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eunucos, entre el divismo y el complotCercanos al poder o alejados de él por la misma característica, la castración, los eunucos han disfrutado del privilegio o sufrido la marginación en distintos períodos de la historia.Pedro García Luaces, periodista

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una noche de 1776, en el teatro de la ciudad italiana de Forlì, se representaba la ópera Arta-jerjes. En una de las arias prin-cipales, cuando Arbacio se di-

rige hacia la muerte sacrificándose por su padre, Gaspare Pacchierotti interpretó con tanto sentimiento que la orquesta se de-tuvo progresivamente, dejando su voz a capela. Pacchierotti se asomó al foso sor-prendido y, al interrogar al director, este solo acertó a decir: “Estoy llorando, señor”. El caso no es excepcional. Cuentan que Farinelli y Senesino coincidieron en Lon-dres en 1734 y que un astuto productor quiso unirlos en el escenario. Farinelli representaba a un príncipe encarcelado y Senesino a su malvado carcelero, pero cuando el primero terminó de entonar un aria conmovedora y desesperada, Senesino, saltándose el libreto y la credi-bilidad de su personaje, se abrazó al “di-vino Farinelli” y no le soltó hasta que el público terminó su ovación. Pacchierotti, Senesino y Farinelli eran capones, hombres castrados en su infancia que conservaban el timbre aniñado y una extraordinaria capacidad para los agudos. Un virtuoso como Farinelli podía llegar a abarcar tres octavas, alcanzando a un tiempo los registros de tenor y soprano. Educados desde niños en severos conser-vatorios, los castrati dominaban además toda clase de refinamientos y acrobacias vo cales: saltos, trinos, pasajes, mordientes, apoyaturas... Al parecer, el castrato Bala-tri era capaz de imitar el canto de un rui-señor, mientras que Domenico Annibali llegaba sin afectación al fa sobreagudo. Farinelli, que solo alcanzaba el re sobrea-gudo, podía prolongar una nota durante más de un minuto sin respirar. Sin embargo, todos aquellos dones no es-taban exentos de contrapartidas. La mu-tilación de sus genitales orillaba de pron-to al niño en una suerte de tercer género, sin la menor certeza de que aquello se viera recompensado con una voz angélica, lo que ocurría, como mucho, en un 10% de los casos. “¿Hay que mutilar a los hom-bres para darles una perfección que no tenían al nacer?”, se preguntaba hacia 1770 la irlandesa Sara Goudar, implacable de-tractora de los eunucos, a quienes no du-daba en calificar de monstruos. Y es que la misma operación que podía afinar la

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voz del castrado traía una serie de secue-las físicas, como la tendencia a la obesidad de la zona abdominal y las caderas, el au-mento del pecho, el alargamiento de las piernas y los pies, el estrechamiento de la pelvis y la fragilidad de los huesos. Aunque hubo eunucos realmente bellos, como Luigi Marchesi o Farinelli, en oca-siones aparecían como hombretones mal ensamblados, de rasgos pueriles, cuerpos orondos y voz afeminada, que despertaban la burla o el desprecio. Para el intelectual iraquí Al-Jahiz (ss. viii-ix), el eunuco ad-quiría por la castración “un hedor más intenso y repugnante”. El viajero francés Maximilien Misson (ss. xvii-xviii) les lla-maba “mutilados con voz de niña y mentón marchito”, mientras que el escritor galo Pierre-Jean Grosley (s. xviii) aseguraba con sorna que habría preferido “una voz común en un cuerpo ordinario”. En líneas generales, la de los eunucos –incluso la de los divos y poderosos– ha sido una historia

de soledad, víctimas del recelo de una so-ciedad que ha querido verlos como seres imperfectos, codiciosos, deshonestos, dé-biles, lascivos y traidores. La misma anomalía que les privaba de una vida normal les abrió las puertas del tem-plo, el teatro, el palacio y el harén. Todos los círculos de poder estuvieron a su al-cance, y reaccionaron a veces como leales servidores y otras como intrigantes y cons-piradores. La falta de atributos viriles no mermaba sus cualidades humanas, aunque podía hundirles en una especie de “melan-colía senil” –como la describió en 1983 el musicólogo Rodolfo Celletti en su Storia del belcanto– debido a la falta de testoste-rona, que les hacía parecer resignados y serviles. Al fin y al cabo, fue esa docilidad lo que buscaba el hombre primitivo cuan-do decidió aplicar a los prisioneros de guerra la misma operación con que domi-naba la agresividad de las bestias. Así na-cieron los primeros eunucos.

