Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentario ... a Cristo como las ofrendas...

117
Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentario en las reuniones de la iglesia CONTENIDO 1. Nos reunimos para exhibir a Cristo en Su victoria 2. Nos reunimos para cumplir la voluntad de Dios y Su propósito 3. Nos reunimos para satisfacer a Dios con Cristo 4. Nos reunimos para disfrutar a Cristo con Dios (1) 5. Nos reunimos para disfrutar a Cristo con Dios (2) 6. Cómo hacer que Cristo crezca para que sea nuestra ofrenda por el pecado y por las transgresiones 7. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado y por las transgresiones (1) 8. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado y por las transgresiones (2) 9. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (1) 10. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (2) 11. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (3) 12. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (4) 13. El resultado de disfrutar a Cristo como las ofrendas 14. La realidad del cumplimiento del tabernáculo y las ofrendas PREFACIO En la actualidad el Señor está recobrando la vida y la práctica de la iglesia a fin de expresarse en plenitud. La característica principal de la vida práctica de la iglesia es la vida de reuniones. Aparte de la experiencia y del disfrute que tenemos de Cristo, no existe nada que sea más crucial y vital que las reuniones de la iglesia. El pueblo de Dios se reúne, y cada una de sus reuniones debe ser un hermoso despliegue del Cristo que experimenta y disfruta cada miembro, y a la vez un testimonio de la victoria de Cristo sobre Satanás y de la unidad de Su cuerpo, la iglesia. Las reuniones del pueblo de Dios deben ser agradables, reconfortantes, ricas, elevadas y llenas de nutrimiento, vida y gozo. Recientemente el Señor ha vuelto a abrir Su Palabra y nos ha mostrado lo que es la vida de reuniones de la iglesia. Nos complace que este libro, que consta de los mensajes que el hermano Lee dio en Anaheim, California, y en Irving, Texas, en 1982, sea puesto a disposición de los hijos del Señor. Esta obra revela de una manera nueva lo que enseña la Biblia acerca de las reuniones del pueblo de Dios.

Transcript of Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentario ... a Cristo como las ofrendas...

Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentario en las reuniones de la iglesia

CONTENIDO

1. Nos reunimos para exhibir a Cristo en Su victoria 2. Nos reunimos para cumplir la voluntad de Dios y Su propósito 3. Nos reunimos para satisfacer a Dios con Cristo 4. Nos reunimos para disfrutar a Cristo con Dios (1) 5. Nos reunimos para disfrutar a Cristo con Dios (2) 6. Cómo hacer que Cristo crezca para que sea nuestra ofrenda por el pecado y por

las transgresiones 7. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado y por las

transgresiones (1) 8. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado y por las

transgresiones (2) 9. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (1) 10. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (2) 11. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (3) 12. La manera de disfrutar a Cristo como ofrenda de paz (4) 13. El resultado de disfrutar a Cristo como las ofrendas 14. La realidad del cumplimiento del tabernáculo y las ofrendas

PREFACIO

En la actualidad el Señor está recobrando la vida y la práctica de la iglesia a fin de expresarse en plenitud. La característica principal de la vida práctica de la iglesia es la vida de reuniones. Aparte de la experiencia y del disfrute que tenemos de Cristo, no existe nada que sea más crucial y vital que las reuniones de la iglesia. El pueblo de Dios se reúne, y cada una de sus reuniones debe ser un hermoso despliegue del Cristo que experimenta y disfruta cada miembro, y a la vez un testimonio de la victoria de Cristo sobre Satanás y de la unidad de Su cuerpo, la iglesia. Las reuniones del pueblo de Dios deben ser agradables, reconfortantes, ricas, elevadas y llenas de nutrimiento, vida y gozo.

Recientemente el Señor ha vuelto a abrir Su Palabra y nos ha mostrado lo que es la vida de reuniones de la iglesia. Nos complace que este libro, que consta de los mensajes que el hermano Lee dio en Anaheim, California, y en Irving, Texas, en 1982, sea puesto a disposición de los hijos del Señor. Esta obra revela de una manera nueva lo que enseña la Biblia acerca de las reuniones del pueblo de Dios.

El tipo del Antiguo Testamento que muestra más claramente lo que es la iglesia, es el de Israel como pueblo. La salvación es representada por el hecho de que los israelitas fueron librados de Egipto y de la opresión de Faraón y de los egipcios. Después de que esto sucediera, el primer requisito de Dios era que todo Su pueblo redimido debía reunirse para celebrarle una fiesta (Ex. 5:1). Dicha reunión fue un tiempo de regocijo y una demostración clara de la victoria de Dios y de la liberación del pueblo de Israel de la tiranía y el cautiverio de Satanás.

Finalmente, Dios condujo a los hijos de Israel a Su morada, el tabernáculo, y más adelante, al templo, los cuales tipifican a Cristo, la corporificación del Dios Triuno (Jn 1:14; 2:19; Col. 2:9), como morada de Dios en la tierra. Los diferentes sacrificios que ellos ofrecían durante las fiestas anuales también tipificaban a Cristo. Todas las ofrendas —el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones— eran el medio por el cual los redimidos entraban en la morada de Dios, donde moraban juntos ellos y El. Las ofrendas también eran alimento para Dios, para el oferente y para los sacerdotes. Cuando los hijos de Israel se reunían unánimes, Dios y el pueblo quedaban plenamente satisfechos con Cristo. Además, Dios moraba con ellos como Su Dios, y ellos moraban con El como Su pueblo. La revelación completa y el cumplimiento de todos estos símbolos acerca de la vida de reuniones de la iglesia se hallan en el Nuevo Testamento, particularmente en el evangelio de Juan, donde Cristo es revelado como el Dios que fija tabernáculo y como el cumplimiento de todas las ofrendas. Lo que nosotros experimentamos de dichos tipos se cumple cuando disfrutamos a Cristo como el Espíritu de realidad (Jn. 15:26; 16:13-15).

Rogamos al Señor que las siguientes páginas, las cuales contienen una visión clara, sean una revelación para todos los lectores. Esperamos que más hijos del Señor experimenten y disfruten a Cristo día tras día como cada una de las ofrendas para el beneficio de las reuniones de la iglesia, donde Cristo es el acceso práctico que tienen al Dios Triuno, la morada de ellos (Jn 17:21). Allí Dios y todos los santos están satisfechos con Cristo, y Dios tiene Su testimonio y expresión vivientes sobre la tierra por medio de la iglesia.

Benson Phillips Diciembre de 1984 Irving, Texas

 

CAPITULO UNO

NOS REUNIMOS PARA EXHIBIR A CRISTO EN SU VICTORIA

Lectura bíblica: Ex. 5:1; 10:9; 23:14; Sal. 42:4; 122:1; Hch. 2:46-47; 1 Co. 14:26; He. 10:25

Oración: Señor, te agradecemos por esta reunión. Muchas gracias por todas las iglesias y por todos los santos de esta región. Señor, esta reunión es un testimonio de Tu victoria sobre nosotros y sobre el enemigo que está en nosotros. Señor, confiamos en la inspiración que nos des para esta ocasión. No tomamos ninguna decisión previa en cuanto a lo que vamos a decir. Confiamos en que Tú nos darás Tu Palabra viva. Toca nuestro corazón y visita nuestro espíritu. Señor, abre nuestra mente y dale sobriedad para que veamos lo que está en Tu corazón y para que veamos algo de Tu plan. En Tu nombre precioso lo pedimos. Amen.

Después del adiestramiento de verano, empecé a examinar el tema de las reuniones. En medio de ello, creo que recibí nueva luz y más iluminación. Como se ve en el título del mensaje, lo que queremos presentar no es algo usual con respecto a las reuniones. En este mensaje queremos ver que la reunión sirve para exhibir a Cristo en Su victoria.

EL COMIENZO DE LA VIDA DE REUNIONES

¿Se ha preguntado alguna vez cuándo empezó la vida de reuniones en la Biblia? Quizás la mayoría piense que la vida de iglesia empezó en Hechos 2 el día de Pentecostés. Pero debemos recordar que la vida de iglesia empezó mucho antes. La reunión que tuvo lugar el día de Pentecostés no era más que la continuación de la reunión iniciada hacía varios siglos. ¿Cuándo empezó el pueblo a reunirse? ¿Podemos encontrar alguna reunión del pueblo de Dios en Génesis? No, allí no vemos ninguna; lo único que se puede encontrar es una especie de reunión familiar. En los cincuenta capítulos de Génesis, no vemos ninguna reunión o asamblea. El pueblo de Dios no se congregaba.

Pero cuando llegamos a Exodo, el segundo libro de la Biblia, vemos que el pueblo de Dios empieza a reunirse. En Exodo cuando se introdujo la salvación, inmediatamente el pueblo de Dios tuvo que reunirse. Las reuniones fueron obligatorias, y dicha obligación acompañaba la salvación. En cierto sentido, Dios no salvó individuos, ni siquiera un conjunto de individuos, sino a una asamblea.

Una fiesta para el Señor

No encontramos la expresión iglesia en Exodo. Pero cuando Dios llamó a Moisés y le mandó que sacara a los hijos de Israel, dijo: “Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (5:1). El pueblo es una entidad colectiva; no es una sola persona. Moisés debía decirle a Faraón que dejara ir al pueblo de Dios a celebrarle fiesta. Debemos entender que la idea de reunirse está implícita en la idea de celebrar fiesta.

Se sabe que no es posible celebrar una fiesta con una sola persona. Es difícil celebrar algo uno solo. Uno puede comprar pollo y pastel o algún manjar, o tratar de hacer una fiesta solo, pero resulta difícil. Incluso es difícil celebrar una fiesta a la cual sólo asisten la esposa y los hijos, ya que todavía no hay sabor a fiesta. Cuantas más personas haya, más sabor a fiesta se tiene. Una fiesta es una especie de banquete colectivo. Uno debe congregar a la gente para disfrutar dicho festín, lo cual implica una asamblea. Por consiguiente, una fiesta conlleva dos cosas: la comida y la reunión. Ambos aspectos son cruciales. Es difícil determinar cuál de los dos es más importante, si la comida o la reunión. No obstante, son estos dos factores los que constituyen una fiesta. Sin comida no puede haber fiesta, y sin un grupo de personas tampoco. Un festín se compone de la comida y de un grupo de personas. Por lo tanto, “Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”, denota la idea de una reunión para a tener un banquete delante de Dios y con El. Era una fiesta que el pueblo debía celebrar, pero era dedicada a Dios.

La manera en que Dios nos salva

Veamos los requisitos de la salvación. El primer requisito es reunirse. Conforme a este principio, uno no puede recibir la salvación y no reunirse con la iglesia. En la tipología de Exodo se nos enseña que Dios no salvó a individuos, sino a un pueblo, el cual, a su vez, comió y se reunió. Así celebraron fiesta al Señor. Disfrutaron la comida al reunirse, pero lo hicieron no solamente para ellos mismos, sino principalmente para el Señor. Fue así como Dios los salvó.

El día de Pentecostés

También en el día de Pentecostés fue un pueblo el que recibió la salvación, no individuos aislados. Según el principio de que la primera vez que se menciona algo en la Biblia establece la norma, el primer caso de la salvación, el día de Pentecostés, no presenta la salvación de unos individuos, sino de un grupo. Inmediatamente después de ser salvos, comenzaron a reunirse (Hch. 2:46-47). Si estudiamos detenidamente el libro de Hechos, veremos que todos los que fueron salvos el día de Pentecostés permanecieron juntos y se afianzaron mutuamente. El hecho de que no se separaban constituía un testimonio de victoria, el cual asustaba a la gente. En Hechos 5:13 descubrimos que los demás no se atrevían a juntarse con ellos. Recuerdo que cuando yo era niño, la primera vez que vi un

ejército me asusté y no me atreví a acercármele, pues era un cuadro aterrador. Yo creo que la primera reunión de la iglesia, el día de Pentecostés, fue tremenda. En aquellos días ellos se reunían casi todo el día y todos los días; cada reunión era un testimonio de la victoria de Cristo sobre el enemigo, Satanás, sobre el mundo y sobre todos los demonios.

He aquí el primer aspecto de la nueva luz que recibimos acerca de las reuniones: la vida de reunión del pueblo de Dios empezó en Exodo. No pensemos que la vida de reuniones del pueblo de Dios empezó en Hechos. Lo que sucedió en Hechos fue la continuación de aquella reunión que empezó en Exodo muchos siglos antes. ¡Hasta el lugar de reuniones siguió siendo el mismo! En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios se reunía en el mismo templo donde lo hacía en el Antiguo Testamento. La reunión en el templo era la continuación de la congregación de los hijos de Israel en el monte Sinaí. Técnicamente, el pueblo de Dios empezó a reunirse en el monte de Sinaí.

UN TESTIMONIO DE LA VICTORIA DE CRISTO

El segundo aspecto de la luz adicional es éste: la reunión del pueblo de Dios es un testimonio de la victoria que Cristo obtiene en el pueblo de Dios sobre el enemigo. Observemos la situación. Cuando los hijos de Israel se encontraban bajo la tiranía de Faraón en Egipto, no había salvación, ni victoria. Todos los hijos de Israel, el pueblo de Dios, fueron vencidos y capturados; sufrían bajo aquella tiranía. Pero el hecho de que se reunieran junto al monte Sinaí, fue la evidencia de la victoria sobre Faraón, sobre Egipto, sobre Satanás y sobre todos los demonios.

Hoy las reuniones de la iglesia son una demostración de la victoria de Cristo en todos nosotros sobre todos los demonios y sobre el diablo. Si Cristo no hubiera vencido a Satanás, nosotros no podríamos estar reunidos. Podríamos estar en la playa, en el cine o en algún bar o en el estadio. Cuando estábamos en estos lugares, éramos capturados y estábamos bajo la tiranía de Satanás. Hace sesenta años yo estaba en esa situación, pero ya no. ¡Aleluya! Ahora estoy en el monte Sinaí reunido con todos los santos. El hecho de que estemos reunidos es un testimonio de la victoria de Cristo.

Nos reunimos en compañía de una multitud

A veces observo que algunos santos no van a las reuniones como cautivos que fueron liberados. Aunque algunos santos me aconsejaron no hablar demasiado de Elden Hall (el primer salón de reuniones de la iglesia en Los Angeles), no puedo dejar de hablar de los años 1969, 1970, 1971 y 1972. Cuando los santos venían a las reuniones, ¡se veía la victoria! Los santos venían a las reuniones con gritos de júbilo, con alabanzas, con cánticos, con exclamaciones de ¡aleluya!

Como era de esperarse, algunos vecinos se molestaron por los gritos y los cánticos, y se quejaron ante la policía, la cual les dijo que antes de que se estableciera la iglesia allí, esa área era terrible, pues hasta se habían cometido homicidios en plena calle. Pero desde que la iglesia se estableció, el área se convirtió en un lugar agradable. Entonces alentaron a los vecinos a llevarse bien con nosotros o a mudarse a otro lugar. Esto sucedió más de una vez.

Cerca de trescientos santos vivían alrededor del salón, y muchas más personas venían a las reuniones. En ese entonces las reuniones empezaron en los hogares. Todavía recuerdo que di un mensaje usando Salmos 122:1, donde dice: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”. Recuerdo todavía las palabras de aliento que pronuncié: “¡No vengan solos a la reunión! ¡Vengan siempre con una multitud!” La palabra multitud se usa en Salmos 42:4, donde leemos: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta”. Alenté a los santos a ir a las reuniones acompañados, cantando, alabando, caminando y brincando, con regocijo y gritos de aleluya. Los santos lo hacían, y era maravilloso.

No en silencio, sino con regocijo

Ahora observo que los santos vienen a las reuniones en silencio; parecen un pueblo mudo. Parecen un grupo de cautivos mudos que acaban de ser liberados del cautiverio. Por lo menos ya fuimos liberados. Están en la reunión y no en un casino, pero no están gozosos ni se regocijan. Cuando los hijos de Israel fueron libertados de Egipto y se encontraron en el monte Sinaí, sin duda alguna se alegraron. ¿Cómo sabemos esto? Porque se regocijaron a la orilla del mar Rojo. Cuando Dios los liberó de Egipto e hizo que Faraón y su ejército se ahogaran en el fondo del mar, todos los hijos de Israel exclamaron fuertes alabanzas a Dios, especialmente las mujeres, dirigidas por María, una mujer de edad. Hoy en día necesitamos más personas como ella. Las hermanas están muy calladas, y los hermanos aún más.

Esta es la razón por la cual quiero compartir que la reunión del pueblo de Dios es un testimonio de victoria sobre Satanás, sobre el mundo, sobre los demonios y sobre el cautiverio.

Redimidos y libertados para celebrar una fiesta

Observen el panorama bíblico. Dios creó al hombre con el propósito de expresarse a Sí mismo. Pero el hombre cayó cada vez más bajo, en por lo menos tres o cuatro periodos. Finalmente cayó en Egipto, donde se encontró bajo la tiranía de Faraón, sin libertad y sin Dios. Entonces Dios intervino y lo sacó de Egipto, de la mano usurpadora de Faraón.

Cuando la mayoría de los predicadores, incluyéndome a mí, predicamos el evangelio usando esta historia, nunca hacemos notar que la salvación libera al pueblo de la tiranía de Satanás y lo lleva a una fiesta, la cual no sólo implica liberación y libertad, sino también una reunión para disfrutar una fiesta. Tengamos presente que dicha reunión es un testimonio de la victoria de Dios al salvar del enemigo a todo Su pueblo redimido.

Si alguien es redimido y no participa de esta fiesta, se halla en una situación equivocada. Tal es la situación de muchos creyentes hoy. Muchos fueron salvos, pero pocos están en la fiesta. En Elden Hall, la asistencia a las reuniones era muy numerosa. Cuando teníamos trescientas personas, casi todas participaban. A veces la asistencia a las reuniones de oración era mayor. Si en una iglesia local asisten pocos santos, esto denota que ellos no son conscientes de la victoria de Cristo ni la disfrutan mucho. Si disfrutamos la victoria de Cristo, ciertamente nos uniremos a la fiesta y nos sumergiremos en ella.

No hay pretextos válidos

Quizás algunos santos que aprecian sinceramente a los demás digan que algunos hermanos no asisten a las reuniones porque están cansados debido a su trabajo, el cual absorbe gran parte de su tiempo, o porque viven muy lejos. Comprendo perfectamente, pero ¿por qué tantos santos asistían a Elden Hall? ¿Significa que todos ellos eran desempleados? De hecho, ahora hay más santos que no tienen trabajo debido a la alta tasa de desempleo. Hace doce años en Elden Hall, casi todos tenían trabajo. Así que, esto no es una buena excusa. Algunas hermanas aducen que tienen que cuidar a sus hijos. ¿Y qué sucedía en Elden Hall? ¿Acaso aquellas hermanas no tenían hijos? ¿Acaso eran todas solteras? ¡No hay pretexto justificable! La única razón es que el disfrute que tenemos de la victoria de Cristo se ha reducido considerablemente.

Si uno disfrutó a Cristo por la mañana, sin duda querrá ir a la reunión por la noche. Disfrutar a Cristo y pasar tiempo con El nos conduce a la reunión de la iglesia. Además, si uno disfruta la victoria de Cristo sobre el enemigo durante el día, está listo y equipado, y anhelará el momento de la reunión. Entonces irá a la reunión con voces de júbilo, regocijo y alabanzas, y con el deseo de compartir el testimonio de que hoy Cristo ha vencido el enemigo en uno. Queridos santos, este principio bíblico es precioso. La salvación nos lleva a una fiesta, la cual implica siempre un grupo de personas.

Escasos de la salvación

Si uno no se congrega, eso demuestra que está escaso de salvación. Ya que uno no disfruta mucho a Cristo ni participa mucho de Su victoria, el hambre y la sed de reunirse disminuyen. El principio consiste en que si uno disfruta a Cristo, deseará ir a la reunión.

Si uno participa de la victoria de Cristo, encontrará que el día es demasiado largo y querrá acortar el tiempo para ir pronto a la reunión.

Si uno no participa de la victoria de Cristo, sentirá que el día es demasiado corto, pues llegarán las seis y media de la tarde y todavía no habrá acabado de cenar. Si uno tiene ese sentir, eso muestra que en el día no ha participado de la victoria de Cristo. No tenemos que participar en gran medida de la victoria de Cristo, ya que si participamos aunque sea un poco, eso nos alentará a ir a la reunión, y cuanto antes mejor. Al llegar a la reunión, nos sentaremos en las primeras filas. Cuando uno ha sido vencido, pierde el deseo de ir a la reunión; llega tarde y aunque algunos asientos estén libres en primera fila, no se sentará allí, sino que se sentará en la parte de atrás, lo cual demuestra que necesita la victoria de Cristo.

Aparentemente, el enemigo de Dios venció a Dios al usurpar al hombre. Observe el mundo actual. Todos los hombres están apartados de Dios; fueron capturados por Satanás. Ellos también tienen sus asambleas. Note cuántas reuniones y asambleas organiza cada noche el hombre caído. Ir al cine es una especie de asamblea, lo mismo que ir a un club nocturno. Hoy en día el mundo entero está preso de Satanás, el cual tiene su séquito de cautivos. Pero ¡alabado sea el Señor porque Cristo ganó la victoria. Por lo menos, El obtuvo un pueblo. ¡El nos capturó! Cada ciudad necesita una asamblea cristiana que constituya un testimonio de la victoria de Cristo. Todos los hombres fueron llevados cautivos en el séquito de Satanás, pero nosotros estamos reunidos como iglesia. No queremos unirnos a este desfile de cautivos. No tenemos parte en esa clase de asambleas. Nos reunimos como testimonio de la victoria de Cristo sobre Satanás. Debemos hacer esto todos los días, y cuanto más mejor, hasta donde nos sea posible. ¿No cree usted que los santos acampados junto al monte Sinaí se reunían todos los días?

Buscar primeramente el reino de Dios

Tal vez nos preguntemos ¿qué haremos con respecto a nuestra supervivencia? ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué nos pondremos? No me pregunte a mí; más bien, consulte en la Biblia para ver qué hacía el pueblo de Israel junto al monte Sinaí. ¿Lo recuerda? El maná descendía del cielo, y el agua viva brotaba. Quizá usted me pregunte si estoy hablando en serio. Si nos reuniésemos todos los días, ¿descendería el maná? ¡Estoy seguro de que sí! Si no me cree, intentémoslo. Reunámonos cada noche y veremos si nos falta el alimento. Las palabras del Señor Jesús nos exhortan a buscar primeramente Su reino y Su justicia, y todas las demás cosas nos serán añadidas.

En el monte Sinaí los santos de antaño se reunían todos los días. Durante cuarenta años, lo único que hacía el pueblo de Dios, compuesto de casi dos millones de personas era reunirse y viajar. Sólo debían ocuparse del tabernáculo, alrededor del cual se reunían, y el cual llevaban consigo cuando viajaban. Eso era todo lo que hacían. Durante cuarenta

años, no necesitaron ningún empleo ni labraban la tierra ni tenían ninguna industria. Esto constituye una figura clara. Más adelante, en el día de Pentecostés, los santos del Nuevo Testamento hicieron lo mismo. Día tras día se reunían en el templo e iban de casa en casa. ¿Qué hacían? No diseminaban chismes, sino que alababan a Dios, predicaban la Palabra, enseñaban y hablaban de Jesús. Sin lugar a dudas, el cristianismo ha perdido esta característica. Dios salvó a Su pueblo y lo condujo a una fiesta, pero ésta se ha convertido en un culto formal.

El deleite que tenemos de Cristo y nuestra participación en Su victoria

Hace poco recibí noticias de que en un solo condado de la China continental se reúnen 140000 creyentes nuevos en diferentes lugares. A veces algunos de ellos, generalmente los que tienen el liderazgo, se reúnen todo el día desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Lo mejor de todo es que invocan al nombre del Señor y oran-leen la Palabra de Dios. Parece que nosotros hubiésemos perdido la práctica de invocar el nombre del Señor y de orar-leer. Una vez en Elden Hall en una sola reunión de oración, los santos oraron-leyeron todo el libro de Efesios. Ahora oramos-leemos muy poco. Esto muestra una debilidad: no disfrutamos a Cristo y hemos perdido en parte la participación en Su victoria. Si queremos recobrar el disfrute que tenemos en Cristo y la participación en Su victoria, ciertamente volverán las voces de júbilo, los cánticos, las alabanzas, el invocar el nombre del Señor y el orar-leer.

EL RECOBRO DE LA DEBIDA REUNION

Es una batalla y una lucha entre Dios y Satanás. Debemos estar conscientes de que en el recobro del Señor, la reunión es lo primero que el Señor recobra. La reunión es la fachada del recobro del Señor. Sabemos que lo primero que se ve de un edificio es la fachada. Si en el recobro del Señor no se tiene la debida reunión, carece de fachada. Debemos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros para que prestemos la debida atención a las reuniones. El recobro del Señor debe tener una fachada para expresar el disfrute que tenemos en Cristo y la participación en Su victoria. Disfrutamos a Cristo, participamos de Su victoria y estamos en una fiesta.

Volvamos a Exodo. Los hijos de Israel eran esclavos de Faraón, pero un día disfrutaron al Cordero pascual. Así empezaron a disfrutar a Cristo, quien llegó a ser no sólo Su redención, sino también su vida y su libertad. Cristo entró en ellos. Para entonces, no podían separarse. Desde la pascua permanecieron todos juntos, y luego se convirtieron en el ejército del Señor; este ejército venció a las tropas egipcias por el poder del Señor. Vemos que disfrutaban a Cristo, y participaban de la victoria que El obtuvo sobre el ejército egipcio. El deleite en Cristo y la participación en Su victoria los introdujeron en la fiesta, la cual implica una reunión. Se juntaron para disfrutar más de Cristo. Así

llegaron a ser el pueblo de Dios y también Su ejército. Peleaban de una manera sencilla, pues se reunían y comían. Su manera de luchar consistía en disfrutar a Cristo y en participar de la victoria de El. Para ellos disfrutar y participar equivalían a reunirse.

Debemos hacer a un lado la liturgia tradicional que tienen los cristianos hoy. Por la mañana debemos disfrutar a Cristo y durante el día debemos participar de Su victoria. Estas dos cosas nos llevarán a reunirnos por la noche. Es decir, disfrutamos a Cristo cada mañana, participamos de Su victoria durante el día, y nos reunimos cada noche. Si damos los primeros dos pasos, no creo que nos podamos quedar solos en casa por la noche. Estas dos cosas nos motivan, nos muestran la urgencia, nos exhortan y nos llevan a la reunión. Ya no será necesario que nos animen a cantar aleluya ni a invocar el nombre del Señor. Lo haremos espontáneamente. El deleite que uno tiene de Cristo y la participación en Su victoria lo motivará a uno, lo hará volar, elevarse, brincar, gritar aleluya y asistir a la reunión acompañado de una multitud.

 

CAPITULO DOS

NOS REUNIMOS PARA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

Y CUMPLIR SU PROPOSITO

Lectura bíblica: Ex. 15:13, 17; Dt. 12:11; Sal. 73:16-17; 1 Co. 14:26; He. 10:25

Aparentemente los versículos mencionados tienen poca relación con el tema de las reuniones, pero en realidad sí tratan de dicho tema. Sabemos que Exodo 15 constituye una sección de alabanzas de victoria que el pueblo libertado ofreció a Dios. El pueblo de Israel ofreció una alabanza al Señor cuando fue rescatado de Egipto y libertado de la tiranía de Faraón, después de cruzar el mar Rojo y de ver al ejército egipcio ahogarse en las profundidades del mar.

A DONDE NOS GUIA DIOS

Leemos en el versículo 13: “Condujiste en Tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a Tu santa morada”. ¿Hemos observado alguna vez que el destino adonde Dios nos conduce es Su santa morada? Hacia allá nos guía El. El conduce a Su pueblo redimido, y lo guía a ese destino, Su santa morada. Sabemos que es donde Dios mora. Primero fue la tienda o tabernáculo. Más adelante, fue el templo. Dios habitaba tanto en el tabernáculo como en el templo y dirigía Su pueblo a este destino. Hacia allá nos conduce y nos guía Dios, a Su santa morada.

LA MORADA DE DIOS

¿Podemos comprender que la morada de Dios es la asamblea de Su pueblo redimido? Por eso aparece un término que combina estas dos cosas: el tabernáculo de reunión. El tabernáculo se refiere a la morada de Dios, e indudablemente la reunión se refiere a la congregación del pueblo de Dios. Esto indica que la reunión del pueblo de Dios es la morada de Dios.

En el Antiguo Testamento, resultaba difícil describir en qué manera el pueblo de Dios era Su morada. En la tipología del Antiguo Testamento vemos la morada de Dios tipificada por la tienda o el tabernáculo, como el centro de la reunión del pueblo. Al mismo tiempo descubrimos que el pueblo de Dios se reunía alrededor de la tienda.

UNA ASAMBLEA DE PERSONAS LLAMADAS A SALIR

Debemos entender que en el Nuevo Testamento, la morada de Dios es la iglesia. La palabra griega ekklesia, denota una asamblea. Es una reunión de los llamados a salir. Cuando se reúnen los que Dios llama a salir, tenemos la iglesia, la cual es la reunión de un pueblo, de los creyentes.

LA IGLESIA EN LA PRACTICA

A la luz del Nuevo Testamento, ¿es acaso posible que los santos que vivan en una localidad sean la iglesia y no sientan la necesidad de reunirse? Debemos estar conscientes de que sin las reuniones de los creyentes en su localidad, no hay vida de iglesia. La vida práctica de la iglesia se compone de las reuniones de los santos en la localidad donde vivne. Si viven en Huntington Beach sin reunirse, no habrá iglesia allí, a pesar de haber numerosos santos en esa ciudad.

La iglesia se hace tangible y practica cuando los creyentes se reúnen. Esta es una ekklesia. La ekklesia es la reunión de todos los santos, lo cual constituye una asamblea. Tengamos presente que ésta es la morada de Dios. Por lo tanto, la iglesia no es otra cosa que la tienda de reunión, la cual representa la morada de Dios; las reuniones representan la asamblea, o sea, la reunión, de todos los santos. Exodo 15:13 habla de la reunión del pueblo que Dios redimió. ¿Qué debía hacer éste después de ser redimido? Dios los guió a reunirse.

EL SEÑOR NOS CONDUCE Y NOS LLEVA

Observemos que en Exodo 15:13 se usan dos verbos. Primero leemos que el Señor los condujo, y luego El los llevó. ¿Qué diferencia hay entre ser conducido y ser llevado? Hace algunos años cuando estuve en Elden Hall oí que alguien oró diciendo: “¡Señor, condúcenos y llévanos!” Esto es muy significativo y me impresionó bastante.

Primero, el Señor nos conduce, y luego nos lleva. Observemos el cuadro que vemos en la tipología. Cuando los hijos de Israel iban por el desierto, una columna de nube o de fuego los conducía siempre. Si se paraba la columna de nube o de fuego, el pueblo no se movía. Mientras el Señor tomaba la iniciativa, El los llevaba al mismo tiempo. El estaba con ellos, y entre ellos llevándolos. En nuestra peregrinación o carrera cristiana, el Señor siempre nos conduce y al mismo tiempo El nos lleva.

En 1958 cuando estuve en Jerusalén, teníamos un guía. El no era solamente un guía, sino también el líder del grupo. Cuando fuimos al templo y a otros lugares, él nos llevaba. Cuando teníamos problemas, de inmediato se convertía en el guía. El se nos unía y permanecía con nosotros, nos hablaba y nos daba explicaciones. Conducir es algo general, pero llevar es específico.

Ahora el Señor nos conduce de manera general dándonos una dirección general. Pero algunas veces El viene y nos lleva adelante explicándonos los detalles. Al conducir al pueblo, El lo llevó en Su fuerza hasta Su santa morada. Conducir al pueblo equivale a encaminarlo, pero llevarlo es trasladarlo a un lugar específico, en este caso, a la morada de Dios. Queridos santos, dicha morada es la congregación o reunión de los creyentes. Por lo tanto, después de redimir a Su pueblo, lo conduce y lo lleva a la reunión.

Podemos confirmar esto con nuestra experiencia. Inmediatamente después de ser salvos, ¡todo era maravilloso y excelente! Pero no sentíamos que ya hubiésemos llegado. Llegamos a nuestro destino cuando fuimos traídos a una reunión. Al entrar en esa reunión, nos sentimos como en casa; nadie nos tuvo que decir nada. Cuando empezamos a asistir a la reunión, sentimos que ése era el lugar apropiado para nosotros. Esa era la morada de Dios, pero también era nuestra reunión.

EL FIN DE NUESTRO VIAJE ES LA MORADA DE DIOS

Los creyentes, por lo general, no entienden lo que significa reunirse. Piensan que su reunión es un culto de adoración. No se dan cuenta de que la reunión cristiana es el destino al que deben llegar. Cuando llegan, ese lugar se convierte en la morada de Dios. Cuando Dios no tiene donde morar, nosotros andamos a la deriva. Cuando El no tiene casa, nosotros tampoco la tenemos, pero si El tiene donde morar, esta morada se convierte en nuestra morada. La casa de Dios es nuestra casa. Muchas veces uno se siente en casa cuando va a la reunión. Si se ausenta de la reunión durante un par de meses, se sentirá errante y sin hogar. Pero al volver a reunirse se siente en casa. Esto demuestra que nuestra reunión es la morada de Dios, y ésta, a su vez, es nuestro hogar.

EN CASA CON NUESTRO PADRE

Cuando Dios halla una morada, nosotros también. Esta morada es nuestra reunión. Menciono esto para destacar la importancia de nuestra reunión. No se trata de una liturgia ni de un culto de adoración ni una reunión para estudiar la Biblia u orar; es mucho más. ¡Es la morada de Dios en la tierra! Cuando nos juntamos somos la morada de Dios, en la cual nos hallamos en casa con Dios; estamos en casa con nuestro Padre, pues al congregarnos somos una familia.

PLANTADOS EN EL MONTE DE SION

Leemos en el versículo 17: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado”. El monte de Sion es la tierra santa, y ésta es la heredad de Dios. Por consiguiente, la herencia del monte de Dios es el monte de Sion.

Este versículo enseña que Dios quería plantar a los hijos de Israel en el monte de Sion. Quizás pensemos que geográficamente resultaría imposible establecer a todos los hijos de Israel en el monte de Sion, lo cual no es más que nuestra comprensión natural. A los ojos de Dios y en Su mente, todos los hijos de Israel ya fueron establecidos en ese monte. Por lo menos tres veces al año, en las fiestas de la Pascua, Pentecostés y los Tabernáculos, todos los varones se reunían en ese monte. Por lo tanto, a los ojos de Dios todos los hijos de Israel estaban plantados en ese monte.

UN TIEMPO DE REGOCIJO PARA DIOS

Tengamos presente que este pueblo allí plantado era la congregación y la morada de Dios. Durante aquellas fiestas, todos los hijos de Israel permanecían en ese monte día y noche. Si la fiesta duraba siete días, se quedaban allí siete días. Cuando Dios miraba al monte de Sion y veía que todo Su pueblo escogido y redimido se asentaba allí, se regocijaba en gran manera. Aquella reunión era la morada de Dios en la tierra. Todo Su pueblo escogido y redimido se congregaba a El en ese monte, lo cual era una reunión y a la vez una morada. Era la morada de Dios y de Su pueblo escogido.

EL CUMPLIMIENTO DE LA TIPOLOGIA

Este es el panorama y el tipo que nos presenta el Antiguo Testamento, cuyo cumplimiento hoy son nuestras reuniones. En el pasado teníamos un lema: Cristo es nuestra vida, y la iglesia es nuestra manera de vivir. Debemos cambiar iglesia por reunión y decir: Cristo es nuestra vida, y la reunión es nuestra manera de vivir.

Todos los seres humanos se hallan en una condición lamentable. Lo vemos cuando bailan, van a la playa o juegan con el balón, cuando se entregan a comer, a beber, a apostar o a robar. Ya sea en su fuerza o en su debilidad, se hallan en una condición miserable. ¿Qué podemos decir de nosotros? ¿Estamos en esa misma condición? Si no nos reunimos, ¿estamos tristes o nos sentimos bien? Puedo testificar que a veces me siento muy bien en mi casa, pero muchas veces no tanto. Sin embargo, cuando voy a la reunión, tengo la garantía de estar alegre. En los cincuenta años que llevo en la vida de iglesia no recuerdo una sola reunión en la cual haya estado triste. A veces he estado triste en mi casa, pero nunca en la reunión.

EL LUGAR MAS AGRADABLE

¿Por qué nos sentimos tan bien en las reuniones? A veces me parecía que la reunión se alargaba demasiado. Hace poco la reunión de la mesa del Señor duró dos horas y cuarenta minutos. Me sentía bastante cansado después de estar sentado durante ciento sesenta minutos. Pero no estaba triste. Estaba cansado, pero me sentía contento. Por un lado, quería irme a casa, pero por otro, quería permanecer allí. No sabía si irme o

quedarme. Sé que mientras esté en la reunión, me sentiré bien, pero si vuelvo a casa, tal vez me sienta triste. Tengo la certeza de que me sentiré bien mientras esté en la reunión.

Debemos dedicar más tiempo al estudio de nuestra vida de reunión si queremos ver algo profundo. En cierto sentido, no estoy insistiendo en que tenemos que asistir a la reunión, sino que quisiera destacar la diferencia que existe entre ir o no a la reunión. Debemos elegir entre la vida y la muerte. Esta es una decisión que cada uno debe tomar. Si uno quiere morir, quédese en casa. Si quiere vivir, asista a la reunión. Fuera de la reunión uno se muere. Pero si asiste a la reunión tendrá la certeza de que vivirá. Además es agradable estar allí. Mi experiencia me ha mostrado que la reunión de los creyentes es el lugar más agradable de la tierra.

