EVANGELIO 2016 - Cobel Ediciones – Ebooks y Libros ... · Ayer celebrábamos a María como Madre...

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EVANGELIO 2016 El Evangelio de cada día comentado por José Fernando Rey Ballesteros

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EVANGELIO 2016

El Evangelio de cada día comentado por José Fernando Rey Ballesteros

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1 de Enero Santa María, Madre de Diosasldvkjfbdlfkbdfbdfsssssss Viernes (Día octavo de la octava de Navidad)

(Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y en-contraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. Ma-ría, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su co-razón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.

Veía María al Niño temblando de frío, y lo tomaba en brazos para arroparlo con su cuerpo virginal. Se estremecía: «Al que guar-da al hombre en sus caminos, yo lo estoy protegiendo, porque tiri-ta». Vestía María al Niño, y mientras le ceñía las ropitas pensaba: «Al que viste los campos con la hierba y los cielos con las nubes, yo le estoy ciñendo su pequeña túnica». Apretaba María al Niño contra su pecho, y lo amamantaba. Se decía, asombrada: «Al que alimenta a los pájaros del campo y cuida con su providencia de los hombres, yo le estoy dando de comer». Enseñaba María a hablar al Niño, e in-tentaba entre risas que dijese Abbá. Por dentro estaba sobrecogida: «A Aquél que es la Palabra, yo le estoy enseñando a hablar». Ins-truía María al Niño, y rezaba con Él sus primeras oraciones. Su co-razón temblaba de gozo: «A Aquél a quien rezo cada día, yo le estoy enseñando a rezar». Mientras contemplaba cómo José adiestraba al Niño en el trabajo de la madera, se repetía: «Al Creador de todo, le estamos enseñando a hacer una mesa»… «¡Soy la madre de Dios!»

Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su co-razón.

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ad2 de eneroSantos Basilio y GregorioSábado; Feria del tiempo de Navidad

(Jn 1,19-28): Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».

Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bau-tizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jor-dán, donde estaba Juan bautizando.

Ayer celebrábamos a María como Madre de Dios, y me pregun-taba yo a quién le importan hoy los dogmas. Desde hace tres siglos nos hemos vuelto tan prácticos, que parece que sólo nos importase la moral: «dígame qué tengo que hacer, y ahórreme la teoría». Tan-to peor para nosotros. Hemos dejado de ser contemplativos, y eso nos impide enamorarnos del Verbo encarnado.

Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que tú enviaste, Jesucristo (Jn 17, 3). Son palabras del mismo Jesús. Y, en boca de Juan: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él (1Jn 14, 16). El mero conoci-miento no salva; pero, cuando el conocido es tan dulce y hermoso como Jesús, su conocimiento despierta el amor, y ese amor es ya vida eterna.

En medio de vosotros hay uno que no conocéis. Es urgente vol-

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ver a la contemplación del Evangelio. Es preciso retomar el dis-curso de las dos naturalezas de Cristo y la unión hipostática. Y es necesario hacerlo de tal modo que invite al asombro y al amor. La salvación comienza -¡siempre!- en los ojos, no en las manos ni en los pies.

3 de eneroSantísimo Nombre de JesúsDomingo II después de Navidad

(Jn 1,1-18): En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Pa-labra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su ple-nitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está

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en el seno del Padre, Él lo ha contado.¿Seré yo capaz de explicar esto? … Al menos, lo intentaré. El

nuevo nacimiento que supone el Bautismo no está completo hasta que no sucede el nuevo nacimiento de la fe. Una persona puede ha-llarse en gracia de Dios, y vivir triste como un pagano. Si muriese en semejante estado, se salvaría, pero antes tendría que «terminar de nacer», y cumplir la purificación del Purgatorio.

O puede llevar a plenitud su nuevo nacimiento en esta vida, y vivir con la alegría de los hijos de Dios. Eso se realiza por la fe.

