivale aun conjuro’’.104 Y cuando en diciembre de 1896 se entrevistó con el presi-dente en la ciudad de México, le agradeció el favor de su carta de reco-mendación:

le dije cuán importantes servicios me había prestado la carta que bondado-samente me había dado, y cómo, aun donde los indios no sabían leer, que-daban convencidos de la autenticidad de mi salvoconducto con sólo tocarel papel y mirar el sello. Nunca, por supuesto, se habían penetrado del ob-jeto de mi visita, pero el documento había llenado su objeto por la palabraimportante que ocurría en una de las frases, pues siempre les llamaba laatención y me abría camino á su confianza.105

La respuesta que le dio Díaz en dicha entrevista concuerda de algúnmodo con esa relación paternal que de acuerdo con los apuntes de Lum-holtz sentían los indios:

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102 Ibidem, vol. I, p. 491.103 Ibidem, vol. I, pp. 467-468.104 Ibidem, vol. I, p. 217. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y

Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 486.105 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, p. 445.

los indios son buenos si uno les explica las cosas, pero los han burlado yengañado tanto que se han vuelto desconfiados. Durante la intervenciónfrancesa, casi todos los soldados del partido liberal eran indios y prestaronlos más grandes servicios para la salvación del país.106

Sin embargo, una cosa era el respeto que sentían los indios por losmás altos funcionarios de la República y otra el trato que recibían delconjunto de la estructura gubernamental. El antropólogo se percató deque las buenas intenciones no bastaban:

las autoridades mexicanas, dicho sea en honor suyo, hacen cuanto está ensu poder para proteger á los indios; pero el Gobierno es prácticamente im-potente para cuidar de la población esparcida en remotos distritos. Por otraparte, los indígenas más expuestos á caer en las garras de especuladores sinconciencia, no pueden darse á entender en la lengua oficial, y consideraninútil, por lo mismo, acudir á las autoridades. Conforme la liberal constitu-ción de México, son ciudadanos todos los naturales, pero los indios no sa-ben hacer valer sus derechos. Á veces, sin embargo, [los tarahumaras] hanido en considerables cuadrillas á Chihuahua para presentar sus quejas, ysiempre se les ha ayudado, si ha habido lugar. Los esfuerzos del Gobiernopara ilustrar á los naturales estableciendo escuelas, se frustran por la faltade maestros inteligentes y de buena voluntad que conozcan las lenguas in-dígenas.107

Eso sí, cuando el gobierno necesitaba reclutas, recurría a los indios,como lo sugería el propio Díaz y como lo menciona el autor:

los tarahumaras han sido soldados sobresalientes en las filas del ejército.En una de las guerras civiles, un jefe llamado Jesús Larrea, tarahumarapuro de Nonoava (Chih.), se distinguió mucho no sólo por su bravura yresolución, sino también por sus aptitudes de mando.108

La lejanía institucional no era exclusiva del gobierno. La Iglesia, porejemplo, también la mostraba. Entre los tarahumaras sólo vivía un sacer-dote, quien residía en el poblado de Norogáchic.109 Apenas lograba reunir

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106 Idem.107 Ibidem, vol. I, p. 408.108 Ibidem, vol. I, p. 407.109 Cfr. ibidem, vol. I, p. 200, y Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas

y Estado nacional en México en el siglo XIX, p. 616, nota 272.

este padre a un millar de feligreses indios para alguna festividad, perocomo normalmente se embriagaban antes de la celebración, pocas vecesestaban en condiciones de ir al templo el verdadero día de fiesta.110 JesúsMaría, poblado cora, tenía un majestuoso convento colonial, pero carecíade cura.111 Y entre los huicholes, las esporádicas visitas de los sacerdoteseran ineficaces para erradicar la idolatría.112

Al Estado, aunque fuera lejano y ajeno, se tenía que recurrir en buscade soluciones a problemas graves, sobre todo de justicia. En algunos casosse obtenía éxito. Por ejemplo, los procedimientos judiciales mixtos, esdecir, manejados por indios y jueces estatales, funcionaban entre tepehua-nos113 y huicholes.114 Pero, en otros casos, las cosas no marchaban bien.

Los tarahumaras de Guajóchic, Chihuahua, conservaban recuerdosfrescos sobre el mal funcionamiento de la justicia estatal.115 En una oca-sión capturaron a cuatro ladrones que luego llevaron a un tribunal del es-tado. A partir de ese momento fueron importunados durante semanas paraque declararan como testigos en Cusihuriáchic, a más de cien kilómetrosde intrincados caminos a través de la sierra. Agrega Lumholtz que dichosindios ‘‘estaban arrepentidos de no haber matado á los malhechores, yaun hubiera sido mejor, decían, dejarlos que siguieran robando’’.116

De los tepehuanos de Pueblo Viejo, Durango, recoge el autor la tristeanécdota sobre una comisión que enviaron a la ciudad de México paraarreglar una disputa de tierras. ‘‘Estuviéronse en la capital once días yfueron bien recibidos en el Ministerio de Fomento; pero se les acabó eldinero antes de terminarse los asuntos que les llevaban y tuvieron que re-gresar sin haber conseguido cosa alguna’’.117

