Estampitas merideñas de Catherine García Rodríguez y Diego Rojas Ajmad

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Estampitas merideñas lleva por nombre estos relatos que intentan acercarnos a la vida cotidiana del ayer merideño. Pequeñas anécdotas que invitan a echar mirada a nuestro pasado, alejándonos de la visión reduccionista de la historia como morada exclusiva de hazañas individuales y heroicas. Se trata, en cambio, de reconocer nuestro pasado, menudo y diverso, desde sus personajes ilustres hasta los más desconocidos, desde los hechos más trascendentales hasta la sutil cotidianidad que nos circunda; todo con la sencillez y brevedad que asegure a los lectores amenidad y placer, sin descuidar por ello la exactitud de los hechos que se cuentan.

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Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida – Venezuela.

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El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela; tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular, se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.

Todo lo narrable, entre el testimonio y la ficción, trinchera, resumen último de la tradición oral merideña, muestra del ara y no del pedestal. Parte de ello quisiera ser esta Colección Oswaldo Trejo, a la vez hijo de aquellas palabras y creador de nuevas sintaxis, merideño universal al que rendimos homenaje, cuya singular obra, junto a otras muy diversas propuestas narrativas venezolanas, nos recuerda que la historia de nuestra literatura, y aun el vuelo metafórico del cuento de nuestra calle, está difundiéndose y multiplicándose, reapareciéndose ahora, en nuevos tiempos..

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Fundación Editorial el perro y la ranaRed Nacional de Escritores de Venezuela

Imprenta de Mérida. 2010Fondo Editorial Ricardo Ruiz

Consejo Comunal “El Campito, Calle Principal”Colección Oswaldo Trejo

Catherine García RodríguezDiego Rojas Ajmad

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© Catherine García Rodríguez y Diego Rojas Ajmad© Fundación Editorial el perro y la rana, 2010

Ministerio del Poder Popular para la CulturaCentro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio,

Caracas-Venezuela 1010Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986

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Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, MéridaCalle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano

Mérida – [email protected]

Red Nacional de Escritores de Venezuela

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM

Agradecemos el interés y la colaboración de José Luis Sciocia en todos los procesos de preparación de este libro.

Consejo Editorial PopularEver Delgado

Guillermo AltamarHermes VargasJosé Antequera

José Gregorio GonzálezJoel Rojas

Karelyn BuenañoLuis Manuel Pimentel

María Virginia GuevaraSimón Zambrano

Stephen Marsh PlanchartWilfredo Sandrea

CorrecciónMaría Virginia Guevara

Diseño y diagramaciónYesYKa Quintero

Diseño de portada Luis Emilio Alcalá

Edición e impresiónCarlos Barilla

Joel Rojas

Depósito Legal: LF4022010800553 ISBN: 978-980-14-0317-3

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PÓRTICO

Estampitas merideñas lleva por nombre estos relatos que intentan acercarnos a la vida cotidiana del ayer merideño. Pequeñas anécdotas que invitan a echar mirada a nuestro pasado, alejándonos de la visión re-duccionista de la historia como morada exclusiva de hazañas individuales y heroicas. Se trata, en cambio, de reconocer nuestro pasado, menudo y diverso, des-de sus personajes ilustres hasta los más desconocidos, desde los hechos más trascendentales hasta la sutil cotidianidad que nos circunda; todo con la sencillez y brevedad que asegure a los lectores amenidad y pla-cer, sin descuidar por ello la exactitud de los hechos que se cuentan.

Ya Mariano Picón Salas, el merideño errante, nos lo había advertido con su singular magisterio: “Historiar es mucho más que una técnica para reunir o periodizar épocas y documentos; es esclarecer una trama de vida” 1. Así, la historia, la verdadera historia, da luces sobre nuestro que hacer, hilvanando ese rastro de nuestra existencia que llamamos tradición, la cual permite cohesionar a las sociedades en una sola voz y un solo espíritu, respetando al mismo tiempo su diversidad cultural. De esta forma, voltear el rostro

1. Mariano Picón Salas. “Vicisitudes en el arte de historiar”. Viejos y nuevos mundos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, p. 508.

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hacia nuestro pasado no nos convertirá en estatuas de sal, como lo cuenta el relato bíblico, sino que, al contrario, reforzará nuestra identidad tan vapuleada en estos tiempos de hiperbolizada globalización.

Tradición, identidad, esencia venezolana, no son, como entienden muchos, conceptos de taxidermia, términos estáticos que sobrevaloran el pasado argu-yendo que en él está la única salvación posible. Iden-tidad y tradición son, por el contrario, efervescencia creadora, contacto multiplicador, desarrollo espiritual que abre brecha hacia el futuro.

El sempiterno celador de la historia patria, Mario Briceño Iragorry, avizoró el dilema cultural de nuestras sociedades:

Para que las naciones puedan construir algo digno y durable necesitan tener conciencia de sí mismas. Esa conciencia tiene diversos modos de recogerse y de expresarse, pero ninguno más leve, sutil y vigoroso que la tradición. Yo diría que ésta es como el fino alambre y las menudas bisagras con que los anatomistas man-tienen la unidad de los esqueletos. Sin el ayuntamien-to y el equilibrio de valores que la tradición produce, ocurre una dispersión en los propios conceptos de la nacionalidad. Por eso, cuando se trata de estrangular la conciencia de los pueblos, nada es tan eficaz como el debilitamiento de los hábitos, usos y costumbres que arrancan de sistemas tradicionales e implantar en lugar suyo costumbres, usos y hábitos que correspon-dan a otras áreas culturales. 2

2. Mario Briceño Iragorry, “El sentido de la tradición”, Mensaje sin destino y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988, p. 171.

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Tomen entonces las siguientes páginas como una defensa de nuestro ser, como una proclama de identidad que nos resguarda de los vendavales de la moda. Esa es una tarea perentoria que asume con orgullo el Comité de Educación del Consejo Comunal “El Campito, Calle Principal” como un pequeño pero significativo aporte a la divulgación del conocimiento histórico y cultural de nuestro estado.

José Luis Scioscia Vocero de Educación

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Juan Rodríguez Suárez fue comisionado por el Cabildo de Pamplona para descubrir minas en Los Andes, pero el díscolo capitán prefería fundar ciudades. El 9 de octubre de 1558 fundó una ciudad en las riberas de la Laguna de Urao, a la que llamó Mérida en honor a su ciudad natal, ubicada en Extremadura, España. El 1 de noviembre la ciudad fue trasladada a La Punta por el mismo Juan Rodríguez Suárez. Al poco tiempo la Real Audiencia de Bogotá comisionó al Capitán Juan de Maldonado, quien era enemigo acérrimo de Rodríguez Suárez, para hacer preso a éste por haber fundado aquella ciudad sin autorización real. Al año siguiente, en 1559, Juan de Maldonado, quien provenía de la provincia de Ávila, fundó de nuevo la ciudad y la bautizó con el nombre de San Juan de las Nieves, en la meseta de Tatuy, sitio donde hoy permanece; pero luego le cambió el nombre por el de Santiago de los Caballeros. Finalmente prevaleció el nombre de Mérida que le había puesto el primer fundador, aunque todavía es conocida como la “Ciudad de los Caballeros.”

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La ciudad de Mérida fue fundada entre las rivalidades de dos bandos familiares: Cerrada y Gaviria, apelli-dos de dos de los primeros pobladores de la ciudad. Se dice que esta contienda era la prolongación del rencor que se profesaban nuestros dos fundadores: Juan Rodríguez Suárez y Juan de Maldonado. Los problemas comenzaron con Pedro García de Gaviria (Guipúzcoa, 1531 – Mérida, 1601), quien vino acom-pañando al Capitán Juan Rodríguez Suárez en 1558, y Hernando Cerrada Marín (Higuera de Vargas, 1532 – Mérida, 1613), quien seguía a Juan de Maldonado en la expedición refundadora de 1559. El enfrenta-miento entre ambos clanes produjo muchas muertes, pérdidas materiales y ruinas, no sólo a las dos fami-lias sino a la ciudad entera. El odio entre Cerradas y Gavirias se mantuvo durante dos siglos y dio origen a muchas leyendas.

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La “Encomienda” fue una institución establecida en América por la corona española, con el fin teórico de evitar la esclavitud de los indígenas y ponerlos bajo la protección de “encomenderos”; españoles que recibían por privilegio real una extensión de tierra junto con los indígenas que la habitaran. Éstos últimosdebían someterse a la autoridad del encomendero y encargarse de la siembra, recolección y el servicio doméstico a cambio de la “protección” que los enco-menderos les brindaban. Los primeros encomenderos de Mérida fueron: Pedro García de Gaviria, Gonzalo García de la Parra, Hernando Cerrada Marín, Andrés de Vergara, Pedro Bravo de Molina, Diego de la Peña, Pablo García, Juan Martín de Zerpa, Gregorio Sánchez, García Martín, Antonio Corzo, Juan Lorenzo, Martín de Zurbarán, entre otros. Durante los últimos cuarenta años del siglo XVI aquellos tuvieron el control absoluto de los indios –hombres, mujeres y niños– a los que manejaron inhumanamente y a su antojo.

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4La sentencia de muerte del Capitán Juan Rodríguez Suárez, dicha en Bogotá el 20 de marzo de 1560, rezaba:

...y condenamos al dicho Juan Rodríguez Suárez a que sea preso y traído a esta Corte, metido en la Cárcel Real, y de ella sacado y arrastrado a la cola de un caballo por las calles desta ciudad, y llevado al rollo, donde sea hecho en cuatro cuartos, los cuales se pongan en los cuatro más principales caminos públicos; y la cabeza sea puesta en el dicho rollo, y no sea de allí quitada so pena de muerte... 3

Sin embargo, Rodríguez Suárez en esa ocasión huyó de la muerte y se sumó a la expedición capi-taneada por Francisco Fajardo, para luego fundar, el 1 de agosto de 1561 una villa a la que llamó San Francisco, en el mismo sitio donde Diego de Losada fundaría seis años más tarde la ciudad de Santiago de León de Caracas. La muerte le llegaría en septiembre de 1561, a manos de los caciques Guaicaipuro y Paramaconi después de un largo combate.