A cuantos la recibieron les da poder para ser hijos de Dios. Recibir a la Palabra es abrir el alma y dejarle entrar; permitir que Cristo se apodere de la propia vida, sin reservarse nada. Entonces el Niño Dios usa una llave que sólo Él tiene, y abre una puerta en un rincón oscuro en el centro del alma. Tras ella se descubre el Cielo. ¡Estaba tan cerca! Cruza al otro lado, abre sus pequeños brazos, y te invita a pasar. Es Él, entonces, quien te recibe en su casa. Tu vida se llena de un gozo desbordante. Eres hijo de Dios, eres libre, y vives en la morada del Altísimo. Acabas de nacer.

4 de eneroSantos Celso, Gregorio, Rigoberto, obisposLunes; Feria del tiempo de Navidad

(Jn 1,35-42): En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» —que

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quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» —que quiere decir, “Piedra”.

Jesús es el Hijo de David, y en su pequeñez divina (más fuerte que la fuerza de los hombres) viene a vencer al Goliat del pecado. Como David, es también pastorcito, y viene a reunir al rebaño de Dios para llevarlo a las verdes praderas del Reino celeste.

Venid y lo veréis… Cantamos: «Venite, adoremus»… Venid, venid todos. Porque la Humanidad entera está llamada a congregarse en torno al pesebre, y a rendir allí, junto a la ofrenda de los Magos, todos los corazones, todas las vidas, todos los anhelos.

Y lo llevó a Jesús. Tan cerca está el pesebre de la Cruz, que ya en Belén grita el Niño: Tengo sed. Llévale almas a Jesús. No quieras guardarte para ti la alegría de la Navidad. Aprovecha que el mundo está de fiesta, y entra en casa de tus amigos y vecinos a feli-citarlos. Entre turrón y turrón, o después de un brindis, muéstrales el verdadero sentido de tus villancicos. Háblales en voz bajita sobre Cristo, cuéntales cómo ha alegrado tu vida, revélales el gozo de la Redención, e indícales el camino hacia Belén. Hay que llenar los confesonarios y los templos. Ha nacido Dios. Y tiene sed.

5 de Enero San Juan Neuman, Obispo.Martes; Feria del tiempo de Navidad

(Jn 1,43-51): En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se en-cuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Nata-nael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».

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adVio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un

israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llama-ra, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le con-testó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Tanto en el nacimiento como en la resurrección del Hijo de Dios, los ángeles tienen un papel relevante. En ambos casos, son mensajeros de la Buena Nueva. Es normal: si la Encarnación abrió la puerta de descenso, la resurrección abrió la de subida entre el Cielo y la Tierra. Ambas puertas quedarán abiertas, y los ángeles –pobladores celestes– suben y bajan por ellas.

Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Centrados como estamos en la Sagra-da Familia, prestamos poca atención a los ángeles. Somos, en eso, como María Magdalena, tan ansiosa por encontrar el cuerpo del Señor que ni al ángel prestó atención. Hizo mal ella, y hacemos mal nosotros. Los ángeles tienen mucho que decirnos en Navidad. Ellos nos enseñarán, aquí en la Tierra, el modo en que alaban en los Cielos a Dios.

Ante el Belén de tu hogar, trata mucho a tu ángel. Él se adelan-ta, y, postrado ante el pesebre, adora al Niño. Pídele que te enseñe a gozar de la oración de alabanza. Si el Rey de los ángeles se ha hecho hombre, bueno es que el hombre le alabe como hacen los ángeles.

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6 de EneroSantos Andrés Corsini, Pedro TomásMiércoles; Solemnidad de la epifanía del Señor

(Mt 2,1-12): Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey He-rodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los su-mos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’».

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le en-contréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño. Al ver la estre-lla se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus co-fres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

Hay quien vive como si se le hubiese caído a Dios del bolsillo en un descuido, y hubiese aterrizado en el pueblo que lo vio nacer. «Ya que estoy aquí» -parece decirse- «trataré de pasar el tiempo lo mejor posible antes de morirme». Su existencia consiste en esperar a la muerte sin sufrir demasiado. La muerte lo coge en el punto donde empezó su vida, con unos kilos más y unas monedas ahorra-das. Se lo lleva, los kilos se pudren, y las monedas son dilapidadas por los herederos. Una existencia inútil.

