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Murhabazi Namegabe 106 “Vas a morir esta noche. ¡Saborea tu última comida!” Murhabazi leyó el corto mensaje que llegó a su teléfono móvil. Es- taba justo en medio de una importante reunión con la ONU acerca de los niños obligados a ser soldados en Congo. Miró con cuidado a su alrededor. ¿Era alguien de esa sala el que había enviado la amenaza de muerte? La lucha de Murhabazi por los miles de niños abusados y torturados en la guerra de Congo le ha ganado muchos enemigos. – Aquí la lucha por los derechos del niño es una cuestión de vida o muerte. Y yo estoy listo para morir en esta lucha, cada día, dice Murha- bazi Namegabe. M urhabazi ni siquiera había nacido cuando recibió la primera amenaza de muerte. En 1964 la guerra arrasaba Bukavu, en el este de Congo, y Julienne, su mamá embarazada, había huido corriendo por los estre- chos callejones para librarse de las luchas. No había descu- bierto a tiempo el puesto de control de los soldados. Uno de ellos presionó el cañón del fusil contra su gran vientre, pero justo cuando iba a dispa- rar uno de los líderes exclamó: “¡No la mates¡ ¡Déjala ir!” Dos semanas más tarde Julienne dio a luz a un niño. Lo llamó Murhabazi, que en el idioma mashi significa “El que nació en guerra” y “El que ayuda a otros”. – Mamá siempre dijo que nos dejaron vivir porque había un sentido en que yo naciera. Y que estaba decidido de antemano que yo dedicara mi vida a proteger a las perso- nas en riesgo. ¡Todos deben tener comida! Murhabazi creció en uno de los barrios más pobres de Bukavu. Pero como su papá tenía empleo, a la familia nunca le faltó la comida y los niños pudieron ir a la escuela. Después de hacer la tarea podían jugar con sus amigos. Ya en primer grado Murhabazi entendió que no todos lo pasaban como él. – Muchos amigos tenían hambre siempre y no tenían medios para ir a la escuela. Me parecía injusto. Cada día cuando íbamos a comer, se reunían niños hambrientos afuera de nuestra casa. Mamá les ponía un poquito de comi- da en la mano antes de decir- les que se fueran. Yo pensaba que en vez de eso los niños TEXTO: ANDREAS LÖNN FOTO: BO ÖHLÉN ¿POR QUé SE NOMINA A MURHABAZI? Murhabazi Namegabe es nominado al Premio de los Niños del Mundo 2011 por su peligrosa lucha de más de 20 años por los niños de la República Democrática del Congo, asolada por la guerra. Desde 1989, Murhabazi ha liberado a través de la organización BVES a 4.000 niños soldados y a más de 4.500 niñas que sufrieron abusos sexuales a manos de grupos armados, así como se ha ocupado de 4.600 niños refugiados solos. En sus 35 hogares y escuelas le brinda a algunos de los niños más expuestos del mundo alimento, ropa, un hogar, asistencia médica, terapia, la posibilidad de ir a la escuela, seguridad y amor. La mayoría de los niños vuelve a reunirse con su familia. Unos 60.000 niños han pasado por los diversos centros de BVES y tienen una vida mejor gracias a Murhabazi. Él y BVES son los portavoces de los niños del Congo, al exhortar continuamente al gobier- no, a todos los grupos armados y organizaciones y a todo el resto de la sociedad a ocuparse de los niños del país. No a todos les agrada la lucha de Murhabazi. Ha sido encarcelado y maltratado y constante- mente recibe amenazas de muerte. Siete de sus colaboradores fueron asesinados. NOMINADO • Páginas 106–125

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Murhabazi Namegabe en Español

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Murhabazi Namegabe

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“Vas a morir esta noche. ¡Saborea tu última comida!”Murhabazi leyó el corto mensaje que llegó a su teléfono móvil. Es-

taba justo en medio de una importante reunión con la ONU acerca de los niños obligados a ser soldados en Congo. Miró con cuidado a su alrededor. ¿Era alguien de esa sala el que había enviado la amenaza de muerte? La lucha de Murhabazi por los miles de niños abusados y torturados en la guerra de Congo le ha ganado muchos enemigos.

– Aquí la lucha por los derechos del niño es una cuestión de vida o muerte. Y yo estoy listo para morir en esta lucha, cada día, dice Murha-bazi Namegabe.

Murhabazi ni siquiera había nacido cuando recibió la primera

amenaza de muerte. En 1964 la guerra arrasaba Bukavu, en el este de Congo, y Julienne, su mamá embarazada, había huido corriendo por los estre-chos callejones para librarse de las luchas. No había descu-bierto a tiempo el puesto de control de los soldados. Uno de ellos presionó el cañón del fusil contra su gran vientre, pero justo cuando iba a dispa-rar uno de los líderes exclamó: “¡No la mates¡ ¡Déjala ir!”

Dos semanas más tarde

Julienne dio a luz a un niño. Lo llamó Murhabazi, que en el idioma mashi significa “El que nació en guerra” y “El que ayuda a otros”.

– Mamá siempre dijo que nos dejaron vivir porque había un sentido en que yo naciera. Y que estaba decidido de antemano que yo dedicara mi vida a proteger a las perso-nas en riesgo.

¡Todos deben tener comida!Murhabazi creció en uno de los barrios más pobres de Bukavu. Pero como su papá tenía empleo, a la familia

nunca le faltó la comida y los niños pudieron ir a la escuela. Después de hacer la tarea podían jugar con sus amigos. Ya en primer grado Murhabazi entendió que no todos lo pasaban como él.

– Muchos amigos tenían hambre siempre y no tenían medios para ir a la escuela. Me parecía injusto. Cada día cuando íbamos a comer, se reunían niños hambrientos afuera de nuestra casa. Mamá les ponía un poquito de comi-da en la mano antes de decir-les que se fueran. Yo pensaba que en vez de eso los niños

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¿Por qué se NoMiNa a Murhabazi?Murhabazi Namegabe es nominado al Premio de los Niños del Mundo 2011 por su peligrosa lucha de más de 20 años por los niños de la República Democrática del Congo, asolada por la guerra.

Desde 1989, Murhabazi ha liberado a través de la organización BVES a 4.000 niños soldados y a más de 4.500 niñas que sufrieron abusos sexuales a manos de grupos armados, así como se ha ocupado de 4.600 niños refugiados solos.

En sus 35 hogares y escuelas le brinda a algunos de los niños más expuestos del mundo alimento, ropa, un hogar, asistencia médica, terapia, la posibilidad de ir a la escuela, seguridad y amor. La mayoría de los niños vuelve a reunirse con su familia. Unos 60.000 niños han pasado por los diversos centros de BVES y tienen una vida mejor gracias a Murhabazi.

Él y BVES son los portavoces de los niños del Congo, al exhortar continuamente al gobier­no, a todos los grupos armados y organizaciones y a todo el resto de la sociedad a ocuparse de los niños del país.

No a todos les agrada la lucha de Murhabazi. Ha sido encarcelado y maltratado y constante­mente recibe amenazas de muerte. Siete de sus colaboradores fueron asesinados.

NOMINADO • Páginas 106–125

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Difícil rescatar a los niños– Cada vez que se libera a un niño soldado es como una gran victoria. Pero es difícil negociar con los grupos arma-dos. Nos amenazan de muerte cuando pedimos que liberen a los niños. Luego resulta difícil tratar a los niños, pues los adultos los hicieron sufrir muchos abusos y daños. Finalmente es difícil hacer que las familias, los vecinos, el pueblo y la escuela acepten a los niños cuando van a regresar a casa, dice Murhabazi.

