Espiritualidad...

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CIENCIAS RELIGIOSAS N 10

Espiritualidad Bíblica Rodrigo García Monge.*

Qué entendemos por espiritualidad 1.1 Ejercicios espirituales 1.2. Discernimiento de espíritus 1.3. Itinerario espiritual 1.4. Espiritualidad y otros aspectos de la vida eclesial ¿Espiritualidad o espiritualidades? Rasgos de espiritualidad bíblica 3.1. La iniciativa divina. 3.2. La Vida como el objeto de la acción de Dios. 3.3. La Alianza como estructura de la vida del creyente.

1. Qué entendemos por espiritualidad 1 Para abordar el tema que nos reúne ahora, un primer paso consiste en delimitar con la precisión de que seamos capaces en este breve espacio el campo de nuestra reflexión. Para ello, lo primero es tratar de aclararnos qué entendemos por 'espiritualidad', qué quiere decir para nosotros esta palabra, a qué reali-dades hacemos referencia cuando la usamos. Aquí, quiero decir fundamentalmente tres cosas: la espiritualidad o vida espiritual no es lo mismo que los ejercicios de piedad o las actividades directamente religiosas de la vida, sino que abarca toda la vida en cuanto ésta puede y debe estar guiada por la intención creadora de Dios -su Palabra- y por la fuerza creativa divina -su Espíritu Santo- y no por otras motivaciones, fines o fuerzas. En segundo lugar, que lo típico de la vida espiritual de cualquier persona consiste principalmente en la sintonía con el Espíritu Santo que Dios ha derramado en el mundo, de manera que nuestras vidas, las opciones que vayamos tomando a lo largo de nuestro caminar, encarnen el proyecto original de Dios de dar vida digna y abundante para todos, de dar la propia vida para que los hombres y mujeres vivan. En tercer lugar, que este ejercicio de descubrir la presencia y la inspiración divinas va describiendo un camino y, en este sentido, la espiritualidad, en general, puede ser entendida como un itinerario de seguimiento dócil del Señor. Desarrollemos más estas ideas.

* Licenciado en Sagrada Escritura, Pontificio Instituto Bíblico, Roma, Italia.

1 JUAN ANTONIO ESTRADA, «La renovación de la espiritualidad»; MARCOS VILLAMÁN, «Espiritualidad y Solidaridad en América Latina», Cuadernos de Espiritualidad, 84 (marzo/abril 1994), Centro de Espiritualidad Ignaciano, Santiago, 2-15; 29-42.

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1 . 1 . Ejercicios espirituales

En un primer momento, entendemos espiri-tualidad como un sinónimo de la 'vida espiri-tual'. Aquí incluimos el conjunto de activida-des, ejercicios, actitudes, virtudes, esfuerzos, etc., relacionados con lo que podemos llamar de manera bien amplia lo 'espiritual'. Cuando hablamos de 'vida espiritual' no es raro que consideremos esta particular 'vida' como un compartimento dentro del conjunto de la Vida. Así, tendríamos, por ejemplo, la vida física (que se refiere a la alimentación y la salud), la vida social (las relaciones interpersonales, la diver-sión, etc.), la vida intelectual (referida a los estudios), la vida doméstica (todo lo de la casa), la vida política, la vida profesional, la vida apostólica, etc. Uno de esos compartimentos, uno más entre otros, sería la vida espiritual, que podríamos entender, por ahora, como ese conjunto de cosas de nuestra vida relacionados con 'lo espiritual', con la religión, con la Iglesia, con Dios.

Casi espontáneamente encerramos en lo espi-ritual todo lo que nos comunique directamente con Dios, a través de la oración, los sacramen-tos, la piedad, los retiros, la catequesis, lectu-ras de vidas de santos, de la Historia Sagrada (y aquí entraría la Biblia, como un texto más de lectura para inspirar y consolar a los fieles cristianos), etc.

Según lo anterior, ¿cuál sería el antónimo de 'espiritual'? Si hay actividades 'espirituales', si hay una valoración positiva de lo 'espiritual', ¿a qué se opone este ámbito de la vida?

Lo contrario de lo espiritual sería, consecuen-temente, lo 'material' o, como también se lla-ma, lo 'temporal'. Lo espiritual es lo que se refiere al alma y todo lo relativo a ella, lo ma-terial o temporal es lo que se refiere al cuerpo y a lo relacionado con él. Así, tenemos que un cierto sector de la Iglesia se tiene que preocu-

par más específicamente de las cosas 'espiri-tuales' (las cosas de Dios, las cosas del alma), mientras que otro sector, muchísimo más gran-de, se encarga solamente de las cosas 'tempo-rales' no más'. No está de más destacar que al hablar así, hacemos inmediatamente un jui-cio de valor acerca de cuál de los dos ámbitos es más importante. Por referirse directamente a Dios y a las cosas de Dios, a lo del alma, a lo eterno, se piensa que lo 'espiritual' es superior a lo 'temporal', orientado solamente a las cosas de este mundo, a las cosas bajas del cuerpo, a lo que se acaba. Esa es la lectura que espontáneamente hacemos del episodio de Marta y María: «-Marta, Marta, estás preocu-pada y te inquietas por demasiadas cosas, pero sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar» (Lc I 0,41-42.DHH) 2. Este trozo no debiéramos apurarnos a explicar como una supuesta su-perioridad de lo espiritual por sobre lo tem-poral, sino, más seguramente, como lo mejor que significa hacerse discípulo de Cristo, como María, respecto de puro servir y hacer cosas buenas, como hace Marta, y una invitación, provocativa, a las mujeres a ser discípulas de Jesús maestro, en una cultura que las margi-naba de esa posibilidad.

Sólo un ejemplo de esto nos bastará como ilus-tración: todos hemos leído alguna vez y cono-cemos las listas de 'obras de misericordia'. Hay siete obras de misericordia espirituales (con-solar al triste, enseñar al que no sabe, etc.) y siete temporales (dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, etc.).

Por eso, los ejercicios de piedad constituyen la base de la espiritualidad, porque nos per-miten sintonizar directamente con Dios y lo de Dios. Las otras cosas no tienen el mismo valor, son como distracciones necesarias para

2 DHH en adelante significa la versión ecumenica de la Biblia Dios habla hoy

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poder seguir viviendo, mientras esperamos que por fin llegue el momento de encontrarnos cara a cara con Dios, sin interferencias, sin molestias, sin interrupciones mundanas. El ideal sería, si se pudiera, hacer todas esas cosas sin dejar ni un instante de pensar en Dios, sea diciendo jaculatorias, rezando oraciones, pensando en su amor, mientras realizamos las actividades inferiores, como trabajar, limpiar, comer, trasladarnos, etc.

Como consecuencia de esta visión, las perso-nas verdaderamente `espirituales' son las que por oficio se dedican a lo de Dios (curas, mon-jas, sacristanes, quiz* ministros laicos...). Esto trajo consecuencias muy lamentables para los laicos: por la dedicación a las cosas del mundo, eran considerados (y desgracia-damente todavía lo son, en muchos momen-tos) como cristianos de segunda, precisamen-te por su falta de espiritualidad. Para un lai-co, la manera de crecer como cristiano se ha convertido en ser un monje o una monja en su vida cotidiana, uno es más cristiano si reza el breviario (algo típico de la vida ¡en un convento!). La aspiración máxima de un `laico comprometido' es dar la comunión o leer en Misa, en lugar de ser dirigente de-portivo, sindical, vecinal, etc. Y cuando los curas echamos a los laicos confitados de la sacristía, para que se dediquen al `mundo', a lo `temporal', da la impresión de que no queremos que nos distraigan a Dios con sus preocupaciones tan bajas (a diferencia de las nuestras, siempre tan altas).

