Esquilo y Conflicto Practico

36

description

dmd

Transcript of Esquilo y Conflicto Practico

  • Esquilo y el conflicto prctico

    2

    La tragedia griega muestra a personas buenas arrastradas a la ruina como resultado de acontecimientos que no est en su mano dominar. Es una circunstancia que mueve a compasin, pero no podemos negar que se trata de un hecho corriente en la vida humana. Tampoco representa una amenaza para nuestras opiniones ms arraigadas sobre el bien, ya que ste puede permanecer inclume entre las mudanzas exteriores de la fortuna. Ahora bien, hay algo ms que la tragedia pone de manifiesto y que nos perturba ms profundamente: vemos en ella a personas buenas realizando acciones malvadas, que, en otras circunstancias, repudiaran por su carcter y sus compromisos morales, como consecuencia de factores de cuyo origen no son responsables. En ocasiones, tales casos estn mitigados por la presencia de coercin fsica directa o ignorancia excusable. Entonces podemos sentirnos tranquilos: el agente no ha actuado mal, ya sea porque no ha actuado en absoluto o porque (como Edipo) lo que hizo de forma intencionada no se identifica con lo que provoc inadvertidamente1. Sin embargo, las tragedias ponen tambin ante nuestra mirada un tercer tipo de casos mucho ms difciles de asimilar, tratndolo por extenso; nos referimos a lo que ha dado en llamarse la situacin del conflicto trgico. En ella asistimos a la realizacin de un acto reprobable cometido sin coercin fsica directa y con plena conciencia de su naturaleza por una persona cuyos compromisos y carcter morales la impulsaran normalmente a rechazarlo. La coercin se deriva de ciertas circunstancias que imposibilitan la satisfaccin simultnea de dos exigencias ticas vlidas. Por lo general, en la tragedia se toman muy en serio tales situaciones. Se consideran casos reales de conducta censurable que son pertinentes para valorar la vida tica del agente. En el contexto trgico, las situaciones aludidas son objeto de una consideracin pormenorizada y de numerosos anlisis; una y otra vez se plantea la cuestin sobre el bien personal en circunstancias tan alarmantes.

    Como consecuencia de esta actitud, la tragedia griega, en especial las obras de Esquilo, ha sido tachada a menudo de primitiva desde el punto de vista tico. La crtica surge con el nacimiento mismo de la filosofa moral. Scrates dice a Eutifrn (quien, cabra pensar, est inmerso en un problema de idntico tipo)2 que los relatos

    1 Sobre este caso y los problemas que plantea para una explicacin de la accin, vase el cap. 9.2 El cas dr Pnrifrrin se trata con m is detalle posteriormente (pgs. 60-61).

    53

  • que refieren la colisin de obligaciones morales opuestas repugnan a la razn, ya que afirman una contradiccin: Con tal argumento, querido Eutifrn, lo piadoso y lo impo seran una y la misma cosa (Eutifrn, 8a). Estas narraciones lgicamente incoherentes no pueden ofrecer modelos apropiados para nuestro anlisis de la piedad. Puesto que la teologa griega tradicional se caracteriza por permitir tales conflictos, destacando incluso la frecuencia con que se presenta -a menudo resulta difcil que un solo ser humano pueda satisfacer las demandas de divinidades tan distintas como, por ejemplo, Artemis y Afrodita y, sin embargo, estamos obligados a honrar a todos los dioses- , lo que en realidad hace Scrates (cfr. cap. 4) es una crtica de las antiguas deidades en nombre de la razn, aun cuando ms tarde negar y se defender de esta acusacin.

    La objecin socrtica ha ejercido un influjo tan amplio que muchos eminentes intrpretes de la tragedia griega estn convencidos de que la formulacin trgica del conflicto prctico es un ejemplo de pensamiento primitivo y prerracional. Un autor norteamericano reciente, refirindose a Esquilo, seala con desaprobacin:

    Una dike [obligacin de justicia o derecho] puede ser y a menudo es cuestionada por otra dike que se le opone, en cuyo caso no es necesario que slo una de ellas sea verdadera (o justa)... Esta coexistencia notablemente incoherente (para nuestro modo de pensar) de dos dikai vlidas y opuestas dentro de un proceso general de dike

    J Vase tambin el cap. 3. Las consecuencias morales de esta caracterstica de la religin griega las interpreta Lloyd-Jones (JZ, 160) de manera sorprendente. Este autor llega a la siguiente conclusin: Se infiere que, a menudo, es difcil determinar si un deseo concreto es malo, proposicin que a la mayora de los seres humanos se le ha ocurrido con ocasin de alguna experiencia vivida, pero a la cual el monotesmo dogmtico no siempre presta atencin. (Aqu sostendr que la dificultad no slo concierne a la decisin sobre qu sea lo mejor, pues en algunos casos la decisin misma no se pone en duda.) No est claro que la visin griega del conflicto moral se derive de estas creencias teolgicas; mis bien parece que las concepciones teolgica y moral expresan conjuntamente una respuesta caracterstica al problema de la eleccin humana. Comprese las tesis de Lloyd-Jones con el certero tratamiento del problema por parte de J.-P. Vernant en Tensions et ambiguits dans la tragdie, en Vernant y Vidal-Naquet, MT, 33.

    Puesto que, tanto en este captulo como en el siguiente, me referir a conflictos generados por obligaciones de origen religioso, es importante sealar que la relacin entre la esfera de la religin y la moral- prctica no era la misma en la religin olmpica que en la tradicin judeo-cristiana. La distincin entre ambas esferas es mucho ms dificultosa en el contexto griego. Aunque no podemos abordar a fondo la cuestin en este momento, conviene sealar que la religin olmpica no contemplaba la idea de que la autoridad divina fuese una realidad inescrutable en s, frente a la cual debe adoptarse una fe irracional. En Grecia, la religin es, sobre todo, un sistema de prcticas que se integra con otras prcticas sociales convencionales en una totalidad y que est estructurada para resaltar la importancia de ciertas reas de la vida moral y social consideradas fundamentales. La continuidad con el pensamiento sobre el valor en los dioses en sus modos de valorar. Los dioses son seres antropomrficos que actan movidos por razones; por tanto, no es impo intentar comprenderlas. La fe judeo-cristiana en lo desconocido y racionalmente incomprensible difcilmente tendra cabida en la religin griega. Por otra parte, existe una divinidad protectora para cada mbito importante de la vida humana; pocas veces estar claro (al contrario que en la tradicin judeo-cristiana) si el respaldo divino aade algo importante al sentido humano profundo de la exigencia tica, o bien slo subraya la importancia, la permanencia y la naturaleza vinculante de la obligacin. (As, el hecho de que Aristteles reconozca slo de pasada a las divinidades olmpicas apenas modifica su planteamiento tico.) En consecuencia, podramos decir que la forma de las instituciones religiosas se armoniza con las creencias ticas intuitivas de los griegos, configurndose y modelndose ambas mutuamente. Vase, no obstante, cap. 13, pgs. 500-506.

    54

  • no debe ser identificada con nuestro concepto moral de justicia... Si equiparamos dike y justicia moral atribuimos a la primera un carcter ms sistemtico del que posee en realidad5.

    Un importante crtico alemn, Albin Lesky, va todava ms lejos, y encuentra en la exposicin esquiliana de estas situaciones conflictivas dos tipos de incoherencia lgica:

    Si se pretende establecer una distincin lgica clara, es obvio que habr de decirse: Un hombre que acta por necesidad 110 acta voluntariamente. Pero la coherencia lgica obligara a rechazar numerosos pasajes de las tragedias de Esquilo... De hecho, el obstculo frente a cualquier intento de anlisis lgico es mucho ms difcil de salvar... No es la campaa de Troya un justo castigo infligido en nombre del ms alto dios, Zeus, que protege las leyes de la hospitalidad? Por tanto, Agamenn acta en nombre del dios que quiere este castigo. Y, sin embargo, el precio que pagar es una culpa terrible que habr de expiar con la muerte. No existe aqu coherencia lgica alguna5.

    De este modo, se afirma que la tragedia de Esquilo incurre en un error lgico, tanto en su tratamiento de las relaciones entre la coercin y la eleccin como en su modo de retratar el efecto de enfrentar al agente con diversas exigencias encontradas que clausuran toda posibilidad de accin no culpable. Gagarin y Lesky (al igual que muchos otros autores) coinciden en que el pensamiento de Esquilo adolece de una confusin grave que la reflexin moderna ha dejado atrs; en consecuencia, los planteamientos esquilianos son intiles para examinar nuestras creencias actuales sobre la bondad de la eleccin y nuestra concepcin (supuestamente sistemtica) de la obligacin moral.

    En las pginas que siguen pretendo analizar y valorar estas afirmaciones, intentado responder a las cuestiones siguientes: a) por qu y cmo algunas concepciones ticas modernas niegan la existencia del conflicto trgico, y b) qu influencias tericas han llevado a determinados autores a infravalorar la reflexin trgica. Al mismo tiempo, investigar el significado del nosotros del que Gagarin habla con tanta confianza; en otras palabras, intentar determinar, por un lado, si el tipo de conflictos que venimos considerando es en verdad ajeno a nuestra vida cotidiana y, por otro, si la reflexin trgica no se adapta mejor que algunas explicaciones tericas modernas a nuestras concepciones profundas sobre estos problemas. As comenzaremos a esclarecer la forma en que la accin trgica y el pensamiento religioso tradicional que subyace en ella muestran la relacin existente entre el bien humano y el universo del

    A M. Gagarin, Aeschylean Drama (Berkeley, 1976). Tanto en Le moment historique de la tragdie (MT, pgs. 13-17) como en Tcnsions et ambiguets*, pg. 31, J.-P. Vernant defiende tesis similares. Aunque Vernant presenta con gran intensidad y sin ninguna condescendencia la visin trgica de la colisin de obligaciones vlidas (vase n. 3, supra), aqu parece confundir tres afirmaciones distintas: 1) que las exigencias de dike pueden enrrar en conflicto; 2) que las exigencias de dike son ambiguas; 3) que las exigencias de dike se encuentran en proceso de cambio y pueden transformarse en sus contrarias. Me parece que sus argumentos slo afectan a la afirmacin 1).

    5 A. Lesky, Decisin and responsibility in the tragedy of Acschylus, JH S, 86 (1966), pgs. 78-85, cit. pgs. 82-83. Otros autores, por ejemplo, John Jones, Dcnys Pagc y John Peradotto, sostienen posturas similares. Para una relacin bibliogrfica ms exhaustiva, vase n. 22 injra.

    55

  • acontecer externo. Dado que mi objetivo es investigar la relacin que se establece entre lo que la tragedia pone de manifiesto y lo que nuestra intuicin considera aceptable, comenzar presentando una sinopsis de los factores que se suelen considerar pertinentes para la valoracin de estos casos de conflicto. A continuacin resumir algunas de las soluciones filosficas ms importantes que se han dado al problema, soluciones cuya influencia ha determinado en gran medida la postura de los estudiosos sobre el carcter primitivo de la no-solucin trgica. Por ultimo, analizar en detalle dos descripciones esquilianas del conflicto y sostendr que, de hecho, este enfoque potico estructura nuestras intuiciones prcticas mejor que las soluciones tericas aludidas.

