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    Arte, Individuo y Sociedad

    2014, 26 (2) 301-316301 ISSN: 1131-5598

    http://dx.doi.org/10.5209/rev_ARIS.2014.v26.n2.41696

    Percepcin social y esttica del espacio pblicourbano en la sociedad contempornea

    Social and Aesthetic Perception of Urban Public Space in

    Contemporary Society

    SERGIOGARCA-DOMNECHEscuela Politcnica Superior. Departamento de Edicacin y Urbanismo. Universidad de

    Alicante

    [email protected]

    Recibido: 9 de abril de 2013

    Aprobado: 18 de junio de 2013

    Resumen

    El espacio pblico urbano se encuentra actualmente en un periodo de crisis, pero pugna por seguir

    representando un importante papel, para la sociedad en general y para la ciudadana en particular. Ese

    papel, formado a travs de mltiples componentes culturales, requiere de una dimensin tanto social

    como esttica para entrar, por derecho propio, en el acervo ciudadano y en el patrimonio urbano. Este

    artculo analiza las circunstancias de esa crisis desde tres enfoques: el conceptual, el social y el esttico.

    Respecto de ste ltimo, se realiza una revisin de las principales corrientes estticas que, a lo largo

    de la segunda mitad del siglo XX, han tenido inuencia sobre la actual denicin del espacio pblico.A partir de ese triple anlisis crtico, se exponen los principales resultados acerca de la percepcin ac -

    tual social y esttica que la ciudadana contempornea tiene sobre el espacio pblico. El estudio

    concluye con la necesidad de poner en valor la dimensin esttica para potenciar la social y viceversa.

    Para ello se proponen tres variables que informan esa relacin: la planicacin urbana, la arquitectura y

    el diseo del espacio pblico.

    Palabras clave: espacio pblico, esttica urbana, sociedad urbana, sentido de lugar, percepcin ciuda-

    dana.

    Garca-Domenech, S. (2014): Percepcin social y esttica del espacio pblico urbano en la sociedad

    contempornea.Arte, individuo y Sociedad, 26 (2) 301-316.

    Abstract

    The urban public space is currently in a critical period. But it struggles to continue representing an im-

    portant role for general society, and particularly citizenship. That role, formed through multiple cultural

    approaches, requires a social and aesthetic dimension to enter in urban heritage. This article examines

    the circumstances of the crisis since three approaches: conceptual, social and aesthetic. Regarding the

    last one, a previous review is made concerning the principal aesthetic tendencies of the second half of

    the twentieth century. Starting from this triple approach, the main results about public space and contem-

    porary citizenship perception social and aesthetic are presented. The study concludes with the need

    of highlight the value of the aesthetic dimension to boost social and vice versa. In order to inform the

    relation, three variables are suggested: urban planning, architecture and design of public space.

    Keywords:public space, urban aesthetic, citizenship, sense of place, citizenship perception.

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    Garca-Domenech, S. (2014): Social and Aesthetic Perception of Urban Public Space in Contemporary

    Society.Arte, individuo y Sociedad,26 (2) 301-316.

    Sumario: 1. La crisis conceptual del espacio pblico, 2. La crisis social del espacio pblico, 3.

    Aproximacin a las principales corrientes estticas del diseo urbano surgidas en la segunda mitad delsiglo XX, 4. La crisis esttica del espacio pblico, 5. La percepcin ciudadana contempornea del espa-

    cio pblico, 6. Conclusiones. Referencias

    Este artculo recoge resultados de la investigacin El espacio pblico urbano de la ciudad de Alicante

    desde la Transicin Poltica (1975-1995). Evolucin, transformacin y reinterpretacin nanciada por

    el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert (Excma. Diputacin Provincial de Alicante), obtenida

    en concurrencia competitiva.

    1. La crisis conceptual del espacio pblico

    La sociedad actual parece tener una percepcin confusa sobre el espacio pblicourbano, confusin que parte de su propio concepto. Zona verde, plaza o jardn sontrminos que la ciudadana tiende a confundir y que pueden englobarse bajo el comndenominador conceptual de espacio pblico. Zona verde es un concepto positivista yfuncional de la ciencia urbanstica con origen en el urbanismo del siglo XIX y desa-rrollo racionalista a partir del XX. Responde a criterios ms cuantitativos estndar

    por habitante que cualitativos de necesidad ciudadana. Pero la mera previsin quela planicacin urbana hace de estos espacios no le otorga la condicin de plaza ur-

    bana, ni mucho menos la de jardn.