En la radio por los derechos del niñoMurhabazi ha hablado en la radio sobre los derechos del niño una vez por semana durante más de 20 años.

podrían sentarse con noso-tros y comer hasta quedar satisfechos. ¡Le dije a mamá que me negaba a comer su comida mientras no fuera así!

Murhabazi habló con algu-nos compañeros de la escuela y juntos empezaron a luchar para que ningún niño del barrio tuviera que pasar ham-

bre. Todas las tardes salían a dar vueltas y entonaban can-ciones que decían que los adultos debían cuidar a todos los niños. Explicaron a sus mamás que pensaban hacer una huelga de hambre mien-tras los niños más pobres no fueran bienvenidos a la cena.

– Al principio éramos sólo algunos más y yo, ¡pero pron-to fuimos más de setenta niños haciendo manifestacio-nes cada día después de la escuela!

Finalmente los adultos decidieron que los niños ham-brientos eran responsabilidad de todos, ¡y que podían cenar junto con las familias que tuvieran comida suficiente!

Convención sobre los Derechos del NiñoMurhabazi y otros niños siguieron haciendo manifes-taciones para que padres y maestros dejaran de golpear a los niños y para que todos los niños pudieran ir a la escuela. Cuanto más crecía, Murhabazi veía más proble-mas que tenían los niños de Congo. Sentía que los niños necesitaban adultos que lucharan a su lado y que él

necesitaba más conocimien-tos para poder ayudar a los niños en serio. Por eso estu-dió sobre el desarrollo infan-til y la salud en la universidad. Cuando terminó, pudo que-darse como profesor.

El 20 de noviembre de 1989, como todos los demás días, escuchó las noticias en la radio después del trabajo. Ese día escuchó al locutor contar que la ONU había establecido algo que se llamaba Convención sobre los Derechos del Niño. La Convención determinaba que todos los niños del mundo tenían derecho a una buena vida. El locutor también dijo que todos los países que habían firmado la Convención debían pensar en lo mejor para los niños en cada decisión.

– Me puse muy contento y organicé una reunión en casa con un grupo de maestros, alumnos, médicos y abogados y les conté la fantástica noti-cia. Decidimos hacer todo lo posible para que el gobierno de Congo firmara la Convención sobre los Derechos del Niño.

La organización bVesEl grupo de Murhabazi se lla-mó BVES (Organización de Servicio Voluntario por la Niñez y la Salud). Comenzaron a investigar cómo estaban en realidad los niños de Congo. Luego iban a enseñarle el resultado al gobierno y señalar lo que el país necesitaba para cumplir con la Convención sobre los Derechos del Niño.

– No teníamos dinero, autos ni motocicletas, así que a menudo caminábamos varios días a través del bosque

Protegido por la ONUMurhabazi conversa con un niño soldado frente a un jeep de la oNu. aunque la lucha por los derechos del niño es difícil en Congo, mucho se le ha facilitado.

– al principio íbamos a pie y a menudo reali-zaba las acciones de rescate para liberar a los niños soldados totalmente solo. hoy recibo protección al acercarme a los grupos armados junto a la oNu. ¡ahora ni siquiera tengo permiso de viajar solo!, ríe Murhabazi.

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Congo. Datos terribles.– Cuando le enseñamos el

resultado al gobierno no se pusieron nada contentos. En esa época en Congo había una dictadura. Apenas alguien decía algo negativo sobre el país, como que los niños pasa-ban dificultades, pensaban que uno quería derrocar al gobierno. Nos hicieron una advertencia. Si no nos dete-níamos acabaríamos en prisión.

lluvioso para llegar a los pue-blos apartados. Por la noche debíamos dormir subidos a los árboles para evitar a los leopardos y a otros animales peligrosos. A veces nos daban comida en los pueblos, a veces comíamos frutos en el bos-que, pero a menudo pasába-mos hambre.

Murhabazi y BVES siguie-ron luchando y reunieron datos sobre la situación de los niños en los pueblos de

El teléfono móvil y los videojuegos causan guerrasEn Congo existen enormes riquezas. Por ejemplo, oro y diamantes, pero también tungsteno y coltán. Son minerales utilizados en todo el mun­do en teléfonos móviles, computa­doras, videojuegos y reproductores de mp3.

– Hoy la guerra se trata de quién controlará todas las minas y rique­zas naturales de Congo. Yo fui obli­gado a cavar en busca de oro y dia­mantes para mi superior, dice Isaya, de 15 años, ex niño soldado que fue rescatado por Murhabazi.

El conflicto actual comenzó tras el genocidio en el país limítrofe de Ruanda en 1994, donde fue asesi­

nado casi un millón de personas del grupo étnico tutsi. Miles de culpables huyeron a los bosques de Congo, donde permanecieron. La descon­fianza y la lucha por el poder surgie­ron entre Ruanda y Congo, y pronto hubo siete países involucrados en una de las guerras más brutales en la historia mundial.

Ya en 2001, la ONU acusó a Ruanda, Uganda y Zimbabwe de sostener las luchas para reunir todas las riquezas posibles para sí. En 2008 la ONU volvió acusar a Ruanda de continuar con la guerra. En 2009, la organización Global Witness demostró que las luchas en

Congo son ahora sostenidas por el comercio europeo y asiático para la fabricación de teléfonos móviles, computadoras, videojuegos y repro­ductores de mp3. Señalaron empre­sas de Bélgica, Gran Bretaña, Rusia, Malasia, China e India por comprar minerales a diversos gru­pos armados que violan en forma brutal los derechos del niño. Al com­prar minerales, las empresas sostie­nen la guerra. Que los políticos, comerciantes y militares de África, Asia y Occidente ganen mucho dinero con la guerra de Congo hace que resulte difícil detenerla.

Chicos de la calleMurhabazi y BVES no se detuvieron. Empezaron a hablar por radio una vez por semana para que todos cono-cieran la Convención sobre los Derechos del Niño y la situación de los niños de Congo. Además, cada vez Murhabazi exigía que el gobierno firmara la Convención. Y cada vez el gobierno amenazaba con encerrarlo puesto que creaba

intranquilidad en el país con su parloteo. A pesar de las amenazas contra Murhabazi, el país se adhirió a la Convención sobre los Derechos del Niño en 1990, pero el gobierno no hizo lo que debía hacer.

– En las calles de Bukavu abundaban los niños que no tenían a nadie que los cuida-ra. Los padres eran pobres o habían muerto de sida. Todos esos niños hambrientos y

Enseña los derechos del niño a los soldadosal acercarse a un grupo armado, Murbahazi les ense-ña a los soldados sobre los derechos del niño y negocia para que dejen ir a los niños.

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sobrevivieron. Pero mi pri-mer colaborador y amigo fue asesinado.

Todos los grupos que lucha-ban, incluso el ejército de Congo, secuestraban niños para obligarlos a ser soldados y se llevaban a las niñas para usarlas como esclavas sexua-les. Los niños debían dejar la escuela, eran impelidos a huir y a menudo acababan solos en las calles de Bukavu y otras ciudades.

– Claro que ya antes me había ocupado de chicos duros que vivían en la calle, pero los niños soldados eran totalmente distintos. Niños pequeños de quizá diez años que estaban drogados, lleva-ban uniforme y grandes ame-

sucios intentaban sobrevivir por sí mismos. Muchos les decían “perros” a los niños, pero nosotros decíamos que necesitaban protección y amor, igual que todos los demás.

