Eugenio Montejo

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FINAL SIN FIN La que se irá al final será la vida, la misma vida que ha llevado nuestros pasos sin pausa, a la velocidad de su deseo. Se llevará también todas sus horas y los relojes que sonaban y el sonido y lo que en ellos siempre estuvo oculto, sin ser tiempo ni trastiempo… Cuando haya que partir –se irá la vida, ella y su música veloz entre mis venas que me recorre con remotos cánticos, ella y su melodiosa geometría que inventa el ajedrez de estas palabras. De todo cuanto miro en este instante será la vida la que parta para siempre o para nunca, es decir, la que parta sin partir, la que se quede y con ella mi cuerpo noche y día, siguiéndola en sus luces y sus sombras… Sí, tal vez nadie se aleje de este mundo, aunque se extinga cada quien en su momento. -Nos iremos sin irnos,

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FINAL SIN FIN

La que se irá al final será la vida,

la misma vida que ha llevado nuestros pasos

sin pausa, a la velocidad de su deseo.

Se llevará también todas sus horas

y los relojes que sonaban y el sonido

y lo que en ellos siempre estuvo oculto,

sin ser tiempo ni trastiempo…

Cuando haya que partir –se irá la vida,

ella y su música veloz entre mis venas

que me recorre con remotos cánticos,

ella y su melodiosa geometría

que inventa el ajedrez de estas palabras.

De todo cuanto miro en este instante

será la vida la que parta para siempre o para nunca,

es decir, la que parta sin partir, la que se quede

y con ella mi cuerpo noche y día,

siguiéndola en sus luces y sus sombras…

Sí, tal vez nadie se aleje de este mundo,

aunque se extinga cada quien en su momento.

-Nos iremos sin irnos,

ninguno va a quedarse ni va a irse,

tal como siempre hemos vivido

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a orillas de este sueño indescifrable,

donde uno está y no está y nadie sabe nada.

(De Fábula del escriba, 2006)

ORFEO

Orfeo, lo que de él queda (si queda),

lo que aún puede cantar en la tierra,

¿a qué piedra, a cuál animal enternece?

Orfeo en la noche, en esta noche

(su lira, su grabador, su cassette),

¿para quién mira, ausculta las estrellas?

Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),

la palabra de tanto destino,

¿quién la recibe ahora de rodillas?

Solo, con su perfil en mármol, pasa

por entre siglos tronchado y derruido

bajo la estatua rota de una fábula.

Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,

a todas las puertas. Aquí se queda,

aquí planta su casa y paga su condena

porque nosotros somos el Infierno.

(De Muerte y Memoria, 1972)

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HOMBRES SIN NIEVE

Somos los hombres sin nieve

nacidos entre tormentas caniculares,

con las casas abiertas de par en par

y las retinas contraídas

frente al motín de los colores.

Nuestra vida está escrita

por la mano del sol

en las mágicas hojas de la malanga.

Sobre estas tierras no ha nevado en muchos siglos;

esquiamos en la luna, desde lejos,

con largavistas,

sin helarnos la sangre.

Aquí el invierno nace de heladas subjetivas

lleno de ráfagas salvajes;

depende de una mujer que amamos y se aleja,

de sus cartas que no vendrán pero se aguardan;

nos azota de pronto en largas avenidas

cuando nos queman sus hielos impalpables.

Aquí el invierno puede llegar a cualquier hora,

no exige leños, frazadas, abrigos,

no despoja los arboles,

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y sin embargo como sabe caer bajo cero,

como nos hacen tiritar sus témpanos amargos.

(De Alfabeto del mundo, 1986)

LA ESTATUA DE PESSOA

A Rafael Cadenas

La estatua de Pessoa nos pesa mucho,

hay que llevarla despacio.

Descansemos un poco aquí a la vuelta

mientras vienen más gentes en ayuda.

Tenemos tiempo de tomar un trago.

Son tantas sombras en un mismo cuerpo

y debemos subirlas a la cumbre del Chiado.

A cada paso se intercambian idiomas,

anteojos, sombreros, soledades.

Démosle vino ahora. Pessoa siempre bebía

en estos bares de borrosos espejos

que el Tajo cruza en un tranvía sonámbulo.

¿Por qué no va a beber su estatua?

Con todo el siglo dentro de sus huesos

vueltos ya piedras llenas de saudades,

casi nos dobla los hombros

bajo el silencio de su risa pagana.

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No hay que apurarse. Llegaremos.

Lo que más cuesta no es la altura de su cuerpo

ni el largo abrigo que lo envuelve,

sino las horas del misterio

que se repliegan pétreas en el mármol.