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Y hay quien vive siguiendo una estrella. Sabe que no está aquí por causalidad, que tiene una misión que cumplir y un destino que alcanzar. Es consciente de que Alguien lo llama, y que, sólo cuando llegue a Él, su vida alcanzará la plenitud.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Estas per-sonas miran al Cielo cada día; son almas de oración. Conocen su impotencia, y el hecho de que no podrán llegar sin ayuda allí donde han sido llamados. Por eso obedecen, y se dejan guiar.

Vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Estas personas no mueren. Llegan a casa.

7 de eneroSan Raimundo de PeñafortJueves; Feria del tiempo de Navidad.

(Mt 4,12-17.23-25): En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced peni-tencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús ro-deando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.

¿Y te voy a decir que la luz verdadera, que es Cristo, no se ve?

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Más bien te diré que la luz que ven los ojos, en comparación con ella, no es luz sino tiniebla. Lo que sí te voy a decir que a la luz verdadera, que es Cristo, por desgracia, muchos no lo ven. Están ciegos.

Una luz les brilló. La Navidad es sencilla: consiste en mirar y alegrarse, nada más. Clavar los ojos del cuerpo, o la imaginación, en la imagen de Dios niño, y sumergirse en un profundo silencio. Entonces se abren los ojos de la fe, y se llenan de una claridad sosegada y radiante que no ciega la mirada, sino que la embelesa. Esa luz va entrando en los rincones más oscuros del corazón y de la vida, y lo va iluminando todo con la dulzura del Amor de Dios. Besa tus llagas y las hace resplandecer, toca tus afectos y los su-blima. Si no te retiras, te acabas llenando de luz. Sin proponértelo, te encuentras sonriendo ante la imagen del Niño. Te acercas y lo besas.

Después vuelves a tus quehaceres, y eres otro. Despides luz y calor. Eres Navidad para el mundo.

8 de eneroSan SeverinoViernes; Feria del tiempo de Navidad.

(Mc 6,34-44): En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llega-ron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de co-mer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».

Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de co-mensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de

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adcincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron de los panes y de los peces. Los que comie-ron eran cinco mil hombres.

El Verbo encarnado es el Pan de vida. Por eso, la escena de Belén es profundamente eucarística. Es el pesebre -lugar donde comían las bestias- una patena sobre la que ya se ofrece la Víctima que será inmolada en la Cruz. Y son los pañales corporales sobre los que se posa la Hostia destinada a ser comida en amor por los hombres. Puede decirse, en Belén, que ha comenzado la Plegaria Eucarística.

Partió los panes y se los dio a los discípulos para que los sirvie-ran. Me gusta pensar, en Navidad, que cada vez que consagro el pan y el vino deja la Virgen en mis manos a su Hijo. ¡Pesa tan poquito la Hostia! Casi podría acunarlo, pero no es posible, con tanta gente mirando.

Después, cuando comulgo, «me como a besos» al Niño Jesús. Y toda mi oración, en esos momentos, puede ser un villancico, unas gracietas, un chiste, una canción de cuna, unas carantoñas. Es muy enternecedor comulgar en Navidad.

Y es que el mejor Belén es el altar. No lo olvides. Si no tienes costumbre de hacerlo, procura en estas fechas ir a misa y comulgar todos los días. Porque el Niño Jesús está «para comérselo».

9 de eneroSan Eulogio de CórdobaSábado; Feria del tiempo de Navidad.

(Mc 6,45-52): Después que se saciaron los cinco mil hombres, Je-sús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por

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delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra.

Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era con-trario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completa-mente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada.

Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento con-trario… Así nos viste: envueltos en la noche por nuestra poca fe, remando a duras penas para no ser sumergidos en las aguas de la muerte, y tratando de alcanzar la salvación sin lograrlo, a causa del viento de la tentación y la concupiscencia.