En 1994, BVES abrió su primer hogar para chicos de la calle y 260 niños y niñas se mudaron allí. Tras algunos meses, muchos de los prime-ros niños habían regresado a casa. Pero constantemente llegaban más.

Niños soldados– Creíamos haber visto lo peor en el trabajo con los niños abandonados, pero lue-go llegó la guerra y la vida de todos los niños se transformó en un infierno aquí, dice Murhabazi.

En 1996, Bukavu fue inva-dida por diversos ejércitos rebeldes congoleses con apo-yo de Ruanda. En la guerra que siguió los niños fueron el blanco directo.

– Nos habíamos ocupado de niños solos refugiados perte-necientes a grupos étnicos que los ejércitos consideraban sus enemigos, y por eso des-truyeron nuestros tres hoga-res para niños refugiados. Por suerte yo había tenido tiempo de ocultar a los niños y todos

tralladoras. Los adultos los habían destruido totalmente. Quise hacer todo lo posible por rescatar a tantos como fuera posible, cuenta Murhabazi.

Primera acción de rescate– Un día conocí a un grupo de madres desesperadas que me contaron que 67 niños habían sido secuestrados en su pue-blo.

Murhabazi empacó un raci-mo de bananas y libros sobre los derechos del niño y partió. Solo.

– Tomé un mototaxi sin decir exactamente adónde íbamos. ¡De haberlo dicho nunca me habrían llevado!

Cuando Murhabazi llegó al

campamento del ejército rebelde en el bosque, fue atra-pado. Más de cien soldados armados lo rodearon. Los guardias llevaron a Murhabazi con el líder, que se preguntaba qué quería.

– Dije que en nuestra cultu-ra los grandes siempre cuidan a los pequeños, pero que aho-ra había oído que este ejército había robado a los pequeños y los obligaba a hacer la guerra en vez de ir a la escuela. Dije que estaba allí para llevar otra vez a los niños a casa con sus padres. ¡El líder enloqueció totalmente! Creyó que yo pertenecía al enemigo puesto que quería debilitar su ejérci-to llevándome a sus niños sol-dados. Le ordenó a sus solda-dos romper mis libros sobre los derechos del niño. Luego comenzaron los maltratos.

Liberó a los niñosUn alud de golpes con la cula-ta del fusil cayó sobre Murhabazi. Cuando ya estaba muy lastimado lo encerraron. Le explicaron que tenía dos

Quemaremos los uniformesMurhabazi junto a niños que él liberó de ser soldados. en la foto tienen el uniforme de algún otro para que nadie sepa a qué grupo pertenecie-ron. ahora van a quemar jun-tos los uniformes.

Los niños en guerra tienen los mismos derechos– incluso nuestros niños, que viven

en guerra, tienen derecho a vivir, a una familia, a asistencia sanitaria y educación y a poder jugar. También tienen derecho a

desarrollarse y hacer oír su voz, así como a ser respetados en todas

las formas, dice Murhabazi.

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gracias a Murhabazi y BVES. Hoy trabajan 209 personas en BVES, que tiene 35 hogares y escuelas y brinda a los niños un hogar, asistencia médica, terapia, la posibilidad de ir a la escuela, seguridad y amor. La mayoría de los niños vuel-ve a reunirse con su familia.

Murhabazi se ha ganado muchos enemigos. Recibe amenazantes llamados telefó-nicos y SMS y rara vez duer-me dos noches seguidas en el mismo lugar. Siete de sus colaboradores fueron asesina-dos a causa de su lucha por los derechos del niño, él fue mal-tratado y apresado.

– Hay muchos militares, políticos y comerciantes, tan-to en Congo como en otros países, que ganan sumas de dinero increíbles con la gue-rra. Cuanta más intranquili-dad hay en el país, más barato les resulta arrebatar las rique-zas naturales como el oro y los diamantes. Al ir a la caza de riquezas, todos los grupos armados, incluso los ejércitos de distintos países, utilizan niños soldados y todos violan a las chicas. Al luchar contra esto me gano enemigos pode-rosos, puesto que interfiero en su negocio. También tie-

opciones: ser soldado en su ejército o ser ejecutado. La mañana siguiente, antes de la ejecución, uno de los líderes se detuvo. El día anterior había estado demasiado ebrio para reconocer a Murhabazi. Ahora dijo:

– No es un soldado enemigo. Sé que este hombre ayuda a los chicos de la calle de Bukavu.

Cuando los niños secues-trados lo oyeron hubo un caos.

– Los niños lloraban y gri-taban que también los ayuda-ra a ellos, tal como hacía con los chicos de la calle. ¡Querían ir a casa! Les dije a los solda-dos que debían liberar a los niños. Dije que era una idea increíblemente mala usar niños como soldados si la idea era derrocar al gobierno y crear un país mejor. ¡Los niños debían regresar a la escuela! ¿Quiénes iban a cons-truir el nuevo y mejor país que ellos querían tener, si los niños eran soldados drogados en vez de jóvenes que recibie-ron una buena educación?

Los líderes discutieron furiosamente. Algunos opina-ban como Murhabazi, otros no. Pero al final Murhabazi logró convencerlos. Los solda-dos permitieron que los niños dejaran el bosque. ¡Los prime-ros 67 niños soldados rescata-dos corrieron en libertad!

Dispuesto a morirHan transcurrido trece años desde entonces. Murhabazi ha liberado a 4.000 niños sol-dados. Unos 60.000 niños afectados por la guerra – niñas expuestas a abusos, niños refugiados solos, niños soldados y chicos de la calle – han tenido una vida mejor

nen miedo de ser denuncia-dos ante el Tribunal Internacional de la ONU (CIJ) en La Haya.

A pesar de que se acordó la paz en 2003, las luchas y la violencia contra los niños en Congo continúan. Murhabazi no deja de luchar por sus dere-chos.

– Debemos poder conti-nuar. Si sé que hay niños en un grupo armado, no hay nada que pueda detenerme. Ninguna amenaza de muerte o accidente. Cuando se supo que habían sido soldados los

que enviaron la amenaza de muerte durante la reunión con la ONU, todos querían que me detuviera y abando-nara el país. La ONU y Amnesty opinaban que era demasiado peligroso para mí quedarme. Y en realidad tenían razón. Pero, ¿cómo podría irme de aquí? Tengo una responsabilidad hacia todos los niños que BVES y yo cuidamos. Los niños confían en mí. No puedo traicionarlos. Cada día estoy dispuesto a morir por su causa.

Murhabazi ayuda a los chicos a quitarse el uniforme, que se pusieron para una ceremonia en la que los queman. Los niños pueden llevar un uniforme distinto al cual con el que lucharon para que nadie sepa a qué grupo armado pertenecieron.

Nuevos luchadores por los derechos del niño– estoy convencido de que finalmente lo lograremos. un día todos los niños soldados de Congo serán libres. ¡a dia-rio me renueva las fuerzas ver a ex niños soldados que ahora son luchadores por los dere-chos del niño en su familia, su escuela y su pueblo!