3. Tulio Febres Cordero. Archivo de Historia y Variedades. Caracas: Parra León Hermanos, 1930; t. I, pp. 87-88.

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5Mérida, desde su fundación (1558), formó parte del Corregimiento de Tunja (Nueva Granada); para ese momento la Provincia de Venezuela pertenecía a la Audiencia de Santo Domingo. El 1 de mayo de 1607 Mérida fue erigida en Corregimiento Dependiente de la Audiencia de Santa Fe. Poco tiempo después, vecinos de la ciudad, clérigos y Cabildo expusieron al rey la conveniencia de elevar el Corregimiento a Gobernación, entre otras razones por la lejanía que tenía de Santa Fe, petición que fue cumplida en 1622 al crearse dicha Gobernación. La Provincia de Mérida dependió de la Audiencia de Santa Fe hasta que por real cédula del 8 de septiembre de 1777 se agregó a la Capitanía General de Venezuela.

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6Desde el momento de la fundación de la ciudad de Mérida, las tierras de propiedad comunal (ejidos), se ubicaban al sur oeste de la ciudad, en la zona donde hoy se encuentra la ciudad de Ejido, antigua tierra de pastoreo, la cual fue fundada en el siglo XVII. Cuenta Tulio Febres Cordero que

...la ciudad de Ejido debe su origen a las ricas haciendas que allí fundaron varios caballeros de Mérida en tiem-pos de la colonia. De simple vecindario, pasó pronto a Vice-parroquia de la Matriz de Mérida. En ella residían muchas familias de esclarecido linaje. Los Uzcátegui, Briceño, García, Pacheco, Peña y otros, tuvieron en Ejido casas muy beneméritas durante el siglo XVIII. 4

4. Ibid, p. 56.

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7La ciudad de Mérida ha sufrido numerosos terremotos a lo largo del tiempo. El primer registro de que se tiene noticia es del 16 de enero de 1644; este sacudimiento conmovió también las poblaciones de San Cristóbal y Pamplona. En 1786 y 1796 hubo fuertes temblores que destruyeron algunas edificaciones de la ciudad. El 26 de marzo de 1812, a las 4:07 minutos de la tarde del Jueves Santo, un fuerte terremoto afectó numerosas poblaciones del país, entre éstas: Caracas, La Guaira, San Felipe y Barquisimeto. En Mérida causómás de 800 víctimas. El último terremoto de gran magnitud en la ciudad fue el “Gran Terremoto de Los Andes”, acontecido el 28 de abril de 1894 a las 10:15 minutos de la noche. Produjo 319 víctimas y cuantiosas pérdidas materiales.

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8Muy pocas de las antiguas costumbres de la Semana Santa se han conservado hasta nuestros días; sin em-bargo, sobre todo en la región andina, algunas se mantienen con un fervor inquebrantable. Durante la Semana Mayor los merideños de antaño se abstenían de comer carne de res, de proferir malas palabras, de maldecir, de barrer la casa y hasta de bañarse, pues según la creencia, quien no hiciera caso a esta última prohibición podría convertirse en pescado. Por esos santos días solían visitar la ciudad gentes de las poblaciones vecinas, quienes venían a participar en los actos religiosos. Se hacían procesiones que salían de todos los templos y recorrían las principales calles de la ciudad. Tanto las familias más acomodadas co-mo las más humildes preparaban, de acuerdo con sus posibilidades, suculentas comilonas en las que destacaban: fiambres, lechones, pavos, corderos, ga-llinas, pescados, encurtidos, quesadillas e infinidad de dulces. Todas estas delicias, llamadas “siete potajes”, en la mayoría de los casos consistían básicamente en trucha conservada con sal acompañada con sopa de arvejas, arroz, ensalada, cambur verde sancochado, jugo de frutas y dulce cabello de ángel. Según la tradición, el consumir los siete potajes asegurará el tener comida y prosperidad durante todo el año. Leamos un fragmento de la obra Anfisbena, culebra ciega de José Manuel Briceño Guerrero para recrear la idea de la antigua Semana Santa:

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Ayuno y abstinencia. Los siete potajes de cuaresma. Mamá, ¿qué es abstinencia? El que se baña viernes santo, se vuelve pescao. El que no hace abstinencia, se queda pegao. El que corre patea al Señor. El que grita, grita al Señor. El que corta leña, corta al Señor. El que cocina, cocina al Señor. El que se pela, pela al Señor. 5

5. José Manuel Briceño Guerrero. Anfisbena, culebra ciega. Caracas: Greca, 1992, p. 35.

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9Por la dificultad de acceso a la ciudad y la falta de oro y riquezas, Mérida, aunque culta, fue siempre una ciudad pobre. Los merideños se las ingeniaron para hacerle frente a la escasez; para esto utilizaban –a falta de monedas de valor– el lienzo de algodón (cinco varas por un peso de oro) y hacían trueques con bizcochos, harina, tabaco, etc. En el siglo XVII las personas más acomodadas de la ciudad solicitaron al Corregimiento de Santa Fe la concesión de 300 ó 400 mil pesos para repartirlos entre los vecinos, comprometiéndose estos a pagarlos en cuotas con los frutos producidos en la región.

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10Antonio Ignacio Rodríguez Picón (Mérida, 1765 –Guasdualito, 1816), a quien apodaban “El rey chi-quito” por ser el hombre más acaudalado de la ciudad, fue quien solicitó a la corona, en 1802, la elevación a universidad del Colegio Seminario de San Buenaventura, que había sido erigido por Fray Juan Ramos de Lora en 1785. Sin embargo, la ciudad tendría que esperar hasta el 21 de septiembre de 1810 para contar con una universidad. En 1804 Rodríguez Picón estableció el servicio de agua limpia y construyó la primera pila en la Plaza Mayor de Mérida. Entre otros cargos detentó el de Teniente Justicia Mayor de Mérida y su Jurisdicción (1796-1810), Presidente de la Junta General de Diezmos (1798) y Alcalde Mayor de la Provincia (1809). El 16 de septiembre de 1810 fue nombrado Presidente de la Junta Patriótica de Mérida y fue a partir de ese momento que entregó su vida a la causa independentista. Al paso de Bolívar por la ciudad de Mérida, en 1813, Antonio Ignacio no sólo le entregó gran parte de sus bienes, sino también a tres de sus hijos para que se sumaran a las filas del ejército patriota. En 1814 abandonó la ciudad y se incorporó, con gran parte de su familia, a las tropas que el General Rafael Urdaneta conducía hacia la Nueva Granada.

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11En 1870, durante el gobierno del presidente Antonio Guzmán Blanco, las relaciones entre la Iglesia y el Estado no eran nada cordiales. El gobierno guzmancista había expropiado las posesiones de la Iglesia para cederlas a otras instituciones; había abolido el fuero eclesiástico, con lo cual cualquier miembro de la Iglesia podía ser juzgado por tribunales civiles y había decretado además el matrimonio civil. El clima era de constante tensión. El Obispo Juan Bosset, octavo obispo de Mérida, redactó una Carta Pastoral sobre el matrimonio civil que disgustó al presidente Guzmán Blanco, por lo cual fue expulsado del país. Murió rumbo al destierro mientras iba transportado en una silla llevada a hombros por cuatro cargadores, en Las Porqueras, estado Táchira, el 26 de mayo de 1873.

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12Existía en la Mérida colonial –al igual que en otros lugares– lo que se denominaba “Bando del buen gobierno”. Era éste un código por medio del cual se pretendía impedir los excesos que pudieran pertur-bar la tranquilidad de la ciudad. Entre muchas otras disposiciones había una que prohibía dar posada a forasteros sin contar con una licencia del Teniente Justicia Mayor o en su defecto del Alcalde. La persona que incumpliera este precepto podía ser castigada con quince días de cárcel junto con su huésped. Estaba prohibido también celebrar fiestas sin antes obtener permiso de la autoridad correspondiente; el dueño de casa que irrespetara este mandato iba a parar a la cárcel junto con sus invitados durante quince días. Otro de los reglamentos permitía sólo a las personas con la investidura requerida usar bastón, pues éste era símbolo de autoridad. El uso de pistola, peluca, guantes, paraguas, quitasol o alfombra para arrodillarse en la iglesia, estaba limitado a las gentes más distinguidas.

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13Llano Grande era uno de los lugares favoritos para el esparcimiento de los merideños de antaño, quienes acudían al lugar a dar paseos a caballo y a disfrutar de la naturaleza. Comprendía el sector donde hoy día se encuentra la Plaza Glorias Patrias y sus alrededores. A este apacible campo Mariano Picón Salas y Tulio Febres Cordero le dedicaron pintorescas notas. Don Tulio fue partidario de que el Llano Grande no fuera urbanizado, pues en su forma natural “...y sus varios aspectos rurales constituye una belleza para la señorial ciudad”. 6

6. Tulio Febres Cordero. Archivo de Historia y Variedades. Caracas: Parra León Hermanos, 1930; t. II, p. 45.

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14Venezuela importaba hielo desde principios del siglo XIX. Este producto era una exquisitez que sólo estaba al alcance de quienes pudieran pagarlo, generalmente para usarlo como medicamento, pero también para enfriar bebidas y hacer helados. En Mérida, por lo menos hasta los primeros años del siglo XX, el hielo era traído de la Sierra Nevada por cargadores que lotransportaban a sus espaldas en maletas hechas con cuero de chivo. Cada maleta podía pesar de 34 a 46 kilos. Varios relatos de viajeros decimonónicos cuentan cómo las familias más adineradas de la ciudad adornaban sus mesas con hielo traído de la Sierra para halagar a sus invitados más especiales. La primera má-quina refrigeradora que llegó a Mérida la adquirieron los hermanos Picón en 1926 para su fábrica de helados y su costo fue de 2 mil bolívares.

