Etnocidio y Genocidio en Patagonia Chile

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Etnocidio y Genocidio en Fuego-Patagonia Algunas Consideraciones Ulises Cárdenas Hidalgo Licenciado en Antropología Mención Arqueología Universidad de Chile e-mail: [email protected] Abordar la problemática de la política indígena y extinción entre las comunidades indígenas de fuego-patagonia, nos hace cuestionarnos inevitablemente como seres humanos, seres capaces de destruir y matar a nuestros semejantes con el único propósito de sacar algún beneficio material y económico del otro. La historia del hombre a lo largo de su desarrollo cultural nos da cuenta de una serie de matanzas de grupos humanos, pero la que más ha estremecido a la civilización occidental es sin lugar a dudas una que se desarrollo durante el presente siglo: el genocidio antisemita. Durante la Segunda Guerra Mundial la comunidad internacional fue testigo del peor fenómeno social que pudo desarrollarse en pleno siglo XX y que significo la muerte de más de 5 millones de individuos, seres que fueron diezmados y aniquilados por el sólo hecho de ser distintos a la entonces supremacía racial aria. El mundo contemplo escandalizado los registros que daban cuenta de los métodos de matanza y tortura que los partidarios del nacionalsocialismo habían articulado con el sólo propósito de limpiar a su raza de la “suciedad”. Igual suerte corrió esta minoría étnica en 1491a manos de la Corona Española, que encontraba en estos individuos un riesgo para el mantenimiento de orden social, que entonces se basaba fuertemente en la Iglesia Católica. A occidente le estremeció significativamente el exterminio sistemático de los judíos europeos por parte de los nazis alemanes, y como consecuencia de tal fenómeno por

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Las comunidades indígenas Selk’nam u onas y Haush de tierra del fuego fueron las protagonistas del peor caso de etnocidio y genocidio que pudo haberse registrado en América en los tiempos modernos ya que en un plazo que no excede los 50 años estas etnias vieron diezmada su población en un 97%.

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Etnocidio y Genocidio en Fuego-PatagoniaAlgunas Consideraciones

Ulises Cárdenas HidalgoLicenciado en Antropología Mención Arqueología

Universidad de Chilee-mail: [email protected]

Abordar la problemática de la política indígena y extinción entre las comunidades indígenas de fuego-patagonia, nos hace cuestionarnos inevitablemente como seres humanos, seres capaces de destruir y matar a nuestros semejantes con el único propósito de sacar algún beneficio material y económico del otro.

La historia del hombre a lo largo de su desarrollo cultural nos da cuenta de una serie de matanzas de grupos humanos, pero la que más ha estremecido a la civilización occidental es sin lugar a dudas una que se desarrollo durante el presente siglo: el genocidio antisemita. Durante la Segunda Guerra Mundial la comunidad internacional fue testigo del peor fenómeno social que pudo desarrollarse en pleno siglo XX y que significo la muerte de más de 5 millones de individuos, seres que fueron diezmados y aniquilados por el sólo hecho de ser distintos a la entonces supremacía racial aria. El mundo contemplo escandalizado los registros que daban cuenta de los métodos de matanza y tortura que los partidarios del nacionalsocialismo habían articulado con el sólo propósito de limpiar a su raza de la “suciedad”. Igual suerte corrió esta minoría étnica en 1491a manos de la Corona Española, que encontraba en estos individuos un riesgo para el mantenimiento de orden social, que entonces se basaba fuertemente en la Iglesia Católica.

A occidente le estremeció significativamente el exterminio sistemático de los judíos europeos por parte de los nazis alemanes, y como consecuencia de tal fenómeno por primera vez en la historia de decidió juzgar y sancionar jurídicamente a los autores de tales atropellos. Lo anterior se concretizo en el famoso Proceso de Nuremberg desarrollado durante 1945-1946 y en el que fueron acusados 24 miembros del partido nacionalsocialista y 8 organizaciones antisemitas (NSDAP, Gestapo, SS y SD). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) en este proceso condeno a las mencionadas personalidades y calificó sus actividades como Genocidio. De lo anterior se desprende que el concepto jurídico de genocidio haya sido la toma de conciencia en el plano legal de un tipo de criminalidad desconocida en las instituciones jurídicas existentes hasta ese momento.