A veces uno traslada su condición lamentable de su casa a las reuniones por causa de los problemas personales que tiene. No debemos echar la culpa de esto a la reunión, sino a nuestra propia insensatez. A veces he llevado mis problemas hasta la puerta del salón de reuniones, pero una vez allí, les he dicho: “¡No me sigan! ¡Váyanse!” Entonces entro a la reunión libre de mi deplorable condición.

En la vida humana, el único tiempo placentero y el único lugar agradable es la reunión de los creyentes. Algunos dirán que su boda fue el momento más placentero y el lugar más agradable. Tal vez así sea, pero aún así, sucedió una sola vez en toda la vida. Sin embargo, el placer de la reunión es algo que podemos experimentar continuamente.

Nuestra reunión es el lugar y el momento más agradables. Los incrédulos no tienen esta clase de reuniones; por lo tanto, nunca disfrutan de un lugar tan especial. ¡Pero nosotros sí! Si me preguntan cuál es el momento y el lugar más agradables que conozco, contestaría que es la reunión de la iglesia.

Me agrada Estados Unidos, pero francamente sin las reuniones de la iglesia este país no sería un lugar agradable. ¿Qué haría aquí? ¿Pasaría el día frente al televisor? ¡Eso sería horrible! ¿Escucharía música? ¡Sería una pena! ¿Qué haremos? Creemos que el Señor Jesús nos conducirá y nos llevará a Su morada, a la reunión de la iglesia.

PERMANEZCAMOS EN LA MORADA DE DIOS

¿En qué me baso para afirmar que en el versículo 17 el monte se refiere al monte de Sion? Sencillamente porque se refiere a la morada de Dios. Dios mora en un santuario, en el templo. Primero Dios formó el monte de Sion; después edificó allí el templo. El monte de Sion y el templo, Su santuario, eran el lugar de reunión de los hijos de Israel, quienes debían subir allá tres veces al año, y no solamente de visita, sino para permanecer allí, y durante siete días no moraban allí solos sino con Dios. En la Biblia el número siete indica un ciclo completo. Esto significa que durante todo el curso de

nuestra vida debemos permanecer en la congregación con Dios. Debemos permanecer en la morada de Dios, es decir, en las reuniones de la iglesia.

EL LUGAR QUE EL SEÑOR ESCOGIO

Leemos en Deuteronomio 12:11: “Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando; vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová”. Este versículo se refiere a un lugar específico. Dios exhortó a los hijos de Israel a que después de entrar en la buena tierra no se reuniesen en cualquier sitio. Había un solo lugar donde debían congregarse. Era el monte de Sion, donde se encontraba el templo de Dios. Tres veces al año ellos debían llevar el mejor producto de la tierra a ese lugar. Allí permanecían con Dios. Esa era la reunión de ellos. Allí se congregaban todos los años. Sabemos que éstos son diferentes aspectos de una sola cosa, es decir, de nuestra reunión. Así deberían ser nuestras reuniones ahora.

NOS REUNIMOS PARA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS Y CUMPLIR SU PROPOSITO

¿Cómo podemos comprobar que reunirnos equivale a hacer la voluntad de Dios y cumplir Su propósito? Leamos Salmos 73:16-17: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos”. Cuando el salmista pensaba en ciertos asuntos, no los podía entender, hasta que entró en el santuario de Dios.

Creo que anteriormente, muchos de nosotros buscábamos la voluntad de Dios con respecto a nuestras familias, a nuestro matrimonio, a nuestro trabajo, a nuestros estudios. Muchas veces nos era difícil. Anhelábamos conocer la voluntad de Dios con respecto a estas cosas, pero era difícil. No obstante, descubrimos que se nos aclaraban muchas dudas con el simple hecho de entrar en la reunión. Lo dicho en la reunión no se relacionaba con nuestro dilema, y ningún testimonio aludió al mismo; sólo fuimos a la reunión, nos sentamos allí, y todo se aclaró. En muchos casos, los testimonios nos ayudan a entender, y los mensajes nos iluminan. Pero podemos atestiguar que ir a la reunión es el mejor lugar y el mejor momento para conocer la voluntad de Dios. Son pocos los que llegan a conocer la voluntad del Señor fuera de las reuniones; pero muchos la descubren en las reuniones de la iglesia. Repetidas veces hemos orado en cuanto a algunos asuntos con el deseo de conocer la voluntad del Señor, pero no logramos entenderla. No obstante, cuando llegamos a la reunión, todo se aclara. Hacer la voluntad de Dios depende primeramente de que la conozcamos. Si uno sabe cuál es la voluntad del Señor, lo demás no será problema. Conocer la voluntad de Dios equivale prácticamente a hacerla.

Cuando nos reunimos, surge en nosotros el deseo de orar, adorar, servir, escuchar un mensaje, aprender, ser exhortados, fortalecidos, consolados y alentados. Ese es nuestro anhelo. En realidad, queridos santos, nuestras reuniones contienen muchas cosas maravillosas. Cuando participamos en ellas, recibimos mucho beneficio. Esto muestra que no valoramos la reunión como deberíamos ni le damos la importancia que merece.

LO MAS CRUCIAL

Tengamos presente que, aparte de nuestra relación íntima con el Señor, no existe nada más crucial, más importante ni más provechoso que reunirnos. Créanme que un día podremos testificar que perder el empleo no tiene tanta importancia como perder una reunión de la iglesia. Faltar a una reunión es una verdadera pérdida. La pérdida del empleo no es una pérdida muy significativa. No soy supersticioso al afirmar que si uno se reúne como debe, el Señor preservará el empleo que uno tiene. Si uno se reúne como lo hacían los hijos de Israel y se queda sin trabajo, es posible que el Señor le mande maná. Pero si uno dice: “Ya que tal es el caso, dejemos nuestros empleos y hagamos de este salón de reuniones nuestro monte de Sion, y reunámonos todos los días”. Eso sí es superstición.

LA RECOLECCION DEL MANA

Recordemos que en 2 Corintios 8, Pablo considera nuestro empleo secular como la recolección del maná. Conocemos la historia de la recolección del maná. Algunos glotones recogían más, pero no les sobraba nada. Entre nosotros son muchos los que quieren recoger más, pero finalmente nunca logran acumular nada. Aquellos que recogen más no les sobra nada, y a los que recogen menos no les falta nada. La medida viene a ser la misma. Aun cuando uno trate de recoger lo máximo con todas las energías, no recogerá más que otros.

BUSCAMOS PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS

Los que llevamos una vida en torno a las reuniones somos sustentados por el maná. No vivamos por nuestro trabajo. Cumplamos con nuestro deber, pero no vivamos por él. Vivamos sustentados por el maná. Nuestro propio trabajo es el maná. Dios puede retirar todo el maná. Con un solo dedo Suyo El puede tocar la economía de los Estados Unidos y dejar todo el país sin trabajo. Cuando desaparecen los empleos, se acaba el maná. Uno piensa que se trata de un empleo secular, pero en realidad es el maná que Dios le manda.

La palabra del Señor es verdadera, y El nos dice que no nos preocupemos por el día de mañana. El mañana está fuera de nuestras manos. No llevemos una vida de preocupación pensando en el día de mañana; ocupémonos del presente. Busque

primeramente Su reino. Entonces el Padre nos dará por añadidura lo que necesitemos para vestirnos, comer y beber. El nos dará primero el reino que buscamos, y como añadidura lo necesario para el sustento (Mt. 6:31-34). Esto es el maná. Perder el empleo no debería preocuparnos, pero faltar a una reunión sí.

Llevo unos cincuenta años sirviendo al Señor. No perdí mi empleo al principio, sino que lo dejé. Tenía un buen trabajo, pero lo dejé. Cuando estaba a punto de tomar la decisión de dejar mi trabajo, me parecía un dilema descomunal. Pero después de cincuenta años puedo ver que la palabra del Señor es fidedigna. Ciertamente no debemos preocuparnos por nuestro sustento ni llenarnos de ansiedad en cuanto a nuestras necesidades cuando lo buscamos a El.

LA VIDA PRACTICA DEL REINO

Tengamos en mente que las reuniones de la iglesia constituyen la vida práctica del reino. Si buscamos el reino de Dios, sin reunirnos, ¿qué reino sería ese? El reino práctico es la vida de reuniones. Reunirnos o asistir a la reunión equivale a buscar primeramente el reino.

HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

Examinemos de nuevo lo que es hacer la voluntad de Dios. Vivimos en la tierra, y nuestra meta es cumplir la voluntad de nuestro Padre. ¿Cómo podemos conocer Su voluntad? Sólo asistiendo a las reuniones. Puedo asegurar que resultaría muy difícil conocer la voluntad del Señor sin ir a las reuniones. Cuando uno empieza a ausentarse de las reuniones, empieza a perder de vista la voluntad de Dios y vuelve a caer en esa deplorable vida bajo la tiranía de Satanás, de la cual había sido rescatado.

Por tanto, debemos hacer lo posible por no faltar a ninguna reunión. No importa si al hacerlo arriesgamos nuestro empleo. La reunión debe ser lo primero. Nunca he visto a ningún santo sufrir por haber ido a una reunión. Por el contrario, puedo testificar que he visto a miles de personas que el Señor bendijo espiritual y materialmente porque asistieron a las reuniones. El Señor es fiel, y Su promesa es verdadera.

NUESTRO DESTINO

Cobremos ánimo y confianza. Esto no es solamente la senda correcta, sino el único camino. No tenemos otra alternativa. Todo hombre debería ser creyente, y todo creyente debería asistir a las reuniones. Este es nuestro destino, para eso fuimos salvos. Nuestro Padre nos predestinó para esto. Nuestro destino es reunirnos. Si proseguimos según nos predestinó Dios, sin duda El nos bendecirá. De lo contrario, estaremos dando coces contra el aguijón, y sufriremos.

Algunos dirán que dedican demasiado tiempo a las reuniones. Quizás juzguen que ganarían más dinero si usaran ese tiempo trabajando. Inténtelo durante cuatro o cinco años; al cabo de éstos verá el sufrimiento. He visto muchos casos de éstos. Este pensamiento es bastante engañoso. Debemos permanecer en lo que afirman las santas Escrituras. Debemos confiar en la promesa de Dios, y obedecer Su mandato de ir a las reuniones. Si vamos a la reunión acatamos lo que El predestinó y tendremos un destino bienaventurado. Uno mismo recibirá el beneficio, y posiblemente aun la tercera generación. Nosotros y nuestros hijos estaremos bajo la bendición de Dios.

Este es nuestro destino. Reunirnos no es algo insignificante. No nos queda otra alternativa, pues es así como conocemos y hacemos la voluntad de Dios y como cumplimos Su propósito.

 

CAPITULO TRES

NOS REUNIMOS PARA SATISFACER A DIOS

CON CRISTO

Lectura bíblica: Dt. 12:5-7; 14:22-23; 16:16-17

EN LA TIPOLOGIA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

En el Antiguo Testamento la iglesia todavía era un misterio escondido en Dios, pues El no reveló lo que es la iglesia. La escondió como misterio dentro de Sí. Aún así, el Antiguo Testamento contiene muchas figuras, tipos y sombras de la iglesia. Por ejemplo, Efesios 5 nos dice que Eva, la esposa de Adán, era tipo de la iglesia, pues ella tipifica admirablemente a la iglesia. Si sólo tuviésemos el Nuevo Testamento, no podríamos entender la iglesia como la entendemos tomando el tipo de Eva. Además, si leemos Génesis 24, vemos a Rebeca, la esposa de Isaac. Los estudiosos de la Biblia saben que Isaac tipifica a Cristo, y Rebeca a la iglesia. Ella tipifica ciertos aspectos cruciales de la iglesia; por ejemplo, el hecho de que la iglesia fue escogida de entre los gentiles, apartada del mundo y presentada a Cristo.

En Exodo, el siguiente libro, el tabernáculo no tipificaba solamente a Cristo sino también al Cristo corporativo, es decir, a la iglesia. El arca que estaba en el tabernáculo representaba al Cristo individual, pero el tabernáculo tipificaba al Cristo corporativo, la iglesia.

El pueblo de Israel constituye el tipo más importante de la iglesia en el Antiguo Testamento. Los hijos de Israel como pueblo tipificaban la iglesia. Este tipo de la iglesia es la más importante porque en el Nuevo Testamento, la iglesia también es un pueblo, una entidad colectiva. En el Antiguo Testamento Dios tenía un pueblo, y en el Nuevo Testamento, también tiene un pueblo. El pueblo del Antiguo Testamento tipificaba el pueblo del Nuevo Testamento. La historia de los hijos de Israel describe la historia de la iglesia. En el Nuevo Testamento no encontramos muchos aspectos cruciales de este tipo. Las figuras son muy significativas y ricas para ayudarnos a conocer la iglesia.

EN EL NUEVO TESTAMENTO

Muchos eruditos cristianos han dedicado bastante tiempo al estudio del Nuevo Testamento para descubrir cómo deben reunirse los creyentes. Ninguno de ellos podría testificar que encontró la manera en que nos debemos reunir, ya que la lectura o el estudio del Nuevo Testamento no nos permite verlo claramente. Son pocos los

versículos que hablan de la forma de reunirnos. Primero, en Mateo 18:20, el Señor dijo que donde dos o tres se reúnen en Su nombre, ahí esta El en medio de ellos. Este versículo sólo menciona que nos reunimos en el nombre del Señor. Los maestros entre la Asamblea de los Hermanos tomaron este versículo como base. Explicaron este versículo y lo ampliaron para condenar a todas las denominaciones porque los bautistas se reúnen en torno al nombre Bautista, y los presbiterianos en el nombre del Presbiterio; los luteranos se reúnen en el nombre de Lutero; los wesleyanos se reúnen en el nombre de Wesley. Por lo tanto, los Hermanos censuraron esa práctica y la juzgaron como una especie de fornicación espiritual, afirmando que sólo debemos reunirnos en el nombre único, el nombre de nuestro Señor Jesucristo. El es nuestro único marido. En este único nombre debemos reunirnos. Si nos reuniésemos en algún otro nombre, cometeríamos fornicación espiritual. Esto es un asunto muy grave.

Pasamos al libro de los Hechos. Quizá pensemos que dicho libro presentará la forma en que los creyentes deben reunirse. En realidad, no encontrará mucho al respecto. En el capítulo veinte descubrimos que los discípulos se reunían el primer día de la semana para partir el pan. Algunos se basan en este versículo para afirmar que debemos reunirnos el primer día de la semana, lo cual respaldan con la confirmación de 1 Corintios 16:1, donde se menciona la práctica de apartar cierta cantidad de dinero el primer día de la semana como una dádiva para el Señor. El libro de los Hechos también contiene algunos versículos que nos indican que cuando los creyentes se reunían perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles (Hch. 2:42).

En el Nuevo Testamento, el único versículo que nos indica cómo reunirnos es 1 Corintios 14:26. Basándose en dicho versículo, los maestros de la Asamblea de los Hermanos hicieron a un lado la práctica de los cultos religiosos de los cristianos. Sin embargo, 1 de Corintios 14:26 no explica exactamente cómo reunirnos. Hace años estudié cuidadosamente este versículo, pero no encontré nada concreto sobre la manera de reunirnos. Inclusive noté que los hermanos con los cuales me reunía no practicaban este versículo debidamente, ya que sólo lo usaban para rechazar los servicios religiosos del cristianismo, pero no practicaban este versículo en plenitud. En síntesis, no podemos descubrir la manera de reunirnos con la sola ayuda del Nuevo Testamento.

EL PUEBLO QUE SE REUNE

En el Antiguo Testamento, descubrimos un pueblo, un hombre colectivo, que tipifica la iglesia. Debemos prestar mucha atención a este pueblo. Desde la noche de la Pascua siguieron reuniéndose. Tenían la Pascua en sus casas, aunque no considero eso una reunión. En cierto sentido, era una especie de reunión familiar, pero no había ninguna pascua individual. La Pascua no era una fiesta celebrada por individuos. Se preparaba en las casas. El cordero pascual no era inmolado por un individuo, sino por una familia.

Después de la Pascua se congregaban, o sea que hacían una reunión. Inmediatamente después de la Pascua se congregaron como ejército y empezaron a luchar. Puesto que debían formarse como ejército, esta formación era la reunión de ellos. Después de celebrar la primera Pascua los hijos de Israel llegaron a ser un pueblo de reuniones. No solamente se congregaban diariamente, sino también en la mañana y en la tarde. Podemos preguntarnos: ¿Cómo podríamos reunirnos nosotros así? Si leemos Hechos 2 y 4, percibiremos ese ambiente o por lo menos esa aspiración. Creo que los tres mil y los cinco mil mencionados aspiraban a permanecer juntos día y noche. Las reuniones de los hijos de Israel es una de las primeras cosas que deben dejar en nosotros una profunda impresión. Ellos se convirtieron en un pueblo que se reunía. Dios obraba por medio de esas reuniones, y no hacía nada fuera de la congregación de su pueblo.

LA CONGREGACION DEL PUEBLO

Observemos que el pueblo reunido era una figura de la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es un pueblo que se reúne. Es la ekklesia, un pueblo que se separa para reunirse. Si no nos reuniésemos nunca, ¿donde estaría la iglesia? Sin reuniones, no hay iglesia. La iglesia es la asamblea de los creyentes. No es solamente las personas que se reúnen, sino también la reunión misma. Era posible que el pueblo no se congregase siempre, pero cuando lo hacía, indudablemente todos se hacían presentes.

ESPARCIDOS EN LA CAUTIVIDAD

Supongamos que dejamos de reunirnos y que no nos volvamos a congregar nunca. ¿Dónde estará la iglesia? Estaremos esparcidos. Si la iglesia está dispersa eso significa que está en cautividad. Cuando muchos santos faltan a las reuniones, me pregunto si estamos en receso o si fuimos esparcidos. Si somos dispersados y no volvemos a las reuniones, esto significa que fuimos capturados. No es mi intención ofender a nadie, pero debo ser franco y decir la verdad. Si uno falta a la reunión de la iglesia, se encuentra en cautividad.

En el transcurso de estos veinte años, me ausenté de las reuniones en muy pocas ocasiones. Cuando no estaba en la reunión, me sentía encarcelado. En ningún momento me sentí bien. Puedo decir que no estaba contento en casa mientras la iglesia se reunía. No es agradable quedarse en casa mientras la iglesia se reúne. ¿Cómo se siente uno cuando se queda en casa durante las reuniones? ¡Es un cautiverio! No salió de una reunión para volver luego, sino que fue llevado cautivo. Debemos ver lo que es la iglesia. La iglesia no es solamente un pueblo que se reúne, sino que también es la reunión de ese pueblo.

UNA VIDA DE REUNIONES

Hace poco dije en una reunión con las hermanas que la vida humana es vana y que la vida cristiana no tiene significado sin la vida de iglesia. Entonces ¿qué clase de vida tiene sentido? Ni la vida humana ni la vida cristiana, en cierto sentido. En la actualidad hay millones de cristianos en la tierra, pero muchos de ellos no llevan una vida que tenga significado. Aunque son creyentes, su vida cristiana no tiene sentido porque no experimentan la vida de iglesia.

Ahora debo añadir que la vida de iglesia es simplemente una vida de reuniones. La vida cristiana necesita la vida de iglesia, la cual es una vida de reuniones. La vida humana que uno lleva es vanidad. La vida cristiana necesita la vida de iglesia, y ésta debe ser una vida de reuniones. Si uno no se reúne, carece de la vida de iglesia, sin la cual la vida cristiana no tiene significado.

Si uno desea una vida llena de realidad, debe ser creyente. Pero aún siendo creyente, uno no puede obtener la realidad solo. Es cierto que Cristo es la realidad, pero esta realidad solamente la podemos alcanzar y experimentar plenamente en la vida de iglesia. Si uno carece de la vida de iglesia, no tiene la realidad de las riquezas de Cristo. Cristo no puede ser obtenido ni experimentado debidamente fuera de la iglesia. Por consiguiente, si uno no tiene una vida de iglesia, su vida cristiana no tiene objeto ni meta ni propósito. El propósito, la meta y el objeto de la vida cristiana es la iglesia. Debemos estar conscientes de que la iglesia es un pueblo que se reúne. La vida de iglesia es solamente una vida de reuniones. No hay duda al respecto. Los hechos son los hechos. Uno no puede decir que ha sido cristiano durante años y que no se reúne regularmente, sino que se queda solo en casa. En ese caso uno es un cristiano pobre. Pero ¡aleluya! Somos creyentes que disfrutamos a Cristo y lo experimentamos. ¿Cómo lo hacemos? Reuniéndonos con los demás santos. Nadie nos puede calificar de cristianos pobres, pues disfrutamos siempre al Señor Jesús con los santos.

Quisiera usar el ejemplo de unas bodas. Se espera que el día de las bodas sea el día más agradable de todos. El día que me casé fue muy agradable, pero los días de reuniones tienen otro sabor. El día en que tenemos una reunión agradable gustamos el sabor de la miel, y allí no hay nada de vinagre. Pero en muchos casos, el día de las bodas tiene miel y también algo de vinagre. La alegría de la boda no puede durar tanto como la alegría de las reuniones. En 1942 y 1943 tuvimos un avivamiento importante y aun ahora me llena de gozo recordar esas reuniones. Cuando pienso en las reuniones de Elden Hall en 1969 y 1970 me regocijo.

EL TIEMPO MAS AGRADABLE

La reunión es el rato más ameno. ¿Desea deshacerse de su ansiedad? Vaya a la reunión. En la reunión no hay ansiedad. Si uno todavía tiene ansiedad, no está en la reunión, sino

enfrascado en su ansiedad. Yo también tengo muchos problemas, pero cuando voy a la reunión, puedo decir: ¡Aleluya! estoy contento y me siento bien.

Por muy cansado que esté, me siento bien cuando voy a la reunión. Allí no hay fatiga. Recibo mucha fortaleza en la reunión. ¡La reunión me enriquece, me sana y me eleva! ¿Por qué? El gozo del Señor es nuestra fuerza. El gozo que nos fortalece también nos sana. Los médicos pueden decirnos que el gozo es la mejor medicina. Si uno tuviese gozo todo el día, no se enfermaría. El tiempo que pasamos en la reunión es el rato más agradable.

En la tipología, la iglesia es la reunión del pueblo. Sin la vida de reunión, no hay vida de iglesia. Podemos tener la terminología de la iglesia, sin tener la realidad viva de la misma. La vida de reunión es la realidad viva de la iglesia. ¡Aleluya! ¡Estamos practicando la vida de iglesia! Nos reunimos y además practicamos lo que es la iglesia.

NOS REUNIMOS PARA SATISFACER A DIOS CON CRISTO

Examinemos un punto bastante crucial: ¿para qué nos reunimos? En el primer mensaje hicimos notar que nos reunimos para satisfacer a Cristo en Su victoria, y en el segundo mensaje destacamos el hecho de que nos reunimos para hacer la voluntad de Dios y cumplir Su propósito. En este mensaje quisiera hacer énfasis en que nos reunimos para satisfacer a Dios con Cristo. Queridos santos, éste es un tema importante. Satisfacer a Dios no es nada insignificante, y satisfacerle con Cristo tampoco lo es. Ambos aspectos son muy importantes.

EL HAMBRE DE DIOS

Al leer Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio, nos damos cuenta de que existe un hambre divina en todo el universo, pues Dios tiene hambre. Cuando estudié el Pentateuco varias veces en Taiwan hace veintitrés años, me impresionó mucho este pasaje. En Levítico 3:11, 16 leemos que la “vianda es de ofrenda encendida para Jehová”. Ciertas ofrendas eran vianda para Dios. Nosotros no somos los únicos que necesitamos alimento; también Dios necesita comida. Nuestra hambre es una señal del hambre de Dios. Cuando tengamos hambre, deberíamos recordar que Dios también tiene hambre.

En el evangelio de Juan vemos que un día el Dios encarnado se acercó a una mujer pecadora y le pidió de beber. El tenía sed y fue a una pecadora sedienta, una mujer samaritana, y le pidió agua. Al final, la mujer quedó satisfecha, y el Dios encarnado también fue satisfecho. ¿Por qué? Porque ella recibió al Salvador, y El recibió a la pecadora. Así que, ambos quedaron satisfechos. Dios tiene hambre y necesita algo de comer. El Pentateuco revela claramente esta idea. En estos cuatro libros (Exodo,

Levítico, Números y Deuteronomio) descubrimos que algunas de las ofrendas que Dios exigía de Su pueblo estaban destinadas a servirle de alimento.

EL HOLOCAUSTO

Aunque leí la Biblia por muchos años, no entendía el significado del holocausto. Esta es la primera de las ofrendas. ¿Con qué fin se ofrecía? No para obtener redención ni para recibir la paz, sino para satisfacer a Dios. Tengamos presente que el holocausto en su totalidad era comida para Dios (Lv. 3:11, 16). Dios podía disfrutar el holocausto como comida cuando éste se transformaba en dos cosas: un aroma fragante en el aire, y cenizas en el suelo. Cuando el holocausto se transformaba en olor grato en el aire y en un montón de cenizas en el suelo, llegaba a ser comida para Dios. El holocausto estaba exclusivamente destinado a satisfacer a Dios.

UNA SOLA CLASE DE FUEGO

El holocausto era consumido por una sola clase de fuego. El sacrificio por el pecado se quemaba en dos secciones: el fuego agradable en el que se quemaban las entrañas y la grosura, y fuego de juicio en el que se quemaba lo externo, la carne, la piel y el estiércol. Pero el holocausto se consumía en su totalidad en un solo fuego, el fuego del incienso. Es un fuego que al arder asciende a Dios en olor grato que le deleita. Si conocemos la Biblia veremos que Dios disfrutaba y estaba satisfecho cada vez que el holocausto era quemado en el altar. Era una comida agradable para El. Era Su desayuno y Su cena, ya que el holocausto se ofrecía a Dios por la mañana y en la tarde. Así que, Dios come dos veces al día. ¿En qué momento debemos ofrecer el holocausto matutino? En la vigilia matutina. En la madrugada debemos ofrecer algo a Dios. ¿En qué momento debemos ofrecer el holocausto de la tarde? ¿Cuando cena Dios? En la reunión, por la noche.

DIOS TAMBIEN COME PARTE DE OTRAS OFRENDAS

Parte de la ofrenda de harina se presentaba como comida para Dios. Los sacerdotes tomaban la mayor parte como alimento para ellos. Pasaba lo mismo con la ofrenda de paz. Una parte era comida para Dios, otra la comía el oferente, y otra era comida para los sacerdotes que ministraban.

Aun la ofrenda por el pecado, las entrañas eran quemadas en olor fragante para Dios. Asimismo la ofrenda por las transgresiones. En el estudio-vida de Levítico, Números y Deuteronomio profundizamos en los detalles de todas estas ofrendas y podemos entender más claramente.

ALIMENTAMOS A DIOS

Quisiera dejar una profunda impresión con el hecho de que las reuniones de este pueblo tenían el fin exclusivo de alimentar a Dios. Al alimentar a Dios, ellos mismos eran nutridos. Su reunión no era más que un asunto de alimentación. Primero alimentaban a Dios, pero al hacerlo, también eran nutridos ellos. Le presentaban algo de comer a Dios, quien disfrutaba una parte, y lo demás lo debían comer ellos y disfrutarlo delante de El. Este es el significado de celebrar fiesta al Señor.

LA APLICACION DEL TIPO

Sabemos que la fiesta era un tipo. ¿Cómo podemos aplicarlo hoy? Es muy sencillo. Puesto que todos tenemos a Cristo, día tras día debemos reunirnos. Deuteronomio 16:16 revela que no debemos presentarnos con las manos vacías delante del Señor. Esto significa que no debemos acercarnos a Dios sin traer alguna ofrenda. Debemos presentarnos ante Dios como lo hicieron los hijos de Israel, con algo, con el producto de la buena tierra. Estos son los holocaustos, los diezmos, las ofrendas voluntarias y los votos. Debemos llevar a la reunión todas estas ofrendas para Dios. Cada vez que asistimos a la reunión, debemos estar conscientes de que Cristo nos acompaña. No vayamos a la reunión con las manos vacías.

LAS MANOS LLENAS DE CRISTO

En nuestro estudio-vida de Exodo vimos que santificar a los sacerdotes para que sirvan a Dios significa poner algo en sus manos, lo cual significa que sus manos deben estar llenas de ofrendas, es decir, de Cristo. Debemos ir a la reunión acompañados de Cristo. ¿Puede uno decir que no tiene a Cristo? Quizás digamos que no tenemos mucho de El, pero sí tenemos algo. Esto es lo que podemos ofrecer.

Cuando asistimos a la reunión, debemos recordar que Dios nos exige que llevemos algo de Cristo como comida para El, para nosotros y para todos los santos que están en la reunión. Debemos alimentarlos con Cristo. Por lo menos tenemos alguna medida de Cristo. Usted debe llevar consigo a la reunión todo lo que tenga de El. Aunque Cristo es inagotable, uno debe aportar todo lo que tenga de El. Es como cuando tenemos un banquete de amor. Nos avergonzamos de llegar a un banquete de amor con las manos vacías y el estómago listo para comer. Debemos llegar al banquete de amor con algo en las manos. Basta con traer algunos bocadillos o jugos de frutas. No debemos presentarnos sin nada.

Basándonos en este principio, el tiempo de nuestra reunión nunca será suficiente. Esta es la razón por la cual dividimos a menudo nuestras reuniones en asambleas en los hogares, para que cada uno tenga más tiempo de alimentar a Dios, a los demás y a sí mismo. Eso no es común hoy entre el pueblo de Dios. Hoy en día en los servicios que celebran los cristianos, hay muy poca nutrición, y todo se limita a un sermón. Pero

cuando nos reunamos, debemos traer con nosotros a Cristo. Al entrar en la reunión, no tenemos que esperar, ya que perderíamos la oportunidad de participar. De in mediato debemos alimentar y servir a Dios con Cristo.

Incluso los jóvenes pueden llevar consigo a Cristo al entrar en la reunión para servirlo a Dios. Podemos ofrecer una oración breve o un pequeño testimonio. Indudablemente podemos dar un testimonio en cada reunión. Si todos ofreciésemos una alabanza corta, una oración breve, un testimonio, agotaríamos todo el tiempo de la reunión, pero habría mucha nutrición.

ABRIMOS LA BOCA PARA SER LLENOS

Entonces ¿cómo deberíamos alabar, orar o dar un testimonio? Yo aconsejaría que hiciéramos a un lado el método. Sólo recordemos que debemos abrir la boca para participar en la reunión. La Biblia nos promete que cuando abramos la boca, El nos la llenará (Sal. 81:10).

Puedo atestiguar que con frecuencia he dado mensajes sin tener previamente la menor idea de lo que iba a decir. Pero cuando abrí la boca, algo sucedió. Cuando uno abre la boca, el Señor la llena. Ciertamente cada uno tiene algo que decir. Cobremos ánimo y valor. Sé que todos tenemos muchos testimonios, pero a veces los escondemos o los guardamos como misterios para la eternidad. Parece que quisiéramos guardar estos misterios para contarlos en la Nueva Jerusalén. Para entonces, será demasiado tarde. Todos los testimonios que se dan en esta era son agradables. Si esperamos hasta la Nueva Jerusalén, será demasiado tarde. Les aliento todos a alabar, a orar y a testificar en las reuniones.

PRECURSORES QUE ABREN EL CAMINO

Repito que la iglesia es simplemente una vida de reuniones. ¿Cómo nos reunimos? Traemos a Cristo con nosotros y lo presentamos alabando, orando y dando testimonios, lo cual hacemos por fe. Eso lo podemos hacer. Todos debemos ser precursores que abren el camino de la vida de reunión. Hasta la fecha, a finales del siglo veinte, el Señor no ha obtenido todavía lo que desea. El anhela que Su pueblo se reúna como iglesia para traerlo a El a todas las reuniones y presentarlo a Dios y a los hombres a fin de satisfacer a Dios y a los hombres, e incluso al propio creyente. El Señor quiere que este pueblo se reúna diariamente como testimonio vivo a todo el universo. Debemos ser los precursores o pioneros que abran el camino. Dejemos a un lado los servicios religiosos del cristianismo. Espero que nos quede una profunda impresión del hecho de que somos el pueblo de Dios que se reúne para presentar a Cristo ante Dios y ante los hombres a fin de que la reunión esté llena de vida, de riquezas y que nos lleve a las alturas.

 

CAPITULO CUATRO

NOS REUNIMOS PARA DISFRUTAR A CRISTO CON DIOS

(1)

Lectura bíblica: Dt. 12:5-7; 11-12; 14:22-23; Lv. 2:1-3; 3:9-11; 6:9, 12, 26; 7:5-6, 15, 19b, 29-34

Llegamos al asunto de disfrutar a Cristo con Dios. Cuando la mayoría de las personas van a una reunión cristiana, no dicen que van a ofrecer algo a Dios ni que van a disfrutar algo; generalmente dicen que van a escuchar una predicación o la Palabra de Dios, o que van a adorar a Dios. Por supuesto, no están equivocados, pero ése es el concepto humano acerca de las reuniones religiosas.

El Nuevo Testamento obviamente nos insta a reunirnos, pero dicha exhortación no se repite mucho. En el Nuevo Testamento, descubrimos la primera mención de una reunión cristiana en Mateo 18:20: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Aunque en el libro de Hechos no se exhorta a los recién salvos a congregarse, está claro que ellos espontáneamente se reunían todos los días. En los escritos de Pablo, particularmente en 1 Corintios 14:26, él nos instruye un poco con respecto a la manera de reunirnos. Podemos considerar 1 Corintios 14:26 como el único versículo que nos indica cómo reunirnos, pues dice que cuando nos reunimos como iglesia, cada uno tiene algo. Alguien tiene un salmo, otro una enseñanza, otro una revelación, otro tiene lenguas y otro interpretación de lenguas. Esto significa que al reunirnos cada uno debe traer algo. Usando la terminología del Antiguo Testamento, diríamos que nadie debe llegar a la reunión con las manos vacías; todos deben traer algo. Debemos estar llenos e ir a la reunión para laborar. Sin embargo, aun en este versículo Pablo no dice que uno deba ofrecer algo ni que deba disfrutar algo ni que deba regocijarse.

LOS CUADROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Una vez más podemos ver que lo que enseña el Nuevo Testamento en palabras explícitas necesita los cuadros del Antiguo Testamento, pues una imagen vale más que mil palabras. Algunas cosas no pueden describirse bien con palabras. Por ejemplo, si usted trata de describir por escrito cómo es mi rostro, tendrá que utilizar términos que describan la forma de mi nariz o de mis labios. Pero si tiene una foto, no necesita hacer tanto esfuerzo por hacer dicha descripción. Claramente se verán mis orejas y mi nariz,

dos ojos, una boca, dos mejillas y una frente. No necesitará recurrir al diccionario; le bastará con mostrar la foto. Es por eso que en la Biblia Dios nos enseña como a niños. Primero, vemos los cuadros del Antiguo Testamento, y luego leemos las palabras escritas en el Nuevo Testamento.

REDIMIDOS PARA REUNIRNOS

El Antiguo Testamento presenta un cuadro excelente acerca de la manera de reunirnos, que a mí me encanta. En 1959 presenté un estudio completo del Pentateuco a los santos de Taiwán. En aquel año el Señor nos mostró muchas cosas maravillosas acerca de la manera en que Su pueblo debe reunirse. Vimos que Dios redimió a Su pueblo principalmente para que se reuniese.

Los hijos de Israel estaban en una situación deplorable en Egipto, bajo la tiranía de Faraón y en esclavitud. Pero fueron redimidos y libertados de esa tiranía y de esa esclavitud, y fueron llevados al desierto. En el estudio-vida de Exodo hicimos notar que la palabra desierto no tiene una connotación negativa, sino que tiene un matiz positivo. El Señor dijo que llevaría a Su pueblo al desierto para que se reuniese. ¿Qué hacían en sus reuniones? Festejaban con Dios y entre ellos. Entonces Dios los adiestró por mucho tiempo a fin de que se reuniesen para festejar. No les enseñó a cantar solos ni en cuartetos. Tampoco les escribió un himnario; ni siquiera les enseñó a arrodillarse, ni a inclinarse, ni a postrarse. No les enseñó a estar callados ni a meditar, y tampoco a gritar. Dios no les enseñó nada de esto con relación a las reuniones que tenían. Las canciones recitadas individualmente o en cuartetos, y las reuniones de profundo silencio o de ruido son invenciones religiosas.

DIFERENTES MANERAS DE ADORAR

Yo nací en un hogar cristiano. El abuelo de mi madre fue salvo y se hizo bautista del sur. Yo era un bautista del sur de cuarta generación. Más tarde me uní a la iglesia presbiteriana china, pero también me desilusionó. En aquellos días fui salvo por medio de una evangelista joven. Después de ser salvo, quedé aún más desilusionado con los presbiterianos chinos. Entonces fui a la Asamblea de los Hermanos donde me congregué por siete años y medio. Sin embargo, tampoco allí quedé satisfecho. Finalmente me uní al movimiento de la vida interior, pero no me llenó. Luego probé algo del pentecostalismo, el cual no era más que un espectáculo. Allí nada tiene profundidad ni hay nada místico; todo queda en la superficie y se convierte en una exhibición. Las reuniones pentecostales son como los espectáculos públicos. Tampoco el pentecostalismo me satisfizo.