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15Las corridas de toros son una tradición en Mérida desde tiempos coloniales. Durante muchos años era costumbre que cada celebración (patronal, nacional o ferial) estu-viera acompañada de corridas de toros, las cuales casi siempre se realizaban en las plazas, principalmente en la Mayor, que en otra época no era más que un espacio abierto que representaba el núcleo de la ciudad; lugar de reunión, de mercado y de esparcimiento. Para la faena se improvisaban las barreras, hechas de maderos colocados horizontalmente y amarrados con bejucos a varales clavados en la tierra. También se hacían palcos en la parte superior de las barreras que eran cubiertos con encerados y quienes vivían en los alrededores de la plaza disfrutaban de la corrida desde las ventanas y los balcones de sus casas. Gente de todos los niveles sociales acudía a este espectáculo, en especial las mujeres merideñas, como bien lo dice el ameno relato del pintor y naturalista alemán Anton Goering:

Los toros (...) traen un cambio en esta vida monótona. Las corridas tienen lugar los días de fiestas nacionales en la plaza principal, adonde acude toda Mérida. Como todos los españoles, los moradores de la ciudad y aún más las moradoras, son muy aficionados a este espec-táculo truculento, que aquí de todos modos es mucho más inofensivo que en la Madre Patria. 7

7. Anton Goering. Venezuela el más bello país del Trópico. Caracas: Playco, 1999, p. 106.

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16El convento de Santa Clara se instaló en Mérida a mediados del siglo XVII, en un sitio cercano a los ríos Milla y Albarregas; pero luego de algunos años fue trasladado a la esquina norte de la Plaza Mayor. El convento ocupaba una manzana completa, entre las calles de Lora e Independencia, lugar donde años después –desde 1895– estuvo ubicado el edificio del Mercado de Mérida, el mismo que fue destruido por un incendio. Las clarisas permanecieron muchos años en la ciudad y no son pocas las historias que se cuentan sobre ellas. Las monjas se esmeraban en la preparación de toda clase de bocadillos con las frutas producidas en la región. Entre quienes elogiaron estos dulces se cuenta Charles Empson (Inglaterra, 1795-1861), quien refiriéndose al Convento de Santa Clara dice: “A sus puertas se venden bordados muy finos, bocadillos exquisitos y frutas tan admirablemente preparadas que conservan el sabor y hasta la natural apariencia...” 8. Y es que la costumbre de darle a los dulces merideños las formas de las frutas la iniciaron en la ciudad estas monjas. Otros de los viajeros que hablan en sus testimonios de estos suculentos manjares fueron el químico Juan Bautista Boussingault (París, 1802-1887) y el botánico y pintor Anton Goering (Alemania, 1836-1905). Los dulces merideños de hoy día no provienen de las laboriosas manos de las monjas clarisas, pero todavía son elogiados por quienes visitan estas tierras serranas.

8. Charles Empson. “Narratives of South America(...,)”. Carlos César Rodríguez; Testimonios merideños. Mérida: Universidad de Los Andes, 1996, p. 192.

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17Mérida aclamó a Bolívar el 23 de mayo de 1813 como “Libertador”; al mismo tiempo 300 merideños se pusieron a sus órdenes y decidieron acompañarlo por los caminos de la Independencia, la mayoría de éstos perdería su vida en los campos de batalla, sólo 15 regresaron a la ciudad. El 14 de octubre del mismo año los caraqueños le confirmaron el título de Libertador a Bolívar, sin embargo no fue sino hasta el 6 de enero de 1820 cuando el Congreso Constituyente reunido en Angostura decretó: “...El General Bolívar queda condecorado con el título de Libertador, de que usará en todos los despachos y Actas del Gobierno, anteponiéndolo al de Presidente...”. 9

9. Tulio Febres Cordero. Archivo de Historia y Variedades. Caracas: Parra León Hermanos, 1930; t. I, p. 63.

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18Por devoción y acato, Fray Juan Ramos de Lora en aquel distante siglo XVIII, sorteó largos trayectos y empinadas cumbres para fundar el Seminario Tridentino de San Buenaventura, germen de la Universidad de Los Andes. Aquella recoleta Mérida de frías y empedradas calles comenzó su fino hilvanar de estudios con una pasión sobrehumana. La tradición y la entrega sustentan las bases de esta universidad. Muchos ejemplos podríamos mencionar de maestros insignes que prodigaron sus enseñanzas en nuestra casa de estudios. Entre ellos se cuentan Foción Febres Cordero, Juan Nepomuceno Monsant, José Domingo Hernández Bello, Caracciolo Parra, Gabriel Picón Febres, quienes tras las restricciones impuestas por el gobierno de Antonio Guzmán Blanco siguieron llevando adelante la universidad en las más difíciles condiciones y sin cobrar ni un centavo, antes bien, haciendo donaciones de su propio peculio.

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19En muchos testimonios de viajeros que pasaron por Mérida a lo largo de la historia se señala que en esta ciudad se experimentaban varias estaciones en el transcurso de un día. Para sólo nombrar uno podemos decir que Basilio Vicente de Oviedo y Baños en una descripción hecha en el siglo XVIII, señala:

...desde las seis de la tarde hasta las siete de la ma-ñana, que es una hora después que sale el Sol, es frío el temperamento a causa de las sierras nevadas que tiene a la vista. Desde las siete de la mañana hasta las diez, goza de primavera templada, a causa del Sol que la va templando; y desde las diez del día hasta las cuatro de la tarde, es caluroso por los mismos rayos del Sol que la bañan... 10

10. Basilio Vicente de Oviedo: “Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada”. C. C. Rodríguez op. cit, p. 95.

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20Cuenta Don Tulio Febres Cordero que tanto el río como el lugar que hoy conocemos con el nombre de Milla, antiguo barrio colonial erigido en parroquia en 1805, deben su nombre a Don Juan de Milla, español que recibió esas tierras como lote de conquista. Sin embargo, gracias al trabajo de Edda Samudio publicado con el título, La parroquia de Milla y el origen de su nombre, podemos comprobar que Juan de Milla fue un humilde artesano indígena, proveniente de Duitama, pueblo de indios de Tunja; quien probablemente llegó a Mérida hacia finales del siglo XVI y fue propietario de algunas tierras justo en ese lugar del norte de Mérida al que ahora llamamos Milla. No era “don”, pues no tenía el prestigio social requerido en la época para llevar ese título. Lo que sí es cierto es que fue el más importante constructor de la Mérida de finales del siglo XVI y principios del XVII. Con sus conocimientos como maestro artesano y en sociedad con doña Juanade Morales, distinguida dama merideña, fundó un pe-queño taller artesanal donde se horneaban ladrillos y tejas de barro. Trabajó como albañil en la construcción de importantes edificaciones de la época, como la Iglesia Mayor (1592), la Iglesia del Convento de San Agustín (1595), el templo del Convento de San Francisco (1613), y fue el constructor de las viviendas de muchas de las personas más importantes de la ciudad, entre éstas el alférez Juan Ximeno Bohórquez y Juan Cerrada, a quien le construyó su casa en la llamada calle de La Barranca, hoy Avenida 2 Lora. Este constructor nunca

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imaginó que su apellido quedaría presente para la pos-teridad, dando nombre a una populosa parroquia levan-tada en las tierras que habitó hace más de 400 años.

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21El segundo andino en ocupar la Presidencia de la República fue Ignacio Andrade (el primero fue el trujillano Cristóbal Mendoza, en 1811), quien nació en Mérida, en el año de 1839. Era hijo de José Escolástico Andrade –miembro del Ejército Libertador y edecán del Mariscal de Ayacucho– y de Juana Troconis Gorgonza, dama merideña. Heredero político de Joaquín Crespo, tuvo una larga y notable figuración en la vida política venezolana. Libró una intensa batalla electoral con el máximo representante de la oposición, el candidato del Partido Liberal Nacionalista, José Manuel Hernández (El Mocho). Andrade resultó vencedor en los comicios; pero los mochistas no quedaron satisfechos con los resultados, a los que calificaron como “fraudulentos”. Sin embargo, en febrero de 1899 Ignacio Andrade fue nombrado Presidente de la República; pero sólo se mantuvo en la presidencia durante unos meses, ya que se acercaba el fin del predominio del liberalismo amarillo y reinaba un clima de sobresaltos y rivalidades políticas. El 19 de octubre de 1899 Andrade huyó rumbo a Las Antillas abandonando el poder. Días después el vicepresidente, Víctor Rodríguez, entregó la presidencia al general Cipriano Castro, caudillo tachirense que venía liderando una rebelión que fue conocida como La Revolución Restauradora. A partir de estos hechos se produjeron muchas transformaciones que tuvieron como consecuencia la extinción de los caudillos históricos venezolanos. En manos de dos andinos muere un país y nace otro, pues Venezuela ya no volvería a ser la misma.

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22El Libertador estuvo en cuatro ocasiones en la ciudad de Mérida. La primera vez en mayo de 1813 a la cabeza de la Campaña Admirable, cuando fue aclamado por los merideños con el título de Libertador. La segunda vez cuando iba rumbo a Trujillo, en octubre de 1820; de regreso a Bogotá en diciembre del mismo año pasó por Mérida por tercera vez. La última visita de Bolívar a Mérida fue en febrero de 1821, cuando marchaba rumbo a Carabobo.

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23Fernando de Cáseres y Francisco Rodríguez adminis-traron el primer taller de zapatería que tuvo la ciudad de Mérida, el mismo estaba ubicado en los alrededores de la Plaza Mayor hacia el año de 1581. Otro famoso zapatero fue Juan Venegas, quien hacia 1889 era conocido como el “decano de los zapateros de Mérida”.

