Eva Perón - La razón de mi vida

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Facsímil de La Razón de mi vida, Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1951.

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LA RAZONDE MI VIDA

“LA RAZON DE MI VIDA”Ediciones Peuser

Septiembre de 1951

Edición digital www.elortiba.orgColectivo de Cultura Popular

2011

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EVA PERON

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JUAN PERON

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PROLOGO

Este libro ha brotado de lo más íntimo de mi corazón.

Por más que, a través de sus páginas, hablo de mis

sentimientos, de mis pensamientos y de mi propia vida, en todo

lo que he escrito, el menos advertido de mis lectores no

encontrará otra cosa que la figura, el alma y la vida del

General Perón y mi entrañable amor por su persona y por su

causa.

Muchos me reprocharán que haya escrito todo esto

pensando solamente en él; yo me adelanto a confesar que es

cierto, totalmente cierto.

Y yo tengo mis razones, mis poderosas razones que

nadie podrá discutir ni poner en duda: yo no era ni soy nada

más que una humilde mujer... un gorrión en una inmensa

bandada de gorriones ... Y él era y es el cóndor gigante que

vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de Dios.

Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a

volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un

cóndor ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y

magnífica inmensidad de mi pueblo.

Por eso ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada

de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que

tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón.

Pero yo no me olvido ni me olvidaré nunca de que fuí

gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto es por él. Si

ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo

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con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo y

lo quiero y siento su cariño acariciando mi nombre, es

solamente por él.

Por eso le dedico a él, íntegramente, este canto que,

como el de los gorriones, no tiene ninguna belleza, pero es

humilde y sincero, y tiene todo el amor de mi corazón.

E V A P E R O N

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PRIMERA PARTE

LAS CAUSAS DE MI MISION

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“Este es el hombre de mi pueblo...”

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I

UN CASO DE AZAR

Mucha gente no se puede explicar el caso que me tocavivir.

Yo misma, muchas veces, me he quedado pensando entodo esto que ahora es mi vida.

Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo alazar... ¡esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoconada!

No. No es el azar lo que me ha traído a este lugar queocupo, a esta vida que llevo.

Claro que todo esto sería absurdo como es el azar sifuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen quede buenas a primeras yo, “una mujer superficial, escasa depreparación, vulgar, ajena a los intereses de mi Patria, extraña alos dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sinnada serio en la cabeza, me hice de pronto fanática en la luchapor la causa del pueblo y que haciendo mía esa causa me decidía vivir una vida de incomprensible sacrificio”.

Yo misma quiero explicarme aquí.

Para eso he decidido escribir estos apuntes.

Confieso que no lo hago para contradecir o refutar anadie.

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¡Quiero más bien que los hombres y mujeres de mipueblo sepan cómo siento y cómo pienso...!

Quiero que sientan conmigo las cosas grandes que micorazón experimenta.

Seguramente, muchas de las cosas que diré sonenseñanzas que yo recibí gratuitamente de Perón y no tengotampoco derecho a guardar como un secreto.

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II

UN GRAN SENTIMIENTO

He tenido que remontarme hacia atrás en el curso de mivida para hallar la primera razón de todo lo que ahora me estáocurriendo.

Tal vez haya dicho mal diciendo “la primera razón”;porque la verdad es que siempre he actuado en mi vida más bienimpulsada y guiada por mis sentimientos.

Hoy mismo, en este torrente de cosas que debo realizar,me dejo conducir muchas veces, casi siempre, más por lo quesiento que por otros motivos.

En mí, la razón tiene que explicar, a menudo, lo quesiento; y por eso, para explicar mi vida de hoy, es decir lo queahora hago, de acuerdo con lo que mi alma siente, tuve que ir abuscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos quehacen razonable, o por lo menos explicable, todo lo que es paramis supercríticos un “incomprensible sacrificio” que para mí, nies sacrificio, ni es incomprensible.

He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamentalque domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: esesentimiento es mi indignación frente a la injusticia.

Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace dolerel alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo elrecuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome

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íntimamente.

Recuerdo muy bien que estuve muchos días tristescuando me enteré que en el mundo había pobres y había ricos; ylo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobrescomo el saber que al mismo tiempo había ricos.

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III

LA CAUSA DEL “SACRIFICIOINCOMPRENSIBLE”

El tema de los ricos y de los pobres fué, desde entonces,el tema de mis soledades. Creo que nunca lo comenté con otraspersonas, ni siquiera con mi madre, pero pensaba en élfrecuentemente.

Me faltaba sin embargo, todavía, dar un paso más en elcamino de mis descubrimientos.

Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía quelos pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.

Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión de lainjusticia.

Hasta los once años creí que había pobres como habíapasto y que había ricos como había árboles.

Un día oí por primera vez de labios de un hombre detrabajo que había pobres porque los ricos eran demasiadosricos; y aquella revelación me produjo una impresión muyfuerte.

Relacioné aquella opinión con todas las cosas que habíapensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquelhombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento,“sentí”, que era verdad.

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Por otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en loque decían los pobres que los ricos porque me parecían mássinceros, más francos y también más buenos. Con aquel últimopaso había llegado a conocer la tercera dimensión de la justiciasocial.

Este último paso del descubrimiento de la vida y delproblema social lo da indudablemente mucha gente. La mayoríade los hombres y mujeres saben que hay pobres porque hayricos pero lo aprende insensiblemente y tal vez por eso lesparece natural y lógico.

Yo reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supesufriendo y declaro que nunca me pareció ni lógico ni natural.

Sentí, ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo queahora reconozco como sentimiento de indignación. Nocomprendía que habiendo pobres hubiese ricos y que el afán deéstos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta gente.

Nunca pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sinindignarme, y pensar en ella me produjo siempre una rarasensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal queyo veía, me faltase el aire necesario para respirar.

Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticiasocial en los primeros años de la vida. Hasta los pobres creenque la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbrana verla o a sufrirla como es posible acostumbrarse a un venenopoderoso.

Yo no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde losonce años, me pareció natural y lógica la injusticia social.

Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo únicoque ciertamente aparece en mí sin causa alguna.

Creo que así como algunas personas tienen una especialdisposición del espíritu para sentir la belleza como no la siententodos, más intensamente que los demás, y son por eso poetas opintores o músicos, yo tengo, y ha nacido conmigo, unaparticular disposición del espíritu que me hace sentir la

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injusticia de manera especial, con una rara y dolorosaintensidad.

¿Puede un pintor decir por qué él ve y siente loscolores? ¿Puede un poeta explicar por qué es poeta?

Tal vez por eso yo no pueda decir jamás por qué“siento” la injusticia con dolor y por qué no terminé nunca deaceptarla como cosa natural, como lo acepta la mayoría de loshombres.

Pero, aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo ciertoes que mi sentimiento de indignación por la injusticia social esla fuerza que me ha llevado de la mano, desde mis primerosrecuerdos, hasta aquí...y que ésa es la causa última que explicacómo una mujer que apareció alguna vez a la mirada de algunoscomo “superficial, vulgar e indiferente”, pueda decidirse arealizar una vida de “incomprensible sacrificio”.

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IV

ALGUN DIA TODO CAMBIARA

Nunca pensé, sin embargo, que me iba a tocar unaparticipación tan directa en la lucha de mi pueblo por la justiciasocial.

Débil mujer al fin, yo nunca me imaginé que el graveproblema de los pobres y de los ricos iba a golpear un día tandirectamente a las puertas de mi corazón reclamando mihumilde esfuerzo para una solución en mi Patria.

A medida que avanzaba en la vida, eso sí, el problemame rodeaba cada día más. Tal vez por eso intenté evadirme demí misma, olvidarme de mi único tema: y me entreguéintensamente a mi extraña y profunda vocación artística.

Recuerdo que, siendo una chiquilla, siempre deseabadeclamar. Era como si quisiese decir siempre algo a los demás,algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón.

¡Cuando ahora hablo a los hombres y mujeres de mipueblo siento que estoy expresando “aquello” que intentabadecir cuando declamaba en las fiestas de mi escuela!

Mi vocación artística me hizo conocer otros paisajes:dejé de ver las injusticias vulgares de todos los días y empecé avislumbrar primero y a conocer después las grandes injusticias;y no solamente las vi en la ficción que representaba sino quetambién en la realidad de mi nueva vida.

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Quería no ver, no darme cuenta, no mirar la desgracia, elinfortunio, la miseria; pero más quería olvidarme y más merodeaba la injusticia.

Los síntomas de la injusticia social en que vivía nuestraPatria se me aparecían entonces a cada paso; en cada recodo delcamino; y me acorralaban en cualquier parte y todos los días.

Poco a poco, mi sentimiento fundamental de indignaciónpor la injusticia llenó la copa de mi alma hasta el borde de misilencio, y empecé a intervenir en algunos conflictos...

Personalmente nada me iba en ellos y nada ganaba conmeterme a querer arreglarlos; lo único que conseguía eramalquistarme con todos los que, a mi modo de ver, explotabansin misericordia la debilidad ajena. Es que eso iba resultandoprogresivamente superior a mis fuerzas, y mis mejorespropósitos de callarme y de “no meterme” se me venían abajoen la primera ocasión.

Empezaba a manifestarse así mi rebeldía íntima.

Reconozco que, algunas veces, mis reacciones no fueronadecuadas y que mis palabras y mis actos resultaron exageradosen relación con la injusticia provocadora.

¡Pero es que yo reaccionaba más que contra “esa”injusticia, contra toda injusticia!

Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo lo mismoque la liberación suelen ser a menudo exagerados, sobre todocuando es muy grande la fuerza que oprime.

Alguna vez, en una de esas razones mías, recuerdo haberdicho: — Algún día todo esto cambiará... — y no sé si eso eraruego o maldición o las dos cosas juntas.

Aunque la frase es común en toda rebeldía, yo mereconfortaba en ella como creyese firmemente en lo que decía.Tal vez ya entonces creía de verdad que algún día todo seríadistinto; pero lógicamente no sabía cómo ni cuando; y menosaún que el destino me daría un lugar, muy humilde pero lugar al

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fin, en la hazaña redentora.

En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eranmuchos más que los ricos, pero yo traté de convencerme de quedebía de haber otros lugares de mi país y del mundo en que lascosas ocurriesen de otra manera y fuesen más bien al revés.

Me figuraba por ejemplo que las grandes ciudades eranlugares maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza;y todo lo que oía yo decir a la gente confirmaba esa creenciamía. Hablaban de la gran ciudad como de un paraísomaravilloso donde todo era lindo y extraordinario y hasta meparecía entender, de lo que decían, que incluso las personaseran allá “más personas” que las de mi pueblo.

Un día — habría cumplido ya los siete años — visité laciudad por vez primera. Llegando a ella descubrí que no eracuanto yo había imaginado. De entrada vi sus barrios de“miseria”, y por sus calles y sus casas supe que en la ciudadtambién había pobres y que había ricos.

Aquella comprobación debió dolerme hondamenteporque cada vez que regreso de mis viajes al interior del paísllego a la ciudad me acuerdo de aquel primer encuentro con sugrandeza y su miseria; y vuelvo a experimentar la sensación deíntima tristeza que tuve entonces.

Solamente una vez en mi vida he tenido una tristezaigual a la de aquella desilusión; fué cuando supe que los ReyesMagos no pasaban de verdad con sus camellos y con susregalos.

Así mi descubrimiento de que también en la ciudadhabía pobres y que, por lo tanto, estaban en todas partes, entodo el mundo, me dejó una marca dolorosa en el corazón.

Aquel mismo día descubrí también que los pobres eran

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indudablemente más que los ricos y no sólo en mi pueblo sinoen todas partes.

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Todos, o casi todos, tenemos en la vida um “día maravilloso”.

Para mí, fué el día em que mi vida coincidió con la vida de

Perón.

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V

ME RESIGNE A SER VÍCTIMA

Un día me asomé, por la curiosidad que derivaba de miinclinación, a la prensa que se decía del pueblo.

Buscaba una compañía... ¿No es acaso verdad que casisiempre, en los libros, en los libros y diarios que leemos,buscamos más una compañía que un camino para recorrer o unaguía que nos conduzca?

Por eso tal vez leí la prensa de izquierda de nuestro país;pero no encontré en ella ni compañía, ni camino y menos quienme guiase.

Los “diarios del pueblo” condenaban, es verdad, alcapital y a determinados ricos con lenguaje duro y fuerte,señalando los defectos del régimen social oprobioso queaguantaba el país.

Pero en los detalles, y aún en el fondo de la prédica quesostenían, se veía fácilmente la influencia de ideas remotas,muy alejadas de todo lo argentino; sistemas y fórmulas ajenasde hombres extraños a nuestra tierra y a nuestros sentimientos.

Se veía bien claro que lo que ellos deseaban para elpueblo argentino no vendría del mismo pueblo. Y estacomprobación me puso de inmediato en guardia...

Me repugnaba asimismo otra cosa: que la fórmula parala solución de la injusticia social fuese un sistema igual y

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común para todos los países y para todos los pueblos y yo nopodía concebir que para destruir un mal tan grande fuesenecesario atacar y aniquilar algo tan natural y tan grandetambién como es la Patria.

Quiero aclarar aquí que hasta no hace muchos años, eneste país, muchos “dirigentes” sindicales (a sueldo)consideraban que la Patria y sus símbolos eran prejuicios delcapitalismo, lo mismo que la Religión.

El cambio que después hicieron es otra razón que mehizo desconfiar de la sinceridad de estos “ardientes defensoresdel pueblo”.

La lectura de la prensa que ellos difundían me llevó, esosí, a la conclusión de que la injusticia social de mi Patria sólopodría ser aniquilada por una revolución; pero me resultabaimposible aceptarla como una revolución internacional venidadesde afuera y creada por hombres extraños a nuestra manera deser y de pensar.

Yo sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendoproblemas a la vista, soluciones simples y no complicadasteorías económicas; en fin, soluciones patrióticas, nacionalescomo el propio pueblo que debían redimir.

¿Para qué — me decía yo — aumentar, por otra parte, ladesgracia de los que padecen la injusticia quitándoles, de esemundo que estaban acostumbrados a contemplar, la visión de laPatria y de la Fe?

Me decía que era como quitar el cielo de un paisaje.

¿Por qué, en vez de atacar constantemente a la Patria y ala Religión, no trataban los “dirigentes del pueblo” de poneresas fuerzas morales al servicio de la causa de la redención delpueblo?

Sospeché que aquella gente trabajaba más por elbienestar de los obreros, por debilitar a la nación en sus fuerzasmorales.

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¡No me gustó el remedio para la enfermedad!

Yo sabía poco pero me guiaban mi corazón y mi sentidocomún y volví a mis pensamientos de antes y a mis propiospensamientos, convencida de que no tenía nada que hacer enaquella clase de luchas.

Me resigné a vivir en la íntima rebeldía de miindignación.

A mi natural indignación por la injusticia social seañadió, desde entonces, la indignación que habían levantado enmi corazón, las soluciones que proponían y la deslealtad de lospresuntos “conductores del pueblo” que acababa de conocer.

¡Me resigné a ser víctima!

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VI

MI DIA MARAVILLOSO

En todas las vidas hay un momento que parecedefinitivo.

Es el día en que una cree que ha empezado a recorrer uncamino monótono, sin altibajos, sin recodos, sin paisajesnuevos. Una cree que, desde ese momento en adelante, toda lavida ha de hacer ya siempre las mismas cosas, ha de cumplir lasmismas actividades cotidianas, y que el rumbo del camino estáen cierto modo tomado definitivamente.

Eso, más o menos, me sucedió en aquel momento de mivida.

Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún: mehabía resignada a vivir una vida común, monótona, que meparecía estéril pero que consideraba inevitable. Y no veíaninguna esperanza de salir de ella. Por otra parte, aquella vidamía, agitada dentro de su monotonía, no me daba tiempo paranada.

Pero, en el fondo de mi alma, no podía resignarme a queaquello fuese definitivo.

Por fin llegó “mi día maravilloso”.

Todos, o casi todos, tenemos en la vida un “díamaravilloso”.

Para mí, fué el día en que mi vida coincidió con la vida

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de Perón.

El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampaindeleble; y no puedo dejar de pintarla porque ella señala elcomienzo de mi verdadera vida.

Ahora sé que los hombres se clasifican en dos grupos:uno, grande, infinitamente numeroso, es el de los que afananpor las cosas vulgares y comunes; y que no se mueven sino porcaminos conocidos que otros ya han recorrido. Se conformancon alcanzar un éxito. El otro grupo, pequeño, muy pequeño, esel de los hombres que conceden un valor extraordinario a todoaquello que es necesario hacer. Estos no se conforman sino conla gloria. Aspiran ya el aire del siglo siguiente, que ha de cantarsus glorias y viven casi en la eternidad.

Hombres para quienes un camino nuevo ejerce siempreuna atracción irresistible. Para Alejandro fué el camino dePersia, para Colón el camino de las Indias, para Napoleón elque conducía al imperio del mundo, para San Martín el caminollevaba a la libertad de América.

A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yoencontré.

En mi país lo que estaba por hacer era nada menos queuna Revolución.

Cuando la “cosa por hacer” es una Revolución, entoncesel grupo de hombres capaces de recorrer ese camino hasta el finse reduce a veces al extremo de desaparecer.

Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todoslos países del mundo. Pero una Revolución es siempre uncamino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho sinopara quienes sienten la atracción irresistible de las empresasarriesgadas.

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Por eso fracasaron y fracasan todos los días revolucionesdeseadas por el pueblo y aún realizadas con su apoyo total.

Cuando la segunda guerra mundial aflojó un poco lainfluencia de los imperialismos que protegían a la oligarquíaentronizada en el gobierno de nuestro país, un grupo dehombres decidió hacer la Revolución que el pueblo deseaba.

Aquel grupo de hombres intentaba, pues, el caminonuevo; pero después de los primeros encuentros con la durarealidad de las dificultades, la mayoría empezó a repetir lomismo de otras revoluciones... y “la Revolución” fué quedandopoco a poco en medio de la calle, en el aire del país, en laesperanza del pueblo como algo que todavía era necesariorealizar.

Sin embargo, entre los gestores de aquel movimiento, unhombre insistía en avanzar por el camino difícil.

Yo lo vi aparecer, desde el mirador de mi viejainquietud interior. Era evidentemente distinto de todos losdemás. Otros gritaban “fuego” y mandaban avanzar.

El gritaba “fuego” y avanzaba él mismo, decidido ytenaz en una sola dirección, sin titubear ante ningún obstáculo.

En aquel momento sentí que su grito y su camino eranmi propio grito y mi propio camino.

Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención ycuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra:Si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, pormuy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a sulado, hasta desfallecer.

El aceptó mi ofrecimiento.

Aquél fué “mi día maravilloso”.

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VII

¡SI, ESTE ES EL HOMBRE DE MIPUEBLO!

Pronto, desde los bordes del camino, los “hombrescomunes” empezaron a apedrearnos con amenazas, insultos ycalumnias.

Los “hombres comunes” son los eternos enemigos detoda cosa nueva, de todo progreso, de toda idea extraordinaria ypor lo tanto de toda revolución.

Por eso dijo alguien “el hombre mediocre es el másferoz y más frío enemigo del hombre de genio”.

Todo lo extraordinario es para ellos locuraimperdonable, fanatismo exagerado y peligroso.

Yo los he visto y los veo todavía mirándome“compasivos” y “misericordiosos” con ese aire de superioridadque los define...

Nunca entenderán cómo y por qué alguien puede haceruna cosa distinta de la que ellos piensan ¡y nunca hacen nadaque no sea para ellos!

Lo vieron avanzar a Perón y primero se reían de élcreyéndole y aún diciéndole loco.

Pero cuando descubrieron que el loco incendiaba y queel incendio se propagaba por todas partes y ya les tocaba en sus

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intereses y en sus ambiciones, entonces se alarmaron yorganizándose en la sombra se juramentaron para hacerlodesaparecer.

No contaron con el pueblo. Nunca se les había ocurridopensar en el pueblo ni imaginaron que el pueblo podría algunavez por sí mismo hacer su voluntad y decidir su destino.

¿Por qué los hombres humildes, los obreros de mi paísno reaccionaron como los “hombres comunes” y en cambiocomprendieron a Perón y creyeron en él?

La explicación es una sola: basta verlo a Perón paracreer en él, en su sinceridad, en su lealtad y en su franqueza.

Ellos lo vieron y creyeron.

Se repitió aquí el caso de Belén, hace dos mil años; losprimeros en creer fueron los humildes, no los ricos, ni lossabios, ni los poderosos.

Es que ricos y sabios y poderosos deben tener el almacasi siempre cerrada por el egoísmo y la avaricia.

En cambio los pobres, lo mismo que en Belén, viven yduermen al aire libre y las ventanas de sus almas sencillas estáncasi siempre abiertas a las cosas extraordinarias.

Por eso vieron y creyeron. Vieron también cómo unhombre se lo jugaba todo por ellos. Yo sé bien cuantas veces élapostó todo a una sola carta por el pueblo.

Felizmente ganó. De lo contrario hubiese perdido todo,incluso la vida.

Yo, mientras tanto, cumplía mi promesa de “estar a sulado”.

Sostenía la lámpara que iluminaba sus noches;enardeciéndole como pude y como supe, cubriéndole la espalda

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con mi amor y con mi fe.

Muchas veces lo vi, desde un rincón en su despacho enla querida Secretaría de Trabajo y Previsión, él escuchando alos humildes obreros de mi Patria, hablando con ellos de susproblemas, dándoles las soluciones que venían reclamandodesde hacía muchos años. Nunca se borrarán de mi memoriaaquellos cuadros iniciales de nuestra vida común.

Allí le conocí franco y cordial, sincero y humilde,generoso e incansable, allí vislumbré la grandeza de su alma yla intrepidez de su corazón.

Viéndolo se me ensanchaba el espíritu como si todoaquello fuesen cielo y aire puros. La vieja angustia de micorazón empezaba a deshacerse en mí como la escarcha y lanieve bajo el sol. Y me sentía infinitamente feliz. Y me decía amí misma, cada vez con más fuerza: Sí, este es el hombre. Es elhombre de mi pueblo. Nadie puede compararse a él.

Y cuando le veía estrechar las manos callosas y duras delos trabajadores yo no podía dejar de pensar que en él y por élmi pueblo por primera vez, daba la mano con la felicidad.

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“La luz vino únicamente desde el pueblo...”.

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VIII

LA HORA DE MI SOLEDAD

El incendio seguía avanzando con nosotros. Los“hombres comunes” de la oligarquía cómoda y tranquilaempezaron a pensar que era necesario acabar con el incendiario.Creían que con eso acabaría el incendio.

Por fin se decidieron a realizar sus planes.

Esto sucedió en la última hora de la Argentinaoligárquica. ¡Después, amaneció...!

Durante casi ocho días lo tuvieron a Perón entre susmanos.

Yo no estuve en la cárcel con él; pero aquellos ocho díasme duelen todavía; y más, mucho más, que si los hubiesepodido pasar en su compañía, compartiendo su angustia.

Al partir me recomendó que estuviese tranquila.Confieso que nunca lo vi tan magnífico en su serenidad.Recuerdo que un Embajador amigo vino a ofrecerle el amparode una nación extranjera. En pocas palabras y con un gestosimple decidió quedarse en su Patria, para afrontarlo todo entrelos suyos.

Desde que Perón se fué hasta que el pueblo loreconquistó para él — ¡y para mí! — mis días fueron jornadasde dolor y de fiebre.

Me largué a la calle buscando a los amigos que podían

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hacer todavía alguna cosa por él.

Fuí así, de puerta en puerta. En ese penoso e incesantecaminar sentía arder en mi corazón la llama de su incendio, quequemaba mi absoluta pequeñez.

Nunca me sentí — lo digo de verdad — tan pequeña, tanpoca cosa como en aquellos ocho días memorables.

Anduve por todos los barrios de la gran ciudad. Desdeentonces conozco todo el muestrario de corazones que latenbajo el cielo de mi Patria.

A medida que iba descendiendo desde los barriosorgullosos y ricos a los pobres y humildes las puertas se ibanabriendo generosamente, con más cordialidad.

Arriba conocí únicamente corazones fríos, calculadores,“prudentes” corazones de “hombres comunes” incapaces depensar o de hacer nada extraordinario, corazones cuyo contactome dió náuseas, asco y vergüenza.

¡Esto fué lo peor de mi calvario por la gran ciudad. Lacobardía de los hombres que pudieron hacer algo y no lohicieron, lavándose las manos como Pilatos, me dolió mas quelos bárbaros puñetazos que me dieron cuando un grupo decobardes me denunció gritando: — ¡Esa es Evita!

Estos golpes, en cambio, me hicieron bien.

Por cada golpe me parecía morir y sin embargo a cadagolpe e sentía nacer. Algo rudo pero al mismo tiempo inefablefué aquel bautismo de dolor que me purificó de toda duda y detoda cobardía.

¿Acaso no le había dicho yo a él: — “...por muy lejosque haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado,hasta desfallecer”?

Desde aquel día pienso que no debe ser muy difícilmorir por una causa que se ama. O simplemente: morir poramor.

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IX

UNA GRAN LUZ

Conservo muchos recuerdos de aquellos días deangustias y amarguras.

Al lado de las sombras que fueron la traición y lacobardía de muchos aparecen, entre mis recuerdos, los gestosiluminados de la lealtad y del valor.

Pero yo no quiero escribir todavía en detalle todo eso.

La semana de octubre de 1945 es un paisaje de muchassombras y de muchas luces. Será mejor que no nos acerquemosdemasiado a él... y que más bien lo veamos otra vez, desde máslejos. Esto no me impide decir sin embargo con absolutafranqueza, y como un anticipo de cuanto alguna vez he deescribir en detalle, que la luz vino únicamente desde el pueblo.

En este libro, que quiere exponer las causas y losobjetivos de la misión que me he propuesto cumplir, no puedodejar de recordar un episodio que figura en mi espíritu comouna razón fundamental de lo que soy en esta hora de mi Patria,y que por sus hondas sugerencias contribuyó a conducirme alpuesto que ahora ocupo en el movimiento justicialista.

Recuerdo que en mi soledad y en mi amargura, ymientras recorría la gran ciudad, esperaba a cada instante recibiralgún mensaje del Líder ausente y prisionero. Me imaginabaque de alguna manera él se ingeniaría para hacerme saber cómo

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estaba y dónde estaba; y esperaba sus noticias con el alma en unhilo, torturada por la angustia.

Conservo de aquellos días varios mensajes manuscritospor él; y en todos ellos aparece, en su letra clara, firme ydecidida, la serenidad con que su espíritu afrontaba losacontecimientos.

En todos sus mensajes no hizo otra cosa querecomendarme a sus obreros “que estuviesen tranquilos, que nose preocupasen por él, que no creasen situaciones deviolencia...”.

Yo — lo confieso honradamente — busqué con afán entodas sus cartas, una palabra que me dijese su amor.

En cambio casi no hablaba sino de sus “trabajadores”...,a quienes por aquellos días la oligarquía, suelta por las calles,empezó a llamar “descamisados”.

Su rara insistencia me iluminó: ¡aquel “encargarme desus trabajadores” era su palabra de amor, su más sentida palabrade amor!

Comprender aquello fué — y lo es todavía — una granluz en mi vida.

A mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendabael cuidado de sus trabajadores, lo que él más quería. Y yo medije a mí misma: — Pudo encomendárselo a otros, a cualquierade sus amigos, incluso a algún dirigente gremial... pero no,quise que fuese yo... ¡una mujer que no sabe otra cosa quequererlo!

Esa era sin duda la prueba absoluta de su amor. Pero unaprueba que exigía respuesta; y yo se la di.

Se la di entonces y se la sigo dando. Mientras viva nome olvidaré que él, Perón, me encomendó a sus descamisadosen la hora más difícil de su vida.

¡Mientras yo viva no me olvidaré que él, cuando quisoprobarme su amor, me encargó que cuidase a sus obreros!

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El no encontró mejor manera de expresarme su amor yahora estoy segura que eligió la más pura y la más grandemanera de decírmelo.

Desde entonces, cuando yo quiero a mi vez expresarlemi amor de mujer — ¡y quiero expresárselo permanentemente!— no encuentro tampoco una manera más pura ni más grandeque la de ofrecerle un poco de mi vida, quemándola por amor asus “descamisados”.

Esto, por otra parte, es mi deber de gratitud para con él ypara con ellos y yo lo cumplo alegremente, feliz, como secumplen todos los deberes que impone el amor.

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“Como Eva Perón represento un viejo papel que otras mujeres

en todos los tiempos han vivido ya...”.

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X

VOCACIÓN Y DESTINO

No, no fué el azar la causa de todo esto que soy, en mipaís y para mi pueblo. Creo firmemente que he sido forjada parael trabajo que realizo y la vida que llevo.

Cuando analizo, en la intimidad de mi alma, el caso queme ha tocado vivir, más y más me convenzo de la mentira queson el azar y la casualidad.

Si el azar y la casualidad gobernaran el mundo todosería un grotesco caos; y no podríamos vivir en un escenario tanvariable. No, el azar no gobierna al mundo ni a los hombres.Por fortuna, gracias a Dios las cosas suceden de otra maneraque unos llaman Destino y otros Providencia y casi todosatribuimos a Dios.

Yo creo firmemente que, en verdad, existe una fuerzadesconocida que prepara a los hombres y a las mujeres para elcumplimiento de la misión particular que cada uno deberealizar.

Si esa fuerza es maravillosamente divina o ha sidopuesta por Dios en la naturaleza de la sociedad o del almahumana, yo no lo sé ni pretendo averiguarlo, pero creo queexiste y que nos conduce sin forzarnos con tal que nosotros nole neguemos nuestra generosidad.

Lo indudable es que esta solución espiritual es también

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mas fecunda que a otra del azar: el que se cree hijo de la suerteno se siente obligado a nada, puesto que el azar no tienepersonalidad ni puede tener exigencias de ninguna clase: pero elque sabe hijo de un Destino o de la Providencia o de una fuerzadesconocida pero de un origen superior a su vida y a sunaturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que le hasido encomendada.

Perdónenseme estas explicaciones que, sin quererlo, casihan venido a dar con cierto tono de filosofía que no entiendo yno deseo hacer.

Sin embargo pienso que debí decir todo cuanto he dichoen primer lugar porque así lo siento y en segundo lugar porqueme parece una cosa de simple sentido común.

Mi vida es una prueba de todo lo que he dicho. Si yo nohubiese llegado a ser lo que soy, toda mi vida hubiese quedadosin explicación.

¿Por qué yo he sufrido siempre ante la injusticia?

¿Por qué yo no me resigné jamás a ver pobres y ricoscomo una cosa natural y lógica? ¿Por qué siempre sentíindignación ante los dueños del poder y del dinero queexplotaban a los humildes y a los pobres?

¿Por qué no pude librarme nunca de aquella angustiaíntima que me ahogaba?

¿Por qué hasta “mi día maravilloso” me sentí sola,desconcertada, como si mi vida no tuviese sentido, ni razón?

Demasiadas preguntas hubiesen quedado sin respuesta sino hubiese encontrado a Perón en mi camino, y en él, la causade mi pueblo.

No, no es el azar lo que pone a los hombres y a lasmujeres al frente de las grandes causas.

Por el contrario, parece como que las grandes causaspreparasen el alma de sus hombres y de sus mujeres. Esto enparte puede ser vocación, pero además hay evidentemente otra

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cosa cuya explicación no está en nosotros, ni está librada a lasuerte del azar.

