Escuela, Inequidad y Delito

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La escuela sola no puede frenar la inequidad y el delito La exclusión social y su impacto en la inseguridad ponen a la educación en el centro de los reclamos, pero no alcanza con las aulas; se necesita construir una sociedad más justa para todos Desde fines de los años 80, las sociedades capitalistas resignaron la pretensión de integrar a través del trabajo al conjunto de sus miembros y optaron por un tipo de desarrollo que produce y reproduce, constantemente, una población que queda fuera de la relación laboral y, con ello, del mecanismo que organiza los intercambios sociales. A pesar de este posicionamiento, el sector de los relegados se ha constituido en un agente con gran capacidad de transformar tanto las instituciones como las prácticas sociales y políticas con las que la sociedad de los integrados se propone sostener el orden instituido. "Los de afuera" proyectan una sombra de temor sobre el resto de la sociedad y es ese miedo el que contiene un gran potencial transformador. Marcola, jefe de una organización criminal brasilera , en una entrevista realizada en la cárcel expresó magistralmente esta situación: "Soy una señal de los nuevos tiempos. Yo era

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La escuela sola no puede frenar

la inequidad y el delito La exclusión social y su impacto en la inseguridad ponen a la educación en el centro de los reclamos, pero no alcanza con las aulas; se necesita construir una sociedad más justa para todos

Desde fines de los años 80, las sociedades capitalistas

resignaron la pretensión de integrar a través del trabajo al

conjunto de sus miembros y optaron por un tipo de desarrollo

que produce y reproduce, constantemente, una población que

queda fuera de la relación laboral y, con ello, del mecanismo

que organiza los intercambios sociales. A pesar de este

posicionamiento, el sector de los relegados se ha constituido

en un agente con gran capacidad de transformar tanto las

instituciones como las prácticas sociales y políticas con las que

la sociedad de los integrados se propone sostener el orden

instituido.

"Los de afuera" proyectan una sombra de temor sobre el resto

de la sociedad y es ese miedo el que contiene un gran

potencial transformador. Marcola, jefe de una organización

criminal brasilera, en una entrevista realizada en la cárcel

expresó magistralmente esta situación: "Soy una señal de los

nuevos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me

observaron... Ahora somos ricos con la multinacional del polvo

[cocaína] y ustedes están muriendo de miedo. Nosotros somos

el inicio tardío de su conciencia social".

El fantasma de la "vacancia social de los jóvenes" atraviesa las

sociedades contemporáneas. Fuera de la escuela, ¿en dónde y

con quiénes aprenderán las definiciones socialmente

aceptadas del bien y del mal. Sin anclaje, ¿qué caminos

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elegirán para transitar su futuro? ¿Qué distancias se generarán

entre ellos y nosotros?

En este contexto se construye el problema de los "ni ni", los

que no estudian ni trabajan y amenazan con subsanar su

vacancia anclándose en las redes delictivas. Frente a esto, ya

que la política está compelida a procurar la seguridad pública y

pareciera que le es imposible parar la máquina de generar

exclusión, se echa mano a la escolarización bajo el supuesto

de que así se neutralizará el peligro. Se ha repetido más de

una vez que es necesario hacer escuelas para evitar hacer más

cárceles. Una frase que desnuda el origen del propósito de

poner a todos los chicos en la escuela.

La escolarización de los jóvenes se ha constituido en un

discurso cuya legitimidad no presenta fisuras. Hay una

sacralización de lo escolar derivada de la permanencia de las

promesas incumplidas de la educación, que no han dejado de

tener vigencia en el sentido común de la población. Y, tal vez,

por eso son permanentemente reactualizadas desde diferentes

tribunas.

Se puede invocar a la educación con la pretensión de

solucionar con ella los problemas del trabajo en una economía

que no produce empleo o para transformar en equitativa una

sociedad profundamente desigual o para evitar la pobreza o

para producir una ciudadanía honesta y respetuosa de la ley en

una sociedad anómica que premia la corrupción, y así hasta el

infinito.

Paradójicamente, esta reactualización del valor de la escuela

moderna se produce en el marco de un fuerte cuestionamiento

a la relevancia cultural de esta institución. En los últimos

cuarenta años se ha acumulado una serie de cambios

científicos, epistemológicos, tecnológicos y subjetivos que

ponen en cuestión las referencias que en estos campos tiene la

escuela tradicional. En la Argentina, y en casi todos los países

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de la región, las políticas educativas de renovación cultural se

han limitado a la distribución de computadoras a las que se las

considera suficientes portadoras del cambio.

Que las escuelas estén al borde del anacronismo cultural no

pareciera ser una amenaza fuerte para nuestras sociedades.