Dos tipos de episodios adicionales narrados por el explorador señalanque muchos indios estaban decepcionados de las formas tradicionales deacercarse al Estado. En primer lugar están los dos pintorescos casos enque, habiendo visto al autor tan bien relacionado con el presidente Díaz,le pidieron su intercesión. Al despedirse de Lumholtz, el alcalde cora deSanta Teresa, Nayarit,

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110 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. 201.111 Cfr. ibidem, vol. I, p. 490.112 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 138 y 160.113 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 452-453.114 Cfr. ibidem, vol. II, p. 245.115 Cfr. ibidem, vol. I, p. 217.116 Ibidem, vol. I, p. 218.117 Ibidem, vol. I, pp. 461-462.

me rogó que no me olvidase de los coras cuando viese á la primera autori-dad de Tepic, y que consiguiera del Gobierno mexicano que los dejasenconservar sus antiguas costumbres que habían sabido les querían prohibir.Tal temor carecía de fundamento. También me suplicó que empleara miinfluencia para impedir que en las cercanías se establezcan blancos ansio-sos de apoderarse de las grandes selvas.118

En el pueblo de Ratontita, los huicholes hicieron el mismo intento,pero no pudieron llevarlo a efecto del todo:

les vino la idea de que los ayudase en sus dificultades de tierras, y enviaronpor su escribano que vivía á dos días de distancia en el mineral de Bolaños[Jalisco]. Pretendían que yo le escribiese una carta al Presidente de la Re-pública pidiéndole que no permitiese que les dividieran individualmente lastierras, y deseaban al escribano para que se cerciorara de que yo cumplíabien el encargo; pero como afortunadamente no llegó á Ratontita mientrasestuve allí, y mi guía, que iba á tener intervención en la carta, se embriagópronto, permaneciendo en tan feliz condición todo el tiempo que duró lafiesta, me salvé del delicado compromiso en que me hubieran puesto.119

De todos modos, Lumholtz no se olvidó de comunicar ambas peticio-nes a Porfirio Díaz durante su tercera entrevista con el mandatario, y éstedijo que les escribiría a los indios.120

En segundo lugar están los casos de justicia autónoma de los tarahu-maras. Según el libro, preferían muchas veces ejecutar por cuenta pro-pia a ladrones mexicanos en vez de entregarlos a las autoridades de Chi-huahua.121

Esto ya es signo de que no todo era cordialidad en la relación de losindios con el Estado. Y el noruego tuvo tres oportunidades de atestiguarlo.En el censo de 1895, doscientos huicholes ignoraron con toda frescura laorden gubernamental de presentarse en San Andrés.122 Y más tarde, enCapácuaro, Michoacán, ni su arenga, ni la carta de recomendación del go-bernador del estado, ni la carta del propio Porfirio Díaz disuadieron a los

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118 Ibidem, vol. I, p. 483. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas yEstado nacional en México en el siglo XIX, p. 171.

119 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, pp. 260-261.120 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 445-446.121 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 175 y 217.122 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 98-99.

tarascos locales de expulsar a Lumholtz de sus tierras.123 Y es que exis-tían límites para la influencia dorada de las autoridades...

Finalmente es revelador de profundos recelos muchas veces ocultosel acre comentario de uno de los indios de Pueblo Viejo, Durango, cuan-do Lumholtz llegó y les explicó el motivo de su exploración:

en una reunión que tuve con ellos llevado de mi deseo de agradarles, díjelesque el gobierno mexicano tenía mucho interés en saber si se desarrollaban enpoblación ó estaban próximos á acabar, á lo que el más ladino repuso riendo:‘‘¡por supuesto que quieren saber cuando podrán acabar con nosotros!’’.124

6. Los indios divididos

Diversos y no raros detalles expuestos por el autor nos describen unmundo indio profundamente dividido. Ciertamente los indios eran vícti-mas de los mexicanos, pero lo eran en buena medida por la falta de cohe-sión étnica. Su falta de unión los volvía mucho más vulnerables a lasagresiones mexicanas. Y por lo demás, los indios eran también víctimasde otros indios.