Cuando fui a las Filipinas, visité con cierta frecuencia las catedrales católicas a fin de estudiar la situación. Me quedaba allí un rato para observar cómo los feligreses

compraban velas y luego buscaban un “santo”. A veces, una señora iba a ver a “santa Teresa”, y la siguiente vez a “santa María”. Yo observaba a la gente encender sus velas y veía cómo oraban para reducir la estadía de sus parientes en el purgatorio.

Cuando era muy joven, aunque nací en un hogar cristiano, a veces me llevaban a algún templo budista, y veía cómo los budistas adoraban a sus ídolos. En 1935 siete u ocho colaboradores y yo nos alojamos con el hermano Watchman Nee cerca del famoso lago Occidental. Alrededor del lago había muchos templos llenos de ídolos. Cada mañana los adoradores iban allí para adorar a los ídolos y producir algunos ruidos curiosos. Yo me acercaba para observar cómo adoraban.

En 1958 viajé por toda Europa. Luego fui a Teherán, en Persia, lo que hoy día es Irán. Fui a Bagdad, en Irak y a Beirut, en Líbano. Dondequiera que iba, hacía lo posible para estudiar la forma en que la gente adoraba. Cuando fui a Atenas, en Grecia, visité la Iglesia Griega Ortodoxa con la intención de ponerme en contacto con la gente, y estudiar su manera de adorar. Cuando estuve en Jerusalén, fui a la plaza que reúne las grandes religiones en sus cuatro esquinas: los griegos ortodoxos, los católicos romanos, los protestantes y los armenios. Vi todos sus servicios. Inclusive, fui al pozo de Samaria y compré un vaso de agua que un monje armenio sacó del pozo. Estudié todas estas actividades religiosas. Cuando estuve en Jerusalén, fui a la mezquita que ocupa el segundo lugar de importancia en el mundo islámico. El lugar sagrado más importante de ellos está en La Meca, y el segundo en Jerusalén, en el monte de Sion, probablemente donde se erguía el antiguo templo judío. Lo primero que le piden a uno es quitarse los zapatos. Todos nos los quitamos y nos pusimos sandalias presuntamente santas. Observé cómo los árabes musulmanes adoraban a Dios. En un patio grande al aire libre se postraban rostro en tierra. Allí adoraban, no una hora, sino casi medio día. Lo que descubrí fue que las diferentes religiones inventaron diferentes maneras de adorar a Dios. Observé todas estas cosas antes de 1958.

LA ADORACION QUE DIOS DESEA

Luego en el año 1959, como ya dije, volví a estudiar el Pentateuco. Después de haber observado las diferentes clases de adoración que las religiones inventaron, el Señor me mostró la única adoración que El desea.

Después de crear a Adán y Eva, Dios no les mandó que lo adorasen. En Génesis 2 vemos el mismo principio que en Exodo y en Levítico. Después de crear al hombre, Dios no le habló de adoración, sino de comida. Dios no los exhortó a adorarlo, sino a comer. Debían comer de cierto árbol; de ese modo tendrían vida. Pero si comían lo que no debían, morirían. Después de caer, el hombre vio su propia desnudez y trató de cubrirse. Entonces Dios intervino e hizo túnicas de pieles. En Génesis 3, el tema principal es la comida.

EL SERVICIO SACERDOTAL PARA DIOS

Abel fue la segunda generación de la humanidad. ¿Qué hizo él? ¿Adoraba a Dios? ¿Cantaba himnos? ¿Alababa a Dios? No se menciona nada de eso. El ofreció los primogénitos de sus ovejas para satisfacer a Dios. Abel fue el primer sacerdote porque ofreció el debido sacrificio que satisface a Dios. Dios lo aprobó por este sacrificio, pues le fue grato, y aceptó a Abel.

No se imagine que el sacerdocio empezó con Aarón y sus hijos. Noé también era sacerdote. En Génesis hallamos otro sacerdote, que se llamaba Melquisedec. ¿Qué es o quién es un sacerdote? Es aquel que ofrece comida a Dios, que sirve a Dios, no con cánticos, ni alabanzas, ni tampoco inclinándose, sino ofreciendo comida a Dios para Su satisfacción. Cantar, alabar e inclinarse son invenciones religiosas que proceden del hombre natural.

¿Qué revela la Palabra santa acerca de la adoración? Adorar a Dios consiste en ofrecer algo que lo complazca y lo satisfaga. Según lo revelado en toda la Biblia, debemos ofrecer al propio Cristo. La ofrenda que presentó Abel a Dios tipifica a Cristo.

El pueblo de Dios, los hijos de Israel, cayó en Egipto. Entonces Dios intervino, los redimió y los liberó de la opresión para llevarlos a un lugar en donde congregarlos. ¿Para qué? Para cumplir un servicio sacerdotal para Dios, y traer solamente lo que Dios desea, lo que le agrada y la comida que lo satisface. Entonces debían comer juntamente con Dios y regocijarse al comer con El. Hermanos, ésta es la manera en que nos debemos reunir. La redención y la salvación tienen esta meta. Dios nos redimió y nos salvó para que nos reuniésemos. Nos libró de la tiranía de Satanás y de la cautividad del pecado para llevarnos a un lugar de reunión.

EL NOMBRE DE DIOS Y SU MORADA

Dios nos conduce a reunirnos en el lugar que El mismo designó y escogió, y que incluye dos aspectos cruciales: Allí debe estar establecido Su nombre, y allí estará Su morada. El lugar que Dios escogió para que nos reuniésemos debe tener Su nombre y Su morada. Tanto Su nombre como Su morada preservan la unidad de Su pueblo. Existe un solo nombre en el cual debemos reunirnos (Mt. 18:20), y un solo centro donde debemos congregarnos: la morada de Dios. Sin estos dos aspectos cruciales, el pueblo de Dios estaría dividido, y nos reuniríamos según nuestros gustos, según nuestro capricho y según nuestra preferencia. Pero Dios dice: “No deben tener preferencias. No os toca a vosotros escoger. La elección me pertenece únicamente a Mí. Yo soy el único que puede escoger. Escogeré un lugar, y allí pondré Mi nombre y allí habitaré” (Dt. 12:11-18). Sabemos que este lugar era el monte de Sion. Dios puso Su santo nombre allí, y allí fijó

Su morada. Este se convirtió en el centro único e indivisible del pueblo de Dios, el lugar donde ellos se reunían.

UNA VIDA DE REUNIONES

Podemos ver que la reunión no es insignificante. La vida del pueblo de Dios aun en el Antiguo Testamento, era una vida de reuniones. Al leer el Antiguo Testamento con detenimiento, descubrimos que todos los varones de Israel debían reunirse tres veces al año: en la fiesta de la Pascua, en la fiesta de las semanas o Pentecostés, y en la fiesta de los Tabernáculos (Dt. 16:16). El Antiguo Testamento nos muestra que esto era tan serio que todo varón que no acudiera a dicha reunión era cortado de entre el pueblo (Nm. 9:13), porque la vida apropiada de los redimidos de Dios era una vida de reuniones. Para ellos, reunirse significaba congregarse en el nombre de Dios y en la morada de El para ofrecerle y servirle alimento. No se trataba de cantar, de alabar, de inclinarse ni de postrarse. En este servicio, los que sirven, es decir, los sacerdotes, comen delante de Dios, con Dios y también entre ellos.

COMER Y REGOCIJARSE

Queridos santos, eso es lo que significa la reunión. Reunirnos equivale a ofrecer sacrificios y a comer lo que ofrecemos a Dios; significa regocijarnos en lo que comemos. ¿Nos hemos dado cuenta de que los creyentes debemos reunirnos para alimentar a Dios? Algunos somos los camareros y otros los cocineros. Cocinamos y servimos alimento a Dios. Cuando le servimos a El, comemos con El y delante de El, y comemos entre nosotros. Entonces nos regocijamos (Dt. 12:7).

No es muy fácil describir lo relacionado con las reuniones; por eso, Dios dejó una fotografía, la cual consta en Deuteronomio y Levítico. No se imagine que estos libros sólo contienen las enseñanzas ni que se aplican solamente al antiguo Israel. En el Nuevo Testamento se dan, por lo menos en el libro de Hebreos, muchas interpretaciones de los libros del Antiguo Testamento. El autor de dicho libro indica claramente que él no tenía suficiente tiempo para darnos la interpretación completa del Pentateuco (He. 5:11; 11:32), lo cual deja ver que el Pentateuco contiene muchas cosas que los autores del Nuevo Testamento no explicaron. Sin embargo, el hecho de que los autores del Nuevo Testamento no las hayan mencionado no quiere decir que no tengan importancia para nosotros. Eso no sería lógico. Obviamente, son significativas para nosotros.

CRISTO EN LA TIPOLOGIA

La mayoría de los creyentes están conscientes de que la Pascua tipifica a Cristo. Sin embargo, el sacrificio de la Pascua no era lo único que tipificaba a Cristo, ya que las demás cosas también eran tipos. En general, las ofrenda y cada aspecto de las mismas

debe tipificar a Cristo. Basándonos en este principio, podemos afirmar que las ofrendas y también el producto de la buena tierra tipifican a Cristo, porque los sacrificios eran producto de la tierra. En 1959 el Señor nos mostró que aun la tierra de Canaán constituía un tipo rico y amplio de Cristo.

Una de las primeras conferencias que di en este país trató de la buena tierra como tipo del Cristo que lo es todo. La mayoría de estos mensajes venían de algunos versículos de Deuteronomio 8. Indudablemente existen muchas razones para creer que todos los aspectos de la buena tierra tipifican las riquezas de Cristo y todo lo que El es. Por tanto, la buena tierra tipifica a Cristo, y sin lugar a dudas, el producto de esa tierra también tipificaba a Cristo. Del fruto de la tierra se sacaban los diezmos y los primogénitos, todos los cuales son Cristo. Los diezmos, los primogénitos y las primicias que ofrecían a Dios en el monte de Sion son Cristo. Todas estas cosas llegaban a ser holocaustos, ofrendas de paz, ofrendas por el pecado, ofrendas por las transgresiones, ofrendas mecidas, ofrendas voluntarias y votos. Todas las ofrendas son Cristo.

UNA FIESTA

¿Qué debemos hacer cuando vamos a la reunión? Debemos aprender a decir que vamos a la reunión primero para alimentar a Dios. Segundo, vamos a la reunión para comer delante de El, con El, y con los demás, y también para regocijarnos al comer. No es una comida común; por lo tanto, la Biblia la llama fiesta, una fiesta solemne (Dt. 16:16). Uno no puede celebrar una fiesta solo, ya que una fiesta requiere dos clases de riquezas. Se necesita ser rico en personas. Uno necesita reunir varias personas. A mí me gusta mucho comer acompañado. ¡Cuantas más personas haya, mejor! La fiesta contiene alegría, pero debe estar llena de personas y de comida.

Examine este cuadro. Los hijos de Israel trabajaban desde el primer día del año hasta el último, a excepción de los sábados. La tierra era Cristo. Sin duda, este cuadro nos muestra que los redimidos de Dios debemos cultivar a Cristo todo el día. Sembramos la semilla, regamos el sembradío y recogemos un rico producto. De ahí extraemos el sustento, y luego guardamos la mejor porción, el primogénito, las primicias, el diezmo, para el momento en que nos reunamos. Nos congregamos en el nombre de nuestro Dios y en Su morada. Lo encontramos donde El habita. En realidad, El nos invita a todos a Su casa.

COOPERAR CON DIOS

Vemos algo interesante. Entre nosotros, los invitados a una fiesta no llevan comida. Pero en la Biblia es común ir a una fiesta llevando mucha comida. Dios invitó a todo Su pueblo a celebrarle fiesta, pero El no cocinó. Aunque no preparaba la comida, era El quien la había dado. El les había dado la comida al mandarles los rayos de sol, el aire y

la lluvia todo el año. No obstante, ellos debían cooperar con lo que Dios les enviaba. El les daba todo esto gratuitamente, pero ellos debían cooperar con El para extraer el producto de la tierra, el cual se convertía en diezmos, y éstos era traídos para responder a la invitación de Dios. Todos eran invitados a la casa de Dios. Y acudían para alimentar al Padre y satisfacerlo. ¡Qué ocasión tan feliz!

Cristo debe ser todo eso. Cuando nos reunimos, debemos traer a Cristo con nosotros. Debemos olvidarnos de la música. Olvidémonos de los altos y los sopranos, pues eso no es lo más importante. Lo principal es ¿cuánto Cristo trae uno a la reunión? La medida de Cristo que uno lleva consigo a la reunión depende de cuanto Cristo haya producido y haya cultivado. Debemos cultivar a Cristo, como la tierra, para extraer el producto, que también es El. En realidad, uno no produce a Cristo, sino que Cristo se produce a Sí mismo por medio de la labor de uno. Es deplorable que el pueblo de Dios se reúna con las manos vacías.

Creo que hasta ahora hemos presentado un cuadro claro de la forma en que debemos reunirnos. La vida apropiada de iglesia es las reuniones, pues ellas son la vida práctica de iglesia. Sin reuniones no tenemos la vida práctica de iglesia; solamente tendríamos una especie de organización con ciertas actividades comunes. Pero la vida apropiada de iglesia debe ser una vida de reuniones. Antes de reunirnos debemos cultivar a Cristo y cosecharlo. Debemos recoger cierta medida de Cristo para poder asistir a la reunión llenos de El.

LLENOS DE CRISTO

En el estudio-vida de Exodo, vimos que un sacerdote es una persona no solamente limpia, vestida y redimida, sino también llena por dentro y revestida por fuera. Antes de ser salvos, estábamos sucios y desnudos y éramos pecaminosos por naturaleza; estábamos vacíos por dentro y por fuera, sin nada que pudiese satisfacer a Dios ni a nosotros mismos. Pero un día Dios nos santificó al quitar nuestra inmundicia, cubrir nuestra desnudez, redimirnos y llenarnos por dentro y cubrirnos por fuera. Ahora estamos llenos de Cristo. El lavamiento por el agua es Cristo, la vestidura es Cristo, la redención es Cristo, y el llenado interior y revestimiento exterior también son Cristo. Nuestras manos están llenas de El, y nuestro interior está colmado de El. Tenemos algo que ofrecer a Dios para alimentarlo y satisfacerlo. Además, tenemos algo que nos satisface, nos colma y nos transforma. Es la revelación de Dios. Reunirnos implica estar llenos de Cristo, ya que nos reunimos para alimentar a Dios con Cristo, y alimentarnos mutuamente con Cristo, y también para alimentarnos de Cristo y regocijarnos al hacerlo.

RECIBIMOS UNA PORCION DE CRISTO POR LA FE

¿Cómo podemos practicar eso? Creo que ya sabemos que debemos cultivar a Cristo todo el día. Ya sabemos que debemos ir a la reunión con Cristo, quien llena nuestras manos y nos colma interiormente. Pero ahora quisiera mencionar un punto específico: uno debe tener cierta medida de fe para creer que tiene una porción de Cristo. Recuerden que ¡Satanás es mentiroso! El nos engaña diciendo que no tenemos nada. El nos ha engañado a todos. Siempre nos recuerda que no tenemos una buena actitud hacia nuestra esposa y que no somos victoriosos en nuestra vida familiar; por lo tanto: ¿cómo nos atreveremos a declarar o a proclamar algo? Sus acusaciones nos han vencido.

Si Aarón hubiese tenido una victoria completa y hubiera sido limpio y puro, no habría necesitado presentar el sacrificio por el pecado. No olvidemos que cuando los hijos de Israel se reunían, primero debían presentar la ofrenda por el pecado y la ofrenda de paz. Hasta la palabra ofrenda implica cierto grado de redención. La sangre fue derramada sobre el altar, lo cual representa la redención. Cada vez que vamos a la reunión, necesitamos la sangre. Reclamemos la sangre y apliquémosla a nuestra situación. Quizás en algunas ocasiones nos hayamos descuidado, no estuvimos alerta y perdimos la calma. Así que fuimos derrotados. ¡Sigamos asistiendo a la reunión! ¡Reclamemos la sangre! Apliquémosla a nuestra situación individual por la fe. Debemos decirle a Satanás: “Satanás, aunque he fracasado, ¡sigo teniendo una medida de Cristo!” A veces uno debe levantarse y decirles a los santos: “Queridos hermanos, hace solamente treinta y cinco minutos fui vencido en una situación familiar, pero apliqué a Cristo como la ofrenda por el pecado. Su sangre me limpió. ¡Quisiera decirle a Satanás y declarar delante de todos ustedes que tengo una medida de Cristo!”

FORMALISMO POR CAUSA DE LA CONDICION DE MUERTE

Creo que si todos practicáramos esto, nuestras reuniones quedarían libres de todo formalismo. El formalismo en los servicios cristianos de hoy se debe a la muerte en que se hallan todos los asistentes. Se necesita una estructura porque todos vienen apagados. Por consiguiente, necesitamos que alguien haga algo por nosotros. Necesitamos que un solista nos cante una canción, y que un grupo con vestidos elegantes nos cante un cuarteto. Todos estos elementos formales están plagados de muerte.

UNA PORCION PARA SATISFACER A TODOS LOS PARTICIPANTES

Todos nosotros debemos venir con Cristo. No debemos venir solamente con Cristo como el holocausto y la ofrenda de paz, sino también como la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Inclusive, debemos venir con Cristo como la ofrenda

mecida y la ofrenda elevada, ofreciendo el pecho del sacrificio con amor. Venimos con un Cristo resucitado y lo ofrecemos en amor y lo disfrutamos a El. Traemos al Cristo ascendido, al Cristo de poder, y lo compartimos en las reuniones.

Nótese que entre las distintas clases de ofrendas, incluso en el caso de la ofrenda por el pecado, los sacerdotes y todos los que son purificados, tienen derecho a comer una porción de lo sacrificado. Lo mismo sucede con la ofrenda por las transgresiones. Con excepción del holocausto, que era totalmente consumido por el fuego, para servir de comida exclusivamente a Dios. Parte de la ofrenda de harina era quemada para servir de alimento a Dios, y el resto servía de alimento a los sacerdotes. Estos tenían una dieta especial; comían la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Esta era muy rica; de ella una parte era para Dios, otra para los oferentes, otra para los sacerdotes que ministran, y otra para la familia de los sacerdotes. También hay una porción para los demás. Se le llama la ofrenda de paz porque satisface a todos los participantes. Por consiguiente, todos quedamos satisfechos; todos tenemos paz, alegría, deleite y satisfacción. ¡Esta es la paz verdadera! ¡Aleluya! Esto equivale a ofrecer a Cristo ante Dios a fin de que Dios se alimente de Cristo y también nosotros comamos a Cristo, y nos regocijemos al hacerlo. No olvidemos estas tres palabras: ofrecer, comer y regocijarnos. ¡Este es el significado de las reuniones! ¡Ofrezcamos a Cristo! ¡Comamos a Cristo! ¡Regocijémonos en Cristo!

 

CAPITULO CINCO

NOS REUNIMOS PARA DISFRUTAR A CRISTO CON DIOS

(2)

Lectura bíblica: Dt. 12:5-7, 11-12; 14:22-23; 26:9-11; Nm. 18:12-13

En los mensajes anteriores vimos que Dios desea que en nuestra adoración le ofrezcamos a Cristo en las reuniones. Esto significa que primero necesitamos cultivar a Cristo, y luego lo presentemos a Dios como alimento para El. El motivo por el cual recibimos la salvación es que celebremos una fiesta con Dios. En este capítulo examinaremos los alimentos que se usan para preparar una fiesta con Dios. Sabemos que generalmente los alimentos se cultivan en el campo y luego son cosechados. Deuteronomio 12:6 enumera algunos alimentos necesarios para la preparación de una fiesta para Dios: “Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias, y las primicias de vuestras manadas y de vuestros ganados”.

EN EL NOMBRE DEL SEÑOR

En el versículo 5, el Señor indica que pondría Su nombre en cierto lugar. El nombre denota la persona. Un nombre sin la persona no tiene sentido. Es vano y vacío. Cuando el Señor dice que pondrá Su nombre allí, quiere decir que El mismo estará allí. En esta tierra hay un lugar donde Jehová Dios, el Dios Triuno, pondrá Su nombre, o sea a Sí mismo, lo cual no es nada insignificante. En eso consiste el principio de reunirnos.

También podemos ver este principio en el Nuevo Testamento. Leemos en Mateo 18:20: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos”. En este pasaje vemos el nombre del Señor Jesús, y en el Antiguo Testamento el nombre de Jehová nuestro Dios. Ambos son un solo Dios. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento, cuando decimos que debemos reunirnos en el nombre del Señor, nos referimos a reunirnos en El mismo. Aun en el Antiguo Testamento el pueblo de Dios se reunía basándose en este mismo principio. Ellos se reunían en el nombre de Jehová su Dios (Dt. 12:5). Esto significa que se reunían en el Dios Triuno, porque debían ir a un lugar donde Dios se había establecido.

PARA OBTENER LA MORADA DE DIOS

También debían ir al lugar donde Dios habitaba. El hecho de que Dios ponga Su nombre en un sitio determinado indica que El mismo está allí, y éste es el lugar donde Dios mora. Hoy en día cada vez que nos reunimos en el nombre del Señor, nuestra reunión se convierte en Su morada, y es allí donde El habita. ¿Dónde deberíamos reunirnos? Donde el Señor está y donde El puso Su nombre. Debemos reunirnos donde se encuentra la morada del Señor.

BUSCAR LA MORADA DE DIOS

El versículo 5 también dice: “El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere ... ése buscaréis”. Todos debemos buscar Su morada. No se trata solamente de ir. Ir es una expresión débil. Buscar requiere un esfuerzo mayor. No debemos solamente ir a la reunión; debemos buscar la reunión. Debemos sentir deseo y hambre por la reunión. Cuando no tenemos hambre físicamente, no pensamos en comer. Pero cuando tenemos hambre, buscamos la comida. La palabra buscar indica hambre, deseo o sed.

EL PLATO PRINCIPAL

El versículo 6 añade: “Y allí llevaréis vuestros holocaustos”. No se trata de alimentos crudos, sino cocidos. El holocausto es la comida principal; es la primera comida con la cual alimentamos a Dios. En una comida, el primer plato, y tal vez el principal, puede ser carne de res o de pavo. El holocausto es el primer plato de la comida de Dios. La fiesta divina tiene un primer plato, que es el holocausto.

OTROS PLATOS DE LA FIESTA

Luego vienen las demás ofrendas que vienen después del plato principal, que es el holocausto. Después de éste tenemos la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Cuando Moisés escribió el Deuteronomio, ahorró algunas palabras y evitó repeticiones. Simplemente menciona el holocausto y las ofrendas. Pero en los primeros seis capítulos de Levítico da más detalles acerca de la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, y otras ofrendas secundarias.

Estos son los platos de nuestra fiesta. Supongamos que vamos a hacer una fiesta para alimentar a Dios y a nuestros hermanos. ¿Qué vamos a servir? Primero debemos servir un holocausto y luego una ofrenda. ¿Por qué? Porque el holocausto viene de las ovejas, el cual procede de la vida animal. El segundo plato, la ofrenda de harina, viene de la vida vegetal. El tercer plato es la ofrenda de paz, la cual incluye la vida vegetal y también la vida animal. El cuarto plato es un sacrificio animal por el pecado. El quinto plato es un sacrificio de vida animal, y a veces de vida vegetal, ofrecido por las transgresiones.

Debemos servir a Dios en Su fiesta divina con estos cinco platos principales y con algunos platos secundarios. Podemos comparar éstos con el postre.

LOS DIEZMOS

El versículo 6 también menciona los diezmos, los cuales no son un plato, pero muestran la décima parte de la suma de todo el producto que recogemos. Todos los artículos de consumo pueden ser diezmos, pero una décima parte, la mejor de todas, es apartada para Dios.

LA OFRENDA ELEVADA

En el versículo 6 también se menciona la ofrenda elevada, la cual no es la ofrenda principal y puede considerarse una ofrenda secundaria. Esta ofrenda también incluye la ofrenda mecida y hace alusión a la ascensión. Cuando se menciona la ascensión, se incluye la resurrección. Al hablarse de la resurrección, quizás no se incluya la ascensión, pero cuando se habla de la ascensión, está implícita la resurrección. Así como el holocausto incluye las ofrendas que le suceden, la ofrenda elevada incluye la ofrenda que la precede. Antes de la ofrenda elevada se ofrece la ofrenda mecida. La resurrección precede la ascensión. Entonces el holocausto es la ofrenda principal, y la ofrenda mecida es la ofrenda final. El holocausto es la mayor de las ofrendas, y la ofrenda elevada es una de las ofrendas secundarias. Esto es muy significativo.

LA OFRENDA DE LOS VOTOS

En el versículo 6 aparece la expresión “vuestros votos”, que se podría traducir “de vuestros votos”, y quedaría así: “Y la ofrenda elevada de vuestras manos, y de vuestros votos”. Aquí vemos dos cosas. Todas las ofrendas presentadas a Dios son producto de la tierra obtenido mediante el trabajo de las manos. Se exigía esta ofrenda en ese entonces como hoy se exige el pago de los impuestos. De hecho, el diezmo era una especie de impuesto. Se exigía esta primera ofrenda como producto de la obra de las manos, pero la segunda ofrenda se daba como un voto; o sea que no era un requisito. Por ejemplo, se exige que uno pague cierta cantidad de impuestos, pero aparte del impuesto uno le da al gobierno algo más. Esto no es un impuesto obligatorio, sino un voto, un pago voluntario, un tributo basado en el patriotismo. Uno quiere dar algo más por amor al país.

Ocurría lo mismo con los israelitas. Todo israelita debía pagar el impuesto, independientemente de su amor o indiferencia hacia Dios. De todos los productos, se debía dar la décima parte. Si uno no paga impuestos sobre sus ingresos, tendrá problemas, pues el gobierno puede multarlo o encarcelarlo. Pero un voto es distinto.

Pagar un voto significa que por amor a la patria uno quiere dar algo más de lo exigido por el gobierno.

LAS OFRENDAS VOLUNTARIAS

El versículo 6 también menciona las ofrendas voluntarias. ¿Qué diferencia hay entre los votos y las ofrendas voluntarias? Los votos cumplían una promesa. Es como cuando uno promete dar cierta cantidad de dinero, lo cual se hace en la iglesia de vez en cuando. Hace seis años, íbamos a construir este salón, pero no sabíamos cuánto dinero podían o querían dar los santos; por eso, les pedimos a muchos que anotaran en un papel la cantidad de dinero que se comprometían a entregar a la iglesia. Muchos escribimos esa promesa, la cual se convirtió en un voto para la iglesia. Cada mes dábamos cierta cantidad para cumplir aquellos votos.

Pero aparte de eso, algunos daban algo más. Esta era una ofrenda voluntaria. Algunos dieron lo que habían prometido para la construcción del salón, y añadieron algo más. Esta porción adicional era una ofrenda voluntaria. Las ofrendas que se basan en un voto son más rígidas, y el diezmo lo era aún más, porque servía para cumplir un propósito. En parte, el voto denota cierta medida de libre albedrío. Uno no tiene la obligación de comprometerse con un voto, pero los impuestos sobre la renta de todos modos los debemos pagar con o sin voto. El Pentateuco enseña que todas las ofrendas pertenecen a estas tres categorías. Los diezmos son las ofrendas más serias, los votos son menos obligatorias, y las ofrendas voluntarias son las más volátiles.

LAS PRIMICIAS DE LAS VACAS Y DE LAS OVEJAS

En estos versículos podemos ver cuáles son los platos principales del banquete divino y cuáles los alimentos. Llegamos a los alimentos, la última parte, la séptima: “Las primicias de vuestras vacas y de vuestras ovejas”. Estos son alimentos. Primero, tenemos las primicias de las vacas, luego las primicias de las ovejas. Ahora tenemos dos clases de alimentos. Las primicias de las vacas y las de las ovejas son los dos primeros alimentos.

GRANO, VINO Y ACEITE

Leamos Deuteronomio 14:23 para encontrar más alimentos: “Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días”. En este versículo descubrimos tres categorías de alimentos que no provienen del ganado. Son tres vegetales. El grano

procede del trigo o de cualquier cereal. El vino se extrae de la vid, y el aceite del olivo. Después de las tres categorías de vida vegetal, encontramos las primicias de las manadas y de los ganados. Las primicias son los primogénitos. Se trata del primogénito de las vacas y de las ovejas.

DEBEMOS APRENDER A TEMER AL SEÑOR

Este versículo dice que debemos aprender a temer siempre al Señor nuestro Dios. ¿Qué significa esto? Usemos el siguiente ejemplo: cuando pagamos los impuestos, tememos al gobierno. Debemos tener cuidado de pagar la debida cantidad. Si no abonamos la suma exacta, cometemos un delito contra el gobierno. A eso se refiere lo dicho en este versículo. Dios dio este precepto para que Su pueblo aprendiera a temerlo. Si no ofrecían el diezmo de todos los granos de sus campos ni de las primicias de sus vacas y sus ovejas, mostrarían que no temían a Dios, que lo hacían todo según su propio deseo, su intención y su voluntad, y no según Dios. Por lo tanto, no temían a Dios. Estos preceptos fueron dados para que aprendieran a temer a Dios.

Algunos tal vez pensarán que todo eso pertenece a la ley. No digamos tal cosa. En la actualidad, nos sentimos cómodos y, por ende, vamos a las reuniones. De lo contrario, no vamos. Después de ir a las reuniones, si nos sentimos alegres, diremos algo, si no, no diremos nada. ¿Qué indica eso? Que no sentimos temor del Señor. Sin lugar a dudas, si tememos al Señor, asistiremos regularmente a las reuniones, y cuando vayamos, ofreceremos a Cristo.

Volvamos a nuestro ejemplo: si uno se cansa de pagar los impuestos sobre la renta y decide no pagarlos, demuestra que no teme al gobierno. Si uno teme al gobierno, como debe, pagará a tiempo los impuestos. El gobierno de este país tiene muchas regulaciones acerca de los impuestos. Debemos temer al país y pagar los impuestos según las leyes y los requisitos legales.

Al estudiar la tipología, me di cuenta de que ir a la reunión denota temor a Dios, pues no nos queda alternativa. Debemos ir a la reunión y ejercer allí nuestra función, pues es nuestra obligación. Tememos a nuestro Dios. No podemos quedarnos en casa cuando la iglesia se reúne. Si uno puede quedarse tranquilo en casa y tocar piano, ver la televisión o relajarse, en vez de ir a la reunión, demuestra que no teme al Señor como debería. Es como si su Dios no tuviera ningún gobierno ni ninguna ley.

A veces cuando estamos cansados, quizás queramos llegar tarde a la reunión. Llegamos diez minutos después de haber comenzado la reunión. Esto no es solamente pereza, sino también falta de temor de Dios. Estoy seguro de que Dios está presente esperando antes de la hora de reunión. Yo no quisiera que El tuviera que esperarme. Yo debería ir y

esperarlo a El. Si un hermano lo invita a uno a cenar a las seis de la tarde y uno llega a las siete, esto demuestra que uno no lo respeta ni tiene temor de ofenderlo.

Personalmente puedo testificar que no tengo paz para quedarme en casa sabiendo que hay una reunión de la iglesia, y no lo hago a menos que esté muy enfermo o que tenga un compromiso ineludible. No siento paz si estoy en casa mientras se reúne la iglesia. Mi conciencia me censura y me reprende. Parece que tuviera un agujero que debe repararse. Esta es la razón por la cual debemos aprender a temer a Dios e ir a las reuniones con constancia, funcionando y llegando a tiempo. Debemos sentir el debido temor de Dios. No estamos jugando ni estamos sirviendo a los ídolos de una religión. Si uno sirve a los ídolos, la puntualidad no tiene importancia. Si el gobierno de un país está en caos, quizás no haya diferencia entre pagar los impuestos y no pagarlos, y tal vez nadie lo moleste a uno por ello. A mí no me gustaría vivir en un país así. Pero este país es bueno, pues tiene orden en todo. Tiene leyes establecidas. Si queremos ser buenos ciudadanos, debemos sentir el debido temor del gobierno. Debemos tener la misma actitud hacia Dios en lo relativo a las reuniones.

COMEMOS Y NOS REGOCIJAMOS

Examinemos ahora Deuteronomio 26:9-11. En el versículo 9 dice: “Y nos trajo...” Aunque fueron los hijos de Israel quienes dijeron esto, fue Dios quien los motivó a hacerlo. Dios mandó que todo Israel dijera eso. Pasemos al versículo 10: “Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, y adorarás delante de Jehová tu Dios”. En este versículo, primero viene el comer, luego la adoración. Sin comida, la adoración no sería apropiada. Veamos el versículo 11: “Y te alegrarás en todo el bien que Jehová tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, así tú como el levita y el extranjero que está en medio de ti”.

LAS PRIMICIAS PARA LOS SACERDOTES

Vayamos a Números 18:12-13: “De aceite, de mosto y de trigo, todo lo más escogido, las primicias de ello, que presentarán a Jehová, para ti las he dado. Las primicias de todas las cosas de la tierra de ellos, las cuales traerán a Jehová, serán suyas; todo limpio en tu casa comerá de ellas”. Las primicias están en aposición al aceite, el vino y el trigo, o sea que las primicias son lo mejor del trigo, del olivo y de la vid. La expresión “serán tuyas” indica que serán de los sacerdotes.

LABORAR, VIVIR Y OFRECER

Después de estos pasajes, quisiera presentar un cuadro general de estos alimentos. Primero vemos que los israelitas ofrecían a Dios lo que habían cultivado. Además de cultivarlo, ése era su sustento. Dios les había dado una buena tierra y también la simiente para que la sembraran. Por eso, debían cultivar la buena tierra plantando la

simiente que Dios les había dado. La cultivaron, cosecharon los productos, y luego vivieron de ella gracias a los productos que daba. Tenían que apartar la mejor porción de estos productos para Dios. Cuando llegaba el momento de reunirse, es decir, en la fiesta, traían a ella los diezmos que habían apartado para Dios como ofrenda. Así que, ofrecían lo que habían cultivado y lo que los sustentaba. Permítanme añadir algo muy importante. La Biblia enseña que los hijos de Israel no tenían otra actividad. Su único oficio era la agricultura. Labraban la buena tierra que Dios les había dado para extraer de ella el sustento. Podían ofrecer a Dios el diezmo de estos productos para satisfacerlo.

LA TIERRA, LA SEMILLA Y EL PRODUCTO

Los productos que cultivaban en la buena tierra provenían de dos reinos: el reino vegetal y el reino animal. Del reino vegetal obtenían tres productos principales: el trigo, del cual hacían harina, los olivos, de los que obtenían aceite, y la vid de la cual sacaban el vino. Del reino animal tenían vacas y ovejas (Dt. 14:22-23). Todos estos artículos tienen mucho significado. La buena tierra es Cristo, y Dios nos la dio. La simiente también es Cristo. Así, Cristo es la tierra y también la simiente. Ahora Dios nos exhorta a cultivar a Cristo plantando a Cristo. Esto es lo que debemos hacer cada día. Entonces obtendremos los productos, los cuales también son Cristo, y de ellos derivamos el sustento. La tierra es Cristo, la simiente es Cristo, y el producto obtenido es Cristo. La tierra es el Cristo que no ha sido labrado todavía; la simiente es el Cristo que aún no ha sido sembrado; y el producto es el Cristo cultivado, sembrado y cosechado. Ese es el único lugar donde debemos comer para sobrevivir. Vivimos por este Cristo que cultivamos, que sembramos en la buena tierra y que llega a ser nuestro producto.

Luego traemos a la reunión la mejor porción, el diezmo, del Cristo que cultivamos, que sembramos, que cosechamos y que disfrutamos, para presentarla a Dios como alimento y para tener un banquete en el que todos los santos coman juntamente con Dios.

Veamos nuevamente las categorías de alimentos. En el mundo animal vemos las vacas y las ovejas. En el reino vegetal, se mencionan el trigo, el aceite y el vino. Tengamos presente que la vida animal constituye la principal fuente de alimentación. Incluso en la actualidad, podemos ver que si uno invita a alguien a comer y le sirve solamente verduras, la persona no estará tan conforme. Antes de que el hombre cayera, Dios le ordenó que comiera verduras, pero después, a partir de Génesis 9, le ordenó que comiese animales inmolados por derramamiento de sangre, porque para entonces el hombre caído necesitaba redención. Sin redención, uno no puede disfrutar nada delante de Dios.

LA PAZ Y EL SUMINISTRO DE LA VIDA

Por lo tanto, Cristo es primeramente el alimento que obtenemos del reino animal con el derramamiento de sangre para eliminar nuestros problemas delante de Dios a fin de que tengamos paz y podamos comer con Dios. En cualquier fiesta, si no hay paz, no se puede comer con alegría. Un banquete alegre se lleva a cabo en un ambiente de paz. El es también el alimento que obtenemos en el reino vegetal. Podemos ver estos dos aspectos en el evangelio de Juan. En el capítulo uno vemos el Cordero de Dios (v. 29), un alimento que forma parte del reino animal. En el capítulo seis el Señor Jesús dijo que El es el pan (vs. 35, 48, 51), y en el capítulo doce afirma que El es el grano de trigo (v. 24). Además, en el capítulo quince El es la vid que produce vino (vs. 1, 5). Así en un solo evangelio vemos alimentos de dos reinos: el Cordero en el reino animal, el trigo y la vid en el reino vegetal. El trigo denota la vida y la suministración de la vida. Los panes y las tortas se hacen con harina de trigo. El sacrificio se compone principalmente de harina de trigo, y se ofrece con relación a la vida y al suministro de vida.

EL ESPIRITU QUE UNGE

El aceite es producido por el olivo, y denota una especie de vida dirigida por el Espíritu que unge. Además de la vida y del suministro de vida, también existe el Espíritu que nos sustenta. Debemos vivir para Dios por Cristo como nuestro suministro de vida. El aceite, que es el Espíritu de unción, es el poder y el medio por el cual experimentamos esta vida.