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24El chimó, esa pasta negra que se produce de la cocción de la hoja del tabaco y de la sal de urao, tuvo una destacada presencia en la vida merideña de los siglos XVIII y XIX. Fue el chimó lo que propició en 1781 la visita a nuestras tierras del químico y botánico Pedro de Verástegui, quien fue discípulo del gran científico Carlos Linneo. Verástegui realizó investigaciones del salitre encontrado en la tierra de la Laguna de Urao, cerca de Lagunillas, a fin de utilizarlo en la elaboración de pólvora; observó además su empleo en la preparación del chimó, aportando sus conocimientos para determinar las proporciones comerciales de cada ingrediente, para así obtener un mejor producto. El uso del chimó fue calando hondo en las costumbres de los merideños, hasta hacerse común ver tanto en hombres como en mujeres el característico movimiento acompasado de la boca cerrada. Para evitar tan “mala” costumbre, el primer Obispo de Mérida, Fray Juan Ramos de Lora, decretó el 4 de junio de 1785 la prohibición del uso del chimó en la iglesia, bajo pena de excomunión mayor, castigo muy severo para la época. Para abril de 1823, el viajero francés Boussingault llega a tierras merideñas y describe en sus Memorias el hecho de que algunas damas de alcurnia llevaban consigo unas cajitas de elaboración muy fina que contenían chimó, el cual tomaban utilizando una espátula de metal precioso o en su defecto la uña del meñique,

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“la cual dejaban crecer desmesuradamente” 11. El uso del chimó ennegrecía los dientes de las damas, por lo que Boussingault agrega en su relato: “…da pena ver mujeres frescas, de labios rosados con los dientes como ébano...”. 12

11. Juan Bautista Boussingault: “Memorias”. C. C. Rodríguez op. cit, p. 213.12. Ibidem.

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5Para 1890, Mérida estaba comprendida por unas esca-sas calles neblinosas cuya salida hacia el páramo se encontraba en Belén y no por la Vuelta de Lola, como existe actualmente. En esta zona (La Vuelta de Lola) se encontraba una hacienda llamada La Laguneta, debido a que justo donde comienza la salida hacia el páramo, en la primera curva pronunciada que encontramos y que rodea un extenso terreno cercado con un letrero de propiedad privada, se hallaba una grande y profunda laguna en donde se realizaban paseos en canoa. El sábado 23 de agosto de 1890, a las 3 de la tarde, diversas personalidades de la ciudad se encontraban allí disfrutando del fin de semana. En una de las canoas iba Epiménides Febres Cordero, Secretario del Gobierno Seccional de Mérida; el Doctor Manuel Troconis, Vicerrector de la Universidad de Los Andes; Andrés L. Piñero, director del Coro Andino, quien iba tocando flauta y Ramón Sáez, joven músico guitarrista. De pronto la canoa comenzó a inundarse, y cuando todos advirtieron el peligro ya era tarde; la única opción era lanzarse al agua. Hubo gritos, ajetreos, intentos de rescate con una soga, pero el destino final ya estaba escrito: los cuatro hombres morirían ahogados. Durante tres horas permanecieron los cuerpos sumergidos en el agua, de donde no fue posible sacarlos sino por medio de un garfio. El luto invadió a la ciudad por la muerte de estas personalidades públicas y de renombre. Como venganza, la laguna fue secada, abriéndole un canal. Del hecho, sólo nos queda la presencia del hondo hueco en donde se hallaba la laguna.

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26En el siglo XVII, por medio de unas Ordenanzas Municipales, se estableció que todos los jueves se debía hacer el mercado en Mérida. El día de mercado debía establecerse para que la gente pudiera acudir a abastecerse de alimentos, ya que éstos debían ser transportados desde los campos vecinos una vez a la semana. Luego, en el siglo XIX, se dispuso como día de mercado el lunes. Desde muy temprano los campesinos, en su mayoría indígenas, se congregaban en la Plaza Mayor con sus cargamentos de frutas, hortalizas y hasta nieve traída de la Sierra. El lunes se acababa la monotonía de la calmada ciudad, la plaza se llenaba de kioscos donde se vendían pasteles, pan-citos, dulces y toda clase de suculencias venidas de las manos hacendosas de las damas merideñas. También burros, toros, vacas, bueyes y mulas se unían a la algarabía; pues después de traer los cargamentos se quedaban a pastar en la plaza. Muchos de los campesinos que venían a vender sus productos de tierras lejanas terminaban la jornada con una gran borrachera y se devolvían a sus sitios de origen con los bolsillos tan vacíos como los tenían al llegar.

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27Hasta 1865 ninguna ciudad en Venezuela contó con acueducto público. En la ciudad de Mérida la gente se abastecía de agua desviándola de los ríos, por medio de acequias que corrían por las calles de Lora y Bolívar. Algunas de las familias más ricas de la ciudad contaban con una pila en el patio de sus casas. Antonio Ignacio Rodríguez Picón dotó a la ciudad de la primera pila pública, la cual estuvo ubicada en el centro de la Plaza Mayor, donde ahora está la estatua de nuestro ilustre Libertador. A esta pila acudían los habitantes de la ciudad a recoger agua para llevar a sus casas. En un lugar de la Calle Lora (hoy Avenida 2) era frecuente ver a las mujeres lavando la ropa con el agua que corría por la acequia, por esta razón en algún momento se le llamó “Calle de los Baños”. El 23 de mayo de 1907 fue inaugurado en la Quinta “La Isla” (hoy convertida en parque) el acueducto de Mérida, todavía se conserva parte de su estructura en el paso peatonal que hay desde el Parque La Isla a la Avenida Universidad.

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28En tiempos pasados, como ahora, los merideños acostumbraban comer carne de res en abundancia. El sacrificio de los animales se hacía en las casas o haciendas, sin ningún control sanitario; se dice queesto fue causa de muchas enfermedades en la po-blación hasta ya entrado el siglo XX. Para aquellos tiempos la carne se vendía seca y en algunos casos se conservaba con sal. No fue sino hasta diciembre de 1907 cuando se inauguró el primer matadero público de Mérida, sin embargo las condiciones higiénicas seguían siendo precarias. La primera carnicería se estableció en la ciudad en 1950 y se llamó “Carnicería Mérida”, se hallaba en la Calle Lora, frente al antiguo edificio de mercado.

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29Entre los oficios más recordados en los pintorescos relatos de nuestra historia estaba el del vendedor de granjerías, el cual era un personaje que recorría las calles con una canasta llena de dulces de variadas clases, acemitas, pan de piquito y mojicones. Entre los más famosos vendedores de granjerías de la vieja Mérida se encuentra “Yameacuesto”, quien a fines del siglo XIX se paseaba con su canasta llena de paledonias, quesadillas y suspiros que los vecinos de la ciudad degustaban en las frías tardes.

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30Ya desde el siglo XIX los carnavales venezolanos se habían convertido en una especie de caos colectivo en el que algunas personas arremetían contra otras lanzándoles agua sucia, talco, aguas teñidas y en el peor de los casos cualquier sustancia indeseable. Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, en su empeño por civilizar la población, prohibió el juego con agua, y en su lugar impuso el uso de papelillos, serpentinas, flores y caramelos. Sin embargo, esta disposición no logró desplazar la arraigada costumbre de lanzarse cualquier tipo de porquerías. A pesar de esto, los carnavales merideños tenían su encanto. Hacia la segunda década del siglo XX se decoraban carrozas en las que las comparsas de jovencitas pertenecientes a las familias más acomodadas, lucían sus disfraces. En los años 30 el sitio de moda era el Salón Diana, de Gelsi y compañía, allí se formaban los mejores saraos carnavalescos. En marzo de 1957 el Hotel Prado Río dio la primera gran fiesta de carnaval amenizada con orquesta, la entrada era gratis.

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31La Navidad de la Mérida de antaño tenía un esplendor particular debido a la pomposidad de las celebraciones religiosas. Cada parroquia tenía su iglesia y su plaza, donde se congregaban los lugareños para asistir a las misas de aguinaldos. Entre las costumbres navideñas de la Mérida de otros tiempos estaba la de visitar pe-sebres. Éste constaba de un portal y varias imágenes de anime o maguey que representaban los personajes de la natividad de Jesús entre picos hechos de tela al-midonada, pintada de colores terrosos y empolvada de talco molido, simulando la Sierra Nevada; los pesebres estaban adornados con olorosos ramilletes de albricias y en la noche eran alumbrados con velas.

Las familias se iban en peregrinación por la ciu-dad visitando los pesebres más elaborados. Uno de los pesebres más visitados hacia 1920 era el de las hermanas Romero, quienes obsequiaban a todos sus visitantes con chicha, dulce de lechosa, cabello de ángel y arroz con leche. Los merideños celebraban las navidades entre oraciones y fiestas que transcurrían al compás de la música de los aguinalderos, entre bailes y traguitos de anisado o ron “candelero”; muchas veces las celebraciones terminaban en inmensas borracheras y pleitos.

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32Los caminos de acceso a la ciudad de Mérida siempre fueron largos, angostos y tortuosos. Sin embargo, la belleza de la ciudad y atractivo de sus alrededores fue suficiente razón para que lejanos visitantes se arriesgaran a toda clase de peligros con tal de llegar a la Ciudad de los Caballeros. El viaje a Mérida se ha-cía atravesando caminos que orillaban el curso de los ríos, rodeados de escabrosas laderas, en donde un paso en falso podía tener funestas consecuencias. Pero para tranquilidad de los viajeros, las mulas conocían bien el trayecto y en general vencían las dificultades de nuestra geografía, aunque unas cuantas rodaron des-filadero abajo quizá por el peso de las cargas. Los recorridos se hacían en fila india, por la estrechez de las veredas, esto hacía mucho más largo los viajes. Pero el difícil acceso a la ciudad, aunque en ocasiones retrasó su progreso, muchas veces se convirtió en ben-dición, como en tiempos de guerras, invasiones y revueltas, cuando nuestras montañas fueron murallas que protegieron a la ciudad de la barbarie.

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33En tiempos de María Castaña no había familia dis-tinguida en Mérida que no ostentara tener en su casa un “entierro”. Se creía que cuando se veía una luz brillar o se escuchaban voces y pasos en algún lugar de la casa, era porque allí había un viejo tesoro enterrado. El ánima de la persona que había enterrado el botín quedaba “penando” en el purgatorio y por esa razón espantaba. Fueron muchos los que se aventuraron en una noche de luna creciente a buscar un entierro. Para encontrarlo debían preguntarle al ánima: “¿Viene de parte de Dios o del Diablo?”, si ésta decía que venía de parte de Dios se rezaba un padrenuestro y tres credos, si decía que venía de parte del Diablo se debía llamar a un cura para que hiciera un exorcismo. Algunos pocos corrieron con suerte, pero fueron más los que sólo encontraron un buen susto. Todavía hay quienes aseguran que en Mérida quedan tesoros enterrados donde años atrás hubo alguna casa solariega.