En un primer nivel, estas divisiones se daban entre etnias. Algunosapelativos poco gratos podrían haber sido signo de desprecio de unos ha-cia otros. Los tarahumaras llamaban saeló, ‘‘campamochas’’, a los tepe-huanos,125 y los huicholes denominaban hashi, ‘‘cocodrilos’’, a los coras,a quienes menospreciaban.126 A su vez, los coras se preciaban de no mez-clarse con mexicanos ni con tepehuanos.127 Entre los tepehuanos de Lajasy los tepehuanos y nahuas de Pueblo Viejo, en Durango, había ‘‘rencillacon motivo de ciertas tierras’’.128 En Chihuahua, el explorador escuchó delos propios indios viejas narraciones sobre luchas entre tubares y tepehua-nos,129 y entre tubares y tarahumaras.130

Más patéticas aún eran las divisiones en el interior de un mismo gru-po. En primer término había diferencias económicas. En varias partes dellibro encontramos la mención de indios ----tarahumaras, huicholes, taras-

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123 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 426-427.124 Ibidem, vol. I, p. 461.125 Cfr. ibidem, vol. I, p. 414.126 Cfr. ibidem, vol. I, p. 480.127 Cfr. ibidem, vol. I, p. 479.128 Ibidem, vol. I, p. 459.129 Cfr. ibidem, vol. I, p. 428.130 Cfr. ibidem, vol. I, p. 432.

cos y nahuas---- ricos, algunos de los cuales eran dueños de centenares decabezas de ganado o de caudales de cientos y miles de pesos.131 La pobre-za estaba naturalmente más generalizada,132 pero aún así no dejan de sor-prender casos extremos como el de los mendigos tarahumaras que comíangusanos en Yoquivo, Chihuahua.133 Es decir, existían dentro de los gru-pos indios diferencias ----o si se prefiere, protodiferencias---- de clase.134

La solidaridad no se daba por etnia o raza, sino, apenas, por pueblo.Los huicholes de Santa Catarina, Nayarit, se consideraban superiores asus compatriotas, porque tenían el templo principal y la mayor parte delos sitios sagrados.135 Una riña entre los pueblos huicholes de Rancho He-diondo y Ratontita había conducido a un cisma religioso, porque los in-dios del primer pueblo fundaron un culto aparte y establecieron un templopropio, en vez de acudir al viejo templo del segundo.136 En la mismazona, al ver los enconos entre los huicholes de Ratontita y Santa Catarina,Lumholtz reflexiona:

mientras más tiempo pasaba yo con los indios, más palpablemente veía lapoca solidaridad que hay en la tribu. Á cada distrito interesan únicamentesus propios negocios, y le es indiferente la suerte de los demás. No seríaexcesivo asegurar que á ningún distrito le importaría un bledo que ‘‘los ve-cinos’’ se apoderaran del dominio de todo el resto de la tribu, con tal que lesdejasen intacto el suyo. Mucho menos se preocupa una tribu de lo queacontece fuera de sus límites.137

Y aun dentro de una misma comunidad no faltaban indios abusivosque tomaban ventaja de sus cargos de jueces e imponían ‘‘multas por tri-viales ó absurdas ofensas, para dividirse los productos’’.138

7. La mexicanización de los indios

Las reacciones de los indios frente a la hostilidad mexicana, tanto lasmeramente ideológicas como las más radicalmente violentas, no impe-

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131 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 169, 183-184, 210 y 262, y vol. II, pp. 64, 73, 329 y 381.132 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 248 y 251.133 Cfr. ibidem, vol. I, p. 180.134 Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenas y Estado nacional en

México en el siglo XIX, pp. 123-124.135 Cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. II, p. 152.136 Cfr. ibidem, vol. II, p. 269.137 Ibidem, vol. II, p. 261.138 Ibidem, vol. II, p. 247.

dían que el resultado más generalizado de esta lucha fuera la integraciónde estos pueblos ----a la mala, según Lumholtz---- en el proyecto mexicanode nación. La escasa defensa que podían recibir de las instituciones y supropia falta de unión facilitaban este fenómeno.

Como todo proceso, se desarrollaba en grados, dependiendo de etniasy poblados. En un primer nivel, eran simples rasgos culturales tradiciona-les prehispánicos o virreinales los que se perdían y se substituían por ras-gos mexicanos. Esto ocurría, por ejemplo, en el ámbito de los utensilioscotidianos: la incorporación de la vestimenta y el arado mestizos.139

Ni siquiera las prácticas religiosas quedaban a salvo de la penetraciónmexicana. En el poblado huichol de San Andrés, Nayarit, el autor loobservó:

es cosa peculiar que mientras otras fiestas de los huicholes no han recibidoninguna influencia de los blancos, las que celebran para solicitar la lluviase han enriquecido y modificado mucho bajo esa influencia. La matanza deuno o dos bueyes se considera hoy un sacrificio enteramente tan eficazcomo el matar ciervos, ardillas, pavos ó cualquiera otro animal, que antesacostumbrase la tribu. Se ha adoptado también el uso de velas, importadode igual manera por los católicos, y antes de cada una de dichas fiestas vainvariablemente a Mezquitic (Jal.) un hombre á fin de obtener este nuevorequisito...140

También entre los huicholes se perdía el papel de los shamans (cha-manes) en las celebraciones matrimoniales y tomaban su lugar los juecesnativos.141 Y hasta el peyote era desplazado por drogas más ‘‘modernas’’y más ‘‘mexicanas’’. Dice el autor sobre el uso del cacto entre los tepeca-nos de Mezquitic:

hasta hacía tres años, iban ellos mismos en busca de dicha planta, pero yaentonces la compraban á los huicholes, bien que algunas veces la sustitu-yen con una especie de cáñamo llamado mariguana ó rosa maría (Cannabissativa), terrible narcótico cuyas hojas acostumbran fumar en México loscriminales y otra gente depravada.142

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139 Cfr. ibidem, vol. I, p. 120.140 Ibidem, vol. II, p. 6.141 Cfr. ibidem, vol. II, p. 95.142 Ibidem, vol. II, pp. 123-124.