    I

    Estamos examinando, pues, situaciones en las que una persona se ve forzada a elegir hacer (tener) una cosa u otra6. Dada la manera en que est constituido el mundo, esa persona no puede hacer (tener) ambas. (Por el momento aplazaremos la discusin de si con una mejor planificacin se habra podido eludir la alternativa. Abordaremos este tema en el prximo captulo.) En todo caso, la persona desea hacer (tener) las dos cosas; o, con independencia de lo que quiera de hecho, tiene alguna razn para hacer (tener) ambas. Cada una atrae con fuerza sobre sf la atencin prctica del agente. ste prev que, con independencia de cul sea su eleccin, terminar lamentando no haber adoptado la otra decisin posible. Algunas veces, cuando las preocupaciones enfrentadas del agente parecen pesar lo mismo, tomar una decisin puede resultar muy difcil. En otros casos, la persona puede ver con claridad cul es la mejor eleccin y, sin embargo, lamentar haber desatendido otras preocupaciones importantes. En efecto, es crucial insistir desde un principio en que el problema no se reduce a la dificultad de la decisin, ya que el conflicto puede surgir tambin cuando sta parece perfectamente obvia. Aristteles habla de un capitn que arroja su carga por la borda durante una tormenta a fin de salvar su propia vida y la de quie

    6 Para un debate contemporneo sobre estas cuestiones, vanse I. Berlin, Concepts and Categories (Nueva York, 1978) passim ; P. Foot, Moral realism and moral dilemina, JP, 80 (1983), pgs. 379-98; B. van Fraasen, Vales and the hearts command, JP, 70 (1973), pgs. 15-19; R. M. Har, The Langiiage ofM oris (Oxford, 1952), en especial las pgs. 50 y ss., y M oral Thinking (Oxford, 1981), en especial las pgs. 25-64; J. Hintikka, Deontic logic and its philosophical moris, en Models f ir Modalities (Dordrecht, 1969), pgs. 184-214; E. J. Lcmmon, Moral dilemmas, PR 71 (1962), pgs. 139-58; R. B. Marcus, Moral dilemmas and consistency,/ 77 (1980), pgs. 121-35; T. Nagel, War and massacre, PPA, 1 (1972), reimpreso en Moral Questions (Cambridge, 1979), pgs. 53-74; W D. Ross, The Right and the Good (Oxford, 1930); J. Searle, Prima facie obligations, en Philosophical Suhjects: Essays Presentid to P. F. Strawson (Oxford, 1980), pgs. 238-59; M. Waltzer, Political action: the problem o f dirty hands, PPA, 2 (1973), pgs. 160-80; Bernard Williams, Ethical consistency, /M5S, 39 (1965), reimpreso en Problems o f the Self (Cambridge, 1973), pgs. 166-86, y Conflicts of vales, en M L, pgs. 71-82. Comentar algunas de las afirmaciones de Williams un poco ms adelante. Los artculos de Marcus y Searle, publicados con posterioridad a la primera versin de este captulo y sus lecturas pblicas, no afectan a mi argumentacin; discutir las criticas de Searle relativas a la obligacin prim a facie en la nota 20. En el captulo 3 critico la conclusin de Marcus de que la posibilidad de conflictos irreconciliables es un signo de irracionalidad en una concepcin moral y poltica y una razn para revisarla.

    56

  • nes viajan en la nave7. Una vez comprende cul es la alternativa, ve con toda claridad lo que debe hacer; estara loco si dudase mucho tiempo. Sin embargo, se siente apegado a su cargamento. Lamentar haberlo arrojado al ocano, que las circunstancias le hayan obligado a elegir lo que nadie en su sano juicio hara de ordinario, desprenderse de lo que una persona normal valorara8.

    Nos encontramos, pues, ante una amplia variedad de casos en los que se produce algo parecido a un conflicto de deseos (aunque ya hemos resaltado que tambin nos interesan las situaciones en que el agente no desea de hecho una de las posibilidades contrapuestas); el agente quiere (tiene razones para pretender) x y quiere (tiene razones para pretender) y; sin embargo, no puede, dadas las circunstancias, tener ambas cosas. En ltimo trmino, nos preguntamos si, en tales casos, no slo se ve afectada la satisfaccin psicolgica del sujeto, sino el bien moral mismo: si se trata, no ya de la prdida de algo deseado, sino de una actuacin en verdad reprobable y que, como consecuencia, provoca no slo pesar, sino algo ms parecido al remordimiento.

    A primera vista parece que pueden establecerse algunas distinciones pertinentes (y en las obras trgicas as se reconoce) para intentar dar respuesta a la cuestin planteada. Unas veces es necesario renunciar a una posesin, recompensa o, en general, algo externo al propio agente; otras, el objeto de la renuncia es una accin que el agente desea (tiene razones para) emprender. Hay situaciones en las cuales lo que se dirime es el abandono de uno de los proyectos deseados; otras van ms all y el curso elegido supone una accin contraria al otro proyecto o compromiso. Unas veces lo que se omite es un mero aadido, un lujo, algo accesorio con respecto a la concepcin del valor propia del agente. En otras ocasiones se trata de algo ms importante, un componente esencial (o un medio necesario para su consecucin) de la concepcin del buen vivir de quien acta). A veces lo que se omite es perifrico, y otras es central para nuestra concepcin de la vida buena (la visin que domina la obra teatral en su globalidad), que, a su vez, puede coincidir o no con la del agente cuyas acciones estn siendo valoradas. Puede suceder que aquello a lo que se renuncia afecte negativamente slo al propio agente; tambin puede ocurrir que se produzca una prdida o dao para otras personas. En ocasiones, el objeto de la renuncia es algo a lo cual el agente no se siente vinculado por ningn compromiso ni obligacin, explcitos ni implcitos; otras veces s existen ese compromiso o esa obligacin. A veces, el caso apenas tiene repercusiones ms all de s mismo; otras, puede acarrear efectos a largo plazo que condicionarn la vida del agente o la de otros. Por ltimo, en algunos casos las consecuencias pueden ser reparadas: en el futuro, el agente podr deshacer lo hecho o seguir la trayectoria omitida; en otras ocasiones, sin embargo, es evidente que no existir tal posibilidad.

    7 7/111.1, 1110a4 y ss. Aristteles intenta distinguir estos casos de aquellos en que la accin es totalmente involuntaria, akosios, por razn de coaccin fsica o ignorancia excusable. En estas situaciones, afirma el Estagirita, el origen de la accin se encuentra en el agente, quien es plenamente consciente de lo que hace. El otro caso es el del tirano que ordena al agente cometer una accin denigrante, amenazando de muerte a su familia si no obedece. Estos ejemplos se consideran ms detenidamente en el captulo 11.

    * Segn Aristteles, la accin es voluntaria dadas las circunstancias, pero no en s misma (hapls), ya que la persona nunca la habra realizado de mediar una situacin distinta.

    57

  • No afirmamos que esta relacin sea formal ni exhaustiva; queremos slo llamar la atencin sobre algunas distinciones que se realizan frecuentemente. Pienso que nuestra intuicin nos dice que los segundos componentes de estas alternativas agravan la situacin y que, a igualdad de los restantes factores, su presencia en un conflicto hace ms probable que el desarrollo de ste influya en nuestra valoracin tica del agente. Todos estos atributos situacionales pueden mezclarse de muy diversa manera. Sera difcil, y probablemente un error, intentar determinar de antemano y al margen de cada caso concreto qu combinacin de dichos atributos basta para considerar que el agente merece nuestra censura por su modo de proceder bajo la presin de las circunstancias. Ninguna persona razonable reprobara al capitn del ejemplo de Aristteles por haberse desprendido de unas posesiones reemplazables a cambio de su propia vida y la de otros seres humanos, a pesar de su obligacin de proteger la carga9. No obstante, la situacin vara si, para salvar su barco, arrojase al mar a su mujer y a su hijo, ya que esto ltimo, adems de ser una conducta daina para otros, supondra una prdida irreparable y tendra graves consecuencias para el resto de su existencia; por otra parte, afectara directamente a lo que es, o debe ser, fundamental en su concepcin de la vida buena. Pese a todo lo dicho, parece difcil, por no decir imposible, establecer un conjunto de reglas o condiciones fijas que ayuden a distinguir con precisin y de antemano dos tipos de casos perfectamente delimitados: los casos en que es correcto censurar al agente y aquellos en que no lo es.

    Hasta ahora no he hablado de conflicto moral, sino que he considerado los casos que habitualmente reciben dicha denominacin en el marco de una clasificacin ms amplia y menos sistemtica. Este proceder se relaciona con mi desconfianza general (expuesta en el captulo 1) frente a la distincin moral-no moral. Por otra parte, las razones de dicha desconfianza se vuelven evidentes cuando vemos que el discurso sobre el conflicto moral ha sido utilizado en ocasiones para excluir del mbito de la reflexin ciertas situaciones que pueden interesarnos aqu. En primer lugar, pocas veces se trasluce claramente lo que se entiende por conflicto moral (cfr. cap. 1). La distincin moral-no moral ha recibido tantas caracterizaciones que la expresin en s misma no es ya explicativa. Si lo que se pretende sealar es que el caso afecta a valores relacionados con otros seres humanos o que en l intervienen los compromisos y preocupaciones ms profundos del agente (o los nuestros), resultara ms claro decirlo as directamente. Estas distinciones se contemplan en nuestra enumeracin intuitiva, aunque ninguna da cuenta por s sola de todos los factores ticamente pertinentes. Por otra parte, si lo que se quiere decir es que los compromisos morales escapan al mbito de la contingencia natural y no pueden ser afectados por los accidentes de la madrastra naturaleza, entonces la distincin moral-no moral no ser un buen punto de partida para nuestro estudio, pues justamente pre

    9 Aristteles concibe la valoracin del siguiente modo: en algunos casos culparemos al agente; en otros nos compadeceremos de el, o lo culparemos en escasa medida; por ltimo, se presentan situaciones en que podemos incluso elogiar al agente por soportar algo degradante y doloroso para obtener nobles y grandes objetos. Desde luego, Aristteles afirma que existen acciones que bajo ninguna circunstancia deben realizarse, por ejemplo, el matricidio. Sin embargo, al sealar una salida no culpable (el agente podra decidir morir l mismo, sin daar a una persona, en lugar de incurrir en la mala accin), elude algunos de los problemas ms espinosos que surgen en este tipo de situaciones. Vase, no obstante, el cap. 11, donde se afirma que esta concepcin de la tica puede albergar una visin trgica del conflicto.

  • tendemos averiguar si existen compromisos y preocupaciones importantes que sean inmunes a dichos accidentes. As entendida, la distincin parece una peticin de principio.

    Pero incluso resolviendo el problema del significado de la distincin moral-no moral, resta una segunda dificultad. El empleo de la distincin parece suscitar en numerosos investigadores la idea de que los casos que estudian se incluyen en una u otra de dos categoras netamente delimitadas y opuestas. Como resultado, los planteamientos de dichos autores se estructuran sobre la base de tal divisin. Allora bien, nuestra lista intuitiva indica que lo que existe en la vida real es una compleja variedad de situaciones que se interrelacionan y superponen de formas que escapan a una clasificacin dicotmica. Por ejemplo, si determinsemos ocho factores que pueden ser pertinentes para la descripcin y valoracin de los conflictos prcticos, descubriramos que en un caso aparecen (los segundos componentes de) la primera, tercera, quinta y sexta oposiciones; en otro (los segundos componentes de) la segunda, la sptima y la octava; y as sucesivamente. No deseamos excluir esta posibilidad ni dificultar su comprensin. Pretendemos ver, y para eso es necesario poder mirar.

