Familia Montes

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Familia Montes

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Secuencia de los cinco integrantes de la familia, y tres escenas emocionantes en casa, antes de salir a la aventura, relatadas por Hemana, Hermanito y Hermano.

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La familia Montes

Sus poderes

Un día cualquiera

Una despedida inesperada

La casa llena de colores

Una familia típica, cada uno de ellos

tiene un poder y por eso recorren los

cerros, ayudando a quien lo necesita.

Luego vuelven a donde empezaron.

Hermana tiene el poder de la

memoria, Hermano el de la velocidad,

Nito el de la magia, Nita el de la

adivinación. Má tiene uno muy poderoso

que no cuenta a nadie. Pá el de la

invisivilidad.

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Ella vive curiosa de un lado a otro. Para ver siempre-más-allá, no deja de

trepar cercos, árboles y cerros cuando puede. Su sueño es llegar tan alto que

el cielo se convierta en suelo.

Cuando está con sus hijos simula ser una madre inmutable. Pero cuando

logra estar sola, generalmente por la madrugada y aunque la libertad la agarre

en pantuflas, se acerca a una ventana, cierra los ojos, se prepara para saltar

alto, bate sus alas y ya nadie la puede alcanzar.

Ama a sus cuatro hijos más que a la libertad, por eso siempre regresa.

Cuida de todos los detalles, y se convierte en madre paciente que espera que

cumplan la edad suficiente para enseñarles a volar.

Al convertirse en mamá ya nadie la llamó por su nombre y por eso no lo

recuerda, pero sabe que nada significa. Acaso “Má” pasó a ser su esencia, y

cada hijo que llegó le puso ritmo y tono al pronunciarla.

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Desarrollo de personajes

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Nada le gusta más que preparar

meriendas con sabores y aromas de

lugares distantes; siempre sorprende

con alguna esencia sacada de “no se

sabe dónde”, bate, amasa, estira

con palote, dibuja estrellas con el

tenedor, enciende el horno y espera con

una sonrisa su creación diaria.

Su receta preferida es la tarta

de manzanas verdes con canela, aunque

lo que prepare más seguido sea la

chocolatada.

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Hermanita

Es la más pequeña, la recién llegada. Le dicen Nita y lleva con ella a

todas partes un libro de hojas lisas y un lápiz. Desde siempre dibuja,

porque las letras no le alcanzan “son un poco lentas y bastante

aburridas”. En cambio, las imágenes dicen más rápido lo que siente y

con ellas puede decir cosas que no tienen nombre aún, o que nunca lo

tendrán.

El primer cuaderno fue un regalo de Papá y ya nunca faltaron.

Ahora pesan para llevar en brazos, por eso Hermana los lleva por

ella en su biblioteca móvil. Aunque su hermana intenta hacer que se

interese por los renglones, solo Nita siente lo inútil de cualquier

regla.

Con quien más disfruta pasar el rato es con Hermano mayor,

porque la alza sobre sus hombros y la lleva a una velocidad que se

parece a la de sus visiones.

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Porque si hay algo que

Nita sabe hacer, además de

dibujar, es adivinar. Pero no

un adivinar de mentiritas, cómo

el de “redondo, redondo, barril

sin fondo”. Ella adivina el

futuro y lo que vendrá. Pero

eso solo lo saben ella y el que

aprende a leer sus dibujos.

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Hermana

Ella es la mayor de todos los hermanos. Fue la que nombró a Ma por

primera vez, la que aprendió a leer primero, la que descubrió las

letras, las palabras y los poderes ocultos de los signos.

Tiene el poder de la memoria, y aunque es un diccionario

viviente jamás se permite abandonar sus libros cuando sale de

excursión. Incluso, cuando treparon el cerro más grande y empinado,

sabiendo su geografía con exactitud y los peligros que enfrentaba se

rehusó a trepar sin al menos una selección de sus favoritos.

Así es que descubrió la rueda, y carga con ellos a donde sea.

Cuando Papá se hizo invisible fue ella quien lo notó, y aunque

esto le causó profunda tristeza, también comprendió que se trataba sin

dudas de un poder superior y digno de admiración. Por eso, cada noche

le lee en voz alta para que no se sienta solo en ese reino impalpable,

y suelta al aire historias que los unen.

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Pierde su poder cuando se

cruza un animal que anda solo

buscando caricias, entonces olvida

hasta su propio nombre, larga todo

lo que trae entre manos y vuelve a

jugar.

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Hermano

Es el primero que trepó el cerro, el que lleva la delantera en las

aventuras familiares, el que decide cruzar o no cruzar, el que avista,

conduce y considera. También es el más alto de su clase y lleva

ganadas varias medallas por su poder de la velocidad. Es que nadie de

su edad entrena tanto como él.

Dicen que cuando era muy pequeño su hermana le estaba contando

una historia del cielo. Y quiso subir tan alto que sus piernas se

estiraron, y casi lo logra. Tanto quería llegar a las nubes, a las

dulces, frescas y esponjosas, que se alargó; quizá sea ese el origen

de su poder.