Ahora bien, esta distinción entre un ámbito espiritual y otro temporal, es desconocida en el mundo de la Biblia. No sólo no aparece allí. Podemos ir más allá y afirmar con segu-ridad que es contraria al modo como la Bi-blia entiende la vida, la relación con Dios, con los demás, con el mundo, con uno mis-mo. No hay en la Sagrada Escritura separa-ción entre el cuerpo y el alma, sino integra-

ción. La oposición que aparece en la Biblia, en cambio, no es entre espiritual y temporal, sino entre espiritual y carnal. La Biblia no divide la vida en secciones, una de las cuales sería la espiritual, al lado de otras (las que nombramos al principio: física, social, domés-tica, política, intelectual, etc.) ni tampoco divide la persona en dos partes, una espiri-tual y otra material.

Esa división llegó al cristianismo no de la re-velación bíblica, sino de la cultura griega, cul-tura en la que el mensaje cristiano se encarnó en sus comienzos.

Pero Pablo, judío y griego al mismo tiempo, no se deja llevar por esa visión, que él conocía muy bien. Consciente tal vez del peligro en-cerrado en esa separación, prefiere otra divi-sión, la que venimos insinuando, que puede iluminar nuestra reflexión.

Si leemos el texto de Ro 84-5 vemos que se refiere a quienes tienen una conducta según la carne en oposición a los que la tienen según el espíritu, los que viven según la carne y los que viven según el espíritu. Los primeros desean lo carnal, los segundos desean lo espiritual.

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Esto se podría entender según la oposición entre el espíritu, que es fuerte, y la carne, que es débil, como si con carne se dijera cuerpo. Pero carne habla del conjunto de nuestra vida, es decir, nosotros, el conjunto de nuestra na-turaleza (no sólo el cuerpo y sus apetitos 'car-nales', como el sexo, el placer, el poder, la cu-riosidad, etc.) en cuanto tocados por el peca-do, heridos por el miedo a la muerte, dañados por el mal que nos hace huir de Dios y de su amor, y perder la vida propia y ajena. Somos nosotros en cuanto no nos dejamos gobernar por el Espíritu de Dios, Espíritu de Amor, de Unidad, de Vida.

Esto se hace más claro al repasar las llamadas obras de la carne y las del Espíritu, en el capí-tulo 5 de Gálatas (5,19-21: «cometen inmora-lidades sexuales, hacen cosas impuras y vicio-sas, 20 adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y par-tidismos. 21 Son envidiosos, borrachos, gloto-nes y otras cosas parecidas»), que se puede com-pletar con la de Ro 1,29-31 («están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son envidiosos, asesinos, pendencie-ros, engañadores, perversos y chismosos. Ha-blan mal de los demás, son enemigos de Dios, insolentes, vanidosos y orgullosos; inventan maldades, desobedecen a sus padres, no quie-ren entender, no cumplen su palabra, no sien-ten cariño por nadie, no sienten compasión»).

Bastan esos ejemplos para darnos cuenta de que lo carnal apunta también a cosas que no-sotros llamamos 'del espíritu', como rabias, celos, odios, divisiones, avaricia, envidia, men-tira, chisme, calumnia, insolencia, vanidad, orgullo, falta de compasión, incumplimiento de las promesas, etc.

En otras partes, la 'carne' se asocia incluso al legalismo, al cumplimiento de la Ley y los mandamientos: Ga 3,2-3. Y esta `carne', la 'vida

según la carne', se relaciona también con un llamado «espíritu de esclavitud» (Ro 8,14), «el espíritu del mundo» (1Co 2,12), «el espíritu del anticristo» (lln 4,3) o «el espíritu del error» (lJn 4,6). Este espíritu es el que atormenta a los enfermos que Jesús curaba (Mc 121-27; 3,29-30; 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29).

En conclusión, hay vida 'espiritual' (en el senti-do de movida por algún espíritu) que es al mis-mo tiempo carnal (porque no lleva adelante los planes de Dios), mientras que hay actividades 'temporales' o 'corporales' (como las sanaciones que Jesús realizaba) que Él mismo interpreta como acciones del Espíritu Santo (Mt 12,28: «Porque si yo expulso a los demonios por me-dio del Espíritu de Dios, eso significa que el rei-no de los cielos ya ha llegado a ustedes».).

¿Qué conclusión podemos sacar de las re-flexiones precedentes? Al hablar de Espiri-tualidad, de Vida Espiritual, la Biblia nos en-seña que no se trata de hacer cosas inspira-das por algún espíritu, cualquiera que sea, en oposición a lo material, corporal, tempo-ral. Lo central en la Escritura es si la vida, las decisiones, las relaciones están siendo guia-das por el Espíritu de Dios o bien por otro espíritu, opuesto a Él. Lo opuesto a la carne no es lo espiritual en general. Lo contrario de la carne es el Espíritu Santo, Espíritu que ordena el caos y permite que surja el orden y la vida (Gn 1), que da nueva vida a los hue-sos secos y muertos y restaura así al pueblo de Israel (Ez 37), que inspira al Siervo de Dios que instaura la justicia (Is 42) y anuncia el año de jubileo (Is 61).

1.2. Discernimiento de espíritus

Pasamos al segundo punto: la vida espiritual como discernimiento de los espíritus. No basta simplemente tener un catálogo de ac-ciones buenas, en contraposición a otras malas (igual es bueno y necesario conocer las

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acciones 'intrínsecamente malas', para no dañar la vida). Es necesario, además, dejarse guiar por el Espíritu de Dios, distinguir sus inspiraciones de vida y amor de las inspira-ciones de pecado y de muerte de los espíri-tus del mundo, como señala Juan (41): «Que-ridos hermanos, no crean ustedes a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios o no. Porque el mun-do está lleno de falsos profetas».

Como señala ALBERT NOLAN 3, «la vida es-piritual es entonces el esfuerzo constante y diario para asegurar que el espíritu que nos mueve es el Espíritu de Dios y no cualquier otro espíritu. Esto significa que tomamos en serio el consejo de Pablo cuando dice: 'Y uste-des no se conformen con este mundo' (Ro 12,2). En vez de eso, buscamos los caminos de Dios, los caminos del Espíritu.»

El discernimiento, en primer lugar, es una ma- nera de buscar la voluntad de Dios radicalmen- te diversa a la actitud de 'dejar que las cosas

3 ALBERT NOLAN, Espir itualidad Bíblica, en www.servicioskoinonia.org, Biblioteca Bíblica.

pasen' y considerar que el resultado espontá-neo del juego de fuerzas es la voluntad de Dios. «Si este proyecto me resulta, es que Dios que-ría eso», se oye decir con alguna frecuencia, «si las cosas se dan, es porque son las de Dios». Desde la perspectiva de la Biblia y de la fe cris-tiana, no podemos decir que si algo nos resulta es porque Dios lo quiso. No es tan simple inter-pretar los designios divinos. Un 'discernimien-to' así puede ser realizado también por quienes no creen en Dios, ni en su amor. Hay tanto mal, tanto pecado, tanta injusticia que 'resulta' a quienes la realizan (a quienes la realizamos) que sería blasfemia hacer de Dios el inspirador de ellas, o, peor todavía, su autor. Si hablamos de vida cristiana, es necesario hilar más fino, bus-car, preguntar, preguntarse, preguntarle a Dios, dejarnos guiar por los criterios que el mismo Dios nos va mostrando en la vida de Israel, de Jesús, de la Iglesia.