Lo que moviliza la acción en materia educativa es la amenaza

sobre la seguridad. Desde ese temor, se recrean las promesas

de la escuela moderna y se desarrollan las políticas para el

sector: unas, destinadas a incorporar a los grupos que han

estado tradicionalmente excluidos -o que han sido expulsados

de las instituciones regulares- de nivel medio o superior; otras,

para sostener dentro de la escuela a un alumnado que tiende a

desertar y, finalmente, un conjunto de programas sociales que

atan el subsidio a la concreción de la escolarización.

Es así como se ha fundado una serie de nuevas universidades

públicas: nueve desde 2003, siete de las cuales están ubicadas

en el conurbano. Se ha creado, además, una heterogénea

cantidad de instituciones de nivel medio que, en términos

generales, flexibilizan las exigencias de los cursos tradicionales

a los que se agregan clases de apoyo y tutorías destinadas a

sostener las trayectorias de los alumnos. Estos suplementos

están también presentes en programas especiales que, con el

mismo propósito, se aplican en las escuelas comunes que

atienden a sectores vulnerables.

Se trata de propuestas que desarman las rigideces de las

escuelas e interpelan a la voluntad docente para que adapten

sus prácticas al tipo de población que atienden, definida por su

condición de vulnerabilidad. En estas interpelaciones hay una

insistencia voluntarista que instala en la escuela un cuidado

tutelar, hasta ahora no presente, cuyo impacto en las

subjetividades de los alumnos es importante atender.

Si bien estas creaciones introducen algunas innovaciones

interesantes para pensar el conjunto del sistema (no la de los

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vínculos tutelares), ninguno de los cambios van en la dirección

de generar instituciones (escuelas o universidades) acordes

con la cultura contemporánea. Por el contrario, son las

escuelas de siempre pero flexibilizadas. Se trata de una

recreación de las instituciones con las que la sociedad de la

primera mitad del siglo XX se propuso educar y disciplinar, pero

aplicadas en un contexto distinto que demanda creatividad y

autonomía.

Aún así, cabe preguntarse: ¿qué otras inclusiones permite la

finalización de los estudios secundarios o universitarios?

¿Cuánto de la promesa de integración al mundo del trabajo se

materializa a través de los estudios medios y superiores para

los jóvenes de los sectores más pobres?

Recientes mediciones realizadas sobre la base de los datos de

la Encuesta Permanente de Hogares (Indec) muestran que la

tasa de desempleo de los más pobres es independiente del

nivel educativo que hayan alcanzado. Según estas

estadísticas, los chicos de clase media que no terminaron la

secundaria están desocupados en un porcentaje del 8,3%; en

cambio, los que pertenecen al sector de ingresos más bajos y

terminaron la escuela secundaria están en situación de

desocupación en un porcentaje del 16,2%, y si completaron la

universidad el porcentaje se eleva al 17,2%.

De las investigaciones resulta que quienes egresan de estas

escuelas, si bien no logran dar el salto y arribar al mundo de los

integrados y siguen conviviendo con la incertidumbre del

trabajo precario, han pasado por una experiencia que valoran

como positiva ya que mejora su autoestima y la valoración de

los demás. En este aspecto estas escuelas tienen cierto éxito

en su función civilizatoria, y sospecho que también en la de

preparar sujetos aptos para negociar su subsistencia en un

mercado de tutelas menos peligrosas que la de Marcola.

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Sin embargo, se está desperdiciando una oportunidad

valiosísima. Si la crisis de la exclusión social y su impacto en la

inseguridad vuelven a poner a la educación como última

frontera, como la esperanza blanca ante el miedo ciudadano

por el avance del delito, sería esperable que la escuela

aproveche este impulso para dar el salto cualitativo que la

coloque definitivamente en el siglo XXI. Se podría convocar a la

imaginación pedagógica para crear, junto con estos jóvenes,

las instituciones educativas que requiere la sociedad

contemporánea. Para ello es necesario dejar de pensarlos

como "pobres" y "necesitados" y asociarlos al proyecto de idear

la escuela del mañana.

La escolarización puede ayudar a contener el problema social

de los jóvenes sin horizontes de inclusión, pero no puede ser

usada para que el Estado se desentienda de su obligación de

desarrollar políticas tendientes a proporcionar al conjunto de

los jóvenes una efectiva inserción en el proceso de producción

de bienes y servicios. La integración de las nuevas

generaciones requiere transformar la escuela, sí, pero también

modificar las restricciones del mercado laboral y generar

condiciones sociales más justas. Con la escuela sola no

alcanza.