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una de las peores guerras de la historia• La guerra de la RDC es una de las más grandes y bruta­les de la historia mundial. Se prolonga desde 1998. Se acordó la paz en 2003, pero las luchas aún continúan en la región este del país, donde viven los niños sobre los que lees en El Globo.• Alrededor de 5,4 millones de personas han muerto, ya sea en las luchas, o de ham­bre y enfermedades que son consecuencia directa de la guerra.• Llegó a haber más de 30.000 niños soldados en el país. Miles de ellos aún no se han vuelto a reunir con su familia. La ONU informa que 848 niños fueron obligados a hacerse soldados en 2009.• Se denunciaron 200.000 violaciones a niñas y mujeres desde el comienzo de la gue­rra, pero se cree que muchas más fueron sometidas a abu­sos. En 2009 la mitad de las víctimas fueron niños.• Más de 1,5 millones de per­sonas de Congo son refugia­das.• Más de 5 millones de niños de Congo no van a la escuela.

¡Los niños deben jugar!– Mis padres siempre me dejaron jugar mucho cuando era niño. si había hecho la tarea podía salir a jugar al fút-bol y jugar con mis amigos. eso fue muy importante para el modo en que veo la niñez. ¡Los niños deben poder jugar! es importante que todos los chicos y chicas que están con nosotros en bVes puedan jugar todo lo posible, dice Murhabazi.

aquí juegan los amigos Kasereka y Mupenzi Dame en el hogar de Murhabazi para niños que fueron soldados.

• Visita grupos armados e informa sobre los derechos del niño para que todos los combatientes sepan cómo se debe tratar a los niños en la guerra, tanto según la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU como según la ley congolesa: por ejemplo, se prohíbe que haya niños soldados.• Libera a niños soldados y niñas usadas como esclavas sexuales al visitar grupos armados.• Visita campos de refugiados y se ocupa de niños refugiados solos, así como de niños que viven en la calle.• A los niños soldados liberados, niñas expuestas, niños refugiados solos y chicos de la calle, les brinda protec­ción, un hogar, alimento, ropa, asisten­cia médica, ayuda psicológica y la oportunidad de ir a la escuela que los prepara nuevamente para la primaria común, así como formación en oficios como sastre y carpintero.• Rastrea a las familias y ayuda a los niños a regresar a su hogar. Siempre prepara con tiempo a la familia,

vecinos, políticos, líderes religiosos y maestros de los pueblos antes de que los niños regresen para que los acepten y reciban de un buen modo. Si no es posible que el niño se reúna con su familia, lo ayudan a ubicarse con una familia adoptiva. Nunca se deja ir a un niño de un hogar de Murhabazi sin saber que estará en un ambiente seguro.• A menudo brinda ayuda económica a la familia del niño para que disponga de medios para que el niño reciba educa­ción y alimento. Puede tratarse de ayudar a un padre o hermano mayor a empezar con un trabajo que le permita mantener a la familia.• A menudo sigue ayudando a los niños liberados con las cuotas y los unifor­mes escolares mucho tiempo después de que dejan un hogar, a algunos hasta la universidad.• Informa a toda la sociedad sobre los derechos del niño. Entre otras cosas, Murhabazi habla por la radio con regularidad.

Así trabaja la organización de Murhabazi:

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Faida

Faida, 15

Cuando Faida tenía once años fue raptada por uno de los muchos grupos armados de Congo. Fue el comienzo de una pesadilla que duró cuatro años, en la que fue obligada a ser esclava sexual y soldado.

– Creo que no habría sobrevivido si Murhabazi no me hubiera resca-tado. Arriesgó su propia vida por mí. Lo veo como mi papá, dice Faida.

AmA: La paz. Este es el pri­mer año en mucho tiempo que no vivo en guerra.OdiA: La guerra y la muerte.LO peOr que Le Ocurrió: Ser secuestrada y ser soldado y esclava sexual.LO mejOr que Le Ocurrió: Cuando Murhabazi me rescató y pude volver a la escuela.AdmirA A: ¡Murhabazi, por supuesto! Me salvó la vida.quiere ser: Alguien que luche para que los niños estén bien.sueñO: Que todos los niños del mundo vivan en paz y sean amados.

La culata del fusil cayó con violencia en el rostro de Faida. Ella intentó libe-

rarse, pero quedó tendida de espaldas como clavada en los altos pastizales. Un soldado la sujetó de los brazos y otro de las piernas. Seis soldados se turnaron luego para violarla. Faida podía oír los gritos de sus amigas muy cerca. Les

estaba pasando lo mismo. Pensaba que los gritos de sus amigas sonaban lejanos, como en un sueño. Pero no era un sueño. Faida y sus ami-gas habían trabajado en el campo de yuca de las familias, tal como solían hacer en las vacaciones. Ninguna había descubierto a los soldados hasta que era demasiado tar-

de. Ahora dos de las amigas de Faida habían muerto. Cuando uno de los soldados alzó su machete contra Faida, el comandante exclamó:

– ¡No la mates! ¡Va a ser mi mujer!

Los soldados armados observaron a Faida y a su amiga Aciza caminar total-mente desnudas por el campo.

fue soldado y esclava

Mis derechos– en Congo los niños deben obedecer cuando los adul-tos ordenan algo. Cuando los adultos lo tratan a uno de cierto modo, aunque no se sienta bien, uno cree de algún modo que es así como debe ser. si uno no sabe qué derechos tiene, es muy fácil sufrir abusos. antes de conocer a Murhabazi yo no sabía en absoluto que los niños tenían derechos. ahora sé que todo lo que tuve que pasar en la guerra está mal y está en contra de mis derechos, dice Faida.

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– Nos resultaba difícil caminar porque estábamos muy lastimadas, pero nos obligaron.

Finalmente llegaron a un camino donde estaba estacio-nado el camión de los solda-dos. Las chicas fueron subidas a la plataforma, donde ya había sesenta soldados espe-rando.

– Estaba aterrorizada de ser violada nuevamente, dice Faida.

esclava de todosDurante la larga travesía hacia el campamento de los

fue soldado y esclava ¡Mi familia!el día que me llamaron de bVes para ver si la niña que tenían allí era mi Faida, ¡fue el más feliz de mi vida! hoy es mi hija y pertenece a mi familia, dice Donia, la her-mana mayor de Faida.

Los vecinos asustados son malosLa foto grande muestra la vista desde el hogar de Faida con su hermana Donia.

– No siempre me resulta fácil estar aquí. Muchos vecinos tienen miedo y me gritan cosas: “¡Tú eres soldado! ¡regresa al bosque adonde perteneces! ¡No te que-remos aquí! ¡ramera!”, y cosas así. Me duele. Pero no todos lo hacen. Mi mejor amiga se llama Neema y ella me acepta como soy, dice Faida.

Murhabazi nos ayuda– Murhabazi me ayudó a poner en marcha la venta en el mercado. a veces nos ayu-da con dinero para la ropa o la comida. si alguien de la fami-lia se enferma, se ocupa de que recibamos ayuda médica. sin su apoyo no sé cómo nos habría ido, ya que papá murió en la guerra y mamá se niega a tener algo que ver con Faida, dice la hermana mayor Donia, mientras las hermanas lavan juntas.

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soldados, las chicas estuvie-ron en paz. Pero luego todo empezó de nuevo.

– El comandante me arras-tró a su casa. A pesar de que yo estaba gravemente lasti-mada abusó de mí toda la noche.

El día siguiente el coman-dante se fue con algunos sol-dados a saquear.

– Apenas se fue, los solda-dos que se habían quedado empezaron a abusar de mí. Había otras veinte chicas y mujeres en el campamento, pero ninguna podía ayudar-me. Su situación era igual que la mía y todo el tiempo tenía-mos guardias armados.