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34Hacia fines del siglo XIX aún estaban cubiertas de nieve las “Cinco Águilas Blancas”; sin embargo, en un número del periódico El Lápiz del año 1890, Tulio Febres Cordero alertaba sobre la disminución de la cantidad de nieve en los picos. Señalaba el “patriarca de las letras merideñas” que los vacíos ya podían observarse en el Pico El Toro y se lamentaba de que en un futuro sus nietos no pudieran disfrutar del hermoso espectáculo que ofrecía en aquellos tiempos “esa mole gigantesca que adorna sus crestas con diademas de plata” 13. Termina su relato Don Tulio esperanzado en que las “águilas” no se queden sin nieve y contento de que todavía ese año de 1890 había suficientes masas de hielo “…para prepararle sorbetes al mundo entero por centenares de años”.

13. Tulio Febres Cordero. El Lápiz, (Mérida) Vol. II, Nº 81, (11 de septiembre de 1890), p. 2.

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35La primera imprenta que llegó a Mérida fue traída por Francisco Uzcátegui en el año de 1845. Éste la trajo de Barinas y fundó su establecimiento en la esquina donde se interceptan la Avenida 2 Lora y el “Bulevar de los Pintores”. El pueblo merideño, al enterarse de la llegada de la imprenta, salió a la calle con banderas y flores, entre gritos y fuegos artificiales a recibir tan preciada máquina. En 1846 salió de esa imprenta nuestro primer periódico, El Centinela de la Sierra, y también el primer libro impreso en Mérida, Historia completa de todos los concilios ecuménicos, publicado el mismo año.

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36Hacia el siglo XVIII, la zona que hoy se conoce como parroquia El Espejo estaba comprendida por grandes solares y huertas. Se cuenta que en una de esas huertas vivía una humilde anciana que, mientras barría los alrededores de su casa, encontró un pequeño pedazo de vidrio, el cual dejaba ver al trasluz la imagen de una virgen en traje blanco, con manto azul, las manos juntas en actitud de adoración, coronada y con los pies sobre una media luna. La viejecita guardó la imagen y la colocó sobre el altar de su casa. La noticia fue corriendo de boca en boca por toda la ciudad, naciendo así la adoración a la “Virgen del Espejo”, quizás porque la imagen apareció en un pedazo de vidrio de unos siete centímetros o quizás porque desde un principio fue colocada delante de un espejo para presentarla a los fieles. En 1803 edificaron la Capilla de Nuestra Señora del Espejo en el mismo lugar donde fue encontrada la imagen. Por esta razón a esa zona de Mérida la llamamos hoy “El Espejo”.

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37Nuestro insigne escritor Mariano Picón Salas dejó una rica descripción en su obra Viaje al amanecer, en la que relata cómo eran los funerales en la Mérida de principios del siglo XX. Cuenta Don Mariano que por la calle de La Igualdad (hoy Canónigo Uzcátegui) desfilaban las procesiones hasta el cementerio de El Espejo. A los merideños de aquellos tiempos, como a los de ahora, les gustaba participar en estos rituales, por lo que mucha gente caminaba detrás del infortunado en procesión, hasta su lugar de reposo. La calle se llamaba La Igualdad precisamente porque llevaba al cementerio, lugar donde todas las diferencias sociales se anulan, donde todos somos iguales. Sin embargo los entierros de más pompa eran los de Cruz Alta, con deán y Cabildo, para los funerales de las gentes más distinguidas de la ciudad; en estos actos resaltaba la majestuosidad, los monaguillos llevaban incensarios de plata y los canónigos exhibían sus más suntuosas vestimentas, acompañados de los repiques de “Juan el Campanero”, personaje muy conocido en la Mérida de aquella época porque era el encargado de hacer sonar las campanas de la catedral. Uno de los ebanistas más importantes de la ciudad era el Maestro Eulogio, quien tenía su fábrica de ataúdes en la misma calle que conducía al cementerio. Para los pobres hacía una cajita “apenas cepillada y pintada con una mano de barniz barato”, para los más pudientes, urnas de caoba con pasamanos e incrustaciones de plata.

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38Hubo un tiempo durante el cual los campesinos de la región vendían sus productos el día de mercado, que tenía lugar en la Plaza Mayor. Pero esa costumbre comenzó a causar molestias a los vecinos de la ciudad, quienes pedían a las autoridades la construcción de un moderno edificio de mercado. En 1874 Antonio Guzmán Blanco expropió a las comunidades religio-sas, pasando así el convento de las monjas clarisas a manos del Gobierno. El edificio fue demolido para la construcción del nuevo mercado público, pero estos trabajos tuvieron muchos contratiempos, y no fue sino hasta el año de 1895 cuando estuvo terminado. Era una enorme estructura, que contrastaba con las edificacio-nes de la ciudad en aquella época, pues contaba con 600 metros cuadrados de zinc y estaba apoyado sobre 44 columnas de madera. Sus tres entradas principales daban para las calles de Lora, Lasso y La Igualdad. En la parte superior del mercado se instalaron varios restaurantes de comida criolla, donde vendían suculentos mondongos, sopa de arvejas, guisos, fritangas y toda la variedad de platos de la cocina local. Quienes tuvieron la oportunidad de visitar el viejo mercado recordarán aquella mezcla de olores y colores, que le daban al lugar un toque pintoresco y las cantarinas voces campesinas que ofrecían su mercancía al paso de la gente. La noche del 31 de mayo de 1987 un incendio consumió aquel viejo mercado.

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39Se desconoce la fecha exacta de la introducción de la fotografía en Mérida; pero se sabe que para el año de 1868 visitó la ciudad el fotógrafo norteamericano Camilo Farrand, quien realizó las primeras tomas de la sierra y de los alrededores de la ciudad. En el mis-mo año, un comerciante de la localidad ofrecía sus cigarros de papel marca “La Honradez” en cajetillas adornadas con retratos fotográficos de señoritas meri-deñas y litografías de algunos sitios de la ciudad. En 1878 los emprendedores hermanos Parra Picón funda-ron un estudio fotográfico con instrumentos traídos de París y contaron con los servicios del francés Adolphe Michaud para su entrenamiento en el nuevo y curioso arte. En los últimos años de aquel siglo se estableció en Mérida un fotógrafo que provenía del centro del país y que estaba a cargo de un estudio llamado “Fotografía Artística Cosmopolitana de P.P. Romero González”; él recogió las imágenes de los devastadores efectos del terremoto de 1894 en una serie de fotografías que publicó la más importante revista venezolana de la época: El Cojo Ilustrado. Otro de los pioneros de la fotografía en Mérida fue Leonidas Valeri, fotógrafo que llegó a utilizar la luz de una manera tan magistral, que sus retratos resultaban verdaderas obras de arte.

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40En la Sala de Libros Antiguos de la Universidad de Los Andes, en Mérida, se encuentra un conjunto de textos que data del siglo XVI y que muestra una gran variedad de temas: Derecho, Filosofía, Teología, Física, Medici-na, Literatura, Historia... Estos volúmenes provinieron de la biblioteca del Seminario de San Buenaventura, hoy Universidad de Los Andes; textos que pertenecie-ron a las órdenes de los jesuitas, los dominicos, los agustinos, y de las donaciones de Fray Juan Ramos de Lora (617 volúmenes), Cándido Torrijos (2940 vo-lúmenes), Hernández Milanés, entre otras. Esta canti-dad de obras disminuyó por las guerras de Indepen-dencia y Federal, pues el papel en esos momentos tenía por prioridad la hoguera y el chopo. Uno de los más antiguos que se conserva en la ULA es un legajo al que le falta la portada y las veinte primeras páginas. Es un medio folio con cubierta de pergamino, papel basto y encuadernación primitiva. El texto está escrito en latín y realizado a dos columnas con caracteres góticos de tres cuerpos. Los doscientos folios que se conservan poseen numeración romana. Gracias a las investigaciones realizadas en la década de los setenta por Agustín Millares Carlo, basado en el texto de Juan Manuel Sánchez, Bibliografía aragonesa del siglo XVI, en donde aparece en versión facsimilar la portada del texto que nos ocupa, podemos transcribir el título del mismo, el cual es: Magistri didaci Diest questiones phisicales super Aristotelis textu(m) sigillatim om(n)es materias ta(n)ge(n)tes in quibus difficultates que in theologia alijs scientijs ex phisica pendent discusse suis lucis inseruntur. Su autor es Diego Diest y tiene

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por lugar y fecha de impresión a Zaragoza en 1510. El texto trata de La Física de Aristóteles, de los meteoros y la degeneración y corrupción del alma.

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41Al amanecer, los habitantes de Mérida se interrogaban asombrados por el origen de los carteles que cubrían las paredes de la ciudad:

El gran AeronautaBetter Chapman Jup

Tiene el honor de invitar a los habitantes de esta culta población para una ascensión que hará mañana a las 8am en la plazuela del Llano.

—¿Quién será ese musiú que dice que volará mañana? –se oía entre la muchedumbre aún enruanada por el frío mañanero.

La fama que este intrépido aeronauta ha adquirido en las principales ciudades de Colombia, Ecuador, Chile, Bue-nos Aires, Perú, República Argentina, Quito, Mucutuy, Acequias, Pueblo Nuevo, Mucuchachí, Mucumpate, Caño Amarillo, Pregonero, La Culebra y otras tantas re-corridas que ha dado en el transcurso de quince años, son garantía segura del buen éxito de mi compañía.

Y ya ganado el interés del público, no podía faltar la mención de la venta de los boletos:

Los billetes, en el establecimiento del señor Clemente Lamus, en el que se encuentra y ofrece a sus amigos y favorecedores su nuevo surtido de mercaderías y artículos de la actualidad como: vinos, ginebra legítima, brandi, ron fino, cocuy legítimo (mistela de canela), losa fina, cigarros y tabacos superiores, zarasas anchas, casimires y las afamadas (empanadas calientes).