MORIR PARA DIOS

El vino que se extrae de la uva alude a lo que es morir para Dios. No sólo estamos destinados a vivir sino también a morir. Esto significa que debemos derramar esta vida que tenemos. Cada día disfrutamos a Cristo como la provisión de vida; vivimos por recibir el aceite de la unción, y al derramar nuestra vida en libación ante Dios.

EL INCIENSO

El incienso es otro producto y representa la vida en resurrección. Por lo tanto, Cristo como trigo es nuestro suministro de vida, y el aceite es el Espíritu que nos unge para sustentarnos. Cada día debemos derramar ante Dios nuestra vida como vino. Entonces tendremos el sabor y la fragancia de la vida de resurrección como incienso. Estos son los artículos con los cuales preparamos nuestro banquete divino. Tenemos a Cristo como el trigo, con el Espíritu de la unción como aceite, y con la vida derramada como vino. Además tenemos la vida de resurrección como incienso. Llevar esta vida significa cimentarnos en Cristo, quien es nuestras vacas y nuestras ovejas. El nos redimió y se convirtió en nuestra comida. Debemos cocinar el banquete divino con todos estos platos.

 

CAPITULO SEIS

COMO HACER QUE CRISTO CREZCA PARA QUE SEA NUESTRA OFRENDA

POR EL PECADO Y POR LAS TRANSGRESIONES

Lectura bíblica: Dt. 12:6-7; Lv. 4:13-14, 27-28; Jn. 1:29; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; 1 Co. 15:3; 1 P. 2:24; 3:18; He. 9:26b, 28

Examinemos cómo podemos incrementar a Cristo para ofrecerlo como las diversas ofrendas en la reunión. En los capítulos uno, dos y seis de Levítico, vemos que el holocausto es la primera ofrenda de las cinco básicas. Luego siguen la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Las dos últimas son la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Por lo tanto, en estos capítulos vemos en primer lugar el holocausto, y concluimos con la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Pero nuestra experiencia no empieza con el holocausto. En nuestra experiencia, empezamos con la ofrenda por las transgresiones, y luego viene la ofrenda por el pecado; luego tenemos la ofrenda de paz, después de la cual disfrutamos a Cristo como nuestro alimento, como la ofrenda de harina. Después de todo esto, experimentamos el holocausto. En este mensaje no vamos a seguir la secuencia presentada en la Biblia, sino la de nuestra experiencia, en la cual primero que todo disfrutamos a Cristo como la ofrenda por las transgresiones.

LOS ALIMENTOS CON LOS QUE SE PREPARAN LAS OFRENDAS

En Deuteronomio 12:6 se enumeran los alimentos que se utilizan en la preparación de las ofrendas que presentamos a Dios. Esto indica que debemos traer sus holocaustos y sacrificios, sus diezmos, y las primicias de sus vacas y de sus ovejas. Este diezmo se refiere a la décima parte de todos los productos del campo, a saber el trigo, el aceite y el vino. El versículo 6 no nos da más detalles; sólo los llama los diezmos. Deuteronomio 14:22-23 es más explícito, pues allí descubrimos que los hijos de Israel debían diezmar de todos los productos de sus simientes. Esto incluye todo el trigo, todo el aceite y todo el vino. Este pasaje nos da detalles de los diezmos de los productos vegetales.

OFRENDAS DEL REINO ANIMAL

Deuteronomio 12:6 habla específicamente de los bienes tomados del reino animal: las vacas y las ovejas. Tengamos presente que los diezmos del reino vegetal no pueden usarse en los holocaustos ni en la ofrenda por el pecado ni en la ofrenda por las

transgresiones; sólo pueden usarse en la ofrenda de harina, en la libación y en parte de la ofrenda de paz. La parte principal de la ofrenda de paz pertenece al reino animal. En todas las ofrendas, los principales elementos proceden del reino animal. Los platos principales del banquete divino son preparados con elementos del reino animal. Los productos del reino vegetal sirven para la ofrenda de harina, para la última parte del sacrificio de paz y para la libación.

Para nosotros Cristo es primeramente la vida del reino animal. Esta es la razón por la cual Juan 1:29 le llama el Cordero de Dios, lo cual alude a una vida que procede del reino animal. El es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los elementos del reino animal son más fundamentales que los del reino vegetal. Esta es la razón por la cual la secuencia empieza con el reino animal y luego pasa al reino vegetal. Queremos examinar cómo hacer que Cristo aumente en el reino animal. Nuestra experiencia nos muestra que dicha vida sirve primeramente para la ofrenda por las transgresiones y luego para la ofrenda por el pecado. También se usa en la primera parte, la parte principal, de la ofrenda de paz. Después de esto, pasaremos al reino vegetal, para ver cómo Cristo también es la vida vegetal, una vida particularmente eficaz en la última parte de la ofrenda de paz. En este aspecto El también sirve en la ofrenda de harina y en la libación para satisfacer a Dios y también a nosotros, ya que El alimenta a Dios y también a nosotros.

CRISTO COMO NUESTRA OFRENDA POR EL PECADO

Nuestra experiencia nos muestra que Cristo es primeramente nuestra ofrenda por las transgresiones y luego nuestra ofrenda por el pecado. Aun en la aplicación de las ofrendas, como en el caso de la santificación de los sacerdotes, éstos tenían que presentar primeramente la ofrenda por el pecado. Después ofrecían el holocausto. En algunas de las ofrendas por el pecado no quedaba nada de comer para el sacerdote ni para el oferente, pues el sacrificio era consumido en su totalidad por dos fuegos. En primer lugar, sobre el altar se quemaba la grosura y las vísceras del animal, para satisfacer a Dios y cumplir Sus requisitos. Luego se quemaba el resto del animal fuera del campamento, no sobre el altar. El fuego que se hacía fuera del campamento no se hacía para elevar un olor grato a Dios sino que era para juicio y para deshacerse de cosas. Por lo tanto, lo que podemos disfrutar en la ofrenda por el pecado y en la ofrenda por las transgresiones es ver la sangre. La sangre de Cristo fue derramada por nosotros. Cuando vemos la sangre, tenemos paz y somos librados de la condenación. Dichas ofrendas no nos sirven de comida, ya que están destinadas únicamente a solucionar nuestros problemas.

Estas ofrendas se parecen a la manera en que empezamos el día. Primero nos levantamos. Es muy agradable comenzar cada día con un baño de todo nuestro cuerpo,

de pies a cabeza. Algo parecido sucede en nuestra vida espiritual. Debemos empezar nuestra vida espiritual con un buen baño. ¿Cómo toma uno un baño espiritual? Aplicando la ofrenda por el pecado. Ofrezcamos a Cristo ante Dios cada día como dicha ofrenda. No pensemos que estamos limpios. Mientras uno viva, necesita que una ofrenda por el pecado limpie todo su ser.

LA DIFERENCIA ENTRE LA OFRENDA POR EL PECADO Y LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES

Podemos comparar la ofrenda por las transgresiones con lavarnos las manos durante el día. Usted se baña por la mañana una vez, pero quizás se lave las manos muchas veces durante el día, debido a que se ensucian. Cada vez que uno ve que sus manos están sucias, debe lavárselas nuevamente. De ese modo aplicamos a Cristo como la ofrenda por las transgresiones.

Examinemos más detalladamente la diferencia entre estas dos ofrendas. En Levítico 4 se describe la ofrenda por el pecado, y en Levítico 6 y 7 vemos la ofrenda por las transgresiones. Resulta difícil hacer la diferencia entre el pecado y los pecados o entre el pecado y las transgresiones.

La Biblia lo muestra de una manera bastante comprensible. En ella el pecado parece algo que se hace en ignorancia y no se ve, pues está escondido (Lv. 4:2, 13, 22, 27; 5:15). En Levítico se muestra las transgresiones de una forma muy diferente. Habla del caso en que uno engaña a su vecino o lo perjudica o hiere a alguien (Lv. 6:1-4). No se hace por ignorancia ni está escondido de la vista. Es algo muy evidente y visible. De este modo la Biblia deja ver la diferencia entre el pecado y las transgresiones.

El pecado es un problema escondido e invisible, con el que a menudo uno se tropieza sin darse cuenta, lo cual deja ver que el pecado se halla en nuestra naturaleza y está escondido a los ojos. Supongamos que me comporto como un caballero todo el día y ni mi esposa me encuentra faltas. Esto significa que no cometí ninguna transgresión, pero no quiere decir que yo no sea pecaminoso. Quizás sea perfecto en mi comportamiento, en mis acciones, pero no quiere decir que no tenga pecado en mi naturaleza interna.

MOTIVADOS POR LA NATURALEZA PECAMINOSA

Debemos ver la luz. Nuestra naturaleza no solamente es pecaminosa, sino que ella en su totalidad es pecado. Así como una mesa es hecha de madera, nuestra naturaleza está hecha de pecado. Aunque no haya cometido ningún delito en todo el día, no he dejado de ser pecado. Quizás todo el día haya vivido naturalmente, sin utilizar mi espíritu ni tener contacto con el Señor, sin vivir a Cristo ni caminar ni conducirme en el espíritu. Sólo viví en mi ego. Me senté sin Cristo; caminé sin El; comí sin El. No ofendí a nadie,

pero estaba sin Cristo. Esto no es visible. La naturaleza pecaminosa está presente, pero no se ve.

NECESITAMOS SER ILUMINADOS

Si estoy en tinieblas espirituales, tal vez desconozca lo que es la naturaleza pecaminosa. Por ser humilde, franco, fiel, amable, organizado y cuidadoso con los demás, quizás me considere una excelente persona, pero estaría en la ignorancia. Cuando llegue la luz, comprenderé que eso no es Cristo, sino mi yo; es el producto de Adán, un pecador. Veré que estaba viviendo a Adán, a un pecador. Entonces el pecado invisible quedará expuesto, y yo ofreceré a Cristo como ofrenda por el pecado. Ese es el propósito del pecado. Me preocupa el hecho de que hasta la fecha algunos permanezcan en ignorancia, pensando que están bien, que son perfectos, excelentes, buenos, humildes y amables. Esto se llama ignorancia.

UN RECORDATORIO DE QUE SOMOS PECADORES

No obstante, creo que muchos santos han sido iluminados durante estos años y ya no ignoran lo que son. Cada día uno toma conciencia de que por naturaleza no es más que pecado. Exteriormente, tal vez uno esté bien y tenga una conducta excelente, pero interiormente ése no es el caso. Interiormente uno es pecado. En nuestro interior no solamente somos pecaminosos, sino que somos pecado. Por lo tanto, cuando empezamos una nueva jornada, lo primero que debemos hacer es ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado. Cada día debemos ofrecer a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, lo cual nos limpia y nos recuerda que somos pecadores. Al comienzo del día, debemos recordar que somos pecadores, y al hablar con la primera persona que uno vea en el día, seguramente el cónyuge, por estar conscientes de que somos pecadores, no nos atreveremos a hablarle sin primero traer la ofrenda por el pecado. Al presentar a Cristo como la ofrenda por el pecado por la mañana, recordaremos que somos pecadores. Ya no estaremos en la ignorancia, porque sabremos lo que somos y que cada día necesitamos que Cristo nos redima.

LA REDENCION QUE NECESITAMOS EN NUESTRA EXPERIENCIA

Sabemos que Cristo nos redimió hace más de 1900 años, y algunos maestros le dan mucho énfasis a este hecho. Sin embargo, debemos subrayar la importancia de experimentar la redención de la misma manera que recalcamos el hecho histórico. Necesitamos la redención en nuestra experiencia cotidiana. Cada mañana cuando empezamos un nuevo día, lo primero que debemos hacer es ofrecer a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. No pensemos que es demasiado repetitivo. Debemos

tomar conciencia de que la vida es un conjunto de repeticiones. Yo me he desayunado 365 días al año durante setenta y siete años, pero no puedo decir que el desayuno me disguste ni me aburre al grado de no comerlo más. La vida humana es una acumulación de acciones reiteradas.

OFRECEMOS A CRISTO COMO OFRENDA POR EL PECADO CADA MAÑANA

Todas las mañanas debemos presentar a Cristo como ofrenda por nuestro pecado. Si uno no desayuna bien por la mañana, no podrá pasar bien durante el día. Del mismo modo, por la mañana debemos ofrecer correctamente a Cristo como la ofrenda por nuestro pecado. Uno debe ofrecer a Cristo como un gran toro inmolado como ofrenda por el pecado. Si queremos gozar de buena salud, debemos tomar un buen desayuno. Si deseamos tener salud espiritual, debemos empezar el día ofreciendo a Cristo como ofrenda por nuestro pecado. No diga que no tiene el deseo de ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado y que su espíritu está adormecido, pues eso muestra pereza de su parte. Los que no desayunan bien, dicen que no tienen apetito, pero no tienen apetito debido a que no comen. El apetito viene por comer. Comer abre el apetito y lo incrementa. No inventemos pretextos; debemos desayunar bien y mantenernos sanos espiritualmente al presentar a Cristo como ofrenda por el pecado en la mañana al empezar la jornada. No digamos que no tenemos el deseo de hacerlo ni un espíritu dispuesto, pues éste es nuestro deber. Si hacemos esto, gozaremos de buena salud.

Espero escuchar muchas oraciones como ésta: “Señor, gracias por haberme ayudado a empezar mi día ofreciéndote a Ti como ofrenda por el pecado. Señor, gracias por ser esta ofrenda hoy”. No obstante, muchas veces cuando oreamos, lo hacemos mecánica, rutinaria y religiosamente. No ofrecemos al Señor una oración que concuerde con las riquezas de la tipología que vemos en Su Palabra santa. Las oraciones que ofrecemos son, por lo general, comunes, religiosas y naturales, y no contienen ninguna revelación ni las riquezas heredadas de la rica palabra contenida en las Escrituras. Espero que al saber esto, nuestra oración cambie. No ofrezcamos oraciones anticuadas; ofrezcamos algo que esté a la par de la rica tipología que vemos en la Palabra, ofreciendo a Cristo como todas las ofrendas ante Dios.

CRISTO COMO LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES

Hablemos ahora de la ofrenda por las transgresiones. Supongamos que uno empieza su jornada ofreciendo a Cristo como ofrenda por el pecado, pero al llegar a la mesa para desayunar, todo está desordenado, y el desayuno no está servido. En seguida uno se enoja y se disgusta con la esposa. Entonces uno dice algo que le muestre a ella el descontento. Pero camino al trabajo, uno se siente censurado y le pide al Señor que le

perdone por haber actuado en la carne. Dice: “Señor, perdóname. Te doy gracias porque Tú no eres solamente mi ofrenda por el pecado sino también mi ofrenda por las transgresiones”. Esto significa que uno ofrece al Señor Jesús como ofrenda por las transgresiones. Muchas veces en el transcurso del día necesitamos que El sea nuestra ofrenda por las transgresiones.

En el trabajo las circunstancias son tales que los compañeros nos ofenden con frecuencia. Allí una vez más pecamos. Pero cuando confesamos nuestros delitos al Señor, lo disfrutamos a El como la ofrenda por nuestras transgresiones. De regreso a casa, quizás otra persona nos ofenda, y nosotros respondamos con una mala actitud. Inmediatamente nos damos cuenta de que pecamos nuevamente. Una vez más tenemos que ofrecen a Cristo como ofrenda por las transgresiones. Digámosle: “Gracias, Señor, Tú eres la ofrenda ilimitada por mis transgresiones”.

LA MANERA DE INCREMENTAR A CRISTO EN USTED

Esta es la manera de incrementar a Cristo en nosotros para presentarlo como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Si en nuestra vida diaria practicamos esto, pronto nos enriqueceremos con Cristo como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Entonces asistiremos a las reuniones trayendo con nosotros a este Cristo, y ello se expresará en nuestra oración y en nuestro testimonio. Algo brotará al compartir. En la mesa del Señor apreciaremos al Señor y lo veremos como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Allí disfrutaremos al Señor como un toro que podemos inmolar como ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Agradeceremos al Señor por haber puesto fin a nuestra naturaleza pecaminosa, a nuestro ego pecaminoso, y por eliminar nuestras transgresiones, nuestros delitos y nuestras malas acciones. Comprenderemos que no tenemos ningún mérito ni ninguna bondad que nos justifique ni nos haga aceptos ante Dios, y que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Así la oración que elevamos en la mesa del Señor no concordará con las tradiciones. Muchas veces vamos a la reunión con las manos vacías por no experimentar a Cristo como deberíamos. No decimos nada, y si lo hacemos, sólo proferimos palabras comunes o llenas de tradición.

PRACTICAMOS LO REVELADO EN LA TIPOLOGIA

Espero que comprendamos que es así como incrementamos a Cristo en nosotros. Más aún, yo diría que ésta es la manera en que cultivamos a Cristo, igual que un campesino cría ganado. Si no practicamos esto, no tendremos nada de Cristo cuando vayamos a la reunión. Este no es asunto de doctrina sino de experiencia. Los tipos descritos en Deuteronomio y en Exodo no contienen solamente doctrinas sino también experiencias. Inclusive, entre los que buscan a Cristo muchos no muestran ningún interés por estas

cosas. Las riquezas de la tipología han estado sepultadas en estos libros muchos años. Debemos ver que éstas son el contenido y la realidad del recobro del Señor.

Sería maravilloso reunirnos y sentarnos en torno a la mesa del Señor para ofrecer oraciones y alabanzas sin rastro alguno de la tradición cristiana. Esto cambiaría totalmente nuestras reuniones, y éstas serían muy diferentes a las reuniones cristianas de hoy. Debemos practicar lo que revela la tipología de la Palabra santa, pues así la gente quedaría impresionada. Al principio es posible que se incomoden, pero a la larga, serán convencidos. Esto satisfará a los verdaderos buscadores, los que verdaderamente tienen hambre de El. Examinemos algo más y entremos en una área nueva; practiquemos lo que el Señor nos ha mostrado estos días.

Espero que este mensaje nos ayude a ver la manera de cultivar a Cristo para que El sea los productos con los cuales preparamos los platillos que ofrecemos a Dios como ofrenda por el pecado o como ofrenda por las transgresiones. También espero que entendamos claramente la diferencia entre el pecado y los pecados, es decir, entre la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones en nuestra experiencia. Debemos incluir todos estos asuntos en nuestra vida cotidiana.

Algunos versículos citados en este capítulo muestran que Cristo pone fin al pecado pues El es la ofrenda por el pecado. En Juan 1:29 vemos que El, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo. Romanos 8:3 indica que Dios mandó a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado. Según las notas de Darby, el pecado mencionado en dicho pasaje alude a la ofrenda por el pecado. Luego, 2 Corintios 5:21 dice que Cristo fue hecho pecado, no pecados, por nosotros para que fuésemos hechos justicia de Dios en El. Estos versículos muestran que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado.

Otros pasajes también muestran que Cristo es nuestro ofrenda por las transgresiones. En 1 Corintios 15:3 se revela que Cristo murió por nuestros pecados, no por el pecado. Más adelante, Pedro testifica que Cristo llevó nuestros pecados en el madero (1 P. 2:24) y que El murió por nuestros pecados (1 P. 3:18). Dichos versículos muestran la manera en que Cristo, nuestra ofrenda por el pecado, elimina los pecados, los delitos y las transgresiones.

En Hebreos 9:26 se muestra que Cristo se manifestó para quitar el pecado. Esto significa que El lo hizo como ofrenda por el pecado. El versículo 28 revela que Cristo se sacrificó por los pecados. El es la ofrenda por las transgresiones. Así que, hay cuatro versículos que se refieren a Cristo como la ofrenda por el pecado, y cuatro que aluden a El como la ofrenda por las transgresiones. Cuando leemos la palabra pecado debemos estar conscientes de que Cristo es nuestra ofrenda por el pecado. Cuando leemos el plural pecados debemos entender que Cristo es nuestra ofrenda por las transgresiones.

 

CAPITULO SIETE

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO OFRENDA POR EL PECADO

Y POR LAS TRANSGRESIONES

(1)

Lectura bíblica: Lv. 5:1-19; 6:24-30; 7:1-7

INTERROGANTES ACERCA DE LAS OFRENDAS

No es fácil entender estos versículos de Levítico 5, 6 y 7. Cuanto más los leamos, más desconcertados quedaremos. Por ejemplo, ¿hemos pensado o escuchado alguna vez que la harina de trigo podía ofrecerse por las transgresiones? Aun la ofrenda por las transgresiones se puede convertir en ofrenda por el pecado. Así que, ¿qué diferencia hay entre la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, si ésta puede usarse a la postre como ofrenda por el pecado? ¿Y cómo puede la décima parte de un efa de harina fina convertirse en ofrenda por el pecado? Parece contradecir Hebreos 9:22, donde leemos que no puede haber perdón de pecados sin derramamiento de sangre. Ya que la harina fina no tiene sangre, ¿cómo puede ser un sacrificio por el pecado y luego una ofrenda por las transgresiones?

Levítico 5:7 presenta otro interrogante: “Y si no tuviere lo suficiente para un cordero, traerá a Jehová en expiación por su pecado que cometió, dos tórtolas o dos palominos, el uno para expiación, y el otro para holocausto”. Este sacrificio se ofrece por las transgresiones; por tanto, debe ser una ofrenda por las transgresiones. ¿Cómo es posible que de las dos partes de la ofrenda por las transgresiones, una llegue a ser una ofrenda por el pecado y la otra un holocausto? ¿Han observado que en las diferentes ofrendas por las transgresiones, se le llama la ofrenda por el pecado?

Estos capítulos mencionan por lo menos cuatro clases de ofrendas por las transgresiones. Primero, un cordero, el cual es más grande que una tórtola o un palomino. Segundo, dos aves, que pueden ser dos tórtolas o dos palominos. Tercero, la décima parte de un efa de harina fina. Estas tres clases de ofrendas por las transgresiones se presentan por las transgresiones en general, con relación a cosas comunes. A partir del versículo 14 vemos la ofrenda por las transgresiones con relación a infracciones relacionadas con cosas santas como en el caso de los sacrificios ofrecidos a Dios. Por ejemplo, si uno comete una falta al traer el diezmo a Dios, entonces deberá ofrecer un carnero como ofrenda por la transgresión. Si uno comete un delito en lo que concierne a Dios o a las cosas sagradas, tendrá que ofrecer un carnero, el cual es más

grande que un cordero. Uno no tiene oportunidad de escoger. Un carnero es el animal más grande que se puede ofrecer como ofrenda por las transgresiones. En segundo lugar, un cordero, luego las dos tórtolas y los dos palominos. Por último, podemos ofrecer la décima parte de un efa de harina fina.

¿Qué podemos decir de estos tres interrogantes? ¿Cómo se podría ofrecer la vida vegetal, que no tiene sangre, en la ofrenda por las transgresiones y llegar a ser luego la ofrenda por el pecado? ¿Cómo puede la ofrenda por las transgresiones convertirse en ofrenda por el pecado? Las cuatro clases de ofrendas por las transgresiones mencionadas se llaman luego ofrendas por el pecado. En este capítulo se menciona la ofrenda por el pecado con más frecuencia que la ofrenda por las transgresiones. Tercero, ¿cómo podría una parte de la ofrenda por las transgresiones convertirse en holocausto? Una de las dos tórtolas o uno de los dos palominos destinados a la ofrenda por las transgresiones servirá como ofrenda por el pecado y el otro como holocausto. ¿Cómo puede darse esto? Vemos otro problema con relación a la ofrenda por las transgresiones. Todas las ofrendas por las transgresiones se pueden comer; los sacerdotes podían participar de ellas, pero no sucede lo mismo con la ofrenda por el pecado.

El capítulo cuatro nos muestra que la ofrenda por el pecado la ofrecen diferentes clases de personas. Primero, los sacerdotes; luego a la congregación en su totalidad, la nación; tercero, los príncipes del pueblo, y cuarto, el pueblo en general.

Traían la sangre de la ofrenda por el pecado para los sacerdotes y la congregación al lugar santo, donde era rociada frente al velo siete veces delante de Dios. Se derramaba parte de aquella sangre sobre los cuernos, o las esquinas, del altar del incienso aromático. Luego, se derramaba el resto de la sangre en la parte inferior del altar del holocausto. Pero la ofrenda por el pecado hecha por un principal y por los israelitas en general era diferente a aquéllas, ya que la sangre de éstas no era traída al lugar santo, sino que era rociada solamente sobre los cuernos, o las esquinas, del altar del holocausto, y se derramaba el resto en la parte inferior del altar. Los sacerdotes podían comer esta clase de ofrenda por el pecado.

En el mensaje anterior dijimos que la ofrenda por el pecado principalmente satisface a Dios y que la sangre rociada en el altar constituía el único deleite que uno podía experimentar cuando traía dicha ofrenda. Al ver la sangre, el oferente tenía paz, pero en realidad halla más deleite porque los sacerdotes podían comer parte de la ofrenda por el pecado y toda la ofrenda las transgresiones. Al examinar mis experiencias, descubrí que en nuestra vida cotidiana, cuando disfrutamos a Cristo como ofrenda por el pecado, disfrutamos mucho más que la satisfacción que experimentamos al ver Su sangre.

Cuando ofrecemos a Cristo ante Dios como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones, nos damos cuenta de que en nuestra experiencia este Cristo es un rico alimento, ¡de muy buen sabor! En ese momento también otros sentidos nuestros participan, y comprendemos muchas cosas con respecto a Cristo. Yo practico esto todos los días. Presento a Cristo como mi ofrenda por el pecado para empezar mi jornada, y durante todo el día lo presento como mi ofrenda por las transgresiones. ¡Siento espontáneamente que Cristo está en mí! El Cristo que ofrecí a Dios como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones está dentro de mí. El me llena, me abastece y me fortalece. Es mi apoyo. También hallo una satisfacción interior. Es un sentir apacible y placentero en mi interior, un sentir que me reconforta.

Cuando presentamos a Cristo como ofrenda por el pecado cada día y como ofrenda por las transgresiones durante el día, tenemos la certeza de que Su sangre resuelve todos nuestros problemas. Tenemos una paz total, ¡pero eso no es todo! También hay una parte de las ofrendas que podemos comer y disfrutar. No disfrutamos solamente la sangre que fue derramada en el Calvario, sino algo aplicable y que nos llena. Podemos ser satisfechos todos los días.

LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES SE CONVIERTE EN EL HOLOCAUSTO

Devolvámonos un poco para solucionar algunas dudas relacionadas con la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Examinemos primero cómo una de las dos aves de la ofrenda por las transgresiones se puede convertir en holocausto y cómo la otra puede presentarse como ofrenda por el pecado. Si leemos estos versículos limitados a la letra, no los entenderemos. Debemos acudir a nuestra experiencia, la cual nos será de mucha ayuda para entenderlos.

Observemos que no se menciona el holocausto cuando se trata del cordero para la ofrenda por las transgresiones. Unicamente se lo menciona al hablar de las dos tórtolas y los dos palominos. Un cordero tiene el debido tamaño para la ofrenda por las transgresiones; así que cuando ofrecemos a Cristo en dicha ofrenda, presentamos el tamaño normal de esa ofrenda. Por ejemplo, el papel de carta mide unos veinte centímetros por veintiocho. Si se usa papel más corto o menos ancho, ya no tiene el tamaño normal. El tamaño normal de un ofrenda por las transgresiones es el de un cordero, pero en muchas ocasiones no podemos ofrecer un cordero. Entonces ¿qué hacemos? Ofrecemos dos tórtolas o dos palominos. En otras palabras, deberíamos usar papel tamaño carta, pero como somos demasiado pobres y no tenemos lo suficiente, usamos un papel más pequeño.

Al no poder ofrecer un cordero, ofrecemos dos palominos. En ese caso, y debido a nuestra escasez, sentimos que el Señor Jesús es muy agradable y tierno. Aunque somos

tan pobres que no podemos ofrecer un cordero, podemos ser aceptados si ofrecemos dos palominos. Esto nos infunde un sentir agradable y tierno. Cuando empezamos a sentir esto, brota el deseo de darnos incondicionalmente al Señor. Inmediatamente al menos la mitad de lo que ofrecemos al Señor por las transgresiones se convierte en holocausto.

El significado del holocausto es una entrega incondicional al Señor. El holocausto está dirigido exclusivamente al Señor, y a satisfacer a Dios. No se usa para expiar el pecado ni las transgresiones, sino para satisfacerlo a El. Repito que cuando ofrecemos a Cristo como ofrenda por las transgresiones, en una medida inferior a la normal, por ejemplo dos pequeños palominos, nos sentimos agradecidos para con el Señor por ser aceptos a pesar de nuestra pobreza e incapacidad de actuar como deberíamos hacerlo normalmente. Nos sentimos muy agradecidos, pues sentimos que el Señor es muy tierno con nosotros. En dado caso, en lo profundo de nuestro ser tenemos el sentir de que debemos darnos incondicionalmente al Señor. Esto significa que mientras disfrutamos a este Cristo que presentamos como ofrenda por las transgresiones, también lo disfrutamos, por lo menos en un cincuenta por ciento, como holocausto.

Muchas veces cuando he presentado a Cristo como ofrenda por las transgresiones y lo he hecho con una medida más reducida que la normal, me he sentido muy agradecido porque fui aceptado espontáneamente. Esto produjo en mí un sentir agradable de darme incondicionalmente a El. Al mismo tiempo me di cuenta de que no era capaz de hacerlo. Pero ¡le doy gracias a El porque El sí puede! El se dio incondicionalmente a Dios en mi lugar. Por lo tanto, oré espontáneamente: “¡Señor, gracias! Tú no eres solamente mi ofrenda por las transgresiones, sino también mi holocausto”. Este es el holocausto que proviene de la mitad de su ofrenda por las transgresiones, la cual es más pequeña que la ofrenda que normalmente ofreceríamos.

LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES SE CONVIERTE EN LA OFRENDA POR EL PECADO

¿Cómo puede la ofrenda por las transgresiones convertirse en ofrenda por el pecado? Creo que podemos entenderlo fácil y lógicamente. Todas las transgresiones son fruto del mismo árbol. El árbol es el pecado, y todo fruto que proviene de dicho árbol también es pecado. El árbol es el padre, y todos los frutos son los hijos. Las transgresiones son las hijas del pecado y, por ende, también son pecado. Por consiguiente, la ofrenda por las transgresiones puede ser la ofrenda por el pecado porque la transgresión proviene del pecado. ¿De dónde vienen los chismes? Del pecado. ¿De donde procede la mentira? Del pecado. ¿De donde sale nuestra ira? Del pecado. En otras palabras, todas nuestras transgresiones provienen de un solo padre: el pecado. La transgresión es parte del pecado. Por lo tanto, la ofrenda por las transgresiones también es la ofrenda por el pecado.

Tal vez nos preguntemos por qué la Biblia hace una diferencia, y usa dos expresiones: la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Obviamente son diferentes. Los melocotones son muchos, pero el árbol es uno solo. El melocotonero representa el pecado, y los melocotones las transgresiones. La Biblia es muy lógica, pero nosotros a veces no la entendemos por carecer de la experiencia.

Cuando ofrecemos a Cristo como ofrenda por las transgresiones, vemos que en nuestra experiencia la transgresión proviene de nuestra naturaleza pecaminosa. En realidad, las transgresiones no pertenecen a otra categoría, ya que siguen siendo pecado. Por eso comprendemos que nuestra ofrenda por las transgresiones no es simplemente una ofrenda por las transgresiones, sino que también es una ofrenda por el pecado.

No busquemos excusas diciendo que tenemos poca fuerza ni tratemos de justificar el enojo con el que tratamos a nuestro cónyuge, diciendo que se debía a una pequeña debilidad. Tampoco pensemos que esparcir chismes es una pequeña debilidad. Entendamos que todas estas cosas provienen de nuestra naturaleza pecaminosa; de lo contrario, la ofrenda que presentemos a Cristo como ofrenda por las transgresiones no es completa. Si nuestra ofrenda por las transgresiones es completa, notaremos que aun el hecho de decir algunas palabras negativas acerca de un hermano proviene de nuestra naturaleza pecaminosa y es pecado. Por lo tanto, todo lo que ofrecemos llega a ser algo más que una ofrenda por las transgresiones; también es una ofrenda por el pecado.

Los cónyuges afrontan muchas circunstancias difíciles en su relación. Si le preguntan a mi esposa, ella podrá atestiguar que muy pocas veces me enojo. En un período de un año, quizás no pierda la calma ni una sola vez, aunque sí siento muchas cosas y muchos pensamientos me perturban con demasiada frecuencia. Muchas veces no me muestro muy contento con ella. Por ejemplo, a veces me gusta variar un poco mi alimentación, pero casi todas las mañanas me da el mismo desayuno. Aunque nunca le he dicho nada, me vienen muchos sentimientos cuando me siento a la mesa para desayunar. Debo confesar que muchísimas veces no he ofrecido a Cristo por esta transgresión. Me disculpo diciendo que eso es insignificante. En realidad, si presentamos a Cristo como ofrenda por las transgresiones por esta clase de debilidad, empezaríamos a comprender que eso es pecado. Veríamos que esto proviene de nuestra naturaleza pecaminosa. Ahora entendemos por qué la ofrenda por las transgresiones también es una ofrenda por el pecado.

LA MAS PEQUEÑA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES

Examinemos la ofrenda más pequeña y más débil que se hace por las transgresiones: la décima parte de un efa de harina fina (Lv. 5:11-13). Junto con esta ofrenda por las transgresiones, se menciona dos veces la ofrenda por el pecado. Cuanto más pequeña

sea nuestra ofrenda por las transgresiones, más conscientes debemos estar de lo pecaminosa que es nuestra naturaleza. No busquemos ninguna excusa. Puede ser que a veces al pararnos frente a la ventana mirando hacia afuera nos vengan muchos pensamientos, como por ejemplo, que no os gusta nuestro cuarto, pues es muy pequeño; el baño no es muy cómodo; la cama es demasiado blanda. Aunque uno no dice nada, está lleno de pensamientos. De repente, uno se pregunta: ¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Y comete una transgresión!

No creo que entre nosotros sean muchos los que confiesan estas cosas. Las justificamos con el pretexto de que no tienen importancia; pero es una manera natural de pensar. Olvidamos todas estas faltas muy fácilmente y las pasamos por alto. No nos justifiquemos; debemos condenar todo esto. Tengamos presente que estas cosas proceden de nuestra naturaleza, nuestro pecado interior, y debemos abominarlas. Esas cosas se oponen a la naturaleza divina que hay en nosotros y nos impiden vivir a Cristo. Por consiguiente, debemos presentar a Cristo como ofrenda por las transgresiones y también como ofrenda por el pecado. La ofrenda por las transgresiones se convierte finalmente en nuestra ofrenda por el pecado; o sea que no solamente resuelve nuestras acciones malas, sino que va a la raíz, la fuente, que es nuestra naturaleza. ¿Por qué no dejamos que nuestra mente piense en la dulzura de Cristo, en Su grandeza y Su belleza? Ello se debe a que somos personas naturales. ¿Qué significa ser natural? Equivale a ser pecaminoso. Decir que uno es natural tal vez no parezca malo, pero en realidad, significa que uno es pecaminoso.

En el próximo mensaje examinaremos el aspecto más desconcertante: el caso en el que la vida vegetal, en la cual no hay ningún derramamiento de sangre, se ofrece como ofrenda por las transgresiones y, finalmente, como ofrenda por el pecado.

 

CAPITULO OCHO

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO NUESTRA OFRENDA POR EL PECADO

Y POR LAS TRANSGRESIONES

(2)

Lectura bíblica: Lv. 5:11-13; 6:30: 7:1-7

HARINA FINA OFRECIDA COMO OFRENDA POR EL PECADO

Llegamos a un problema muy importante que parece ir en contra de un principio bíblico. En Hebreos 9:22 se afirma que no puede haber perdón sin derramamiento de sangre. Pero en Levítico 5:11-13 se revela que la décima parte de un efa de harina fina, en la cual no hay derramamiento de sangre, puede presentarse como ofrenda por el pecado. Es imposible derramar sangre si lo único que se tiene es granos de trigo, y aún menos si se trata de harina de trigo. La sangre debe proceder de un animal, no de un vegetal. En poesía, algunos autores a veces dicen que la uva derrama su sangre para producir el vino. Pero en realidad se trata de vino, y no de sangre. La sangre no puede salir de una planta. Entonces, ¿cómo es posible que se use la harina fina de trigo como sacrificio por las transgresiones y como sacrificio por el pecado?

Algunos estudiosos afirman que Levítico 5:1-13 habla de la ofrenda por el pecado, pues es continuación del capítulo cuatro. Pero las principales versiones de la Biblia traducen la palabra hebrea en 5:6 como ofrenda por las transgresiones. Levítico 5:7 habla de lo mismo. Dice lo siguiente: “Y si no tuviere lo suficiente para un cordero, traerá a Jehová en expiación [o como ofrenda por las transgresiones] por su pecado que cometió, dos tórtolas o dos palominos, el uno para expiación [u ofrenda por las transgresiones], y el otro para holocausto”.

Otros eruditos sostienen que la palabra hebrea traducida transgresiones u ofrenda por las transgresiones se deriva de la palabra hebrea que significa culpabilidad. Podemos traducir esta expresión como culpa o como ofrenda por la culpa y, por ende, sería la ofrenda por la culpa o la ofrenda por las transgresiones.

La mayoría de los traductores usan una de dos expresiones para comunicar esta palabra: culpa y transgresiones, de donde tenemos “ofrenda por las transgresiones” u “ofrenda por la culpa”. Los capítulos cuatro y cinco de Levítico usan varias veces la forma verbal

“errar, delinquir, ser culpable” (4:13, 22, 27; 5:2, 4, 5, 17). El sustantivo “transgresión” puede traducirse ofrenda por la transgresión, que significa ofrenda por la culpa.