castración y civilizaciónLos casos más antiguos de castración hu-mana que se han registrado se remontan a la época de los sumerios, y se ubican en la ciudad textil de Lagash durante la III dinastía de Ur (2120-2003 a. C.). Las fá-bricas de lana y fieltro se nutrían de mu-jeres esclavas que trabajaban junto a sus

La peligrosa práctica de emascular en distintos pueblosdemasiado CerCa de La muerte

métodos brutalesLa castración no solo ha sido una opera­ción aberrante para el paciente, sino, además, una de una extraordinaria letali­dad. Los antiguos sumerios emascula­ban con hojas de pedernal u obsidiana, anestesiaban con vino y empleaban una mezcla de agua y cerveza caliente para curar la herida. Los romanos dominaban distintas técnicas, como el arrugado, o aplastamiento de los testículos, que se hacía con niños de corta edad tras un baño caliente para reblandecerlos, o la torsión, que consistía en retorcer los tes­tículos y atarlos con una cuerda para atrofiarlos. Los musulmanes, que emas­culaban por compresión o amputación, fueron los primeros en cauterizar las he­

ridas. Antes de ello, empleaban aloe y re­sina para detener la hemorragia.

altísima mortalidadEn tiempos de los castrati, las operacio­nes no eran más seguras. Dependiendo de la pericia del cirujano, la letalidad po­día llegar al 80%, y nunca bajaba del 20%. En el mejor de los casos, uno de cada cinco niños perdía la vida. En la Ita­lia del siglo xviii se castraba por aplas­tamiento, tras un baño de leche para ablandar los testículos, o por amputa­ción, en cuyo caso se sumergía al niño en agua helada para cerrar la herida. Co­mo rudimentaria anestesia se empleaba vino u opio, o se comprimía la carótida del paciente para desmayarle.

La misma anomaLía que Les Privaba de una vida normaL Les abrió Las Puertas deL PaLacio y eL harén

el guardia del harén, r. von ambros, s. xix. en la pág. anterior, eunuco en un relieve asirio, s. viii a. C.

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hijas, mientras que los hijos, al llegar a cierta edad, eran castrados y enviados a ocupaciones que requerían más fuerza física. Aquellos primeros eunucos tenían una baja consideración social, aunque al-gunos lograron ocupar posiciones de con-fianza. Los sumerios observaron que la castración privaba al eunuco de toda as-piración a perpetuarse y hacía de él un individuo sin ligazones, lo cual facilitaba su gobierno. Preocupados solo de su pro-pio beneficio, bastaba con colmarlos de atenciones para ganarse su lealtad. Escribió el griego Jenofonte que Ciro el Grande disponía de una guardia personal de 300 eunucos en los que confiaba ciega-mente. El persa entendía que ningún hom-bre que amase más a alguien que al propio rey le sería completamente fiel. Para Ciro, solo los eunucos, privados de mujer e hijos, podían entregarse por entero a su persona. Sirvieron a Ciro eunucos leales, pero su teoría estaba lejos de ser infalible, como comprobaría su nieto Jerjes. Murió mien-tras dormía a manos del capitán de su guardia, a quien el eunuco Mitrídates in-filtró en su cámara privada. Peor aún fue el caso del eunuco Bagoas, que llegó a ser general de los ejércitos per-

sas en tiempos de Artajerjes III. Acaparó tal poder que se dedicó a poner y quitar reyes, envenenando al Monarca y luego a su hijo Arses. Bagoas era, según el romano Plinio el Viejo, el nombre genérico que los persas daban a sus eunucos, por lo que no debemos confundir a aquel traidor con el joven Bagoas de cuya gallardía quedó pren-dado Alejandro Magno, que le convirtió en su amante. Una de las cualidades más apreciadas del eunuco persa era la belleza,

y por eso no eran extrañas las relaciones eróticas con sus señores. Sin embargo, precisamente para evitar estas relaciones –frecuentes entre maestros y efebos–, los griegos emplearon a eunucos como tutores de sus hijos, confiados en que no tratarían de seducir a sus retoños. Del griego eunouchos (guardianes del le-cho) procede el término eunuco, aunque estos no participaron en las instituciones helenas, ni los griegos contaban con ha-renes que custodiar. Su presencia había llegado en buena medida a través de los

sacerdotes eunucos del templo de Arte-misa –situado en la vecina ciudad de Éfe-so, en Turquía– y de los cultos frigios a la Diosa Madre, muy extendidos en las ciu-dades griegas de Asia Menor.