Por eso yo me permito insistir todavía en este tema condos palabras más, que quisieran ser de humilde consejo.

Creo que alguien se ve, de pronto, llevado a un puestode responsabilidad en la lucha por una gran causa, debe buscar,en su vida y en sus recuerdos, la explicación de su caso; y lahallará sin duda.

Así sentirá todo el peso de su responsabilidad y trabajarálealmente por la causa que sirve.

Y pienso también que los que sean espectadores de unhecho tal no deben atribuirlo sin más trámite al azar. ¿No seríamás sensato aceptar la presencia de algo más?

Y conste que yo no digo que sea directamente Diosquien determine todas estas cosas, pero sí que en su magníficoordenamiento de todas las leyes y de todas las fuerzas habrácreado alguna ley o alguna fuerza que conduce a quieneslibremente y generosamente quieran dejarse conducir.

Esta es la humilde explicación que yo doy de mi vida yde mi caso.

Guardo entre los manuscritos de Perón uno que escribiósobre un tema parecido poco tiempo después de asumir laPresidencia.

En este borrador, él abordó, con su franqueza habitual,este raro asunto de la vocación y del destino.

Nada me ha parecido mejor que reproducirlo tal como éllo escribió; y como allí aparece toda su alma, en su sencillez yen su grandeza o sea en su genialidad, yo me ahorro el gravecompromiso de presentarlo... cosa que — lo confieso — seríatarea imposible para mí.

Para saber cómo es el sol no basta ni su descripción nisu pintura, y nadie, si no es loco, intenta ni pintarlo nidescribirlo. Para saber cómo es, hay que salir a mirarlo y aun

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mirándolo no se le puede ver sin deslumbrarse.

Aquí están sus palabras y su pensamiento, su alma y sucorazón. ¡Yo me limito a invitar que salgamos a verlo!

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XI

SOBRE MI ELECCIÓN(1)

(1) De las memorias del General Perón

En la vida de los pueblos, como en la vida de loshombres, no todo lo hace el destino.

Es necesario que los pueblos, como los hombres, ayudena su destino.

En mi vida, lo mismo que en la vida de mi pueblo, estose cumple al pie de la letra.

Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto deldestino. Estoy porque, sin saberlo tal vez, me preparé para estocomo si hubiese sabido que algún día iba a tocarme estaresponsabilidad y este privilegio.

Y puedo afirmar y demostrar también que mi pueblo sepreparó paciente, aunque inconscientemente, también para estahora de su destino.

Lo que hace la Providencia es poner las circunstanciasnecesarias para que las cosas sucedan luego de una manera y node otra. Pero las cosas suceden casi siempre por “culpa”nuestra.

Muchas veces pienso que si hubiese nacido en cualquierotra parte de mi país tal vez no sería hoy Presidente de laRepública.

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Porque naciendo en otra parte, el medio me hubiesedado otras inclinaciones... no hubiese elegido ser militar, nohubiese aprendido allí las cosas que aprendí, nunca me hubiesevisto obligado a hacer una Revolución... ¡Esas son las cosas queestán en manos de la Providencia!

Ella combina las infinitas circunstancias y no creo quepueda averiguarse por qué ni explicarse nada de su mecanismo.

¡Todo lo demás lo hacemos nosotros!

Así fué como un día me vi en una circunstancia quedecidió mi destino.

El país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conduccióny sin rumbo. Todo había sido entregado al extranjero. El pueblosin justicia, oprimido y negado. Países extraños y fuerzasinternacionales lo sometían a un dominio que no era muydistinto a la opresión colonial.

Me di cuenta de que todo eso podía remediarse.

Poco a poco advertí que yo era quien podía remediarlo.

En ese momento, el problema de mi país pasó a ser unproblema de mi conciencia.

Lo resolví decidiéndome por la Revolución.

Esta decisión fué “mi ayuda al destino”.

Dos años y medio después todo parecía perdido.

Había luchado intensamente en la Secretaría de Trabajoy Previsión.

El pueblo me había comprendido. Los trabajadores demi país conocían ya lo que era la justicia social y me seguíancasi como si yo fuese una bandera.

Lo único que yo había hecho era decirles la verdad ydarles lo que todos hasta entonces les habían negado.

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Pero las fuerzas conjuradas de la oligarquía y de lospoderes internacionales pudieron en un momento más que elpueblo y que mi voluntad.

Fue en octubre de 1945.

Esa es historia conocida.

Durante ocho días conocí todos los matices de lasoledad, el abandono y la amargura.

Así como yo había pensado un día que era necesariohacer una Revolución, el pueblo sintió — ¡el pueblo siente! —que había llegado un momento crucial de su historia.

Se dió cuenta de que todo estaba perdido, pero que todopodía salvarse.

Por suerte advirtió que eso dependería de su decisión.

Y se decidió.

Todo lo demás lo hizo la Providencia... pero la decisiónla puso el pueblo... su decisión fué “la ayuda que el pueblo leprestó al destino”.

Allí están las razones de mi elección.

Dos decisiones en dos momentos providenciales.

Pero para que haya una decisión en un momentoprovidencial es necesario estar ya preparado para eso.

A mí me preparó la vida misma: mi hogar paterno, miniñez en la Patagonia bravía, mi carrera militar, mi vida en lamontaña, mis viajes por Europa... Todo eso me acostumbró avencer. Vencer a la naturaleza es más difícil que conducir ydominar a los hombres, y a mí me tocó muchas veces lucharcon las fuerzas naturales y vencerlas.

Todo eso me preparó para que empezara a sentirprofundamente la suerte de mi pueblo.

Esto me preparó para el momento de la decisión.

Para que el pueblo, a su vez, tomara en octubre de 1945la decisión de salvarme y darme luego la conducción de sus

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destinos también fué necesario realizar una tarea depreparación.

Esta tarea consistió en algo así como un despertar.

Desde 1943 a 1945 el pueblo fué despertado de un viejoletargo que ya duraba más de un siglo. Pero durante ese siglohabía vivido de sus viejas glorias. No pudo olvidar la hazaña desus granaderos por medio continente. No pudo olvidar suvocación por la libertad y la justicia. Por eso me resultó fácildespertarlo. Me bastó insistir en los viejos temas de la horainicial de su vida: la justicia, la libertad, la independencia y lasoberanía.

Mi elección no es evidentemente una cosa del azar. LaProvidencia hizo su parte, indudablemente, y de eso siempredoy gracias a Dios.

Pero el pueblo y yo le ayudamos.

La clave del porvenir reside en cuidar precisamente queeso no deje de ocurrir entre nosotros.

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XII

DEMASIADO PERONISTA

Ahora ya pude comprender quien haya leído el capítuloprecedente que siendo así Perón en su grandeza, que unida a susencillez lo hacen genial, sea yo como soy: fervorosa yfanáticamente peronista.

A veces me suele decir cariñosamente el mismo Líderque soy “demasiado peronista”.

Recuerdo que una tarde después de haberle estadohablando durante largo rato de... ¿de qué iba a hablarle sino deél, de sus sueños, de sus realizaciones, de su doctrina, de susconquistas? me interrumpió para decirme:

— ¡Tanto me hablas de Perón que voy a terminar porodiarle! — No se extrañe pues quien buscando en estas páginasmi retrato encuentre más bien la figura de Perón.

Es que — lo reconozco — yo he dejado de existir en mímisma y es él quien vive en mi alma, dueño de todas mispalabras y de mis sentimientos, señor absoluto de mi corazón yde mi vida.

Por otra parte, esto es un viejo milagro, un antiguomilagro del amor que a fuerza de repetirse en el mundo ya nisiquiera nos parece milagro.

Un día me dijeron que era demasiado peronista para quepudiese encabezar un movimiento de las mujeres de mi Patria.

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Pensé muchas veces en eso y aunque de inmediato “sentí” queno era verdad, traté durante algún tiempo de llegar a saber porqué no era ni lógico ni razonable.

Ahora creo que puedo dar mis conclusiones.

Si, soy peronista, fanáticamente peronista.

Demasiado no, demasiado sería si el peronismo no fuesecomo es, la causa de un hombre que por identificarse con lacausa de todo un pueblo tiene un valor infinito. Y ante una cosainfinita no puede levantarse la palabra demasiado.

Perón dice que soy demasiado peronista porque él nopuede medir su propia grandeza con la vara de su humildad.

Los otros, los que piensan, sin decírmelo, que soydemasiado peronista, ésos pertenecen a la categoría de lo“hombres comunes”. ¡Y no merecen respuesta!

¿Que por ser peronista no puedo encabezar elmovimiento femenino de mi Patria? Esto sí merece unaexplicación.

— ¿Cómo va usted — me decían — a dirigir unmovimiento feminista si usted está fanáticamente enamorada dela causa de un hombre? ¿No reconoce así la superioridad totaldel hombre sobre la mujer? ¿No es esto contradictorio?

No, no lo es. Yo lo “sentía”. Ahora lo sé.

La verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismono se aparte de la naturaleza misma de la mujer.

Y lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor,que en esa entrega está su gloria, su salvación, su eternidad.

¿El mejor movimiento feminista del mundo será tal vezentonces el que se entrega por amor a la causa y a la doctrina deun hombre que ha demostrado serlo en toda la extensión de lapalabra?

De la misma manera que una mujer alcanza su eternidady su gloria y se salva de la soledad y de la muerte dándose poramor a un hombre, yo pienso que tal vez ningún movimiento

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feminista alcanzará en el mundo gloria y eternidad si no seentrega a la causa de un hombre.

¡Lo importante es que la causa y el hombre sean dignosde recibir esa entrega total!

Yo creo que Perón y su causa son suficientementegrandes y dignos como para recibir el ofrecimiento total delmovimiento feminista de mi Patria. Y aun más, todas lasmujeres del mundo pueden brindarse a su Justicialismo; que conello, entregándose por amor a una causa que ya es de lahumanidad, crecerán como mujeres.

Y si bien es cierto que la causa misma se glorificarárecibiéndolas, no es menos cierto que ellas se glorificarán en laentrega.

Por eso soy y seré peronista hasta mi último día, porquela causa de Perón me glorifica y, dándome la fecundidad de suvida, me prolongará en la eternidad de las obras que por élrealizo y que seguirán viviendo como hijas mías, después queyo me vaya.

Pero no solamente soy peronista por la causa de Perón.Soy peronista por su persona misma y no sabría decir por cuálde las dos razones más.

Ya he dicho cómo y en que medida soy peronista por sucausa. ¿Puedo decir cómo y en qué medida soy peronista por él,por su persona?

Aquí tal vez sea conveniente que den vuelta la páginaquienes piensan que entre Perón y yo pudo darse un“matrimonio político”.

Quienes lo crean así no verán en esta página sinoliteratura o propaganda.

Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimosporque queríamos la misma cosa. De distinta manera los doshabíamos deseado hacer lo mismo: él sabiendo bien lo quequería hacer, yo, por sólo presentirlo; él, con la inteligencia; yo,

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con el corazón; él, preparado para la lucha; yo, dispuesta a todosin saber nada; él culto y yo sencilla; él, enorme, y yo, pequeña;él, maestro, y yo, alumna. El, la figura y yo la sombra.

¡El, seguro de sí mismo, y yo, únicamente segura de él!

Por eso nos casamos, aun antes de la batalla decisiva porla libertad de nuestro pueblo con la absoluta certeza de que ni eltriunfo ni la derrota, ni la gloria ni el fracaso, podrían destruir launidad de nuestros corazones.

¡Si, yo estaba segura de él!

Sabía que el poder no lo deslumbraría ni lo haríadistinto.

Que seguiría siendo lo que era: sobrio, llano,madrugador, insaciable en su sed de justicia, sencillo y humilde;que nunca sería sino tal como le conocí: dando generosamente yfrancamente su mano grande y tibia a los hombres de mipueblo.

Sabía que los salones estarían demás para él porque enellos se miente demasiado como para que eso pudiese sersoportado por un hombre de sus quilates.

Yo tampoco ignoraba cuál tendría que ser mi conductapara que resultase armónica con la suya.

Sabía que para armonizar con él necesitaba subir acumbres muy altas pero conocía como era maravillosa suhumildad descendiendo hasta mí.

Me atrevo a decir que me propuse formalmente que élviese cada día en mí un defecto menos hasta que no me quedaseninguno.

¿Cómo podía desear y hacer otra cosa conociendo comoconocía sus proyectos y sus planes?

Porque él no me conquistó con palabras bonitas yelegantes, ni con promesas formales y risueñas. No meprometió ni gloria ni grandeza, ni honores. Nada maravilloso.

Más: ¡creo que nunca me prometió nada! Hablando del

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porvenir me habló siempre únicamente de su pueblo y yoterminé por convencerme que su promesa de amor estaba allí,en su pueblo, en mi pueblo. ¡En nuestro pueblo!

Es muy simple todo esto.

Es el camino que hacemos todas las mujeres cuandoamamos al hombre de una causa.

Primero la causa es “su causa”. Después empezamos adecirle “mi causa”. Y cuando el amor alcanza su perfeccióndefinitiva, el sentimiento de admiración que nos hacía decir “sucausa” y el sentimiento egoísta que nos hacía decir “mi causa”son sustituídos por el sentimiento de la unidad total y decimos“nuestra causa”.

Cuando llega este momento no se puede decir ya si elamor por la causa es mayor o menor que el amor por el hombrede esa causa. Yo pienso que los dos son una sola cosa.

Por eso digo ahora: ¡Sí, soy peronista, fanáticamenteperonista! pero no sabría decir qué amo más: si a Perón o a sucausa; que para mí, todo es una sola cosa, todo es un solo amor;y cuando digo en mis discursos y en mis conversaciones que lacausa de Perón es la causa del pueblo, y que Perón es la Patria yes el pueblo, no hago sino dar prueba de que todo, en mi vida,está sellado por un solo amor.

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XIII

EL APRENDIZAJE

¿Puedo seguir hablando de Perón?

Aunque alguien diga — ¡y vaya si se ha dicho! — queeso no es elegante ni es inteligente, tengo que seguir haciendoel elogio de mi Líder.

¿Quién si no podrá hacerlo bien? Yo le conozco comomujer y como peronista; le conozco en su misión de Presidentey en su vida hogareña; sé cómo trabaja y cómo descansa, cómohabla y cómo calla, cómo goza y cómo sufre. Conozco suspequeños gestos, esos pequeños gestos que sólo pueden nacerde las grandes almas.

Yo sería desleal con mi pueblo si no hablase de él. Porotra parte nadie puede pensar que mi elogio tenga algún interés.

Ya de él he recibido todo cuanto podría pretender;mucho más de lo que yo merecía.

Y no es por gratitud tampoco que siempre hablo de él,en todas partes, en todos mis discursos y en todas misconversaciones sin ninguna excepción. Hablo de él simplementepor necesidad, por la misma razón que los poetas hacen versos ylas rosas florecen.

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Recuerdo como él, por ejemplo, fué enseñándome sudoctrina, mostrándome sus planes, haciéndome conocer losgrandes problemas de la vida nacional; y cómo me hizodistinguir lo posible de lo imposible, lo ideal de lo práctico.

Cada conversación que sostengo con él es una lecciónmaravillosa que nunca parece lección.

Esto no solamente lo digo yo, su más constantediscípula. Lo dicen también todos los que se acercan a él porcualquier motivo.

Sabe hablar sencillamente de las cosas más simples y delas más complicadas. Para él nada hay que no se pueda explicarde alguna manera, incluso a los que saben menos, y él loconsigue siempre. Nadie se aburre ni se fatiga con él, nadie sesiente incómodo. Mucha gente entra a su despacho con ciertológico temor, en cuanto él dice las primeras palabras, el primersaludo, ya no ven en él al Presidente, líder de millones dehombres y mujeres; y aparece ante ellos un amigo, amable ycordial.

Así, amable y cordial es siempre en todos los actos de suvida. Así, amable y cordial, haciéndome casi creer que yo leestaba enseñando a él, me hizo conocer todo cuanto eranecesario saber para cumplir la misión que yo tenía quecumplir.

De él he aprendido por ejemplo a dejar de lado todo loque es negativo, y a buscar siempre las cosas por hacer, loscaminos que nadie recorre.

Muy frecuentemente me ha sucedido esto: concibo unaidea, siento que es fecunda y útil y que, realizada, darábeneficio a la causa del pueblo. Cuando la expongo, primero a

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algunas personas, por lo general amigos, casi todos apruebanaunque no todos crean tal vez que eso es lo mejor, pero nofaltan nunca quienes lealmente intentan persuadirme de que nome conviene y así me entero de que todos o la gran mayoríapiensa que tal vez no convenga. A veces tienen razón, perocuando yo estoy absolutamente convencida, cuando “siento”claramente que la idea tiene que salir bien, me lanzo a realizarlaa pesar de todos los augurios; ¡y son las mejores realidades demi vida!

Así nació la Fundación. Así surgió el movimientoPeronista Femenino.

Aprendí de Perón a ver los caminos que nadie recorre,que nadie se anima a recorrer.

De él también aprendí a realizar. El siempre esconstructivo. En su conversación lo mismo que en su conducta.

Siempre suele decirme:

— No hay que olvidar que lo mejor es enemigo de lobueno. Y él que siempre habla tan fervorosamente de sudoctrina, nunca se olvida de añadir: De nada vale una grandoctrina sino tiene sus realizadores.

Confieso que padezco casi de fiebre permanente derealizar, y que es una fiebre de contagio.

El me ha enseñado que para realizar no es necesario,como cree la mayor parte de la gente, hacer grandes planes. Silos planes existen, mejor; pero si no, lo importante es comenzarlas obras y luego hacer los planes.

Para que no piensen mal sin embargo quienes crean queesto es un pecado contra el arte de gobernar, me apresuro adecirles que Perón es el primer argentino que ha gobernado alpaís, según un plan premeditado.

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De Perón aprendí a tratar con los hombres.

Pero en esto reconozco que en mí subsisten algunosdefectos. ¡Aunque tampoco estoy convencida de que lo sean!

El nunca espera demasiado de los hombres y se satisfacecon muy poca cosa. Confía siempre en ellos, sin excepción,mientras no tenga pruebas de la falsía de sus procederes. Poreso, el defecto que más desprecia y que más le duele de susamigos o de sus colaboradores es la mentira.

Yo, en cambio, exijo mucho más de quienes son misamigos o mis colaboradores inmediatos.

Ante todo confieso que no puedo tener a mi lado,trabajando conmigo, sino aquellos en quienes creo y confíoplenamente. Y en esto pocas veces me he equivocado.

Recuerdo que alguien en una oportunidad me preguntó:

— ¿Por qué confió usted en mí la primera vez que hablóconmigo?

Yo no supe darle una respuesta lógica. Si le hubieradicho la verdad debí responderle:

— Porque “sentía” que en usted era posible confiar.

Muchas veces ocurre lo contrario, desgraciadamente, ydesconfiar se hace a veces demasiado frecuente, máximecuando una parte de mi gran deber consiste en cuidar lasespaldas de un hombre y de su causa.

En esto de conocer a los hombres hay mucho más deintuición. Y como el tema lo merece y además me gusta, quierobrindarle un capítulo aparte.

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XIV

¿INTUICIÓN?

Esto de la intuición me tienta porque muchas veces heoído decir alabanzas de la mía; y aunque pocas veces medetengo a pensar en un elogio, tan frecuentemente se ha hechoel de mi intuición, que alguna vez he meditado en el tema.

Aquí están mis reflexiones que no intentan siquieraexponer un problema psicológico — que no doy para tanto —sino más bien decir lo que pienso con toda franqueza.

Yo creo que no es un sexto sentido, como dicen algunos,ni una facultad casi misteriosa de las mujeres, como dicen otros.

No; es simplemente una manera de ser de la inteligencia.Cada uno de los hombres tiene una manera de ser de suinteligencia, que es distinta en todos. En unos actúarápidamente, en otros es lenta.

Cada uno ve las cosas según sea lo que quiere conoceren ellas. Yo siempre recuerdo aquel viejo refrán que dice: “lascosas son del color del cristal con que se miran”.

Cuando la gente suele atribuir “intuición” a las mujerescomo virtud misteriosa, no se acuerda que nosotras tenemos quever las cosas, las personas y la vida de una manera especial.

Nosotras sentimos y sufrimos más el amor que loshombres. En nosotras la inteligencia se desarrolla a la sombradel corazón y por eso la inteligencia no se ve sino a través de

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los cristales del amor.

Y el amor, cuyo misterio sí que es infinito, le hace ver ala inteligencia cosas que ella sola nunca podría conocer porhábil que fuese.

Los hombres no sienten ni sufren tanto el amor comonosotras las mujeres. Esto no necesita demostración.

En ellos entonces la inteligencia crece libremente.

Y por eso en todo a través de un razonamiento frío, casimatemático, tanto más frío y tanto más matemático cuandomenos hayan sentido o sufrido el amor.

Cuando algunos elogian mi “intuición” se refierensiempre al rápido conocimiento que tengo de las personas conque trato.

A veces he confiado en quienes muchos desconfiaban yotras he desconfiado de quienes todos creían.

Casi siempre el tiempo me ha dado la razón.

¿Esto es una virtud misteriosa? Yo creo que no. Por elcontrario, todo me parece muy simple. Yo he mirado siempre alas personas de una manera distinta que no es la que sirve a lainteligencia de los demás: yo miro a través de un cristal muyfino: el amor de Perón y de su causa.

El amor alarga la mirada de la inteligencia.

Si no fuese así, ¿podría yo “intuir” tanta cosas que aveces no entiendo del todo?

Recuerdo que una noche me acosté muy tarde y no pudedormir.

Me preocupaba un problema nacional cuya soluciónhabía sido propuesta ya al Presidente por los técnicos delGobierno.

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No había conversado de esto con nadie y no sabía otracosa que lo que los diarios publicaban.

Era un serio y difícil problema que nunca habíaintentado ni siquiera entender. ¡Pero la solución no me gustaba!

Lo peor era que no sabía exactamente por qué.

Evidentemente yo podría decir al día siguiente que nome gustaba la solución, pero debería dar mis razones. ¡Y no laspodía encontrar!

Ni las encontré; pero me decidí a confiarle al Presidentemis sentimientos; y acerté, porque él, que también había estadopensando, preocupado por el problema, estaba ya dispuesto arevisar la solución propuesta por sus colaboradores.

¿Extraño? ¿Misterioso? No, es la maravilla del amoriluminando una inteligencia igual que la de todos.

Nada tiene de raro, pues, que esa virtud o sentidoextraordinario esté presente en los actos de Perón y seaadmirada por quienes lo conocen y lo tratan.

El, que ama entrañablemente a su pueblo, ve todas lascosas a través de ese gran amor y por lo tanto, según estátambién demostrado, tiene que verlo todo de una maneraespecial, distinta de la orienta la mirada de los demás.

El ve por su pueblo y para su pueblo.

¿Qué tiene de raro, pues, que iluminado por ese granamor “intuya” dónde está la felicidad de los argentinos y lagrandeza nacional?

Y yo sí que puedo dar fe que esa virtud, existe en él enuna forma maravillosa. Conoce a los hombres de una solamirada y aunque intenten muchas veces disfrazare ante él.Muchas veces lo he visto también resolver graves problemas deuna manera distinta a la que aconsejaban los técnicos y los

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especialistas, y más de una vez, ante mi pregunta extrañada, lehe oído decir:

— Es cuestión de sentido común.

“Ellos ven el problema desde el punto de vista técnico,que es limitado, como el campo de un microscopio. Yo tengoque verlo con lentes planares; yo tengo que verlo como lo ve ycomo lo siente el pueblo”.

Después de meditar esa explicación, he pensado tambiénque el “sentido común” y la “intuición” son dos virtudes todavíano bien definidas y tal vez sean la misma cosa, pero creo queestán en todos los hombres y en todas las mujeres presentes enmayor o en menor cantidad y que solamente crecen y se hacenextraordinarias cuando un gran amor las vivifica con lamaravillosa fuerza de su infinito poder.

Lo que también puedo asegurar es que ningún “hombrecomún” puede hacer o pensar nada con intuición; porque loshombres mediocres pertenecen a la clase de los que desprecianel amor como cosa exagerada.

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XV

EL CAMINO QUE YO ELEGÍ

Llegado Perón a la Presidencia, poco a poco fuéconvenciéndose de que las responsabilidades y tareas a su cargoeran casi incompatibles con su deseo de mantener estrechocontacto con el pueblo.

Ese contacto, que era y sigue siendo absolutamentenecesario, debe ser realizado en forma permanente.

Nuestro pueblo ha vivido más de un siglo, de gobiernosoligarcas cuya principal tarea no fué atender al pueblo sino másbien a los intereses de una minoría privilegiada, tal vez refinaday culta, pero sórdidamente egoísta.

Después de este siglo, solamente interrumpido poralguno que otro intento de gobierno para el pueblo, o, mejordicho, por alguno que otro “gesto” nunca convertido enrealidad, Perón durante tres años de incendio revolucionariollegó al pueblo como gobernante y como conductor. Y el pueblosabía ya lo que ese contacto había dado de bien para todos.

Durante tres años consecutivos, hombres y mujeres,agrupaciones gremiales, económicas y políticas, el puebloentero, había desfilado con sus viejos problemas y sus viejasesperanzas, ante la presencia realizadora del conductor y todossus problemas y todas sus esperanzas habían sidocumplidamente satisfechas por él en la medida de sus

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posibilidades, y un poco más todavía.

¿Con Perón en la Presidencia, con la plenitud de unpoder que en la República Argentina es extraordinario, cómo noiban a redoblarse las esperanzas y las ilusiones de la gente queya había conocido el gusto de lo que es un gobierno del puebloy para el pueblo?

Pero, precisamente la plenitud del poder era lo queimpediría al Líder su permanencia en contacto con el pueblo.Mientras estaba en la Secretaría de Trabajo y Previsión no teníaotros problemas que resolver sino los viejos y urgentesproblemas que afectaban directamente al pueblo. Pero en laPresidencia los viejos y urgentes problemas eran otros cuyasolución era indispensable para que no se derrumbase todo loque había construído en tres años de reforma social. ¿De quéhubiesen valido tres años de Revolución si al término de laguerra hubiésemos caído de nuevo en los brazos de nuestrostradicionales explotadores imperialistas?

¿Nos hubiese valido acaso de algo la reforma social enun país sin riqueza y sin trabajo, entregado con las manosatadas a la voluntad extraña del capitalismo internacional?

Todo eso vio Perón con más claridad que nunca desde eldía que fué Presidente; y para que eso no sucediese eranecesario que él, personalmente él, se pusiese en forma total ahacer lo que hizo, y que era nada menos que la IndependenciaEconómica de la Nación.

En cuatro meses elaboró su plan de gobierno para cincoaños.

En dos años realizó la independencia económica. Pero,no quiero yo decir cuánto hizo el General como Presidente,aunque gustosa escribiría infinita cantidad de páginas sobre estetema inagotable.

Lo cierto es que todo ese inmenso trabajo que debíaempezar con la organización del mismo gobierno y cuyaprimera etapa culminó con la reforma constitucional, no podía

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dejarle sino muy escaso tiempo para mantener contacto con elpueblo.

Y si no hubiésemos buscado juntos una solución, y lahubiésemos hallado, la voz del pueblo — la de nuestros“descamisados” — hubiese llegado a la torre de gobierno cadavez más apagada y tal vez hubiese terminado por callar.

Por otra parte era necesario mantener encendido en elpueblo su fervor revolucionario. La revolución apenas habíasido puesta en marcha y debía Perón cumplir todas las etapasdesde el gobierno mismo. Esto podía hacerse pero a condiciónde que el pueblo mantuviese su fervor revolucionario y no fueseganado por la prédica de los “hombres comunes” para quienestodo acto revolucionario aparece como una imprudenciaimperdonable.

Entre el decreto o la ley revolucionaria y sucumplimiento, o sea entre el gobierno y el pueblo, existensiempre infinitas barreras que no se ven siempre desde elgobierno, pero sí, y claramente, desde el pueblo. El contacto dePerón con el pueblo era necesario también por esta razónfundamental.

Además había urgentes pero modestos trabajos quecumplir en relación con las necesidades diarias de la gentehumilde. Entre las esperanzas de los descamisados habíamuchas pequeñas ilusiones que depositaban en Perón como loshijos piden a sus padres.

En todas las familias los pedidos y las exigencias varíanmucho: los mayores quieren cosas de importancia, los menorespiden juguetes. En la familia grande que es la Patria también lospedidos que se presentan al Presidente, que es el padre común,son infinitos.

Comprobamos esto ya cuando Perón era Presidenteelecto: las esperanzas del pueblo se concretaban en peticiones lomás variadas, desde una obra de gobierno extraordinaria y aunfantástica que solicitaba toda una ciudad hasta la pelota de

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foot-ball que quería un “changuito” del norte o la muñeca quedeseaba una “coyita”.

También atender todo esto — lo grande y lo pequeño —era necesario para que el pueblo no dejase de ver en Perón a suconductor.

Yo elegí la humilde tarea de atender los pequeñospedidos.

Yo elegí mi puesto en el pueblo para ver allí las barrerasque podrían haber impedido la marcha de la Revolución.

Yo elegí ser “Evita”... para que por mi intermedio elpueblo y sobre todos los trabajadores, encontrasen siempre libreel camino de su Líder.

La solución no pudo ser mejor ni más práctica.

Los problemas de gobierno llegan a Perón todos los díasa través de sus ministros, de los funcionarios o de los mismosinteresados; pero cada uno de ellos no puede disponer sino deescasos minutos de la jornada agotadora de un Presidente comoPerón.

En cambio los problemas del pueblo llegan al conductortodos los días, durante el almuerzo o la cena, en las tardesapacibles de los sábados, en los domingos largos y tranquilos yllegan por mi voz leal y franca en circunstancias propicias,cuando el ánimo del General está libre de toda inquietudapremiante...

Así, el pueblo puede estar seguro de que entre él y sugobierno no habrá divorcio posible. Porque, en este casoargentino, para divorciarse de su pueblo, el jefe del gobiernodeberá empezar por divorciarse ¡de su propia mujer!

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XVI

EVA PERON Y EVITA

Nada hay en mi destino de extraordinario y menos dejuego de azar.

No puedo decir que creo lógico y razonable todo cuantome ha sucedido, pero no sería leal ni sincera si no dijese quetodo me parece por lo menos natural.

He dicho ya cuáles son las grandes causas de la misiónque me toca cumplir en mi Patria, pero no sería completa miexplicación si no dijese también algo acerca de los motivoscircunstanciales que me decidieron a iniciarme en lacolaboración estrecha con el General Perón después que fuépresidente de los Argentinos.

Antes de entrar en el tema es conveniente recordar quePerón no es sólo presidente de la República; es, además,conductor de su pueblo.

Esta es una circunstancia fundamental y se relacionadirectamente con mi decisión de ser una esposa del Presidentede la República distinta del modelo antiguo.

Yo “pude” ser ese modelo. Esto lo digo bien claroporque también se ha querido justificar mi “incomprensiblesacrificio” arguyendo que los salones de la oligarquía mehubiesen rechazado.

Nada más alejado que esto de toda realidad, ni más

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ausente de todo sentido común.

Pude ser una mujer de Presidente como lo fueron otras.

Es un papel sencillo y agradable: trabajo de los días defiesta, trabajo de recibir honores, de “engalanarse” pararepresentar según un protocolo que es casi lo mismo que pudehacer antes, y creo que más o menos bien, en el teatro o en elcine.

En cuanto a la hostilidad oligárquica no puedo menosque sonreírme.