Cuanto a diario soñó por estas calles

y desoñó y volvió a soñar y desoñar;

el tiempo refractado en voces y antivoces

y los horóscopos oscuros

que lo han cubierto como una gruesa pátina.

Alzar sólo su cuerpo sería fácil.

Aunque se embriague no pesa más que un

pájaro.

(De Alfabeto del mundo, 1986)

LA HORA DE HAMLET

Esta mañana me sorprende

con mi olvidada calavera entre las manos.

Hago de Hamlet.

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Es la hora reductiva del monólogo

en que interrogo a mi Hacedor

sobre esta máscara que ha de volverse polvo,

sobre este polvo que sigue hablando todavía

aquí y acaso en otra parte.

A la distancia que me encuentre de la muerte,

hago de Hamlet.

Hamlet y pájaro con vértigo de alturas,

tras las almenas del íngrimo castillo

que cada quien erige piedra a piedra

para ser o no ser según la suerte,

el destino, la sombra, los pasos del fantasma.

(De Alfabeto del mundo, 1986)

ÍTACA

para un homenaje a C. Cavafis

Por esta calle se va a Ítaca

y en su rumor de voces, pasos, sombras,

cualquier hombre es Ulises.

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Grabado entre sus piedras se halla el mapa

de esa tierra añorada. Síguelo.

El pájaro que escuchas está cantando en griego;

no lo traduzcas, no va ahorrarte camino.

Aquellas nubes vienen de su mar, contémplalas;

son más puros los cielos de las islas.

Por esta calle, en cualquier auto,

hacia el norte o el sur se viaja a Ítaca.

En los ojos de los paseantes arde su fuego,

sus pasos rápidos delatan el exilio.

Aún sin moverte, como estos árboles

hoy o mañana llegarás a Ítaca.

Está escrito en la palma de tu mano

como una raya que se ahonda,

día tras día.

Aunque te duermas, despertarás en Ítaca;

la lluvia de este valle, todo lo arrastra

despacio, hasta sus puertas.

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No tiene otro declive.

Ya puedes anunciarnos tu llegada, buscar hotel,

dar al olvido tu destierro.

Por esta calle no ha cruzado un hombre,

que al fin, no alcance su paisaje.

Prepara el corazón para el arribo,

Una vez en su reino, muestra tu magia.

será el reto supremo del exilio.

A ese mar no se miente. La furia de sus olas

todo lo hace naufragio. Pero no te amilanes.

Demuéstranos que siempre fuiste Ulises.

(De Alfabeto del mundo, 1986)

Oscura madre de mis élegos

tú que gravitas tú que antecedes

calma central en el vacío de la casa

giras a medio arco del sillón

donde columpias las espaldas hinchadas

al jadeo de tus lámparas. Giras

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por ese aire de fatal levitación

con las biblias agónicas del pecho

hasta que caes a copos de la aguja

y en dedales y ojeras nos coses hasta el fin

los vivos a los muertos

tan honda que en ti desapareces.

(Élegos, 1967)

De quién es esta casa que está caída

de quién eran sus alas atormentadas

esa puerta con ojos de caballo

y flancos secos en la brida muerta

de su aldaba. El relojeante polvo

donde se palpa la usura del vacío

con sus patas de araña. Y el jinete de sombras

que transpuso la ojiva de su ser

de graves estandartes. Y desmontó

y erró por años confinado a un espacio

de geométrico frío hasta hacerse fantasma.

(Élegos, 1967)

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ELEGÍA A LA MUERTE DE MI HERMANO RICARDO

Mi hermano ha muerto, sus huesos yacen

caídos en el polvo. Sin ojos con qué llorar

me habla triste se sienta en su muerte

y me abraza con su llanto sepultado.

Mi hermano el Rey Ricardo murió una mañana

en un hospital de ciudad, víctima

de su corazón que trajo a la vida

fatales dolencias de familia.

Mi madre estuvo una semana muerta junto a él

y regresó con sus ojos apaleados

para mirarme de frente. Aún hay tierra

y llanto de Ricardo en sus ojos.

Tosía amor – dijo mi hermana, tenía febricitancia

de elegido y nos miraba con tanta compasión

que lloramos hasta su última madrugada.

Mamá es más pobre ahora, mucho más pobre.

Mi familia lo cercó. Él nos amaba

con la nariz taponada en algodones.

Todos éramos piedras y mirábamos

un río que comenzaba a pasar.

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Lo llevaron alzado como un ave de augurios

y lo sembraron en la tierra amorosa

donde la muerte cuida a los jóvenes.

Cuando bajó, sollozaba profundo.

El Rey Ricardo está muerto. Sus pasos

de oro amargo resuenan en mi sangre

donde caminan con fragor de tormenta.

Su nombre estalla en mi boca como la luz.