sangre en el temploCuando el reino frigio dominaba la penín-sula de Anatolia, surgió un culto ligado a la idea de fecundidad que vio su mayor esplendor en la ciudad de Pesino (hoy Ba-llihisar). Allí se elevó un célebre santuario en honor a la diosa Kubila, que griegos y romanos conocerían como Cibeles. Los sacerdotes consagrados al culto a Kubila realizaban rituales de autocastración y enterraban los genitales amputados como símbolo de fertilidad. La veneración a la Diosa Madre se convertía a menudo en una liturgia sangrienta, donde los sacer-dotes, conocidos como galli, se practicaban incisiones en brazos y labios mientras bai-laban ritualmente como si estuvieran en trance, hasta llegar a un clímax en el que algunos se mutilaban el sexo. Según los cronistas romanos, el culto a la diosa Cibeles entró en la ciudad del Tíber en tiempos de la segunda guerra púnica, en el siglo iii a. C. Enfrentarse a un enemi-go colosal como el cartaginés Aníbal me-recía toda la ayuda divina que pudiera reclamarse, y un oráculo sibilino habría aconsejado convertir Roma en la encruci-jada de todos los dioses. Aquellos sacerdo-tes no fueron, sin embargo, los primeros emasculados que pisaron la península itálica. Por aquel entonces, la vieja y liber-tina Roma ya conocía el uso lascivo que los

persas daban a sus eunucos. Los preferidos para aquel placer doméstico eran los spa-dones, eunucos a los que solo se había ex-tirpado los testículos y que agradaban tanto a hombres como a mujeres. El derecho romano prohibía la castración, aunque se mostraba permisivo con el trá-fico de esclavos eunucos, lo que en cierto modo incentivaba las emasculaciones clandestinas. Los eunucos nunca estuvie-ron bien considerados en Roma, pero mu-chos de ellos alcanzaron puestos notables como intermediaros, consejeros o confi-

sin asPiración a PerPetuarse, coLmarLos de atenciones bastaba Para Ganarse su LeaLtad

cibeles con su compañero atis, relieve del s. ii a. C. a la dcha., bautismo de un eunuco. Catedral de amberes.

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dentes de los emperadores. En la historio-grafía pasada, incluso se los incluyó entre los responsables de la decadencia del Im-perio, como hizo el historiador británico Edward Gibbon en el siglo xviii. No obs-tante, el poder e influencia de los eunucos en Roma no pueden compararse con los que alcanzarían, por ejemplo, en Constan-tinopla, donde vivieron una etapa que podría calificarse de cierto esplendor.

ascenso en orienteEn el Imperio romano de Oriente podían acceder a todos los altos cargos religiosos, militares o políticos; solo el trono les esta-ba vetado. Conocemos el caso de eunucos bizantinos enormemente ricos, como An-tíoco y Calopodo, que donaron su gigan-tesca fortuna a la Iglesia ortodoxa. Con un fenomenal desempeño en los asuntos de la corte, los eunucos bizantinos formaron una especie de lobby palaciego. A menudo obraron en su propio provecho, lo que les dio fama de ambiciosos e intrigantes. Su proximidad al poder hizo que muchos bi-

zantinos castrasen a sus hijos con la espe-ranza de otorgarles un futuro mejor. Según estimó el cronista francés Foucher de Chartres, que visitó Constantinopla en tiempos de la primera cruzada (1096-99), habría por entonces no menos de veinte mil eunucos en la ciudad. Con todo, aquella moda bizantina no llegó al extremo de lo ocurrido durante la di-nastía china de los Ming (1368-1644), que llegó a registrar cien mil eunucos, de los que setenta mil se agrupaban en Pekín. Esta abundancia llevó a muchos a situa-ciones de marginación, cuando el empe-rador de turno decidía aligerar su nómina de consejeros emasculados. Al final del período Ming surgiría la figura de Wei Zhongxian, el eunuco más influyente de la historia de China. El emperador Tianqi le puso al frente de su gobierno, delegan-do en él todas sus funciones. Su poder fue

en La corte bizantina formaron una esPecie de Lobby PaLacieGo, y aLGunos se Labraron fama de intriGantes

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Los Castrati, personajes tan geniaLes Como, a menudo, CapriChososuna bien nutrida nómina de divos

Comparados con ángeles cantores, requeridos en las más distinguidas cortes europeas, amados y perseguidos por las damas, los castrati no pudieron –ni generalmente quisieron– evitar caer en la vanidad y el divismo, que les llevaban a mantener rivalidades y ca-prichos difícilmente soportables. Estos fueron los grandes castrati y sus personalidades.

