Examen Rocio Novoa

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La identidad urbana de la capital de Chile es particular.

Pero son ciertos elementos las señales inequívocas de

que estamos en Santiago y no en cualquier otra ciudad

de Sudamérica. En un mundo acostumbrado a las com-

plejidades propias de la modernidad, Santiago expresa

su particularidad en los pequeños detalles.

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La identidad urbana de la capital de Chile es particular.

Pero son ciertos elementos las señales inequívocas de

que estamos en Santiago y no en cualquier otra ciudad

de Sudamérica. En un mundo acostumbrado a las com-

plejidades propias de la modernidad, Santiago expresa

su particularidad en los pequeños detalles.

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La ciudad de Santiago de Chile tiene casi 460 años y ha albergado desde sus albores la historia de Chile. Por eso mismo cuesta encontrar elementos que la identifiquen, sobre todo si no se conoce más ciudad que esta y se tiene en consideración que histó-ricamente el modelo arquitectónico de la ciudad se inspira en lejanas ciudades euro-peas. Es que, todos quienes vivimos en Santiago, sabemos que estamos aquí porque vimos pasar una micro blanca con franjas verdes y muchos de los autos que circulan por nuestras calles son negros con letras y te-cho amarillos. En esta ciudad pasan cosas extrañas, se publicitan los precios escribiéndolos a ma-no y se entregan mensajes con esa misma

técnica. Nada de carteles producidos ni es-critos en un computador: aún quedan más humanos y menos máquinas. Una de las primeras cosas que caracteriza nuestra ciudad y nuestro país, y que pocos notan hasta que salen de éste, son las pla-cas patentes de los autos, micros y todos los móviles de la ciudad. Su existencia, tal co-mo la conocemos hoy, data de 1985 cuan-do se hizo una reestructuración total al mane-jo del parque vehicular nacional, introdu-ciendo criterios únicos para la configuración de ellas. Desde ese año hasta el 2007 las pa-tentes consistían en dos letras y cuatro números, separados por una versión simplificada del

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escudo nacional, pero desde ese año, pro-ducto del crecimiento explosivo de la can-tidad de autos en Chile y en particular en la capital producto del Transantiago, las patentes tuvieron que empezar a emplear cuatro letras y dos números. Y hablando del Transantiago, cómo no considerar al sistema de transporte que debutó el 10 de febrero del 2007 y que, aun siendo inspirado en el Transmilenio de Bogotá, Colombia, le han bastado un par de años para que, por bien o por mal, se establezca como parte de la ciudad. A pesar de sus fallas y el caos que hasta el día de hoy significa, lo cierto es que, al menos estéticamente, su existencia es más ventajosa que la de sus antepasadas “micros amarillas”, destartaladas máqui-nas de color amarillo y números negros

que recorrían rápida, desordenada y loca-mente la ciudad para llegar a destino. Entre las gracias que traía este nuevo siste-ma de transportes, se encontraban la nue-va estructura de recorridos que presenta-ba, la integración tarifaria al metro de San-tiago y el mayor poder de decisión en las variables operacionales del servicio por parte del Estado. El Transantiago impone un nuevo orden empresarial, creando for-malmente la industria del transporte público urbano en Santiago y además aca-ba con la competencia por el pasajero en las calles. Servicios… ¿únicos? El metro de Santiago es particular. Y no es que uno lo diga, lo dicen sus propias instalaciones, su logo, su sello en nuestra

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ciudad, además de la admiración de quien visitan la ciudad. El metro de Santiago nace en 1944 como idea pero es recién en 1975 cuando es inaugurada la primera extensión de este sistema de transportes, que es considerado el más moderno de Latinoamérica , además del segundo más largo tras el de Ciudad de México. Cuenta con cinco líne-as, 100 estaciones y una extensión de 94,2 km, por el que se transportan alrededor de 2.300.000 pasajeros al día. Su récord de afluencia histórica es de 2.504.089 pasaje-ros el 30 de mayo de 2008. Premiada por su limpieza y seguridad, ha sido testigo de 13 partos en sus vagones, 300 suicidios y muchas anécdotas que la hacen única. Otro servicio(?) particular de la ciudad son los cafes con piernas. El café brasileño, por su sabor y precio, se convirtió en tradición santiaguina gracias a la labor pionera de locales como el Café do Brazil y el Café Haiti en el paseo Huérfanos que se dedica-ron exclusivamente a ofrecer cafés servi-dos en los mostradores por varias bellas chicas en uniformes de muy corta falda. Poca gente pasa por el centro de Santiago y muy pocos oficinistas van a almorzar hoy en día sin pasar a servirse uno de esos ca-fecitos y admirar el paisaje en uno de los cafés con piernas. Se les conoce a estos lo-cales como algo típicamente chileno ya que no se conoce otra cadena extranjera que se dedique a esto. Comidas en la calle, como las sopaipillas y recientemente los arrollados primavera, así como los juegos de azar y los shows ca-llejeros, hacen de Santiago, una ciudad que se valga por sí misma. Una ciudad que no solo se reconozca por sus carteles de calles blancos y negros, sino por todo lo que mo-tiva, identifica y le da porte de capital a es-ta ciudad.

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