Junto a las costumbres, se ‘‘mexicanizaban’’ igualmente los indivi-duos, que por este mero hecho no ofrecían ‘‘grande interés á la ciencia’’del explorador.143 ¡Cuántos de estos indios dejan de ser mencionados enla obra de Lumholtz por este motivo! El autor sí habla en varias ocasionesde los indios que trabajaban para los rancheros mexicanos, tanto en gene-ral,144 como en pueblos específicos, por ejemplo en Guachóchic, Chihua-hua,145 Guadalupe y Calvo, Chihuahua146 y Zapotlán, Jalisco147 Su queri-do guía huichol, Pablo, sabía hablar bien el español porque habíatrabajado en los algodonales y siembras de maíz de la tierra caliente, fueraya de su zona étnica.148 ¿Era la necesidad económica la principal causa de la‘‘mexicanización’’ individual? Probablemente; pero también era importanteel simple trato frecuente con los mexicanos, e igualmente los casos de matri-monios con mexicanos, como en el caso de los tepehuanos de Durango yChihuahua.149

A lo largo de sus recorridos, el noruego conoció a infinidad de indioscuyo avanzado grado de mexicanización ----su manejo del español y de lascostumbres mercantiles mestizas---- le fue muy útil para llevar a cabo susinvestigaciones. Como meros ejemplos, podemos citar a Andrés Madrid,un tarahumara educado entre los mexicanos,150 y a Ángel, cuyo origen ét-nico no es aclarado en el libro, y que para el autor era casi el arquetipodel indio mexicanizado: ‘‘como ejemplar de indio civilizado que nuncahabía sabido su lengua nativa, era muy interesante’’.151 Le llamaban laatención sus vicios y virtudes: honrado, supersticioso, leal, católico since-ro, enamorado, perspicaz...152

Sin embargo, los datos más relevantes anotados por Lumholtz sobreel fenómeno no se refieren a la asimilación de individuos como Pablo oÁngel, o de poblados como Guachóchic, sino que hablan de la desapari-ción de las etnias como tales.

Su primer encuentro con la mexicanización total lo tuvo en Granadosy Guasabas, Sonora, con los ópatas:

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143 Cfr. ibidem, vol. I, p. 120.144 Cfr. ibidem, vol. I, p. 119.145 Cfr. ibidem, vol. I, p. 192.146 Cfr. ibidem, vol. I, p. 403.147 Cfr. ibidem, vol. I, p. 323.148 Cfr. ibidem, vol. II, p. 116.149 Cfr. ibidem, vol. I, p. 414.150 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 215-216.151 Ibidem, vol. II, p. 451.152 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 451-455.

este territorio estuvo alguna vez en poder de la gran tribu de indios ópatas,que se han civilizado. Han perdido su lengua, religión y tradiciones; se vis-ten como los mexicanos, y no se distinguen en su apariencia de la clasetrabajadora de México, con la que se han mezclado por completo, debido ámatrimonios frecuentes entre unos y otros.153

Y varias veces más insiste en la entera asimilación de los ópatas a lavida mexicana.154

En Nóstic, cerca de Mezquitic, Jalisco, encontró un espectáculo dolo-roso para un apasionado de la pureza étnica: ‘‘la mayor parte de los indiosque residen allí son aztecas (mexicaneros) que han olvidado, desde hacelargo tiempo, su lengua nativa, y son indolentes y perezosos’’.155

Los tarahumaras, aunque numerosos, estaban en vías de desaparición:‘‘aunque todavía quedan de [esa etnia] como unas veinticinco mil almas,la mayoría ha adoptado la lengua, costumbres, religión y vestidos de losmexicanos’’.156 Y el propio antropólogo llegó a creer que terminaríancompletamente asimilados: ‘‘las futuras generaciones no encontraránotros recuerdos de los tarahumares, que los que logren recoger los cientí-ficos de hoy’’.157

Lo que alcanzó a ver de otros grupos indios le daba muchas razonespara pensar eso. Los indios de Zapotlán el Grande, Jalisco, estaban tanintegrados que el autor ni siquiera les atribuye su filiación étnica; sóloadvierte que alguna vez hablaron un dialecto náhuatl.158 Los tubares, deChihuahua, estaban al borde de la extinción: ‘‘no quedan ya arriba de dosdocenas de tubares legítimos, y sólo cinco ó seis de ellos saben su propialengua que tiene relación con el náhuatl’’.159 Y lo mismo ocurría con lostepecanos del norte de Jalisco:

según me informaron, los tepecanos tienen ahora solamente dos pueblos,de los cuales el más importante es Alquestán. Aunque los adultos hablantodavía su lengua materna, tan fácilmente como el español, los niños vanperdiendo rápidamente la primera debido á que residen en el pueblo mu-chos mexicanos.160

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153 Ibidem, vol. I, p. 11.154 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 56 y 410.155 Ibidem, vol. II, p. 120.156 Ibidem, vol. I, p. 119.157 Ibidem, vol. I, p. 410.158 Cfr. ibidem, vol. II, p. 320.159 Ibidem, vol. I, p. 432.160 Ibidem, vol. II, pp. 122-123.