Farinelli, el divinoAdemás de ser, qui-zá, el más virtuoso de todos, Farinelli (en el centro) tiene el ho-nor de haber sido el más querido y admira-do tanto por humildes como por poderosos, pues además de su voz inigualable tenía una excepcional cali-dad humana. Fue, eso sí, un auténtico divo, que recibía atenciones más allá de lo estipulado.

CaFFarelli, el terriblePor talento pudo ser el segundo de los grandes castrati, aunque por carácter ocuparía, sin duda, el último lugar. Va­nidoso, arrogante y vio­lento, despreciaba a sus admiradores, a sus com­pañeros e incluso a los mecenas y empresarios que lo contrataban.

salimbeni, el CotizadoPese a morir a los 39 años, el más joven en desaparecer, forma parte del panteón de oro de los castrati. Acogido en la corte de Berlín, llegó a cobrar uno de los salarios más altos de su época. Su salud siempre fue deficiente. Falleció cuando regresaba a Italia.

niCColino, el preCozDebutó a los 12 años, lo que le convirtió en el más joven de los grandes castrati conocidos. Su gran virtud, aparte de su voz, era su expresividad en la interpretación, lo que lograba tanto con el rostro y la sutil mirada como con sus delicados gestos. Se vio colmado de distinciones a lo largo de su carrera.

marChesi, el belloEncantador y bien proporcionado, las mujeres solían llevar colgantes y adornos con su efigie. Sin lle-gar al extremo de Caffarelli, tenía un carácter antojadizo, y en una ocasión se negó a cantar delan-te del mismísimo Napoleón.

velluti, el vanidosoEl último gran castra-to, ya en el s. xix. Aún dotado del divismo de los antiguos, se negó a cantar ante la prin-cesa de Gales por la humareda de las lám-paras de aceite y las velas del escenario, asegurando: “¡Mi gar-ganta vale más que una reina!”.

matteuCCio, el longevoFue uno de los castrati que mejor cuidó su voz, y por eso prolongó su ca-rrera hasta bien entrados los 70 años, cuando aún cantaba cada sábado en una iglesia de Nápoles. Dicen que, con el ego por las nubes tras una gira triunfal por Alemania, ale-gó una falsa indisposición para no acudir a la llama-da del virrey de Nápoles.

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tan grande que Wei quiso perpetuarlo con un hijo, acaso la única ambición que le había sido vetada. Obsesionado con la idea de un heredero, llegó a probar, por pres-cripción de su médico, un brebaje con el cerebro de siete hombres ejecutados. En 1627, la prematura muerte de Tianqi le apartó del poder. Fue denunciado por sus crímenes y desterrado, y antes de que pu-

dieran juzgarle, optó por quitarse la vida ahorcándose con su propio cinturón.Durante el califato abasí, la ciudad de Bagdad alojó a más de once mil eunucos, empleados en el servicio en palacio, el cuidado del harén y no pocas veces tam-bién el desahogo sexual. Los más apre-ciados eran los eslavos y los africanos. Los musulmanes no solían emascularse por-que tenían un alto concepto de la virilidad

ultraterrena, dada la perspectiva de un paraíso repleto de huríes, pero sí fueron activos comerciantes de eunucos. Sin te-ner un especial apego por ellos, les enco-mendaron el más alto de los servicios: la custodia de los santos lugares del islam en las ciudades de Medina y La Meca. Según testimonios, aún quedan unos po-cos representantes de aquella casta de

eunucos guardianes de lo sagrado que inició su misión en el siglo xii. Los reinos cristianos también acogieron a eunucos en sus cortes, aunque su estatus no alcanzó el de otras civilizaciones, al menos durante el Medievo. Con el inicio de la Edad Moderna, el descubrimiento en algunos de ellos de excepcionales cua-lidades para el canto –ya conocidas y tra-bajadas en los coros bizantinos hasta la

caída de Constantinopla en 1204– les permitiría ascender a los más exclusivos espacios sociales y artísticos de Europa, que ocuparon durante casi dos siglos.