Y me pregunto: ¿Por qué hubiese podido rechazarme laoligarquía?

¿Por mi origen humilde? ¿Por mi actividad artística?

¿Pero acaso alguna vez esa clase de gente tuvo en cuentaaquí, o en cualquier parte del mundo, estas cosas, tratándose dela mujer de un Presidente?

Nunca la oligarquía fué hostil con nadie que pudieraserle útil. El poder y el dinero no tuvieron nunca malosantecedentes para un oligarca genuino.

La verdad es otra: yo, que había aprendido de Perón aelegir caminos poco frecuentados, no quise seguir el antiguomodelo de esposa de Presidente.

Además, quien me conozca un poco, no digo de ahora,sino desde antes, desde que yo era una simple “chica”argentina, sabe que no hubiese podido jamás representar la fríacomedia de los salones oligarcas.

No nací para eso. Por el contrario, siempre hubo en mialma un franco repudio para con “esa clase de teatro”.

Pero además, yo no era solamente la esposa delPresidente de la República, era también la mujer del conductorde los argentinos.

A la doble personalidad de Perón debía corresponderuna doble personalidad en mí: una, la de Eva Perón, mujer delPresidente, cuyo trabajo es sencillo y agradable, trabajo de los

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días de fiesta, de recibir honores, de funciones de gala; y otra, lade Evita, mujer del Líder de un pueblo que ha depositado en éltoda su fe, toda su esperanza y todo su amor.

Unos pocos días al año represento el papel de EvaPerón; y en ese papel creo que me desempeño cada vez mejor,pues no me parece difícil ni desagradable.

La inmensa mayoría de los días soy en cambio Evita,puente tendido entre las esperanzas del pueblo y las manosrealizadoras de Perón, primera peronista argentina, y éste sí queme resulta papel difícil, y en el que nunca estoy totalmentecontenta de mí.

De Eva Perón no interesa que hablemos.

Lo que ella hace aparece demasiado profusamente en losdiarios y revistas de todas partes.

En cambio, sí interesa que hablemos de “Evita”; y noporque sienta ninguna vanidad en serlo sino porque quiencomprenda a “Evita” tal vez encuentre luego fácilmentecomprensible a sus “descamisados”, el pueblo mismo, y ésenunca se sentirá más de lo que es... ¡nunca se convertirá por lotanto en oligarca, que es lo peor que puede sucederle a unperonista!

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XVII

EVITA

Cuando elegí ser “Evita” sé que elegí el camino de mipueblo.

Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resultafácil demostrar que efectivamente fué así.

Nadie sino el pueblo me llama “Evita”. Solamenteaprendieron a llamarme así los “descamisados”. Los hombres degobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombresde empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitansuelen llamarme “Señora”; y algunos incluso me dicenpúblicamente “Excelentísima o Dignísima Señora” y aun, aveces, “Señora Presidenta”.

Ellos no ven en mí más que a Eva Perón.

Los descamisados, en cambio, no me conocen sinocomo “Evita”.

Yo me les presenté así, por otra parte, el día que salí alencuentro de los humildes de mi tierra diciéndoles “que preferíaser «Evita» a ser la esposa del presidente si ese «Evita» servíapara mitigar algún dolor o enjugar una lágrima”.

Y, cosa rara, si los hombres de gobierno, los dirigentes,los políticos, los embajadores, los que me llaman “Señora” mellamasen “Evita” me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugarcomo que un “pibe”, un obrero o una persona humilde del

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pueblo me llamara “Señora”.

Pero creo que aún más raro e ineficaz habría deparecerles a ellos mismos.

Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta notardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo.

Cuando un pibe me nombra “Evita” me siento madre detodos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra.

Cuando un obrero me llama “Evita” me siento con gusto“compañera” de todos los hombres que trabajan en mi país yaun en el mundo entero.

Cuando una mujer de mi Patria me dice “Evita” yo meimagino ser hermana de ella y de todas las mujeres de lahumanidad.

Y así, sin casi darme cuenta, he clasificado, con tresejemplos, las actividades principales de “Evita” en relación conlos humildes, los trabajadores y la mujer.

La verdad es que, sin ningún esfuerzo artificial, sin queme cueste íntimamente nada, tal como si hubiese nacido paratodo esto, me siento responsable de los humildes como si fuesela madre de todos; lucho codo a codo con los obreros como sifuese de ellos una compañera más de taller o de fábrica; frente alas mujeres que confían en mí me considero algo así como unahermana mayor, en cierta medida responsable del destino detodas ellas que han depositado en mí sus esperanzas.

Y conste que no asumo así un honor sino unaresponsabilidad.

Creo que cada uno de los hombres y mujeres quecomponen la humanidad debiera por lo menos sentirse un pocoresponsable de todos los demás ¡tal vez seríamos todos un pocomás felices!

De los obreros atiendo sus problemas gremiales.

De los humildes recibo sus quejas y sus necesidadesremediándolas en cuanto no corresponden al Estado, aunque a

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veces en este caso hago también de colaboradora oficiosa delGobierno. Al fin de cuentas siempre se trata de agua que vapara el molino del “Líder” común.

De la mujer atiendo el problema en sus múltiplesaspectos sociales, culturales y políticos.

Si alguien me preguntase cuál es mi actividad preferidano sabría responder exactamente y en forma decidida ydefinitiva.

Si me hiciesen la pregunta estando en mi actividadgremial mi voto sería por ella. Si estuviese atendiendo a mis“descamisados” o a las mujeres tal vez votaría por la actividadque estuviese desempeñando en ese preciso momento. Y no loharía ni por “diplomacia” ni por “política”, ¡no! sino porquecuando trabajo, lo que estoy haciendo me parece lo mejor, lomás adecuado a mis gustos, a mi vocación y a misinclinaciones.

Reconozco, eso sí, que en el fondo, lo que me gusta esestar con el pueblo, mezclada en sus formas más puras: losobreros, los humildes, la mujer...

Con ellos no necesito adoptar ninguna pose de las queme veo obligada a tomar a veces, cuando hago de “Eva Perón”.Hablo y siento como ellos, con sencillez y con franqueza llana ya veces dura, pero siempre leal.

Nunca dejamos de entendernos. En cambio, a veces,“Eva Perón” no suele entenderse con la gente que asiste a lasfunciones que debe representar.

No vaya a creerse por esto que digo que la tarea de Evitame resulta fácil. Más bien me resulta en cambio siempre difícily nunca me he sentido del todo contenta con esa actuación. Encambio el papel de Eva Perón me parece fácil. Y no es extraño.¿Acaso no resulta siempre más fácil representar un papel en elteatro que vivirlo en la realidad?

Y en mi caso lo cierto es que como Eva Perónrepresento un viejo papel que otras mujeres en todos los

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tiempos han vivido ya; pero como Evita vivo una realidad quetal vez ninguna mujer haya vivido en la historia de lahumanidad.

He dicho que no me guía ninguna ambición personal. Yquizás no sea del todo cierto.

Sí. Confieso que tengo una ambición, una sola y granambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurasealguna vez en la historia de mi Patria.

Quisiera que de ella se diga, aunque no fuese más que enuna pequeña nota, al pie del capítulo maravilloso que la historiaciertamente dedicará a Perón, algo que fuese más o menos esto:

“Hubo, al lado de Perón, una mujer que se dedicó allevarle al Presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perónconvertía en realidades”.

Y me sentiría debidamente, sobradamente compensadasi la nota terminase de esta manera:

“De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo lallamaba, cariñosamente, Evita.”

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XVIII

PEQUEÑOS DETALLES...

Todo lo que yo debo hacer entre el pueblo y su Líderexige una condición que he debido cumplir con un cuidado casiinfinito; y esa condición es no meterme en las cosas delGobierno.

No lo toleraría tampoco el Presidente que por suformación militar tiene sus conceptos de las responsabilidades yjurisdicciones.

Pero, muchas veces, sin embargo, tengo que decir alpueblo cara a cara lo que le diría su Líder, y, comoconsecuencia de eso, tengo también que hablar al Líder de loque el pueblo quiere hacer llegar a sus oídos.

Y esta función me lleva a veces a tocar, con el General,temas que son propios del gobierno. En estos casos nunca meolvido de que he elegido estar en la vereda del pueblo.

Sin duda los hombres de gobierno deben bastar a Perónpara cumplir su tarea, pero no es inútil, pienso yo, que la voz deuna persona identificada con él y con su causa le lleguediariamente con las noticias frescas de un pueblo que él quierecon entrañable amor.

Tal vez cumpliendo así mi humilde misión yo lo únicoque haga de bueno sea alegrarle el alma con las palabras y losamores de su pueblo que yo deposito en su corazón mientras él

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descansa de sus fatigas.

En cuanto a la falta de precedentes, no me preocupa. Porel contrario, me alegra y me reconforta. Y mientras los“hombres comunes”, los de mediocridad siempre despreciable,venenosa y estéril, sólo buscan las cosas nuevas para el ataque,nuestro movimiento les ofrece diariamente algo sin precedentes,algo original que nos pertenece con exclusividad.

Yo sé que cuando ellos me critican a mí en elmovimiento lo que en el fondo les duele es la Revolución.

Les duele mi contacto con el pueblo. Saben que mientrasese contacto no se rompa — ¡y no se romperá por mí! — elpueblo podrá llegar a Perón y Perón cumplirá con su pueblo.

Mientras eso pueda ocurrir, ellos no volverán.

Por eso tratan de destruirme.

Saben también que no trabajo para mí, no me veránjamás buscando una ventaja personal y eso los excita.

Desearían verme caer en el egoísmo y en la ambición,para demostrar así al pueblo que en el pueblo me busqué a mímisma.

Saben que así podrían separarme del pueblo. Noentienden que yo en mis afanes no busco otra cosa que eltriunfo de Perón y de su causa por ser el triunfo del pueblomismo.

Ni siquiera cuando me acerco a los que trabajan o a losque sufren lo hago buscando una satisfacción egoísta de quienhace algún sacrificio personal.

Yo me esfuerzo todos los días por eliminar de mi almatoda actitud sentimental frente a los que me piden.

No quiero tener vergüenza de mí ante ellos. Voy a mi

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trabajo cumpliendo mi deber y a dar satisfacción a la justicia.

Nada de lirismo ni de charlatanerías, ni de comedias,nada de poses ni de romances.

Ni cuando entro en contacto con los más necesitadospodrá decir nadie que juego a la dama caritativa que abandonasu bienestar por un momento para figurarse que cumple unaobra de misericordia.

Del mismo Perón, que siempre suele decir: “el amor eslo único que construye”, he aprendido lo que es una obra deamor y cómo debe cumplirse.

El amor no es — según la lección que yo aprendí — nisentimentalería romántica, ni pretexto literario.

El amor es darse, y “darse” es dar la propia vida.

Mientras no se da la propia vida cualquier cosa que unodé es justicia. Cuando se empieza a dar la propia vida entoncesrecién se está haciendo una obra de amor.

Yo no pretendo por eso realizar obras de amor que meparecen demasiado cerca de Dios; y me conformo con ayudar aque se cumpla la justicia social. Por eso a mi labor fraternal deauxilio a los pobres he dado el nombre de ayuda social y creoque es profundamente justicialista.

En ella no hay por eso lugar para los excesos delcorazón. Por ser obra de justicia sé que debo cumplirla en lamisma actitud del juez que la administra: como quien cumpleuna misión que le ha sido encomendada y nada más.

Con amabilidad, eso sí, pero no con aspavientos.

Es un detalle solamente, pero estoy segura de que coneso he ahorrado muchas humillaciones inútiles.

Y a nadie se hace feliz cambiándole aún toda la riquezadel mundo por una humillación que afecte a la dignidad, que esel tesoro tal vez más precioso y cada vez más preciado por loshombres.

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SEGUNDA PARTE

LOS OBREROS Y MY MISION

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“Pienso que muchos hombres reunidos, en vez de ser millones y

millones de almas separadas son más bien una sola alma”.

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XIX

LA SECRETARIA

Casi toda mi labor social se desarrolla en la Secretaríade Trabajo y Previsión, de la que ocupo un pequeño sector; yatiendo mi trabajo en el mismo despacho que tuvo el CoronelPerón desde 1943 a 1945.

Todo esto tiene un significado muy especial.

Aun cuando la Constitución Justicialista convirtió a laSecretaría en Ministerio de Trabajo y Previsión los obreros lasiguen llamando como en los tiempos del Coronel: la“Secretaría”. Y yo nunca la llamo tampoco Ministerio.

Este simple detalle indica que el pueblo siente allítodavía la presencia de Perón.

Allí entró en contacto con el pueblo su personalidadvigorosa de conductor. Allí convenció a los primeros discípulos.Allí gozó de los primeros éxitos. ¡Allí confirmó su decisiónirrevocable de servir al pueblo con todas sus energías y porsobre todo sacrificio!

Para todos nosotros él está siempre en la vieja“Secretaría” como en las horas de sus más intensas luchas.

No fué por sensiblería romántica que elegí trabajar allí.

Fuí a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ellapodía encontrarme más fácilmente con el pueblo y con susproblemas; porque el Ministro de Trabajo y Previsión es un

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obrero, y con él “Evita” se entiende francamente y sin rodeosburocráticos; y porque además allí se me brindaron loselementos necesarios para iniciar mi trabajo.

Allí recibo a los obreros, a los humildes, a quienes menecesitan por cualquier problema personal o colectivo.

Los funcionarios de la casa colaboran conmigo en lasolución de los problemas gremiales, reuniendo todos losantecedentes, examinándolos en sí mismos y en susrepercusiones económicas y sociales.

En cuanto a mis trabajos de ayuda social los cumplotambién en la Secretaría, pero en esta actividad el personal de lacasa interviene solamente en algunos detalles relacionados conlos pedidos de audiencia.

Los problemas del movimiento político femenino noocupan mi tiempo en la Secretaría, ya que prefiero atenderlos enla sede central del Partido Peronista Femenino o en nuestraresidencia privada.

La atención de los obreros me lleva casi todo el tiempode mis audiencias y de mi trabajo en la Secretaría. Esto resultauna exigencia propia del movimiento Peronista, cuya historia ycuya realización han sido cumplidas gracias al apoyo total delos trabajadores organizados de mi país.

Suelo oírle decir al Presidente que los gobiernos y losEstados van pasando de la época en que todo se decidía enfunción de organizaciones políticas a la época en que todo sedecide en función de las organizaciones sociales.

Y el gobierno Peronista, inspirado por su conductor,trata de adelantarse al tiempo y se apoya cada vez más en lasorganizaciones sindicales.

Yo pienso, inspirándome en ese concepto visionario de

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Perón, que el pueblo está casi siempre más representado hoypor sus organizaciones gremiales que por sus partidos políticos.

Los partidos políticos caen frecuentemente en poder decírculos cerrados de dirigentes que se sostienen en sus cargosgracias a negociaciones y componendas no siempre claras. Estono ocurre en las organizaciones sindicales cuyos dirigentesdeben vivir en contacto con la masa que representan si noquieren desaparecer del escenario directivo.

En mi experiencia de cuatro años yo puedo decir, contoda franqueza, que los dirigentes gremiales conocen mejor larealidad popular que los dirigentes políticos.

Y, en honor a la verdad, debo decir también que losdirigentes políticos superan a los gremiales solamente cuandosaben mantener contacto honrado con las organizacionessindicales. Y al hablar de contacto honrado me refiero al quemantienen aquellos dirigentes políticos que trabajan lealmentepor la causa de los trabajadores sin la oculta o manifiestaintención de utilizarlos como un medio de sus ambicionespersonales.

En la Secretaría he aprendido todo cuanto sé desindicalismo y de problemas de trabajo.

Allí encontré todo en marcha; un estilo y una técnicapara tratar y resolver los problemas gremiales: el estilo y latécnica del Coronel Perón. Yo no he hecho otra cosa que seguirsus huellas guiada por su ejemplo y muchas veces he recurridoa su consejo de maestro y conductor.

Así solamente me ha sido posible conseguir que laSecretaría siga siendo la casa de los trabajadores argentinoscomo la concibió y la realizó el Coronel Perón en los primerosdías de su lucha.

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XX

UNA PRESENCIA SUPERIOR

Desde el mirador de la Secretaría se ve todo elpanorama sindical argentino. Yo, que lo he visto en 1944 y en1945 desde un rincón del mismo despacho que hay presido,cuando el Coronel Perón solía permitirme que le viese trabajar,yo solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado todo eneste sector de mi Patria.

Hasta 1943 las reivindicaciones obreras en la Argentinatenían una doctrina y una técnica que no se diferenciaban paranada de la doctrina y la técnica de los demás países del mundo.

La doctrina y la técnica eran pues internacionales, valedecir extranjeras en todas las Patrias y para todos los pueblos,porque cuando una cosa es internacional pierde incluso elderecho de tener Patria aun en su país de origen.

Los dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinashabían sido formadas en aquella doctrina y les había sidoenseñada solamente aquella técnica.

No diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeréen el error de pensar siquiera que no representaronlegítimamente a sus compañeros. Por el contrario, creo quecumplieron honradamente lo mejor que pudieron con la masaque en ellos depositó su confianza. ¡O su desesperación!porque, frente al egoísmo brutal de la oligarquía capitalista y

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despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía tener lamasa obrera al elegir sus dirigentes? Por eso, muchas vecesprefirió elegir a quines proponían soluciones teóricamente másradicales y extremas en vez de otorgar un mandato a quieneshubiesen podido exigir y alcanzar algún beneficio práctico einmediato, aunque fuese mínimo.

Así se explica que, elegidos por la desesperación de unamasa obrera sufriente y exaltada por el odio, aquellos dirigentesgremiales, impotentes para dar satisfacción a sus representados,se viesen obligados a desviar la atención de la masa haciaproblemas de política internacional en propaganda lírica dedoctrinas ajenas a las necesidades apremiantes y reales delpueblo.

Pero el gran defecto de aquellos dirigentes no fué estoque al fin de cuentas casi se vieron obligados a hacer. El granpecado fué que muchas veces pensaron, hablaron y actuaron enun idioma extranjero frente a sus compañeros, dando la espaldaa la realidad casera. No se dieron cuenta — porque no creo queobrasen de mala fe, por lo menos en su mayor parte — que elproblema de los obreros argentinos no tenía sino muy poco quever con el problema de los trabajadores de los viejos países delmundo, superpoblados, sin ninguna clase de reservaseconómicas.

No midieron bien la realidad argentina.

Algunos, tal vez los más altos dirigentes de aquellostiempos, no procedían sin embargo de buena fe.

Así como reconozco que la mayoría actuaba con un altoespíritu sindical, debo decir también que algunos eran traidoresde la masa obrera.

Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para lostrabajadores argentinos.

Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderesobreros se aliaron, en oscuro maridaje, con la más ranciaoligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y del

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capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron ladestrucción del Líder en 1946.

Con esto demostraron que era mentira la enemistad quefrente al capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas ysocialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí mismosdirigentes “del pueblo”.

Así se explica también por qué durante tantos años lostrabajadores argentinos no vieron avanzar a sus organizacionessino a pequeños pasos y esto, muy de vez en cuando, y consangrientos y dolorosos sacrificios.

Pero no es de aquellos falsos dirigentes obreros, queahora están definitivamente aliados con la oligarquía, de los quequiero hablar. Es de los otros, de los de buena fe y verdaderoespíritu sindical de quienes quiero escribir una página más.

Ya he dicho que hasta 1943 vivían una doctrina y unatécnica de lucha. Ellos creían firmemente que “eso” era el mejory aun el único camino para llegar al bienestar soñado.Solamente cuando Perón, desde la Secretaría de Trabajo yPrevisión, les habló de otra técnica empezaron a darse cuentadel error en que habían perdido muchos años y tantos esfuerzos.

Al principio al Coronel les desconcertó.

Cincuenta años habían estado oyendo hablar a los altoslíderes en contra de la Patria, y como consecuencia en contradel Ejército. ¡Y ahora un militar, un “oscuro coronel” — dijo laoligarquía — pretendía enseñarles cuál era el camino de lajusticia y de la felicidad.

Para colmo, el nuevo Líder les hablaba del espíritu y desus valores, no les predicaba la lucha entre el capital y el trabajosino la cooperación, y aun les decía que era necesario poner enla práctica los viejos principios olvidados del cristianismo.

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¡Cómo no se iban a desconcertar!

Pero, poco a poco, fueron creyendo en el “Coronel”.Muchos creyeron con sólo oírle. Otros, cuando pudieron verle.

La mayoría creyó cuando sus promesas empezaron acumplirse.

Así, los dirigentes honrados del sindicalismo argentinose aliaron con Perón. En la vereda de enfrente quedaron los queno quisieron oír las promesas ni quisieron ver las realidades.Ellos habían ya vendido, por anticipado, su posición a laoligarquía y la capitalismo. Pero a cambio de eso ganaron elolvido de los trabajadores; el olvido, que es la manera que elpueblo tiene de despreciar a quines lo traicionan.

La técnica de Perón se impuso en dos años de ardorosalucha. Una vez en la Presidencia, sin embargo, podía darse elpeligro de que algunos despechados “especialistas” delsindicalismo tratasen de reagrupar a los trabajadores con lavieja retórica y las viejas ideas tan bien estudiadas por ellos enla cátedra extranjera que los formó... y les pagó; y que para eso,intentasen presentar a la Secretaría como una oficina más delgobierno, fría y burocrática según el viejo DepartamentoNacional del Trabajo que en 1943 había alcanzado el total yabsoluto desprecio de los obreros argentinos.

También hubiese podido suceder que, ausente de laSecretaría el creador genial de la nueva doctrina y de la nuevatécnica de las reivindicaciones obreras, los mismos dirigentes,aun los peronistas, volviesen a la vieja doctrina y a los viejosmétodos, dominados inconscientemente o infiltrados por losotros.

La presencia de un viejo dirigente gremial al frente delMinisterio de Trabajo y Previsión fué el primer paso para evitarque sucediese aquello. Pero no era suficiente todavía, puesto

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que aquella presencia infundía solamente confianza: laconfianza del compañero y del amigo. Para evitar el peligro eranecesario algo más. Y creo que ese algo más fué y sigue siendomi presencia, no tanto por lo que pueda valer ni hacer yo, sinoporque yo estoy demasiado cerca del Líder, como para quedonde yo esté no me acompañe un poco su magnífica presencia.

Cuando vemos la sombra de alguien sentimos que estácerca. Así, como la sombra del Líder, es mi presencia en laSecretaría. Y a su sombra, yo intento seguir el camino que élinició. Sé que hay una gran diferencia. Donde él daba unalección magistral, yo apenas balbuceo. Donde él solucionaba unproblema con cuatro palabras, yo me quedo a veces una semanaentera. Donde él decidía, yo apenas sugiero. Donde él veía, yoapenas vislumbro. Es que él es el conductor. Yo soy solamenteuna sombra de su presencia superior.

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XXI

LOS OBREROS Y YO

Mi trabajo con los obreros es de una técnica muysimple, aunque a veces los problemas que me presentan suelenser complicados, y de difícil solución.

Ya he dicho que, sin embargo, me siento cómoda entreellos y que siempre terminamos por entendernos.

A veces, la gente me pregunta qué soy yo para losobreros de mi país. Yo prefiero explicar primero qué son losobreros para mí.

Para mí los hombres y las mujeres de trabajo sonsiempre, y ante todo, descamisados.

Y ¿qué son, para mí, los descamisados? No puedohablar de ellos sin que vengan a mi memoria los días de misoledad en octubre de 1945.

Definir lo que es un descamisado sin volver a aquellosdías es imposible, como tal vez no pueda explicarse lo que es laluz sin pensar en el sol.

Descamisados fueron todos los que estuvieron en laPlaza de Mayo el 17 de Octubre de 1945; los que cruzaron anado el Riachuelo viniendo de Avellaneda, de la Boca y de laProvincia de Buenos Aires, los que en columnas alegres perodispuestos a todo, incluso morir, desfilaron aquel díainolvidable por la Avenida de Mayo y por las diagonales que

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conducen a la Casa de Gobierno; hicieron callar a la oligarquíay a aquél que dijo “yo no soy Perón”; los que todo el díareclamaron a gritos la presencia del Líder ausente y prisionero;los que encendieron hogueras con los diarios de la prensa que sehabía vendido a un embajador extranjero por treinta dineros ¡otal vez menos!

¡Todos los que estuvieron aquella noche en la Plaza deMayo son descamisados!

Aun si hubo allí alguien que no lo fuese, materialmentehablando, un descamisado, ése se ganó el título por habersentido y sufrido aquella noche con todos los auténticosdescamisados; y para mí, ése fué y será siempre un descamisadoauténtico.

Y son descamisados todos los que entonces, de estaraquí, hubiesen ido a la Plaza de Mayo; y todos los que ahora omañana harían lo mismo que hicieron los primerosdescamisados de aquel primer 17 de Octubre.

Para mí por eso descamisado es el que se siente pueblo.Lo importante es eso; que se sienta pueblo y ame y sufra y gocecomo pueblo, aunque no vista como pueblo, que esto es loaccidental.

Un oligarca venido a menos podrá ser materialmentedescamisado pero no será un descamisado auténtico.

Aquí también me declaro enemiga de las formas segúnlo establece la doctrina peronista.

Para mí, los obreros son por eso, en primer lugar,descamisados: ellos estuvieron todos en la Plaza de Mayoaquella noche. Muchos estuvieron materialmente; todosestuvieron espiritualmente presentes.

No todos los descamisados son obreros, pero, para mí,todo obrero es un descamisado; y yo no olvidaré jamás que acada descamisado le debo un poco de la vida de Perón.

En segundo lugar, ellos son parte integrante del pueblo;

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de ese pueblo cuya causa ganó mi corazón desde hace muchosaños.

Y en tercer lugar, son las fuerzas poderosas quesostienen el andamiaje sobre cuyo esqueleto se levanta eledificio mismo de la Revolución.

El movimiento Peronista no podría definirse sin ellos.

El General Perón ha dicho que no sería posible elJusticialismo sin el sindicalismo. Y eso es verdad, primero,porque lo ha dicho el General Perón y segundo, porqueefectivamente es verdad.

En la realidad de mi país el sindicalismo es actualmentela fuerza organizada más poderosa que apoya el movimientoPeronista.

Más de 4 amillones de obreros agrupa solamente laConfederación General del Trabajo, que es la Central Obrera, ytodos unidos se han definido a favor de la Doctrina Justicialistade Perón.

Por eso cada obrero es además para mí un peronistaauténtico: el mejor de todos los peronistas, porque además espueblo y además es descamisado.

Todo eso son para mí los obreros que llegan a midespacho con sus esperanzas, con sus ilusiones y con susproblemas.

Cuando me encuentro con ellos ¿qué voy a ser entoncessino una compañera o una amiga?; una compañera cuya gratitudinfinita no puede expresarse sino de una sola manera: ¡conabsoluta y profunda lealtad!

Y ellos lo saben bien; saben que yo no soy el Estado, nimucho menos el patrón.

Por eso suelen decir: — Evita es vasca, pero es leal.

Saben que yo no tengo sino un precio que es el amor demi pueblo. Por el amor de mi pueblo — ¡y ellos son pueblo! —yo vendería todo cuanto soy y cuanto tengo y creo que incluso

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daría mi vida.

Saben que cuando yo les aconsejo “aflojar” lo hago porel bien de ellos, lo mismo que cuando los incito a la lucha.

A medida que avanza el tiempo en nuestro movimientocomún esa confianza se va consolidando pues todos los días lesdoy pruebas de mi lealtad. Y en ellos cada vez es mayor laconfianza que me tienen, a tal punto que suelen esperar de míincluso cuando todo está perdido.

Muchas veces sucede que un problema gremial malconducido, o por dificultades económicas insolubles, no puedetener solución adecuada, satisfactoria para los obreros. Entonceses cuando mi trabajo, de simple y sencillo, se vuelve difícil.Entonces es cuando más me empeño en buscar la solución y mimás grande alegría es encontrarla y ofrecerla a los obreros.

¿Acaso ellos no encontraron la solución de un problemaque estaba perdido cuando reconquistaron a Perón para ellos ypara mí, el 17 de Octubre de 1945?

Y cuando de mis recursos no queda ya ninguno,entonces acudimos al supremo recurso que es la plenipotenciade Perón, en cuyas manos toda esperanza se convierte enrealidad aunque sea una esperanza ya desesperada.

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XXII

UNA SOLA CLASE DE HOMBRES

Aquí tengo que repetir una lección que muchas veceshe oído del General.

Es la que se refiere al concepto justicialista del trabajo ydel capital que a mí me sirve de fundamento para mis tareas decarácter gremial.

El objeto fundamental del Justicialismo en relación conel movimiento obrero es hacer desaparecer la lucha de clases ysustituirla por la cooperación entre capital y trabajo.

El capitalismo, para darle todo al capital, explota a lostrabajadores.

El comunismo, para solucionar el problema, ideó unsistema de lucha que no terminará sino cuando haya una solaclase social; pero a esto se llega por la destrucción, que esefecto de una lucha larga, y sin cuartel, entre capital y trabajo.

El Justicialismo en cambio quiere también llegar a unasola clase de hombres: la de los que trabajan. Esta es una de lasverdades fundamentales del Peronismo. Pero no quiere llegarpor la lucha sino por la cooperación.

No queremos una sola clase proletaria sino una solaclase de hombres desproletarizados que vivan y trabajendignamente.

Que los obreros ganen para vivir honradamente como

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personas humanas y que los patrones se conformen con ganartambién como para mantener la industria, progresar y vivirdignamente. ¡Dignamente, pero no principescamente!

No queremos que nadie explote a nadie y nada más.Esto es lo que Perón ha querido asegurar para su pueblo y haquedado bien asentado en la nueva Constitución.

Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempreestoy en ese justo punto de equilibrio. Lo reconozco. Casisiempre para mí la justicia está un poco más allá de la mitad delcamino... ¡Más cerca de los trabajadores que de los patrones!

Es que para llegar a la única clase de argentinos quequiere Perón, los obreros deben subir todavía un poco más, perolos patrones tienen mucho que bajar.

Lo cierto es que yo, que veo en cada obrero a undescamisado y a un peronista, no puedo ver lo mismo, si no estábien probado, en un patrón.

Soy sectaria, sí. No lo niego; y ya lo he dicho. Pero¿podrá negarme alguien ese derecho? ¿Podrá negarse a lostrabajadores el humilde privilegio de que yo esté más con ellosque con sus patrones?

¿Si cuando yo busqué amparo en mi amargo calvario de1945, ellos, solamente ellos, me abrieron las puertas y metendieron una mano amiga?

Mi sectarismo es además un desagravio y unareparación. Durante un siglo los privilegiados fueron losexplotadores de la clase obrera. ¡Hace falta que eso seaequilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean lostrabajadores!

Cuando pase este siglo creo que recién habrá llegado elmomento de tratar con la misma medida a los obreros que a los

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patrones, aunque sospecho que ya para entonces el Justicialismohabrá conseguido su ideal de una sola clase de hombres: los quetrabajan.

No tengo aspiraciones de profeta; pero estoy firmementeconvencida de que, cuando el siglo se cumpla, los hombresrecordarán con cariño el nombre de Perón; y lo bendecirán porhaberles enseñado a vivir.

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XXIII

DESCENDER

Algunos suelen pensar — y aun me lo han dichoingenuamente — que al tratar con los obreros realizo unsacrificio demasiado grande y demasiado generoso.