Otros más sólo eran ya sombra de lo que fueron y apenas merecieronun somero comentario en la obra: ‘‘cerca de Morelia (Mich.) se puedenencontrar todavía restos de la tribu pirinda, pero ya no hablan su lenguanatal y se han mexicanizado por completo’’.161

¿Qué pasaba con los pueblos indios según la visión del autor? Desa-parecían más o menos lentamente. Al menos eso significaba la muerte desus idiomas, el rasgo de indentidad cultural por excelencia. Era, eso sí,una extinción desigual tanto en forma como en alcances. En muchos ca-sos, la mexicanización era parcial: solamente en algunos rasgos culturaleso sobre algunos individuos. Aparte, no parecía ser la coacción el mediofundamental para la asimilación, sino toda una serie de factores de pre-sión: violencia, recompensas, engaños y el peso mismo del dominio cul-tural mestizo.

De cualquier forma, la tendencia apuntaba hacia una meta: la total extin-ción de los indios como pueblos con identidad propia, fuera por la vía cultu-ral, como en la mayoría de los casos (tarahumaras, ópatas, tubares, tepeca-nos, etcétera); o bien por la guerra de exterminio, como en el caso de losapaches. Así lo vio Carl Lumholtz durante el Porfiriato: ‘‘en el rápido pro-greso actual de México, no se podrá impedir que esos pueblos primitivospronto desaparezcan fundiéndose en la gran nación á que pertenecen’’.162

IV. EL VALOR DE EL MÉXICO DESCONOCIDO

A modo de conclusión, debemos hacer la siguiente pregunta: ¿qué tanvaliosa puede ser la información que Lumholtz nos transimitió en El Mé-xico Desconocido, considerada como fuente historiográfica de las relacio-nes entre los indios y el proyecto mexicano de nación? Para esta preguntahace falta una compleja respuesta en varios niveles, que aquí trataremosde esbozar.

Antes que nada hay que procurar desentrañar las posiciones ideológi-cas que orientan los apuntes del autor, y en este sentido vemos tres ten-dencias claras. En primer lugar está la formación científica de Lumholtzque, más allá de su profesión de antropólogo, lo dotó de una serie de mar-cos conceptuales, discutibles o no, pero sólidos. El más evidente de éstoses tal vez su fe en la evolución y el progreso, a la manera esquemática en

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161 Ibidem, vol. II, p. 441. Cfr. Ferrer Muñoz, Manuel y Bono López, María, Pueblos indígenasy Estado nacional en México en el siglo XIX, pp. 518-520.

162 Lumholtz, Carl, El México Desconocido, vol. I, p. XVIII.

que se creía en ambas cosas en el siglo XIX. Esta fe, no del todo ciega,dirige sus pensamientos a lo largo del libro. Como ejemplo, nos podemosremitir a sus reflexiones finales:

poco difieren las razas en cuanto a facultades. En las atrasadas, lo que prin-cipalmente falta es energía y fuerza motriz. Sucede con las razas lo que conlos individuos; ambos tienen que pasar á través de una serie de etapas pro-gresivas: el salvajismo, en la infancia; la barbarie, en la juventud, y la civi-lización en la edad viril. Como el niño es el padre del hombre, así las cuali-dades características de las naciones más civilizadas se han desarrollado delas virtudes y vicios que tenía la tribu primitiva de que nacieron.163

En segundo lugar es palpable a través de las páginas de El MéxicoDesconocido la afinidad política en general con la ‘‘civilización’’, esto es,con los países capitalistas desarrollados de su tiempo, y en particular con elrégimen de Porfirio Díaz. Para el autor, no había tacha en la administraciónde este presidente; todo era admirable en él, hasta el grado de decir:

conoce su país y cuanto éste necesita, mejor que ningún otro mexicano, ylo ha gobernado cerca de un cuarto de siglo con juicio y rara sagacidad.Cómo ha reorganizado la república, engrandecido un estado y desarrolladouna nación, es asunto digno de la historia. El General Díaz no sólo es ungrande hombre de este continente, sino uno de los más grandes hombres denuestra época.164

La tercera tendencia que guió la pluma del escritor fue su vocación deetnógrafo, entendida esta vocación como una pasión entrañable que lo lle-naba de profunda simpatía por los indios y animadversión hacia todoaquello que consideraba enemigo de ellos. Si su amor y fascinación porlos indios ha de resumirse en una frase, ésta podría ser la siguiente: ‘‘mehan enseñado una nueva filosofía de la vida, pues su ignorancia está máscerca de la verdad que nuestras preocupaciones’’.165