    Por otra parte, un debate recurrente en las ciudades es el dilema entre plaza ojardn. En las ciudades de tradicin mediterrnea ha habido tradicin de ambos, peroconviviendo siempre por separado. La sociedad contempornea ha tendido a mez-clarlos bajo el comn denominador de espacio pblico. La plaza, con races en elgora de la cultura clsica y posterior desarrollo medieval, es abierta, dura, casi vaca,desprovista de vegetacin y pensada para albergar todo tipo de actividades urbanascolectivas (Favole, 1995). El jardn, alcanza races bblicas el Edn y mantienesu concepcin privada hasta el siglo XIX. El jardn es originalmente cerrado y deli-mitado, blando, provisto de vegetacin, ornamentado con esculturas y pensado paradar placer a los sentidos (Assunto, 1991; Von Buttlar, 1993; Ruiz Gmez, 2012). La

    evocacin, el misterio y la idea de lo sublime, inherentes al pensamiento romntico,seran valores omnipresentes en la conformacin esttica de estos espacios. En los

    jardines, el elemento verde en general y el rbol en particular, adems de cumplircaractersticas funcionales, como sombra, humedad o abrigo del viento (MartnezSarandeses, 2001) o ambientales, como paisaje, color o acstica (Bailly, 1979) poseetambin implicaciones ms profundas, representativas o signicantes, como presen-cia, identidad o historia: los rboles tienen un signicado muy hondo y crucial paralos seres humanos. La signicacin de los viejos rboles es arquetpica; en nues-tros sueos representan muy a menudo la totalidad de la personalidad (Alexander,Ishikawa & Silverstein, 1980, p. 701).

    La apertura a la ciudad de algunos jardines privados, sobre todo a partir de lastransformaciones urbanas postindustriales del siglo XIX derribos de murallas, re-

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    formas urbanas y desarrollo de los ensanches, la creacin de otros nuevos y elajardinamiento de algunas plazas medievales, congurara un buen nmero de jardi-nes urbanos en muchas ciudades. Algunos de estos jardines se han ido conformando

    histricamente como lugares urbanos de calidad, lo que ha llegado a otorgarles unapercepcin social de plaza urbana como lugar de interaccin ciudadana, indepen-dientemente de sus caractersticas formales y estticas. Por ello, en algunas inter-venciones actuales realizadas sobre trazados ajardinados romnticos del XIX, se haintentado recuperar el espacio como plaza urbana (Fig. 1A, 1B).

    Figura 1A y 1B. Plaza de la Virgen Blanca, Vitoria. Aspecto en 2006 y en 2008.Fuente: elaboracin propia

    2. La crisis social del espacio pblico

    Dos de los resultados que al menos en trminos sociales ha dejado el pensamien-to posmoderno de las ltimas dcadas del siglo XX, son el individualismo y la pa-

    sin por la privacidad (Jameson, 1995; Lyotard, 1999; Amendola, 2000; Verd, 2001;Popelka, 2009; Sequera & Janoschka, 2012). Desde comienzos de los aos ochenta

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    del pasado siglo, ha aparecido una consecuencia urbana directa de ello: la prolifera-cin por toda Europa de modelos urbanos residenciales, por lo comn importados dela cultura norteamericana, basados en la preferencia de la propiedad privada sobre elespacio pblico (Rogers & Gumuchdjian, 2000). Estos modelos se caracterizan por elaislamiento del individuo frente a la sociedad, promoviendo viviendas unifamiliaresaisladas, donde la base de la propiedad privada es la norma: los espacios pblicosquedan relegados a la simple vialidad, con la nica funcin de la movilidad rodada,que adems es igualmente privada. La tradicin europea de ciudad compacta sobretodo en la Europa Mediterrnea, basada en el protagonismo del espacio pblico yde la vida colectiva, se ha visto radicalmente desplazada por estos modelos de ciudad.De esta manera, el espacio pblico urbano entrara en una crisis funcional y de iden-tidad cuya culminacin desembocara en la aparicin y posterior proliferacin de los

    paradjicos espacios pblicos privatizados (Amendola, 2000; Borja, 2003; Borja& Mux, 2003; Nmeth, 2012) en forma de grandes complejos comerciales y de ocio.

    Estos lugares no dejan de poner de maniesto unas radicales diferencias con losverdaderos espacios pblicos: los verdaderos son socialmente integradores, pero los

    privatizados son excluyentes; los verdaderos generan ciudad, incluso son la ciudaden s misma (Borja, 2003), los privatizados la segregan y desintegran; los verdaderosestn pensados para el ciudadano, los privatizados estn pensados para el cliente; losverdaderos tienen identidad propia, los privatizados son neutros y abstractos desde el

    principio, carecen de personalidad urbana, arquitectnica y esttica; los verdaderosson, en el contexto urbano, econmicos, los otros son antieconmicos, multiplicanlas movilidades urbanas de forma tan espectacular como forzada y siempre van pordelante de las infraestructuras viarias necesarias para absorber sus ujos; en los rea-les puede desarrollarse cualquier actividad urbana, aparecer la sorpresa e incluso lainseguridad y el descontrol, en los privatizados slo estn previstas las actividadesreguladas para las que fueron expresamente concebidos, las nicas sorpresas estndiseadas con nes de consumo y por supuesto, todo es tan seguro como controlado.