    En un excelente artculo, muy prximo en sus temas al inters de su autor por la tragedia griega, Bernard Williams10 aduce otros argumentos sobre la importancia de la distincin moral-no moral en la clasificacin y descripcin de los conflictos prcticos. Segn afirma, los conflictos morales difieren de otros conflictos entre deseos en que sentimos que la exigencia moral no puede eludirse aunque desaparezca el deseo. Determinadas exigencias prcticas obligan con independencia de nuestros deseos y sentimientos. Es importante subrayar esta distincin, contina el mismo autor, porque condiciona lo que pretendemos decir acerca de los casos de conflicto prctico.

    El argumento dista de ser balad. En realidad, lo he tenido en cuenta en mi lista al incluir en ella tanto los casos en que el agente desea seguir cursos de accin contrapuestos como aquellas otras situaciones en las que, con independencia de sus deseos, el sujeto tiene alguna razn para seguir lneas de conducta incompatibles. Por otra parte, varias de las oposiciones que he formulado (concretamente las relacionadas con la concepcin de la vida buena, con el dao a terceros y con un compromiso anterior) se ajustan en parte a los planteamientos de Williams. De este modo, no es evidente que necesitemos la dicotoma para un estudio como el que intentamos emprender. De hecho, puede incluso resultar engaosa cuando se consideran ciertos casos de conflicto por los que el propio Williams se muestra interesado. En efecto, en algunos trabajos recientes, este autor utiliza su caracterizacin de la obligacin tica para describir la fuerza de otras preocupaciones prcticas que difcilmente alguien calificara de morales11. Por ejemplo, las exigencias de una bsqueda intelectual o de una relacin pasional con otra persona pueden ser experimentadas como vinculantes por el sujeto, con independencia de sus deseos reales; sin embargo, la

    I dicotoma nos hace pensar que tales casos no son verdaderamente importantes. Por

    10 Ethical consistency. Vase n. 6 tupra.11 En ML, pgs. 20-39, Williams pone seriamente en duda la idea de que las obligaciones morales

    sean las nicas a las que un agente puede y debe atribuir el ms alto valor prctico. Si esto es as, debemos preguntarnos qu caracterizacin de lo moral est utilizando; a juzgar por los ejemplos que propone, parece que sera una caracterizacin por la materia: las obligaciones morales son las que acarrean beneficio o dao a otra persona.

    59

  • lo dems, parece que, en la prctica, no encontramos tanto un contraste ntido entre unas obligaciones absolutas y otras fcilmente eludibles, cuanto un continuum de exigencias con diversos grados de fuerza e inevitabilidad. Por las razones antedichas, parece ms claro, e incluso ms fiel al espritu del proyecto de Williams (explicitado por l mismo en su obra ms reciente), trabajar con una red de distinciones concretas e informales que utilizar la dicotoma moral-no moral12. Si hemos omitido algo importante en nuestra argumentacin, confiamos en subsanar tal deficiencia en los apartados siguientes. En todo caso, para que nuestras conclusiones resulten convincentes para quienes mantienen la divisin de las situaciones de conflicto prctico segn el modo tradicional, hemos seleccionado para nuestro estudio aquellos conflictos trgicos que suelen considerarse como casos decisivos de conflicto moral, es decir, situaciones en las que se ocasiona un dao irreparable a otra persona como resultado del incumplimiento de un compromiso anterior grave relacionado con valores importantes. De este modo, si en dichos casos se pone de manifiesto la validez de la visin trgica, habremos evidenciado la fragilidad, no slo de una faceta de la excelencia que sera perifrica con respecto al verdadero bien moral (segn la concepcin tradicional), sino de una parte del bien moral mismo (de lo que de ordinario se entiende por tal) segn se expresa en la accin y la eleccin.

    II

    Examinemos algunas soluciones filosficas propuestas a lo largo de la historia. Desde que apareci el Eutifrn, se ha instaurado en el seno de la filosofa moral una tradicin dominante basada en una afirmacin fundamental: los casos de conflicto que venimos considerando en estas pginas adolecen de una incoherencia que ofende a la lgica prctica y debe ser eliminada13. El paso decisivo lo da Scrates. Las exi-

    ,J Para Williams, una tic las ventajas de distinguir entre los conflictos de deberes y otros conflictos similares radica en que la distincin le permite concentrarse en el supuesto problema de a estructura lgica. El anlisis lgico de estos casos plantea problemas, en especial si con l pretendemos determinar la naturaleza real de los conflictos. (En Prima facie obligations, Searle muestra lo fcil que resulta a los filsofos preservar una cierta apariencia de lgica dentica negando la naturaleza real de los casos.) En situaciones en las que pensamos que el agente debe hacer a y debe hacer b, pero no puede hacer ambas cosas, existen, al parecer, dos posibilidades para evitar una contradiccin lgica directa: 1) podemos negar que debe implique puede; 2) podemos negar que de debo hacer a y debo hacer b se siga Debo hacer a y b. Williams defiende la segunda opcin; por la primera se inclina Lemmon en Moral dilemmas.

    En Ethics and the Limits o f Phibsophy (1985), Williams abandona explcitamente la distincin moral- no moral como base de investigacin etica, afirmando que lo moral (entendido sobre la base de las nociones de deber y obligacin) ha de considerarse una subclase desviada y errnea de lo tico, que define como categora amplia y sin lmites rgidos. Afirma Williams que la pregunta griega cmo se debe vivir? es el punto de partida ms prometedor para la investigacin etica, y que el intento de respuesta no debe conducir a una separacin rgida entre las obligaciones morales y otras preocupaciones que tambin se plantean, ni tampoco a situar dichas obligaciones morales por encima de todo lo dems. Agradezco a Williams haberme permitido leer y citar su importante anlisis, que da cumplida respuesta a las crticas que elaboro en estas pginas.

    lJ En el artculo de Searle (op. cit.) se pone de manifiesto el peso de esta concepcin en la lgica dentica actual. Searle afirma que las estrategias encaminadas a eliminar el conflicto descansan sobre una dbil base intuitiva y surgen de graves confusiones conceptuales. Muestra que, una vez aclaradas dichas confusiones, no existen obstculos para llevar a cabo una formalizacin perfectamente coherente de la situacin de conflicto. Vase n. 20 infra.

  • gencias contrapuestas que constituyen el dilema de Eutifrn (la obligacin de respetar a su padre y la de defender la vida humana)14 son interpretadas como un caso de desacuerdo tico, es decir, como un conflicto de creencias sobre lo moral mente correcto. Pero si dos creencias entran en conflicto, lo racional es intentar descubrir cul es la correcta. Slo una, como mximo, puede ser verdadera; la otra puede y debe rechazarse como falsa, momento a partir del cual deja de ser pertinente. Semejante postura conduce a Scrates, en un pasaje posterior del dilogo, a cuestionar un aspecto esencial de la teologa griega tradicional: la idea de que los dioses imponen a los mortales obligaciones diferentes e incluso contrarias (7e-8e). Esta idea, junto con la creencia en el deber de honrar a todos los dioses, genera (o explica) en el tpico agente moral griego la presencia de un sentido de la obligatoriedad e inevitabili- dad de exigencias posiblemente antagnicas, obligatoriedad e inevitabilidad de exigencias posiblemente antagnicas, obligatoriedad e inevitabilidad que no desaparecen ni siquiera en situacin de conflicto. Scrates piensa que ello conduce a la inaceptable conclusin de que al menos algunos dioses albergan opiniones falsas y plantean exigencias injustificadas. Por tanto, anima a Eutifrn a que revise la tradicin considerando obligatorias slo aquellas exigencias con relacin a las cuales exista unanimidad divina, e incluso se permite poner en duda que las deidades discrepen realmente entre s (8e).

    Con relacin a todo conflicto de deseos o valores, siguiendo las enseanzas de Scrates, algunos filsofos afirman que en cada caso existe como mximo una sola respuesta correcta, y que todas las dems exigencias dejan de serlo una ve/ realizada la eleccin. Si persiste el deseo, el agente deber, como mnimo, considerarlo completamente irracional. Otros autores, concediendo que esta postura no es muy realista en la mayora de las situaciones, insisten no obstante en la existencia de un grupo especial de casos que denominan conflictos morales o conflictos de deberes, cuya interpretacin como desacuerdos mantiene toda su validez. Estos filsofos, muy numerosos y pertenecientes a escuelas muy diversas, han influido directamente en la crtica de la tragedia griega. Por otra parte, el enfoque que sostienen, en la medida en que, en determinados momentos, ejerce una fuerte atraccin sobre las gentes de su misma cultura, acta tambin de forma indirecta. Por tanto, conviene examinar algunas concepciones filosficas representativas con el fin de comprender mejor algunos de los obstculos que se oponen a la valoracin contempornea de los planteamientos de Esquilo sobre el dilema prctico.

    En El existencialismo es un humanismo^, Jean-Paul Sartre nos propone un inquietante ejemplo de conflicto prctico. Un joven debe elegir entre su compromiso patritico con la Resistencia y la obligacin de cuidar a su madre anciana. Sartre nos dice que reflexionando sobre este caso de incoherencia aprendemos que los prin

    14 De hecho, no parece que existiera un acuerdo general sobre el deber de Eutifrn de llevar a su padre \ ante la justicia por la muerte del esclavo; sin embargo, la situacin exiga un proceso legal, y una de las

    lagunas ms graves de la legislacin griega sobre el homicidio era la inexistencia de una disposicin especfica para el caso en que el fallecido fuese extranjero y, por tanto, no hubiera parientes que pudieran asumir la obligacin jurdica. Eutifrn podra pensar -atinadamente- que si alguien deba emprender la accin legal, ello le correspondera a el de forma natural, como el ciudadano ms prximo a los intereses del muerto.

    15 J.-P. Sartre, *LExistentialisme est un humanismo (Pars, 1946). El planteamiento de El ser y a nada tal vez sea ms complejo; sin embargo, la misma visin simple se encuentra de nuevo en Les Mouches.

    61

  • cipios ticos sistemticos resultan en general guas inadecuadas para la accin. Lo mejor es rechazar los principios e improvisar libremente nuestras elecciones, con lucidez y sin arrepentimiento16.

    R. M. Har, en The Language ofM oris17, se muestra de acuerdo en que el problema radica en la incoherencia de los principios, los cuales se contraponen de un modo lgicamente inaceptable. El agente debe modificarlos teniendo en cuenta la situacin problemtica, a fin de obtener un nuevo conjunto de principios que contemple el caso en cuestin sin que surjan conflictos. Por ejemplo, a la luz de la experiencia de la guerra, el precepto moral no mientas se reformula as: no mientas excepto al enemigo en tiempo de guerra. 1 situacin se introduce como excepcin a la norma, limitando el mbito de aplicacin de sta18.