Estas posiciones explican muchos giros y omisiones del relato. Enconcordancia con las tres posiciones anteriores podemos ver otras tantasseries de variantes de estos giros y omisiones. Primeramente, a raíz de sufe evolucionista y a pesar de toda la devoción que les profesaba, el autor

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163 Ibidem, vol. II, pp. 469-470.164 Ibidem, vol. II, p. 447.165 Ibidem, vol. II, p. 457.

ofrece una visión de los indios como seres inferiores. Por sólo referir unejemplo, mencionamos una cita referente a los tarahumaras:

en realidad, no sienten el dolor en el mismo grado que nosotros... la indife-rencia con la que se arrancaban los cabellos, tal como yo hubiera hecho conlas cerdas de un caballo, me convenció de que las razas inferiores son másinsensibles al dolor que el hombre civilizado.166

En este mismo punto podemos señalar su ya mencionado pronósticofallido sobre la desaparición de los grupos indios, resultado de su creen-cia en un progreso que llevaría una sola dirección hacia lo que él entendíacomo civilización. El noruego no concede ninguna oportunidad de triunfoa la resistencia india, ni prevé la posibilidad de cambio en las identidadesindias sin integración en esa civilización. En algún grado existía esa posi-bilidad, puesto que muchas de las etnias visitadas por el autor sobrevivenhasta nuestros días, pero buscarla en el libro sería en vano.

En segundo término se percibe la gran ausencia de crítica a la laborgubernamental. Afirma el autor que ‘‘la civilización, tal como les llega álos tarahumares, ningún beneficio les presta’’.167 Hay una gran verdad eneso, pero el autor nunca señala la responsabilidad de las autoridades me-xicanas en el problema. Esa ‘‘civilización’’ es un ente o impersonal, o de-pendiente del conjunto de la sociedad mestiza, pero en ningún caso el Es-tado aparece como protagonista en ella. Y si hablamos de puntos de vistatan generales como éste que se repite a lo largo de los dos volúmenes,podemos igualmente señalar datos concretos que ni siquiera son sugeri-dos en la obra; por ejemplo, el caso de las reiteradas revueltas de la últi-ma década del siglo pasado en los estados de Sonora y Chihuahua, justoen la ruta que él siguió. ¿No las vio? ¿No se enteró de ellas? ¿O es quedeliberadamente prefirió no mencionarlas? A lo más que llega es a referirque en enero de 1892, en la zona de Casas Grandes, Chihuahua, su expe-dición encontró ‘‘una partida de ocho revolucionarios de la Ascensión,entre quienes vi las caras de peor aspecto que he contemplado en mivida’’168 (siendo ‘‘revolucionarios’’, claro está, tenían que ser muy feos).Por suerte, no tuvo mayor contratiempo con esos revolucionarios.

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166 Ibidem, vol. I, pp. 237-238.167 Ibidem, vol. I, p. 403.168 Ibidem, vol. I, p. 99.

Una omisión sorprendente es la que ya señalábamos antes respecto ala sangrienta sublevación de Tomóchic. Existía infinidad de razones parahablar de ella: los más de trescientos muertos que costó (según el recuen-to oficial),169 la amplia difusión que ameritó en la prensa nacional e inter-nacional,170 lo cerca que pasó el autor de este poblado precisamente cuan-do se desarrollaba la insurrección171 y la información que obtuvo deprotagonistas de esta lucha, como el bandolero Pedro Chaparro.172 Sinembargo, Lumholtz no dice una sola palabra sobre el asunto y, como si elpueblo no existiera, ni siquiera menciona su nombre.

Ciertamente, sobre este aspecto hay que considerar cuidadosamentela deuda moral que Lumholtz tenía tanto con sus patrocinadores ----entrequienes se encontraban magnates gringos de la talla de Andrew Carnegie,J. Pierpoint Morgan, George W. Vanderbilt y William C. Whitney, entreotros muchos173---- como con Porfirio Díaz. Si bien carecemos de argu-mentos irrefutables para afirmarlo, creemos que este compromiso contuvo lamano del autor al escribir El México Desconocido, quizá porque estaba altanto de que iría a ser leído por hombres poderosos que simpatizaban conel dictador. Seguramente, de haber dado rienda suelta a su pluma, el autorno hubiera podido haber hecho sus dos viajes posteriores al libro, y éste nohubiera sido traducido al español antes de 1910. Si era sincero o no en sudefensa de Díaz, eso es de cualquier manera irrelevante frente al sesgoque tal defensa le dio al libro.

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 363

169 Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: To-móchic 1892, pp. 222-223.