    La complejidad de las variables urbanas, sociales, polticas, econmicas y cultu-rales que convergen en este fenmeno, ha desembocado en una profunda crisis socialdel verdadero espacio pblico de nales del siglo XX. El abandono comercial de laciudad tradicional ha mermado el uso del espacio pblico y rompe la continuidad einteraccin de los usos urbanos deseables en toda ciudad. Esto redunda en un paraleloabandono de la potencial dimensin artstica del mismo, relegada a un simple cum-

    plimiento funcional ajeno a toda emocin esttica. En algunos casos, se ha llegadoal absurdo urbano: creacin de nuevos espacios pblicos que quedan desiertos al usoy degradacin paulatina de los espacios histricos. Todo ello, en pro de los citadosmodelos residenciales importados que limitan las actividades colectivas a las mera-mente comerciales o de ocio, concentrndolas en enormes contenedores cerrados tanimpersonales como ajenos a la formacin de ciudad.

    Pero los errores de diseo tambin han contribuido a la crisis social del espaciopblico. Por ejemplo, un error recurrente ha sido la tendencia a zonicar el espaciopara albergar actividades concretas y especializadas. Esto no ha dejado de representaruna intencin de racionalizar el uso del espacio pblico a travs del diseo como sise tratara de un espacio privado. Pero la complejidad de la experiencia urbana, en

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    cuanto que se compone de un usuario abstracto, tan complejo y cambiante como esel ciudadano, se presta a mutacin permanente (Norberg-Schulz, 1975). El espacio

    pblico es el lugar de encuentro ciudadano por excelencia, pero tambin es el forocon mayor ndice de publicidad de toda la ciudad, el lugar donde ms interaccionesciudadanas se pueden celebrar, donde se circula y se est para actos y actividades delo ms variopinto, donde se protesta y donde se festeja, donde se ve y se es visto, don-de se exhibe una identidad personal o grupal, pero tambin paradjicamente, dondese puede disolver la persona en el anonimato urbano:

    La vieja civitas tradicional cobr sentido histrico al materializar los compor-tamientos propios de unas sociedades, proclives a la vida pblica, que se mani-

    festaban con abundancia de celebraciones y ritos que por su condicin popularhabran de reejarse en la forma de la ciudad(De Gracia, 1992, p. 27).

    La capacidad de albergar usos alternativos a los inicialmente diseados por la zoni-cacin en los espacios pblicos ha puesto en crisis ese principio racional, de maneraque la versatilidad y exibilidad en la zonicacin se ha perlado cada vez ms comoun ndice de calidad en el diseo del espacio pblico urbano contemporneo.

    3. Aproximacin a las principales corrientes estticas del diseo urbano surgidasen la segunda mitad del siglo XX

    La llegada del Movimiento Moderno en las primeras dcadas del siglo XX, planteaentre sus ideales estticos el abandono de la historia (Montaner, 1993) y a la par, uncierto abandono de lo pblico, que es sustituido por lo funcional o, en el mejor delos casos, por lo colectivo. El urbanismo moderno, obsesionado por la zonicacin ysumido en el vrtigo de la velocidad y el progreso, se haba olvidado de la historia y

    por extensin, de la ciudad histrica. Esta ciudad histrica nos haba legado un tes-tamento urbano escrito a travs del espacio pblico, verdadero germen generador deciudad. Pero para la modernidad, las plazas pblicas de los centros urbanos, lugaresque identican la esttica de la ciudad, se perciban como obsoletas.

    Varias de las posteriores corrientes crticas de la modernidad sobre todo a partirde nales de los aos cincuenta del siglo XX basaran su estrategia en la recupe-racin del espacio pblico como elemento generador de la ciudad. Desde entonces,las principales corrientes revisionistas y crticas con los postulados de la modernidadarquitectnica intentaran permanentemente una bsqueda de nuevos lenguajes urba-nos a lo largo de la segunda mitad del siglo. En el caso concreto de la plaza pblicaurbana, el inters por encontrar ese lenguaje esttico, haba llegado a superar el in -ters por el uso y la funcin de la propia plaza (Favole, 1995, p. 12). En ese sentido,Favole realiza una interpretacin ms esttica que social del espacio pblico. Desdeese enfoque, podemos resumir en cuatro las corrientes estticas ms importantes quehan tenido inuencia sobre el diseo del espacio urbano: el Contextualismo de losaos cincuenta, el Townscape de los sesenta, la Tendenza italiana de los setenta y lacorriente Postmoderna de los ochenta.