Esto supone y exige una capacidad, que el mismo Dios nos da y que exige de nuestra parte también un cultivo deliberado. Es la capacidad de 'leer entre líneas'. Porque la presencia del Espíritu Santo no es evidente. De hecho, sólo se lo conoce por sus frutos, como señala el mismo Pablo (Ga 5,22-23): 'lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fideli-dad, humildad y dominio propio'. A simple vista sólo se perciben las cosas tal como pa-san. Con los ojos de la fe podemos recono-cer la presencia de Dios en la vida y actuar en consecuencia.

Esto nos puede quedar más claro recurriendo a la siguiente imagen:

El Espíritu Santo es como la luz. La luz es invisible. Lo que vemos son los objetos una vez que son iluminados, pero la luz misma es transparente (si así no fuera, no podría-mos ver las cosas, sería un puro y constante encandilamiento). Ahora bien, nosotros co- 2 7

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nocemos la luz, pero siempre a través de las cosas. Por decirlo de alguna manera, la sepa-ramos del objeto que está iluminando, la 'co-lamos' de las cosas y así llegamos a recono-cerla. Pero cara a cara no podemos verla. Lo mismo pasa con la presencia de Dios en el mundo, con el Espíritu: sólo se lo conoce por los efectos de su presencia, hay que distin-guirla de lo que pasa, porque está allí, pero no es directamente lo que pasa.

'Discernir' significa precisamente 'distinguir', 'diferenciar' o, en términos de cocina, 'colar', para separar una cosa de la otra. El discerni-miento es el esfuerzo para separar en nuestra vida lo que viene de Dios, lo que da vida, de lo que no es de Dios, que destruye esa vida.

Lo mismo pasa con el Espíritu: sólo lo perci-bimos por el efecto que su presencia tiene en nuestra vida. Discernir un acontecimiento pa-sado desde la fe significa mirar sus frutos y diferenciar, a partir de esos frutos, cómo se hizo Dios presente allí y a qué nos invita des-de esa situación, desechando las motivaciones, intenciones, acciones que iban en contra de la intención creadora de Dios, lo 'carnal' de esas situaciones. Discernir una decisión que hay

que tomar implica revisar la bondad de las ac-ciones implicadas en ella y también los efec-tos, mejores o peores, que se seguirán de ella, según el proyecto de vida de Dios.

Llevemos esto a la Biblia. Lo que la Sagrada Es-critura nos quiere transmitir no es la crónica de ciertos hechos que forman la llamada 'historia sagrada' (para eso bastarían los libros de histo-ria, escritos incluso por investigadores que no creen en Dios). Como dice Carlos Mesters:

«Hay fotografías y hay radiografías. Los libros de historia son como fotografías: describen lo que puede observarse a la vista. Pero la Biblia es como una radiografía: revela en ella lo que no puede observarse a simple vista. O sea, no es posible ver ni palpar la presencia activa de Dios (cf. Jn 1,18). Pero los rayos X de la fe per-ciben y revelan su presencia. Hay una diferen-cia entre la perspectiva del historiador común y el de la Biblia. No tienen los mismos instru-mentos de medición y de observación. Por eso, los resultados de la investigación del uno y del otro son diferentes, aunque no contradictorios: son aspectos complementarios de la misma rea-lidad. La descripción bíblica intenta presentar los hechos de tal manera que el lector perciba la dimensión divina del pasado y aprenda, a partir de ahí, a percibir ya asumir la dimensión divina de aquello que está sucediendo a su al-rededor en el momento en que lee la Biblia. Por eso, la condición para poder captar el mensaje de la Biblia es intentar tener la misma lente que tuvo el autor al describirlo» 4.

En otras palabras, en la Biblia no tenemos los hechos desnudos, sino el resultado del discerni-miento hecho por los autores sagrados en la his-toria que vivieron, discernimiento que les per-mitió descubrir las constantes de la acción de Dios en la historia y proponerlas para los demás.

4 CARLOS MES TERS, Dios, ¿dónde estás?, Verbo Divi-no, Estella 1996, 49-50.

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Desde el punto de vista de la espiritualidad bíblica, lo que hemos de buscar en la Biblia, en la lectura, la reflexión, el estudio, etc. esdescubrir cómo el Espíritu de Dios se ha ma-nifestado en la historia de Israel, de sus per-sonajes y del conjunto del pueblo, en la vida de Jesús y de la Iglesia primitiva. Se trata de descubrir la 'vida espiritual' o el dinamismo constante de discernimiento de Jesús y los demás personajes bíblicos, movidos por la fuerza del Espíritu (cf. sobre Jesús: Lc 4,1.14.18; 10,21; Hch 10,38). No se trata de copiar directa y burdamente las acciones rea-lizadas por ellos, sino de imitar su capacidad de leer la realidad con los ojos de la fe y de-jarnos guiar, como ellos y ellas, por la fuerza creativa de Dios que es el Espíritu Santo, para que Él siga dando sus frutos hoy entre noso-tros. No se trata de reproducir la letra muer-ta, sino de captar el Espíritu de amor (1Jn 4,13-16), de libertad (2Co 3,17; Ro 8,1-13), de verdad en 14,17; 16,13-14; Un 5,7) y de vida (2Co 3,6), y dejar que su dinamismo ac-túe en nosotros.

El Concilio Vaticano II ha descrito este proce-so, que en la lectura de la Biblia se hace evi-dente, cuando habla de la necesidad de escru-tar e interpretar a la luz del Evangelio, los 'sig-nos de los tiempos', de modo de dar a todos los hombres y mujeres, de cada tiempo y lu-gar, la respuesta a la pregunta perenne sobre el sentido de la vida presente y de la vida futu-ra y sobre la mutua relación de ambas (GS 4).

Para concluir esta apartado, podemos decir que la Espiritualidad Bíblica intenta descu-brir de modo sistemático el modo cómo los personajes de la Biblia leyeron, a la luz de su experiencia de Dios, los signos de los tiem-pos de cada época, para que, captando allí el dinamismo del Espíritu Santo, también no-sotros podamos responder a esas preguntas desde nuestra situación, inspirados por la misma fuerza divina.

1.3. Itinerario espiritual 5

Demos un paso más. Hemos dejado de lado la simple identificación de la espiritualidad con las acciones piadosas, las actividades explícita y directamente religiosas, para abrirnos al amplio campo de la acción del Espíritu Santo en la vida del mundo (no sólo de la Iglesia o de los creyentes 6) Esta acción necesita ser des-cubierta, leída y aplicada a nuestra realidad desde la fe. Ahora nos fijamos en el hecho de que en la vida humana en general, y lo mismo debería ocurrir en la vida espiritual, se dan procesos de crecimiento y disminución, desa-rrollo y estancamiento, avance y retroceso, actividad y pasividad, muerte y nacimiento.