Todos lo amamos, mi madre más que todos,

y en su vientre nos reunimos en un llanto compacto;

desde allí conversamos como las piedras

con un río que comienza a pasar.

(Élegos, 1967)

LA TIERRA GIRO PARA ACERCARNOS

La tierra giró para acercarnos,

giró sobre sí misma y en nosotros,

hasta juntarnos por fin en este sueño,

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como fue escrito en el Simposio.

Pasaron noches, nieves y solsticios;

pasó el tiempo en minutos y milenios.

Una carreta que iba para Nínive

llegó a Nebraska.

Un gallo cantó lejos del mundo,

en la previda a menos mil de nuestros padres.

La tierra giró musicalmente

llevándonos a bordo;

no cesó de girar un solo instante,

como si tanto amor, tanto milagro

sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito

entre las partituras del Simposio.(De Poemas Selectos, 2004)

TERREDAD

Estar aquí por años en la tierra,

con las nubes que lleguen, con los pájaros,

suspensos de horas frágiles.

A bordo, casi a la deriva,

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más cerca de Saturno, más lejanos,

mientras el sol da vuelta y nos arrastra

y la sangre recorre su profundo universo

más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos

que un árbol, no más inexplicables;

livianos en otoño, henchidos en verano,

con lo que somos o no somos, con la sombra,

la memoria, el deseo, hasta el fin

(si hay un fin) voz a voz,

casa por casa,

sea quien lleve la tierra, si la llevan,

o quien la espere, si la aguardan,

partiendo juntos cada vez el pan

en dos, en tres, en cuatro,

sin olvidar la parte de la hormiga

que siempre viaja de remotas estrellas

para estar a la hora en nuestra cena,

aunque las migas sean amargas.

(De Terredad, 1978)

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LA TERREDAD DE UN PÁJARO

La terredad de un pájaro es su canto,

lo que en su pecho vuelve al mundo

con los ecos de un coro invisible

desde un bosque ya muerto.

Su terredad es el sueño de encontrarse

en los ausentes,

de repetir hasta el final la melodía

mientras crucen abiertas los aires

sus alas pasajeras,

aunque no sepa a quién le canta

ni por qué,

ni si podrá escucharse en otros algún día

como cada minuto quiso ser:

más inocente.

Desde que nace nada ya lo aparta

de su deber terrestre,

trabaja al sol, procrea, busca sus migas

y es sólo su voz lo que defiende

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porque en el tiempo no es un pájaro

sino un rayo en la noche de su especie,

una persecución sin tregua de la vida

para que el canto permanezca.

(De Terredad, 1978)

LA MESA

¿Qué puede una mesa sola

contra la redondez de la tierra?

Ya tiene bastante con que nada se caiga

cuando las sillas entran en voz baja

y en su torno a la hora se congregan.

Si el tiempo amella los cuchillos,

lleva y trae comensales,

varía los temas, las palabras,

¿qué puede el dolor de su madera?

¿Qué puede contra el costo de las cosas,

contra el ateísmo de la cena,

de la Última Cena?

Si el vino se derrama, si el pan falta

y los hombres se tornan ausentes,

¿qué puede sino estar inmóvil, fija,

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entre el hambre y las horas,

con qué va a intervenir aunque desee?

(De Terredad, 1978)

EN EL NORTE

Esta noche dimito de las sombras,

el Támesis regresa al mar del norte

con celajes de tren bajo la lluvia

y en sus raudos vagones

los viajeros sacan crucigramas.

Es la noche, resguárdate,

grita el reloj cerca del polo,

pero a esta hora mi país de ultramar

cruza el arco del sol

y se baten azules las palmas.

En cada muro en que me acodo

siento el vaivén errante de los barcos.

Entre estas islas y mi casa

caben todas las aguas por siglos de este río,

el gris invierno de paredes rectas,

los vientos que nos tornan monosilábicos

y quedan leguas que llenar para acercarse.

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Mi corazón da tumbos en medio de la niebla,

no se ajusta a los polos,

busca el lugar donde la tierra gira más despacio.

Esta noche soy diurno frente al Támesis,

no voy a bordo en sus vagones,

sigo de pie con el silencio de una palma.

mi país de ultramar resplandece a lo lejos

y yo cuento sus horas

en relojes perdidos más allá del Atlántico.

Su ausencia es mi único equipaje.

(De Terredad, 1978)

SOLO LA TIERRA

a Reynaldo Pérez-Só

Por todos los astros lleva el sueño

pero sólo en la tierra despertamos.

Dormidos flotamos en el éter,

nos arrastran las naves invisibles

hacia mundos remotos

pero sólo en la tierra abren los párpados.

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La tierra amada día tras día,

maravillosa, errante,

que trae el sol al hombro de tan lejos

y lo prodiga en nuestras casas.