Cuando el comandante regresaba, Faida era sólo suya. Ni bien él se iba a luchar o a saquear, todos abusaban de ella. Día tras día. El día entero.

En la aldea, la familia de Faida se preocupaba cada vez más. ¿Por qué no venía a casa?

Fueron de pueblo en pueblo preguntando si alguien la había visto. Como nadie del lugar había sido secuestrado antes por los soldados, a nin-guno se le ocurrió siquiera la posibilidad. Cuando ya había pasado un mes, todos estaban convencidos de que Faida había sido asesinada en la guerra. Se despidieron de ella pasando un período de duelo y dedicando un momento a recordarla en la iglesia, como cuando alguien muere.

Fue soldadoDespués de medio año con los soldados, Faida se sentía muy mal.

– Estaba volviéndome loca. A pesar de las drogas que me obligaban a tomar, al final ya no soportaba ser la esclava de todos.

Había algunas chicas en el campamento que eran solda-dos y Faida había visto que nunca las violaban. Un día le

preguntó al comandante si no podía ser soldado también ella.

– Él accedió y después de dos meses de entrenamiento con ametralladoras, cuchillos y arcos, ya pertenecía a su ejército.

Las violaciones cesaron, pero no la violencia. Una mañana temprano fue hora de la primera lucha de Faida.

– Estaba muy asustada, pero antes de dejar la base nos dieron drogas. Todo el miedo desapareció y me puse muy agresiva. Los soldados dijeron que las drogas nos hacían invisibles.

Treinta soldados adultos y setenta niños subieron a pie las montañas cubiertas de bosques con sus pesadas armas. Los niños fueron obli-gados a ir adelante.

Tras caminar un par de horas divisaron el campamento

enemigo en un claro del bos-que. Un campamento exacta-mente como el de ellos, con soldados, mujeres y niños.

– Mi grupo empezó a dispa-

Mi amiga Neema – a menudo Neema y yo nos trenzamos el cabello la una a la otra, dice Faida.

– en otros casos suelo cobrar tres dóla-res por hacer un peina-do, dice Neema, pero Faida nunca tiene que pagar. ¡somos amigas! Nos encontramos todos los días y habla-mos de todo, incluso de secretos, pues con-fiamos en la otra.

Quehaceres en familiaFaida prepara las gachas de maíz ugali para la fami-lia. el ugali es la comida más común del este de Congo.

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rar y hubo un caos total. La gente gritaba y las balas silbaban por todas partes. Caían ráfagas de tiros en el bosque a nuestro alrededor, de manera que se desprendían cortezas y astillas. Mi amiga Aciza, que esta-ba tendida junto a mí,

de repente recibió un impacto en la espalda. Murió.

Cuando la lucha terminó, Faida y los otros niños fueron enviados al campamento ene-migo.

– Debíamos robar dinero, teléfonos móviles y armas de los cadáveres. Me sentí extra-ña porque era la primera vez para mí.

Hubo muchas luchas más para Faida.

MurhabaziFaida extrañaba tanto a su familia que le causaba dolor. Todo el tiempo pensaba en escapar. Pero era imposible.

– Una vez, un pequeño niño intentó huir. Le dispararon de inmediato. Luego no me atreví a intentarlo. También me avergonzaba. ¿Quién iba a querer cuidarme después de todo lo que había pasado? ¿Quién podría amarme? Nadie.

Pero hubo alguien que qui-so ocuparse de Faida. Alguien que hizo todo lo posible para rescatarla a ella y a los demás niños. Fue Murhabazi.

– La primera vez que vino yo acababa de lavar la ropa cuando unos jeeps se acerca-ron al campamento. Un hom-bre sin armas se bajó con los brazos extendidos sobre la cabeza y dijo: “Amani leo!”, “¡Paz ahora!”. Era Murhabazi. Podrían haberlo asesinado fácilmente, pero él no tenía miedo, recuerda Faida.

Murhabazi se acercó al comandante y dijo que estaba allí para llevar a casa a los niños. Dijo que los niños no debían ser soldados, sino que debían ir a la escuela.

– Cuando los soldados lo oyeron, nos escondieron lo más rápido posible. Intenté gritar pidiendo ayuda, pero me empujaron al interior de una de las casas.

El comandante se negó a liberar a los niños, de modo que Murhabazi tuvo que vol-ver con las manos vacías. Pero no se rindió. Un año más tar-de regresó, pero todo terminó del mismo modo.

La tercera es la vencidaCuando Faida había estado raptada cuatro años, Murhabazi regresó. Y esa vez fue distinto.

– No podía creer que fuera cierto cuando Murhabazi me abrazó y dijo: “¡Esta es tu oportunidad! Todo se solu-cionará.”

Al principio todo resultó bien. En el hogar de Murhabazi para chicas en riesgo Faida pudo volver a la escuela. Había muchos chicos con quienes jugar y hablar. Y adultos buenos que siempre se mostraban accesibles. Ella se sentía segura. A Faida le fue tan bien en la escuela de BVES que pronto pudo empe-zar otra vez en una escuela común. También allí todo empezó bien.

Pero a Faida le resultaba difícil concentrarse y tenía problemas con su humor.

– Podía ponerme furiosa con mis compañeros cuando pensaba que no me entendían.

Faida y Neema se ayudan en muchas cosas, como en acarrear agua.

– Me sentiría muy sola si no tuviera una amiga como Faida, dice Neema, de 16 años.

Amada hermana– siento que es terrible que mamá se niegue a recibir a Faida. ¡estaba tan triste cuando Faida desapareció! ¿Y cómo pueden los vecinos que gritan tonterías hacerle eso a mi amada herma-na? Todos los niños que sufrieron abusos en la guerra fueron tratados de un modo horrible. Tenemos que darles mucho amor. a menudo Faida tiene pesadillas y se siente mal, y yo intento consolarla. Pienso prote-gerla con mi vida, dice la hermana mayor Donia.

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Guerra contra las niñasLas niñas y las mujeres son las que a menudo lo pasan peor en la guerra. Se han denunciado 200.000 violaciones desde el comienzo de la guerra, pero se cree que muchas más mujeres han sufrido abusos. En 2009, la mitad de las víctimas fueron niñas. Las que sobreviven a las violaciones a menudo tienen dificultades en la socie­dad, pues se las considera “impuras”. La unidad y el amor de las familias y los pue­blos se destruye. Muchas afectadas se contagian la enfermedad del sida.

– Murhabazi me llevó en seguida al hospital para hacerme exámenes y la prueba del sida. Tuve una suerte increíble, porque no me había contagiado en el tiempo que estuve con los soldados. Pero muchas otras chicas del hogar tienen sida, recuerda Faida.

En este momento, 13 de las 68 chicas que viven en el hogar de Murhabazi para niñas en riesgo de Bukavu tienen sida. Desde 2002, murieron a causa del sida 176 de las chicas que recibieron ayuda de BVES.

– Intentamos dar a las chicas contagiadas todo el apoyo posible y ocuparnos de que reciban gratis medicinas contra el sida, dice Murhabazi.

¿Escuela o curso de costura?– Murhabazi quiere que aprenda a coser hasta que me sienta mejor y pueda volver otra vez a la escuela. Para que aprenda un oficio y para que no piense sólo en las difi-cultades. Y para que esté más cerca de él y de los psicólogos de bVes. Pero me siento insegura. sería mejor que pudiera continuar en una escuela común. si uno tiene una buena educación, tiene más posibilidades en la vida. Y sé que puedo lograrlo, ¡sé que soy lista!