Sin embargo, no tendría sentido usar la palabra culpabilidad en el versículo 6, pues no se puede hablar de traer la culpabilidad al Señor por el pecado cometido. Por lo tanto, según el contexto, debemos traducirlo como una especie de ofrenda, en este caso, la ofrenda por las transgresiones. Así que, se trata de una especie de ofrenda, y no solamente una culpa o una transgresión. La oración completa determina el significado de esta palabra. En cualquier idioma, la misma palabra puede usarse de varias maneras según el contexto. Por consiguiente, basamos nuestro entendimiento en el contexto. Así que no se puede negar que Levítico 5:6 alude a la ofrenda por las transgresiones. Esto demuestra que 5:1-13 no es la continuación de la ofrenda por el pecado, sino que se trata de una nueva sección, una sección acerca de la ofrenda por las transgresiones.

UN REFLEJO DE NUESTRAS EXPERIENCIAS

Todos estos puntos muestran que estos capítulos presentan ciertas complicaciones. Vemos complicaciones no solamente en el texto bíblico sino también en nuestras experiencias. ¿Por qué existen complicaciones en el texto bíblico? Porque éste refleja nuestras experiencias. Por ejemplo, las máquinas que el hombre fabrica van acompañadas de instrucciones o de un manual de operación. Si uno lee las instrucciones sin tomar en cuenta la máquina, dirá que el fabricante no se expresa claramente y que sus instrucciones son muy confusas. Esto se debe al hecho de que la máquina misma fue hecha con todas esas funciones. Por eso las instrucciones son complicadas. Si las instrucciones no presentaran ninguna dificultad, no corresponderían a la máquina. Las instrucciones fueron escritas en concordancia con el aparato. Asimismo debemos tener presente que Levítico 4, 5 y 6 se escribió en concordancia con la manera en que fuimos hechos y según lo que experimentamos.

Este capítulo presenta una complicación aún más importante y fundamental: la palabra culpa. Esta palabra se usa muchas veces en vez de pecado o de transgresión o delito. Se mencionan dos clases de ofrendas, las cuales se relacionan con la culpa.

Obviamente el pecado trae culpa y lo mismo se aplica a las transgresiones. Ya explicamos esto cuando usamos el ejemplo del melocotonero y los melocotones. Sólo se pueden obtener melocotones de un melocotonero.

Aparentemente esto es complicado, pero en realidad no lo es, ya que está bien definido. El árbol es el árbol, y los melocotones son melocotones. Aunque tienen la misma naturaleza, existe de todos modos una diferencia. Del mismo modo, el pecado es la culpa, y todas las transgresiones son culpas. Aunque ambos son culpas, hay una diferencia, ya que el pecado como culpa está en nuestra naturaleza; mientras que las

transgresiones son culpas que no son parte de nuestra naturaleza, sino de nuestra conducta o comportamiento. No obstante, proceden del pecado mismo que está en nuestra naturaleza. Así que las muchas culpas provienen de esa culpa que está en nuestra naturaleza. En nuestro carácter y en el comportamiento de cada día experimentamos muchas culpas. Todas éstas provienen de la culpa única que está en nuestra naturaleza.

Adán cometió pecado, y nosotros ahora hemos cometido pecado. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que en el caso de Adán el pecado fue uno solo, pero en el nuestro no lo es. El pecado que Adán cometió fue un padre que produjo los muchos pecados que nosotros cometemos.

SEGUN NUESTRAS EXPERIENCIAS

En el mensaje anterior vimos que una parte de la ofrenda por las transgresiones puede convertirse en el holocausto, y otra en la ofrenda por el pecado. Tengamos presente que estos capítulos sobre las ofrendas no se basan solamente en los requisitos de Dios, sino también en nuestras experiencias. ¿Cómo sabemos eso? Porque se repite varias veces la frase: “Y si no tuviere”. Primero Dios nos exige que ofrezcamos un toro, pero no podemos hacer ese sacrificio. Entonces Dios nos pide que ofrezcamos un carnero, pero tampoco podemos. Luego Dios nos pide ofrecer algo más pequeño, un cabrito, pero seguimos sin poder ofrecerlo. Quizás no podamos ofrecer ni un animal del ganado ni de las ovejas. Así que Dios nos pedirá que ofrezcamos solamente dos avecillas, dos tórtolas o dos palominos. Pero tampoco podemos hacerlo. Como ni siquiera podemos ofrecer el menor de los animales, Dios nos permite ofrecer solamente la décima parte de un efa de harina fina, lo cual pertenece al reino vegetal. Así vemos que este pasaje se escribe basándose en los requisitos del Señor, pero también en nuestras experiencias.

En el caso del pecado único que mora en nuestra naturaleza o de los muchos pecados de nuestra conducta, vemos que los requisitos del Señor para cualquier clase de expiación o de perdón exigen la sangre para redimirnos, ya que sin derramamiento de sangre, no puede haber perdón de pecados. Esto es lo que el Señor exige. Pero muchos de nosotros no tenemos los medios para ofrecer un toro, ni un carnero, ni un cordero, ni siquiera un par de avecillas para que haya derramamiento de sangre. Lo único que podemos ofrecer es un poco de harina, algo del reino vegetal.

DIFERENCIAS EN NUESTRO APRECIO POR CRISTO

Estos capítulos nos muestran también que nosotros los redimidos apreciamos al Señor Jesús en diferentes medidas. El Señor Jesús es el mismo siempre. La Epístola a los Colosenses nos muestra que El no solamente lo es todo, sino que también lo llena todo. El es infinito, ilimitado y eterno. En realidad, El no tiene un tamaño definido, porque

Sus dimensiones son las del universo entero. ¿Cuál es la longitud, la anchura, la altura y la profundidad del universo? Estas cuatro dimensiones son las de Cristo. ¡Cristo es infinitamente alto, infinitamente profundo, infinitamente largo e infinitamente ancho! ¡El es inmensurable! Esto significa que El no tiene medida. Se puede medir mi tamaño, pero no el de Cristo.

COMPRENDEMOS EN LA MEDIDA EN QUE APRECIEMOS

El aprecio que tenemos por el Señor y el conocimiento que tenemos de El no son iguales. La comprensión que tenemos del Señor depende de la medida en que lo apreciemos. La valoración que tenemos puede variar. Para algunos El es un toro enorme; para otros, un carnero; para otros, un cordero; para la mayoría de nosotros, Cristo sólo vale dos tórtolas o dos palominos. La mayoría de los creyentes lo estiman solamente como la tercera parte de un efa de harina fina.

No se trata solamente de un asunto de tamaño o de cantidad, sino también de calidad. En el derramamiento de la sangre, ninguna ofrenda vierte tanta sangre como la de un toro. Indudablemente dos pequeños palominos o aun un cordero no tienen tanta sangre. Por supuesto, la harina fina no contiene nada de sangre. Lo que Cristo representa para uno (sea un toro, un cordero, una tórtola o un poco de harina fina) depende de cuánto lo valoremos.

APRECIAMOS A CRISTO EN SU HUMANIDAD

La mayoría de los creyentes tienen en cuenta, por lo general, un solo aspecto de Cristo, que es Su humanidad tan excelente y tan buena. Cuando era joven, apreciaba al Cristo de los cuatro evangelios. El es tan excelente, tan amoroso, tan tierno, tan bueno, tan paciente y tan constante.

Podemos ver esta persona en los cuatro evangelios. Todo el que lee los cuatro evangelios tiene en alta estima al hombre Jesús. Ninguna otra biografía o autobiografía puede presentar a un personaje o una figura como el Señor Jesús. ¡El es excelente, bueno, amoroso, misericordioso y lleno de gracia! Creo que todos nosotros valoramos al Señor de esta manera.

LO PRECIOSO QUE ES CRISTO EN SU CALIDAD DE TORO

Permítanme preguntar: ¿Apreciamos al Señor de una manera distinta? ¿Lo estimamos en Su calidad de toro enorme? El Nuevo Testamento y la tipología del Antiguo Testamento nos muestran que Cristo es precioso no solamente en Su calidad de hombre, el cual es excelente en Su humanidad, sino también en Su calidad de toro, el cual labora,

se sacrifica y, finalmente, muere en la cruz no solamente para satisfacer los requisitos de Dios, sino también para satisfacer nuestras necesidades.

Cristo no era solamente un hombre perfecto que llevó una vida humana excelente sobre esta tierra. Mientras El estaba en la tierra, también laboró para cumplir el deseo eterno de Dios. Después de todo eso, fue llevado a la cruz en Su calidad de toro. No obstante, la mayoría de los creyentes no aprecian mucho al Señor como este toro que labora y se sacrifica; prefieren al Señor como un hombre perfecto y excelente. Pero Dios sí lo aprecia como toro. La comisión principal de Cristo consistió en ser un toro que trabajara y se sacrificara para efectuar la redención. Esto lo convirtió en el sacrificio que más sangre derramara. Dicho sacrificio por el pecado era el único que podía proveer suficiente sangre para que el sumo sacerdote entrara al tabernáculo, y la rociara delante del velo y sobre las cuatro esquinas del altar del incienso, y derramaba el resto en la parte inferior del altar del holocausto. El sacerdote no podría hacer todas estas cosas con la sangre de un palomino.

La mayoría de los cristianos aprecian al Señor Jesús simplemente en Su calidad de hombre excelente, es decir, como harina fina. El era muy equilibrado, amoroso, manso, apacible, bondadoso y lleno de gracia. Me temo que muchos nunca han apreciado a Cristo en Su calidad de toro. Si el Señor Jesús hubiera sido solamente la harina fina, no habría podido cumplir la voluntad del Padre ni habría podido laborar para cumplir el plan eterno de Dios. Los granos de trigo no pueden ser crucificados ni pueden derramar sangre alguna. Con los granos de trigo solos no se podía cumplir el propósito de Dios ni satisfacer Sus requisitos ni solucionar los problemas delante de Dios. La ofrenda no debía ser de harina fina, sino de ganado. Por tanto, nuestro aprecio debe ir mucho más allá.

Cuando llegamos a las reuniones, particularmente a la mesa del Señor, la mayoría de nuestras alabanzas y agradecimientos sólo llegan a la norma o al nivel de la harina fina. La mayoría de nuestras alabanzas y acciones de gracias se relacionan solamente con la humanidad excelente del Señor Jesús. En muy pocas ocasiones se alaba correctamente al Señor por la labor y el sacrificio que llevó a cabo en la cruz para cumplir el propósito eterno de Dios y Su voluntad. Como no tenemos esta clase de aprecio, no tenemos ganado que ofrecer ni traemos ningún ganado a la reunión. Por lo general, sólo traemos un puñado de harina fina.

Esto no significa que Dios no desee que ofrezcamos un toro. El sí lo desea, pero nosotros no tenemos la fuerza ni la capacidad porque no apreciamos al Señor de esa manera. Dado que no tenemos este aprecio, no tenemos la experiencia, o sea, el producto.

Hoy en día, los creyentes que ofrecen la harina fina quizás sean tenidos como los mejores, ya que los demás no tienen nada que ofrecer. Es posible que en la reunión de oración o en la mesa del Señor, sólo la quinta parte de los asistentes oren, y los demás permanezcan en silencio. No sé qué ofrecen los que no hablan. Sin lugar a dudas, no tienen ni siquiera la décima parte de un efa de harina fina.

Necesitamos experimentar un cambio revolucionario, primero en nuestro concepto, luego en nuestro aprecio, después en nuestra experiencia, y por último en nuestras reuniones. Comúnmente carecemos de un aprecio por el Señor como toro o como cordero, los cuales pueden derramar sangre. En consecuencia, no lo experimentamos de ese modo. Son pocos los que pueden ofrecer en su experiencia un toro tan grande o un carnero o algunos palominos o tórtolas. Creo que nosotros sólo ofrecemos harina fina en todas las reuniones. Una vez más diría que lo presentado en estos capítulos no se basa solamente en los requisitos de Dios, sino también en el aprecio y la experiencia que tengamos de Cristo.

Sobre este fundamento, podemos entender cómo una décima parte de un efa de harina fina para la ofrenda por las transgresiones podría convertirse en ofrenda por el pecado. ¿Cómo podía Dios aceptar esta ofrenda que no pertenece al reino animal, sino al reino vegetal y, por ende, carece de sangre? Dios dijo en Su Palabra que sin derramamiento de sangre no puede haber perdón de pecados (He. 9:22). Es obvio que la harina fina no contiene ninguna sangre. Así que, sin sangre, ¿cómo puede Dios perdonar nuestro pecado?

EL CUMPLIMIENTO Y LA APLICACION

Cristo se ofreció a Dios una sola vez para siempre a fin de ser nuestra ofrenda por el pecado, y esta ofrenda tiene mucha sangre. Es un hecho cumplido, pero no estamos hablando de eso, sino de nuestra experiencia. No nos referimos a lo que Cristo cumplió. El no podría efectuar nuestra redención sin derramamiento de sangre. ¡No! Esto ofendería a Dios. Eso jamás sería aceptado por Dios. Por eso, Cristo era el Cordero de Dios. “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Como tal, El tiene mucha sangre, la cual vertió en la cruz.

Carlos Wesley escribió un himno que habla de cinco heridas sangrantes, lo cual significa que toda Su sangre fue derramada en la cruz. Juan 19:34 dice claramente que mientras El moría en la cruz brotaron sangre y agua de Su cuerpo crucificado. El tenía mucha sangre, y la derramó toda para cumplir la redención por nuestro pecado. El énfasis aquí no es el cumplimiento de la redención efectuada por nuestro pecado, sino nuestra experiencia o nuestra aplicación de la redención. Cristo efectuó la redención por nuestro pecado en perfecta conformidad con los requisitos de Dios. ¡No le faltó nada! Pero cuando hablamos de aplicar la redención, de apreciarla, de ponerla en práctica o de

experimentarla, estamos muy escasos. Aunque clamemos: “He aquí el Cordero de Dios”, no son más que palabras, pues nuestro verdadero aprecio no es un cordero, sino un puñado de harina fina.

UN DIA DE MISERICORDIA Y DE GRACIA

Dios es misericordioso hoy, pues es el día de la gracia. El evangelio de Mateo nos muestra que Dios manda la lluvia sobre justos injustos (5:45). En esta era, la misericordia y la gracia de Dios se pueden comparar con la lluvia. Cuando la lluvia desciende del cielo, nos llena en seguida, si estamos abiertos. Si no lo estamos, el agua apenas entrará por las pequeñas grietas. ¿Por qué acepta Dios los diferentes sacrificios de Cristo que presentamos? Porque El es misericordioso. A veces somos más estrictos que Dios. El puede perdonarnos a todos, pero nosotros sólo podemos perdonarnos a nosotros mismos, y a veces ni siquiera a nosotros mismos. Esto se debe sencillamente a que no apreciamos mucho a Cristo, y por eso dudamos de que Dios nos perdone.

Sin embargo, el perdón que Dios nos da no depende de nuestra aplicación, sino del cumplimiento de Cristo. Basta con invocar Su nombre y presentarnos ante Dios en Su nombre. Dios nos perdona por este nombre, independientemente de que nuestra ofrenda, sea un puñado de harina fina o un enorme toro. Dios nos perdona por el nombre de Aquel que efectuó una redención completa por nuestro pecado. La redención es un hecho cumplido. Pero el aprecio que le tenemos no es suficiente. Gran parte de nuestro aprecio no tiene ningún derramamiento de sangre. No creo que apreciemos la sangre del Señor tanto como apreciamos Su humanidad excelsa. Cuando yo era joven, no valoraba el derramamiento de la sangre del Señor tanto como Su humanidad excelente. En la fe y en la doctrina yo creía en la sangre del Señor, pero interiormente yo amaba mucho al Señor, no por la sangre que El derramó por mí, sino por la excelencia de Su calibre humano.

UN CUADRO DE NUESTRA EXPERIENCIA

Esta es la razón por la cual la Biblia dice en varias ocasiones: “Si no pudiere”. Si uno no puede presentar un cordero, debe llevar un par de avecillas. Si tampoco puede llevar eso, puede lleve la décima parte de un efa de harina fina. Este no es un cuadro de lo que Dios exige, sino de lo que uno puede hacer; es un cuadro de nuestra experiencia.

Por tanto, en nuestra experiencia limitada no hay ninguna sangre. Aunque uno mencione la sangre repetidas veces al orar, en realidad, tal vez tenga muy poca y lo que más tiene es la excelsa humanidad del Señor, Su bondad, Su mansedumbre, Su afabilidad, Su carácter equilibrado, Su constancia, la excelencia de Su vida humana. Todo ello ocupa la mayor parte del aprecio que uno tiene por el Señor, pero no hay derramamiento de sangre.

SIN ACEITE

Una ofrenda así no tiene sangre y tampoco aceite. Si el aprecio que tenemos por el Señor es tan limitado, no tendrá mucho Espíritu. Esta es la razón por la cual algunas veces hemos sentido aridez al reunirnos a la mesa del Señor y orar; no teníamos nada de aceite, sino sólo harina seca. A eso se debe que nuestro aprecio por el Señor sea natural casi en todo. El problema es que carecemos de iluminación; nunca hemos sido iluminados por la Palabra de Dios ni por la luz de Dios. Esto sólo puede venir por medio del Espíritu. Si tenemos mucho del Espíritu, recibiremos mucha iluminación y mucha revelación. En consecuencia, valoraremos al Señor mucho más. No limitaremos nuestro aprecio a Su humanidad excelente. La iluminación nos hará libres y ensancharemos nuestro aprecio al Señor. Tendremos mucho aceite en nuestra ofrenda; mientras que si nuestro aprecio por el Señor es limitado, la harina estará seca sin gota de aceite.

SIN INCIENSO

Además, nuestra ofrenda carece de incienso; es decir, carecerá del elemento de la resurrección. Nuestro concepto acerca de la excelencia del Señor es completamente natural y no está en la vida de resurrección. Si no recibimos iluminación ni unción del Espíritu, no podremos ver cómo el Señor laboraba en la tierra, cómo trabajaba para cumplir la voluntad de Dios, cómo fue a la cruz para ser inmolado y derramar Su sangre a fin de realizar una redención completa. En ese caso, nuestra mayor valoración del Señor sería, a lo sumo, harina fina sin sangre, sin aceite y sin incienso. Esto significa que no tiene Espíritu ni resurrección. Ese es el aprecio más pobre que uno puede tener del Señor; aun así, El nos aceptará por Su misericordia y Su gracia. El acepta aun esta ofrenda. En síntesis, lo que presentamos se basa enteramente en nuestra experiencia.

 

CAPITULO NUEVE

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO OFRENDA DE PAZ

(1)

Lectura bíblica: Lv. 3:1-5, 6, 7, 11, 13, 17; 7:11-14, 28-34

Examinemos lo que es la ofrenda de paz. Anteriormente estudiamos esta ofrenda, pero en esta ocasión vamos a hacerlo aplicándola a las reuniones.

TRES TIPOS DISTINTOS

Necesitamos ver los tres tipos principales presentados en el Antiguo Testamento: el tabernáculo, las ofrendas y los sacerdotes. Estos tres abarcan la mayor parte de los tipos del Antiguo Testamento. El Exodo revela principalmente el tabernáculo con todos sus utensilios y su mobiliario, aunque también describe las vestiduras y la dieta de los sacerdotes. El Levítico, el libro siguiente, describe las ofrendas y las actividades o servicios de los sacerdotes.

Profundizar en los detalles de la tipología sería como internarnos en una selva grande. Es profunda, vasta y misteriosa. Cuanto más nos adentramos, más fácilmente podemos perdernos y enfrentarnos a muchos enigmas. Una vez que nos metemos en la selva, fácilmente podemos perdernos. Por tanto, al abordar la tipología, debemos mantenernos a cierta distancia para ver un panorama amplio, de tal modo que no nos sea difícil entenderla.

Cada uno de estos tipos presenta aspectos diferentes de Cristo. ¡Cristo es muy rico y tiene muchos aspectos! ¡El es muy extenso! Por eso necesitamos estos tres tipos diferentes para presentarlo.

CRISTO COMO TABERNACULO

El tabernáculo nos muestra cómo Cristo vino de Dios, lo cual vemos en el primer capítulo de Juan. Vemos en Juan 1:1: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Más adelante, en el versículo 14, dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esto indica que Cristo es el tabernáculo. Para ello, El debía proceder de Dios. De hecho, El vino como Dios. ¡Esto es un misterio! ¿Es Dios el tabernáculo o es el que habita en él? ¡El es ambos! Dios en Cristo como carne es el tabernáculo, y como Espíritu es el morador. Dios fijó tabernáculo para morar allí.

Dios viene a nosotros

Cristo como tabernáculo es el Dios que viene a nosotros. Cuando Cristo vino, Dios vino. Si no hubiera venido, Dios no podría tener contacto con el hombre. Dios era Dios y estaba muy lejos del hombre, y éste, a su vez, estaba muy lejos de Dios. Luego Dios mismo se hizo un tabernáculo; es decir, El vino como tabernáculo. El vino y fijó tabernáculo entre los hombres, un tabernáculo tangible para que el hombre se relacionara con El. ¿Deseamos nosotros relacionarnos con Dios? Vayamos al tabernáculo, pues éste es tangible y accesible. Inclusive, podemos entrar en él, recorrerlo y disfrutar de lo que hay él. Podemos alimentarnos de los panes de la proposición que están sobre la mesa, ser iluminados por el candelero, disfrutar de la comunión que se halla en el arca, y del altar del incienso para hablar con Dios.

Nos conduce al altar del incienso

En el tabernáculo, el cual es Cristo mismo, tenemos a Dios, podemos tocarle, relacionarnos con El y aun entrar en El. Podemos desplazarnos en Dios, vivir en El y permanecer en El. Podemos disfrutar lo que allí hay de Dios, lo cual se expresa principalmente en tres muebles: la mesa de los panes de la proposición, los cuales nos suministran vida, el candelero que nos trae la iluminación de la vida, y el arca, que nos conduce a la comunión de la vida. Si disfrutamos estas tres cosas, el altar del incienso llegará a ser el centro de nuestra experiencia, ya que es el centro de la experiencia y del disfrute que se tiene de todo lo que hay en Dios. Esta es la razón por la cual el altar del incienso no se incluyó en la lista de los muebles del tabernáculo; y está aislado. Si hacemos un diagrama de la mesa de los panes de la proposición, del candelero y del arca, veremos que forman un triángulo, en cuyo centro se halla el altar del incienso. ¡Esto tiene mucho significado! Es el resultado del deleite que hallamos estando dentro de este triángulo. También motiva al pueblo a tocar a Dios, a entrar en El, a caminar por obra de El y a disfrutarlo a El. De este disfrute brotará una vida de oración. Ese es el altar del incienso. La vida de oración siempre proviene del deleite y la experiencia que tenemos de Dios al comer los panes que están sobre la mesa, al recibir la luz del candelero y al permanecer ante Dios en comunión. De este modo, llegamos a ser compañeros de Cristo en Su ministerio de intercesión. Ese es el altar del incienso.

CRISTO ES LAS OFRENDAS

Cristo es tipificado por el tabernáculo, pero sin ofrendas, no podría haber pan en la mesa. El pan que se ponía sobre la mesa provenía de las ofrendas. Por lo tanto, se necesita una segunda categoría de figuras: las ofrendas. El tabernáculo describe cómo Cristo nos conduce a Dios y cómo nos ofreció a Dios para que entremos en El y lo disfrutemos. Pero el tabernáculo no puede entrar en nosotros, ya que no podría ser nuestro alimento; sólo puede ser nuestra morada. Podemos comparar el tabernáculo

con nuestra casa, la cual nos sirve de residencia. Cristo vino para ser nuestro tabernáculo. El vino con Dios para presentarnos ante El, y nosotros entramos en Dios. Ahora tenemos una morada. Pero si nuestra casa no tiene alimentos, seguimos vacíos y hambrientos. Entramos en la casa, pero en nosotros no ha entrado nada.

Tráfico en los dos sentidos

Cristo como tabernáculo vino a nosotros trayendo consigo a Dios. Como ofrenda El va a Dios llevándonos con El. Este es un tráfico de doble sentido. El vino a nosotros con Dios, y vuelve a Dios con nosotros. Como tabernáculo El vino a nosotros con Dios, y ahora como ofrendas El regresa a Dios con nosotros.

Cristo en nosotros

Son pocos los creyentes que han visto y experimentado debidamente estos dos aspectos. Muchos tienen solamente a Cristo como tabernáculo para entrar en El y experimentarlo, mas no lo tienen como ofrendas que puedan disfrutar, ni lo toman como su alimento. Hoy en día son pocos los creyentes que hablan de la manera de disfrutar a Cristo. A veces hablan de algo que experimentan de Dios o de Cristo, pero en muy raras ocasiones usan la palabra experimentar. Raras veces dirían: “Experimenté a Cristo”. Esto significa que no entienden correctamente que Cristo está en ellos. En nuestra experiencia, estar en Cristo significa experimentarlo como el tabernáculo. Podemos viajar por El y en El, pero tenerlo en nosotros es otro asunto. Tener a Cristo en nosotros no solamente es la esperanza de gloria, sino también el alimento de hoy. No se trata solamente de la gloria futura, sino del alimento diario. Cristo en nosotros es nuestro alimento diario.

En la actualidad muchos creyentes carecen de esto. Inclusive, algunos se oponen a nuestra declaración de que Cristo está en nosotros. Tienen el concepto de que Cristo es demasiado grande para estar en uno. Hay un himno famoso intitulado “Cuán grande es El”, que me agrada bastante; sin embargo, nosotros escribimos un himno con la misma música sobre lo pequeño que es El. El es tan pequeño que podemos comerlo (Jn. 6:57). El no solamente es grande, sino también lo suficientemente pequeño para ser ingerido; El lo es todo.

El tabernáculo sólo es una de las categorías de los tipos que muestran que Cristo vino con Dios para permitirnos entrar en El. Ahora El es las ofrendas de las que podemos participar y que podemos comer. Entrar en una casa no es lo mismo que ingerir alimentos. No compramos una casa todos los días, pero sí comemos varias veces al día.

Estos ejemplos nos muestran que muchas realidades espirituales tienen el mismo principio que las cosas físicas. Necesitamos morar en una casa física y comer alimentos físicos; del mismo modo, necesitamos que Cristo sea no solamente el tabernáculo,

nuestra morada, sino también las ofrendas, nuestra comida. Si tenemos el tabernáculo sin las ofrendas, nos falta algo. Entrar en una casa puede considerarse algo más o menos permanente, pero las ofrendas son una necesidad cotidiana. Se hacía una ofrenda por la mañana y otra por la tarde (Ex. 29:39). Sucede algo parecido con nuestras comidas.

El tabernáculo conlleva principalmente la idea de que Dios está disponible para que lo experimentemos, no para disfrutarlo ni ingerirlo. Como tabernáculo, El está disponible para que entremos en El, pero no está disponible para ser ingerido. Para esto se necesitan las ofrendas, las cuales tipifican al Dios al cual podemos comer.

Se mezcla con nosotros

Las ofrendas también indican que Dios puede mezclarse con nosotros. Cuando entramos en el tabernáculo, quedamos unidos a él, pero no estamos mezclados con él, ya que tal cosa no es posible. Pero cada vez que ingerimos algún alimento, nos mezclamos con el mismo. Comer no produce una especie de unión, sino una saturación y una mezcla. Esta es la razón por la cual Levítico 7:10 y 12 menciona que algunas tortas eran amasadas con aceite. Todo lo que comemos va nuestras células y se mezcla con nuestrso tejidos. Si comemos algo inorgánico, como por ejemplo, una piedra, ésta no podría mezclarse con nosotros. Pero, si comemos algo que se origina en la vida, algo orgánico, lo digeriremos y asimilaremos, y llenará nuestro ser. Se mezclará plenamente con nuestro ser y se convertirá parte de nosotros. Por eso los dietistas afirman que uno es lo que come. Todo lo que comemos se convierte en nosotros mismos. La noción de la mezcla es profundo y se halla por toda la Biblia.

En Génesis 2 vemos que Dios creó al hombre y lo puso frente al árbol de vida, lo cual significa que Dios mismo había de ser su provisión de vida. Por tanto, el concepto de la comida ya estaba presente en Génesis 2. Cierto alimento había de llenar nuestro ser y mezclarse con nosotros. Más adelante, en Juan 6, cuando vino el Señor Jesús, afirmó que era el pan de vida (v. 35). En el versículo 57 se añade que todo aquel que lo coma vivirá por El.

Pablo continúa con el tema de la mezcla y dice que “el que se une al Señor, un espíritu es con El” (1 Co. 6:17). ¿Cómo podemos ser un solo espíritu con El? Porque El es el Espíritu, y nosotros también tenemos espíritu. Por la regeneración los dos espíritus se mezclan en uno solo. Si El se mezcla con nosotros, dicha mezcla tiene que ser del Espíritu. El concepto de la mezcla es muy profundo y se revela claramente en la Biblia. Sin embargo, el hombre ha sido cegado y sus ojos velados por el concepto natural, por las enseñanzas religiosas y por la teología tradicional. Pero ¡aleluya! Nuestro Dios es comestible y es nuestro alimento. Por ser el tabernáculo podemos entrar en El, y por ser las ofrendas El puede entrar en nosotros. Debemos testificar firmemente que estamos

en Dios, y que El está en nosotros. Cristo es nuestro tabernáculo y también nuestras ofrendas.

CRISTO ES EL SUMO SACERDOTE

Es necesario que alguien prepare los alimentos que serán ofrecidos. Un hombre soltero necesita una casa, alimentos y, además, necesita una esposa que le prepare los alimentos. Cristo en calidad de Sumo Sacerdote es el cocinero. Nosotros debemos aprender a cocinar como El. Dejemos que El tome la iniciativa en la preparación de la comida, y hagamos lo que El hace.

Cristo es nuestro tabernáculo y las ofrendas que comemos; también es nuestro Sacerdote y nos prepara la comida. Supongamos que tenemos el tabernáculo y las ofrendas, pero no tenemos sacerdote. Esto significa que no tenemos cocinero. Es como una casa llena de alimentos, pero sin cocinero. Me temo que muchos cristianos hoy se encuentran en esa situación. Sólo tienen una esquina del tabernáculo sin casi nada que ofrecer y sin sacerdote que les prepare la comida. Están acostumbrados a adorar a Dios en esa esquina y no están acostumbrados a adorarle con un tabernáculo erigido completo y perfecto ni a tener nada que ofrecer a Dios. Tampoco están acostumbrados, como los sacerdotes competentes, a preparar la comida.

La necesidad de practicar

En los últimos años he comprado muchos pianos, pero nunca aprendí a tocarlo correctamente. Me gusta tocar el piano de manera natural. Del mismo modo, a todos nos gusta adorar a Dios del modo natural al que estamos acostumbrados, pues nos resulta fácil. Traemos nuestro himnario y nos sentamos a cantar himnos; nos parece demasiado difícil traer a Cristo como ofrenda por las transgresiones, como ofrenda por el pecado, como holocausto o como alguna otra ofrenda. Aparentemente es difícil cultivar a Cristo y luego traerlo a las reuniones. Nos gusta depender de los demás y dejar que sean nuestros sacerdotes. Los dejamos orar por nosotros en las reuniones para no tener que hacer nada.

Un día yo estaba en San Francisco, y un hombre me dijo que ahora en el siglo veinte todo es especializado. Dijo que si uno quiere enseñar la Biblia o enseñar a cantar, debe ir a un seminario y convertirse en especialista. Los demás están ocupados con sus empleos o sus estudios y no disponen de tiempo para aprender estas cosas. El domingo deberían descansar y dejar que los especialistas, los que fueron al seminario, hagan el trabajo que les corresponde. Me dijo que no deberíamos pedirles a los creyentes que eleven una oración, porque ellos no han aprendido a hacerlo debidamente. Este concepto es el método natural y es la práctica que predomina entre los cristianos de hoy.

Nada natural se admite en el tabernáculo

Si observamos el tabernáculo, vemos que allí no hay nada natural. Para actuar correctamente en el patio exterior, debemos abandonar nuestros métodos naturales. Debemos aprender a inmolar los sacrificios y derramar la sangre, a comer el pecho y el hombro del sacrificio, a preparar la comida y a entrar en el lugar santo donde se prepara la mesa de los panes de la proposición y donde está el candelero. Hay un precepto para cada cosa. Si no actuamos ni nos movemos ni nos conducimos según lo establecido, moriríamos en seguida. Los dos hijos de Aarón murieron por esto (Lv. 10:1-2). En el tabernáculo no se permite nada natural ni ningún método natural.

Hoy en día casi todos los cultos de los cristianos están llenos de métodos y actividades naturales. A esto obedece tanta pobreza entre los cristianos hoy. Las riquezas están en la Biblia, pero las han descuidado.

LA OFRENDA DE PAZ

Examinemos la ofrenda central y más significativa: la ofrenda de paz. Todas las demás ofrendas apuntan a ésta, pues es el centro y la meta de las demás ofrendas. Existen cinco ofrendas principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de paz se encuentra en el centro de las ofrendas.

El holocausto conduce a la ofrenda por el pecado

En las experiencias espirituales, el holocausto conduce a la ofrenda por el pecado. Si Cristo no se hubiera dado incondicionalmente a Dios, no habría sido nuestra ofrenda por el pecado. Por darse incondicionalmente, El era apto para ser nuestra ofrenda por el pecado. Vemos claramente en Hebreos 10:9 y en las profecías del salmo 40 que El vivía exclusivamente para Dios. Cada parte de Su ser, Su propia respiración y hasta la última gota de Su sangre, servían incondicionalmente a Dios. Por esta razón El era apto para ser nuestra ofrenda por el pecado y para quitar los pecados que habíamos heredado por nacimiento. Esto no es ni superficial ni fácil, pues requiere que alguien lleve una vida dedicada incondicionalmente a Dios. Por consiguiente, la ofrenda por el pecado se apoya en el holocausto, el cual a su vez respalda a aquella. Por eso vemos que en las cinco ofrendas a veces la ofrenda por el pecado se convierte en holocausto (Lv. 5:7, 10). El hecho de que Cristo sea la ofrenda por el pecado se apoya en que El es el holocausto,

Aquel que vive incondicionalmente para Dios. El holocausto es la base de la ofrenda por el pecado. Sin holocausto, no puede haber sacrificio por el pecado.

La ofrenda de harina conduce a la ofenda por las transgresiones

Del mismo modo, la ofrenda de harina conduce a la ofrenda por las transgresiones y es figura de la humanidad de Cristo. Su vida humana es como la harina fina, tan equilibrada, tan perfecta, tan excelente y sin defecto ni aspereza alguna. Por consiguiente, El es apto para ser nuestra ofrenda por las transgresiones, las cuales son los defectos de nuestra vida humana. Tenemos muchos defectos, imperfecciones, deficiencias y cometemos muchos errores y maldades. Necesitamos a Aquel que en Su vida humana es perfecto, equilibrado y excelente, quien no tiene nada burdo ni áspero ni duro. Por eso, El puede ser nuestra ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de harina sustenta la ofrenda por las transgresiones.

Conocemos esto por experiencia

Podemos conocer todo esto por experiencia. Cuando aplicamos a Cristo como nuestro sacrificio por las transgresiones, al principio es posible que no entendamos que Cristo es la ofrenda de harina, pero gradualmente empezaremos a entender que nuestro andar diario está lleno de defectos, errores, imperfecciones y transgresiones. Al mismo tiempo, veremos que el Señor Jesús es perfecto, completo y equilibrado. En El no hay ninguna imperfección. Por esta razón, nos percatamos de que El puede ser nuestra ofrenda por las transgresiones. Empezaremos a entender cómo nuestro Señor Jesús, el hombre, podía morir en la cruz como nuestra ofrenda por las transgresiones. Por la sencilla razón de que El era perfecto. Al leer los cuatro evangelios, vemos que Su vida humana era equilibrada y perfecta; así como la harina fina.

Del mismo modo, podemos ver algo de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones. Es posible que uno haya nacido de nuevo hace veinticinco años y haya crecido en el Señor; sin embargo, se da cuenta de que todavía es pecaminoso. El pecado, esta cosa tan horrible y molesta, está todavía en la naturaleza de uno. Espontáneamente aplicaremos el Señor Jesús como nuestra ofrenda por el pecado. Al mismo tiempo comprenderemos que El se da incondicionalmente a Dios y que nosotros no. Veremos que nuestra consagración es parcial y llena de reservas. Descubriremos que El es apto para eliminar nuestro pecado y poner fin a nuestra naturaleza, para clavarlos en la cruz. Esto significa que en nuestra oración mencionamos algo de Cristo como la base y el respaldo de la ofrenda por el pecado y que cuando le experimentamos como tal, al mismo tiempo nos damos cuenta de que El es el holocausto, ya que se entrega sin reservas a Dios. La perfección de Su vida humana lo hace apto para eliminar nuestras

transgresiones, y Su consagración incondicional a Dios le permite poner fin a nuestro pecado.

No recibamos esto como una doctrina; lo debemos practicar continuamente. Necesitamos conocer las verdades, no solamente como enseñanzas, sino por experiencia, particularmente en nuestras oraciones. La clase de oración que ofrecemos depende de nuestra experiencia.

Las primeras dos ofrendas, el holocausto y la ofrenda de harina, sustentan las últimas dos, que son la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Esto nos muestra la estructura en que se presentan las ofrendas. Pero la otra perspectiva es el deleite que tenemos de las ofrendas.