Siempre seré fiel a la noche

y al fuego de todas sus estrellas

pero miradas desde aquí,

no podría irme no sé habitar otro paisaje.

Ni con la muerte dejaría

que mis cenizas salgan de sus campos.

La tierra es el único planeta

que prefiere los hombres a los ángeles.

Más que el silencio de la tumba

temo la hora de la resurrección:

demasiado terrible

es despertar mañana en otra parte.

(De Terredad, 1978)

SETIEMBRE

a Alejandro Oliveros

Mira setiembre nada se ha perdido

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con fiarnos de las hojas.

La juventud vino y se fue, los árboles no se movieron

El hermano al morir te quemó en llanto

pero el sol continúa.

La casa fue derrumbada, no su recuerdo.

Mira setiembre con su pala al hombro

cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.

Nadie nos preguntó para nacer,

¿qué sabían nuestros padres? ¿Los suyos qué supieron?

Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo

se mezclaron al tiempo terrestre.

Los árboles saben menos que nosotros

y aún no se vuelven.

La tierra va más sola ahora sin dioses

pero nunca blasfema.

Mira setiembre cómo te abre el bosque

y sobrepasa tu deseo.

Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,

no dejes que una sola se te pierda.

(De Terredad, 1978)

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EPÍSTOLA SIN FORMA

a Guillermo Sucre

No nos pidas más forma que la vida

tal como vino entre las horas

del tiempo en que crecimos.

No había más forma en la palabra que la vida

y lo demás fue azoro en nuestros huesos

o rencor de las piedras

como quien planta casa

en un solar ajeno.

Tú que leerás después, en otro siglo:

mide tus dioses con los nuestros,

deletrea el áspero silencio.

No nos pidas más forma que la vida,

tal como en sombras la aceptamos,

como no quisimos rehuirla.

Delfos era ilegible al teletipo.

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Descuenta las pérdidas, descuenta las dádivas,

jamás fuimos infieles a los muertos,

amamos la piedad, la imposible armonía.

Vivimos al filo de las horas

palabra por palabra,

tú que leerás, tal vez, desde otro mundo:

mide tus dioses con los nuestros,

descifra el sueño en la ceniza.

(De Terredad, 1978)

EL DORADO

a Luis García Morales

Siempre buscábamos El Dorado

en aviones y barcos de vela,

como alquimistas, como Diógenes,

al fin del arco iris,

por los parajes más ausentes.

Unos caían, otros llegaban,

jamás no detuvimos.

Los hombres del país Orinoco

nunca elegimos otra muerte.

Perdimos años, fuerza, vida,

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nadie soñó que iba en la sangre,

que éramos su espejo.

El oro del alma profunda

a través de las voces

que nos inventaban los ríos

en el rumor de las aldeas.

El Dorado que trae el café

a la luz del Caribe

con sus soles a paso de bueyes.

Jamás lo descubrimos,

no era para nosotros su secreto.

Los hombres del país Orinoco

teníamos raza de la quimera.

(De Terredad, 1978)

MEDIA VIDA

Sentí pesar de media vida

cuando rodó el dragón ante mis pies, ya muerto,

aquel dragón que al curso de los años

dejó sangre en mi espada,

tajos de ala

y fuegos con que luché solo, sin tregua,

en todos los instantes.

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Recordé los rugidos noche a noche,

sus garras de relámpago,

los libros que leí para aplacarlo,

viejos poemas con que lo tuve a raya.

Sentí pesar de media vida

cuando cesó el estruendo

y advertí que mi alma era su cueva,

que yo era mi dragón, mi enemigo inmediato.

Todo su fuego inútil, su insistencia

de ungirme caballero

sin alcanzarlo

se me volvió esta mueca de cenizas,

este grito perdido entre sus fauces.

(De Terredad, 1978)

VUELVE A TUS DIOSES PROFUNDOS

Vuelve a tus dioses profundos,

están intactos,

están adentro con sus llamas velando,

ningún soplo del viento los apaga.

Los silenciosos dioses prácticos

ocultos en la porosidad de las cosas.

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Has rodado en el mundo más que ningún guijarro,

perdiste tu nombre, tu ciudad,

asido a visiones fragmentarias,

de tantas horas ¿qué retienes?

La música de ser es disonante

pero la vida continúa

y ciertos acordes prevalecen.

La tierra es redonda por deseo

de tanto gravitar,

la tierra redondeará todas las cosas

cada una a su término.

De tantos viajes por el mar,

de tantas noches al pie de tu lámpara,

sólo estas voces te circundan,

descifra en ellas el eco de tus dioses,

están intactos,

están cruzando mudos con sus ojos de peces

adentro de tu sangre.