Más de una vez, sobre todo al principio de mi trabajo,cuando mis visitantes no conocían “mis respuestas”, fuépronunciada en mi presencia la palabra “descender”.

— Desciende generosamente hasta los obreros —decían.

O en forma de consejo:

— Tal vez no sea conveniente que usted haga el gransacrificio de descender hasta ellos.

Sé que a veces bastó por toda respuesta la indignaciónde una mirada.

Otras veces la indignación llegó hasta las palabrasmismas y reconozco que fuí dura en esto, incluso con algunosamigos que no me comprendían.

Ni me sacrifico, ni desciendo.

Nada del trato con los obreros me resulta desagradable.

Son hombres sencillos, sí. Dicen las cosas crudamente,estoy de acuerdo. No andan con muchos rodeos para decir loque piensan, pues no aprendieron todavía a mentir. Cuando yo

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no he cumplido alguna vez, incluso me lo han dicho y hansabido decírmelo sin que me sintiera ofendida.

Yo nunca he seleccionado a los obreros que me visitan.Sé que a veces han venido a verme aun algunos comunistasinfiltrados entre los peronistas. Pero nunca he sido ofendida poruna sola palabra.

Hemos discutido a veces en forma enérgica y durantelargo rato sobre problemas de mucha gravedad; pero nunca hetenido que “descender” a recoger una baja expresión torpe oindigna.

La gente oligárquica, que cree que “desciendo” portratar con los obreros, aprendería mucho de ellos y tal vez —aunque esto lo digo sin ninguna esperanza —, tal vez “subiría”un poco en honradez y en dignidad.

En los círculos oligárquicos precisamente suele hablarsede las exageradas pretensiones de los trabajadores.

Yo puedo asegurar que nunca, sino por excepción,exigen más que lo justo y cuando piden más de lo razonable sedebe a un error de cálculo que pronto reconocen o al consejo demalos amigos infiltrados entre ellos, o a veces, a los mismospatrones, para quienes un aumento de salarios es pretexto queles sirve para aumentar los precios diez veces más de lo que elincremento de salarios justifica.

Son tan sensatos nuestros obreros en su manera dereclamar mejoras que muchas veces yo les he podido dar la“sorpresa” de obtenerles más de cuanto habían solicitado losmás optimistas.

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En mi despacho nunca faltan obreros. Yo los veomuchas veces conversar con los ministros, con altosfuncionarios, embajadores, visitantes ilustres y aun famosos.

Me gusta ver cómo los obreros no temen el trato denadie y se sienten iguales y ¿por qué no? creo que a veces, enmi despacho, se “sienten más que los otros” porque allí ellostienen un privilegio.

Los demás pueden aspirar al derecho de mi amistad, losobreros saben que tienen ya derecho a un poco más que miamistad, y es mi cariño.

Viendo cómo los obreros tratan y aprecian a los demáshe aprendido mucho.

Sé ahora que los hombres que saben ganarse el afecto delos obreros son por lo general dignos del movimiento Peronista;y que no sirven para nuestra lucha quienes no saben o nopueden conquistar aquel afecto.

Es que los obreros sólo dan su amistad y su afecto aquienes honrada y lealmente ofrecen amistad. Y tienen una finasensibilidad que les permite descubrir a quien únicamente deseautilizar la amistad como puente de sus ambiciones personales.

Yo podría escribir días enteros acerca de los mil ínfimosdetalles de mi labor sindical.

Pero he querido señalar solamente lo fundamental, loque hará comprender un poco, a mucha gente, el sentido deltrabajo que cumplo como un deber irrenunciable de gratitud yde amor.

Pero nadie tendrá una idea exacta de todo esto si no hatenido oportunidad de conocer el alma generosa y noble de loshombres a quines el trabajo ha hecho dignos como no puedenserlo sino quienes trabajan.

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A esa dignidad no se puede “descender”. Es tan absurdocomo si alguien dijese: voy a descender al Aconcagua.

A esa dignidad sólo puede ascenderse, y mi principalambición es subir cada día un poco más.

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“Una es mi personalidad de Eva Perón mujer del Presidente,

cuyo trabajo es sencillo y agradable, trabajo de los días de

fiesta, de recibir honores, de funciones de gala...”

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XXIV

LA TARDE DE LOS MIERCOLES

Todos los miércoles por la tarde el General Perónatiende exclusivamente a los trabajadores agremiados.

La Casa de Gobierno, en esas tardes, adquiere unaspecto especial.

Porque habitualmente las audiencias del Presidente de laRepública son concedidas individualmente, aunque no faltannunca las visitas de núcleos más o menos numerosos depersonas.

Pero en la tarde de los miércoles las audiencias sonsiempre numerosas, tanto como por la cantidad de las mismascomo por la cantidad de obreros de cada delegación.

Es, por otra parte, la única tarde de la semana en que mitrabajo se desarrolla cerca del General.

Tal vez convenga que mis lectores conozcan algunosdetalles de este trabajo mío y en qué consiste.

La tarde de los miércoles es para mí algo así como unatarde de cosecha.

Todo el trabajo de mi semana da sus frutos mejores enlas cinco o seis horas que en este día paso en la Casa deGobierno.

Durante la semana recibo de los gremios sus pedidos de

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audiencia.

Por supuesto que todos desearían estar siempre de visitaen la Presidencia y en esto reside un poco también la dificultadde mi papel de “Evita”.

En esta parte de mi trabajo es donde puede verse conmás claridad la verdad de ese papel humilde pero tal vez útilpara mi pueblo.

Por lo menos así lo creo yo.

No todos los gremios pueden verlo todos los miércolesal Líder; pero todos tienen iguales derechos.

Yo parto de este principio muy simple:

Trato de que cada gremio esté por lo menos una o dosveces al año con el General.

Por supuesto que sólo tienen un privilegio los dirigentessuperiores a quines muchas veces suelen agregarse loscompañeros de las filiales del Sindicato en el interior del país.Esto sucede por lo general una vez que un gremio se reúne enasamblea nacional.

Cada audiencia lógicamente debe tener un motivo deexcepción, ya que utilizar el tiempo del Presidente de laRepública debe ser también algo excepcional.

El motivo extraordinario siempre se da en la vida de lasorganizaciones obreras.

A veces, es un problema que solamente puedesolucionar Perón en su doble calidad de conductor del país y delmovimiento.

Nadie sino él tiene en el país esa doble investidura y esadoble plenipotencia.

Siempre existen problemas gremiales cuya solucióndebe consultar no sólo los intereses de los trabajadores sinotambién los de todo el pueblo y aun de la nación misma.

En estos casos solamente el Líder de los trabajadores,

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conductor del pueblo y de la Nación, puede ver el panorama enforma total.

El solamente puede hacer ver a los trabajadores haciadónde y hasta dónde el problema puede y debe ser solucionado.

Algunas veces suelo asistir también a estas audiencias yme siento feliz comprobando cómo el Líder recibe directamentede los trabajadores las inquietudes del pueblo; y el puebloconoce directamente lo que piensa, lo que quiere hacer y lo quehace su conductor.

Pienso que no deben ser muchos los pueblos a los queasí, tan sencillamente, sin fórmula ninguna, pueden estar encontacto con la autoridad suprema del país.

Más... pienso que en esto reside una gran parte delsecreto del éxito con que gobierna Perón los destinos delpueblo.

Porque, en esas audiencias, no es obligación hablarsolamente del problema que motivara la entrevista.

El mismo General pregunta a sus visitantes acerca decualquiera de los problemas que preocupan su atención degobernante y de conductor en esos momentos.

A veces, se habla del costo de la vida, o de los salariosen general o de política internacional...

Tal vez por eso, en cierto momento, ante una inquietudinternacional que se cernía sobre el país, Perón pudo decir a losargentinos:

— Yo no haré sino lo que el pueblo quiera.

Y bastó eso para que todo el país se tranquilizara.

¡El pueblo sabe muy bien que Perón conoce lo quequiere su pueblo!

Otras veces, las audiencias gremiales tienen comomotivo hacer pasar al Presidente el estado de las actividades dela organización.

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Todo el año los gremios trabajan por su propiomejoramiento.

Así, por ejemplo, además de sus esfuerzos por elaumento de sus salarios y condiciones de trabajo, construyensus sanatorios, policlínicos, organizan sus cooperativas ymutualidades, sus escuelas de capacitación sindical, susbibliotecas, sus clubes, etc., y se sienten felices cuando puedenllevar a quien les ha señalado el camino, los resultados de haberescuchado sus consejos de amigo y de Líder.

En otras ocasiones, la audiencia tiene por objeto llevaral Presidente las conclusiones de una asamblea nacional delgremio.

En estos casos por lo general asisten delegados de todoel país y entonces yo suelo estar también en la entrevista.

En estas circunstancias oímos primero a los dirigentesdel gremio, quienes le hacen conocer al Presidente de la Nación— que para ellos es siempre “el querido Coronel” de laSecretaría de Trabajo y Previsión y además “primer trabajadorargentino” — todo lo que la asamblea nacional ha resuelto.

Después Perón suele hablarles largamente sobre lostemas del momento nacional haciéndoles saber así “cómo vanlas cosas”.

Esto es muy útil para todos porque cada delegado obrerolleva así a un rincón distinto del país la palabra del Líder, enuna versión directa. Muchas veces incluso el General habla alos trabajadores de temas que solamente pueden ser tratados enuna conversación directa y privada.

De esta manera el pueblo sabe todo cuanto su conductorpiensa acerca de todos sus problemas, incluso de aquellos sobrelos cuales nadie, excepto el Presidente, podría decir una solapalabra autorizada.

Con excepción de estas audiencias numerosas, a las queasisto sólo cuando el presidente me invita, yo no estoy presenteen las visitas que los gremios hacen al Líder en la tarde de los

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miércoles.

Y no vaya a creerse que no sean mis deseos estar conellos.

Pero ya lo he dicho otra vez: mis funciones terminandonde empiezan las del Presidente de la República.

Además hay otra razón más: quiero que los obreroshablen siempre con Perón a solas porque ni yo misma quieroaparecer alguna vez como un obstáculo entre el pueblo y suLíder.

La gran desgracia de muchos pueblos y de muchospaíses consiste en que los gobernantes por ellos elegidos “sedejan rodear”.

Bien o mal rodeado, ¡un gobernante que se deja rodearestablece un obstáculo entre él y su pueblo!

Si hay un deseo y un propósito firmísimo en Perón esprecisamente que entre él y su pueblo nada ni nadie seinterponga.

Por eso yo misma sólo conduzco a él.

Soy algo así como un camino por donde el pueblohumilde, ¡el pueblo trabajador! llega a su presencia.

Y aun tengo mucho cuidado en no ser yo tampoco elúnico camino porque ¡eso también sería una valla entre elpueblo y Perón!

Una vez los obreros en presencia del Líder, yo me retiro,y aun cuando permanezca en la Casa de Gobierno, atiendo otrosproblemas, que nunca faltan en los gremios que esperan el turnode su audiencia.

Quizás en muchos detalles como éste, resida el secretode mi éxito.

Detalles que no tienen aparente importancia, perocuidarlos es fácil y es provechoso.

No me sería posible terminar este capítulo sin decir que

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las tardes de los miércoles son en general, tardes felices paranosotros.

Al término de la jornada regresamos juntos, el Líder yyo, a nuestra residencia privada y yo me gozo viéndolesatisfecho y alegre; el contacto con sus descamisados, con los“grasas” — como los mismos obreros suelen llamarse a símismos —, le reconforta.

Muchas veces suele decirme al final de estas jornadas:

— Vamos bien. ¡Los “muchachos” están contentos!

Y a mí me alegra verlo a él satisfecho y me emocionasiempre pensar que un hombre como él, en el más alto pedestaldel país, se siente feliz simplemente por eso... porque unhumilde jornalero tal vez, le haya dicho que “está contento con

su Presidente”.

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XXV

LOS GRANDES DÍAS

Pero cuando la felicidad de Perón llega a su más altogrado es en los días en que celebramos nuestras grandes fechas.

27 de noviembre: Día de la Secretaría de Trabajo yPrevisión. 17 de Octubre: Día de la Lealtad.

1º de Mayo: Día del Trabajo.

En las dos últimas fechas el pueblo se reúne en cantidadextraordinaria; y en el escenario mismo de nuestras mayoresglorias: en la Plaza de Mayo.

El gran acto público es organizado siempre por laConfederación General del Trabajo y a él asisten, en masa, losobreros de la capital y delegaciones del interior del país.

Confieso que los días que preceden a estas fiestascumbres de nuestro movimiento son de grandes trabajos paramí.

No porque me toque intervenir para nada en laorganización sino porque tratándose de fiestas populares meesfuerzo para que todos los trabajadores puedan celebrarlas conla mayor alegría.

Reviso entonces todos los problemas pendientes y paraello recibo a las organizaciones gremiales a fin de arreglar todossus problemas pendientes. De esta manera la alegría es mayor yla fiesta es total.

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Me causaría pena ver desde los balcones de la Casa deGobierno, en esos días solemnes, a alguna organización cuyosproblemas mayores no hayan tenido solución pudiendo haberlatenido.

No es porque tema la ausencia de algún sector, no.

Por el contrario, aun en circunstancias más difíciles paraalgunos sindicatos, siempre han estado presentes como paracertificar que el Líder es para ellos siempre Líder y como ellosdicen: “¡en las buenas y en las malas!”

El 27 de noviembre conmemoramos el día de laSecretaría de Trabajo y Previsión.

Aunque no es fiesta nacional, ya que todo el país,empezando por la administración pública, trabaja en este díacomo en los demás días laborales del año, los obreros no seolvidan de celebrarlo dignamente con un acto popular que serealiza ante el edificio de la Secretaría.

La fecha tiene un significado extraordinario: aquel día,en 1943, primer año de la Revolución, Perón convirtió el viejo einútil Departamento Nacional del Trabajo en la Secretaría deTrabajo y Previsión.

Ya he dicho en estos apuntes que aquel día empezórealmente la revolución.

Para Perón fué aquel un día de triunfo.

Para los obreros el primer día de sol después de unalarga noche de angustias y zozobras y de explotaciónoligárquica.

El 1º de mayo, que en otros tiempos fué tristecelebración de los trabajadores oprimidos, es ahora una denuestras dos fiestas mayores.

Alguna vez visitantes extranjeros nos han preguntadopor qué mantiene el gobierno una fecha que tiene, en todo elmundo, un sentido de revolución y de rebeldía y que esaprovechada en todas partes por los comunistas en contra de lo

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que los mismos visitantes llaman “el orden legalmenteconstituído”.

Siempre les he aclarado, respecto de esto, varias cosas ypienso que estos apuntes, destinados a tantas preguntassilenciosas, deben contener las mismas contestaciones que yohe dado a quines me han hecho las preguntas en forma personal.

En primer lugar, creo que el gobierno no podría“suprimir” la celebración.

¡Es cosa del pueblo!

Y Perón ha dicho muchas veces que no hará sino lo quequiera su pueblo.

El pueblo que antes sufrió en cada 1º de Mayo laangustia de la opresión, y aun de la muerte, no puede menosque recordar la fecha con alegría.

Antes de Perón, el 1º de Mayo se reunían lostrabajadores en las plazas y en las calles de todas las ciudadesdel país y sus dirigentes aprovechaban la oportunidad parahablarles.

Los buenos dirigentes, por lo general, tenían muy pocoque decir en realidad: ¡más que hablar de esperanzas, lasrealidades eran muy pocas, entonces!

Los malos dirigentes, los falsos dirigentes, los quehabían aprendido la lección en libros extraños o en tierrasextrañas no desperdiciaban la ocasión de agitar a suscompañeros.

Ante las escasas realidades que podían ofrecer y ante lalarga espera de las promesas nunca cumplidas, el camino másfácil era incitar a la rebelión y a la anarquía.

Los gobiernos, fríos e inaccesibles a todo clamor y atodo dolor, respondían a aquellos actos con el silencio o — lasmás de las veces — con la policía.

Y el 1º de Mayo casi siempre se vestía de rojo —¡porque era el día de verterse sangre humilde, que nunca es

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azul...! ¡siempre roja... porque siempre es pura!

El pueblo argentino no olvida aquellas jornadas deangustia y de muerte.

¿Por qué no va a celebrar la fecha ahora que puedehacerlo sin temores y sin inquietudes?

En vez de gritos con los puños crispados frente a laspuertas cerradas de la Casa de Gobierno, el pueblo trabajadorargentino celebra ahora cada 1º de Mayo en una fiestamagnífica que preside desde los balcones de la casa deGobierno su conductor en su calidad de “primer trabajadorargentino”, título sin duda el más preciado por Perón.

Y lo maravilloso es que en vez de temer a la muerte eneste día, el pueblo suele ofrecer su vida gritando un estribilloque siempre me toca el alma: “¡la vida por Perón!”.

El 17 de Octubre es otra cosa.

Pero el pueblo es lo mismo, y el lugar, como siempredesde 1945, es la Plaza de Mayo.

Es nuestro “día de la lealtad”.

Desde 1945, todos los años los descamisados de mi paísse dan cita en este lugar.

Como en aquella primera noche memorable cada añoquiere ver y escuchar a Perón.

Este es para mí un día de grandes emociones.

Aunque siempre me propongo ser fuerte hasta el fin,nunca lo consigo del todo.

Es demasiado fuerte para mi corazón contemplar almismo tiempo la felicidad del pueblo y la de Perón.

Desde el balcón que preside la fiesta me es posible verlas caras de los descamisados y la cara del Líder.

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Es magnífico siempre el espectáculo, pero se vuelveindescriptible cuando habla Perón.

Cada año él pregunta a su pueblo si está satisfecho conel gobierno. Cuando millares y millares de voces responden quesí, se estremece toda la Plaza de Mayo y puedo afirmar que eseestremecimiento, que viene desde tantas almas, sacudeviolentamente mi corazón.

Lo que ocurre en el alma de Perón tal vez me resultemuy difícil describirlo.

Cuando quise presentar en estos apuntes la figura delLíder dije que era mejor salir a verlo, como quien invita aconocer una cosa indescriptible como el sol.

Decir lo que pasa en el alma de Perón cada 17 deOctubre es una cosa parecida a eso.

Yo no creo que sea verdad aquello de influjo magnéticode la multitud sobre su conductor y del conductor sobre lamultitud.

En cambio creo que es más bien un problema desensibilidad.

Pienso que muchos hombres reunidos, en vez de sermillares y millares de almas separadas son más bien una solaalma.

Para que esa alma se manifieste es necesario que elconductor tenga la sensibilidad suficiente como para poder oírlas voces del alma gigantesca de la multitud.

Es necesario por eso poseer un alma extraordinaria paraser conductor.

Y allí está el secreto de Perón: ¡en su alma!

Y eso — su alma — es precisamente lo que no se puededescribir, lo mismo que el sol. Ni siquiera es posible mirarlo.Hay que conformarse con sentirlo calentando la piel,iluminando el camino.

Y eso es lo que “siente” el pueblo cada 17 de Octubre;

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eso es lo que siento yo en mi pequeñez infinita frente a cadaencuentro de Perón con su pueblo.

Sentimos que el sol nos calienta la piel y nos inyecta sucalor en la sangre, dándonos vida.

Sentimos que el sol ilumina todos nuestros caminos.

Y cuando termina la jornada sabemos que nos hemoshecho mutuamente felices.

El Líder ha dejado contento y tranquilo a su pueblo.

El pueblo se siente feliz sabiendo que Perón siguesiendo el mismo de 1945.

Y Perón se queda contento con su pueblo.

La fiesta termina cuando el pueblo recuerda que el 18 deoctubre de 1945 hizo un día de huelga y empieza a gritar:

—¡Mañana es “San Perón”!

Y entonces el Líder, como en 1945, dispone otra vez esa“huelga” de un día, pacífica y alegre, la única huelga del mundoque no se hace contra nada ni contra nadie porque, lo mismoque en 1945, los trabajadores dejan sus tareas diarias paracelebrar el regreso de Perón.

Por eso no pueden dejar de celebrar el aniversario.

Por lo general en las noches del 17 de Octubre se mehace difícil conciliar el sueño.

Porque el cariño del pueblo es un hermoso sueño, antecuya belleza incomparable no se puede soñar nada mejor.

Y me gusta prolongarlo recordándolo porque así seolvida todo lo que cuesta vivir en esta lucha diaria.

Y se retoman las fuerzas necesarias para poder seguir aldía siguiente como todos los días.

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“El cariño del pueblo es un hermoso sueño ante cuya belleza

incomparable no se puede soñar nada mejor”.

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XXVI

DONDE QUIERA QUE ESTE LIBRO SE LEA

Cuando empecé estos apuntes solamente me guiaba elpropósito de explicar los motivos, las causas y algunos aspectosde la misión que me toca cumplir en la Nueva Argentina dePerón. Quería explicar por qué estoy en este camino.

Pero a esta altura del trabajo pienso que ya me hedetenido muchas veces — demasiado quizás — en describirmás bien el paisaje que bordea mi camino.

No me arrepiento sin embargo.

¡Al fin y al cabo, por qué vivo, cómo vivo o por qué soylo que soy, no ha de interesar tanto al mundo, como saber cómoviven y cómo son un pueblo que se siente feliz y un hombre queha podido ser causa de una felicidad tan grande!

Porque, en realidad, hasta ahora, aparte de mis primeroscapítulos casi todo lo demás ha sido describir el maravillosopaisaje que acompaña mi camino: ¡Perón y su pueblo!

Me pregunto si tal vez en lo más secreto de mi corazón,en mi subconsciencia no tendría ya, al iniciar estos apuntes, elpropósito de buscar otro pretexto más para hablar de ellosprecisamente: de Perón y de su pueblo.

Y eso lo digo aquí porque no quiero engañar a nadie.

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¡Quizás en eso consista mañana mi única gloria: enhaber sabido decir toda la verdad acerca de los grandes amoresde mi vida, tal como yo los vivo, los siento y los sirvo!

Porque el amor no se entiende ni se completa sino se losirve.

Para mí, amar es servir.

Por eso toda mi vida tiene para mí una explicación tanfácil.

Todo el “secreto” consiste en que he decidido servir ami pueblo, a mi Patria y a Perón.

Y sirvo porque amo.

Sirvo al pueblo porque primero el pueblo ganó micorazón. Y porque Perón me enseñó a conocerlo más y por lotanto a quererlo mejor.

Y sirvo a la causa de Perón y a Perón mismo comopuedo y donde puedo, aunque reconozco que servir a Perón eslo mismo que servir al pueblo. Y lo reconozco con alegría.¿Acaso en eso no está la “clave”, la explicación de mi propiavida?

He dicho ya cómo sirvo a los obreros.

Ahora quiero explicar cómo sirvo a los “humildes”.

Pero antes, como un saludo de despedida para lostrabajadores, dos palabras más para ellos.

Dos palabras de gratitud.

Aspiro a que donde quiera se lea este libro se conozcanlos sentimientos de mi corazón agradecido.

Porque ellos fueron los primeros que tuvieron fe enPerón.

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Porque ellos creyeron aún antes de ver.

Porque no lo abandonaron jamás.

Porque lo rescataron de su prisión el 17 de Octubre de1945.

Porque lo hicieron Presidente de los argentinos el 24 defebrero de 1946.

Y sobre todo les agradezco una cosa: ¡que lo quieran asícomo lo quieren!

¡Y que esto se sepa donde quiera que este libro se lea!

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XXVII

ADEMÁS DE LA JUSTICIA

Entre mis lectores habrá indudablemente dos clases dealmas, como en todos los rincones del mundo.

La clase de las almas estrechas que no conciben comocosas reales, ni la generosidad, ni el amor, ni la fe, ni siquiera laesperanza.

Si este libro cae entre las manos de un alma así, yo leruego que no siga adelante.

¡No vale la pena! Todo le parecerá inútil, o simplepropaganda.

Ahora empiezan los capítulos que no podrán entendermás que las almas que todavía creen en la sinceridad, en la fe,en el amor, en la esperanza.

A éstas sí las invito a que sigan un poco más adelante.

A ellas, como a los visitantes de mis obras de ayudasocial les iré mostrando al mismo tiempo, juntos, cómo van porla vida, el dolor y el amor.

Les mostraré primero el dolor de mi pueblo, y no estaráde más que nos detengamos a verlo, tal como desde el miradorde mi vida lo he visto yo, cada vez mejor y de más cerca.

¡Les mostraré luego lo que hace el amor para que eldolor sonría y sonriendo se atenúe, o se aleje o se vaya!

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Desde el día que me acerqué a Perón advertí que sulucha por la justicia social sería larga y difícil.

Cuando él fué explicándome sus propósitos (y suspropósitos eran nada menos que invertir todo un sistemaeconómico capitalista en uno más digno y más humano y por lotanto más justo) se confirmaron mis presentimientos: ¡la luchasería larga y difícil!

Veía yo el espectáculo de muchos millones deargentinos esperando justicia; y frente a ellos, a Perónqueriendo dar a todos lo que a cada uno se debía dar.

Y al mismo tiempo luchando contra las fuerzasconjuradas de la antipatria y de las potencias extrañas a laNación, decididas a seguir explotando la buena fe y lagenerosidad de nuestro pueblo.

Por más que yo creía en Perón, tal vez más de lo que élmismo creía en sus propias fuerzas, nunca me pude imaginarque la mayor parte de sus sueños — ¡y vayan si eran sueños! —se realizaría tan pronto en mi país.

Su razonamiento era simple. Tal vez demasiado simplecomo para que le creyeran los hombres comunes, que, comosuele decir Perón, “andan en bandadas como los gorriones yvuelan bajo”.

Solía decirme en 1945:

— “La justicia social exige una redistribución de todoslos bienes del país para que haya así menos ricos y menospobres”.

“Pero ¿cómo podrá redistribuir los bienes del país ungobierno que no tenga en sus manos el poder económico?”

“¡Por eso es necesario que yo dedique todos misesfuerzos para asegurar la independencia económica del país!

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Habrá que nacionalizar todo lo que sea un medio dedependencia económica; y todo lo que importe una salidainnecesaria de riqueza nacional. ¡Así habrá más bienes para elpueblo!”

“¡Así el pueblo tendrá lo que necesita o por lo menostodo lo que a él le pertenece!”

“Todo eso, claro está, llevará tiempo... y muchosargentinos morirán todavía sin poder ver la hora de la Justicia!”

Esto último me hizo pensar que “mientras tanto” eranecesario hacer alguna otra cosa.

Cuando Perón llegó a la Presidencia de la Nación mepareció que había llegado el momento de hacer esa “otra cosa”.

Yo sabía, por el mismo Perón, que la justicia no serealizaría en todo el país de un día para otro. Y los argentinos,sin embargo, los “descamisados”, los humildes, creían tanto ytan ciegamente en su Líder que todo lo esperaban de él, y todo“rápidamente”, incluso aquellas cosas que sólo puedenarreglarse con milagros cuya escasez por otra parte es notoriaen estos tiempos.

Era indudable que mientras Perón se disponía a trabajarcon alma y vida en su empresa justicialista había que hacer algomás.

Yo sentía que ese algo más me tocaba a mí, perofrancamente no sabía cómo hacerlo.

Por fin un día me animé... me animé a hacer... ¡unacorazonada!

Me asomé a la calle y empecé a decir más o menos esto:

— Aquí estoy. Soy la mujer del Presidente. Quieroservir a mi pueblo para algo.

Los descamisados que me oyeron fueron pasándose lanoticia unos a otros.

Empezaron a llegar hasta mí; unos, personalmente yotros, por carta.

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En aquellas cartas ya empezaron a llamarme “Evita”.

Entonces les dije:

— Prefiero ser Evita a ser la mujer del Presidente de laRepública, si ese “Evita” sirve para algo a los descamisados demi Patria.

Así empezó mi obra de ayuda social.

No puedo decir que nació en mí.

En cambio me parece más exacto decir que nació de unentendimiento mutuo y simultáneo entre mi corazón, el dePerón y el alma grande de nuestro pueblo.

Es una obra común.

Y así la sentimos: obra de todos y para todos.

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XXVIII

EL DOLOR DE LOS HUMILDES

Me quedó pendiente del capítulo anterior unainvitación que vengo a cumplir en éste: como a los visitantes demis obras de ayuda social quiero ahora ir haciendo conocer amis lectores un poco del dolor y del amor de mi pueblo.

Un poco del dolor, primero.

Aquí también, como en todo el mundo, la injusticiasocial de muchos años ha dejado en todos los rincones del paísdolorosos recuerdos de su paso.

Cuando Perón tomó la bandera de la justicia social, losargentinos sumergidos eran infinitamente más que los pocosprivilegiados que emergían.

Pocos ricos y muchos pobres.

El trigo de nuestra tierra, por ejemplo, servía para saciarel hambre de muchos “privilegiados también” en tierrasextrañas; y los “peones” que sembraban y cosechaban aquí esetrigo no tenían pan para sus hijos.

Lo mismo sucedía con todos los demás bienes: la carne,las frutas, la leche.

Nuestra riqueza era una vieja mentira para los hijos deesta tierra.

Cien años así fueron sembrando de pobreza y de miseria

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los campos y las ciudades argentinas.

Recuerdo haber mencionado en uno de mis primeroscapítulos el espectáculo de miseria que rodeaba a nuestra grancapital cuando me fué dado verla por primera vez.

Después de cinco años de lucha intensa en el gobierno ycon todo el esfuerzo de la ayuda social puesta en marchaintensamente, todavía el cuadro no ha desaparecido del todo,aunque va quedando poco de él, como para triste recuerdo de laArgentina que encontró Perón.

Para cuando incluso ese recuerdo desaparezca, yo quierodescribir un poco el paisaje, pero no por fuera como un pintorsino por dentro, tal como yo lo he visto. ¡Tal, como yo lo hesufrido, viéndolo!

Para ver la pobreza y la miseria no basta con asomarse ymirarla. La pobreza y la miseria no se dejan ver así tanfácilmente en toda la magnitud de su dolor porque aun en lamás triste situación de necesidad el hombre y más todavía lamujer saben ingeniárselas para disimular, un poco al menos, supropio espectáculo.

Por eso cuando los ricos se acercan a esas colmenas dearquitectura baja que son los barrios pobres con que las grandesciudades se derraman en el campo por lo general, no ven bien...

Un poco es la subconsciencia culpable que no los quieredejar ver bien y a fondo la realidad total.

Y otro poco es por aquello que dije de la misma pobrezaque se esconde.

Los desprevenidos visitantes que pasean por allí veránranchos de paja y barro, casillas de latón, algunas macetas deflores y algunas plantas, oirán algún canto más o menos alegre,el bullicio de los chicos jugando en los baldíos... y acaso se lesocurrirá pensar que todo eso es poético y tal vez romántico.

Por lo menos frecuentemente he oído decir que se tratade barrios “pintorescos”.

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Y esto me ha parecido la expresión más sórdida yperversa del egoísmo de los ricos.

¡Pintoresco es para ellos que hombres y mujeres,ancianos y niños, familias enteras deban habitar unas viviendaspeores que los sepulcros de cualquier rico, medianamente rico!

Ellos no ven jamás, por ejemplo, qué ocurre allí cuandollega la noche.

Allí donde cuando hay cama no suele haber colchones, oviceversa; o ¡donde simplemente hay una sola cama paratodos...! ¡y todos suelen ser siete u ocho o más personas: padres,hijos, abuelos...!

Los pisos de los ranchos, casillas y conventillos suelenser de tierra limpia.

¡Por los techos suelen filtrarse la lluvia y el frío...! ¡Nosolamente la luz de las estrellas, que esto sería lo poético y loromántico!