Finalmente no lo soportó más y dejó la escuela.

Al mismo tiempo Murhabazi había logrado ha- llar a la mamá de Faida. Faida estaba muy feliz, pero tal como había ocurrido con la escuela, no fue en absoluto como ella esperaba.

– Mamá ni siquiera me miraba. Tenía miedo y no quería tener que ver conmigo. Como si todo lo ocurrido fue-ra mi culpa. No puedo expli-car cuánto me dolió.

Por suerte, Murhabazi tam-bién encontró a Donia, la her-mana mayor de Faida, que la recibió con los brazos abier-tos. Ahora Faida pertenece a su familia.

– Y tengo a Murhabazi. Aunque ahora no es tan fácil, sé que todo va a solucionarse porque él está en mi vida. Lo veo como mi papá. A pesar de estar arriesgando su vida, no intentó rescatarme sólo una vez, ¡sino TRES! Es total-mente distinto al comandan-te y a otros adultos que conocí que abusan de los niños. Murhabazi está de nuestro lado. ¡Siempre!

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Mutiyaquema el uniformeEn el hogar de Murhabazi para niños que fueron soldados en Bukavu pronto un grupo de chicos viajará a casa con sus familias y empezará una nueva vida. Pero primero van a quemar sus viejos uniformes de soldado.

– Será totalmente maravilloso volver a cambiar el uniforme de soldado por el uniforme escolar, dice Mutiya, de 15 años.

Distintos uniformesMurhabazi reúne a los chicos antes de ir juntos al patio donde tendrá lugar la cere-monia de quema de unifor-mes. Llevan distintos unifor-mes dado que todos los gru-pos que luchan en Congo uti-lizan niños soldados. Los niños del hogar han pertene-cido a distintos grupos arma-dos. Pero en las fotos – por la seguridad de los niños – No necesariamente llevan el uni-forme que usaron cuando eran soldados. Pueden llevar un uniforme de otro grupo de combate que aquel al que ellos pertenecieron.

¡Sí al uniforme escolar!antes de que sea hora de quemar los uniformes, los chicos hacen carteles. Mutiya escribe: “sí al uniforme escolar” en el suyo.

Acabábamos de tener la últi-ma lección del viernes. Mi amigo Mweusi y yo íbamos camino a casa. Caminábamos y nos contábamos historias el uno al otro. De repente tres soldados se pararon frente a nosotros y nos apuntaron con sus ametralladoras. Dijeron: “¡No pueden pasar por aquí!¡A los que intentan huir co-rriendo les disparamos en seguida!”. A mis padres loshabían asesinado los solda-dos, así que me asusté mucho. Empezamos a llorar y mi amigo se orinó enci-ma. Les pedimos que nos dejaran en paz y que nos per-

mitieran seguir yendo a la escuela, pero ellos sólo se rie-ron y dijeron: “¿Qué tiene de especial ir a la escuela? No nos importa, ¡vendrán con nosotros de todos modos!”. Luego los soldados nos des-garraron el uniforme escolar, lo hicieron jirones y pisotea-ron los pedazos de tela en el barro. Tomaron nuestras mochilas y despedazaron nuestros libros. Luego de tres días de maltratos en una de sus prisiones nos dieron el uniforme de soldado. Apenas unos días más tarde me envi-aron a luchar por primera vez. Después seguí durante dos años. Sobreviví, pero cinco de

mis compañeros fueron asesi-nados. Vi mucha muerte y sangre.

En ese tiempo nunca podía soñar con que podría cambiar otra vez el uniforme de solda-do por el uniforme escolar. Había perdido las esperanzas cuando Murhabazi me salvó la vida. Vino al campamento militar y nos dijo a los chicos obligados a ser soldados: “Ustedes no deben estar aquí. Van a volver a la escuela. Síganme.” Parecía irreal, ¡pero Murhabazi cumplió con su palabra! Volví a empezar la escuela aquí en BVES. Ahora regresaré a casa con mis her-manos mayores y seguiré estudiando en el

pueblo. ¡No puedo describir lo alegre que me siento! Pero antes de viajar vamos a quemar los vie-jos uniformes militares. Los uniformes me recuerdan todo lo malo: la muerte, la sangre, la guerra, el saqueo... Será increíblemente hermoso que-mar esa basura, luego me sentiré libre. Cuando regrese a casa en el pueblo, en vez de esto voy a ponerme el uni-forme escolar. En el futuro quiero rescatar niños de los grupos armados, tal como Murhabazi me rescató a mí.”Mutiya, 15 años, 2 años como niño soldado

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¡Nunca más el uniforme de soldado!– Miren todos los carteles. Dicen, “Nunca más el uniforme de soldado”. Nunca más vestirán uniformes de soldado, vestirán uniformes escolares, ¡nunca lo olviden! ¡ahora quemaremos los uniformes!, exclama Murhabazi. Mutiya y los demás chicos empiezan a quitarse la ropa mili-tar entre gritos y aplausos y la ubican en una pila en el patio.

¡Buena suerte!– Mutiya, quieres volver a la escuela y empe-zar una nueva vida. ¡sé que estás bien prepa-rado y te deseo toda la suerte en el futuro!, dice Murhabazi abrazando a Mutiya.

– Gracias, papá, ¡gracias! oraré por ti para que tengas fuerzas para seguir luchando, contesta Mutiya.

La maleta de MurhabaziTodos los niños que estuvieron en uno de los hogares de Murhabazi, reciben una maleta con cosas que les facilitarán un poco la vida al regresar con su familia. en la maleta hay:

¡Vamos a casa!

El gran día ha llegado. Murhabazi y BVES lograron rastrear a la familia de Mutiya y de otros quince chicos. Al fin ahora van a viajar a casa tras varios años en la guerra.

– Estoy muy feliz por los chicos. Es por esto por lo que luchamos todo el tiempo. Cada vez que un chico es rescatado y puede tener una buena vida otra vez es una victoria para nosotros, dice Murhabazi riendo.

Cepillo de dientes

Jabón

Manta

un par de zapatos

ropa nueva

Toalla

radio

Crema dental

Radio importante– Les doy la radio para que sepan lo que ocurre en nuestro país y en el mundo. es importante. escuchen las estaciones que emiten noticias y que cuentan sobre los derechos del niño. si dan con una emisora que predica el odio, la violencia y la guerra, ¡cambien! La radio funciona con energía solar, así que no tendrán que comprar pilas.

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Los uniformes hechos humoMutiya y sus amigos cantan y gritan hurra cuando los uniformes se destruyen y arden.

¡Adiós, amigo!Los chicos se despiden de los demás y de Murhabazi. han sido buenos amigos y se han ayudado mutuamente en momentos difí-ciles, así que aunque extrañan su hogar no resulta fácil separarse.

Nuevos sueños– había perdido las esperanzas. Pero en bVes tuve la oportuni-dad de volver a la escuela. Me sentí muy feliz, a la vez que pen-saba en todo el tiempo que había perdido. ¡Dos años! Piensen cuánto podría haber aprendido en el tiempo que fui soldado. ahora voy a ir a la escuela del pueblo, ¡y en el futuro quiero ser como Murhabazi!

¡adiós!¡ahora vamos a casa!