Entonces, cuando la noche era más oscura, te presentaste en medio de la tormenta: pobre, desechado por los hombres y nacido en un establo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Sin embargo, a diferencia de nosotros, estabas lleno de paz, y también tu Madre y san José parecían bañados en paz. Era como si aquella pobreza y aquel desprecio no os perturbara en lo profundo de vuestras almas.

Ánimo, soy yo. No tengáis miedo. «Mírame» -pareces decir des-de Belén-, «me he hecho como tú, y sufro las mismas pruebas que tú. Estoy bajo tu tormenta y envuelto en tu misma noche. Pero soy Dios. No temas. Dame la mano y ambos llegaremos al Puerto». Sacaste tu pequeña mano del pesebre, la tomé entre las mías… Y ya no temo nada más que el pudiese un día separarme de Ti. No lo permitas jamás, Dios mío.

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10 de eneroSan Gregorio de Nisa, ObispoDomingo; Solemnidad del Bautismo del Señor (Ciclo C)

(Lc 3,15-16.21-22): En aquel tiempo, como el pueblo estaba a la es-pera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatar-le la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego».

Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; el Amado, en ti me he complacido».

Hoy también es Epifanía. Resulta fascinante contemplar cómo el silencio y la humildad del Verbo encarnado, que ocultó pudo-rosamente su condición divina para hacerse uno de nosotros, fue respondido por las voces que le aclamaban como Dios. Fueron, y aún deben ser hoy, voces maravillosas que respondían al silencio.

Ayer eran los magos, quienes, de rodillas, manifestaban ante el mundo la divinidad de aquel Niño “empesebrado”. Hoy, mer-ced al maravilloso milagro de la liturgia, en 24 horas han pasado treinta años. Han sido, también, treinta años de silencio, en los que el “Verbo callado” ha vivido sometido a sus “mayores”, ha traba-jado con sus propias manos, ha comido, paseado y jugado con sus paisanos, hecho uno de tantos... Ese silencio, que apenas resonaba en la Tierra fuera del dulce hogar de José́ y María, ha atronado, sin embargo, los cielos... ¿No estarían atónitos los ángeles (me lo imagino yo) con los ojos clavados en el Hijo de Dios, esperando que la divinidad encerrada en aquella carne, ansiosa y vibrante de Amor, reventara de un momento a otro, no pudiendo ser contenida en aquellos miembros tan frágiles, tan limitados, tan inexpresivos como los nuestros cuando se trata de pronunciar “Dios”...? Y, sin

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embargo, un día tras otro... Silencio.Sí; ese silencio atronaba los cielos; ese silencio - aunque tam-

bién me lo imagino, no tengo la menor duda - hacía estremecer a Dios Padre. Y cuando, llegada la hora, el Verbo ocupó su lugar en una larga fila de pecadores que, mediante el bautismo de Juan, deseaban mostrar su arrepentimiento, Dios Padre - si me permites hablar así́ - no se pudo contener; el silencio le rasgó las entrañas, y Dios Padre rasgó los cielos. Sobre aquel Jordán que, siglos atrás, se abriera para dejar pasar a Josué́ y a los hijos de Israel, se abrieron ahora las nubes, y el Espíritu Santo, consuelo de todo silencio, se posó sobre los cabellos mojados de Cristo. Gritó Dios, y la Epifanía fue esta vez un “reventón” de complacencia que rompiera dulce-mente el dulce mutismo del Verbo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”... “Tú, Palabra mía silenciosa, no lo dirás, pero yo mismo he de gritarlo, yo seré́ hoy, Hijo mío, tu Epifanía, para que los hijos de los hombres escuchen el clamor que brota de los labios cerrados de tu carne”... Después del trueno, el Cielo se cerró, y nuevamente hubo silencio... un silencio que dulcemente cortaba las almas como un cuchillo de Fuego.