170 Cfr. ibidem, pp. 197-200, 224 y 229.171 Durante su segundo viaje, entre febrero y marzo de 1892, Lumholtz pasó por Tosanachic,

Yepáchic, la mina de Pinos Altos, Jesús María y la cascada de ‘‘Basasiáchic’’, lugares todos ellosvecinos a Tomóchic y conectados a éste por caminos de tan sólo decenas de kilómetros: Lumholtz,Carl, El Mexico Desconocido, vol. I, pp. 120-131. Justo en ese tiempo, los sucesos de Tomóchic eranla comidilla en la sierra, puesto que sus habitantes Tomóchic habían tenido ya un primer enfrenta-miento armado con las fuerzas del gobierno el 7 de diciembre de 1891, fecha desde la que se mantu-vieron en abierta rebeldía hasta las batallas de finales de octubre de 1892 en las que fueron masacra-dos: cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en la Región Serrana Chihuahuense: Tomóchic1892, pp. 119-125 y 207-224.

172 Chaparro y su gente se unieron a los rebeldes de Tomóchic y durante las batallas finales deoctubre de 1892 defendieron con relativo éxito el cerro de la Cueva, una de las principales posicionesdel poblado, frente al ataque federal. Antes de la caída de Tomóchic, sin embargo, escaparon rumbo ala sierra sin ser inmediatamente perseguidos. Cfr. Illades Aguiar, Lilian, Disidencia y Sedición en laRegión Serrana Chihuahuense: Tomóchic 1892, pp. 200-202, 209 y 215-216. Curiosamente, Lum-holtz nada dice del historial rebelde de Chaparro y se limita a describirlo como un ladrón astuto yfamoso que hacía sus fechorías entre mexicanos e indios: cfr. Lumholtz, Carl, El México Desconoci-do, vol. I, pp. 132-133.

173 Cfr. ibidem, vol. I, pp. XIX-XX.

La tercera orientación clara del libro es su indianismo o como sueledecirse hoy, ‘‘indigenismo’’ idealizado. El antropólogo lanza una severacondena: ‘‘los indios semicivilizados no ofrecen grande interés á la cien-cia’’.174 Que no fueran de su interés particular es una cosa, pero que loscambios culturales no sean materia ----quizá el problema central---- de laantropología, es otra. En todo caso, Lumholtz dejó fuera de El MéxicoDesconocido el tema candente de la asimilación y con ello dejó de ha-blarnos de miles de indios...

Convertido en paladín de la pureza india, Lumholtz se enfrascó enexplicaciones frívolas sobre los problemas indios. Frívolas son, sin duda,sus críticas a la herencia misional. En algún momento, por ejemplo, diceque ‘‘el régimen de gobierno establecido por los misioneros es artificial, ypor bien intencionado que fuera, como no cabe evidentemente dentro dela comprensión de los entendimientos primitivos, es á la par nocivo’’,175 yel lector puede preguntarse cuál es el régimen de gobierno ‘‘natural’’ delos indios (como si las estructuras de poder no fueran creación cultural) ocómo es que a treinta años de la gran ofensiva antieclesiástica de los libe-rales de la Reforma y a ochenta años de la Independencia de España, losindios conservan ese régimen ‘‘artificial’’ que les impusieron los frailes...pero el texto no da mayor explicación. Los religiosos aparecen en las pá-ginas de la obra como los grandes villanos de la tragedia india,176 hastaextremos absurdos como señalar que los jesuitas, ‘‘antes de ser expulsa-dos de México, estaban en posesión de casi todas las minas del país’’,177 oculpar a los misioneros de los pleitos de tierras de los indios.178 Llega unmomento, incluso, en que el antropólogo ecuánime desaparece detrás delintransigente luterano nórdico cuando se escandaliza de la fiesta del Cris-to de los Milagros en la iglesia de Parangaricutiro:

la entrada estaba llena de vendedores de velas ofreciendo su mercancía álas almas piadosas que acuden á reverenciar á la imagen. Al entrar al vestí-bulo me encontré en medio de otro hormiguero de traficantes con fotogra-fías de la maravillosa imagen, rosarios y otros mementos del santuario.¿Sabría alguno de ellos la historia de Jesús arrojando del templo á los usu-reros y mercaderes?179

364 LUIS ROMO CEDANO

174 Ibidem, vol. I, p. 120.175 Ibidem, vol. II, p. 248.176 Cfr. ibidem, vol. I, pp. 110 y 135-137, y vol. II, p. 369.177 Ibidem, vol. I, p. 110.178 Cfr. ibidem, vol. II, p. 261.179 Ibidem, vol. II, p. 367.