5 Cf. PIER LUIGI BORACCO, El problema historiográfi-co de la espiritualidad cristiana, en ANTONIO BO-NORA (ed.), Espiritualidad del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1994 (17-35) p. 30; LUCIANO FANIN, La crescita nello Spirito, Messagero, Padova 1995, 149-174.

6 Sobre esta última afirmación, es importante recor-dar lo que dice el Concilio Vaticano II en la Consti-tución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gen tium, 16: «Dios mismo no está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida, la inspiración y to-das las cosas y el Salvador quiere que todos los hom-bres se salven. Pues quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstan-te, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras Su voluntad, conocida mediante el juicio de la concien-cia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divi-na Providencia tampoco niega los auxilios necesa-rios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía aun conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gra-cia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del evangelio.» Antes ha dicho (LG 13): «La Iglesia o el Pueblo de Dios, introduciendo este reino, no dismi-nuye el bien temporal de ningún pueblo; antes, al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas, las pu-rifica, fortalece y eleva todas las capacidades y ri-quezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno», lo que obliga a discernir, en cada expre-sión histórica, social, económica, política, cultural, lo que hay de bueno, dignificante, humanizador, para asumirlo como preparación al Evangelio y, desde ya, incluso antes de la proclamación explícita de Jesu-cristo, como camino de salvación. 29

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Para que haya vida, maduración, plenitud, es necesario salir constantemente de lo ya adqui-rido, de lo seguro, para caminar hacia nuevas metas, con alegrías y esperanzas mayores, y también con sus dolores y angustias. Siempre se intuye una novedad de vida, se la sueña y esta imagen, nunca alcanzada, es el motor de promesas, compromisos, esfuerzos, fatigas. Esto ocurre en el plano físico (con el desarro-llo y posterior debilitamiento del cuerpo a lo largo de los años) y en el psíquico (desde si-tuaciones muy primitivas de búsqueda de pla-cer y gozo hasta la integración de todos los elementos constitutivos de la persona en una opción de entrega fecunda a los demás).

De la misma manera, la vida espiritual puede ser descrita no sólo en términos de lectura de lapresencia y la inspiración del Espíritu Santo aquí y ahora, sino también como un camino, que resulta ser más que la mera acumulación de muchos momentos de lectura y aplicación. La vida espiritual también es un camino, con di-versas etapas, dificultades, metas alcanzadas y una gran meta inalcanzable, Dios mismo. El de-sarrollo de este camino de vida depende no sólo de que Dios hable. También depende de la con-ciencia de cada sujeto y de su deseo de com-prometerse de veras en la realización del pro-yecto de Dios para él o ella. Desde esta pers-pectiva, Dios aparece aquí como el horizonte infinito hacia el cual el creyente dirige su vida.

La misma Biblia habla de la vida espiritual como camino: el discernimiento se plantea en términos de elegir el camino de vida y des-echar el camino de muerte (Dt 30,15-20). El camino de la vida es el del bien y la perfección (1Sa 12,23; 1Re 8,36; Sal 101,2.6), que se re-corre en el compromiso con la justicia, la fide-lidad y la paz (cf. Pr 8,20; 12,28; Sal 119,30; Is 59,8; Mi 6,8). Se trata del camino que Dios describe para la vida de cada persona y que pone al creyente en estado de constante alerta y disposición de caminar (Is 55,8-9; Gn 12,1-

5), como el mismo pueblo debió vivir durante cuarenta años, guiado sólo por la presencia li-bre de la nube, que le indicaba las partidas, detenciones y lugares donde acampar (cf. Ex 40,33-38). De la misma manera que Israel re-corre un itinerario desde la su liberación de la esclavitud en Egipto, en el Éxodo, hasta la conquista de la tierra (cf. Nm 33), todo cre-yente ha de hacer de su vida un camino, nun-ca terminado, hacia la plenitud que Dios quiere darle. Es llamativo que el tiempo que trans-curre entre la liberación y la plena posesión de la promesa sea de cuarenta años: es el tiem-po, en términos bíblicos, de una vida, de una generación. Esto quiere decir que entre la entrada de Dios en la vida del creyente y la realización de Sus promesas ha de transcurrir el tiempo de toda una vida. Detenerse antes sería matar el Espíritu, dejar de discernir su presencia en la historia, identificar una reali-dad creada, de este mundo, con el reino defi-nitivo, regresar a la esclavitud de Egipto, mo-

rir sin haber entrado a la tierra prometida.

Al leer el camino de Israel, o de otros persona-jes, descubrimos que Dios, que tiene un pro-yecto de vida «para todo el Hombre y para to-dos los hombres» 7, no lo revela de golpe, sino que la va dando como por entregas, a medida de la respuesta humana a ese mismo proyecto divino. Constantemente los personajes bíbli-cos tienen que preguntar qué quiere Dios aho-ra para sus vidas, para la Vida de su pueblo, de la Iglesia. Porque esa voluntad divina se expre-sa en la vida, a partir de la vida. Por lo tanto, «no hay que concebirla como una construcción arquitectónica que tiene predeterminados to-dos los detalles antes de que el hombre comien-ce a ejecutarla. No es algo estático y atemporal, concluido e irreformable (...) Más bien la bús-queda de la voluntad de Dios está llena de sor-presas, de zig-zags, de cambios de ruta, es di-

7 Cf. Populorum Progressio, 20.

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námica y se basa en una dialéctica de 'propues-ta' por parte de Dios y de 'respuesta' por parte del hombre libre, del pueblo de Dios. Más que a un edificio terminado, se parece a una parti-da de ajedrez jugada conjuntamente en que a la estrategia de Dios corresponde la movida adecuada de las piezas por parte del Hombre para ir realizando juntos la historia de salva-ción. Y así se va avanzando sin que el hombre pueda prever aún cuál ser* el final de la juga-da. (...) La voz de Dios no está en el huracán que quiebra las rocas ni en el rayo ni en el es-truendo del poder de este mundo, sino en 'la brisa suave' del espíritu de pobreza y humildad y del silencio de la contemplación (cf. 1Re 19,11-13). Dios no está en los criterios mun-danos, sino que se manifiesta en los valores y vivencia del espíritu evangélico.» 8

2. Espiritualidad o espiritualidades

Luego de esta larga introducción, que nos ha permitido delimitar algo mejor lo que hemos de entender por espiritualidad o vida espiri-tual como vida según el Espíritu Santo, que actúa en el mundo y que debe ser buscado, encontrado, escuchado, seguido, podemos tra-tar de esbozar rasgos más característicos de una espiritualidad bíblica.

Entre los biblistas se ha discutido si hay algu-na categoría, alguna imagen, alguna metáfora, que sirva para englobar el conjunto de las di-versas teologías que aparecen en la Biblia. Sin duda que las distintas experiencias de vida creyente que están atestiguadas en la Escritu-ra son diversas. Cada experiencia tiene rasgos únicos e irrepetibles. Para los cristianos, la unidad del conjunto de experiencias relatadas en la Biblia está en la persona de Jesús. Desde

8 Cf. CARLOS PALMÉS, Del Discernimiento a la Obeden-cia Ignaciana,C1S, Roma 1988, 17-20.

el campo de la espiritualidad (no hablamos aquí de lo que el dogma afirma sobre Jesucris-to, cosa que damos por supuesta), la unidad de las diversas vivencias espirituales está en la experiencia espiritual de Jesús de Nazaret, el rostro humano de Dios. Su manera de rela-cionarse con el Padre, con el Espíritu, de en-carnar el proyecto creador de Dios para Él y para todos los hombres y mujeres, se convier-te para nosotros en paradigma, en modelo.