    Para Kant sera errneo incluso afirmar que nuestros principios son imperfectos y requieren modificacin. En la nocin misma de regla o principio moral se contempla que nunca puede entrar en conflicto con otra norma moral:

    Puesto que... el deber y la obligacin son en general conceptos que expresan la necesidad prctica objetiva de ciertas acciones, y dado que dos reglas que se oponen no pueden ser necesarias al mismo tiempo, entonces, si es un deber actuar de acuerdo con una de ellas, no slo no es un deber, sino que es contrario al deber, actuar segn la otra. De ello se sigue que la colisin de deberes y obligaciones es inconcebible (obli- gationes non colliduntur). No obstante, bien puede suceder que dos razones de obligacin (rallones obligandi), una de las cuales es inadecuada para obligar como deber (rationes obligandi non obligantes), coincidan en un sujeto y en la regla que se prescribe a s mismo; en tal caso, una de ellas no es un deber. Cuando dos razones de este tipo se oponen entre s, la filosofa prctica no dice que prevalezca la obligacin ms fuerte (fortior obligatio vincit), sino que la razn ms fuerte para obligar gana el campo (fbrtior obligandi ratio vincit/0.

    Segn Kant, la exigencia de que las normas prcticas objetivas sean coherentes en toda situacin, formando una estructura armnica similar a un sistema de creencias verdaderas, predomina sobre nuestra opinin intuitiva en un momento dado (que, por otra parte, l mismo no deja de reconocer) de que existe un autntico con

    16 La cuestin es que, aun cuando las obligaciones del patriotismo y el deber de cuidar a la madre hayan coexistido armoniosamente hasta el momento presente a los ojos del agente moral, su conflicto contingente debe poner de manifiesto que ninguno fue nunca una buena gua para la accin. Vase tambin ms adelante, en este mismo captulo, pgs. 83-84.

    Har, Language o f Moris, pgs. 50 y ss.'* En su reciente obra M oral Thinking, Har defiende una postura ms compleja. Opone, en efecto,

    la percepcin intuitiva del conflicto moral a un tipo superior** de pensamiento crtico que elimina el conflicto; la primera aparece asociada a un pensador al que Har denomina proletario, mienrras que el segundo se vincula con otra figura, ms ejemplar, a la que llama el arcngel. As pues, Har admite la necesidad de efectuar una importante revisin de las formas ordinarias de pensar para eliminar el conflicto prctico.

    n E. Kant, Introduccin a la metafisica de las costumbres, pg. 223 de Akad (1797). Sigo principalmente la traduccin al ingls de J. Ladd en The MetaphysicalElements o f Justice (Indianapolis, 1965). Sin embargo, para la ltima frase prefiero la versin propuesta por A. Donagan en Constistcncy in rationa- list moral systems,//? 81, pgs. 291-309, pg. 294. Donagan seala que, en alemn, se distingue entre prevalecen* (die Oberhand behalte*) y ganar al campo (behlt den Platz): para Kant, la razn** perdedora no slo es derrotada, sino que desaparece, abandona el campo**.

    62

  • flicto de deberes. Parece que nuestros deberes pueden oponerse entre s, pero ello es imposible, ya que los conceptos mismos de deber y ley prctica excluyen la incoherencia. As pues, debemos encontrar un modo mejor de describir este conflicto apa- rente. Puesto que, como mximo, slo una de las obligaciones contrapuestas puede ser un autntico deber, la obra no ser sino una mera razn de obligacin (Verpflichtungsgrund). Cuando prevalece la razn ms fuerte, vemos que sta sola es y ha sido siempre nuestro deber en el asunto en cuestin; la razn opuesta es rechazada en cuanto no obligatoria. Abandona el campo, desaparece y no plantea ya exigencia alguna. Para Kant, decir cualquier otra cosa entraa debilitar el fuerte vnculo conceptual que existe tanto entre el deber y la necesidad prctica como entre estos ltimos y la coherencia lgica. Y, lo que tal vez sea incluso mis importante, supondra conceder que lo que sucede al agente como un acontecimiento contingente (se ha visto abocado a una situacin de este tipo) podra forzarle a incumplir el deber. Este pensamiento es intolerable para Kant20.

    A estos argumentos cabra responder intuitivamente que una persona no se siente as en los casos de conflicto prctico. No se siente como si estuviera resolviendo un rompecabezas, como si lo nico que necesitara fuese descubrir la respuesta correcta. Si la persona piensa en resolver o poner fin a su problema, ello no se le presenta como la esperanza de un descubrimiento, sino como una ruptura radical: negacin, insensibilidad deliberada, incluso la locura o la muerte. Tales objeciones no han sido ignoradas por los filsofos a que venimos refirindonos; todos reconocen de algn modo su peso antes de rechazarlas. (Sartre y Har contraponen la deliberacin ordinaria a otro tipo de pensamiento superior o ms experimentado21.

    }n Algunos filsofos, siguiendo a W. D. Roos (The Right and the Good, pgs. 19 y ss.), modifican la interpretacin kantiana introduciendo una distincin entre deberes prima facie y deberes absolutos. Como Kant, Ross insiste en que dos deberes contrapuestos no pueden ser ambos genuinamente obligatorios; al menos uno es un deber prima facie, y este, una vez descubierto el deber real, deja de obligar. Sin embargo, a diferencia de Kant, insiste en que el deber prim a facie puede seguir comportando la obligacin de ofrecer reparaciones y, tal vez, incluso la necesidad de sentir no, desde luego, vergenza o arrepentimiento, pero s, ciertamente, compuncin. Searle seala acertadamente que la nocin de deber prim a facie de Ross y sus seguidores han ejercido una influencia perniciosa en la descripcin y evaluacin de los casos de conflicto prctico. En cuanto nocin tcnica y no-ordinaria, ha provocado la mezcla de varias distinciones del lenguaje ordinario que deberan permanecer bien delimitadas:

    1) La distincin entre obligacin slo aparente y obligacin real o autntica.2) La distincin entre obligacin de grado superior y obligacin de grado inferior.3) La distincin entre lo que se debe hacer una vez considerados todos los factores, y lo que es obli

    gatorio hacer.Solamente la primera distincin implica que la opcin perdedora deja de plantear exigencias al agen

    te. Sin embargo, esa distincin no capta lo que sucede en gran nmero de situaciones de conflicto. La segunda distincin es ms prometedora, al mostrarnos que la segunda obligacin podra ser abandonada y, ello no obstante, seguir obligando; ahora bien, no parece correcto afirmar que en toda situacin de conflicto una de las obligaciones sea siempre de un grado o tipo inferior. Tal slo la tercera distincin, afirola Searle, permite describir los casos en que est claro cul de las obligaciones debe cumplirse una vez ponderados todos los factores y, sin embargo, ambas siguen siendo obligaciones graves (de grado superior). Los casos de conflicto que analizamos aqu confirman esta crtica de Searle: en ellos aparecen dos obligaciones reales y muy graves que se contraponen en una situacin en la cual un curso de accin es, definitivamente, el que debe seguirse cuando se han considerado todos los factores, y, sin embargo, ello no convierte a la otra obligacin en irreal o sin importancia.

    11 Esto aparece con gran claridad en Les Mouches, as como en la obra de Har Moral Thinking (vase n. 18 supra).

    63

  • Kant dice a la persona corriente que su apego a la coherencia racional debe impulsarla a rechazar uno u otro de los principios opuestos.) En consecuencia, el defensor de la postura intuitiva no puede limitarse a afirmar que este es el modo en que ve las cosas. Cuando menos, debe llevar a cabo dos tareas suplementarias. En primer lugar, debe examinar la postura intuitiva con una minuciosidad mucho mayor que la habitual en la mayora de los debates filosficos sobre el problema, describiendo las situaciones con la mxima precisin posible c indicando qu nos hace sentir intuitivamente su fuerza*. (Ello exigira describirlos de modo que pudiramos captar intelectualmente dicha fuerza y a la vez sentirla.) En segundo lugar, y esto es ms importante an, debe mostrar que (y el modo en que) esa representacin intuitiva de los casos se vincula con otros elementos valiosos de la existencia tica del ser humano; en otras palabras, que si modificamos nuestras intuiciones para ajustarlas a alguna de las soluciones filosficas a la que hemos hecho alusin, corremos el peli- gro de perder algo de importancia crucial en nuestras vidas. A continuacin, intentar mostrar cmo las notoriamente carentes de lgica obras de Esquilo satisfacen ambos requisitos.

    III

    Al comienzo del Agamenn de Esquilo22 tiene lugar un prodigio extrao y siniestro. La reina de las aves se aparece a los reyes de los navios. A la vista de todo el ejrcito, dos guilas, una negra y otra de cola blanca, devoran una liebre preada con sus cras no nacidas (111-20). Resulta difcil no relacionar este presagio con la masacre que llevar a cabo el ejrcito con los ciudadanos inocentes de Troya. Tambin sera difcil para un auditorio familiarizado con la historia no asociar el suceso con el inminente homicidio de la indefensa Ifigenia, necesario para

    * Esta cr/rica no es tan pertinente hoy (1984) como cuando redacte la primera versin de este apartado (1973). El enorme desarrollo alcanzado por la tica aplicada y el inters creciente de la mayora de los autores anglonorteamericanos por los ejemplos concretos cada vez ms complejos pueden considerarse cambios muy positivos. No pienso que la reflexin sobre estos ejemplos haga superfluo el estudio de las obras literarias (cfr. mi argumentacin en el captulo 1). Sin embargo, conforme aumenta su complejidad, tambin se atenan sus diferencias con los textos literarios, por lo que se debe hablar ms de un continuum que de una oposicin.

    22 La bibliografa sobre el Agamenn es demasiado vasta para intentar aqu una relacin exhausriva. Las obras que he consultado ms a menudo, y a las que me referir en las pginas siguientes, son: J. D. Denniston y D. Page, comps., Aeschylus, Agamemnon (Oxford, 1957); E. R. Dodds, Morals and politics in the Oresteia, PCPS, 186 NS 6 (1960), pgs. 19 y ss.; K. J. Dover, Some neglected aspects of Agamcmnons dilemma, JU S , 93 (1973), pgs. 58-69; M. Edwards, Agamemnon s decision: freedom and folly in Aeschylus, California Studies in Classical Antiquity, 10 (1977), pgs. 17-38; E. Fraenkel, comp. Aeschylus, Agamemnon, 3 vols. (Oxford, 1950), Gagarin, Aeschylean Drama; N. G. L. Hammond, Personal freedom and its limitations in the Oresteia, JH S, 85 (1965), pgs. 42-55; J. Jones, On Aristotle and Greek Tragedy (Londres, 1962); R. Kuhns, The House, the City and the Judge: the Growth o f Moral Awareness in the Oresteia (Indianpolis, 1962); A. Lcbcck, The Oresteia (Cambridge, Massachusetts, 1971); A. Lesky, Decision and responsibility; Lloyd-Jones, Guilt, pgs. 187-99, y JZ ; Collin MacLeod, Politics and Oresteia, JH S, 102 (1982), pgs. 122-44; J. J. Peradotto, The omen of the eagles and the ethos o f Agamemnon, Phoenix, 23 (1968), pgs. 237-63; W. Whallon, Why is Artemis angry, AJP, 82 (1961), pigs. 78-88.