    El Contextualismo, formulado y estudiado por J.M. Montaner (1993) se entroncaen la continuidad de la arquitectura del Movimiento Moderno, pero matizando el ca-

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    mino puro de su ideario esttico en el marco de las tradiciones locales (Moix, 1994,p. 24). El giro crtico sobre la radicalidad positivista de la Carta de Atenas junto conla reaccin de la corriente crtica fenomenolgica encabezada por Walter Benjamin(Ster, 2011), encuentra eco en la humanizacin de la arquitectura moderna, quecontextualiza el formulario moderno, en parte gracias al auge de las ciencias socialesdurante las dcadas de los cincuenta y sesenta: En este sentido, la revalorizacin dela esfera de la vida cotidiana y de la psicologa compleja de los usuarios va tomandoun papel predominante en las ideas de los arquitectos (Montaner, 1993, p. 27).

    Casi paralelamente al Contextualismo, pero de manera independiente, sera de-sarrollada otra corriente esttica urbana, que se enmarca en la tradicin paisajstica

    propia de la cultura anglosajona: el townscapeo paisaje urbano (Cullen, 1974), enanaloga al landscape o paisaje territorial. Esta corriente revisa los postulados deCamillo Sitte (1980 [1889]) formulados a nales del siglo XIX, retomando criteriosde paisaje urbano y recuperando la visin artstica de la ciudad. La inuencia de Sittellegara tambin a inuir otros tericos y movimientos posteriores como ChristopherAlexander (1980), el Movimiento Situacionista (Andreotti & Costa, 1996) o elMorfologismo (Aymonino, 1981).

    La Tendenzaitaliana de los aos setenta encuentra en Aldo Rossi (1977) a su prin-cipal terico. La reexin de esta corriente sobre la ciudad y sus espacios pblicos,retoma un estatismo clsico fuertemente relacionado con el surrealismo pictrico delaspiazzedel pintor G. De Chirico: la seduccin de las plazas del italiano ha desbor-dado este gnero pictrico para invadir el mbito propio del proyecto arquitectnico(Marchn Fiz, 1986, p. 118). Pero la pronta crisis de este movimiento partira de suvuelta atrs respecto de la pretendida modernidad: se volva a la visin esttica yal deseo de monumentalidad, solidez y permanencia de la arquitectura acadmicay se eluda la concepcin ms efmera y ligera de la arquitectura propuesta por elMovimiento Moderno (Montaner, 1993, pp. 140-141).

    En torno a la Posmodernidad, se han desarrollado enfoques desde diversas disci-plinas (Popelka, 2009). Por lo tanto, no conviene utilizar este trmino sin un adecuadocontexto cultural. J.M. Montaner (1993), coherente con la complejidad del trminoarquitectura posmoderna lo interpreta como aquella que sirve para designar cier-tas tendencias de la arquitectura que son ms marcadamente historicistas, hedonistas,eclcticas o densas en citaciones (p. 178). Esta arquitectura neoeclctica, encaja-ra perfectamente dentro de la cultura posmoderna no selectiva, masiva y popular(Verd, 2001, p. 95). Pero lo hara en un plano diferente, eminentemente esttico, sin

    profundizar en su vertiente epistemolgica (Jameson, 1995; Lyotard, 1999), antro-polgica (Aug, 1993), sociolgica (Amendola, 2000), poltico-econmica (Turner,2002) o incluso disciplinar (Koolhaas, 1996).

    4. La crisis esttica del espacio pblico

    La crisis esttica actual del espacio pblico se pone en evidencia cuando observamoslas intervenciones y actuaciones urbanas ms anodinas. En ellas, aparecen recurren-temente ciertas constantes que la demuestran, como la nostalgia, el horror vacui, laincomprensin social de la abstraccin, la falta de dilogo entre arte urbano y espacio

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    pblico o el fetichismo urbano. La nostalgia es un sentimiento que destruye toda de-fensa del concepto de modernidad aplicada al arte en general, y a la esttica urbana en

    particular (Miranda, 1999). En la visin ms pblica de esa esttica urbana facha-das arquitectnicas y diseo de espacios pblicos, con frecuencia se ha dejado delado la esencia histrica y la vertiente cultural de cada lugar, a favor de un imaginariocolectivo, generalmente trivial y carente de justicacin. Esta nostalgia ha sido a lavez causa y efecto del deseo que no de la necesidad de la ciudadana (Amendola,2000). Es una parte ms de la inuyente mediatizacin sobre la cultura popular: lasestrategias comerciales basadas en la nostalgia y la recuperacin del pasado junto a laarquitectura hecha de citas y de revivals tienden a anular en la escena urbana la dis-tincin entre ayer y hoy, entre presente y pasado (Amendola, 2000, p. 180). Durantelas ltimas dcadas del siglo XX se ha prodigado el empleo de lenguajes anacrnicosde fcil reconocimiento popular. Esas actuaciones han acabado dando el tono generala la imagen del espacio pblico de las ciudades con unos resultados que por lo gene-ral han demostrado una importante carencia de cultura urbana, falseando la memoriacolectiva. La nostalgia, las modas o la esttica de citas, ha afectado de lleno al diseourbano del espacio pblico. El facilismo (Miranda, 1999) del recurso a las estticashistoricistas basadas en la recuperacin de maneras y formas del pasado, se ha prodi-gado considerablemente en todas las ciudades de nuestro entorno cultural.