Con todo, hemos de reconocer que esta afir-mación de unidad en principio no logra unifi-carlo todo. Esto, porque nuestro acceso a Jesús está mediado por los Evangelios, que, como toda la Biblia, no nos refieren los hechos tal cual sucedieron, sino una mezcla de crónica y, so-bre todo, testimonios de comunidades cristia-nas que Lo experimentaban viviente en medio de ellas. Y, del todo que es la vida y el misterio de Jesús, esas comunidades nos transmitieron lo que, dentro de sus límites y posibilidades, lograron entender y proclamar.

A este respecto me parece sugerente aludir al episodio de Pablo y Bernabé en Listra, donde, después de haber sanado un tullido, la gente, admirada, los confunde con Zeus y 31

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Hermes (Hch 14,8-18). Qué quiere decir eso: así como el agua toma la forma del re-cipiente en la que es puesta, nosotros com-prendemos las experiencias vividas y las en-señanzas recibidas a partir de los esquemas de comprensión que hemos ido formando a lo largo de la vida. Ignorantes de la historia y la religión de Israel, y de la proclamación de Jesús, esos griegos encasillaron a los após-toles dentro de las categorías de compren-sión que ellos manejaban. Y, como señala el mismo texto, no fue fácil convencerlos del error en que incurrían.

Del mismo modo, podemos pensar que el mis-mo Pablo y Bernabé tampoco predicaron a Je-sús 'puro', sino que transmitieron a esos grie-gos, y a todos quienes encontraron, su propia versión de Jesús, de acuerdo a lo que ellos mismos habían experimentado y logrado com-prender de Él y su misterio. En otras palabras, al proclamar a Jesús, hablaban también de Zeus y Hermes, de los dioses que conocían, y enese recipiente comunicaban lo de Jesús. ¿Quién nos puede asegurar que la versión paulina de Jesús es más correcta que la de Marcos o Lucas o Juan, etc.?

¿Adónde voy con esto? Que la unidad en la persona de Jesús no nos garantiza, ni mucho menos, la uniformidad de la espiritualidad bí-blica. Incluso teniendo el mismo objeto, la mis-ma meta, cada uno camina hacia ella desde un punto de partida diferente. Todos estamos es-calando el mismo cerro, pero nos acercamos a la cumbre desde lugares diferentes, y lo que vemos desde donde estamos, es también dife-rente. Y la experiencia de la fe, la búsqueda del Espíritu Santo, el discernimiento, se hace des-de la propia realidad y la propia historia.

De lo anterior sacamos como conclusión que no es correcto hablar de 'espiritualidad bíbli-ca', en singular, y corresponde más bien ha-blar de 'espiritualidades', en plural, en la me-

dida en que cada experiencia personal -indi-vidual o comunitaria- es singular, única. Retomando algo que ya dijimos, lo que he-mos de imitar entonces no son simplemente las acciones concretas realizadas por tal o cual personaje, sino el dinamismo de sus acciones. Los carismas, dirá san Pablo, son diversos, para la edificación de un mismo Cuerpo, en el cual se da la unidad de miembros diferentes, ins-pirados por un mismo Espíritu.

Esto tiene al menos dos consecuencias. En primer lugar, nos previene contra todos los que quieran monopolizar la imagen de Jesús y con ello proponer una única espiritualidad, la suya propia, como la correcta y verdadera. No se trata de que cualquier versión de Jesús sea correcta, porque hay experiencias autén-ticas y experiencias inauténticas de Jesús. En segundo lugar, nos abre a la espiritualidad de otros personajes bíblicos, en cuanto ellos también encarnan aspectos de la experiencia de una persona creyente en su camino hacia la plenitud de Dios. Así, además de las espi-ritualidades sobre Jesús, también podemos hablar de espiritualidad de Abraham, de Moisés, del Éxodo, de los profetas, de Job, de los Salmos, de los discípulos de Jesús, de Pablo, del Apocalipsis, etc., cada una de las cuales nos enriquece la visión de la totalidad inalcanzable del Misterio.

3. Rasgos de espiritualidad bíblica

A la luz de lo anterior, habiendo aclarado más lo que queremos entender cuando hablamos de espiritualidad, trataré de describir algunas características de lo que, me parece, son ras-gos típicos de la espiritualidad bíblica. No voy a decir cómo hay que leer la Biblia. Eso sería otro tema, sobre los métodos de lectura (personal, comunitaria, litúrgica, lectio divina, exégesis científica, etc.). Ni del valor de la lectura de la Palabra de Dios en la vida cristiana.

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Eso tampoco sería espiritualidad bíblica, sino teología de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Trataré de describir, brevemente, tres rasgos de la experiencia creyente que me pa-recen constantes en el proceso de revelación que la misma Biblia nos propone y del que da testimonio.

Una advertencia preliminar: en la Biblia tene-mos un conjunto de escritos que abarcan un periodo muy largo de tiempo. Por lo tanto, hay ciertos elementos que sólo se hicieron cla-ros al final, pero mientras los personajes vi-vían la situación, o cuando más tarde otros redactaron los textos, no se sabían. Si leemos hoy el poema del Cid, encontramos que tiene mala ortografía, porque en ese tiempo no es-taban claras las reglas para escribir como las sabemos hoy. Igualmente, al leer la Biblia, podemos encontrar de todo, porque no tene-mos en ella sólo el resultado al que llegaron los autores, también nos han quedado los tes-timonios del camino recorrido. Nuevamente, lo que tenemos que recoger es el dinamismo que los inspiró, en su situación concreta, y no necesariamente las acciones que realizaron.

Además, puede ocurrir que los rasgos de la espiritualidad bíblica que propondré como resultado del proceso no se encuentren así en todos los pasajes o en todos los momentos. Volvemos a lo dicho sobre la unidad en Jesús: el conjunto se ha de leer teniendo presente que en Jesús el camino ya ha sido recorrido, lo que no nos ahorra, por otra parte, la tarea de recorrerlo nosotros. No es lo mismo cono-cer el camino que recorrerlo.

Los rasgos de la vida espiritual según la Biblia, o Espiritualidad Bíblica, que quiero destacar, son los siguientes: 1. La prioridad del amor de Dios por sobre cualquier iniciativa nuestra de amarlo; 2. El contenido del proyecto de Dios sobre la creación, que no es otra cosa que la participación de la plenitud y la felicidad de la

vida divina en nosotros; 3. La necesidad de respuesta a esa iniciativa, a ese proyecto, como único camino posible de realización, en nues-tras vidas, del proyecto de Dios.

3.1. La iniciativa divina.

Un elemento constante y fundamental de la experiencia del Dios bíblico, a diferencia de lo que ocurre en otras religiones, está en el he-cho de que Dios tiene la prioridad absoluta respecto de las cosas creadas, de nuestra pro-pia capacidad de iniciativa

Esto mismo lo expresamos en el Credo al profesar que Dios es 'creador del cielo y de la tierra', 'de todas las cosas visibles e invisi-bles', como agrega la fórmula de Nicea-Cons-tantinopla.