las voces angelicalesEl fenómeno de los capones –lo que en Italia se llamaría castrati– aparece regis-trado en España al menos medio siglo antes que en el resto de Europa. La cate-dral de Burgos anotó en sus actas de 1506 la admisión en el coro de un mozo “capo-nado” que tenía “buena voz”. La irrupción de la música polifónica y la prohibición de que las mujeres cantasen en los templos –“Que las mujeres callen en la congrega-ción”, había dicho el apóstol san Pablo– llevó a las iglesias a cubrir con niños el puesto de tiples. El problema de los pe-queños era que a los 15 o 16 años les mu-daba la voz y no ya servían para el me-nester. Esto se evitaba con la emasculación a una edad temprana, generalmente entre los ocho y los nueve años.

sin tener esPeciaL aPeGo Por eLLos, baGdad Les encomendó La custodia de LuGares santos

el sultán y su favorita entre eunucos. miniatura, s. xviii. Biblioteca del museo Correr, venecia.

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La Iglesia se mostró ambigua ante la cas-tración. La condenaba, pero no dejó de aprovecharse de ella para proveerse de cantores para sus coros. El papa Clemen-te VIII se mostró a favor de contar con niños emasculados, e Inocencio XI, cono-cido como el papa Minga por su carácter brusco y ofuscado –minga significa no en lombardo–, dejó clara su posición al re-cibir una petición para casarse del castra-

to Cortona. Perdidamente enamorado, Cortona alegaba que su operación había sido defectuosa y no había perdido su capacidad de procrear, a lo que el Pontí-fice repuso en el margen de la misiva: “¡Que le castren mejor!”. El fin de la era de los castrati llegó con el inicio de la Ilustración y el florecimiento de la música romántica, que no dejaba lugar a los artificios de los sopranistas. Sin embargo, estos siguieron existiendo hasta el siglo xix. La Iglesia empezó a

condenar tajantemente esta práctica a finales de la centuria anterior, aunque todavía en el xx habría un reducto para los castrati: el Vaticano. La voz de Ales-sandro Moreschi, el último castrato del coro vaticano –se retiró en 1913– y el primero y único en ser grabado, quedará para la posteridad como una reliquia un tanto descolorida, que insinúa o sugiere lo que voces más dotadas e instruidas que la suya podían llegar a hacer.

los últimos eunucosEl último emperador de China, Puyi (1906-67), indicó en sus memorias, publicadas en 1964, que los eunucos fueron sus prin-cipales compañeros de juegos, sus esclavos y sus primeros maestros. A los diez años les azotaba por pura diversión, y con solo siete, para probar su obediencia, ordenó a uno de sus eunucos que ingiriese una inmundicia del suelo. “Desde pequeño me habían educado para que viera en toda la gente súbditos y esclavos, a los que no de-bía guardar ninguna consideración”, es-cribía. Uno de sus últimos eunucos fue Sun Yaoting, que murió en 1996, a los 94 años. En la recta final de su vida, el historiador Jia Yinghua escribió su biografía, en la que narra su servicio en la corte y el periplo que vivió con la caída de la monarquía y la proclamación de la República Popular. Cuenta Jia que, pese a todo, Sun solo lloró dos veces en su vida. La primera cuando fue castrado de niño, y la segunda cuando su familia se deshizo de su tesoro, es decir, los restos extirpados, por temor a repre-salias durante la Revolución Cultural. Para el eunuco, unirse incompleto a sus

ancestros era un acto deshonroso que ha-bría de traerle de nuevo a la tierra conver-tido en “un gato o un perro”. Con Sun Yaoting no murió el último de los eunucos. Sabemos que algunos pueblos africanos vinculados a la brujería “muti” practican la mutilación ritual de los albi-nos, cuyos miembros se venden por altos precios por sus supuestas propiedades mágicas. En India, miles de integrantes de la comunidad de los hijras aún deam-bulan por las calles de Bombay ofreciendo

resuCitado por ordenador

apuesta intrépidaEn 1994 se estrenaba la película Farinelli (Il castrato), una coproducción de tres países que tenía el enorme reto de re-producir con fidelidad la voz tantas ve-ces descrita, pero nunca oída, del que pasa por ser el mejor castrato de todos