    Otro de los principales sntomas de la crisis esttica del espacio pblico contem-porneo, ha sido el horror vacui, el miedo al vaco. Bachelard (1994) analiza estesentimiento como la hipertroa del sueo de habitar todos los objetos huecos delmundo (p. 158). La inexistente tradicin de ocio en el proyecto moderno del espa-cio pblico urbano, con escaso dominio de las herramientas, tanto en sentido mate-rial pavimentos, tratamiento de rasantes, mobiliario, etc. como fenomenolgicoluz, acstica, soleamiento, confort, se ha visto potenciada por la radical barreraexistente entre el espacio pblico y la arquitectura que lo rodea y conforma. Estacircunstancia ha potenciado un cierto protagonismo forzado del diseo del primerollenndolo con objetos diversos, como intentando dar contenido a un espacio que porconcepto, como espacio libre, no lo necesita. La crisis esttica de algunos espacios

    pblicos se ha querido paliar por un despliegue de objetos y contenidos materiales,que slo han conseguido efectos perturbadores para la correcta percepcin espacial

    por parte del usuario.En pleno siglo XXI, la incomprensin de la abstraccin an sigue siendo una rea-

    lidad en la sociedad ante toda experiencia esttica, incluyendo la urbana. El contrastede un espacio pblico abstracto frente a un entorno gurativo, produce un efecto desorpresa en la sociedad, inherente a toda obra artstica de vanguardia (Arnau, 2000,

    pp. 182-184). El despliegue gurativo habitual del marco arquitectnico en los es-pacios pblicos histricos, se presta especialmente al empleo de la geometra comomecanismo formal de abstraccin:

    La adopcin de materiales articiales, en ocasiones altamente tecnicados,con prdida de cuerpo matrico, en favor de formas desprovistas de cuantos atri-butos distraigan su mera denicin como realidades esencialmente geomtricas,

    favorece la idea de abstraccin. Por esa va se promueve la confrontacin formal,

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    dado que dichos materiales son empleados para introducir volmenes elementa-les en medio de la riqueza gurativa de los cascos histricos cumpliendo un papelnada silente(De Gracia, 1992, p. 119).

    Otra circunstancia que evidencia la crisis esttica del espacio pblico es la falta dedilogo entre arte urbano esculturas, monumentos y otros elementos artsticos yel propio espacio en el que se implantan. El arte pblico urbano, a diferencia de otrasexpresiones artsticas, suele concebirse para que est situado en un lugar concreto, yslo en l. Esa relacin continente-contenido es inherente al intrnseco valor estticode la obra de arte: lo singular en una ciudad no son sus monumentos, sino la dis-

    posicin de ellos en su entorno [...]. El hecho escultrico o arquitectnico reeja laconviccin de lo ptimo de un asentamiento, que lo dispone, lo sella y lo simboliza(Ays, 1996, p. 65). La ubicacin no puede ser universal cuando la relacin entreobjeto y espacio es muy estrecha y solidaria, algo que se puede reconocer ejemplar-mente en El Peine del Viento de Chillida y la actuacin urbana de Pea Ganchegui(Fig. 2).

    Figura 2. E. Chillida y L. Pea Ganchegui, Peine del Viento y Plaza del Tenis en SanSebastin, 1977. Fuente: elaboracin propia (2006)

    Pero cuando se altera esa relacin entre objeto y entorno, se pierde toda la sus-tancia creativa, aparecen problemas de escala y proporcin, de observacin estticao dinmica y de accesibilidad a la obra de arte, que no hacen otra cosa que alterar surazn de ser, su mensaje esttico y su verdad: aparece el absurdo urbano. Aug (1993)advierte que el monumento, como lo indica la etimologa latina de la palabra, seconsidera la expresin tangible de la permanencia o, por lo menos, de la duracin (p.65).Una prueba de ello son algunas fuentes ornamentales de las plazas pblicas, quehan pasado de ser autnticos hitos que identican y cualican el espacio en el que seimplantan a utilizarse como un objeto ms para llenar indiscriminadamente el espacio

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    urbano usando modelos estandarizados, despersonalizados, de catlogo, realizadossin objetivo concreto y ubicados con total indiferencia respecto al entorno urbano.