¿Qué queremos decir con esto? Que nada exis-te si Dios no ha estado, de algún modo, pre-sente en esa creación, en el origen y la subsis-tencia de eso, si Dios no está, también ahora, dando el ser, la existencia, del mundo de la naturaleza como del mundo de las acciones humanas. Dicho al revés, podríamos decir que Dios, «creador del cielo y de la tierra», es «aquel sin el cual nada existe».

Qué consecuencias tiene esto para la vida es-piritual: por una parte, aceptar nuestra depen-dencia radical, original, de Dios como Padre (que es otra manera como en la antigüedad se hablaba de Dios como creador, es decir, que no se trata de un Dios masculino, sino sola-mente que es creador, origen de la vida). La Sagrada Escritura insiste frecuentemente en esta iniciativa de Dios, a la cual nunca podre-mos adelantarnos. Veamos algunos textos al respecto:

Dt 7,7-8: «Si el Señor los ha preferido y ele- gido a ustedes, no es porque ustedes sean la más grande de las naciones, ya que en 33

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realidad son la más pequeña de todas ellas. El Señor los sacó de Egipto, donde ustedes eran esclavos, y con gran poder los libró del dominio del faraón, porque los ama y quiso cumplir la promesa que había hecho a los antepasados de ustedes».

lJn 4,10: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sa-crificio, nuestros pecados quedaran per-donados».

Es decir, Dios no actúa en la vida porque esté en deuda con alguien. Nadie puede decirle que en virtud de los propios méritos tiene que actuar. Dios se da, se da siempre, se da ente-ro. En este sentido, como dice el teólogo von Balthasar, Dios es pobre, porque no se guarda nada, porque no tiene nada propio, sino que todo lo recibe, para volver a darlo. Nuestras buenas obras pueden ser respuesta a su amor, pero nunca lo anteceden, ni lo causan. Ya Elihú, en el libro de Job, decía:

Job 35,6-8: «Si pecas, eso no afecta a Dios; por muchos pecados que cometas, no le haces nada. Y si actúas bien, nada le das; no le haces ningún beneficio. Es a los hom-bres como tú a quienes afecta tu pecado y a quienes benefician tus buenas acciones».

Según la Escritura, nadie se gana el cielo, ni tiene méritos que lucir delante de Dios, como para que Dios le recompense a uno lo hecho:

1Co. 4,7: «Pues, ¿quién te da privilegios so-bre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?»

San Pablo ha sido uno de los autores bíblicos que mejor ha captado este aspecto. Uno de

los temas centrales de su teología (su discurso sobre Dios) es la llamada 'justificación por la fe', que expongo muy sintéticamente 9.

En su tiempo, como hoy, una pregunta que preocupaba a los cristianos de su tiempo, como también a tantos hoy, es la siguiente: ¿En qué se basa Dios para aprobar o reprobar la ac-ción, la vida, de una persona determinada, para decidir su salvación o condenación final? No-sotros, espontáneamente, pensamos en las bue-nas obras que esa persona haya realizado en vida. Pablo no diría lo mismo: no son nues-tras obras las que lograrán convencer a Dios de que nos acepte, sino que Dios lo hace por su propia iniciativa, por fidelidad a su prome-sa, por la inmensidad de su misericordia.

Como síntesis, podemos resumir el pensamien-to paulino en los siguientes cuatro puntos:

1. Descalificación total de una justificación, una justicia, que se base en la realización de las 'obras de la ley'. Las 'buenas obras', en lugar de ser principio de justificación, de bendición, son más bien principio ¡de maldición! (cf. Gal 3,6-12), porque con ellas podemos olvidar-nos de que el amor primero es el de Dios.

2. Objetivamente, la verdadera justicia/jus-tificación tiene su origen en Dios y no en ninguna acción humana separada de ÉL La justificación surge de la fidelidad de Dios a su propia palabra, a su promesa. Es gratuita, se ha cristalizado 'en Cristo Jesús', se da 'a través de Cristo', es decir, por la fuerza del acto salvador de su muer-te en la cruz. En otras palabras, la única obra humana buena que objetivamente puede 'satisfacer' a Dios es la cruz de Je-sús. Es decir, Dios no necesita de ningu-

9 Para esta parte, cf. BELTRÁN VILLEGAS; «Una visión de la Gracia: La Justificación en Romanos-, en Teología y Vida, 28/4, Santiago de Chile (1987)277-305.

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na de nuestras buenas obras para salvar-nos, porque la eficacia de la cruz de Cris-to es total. Se afirma así la gracia justifi-cante: Dios justifica gratuitamente a todos los hombres y mujeres, sin distinción al-guna. Esto lo hace ofreciéndoles a su Hijo encarnado, 'entregado a la muerte para eli-minar nuestros pecados y resucitado para otorgarnos la condición de justos' (Rm 4,24-25). La única razón que Dios tiene para actuar así es su amor benevolente, su fidelidad.

3. La apropiación subjetiva de la intervención justificante realizada por Dios en Jesucris-to sólo tiene lugar por medio de la fe. Es decir, para ser justo, colocándose en el lu-gar correcto delante de Dios, para lograr la actitud correcta, que corresponde a la rela-ción con Dios, es necesaria la fe.

4. ¿En qué consiste esta fe? La fe, que acoge la justificación ofrecida por Dios gratuita-mente a través de la muerte de Cristo, im-plica aceptar existencialmente la muerte de Cristo como principio determinante y primer valor de la propia vida, de una nueva existencia que tiene asegurada la vida, su sentido. Es una pasividad, que implica aceptar la propia impotencia para merecer delante de Dios, y aceptar los méritos de Jesús como si fueran propios, la eficacia de Sus obras sobre la propia incapacidad. La fe (en Pablo) no es un mero sentimiento interno, sino un cam-bio radical de la orientación de la vida. La conversión no consiste en un cambio ético, 'arrepentirse del mal cometido', 'de-jar de hacer el mal para hacer el bien', 'abandonar la injusticia de las propias obras para entregarse a las obras de la jus-ticia', sino en una desvalorización de cual-quier cosa creada como base para la exis-tencia, para fundar una nueva en Cristo crucificado por nuestros pecados y resu-

citado para nuestra justificación. De esta fe surgen, sin duda, obras buenas, como dinamismo de vida en el Espíritu, como respuesta a la salvación gratuitamente ofrecida por Dios y ganada por Jesucristo. Esas buenas obras, que no sirven para me-recer la salvación (pero que, por desgra-cia, también se llaman 'mérito', lo cual pro-duce confusión) sirven además como ve-rificación externa, para el creyente (no para Dios) de que se ha dado el paso de la fe, se ha aceptado la cruz de Cristo como salvación, como única fuente de vida.

Para terminar con este punto: la gratuidad de Dios, la prioridad de su amor, la justifica-ción por la fe, quieren decir que no tenemos ninguna posibilidad de hacer algo para 'ga-narse el cielo', que el único camino para lo-grar eso es aceptar que el cielo fue ganado por Jesucristo crucificado (en quien Dios se ha identificado con los hombres y mujeres sin Dios, malditos por Dios, abandonados por Dios, entre los cuales uno también se cuen-ta). Quien da ese paso ya está, por así decir-lo, en el cielo (ya, pero no totalmente). Pre-cisamente por no buscarlo, y aceptarlo como regalo que no se merece ni se puede merecer. 35

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3 . 2 . L a v i d a c o m o e l o b j e t o de la acc ión de Dios 1 0.