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¡Pelotas en vez de bombas!– Los soldados tomaron el uni-forme escolar de los chicos y en su lugar les dieron uniformes de soldado. Y armas en vez de lapi-ceras. bombas en vez de pelo-tas. Pero nosotros les damos pelotas de fútbol para que lleven a casa. Los que viven cerca pue-den crear un equipo de fútbol, seguir viéndose y apoyándose. ¡Pero ante todo tienen que diver-tirse!, dice Murhabazi.

– ¡estoy muy contento ahora! Lo único que me preocupa es que se activen nuevas luchas en las zonas adonde los chicos regresan y que vuelvan a obligarlos a ser solda-dos. eso ocurre y me vuelve loco. es increíblemente duro, pero vol-vemos a empezar cada vez que ocurre. un chico fue tomado tres veces, por tres distintos grupos armados. Cada vez lo liberamos. Nunca abandonamos a los niños y no nos rendiremos hasta que todos estén libres, dice Murhabazi.

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¡Vamos a casa!

Extrañó la paz Extraña a la mamá

Pensaba en la escuela

quiere reír y jugar

“Cuando era soldado había guerra cada día. Nunca paz. Además de a mi mamá y a mi papá, fue la paz lo que extra­ñé más que nada. Sufría todo el tiempo. Era terrible. Estoy feliz de poder al fin volver a casa. Ahora espero que mi vida sea buena. Poder ir otra vez a la escuela y tener muchos amigos. Pero mis padres son ancianos y están algo enfermos. Tengo miedo de lo que ocurrirá conmigo cuando mueran. Cuando ocurra voy a ponerme en seguida en contacto con Murhabazi, porque sé que va a poder darme buenos con­sejos. Lo amo, me salvó la vida. Voy a extrañarlo.”Amani, 15 años, 2 años como niño soldado

“¡Extraño mucho a mi mamá! En la guerra siempre pensa­ba en ella. Antes de que me obligaran a ser soldado la ayudaba en el campo y aca­rreaba el agua. Como papá murió cuando yo era peque­ño, siempre estaba preocu­pado por cómo se las arre­glaría mientras yo estaba lejos. Hablo mucho con mi mamá y la amo. Cuando estoy con ella me siento tran­quilo y seguro. Ahora sólo quiero volver a casa y estar cerca de ella otra vez. Lo que me preocupa es dejar a todos mis amigos de aquí. Pudimos hablar sobre nues­tras terribles experiencias con los demás y fue muy her­moso. No va a ser así en casa. Los chicos del pueblo que no fueron soldados nun­ca van a entender lo que tuve que pasar.” Obedi, 15 años, 2 años como niño soldado

“Lo que extrañé más que nada fue la escuela. Cuando era soldado, todo el tiempo pensaba que estaba en el lugar equivocado, que en vez de eso debía estar en la escuela. Ahora Murhabazi va a ayudarme a volver a la escuela cuando regrese a casa y eso me parece increí­

“Extraño mucho a mis amigos de casa. No nos vimos en más de cuatro años y en ver­dad espero que me recuer­den. También espero que no me teman ahora que fui sol­dado. Eso me preocupa un poco. Porque en verdad extraño a mis amigos. Poder charlar con ellos, jugar al fút­bol y jugar. Cuando era sol­dado no había lugar para las risas y el juego.

blemente bueno. ¡Adoro la escuela! La escuela es importante. Los que fueron a la escuela tienen muchas posibilidades en la vida. Quiero ser presidente cuan­do sea grande. Lo primero que haría entonces, sería li berar a todos los niños obli­gados a ser soldados. Los ayudaría a encontrar a su familia y haría que volvieran a la escuela. Mi mayor miedo ahora es que los soldados vuelvan a tomarme y me obliguen a pelear. Me sentiría terriblemente decepcionado si eso ocurriera.”Assumani, 15 años, 2 años como niño soldado

Ahora estoy feliz de poder volver a casa. Independiente­mente de lo que ocurra, de que mis amigos me tengan miedo o esas cosas, no hay nada que me asuste. Nada puede ser peor que lo que tuve que vivir siendo soldado. Nada.”Aksanti, 15 años, 4 años como niño soldado

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¡Nunca másuniforme militar!

escuela – ¡sí!Campamento militar – ¡Nunca más!

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sueña con piedras buenas

– Todos los sábados y domin-gos a las 17.30 horas hablo en la radio sobre los derechos del niño, principalmente del modo brutal en que se abusa de las niñas en la guerra de Congo, dice bahati.

“El grupo armado que me llevó lejos me obligaba a cavar en busca de oro, diamantes y otros minerales. Debía dar­les todas las piedras que encontraba a mis líderes. Yo era su esclavo. Los que cavábamos intentábamos esconder un poco, pero era difícil. Al que era descubier­to lo maltrataban con dureza. Hasta podían asesinarlo. Si nuestro grupo no cavaba, saqueábamos a otros que trabajaban en las minas. No sé cuántos murieron. Con el dinero del oro y los minerales, luego comprábamos armas a los ricos comerciantes de armas que venían al bosque. Me parece que al final la guerra se trataba de que distintos grupos, tanto congoleses como extranje­ros, querían controlar las minas de Congo. Si no tuviéra­mos todos esos minerales, ya habría paz hace mucho tiempo. Probablemente ni siquiera habría habido una guerra. Ahora todas las riquezas naturales son malas para nosotros. Pero en realidad deberían ser buenas. Si el gobierno de Congo pudiera vender los minerales de un buen modo, podríamos construir escuelas, caminos y hospitales. Todas las cosas que la gente necesite. Sueño con que sea así algún día. También sueño con ser sastre un día y tener una buena vida. Como Murhabazi y BVES me apoyan, creo que es posible.”Isaya, 15 años, 4 años como niño soldado

“A pesar de que Murhabazi no encontró a mis padres después de tres meses, no me echó del centro. En cam­bio, me cuidó como si fuera su propio hijo por más de un año. Aún lo veo como mi papá. Después de la escuela de BVES, me ayudó para que pudiera empezar en una escuela común. Pagó las cuotas escolares y todo lo demás. Y como yo siempre había querido ser periodista, se lo dije a Murhabazi. Entonces me ayudó a poder ir a hacer una prueba para la formación en periodismo para jóvenes de la organización Search for Common Ground. Aprobé la prueba y la formación, ¡y hoy soy reportero juvenil en su programa radial “Sisi Watoto ­ We Children”! Debe ser el mejor programa del mundo, por­que hablamos de lo más importante que existe, de los derechos del niño. Muchos niños nos llaman y la idea de todo el programa es dar una voz a los niños de Congo. Algo que no es común aquí. En general los adultos no escuchan para nada a los niños de aquí.En el futuro espero poder ayudar a BVES a rescatar más niños, tal como Murhabazi hizo conmigo. Él me salvó de la muerte.”Bahati, 17 años, 3 años como niño soldado

Murhabazi no abandona a nadieEn realidad la idea es que los niños que Murhabazi libera se queden en su centro tres meses. Pero a veces lleva más tiempo rastrear a la familia y luego ayudar a los niños a comenzar su nueva vida. Como pasó con Bahati.