    Finalmente y en relacin a esta cuestin, tambin aparece en la ciudad contempo-rnea el fenmeno del fetiche urbano entendido como objeto de culto, veneracino atraccin para una determinada persona o colectividad que tambin encuentrasu correspondencia en la esttica urbana (Kaika & Swyngedouw, 2000). El feticheurbano aparece, por ejemplo, cuando se reimplantan objetos con funciones obsoletascomo antiguos quioscos o fuentes sin uso fuera de la evolucin lgica del lugar,y que por lo tanto quedan reducidos a meros objetos de culto; an es peor cuandoel objeto de culto es de nueva planta falso e imita el histrico. En ese caso, serompe adems la autenticidad, la virtud intrnseca de aquello que tiene carcter sinnecesidad de justicarlo. Autntico es lo que constituye un ente por s mismo auto-ntico y tiene, entre otras consecuencias, el reconocimiento universal del carcteremanado de esa autenticidad. Tambin la originalidad deviene como efecto directode la autenticidad. Todo lo autntico es, por ende, original. Pero cuando se busca laoriginalidad como mero efecto al margen de la autenticidad, todo suele acabar en undespropsito, en un dislate. En ese sentido, la falsacin, esto es, la aplicacin cient-ca de pruebas de autenticidad a un determinado hecho para poner en crisis su presun-ta veracidad (Popper, 1982 [1934]), resulta altamente satisfactoria cuando se aplicasobre las intervenciones urbanas presuntamente falsas (Miranda, 1999, pp. 34-46).

    5. La percepcin ciudadana contempornea del espacio pblico

    El mundo que nos rodea no siempre es el que aparentemente es, sino el que somoscapaces de percibir a travs de los sentidos y, lo que es ms importante, el que ltra-mos a travs de nuestro contexto cultural y de nuestra propia memoria. La percep-cin humana del espacio urbano contribuye a crear el lugar, el topos aristotlico. La

    percepcin no es algo universal. La base cultural y la experiencia anterior aportandiversidad a la percepcin de las cosas y hace que la misma se convierta en un acon-tecimiento sensorial racional a la par que personal (Bailly, 1979, p. 20-24).

    Por ejemplo, la percepcin del tamao de los elementos urbanos, puede dependerenormemente del entorno y de la posicin o relacin con el medio en el que se ubican.Por eso, algunos magncos ejemplares de arbolado pueden percibirse diferentemen-te en funcin del tamao del espacio pblico en el que se implantan. En contextosurbanos ms reducidos, la proximidad del entorno edicado potencia dicho efecto

    perceptivo. La visin de muchas iglesias y catedrales histricas, a pesar de que hoy enda no puedan considerarse los edicios ms grandes en una ciudad contempornea,cuando las vemos en la estrechez de un tejido urbano medieval, mantienen el impacto

    perceptivo que recibe el espectador urbano. La luz tambin juega un importante papelen la percepcin urbana. Las diferentes presencias de arbolado motivan la peculiar

    percepcin que tenemos de ellos, sin menoscabar precisamente el carcter que uno yotro reciben a travs de esta diferencia.

    No obstante todo lo anterior, una de las principales cualidades que provocan uncambio perceptivo del espacio pblico no es esttica, sino social: el espacio pblico,

    para que est vivo, requiere de uso ciudadano, cuanto ms intenso, mejor (Borja &

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    Mux, 2003). Las diferencias perceptivas entre un espacio socialmente activo y otrovaco son radicales. En los espacios pblicos vacos aumenta la percepcin del tama-o y la distancia, mientras que en los que estn fuertemente densicados aparentanreducirse y acortarse (Fig. 3A, 3B).

    Figura 3A, 3B, Praa do Comrcio, Lisboa y Piazza della Signoria, Florencia.Fuente: elaboracin propia (2007 y 2008)

    Tambin la posicin relativa del perceptor puede llegar a intercambiar esta sen-sacin: la visin de un espacio pblico lleno de gente desde una posicin alta da unaapariencia de mayor tamao respecto a cuando est vaco. Ello se debe no slo porsu observacin, sino por la entrada en juego de otros sentidos, como el odo, ya queel rumor de la gente o de sus pisadas, contribuyen a magnicar la percepcin generalde un espacio pblico densicado (Fig 4A, 4B).

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    Figura 4A, 4B. Explanada de Notre-Dame desde las torres de la catedral y PlaceGeorges Pompidou, Pars. Fuente: elaboracin propia (2011)

    La experiencia de la percepcin es individual y personal, pero la intervencin delfactor sociocultural eminentemente antropolgico da un enfoque perceptivo msavanzado del espacio colectivo: el espacio existencial (Norberg-Schulz, 1975). La

    percepcin de las interacciones humanas en una ciudad ms que de la ciudad comopuro articio material es la experiencia personal que mejor justica la identidad ycarcter de un ente urbano.

    Todo entorno urbano presenta un paisaje, un territorio visible por un observadordesde una determinada posicin y que intentamos percibir desde una ptica esttica(Ruiz Gmez, 2012, p. 148). Por ello podemos armar la existencia o la necesi-dad de un paisaje urbano. La ciudad, en el fondo, no deja de ser un escenario lu-gar donde se representan escenas en el que los actores ciudadanos representanla funcin urbana cotidianamente. El decorado es el espacio pblico y el fondo deescena de ese decorado, la arquitectura (Arnau, 2000, pp. 64-66).