    64

  • la partida de la expedicin. vSin embargo, el augurio recibe una interpretacin sorprendentemente trivial del adivino Calcante23. Este reconoce en los belicosos devoradores de la liebre a los caudillos supremos (123-124); no obstante, se limita a predecir que, en el sitio de Troya, el ejrcito sacrificar numerosos rebaos bajo los muros de la ciudad. El adivino establece un paralelismo entre la muerte irreflexiva y a sangre fra de una liebre entre las garras de las guilas y la muerte de animales a manos de seres humanos, sin considerar la posibilidad del homicidio. En un sentido est en lo cierto. El ser humano sacrifica el ganado como el guila mata a la liebre: sin remordimientos y para satisfacer una necesidad inmediata. Pero cuando la vctima es humana, esperamos deliberaciones y sentimientos mucho ms complejos. As, el paralelismo tiene una justificacin. Ahora bien, es obvio que la interpretacin del augurio debe considerarse insuficiente. Ningn presagio importante predice un banquete a base de carne. Calcante pasa por alto lo fundamental. Sin embargo, poniendo en relacin el paralelismo humano-animal con las referencias ms siniestras del augurio, se sugieren otras reflexiones. Si pensamos que el augurio seala los futuros crmenes de guerra de los griegos, recordaremos el modo en que las circunstancias de un enfrentamiento blico pueden alterar y socavar las convenciones normales del comportamiento del individuo humano hacia sus semejantes, volvindolo indiferente al crimen y, en consecuencia, transformndolo en un ser bestial24. Si el augurio prefigura la muerte de Ifigenia (pues de ella es el desarrollo que se interrumpe antes del nacimiento de los hijos, ella es la vctima concreta del rey de los navios), nos encontramos ya introducidos en el tema central de la acusacin que dirige el coro contra Agamenn: la actitud que toma ante su conflicto es censurable porque ha matado a una nia sin sentir ms repugnancia o agona que si la vctima hubiese sido un animal de otra especie:

    Sostenindola sin honor especial, como si se tratara de la muerte de una res donde las ovejas abundan en numerosos rebaos, sacrific a su propia hija (1415-17).

    Quien as habla es Clitemnestra; pero, como veremos, con estas palabras se hace eco de la reaccin del coro ante los acontecimientos trgicos.

    El coro considera necesario el sacrificio de Ifigenia; no obstante, tambin censura a Agamenn. Con diversas explicaciones, los crticos han minimizado la significacin de la necesidad y de la culpa en este contexto, considerado que ambas son incompatibles. Algunos optan por la hiptesis de una motivacin sobredeterm i nada o doble que, segn afirman explcitamente, ejemplificara la desconsideracin

    2> S^bre lo sorprendence de esta interpretacin, vase tambin Lloyd-Jones, Guilt, pg. 189, Fraenkel, Agamrmnon, Peradotto, The ornen*. Lloyd'Jones, a quien la explicacin de Calcante parece, como a muchos, increble, afirma que debemos entender que los abundantes rebaos del pueblo significa los abundantes rebaos que son el pueblo. En todo caso, no perder de vista la traduccin ms natural ofrece una visin ms fecunda y compleja del delito de Agamenn.

    * En Grcek tragedy and sacrificial ritual, GRBS, 7 (1966), pgs. 87-121, W. Burkert hace unas atinadas observaciones ci torno a este pasaje y sobre el motivo del sacrificio en general dentro de la obra (vanse especialmente las pginas 112 y ss.).

    65

  • esquiliana hacia el pensamiento lgico y racional25. Sin embargo, es posible alcanzar una comprensin coherente de ambos aspectos de la situacin con slo examinar en mayor detalle, por una parte, la naturaleza y gnesis de la necesidad y, por otra, lo que el coro juzga culpable de la conducta de su caudillo. En primer lugar, la sita- cin que conduce al homicidio resulta de la interseccin contingente de dos exigencias divinas y, en segundo lugar, ninguna culpa personal de Agamenn ha colocado al rey en este dilema trgico. La expedicin haba sido ordenada por Zeus (55-62) para vengar un delito contra la hospitalidad. El coro lo afirma con toda seguridad. En el primer estsimo se refiere a los troyanos con estas palabras: Pueden hablar de una herida de Zeus; esto al menos se puede inferir. Agamenn, por tanto, combate por una causa justa, de la cual, adems, no podra desertar sin incurrir en gravsima impiedad26. El homicidio de Ifigenia es provocado por Artemis, quien ha enviado una bonanza que imposibilita la partida de la expedicin. Calcante adivina que el nico remedio es el sacrificio de la nia27. La clera de la diosa, que segn otras versiones tiene su origen en una antigua ofensa de Agamenn, no es explicada dentro de la tragedia. Aunque pensemos que dicha clera se debe a las simpatas troya- nas de Artemis, o bien a su horror, como protectora de los jvenes, ante la masacre de troyanos inocentes que se avecina, la omisin por parte de Esquilo de toda referencia a una ofensa personal resalta el origen contingente y externo de la espantosa alternativa que afronta Agamenn. El dilema le sobreviene cuando da piadoso cumplimiento a un mandato de Zeus2". (Con posterioridad, los hombres del coro, al can-

    15 Dcnniston y Pagc (Agamemnon, pgs. XXVII-XXVIII) resaltan acertadamente la necesaria obediencia a Zeus y el hecho de que ninguna culpa anterior de Agamenn le aboca a la simacin rrgica. Ahora bien, basndose en esta interpretacin, se indinan por eximir a Agamenn de toda responsabilidad. Por su parte, E. Frankel (vol. 1, ad loe) pone el nfasis en el componente de eleccin, pero ignora los datos textuales que evidencian la coaccin. En Moris y politics, Dodds resalta los textos indicativos de que el acto de Agamenn es un crimen (pgs. 27-28). Por su parte, Lesky, en Decisin and rcsponsability, afirma que la accin est determinada por la necesidad divina y, adems, es escogida por Agamenn; a su entender, se trata de un tipo primitivo de explicacin y, en consecuencia, no intenta justificarlo. Por lo dems, asume que la necesidad y la culpa se vinculan con los mismos aspectos de la situacin vivida por Agamenn. Lloyd-Jones, en Gilo, parece el nico que insiste -con acierto- en la presencia simultnea de la necesidad y la culpa: Zeus obliga a Agamenn a elegir entre dos crmenes (pg. 191).

    26 Vase Denniston y Page, Agamemnon, 214 y ss.; LJoyd-Jones, Guilt, pgs. 188-91.17 Sobre la interpretacin de Calcante, comprese con Dover, Sonic neglected aspeets, pgs. 61

    y ss.; Peradotto, The ornen, pgs. 247-8; Fraenkel, Agamemnon ad loe. Sobre el papel de Artemis como protectora de los jvenes, vanse Peradotto, The ornen, pgs. 242-5; A. Henrichs, Human sacrifice in Greek religin: three case studics, en Le Sacrifice dans l antiquit, Fondation Hardt F.ntretiens, 27 (1981), pgs. 195-235.

    u La omisin de los motivos de la clera de Artemis y las diferencias entre sta y otras versiones de la historia son comentadas por Frankel, Agamemnon, II, pg. 99; Lloyd-Jones, Guilt*, pg. 189; Peradotto, The ornen, pg. 242; Hammond, Personal freedom, pg. 48, y Whallon, Why?. I-a afirmacin de Fraenkel de que la supresin de estos conocidos relatos de la ofensa a la diosa por parte de Agamenn pone de relieve el componente de eleccin voluntaria es poco convincente. Por el contrario, con dicha supresin en el contexto de la obra Agamenn queda libre de toda responsabilidad en el origen de su dilema, que le es impuesto desde fuera. Por lo que concierne a las verdaderas razones de la clera de Artemis, Lloyd-Jones aduce sus simpatas troyanas; otros autores, los futuros crmenes de los griegos contra los inocentes de Troya. No nos convence la propuesta de Page de que es simplemente la muerte de la liebre la que enfurece a la deidad, por la relacin que con ello se establece entre el presagio y la cosa simbolizada (vase Lloyd-Jones, Guilt, pg. 189). Vase tambin el reciente trabajo de Lloyd- Jones, Artemis and Iphigcneia, JIIS , 103 (1983), pgs. 87-102, un perspicaz estudio sobre la doble naturaleza de Artemis como protectora y destructora de la juventud.

    66

  • tar su vago presagio de la muerte del rey, invocarn la imagen del hombre que gobierna su barco siguiendo un curso recto y choca con un escollo cubierto por las aguas [1005-7].) Existe, eso s, una culpa anterior que gravita sobre la situacin: la de Atreo, el cual sufre el castigo de Zeus en su descendencia. No obstante, podemos seguir preguntndonos: de qu modo recae esa culpa familiar sobre Agamenn? Podemos responder que el castigo de Zeus consiste en colocar a un hombre anteriormente libre de culpa ante una alternativa carente de soluciones no culpables2'J. Este tipo de situacin puede repugnar a la razn prctica, pero no es raro que se produzca en la experiencia de la vida.

    Agamenn escucha del adivino que si no ofrece a su hija en sacrificio toda la expedicin permanecer retenida por falta de vientos propicios. Los hombres empiezan a morir de hambre (188-90) y los vientos que soplan del Estrimn fatigaban y desgastaban a la flor de los argivos (189-90). Si Agamenn no cumple la condicin de Artemis, todos, incluida Ifigenia, morirn. Este incumplimiento supondr adems la renuncia a la expedicin, es decir, quebrantar el mandato de Zeus. El rey se convertir en un desertor (lipnauj30, 212). Por ltimo, dependiendo de cmo entendamos la exigencia de Artemis, su conducta puede significar un acto de desobediencia contra la diosa. Sin embargo, el sacrificio es un acto horrible y culpable. Vemos que la primera posibilidad, la inmolacin de Ifigenia, parece claramente preferible a la segunda, tanto por las consecuencias de esta ltima como por la impiedad que entraa. De este modo, resulta difcil imaginar que Agamenn hubiera podido elegir racionalmente otro camino. Con todo, ambos cursos de accin hacen recaer la culpa sobre l31.

    A Agamenn se le permite elegir: sabe lo que est haciendo, comprende la alternativa y no se halla compelido fsicamente; nada le obliga a elegir un curso de accin en lugar de otro. Sin embargo, se encuentra bajo la necesidad, ya que ninguna de sus opciones es deseable. No parece existir aqu incompatibilidad alguna entre eleccin y necesidad, a menos que se interprete la primera como la libertad del agente para hacer cualquier cosa. En efecto, el texto representa con bastante fidelidad la interaccin entre el constreimiento exterior y la eleccin personal, algo que se produce, en mayor o menor grado, en toda disyuntiva de la vida ordinaria32. Una eleccin siempre lo es entre varias posibilidades, y raras veces el agente se encuentra con que todo

    * Vase Lloyd-Jones, Guilt, pgs. 191-2. Varios crticos no han comprendido este punto. Por ejemplo, Hammond seala que Lloyd-Jones convierte a Agamenn en una marioneta privada de libertad de eleccin y de accin* (op. cit., pg. 44). Evidentemente, ello no es as.

    " Sobre las connotaciones fuertemente peyorativas de lipnaus, vase, en Fraenkel, op. cit., la comparacin con liptaxis, trmino con el que habitualmente se designaba al desertor.