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el día de Valentina en el hogar para chicas

“¡Murhabazi es como mi papá!”“Un domingo hace un año estaba con mis dos herma­nas en la iglesia cuando mi pueblo quedó entre dos gru­pos que luchaban. Los solda­dos disparaban con ametra­lladoras y bombardearon jus­to afuera de la iglesia, así que no podíamos salir. Me tem­blaba todo el cuerpo por el miedo. Lo que entonces no sabía era que mamá y papá al mismo tiempo habían huido al bosque para salvar su vida. Un par de días después, cuando acabó el tiroteo, vinieron la Cruz Roja y la ONU a la iglesia y nos lleva­ron a un campo de refugia­dos. Viví en el campo durante cinco meses. Fue difícil. La comida se diluía en agua y los colchones estaban direc­tamente sobre el suelo. Y no podíamos ir a la escuela. Un día vino Murhabazi y me pre­guntó si quería vivir en su hogar para chicas en vez de allí. Me alegré mucho porque había oído cosas muy bue­nas sobre él. Fuimos 29 los chicos que lo acompañamos. Estoy contenta de estar aquí y ahora siento que es mi hogar. Murhabazi me cuida como mi papá. Pero todas las noches sueño que mamá y papá viven y que puedo ir otra vez a casa. Murhabazi sigue buscando a mis padres.”Valentina, 12 años

En una de las colinas de la ciudad de Bukavu está el hogar de Murhabazi para chicas en riesgo. Muchas de las chicas han sido prisioneras de di-versos grupos armados. 47 de las 68 chicas que viven allí han sufrido abusos sexuales.

– Estoy contenta de estar aquí y ahora siento que es mi hogar. Murhabazi es como mi papá, dice Valentina, de 12 años.

06.00 Hora de levantarse– Nos cepillamos los dientes y nos lavamos. aquí nos dan jabón, crema dental y aceite para el cabello y el cuer-po. se me perdióel cepillo dedientes y todavíano tengo uno nuevo, así que en vez de eso uso el dedo. ¡en verdad funciona muy bien!, dice Valentina riendo.07.00

DesayunoPara el desayuno comen gachas de maíz buyi.

08.00 Clases– Cuando vivía en el campo de refugiados no iba a la escue-la. sé que ir a la escuela es un derecho de todos los niños, incluso de los que vivimos en zonas en guerra y en campos de refugiados. De repente no pude hacerlo y sentí que era terrible. Como si perdiera el tiempo de aprender cosas importantes. ¡el primer día que pude empezar la escuela aquí con Murhabazi me puse muy feliz! uno debe ir a la escuela si quiere aprender cosas, para tomar buenas decisiones en la vida y para poder conseguir un buen tra-bajo y mantener a su familia.

– Cuando sea mayor quiero aprender a coser aquí en bVes y ser modista. Pero más que nada quiero ser maestra. Mi maestra Ndamuso no es sólo mi maestra, sino que es increíblemente buena y me cuida. Me da consejos, como una mamá. quiero ser así cuando sea grande.

Las niñas demasiado pequeñas para ir a la escuela van al preescolar.

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el día de Valentina en el hogar para chicas

14.30 Juego– Me encanta jugar con mis amigas. uno se siente feliz y no piensa en todas las cosas difíciles. ¡además se mueve, desa-rrolla músculos y se siente bien! saltamos a la cuerda, hacemos juegos con cancio-nes y bailes y distintos juegos de pelota.

12.00 Almuerzohoy hay arroz y frijoles.

13.30 Descansoes agradable descansar un momento cuando afuera hace mucho calor. La chica junto a Valentina en la cama se llama Noella y tiene diez años.

– a menudo nos acostamos varias chicas en la misma cama. a veces resulta estrecho, pero a la vez uno se siente seguro al no estar solo, dice Valentina.

15.30 Lava la ropaValentina comparte la tina de lavado con Donatella.

16.30 Tarea– a menudo hacemos juntas la tarea para poder ayudarnos unas a otras, dice Valentina.

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18.00 Cenaen la cena también comen arroz y frijoles.

19.00 Reunión vespertina– Todas las tardes nos sentamos juntas y contamos cómo fue el día. Cantamos y nos relatamos historias unas a otras. Las reuniones son muy importantes para mí, porque así me siento tranquila. Me olvido de pensar tanto en dónde están mamá y papá. en las reuniones se siente que somos una verdadera familia. Nos cuidamos unas a otras y las más grandes cuidamos a las más chicas. Los adultos de aquí se preocupan por nosotras. Cuando me siento mal siempre hay alguien que me escucha. Murhabazi, mi maestra, la enfermera o el psicólogo. Justo como debería ser en todas las familias.

– Tengo toda mi ropa en un saco en el cuarto.

– el collar con la Virgen María es lo más bonito que tengo. Me siento segura cuando lo llevo puesto. Como si estuviera protegida.

– Logré llevar conmigo ropa en un saco al campo de refugiados y eso me pone muy contenta porque tengo la ropa de mamá. adoro mi ropa. es hermosa y me recuerda a mamá.

– Me pongo el hermo-so vestido blanco todos los domingos cuando voy a la iglesia.

– ¡esta camiseta de vellón amarilla es mi favorita!

20.00 Hora de acostarseDespués de lavarse los dientes, las chi-cas se acurrucan en la cama bien juntas y se duermen.

el guardarropas de Valentina

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Las hermanas benon, Vestine y Valentina viven juntas en uno de los hogares de Murhabazi.

¿quién es Murhabazi? En el hogar para niñas en riesgo, tres chicas describen así a Murhabazi:

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Protege a las chicas“Fui prisionera de los soldados y Murhabazi me salvó la vida. Es él quien se ocupa de que podamos vivir a salvo y seguras aquí. Nos da todo. La situación de las mujeres y las chicas es terrible en nuestro país. Sufrimos. Muchas son viola­das y sufren abusos en manos de los sol­dados y otros hombres adultos. Murhabazi nos cuida a las chicas como si fuéramos sus propias hijas o hermanas. Si no fuera por Murhabazi, muchas chicas lo habrían pasado incluso peor en Congo. Él nos protege.”Donatella, 13 años

¡Lo amo!“Mi familia fue dispersada en la guerra porque nos separamos durante la huida. Murhabazi y la Cruz Roja aún buscan a mis padres. Ni siquiera sé si están vivos. Pero mientras tanto, Murhabazi es mi papá. Lo amo y sé que él me ama porque me ayu­da con todo. Siempre pienso en mamá, papá y mis hermanos. Pasaron cosas terribles, pero a pesar de todo la vida es un poco más fácil ahora que Murhabazi me cuida.”Vestine, 15 años

En el hogar de Murhabazi para niñas en riesgo de Bukavu viven 68 chicas. Durante el día vienen al hogar 297 chicas más y asisten a la escuela de BVES. Antes vivían en el hogar, pero ahora se han mudado con su familia.

– A menudo las familias son tan pobres que no tienen medios para hacer que sus hijos vayan a las escuelas comunes. Con nosotros los chicos vie-nen gratis y pueden quedarse todo lo necesario, dice Murhabazi.

En este momento viven 71 niños en el hogar de Murhabazi de Bukavu para niños que fueron soldados.

Murhabazi tiene 35 hogares y escuelas en todo Congo. Actualmente, 15.284 niños reciben ayuda de BVES de algún modo. Entre otras cosas, 8.138 niños reciben ayuda para poder ir a escuelas comunes y 37 jóvenes para ir a la universidad.

Los niños de los hogares y escuelas de Murhabazi

¡Él es mi papá!“Murhabazi me cuida. Me da un lugar donde dormir, jabón para que pueda lavarme, comida para ali­mentarme y la oportunidad de ir a la escuela. Si estoy enferma me lle­va al doctor. Murhabazi es justo como debe ser un padre. ¡Es como mi papá! Sin él mi vida habría sido muy difícil. ¡Lo amo!”Josepha, 10 años