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”... Son también pala-bras de María; pero María, igualmente, está callada. Quiero, Madre mía, sumergirme en el silencio, escuchar allí́ a la Palabra, y luego gritar, gritar muy fuerte, y ser, yo también, Epifanía.

11 de eneroSanto Tomás de CoriLunes 1ª S.T. Ordinario

(Mc 1,14-20): Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Gali-lea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bor-deando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Ve-

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nid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.

En 1957, Fred Astaire protagonizó su último musical (y, en mi opinión, uno de los mejores): «La bella de Moscú» (Silk Stockings). Era un remake de la inmortal Ninotchka, filmada por Ernst Lubich en 1939. En la versión de Mamoulian protagonizada por Astaire, una inconmensurable Cyd Charisse, en el papel de la agente sovié-tica cautivada por los encantos del galán americano en París, le ex-plica a Astaire el modo en que hombres y mujeres se hacen la corte en la URSS. Mira fijamente el hombre a la mujer y le dice: «¡Tú!… ¡Aquí!» La mujer se acerca, y asunto concluido. Tenemos boda so-viética. Más que un flechazo, un martillazo rematado por la hoz.

No hacía falta ser tan fríos. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés. «Venid conmigo». Inmediata-mente lo siguieron. Es la versión divina del «¡Tú!… ¡Aquí!». Pero, cuando Jesús pasa a tu lado, y te llama, el alma queda bañada en dulzura. Puedes resistirte. Muchos lo hacen, y peor para ellos. Pero quienes no se resisten saben que, por primera vez en su vida, han conocido el Amor. Y están dispuestos a perder cualquier cosa, in-cluso la vida, menos ese Amor.

12 de eneroSan Benito BiscopMartes 1ª S.T. Ordinario

(Mc 1,21-28): Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sina-goga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, por-que les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Je-

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sús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.

Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

A los demonios se los llama «espíritus encadenados». Fueron creados libres. Pero al decir, libremente, «no» a Dios, quedaron esclavos de su respuesta. Rechazaron el Amor, que es la atmósfe-ra donde se conserva la libertad, y ahora obedecen a Dios contra sus deseos, obligados por su poder. Algunos actos libres matan la libertad.

Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen. La obediencia forzada de los demonios no les alegra, sino que añade tormento a su tormento. También el hombre, creado en la libertad, se esclaviza a sí mismo cuando, libremente, dice «no» a Dios. Todo el que comete pecado es un esclavo (Jn 8, 34). Al romper los lazos que lo unen con el Amor, se encarcela en el pecado. Tiene lo que deseaba, pero no le hace feliz, porque despreció a Aquél para el que fue creado. Al final de su vida, su muerte es el acto de obediencia forzada de los demonios. Un fracaso.

El santo, en cambio, se goza obedeciendo amorosamente a Dios, y es su muerte el romance supremo, la entrega de la vida al Amor que se la dio para recuperarla eterna y jubilosa en sus brazos. Vale la pena decir «sí».

13 de eneroSan Hilario de PoitiersMiércoles 1ª S.T. Ordinario

(Mc 1,29-39): En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue

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con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón es-taba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y en-demoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te bus-can». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Todo el mundo te busca… Me pregunto si, dos mil años des-pués, siguen siendo verdad estas palabras. A primera vista, la reali-dad parece desmentirlas. Los hombres pasan delante de una iglesia, y ni se enteran de que Cristo los espera en el sagrario. Si preguntas a tus compañeros de trabajo por sus inquietudes, te hablarán de di-nero, amor, salud o familia, pero muy pocos te hablarán de Cristo. En cuanto a los jóvenes… Uno de ellos me decía que lo único que lo mantiene con vida es esperar al fin de semana para salir de fiesta. Incluso tengo dudas de que todas las personas que acuden a mi parroquia vengan buscando a Cristo.