Allí nacen los hijos y con ellos se agrega a la familia unproblema que empieza a crecer.

Los ricos todavía creen que cada hijo trae, según unviejo proverbio, su pan debajo del brazo; y que donde comentres bocas hay también para cuatro. ¡Cómo se ve que nunca hanvisto de cerca a la pobreza!

Y todo eso todavía es felicidad cuando nadie en lafamilia está enfermo; que cuando esto ocurre entonces elcalvario llega a los más amargos extremos.

Entonces la angustia de los padres, si el enfermo es unhijo, por ejemplo, no tiene límites.

Yo los he visto andar por las calles, cargando con el hijoen los brazos, buscando médico, farmacia, hospital, cualquiercosa; porque ni los servicios de la asistencia pública se atrevíana meterse en esos laberintos de covachas que son los barrios“pintorescos”.

Yo también los he visto volver a casa con el hijo muerto

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entre los brazos para dejarlo allí sobre una mesa y salir luego abuscar un ataúd como antes buscaron médico y remedios:desesperadamente.

Los ricos suelen decir:

— No tienen sensibilidad, ¿no ve que ni siquiera llorancuando se les muere un hijo?

Y no se dan cuenta que tal vez ellos, los ricos, los quetodo lo tienen, les han quitado a los pobres hasta el derecho dellorar.

¡No...! Yo no podré evidentemente describir lo que es lavida en cualquiera de esos barrios “pintorescos”.

Y me resigno a desistir de mi intento.

Pero una cosa quiero repetir aquí, antes de seguiradelante.

Es mentira de los ricos eso de que los pobres no tienensensibilidad.

Yo he oído muchas veces en boca de “gente bien”, comoellos suelen llamarse a sí mismos, cosas como estas:

— No se aflija tanto por sus “descamisados”. Esa “clasede gente” no tiene nuestra sensibilidad. No se dan cuenta de loque les pasa. ¡Y tal vez no convenga del todo que se dencuenta!

Yo no encuentro ningún argumento razonable pararefutar esa mentira injusta.

No puedo hacer otra cosa que decirles:

— Es mentira. Mentiras que inventaron ustedes los ricospara quedarse tranquilos. ¡Pero es mentira!

Si me preguntasen por qué, yo tendría solamente algoque decirles, muy poca cosa. Sería esto:

—¡Yo he visto llorar a los humildes y no de dolor, quede dolor lloran hasta los animales! ¡Y los he visto llorar poragradecimiento!

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¡Y por agradecimiento, por agradecimiento sí que nosaben llorar los ricos!

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XXIX

LOS COMIENZOS

El espectáculo que he intentado vanamente describir,era, a los comienzos del movimiento justicialista, una cosahabitual en todas las ciudades del país.

Pero además lo mismo sucedía en los pueblos y cuantomás pequeños con mayor intensidad.

Y cosa parecida ocurría en los campos donde losarrendatarios, medieros y peones habían sufrido durante muchasdécadas los efectos de la opresión oligárquica.

Es cierto que una de las primeras medidas justicieras dePerón fué precisamente establecer nuevas condiciones desalarios y de trabajo para los trabajadores rurales.

Y eso era lo fundamental.

Pero antes que el salario justo y las condiciones dignasde trabajo diesen sus frutos de bienestar, era necesario remediartambién tanto dolor de muchos años.

En todas partes hacía falta vivienda, vestidos, salud.

Para eso había salido yo a decir por las calles:

— Aquí estoy. Quiero servir de algo para mi pueblo.

Cuando advertí que mi voz todavía tímida había sidoescuchada por los descamisados de mi país, cuando empecé aver que llegaban cartas y más cartas, y hombres y mujeres,

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jóvenes y niños y ancianos empezaban a golpear a las puertasde nuestra residencia privada, recién me di cuenta de lo que ibaa significar mi “corazonada”.

Aunque ya había previsto antes, que aquélla era unaempresa casi imposible, me convencí de eso cuando esa tarea seme presentó en toda su realidad.

Sin embargo, Perón ya me había enseñado muchas cosasy entre ellas a suprimir de mi diccionario la palabra imposible.

El, que volaba “alto y solo como los cóndores” — (letomo las palabras que él mismo suele aplicar a los genios queadmira: San Martín, Alejandro, Napoleón) —, me había tomadoa mí de la “bandada de gorriones” y me había dado sus primeraslecciones.

Una, la primera tal vez, fué hacerme olvidar de lapalabra imposible.

Y empezamos. Poco a poco. No podría decirexactamente qué día fué. Lo cierto es que primero atendípersonalmente todo. Luego tuve que pedir auxilio. Y por fin mevi obligada a organizar el trabajo que en pocas semanas se hizoextraordinario.

Cierto es que desde el primer día conté con el apoyomoral y material del Presidente, pero tampoco era cuestión deapoyarse demasiado en él, que tenía otros problemas muchomás graves que los míos.

Recuerdo que alguna vez pensamos si era o noconveniente que fuese yo quien realizase la tarea o mejor tal vezalgún organismo del Estado.

Y fué el mismo Perón quien me dijo:

—“Los pueblos muy castigados por la injusticia tienenmás confianza en las personas que en las instituciones.

“En esto, más que en todo lo demás, le tengo miedo a laburocracia.

“En el gobierno es necesario tener mucha paciencia y

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saber esperar para que todo marche. Pero en las obras de ayudasocial no se puede hacer esperar a nadie”.

Aquel razonamiento lógico y simple como todos los dePerón me confirmó en el puesto que él, los descamisados y yohabíamos elegido juntos para mí.

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XXX

LAS CARTAS

Todos los días el correo deja en nuestra residenciaprivada millares de cartas.

Todas en sobres humildes.

En forma sencilla pero elocuente, los descamisados deaquí — y también los descamisados de otros pueblos — suelenhacerme así sus peticiones.

Cada uno me escribe como puede. Muy poca veces se veque la carta ha sido escrita por otra persona... tal vez porque elpropio interesado no sabe escribir o no se anima a hacerlo,creyendo, quizás, que si la carta está mejor escrita tendrá máséxito.

Y en esto muchas veces sucede lo contrario, porque ni lamejor prosa literaria puede substituir a la elocuencia tremendadel que necesita ropa o vivienda o medicamentos o trabajo o...cualquiera de las cosas que necesitan los que me escriben.

Me escriben muchas cartas las madres de familia.

Cuando lega Navidad o el Día de Reyes recibo infinitascartas de los niños.

También muchos ancianos suelen mandarme suspeticiones.

Una pequeña parte de la correspondencia carece de

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sentido y contiene raros pedidos, imposibles de satisfacer...

Pero la inmensa mayoría sabe bien lo que quiere y pidesencilla y razonablemente con pocas palabras aunque siemprecon una elocuencia que es maravillosa.

¡Para mí lo importante es que esas cartas huelen apueblo porque oliendo a pueblo huelen a verdad!

Un día dijo sabiamente Perón que él había recorridotodo el país de extremo a extremo, y que habiendo conocidotodas sus bellezas y maravillas al fin vino a dar con su mayor ymás alta belleza: el pueblo.

Si alguien dudase de esa verdad peronista que dice: “Lomejor que tenemos es el pueblo”, yo lo invitaría a que leyesemis cartas, solamente las cartas que en un solo día llegan a mídesde todos los rincones del país.

Después de una larga experiencia ahora sépositivamente que no engaña más una carta que una cara.

Claro que en este tipo de correspondencia nadie sino porexcepción pretende engañar.

El que pide vivienda o ropa o una máquina de coser, otrabajo o medicamentos o cualquiera de las cosas que puedepedir un descamisado, no ha de querer engañarnos porque, si loque pide le llega, cuando llegue quedará descubierta su mentira.

Yo, con todo gusto, dejaría que mis eternos críticosleyeran alguna vez toda esa enorme cantidad de angustiososllamados que son las cartas de los humildes.

Unicamente así tal vez comprenderían — si es que lesqueda algo de inteligencia y un poco de alma — todo el dañoque han hecho al país cien años de opresión oligárquica ycapitalista.

Unicamente así tal vez entenderían que la ayuda sociales indispensable y es urgente.

Y tal vez únicamente así me perdonarían — aunque noaspiro a que jamás me perdonen — las palabras con que los he

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condenado, los condeno y los seguiré condenando cada vez quesea necesario, porque ellos estuvieron presentes, comocausantes o por lo menos como testigos silenciosos, de laexplotación opresora que regía como ley a la Argentina quePerón está curando de sus viejas y dolorosas heridas.

Pero, la indignación — ¡siempre mi vieja indignación!— me ha hecho desviar un poco del tema.

Toda la correspondencia que me llega es clasificada deinmediato por un centenar de mis colaboradores.

Para este trabajo he elegido a hombres y mujereshumildes.

No podría ser de otra manera. “Solamente los humildessalvarán a los humildes” dice siempre Perón.

Y es verdad. Así como un rico ve un pasaje pintorescoen los barrios suburbanos de ranchos y de conventillos ysolamente los pobres saben ver más allá de la pintura; en el casode las cartas un rico no vería sino literatura... Y frente a eseenorme espectáculo de angustia y de dolor no vería toda la fe yel amor y la esperanza que cada mensaje trae a mis manos y nose le ocurriría acaso nada mejor que decir:

—¡De todo eso, cuántas mentiras le dirán!

Y lo transcribo porque muchas veces he “sentido” que lohan pasado alguno de ellos que circunstancialmente hacontemplado la montaña de mi correspondencia diaria.

A lo sumo tal vez se les ocurrirá — y esto me lo handicho de viva voz — que allí habría abundante material para unestudio de psicología...

Después dicen que los pobres no tienen “nuestra”sensibilidad.

Esto es lo que a veces me hace estallar en arranques de

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incontenible indignación: ¡el injusto contraste de los ricos,insensibles al dolor humano, acusando de insensibilidad a losque precisamente están sufriendo por culpa de la abundancia delos ricos!

Por eso, hombres y mujeres que han sufrido mucho sonlos que yo he elegido para que hagan el trabajo que yo no puedoya materialmente realizar: leer las cartas que me llegan,clasificarlas y resolver cuanto se pueda.

Una vez clasificado todo, procedo cada día a considerarlo que tiene pronta solución y también aquello que noteniéndola a primera vista parezca ser de gran urgencia para elsolicitante.

En los casos especiales indico que se cite a losinteresados para una audiencia en la Secretaría de Trabajo yPrevisión.

De estas audiencia hablaré después.

Claro está que entre cinco, seis y aun a veces diez yquince mil cartas que alcanzan a llegar en un día muchos casosquedarán sin solución.

Sobre todo cuando lo que se pide es vivienda o empleono siempre la solución está al alcance rápido e inmediato de mismanos.

Pero aun en estos casos muchas veces cuando el que haescrito ya cree que su carta no me ha llegado o me he olvidadode él, le hacemos el presente de lo que ha pedido.

En general trato de que los problemas se solucionencuanto antes.

Solamente cuando no es posible dar una solucióninmediata queda reservada la carta hasta que se pueda haceralgo.

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Debe ser que el sistema de las cartas da resultado porquecada vez son más las que llegan y por otra parte ya no puedosalir a ninguna parte sin que me esperen con una carta en lamano hombres y mujeres y niños, a tal punto, que cuando salgosiempre tengo que prever que ocurrirá eso y llevar conmigo unacartera de buen tamaño o ¡quien me sirva de cartero!

Nosotros repetimos siempre una frase de Perón que dice:“En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”.

Y esta verdad trato yo de cumplirla también con miscartas.

Las cartas de los niños tienen siempre un especialprivilegio.

¡Me gusta leerlas cuando quiero descansar un poco, o talvez reconfortarme de alguna desilusión en los otros aspectos demi lucha!

Son tan puros y tan ingenuos.

Como cuando por ejemplo una descamisadita de ochoaños me escribe diciéndome textualmente:

“Querida Evita: yo quiero para los Reyes cualquier cosacon tal de tener un recuerdo suyo. Pero no tengo ningunabicicleta”.

Toda la carta es eso; pero, ¿quién se niega a mandarle un“recuerdo”?

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XXXI

MIS TARDES DE AYUDA SOCIAL

Las audiencias de los pobres son mis descansos en lamitad de muchas jornadas agotadoras.

Dos veces a la semana, por lo menos, dedico la tarde aesta misión de intermediaria entre los humildes y Perón, porqueaunque la Fundación soluciona en gran parte los problemas deesta gente, nada sería y nada haría sin Perón, la causa y el almade mi Ayuda Social.

¡Bueno, Perón es el alma de todo lo que yo he hecho, delo que hago y de lo que haré de bueno y de bien en mi vida!

Lo que hago en mis audiencias con los más humildesdescamisados de mi pueblo: los pobres, es muy sencillo.

Los recibo por lo general en la Secretaría, aunque aveces, cuando no me alcanza el tiempo y hay muchas cuestionesurgentes que arreglarles, les doy cita en la Residencia. Pero conpreferencia los atiendo en la Secretaría, como un homenaje aPerón que la creó y también ¿por qué lo he de ocultar? con lasecreta intención de que la “casa de los trabajadores” como lallamó el Líder, tenga cada día todavía un poco más del cariñode los descamisados.

En una sala contigua a mi despacho, en el mismo lugaren donde atiendo a los gremios, allí van pasando por turno antemi mesa, las familias o las personas que me traen sus problemas

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grandes y pequeños.

Hay de todo en esas “tardes de ayuda social”: problemasde vivienda, desalojo, de enfermedad, de empleo; pero al mismotiempo que esos problemas materiales muchos me traen suscasos íntimos, los más raros y los más difíciles de arreglar,porque para eso no tengo, muchas veces, más que buenaspalabras y consejos.

Llegan por ejemplo, con el pretexto de pedir mi ayudamaterial, hombres y mujeres que no saben ya qué hacer con susvidas... yo no sé por qué ni para qué vienen a verme a mí, ni quéesperan que yo les dé. Son almas destrozadas por el dolor y lainjusticia. El hambre, la persecución, la miseria, las han hechocaer en todos los errores y llega un momento en que no sabenya qué camino seguir...

Estas son las audiencias “secretas”.

Porque la mayoría de la gente me expone sus problemasen voz alta, pero casi siempre en cada audiencia, hay un pocode “secreto”. Entonces me dicen las cosas en voz baja, casi aloído, y muchas veces, llorando.

Por eso, porque yo conozco las tragedias íntimas de lospobres, de las víctimas que han hecho los ricos y los poderososexplotadores del pueblo, por eso mis discursos tienen muchasveces veneno y amargura. Ante una mujer, por ejemplo,arrojada a la calle por un oligarca soberbio y egoísta que la haengañado con sus imbéciles palabras de amor ¿qué poco meparece todavía gritar con toda mi alma lo que tantas veces hegritado: que la justicia se cumplirá inexorablemente, cueste loque cueste y caiga quien caiga?

Y como este caso, cada tarde de ayuda social desfilanante mí centenares de almas destrozadas por el egoísmo de loshombres.

Sé que muchos no entenderán nunca todo esto.

Cuando lean estas páginas las comentarán sonriendo consuficiencia, pensando que “esto es demasiado melodramático”.

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Yo quisiera gritarles:

—¡Sí, claro que es “melodrama”! Todo en la vida de loshumildes es melodrama. El dolor de los pobres no es dolor deteatro, sino dolor de la vida y, bien amargo. Por eso esmelodrama, melodrama cursi, barato y ridículo para loshombres mediocres y egoístas. ¡Porque los pobres no inventanel dolor...! ¡ellos lo aguantan!

Por eso grito muchas veces hasta enronquecerme yquedar afónica, cuando en mis discursos se me escapa laindignación que llevo, cada vez más viva, casi como una heridaen mi corazón.

Muchas veces he deseado que mis insultos fuesencachetadas o latigazos para que dándoles a muchos en plenacara les hiciesen ver aunque no fuese más que por un momentolo que yo veo todos los días en mis audiencias de ayuda social.

Y cuando digo que la justicia ha de cumplirseinexorablemente, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, estoysegura de que a mí, Dios me perdonará haberlos insultadoporque los he insultado por amor ¡por amor a mi pueblo! pero aellos les va a hacer pagar todo lo que sufrieron los pobres ¡hastala última gota de sangre que les quede!

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Perón me ha enseñado que lo que yo hago en favor de los

humildes de mi Patria, no es más que justicia.

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XXXII

LIMOSNA, CARIDAD O BENEFICENCIA

Tal vez porque mi más profundo sentimiento es el de laindignación ante la injusticia, yo he conseguido hacer mitrabajo de ayuda social sin caer en lo sentimental ni dejarmellevar por la sensiblería.

Por otra parte, Perón me ha enseñado, que lo que yohago a favor de los humildes de mi Patria, no es más quejusticia.

En la vereda de enfrente, algunos mediocres handiscutido y creo que deben seguir discutiendo — ¡ya no mequeda tiempo que perder en oírlos! — sobre mi obra. No meimportan lo que piensen de mí, ni de lo que hago. Me bastasaber que hago lo mejor que sé y lo mejor que puedo. Pero mecausa gracia la discusión, cuando no se ponen de acuerdo nisiquiera en el trabajo que yo hago.

No. No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni essolidaridad social, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayudasocial, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puestoése.

Para mí, es estrictamente justicia. Lo que más meindignaba al principio de la ayuda social, era que me calificasende limosna o de beneficencia.

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Porque la limosna para mí fué siempre un placer de losricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sindejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fueseaún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y asíañadieron al placer perverso de la limosna el placer dedivertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres.La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riquezay de poder para humillar a los humildes.

Y muchas veces todavía, en el colmo de la hipocresía,los ricos y los poderosos decían que eso era caridad porquedaban — eso creían ellos — por amor a Dios.

¡Yo creo que Dios muchas veces se ha avergonzado delo que los pobres recibían en su nombre!

Mi obra no quiere ser de “esa” caridad. Yo nunca hedicho ni diré jamás, que doy nada en nombre de Dios.

Lo único que se puede dar en nombre de Dios es lo quedeja alegres y contentos a los humildes; no lo que se da porcompromiso ni por placer sino lo que se da por amor.

No sé dónde he leído que el amor no es solamentequerer a los demás, sino también hacerse amable. Bueno: eso eslo que yo quiero que sea mi obra.

Que nadie se sienta menos de lo que es, recibiendo laayuda que le presto. Que todos se vayan contentos son tener quehumillarse dándome las gracias.

Por eso inventé un argumento que me resultó felizmentebien:

— Si lo que yo doy no es mío, ¿por qué me loagradecen?

Lo que yo doy es de los mismos que se lo llevan.

Yo no hago otra cosa que devolver a los pobres lo quetodos los demás les debemos, porque se lo habíamos quitadoinjustamente.

Yo soy nada más que un camino que eligió la justicia

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para cumplirse como debe cumplirse: inexorablemente.

Por eso trabajo en público. Yo no pretendo hacer otracosa que justicia y la justicia se debe administrar públicamente.Eso lo he dicho ya tantas veces en mis cinco años de luchas quea nadie le parece ahora denigrante llegarse hasta mi mesa detrabajo.

Por eso yo no espero nunca el agradecimiento, que esuna manera de humillación, aunque me emociona la gratitud delos humildes como ninguna otra cosa. Sobre todo porque seexpresa tan sinceramente.

Me acuerdo la carta de una mujer a quien habíamandado una máquina de coser. De los primeros trabajos quecobró me mandó cinco pesos. Lamento no tener aquella carta amano para transcribirla aquí íntegramente, porque no teníadesperdicio. En cada línea se vería, cómo es de pura y delimpia, el alma grande de los pobres. Todas las cartas tienenalgo de esa grandeza. Un oligarca diría que los pobres tambiénsaben mentir. No niego que sepan ¡pero estoy segura quemienten mucho menos que los ricos! Y si mienten, al fin y alcabo, es por necesidad, mientras que ellos, los ricos, ¡mientenpor placer!

Todo esto me parece que se va convirtiendo en unacharla demasiado larga.

Con razón a veces el General Perón me dice que hablomucho.

Pero todas estas cosas las escribo a medida que brotande mi corazón. Tengo miedo de olvidarme de algo que puedahacer comprender a mis lectores cómo es mi misión en la NuevaArgentina de Perón.

No porque yo tenga necesidad de ser comprendida.

No. Pero me interesa que mis amigos comprendan unpoco más a Perón y a mi pueblo... a sus descamisados.

Por eso me esfuerzo en tantas explicaciones.

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Dios quiera que sirvan para algo; y yo seré feliz.

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“Termino siempre tarde mi trabajo en estos días de ayuda

social...”

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XXXIII

UNA DEUDA DE CARIÑO

Todas estas cosas me las han oído decir públicamente yen todas partes los descamisados que se acercan a pedirme loque necesitan.

Por eso llegan hasta mí sin sentirse humillados y muchosse alegran en mi presencia.

Yo he deseado que fuese así. Y aun más, yo he tratadode que así sucediese. Que se presenten ante mí como si pidiesenjusticia, como se exige un derecho.

Además no me piden a mí. Lo que solicitan es aquelloque se les negó siempre y que Perón les prometió: un poco debienestar, un poco de felicidad.

En realidad, analizando bien, ellos vienen a pedir elcumplimiento de la palabra empeñada por Perón. Por eso, allíyo me siento como una empleada más de él, sin otro sueldo quesu cariño y el de mi pueblo... ¡nadie gana tanto en este mundocomo yo!

Lo que interesa es que la palabra de Perón se cumpla.Los que me piden algo a mí, lo piden a Perón; y pedir a Perónno es humillante para nadie ni aun para los más encumbrados.Menos para un descamisado que ve en él a un padre o a unamigo.

Esto es real, absolutamente real.

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Cuando salimos en nuestros paseos por la ciudad oviajamos por el país me gusta oír los gritos con que la gente losaluda a Perón.

Son saludos “descamisados”.

— Adiós “viejo” — le gritan.

— Adiós, “Peroncito”.

— ¡Ojalá no te mueras nunca, Perón!

— Adiós, “Juancito”.

A los viejos políticos oligarcas, señores de cuello duro yde ilustres apellidos, todo eso les parece ridículo y demagógico.

Ellos no se mezclaron nunca con el pueblo. Porque lesdaba repugnancia estar con el pueblo. Porque no se sentíancómodos entre la “chusma”.

Y cuando alguno de ellos, más ambicioso, vencía larepugnancia y la incomodidad para escalar alguna posiciónutilizando al pueblo como trampolín, entonces el pueblo lotrataba como a gente de otra clase.

Y si no era doctor lo “doctoreaba” para demostrarle asíque no lo sentía como de la casa.

Con Perón ocurre lo contrario: el pueblo lo saluda y lotrata como a uno de los suyos; como si fuese de la familia.

Y yo me alegro.

Eso es cariño puro como ninguna otra cosa de la tierra:cariño sin interés y sin medida: cariño limpio de pueblo que nose puede pagar sino con obras de amor.

Por eso cuando doy cualquier cosa, por más pequeñaque sea, siento que estoy pagando no sólo una deuda social... ouna deuda de la Patria para con sus hijos más humildes. ¡Sientoque estoy pagando una deuda de cariño!

Por eso muchas veces he dicho que he de seguirluchando hasta dar la vida si fuese necesario: porque una deudade cariño como la que yo tengo con el pueblo no se termina de

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pagar sino con la vida.

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XXXIV

FINALES DE JORNADA

Casi siempre me acompañan en mis audiencias deayuda social, visitantes extranjeros, altos funcionarios delgobierno y amigos del movimiento Peronista. Y eso no medisgusta. Por el contrario, me alegra.

En cuanto a los extranjeros, porque así venpersonalmente que no es verdad tanta mentira como anda por elmundo.

Los funcionarios y amigos del movimiento meacompañan y también me gusta verlos a mi lado. Es bueno quesientan un poco, de vez en cuando, el clamor del pueblo y eldolor del pueblo. ¡Así no se volverán oligarcas!

Yo he comprobado que cuando a uno de los nuestros seles empiezan a subir los humos a la cabeza, deja de gustarle esecontacto con la masa; con los descamisados. Y si no reaccionapronto, está perdido.

Yo sé que amigos, funcionarios y visitantes extranjeros,vienen a ver mi trabajo por mí misma y no por los pobres queatiendo y que aun muchos vienen solo por curiosidad; y, sinembargo, les agradezco mucho más una visita en mis tardes deayuda social que cien en la Residencia. Sobre todo esto valepara los colaboradores más cercanos del Presidente, porque sialguna cosa temo es que los hombres que tienen una

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responsabilidad en el Gobierno, absorbidos por el trabajo,pierdan contacto con el pueblo, aun en contra de su propiavoluntad.

Además los ministros me ayudan mucho en mis tareas.Y más me ayudan cuanto más me visitan y ven lo que hago.

También me gusta que estén presentes en mis tardes deayuda social, los gremios que después tendrán audienciaconmigo. Como casi todo el dinero de mis obras me viene deellos es justo que vean cómo y en qué lo gasto. Al fin y al caboyo no soy allí sino administradora de bienes comunes.

Termino siempre tarde mi trabajo en estos días de ayudasocial. Muchas veces ya no circulan subterráneos, ni trenes, niciertas líneas de tranvías o de ómnibus. Entonces las familiasque he atendido y que viven lejos de la Secretaría tendríanserios inconvenientes para retirarse a sus domicilios si nocontase yo con los coches de mis visitantes.

Lo gracioso es que a veces se terminan todos los cochesy entonces debo utilizar también el mío y más de una vez hetenido que tomar un taxímetro para volver a la residencia. Novaya a creerse que esto me resulta un gran sacrificio. No. Creoque lo hago por cierto espíritu de aventura que llevo en el alma.Me encanta ver la sorpresa del taximetrista cuando mereconoce. Si es peronista se alegra mucho. Y si no lo es —(bueno, creo que esto no me ha pasado nunca) —, por lo menosno podrá decir que es mentira eso de que trabajo hasta tan tarde.

Por lo general, cuando termino mi trabajo, ceno conalgunos amigos de los que me han acompañado.

A veces cenamos en la Residencia, otras en el Hogar dela Empleada. Durante la cena muchas veces resuelvo con miscolaboradores algún problema que nos va quedando atrás o quese nos ha presentado durante el día.

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Cuando la cena es en el Hogar de la Empleada, una delas obras de la Fundación, me acompaña siempre un grupo másnumeroso de amigos.

Estas cenas se convierten en algo así como una peña;una peña peronista por supuesto.

El que es poeta puede allí lucirse lo mismo que el quetiene facilidades de orador.

¡La única condición es que nadie puede decir unapalabra que no se refiera el Líder común!

Conservo en mi corazón un grato recuerdo de esta clasede reuniones que espontáneamente se convierten en homenajescálidos y sinceros a Perón, que muchas veces a esa hora ya estáde pie, iniciando su jornada nueva.

Frecuentemente llego a la Residencia cuando Perón sedispone a salir para la Casa de Gobierno.

El General suele enojarse un poco conmigo por estasexageraciones de mi desordenada manera de trabajar.

Pero... no puedo con mi genio. El es militar y por eso esamigo del orden y trabaja siempre con método y disciplina.

Yo no puedo hacer eso aunque me lo propusiese, tal vezporque estoy en el frente mismo de la lucha, y él, en el comandosupremo.

Lo peor es que muchas veces para que el Presidente seduerma tranquilo le he prometido terminar pronto el trabajo yllegar temprano a casa.

Ahora ya no me cree. Sabe que cuando tengo “ayudasocial” y “gremios” no iré a cenar con él y que me acostarécuando él está por levantarse o aun después. Cuando se enoja,suelo decirle que así como para él sería un deshonor llegar tardea cualquier parte, para mí el deshonor sería cumplir un horariopuntualmente.

Y con el aplomo de mi declaración, se va convencido yade que sou “un caso sin remedio”.

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Algunos creen que el desorden de mi trabajo es una cosaestudiada... con efectos de propaganda y de exhibición.

Me gustaría que mis supercríticos se dedicasen algunavez a esta clase de “propaganda”. Sería mucho mejor el mundosi hubiese más propaganda de este tipo. ¿No sé si me explico...?

Lo que pasa es una cosa muy simple: los pedidos measedian y todos son urgentes. El que sufre no puede esperar.Todos quieren verme. Y yo no puedo atender a todos.

Muchas veces, sin embargo, viéndome fatigada la genteque me espera se va para volver otro día.

Ninguno que se vaya sin estar conmigo podrá decir queno halló buena voluntad para recibirlo, puesto que me ha vistotrabajando hasta cansarme.

Si no hiciese esto, muchos se quedarían descontentospensando que no deseo recibirlos... Así, en cambio, todos sabenque no me alcanza ni el tiempo ni mis fuerzas para que todos sevayan contentos; y es lo único que deseo.

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“El 17 de Octubre es otra cosa. Pero el pueblo es el mismo, y el

lugar, como siempre desde 1945, es la Plaza de Mayo”.

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XXXV

AMIGOS EN DESGRACIA

Yo quiero que la Secretaría sea siempre algo así comola casa paterna de todos los peronistas de mi patria.

Allí nació para los descamisados el nombre de Perón.

Allí él nos enseñó el camino de la felicidad y de lagrandeza. Allí conocimos la magnífica y extraordinariagrandeza de su alma.

Por eso me gusta que, aun cuando no esté en ella Perónmismo, se lleguen hasta la Secretaría los hombres y las mujeresque forman los cuadros del movimiento Peronista.

Yo los recibo siempre con cariño; y aunque no siempreme es posible atenderlos largo rato, ellos saben que cuando menecesitan siempre me encuentran allí, es decir lo encontrarán aPerón, porque yo nunca he de querer ser en la vieja Secretaríanada más que la sombra de él... ¡del Líder y conductor de losargentinos!

El movimiento Peronista, como todas las grandesrevoluciones, no se ha hecho sin el sacrificio de algunoshombres que lo llevaron adelante.

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Si alguien no se preocupase por recoger a estos hombresque quedan al borde del camino, todos irían a formar un núcleode resentidos y de amargados, y éstos serían por lo menos unasombra para un movimiento que quiere abrazar al pueblo con elamor y la justicia.

A veces son hombres que han cometido graves errores,otras veces, han tomado caminos demasiado difíciles para susfuerzas, o se han envanecido y el mareo les han hecho caerdesde las alturas o cualquier otra causa los han eliminado de losprimeros puestos del movimiento y han tenido que ir de nuevoal llano.

Esto ocurre frecuentemente en nuestras luchas porquePerón quema las etapas de la marcha con un ímpetuextraordinario... tan extraordinario que mucha gente se quedaatrás y es necesario reemplazarlas por fuerzas nuevas.

Esa misma marcha vertiginosa de Perón no le permitedetenerse para consolar a los caídos y a los desplazados.

Otras veces, se trata de hombres que caen injustamenteen las pequeñas luchas que nunca faltan en los sectores delpartido mismo.

A todos los recibo también en mi despacho.

No son obreros ni son pobres y no tienen nada que veren el movimiento femenino... pero son peronistas en desgracia¡y eso me basta!

Yo siempre recuerdo lo que dice una de las verdadesperonistas que más me gusta: “para un peronista no hay nadamejor que otro peronista”.

Yo le añadiría una frasecita más y quedaría en mi gusto.

Yo diría: “para un peronista no hay nada mejor que otroperonista y con mayor razón si está en desgracia”.

Muchas veces he recibido a amigos peronistas que nadierecibía ya: ni ministros, ni dirigentes del partido, y que inclusono debían ser recibidos por ellos.