La mejor aproximación a la voz de Farinelli es ¡una suma de dos!los tiempos. Para lograrlo, el director tu-vo que unir la voz del contratenor Derek Lee Ragin y de la soprano Ewa Mallas-Godlewska, y recurrir a los efectos digi-tales para ensamblarlas y pulirlas. No en vano, Farinelli era capaz de abarcar tres octavas, cuando el registro habitual de un cantante profesional se mueve entre una octava y media y dos.

un prodigio téCniCoLa fusión digital de las dos voces fue compleja. Tuvieron que reducirse los so-nidos a tablas numéricas para encajarlas, lo que supuso miles de cortes de monta-je. El resultado es asombroso, aunque, como apunta el catedrático de Musicolo-gía Ángel Medina, “la banda sonora no recupera lo irrecuperable”, porque el arte vocal de los castrati, más allá de la am-plitud de sus agudos, es imposible de re-cobrar. Farinelli ganó el Globo de Oro a la mejor película extranjera y fue nominada al Oscar en la misma categoría.

La originalidad física de los capones pro-cedía de la posición de su laringe, que no descendía con la llegada de la adolescen-cia, de modo que sus cuerdas vocales per-manecían muy cerca de la cavidad de resonancia, y el timbre no variaba. Las cuerdas vocales de un castrato eran más cortas que las de un hombre, pero más largas que las de la mujer y, generalmen-te, más musculosas –por lo mucho que las trabajaban–, lo que producía un soni-do claro, nítido y potente. Se tiene noticia de los castrati en Italia desde el ecuador del siglo xvi, y vivieron su edad de oro una centuria después, con el apogeo de la ópera barroca. En aquella tierra nacerán los grandes virtuosos del género –Farinelli, Caffarelli, Salimbeni, Marchesi, Velluti...–, educados en los con-servatorios de Nápoles y, en menor medi-da, en los de Roma y Bolonia. Los castrati italianos fueron estrellas a la altura de los más grandes artistas de nuestro tiempo: llenaban teatros, hacían giras triunfales por Europa y vivían lujosamente. Además, sus figuras aniñadas y andróginas fascina-ban a las mujeres del Barroco.

La iGLesia condenaba La castración, Pero no dejó de Proveerse de cantores Para sus coros

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sus cantos y bailes para bendecir las bodas y a los recién nacidos, mendigando una limosna, maldiciendo o prostituyéndose en relaciones homosexuales. Compuesta por eunucos, transexuales, andróginos y travestidos, la secta de los hijras es una de las más desdeñadas del país. La con-dición de eunuco no es indispensable para alcanzar el estatus de hijra, basta con la impotencia sexual. En la actualidad, se estima que solo el 10% de los hijras son eunucos; algunos, fruto de una ceremonia ritual de castración en honor a su diosa, Bahuchara Mata, y el resto, emasculados por bandas clandesti-nas que pretenden controlar el negocio de prostitución que generan. En 2010, el mi-nistro del Interior del estado de Arunachal, Tako Dabi, propuso para integrarlos la estrafalaria idea de crear un ejército de eunucos para defender la frontera con China, señalando que, en el pasado, estos habían destacado por su lealtad. Esclavos, sirvientes, heraldos, visires, generales o artistas, la historia del eunu-co ha sido siempre el resultado de un desequilibrio de poder: el prisionero an-te el vencedor, el niño ante el padre, el hombre ante la secta. En el siglo xviii, con los castrati en la cumbre, corría por Italia la observación jocosa de una dama ante una actuación del gran Cusanino en Flo-rencia: “Canta bien, tiene vida, expresión, pero se siente que le falta algo...”. Incluso en la plenitud de su triunfo, los eunucos aparecen en la historia como seres tragi-cómicos, inferiores a los ojos de una so-ciedad que nunca dejó de mirarles como a hombres inacabados.

ensaYobarbier, patrick. Historia de los castrati. Buenos Aires: Vergara, 1990. díaz sáez, José antonio. Eunucos. Histo-ria universal de los castrados y su in-fluencia en las civilizaciones de todos los tiempos. Córdoba: Almuzara, 2014. medina, ángel. Los atributos del capón. Imagen histórica de los cantores castra-dos en España. Madrid: Instituto Complu­tense de Ciencias Musicales, 2001.

CineFarinelli (Il castrato). (Francia, Italia, Bélgica, 1994). Dir.: Gérard Corbiau. Ints.: Stefano Dio­nisi, Enrico Lo Verso, Elsa Zylberstein.

para saber más

li lianying, el eunuco jefe de la emperatriz china Cixi, antecesora de puyi, en un retrato de finales del siglo xix.