Sin embargo… El que busca trabajo lo encuentra, y al poco vuelve a estar insatisfecho. El que busca amor lo halla, y en tres años ha pedido el divorcio y anda buscando de nuevo. El joven con quien hablaba no se acostaba el domingo harto de satisfacción, sino, más bien, condenado a esperar al fin de semana próximo, por si entonces logra encontrar lo que busca.

Sí, Señor. Dos mil años después, todo el mundo te busca. Pero no lo saben. Alguien se lo tendrá que aclarar.

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14 de eneroSan Félix de NolaJueves 1ª S.T. Ordinario

(Mc 1,40-45): En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compa-decido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda lim-pio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio».

Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a di-vulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solita-rios. Y acudían a Él de todas partes.

No me canso de paladear la oración del leproso. Si quieres, puedes limpiarme. No pide nada expresamente; presenta su mise-ria ante Jesús y realiza un rendido acto de fe: «Creo que puedes limpiarme, y sé que, si quieres, lo harás. Me pongo en tus manos, Señor».

Semejante oración está tan llena de confianza como de riesgo: «¿Y si no quieres? ¿Y si decides no limpiarme?»

Las respuestas del Amor de Dios no siempre caben en nuestras pobres expectativas. Esperar que Dios haga lo que haríamos nosotros en su lugar supone menospreciar su grandeza. No debe movernos a escándalo el que Dios vea sufrir a un hombre, le escuche implorar con humildad, y permita que el dolor se prolongue. No olvidemos que rezamos al mismo Dios que vio morir en la Cruz a su Hijo después de que Éste le pidiese que apartase de sus labios el cáliz.

«Si no quieres limpiarme, Señor, si permites que mi padecimiento se prolongue… Me fío de Ti. Sé que me amas, y estoy seguro de que no consentirías mi sufrimiento de no ser porque me depara un

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bien mayor. Tan sólo te suplico que no permitas que en la prueba me separe de Ti».

15 de eneroSan Mauro, AbadViernes 1ª S.T. Ordinario

(Mc 2,1-12): Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había co-rrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.

Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no po-der presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al pa-ralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus cora-zones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede per-donar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralíti-co: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».

Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de to-dos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».

Algunos se pasan la vida pidiendo sin conseguir nada, y, mien-tras tanto, aquí la gente se lleva las cosas sin pedirlas. Ayer era

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enero

el leproso, a quien le bastó mostrar a Jesús su miseria y hacer un acto de fe. Hoy, cuatro buenos amigos presentan ante Jesús a un paralítico, y el Señor, viendo la fe que tenían, no sólo le devuelve el movimiento, sino que le perdona los pecados. O sea, que ni si-quiera es necesaria la fe del propio enfermo; basta la de los amigos. Rebajas de enero.

Deberíamos aprovecharlas, porque enero dura lo que dura, y a la vuelta lo venden tinto. Cuando el Señor regrese para juzgar, ya no habrá confesonarios. Pero ahora, durante las rebajas de enero, tu fe puede salvar a tu marido, a tu mujer, a tus hijos o a tus amigos incrédulos. Basta con que hagas lo que hicieron los «cuatro fantásticos»: preséntalos ente Jesús. Ve a misa cada día, y deposita sus nombres en la patena. Reza cada día el rosario, y súbelos en las cuentas. Si perseveras en esa oración, el día menos pensado los encontrarás de rodillas ante el confesor, escuchando esas maravillosas palabras: Hijo, tus pecados están perdonados.

16 de eneroSan Marcelo I, PapaSábado 1ª S.T. Ordinario

(Mc 2,13-17): En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los dis-cípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Durante tres años, a Jesús lo rodearon multitudes. Y todos te-

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nían algo en común: eran enfermos. No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Enfermos de cuerpo y de alma: ciegos, cojos, publicanos y prostitutas. La Humanidad herida por el pecado lo rodeó hasta casi la asfixia, buscando en el Hijo de Dios la curación de sus enfermedades y el perdón de sus culpas.

Pero cuando el enfermo fue Él… Cuando, en lo alto de la Cruz, se presentó al mundo herido y flagelado, coronado de espinas y varón de dolores, todas aquellas multitudes se espantaron y huyeron de su presencia, dejándolo solo, o -peor- gritando que debía morir.