Las ofrendas desde el ángulo de nuestro disfrute

En nuestra experiencia no disfrutamos las ofrendas comenzando con las dos primeras, a saber, el holocausto y la ofrenda de harina, sino con las dos últimas, que son las ofrendas por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Primero disfrutamos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones. Inclusive, en el momento de en que nos convertimos experimentamos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones. En 1 Pedro 2:24 se nos muestra que El llevó nuestros pecados, nuestras transgresiones, en el madero. Sin embargo, después de experimentar a Cristo como la ofrenda por las transgresiones, descubrimos que seguimos siendo pecaminosos. Nuestra naturaleza está llena de pecado. Por eso acudimos a Cristo como la ofrenda por el pecado. Esta es la experiencia que Pablo describe en Romanos 7. El descubrió que en su carne no había nada bueno (v. 18), que el pecado moraba en su carne (v. 17). Entonces empezó a disfrutar a Cristo como la ofrenda por el pecado. Pablo descubrió su naturaleza pecaminosa en Romanos 7 y experimentó a Cristo como ofrenda por el pecado en el capítulo ocho. Romanos 8:3 afirma que “Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. En las notas que John Nelson Darby, él escribe sobre Romanos 8:3 e indica que la frase “a causa del pecado” se refiere a un sacrificio por el pecado. Romanos 8 trata del pecado que mora en nuestra carne y en nuestra naturaleza, y no de los pecados de nuestra conducta. Cuando experimentamos esto y disfrutamos estas cosas, entendemos espontáneamente que Cristo debe ser perfecto como la ofrenda de harina para ser una ofrenda completa por las transgresiones. Cristo también debía estar consagrado incondicionalmente como holocausto para Dios, a fin de quitar el pecado de nuestra naturaleza.

Esta es la razón por la cual debemos dejar que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Entonces veremos que El es nuestro holocausto,

el cual llega a ser la ofrenda por el pecado y que también es nuestra ofrenda de harina y que viene a ser nuestra ofrenda por las transgresiones.

Un compendio de todas las ofrendas

Supongamos que hemos experimentado todas estas cosas. Entonces llegamos a la ofrenda de paz, la cual es un compendio de las cuatro ofrendas anteriores. En la ofrenda de paz una parte es quemada delante de Dios en holocausto (Lv. 7:30, 31), y parte se presenta como ofrenda de harina (7:11-13).

Además, dentro de la ofrenda de paz está implícita la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda de paz se compone de la vida animal y la vida vegetal. Primero, se necesita un sacrificio en el que se derrame sangre, la cual es parte de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones. La sangre vertida está presente tanto en la ofrenda por el pecado como en la ofrenda por las transgresiones.

Luego vemos la vida vegetal en las tortas de harina fina usadas en la ofrenda de harina. En el altar también se quema parte de la ofrenda de paz en holocausto, lo cual significa que en esta ofrenda central y especial, la ofrenda de paz, se incluyen las demás ofrendas. En otras palabras no podemos disfrutar a Cristo como ofrenda de paz, si no lo hemos disfrutado como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones, las cuales se basan en el holocausto y en la ofrenda de harina.

 

CAPITULO DIEZ

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO OFRENDA DE PAZ

(2)

Lectura bíblica: Lv. 3:1-5; 7:11-15, 28-34; 16:3, 5

Antes de entrar en los detalles del disfrute que tenemos de Cristo como nuestra ofrenda de paz, veamos algo acerca de los principios divinos básicos. Quienes creemos en el Señor Jesús sabemos que Dios es nuestra porción. El no es solamente nuestro Creador, sino también nuestra porción, para lo cual El debe ser nuestra vida y nuestro suministro de vida; El debe ser nuestro todo. Si leemos cuidadosamente los sesenta y seis libros de la Biblia, descubriremos numerosos nombres y designaciones maravillosas que se le atribuyen a Dios. Por ejemplo, Dios desea ser nuestro Padre, nuestro consolador, nuestro aliento, nuestra luz, nuestra vida, nuestra fuerza, nuestro poder y nuestra autoridad.

En la Biblia las palabras fuerza, fortaleza, poder y autoridad nos llaman la atención; se usan particularmente en el Nuevo Testamento. Dios es nuestra fuerza, nuestra fortaleza, nuestro poder y nuestra autoridad. Si vamos más adelante, veremos que también es nuestra energía. Es realmente difícil definir estas palabras y determinar la diferencia entre energía y fuerza, entre fuerza y fortaleza, entre fortaleza y poder, y entre poder y autoridad. Aun así, la Biblia demarca la distinción entre estos términos porque Dios lo es todo para nosotros de una manera detallada.

Dios lo es todo para nosotros: nuestro vestido, nuestra comida y hasta nuestra belleza. Las hermanas no necesitan usar otra cosa que las embellezca; deben dejar que Dios lo haga con El mismo. El debe ser su belleza y su gloria; también debe ser su virtud. Pedro nos dice en una de sus epístolas, que Dios nos llamó por Su gloria y virtud. La preposición “por” también puede traducirse “a”, pues tiene ambos significados. Dios nos llama por Su gloria y virtud a Su gloria y virtud. Aunque tal vez no entendamos la diferencia entre gloria y virtud, El es ambas para nosotros.

Dios es mucho para nosotros, pero ¿sabemos cómo participar de El y disfrutarlo como nuestra porción? Esto es bastante práctico, pero a lo largo de las generaciones esta realidad no se ha visto ni la han entendido los hijos de Dios. No estoy seguro de que muchos de nosotros comprendamos lo que la Biblia revela acerca de participar de Dios como nuestra porción. En Colosenses 1:12 se afirma que el Padre nos hizo aptos para ser partícipes de la porción de los santos en la luz. La palabra porción significa lote. Cuando

los hijos de Israel entraron en la buena tierra, se le asignó a cada uno una porción o un lote de tierra.

POSEEMOS A DIOS AL DISFRUTARLO

Pese a que Dios es nuestra porción, es lamentable que no sepamos cómo tomar posesión de El. Inclusive la palabra poseer no es exacta. En realidad, no sabemos disfrutar nuestra porción. Es posible que tomemos posesión de nuestra porción sin saber disfrutarla. Por ejemplo, quizá tengamos muchos alimentos en el refrigerador, pero no los disfrutamos. La Biblia revela que la verdadera posesión es el deleite. Si no sabemos disfrutar a Dios como nuestra porción, tampoco sabemos tomar posesión de El.

Volvamos al tema de las reuniones. ¿Por qué las reuniones cristianas se han convertido en servicios religiosos? Hay una gran diferencia. Las reuniones cristianas son bíblicas, pero los servicios religiosos de los cristianos son una tradición. El uso de la expresión “ir al culto” es el producto de la degradación que existe entre los cristianos de hoy. Cuando las reuniones cristianas se degradaron, se convirtieron en una especie de culto o servicio religioso, debido a que los creyentes no saben disfrutar a Dios. Cuando se reúnen no tenían nada, porque no disfrutaban al Dios que está en ellos. Llegan a la reunión con las manos vacías, ya que tienen a Dios solamente de nombre, y no tienen al Dios que pueden disfrutar.

DIOS, LA PALABRA, LA CARNE Y EL TABERNACULO

El capítulo uno de Juan es importantísimo, pues nos dice que “en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:1, 14). Esto significa que la carne es el tabernáculo. Podemos ver que estas cuatro entidades: Dios, el Verbo, la carne y el tabernáculo, son una sola, y no cuatro separadas. Ni siquiera son cuatro entidades en cuatro etapas o cuatro fases. Es una sola entidad en cuatro aspectos distintos. El Verbo se hizo carne, la cual es el tabernáculo.

LA GRACIA Y LA VERDAD

El versículo 14 añade que cuando Dios el Verbo se hizo carne para ser el tabernáculo, vinieron la gracia y la verdad. O sea que se añadieron dos aspectos nuevos. Ahora podemos decir que la gracia y la verdad son el tabernáculo. Cuando éste viene, disfrutamos la gracia y tocamos la verdad. Entre los creyentes que conocen estos términos espirituales y bíblicos, a saber, la gracia y la verdad, algunos dirían que la gracia es un favor inmerecido y pensarían que la verdad es principalmente la doctrina.

¿Ha oído alguna vez que la gracia es el tabernáculo o que la verdad es el tabernáculo? Si nunca hemos entrado en el tabernáculo, no sabemos lo que es la verdad ni lo que es la gracia. Cuando entramos en el tabernáculo, no sólo conocemos la gracia sino que también la disfrutamos. La gracia es más que un favor inmerecido; es un deleite gratuito. Hoy en día la gracia es el disfrute gratuito de Dios. ¡Ahora disfrutamos como gracia el Dios Triuno procesado, el Espíritu que lo es todo, que da vida y que mora en nosotros! Esta es nuestra porción. Disfrutamos a Dios, el cual es triuno, fue procesado, lo es todo, mora en nosotros y es el Espíritu. La gracia consiste en disfrutar a este Dios. Nuestro Dios se procesó, y ahora es el Espíritu. Además mora en nuestro espíritu, o sea que se ha localizado. Si buscamos a Dios no necesitamos ir a ningún lado. ¡El está en nuestro espíritu. ¡Esto es maravilloso!

LA MANERA DE DISFRUTAR AL DIOS PROCESADO

El Dios procesado está en nuestro espíritu, pero ¿cómo lo disfrutamos? Eso es un misterio. Anteriormente usé muchas veces el cuerpo humano como ejemplo. Nuestro cuerpo tiene vida biológica, bios. Ni siquiera los médicos que han trabajado en el cuerpo humano por años nos pueden explicar el misterio de lo que es bios en nuestro cuerpo. Aunque está ahí, no pueden entender dicha vida. ¡Es demasiado misteriosa! También tenemos un espíritu, el cual es misterioso, pero no es imaginario. No olvidemos que hasta la electricidad constituye un misterio, y aunque es misteriosa, se puede entender.

Debemos saber cómo disfrutar al Dios procesado y establecido. Si no sabemos cómo disfrutarlo, no podremos tener la debida reunión, y lo que tendremos será un servicio religioso. Necesitaremos obispos o pastores o ministros o ancianos o líderes que se ocupen de las reuniones. Ellos tendrán que hacer esto porque nosotros llegaríamos vacíos y sin nada que ofrecer. Cada vez que nos presentamos con las manos vacías y que otro tiene que funcionar por nosotros, producimos un servicio religioso. Debemos aborrecer eso. Si queremos tener una reunión apropiada, debemos disfrutar al Dios que tenemos.

EL CAMINO PARA DISFRUTAR A DIOS ES CRISTO

Al llegar al evangelio de Juan, éste nos explica cómo disfrutar a Dios. En el principio era Dios, y este Dios era el Verbo. El Verbo se hizo carne, y como tal vino a ser el tabernáculo, el cual no es más que la gracia que disfrutamos y la verdad de la que nos asimos. Después de eso viene un séptimo aspecto, el Cordero de Dios (1:29). Capítulo tras capítulo, el evangelio de Juan contiene muchas cosas que podemos disfrutar.

Dicho libro también nos muestra la manera de disfrutar esta porción maravillosa que es nuestro Dios procesado, localizado y que mora en nosotros. Allí descubrimos el único

versículo de toda la Biblia que testifica que el Señor Jesús es el camino. Muchos cristianos han aplicado este versículo a su situación, afirmando que el Señor es el camino para conseguir un trabajo o una esposa, o que el Señor es el camino para disciplinar, educar y enseñar a sus hijos. Por supuesto, esto no es malo, pero no es suficiente.

Debemos aprender a aplicar a Cristo como el camino para disfrutar a Dios. ¿Hemos orado alguna vez de esta manera: “Padre, no sé cómo disfrutarte, pero el Hijo, Jesucristo, que Tú me has dado, es el camino”? Si leemos Juan 14:6 en su contexto veremos que Cristo es el camino para que nos relacionemos con Dios y le disfrutemos, y no solamente para que consigamos un trabajo o un cónyuge. Si no sabemos cómo tomar a Cristo como el camino por el cual disfrutamos a Dios, no sabemos realmente que El es el camino. El evangelio de Juan nos muestra que Cristo es el camino para entrar en Dios y disfrutarlo.

Los tipos del Antiguo Testamento nos muestran claramente que nadie es apto en sí mismo para entrar en el tabernáculo. Todo el que quiere entrar en el tabernáculo debe pasar por el altar, donde se necesitan dos ofrendas: la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Sin ellas, no somos aptos ni tenemos posibilidad alguna de entrar en el tabernáculo. Si entramos en el tabernáculo sin estas dos ofrendas, moriremos. Dios como tabernáculo está presente y disponible para que entremos y disfrutemos la gracia y la verdad. Pero hay un problema: somos personas con una naturaleza pecaminosa y con transgresiones en nuestro comportamiento. ¿Cómo podríamos entrar en el tabernáculo? ¡Necesitamos el Cordero de Dios!

En realidad, el evangelio de Juan revela más todavía. El no era solamente el Cordero que quita nuestro pecado, sino también la serpiente de bronce, en el capítulo tres, elevada sobre el madero, es decir, sobre la cruz, para clavar allí la serpiente antigua, Satanás. En el capítulo uno, se muestra que el Cordero de Dios que nuestro pecado; y en el capítulo tres es la serpiente de bronce que clavó en la cruz a Satanás, la serpiente antigua, la fuente de todos los problemas.

Por medio de Cristo como ofrenda por el pecado y por las transgresiones, entramos en el tabernáculo. Sin las ofrendas no llenamos los requisitos para entrar en el tabernáculo. Vamos al altar, a la cruz, no solamente para ir al altar, sino también para entrar en el tabernáculo. Vamos a la cruz con la intención de entrar en el Dios procesado y hecho tabernáculo. Nuestra intención no es entrar en Dios en el tercer cielo. Si El estuviera solamente en el tercer cielo, no podríamos entrar en El. Pero ¡El es el Dios que fija tabernáculo en nuestro espíritu! Tengamos presente que al fijar tabernáculo, El mora y en nosotros.

El Nuevo Testamento nos muestra que fijar tabernáculo y morar son sinónimos. Cuando Dios mora en nosotros, El fija tabernáculo en nosotros. Vamos a la cruz y lo tomamos a El como ofrenda por el pecado y por las transgresiones, con la intención de entrar en el Dios que fijó tabernáculo. El Dios en el cual entramos no es tan sencillo. Inclusive, el tipo del tabernáculo no es tan sencillo. El tabernáculo tenía un atrio exterior y uno interior. Tenía muchas cosas, como por ejemplo, la mesa de los panes de la proposición, el candelero, el arca y el altar del incienso. Dios no es muy sencillo. Debemos experimentarlo, disfrutarlo y participar de El.

DISFRUTAMOS A DIOS POR MEDIO DE TODAS LAS OFRENDAS

El requisito fundamental para disfrutar a Dios es tomar las ofrendas. En el capítulo anterior vimos que existen cinco ofrendas principales: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Sin embargo, no debemos pensar que las cinco ofrendas están separadas o que no tienen nada que ver la una con la otra, ya que están relacionadas entre sí. En realidad, forman un solo grupo de ofrendas. Recordemos que este grupo de ofrendas es la manera de disfrutar a nuestro Dios Triuno procesado. Cristo vino como el tabernáculo y, como tal, es todas las ofrendas, las cuales nos permiten entrar en el tabernáculo. Debemos ver cómo participar de todas las ofrendas, cómo disfrutalras.

La ofrenda por el pecado nos dirige siempre al holocausto, y éste se refleja en la ofrenda por el pecado. En Levítico 16:3, 5 se describen estas dos ofrendas. Cada vez que el sumo sacerdote Aarón traía la ofrenda por el pecado, traía también el holocausto. Esto significa que el holocausto acompaña la ofrenda por el pecado, y ésta nos dirige a aquél.

Esta luz no viene solamente del estudio de las Escrituras, sino también de la experiencia. Mi experiencia me ha mostrado que la única manera de enfrentarnos al pecado de nuestra naturaleza es entregarnos incondicionalmente a Dios. Si nos damos sin reservas a Dios, nuestra naturaleza pecaminosa llegará a su fin. Cristo pudo ser nuestra ofrenda por el pecado porque El se dio sin reservas a Dios. Por eso, cuando nos damos cuenta de que llevamos el pecado en nuestra naturaleza y nuestro ser no es más que pecado, reconocemos que necesitamos al Señor Jesús como ofrenda por el pecado. Entonces podemos orar: “Padre, soy muy pecaminoso; no soy más que la constitución y la composición del pecado; soy la totalidad del pecado. ¿Cómo podría darme a Ti incondicionalmente? ¡Es imposible! Pero te agradezco, Señor Jesús, por darte sin reservas a Dios. Tú lo haces en mi lugar”. Con esta oración ofrecemos a Cristo como ofrenda por el pecado ante Dios, y al mismo tiempo participamos de El como nuestro holocausto.

La ofrenda por el pecado nos dirige al holocausto, el cual se refleja en aquélla. Si ofrecimos a Cristo en la mañana como ofrenda por el pecado, nos dimos cuenta de que el Señor Jesús también es nuestro holocausto. Cuando saboreamos al Señor Jesús como ofrenda por el pecado, también lo disfrutamos como holocausto. En nuestro interior, un sentir de gozo confirma que fuimos aceptados por Dios, no por lo que somos nosotros, sino por El y por lo que El es. Esto es disfrutarlo a El como la ofrenda por el pecado, la cual nos lleva al holocausto. Y esto, a su vez, es disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado con el holocausto reflejado en dicha ofrenda. En la experiencia no podemos separar la ofrenda por el pecado del holocausto.

También vimos que la ofrenda por las transgresiones nos lleva a la ofrenda de harina, y que ésta se refleja en aquélla. Estas dos ofrendas también van juntas y forman un par. Cuanto más conscientes estamos de nuestras numerosas faltas, más acudimos a la ofrenda de harina. Cuanto más tenemos contacto con otros, más oportunidad tenemos de cometer transgresiones y faltas. En 1935, hace cuarenta y siete años, me dirigí al Señor en oración y una vez que empecé, no pude detenerme. Cuanto más confesaba mis faltas, más pecados tenía que confesar. Confesé muchas culpas que había cometido contra mis hermanos, mi esposa, los hermanos de la iglesia y muchos otros. Vi que había cometido faltas en todo. Sentí una enorme gratitud por el Señor Jesús. Soy muy imperfecto y estoy lleno de defectos, pero el Señor es perfecto. ¿Qué es esto? Es la ofrenda de harina reflejada en la ofrenda por las transgresiones.

Si presentáramos la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones repetidas veces, tendríamos las cinco ofrendas. Tendríamos la ofrenda por el pecado con el holocausto, la ofrenda por las transgresiones con la ofrenda de harina, y además de estas cuatro, tendríamos también la ofrenda de paz como resultado de las otras cuatro. Finalmente la ofrenda de paz es la recopilación de las cuatro ofrendas restantes, ya que se compone de la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina. Todos los elementos y substancias de estas cuatro ofrendas se encuentran en la composición de la ofrenda por el pecado.

Cuando ofrecemos el holocausto, raras veces lo hacemos directamente. Por lo general, ofrecemos el holocausto al momento de presentar la ofrenda por el pecado. Sucede lo mismo con la ofrenda de harina. En muy pocas ocasiones la ofrecemos directamente. Casi siempre traemos la ofrenda de harina cuando traemos la ofrenda por las transgresiones. Esto significa que dentro de la ofrenda de paz se halla el sacrificio que representan la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones y el holocausto, y también la dádiva de la ofrenda de harina. Está el suministro alimenticio de las tortas y las obleas y también está la sangre de la ofrenda por el pecado y de la ofrenda por las transgresiones. Además se halla el holocausto con la grosura y las entrañas que deben ser consumidas por fuego sobre el altar como ofrenda de olor fragante para Dios. El

holocausto es una ofrenda pasada por fuego; por consiguiente, parte de la ofrenda por el pecado también constituye un holocausto.

UNGIDA, MEZCLADA Y EMPAPADA DE ACEITE

La ofrenda de paz incluye muchas clases de tortas. Estas debían ser amasadas con el aceite o ungidas con el mismo. Incluso algunas debían ser empapadas o saturadas de aceite (Lv. 7:12). Ungir las tortas significa verter el aceite sobre ellas. Mezclar el aceite con las tortas es algo profundo. Empapar las tortas es algo más profundo. Como harina fina debemos ser ungidos con aceite, y además tenemos que ser amasados con aceite y empapados del mismo. Debemos dejar que el aceite entre en cada fibra de nuestro ser. Necesitamos ser ungidos, amasados e impregnados. Hoy en día, algunos se oponen a esta enseñanza sobre la mezcla y piensan que es una herejía. Pero quisiera declarar que hay algo aún más profundo que la mezcla: la saturación. Podemos ver esto con las tortas de la ofrenda de harina descritas en Levítico 7:12. Esta ofrenda completa, la ofrenda de paz, contiene los elementos de la ofrenda por el pecado, los del holocausto y los de la ofrenda de harina. Esto significa que la ofrenda de paz incluye las demás ofrendas.

EL SIGNIFICADO DE LA OFRENDA DE PAZ

La ofrenda de paz significa que todos los problemas fueron solucionados, que se llenaron los requisitos y que las necesidades fueron satisfechas. Todos los participantes quedan satisfechos. Además, todos los participantes terminan disfrutando plenamente la comunión y la paz. Si hay problemas que no han sido resueltos, si ha quedado algún requisito sin cumplir, si alguna necesidad no está satisfecha, si alguna parte no queda colmada, no tenemos paz. Aun cuando estas cuatro cosas estén solucionadas, si no disfrutamos de la comunión mutua, no tenemos paz. ¡La paz tiene mucho significado! No creo que esta definición haya agotado el significado de la ofrenda de paz, que es la ofrenda máxima. La ofrenda de paz deja establecido que ya no hay ningún problema, ningún vacío ni ninguna necesidad. Nos deleitamos plenamente en la comunión entre Dios y el hombre, y entre el hombre y Dios. Toda reunión debe ser un ofrenda de paz. Hoy en día los creyentes no tienen las reuniones que deberían, porque no han disfrutado correctamente a Cristo como ofrenda de paz.

DISFRUTAMOS LAS OFRENDAS POR MEDIO DEL ARREPENTIMIENTO

Cristo vino como tabernáculo y, como tal, constituye todas las ofrendas para nuestro deleite. ¿Pero cómo podemos disfrutarlo? La expresión con la que se da inicio a la predicación en el Nuevo Testamento es “arrepentíos” (Mt. 3:2). Es la palabra de presentación para que disfrutemos a Cristo como las ofrendas a fin de entrar en Dios como tabernáculo. Todo depende del arrepentimiento. Inmediatamente después de

confesar los pecados, el pecador recibe a Cristo como su Salvador y Redentor. Técnicamente, es más correcto decir que él recibe a Cristo como su ofrenda por las transgresiones. Nuestro Salvador y Redentor es la ofrenda por las transgresiones. Imponemos nuestras manos sobre El como nuestra ofrenda por las transgresiones. El fue crucificado llevando sobre Sí todas nuestras culpas.

Mientras lo tomamos a El como nuestra ofrenda por las transgresiones, al mismo tiempo vemos lo perfecto, excelente, equilibrado y completo que es El. Es Cristo, la ofrenda de harina, reflejado en la aplicación que hacemos de El como nuestra ofrenda por las transgresiones. Empezamos a disfrutar al Señor Jesús como las ofrendas al arrepentirnos y confesarnos.

Poco después de ser salvos, probablemente empezamos a entender que no solamente éramos pecadores en conducta y en acciones, sino que, peor aún, éramos pecaminosos en nuestra naturaleza. Somos el pecado mismo. Entonces lo confesamos al Señor y le tomamos como nuestra ofrenda por el pecado. Lo valoramos aún más, lo apreciamos más y nos dimos cuenta de que no estábamos entregados incondicionalmente a Dios, aunque quizá hayamos realizado buenas acciones para El. Descubrimos que no nos habíamos dado sin reservas a Dios, pero que Cristo sí lo hizo.

Esta es la razón por la cual las entrañas de los sacrificios eran consumidas ante Dios en la ofrenda por el pecado y en el holocausto. Las entrañas tipifican lo que Cristo es delante de Dios. El es sincero, verdadero y se da incondicionalmente a El. Por lo tanto, El es el holocausto. Cuando lo aplicamos como ofrenda por el pecado, lo entendemos y lo apreciamos como nuestro holocausto. Al mismo tiempo, obtenemos todos los elementos que constituyen una ofrenda completa, es decir, la ofrenda de paz. Podemos disfrutar la ofrenda de paz al arrepentirnos.

APLICAMOS A CRISTO COMO NUESTRAS OFRENDAS

A diario debemos aplicar al Señor Jesús como nuestra ofrenda por las transgresiones y como ofrenda por el pecado. Temprano por la mañana, debemos orar así: “Señor, gracias por haberme concedido otro día. Señor, te ofrezco a Dios nuevamente como mi ofrenda por el pecado y como mi ofrenda por las transgresiones para el día de hoy. Señor, me doy cuenta de que soy pecaminoso. Posiblemente durante el día cometeré muchas faltas. Aunque por Tu misericordia y gracia haré cuanto pueda para no caer, sé que a pesar de eso cometeré faltas. Por lo tanto, Señor, te tomo como mi ofrenda por las transgresiones por causa de mi andar cotidiano este día”. Al hacer esto, aplicamos al Señor Jesús como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones ese día. Así, El será nuestro holocausto reflejado en nuestra ofrenda por el pecado, y lo tendremos como ofrenda de harina reflejada en nuestra ofrenda por las

transgresiones. Créanme que lo disfrutaremos todo el día como holocausto y como ofrenda de harina. Entonces tendremos la ofrenda que las contiene todas, la ofrenda de paz.

EN CUANTO A LA APLICACION

Algunos se opondrán a esta práctica, diciendo que nos hace regresar al Antiguo Testamento. Argumentarán que en el Antiguo Testamento presentaban ofrendas cada año y cada día, pero que en el Nuevo Testamento la ofrenda de Cristo se hizo una vez y para siempre. Por lo tanto, no necesitamos presentar ofrendas. Esta enseñanza es bíblica obviamente, pero muestra un solo lado, un solo aspecto de la verdad. Solamente presenta el lado del cumplimiento de la ofrenda por el pecado, el cual se hizo una vez y para siempre, pero aplicar lo que el Señor Jesús es y lo que cumplió es un asunto diario. Esta práctica no se refiere al cumplimiento de la ofrenda por el pecado ni de la ofrenda por las transgresiones, sino a la aplicación cotidiana de estas dos ofrendas. Cada día debemos ofrecer a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Esto nos conducirá a disfrutar el holocausto y la ofrenda de harina, lo cual tiene su consumación en la ofrenda de paz.

 

CAPITULO ONCE

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO OFRENDA DE PAZ

(3)

Lectura bíblica: Lv. 7:11-15, 28-34; Ef. 1:2; Jn. 1:14, 16; 14:27; 20:19, 26

EL CUADRO DEL TABERNACULO Y LAS OFRENDAS

Mientras seguimos con el tema de las reuniones, debemos examinar una vez más el cuadro del tabernáculo y de las ofrendas. Indudablemente el relato del tabernáculo y las ofrendas nos muestra claramente que la Biblia es la revelación de Dios. Si la Biblia no fuese inspirada por el Espíritu Santo, nadie habría podido diseñar este tabernáculo ni imaginárselo siquiera ni soñarlo. ¿Quién podría imaginar un tabernáculo con un atrio? En el atrio vemos un altar y un lavacro. Por medio de las ofrendas entramos en el tabernáculo. Después de entrar vemos la mesa de los panes de la proposición. Allí vemos el candelero que nos ilumina y nos conduce al arca. Desde el arca volvemos al centro donde se encuentra el altar del incienso. Si Dios no hubiera revelado todas estas cosas, ¿acaso habría tenido Moisés una mente tan excelente para diseñar tal obra? Ningún filósofo pronunció jamás nada parecido a lo que leemos en la Biblia acerca del tabernáculo y las ofrendas.

Ahí vemos un cuadro de un tabernáculo en el que podemos entrar, en el cual podemos viajar y en el que podemos morar. En el tabernáculo hay un deleite maravilloso: una mesa con panes, un candelero, un arca y un altar de incienso. Luego necesitamos algo que nos llene, nos capacite, y nos dé energía y fuerza para entrar. Por tanto, existe otra categoría de tipos, a saber, las ofrendas. De Dios hacia nosotros, están el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. De nosotros hacia Dios el orden es exactamente lo contrario. Para nosotros viene primero la ofrenda por las transgresiones, luego la ofrenda por el pecado, luego la ofrenda de paz, luego la ofrenda de harina y, finalmente, el holocausto. Por nuestra parte no hay nada más que transgresiones y pecado. Exteriormente cometemos transgresiones, e interiormente estamos llenos de pecado. Cuanto más intentemos lavarnos de nuestros delitos procurando mejorarnos, más empeoraremos.

Hace casi cincuenta años el hermano Watchman Nee usó un ejemplo muy sencillo en un mensaje. Antaño los chinos no tenían tantos juguetes atractivos como ahora. La mayoría de las niñas poseían una muñeca hecha de barro. Pintaban su rostro de blanco y ponían

un poco de color rosado en las mejillas y líneas negras sobre los ojos. Era su muñeca. A todas les gustaba mucho, pero al jugar con ella, la ensuciaban. Una de las pequeñas, después de ensuciar su muñeca, decidió lavarle la cara. Cuanto más lavaba el rostro de la muñeca de barro, más suciedad salía. Cuando llorando la mostró a su madre, ésta le dijo que no la muñeca se podía lavar. Santos, tampoco nosotros podemos ser lavados. Ni siquiera lo intentemos. Estamos llenos de transgresiones. Debemos tomar a Cristo como ofrenda por las transgresiones. Cuando acudimos a Dios, siempre empezamos confesando nuestras culpas.

Mientras avanzamos, nos daremos cuenta de que no solamente cometemos delitos, exteriormente, sino que también interiormente tenemos pecado. Así que debemos ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado. Dios viene a nosotros desde el holocausto para eliminar nuestras transgresiones. Empezamos nuestro viaje hacia Dios partiendo de las transgresiones y el pecado. Si la Biblia no fuera inspirada por Dios, nadie podría imaginar estas cosas. Nadie podría diseñar la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda por el pecado, la ofrenda de harina, el holocausto ni la ofrenda de paz, y tampoco la ofrenda mecida y la ofrenda elevada.

EL CUMPLIMIENTO DEL TABERNACULO Y LAS OFRENDAS

Anteriormente dijimos que el Evangelio de Juan presenta el cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... y aquel Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:1, 14). Queda claro que el Dios encarnado, con el título de Jesucristo, era y sigue siendo el tabernáculo. El es el tabernáculo donde entramos y por el que viajamos. Todos debemos declarar: “Podemos entrar en Dios. El está aquí para que entremos, andemos y permanezcamos en El. ¿Por qué medios podemos entrar en Dios? Por medio de todas las ofrendas.

El primer paso de la gracia

En Juan 1 vemos el tabernáculo, y el versículo 14 dice que cuando el éste vino en la carne, estaba lleno de gracia. No pensemos que la gracia es solamente un favor inmerecido. Esa definición es demasiado limitada. No tenemos que adivinar lo que es la gracia, ya que la Biblia, por ser la revelación de Dios, no nos permite especular.

Juan 1 dice que el tabernáculo se fijó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Y añade: “He aquí, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (v. 29). ¡Este es el primer paso de la gracia! El Cordero de Dios quita el pecado del mundo.

Cristo como ofrenda por el pecado

En el evangelio de Juan, este tabernáculo viajaba y hablaba con la gente. Nicodemo, un hombre de edad lleno de ética y de moral, se acercó a este tabernáculo de noche. Era maestro y líder entre los judíos y vino a hablar con este tabernáculo, aunque en esa ocasión no entró en el tabernáculo. Habló con éste pero desde afuera. Durante esta conversación maravillosa el tabernáculo le indicó que él, un maestro del Antiguo Testamento, seguramente sabría lo que Moisés hizo. Una vez Moisés erigió una serpiente de bronce sobre un asta porque los hijos de Israel habían sido mordidos por serpientes venenosas en el desierto. Por esta razón, los hijos de Israel necesitaban que una serpiente fuese juzgada sobre el asta en lugar de ellos. Por tanto, Moisés levantó una serpiente de bronce en el desierto. Tenía la forma de la serpiente venenosa, mas sin la naturaleza venenosa. Todo aquel que era mordido por una víbora y estaba muriendo, sólo tenía que levantar los ojos y mirar a la serpiente de bronce; entonces Dios lo sanaba, y la persona vivía (Nm. 21).

Entonces el tabernáculo habló con este maestro de edad avanzada y le dijo que así como Moisés había elevado la serpiente de bronce sobre el asta, el Hijo del Hombre, este tabernáculo, Aquel que está en la carne como Hijo del Hombre con humanidad, también había de ser elevado. Leamos el versículo 15: “Para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna”, es decir, viva. Este versículo y 1:29 nos muestran el cumplimiento del la tipo de Números 21:8-9. En el versículo 16 leemos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Estos tres versículos juntos nos muestran que Cristo es la ofrenda por el pecado, y por medio de dicha ofrenda Nicodemo podía disfrutar a Aquel que vino a él.

El Cordero llega a ser la serpiente de bronce

¿Por qué en el capítulo uno vemos el Cordero y en el capítulo tres la serpiente de bronce? Para mostrar que hay algo más profundo. En el capítulo uno vemos el Cordero y el pecado, pero no los pecados. Sin embargo, en el capítulo tres vemos que la serpiente de bronce reemplaza al Cordero, y el veneno reemplaza al pecado. En otras palabras, el Cordero de Dios mencionado en el capítulo uno llega a ser la serpiente de bronce. Y el pecado del capítulo uno viene a ser el veneno de la serpiente. Tengamos presente que el pecado que está en nosotros no es otra cosa que el veneno de la serpiente antigua. A los ojos de Dios, todo descendiente de Adán es una serpiente y está lleno de veneno. La persona venenosa es la carne. Cristo como Hijo de Dios y como Verbo divino se hizo carne. Pero El no se hizo carne con la naturaleza pecaminosa. Cristo se hizo carne solamente en forma y semejanza, mas no en naturaleza. Es semejante al caso de la serpiente de bronce, que tenía la forma y la semejanza de la serpiente venenosa pero no su veneno.

Cristo hecho pecado por nosotros

Veamos 2 Corintios 5:21 “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El”. Al respecto, vemos lo siguiente en Romanos 8:3: “Dios enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. El Verbo se hizo carne sin la naturaleza pecaminosa, sin el veneno de la serpiente.

Entendamos que el pecado que está en nosotros es nuestra carne, es nosotros mismo. Nosotros, el pecado y la carne son sinónimos. Uno es pecado, es carne y es el yo. Cristo fue hecho carne en nuestra semejanza pecaminosa, pero sin nuestra naturaleza pecaminosa. El no conoció pecado ni tenía relación alguna con el pecado; sin embargo, fue hecho pecado. En el momento en que moría en la cruz, era una serpiente a los ojos de Dios, pero era una serpiente solamente en semejanza y forma, no en naturaleza. No olvidemos que la serpiente que fue levantada en el desierto era de bronce, es decir, aunque tenía forma de serpiente, no tenía la naturaleza venenosa.

En el evangelio de Juan vemos el tabernáculo y la ofrenda principal, que es la ofrenda por el pecado. Dudo que Nicodemo, en la noche en la cual el Señor Jesús habló con él, entendiera claramente a qué se refería el Señor cuando mencionó la serpiente de bronce. Posiblemente lo entendió después de la resurrección del Señor Jesús, cuando el Espíritu vino, y con la ayuda de otros hermanos, que la serpiente de bronce se refería al Señor Jesús como ofrenda por el pecado de él, y por medio de ésta él empezó a disfrutar al Señor. Aunque tal vez este deleite en el Señor se haya producido en Juan 3 o pudo haber llegado más tarde.

Cristo como ofrenda por las transgresiones

El evangelio de Juan es un libro maravilloso, ya que primero nos presenta un hombre de edad, y luego una mujer inmoral. Nicodemo se había presentado ante el Señor Jesús, pero esta mujer inmoral no vino a El, sino que El fue a ella. Debemos ver que El es el tabernáculo portátil. No deberíamos extrañarnos esto. No olvidemos que Pablo habla de la roca que seguía al pueblo de Israel (1 Co. 10:4). Si podemos decir que la Roca los seguía, también podemos decir que el tabernáculo los seguía. De hecho, en el desierto el tabernáculo les siguió por lo menos durante treinta y ocho años. Así que, en el evangelio de Juan, el tabernáculo viajó de su encuentro con aquel hombre de edad, en Judea, a una mujer sedienta e inmoral en Samaria. La intención del Señor, el tabernáculo, era atraerla para que entrara en El mismo. Pero ella no lo sabía; quería dar la impresión de ser muy religiosa y le habló de adorar a Dios y de la religión. O sea que era inmoral y además religiosa.

Vino para sacar agua, y el Señor le habló del agua viva. Cuando ella le preguntó si le daría del agua de vida, El le contestó: “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (Jn. 4:16). ¿Qué es el marido? Es una de sus transgresiones. El Señor tocó el principal delito que ella tenía, la cual conducía a las demás transgresiones. Le mintió al Señor diciéndole sólo parte de la verdad y cometiendo así otra transgresión. Ella le dijo que no tenía marido; así que el Señor le ayudó a confesar: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (vs. 17-18). El Señor Jesús ayudó a esta mujer inmoral y transgresora a tomar consciencia de sus pecados.