Considerando lo anterior podemos señalar que si bien el genocidio antisemita fue el primero en la historia de occidente en ser condenado, no fue el primero en ser perpetuado, ya que la historia nos da cuenta de una serie de matanzas que nunca fueron juzgadas por parte de los sistemas jurídicos imperantes.

El más terrible de todos los genocidios y etnocidios que se pueden registrar en la historia del hombre inevitablemente nos hace ser participes como su consecuencia: nos referimos a La Conquista de América. Muchas veces los hechos denunciados por una

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serie de religiosos, por ejemplo Las Casas, fueron calificados de megalomanía, ya que las cifras de los indios muerto que entregaba el abad dominico en su Brevisíma Relación de la Destrucción de las Indias, nos señalaban “millares y miles” de individuos asesinados por la espada y la cruz. El juicio que se poseía acerca de la cifras de Las Casas varío profundamente cuando en el presente siglo una serie de historiadores llego a calcular en forma bastante fidedigna la población de nuestra América antes de la llegada de los Civilizados. Señalar las cifras demográficas puede producir en una persona no instruida una serie de escepticismos debido a la magnitud de las cantidades. El continente americano antes de su descubrimiento albergaba en sus tierras, según las estimaciones, a 80 millones de personas (Todorov, 1982: 144). Iniciada la conquista, una máquina para destruir culturas, pueblos e individuos se precipito de manera metástasica en América y a mediados del siglo XVI, había reducido a tal población en un 90% consiguiendo la muerte de 70 millones de indios.

De este modo, podemos señalar que la conquista de América fue el caso más extremo de genocidio registrado en la historia humana, genocidio que se articuló gracias a una serie de factores (enfermedades, malos tratos y matanza directa), pero que no sólo se produjo en los siglos XV, XVI y XVII, sino ha seguido produciéndose en forma silenciosa hasta nuestros días.

Si consideramos la cifras demográficas entregadas anteriormente y obviamos una serie de matanzas de comunidades indígenas que no viene al caso señalar, y tomamos en cuenta la situación de Fuego Patagonia, tendríamos que sumar a la cifra de 70 millones la de 10.000 individuos, individuos que fueron reducidos y aniquilados desde finales del siglo XIX hasta el presente. Selk’nam, Aonikenk, (los más afectados) Kaweskar y Yámanas (los sobrevivientes) constituyen el mundo cultural, objeto de estudio, que fue brutalmente alterado producto del contacto con la civilización occidental.

Si bien el presente trabajo de investigación nos dará cuenta de las procesos de extinción en cada una de estas etnias, creemos que es necesario realizar una profunda reflexión en torno al fenómeno en estudio: La Extinción de un grupo humano.

Los biólogos y ecólogos utilizan la palabra extinción para referirse al fin de una línea filética o linaje biológico que no deja descendencia y que simplemente desaparece de la faz de la tierra. A este fenómeno le denominan extinción sin reemplazo que se diferencia substancialmente de la extinción por evolución y del reacomodo biogeográfico.

En relación a lo anterior nos preguntamos que es lo que produce y origina la extinción de un linaje biológico, en el caso del presente informe los grupos humanos de fuego-patagonia. Debido a tal interrogante se nos hace imposible realizar un análisis minucioso sin considerar variables tales como el genocidio, etnocidio, racismo, etnocentrismo por mencionar sólo las más importantes para el análisis antropológico.

Si bien cualquier extinción de un grupo humano puede calificarse como genocidio, éste hunde sus raíces en un fenómeno que ha acompañado al ser humano desde que tiene autoconciencia de sí mismo: el Racismo. De esta forma el genocidio sería el producto lógico y necesario, a juicio de Pierre Clastres, del racismo (Castres, 1987: 56).

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Pero nosotros nos cuestionamos ¿ Qué es lo que produce el racismo?. Enunciada la interrogante creemos que el fenómeno del racismo hunde sus raíces en lo que los etnólogos han denominado etnocentrismo, es decir, aquel sentimiento de superioridad cultural frente a la alteridad y diversidad de los otros, y que esta muy arraigado en todas las culturas humanas. Este sentimiento produce inevitablemente un quiebre en los planos de la igualdad con otras culturas, ya que hace sentirse a quienes lo manifiestan superiores en todos los aspectos. Es esta superioridad la que hace distinguirse los unos de los otros, y que puede ser postulada, a modo de hipótesis, como una generalidad de especie humana.

En este contexto es necesario señalar que el concepto de Genocidio en los ámbitos jurídicos del derecho internacional público remite solamente a la idea de raza y a la voluntad de exterminar una minoría racial y física que es diferente y diversa. Ante esta situación una serie de etnólogos y antropólogos que habían observado la realidad indígena de América del sur, se percataron de que era necesario realizar una precisión terminológica en relación al fenómeno de la extinción de los pueblos originarios, ya que muchas veces esta extinción sólo se visualizaba como la destrucción física de los hombres, sin considerar de este modo, que también se estaba extinguiendo la cultura y el saber milenario de éstos.

Robert Jaulin fue el etnólogo que formuló el concepto de Etnocidio, concepto que recién en los recientes documentos y textos legales ha cobrado algún valor jurídico, especialmente aquellos que guardan relación con el derecho de los pueblos indígenas considerados en el ámbito jurídico internacional como derechos de tercera generación.

Según Clastres el etnocidio no mata a los cuerpo de los pueblos (como entes físicos) -cosa más propia del genocidio-, sino que mata al espíritu de los pueblos, llevando a cabo esta matanza a través de la “destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes a quienes llevan a cabo la destrucción”.

Considerando los antecedentes hasta ahora entregados podemos señalar que tanto el etnocidio, como el genocidio comparten una visión idéntica del Otro: el Otro es diferente, pero es sobre todo una diferencia perjudicial. Pero en lo que se diferencian ambos fenómenos, según Clastres, es que en el caso del genocidio la actitud más recurrente es querer negar esa realidad diferente a través de la supresión física la cual es inmediata, mientras que en el caso del etnocidio esa realidad diferente es concebida como un ser que puede mejorarse -y de esta forma no ser suprimido físicamente- ya que se admite la relatividad del mal en la alteridad cultural: los otros son malos pero puede mejorárseles, obligándolos a transformarse para que sean idénticos al modelo que se les propone, mejor dicho impone. De lo anterior se desprende una observación que es valida para nuestro contexto temporal y político que nos indica la dificultad para reconocer y denunciar las acciones etnocidas ya que éstas se ejecutan mediante políticas y prácticas que aparecen favorables a los mismos perjudicados, que invocan el nombre de la unidad, de la igualdad y del progreso (Castillo, 1991)

El otro (el indio americano), el que es diferente, el que tiene otros valores y creencias, fue brutalmente perseguido y aniquilado por el mundo occidental, ya que el

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civilizado igualo el status del otro a la cualquiera especie del reino animal. Una frase de Levi Strauss ilustra de manera clara y concisa este fenómeno “Los indios de las islas se preguntaban si los españoles eran dioses u hombres, en tanto que los blancos se interrogaban sobre la naturaleza humana o animal de los indígenas”(Levi Strauss, citado en Clastres 1987).

Lo anterior es un fenómeno que puede ser observado de manera recurrente entre los principales cronistas de la época de la conquista. Pero una cosa que destaca en el discurso de éstos personajes es el debate en torno a la doctrina de la igualdad y la doctrina de la desigualdad. Este debate se materializó en la Celebre controversia de Valladolid que enfrento en 1550 al filosofo y erudito Juan Ginés de Sepúlveda con el obispo de Chiapas, Padre Bartolomé de Las Casas, ambos los mayores exponentes de las mencionadas doctrinas ideológicas.

La doctrina de la desigualdad, representada por Sepúlveda, articulaba sus principales argucias de los planteamientos que el filosofo griego Aristóteles exponía en su obra Política. Este pensador creía que el estado natural de la sociedad humana es la jerarquía, la que estaba graficada perfectamente en la distinción amo y esclavo, y que estaba fundada en el principio que, según Sepúlveda, señalaba el imperio y dominio de la perfección sobre la imperfección, de la fortaleza sobre la debilidad, de la virtud excelsa sobre el vicio (Todorov, 1982:163).

Por otra parte, Las Casas, siendo el principal representante de la doctrina de la igualdad, apoyaba sus argumentaciones en las enseñanzas que el recibió de las lecturas sagradas (pero no olvidemos que Las Casas vivió muchos años gracias a los beneficios de las encomiendas en las que el mismo participaba). “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” fue el mandamiento en el que creyó Las Casas encontrar el principal fundamento para la doctrina de la igualdad. Considerados estos antecedentes en conjunto podemos señalar que algo paradójico inundaba la mente de los primeros conquistadores ya que siendo ellos tan buenos exponentes de la religión cristiana, hicieron caso omiso de lo que les señalaban las sagradas escrituras, quebrando de esta forma el principio de la igualdad que es, según algunos los estudiosos de la materia, un principio inquebrantable de la tradición cristiana.

Pero concentrándonos en el caso del etnocidio y en relación a lo anterior, podemos indicar que los principales culpables del etnocidio de las culturas aborígenes americanas fue la Institución Cristiana, quien a través de sus misioneros se esforzaron por sustituir y extirpar las llamadas “Idolatrías” por la religión de occidente. De esta forma observamos que el etnocidio presenta una actitud optimista en relación al otro, ya que no quiere eliminarlo, sino que sólo desea cambiarlo y modificarlo para bien, y de esta forma ayudarlo a ser mejor y más digno. De ahí que varios autores planteen que la espiritualidad del etnocidio esta constituida por la ética del humanismo, de esta forma el etnocidio no es considerado como una empresa destructiva, sino como una tarea necesaria que es exigida por el humanismo que se halla en la medula de la civilización occidental.

¿ Pero que es lo que hace que un orden cultural determinado se vuelva etnocida con sus similares?, ¿ Por qué algunas sociedades son etnocidas y en cambio otras no?, ¿ Cuales son los principales motivos para realizar un genocidio y un etnocidio? Son

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interrogantes que surgen de un análisis antropológico preliminar y que deseamos problematizar en las siguientes líneas.

La historia y la arqueología nos dan cuenta de una serie de sociedades humanas que nunca alcanzaron un nivel socio-político de carácter estatal, restringiendo su orden y estructuración cultural a sistemas tribales y de rango. Estas sociedades presentaban una serie de distingos culturales -tanto materiales como ideacionales- que en conjunto articulaban su identidad cultural, y que los hacían diferenciarse de la alteridad cultural existentes (los otros).

Como señalábamos anteriormente toda sociedad humana es etnocentrica y es éste fenómeno el que mediatiza las relaciones comunicacionales entre estos grupos humanos De esta forma la alteridad cultural jamas es considerada una diferencia positiva, sino que es siempre una inferioridad según un esquema jerárquico de relaciones humanas (superiores/inferiores, buenos/malos). Sentimientos como la superioridad cultural, la envidia, el deseo de poseer lo que tiene el otro son comunes a los conglomerados humanos y son tan universales que son descritos por algunos psicólogos como los principales rasgos psíquicos de la especie humana en general -pulsión de muerte, pulsión de dominio-. Debido a restricciones sociales y tecnológicas estos grupos sociales no pudieron ejercer el etnocidio con sus similares, ya que sus ordenamientos socio-políticos y económicos no les posibilitaron estructurar relaciones de jerarquía con los otros, y de esta forma no pudieron aniquilar sus modos de vida y pensamiento, es decir, su cultura. Este panorama experimenta un vuelco substancial cuando aparecen los primeros grupos humanos que se caracterizaban por articular una organización socio-política de carácter estatal.

Plantear, a través de la arqueología, que grupos sociales como los Mexica en mesoamerica y los Inkas en andinoamerica, fueron sociedades etnocidas, es un planteamiento que debe ser cuidadosamente tratado, pero cuando la información etnohistórica nos señala que por sólo hecho de querer expandir sus territorios, y por ende los tributos, estas sociedades conquistaron a muchos grupos culturales de un nivel pre-estatal, produciendo en ellas un quiebre de su particular orden cultural por medio de la erradicación de una serie de creencias y modos de vida, que a juicio de los gobernantes debían de ser suprimidas para un mayor éxito en la tarea colonizadora. De ahí que podemos señalar que estos imperios articularon una serie de políticas etnocidas en el trato que mantenían con los otros pueblos, pretendiendo de esta forma la disolución de lo múltiple en lo uno.

Producto del descubrimiento y conquista tales entidades de nivel estatal se desarticularon, dando paso al dominio de la Civilización occidental la que expandirá sus creencias y tradiciones utilizando métodos y estrategias, mucho más costosas en términos humanos, para finalmente destruir, aniquilar, asimilar e integrar a las comunidades indígenas. De esta forma, observamos que la civilización occidental se perfila como la sociedad etnocida por excelencia.

La civilización occidental articula el etnocidio en la naturaleza y funcionamiento de la maquinaria del estado, y a juicio de Clastres pertenece a la esencia unificadora del estado. Pero algo que destaca a simple vista es que en los estados

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occidentales la práctica etnocida no tiene limites ni frenos, es decir trata por homogeneizar toda la diferencia , para que todos sean considerados iguales ante la ley (similar lengua, similares costumbres etc.). De lo anterior se desprende la siguiente interrogante ¿ Qué particularidad presenta la civilización occidental que la hace ser más etnocida que cualquier otra forma de sociedad ?. Creemos que la respuesta a este cuestionamiento pasa por el hecho de efectuar un análisis a las condiciones materiales y tecno-económicas de la sociedad occidental.

A diferencia de otros sistemas económicos articulados por grupos humanos no occidentales sobre la base de la reciprocidad e intercambio, hasta los que han estructurado la redistribución (caso de los Inkas), la civilización occidental basa sus condiciones materiales en un régimen de producción económico en el que el mercado juega un gran papel, y en donde existe un valor de cambio standarizado (dinero). Es en el régimen de producción económico característico del mundo occidental (Capitalismo) en donde descansa la base del etnocidio. De ahí que el capitalismo presente como sus principales características el deseo de expansión, deseo que se expresa en la utilidad de todos los elementos del medioambiente, de ahí surge que todo debe ser productivo (individuos, espacio, naturaleza, subsuelo, mares, bosques, tierras etc). De esta forma el capitalismo experimenta igual que ciertas patologías una metástasis que corroe todo lo que toca, provocando paralelamente la muerte cultural de muchos sistemas sociales que desde tiempos originarios habitaban el continente americano.

Considerando lo anterior en conjunto, podemos señalar que era inadmisible a los ojos de los conquistadores la perdida y el derroche de los recursos que se presentaban en el nuevo mundo, recursos que no habían sido explotados de manera intensa por parte de los naturales de las indias. La opción que se proponía a los naturales en relación a ésto fue un dilema según Clastres: Ceder a la producción o desaparecer, el etnocidio o el genocidio. La historia nos señala que ambas posibilidades del dilema en cuestión fueron -y son- llevados a cabo por parte del hombre occidental, el que sólo veía en el natural de las indias a un animal, y que consideraba su territorio como un bien y objeto por medio del cual se podía sacar algún provecho económico y material.

Si insertamos estos planteamientos en la temática que se esta abordando como objeto de investigación, es decir la política indígena y la extinción de los grupos fuego-patagonicos, es fácil observar como muchos de los procesos antes descritos se experimentaron en las mencionadas latitudes australes. De esta forma es fácil establecer una analogía entre el descubrimiento y conquista de América y la colonización de fuego patagonia efectuada a fines del siglo XIX.

Lo anterior fácilmente lo podemos graficar en un informe dirigido en 1516 por un grupo de dominicos al ministro del Rey Carlos I M. De Chievres; “Yendo ciertos cristianos, vieron una india que tenía un niño en los brazos, que criaba, e porque un perro quellos llevaban consigo había hambre, tomaron el niño vivo en los brazos de su madre, echáronlo al perro, e así lo despedazó en presencia de su madre”(Todorov, 1987:150). Este horroroso pasaje si bien se circunscribe a la época de la conquista de América, manifiesta un rasgo que se presento de manera recurrente hacia fines del siglo pasado en nuestro país, específicamente en la Tierra del Fuego, pero si cambiáramos los contextos

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temporales, es casi seguro que atropellos como los mencionados se produjeron en Tierra del Fuego. Este rasgo es el afán de destruir, de aniquilar, de matar al otro, que en el caso anterior encuentra en la figura de un niño el candidato más idóneo.

Situados en este contexto lúgubre y de muerte, no nos queda más que preguntarnos ¿ Cuales son las motivaciones inmediatas que llevan al hombre occidental - español, estanciero, minero etc.- a adoptar la actitud de destrucción de la alteridad cultural ?. Florece instantáneamente como respuesta el bien económico, que traducido en términos personales indica el deseo de hacerse rico obteniendo dinero en corto tiempo, pero a juicio de Todorov, la explicación económica resulta a todas luces insuficiente.

Vemos tanto en los españoles, como en los estancieros y buscadores de oro un placer intrínseco en la crueldad, en el hecho de ejercer poder sobre el otro -poder que se basa únicamente en la superioridad tecnológica- y en la demostración de la capacidad del hombre blanco de dar muerte al otro. De esta forma apreciamos que la motivación más profunda de tales aberraciones sólo puede hallarse en un nivel de análisis más profundo que el ofrecido por la antropología. Como mencionábamos anteriormente algunos psicólogos invocan como tales motivaciones algunos rasgos inmutables de la naturaleza humana que el vocabulario psicoanalítico designa como términos tales como agresividad, pulsión de muerte y pulsión de dominio. En todo caso es tema de bastante controversia el análisis de las motivaciones más profundas, pero para algunos autores tales motivaciones sólo se pueden relacionar con los tipos de sociedades de orden patriarcal, en todo caso el problema es una cuestión fuertemente debatida.

En síntesis y considerando lo anteriormente dicho podemos señalar que es el deseo de hacerse rico y la pulsión de dominio (aspirar al poder) los principales factores que articulan el comportamiento del hombre occidental en relación al Otro, sin embargo no debemos olvidar que este comportamiento esta condicionado por la idea y concepción que se tiene del otro cultural, y que en el caso del trabajo de investigación hundía sus bases en lo posteriormente se denomino Darwinismo Social.

Por último otra consideración que emana del análisis del etnocidio y genocidio, guarda relación con la matanza, fenómeno que claramente se presento en fuego-patagonia durante las últimas décadas del pasado siglo.

Según Todorov la matanza revela la debilidad del tejido social, la forma en que han caído en desuso los principios morales que solían asegurar la cohesión del grupo. Esta debilidad del tejido social y el desuso de los principios morales sólo se produce en espacios en donde el estado no tiene una presencia directa y real, y constituyen ámbitos sin orden ni ley. De esta forma, la América recién descubierta así como tierra del fuego, constituyeron ámbitos en donde la matanza se pudo articular fácilmente. “La matanza se realiza de preferencia lejos, ahí donde a la ley le cuesta trabajo hacerse respetar”. Por lo tanto, que mejor lugar para que las “sociedades con matanza” articularan sus frívolos y aterradores objetivos que Tierra del Fuego sobre los inocentes naturales que contemplaban sin comprender la invasión de los civilizados.

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De lo anterior emana que mientras más lejanas y extrañas sean las víctimas de la sociedad con matanza (civilización occidental) mejor será llevar a cabo la actividad sanguinaria, y en Tierra del Fuego vemos que a los indios se les extermina sin remordimiento, equiparándolos y tratándolos como animales. Todorov en relación a esto nos señala que las matanzas no se reivindican nunca y que su existencia misma generalmente se guarda en secreto y se niega.

Finalmente y siguiendo a nuestro autor podemos concluir que “Lejos del poder central, lejos de la ley real, caen todas las interdicciones, el lazo social que ya estaba flojo, se rompe, para revelar, no una naturaleza primitiva, la bestia dormida dentro de cada uno de nosotros, sino a un ser moderno, lleno de porvenir, al que no retiene ninguna moral y que mata porque y cuando así le place” ser moderno y occidental que fue el responsable del genocidio y etnocidio de las comunidades indígenas de Fuego-Patagonia.

Referencias Citadas

Todorov, Tzvetan1987 La Conquista de América: El Problema del Otro. Siglo Veintiuno Editores,

México.