    En muchos espacios pblicos de urbanizacin originalmente decimonnica o deprincipios del siglo XX, el centro del espacio pblico aparece sealado con un hitovisual, simblico o funcional. Con los debates niseculares sobre esttica urbanaanteriormente expuestos, el centro del espacio pblico deja de ser el obligado focode atraccin visual y tiende a liberarse. Muchas de estas discusiones haban tomadocomo modelo los trabajos tericos sobre esttica urbana de Camillo Sitte. Defensorde la idea de concebir la ciudad desde la mirada sensible de un artista y, medianteel estudio de la ciudad histrica, Sitte haba abogado por evitar la presencia de ele-mentos urbanos en el centro de las plazas, desde una perspectiva esttica pero a lavez funcional (1980 [1889], p. 27-40). La posterior reinterpretacin y adaptacincontempornea de esa teora urbana combinara la percepcin esttica con la social:a la vez que mantena la idea de liberar el centro de las plazas, optara por potenciarlos bordes de las mismas con entornos que resultaran a la par, activos y atractivos.En efecto, la acumulacin de elementos de inters, actividades y focos de atraccinen los bordes de una plaza, genera una deliberada tensin entre los mismos que de-termina la vivacidad de uso del espacio pblico. Una plaza con mucha atraccin yactividad en su permetro y con su centro liberado es una plaza sumamente viva: lasinterconexiones e interrelaciones entre estos bordes producen que toda la zona central

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    del espacio pblico sea un hervidero de actividad, una vorgine urbana donde tienencabida todo tipo de usuarios y de actividades heterogneas. Para garantizar esa ten-sin urbana, resulta muy recomendable que tanto las actividades de atraccin en los

    bordes participen del espacio pblico como que el propio espacio pblico participede las actividades de atraccin: son los espacios de transicin entre lo estrictamente

    pblico espacio central de la plaza y lo estrictamente privado arquitecturasperimetrales. Esta idea de fortalecer los bordes del espacio pblico y liberar los es-pacios centrales, justica la buena acogida histrica y vigencia contempornea tan-to social como esttica de los espacios porticados habituales en las plazas mayores,limitados por soportales que generan a travs de la propia arquitectura ese espaciode transicin anteriormente aludido y enriquecen importantemente la relacin entreespacio pblico y espacio privado (Fig. 5).

    Figura 5. Plaza Mayor, Salamanca. Fuente: elaboracin propia (2008)

    Otro factor, frecuentemente ignorado o minusvalorado, que relaciona interesante-mente ambas percepciones del espacio pblico urbano la social y la esttica esel fenmeno sonoro. La preocupacin por la calidad sonora de nuestras ciudades noha parado de aumentar en los ltimos tiempos, identicando el ruido como uno de losdefectos de la vida urbana contempornea. Existe un enfoque del ruido en las ciuda-des, que es el de su percepcin social o ms en concreto, sociocultural. Vivimos eny somos una sociedad urbana ruidosa (Zrate, 1991, pp. 235-237). Pero tambin

    puede hablarse de sonidos urbanos sin connotaciones negativas. Los espacios pbli-cos tienen sus sonidos caractersticos, no necesariamente perturbadores ni desagrada-

    bles. Es ms, pueden fortalecer y contribuir a enriquecer el sentimiento de lugar que,en esencia, debera acompaar a todo espacio pblico: el taido de las campanas delas iglesias, los aleteos y murmullos de las aves en las plazas, el susurro de las hojasde los rboles al viento en las avenidas y bulevares, el discurrir del agua por fuentes y

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    surtidores, los msicos callejeros e incluso, el simple taconeo opaco producido por lacirculacin peatonal, contribuye a crear determinados ambientes perceptivos caracte-rsticos de cada ciudad, no exentos de gracia. La percepcin de estos sonidos urbanosen los espacios pblicos es necesaria para conseguir un ambiente urbano de calidad:

    En nuestras ciudades, si bien es verdad que aquellos que tienen a su cargo losaspectos estticos trabajan para dar satisfaccin a la vista, no es menos ciertoque con frecuencia olvidan las tensiones a las que est sujeto el odo. Tanto losespacios sonoramente muertos como los saturados por el ruido no se aprecian(Bailly, 1979, p. 78).