    51 Estoy de acuerdo con Lloyd-Jones, Guilt, pg. 191; Whallon, Why?, pg. 51, y Hammond, Personal freedom, pg. 47. El comentario final de Fraenkel en Agamemnon, III, pg. 276, parece expresar una opinin semejante; Lesky, en Decisin and responsibility, confunde la cuestin haba una opcin rhejor? con haba una opcin libre de culpa?**, de un modo que recuerda mucho al planteamiento posterior del propio Agamenn. Dover, en Some neglected aspeas, indica tambin que la dificultad se relaciona con la incertidumbre y los lmites del conocimiento. Vcase tambin el excepcional tratamiento de otras cuestiones relacionadas en la obra de P. M. Smith On the Hymn to Zeus in Aeschylus Agamemnon, American Classical Studies, 5 (Aun Arbor, 1980).

    32 Comprese con Hammond, op. cit., pgs. 47, 55. Esta es la interaccin entre eleccin y necesidad que se articula en la estructura del silogismo prctico aristotlico (cfr. cap. 10 y Nussbaum, DeMotu En ay, 4.

    67

  • es posible. La especial agona del dilema de Agamenn se debe a que ninguna de las opciones a su alcance es siquiera inofensiva.

    La primera reaccin que experimenta Agamenn es de clera y tristeza: Los Atridas golpeaban el suelo con sus cetros y no podan contener sus lgrimas (203- 4). A continuacin, el rey expone la alternativa, aparentemente con plena conciencia de las dos exigencias opuestas y reconociendo el mal que se deriva de cualquier posibles decisiones:

    Grave destino lleva aparejado desobedecer, pero grave tambin si doy muerte a mi propia hija, la alegra de mi casa, manchando las manos de un padre con los chorros de sangre de la virgen degollada junto al altar. Qu alternativa est libre de males? Cmo convertirme en un desertor, traicionando con ello a mis aliados? (206-13).

    La formulacin del dilema por parte de Agamenn muestra que la mejor eleccin es el sacrificio: en griego, el futuro de indicativo de ei tknon daso (si doy muerte a mi propia hija) no guarda paralelo con el dbil subjuntivo deliberativo de ps lipnausgenmai (cmo convertirme en desertor?). Pero el rey indica tambin que ambas acciones ocasionarn un mal33.

    Hasta ahora, la disyuntiva guarda semejanza con la de Abraham en la montaa: un hombre bueno y (hasta entonces) nocente debe optar entre matar a un nio por obediencia a un mandato divino o incurrir en la culpa ms grave de la desobediencia y la impiedad34. Podramos esperar, pues, una pugna agnica entre el amor y la obligacin piadosa (como la que percibimos al escuchar las equvocas palabras que Abraham dirige a Isaac) a la que seguira un sacrificio ejecutado con renuencia y horror. En cambio, asistimos a un hecho sorprendente. El coro ya nos ha preparado en la introduccin de su relato: Sin hacer reproches al adivino, cedi a los vientos de la suerte que lo azotaban (186-8). Esta metfora, acuada por el coro (al parecer, la palabra sypno se utiliza en este contexto por vez primera en griego) expresa una cooperacin no natural de fuerzas exteriores c internas. Agamenn, sin culpar al adivino ni maldecir su terrible mensaje, empieza a colaborar en su interior con la necesidad, adecuando sus sentimientos a su fortuna. Desde el momento en que toma una decisin, en s misma la mejor que podra haber adoptado, se transforma sorprendentemente en colaborador, en vctima complaciente35.

    Una vez expuesta la alternativa y anunciada la decisin, podramos esperar que Agamenn manifestase algo parecido a esta accin horrible es la que exige la divina necesidad, pero la realizo con dolor y repugnancia. Sin embargo, sus palabras son muy diferentes: Es lcito y santo (thmis) desear con apasionada pasin (orgiperior- gs epithymin) el sacrificio que aquieta los vientos, la sangre de la doncella*. Que sea

    33 Sobre las dos cuestiones, vanse Dcnniston y Page ad be.; Hammond, op. cit. Hammond seala que las palabras del rey ponen de manifiesto una profunda comprensin de los problemas de la guerra y del mando.

    M Sobre este paralelismo, vase Henrichs, Human sacrifice, pg. 206.35 Este cambio lo observa tambin Hammond en Personal freedom, pg. 47.36 Traduzco el texto de M SS, defendido con argumentos de mucho peso por rraenkcl, cuyo sentido

    del lenguaje de Esquilo no ha sido superado en la interpretacin de este pasaje, ni tampoco en la de otros. El argumento ms persuasivo de este investigador es que la frase constituye un excelente ejemplo de la expresin potica de Esquilo. Estoy de acuerdo con l. Las objeciones a su interpretacin son poco con-

    68

  • para bien (214-17). Conviene destacar dos aspectos de esta sorprendente declaracin. En primer lugar, la actitud del rey hacia la decisin que acaba de tomar parece haberse modificado. Del reconocimiento de que un grave destino le aguardaba en todo caso y de que ambas posibilidades implicaban una accin malvada, pasa a un peculiar optimismo: si ha elegido el mejor curso de accin, todo podr an salir bien. Una conducta que nos disponamos a contemplar como la menos mala de dos impiedades horrendas, se vuelve correcta y piadosa, como si en el proceso decisorio el rey hubiese resuelto la oposicin, librndose del otro grave destino. Al mismo tiempo, reparamos en que lo correcto de la decisin le sirve para justificar, no slo la accin, sino tambin la pasin: si hace lo adecuado obedeciendo a la deidad, tambin es admisible que quiera obedecer, que desee (epithymin) el crimen, que lo anhele con apasionada pasin. En primer lugar, Agamenn parece haber asumido que, si su eleccin es la correcta, la accin elegida tiene que serlo tambin; en segundo lugar, que si una accin es correcta, asimismo, es apropiado desearla, e incluso entusiasmarse con ella. Del interrogante qu alternativa est libre de males? ha pasado a que sea para bien. El coro repite el siguiente estribillo: entona un canto de duelo, un canto de duelo, pero que el bien prevalezca (139, 159). La conclusin del monarca, que desde cierto punto de vista parece lgica e incluso racional, omite el duelo y la lucha, dejando slo el bien. Si se asimila el conflicto prctico al desacuerdo y las exigencias prcticas a las creencias, nosotros mismos debemos recorrer idntico itinerario ya que, como mximo, una sola obligacin podr ser legtima o vlida. Si la descubrimos, habremos hallado la verdadera obligacin, mientras que la exigencia rechazada dejar de atraer nuestra atencin prctica. Qu hay de malo en el amor a la verdad y el deber?

    sistemes. Algunos crticos hablan tic tautologa, pero Fraenkel afirma con acierto que la repeticin enfatiza el carcter antinatural del deseo de Agamenn, y trae a colacin numerosos ejemplos de intensificacin -tomados de Esquilo y de otros autores- producida por la yuxtaposicin de dos palabras relacionadas. Aunque ninguno de dichos ejemplos guarda un paralelismo exacto con la frase -por cuanto sta contiene dos elementos adverbiales (el sustantivo se usa adverbialmente)- no es esa la cuestin (segn Denniston y Page); de hecho, nadie ha afirmado nunca que la frase sea agramatical. Ix>s paralelismos con otras obras bastan para mostrar que la intensificacin por repeticin es una caracterstica de la prctica potica arcaica en general, y un recurso tpicamente esquiliano en particular. Los intentos de correccin han recibido una adecuada respuesta por parte de Fraenkel. Algunos eruditos sustituyen orgi por audi (l dice) -una variante marginal de un M S y de Triclino- y colocan a Calcante de sujeto, interpretando el pasaje como una relacin de lo que dice el adivino. La solucin es muy poco verosmil; Calcante no dice nada semejante, ni tampoco aparece mencionado en el contexto. En cuanto a sustituir la frase por orgdiperiorgi sph' epithymin thmis (interpretacin preferida por Denniston y Page), permite entender que son los soldados, y no Agamenn, quienes desean: es correcto que deseen.... La solucin se ajusta a la tesis de estos autores, segn la cual Agamenn es tan slo una vctima inocente de la necesidad. Pero el contexto ofrece suficientes indicaciones de que Agamenn aprovecha la situacin para permitirse una ejecucin descosa, entusiasta incluso, del sacrificio; mientras que no se hace ninguna otra referencia a los soldados en este sentido. Sphpuede tomarse tambin en singular y referirse a Artemis. Ello es tajantemente rechazado por Fraenkel, quien seala antinadamente que esta versin es el resultado de la errada propuesta de Casaubon de sustituir Ariemis por tJjmis. Cabe aadir que sera inslito que un mortal en tal situacin dijera que es thmis para una deidad desear esto o aquello. Ciertamente, una vez conocida la orden de un dios, puede preguntarse si el mandato es justo; por el contrario, no est nada claro que pueda cuestionarse si es conforme a thmis; si esto es cierto de un mandato, lo es ms con respecto a los deseos que lo acompaan o motivan. En todo caso, la mejor defensa de la interpretacin tradicional es la presencia, magnfica y apropiadamente difcil (aunque en modo alguno contraria a la gramtica ni a la mtrica), de un hermoso ejemplo de la poesa y el lenguaje de Esquilo.

    69

  • Y cuando hubo deslizado el cuello bajo el yugo de la necesidad, prosigue el coro, impulsando en su mente un viento distinto e impo, mud en sus sentimientos y con osada se decidi a todo. Porque los hombres se enardecen por la funesta demencia, vil consejera de sus acciones (219-24). La inferencia que realiza Agamenn desde la necesidad del acto a su licitud, y desde sta a la legitimidad de los sentimientos que alientan y apoyan la accin, se compara con colocar sobre el cuello el yugo de la necesidad*7, alterando el viento del propio pensar. A pesar de la gravedad del crimen, el coro no censura tanto la materialidad de la accin, de la cual los dioses son los principales responsables; de hecho, invoca a Zeus en este momento, como para comprender el significado de sus violentas intrusiones en la vida humana (160 y ss.). Lo que condena en Agamenn es la mudanza de pensamientos y pasiones que acompaa a su delito, de los cuales lo considera responsable38. Tuvo la osada (tla) de convertirse en el inmolador de su hija (225) ~no slo se convirti, sino que se conforma, se complace, no ofrece resistencia. La descripcin coral de su comportamiento durante la ejecucin del sacrificio es expresiva a este respecto. Las suplicas de la nia, su juventud, sus gritos de padre, de nada sirven con este progenitor (230), que en adelante tratar a su hija como a una vctima animal que debe ser degollada. De esta forma se cumple el augurio del guila tal como lo interpret Calcante. Fiel el adivino a su rey, su interpretacin se ajusta a la que realizar el monarca. Tras la plegaria habitual, Agamenn ordena a los asistentes que levanten a Ifigenia como a una cabritilla (232) en el aire sobre el altar. El nico reconocimiento que manifiesta de la condicin humana de su hija es su orden de amordazarla para evitar que profiera maldiciones contra la familia (235-7). E incluso aqu utiliza un lenguaje empleado habitualmente para referirse a los animales: utilizando la violencia de un freno que no la dejara hablar (238-9). Aparentemente, no repara en lo que contempla el coro:

    Sus vestidos de azafrn derramndose por el suelo,iba lanzando a cada uno de los sacrificadores el doliente dardode su mirada que mova a la compasin,como si fuera una pinturaque descara llamarlos por su nombre,pues muchas veces haba cantado en los salones de su padre,en las ricas fiestas ofrecidas a los hombres,y, virginal, con su voz pura, honraba cariosamenteel fasto pen de su amado padre tras la tercera libacin (239-45).

    i7 Sobre la fuerza del transitivo dy, vase Peradotto, The omen*, pg. 253. En some neglected aspects, Dover afirma que dynai puede aplicarse tanto al movimiento deliberado como al involuntario; el supuesro paralelismo con Agamenn, 1011, no sirve de ayuda, pues all dynai es intransitivo.