Frívolas también son sus despectivas consideraciones sobre los mexi-canos y lo mexicano. Su definición de lo mexicano, aunque implícita, esrotunda en este comentario sobre los tarascos: ‘‘los tarascos de Uruapanllevan largo tiempo de haberse mexicanizado; esto es, se hallan ahoradesposeídos de tierras, gastan todo el dinero que ganan en fiestas para lossantos, y le han tomado gusto al aguardiente’’.180 La mexicanización espor definición maligna: ‘‘los tarahumares son mucho mejores moral, inte-lectual y económicamente que sus hermanos civilizados...’’181 La cristia-nización ----por la vía católica, por supuesto---- los ‘‘contamina’’ y les quita‘‘la sencillez primitiva’’182 o les hace perder ‘‘el esplendor de los antiguostiempos’’.183

Finalmente, en la conclusión de su libro,184 plantea el autor una largaapología de los indios en la que busca destacar la relativa superioridadmoral (en compensación a su inferioridad en la carrera del progreso) deéstos sobre los blancos. Si ya antes había establecido que los blancos eranpara los indios una mera ‘‘mala influencia’’,185 aquí llega de plano a afir-mar: ‘‘me parece, después de mi larga experiencia con los indios de Mé-xico, que en su estado natural son, en ciertos puntos, superiores, no sólo ala mayoría de los mestizos, sino á la masa común de los blancos’’.186

Podemos comprender estas actitudes como producto de la combina-ción de muchos factores: la influencia del romanticismo alemán en suformación académica, el romanticismo propio de la antropología de aque-llos años, su fascinación por los indios, su reacción airada ente el extendi-do desprecio de mestizos y blancos americanos hacia los indios... Lacuestión aquí no es analizar las causas de dicha actitud, sino el gradoen que por enaltecer a los indios, deforma los rasgos descritos u omiteotros.

A pesar de todo este lastre, Lumholtz ofrece al lector una riquezaenorme y no sólo por la cantidad de información apuntada, sino tambiénpor el valor mismo de muchas de sus observaciones y sus juicios. Hemosmencionado los sesgos que presenta en su obra, pero sería injusto por nuestraparte pasar por alto su inusitada tensión crítica y el frecuente balance que

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 365

180 Ibidem, vol. II, pp. 431-432.181 Ibidem, vol. I, p. 410.182 Ibidem, vol. I, p. 192.183 Ibidem, vol. II, p. 369.184 Cfr. ibidem, vol. II, pp. 458-471.185 Ibidem, vol. I, p. 383.186 Ibidem, vol. II, p. 458.

da a sus comentarios. Por sólo hablar de un caso, ese repudio que muestrahacia la herencia hispano-católica de México no obsta para que reconozcaalgunos beneficios en la Conquista y la Evangelización:

no dejo de creer, sin embargo, que ya que le tocó á México sufrir el yugode un poder europeo, fue mejor para él recibirlo de manos latinas que ger-mánicas ó teutonas, porque en carácter y temperamento se asemejan encierto grado los españoles a los indios. ...La civilización moderna es aúnmás intolerante al entrar en contacto con las razas incultas que lo que fue-ron los conquistadores de México y Perú... Por otra parte, los españoles,después de subyugar á un pueblo, no le quitaban su virilidad. Expedían le-yes para proteger á los indios. Éstos comprendían pronto la religión ca-tólica, cuyas formas exteriores, por lo menos, no había dificultad en es-tablecer.187

Igualmente apreciable es la modernidad de su visión. Para Lumholtz,el indio podía ser miserable por ser víctima de la voracidad mexicana,pero cuando menos ya no era el ser abyecto que describió la mayoría delos extranjeros del siglo XIX. Su valorización de lo indio cae en exagera-ciones, pero es ya, como sea, una valorización que convierte a los indiosvivos en sujetos dignos de alabanzas, admiración y estudios. En ese senti-do, el explorador pertenece más al siglo XX que al siglo XIX.

Para su tiempo, las investigaciones de Lumholtz fueron de vanguar-dia. El antropólogo noruego no era un advenedizo en el estudio de lospueblos primitivos: vino apadrinado por el entonces conservador delAmerican Museum of Natural History, Franz Boas, uno de los padres dela antropología moderna; y, en algunos de sus viajes por México, loacompañó Alex Hrdlicka, uno de los fundadores de la moderna antropo-logía física. Los antropólogos más renombrados de la época comentaronsus trabajos y dieron a Lumholtz fama internacional. En suma, Lumholtzera una antropólogo de primer orden a nivel mundial. Y si bien un buen an-tropólogo no necesariamente hace a un buen historiador o a un buen ana-lista de asuntos socio-políticos, suele dotarlo de una mirada aguda y sen-sible para otros temas humanísticos.

Es aquí, quizá, en su altísimo valor como observador de la realidadsocial, y como un observador que devora miles de kilómetros en su curio-sidad científica, donde mejor se puede aquilatar la aportación de Lum-

366 LUIS ROMO CEDANO

187 Ibidem, vol. II, pp. 466-467.

holtz. La amplitud de datos, descripciones y anécdotas, sumadas a un ojoy a una mano escritora inteligentes y doctos, hacen de El México Desco-nocido una fuente que merece ser releída para los estudios sociales delPorfiriato. Ya es hora de romper el monopolio que la antropología ha te-nido sobre esta obra por espacio de casi cien años.

CARL LUMHOLTZ Y EL MÉXICO DESCONOCIDO 367

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