Cuando un hombre como Nicodemo vino al Señor, no se le pidió que llamara a su esposa. Nicodemo era un hombre muy recto. Estoy seguro de que tenía una sola esposa. Por lo tanto, el Señor no necesitaba hablarle de sus transgresiones. Quizás haya cometido algunas faltas, pero ¿qué pensaba él de su naturaleza? Esta había sido mordida por la serpiente antigua cuatro mil años antes. Cuando Adán fue mordido en el huerto, también Nicodemo fue mordido, y esta naturaleza pecaminosa estaba en él. La palabra del Señor era maravillosa e indicaba que aunque Nicodemo era moral, recto, amable y bueno por fuera, su naturaleza su interior era la de una serpiente.

En el capítulo siguiente, el Señor habla con la mujer inmoral pero no le menciona su naturaleza pecaminosa. El le hizo notar sus faltas. El sabía que ella era inmoral. Había tenido cinco maridos, pero ninguno de ellos había llenado su necesidad; por tanto, ella todavía tenía sed. La conversación que sostuvieron tenía por objeto ayudarla a reconocer sus numerosas faltas y ver su necesidad de recibir a Aquel que era perfecto para ser su ofrenda por las transgresiones.

En Juan 8 vemos otro caso. Los fariseos, quienes se creían justos, trajeron al Señor Jesús otra mujer inmoral, y le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues ¿qué dices?” (Jn. 8:4-5). La única intención que tenían era destruir la posición y el nombre del Señor. Por consiguiente, el Señor les dio una pequeña sugerencia. Les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Esto significa que el Señor no solamente trajo a colación las faltas que ellos habían cometido, sino también su naturaleza pecaminosa. Cuando todos estos que se creían justos oyeron lo que dijo, sus conciencias fueron conmovidas y se fueron. Pero la mujer impuso las manos sobre la verdadera ofrenda por las transgresiones.

Aspectos de la gracia abundante

Todos estos casos nos muestran que en Juan no sólo está el tabernáculo, sino también las ofrendas: la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, las cuales son parte de la gracia abundante. Cuando vino el tabernáculo, vino lleno de gracia. Nosotros

hemos recibido de la plenitud de esta gracia, inclusive gracia sobre gracia (1:16). Después de todos estos casos, vemos el caso de la muerte. En el capítulo once, Lázaro se enfermó y murió. Pero su herida de muerte fue sanada.

LA OFRENDA DE PAZ, UNA FIESTA

En el capítulo doce de Juan vemos una fiesta. Tengamos presente que esta fiesta era la ofrenda de paz. Después de que en los once capítulos anteriores se habían mencionado nueve casos, en el capítulo doce se disfruta a Cristo como ofrenda de paz. Ya habían participado de El como su ofrenda por el pecado (Jn. 1:29) y habían participado de la ofrenda por las transgresiones (Jn. 4). Habían disfrutado el holocausto (Jn. 7:16-18) y la ofenda de harina (Jn. 7:45-46). Ahora en aquel hogar disfrutaban la ofrenda de paz (Jn. 12:1-11).

EL LAVAMIENTO EN EL LAVACRO

El capítulo trece habla del lavamiento de los pies. Se refiere al lavacro en el que se nos limpia. En el capítulo catorce, El tuvo una conversación maravillosa con ellos para introducirlos al Lugar Santísimo. Habían aplicado todas las ofrendas; habían participado de todas las ofrendas; habían compartido y disfrutado todas las ofrendas. Ahora eran conducido al Lugar Santísimo.

EL CUMPLIMIENTO DE LA OFRENDA DE PAZ

En 14:27, el Señor dice: “La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Pero en aquel entonces no recibieron paz porque el sacrificio todavía no había sido inmolado; no había sido ofrecido ni había ascendido a los cielos en resurrección. Después de la crucifixión, la sepultura, la resurrección y la ascensión (Jn. 20:17), el Señor fue de noche a Sus discípulos aquel mismo día y dijo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:21). En el capítulo veinte, esto no era una promesa de paz, sino el cumplimiento de la promesa que hizo en el capítulo catorce. El trajo la paz consigo, ya que El mismo era la paz. Cuando El vino a ellos, fue paz para ellos. Esta es la ofrenda de paz.

LA GRACIA Y LA PAZ

En resumen, el evangelio de Juan contiene veintiún capítulos. Al principio se habla de la gracia, y al final, de la paz. Esta es la razón por la cual muchas epístolas del Nuevo Testamento empiezan con “gracia y paz a vosotros”, y muchas terminan con la expresión “gracia y paz sea a vosotros o con vosotros”. O sea que estos libros son primeramente libros de gracia y luego de paz. ¿Qué es la gracia? La gracia es el propio Dios encarnado para ser la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la

ofrenda de harina. Estas cuatro ofrendas son los componentes mismos de la gracia divina. Entonces ¿cual es el resultado? ¿Qué sale de allí? ¡La paz! Esta es la ofrenda de paz, la cual es el resultado de haber disfrutado las otras cuatro ofrendas. Y todo este deleite es la gracia.

LA PRACTICA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO LAS OFRENDAS

En el recobro del Señor hemos hablado mucho en años pasados de disfrutar al Señor. Hace poco vimos más claramente la manera de disfrutar al Señor. No creamos que estos mensajes son una simple doctrina. Debemos poner todo esto en práctica y aplicar al Señor Jesús como el Cordero y como la serpiente de bronce, levantado sobre la cruz. Lo debemos aplicar cada día como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Si lo practicamos, nos daremos cuenta de que sólo así podemos disfrutar a Cristo. Lo único que nos hace aptos para entrar en el Dios que fijó tabernáculo, viajar en El y permanecer en El, es el disfrute que tenemos de Cristo como ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones culpa, como holocausto, como ofrenda de harina y, finalmente, como ofrenda de paz. El deleite que tenemos de Cristo como las ofrendas es lo único que nos permite entrar en El. El evangelio de Juan nos muestra el tabernáculo y también la manera de aplicar a Cristo como las ofrendas a fin de que podamos participar de El y de que seamos aptos para entrar en Dios.

Después de leer las biografías o autobiografías de algunos hijos del Señor y la historia de la iglesia, descubriremos que todos los santos queridos que han disfrutado a Cristo en el transcurso de los siglos han tenido estas experiencias. Quizás ellos no hayan usado esta terminología, pero sí tuvieron la experiencia; indudablemente pasaron por lo mismo. Primero, confesaron sus culpas, y luego su pecado. Tal vez ellos no hayan tenido una comprensión tan clara como la que tenemos ahora, pero sin duda pasaron por esto. Luego aceptaron y aplicaron a Cristo como su ofrenda por las transgresiones y su ofrenda por el pecado. Cada día confesaban sus transgresiones y su naturaleza pecaminosa. Mientras confesaban sus culpas, disfrutaban al Señor como ofrenda por las transgresiones. Mientras confesaban su naturaleza pecaminosa, disfrutaban al Señor Jesús como su ofrenda por el pecado.

Cada día el Señor Jesús les era más querido, más precioso y más amable. Estaban dispuestos a sacrificarlo todo por el Señor. Se hicieron uno con El, imponiendo sus manos sobre El como holocausto. Cuando leemos la historia de ellos, podemos ver que disfrutaban abundantemente al Señor. Le disfrutaron como ofrenda de harina, muy fino, muy suave, perfecto y muy abundante. Entonces en ellos y entre ellos prevalecía un ambiente de paz. Tenían paz delante de Dios, en El y con El y, al mismo tiempo, uno con otro.

Esto es en realidad lo que presenta el evangelio de Juan. Los discípulos disfrutaban a Cristo como las ofrendas y entraban en el tabernáculo. Finalmente estuvieron en una condición apacible. Esto significa que disfrutaban al Señor plenamente. Por eso tantas epístolas hablan de gracia y paz. El propósito es disfrutar a Cristo como las ofrendas para poder entrar en Dios y morar en El, e incluso permanecer en El como tabernáculo. Es así como disfrutamos a Cristo.

La manera de disfrutar a Cristo nunca ha sido tan clara para los hijos de Dios como lo es ahora. ¿Por qué en todos estos años nadie ha enseñado esto? Debemos ver que se trata de una especie de ciencia, aunque no se trata de una invención, sino de un descubrimiento. Por ejemplo, anteriormente no se sabía lo que eran las vitaminas, pero eso o impedía que disfrutaran los beneficios de las mismas. Aunque no tenían el conocimiento científico, sí tenían el disfrute. Hoy en día la gente habla mucho de las vitaminas y las entiende de manera científica.

Les presento un método “científico” de disfrutar a Cristo. No les digo de manera vaga que tenemos a Jesús y que El es el pan de vida que descendió del cielo. ¡No! les digo que el Señor Jesús es el tabernáculo de Dios y que El es el Dios que fijó tabernáculo entre nosotros y en quien podemos entrar. En la actualidad podemos entrar en Dios. Lo único que nos hace aptos para entrar en El es disfrutar a Cristo como ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones, como su holocausto, como su ofrenda de harina y como ofrenda de paz. Así como aprendimos a orar-leer la Biblia, ahora debemos aprender a tomar a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones, como holocausto, como ofrenda de harina y como ofrenda de paz.

Al desarrollar la práctica de tomar al Señor Jesús como ofrenda por el pecado y por las transgresiones, muchos descubrieron que el Señor Jesús les es más querido, más precioso, más presente y más práctico. El deleite que tienen del Señor se incrementa grandemente. Ciertamente ésta es mi experiencia. He disfrutado al Señor durante mucho tiempo, pero jamás de manera tan práctica, tan rica ni tan clara como en estos días. Cuanto más confieso mis culpas y lo tomo a El como mi ofrenda por las transgresiones, más le disfruto.

No pensemos que estos asuntos son doctrinas. Aunque son verdades profundas, debemos ponerlas en práctica. Por muy ocupados que estemos, debemos tomar el tiempo, si fuera posible en la madrugada, de aplicar al Señor Jesús como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Para eso, debemos confesarle nuestras faltas y arrepentirnos vez tras vez. Todos los días necesitamos el arrepentimiento y la confesión. Espontáneamente aplicaremos al Señor Jesús como nuestra ofrenda por las transgresiones y como nuestra ofrenda por el pecado a fin de disfrutar abundantemente al Dios que es el tabernáculo.

 

CAPITULO DOCE

LA MANERA DE DISFRUTAR A CRISTO COMO OFRENDA PAZ

(4)

Lectura bíblica: Jn. 6:38; 7:16-18, 32, 45-46; 18:38b; 19:4, 6; 14:2-3, 6, 23

CRISTO, LA MORADA DE DIOS

La Biblia consta de sesenta y seis libros en los cuales se nos presenta un cuadro completo que se compone del tabernáculo, de numerosas ofrendas y de un sumo sacerdote. Este cuadro también tiene una consecuencia y un resultado. En el Antiguo Testamento la vida de los hijos de Israel giraba en torno al tabernáculo y, posteriormente, al templo. En realidad el tabernáculo y el templo son dos fases de una sola entidad, y son el centro en función del cual gira el contenido del Antiguo Testamento, cuyo eje central es la morada de Dios.

El Antiguo Testamento enseña que la morada de Dios no sólo era la habitación de Dios en la tierra, ya que también Su pueblo tenía acceso a ella para disfrutar y experimentar allí a Dios y permanecer con El. Entonces en esta morada habitaban conjuntamente Dios y Su pueblo en la tierra. Es muy significativo que Dios viniese primeramente a la tierra para morar entre los hombres y luego el hombre pudiese entrar en la morada de Dios. En realidad, la morada de Dios es El mismo. Por una parte, el tabernáculo era la morada de Dios, y por otra, era Dios mismo. En el Nuevo Testamento, según Juan 1, Dios mismo se encarnó para ser esta morada, no solamente para morar en ella, sino también para que Sus escogidos entraran en ella y moraran con El.

El hecho de que Dios descendiera para morar entre los hombres en la tierra tiene una enorme importancia. Para nosotros, los miembros del linaje humano caído, entrar en Dios a fin de habitar con El es algo maravilloso. ¿Cómo es posible que nosotros, los pecadores, entremos en Dios, lo disfrutemos y moremos con El? Es posible solamente por medio de las ofrendas; no hay otro camino, y todas las ofrendas son Cristo mismo.

CRISTO ES TODAS LAS OFRENDAS

La tipología del Antiguo Testamento nos muestra que por una parte, este Cristo maravilloso es el tabernáculo y, por otra, es las ofrendas que presentamos para entrar en él. Los creyentes sabemos que el Señor Jesús es nuestro Salvador y Redentor. Esto es correcto, pero a fin de experimentarlo, necesitamos ver que El debe ser todas las

ofrendas. El debe ser nuestra ofrenda por el pecado, nuestra ofrenda por las transgresiones, nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina y, finalmente, la ofrenda que las incluye a todas, la ofrenda de paz. Si El no fuese todas estas ofrendas, no podría ser nuestro Salvador. Muy pocos creyentes se dan cuenta de que la salvación y la redención requieren que Cristo sea las cinco ofrendas básicas y las ofrendas secundarias, incluyendo la ofrenda mecida, la ofrenda elevada y la libación. Algunos han sido cristianos por muchos años y todavía no saben que nuestro Salvador es todas estas ofrendas.

Nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo, es todas las ofrendas. Esto es tipificado por el cuadro completo que vemos en el Antiguo Testamento, donde se habla básicamente del tabernáculo o el templo con todas las ofrendas. Lo que hacía el pueblo escogido allí consistía en relacionarse con el tabernáculo o el templo. Se relacionaban con el tabernáculo o el templo trayendo ofrendas día tras día. Presentaban la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda elevada, la ofrenda mecida y la libación. Su adoración consistía únicamente en ofrecer estas ofrendas a Dios para luego participar de una parte de lo que habían ofrecido a Dios y comerla.

EL TABERNACULO DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES

Este es el cuadro que presenta el Antiguo Testamento. Examinemos ahora el contexto completo de la Biblia. ¿Qué describe la Biblia en conjunto? Simplemente escribe que el segundo de la Deidad, el segundo de la Trinidad, el Hijo de Dios, fijó tabernáculo; se hizo carne. Juan 1:1 y 14 nos explica claramente que al principio existía el Verbo y que el Verbo era Dios; dice que este Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros. El apóstol Juan escribió este evangelio y usó una expresión muy particular. El usó una forma verbal de la palabra tabernáculo. No obstante, muchos traductores no traducen esa palabra de esa forma, sino que usan expresiones como “morar” o “habitar”. Es válido decir que moraba, pero la morada del Dios encarnado entre los hombres no era una morada cualquiera. Esta morada era muy particular; era el tabernáculo.

Mientras El estaba en esta tierra y moraba entre los hombres, El fijó tabernáculo. Este verbo indica que El mismo era el tabernáculo. El era Dios hecho hombre, y este Hombre era un tabernáculo. En el principio existía el Verbo, y el Verbo era Dios, y este Verbo se hizo carne, y esta carne era el tabernáculo.

EL CORDERO DE DIOS

En el mismo capítulo Juan declara que el Verbo es Dios, que se hizo carne y que es el tabernáculo; además, es el Cordero de Dios (v. 29). El es tanto el tabernáculo como el

Cordero de Dios. Sin lugar a dudas, el Cordero de Dios representa la ofrenda. El Cordero de Dios es la ofrenda básica. Entre las cinco ofrendas, la más básica es la ofrenda por el pecado, la cual consta del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aquí leemos pecado en singular, y no pecados, en plural. En el Nuevo Testamento, el pecado, en singular, indica algo inherente a nuestra naturaleza, y no se refiere sólo a nuestra conducta. En el ámbito de nuestro comportamiento, éste se expresa como pecados o transgresiones. Pero el pecado es la fuente o la raíz de todos nuestros pecados y se halla en nuestra naturaleza. Por consiguiente, el Cordero de Dios es la ofrenda por el pecado. En el capítulo con el que se inicia el evangelio de Juan, vemos el tabernáculo y las ofrendas. Ambos son una Persona única llamada Jesucristo.

LLENO DE GRACIA

Cuando Jesucristo vino, vino la gracia. La gracia no fue dada, como sucedió con la ley, la cual fue dada en el Antiguo Testamento por medio de Moisés, sino que vino con una Persona. Por eso, cuando esta Persona vino, trajo consigo la gracia porque El es la gracia. El fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia; y de Su plenitud todos recibimos gracia sobre gracia.

En el pasado hicimos notar que la gracia es Jesucristo mismo, pero si El no hubiera sido las ofrendas, no podría ser nuestra gracia. El debe ser las ofrendas a fin de ser nuestra gracia.

A muchos creyentes les gusta Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Sin embargo, son pocos los creyentes que han notado que este versículo empieza con la palabra “porque”. En el Nuevo Testamento, esta palabra es muy importante ya que indica que algo anterior necesita más explicación, o sea que debemos regresar al versículo 15, donde leemos: “Para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna”. Varias versiones de la Biblia ponen un punto y aparte entre estos dos versículos, como si el versículo 16 presentara una idea nueva. Pero es un error garrafal separar el versículo 16 del versículo 15. El versículo 15 empieza con la expresión “para que”, lo cual indica que es consecuencia de algo que se acaba de decir; es decir, debemos remontarnos al versículo 14.

Vemos en el versículo 14: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Si deseamos entender el verdadero significado de este pasaje debemos examinar estos tres versículos en conjunto. El Señor Jesús vino como tabernáculo para estar entre los hombres, pero si no hubiera sido levantado en la cruz, nunca habría llegado a ser nuestra gracia. Por eso, la gracia es el Cristo encarnado ofrecido sobre el altar como nuestras ofrendas. El Cristo encarnado que fue crucificado llegó a ser nuestra gracia. Si El sólo se hubiera encarnado para ser el

tabernáculo y hubiera morado entre los hombres sin ser crucificado, no habría sido nuestra gracia, y nosotros no podríamos participar de El ni El podría ser nuestra porción.

En el capítulo uno vemos la palabra gracia, y en 3:16 la palabra ha dado. La gracia es una dádiva. La palabra griega caris puede traducirse dádiva o también gracia. La dádiva es una gracia, la cual a su vez, es el don de Dios, quien nos dio Su Hijo unigénito en la cruz. Sin la crucifixión, Cristo no podría habernos sido dado ni podríamos participar de El. ¡Aleluya! ¡El fue crucificado y nos fue dado. En realidad, la dádiva fue la crucifixión, ya que en la cruz Cristo se convirtió en todas las ofrendas. Todas estas ofrendas son gracia para nosotros, a saber: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. De esta gracia todos hemos recibido gracia sobre gracia.

En este mismo evangelio no vemos solamente la ofrenda por el pecado sino también la ofrenda por las transgresiones. ¡Es un evangelio maravilloso! En realidad el evangelio de Juan resume toda la Biblia. Describe cómo Dios mismo se hizo hombre para fijar tabernáculo entre los hombres y como llegó a ser todas las ofrendas en la carne. La primera ofrenda es la ofrenda por el pecado.

CRISTO, LA OFRENDA POR EL PECADO

En el evangelio de Juan, lo primero que vemos con relación a las ofrendas es el relato donde se habla de Nicodemo, una persona sincera y llena de cualidades; era de edad avanzada y tenía una posición importante como líder y maestro del pueblo; además era fariseo. El vino al Señor Jesús sin darse cuenta de que había sido mordido por la serpiente venenosa. No había entendido que él mismo era una pequeña serpiente. Exteriormente él era todo un caballero, pero interiormente su condición era como la de una serpiente; por eso el Señor Jesús le dijo que debía nacer de nuevo. Como no entendió, el Señor Jesús le explicó que nacer de nuevo significaba nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3:5). Finalmente Nicodemos preguntó cómo era esto posible.

El Señor Jesús le recordó la historia de la serpiente de bronce narrada en Números 21. Los hijos de Israel habían sido mordidos por las serpientes y estaban muriendo. Entonces Dios proveyó la manera de salvarlos. Le dijo a Moisés que levantara una serpiente de bronce sobre un asta y que todo el que la mirara viviría. Con eso Nicodemo debía haber reconocido que era una serpiente, ya que había sido mordido por la serpiente antigua. Satanás había mordido a Adán, de quien él era descendiente. Seguramente esto le ayudó a Nicodemo a comprender que él era un pecador. Por lo tanto, necesitaba la ofrenda por el pecado.

Cristo no conoció pecado, pero fue hecho pecado para nosotros. El vino en semejanza de carne de pecado. Aunque no era una serpiente, tomó la forma de ésta, pero sin su naturaleza y sin su veneno. En esto consistía la ofrenda por el pecado. Esto no es asunto solamente de limpiarnos de nuestras acciones pecaminosas, sino que se trata de regenerarnos. El problema no radica principalmente en nuestro comportamiento, sino en nuestra naturaleza pecaminosa. Interiormente uno es una serpiente y necesita otra vida, otra persona, otra naturaleza. La única manera de tener otra vida es por la muerte de Jesucristo en la cruz, quien murió en forma de serpiente para acabar con nuestro ser serpentino. Si uno lo recibe a El, recibe la vida eterna, la vida de Dios. Cuando uno recibe esta vida, obtiene una vida nueva y experimenta otro nacimiento. Así nace de la vida de Dios y llega a ser otra persona con una nueva naturaleza. Este es Cristo como ofrenda por el pecado.

CRISTO, LA OFRENDA POR LAS TRANSGRESIONES

Después del capítulo tres de Juan vemos el relato acerca de la mujer samaritana. Esta mujer era todo lo contrario a una persona de moral elevada. El Señor Jesús no le habló de la serpiente de bronce. Ella trató de aparentar ser muy religiosa, pese a su inmoralidad. Así que le habló al Señor acerca de la adoración a Dios. ¡Esto parece estupendo! ¡Qué tema tan maravilloso! Pero el Señor Jesús conocía su historia y sabía cómo atraerla y estimular su sed por el agua de vida. Cuando ella expresó su deseo de beber el agua de vida, el Señor le pidió que llamara a su esposo, y ella mintió valiéndose de una verdad. Le dijo: “No tengo marido” (Jn. 4:17). Esto parece muy bueno. El Señor estuvo de acuerdo, y le indicó que ella no tenía marido, pues había tenido cinco y el que tenía ahora no era su marido. Así que el Señor confesó los pecados y las transgresiones por ella. Al pasar de un marido a otro ella manifestaba una vida llena de transgresiones. Por eso, el Señor se presentó a ella como su ofrenda por las transgresiones, pero a Nicodemo se le presentó como la ofrenda por el pecado. En estos dos capítulos vemos claramente estas dos ofrendas básicas: la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones.

Recordemos que interiormente todos nosotros somos Nicodemo, y exteriormente somos la mujer samaritana. Por fuera todo parece bien, pero interiormente somos pecado. Así que, todos somos Nicodemo y necesitamos que Cristo sea nuestra ofenda por el pecado. También somos la mujer samaritana y necesitamos a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones. ¡Aleluya! El es nuestra ofrenda por el pecado y también nuestra ofrenda por las transgresiones. El fue dado y ofrecido en el altar y es la gracia. Ciertamente podemos imponer nuestras manos sobre El, tomándolo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones. ¡Qué gracia tan grande! La gracia no es solamente un favor inmerecido. Esta es una definición

demasiado vaga. La verdadera gracia es algo muy concreto; es Cristo como todas las ofendas ofrecido por nosotros.

CRISTO, EL HOLOCAUSTO

En los casos iniciales que presenta el evangelio de Juan, como por ejemplo el de Nicodemo y el de la samaritana, vemos la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. En los casos siguientes, veremos el holocausto y la ofrenda de harina. Lo más importante y destacado del holocausto es que es una entrega sin reservas, pues estaba dedicado exclusivamente a Dios. Toda la ofrenda era consumida por fuego delante de Dios; no quedaba nada para el hombre. El holocausto en su totalidad era consumido por fuego como alimento para Dios, para Su deleite y satisfacción. Este es un cuadro completo de cuán incondicional es la entrega de Cristo, quien no solamente era uno con el hombre, sino que además se dio sin reservas a Dios.

En Juan 7:16-18, vemos cuán incondicional era la entrega de Cristo. El no tenía reservas ante Dios ni le interesaba nada más; no se preocupaba por lo que pensaran Sus hermanos ni por Su propio nombre ni se aferró a Su propia voluntad. Sólo se preocupó por la voluntad de Dios. Estos versículos nos muestran que Cristo no solamente es la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones, sino también el holocausto. El no es solamente la ofrenda por el pecado de los pecadores y la ofrenda por las transgresiones de los que cometen faltas, sino que también es el holocausto ofrecido exclusivamente para Dios mismo. El no sólo se hizo uno con Nicodemo y con la samaritana, sino que también se entregó exclusivamente a Dios.

CRISTO, LA OFRENDA DE HARINA

Entonces, ¿donde vemos la ofrenda de harina en el evangelio de Juan? La ofrenda de harina tiene un carácter de excelencia, equilibrio y perfección; constaba principalmente de harina molida de una manera muy fina, homogénea y perfecta. El evangelio de Juan nos muestra que nuestro querido Señor no solamente vive incondicionalmente para Dios, sino que a los ojos de Dios es completamente fino, equilibrado y perfecto. Está libre de toda aspereza, de todo defecto y de toda imperfección. El es perfecto, homogéneo y excelente.

Ante nuestros amigos tal vez parezcamos perfectos porque todos ellos están de nuestro lado. Ellos, nuestros padres y nuestro cónyuge harían lo imposible para cubrir nuestras deficiencias. Pero nuestros opositores o nuestros adversarios harían lo posible por encontrarnos defectos. En Juan 7 los fariseos y los líderes judíos rodearon al Señor Jesús para buscar Sus defectos, pero no pudieron encontrar ninguno. Mandaron alguaciles a arrestarlo, pero éstos regresaron con las manos vacías. Cuando los fariseos les preguntaron por qué no lo habían traído, ellos contestaron: “¡Jamás hombre alguno

ha hablado como este hombre!” (7:46). Esto muestra lo excelente, perfecto y equilibrado que era el Señor Jesús.

Por las palabras que proferimos, otros pueden saber cuán finos o cuán toscos somos. Un hombre fino siempre habla de manera depurada, y un hombre burdo siempre habla torpemente. Las palabras del Señor Jesús eran muy depuradas, exactas, perfectas y convincentes; así que El es la ofrenda de harina.

Más adelante, en los capítulos dieciocho y diecinueve, vemos que Pilato juzgó al Señor Jesús y tuvo que declarar tres veces que no había encontrado ninguna falta en El (18:38; 19:4, 6). Estos tres versículos se pueden aplicar a Cristo como el Cordero de Dios, pues como tal, El no tenía defecto ni falta alguna. Pero también podemos aplicar estos versículos a la harina fina. El es fino, perfecto, homogéneo y perfectamente equilibrado. En El no hay ninguna falta. Pilato no dijo que no pudo encontrar ningún pecado, sino que no podía encontrar ninguna falta. O sea que no pudo encontrar ni el mínimo defecto. En El no había absolutamente nada erróneo; no tenía absolutamente ninguna falta. Ante Dios El era incondicionalmente Suyo, y delante de los hombres, El era perfecto y sin falta.

El evangelio de Juan cumple el cuadro presentado en el Antiguo Testamento. El tabernáculo está allí con todas las ofrendas. Allí están la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, y la ofrenda de harina. El hecho de que Cristo sea nuestra ofrenda por el pecado se basa en la entrega sin reservas que El tiene para con Dios. El hecho de que El sea nuestra ofrenda por las transgresiones se basa en Su perfección y Su excelencia ante Dios y ante todos los hombres. El está entregado sin reservas a Dios; por tanto, El puede ser la ofrenda por el pecado. Por ser perfecto, puede ser la ofrenda por las transgresiones. ¡Aleluya! Participamos del Cristo que es todas las ofrendas: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto y la ofrenda de harina.

CRISTO, LA OFRENDA DE PAZ

Entonces nos preguntamos: “¿Dónde se encuentra la ofrenda de paz en el evangelio de Juan?” En este evangelio, como en otros pasajes de la Biblia, el cumplimiento de la ofrenda de paz requiere dos etapas: una etapa inicial y una consumación. Tomemos por ejemplo la salvación. En ella vemos una etapa inicial y una consumación. Por una parte, todos fuimos salvos, mas por otra, todavía necesitamos ser salvos. En 1 Pedro 1:5 y 9 descubrimos que cuando el Señor Jesús venga, nos traerá la consumación de la salvación.

Del mismo modo, el cumplimiento de la ofrenda de paz incluye el cumplimiento inicial y también la consumación. El cumplimiento inicial está en el capítulo doce, donde vemos

una fiesta en la casa de María, Marta y Lázaro, en la cual estaba el Señor Jesús. Observen el cuadro. Cuando ellos estaban festejando, representaban el cumplimiento de la ofrenda de paz. Dios estaba allí, como hombre, con Sus escogidos, quienes estaban comiendo con El. Había paz, deleite y satisfacción. Indudablemente esto era la ofrenda de paz, pero era solamente el cumplimiento inicial de la misma.

El cumplimiento consumado de la ofrenda de paz se produjo después de la resurrección, después de haber sido ofrecido a Dios como todas las ofrendas. Después de la resurrección, el Señor Jesús volvió y les dijo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:21).

Al principio del evangelio de Juan vemos la gracia. Cuando el Señor Jesús vino, vino la gracia. Y al final del evangelio, la paz viene a nosotros. ¿Cómo puede ser esto? Porque Cristo fue ofrecido sobre la cruz como todas las ofrendas. En primer lugar, El fue hecho gracia para nosotros y, luego, en resurrección, fue hecho nuestra ofrenda de paz. Cuando El se reunió con Sus discípulos después de resucitar. Esta reunión fue una fiesta, la cual era la ofrenda de paz. Desde entonces, cada vez que los creyentes nos reunimos con el Cristo resucitado como nuestra paz, tenemos una fiesta. La reunión cristiana debe ser una fiesta, y ésta es la ofrenda de paz.

Cuando nos reunimos, ofrecemos a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, como nuestra ofrenda por las transgresiones, como nuestro holocausto y como nuestra ofrenda de harina. Finalmente, cuando se juntan todas las ofrendas, también disfrutamos de la ofrenda de paz, la cual nos trae satisfacción a nosotros y también a El.

LA OFRENDA FINAL DE PAZ

Debemos estar conscientes de que el evangelio de Juan no está aislado. Juan tieje además otros escritos: sus epístolas y el Apocalipsis, en los cuales vemos que la ofrenda de paz era continua. Finalmente, en el libro de Apocalipsis vemos el último tabernáculo. Hoy disfrutamos el tabernáculo inicial, pero en Apocalipsis 21 y 22 vemos el tabernáculo consumado de Dios entre los hombres. Aquello representa todas las ofrendas reunidas, y éstas dan por resultado la ofrenda final de paz. El cielo nuevo y la tierra nueva, con la Nueva Jerusalén, disfrutarán la ofrenda de paz final y universal. El universo en su totalidad asistirá a la fiesta de la ofrenda de paz.

CON MIRAS A LAS REUNIONES

No olvidemos que estamos hablando de las reuniones. Debemos reunirnos disfrutando a Cristo y presentándolo como todas las ofrendas y finalmente festejando con Dios y unos con otros.

En los capítulos del uno al doce de Juan, vemos todas las ofrendas, y éstas nos dan acceso al tabernáculo, el cual se ve en el capítulo catorce. El Señor Jesús dijo que en la casa de Su Padre, la cual es el tabernáculo, hay muchas mansiones. Vemos el tabernáculo en los capítulos catorce, quince y dieciséis. Entre los capítulos doce y catorce encontramos el lavacro, representado en el caso del lavamiento de los pies; lo vemos en el capítulo trece, donde es mencionado con relación a quitar el polvo que se nos pega y a toda la suciedad que proviene del contacto con la tierra, con el fin de poder entrar en el tabernáculo. Por consiguiente, podemos ver que el evangelio de Juan encaja perfectamente en el cuadro completo del tabernáculo y las ofrendas.

LA PRACTICA DIARIA

Debemos buscar la gracia del Señor para poner en práctica diariamente todos estos aspectos. Cada día y repetidas veces debemos poner nuestras manos sobre Cristo, es decir, identificarnos con El, tomándolo como nuestra ofrenda por el pecado y como nuestra ofrenda por las transgresiones. Al tomarle como tal, recordaremos lo querido, lo precioso y lo incondicional que es El ante Dios. Recordaremos lo homogéneo, perfecto y excelente que es El ante los hombres. Espontáneamente Su vida entregada exclusivamente a Dios será nuestra, y Su vivir excelente será nuestro. Entonces le disfrutaremos como nuestro holocausto y como nuestra ofrenda de harina. Tendremos muchas experiencias los siete días de la semana; acumularemos muchas experiencias de este Cristo rico. Entonces cuando nos reunamos como iglesia, nuestras manos estarán llenas de El, ya que vendremos con las experiencias que tenemos de El. Entonces todo lo que presentemos será una ofrenda de paz. En todo lo que presentemos habrá algo de la ofrenda por el pecado, algo de la ofrenda por las transgresiones, algo del holocausto y algo de la ofrenda de harina. Todas éstas son componentes de la ofrenda de paz. Disfrutaremos de todo eso en presencia de Dios, y mutuamente los unos con los otros. En consecuencia, tendremos paz, deleite y satisfacción. ¡Es así como nos reunimos!

 

CAPITULO TRECE

EL RESULTADO DE DISFRUTAR A CRISTO COMO LAS OFRENDAS

Lectura bíblica: Jn. 14:2-3, 6, 10, 16-20, 23; 15:4-5; 16:13-15; 17:1-2, 12, 14, 17-18, 20-24

EL CUMPLIMIENTO DE LOS TIPOS

El evangelio de Juan muestra el cumplimiento del tipo del tabernáculo. En la introducción, vemos que el Verbo de Dios vino para ser el tabernáculo. El Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros; este Verbo estaba lleno de gracia y de verdad, y este tabernáculo es el tema y el centro de este evangelio.

En el primer capítulo también vemos el altar. Podemos decir eso basándonos en el versículo 29: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” ¿Donde quitó el Cordero de Dios el pecado del mundo? Sabemos que fue en la cruz, o sea, en el altar.

En los casos siguientes, descritos en los capítulos del dos al doce, vemos todas las ofrendas. En el caso de Nicodemo, en el capítulo tres, vemos la ofrenda por el pecado. En el caso de la mujer samaritana, en el capítulo cuatro, vemos la ofrenda por las transgresiones. En los capítulos seis y siete, el holocausto y la ofrenda de harina. En el capítulo doce, vemos un banquete de amor, que era la fiesta de la ofrenda de paz. Los discípulos y el Señor Jesús, reunidos en esa casa para disfrutar ese festín, estaban disfrutando la ofrenda de paz.

EL LAVAMIENTO EN EL LAVACRO

Estas personas habían disfrutado la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz; así que, aparentemente estaban listas y eran aptas para entrar en el tabernáculo. No obstante, el tipo del Antiguo Testamento nos enseña que antes de entrar en el tabernáculo, se necesitaba el lavamiento. Debemos ir al lavacro. Esta es la razón por la cual vemos el lavamiento de los pies en el capítulo trece. Este es el cumplimiento del lavacro, que se experimenta después de todas las ofrendas, a las cuales se alude en los primeros doce capítulos. Al principio, Pedro no estuvo de acuerdo en que el Señor le lavara los pies, pero cuando entendió lo que eso significaba, le pidió que le lavara todo el cuerpo. Pero el Señor le contestó: “El que está lavado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo

limpio” (v. 10). Tal es la función del lavacro. Exodo 30:17-21 nos muestra que en el lavacro se lavaban las manos y los pies en preparación para entrar en el tabernáculo.

LA CASA DEL PADRE ES EL TABERNACULO, EL TEMPLO

Después de lavar los pies a los discípulos en el capítulo trece, el Señor Jesús expresó Su pensamiento más profundo, el cual abarca tres capítulos. Empezó diciendo a Sus discípulos: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay” (14:2). Debemos entender que “la casa de Mi Padre” no es otra cosa que el tabernáculo. Debemos desechar la idea tradicional según la cual “la casa de Mi Padre” era una gran mansión celestial. Esta expresión se usa dos veces en el evangelio de Juan, en el capítulo dos, y luego en el capítulo catorce. En 2:16 es evidente que “la casa de Mi Padre” se refiere al templo de Dios, lo cual debe de tener el mismo significado en el capítulo catorce. ¿Cómo podría dicha frase significar algo diferente cuando el mismo autor la usa en el mismo libro? La diferencia de significado no proviene del autor, sino de los que enseñan tradiciones, quienes explican la Biblia conforme a sus conceptos, y no según ella misma.

Yo tampoco entendía bien este pasaje de la Palabra antes del año 1958. Mientras estaba en Londres y estudiaba Juan 14, vino la luz. El capítulo dos establece claramente que la casa del Padre es el templo. En dicho capítulo, el Señor Jesús les dijo a los judíos que si destruían ese templo, El lo volvería a edificar en tres días. El se refería a Su cuerpo físico, el cual era el tabernáculo, el templo de Dios y la casa del Padre. Por medio de la crucifixión este templo iba a ser destruido, pero a los tres días, resucitaría. La casa resucitada del Padre llega a ser el Cristo corporativo. La casa resucitada se convierte en Cristo y todos Sus creyentes, Sus miembros. Por eso vemos en las epístolas que la iglesia es la casa de Dios (1 Ti. 3:15) y el templo corporativamente (Ef. 2:21).

UNA MORADA MUTUA

Los capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan tienen mucha profundidad. En ellos el Señor Jesús revela un misterio: el Dios Triuno desea ser nuestra morada, nuestra casa, nuestro tabernáculo, para que entremos en El, moremos en El y permanezcamos en El. Este es el primer aspecto. En segundo lugar, después de entrar en El y de hacer de El nuestra casa, también nosotros nos convertimos espontáneamente en Su casa. Primero entramos en El y moramos en El, y luego El entra en nosotros y mora en nosotros. Por consiguiente, moramos mutuamente el uno en el otro. El capítulo catorce describe claramente este hecho. En el versículo 4, el Señor Jesús dice: “Permaneced en Mí, y yo en vosotros”.