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El espectáculo prometía diversión, y la verdad que a estas montañas no llegaba muy a menudo:

Desde ahora ofrezco traer a los que me han favorecido con su presencia en mi función de gracia, lindísimas vistas de los mundos siderales y algunos retratos de las personas más notables de los habitantes de la Luna.La compañía excita al joven y entusiasta profesor se-ñor Gil Antonio Gil, para que junto con sus compa-ñeros de armas inicie la partida del gigantesco globo recitando algunas piezas de su lírico repertorio. Se calcula en más de 30 metros la altura de éste.

NOTA.- La ascensión se verificará á las 8 de la maña-na por ser la hora más oportuna en que el viento es más suave y que por la tarde puede presentarse ade-más la lluvia y ahogarse o desnucarse el payaso.

Mérida: setiembre de 1890Better Chapman Jup (Director) 14

Y el espectáculo vino a realizarse, según lo pro-metido, a las 8 de la mañana en la Plaza El Llano, pero del domingo 5 de octubre de 1890. Una carpa se levantó en la plaza donde se exhibirían las supuestas tomas del espacio y los retratos de selenitas; la música, a cargo de Gil Antonio Gil –creador de la música del Himno del Estado Mérida– amenizaría el ascenso. Entonces un gran globo de tela comenzó a hincharse y los espectadores, boquiabiertos, observaron el payaso

14. Colección Hojas sueltas de la Biblioteca Febres Cordero, Mérida.

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que haría “el chorreo por las costillas” y otras suertes del variado repertorio que prometía el cartel.

—¡Miren, el payaso es un mono! –gritó uno de los muchachos que asistía al espectáculo. Y el rumor, como pólvora, corrió de boca en boca oyéndose la algarabía en lo que para entonces eran los cuatro extremos de la ciudad: de Milla hasta El Llano, de El Espejo hasta la Calle Lora.

Los muchachos aupaban con gritos al mono y las damas merideñas reían ocultando sus sonrisas con las manos enguantadas. Había en el mono como un te-dio, como una costumbre por haber realizado en más de una veintena de pueblos el mismo acto de montar-se en la cesta del globo inflado y ejecutar acrobacias con las sogas de la nave.

—Quizás eso explica la tristeza en los ojos del ani-mal –aventuró a decir el cura en voz baja, para sí, tratan-do de ver entre la muchedumbre el ascenso del globo.

Y el globo ascendió a más de 30 metros y el mono, con su tristeza, hacía sus piruetas en el aire. Los aplausos no se hicieron esperar y aumentaban de intensidad cuando la música de Gil Antonio Gil ace-leraba la marcha; los muchachos corrían siguiendo la trayectoria del globo, riendo y señalando al cielo. Poco a poco la nave iba descendiendo hasta caer so-bre un árbol en una margen del río Albarregas. Apenasse posó el globo sobre el árbol, aquél comenzó a in-cendiarse, huyendo el mono de inmediato para res-guardar su vida. Los muchachos que seguían la tra-

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yectoria del globo llevaron en hombros al intrépido aeronauta, cual héroe del día, regresando así a la plaza.

Una semana después, el domingo 12 de octubre de 1890, como lo reseñó Tulio Febres Cordero en su periódico El Lápiz, Nº 82, del 16 de octubre de 1890, se repetiría la función. De nuevo la música de Gil, las sonrisas cubiertas de las damas, el museo-carpa con los objetos exóticos, la algarabía de los muchachos, el tedio del mono y el globo remendado.

Nuevamente el globo estaba a más de 30 metros de altura, pero esta vez comenzó a incendiarse en el aire. El público guardó silencio temiendo por la vida del animal a quien, por costumbre, ya le habían tomado cariño. La nave fue descendiendo y tuvo tiempo el tripulante de llegar a tierra antes de que lo alcanzaran las llamas. Nuevamente el mono fue llevado en hombros por los muchachos y por primera vez se le pudo notar un brillo de alegría en los ojos.

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42Augusto Federico Ruejs tomó rumbo al Puerto de Arenales para esperar, como de costumbre, la llegada del barco que traería la materia prima de su sustento. La jornada de trabajo prometía normalidad con unos cuantos baúles y equipajes, pero 6 enormes y pesa-das cajas provenientes de Hamburgo, con destino a la ciudad de Mérida, le hicieron fruncir el ceño.

—Es mi trabajo, por algo soy el arriero –dijo con resignación.

Al día siguiente, 116 hombres al mando de Ruejs cargaron en hombros las 6 cajas que ostentaban en sus costados las palabras “Juan Münch & Cia.”, entre otras, e iniciaron la larga travesía por el camino de Arenales. Este camino, llamado por Tulio Febres Cordero “la vía del progreso” por haber entrado por allí la imprenta, el piano, gran cantidad de máquinas y objetos de arte, presentaba a los cargadores un trayecto sinuoso, empinado y fangoso.

Mientras, en Mérida los habitantes esperaban ansiosos la llegada de las cajas; incluso meses antes habían anunciado por la prensa el pronto arribo:

El reloj de la CatedralDentro de poco tiempo exhibirá la elegante torre de la Catedral su famoso reloj, debido a los esfuerzos del Sr. Bourgoin, y contribuciones de varios generosos merideños. A un paramento tan precioso viene anexa la utilidad pública. 15

15 La Actualidad [Mérida], (11 de mayo de 1876).

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El hacendado, el comerciante, el empleado público, el artesano, todo ser viviente que estando en socie-dad, sepa estimar el tiempo para la economía del tra-bajo, tiene que fijarse en nuestro reloj público; luego a todos importa su conservación y fijeza.

El pesado y enojoso cargamento de Ruejs era entonces el primer reloj público para la ciudad de Mérida. La iniciativa de tal empresa fue del científico francés P.H.G. Bourgoin, notable habitante de la ciu-dad, quien emprendió la campaña entre la ciudada-nía para la obtención de un reloj, consiguiendo para ello 800 pesos como contribución.

Ya con el reloj en la ciudad, Bourgoin se dedicó a la instalación del artefacto. Al principio se propuso instalar el reloj sobre la torre del Cuartel de Mérida, pero el avanzado deterioro de la estructura hizo ob-viar esta idea y se acordó colocar el reloj en la para entonces única torre de la Catedral. Para ello se con-trató al relojero José Antonio Troconis y como ayu-dante a su sobrino Jorge Febres Cordero. Ellos tuvieron por sueldo no más de una libra esterlina al mes, que se las pagaba Bourgoin por cuenta de la Catedral. Fue ardua la tarea de instalación y, al fin, el 7 de julio de 1876 comenzó a agitar los brazos de sus agujas el gran reloj de pesas y numeración romana.

Para el acto de inauguración, Bourgoin tuvo la idea de nombrar un grupo de personas que apadrinara al re-loj. Entre el grupo de padrinos se encontraba el Presiden-te del estado, general Pedro Trejo Tapia. El 28 de junio de 1876, Trejo Tapia responde la solicitud de Bourgoin con una efusiva carta en la que dice, entre otras cosas:

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El Gobierno sabe estimar el interés que Ud. ha to-mado por la empresa que eleva en la empinada torre de Catedral ese reloj que no solamente marcará las divisiones y subdivisiones del tiempo para utilidad de todos, y principalmente, para el orden económi-co de los trabajos públicos, sí que también será un grato recuerdo a la memoria del ciudadano francés P.H.G. Bourgoin. 16

Troconis y Febres Cordero desempeñaron el cargo de relojeros de la Catedral por un año, hasta 1877. Luego, Manuel Antonio Fernández y su hijo Antonio desempeñarían el cargo vacante devengando la asig-nación mensual de 20 bolívares. Ellos desinstalaron por primera vez el reloj entre 1901 y 1902, para la-bores de mantenimiento. Por ese trabajo de limpieza cobraron 170 Bs.

Y el tiempo fue pasando para el reloj de pesas. Terremotos, cambios políticos y sociales, hazañas y des-vergüenzas presenciaba el vigía de cara redonda desde lo alto de la torre. En la década de los 60 el viejo reloj dio paso a los avances de la ciencia y fue sustituido por un reloj electrónico y de numeración arábiga.

Hoy el viejo reloj sueña desde su nuevo hogar con esplendores pasados. Acostado en el Museo Arquidio-cesano, tal vez intenta mover sus brazos, como otrora.

16. La Actualidad (Mérida), (6 de julio de 1876).

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43En la obra del escritor merideño Mariano Picón Salas se observa el continuo oficio de la añoranza, el permanente deseo de regresar a la casa de infancia, al origen:

Acaso me duele todavía haber dejado de ser aquel adolescente, vestido de provinciano dril, sobre un caballo blanco, por esos campos de los Andes de Venezuela (...) Y para la sabiduría secular era más sensato quedarse con la porción de suelo, el manso caballo de paso y el oficio que heredamos, que salir por el mundo en desordenado y absurdo afán. ¿Tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, son de alguna utilidad?, se preguntaba una de las fábulas escolares que leía en mi infancia. Pero acaso, diabólicamente, desde jóvenes estábamos tentados de romper esos límites de con-formidad o seguridad que nos daba la familia, o las cosas conocidas. Con frecuencia trocamos lo firme y permanente por lo incierto y azaroso. 17

Esa conseja cándida de cultivar nuestro jardín, de invocar las añorantes moradas, vertebra la obra autobiográfica de Mariano Picón Salas. En Viaje al amanecer, Regreso de tres mundos, Odisea de tierra firme, entre otras obras, el merideño errante “Por más que anduve muchas tierras no perdí la costumbre de ser merideño entrañable”–dijo– recrea la Mérida de su infancia y coloca como centro de su mundo a la casa de su niñez:

17. Mariano Picón Salas. Regreso de tres mundos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, p. 56.

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La casa de mi abuelo coronó sus dos pisos en 1899, y desde entonces, cima del esfuerzo familiar, no sufriría más transformaciones. Continuaba empinándose orgu-llosamente sobre las otras casas [de Mérida]: el ancho portón era catedralicio, y en el piso bajo, las puertas de la tienda “Las Novedades”, ahora en las manos del hijo mayor de mi abuelo, se abrían hacia dos calles: la de Los Libertadores y la de La Igualdad. 18

Al hablar de la casa, Mariano Picón Salas menciona fantasmas luminosos y parlanchines, solares para expediciones magallanescas, de “entierros” o tesoros nunca encontrados: “...a fines del siglo XIX mi abuelo adquirió aquella casa de la calle Bolívar con la leyenda del cuantioso entierro” 19. No imaginamos mejor homenaje para Mariano Picón Salas, y lo decimos en tono de ruego y a la vez de protesta, que rescatar la casa de la esquina de la torre de la Catedral de Mérida, casa de infancia de Picón Salas a la que hemos estado refiriéndonos. Imaginamos allí una especie de museo “marianista” en el que se adornen sus habitaciones y demás zonas de la casa con las descripciones que de ellas hizo el escritor. Proponemos además que allí, en la medida de lo posible, se establezca una biblioteca de escritores merideños, homenaje fundamental para todo creador. Con nuestra propuesta creo que ayudaríamos a revocar la eterna errancia a la que estuvo condenado Mariano Picón Salas y cumpliríamos así su deseo secular:

18. Mariano Picón Salas. Odisea de tierra firme. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, p. 78.

19. Mariano Picón Salas. Viaje al amanecer. Buenos Aires: Losada, 1959, p. 30.

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Desde donde la ruta vuelve a subir, tengo la última vi-sión de mi ciudad y de su sosegado caserío blanco, de las torres de sus iglesias, de los árboles que despuntan tras del tapial de sus solares. ¡Adiós Mocho Rafael, adiós Teresita, adiós Catire Bravo! Otros muchachos –como lo impone la cambiante civilización– escu-charán otros cuentos y tratarán otros personajes; no conocerán el miedo al diablo, a la próxima visita al Cometa Halley, a las señales del fin del mundo, pero siempre habrán de gozar –¿por qué no?– con las mari-posas, los pájaros y la luz de Mérida. Para entonces yo estaré muerto y me gustaría que me recordasen. 20

20. Mariano Picón Salas. Viaje al amanecer. Buenos Aires: Losada, 1959, pp. 153-154.

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44Existen varios textos venezolanos impresos durante la Guerra de Independencia que se encuentran en la Biblioteca Febres Cordero de Mérida. Según el re-sultado obtenido en el arqueo, que colocamos en for-ma de lista al final de esta nota, observamos que tres obras aún se conservan en los papeles de Don Tulio.

Las tres, ratificando aquel manoseado lema de que el plomo de la imprenta ayudó a la consecución de la libertad, evidencian la importancia de la imprenta en la edificación de la República. Esperamos que este arqueo sirva a los investigadores del arte tipográfico y de la historia patria en general:

Antonio Nicolás Briceño. Refutación que D. Antonio Nicolás Briceño, Representante de Mérida, en el Con-greso General de Venezuela, hace del discurso inserto en el número primero del Patriota, afin de probar la uti-lidad, conveniencia, y necesidad de dividir la Provin-cia de Caracas. Impresor: Juan Baillio. Caracas, 1811.

Francisco Javier Ustáriz. Contestación oficial del ciuda-dano Francisco Xavier Ustariz al General en Gefe del Exercito Libertador ó Proyecto de un Gobierno Provisorio para Venezuela. Impresor: Juan Baillio. Valencia, 1813.

Venezuela. Constitución Política del Estado de Venezuela, formada por su segundo Congreso Nacional, y presentada á los Pueblos para su sanción. Impresor: Andrés Roderick. Angostura, 1819.

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45En el famoso periódico El Lápiz, elaborado por Tulio Febres Cordero, salió publicada una curiosa nota el año de 1893. En ella se hace referencia a una botella de anís dejada en la Sierra Nevada en 1870 por una expedición que intentaba alcanzar el punto más elevado de Venezuela. La nota vale la pena reproducirla íntegramente:

El trago más altoEs el contenido en una botella que desde 1870 reposa al pie del picacho más alto de la Sierra Nevada. O sea, a cerca de 4.580 metros sobre el nivel del mar. La botella contiene anisado y fue dejada allí por la ex-pedición que en dicho año ascendió hasta muy cerca de aquellas crestas inaccesibles. Ninguna otra expedi-ción ha llegado después a tanta altura; y es claro que en la grandes nevazones la botella permanece sepul-tada bajo la nieve. ¡Cómo estará ese anisado hoy, al cabo de veinte y tres años! 21

21. Tulio Febres Cordero. El Lápiz, (Mérida) Vol. II, Nº 97, (12 de octubre de 1893), p. 3.

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46A la hora de recordar la muerte de José Gregorio Hernández se menciona como un hecho sorprendente el que el único carro que existía en Caracas haya segado la vida a hombre tan ilustre. Pero la verdad es que el cuento es otro. Para el año de 1919, fecha de muerte del Dr. Hernández, existía en la capital venezolana la cantidad de 4.000 automóviles aproximadamente. Inclusive, Caracas contaba con un tranvía, de donde bajaba “El Venerable” antes de ser sorprendido por la desgracia. Antecedentes memorables tuvo el aut-móvil en nuestro país: el primer Ford que llegó a Venezuela fue traído por Alfredo Anzola en 1908. Cuentan que la esposa de Cipriano Castro era adicta a los paseos en automóvil, el cual era manejado por un chofer francés. Otro francés fue el conductor del primerautomóvil en Mérida; el Presidente del Gran Estado Los Andes, Amador Uzcátegui, mandó traer desarmado el automóvil en 1916 y, ya en funcionamiento, los meri-deños lo llamaron “el carro prisionero”, pues sólo podía recorrer hacia arriba y hacia abajo la avenida Bolívar, la única empedrada para el momento.

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47La noche del sábado del 5 de noviembre de 1955, la ciudad de Mérida oía las alegres campanadas que provenían de la torre de la Universidad de Los Andes. En la Facultad de Derecho, que para aquel entonces estaba situada en lo que hoy es el Museo Arqueológico, edificio del rectorado, se celebraba la inauguración de una nueva Escuela: la Escuela de Humanidades. Luis Spinetti Dini, orador de orden del acto, mencionaba los objetivos de esa nueva Escuela dependiente de la Facultad de Derecho, decretada cuatro meses antes por el Consejo Universitario:

La Escuela de Humanidades que hoy instalamos aspira a que Mérida vuelva por su vieja y muy pura tradición espiritual a aumentar el acervo cultural de la República, formando profesionales en algunas ramas de la docen-cia o complementando los estudios que se siguen en otras Facultades. Que esta Escuela, la más pequeña entre las muchas que integran las cinco universidades venezolanas, pueda algún día merecer las palabras que, referidas a la abeja, encontráramos en el Eclesiástico: Brevis in volatibus est apis, et initium dulcoris habet fructus illium (XI, 3): pequeña entre los seres alados es la abeja, pero el fruto de su labor es riquísimo. 22

Entre las personalidades que alentaron la idea se encontraban Américo Castro, Horacio Cárdenas Becerra,

22. Luis Spinetti Dini. “El acto de instalación de la Escuela de Humanidades el 5 de noviembre de 1955”. Separata de Humanidades, Anuario, Año III, Tomo III, Nº 9, 1961. Mérida: Facultad de Humanidades y Educación, Universidad de Los Andes, pp. 193-194.

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Augusto Mijares, Pedro Grases, Mariano Picón Salas, Walter Dupouy y Miguel Ángel Burelli Rivas. Alfonso Cuesta y Cuesta, rememorando esos años, dice: “Difíciles fueron los comienzos, a causa de nuestras flacas fuerzas, mas tan firme fue el apoyo rectoral, tan generosas –sin excepción alguna– las manos que nos guiaron, que la llama prendió”. 23

El 10 de abril de 1958 llega a manos de Carlos César Rodríguez el nombramiento de su cargo como Decano de la Facultad.

Carlos César Rodríguez llegó de repente, como llega el buen tiempo. Venía de Caracas con los laureles de su primer libro, Los espejos de mi sangre, y con su título académico limpiamente ganado en la Universidad de Buenos Aires. Y se puso a la obra. 24

Como hija que cumple mayoría de edad y desea hacer mundo, peregrinando, la nueva facultad aban-donó su casa de infancia en la Facultad de Derecho y comenzó su deambular. Su primera residencia estuvo ubicada en un viejo caserón que hacía esquina de la avenida 3, número 25-68 y 25-64, donde hoy se en-cuentra un estacionamiento. Luego pasó a otro caserón de esquina en la calle 21, número 4-71, comenzando

23. Alfonso Cuesta y Cuesta. “Discurso pronunciado por A. Cuesta y Cuesta el 19 de marzo de 1968, en ocasión del homenaje tributado por la Facultad al Doctor Carlos César Rodríguez, al cumplir diez años al frente del Decanato de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela”. En: Homenaje al Decano de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes Doctor Carlos César Rodríguez. Mérida: Universidad de Los Andes, 1968, p. 9.

24. Ibidem.

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aquí las clases el 6 de febrero de 1959. Pero hubo otro traslado: Letras, Decanato y Administración fueron mudados a la avenida 4, número 20-77. Ya a media-dos de la década de los 70, la Facultad de Humanida-des toma un largo descanso en la que será conocida como antigua sede de la Facultad, en la entrada de la ciudad, vía el páramo. Allí hizo vida académica has-ta mediados de la década de los 90 cuando termina su condición de Facultad portátil al asentarse en el actual Núcleo La Liria, frente a la plaza de toros. Al-canzando ya casi los 50 años, la Facultad de Huma-nidades ha sido testigo de extraordinarios profesores y estudiantes que le han dado el merecido puesto en el mundo académico venezolano.