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Al principio tuve que soportar algunas críticas amargas.

Me acuerdo por ejemplo del caso de un ministro quehubo de separar a un alto funcionario y que me interpeló porquea las pocas horas yo lo recibí cordialmente en mi despacho.

Esas corazonadas me costaron algún dolor de cabezapero me expliqué lo mejor que pude.

Me acuerdo que llegue a explicárselo a Perón, más omenos así:

— Se trata de hombres del movimiento que no podemosdejar tirados al borde del camino. Si a pesar del fracaso o delerror que se castiga en ellos siguen sintiéndose peronistas decorazón, eso es un mérito mayor que quienes nunca han sufridoninguna derrota.

El General aprobó mi razonamiento.

Por eso sigo atendiendo a los peronistas caídos,desplazados y a los peronistas en desgracia.

Y muchas veces he encontrado en ellos condiciones paraotra cosa, los he orientado por otro camino y han triunfado.

Me he acordado de esta rara misión mía en medio deestos capítulos, destinados a la ayuda social, porque si bien estatarea de atender a los amigos en desgracia no es de ayudasocial, tiene, sin embargo, el mismo sentido de justicia y deamor que tiene aquélla.

Los otros, los que nunca hayan sufrido una derrota, o unmal momento, o un fracaso a pesar de las buenas intenciones,no se imaginan lo duro que son esos momentos.

Todo el mundo se aleja del que ve vencido.

Todo el mundo se olvida voluntariamente de él. En estolos hombres deberían ser más buenos. Todos. Tambiénnosotros, los peronistas.

Nos olvidamos de la verdad peronista que dice: “para unperonista no hay nada mejor que otro peronista”.

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La he dicho ya antes, pero es necesario repetirla muchasveces hasta que nadie se olvide de ella y todos la cumplamosbien.

En esto debemos diferenciarnos también de laoligarquía.

Ellos se hicieron ricos y poderosos a fuerza de destruir alos demás, a fuerza de la desgracia ajena.

Nosotros no podemos ser como ellos.

Por eso tengo cuidado de atender a los amigos caídos.

Para no sentirme con alma de oligarca: egoísta, sórdida,incapaz de nada generoso.

Con esta explicación sé que me comprenderán ahora unpoco mejor los que alguna vez no comprendieron esas“corazonadas”.

Además, por si les quedara alguna duda yo me permitopedirles que se acuerden de una sola cosa: en cada peronistacaído yo siento mi desolación de aquel octubre de 1945...cuando todas las puertas se me cerraban. ¡Y todas las almas!

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XXXVI

MI MAYOR GLORIA

En realidad estos apuntes me están saliendo como mesale uno cualquiera de mis días en lo que todo se mezclavertiginosamente: audiencias gremiales, o de ayuda social, actosoficiales, visitas protocolares, política, atención de las obras enmarcha... ¡y qué sé yo cuántas otras cosas más que no sé en quécasillero podrían ubicarse!

Es que un trabajo realizado exige otro y no hay másremedio que seguir adelante. Yo, desde ahora me lamento ya deque la vida, por más larga que sea, sea tan corta, porque haydemasiado que hacer para tan poco tiempo.

Pero menos mal por otra parte que es así. ¡Dios sabe loaburrido que me resultaría vivir con tiempo de sobra!

Las audiencias de ayuda social, por ejemplo, me hanobligado a abrir otros caminos de actividad en mi vida.

En cuanto empecé a atender a los pobres me di cuentaque la cuestión no era sólo atenderlos. Más importante queatenderlos era cumplir con ellos.

Ellos piden. Y piden porque les hemos dicho que tienenderecho a pedir lo que no tienen por culpa de un siglo miserablede explotación y de injusticia.

Tenemos por eso obligación de darles lo que es justoque pidan.

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Para eso tuve que organizar mi ayuda.

Para darles ropa, utensilios, camas, colchas, máquinasde coser, materiales de construcción, etc. Tuve que creargrandes depósitos que son ahora mi mayor orgullo.

Para darles vivienda tuve que construirlas y paraconstruirlas hubo que organizar equipos de técnicos y deobreros y lanzarlos después a trabajar en todo el país.

Para atender a la necesidad apremiante de techo quemuchas veces tienen los pobres por muchas circunstanciasextrañas e imprevistas, y mientras llega la solución definitiva,tuve que construir los “hogares de tránsito” donde se alojan lasmujeres y los niños de esas familias en desgracia.

Para atender a los ancianos desvalidos hubo queconstruir hogares de ancianos.

Los pedidos de juguetes de los chicos me hicieronpensar que era mejor si el regalo les llegaba en un día apropiadoy por eso, todos los años, para el día de Reyes, la Fundacióncumple con los niños, que son, en la Nueva Argentina de Perón,“los únicos privilegiados”.

Lo mismo sucedió con la sidra y el pan dulce que paraNavidad llega a todos los hogares humildes de la Patria, másbien como un símbolo del amor que Perón tiene por su pueblo.

Para poder alojar a los niños huérfanos o abandonadoshubo que organizar la construcción de los hogares-escuela ysembrarlos por todo el país, porque en todas partes la miseriahabía hecho sus víctimas entre los niños.

Así fué naciendo poco a poco, todo lo que ahora ya esuna realidad; y así fué creciendo, casi por fuerza de lascircunstancias.

Todo tiene su primera causa en aquella “patriada” míade 1946 cuando salí a la calle ofreciéndole a mi pueblo micorazón de Evita.

¡Y no me arrepiento!

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El trabajo es grande pero está lleno de pequeñas ygrandes alegrías. A veces, en mi afán de construir, con la fiebrede hacer cosas grandes que Perón me ha contagiado, se mecomplican los planes... y aparecen grandes inconvenientes.

Ahora, para decir la verdad, los inconvenientes mepreocupan a mí menos que a mis colaboradores. Yo me heacostumbrado a ver cómo se arreglan los problemas másinsolubles, y ninguno me preocupa demasiado.

Dios es más Dios de los pobres que de los ricos... yademás — como suele decir Perón — a Dios hay queayudarlo... para que nos ayude.

¡Y yo creo que en la Fundación lo hacemos bastante!

El trabajo que dan las obras se compensa con la alegríade inaugurarlas, de verlas sirviendo a los humildes, llenas deniños, de ancianos, de descamisados un poco más felices queantes.

Nunca gozo tanto del fruto de mis trabajos como cuandoel General visita mis obras... muchas veces visitamos juntos laciudad infantil, los hogares de tránsito, los hogares de ancianosy de menores, el Hogar de la Empleada, los barrios de vivienda.

Yo me alegro mucho viendo la cara de felicidad quepone Perón en sus visitas, que son para él un descanso y unaliento de tantos esfuerzos y de tantas luchas.

Y mi mejor premio es su palabra de aliento y deagradecimiento. Suele decirme muchas veces:

— El gobierno no podría hacer nada de esto. El Estadotodavía no tiene “alma”, no tiene “mística”. Y esto no se puedehacer sin amor.

Y, aunque muchos crean que yo debiera habermeacostumbrado a los elogios del General, lo cierto es queninguna condecoración, ningún premio me parecen mejor quesus palabras.

Cuando inauguramos nuestras obras siempre asiste

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Perón a los actos que hacemos en cada caso. El es el invitado dehonor por supuesto, el primer invitado.

Los actos de esta clase son muy sencillos.

Digo yo primero algunas palabras ofreciéndole la obra.

Luego le ofrecen su trabajo los obreros que la levantaronsiempre con mucho amor y a veces con gran sacrificio.

¡Y luego Perón nos da las gracias...!

Muchas veces al terminar mi pequeño discurso suelepremiarme con un beso en la frente.

Nadie puede imaginarse lo que su prueba deagradecimiento es para mí.

Ninguna gloria del mundo debe ser más grande, ni máspura que mi gloria de esos días jubilosos para mi corazón.

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XXXVII

NUESTRAS OBRAS

¿Puedo seguir hablando un poco más de nuestras obras?

Aquí me doy cuenta de que algunas veces he escrito mis

obras y otras veces, como ahora, las llamo nuestras obras.

No quiero corregir sin embargo ninguna de las dosformas.

Son mías en cierto modo; y en cierto modo son nuestras.

Son mías porque allí pongo todo mi corazón.

Los ingenieros y arquitectos de la Fundación proyectansobre mis grandes planes... pero después yo pongo en cada obratodo eso que ellos no vieron.

Sobre todo al principio me costaba hacerles entenderque los hogares de la Fundación no eran asilos... que losHospitales no eran antesalas de la muerte sino antesalas de lavida... que las viviendas no debían ser lugares para dormir sinopara vivir alegremente...

No era culpa de ellos que no me comprendiesen deprimera intención.

Durante cien años el alma estrecha de los ricos, paraacallar la voz de la conciencia, no concibió nada mejor quetratar a los pobres con migajas de limosna.

Limosna eran no solamente las monedas miserables y

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frías que los ricos dejaban caer sobre las manos extendidas delos pobres. Limosna eran también los asilos escasos queconstruyeron con las sobras de alguna herencia multimillonaria.

Todo en la “obra social” del siglo que nos precedió fuéasí: frío, sórdido, mezquino y egoísta...

En cada asilo de la oligarquía se pinta de cuerpo enteroel alma explotadora de una raza humana que felizmente moriráen este siglo, víctima de su propio orgullo, de su propioegoísmo.

Los niños que “ellos” intentaron “salvar”, no olvidaránjamás que “ellos” fueron sus verdugos.

“Ellos” los hicieron “comunistas” poniéndoles ununiforme gris, dándoles de comer un solo plato, cerrándolestodas las puertas de la dicha humana, de la simple dicha que estener un hogar o una imitación del hogar por lo menos.

Ellos crearon el “comunismo” el día que englobaron atodos los pobres del mundo bajo el rótulo común de chusma.

Ahora se dan cuenta del error. Pero es tarde.

Con sangre o sin sangre la raza de los oligarcasexploradores del hombre morirá sin duda en este siglo...

Y morirán también todos los conceptos que ellos crearonen la estrechez del alma que llevaban dentro ¡si es que tuvieronalma!

A mí me ha tocado el honor de destruir con mi obraalgunos de esos viejos conceptos.

Por eso mis “hogares” son generosamente ricos... másaún, quiero excederme en esto. Quiero que sean lujosos.Precisamente porque un siglo de asilos miserables no se puedeborrar sino con otro siglo de hogares “excesivamente lujosos”.

Sí. Excesivamente lujosos. No me importa que algunas“visitas de compromiso” se rasguen las vestiduras y aun conbuenas palabras me digan:

— ¿Por qué tanto lujo?

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O me pregunten casi ingenuamente:

— ¿No tiene miedo de que al salir de aquí estos“descamisados” se conviertan en “inadaptados sociales”?

— ¿No tiene miedo que se acostumbren a vivir comoricos?

No, no tengo miedo. Por el contrario; yo deseo que seacostumbren a vivir como ricos... que se sientan dignos de viviren la mayor riqueza... al fin de cuentas todos tienen derecho aser ricos en esta tierra argentina... y en cualquier parte delmundo.

El mundo tiene riqueza disponible como para que todoslos hombres sean ricos.

Cuando se haga justicia no habrá ningún pobre, por lomenos entre quienes no quieren serlo...

¡Por eso soy justicialista...!

Por eso no tengo miedo de que los niños de mis hogaresse acostumbren a vivir como ricos, con tal de que conserven elalma que trajeron: ¡alma de pobres, humilde y limpia, sencilla yalegre...!

En lo que las obras son mías es en el sello deindignación ante la injusticia de un siglo amargo para lospobres.

Dicen por eso que soy una “resentida social”.

Y tienen razón mis “supercríticos”. Soy una resentidasocial. Pero mi resentimiento no es el que ellos creen.

Ellos creen que se llega al resentimiento únicamente porel camino del odio... Yo he llegado a ese mismo lugar por elcamino del amor.

Y no es un juego de palabras. No.

Yo lucho contra todo privilegio de poder o de dinero.Vale decir contra toda oligarquía, no porque la oligarquía mehaya tratado mal alguna vez.

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...¡Por el contrario! Hasta llegar al lugar que ocupo en elmovimiento Peronista yo no le debía más que “atenciones”.Incluso algún grupo representativo de damas oligarcas meinvitó a integrar sus altos círculos.

Mi “resentimiento social” no me viene de ningún odio.Sino del amor: del amor por mi pueblo cuyo dolor ha abiertopara siempre las puertas de mi corazón.

Pero en todo lo demás las obras de la Fundación son“nuestras”. Y llamándolas nuestras entiendo decir mejor laverdad que llamándolas mías.

Porque la inspiración y el aliento me los dió y me lossigue dando el alma gigantesca de Perón.

Porque el pueblo, todo el pueblo trabajador de mi Patriame ayuda con su aporte moral y material para construir todo loque la Fundación construye.

Y porque todos los argentinos tenemos derecho a gozarde sus beneficios.

Mi ambición sería por ejemplo pasar los últimos años demi vida en cualquiera de mis “Hogares para Ancianos”, y cadavez que los visito me alegro pensando que en ellos me sentiríacómoda y feliz.

Muchas veces el general me ha dicho lo mismo.

¡Es el mejor elogio que he oído decir de mis obras!

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XXXVIII

NOCHEBUENA Y NAVIDAD

Hoy es Navidad. Navidad de 1950.

Anoche, en cinco millones de hogares argentinos sebrindó con la sidra y se comió el pan dulce de “Perón y Evita”.

También esto han criticado violentamente nuestrosadversarios.

Nos han dicho que tirábamos migajas sobre la mesa delos argentinos y que comprábamos así la voluntad del pueblo.

Nosotros seguimos haciendo lo mismo de la mismamanera, todos los años.

“¿Ladran? ¡Señal que cabalgamos!”

Pero no son migajas. Yo sé que en vez de una botella desidra sería mejor una docena de botellas de “champagne”... y envez de un pan dulce, un canasto lleno de regalos.

No se dan cuenta los mediocres que nuestra sidra ynuestro pan dulce son nada más que un símbolo de nuestraunión con el pueblo.

Es nuestro corazón (el de Perón y el mío) que quierereunir en la nochebuena a todos los corazones descamisados dela Patria, en un abrazo inmenso, fraternal y cariñoso.

De alguna manera queremos estar en la mesa familiar delos argentinos.

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Hemos elegido esa manera porque nos ha parecido lamás cordial y la más digna.

Un regalo, por más rico que sea, a veces ofende.

Pero un recuerdo cuando más sencillo parece que llevamás amor.

Esto es lo que queremos llevar a cada hogar argentinocon nuestra sidra y nuestro pan dulce.

Anoche, como todos los años, al promediar lanochebuena, hablé a los descamisados en un mensaje radial.

Les dije que para mí la nochebuena les pertenece conderecho de propiedad exclusivo.

La nochebuena es de los pobres, de los humildes, de losdescamisados desde que Cristo, despreciado por los ricos que lecerraron todas las puertas, fué a nacer en un estable... y ¿acasolos ángeles no llamaron a los pastores, a los hombres máshumildes y pobres de Belén... y únicamente, a ellos lecomunicaron la buena nueva que venía a alegrar el mundo?

Unicamente a los pastores, a los humildes, a los pobresles fué anunciada la “paz a los hombres de buena voluntad...”.

¿Qué tiene de raro que Perón sólo luche por la felicidadde los descamisados?

¡Los otros, los demás, ya tienen la felicidad que ellosmismos se pueden construir!

El tema y el día me hacen seguir hablando de Dios y delos pobres.

Muchas veces cuando pienso en mi destino, en la misión

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que debo cumplir, en la lucha que esa misión me exige, mesiento débil.

¡Es tan grande la lucha y son tan pocas mis fuerzas!

En “esos momentos” creo que siento necesidad deDios...

Yo no lo invoco a Dios a cada rato.

Recuerdo que alguien un día me rogó que fuese más“cristiana”, y que invocase más frecuentemente a Dios en misdiscursos y en mi actividad pública.

Quiero dejar aquí en estos apuntes la respuesta que le di,porque me he prometido ser sincera en todo... también en esto:

— Es cierto lo que Ud. dice. Yo no invoco a Dios muyfrecuentemente. La verdad es que no lo quiero complicar a Diosen el bochinche “de mis cosas”. Además, casi nunca lo molestoa Dios pidiéndole que me recuerde, y nunca reclamo nada paramí. Pero lo quiero a Cristo mucho más de lo que Ud. cree: yo loquiero en los descamisados. ¿Acaso no dijo El que estaría en lospobres, en los enfermos, en los que tuviesen hambre y en losque tuviesen sed?

Yo no creo que Dios necesite que lo tengamos siempreen los labios. Perón me ha enseñado que más vale llevarlo en elcorazón. Yo soy cristiana por ser católica, practico mi religióncomo puedo y creo firmemente que el primer mandamiento esel del amor. El mismo Cristo dijo que... “nadie ama más que elque da la vida por sus amigos”.

Si alguna vez lo molesto a Dios con algún pedido mío espara eso: para que me ayude a dar la vida por misdescamisados.

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El 1º de Mayo, que en otros tiempos fué triste celebración de

los trabajadores oprimidos, es ahora una de nuestras dos

fiestas mayores.

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XXXIX

MIS OBRAS Y LA POLÍTICA

Cuando yo concebí mi obra de ayuda social no pensé niremotamente que tendría necesidad de hacer todo lo quedespués me he visto obligada a realizar.

A mí me obligó la necesidad de los pobres.

En esto se diferencia mi obra de la que realizaron lasdecadentes sociedades de “damas de beneficencia”.

Ellas construyeron por necesidad propia: lo quenecesitaban era reconciliarse con la propia conciencia cuyoborroso cristianismo les solía recordar, de vez en cuando, quelas puertas del cielo son muy estrechas para todos los ricos.¡Estrechas como el ojo de una aguja!

Las obras de la Fundación en cambio surgen de lanecesidad de los descamisados de mi Patria.

Las obras de asistencia social que las “damas”construyeron en la vieja Argentina estaban pensadas por gentesque ignoraron siempre lo que es la necesidad de los pobres.

En la Nueva Argentina nuestras obras nacen delconocimiento cada vez más profundo de esa necesidad.

Además el dinero de nuestras obras viene del mismopueblo... no es dinero que sobra en el bolsillo de nadie ¡muchasveces es dinero que llega a mis manos gracias al sacrificio demuchos obreros juntos!

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“Aquel” era dinero sobrante, tal vez dinero “robado”,porque todo dinero que sobra en un bolsillo siempre es en ciertomodo dinero de los demás.

El dinero de mis obras es sagrado, porque es de losmismos descamisados que me lo dan para que lo distribuya lomás equitativamente que pueda.

Por eso, dice Perón que eso es “un milagro único en elmundo”.

Yo pienso que ese milagro solamente es posible cuandoun pueblo tiene la generosidad de los trabajadores argentinos.

Por eso las obras de la Fundación están distribuidas portodo el país. Un hogar-escuela para niños no sirve para nada sino se completa la obra encadenando a los otros hogares queahora se levantan en todas las provincias y territoriosargentinos.

Lo mismo los hogares de ancianos, los hospitales.

Tampoco la obra de ayuda social puede tenerintenciones políticas.

Yo no niego que mis obras ayuden a consolidar elenorme prestigio político del General, pero nunca hesubordinado el amor al interés... y menos tratándose del amorde mi pueblo.

Y de esto tengo mil pruebas, muchas de mis obras selevantan en sitios casi desolados donde no hay “votos queganar”.

¿Qué interés político puede tener construir un Hogar enTierra del Fuego?

Además, Perón ya no necesita más votos. Lo único queyo puedo buscar con mis obras es que sus votos por Peróntengan una razón más ¡la del agradecimiento!

Y eso, claro está que si puedo conseguirlo, no dejaré dehacerlo.

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XL

LA LECCION EUROPEA

Cuando decidí visitar Europa me llevaba un afán: ver loque Europa había realizado en materia de obras sociales.

Yo todavía no me había lanzado sino tímidamente aconstruir. Quería aprender de la experiencia de las viejasnaciones de la tierra.

Cada vez que se me presentó la ocasión o aunbuscándola secreta o públicamente, visité cuanta obra social mefué posible. Hoy, a tres años de aquel viaje cuyas crónicasdejaré para otra vez, puedo ya decir que, salvo algunasexcepciones, en aquellas visitas de aprendizaje conocí todo loque no debía ser en nuestra tierra una obra de ayuda social. Lospueblos y gobiernos que visité me perdonarán esta franquezamía tan clara, pero tan honrada.

Por otra parte ellos — pueblo y gobierno — no tienen laculpa. El siglo que precedió a Perón en la Argentina es elmismo siglo que los precedió a ellos.

La única ventaja nuestra es que aquí no hemos tenido ladesgracia de sufrir los horrores de dos guerras desastrosas, y encambio hemos tenido el privilegio de que Dios nos haya dadoun conductor de los quilates de Perón.

Aquí ya estamos en pleno día; allá recién empieza a irsela noche.

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Las obras sociales de Europa son, en su inmensamayoría, frías y pobres. Muchas obras han sido construídas concriterios de ricos... y el rico, cuando piensa para el pobre, piensaen pobre. Otras, han sido hechas con criterio de Estado; y elEstado sólo construye burocráticamente, vale decir con frialdaden la que el gran ausente es el amor.

Volviendo de Europa vine pensando que el cristianismohabía pasado ya por ella, y que dejaba en toda su extensióngrandes y numerosos recuerdos. ¡Pero solamente recuerdos!

Y en el barco que me traía pensé muchas veces en losideales de Perón... sobre todo en aquel principio inicial de sudoctrina que dice: “nuestra doctrina es profundamente cristianay humanista”.

Incluso desde el mar escribí al General esasmeditaciones de las cuales me permito transcribir algunospárrafos:

“Nuestra doctrina tiene que ser cristiana y humanistapero de un modo nuevo; de una manera que todavía no creohaya conocido el mundo. El Cristianismo de nuestromovimiento, tal como sueñas realizarlo, no es el que yo vi enlos países de Europa que visité.

“Yo te ayudaré con mis obras. Desde ya reclamo tuayuda...”

Más adelante le decía:

“En Europa todo parece historia, nosotros en laArgentina vemos todo como si estuviese por venir. Loseuropeos en cambio no miran ya para adelante, sino para atrás.

“Mientras ellos me decían por ejemplo: — Vea estaCatedral del siglo X — yo pensaba en los hogares-escuela queiniciaré en cuanto llegue a Buenos Aires. Mientras ellos memostraban un viejo tomo de historia, yo pensaba que nosotrosestamos en el principio de otro tomo que empieza en nuestraPatria... y con tu nombre”.

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A tres años de aquellas cartas, me admiro yo misma,viendo cómo lo que entonces soñaba se ha venido realizando.

Sobre todo en las obras construídas, yo veo claramenteque aprendí bien la lección de Europa.

En cada una de ellas, yo he querido hacer ver, a los quevengan detrás nuestro, que era verdad luminosa el cristianismohumanista de la doctrina de Perón.

Por eso cada hogar, así sea de “tránsito”, de niños, o deancianos, está hecho como si fuese para el más rico y exigentede los hombres.

¿Acaso aquí pueda verse todavía aquella ingenua idea demi infancia, cuando yo creía que todos eran ricos en el mundo?

Yo creo que al dolor de los que sufren es inhumanoagregar otro dolor, por pequeño que sea. Por eso mis hospitalesquieren ser alegres: sus paredes decoradas con arte, sin camasblancas, sus ventanales son amplios y sus cortinadoshogareños.... ¡Como para que ningún enfermo se sienta en unhospital!

Cuando una obra se proyecta y se construye siempreelijo un dormitorio cualquiera para mí.

¿Quién podrá afirmar que nunca me veré obligada aalojarme en un hogar de tránsito, o de ancianos, o en unhospital?

Si el lugar me satisface entonces me quedo contenta; laobra podrá habilitarse y nadie se sentirá humillado, ni ofendidoen su dignidad.

Mientras escribía estas líneas le he preguntado alGeneral:

— ¿Cumplí con la promesa que te hice al regreso deEuropa, cuando te ofrecí ayudarte para que se realizase en laobra social, el cristianismo de tu doctrina?

Su respuesta ha sido demasiado generosa:

— Sin tu ayuda no hubiese podido hacer nada, ¡nos has

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enseñado a construir con amor!

Esto para mí ya no es un premio sino la misma gloria.

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XLI

LA MEDIDA DE MIS OBRAS

Yo no podré quizás describir cómo son las obras de laFundación en sus formas exteriores, en la arquitectura, en ladisposición interna de sus secciones, ni siquiera en el orden desu funcionamiento.

Pero quiero referirme a los detalles que pueden hacerconocer el “espíritu” que he querido darle.

Son detalles tal vez sin importancia aparente.

Se necesita haber sufrido el problema de los pobres paradarles importancia.

En mis “hogares” ningún descamisado debe sentirsepobre.

Por eso no hay uniformes denigrantes. Todo debe serfamiliar, hogareño, amable: los patios, los comedores, losdormitorios...

He suprimido las mesas corridas y largas, las paredesfrías y desnudas, la vajilla de mendigos... todas estas cosastienen el mismo color y la misma forma que en una casa defamilia que vive cómodamente.

Las mesas del comedor tienen manteles alegres ycordiales, y no pueden faltar las flores; que nunca faltan encualquier hogar donde hay una madre, o una esposa más omenos cariñosa con los suyos.

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Las paredes deben ser también así, familiares y alegres:pinturas agradables y evocadoras, cuadros luminosos...

La vajilla es digna...

Así mis descamisados pueden decirme cuando los visitoen mis hogares, lo que tantas veces yo les he oído:

— Evita: me siento mejor que en mi casa.

Los niños de mis hogares no usan ninguna clase deuniformes.

Cada uno tiene su ropa del color que les gusta, aunquesolamente puede elegir de lo bueno... ¡no vaya a ser queacostumbrados a su pobreza elijan lo peor! Aunque esto es muyraro... ¡El buen gusto es lo último que se pierde en la pobreza!

No he querido que los pibes de los hogares se aíslen delresto del mundo. Por eso los chicos van a las escuelas oficiales,como todos los demás; y mezclados con los niños que tienenpadres y hogar, nadie podrá ya distinguirlos. ¡A no ser que selos distinga por estar mejor vestidos y alimentados que losotros!

Dentro del Hogar-Escuela los chicos viven con la mayorlibertad posible; y más todavía, los ancianos en sus hogaresrespectivos.

Pueden tener, y si no tienen, les damos algún dinero; queasí se sienten más libres.

Cultivamos las inclinaciones naturales de cada uno,sobre todo en lo que se refiere al arte y al trabajo.

En fin, todo es más hogar que escuela.

Los dormitorios son lo menos amplios que se puede... afin de que los internados no se sientan como en un cuartel.

Y en todas las dependencias de la casa cortinadosalegres y amables que invitan a la felicidad.

Muchos otros detalles dejo de lado porque seríainterminable mencionarlos.

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Lo mejor será que quienes puedan, vengan y vean...

Todo está abierto a la mirada de los amigos. ¡Y aun delos que no comprenden!

Es mejor que vean. Yo sé que aun así habrá quienes nocomprendan. Pero quienes vean con los ojos limpios, sinprejuicios personales, no se irán sin creer que la obra social querealizamos es pura, tiene buena intención, y señala tal vez unnuevo rumbo a la generosidad de los hombres.

Por supuesto que toda mi obra no está hecha según lamedida de los hombres comunes...cuya mediocridad es comouna telaraña para los ojos.

No es posible olvidar que yo he tratado siempre depensar y de sentir como piensa y siente Perón.

Y su alma es demasiado grande para ser comprendidapor los mediocres.

En mi obra ha quedado sin duda un poco de la grandezamaravillosa de su alma y eso solamente se comprende congenerosidad y no con mediocres egoísmos.

Por otra parte, no se olvide quien vea mis obras, queellas han sido construídas más bien según la medida del amorde Perón y de su pueblo... ¡que es un amor sin medida!

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XLII

UNA SEMANA DE AMARGURA

También el papel de Evita es a veces amargo. Toda estasemana pasada, por ejemplo, me ha resultado amarga.

Ha habido una huelga y ésta tuvo que ser declaradailegal por injusta.

Yo sé que malos dirigentes — los viejos dirigentes delanarco sindicalismo y del socialismo y los infiltradoscomunistas — han dirigido todo esto.

Sé que la mayor parte del gremio, y que todo el puebloha repudiado el proceder de esos ingratos, indignos de vivir enesta Nueva Argentina de Perón.

Sé todo eso y sin embargo toda la semana he vividoamargada. Solamente me consolé cuando decidí salir a recorrerlos lugares de trabajo y conversar con los mismos obreros enhuelga.

Me acompañaron dos obreros de la ConfederaciónGeneral del Trabajo.

Quise hacer esta salida sin guardias ni escoltas quenunca uso y menos en esta ocasión en que iba a ver qué ocurríacon los obreros en huelga.

Iba pues como amiga, y como amiga no podíapresentarme ante ellos con miedo. ¡Ni siquiera con precaución!

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Además creo que el miedo se me ha ido yadefinitivamente.

En cada lugar hablé con los obreros. Ellos nunca seimaginaron por supuesto verme llegar, y menos a la hora quellegué: el recorrido duró desde las 12 de la noche hasta las 4 ymedia de la mañana.

Así pude comprobar que la huelga era inconsulta einjusta desde que los mismos obreros no sabían cuáles eran lasrazones del paro.

Así pude informarle al Presidente toda la verdad, laverdad de la calle que para un gobernante es fundamental siquiere llamarse democrático, es decir gobierno del pueblo ypara el pueblo.

No niego que mi emoción fué muy grande, alencontrarme en cada sitio de trabajo, con hombres leales yabnegados que estaban dispuestos a todo, antes que hacer lo queellos presentían como una traición al Líder, único e indiscutidode las masas obreras argentinas.

Pero esa emoción no me pudo quitar la amargura delalma.

Es que yo no concibo que pueda haber en mi país, unsolo obrero que no haya comprendido ya, lo que es Perón, ytodo lo que ha hecho Perón por los trabajadores argentinos.

Aunque los huelguistas sean muy pocos me duele lomismo que si fueran todos...

¡No lo puedo entender!

Por eso salí antes de ayer a la calle.

Quería saber si los obreros “sabían” lo que estabanhaciendo.

Pero cuando me di cuenta de que no sabían, tampoco mealegré: pensé que aun quedaba mucho por hacer, hasta que lamasa obrera argentina tenga plena conciencia de laresponsabilidad de su misión histórica, que es nada menos que

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enseñarle al mundo a vivir feliz; a la sombra del Justicialismode Perón.

Este capítulo no es un reproche.

Si este libro estuviera dirigido a hacer propaganda talvez no debiera haber escrito estas páginas un poco tristes.

Pero nosotros — dice siempre Perón — venceremos conla verdad.

No diremos nunca, que vivimos sin problemas nipreocupaciones. Eso sería mentira y nadie nos creería.

No. Tenemos problemas. Tenemos preocupaciones.Sufrimos también nuestras amarguras.

Pero salimos de ellas cada vez más unidos, y cada vezun poco más felices; porque nuestro pueblo no deja deseguirnos con lealtad y con cariño. Por el contrario, cadaproblema que Perón salva y soluciona, con energía, sinviolencias, y consultando siempre de alguna manera al pueblo,nos acerca más a todos los argentinos.

Algún día habrán de convencerse los enemigos delJusticialismo, que contra la verdad no pueden hacer nada,porque la verdad siempre se impone, sobre todo si el quedefiende la verdad, tiene la inteligencia y el corazón de unhombre de los quilates extraordinarios de Perón.