En Juan 17:21, también descubrimos el concepto de morar mutuamente: “Para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti, que también ellos estén en

nosotros”. En este versículo resulta difícil determinar quién es quien. Sin embargo, debemos tener presente que los capítulos catorce, quince, dieciséis y el diecisiete, el capítulo sobre la oración, muestran que el Dios Triuno es nuestra casa y que nosotros somos Su casa, o sea, que moramos recíprocamente el uno en el otro. Este hecho produce la morada mutua de la que hablamos.

La palabra morada se usa dos veces en el capítulo catorce, una vez en plural y otra en singular. Leemos en el versículo 2: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”, y en el versículo 23: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a El, y haremos morada con El”. En el versículo 23, la palabra “morada” se usa en singular; por consiguiente, significa una morada en la cual Dios y nosotros permanecemos recíprocamente el uno en el otro.

Por mucho tiempo entendía la palabra morar según la connotación moderna, que significa principalmente permanecer, lo cual concuerda con el significado de dicha palabra en griego. Sin embargo, muchos cuando leen la Biblia, interpretan esta palabra como si se refiriera a una mansión.

En el capítulo quince, morar no significa solamente permanecer sino radicarse. Morar en El significa habitar en El. La noción de morar y de morada se encuentran a lo largo de los capítulos catorce, quince y dieciséis. ¿Quién es esta morada? ¡Es el Dios Triuno! ¡Qué gran misterio! Nos tomaría muchos días profundizar en esto, pero al mirar algunos versículos cruciales, podemos ver que este mensaje tan profundo que dio el Señor tiene una idea fundamental: el Dios Triuno, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu, quiere ser nuestra morada para que entremos en El y moremos en El con el fin de que El more también en nosotros. Finalmente, los que moramos en el Dios Triuno nos convertiremos espontáneamente en Su morada y moraremos en El, y El morará en nosotros. Será un morar mutuo. Esto no es nada sencillo. ¿Cómo puede una persona entrar en otra y luego ésta en aquélla? ¡Es imposible! Por consiguiente, se necesita la vida.

VOY A PREPARAR UN LUGAR

En Juan 14:2 y 3, el Señor Jesús dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho, voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La mayoría de los creyentes han interpretado erróneamente estos versículos. Piensan que el Señor Jesús fue a los cielos después de resucitar para preparar una gran mansión para ellos. Eso me enseñaron cuando yo era joven, pero yo me preguntaba ¿cómo podría ser eso la salvación? ¿Podría la salvación consistir en que el Señor murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó y ascendió a los cielos, y ahora está construyendo una gran mansión? Como dije antes, la luz me vino en 1958 cuando estaba en Londres y pude ver que esa interpretación era religiosa y

llena de tradición, y se parecía al Budismo, que defiende una especie de paraíso occidental.

Debemos comprender que preparar lugar significa morir por nuestros pecados, acabar con nuestra carne, nuestra vida natural y nuestra vieja creación, y vencer en nuestro ser a la serpiente y su naturaleza.

REGRESA COMO EL ESPIRITU

En el capítulo catorce el Señor Jesús habló de Su regreso, mas no se refirió a Su segunda venida al final de la era, sino a Su regreso inmediatamente después de la resurrección. En efecto, regresó, porque el día que resucitó, de madrugada, ascendió al Padre en secreto y, por la tarde, regresó a los discípulos. En esa ocasión, El se infundió como aliento en ellos cuando sopló y les dijo que recibieran el pneuma santo, el aliento santo, es decir, el Espíritu Santo (Jn. 20:22). Este fue Su regreso. Volvió a ellos pero con otra forma.

Cuando El se encarnó, vino en la carne, pero después de resucitar no regresó en la carne, sino en forma de aliento, de pneuma. El regresó en forma de Espíritu y, como tal, entró en los discípulos. Ese fue Su regreso. En 20:16 el Señor indica que pediría al Padre que les diera otro Consolador. En el versículo 18, da a entender que el otro Consolador era El mismo. En el versículo 16, usa el pronombre El, y en el versículo 18 habla en primera persona singular, lo cual demuestra que el otro Consolador, el Espíritu de realidad que había de venir, no es otro que El mismo. Esta vez El vino como Espíritu, no para estar entre ellos, sino para morar en ellos por siempre. Desde entonces, El jamás ha dejado a Su iglesia.

UN MORAR MUTUO

En el capítulo quince, el Señor dice a Sus discípulos que morarían en El y que El moraría en ellos. El sería la casa de ellos, y ellos la de El. Es un morar mutuo, o sea una casa en la que moramos recíprocamente El en nosotros y nosotros en El. Nosotros somos Su casa, y El la nuestra. Lo tomamos como nuestra casa, y El nos toma como casa Suya.

Creo que podemos dar testimonio de esto: nuestras experiencias cotidianas nos muestran que estamos conscientes de que estamos en el Señor y El en nosotros. A menudo he tenido esta sensación. A veces cuando he estado en un avión, me doy cuenta de que no sólo estaba en el avión, sino también en Cristo. Mientras estaba en Cristo, El estaba en mí. Esta sensación viene espontáneamente después de ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado y como ofrenda por las transgresiones. Podemos sentir espontáneamente que estamos en El y El en nosotros. Finalmente, comprendemos que Cristo no es solamente nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las

transgresiones, sino también nuestra morada. El se convierte en nuestra morada. Cuando uno llega a estar consciente de que El es su morada, entiende también que uno es la morada de El. Por eso hablamos de un morar mutuo.

Luego, en el capítulo dieciséis, el Señor Jesús añade: “Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dijo que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber” (v. 15). Esto indica que todo lo que el Padre tiene es corporificado en el Hijo. Todo lo que el Hijo es, se expresa por medio del Espíritu. Todo lo que el Espíritu es, está en nosotros. Esto significa que el Hijo es la corporificación del Padre, el Espíritu es la expresión del Hijo, y nosotros somos la expresión del Dios Triuno. El Dios Triuno —el Padre, el Hijo., y el Espíritu— están en nosotros, y nosotros somos Su morada.

ENTRAMOS POR EL CAMINO DE VIDA

El capítulo catorce nos dice que hay muchas moradas, pero que el Padre tiene una sola casa, lo cual significa que podemos entrar en ella y morar allí. En el capítulo catorce, El nos dice que El es el camino, pero éste es una vida. Es por esto que El es el camino y la vida. Si el Señor Jesús no es nuestra vida, no tenemos posibilidad de entrar en Dios el Padre. El Señor Jesús como vida para nosotros es nuestro acceso a Dios el Padre. Cuando tenemos la vida, tenemos el camino. Esto es un misterio.

Podemos usar como ejemplo los alimentos que comemos; por lo general no comemos substancias inertes. Si nos comemos una piedra, ésta pasará a través de nosotros sin proporcionarnos nutrición alguna. La nutrición proviene de substancias que tienen algo de vida y que puede entrar en nuestras células y llegar hasta nuestros tejidos. Cuando ingerimos los alimentos, ellos son digeridos, asimilados y conducidos por nuestra sangre a nuestras células y a nuestros tejidos. Finalmente, lo que asimilamos se convierte en nosotros mismos. Si comemos mucho pescado, éste vendrá a ser nuestro elemento constitutivo. Por consiguiente, podemos decir que el Dios Triuno llega a ser nosotros, pues somos lo que comemos.

En el capítulo catorce, vemos la morada y el camino por el cual entramos en ella. La morada es el Dios Triuno, y el camino para entrar en ella es la vida. Si no tenemos a Cristo como vida, no podremos entrar en el Padre. Pero cuando Cristo es nuestra vida, ésta se convierte en el camino por el que entramos en el Padre. Por lo tanto, el Padre se convierte en nuestra morada y, al final, en el capítulo catorce, descubrimos el morar mutuo y la morada en la cual Dios y nosotros habitamos recíprocamente el uno en el otro.

EL ALTAR DEL INCIENSO

Después de estos tres capítulos, llegamos al diecisiete donde el Señor Jesús ora. Antes de examinar esta oración, debo hacer notar que el capítulo diecisiete es el altar del incienso. Los capítulos catorce, quince y dieciséis son el verdadero tabernáculo mencionado en 1:14, donde leímos que “el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Pero ¿dónde se encuentra este tabernáculo? ¡En los capítulos catorce, quince y dieciséis! En el capítulo trece vemos el lavacro, y los tres capítulos siguientes describen todo el tabernáculo. Ahora estamos en el Dios Triuno, o sea, en el tabernáculo. Ya pasamos por la mesa de los panes de la proposición, por el candelero y por el arca. Ya llegamos a nuestro destino, que es el altar del incienso, en el tabernáculo.

NOS DA VIDA ETERNA

En el capítulo diecisiete, el Señor Jesús está en el altar del incienso y eleva una oración. Podemos considerarla un modelo de oración, y ella gira en torno a la intercesión que El hace. Muchos creyentes hablan de la intercesión del Señor; dicen que El nos puede salvar completamente porque El intercede por nosotros, pero son pocos los que han explicado el centro de la intercesión del Señor. No se trata de conseguir un mejor automóvil ni un trabajo ni una casa. Observemos Su oración: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo Te glorifique a Ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” (vs. 1-2). ¿Entendemos eso? ¡Es un gran misterio! El nos da vida eterna. Cuando yo era joven, se me dijo que tener vida eterna significa simplemente que los creyentes iremos al cielo y recibiremos muchas bendiciones eternas allí. No usaban la expresión vida eterna, sino que se referían a una vida que perdura para siempre. ¡Ese es un concepto totalmente natural! La vida eterna no es otra cosa que Dios mismo como vida divina dado a nosotros!

Le fue dada “potestad sobre toda carne, para que diera vida eterna a todos los que le diste” (v. 2). ¡Qué bienaventuranza tan grande saber que el Padre nos dio a todos nosotros, toda la iglesia, como don para el Hijo! El Padre dio al Hijo todos los escogidos como regalo, para que El les diera la vida del Padre.

NOS DA LA PALABRA

Después de eso, el Hijo nos dio la Palabra santa, la verdad. Esta Palabra nos santifica. Aunque tenemos la vida eterna, debemos estar separados del mundo. Debemos santificarnos con toda la realidad contenida en la Palabra santa. Muchos creyentes piensan que la Biblia solamente contiene enseñanzas. Cuando la leen, retienen las enseñanzas en su mente, sin darse cuenta de que la Palabra santa contiene la realidad de la Persona divina. Cuando leemos la Biblia, toda la realidad debería inundar nuestro ser. La Biblia contiene, en efecto, enseñanzas y doctrinas, pero éstas contienen las riquezas de la Persona de Dios. Por eso la Biblia nos dice que no sólo debemos leer la Palabra,

sino también comerla (Jer. 15:16). Una cosa es leer el menú, y otra muy distinta comer. El menú no puede llenarnos, pero la comida sí.

Cuando el Señor nos da vida eterna, lo que recibimos es la vida del Padre. Ahora el Verbo nos llena de la naturaleza del Padre. A esto lo llamamos santificación. Podemos explicarla con el ejemplo del té. Si ponemos una bolsa de té en una taza de agua, la bolsa saturará el agua de té. Esto significa que la esencia y la naturaleza del té se esparcirán por el agua. En pocos minutos el té satura el agua. Las palabras de la Biblia son como la bolsa de té. Debemos poner el té celestial en nuestra vasija y dejarlo ahí todo el día para que la esencia de este “té” nos sature por completo. Esto cambiará nuestra naturaleza. Primero, el Hijo nos da vida eterna y, luego nos da la Palabra santificadora. La Palabra de Dios es la verdad que nos santifica.

NOS DA LA GLORIA DEL PADRE

Ahí no para todo. Finalmente el Hijo nos da la gloria del Padre, lo cual también es muy profundo. ¿Qué es la gloria? Es la expresión misma de Dios. La electricidad es glorificada por su expresión mediante las bombillas. Así, el Hijo nos dio la gloria del Padre para que expresemos a Dios. ¡Cuán maravilloso es esto!

TRES FACTORES DE UNIDAD

Supongamos que Dios escogió a tres hermanos y los dio al Hijo. El Hijo les dio a los tres la vida del Padre, la vida divina y eterna. Los tres tienen la vida divina, pero a uno le gusta ir a la playa y jugar en el agua, a otro le agrada ir a las montañas para jugar en la nieve, y el tercero prefiere ir al teatro. Los tres son uno en la vida divina, pero llegan a dividirse por causa del mundo. No obstante, los tres tienen cierto amor por la Palabra santificadora y la toman día tras día. Con el tiempo, el primero dejará de ir a la playa, el segundo dejará de ir a la montaña y el tercero no volverá al teatro. Espontáneamente desaparece la división. Al principio tenían la unidad de la vida divina, mas al final tenían la unidad en la naturaleza divina por medio de la Palabra santificadora.

Sin embargo, todavía puede haber problemas. Quizás a un hermano le guste hacer alarde de las verdades espirituales que conoce. A otro tal vez le guste controlarlo todo, y un tercero piensa que es muy inteligente y capacitado para dar el mejor de los consejos. En vida son uno, en la naturaleza santificadora son uno, pero en la intención y en la meta, es decir, en la expresión no son uno. Pero un día el Señor les muestra la gloria del Padre. Les muestra que la vida de iglesia no consiste en expresar lo que saben, ni en ejercer alguna especie de autoridad, ni nada por el estilo. La vida de iglesia consiste en expresar a Dios mismo. En consecuencia, los tres abandonan sus objetivos e intenciones personales por una sola meta: expresar a Dios. Entonces los tres llegan a ser uno en

vida, en naturaleza y en gloria o expresión. ¿Qué es eso? Es el Hijo glorificado, pues El es glorificado en esta unidad.

En Juan 17 la unidad presenta tres aspectos. El primer aspecto consiste en tomar como factor de unidad la vida divina, la vida del Padre, el segundo, en tomar como factor de unidad la naturaleza del Padre por medio de la Palabra santificadora, y el tercero consiste en tomar como factor de unidad la gloria del Padre. De este modo, el Hijo es glorificado, y en esa glorificación es glorificado el Padre.

En Juan 17:24 el Señor oró diciendo: “En cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. ¿Qué significa la frase “donde Yo estoy”? ¿Dónde está el Señor? El está en una condición que glorifica siempre al Padre, y desea que nosotros estemos allí. El Padre nos quiere llevar a todos a esta condición para glorificar al Hijo a fin de que El glorifique al Padre. Esta es la intercesión que se tiene en el altar del incienso.

EL RESULTADO FINAL DE DISFRUTAR A CRISTO COMO LAS OFRENDAS

Necesitamos comprender cuál es el resultado final de disfrutar a Cristo como las ofrendas. Cuando disfrutamos a Cristo como ofrenda por el pecado, como ofrenda por las transgresiones, como holocausto, como ofrenda de harina o como ofrenda de paz, entramos en el Dios Triuno, quien es nuestro tabernáculo, y llegamos al altar del incienso donde llegamos a ser uno con Cristo para hacer la oración mencionada en Juan 17. Allí le pedimos al Padre que glorifique al Hijo y que El se glorifique en el Hijo. Oramos para que todos los creyentes entiendan que El les dio la vida divina, la Palabra santificadora y la gloria del Padre, a fin de que todos seamos uno en el Dios Triuno para expresarlo. Entonces todos los miembros de Cristo tendrán una unidad triple, lo cual constituye la vida de iglesia. Ciertamente la vida de iglesia se halla en el Dios Triuno. El Hijo es glorificado por la vida de iglesia en la unidad triple, para que en esa glorificación el Padre sea glorificado. Este es el producto de disfrutar a Cristo como todas las ofrendas.

UNA CONSUMACION GLORIOSA

Finalmente tenemos una consumación gloriosa. Ahora los creyentes están en el Dios Triuno, y el Dios Triuno llega a ser la expresión de los creyentes. Por tanto, ellos y El son uno. Este es el testimonio vivo del Dios Triuno en la tierra. En la eternidad lo entenderemos con claridad. Esto se produce a lo largo del día cuando disfrutamos a Cristo como ofrenda por las transgresiones y como ofrenda por el pecado y nos conduce

a disfrutar a Cristo como el holocausto, como la ofrenda de harina y como ofrenda de paz.

Esto nos introducirá en el tabernáculo en la práctica, o sea en el Dios Triuno, donde moraremos mutuamente el uno en el otro. Llegamos al altar del incienso donde nosotros, el Cuerpo de Cristo, oramos con Cristo por el propósito eterno de Dios, para que el Dios Triuno sea forjado en los creyentes y para que ellos sean uno en Dios y unos con otros a fin de ser Su glorificación.

TRAEMOS ESTO A LAS REUNIONES

Todas estas cosas deberían ser practicadas en las reuniones. ¡Cuán elevada sería una reunión así! Debemos reunirnos de esta manera. Nos debemos reunir disfrutando a Cristo como las ofrendas iniciales: la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Luego, entramos en el pleno disfrute de Cristo, y somos introducidos en el tabernáculo. Allí somos uno con el Dios Triuno y con los demás creyentes. Así somos la iglesia como testimonio vivo del Dios Triuno. Entonces se cumple la oración que el Señor hizo en Juan 17. Que el Señor nos conceda mucha gracia en todo lo que necesitamos para que lleguemos a una condición tal que donde El esté, estemos allí también con El para glorificar al Dios Triuno.

 

REALIDAD DEL CUMPLIMIENTO DEL TABERNACULO Y LAS OFRENDAS

Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 29, 31-33; 3:5-6, 34; 4:14, 23-24; 6:63; 7:37-39; 14:16-20; 15:26; 16:13-15; 20:19-22

Durante siglos los creyentes no han visto o no se les han revelado ciertos aspectos de la verdad acerca de las reuniones del pueblo de Dios. Las reuniones cristianas en su mayoría son tradicionales, naturales, religiosas o simplemente conformadas al gusto del hombre. Si soy una persona tranquila, asistiré a una reunión calmada. Si soy entusiasta, asistiré a alguna reunión que esté rebosante de júbilo.

LA REUNION ES UNA FIESTA PARA EL SEÑOR

En los mensajes anteriores abarcamos tres temas cruciales y básicos. Pero lo más importante es que Dios, en Su redención, desea obtener un pueblo en la tierra que se reúna para celebrarle fiesta a El, lo cual El ordenó en Exodo 12:14. Esto significa que el pueblo debía festejar ante El y con El.

La fiesta conlleva dos elementos principalmente: una reunión y un banquete. Primero, es necesario que el pueblo se reúna. Uno no puede hacer una fiesta solo, ni siquiera con la esposa. Una fiesta requiere una asamblea, y cuanta más gente haya, mejor. La fiesta también denota la idea de comida. Si nos reunimos sin nada de comer, no tendremos ninguna fiesta; será algo vano o vacío. Cuando el pueblo de Dios salió de Egipto, se componía de unos dos millones de personas. Así que cuando se juntaban para celebrar una fiesta, ¡era una fiesta en grande!

Esta fiesta era para el Señor. Ellos festejaban ante Dios y con El. Ahora en las reuniones de la iglesia hacemos lo mismo. Cuando celebramos fiesta ante el Señor, Dios se alegra, y nosotros nos regocijamos.

LA MORADA Y LAS OFRENDAS

En segundo lugar, esta fiesta en la que se reúnen delante de Dios y con El, necesita dos cosas: la morada y las ofrendas. En el relato de Exodo, primero celebraban fiesta en el desierto, donde no había casas ni cabañas; por eso, se necesitaba el tabernáculo, que era la morada de Dios, donde habitaban tanto Dios como Su pueblo.

Exodo nos muestra que en el desierto los hijos de Israel viajaban o se detenían a acampar. Cuando acampaban, lo hacían alrededor del tabernáculo de Dios, que era

llamado la tienda de reunión y estaba rodeada de todo el campamento, el cual, a su vez, era una reunión. Mientras acampaban, Dios acampaba entre ellos.

Cuando estuvieron en el desierto, pasaron mucho tiempo construyendo un tabernáculo maravilloso con todo su mobiliario y sus utensilios. Este tabernáculo representaba a Cristo y también al pueblo de Dios, el cual como colectividad era la morada de Dios y de todos los que le amaban y le servían.

Para entrar en esta morada, se necesitaban las ofrendas debido a que Dios es Dios, y el hombre es el hombre. Puesto que el hombre cayó, se creó un vacío entre él y Dios, y surgió la necesidad de ofrendas que establecieran un puente entre ellos, a fin de conducir al hombre del altar al tabernáculo. Las principales ofrendas eran el holocausto, la ofrenda de harina, el ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones. Las ofrendas secundarias eran la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, la libación, los votos y las ofrendas voluntarias. Todas ellas son puentes que nos llevan al otro lado, es decir, al tabernáculo.

CRISTO ES EL TABERNACULO Y TODAS LAS OFRENDAS

El tercer punto crucial que vimos es que Cristo, el Dios encarnado, es el tabernáculo y también las ofrendas. El evangelio de Juan, en el Nuevo Testamento, muestra que el Dios encarnado, Cristo, es el tabernáculo. En Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. En dicho evangelio, Juan usó la expresión fijó tabernáculo en vez de morar. En el griego se usa la palabra tabernáculo en forma verbal para indicar lo que el Dios encarnado deseaba. El quería ser el tabernáculo.

Antes de la encarnación, Dios era invisible y misterioso, pero después, había algo concreto, visible y palpable: el tabernáculo. ¡Podemos entrar en Cristo como tabernáculo! El es visible, sólido y palpable, y además podemos entrar en El; podemos entrar en Dios como tabernáculo. Puedo testificar que durante muchos años, he entrado en Dios y he viajado en El. ¡Es algo muy maravilloso! “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:1, 14). ¡Cuán maravilloso es esto! El Dios misterioso e invisible se hizo concreto y visible; además, podemos tocarlo y entrar en El. Podemos morar en El como tabernáculo y viajar por El día y noche.

LA CASA DEL PADRE

En Juan 14:2, el Señor Jesús dijo: “En la casa de Mi Padre, muchas moradas hay”. ¿Qué o quién es la casa del Padre? Primero la casa del Padre es el Cristo encarnado, quien es

la corporificación de Dios; El es la casa de Dios. Dios mismo hizo Su hogar en Cristo. La encarnación era la casa de Dios. Cuando Cristo estaba en la tierra, Dios mismo hizo Su hogar en El. El era la casa del Padre.

Además, en Juan 2:19, el Señor Jesús les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Esto significaba que Su cuerpo físico iba a levantarse en resurrección. Al resucitar, Cristo levantó Su propio cuerpo, la casa de Dios que había sido destruida, y también la iglesia, Su Cuerpo místico.

El Nuevo Testamento en Timoteo 3:15 también nos muestra que la iglesia es la casa de Dios. Debemos relacionar este versículo con Juan 14:2, donde leemos: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. Las muchas moradas de Juan 14 son “la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente”, la cual vemos en 1 Timoteo 3.

Estos versículos nos enseñan que Dios es tan palpable que podemos entrar en El; sin embargo, necesitamos algunos medios que sirvan de puente: las ofrendas. A eso se debe eso que en Juan 1 dice que Dios fija tabernáculo y se habla del Cordero de Dios (v. 29). Tenemos el tabernáculo, que es Cristo y, por otra parte, tenems el Cordero de Dios, lo cual indica que Cristo es las ofrendas.

LA REALIDAD ACTUAL DEL CUMPLIMIENTO

Examinemos la realidad presente del cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas. Ya establecimos que Cristo es el tabernáculo y todas las ofrendas. Pero nos preguntamos ¿dónde está el tabernáculo hoy en día? ¿Dónde están todas las ofrendas en la actualidad? Sin la realidad, esto no sería más que doctrinas vacías y palabras. Necesitamos la realidad. La palabra realidad se usa de manera muy específica en el evangelio de Juan. En Juan 1:14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. En el Antiguo Testamento, la gloria llenaba el tabernáculo y estaba sobre el mismo. En el Nuevo Testamento, Cristo el Dios encarnado llegó a ser el tabernáculo, y la gloria de Dios estaba sobre El. El estaba lleno de gracia y de realidad; por eso se usa la palabra realidad en el capítulo uno.

ADORAMOS EN ESPIRITU Y EN LA REALIDAD

Luego, en el capítulo cuatro, la mujer samaritana habló con el Señor Jesús acerca de adorar a Dios. El Señor Jesús le dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad [o en realidad]; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (vs. 23-24). El Padre busca cierta clase de adoración, una adoración en espíritu y en la realidad.

En el capitulo ocho, el Señor Jesús habló nuevamente de la realidad: “Y conoceréis la verdad, y la realidad os hará libres” (v. 32). Es la realidad lo que libera al hombre.

EL ESPIRITU DE REALIDAD

El Señor Jesús menciona nuevamente la realidad en el capítulo catorce: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará con vosotros” (vs. 16-17). El Consolador que el Señor había de enviar es el Espíritu de realidad. ¿Qué es la realidad? Es simplemente el Espíritu.

Lo explico de esta manera. Supongamos que tengo un libro sobre la electricidad; trata de la electricidad desde la primera página hasta la última. Supongamos que yo doy clases de este libro y enseño muchas cosas acerca de la electricidad. Pero si los oyentes no tienen electricidad, carecen de la realidad de la misma. La electricidad es la verdadera realidad de ese libro y de sus enseñanzas. Si tenemos solamente el libro sobre la electricidad, sin tener la electricidad, eso sería vano. Una vez instalada la electricidad, viene la realidad, no antes. Cuando la electricidad es instalada, obtenemos la realidad del libro y de la enseñanza.

Del mismo modo, la Biblia nos enseña muchas cosas maravillosas. Nos enseña que Cristo es el tabernáculo y las ofrendas. Pero ¿qué o quién es la realidad? ¡Es el Espíritu! Si no tenemos el Espíritu, todo esto sería solamente una teoría. El tabernáculo no sería más que un término, al igual que las ofrendas. Sin el Espíritu como realidad, serían palabras vanas. Una vez instalada la electricidad en un edificio, lo único que se necesita es saber dónde están los interruptores y a qué está conectado cada uno de ellos. Eso ya no es una enseñanza vacía, sino la enseñanza de la realidad. Cristo es el cumplimiento del tabernáculo y de las ofrendas, pero si El no fuese el Espíritu, todas estas cosas serían vanas.

FUE A PREPARARLES EL CAMINO AL PADRE

En Juan 14 el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El se iba por el bien de ellos (vs. 2-3). Esto los turbó bastante. El Señor Jesús había estado con ellos más de tres años, y ellos estaban muy bien con El. De repente, les dice que se va: “Voy a preparar lugar para vosotros. Y si voy a preparar lugar para vosotros vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. Si el Señor Jesús no se hubiera ido, los discípulos no habrían podido entrar en Dios. El propósito de Su partida era preparar el camino para que ellos estuviesen donde El estaba, es decir, en el Padre. El estaba en el Padre, pero ellos no.

LA NECESIDAD DE MORAR EN EL

El Señor Jesús estaba entre ellos, mas no en ellos. El no quedó satisfecho con eso, y quería estar en ellos. Ellos necesitaban estar en Dios, y el Señor necesitaba estar en ellos. ¿Cómo se podían cumplir estos dos pasos? Solamente con la partida del Señor, por Su muerte en la cruz y Su regreso en resurrección. A los discípulos les convenía que El se fuera (16:7). El se fue al morir en la cruz como las ofrendas, lo cual solucionó todos los problemas y estableció un puente entre ellos y Dios. También abrió el camino y la puerta, ya que quitó todos los obstáculos a fin de que ellos entraran en Dios.

A los tres días el Señor resucitó para liberar todas las riquezas divinas que estaban en El y las impartió en ellos. En aquel día, el día de la resurrección, sabrían que El estaba en el Padre, que ellos estaban en el Señor, y que el Señor estaba en ellos (14:20). ¡Qué maravilla! Cristo el Hijo está en el Padre; nosotros estamos en Cristo el Hijo; por lo tanto, estamos también en el Padre. Ahí no para el asunto; ¡el Hijo que está en el Padre también está en nosotros! ¡Esto extremadamente admirable!

EL ESPIRITU VIVIFICANTE

El Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El iba a seguir el camino de la muerte y la resurrección. De ese modo, El tomaría otra forma; llegaría a ser el Espíritu vivificante. En 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho ... el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Cuando El llegó a ser el Espíritu, éste llegó a ser la realidad del cumplimiento del tabernáculo y de todas las ofrendas. Cristo, el cumplimiento mismo del tabernáculo y de las ofrendas, fue hecho Espíritu vivificante. El Verbo que era Dios, primero se hizo carne, y después fue hecho el Espíritu vivificante por medio de la muerte y la resurrección.

LAS CUALIDADES DEL ESPIRITU VIVIFICANTE

¿Qué cualidades tiene el Espíritu vivificante? El es el tabernáculo y todas las ofrendas. Por ejemplo, un profesor necesita su diploma para enseñar matemáticas. El Espíritu vivificante es simplemente el Cristo que es competente. Cristo era apto por ser el tabernáculo y todas las ofrendas. Como tal, fue hecho el Espíritu vivificante. En la actualidad, el Espíritu vivificante es la realidad de todo lo que Cristo es. Esto se puede entender claramente.

EL PNEUMA SANTO

La palabra griega traducida Espíritu es pneuma, la cual también se puede traducir aire, aliento o viento, según el contexto. Cuando El resucitó, se presentó de noche a Sus discípulos en el lugar donde se habían refugiado por temor a los judíos. Aunque la puerta estaba cerrada, El entró y se puso en medio de ellos. Les mostró Sus manos y Su

costado para que vieran que El era el Señor crucificado y luego “sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” o el pneuma santo (Jn. 20:22). ¿Qué es el pneuma santo? ¡Es Cristo mismo como Espíritu vivificante!

En ese momento Cristo entró en Sus discípulos en calidad de Espíritu vivificante. Desde entonces nunca se apartó de ellos discípulos y permaneció en ellos; inclusive vivía en ellos.

He vivido en los Estados Unidos los últimos veinte años, durante los cuales quizás haya dado unos tres mil mensajes; la mayoría de éstos giran en torno a un solo tema: Cristo es el Espíritu vivificante. Parece que me es imposible agotar este tema. ¿Quién es Cristo? ¿O qué es Cristo? ¡El es simplemente este aire, este aliento, este Espíritu, este pneuma! ¿Dónde está El ahora? ¡El no está solamente en los cielos, sino también en usted y en mí! “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 14:20). Este “Yo” que está en “vosotros” es el Espíritu de realidad. ¡Cuán maravilloso es esto!

CENTRADOS EN EL ESPIRITU

En el capítulo uno del evangelio de Juan se presentan el Verbo y Dios. Desde ese capítulo hasta el veinte, vemos muchas otras cosas. Vemos que el Verbo se hace carne y llega a ser el tabernáculo de Dios (1:14); vemos al Cordero de Dios en 1:29, la serpiente de bronce en 3:14, el agua viva en 4:14, el pan de vida en 6:35 y 51, la puerta en 10:9, los pastos en 10:9. Aunque vemos tantas cosas, lo último que descubrimos en este libro se halla en el capítulo veinte: el pneuma, el aliento. El Espíritu Santo, el aliento santo, incluye todo lo demás. Todas las otras cosas están concentradas en el pneuma santo, o sea, el Espíritu Santo.

EN NUESTRO ESPIRITU

Ahora el Espíritu está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17). ¡Cuán bueno es tener un espíritu! Como Espíritu, El está tan disponible como el aire, y está en nuestro espíritu. El tabernáculo y todas las ofrendas se hallan en el Espíritu. Pero ¿cómo podemos tomarlo? ¿Cómo podemos aplicarlo? Necesitamos emplear nuestro espíritu. Tal vez sepamos esto, pero no es lo mismo saberlo que vivirlo y practicarlo.

Permítanme usar otro ejemplo. He experimentado muchos fracasos. Durante años he sabido que este Espíritu maravilloso está en mi espíritu, pero aun ayer fracasé en este punto. ¿Por qué nos pasa esto? Tenemos un espíritu en el cual mora el maravilloso Espíritu vivificante, lo cual es un hecho glorioso. El hecho no presenta ningún problema, pero en casi ningún detalle de nuestra vida diaria prestamos atención a este hecho.

Actuamos, hablamos, nos conducimos, andamos y laboramos principalmente apoyándonos en nosotros mismos, por nuestra propia cuenta y con nosotros mismos.

Por ejemplo, mi esposa me preguntó: “¿Vas a hablar cuarenta minutos o una hora esta mañana? No hables más de cuarenta minutos”. Me disgusté en seguida. Aunque no le dije nada, dentro de mí, decía: “¡Estás exagerando!” Ella no lo oyó, porque no lo dije en voz alta, pero el Espíritu vivificante sí lo oyó en mi espíritu. Entonces le respondí a mi esposa: “Tal vez una hora”. Después de decir esto, tuve que decir: “Señor, perdóname. Te necesito como mi ofrenda por las transgresiones”. ¿Por qué tuve que confesar esto? Porque, en primer lugar, cuando mi esposa me dice algo, yo no debo reaccionar con mis sentimientos. De inmediaato debo volverme a mi espíritu y decir: “Señor, responde Tú. Afronta Tú esta situación. Este es Tu problema; es asunto Tuyo, no mío. Señor Jesús, encárgate de esto”. Este es el camino correcto, pero no es fácil.

NO TOMAR LA INICIATIVA ANTES DEL ESPIRITU

Cuando oímos que alguien llama a la puerta, debemos decir: “Señor Jesús, ve a abrir Tú la puerta. Espíritu, abre Tú la puerta”. Por lo general no es eso lo que hacemos. Cuando tocan a la puerta, nos precipitamos a abrir. En todo lo que se nos presenta, de inmediato nos adelantamos como lo hizo Pedro reiteradas veces. En los evangelios vemos que Pedro iba adelante y dejaba a Cristo atrás (Mt. 17:24-27); nosotros somos iguales a él. En nuestra vida cotidiana, casi siempre nos adelantamos al Señor Jesús y no usamos nuestro espíritu.

La llave radica en que cuando se nos presente algo, no debemos tomar la iniciativa. Digamos, más bien: “Señor Jesús, ve Tú, y yo te sigo. Señor, toma la delantera y yo te seguiré”. No es muy fácil, pero si lo practicamos, tocaremos la realidad del cumplimiento del tabernáculo y las ofrendas. Puedo testificar que si practicamos esto, enseguida seremos trasladados al tabernáculo, porque estaremos en el Espíritu. Además, si estamos en el Espíritu, Cristo será todas las ofrendas para nosotros. El es nuestra ofrenda por las transgresiones, nuestra ofrenda por el pecado, nuestra ofrenda de paz, nuestra ofrenda de harina y nuestro holocausto. Si tenemos el Espíritu, tenemos la realidad de todas estas cosas. ¡Debemos ver lo que es el Espíritu! Es el destino final al que debemos llegar: el Espíritu en nuestro espíritu.

Esto es muy práctico. Por ejemplo, tengo que tomar precauciones en cuanto a la comida. Me gusta comer mucho, pero mi esposa me restringe. A veces me pregunta qué cantidad quisiera comer, lo cual me incomoda. Cuando me especifica la cantidad que debo comer, expreso mi descontento, pero cada vez que lo hago, me siento mal. ¿Por qué? Porque me le adelanté al Señor Jesús, me moví antes que el Espíritu lo hiciera. Durante muchos años he estado aprendiendo esta lección. Ahora cuando mi esposa me pregunta cuánto

voy a comer, no tengo ninguna reacción. Prefiero no decir nada. Más bien digo: “Espíritu, esto es trabajo Tuyo. Contéstale Tú; esto es asunto Tuyo”. No estoy bromeando; les estoy revelando el secreto de vivir a Cristo. Esta es la manera de ser un solo espíritu con el Señor.

Si practicamos esto cada día, experimentaremos la realidad del cumplimiento del tabernáculo y de todas las ofrendas. Espero que el Señor les conceda la gracia de poner en práctica todo esto que han escuchado acerca de las reuniones para que tomen al Señor como todas las ofrendas, a saber: la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz. Mediante las ofrendas podemos entrar en el Dios Triuno como tabernáculo y morar en El, para disfrutar el suministro de vida que hay la mesa de los panes de la proposición, y la iluminación que procede del candelero y para tener un firme testimonio por medio del arca. Finalmente seremos uno con Cristo en el altar del incienso, donde oraremos como El oró al Padre en Juan 17.

Es necesario que entendamos que la meta del Dios Triuno, según se ve en el evangelio de Juan, es introducirnos en Sí mismo para que moremos en El, disfrutemos todas las riquezas de Cristo, le tomemos a El como nuestra morada y dejamos que El nos tome a nosotros como Su morada. Al hacer esto, podemos ser uno con El y experimentar la vida eterna con el santo nombre del Padre, y experimentar la santificación de la Palabra de Dios; también podemos participar de la gloria del Padre para expresarlo solamente a El, y a nadie más, para ser perfectamente uno en el Dios Triuno, a fin de que el Hijo sea glorificado en la iglesia y de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Esta es la meta eterna del Dios Triuno.

Entonces tendremos la superabundancia que nos proporcionan las experiencias de Cristo y exhibiremos a Cristo en las reuniones para ofrecerlo a Dios y disfrutarlo con Dios en mutualidad unos con otros, a fin de que Cristo sea plenamente expresado en esta era como testimonio a los principados, las potestades, las autoridades de los aires y a todos los ángeles. Esto cumplirá el propósito eterno de Dios y lo satisfará a El y a nosotros por todo la eternidad.