Siempre está buscando nuevos desafíos. Por eso desaparece

por días enteros en sus expediciones a los cerros. Trepa, salta, repta

y nada para conocer la geografía. En esa soledad aprende la forma de

la tierra y la lejanía del cielo.

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Cuando regresa pide prestadas

hojas y lápices para trazar un

posible recorrido de la próxima

aventura familiar.

Además es el que sabe leer a

Nita, y por eso pasan juntos gran

parte del tiempo. Comprende que en

sus dibujos está cifrado su próximo

destino, aunque él no vea más que

pasto, horizontes y el cielo azul.

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Hermanito

Es el hermano del medio y como tal se siente pequeño y grande a la

vez. Así se la pasa, creando ilusiones de papel. Tiene el poder de la

magia y con lo que sea que encuentre arma una función. ¡Cada uno a su

asiento que arranca el mago Nito con sus trucos! Así hace desaparecer

botones y aparecer boletos, florecen geranios y vuelan gorriones, se

inventan palabras y se construyen escaleras caracol.

De tanto truco de magia sus manos y sus pies se mueven como el

rayo, pero Nito no usa la velocidad como Hermano corredor, más bien

para sorprender a quien menos lo espera.

Le gustaría crecer, dejar de ser el pequeño sin pasar a ser el

mayor; y aprender el truco más grande de todos, volver a darle color a

Papá.

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Papá

Un día el señor Montes no encontró sus pies. Empezó a dar vueltas a la

casa con el zapato izquierdo en las manos, buscando dónde calzarlo. No

tardó mucho en perder su ombligo, y finalmente ya no se encontró en el

espejo. Ese día desapareció para siempre. Hermana es la única que sabe

su secreto: el poder de la invisibilidad no es para cualquiera.

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Un día cualquiera en casa de los Montes

Estar en casa no tiene comparación.

Nada como las baldosas conocidas,

esas huellas esparcidas por las

superficies, los platos rajados,

los azulejos empañados de tanto

cocinar. ESO. La señora cocina,

punto de reunión, de consuelo

para las panzas ruidosas, para

los corazones confundidos, para

las mejillas azules de un día no

tan bueno. Má prepara sus tartas

hipnotizantes. Los gorriones en

el marco de la ventana rezan por

traspasar el vidrio.

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Un día cualquiera

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Nos traemos a la casa de las narices, y nos encontramos en el

punto de reunión para ser quienes somos, sin dudas y sin miedos. Los

poderes descansan, ya no estamos corriendo, ni fabricando ilusiones,

tampoco recordando y ni siquiera adivinando. Má permanece secreta

detrás de su bollo de masa, y Papá aparece cuando nadie lo nota para

robar una cucharada del dulce del relleno.

Es tiempo de silencio, la casa es como un corazón. Sus latidos

nos indican cómo seguir a la hora de retomar nuestras andanzas. La

escuchamos, la casa nos habla en susurros, en palabras que se escapan

del sentido, en los cantos de las aves, en el ruido de las sillas

contra el piso y de los escobillones sacudiéndolo.

De eso tan simple y tan oculto se trata. Estar en casa una

tarde cualquiera. Una asamblea de pájaros que repliegan sus alas,

baten la chocolatada y se escuchan en silencio para luego remontar

fortalecidos. Hermana

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Una despedida inesperada

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Una despedida inesperada

El día que se fue volando al cielo me desperté temprano porque me

sentía incómodo ¿Vieron cuando las medias no se escapan por la noche

y las costuras parecen crecer y ocuparlo todo? Cuando los dedos ya no

quieren saber más de esa cárcel de tela, se retuercen, no dejan de

moverse, llaman a los dedos de las manos para que les quiten de encima

el horror. Así, la tela que pica y las frazadas pesadísimas que hacen

imposible desnudar los pies. ¡En los ojos deberían estar! Las medias

hacen que me dé cuenta de que ya es de día, y de que los rayos del sol

quieren meterse en la cama a toda costa.

Abro los ojos, sacudo las frazadas al suelo, revoleo las medias

a una esquina de la habitación y me froto los ojos llenos de lagañas.

Me siento en la cama y miro por la ventana. Así son las mañanas que

anticipan un día inolvidable.

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El día de la despedida, cuando me acerqué a

la mesa de la cocina, sabía que algo estaba por

suceder. Yo era el único que sabía: las medias me

lo habían dicho, aquel no sería un día cualquiera.

Mientras Má peinaba a Nita, y mis hermanos mayores

discutían creo que acerca del color de las

berenjenas, yo no podía dejar de sentir, justo

aquí, en el centro del pecho, que estaba por

sacudirse la tierra.

Como un terremoto, corrí hasta la puerta

trasera donde él dormía; busqué con la mirada el

recipiente con agua, su manta, la pelota de tenis

que yo le había regalado. Estaba todo exactamente

en el mismo lugar que el día anterior. ¿Es que se

había puesto alas y sobrevolaba el suelo? Yo quería

aprender esa magia también, pensé…

Una despedida inesperada

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El piso comenzó a temblar, me agarré del marco de la puerta

y sentí como se sacudían mis rulos. Se me cayeron las canicas y

comenzaron a rodar en zigzag. Seguía rebotando el piso y la vista

empezó a engañarme. Me acuerdo que apareció Má y me dijo unas palabras

que no pude entender, pero que sonaron a “lo siento”.