    * Segn Lesky, en Decision and responsibility (pg. 82), esto es simplemente ininteligible: la culpa no puede corresponder solamente a la esfera irracional, que carece de relacin con la voluntad que surge de las consideraciones racionales*. La aseveracin constituye un claro ejemplo de la negativa influencia kantiana en la interpretacin de la tragedia griega. En cambio, Dover, op. cit., pg. 66, seala: Reaccionan de este modo porque degollar a una muchacha como si se tratara de una oveja es un hecho condenable y repulsivo, sea o no necesario, est ordenado por una deidad o sea producto de la malicia y perversidad humanas.

    70

  • El trnsito del relato desde las rdenes de Agamenn a los recuerdos del coro introduce la unica nota de compasin humana en esta tremenda escena. Nunca, ni en la narracin coral ni tampoco posteriormente, escuchamos del rey una palabra de dolor o pesar por lo sucedido. Sin duda habra suscrito el resumen que hace Apolo de su biografa en la escena del juicio de las Eumnides: En su mayor parte, obtuvo buenos resultados (Eum,. 631-2).

    Walter Burkert, eminente historiador de la religin griega, ha propuesto una expli- cacin del origen de la tragedia que, si se acepta, aadira una nueva dimensin histrica y religiosa a nuestra lectura de esta escena39. A pesar de que encuentro muy convincentes sus argumentos, la validez de mi interpretacin no depende de que sean o no acertados. Con todo, pienso que puede ser muy revelador traerlos a colacin aqu.

    La ceremonia del sacrificio animal, de la que, en opinin de Burkert, toma su nombre la tragedia griega, expresaba el temor de una comunidad humana ante sus propias posibilidades homicidas. Inmolando un animal en lugar de una vctima humana, rodeando adems la accin de un ritual que pone de manifiesto tanto la inocencia de los matadores como su respeto por la vida, los actores de esta comedia de la inocencia (Unschuldskomodie)^ , al mismo tiempo que reconocen las posibilidades homicidas que guarda la naturaleza humana, se distancian de ellas. Expresando su actitud ambivalente y su remordimiento por el sacrificio del animal, humanizando a ste y preocupndose por su voluntad, alejan de s la posibilidad ms terrible: el homicidio despiadado y su propia transformacin en seres bestiales. Los ritos afirman su condicin humana y, a la vez, su miedo a perderla. El sacrificio humano... es una posibilidad que, como una horrible amenaza, alienta en el fondo de cada inmolacin41. La funcin de la tragedia, canto del sacrificio de la cabra, consiste en proseguir la funcin ritual y profundizar en ella, alumbrando la amenaza oculta y representando una vez tras otra las posibilidades bestiales escondidas y distanciadas por la sociedad humana.

    El sacrificio de Ifigenia responde a este modelo. La estancia de Agamenn en ulide comienza con la muerte implacable de un animal entre las garras de otro, suceso que es interpretado como la muerte no ritual (que, por tanto, no produce remordimiento) de unas reses a manos de seres humanos. Entonces el rey utiliza el rito del sacrificio animal (o abusa de l) para materializar precisamente la posibilidad que ste debe reprimir. El pasaje est salpicado de trminos tcnicos del lenguaje ritual bien conocidos del auditorio: el vestido color azafrn (238) lo llevaban las jvenes en la fiesta de Artemis Brauronia, cuando se sacrificaba una cabra a la diosa; atarotos, literalmente no cubierta por otro (245) es un trmino ritual que designa la virginidad; la protlica es un sacrificio que las muchachas atenienses ofrecan a Artemis antes del matrimonio. AJhora bien, aqu no asistimos al sacrificio ritual y voluntario de un animal, sino al homicidio de una muchacha que se resiste con todas sus fuerzas, de la propia hija del sacrificador, que la trata y la ve como a la cabra

    J" Burkert, Greek tragedy (cfr. tambin Homo Nfcans [Berln, 1972]).40 El nombre lo toma Burkert de Karl Mculi, Griechische Opferbrauche, en Phyllobolia, Fetschrift

    P. voti d t r M hl (Basilea, 1960). Como hace Burkert, Mculi subraya que el acto ritual del sacrificador expresa (en palabras de Burkert) un respeto humano por la vida profundamente enraizado, que impide al hombre convertirse en un autocrtico dcsrructor de otros seres (pg. 106).

    41 Burkert, Greek tragedy, pg. 111.

  • dispuesta a la inmolacin. Se nos invita a contemplar la monstruosa facilidad con que este lmite es transgredido y la sustentacin llevada a efecto42. Es ms, contemplamos la inteligente manera en que se fuerzan y deforman las reglas de la racionalidad y la coherencia para ponerlas al servicio de la seguridad. Si nos invita a ver con cunta facilidad y mediante qu actos de prestidigitacin los seres humanos sustituyen el animal por una persona, o a sta por un animal, o al extrao por un ser querido, bajo presiones que son endmicas en un mundo donde la eleccin est constreida por la necesidad.

    Eteocles, hijo de Edipo y rey de lebas, se enfrenta a un ejrcito invasor comandado por su hermano Polinices43. Una vez seleccionados seis capitales rebaos que se batirn con seis de los siete campeones enemigos en defensa de las puertas de la ciudad, el monarca descubre que el sptimo antagonista es su propio hermano. Al principio llora y se lamenta de la maldicin cada sobre su familia (635-6). Pero luego se critica a s mismo, declarando que no conviene llorar o gemir (656): a la violencia injusta de su hermano opondr un hroe idneo, l mismo:

    A qu otro sera ms justo (endikteros) enviar? Jefe contra jefe, hermano contra hermano, enemigo contra enemigo, me he de medir con l. Traed en seguida mis gre- bas para protegerme de las lanzas y las piedras (673-6).

    El razonamiento no deja de ser peculiar: la categora de hermano no parece operar de la misma forma que las otras dos, es decir, como justificacin de la decisin de Eteocles. Parece que el monarca tendra que sentir una fuerza que se opusiera a su decisin, una tensin entre sus obligaciones civiles y militares y sus deberes fraternales44. Las necesidades manifiestas de la ciudad se contrapondran a otra obligacin igualmente profunda. No reprimir las lgrimas, sino dejarlas correr, parece la reaccin ms apropiada. Supongamos que, en efecto, slo un caudillo pueda enfrentarse con otro; admitamos tambin que la salvacin de la ciudad depende de esta decisin y que, como consecuencia, la resolucin de Eteocles se puede calificar de noble. Concedamos (aunque la obra no aclara suficientemente ese extremo) que nadie pudiera reprochar a Eteocles haber adoptado una decisin errnea entre las opciones

    42 Sobre estas sustituciones (y otros casos relacionados) vase Burkert, Grcek tragedy, pgs. 112-13 y n. 58; tambin Freud, Ttem y tab, sobre los impulsos psicolgicos que subyacen en el sacrificio.

    43 Sobre estos aspectos de los Siete, y especialmente el final de la obra, vanse S. G. Bernarderc, Two notes on Aeschylus Septem, Wiener Studien, I (1967), pgs. 29 y ss., 2 (1968), pgs. 5-17; R. D. Dawc, The end o f thc Seven Against Thebes, CQ, NS 17 (1967), pgs. 16-28; H. Hervsem, Zur Exodos der Siebcn, Serta Turyniana (Urbana, 1974), pgs. 169-198; E. Fraenkel, Schluss des Sieben gegen Theben, Mus Helv, 21 (1964), pgs. 58-64; H. Lloyd-Jones, The end of the Seven Against 7bebes, CQ, NS 9 (1959), pgs. 80-115; A. A. Long, Pro and contra fratricide: Aeschylus Septem, 653-719, en J. H. Betrs, comp. volumen de homenaje a T. B. L. Webster (Brisrol, en prensa); C. Orwin, Feminine jusrice: the end o f thc Seiten Against Thebes, CP, 75 (1980), pgs. 187-96; A. J. Podlecki, The characrer o f Eteocles in Aeschylus' Septem, TAPA, 95 (1964); F. Solmsen, The Erinys in Aeschylus* Septerm*, TAPA, 68 (1937), pgs. 197-211; R. P. Winnington-Ingram, Septem Contra Thebas, YCS 25 (1977), pgs. 1-45; F. Zeitlin, Under the Sin o f the Shield: Semiotics and Aeschylus Seven Against Thebes (Roma, 1982).

    44 Vanse tambin Orwin, op. cit., pg. 188; Bernardete, op. cit. el artculo de Long contiene un anlisis exhaustivo y muy sutil de los argumentos y reacciones de Eteocles al respecto.

    72

  • que se le ofrecan45. Con todo, an nos sentiramos impulsados a condenar el resuelto menosprecio del monarca por el vnculo familiar. El coro de las mujeres tebanas, ellas mismas madres de familia, comparte este mismo sentimiento y reprocha al rey, no tanto su decisin -o en todo caso no slo sta-, sino su respuesta emocional. Oh, hijo de Edipo, el ms amado de los hombres, le imploran, no te asemejes en la pasin (orgn) a aquel de quien se dicen los peores nombres (677-8). Nuevamente le suplican: Por qu ese deseo ardiente, hijo? No dejes que el engao (ta) sediento de lucha, te arrastre llenando tu espritu (tbymopleths). Arroja de ti esa mala pasin (kaku rotos) (686-8). Eteocles, que, como Agamenn, ha pasado del horror a la confianza, replica con un razonamiento que nos recuerda al del Atrida: Ya que es manifiesto que la situacin est gobernada por un dios, conviene actuar rpidamente (698-90). La compulsin de las circunstancias vuelve lcita la impaciencia. De nuevo las mujeres responden condenando su entusiasmo: Demasiado voraz es el deseo (himeros) que te incita a llevar a cabo un homicidio de amargo fruto, derramando una sangre que no debe ser vertida (692-4). La rpca de Eteocles muestra con toda claridad su anhelo por el fratricidio (obsrvese el uso de gar): lejos de negar ese deseo o lamentarse por experimentarlo, intenta slo explicar su origen46.