Si nos detenemos a analizar el modo cómo Dios actúa a lo largo de la Sagrada Escritura, la meta de sus intervenciones, nos damos cuenta, sin gran dificultad, que tanto en el Antiguo Testa-mento como en el Nuevo Testamento hay una preocupación central por la vida de las perso-nas, en particular, la vida de las personas mar-ginadas, sometidas, enfermas, heridas, la vida amenazada, la vida cercada por la muerte.

Un estudio del contenido del mensaje central de Jesús, según los evangelios sinópticos, es el reino de Dios, como señala desde un comien-zo el evangelista Marcos (1,15: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» [BJI ; «Decía: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.» » [DHH] , con paralelos en Mt y Lc). Este anuncio del Reino se hizo presente a través de obras, como la curación de enfermos (Mt 4,23-25 par; 10,7; Lc 10,9), expulsión de demonios (Lc 11,20), y la proclamación de la felicidad para los po-bres, los marginados, los despreciados (Mt 5,3-10; Lc 6,20-23). En resumen, el Reino procla-mado por Jesús tenía como centro, y todavía lo tiene, la vida: dar vida, defender la vida, dignificar la vida, dar la propia vida para que los demás vivan como hijos e hijas de Dios.

Este centro del mensaje de Jesús no es del todo nuevo, sino que recoge la tradición más genui-na de la fe del Antiguo Testamento, atestiguada por 'la Ley y los Profetas': que YHWH, Dios de Israel, se hace presente en el mundo cuando

10 JOSÉ MARÍA CASTILLO, -La dimensión social de nuestra misión: ¿Cómo responder?», conferencia dictada el 19 de febrero de 2000, no editada; Cf. JOSEPH MOIGNT, -El Dios de los cristianos-, en JEAN BOTTÉRO; MARC-ALAIN OUAKNIM, JOSEPH MOIGNT; La más bella historia de Dios, Andrés Bello, Santiago, 119-190, pp. 138-144.

escucha el clamor de los oprimidos, de los ven-didos como esclavos, de los maltratados por los poderosos, como lo hizo a través de Moisés, en Egipto, y más tarde a través de los reyes fieles a la fe y a través de los profetas. El nombre de Dios, significa 'yo soy', 'yo estoy contigo' (ha-blando a un pueblo esclavo y maltratado), 'yo soy tu liberador' (cf. Ex 3,14-17). Por lo mis-mo, el decálogo previene contra el peligro de invocar su nombre en vano, que no es una pro-hibición de jurar en falso, sino de invocar la autoridad de Dios, su nombre, su persona, para hacer lo contrario de lo que Dios hace, para maltratar, despreciar, marginar, oprimir, explo-tar, esclavizar, mentir, torturar, hasta matar, in-cluso cuando esto se haga para defender los intereses de Dios y de la religión. Los profetas no se cansan de decir al pueblo y a los podero-sos que la fortuna que se amasa a un lado de quienes sufren hambre y muerte prematura no puede ser considerada una bendición de Dios, sino que es fruto del pecado; los profetas, en nombre de Dios, rechazan un culto y una litur-gia muy bien realizados cuando están separa-dos del amor efectivo al prójimo, (Os 5,6-7; 8,1-3.11-14; Am 5,18-25; Is 1,11-17; Mi 6,6- 8; Je 71-15.21-22; Is 581-14; Za 7,4-6), próji-mo o próximo en el cual también hay que in-cluir al extranjero o lejano (Lv 19,18.33-34).

Cuando, preguntado por un maestro de la Ley sobre el mandamiento principal, Jesús respon-de citando el Antiguo Testamento (Dt 6,4 y Lv 19,18), la novedad no está en que recuerde los dos mandamientos, conocidos por todos, sino en lo que agrega: 'el segundo es semejante al primero' (Mt 22,34-38), en que los coloca en el mismo nivel. Lo mismo pasa en san Juan, cuan-do dice: «Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros». No dice algo des-conocido. Lo nuevo está en que deja de lado los preceptos de la Ley judía relativos a Dios. Amar al prójimo, actuar con justicia, defender la vida amenazada, incluso de los lejanos, de los que no son de los míos o de los nuestros, dar la vida por

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los enemigos, eso es el amor a Dios. Si los profe-tas relacionaban conocimiento de Dios con la justicia (es decir, un conocimiento no intelec-tual, sino en el sentido de fidelidad verdadera a Dios y a su proyecto de vida digna para todos) (cf. Os 4,1), Juan dice que 'todo el que ama, ya conoce a Dios' (aunque no lo sepa...) (1 Jn 4,7-8). Es decir, el amor al prójimo, esto es lo nue-vo, reemplaza a todos los mandamientos sobre el culto, la religión, etc. Lo esencial de la pro-puesta de Jesús, que se descubre ya en el Anti-guo Testamento, desde el mismo comienzo, es que el culto verdadero a Dios Padre sólo puede vivirse como amor a todos, porque somos her-manos. En la relación fraternal con los demás, con todos los demás, se pone en evidencia la relación filial con Dios, Padre de todos.

Esto quiere decir, entre otras cosas, que la me-diación esencial entre los seres humanos y Dios no es la religión, sino la vida. No estoy dicien-do que la religión no sea necesaria. Hay que entenderla dentro del contexto total de la vida, en el que ocupa un lugar preponderante, fun-damental. El reconocimiento de Jesucristo sal-vador es el acto más alto al que puede llegar un ser humano, siempre y cuando ese reconoci-miento vaya unido a una vida según el estilo de Jesús. Porque tenemos que reconocer que nues-tras prácticas religiosas muchas veces nos dan seguridad, puntos de apoyo en qué confiar, y no es raro que la religión, la 'vida espiritual' mal entendida de la que hablé al comienzo, sustitu-ya la relación viva, la fe en Dios que es el amor al prójimo. Cuando eso nos ocurre, la religión ocupa el lugar de Dios, de la relación con Dios. Y contra eso están la Ley de Moisés, los Profe-tas, los Evangelios de Jesús, toda la Biblia. Aun-que en todo tiempo existan personas aferradas a esa religión como buen sustituto de la gracia de Dios y de la fe, y se empeñen en defender los derechos de la religión (que no son los mismos que el derecho de las personas de expresar su religiosidad, su relación con Dios), de colocarse en el lugar de Dios (o allí donde se lo

imaginan) y mandar el mundo, a los demás, en Nombre el Señor. Llama la atención que Jesús defendió la vida de las personas humilladas, maltratadas, enfermas, heridas. Pero Él mismo no se defendió. Si Dios dejó morir a Jesús inde-fenso en la cruz, lo puso de verdad en nuestras manos, si Jesús mismo no ejerció su derecho a la 'legítima defensa', esto quiere decir que, se-guramente, Dios está más preocupado de nues-tros derechos, de la dignidad de nuestra vida, que de la de Él. Y que defender a Dios se tradu-ce en defender a las personas, incluso de los abusos que podemos cometer en nombre de Dios y de su religión verdadera.

Para llevar esto a sus últimas consecuencias, miremos el texto de la Última Cena en San Juan (Jn 13,1-17). Después de lavar los pies a los discípulos, Jesús les recuerda que Él es el Señor de ellos. Ahora bien, si esa es la manera que Dios tiene de relacionarse con nosotros (algo a lo que Pedro, adelantándose a noso-tros, se resiste), eso quiere decir que en este mundo no hay nada que esté por encima de la dignidad del hombre, de la vida digna de las personas, ni siquiera Dios, que prefirió poner-se por debajo. Nadie puede, entonces, invo-car ninguna razón, de ningún tipo, ni siquiera

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teológica ni religiosa, para humillar, para des-calificar, para hundir la vida del prójimo, ni siquiera del más malo. No olvidemos que Je-sús también lavó los pies a Judas.