Se había ido para siempre y eso era muchísimo peor que medias

despertándote por la mañana. No lloré porque los hombres no lloran.

Convertí mis lágrimas en millones de raíces pequeñitas que salieron

por las plantas de mis pies. Me aferré a la tierra que seguía

sacudiéndose, caminé con fuerza hasta mi Hermano; lo llevé hasta el

cuartito en donde guardamos las cosas de jardinería, nos arremangamos

y preparamos el lugar en donde descansaría, al pie del sauce.

No sé si fueron mis raíces, o la tierra toda removida por el

terremoto, lo que hizo tan fácil la excavación, pero lo cierto es que

en pocos minutos ya estábamos viendo la ceremonia.

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Hermana encabezó la despedida inesperada con

una margarita. Por suerte Hermano siempre más alto

no me hacía sentir tan solo. Los cinco frente a un

montoncito de tierra, con el sauce como flequillo.

Alguna rama me hizo cosquillas y sonreí.

Enseguida el cielo se cubrió de nubes. La tierra

más muerta que nunca, todo quieto y en silencio.

Comenzó a gotear. Miré a Má y entendió.

Ese día me dejó quedarme en casa. Me puse las

medias que estaban en un rincón de la habitación,

estiré las frazadas y me tapé. Como si nunca me

hubiesen despertado, jugando a que con mi truco el

reloj retrocedía y, que en lugar de un terremoto, el

día traería sólo lluvia.

Hermanito

Una despedida inesperada

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La casa se llenó de colores

Hacía mucho que no veía un perro por casa. La verdad es que había

olvidado cómo lucían. Qué compañía pueden ser durante el mediodía

caluroso echados a la sombra de un árbol, o por la tarde silenciosa

con su mirada atenta a los cantos de los grillos en el pasto, sin

poder jamás descubrirlos. Con qué insistencia corren detrás de una

rama lanzada al aire y la traen hasta uno. Cómo esperan pacientes el

regreso de todos a casa por la noche, que la mesa esté servida, que

las luces se apaguen y que cada uno encuentre su almohada para recién

entonces dar vueltas sobre sí mismos y echarse a dormir.

Sí, había olvidado que su forma de ser era la de la espera. Y lo

había olvidado de tanto esperar yo. Me estaba convirtiendo en perro.

Esperaba con ilusión que Hermana rescatase alguno de la calle, o que

Hermanito hiciera un truco de magia que apareciera manadas; que Má

cambiara su opinión y nos regalara un hermanito de cuatro patas.

La casa llena de colores

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Pero no. El día que volví a ver un perrito, fue

en el lugar que menos esperaba. Una mañana de domingo,

mientras miraba el cielo tirado boca arriba debajo de

un sauce, con hormigas por todo el cuerpo haciéndome

cosquillas. Se apareció Nita mirándome desde arriba.

Traía ese cuaderno azul de dibujos, el octavo desde

que Papá le regalo el primero. Este lo había estado

usando en las tres últimas excursiones a los cerros

nevados. Y ya conocía yo bien los dibujos que

contenía hasta entonces.

Pero entendí que venía a mostrarme nuevos. No

tuve más que enderezarme, ella se sentó a mi lado

callada y con la mirada fija en las palomas. Abrí el

cuaderno, pase las hojas que ya conocía y llegué como

corriendo a través de sus visiones hasta la primera

página en blanco. Volví a la anterior.

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Entonces los recordé: seres alegres, expresivos, juguetones, libres.

Con la lengua y la cola moviéndose sin parar. Saltando en dos patas

y estirándose como saludando al suelo. Hojas llenas de perritos de

colores, Nita sí que los recordaba, y muy bien.

En ese momento, me recorrió un frío por la espalda, me quedé

en silencio, y no sé cuanto tiempo pasó. Cuando me di cuenta estaba

solo con el cuaderno entre mis manos, Nita ya no estaba a mi lado, y

sentí el perfume de Má de regreso del mercado. Sacudí la cabeza y las

palomas se agitaron en círculos a la vez. Supe lo que querían decir

sus dibujos, por eso giré la vista hacia la reja de la entrada.

En seguida reconocí la silueta de Má acompañada de cuatro hermanitos

cuadrúpedos. Tres de ellos se lanzaron corriendo hasta mis hermanos.

Otro permaneció caminando al ritmo de Má, y en dirección hacia mí. No

tenía apuro; yo tampoco. Sabía que mi espera había terminado. Antes de

abrazarlo caminé hasta Nita, que descansaba sobre el lomo de uno de

ellos, y le devolví sonriente su cuaderno adivinador.

HermanoLa casa llena de colores

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Taller de Procesos Creativos

Desarrollo de personajes por

Melina Belén Agostini