    Eteocles, como Agamenn, afronta un dilema en el que parece cerrrsele toda salida inocente. No obstante, a diferencia del Atrida, puede hacerse en cierta medida acreedor a la censura por la gnesis de las circunstancias que ahora se le imponen, si bien es obvio que los principales factores determinantes de su situacin son fuerzas y coincidencias que escapan a su control47. Tambin a diferencia de Agamenn, puede o no haber optado por la mejor de las alternativas posibles; pero lo que nosotros, lo mismo que las mujeres del coro, percibimos claramente es, como en el caso de Agamenn, la perversidad de las reacciones imaginativas y emocionales del monarca ante el grave dilema prctico que se le presenta. Eteocles parece no sentir otra obligacin ni tampoco resistencia alguna. Mira hacia delante con impaciencia, incluso con pasin. Es sobre estas deficiencias de la percepcin y de la reaccin donde e centran los reproches del coro. El ansia, el mal ros, el deseo bestialmente voraz. Tanto si el coro hubiera preferido una accin distinta como si no, considera que el monarca ha simplificado en exceso las cosas. No ha juzgado el conflicto ni reaccionado en consonancia con la verdadera naturaleza de aqul; este delito vendr a sumarse a la carga ya muy pesada que gravita sobre su accin.

    4' De hecho, esto no queda elaramenre establecido dentro de la obra, pues no disponemos de otros datos para pensar que Eteocles es el nico campen capaz de salvar la ciudad.

    46 En Decisin and responsibility, pg. 83, Lesky seala este punto y subraya tambin el paralelis- mo con la respuesta de Agamenn; vase tambin Solmscn, The Erinys. Long, en Pro and contra, destaca la respuesta de Eleocles: el deseo mismo se atribuye a la -negra maldicin de su padre, que se adhiere a mis ojos secos (695-6). Sin embargo, el coro no acepta que ello exonere a Eteocles de su responsabilidad por el deseo, y responde inmediatamente: Pero no te apresures (697). Long describe a Eteocles como un ser admirablemente lcido en lo tocante a iodos los aspectos de su situacin trgica. En mi opinin, este uso de la causalidad divina como excusa es un signo de que dicha lucidez no es tan completa.

    47 Sin embargo, nunca se aclara suficientemente quin reclama con justicia el gobierno. La presencia de Dkc en el escudo de Polinices no parece ser la decisiva teofana de que habla Orwin en Fcmiqinc justice (pgs. 191-3) siguiendo a Bcrnardete (Two notes, pg. 16). Long (op. cit.) subraya acertadamente los argumentos con que Eteocles rebate la reivindicacin de Polinices (lneas 667-71).

    73

  • Eteocles ha hecho del desligarse a s mismo de la familia que lo engendr, tanto en la imaginacin como en el sentimiento, el fin prctico que guiar su vida; se considera simplemente un ciudadano y el timonel de la ciudad (1 y ss.)48. Incluso intenta creer y propagar la ficcin de que todos los tebanos provienen de brotes plantados en la tierra, extendiendo a toda la poblacin una leyenda referida a algunos de los primeros habitantes. Habla de sus conciudadanos en un lenguaje propio de la vida y el crecimiento de las plantas, comparando sus cuerpos con jvenes retoos y llamando a la tierra su madre y nodriza (12, 16 y ss., 557). Incluso se dirige a las mujeres del coro, que con tanta frecuencia muestran su preocupacin por la seguridad de sus familias, como vosotras, insufribles vstagos de la tierra (191). Sin embargo, de las biografas de los campeones se desprende que slo una pequea parte de los ciudadanos vivos son de la estirpe de los hombres sembrados; y al menos uno de stos se encuentra separado de aqullos por una generacin, pues ha nacido de padre biolgico (cfr. 412-14, 473-4). Irnicamente, Eteocles invoca la justicia de la consanguinidad (dike hrnai- mn, 415) con relacin al nico de la raza de los hombres sembrados que puede ser de hecho un descendiente directo de la tierra y carecer de padres biolgicos. Esta justicia, declara, enviar al hroe a luchar en defensa de la ciudad para alejar la lanza enemiga de la madre que lo engendr (416). De hecho, slo de Malanipo podra afirmarse con verdad que la justicia de la consanguinidad avale aproblemticamente su participacin en la guerra civil. Y, sin embargo, Eteocles se comporta como si todos los casos fueran semejantes a ste, llamando a todos los varones jvenes hijos de la madre tierra, y a todas las mujeres jvenes brotes o retoos. S es capaz de resolver el dilema del homicidio de su hermano sin dolor es porque est resuelto a no reconocer la existencia de la familia ni su importancia en la vida humana. La coherencia se introduce en el conflicto prctico a costa del engao de s mismo en que incurre el rey.

    No se debe calificar esta reaccin de idiosincrsica o meramente patolgica. En cierto sentido, es la respuesta que deba dar todo buen gobernante y buen patriota. En cierta forma, tambin deba reaccionar as todo buen ciudadano varn de un auditorio ateniense. Los varones de Atenas eran educados en una mitologa de lo autctono que, paradjicamente, tenda a borrar el papel biolgico de la mujer y, por tanto, de la familia, en la continuidad de la polis. En la retrica poltica pblica se denominaba con frecuencia a los ciudadanos hijos de la ciudad o de su tierra. Del primer antepasado de los atenienses, Erictonio, se relataba que naci directamente de la tierra y fue criado por Atenea, la cual careca tambin de madre biolgica49. Esta mitologa ocupaba un lugar lo bastante preeminente en el discurso poltico y religioso de la ciudad como para reflejar y reforzar la supresin de lo familiar, aun cuando en algn sentido no era objeto de una creencia literal y, por otra parte, la familia disfrutaba de un notorio respeto en otros contextos. De este modo se pone de manifiesto la utilidad de la estratagema para la vida civil: se ensea al ciudadano que, ante cualquier posible disensin interior, la nica lealtad que obliga gravemente es la de

    u Cfr. Orwin, op. cit., pgs. 190 y ss.; para una explicacin de algn modo distinta de la misoginia de Eteocles, vase Zeirlin, Under the Sign.

    49 Un excelente anlisis de este mito y de su funcin en la vida civil lo realiza N. Loraux en Les Enfants dAtbna: idees athniennes sur la citoyennet et la divisin des sexes (Pars, 1981). Sobre la actitud de Crconrc hacia la mujer, vase el cap. 3; sobre el uso que hace Platn de la mitologa de lo autctono y la negacin de la familia, vase el cap. 5.

    74

  • la ciudad; la persona que sienta en s dicho conflicto est malinterpretando sus propios orgenes. As pues, Esquilo reflexiona sobre un estilo de pensamiento, o sobre la evitacin de cierto pensamiento, que, lejos de ser idiosincrsico, resulta esencial para su modo de vida. Muestra cmo el rechazo del conflicto ayuda a los ciudadanos a evitar el desgarro producido por la presencia simultnea de obligaciones opuestas. Sin embargo, indica que el coste de tal simplicidad puede resultar demasiado oneroso, ya que supone, por una parte, una concepcin falsa de la ciudad y, por otra, una grave infidelidad a determinados vnculos no civiles a los que se debe veneracin. Al relacionar dicha infidelidad con la maldicin de las pesadillas fratricidas de Eteocles, hijo de Edipo (709-11), puede estar indicando incluso que el no cultivar respuestas adecuadas en mbitos ajenos a la esfera civil supone alimentar las malas pasiones que acechan en la mayora de las familias. Esquilo nos ensea tambin que la ciudad puede fomentar un adecuado reconocimiento de esos otros vnculos: el mensajero que trac las nuevas de la muerte de Eteocles asigna intencionadamente al coro el ttulo de hijas criadas por vuestras madres (792). Ahora que se han extinguido las ficciones del rey, se puede reconocer la profundidad de los lazos familiares y contemplar en toda su dimensin el conflicto entre la familia y la ciudad.

    Al final de la obra, si se admite su autenticidad50, se muestra que el coro reconoce lo que Eteocles no pudo o no quiso ver. Cuando Creonte y Antgona se enfrentan con motivo del entierro de Polinices, el coro se fracciona en dos mitades. En un final sin parangn hasta entonces en la tragedia, sale de escena dividido, una parte en pos de Creonte y el cadver de Eteocles y la otra de Antgona y el cuerpo de Polinices. Iremos y participaremos en el sepelio, dice el primer semicoro, ... pues esta es una pena de todo nuestro linaje, aunque la ciudad tiene diferentes formas, en distintos momentos, de honrar a la justicia (1068-71). La escisin de lo que haba sido uno supone el reconocimiento de las obligaciones de ambas partes. Si pensamos en el coro como conjunto de individuos, ese reconocimiento sera incompleto, ya que el conflicto se entendera de nuevo como una forma de desacuerdo y cada persona reconocera slo una de las obligaciones contrapuestas. Pero si lo consideramos (y as debemos hacerlo) una unidad representativa de cada uno de nosotros, con una sola imaginacin y un solo haz de sentimientos, entonces vemos la expresin individual de la reaccin compleja a un dilema, reaccin ajena a la psicologa de Eteocles. Esta interpretacin queda confirmada en las lneas finales del segundo semicoro, donde se niega que la justicia, incluso la civil, sea una cosa simple.

    IV

    En las pginas anteriores hemos reflexionado sobre dos conflictos prcticos. Cada uno se relaciona con valores importantes dentro de la concepcin de la exce-

    5,1 Sobre el debate al respecto, vanse los artculos citados en la nota 43. Las cuestiones filolgicas no son definitivas, por lo que conviene valorar el contenido para tomar una decisin: posee este final la necesaria unidad temtica con lo que le precede? En Feminine justice, Orwin responde afirmativamente; para apreciar esa unidad, basta prestar la suficiente atencin a los aspectos relacionados con el carcter de Eteocles y su visin de la justicia.

    75

  • lencia humana que sostienen los coros de las dos obras trgicas. Volviendo a los ocho puntos de nuestra lista, comprobamos que los cursos de accin seguidos por los protagonistas son reprobables ticamente tambin por otros motivos. En ambos conflictos se ha suscitado una accin contraria a los valores ms encarecidamente defendidos por los coros y, en uno de ellos, incluso por el agente; en ambos, la accin transgrede una obligacin anterior del agente, explcita o implcita; en los dos se causa un perjuicio irreparable a otra persona, lo cual traer consecuencias para el agente que perdurarn el resto de su vida. Consideremos ahora ms de cerca dos observaciones apuntadas por los coros en su examen de las respuestas de sus reyes. En primer lugar, ambos coros resaltan la importancia para la valoracin tica de la distincin que nosotros plantebamos entre delitos reparables e irreparables: algunos de ellos provocan efectos tan graves que su comisin, aun forzada por las circunstancias, hace al infractor merecer un grave castigo. El coro de los Siete subraya la diferencia existente entre el homicidio ordinario cometido en la guerra, tras el que cabe la purificacin ritual, y el crimen, mucho ms grave, contra un miembro irreemplazable de la propia familia:
  • tante en su ciudad: las Furias cambiarn, pero se les otorgar un puesto de honor, ya que, segn afirma la diosa, hay ocasiones en que el temor es bueno y apropiado52. Dichas ocasiones, podramos aadir nosotros, se asemejan a las situaciones de conflicto prctico.

    Hay un segundo aspecto del problema que es objeto de la atencin de los coros de nuestras dos tragedias. Aun admitiendo que el agente decidiese y actuase forzado por las circunstancias, lo que puede reducir su culpabilidad, no por ello se ha resuel- l o la cuestin de si merece elogio o censura. Si hay muchas cosas que no puede evitar, no obstante el dominio de otras parece estar a su alcance: nos referimos a sus respuestas emocionales y a su reflexin sobre las obligaciones que le son impuestas. Al parecer, los coros piensan que una persona de buen carcter abocada a semejante alt