(De Terredad, 1978)

CREO EN LA VIDA

Creo en la vida bajo forma terrestre,

tangible, vagamente redonda,

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menos esférica en sus polos,

por todas partes llenas de horizontes.

Creo en las nubes, en sus páginas

nítidamente escritas

y en los árboles, sobre todo al otoño.

(A veces creo que soy un árbol).

Creo en la vida como terredad,

como gracia o desgracia.

Mi mayor deseo fue nacer,

a cada vez aumenta.

Creo en la duda agónica de Dios,

es decir, creo que no creo,

aunque de noche, solo,

interrogo a las piedras,

pero no soy ateo de nada

salvo de la muerte.

(De Terredad, 1978)

MANOA

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire,

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ningún indicio de sus piedras.

Seguí el cortejo de sombras ilusorias

que dibujan sus mapas.

Crucé el río de los tigres

y el hervor del silencio en los pantanos.

Nada vi parecido a Manoa

ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arco iris

que se curva hacia el sur y no se alcanza.

Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos mundos,

-siempre más lejos.

Ya fatigado de buscarla me detengo,

¿qué me importa el hallazgo de sus torres?

Manoa no fue cantada como Troya

ni cayó en sitio

ni grabó sus paredes con hexámetros.

Manoa no es un lugar

sino un sentimiento.

A veces en un rostro, un paisaje, una calle

su sol de pronto resplandece.

Toda mujer que amamos se vuelve Manoa

sin darnos cuenta.

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Manoa es la otra luz del horizonte,

quien sueña puede divisarla, va en camino,

pero quien ama ya llegó, ya vive en ella.

(De Papiros Amorosos, 2002)

AMANTES

Se amaban. No estaban solos en la tierra;

tenían la noche, sus vísperas azules,

sus celajes.

Vivían uno en el otro, se palpaban

como dos pétalos no abiertos en el fondo

de alguna flor del aire.

Se amaban. No estaban solos a la orilla

de su primera noche.

Y era la tierra la que se amaba en ellos,

el oro nocturno de sus vueltas,

la galaxia.

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.

Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían

como hileras de luces en un largo aeropuerto

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donde algo iba a llegar desde muy lejos,

no demasiado tarde.

(De Papiros Amorosos, 2002)

POR ESTA VEZ

No he de llamarte tierra por más que gires,

por más que ante mis ojos vaya y vuelva

el planeta moreno de tu cuerpo.

Luna quiero nombrarte, luna y deseo,

redonda, azul, mudable

de lo menguante a lo creciente

Luna en el lecho que desordenas

y en los arroyos que el sueño acrece,

oculta o nítida,

llena de peces o de pétalos.

Luna de muslos cálidos, pero no tierra,

por esta vez no he de llamarte tierra,

hay más muerte que música en esta casa errante…

Luna que cambia y que vuelve

en sueño y en vigilia,

afuera en el espacio y entre mis venas,

allá en el horizonte y al fondo de mi sangre.

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(De Papiros Amorosos, 2002)

NINGÚN AMOR CABE EN UN CUERPO SOLAMENTE

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,

aunque abarquen sus venas el tamaño del mundo,

siempre un deseo se queda fuera,

otro solloza pero falta.

Lo sabe el mar en su lamento solitario

y la tierra que busca los restos de su estatua;

no basta un solo cuerpo para albergar dos noches,

quedan estrellas fuera de la sangre.

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,

aunque el alma se aparte y ceda espacio

y el tiempo nos entregue la hora que retiene.

Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;

dos ojos ven apenas pocas nubes

pero no saben dónde van, de dónde vienen,

qué país musical las une y las dispersa.

Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,

nace en un cuerpo que está solo;

ninguno cabe en el tamaño de su muerte.

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(De Papiros Amorosos, 2002)

OTRA AMAPOLA

Dentro de tu cuerpo, debajo de sus pétalos,

huidizo, esquivo hasta en la sombra,

hay otro cuerpo que amo.

Otra amapola que abre su perfume

en la red de tus venas, con tus voces

y las palabras de más aire.

Otro cuerpo que ocultas en tu noche

con su luna sonámbula

de senos crecientes y menguantes.

Sólo yo sé escucharlo en sus susurros,

al fondo de su ávida corola.

Sólo yo puedo seguirlo entre sus pasos,

palpando a ciegas el tacto de su eclipse

cuando duerme detrás de tus pestañas.

Es tuyo y mío y de la niebla

que lo lleva y lo trae de un tiempo a otro,

la amarga niebla que a veces me lo entrega

o lo esconde en tu carne.