Este capítulo tal vez desentone en la mitad de estosapuntes destinados a explicar mi misión.

Pero quienes quieran conocer bien todo el cuadro que esla vida mía, no sólo deberán ver las luces... También será útilque conozcan los dolores.

Que mi misión en este mundo arrebatado por la guerra,el odio, la angustia y la desesperación, aunque sea una misiónde amor y de justicia, tiene que tener sus horas amargas.

¡Precisamente por eso!

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XLIII

UNA GOTA DE AMOR

Yo sé que mi trabajo de ayuda social no es una solucióndefinitiva de ningún problema.

La solución será solamente la justicia social. Cuandocada uno tenga lo que en justicia le corresponde entonces laayuda social no será necesaria. Mi mayor aspiración es quealgún día nadie me necesite... Me sentiría feliz, inmensamentefeliz, si dejaran de llegarme tantos pedidos de auxilio... porqueellos indican que todavía sigue reinando en algún rincón de miPatria, la injusticia de un siglo amargo para los desposeídos.

Yo no me olvido sin embargo de aquello que un día medijo Perón:

— La justicia no podrá completar su obra en seguida.Pasarán tal vez muchos años.

Sí. Yo sé que hay todavía mucho dolor que ni siquierahe podido atender. Son infinitas las llamadas de auxilio que mellegan, y yo sé que no podré acudir siempre con mi ayuda. A losmiles de cartas que me escriben los descamisados de mi Patria,se agregan ahora todos los días millares, y millares que memandan con sus pedidos, y sus esperanzas, muchosdescamisados del mundo entero.

Es imposible que yo cumpla con todo, por más dinero ypor mejor organización que tenga.

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Pero... me conformo con mostrar a todos mi buenavoluntad. Yo sé que mi obra es como una gota de agua enmedio del mar. Mejor dicho: es una gota de amor cayendo sobreun inmenso océano de barro, que es este mundo lleno de odios yde luchas.

Pero es una gota de amor. Yo sé que el mundo necesitauna lluvia de justicia. Por eso un día abrazará el Justicialismode Perón y será feliz.

Mientras tanto yo me conformo con ser simplementeeso: una gota de amor.

Algunas veces me confundo un poco... digo que mi obrade ayuda social es solamente de justicia, y luego siento que enrealidad es una obra de amor.

Y tengo razón en los dos casos.

Sí. Es de justicia porque no alcanzo nunca a dar más delo que pertenece a los descamisados. Estoy pagando lo que lesfué quitado durante un siglo de traición y de privilegiosoligarcas.

Y es también de amor, porque en mi obra está micorazón, mi pobre corazón de humilde mujer que todo, sí, lohace por amor.

Por el amor a Perón.

Por el amor de los descamisados de su pueblo... y ¿porqué no he de decirlo? De todos los descamisados del mundo.

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El pueblo me paga con su cariño.

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XLIV

COMO ME PAGAN EL PUEBLO Y PERON

Pero el amor en mi obra no quiere ser sentimentalismo,que yo siempre creí ridículo y torpe.

En esto no me olvido que mi obra es de estricta justicia.

Voy a mi trabajo de cada día pensando que voy a unempleo cualquiera, como si me pagasen por hacer lo que hago.

Yo no tengo ningún sueldo. No soy funcionario delgobierno bajo ningún aspecto. Soy libre, absolutamente libre.

Así lo he querido yo. Muchas veces el mismo Generalha querido añadirme a su gobierno como colaboradora oficial.

Quiero seguir siendo libre y creo que es lo mejor; paraél, para todos y también para mí.

Si yo fuese funcionario dejaría de ser “pueblo”, nopodría ser lo que soy, ni hacer lo que hago.

Además yo he sido siempre desordenada en mi manerade hacer las cosas; me gusta el “desorden” como si el desordenfuese mi medio normal de vida. Creo que nací para laRevolución. He vivido siempre en libertad. Como los pájaros,siempre me gustó el aire libre del bosque. Ni siquiera he podidotolerar esa cierta esclavitud que es la vida en la casa paterna, ola vida en el pueblo natal... Muy temprano en la vida dejé mi

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hogar y mi pueblo, y desde entonces siempre he sido libre. Hequerido vivir por mi cuenta y he vivido por mi cuenta.

Por eso no podré ser jamás funcionario, que es atarse aun sistema, encadenarse a la gran máquina del Estado y cumplirallí todos los días una función determinada.

No. Yo quiero seguir siendo pájaro suelto en el bosqueinmenso.

Me gusta la libertad como le gusta al pueblo, y en esocomo en ninguna otra cosa me reconozco pueblo.

Aunque no sea funcionario del gobierno ni cobre sueldo,sin embargo voy a mi trabajo como si lo fuese, pensando queme pagan para eso.

Y en realidad, no en dinero pero sí, en otras cosas quevalen más que el dinero me pagan, ¡y vaya si me pagan!

Me paga el pueblo con su cariño.

Yo he dicho que mi trabajo en realidad es pago de unadeuda. ¡No me olvidaré nunca del 17 de Octubre de 1945!

Aquel día recibí el pago anticipado de todo esto queahora estoy haciendo.

Anoche, entre mis descamisados, una mujer llorabaagradeciéndome no sé que cosa.

Me dijo que el 17 de Octubre de 1945, ella había estadoen la Plaza de Mayo.

No sabrá nunca esa pobre mujer los deseos que tuve dehacer con ella lo que ella hizo conmigo: arrodillarme y darle aella las gracias con mis lágrimas, besándole las manos.

¡Vaya si me pagan!

Me paga también Perón con su cariño y con suconfianza.

Yo sé que por culpa de mi trabajo, muchas veces leocasiono algún disgusto.

Porque llego tarde: casi cuando él se levanta.

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Porque cree que voy a enfermarme a raíz de mi desordenen el trabajo.

Porque estoy poco tiempo con él.

Porque a veces creyendo serle útil, hago alguna cosarara que me sale mal.

Pero sabe perdonarme siempre.

El ha sabido conciliar en mí la “esclavitud” con lalibertad.

Como mujer le pertenezco totalmente, soy en ciertomodo su “esclava”, pero nunca como ahora me he sentido tanlibre.

No daría un paso sin saber que él está de acuerdo en quedebo darlo; y sin embargo me siento libre como siempre hequerido serlo. Ciertamente no sé cuál puede ser la explicaciónde este raro misterio, pero pienso que con esto tiene mucho quever la grandeza extraordinaria de su alma.

Un día leí un libro de León Bloy, acerca de Napoleón,que él no podía concebir el cielo sin su Emperador.

A mí me gustó y en un discurso dije que tampoco yoconcebía el cielo sin Perón.

Algunos creyeron que eso era casi una herejía.

Sin embargo, cada vez que lo recuerdo, me parece máslógico.

Yo sé que Dios llena el cielo por sí mismo.

Pero Dios, que no pudo concebir el cielo sin su madre, aquien tanto quería, me perdonará que mi corazón no lo concibasin Perón.

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XLV

MI GRATITUD

Yo sé que muchos detalles y aun algunos aspectosimportantes de mis trabajos de ayuda social no podrán serconocidos por quien lea estos desordenados apuntes míos.

Quisiera hablar de todo. Pero esto dejaría de ser lo queyo quise que fuera: una simple explicación de lo que a muchagente le parece inexplicable, y se convertiría en una descripciónde cosas que en realidad no se pueden conocer bien si no se lasve.

Por eso yo me permito aquí invitar a los incrédulos quevean lo que hemos hecho en la Fundación, poniendo en cadaesfuerzo, aun en lo más pequeño, todo el amor y toda la justiciaque nos ha sido posible.

Por supuesto que sólo invito a los incrédulos que tenganbuena voluntad... a los incrédulos que quieran creer... porque yosé que a los otros es inútil mostrarles nada; pertenecen a unaraza muy antigua de la humanidad, a la de los que viendo, nocreyeron en nada superior a la mediocridad.

¡Para esta clase de gente no tengo “margaritas”...!

Esta parte de mis apuntes, escrita así como es mi trabajo,desordenadamente pero con mucho cariño, no puede callartampoco una palabra de gratitud.

Cuando pienso un momento en todo lo que tengo que

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agradecer, me doy cuenta claramente que yo en mi obra soy...prácticamente nada...

La obra comenzó porque me la inspiró el General yporque la exigían nuestros descamisados.

Sus fondos me los da el pueblo de una o de otra manera.

Para levantar sus construcciones trabajan para mímillares de obreros que rinden como en ningún otro trabajo, yterminan sus obras en tiempos extraordinarios, dirigidos porcentenares de técnicos, a quienes hay que imponerles eldescanso como una obligación.

En todas partes encuentro corazones abiertos paracolaborar conmigo sin ninguna reserva.

Las mujeres que trabajan conmigo, asistentas sociales,visitadoras, enfermeras, no saben lo que es el cansancio ni elsacrificio. Algunas han caído ya en el cumplimiento de sudeber, como cuando acudieron al Ecuador llevando ayuda a loshermanos de aquel país afectados por el terremoto.

Los obreros de toda mi Patria saben que la Fundación escosa de ellos y yo sé que muchas veces, con sacrificios quenunca serán bien recompensados por mi obra, me hacen llegarsus aportes generosos.

Yo cuido de esos aportes más que de mi propia vida... yhe prometido que la Fundación manejará sus fondos en caja decristal, a fin de que jamás se empañe con la más leve sombra,ese dinero limpio — ¡el único dinero limpio que yo conozco! —que viene de las manos honradas de los obreros.

Todo eso tengo que agradecer.

Y aun tengo que darles las gracias a quienes piden yreciben mi ayuda, porque a veces deben armarse de paciencia,para verme y aun para escribirme. Lo que yo les doy no es unagracia, lo que yo les doy es el pago de una vieja deuda que laPatria tenía con ellos... ¡y, siendo así, no deberían pedirmenada!

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Es cierto que yo trato de ir a ellos con mis “célulasmínimas”, pero en la práctica sucede que siempre son más losque reciben porque han pedido, que los que reciben sin pedir.

Tanto a los que reciben la ayuda por haberla solicitado,como a los que reciben sin pedirla, yo les debo agradecer que seconformen con eso, con tan poca cosa, mientras Perón luchaincansablemente para que nadie tenga ya en esta tierranecesidad de la ayuda social, que aun realizada así comonosotros lo hemos querido, con dignidad de justicia, no deja deser ayuda... ¡Y nosotros pensamos que cuando el mundo seajusticialista, la ayuda social será también un amargo recuerdo!

Todos los hombres tendrán lo suyo.

Un día dije esto mismo en un discurso, y cuando acabémis palabras, alguien, cerca de mí, comentó:

— Tal vez el día que todos tengan lo suyo ydesaparezcan obras como la suya... el amor será una cosaolvidada entre los hombres.

Recuerdo haber contestado más o menos esto:

— No. Si ese día llegase alguna vez... yo creo que nollegará nunca en forma total... pero si llegase, entonces elmundo sería un paraíso de amor... y si no vea... aquí, en nuestratierra, donde los hombres se están haciendo justicialistas, veacómo el amor triunfa sobre el egoísmo... Perón hizo justicia conlos obreros, y vea cómo los obreros me regalan parte de susjornales y de sus aumentos para que yo ayude a los mássumergidos... Yo estoy segura que la justicia es algo así como lapuerta del amor...

Cuando el mundo sea justicialista reinará el amor... yreinará la paz.

Eso me lo enseñó Perón.

Fue tal vez su primera enseñanza.

Yo me pregunto muchas veces por qué la humanidad noquerrá aprender también esa lección maravillosa... y me dan

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ganas de salir por el mundo a predicar el Justicialismo de Perón.De todas maneras nadie pensará que tengo aspiraciones de“emperatriz”... aunque muchos, los mediocres, los hombrescomunes, los eternos incrédulos, dirán que me ha poseído unarara forma de locura.

Pero... ya los “cuerdos” han hecho demasiado en lahistoria. Y... por lo visto no nos han dado un mundo muyagradable que digamos.

Tal vez haya llegado el turno de los “idealistas”.

¡Sería interesante que la humanidad nos diese unaocasión!

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Prefiero ser Evita a ser la mujer del Presidente de la República,

se ese Evita sirve para algo a los descamisados de mi Patria.

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XLVI

UN IDEALISTA

Más idealista que yo, infinitamente más que yo, es elmismo Perón.

El idealismo mío es... el que yo aprendí de él en suslecciones.

Más bien fuí yo siempre demasiado práctica.

El idealismo de Perón en cambio es puro como es todoen él.

Yo a veces lo comparo... es decir quiero compararlo conalguien que se le parezca.

Con Perón he leído las vidas paralelas de Plutarco.

Al General Perón le gusta la vida de Alejandro. Yopensé que de todas las vidas paralelas, sería tal vez por esomismo, porque a él le gusta la más aproximada a Perón engrandeza y en virtud.

Por eso leí la vida de Alejandro con más pasión quetodas las demás.

Después, entusiasmada por la lectura de las grandesvidas, he leído muchas otras biografías célebres.

Quedará tal vez mal que yo diga francamente laverdad... pero debo decir lo que siento... y lo que siento es muyfácil de decir aunque no todos me crean ahora... en este

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momento, aunque me creerán después, tal vez mucho tiempodespués que nos hayamos ido: Perón no se parece a ningúngenio militar ni político de la historia.

Los genios militares y políticos que consiguieron unpoco de gloria y que iluminaron un siglo... ganaron sus laurelescon dolor y sacrificio del pueblo. Yo no pretendo desmerecerlospara nada, pero ¡cuántas vidas costó la gloria de Alejandro! ¡Ycuánta sangre del pueblo costó la gloria de Napoleón!

Además nadie, absolutamente nadie en la historia, harecibido de un pueblo tanto cariño delirante y fanático como elque recibe Perón... y si alguien lo ha recibido, nadie ha sabidoutilizarlo mejor que él, por la misma felicidad del pueblo.

Yo creo que Perón se parece más bien a otra clase degenios, a los que crearon nuevas filosofías o nuevas religiones.

No he de cometer la herejía de compararlo con Cristo...pero estoy segura de que, imitándolo a Cristo, Perón siente unprofundo amor por la humanidad y que eso más que ningunaotra cosa lo hace grande, magníficamente grande.

Pero es grande también porque él ha sabido darle formapráctica a su amor creando una doctrina para que los hombressean felices, y realizándola en nuestra tierra.

Yo dije que el General Perón es idealista,profundamente idealista. Pero es genial también, y por eso suidealismo no es quijotesco, idealismo de escritorio o desoñador.

Es idealismo humano, natural y realista.

Yo no sé cómo él sabe armonizar todas estas cosas.

Lo veo a veces concebir una idea que me parece estardemasiado cerca de las nubes para ser realizada... y después veocómo esa misma idea va tomando formas... y poco a poco susmanos maravillosas las van convirtiendo en una magníficarealidad. Es idealista y práctico a la vez. Por eso yo creofirmemente que es un genio y que este siglo será iluminado por

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él. Lo veo marchar en medio de un mundo sin fe y sinesperanzas y me parece en algunos momentos que él es la únicacosa de la tierra en la que todavía se puede tener un poco de fey un poco de esperanza.

Entre los que lean esto, sé que muchos sonreiránincrédulamente... Otros pensarán que es propaganda y daránvuelta la página o cerrarán el libro... pero algunos quedaránpensando que tal vez sea verdad lo que yo digo.

Pensarán que, en estos momentos tan tristes y tandifíciles para el hombre, el mundo se presenta como un inmensocampo de batalla: dos pequeñas minorías imperialistas, armadascomo nunca lo ha estado ninguna nación de la historia, sedisputan el derecho de mandar sobre una inmensa humanidadque está entre dos fuegos sin saber qué hacer... no quiere sercomunista, ni quiere vivir en el viejo y fracasado mundocapitalista.

Y... nadie, sino Perón, le dice a la humanidad unapalabra distinta...

Nadie más que Perón le muestra a la humanidad unnuevo camino, dándole una nueva esperanza. La humanidadcree que todo le ha salido mal y que ya no hay ninguna soluciónpara sus males. Incluso cree que el mismo cristianismo hafracasado... y Perón le dice francamente:

— No. Lo que ha fracasado no es el cristianismo. Sonlos hombres los que han fallado aplicándolo mal. ElCristianismo no ha sido todavía bien probado por los hombresporque nunca el mundo fué justo... El Cristianismo será verdadcuando reine el amor entre los hombres y entre los pueblos;pero el amor llegará solamente cuando los hombres y lospueblos sean justicialistas.

Sí. Esto es tal vez demasiado idealismo.

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Pero... al mundo le hace falta una esperanza... ¡Y unaesperanza siempre es así: una idea lejana... que misteriosamenteDios convierte en realidad!

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TERCERA PARTE

LAS MUJERES Y MI MISION

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“Me emociona la gratitud de los niños como ninguna otra

cosa”.

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XLVII

LAS MUJERES Y MI MISIÓN

Mi trabajo en el movimiento femenino nació y creció,lo mismo que mi obra de ayuda social y que mi actividadsindical: poco a poco y más bien por fuerza de lascircunstancias que por decisión mía.

No será esto lo que muchos se imaginan que ocurrió...pero es la verdad.

Más romántico o más poético o más literario ynovelesco sería que yo dijese por ejemplo que todo lo que hagoahora lo intuía... como una vocación o como un destinoespecial.

¡Pero no es así!

Lo único que traje al campo de estas luchas comopreparación fueron sentimientos como aquellos que me hacíanpensar en el problema de los pobres y de los ricos.

Pero nada más.

Nunca imaginé que me iba a tocar algún día encabezarun movimiento femenino en mi país y menos aun unmovimiento político.

Las circunstancias me abrieron el camino.

¡Ah! Pero yo no me quedé en mi cómodo lugar de EvaPerón. Camino que se abrió entre mis ojos fué camino que

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tomé, si andar por él podía ayudar un poco a la causa de Perón,que es la causa del pueblo.

Yo me imagino que muchas otras mujeres han vistoantes que yo los caminos que recorro.

La única diferencia entre ellas y yo es que ellas sequedaron y yo me largué. En realidad yo debo confesar que sime animé a la lucha no fué por mí sino por él... ¡Por Perón!

El me animó a subir.

¡Me sacó de la “bandada de gorriones”!

Me enseñó mis primeros pasos de todas mis andanzas.

Después, no me faltó nunca el estímulo poderoso yextraordinario de su amor.

Reconozco, ante todo, que empecé trabajando en elmovimiento femenino porque así lo exigía la causa de Perón.

Todo comenzó poco a poco.

Cuando me di cuenta presidía ya un movimiento políticofemenino... y, sobre la marcha, tuve que aceptar la conducciónespiritual de las mujeres de mi Patria.

Esto me exigió meditar los problemas de la mujer. Ymás que meditarlos, me exigió sentirlos y sentirlos a la luz de laDoctrina con la que Perón empezaba a construir una NuevaArgentina.

Recuerdo con qué extraordinario cariño de amigo y demaestro fué el General Perón mostrándome los infinitosproblemas de la mujer en mi Patria y en el mundo.

En esas conversaciones advertí una vez más lo genial desu figura.

Millones de hombres han pasado como él frente alproblema cada vez más agudo de la mujer en la humanidad deeste siglo angustiado, y creo que muy pocos se han detenido ylo han penetrado como él, como Perón, hasta lo más íntimo.

El me enseñó en esto, como en todas las cosas, el

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camino.

Las feministas del mundo dirán que empezar así unmovimiento femenino es poco femenino... ¡empezarreconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre!

No me interesa sin embargo la crítica.

Además, reconocer la superioridad de Perón es una cosadistinta.

¡Además... me he propuesto escribir la verdad!

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XLVIII

EL PASO DE LO SUBLIME A LO RIDICULO

Confieso que el día que me vi ante la posibilidad delcamino “feminista” me dió un poco de miedo.

¿Qué podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allídonde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasadorotundamente?

¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeresresentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido coninnumerables líderes feministas?

Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otraparte como para ocupar un puesto así... que, por lo general, enel mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece,casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo... mujerescuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres.

¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron!

Parecían estar dominadas por el despecho de no habernacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres.

Creían incluso que era una desgracia ser mujeres...Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo yresentidas con los hombres porque no las dejaban ser comoellos, las “feministas”, la inmensa mayoría de las feministas del

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mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especiede mujeres... ¡que no me pareció nunca del todo mujer!

Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.

Un día el General me dió la explicación que yonecesitaba.

“— ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren serhombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiesequerido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Ycreo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. Noves que esa clase de “feministas” reniega de la mujer. Algunasni siquiera se pintan... porque eso, según ellas es propio demujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesitael mundo es un movimiento político y social de mujeres... ¡quépoco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarloimitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos,demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de talmanera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo al mundo. Talvez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite.”

Yo recuerdo bien aquella lección del General.

Nunca me pareció tan claro y tan luminoso supensamiento.

Eso era lo que yo sentía.

Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todoel mundo tenía que cumplir una función sublime... y todocuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo. Es que,no conducido por mujeres sino por “eso” que aspirando a serhombre, dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismohabía dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo.

¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!

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“Quisera mostrarles un camino”.

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XLIX

QUISIERA MOSTRARLES UN CAMINO

Lo primero que tuve que hacer en el movimientofemenino de mi Patria, fué resolver el viejo problema de losderechos políticos de la mujer.

Durante un siglo — el siglo oscuro y doloroso de laoligarquía egoísta y vendepatria — políticos de todos lospartidos prometieron muchas veces dar el voto a la mujer.Promesas que nunca cumplieron, como todas las que elloshicieron al pueblo.

Tal vez fué eso una suerte.

Si las mujeres hubiésemos empezado a votar en lostiempos de la oligarquía, el desengaño hubiese sido demasiadogrande... ¡Tan grande como el engaño mismo de aquellaselecciones en la que todo desmán, todo fraude y toda mentiraeran normales!

Mejor que no hayamos tenido entonces ningún derecho.Ahora tenemos una ventaja sobre los hombres: ¡No hemos sidoburladas...! ¡No hemos entrado en ninguna rara confabulaciónpolítica! no nos ha manoseado todavía la lucha de ambiciones...Y, sobre todo, nacemos a la vida cívica bajo la bandera dePerón, cuyas elecciones son modelo de pureza y honradez, talcomo lo reconocen incluso sus más enconados adversarios, que

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sólo se rinden a la verdad cuando no es posible inventar ya unasola mentira.

Hoy la mujer argentina puede votar y... yo no voy arepetir la frase de un político que al ofrecer a sus conciudadanosuna ley electoral dijo demasiado solemnemente:

— “¡Sepa el pueblo votar!”

No. Yo creo que el pueblo siempre supo votar. Lo maloes que no siempre le fué posible votar. Con la mujer sucede lomismo.

Y sabrá votar. Aunque no es fundamental en elmovimiento femenino, el voto es su instrumento poderoso y conél las mujeres del mundo tenemos que conquistar todos nuestrosderechos... o mejor dicho el gran derecho de ser simplementemujeres y poder cumplir así, en forma total y absoluta, lamisión que como mujeres debemos cumplir en la humanidad.

Lo que yo creo que no podemos olvidar jamás es unacosa que siempre repite Perón a los hombres..: que el voto, valedecir la “política”, no es un fin sino un medio...

Yo creo que los hombres, en su gran mayoría, sobretodo en los grandes partidos políticos, no entendieron nuncabien esto. Por eso fracasaron siempre. Nuestro destino demujeres depende de que no hagamos lo mismo.

Pero... yo no quiero detenerme tanto en este asunto delos derechos políticos de la mujer.

Más que eso me interesa ahora la mujer misma.

Siento que necesita salvarse.

Yo quisiera mostrarle un camino.

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“Yo los he visto llorar por agradecimiento. Y por

agradecimiento sí que no saben llorar los ricos”.

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L

EL HOGAR O LA FABRICA

Todos los días millares de mujeres abandonan el campofemenino y empiezan a vivir como hombres.

Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la callea la casa. No se resignan a ser ni madres, ni esposas.

Sustituyen al hombre en todas partes.

¿Eso es “feminismo? Yo pienso que debe ser más bienmasculinización de nuestro sexo.

Y me pregunto si todo este cambio ha solucionadonuestro problema.

Pero no. Todos los males argentinos siguen en pie y aunaparecen otros nuevos. Cada día es mayor el número de mujeresjóvenes convencidas de que el peor negocio para ellas es formarun hogar.

Y sin embargo para eso nacimos.

Allí está nuestro más grave problema.

Nos sentimos nacidas para el hogar y el hogar nosresulta demasiada carga para nuestros hombros.

Renunciamos al hogar entonces... salimos a la calle enbusca de una solución... sentimos que la solución esindependizarnos económicamente y trabajamos en cualquierparte... pero ese trabajo nos iguala a los hombres y... ¡no! no

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somos como ellos... ellos pueden vivir solos... nosotros no...nosotros sentimos necesidad de compañía, de una compañíatotal... sentimos la necesidad de darnos más que de recibir... ¡Nopodemos trabajar nada más que para ganar un sueldo como loshombres!

Y por otra parte, si renunciamos al trabajo que nosindependiza para formar un hogar... quemamos allí mismonuestras naves definitivamente.

Ninguna profesión en el mundo tiene menosposibilidades de retorno como nuestra profesión de mujeres.

Aun si nos elige un hombre bueno... nuestro hogar nosiempre será lo que hemos soñado cuando solteras.

En las puertas del hogar termina la nación entera ycomienzan otras leyes y otros derechos... la ley y el derecho delhombre... que muchas veces sólo es un amo y a veces también...dictador.

Y allí nadie puede intervenir.

La madre de familia está al margen de todas lasprevisiones. Es el único trabajador del mundo que no conocesalario, ni garantía de respeto, ni límites de jornadas, nidomingo, ni vacaciones, ni descanso alguno, ni indemnizaciónpor despido, ni huelgas de ninguna clase... Todo eso — así lohemos aprendido desde “chicas” — pertenece a la esfera delamor... ¡y lo malo es que el amor muchas veces desaparecepronto en el hogar... y entonces, todo pasa a ser “trabajoforzado”... obligaciones sin ningún derecho...! ¡Servicio gratuitoa cambio de dolor y sacrificios!

Yo no digo que siempre sea así. No tendría yo derecho adecir nada, desde que mi hogar es feliz... si no viera todos losdías el dolor de tantas mujeres que viven así... sin ningúnhorizonte, sin ningún derecho, sin ninguna esperanza.

Por eso cada día hay menos mujeres para formarhogares...

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¡Hogares verdaderos, unidos y felices! Y cada día elmundo necesita en realidad más hogares y, para eso, másmujeres dispuestas a cumplir bien su destino y su misión. Poreso el primer objetivo de un movimiento femenino que quierahacer bien a la mujer... que no aspire a cambiarlas en hombres,debe ser el hogar.

Nacimos para constituir hogares. No para la calle. Lasolución nos la está indicando el sentido común. ¡Tenemos quetener en el hogar lo que salimos a buscar en la calle: nuestrapequeña independencia económica... que nos libere de serpobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sinninguna esperanza!

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LI

UNA IDEA

Porque en realidad con las mujeres debe suceder lomismo que con los hombres, las familias o las naciones:mientras no son económicamente libres, nadie les asigna ningúnderecho.

Me imagino que mucha gente verá en esta opinión mía,muy personal y muy mía, un concepto demasiado materialista.

Y no es así. Yo creo en los valores espirituales. Por otraparte, eso es lo que nos enseña la doctrina justicialista de Perón.Por eso mismo, porque creo en el espíritu, considero que esurgente conciliar en la mujer su necesidad de ser esposa ymadre con esa otra necesidad de derechos que como personahumana digna lleva también en lo más íntimo de su corazón.

Y un principio de solución pienso yo que será aquellapequeña independencia económica de la que he hablado.

Si no le hallamos una solución a nuestro dilema, prontosucederá en el mundo una cosa inconcebible: sólo aceptaránconstituir un hogar verdadero (no medio hogar o mediomatrimonio) las mujeres menos capaces... las que no encuentrenfuera del matrimonio o del hogar otra solución “económica”que sustente sus derechos mínimos.

Descenderá entonces la jerarquía de madre de familia alnivel de lo ridículo. Se dirá — y ya se está diciendo — que sólo

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las tontas queman las naves casándose, creando un hogar,cargándose de hijos.

¡Y eso no puede suceder en el mundo!

Son los valores morales los que han quebrado en estaactualidad desastrosa: y no serán los hombres quienes losrestituyan a su antiguo prestigio... y no serán tampoco lasmujeres masculinizadas. No. ¡Serán otra vez las madres!

Esto no sé como probarlo, pero lo siento como unaverdad absoluta.

Pero ¿cómo conciliar todas las cosas?

Para mí sería muy sencillo y no sé si por demasiadosencillo me parece demasiado fácil y a lo mejor...impracticable; aunque muchas veces he visto cómo las cosasque todos estiman demasiado simples son la clave del éxito, elsecreto de la victoria.

Pienso que habría que empezar por señalar para cadamujer que se casa una asignación mensual desde el día de sumatrimonio.

Un sueldo que pague a las madres toda la nación y queprovenga de los ingresos de todos los que trabajan en el país,incluídas las mujeres.

Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que,aunque no se vea, requiere cada día el esfuerzo de millones ymillones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esamonótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa,servir la mesa, criar los hijos..., etc.

Aquella asignación podría ser inicialmente la mitad delsalario medio nacional y así la mujer ama de casa, señora delhogar, tendría un ingreso propio ajeno a la voluntad del hombre.

Luego podrían añadirse a ese sueldo básico losaumentos por cada hijo, mejoras en caso de viudez, pérdida poringreso a las filas del trabajo, en una palabra todas lasmodalidades que se consideren útiles a fin de que no se

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desvirtúen los propósitos iniciales.

Yo solamente lanzo la idea. Será necesario darle forma yconvertirla, si conviene, en realidad.

Yo sé que para nosotras, las mujeres de mi Patria, elproblema no es grave ni urgente.

Por eso no quiero llevar todavía esta idea al terreno delas realizaciones. Será mejor que la idea sea meditada por todas.Cuando llegue el momento la idea estará madura.

La solución que yo aporto es para que no se sientamenos la mujer que funda un hogar que la mujer que gana suvida en una fábrica o en una oficina.

Pero no es toda la solución del viejo problema. Hay queañadir a ella una mejor utilización del progreso y de la técnicaal servicio del hogar.

Y es necesario elevar la cultura general de la mujer paraque todo eso: independencia económica y progreso técnico sepausarlo en beneficio de sus derechos y de su libertad sin quepierda de vista su maravillosa condición de mujer; lo único queno puede y que no debe perder jamás si no quiere perderlo todo.

Todo esto me recuerda un poco aquello que fué elprograma básico de Perón en su lucha por la liberación de losobreros.

El decía que era menester elevar la cultura social,dignificar el trabajo y humanizar el capital.

Yo, imitándolo siempre, me permito decir que parasalvar a la mujer y por lo tanto al hogar es necesario tambiénelevar la cultura femenina, dignificar el trabajo y humanizar sueconomía dándole cierta independencia individual mínima.

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Solamente así, la mujer podrá prepararse para ser esposay madre tal como se prepara para ser una dactilógrafa...

Así se salvarán muchas mujeres de la delincuencia y laprostitución que son frutos de su esclavitud económica.

Así se salvará el hogar del desprestigio y le daráverdadera jerarquía de piedra fundamental de la humanidad.