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48Representa la plaza el núcleo principal de la vida ur-bana en numerosos pueblos y ciudades. Ella, testigo añejo, ha sido sitio de revueltas, de proclamas, asenta-miento natural de mercados, de foro para el homenaje y la diatriba, de fusilamientos, de ahorcamientos. Ha presenciado la invasión de hordas, de notas emitidas por las bandas musicales, de bandadas de palomas. Con la vigilia de la iglesia, la gobernación, el cuartel y el juzgado –sus cuatro vecinos– ha permitido la solem-nidad de la celebración religiosa y la algarabía de las corridas de toros. La Plaza Bolívar de Mérida esconde varias historias, algunas sorprendentes, como la que cuenta que el que grite desde la escalera de la esquinade la plaza, que está justo al frente de la Catedral, pue-de oír el eco de los pasadizos secretos subterráneos que comunican la iglesia con otros puntos de la ciu-dad. Se cuenta también acerca del supuesto entierro de la mano del Tirano Aguirre en algún punto de la plaza. Otra historia, está totalmente comprobada, es la presencia de un cofre debajo de la estatua ecuestre de Simón Bolívar que está en el centro de la plaza. Este cofre contiene una copia del acta de fundación de Mérida y otros documentos y objetos depositados por Tulio Febres Cordero como homenaje en la rei-nauguración de la plaza. Quizás, amparado en un crepúsculo de atardecer, se pueda oír nuevamente los ecos de la historia que se esconden en la Plaza Bolívar de Mérida.

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49Debido a la poca información que existe sobre la actividad intelectual de las mujeres en el siglo XIX venezolano, es difícil determinar cuándo se le comienza a dar cabida a sus escritos en la prensa. Si revisamos La Gaceta de Caracas, primer periódico venezolano, hallamos en su editorial del primer nú-mero una invitación a las mujeres a participar con colaboraciones; invitación fallida puesto que no en-contramos a lo largo de toda la existencia del periódico colaboración alguna escrita por mujer:

Se suplica por tanto á todos los Sugetos y Señoras, que por sus luces é inclinación se hallen en estado de contribuir á la instrucción publica, y á la inocente recreación que proporciona la literatura amena, ocu-rran con sus producciones, en Prosa o Verso, á la ofi-cina de la Imprenta (sic). 25

En cuanto a los inicios de la mujer venezolana en la prensa, Yolanda Ramón, en su libro La mujer en la vida nacional y en la prensa, nos dice al respecto:

El Rayo Azul (1864) semanario literario del Zulia edi-tado por Perfecto Jiménez, es quien inicia a la mujer en el periodismo al aceptar colaboraciones femeninas. Probablemente, la mujer venezolana ya había parti-cipado en la prensa nacional a consecuencia de haber intervenido en la política, pero no se hallaron datos

25. La Gaceta de Caracas, 24 de octubre de 1808.

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anteriores a El Rayo Azul, quedando –para efectos de este libro– tal semanario como punto de partida para la historia de la mujer en la prensa. 26

No fueron pocas las mujeres que escribieron en periódicos y revistas; generalmente relatos, ensayos, novelas románticas y poemas, representan el grue-so de la producción femenina. Como vimos, El Rayo Azul, semanario literario publicado en el Zulia en 1864, es el punto de partida de la participación de la mujer en la prensa venezolana, según el trabajo de la periodista Yolanda Ramón. Pero en dicho estudio encontramos varios ejemplos más: Ensayo Literario, revista semanal caraqueña que se publicó en 1872, redactada por Isabel Alderson. El Mensajero de las Damas, semanario dirigido por Ramón Escobar “para entretener e instruir a las mujeres”, publicado en 1887 en Barquisimeto. El Ávila, semanario de literatura, poesía y bellas artes, publicado en Caracas en 1891. El Problema, publicación político-literaria caraqueña, de 1891, dirigida y redactada por Rosalina González, en cuyo primer número puede leerse:

Extraño en verdad parecerá mi prospecto a los que no quieren ver a la mujer ejerciendo otras funciones que las domésticas [...]. Los adelantos ceden al impulso de los siglos y la mujer de hoy sin prescindir de esos atributos que son en su luminosa marcha la gala más

26. Yolanda Ramón. La mujer en la vida nacional y en la prensa. Caracas: Arte, 1985, p. 43.

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preciada, responde enérgica olvidando la negligen-cia de ayer [...]. Al lanzarme en la escabrosa senda del periodismo no ignoro ni lo ingrato de sus labores ni las responsabilidades que lo afectan [...]. La mujer viene a completar este aserto: relegada a vivir vida material, las expansiones de su espíritu se ahogaban en los oscuros claustros. Las ideas morían por asfixia en su cerebro, hasta que, en nombre del derecho na-tural, se les ha concedido figurar en el palenque de las discusiones públicas... 27

Las merideñas de finales del siglo XIX no se que-daron atrás en la participación periodística y la lucha por la igualdad de género. En el periódico merideño El Canario, de 1877, puede leerse lo siguiente:

¡Cuarenta siglos de abyección y de ignominia: cuaren-ta siglos durante los cuales la muger (sic) no ha sido la señora que manda, pero ni aun la grata compañera del hombre, sino su vil esclava: cuarenta siglos de desesperante agonía, sin asilo al pudor, sin refugio a la inocencia!”. 28

Sin embargo no todos los testimonios eran un signo de rebeldía, pues fueron muchos los discursos de carácter moral y religioso que estaban escritos por mujeres o dirigidos a ellas; por ejemplo, trans-cribimos parte del editorial del periódico merideño El Mensajero del Hogar (21 de abril de 1877): “El hombre brilla fuera: la mujer en el hogar domésti-

27. Yolanda Ramón. op. cit., p. 52.28. El Canario. “A la mujer y a la juventud estudiosa del país”. (1877-1878), p.1.

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co. El hombre sostiene y protege (sic) la familia: la mujer la encanta con sus gracias”.

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50El bastón es, para muchos, símbolo de enfermedad y vejez, imaginándonos su uso exclusivo en manos temblorosas y como apoyo de pasos cansados. Pero la verdad es que así no ha sido siempre. Desde su aparición en la era Paleolítica, el bastón fue utilizado como instrumento para dar muerte a las presas y entre algunas primitivas tribus era el símbolo del mando.

El bastón llega a Venezuela, durante la época co-lonial, debido a la adopción de costumbres civiliza-torias europeas. Para ilustrar la presencia del bastón en la historia venezolana, enumeramos algunos datos hallados entre apolillados papeles:

–El nueve de enero de 1789, en la ciudad de Mérida, se crea la Policía Colonial por mandato del teniente Justicia Mayor Jerónimo Fernández Peña. Entre una de las tantas funciones de la Policía Colonial se encontraba:

Mando que ninguna persona cargue bastón, sólo aquellos que por sus empleos o cargos que obtienen deben cargarlos, pena que al inobservante se le apli-cará un mes de cárcel y cuatro pesos de multa que se aplicarán en la forma ordinaria. 29

Esta disposición estuvo en vigencia hasta 1796.

29. Tulio Febres Cordero. Archivo de Historia y Variedades. Caracas: Parra León Hermanos, 1930; t. II, p. 45.

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–Antes de instituirse la banda presidencial como símbolo de la primera magistratura, el bastón desem-peñaba tal uso.

–El 19 de abril de 1810, al ser depuesto Vicente de Emparan y Orbe –último capitán general de Venezuela–por el Cabildo revolucionario, Vicente Salias le arre-bató su bastón.

–Francisco Iturbe le regaló un bastón a Simón Bolívar, su amigo íntimo, en 1827. En agradecimiento Bolívar le escribe una carta, fechada el 1 de julio: “Recibo con mucho placer un bastón que Ud. me da: es la imagen del mando que yo aborrezco, por lo que jamás uso tal insignia”.

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PARA SABER MÁS SOBRE MÉRIDA

–Briceño Guerrero, José Manuel. Anfisbena, culebra ciega. Caracas: Greca, 1992.

–Briceño Iragorry, Mario. Mensaje sin destino y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1988.

–Cartay, Rafael. La mesa de la meseta. Mérida: Merenap, 1988.–Chalbaud Zerpa, Carlos. Historia de Mérida. Mérida:

Universidad de Los Andes, 1984.–Febres Cordero, Tulio. Archivo de historia y variedades.

Caracas: Parra Picón Hermanos. T. I y II, 1930.–Febres Cordero, Tulio. El Lápiz. Mérida: Instituto Autónomo

Biblioteca Nacional y Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, 1985.

–Goering, Anton. Venezuela. El más bello país del Trópico. Caracas: Playco, 1999.

–Picón Salas, Mariano. Viaje al amanecer. Buenos Aires: Losada, 1959.

–Yolanda Ramón. La mujer en la vida nacional y en la prensa. Caracas: Arte, 1985.

-Rodríguez, Carlos César. Testimonios merideños. Mérida: Solar, 1996.

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Catherine García Rodríguez (Mérida, 1968) Licenciada en Letras, Magister en Lingüística por la Universidad de Los Andes y Especialista en Comunicación Social por la Universidad de La Habana. Actualmente se desempeña como profesora de Semiótica, Publicidad y Propaganda e Historia de Caracas en la Universidad Bolivariana de Venezuela, sede Caracas. Se especializa en el estudio de la Comunicación y la Prensa en Venezuela.

Diego Rojas Ajmad (Trujillo, 1974) Licenciado en Letras y Magister en Literatura Iberoamericana por la Universidad de Los Andes. Coautor de Un recorrido por el mundo de las ideas (1998). En 2006 gana el premio único de la Bienal de Ensayo Enrique Bernardo Núñez por el trabajo Mundos de tinta y papel. La cultura del libro en la Venezuela colonial. En 2007 gana el premio de narrativa “Cuentos sobre Rieles”, auspiciado por CVG Ferrominera. Actualmente se desempeña como profesor de la Universidad de Guayana. Se especializa en el estudio de la cultura venezolana colonial.

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Se terminó de imprimir en febrero de 2010en el Sistema Nacional de Imprentas

Mérida - Venezuela.La edición consta de 500 ejemplaresimpresos en papel Ensocremi 55gr

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