    La necesidad de dinamizar socialmente las periferias de las ciudades nos lleva aimpulsar el desarrollo cultural urbano a travs del mecanismo barrial. Un barrio estligado a una zona de la ciudad con identidad propia, claramente percibida tanto porsus habitantes como por sus visitantes (Moreno Gonzlez, 2013, p. 96). En la con -formacin de esa identidad, las componentes tanto sociales como estticas jueganun importante papel. El urbanita posee una necesidad casi intuitiva de identicar lazona en la que vive: La gente necesita pertenecer a una unidad espacial identicable[...]. Las personas desean ser capaces de identicar aquella parte de la ciudad en queviven, como algo distinto a todas las dems (Alexander et al., 1980, p. 95). Por esto,la necesidad que tienen los espacios pblicos situados en los barrios perifricos deconseguir identidad urbana mejorando as su percepcin social y esttica sueleser mayor que en los del centro de la ciudad, donde esa identidad ya forma parte delacervo cultural ciudadano y del sentimiento patrimonial que la sociedad percibe delmismo (Llull, 2005). La creacin de espacios pblicos en tejidos nuevos, donde latotal ausencia de seas de identidad histricas ha conllevado una necesidad de in-ventar el lugar (Aug, 1993), ha llevado a los diseadores a justicar sus actuacionessobre esta premisa. Precisamente, en el acierto de esa invencin del lugar y su corres-

    pondiente materializacin, reside el baremo tanto de la calidad como de la correctapercepcin social y esttica de los espacios pblicos urbanos o lo que es lo mismo,de la propia ciudad.

    6. Conclusiones

    La percepcin social del espacio pblico es fundamental para su percepcin estti-ca. El espacio pblico no puede interpretarse en clave esttica si previamente no loha sido en clave social, ya que sta es la razn de ser de ese espacio. Slo cuandola sociedad identica y hace suyo el uso y funcin de un espacio pblico, comien-za a preocuparse de su dimensin esttica. Pero tambin es cierto lo contrario: lacalidad esttica de un fragmento urbano tan importante para la ciudad como es suespacio pblico, potencia su uso y por lo tanto mejora su percepcin social. Estaiteracin funciona siempre y cuando se produzca un deseable equilibrio entre ambas

    percepciones. Una percepcin social alta pero esttica baja, puede producir tensinciudadana, que acabara extendindose a la poltica. Por el contrario, una percepcin

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    social baja pero esttica alta del espacio pblico, puede producir una suerte de piezade museo casi ignorada.

    La relacin entre ambas percepciones del espacio pblico depende de tres varia-bles: la planicacin urbana, la arquitectura y el diseo del espacio pblico. La pla-nicacin proyecta trazados y crea tejidos urbanos mediante sistemas de ordenacinurbana. Propone tipologas con sus correspondientes parmetros volumtricos y de

    posicin que dan como resultado una determinada morfologa urbana. Aunque abs-tracta e indirecta, es la primera impresin que el urbanita quiz inconscientemen-te percibe estticamente. Por ello resulta diferente, por ejemplo, el paisaje urbanode un casco antiguo de trazado medieval, de un ensanche decimonnico o de una

    periferia del siglo XX, independientemente del lenguaje esttico de sus arquitecturasy espacios pblicos.

    La arquitectura, mediante su cara visible desde el espacio pblico fachadastambin participa en la conguracin del paisaje urbano. Una muestra de fachadasms o menos afortunadas, homogneas o variadas tanto compositiva como estilsti-camente, se percibe como el fondo del escenario pblico. Esta participacin tambinqueda patente en el nivel en el que los ujos e interacciones entre espacio pblico y

    privado son ms evidentes: la cota cero o rasante de calle. Por esta razn resulta dife-rente, por ejemplo, un paisaje urbano de locales comerciales, de viviendas en planta

    baja o de simples vallados que separan radicalmente la frontera entre lo pblico y loprivado.

    En tercer lugar, nos queda la conguracin y diseo del espacio pblico mismo.Este aspecto es el que tiene una mayor inmediatez perceptiva en el observador urba-no. Marca la primera impresin paisajstica de la ciudad, no tanto por la repercusingeneral en la misma como por la cercana y palpabilidad del paseante. En efecto,cuando llegamos por primera vez a una ciudad que no conocemos y pisamos el suelola perspectiva desde un vehculo en marcha es totalmente diferente lo primeroque percibe la vista suele ser el pavimento: adoquinado, asfalto, baldosa u hormign.Despus la presencia o no de arbolado y mobiliario urbano. Luego las seales y la

    publicidad comercial a cota cero, y nalmente, al levantar la vista, percibimos lasfachadas arquitectnicas ms inmediatas a nuestra posicin.

    El objetivo nal de un espacio pblico ms all de su funcin es ser identi-cado como tal por sus usuarios, alcanzar carcter propio, conseguir hacerse acreedorde su aceptacin ciudadana y parte intrnseca de la ciudad. El alcance de ese objetivoes el resultado de una compleja amalgama de variables sociales, histricas, polticas,econmicas y culturales. Si adems partimos de una adecuada percepcin de la di -mensin social y esttica del mismo, facilitaremos su consecucin y mejoraremos noslo la calidad de los espacios pblicos, sino de la ciudad en si misma.

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