Sé que mi solución es más bien una puerta que uncamino. Veo que es todavía poco lo que ella significa y que esincompleta. Creo que es necesario hacer mucho más todavíaque eso.

Porque no se trata de devolver al hogar un prestigio quenunca tuvo sino de darle el que nunca conoció.

Yo he tenido que crear muchos institutos donde se cuidaa los niños, queriendo sustituir una cosa que es insustituible:una madre y un hogar. Pero sueño siempre con el día en que nosean ya necesarios... cuando la mujer sea lo que debe ser; reinay señora de una familia digna, libre de toda necesidadeconómica apremiante.

Para que ese día llegue es necesario que el movimientofemenino de cada país y del mundo entero se una en el esfuerzoque tiende a realizar el gran objetivo; y que el justicialismo seauna realidad en todas partes. De nada nos valdría unmovimiento femenino organizado en un mundo sin justiciasocial.

Sería como un gran movimiento obrero en un mundo sintrabajo. ¡No serviría para nada!

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LII

LA GRAN AUSENCIA

Yo creo que el movimiento femenino organizado comofuerza en cada país y en todo el mundo debe hacerle y le haríaun gran bien a toda la humanidad.

No sé en donde he leído alguna vez que en este mundonuestro, el gran ausente es el amor.

Yo, aunque sea un poco de plagio, diré más bien que elmundo actual padece de una gran ausencia: la de la mujer.

Todo, absolutamente todo en este mundocontemporáneo, ha sido hecho según la medida del hombre.

Nosotros estamos ausentes en los gobiernos.

Estamos ausentes en los Parlamentos.

En las organizaciones internacionales.

No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin.

Ni en los Estados mayores de los imperialismos.

Ni en las “comisiones de la energía atómica”.

Ni en los grandes consorcios.

Ni en la masonería, ni en las sociedades secretas.

No estamos en ninguno de los grandes centros queconstituyen un poder en el mundo.

Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la

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agonía y en todas las horas amargas de la humanidad.

Parece como si nuestra vocación no fuesesustancialmente la de crear sino la del sacrificio.

Nuestro símbolo debería ser el de la madre de Cristo alpie de la cruz.

Y sin embargo nuestra más alta misión no es ésa sinocrear.

Y no me explico pues por qué no estamos allí donde sequiere crear la felicidad del hombre.

¿Acaso no tenemos con el hombre un destino común?¿Acaso no debemos hacer juntos la felicidad de la familia?

Tal vez por no habernos invitado a sus grandesorganizaciones sociales el hombre ha fracasado y no ha podidohacer feliz a la humanidad.

El hombre ha creado, para solucionar los grandesproblemas del mundo, una serie casi infinita de doctrinas.

Ha creado una doctrina para cada siglo.

Y luego de probarla, vencido, ha intentado otra y asísucesivamente.

Se ha apasionado por cada doctrina como si fuesedefinitiva solución. Le ha importado más la doctrina que elhombre y que la humanidad.

Y eso se explica: el hombre no tiene una cuestiónpersonal con la humanidad como nosotras.

Para el hombre la humanidad es un problema social,económico y político.

Para nosotras, la humanidad es un problema decreación... como que cada mujer y cada hombre representanuestro dolor y nuestro sacrificio.

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El hombre acepta demasiado fácilmente la destrucciónde otro hombre o de una mujer, de un anciano o de un niño.

¡No sabe lo que cuesta crearlos!

¡Nosotras sí!

Por eso nosotras, mujeres de toda la tierra, tenemos,además de nuestra vocación creadora, otra, de conservacióninstintiva: la sublime vocación de la paz.

No quiero decir con esto que debamos preferir la paz atodo.

No. Sabemos que hay causas mayores que la paz, peroson menos para nosotras que para los hombres.

No entendemos que pueda hacerse la guerra por unimperialismo, menos por un predominio económico, nocomprendemos la guerra en son de conquista.

Aunque sabemos, sí, que hay guerras de justicia,pensamos que hasta hoy en el mundo todavía los hombres nohan peleado sino muy poco por aquella justicia.

Cuando el hombre nos dé un lugar en sus decisionestrascendentales habrá llegado la hora de hacer valer nuestraopinión tal vez menos del cerebro que del corazón.

Pero ¿acaso no es nuestro corazón el que debe sufrir lasconsecuencias de los errores “cerebrales” del hombre?

Yo no desprecio al hombre ni desprecio su inteligencia,pero si en muchos lugares del mundo hemos creado juntoshogares felices, ¿por qué no podemos hacer juntos unahumanidad feliz?

Ese debe ser nuestro objetivo.

Nada más que ganar el derecho de crear, junto alhombre, una humanidad mejor.

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“Esta empresa requería mujeres intrépidas dispuestas a

trabajar día y noche”.

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LIII

EL PARTIDO PERONISTA FEMENINO

El partido femenino que yo dirijo en mi país estávinculado lógicamente al movimiento Peronista pero esindependiente como partido del que integran los hombres.

Esto lo he dispuesto precisamente para que las mujeresno se masculinicen en su afán político.

Así como los obreros sólo pudieron salvarse por símismos y así como siempre he dicho, repitiéndolo a Perón, que“solamente los humildes salvarán a los humildes”, tambiénpienso que únicamente las mujeres serán la salvación de lasmujeres.

Allí está la causa de mi decisión de organizar el partidofemenino fuera de la organización política de los hombresperonistas.

Nos une totalmente el Líder, único e indiscutido paratodos.

Nos unen los grandes objetivos de la doctrina y delmovimiento Peronista.

Pero nos separa una sola cosa: nosotras tenemos unobjetivo nuestro que es redimir a la mujer.

Este objetivo está en la doctrina justicialista de Perón

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pero nos toca a nosotras, mujeres, alcanzarlo.

Para ello incluso deberemos ganar previamente lacolaboración efectiva de los hombres.

En esto soy optimista. Los hombres del peronismo quenos dieron el derecho de votar, no han de quedarse ahora atrás...

La organización del partido femenino ha sido para míuna de las empresas más difíciles que me ha tocado realizar.

Sin ningún precedente en el país — creo que ésta hasido mi suerte — y sin otro recurso que mucho corazón puestoal servicio de una gran causa, llamé un día a un grupo pequeñode mujeres.

Eran apenas treinta.

Todas muy jóvenes. Yo las había conocido comocolaboradoras mías infatigables en la ayuda social, comofervientes peronistas de todas las horas, como fanáticas de lacausa de Perón.

Tenía que exigirles grandes sacrificios: abandonar alhogar, el trabajo, dejar prácticamente una vida para empezarotra distinta, intensa y dura.

Para eso necesitaba mujeres así, infatigables, fervientes,fanáticas.

Era indispensable ante todo “censar” a todas las mujeresque a lo largo y a lo ancho del país sentían nuestra fe peronista.

Esa empresa requería mujeres intrépidas dispuestas atrabajar día y noche.

De aquellas treinta mujeres sin otra ambición que la deservir a la causa justicialista sólo muy pocas me fallaron...

Quiere decir que eligiéndolas por su amor a la causa másque por otras razones, elegí bien.

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Todas están hoy todavía trabajando como el primer día.

Me encanta seguir desde cerca la marcha de todo elmovimiento. Lo importante es que conservan intacto el sellofemenino que yo quise infundirles.

Esto me acarreó algunas dificultades iniciales.

En zonas apartadas del país hubo algunos “caudillos”políticos — muy pocos felizmente quedan ya en el movimientoPeronista; la mayoría está en los viejos partidos opositores —que creyeron hacer del movimiento femenino cosa propia quedebía responder a sus directivas e insinuaciones.

Mis “muchachas” se portaron magníficamente cuidandola independencia de criterio y de acción.

En eso me di cuenta de que mis largas conversacionescon aquel grupo inicial habían sido bien aprendidas.

Y que el movimiento femenino en su actividad políticanacía bien y empezaba a marchar solo.

Hoy, en todo el país, miles y miles de mujeres trabajanactivamente en la organización.

Con la plenipotencia que me otorgó la PrimeraAsamblea Nacional, yo puedo dirigir libremente todos lostrabajos de la organización.

Eso me cuesta muchas horas de paciente trabajo, dereuniones, de conversaciones personales con las delegadascensistas, algunos disgustos, muchas dificultades pero... todo secompensa con la alegría que tengo cuando, en las fechasnuestras, puede llegar al Líder con mis mujeres para darlecuenta de nuestros progresos y de nuestras victorias.

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Los centros políticos del partido femenino se llaman“unidades básicas”.

En esto hemos querido imitar a los hombres.

Pero mucho me temo que nuestras unidades básicasestén más cerca de lo que Perón soñó que fueran cuando lasaconsejó como elementos fundamentales de la organizaciónpolítica de los hombres.

El General quiso que los hombres de su partido políticono constituyesen ya los antiguos y desprestigiados “comités”que, en las organizaciones políticas oligárquicas que soportó elpaís, eran antros del vicio que cada elección abría en todos losbarrios y en todos los pueblos.

Perón quiso que los nuestros — los centros políticos delperonismo — fuesen focos de cultura y de acción útil para losargentinos.

Mis centros, mis unidades básicas cumplen aquel deseode Perón.

En las unidades se organizan bibliotecas, se danconferencias culturales, y sin que yo lo haya establecidoexpresamente pronto se han convertido en centros de ayuda yde acción social.

Los “descamisados” no distinguen todavía lo que es laorganización política que yo presido de lo que es miFundación...

Las unidades básicas son para ellos algo de “Evita”. Yallí van buscando lo que esperan que pueda darles Evita.

Ellos mismos, mis descamisados, son los que han creadoen mis unidades básicas una nueva función: informar a laFundación acerca de las necesidades de los humildes de todo elpaís. La Fundación atiende estos pedidos haciéndoles llegardirectamente su ayuda.

Esto me ha sido duramente criticado. Mis eternos

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supercríticos consideran que así yo utilizo mi Fundación confinalidades políticas...

¡Y... tal vez tengan razón! Lo que al final aparece comoconsecuencia de mi trabajo es de repercusión política... la genteve, en mi obra, la mano de Perón que llega hasta el últimorincón de mi Patria... y eso no les puede gustar a sus enemigos...

Pero... ¿puedo yo desoír el clamor de los humildes,cualquiera sea el conducto por el cual me llegue?

Si alguna vez los partidos que se oponen a Perón meenviasen algún pedido de algún descamisado también laFundación acudiría allí donde fuese necesario.

¿Acaso alguna vez la Fundación ha preguntado elnombre, la raza, la religión y el partido de alguien paraayudarlo?

Pero estoy segura que ningún oligarca me hará jamás unpedido semejante.

¡Ellos no nacieron para pedir...!

¡Y menos para pedir por el dolor de los humildes...!

Para ellos eso es melodrama... melodrama de la“chusma” que ellos despreciaron “desde sus balcones” con elinsulto que es nuestra gloria: “¡descamisados!”.

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LIV

NO IMPORTAN QUE LADREN

No importa que ladren.

Cada vez que ellos ladran nosotros triunfamos.

¡Lo malo sería que nos aplaudiesen! En esto muchasveces se ve todavía que algunos de los nuestros conservanviejos prejuicios.

Suelen decir por ejemplo:

— ¡Hasta la “oposición” estuvo de acuerdo!

No se dan cuenta de que aquí, en nuestro país, decir“oposición” significa todavía decir “oligarquía”... Y eso valecomo si dijésemos “enemigos del pueblo”.

Si ellos están de acuerdo, ¡cuidado!, con eso no debeestar de acuerdo el pueblo.

Desearía que cada peronista se grabase este concepto enlo más íntimo del alma; porque eso es fundamental para elmovimiento.

¡Nada de la oligarquía puede ser bueno!

No digo que puede haber algún “oligarca” que hagaalguna cosa buena... Es difícil que eso ocurra, pero si ocurrieracreo que sería por equivocación. ¡Convendría avisarle que seestá haciendo peronista!

Y conste que cuando hablo de oligarquía me refiero a

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todos los que en 1946 se opusieron a Perón: conservadores,radicales, socialistas y comunistas. Todos votaron por laArgentina del viejo régimen oligárquico, entregador yvendepatria.

De ese pecado no se redimirán jamás.

Mucha gente del extranjero no entiende a veces quePerón sea tan absoluto en su decisión irrevocable de trabajarcon su propio partido y que ataque siempre y aun a vecesduramente a sus adversarios.

Acostumbrados a la política de “colaboración” (?) queen otros países es casi una costumbre, no se entiende nuestradivisión rotunda y terminante.

Muchos ignoran cuántas veces Perón invitó a susenemigos a colaborar honradamente.

Yo sé que los llamó sinceramente.

Pero yo también sé que los llamó sin ninguna esperanza.

El los conoce antes que yo y aun más que yo.

Son incapaces para la generosidad. No piensan más queen sí mismos.

La Patria para ellos fué siempre un nombre ¡el nombrede una mercadería que se vende al que pague más!

Por eso el General gobierna como si ellos no existiesen.Si se acuerda de ellos y los ataca es solamente para que elpueblo no se olvide que siempre son los mismos que en 1946 seentregaron a un embajador extranjero.

Por suerte para los argentinos pertenecen a una raza dehombres que se acabará en este siglo... con la generación queellos componen.

¡No los querrán recordar ni siquiera sus hijos!

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LV

LAS MUJERES Y LA ACCIÓN

Yo creo firmemente que la mujer — al revés de lo quees opinión común entre los hombres — vive mejor en la acciónque en la inactividad.

Lo veo todos los días en mi trabajo de acción política yde acción social.

La razón en muy simple: el hombre puede vivirexclusivamente para sí mismo. La mujer no.

Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no esmujer o no puede decirse que viva... Por eso le tengo miedo a la“masculinización” de las mujeres.

Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aun másque los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a latremenda que los hombres.

Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás.Una mujer de acción es la que triunfa para los demás... ¿no esésta una gran diferencia?

La felicidad de una mujer no es su felicidad sino la deotros.

Por eso cuando yo pensé en mi movimiento femenino noquise sacar a la mujer de lo que es tan suyo. En política, loshombres buscan su propio triunfo.

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Las mujeres, si hiciesen eso, dejarían de ser mujeres.

Yo he querido que, en el partido femenino, las mujeresno se buscasen a sí mismas..., que allí mismo sirviesen a losdemás en alguna forma fraternal y generosa.

El problema de la mujer es siempre en todas partes elhondo y fundamental problema del hogar.

Es su gran destino. Su irremediable destino.

Necesita tener un hogar, cuando no pueda construirlocon su carne lo hará con su alma ¡o no es mujer!

Bueno, por eso mismo yo he querido que mi partido seaun hogar... que cada unidad básica sea algo así como unafamilia... con sus grandes amores y sus pequeñas desavenencias,con su fecundidad excelsa y su laboriosidad interminable.

Sé que en muchas partes lo he conseguido ya.

¡Sobre todo donde las mujeres que he designado sonmás mujeres...!

Más que una acción política, el movimiento femeninotiene que desenvolver una acción social. ¡Precisamente porquela acción social es algo que las mujeres llevamos en la sangre!

Servir a otros es nuestro destino y nuestra vocación yeso es acción social...

No aquello otro de “vida social”... ¡que eso es todo locontrario de la acción...!

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“Soy nada más que una humilde mujer de un pueblo grande...”

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LVI

LA VIDA SOCIAL

Puedo decir dos palabras sobre la “vida social”?

¡Peores cosas he dicho ya en mi vida!

Creo, como que hay sol, que la “vida social”, así comola sociedad aristocrática y burguesa que la vive son dos cosasque se van... ¡Este siglo acabará con ellas!

Nunca entendí a las mujeres de esa clase de vivir vacío yfácil... ni creo que ellas entiendan jamás lo que es otra clase devida.

Ellas pertenecen a otra raza de mujeres. Decir que seacercan a los hombres sería un insulto que los hombres no semerecen.

El hombre y la mujer, aun siendo distintos, viven paraalgo... Tienen un objetivo en sus vidas y, a su manera, cada unolo cumple como mejor le parece.

La “mujer de sociedad” no es así, porque la vida socialno tiene objetivos... Llena de apariencias, de pequeñeces, demediocridades y de mentiras, todo consiste en representar bienun papel tonto y ridículo.

En el teatro, por lo menos, se representa algo que existióalguna vez... o que puede existir. En el teatro, el artista sabe quees alguien... En la vida social, las mujeres son artistasrepresentando ¿qué?, ¡nada, absolutamente nada! Nunca envidié

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ni quise a “esa” clase de artistas.

Pero las comprendo: lo que ocurre es muy fácil deentender. Es muy difícil llenar una vida cuando no se tiene unobjetivo. Entonces hay que acortar los días y las noches con eseconjunto de cosas menores y sin importancia que componen la“vida social”.

Y una vez que se acostumbran a eso todo lo demás lesparece incluso ridículo y extravagante.

¡A los gorriones les debe parecer así el vuelo de loscóndores!

A esa clase de mujeres no se les puede hablar de nadamás grande y distinto. El hogar es, para ellas, lo secundario: elsacrificio de todo eso que es la “vida social” con sus fiestas ysus reuniones, el bridge, el hipódromo, etc. Es como si hubiesennacido para todas estas cosas y no para servir de puente a lahumanidad. No saben que la humanidad pasa de un siglo a otroa través de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y que para eso esnecesario que nosotras construyamos cada una un hogar.

¡Ah, no! Eso ellas no lo entienden.

Tampoco entienden el dolor de los humildes.

Cuando les llega alguna noticia de ese gran dolorhumano, suelen lagrimear un poco... ¡pero el lagrimeo terminaen una fiesta de beneficencia! Esta clase de mujeres sabe, sinembargo, en lo íntimo de su corazón, que esa vida que viven noes real... ¡No es la verdadera vida!

Dicen que en la “vida social” se aprecia la cultura de unpueblo. Yo me rebelo y me indigno ante esa afirmaciónestúpida.

Sí, yo sé que es muy de gente “bien” decirse culta... y esmuy de “buena sociedad” recibir en su seno a intelectuales,

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pensadores, escritores, poetas, artistas, etc.

Esta es una función hospitalaria, protectora y atrayente...y es muy comprensible que los intelectuales se sientan atraídosy halagados por el lujo material y las atenciones de la “buenasociedad”.

No se dan cuenta que por lo general ellos representanallí un papel tonto y ridículo: son “animadores” de una piezateatral que en sí misma no tiene recursos para divertir a nadie.

Y en eso reside la cultura de la “vida social”.

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LVII

LA MUJER QUE NO FUE ELOGIADA

Por eso tal vez, escritores y poetas han hablado muchode las mujeres bellas y elegantes... y han cantado a la mujerviendo solamente a esa clase de mujeres cuya femineidad esdiscutible.

A esa “mujer” han visto solamente. Por eso escritores ypoetas no han dicho la auténtica verdad acerca de la mujer.

La mujer no es eso. No es vacía, ligera, superficial yvanidosa. No es lo que ellos han escrito: egoísta, fatal yromántica.

No. No es como ellos la pintaron: charlatana yenvidiosa.

Ellos la vieron así porque no supieron ver nunca a lamujer auténtica que, por ser precisamente auténtica, se refugiasilenciosa en los hogares del pueblo, donde la humanidad sehace eterna.

Esa mujer no ha sido aclamada por los intelectuales.

No tiene historia. No ofrece recepciones. No juega albridge.

No fuma. No va al hipódromo.

Es la heroína que nadie conoce. Ni siquiera su marido.

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¡Ni siquiera sus hijos!

De ella no se dirá nunca nada elegante, nada ingenioso.

A lo sumo, después de muerta, sus hijos dirán:

— Ahora nos damos cuenta de lo que ella era paranosotros.

Y ese lamento tardío será su único elogio.

Por eso he querido decir todas esas cosas. Así, yo lerindo mi homenaje ¡el mejor homenaje de mi corazón! a lamujer auténtica que vive en el pueblo y que va creando, todoslos días, un poco de pueblo.

Es ella la que constituye el gran objetivo de mis afanes.

Yo sé que ella, solamente ella, tiene en sus manos elporvenir del pueblo. No será tanto en las escuelas sino en loshogares donde se ha de formar la nueva humanidad que quiereel Justicialismo de Perón.

Por eso me preocupa que la mujer auténtica del pueblose capacite en todo sentido... porque la escuela es como esostalleres que pintan cuadros en serie... pero el hogar es un tallerde artista donde cada cuadro es un poco de su alma y de su vida.

Allí se forman los hombres y mujeres excepcionales.

La nueva edad justicialista que nosotros iniciamosnecesita muchos hombres y mujeres así.

Y por más esfuerzos que hagamos no los podremosofrecer a la humanidad si no los crean, para nosotros, mujeresdel auténtico pueblo, enamoradas de la causa de Perón; perofervorosamente instruídas y capacitadas.

Por eso mismo yo creo que vale más capacitar, instruir yeducar a una mujer que a un hombre. ¡Ha llegado el momentode dar más jerarquía al milagro por el cual todos los días lasmujeres creamos en cierto modo el destino del mundo!

Y con más razón ahora, que los hombres han perdido lafe... Nosotras nunca perdemos la fe. Y bien sabemos que,

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cuando todo se pierde, todo puede salvarse si se conserva unpoco, aunque sea un poco de fe.

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LVIII

COMO CUALQUIER OTRA MUJER

Lo que quise decir todo está dicho ya.

Soy nada más que una humilde mujer de un pueblogrande... ¡como son todos los pueblos de la tierra!

Una mujer como hay millones y millones en el mundo.Dios me eligió a mí de entre tantas y me puso en este lugar,junto al Líder de un nuevo mundo: Perón.

¿Por qué fuí yo la elegida y no otra?

No lo sé.

Pero lo que hice y lo que hago es lo que hubiese hechoen mi lugar cualquiera de las infinitas mujeres que en estepueblo nuestro o en cualquier pueblo del mundo saben cumplirsu destino de mujer, silenciosamente, en la fecunda soledad delos hogares.

Yo me siento nada más que la humilde representante detodas las mujeres del pueblo.

Me siento, como ellas, al frente de un hogar, mucho másgrande es cierto que el que ellas han creado, pero al fin decuentas hogar: el gran hogar venturoso de esta Patria mía queconduce Perón hacia sus más altos destinos.

¡Gracias a él, el “hogar” que al principio fué pobre ydesmantelado, es ahora justo, libre y soberano!

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¡Todo lo hizo él!

Sus manos maravillosas convirtieron cada esperanza denuestro pueblo en un millar de realidades.

Ahora vivimos felices, con esa felicidad de los hogares,salpicada de trabajos y aun de amarguras... que son algo asícomo el marco de la felicidad.

En este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujeren cualquiera de los infinitos hogares de mi pueblo.

Como ella soy al fin de cuentas mujer.

Me gustan las mismas cosas que a ella: joyas y pieles,vestidos y zapatos... pero, como ella, prefiero que todos, en lacasa, estén mejor que yo. Como ella, como todas ellas, quisieraser libre para pasear y divertirme... pero me atan, como a ellas,los deberes de la casa que nadie tiene obligación de cumplir enmi lugar.

Como todas ellas me levanto temprano pensando en mimarido y en mis hijos... y pensando en ellos me paso andandotodo el día y una buena parte de la noche... Cuando me acuesto,cansada, se me van los sueños en proyectos maravillosos y tratode dormirme “antes que se me rompa el cántaro”.

Como todas ellas me despierto sobresaltada por el ruidomás insignificante porque, como todas ellas, yo también tengomiedo...

Como ellas me gusta aparecer siempre sonriente yatractiva ante mi marido y ante mis hijos, siempre serena yfuerte para infundirles fe y esperanza... y como a ellas, a mítambién a veces me vencen los obstáculos ¡y como ellas, meencierro a llorar y lloro!

Como todas ellas prefiero a los hijos más pequeños ymás débiles... y quiero más a los que menos tienen...

Como para todas las mujeres de todos los hogares de mipueblo mis días jubilosos son aquellos en que todos los hijosrodean al jefe de la casa, cariñosos y alegres.

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Como ellas, yo sé lo que los hijos de esta casa grandeque es la Patria necesitan de mí y de mi marido... y trato dehacer que lo consigan.

Me gusta, como a ellas, preparar sorpresas agradables ygozarme después con la sorpresa de mi esposo y de mis hijos...

Como ellas, oculto mis disgustos y mis contrariedades, ymuchas veces aparezco alegre y feliz ante los míos cubriendocon una sonrisa y con mis palabras las penas que sangran en micorazón.

Oigo como ellas, como todas las madres de todos loshogares de mi pueblo, los consejos de las visitas y de losamigos: “Pero ¿por qué se toma las cosas tan en serio?”. “¡Nose preocupe tanto!”. “Diviértase un poco más. ¿Para qué quieresino tantas cosas bonitas que tienen sus guardarropas?”.

Es que como a ellas a mí también me gusta más lucirmeante los míos que ante los extraños... y por eso me pongo mismejores adornos para atender a los descamisados.

Muchas veces pienso, como ellas, salir de vacaciones,viajar, conocer el mundo... pero en la puerta de casa me detieneun pensamiento: “Si yo me voy ¿quién hará mi trabajo?”. ¡Y mequedo!

¡Es que me siento verdaderamente madre de mi pueblo!

Y creo honradamente que lo soy.

¿Acaso no sufro con él? ¿Acaso no gozo con susalegrías? ¿Acaso no me duele su dolor? ¿Acaso no se levantami sangre cuando lo insultan o cuando lo denigran?

Mis amores son sus amores.

Por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta,como no lo quise antes: antes lo quise por él mismo... ¡ahora loquiero también porque mi pueblo lo quiere!

Por todo eso, porque me siento una de las tantas mujeresque en el pueblo construyen la felicidad de sus hogares, yporque yo he alcanzado esa felicidad, la quiero para todas y

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cada una de aquellas mujeres de mi pueblo...

Quiero que sean tan felices en el hogar de ellas como yolo soy en este hogar mío tan grande que es mi Patria.

Quiero que cuando el destino vuelva a elegir mujer paraesta cumbre del hogar nacional, cualquier mujer de mi pueblopuede cumplir, mejor que yo, esta misión que yo cumplo lomejor que puedo.

Quiero hacer hasta el último día de mi vida la gran tareade abrir horizontes y caminos a mis descamisados, a misobreros, a mis mujeres...

Yo sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo másfuerzas de las que aparento tener y más salud de la que creen losmédicos que tengo.

Como ella, como todas ellas, yo estoy dispuesta a seguirluchando para que en mi gran hogar sea siempre feliz.

¡No aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad!

Esa es mi vocación y mi destino.

Esa es mi misión.

Como una mujer cualquiera de mi pueblo quierocumplirla bien y hasta el fin.

Tal vez un día, cuando yo me vaya definitivamente,alguien dirá de mi lo que muchos hijos suelen decir, en elpueblo, de sus madres cuando se van, también definitivamente:

— ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amabatanto!

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LIX

NO ME ARREPIENTO

Creo que ya he escrito demasiado.

Yo solamente quería explicarme y pienso que tal vez nolo haya conseguido sino a medias.

Pero seguir escribiendo sería inútil. Quien no me hayacomprendido hasta aquí, quien no me haya “sentido”, no mesentirá ya aun cuando siguiera estos apuntes por mil páginasmás.

Aquí veo ahora a mi lado verdaderas pilas de papelfatigado por mi letra grande... y creo que ha llegado el momentode terminar.

Leo las primeras páginas... y voy repasando todo lo quehe escrito.

Sé que muchas cosas tal vez no debiera haberlas dicho...Si alguna vez se leen por curiosidad histórica no me harán estaspáginas un favor muy grande: la gente dirá por ejemplo que fuídemasiado cruel con los enemigos de Perón.

Pero... no he escrito esto para la historia.

Todo ha sido hecho para este presente extraordinario ymaravilloso que me toca vivir: para mi pueblo y para todas lasalmas del mundo que sientan, de cerca o de lejos, que está porllegar un día nuevo para la humanidad: el día del Justicialismo.

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Yo solamente he querido anunciarlo con mis buenas omalas palabras... con las mismas palabras con que lo anunciotodos los días a los hombres y a las mujeres de mi propiopueblo.

No me arrepiento por ninguna de las palabras que heescrito. ¡Tendrían que borrarse primero en el alma de mi puebloque me las oyó tantas veces y que por eso me brindó su cariñoinigualable!

¡Un cariño que vale más que mi vida!

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INDICE

Prólogo...[9]

PRIMERA PARTE

LAS CAUSAS DE MI MISION

I. — Un caso de azar...[13]

II. — Un gran sentimiento...[15]

III. — La causa del “Sacrificio incomprensible”...[17]

IV. — Algún día todo cambiará...[21]

V. — Me resigné a ser víctima...[27]

VI. — Mi día maravilloso...[31]

VIL — ¡Sí, éste es el hombre de mi pueblo!...[36]

VIII. — La hora de mi soledad...[41]

IX. — Una gran luz...[44]

X. — Vocación y destino...[49]

XI. — Sobre mi elección...[54]

XII. — Demasiado peronista...[59]

XIII.— El aprendizaje...[67]

XIV. — ¿Intuición?...[73]

XV. — El camino que yo elegí...[79]

XVI. — Eva Perón y Evita...[85]

XVII. — “Evita”...[90]

XVIII. — Pequeños detalles...[96]

SEGUNDA PARTE

LOS OBREROS Y MI MISION

XIX. — La Secretaría...[103]

XX. — Una presencia superior...[108]

XXI. — Los obreros y yo...[115]

XXII. — Una sola clase de hombres...[121]

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XXIII. — Descender...[125]

XXIV. — La tarde de los miércoles...[131]

XXV. — Los grandes días...[139]

XXVI. — Donde quiera que este libro se lea....[149]

XXVII. — Además de la justicia...[153]

XXVIII. — El dolor de los humildes...[158]

XXIX. — Los comienzos...[164]

XXX. — Las cartas...[168]

XXXI. — Mis tardes de ayuda social...[175]

XXXII. — Limosna, caridad o beneficencia...[181]

XXXIII. — Una deuda de cariño...[187]

XXXIV. — Finales de jornada...[190]

XXXV. — Amigos en desgracia...[197]

XXXVI. — Mi mayor gloria...[203]

XXXVII. — Nuestras obras...[209]

XXXVIII. — Nochebuena y Navidad...[215]

XXXIX. — Mis obras y la política...[221]

XL. — La lección europea...[224]

XLI. — La medida de mis obras...[229]

XLII. — Una semana de amargura...[233]

XLIII. — Una gota de amor...[238]

XLIV. — Cómo me pagan el pueblo y Perón...[242]

XLV. — Mi gratitud...[247]

XLVI. — Un idealista...[253]

TERCERA PARTE

LAS MUJERES Y MI MISIÓN

XLVII. — Las mujeres y mi misión...[261]

XLVIII. — El paso de lo sublime a lo ridículo...[265]

XLIX. — Quisiera mostrarles un camino...[269]

L. — El hogar o la fábrica...[273]

LI —Una idea...[277]

LII. — La gran ausencia...[283]

LIII. — El Partido Peronista Femenino...[289]

LIV. — No importa que ladren...[296]

LV. — Las mujeres y la acción...[299]

LVI. — La vida social...[303]

LVII. — La mujer que no fué elogiada...[307]

LVIII. — Como cualquier otra mujer...[310]

LIX. — No me arrepiento...[316][x] - NE: Página en la edición Peuser:

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IMPRESO EN PEUSER.PATRICIOS 667, BUENOS AIRES

REPÚBLICA ARGENTINA,EN LA SEGUNDA QUINCENA

DEL MES DE SEPTIEMBREDE 1951