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(De Papiros Amorosos, 2002)

HORÓSCOPO TÁCTIL

Sobre tu desnudez palpo mi horóscopo,

descifro, deletreo por el tacto

un signo en cada poro de tu piel amorosa…

De pronto en un papiro te conviertes,

hecha de gestos que son letras,

de letras que son manos, brazos, labios,

escritura palpable cuya forma compendia

las dádivas que retiene mi futuro

en las cartas lacradas del destino.

Te veo tendida y tiemblo, leyendo, descifrando

la vida que me queda y su cómo y su dónde;

leo bajo lámpara tu rostro que amanece,

tu piel, tus ojos donde la noche se refugia;

indago a tientas los signos de tu carne,

todo cuanto me dicen tus senos del mañana,

cuanto añaden tus hombros, tus ojeras,

el horóscopo táctil que devela tu cuerpo

del porvenir que guarda mis horas en la tierra.

(De Papiros Amorosos, 2002)

Page 32: Eugenio Montejo

MIENTRAS GIRE LA TIERRA

Déjame que te ame mientras gire la tierra

y los astros inclinen sus cráneos azules

sobre la rosa de los vientos.

Flotando, a bordo de este día

en que al azar , por un instante,

despertamos tan cerca.

Pude vivir en otro reino, en otro mundo,

a muchas leguas de tus manos, de tu risa,

en un planeta remoto, inalcanzable.

Pude nacer hace ya siglos

cuando en nada existías

y en mis angustias de horizonte

adivinarte en sueños de futuro,

pero mis huesos a esta hora

ya serían árboles o piedras.

No fue ayer ni mañana, en otro tiempo,

en otro espacio,

ni ocurrirá ya nunca,

aunque la eternidad cargue sus dados

a favor de mi suerte.

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Déjame que te ame mientras la tierra siga

gravitando al compás de sus astros

y en cada minuto nos asombre

este frágil milagro de estar vivo.

No me abandones hasta que ella se detenga.

(De Papiros Amorosos, 2002)

PAPIRO PRONOMINAL

Se tendieron desnudos, semiabsortos,

en un hotel de los suburbios.

Verde era el arco de la luz que el día

iba filtrando en la ventana. Y verde el viento

con filo de cuchillo sobre las leves sábanas.

Ese jadeo ajeno ante lo íngrimo

de no saber por qué se nace

ni por qué se desea,

brotaba allí de un fuelle unánime

entre ambos cuerpos... Ella era joven

más que su tenue sombra.

Y yo a su lado, atónito,

en el tiempo sin tiempo de mi carne,

mucho más amoroso que la lumbre

de este incierto recuerdo.

Page 34: Eugenio Montejo

Éramos jóvenes

como cuando uno mismo no lo sabe.

De allí y de todo ambos partimos,

partimos y partieron,

ellos, nosotros, cerca, es decir, lejos...

¿Cuál era la canción de moda entonces?

Ya no sé si la oímos, si la oyeron.

El tiempo va añadiendo tanto olvido

que deja en anacrónico tumulto

el mismo fuelle con ansia y menos cuerpo,

el mismo cuerpo con noche y menos sangre,

la misma sangre dando vueltas a la tierra

y estos pobres pronombres que se alternan

entre restos de voces no apagadas

y hasta un golpe de mar donde no hay agua.

(De Papiros Amorosos, 2002)

LO NUESTRO

Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa

con el temblor del mundo,

el tiempo, no tu cuerpo.

Tu cuerpo estaba aquí, tendido al sol, soñando,

se despertó contigo una mañana

Page 35: Eugenio Montejo

cuando quiso la tierra.

Tuyo es el tacto de las manos, no las manos;

la luz llenándote los ojos, no los ojos;

acaso un árbol, un pájaro que mires,

lo demás es ajeno.

Cuanto la tierra presta aquí se queda,

es de la tierra.

Sólo trajimos el tiempo de estar vivos

entre el relámpago y el viento;

el tiempo en que tu cuerpo gira con el mundo,

el hoy, el grito delante del milagro;

la llama que arde con la vela, no la vela,

la nada de donde todo se suspende,

—eso es lo nuestro.

(De Papiros Amorosos, 2002)

LOS AUSENTES

Viajan conmigo mis amigos muertos.

Adonde llego, van por todas partes,

apresurados me siguen, me preceden,

gentiles, cómodos e incómodos,

en grupos, solos, conversando, paseando.

A mi paso se mezclan sus huidizos colores

Page 36: Eugenio Montejo

hasta envolverme en un lento crepúsculo...

Tantos y tantos, cada cual en su estatua,

y en torno siempre las máscaras del sueño.

Y mi estatua también a su lado, flotando.