Y fue entonces cuando nos sanó. Su muerte nos trajo la vida, y sus heridas curaron las nuestras. Pero se quedó solo. Qué paradoja: anhelamos los frutos de la Cruz, a la vez que huimos de la propia Cruz.

Muchos se obsesionan con el «apostolado de lo atractivo». Quisieran presentar a Jesucristo como presentan la última película de moda o un hit musical para adolescentes. Congregan de nuevo multitudes en torno al milagro. Pero el apostolado más necesario es el de lo repugnante. Encontrar cireneos es más difícil que aglutinar consumidores.

17 de eneroSan Antonio, AbadDomingo 2ª S.T. Ordinario (Ciclo C)

(Jn 2,1-12): En aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y

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llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».

Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y mani-festó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos. Después bajó a Cafar-naúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se queda-ron allí muchos días.

Hace ya una semana concluyó el tiempo de Navidad; y, sin em-bargo, como una estela de la dicha que hemos pregustado al con-templar los misterios de la Encarnación el Verbo, el pasaje evan-gélico que trae hasta nosotros la liturgia de hoy tiene un carácter eminentemente epifánico.

Tendremos que retomar cuanto entonces dijimos. La Palabra de Dios, al decidir hacerse carne y plantar su tienda entre los hijos de los hombres, ocultó pudorosamente su divinidad, para hacerse semejante en todo a nosotros menos en el pecado. La manifestación (“epifanía”) de esta divinidad no vendrá́ , por lo tanto, de una de-mostración espectacular de su poder y su gloria. Fueron, primero, los magos, quienes, postrados ante el Niño en absoluta rendición, mostraron al mundo que aquel Bebé, en todo semejante a los de-más, era el Hijo de Dios. Al cabo de treinta años de silencio, el propio Dios Padre rasgó los cielos e hizo escuchar su voz, manifes-tando que aquel hombre que emergía de las aguas del Jordán era su Hijo Amado.

Hoy será́ la propia Creación quien, reconociendo a su Dueño, se postre y rinda tributo a la Palabra que la hizo emerger de la nada. Quiero copiar aquí́ el inicio de unos versos de Isaías: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo...” (Is 1, 3a). Estas palabras, que nos devuelven por un instante a la Gruta de Belén, muestran el cariño y la obediencia con que la Creación irracional se rinde siempre ante las Manos que la modelaron. Ante un solo

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pensamiento de Jesús, el agua se estremeció́ de cariño, y no dudo un instante en transformarse en vino para rendir pleitesía a quien tanto amaba; el agua fue, en Caná, epifanía que mostró a los hom-bres la alegría de estar junto a su Amo. Más tarde lo fueron unos panes y unos peces, y la tormenta que guardó silencio a las ordenes de Cristo, y la carne humana que arrojó fuera de sí la lepra ante el roce de los dedos del Señor... Y los animales que se rendían al reconocer el Espíritu de su Amo en Francisco de Asís; y la sagrada Hostia que siempre tiembla y se transforma al escuchar las Palabras del Maestro...

Termino del copiarte el versículo de Isaías: “... Israel no me conoce, mi pueblo no discierne” (Is 1, 3b). Falta aun una epifanía, la más importante: tu obediencia y la mía. Ya todos se han rendi-do; ya la Creación entera, visible e invisible, está arrodillada ante el Señor... ¿Qué pintamos nosotros de pie, mirando a un sitio y a otro, y desentonando en un cuadro tan hermoso? ¿Acaso no ves que estamos “dando la nota” delante de los ángeles, de los bueyes, de los pájaros, del agua... y del propio Dios? ¡Niño, ponte de rodillas! ¡Mira a tu Madre, y haz como Ella! : “Hágase en mí según tu Pa-labra”... Amén.