¿Cómo dar hoy ese paso de defensa de la vida digna? ¿En qué podría consistir hoy el anun-cio del Reino, siguiendo el estilo, el espíritu de Jesús? Paulo VI, en Populorum Progressio (PP), hablando del desarrollo, señala lo si-guiente: «Es el paso, para cada uno y para to-dos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas», para detallar a continuación: «Menos humanas. Las carencias materiales de los que están privados del míni-mum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos hu-manas: las estructuras opresoras, que provie-nen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación del conocimiento, la adquisición de la cultura. Más humanas tam-bién: el aumento en la consideración de la dig-nidad de los demás, la orientación hacia el es-píritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas toda-vía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres» (PP 20-21).

En otro documento, posterior, Evangelii Nuntiandi, recuerda que no es completa una Evangelización que anunciando a Jesucristo, no contiene un 'mensaje explícito sobre los derechos y deberes de toda persona humana' y, al hablar de los pueblos, 'empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha

por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida', sostiene que la Iglesia debe 'anunciar la liberación de millo-nes de seres humanos, y debe también ayudar a que nazca esta liberación y a dar testimonio de la misma, de hacer que sea total', para ter-minar afirmando: 'Todo esto no es extraño a la evangelización' (EN 29-30).

El dinamismo del Reino nos llevará a actuali-zar de manera creativa el modo con que Dios ha actuado en la historia, el modo como los hombres y las mujeres de fe lo han reconoci-do, de manera que la Biblia se convierta en Palabra de Dios 'viva y eficaz, cortante como espada de dos filos' (Heb 4,12).

3.3.La Alianza como

estructura de la v ida del creyente .

Para terminar, un último aspecto, que ya está insinuado. Desde el Antiguo Testamento, una manera de describir la relación de cada persona y del pueblo con Dios es la Alianza. Muchas imágenes se utili7an en la Biblia para decir una misma cosa. Se dice que Dios es padre o madre, y que somos sus hijos (2Sa 7,14-16; Ex 4,22; Os 11,1; una originalidad de Jesús es su referencia a Dios como Padre, abbá); que es rey y nosotros vasallos (Dt); que es nuestro pariente más cercano y protector (Ex 6,6), que es esposo e Israel es la esposa (Os 2,18; 6,7; 8,1; Ap 22).

De hecho, uno de los siete sacramentos, el ma-trimonio, es una alianza con determinadas ca-racterísticas, entre dos personas que, por es-tar bautizadas, es decir, formar parte del Cuer-po de Cristo, ha sido elevada por Cristo Nues-tro Señor a la dignidad de sacramento. Para no extenderme de más (de lo que ya me he extendido), voy a usar la misma imagen ma-trimonial para entender qué entiende la Biblia como Alianza cuando quiere explicar el modo particular de relación con Dios que implica la fe allí proclamada.

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Formar pareja es una decisión que se toma en el corazón. Se parte de un amor que uno no mere-ce, de un amor regalado, de alguien que me amó. En este sentido, la imagen nupcial es ya un buen signo de cómo es el amor de Dios: nunca mere-cido, nunca anticipado, incondicional, total. Pero para formar pareja, para que haya verdaderamen-te alianza, se necesita la respuesta positiva de la otra parte. No basta con la 'declaración' del ena-morado o la enamorada.Todavía no hay relación. Sólo podemos hablar de ésta cuando a la oferta de amor se responde con amor, cuando al sí total y eterno ofrecido se da un sí de amor que se entrega. Ninguno de los dos amores es causa del otro, son dos libertades que se encuentran. Son dos seres que libremente se eligen para for-mar una unidad.

Así es también la relación con Dios, según la Biblia. Por una parte, está el juramento unila-teral y sin condiciones de Dios, de dar vida y seguir dándola, cuidándola, sanándola. Pero, para que ese juramento tenga efecto en noso-tros, en cada creyente, en cada persona, en el pueblo, la Iglesia, necesita ser acogido, acep-tado (la 'apropiación subjetiva' de la justifica-ción, ya descrita). Ese juramento del que se ofrece, pide, por así decirlo, un juramento de la otra persona, una elección por parte de quien se sabe amado, amada. Por una parte, Dios eligió a Israel de entre todos los pueblos de la tierra, para ser su Dios (típica expresión de alianza: 'yo seré tu Dios', yo seré Dios por ti, para ti, a favor de ti). Si Israel quiere que esa vida, ya recibida, perdure y crezca, debe ele-gir, por su parte, a este Dios y no a otro (como en el matrimonio hay una elección mutua y una promesa de mantener esa elección exclu-siva en fidelidad). Israel tiene que ser pueblo de Dios, de YHWH y no de otros dioses. Por-que así como posibles parejas hay muchas, dioses también los hay. Y así como la alianza matrimonial implica elegir a una persona y re-nunciar a las demás, la alianza con Dios im-plica también elegirlo a Él y dejar fuera cual-

quier otra divinidad. ¿Por qué? Porque, como se ha revelado en la historia, YHWH es el úni-co Dios que ha elegido ser Señor de un grupo de esclavos, de personas humilladas, abando-nadas, malditas, etc., y los ha levantado del polvo, de la basura, de la muerte. Elegir otro Señor, otro 'esposo', como dirán los profetas (Oseas, particularmente, e Isaías y Ezequiel), es romper la alianza, y trae como consecuen-cia la muerte, la destrucción del proyecto di-vino. El Padre de Jesús, al que sólo conoce-mos a través de Jesús (Jn 1,18) es el único que perdona los pecados gratuitamente, el único que lava los pies de hombres y mujeres que no tienen mérito, el único cuyo proyecto es de vida digna para todos. Otros dioses propo-nen un mundo de prestigio y poder para algu-nos, y de muerte para muchos. Esos dioses, como la 'economía', el 'mercado', el 'orden', la 'apariencia', el 'progreso', la 'revolución', etc. se contentan con el sacrificio de los pobres, de los excluidos, de los que quedan al margen de la vida. El Dios de la Biblia pide como úni-ca prueba de la alianza con Él el amor al pró-jimo. Y este amor, a través del cual se está eli-giendo a Dios como 'esposo' o como 'esposa', no es automático, este amor se elige. Dioses hay muchos, pero sólo YHWH, sólo Jesús, sólo el Espíritu Santo, Dios uno y trino, es vivo y verdadero, vivificante de verdad. No se trata de que Dios nos premie con la vida plena, con la vida digna, con la libertad. Dios es la vida (Dt 30,19; Jn 14,6) y acercarse a Dios, a través del culto del amor al prójimo, del amor al ene-migo como Jesús ama, es de por sí vivificante. Dios es libre y la cercanía de Dios libera. Dios es la luz e ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,4). Con ese Dios estamos llamados a pactar una alianza, en el corazón. La relación con Dios y con el prójimo será siempre vivificante, espiritual, cuando consti-tuya una comunidad libre de personas, cuyo modelo está en la Trinidad divina. A ese Dios, con nuestra vida de amor al prójimo y de jus-ticia, lo hacemos nuestro Dios, nuestro Señor.

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