Muertos de nunca habernos muerto,

de estar en algún tiempo, en algún parque,

juntos y apartes, conformes, inconformes,

mudos, charlando, con voces, sin voces,

en verdad ya ni vivos ni muertos:

algo intermedio que tampoco es estatua,

aunque tengamos ya de piedra los ojos

y unos y otros nos sigamos, corteses,

polémicos,

contentos de estar en la tierra y de no estar en

ella,

en eternas tertulias donde, se hable o no se

hable,

todo queda para después o para antes,

para cuando no sabíamos que después era

entonces

ni que nuestras sombras de pronto levitaban

visibles e invisibles en el aire.

* * *

Un instante de nuevo me reúno con ellos,

conversando otra vez esta tarde, tan tarde,

Page 37: Eugenio Montejo

en un Café de ruidos urbanos, suburbanos...

Es decir, bebiendo sin beber, un poco

abstemios,

pues los muertos no beben, pero beben a veces,

juntos y alegres, aunque no tanto, sino alegres,

con un trago o ninguno, pero con un trago,

creyendo que el tiempo ya pasó y no ha pasado,

y por eso pasó sin pasar, es decir, nunca pasa.

Cada cual con un whisky sin hielo o con hielo,

más cálido que frío, sin instante un instante,

con el recuerdo que nada recuerda esta tarde

y por eso se acuerda ahora de todo...

Bebiendo con ellos que fuman y charlan,

que parten y vuelven, dialogan, discuten,

hablando por hablar y a veces por no hablar,

hasta decirnos qué de Picasso hay en la

ausencia,

cuánto cubismo en la manera de alejarnos,

el modo de mirarnos con ojos verticales

y saludarnos con la mano a la inversa,

la forma de beber un solo vaso roto

que ya no tiene vidrio ni licor ni volumen,

el modo de no beber creyendo que se bebe

y seguir todos juntos ahora que estoy solo.

(De Partitura de la cigarra, 1999)

Page 38: Eugenio Montejo

TAL VEZ

Tal vez sea todo culpa de la nieve

que prefiere otras tierras más polares,

lejos de estos trópicos.

Culpa de la nieve, de su falta,

—la falta que nos hace

cuando oculta sus copos y no cae,

cuando pospone, sin abrirlas, nuestras cartas.

Tal vez sea culpa de su olvido,

de nunca verla en estas calles

ni en los ojos, los gestos, las palabras.

Tantas cosas dependen noche y día

de su silencio táctil.

Nuestro viejo ateísmo caluroso

y su divagación impráctica

quizá provengan de su ausencia,

de que no caiga y sin embargo se acumule

en apiladas capas de vacío

Page 39: Eugenio Montejo

hasta borrarnos de pronto los caminos.

Sí, tal vez la nieve,

tal vez la nieve al fin tenga la culpa...

Ella y los paisajes que no la han conocido,

ella y los abrigos que nunca descolgamos,

ella y los poemas que aguardan su página

blanca.

(De Partitura de la cigarra, 1999)

SÍLABAS PARA UN ADIOS

¿Qué murmuran al paso de mi sombra

tus áridas estatuas?

¿Qué les importa adónde me dirijo,

qué prisa tengo,

por qué se me hizo tarde?

¿Cuál de ellas sabe lo que me diste, ciudad

vieja,

en cada piedra día tras día?

Hoy palpo el aire, buscando algunas sílabas

para este lento adiós.

Soy el que levitaba a la deriva,

dejándome llevar por los colores

Page 40: Eugenio Montejo

de tu secreta música.

Ya nunca dormiré a tu lado, ciudad vieja,

no volveré a contarte mis sueños en el alba.

El oro errante de la tarde en tus colinas

va a faltarme.

Frente a la niebla de tus muelles,

el barco amargo que no sé dónde me lleva

ya leva el ancla.

Cuando me borre detrás del horizonte,

recuérdame,

y enmudece el rencor de tus estatuas.

(De Partitura de la cigarra, 1999)

TEMBLOR DE LLAMA

Envejecer es fácil.

Uno se ve menguar como una vela,

gota a gota,

iluminando no sé qué, bóvedas, noches

cuerpos desesperados.

Y nuestra luz es sangre que se adhiere a las cosas

para que resplandezca un poco más el mundo

y flote de nuevo amaneciéndonos.

Cada vez más liviano uno en sí mismo

Page 41: Eugenio Montejo

como la aguja de un reloj que da pasos y pasos…

¿Qué hora es en la lumbre de estás manos,

qué hora ha sido?

Leve chisporroteo de la llama que tiembla

con su sombra en el muro, que es la nuestra,

la llama decreciente que nos queda,

encendida, alumbrando el instante,

ése mismo que pasa.

Envejecer es fácil

y más fácil aún borrarse de la tierra.

Basta algún soplo – y adiós llama,

aquí no queda nadie.