18 de eneroSanta Prisca o PriscilaLunes 2ª S.T. Ordinario

(Mc 2,18-22): Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen a Jesús: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayu-nan?». Jesús les dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; en-tonces ayunarán, en aquel día.

«Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo,

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pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos».

No hay nada más triste que la piedad sin espíritu. Ese hacer las cosas «porque hay que hacerlas», como marionetas movidas por los hilos de la costumbre o del precepto, es el prototipo de religión que, en lugar de iluminar la vida, la vuelve aún más difícil.

Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar… Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. ¡Es tan sencillo! Como y bebo porque estoy contento, y ayuno porque estoy triste. Todo nace en la alegría o tristeza del alma. A la hora de rezar, comer o ayunar, no soy movido desde fuera por un precepto, sino que manifiesto externamente lo que acontece dentro, muy dentro de mí, en lo más profundo de mi alma.

No lo olvidéis: lo primero, en la vida espiritual, no son las obras, sino el Amor. El corazón de la religiosidad verdadera es la relación íntima con Cristo, que tiene lugar en la morada (el alma) que está dentro de la morada (la Iglesia). Si esa historia de amor escondido no sucede, la fe es lo mas triste de la vida. Pero, cuando sucede, la vida proclama la alegría de la fe.

19 de eneroSan Mario, ObispoMartes 2ª S.T. Ordinario

(Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de

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la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».

Las teclas de mi ordenador no saben lo que hacen. No saben nada, porque no tienen entendimiento. Ni tampoco hacen nada, porque no tienen voluntad. Son pulsadas por mis dedos, y, a través de mis dedos y las teclas, yo formo palabras que hablan de Dios.

En su grandeza, Dios forma palabras con los hombres. Pero, como no quiere hombres semejantes a teclas de ordenador, busca hombres obedientes, que de corazón cumplan amorosamente su vo-luntad. Estos hombres -los santos- no son conscientes de la palabra que Dios forma con sus vidas. La vida del santo desborda al propio santo, y así el Espíritu lo llena de gozo y lo eleva a las cumbres del Amor.

El rey David nunca supo lo que hacía cuando entró en la casa de Dios, y comió de los panes presentados que sólo pueden comer los sacerdotes. Jamás sospechó que un día entraríamos nosotros, pueblo de reyes, en la casa de Dios para comer el Pan presentado, el Cuerpo de Cristo, alimento de sacerdotes que ofrecen sus vidas unidas a la del Hijo de Dios. David, por su obediencia, fue palabra de Dios para nosotros.

¡Qué maravillosas palabras formará Dios con nosotros, si so-mos obedientes!

20 de eneroSan Sebastián, MártirMiércoles 2ª S.T. Ordinario

(Mc 3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito

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en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de des-truirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.

No desvelo ningún secreto si digo que hay mucho tonto suelto. La estulticia está sazonada profusa y generosamente por toda la faz de la Tierra. No es difícil, cuando te están mirando más de diez personas, que en el grupo hayan caído uno o dos tontos, por lo menos.

Cuando Jesús, tras curar en sábado al hombre que tenía la mano paralizada, obtuvo como resultado el que los fariseos se pusieran a planear con los herodianos el modo de acabar con él, cualquiera de los muchos tontos que hormiguean por el globo terrestre le hubie-se dicho: «Mal hecho, Maestro. Esos gestos provocativos te restan popularidad. Haz los milagros en martes, y conseguirás las mismas curaciones. Pero, además, caerás bien a todo el mundo y la prensa dirá maravillas de Ti. ¿No quieres conquistar a los hombres? Pues, ya sabes, para eso, además de ser bueno, es necesario caer bien».

No sigamos haciendo de altavoz a los bobos. Baste decir que el santo ama a todos los hombres, pero no busca agradarlos. El santo sólo busca agradar a Dios. Y si, por agradar a Dios, van los hombres a detestarlo, el santo sabe que las almas se ganan en la Cruz.

21 de eneroSanta Inés, MártirJueves 2ª S.T. Ordinario

(Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos ha-cia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alre-dedores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía,