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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 70 (2011), 9-32 ESTUDIOS La Betania teresiana, un lugar donde se aprende a ser amigas OLGA DE LA CRUZ, CD. Carmelo de Loeches (Madrid) “Podrá ser, hermanas, que os parezca tratar en esto impertinente y que digáis que estas cosas que he dicho ya todas las sabéis. Plega al Señor sea así que lo sepáis de la manera que hace al caso, imprimido en las entrañas” (CV 6,4). INTRODUCCIÓN Desde que empecé a pensar en escribir este artículo, amor unas con otras 1 , tengo delante a un hipotético lector que, deseando unas pautas para aprender a orar, abriese por primera vez, o casi, el Cami- no de Perfección de Santa Teresa de Jesús. Tal vez incluso haya leído alguna excelente introducción, donde llamen a esta obra Catecismo de oración, y haya encontrado la expresión ‘presupuestos’, es decir aquellos requisitos considerados indispensables -amor de unas con otras, desasimiento de todo lo creado y verdadera humildad- para la oración. Si en su camino no ha surgido ningún Felipe que le guie en su lectura y aclare sus posibles equívocos (cf. Hech 8,30-31), puede ser que se decepcione, al comprobar que Teresa escribe, nada menos, 1 Para no citar en demasía parafrasearé en el texto expresiones teresianas escribiéndolas en cursiva

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 70 (2011), 9-32

ESTUDIOS La Betania teresiana, un lugar donde se aprende a ser amigas OLGA DE LA CRUZ, CD. Carmelo de Loeches (Madrid)

“Podrá ser, hermanas, que os parezca tratar en esto impertinente y que digáis que estas cosas que he dicho ya todas las sabéis. Plega al Señor sea así que lo sepáis de la manera que hace al caso, imprimido en las entrañas” (CV 6,4).

INTRODUCCIÓN Desde que empecé a pensar en escribir este artículo, amor unas con otras1, tengo delante a un hipotético lector que, deseando unas pautas para aprender a orar, abriese por primera vez, o casi, el Cami-no de Perfección de Santa Teresa de Jesús. Tal vez incluso haya leído alguna excelente introducción, donde llamen a esta obra Catecismo de oración, y haya encontrado la expresión ‘presupuestos’, es decir aquellos requisitos considerados indispensables -amor de unas con otras, desasimiento de todo lo creado y verdadera humildad- para la oración. Si en su camino no ha surgido ningún Felipe que le guie en su lectura y aclare sus posibles equívocos (cf. Hech 8,30-31), puede ser que se decepcione, al comprobar que Teresa escribe, nada menos, 1 Para no citar en demasía parafrasearé en el texto expresiones teresianas escribiéndolas en cursiva

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que dieciocho capítulos antes de comenzar a tratar de la oración (cf. CV 19, Título)2 en sentido formal. Puede también que piense que, requisito, presupuesto, son pala-bras que suponen poseer algo previo, que se da por supuesto, antes incluso de intentar comenzar a orar y, si es así, cerrará el libro, di-ciéndose que es muy bonito pero irreal, y que la vida de un cristiano ‘común y corriente’, signifique esto lo que signifique, es otra cosa. Por suerte, ni tu ni yo nos encontramos en la situación de nuestro novel lector, aunque podría ser que yo la conozca, por haberla visto en mí o en otros, que diría Teresa. Nosotros sabemos ya que la vida y la oración no son dos realidades distintas, sino que la vida de un cris-tiano es ‘vida de oración’, con unas u otras características según la forma de vida cristiana a la que hemos sido llamados y el peculiar ca-risma eclesial que constituye el marco donde se desarrolla nuestro se-guimiento de Cristo. Leyendo a Teresa de Jesús, hemos descubierto que, tanto la ora-ción como el amor fraterno son un camino3, por lo tanto algo dinámi-co, siempre en progreso, y que la oración hace crecer el amor al pró-jimo y viceversa. Conocemos además, una importante clave teresiana: “Está claro que hemos menester trabajar mucho, y ayuda mucho tener altos pensamientos para que nos esforcemos a que lo sean las obras” (cf. CV 4,1). Todo ello nos ayuda a no descorazonarnos tan fácilmen-te y a estar seguros de la posibilidad de vivir la propuesta de Teresa. No obstante, por si aún persistiera un fondo de escepticismo, del que nadie está totalmente libre, conviene advertir que se trata de un camino que no se recorre en solitario. Dios se hace presente en él des-de el comienzo y Teresa de Jesús te llevará de la mano -si quieres- ofreciéndote su experiencia viajera, para que tú puedas hacer la tuya. También yo te ofrezco la mía, la de una cristiana carmelita descalza, 2 TERESA DE JESÚS, CV 19. Citamos por la edición de Obras Completas, EDE, Madrid 2000, ateniéndonos a sus siglas. CV = Camino de Perfección (Valladolid); CE = Camino de Perfección (Escorial); F = Fundaciones; M = Moradas; MC = Meditaciones sobre los Cantares; CC = Cuentas de concien-cia; E = Exclamaciones. 3 Camino es una de las palabras más repetidas y de más hondo significa-do en los escritos teresianos. Si tenemos en cuenta que Jesús de Nazaret se autodefinió como “Camino”, no resulta extraño que constituya una de las pa-labras clave de Santa Teresa. En este artículo se utiliza también muchas ve-ces, siempre en la misma línea teresiana.

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que entró en el Carmelo teresiano con sus propios ‘presupuestos’ so-bre lo que era el amor de unas con otras, y ha ido aprendiendo lo po-co que conoce el verdadero amor, bajo la guía de una insuperable maestra, Teresa de Jesús. Por último, te ruego que en todo lo que he escrito, tengas en cuenta que “no digo yo que soy ésta, mas querríalo ser” (V 16,7). BETEL: EL COMIENZO DE UNA AVENTURA COMUNITARIA El amor está al principio del camino. Un amor que deslumbra y al que se responde con todo el corazón y con toda el alma. Un amor, vi-vido como amistad, con Cristo y con los demás, que impulsa por el camino de la oración, camino peculiar de seguimiento de Cristo de una carmelita descalza. El hirviente amor a Jesucristo se desborda en oleadas de buenos deseos e intenciones, acompañados por una buena dosis de ingenui-dad sobre la comunidad, cuya forma de vida nos ha cautivado y en la que pensamos haber encontrado el ideal de vida del Carmelo teresia-no. “Yo no conocí ni vi a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; más ahora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros”4 El deseo de formar parte de sus hijas después de haber visto, en sus libros, la gran empresa que vamos a ganar5 (cf. CE 5,1) para la Iglesia y para el mundo, nos hace saltar por encima de todo y de to-dos, murmure quien murmurare, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere… Nos decimos que la amistad es un carisma a nuestra me-dida; ¿no es el Señor tan amigo de amigos?, pues entonces eso de que aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar, es lo más sencillo del mundo. Llevamos un bagaje a nuestras espaldas: hemos pasado la primera juventud, ejercido una profesión y llevado una vida independiente, 4 FRAY LUIS DE LEÓN, Carta- Prólogo a la Edición Príncipe de los Li-bros de la Madre Teresa de Jesús, Salamanca 1588. 5 Así lo expresa, con total espontaneidad, en la primera redacción de Ca-mino, “Ya habéis visto la gran empresa que vais a ganar”, antes de que algún censor timorato le hiciera cambiar la redacción por un humilde ‘pretendemos ganar’. Por razones obvias prefiero la primera.

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conocemos el mundo que dejamos y al que queremos amar como Je-sús lo hizo. Hemos tomado durante nuestra vida ‘graves’ decisiones y solucionado problemas ‘reales’, nuestros y de otros; somos responsa-bles y creemos contar con la adecuada madurez para afrontar las in-evitables dificultades que conllevará la vida religiosa en comunidad. En definitiva nuestra opción es muy seria y nos creemos libres de espejismos, pero una hermosa fantasía está paseando a sus anchas por nuestro cerebro…Vamos a entrar en una especie de paraíso, esta casa es un cielo (CE 20,2), donde silencio y ruidosa alegría teresiana están en perfecta armonía. Dispondremos de una celda donde nos dedica-remos a la oración y al trabajo manual, sentadas al lado de una venta-na con vistas a una hermosa huerta. ¡No os parezca tan absurdo este pensamiento!, la misma Teresa de Jesús cuando fundó su primer mo-nasterio, San José, se hizo la ilusión de estar en un rinconcito tan en-cerrado donde ya como cosa muerta pensé no hubiera más memoria de mí, se sentía muy segura entre poca y santa compañía (cf. V40,21). Claro que enseguida comenzó la barahúnda de cartas, ne-gocios, fundaciones…, pero de momento nos quedamos en el rincon-cito, ¿por qué no habría yo de encontrar lo mismo? De la ilusión a la realidad No se nos ocultan los escollos del camino, sabemos que vamos a convivir con personas muy distintas a nosotras, en edad, nacionali-dad, educación e incluso raza, y que no puede dejar de haber conflic-tos; los normales de la convivencia, nos decimos, porque todos somos limitados; hay virtudes y defectos, simpatías y antipatías…, pero co-nocer es comprender, y el diálogo sincero todo lo soluciona. Total, una ingente cantidad de premisas, falsas en su mayoría, porque, en el fondo, de manera totalmente inconsciente, se apoyan en el más sutil egoísmo. El día a día se encarga de disipar la cortina de humo… Desde lue-go el trabajo no consiste sólo en coser al lado de la romántica venta-na, descubres tu incapacidad y tu torpeza para muchas pequeñas ta-reas que nunca habías realizado ni valorado. Incluso puedes llegar a pensar que todo lo que has aprendido a lo largo de tantos años no sir-ve aquí para nada.

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En realidad esto es poco importante, se trata del ‘hacer’; algo ex-terno y que no te constituye como persona. Lo verdaderamente duro es que la ilusión de un mundo ideal se va derrumbando: no encuentras en ti aquella comprensión que creías tener hacia los demás, te sientes herida por pequeñeces, no logras entender a algunas hermanas por mucho que lo intentes, te afectan más de lo que quisieras las diferen-cias culturales de todo tipo, y tus ‘buenas intenciones’ no encuentran la respuesta que esperabas. ¿Qué ha pasado?... Acabas de ingresar en una escuela de conoci-miento propio, cuya existencia ni siquiera sospechabas. Ningún ma-nual de autoconocimiento, esos libritos tan de moda, puede ayudarte en la búsqueda de la verdad escondida en tu interior como lo hace la comunidad. ¡No olvidemos que el Maestro es Dios!, que enseña -nos dirá Teresa de Jesús-, en la oración a quien se deja enseñar por Él; vi-da y oración van de la mano. Tu frágil ‘yo’, tan celosamente guardado, protegido y abrigado con tantas capas, va quedando al descubierto ante tus asombrados ojos, y el desconcierto se apodera de ti. Un día cualquiera, sin previo aviso, todo cambia, tu mirada se transforma, eres como un pequeño Jacob balbuciente: “Realmente, el Señor está en este lugar y yo no lo sabía […] Qué terrible es este lugar: es nada menos que la morada de Dios y la puerta del cielo”6 (Gn 28,16-18). La presencia del Señor Es el comienzo de una apasionante aventura. No estás viviendo con un grupo de mujeres vulgares, por muy buenas que puedan ser, vives en Betel. No es, exclusivamente, una realidad humana, frágil y defectuosa, sino que real y verdaderamente te invade el sentido de la Trascendencia, y percibes con absoluta claridad la existencia del mis-terio insondable que se encierra en la comunidad. En la Liturgia de la Horas (II Vísperas del domingo II) oramos al Padre diciendo: “Acuérdate de esta comunidad aquí reunida y que Tú elegiste como morada de tu gloria…”. La gloria de Dios habita en esas pobres y limitadas criaturas que Jesús quiso que fueran sus ami- 6 Las citas bíblicas están tomadas de L.A. SCHÖKEL y J. MATEOS, Nueva Biblia Española, Ediciones Cristiandad, Madrid 1975.

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gas, y forman la comunidad. Sólo porque Él así lo quiso. Así lo entendió Santa Teresa: la comunidad teresiana es el peque-ño colegio de Cristo (CE 20,1), un lugar teologal, no una mera reali-zación humana; el Señor nos juntó aquí (cf. CV 1,5) y vive con noso-tras, en este “rinconcito de Dios, que yo creo lo es y morada en que su Majestad se deleita, como una vez estando en oración me dijo que era esta casa paraíso de su deleite” (V 35,12). ¡No íbamos tan erradas en nuestra primera intuición! Efectiva-mente, habíamos llegado al paraíso, pero no es el árbol de la ciencia el que había que buscar sino el árbol de la cruz, plantado en el centro de este jardín. Bajo las ramas de este divino manzano (cf. MC 5,5), amparadas por esa sombra tan celestial (cf. MC 5,2), aprenderemos quién es nuestro Dios y el amor que nos tiene y el que estamos noso-tras obligadas a tener a nuestros prójimos (cf. CV 20,4). ¡Qué espléndida maestra es Teresa de Jesús! A sus primeras com-pañeras de San José, y a todas sus hermanas y amigas de todos los tiempos, les ha transmitido ni más ni menos los conceptos teológicos desarrollados por el Concilio Vaticano II y documentos posteriores a él: “La comunidad religiosa es ante todo un Misterio que ha de ser acogido y contemplado con un corazón lleno de reconocimiento, en una límpida dimensión de fe”7. Es la fe, y no la ingenuidad ni el providencialismo, la que hace exclamar a Teresa: “Los ojos en vuestro Esposo; él os ha de susten-tar” (CV 2,1). Por eso, “cuando se olvida esta dimensión mística y teologal de la comunidad se llega irremediablemente a perder las ra-zones profundas para hacer comunidad, para la construcción paciente de la vida fraterna, y puede aparecer como superior a las fuerzas humanas y un derroche de energía inútil”8. Quien no ha encontrado la fuente, tarde o temprano, abandonará la vida religiosa porque morirá de sed, buscando cisternas agrietadas que nunca podrán saciarle. No está mirando desde el lado correcto de la montaña y no puede ver más allá, los obstáculos parecen insalva-bles. Como dice muy bien, ¡una vez más!, nuestra Teresa sólo “el amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natu-ral no lo es” (F 3,4). 7 CIVCSVA, La vida fraterna en comunidad. Congregavit nos in unum Christi amor. 12. A partir de ahora VFC. 8 Ib.

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DE BETEL A BETANIA El camino que va de Betel a Betania pasa de nuevo por la comu-nidad, se vislumbra en la oración que nos sostiene y alimenta, y des-emboca en el amor. Amor como el de Cristo, amor sin límites, amor que nos identifica como cristianos, el único encargo que Jesús nos de-jó (cf. Jn 13, 33-35). No hay que perder nunca de vista que el amor, como la oración, es un camino. Largo y fatigoso en ocasiones, placentero en otras, con paradas y desánimos, hecho de luz y de tinieblas, pero siempre posi-ble porque el amor ya ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). Un amor que nos ha reunido Es necesaria una fuerte experiencia de la Presencia de Dios en la comunidad para seguir adelante; de esa Presencia que lo invade todo, desde lo más banal y cotidiano hasta lo más sublime; que nos ha re-unido y convocado llamando a cada uno por su nombre. No nos hemos elegido nosotros, no formamos un club ni siquiera una ONG, sino que hemos sido elegidos personalmente por el Señor. Es el momento de caer en la cuenta, en el más puro sentido san-juanista9, de que no vivo sola con mi Dios sino con unas mujeres que, al igual que yo, han sido llamadas por Él. Tenemos un mismo ideal, vivimos para la misma causa, seguimos a la misma Persona y com-partimos un mismo carisma. Nos necesitamos mutuamente porque “el signo por excelencia, dejado por el Señor, es el de la fraternidad au-téntica: ‘En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros’ (Jn 13,35). Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en común”10. ¡No es poco importante el amor de unas a otras! Es evidente que para que éste exista tiene que haber ‘unas’ y ‘otras’; no podemos vi-virlo a solas, nos necesitamos, somos casi indispensables, para que el mundo crea y revelemos, en nuestra fragilidad, que Dios es Amor. 9 Cf. S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual (CB), anotación canción 1, Obras Completas, EDE, Madrid 1980. 10 VFC 54

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La casa de Santa Marta Es esta congregación la casa de Santa Marta (CV 17,5), gustaba de decir Teresa de Jesús en una de sus muchas geniales intuiciones evangélicas. Los exegetas de hoy nos han hecho ver que la casa de Betania es, en el evangelio de Juan, el símbolo de la comunidad11. Allí viven los que han sido llamados a la amistad personal con Jesús, “No os llamo ya siervos…, a vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15); por eso me atrevo a decir que Betania es el lugar natural don-de se desarrolla la vida de una carmelita descalza. Cada día festejamos la alegría de tener a Jesús entre nosotras, ce-lebrando el banquete de la Eucaristía que nos une y reúne en un solo cuerpo y un solo espíritu. Servimos como Marta, porque el amor a Él conduce necesariamente al amor hacia los demás; le ungimos como María, derramando nuestra vida a sus pies; y la fragancia del perfu-me, el amor auténtico, inunda la casa y se extiende a todos. ¡Así se vive en Betania!, con Jesús, el Esposo del Cantar de los Cantares: “Perfume derramado es tu nombre, por eso las doncellas se enamoran de ti” (Ct 1,3); el amor recibido de Jesús y devuelto a él, es el vínculo de unión entre sus amigos. Santa Teresa nos ha enseñado que Marta y María, tradicionalmen-te representantes de la llamada vida activa y de la contemplativa res-pectivamente, “han de andar siempre juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo” (7M 4,12); servicio-amor y oración son in-separables. Añade Teresa un detallito más que, tal vez, no estaba en el guión de la vida religiosa femenina del siglo XVI: no hay que hacer un mal hospedaje al Señor no dándole de comer (cf. Ib), pues “su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben”. ¡Carisma teresiano en acción! Sólo las hermanas de Betania, y quien vive como ellas, pueden di-rigirse al Señor: “Mira que tu amigo está enfermo” (Jn 11, 28), y ser escuchadas. Sólo ellas nos avisan de la presencia de Jesús: “El Maes-tro está ahí y te llama” (Jn 11,28), aunque sea en voz baja; pues su condición de mujer no les permitía dar voces como quería Teresa y gritar las verdades que lloraban en secreto (cf. CE 5,1). Sólo María, 11 JUAN MANUEL MARTÍN MORENO, Personajes del 4º Evangelio, UPCO-Desclée de Brouwer, Madrid- Bilbao 2002, 178-185.

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atenta siempre a la Palabra de su Señor, esas palabras tan heridoras para el alma que os ama (MC 3,14) en términos teresianos, fijos los ojos en el rostro de Jesús, puede enseñarnos a decir: “Ya yo veo, Es-poso mío, que vos sois para mí; no lo puedo negar. Por mí vinisteis al mundo, por mí pasasteis tan grandes trabajos, por mí sufristeis tantos azotes, por mí os quedasteis en el Santísimo Sacramento y ahora me hacéis tan grandísimos regalos […]. Pues de aquí adelante, Señor, quiérome olvidar de mí y mirar sólo en qué os puedo servir y no tener voluntad sino la vuestra” (MC 4,10-12). En la Betania teresiana no se tratan negocios de poca importancia (cf. CV 1,5); se aprende a amar con esa santa libertad tan ponderada por Teresa, “adonde se halla toda la felicidad que en esta vida se pue-de desear; porque no queriendo nada, lo poseen todo” (F 5,7). Betania es una escuela de crecimiento, de madurez humana y es-piritual12; el lugar donde se llega a ser esos amigos fuertes de Dios que tan necesarios son en estos tiempos (cf. V 15,5). Igual, igual, que en los de Teresa de Jesús. QUIZÁ NO SABEMOS LO QUE ES AMAR Y NO ME ESPANTARÉ MUCHO (4M 1,7) ¡Menos mal que Teresa no se espanta!, porque a nosotros, la ‘gen-te de iglesia’, y ahora no digo más hombres que mujeres, religiosos que laicos, nos cuesta mucho reconocer que no sabemos qué es amar, ni aún cómo se escribe la palabra, como dicen. Tal vez solo me pase a mí, pero la experiencia de la vida me ha ido demostrando que lo que yo creía que era amor, dejados padres y hermanos, no era más que educación, benevolencia general, teñida de autocomplacencia, en el mejor de los casos. “Tornando al amarnos unas a otras, parece cosa impertinente en-comendarlo; porque, ¿qué gente hay tan bruta que, tratándose siempre y estando en compañía, y no habiendo de tener otras conversaciones ni otros tratos ni recreaciones con personas de fuera de casa, y cre-yendo nos ama Dios y ellas a él (pues por su Majestad lo dejan todo), que no cobre amor?” (CV 4,10)

12 Cf. VFC 35

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Un razonamiento impecable, ¿verdad?, aunque no se nos escapa la suave ironía que aletea en la pregunta. Si lo encomienda aunque pa-rezca impertinente, es porque el verdadero amor no es tan fácil ni re-sulta tan espontáneo a nuestra naturaleza. Nos va la vida en saber amar, no olvidemos que, además, “la sustancia de la perfecta oración está en amar mucho y no en pensar mucho” (cf. F 5,2). Amar es una decisión Es este el punto de partida. El amor evangélico, no esos “amorci-tos desastrados, baladíes de por acá” (cf. CE 11,1), no es un senti-miento, sino una determinada determinación de amar como Cristo nos amó, olvidándose totalmente de sí mismo, hasta dar la vida. Una decisión que implica un esfuerzo, un trabajo constante, un empeño por ir superando las dificultades y asumiendo las limitaciones, pro-pias y ajenas; sobre todo las propias. Muchas veces cuando, en la Liturgia de las Horas, rezamos el sal-mo 44: ‘Eres el más bello de los hombres’…, me acuerdo del bellísi-mo comentario de San Agustín: Oíd entendiendo el cántico [el salmo 44], y la flaqueza de su carne no aparte de vosotros el esplendor de su hermosura13. Esta mirada, tierna, amorosa, contemplativa, es tam-bién una tarea, humilde y paciente, que nace y crece al calor de la oración y se desarrolla en la vida de cada día. Por eso, te ruego Señor, que la flaqueza de mi carne, de mi hermana de comunidad, de mi co-munidad como tal, no aparte de mis ojos, ni de los vuestros, el es-plendor de su hermosura, porque es real y, manifiesta en su debilidad la hermosura de Dios. Toda decisión tiene un coste en la vida: “Es menester aquí que se-ñoree la fe a nuestra miseria y no os espantéis si al principio de de-terminaros, y aun después, sintiereis temor y flaqueza; ni hagáis caso de ello, si no es para avisaros más; dejad hacer su oficio a la carne” (MC 3,10). A pesar de nuestro sincero deseo de luchar por la comu-nión y la unidad, en realidad no estamos dispuestos a pagar su precio: “No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo que,

13 S. AGUSTÍN, Enarr. in Psal. 44,3: PL 36, 495-496

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por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz” (5M 3,12). El amor se aprende, Cristo es el modelo. Teresa de Jesús, excelente pedagoga, va exponiendo gradualmente el camino. ¿No había calificado de gente bruta a aquellos que no se amaban viviendo en compañía por un ideal común?; sin duda tiene razón, pero ya vemos que ese cobrarse amor del que nos habla no es tan inmediato como pudiera parecer. El amor de unas a otras no es sensiblero, sino que pasa necesariamente por la muerte y la resurrec-ción14; Cristo, en su misterio Pascual, es nuestro dechado (CV 36,5). El amor que tenemos que aprender, es “un precioso amor, que va imitando al capitán del amor, Jesús, nuestro bien” (cf. CV 6,9). Nues-tra maestra de oración ha asentado bien las bases del verdadero amor; no se trata de llevarse bien para vivir en paz, que sin duda es estupen-do, sino que nos ha indicado una pauta cristológica: la identificación con Cristo. El que ha decidido ser “siervo del amor, que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este camino de oración al que tanto nos amó” (cf. V 11,1), tiene que saber que necesita una ascesis que le ayude a superar la espontaneidad y volubilidad de los deseos y los gustos, a ir transformando ‘sus cosas’ en las ‘cosas de Cristo’, a libe-rarse en suma de las ataduras de la propia imagen y de la opinión de los demás: “Pues, hijas mías, aquí es el trabajar por salir de tierra de Egipto” (CV 10,4). El trabajo que tenemos que llevar a cabo, Teresa le llama camino para llegar a la contemplación ( CV 16,1), nos lo ha dejado escrito en su libro Camino de Perfección, para que lo leamos muchas veces de buena gana (cf. CV 4,3), y nuestra oración pueda llevar un sólido cimiento. Por si acaso alguien tiene la tentación de pasar de largo, nos avisa: “Sufrid que sea un poco larga en cosas, aunque no os parezcan luego tan importantes […], y si no las queréis oír ni obrar, quedaos con vuestra oración mental toda vuestra vida, que yo os aseguro a vo-sotras y a todas las personas que pretendieren este bien […] que no lleguéis a verdadera contemplación” (CV 16,1). 14 Cf. VFC 21,41

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¡Así de expedita es nuestra Teresa! Claro que luego, para no asus-tarnos demasiado, nos habla con dulzura y nos encarece la oración explicándonos que es un viaje divino, camino real para el cielo, que ganaremos un gran tesoro y, por lo tanto, que sigamos adelante por-que “tiempo vendrá que se entienda cuán nonada es todo para tan gran precio” (cf. CV 21,1). En resumidas cuentas, el amor es un camino de conversión capaz de hacer, de un grupo de personas, una fraternidad cristiana15. Tome-mos el consejo de Teresa y no seamos almas pusilánimes, que es un gran bien tener grandes deseos (MC 2,29), porque de aquí vendre-mos a que el Señor nos dé gracia para que lo sean las obras (cf. MC 2,17). Esta manera de amar es la que yo querría tuviésemos (CV 7,5) En el ya mencionado Camino de Perfección, dedica Teresa unos cuantos capítulos a enseñarnos lo que llama el amor espiritual, amor perfecto, amor del prójimo, amor virtuoso, amor puro espiritual, el que es bien y lícito nos tengamos. Hasta que, cansada de no encontrar un nombre adecuado, concluye: “No sé si sé lo que me digo” (CV 6,1). ¡Ya lo creo que sabe lo que dice!, y no lo dejará de decir de múl-tiples maneras y cada vez mejor en todos sus escritos. Aún hoy, en esta primera década del siglo XXI, sus palabras vibrantes, vigorosas, llevan el sello de la autenticidad. Es natural, porque son fruto de la experiencia; y la verdad que destilan golpea el corazón humano, que en su debilidad y en su grandeza, es siempre el mismo. Lo que cam-bian son las formas externas, hoy son las ‘redes sociales’, facebook y similares, y antaño los pasatiempos de buena conversación (V 2,6), amistades que, aunque no eran malas, dañaban por el distraimiento y la vanidad (en el sentido de banal, vacuo, vacío, incapaz de llenar el corazón humano y que empuja a la constante búsqueda de novedades) que producían en el alma de los ‘usuarios’. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que la libertad y, sin és-ta, no puede existir el amor, “¡Oh qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora!” (V 10,8). 15 Cf. VFC 23

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Me parece que Teresa de Jesús no ha escrito nada verdaderamente sustancial, no hablo de calzas ni lienzos, que resulte trasnochado o producto de otros tiempos. Nada de lo que afecta a nuestra vida, la re-lación con Dios y los hermanos, que no podamos encontrar en el Ma-gisterio de la Iglesia contemporánea. Sólo el lenguaje es distinto y, en muchas ocasiones, a favor de Teresa. La manera de amar que Teresa de Jesús quiere enseñarnos se ejercita bien en algunas situaciones comunitarias de especial dificul-tad. Me refiero ahora a las que se producen con aquellos miembros de la comunidad que son más conflictivos, por muy diversas causas, y a los problemas que ocasiona la afectividad, mal orientada o inmadura en exceso, en la relación interpersonal. En relación con el primer aspecto podemos leer en el documento, La vida fraterna en comunidad, que venimos simultaneando con la enseñanza de Santa Teresa, que las personas que no se encuentran a gusto en la comunidad, ’los desadaptados’, sufren y hacen sufrir y perturban la vida comunitaria16. “Alma descontenta es como quien tiene gran hastío, que, por bueno que sea el manjar, le da en rostro; y cuando los sanos toman gran gusto en comer, le hace mayor asco en el estómago del que tiene hastío” (CE 20,2), completa Teresa. La convivencia con estas personas, es una ocasión que se nos brinda para el crecimiento humano y la madurez cristiana, si sabemos aprove-charla. En la vida de Teresa de Jesús, como no podía ser menos, se han dado estas situaciones de sufrimiento comunitario que encontra-mos reflejadas en su epistolario, dos ejemplos bastarán:

- “A esa hermana a que dio nuestro padre el hábito, llevarla co-mo a enferma […]. Llévela, mi hija, como pudiere. Si el alma tiene buena, considere que es morada de Dios”17.

- “No quieran, hijas mías, perder lo que han ganado este tiempo […]. Aquí se ha de parecer, mis hermanas, el amor que tienen a Dios, en haber mucha compasión de ella, así como la hubieran si fuese hija de sus padres, pues lo es de este verdadero Padre a quien tanto debemos […]. Oración, hermanas, oración por ella, que también cayeron muchos santos y lo tornaron a ser”18.

16 Cf. VFC 38 17 Carta a la Madre Ana de San Alberto, 2 de julio de 1577. 18 Carta a las Madres Isabel de S. Jerónimo y María de San José, 3 de mayo de 1579.

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En segundo lugar, sabemos hoy que la vida fraterna en común “exige, por parte de todos, un buen equilibrio psicológico sobre cuya base pueda madurar la vida afectiva de cada uno”19. La moderna psi-cología nos ha alertado sobre los trastornos de la afectividad, la in-madurez afectiva en sus múltiples grados, desde lo tratable y recupe-rable hasta lo francamente patológico, incompatible con una vida de comunidad. Teresa de Jesús engloba todo ese complejo y, a veces, enmarañado mundo en lo que llama las amistades particulares que, aunque no sea la mejor denominación posible, bajo ella nos describe, de una manera soberbia, los mecanismos infantiles, compensatorios, que rigen muchas veces nuestras relaciones. ¿Lo demasiado entre nosotras no puede ser malo? (cf. CE 6,2), ya lo creo que lo es. Santa Teresa nos lo muestra en algunos pequeños detalles de la vida cotidiana: como buscar ocasiones para hablar con ‘la amiga’, querer tener para regalarla, no amar tanto a las otras, sen-tir desproporcionadamente los supuestos agravios que se le hacen, co-sitas que no parecen nada pero que pueden desembocar en la división de la comunidad: los temidos bandillos. Hacer de un ser humano un ídolo, que ocupa por tanto el lugar de Dios, trae siempre consecuen-cias nefastas: “Tanto mal y tantas imperfecciones consigo que no creo lo creerá sino quién ha sido testigo de vista” (Ib). Aunque no se llegue a tanto como esto, el andar mendigando cari-ño y reconocimiento, de mil sutiles y creativas maneras, nos convierte en perrillos falderos como mínimo, no cura la falta de seguridad en nosotros mismos, ni ayuda a reforzar nuestra identidad, porque Dios es nuestra identidad y ser templos del Espíritu nos hace más valiosos que todas las cualidades y habilidades del mundo juntas. Es un cami-no equivocado y totalmente contrario al amor. “Yo pienso algunas veces cuán gran ceguedad se trae en este que-rer que nos quieran” (CV 6,5). Supongo que, cualquier adulto que examine con seriedad y sinceridad las motivaciones de muchas de sus acciones e intereses, estará de acuerdo con Teresa, y no calificará de melodramática esta exclamación: “No consintamos, ¡oh hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre” (CV 4,8). Ya lo advertimos más arriba: lo que está en juego es la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, 19 Cf. VFC 37

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con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad […] se puede y se debe aventurar la vi-da”, dirá Cervantes, tan cercano a Teresa en tantas cosas20. ¿Acaso no fue Jesús de Nazaret el hombre perfectamente libre y el que mejor amó? No olvidemos nunca que es nuestro dechado, por eso sigue insistiendo Teresa de Jesús, incluso cercana ya al final de su vi-da: “Libres quiere Dios a sus esposas, asidas a sólo él”21. Sólo la li-bertad afectiva permite al consagrado, y a cualquier cristiano -po-dríamos nosotros añadir-, amar su vocación y amar según su voca-ción22; la libertad y la determinación constituyen, para Santa Teresa, el camino del verdadero amor (cf. F 5,3). AQUÍ TODAS HAN DE SER AMIGAS, TODAS SE HAN DE AMAR, TODAS SE HAN DE QUERER, TODAS SE HAN DE AYUDAR (CV 4,7) Este podría ser el lema del nuevo Carmelo concebido por Teresa, porque se trata de una Betania relacional, donde no existe otra ley ni otra ‘perfección’ que la del amor: “Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo y, mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas. Toda nuestra Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfección” (1M 2,17). Nos encontramos en un espacio teologal donde se aprende una nueva forma de amar, surgida del encuentro con la verdad de las co-sas y de los seres, libre y liberadora, sin acepción de personas, no re-gida por intereses ni simpatías. Un amor que nos ayuda a crecer y madurar como seres humanos; un verdadero ‘éxtasis’ porque nos saca de nosotros mismos y nos lanza hacia los demás. Una opción que exige esfuerzo y constancia, que no nace sólo de las ideas y de los buenos propósitos sino de la experiencia de ser inmensamente ama-dos por Dios. Así le sucedió a Teresa de Jesús: de su experiencia del excesivo amor de Dios (cf. CC 14,3) nació su respuesta. “Esta fuerza tiene el 20 MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Espasa Calpe, Madrid 1986, 598. 21 Carta a la Madre Ana de Jesús, 30 de mayo de 1582. 22 Cf. VFC 37

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amor si es perfecto: que olvidamos nuestro contento por contentar a quién amamos” (F 5,10). Si hemos bebido en el mismo manantial que ella, en las fuentes vivas de las llagas de mi Dios (E 9,2), un loco amor humano será la respuesta al desatinado amor de Dios. Aunque sea un poco largo, creo que merece la pena leer con aten-ción, orar con este texto teresiano de resonancias paulinas, hermosa síntesis de lo que venimos diciendo: “Quien de veras ama a Dios, to-do lo bueno ama, todo lo bueno quiere, todo lo bueno favorece, todo lo bueno loa, con los buenos se junta, siempre los defiende, todas las virtudes abraza; no ama sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que quien muy de veras ama a Dios que ama vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, ni honras, ni tiene contiendas, ni anda con envidias; todo porque no pretende otra cosa sino conten-tar al Amado. Anda muriendo porque la quiera, y así pone la vida en entender cómo le agradará” (CE 69,3). El amor-amistad que Teresa nos propone brota de su experiencia mística, no puede ser de otra manera, de su propia relación de amistad con Jesús, tan distinta a las que se establecen con esos palillos de ro-mero seco, que somos todos, quebradizos e inconsistentes en cuanto hay algún peso de contradicción (cf. CC 3,1), de esa oración que de-fine como amistad (cf. V 8,5). Por eso el grupo orante del nuevo Car-melo no puede ser otra cosa que amigas. Ser amigas es un encuentro de condiciones Teresa de Jesús nos dirá que “para ser verdadero el amor y que dure la amistad hanse de encontrar las condiciones” (cf. V 8,5); aun-que ella se refiere a la amistad entre Dios y el ser humano, nos tiene que valer también para la relación entre nosotros; no tenemos más que un ‘yo’ relacional, con Dios y con los demás. Confieso que llegué a pensar que ser amiga, en el sentido teresia-no, era tratar de acomodarse a la condición de la otra; es decir, cono-cer su lenguaje, verbal y corporal, saber lo que le resulta molesto y tratar de evitarlo, aprender la mejor manera de dirigirme a ella para no despertar prejuicios ni reacciones emocionales descontroladas, en-contrar un cruce de caminos, terreno neutral, para entendernos sin re-nunciar, por supuesto, a la propia identidad.

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Conocer, saber, aprender, encontrar, entender, todos son verbos que remiten a la esfera intelectual, al mundo de las ideas; ¿qué se po-día esperar?, un fracaso completo. No, diría Teresa, no estaba el amor para sacar de razón; todo centrado en mí, nada en Dios. He descubier-to que es a la condición de Dios a la única que tengo que acomodar la mía, cierto que Él no tiene tacha, y yo… Pero ayuda mucho ver el amor que me tiene, porque de este Señor no puedo dudar que me ama; antes faltarán cielo y tierra, no tiene memoria, olvida para siem-pre cualquier ofensa, por grave que sea; cualquier pequeño bien que pueda yo hacer, lo muestra a todos y lo engrandece (¡igualito que no-sotros!); incluso dora las culpas, y si alguien no me cree que se lo pregunte a Santa Teresa, al fin y al cabo ¡Doctores tiene la Iglesia! Y ella lo es. ¡Qué buen amigo hacéis Señor!, nos sufrís todas las faltas y, con infinita paciencia, esperáis que nos hagamos a vuestra condición. In-cluso sois capaz de haceros a nuestra medida para que os podamos tratar (cf. CV 28,8). Sólo podemos ser amigos en el Amigo; la amistad con Jesús de cada uno es el origen de la relación con los demás. En la medida en que mi pobre condición se va transformando, purificando en el crisol de la oración, y se va asemejando a la suya, puedo amar a mi herma-na, al que es distinto de mí y también a mí misma, amando como Él. Los locos por amor Uno de los temas favoritos de Santa Teresa es el de los locos de amor, que en un mundo tan apegado a la negra honra como el suyo, destacan más por su estilo de amar, libre, inmenso, que se salta todas las normas sociales, las barreras de sexo, origen, condición… que no eran pocas en la España del siglo XVI. Sus prototipos son María Magdalena, mezcla de María de Betania y de la pecadora, acorde con la antigua tradición que aún perdura en muchos cristianos, San Pablo, San Francisco y su admirado contemporáneo Pedro de Alcántara. Los deseos que manifiesta de ser como ellos despiertan también el deseo en mí, de manera que me siento personalmente invitada a bus-car gente así, para comunicarnos nuestras penas y gozos, que de todo tienen los que tratan de oración, para hacernos espaldas y animarnos

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en el camino del Evangelio (cf. V 7,22). ¿Acaso no es esto la comu-nidad? Laica o religiosa, la comunidad teresiana está formada por unos locos por amor, hasta podría ser su definición y, si no lo es, de-bería serlo. Creo que ese fue el deseo de Teresa de Jesús y por eso, a los que han respondido a su ansia de formar un grupo de amigas/os de Cristo, que aunque sean pocos han de ser buenos (cf. CE 1,2)¸ les suplica en-carecidamente: “Seamos todos locos, por amor de quien por nosotros se lo llamaron” (V 16,6). Y es que el verdadero amor no es concerta-do, ni mide sus fuerzas, es una santa locura celestial que hace dar vo-ces en alabanza de Dios (cf. Ib). Sirve de despertador para más avi-var el fuego del amor de Dios; es amor que despierta a otros para ser-vir al Señor y aprovechar al prójimo en todo lo que puede (Cf 7M,4); una borrachez divina, como la de la Samaritana, que atrae hacia Jesús a cuantos se cruzan en su camino. Teresa de Jesús ama así, no quiere tratar sino con enfermos del mal que padeció ella, ¡bendito contagio!, contrarios a los que tienen, tenemos ”seso demasiado para lo que les cumple” (V 16,6). Cuando encuentra alguna persona con esta disposición, aunque sea en ger-men, no le duele el trabajo para ayudarle a que ame a Dios de esta manera (cf. CV 6,8-9); importuna al Señor en la oración: “Mirad Se-ñor que es este buen sujeto para nuestro amigo” (cf. V 34,8), y cuan-do tiene más confianza le plantea directamente el asunto: “Pues dice vuestra merced que me quiere, en disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo muestre” (V 16,6). “Esto tengo yo de unos años acá, [confiesa Teresa], que no veo persona que mucho me contente, que luego querría verle del todo dar a Dios, con unas ansias que algunas veces no me puedo valer. Y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me contentan es con muy gran ímpetu” (V 34,7). Más tarde invita al grupo a una revisión de vida, los cinco que al presente nos amamos en Cristo, ampliable en número a todos aque-llos que deseen reunirse de vez en cuando, para ver en qué se podrían enmendar y contentar más al Señor (cf. V 16,7). Hay quien piensa que esta manera de compartir la vida es un ideal inalcanzable, y ha renunciado a intentarlo; tal vez no ha caído en la cuenta de una con-dición indispensable: para poder desengañarnos con verdad, tenemos que mirarnos con amor y cuidado de aprovecharnos (Ib).

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Los locos por amor siguen creyendo que el Amor es posible, un extraño y apasionado amor que cuesta muchas lágrimas y oración, sin mucho ni poco de interés propio; que enseña más por obras que por palabras; que lleva a ver en los amigos hasta las motitas (Cf CE 11,4), y a ser intolerables con los que bien quieren porque querrían no errasen en nada 23. Si tienes la suerte de conocer a alguno de estos locos, recomienda Teresa, quiérele cuanto quieras, aficiónate a su conversación y trato; “te dirán que no es menester, que basta tener a Dios. Buen medio es para tener a Dios tratar con sus amigos; siempre se saca gran ganancia, yo lo sé por experiencia” (CE 11,4). ALGUNOS CONSEJOS PRÁCTICOS El libro que conocemos como Camino de Perfección es un es-pléndido ramillete de Avisos y Consejos -así llamó la autora a su obra-. Ya en el título del capítulo 7 nos anuncia que va a declararnos algunos avisos para ganarle (cf. CV 7, Título), ¿ganar qué?: el amor espiritual, que así le llama aquí, “esa manera de amar que querría tu-viésemos nosotras; aunque a los principios no sea tan perfecta” (CV 7,5). No nos es posible en tan reducido espacio comentar, una por una, las pautas teresianas para adquirir este amor que se encuentran dise-minadas por todos sus escritos. Teresa de Jesús las resume en “deter-minarse a obrar y padecer y hacerlo cuando se ofreciere” (cf. F 5,3). Nos limitaremos a resaltar sólo algunas, con eso bastará para hacer realidad el axioma teresiano: “Poniéndonos delante de los ojos la vir-tud, aficiónase a ella quien la desea” (CV 6,1). Comencemos pues. Guardar las espaldas Teresa, joven monja, tullida en la enfermería del monasterio de La Encarnación, ha comenzado a entender en la oración que cosa era amarle (a Dios), y empieza a practicar lo aprendido: “No tratar mal

23 Carta a María de S. José, 21 de diciembre de 1579; id 8-9 de febrero de 1580.

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de nadie por poco que fuese, sino lo ordinario era excusar toda mur-muración” (V 6,3-4). ¡Un excelente consejo! Tal vez nos parece muy fácil porque al oír la palabra murmuración, pensamos en comentarios maliciosos, casi difamatorios, pero en realidad se trata de algo mucho más cotidiano, un hábito omnipresente en nuestra vida, al que ni si-quiera damos ya importancia. Miremos a nuestro alrededor: el ambiente de trabajo, los comenta-rios del supermercado, de la parada del autobús, de la comunidad de vecinos, de la parroquia, del grupo de oración, la comunidad religio-sa, las tertulias radiofónicas, etc. Luchar con todas nuestras fuerzas, contra esta tendencia casi con-sustancial al ser humano, es aprender a amar a Dios como él quiere ser amado. En esta sencilla escuela se adquiere también la verdadera devoción, que no es otra cosa, según Santa Teresa, que “no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo bien” (V 10,9). Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas (3M 2,13) Resulta edificante comprobar que todo lo hacemos por el bien del prójimo, y que dan pena los pecados y faltas que ven en los otros (V 13,10); hasta llegamos a pensar que, fiscalizar a otra persona, es una virtud. Tratamos de que todos vayan por nuestro camino, y queremos enseñar el camino del espíritu u otras cosas, los que por ventura no sabemos qué cosa es (cf. 3M 2,13). “¡Si hubiera de decir los yerros que he visto suceder, fiando en la buena intención!” (V 13,10), suspira Teresa. Es una lástima que no nos los cuente, sería una casuística muy interesante, pero a cambio nos da un fantástico consejo: “Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados” (Ib). Ya sabe ella que ejercitarlo no es sólo cuestión de voluntad, por eso nos recomienda que le supliquemos siempre a Dios que nos de esta virtud. La humildad en los juicios es una caudalosa fuente de amor fra-terno que, además revierte en provecho propio porque nos proporcio-na una gran paz interior, alegría de vivir, e incluso mejora nuestra sa-lud física y psíquica.

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Saber sufrir y hacer la virtud contraria (CV 7,7) Este aviso está muy relacionado con el anterior; en esas faltas que vemos en los otros, que nos molestan, nos escandalizan o incluso, ob-jetivamente, nos causan daño, se muestra y ejercita bien el amor (Ib). La corrección fraterna que Teresa de Jesús nos propone se basa en la paciencia, ese saber sufrir en lenguaje teresiano, y el testimonio del bien, en hacer la virtud contraria. En el silencio que sabe evitar el juicio, incluso el agradecimiento por las veces que, con faltas simila-res, no hemos oído reproches ni nos han echado en cara errores del pasado. “Esto de hacer una lo que ve resplandecer de virtud en otra, pégase mucho. Éste es buen aviso, no se os olvide” (CV 7,7), conclu-ye satisfecha. Perdonar (CV 36,7) He aquí un consejo importantísimo, digo mal porque no se trata de una elección personal, una posibilidad, una sugerencia susceptible de ser acogida o rechazada, sino de un mandato, el principio y fun-damento del amor fraterno, la actitud evangélica por excelencia. Santa Teresa lo pone de manifiesto con singular maestría, en su comentario a la oración del Padre nuestro24: “Mas, ¡qué estimado de-be ser este amarnos unos a otros del Señor! Pues pudiera el buen Je-sús ponerle delante otras y decir: perdonadnos, Señor, porque hace-mos mucha penitencia o porque rezamos mucho y ayunamos y lo hemos dejado todo por Vos y os amamos mucho; y no dijo porque perderíamos la vida por Vos, y-como digo- otras cosas que pudiera decir, sino sólo porque perdonamos“(CV 36,7). Amar y perdonar son sinónimos para Teresa, en el más puro estilo evangélico por otra parte (cf. Lc 15,11-32, Mt 18,22-35); y no sólo eso sino que, además, es el perdón el que confirma la veracidad de la oración: ”Advertid mucho en esto que, cuando de las cosas que Dios hace merced a un alma, en la oración que he dicho de contemplación perfecta, no sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra, de perdonar cualquier injuria, por grave que sea – no estas naderías que llaman injurias- no fie mucho de su oración” (CV 36,8). 24 Ver C 36, Título.

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En los primeros capítulos de Camino nos había advertido de la importancia del amor fraterno, uniéndolo al perdón: “Cuanto a lo primero, que es amaros mucho unas a otras, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase con facilidad en los que se aman y recia ha de ser cuando dé enojo” (CV 4,5). “Si por dicha alguna pa-labrilla de presto se atravesare, remédiese luego y hagan grande ora-ción” (CV 7,10). Avisos que no quedan encerrados en el ámbito case-ro de la comunidad, sino que lo trascienden y tienen alcance univer-sal: “Si este mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo a todos los otros sería gran ayuda de guardarse; mas, o más o menos, nunca acabamos de guardarle con perfección” (CE 6,2). Teresa de Jesús -lo sabemos- escribe lo que tiene por experiencia (cf. CV, Prólogo 3), y así lo demuestra en el famoso conflicto de las descalzas de Sevilla, exhortando a la priora -encarcelada en el propio convento y depuesta de su cargo, gracias a la colaboración de dos hermanas mal aconsejadas y poco lúcidas-, a perdonar totalmente (lo que no excluye tomar las medidas adecuadas para el bien de la comu-nidad), y a no mostrar a las culpables “ningún género de desamor, an-tes la regale más […]. Procuren olvidar las cosas, y miren lo que cada una quisiera se hiciere con ella si le hubiera acaecido”25. Tenemos también el testimonio de esos papelillos autobiográficos que son las Cuentas de Conciencia; allí encontramos esta confiden-cia: “En cosas que dicen de mí de murmuración -que son hartas- y en mi perjuicio, y hartos, también me siento muy mejorada […]; y así ninguna enemistad me queda con ellos en llegándome la primera vez a la oración; que luego que lo oigo, un poco de contradicción me hace” (CC 2,7). Estos son los verdaderos efectos de la oración, sea del grado que sea: la capacidad de perdonar define al contemplativo, tanto que ja-más será tal si no es capaz de perdonar con facilidad, aún cuando pu-diera tener otras faltas (cf. CV 36,13). Perdonar es tan necesario para los que pretendemos llevar camino de oración que, si procuramos ejercitar esta virtud, incluso sin ser muy contemplativos, podremos estar muy adelante en el servicio del Señor (cf. CV 4,3), y esto es realmente lo único necesario (cf. Lc 10,42). 25 Carta a las Madres Isabel de S. Jerónimo y María de S. José, 3 de mayo de 1579.

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Aunque no dispongamos de largas horas de soledad para dedicar-nos a la oración -algún rato sí, porque la amistad exige intimidad-, ni gustemos de cosas tan sobrenaturales, viviremos esa otra manera de unión que Teresa de Jesús confiesa haber deseado toda su vida (cf. 5M 3,3-5; F 5,13) adhiriéndonos a la voluntad de Dios: “¿Qué pen-sáis, hijas, que es su voluntad? […] Amor de su Majestad y del pró-jimo es en lo que hemos de trabajar: guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidas con él” (5M 3,7). Vida y oración andan siempre juntas; son, ellas también, esas dos hermanas que nunca se deben separar (cf. CV 10,3). CONCLUSIÓN: UN CAMINO INACABADO Soy consciente de que me dejo muchas cosas en el tintero, si aca-so se puede seguir usando todavía esta expresión en la era del orde-nador. Seguramente el lector echará en falta algunas de sus más fa-mosas consignas ‘prácticas’: es también muy buena muestra de amor… quitar trabajo a las hermanas, alegrarse con sus alegrías y compartir sus pesares (¡sin perder nunca de vista el sentido común!), felicitarse por el éxito ajeno (una de las cosas más difíciles de adqui-rir y aún más en la competitiva sociedad que respiramos), no ser unos ilusos que pasan la vida planificando las maravillas que harán por los que están lejos y parece que ni ven a los que tienen cerca, un defecto visual muy común, por cierto (cf. CV 7,5-9). Y es que, para Teresa de Jesús, la vida cotidiana es la prueba de fuego del amor y también de la oración, “no a los rincones, sino en mitad de las ocasiones” (F 5,15), y por eso los ejemplos se multipli-can. Todo lo que nos enseña acerca del amor, es simplemente el ca-mino del Evangelio: Jesucristo es nuestro Enseñador (CV 10,3), a Él remite toda su doctrina y de Él parte. No nos indica otro modelo que no sea Cristo, su manera de vivir tiene que ser la nuestra, de la amis-tad con Él -cultivada en la oración- nace la que nos une entre noso-tros. Teresa es una mujer con los pies firmemente asentados sobre la tierra (¡mal que le pese a Bernini!), cuyos Avisos y Consejos se diri-gen a la adquisición de la santa libertad de espíritu, la tan preciada y preciosa libertad. Tal vez porque conecta con ese íntimo anhelo del corazón humano, sus palabras siguen traspasando el tiempo, son tan

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vivas y actuales cómo si hubieran sido escritas ahora, en este mismo instante. En estos confusos tiempos de sincretismo, político, religioso, cul-tural -¡hay tantas New Age!-, es menester, más que nunca, prestar oí-dos a esta genial ‘Vocera de Dios’: “Basta lo que nos ha dado en dar-nos a su Hijo que nos enseñase el camino” (5M 3,7). Seguro que Te-resa firmaría este aserto de San Pablo: “Lo que vale es una fe que se traduce en amor” (Gál 5,6). La experiencia de Teresa de Jesús ha iluminado la mía, espero y deseo que también ilumine la tuya. El camino no ha terminado, co-mienza cada día.