(De Partitura de la cigarra, 1999)

¿QUIÉN TRAJO UN CUERPO?...

a Darío Jaramillo Agudelo

¿Quién trajo un cuerpo cuando vino a la tierra?

¿Quién creyó que era dueño de sus ojos

porque miraba este paisaje?

¿Alguien dedujo que las manos eran suyas

al palpar el silencio de las piedras

o cuando palmoteaba algún caballo?

Page 42: Eugenio Montejo

¿No estaba todo aquí esperándonos?

¿No estaba el mismo cuerpo con su sombra

dentro de los padres

y antes y tras antes en los padres de los padres?

…Podemos irnos, pero el cuerpo se queda

y se quedan los ojos y las manos,

el caballo y la piedra.

Se extingue el vuelo y permanece el pájaro,

lo que vino a ser pájaro: sangre y plumas,

lumbre en el pico y alas.

¿Se irá también el canto que le oímos

o quedará en alguna parte?

¿Por qué hay cantos a bordo de su vuelo

cuando no existe ningún pájaro?

(De Partitura de la cigarra, 1999)

UN GALLO

Me queda un gallo por oír – y no ha cantado.

El más oculto, quizás, el más incierto

de los gallos del mundo. Y no ha cantado.

Aún no sé para cuando estaba escrito,

sobre el infolio de cual noche.

Page 43: Eugenio Montejo

En algún patio amigo de su sombra

ha de encontrarse.

Un gallo y su estridencia solitaria,

él y su odio,

él y las estrellas que se encienden y se apagan.

Tal vez se escuche ahora,

tal vez tarde mil años con sus días.

Es sólo un grito suyo lo que espero,

una gota en el aceite de mi lámpara.

Ya sabré lo que ocurra después de haberlo oído,

a que enigma da paso.

Me queda por oír un gallo todavía,

inubicable en la extensión silente,

un gallo con el peso de la noche en sus alas,

casi un relámpago.

(De Partitura de la cigarra, 1999)

PARTITURA DE LA CIGARRA

VI

Está cantando en el fondo del bosque,

en el bosque secreto que cada quien lleva consigo

como una sombra, desde que nace,

Page 44: Eugenio Montejo

está cantando en un árbol,

ella y el eco que la fija en el viento,

ella y los coros que la preceden o acompañan,

la mensajera de los campos que llega a las ciudades,

el sonido forestal de la tierra,

la maestra de Orfeo, la reina maga.

Está cantando ahora, está celebrando el milagro

de habitar este mundo

y palpar algún árbol del camino,

alguno cualquiera de sus ramos.

Ya la pasión de sus alas propaga los sones,

mientras sus ojos miran pasar los días

con luz del Génesis bajo un limpio relámpago.

Vino a cantarnos y no cesa,

la seguimos de cerca hasta el fondo del bosque

y sin embargo nada desciframos.

Su terredad son los sonidos que nos deja

más allá del silencio, unidos al paisaje,

los coros que a nuestro lado se prolongan,

la huella viva de haber estado aquí,

de haber amado al viejo sol hora tras hora

hasta extinguirse entre las llamas de su canto.

Page 45: Eugenio Montejo

XVI

No está cantando ahora la maga cigarra,

aunque se escuche no canta,

– no es ella.

Es decir, son sus coros antiguos,

el polvo del tiempo que aviva sus ecos,

las llamas de un siglo de noches,

las velas ocultas debajo de casas caídas

que llegan de pronto a alumbrarnos…

Cuando en el aire redoblan los sones

y en el bosque parece que se oye su grito

o que alguna responde a lo lejos,

por más que los sonidos se dispersen

basta con escucharlos uno a uno

para saber que no existen – son ecos,

hondos lamentos errando a la intemperie

ya desasidos de sus sombras,

coros sin cuerpo ni materia,

masas suspensa de sonidos

que a la velocidad del viento vuelven

de casa en casa.

Cantos abandonados en el aire,

música que en lentas islas flota,

coros que cada cigarra amontona

Page 46: Eugenio Montejo

y de año en año retornan a la tierra

con clamores profundos, pero apócrifos,

que no pertenecen a nadie…

No, ya no queda una sola cigarra a esta hora,

aunque creemos oírla, no canta,

– no es ella.

Son trozos de gritos perdidos,

clamores oídos hace dos, cuatro siglos,

en esta colina o más lejos,

en aquella laguna que es hoy una calle.

Se oye gritar, pero no grita,

son clamores más densos, pero apócrifos,

quizás estén dentro de ti mientras los oyes,

puedes haberlos heredado,

escucha despacio dentro de tu cuerpo,

quizás los élitros sean tuyos,

quizás las alas,

quizás en vez de corazón tengas una cigarra.

(De Partitura de la cigarra, 1999)